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YO MATE A MARTINEZ ARES Artículos publicados en el Diario de Cádiz Autobiografía carnavalesca de Antonio Martinez Ares Enero de 2008 Documento editado por

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YO MATE A MARTINEZ ARES

Artículos publicados en el Diario de Cádiz

Autobiografía carnavalesca de

Antonio Martinez Ares

Enero de 2008

Documento editado por

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1º.-MI PRIMERA COMPARSA. MI PRIMERA FINAL

Requiebro. El que fuera mítico grupo de Pedro Romero no tenía autor ni yo nada que perder; así

empezó todo l Mi padre quería quitarme las ganas de salir en Carnaval, pero no pudo conseguirlo

CORRÍA el año 1983 cuando mi padre intentó quitarme las ganas de salir en Carnaval utilizando lo

que hoy se conoce como terapia de choque. Hacía poco tiempo que mi viejo me había comprado una

guitarra con la que me fui a casa de mi primo Enrique, quien me juntaba los dedos para que saliera

algún sonido decente. Un mes más tarde actué por primera vez en los concursos que a finales de

verano celebraba la Peña de Paco Alba, en la que grupos de aficionados cantaban coplas de toda la

vida, muchas de ellas enterradas en el olvido.

Nosotros ensayábamos en una habitación de un bar de la Avenida de Portugal y nos hacíamos llamar

'Los de Puerta Tierra', ole. En ese grupo estaban Nono, que luego sería la estatua central de 'Los

Mohosos', El minuto, Javier Osuna y mi padre, entre otros. Meses después mi viejo, viendo que yo

no me bajaba del burro, se reunió con El Piojo y otros cracks de la Peña Nuestra Andalucía. Ellos no

tenían autor y yo no tenía nada que perder, así que me presenté en la peña con mi cara llena de

barrillos, mi pelo con rayita al lado, mis gafas de pasta y mi guitarra. El primero que me saludó nada

más llegar a la peña se llamaba Antonio Zulueta Ahumada, 'El Piru', y fue hasta el final de sus días

como mi segundo padre. Me echó un vistazo y sentenció "¡Pero si es un niño" y El niño se me quedó

para toda la vida, aunque a veces también me llamaba El poe, el poeta. Me invitó a un refresco e

intentó controlar los nervios de un chaval que mirara donde mirara veía a sus ídolos. A una señal de

Jesús Monzón nos metimos en la secretaría de la peña, una habitación pequeña, bastante pequeña,

donde me invitaron a cantar ese pasodoble que yo guardaba con tanto esmero. Me senté en una silla

y cuando quise darme cuenta estaba cantando rodeado de toda la comparsa que tanto había

pregonado las coplas de Pedro Romero. Cuando acabé de cantar el primer pasodoble, que era un

piropo a Cádiz, se me salía el corazón por la boca. Hubo un silencio y de pronto alguien dijo:

"¿Puedes cantarlo otra vez?" Yo, para mis adentros me decía: "¡Esta no puede ser mala señal!" Me

armé de valor y volví a cantarlo. Al término de la segunda cantata me miraron, se miraron y

quedaron para ensayar días más tarde.

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Yo me levanté, me tomé otro refresco y fue entonces cuando me di cuenta de que el único que no

estaba contento era mi padre. A estas alturas de la liga sigo pensando que ese comparsista que salió

algunos años con Paco Alba creía que me iban a dar calabazas y dejó allí a un niño concibiendo

Requiebro. Días más tarde, en el escaparate de Benito del Moral estaba colocado el boceto de la

comparsa con mi nombre y apellidos. Cómo echo de menos esa tradición de ver los tipos de las

agrupaciones por los comercios gaditanos. La tarde siguiente a mi bautismo de fuego quedamos en

casa de El Piru, que colindaba con la peña, en la calle María Arteaga, y allí me presentaron a los que

serían mis compañeros de viaje: Ángel Zubiela, Manolo El Gitano, Antonio El Tarta, el Güili,

Rafael, Félix y la columna vertebral de los romeristas: Monzón, Purri, Carlos Brihuega, Pepe el

bombista, El Piojo, Carlos Peña, etcétera.

Los componentes tenían claro que la comparsa tenía que ser muy muy muy gaditana pero yo no tenía

ni idea de cómo se hacía una comparsa. Menos mal que conté con la ayuda de un genio, de Manuel

Rosales Agüillo hijo, que se encargó de hacer el ochenta por ciento de los cuplés y el estribillo.

El local de ensayo era un garaje inmenso ubicado, si no me falla la memoria, en la calle Belén, eso al

principio, porque a falta de dos meses para actuar en el Falla nos trasladamos a los camerinos del

Parque Genovés. El disfraz nos lo hizo Pepe Berenguer, el mismo sastre que confeccionó el disfraz

de mi última agrupación. Todas las comparsas de Cádiz, por aquel entonces, tenían tres componentes

que tocaban la guitarra; nosotros sólo dos. Yo tenía conocimientos muy primitivos de sonanta pero

nunca dejé que el pánico que sentía se me notara.Para colmo, los principios de las canciones tenían

un punteao, básico, pero muy básico, que también hacía yo. ¿Qué más podía pasar?

Cuando me dieron el disfraz, una parte de la camisa era más larga que la otra y me faltaban botones,

los leotardos me picaban y las sabrinas me quedaban para que me dieran dos patadas en la cara y me

quitaran de golpe los barrillos. ¡Ah, bueno, eso sin contar lo del gorrito! Un sombrero calañé con un

pañuelo blanco de seda, ¡ja! Era todo muy surrealista, porque yo debía representar a un bandolero y

por más que me miraba al espejo veía a un tío muy feo con gafas de pasta y acné juvenil disfrazado

de torero en tonos rojo y blanco y con un sombrero que parecía una teta gallega pintada de negro.

Pues con todo y con eso fuimos al Falla. Recuerdo que el primer día que cantamos compré claveles

rojos y blancos en la Plaza de las Flores para colocarlos entre los clavijeros de las guitarras, una

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monería, vamos; éramos unos pastelitos. Pues así y todo nos metimos en la final. Mi cara cuando nos

nombraron en la radio era un poema. No me lo podía creer. El día de la final Jesús Monzón no

estuvo con nosotros, asuntos laborales, era calderero de profesión, requerían su presencia en Galicia,

así que El Purri se hizo cargo de la dirección de la comparsa esa noche, que fue la última en la que

entraban seis grupos por modalidad (y se quejan ahora de que la final es larga, pobrecitos). La gran

final la abrimos nosotros y acabó sobre las ocho de la mañana y cuando dieron los premios empecé a

ser consciente de donde estaba y en lo que me había metido, tanto, que cuando dijeron: "¡Sexto

premio, Requiebro!", yo dije: ¡Eso cómo va a ser!, ¡Nos han robao el premio, el primer premio! El

virus del carnaval ya corría por mis venas. Qué lástima de mí.

2º.- EL CEMENTERIO DEL COMPARSISTA

Zombies. Un día en la peña vi el vídeo de Michael Jackson 'Thriller' y me dije: eso es lo próximo

que quiero hacer l Conectamos bien con el público joven, con ganas de cambiar lo típico y lo tópico

MI vida transcurría entre el instituto Columela y la peña Nuestra Andalucía. Yo, que nunca fui

amigo de las peñas, me había casi convertido en un peñista y, aunque no jugaba al dominó, ni era

diestro en el manejo de las cartas, ni consumía valdepeñas, robé todos los trucos de la profesión de

comparsista. La peña estaba ubicada en la calle María Arteaga y cuando hacía la Berzá Popular en

época de Carnaval daba de comer a cientos y cientos de personas que te degollaban con el plato de

plástico si te colabas. En Cádiz decir gratis es como gritar ¡Al ataquerrrr! Recuerdo un año que la

cola empezaba en la peña y llegaba hasta el freidor de la calle Hospitalito de Mujeres. Qué curiosa es

la vida, al lado de la peña las monjitas se las veían y se las deseaban para dar de comer todos los días

a los indigentes y en la peña se las veían y se las deseaban para que los que llegaban a final de mes

pudieran comer garbanzos gratis.

Nos habíamos acostumbrado a la vida peñística, no faltábamos ni una tarde hasta que se hacía de

noche y ansiábamos que llegara el sábado para echar el rato del mediodía ¿dónde? ¡En la peña! Así

nos pasamos algunos años entre Nuestra Andalucía y el bar La Primavera, el reducto oficial de El

Piru, un hombre que bien podría haber salido de cualquier novela de Cervantes, espigado, alto, con

un bigote rancio y con solera, con mucha mucha gracia, un vocabulario que se inventaba y unas

dotes inconmensurables para bailar, sobre todo claqué. Era clavao al actor Luis Cuenca. Un día

hablando con él me di cuenta que nosotros éramos prácticamente su familia.

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Una tarde de tantas estaba yo viendo la televisión en la peña cuando de pronto pusieron el videoclip

de Michael Jackson Thriller. ¡Oh!, para mí aquello fue una revelación. Enseguida lo vi. Eso era lo

próximo que yo quería y tenía que hacer. Pero había un problema ¿era un tipo gaditano gaditano a

los que estaban acostumbrados en la peña? ¡No! Mi segundo año y ya cambiaba el grupo. Yo hablé

con algunos de ellos y les comenté que para el próximo tipo había que estar en forma y que

tendríamos que hacer ejercicio… una vacilada mía, vamos. Era la manera de romper lazos con la

peña y hacer mi propio camino. También se comentó que pasé algunas noches en el cementerio para

meterme en faena y saber qué pasaba allí. La gente, que se aburre mucho.

La cosa es que en agosto ya estábamos ensayando 'Zombies' en un garaje de la Cruz Verde. La

búsqueda de personal fue bastante dura. Recuerdo que un día se presentaron en mi casa dos chicos,

los conocía, eran vecinos míos. Uno era Fali Vila, que años atrás vivía encima de mi casa, él en el

tercero, yo en el segundo, y el otro su primo hermano José Luis, que el año de 'Requiebro' había

salido en una comparsa juvenil. José Luis acompañaba a Fali ese día para que éste entrara en la

comparsa sin saber que era él quien se quedaba conmigo para ser mi gran apoyo, mi sombra, la voz

de mi conciencia durante años. También hubo momentos amargos, como cuando alguien trajo a la

comparsa a un hombre que había salido algunos años atrás con Antonio Martín. Después de varios

días de ensayos le dijimos que no, la cara de ese hombre expulsado de la comparsa jamás se me

olvidará. Los demás llegaron de grupos muy diversos, Rafael Velázquez, Noso, Bruno, Fernandi, y

muchos más. Hubo uno, se llamaba El Negro, muy bien vestido, que sólo decía: ¡Una cervecita, pero

no muy fría! Pero no cantaba. El día que lo intentó duró medio pasodoble.

En octubre tuvimos que buscarnos un local de ensayo nuevo y alguien nos ofreció el Café El Correo,

Eso sí, con una condición, (listo, el tipo) había que limpiar una zona -muy parecida a la zona cero de

las torres gemelas- de escombros con una altura de un segundo o un tercer piso. Pues nada, manos a

la obra, lo hicimos, lo dejamos niquelado y ensayamos. El que se libró de limpiar los escombros fue

Miguel Ángel García Cossío, que aunque ensayaba con nosotros lo llamaron para salir con Antonio

Martín en 'Entre Rejas' justo cuando empezaba a coger la pala. Se fue, algunos no lo entendieron ni

se lo perdonaron.

Ese año también colocamos nuestro boceto para que lo viera el público gaditano, en esta ocasión adornó un escaparate de Ivarte en la calle Novena. La ropa la buscamos nosotros y la adaptamos.

Imaginación al poder. Una tarde llegamos al ensayo con un maquillador y además coreógrafo. Nos

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dio unas lecciones básicas, unos pasos de baile; la cosa es que cuando quisimos imitar un momento

bailongo del videoclip de Michael Jackson en vez de bailar volaron los mecheros, los paquetes de

tabaco, las llaves, los bolígrafos… vamos que le dijimos al coreógrafo adiós con la manita. Como

teníamos que abrirnos un hueco en el panorama carnavalesco se nos ocurrió la idea de hacer un

almanaque disfrazados de zombies. Las fotos las hizo Kiki y la verdad es que todavía hoy me siguen

pareciendo una barbaridad. Se vendieron como rosquillas. El maquillaje de esa comparsa fue obra de

Paco Leal y Miguel Ángel Butler, quienes tardaban aproximadamente unas siete horas en

caracterizarnos. Rafael Velázquez se rompió un brazo y el primer día de concurso se coló en el Falla

vestido de muerto con una escayola, pa echarnos, vamos. Jose Luis se afeitó la cabeza y Paco Leal lo

maquilló como si le hubieran abierto la cabeza con una hacha, como José Luis Moreno.

Impresionante. El primer pasacalles fue brutal. Íbamos haciendo tipo y la gente nos miraba como

diciendo: ¡Esto qué es! Justo cuando íbamos a doblar una esquina nos dimos de bruces con un

chiquillo que nos vio, se acojonó y rompió a llorar llamando a su padre. Ahí nos dimos cuenta que

habíamos clavado el disfraz.

Llegamos al Falla y fue entrar y encenderse la llamita de la expectación. Habíamos conseguido

cambiar algo, los conceptos primitivos de la fiesta, habíamos roto con lo gaditano gaditano, y

conectamos con el público joven, ávido de otra cosa, con ganas de cambiar los tópicos y lo típico.

Entonces no había dinero para comprar decorados pero los trabajadores de la tramoya nos buscaron

uno bastante acorde con el tipo. El regidor de sala dio la orden y nos acercamos al escenario. Yo ese

año tenía melena y barba, no me molestaba ser El Niño pero no quería aparentarlo. Una máquina de

humo empezó a ambientar nuestro cementerio particular. Estábamos tumbados en el suelo con lo

cual nadie nos veía, excepto a los que tocaban guitarras, caja y bombo: Angelín, su hermano, Tey, el

hermano de Guili y El Monaguillo. Manolo El Gitano era el director y un momento antes de que se

abrieran las cortinas, ya estábamos todos en el suelo mirándolo, nos pidió que cantáramos bonito,

que controláramos los nervios, en fin, dando ánimos, y de pronto se le escapó un punto, que yo creo

que no se le escapó y que no fue un punto sino un punto enorme. Subió el telón y entre el humo de la

máquina y el áurea del punto de Manolo nos quedamos petrificados. Cuando todo alcanzó su mayor

esplendor nos dimos cuenta que teníamos que respirar para cantar, entonces uno de nosotros dijo:

¡Manolo, picha, estás podrío! Los nervios se fueron y las risas amainaron, pero el olor se quedó.

3º.- EL AÑO DE NUESTRAS LUCES

De locura. Tras 'Zombies', pese a no pasar a la final, el listón estaba alto y teníamos que mantener el

tipo l Para que al grupo le gustaran mis cuplés, me inventé que me los hacía Juan Rivero

La última actuación de 'Zombies' ocurrió en la discoteca Mobby Dick en San Fernando, y digo

ocurrió porque en mitad de la actuación Tey, el bombista, de buenas a primeras desapareció del

improvisado tablao que instalaron en el antro. Nos dimos cuenta cuando en mitad de la actuación

oímos un "¡Ahhhhhh!" y vimos un platillo rodando por el local. Esa noche nos presentó ante el

público el padre de Manolo El Gitano tal que así: "Recién llegados de Jolivú y tras una larguísima

gira por toda España hoy, con ustedes…". Así fue. Lo juro. Genial.

Tuvimos que buscarnos otro local de ensayo porque hubo desavenencias con el dueño del Café El

Correo, qué jodío, tuvimos desavenencias después de limpiárselo de escombros, eso es arte de Cádiz.

El nuevo local, que nos costó Dios y ayuda conseguirlo, lo encontramos al lado de mi casa, frente a

urgencias del Hospital Puerta del Mar, hoy día es el café bar Victoria. En esta ocasión no hubo que

trabajar pero se nos escuchaba por toda la calle. Otro de los problemas de los locales siempre ha sido la falta de luz y si no que se lo digan a todos los que se han enganchado al suministro de una farola o

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de un vecino, que nunca supo que le robaban energía. Nosotros hablamos con el dueño de un

establecimiento próximo, quien nos suministró de tapadillo la luz para los ensayos.

Estaba claro que el listón, aún sin haber llegado a la final, estaba alto y después de 'Zombies'

teníamos que mantener el tipo, nunca mejor dicho. La idea también me la suministró la televisión a

través de un videoclip. La canción era lo de menos, lo que me interesaba era la idea: un nido con

huevos plateados de los que nacían seres envueltos en una piel de cristal: era una locura, como el

Carnaval en sí mismo, como yo mismo. Convencí al grupo de que ése tenía que ser el tipo porque

era una sucesión de metáforas: Cádiz, tacita de plata, plateada, la luz de la ciudad, el brillo de las

mañanas, la locura del Carnaval con sus colores, el chovinismo gaditano, el egocentrismo que nos

hace encerrarnos en un nido de plata. Ahora sólo había que buscar la manera de vestir lo que había

visto en el vídeo. Después de mucho preguntar (antes no había internet ni móviles de última

generación) nos dimos cuenta que el disfraz nos traería de cabeza. A través de un conocido

encargamos unos monos de trabajo que, si la memoria no me falla, lo hacían chicos de Afanas.

También compramos unas planchas plateadas semirígidas que luego convertiríamos en miles de

cuadraditos plateados de un centímetro por un centímetro; cada disfraz tenía la nada despreciable

cantidad de casi cinco mil espejitos. La parte de las rodillas, la cintura, los codos y la espalda iban

vestidas con tela de lamé color plateada y, aún así, para subir un bordillo nos tenían que ayudar y

para hacer pis, no te digo nada. Para rematar la locura se confeccionaron unas especies de camisas de

fuerza -qué haríamos sin las madres, gracias vieja- que nos colocábamos en la presentación. Cuando

nos la quitábamos las luces rebotaban en nuestro cuerpo y desde el patio de butacas al gallinero todo

resplandecía. El disfraz también contaba con otros detalles, unas puñetitas de encaje en las mangas y

una chorrera a modo de corbata que nos daba un toque Marqués de Sade muy curioso y el grupo,

menos uno o dos, era el mismo que el del año anterior.

Nuestros sábados en la peña seguían siendo sagrados y allí todos los que salían en agrupaciones se

enfrascaban en eternos debates carnavalescos. Había de todo. Unos que no se hablaban con otros,

otros que volvían a hablarse después de varios años, dos en una esquina cantando por lo bajinis un

pasodoble marcando el compás en la pared, los de siempre jugando a las cartas o al dominó,

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lanzamiento de cuchillos al estilo comparsa… así hasta las tres de la tarde, más o menos, que nos

íbamos para casa con la cabeza como un bombo, de Carnaval, claro.

Ese año también uno de los nuestros recibió una llamada de la comparsa de Antonio Martín. Manuel

Serrano Mac-Gregor empezó a ensayar con nosotros pero terminó vestido de 'Soplos de vida'. ¡Ojo,

yo también he llamado a algunos a lo largo de mi vida carnavalesca! Esto es puramente anecdótico.

A mí me costaba la vida hacer cuplés, o mejor dicho, el grupo pensaba que a mí no se me daba bien

hacer cuplés, así que me inventé que me los hacía Juan Rivero, que en esa época era un crack de las

chirigotas. Mentira, los hacía yo, pero ellos se lo creyeron, lo que es el poder de la sugestión.

'De locura' gustó en el Falla y el grupo de seguidores seguía creciendo, sin embargo, tras otro año sin

llegar a la final, en la comparsa había división de opiniones. Unos pensaban que si dábamos con un

tipo gaditano nos meteríamos en la final y otros apostaban claramente por seguir rompiendo moldes

y crear y crear para abrir la mente, porque era nuestro momento. De hecho, en el tintero, y eso a

veces algunos que todavía nos hablamos lo recordamos, se nos quedaron tipos como 'Basura', una

inmensa montaña de basura que reflejara la desesperación de la madre tierra ante tanta falta de

concienciación con el medio ambiente, además de sacar a flote la basura del Carnaval, que es mucha,

por cierto. Ya entonces pensábamos en hacer una comparsa ecológica.

El día del estreno, como es normal, también nos pasó algo. Nosotros no podíamos ponernos las

camisas de fuerza porque el tipo era incomodísimo, así que los tramoyistas, los chicos y chicas de la

radio, todos los que podían nos echaban un cable. El regidor dio la orden a sala. Todos estábamos un

poco tensos. Se escuchó una voz: "¡Va cortinas!" Y de pronto digo yo: "¿Dónde está Rafael?

¡¡¡Rafael!!! Rafael estaba con la camisa de fuerza puesta hablando con un tramoyista sobre una

reclamación de una factura del recibo de la luz. A mí me iba a dar un infarto. Las cortinas estaban

abriéndose. "¿Rafael, por Dios que están abriendo las cortinas?" El me contestó: "Tranquilo,

chiquillo, no te preocupes, vísteme despacio que tengo prisa". Lo mataba... Ese año concursamos en

El Puerto de Santa María y conseguimos el primero de muchos primeros premios consecutivos. Y

ahora que me acuerdo, en un camerino del teatro el alcalde de El Puerto se arrancó a bailar y se le

cayeron las gafas y yo no me di cuenta y… ¡crack! Nadie se agachó a recoger las gafas. ¡No

podíamos con el tipo!

4º.- A LA FINAL OBVIANDO PRINCIPIOS

Esto es Carnaval. Los que apostaron por el cambio de estilo se salieron con la suya, para mí fue dar

un paso atrás l Aunque no es de mis agrupaciones favoritas, creo que conseguí lo que quería

EL debate lo ganaron aquellos que pensaban que debíamos volver al Falla con un tipo más de aquí,

más de nosotros y menos difícil de confeccionar. Estaban convencidos que sólo de ese modo

podríamos, de nuevo, acariciar una final en ese emblemático coliseo gaditano; digo yo que lo de

coliseo tiene que ser porque allí nos convertimos en gladiadores y nos despellejamos unos a otros.

De nuevo odisea para conseguir local de ensayo. Lo que es la vida, volvimos al Café El Correo que

ya estaba limpio de escombros, menos mal. Regresó al redil Manolo El Monaguillo, entró como

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cajilla Martín, contamos con uno de los pupilos de Jesús Monzón, el Carli, hijo de Carlos Brihuega

fue nuestro bombista y el Kako, que estudiaba conmigo en el Columela participó como guitarra.

Antes que llegara el Carli estuvo con nosotros el Lele, y a pesar de ser un grandísimo amigo mío, no

contaba con el respaldo de algunos componentes. En mi comparsa teníamos un código interno: si tú

traes a un componente y no vale, tú te encargas de decirle que se vaya. A mí me tocó darle la mala

noticia a César sentados en un escalón de una casa bebiéndonos una litrona. César lloró como un

niño pequeño y desde ese día le puso la cruz al Carnaval; jamás volvió a salir. Durante mis veinte

años de concurso he dejado en el camino a mucha gente y puedo asegurar que es, sin duda alguna,

casi lo peor de esta fiesta. La amistad la mantuvimos durante un tiempo. Luego distancia y más

distancia.

La idea de hacer 'Esto es Carnaval' no me convencía mucho, pero era atractivo saber si de ese modo

nos colábamos en la final, cosa que ocurrió. Esa comparsa era tópica, tópica y rayaba lo rancio.

Estaba obligado a crear un pasodoble más clásico y, aunque no es de mis agrupaciones favoritas,

creo que conseguí lo que quería. El disfraz todavía no sé lo que representaba, lo mejor para estos

casos es usar el término fantasía, porque diciendo esto uno se cura en salud y cualquiera se lo traga,

pero para mí éramos como unos pintores con unos plumeros de brillo y un par de coloretes en las

mejillas, ni fu ni fa, eso sin hablar de los calcetines, uno amarillo y otro azul, lamentable. La

presentación, por tanguillos, más típico no lo hay y en el escenario más de cuarenta personas que

tenían que dar la impresión de estar pasándoselo bien en una calle de Cádiz mientras aparecía una

comparsa para actuar. Como remate final, cuatro niñas vestidas de piconeras que bailaban de

maravilla, eso sí. Por supuesto, entre toda esa patulea de gente estaban amigos nuestros, muchos del

barrio de Loreto y vecinos de Trille y sus alrededores. Para colmo de males contrataqué contra la

chirigota 'Los tontos de capirote' que cantaron un pasodoble antológico a las gaditanas feas. Mi poca

madurez me llevó a componer una letra contestataria que me llevó directamente a los Juzgados. Me

estuvo bien empleado. Nuevamente me disculpo, Javi.

Entonces las sesiones del Falla se dividían en tarde y noche. Una vez tuvimos que abrir sesión a las

cinco de la tarde y no pasaba nada, anda que no le hemos dado vueltas al dichoso reglamento y yo

me pregunto ¿para qué? ¿acaso vamos a mejor? Ese fue el mismo año de 'A fuego vivo', la tercera de

la mejor trilogía que para mi gusto llevó a escena Antonio Martín García, que para este que suscribe

seguía siendo el mejor con muchísima diferencia con el resto de los mortales comparsistas en ese

momento.

Ni que decir tiene que cuando supimos que habíamos pasado a la final en la cara de los que habían

apostado por el cambio estaba escrito: "¿Lo ves?, ¡te lo dije!" Ahora que el tiempo ha pasado puedo

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decir con claridad que yo me sentía como si hubiera dado un paso atrás en mis aspiraciones

carnavalescas. Eso no era por lo que yo luchaba pero no tenía más remedio que aceptarlo. Ese año sí

grabamos pero nos tuvimos que desplazar con Carlos Ordóñez hasta Ubrique. Nos fuimos una

mañana súper temprano y ahí empecé a desarrollar una alergia a las grabaciones que todavía me

dura. No soporto las tediosas sesiones de grabación de comparsas, y eso que ahora se pincha, se

copia y se corta y se canta sólo un estribillo para duplicarlo luego. No, no, antes había que hacerlo de

una tacada y si te equivocabas a empezar de nuevo, compañero. Luego había que ecualizar, poner las

voces en su sitio y, francamente, cuando te das cuenta que ya es de noche y llevas más de doce horas

metido en una burbuja ya no distingues el contralto del tenor, ni el tenor de la tos del técnico de

sonido. Qué sufrimiento.

'Esto es Carnaval' tenía un estribillo pegadizo pero bastante ñoño, sobre todo la parte de: "Y el que

no quiera a Cai, ay, ay, ay, el que no quiera a Cai que se lo coman los tiburones". En fin, un

bastinazo que sin embargo nos dotó con el cuarto premio, un verdadero triunfo teniendo en cuenta

todo lo anterior. Yo no conservo ningún disfraz y ese precisamente se lo di, con muchísimo placer a

un primo mío de San Fernando que le venía de escándalo para las noches carnavalescas que tenían

lugar en el Club Las Salinas. Por el contrario cantamos mucho ese año, porque los seguidores,

gracias a Dios, seguían siendo fieles, aunque ahora en la actualidad pienso que los fieles fieles son

los que no te siguen. Yo me entiendo, un amigo prácticamente nunca te dice la verdad, pero un buen

enemigo, ése, ése está a tu lado para toda la vida, recordándote dónde y cómo la has pifiado. ¡Vivan

los enemigos! El verano se nos dio muy bien y en el grupo volvieron los debates. Ahora me tocaba a

mí darle la vuelta a la tortilla y durante mucho tiempo me dediqué a pensar en una idea diferente

para el próximo año que me hiciera sentir bien conmigo mismo. Rafael Velázquez, José Luis y

Ángel Zubiela eran los puntales en los que yo me dejaba caer cuando necesitaba ayuda o cambiar

impresiones y lo cierto es que en el noventa por ciento de los casos siempre estaban de acuerdo

conmigo.

Aquella comparsa era un canto a las fiestas de toda la vida, esos carnavales en los que uno andaba

por la calle y las serpentinas le llegaban por las rodillas, un tiempo que yo no viví y si viví no

recordaba. Por segundo año concursamos en El Puerto de Santa María y nos llevamos el primer

premio, ole. Allí éramos más famosos si cabe que en Cádiz y la gente nos adoraba hiciéramos lo que

hiciéramos. Manolo Casal retransmitía desde Ser El Puerto el concurso y, carnavalero de pro,

enseguida conectamos con él. Nuestra vinculación con la peña ya no era la misma y la reunión de los

sábados la trasladamos al bar La Primavera, lugar donde nos llamaban para contratarnos. Hoy por

hoy evito pasar por ese lugar cuando voy a La Viña porque sé que si paso por La Primavera voy a

ver allí al Piru sentado, esperándome. Que Dios me perdone.

5º.- DEJAD QUE LOS NIÑOS TIREN DE SUS

PADRES

Entre tus brazos. Quise sacar 'Chacolí' pero otro grupo se nos adelantó y tuve que darle un giro a la

idea l Ese año ensayamos en una casa antigua que tenía más ruidos raros que 'El orfanato'

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CARNAVAL nuevo, más complicaciones. Kako seguía en el grupo pero había que buscar dos

componentes que tocaran la guitarra. Después de muchas llamadas telefónicas y de ir de casa en casa

contactamos con los dos nuevos fichajes: El Wufi y el Kiki. Vaya con los nombrecitos. Como

mandan los cánones el local de ensayo se nos volvió a atragantar. A través de Rafael Velázquez nos

trasladamos a una finca que estaba medio en ruinas en la calle Zaragoza, la cual sería rehabilitada

para albergar otro Hogar del Pensionista. Nosotros ocupamos una habitación de una casa antigua que

estaba repleta de enseres muy íntimos, me imagino que de la familia que allí vivió durante años, y

todo tipo de ruidos que ríete tú de Belén Rueda y El Orfanato. La habitación estaba situada en la

primera planta. El primer día que entramos para ver el local nos llevamos un susto de muerte. La

curiosidad nos hizo registrar todas las habitaciones, cuando abrimos las ventanas y entró la luz del

sol, José Luis y yo nos quedamos de piedra, había una cuna antigua llena de agua y dentro una

muñeca de porcelana que más bien parecía una niña a punto de ahogarse. La imagen era para salir

corriendo de allí. En algunos lugares concretos de la finca había boquetes enormes en el suelo por

los que podíamos vernos y comunicarnos desde el segundo piso hasta el patio. Y claro está, no había

luz. Así que nada, a hablar con los vecinos. De vez en cuando bajábamos al patio y allí nos poníamos

en formación comparsera porque la habitación se nos quedaba chica. Eso, y que el primer piso nos

daba cague.

Mi decisión estaba tomada; quería sacar una agrupación dedicada a los niños porque siempre he

creído que si consigues captar la atención de un crío detrás van los padres, aunque no quieran. En mi

mente siempre estuvieron presentes las matinales y vespertinas en La Casa del Niño Jesús, en las

Puertas de Tierra, cuando actuaban los títeres con el personaje de Chacolí y la bruja. Me encantan

los títeres, sobre todo porque considero que es maravilloso darle vida a un ser tan frágil y

cadavérico. Al fin y al cabo creo que todos somos títeres de otros en menor o mayor medida. Pero en

esta ocasión tuvimos un problema que me obligó a cambiar de idea radicalmente. Una comparsa de

Cádiz estaba ensayando y se llamaba 'Chacolí'. Yo me reuní con ellos para intentar convencerles de

que cambiaran el tipo pero no estaban por la labor, lógico. Podíamos haber salido los dos con el

mismo tema pero ya en las bases del concurso se reflejaba que dos tipos iguales como que no.

Absurdo, como casi todo lo que pasa en Cádiz, perdón, en el concurso, quise decir.

No cejé en el empeño y le di la vuelta al calcetín. Esta vez no iba a bajarme del burro, así que me

limité a buscar en mis recuerdos infantiles y descubrí que desde el silencio de los muñecos que

abandonamos cuando dejamos de ser niños podía escribir al mundo de los adultos. Me faltaba el

nombre y días antes de registrarnos en la Fundación Gaditana del Carnaval se me encendió la

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bombilla: 'Entre tus brazos', ole. No sólo había parido un nombre bonito -también cursi, también-

sino que además seguía cortando de raíz con la tradición de empezar los nombres de comparsas con

artículos, los… el… lo de siempre, vamos.

La comparsa respiraba colores por todos sus poros y contagiaba alegría y algo de sopor, que todo

hay que decirlo. Los pasodobles comenzaban con una intro clásica, como una nana que ya preparaba

al público a dormir, ja, ja. Además del Piru, ese año se integró con nosotros Chicuelo. Su hija René

era la que al principio de la presentación nos dejaba solos en la habitación del Falla. Fernandi, Kiki y

sobre todo el Pati eran las voces que predominaban en un repertorio que ahora se me antoja el más

sosito y aburrido de todos los que he creado. Si pudiera, igual que otras agrupaciones mías, la

quitaba del currículum. ¡Al cajón del olvido! Será que ha pasado tanto tiempo que ya no me queda

nada del niño que fui.

Paco Leal seguía siendo nuestro maquillador particular. En el popurrit hice alusión a Paco Alba, de

un modo que no gustó a muchos, concretamente la letra se refería a: "…un tal Paco". Las luchas

internas con otros grupos, algo que será eterno en esta selva gaditana, provocó que brindara algunas

palabras a antiguos miembros de la peña Nuestra Andalucía. ¿Qué sería del Carnaval sin la salsa del

morbo, verdad? La gente quería sangre fresca y yo se la proporcionaba de todos los grupos

sanguíneos. Ese año, además, la mayoría de los autores punteros decidieron no salir y yo les mandé

un regalito. Gracias a que no participaron también es verdad que nos metimos en la final, y mi

menda ya iba adquiriendo una fama de enfant terrible que todavía llevo a cuestas. Y hablando de

terrible, el Falla necesitaba una remodelación y se tomó la decisión de que ese año sería el último en

el que allí se celebrara el concurso hasta nueva orden. Todos para el teatro Andalucía. ¡Malditos

asustaviejas!

Llegamos a la final y conseguimos el cuarto premio. Estábamos abonados a ese número. La noche de

autos José Luis perdió su gorro con pelitos de lana y se tuvo que poner el de Chicuelo. El otro día

alguien me dijo que había visto en su casa la final de ese año y recordé lo mal que canté, lo

rematadamente mal que lo hice. Salimos del Falla y la gente estaba encantada con nosotros. No

había dado uno sino dos pasos adelante sin yo saberlo y me había quitado la espinita del año

anterior.

Y, cómo no, después cogimos carretera dirección a El Puerto de Santa María, donde revalidamos el

primer premio del año anterior. Durante la semana de Carnaval tuvimos una actuación en el teatro de

Puerto Real que fue antológica. Esa noche, antes de cantar, nos habíamos tomado unas copas y

estábamos la mar de a gusto. Terminamos el primer cuplé y cuando estábamos en pleno estribillo

sucedió algo que jamás volvió a repetirse. El estribillo era una sucesión de juegos antiguos que,

supuestamente, practicaban los niños cursis de Cádiz. Pues bien, cuando llegó la parte de ¡Inmóvil!

todos nos quedamos quietos menos Rafael, que se adelantó a un micrófono y dijo algo que nosotros

no oímos pero que provocó la risa del respetable, que nos aplaudió mientras vitoreaba: ¡Chirigota,

chirigota! Ay, si no fuera por estos ratitos.

6º.- LOS QUE LE PUSIERON EL CASCABEL AL GATO

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Con uñas y dientes. Ese año escuché 'Soldaditos' y me dije que en la próxima contienda cambiaría

por completo mi forma de escribir l La idea del tipo me la dio la portada de un disco de Tino Casal.

LA movida madrileña disparó nuestra manera de entender y ver la vida. Nosotros crecimos

desayunando los sábados con La bola de cristal y merendando con aquellos grupos que empezaban a

ponerle música a la transición española. Qué razón tenía el crítico musical Diego Manrique cuando

en un artículo señaló que "no fue la más grande ocasión que vieron los siglos pero casi, casi".

En el primer coche, de segunda mano, claro está, que se compró José Luis, una chatarrita azul,

escuchábamos hasta la saciedad a Mecano, Alaska, Danza invisible, Los burros, Los rápidos, El

último de la fila, Toreros muertos, Gabinete Caligari, Radio futura, Tequila, Rubí y cómo no, a Tino

Casal. 'Con uñas y dientes' nació justo cuando cayó en mis manos la portada de un disco de este

músico asturiano que comenzó su carrera con Los zafiros negros y que vio truncada su vida en un

accidente de tráfico, como tantos otros compañeros, en 1991. Era evidente que le gustaba llamar la

atención y su excentricidad se palpaba en su vestuario y en su poderosa garganta. Estos criterios me

bastaron para experimentar más que para crear una comparsa que quería volver a romper los

estereotipos gaditanos. Ese año volvieron al redil Angelín y el Noso, repitieron experiencia Mariano

Varela, Juan José El Lobo y entraron en nuestras filas un jovencísimo Juan José Araúz, El chupa, a

la guitarra y Francisco Villanego, como cajilla.

Se nos quitó el miedo del cuerpo, aunque sabíamos que no estábamos solos, y ocupamos una

habitación del primer piso de la finca de la calle Zaragoza. Ese año se nos cruzó en nuestras vidas un

gato negro ¿o era gata? que encontramos en la calle y que había recibido una paliza; uno de sus ojos

estaba casi cerrado. Mi novia y yo lo cuidamos y lo llevamos a vivir al local de ensayo. Le pusimos

de nombre Mijita y era otro gato más en la agrupación. Se perdía por la casa y cuando le venía en

gana aparecía por la habitación, se sentaba en una silla, nos miraba y se echaba a dormir, quizás era

un mensaje subliminal gatuno que en el fondo quería decir: "chavales, como que no". El Piru le

llevaba todas las noches un poco de pescado del freidor y nunca le faltaba la leche ni el agua.

Insonorizamos la habitación con corcho, cartones de huevo, planchas de poliuretano, de todo, y nos

quedó como una burbuja de las de estudio de grabación. Tengo que decir que siempre trabajábamos

los mismos para disfrute de todos, pero eso ocurre hasta en las mejores familias.

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El pasodoble era clásico y muy corto, creo que el más corto de todos los que hice, y el cuplé de los

más originales, musicalmente hablando. Con el popurrí tuvimos serios problemas, de hecho el

primer día que cantamos en el Falla nos pasamos de tiempo tres pueblos, no cinco segundos ni diez,

no, no, como más de un minuto. Eso nos obligó a modificarlo y ya no era lo mismo. Al final del

popurrí improvisábamos una fiesta en el callejón de los gatos con una canción de Gabinete Caligari,

concretamente 'Tócala Uli', yo aporreaba un xilófono; para no equivocarme le quité al xilófono las

láminas que no tenía que usar y me quedé con las que sí. Ni eso nos salvó del cajón.

Mijita, como ya he dicho, era un gato negro, y aunque yo no soy supersticioso, muchos de los míos

le echaron las culpas la noche que casi no llegamos a cantar en el Teatro Andalucía, que el Falla

estaba cerrado por reformas. Nuestra primera actuación estuvo a punto de no producirse porque una

agrupación anterior no se presentó y eso alteró el orden del concurso y nuestras prisas. Paco Leal nos

maquilló en una casa al lado de donde vivía Rafael Velázquez, cerca del Falla. Paco nos retocaba por

el camino, mientras nosotros corríamos como posesos para poder cantar en el Andalucía. Llegamos

cansados y justísimos, tan a lo justo que no pasamos ni por los camerinos que se habían habilitado en

la Torre Tavira. Aviso para navegantes: buscaros siempre pero siempre un local cerquita del teatro,

por si las moscas.

Pero ese año ocurrió otro suceso que para mi vida carnavalesca fue determinante. Ocurrió una noche

que me fui más temprano que de costumbre del ensayo para ver la actuación de la comparsa 'Los

soldaditos' y fue durante la misma cuando refrendé la teoría de que mi comparsa era eso, un

experimento. Aquellos soldados terminaron de cantar y yo me levanté de la butaca para aplaudir

como un loco, ese final de popurrí era lo mejor que había escuchado en años. Salí del teatro y busqué

a la comparsa para felicitarlos por la actuación. Uno por uno les di la mano, era mi manera de

decirles: gracias. Al día siguiente, en mi ensayo, tuvimos un pequeño debate porque algunos de mis

componentes no entendieron mi comportamiento. Eso, desgraciadamente, sigue y seguirá pasando

porque los carnavaleros entienden de lucha con los demás pero no de abrazos y felicitaciones con

otros que no sean de su clan, ¿o no? Ellos llegaron a la final y nosotros nos conformamos con la

fidelidad de los que nos seguían, que eran muchos más que antes, sin embargo yo tenía claro que

para la próxima contienda iba a cambiar por completo mi manera de escribir y de contar las cosas,

tenía que adelantarme a mi tiempo como José Luis Bustelo y Paco Villegas habían hecho aquel año.

Una noche me olvidé de cerrar la puerta del local y Mijita se escapó. Nunca más volvimos a ver a

ese gato ¿o era gata? que terminó por llevarse lo que quedaba de esa agrupación tan excéntrica como

la portada del disco de Tino Casal. Y como no podía ser menos también participamos en el concurso

del El Puerto de Santa María y también conseguimos el primer premio. El hermano de El Chupa,

Ezequiel Aráuz compuso ese año la comparsa 'Donde Dios duerme', pues bien, una noche en El

Puerto, su hermano terminó de cantar con nosotros y sin decir ni mú corrió todo lo que pudo y más

al camerino. Minutos más tarde salió El chupa vestido de la comparsa de su hermano y cantó con él

sin que nadie se diera cuenta, y es que la familia hay que cuidarla, abajo y arriba del escenario. De

todos modos, lo único que lamento de aquel año es no haber cerrado bien la puerta de la casa donde

todas las noches me esperaba mi gato ¿o era gata?

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7º .- DAME UNA SILLA QUE YO HARÉ EL RESTO

Sonri-sillas. El de payaso era un tipo tan absurdo, tan explotado que quizá ahí se escondía el reto l

La tela y el tipo causaron un rifirrafe entre Ángel y yo y no nos hablamos hasta el primer día del

concurso.

Llegó el verano y con él nuestras interminables tardes en las olitas del Paseo Marítimo, frente al

Canadá, donde éramos socios de honor. Todas las noches caían unas cuantas macetas de cerveza con

sus correspondientes tarrinas de patatas con mayonesa. Los dos chicos del bar servían a los chavales,

que éramos cientos, desde una ventana no pequeña sino ridícula. Años pasó ahí dentro esa pareja de

camareros que nos adoptaron como si fuéramos de la familia. José Luis llegó una tarde al cuartel

general de las olitas, desde donde veíamos los paseos de las niñas gaditanas con sus modelitos de

verano, y me dijo: "Vente conmigo que tengo que hablarte de una cosa y de paso nos compramos un

par de macetas de cerveza". Dicho y hecho, cruzamos la acera y ya con las consabidas prevenciones

le escuché. "No me digas que no, tú escucha primero, y después, al final, dime qué piensas, pero no

me digas nada y déjame hablar". Hay muy pocas personas que me conozcan realmente, tres si me

apuran, y una de ellas es José Luis. Fue entonces cuando me lanzó el guante de sacar una comparsa

con un tipo de payasos. Le dejé hablar y pronuncié un: "Lo pensaré". Ya en casa, fui madurando la

idea y sí, podría ser, ¿por qué no? Era un tipo tan absurdo, entiéndanme, quise decir tan explotado,

que quizás ahí se escondía el reto para el próximo concurso. Claro está, había que complicarlo

porque de lo contrario sería un rotundo fracaso. Había que evitar crear el payaso de toda la vida y dar

con un personaje entrañable y… al momento visualicé en mi mente al mítico payaso catalán Charlie

Rivel y su inseparable silla. El concepto estaba claro: el Carnaval, el Falla, era nuestra carpa y el

nombre tenía que hacer alusión a ese payaso en particular que daba tanta pena cuando nos reíamos

de él, y de ahí nació el título 'Sonri-sillas'; pura metáfora, o al menos a mí me lo pareció. Lo del

guión trajo cola, la gente decía ¿qué querrá decir? ¿qué querrá decir? ¡Por Dios, si era evidente!

Ese año el grupo cambió aunque ya se empezaba a formar una firme columna vertebral. Yo decidí no

salir para dedicarle más tiempo a la comparsa y entraron tres guitarras nuevos, Sema, José Manuel y

Antonio Jesús, un bombista, Santiago Pérez, primo del Carli, lo que ocasionó que éste dejara de ser

esclavo del gordo instrumento y un tenor, Manuel Coronilla. El siguiente cambio fue la dirección del

grupo que recayó en Ángel Zubiela, quien se lesionó en una pierna jugando al fútbol y estuvo a

punto de salir escayolado en el Andalucía.

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Mantuvimos el local de ensayo sin Mijita y con ruidos extraños en ocasiones; las noches de tormenta

en esa casa eran dignas de Alejandro Amenábar. Tal como me prometí cambié mi manera de

escribir, o mejor dicho, de expresarme y eso se lo dejé muy claro al grupo cuando llevé el primer

pasodoble que empezaba con la frase: "Cádiz, la de alma de niña…" . El Chupa dejó la guitarra y

pasó a ocupar un puesto en la primera fila como contralto y apoyando las voces de Pati y Fernandi;

Carli, tímido donde los haya, poco a poco iba marcando su territorio con su particular timbre de voz.

Ángel estaba muy agobiado por su lesión y yo me encargué de diseñar el tipo de la comparsa, realicé

un boceto y compré, en principio, las telas de una chaqueta larguísima en color burdeos, si no

recuerdo mal. Chari Delgado, hija del famoso chirigotero Eduardo Delgado, esposa de Carlos

Brihuega y madre del Carli era nuestra sastra ¿se dice así, no? y empezó a trabajar en el tipo hasta

que un día Ángel y otros componentes llegaron a su casa con otras telas, lo cual evidenció que la

chaquetita burdeos me la iba a comer con patatas fritas. Aquello provocó un tremendo rifirafe entre

Ángel y yo. Durante mucho tiempo ni nos hablamos, ensayábamos, pero no nos hablábamos, así

hasta el primer día de concurso.

En el ánimo de todos planeaba la idea de montar una peña y después de muchas vueltas por el casco

antiguo Rafael Velázquez encontró una a muy buen precio, de alquiler, claro. De todos modos la

peña funcionó poco y mal, ni siquiera íbamos, siempre nos sobraba comida, nadie se quería hacer

cargo de la barra y encima se nos inundó el local porque una noche se nos olvidó cerrar la llave de

paso y de paso el grifo, una ruina, vamos. Así y todo, esa peña que estaba ubicada al lado del colegio

San Felipe Neri nos sirvió para vestirnos los días de concurso. Yo seguía mudo con Ángel y me dio

por disfrazar el bombo, me acuerdo que cuando me vieron coger una caja y tomarle medidas al

instrumento le dijeron a Ángel. "¿qué está haciendo el loco éste?" y él contestó "dejadlo, lo mismo

así se le pasa el mosqueo". Terminé la obra y se la coloqué al bombo, el resultado fue un bombo

cuadrado. Estoy convencido que a nadie le gustaba aquello pero me dieron cuartelillo como

diciendo: "Venga va, ya pasó, te dejamos que saques un bombo cuadrado". 'Sonri-sillas' no llegó a la

final pero fue, sin duda, la agrupación que mejores recuerdos nos dejó a todos. Al término de la

primera actuación, componentes de 'Los soldaditos', que ese año salían con 'De ida y vuelta' nos

felicitaron y nos dijeron que nos habíamos adelantado a nuestro tiempo. ¡Sí, me había quitado la

espinita gatuna del año anterior! Ese fue mi mejor premio. La presentación impactó más que nunca,

los pasodobles convencían más que siempre, los cuplés empezaban a tener gracia y daban paso a un

estribillo romántico y surrealista y el popurrí era alocado, divertido, triste, dinámico, con coreografía

diseñada para bailar de un lado a otro las sillas que transportábamos en la espalda como si fuera una

mochila. Como broche final el popurrí estallaba con la mítica canción Video killed the radio star,

que grabara el grupo británico The Buggles en 1981.

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Otra cosa, en la chaqueta, no la burdeos, la azul, a la altura del corazón llevábamos la típica flor de

payaso que lanzaba agua. ¡Pero había más! Dejadas de caer en las orejas ocultábamos dos pequeños

tubos que también salpicaban agua cuando queríamos aparentar que estábamos llorando, además de

un reloj precioso y enorme y unos zapatones maravillosos. Todo eso nos los hizo Ángel, no el

Zubiela, otro, un sibarita de la decoración y el buen gusto. En la espalda, además de la silla, había un

laberinto de tubos que terminaban en dos perillas que accionábamos con las manos, la derecha era

para el agua del corazón, la de la izquierda para los ojos. Y otra vez para El Puerto de Santa María, y

otra vez el primer premio, qué pesadez. El verano fue muy intenso y compartíamos función con

todos los grandes grupos del momento. Poco a poco nos hacíamos un hueco en la fiesta gaditana

pero lo importante es que nosotros éramos felices, muy felices, lo que no fuimos muchos años

después.

8.- HOMBRES DE PAJA, TEATRO SIN REMIENDOS

Calabazas. El tipo se me ocurrió viendo un anuncio de televisión con un espantapájaros l No me

quedan fotos porque alguien que luego fue miembro de la comparsa se las quedó y las vendió

Frente al local de la calle Zaragoza había y sigue existiendo un bar pequeño por donde nos

dejábamos caer antes y después de los ensayos. Una de esas tardes que perfilábamos el repertorio de

'Sonri-sillas', entre tapita y cerveza, eché un vistazo a la televisión de este establecimiento. Recuerdo

que estaban martilleándome la cabeza los cientos de anuncios que ya por aquel entonces nos

obligaban a ver, cuando entre col y col… un flash de un anuncio de noches temáticas en la segunda

cadena, pero lo más espectacular era el personaje que lo anunciaba: un espantapájaros o mejor, un

chico que hacía de espantapájaros, que disfrazaba una de sus piernas como la continuación del

madero donde se apoyaba y mostraba otra falsa. Antes de ver el final ya lo había captado: "Cuando

las dos piernas se muevan parecerá que está en el aire", me dije. Y así fue. El anuncio duraba lo que

un suspiro. Si en ese momento no hubiera visto la televisión jamás hubiera salido de ese bar con la

idea de hacer la comparsa 'Calabazas'. Después de un tipo tan vistoso como el de 'Sonri-sillas', Ángel

quería rizar el rizo y sobrecargar de colores el vestuario de estos muñecos de paja. También en esta

ocasión nuestra sastra fue Chari Delgado. Como bien habrán adivinado, yo no dije ni mú en lo

referente a telas ni a diseño, es más ni siquiera me hice el tipo, pero sí me dediqué, además de la

composición literaria y musical, a hacer cruces.

En un piso propiedad de una tía de Manuel Coronilla, en la calle Arbolí, en un tercero

concretamente, ideamos, diseñamos, creamos y pintamos las cruces de la comparsa. Los encargados

de esta parte tan poco gratificante fuimos casi exclusivamente Sema, Manuel Coronilla, Angelín, que

volvió ese año a la comparsa y yo. No sé cuántas tardes pasamos en aquella casa ni cuántos cafés nos

bebimos pero sí sé lo bien que lo pasamos en la cocina, fumando y tomando cafés, fumando y

tomando cafés, y algún cubata, también, también.

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El Carli recibió ese año una mala noticia: "Tu primo no sale, te ha tocado otra vez el bombo" y Juan

Miguel Cortina relevó al 'Lobo' en la función de voz segunda. Una vez más decidí no salir en la

comparsa, aunque de vez en cuando viajaba con ellos después del concurso y actuaba, ¡qué digo

actuaba!, yo era el comodín, cuando no podía ir el Carli yo tocaba el bombo, cuando faltaba un

guitarra yo lo suplía, cuando enfermaba un segunda yo iba en su lugar… menos la caja, siempre que

me llamaban, ahí estaba el tío.

'Sonri-sillas' también dejó en la memoria un momento terrible. Hacía tiempo que había intimado con

dos amigos que eran y siguen siendo para mí mucho más que eso, Cristóbal, componente de 'España

la nueva' y 'Los soldaditos' y Paco Delfort, ese año voz segunda de la comparsa de Antonio Martín.

Cuando acabó el Carnaval de 1990 Cristóbal cayó gravemente enfermo, tanto que una noche el

médico habló con la familia y los más allegados y nos preparó para lo peor. "Las próximas cuarenta

y ocho horas serán cruciales para su vida", dijo el de la bata blanca y de una manera u otra Paco,

José Luis y yo no nos separamos de él, ¿te acuerdas de esas noches, Paco? Cristóbal ganó la primera

batalla pero la guerra era muy muy larga y las expectativas, francamente, no presagiaban nada

bueno. El coraje y las ganas de vivir lo resucitaron y pisó las tablas del Falla casi sano vestido de 'Ida

y vuelta'. Hoy día sigue haciéndolo en su 'Mercado de las maravillas'. Qué mala experiencia o qué

buena, según se mire.

Cuando ya nos habíamos acostumbrado a pasar las tardes noches con los invisibles de la calle

Zaragoza nos anunciaron que comenzaban de inmediato las obras de rehabilitación del edificio.

Aquello acabó con la tranquilidad de los tres años anteriores. Por cierto, compartíamos local con una

orquesta que ensayaba en el patio, éramos unos okupas musicales en toda regla. Así que nos fuimos

a un local pequeño pero cómodo en Puerto Chico. José Luis pensó que las típicas lámparas de papel

de las habitaciones de los niños pequeños nos podrían servir para tapar nuestra cabezas dibujando en

ellas la figura de una calabaza. Lo probamos. Quedaba formidable pero había un problema: no

escuchábamos bien, así que reciclamos las cabezas pintadas de calabazas y las pusimos en la parte

superior de los maderos. Paco Leal aprovechó el dibujo que hicimos en las lámparas y lo maquilló en

los rostros de los componentes. La comparsa rebosaba colorido y alegría. La chaqueta del

espantapájaros era una sucesión de remiendos y remiendos y remiendos, cada uno de un matiz. Por

supuesto, clavamos el efecto bailarín de la pierna falsa que también hicimos nosotros y disfrazamos

una como el soporte del madero, tal y como vi aquella tarde en la televisión.

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Nuestra primera actuación fue extrañísima por culpa de los últimos retoques que nunca terminaban.

Muchos miembros del grupo estuvieron más pendientes de que todo estuviera en su sitio y que nada

se cayera que a la actuación en sí; aquellos espantapájaros perdieron kilos ese día, me consta. Pero lo

más maravilloso de todo es que cantábamos otra vez en el Falla, en nuestra casa y además fuimos la

primera comparsa adulta que pisaba el teatro una vez rehabilitado, era todo un honor. Una foto

inmortalizó el momento en que Carlos Díaz, alcalde de Cádiz por aquel entonces, conversaba con

nosotros en un camerino del Gran Teatro Falla. Lástima que esa y otras fotos se las quedara y las

vendiera sin escrúpulo alguno uno que años más tarde fuera componente de algunas de mis

comparsas. Ese fue el año que Antonio Martín puso en escena esa barbaridad de comparsa titulada

'Encajebolillos'. Lo difícil no era intentar ganarle, que más bien parecía imposible; lo difícil fue

batallar con la mala experiencia del primer día e ir ganando puestos conforme fue avanzando el

concurso hasta llegar a la gran final y conseguir el segundo premio, que nos supo a primero.

Aquellos hombres de paja dibujaron en el madero otro primer premio en el concurso de El Puerto de

Santa María y ya advertían de su peligro en la capital. Qué lastima, no tengo ni una foto de aquel

año. A veces pasa que uno le da la mano a quien cree que es un amigo y éste se lleva el brazo y las

tres piernas, incluida la falsa.

9.- MUCHOS MUSICOS Y UN UNICO SUSPIRO

Doremifasoleando. Coincidimos en tipo con Antonio Martín y sus 'Trotamúsicos' l Tres de nosotros

estuvimos toda la noche en un escalón de la calle Isabel La Católica para inscribirnos primeros

NUEVE años después de mi primer ensayo con los bandoleros de 'Requiebro' en la calle Belén,

encontramos un local de ensayo en el barrio de La Viña, un bajo de la calle Trinidad. Aquello bien

pudo ser un patio interior o un antiguo local o quizás una antigua barbería, porque tenía un

antiquísimo sillón de barbero, al estilo del que utilizaba Charles Chaplin en 'El gran dictador' cuando

volvió al gheto judío días antes de la noche de los cristales rotos. Tras el triunfo de 'Calabazas' todo

parecía más fácil sin darnos cuenta que la presión del público, los seguidores, los fanáticos, que no

fans, de otros grupos, y la responsabilidad aumentaba cada noche de ensayo. Lo que no cambió fue

el grupo ni tampoco mi postura de no salir cantando ni de hacerme el disfraz, fuera el que fuera.

Barajamos muchas ideas pero ninguna cuajaba y el tiempo se nos echaba encima. José Luis, cómo

no, el gran pensador, el sensato, el psicólogo de la comparsa, me convenció para hacer una

agrupación que representara una orquesta. Inmediatamente pensé en Mary Poppins, concretamente

en una banda de músicos callejeros con colores sobrios y repletos de chapas metálicas que aparecía

en la película, pero también aposté por hacerme el mudo y dejar que las ideas brotaran y que, sobre

todo, Ángel Zubiela, tomara el mando del vestuario que confeccionó un año más Chari Delgado

basándose en unas telas con tonalidades rosas en matices claros y oscuros. ¡Adiós, Mary Poppins!

Encontrar un nombre ideal fue también una ardua tarea que resolvimos cuando José Luis sentenció:

"Vamos a inventarnos un verbo, doremifasolear, y lo suyo sería adoptar el gerundio como título".

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Muy original, sí señor. La gran odisea fue buscar los instrumentos más adecuados para una orquesta

que no fue la única que salió ese año. No existe Carnaval sin tipos repetidos pero por entonces en la

Fundación Gaditana del Carnaval las bases contemplaban que el primero que se registrara era el

único que tenía la potestad de actuar en el Falla. La mala suerte quiso que en 1992 Antonio Martín

con sus 'Trotamúsicos' y mi comparsa fueran casi dos gotas de agua.¡Qué papeleta!, dos iguales para

hoy y una norma estúpida de por medio, así que nada, tres de nosotros, incluido yo, hicimos noche

en el portal de la Fundación, en la calle Isabel la Católica, para que la otra comparsa no nos pisara el

tipo. Así fue, estuvimos toda la noche esperando con la inscripción a buen recaudo en una carpeta

hasta que se abrieron las puertas del registro. La cara de los técnicos del Ayuntamiento cuando nos

vieron allí era un poema pero nosotros queríamos ser y de hecho fuimos los primeros. Corrió un

rumor de que algunos trotamúsicos nos vieron esa noche por allí, yo realmente no me lo creo. Lo que

sí sucedió es que Antonio Martín, Ángel Zubiela y yo mantuvimos una reunión días posteriores con

el entonces concejal de fiestas, Carlos María Mariscal, para solucionar la cuestión que, lógicamente

no se solucionó, porque aunque eran tipos iguales "la filosofía y el concepto en sí no lo son", dijo

alguien ese día, y se zanjó el tema.

Pues nada, había que seguir trabajando y nos enfrascamos en la compra de instrumentos, bombos

pequeños que transportábamos en la espalda y que golpeábamos con una maza cogida en un

antebrazo, bombos que también convertíamos en cajillas para marcar el ritmo de una canción de Paul

Simon, platillos en los tobillos, armónica con soporte metálico en los hombros y diez guitarras

hechas a medida en Algodonales, en la fábrica de Valeriano Bernal, lacadas en rosa y que nos costó

cada una más de 60.000 pesetas, de las de antes… multipliquen pues. Por supuesto no nos quedó ni

un céntimo para un forillo. Todos aprendieron algunos acordes de guitarra y después las guardaron

de recuerdo. Esto que quede entre nosotros, alguno vendió esa obra de arte. Valeriano Bernal quedó

tan contento con la factura y con la obra que fabricó una para su nieta.

Nos tocó cantar antes que a 'Los Trotamúsicos' y horas antes de la actuación compramos globos de

colores que colocamos en los bombos, ¿por qué globos? porque me acordé que el día de la reunión

con el concejal a la hora de ver los bocetos lo único que nos diferenciaba eran los globos, ellos lo

llevaban, nosotros no, pero como la idea y el concepto eran los mismos, como dijo alguien, pensé

que lo acertado era que ya puestos se parecieran del todo. La verdad es que la cara de los

componentes de Antonio Martín cuando nos vieron entrar en el Falla con los globitos lo decía todo,

menos bonito, de todo. 1992 fue además el año de la Exposición Universal en Sevilla y esta temática

la repetimos casi todos los autores, el descubrimiento, Colón, Sevilla-Cádiz, etcétera. La comparsa,

con la fama del concurso anterior, contaba entre las finalistas pero hubo que luchar hasta el último momento. José Luis Bustelo y Joaquín Quiñones llegaron ese año con muy buenos repertorios, 'Oye

mi canto', con una línea muy fresca y enganchando a la primera con el público, harto de las historias

de dos comparsas iguales y enfrentadas y Joaquín Quiñones con sus 'Suspiros de Cai' y un Ramoni

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pletórico que puso los cuatro días el teatro en pie cantando por alegrías como sólo sabe hacerlo él.

Por cierto, Tojo, estés donde estés, te echamos mucho en falta. Nos tocó abrir la gran final y nos tocó

bajar el escalafón, un cuarto premio que sonaba a "aprende la lección, chaval", y vamos si la aprendí.

Llegó la semana de Carnaval y el concurso en El Puerto de Santa María y pasó lo mismo que otros

años. Nuestro abanico de contratos se abría progresivamente y prácticamente todos los fines de

semana cantábamos por toda Andalucía. La comparsa dejó de ser un mero hobby y pasó a

convertirse en un trabajo. El verbo doremifasolear me hizo hombre, me hizo madurar y comprender

que las cosas se arreglan cantando y no en los despachos del Ayuntamiento. Si pudiera volver atrás

te juro Antonio que quitaba los globos, pero cariño, es que éramos iguales. Míralo por el lado

positivo, tú, aunque no ganaste, me venciste ese año, y, además, no tuviste que hacer noche en el

escalón de la calle Isabel la Católica. Por cierto, felicidades por tus cuarenta años cantándole a

Cádiz. Yo a lo máximo que he llegado es a cuarenta de fiebre.

10.- MISERABLE CARNAVAL QUE NOS DA LA VIDA

Los miserables. Fue un año imborrable, mi primer gran éxito, encontré trabajo y me compré un

coche de segunda mano l El tipo se me ocurrió viendo un anuncio del musical sobre la obra de

Víctor Hugo

DICEN los que creen que el domingo es el día del señor y desde hace años, cuando llega el

domingo, hago mi misa particular: bajo al quiosco y compro la prensa y, si puedo, paso toda la tarde

leyendo y releyendo todo tipo de artículos. Precisamente eso estaba haciendo un domingo por la

tarde cuando en una página de este rotativo vi el anuncio de un musical titulado 'Los miserables', una

adaptación para el teatro de la obra de Víctor Hugo que ya se había estrenado en inglés y francés. El

dibujo del cartel mostraba la desesperación y la vergüenza de los tiempos terribles en la cara de una

niña. Se acabó la lectura. Llamé por teléfono a Ángel Zubiela y le dije que fuera preparando café

porque tenía que hablar con él, de Carnaval. Media hora más tarde ya estábamos los dos dándole

vueltas a una comparsa que con el mismo título del musical llevaría al Falla a los más desprotegidos, a los sin techo, a los que no tienen más que coplas para vivir. Y qué mejor para abrir esa caja de

Pandora que un saco que contuviera todas las miserias de los gaditanos, ésos que cantan por no llorar

todos los años por febrero. Tras un cuarto premio, la presión era menor y podíamos trabajar con el

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ánimo puesto en sorprender a propios y extraños. Ese año entró en nuestras filas un componente muy

joven, Edu, hermano de Carli, que tenía más primeros premios que todos nosotros juntos de los años

que llevaba saliendo en infantiles y juveniles e inmediatamente se hizo cargo del bombo y dejó que

su hermano soltara lastre y se pusiera en la primera fila. El resto del grupo, el mismo, amigos para

bien o para mal… como decía la letra de los músicos callejeros.

Y otra vez de mudanza, otra vez con la casa a cuestas buscando un local de ensayo donde parir una

comparsa. La fortuna y los contactos de Rafael Velázquez y Fernandi nos llevaron a la Zona Franca,

a una nave inmensa donde entre otras dependencias había una que estaba completamente

insonorizada, ¡Qué alegría! ¡Por fin teníamos un local enorme y limpio! Lo peor de todo era

desplazarse hasta allí los días de lluvia pero suponía un bendito éxodo teniendo en cuenta los

calvarios por los que ya habíamos pasado buscando sitios para ensayar. El primer día que entramos

en el local descubrimos la presencia de un perro, un galgo famélico, que estaba, pobrecito, en los

huesos, con una cara de resignación que lo decía todo. Estuvo con nosotros muy pocos días, lo

suficiente como para darnos cuenta que también los animales sufren por culpa de sus miserables

amos. Por entonces yo me había comprado una moto que bauticé con el nombre de Garibaldi, porque

fue toda una revolución que mis padres dieran el sí quiero.

Además, después de años intentándolo encontré trabajo en Chiclana de la Frontera, tierra que

siempre me ha dado suerte. Juan Manuel Romero Bey, un chico que trabajaba en un rotativo de esa

localidad y que desde entonces es mi hermano del alma, me llamó un día por teléfono para hacerme

una entrevista de Carnaval, en un momento de la interviú le dije: "La verdad es que tiene que ser una

suerte poder trabajar en algo que te guste, como tú" y ni corto ni perezoso habló con el director del

periódico; días más tarde me hicieron una prueba y empecé mi carrera periodística.El primer día me

dieron una libreta, un bolígrafo y una grabadora y me encomendaron la aterradora misión de

preguntarle a los transeúntes todo tipo de cuestiones referentes a la ciudad. Días más tarde realicé mi

primera entrevista a Felipe González en un congreso socialista que tuvo lugar en un colegio de

Chiclana. Y como no hay dos sin tres, la tercera cuestión que cambió mi vida fue que ya con trabajo

y algo de estabilidad mi novia y yo nos planteábamos buscar una casa y casarnos. Mi padre me

ayudó a comprarme un coche de segunda mano, porque normalmente cuando acababa en el

periódico ya se había ido el último Canario y tenía que hacer noche en casa de Juanma. Los mejores

momentos de mi vida los pasé en casa de mi familia chiclanera. Cómo echo de menos esos

almuerzos con las 'pesás' de Isabel y Angelines a mi lao. Un besito para papá y mamá.

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El tipo de 'Los miserables' también fue obra de Ángel Zubiela, que contó una vez más con las

prodigiosas manos de Chari Delgado. Yo seguía en mis trece de no hacerme el disfraz hasta que,

bueno, me convencieron y dije que sí, lo que yo no sabía es que el mío iba a ser el único diferente a

todos, vamos que no había tela para mí y el pantalón era de otro color, las cosas que pasan. Pisamos

el Falla y hasta el último día el público estaba con nosotros. El respetable pedía un cambio y

nosotros estábamos por la labor. La noche que cantamos el célebre pasodoble al Papa el Falla rugió;

entonces fuimos conscientes de que ése podía ser nuestro año. Llegó la final y nos tocó cerrarla, algo

que siempre me ha encantado. Recuerdo que en los momentos previos a la actuación un periodista se

me acercó y me hizo un par de preguntas: "¿A qué le tiene miedo Martínez Ares?", yo le respondí:

"A no llegar a fin de mes". El tipo me miró fijamente y lanzó la segunda y última bala: "Esto es para

nosotros, que no lo voy a publicar, vamos, ¿no se te ocurrirá cantar el pasodoble del Papa, verdad?",

y sentencié: "Por supuesto que no, por quién me tomas". Era muy tarde pero el público nos esperaba.

Se abrieron las cortinas y todo el mundo despertó. Tras la presentación y el primer pasodoble

interpretamos la segunda letra, 'Ha dicho el santo padre…' ¡Gran ovación! Yo en ese momento

estaba como en una nube mirando a Jesús, otro de mis eternos inseparables, que lloraba de alegría.

Teminó la actuación y nos fuimos a la puerta principal del Falla a esperar los premios. "En la ciudad

de Cádiz… ¡Callarse, joé!. Cuarto premio… 'La tuna del loco' ¡Chisss! Tercer premio… 'El

Titiritero' ¡Bien! Segundo premio… El bache…". Toda la plaza del Falla daba botes de alegría,

habíamos ganado, después de diez años lo habíamos logrado. Mi novia y yo nos abrazamos, hay una

foto de ello, perdón había una foto, se vendió sin escrúpulo alguno. Y lo mejor de todo la frase del

Piru llorando: ¡El Edu, El Edu es el tulipán! ¡Él es el tulipán! Realmente lo que quería decir es que

Edu, como había llegado el último, era nuestro talismán, nuestro ta-lis-mán, no tulipán.

Con nuestra alegría nos fuimos para El Puerto, donde nos llevamos el segundo. ¿Y eso? ¿Cuando no

ganábamos en Cádiz nos premiaban y justo cuando ganamos, segundo que te crió? Cosas de la vida.

Qué más da, si aquella fue la noche en que se hizo la mañana más bonita de nuestras vidas.

11 .- UN AÑO MAS TOCANDO LAS NUBES

La ventolera. Fue el año del famoso pasodoble a Antonio Martín, que jamás se cantó pero que sí se

filtró y se publicó en este medio l Por segundo año consecutivo nos llevamos el primer premio

VERANO de 1993. La peña 'La tertulia de doña Frasquita', en la calle Santiago, abría sus puertas a

los que todavía tenían ganas de Carnaval. Esa noche Paz Padilla recibió un premio por su arte y por

llevar su tierra como bandera por todos los escenarios de España. Paz empezó a contar un chiste y

otro y otro y la peña se venía abajo. Nosotros estábamos en una habitación también perteneciente a la peña disfrazándonos de 'Los miserables' y es que nuestra relación con la gente del coro mixto era

especial: siempre fueron grandes seguidores nuestros, muchos de estos y estas coristas se abrazaron

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a nosotros la noche del primer premio en la plaza del Falla, como si ellos hubieran ganado, lo

mismo. Terminamos la actuación y allí Angel me preguntó si ya tenía algo pensado para el próximo

año. "Yo… -le dije- tengo unas cuantas ideas en la cabeza pero la que más me convence es poner un

marinero en el cielo, una veleta". Esa noche salió de esa peña el tipo y el nombre: 'La ventolera'. El

disfraz no parecía complicado, ¡Ja¡ ¡Qué equivocados estábamos! Siempre lo más fácil es lo peor. El

pantalón y la chaqueta eran eso, típicas prendas marineras a las que añadimos camiseta, gorra,

pañuelo y un farol. No era la primera vez que las estatuas se paseaban por el Carnaval, precisamente

el recuerdo más reciente lo teníamos en 'Nos quedamos de piedra', por lo que teníamos que hilar

fino. Había que buscar un color que reflejara dureza, robustez, y… para ello, nada mejor que el

bronce. Desde 'De locura' no nos metíamos en la piel de un disfraz tan duro y correoso, un pantalón

que había que domar para poder sentarse, una chaqueta que después de varias imprimaciones de

color bronce la dejabas de pie y ahí se quedaba más derecha que un palo, una gorra que parecía lija

pura, pero qué bonito quedaba en escena.

Para complicar más la cosa cada marinero llevaba un farol con el que supuestamente buscaba su

barco en el cielo; lo había perdido y lo buscaba según le golpeara el viento. Y para rematar la faena a

cada componente, menos los instrumentos, es obvio, lo atravesaban los cuatro puntos cardinales

aunque al final siempre la sangre tirara para el sur. Eso sí fue un obra de ingeniería. Rafael

Velázquez se pasó semanas buscando todo tipo de tubos, medidas y anclajes, pero al final lo

consiguió. Y Manuel Coronilla bordó las veletas con los símbolos que cada letra de cada punto

cardinal expresaba.

El grupo, el mismo. Todos queríamos repetir experiencia e intentar revalidar el primer premio de

'Los miserables'. Chari Delgado, una vez más, era nuestra sastra ¿se dice así, no? y una vez más yo

tampoco me hice el tipo "no vaya a ser que falte tela como el año pasado y me vistan de otro color",

me dije yo para mí. El responsable del maquillaje, Paco Leal, fiel a nosotros. Ah, y también

conservábamos el local de ensayo. Sólo nos quedaba trabajar duro para demostrar que lo que pasó

aquella noche no fue casualidad. Al local de ensayo lo llamábamos la nevera, porque precisamente

para eso se hizo. Tenía una puerta que si se cerraba teníamos que empujar los quince para poderla

abrir, por eso siempre la dejábamos encajada. Yo de cuando en cuando, me salía de esa habitación y

me ponía a hablar con El Piru que se quedaba de guardia por las inmediaciones de la nave. Semanas antes del concurso Angel me dijo que no estaría de más hacer otra letra de pasodoble. Yo salí de la

nevera y al rato regresé con "Recuerdo que era mayo…". No es pedantería, hay testigos. A veces el

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universo conspira para que todo salga como tú quieres, ¿no dice eso Paulo Coelho? Pero lo que

esperaba el público era una respuesta a mi expulsión de la cofradía del Nazareno por el pasodoble

del Papa. Y la tuvieron. Y Ya puestos en faena, pensé, "por qué no derribar otra muralla, otro tabú",

y me fui directamente a por la Fiesta Nacional; lo siento yo soy de los que están en contra de las

corridas de toros, multiusos sí pero para no para matar animales. Otra vez la gente dividida, los que

estaban a favor y aplaudían y los que estaban en contra y pedían a Dios que me cortaran las dos

orejas y el rabo, es un decir. También fue el año del famoso pasodoble a Antonio Martín que jamás

se cantó pero que sí se filtró e incluso se llegó a publicar en este medio, un pasodoble que estuvimos

a punto de cantar en el Falla de no ser porque minutos antes de abrir las cortinas le dije a Ángel:

"Mira Ángel, si ganamos, bien, y si no, no pasa nada, pero esta letra nos puede quitar el premio

porque ¿cómo se puntúa esto?". Algo parecido le pasó a él años más tarde y sí, le valió un premio.

Los cuplés hacían sonreír y empezaban con una pequeña llamada de atención a los veletas de Cádiz.

Empezábamos a acostumbrarnos a estar en la final y a competir con los poderosos de la fiesta

aunque en esta ocasión nosotros éramos el enemigo a batir. Todavía trabajaba en Chiclana pero mi

jefe ya contemplaba la posibilidad de abrir otra cabecera en Cádiz. Días antes del concurso me

anunció que me trasladaban a la capital para hacerme cargo, en principio, de un especial diario

dedicado al Carnaval; entre eso y mi comparsa no tenía vida. Pedro Romero presentó ese año una

comparsa sencilla y de corte poético y tanto Martín como Quiñones también eran firmes candidatos

para un primer puesto, pero no, por segundo año consecutivo nos llevamos el gato al agua. Tras las

risas y los llantos, la mayoría de nosotros acabó esa mañana comiendo churros en la plaza de las

Flores, luego se fueron a casa y durmieron un poco porque por la tarde empezaba el gran maratón,

vender cintas, que no cds que nunca llegaron porque nunca los hizo Izquierdo a pesar de estar

firmado en un contrato, cantar en tablaos, contratos en la provincia y más allá… una locura. Lo que

no hicimos fue participar en el concurso de El Puerto de Santa María, ¿para qué? Era evidente que

sería un segundo y no era plan. La primera portada de la nueva cabecera de mi jefe, Cádiz

Información, la habían enmarcado y colocado en el patio de las oficinas sitas en la calle Ancha y

mostraba una foto a cuatro columnas de 'La ventolera' con un titular que rezaba: "Ares y Pardo

revalidan el primer premio". Cuando entraba todas las mañanas a trabajar miraba al Zubiela y le

guiñaba un ojo como diciendo: "¿te lo dije, no hacía falta cantar ese pasodoble para ganar". Él

siempre guardó silencio. Años más tarde supe por qué.

12.- Y DE PRONTO...UNA GRAN BOLA DE FUEGO

El brujo. No sólo estaba obligado a hacer un homenaje al creador de la comparsa, sino también a mi

padre l Tras el verano llegó uno de los peores momentos de mi vida, el grupo se rompía sin remedio

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PARA mi padre y todos los componentes de la antología de Paco Alba 1995 iba a ser un año muy

especial porque conmemorarían los veinte años sin su autor, sin El brujo. Este grupo de amigos ha

pasado por momentos dulces, como el de ese año, y otros terribles como el adiós definitivo de

algunos compañeros de viaje como Paco Campos, Juanaco, Carlos Brihuega y otros que Dios, si

existe, tendrá en su gloria. Hace poco hablé con mi padre de la antología y me dijo que este año

tenían "un par de contratitos" ¡Ole! Y es que no tiene precio ver a esos viejos vestidos de 'Hombres

del mar' cantando las coplas del creador de la comparsa. Nadie podrá echarles en cara, nunca, que no

han sido fieles a su autor ni a la viuda que, hoy por hoy, y gracias a ellos, sigue recibiendo la parte

de su difunto marido cada vez que cantan como si estuviera vivo, además de estar siempre

pendientes de los derechos de autor de ese genio gaditano que gestiona la Sociedad General de

Autores y Editores de España. Lo tenía claro, no sólo estaba obligado a hacerle un homenaje a Paco

Alba sino a mi padre, que tanto ha dado por esa comparsa sin recibir a cambio ni el antifaz de oro

por no tener un currículum de veinticinco años cantando en el Falla, ¿qué pasa, que toda una vida

enseñando las coplas de Paco Alba por toda España no cuenta? Qué cara se le quedó esa noche

cuando le dieron el antifaz de oro a unos sí, a otros no; mi padre se encontraba en el grupito de los

nones. Yo te quito la espinita, viejo, total pa lo que me queda de Carnaval. Quien tenga oídos que

oiga.

Llamé a Ángel y a José Luis y les planteé la cuestión: "Vamos a hacer una comparsa que se llamará

'El brujo', el disfraz debe impresionar, con colores duros y cada pasodoble lo comenzaremos con un

pequeño trozo de algún pasodoble de Paco Alba, el otro brujo". Nosotros, que supuestamente

estábamos revolucionando la comparsa, teníamos que rendirle homenaje a quien la creó y

empezamos a trabajar con los mismos componentes de 'La ventolera' y 'Los miserables', la misma

sastra y el mismo maquillador, teníamos tanta fe en nosotros mismos que en momento alguno se nos

pasó por la cabeza descartar a nadie. Cada vez que iniciábamos un pasodoble hacíamos referencia a

un pasodoble del maestro pero además tenía la misión de introducir al espectador en la temática que

yo había elegido, prácticamente lo que quería decirle al público era "veis, el mundo no ha cambiado

tanto".

No, yo no me hice el disfraz, me conformaba con tener la foto del grupo y que me prestaran un

disfraz cuando tenía que suplir a algún componente enfermo. Pero lo que sí hice fue llamar al Gran

Malakatín, un mago impresionante, amigo nuestro, para que nos enseñara a hacer algunos trucos de

magia con los que sorprender al público. Siempre que llegaba el Gran Malakatín al ensayo

aplaudíamos como locos, como chiquillos invitados a una fiesta de cumpleaños. Después de varias

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sesiones mágicas quedamos en ensayar con dos tipos de trucos, uno que consistía en hacer levitar un

pito de carnaval, cosa que intentamos el primer día y casi ni se notó y segundo, una bola de fuego

que salía de la nada y se volatilizaba en cuestión de décimas de segundo. Lo siento, si quieren saber

el truco del fuego pregúntenle al Gran Malakatín.

Ya me había casado y seguía trabajando para Cádiz Información en la calle Ancha. Ser periodista

supuso para mí estar siempre a pie de obra, saber todo lo que ocurría en la ciudad y fuera de ella. Eso

abrió el abanico de mis posibilidades a la hora de escribir un repertorio para una comparsa que

insistía en cambiar el Carnaval y el mundo desde las coplas.

Para estar cerca del Falla los días de actuación montamos el cuartel general en la que sería la nueva

casa de Rafael Velázquez, en la calle Sacramento, muy cerca del teatro. Cantamos el primer día y

volvimos a conectar con ese público que nos esperaba y se entregaba de lleno. Si la presentación

gustó, los pasodobles aún más ¡Y con los cuplés la gente se reía! Antes de acabar el estribillo la

gente enloquecía, sobre todo cuando iluminábamos el Falla con nuestras bolas de fuego; nunca antes

una comparsa había hecho eso en el teatro. El popurrí ponía el broche final a un repertorio que

quería conseguir el tercer primer premio consecutivo. Pero ese año Joaquín Quiñones y sus

'Charrúas' no estaban dispuestos a que cumpliéramos la hazaña y nos ganaron en una durísima pero

maravillosa final.

Esa noche se homenajeaba a la comparsa donde cantaba mi padre. Por primera vez en mi vida

estábamos juntos en los camerinos del Falla, él nervioso porque abría la final con sus compañeros y

yo histérico porque podía hacer historia. Siempre guardaré en mi mente ese momento cuando mi

padre y sus colegas bajaban por la escalera del teatro, como si fuera la primera vez, escuchando de

fondo el murmullo de un público que se rindió a los pies de esos comparsistas. Le di un abrazo y un

par de besos y le deseé toda la mierda del mundo. Jamás un jurado dio una puntuación a la vista del

público tan alta como la de aquella noche: cada uno de los miembros del jurado les concedió un diez.

Yo me conformé con un segundo premio que de todos modos me transportaba al Olimpo de los

carnavaleros. Sin embargo, aunque pueda parecer mentira, en aquella ocasión yo escuché los

premios en mi casa, en la cama, harto de esperar el veredicto, ya que nosotros habíamos cantado de

los primeros y la noche se hizo eterna, tan eterna que la mayoría del grupo no hizo piña para

escuchar los premios.

Ya lo dijo Newton, todo lo que sube vuelve a caer. Siempre le he tenido pánico a los buenos

momentos porque detrás siempre aguarda penitente algo siniestro, palabra de pesimista. Cantamos,

disfrutamos, colonizábamos más territorios, nuestras coplas eran santo y seña de legiones de jóvenes.

Terminó el verano y llegó uno de los peores momentos de mi vida, la comparsa se rompía y yo no

podía hacer nada para evitarlo. Estaba en medio de una cuerda que separaba a mis amigos de

siempre. Si tiraba hacia un lado me quedaba sin medio grupo que no quería seguir con Ángel, y si

tiraba hacia el otro me quedaba con Ángel y con la otra mitad del grupo. Nunca me gustó Newton,

será por eso que escogí letras.

13.- NUEVOS SOLDADOS PARA LA GUERRA DE

SIEMPRE

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La trinchera. Había llegado el momento de la renovación y entraron siete nuevos componentes l El

tipo nos dio muchísimos quebraderos de cabeza porque por más bocetos que hacíamos no aparecía

ESTABA terminando el verano y quedamos en casa de Rafael Velázquez. Allí ya algunos no se

dirigían la palabra y esperaban mi respuesta. Yo ya tenía decidido con qué parte del grupo me

quedaba pero ése no era el único problema; parte de ese grupo pedía una renovación y pensaba que

era el momento adecuado, así que empezó la operación Gracias por todo, hasta luego. Lo peor de

todo fue que yo aprobaba esa teoría y dejé que me lavaran el cerebro. Me puse de parte de Ángel

Zubiela y yo, y nadie más que yo, fue quien dijo adiós a seis componentes. Días posteriores

actuábamos en el Baluarte de la Candelaria y ya entonces teníamos dos nuevos guitarras, Miguel

Ángel García Cossío, que se ofreció a salir en la comparsa una tarde que me lo encontré en una de

aquellas ¿hermosas? Veladas de los Ángeles; y Moisés. El resto del grupo que nos quedaba para

completar la formación, a excepción de Miguel El manta, llegó del mundo de los coros, Pepe

Chulián, Pedro Espinosa y Augusto. Se me olvidaba, antes de que llegara Augusto estuvo con

nosotros José Ramón, que tuvo que abandonar la comparsa por problemas familiares. Pero hubo otro

cambio con el que no contaba, El chupa, que había traído a la comparsa a Paco Catalán decidió justo

cuando empezábamos a ensayar no salir con nosotros, con lo que al final fueron siete las bajas del

grupo.

Y nos pusimos a trabajar. Quién sabe, lo mismo mi subconsciente me jugó una buena pasada y me

recordó que aunque con 'Sonri-sillas' me había adelantado a mi tiempo seguía teniendo siempre ahí

como referencia a 'Los soldaditos' y ya era momento de pasar página, así que le dije a Ángel y a José

Luis que quería representar a unos soldados de Cádiz en su trinchera. El tipo nos dio muchísimos

problemas porque por más bocetos que hacíamos y más libros que leía no aparecía. La primera idea,

para mi gusto la mejor, era adoptar el disfraz de soldado con la cara pintada de payaso y una flor en

la punta de la escopeta, al estilo Charles Chaplin, o como algunos actores polacos que durante la

Segunda Guerra Mundial actuaban para salvar sus vidas en esa maravillosa película titulada 'Ser o no

ser', me refiero al remake que hizo Mel Brooks, obviamente. Pero no, no nos poníamos de acuerdo.

También barajamos la posibilidad de representar un soldado de arena, pero tampoco. Al final planteé

otra posibilidad: soldados de piedra, de piedra ostionera, escollera viva, con motivos marineros por

toda su ropa. Otra vez un disfraz rígido y duro.

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Los encargados de hacer el tipo fueron Jesús Pino, Augusto y la que por entonces era mi mujer. Lo

cierto es que crearon una obra de arte y ese año sí me hice el tipo. Hace poco regalé lo último que

me quedaba de mis comparsas, el casco de 'La trinchera'. Después de intensos debates y horas y

horas de trabajo les puedo asegurar que quedó un disfraz de lo más bello. Debo aclararles una cosa,

el año de 'El brujo' hice tres pasodobles, musicalmente hablando, claro, porque nunca nos

quedábamos completamente satisfechos y eso me valió para los dos años siguientes, con algunos

sutiles cambios porque lo que lleva mucho tiempo cocinado evidentemente, no sabe bien.

El cambio de grupo e incluso de mentalidad provocó que compusiera un pasodoble dedicado a todos

los que no estaban pero los nuevos miembros de la comparsa, con razón, preferían no cantarlo sobre

todo "porque nosotros no sentimos eso, Antonio, a nosotros ni nos va ni nos viene, eso es algo muy

personal", como alguien muy razonablemente me dijo una noche. Como no se cantó en su día ahí va

un pequeño homenaje: "Rafael, amigo mío, te echo en falta una jartá", decía parte de la letra. Como

el tipo era muy marcial necesitaba un repertorio contundente. En cuanto a la música, para meterme

en la piel de ese soldado imaginario, escuché todos los trabajos discográficos del Ejército Ruso. De

hecho el final del popurrí es una versión de una pieza de estos muchachos de color rosadito que

nunca tienen frío. Para la presentación también llevaba una pieza de este varonil coro, pero después

de montarla nos dimos cuenta que aquello impresionaría en una iglesia pero no en el Falla. Rusia y

Cádiz no se hermanaron ese año. El frío sería, digo yo.

Empezó el concurso y con él el morbo. Los ex componentes de 'El brujo' estaban repartidos por otros

grupos, la mayor parte de ellos cantaban en 'El viejo refranero', que consiguió el segundo premio. Un

año más llegábamos a la final y el nuevo grupo se adaptó perfectamente a la presión del concurso y a

un público que también tenía el corazón dividido. Como cada año por aquella época mi periódico

nos condecoraba a Juanma y a mí como jefes del suplemento de Carnaval y con un grupo de

compañeros cubríamos el concurso hasta el último suspiro. Dicho suplemento se nos hacía eterno,

sobre todo porque yo no podía estar en dos sitios a la vez. Mi comparsa se jugaba mucho pero el

trabajo era el trabajo. Buena noticia, cerrábamos la gran final. Sí, para mí era una muy buena noticia,

siempre he preferido cantar y que digan los premios a continuación, a salir a escena de los primeros

y esperar y esperar y esperar toda la noche hasta que llega el momento en que se hace el silencio y

alguien dice: "En la ciudad de Cádiz…".

La comparsa de Jerez consiguió en 1996 un cuarto premio con 'Grumetes gaditanos', Antonio Martín

y sus 'Quijotes del sur', impresionante disfraz, por cierto, se conformó con el tercero y 'El viejo

refranero' por muy poquito no nos amargó la final. Esa noche nos maquillamos y nos vestimos en la

peña Nuestra Andalucía. Tras la actuación tuvimos el tiempo justo para correr hasta la Viña y

conocer el veredicto del jurado. Cuando llegó el momento de la verdad, algunos se quedaron

mirando el televisor y otros escuchando la radio; yo me fui solo a la calle. Tras minutos de silencio y

de nervios los gritos traspasaban las paredes de la peña. Fue entonces cuando entré y me abracé a los

de siempre y a los nuevos. Alguien dijo para que todos lo escucharan: "Me lo merezco, me lo

merezco". No, no fui yo

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14.- ¡¡ANARCOSINDICALISMO LIBERTARIO, POR

LA VIA DOS!!

El vapor. Manolo Peinado realizó una locomotora que era una obra de arte y que simbolizaba a

Cádiz l Estaba obligado a hacerle un pasodoble a Antonio Martín, el autor que más me había

marcado

HOY toca repasar la historia. Para ello me remonto a 1812 para explicar el nacimiento de la

comparsa 'El vapor'. Ahora que estamos un día sí y otro también escuchando todo lo bueno que nos

va a traer el 2012, es una excelente ocasión para echar la vista atrás y entender lo grande que fuimos

y cuánto nos deben los españoles, los que lo son y los que reniegan de ello, desde el Caño de Sancti-

Petri hacia arriba. En las Cortes de 1812 se aprobó que Cuba era una provincia española más y dado

el vínculo, ya no sólo marítimo, que existía entre los de allí y los de aquí, podemos lanzar la teoría

de que el primer ferrocarril español fue tan cubano como gaditano. Concretamente el primer tramo

de ese ferrocarril que se construía en España e Iberoamérica, que Cuba era española, no lo

olvidemos, tuvo lugar en 1837, tramo comprendido entre La Habana y Güines, es decir, que ya

abrimos el libro de los récords. Con esto chocamos frontalmente con la otra teoría que dice que el

primer ferrocarril español nació en 1848 y circuló entre Barcelona y Mataró. Teniendo en cuenta

todas estas cuestiones y sumando hechos tan relevantes como que Paco Alba había vivido frente a la

vía del tren y que decir el vapor es decir Cádiz, medio de locomoción entre dos puntos, tenía la idea

perfecta para una comparsa que además reivindicaría la falta de trabajo en la cuna de la libertad.

Yo sabía muy bien lo que quería y para ese trabajo concreto Ángel, Jose Luis y un servidor nos

reunimos con Manolo Peinado para el atrezzo. Tenía que evitar por todos los medios que nuestro

tren tuviera cualquier matiz americano, ya saben, el morro típico terminado en cuña, muy propio del

lejano oeste y le presenté un boceto de una locomotora que tenía que ser Cádiz, tenía que verse la

Catedral, la Fábrica de Tabacos, las Puertas de Tierra, una ciudad oxidada a la que le costaba trabajo

arrancar. Manolo Peinado realizó una maravilla, una auténtica obra de arte que tenía que ser

transportada en grúa cada vez que actuábamos en el Falla. También se confeccionó un forillo pero

que yo recuerde no se pudo exponer en su totalidad porque la máquina dificultaba su ubicación. Para

que la locomotora pudiera entrar en el escenario los chicos de la radio tenían que desmontar y volver

a montar el set. Y además sacaban tiempo para ayudarnos al montaje. Qué verdad es que el concurso

le debe a la radio toda su grandeza. Por cierto, y volviendo al 2012, yo soy uno de los que piensan

que el edificio de La Aduana debería ser dinamitado, pero ya, para que se contemple la belleza de la

antigua estación de trenes de Cádiz. Y otra anécdota, la mayoría de mis canciones no carnavalescas

han sido compuestas en el tren. Cuando necesito desconectar o tengo trabajo que entregar compro un

billete para Madrid o Barcelona y me pongo a escribir. Larga vida al tren.

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El disfraz también estaba claro, ropa de trabajo, fácil y sobre todo, cómoda, pero para remarcar el

sentimiento obrero había que utilizar simbolismos y por eso los pañuelos rojinegros con los que nos

limpiábamos el sudor, los colores de la CNT, los colores de la bandera confederal, la misma con la

que cubrieron los restos mortales de Fernando Fernán Gómez, los colores del anarcosindicalismo

libertario. Ahí es nada.

Tras 'La trinchera' el grupo se sentía fuerte y con ganas de superar otro reto, así que como ya

teníamos el traje de faena apropiado nos pusimos manos a la obra. Debo puntualizar una cosa, desde

'El brujo' la comparsa grababa por su cuenta, es decir, la producción era nuestra y la distribución

también. Ese año Antonio Martín accedió a ser el pregonero del Carnaval de Cádiz, para muchos el

máximo honor al que un carnavalero puede aspirar, además del antifaz de oro. Antonio no se

contentó sólo con dar un magnífico pregón, sino que, además, volvía por sus fueros con 'Los

buscavidas', otra barbaridad de comparsa. Yo soy de los que están convencidos de que el primer

premio lo ganó, no se lo dieron por pregonar la fiesta.

En esta ocasión nos vestimos en el interior de una tienda en la calle de la Rosa donde trabajaba Edu.

'El vapor' llegó al público desde el primer día pero la lucha en el Falla con los de Martín era

durísima. La presentación era un canto de trabajo que terminaba con el sonido del tren que poco a

poco iba cogiendo un ritmo frenético acompañado por el sonido de los hierros, los raíles de la vía de

Cádiz. Días antes de la final se planteó en el ensayo la posibilidad de hacer un pasodoble a la figura

de Martín como comparsista y pregonero pero, claro, aquella letra que nunca se cantó pero que se

filtró estaba en el ánimo de la gente, ¿pensarían que era una copla hecha con el corazón? ¿o tal vez,

que era un pasodoble que buscaba el aplauso fácil para ganar al pregonero en la final? Tenía que

hacerla con el corazón pensaran lo que pensaran, ganara o perdiera, además, era el momento

oportuno para decirle que yo había crecido con sus coplas y que ya estaba harto de tanta guerra

absurda. No puedo obviar que sabíamos que no se lo esperaría pero en el fondo estaba obligado a

hacerle un pasodoble al autor que más me había marcado.

Hice dos estribillos, el que todo el mundo conoce y el que después recuperé para 'La niña de mis

ojos', me acuerdo que empezaba de esta manera: "Vapor de agua, ay, son tus ojitos…". El principio

del popurrí simulaba el pitido del tren a punto de salir de la estación, para ello versionamos la

introducción de una canción que interpretaban Gema y Pavel. Inmediatamente después iniciábamos

el trayecto con una pieza de Nacha Guevara. En el final del popurrí utilizábamos las palas para echar

carbón y hacer que estallara la caldera de la locomotora, literalmente, claro. El punto y final,

nuevamente el pitido del tren que terminaba su viaje en la estación, en la antigua estación. Lo de

dinamitar la Aduana, ¿para cuándo?

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Ganaron 'Los buscavidas', el pregón fue el que todos esperaban, Tino Tovar empujaba fuerte con su

Botica, Quiñones se mantenía firme y nosotros estábamos contentos con lo que habíamos vuelto a

conseguir. La gente ya se acostumbraba a vernos en la final pero cada año se nos complicaba el

asunto, iba siendo hora de plantar un manzano, como le dije a Jose Luis años atrás. La comparsa

actuaba prácticamente todos los fines de semana fuera cual fuera el premio, lo cual evidenciaba el

buen momento de salud por el que pasaban tanto el como los aficionados, pese a los cambios. Llegó

el verano y en mi cabeza ya estaba formada la nueva comparsa. Y hablando de cabeza, fue en Las

Cabezas de San Juan, en Sevilla, donde me di cuenta que no existen las casualidades. Cantamos en

una feria y una de las atracciones era un barco pirata. Era una señal.

15.- ERROL FLYNN EMBARRANCÓ EN LA CALETA

Los piratas. Al principio, el grupo no confiaba en la idea pero poco a poco el ánimo filibustero se fue

adueñando de nosotros l El nombre de la comparsa se debió a la cabezonería de Manolo Casal

NADIE en su sano juicio carnavalesco lo haría, como intuí al ver la cara que puso Ángel cuando le

propuse crear una comparsa que se llamara Piratas, pero como sano, sano no estoy y juicio, juicio,

tengo el suficiente como para ser persona humana normal, me quedé tan pancho cuando lo solté una

tarde noche en el local de ensayo. A José Luis le encantó, sin embargo para Ángel y muchos

componentes del grupo la idea era una auténtica barbaridad; recuerdo que alguno incluso exclamó:

"Antonio, eso es un tipo más bien para una comparsa juvenil, ¿tú nos ves a nosotros vestidos de

piratas?". Yo ante ese comentario agregué: "Este es un tipo de siempre, qué niño no se ha querido

vestir de vaquero, de mosquetero o de pirata, por favor, hacedme caso, dejadme a mí". Tras un

pequeño receso, el veredicto del grupo fue favorable y eso me contagió unas tremendas ganas de

luchar por ese proyecto. Por entonces seguía trabajando en Cádiz Información, hasta que de pronto,

un día, me dieron una carta en la que me comunicaban que tenía una quincena para abandonar el

puesto. Esa mala noticia ponía en jaque otra muy buena, esperaba un hijo que nacería por noviembre

y no tenía nada más que la comparsa para sobrevivir. Así que nada, en ese momento, al más puro

estilo de Escarlata O'Hara, me juré que viviría de mis obras musicales, de mis creaciones, al fin y al

cabo los fines de semana actuábamos por toda Andalucía y nos tendría que ir muy mal para no

continuar en esa línea, el fracaso no existía y de los cobardes nunca se ha escrito nada. Manos a la

obra, parado y padre en ciernes me puse el traje de faena. Me leí todo lo que a mis manos caía con

relación al mundo de los piratas y además contaba con la ayuda inestimable de internet que

multiplicaba por cien mil las posibilidades de encontrar relatos, bocetos, historias, cuentos,

leyendas… en fin, el mundo de la piratería a mis pies, o a mis dedos, según se mirara. Un inciso, que

la comparsa acabara llamándose Los piratas, se debe a la cabezonería de Manolo Casal, un

carnavalero de pro que nos vio nacer artísticamente en El Puerto de Santa María.

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Ángel se encargó una vez más de vestir a la comparsa y he de reconocer que en aquella ocasión lo

clavó aunque, lógicamente, sudó sangre para calibrar todos los personajes que escenificaban aquella

tropa de corsarios, y es que lo que parecía fácil, como siempre suele ocurrir, resulta al final lo más

complicado. El año de El vapor mi hermano Juanma y yo nos quedamos petrificados, para bien,

cuando vimos el tipo de una chirigota de Cádiz que se llamaba Mi viejo barrio, que representaba a

los más famosos muñecos de Barrio Sésamo. Los creadores de esa obra de arte eran Antonio,

Ricardo y Shano, tres chicos que ya firmaban sus trabajos con el seudónimo de Ras. Su taller se

encontraba ubicado en un bajo de la calle Botica, en mi barrio de Santa María y allí me fui para

hablar con ellos porque tuve el presentimiento de que podrían hacer el decorado perfecto para mi

obra. Todas las tardes, cuando tenía ocasión, me pasaba por el taller y se me iban las horas viendo la

capacidad de trabajo y la imaginación que transpiraban estos tres, por entonces, desconocidos.

Ricardo y Shano Lores, hermanos de pensamiento, sangre y construcción se centraron en la

confección del esqueleto del barco, o mejor dicho, de la proa de La Invencile, que así llamé a mi

balandra, con tubos de pvc y Antonio se encargó de pintar los paños de goma espuma con los que

forraron la embarcación. Si a esto le sumamos la calavera que fue nuestro siniestro mascarón de

proa, la comparsa sólo tenía que cantar para enamorar al personal. Para darle más ambientación,

además de utillería propia de un desembarco pirata en la playa de la Caleta, Ras hizo que pareciera

que volara una gaviota de una bambalina a otra.

Y volvemos al tipo. La comparsa al principio no confiaba en la idea pero poco a poco el ánimo

filibustero se fue adueñando de nosotros. Uno de los mejores disfraces, para mi gusto, fue el que se

diseñó para José Luis, a lo Jhon Silver. No sólo le quedaba genial sino que además la muleta le

servía para poder recuperar movilidad en su cadera porque años antes él y dos componentes más

estuvieron a punto de morir en un accidente de tráfico cuando venían de Algeciras. José Luis y

Chicuelo se llevaron la peor parte, de hecho el primero fue intervenido en varias ocasiones y todavía

conserva secuelas. Paquito, que tocaba la caja, salió ileso pero durante unas semanas lució

numerosas magulladuras. Ese accidente siempre estará presente en nuestras vidas para recordarnos

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que el Carnaval no vale nuestras vidas. Ese año hubo dos cambios, entraron en la formación Ricardo,

hermano de Paco Catalán y Rafael, 'Rocky'. Chari Delgado seguía siendo nuestra costurera y el local

de ensayo, gracias a Dios, volvía a ser el mismo. La comparsa impactó desde el primer día y se

colocó de inmediato en los primeros puestos de todas las quinielas de los aficionados al Carnaval,

pero ese año Tino Tovar y El cielo de Cádiz nos pisaba los talones. Debo decir que hice dos

popurrises, ¿se dice así?. Una noche de ensayo Ángel me propuso cambiar el primer que monté

porque la música no iba con la idea que llevábamos. "Hazlo entero tú, tú puedes", me dijo, y así lo

hice; por primera vez todo lo había escrito y musicado yo y me sentía orgulloso. Por cierto, la

presentación, a mi humilde opinión, al más puro estilo Disney. Javier Osuna resumió la idea en una

frase mientras colaboraba con Canal Sur aquel año: "Parece que estemos viendo una película de

Errol Flynn, de las que echan los sábados por la tarde".

Por mi cabeza rondaba, desde hacía tiempo, la idea de componer un pasodoble mostrando la

desesperación de una mujer harta de sufrir malos tratos. El concepto estaba ahí pero no terminaba de

cuajar, empezaba un pasodoble y nada, cuatro frases, y otro, y seis frases… pero nada me convencía.

Y de pronto días antes de la final, fregando, yo que he sido y siempre seré un fiel seguidor de la

copla, me puse a cantar por lo bajinis una muy antigua de Concha Piquer que en el estribillo

sentenciaba: "Señor Sargento Ramírez, martirio me da un cristiano, y yo no quiero tomarme la

justicia por mi mano". Con la manos llenas de mistol cogí el primer papel que encontré a mi alcance

y empecé a escribir el pasodoble que titulé "Con permiso, buenas tardes". Llegó la hora del ensayo y

cuando lo canté me di cuenta, cuando reparé en que más de uno estaba llorando, que ése era el

pasodoble que nos daría el primer premio. Y así fue. Vivimos una final para el recuerdo, con un

público que cantaba con nosotros el estribillo y luego diez meses actuando sin parar.

Mi hijo nació un 3 de noviembre con los ojos abiertos, llovía a mares, y yo sabía que bajo el brazo

me traería algo bueno. El premio me daba igual yo sólo quería trabajar para darle de comer y el

Carnaval me salvó, nos salvó la vida.

16.- QUE DIOS NOS LIBRE DE LOS PIRATAS

Los templarios. Tras el pelotazo del año anterior los aficionados se compraron lupas para buscarnos

pequeños defectos l El jurado nos dio un tercero que nos supo a poco pero que nos mantenía arriba

TRAS un pelotazo del calibre de 'Los piratas' los aficionados al Carnaval se apresuraron a comprar

lupas con las que buscarnos pequeños defectos de cara a un nuevo concurso. Evidentemente, éramos

unos privilegiados porque allí donde cantábamos los fans guardaban colas eternas para hacerse fotos,

pedir autógrafos o rogar que los pasáramos a camerinos o nos lo lleváramos a Cádiz en el autobús,

pero aguantábamos una presión que ríete tú de los Rollings. Durante el Carnaval de 'Los piratas' tuve

la osadía de hacerme empresario y abrir al público una tienda en la calle Beato Diego de Cádiz, que

bajo el nombre de Los duros antiguos ofrecía carnaval y artesanía. La tienda siempre estaba llena, el

secreto era muy simple: en ningún otro lugar se vendían nuestros CDs, así que la exclusividad nos

garantizaba la romería. El diseño del local también fue obra mía pero la confección corrió a cargo de

un carpintero de ribera que construyó cuaderna a cuaderna un trozo de bajel a escala del Halifax,

aquello era un barco en toda regla. El resto de la decoración corrió a cargo de Ras. Hace cinco años

que me fui del Carnaval, los mismos años que hace desde que desaparecí de la tienda.

¿Dónde estábamos? ¡Ah, sí… la presión! Teníamos que volver y enganchar a la gente con la misma

fuerza que el año anterior porque nos iba mucho en juego, a mí por lo menos, porque por más

currículums que entregaba y por amigos que tenía en todo el amplio espectro gaditano sólo me

quedaba el Carnaval para comer, vestir y calzar. No en vano, debo recordar que 'Los piratas'

vendieron la nada despreciable cantidad de 40.000 CDs, que se dice pronto, pero por favor no

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multiplique alegremente, no vaya a ser que piense que me hice millonario con los derechos de autor,

cosa que para mi desgracia no sucedió, qué más quisiera. Así que me planteé un tipo que fuera capaz

de llenar el escenario y de paso recuperar una obra de Paco Alba, 'Las huestes de Don Nuño', que

llevaba una música de pasodoble de lo más maravillosa. Como siempre, reunión con Ángel Zubiela

y Jose Luis, para comunicarles mi parecer: "Este año vamos a escenificar las cruzadas con el disfraz

de templario, de los guardianes del Templo de Salomón, el brazo armado de la Iglesia en aquella

época". Mi pretensión era que cada uno representara un tipo de templario harto de luchar por sus

ideas cristianas y vencidos por la guerra, pero tuvimos muchos problemas para la consecución del

tipo. Queríamos ser tan fieles a la época que Ángel, Chicuelo, Paco Catalán y yo nos fuimos a Alcoy

para comprar las mallas de los guerreros. Salimos una noche a las doce y llegamos a la puerta de una

nave enorme a las nueve de la mañana. Lo peor fue ese momento en que el dueño del

establecimiento, para que no supiéramos a cuánto nos iban a cobrar las prendas, hablaba con su hijo

en valenciano alcoyano, en momentos concretos, la madre que los parió. Tuvimos unas palabritas

con ellos, en español. Nos gastamos un dineral, hicimos una parada para comer, comprar lotería de

Navidad y otra vez para Cádiz. El decorado también fue obra de Ras, llenaron el escenario de lanzas

que representaban la verja del Parque Genovés y crearon unos escudos con símbolos de la ciudad,

desde el viento hasta las Puertas de Tierra; cada componente era el guardián de un reino de la

ciudad, de nuevo Antonio, Ricardo y Shano se lucieron.

Contamos con el mismo grupo vocal y artesano para darle vida a esta idea, sin embargo creo que

algo se nos quedó en el tintero y todavía le sigo dando vueltas. Sí, ese año sí me hice el disfraz y

canté en numerosas ocasiones con un grupo que se la volvía a jugar en el Falla. Los primeros días de

ensayo tuvieron lugar en el club Caleta, al lado de las barquitas, un sitio mágico para ensayar y con

mucho frío, también, también, y las noches de concurso nos habilitaron una habitación para que

estuviéramos cómodos. A todos los miembros del club y en especial a Paco, muchas gracias por

vuestro apoyo a mi comparsa. El árbol del Hospital de Mora nos arropó para hacernos innumerables

fotografías vestidos de soldados de Dios. Estar tan cerca del Falla y en el mismo feudo de la musa de

Paco Alba era para mí lo más importante. Los grandes especialistas del Carnaval consideran que la

presentación de esta comparsa es histórica y yo, aunque pueda parecer pedante, les doy la razón.

Dicha pieza la terminé una tarde en casa de José Luis y la canté como diez o doce veces porque se

nos ponían los pelos de punta, había resumido el concurso en tres minutos y sabía que a la gente le

iba a entusiasmar. Los pasodobles eran guerrilleros, como el tipo que los vestía, tan guerrilleros que

uno de ellos daba una visión de Pemán que no contó con la aprobación de gran parte del público, que

abucheó la letra. Volvíamos a tocar un tema tabú, gaditano, pero tabú. También hubo un pasodoble

homenaje a Enrique Villegas, que ese año era pregonero de Cádiz con el mismo final que él utilizó

para homenajear a Fletilla. Los cuplés se iniciaban con un romance y terminaban con un estribillo

quizás más largo de lo normal en mí. El popurrí, sin embargo, contenía una pieza chirigotera

cuartetera que rompió los esquemas del público, lástima, con lo que gusta hoy hacer esas cosas en la

modalidad de comparsas para darle un poquito de frescura. Qué le vamos a hacer.

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La noche de la final invité a ver la actuación de la comparsa a una Pasión Vega que jamás había

venido a Cádiz en Carnaval. La canción de los arcos que había compuesto para el popurrít de 'Los

templarios' sirvió para crear la canción Besos y besos del álbum cuyo single también fue mío, La

vida en gris, y que obtuvo un Premio de la Música. Llegué a La Caleta esa noche con un gorro de

lana. Me había afeitado la cabeza ¿porqué? Subliminalmente les estaba diciendo a mis componentes

que los templarios no iban a la guerra tan limpios y tan bien afeitados, pero claro, era una

apreciación mía. El jurado nos concedió un tercer premio que nos supo a poco pero que nos

mantenía entre los más grandes otro año. El veredicto lo escuchamos en La Caleta. Cuando

estábamos a punto de irnos del local me dio por mirar uno de los cuadros que adornaban la sala. Un

componente me dijo: "¿Quién es" y yo contesté: "No te lo vas a creer, es Pemán". Acabó otro

concurso y volvimos a patearnos la calle. Mi hijo vivió su primera cabalgata dormido en el cochecito

mientras su padre trabajaba como comparsista a tiempo indefinido.

17.- ¡BRINDEMOS CON CHAMPAN POR LOS MUERTOS!

La milagrosa. Mi familia y la comparsa sufrieron el acoso de aficionados, políticos y prensa por ser

vicepresidente de la Asociación de Autores l En verano llegó un calvario que me costó una depresión

DESDE hacía varios años formaba parte de la directiva de la Asociación de Autores del Carnaval de

Cádiz, yo era el vicepresidente, la mano derecha de José Antonio Valdivia Bosch, un hombre que ha

dado hasta el corazón, nunca mejor dicho, por un concurso que no siempre saca lo mejor de los

gaditanos. Un día sí y otro también quedábamos en una cochambrosa habitación en la calle Ancha

para intentar cambiar las normas anticuadas de un concurso que asfixiaba a los verdaderos creadores

del gran circo de Cádiz, pero no pensábamos que nos iba a costar la salud. Pretendíamos que los

autores hicieran el concurso -algo de lo que ahora me arrepiento porque he comprendido que es del

todo imposible- y que éste no estuviera bajo el auspicio del Ayuntamiento que siempre nos aseguraba que perdía dinero con el mismo. Aun así no lo soltaban y no tuvimos más remedio que

poner a la Fundación Gaditana del Carnaval en un verdadero aprieto: "Pues nada, haremos un

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concurso paralelo". Me consta que pensaron que era un farol pero cuando vieron la respuesta del

colectivo la historia fue bien distinta y empezó la fiesta. Por primera vez en la historia casi todos

estábamos de acuerdo en algo, lástima que al final la mayoría también estuvo de acuerdo en dejarnos

solos. La radio ya no podría estar en las bambalinas, había que acabar con la reventa, el coladero de

los pases de favor pasaría a mejor vida, cualquier contrato con la televisión tendría que tener el visto

bueno de la asociación, quien, además, negociaría los derechos que generara cualquier emisión, la

ley de espectáculos se respetaría por encima de todo, la publicidad que consiguiera el Ayuntamiento

por difundir el carnaval también tendría que repercutir en los artistas carnavalescos, las agrupaciones

debían presentar documentación que asegurara que los decorados y atrezzos cumplían la ley…

vamos, que lo poníamos todo boca arriba y eso, como que no. Además de mi familia, la comparsa

fue la que más sufrió el acoso y derribo de aficionados, políticos, prensa, internautas e incluso

compañeros de fatigas que nos deseaban un escarmiento público.

'Los templarios' dieron paso a una comparsa que significó, es lo que yo pienso, mi primer intento de

hacer un teatro musical bajo el prisma del Carnaval. 'La milagrosa' fue el último de los nombres de

una larga lista que siempre terminaba con 'Jeremías', 'La balada de Jeremías', 'El carromato de

Jeremías', simplemente 'Jeremías' y todo porque siempre me venía a la cabeza la película en la que

Robert Redford daba vida a Jeremías Johnson, el trampero que dirigió Sydney Pollack. Lo que sí

estaba claro es que teníamos que representar al típico buhonero, estafador, embaucador, curalotodo,

charlatán, vendedor de humo. Nos hacía falta, para que la gente entendiera el mensaje, un carromato

que también yo diseñé y que confeccionaron Fali Vila y su padre. La decoración exterior del mismo,

paneles que ilustraban una ciudad antigua que podía curarte cualquier dolencia con sus pociones

milagrosas fue obra de Jesús Pino.

Sólo dos cambios en las filas, Ricardo dejó su lugar a José Juan Pastrana en la instrumentación y

Pedro Espinosa decidió no salir por motivos profesionales. Me habría gustado que el disfraz hubiera

sido más rufián, época de Huckleberry Finn o tal vez más lejano oeste, ambientado quizás en

películas como 'La leyenda de la ciudad sin nombre', con un abrigo que al abrirse mostrara una

amplia gama de botellas, cachivaches, perfumes, lociones, ungüentos, aceites, pañuelos, pero no, lo

único americano que reflejábamos eran unos pantalones muy al estilo de otra película, Gangs of New

York, de Martin Scorsese, pero ya está. Ah, y unas gafas, eso sí. Ah, y un foulard, muy de la época,

sí señor. Ah, y unos tirantes.

Los tres días de concurso, que no fueron más, salí a escena con ellos. ¡Quién me mandaba a mí

meterme otra vez en la boca del lobo! No, esta vez no canté y sí, me hice el tipo, que días más tarde

destrocé con mis propias manos; yo sólo abría las puertas del carromato y me dejaba ver, pero cada vez que lo hacía el público ya me estaba echando en cara los nuevos cambios del reglamento con

bellos piropos gaditanos. Qué curioso, ahora el concurso se rige por unas normas que todos

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defienden y que resultan ser las mismas de las que abanderamos hace ya como diez años. Eso sin

hablar del Museo del Carnaval, que también conseguimos que el proyecto se pusiera en marcha, pero

es que el Alzheimer es lo que tiene, que no respeta ni siquiera a los carnavaleros.

Desde el primer día sabíamos que no simpatizábamos con el público, o mejor dicho que yo no

simpatizaba con el público y que la comparsa y nuestras familias lo iban a sufrir. Aguantamos de

todo, nos dijeron barbaridades, pero nuestra obligación era dar la cara y seguir cantando. Mucha

gente, ahora que ya ha llovido lo suyo, me cuenta que 'La milagrosa' es de sus comparsas favoritas y

que el popurrí era como una pequeña obra de teatro. A buenas horas… pero gracias. El día de los

cuchillos largos, es decir la noche que determinaban quiénes pasaban a la final, me encontraba en

casa de José Luis cenando y terminando dos cuplés para la finalísima. Pues bien, dijeron los nombres

de las agrupaciones y nos quedamos esperando y esperando y esperando… no, no era una confusión,

la comparsa se había quedado fuera de la final después de casi una década. Lo habían conseguido,

nos habían castigado, a mí por intentar mejorar el concurso y a la comparsa por cantar las coplas de

un niñato presuntuoso y engreído que se creía el rey del teatro Falla. Me fui para mi casa sin

creérmelo, la gente era feliz sabiendo que nos habían guillotinado, de hecho, hubo un autor que

descorchó una botella de champán en la plaza del Falla para brindar por mi fracaso; sí, es cierto, tan

cierto como que años atrás ya me dejó caer que la había comprado y guardado en la nevera para que

estuviera fresquita el día que me dejaran fuera de la final.

Lo que no sabe nadie es que yo, una semana antes de saber si pasábamos o no a la final, había escrito

un pasodoble con el que me quería despedir de la fiesta. Mi intención era cantarlo el último día junto

con un pasodoble dedicado a la alcaldesa de Cádiz. Ambos me los comí con patatas fritas pero ya

por mi cabeza estaba presente la idea de abandonar el Carnaval: no quería seguir. Todo se rompía a

mi alrededor y no podía hacer nada para evitarlo. Llegó el verano y con él un calvario que me costó

una depresión. Lo único bueno de aquel año llegó en diciembre. Se llama Paula de Lirio, la niña de

mis ojos y ya tiene siete años.

18.- SI NO LO VEO, NO LO CREO

La niña de mis ojos. La presión que soportamos en 'La milagrosa' fue la gota que colmó un vaso

lleno de debates, cuestiones internas y personales l Tenía rabia y eso me hizo ilusionarme para

competir

En una ocasión un componente del grupo hizo este comentario: "Somos los componentes que mejor

nos llevamos en Cádiz, seguro". Yo, sin embargo lo negué: "Creo que no, creo que somos los que mejor nos soportamos". Y tampoco, porque estaba escrito que el final de nuestros días se acercaba

peligrosamente. Fue en verano, en El Carpio, en Córdoba, durante una actuación cuando me di

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cuenta que habíamos tocado fondo. La presión que soportamos con 'La milagrosa' fue la gota que

colmó un vaso lleno de debates, cuestiones internas, cuestiones muy personales y, sobre todo, la

visión enfrentada de autor y director que a la postre fue lo que provocó el cataclismo. En el camino

de vuelta, en el autobús, mientras todos dormían, yo me cuestionaba qué era lo mejor para nosotros y

para mí. La postura más salomónica era tirar por la calle de en medio, es decir, descansamos un año,

pero ¿y después?, ¿qué pasaría? No, ésa no era la solución, lo mejor era coger el toro por los

cuernos, agarrar la tijera con mano firme y cortar aún a sabiendas del daño que iba a ocasionar. Si

quería seguir, si quería volver a ilusionarme tenía que cambiar muchas cosas y, sobre todo,

componentes. Aquel viaje fue traumático porque sabía que una vez que me bajara del autobús nunca

más volveríamos a estar juntos.

No era la primera vez que Ángel Zubiela me comunicaba tajantemente que "éste es mi último año" y

eso también llegó a hartarme. Una tarde, en la tienda, Ángel y yo quedamos para hablar sobre la

comparsa. Los dos estábamos de acuerdo en que había que cambiar el grupo y de hecho ambos

teníamos la misma lista de no convocados, la misma, a excepción de uno o dos, a lo sumo. El

problema surgió cuando le dije que aprovechando que él no iba a salir cambiaría el grupo, y ahí

empezó la odisea. Días más tarde, todos, incluidos los no convocados, ya tenían nuevo autor y un

director que seguía con un grupo de amigos. Cada uno dirá lo que quiera sobre este tema, yo digo lo

que viví y lo digo a grandes rasgos porque después de tantos años, francamente, no tengo ganas de

recordar todo lo que ocurrió; fue horrible para todos, estoy seguro que también para ellos supuso un

mal trago. El Carnaval, algo que nos había unido durante años había acabado con nosotros. Por eso y

por otras muchas cosas desagradables dejé este circo.

Es cierto, tenía rabia, igual que ellos y eso me llevó a ilusionarme para competir de nuevo.

Quedamos muy pocos, tan pocos que cabíamos en un sofá en casa de Miguel Ángel García Cossío.

Allí empezamos a tirar de agenda y a llamar a todos los que se nos ocurrían por si querían salir con

nosotros. Conseguimos crear un grupo que para mí fue el mejor de todos, lo siento, pero es lo que

pienso. Trabajamos duro para enfrentarnos ya no sólo a una comparsa que venía avalada por el

morbo sino a unos aficionados que no daban un duro por nosotros. La primera noche que cantamos

en el Falla el camerino estaba vacío, pero todo cambió en cuanto se abrieron las cortinas y abrimos

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la boca. Sí, ese año volví a cantar con la comparsa y diseñé el disfraz de ciego, un tipo que tenía

reservado para mi antiguo grupo. Entraron muchos nuevos, Miguel Chozas, Christian, volvió

Ricardo, Sergio, Rafa Piñero, Pájaro, Francis, Bubu, Antoñito y Dani y de la nada empezamos a

crear una comparsa. El local de ensayo se trasladó a La Lonja, la sastra fue Tere Torres y el

maquillaje corrió a cargo de Piarlé, porque Paco Leal era tan amigo de unos y de otros que cerró su

maletín de pinturas desde ese año. Para poder vestir a la comparsa tuve que pedir un préstamo

personal poniendo como aval mi propia casa. Ahora, cuando lo pienso, me doy cuenta de las

estupideces que he hecho en mi vida por los demás y cuánto poco bueno he hecho por mí y los míos,

que son muy poquitos.

Fue tanta nuestra ceguera, la de unos y otros, que cuando rompimos del todo la cuerda no reparamos

en El Piru, un hombre que se quedaba prácticamente sin familia y que no aguantó la separación. Se

murió y el velatorio fue otro momento para no volver a recordar nunca más. Me acerqué para ver al

Piru, que estaba de cuerpo presente, y me salí para no volver a cruzar palabra con ninguno de ellos.

Hay quien me echó en cara que no le diera el pésame, ¿el pésame?, ¿acaso se dan el pésame los

muertos entre sí? Maldito año el que nos tocó vivir, maldito sea el Carnaval que es capaz de pudrir la

sangre de los hombres y llevarnos hasta la enfermedad y el paroxismo. Yo colgué un crespón negro

en mi cayado en memoria de un hombre que me quiso como un hijo y al que yo abandoné por la

mierda de un concurso que también saca lo peor de nosotros.

Para crear mi comparsa hablé con uno de los responsables de la ONCE en Cádiz, Mariano Poyatos,

quien me descubrió paseando por las mañanas cómo veía un ciego la ciudad de mis amores. "Las

calles son como un libro, tienen la forma de un libro, algunas están escritas y otras no dicen

absolutamente nada, eso tienes que descubrirlo tú", me dijo. Genial. Incluso los olores eran

esenciales para saber de qué lado venía el viento, si la marea bajaba o subía, si una mujer se acercaba

o se alejaba. Impresionante. Para darle mayor énfasis fuimos ciegos al Falla, entiéndanme, con

vendas, esa venda en los ojos que no te deja ver la realidad, y eso nos ayudó y mucho a conseguir el

éxito. "Pobre de aquel, que aún mirando nada ve…". Así iniciamos nuestro periplo por el Falla con

una presentación terrible, llena de fuerza, con una música de pasodoble que contenía un final

original y con letras arriesgadas, con cuplés graciosos y un estribillo que rescaté del cajón del olvido

y un popurrit que arrancaba al público de la butaca.

Sí, ganamos un primer premio y lo celebramos como nunca en el Mentidero, en la peña de la

chirigota del Love y compañía. Al día siguiente fuimos a la plaza de San Francisco en Sevilla y allí

nos encontramos con 'Los condenaos'. Y allí estaba el segundo premio feliz, un grupo feliz con gente

que no estaba convocada para salir en ese grupo, pero feliz. Yo con mi nuevo grupo vivía una

segunda juventud que duró mucho menos de lo que esperaba. "¡Qué bien nos llevamos!", me

acuerdo que me dijo un día uno de los nuevos componentes. Y otra vez me eché a temblar.

19.- EL SILENCIO DE MIS CORDEROS

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La revolución. La idea nació en uno de los viajes que mi antiguo grupo hacía con 'Flamenkito

apaleao' l Canté el primero el pasodoble al Piru porque así lo sentía, no entendí el cuplé de 'Los

ángeles caídos'

LA afición volvía a estar dividida pero contenta porque tenía dos comparsas por el precio de una

aunque, en ocasiones, la pasión se convertía en fanatismo y ésta en una falta de respeto absoluto. No

obstante cada grupo iba a lo suyo, sin amistades de por medio ni un hola ni un adiós, con las miradas

puestas en ganar el próximo concurso y en cantar cuanto más mejor, que llevar a casa un sueldo

haciendo lo que te gusta es como que te toque la lotería y llevarte un sobresueldo más mejón todavía.

Salvi entró en la formación y se hizo cargo del bombo, ese gran desconocido y a la vez temido

instrumento gaditano. La idea de la comparsa 'La revolución' surgió en uno de tantos viajes que

hacíamos en autobús 'La Milagrosa' y 'Flamenkito apaleao', cuando todavía mi ex grupo era mi

grupo y la chirigota de Juan Carlos Aragón no era su comparsa. Camino de Adamuz, provincia de

Córdoba, se me ocurrió que además de que cada uno hiciera su agrupación uniésemos las dos

formaciones para crear un coro revolucionario gaditano-cubano. Esa tarde entre risas y cubatas todos

dijimos que sí y meses más tarde, cosas de la vida, yo me quedé con la tienda y Juan Carlos con los

niños.

Creí que sería una buena idea hacer una comparsa de viejos músicos revolucionarios ya vencidos por

la edad que habían llegado a Cádiz, a lo mejor contratados por la Diputación, quién sabe, y que entre

canción y bolero, entre guaguancó y guaracha contaban y cantaban a los gaditanos cómo se

sobrevive a una revolución que huele a dictadura. El diseño del vestuario fue obra de Teresa Torres

bajo la supervisión de Paco Catalán. Francamente, no era eso lo que yo tenía en la cabeza, pero

bueno, no había más remedio que aceptar que la comparsa era muy colorida, muy lucida, muy

vistosa, muy primorosa, muy Batista, pero nada revolucionaria, éramos, como bien dijo Juan Carlos

Aragón un día a un amigo mío, los hijos secretos de Gloria Estefan. Es lo único de su repertorio de

ese año en lo que estoy de acuerdo.

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Comenzaron a desfilar las primeras tensiones por el local de ensayo de la lonja, tensiones que

volvían a tener como protagonistas principales a autor y director. El grupo volvió a trabajar muy

duro para competir un año más en el Falla y yo empezaba a abrirme un hueco cada vez más grande

en el mundo de la música. He de apuntar un dato, el año de 'La niña de mis ojos' el decorado de los

ciegos que representaba la cuesta de la Catedral Vieja fue obra de Manué, otro de los grandes

artesanos de esta fiesta. Recuerdo que me alquiló una pequeña habitación, pared con pared con su

taller, en un patio al fondo de un larguísimo pasillo, que tenía toda la pinta de haber sido entrada y

salida de caballos en épocas anteriores, en la Plaza de España. Al año siguiente el atrezzo cayó en

otras manos artesanas, las de los hermanos Rube, que también llevan años y años terminando las

obras que empiezan los autores del Carnaval. No sólo confeccionaron el decorado sino que además

nos facilitaron el cuartel general para que nos maquilláramos los días de concurso. Ha sido el año

que más cerca hemos estado del teatro, justo enfrente, en un bajo de la Casa de las Viudas, en plena

Plaza de Fragela; te salías a fumar un cigarro y tenías el Falla enfrente, estaba tan cerca, tan cerca

que no podíamos salir a la calle porque sabíamos que se nos llenaría el local de curiosos y fanáticos,

que ahora se llaman así.

Durante cuatro meses intenté convencer al grupo de la importancia de llevar instrumentos. Yo quería

llevar un contrabajo y no había manera; que si era muy caro, que dónde lo metemos, eso no es

práctico, total, pa un momento… al final me conformé con unas maracas y, ésa es otra, las maracas

pasaron por un montón de manos hasta que llegaron a las mías. El resultado fue una orquesta que

llevaba además de guitarras, bombo y caja, maracas, timbales y una trompeta que no pudo tocar

mejor el Pájaro todos los días de concurso. Ah, y un baile que se quedó porque era simple, que si no

ni eso. No, no era esa 'La revolución' que yo tenía en mi cabeza pero no había más remedio que

aceptar que uno era el autor y punto. La presentación: un despliegue de voces, uno a uno íbamos

sumando gargantas hasta que la trompeta ponía los vellos de punta del personal. Los pasodobles eran

melódicos, muy espíritu bolero. Para esta comparsa compuse dos estribillos y un popurrí con

músicas originales pero basadas en todo lo que había escuchado y que me sonaba a Cuba, un país

que todavía no he tenido la suerte de conocer, desde Compay hasta Ibrahim Ferrer, de Omara

Portuondo a Barbarito y particularmente una colección de música cubana que Faustino Núñez me

regaló en cuanto se enteró de mi proyecto comparsero. El primer día de concurso, estábamos a punto

de iniciar el pasacalles cuando alguien de mi grupo me aseguró que los de Juan Carlos nos tenían

preparada una letra por si cantábamos el pasodoble al Piru. Yo dije: "Vale, que lo canten" y no le di

mayor importancia. ¿A qué venía eso? ¿Tan importante era para los nuevos de ese grupo la memoria

de un hombre que había fallecido y que no conocían de nada? ¿Tan importante era aquello que hasta

los nuevos me guardaran rencor por dedicarle una copla al Piru? No lo entendí entonces y todavía lo

entiendo menos, lo único que sé es que lo canté el primer día y el primero de todos los pasodobles

porque así lo sentía y volvería a hacerlo, pese a todo. Me regalaron un cuplecito con dardos

envenenados. Yo, sinceramente, no lo escuché, estaba durmiendo, pero me despertaron algunos

amigos para decirme lo que había ocurrido. Y después dicen que las cuestiones personales que se

cantan en el Falla no puntúan, ¡Ja!. Y poco más, ganaron, y a cuenta del pasodoble y el cuplé

tuvimos en ocasiones más que palabras, una vergüenza. Y hablando de vergüenza, hay que mirarle el

lado positivo a todo en esta vida si no ¿cómo es posible ver hoy a muchos de aquellos que casi se

mataban unidos por los lazos del Carnaval?

Ya lo dice el refrán: "A perro flaco…". Sí, la revolución también llegó a mi vida personal, a mi casa,

a mi matrimonio y yo no podía hacer nada para solucionarlo. Fue un verano especialmente crudo,

difícil y muy tenso porque el Carnaval, que me lo había dado casi todo, también me estaba quitando

lo que había construido. Siempre dije que el día que el Carnaval entrara en mi casa lo dejaría, pero lo

que no podía imaginarme es que entrara y me echara de mi hogar. Para mí este año y el de 'Calle de

la Mar' fueron los peores de mi vida y sinceramente, tengo dos hijos y no quiero remover el pasado.

Eso sí, jamás perdonaré a algunos componentes de mi comparsa que sabían que mi matrimonio

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estaba roto pero prefirieron callarse para aumentar su currículum y, de paso, la cuenta corriente. Y se

acabó. Si alguien quiere más sangre que se corte las venas.

20.- ADIOS, NIÑO COPLERO

Calle de la mar. La comparsa llegó al Falla de puro milagro, porque yo no estaba psicológicamente

preparado para terminar el repertorio l Fany, mi actual mujer, me levantó del suelo y me ayudó

MUCHOS de los míos duermen el sueño eterno bajo las aguas de Cádiz y eso fue precisamente lo

que hice con mi comparsa, llevarla hasta el mar para que allí se quedara por los siglos de los siglos.

'Calle de la mar' llegó al gran teatro Falla de puro milagro, porque yo no estaba psicológicamente

preparado para terminarla en óptimas condiciones, aún así, para mí era la mejor de ese año, cariño de

padre, supongo. Un famoso cómic de Hugo Pratt, Corto Maltés, sirvió de modelo para crear un

marinero elegante pero desenfadado, distinguido pero chulesco, habitante de un barco incapaz de

navegar y con el futuro incierto siempre mirando al mar. Se puede decir que los encargados de vestir

a la agrupación se acercaron muchísimo al diseño del dibujante italiano, pero a mí me daba igual, yo

en el fondo lo que quería era acabar cuanto antes y plantearme seriamente mi futuro, un futuro donde

el carnaval no tenía lugar. Llegar al ensayo era para mí una prueba de fuego diaria porque en el

ambiente olía a traición. Yo me hice una promesa: "Me queda poco para acabar la obra, así que a lo

mío y punto".

Grabamos en el teatro de la ONCE, en Bahía Blanca, ante un público fiel y familiar un repertorio

con letras cargadas de enjundia, un estribillo marinero cien por cien puro de oliva y un popurrí con

unas alegrías que sólo podía cantar Javi Pájaro y un final apoteósico que tenía como gran

protagonista la mar, sí, la mar, aquí el mar es femenino, eso es lo que hay. Algunos de los

componentes hicieron cuplés para la comparsa y se cantaron en el Falla, entró ese año Lali como voz

segunda supliéndome y la gran sorpresa, o tal vez una de los dos señales que me ratificaban que se

acababa el show, Pepe Berenguer, el sastre que confeccionó el vestuario de mi primera comparsa,

allá por 1984, volvía a encontrarse en mi camino para coser mi última viñeta gaditana. Dentro de

poco se va a cumplir el primer aniversario de la boda de Pepe Berenguer con una pedazo de señora

que se llama Manoli, que lo rescató de las cenizas, de lo que quedaba de Pepe en Vejer de la

Frontera. Y fue en su boda donde le regalé el tipo de 'Requiebro', con sombrero calañé incluido,

dentro de una enorme caja. Quién mejor que él, que lo parió, para cuidarlo.

Los disfraces que quedaban en mi casa, incluido el de 'Calle de la mar', también reposan en el mar,

es una metáfora, lo que realmente quiero decir es que los tiré o los partí, pero creo que quedaba más

romántico dicho de la otra manera ¿o no? Mi padre conserva unos cuantos porque sigue confiando

que algún día tendremos un museo del Carnaval. Para qué le voy a quitar las ganas al pobre hombre

si él es feliz así. Qué lástima de carnavales perdidos por falta de iniciativa política. De momento,

sólo tenemos coplas para dejarles a nuestros hijos, ah, e internet, donde los grandes valientes se

esconden para insultar a los demás.

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Os acordáis de Jose Luis Perales cuando decía aquello de: "Una camisa, un pantalón vaquero y una

canción, lalalá…", pues así empecé yo el mes de diciembre, con lo puesto, mis papeles y una

guitarra, viviendo en un apartamento frontal al mar y terminando a duras penas un repertorio que se

me atragantaba cada noche. Yo llegaba al local de ensayo y a veces me quedaba o me iba, eso no era

normal en mí; yo que había vivido intensamente cada minuto de todos mis años de carnaval le daba

la espalda y prefería quedarme en mi casa viendo la televisión o fumando sin parar contemplando

puestas de sol y amaneceres. Igual que le ocurrió a Pepe Berenguer, en febrero conocí a mi actual

mujer, a Fany, que me levantó del suelo y me ayudó a levantarme y a seguir luchando. En una

ocasión me dijeron que uno se había enterado por un amigo que le había contado a través de un

conocido… lo normal que ocurre aquí siempre, vamos, "que sí, que una madrileña que está con él

tiene la culpa de que no salga más en carnaval, que le ha comío el coco y ahora quiere ser cantante".

Pues no, craso error compañeros del metal, ella es gaditana, me apoya en todo lo que hago, ya sea

carnaval o macramé y no es la culpable de que yo haya dicho adiós al mundo del tres por cuatro; de

no haber sido por ella, posiblemente yo ni siquiera hoy estaría aquí, así que aclarado este punto

espero que nunca más tenga que escuchar un comentario semejante que ponga en entredicho su

papel como mi esposa que lo es desde el trece de julio del pasado año.

Llegó el día de la final. Esa noche estaba cantando con Pasión Vega en el Teatro Lope de Vega de

Sevilla y horas más tarde Fany y yo nos pasamos por el colegio Carlos III, lugar escogido para

maquillar al personal. Cantamos, mejor dicho, cantaron, y cuando me quise dar cuenta reparé en que

la segunda señal estaba delante de mis narices: mi comparsa cerraba la gran final, éramos los

últimos, sólo quedaba yo y se cerraría la puerta del teatro. Era el final de todo. Con un tercer premio

bajo el brazo dije adiós a los integrantes de la comparsa y me fui con mi mujer para soñar con

tiempos mejores. Aprovecho la ocasión para agradecerle a Isa Gallardo, mi hermanita chica, y a

Pedro, su pasión por mis coplas y su apoyo en unos momentos de grandes debilidades.

Y esto es todo amigos, hay muchas cosas, muchas más que se me quedan en el tintero pero que

nunca verán la luz. He contado lo que viví y me he callado lo que no le interesa a nadie saber de mi

vida. Hoy me toca pregonar el Carnaval de Cádiz y una vez que acabe este niño coplero

desaparecerá para siempre. He amado, he sufrido, he ganado, he perdido, he aprendido, he llorado,

he resucitado y todo gracias al Carnaval. Bendito sea.

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Posdata. Fue un tal Antonio quien mató a Martínez Ares.