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Análisis Económico ISSN: 0185-3937 [email protected] Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco México García Alba Iduñate, Pascual Paradigmas y extremismos, los economistas mexicanos en el siglo XX Análisis Económico, vol. XVII, núm. 35, primer semestre, 2002, pp. 3-42 Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=41303501 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Análisis Económico

ISSN: 0185-3937

[email protected]

Universidad Autónoma Metropolitana Unidad

Azcapotzalco

México

García Alba Iduñate, Pascual

Paradigmas y extremismos, los economistas mexicanos en el siglo XX

Análisis Económico, vol. XVII, núm. 35, primer semestre, 2002, pp. 3-42

Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco

Distrito Federal, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=41303501

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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

3 Análisis Económico

Paradigmas y extremismos, loseconomistas mexicanos

en el siglo XX*

Pascual García Alba Iduñate**

*Esta es una nueva versión de la ponencia presentada en el Primer Congreso Nacional de Historia Económicaorganizado por la Asociación Mexicana de Historia Económica, del 24 al 26 de Octubre del 2001 en la ciudad deMéxico. El autor agradece a Leopoldo Solís y Adalberto García Rocha por sus comentarios a la versión preliminar,de igual manera a Gabriela Torres, quien mejoró sustancialmente su presentación. Las opiniones aquí vertidas sonresponsabilidad exclusiva del autor.

** Profesor del Departamento de Economía de la UAM-Azcapotzalco en diferentes periodos. En la actualidadse desempeña como comisionado de la Comisión Federal de Competencia.

Introducción

En el presente ensayo el concepto de paradigma, que no la teoría, es aquel popula-rizado por Thomas Khun en su obra La estructura de las revoluciones científicas,publicada en los años sesenta; y se refiere al conjunto de hábitos, técnicas, normasmetodológicas, tendencias, valores, inquietudes, etc., que junto con determinadasteorías científicas, dominan en el seno de una comunidad. Dicho concepto va másallá de lo que englobaría una teoría determinada y puntualiza el modo en que laactividad teórica se lleva a cabo, el entorno relevante en el que se realiza y que, portanto, afecta al propio proceso, a los problemas que estudia, a sus propósitos y hastaa sus conclusiones.

Un paradigma incluye una concepción general del mundo, que aplicada ala realidad, la simplifica y permite el estudio de fenómenos concretos como desvia-ciones de esa percepción sintética. Su utilidad depende de la economía lograda enla categorización y especificación de los problemas bajo estudio, en la comunica-ción de ideas, experimentos y resultados entre los miembros de la comunidad cien-tífica. Lo apropiado del paradigma depende de su utilidad más que de su fidelidadhacia alguna visión casi metafísica de la realidad.

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Cuando se aplica el concepto de paradigma al campo de la economía esinnecesaria la concepción de Khun respecto a su condición antitética y a la imposi-bilidad para coexistir, de unos paradigmas con otros, aun cuando aborden fenóme-nos diferentes. Los paradigmas son construcciones de conveniencia y no realidadesen sí. En este trabajo, se caracteriza como extremista conceptual a quien posee unaforma de adherencia exagerada a un paradigma, de manera tal que transforma unaherramienta o representación simplificada de la realidad para un propósito determi-nado, en símbolo o realidad verdadera y última, en sentido metafísico.

La economía se vería enriquecida como ciencia si el extremismo concep-tual no fuera su condición de existencia. En este escrito se hace hincapié en la ideade coexistencia entre paradigmas como un medio para alimentar tanto la capacidadde operación empírica como de análisis económico. En efecto, los economistasutilizan a veces las herramientas de un paradigma, y en ocasiones las de otro. Lastensiones entre ellos se dan cuando lo que era de utilidad empírica se convierte enun ideal.

Cabe realzar algunos ejemplos sobre la necesidad del uso flexible de losparadigmas en el campo de la teoría económica. El paradigma de la competenciaperfecta es útil para analizar estructuras de impuestos. Sin embargo dicho paradig-ma supone pleno empleo y es por tanto inapropiado para analizar el desempleoinvoluntario durante las recesiones. También sería inútil aplicar el enfoque marxis-ta– que perseguía la destrucción del sistema capitalista–, para resolver los proble-mas de las empresas en dicho sistema. Asimismo, el paradigma keynesiano, altrabajar con funciones agregadas, poco sirve para proyectar la demanda de un pro-ducto específico.

No dudo que la visión anterior puede ser tachada por algunos depragmatismo simplista. No importa. Si se reconociera que los paradigmas son cons-trucciones de conveniencia y no realidades en sí, nos evitaríamos discusiones va-nas y enfrentamientos inútiles. Después de todo la economía en una ciencia socialque como tal persigue el bienestar de la sociedad. Debe más que nada ser conside-rada como ciencia aplicada, y sus paradigmas aquilatados por su capacidad paraentender y mejorar los procesos económicos. A pesar de quienes parecen suponerque como la matemática, sus teoremas no tienen que sujetarse a la confrontaciónempírica, sino sólo a la coherencia interna de sus razonamientos sin cuestionar susaxiomas.

La convivencia entre paradigmas es posible. Ejemplos los hay, aunque aveces por razones sesgadas. El keynesianismo no siempre fue rechazado por eco-nomistas de tendencia marxista, quizá porque ambos tendían a favorecer la inter-vención del estado en la economía, en oposición a las versiones dominantes de la

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economía neoclásica. Asimismo, en las escuelas se suele enseñar macroeconomíacon un enfoque keynesiano y microeconomía con un enfoque neoclásico, aunque eltipo de keynesianismo que se enseña cada vez se parece más al paradigma neoclásico.Otro ejemplo de convivencia de paradigmas en el siglo XX se dio dentro del para-digma cepalino. Sus proponentes utilizaban conceptos y modelos matemáticos yeconométricos del comercio exterior que podían ser entendidos y discutidos conlos neoclásicos, al tiempo que desarrollaban conceptos como el de centro-periferia,propuesto por el ruso Bujarin en 1915 -antes de la revolución de octubre.

Las tensiones surgidas en el seno de la comunidad científica de econo-mistas, son producto del desarrollo de la ciencia, pero también de tergiversaciones,donde la polémica entre diferentes paradigmas se convierte en una lucha fútil, queda pauta a otras acciones; por ejemplo, el que las masas sean azuzadas a combatirpor un modelo que ni siquiera entienden, o bien que los economistas diseñen polí-ticas basadas en nociones que tercamente se contradicen con la realidad, produ-ciendo resultados desastrosos para millones.

Este ensayo tiene como objeto mostrar los efectos, no siempre positivos,de aplicar en el campo de la política económica una concepción paradigmáticarígida, propia del extremismo que lleva a percepciones irreales de los fenómenos yretrae la eficiencia de la política económica. Se encuentra dividido en dos partes, laprimera de ellas se compone de cinco apartados, y hace un referente al campo de lateoría, a los paradigmas relevantes en el diseño de la política económica en Méxicoy América Latina. La segunda, la más extensa, abarca nueve apartados; en ella serealiza una interpretación de la política económica en nuestro país a la luz de lasconcepciones paradigmáticas prevalecientes, en situaciones extremas. Así, se ex-plican tanto los éxitos como las limitaciones de la política económica, en el trans-curso de nuestra historia reciente en términos de los objetivos de la economía, comociencia conducente a mejorar las condiciones de bienestar social.

1. Los paradigmas en el mundo del Siglo XX

1.1 El fin de una polémica: el paradigma Marxista vs el Neoclásico

El marxismo nació en el siglo XIX , pero su influencia dramática se registra en elsiguiente. Independientemente de la opinión de cada cual sobre el marxismo, nohay duda que pocos paradigmas movilizaron a tantos y afectaron a un número tanimportante de seres y países durante el medio siglo siguiente a la revolución bol-chevique. En México el marxismo también tuvo cierto impacto, a pesar de no habersido nunca un paradigma dominante, en el sentido de haber afectado

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substancialmente la política gubernamental, los negocios y las finanzas del país.Durante la primera mitad del siglo pasado, inspiró a diversos políticos y pensadoresmexicanos como Vicente Lombardo Toledano –abogado y filósofo– y la retórica detintes anarquistas de líderes obreros, como los hermanos Flores Magón. Influyótambién, quizá, indirectamente, en las inclinaciones de Lázaro Cárdenas a favor dela propiedad social.

En la segunda mitad del Siglo XX el marxismo impactó con fuerza el cam-po de la cultura y la ciencia penetrando en las universidades. En materia de la cienciaeconómica, desde los años sesenta fue eje de la enseñanza en diversas escuelas, ycautivó a una porción importante de las juventudes del país. En esa época existíancírculos de estudio dedicados al análisis del marxismo, cuyos miembros eran ademásactivistas políticos y militantes de organizaciones de izquierda; muchos de ellos se-rían posteriormente –incluso desde la presidencia de la república– los que formula-rían lo que vagamente se denomina en nuestro país como neoliberalismo. Si sedeterminara cuántos de los actuales economistas de la corriente mal llamada neoliberalfueron en algún momento simpatizantes o militantes marxistas, la proporción seríaelevada. Es razonable pensar que sus años de idealismo de izquierda influyeron, parabien o para mal, en sus actos de años posteriores.

Lo que aquí he llamado marxismo abarca más de lo que el propio Marxdijo. Extrañamente, en muchos aspectos el marxismo tuvo poco que ver con Marx,quien, por ejemplo, le profesaba más credibilidad al progreso que al nacionalismo.Así, al perder México la mitad de sus territorios ante Estados Unidos en 1848, elfilósofo alemán sostenía que sumarse a un país que progresaba rápidamente era lomejor que les pudo pasar a los habitantes de esos territorios. De igual forma se lecita afirmando que “el capital no tiene nacionalidad, sólo intereses”, lo que debieraser indiscutible. Favorecer a capitales nacionales es un contrasentido, cuando losdueños de ese capital son individuos particulares, no las naciones a que pertenecen;para ellos y no para sus conacionales son los rendimientos. A ningún trabajador leimporta más la nacionalidad de su empleador, que su salario y las condiciones labo-rales en que opera.

Pero nuestros marxistas y los de otras partes del mundo fueron profundosnacionalistas. ¿Como explicar esta metamorfosis, qué privó a un paradigma de suaspecto universal para volverlo promotor de nacionalismos excluyentes, fuente deabusos contra muchos y de privilegios para pocos? La razón parece simple: másque un paradigma científico, el marxismo del siglo XX era un credo militante. Contal de captar el mayor número de adeptos abanderó las causas más disímiles, para locual tuvo que nutrir los sentimientos más primitivos de las masas, como el naciona-lismo ingenuo. Y fue más allá. Al adoptar visiones y causas extrañas a su paradig-

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ma original, su discurso acomodó los intereses de campesinos descontentos, deempresarios “nacionalistas”, de religiones perseguidas, de etnias marginadas y decualquier grupo que elevara la fuerza política del movimiento. Todo esto le restórigor científico y limitó su avance como ciencia. En contraste, durante el Siglo XX

crecía la sofisticación de otros paradigmas, especialmente la del neoclásico, me-diante una enunciación cada vez más rigurosa de sus modelos y teorías.

La razón del éxito del marxismo durante la mayor parte del siglo pasadoreside en que se propuso solucionar los problemas de millones de seres humanos,ignorados por el paradigma dominante en los países capitalistas. Mientras los teóri-cos neoclásicos se desgastaban en demostrar de mil maneras que el resultado delsistema de mercado era compatible con la operación de la mano invisible, la cualasegura que todos al buscar su beneficio particular aumentan el bienestar social, enmuchos países masas hambrientas se aprestaban a hacer la revolución socialista. Porsu sofisticación y rigor matemático y por la claridad de su lenguaje, sus hipótesis ysus teoremas, la economía neoclásica resultó vencedora en el siglo XX. Pero si lo quese evalúa es la relevancia de los problemas a los cuales se dedicó es claramente laperdedora, a pesar de que al final el marxismo parece haberse desvanecido.

Para los economistas neoclásicos es fácil ahora caer en la autocompla-cencia; a fin de cuentas quedaron como amos y señores de un campo práctica-mente abandonado por la competencia, especialmente la odiada competenciamarxista. Pero no fueron los argumentos de los economistas neoclásicos los quederrotaron al marxismo. Los economistas de esta tendencia se encontraban bienpertrechados para aguantar aún mucho más de las reconvenciones de los teóricosneoclásicos. El derrumbe de las economías socialistas en los últimos años de lacenturia pasada provocó la debacle marxista. Este elemento externo a la contien-da puramente teórica o ideológica, fue el determinante.

Los neoclásicos, mientras tanto, continuaban encerrados en el estudio deproblemas inventados, en lugar de resolver los problemas reales de una humanidadcada vez más confundida, y menos interesada en el lenguaje abstruso y los plantea-mientos irrelevantes del economista neoclásico tradicional.

Como lo señaló Stiglitz (1994), recientemente galardonado con el Nobelde Economía, a mediados de los cincuenta nadie podía prever el derrumbe del so-cialismo “real”. Las economías socialistas, aunque con ingresos inferiores a los delas economías desarrolladas, crecían a tasas superiores. Para los países subdesarro-llados la opción marxista parecía la más indicada, los que adoptaron este sistemaalcanzaron rápidamente un crecimiento que les negaba su sistema anteriorprecapitalista. Incluso en los años sesenta, a escasas tres décadas del derrumba-miento de la cortina de hierro, no era previsible el cambio radical que se avecinaba.

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Fue en ese tiempo cuando la ideología marxista ganó un buen númerode adeptos en el mundo occidental, en especial entre la juventud; lo que motivóque ésta fuera reprimida o favorecida, más que convencida, para que depusierasu activismo pro marxista. Sin embargo, los movimientos estudiantiles dejaríanhuella, básicamente como una actitud tolerante de la sociedad ante el compor-tamiento individual. Lo extraño es que ello fue logrado por multitudes que sus-tentaban una ideología implantada por países mucho más represivos que los delos propios manifestantes.

Los neoclásicos en realidad le deben al marxismo más de lo que sus ex-ponentes están dispuestos a reconocerle. El economista neoclásico, proclive a con-fundir a la economía por necesidad una ciencia social atenta a la solución deproblemas sociales reales con una especie de ramificación de las matemáticas, o almenos como una ciencia especulativa creadora de sus propios axiomas y que no lostoma de la realidad, se vio obligado a tratar de manera más directa los problemassociales ante la amenaza que para su coto representaba el marxismo.

Como teoría económica el paradigma marxista incurrió en errores funda-mentales; el más importante tal vez sea el referente a su teoría de precios, partesustancial de toda teoría sobre el funcionamiento de las economías en los paísescapitalistas. Falla que desde el siglo XIX diversos economistas manifestaron. Y esque aun si se deja de lado a los insumos naturales, cuyo valor sólo proviene de suescasez, es imposible explicar los precios sólo con referencia al factor trabajo.

Los neoclásicos demostraron que cantidades iguales de trabajo tienen unvalor distinto dependiendo de la fecha en que se incorporaron a la producción. Losprecios de los bienes sólo podrían ser proporcionales a su cantidad de trabajo si eltrabajo incorporado directa o indirectamente en las distintas mercancías tuviera lasmismas fechas, o si la tasa de interés fuera nula.

No obstante lo anterior, al Marxismo le debemos diversos avances en eldesarrollo de las ciencias sociales en general. Entre ellos un enfoque que buscaexplicar los cambios históricos a través de las luchas por la hegemonía económica(Marx), o la hegemonía política (los marxistas italianos) y no por medio de anécdo-tas dinásticas o conjuras palaciegas.

Quizá a las opciones de análisis habría que sumar la lucha por la hegemo-nía religiosa que en pleno siglo XXI parecen sugerir los acontecimientos en Afganistány el enfrentamiento entre Occidente y el Islam. Actualmente podemos afirmar quela interpretación marxista de la evolución de las economías capitalistas resultó equi-vocada. Pero el método histórico marxista es en general más adecuado que losenfoques neoclásicos que, al suponer que el mismo modelo marginalista es aplica-ble por igual a la economía de los faraones que a la bolsa de valores de Nueva York,

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no pueden explicar cómo Europa o los Estados Unidos transitaron de la servidum-bre o la esclavitud al capitalismo financiero.

Estos logros del marxismo no borran el hecho de que en lo esencial fallócomo teoría económica, y eso no es lo grave. El máximo reclamo que se le puedehacer son los fanatismos y atrocidades que propició en términos de limitaciones ala libertad. Su renacimiento como sistema social, si llegara a darse, podría serculpa de la corriente dominante, si olvida nuevamente los problemas de los mar-ginados del progreso, y continúa justificando a las políticas gubernamentales ysus beneficiados.

1.2 Los discípulos de la CEPAL

La CEPAL fue fundada en 1948 al interior de la ONU gracias al apoyo de EstadosUnidos y Francia, y a pesar de la oposición inicial del resto de los países desarrolla-dos. Se propuso diseñar políticas “a la medida” de las economías latinoamericanas;sin embargo, dichas políticas se aplicaron en todos los países subdesarrollados, oen desarrollo como hoy se les llama. El enfoque cepalino contenía una retórica casimarxista, en cuanto consideraba que la riqueza de los países del centro sólo eraexplicable por la expoliación de los países de la periferia, lograda a través de unaconspiración para volver en su contra los términos de intercambio entre materiasprimas y productos industrializados. Pero nunca representó una amenaza seria parael mundo capitalista y sus defensores ideológicos.

En efecto, el paradigma cepalino legitimó a las clases capitalistas nacio-nales al proponer que sólo mediante la sustitución forzada de importaciones debienes industrializados, procedentes de economías desarrolladas, por producciónautóctona, los pobres de la tierra podrían liberarse de la explotación de que eranobjeto. Para ello, los capitalistas nacionales recibieron no sólo protección comer-cial respecto de la competencia externa, sino toda clase de subsidios, tratamientosfiscales preferenciales y otros apoyos financiados por las arcas públicas; es decir,por la misma población que se veía impedida de comprar los bienes provenientesdel exterior, aun cuando le resultaran más baratos, o mejores, como invariablemen-te era el caso. Así, la explotación de las poblaciones se aseguraba por partidadoble, lo raro es que los cepalinos arropaban sus propuestas en una retóricarevolucionaria y progresista.

Difícilmente se puede imaginar a Marx aplaudiendo la explotación de lostrabajadores por los capitalistas nacionales, en condiciones de monopolio respectode los capitalistas foráneos, lo que les permitía– y les permite en los casos que

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seguimos sufriendo la resaca de esas políticas– abusar más de trabajadores y con-sumidores en ausencia de competencia externa. Había, de acuerdo con suslineamientos, que impulsar una clase capitalista moderna. La opción de apertura alcapital del exterior era impensable, pues ofendía sus profundos sentimientos nacio-nalistas.

El mexicano a quien más se asocia con el pensamiento cepalino es Juan F.Noyola, egresado de la Escuela Nacional de Economía en 1946. La mayor parte desu vida trabajó fuera de México y colaboraba con el gobierno cubano cuando murióen 1962. En uno de sus trabajos, en donde analizó la economía mexicana, concluyóque la balanza de pagos obedece más a una tasa marginal a importar estructuralmenteelevada que al tipo de cambio, idea que siempre atrajo a muchos cepalinos. Pero sucontribución más famosa es la del enfoque estructural de la inflación, según el cual:“La concepción de la inflación como un exceso de demanda sobre oferta disponibleex ante no va más allá de una mera tautología. Para ir más allá y alcanzar la raíz realde la inflación, necesitamos un enfoque diferente. Este es no otro que la lucha declases.” Muchos simpatizantes de la CEPAL no siguieron a Noyola en este enfoquemás radical.

El paradigma cepalino, en contraste con el marxista, no atrajo tanto a lasmasas de jóvenes idealistas, a pesar de que ambas corrientes de pensamiento ejer-cieron su influencia más o menos durante el mismo periodo. La influencia cepalinase dejó sentir en el gobierno –al formular las políticas económicas– y en los empre-sarios – cuyos intereses eran servidos por dichas formulaciones–. La armonía entregobierno y empresarios era entonces perfecta, ambos marchaban de la mano en laconstrucción de un México industrializado –sin olvidar el engrandecimiento tam-bién de los capitales nacionales privados– bajo la inspiración del paradigma cepalino.

La sustitución de importaciones es útil y hasta necesaria para estimular eldesarrollo en sus primeras fases. El paradigma neoclásico la acepta bajo la idea delas industrias incipientes, según la cual la protección, para no volverse en contra desus propios objetivos, debe ser temporal. No obstante para la corriente de la CEPAL elproblema de los países en desarrollo es estructural y las estructuras no cambian de lanoche a la mañana. Sin embargo, la necesidad de mantener esas políticas proteccio-nistas e intervencionistas por periodos prolongados fue siempre falsa. Los países queabandonaron pronto las estrategias de crecimiento mediante la sustitución forzada deimportaciones y se volcaron hacia el comercio internacional, obtuvieron mejoresresultados en el plano económico dentro del conjunto de los países en desarrollo.

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1.3 El Keynesianismo como coartada

Hacia mediados de la década de los sesenta la sustitución forzosa de importacionesen nuestro país era cada vez más difícil, una vez concluida en los sectores de manu-facturas ligeras para el consumo. Al mismo tiempo, el apoyo a la industria tuvosus costos. Por otro lado, el ritmo de crecimiento del sector agrícola comenzó adeclinar, resultando cada vez más costoso extraerle recursos para apoyar al sectorindustrial.

Al mismo tiempo, el gobierno enfrentó con sorpresa, a partir de finales dela década de los sesenta, una creciente oposición de las clases medias, presuntasbeneficiarias de la estabilidad y el crecimiento acelerado ante lo cual se extrapolóel modelo, eliminando sus condiciones de estabilidad. Así, se continuó con el mo-delo de sustitución de importaciones, al tiempo que se relajaban las políticas mone-tarias y de gasto público.

Tal vez la respuesta adecuada del gobierno hubiese sido un cambio radi-cal de estrategia hacia una apertura de la economía interna y del comercio interna-cional, pero si algo causó la presión del movimiento político de jóvenes e intelectualesfue desplazar, hacia la izquierda, o si se quiere hacia el populismo, a un gobiernopasmado y sin claridad con respecto a lo que había que hacer, y a una tecnocraciaque, exitosa hasta entonces en sus recomendaciones y acciones, no tenía respuestasclaras y políticamente aceptables para el momento. Más aún, las corrientes del pen-samiento económico dominantes en los propios centros del poder económico mun-dial tampoco estaban seguras de que su paradigma era el adecuado, y coqueteabancon otros. El paradigma keynesiano, solía ser parte del bagaje esencial de la ense-ñanza de la política macro. Eran los tiempos en que incluso economistas de derechadeclaraban, como lo hizo Friedman, que “ahora todos somos keynesianos”.

En efecto, algunas versiones vulgares del keynesianismo sirvieron para de-fender las políticas seguidas durante la etapa conocida como docena trágica (1970-1982). Por ello, vale la pena hacer algunas precisiones sobre lo que se entiende porparadigma keynesiano. Keynes poseía una formación matemática. Sin embargo, enLa teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1935–36) no utilizó solucio-nes matemáticas rigurosas del modelo completo y apenas incluyó algunas gráficas.

A Keynes le ocurre lo que a Marx: que después de muchos años de muer-to, importantes estudiosos continúan discutiendo qué fue lo que realmente dijo,indicativo de su poca claridad. Pero en el caso de Keynes es evidente que no quisoser claro, pues de utilizar una especificación formal de su modelo, dada su prepara-ción matemática, hubiera ahorrado innumerables discusiones a los economistas quele sucedieron. Por ello se puede especular que optó por la falta de claridad, debido

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a que no había resuelto sus ideas de manera rigurosa, y confió más en su intuición.Tal vez pensó que otros economistas podrían ocuparse de darle rigor al conjunto deideas de las cuales estaba convencido.

Quizá esto fue lo que realizó Hicks en 1937 en su clásico artículo Mr.Keynes and the classics: Á suggested interpretation, al proponer un conjunto deecuaciones y un análisis gráfico de ofertas y demandas agregadas en los mercadosde bienes y dinero: el conocido análisis IS–LM. Después se pensó que ser keynesianoera suponer ciertas pendientes de esas curvas, de manera que la política fiscal fuesemás eficaz que la política monetaria para incrementar la demanda agregada. De locontrario, se pertenecía al campo de los monetaristas (en su fase I). Esta disputadistrajo a los macroeconomistas y econometristas en la década de los sesenta. Sesolían especificar modelos econométricos para determinar estadísticamente cuál delas dos políticas, la fiscal o la monetaria, tenía mayor impacto sobre el producto.Invariablemente el triunfo era de la versión más acorde con la inclinación del autor:keynesiana o monetarista. Si algo nos enseñó esta pugna fue la facilidad con que seabusa de la econometría.

Después vino el monetarismo fase II, según el cual la política fiscal notiene ni puede tener impacto alguno sobre la producción y el empleo, porque aun-que aumente el gasto público no aumenta la demanda agregada (la IS no se desplaza).Es el efecto que Friedman, con la teatralidad que le caracteriza, ilustró con aquello dethere’s no such thing as a free lunch. La idea es que si el gobierno decide repartirdesayunos escolares, los padres de familia dejarán de gastar en ello una cantidad dedinero exactamente igual a la que ahora entrega el gobierno para ese propósito. Tam-poco desembolsarán más en otros gastos, pues no tienen por qué sentirse con unmayor poder de compra, toda vez que como seres racionales saben que tarde o tem-prano, el gobierno aumentará los impuestos en una cantidad igual a la que el gastopúblico en desayunos escolares les ahorró. Si aumentaran su gasto en otros rubrossería equivalente a que antes de los desayunos escolares no maximizaban su utilidady, por lo tanto, estarían actuando irracionalmente. Esta historia es tan artificial quesólo convence a los extremistas de Chicago y a sus simpatizantes.

En el mundo no hay mercados completos, y por lo tanto no es posiblesuponer que el gasto público recae directa o indirectamente sobre los impuestos delas mismas personas. Tampoco se puede suponer que este gasto es sustituto perfec-to del privado, como desde un principio lo señaló Tobin en respuesta a esta primeraformulación de lo que se convertiría en escuela, cuya característica fundamental essuponer mercados eficientes, con plena información.

Luego vino el salto sorprendente, aunque no imprevisible, con la formu-lación del monetarismo fase III. Ahora los monetaristas dijeron que ni la política

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monetaria ni la fiscal pueden hacer nada para afectar de manera sistemática el nivelde empleo. El argumento es asombroso por lo sencillo, por no decir simplista. Elanálisis se basa en extender al mercado de trabajo el supuesto de que los mercadosfuncionan perfectamente; es decir, son completos y se equilibran de manera instan-tánea y con información completa. Sobre esta base concluyen luego circularmenteque el mercado de trabajo se equilibra todo el tiempo, por lo que no puede haberdesempleo que no sea friccional, y las políticas gubernamentales no pueden afectarsu nivel.

De tal suerte, quien piensa ahora que una política cualquiera –monetariao fiscal– puede afectar de una manera determinada a alguna variable real, eskeynesiano. Ser monetarista es negarle ese efecto a toda política, incluso a la propiapolítica monetaria. Los monetaristas, como el aprendiz de brujo, después de des-aparecer todo lo que tenían enfrente, se desaparecieron a sí mismos.

Un par de precisiones se imponen. El mecanismo que les permitió llegara los resultados anteriores se basó en el supuesto de expectativas racionales, segúnel cual los agentes económicos tienen información completa y simétrica de cómotrabaja la economía, incluyendo los demás agentes económicos, entre ellos el go-bierno. Si en algún momento los agentes no disponen de esa información, puedenobtenerla rápidamente, pero este supuesto no es suficiente. Los monetaristas debensuponer también que no hay imperfecciones que impidan que los mercados funcio-nen eficientemente y sin fricciones, equilibrándose todo el tiempo.

Lo anterior ha sido señalado por los mismos economistas (Lucas ySargeant) que contribuyeron intensamente a la formulación rigurosa de la teoría. Setrata de una elaboración del paradigma para contrastar las situaciones reales, nopara forzar la realidad a que se comporte igual que el paradigma con mercados einformación perfectos. Sin embargo un grupo de extremistas se ha dedicado a pro-poner todo tipo de teoremas sobre la inefectividad de las políticas públicas, sinreparar en que no es válido concluir que los mercados trabajan eficientemente apartir de un modelo que en sus premisas supone lo mismo.

Esos ejercicios han sido útiles en la medida que no se han querido llevaral extremo ultraliberal, pues han obligado a los demás economistas a repensar yafinar sus modelos y teorías. Hoy pocos suponen que las políticas públicas discre-cionales puedan utilizarse de manera rutinaria para eliminar fluctuaciones norma-les, sin que ello signifique abrazar el credo de los extremistas del mercado eficiente.La mayoría de estos economistas piensan que la intervención del Estado puede serútil para situaciones anormales, como una depresión o un estado de guerra. Estaintervención será más eficaz entre menos se hayan desgastado los instrumentos dela acción gubernamental en una política de intervención discrecional permanente.

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La mayoría de los economistas suelen creer también, que se puede contribuir aestabilizar la economía mediante la introducción de estabilizadores automáticos enlas políticas fiscales y monetaria.

Si de lo que nos tratan de convencer los ultras es de que la intervención delestado es mala, hay que creerles y apoyarlos, pero si nos quieren convencer que laintervención es siempre el peor de los mundos, sin importar las situaciones especifi-cas hay que exigirles que caso por caso lo demuestren. Si algo se aprendió con ladepresión de los treinta es que el extremismo promotor de la inactividad puede sercatastrófico en situaciones de emergencia. Al menos eso parece deducirse de las re-flexiones y medidas que actualmente se propone adopten los países desarrolladospara enfrentar situaciones internacionales de apremio económico.

1.4. El paradigma neoclásico

La fuente por excelencia de los neoclásicos es Adam Smith, con su idea de la manoinvisible, que en lo fundamental establece que cada cual buscando su propio bien-estar maximiza el bienestar social. Los neoclásicos desarrollaron su modelo delmercado bajo condiciones ideales (para el funcionamiento del propio mercado) ysus resultados provienen de suponer que los agentes económicos maximizan subienestar, o sus ganancias tratándose de empresas. Los hombres son completamen-te egoístas, pero no envidiosos. Su bienestar depende de sus niveles de consumo,no de los consumos ajenos.

Además de este supuesto de la motivación del comportamiento humano,así como del supuesto de que los mercados son completos (cualquier cosa de la quese derive utilidad para los individuos se vende y se compra); también supusieronque hay competencia perfecta (ningún agente puede manipular los precios a sufavor; es decir, todos los agentes los toman como dados); existe información simé-trica y, en la mayoría de las elaboraciones del paradigma, información perfecta porparte de todos. Los neoclásicos lograron demostrar, a la sombra de estas suposicio-nes, que la intuición de Adam Smith era correcta.

Concretamente, lo que demostrarían en especial Debreu y Arrow, fue quegracias a los planteamientos arriba mencionados, más otros de carácter técnico,como el hecho de que no existen economías de escala y que las preferencias de losconsumidores están bien definidas y cumplen con ciertas condiciones convenientesdesde el punto de vista de su representación matemática; los resultados del merca-do cumplen con lo siguiente:

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1) Siempre existe por lo menos un equilibrio, entendido como un conjunto deprecios, para los cuales las demandas en cada mercado son iguales a las res–pectivas ofertas.

2) El equilibrio del mercado es óptimo de Pareto; esto es, que no es posible aumen-tar el bienestar de ningún individuo sin perjudicar a otro (primer teoremadel bienestar).

3) Cualquier óptimo de Pareto viable, dada la tecnología, puede ser resultado de unequilibrio de mercado si se distribuyera la dotación original de recursos de losindividuos (segundo teorema del bienestar). Posibilidad que para algunos essuficiente para concluir que el mercado, aún sin redistribución, es siempre preferi-ble a la intervención del Estado, así sea puntual y con objetivos delimitados.

Los supuestos del paradigma neoclásico sirven para construir una seriede resultados en condiciones ideales,que pueden servir de referencia en situacionesreales. En este caso es necesario adecuarlo de conformidad con las situaciones con-cretas analizadas. Los supuestos siempre serán más simples que la realidad, puesde hecho teorizar es siempre simplificar. Pero ello no justifica que los supuestoscontradigan flagrantemente la realidad. Es como la ley de la gravedad, la que bajosupuestos ideales, como el de ausencia de aire (vacío), predice que todos los cuer-pos caen de una altura determinada, sea una pluma o una esfera de plomo, en elmismo tiempo. Los físicos saben que en la realidad esto no es así, por lo que sedeben corregir los resultados del paradigma, de acuerdo con las condiciones con-cretas, es decir, se debe tomar en cuenta la resistencia del aire a la caída de losdiferentes cuerpos.

De la misma manera en economía, si al paradigma neoclásico o cualquierotro, en su uso para situaciones concretas se le incluyen supuestos falsos se obtie-nen resultados de las mismas características. Como se dice en inglés, garbage in,garbage out. Esto lo entienden la mayoría de los economistas, excepto un grupo deradicales del mercado, pocos en términos relativos, pero vociferantes, para quieneslos supuestos del paradigma en condiciones de funcionamiento ideal del mercadoson algo más que herramienta; representan algo a lo que la realidad debe ajustarse,y si no, peor para la realidad.

No es malo hacer supuestos para construir un paradigma. El paradigmaneoclásico está basado en supuestos, su utilidad depende de las modificaciones quese le hagan para estudiar situaciones concretas. En esto algunos economistas sonmás realistas que otros, hay quienes piensan que el paradigma como tal, sin adecua-ciones, es aplicable a prácticamente cualquier situación concreta: un caso de extre-mismo agudo. Así por ejemplo, Friedman en su ensayo The methodology of positive

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economics, defiende el uso de los supuestos del paradigma sin modificaciones im-portantes, bajo el entendido de que tal proceder tiene como resultado buenas pre-dicciones. No importa, por ejemplo, que las empresas no sean atomísticas, si detodos modos se comportan como si se encontraran en una situación de competenciaperfecta. Pero Friedman nunca compara empíricamente las predicciones del para-digma sin adecuaciones con las de otros enfoques que, para analizar situacionesconcretas, por ejemplo, las oligopólicas que caracterizan a la mayoría de los merca-dos, modifican consecuentemente los supuestos originales del paradigma.

Otros economistas sí realizan las modificaciones pertinentes al paradig-ma para la situación real concreta que se va a analizar. Por ejemplo, Stiglitz intro-dujo al análisis de distintos mercados y al estudio de ciertas cuestiones concretas,un supuesto más realista que el de la información perfecta, tal supuesto se refiere aque la información no sólo es imperfecta sino asimétrica entre agentes. De esamanera se concluye que cierta intervención estatal, por ejemplo, en la regulaciónbancaria o en la política antimonopolios, juega un papel para que los resultados delmercado sean eficientes. Mientras que del otro lado del espectro ideológico, lossupuestos del paradigma sin adecuaciones lleva a quienes así proceden a rechazareste tipo de intervenciones. Para ellos el mercado funciona bien, y es convenienteno tocarlo. Tienen tal fe en el funcionamiento perfecto del mercado, que no reparanen las imperfecciones de la realidad. Pero aun sin considerar a los extremistas, sedebe consignar que dentro del paradigma cabe un gran número de tendencias, apli-caciones y posiciones concretas, por lo que la misma idea de paradigma neoclásicoes una generalización bastante laxa.

1.5 Los extremistas de hoy

Dentro de un paradigma pueden coexistir distintas teorías y visiones ideológicas.Como ya se citó, el concepto de paradigma es necesariamente vago, y va más alláde lo que propone una cierta teoría. Esto es especialmente cierto en el caso delparadigma neoclásico que abarca a economistas de tendencias políticas y socialesde todo tipo, desde Friedman hasta Samuelson, de Hayek a Stiglitz. El que algunossean a veces keynesianos –por ejemplo Samuelson–, no los excluye de analizarotros fenómenos con el herramental neoclásico.

El presente artículo no es una crítica a las teorías, está enfocado sí a losextremismos, formados en la exageración del paradigma hasta confundirlo con larealidad, o bien con lo que la realidad debiera ser desde una perspectiva normativa,en lugar de una aparato de análisis. Además, cuando se critica a los recientes econo-mistas articulados a la política, es preciso distinguir su base intelectual, de su actua-

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ción como miembros de un grupo con un programa político. Quizá se pueda hablarde ellos más como políticos con título de doctorado en economía por alguna uni-versidad extranjera, que de economistas neoclásicos. Aunque no cabe duda de queal menos su discurso estuvo teñido de una retórica económica neoclásica y liberal.

Exagerar ideas hasta confundirlas con la realidad es esencia de todo ex-tremismo: en esto los seguidores de las teorías de los mercados eficientes son insu-perables. Tomemos como ejemplo a un economista de esta tendencia, cuya versiónde la misma le plantea el funcionamiento inmejorable de los mercados de forma talque los monopolios se destruyen solos, sin la necesidad siempre indeseable de laintervención gubernamental; ello debido al incentivo que los elevados precios delmonopolio representan para los posibles competidores, que atraídos por las altasganancias entrarán al mercado respectivo destruyendo el monopolio. Entonces, sieste economista se encuentra con un monopolio en el mundo real pensará que segu-ramente se trata de otra cosa, porque de ser verdad la existencia de un monopolio,el mercado, eficiente como lo es, de acuerdo a lo que estableció su corriente, ya lohabría destruido.

Los extremistas del mercado eficiente, pueden dar con una situación realno prevista por su modelo, y no son capaces de reconocerlo, aunque su teoría sebase en supuestos nunca corroborados. De ellos concluyen en un razonamientocompletamente circular, que los supuestos de acuerdo con el modelo que los supo-ne son ciertos. Si se suponen mercados eficientes siempre equilibrados, entonceslas situaciones de desequilibrio como el desempleo no son tales. Si se observa des-empleo en realidad no hay tal desequilibrio, lo que sucede es que los sin trabajo noquieren trabajar al salario vigente; o su situación es puramente transitoria, en lacual los trabajadores están en proceso de búsqueda de un empleo nuevo.

2. Los paradigmas en la economía mexicana

2.1 Los economistas mexicanos a principios del siglo XX

Poco se puede decir de los paradigmas utilizados por los economistas mexicanos aprincipios del siglo XX, debido a que en general no utilizaban un esquema de análi-sis económico bien definido. Los economistas de México en la primera mitad delsiglo eran abogados. Gómez Morín participó en el diseño de leyes para diversossectores económicos e impartía cursos con temas de economía. Destacan asimismolas labores de Jesús Silva Herzog, organizador del Instituto Mexicano de Investiga-ciones Económicas, cuyo órgano fue la Revista Mexicana de Economía; de DanielCosío Villegas, fundador del Trimestre Económico (1934) y del Fondo de Cultura

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Económica, y presidente de El Colegio de México de 1957 a 1961; y de otros mu-chos. Algunos de estos abogados tomaron cursos de economía en el extranjero,pero en general, en sus escritos no utilizaron una metodología económica especia-lizada, dominando en cambio las consideraciones de tipo sociológico y político.

El Banco de México, fundado en 1925, y la Secretaría de Hacienda, insti-tuciones que han tendido a representar al paradigma dominante en México, fueronasimismo dirigidas por abogados, durante la primera mitad del siglo. La carrera deeconomía fue establecida dentro de la Escuela de Leyes por Narciso Bassols en1929. La Escuela Nacional de Economía fue fundada hasta 1934 y empezó a titulara un flujo importante de economistas varios años después. Uno de los primeroseconomistas de profesión mexicanos fue Víctor Urquidi, graduado por la LondonSchool of Economics en 1940. Estuvo ligado a la CEPAL de 1951 a 1958, y fue elpresidente de El Colegio de México que más tiempo ha durado en su cargo, de 1966a 1985, excepto por el primer presidente de esa institución, Alfonso Reyes (de 1940a 1959), quien permaneció en el cargo algunos meses más.

2.2 El desarrollo estabilizador o cepalismo con disciplina monetaria

El periodo de influencia dominante del paradigma cepalino sobre las políticas eco-nómicas en México coincide con la etapa conocida como la de desarrollo estabili-zador. En esa etapa (1954–1970) existió una estrecha coordinación entre el Bancode México, dirigido por Rodrigo Gómez, y la Secretaría de Hacienda conducidaprimero por Carrillo Flores y, después la mayor parte de la misma, por AntonioOrtiz Mena. El contraste entre la escasa formación académica y el éxito de susfunciones, es lo singular en la vida de estas personas y ayuda a comprender no sóloeste periodo, sino también a poner en perspectiva el legado de esa etapa.

No es un secreto que muchos economistas influyentes dentro de la estruc-tura del Banco de México consideran a Rodrigo Gómez y a Antonio Ortiz Menacomo los mejores economista mexicanos del siglo XX, y esto no deja de ser sor-prendente, pensando que el primero sólo estudió la primaria y un año de contabili-dad privada, en tanto que el licenciado Ortiz no era economista sino abogado.

En relación con Rodrigo Gómez, el actual Secretario de Hacienda, Fran-cisco Gil Díaz, ha escrito que fue precursor del moderno enfoque de la balanza depagos de Harry Johnson, así como de los modelos macroeconómicos de la balanzade pagos de Mundell y Fleming. El anterior gobernador del Banco de México,Miguel Mancera, afirmó que Rodrigo Gómez anticipó la formulación de la hipóte-sis de las expectativas racionales. Nada mal para un autodidacta, que además ex-presaba a sus íntimos que no soportaba las argumentaciones demasiado teóricas

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o abstractas. La admiración que se le otorga a este dirigente puede entenderse,sobre todo cuando se comparan sus logros con el sostenido fracaso de la políticamonetaria y financiera fuera del periodo del desarrollo estabilizador. No es necesa-rio inventarle otros méritos que no tuvieron nada que ver con él, o que inclusocontradicen su verdadera idiosincrasia.

Ciertamente, al considerar la trayectoria de Rodrigo Gómez, no se puedesino concluir, de manera imparcial, que no cabría circunscribirlo en la corrienteneoclásica, dominante hacia finales del siglo XX, sino en una más cercana a sutiempo. Esta afirmación provocará varias reacciones encontradas, pero si algúnparadigma puede atribuirse a Rodrigo Gómez, éste no puede ser del todo distinto alcepalino. En ocasiones su discurso se asemeja más al de Prebisch, con quien parecehaberse entendido bien, que al de personajes del pensamiento económico contem-poráneo. Fue, como todo hombre que hace historia, un hombre de su tiempo.

Al igual que sus contemporáneos en los bancos centrales latinoamerica-nos, desconfiaba de la capacidad del mercado para asignar recursos, de ahí suentusiasmo con los esquemas de asignación selectiva del crédito, o por la bancade desarrollo. Su admiración por la integración económica de los países de Amé-rica Latina no es un antecedente del TLC que muestra su fe en el libre comercio,como también suelen decir sus admiradores, sino un intento compartido conPrebisch y demás cepalinos, por aumentar la capacidad de los países de la regiónpara oponerse a las importaciones de productos industriales provenientes de los paí-ses desarrollados.

Vale la pena citarlo para mostrar que ni su lenguaje ni su visión eran losde un neoclásico de finales del siglo XX. En relación con el mercado como asignadorde recursos, todavía en 1967, hacia finales del desarrollo estabilizador –y de suvida– decía que:

En los países en desarrollo se presentan con gran claridad situaciones que hacen difícilesperar que el funcionamiento del mercado, por sí mismo, permita lograr la captación yasignación de los recursos financieros en forma óptima [...]

Respecto de la sustitución de importaciones y los motivos para promoverla integración económica de América Latina, en 1960 Gómez pronunció un discur-so, en Montevideo, que Prebisch u otro cepalino sin dificultad hubieran suscrito.Entre otras ideas expresó que:

En la década que va de 1945 a 1955, o sea el periodo de ajuste de la posguerra, Latinoaméricapudo acelerar su ritmo de crecimiento económico porque estuvo en posibilidad de exportar,

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a buenos precios, grandes cantidades de productos que tradicionalmente formaban parte desu comercio exterior, pero en el último lustro los precios han descendido y el ritmo decrecimiento de nuestras economías ha disminuido notablemente y las perspectivas de mejo-rar nuestros términos de intercambio son cada día menos halagüeñas.[...] para levantar el nivel de vida de nuestras masas trabajadoras necesitamosindustrializarnos y, para ello, requerimos cada día mayor cantidad de bienes de capitalque todavía no producimos en volumen suficiente y que no podremos adquirir si nosatenemos exclusivamente a las divisas que obtengamos con las exportaciones de produc-tos primarios o con el aumento de nuestro endeudamiento.México, en los últimos 30 años ha hecho avances espectaculares en la sustitución deimportaciones, pero se está acercando el punto de saturación en que cada día resulta másdifícil lograrla [...] Pero ya a estos niveles de industrialización, dicha sustitución sólo serácosteable si contamos con amplios mercados y no con los pequeños de cada uno de los com-partimientos estancos en que está dividida la América Latina. Para estos efectos, aun Argenti-na, Brasil y México siguen siendo compartimientos estancos [...] Necesitamos sustituir, engran medida, la importación de bienes de capital por producción de dentro del área, para sóloimportar de terceros países las máquinas que requieran técnicas muy altamente especializadasy algunas materias primas que no se produzcan al sur del río Bravo en este continente.

El resaltar las similitudes del crecimiento estabilizador con el paradigmacepalino no pretende irritar a simpatizantes de uno u otro enfoque. Busca entenderel tiempo y su legado, sólo así se puede colocar en perspectiva lo que sucediódespués de 1970, con el fin de determinar hasta qué grado se produjo un cambio deparadigma o si simplemente se intentó reforzar el anterior. Lo cual recuerda alespañol Ortega y Gasset cuando afirmaba que un conservador y un progresista de hoyse parecen más entre sí, que un progresista de ayer a un progresista de hoy. Los hombresson hijos de su tiempo y de su circunstancia. Por eso las etiquetas para establecer lega-dos, como la de neoconservadores, neoliberales o neocepalinos, usadas como armasdescalificadoras sin contexto que las aclare, oscurecen más que iluminan el análisis:

Una generación es una variedad humana, en el sentido riguroso que dan a este término losnaturalistas. Los miembros de ella vienen al mundo dotados de ciertos caracteres típicosque les prestan una fisonomía común, diferenciándolos de la generación anterior. Dentrode ese marco de identidad pueden ser los individuos del más diverso temple, hasta elpunto de que, habiendo de vivir los unos junto a los otros, a fuer de contemporáneos, sesienten a veces como antagonistas. Pero bajo la más violenta contraposición de los pro ylos anti descubre fácilmente la mirada una común filigrana. Unos y otros son hombres desu tiempo, y por mucho que se diferencien, se parecen más todavía. El reaccionario y el

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revolucionario del siglo XIX son mucho más afines entre sí que cualquiera de ellos concualquier de nosotros [...]

De Ortíz Mena no presentaré argumentación alguna. Su carrera es muyconocida. Pero su aporte a la economía bien podría considerarse quizá de una natu-raleza fundamentalmente aplicada. Su perfil es más de un hombre práctico. Bajo sugestión como secretario de Hacienda durante los sexenios de Adolfo López Mateos(1958-1964) y Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), siempre hubo un buen entendi-miento entre esa dependencia y el Banco de México. En especial, contribuyó me-diante el ejercicio sobrio de las finanzas públicas a la estabilidad económica, objetivoque por el lado de la política monetaria apuntalaba el Banco de México. Antes deocupar el puesto de secretario de Hacienda, el licenciado Ortíz Mena se desempeñócomo director general del Instituto Mexicano del Seguro Social (1952-1958), ydurante su gestión se extendió el régimen de seguridad social a todo el país y a lostrabajadores del campo.

2.3 La docena trágica

El propósito de este artículo no se centra en la defensa o ataque de los gobiernossino en la crítica de sus concepciones ecónomicas y de las consecuencias prácticasen el campo de la política económica. El populismo y la arrogancia de Echeverría yLópez Portillo no fueron ajenos a la magnitud de la debacle al término de sus man-datos, aunque sí a la debacle misma. Contribuyó también la complacencia de loseconomistas de la vieja guardia, al no haber propuesto alternativas a tiempo. Tam-poco sirvió de mucho que en ese entonces (finales de los sesenta) comenzara acrecer el número de economistas jóvenes con estudios en el extranjero, que ocupa-ban posiciones de responsabilidad en el gobierno y en el Banco de México. En esecontexto, se decidió combatir lo que en 1970 se llamó atonía económica, por mediode políticas expansivas de la demanda y un aumento de los apoyos a sectores con-cretos; fueron el medio de oponerse a las fuerzas del mercado, que no siempre eran,supuestamente, congruentes con los intereses nacionales. Todavía en 1975 el direc-tor del Banco de México, Ernesto Fernández Hurtado, sustituido posteriormentepor Gustavo Romero Kolbeck en 1976, señalaba:

El Banco de México inició sus experiencias en la orientación selectiva del crédito, exclu-sivamente por actividades económicas, a principios de los años 40, a través del mecanis-mo de encaje legal. En los últimos años se ha acentuado crecientemente la finalidad deconciliar la utilidad económica con el beneficio social de amplios sectores de bajos ingre-sos de la población [...]

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Y más adelante argumentaba:

Un desarrollo importante en la institucionalización del crédito selectivo es el estableci-miento de fideicomisos financieros de fomento. Estos acompañan el crédito que concedela banca pública y privada a las actividades prioritarias, con asistencia técnica para laevaluación del proyecto, para la selección de la técnica más conveniente de producción,para la organización y educación de los acreditados en el manejo del proyecto y para laevaluación correcta del beneficio económico recibido y la consiguiente capacidad de pago.La intervención de los fideicomisos asegura que los plazos, el monto y demás condicio-nes del crédito se ajusten a las características de la inversión, asegurando su recuperación.También garantiza que los créditos se orienten de acuerdo con los programas sectorialesde desarrollo.

En buena medida, la respuesta a la desaceleración económica que causóel agotamiento de la estrategia de sustitución de importaciones o paradigma cepalinofue, no el abandonar esa estrategia, sino acentuarla, con el fin de compensar me-diante la acción directa del gobierno, o a través del aumento inducido de la deman-da agregada, la pérdida de empleos y la desaceleración económica. Fueron lostiempos que Carlos Tello calificó de desarrollo estabilizador vergonzante. Esa reac-ción del gobierno tenía que producir desequilibrios en las cuentas públicas y en losbalances externos. En años anteriores, el banco central se hubiera opuesto firme-mente a estos desequilibrios.

Pero desde 1971 la coordinación entre Banco de México y gobierno fede-ral, a través de la Secretaría de Hacienda, dio paso a la subordinación del primero.En ese año se inició la práctica de imponer al Secretario de Hacienda, como presi-dente del Consejo de Administración del Banco. Así, esa posición fue ocupada enocasiones por personas de una idiosincrasia no sólo distinta sino hasta opuesta a lade los funcionarios del Banco, ejemplo de ello sería el siguiente presidente de larepública: José López Portillo. Eran tiempos en que el presidencialismo se ejercíaverticalmente en todos los ámbitos de la vida nacional, no era gratuito que Echeverríadeclarara que, en México, las finanzas públicas se decidían en los Pinos. Pudohaber agregado que la política monetaria también.

Al inicio del sexenio de López Portillo, se intentó un cambio, incipientesi se quiere, hacia la apertura económica; pero el petróleo, y la abundante disponi-bilidad de créditos externos, nublaron la vista de propios y extraños. De modoque,dentro de la perspectiva de los hechos, debe reconocerse que aquéllos que otor-garon préstamos a México pensaban también que la estrategia era viable. Asimis-mo, los círculos académicos, de la corriente hegemónica, no siempre expresaron

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una condena de manera tajante; al continuar influidos por una especie dekeynesianismo vulgar, siguieron sin emitir un dictamen unánime y, en algunos ca-sos, hasta apoyaron las políticas seguidas.

En la entonces Secretaría de Patrimonio y Fomento Industrial, un grupode economistas que tenían nexos con la Universidad de Cambridge, entre ellosJohn Eatwell y Ajit Singh, contribuyó a crear con economistas mexicanos dirigidospor Vladimiro Brailovsky, un modelo de la economía mexicana de corte keynesianopara apoyar la planeación económica del sexenio de López Portillo. Este modelocarecía de un sector monetario y determinaba los precios a través de costos, lo quepermitía suponer que era posible aumentar la demanda agregada, para promover elcrecimiento y el empleo, sin causar inflación.

Al mismo tiempo, en la hoy extinta Secretaría de Programación y Presu-puesto, un joven funcionario, más entusiasta que brillante como economista, denombre Carlos Salinas, encabezaba un grupo de economistas mexicanos con ligasen la Universidad de Pennsylvania, en especial con el grupo de Lawrence Klein,que recurrían a un modelo agregado keynesiano, con el cual, hacia finales del sexeniode López Portillo, proponían aumentos en el gasto público y en la demanda agrega-da como medio de reactivar el ritmo de crecimiento que, pasado el impacto favora-ble del petróleo, había declinado significativamente. Siempre versátil, Salinasapoyaría los ajustes fiscales durante la segunda mitad del sexenio de Miguel de laMadrid. Para entonces Salinas era asesorado por un brillante economista francés,José Córdoba, quien posteriormente adoptó la nacionalidad mexicana.

La condena de la profesión hacia las políticas de entonces no era mayori-taria, mucho menos unánime. Pero ciertas voces críticas entendieron lo que se esta-ba gestando. Como ejemplo destacable de ello podemos mencionar a LeopoldoSolís, quien inconforme con las políticas propuestas por la entonces Secretaría dela Presidencia, durante el sexenio de Echeverría, renunció a su trabajo en esa de-pendencia y se trasladó a la Universidad de Princeton, donde realizó diversos estu-dios críticos de la política económica mexicana. Un ensayo que sobre el tema escribióen ese entonces y que circuló inicialmente en copias, al que tituló: A monetary will–o’–the–wisp: pursuit of equity through deficit spending, sugerente del voluntarismode la política económica mexicana de entonces, se convirtió en referencia obligadaentre los economistas jóvenes que cursaban o recién concluían un doctorado eneconomía en el extranjero.

Ya de regreso en México, durante el sexenio de López Portillo, Solís ins-piró y apoyó a un grupo de esos economistas jóvenes, muchos de ellos ligadosinicialmente al Banco de México. Ese grupo se opuso, con más entusiasmo queéxito, a las políticas seguidas por el país durante el sexenio de López Portillo. Des-

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de la gerencia de estudios económicos del Banco de México, Carlos Bazdreschtambién apoyó a estos jóvenes y contribuyó con sus propias críticas. Cabe resaltarque algunos miembros de este grupo después habrían de ejercer puestos de máximaresponsabilidad tanto en el Banco como en el gobierno federal. Uno de ellos, Er-nesto Zedillo, ocupó la presidencia de la república, otro, Guillermo Ortiz, es elactual gobernador del Banco de México, después de haber encabezado la Secreta-ría de Hacienda. De ese semillero, aunque sin nexos con el Banco, también surgie-ron Jaime Serra, artífice del TLC, y Pedro Aspe que, como Secretario de Hacienda,se convertiría en el más decidido promotor de las privatizaciones.

Cabe señalar que una visión keynesiana moderna no apoyaría las estrate-gias seguidas de 1970 a 1982, cuando con políticas impulsoras de la demanda agre-gada y de intervención directa del estado en el sector productivo, se intentócompensar el agotamiento de una estrategia de desarrollo, situación que en realidadexigía un cambio estructural profundo, mismo que no se quiso o no se pudo reali-zar. Esta afirmación no contradice lo que antes se expuso, en el sentido de que enesos años, profesores de universidades de prestigio mundial e inversionistas ex-tranjeros importantes eran favorables a las estrategias seguidas y no dudaron deque México mantendría su capacidad de pago. La actuación de los gobernantes deentonces fue sin duda desastrosa, pero ello no justifica la exageración. Parecieraque exagerando se pretende, como a veces lo hicieron las administraciones poste-riores, y sus corifeos desde algunas universidades privadas, culparlos de todo lomalo que sucedió después y sucede ahora, a pesar de las décadas transcurridas. Nofueron ni Echeverría ni López Portillo los responsables del FOBAPROA ni de la de-valuación de 1994, sólo para hablar de dos cuestiones muy publicitadas.

2.4 Gobierno que devalúa, se devalúa, 1994

No todos los economistas de la corriente dominante, y esto es necesario aclararlo,son adeptos a la teoría de mercados eficientes, ante cualquier situación y para elanálisis de cualquier problema económico. Pero ciertas posiciones y acciones depolítica sólo se pueden explicar por una aplicación particular de la idea de merca-dos eficientes. Un buen ejemplo son las posiciones que niegan la utilidad de discu-tir la evolución del tipo de cambio real para determinar si es posible que estuvieragroseramente sobrevaluado, porque esa circunstancia sería de desequilibrio y losmercados eficientes no la permitirían. Se fustiga incluso duramente a quienes sepreocupan por el tema. Francisco Gil Díaz escribió antes de la devaluación de 1994que:

25 Análisis Económico

El tipo de cambio real y las opiniones sobre su nivel adecuado es otro tema que ha inva-dido inexplicablemente la literatura y las discusiones de política económica. Se ha propa-gado [...] como un “sida” económico a todo género de campos académicos e ideológicos.El desarrollo de esta idea es inexplicable por tres motivos: a) porque abundan países enlos que las variaciones en el tipo de cambio real han sido tan amplias y sostenidas a lolargo de tantos años, que dicha evidencia debería bastar para poner en crisis las teorías dequienes se han obsesionado por medir y seguir el tipo de cambio real; b) porque losproblemas de medición y comparabilidad de tipos de cambio real son suficientes parainutilizar esta línea de pensamiento, y principalmente, c) porque conceptualmente es de-mostrable que fijar en términos reales alguna de las variables monetarias clave conduce ala hiperinflación.

Se puede y se debe conceder que es inconveniente la pretensión de man-tener un tipo de cambio real determinado. Pero en México el tipo de cambio real hafluctuado de un extremo a otro más de 100 % en periodos demasiado breves, comopara pensar que esos movimientos obedecieran a cambios en las condiciones sub-yacentes de productividad. También hay que aceptar que no es posible manipular eltipo de cambio real por periodos indefinidos; no obstante, por esa misma razóndebe vigilarse que no se desalinee demasiado, ya que posteriormente tiende a recu-perar un nivel más adecuado de manera violenta, lo cual causa graves trastornos,como ha sucedido históricamente en todas nuestras crisis.

Los argumentos de los responsables de la política económica durante losúltimos años son ilustrativos de su forma de discurrir. La actitud contraria a cual-quier preocupación sobre el tipo de cambio fue común antes de la devaluación de1994–y lo es todavía– entre las autoridades de la Secretaría de Hacienda, el gobier-no federal y con especial vehemencia el Banco de México. Después de la devalua-ción continuaron negando que el tipo de cambio se hubiera apreciadosignificativamente y, en consecuencia, que ello hubiese sido causa de la devalua-ción. Para ello utilizaron mediciones del tipo de cambio, mediciones que segúnellos mismos no tienen sentido ni se pueden calcular adecuadamente.

Cabe señalar dos ejemplos: Miguel Mancera mostró que si se excluía delos índices de precios a los bienes no comerciables con el exterior, como serviciosy rentas –porque, dijo, no hay razón para que los precios de estos bienes tengan queigualarse con los externos–, entonces era falso que los precios hubieran crecido másen México. En realidad el ex gobernador del Banco mostraba que se cumple la ley deun solo precio para los bienes comerciables, pero no estaba calculando la evolucióndel tipo de cambio real, que depende del cambio en el precio relativo de comerciablesa no comerciables con el exterior, mismos que excluyó de sus cálculos.

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Otro ejemplo se refiere al indicador utilizado de manera repetida por di-versos funcionarios del Banco de México para probar que el peso no se había apre-ciado significativamente antes de la devaluación. Para ello muestran que el costolaboral en México fue en moneda común más bajo que el de Estados Unidos, encomparación con el nivel relativo de un año base. Asombra el sabor marxista delargumento, sobre todo cuando lo utilizan personas a quienes de lo que menos se lespuede acusar es de abrigar tendencias en este sentido.

El que los salarios reales en México bajen, pero el precio relativo de loproducido suba, no implica una competitividad más alta. Lo que significa es unmayor valor de las rentas de los activos no comerciables y más elevados rendimien-tos al capital. Por otro lado, la teoría del comercio internacional señala que, ensituaciones normales, no las de desequilibrio después de una devaluación súbita, aun tipo de cambio real más depreciado pueden corresponder mayores o menoressalarios reales, dependiendo de si los bienes comerciables con el exterior son más omenos intensivos en el factor trabajo, que los no comerciables (Teorema de Stopler–Samuelson).

Por otro lado, los economistas del Banco de México se niegan a utilizar elindicador de tipo de cambio real universalmente reconocido como el más satisfac-torio; es decir el precio relativo entre bienes comerciables y bienes no comerciables,evaluados ambos dentro del país. La reticencia se debe a que en México, este indi-cador siempre ha mostrado que, antes de las devaluaciones, el peso se encontrabademasiado apreciado, en comparación con su tendencia histórica. Este indicador esmejor que la comparación de precios internos y externos, puesto que mide directa-mente el impacto en México de los precios en el exterior. Un ejemplo ayudará ailustrar esta afirmación: en el sexenio de Salinas el tipo de cambio real se depreció18%, si se comparan precios internos con externos y se utilizan algunos de loscálculos del Banco de México. Pero durante el periodo se dio un histórico procesode apertura comercial cuyo efecto no es captado por este indicador.

En contrate si se utiliza el indicador adecuado, se observa que el precio delos comerciables se redujo a la mitad, respecto de los no comerciables; sin duda unaapreciación importante en tan sólo seis años. Todos se percataron de que en Méxicolos bienes importados se habían abaratado, excepto los funcionarios del gobierno ydel Banco quienes, no sólo se han rehusado a utilizar el indicador adecuado, sinoque han criticado a quienes sí lo hacen, lo que les ha permitido anticipar el surgi-miento de problemas. El argumento que esgrimen es tan simplista que no se explicasino por un afán de justificar una posición preasumida contra viento y marea. Afir-man que si el precio relativo interno de los comerciables fuera indicativo de com-petitividad, entonces los países más desarrollados serían los menos competitivos y

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enfatizan el caso de Japón, en donde los arrendamientos y los servicios alcanzanniveles de precios sumamente elevados. Este argumento ignora que los indicadoresde tipo de cambio no se utilizan para hacer comparaciones de competitividad entrepares de países.

Nadie ha pretendido utilizar el precio relativo de los no comerciables paracontrastar la competitividad de Japón con la de México. Para hacerlo sería necesa-rio corregirlo por la productividad relativa de ambos países en la producción decomerciables. El problema de competitividad de un país surge cuando suscomerciables se abaratan relativamente sin que haya habido un cambio correlativoen la productividad. Japón es tan productivo en la producción de comerciables, quepuede abaratarlos en términos de sus no comerciables más que México, sin perdercompetitividad.

Una última consideración sobre el asunto cambiario. Se afirma que con eltipo de cambio flotante, que no libre, actualmente vigente en nuestro país, el tipo decambio no puede desalinearse, porque ahora lo determina el mercado; nada tanfalso. Rodrigo Gómez, sin haber hecho estudios de doctorado, lo sabía. Los merca-dos cambiario y monetario son vasos comunicantes. Si se aumenta el crédito inter-no, se tiende a deteriorar la balanza de pagos, si el tipo de cambio es fijo; o adepreciar la moneda si es variable. Esto lo sabe cualquier economista, pero pareceque las posiciones son primero y los argumentos son medios de defenderlas, no deanalizarlas rigurosamente. Con lo anterior no afirmo que el tipo de cambio actualesté hoy sobrevaluado, o que un régimen cambiario sea superior a otro. Tampocoque la estabilidad cambiaria, que no necesariamente coincide con un determinadorégimen cambiario, no sea indispensable para el desarrollo del país. Precisamenteporque lo es, se hace indispensable considerar el efecto de las acciones sobre todaslas variables económicas, incluyendo una de la mayor relevancia, como lo es el tipode cambio real, para asegurar que la estabilidad cambiaria sea duradera y a un niveladecuado para el desenvolvimiento de los distintos sectores. Pero ahora nos dicenque ni siquiera se debe hablar del asunto.

2.5 El impacto inmediato de las políticas seguidas

En el periodo durante el cual los economistas alcanzaron una mayor influencia en lasdecisiones gubernamentales (más o menos de 1983 a 1997), llegaron a la funciónpública con un portafolio de recetas para su aplicación a rajatabla al país, en laprimera oportunidad posible. Así, introdujeron un conjunto de medidas para priva-tizar empresas, transferir a particulares la prestación de servicios públicos, eliminarregulaciones, dejar al mercado el mayor número de decisiones económicas, reducir

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el gobierno a su mínima expresión, y algunas otras por el estilo. Supusieron quecomo su versión del paradigma dictaba que los mercados funcionan siempre mejorque cualquier otra opción, la simple adopción de los principios de mercado comoguía para todas las acciones de gobierno, sin piedad por las circunstancias y obstá-culos institucionales, aseguraba que esas acciones producirían resultados satisfac-torios inmediatos.

Al objetivo de una mayor apertura y un aparato económico más modernopocos oponen hoy reparo alguno. Podemos decir, parodiando a Friedman, que “ahoratodos somos liberales”. El problema fue el extremismo que se manifestó por suingenuidad y propició más problemas que soluciones. Como consecuencia, sedesreguló el sector financiero en un proceso sin límite aparente, y terminamos en lapeor crisis financiera; se privatizaron empresas bajo la premisa de que en cualquiercircunstancia el sector privado las administraría mejor, y el gobierno terminó resca-tándolas a un costo varias veces superior a todo el ingreso proveniente de lasprivatizaciones, incluyendo las exitosas; se transfirieron monopolios públicos alsector privado, con amplios beneficios para quienes los adquirieron, pero con unestancamiento, en relación con el resto del mundo, en sectores estratégicos para eldesarrollo en los tiempos modernos.

Si comparamos la actual situación económica de México con la de hacedos décadas, encontramos que el ingreso per cápita en términos reales es similar alde entonces, con una salvedad: está peor distribuido. Debido a una privatizaciónsesgada, entre otras causas, la concentración del capital en los distintos mercadoses más elevada, con la consecuente mella a la competencia. A cambio, tenemos másmexicanos en el grupo de Forbes 500. La poca participación en el ingreso de losmexicanos en condiciones de pobreza extrema no puede ser ni es ajena a este fenó-meno de concentración en los estratos de altos ingresos. A fin de cuentas la tiraníade la aritmética obliga a que las participaciones sumen siempre cien por ciento; si laparticipación de algunos sube, la de los demás baja. Cuando el ingreso se estanca,ello se traduce en peores condiciones de vida para los perdedores. En esa situación,la política social, a la que el gobierno concedió una prioridad explícita, en la prác-tica se convirtió en un paliativo.

De ninguna manera se podría culpar a los últimos gobiernos de la pésimadistribución del ingreso en México, una de las peores del mundo. Ésta es efecto decausas múltiples y complejas, incluso sus raíces en el caso de nuestro país podríanencontrarse en periodos tan lejanos como el Prehispánico y la Colonia. En el sigloXX los distintos paradigma agravaron todavía más las injusticias. La sustitución deimportaciones extrajo recursos de los sectores menos desarrollados, como el agrí-cola para impulsar al sector industrial. Los estímulos al capital redundaron en me-

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nores ingresos para los demás factores de la producción, en especial el trabajo.Durante la “docena trágica” la situación empeoró, pues a dichos efectos se sumó elde la inflación sobre la población de menores ingresos, menos capacitada para de-fenderse de ella. A los últimos gobernantes se les podría acusar de no actuar eficaz-mente para corregir la situación y de que, incluso, durante su gestión se deterioróadicionalmente, a cambio de muy poco.

Los objetivos fueron correctos, la manera de perseguirlos, equivocada;además del efecto perjudicial de las políticas macroeconómicas que tercamente seaplicaron aún después de que era evidente que no estaban funcionando. Ni siquieraen términos de estabilidad financiera y de precios los resultados fueron mediana-mente aceptables. En las últimas dos décadas del siglo XX los precios se multiplica-ron 760 veces y el tipo de cambio nominal se devaluó casi cuarenta mil por ciento.Por supuesto, esta evaluación se refiere sólo al impacto inmediato y evidente de laspolíticas, sin considerar los cambios con perspectiva de más largo plazo o estructu-rales. Pero que de cualquier manera no justifican las enormes pifias en el manejomacroeconómico.

Al preguntarse cómo fue posible que personas tan inteligentes y bien pre-paradas cometieran tantos errores y, peor aún, que prevalecieran en ellos contraviento y marea, Weintraub (2000), atribuye este comportamiento a la arrogancia.Sea como sea, los resultados fueron poco defendibles; nada de que sentirse orgullo-sos. El problema es que no sólo desprestigiaron el extremismo ultraliberal del mer-cado que los inspiró, sino al liberalismo auténtico que como tal rechaza losextremismos. No sólo eso: hoy la gente confía poco en los economistas, y conrazón, después de la pérdida de bienestar que le infringieron.

2.6 La autoevaluación

Contra toda evidencia, los responsables niegan que las políticas seguidas hayancausado la crisis de 1994, incluso afirman que las políticas previas, que ellos mis-mos diseñaron y ejecutaron, eran las mejores posibles. En realidad, quienes fueronresponsables debieran ser más objeto del análisis que analistas, pero han producidomúltiples ensayos en donde concluyen que sus actos fueron impecables. Su versiónha sido apoyada por análisis de investigadores, usualmente de universidades priva-das, basados en el paradigma ya criticado: los mercados funcionan bien siempre yde manera instantánea, quienquiera que actúe con esta idea no puede equivocarse.

Así, según ellos, el tipo de cambio no estaba sobrevaluado porque nuncapuede estarlo, toda vez que los mercados se equilibran siempre. Pero más impor-tante en la gestación de los problemas, la privatización y desregulación bancaria no

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pudo contribuir a la crisis, porque si se le dio más peso al mercado, éste no falló, nisiquiera en la transición. Interpretación que defendieron y continúan defendiendo,a pesar de la evidente inflación de activos financieros, no correspondida con unaumento de activos reales, que propició la desregulación súbita y a ultranza deprincipios de los años noventa y que creó una burbuja que sólo esperaba el momen-to adecuado para reventar. Pero si entonces se les argumentaba que los aumentos dela cartera de créditos bancarios del 30% anual en términos reales, contratados atasas activas de más del 50% real eran impagables, ellos respondían, aludiendo a lasabiduría del mercado: que ése era el genio de la desregulación que habían llevadoa cabo, más avanzada incluso que la de los países desarrollados.

El estallido de la burbuja financiera en diciembre de 1994, fue resultadode la acumulación de desequilibrios en años anteriores, que sólo esperaba aconteci-mientos desfavorables, como fueron los escándalos políticos de ese año. Entonceslas tasas de interés ya eran más bajas y el crecimiento de los activos financieros sehabía moderado, pero el daño estaba hecho. El saldo, que no el flujo, era lo insoste-nible. La situación de los bancos los hacía vulnerables a cualquier ajuste importan-te en las tasas de interés o el tipo de cambio, a pesar de que éste fuera necesariopara enfrentar los ataques especulativos desatados por los acontecimientos, y queen otras condiciones hubieran sido manejables. No obstante lo que ahora afir-man, esto influyó seguramente en el estupor que paralizó a los tomadores dedecisiones durante 1994. Pero para ellos los acontecimientos políticos referidosfueron la causa única de la burbuja, y no la ocasión propicia para que hicieraexplosión. De hecho para quienes siempre creen en los mercados eficientes, elsimple concepto de burbuja es una aberración, puesto que el mercado la detonaríaantes de que se formara.

Para fundamentar su posición, construyeron una explicación que asocialas pérdidas de reservas de divisas a sucesos particulares de 1994, en especial alasesinato de Colosio en el mes de marzo. Pero en otros países el asesinato de figu-ras clave, como los de los primeros ministros de Suecia y de Israel, no llevaron acrisis como la nuestra. Algún factor especial debió estar presente en la situaciónmexicana que lo explique, pero el análisis del Banco de México, en su informeanual correspondiente, ni siquiera se lo planteó. Si fueran consistentes al aplicarese análisis simplista del tipo ex propter hoc, propter ergo, debieran haber conclui-do que el levantamiento zapatista de principio de ese año atrajo un flujo importantede divisas. Su análisis justificante les llevó a conceder más importancia a las ame-nazas de renuncia de Carpizo, el secretario de Gobernación, que al triunfo claro deZedillo en las elecciones presidenciales, sin que se dieran los conflictospostelectorales que muchos anticipaban. Si su análisis económico fue hueco, el

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análisis político de estos aprendices ocasionales de ciencia política fue realmentesuperficial y acomodaticio.

2.7 La manipulación de indicadores

Las bondades del paradigma de los mercados perfectos dependen de diversos su-puestos, como el de información perfecta y simétrica, así como el de racionalidadde los agentes económicos. Sin embargo, los economistas llegados al poder soninmejorables como manipuladores de información. Y es que se piensan partícipesde una especie de cruzada para impulsar un paradigma, y como en la guerra todose vale, suponen que hasta traicionar los principios de ese paradigma es acepta-ble, con tal de ganar la lucha. Pero también parecería que están colocando enentredicho el axioma de la racionalidad ilimitada de la gente, pues si éste fueracierto, no podrían engañarla. No sólo lo han intentado, sino que lo han logrado enalgunos casos, al menos conjuntamente con diversos analistas económicos quehan aceptado sus historias. En las siguientes páginas consideraré tres casos demanipulación, que van desde escoger el indicador que da el ángulo más conve-niente para ellos, al evaluar alguna de sus acciones, hasta el burdo falseamiento delas cifras.

El primer caso es el reporte de las cifras de balance de las finanzas públi-cas. El déficit financiero no es una variable de política, porque depende de la infla-ción, que es endógena. En consecuencia, una misma corriente de gastos e ingresospúblicos reales refleja un déficit financiero mayor cuando –y por el sólo hecho deque– la inflación sea mayor. Esto se debe a que los pagos por intereses nominalesserán mayores para una misma tasa de interés real, si el aumento de los precios, ypor tanto el interés nominal, es más grande; sin embargo, la acumulación de deudareal será la misma. Precisamente para eliminar este velo inflacionario, durante lagestión de Miguel de la Madrid se publicaban, además del déficit financiero, otrosindicadores, como el balance primario, que al excluir los intereses de la deuda públi-ca, medía la verdadera restricción fiscal en los gastos e ingresos del gobierno que segeneraban en un periodo determinado y excluía las obligaciones por deudas con-traídas en periodos anteriores.

De acuerdo con este indicador –y otros, como el déficit operacional, queno discutiré aquí–, hacia el final del sexenio delamadridista se alcanzó el mayorajuste fiscal de la historia de este indicador registrada en nuestro país. Como partedel ajuste se eliminaron rezagos en precios y tarifas públicos y se cancelaron subsi-dios. El impacto inmediato fue inflacionario, lo que provocó que el déficit financie-ro creciera. De esa manera, el mayor ajuste fiscal de la historia se acompañó, de

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manera más o menos simultánea, del más elevado déficit financiero del sector pú-blico, ambos como porcentajes del producto.

Pero este ajuste fiscal fue necesario para la reducción subsiguiente de lainflación, ya en el gobierno de Salinas. Durante ese sexenio hubo un relajamientorelativo de las finanzas públicas, pero el déficit financiero bajó hasta convertirse encasi cero, lo cual se debió exclusivamente a la baja de la inflación que hizo posibleel ajuste de las financias públicas logrado en los años previos. Aquí el punto es quelos mismos economistas oficiales, que introdujeron los conceptos de finanzas pú-blicas que corregían por inflación, dejaron de publicarlos y sólo mantuvieron elconcepto de déficit financiero, con el único propósito de presentar un panoramafavorable a la actuación de los gobiernos de Salinas y Zedillo en el campo fiscal.

Lo asombroso es que distintos economistas, basados en esas cifras mani-puladas, concuerden en que el ajuste fiscal se hizo durante los dos gobiernos men-cionados y que el de Miguel de la Madrid fue indisciplinado y dispendioso. A estoseconomistas, por otro lado, les gusta suponer que los agentes económicos son siempreracionales, cuando su inocencia muestra que ni ellos mismos lo son. Pero la mani-pulación no se detuvo ahí, también se eliminaron de la contabilidad pública losflujos netos de la banca de desarrollo. El argumento que utilizaron tanto el Bancode México como la Secretaría de Hacienda era sesgado. Declaraban que los présta-mos de la banca de desarrollo no eran pérdidas sino inversiones recuperables, conlo cual negaban que el concepto de déficit público no es un estado de pérdidas yganancia del gobierno, sino una medida de los recursos corrientes inyectados alresto de la economía por el gobierno.

El argumento oficial fácilmente se reduce al absurdo. Si la medida adecua-da del déficit debiera excluir a la banca de desarrollo, también debería excluir lainversión de paraestatales como Pemex y CFE, al fin y al cabo sus inversiones sonmás recuperables que los créditos de Banrural. En realidad los argumentos eran lo demenos, lo importante era la urgencia de darle más recursos a los programas del go-bierno, como lo indica el hecho de que al eliminar el candado fiscal, el déficit de labanca de desarrollo se multiplicó entre 1992 y 1994 por cuatro.

El segundo tipo de manipulación se refiere también a registros de finan-zas públicas, sin embargo, este caso va más allá de una presentación sesgada decifras, hasta constituirse en un verdadero engaño. Me refiero a la manipulación delos registros del gasto público. Puesto que durante la gestión de Salinas se dioimportancia a la presentación de resultados favorables en la evolución de las finan-zas públicas, pero al mismo tiempo se deseaban realizar proyectos importantes, serecurrió al expediente de lo que se conoció entonces como gastos extrapresupuestales.La idea era que en lugar de que el gobierno le pagara de inmediato a un constructor

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por una nueva planta para la CFE – para utilizar el uso más socorrido en ese entonces–,dicho constructor obtuviera financiamiento por su lado, y entonces se decía que elgasto no era público sino privado, a pesar de que el gobierno adquiría compromisosde pago futuro al constructor con los que éste garantizaba y cubría su deuda. Es decir,el que a fin de cuentas se estaba endeudando en términos netos y absorbiendo lamayor parte del riesgo, era el gobierno y no el contratista.

Probablemente, durante la administración salinista este accionar fue ile-gal. Zedillo corrigió la posible ilegalidad, reformando la ley, con lo que losextrapresupuestales pasaron a llamarse Pidiregas, o programas de impacto diferidoen el registro del gasto, pero el engaño se mantuvo (y se mantiene en la administra-ción de Fox.) Cabe resaltar que entre esta manipulación del gasto y el cambio deconceptos, se había llegado a ocultar, hacia 1994, año de la explosión de la crisiscambiaria en diciembre, un déficit que con la metodología tradicional y sin trucosalcanzó quizá alrededor del seis por ciento del producto. Pero luego a los mismosque inventaron la alquimia se les olvidó, y en su análisis de las causas de la crisiscambiaria, que según ellos se debió sólo a las historias de crimen y horror de 1994,se creyeron su propio cuento de que las finanzas públicas al final del sexenio deSalinas estaban equilibradas.

La tercera y última manipulación tiene que ver con el tipo de cambio real.Hasta la crisis cambiaria, el Banco de México venía publicando una serie de tipo decambio real, medido a través de la relación del índice general de precios de Méxicocon un promedio de los índices generales de precios de los países del resto delmundo. Sin embargo, este indicador puede ser manipulado si se cambia la manerade promediar los precios externos: con flujos de comercio mundiales, flujos decomercio con México o el producto interno bruto de cada país. Este riesgo consti-tuiría una razón más para preferir el indicador de precios relativos entre comerciablesy no comerciables con el exterior, y que no requiere información de precios exter-nos. Cuando el dólar estadounidense se deprecia respecto de las monedas de otrospaíses, la manera de ponderar hace una diferencia significativa para la medición delos precios relativos externos, respecto de los internos.

Hay argumentos a favor de una u otra forma de ponderar. Lo que es im-portante resaltar aquí es que el Banco de México cambió la serie después de ladevaluación, cuando la nueva serie al señalar una depreciación o devaluación de 18%real durante el sexenio de Salinas, era aparentemente más congruente con su ideade que no se había apreciado el tipo de cambio real antes de la devaluación. La serieantigua señalaba una apreciación real relativamente ligera de 17%, pero aprecia-ción al fin y al cabo. Más recientemente, sin explicación alguna, volvieron a la serieantigua. Pero la situación se aquilata mejor con el otro indicador de tipo de cambio,

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el de precio relativo de los no comerciables, debido a la apertura comercial. Sinembargo, muchos analistas cayeron en la trampa, empezando por los mismos que laelaboraron.

2.8 El liberalismo corporativista

Otra característica de los economistas gobernantes fue su inclinación a apoyar suspolíticas en las organizaciones corporativas de la sociedad; conducta poco liberal,toda vez que el liberalismo busca más el sostén del ciudadano que el de las organi-zaciones intermedias de la sociedad. La contradicción es grande si consideramosque las organizaciones a las que convocaron en general no se caracterizan ni por surepresentatividad social, ni por la democracia en la toma de decisiones. En estoquizá no hicieron sino seguir a los gobiernos precedentes, a fin de cuentas proce-dían de un mismo partido político. Pero ahora las organizaciones jugaron un papelmás central, al grado de influir en la dirección e intensidad de algunas de las políti-cas emprendidas, en tanto que el partido político quedó relegado. Esto se debió aque en realidad las bases de ese partido nunca apoyaron las políticas liberales intro-ducidas por los gobiernos de economistas, y a estos les parecía más fácil presionaro congraciar a las organizaciones corporativas oficialistas para que apoyaran lasacciones emprendidas, que convencer a sus compañeros de partido. A fin de cuen-tas, ellos llegaron al poder mediante una carrera burocrática, durante la cual trata-ron con empresarios y sindicatos, no a través de la labor partidista.

El problema es que los grupos con intereses económicos concretos difí-cilmente actúan sin sacar provecho. De manera a veces descarada, otras sutil, nodesaprovechan ocasión para medrar. Existe una interpretación que, sin pronun-ciarme respecto a ella, dejo aquí consignada: los economistas en el gobierno qui-sieron cambiar todo pero sin afectar a los intereses creados, que eran su mismabase de apoyo. En 1994, en su libro Liberalismo autoritario, Lorenzo Meyerescribió:

Desafortunadamente “los que mandan” poseen una visión del mundo económico, políti-co, social o cultural, que poco o nada tiene que ver con la propia de un sistema liberal ydemocrático. En realidad, no por su discurso pero sí por su forma de actuar, tenemosderecho a suponer que el proyecto de los que mandan es prolongar lo más que se pueda elarreglo que tan buenos frutos ha dado para ellos: el del México autoritario, el del Méxicodonde un partido que es imposible diferenciar del gobierno, es también la garantía delmantenimiento de la estabilidad y de la continuidad de compromisos en la que se sostie-nen los grandes intereses creados.

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En primer lugar, y encabezando al conjunto, la alta burocracia gubernamental, ésa quellegó a la presidencia o al gabinete no por la vía del PRI sino siguiendo las reglas y códigosde la propia hermandad burocrática, lo que muestra bien a las claras que el PRI mismo noes fuente de poder sino básicamente un instrumento [...]Luego está ese grupo que controla las corporaciones en que se montó el sistema de poderposrevolucionario: los líderes sindicales, los agrarios y los de todas las agrupaciones queforman la compleja red corporativa que, finalmente, el neoliberalismo imperante reciclópero no eliminó [...]Obviamente, en el centro de esta élite están aquellos personajes... que controlan las gran-des acumulaciones de capital, y no hay ninguna de las empresas que ellos comandan queno haya sido, al menos en parte, resultado de “una relación especial” con el gobierno delrégimen de partido de Estado [...].

La manera tan fácil en que los grupos de interés se sumaron a la administra-ción del presidente Fox, surgida de un partido diferente, parece darle la razón a Meyer,en el sentido de que para esos grupos el PRI era más un instrumento que una fuente depoder. A continuación se enumeran un par de ejemplos acerca de la inclinacióncorporativista de los economistas enrolados en el gobierno de los últimos tres sexenios.

El primer ejemplo se refiere al Pacto, nombre con el cual se designó elprograma para combatir la inflación, introducido a un año y meses del fin de lagestión de Miguel de la Madrid. Este programa incluyó un ajuste fiscal violento,que llevó al balance primario en 1988 y 1989 a un superávit de casi el 9% del PIB.Además, se registró una apertura unilateral casi completa del comercio internacio-nal, al tiempo que prácticamente se fijó el tipo de cambio. Asimismo, el gobiernomantuvo una presión constante para que los incrementos salariales se mantuvieranbajos, de conformidad con el objetivo de reducir la inflación. Estas acciones, por sísolas, hubieran sido suficientes para reducir la inflación a partir de 1988.

Pero el gobierno también introdujo lo que llamó concertación social, peroque en realidad fue concertación con las cúpulas sindicales y patronales. Probable-mente la motivación fue más política que económica, pues programas similares enBrasil y Argentina habían inicialmente despertado un gran apoyo popular, que serevirtió cuando su fracaso fue evidente. Con esas cúpulas, los funcionarios del go-bierno mexicano se reunían regularmente para simular que las políticas eran dise-ñadas en conjunto y que eran aprobadas por la sociedad. Con ese mismo propósitolas reuniones eran ampliamente difundidas a través de los medios, pero nunca seefectuó una sola que fuera abierta a otros actores, como por ejemplo, a miembrosdel Congreso o de organizaciones distintas a las oficialistas. En realidad lograronpoco en este sentido.

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La inconformidad de la gente casi le costó la presidencia al candidato delPRI en 1988, Carlos Salinas, quien fue electo con el porcentaje más bajo hasta en-tonces de la votación total para un presidente emanado de ese partido. Al mantener-se hasta finales de 1994, el Pacto restó flexibilidad a la política económica, sobretodo en materia de política cambiaria, la cual era comprometida por el gobierno,mediante la firma con los “sectores sociales” de compromisos de no devaluar, asícomo de no ajustar los precios y tarifas públicas en más de lo estipulado en losdocumentos negociados. Cuando fue necesario e inevitable cambiar el programa,en diciembre de 1994, el Pacto se convirtió en un lastre, que dificultó la respuestaeficaz del gobierno ante la coyuntura. El gobierno tuvo que “negociar” la devalua-ción, lo que motivó que los inversionistas extranjeros se quejaran de que las autori-dades dieron información privilegiada a los inversionistas mexicanos. Sin duda unaacusación grave.

El otro ejemplo se refiere a la erróneamente llamada federalización edu-cativa, efectuada durante el sexenio de Salinas por el entonces secretario de educa-ción pública, Ernesto Zedillo. La idea de descentralizar los servicios públicos vienede la observación de que quienes están en mejor situación para evaluar dichos ser-vicios y premiar o castigar la eficiencia o ineficiencia en su prestación son, precisa-mente, quienes los reciben. Es decir, las personas situadas en el estado o municipiodonde se presta el servicio respectivo. Sin embargo, para no disgustar a la poderosacúpula sindical del magisterio, se mantuvo el compromiso de que las cuotas sindi-cales retenidas por el gobierno fueran entregadas al Comité Ejecutivo Nacional delsindicato de maestros. La estructura de incentivos quedó así centralizada. Además,el gobierno se comprometió a apoyar con recursos fiscales la homologación sala-rial de los maestros entre estados de la república, así como la de los maestros antesestatales con los antiguamente federales.

Se negó así, a la pretendida federalización educativa, todo viso de unadescentralización auténtica. Hoy los aumentos de los salarios se negocian en elámbito nacional básicamente. El gobierno no se ha animado a introducir los exá-menes nacionales para educación básica, para no molestar a los maestros. Las trans-ferencias presupuestales se hacen de acuerdo a una planeación efectuada por elgobierno federal, sin que exista una fórmula que propicie el involucramiento de losestados en el mejoramiento educativo. Cabe señalar que más tarde, ya con Zedillocomo presidente, cuando se federalizó el sistema nacional de salud, ni siquiera sehizo un simulacro de descentralización de la relación laboral.

Estos ejemplos son muestra de los costos del corporativismo, y la incon-gruencia de gobiernos aparentemente liberales, al mantener relaciones paralelascon grupos que no representan los intereses de la sociedad, sino los de sus miem-

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bros. Pero no se les podía en justicia pedir otra cosa. Ellos llegaron al poder con elapoyo de esos grupos, y mantenerse en él requería no confrontarlos. En realidadhicieron bastante al enfrentar las estructuras menos progresistas del partido en elpoder, para lograr la modernización económica del país en diversas esferas, enespecial la apertura comercial, misma que supieron vender incluso a los empresa-rios nacionales, afectados adversamente por la misma. Lo anterior, cabe subrayar-lo, sin entrar en la discusión de los campos en donde se justifica la centralización, yaquellos que deben ser manejados en el ámbito local; ni tampoco sobre cuál debeser el papel de las instituciones intermedias en una democracia representativa.

2.9 Los avances innegables

No sería justo terminar estos comentarios sin señalar los aciertos, aunque se hayanalcanzado con mayores costos que los necesarios. Finalmente se introdujo el cam-bio estructural que demandaban los tiempos. Hoy la economía mexicana es másabierta en lo interno y lo externo, y aunque padece de pesados resabios, es máseficiente y cuenta con más capacidad de adaptación a las circunstancias. Existetambién un mejor diseño institucional con mayores contrapesos a los actos de losfuncionarios públicos, desde dentro y fuera del gobierno. Cabría destacar la conso-lidación de la autonomía del Banco de México, que algunos dudan haya sido efec-tiva en 1994, el primer año de su vigencia. El tipo de cambio flexible no evitanecesariamente, pero dificulta, la manipulación cambiaria en circunstancias de ata-que especulativo. Esto último sería un factor a considerar para no transferirle, albanco central, la responsabilidad exclusiva de la política cambiaria. Todo mundodebe tener sus contrapesos, incluyendo la burocracia del Banco.

Pero el avance más importante es también el más sorprendente. El cambiodemocrático fue obra de los presidentes economistas, o tecnócratas como a veces lesdicen, pero que al haber hecho avanzar el sistema político más que los supuestosgobernantes políticos han desmentido el mote. Una mayor democracia es un progresoindiscutible, pero no necesariamente en la capacidad de introducir reformas que debanpasar por el legislativo. La democracia es un contrapeso para la discrecionalidad de losgobernantes, lo cual puede ser benéfico si se toma en cuenta que los grandes erroresfueron más de comisión que por omisión. Afortunadamente, muchas de las reformasque se requerían ya se efectuaron en las administraciones de Salinas y Zedillo; depen-derá de los nuevos gobernantes y de sus economistas que esas reformas no se reviertan.

El haber clasificado a los gobiernos de finales del siglo XX comoextremistas del mercado, es sin duda injusto para algunos de los economistasinvolucrados, sea como analistas oficiales o como funcionarios públicos. Pero esto

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es inevitable. También se cometen injusticias al catalogar a la “docena trágica”, o alparadigma cepalino, o al desarrollo estabilizador. Toda clasificación es necesaria-mente una simplificación que no refleja la diversidad de los elementos de cadacategoría. Pero sin una clasificación no es posible resaltar características importan-tes para iluminar a grandes rasgos los elementos que explican la generalidad. En elcaso de los economistas neoclásicos es todavía más clara la disyuntiva entre loespecífico y lo general, habida cuenta de la diversidad de posiciones que caracteri-za a ese paradigma.

Tomemos por ejemplo la presidencia de Ernesto Zedillo, durante la cualciertas decisiones en el terreno económico pueden entenderse por la lógica de losmercados eficientes, con la que a veces parecían proceder los funcionarios de ésay de las dos administraciones precedentes. Esto de ninguna manera significa quetodo se explique así, mucho menos que todo sea criticable, al menos en términosrelativos con otros episodios de la vida nacional. La administración de Zedillo,voluntaria o, como afirman algunos, involuntariamente –eso es lo de menos–, hapasado a la historia como la administración en la que se alcanzó la consolidaciónplena de la democracia, mediante el inicio de la alternancia en el poder, lo cual noes poca cosa. Pero además, ello se logró en un ambiente de certidumbre y estabi-lidad económicas. No obstante el monumental cambio político con que remató sugestión, por primera vez en treinta años el sexenio terminó sin graves sobresaltos,con inflación a la baja y después de varios años de crecimiento económico. Estosin dejar de reconocer que subsistieron problemas, como el de un tipo de cambiorelativamente apreciado, aunque quizá sin alcanzar los niveles de sobrevaluaciónde 1994, dependiendo de la forma en que se mida y con un régimen de tipo decambio flotante que dificulta la manipulación.

Pocos avizoraban este panorama después de la profunda crisis económica yfinanciera con que inició el sexenio. Tampoco ahora, ya de manera ex post, el avanceha sido aquilatado adecuadamente, pero los grandes cambios no suelen ser evidentesde inmediato. También es cierto, del otro lado de la balanza y tomando la perspectivageneral de los últimos veinte años, que se infringieron costos innecesarios a la pobla-ción, debido a errores de política, por razón de cierto extremismo en la aplicación delparadigma. Al no reconocerlo, y sostener que sus acciones siempre fueron las mejo-res, y que los problemas se debieron a causas externas o a cuestiones políticas ycriminales, de alguna forma repitieron la actitud de López Portillo cuando respecto almanejo de la crisis de 1982 dijo: “Soy responsable del timón, no de la tormenta”.

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Conclusiones

El paradigma neoclásico es flexible y contiene muchas tendencias opuestas. Ade-más de un herramental, hay también en el paradigma neoclásico, considerado deuna manera general y hasta vaga en el sentido de Khun, una inclinación a favor dela libertad. De todos los paradigmas, si hay alguno que ha tendido a acompañar alas tendencias liberales, es precisamente éste. Pero una cosa es afirmarse liberal yotra es serlo; o serlo sólo cuando conviene. En México, es probable que todavía nohayamos tenido un gobierno realmente liberal. Los de los últimos años, en buenamedida, fueron neoclásicos en el discurso, pero no siempre su comportamiento fueliberal en el fondo, es decir, a favor de la libertad y de la transparencia.

En términos más universales, si a la vuelta del milenio uno de losparadigmas parece haberse impuesto a los otros como el claro paradigma dominan-te, cabe hacerse dos preguntas: ¿Triunfó el más apto, como lo supondría eldarwinismo aplicado a los paradigmas económicos? ¿Con el triunfo del paradigmaahora dominante se llegó al fin de la historia de los paradigmas? La impresión esque, en general, el rigor analítico del modelo neoclásico lo hace superior a las de-más alternativas, pero el economista actual no debe cerrarse a lo que en sus análisislos otros paradigmas pueden aportarle, pues el paradigma dominante no es ni com-pleto ni perfecto, y para ciertos propósitos los otros paradigmas se han mostradomejores. ¿Será que el futuro nos depara una especie de síntesis a partir de la teoríaneoclásica? Se oye bien, pero hay que considerar que ni los físicos parecen estarcerca de lograr la teoría unificadora, y a fuerza de ser honestos debemos reconocerque su ciencia es más rigurosa.

El futuro ya no es como antes. Lo sabemos mejor que nadie los econo-mistas, que cada vez erramos más en los pronósticos del crecimiento, las tasas deinterés y tantas otras variables. Pero aquí el propósito es más modesto. Se trata depronosticar si el paradigma dominante llegó para quedarse. La respuesta es no.Ningún imperio es eterno y tiende a derrumbarse cuando más fuerte parece. Lodifícil es pronosticar qué viene y cuándo llegará. Mientras tanto, es necesario traba-jar con lo que tenemos. Para hacerlo adecuadamente, no debemos obsecarnos conninguno de los paradigmas disponibles, sino con un pragmatismo científico, sacarprovecho de cada uno de ellos; siempre tomando en cuenta los objetivos y los pro-blemas a que, como economistas al servicio de la sociedad y no de una escuela depensamiento, nos enfrentemos. En estas circunstancias, hasta el escepticismo hacialos economistas que actualmente invade a la sociedad es saludable, si el realismonos lleva a reconocer que no todo está bien en la disciplina, y a dudar de todoparadigma convertido en doctrina o en acto de fe.

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En las condiciones actuales, lo que más daño le hace a la economía comociencia es la tendencia a uniformar el pensamiento y a leer y escribir trabajos ali-neados en un solo paradigma. Como ciencia que es, pero no exacta, más vale abrirel abanico de opciones que presentemos a la sociedad para que ella sea la queescoja. Sin diversificación no hay debate entre economistas. El debate sobre laeconomía mexicana tiende entonces a darse entre periodistas, historiadores, soció-logos y politólogos. Aunque éste es un fenómeno que se observa también en otraspartes del mundo.

Gran parte de los estudios más influyentes sobre la economía mexicanade los últimos años no han sido realizados por economistas. Estos se han dedicadoa escribir estudios esotéricos con la intención de publicar, en inglés, en revistasespecializadas de corte abstracto. En la medida en que favorece la afinación decapacidades para analizar la economía, ello es positivo. Lo que no es correcto esque esas capacidades no las pongan en práctica nunca. Se corre el riesgo de que loseconomistas nos volvamos socialmente redundantes, si no es que perjudiciales cuan-do compartimos las decisiones con el gobierno.

Cabe señalar que un número considerable de los trabajos más leídos so-bre la economía de los últimos cinco sexenios fueron escritos por intelectualescomo Cosío Villegas, en el caso de Echeverría, más en su carácter de politólogoque de economista; como Enrique Krauze, historiador, sobre la crisis económica definales del sexenio de López Portillo; Jorge Castañeda, politólogo, que aborda losúltimos sexenios, y sobre temas especializados como la reforma fiscal y el comer-cio exterior, aunque con posturas contradictorias. Destaca la intuición económicade los análisis de Gabriel Zaid, ingeniero y poeta. Lorenzo Meyer, historiador, esinvitado como orador principal a seminarios sobre la economía mexicana. Sinembargo, la crónica y la crítica desde otros ángulos no pueden, ni deben, sustituir elanálisis económico cuidadoso, que no es lo mismo que esotérico.

Algunos reconocidos economistas de distintas tendencias siguen escri-biendo sobre temas relevantes, como Leopoldo Solís, Víctor Urquidi, Carlos Telloy David Ibarra, aunque a veces sólo de manera ocasional. Pero los economistas delas nuevas generaciones suelen rehuir a los análisis aplicados, con algunas excep-ciones, pero se concentran en temas muy sofisticados, y sus contribuciones son engeneral ocasionales y para revistas especializadas. Incluso hay grupos que menos-precian el trabajo aplicado de otros. Las instituciones académicas y el Sistema Na-cional de Investigadores evalúan mejor alguna contribución marginal al desarrollode alguna compleja y a veces inaplicable teoría económica que sea publicada eninglés, que un libro de análisis sobre el desarrollo de algún sector de la economíamexicana, en especial si no contiene complejas ecuaciones ¿No estaremos repitien-

41 Análisis Económico

do la historia de principios de siglo, cuando la economía la hacían abogados, siendoque ahora la economía aplicada para su difusión la realizan sociólogos y politólogos?Sólo que ahora sí hay economistas, lo que escasea son estudios con pies en la tierra.De nuevo: la economía es una ciencia social y los economistas no debieran ignorarlas reacciones sociales, a riesgo de perder relevancia.

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