yoritomo tashi - la fuerza por la serenidad

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Page 1: Yoritomo Tashi - La Fuerza Por La Serenidad
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1- DE LA MISMA COLECCiÓN -:-¡ . I

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Tip. YagUes.-Doctor Fourquet, 4.-Madrid.

Page 3: Yoritomo Tashi - La Fuerza Por La Serenidad

B. DANGENNES

fUERZA POR .'

SERENIDAD EN DOCE LECCIONES

EDTClO~ES ESPA&OLAS PLAZA DEL CONDE Dll BA~AJAS, NÚM. 5.-MADRID

TELÉFONO ,w-99 M.

Page 4: Yoritomo Tashi - La Fuerza Por La Serenidad

TfpOl/'l'alfe YlliUes.-Docfor PourQollet, ' .-Madrfd.-Teléfono S()..76 M.

PRIMERA LECCiÓN

El maestro de todos.

"Eran los tiempos desaparecidos-dice el sabio Yo­ritomo Tashi-en que la muchedumbre de los dioses encarnaba en cada una de sus personalidades las vir­tudes o las pasiones humanas.

:oCada uno de ellos pretendía monopolizar el secre­to de la felicidad de los seres cuya vida se desarrolla­ba sobre la tierra.

:oTodos aseguraban que su poder erl! preponderante. :o y en la azulada bóveda resonaba el ruido de reivin­

dicaciones tan vehementes como perentorias. »En un solo punto, sin embargo, coincidfan todas

las aprobaCiones, un principio único centralizaba todas las adhesiones: el del papel de la fuerza en el dominio del poder.

:o Y los celestes rivales resolvieron someterse a la decisión de un juez supremo, cuyas atribuciones con­sistían en el arte de pesar imparcialmente las almas de los que abandonaban el caos terrestre para entrar en una vida superior.

:o-Es indudable que la supremacia me pertenece de

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8 LA PUBRZA POR LA SERENIDAD

derecho-dijo uno de los inmortales-y puedo demos­traros inmediatamente mi fuerza innegable,

:oEn aquel momento, un fulgurante relámpago atra­vesó la nube. Un sangriento resplandor fifió el azur, y un estrépito hasta entonces insospechado heló de es­panto a los dioses.

"Las nubes que los sostenfan paredan chOCAr y se­pararse como abismos dispuestos a apoderarse de una presa, y durante unos breves trozos de eternidad dudaron los celestiales personajes de su invulnerabi­lidad.

Apenas hubo el poseedor del relámpago dejado caer su engañosa cólera, habló el dios de las tempestades.

»-Mi fuerza es aún más temible. Mirad hacia abajo, hacia la llanura líquida.

«Apenas acabó de pronunciar estas palabras, el mar se cubrió de gigantescas olas coronadas de espuma.

:o y pronto, bljo la rugiente voz de la tempestád, pa­reció como un furioso rebaño de blancos caballos de encrespada crín.

»El escuadrón fué creciendo y ensanchándose; pa­reda lanzarse precipitadamente al asalto de las más altas montañas; amenazaba con escalar el cielo. Y no tardaron unas manos piadosas en alzarse hacia el dios de las tempestades en actitud implorante ...

»Hizo un ademán. Entonces la ola, apaciguada de re­pente, se dividiÓ en amplias ondulaciones, que vinieron perezosamente a morder la arena de las playas con un dulce balanceo.

»En el silencio que siguió a esto se oyó una voz: ,,-El poder-deda aquella voz-no consiste sola·

mente en la manifestación de la fuerza brutal que no

puede crear nada y lo destruye todo. Reside principal­mente en el arte de someter a los hombres y mante­perlos voluntariamente bajO Lina ley amada por su bon­~ad, no temida por su violencia.

»Y acercando una flauta a sus labios, produjo tan sugestivos sonidos, que todos quedaron extasiados.

'1Las notas paredan revolotear como ligeras mari­posas. Luego se fué ensanchandQ la melodía, llenó el espacio azulado, ya triste y cansada, ya vibrante y fuerte, retorciéndose en un sollozo desgarrl!!dor, para transformarse después en triunfal esplendor.

"Aun pastante tiempo deSpués de haberse apagado la última nota, los inmortales rostros reflejaban el he­chizo cuyo Poder había subyugado a to~os los dioses.

»¿A todos? No. Habfa uno de aquellos seres in­creados cuya impenetrable actitud no había variado. No había sido deslumbrado por 108 relámpagos. El asalto del ol~aje no había puesto en su mirada plácida la menor mancha de inquietud. El encanto de los so­nidos no parecía haber suscitado en él la emoción que aun vibraba en todos los demás.

"El juez se volvió hacia él: »~¿Padeces-dijo-de la sordera y de la ceguera

que hasta hoy han estado reservadas ü los simples mortales?

»-Oigo y veo. \ »-¿ y no te has conmovido? ¿Tu corazón no ha

palpitado más de prisa bajo el imperio del miedo? ¿Tu alma no se ha estremecido bajo la influencia del en­canto?

»-Te equivocas, ¡oh juez supremo! Mi corazón ha latido y mi alma se ha estremecido.

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10 LA FUERZA POR LA SERENIDAD

»-¿Y tu rostro no se ha ensombrecido primero, ni se ha iluminado después?

:o-No, porque soy la Serenidad, la que sabe disci plinar sus impresiones de tal modo que le están some tidas mientras que vosotros no sois más que sus due­ño~ i~risorios, puesto que os es imposible domina."las. ¿De qué sirve tener dominio sobre los elementos SI una melodía puede, provocando el éxtasis, hacer que el rayo se caiga de las manos, debilitadas por la ente.r~e­cida admiración? ¿Cuál puede ser el poder defimtlvo de quien, poseyendo el poder de fascinar, tiembla ante la cólera de las cosas?

:oSe calló. ,.Entonces habló el supremo juez de las almas (a

él tS a quhm pertenece la omnipotencia; en él vive la verdadera fuerza; no hace más que dar órdenes a los elementos; impene silencio a sus pasiones; no se entrega a las vanas demostraciones de un poder inútil que no tarda en vacilar ante la aparición de un poder contrario' resiste a todas las sugestiones cuyo origen le parece 'vano e indigno de inquietar a un espíritu ad­vertido; en cambio las percibe todas y saca de ellas la suma de emociones que le parece deseable):

»-Puesto que os confiáis a mi juicio, os lo digo en verdad: La SERBNIDAD es la única que a todos nos do­mina.:o

Los milenios que desde entonces se han sumergido en el abismo del tiempo no han debilitado su integridad lúcida y fuerte.

Sí, la antigua leyenda nipona es verdad: La SBRBNI­DAD nos domina 11 todos.

y hasta se puede asegurar que, de todas las entida-

LA FUBRZA POR LA SBRBNIDAD 11

des a que se refiere este simbólico relato, la Serenidad es la única que ht2 afirmado su poder de un modo indu­dable.

Ella contrapesa las desdichas de los cataclismos que arroja sobre nosotros la cólera de las fuerzas que, con mucha frecuencia, declaramos inconscientes, cuan­do en realidad no son más que consecuencias de erro­res que han preparado su advenimiento.

Ella es, como veremos más adelante, la ql:1e acude a atenuar los deprimentes efectos de un encanto nocivo y debilitador.

«La serenidad-dice Yoritomo-no es solamente la atenuación de la efervescencia física; es, además, el regulador del arrebato pasional.»

No sería justo admitir únicamente en esta última pa­labra los movimientos interiores determinados por la atracción de los sexos.

La pasión es considerada aquí en su más amplio sentido.

Se refiere tanto al entusiasmo exagerado por el arte como a la excesiva admiración por la criatura; y el viejo filósofo nipón se refería más bien a los estados del alma que a los del corazón.

Sin embargo, la sensibilidad no está nunca ausente de sus escritos; pero es una sensibilidad superior, toni­ficada por la voluntad y el dominio de sí mismo.

Lo que él designa con el nombre de efervescencia física son las manifestaciones demasiado enfáticas o las que sobrepasan el fin que se les ha asignado.

Pocos entusiastas hay que, en un momento dado, no sean víctimas de su exaltación.

Arrastrados por un arrebato mal calculado, suelen

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12 LA FUBRZA POR LA Sl!RBN1DAD

verse transportados a parajes que no han deseado y comprometidos en aventuras cuya posibilidad estaban muy lejos de sospechar; aventuras que tienen que ad­mitir, combatir y hasla sufrir, porque Jos espíl'itüs que carecen de serenidad son inhábiles pará defenderse victoriosamente. .

Son siempre víctimas del ardor intempestivo que dejan hervir en ellos y que, como un vino generoso Ii. bada sin mesura, les priva de la visión clara de las co­sas, poniendo en su lugar la de un cerebro inclinado a las fantastnagorías de las aspiraciones ficticias.

¿Hemos de extrañarnos al ver que las decisiones to­madas bajo el imperio de la exaltación dan lugar a una serie de ademanes en desacuerdo con el raclocinio claro?

Bso es lo que repru ba el vieja Shollun cuando dice: «Hay muchas personas que confunden la actividad

con la agitación .• Yafiade: <olLa actividad ~s la solución que obra; es la realiza­

ción de las combinaciones mentales suscitadas por una juiciosa deliberación realizada en la serenidad de las almas pacificadas por la voluntad.

»La actividad es siempre fecunda, porque jamás se produce en vano,

,.Si obrara en v~no, perdería su nombre y adoptaría el de agitación,

,.La agitación responde a una necesidad instintiva común a todos los que confunden el acto reflejo con el acto reflexionado_

»Bl primero es una degeneración de la vitalidad fun­cional.

"BI segundo es la expresión misma de esa vitalidad, puesta al servicio de la inteligencia.»

«La agitación es-dice Yoritomo algunas Iíne~s más alJá-, la agita,ción es también, con frec:lencia, la ra­ción p ... , da por la pereza a los remordimientos que provoca.

,.Son numerosos los que parten sin objeto, se detienen sin motivo, tuercen a la Izquierda sin saber por qué, vuel­ven sobre sus pasos para lanzarse a la derecha, hasta el momento en que, jadeantes y cayéndose de fatiga, ven con terror que la noche arrastra hacia el cielo los som~ brfos velos que han de ocultarles el camino del regreso.

»Sin embargo, en medía de su desconcierto se alza el fanta,~ma de una aprobación cuyo engaño conocen ellos bien, aunque la ven con complacencia porqUe ha­laga a su fragilidad de espfritu.

»Bstán íntimamente persuadidos de la inutilidad de los esfuerzos realizados; no obstante, están satisfe­chos con engañarse a sí mismos y acallar los murmu­llos de su conciencia con esa máscara de actividad de que algunas veces son víctimas, y que no es en reali­dad más que una concesión hecha a su abulia moral.,.

Todos conocemos, en efecto, a eSOS malos discípu­los de la energía que acaban por ilusionarse produ­ciendo una actividad impotente, puesto que no es raro nada, y que en realidad no es más qu n robo come­tido en perjuicio de las fuerzas vitales, que, pqra ser efectivas, deben ser conducidas por las órdenes de una voluntad directriz que haya atravesado todas las fases de la liberación fructificadora.

La concepción del mejoramieato y el profundo deseo de lograrlo son las premisas de resolución plausible.

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14 LA FUERZA POR LA SERENIDAD

Pero para que estén de acuerdo la aspiración mental y la realización es indispensable penetrarse del conse. jo de Yoritomo cuando dice:

cLa serenidad es el regulador de la emoción pa· sional.»

En efecto: la emoción paSional es la que determina la mayorfa de los actos.

No obstante, esa determinación corre gran riesgo de incapacidad cuando obedece solamente al impulso inicial.

Tomada bajo el imperio de la emoción pasional, será deformada seguramente.

La admiración o el odio que no están regulados por la serenidad, bajo las decisiones de la razón, están en peligro de tomar, al pasar el tiempo, proporciones que, consideradas imparcialmente, dejarfan estupefacto al mismo que las ha concebido en el fuego de la juventud o en el effmero entusiasmo nacido de un conjunto es. pecial de circunstancias.

El viejo sabio dice, pues, verdad cuando prevé los peligros de la emoción paSional.

El peor de todos es el que acecha a aquellos cuyo espfritu inconsistente no puede amoldarse a la disci­plina de la razón.

Vagan en persecución de una quimera, se gastan en agitaciones improductivas y desparraman la vitalidad funcional de que disponen en mal combinados adema­nes, casi siempre inútiles, a veces contradictorios y, muy frecuentemente, fundamentalmente nocivos.

c Es preciso - continúa diciendo Yoritomo - saber contarse entre los amantes de la vida interior para co­nocer las sonrisas de la fortuna y aprender a prestar ofdos a ~os llamamientos de la gloria.»

LA FUBRZ POR LA SBRBNIDAD 15

y el mejor medio conocido de prestar oldo es el de organizar alrededor de uno, si no el silencio perfec~?, por lo menos la serenidad, de la cual es aquél el hIJO

predilecto. La permanencia de la serenidad hace ofr los rumores

de la vida interior vida muy diferente de aquella cuyos irreflexivos gesto~ no son más que su grosera indica-

ción. Esa vida interior, generadora de todos los actos fe-

cundos y de todas las bellas realizaciones, sugiere al que sabe considerarla los más nobles pensamientos y los más adecuados medios de realización.

Éste puede, como el dios de la leyenda, ofr sin in­mutarse el estallido de la tempestad que pretende tras­tornar la vida de los pueblos y la suya; puede, como él defenderse del vendaval desencadenado por los ac'ontecimientos adversos; puede, en fin, resistir a las seducciones que le acechan en los recodos de los grandes caminos de la vida. Marcha con paso seguro hacia un fin claramente determinado, bajO la égida de la serenidad. Al abrigo de esa sombra propicia, en­cuentra en sf mismo la paz engendradora de esa lucio dez de espfritu que constituye la dote de cuantos han recibido el sello victorioso del triunfo.

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SEGUNDA LECCION

Un acumulador de energ(a.

Son muy numerosas las personas de las cuales pue­de decirse con el antiguo filósofo nipón: «Esos hom­bres ignoran el arte de acumular el único bien real­mente deseable: la energía.»

No es necesario meditar mucho sobre esta frase para comprender su sentido.

Esos ignorantes son los que se gastan en esfuerzos aislados, en gestos inútiles por lo menos, y nocivos la mayorfa de las veces, porque tienen por consecuencia la de desviar sin provecho una parte de la fuerza acti­va, que no debe ser empleada más que en la prepara­ción y ejecución de actos de más fértil realización.

Si se tiene en cuenta que cada gesto supone una pér­dida de fuerza, se pensará, con el sabio filósofo, que aquellos cuyos músculos son Nveladores de sus emo­ciones son menos aptos que los demás para la adqui­sición del poder, que tiene su origen en la acumulación de fuerzas.

Sin la disciplina del automatil¡mo no hay dominio personal.

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18 LA FUBRZA POR LA SBRENIDAD

Sin la supresión de esa dilapidación inútil, la crítica de los impulsos emocionales tiene que ser parcial, y las tentativas de represión de los gestos reveladores no puede tener eficacia.

«Nuestra alma-dice el Shogun-debe ser el vaso tapado en el fondo del cuat se acumula la energía bajo todas sus formas, bajo todos sus aspectos.

»Debemos conservarla cuidadosamente, en estado de bloque o de trozos, con objeto de dejarla aglome­rarse, hasta el momento en que se encuentra en situa­ción de aguantar los más serios choques sin exponerse

a desmoronarse.» BI acumulador de energra de acción más eficaz es,

indudablemente, la serenidad. Gracias a ella nos es posible conservar nuestra ener~

gla a la disposición de nuestras fuerzas actuantes. Gracias a ella podemos subordinar la materia al es­

pfritu, prohibiéndonos manifestaciones exteriores tan vanas como imprudentes, porque, como hemos dicho al comenzar este capítulo, tienen el defecto de poner de manifiesto a nuestro "yo» íntimo.

Bsta sumisión al espíritu, que es el primer precepto relativo al estudio de la serenidad, suele ser el punto más difícil de determinar para los que son novicios en la educación de la energía.

La sensación representativa de la causa emocional suele traducirse, para los faltos de voluntad, en un au­mento exagerado que, según la inclinación de sus esta­dos momentáneos, tiende a mostrar las cosas bajo un aspecto demasiado risueño, o las representa rodeadas de tristezas o de peligros imaginarios.

Bn el primer caso, su entusiasmo se desboca y los

L,A FUBRZA POR LA SERENIDAD 19

empuja hacia adelante sin darles posibill'dad de r l ' presen-Ir os obstáculos o las imposibilidades que su súbito arrebato no les ha dejado examinar.

Bn ,el otro caso, por el contrario, sólo les inquietan I~s dIficultades. y oritomo se refiere a ellos cuando dIce:

"H~y personas para las cuales el grano de arena se convlerte_ en montaña, ",lientras que, para ciertas otras la montana se transforma en átomo.» '

Las leyes de las reli!ltividades tienen escaso valor p~ra los que no saben organizar la serenidad en su vIda. ~a mayor parte del tiempo esas leyes les son des, conOCIdas, porque el estudio de la comparación que ' d~be preceder a toda deliberación les es poco habitual SI no desconocido. '

~a :~presentación de la idea no puede, por lo tanto al prmclplO, ser más que aproximativa en esos cerebr~s mal preparados para reconocer lealmente la verdad. '

cAntes, de que la sugestión real se haya apoderado del, espíritu de los impulsivos-dice el Shogun-han temdo que ~ombatir a la hidra del engaño inicial refe~ rente a las Impresiones :o

Bn efecto:, la emoció~ provocada por una idea nue~a no ~stá claSIficada por los impulsivos bajo la deno i-nacIón que le corresponde. Q1

Siempre es desproporcionada con el valor de la idea que, se?ún el momentáneo estado de espíritu, tom~ proporclOne~ que no son las justas, o no es conside­rada con la Importancia que realmente tiene. d Las ener~fas desperdigadas no están en condiciones

e propor~lOnar separadamente la suma de atención que necesIta la clasificación de la idea.

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20 LA PUERZA POR LA SERENIDAD

Obran de una manera encontrada y hasta contradic­toria, y echan al azar su peso sobre la balanza de la sensibilidad, que así se ve inclinada sin motivo y fuera de toda proporción.

Por todas estas razones, es imposible a los impulsi­vos alcanzar la verdad al primer intento, porque ésta no aparece hasta que se ve entregada a trabajOS inútiles que le obturan e[ camino, apretujándose en él. Y vemos a todas las víctimas de ese error sufriendo y penando, sin lIdelantar un paso en el camino del éxito, por no sa­ber capitalizar las energías ambientes, que, infinita­mente divididas, no pueden constituir suficientes e[e-mentos para hacerles triunfar. , .

cEn un país lejano y poco conocido de los hombres -dice Yoritomo-habíá una montaría cuyas laderas se abrlan para dar paso a finos arroyuelos, que parecean cintas movientes trepando hacia la luz.

~Sin embargo, aunque el astro del día no iluminaba jamás con sus rayos la eterna sombra proyectada por los contrafuertes de la montaña, esos arroyuelos no parecían menos reflejar gotitas de sol.

»Esta particularidad despertó la curiosidad de dos Viajeros que se encontraron al pie del gigantesco monte.

_Los dos quedaron maravillados al ver unas pepitas que parecían arrastradas por el curso de la onda y cuya fug-itiva aparición rompía momentáneamente la mate uniformidad de la arena, acariciada por las agu<;1s en su incesante carrera.

»Deseosos de descubrir el misterio, sumergieron sus manos en el arroyuelo y pudieron comprobar que cada puñado de arena: contenía, por lo menos, uná pequeña partícula brillante.

LA PUERZA POR LA SERENIDAD

»-iPero ... si es orol-dijo uno de ellos. »-Sí, es oro-afirmó el otro gravemente. »Y se puso a reflexionar profundamente. »Su compañero continuó durante algunos momentos

el juego que les había seducido, y 'se levantó sacudien­do su mano mojada:

»-Es evidente que es oro-dijo-. Pero ¿para qué nos sirve? Se halla en tan pequeña cantid~d, que casi no podemos verlo. ¿Qué uso podríamos hacer de esas partículas, casi imperceptibles?

»-Habría que reunir una gran cantidad de ellas y hace!' un bloque-replicó el que meditaba.

»E[ segundo viajero soltó una carcajada. »-No, muchas gracias-dijo-; no tengo deseos de

pasarme la vida en este desierto. Quiero hacer fortuna más rápidamente. Soy cazador háhil, y mis flechas son siempre certeras y mortales. Voy, pues, a procura!' orientarme para buscar el lugar poblado en donde he de hallar Una fruclffera caza.

»-Ya se lo que quiere usted decir-replicó con se­riedad el olro-; pero también sé lál suerte reservada a los cazadores imprudentes que se aventuran sin co­nocer los peligros. La comarca de que usted habla está absolutamente desierta; no hay en ella ninguna fuente, ninguna vegetación. Suponiendo que le sea posible hacer un rico botfn de pieles de inestimable precio ano tes de que el Mmbre y la sed le hayan inutilizado, no le será posible transportar lo ganado. Yo también soy buen cazador; yo también he sido atraído por el cebo de una fortuna que parecía ofrecérseme en forma fácilmente asequible. Sin embargo, aquí me ve us­ted, pobre, pero contento por haber escapado a la

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22 LA FUBRZA POR LA SBRBNIDAD

trágica aventura que me habría sobrevenido de no haber presentido y pesado sus inevitables conse­cuencias.

»-Usted es un hombre tímido-replicó con desdén su interlocutor.

»-No; sólo soy un amigo de la serenidad, y sé re­flexionar.

lO-Pues yo soy valeroso. No reflexiono. »-Desengáñese; usted no es más que un entusiasta,

es decir, un temerario. »-Entonces ¿no me acompaña usted? Se arrepenti­

rá cuando me vea volver con una fortuna. ,,- Mucho temo no volver a verle, porque corre us­

ted hacia una desgracia segura. "Una vez solo, el hombre volvió a sus meditaciones.

Cuando levantó la cabeza, su decisión estaba tomada. ,.Comenzó por asegurarse de los medios de vida que

le ofrecían los árboles de las cercanías. Después cortó ramas, construyó unos burdos tamices suficientes para filtrar agua del r[o, y se puso a trabajar.

,.Cada día se añadían miles de doradas partículas a los miles de la víspera.

,.Cuando hubo formado un bloque que no podía ser aumentado sin rendir sus fuerzas, tomó el camino para regresar.

,.Apenas hubo andado tres días, su mirada fué atraída por un objeto confuso; se acercó. Cerca de un montón de pieles de animales raros yacía un montón de huesos blancos. Por los detalles de la ropa, cuyos harapos podían ser aún identificados, reconoció infaliblemente los restos del cazador encontrado algún tiempo antes.

»Debió de sucumbir rápidamente bajo las torturas del

LA t-U~RZA POR LA SBRBNIDAD

hambre y de la sed, y ante la agresión de todas las ci~­cunstancias hostiles que el hombre sereno había sabI­do prever.

,.En cuanto a este último, regresaba con una fortuna debida exclusivamente a la práctica de las teorías que sustentaba: La acumulaci6n de las fuerzas.

»Se había dicho que el oro tiene un innegable poder, y se esforzó en recoger las partfculas diseminadas, cada una de las cuales, tomada separadamente, pod[a ser considerada como una cantidad desdeñable; pero que, acumuladas, representaban una de las fuerzas me­nos discutidttS del mundo.»

y Yoritomo comenta en estos términos la simbó Iica historia:

«Los acumuladores de energía se parecen a ese co­leccionador de partículas auríferas.

»Saben que los esfuerzos diseminados no tienen nin­guna virtud, porque desaparecen arrastrados por la ola de la vida que, como el arroyuelo del cuento, los lleva hacia destinos desconocidos y vagos, cuando no los abandona como ínfimas e imperfectas inutilidades.

»Han comprendido el poder de la serenidad, que les permite el recogimiento necesario para formar los pIa­nes propicios a dicha aglomeración.

"Como el buscador de oro, meditan primero, y des­pués procuran acomodar sus actos a las resoluciones salidas de las decisiones adoptadas.

,.Conocen también los perjuicios de la servidumbre mental, que los somete al yUgD de arrebatos en los cua­les no existe raciocinio alguno.

"Por muy seductor que sea un proyecto, comienzan por considerarlo bajo todos sus aspectos, haciendo.

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24 LA FUERZA POR LA SBRENIDAD

en cuanto les es posible, abstracción de su inclinación o de su deseo personal.

:.Sólo en la serenidad les será dado distinguir laS amenazas de un proyecto cualquiera.

:.En la serenidad de un alma cerrada a las sugestio­nes apasionadas podrán buscar los medios más ade­cuados para llegar a su realización.:.

y termina: eLos que practican la serenidad, acumuladora de

energía, están seguros de llegar algún día a ser dueños I del bloque de oro de las bellas realizaciones.

,En cuanto a los entusiastas, sus restos mortales bordean los caminos en que se han internado impulsa­dos por una exaltaci,ón falsa y sólo justificada por su ligereza de juicio y su debilidad de espíritu.»

Bstas apreciaciones, aunque hechas en el siglo XIII,

están llenas de actualidad. Ahora también-y quizá más que en otras épocas-es

un indudable factor de triunfo la acumulación de ener­gías esparcidas.

Pero no a todos es dado descubrir esas energías, ni todos saben distinguir sus cualidades esenciales.

Bste privilegio pertenece sólo a los hombres de vo­luntad, a los cuales confiere esta cualidad el título de poseedores de la serenidad.

Sin serenidad no puede h(Jber examen sincero. Sin serenidad es imposible alejar a la perjudicial mul­

titud de las insinuaciones pérfidas y de las engañosas esperanzas.

Sin la serenidad es inútil toda meditación. Sin el concurso de la serenidad es muy diffcil acallar

los clamores de la vanidad, oponer un dique a las ten-

LA FUERZA POR LA SERBNIDAD 25

taciones de la temeridad y poseer la voluntad de resis­tir, única capaz de hacer frente a la caótica invasión de los entusiasmos intempestivos.

Sólo la serenidad proporciona a los que la poseen la fuerza de alma necesaria para rodearse únicamente de influencias propicias.'

Gracias a la tranquilidad puede la inteligencia, servi­dora del pensamiento, ocupar su actividad en trabajOS útiles.

Las emociones debidamente disciplinadas se someten a las órdenes de la razón, y los argumentos contradic­torios se entrechocan sin causar ningún desorden.

La suma de energía acumulada dirige al pensamiento, lo tonifica y lo ensancha, mientras mantiene la activi­dad física én una inmovilidad que evita todo gasto inlÍtiI de fuerza.

Entonces, como el hombre del cuento, el pensador puede sacar de sus reflexiones la resolución más favo­rable. Lo mismo que él, aparta los lazos de las prome­sas imaginarias; como él, prevé los obstáculos disimu­lados; como il, en fin, vislumbra claramente el acto que ha de realizar, y la preimaginación consiguiente a todo examen le ayuda a evitar lo inesperado o a combatirlo sin desfallecimientos.

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TERCERA. LECCIÓN

Disciplina y automatismo.

Hay personas que, a consecuencia de su falta de vo­luntad, están en completo estado de inferioridad en re­lación con sus semejantes.

De ellas dice Yoritomo: «Los músculos de esos hombres son los reveladores

de sus pensamientos.» Se refiere a los impulsivos, que no son dueños de sus

gestos y que, además, no intentan jamás someterlos a su voluntad.

Su fisonomía es el fiel reflejo de su asombro, de su censura, de su aprobación o de su impaciencia.

Con ellos no es necesaria la confesión. Se entregan por su mímica lo mismo, y a veces me­

jor, que por las más copiosas confidencias. Su «yo» íntimo es una fortaleza tan mal defendida,

que todos pueden penetrar en ella, por poco perspica­ces que sean.

Los observadores superficiales y los aturdidos se

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LA FUERZA flOR LA SERBNIDAD

encuentran a veces iniciados casi involuntariamente en el misterio de su pensamiento.

Les es imposible sentir una emoción sin que sus músculos la comenten imponiéndoles movimientos qu~ no intentan refrenar y que interpretan su estado de alma tan minuciosamente como pudiera hacerlo el más explícito discurso.

¿Es necesario insistir sobre las evidéntes desventa­jas que lleva consigo esa debilidad?

La subordinación de la actividad física a la actividad cerebral es una inconfundible prueba de debilidad mo­ral que padece el que, según la conocidísima frase, no es dueño de sus impulsos.

Ya es muy hlmentable no poder reinar sobre las emociones fntimas; pero lo es aún más encontrarse en la imposibilidad de no revelarlas con cualquier motivo.

Conviene añadir que esas emociones se aumentan por virtud de la mfmica, que las intensifica al exterio· zarlas.

Esta observación fué ya hecha en los lejanos tiempos en que el Shogun decía:

eConviene saber, y nunca se repetirá bastante, que toda emoción exteriorizada durante cierto tiempo acaba por apoderarse del alma del que se ha complacido manifestándola con los gestos que la subrayan. »

y en apoyo de esta afirmación nos hace la sabrosa revelación siguiente:

eTodos los que han visto salir la luna algunos cente· nares de veces-dice-han conocido a un actor trágico de 2'ran fama en la corte del Mikado: Then·Ly.

.Siempre interpretaba los más terribles papeles, y

LA FUERZA P OR LA SBReNllIAD 29

sabfa hacer penetrar en el espíritu de los espectadores el espanto que causaba su a~pecto y el sonido de su voz.

»Muchas veces babían buscado sus rivales ocasión de inici~~se en el secreto de su arte; pero siempre los habfa despedidQ, asegurándoles que aquella facultad era nativa en él y que no se la había enseñado ningún estudio previo.

:oSin embargo, se notaba que él procuraba permane· cer aislado de sus camaradas y se quedaba solo con un sirviente hasta el momento de entrar en escena.

" Un dfa, una negligencia del criado permitió a un indiscreto acercarse al trágico sin ser notado por él.

,.Cuál no sería su asombro al oírle vomitar las más terribles imprecaciones y entregarse a los gestos más amenazadores contra el criado, que parecfa no ofrle siquiera.

~En un momento dado, éste levantó los ojos, vió que la punta de un puñal colocado al sol alargaba su somo bra hacia una raya pintada en el piso de madera, y dijo tranquilamente:

,.-Señor, ya es hora. :tEI trágico se apresuró y corrió hacia el lugar del

espectáculo, adonde llegó en tal estado de furor que aterró a cuantos le escuchaban.

,.Mientras tanto, el servidor, amenazado con revelar su negligenchl, descubría el secreto de su señor.

"Consistía en crear, con una serie de gestos y de palabras adecuadas al estado que pretendfa fingir, la especial emoción de ese estado.

,.Las iras que ante el público manifestaba no eran fingidas, y el alma atroz que ponía ante el público 'era

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30 LA FUBRZA POR LA SBRENIDAD

el alma, efímera afortunadamente, pero real, que posera durante su aparición en escena.

»Aquel día interpretaba el papel de un terrible gue­rrero que sembraba el espanto a su alrededor.

"Por eso invectivaba al criado, dedicándose a repro­charle faltas imaginarias y a crear en sí propio la irri­tación que poco a poco se apode¡:aba de todo su es­píritu.

»Pero había dias en que su papel le obligaba a ma­nifestar las cualidades propias de un ser bondadoso.

»Entonces se enternecía contando al fiel servidor los imaginarios sacrificios y los innumerables beneficios de que se figuraba ser autor.

:oLe hablaba de sus proyectos filantrópicos, inventa­ba ofensas de que era vfctima imaginaria, e insistía sobre la alegría que el perdón sistemático hacía nacer en su alma.

"Otras veces manifestaba su pena porque su físico y su estatura no le permitían interpretar los papeles amorosos; y no encarnaba en las obras sentimentales otro personaje que el que ha de ver su solicitud desde. ñada y sus atenciones consideradas como inoportunas

»Manifestaba la amargura que llenaba su alma' mal: decía su suerte, que no le había dado la cualidad de en­contrar agrado en la mujer amada.

»Sellún los casos, creaba en su alma un dolor tran­quilo y digno, profundo y elevado que le llenaba de

, ' resignación a la vez dolorosa y patética, o se enfure-~ra lanz~ndo terribles amenazas contra el rival que se mterpoma en su camino, embriagándose poco a poco con sus proyectos de venganza.

:tAl mismo tiempo, tenía buen cuidado de exagerar

LA FUBRZA POR LA SERBNIDAD 31

los gestos que manifestaban tales estados anímicos, y de ese modo lograba, no sólo asimilárselos ficticia­mente, sino sentirlos en realidad.»

Bstas observaciones han sido hechas tam!>ién por sabios contemporál')eos que han insistido sobre los peligros de intensificar por la mímica un estado afecti­vo a veces lamentable y hasta peligroso.

La mutua influencia de lo moral y de lo físico ha sido mal estudiada, o, mejor dicho, hay el gran error de no ver en esa reciprocidad más que el indicio de una ten­dencia que sólo se encuentra en los espíritus infe­riores.

El problema (lS más hondo, y merece ser considera­do más detenidamente, porque se refiere a todos los seres.

«Ningún hombre-dice Yoritomo-, por muy robusta. que sea su presunción, puede escapar a los peijgros del automatismo, que se produce fuera de la disciplina establecida por voluntad de la serenidad.»

Sabido es que se entiende por automatismo, sobre todo, esos movimientos que dependen casi exclusiva­mente del instinto y colocan a los que no saben domi· narlos en la categoría de los faltos de voluntad.

El automatismo es el resultado visible de la opera­ción psicofisiológica que consiste en e! registro de la impresión por el aparato cerebral, que la transmite a un centro antes de devolverla al órgano ejecutor.

Se sabe que, a medida que se eleva la mentalidad del hombre, disminuye la importancia del automa­tismo.

Los simples, los ingenuos, los hombres a quienes la educación ha dejado muy cerca de la naturaleza, tien-

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32 LA FUBRZA POR L~ SERE~I{)AD

den todos a producir iestos arbitrarios, cuyo efecto puntúa su pensamiento exteriorizándolo.

Puede decirse, sin temor a equivocarse que los músculos de éstos son verdaderos reveladores.

Cuanto más se aleja el hombre del.es:ado natural, tanto más dominio tiene sobre sus movimientos.

Sabe reprimir los que pueden parecer incor.rectos,. Y la educación le obliga a no exteriorizar s~s lmpreslO· nes de repugnancia, de repulsión o sencillamente de

antipatía. , . Pero los hombres de voluntad fuerte son los UOlCOS

que saben reprimir los gestos delatores de sus estados

íntimos. Saben cienffficamenfe el origen del poder de la vo-

luntad, y lo buscan cuando se trata de disciplinar sus

instintos. . 'ó y el a~tomatismo no es más que la mamfestacI n

del instinto. Todo el mundo-por lo menos todos lo~ que se ~an

ocupado somera o extensamente de cueshO?es pSICO­biológicils-conoce lo que se ignoraba en tIempos de Yoritomo; es decir, el papel de las neuronas en los es­fuerzos de disciplina mental.

Hoy se sabe que las neuronas son células de las cuales parten las prolongaciones fibrilares que forman

los nervios. . Bn eSOS centros nerviosos es donde comIenza toda

acción volitiva antes de difundirse y propagarse ti los centros productores de la acción. .

Si hay concordimcias, es decir, defeCCIón de la volun­tad el acto se realiza en cuanto la imagen se presenta.

Bn el caso contrario, si se \lega a acudir a la volun-

LA FUBRZA POR LA SERENIDAD 33

fad, intervienen impulsiones que producen el fenómeno llamado inhibición, que consiste en la detención de las impulsiones reprobadas.

Bsta detención, producida por evocación de la vo­luntad, permite poner en acción las provisiones de fuerzas contrarias, con objeto de sustituir el acto ins­tintivo con el sugeride por la razón, o transformar la sustitución en completa supresión.

«La superioridad de un hombre-dice Yoritomo-se reconoce en la facilidad con que transforma la inten­ción del acto espontáneo en acto voluntario ....

Notemos lo explfcila que es esta frase en su intencio­nada con isión.

Yoritomo no habla del acto espontáneo; sólo indica la intención de dicho acto.

Esto es afirmar el poder de la disciplina sobre el automatismo, puesto que, según él, aquélla no deja que el acto se inicie, y lo modifica en cuanto es concebido.

No pretende dudar de esa posibilidad de realización , para cuya consecución nos da luego medios.

«BI que sinceramente sabe querer-dIce-puede, en muy corto espacio de tiempo, llegar a dominar sus im­presiones iniciales.

»Puede, fijando su pensamiento e intensificando su deseo, crear una impresión lo suficientemente fuerte para anular las demás.

»Debe sustituir su tendencia a una sensiblería cuyo Objeto es despreciable e indigno de él, por el esfuerzo de su inteligencia ....

Bsto es lo que los modernos psicólogos designan con las denominaciones de estados intelectuales y es­tados afectivos.

3

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34 LA FUERZA POR LA SBRB lOAD

Los últimos se refieren exclusivamente a las i~clina­ciones a los sentimientos habituales, que constituyen la nat~raleza de nuestra materialidad. .

Mal disciplinados, rept'esentan ese arrebato c~ego a que obedecen los débile~ haciendo esta confesión la-

mentable: cEsto es más fuerte que yo." Los estados intelectuales, en cambio, son eleme~tos

de información, de perfeccionamiento, de determma­ción que bajo el imperio de la voluntad, obran, como dice el filósofo nipón, sustituyendo c~n el esfuerzo de la inteligencia una tendencia a la senslblerfa reprobada por la razón y por la sensatez.

Bste esfuerzo es el loado por él, con el n?mbre de disciplina, cuando elogia el poder de la seremdad.

«la disciplina que la voluntad Impone a la exub~­rancia-dice-es una de las conquistas má~ e~vI­diables de la inteligencia radiante sobre el Instmto

oscuro. .• »Ordenar a los gestos la disciplina de la abstencI~n,

imponer a las palabras dispuestas a escaparse la d!s­ciplina del silencio, sólo es dado a las alma~ superIo­res demasiado altivas para entre2'arse al prImero que llega y dispuestas a no descubrirse más que ante los que ~lIas creen dignos de apreciar su belleza.!' .

y el lado práctico de esta filosof{a más d~ SIete ve­ces centenaria esa adaptación de la fuerza Ideal a las exigencias de' la vida, que realiza su eterna ~en.ova ... ción, esa fusión de la pSicologfa y de la materIalIdad, se hacen patentes en las si2'uientes lfneas:

cSerfa vano querer disimularlo: la vida es una lucha.

constante.

LA FUBRZA POR LA SERBNIDAD 35

»Para unos es un campo de batalla en el que tienen que medirse con el enemigo cara a cara.

,.Para otros es un gran camino, frecuentado por par­tidas de bandidos que desvalijan implacablemente a todos los viajeros indefensos.

»Para algunos-erróneamente llamados privilegiados en muchos casos-es un sendero florido que parece alejado de todo peligro, pero en el cual cada seto coro­nado de flores disimula una trampa en la que acechan la envidia tortuosa, la vanidad imbécil o la codicia ten­tacular.

»EI hombre avisado debe, pues, hallarse siempre en estado de defensa.

.. y el medio más eficaz de resistir viCtoriosamente es la serenidad, que da lugar a resJluciones preserva. dora-s.

»Si el hombre sereno se ve en la necesidad de dete­ner el ataque de un enemigo visible, triunfará fácil­mente, porque le será posible prever sus golpes y or­ganizar una acción contradictoria, cuya sorpreSa le pondrá en situación de derrota.

lOEn los grandes caminos correrá menos peligro de caer en mnnos de lo bandidos, porque, en la sereni­dad que ha sabido cr~arse, tienen los ruidos de fuera una repercusión desconocida de los exaltados, cuyos propios ruidos cubren a todos los rumores cercanos.

,.Le ser6, pues, fácil presumir la proximidad de los bandidos y evitar su encuentro.

»Hasta en los senderos acogedores y floridos la se­renidad que le anima mantendrá su atención alerta y cualquier aparición que surja de los abigarrados ra~i­Betes carecerá de influencia visible sobre su alma.»

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CUART?. LECCIÓN

Lucidez de las percepciones.

cHace muchos años-nos cuenta Yoritomo-cuando yo era el más ferviente disefpulo de Long-Ho, el famo­so filósofo que fué un admirable pastor de almas, pa­seaba con él lentamente por los senderos mal trazados de los campos cercanoa, escuchando respetuosamente sus palabras, cuya sustancia procuraba asimilarme, porque siempre eran expresión de sus pensamientos, a la vez delicados y profundos, casi siempre nuevos para mL

»De vez en cuando yo me atrevía y le hacía una pregunta, a la cual me contestaba siempre con amabili­düd, contento de ver cómo mi juvenil espíritu se abría al soplo del suyo, como una flor abre sus pétalos bajo la tibia brisa que la acaricia y la vivifica.

»-Maestro-Ie dije un dfa-, últimamente has ha­~Iado de la influencia de la serenidad en la lucidez. ¿Crees que en verdad sea este último estado comple­tamente dependiente del primero?

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LA FUBRZA POR LA SBRl!INIOAD

" Long-Ho no respondió nada, pero apresuró el paso hasta el recodo del sendero, bordeado por algunos se· tos de estramonios. • »Detrás de una cintura de bambús, un .estanque re­flejaba el azul del cielo y el vuelo de los pájaros que lo atravesaban persiguiéndose.

»Sin hablarme, me cogió de la mano y me condujo al borde del estanque.

»Bn la limpidez inmóvil nuestras imágenes se refle­jaban tan perfectamente, que su horizontalidad nos causaba una fuerte impresión.

,,-Tiéndete y mira mejor-me dijo el maestro. »Desapareció la sensación inquieta, y pude observar

minuciosamente mi persona en aquel espejo de verdes matices atenuados por los rayos del sol.

" Pero, casi inmediatamente, Long-Ho me tocó en el hombro y me señaló con su fndice una nube plomiza que vino a ocultar el disco resplandechmte. Al mismo ~iempo un estremecimiento recorrió el cañaveral, que se inclinó sobre la trasparencia del agua.

"BI agua inmóvil comenzó a moverse. Las olas di­minutas imprimían una ondulación a los objetos, que parecfan flagelados por su cólera.

"En un desorden caótico, mi imagen, la del cielo y la de los pájaros que hufan de la cercana tormenta, pa­recfan confundidas.

»-¿Qué ves?-dijo el filósofo-, o mejor dichó, ¿qué distingues? ¿Cuál es ese pájaro que pasa en este ins­tante sobre nuestras cabezas?

»-Sólo lo reconozco en su chillido-respondf-, porque en el trllstorno de las ondas no puede verse claramente ninguna imagen.

LA FUBRZA POll LA SBRBNIDAD 39

»-Bstá bien; levántate. Ya conoces la influencia de la serenidad sobre la lucidez. El azar que el estado del cielo me hizo presuponer ha sido cómplice de mi de­mostración. Primero has visto el fiel reflejo de las co­sas, o mejor dicho, lo que te ha pare~ido su fiel refle­jo; pero te ha asombrado un poco la deformación de la imagen al verla al revés. Entonces, llamando al ra­ciocinio en tu ayuda, has restablecido le verdad. ¿Pero cómo te hubieras arreglado para ello si no hubieses conocido la causa de la irregular apariencia? ¿Cómo hubieras podido deshacer el error originado por el en­gaño de la imagen si no hubieses conocido sus cau­sas? Si otras experiencias no te hubiesen demostrado tu real aspecto, ¿cómo habrfas podido, sin turbarte, acoger la imagen volcada que, sin embargo, erá Ja tuya? Pero invitado por mf a hacerlo, te has inclinado sobre el agua, y el engaño del reflejo te ha sido reve­lado en lo que se refiere a ti; esto te ha llevado a apre­ciar el de la reflexión de los objetos inmóviles, y, al mismo tiempo, a restablecer la realidad de los aspec­tos. Y conociendo ya la ilusión de las ápariencias, te ha sido dado contemplarlas a tu gusto mientras que la calma atmosférica no ha alterado sus J(neas ni trastornado sus formas. Pero pronto dejaron de ser cautivas de la onda, y 1>ajo el furioso aliento del dios de la tempestad se han evadido, confundiéndose en un torbellino que las mezclaba y las deformaba.

,. Y como el huracán desarrollara toda ~u vIolencia, Long-Ho tomó con paso rápido el camino de su casa, invitándome a seguirle.

»Una vez al abrigo del temporal, me interrogó: " -¿Has comprendido la lección?

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40 LA FUERZA POR LA S~RBN'lOAD

»-Asf lo creo, maestro, sabio entre los sabios; sin embargo ...

»-Sin embargo, ¿quisieras ofr los comentarios que me inspira? Bscucha: el estanque, como lo hemos vis­to al acercarnos, es el sfmbolo de la limpidez de espf­ritu, necesaria a la creación de la serenidad, generado· ra de la lucidez. Me has preguntado cuáles eran las mutuas dependencias de esos dos estados. Los hechos han respondido por mf. La serenidad, te has podido convencer de ello, es el único agente de la claridad, sin la cual es imposible ver las cosas bajo su verdadero aspecto; pero un examen superficial no basta siem· pre, y puede, como has visto, producir impresiones desconcertantes. Bl que no sabe inclinarse al borde del espejo de su conciencia con objeto de estudiar las causas deformadoras de los sentimientos que re­vela, jamáS podrá envanecerse de conocer ese estado de perfecta serenidad que permite entrar en contacto con las verdades destinadas a aumentar la riqueza es· piritual de los que saben descubrirlas. Sólo conocerá una reproducción de su alma, falseado por el fenómeno de la refleV\ón o por el de la refracción. Mas si en la serenidad .. len tal de que se rodea estudia las cau as de esa obligada deformación, se dará fácilmente cuenta de la falsedad de la primera observación, y la modificará con una imperiosa voluntad de lealtad en el exan en . No obstante, ese estudio no puede tener lugar más. que en la trlmquilidad de un alma despojada de los arrebatos de la pasión. La cólera, la irritación, las im­pulsividades, producen en nosotros los mismos efectos que el furor de los elementos sobre la limpidez del es· tanque. La claridad de nuestro juicio se enturbia; los

LA FUERZA POR LA SBRENIDAD 41

pensamientos, en lugar de revestir la forma precisa que nos hace distinguirlos y nos permite contemplarlos minuciosamente para identificarlos, sólo se manifiestan a medias, y desaparecen pronto, sumergidos por otros pensamientos no menos informes, y el todo se enreda, choca, vacila, en un inexcrutable laberinto, de cuyo seno sólo pueden salir el desorden y el error.1O

Prosiguiendo la lectura de las páginas, tan vibrantes de actualidad intelectual, que componen los manuscri­tos del Shogun, encoRtramos nuevas consideraciones sobre esta lección de cosas, considerficiones debidas exclusivamente a la iniciativa del propio Yoritomo.

Después de aludir al paseo hasta el estanque simbó' Iico, añade:

«La comparación de mi venerado maestro ser'fa aún más instructiva si quisiéramos extenderla a las profun· didades del agua estancada .

.. No hay extensión Ifquida, por muy limpia que pa· rezca, que no oculte en la oscuridad de sus abismos una espesa cllpa de légamo que, en la clllma de la ato mósfera, tle aglomera sin dejar adivinar su presencia.

.. Pero viene la tempestad; las inmundas moléculas se disgregan y suben en masas cenagosas a la superficie exterior, la cual deja de ser limpia, y ya no refleja más que imágenes oscuras, alteradas, sucias por el lodo móvil ~n que se miran .

.. Al mismo tiempo suben a la superficie innumerables impurezas. objetos indefinibles, horrorosos vestigios de cosas que fueron bellas o espantosos restos de foro mas más espantosas aún. Evocaciones de horrores, de dramas ignorados, o, peor aún, de felicidades perdidas para siempre.

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42 LA FUERZA POR LA SERENIDAD

:oLo mismo ocurre con nuestra alma en el instante de la cólera. Todo lo que tenemos de defectuoso sale a la superficie. A través del limo de las malas pasiones, que ~n tiempo normal procuramos refrenar y que duer. men en lo más íntimo de nuestro ser, todas las fealda­des morales se manifiestan. Aparecen en la superficie, arrastradas por el desorden provocado por la irritación.

:oLa onda de nuestra conciencia deja de ser nUida; por mucho que nos inclinemos para interrogarla no lograremos descifrar nada en el caos de ideas heteró· c1itas y de sentimientos desordenados que vienen a turbar su transparencia. ~En ese momento no somos ya duefios de los pensa·

mientos ~ecretos que crefamos haber encadenado para siempre en el fondo de nuestro eVO» instintivo. Ese "yo .. es el único que subsiste. Él ;ólo reina. Sólo él habla y obra.

»¿Qué lucidez puede esperarse de un alma que eS' presa de semejante tumulto?

¿Qué noción clara puede tenerse de sentimientos im­posibles de definir?

»¿Qué realizaciones pueden esperarse cuando la as­piración interior se dibuja en la oscuridad producida por el desorden de los pensamientos y la confusión de los proyectos?

»¿Cómo reconocer la voz propicia entre los clamo­res de la impaciencia y de la cólera? ¿Cómo distinguir la verdad bajo los oropeles de las pasiones que la re­cubren?»

En este elocuente alegato, Yoritomo emite un comen· tario que no carece de sabor.

Sigue hablando de.la comparaCión, e insinúa la idea

LA FUERZA POR LA SERBNIDAD 43

de desconfianza que no puede dejar de acudir a alterar las propensiones a la lucidez de los que se dejan arras­trar por sus impulsividades.

El profundo psicólogo evoca el estado moral de los que han visto su alma envuelta en las tormentas de la cólera o de las impaciencias, provocadas, ya por un estado afectivo, ya por circunstancias que la razón no sabe domar, o por puerilidades que la nerviosidad no permite desdeñar.

«Como los que en un día de tempestad-dice-han visto la claridad del estanque turbada por el légamo de los bajos fondos, y que después de haber visto con horror las inmundicias flotantes no vuelven a encon­trar la pasada alegría en la contemplación de esa onda cuando de nuevo el sol rompe en ella sus rayos; como los que, sabiendo la cantidad de impurezas que hay en el fondo del agua, no se atreven a satisfacer con ella su sed, lo~ que, bajo el golpe de un trastorno no repri­mido, han podido leer en su propia alma, se sienten

. asustados de las posibilidades perniciosas que en ella hay agazapadas.

La agitación, sea cualquiera su causa, hace subir a la luz de la conciencia todas las taras mal conocidas, las que no queremos confesar y también las que supo­níamos desaparecidas para siempre.

Es, pues, necesaria una gran fuerza de espíritu Ptlra no sentirse angustiado viéndose como no se quisie­ra ser_

»Algunos, asombrados de lo que ellos llaman su calma extraña», se causan a sI propios un terror mor­boso, cuyo resultado es una invencible idea de descon­fianza en sr mismos.

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LA PUBRZA POR LA $BR~NIDAD

,.Otros, más ligeros, se encogen de hombros, di­ciendo: «Decididamente es más fuelle que yo, y jamás ,.podré evitar la reaparición de tales estados _»

,.Lo cual es, para los espíritus débiles, una especie de liberación. De ese modo se liberan del esfuerzo, afec­tando estar convencidos de su inutilidad.»

¿No parece que estos pensamientos, varias veces seculares, han sido emitidos en nuestros días?

Todo esto es muy verdad, y el símbolo del estanque debe ser objeto de meditación para todos los espfritus ligeros que se dejan arrastrar fácilmente a las impulsi­vidades que destruyen la armonía indispensaple a la lu­cidez.

A. través del hervor de sus pasiones no pueden leer en su propio espíritu, porque los caracteres se les pre­sentan a través de la deformación del entusiasmo o del odio_

Lo peor es que sólo se manifiestan, por la fuerza de la expansión, las pasiones indeseables.

¿Qué ocurre entonces? Como el paseante que se espanta del estanque reve­

lador de sombríos misterios, apartan la vista y dejan de contemplar su conciencia.

Sin embargo, saben ... , saben sin ningún género de dudas, que las tendencias nocivas yacen en eIla en es­tado latente.

Saben también que, un día u otro, saldrán a la su­perficie' y que no tendrán valor para evitarlo. Una pa­labra, una emoción, una decepción, todo es pretexto para desencadenar la tempestad que ha de hacerles sa­lir a la luz, Y. lejos de procurar vencer su propia debili­dad, que pone a los demás en conocimiento de los más

LA t'UERZA POR LA SEUBNWAD 45

íntimos secretos de su «yo», se contentan con abrir los r. lZOS en señal de impotencia y murmurar: Es más fuerte que yo. ¿Cómo es posible prever tal concurso de circunstancias?»

Conviene saberlo y afirmarlo con energía: A.quel a quien la serenidad proporciona la lucidez. es decir, el poder de mirar en sí mismo y leer las órdenes de su conciencia, no percibe la verdad solamente en lo que le interesa. La encuentra también en lo que se refiere al estudio de las impresiones ajenas a las suyas. Atraen su atención verdades que escapan al vulgo. Ciertos ob­jetos que están fuera del alcance de los sentidos se de­jan presentir por él. Él se inclina sobre el alma de los demás, como antiguamente el Shogun sobre el estanque Ifmpido y revelador.

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QUINTA LECCIÓN

Las cuatro cualidades fundamentales.

Todos los qu~ han leído las obras sacadas de las doctrinas de Yoritomo, no ignoran cuán aficionado es a crear, alrededor de las ideas que expone, una atmósfe­ra a la que él mismo ha dado el nombre de «ideal mate­rialización".

A pesar del contraste de esas dos palabras, a pesar de la antítesis que parecen encerrar, son, sin embargo, expresión del estado de espíritu que conceden, as! como del que tienen la misión de provocar.

Este estudio consiste en producir, en forma simbóli­ca, la aparición de un razonamiento que, partiendo de un principio objetivo, conduce, casi sin transición visi­ble, a las deducciones objetivas que el que cuenta pre­tende hacer surgir.

Es, al mismo tiempo, una élgradable lección, un abundante manantial de reflexiones inmediatas, que en­gendran otras, las cuales preparan el espíritu para la recepción del razonamiento vencedor.

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4'S LA FUBRZA POR LA SERENIDAD

De este lenguaje lleno de imágenes se sirve el viejo filósofo para describir una de las superioridades que la serenidad confiere a los que saben mantenerla en su

alma. «El alma del hombre sereno·-dice-se parece a un

libro encerrado baja triple llave, que no entrega su se­creto más que a su poseedor.-

eLa lIave-añade-no se encuentra jamás en manos del vulgo, porque el poseedor no la entrega más que al hombre consciente.

-Por otra parte, no es un objeto tangible que puede ser manejado por los más torpes; es una llave ideal, de la que sólo pueden servirse las personas de juicio sagaz: es la facultad de interpretación.

»EI alma del hombre sereno está fuera del alcance de todo intento de fractura y es rebelde a todas las tentativas vulgares o inexpertas.

,.Además, ese libro tan herméticamente cerrado está escrito en una lengua desconocida de los profanos; se abriría en vano ante un esplritu superficial, porque éste no serIa capaz de descifrarlo.

,.La razón de ese misterio está en la dificultad que experimentan los espfritus débiles en proseguir el estudio que podría ponerlos en contacto con el

secreto. , lONa debe olvidarse tampoco que las revelaciones no

son obtenidas más que en un completo recogimiento. ,.EI conocimiento, que es la génesis de la sagacidad,

no es nunca cualidad de los débiles, y no se le posee más que demostrando la voluntad expresa de adquirir­lo y sustituyendo a este acto de volición con resolu· ciones enérgicas y reflexivas."

LA FUERZA POR LA SERENIDAD

Según Yoritomo, la sagacidad es, al mismo tiempo. la razón y el efecto de la conquista de la serenidad.

«L~ sagacidad -dice- es una facultad preciosa que com~lste en una aptitud adquirida por la voluntad y des­arrollada por la energía, cuya acción, como es sabido, es I~ 'prolohgación de una voluntad (1); el principal mérIto de la sagacidad está en saber distinguir lo que es deseable de lo que puede ser desfavorable.

"Cuando la sagacidad ha log:ado su completo des­arrollo, permite también adivinar por indicios el ver­dadero estado de las cosas y la proporción que deben adoptar en la regulación de la conducta futura.

,.Confiere la facuItad de percibir los más sutiles ma­tices de los sentimientos: lo mismo los que agitan el alma del hombre sereno, que aquellos cuya eferves­cencia brilla a trav'és de las actitudes, de las palabras y hasta de las reticencias de los demás."

Conviene responder a los que se asombran de ver al docto nipón reuniendo las palabras agitaeión y sereni­dad refiriéndose a una sola alma, disipando el error demasiado extendido que tiende a asimilar la sereni. dad a la indiferencia:

eN.o; los hombres serenos no son indiferentes. Se apaSIOnan, como los entusiastas, por todo lo que les parece pertenecer al dominio de la belleza de la ver­dad y de la justicia. Tienen los mismos a~dores los mismos deseos de progreso, las mismas admiraci~nes' pero procuran no exteriorizarlos. Saben cuánta fuerz~ perderían exteriorizando sus emociones, y las guardan

(1) La energfa, en 12 l ecciones. (EdIcIones B.pallo!as. )

4

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50 LA FUBRZA POR LA SER~NIDAD

con cuidado evitan.do el contacto con las investigacio­nes triviales' y la intromisión de simpatías vulgares. Saben también que las resoluciones eficaces. no pue­den ser conocidas fuera de la calma más c.U1dado~a­mente organizada, calma constituida por la slstemátl.ca negación de los entusiasmos y por el firme pr.opósIto de mantener la serenidad. El espíritu voluntarIamente tranquilo es el único que puede establecer e~, su «yo» interior el silencio necesario para la perc~pclOn d~ .Ios menores murmullos de la propia conciencIa, permIhe~. do recoger al mismo tiempo los que comp.onen las dI­ferentes sonoridades de los sentimientos a)enos.»

Yoritomo insiste aún sobre la influencia de la ener­gía que mantiene la firmeza de las resoluciones.

«Los iniciados-dice-, o los que son dignos de lle­gar a serlo, forman siempre parte de la falange de los enérgicos. .

»Solamente en el momento en que el alma,. ~on!flca­da por la costumbre de la disciplina, esté famIlIarIzada con el poder de la serenidad, le será dado poseer las cualidades fundamentales, de las cuales, des~ués de.la reserva es la primera el conocimiento, tambIén desIg­nado c~n el nombre de discernimiento, el cual prepara la aparición de la sagacidad. .

»Y esas tres facultades forman la vanguardIa de la cuarta cualidad fundamental: La pe/spicaci~.. .

:oLa perspicacia es una especie de vJ~ta. Interior que burla los peligros de la ilusión y dIstJngue la verdad a través de la mentira con que a veces está cubierta.»

y fiel a su método de enseñanza, Yoritomo nos hace el siguiente relato:

LA FUERZA POR LA SERBNIDAD 51

«En el camino que conduce a los alrededores de Tokro hay un bosque de palmeras, en el cual suelen detenerse los viajeros para gozar de la sombra propi­cia antes de volver a afrontar la aridez de los caminos cubiertos de polvo y quemados por el sol.

»Un hombre que regresaba a su casa después de una ausencia bastante prolongada, se había sentado alIf con objeto de recobrar algunas fuerzas y dar al­gún descanso a sus faligados miembros; al mismo tIempo saboreaba tranquilamente la última ración de arroz que componía las provisiones de su viaje.

"Pero después de haber satisfecho su apetito sintió una tan dulce sensación de bienestar, que se dejó do­minar por el sueño, a pesar de su resolución de no de­tenerse más de lo necesario, porque el bosque tenía fama de ser un lugar peligroso al aproximarse la no­che, a causa de los vagabundos que en él se refugia­ban y buscaban la ocasión de desvalijar a algún que otro mercader retrasado.

»Ya hada algunas horas que el disco solar había desaparecido, y la luna, repentinamente aparecida tras las palmeras, iluminaba el sueño del Viajero, cuando acertó a pasar un hombre; su quimono bordado de oro brillaba por la abertura de su capa; llevaba un pesado morral.

»Después de haber esbozado un movimiento de re­troceso y un ademán defensivo, sonrió y se acercó al que dormía.

lt ra uno de sus vecinos, y no le costó gran eefuerzo adivinar que este último se había rendido a la fatiga_ porque sabra que era bastante pusilánime y no dudaba del terror que sentirfa al despertar y verse aislado, en

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52 LA FUERZA POR LA SERENIDAD

medio de la noche, en un bosque tan justamente te-mido. ,

:oEsta idea le hizo tanta gracia que se decidió a gozar del espectáculo del pavor del dormilón, y olvidó el cuidado de su propia seguridad,

• Se ocultó detrás de las finas columnas de los árbo­les, y se disponía a provocar el despertar del vecino lanzándole ramitas, cuando un ruido insólito le hizo aguzar el oído; pasos ahogados murmuraban débil­mente.

,.Pronto, bajo la luz de plata de la luna, reconoció a un malandrín que se disponfa a desvalijar al imprudente dormilón.

»Su valor y su amist~d le empujaron hacia él, y llegó en el momento en que el brillo de un puñal se hundfa en los vestidos del hombre indefenso.

,.El brazo del malhechor, violentamente sujeto. no pudo acabar el ademán definitivo .

• Un arañazo que sufrió el hombre dormido, le sacó de su sueño. Se levantó asombrado, mientras el mal· h "hor hufa y el vecino compasivo se acercaba al herido.

»Pero éste estaba dominado por el miedo. Su carác­ter pusilánime no le permitía distinguir otra cosa que los impulsos del instinto. Desfallecido, desconcertadó, incapaz de hilvanar sus pensamientos, no vió al hom­bre que hufa; no pensó en la inverosimilitud del ataque de un hombre rico, hasta entonces justo y bueno con él, pobre ser cuyo capital no representaba siquiera lo que el hombre opulento podía gastar en un día; no vió la compasión que brillaba en los ojos de su salvador; no oyó las palabras amQl:ilei que le prodigaba.

LA I"URRZA POR LA SBRI'iNIDAD 53

»Su desorden mental había llegado a su colmo. En él sólo subsistía la bestia, y con un ademán automáti­co hundió su puñal en el corazón del que le había librado de la muerte, manchándose de es~ modo con la sangre de su bienhechor •

:b Ya habia salido el sol cuando nuestro hombre llegó .a la ciudad. Su andar insólito, las manchas purpurinas que llenaban sus ropas, lo señalaron a la atención de los que pasaban. A la misma hora se descubrió el ca­dáver del rico mercader. No faltó más para perder al poltrón.

.Contó la agresión de que había sido vfctima, pero en vano; todo el mundo tomó su relato como una fá· bula; además, el rico mercader habfa sido despojado, durante la noche, del oro que llevaba.

,.Tuvo, pues, el hombre pusilánime que sufrir el su­plicio del palo, y murió sin haber comprendido que su falta de serenidad, prOduciendo en su ánimo un tras­torno exagerado, le habfa cegado mentalmente.»

¡Cuántas personas hay semejantes a aquel atur­didol

¡Cuántas almas frágiles, incapaces de reprimir los impetuosos mandatos del instinto, son v(ctimas de la preponderancia de sus propiOS arrebatos!

Como el japonés prisionero de sus impresiones su­perficiales, se dejan llevar por movimientos casi refle­jos, porque están fuera de todo raciocinio que no esté relacionado con la idea de defensa o con la de conser­vación del individuo.

Si aquel hombre, cuya lamentable historia nos cuen­ta el Shogun, hubiese sido un discípulo de la sereni­dad, es indudable que habría evitado su suerte.

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.~------~~~~~--~~~ .. ~~ ................ ~ ........................ ~ 54 LA FUBRZA. POR LA SBRBNIDAD

«En primer lugar-dice el filósofo-, hubiera hecho un llamamiento a la energía física, que, como sabemos, depende de la energía moral, y como su razón le habría demostrado el peligro de entregarse al sueño en aquel sitio, se hubiera levantado, continuando su camino, para llegar a su casa antes de que la desaparición del astro brillante invitara a los malhechores a aprovechar la pálida luz de una luna cómplice .

• Pero los inquietos y los débiles no preven nada y sufren sin resistencia las imprevisiones agradables que los envuelven y los hunden en el sopor y en la mo· Iicie.

Sin embargo, aun admitiendo la comisión de la pri­mera falta, es indudable que no hubiera sido forzosa­mente víctima del fatal error, porque, áun en lás más crfticas situaciones, los partidarios de la serenidad saben ser dueños de su razón.

.En lugar de lanzarse sobre su salvador, habría comprendido inmediatamente la inverosimilitud de la agresión.

»¿Cómo él, pobre ganapán, podía tentar la avaricia de un hombre que vivía entre riquezas?

»¿Cómo podía merecer su odio súbito, cuando no habían dejado de existir entre ambos buenas relacio­nes, compasivamente benévolas por un lado y reverén­tes por el otro?

»Como relámpagos, estas reflexiones hubieran des­lumbrado al hombre sereno que, sin dejar de ponerse en guardia, a causa de la extrañeza del encuentro, habría escuchado las explicaciones del mercader.

»Imponiendo silencio al tuinuIto de sus pensamien­tos, hubiera visto la huIda del bandido y, dejando caer

LA FUBRZA POR LA SERBNIDAD 55

su puñal, habría tendido a su salvador una mano a~iga y agradecida, sellando así una amistad cuyas mamfe~­taciones no podían más que contribuir a su prosperI­dad y a la de su familia.»

y después de algunas otras consideraciones, Yori-tomo añade:

.«Aquel hombre fué castigado mortalmente por haber desconocido la virtud de las cuatro cualidades funda­mentales:

»La reserva, que haciendo que el que la practicd sea dueño de sus secretos, le permite la lucidez.

»El discernimiento, que rechaza los actos inconside­rados.

»La sagacidad, que da a conocer aquellos que con-viene realizar.

En fin, la perspicacia, que en la serenidad creada, ordenada y mantenida OCURRA LO QUE OCURRA, hace descubrir los indicios más nimios y forma con ellos el haz de la deducción, generadora de todo juicio, que no puede ser tachado de error, porque ha sido formado en la serenidad de un alma apartada de los motivos pasio­nales.»

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SBXTA 'LECCiÓN

Los atentos al silencio.

Se ha dicho con frecuencia-y se ha repetido hasta la saciedad-que la palabra fué dada al hombre para exteriorizar sus pensamientos.

Algunos humoristas han aItérado este axioma, ase­gurando que el hombre no fui dotado del arte exclusiva­mente humano de expresarse con otro objeto que el de disfrazar sus pensamientos, ya adornándolos con los oropeles de la primera, ya revistiéndolos con ad,ornos falsos o convencionales.

Yoritomo cree que la palabra es bienhechora única­mente cuando e5 empleada como una ilustración desti­nada ,a comentar una idea que se quiere vivificar antes d~ someterla a la apreciación del vulgo o cuando hay el propósito de exponer una teorfa; en una palabra: la cree sobre todo eficaz cuando se trata de amalgamar el pensamiento de otro con el propio, r~uni~ndolos en la misma contemplación.

Fuera de estas razones didácticas, el Shogun reco­mienda la mayor sobriedad de palabra, y hace la apo-

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/ 58 LA FUERZA POR LA SaRENIDAD

logra del silencio, teniendo en cuenta, no obstante, las relatividades que no debemos olvidar jamás.

«Hay una frase-dice-que debi~ra ser 1TIscrita con un pincel mojado en oro en el frontispicio de todas las escuelas en que los neófitos aprenden la ciencia de la energra moral:

»Aprende a escuchar tu propio sifencio.» ¿Quiere esto decir que el filósofo condena a sus

alumnos al más absoluto mutismo? Rindiendo culto al dios Silencio, Yoritomo pretende

sólo confirmar lo que los proverbios árabes han insi· nuado tan frecuentemente, comparando al silencio con el más precioso metal.

«Escuchar tu propio silencio-dice-es poner ordo al murmullo de la propia conciencia, porque el silencio interior es un conjunto de rumores sutiles que sólo pueden ser notados por los hombres atentos.

»EI silencio fntimo está formado por un bisbiseo del alma que no puede ser percibido más que en medio de la calma.

»La palabra es, ante todo, el agente de transmisión de los pensamientos.

»Los exterioriza, los comenta, los hace tangibles. .. Les da cuerpo, los reviste de los graciosos adornos

o de la belicosa armadura que les conviene. »Pero puede ser comparada con un sable cuyos dos

filos igualmente cortantes harfan peligroso su manejo lo mismo para su poseedor que para el amenazado.

»1 Cuántos habladores se han perjudicado mortal­mente creyendo que s610 dañaban al adversariol

»Es indispensable una gran dosis de sagacidad en aquellos que tienen la misión de enseñar por medio de

LA FUERZA POR LA SBRENIDAD 59

la palabra, porque, ante todo, ésta debe llevar en sr una sustancia lo suficientemente rica para fructificar en los esprritus; si no, se convierte en un ruido vano, in· útil muchas veces, inoportuno con frecuencia, cuya menor falta es la de contener principios peligrosos.»

DespUés de haber censurado a las personas excesi· vamente discutidoras que manifiestan una tendencia a adornar sus discursos y amplificarlos, a los que se entusiasman al son de su propia voz y a los que con el ardiente deseo de representar un papel franquean fácilmente los Ifmites de la verdad, Yoritomo nos con· duce al campo y nos detiene en un lugar desierto, al borde de un impetuoso torrente.

«A.l pie de un monte designado con el nombre de Montaña Verde-dijo-hierve un torrente que, en su impetuosa marcha, aparta piedras y huye, chocando contra las rafees de los árboles que antaño fueron frondosos y que hoy, bajo la incesante agresión del agua en efervescencia, no son más que lamentables esqueletos.

...A. su paso todo es devastado; las piedras, sobre las cuales rueda, están desnudas y no conservan ningún vestigio de vegetación acuática. Sn cuanto al rugido de sus aguas brutales, después de haber causado una especie de curiosidad se convierte en una fatiga cada vez más grande.

»Ni un solo ser viviente en los tJlrededores. No se ve ningún rebaño pastando. Ningún pájaro canta all( su himno a la Naturaleza.

»Se experimenta en su contemplación una sensación de fuerza inútilmente desarrollada, porque hay rocas inacc~sibles que impiden aproximarse al torrente, el

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60 LA FUBRZA POR LA SBRBNIDAD

cual ni siquiera puede ofrecer al sediento Viajero el consuelo de un vaso de agua cogido en el hueco de la mano.

-Sin embargo, el que baje hacia el Sur no tardará en encontrar un modestfsimo curso <le agua que corre si­lenciosamente entre dos setos de flores silvestres que surgen orgullosas de entre el follaje.

»Los musgos que tapizan sus bordes invitan al des­canso, y los rápidos ibis pasan bajo la dorada luz del sol como relámpagos de zafiros, acechando el boHn esperado por sus hijuelos, escondidos entre los es­pinos.

lOMás lejos aún, el viajero se encuentra en medio d~ arrozales aprisionados en las redes brillantes de un agua clara que los envuelve como tentáculos de plata.

»AlIf, en el recogimiento de la laboriosa Naturaleza, se elabora la soberbia obra de la vida.

lDEl torrente estúpido e inútil se ha convertido, gra_ cias a la iniciativa humana, primel'o, en un arroyuelo de floridas orillas que ofrece al nómada la bienhechora libación al mismo tiempo que el reposo sobre sus frescos musgos; después, su fuerza ciega e inútil fué canalizada. para bien de los hombres cuya existencia sostiene, fertilizando los campos de que aquéllos sa­can su alimento.

lDGracias a la voluntad humana, el rugidor torrente, emblema de la esterilidad, se ha convertido en el si· lencioso instrumento de la prosperidad de los campos cercanos._

y afiade el Shogun: lOLo mismo ocurre con muchos discutidores, cuyas

LA FUBRZA. POR LA SERBNIDAD 61

palabras, vacías de sentido, pueden ser comparadas con el impetuoso empuje d~ las aguas, que, mientras no es­tán canalizadas, se precipitan en desordenados saltos y en inútiles tugidos.

lOEl torrente ruidoso e inútil hace pensar en esos seres que, creyendo cumplir una misión, hablan fuerte y producen gritos sin finalidad alguna.

lO Viven en una agitación tal, que les es difícil no exte­riorizarla por medio de palabras cuyo esplritu no es siempre claro aun para ellos mismos, porque, la mayo­ría de las veces, sus frases preceden a su pensamiento, que, también con mucha frecuencia, suele estar ausen­te de sus conversaciones .•

Yoritomo continúa hablando extensamente de la fuer­za que anima a los que él llama los atenlos al silencio, comparándola con reposado arroyuelo, del que prime­ro surge la vida amable y despuéS el principio fecundo, que es II la existencia mental 10 que el arroz a la cor-

poral. . . Pero ese estado bienhechor no se produce Sin la in-

tervención de una voluntad muy precisa que, no I'!ólo determina su aparición, sino que es indispensable paf1a su firme perduración.

No hablar más que lo preciso y tener cautivas las palabras que Quisieran escapar fuera de la prisión de los labios es, seguramente, un maravilloso esfuerzo, digno de la conquista que prepara. Pero ¡cuánta energ~a se necesita para domar las manifestaciones intempesti­vas y lograr ser el carcelero de sus propios pensa­mientosl

«Uno de mis discfpulos-dice ~l Shogun-lIamado Lao, joven lleno de un ardiente deseo de perfeccionar-

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62 LA FU~RZA POR LA SERENIDAD

se, aunque sin haber pasado todavía del perfodo de los fmpetus juveniles, vino un día a visitarme y me dijo:

»-Maestro, he obtenido un gran provecho de SU$

lecciones; he comprendido el poder qu:! el hombre se­reno puede tener sobre sus contemporáneos, y estoy orgulloso de haber obtenido el pleno dominio de mí mismo. Y vengo a ro~aros que tengáis la bondad de comprobar la realidad de mi triunfo .

. »-Hijo mío- respondf-, conviene ponerse en guar­dia contra la presunción. Hace poco tiempo que tu es­píritu juvenil ha sido abierto a las bellezas de la inicia­ción. No olvides que se trata de una facultad formida­ble,. cuya definitiva posesión hace que nos elevemos por encIma d~ las contingencias habituales, lo mismo de las más conSiderables que de las más pequeñas.

»-:-Lo sé-respondió el neófito-, y estoy disPJ.1esto a sufrir. todas las pruebas que os parezca bien practicar conmigo.

»Bn aquel momento entró Tchu-Li, otro de mis dlscf­pulos, que se asombró de la seguridad con que hablaba el primero.

»-¿Estás seguro-dije a éste-de no cometer una falta contra la serenidad? ¿Te crees lo suficientemen te fuerte para soportar sin estremecerte las más violentas emociones?

»-Estoy seguro. Aunque la bóveda celeste se de­rrumba.se sobre mi cabeza J no sentiría ninguna emoción.

»-Blen. Acomódate en ese tapiz, ~uarda silencio y espera una prueba formidable.

»L1amé a Tchu-Li y le dije en voz baja algunas pala­bras que le llenaron de estupor. Después dije en alta voz:

LA FUBRZA POR LA SBRBSIDAD 63

:o-Siéntate alIado de tu condiscfpulo y aprovecharás también la lección .

»EI joven Lao, que pertenecfa a una poderosa fami­lia, llevaba un suntuoso quimono de largas mangas, cu­yas extremidades, ricamente bordadas, se extendran so­bre el tapiz en que el joven se habfa acomodado.

:oTchu-Li, obedeciendo a mis órdenes, se dirigió viva­mente hacia él, como para sentarse a su lado. y pisó con su polvorienta sandalia una de las mangas, sobre la que se dejó caer . Pero Lao no le dejó terminar su movi­miento, y, rechazándolo violentamente, tiró de su man­ga, exclamando: ,,¡Torpel". mientras una ráfaga de ira enrojeda su mejilla.

»-No prosigamos-dije-; la prueba está hecha. Has ofendido dos veces a la serenidad. Has salido del mutis­mo que debías !Jaber guardado a toda costa, y te has dejado vencer por la hnpaciencia y la cól~ra. He ahf dos faltas capitales para un discípulo de la serenidad. Pero hay una tercera, que no has sabido evitar: te has dejado sorprender. Estoy seguro de que la entrada de un verdugo amenazándote con su sable te habrra halla­do impasible y desdeñoso. El anuncio de una terrible noticia, el desencadenamiento de un cataclismo, no habrían hecho mella en la coraza de frialdad de qlle es­tás vestido. Cuando te anuncié una formidable prueba, seguramente pensaste en esos espantajos de que se sirven ciertas sectas para probar el valor de sus inicia­dos, los cuales los consideran con gran serenidad, por­que conocen su carácter inofensivo. Pero no espera­bas la ridícula y mezquina vejación de que has sido ob­jeto, vejación que te fué infligida por orden mra, y por la que no debes guardar ningún rencor a Tchu-Li. Ade-

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64 LA fUBRZA POR LA SBRBNIDAD

más has dado prueba de ser presuntuoso al suponer que te era posible permanecer impasible, cuando la más ínfima contrariedad te ha hecho enojarte."

Leyendo esta anécdota es diffcil no admirar al mismo tiempo la filosofía sonriente del viejo nipón y sus agu­das cualidades de observacióo.

No' la virtud de la serenidad no consiste únicamente en la' impawibilidad con que se soporta un trastorno grave o un profundo dolor. .

Los trastornos o los acontecimientos trágiCOS no son más que excepciones en la vida, aun en la de los que son perseguidos por el infortunio. . .

¡\demás, esas perturbaciones no se produ~en Sin di­versOS s(nfomas previos que ponen a los vamdosos en , la posibilidad de prepararse una actítud teatralmente serena.

Algunos de éstos han manifestado su estoicismo ante las más grandes crisis vitales, y, sin embargo, no pue­den soportar sin impaciencia Llna torpeza de que 59n v(ctitnas.

Yoritomo da, pues, pruebas de un conocimiento pro­fundo de las flaquezas humanas cuando somet~ a su discípulo, no a la terrible prueba que éste eliper~ba y contra. la cual se había armado cuidadosamente, SinO a la pequeña molestia inesperada, contra la cual no ha po­dido concebir ningún medio de defensa, ya que nada se lo hacía presumir.

y el maestro comenta esta lección, haciendo todas las observaciones que cree pertinentes:

«Si Lao-dice-hubiera poseído realmente la facultad de que se creía dotado, si hubiese sido un verdader? alenlo al silencio, habría oído el murmullo del conocl-

LA PUBRZA POR LA SBIUlNIDAD 65

miento, que le advertía de su debilidad; hubiera com­prendido la escasa consistencia de sus resoluciones y hubiese ampliado el campo de las suposiciones.

lOBn lUllar de tomar al pie de la letra la promesa de una terrible prueba, hubiese pensado, sencillamente, en uh experimento, sin presuponer en qué iba a con­sistir.

,.Se hubiera preparado, no a vencer su espanto, no a oponerse a las más perentorias amenazas, sino G conservar su serenidad a toda costa.

,.Si le hubiese sido posible reprimir su primer movi­miento, hubiera comprendido inmediatamente el carácter de la prueba, quizá un poco ridícula, pero por eso mis­mo inesperada.

,.AhorG bien: un ferviente discípulo de la serenidad no debe ser sorprendido jamás; por lo menos, le está prohibido mostrar ostensiblemente su turbación.

.Un hombre atento al silencio hubiese reprimido toda manifestación exterior. Cuando más hublérase permiti­do un gestQ moderado pára retirar su vestido.

~Pero en ningún caso habría manifestado impacien­cia, y se hubiera 2'uardado muy bien de subrayar su nerviosidad con una palabra incorrecta."

Un poco más adelante nos habla Yoritomo de la ne­cesidad de un entrenamiento severo, que puede contri­buir a combatir las impulsividades.

Según él, no hay ninguna situación social tan absor­bente que no deje a un hombre algunos minutos diarios para reunir sus pensamientos.

«Digan lo que quieran los seres de débil voluntad, es -asegura Yoriton1o-posible a toda persona reservar un espacio de tiempo, cuya duración esté en proporción

5

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66 LA I"Ur!RZA POR LA SBRBNIDAD

con las exigencias de sus deberes profesionales y so­ciales, para escuchar en un :!Silencio creado, querido y seriamente mantenido los consejos del sentimiento, que sólo los prodiga en el más absoluto recogimiento.

,,¿Cuándo-exc1ama-, cuándo \legarán los tiempos en que cada ser dolado de un alma esté penetrado de los beneficios del conocimiento que han de hacer de la re­unión de esas unidades pensantes el haz que constituya una humanidad robusta y aHiva?"

J

SEPTIMA LECCION

Lo imprevisto de la serenidad.

Entre las numerosas superioridades que la adquisi­ción de la serenidad proporciona, hay una mal conoci­da hasta que se experimenta su poder.

Es la que Yoritomo describe con el nombre de im­previsto.

Lo imprevisto de la serenidad constituye en sus obras el objeto de un estudio especial, que vamos a intentar resumir aquí.

cEn las batallas de la vida-dice-el hombre sere­no tiene sobre su interloculor-que suele ser su adver­sario, cuando no su enemigo-una doble ventaja, cuyos efectos le son sIempre beneficiosos, en tanto que de:!S­conciertan a la parte adversa.

"Primero deja que el q'ue le hace frente se extravíe en bu:!Sca de las intenciones que él ha procurado no des­cubrir, porque el dominio de sí mismo le permite no dejnr adivinar sus tendencias y, por lo tanto, no da pretexto a ninguna previ~ión por parte del contrario.

"Cuando la fisonomfa no acusa nada de los senti­mientos fntimo:!S es imposible prever las probabilidades

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68 LA FUERZA POR LA SER.NIDAD

de ataque o definir !Obre qué punto podrá eventual­mente ejercer su presión.

lOY en los casos más frecuentes, la serenidad imper­turbable del adversario excluye en el espfritu de su in­terlocutor la idea de una necesidad de defenderse, de­jándole convencido de una indiferencia o de una debili­dad que no le dictan ningún ademán defensivo.

lOlmbufdo en este error, se adelanta confiadamente, convencido de que no ha de encontrar obstáculos.

,.Algunas veces, esa pretendida indiferencia le espo· lea y anima, y toma la resolución de hacerla desapa­recer.

»Desarrolla todos los recursos de sus riquezas ver· bales, redobla su innuencia, se hace prolijo y, en el im­petuoso flujo de s~ verborrea, deja pasar palabras que el que escucha en silencio anota cuidadosamente.

,.A medida que sU interlocutor se anima, él ):)arece justificarse.

»Refugiado en la fortaleza de su vida interior, que la serenidad hace inexpugnable, asiste con alma conscien· te a la exaltación del parlanchfn, que no tarda en atur· dirse con su propia fraseologfa. Este se descubre bien pronto y deja sorprender sus deseos y su verdadera finalidad.

lOY entonc~s es faciJ[simo, para el hombre sereno, lanzarle al camino en que desea verle andar."

En tal momento se produce el fenómeno habitual: la sustitución de voluntad se patentiza, realizando así la doble partida de las ventajas de que habla Yoritomo al comenzar su demostración.

Al llegar a este punto, el hombre sereno toma poco a poco POsesión del espíritu del entusiasta, que, en la

LA I"UaRZA POR LA ~BII!NIDAD 69

esperanza de obtener un signo de aprobación o de ofr una objeción contra la cual filme preparado un argu­mento que él cree decisivo, acaba por olvidar toda pru­dencia.

Deseoso de arrancar un signo de adhesión o de ceno sura, acaba, después de haber cantado los méritos de su idea, por formular objeciones, que pretende retor­cer, instruyendo asf a su adversario sobre puntos que sin esa tendenciosa verbosidad, habrían permanecid~ oscuros para él, a menos que no permaneciesen com­pletamente desapercibidos.

Pronto se agota la verbosidad. Bl hablador, dema5iado expansivQ no sólamente ha

dicho todo lo que tenía que decir, 8in'o que, además, ha dejado escapar argumentos que reservaba como victo­riosas réplicas.

Ha puesto de manifiesto todos sus planes. Ha dado la exacta medida de sus fuerzas J y J casi siempre, sin darse cuenta de ello, ha exteriorizado el plan de sus habilidades.

Ya no tiene nada que ocultar. Ha enumerado tod~s su. fuerzé.'ls y hecho conocer hasta sus argumentos de­cisivos, sin abrir una sola brecha en el muro granítico tras el cual se refugi~ el alma de aquel a quien preten­de vencer.

Mientras tanto, éete, que bajo Iina apariencia poco interesada ha acechado y observado en el rostro del charlatán la aparición de todas las ambiciones de to­das las dudas y de todas las eaperanzas reaÚza sin , , que el otro pueda sospecharlo, sus más serenos movi­

ientos anfmicos. Sabe cuál es su fin, cuále~ son sus medios de acción

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70 LA PUBRZA POR LA SBRENIDAD

y hasta qué punto será posible llevarle por el camino de las conce iones.

y entonces aparece lo imprevisto de la serenidad. Cuando ya no tiene que aprender nada de su interlo­

cutor, el hombre imperturbable sale de su mutismo y, con una sola palabra, derrulflba el andamiaje tan traba· josamente construído.

A no ser que, obrando como si no hubiese oído más que una parte de su discurso, se deleite no recordando más que ésta, considerando a las demás como si no hubiesen sido expuestas.

Se trata siempre de un punto débil que, en el fuello de un entusiasmo que él creía persuasivo, el entusiasta ha descubierto imprudentemente.

y aquí está una de las fuerzas de la serenidad. Si el hombre demasiado hablador se hubiese dirigido

a otro tan expansivo como él, le habría sido posible batirse en retirada, porque la movilidad de la fisonomía de su interlocutor le hubiera demostrado su falta de circunspección.

Pero la impasibilidad con que acoge su discurso no le permite cometer la falta, y aunque se diera cuenta de ella no concebiría alarma alguna, porque la frialdad del oyente le hará pensar que su torpeza no ha sido nota· da, y se halla desamparado cuando se ve bruscamente puesto frente al punto que, en su opinión, no constituía más que un incidente, tanto más discutible cuanto que apenas se recordaba de haberlo mencionado.

«Lo imprevisto de la serenidad-dice el viejo nipón­se manifiesta con frecuencia también en la enunciación de una pregunta que parece ajena al asunto y que, sin embargo, va unida a él por lazos tenues, pero sólidos,

LA l"UBRZA POR LA Sr!RBNIDAD 71

por razón de las deducciones a que da lugar, como puede verse en el verídico relato siguiente:

«En una lejana provincia, situada no lejos de la gran lO isla de Kion-Sion, estaba vacante el puesto de san· lO joun (1) cerca del gobernador, a consecuencia de la » muerte repentina de su titular.

» Este era el tercero que, en una veintena de lunas, ,. había sido llamado inopinadamente al reino de laa l'l sombras.

,. Se decía en voz baja que la muerte de los tres era lO debida a una misma enfermedad, enfermedad que no » hace sufrir mucho tiempo, porque ataca a las perso­l> nas de perfecta salud y las mata en forma de una oro l> den del gobernador, que lleva, con el envío de un sao lO ble el mandato terminante de ver al obsequiado ser-, » virse de él del modo más expeditivo para despedirse lO de sus contemporáneos.

l> Y la palabra «Hara-Kiri» (2), evocadora del más » sombrío de los dramas solitarios, volaba de boca en l> boca.

l> Esta trágica eventualidad no desalentaba a los jó· » venes ambiciosos, y eran numeroiísimos los concur· » santes a un cargo que 8uponfa, al mismo tiempo, tan ,. grandes honores y tan serio peligro.

"Se sabía - prosigue el Shogun - que mi viejo ,. maestro Long,Ho había educado al feroz gobernador lO en la adolescencia de éste, y nadie ignoraba que ha­lO bía conservado una notable influencia sobre aquel es· » pfritu tiránico y cruel.

(1) ~onseJero da Bstado. (3) Suicidio abrhfndose el \'Ientre.

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72 LA f'UBRZA POR LA SERENIDAI'

»Y era vivamwnte solicitado por los aspirantes a ,. aquel cargo, as! como por eUM padres y amigos.

» Long- Ho les escuchaba en silencio; no de.animaba » a nadie, pero no ~ronunciaba ninguna palabra .obre ,. la que fuwse pOsible fundar esperanzas de re(omen­» dación, porque no podCa comprorneterse a lanzar a los » jóvenes para que fuesen víctimas del feroz capricho ~ del prCncipe.

»Uno de sus amigos ee mostró tun interesado' el - . ' ,. Joven a qUIen recomendaba eetaba adornado de tan

,. evidentws cualidades; su ciencia, su sabiduría establln ,. tan demostradas, que el viejo maestro ealió de su ,. mutismo.

»ftlngiendo no dar importancia a la exposición de los »innumerables méritos que parecían apogar en favor .. del candidato, preguntó con gravedad:

»-¿Tiene buen estómago? ,.A esta inesperada prl:!gunta, el solicitante contestó

,. con otra interrogación: »-Maestro-dijo-, perdonadme que no oculte mi

,. extrañeza; pero, ¿qué relación puede haber entre 108 » méritos de mi protegido y el estado más o men08 sa­,. tisfl1ctorio de ese órgano?

IoLong-Ho repitió impasible: ,.-¿ Tiene buen estómdgo'? ,.-Pero ... - balbuceó el da'imo (1) completamente

,. asombrado. I

,.-Si no lo sab4is, informaos de ello y no le dejéis ,. aepirar al cargo m6. que en caiO afirmativo.

»Solamente mucho tiimpo deipués hlvo el da'imo la

(1) Seler.

LA I"U~RZA POR LA, SBRENIDAD 73

,. explicación-que le dio el joven sanjoun-de lo que' ,. ambos h!ibíftn tomado por una humorada, bastante ,. incomprensible en un sabio como Lonll,Ho.

»BI gobernador, muy exigente, poco compaSivo, te­,. nía, adem6s, una actividad devoradora. No ponÍit ,. ningún cuidado en la regularidad de sus ~omidas, que » él consideraba como una pérdida de tiempo, y exillfft »Ia misma costUmbre por parte.de sus consejeros Cn­» timos.

,.Pero pocóa órganismQs podfan acomodarle a tal ,. desprecio de la comida, y Jos jóvenes, acuciados ,. por el hambre o que, peor aún, tenflm que ponerse a ,. trabajar inmldiatamente dQspué6 de copiosas comi­» das, excitaban frecuentemente su cólera no ocultando· ,. 1ft repeJ:cuelón de las molestias que tal régimen le

» causab~.

,.A vecis, su atención era desviada por los imperio­,. sos llamamientos del estómago, o bien su actividad ,. quedaba atenuada por la torpeza mental debida a la ,. rápida ingurgitación de una comidll exce:slvamente' ,. acelerada.

,.La paciencia del gobernador era nula; su indulgen­,. cía no era conocidll por nadie, y 8U8 cóleras solfan ,. ser el pl'ólo~o de un odio que acababll en u"a orden, ,. suprimiendo a la vez la causa de la irritación y la ,. persona del que la habfll provocado.

,.La imprevista causa del silencio y de 1 reserV'6 de­,. Long-Ho no era, pues, una originalidad y menos una ,. humorada.

,.Era la consecuencia lÓll'ica de las reftexiones im­,. pu~stas por las circunstancias."

Yoritomo nos demuestra después que lo imprevisto-

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74 LA FUERZA POR LA SBR8N/DAD

de las pre2'untas hechas por el hombre sereno parece indicar preocupaciones ajenas al asunto de que se le habla, siendo así que se refieren a él muy especial­mente y que prueban una minuciosa atención a los mo­tivos expuestos.

Bsta es la conclusión del razonamiento, cuyo conca-1enamiento conduce a una deducción que depende de la afirmación o de [a negación que se pide.

Pero la ciencia de la serenidad supone otros impre­vistos no menos desconcertantes.

Bntre ellos debemos distinguir la voluntad de la ac­tividad.

Para los razonadores superficiales esa voluntad ex­presa podrla tomar e[ nombre de debilidad.

Otros pretenden considerarla como una incohe­rencia.

AI2'unos [a declaran paradójica. Bstos últimos son quizás [os que más se acercan a

la verdad, aunque no la posean completamente. No, la impresión a que nos referimos aquí no es una

debilidad ni un abandono momentáneo del sistema hosta entonces rigurosamente mantenido.

Bs una actitud intencionada, elegida y adoptada a consecuencia del razonamiento que [e ha impuesto.

Bntre esas manifestaciones hay una !!Iobre la que Yoritomo discurre más extensamente y que é[ denomi­na; La falsa iJritaci6n.

«Suele ocurrir-di ce-que no pueda evitarse mani· festar lo irritación causada por la conducta de una per­sona ante la cual la frialdad parecería una induliencia intempestiva.

,.Ciertos caracteres-no son seguramente los de los

LA FUERZA POR LA SERBNIDAD 75

ele2'idos - solamente se impresionan exteriormente. Los reproches en tono comedido no les producen efec­to alguno; las miradas de reprobación no les inquie· tan, y su ligereza les incita a volver o cometer las mis­mas faltas de antes porque no traen para ellos ninguna consecuencia desagradoble; las sutilezas de concien­cia no les preocupan, y todo lo que no sea manifesta­ción externa de una censura no les molesto Siquiera; la frialdad acentuada no les conmueve; las crfticas pro­feridas con voz serena son mal escuchadas y rápida­mente olvidadas por ellos.

»5ólo les produce efecto una cosa; las molestias que puedan sobrevenirles.

»Con éstos, el hombre sereno suele enconlrarse en la obligación de testimonior ostensiblemente una irri­tación que no siente más que en forma de descoll­tento.

»La extrañeza que experimentan les hace abandonar su habitual despreocupación.

,.La coraza de indiferencia, de abulia, de egoísmo con que se cubren, cae ante esa inesperada manifes­tación y se ven obligados a oír cuando no a apro­vechar.»

Pero aquí el Sho2'un nos pone en guardia contra un fenómeno muy conocido, a cuya acción sólo pueden sustraerse las almas fuertes.

"Sabido es-dice-que los gestos que subrayan un estado tienen el poder de crearlo en el alma del que los reoliza.

"Los que han resuelto recurrir a la demostración os­tensiblE¡ de su descontento, deben ser muy fuertes para escopar al influjo del sentimiento que manifiestan.

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76 LA PUBRZA POR LA SI!RBNlOAD

lOEsa irritación destinada a impresionar a los capíri­tus rebeld~s debe ser completamente superficial; es la expresión de un estado de ánimo legftimo, pero no la del que se siel1te.

lOAdemás, esa irritación no debe prolongarse jamás. Está destinada a hacer ImpreE¡ión en un espíritu inerte y debe cparecer automáticamente en el momento que se juzga propicio y cesar en cuanto se ha producido el efecto deseado. lO

y afiade Y oritomo: cEsta forma imprevista de la serenidad es, en mu­

chos casos, un saludable ejercicio, tanto para aquel a quien va dirigida como para el imperturbabl~ des~oso de arraigar su poder sobr~ sr mismo .•

OCTAVA LECCIÓN

Las esclavas y el sefior.

¡Las esclavas! Así denomina Yoritomo a las pala­bras que el Señol de /a Serenidad liberta o mantiene cautivas, según cree conveniente.

Esas esclavas, no sólo tienen que estar sometidas a las órdenes del dueño, sino también preparadas para prevenir sus menores deseos, disimulando su presen­cia o manifestándose bajo el aspecto que le es grato.

No les es concedida ninguna licencia. No les es tolerado ningún caprich'o. La disciplina que impone la setenidad es rigurosa, es

verdad, pero también suave. IY qué serenidad reina en las almas que la poseen!

«Las palabras-dice el viejo filósofo-son podero­sos auxiliares, a condición de no poner trivialidad en su concurso, porque éste sólo es eficaz cuando las p~­labras no se salen del papel de servidores dóciles que les está asignado .

• Toda iniciativa efectuada fuera de la voluntad expre­sa que las dirige puede ser inoportuna, y hasta nociva, a aquel a quien se desea servir .•

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78 LA. FUERZA POR LA. SBR~NIDA.f)

«Las palabras-dice un poco más adelante-suelen ser también dulces allligos, adormecedores de penas y preciosos anunciadores de esperanzas; pero las ilu­siones que siembran pueden ser muy peligrosas si el razonamiento, hijo de la serenidad, no acude a oponer su dique al desarrollo de una imaginación so­brexcitada por la fantasmagoría de las frases promete­doras.

:oSin la disciplina rigurosa, que sólo las emplea cons­cientemente, las palabras que parecen más eficaces pueden ser comparadas con esos amigos torpes que . ~

mtentando contribuir a la felicidad de aquel a quien pretenden proteger, labran su ruina de un modo incons­ciente.:o

A propósito de esto, nos cuenta el Shogun una anéc. dota que podrCa figurar en todos los relatos contempo­ráneos sin ser tachada de anacronismo. Tan verdad es que las razones psicológicas, basadas en el conoci­miento del alma humana, son eternas, ya que tienen sus raíces en las pasiones que en todos los tiempos han agitado y trastornado la vida de los seres pen­~antes.

«Un da"imo, feCsimo y envidioso de todas las ventajas­que le eran negadas, vivCa-dice-en una atmósfera de odio, constituCda por el que inspiraba a todos y por el que él sentía confra todo lo que le era superior, es de-­cir, todo lo que era amable y bello.

:oEste da"imo tenCa un administrador de agradable figura y de simpático carácte!".

:oAdemás estaba dotado de una clara inteligencia y conoda todos los signos de la escritura, que su señor­distinguía con gran trabajo.

LA. /"UERZA. POR LA. SEUENIDA.D 79

:oUn dCa este joven encontró en casa de uno de sus parientes a una joven que le pareció tan perfecta en todos sus aspectos, que su corazón voló hacia ella.

:oLa joven habla sentido también al verle una impre­sión agradable, y su cara, ligeramente pálida, se había enrojecido como si hubiese recibido el resplandor del sol poniente.

:o Volvieron a verse. Los ademanes, suaves y armo­niosos, de la joven, y sus sólidas virtudes, conocidas de todos los que desde su infancia habían sabido apre­ciarlas, hiciéronle desear unir su vida a la de ella, la cual accedió en un arranque de púdica alegría.

»Sin embargo, un obstáculo se levantaba entre am­bos: la joven no llevaba al matrimonio más que su gra­cia y sus méritos, y el puesto del intendente era dema­siado mal retribuCdo para poder pensar en fundar una familia sin pecar de imprudentes.

:oPero el intendente general acababa de morir y su plaza estaba vacante. Si el joven lograba obtenerla, su situación sería menos precaria y podría poner en eje­cución su amado proyecto.

,.Abrió, pues, su corazón a un hombre justo que le querCa y que tenía frecuentes ocasiones de hablar eon el da"imo.

:oEra uno de esos hombres excelentes, de los que puede decirse que el pensamiento se presenta en ellos en la forma geométrica de una parábola, es decir, que entre el punto de partida, que ~s la idea, y el punto de realización, que es el fin, no existe ningún contacto ex­traño.

:o La parábola suele desviarse, porque es como una flecha 'Ienzada por un arquero aturdido que pone en

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80 LA PUBRZA POR LA. SBRBNIDAD

tensión su arco sin tener en cuenta los choques subi­'táneos que pueden venir a romper la trayectoria del proyectil.

»La Unea queda limitada en ese caso a una proble. mática \Ie~ada, frecuentemente contrariada por el ~n· Icuentro de un obstáculo ínsospechado, cuya e~istencia .pudo ser prevista de no haber intervenido un tan vivo ~ntueiasmo.

»Los espíritus dem8siado impulsivos no ven las co-sas más que bajo ese aspecto parabólico. Casi simul­táneamente la idea y la realización son percibidal por ~lIos, y, desdeñando las causas intermedias, que cons­tituyen el obstáculo la mayor(a de las veces, lanzan in­-consideradamente las flechas de sus palabras, que con frecueneia chocan y caen lamentablemente.

»Aquel h9mbre, justo y bueno, pero esclavo de su 'primer impulso, quedó profundamente conmovido ante las confidencias del joven y resolvió ayudarle emplean­do su influencia para procurar que sobre él recayera el nombramiento de intendente general.

»Visitó al darmo, y. satisfecho de su misión. comenzó, .entrando en el asunto sin preámbulo alguno.

»Habló primero de los méritos del joven, de su ju­ventud, de su simpatía física; contó el idilio amOrOSO ~ntre él y un~ joven digna por todos conceptos del du­radero amor que habfa inspirado; insistió sobre la be­lleza de la novia; se deleitó describiendQ su afecto mu­tuo y acabó por el cuadro , d~ honor que el da'imo podfa completar haciendo justicia al joven, confiándole el cargo de intendente general, que sus conocimientos le .daban derecho a pretender.

" De ese modo podrfa entrar en una casa visitada por

LA PUBRZA POR LA SERENIDAD 81

la abundancia y por la felicidad en sus formas más ri­sueñas. »~omo todos los impulsivos, se embriagaba con sus

propias palabras y, enteramente subyugado por e! en­canto del cuadro que estaba evocando, no se detenía en escrutar los sentimientos expresados por el rostro de su interlocutor .

,.Si I~ hubiere hecho, habría quedado aterrado ante las pasIOnes que en él se reflejaban.

»Aq~el ~ombre, a quien la fealdad física y moral ha­da antipático a todos, no había conocido jamás las dul­zuras de una ternura correspondida.

»Su rostro inspiraba repulSión; su maldad mantenfa el espanto a su alrededor; sus inmensaa riquezas ha­bían sido impotentes para pror.urarle la ilusión de un fe~vor recíproco, y rabiaba al verse excluído de las ale': grlas que Qtros podían saborear.

"y el hombre que le pedfa un favor, aquel hombre seguramente llevado por las mejores intenciones pero q.ue ~arecfa de la serenidad a que da lugar la per~pjca­CI~, Iba pesada y torpemente a abrir las heridas san­grientas de su orgullo despreciado, iba a renovar el dolor de las úlceras de la envidia que le devoraba, pin­tand~ ~nte él el cuadro de una felicidad que le estaba prohibId/a para siempre.

;> y escuchánQo)e, todas las malas pasiones que como larvas, qormitaban en las profundidades del alm~ del da"imo se despertaron, torturándole con sus per, fidas insinuaciones.

»¡De modo que un subalterno podía gozar plenamente a~uel!a felicidad que a él, poderosísimo señor, le había Sido negada, e iban a pedirle a él que la organizara!. ••

6

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LA FUBRZA POR LA SERBNIDAD

»Aquella f~licidad sólo dependía de él; aquella felici­dad que parecía insultar a su miseria moral se realizá­ría o se derrumbaría según su capricho.

,Podía en aquel momento dar nacimiento a sonrisas no destinadas a él; pero también él solo era dueño de cambiar en un profundo dolor aquella alegría que con­sideraba como un reto.

:oNo. Ya que la felicidad que nace de la estrecha co­munión de los corazones no podía existir para él, no se someterfa al martirio de ser su creador y espectador.

lO Y puesto que de él dependía matarla en germen, no vacilarfa en satisfacer su envidioso odio.

»EI protector del joven intendente había acabado de decir cuanto le pareció necesario para apoyar su peti­ción y se disponía a insistir cuando el da"imo se levantó:

»-Estoy desolado de esa coincidencia-anunció fría­mente mientras brillaba en sus malvados ojos un res-

J • •

plandor de maldad-; siento una pena extraordmarla en no poder servirle; perQ ya hace algún tiempo que teng"o resuelto deshacerme de ese joven que no me parece estar a la altura de una profesión que exige más expe­riencia que erudición. Usted me facilita un proyecto at asegurarme que el mantenimiento de ese joven en su puesto actual contrariaría a sus dulces proyectos. Siento por lo tanto meno~ escrúpulos anunciándole su próxima sustitución por un hombre menos ambicioso, así como el nombramiento de un intendente general: un hombre cuya edad y situación me garanticen contra toda tendencia a la novela. En cuanto a su protegido -añadió con una sonrisa llena de hiel-, no dudo que los méritos trascendentales con que lo ha adornado usted le hagan conquistar muy pronto una situación

LA roUERZA POR LA SERENIDAD 83

digna de él. Yo no quiero tener inferiores que no sepan ser exclusivamente subalternos.

»Y acompañó estas palabras con un imperioso ade­mán de despedida. "

¡Cuántas personas, como este hombre excelente, pierden la causa que defienden, dejándose llevar por el ardor de sus deseos, que no les deja la sangre fria que ~e necesita para onservar la actitud .del interlocutor y deducir de ella la oportunidad de su alegato o el peligro de las impresiones causadas por las imágenes dema­siado caJuro~amente evocadas!

Pero hay casos en que las palabras, esas esclavas de la Serenidad, no se contentan con ser maJas servi­doras de un señor demasiado atolondrado o exaltado con exceso.

A veces son traidoras y contribuyen a su pérdida y a su ruina definitiva.

Así califica el viejo filósofo a las paJabri'ls impruden­tes, escapadas en una expansión peligrosa.

Al mismo tiempo analiza la calidad y las consecuen­cias de esos arrebatos, cuyo motivo surge casi siempre de una falta de dominio sobre sí mismo.

"La palabra «expansión» -dice Yoritomo-implica dos sentidos enteramente diversos que, sin embargo, proceden del mismo principio, que es una debilidad más o menos acusada de la fuerza mental.

»Hay-prosigue-Ias expansiones confiadas, las de los corazones que se sienten dichosos al derramar en o tros corazones las impresiones que sienten con viveza demasiado grande para no experimentar la imperiosa necesidad de hacerlas compartir_

»Hay expansiones cuyo origen es una debilidad que

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84 LA FUBRZA POR LA SERBNIDAD

no permite soportar sólo el peso de una sensación de­masilldo viva o de un secreto demasiado pesado.

. lOLa expansión se manifiesta, además, por una facun­dIa verbal que no permite al entusiasta poner un dique al avance de los movimientos anfmicos que le asaltan con una intensidad más grande porque no sabe reprimir su agresión y se exalta a medida que se presentan y se multiplican. :o

Después de estos largos comentarios, Yoritomo re­sume su exposición de este modo:

ePodfarnos-dice-considerar con indulgencia las expansiones confiadas, si en la mayorfa de los casos no fueran debidas a una excesiva fragilidad de la vol un· tad y si comúnmente no condujeran mucho más allá de lo que se pensaba.

lODe todos modos, esas expansiones no son anodinas más que cuando tienen lugar entre dos seres animados de un mismo sentimiento de lealtad. Sólo con esta con­dición son inofensivas y pueden ser un serio motivo de consuelo. '

lOSin embargo, hay que prevenirse contra las solicita­ciones de los impulsos, cuyo efecto consiste en atenuar el imperio soberano del hombre sobre su vitalidad 6en­timentlll.

lOBn cuanto a las expansiones que sólo obedecen a una falta de virilidad espiritual, éstas son de todo punto reprensibles, porque sólo van acompañadas de peligros: peligro de traición, intencionada o incon ciente en for-, ma de indiscreción; peligro de deformación del pensa­miento, porque las palabras de que se sirven los seres de espfritu débil para manifestar sus impresiones se pasan del alcance de éstas y son engañadas sobre la

LA FUBRZA POR LA SBRBNIDA D 85

ilusión que han creado; peligro de contagio, porque la expansión por debilidad no elige sus confidentes y pue­de encontrar un alma cllya influencia le sea perniciosa."

Bl filósofo, después de haber insistido sobre las trai­ciones de la facundia verbal, habla de la expaij~ión que se origina en la irritación, que, según él, hace de cada palabra una traición ev~ntual.

«Bntre esas esclavas inconvenientemente libertadas, que se convierten fácilmente en traidoras-dice-, hay que contar a las palabras proferidas bajO el influjo de la irritación, las que recordamos con disgusto y quisiéramos poder borrar de la memoria de los oyentes.

lOPero, ¡ay!, digan lo que quieran los que se envane· cen de sabios, puede ser más dificil anular las palabras que los escritos.

:oLas palabras, como los pájaros, no pueden volar en el espacio sin dejar la estela de su paso.

lOLos pájaros, hasta cuando han desaparecido para siempre, dejan un recuerdo visual que es un testimonio, y, aunque el éter permanece impenetrable, los testigos del vuelo recuerdan la forma y el color de los pájaros que lo han atravesado.

:oLo mismo ocurre con las palabras. lOLas vibraciones que producen resuenan prolonga­

damente en los oidos de los interesados que las han recogido.

:oSi esas palabras han desencadenado pasiones dor­midas en el corazón de estos últimos, si los han herido en su vanidad o en su sensibilidad, las heridas que causan suelen determinar un rencor durable y, en algu­nos casos, un ardiente deseo de venganza, que apro­vecha la \Jrimera ocasión favorable para satisfacerse.

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86 LA FUERZA POR LA S~RENIDAD

»Jam6s debe olvidarse esta verdad-concluye el clá­sico nipón-: las palabras son esclavas que no deben ser libertadas inconscientemente.

,De lo contrario, no tardan en trocar su papel. Lan­zadas sin consideración se hacen dueñas y señoras, tanto más temibles cuanto que su acción se desarrolla fuera de todo principio de orden y de disciplina, liin me­dida alguna.

"Sólo la serenidad puede ser digna soberana de esas esclavas, siempre dispuelitas a amotinarse y a romper con su esfuerzo torpe y estúpidamente inoportuno las barreras que separan los fértiles campos del pensa­miento de los espacios desiertos en que la indolencia mental no deja crecer ninguna vegetación benéfica.»

NOVENA LECCIÓN

Las falsas apariencias.

Sabido es que hay pueblos en que se considera como una prueba de debilidad la manifestación exterior de las emociones.

Sin embargo, por muy cerca de la serenidad que se halle esa actitud, no puede pretender llevar este nom­!>re, porque, con muy raras excepciones, no disimula ningún combate íntimo.

Consiste en una especie de resignación, en una pasi­vidad, hermana de la indiferencia, que en ciertos pue­blos han elevado a la categoríá de culto.

Hay países en que la impasibilidad es considerada como el rito m6s honrado por los creyentes en el fata­lismo, y los que practican esa religión se vanaglorían de desdefiar las alegrfas y las penas, cuya existencia, según ellos! está eternamente escrita en el libro del Destino.

¿Puede asegurarse sin error que esos espíritus cris­talizados están realmente dotados de esa fuerza espiri­tual que sólo la serenidad puede proporcionar?

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88 LA FUBRZA POR LA SERENIDAD

eNo,., dice Yoritomo; y da las razones de esta ne-1l'ación.

Según él, la insensibilidad, culfivada desde la infan­cia, engendra siempre una apatia moral que pone un dique a los movimientos espirituales en que nacen la felicid¡:¡d y el sufrimiento de los seres humanos.

Hablando de esos apáticos se puede argumentar so­bre el caso de las falsas aparlenciBs, porqu~ la parálisis de los sentimientos no implica ningún triunfo sobre su no aparición.

La verdadera fuerza de la serenidad reside, no en la impotencia de sentir, sino en el poder de reprimir las señales visibles de las sensaciones, que, generalmente, son más profundas mientras más adelantada en el es­tudio de li) voluntad está la persona que las recibe.

Hay que compadecer a los que carecen de las facul­tades emotivas destinadas a embellecer la existencia, y, lejos de admirar su impaSibilidad, que no es más que ignorancia, debemos deplorar la desgracia que signifi­ca su penuria sentimental.

Los apóstoles de la serenidad no están privados de ninguna de las alegrías interiores cuyo conocimiento se han prohibido los fatalistas. Bsta es una de las nu­merosas razones de superioridad que el Shogun nos hace notar en esta lección.

La conquista de la serltnidad es el fruto de numero­sas victorias obtenidas sobre el instinto.

La impasibilidad del fatalista es el resultado de una ndiferencia atávica, cultivada y acrecentada día por día.

¿Por qué, en efecto, dejarse impresionar por aconte­cimientos a los que ninguna voluntad humana puede poner la barrera de la contradicción, acontecimientos

LA FUBRZA POR LA SBRBNIDAD 89

cuyo advenimiento no puede ser evitado, que no pue­den ser modiflcado~ y, por Ip tanto, que es inútifi prever'

«Hay gentes-dice Yoritomo-que en el momento de pasar cerca de una roca cuyas piedras están suspen· didas sobre su cabeza, dicen:

»-¿Para qué voy a preocuparme de la posibilidad de que se caigan esas piedras y me aplasten? Si está es­crito en el libro del Destino que esa roca ha de does­prenderse en el instánt~ de mi paso, no puedo sUl!ltraer­me a las consecuencias de tal decreto. Bs, pues, inútil que ponga cuidado en evitar una posibilidad que tiene que rel!lolverse a pesar de mis deseos, por muy fuertes que sean. Si, por el contrario, está escrito en el gran libro de los siglos que esa piedra ha de permanecer en su base actuál, ¿por qué he de angustiarme a propósi­to de una desgracia que no me ha de 80brevenir?-

Los que asf razonan son ciertamente los apóstoles­del fatalismo, pero no los discípulos de la serenidad.

Pueden pasar debajo del peligroso peñón sin pesta­ñear, pero no por ello alcanzarán ninguna victoria so­bre ellos mismos, puesto que obran como autómatas, movidos por una fuerza ciega a la cual se entregan sin­admitir ninguna posibilidad de resistencia.

Segón Yoritomo, esa perpetua abdicación de la pro­pia voluntad no tarda en producir sus detestables frU-10s: los fatalistas se convierten muy pronto en apáticos.

Sus facultades receptivas se atrofian, h!lsta el punto. de no sentir más que una lejana repercusión de las an­gustias, de los dolores y de l!ls alegrfas que pasan a su ladeo

Bsta repudiación habitual de la necesidad de elegir-

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90 LA FUBRZA POR LA SBRBNIDAD

imposibilita en ellos toda iniciativa y los convierte en indiferentes que exhiben las falsas apariencias de una serenidad tergiversada.

La verdadera serenidad, la de los fuertes, llUnque re­vista las mismas formas de insensibilidad exterior, está muy lejos de ser el reflejo de la indiferencia.

Bs menos aún el de la atonfa sentimental. Continuando en su demostración, el filósofo estable­

ce el paralelismo entre la serenidad y lo que, según él, no es más que un engañoso plagio de ésta.

«Hemos visto-dice-al fatalista, es decir, al hombre rebelde a toda resistencia, pasar impasible debajo de la roca que puede aplastarlo.

»Ahora debemos pensar en la actitud en que, en ese mismo caso, se colocarfa el hombre sereno.

»Bn lugar de aceptar sin discusión interior la terri~ ble eventualidad, debatirfa en su espfritu la pOliibilidad -de atenuar sus efectos.

»Bstll':liarfa un itinerario distinto y, si no presentaba ningún inconveniente grave, se apresurarfa a adoptar­lo, porque la prudencia es hija de la serenidad que da tiempo para que se puedan tomar las decisiones más conveniente •.

»Pero la prudencia no excluye al valor, y sabemos, en cambio, que la virilidad espiritual lo desarrolla.

»Y si el resultado de la consulta interior que el hom­bre severo ha hecho a sus facultades es favorable a la elección de otro camino, no vacilará, porque sabe que la temeridad es una prueba de insensatez, es decir, de debilidad, y cambiando de camino se dará a sf mismo una prueba de su perfecta independencia de espfritu y <le su fuerza de resistencia previa.

LA FUBRZA POR /..A SeRl!NII#AD 91

»8i, por el contrario, las desventajas de una desvia­ción le parecen tan grandes que venzan a las probabili~ dades de pelillro, pasará bajo la amenazadora roca con la misma serenidad que el fatalista.

»8in embargo, esa serenidad representa, no la sumi­sión a un poder superior, sino una fuerza que triunfa de u~a justa a~rensión y rechaza la confesión de impo­tencIa del que se somete sin lucha a los caprichos de una suerte ciega y siempre vencedora.

"BI hombre sereno escoge y decide. »Bl fatalista inclina la cerviz y no discute. »BI prImero, al manifestar su impasibilidad ante

un peligro que él sabe apreciar y al cual se expone voluntariamente, da prueba de un vigor moral indis­cutible.

»Bl segundo, al no entregarse a ninguna discusión interior, se lill1ita a reflejar la pasividad de aquellos a los cuales la costumbre del yugo a\!eptado sin rebeldía priva de toda voluntad de resistencia y de toda idea de iniciativa.»

Esa es una de las prinCipales censuras de Yoritomo contra lo que él llama las falsas apariencias de la se­renidad.

«Esa especie de resignación anticipada - dice -br~ma que envuelve al alma sometida a las creencias fa~ talistas, es una barrera contra la que se estrella toda tentativa personal, y debe ser combatida desde este punto de vista sobre todo."

y añade un poco más adelante: «Todo deseo humano debe converger hacia el pro­

greso. »La preocupación de todos debe tender a modificar

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92 LA FUBRZA POR LA SBRBNIDAD

las circum¡tanclas, a mejorarlas y a poner todo su es­fuerzo en la tarea de hacerlas propicias.

"Sólo cuando los esfuerzos sensatos dictados por 11% razón son realizados, cuando se juzga inoportuna o nociva la realización de otros, es útil hacer un llama­miento a la serenidad, que permite sufrir con L,ma imper­turbable placidez la cólera de las cosas o la de los acontecimientos adversos.»

Pero el fatalismo no es la única causa de la actitud que el Shogun estigmatiza con el nombre de falsas apariencias.

,Hay personas-dice-que engafian a los observa· dores superficiales con su aparenté serenidad y la ra­reza de SUS palabras.

:tSon como esas casas sihmciosí'ls que, aUnque exte­riormente parecen templos dedicados a la Serenidad, no son tan apacibles más que pot que están vacios.

:tOtras que parecen ser refugios de recogimiento, no , . son en realidad más que asilos de impotentes, de mutI-lados de mudos que están reducidos al silencio y a la , , inmovilidad por la imposibilidad de moverse o de hablar.

"Muchos cerebros humanos evocan estas compara­ciones.

:tHay seres cuyo mutismo podría pasar por una dis­creta reserva, si no obedeciera a indigencia de ideas.

"Se ven personas que no hablan, sencillamente, por­que nunca tienen nada que decir.

:tSu cerebro indolente no engendra más que pensa­mientos tan poco consistentes, que no forman imáge­nes bastante precisas para necesitar la intervención de una traducci,ón verbal.

LA FueRZA POR LA SBRBNIDAD 93

:tEn su imaginación, atrofiada, las ideas se arrastran como larvas a las que no es posible dar forma.

..Esta depresión mental, si no es combatida, conduce a un estado de indiferencia y de apartamiento de las cosas exteriores que las personas de espfritu superfi­cial confunden fácilmente con la serenidad, cuando, eo realidad, el único calificativo que le corresponde puede ser definido con la palabra «n¡Ida».

,Ciertos caracteres abúlicos, pero menos informes, no están tan desheredados. Conocen los beneficios del pensamiento, que se presenta a ellos bastante distinta­mente para que les sea posible materializarlo con ayu­da del lenguaje.

"Pero el esfuerzo que necesitan realizar para hallar las fórmulas propicias les de~anima, y vuelven a ence· rrarse en su silencio, al que podrfamos aplicar sin error el epíteto de engafioso.

:tBste silencio no es la fortaleza tras cuyos reductos elaboran sus proyectos y sus planes de c.)nducta, sino el refugio en que se disimulan para ocultar mejor a los demás sus ordinarias debilidades volitivas.

:t También hay quienes, no habiendo recibido el don de la elocuencia y no sIn tiéndase con la energía necesaria para adquirirla, sienten tina molestia tan enojosa cuan· do tienen que exteriorizer su pensamiento, que prefieren atrincherarse en un cómodó mutismo que puede con­ducir al error a aquellos que leen mal en las almas, pero que no logran engafi'ar al observador experto.,.

Sin embargo, el filósofo reconoce que todas esas en­gafiosas apariencias no resisten a un atento y detenido examen.

Conviene añadir que esa actitud no se mantiene ja-

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94 LA FUEIlZA POIl LA SEIlENIDAD

más fntegramente, porque todos los que la adoptan son seres débiles que, bajo el impulso de una paliión, vuel ­ven a ser los instintivos de siempre.

Su alma, bajo el hervor de la cólera, bajo el latigazo de la decepción, bajo el sufrimiento de la vanidad heri­da, bajo el imperio de un sentimiento violento de cual­quier especje, se rompe como una vasija hermética­mente cerrada sometida a la acción de un calor intenso. Los cascos que despide al romperse siguen la dirección que les imprime el azar y suelen causar inconscientes, pero incurables heridas, a menos que caigan como inertes e inútiles símbolos de una fuerza que, bien dis­ciplinada, hubiese podido ser beneficiosa.

Yoritomo vuelve a llamar nuestra atención sobre uno de los resultados más corrientes de esa serenidad apa­rente, que en el fondo no es más que una tácita confe­sión de impotencia.

Sn ese estado de mutismo, debido a la ausencia dt capacidad volitiva, que hace que permanezca desierto el campo del pensamiento, la facultad de sensación re· presentativa se abole, según él, casi irremediablemente.

cAlgunas veces- dice-esa faeultad se transforma de un modo bastante curioso.

"Según la inclinación de las habituales preocupacio­nes, según también la inspiración inmediata, nacida de. las circunstancias, se produce una evidente deforma­ción del raciocinio.

»Es de notar que esta alt~raci6n se refiere principal ­mente a las habituale& preocupaciones, cuya imagen se complacen en evocar en las circunstancias de que se trata.

»Todos saben la facilidad con que la imaginación

LA FUEIlZA POR LA SBRBNIDAD 95

mal vigilada y cuidada relaciona las ideas que, para las personas sensatas, no parecen tener ningún punto de contacto. No es difícil comprender hasta qué punto un espíritu que se mueve en un círculo limitado tiende a encerrar en él todo lo que le parece digno de conside­ración.

»Desdeña todo lo dem6s si no puede contE:mplarlo desde ese punto de vista único.

»La indigencia de ideas presenta uno de los aspectos de la deformación; ésta viene también de la p~nuria de motivos, que hace adoptar con entusiasmo al que pa­rece imponerse e incita a comentarlo indefinidamente sin darse cuenta de las progresivas mutaciones qu~ sufre.

»No debe olvidarse que para juzgar seriamente es nece~ario comparar.

»Y las personas anigidas del género de mutismo que sólo es una falsa apariencia de serenidad se mantienen alejadas de toda investigación, porque su indolencia moral no les permite tomar parte en las disertaciones muy semejantes, con frecuencia, al haz de luz que i1u~ mina las tinieblas de la razón.

»Por lo cual, la ciencia de la comparación sólo es poseída por los hombres serenos, porque exige fuertes cualidades que permitan hacer abstracción de toda pre­dilección personal para procurar la exacta representa­ción de la idea sometida a la reflexión. . »Exige, además, la fuerza anfmica necesaria para

ejercer un severo control sobre las propias impresio­nes, poniendo gran cuidado en relacionar mentalmente y lo más exactamente posible, la más reciente con l~ más remota.

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96 LA I'UERZA POR LA SERENIDAD

»Para todas esas operaciones mentales es necesario . . nto pero no el que oculta la pobreza de

~l recO~lmnlteo ba','o las falsas apariencias de la sere­pensamle

1lldad. ., to sólo es fructífero cuando está po-,.El recoglmlen . e dan lugar a jui-

'blado de pensamientos sustantIvos, qu

ciosas deducciones'h ble cuando permite ver bastante ,.Sólo es aprovec a

l l propio espíritu, para ver claramen~e la opo:-~u~~~a~n d: la elección, fuera de toda influencIa extrana

a los avances del progreso.

DjjCIMA LECCIÓN

El regulador de la vida.

Todos los que se preocupan de la educación mental saben la importancia del buen estado orgánico, en rela­cfón con el desenvolvimiento racional de las facultades psíquicas.

El estudio de las condiciones requeridas para el man­tenimiento de ese paralelismo forma parte, por lo tanto, de una adquisición que, para ser enteramente deseable, debe comprender la posesión de esos dos estados.

Está fuera de duda que no es posible exigir a un en­fermo la fuerza espiritual que anima a un hombre sano.

El que se ve invadido por continuas molestias orgá­nicas no encuentra en sí mismo la energía necesaria para dar valor a los motivos que rigen las facultades volitivas.

Es igualmente indudable que, bajo la Ínfluencia de un dolor ffsico, las representaciones mentales pierden una parte de su intensidad.

La subordinación de las actividades psíquicas o las fisiológicas no se realiza jamás sin un gran dafio para

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98 LA PUBRZA POR LA SERENIDAD

el que a ellas se somete, porque atenúa las primeras y da a las segundas una importancia tal, que no tardan en llenar completamente su existencia.

Entonces el hombre vuelve a ser esclavo de su ins­tinto, que, al desarrollarse sin e~contrar obstáculos, le acerca a los seres primitivos, privándole del poder vo-litivo que es privilegio de los seres superi~res. . .

Pero no escapa. sin embargo, a las eXigencias ni a los deberes de la vida contemporánea, y esa debilidad, al multiplicar alrededor de él las causas de disgreg.ación moral le inspira una inquietud que no tarda en ejercer sobre'lo corporal una repercusión, más enojosa cuanto menos se defiende contra ella, que se extiende rápida­mente hasla la completa invasión.

Todo hombre deseoso de que la armonía reine en su existencia debe pues procurar introducir en ella ese elemento que Y~ritom~ llama «El regulador de la vida~. y que no es otra cosa que la serenid.a~. _

La sel·enidad preside todas las deCISIones que tienden a organizar el equilibrio entre las actividades cerebrales y las condiciones fisiológicas, cuyo objeto es que. el que pretende ser dueño de su propia voluntad consiga ser una criatura sana de espíritu y de cuerpo.

Este objeto, más vasto de lo que que pueden creer los espíritus superficiales, es definido asr por el filósofo japonés:

«Ser dueño de su voluntad es, no solamente ser dueño de sus actos, sino también tener derecho a considerarse como el árbitro de muchas voluntades

ajenas. »Es, además, llegar a ser el agente activo de los

acontecimientos cuyo advenimiento se provoca, a no

LA PUBRZA POR LA SBRENIDAD 99

ser que la razón acon&eje retrasar su aparición 1) modi­ficar sus efectos •

• Ser dueño de su voluntad es poseer el poder de in­culcarlll a los demás por la virtud de las energías psr­quicas de que dispone el que Sabe querer.

»Pero-añade-, ¿cómo e~ posible producir tal inten­sidad de contagio si el cuerpo es débil y las incomodi­dades físicas dificultan el funcionamiento de las faculta­des mentales de que depende la volición?

y con el espíritu de lucidez que le caracteriza Yori-, tomo deshace por anticipado las objeCiones que cier­tos idealistas se complacen en formular.

«Hay filósofos-dice-que hacen profesión de desde­ñar lo que ellos llaman clas materialidad es de la exis­tencia. y aconsejan que Se viva únicamente sobre laS cumbres.

.Creen de ese modo hacer abstracción de todo lo que no es absolutamente mental o espiritual y tratan al cuerpo como si fuese un objeto despreCiable, con objeto de dedicarse íntegrllmente a las COSllS del alma.

»Su sentimiento es, seguramente, elevadrsimo; pero ~sa enseñanza es tan nefasta como puede serlo una doctrina que tiende a trastornar el orden naturlll de las cosas.

»sr, es muy hermoso vivir sobre las cumbres, lejos de las villanías que abajo se agitaR; sr, es deseable no respirar más que el aire puro de la ciencia y de la be­lleza moral.

.Pero para llegar a esas cumbres se necesitan alien­tos para subir a ellas y poseer pulmones preparados para el rudo contacto con la atmósfera de las alturas.

»EI que no se preocupa de las condiciones fi~iológi-

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100 LA FUBRZA POR LA SBRBNIDAD

cas de su existencia no será nunca más que un modes­to ascensionista y tendrá que detenerse antes de haber salido de los desfiladeros del valle.

-Si, por caso exltaordinario, llegara a la cumbre, sería en tal estado de inferioridad física que \¡~ agresión de las intemperies lo dejaría sin fuerzas para resistir y acabaría con su vida.»

y añade: «¡Cuán numerosos son los que, despreciando las

exigencias de su cuerpo, se ponen en camino hacia las cumbres sin intentar preocuparse de las necesidades materiales del viaje!

_Están los caminos bondeados por los ~mari1lentos huesos de es.os idealistas a quienes el hambre, la fatiga o la hostilidad de los elementos han hecho caer una vez para siempre sobre el camino de las alturas que no se habran preparado para escalar normalmente.»

Prosiguiendo su comparación, concluye el sabio nipón:

.La ascensión a las cumbres sólo es posible a aque­Hos cuyos músculos responden al esfuerzo que les es imperiosamente exigido y cuyos pulmones son bastante sanos para soportar las sorpresas de las bruscas va­riaciones climatéricas de las cimas.

"He aquí por qué razones todo hombre que desee elevarse por encima de sus contemporáneos debe pre­nir las consecuencias psíquicas de una inferioridad cor­poral y evitarlas lo mejor posible, preocupándose del buen funcionamiento de su vitalidad corporal y del que se refiere a su vitalidad mental.»

Después abandona Yoritomo el estilo simbólico, tan habitual en él, y entra de lleno en el terreno de las ma-

LA FUBRZA POR LA SBReNIDAD 101

terialidades que, segun él, son las auxiliares más efica­ces de los triunfos morales.

Muchos siglos antes de que la palabra «higiene:t fuese empleada, él precoRizaba ya en estos términos sus vir­tudes, mal conocidas entonces, pero que él creía indis­cutibles:

cAnte todo-asegura-la cualidad de la vida orgánica debe ser objeto de un estudio cuidadoso y razonado.

-Los cuidados que tienden a asegurar la conserva­ción de la salud no deben ser considerados como pre­ocupaciones despreciables, porque sirven para mante­ner la energía mental, que sólo se obtiene por la sereni­dad, generadora de lucidez y de perspicacia.

:tUna de las condiciones necesarias para onseguir esa lucidez es la regularidad y la duración racional del sueño.

"Los que padecen de insomnio están mal preparados para las luchlls más o menos vivas que surcan la vida de los seres humanos, luchas contra las cosas, luchas contra los hombres y, las más penosas de todas, luchas contra uno mismo y contra las propias pasiones.

»¿Por qué aumentar el capítulo de los combates afia­diendo, por una negligencia imperdonable, la lucha contra el insomnio, causado casi siempre por la mane­ra de vivir? ¿Qué resistencia puede proporcionar el que se encuentra deprimido por el enervamiento de las horas sin sueño como por un~ enfermedad? ¿De qué lucidez puede dar pruebas el ser que dtirante las angus­tias nocturnas ha experimentado el cQnocidfsimo fenó­meno de deformación que agranda todas las circuns­tancias desfavorables, sin dar tiempo para que inter­vengan las promesas felices? ¿Qué puede esperarse de

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102 LA FUBRZA POR LA SBRBNIDAD

una energía gastada durante toda la noche precedente por el más fastidioso de todos los combates, el que se sostiene contra el demonio del insomnio? ¿Qué esfuer­zo puede realizar el hombre deprimido pOr la fatiga de las noches pasadas esperando febrilmente un reposo que parece huir ante las nerviosidades de la impa­ciencia?

»El que, por el contrario, duerme racionalmente du­rante el tiempo destinado al reposo, se despierta con el espíritu lleno de paz, de lucidez, de disposición, con el cuerpo reconfOl:tado, y está contento al continuar el trabajo en el punto en que lo dejó la víspera y compro­bar que sus posibilidades se han aumentado y multi­plicado.

»Pero el sueño, dicen algunos impulsivos, es un be­neficio de que no todos los hombres gozan en la misma medida, y los hay para los cuales se muestra muy ava­ro de sus favores.

»Ese es un error muy corriente. La facultad del sue­ño no es el don envidia!lle que muchos creen privilegio de algunos elegidos: es un beneficio que todos pueden recibir, por muy poco que admiren a las leyes de la se­renidad y estén resueltos a observarlas.

»En las preocupaciones referentes al mantenimiento del buen estado mental, el suefto debe ser previsto como el agente distribuidor del bienestar físico que co­labora estrechamente con los triunfos morales.

»Se debe, pues, provocar la aparición del sueño con un ejercicio moderado, que, según las facultades con­cedidas por los deberes sociales, consistirá en paseos o en movimientos combinados para mantener la elasti­cidad de los músculos y la facilidad de los ademanes,

LA PUBRZA POR LA SBRBNIDAD 103

procurando al cuerpo la saludable fatiga que invita al reposo nocturno.

»En cuanto sea posible, debe ser separado el tiempo dedicado al sueño del destinado a la cena, con objeto de permitir que la digestión siga su curso normal.

»Debe evitarse la alimentación demasiado fllerte, que suele producir una considerable dificultad de asimila­ción.

»Ha de aspirarse profunda y rftmicamente, por lo me­nos durante dos o tres minutos, dos o tres veces al día, con objeto de mantener el libre funcionamiento de los pulmones. .

»Si, a pesar de esta preparación, el sueño tarda en acudir, entonces habrá que acudir a la serenidad.

»No se trata aquí de esa serenidad aparente que se manifiesta por el silencio exterior y no excluye ninguna agitación íntima, sino de la verdadera serenidad, de la serenidad psíquica, que sólo se obtiene mediante la voluntad que la engendra.

»Conviene tenderse lo más cómodamente posible, después de haber respirado con fuerza varias veces, y debe intenlarse la formación de pensamientos risueños.

»En ningún caso-aun estando dominado por la más grave preocupación-debe dejarse que los pensamien­tos tristes ocupen nuestrq cerebro. A medida que se presentan conviene irlos rechazando.

»Si los acontecimi~ntos que recuerdan fuesen dema­siado próximos y, por lo tanto, hubiese gran dificultad en eludir su reaparición, convendrfa tomar un tema de pensamiento y volver a él incansablemente en cuanto se note la aparición de la preocupación que queremos alejar.

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104 LA FUBRZA PO~ LA I'IBRBNIDAI)

»Mientras tanto debe hacerse un llamamiento mental a la serenidad, y ha de procurarse no atenuar su virtud / haciendo movimientos involuntarios que, en realidad, no producen más efecto que el de satisfacer la nervio· sidad aumentándola.

-Al mismo tiempo que se impone la inmovilidad al cuerpo se procurará que el cerebro rechace los ataques de las preocupaciones, y se volverá inmediatamente al tema que.e ha tomado, esforzándose por variar sus detalles.

»Como ese ejercicio es rara vez de tal especie que excite el interés, no mantiene la actividad mental, que pronto se atenúa con la sistemática negativa de ali· mentarla.

»Poco a poco se van imprecisando las ideas, mien· tras que el cuerpo, condenado a la quietud, pierde toda nerviosidad y el sueño acude a una impresión que, &i no es completamente risueña, por lo menos está des­pojada de angustia.»

Yoritomo insiste largamente sobre la misión de la serenidad como regultldortl de 111 vidtl.

Nos la presenta tomando parte en todas las circuns · tancias de la vida cotidiana.

Nos descfibe el envidiable estado del que, habiendo sabido dominar sus impulsos, vive armónicamente, en el seno de una familia que está preservada, por el es­píritu perspicaz de su jefe, de los choques cuyos ma· gull~mientos no pueden evitar tantos otros.

Insiste sobre la superioridad del hombre político, cu­yas nerviosidades abolidas dejan su puesto a la lucidez que la serenidad introduce en las almas, dejando a la reflexión todo el espacio que necesita para la elabora-

LA FUBRZA POR LA 5BRBNIDAD 105

ción de las grandes concepciones que coadyuvan a la felicidad universal.

Nos presenta al hombre de acción ejecutando sin va· cilar planes que la serenidad le ha permitido concebir y sobre 'los que le es permitido meditar fructuosamente antes de su victoriosa realización.

eCuando son admitidos todos los puntos d~biles, aceptadas todae la. resistencias y previstas todas las dificultades, no puede producirse por azar nada irreme­diable.

»el que tiene poder para limitar sus Impulsos emoti· vos hasta el punto <le no permitir su exteriorización, almacena con esta abstención una fuerza que se difun­de por todo su ser como una corriente beneficiosa.

.El que sabe callar las palabI;as inútiles, el que pue· de contener toda exclamación, todo gesto vano, au­

,menta la reserva de energía de que, tarde o tempranó, tendrá que hacer un discreto uso.

-Sólo observando estos principios lOirará com~er­var sus impresiones fntimas en toda su fraiancia, pre­servándolas de todo contacto vulgar, que para los im­pulsivos suele ser la más lamentable fuente de con­tagio.

»La regUladora de la vida intensifica su poder de control pereonal y opera mecánicamente una incons­ciente detención; la animalidad que dormit¡l en todas las criaturas será dominada por él, y para él, as{ como para sus alleiados, la vida correrá como un río ma­jeituOSQ y rápido, o como un tranquilo arroyo, cuyo murmullo no acalla el canto de los pájaros de las cer­canías.-

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1

UNDÉCIMA LBCCIÓN

Las formas superiores de la serenidad.

«Ningún hombre-dice Yoritomo-ha llegado a reali­zar eus planes para lo futuro, si no ha sabido concen­trar su at~nción y acumular todas sus energfas hacia un centro del cual parten, como otras tantas proyeccio­nes, las resoluciones fecundas y 108 esfuerzos que a eu realización tienden.

,.Para obtener la lucidez y la perspicacia, ein las cua­les no puede ser realizada ninguna obra duradera, es absolutamente inevitable la intervención de la serenidad.

,.Todoe aquellos cuya carrera brillante o útil es ad­mirada por todos, han sido fieles adeptos de la sere· nidad.

:oCualesquiera que sean las manifestaciones de eu poder, por muy ruidosas que parezcan, puede asegu­raree, si coneiguen el resultado deseado, que son el fruto de decisiones concebidas en la serenidad del alma, serenidad que le deja vielumbrar, no eólo el espíritu del plan general, sino también la naturaleza de los me­dios apropiados para asegurar su realización.,.

Bl antiguo filósofo nos dice después que loe hombres

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108 LA PUBRZA POR LA SEReNIDAD

que han conseguido tener l'obre sr mismol' ese dominio , que implica el dominio de las circunstancias son los , que no ee contentan con apreciar la serenidad en 5U

forma vulgar, sino que ~e complacen en practicarla en ~us formas más noble~. Esta~ eon numerosas y a1iunae poco accesibles a la

generalidad. Mencionaremol solamente aquellas cuya obaervan­

cia no está en desacuerdo con las exigenciils de la vida contemporánea.

A la cabeza de todas ellas preconiza el Shogun lo que él llama cEI cOAstreñimiento personal al silencio .•

Luego vienen: cEl aislamiento flsico, la invocación a la l'erenida~, la absorción de las energlas diapersas, la concentración en el mál' alto grado. »

cEI constreñimiento per30nal al silencio-dice Yori· tomo-representa minutos cuyo número está subordi­nado a loa imperiosos deberes de la vida ordinaria pri­mero, y después al tiempo transcurrido desde el primer perIodo de la iniciación.

»Este constreñimiento pierde su nombre cuando es practicado por un ferviente adepto, para quien el estado de serenidad es una pose Ión y no una aspiración.

»Sin embargo, nadie debe deshacer~e de esa ob/j­iación.

»No. hay un solo trabajo tan absorbente, ningún deber tan exigente, que excluya la posibilidad de una hora diaria de silencio inlegrlf/.

»El'ta hora puede ser dividida en dos o tres partes si las obligaciones habituales lo exigen; pero debe se; inscrita en el proirama de todo aspirante a la serenidad' y en el caso en que una imperiosa necesidad le obligu;

LA f'U8RZA POR LA SERBNIDAD 109

el romper ese pacto, debe, después de haber examinado detenidamente las razones de esa inobservancia, dejar para el día siguiente el tiempo que la v(spera sustrajo al ejercicio diario.»

Notemos que si las palabras cconstreñimiento perso­na!>. son pronunciadas a propósito de ese mutismo, es porque debe ser intencionado, organizado por el adepto mismo, a pesar de todas las circunstancias que parecen oponerse a él.

Yoritomo insiste para advertirnos de que no tiene ningún mérito guardar silencio durante un trabajo que solicita nuestra atención.

Hace observar también que no puede considerarse como un constreñimiento personal el mutismo de la soledad.

El mutiSInO que él recomienda representa una ab~ten­ción querida, durante la cual se K1antiene la fuerza de resistencil,l, capitalizando las energ(as que una conver­sación ociosa desperdicia inútilmente.

e Esta costumbre diaria~dice-confiere el poder de no lanzar réplicas desconsideradas que después se siente haber proferido y que en muchos casos pueden ser causa de trastornos y complicaciones.

Tiene, en nn, la inestimable ventaja de no provocar conversaciones triviales o tontas, cuya repetición no es tnás que un gasto inútil de actividad cerebral y con fre­cuencia el origen de un progresivo empobrecimiento mental, porque el contagio de la mediocridad es per­nicioso.»

Después nos inicia en las ventajas del aislamiento. cEI aislamiento-dice- consiste en la busca de una

soledad voluntaria, durante la cual el hombre procura

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110 LA FUBRZA POR LA 58lU!NIDAD

abstraerse a todo pensamiento que no sea la expresa voluntad de mantener el alejamiento de toda impresión o de toda percepción ajenas al fin que el ejercicio per­sigue. Porque el aislamiento mental debe ser tan com­pleto como el aislamiento ffsico.

lOSe procurará, pues, expulsar toda representación mental que tienda a sobreponerse a la que debe ser idea única.

-Si los ruidos de fuera llegan a nuestros oídos, se procurará no prestarles nÍJIlguna atención con objeto de no determinar la naturaleza de esos ruidos.

-En caso que, mecánicamente, el fenómeno de la percepción provoque en el cerebro la presentación de la imagen c!el objeto productor de ese conjunto de so­nidos, debe intentarse su alejamiento, con objeto de no dejar que se forme la cadena de transmisiones de pen­samientos cuyo conjunto puede atentar contra 1ft inte­gridad del aislamiento mental.

lOCuando se ha logrado la inmovilidad corporal y el cerebro se ha desembarazado de toda idea parásita, se entra en el período en que la invocaeión a la serenidad puede ser oída por lo subconsciente.

-Estando suprimido todo movimiento y rarificado d curso de los pensamientos, en la medida de lo posible~

debe procurftrse preservar la estabilidad mental refor­zándola con afirmaciones emitidas en alta voz.

-Se respirará con fuerza y se dirá: «CAPTO LA SI!RB­NIDAD AMBIBNTB Y CAllGO DB POTBNCIA seRBNA LA CO RRIBNTB MBNTAL QUB MB INCITA A LAS IMPULSIVIDADBS.»

lODespués debe intentarse conocer el resultado anun­ciado.

-Conviene hacerse una idea imaginativa de la capta·

LA FUBllZA POR LA SBRBNIDAD 111

ción de la serenidad ambiente, a la cual hay que prestar una apariencia material. También es conveniente trazar el cuadro ideal de la lucha contra las propias impulsivi­dades.

lOCuando se esté completamente impregnado de esa visión interior, habrá llegado el momento de afirmar su vitalidad diciendo:

«LA SBRBNIDAD HA RBSPONDIDO A MI LLAMAMIBNTO' , LLBNA MIS RBSBRVAS BSPIRITUALBS.»

-El ejercicio se prolonga o abrevia, según el vigor mental y la fuerza de sugestión del individuo.»

Sin embargo, como todos los profesores de energfa, Yoritomo prescribe no esperar, para romper el silen­cio, al momento en que se produzca la fatiga.

Al principio de la iniciación recomienda, por el con­trario, que se cese en cuanto el impulso de la energíft degenere en indolencia o en entusiasmo mal dirigido, lo que, en uno u otro caso, puede ser considerado como una quiebra de la serenidad.

El Shogun nos lleva hacia las más elevadas cimas: nos ensefia las formas verdaderamente superiores de la serenidad, que, sin llegar al esoterismo, tocan los Hmites de sus dominios.

Nos habla de la absorci6n de la~ energf1l3 di8peJ'sa~. «Es indudable-dice-que estamos rodeados de fu~r­

zas que no conocemos bien, pero que nos es posible subyugar por medio de nuestra energía, obrando sobre esa conciencia oscura que todos poseemos y que obe­dece a los mandatos claramente expresados, enuncia­dos con insistencia y sellados con una gran intensidad volitiva.-

Esa conciencia oscura de que nos habla el Sbogun

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112 LA I'UERZA POR LA SERENIDAD

, lo la con el nombre de Sub­es conocida en la neo,psllco á; remota antigUedad, con.

• t Y fué d,esde a m 'on-conSClen e " t l' encia rudimentaria que c siderada como ,una m e Ig

l Inconsciente Y con lo Pre­

fina al mismo tiempo con o

consciente. de aglomerar ciertos Lo Subconsciente es capa~ onsciente que lo com-

d la parte mc datos sepulta os en fi cualidades de precons-

'a le con ¡ere d Pone y esa memorl t"mbién el nombre e h h cho merecer ..

ciencia que le an e de absorción d~ las , t' ero en el caso ,

Preconsclen e, P tr la de 10 InconSCiente, . d' sas sólo se a

energlas Isper d' el Shogun-debe ser «La conciencia oscura-:-

d Icebnegado pero limitado,

o un servl or a , _ considerada com I andatos de su senor que obedece ciegamente a

d °tS m

le sean dados de un

d esos man a os , , con tal e que " d do de toda retórica, mSls-modo claro, inteligible" esn,U •

tente, sin miedo a la !eIteracIÓ~;ma superior de la sere­:oBl que desea cultivar ebsa f 'ón de las energías dis­

, t en la a sorcl nidad que consls e, después de haber reco-

d' Yontomo-persas, debe-:- Ice t eñim'iento al silencio, el del rrido el estadIO del co~s r 'ó a la serenidad, reco-

, l de la IOvocaCI n aislamIento Y e lt des volitivas en un centro, gerse reuniendo sus facu a írculo estrecho fuera trazarse imagi'nativamente un c 'ón

h'b'd toda expresl • del cual le esté prO I l ~ de la invocación a la sere-

,.Lo mismo que en la ase cto en forma ponde-'d d debe representarse ese a nI a ,

rabie, visión interior, introducirá :orrazará el círculo en su aspecto materializará.

volitivas cuyo en él las fuerzas , tud de su voluntad, y las mantendrá caul~vas por ~Ir da y repetidamente Y

,Hecho esto, respirará. pro un

LA J-UERZA POJ? LA SBRBNIDAD lli

dirá: «ABSORBO LAS BNBROfAS DISPBRSAS BN LA ATM6s. JOPBRA, LAS INCORPORO Y LAS FIJO PARA SIBMPRB BN BL .'OBIiTRBCHO CfRCULO DB MI VOLUNTAD,»

»DespUés de unos momentos de recogimiento, du­rante el cual no debe desviarse el pensamiento ni un instante, dirá: «He ABSORBII>O LAS BNERGíAS DISPERSAS ::oY POSEO AL MISMO TrEMPO LA SERBNIDAD DE LA PUERZA y

»LA PUBRZA DI!! LA SERENIDAD,»

»Repetirá esta invocación mientras sienta que crece en su espíritu la voluntad, observando, sin embargo, )0 que hemos dicho a propósito de la invocación a la serenidad, es decir, interrumpiéndose ti la primera se­ñal de fatiga o de exaltación,»

Ahora, siguiendQ, como siempre, a nuestro milena­rio autor, vamos a citar la más perfecta forma de la serenidad, deteniéndonos también Con el filósofo en el umbral de la hipnosis, en la cual no penetraremos,

Vamos, pues, a describir la concentración limitándo­nos al primer grado de este estado y preocupándonos sólo de la conquista de la serenidad por ese medio, que es el más seguro para llegar a la estabilización mental.

«La concentración en el primer grado-dice el sabio nipón-es el procedimiento más apreciado por los cul­tivadores de la voluntad que quieren Instaurar definiti­vamente la ser~nidad en ellos mismos,

:oHay que comenzar por el aislamiento, es decir, la soledad material y mental completa,

:oDespués del período de absorción de las energfas, y cuando haya sido ofda la invocación a la serenidad, se fijará el pensa.miento en un objeto determinado de antemano y se le mantendrá en tal situación, libránc,1olo de todo pensamiento incidental. Si se presenta alguno

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Í14 LA FUERZA POR LA SERENIDAD

hey que expulsarlo o relacionarlo con el objeto de la contemplación.

:tEn el caso en que sean totalmente extraños deben ser rechazados volviendo a la contemplación y dicien­do mentalmente: "Concentro mi pensamiento sobre »talobjeto (se le nombra). Rechazo lodo pensamiento »extraño. Acaparo todos los que pueden referirse al :tobjeto.»

:tSi la voluntad e! firmemente mantenida, se produ­cirá un fenómeno que acabará por ser habitual.

:tEI objeto sobre el cual !e concentra la atención aparecerá entonces en la imaginación como un objeto solitario expuesto en un templo vacío.

»Todo pensamiento nuevo, toda aparición desviado­ra se evaporarán tan fácilmente que ni !iquiera llama­rán a la imaginación.

»La reiteración de e!te ejercicio es uno de los mejo­res método! para obtener la formación instantánea de la serenidad.

:tEl que está familiarizado con el ejercicio de le con­centración puede practicarla siempre que lo crea opor­tuno; la soledad material no le es ya necesaria. Puede concentrarse íntegramente en medio de las conversa­ciones, de las interpelaciones y de la! discusiones, cuya repercu!ión no le llega más que cuando él lo cree ne­cesario.

»¿Se comprende bien-concluye el Shogun-qué peso puede tener !emejante poder en la vida práctica y en el porvenir de un hombN que se ha propuesto triunfar?

»Despreciando el ruido de las agitaciones que vienen ti romperse a su alrededor, como olaa inútilmente ru-

LA PU.RZA POR LA S8RBN/OAD 115

gientes, !e yergue en toda la superioridad que le c?nfiere su clara visión de las cosa!, y toma deci­sIOnes siempre de acuerdo con la justicia, con la ver­dad, cen su amplitud de criterio y con el amor al pro­gresO.:t

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.~~~~~=-~----~~ .. ~ .. ~ ................ ~~------------~~,~

DUODÉCIMA LBCCIÓN

Hacia la impasibilidad.

«Los animales-dice una anti2"ua fábula nipona-se reunieron Rn dfa en UQ llano rodeado de gigantescos bambús y se constituyeron en asamblea,

"Se trataba de ponerse al abrigo de las persecucio­nes de un terrible enemigo: el que ellos llamaban el «terrible do'¡'mo:t, un león de gran tamaño, que habfa elegido domicilio en los alrededores y todas las noches escogía una presa entre ellos,

,.Como ocurre en todas las asambleas consultivas, lo mismo en las de los hombres que en las de sus her­manos inferiores, las opiniones luchaban, se entrelaza­ban en el aire y zumbaban inútilmente, como hojas caf~ das de los árboles y arrastradas por el vendaval en una carrera perfectamente vana,

»Las bravatas estallaban como fanfarrias ejecutadas con instrumentos rajados,

"Las cobardías se exhibían sin vergUenza tras el débil velo de los consejos prudentes,

"Algunos consejeros, más sinceros, preconizaban una rápida fuga, sin preocuparse de los medios que su realización exigía,

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118 LA ptUERZA. POR LA SBRBNIDAD

:t Y la discusión comenzaba a envenenarse, cuando de r~pente, la voz y los gestos de todos quedaron in. móvIles.

»Los .bambús se habían abierto con un sonoro ruido para dejar paso a una masa imponente: en el intersticio asomó la feroz y felina cabeza del rey de los animales

:tSe quedó quieto, como buscando la presa a elegir'­. »Entonces, los animales se pusieron a gemir silen­

cIOsamente:

»~ ¡Ayl- balaba un corderillo-; soy tan joven y tan trerno, que seguramente va a arrojarse sobre mí.

»-Yo-decía un borriquillo-quisiera rebuznar para amedrentarlo.-Y se ocultaba detrás de su madre.

»~l caballo sentía su impotencia y temblaba de humi. ilaCIón y de terror.

"y todos estaban aturdidos. ~Unos corrían a tontas y a locas; otros estaban pa.

rallzados por el pavor. Una cierva l/oraba dulce­mente ...

»Sólo un viejo carnero había permanecido impasible tanto dura~te el conciliábulo, en el que no parecía ha~ ber oído mnguna reflexión ni había contestado a ningu­na ~regunta, como ante la terrible aparición, de la que casI no parecfa haberse dado cuenta.

"Mientras tanto, el león salfa lentamente de los bam­bús y el espanto erizaba todas las pieles.

»Entonces, en medio del silencio, habló el carnero: .~-Da ... mo - dijo dirigiéndose al león -, poderoso

dalmo: reconocemos tu realeza, y todos estamos dis. puestos a pagar con nuestra vida el honor de contri. buir al impuesto más trágico de todos los instituídos por las monarquías. Esperamos, para obedecerte sin

LA FUERZA. POR LA SERENIDAD 119

resistencia, que le dignes expresar tu elección con uno (Je esos rugidos que atestiguan, mejor que tus actos, tu formidable superioridad sobre nosotros.

»Halagado en u 'anidad, el león no se hizo rogar, y, mirando a un corderillo, sacudió la crin y lanzó un rugi o que hizo temblar el eco de las cercanías.

» Bien se ve que eres nuestro amo, señor-repuso el carnero.

»Condescendiente y contento de verse tan bajamente adulapo, el león quiso mostrarse buen príncipe, e ir· guién~ose sobre sus formidables patas, alargó la ca· beza y lanzó nuevamente el ronco trueno de su voz.

»Y seguro ya de no encontrar resistencia alguna, ~e dirigió m."ljestuosarnente hacia uno de los carderos.

»Pero no llegó muy lejos, porque una flecha hábil­me~te lanzada fué a clavdrse en uno de sus ojos.

:t~ronto una granizada de proyectiles alados se pre­cipitó sobre su vacilante cuerpo, y aparecieron dos ca· zado~s. Mientras, los animales libertados rodeaban al vieja arnero, que los arengó sabiamente:

:t , e nada sirve--decía-deliberar y agitarse esté· rihneJ'lte extendiéndose en discursos ociosos. El que está cm en azada de un peligro de cualquier especie debe permcnecer impastble, concentrando sus faculta­~es sobre el medio más factible de evitarlo. Yo sabía, I como vosotros, que habfa unos cazadores que desde hacía alguno& días registraban esta selva en busca de nuestro enemigo común. Era indudable que ellos cons· tituían nuestra única esperanza. Nuestros medios natu­rales de defensa son muy débiles para poder proteger· pos eficazmente contra el da"imo de los animales. Era, ~ues, necesario llamar en nuestro socorro a aquellos

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120 LA FUERZA POR LA SERENIDAD

nledios que los hombres hiln inventado para librarse de' Jos seres cuya existencia quieren suprimir, lv1ientras vosotros os Clgitabais pueril e inútilmente, yo perma­necía Impasible y reflexionaba. Pensé que ~I mejor me­dio de preservarnos era el de obtener la colabo?ación de los hombres, Había que avisarles con una prfleba indudable de la presencia del animal cuya muerte pus­caban y, al mismo tiempo, indicarles la dirección que debían seguir para encontrarlo. Después de larg me­ditación resolví provocar los rugidos reveladores. Per<) en eso consistfa la dificultad, porque el león hace vibrar> los ecos bajo el imperio de la irritación, y su 61era hubiera significado la muerte de alguno de nosotros; por lo tanto, había que hac~rle rugir con otro motivo. y la reflexión me lo sugirió: excité la vanidad del león.» I

y el cuentista milenario que relata esta fábula, v/rda­dera lección de voluntad serena, creadora de obs,erva­ción aguda, añade esta frase ingeniosa:

«Conviene decir que el carnero era ya muy Viejp para llevar la misma vida de sus semejantes y había ivido casi siempre en domesticidad bajo el poder del hombre .•

Casi sería innecesario indicar la moral de este cuen­to, si no diese motivo a comentarios tan nutnerosós como variados, que pueden llclarar más los estado~ anímicos de quien, por virtud de la serenidad, es dueño de un formidable poder mental.

En efecto: allí donde todo parece naufragar se man tiene a flote la fuerza de la serenidad, como en el cuen , to diez veces secular que acabamos de reproducir.

AlU donde toda agitación es estéril, la impasibilida es fecunda, porque deja al espíritu tranquilo la posibiJi

LA roUJ;lRZA POR LA SERENIDAD 121

dad del aislamiento, sin el cual no es posible que madu re ninguna resolución.

D al alma serena la energía necesaria para concen­lrar e en un solo punto, haciendo abstracción de las­conUngencjas ociosas.

Cumple su misión de acumuladora de fuerzas, parque' no sólo centraliza todas las que el individuo posee, sino que las intensifica y depura.

Por esta última palabra debe entenderse que las pre­serva de toda alteración que pueda perjudicar a su ca­lidad.

Sitúa las emociones en el lugar que les corresponde, sin dejarlas revolcarse en el puesto que les ha sido concedido.

Y, circunscribiéndolas, evita el contagio siempre te­mible para las almas cuyos estados afectivos tenderían a hostilizar a la voluntad si no fuesen sevel'amente con­tenidos.

Evitando el despilfarro de fuerzas, la serenidad. bajo su forma superior de impasibilidad, es también un verdadero almacén de energía mental.

Las sensaciones representativas conservan un ca­rácter de sinceridad que llega hasta la integralidad de la impresión, cuando, gracias al aislamiento men­tal, no están influenciadas por las emociones exte­rior~s.

Alejadas de la tendencia a la deformación, enemiga terrible de los charlatanes y exaltados, aparecen sin, ninguna alteración.

Y entonces es cuando sin ninguna complacencia pe­ligrosa se considera el objeto de la reflexión y las con­'Secuencias que lo rodean.

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122 LA pueRZA POR LA seReNIDAD

No se le adorna con ninguna aureola engañosa; pero conviene no colocarlo bajo una luz claramente desfa­vorable ensombreciéndolo con temores pueriles sólQ , . . debidos a la intervención de estados nervIosos ¡nsu-ficientemente combatidos.

Puede ocurrir, sin embargo, que, como en el cuento precedente, la angustia sea legítima y especialmente

justificada. .' Bn ese momento es cuando la serenIdad debe Inter-

venir con más fuerza. Siempre es peligroso considerar con ligereza la ame­

naza de un acontecimiento enojoso. Desdefiándola en tanto no s"le de su estado latente,

se le da posibilic!!ld de tomar cuerpo y de transformarse en hecho.

Bs, pues, esencial contemplarla frente a fr~nte desde la primera advertencia, sin intentar atenuar m aumentar sus efectos posibles, con el fin de poder preparar la defensa con pleno conocimiento de causa.

Puede ser, sin embargo, de tal naturaleza, que su realización se apresure; en tal caso es cuando se atur­den los espíritus pusilánimes.

Como los animales del cuento, emiten opiniones cuya vaciedad son ellos los primeros en reconocer secre­tamente.

Unos manifiestan una temeridad que, bajo la acción del más mínimo incidente, se diluye como una irisada pompa de jabón al contacto dE:l dedo de un niño.

Otros se embriagan a sí mismos con sus palabras y logran formar en su propia alma una convicc~ón que no por ser artificial es menos nefas~a, porque. cle:~a el camino al raciocinio discreto y deja a esos InvalIdos

LA I"UBRZ", POR LA SERENIDAD 123

de la voluntad sin defensa contra un ataque cuya na­turaleza y consecuencias se han negado a prever.

Algunos se dejan intimidar por la fingida seguridad de sus adversariO&>, y sin darse cuenta de ello descu­bren la vulnerabilidad de la armadura con que se ha­bían cubierto.

Bn fin, ciertos otros abdican, como el león, las posi­bilidades y hasta la certidumbre del éxito, en favor de una vanidad que les ciega hasta el punto de no dejar adivinar la apariencia del lazo a que son llevados.

Unicamente el hombre sereno escapa a esos senti­mientos de mala ley.

Desdeña la ilusión hacia la cual se precipita la multi­tud de los exaltados, se rebela contra la tácita confe­sión de impotencia que signifiOd la falsa serenidad de los fatalistas, se preserva de las estériles impulsivida­des, se niega a una aceptación tachada de poltronería, y se yergue impasible y mUdO, aunque dIspuesto a toda palabra y a toda acción propicias, ante el peligro con­templado frente a frente.

No palidece, no fiembla, no lo reta; lo considera con plácida mirada, fiel reflejo de la tranquilidad que la vo­luntad introduce en su espíritu.

«La impasibilidad-dice Yoritomo-e la traducción de un estado privilegiado del alma que olvida las cosas exteriores y desdeña las sensaciones materiales, con objeto de leer mejor, sin ser importunado por los sonidos o las visiones que pueden desviarla de su estudio.

»Lo que nunca ha ocupado la atención de los hom­bres con la suficiente insistencia es el papel eminente­mente activo de esa inmovilidad material que acompaña

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124 LA FUERZA POR LA SBRBNIDAD

siempre a una intensiva labor moral cuando es elevada a su más alta perfección.

:oLas grandes resoluciones se elaboran siempre tras el muro de la impasibilídad.

:oAI abrigo de la Impasibilidad se desarrollan y se transforman en actos. I

»En fin, la Impasibilidad, que es expresión suprema de la Fuerza en la Serenidad, confiere a los humanos ese privilegio semidivino de que se habla en el Zietu-go Kyu, cuando dice:

.. Ni un dios puede transformar en derrota la victoria del hombre sobre sí mismo. »

íNDICE

Ptil1lnaa

Primera lección.-El maestro de todos. . . . . . . . . . . . . 1 Segunda leccfón.-Un acumulador de energfa . . .... 17 Tercera lección.-Disciplina y automatismo.. . . . . . . . 'd Cuarta lección.-Lucidez de las percepciones ..... , . '37 Quinta lección.-Las cuatro cualidades fundam~n-

tales............................................ 47 Sexta Iección.-Los atentos al silencio, . . . . . . . . . . . . 57 Séptima Iección.-Lo imprevisto de la serenidad.... 67 Octava lección.-Las esclavas yel señor. . . . . . . . . . . 77 Novena lección.-Las falsas apariencias.. . . . . . . . • . . 87 Décima lección.-El regulador de la vida. . . . . . . . . . . 97 Undécima Jección.-Las formas superiores de la se-

renidad.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . .. . . . . . 107 Duodécima lección.-Hacia la impasibilidad. . . . . .. 117