warcraft - el dia del dragon

8/15/2019 Warcraft - El Dia Del Dragon

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En un pasado que ahora pertenece

a las neblinas de la memoria, unagran variedad de asombrosacriaturas de todo tipo y condicióhabitaban en el mundo de Azeroth

Misteriosos elfos y recios enanocompartían aquellas tierras con latribus de los hombres en medio de

una relativa paz y armonía… hastaque la llegada de un ejércitodemoníaco, conocido como laLegión Ardiente, hizo añicos latranquilidad que reinaba en esemundo para siempre. Ahora loorcos, dragones, goblins y trol

rivalizan por imponer su influencia



sobre los diversos y fragmentadoreinos de Azeroth; pero esadisputas forman parte de ugrandioso y malévolo plan quemarcará el destino de ese mundodel World of Warcraft.

Los magos más poderosos demundo intuyen que algo aterradoamenaza el futuro de ese mundo y

encomiendan a un mago mupeculiar llamado Rhonin la peligrosamisión de adentrarse en Kha

Modan, unas tierras controladas poos orcos. Rhonin obligará a sellauna peligrosa alianza con laantiguas criaturas del aire y e



fuego si el mundo de Azeroth quierver un nuevo amanecer.



Richard A. Knaak El día del

dragónThe Day of the Dragon

Warcraft - 2



ePub r1.1Titivillus 20.09.15



Richard A. Knaak, 2001Traducción: Raúl Sastre Letona

Editor digital: TitivillusePub base r1.2



Liberar a laReina de los

Dragones…

… era una misión imposiblemprobable para algunos y ciertament

mortal para la mayoría. El cla

Faucedraco seguiría manteniendo sdominio sobre Khaz Modan a menos quAlexstrasza fuera liberada, y mientraos orcos siguieran estando bajo la



órdenes de la Horda, aquel lugar podrílegar a convertirse en un foco d

resistencia al que se podrían sumar lo

orcos que se encontraban en loenclaves custodiados.

El fugaz bramido de un trueno sacó

Rhonin de sus pensamientos. Alzó lvista pero sólo alcanzó a ver unacuantas nubes esponjosas.

Un segundo rugido mucho máamenazador provocó que se le tensaraodos los músculos del cuerpo al mismiempo que una sombra colosal cubrí

odo cuanto lo rodeaba.Acto seguido, se escuchó u

estruendo capaz de romperle lo

ímpanos, y una fuerza similar a u



ornado arrasó aquel paisaje. Rhonin svolvió de inmediato para contemplar ecielo… y se topó con una visió

nfernal.Un dragón del color de un intens

fuego cubrió el firmamento, en su

zarpas delanteras sostenía lo ququedaba del caballo de Rhonin y laprovisiones que tanto le habían costad

que con tanto esmero había escogidoAquel leviatán carmesí engulló de usolo trago el resto de aquel cadávermientras mantenía la mirada clavada e

a pequeña y patética silueta que shallaba en tierra.

Una figura verde y grotesca, provist

de colmillos y de un hacha de batalla, s



encontraba sentada sobre los hombrode aquella bestia, mientras quvociferaba órdenes en un idiom

desagradable y señalaba directamenthacia Rhonin.

El dragón se lanzó en picado haci

él, con las fauces abiertas de par en pa las garras dispuestas a infligirle u

gran daño.



CAPÍTULOUNO



L

a guerra.En su momento, alguno

miembros del Kirin Tor, el cónclavmágico que gobernaba la pequeñnación de Dalaran, habían llegado

pensar que, a lo largo de su existenciael mundo de Azeroth sólo habíconocido una sucesión de constantederramamientos de sangre. Primero, lhumanidad había combatido a los trolsantes de la formación de la Alianza dLordaeron, y cuando, por fin, se habí

ibrado de esa amenaza infecta, lprimera oleada de orcos asoló aquellaierras, tras atravesar una horrend

grieta que se abrió en la estructura de



universo. Al principio, aquellogrotescos invasores parecíamparables, pero, poco a poco, lo qu

parecía que iba a ser una terriblcarnicería se convirtió en udesesperante equilibrio de fuerzas. S

ganaron batallas gracias a la guerra ddesgaste. Y se produjeron centenares dbajas en ambos bandos, sin ningun

razón aparente. Durante años, el KiriTor creyó que aquel conflicto nconcluiría nunca.

Hasta que, finalmente, todo cambió

La Alianza logró que la Hordretrocediera y la derrotó de formaplastante. El cabecilla de los orcos, e

egendario Orgrim Martillo Maldito, fu



ncapaz de contener a aquellos ejércitoque avanzaban imparables, y decidicapitular. A excepción de unos cuanto

clanes renegados, los invasoresupervivientes quedaron arrinconadoen ciertos enclaves donde se hallaba

bajo la vigilancia de unidades militareideradas personalmente por lo

Caballeros de la Mano de Plata. Po

primera vez en muchos, muchísimoaños, la meta de lograr una paz duraderparecía una promesa que se podícumplir, y no un mero deseo.

Aun así, cierta sensación dntranquilidad dominaba al consej

supremo del Kirin Tor. Se trataba de u

órgano de gobierno compuesto por lo



magos más grandes entre los mágrandes, que se reunía en la Cámara deAire, llamada así porque se trataba d

una sala que parecía no poseer paredesdonde los muros y el techo eran un cielosiempre variable, cubierto de nubes, lu

oscuridad, un firmamento donde locambios se sucedían raudos y velocescomo si el mundo se hubiera acelerado

ante la atenta mirada de esos magomaestros. Únicamente el suelo de piedrgris, donde relucía el símbolo de udiamante que representaba a los cuatr

elementos, proporcionaba solidez aconjunto.

Ciertamente, los magos tampoc

ayudaban mucho en ese aspecto, puest



que iban ataviados con capas oscuraque no sólo cubrían sus rostros sino todsu cuerpo, de modo que sus silueta

parecían titilar y fluctuar con locambios que se producían en esfirmamento, dando la sensación de qu

ambién ellos eran una mera ilusiónAunque entre sus filas contaban tantcon hombres como con mujeres, sólo s

podía distinguir su género cuandhablaban; en ese momento, su rostro sornaba parcialmente visible, si bien su

rasgos permanecían difuminados.

A esta reunión habían acudido loseis magos más veteranos, que no teníapor qué ser los más poderosos. A lo

íderes del Kirin Tor se los elige en bas



a diversos criterios, uno de los cuales esu dominio de la magia.

—Algo sucede en Khaz Modan —

anunció el primer mago con un tono dvoz estentóreo, al tiempo que se formfugazmente en su cabeza la tenue image

de un rostro con barba. Por todo scuerpo parecía flotar una miríada destrellas—. Cerca o dentro de la

cavernas que domina el claFaucedraco. —Dinos algo que no sepamos —l

espetó la segunda maga, una mujer qu

probablemente tuviera más años que eprimero, pero aun así seguía poseyenduna voluntad de hierro, en cuya capuch

brilló una luna—. Los orcos qu



permanecen allí conforman uno de lopocos focos de resistencia orca qupersisten ahora que los guerreros d

Martillo Maldito se han rendido y scabecilla ha desaparecido.

Si bien el primer mago se sinti

molesto por aquel comentario, repuscon calma:

—Muy bien. Quizá esto te interes

más. Creo que Alamuerte ha vuelto a laandadas.Esa afirmación les sobrecogió

odos, incluso a la anciana. La noche di

paso al día de repente, pero los magognoraron ese extraño fenómeno, ya qu

para ellos era algo que sucedí

normalmente en aquella cámara. La



ncluso antes de que los goblincubrieran sus escamas con placas dadamantio, ya era una amenaza con e

potencial suficiente como para dejarpor comparación, en una menudencia lamenaza que suponía la Horda.

—¿Con qué prueba cuentas qudemuestre que sigue vivo? —inquiriuna mujer que se hallaba en la flor de l

vida. Si bien carecía de la experiencide los demás, era lo bastante poderospara formar parte del consejo—. ¿Cocuál?

—Con la muerte de dos dragonerojos del Vuelo de Alexstrasza que haaparecido destrozados; sólo alguien d

su raza, y de proporciones colosales, lo



podría haber despedazado de esmanera.

—Existen otros dragones de tamañ

colosal.De pronto, se desató una tormenta

Pese a que los relámpagos y la lluvi

caían sobre aquellos magos, en ningúmomento alcanzaron sus siluetas ni esuelo que pisaban. La tormenta cesó e

un abrir y cerrar de ojos, y un soabrasador apareció una vez más sobrsus cabezas.

El primer mago del Kirin Tor n

prestó la más mínima atención a estúltimo fenómeno.

—Resulta obvio que no has sid

estigo de los estragos que provocan lo



actos de Alamuerte, porque, si no, jamáe habrías atrevido a hacer es

afirmación.

—Puede que tengas razón —lnterrumpió súbitamente el quinto mago

La silueta de un difuso semblante elf

apareció y desapareció bajo su capuchcon más rapidez que la tormenta—. Ecuyo caso habrá que tener muy en cuent

este asunto en el futuro. Sin embargoahora no podemos centrarnos en ello. SAlamuerte está vivo y está atacandahora mismo a la estirpe de su máxim

rival, eso nos beneficia. Al fin y al caboAlexstrasza sigue cautiva en manos declan Faucedraco, y esos orcos ha

utilizado a su progenie durante año



navíos invencibles sólo quedabaastillas y unos cuantos cadáveredestrozados que marcaban el lugar e

que se había producido una tremendmasacre. De todos modos, había qureconocer que el almirante Valiente n

había flaqueado en su determinación, nmediatamente había ordenad

construir nuevos barcos de guerra qu

sustituyeran a los que acababan de sedestruidos, para poder proseguir con lguerra.

—Como he dicho antes, ahor

mismo no podemos preocuparnos deste tema, puesto que tenemos que trataasuntos mucho más urgentes.

—Te refieres a la crisis de Alterac



¿verdad? —inquirió el mago barbudcon una voz cavernosa—. ¿Por qudebería preocuparnos más la guerr

subterránea entre Lordaeron Stromgarde que el posible regreso dAlamuerte?

—Porque ahora Gilneas se hconvertido en parte del problema.

Una vez más, todos aquellos mago

se estremecieron, incluso el sexto, quno había hablado hasta entonces. Actseguido, la sombra un tanto corpulentse acercó a la silueta elfa.

—¿Qué le importan a Genn Cringrias riñas de esos dos otros reinos por e

control de ese lamentable trozo d

ierra? Gilneas se encuentra en e



extremo de la península meridional, eun rincón remoto de la Alianza, al iguaque Alterac.

—¿Acaso hace falta que respondesa pregunta? Cringris siempre hquerido hacerse con el liderazgo de l

Alianza, a pesar de que sus ejércitos nse pusieran en acción hasta que loorcos atacaron sus fronteras. La únic

razón por la que animó al rey Terenas dLordaeron a entrar en batalla fue porquasí el ejército de Lordaeron acabarímuy debilitado. Ahora, Terenas sigu

levando las riendas de la Alianzgracias en gran parte a nuestra labor y afirme apoyo del almirante Valiente.

Alterac y Stromgarde eran reino



vecinos que habían permanecido econflicto desde los primeros días de lguerra. Thoras Aterratrols había enviad

a los poderosos ejércitos de Stromgarda ayudar a la Alianza de LordaeronComo Khaz Modan lindaba con su

fronteras, era lógico que aquel reinmontañoso apoyara una acción conjuntaAdemás, nadie podía negar que lo

guerreros de Aterratrols habían luchadcon gran determinación. Si no hubiersido por ellos, los orcos se habríalevado por delante a gran parte de l

Alianza a lo largo de las primerasemanas; sin su intervención, edesenlace de la guerra habría sid

funesto.



Por otro lado, en Alterac, a pesar dque se hablaba mucho de que había qudefender con coraje aquella causa justa

no se mostraron tan generosos a la horde enviar a sus tropas a participar en econflicto. Al igual que Gilneas, Altera

únicamente había prestado un apoysimbólico a la Alianza, si bien GenCringris se había mantenido al marge

odo lo posible por pura ambición, LorPerenolde lo había hecho por miedo, eso se rumoreaba. Incluso entre lomiembros del Kirin Tor se habí

planteado la posibilidad de que quizPerenolde se hubiera planteado alcanzaun acuerdo con Martillo Maldito por s

a Alianza acababa cayendo ante la



ncesantes acometidas de la Horda.El paso del tiempo demostró qu

aquel temor era fundado. Perenold

había traicionado a la Alianzaefectivamente, pero, por suerte, escobarde acto de deslealtad no habí

durado mucho. Terenas, al enterarse desa felonía, había entrado con las tropade Lordaeron en Alterac y habí

decretado la ley marcial. Como en aquemomento se hallaban inmersos en lguerra, a nadie le había parecidoportuno quejarse al respecto, y

Stromgarde menos aún. Pero ahora qureinaba la paz, Thoras Aterratrols habíexigido que, a cambio de los sacrificio

que había hecho, Stromgarde deberí



anexionarse toda la parte oriental de sraidor vecino.

Terenas no era de la misma opinión

Además, seguía planteándose si debíanexionar Alterac a su reino o colocaen su trono a un nuevo monarca much

más razonable, presumiblemente alguien que simpatizara con la políticde Lordaeron. Sin embargo, Stromgard

había sido un aliado leal e incondicionaa lo largo de toda la guerra, y se sabíque Thoras Aterratrols y Terenas sadmiraban mutuamente. Por eso mism

resultaba tan triste que ese conflictpolítico los enfrentara ahora.

Gilneas, por su parte, no mantení

ningún vínculo especial con ninguna d



as tierras inmersas en el conflictopuesto que siempre había permanecidbastante aislada del resto de naciones d

Occidente. Tanto el Kirin Tor como erey Terenas eran plenamente conscientede que Genn Cringris sólo querí

ntervenir en la guerra para aumentar sprestigio, y quizá también para hacerealidad sus sueños de expansión. Po

otro lado, uno de los sobrinos de LorPerenolde había huido a aquellas tierraras la traición de su tío, y se rumoreab

que Cringris apoyaba sus pretensiones a

rono. Si Gilneas lograba establecer unbase en Alterac, podría acceder ciertos recursos de los que carecía es

reino del sur, y tendría la excus



perfecta para enviar a su poderosa flota cruzar el Mare Magnum, lo cual, a svez, provocaría que Kul Tiras entrase e

a ecuación, ya que aquella naciómarítima se mostraba muy celosa de ssoberanía naval.

—Esto acabará con la Alianza… —masculló la maga más joven, de acentpeculiar.

—Aún no hemos llegado a ese punt—señaló el mago elfo—, pero quizá lhagamos pronto. Así que no podemoperder el tiempo preocupándonos po

esos dragones. Si Alamuerte está vivo ha decidido reanudar sus planes dvenganza contra Alexstrasza, no piens

oponerme a él. Cuantos menos dragone



haya en este plano de la existenciamejor. Sus días en este mundo halegado a su fin.

—Tengo entendido que, en epasado, los elfos y los dragones fueroaliados, incluso amigos, que s

respetaban mutuamente —afirmó alguiecon un tono de voz carente de maticesque no permitía deducir su género.

El elfo se volvió hacia el últimmago, una silueta delgada y desgarbadque era poco más que una sombra.

—No son más que habladurías, os l

aseguro. Jamás nos rebajaríamos a tratacon unas bestias tan monstruosas.

Las nubes y el sol dieron paso a la

estrellas y la luna. El sexto mago s



nclinó levemente, como si así intentardisculparse.

—Al parecer, mi información no er

correcta. He cometido un error. —Tienes razón al señalar qu

debemos calmar la tensión que reina e

el ámbito político —le dijo el magbarbudo al quinto con un tono de vomuy grave—. Y estoy de acuerdo en qu

debemos darle prioridad a este asuntoAun así, no podemos permitirnos el lujde ignorar lo que está ocurriendalrededor de Khaz Modan. Tenga o n

razón respecto a Alamuerte, mientras loorcos de ese lugar mantengan cautiva a reina de los dragones, serán un

amenaza para la estabilidad de esta



ierras. —Entonces deberíamos enviar a u

observador —le interrumpi

súbitamente la maga de más edad—Alguien que vigile lo que sucede y noalerte en caso de que la situación s

orne crítica. —Pero ¿quién será ese observador

Andamos muy escasos de efectivos…

—Conozco al candidato ideal —declaró el sexto mago, mientras daba upaso al frente. Su rostro permanecienvuelto en sombras en todo moment

—. Rhonin… —¿¡Rhonin!? —exclamó el mag

barbudo—. ¡Rhonin! ¿Cómo te atreves

sugerirlo como candidato después de l



última debacle que provocó? ¡Nsiquiera debería seguir vistiendo lúnica de mago! ¡Ese tipejo no puede se

nuestra última esperanza! ¡Es un peligro —Es muy inestable —admitió l

anciana.

—Un disidente —masculló el mácorpulento.

—No es de fiar.

—¡Es un criminal!El sexto aguardó a que todohubieran opinado y, acto seguidoentamente, asintió.

—Y el único mago de cierto talentdel que podemos prescindir en estesitura. Además, se trata, simplemente

de una misión de observación. No s



hallará cerca de ninguna crisipotencial. Su tarea consistirá en vigilae informar, nada más.

Tras comprobar que no había máobjeciones, aquel mago amparado en lsombra agregó:

—Estoy seguro de que ya haprendido la lección.

—Esperemos que sí —murmuró l

maga más anciana—. A pesar de quograse cumplir su última misión, casodos sus compañeros perdieron la vid

en el camino.

—Esta vez irá solo, acompañadúnicamente por un guía que lo dirijhasta los confines de las tierra

controladas por la Alianza. Ni siquier



entrará en Khaz Modan. Una esfera dvisión le permitirá vigilar desde lejos.

—Parece una tarea muy sencilla —

reconoció la maga más joven—. Incluspara Rhonin.

El elfo asintió bruscamente.

—Entonces, si estamos todos dacuerdo, podemos pasar a otro temaCon un poco de suerte, quizá Alamuert

se atragante al intentar engullir a Rhoni se muera, así no tendremos qupreocuparnos más por ninguno de lodos —dijo, al tiempo que escrutaba

os demás—. Y ahora he de exigir qunos concentremos, por fin, en lnjerencia de Gilneas en la situación d

Alterac y en qué papel debemo



desempeñar en ese conflicto…

Llevaba las dos últimas horas de pien esa postura, con la cabeza agachada os ojos cerrados. Estaba totalment

concentrado. A su alrededor, una tenuuz, que no parecía surgir de ningú

punto en concreto, iluminaba apena

aquella cámara. No obstante, tampochabía mucho que ver: sólo una silla, ea que ahora no se sentaba nadie

apartada a un lado, y un tapiz qu

colgaba a sus espaldas de un gruesmuro de piedra, en el que se habíbordado un intrincado ojo dorado sobr

un fondo violeta. Bajo aquel ojo, tre



dagas, también doradas, parecíadirigirse velozmente hacia la tierra. Lbandera y los símbolos de Dalara

habían ondeado con orgullo durante lguerra en el bando de la Alianza, aunquno todos los miembros del Kirin To

habían cumplido con su deber de manerplenamente honrosa.

—Rhonin… —se oyó decir a un

voz sin matices, que provenía de todapartes y de ningún lugar en concreto daquella cámara.

Alzó la vista hacia la oscuridad co

unos ojos asombrosamente verdes quatravesaron una mata de pelo abundant rebelde. A pesar de ser un talentos

mago, Rhonin nunca se había molestad



en arreglarse la nariz que un compañeraprendiz le había roto en su día; aun asno era feo, y poseía una mandíbula firm

cuadrada así como unos rasgos muangulosos. Tenía una ceja arqueada eodo momento, lo cual le confería u

aspecto sardónico e inquisitivo que máde una vez le había causado problemacon sus maestros; además, par

complicar aún más las cosas, su actitudque casaba a la perfección con sexpresión, tampoco ayudaba mucho.

Era alto, delgado e iba ataviado co

una elegante túnica azul marino. Sapariencia era tan imponente qumpresionaba a otros magos. Rhonin n

parecía ser un tipo obstinado, a pesar d



que en la última misión en la que shabía embarcado habían perdido la vidcinco hombres honrados. Permaneci

erguido, con la mirada clavada en lainieblas, mientras aguardaba a escucha

esa voz de nuevo.

—He esperado pacientemente a quvolvieras a contactar conmigo —susurrel hechicero de cabello carmesí, pres

de cierta impaciencia. —No he podido hacerlo antes. Henido que esperar a que otro mag

planteara la cuestión —replicó un

figura encapuchada, envuelta en uncapa, que emergió a medias de lpenumbra; se trataba del sexto miembr

del círculo interno del consejo del Kiri



Tor.Por primera vez, un leve destello d

ansiedad brilló en los ojos de Rhonin.

—¿Y mi castigo? ¿Ha concluido mcondena?

—Sí. Han accedido a que vuelvas

formar parte de nuestras filas… condición de que aceptes y lleves a cabuna misión crucial de inmediato.

—¿Acaso siguen depositando su fen mí? —inquirió el joven mago cocierta amargura—. ¿Después de que lodemás murieran?

—Eres el único al que puederecurrir. Sólo quedas tú.

—Eso me parece más lógico

Debería haberlo imaginado.



—Coge esto.A continuación, el sombrío mag

extendió una delgada mano enguantada

con la palma hacia arriba. De repentedos objetos relucientes aparecierosobre ella envueltos en un destello: un

diminuta esfera esmeralda y un anillo doro que llevaba engastada una piedra dcolor negro.

Rhonin extendió del mismo moduna mano y, al instante, ambos objetoaparecieron sobre ella. Procedió examinarlos.

—Sé que esto es una esfera dvisión, pero no reconozco el otro objetoPercibo que es muy poderoso, aunque n

de una manera violenta o agresiva, o es



creo. —Eres muy astuto, por eso decid

defender tu causa desde el principio

Rhonin. Ya sabes para qué sirve lesfera. El anillo te servirá comprotección. Vas a adentrarte en un rein

donde todavía moran brujos orcos. Estanillo te ayudará a ser invisible ante suartilugios de detección

Lamentablemente, también impedirá qupodamos seguir tus progresos. —De modo que estaré solo —

replicó Rhonin, al tiempo que dirigí

una sonrisa sardónica a su mecenas—Bueno, así habrá menos posibilidadede que provoque más muertes…

—En ese sentido, debo indicarte qu



no viajarás solo. Al menos, hasta epuerto. Un forestal te escoltará hastallí. Rhonin asintió, aunque no le hací

mucha gracia llevar escolta, sobre todsi se trataba de un forestal. Los elfos ndespertaban mucha simpatía en Rhonin.

—Todavía no me has explicado equé consiste mi misión.

El mago envuelto en sombras s

arrellanó, como si estuviera sentado euna silla inmensa que el joven hechicerera incapaz de ver. Aquella figura juntsus manos enguantadas, mientras parecí

detenerse a meditar sobre qué palabraba a utilizar.

—Han sido muy duros contigo

Rhonin. Algunos miembros del consej



ncluso han planteado tu expulsiódefinitiva de nuestra orden. Debeganarte su confianza de nuevo, y, par

ograrlo, vas a tener que cumplir estmisión al pie de la letra.

—Lo dices como si fuera una tare

muy complicada. —Hay dragones implicados en e

asunto… y tendrás que hacer algo que

según el consejo, sólo alguien con tuaptitudes podrá conseguir. —Dragones…Los ojos se le desorbitaron e

cuanto oyó mencionar a aquelloeviatanes y, a pesar de que tenía ciertendencia a mostrarse arrogante cas

siempre, se dio cuenta de que en aque



momento estaba reaccionando como lharía un aprendiz.

Dragones… Los magos más jóvene

se sobrecogían ante la mera mención daquellas bestias.

—Sí, dragones —porfió su mecenas

nclinándose hacia delante—. Pero no tequivoques, Rhonin. Nadie más debconocer la existencia de esta misió

aparte del consejo y tú. Ni siquiera eforestal que va a ser tu guía o el capitádel barco de la Alianza que te va levar hasta las orillas de Khaz Modan

Si se corre la voz de cuál es everdadero objetivo de tu misión, todonuestros planes podrían peligrar.

—Pero ¿en qué consiste es



objetivo? —preguntó Rhonin, cuyos ojoverdes centellearon con intensidad.

Aquella misión iba a se

remendamente peligrosa, pero lrecompensa merecía la pena: podrívolver a formar parte de las filas de l

orden, con su reputación restaurada y sprestigio por las nubes. Nada hacíascender más a un mago en el escalafó

del Kirin Tor que su reputación, aunquningún miembro del consejo habríadmitido esa cruda verdad.

—Vas a ir a Khaz Modan —

respondió el otro mago, un tantvacilante— y, una vez allí, vas a dar lopasos necesarios para liberar de su

orcos captores a la reina de lo



dragones, Alexstrasza…



CAPÍTULODOS



A

Vereesa no le gustaba esperarLa mayoría de la gente creía qu

os elfos poseían la paciencia de uglaciar, pero los más jóvenes, comella, que hacía un año que habí

erminado su periodo de aprendizaje eos forestales, eran muy parecidos a lohumanos en ese aspecto. Llevaba tredías esperando a ese mago al que ssuponía que tenía que escoltar hasta unde los puertos orientales que daban aMare Magnum. En general, respetaba

os magos tanto como cualquier elfrespetaría a un humano, pero éste econcreto se había ganado su ira. Verees

quería ayudar a sus hermanos



hermanas a cazar a todos y cada uno desos orcos que aún quedaban vivos, enviar a esas bestias asesinas a su má

que merecida muerte. La forestal jamáhabría esperado que su primera misiómportante consistiría en hacer de niñer

de un viejo mago senil y desmemoriado —Una hora más —masculló—. Un

hora más, y me voy.

Su lustrosa yegua elfa, de colocastaño, resopló levemente. Tras variageneraciones de cruces, los elfos habíaogrado engendrar un animal mu

superior a sus primos mundanos, o amenos eso creía el pueblo de VereesaLa yegua se encontraba en perfect

sintonía con su jinete, de modo que l



que a cualquier otro le habría parecidun mero gruñido del equino, provocque la forestal se incorporara con s

arco en la mano, donde ya tenía unarga flecha lista para ser lanzada.

No obstante, en aquel bosqu

reinaba la calma, no la agitacióprovocada por alguien que quisieratacarla a traición. Se encontraba en la

ierras de Lordaeron, un reino de lAlianza, donde sería muy extraño quunos orcos o unos trols la atacasenMiró en dirección a la pequeña posad

que había sido designada como punto dencuentro, pero no divisó a nadie, salva un mozo de establo que llevaba u

fardo de paja. Aun así, la elfa no bajó e



arco. Su montura rara vez gruñía, menos que los acechara algún peligroTal vez se tratara de bandidos.

Poco a poco, la forestal giró ecírculo. Si bien el viento provocó que sarga melena de un blanco plateado l

azotara la cara, eso no le impidiexaminar los alrededores con su agudvista. Sus ojos, que tenían forma d

almendra y eran de color azul celestecaptaron hasta el más mínimmovimiento del follaje. Y sus largas puntiagudas orejas, que asomaban po

encima de su espesa melena y con laque era capaz de escuchar el leve sonidque emite una mariposa al posarse e

una flor cercana, no detectaron ningú



ruido extraño.Pero seguía sin saber por qué s

egua le había hecho una advertencia.

Tal vez había espantado a aquellsupuesta amenaza que había rondadcerca de ella. Al igual que cualquie

elfo, Vereesa era consciente de que spresencia imponía respeto. Aquellforestal era más alta que la mayoría d

os humanos e iba ataviada con unabotas de cuero que le llegaban hasta larodillas, unos pantalones y una blusverdes como el bosque y una capa d

viaje de color roble. Protegía sus manocon unos guantes que se extendían cashasta los codos, pero que le permitía

utilizar el arco o la espada que portab



en la cintura con suma facilidad. Poencima de la blusa llevaba una robustcoraza que se adaptaba perfectamente

su esbelta y torneada silueta. En lposada, un lugareño había cometido eerror de admirar sus cualidade

femeninas e ignorar su porte militarComo estaba borracho, Vereesa sólo lrompió unos cuantos dedos; ya que aque

ipo seguramente se habría guardadpara sí aquellos comentarios tagroseros si no hubiera estado taembriagado.

La yegua volvió a resoplar. Lforestal lanzó una mirada iracunda a smontura, a la vez que una reprimend

brotaba de sus labios.



—Tú debes de ser VereesBrisaveloz —dijo alguien de repentecon un tono de voz bajo y cautivador

fuera de su campo visual.De inmediato, la punta de su flech

apuntó directamente a la garganta d

aquel sujeto antes de que éste pudierdecir algo más. Si Vereesa hubierdisparado la flecha en ese momento

habría atravesado el cuello del reciélegado y habría salido por el otro lado.Sin embargo, por muy extraño qu

parezca, aquel hombre no pareci

sentirse arredrado por la amenaza qusuponía esa flecha letal. La elfa lexaminó de la cabeza a los pies, y tuv

que reconocer que no fue una tarea mu



desagradable, y de inmediato se percatde que aquel intruso que habíaparecido de repente debía de ser e

mago al que había estado esperandoEso explicaría la extraña reacción de smontura y el hecho de que no hubier

sido capaz de detectar su presencihasta entonces.

—¿Eres Rhonin? —preguntó, al fin

a forestal. —¿No soy como esperabas? —preguntó a su vez el mago, esbozanduna sonrisa sardónica.

Al instante, la elfa bajó el arco, y srelajó un poco.

—Me ordenaron que esperara a u

mago, a un humano. No me dijeron nad



más. —Y a mí que me esperaría u

forestal elfo, no me dijeron nada más —

replicó, mientras le lanzaba una miradque casi provocó que Vereesa alzara earco de nuevo—. Así que en est

aspecto estamos igualados. —No, ni por asomo. ¡Llevo tres día

esperándote! ¡Tres valiosos día

desperdiciados! —Ha sido inevitable. Tenía quhacer una serie de preparativos. Y ésafueron todas las explicaciones que le di

el mago. Vereesa decidió que era mejono insistir. Al igual que la mayoría dos humanos, aquel mago era un egoíst

que sólo pensaba en sí mismo. S



consideró afortunada por no habeenido que esperar más. No dejaba d

sorprenderle que la Alianza hubier

salido victoriosa frente a la Horda pesar de contar con tantos individuocomo el tal Rhonin entre sus filas.

—Bueno, si quieres llegar a KhaModan, será mejor que nos vayamonmediatamente —dijo la elfa, mientra

miraba detrás del mago—. ¿Dónde estu montura?Casi se esperaba que le contestar

que no tenía, que había empleado su

formidables poderes para transportarshasta aquel lugar, pero en ese casoRhonin no habría necesitado que ella l

guiase hasta el barco. Sin duda debí



poseer poderes impresionantes, aunquimitados. Además, por lo poco qu

sabía la forestal acerca de la misión qu

enía que llevar a cabo Rhoninsospechaba que precisaría reservafuerzas para más adelante si querí

sobrevivir. Khaz Modan no era unierra que recibiera a los forasteros coos brazos abiertos precisamente. La

calaveras de valerosos guerrerodecoraban las tiendas orcas, o eso teníentendido; además, los dragonepatrullaban constantemente el cielo. N

era un lugar al que Vereesa habría idsin contar con el apoyo de un ejército

o era cobarde, pero tampoco necia.

—La he atado a un abrevadero qu



hay junto a la posada, para que puedbeber un poco de agua. He cabalgadmucho hoy, mi señora.

El hecho de que se dirigiera a elllamándola «mi señora» podría habe

halagado a Vereesa, si no fuera por e

eve toque de sarcasmo que creydetectar en su tono de voz. Pero decidique era mejor contener la rabia qu

aquel humano había despertado en ellaSe volvió hacia su cabalgadura, colocen su sitio el arco y la flecha y, continuación, procedió a preparar a s

animal para el viaje. —A mi caballo le vendría bie

descansar unos cuantos minutos más —

sugirió el mago—, y a mí también.



—Aprenderás enseguida a dormir omos de tu montura. Además, el ritm

que voy a imprimir al principio l

permitirá recuperar fuerzas a tu corcelYa hemos perdido demasiado tiempo. Amuy pocos barcos, por mucho qu

procedan de Kul Tiras, les hace gracia idea de navegar hasta Khaz Moda

para que un mago pueda llevar a cab

una misión de vigilancia. Si no llegamopronto al puerto, quizá decidan quienen otros asuntos que atender mámportantes y menos suicidas.

Para su alivio, Rhonin no rebatió supalabras, sino que frunció el ceño, sgiró y se encaminó hacia la posada

Vereesa lo observó mientras se alejaba



con la esperanza de poder reprimir lentación de clavarle una flecha antes d

que sus caminos se separaran.

Entretanto, seguía dándole vueltas a misión de aquel mago. Si bien er

cierto que Khaz Modan seguía siend

una amenaza por los dragones quvivían allí y sus amos orcos, la Alianzcontaba con otros observadores much

mejor preparados que ese mago tanto eas fronteras de esas tierras como en enterior. Vereesa sospechaba que l

misión de Rhonin debía de ser mu

mportante, ya que, si no, el Kirin Toamás se habría arriesgado a apostar po

aquel mago tan arrogante. Aun as

¿habían adoptado la decisión má



uiciosa al elegirlo justo a élSeguramente, tendría que haber alguiemás capacitado y más digno d

confianza que ese humano. Daba lmpresión de que aquel mago poseía u

carácter un tanto impredecible qu

podría llevar la misión al desastre.La elfa intentó olvidarse de toda

aquellas dudas. El Kirin Tor habí

omado una decisión firme, y el mandde la Alianza se había mostradclaramente de acuerdo con esa decisióna que, en caso contrario, no la habría

enviado para ser la guía de aquel magoMás le valía dejar de preocuparse y ddarle tantas vueltas al asunto. Lo únic

que tenía que hacer era llevarlo hasta u



navío, y después podría proseguir scamino. La suerte de Rhonin a partir demomento en que sus caminos s

separasen no le incumbía lo mámínimo.

Cabalgaron durante cuatro días, siener que enfrentarse a ninguna amenaza

sólo al agobio que suponían algunonsectos muy pesados. Si lacircunstancias hubieran sido otras, eviaje podría haber resultado cas

dílico, salvo por el hecho de quRhonin y su guía apenas habíantercambiado un par de palabras e

odo ese tiempo. Esto no parecí



mportarle demasiado al mago, cuyopensamientos estaban concentrados en lpeligrosa misión que tenía por delante

En cuanto la nave de la Alianza ldejara a orillas de Khaz Modan, se veríabandonado a su suerte en un rein

nvadido por orcos cuyos cielovigilaban los dragones que aquelloretenían cautivos. Rhonin no er

cobarde, pero tampoco ansiaba sesometido a torturas, ni sufrir una muertenta y agónica. Por eso mismo, s

benefactor en el consejo le había puest

al corriente de los últimos movimientodel clan Faucedraco, el cual debía estaespecialmente alerta en aquello

momentos, sobre todo si era cierto qu



el leviatán negro conocido comAlamuerte seguía vivo, tal como lhabían informado a Rhonin.

Aun así, por muy peligrosa qupudiera parecer aquella misión, Rhoniamás habría dado media vuelta. Se l

había dado la oportunidad no sólo dredimirse, sino de ascender en eescalafón del Kirin Tor, por lo cua

siempre le estaría sumamentagradecido a su mecenas, al que sólconocía por el nombre de Krasus. Cascon toda seguridad, debía de tratarse d

un nombre falso, una práctica habituaentre aquellos que pertenecían aconsejo. Los magos maestros de Dalara

se elegían en secreto, de tal modo qu



solamente sus colegas se enteraban de sascenso en la jerarquía, ni siquiera suseres queridos lo sabían. Incluso la vo

con la que Rhonin había escuchadhablar a su benefactor podría nparecerse en nada a su verdadera voz

Tal vez ni siquiera era un hombre erealidad.

Pese a que era posible adivinar l

dentidad de algunos integrantes decírculo interno del consejo, Krasuseguía siendo un enigma para su astutprotegido. Aunque lo cierto era que

Rhonin, en aquellos momentos, lmportaba bastante poco saber cuál era verdadera identidad de Krasus; l

único que le importaba era que gracias



él iba a poder alcanzar sus sueños.Sin embargo, esos sueños nunca s

harían realidad si no zarpaba en el barc

que lo aguardaba. Se inclinó hacidelante en la silla de su montura preguntó:

—¿Cuánto queda hasta llegar Hasic?

Sin darse la vuelta, Vereesa l

contestó desganadamente: —Tres días por lo menos. Pero no tpreocupes; a este ritmo, llegaremos apuerto a tiempo.

Rhonin se echó hacia atrás. Yhabían hablado bastante era la segundconversación que mantenían aquel día

Probablemente, sólo había una cos



peor que tener que cabalgar junto a unelfa: tener que viajar con uno de esoaciturnos Caballeros de la Mano d

Plata. A pesar de que siempre smostraban muy corteses, los paladineno solían perder la ocasión de deja

bien claro que consideraban la magia umal necesario, del que se librarían eépocas más propicias. El último paladí

que se había encontrado Rhonin habíasegurado que cuando un mago moría, salma iba a parar a la misma fosenebrosa en la que yacían los mítico

demonios de antaño. Con independencide lo inmaculada que pudiera ser salma, Rhonin estaba condenado por e

hecho de ser mago.



La tarde tocaba a su fin. El sol inicisu descenso entre las copas de loárboles, creando así fuertes contraste

en la espesura entre las zonaluminadas y los rincones sombríos

Pese a que Rhonin esperaba llegar a lo

indes del bosque antes de quanocheciera, estaba claro que no lo ibaa lograr. En ese instante, y no po

primera vez, repasó mentalmente emapa que había memorizado paraveriguar no sólo dónde se encontraben aquellos momentos, sino tambié

para comprobar si su compañera dviaje no se equivocaba al afirmar qulegarían a tiempo al barco. Lo ciert

era que había llegado tarde a su cita co



Vereesa porque había tenido quocuparse de reunir ciertas provisiones otras cosas que iba a necesitar

Esperaba que esa tardanza no acabarponiendo en peligro la misión.

Liberar a la reina de lo

dragones…Era una misión imposible

mprobable para algunos y ciertament

mortal para la mayoría. No obstanteRhonin ya había propuesto ese mismplan durante la guerra. Obviamente, sograban liberar a la reina de lo

dragones, conseguirían arrebatarles os orcos, que aún moraban en esaierras, una de sus más preciadas armas

Sin embargo, las circunstancias n



habían permitido que una misión de taenvergadura pudiera realizarse.

Rhonin era consciente de que la gra

mayoría del consejo esperaba qufracasase. Si se libraban de él, podríaborrarlo de la noble historia de la orden

puesto que lo consideraban una manchpara su reputación. Esa misión era uarma de doble filo: si tenía éxito, lo

dejaría asombrados; pero si fracasabase sentirían muy aliviados.Al menos, sabía que podía confia

en Krasus. Aquel mago se habí

aproximado a su homólogo más jovepara preguntarle si seguía creyéndoscapaz de lograr lo imposible. El cla

Faucedraco seguiría manteniendo s



dominio sobre Khaz Modan a menos quAlexstrasza fuera liberada, y mientraos orcos continuaran bajo las órdene

de la Horda, aquel lugar podría llegar convenirse en un foco de resistencia aque se podrían sumar los orcos que s

encontraban en los enclavecustodiados. Nadie quería otra guerraAdemás, la Alianza ya estaba bastant

ocupada con sus diversas disputanternas como para enfrentarse a unuevo conflicto bélico.

El fugaz bramido de un trueno sacó

Rhonin de sus pensamientos, Alzó lvista, pero sólo alcanzó a ver unacuantas nubes esponjosas. Entonces, e

mago pelirrojo frunció el ceño y dirigi



a mirada hacia la elfa con la intencióde preguntarle sí también ella habíescuchado aquel trueno.

Un segundo bramido mucho máamenazador provocó que se le tensaraodos los músculos del cuerpo.

Al mismo tiempo, Vereesa se le echencima. La forestal se las habíngeniado para darse la vuelta en su sill

de montar y abalanzarse sobre el mago.Una sombra colosal cubrió todcuanto los rodeaba.

La forestal y el mago chocaron, d

al modo que la elfa, ayudada por epeso de su armadura, acabó derribandde su montura a Rhonin. Ambos volaro

por el aire.



Acto seguido, se escuchó un rugidcapaz de romperles los tímpanos, y unfuerza similar a un tornado arrasó aque

paisaje. El mago cayó sobre el dursuelo y, a través de un velo de doloroyó a su montura proferir un brev

relincho que cesó de inmediato. —¡Agáchate! —gritó Vereesa po

encima del estruendo del viento y d

aquellos rugidos—. ¡Agáchate!Sin embargo, Rhonin se volvió parmirar al cielo… y se topó con una visiónfernal.

Un dragón del color de un fuegntenso cubrió el firmamento. En su

zarpas delanteras sostenía lo qu

quedaba del caballo de Rhonin y la



provisiones que tanto le habían costad que con tanto esmero había escogido

Aquel leviatán carmesí engulló de u

rago el resto de aquel cadáver, mientramantenía la mirada clavada en lapequeñas y patéticas siluetas que yacía

en tierra.Una figura verde y grotesca, provist

de colmillos y de un hacha de batalla, s

encontraba sentada sobre los hombrode aquella bestia, mientras quvociferaba órdenes en un idiomdesagradable y señalaba directament

hacia Rhonin. El dragón se lanzó epicado hacia él, con las fauces abiertade par en par y las garras dispuestas

nfligirle un gran daño.



—Una vez más, le doy las gracia

por atenderme, majestad —dijo el noblde pelo oscuro, con un tono de voenérgico y comprensivo—. Quiz

odavía podamos evitar que esta crisieche por tierra todo lo que se habíogrado hasta ahora.

—De ser así, Lordaeron y la Alianzendrán mucho que agradecerte, Lor

Prestor —replicó el anciano caballercon barba, ataviado con los elegante

ropajes blancos y dorados que indicabaque era el jefe del Estado—. Gracias u labor, tengo el presentimiento de qu

Gilneas y Stromgarde entrarán en razón.



Aunque no era menudprecisamente, el rey Terenas se sentía uanto abrumado ante aquel hombre con e

que hablaba, pues era más grande que éEl joven sonrió, revelando así un

hilera de dientes perfectos.

Terenas nunca había visto a uhombre de porte más regio que LorPrestor. Con su imponente presenci

física —el pelo oscuro, corto, muy biearreglado, unas facciones aguileñas una barba perfectamente afeitada—, quhabía vuelto locas a muchas mujeres d

a corte, así como su rapidez mental y uporte mucho más noble que el dcualquier príncipe de la Alianza, no er

de extrañar que todos los involucrado



en el conflicto de Alterac, entre elloGenn Cringris, se hubieran dejadseducir por él. Prestor poseía ta

encanto que incluso había logrado que erey de Gilneas sonriera en una ocasióno al menos eso le habían contado lo

maravillados diplomáticos de Terenas.Para tratarse de un joven noble d

quien nadie había oído hablar cinc

años antes, aquel huésped del rey shabía labrado una gran reputación. Sbien Prestor provenía de la región mámontañosa e ignota de Lordaeron, estab

emparentado con la casa real de AlteracDurante la guerra, unos dragones habíadestruido su pequeño reino y se habí

visto obligado a viajar hasta la capital



pie, sin un solo sirviente para ayudarlo vestirse. Las penalidades que habísufrido y las increíbles proezas qu

había logrado desde su llegada a lcapital alimentaban su leyenda. Y lo ques más importante, sus consejos había

ayudado al rey en muchas ocasionesncluso en los tenebrosos días en que e

canoso monarca había dudado sobre qu

hacer con Lord Perenolde. De hechoPrestor había sido quien le había hechdecantarse por la opción que acabomando. Había animado a Terenas

hacerse con el poder en Alterac, y aplicar la ley marcial en esas tierras. Sbien Stromgarde y los demás reino

habían entendido que era preciso actua



contra el traidor Perenolde, ncomprendían que Lordaeron siguierdominando ese reino una vez acabada l

guerra, con el único propósito dsatisfacer sus propios intereses. Eaquellos momentos, Prestor parecía se

a persona indicada para explicar lsituación al resto de reinos convencerlos para que aceptaran s

decisión definitiva sobre el asunto.Eso habría provocado queúltimamente, el aventajado monarca dfacciones muy marcadas estuvier

rumiando una posible solución qudejaría anonadado incluso a aquehombre tan inteligente que tenía ante s

Terenas se había negado a ceder e



control de Alterac al sobrino dPerenolde, a quien Gilneas habíprestado su apoyo. Tampoco creía qu

fuera una buena decisión dividir el reinen cuestión entre Lordaeron Stromgarde. Así se ganarían

seguramente, no sólo la ira de Gilneassino también la de Kul Tiras. Habídescartado asimismo la posibilidad d

anexionar Alterac a su reino.Porque ¿qué pasaría si dejase econtrol de aquella región en manos dalguien más que capacitado y a quie

odos admiraban, alguien que habídemostrado que sólo deseaba la paz y lunidad de los reinos? Alguien que fues

ambién un hábil administrador, según e



criterio del rey Terenas, alguien quademás seguiría siendo un leal aliado un fiel amigo de Lordaeron…

—Te lo agradezco de veras, Presto—dijo el rey, quien se estiró para darluna palmadita en el hombro a aque

caballero mucho más alto que él.Prestor debía de medir unos do

metros de altura, pero, a pesar de s

delgadez, no se le podía considerar uarguirucho enclenque. Prestor llenabperfectamente su uniforme azul y negro daba la impresión de ser un auténtic

héroe militar.Seguidamente, el rey agregó: —Tienes mucho de lo qu

enorgullecerte, y mucho por lo qu



debes ser recompensado. No olvidaré epapel que has desempeñado en todesto, créeme.

Prestor le dedicó una leve sonrisaTerenas pensó que probablemente aqueoven se imaginaba que el monarc

pronto le permitiría recuperar el controde su pequeño reino, así que decididejar que el muchacho siguiera soñand

con ello; de ese modo, cuando el rey dLordaeron lo propusiera como nuevmonarca de Alterac, sería divertido veel gesto de perplejidad en el semblant

de Prestor. Uno no se convierte en reodos los días, a menos que herede e

cargo, por supuesto.

El huésped de honor de Terenas s



despidió, hizo una venia con elegancia yacto seguido, abandonó la cámarmperial. En cuanto Prestor se marchó

el anciano no pudo evitar fruncir el ceñal pensar que aquellas cortinas de sedaaquellas arañas de oro y aquel suelo d

puro mármol blanco eran incapaces ddotar a la estancia de esa luz especiacon la que solía iluminarla aquel jove

noble con su mera presencia. En verdadLord Prestor destacaba entre los muchodetestables cortesanos que acudían emasa al palacio. Era alguien en quie

odo el mundo podía confiar, un hombrdigno de confianza y respeto en todoos aspectos. A Terenas le hubier

gustado que su hijo se hubiera parecid



un poco más a Prestor.El rey se frotó la barba a la altura d

a barbilla. Sí, era el hombre perfect

para que aquellas tierras recuperaran shonor perdido, y también para restauraa armonía entre los miembros de l

Alianza al dotarla de savia nueva robusta.

Mientras seguía dándole vueltas a

asunto, sus pensamientos divagarohacia su hija Calia. Aún era una niñapero pronto seria toda una bellezaQuizá algún día, si todo iba bien

Prestor y él pudieran reforzar su amista su alianza con una boda real.

Sí, hablaría con sus consejeros d

nmediato, les informaría de qu



opinaba al respecto como rey. Terenaestaba seguro de que se mostrarían dacuerdo con la decisión que habí

omado. No conocía a nadie que nuviera en alta estima al joven noble.

«El rey Prestor de Alterac». Terena

disfrutaba imaginando la expresión quse dibujaría en el rostro de su amigo ecuanto conociera la naturaleza de s

recompensa por los servicioprestados…

—Atisbo la tenue sombra de unsonrisa en tu semblante. ¿Acaso alguieha sufrido una muerte horrenda

ruculenta y sangrienta, oh, ponzoños



amo? —Guárdate esas chanzas para ti

Kryll —replicó Lord Prestor, mientra

cerraba la enorme puerta de hierro traél.

Arriba, en la vieja mansión que s

anfitrión, el rey Terenas, le había cedidamablemente, unos siervos, escogidopor Prestor, montaban guardia par

evitar que ninguna visita inesperada sdejara caer por ahí. Su señor tenírabajo que hacer, y aunque ninguno d

aquellos siervos sabía qué sucedí

realmente dentro de las cámarasubterráneas, se les había advertido qusi alguien osaba molestar a su señor, l

pagarían con su vida.



Prestor no esperaba que nadie lnterrumpiera y confiaba en que suacayos lo obedecieran a ciegas. E

hechizo que había lanzado sobre elloera muy similar al que había utilizadpara que el rey y su corte lo admirara

como un refugiado gallardo y dconfianza, sin que se replantearan por umomento esa impresión. Además, con e

paso del tiempo había afinado sefectividad. —¡Mis más sinceras disculpas, oh

príncipe de la duplicidad! —exclam

con voz áspera aquel ser diminuto enjuto que tenía ante él.

El tono que había emplead

revelaba que aquel ser poseía ciert



maldad, lo dominaba un tanto la locura no era del todo humano, lo cual no ersorprendente, dado que el esbirro d

Prestor era un goblin.Su cabeza apenas le llegaba por l

cintura al noble, y, probablemente

algunos habrían tomado a esa diminutcriatura de color verde esmeralda por user débil y estúpido. Sin embargo, tra

esa sonrisa demente podían apreciarsunos dientes muy largos y afilados y unengua bífida de un rojo sangre. Sus ojo

estrechos y amarillos, sin pupila

visibles, centelleaban de júbilo, pero srataba de esa clase de gozo que un

obtiene al arrancarle las alas a un

mosca o los brazos a un sujeto en e



ranscurso de ciertos experimentos. Unmata de pelo de un color castañapagado se alzaba desde la nuca de

goblin y terminaba en una cresta revueltque coronaba la achaparrada frente daquella horrenda criatura.

—Aun así, tenemos motivos dcelebración —dijo Lord Prestor. En sdía, la cámara inferior se había utilizad

para guardar provisiones; en aqueiempo, el frescor de la tierra habíservido para mantener el vino a lemperatura idónea. Ahora, sin embargo

gracias a las ligeras modificaciones quhabía hecho Kryll, uno se sentía eaquella vasta sala como si estuvier

sentado justo encima de un volcán e



erupción.Lord Prestor, en cambio, se sentí

como en casa en aquel lugar.

—¿De celebración, oh, maestro deengaño? —preguntó Kryll riendbobaliconamente.

Kryll se solía reír así, sobre todcuando sabía que alguien tramaba algsiniestro. Las dos grandes pasiones d

aquella criatura esmeralda consistían eexperimentar y crear el caos, y, siemprque era posible, procuraba combinaambas. De hecho, la parte trasera d

aquella cámara estaba repleta de mesade trabajo, matraces, sustancias epolvo, diversos mecanismos mu

curiosos y una serie de coleccione



macabras que el goblin había reunido. —Sssí, de celebración, Kryll —

siseó Prestor, cuyos penetrantes ojos de

color del ébano miraban fijamente y sipestañear al goblin, quien, de repentedejó de sonreír, borrando de su rostr

odo gesto de burla—. Estoy seguro dque querrás unirte a la fiesta, ¿verdad?

—Sí, amo.

El noble uniformado se detuvo umomento para inhalar aquel aire tacaliente. Acto seguido, brotó unexpresión de alivio en sus faccione

angulosas. —Aaah, cuánto lo echo de menos —

suspiró, al tiempo que adoptaba un gest

muy serio—. Pero he de esperar. Sól



ré allí cuando sea necesario, ¿verdadKryll?

—Lo que usted diga, amo.

En el semblante de Prestor volvió dibujarse una sonrisa, esta vez realmentsiniestra.

—Estás ante quien probablementserá el próximo rey de Alterac.

El goblin hizo tal reverencia que s

estrecho pero musculoso cuerpo casrozó el suelo. —Ave, alteza, rey A…De repente, se escuchó un ruido qu

hizo que ambos miraran hacia lderecha. Al instante, otro goblin mápequeño emergió de una rejilla metálic

que cubría un viejo conducto d



ventilación. Con suma destreza, esfigura diminuta se abrió paso como puda través de la estrecha abertura y s

acercó corriendo a Kryll. El feo rostrdel recién llegado mostró una sonrisdiabólica, un gesto que pront

desapareció bajo el efecto de la intensmirada de Prestor.

El segundo goblin le susurró algo a

oído a Kryll, dotado de unas enormeorejas muy puntiagudas. Kryll siseó y, continuación, despidió a la otra criaturcon un gesto de la mano cargado d

desidia. Acto seguido, el recién llegaddesapareció por la rejilla abierta.

—¿Qué sucede? —preguntó el jove

noble.



A pesar de que aquellas palabrabrotaron con suma calma y delicadezde los labios del aristócrata, llevaba

mplícita la exigencia de que el goblirespondiera sin la menor vacilación.

—Aaah, amo misericordioso, a

parecer hoy es su día de suerte —dijKryll, en cuyo rostro bestial volvió dibujarse una sonrisa demente—. Quiz

debería apostar hoy. Seguro que laestrellas lo favorecerían… —¿Qué sucede? —Alguien… alguien pretend

iberar a Alexstrasza…Prestor observó al goblin fijamente

Miró a Kryll durante tanto tiempo y co

al intensidad que éste se encogió d



miedo. El goblin dio por sentado que smuerte era inminente, lo cual era unpena. Aún tenía tantos experimentos qu

hacer, tantos explosivos que probar…De improviso, aquella figura alta

vestida de negro que se hallaba ante é

estalló en carcajadas; se trataba de unrisa profunda, siniestra y de tintepreternaturales.

—Es perfecto —logró decir LorPrestor entre una carcajada y otra.Acto seguido, extendió los brazo

hacia delante como si pretendier

capturar el mismo aire. Sus dedoparecían infinitamente largos recordaban a unas zarpas. Entonces

agregó:



—¡Sencillamente perfecto!Siguió riéndose; mientras tanto, e

goblin Kryll se relajó, maravillado ant

el extraño acontecimiento del que estabsiendo testigo, al tiempo que negaba casmperceptiblemente con la cabeza.

—Y dicen que yo estoy loco —masculló en voz baja.



CAPÍTULOTRES



E

l mundo estalló en llamas.Vereesa soltó un jurament

mientras el mago y ella huían bajo aquenfierno que repentinamente habí

exhalado el coloso carmesí a medid

que descendía. Si Rhonin no se hubierdemorado tanto, esto no habría pasadoA esas alturas, ya habrían llegado Hasic, y habría seguido cada uno scamino. Ahora, parecía bastantprobable que cada uno seguiría scamino… al más allá.

Sabía que los orcos de Khaz Modaodavía enviaban, de vez en cuando

vuelos de dragones para desatar e

error en las pacíficas tierras de su



enemigos, pero su compañero de viaje ella habían tenido muy mala suerte aoparse con uno de ellos. Hoy día, lo

dragones escaseaban, y los reinos dLordaeron eran inmensos.

La elfa dirigió la mirada haci

Rhonin, quien se había adentrado raud veloz en el bosque, y entonces se di

cuenta. Se habían encontrado con aque

dragón porque su compañero de viajera mago. Los dragones poseían unosentidos que superaban incluso los dos elfos; se decía que eran capaces

dentro de unos límites, de oler la magiaEra obvio que el desastroso giro quhabían tomado los acontecimientos er

culpa del mago. El orco debía de habe



venido a por él montado en su dragón.Rhonin, evidentemente, pensaba l

mismo, ya que había desaparecido de l

vista de la forestal lo más rápidposible, adentrándose como alma quleva el diablo en el bosque, e

dirección opuesta a la que había tomada elfa. La forestal resopló. Los mago

nunca servían de mucho en primera líne

de batalla; resultaba muy fácil atacar alguien desde cierta distancia o por lespalda, pero cuando un mago tenía quenfrentarse cara a cara a un enemigo…

Claro que en este caso se trataba dun dragón.

En ese instante, el leviatán vir

hacia el humano que intentab



desaparecer de su vista. A pesar de lque pudiera pensar de él a títulpersonal, Vereesa no quería ver muert

al taumaturgo. No obstante, tras echar uvistazo a su alrededor, la forestal dpelo plateado concluyó que no habí

forma de ayudarlo. El dragón le habíarrebatado también su montura, y coella había perdido su arco favorito. L

única arma que le quedaba era sespada, con la que muy poco podríhacer frente a ese titán desatadoVereesa observó todo cuanto la rodeaba

en un intento por dar con algo qupudiera usar como arma, pero nencontró nada.

Lo cierto era que no tenía mucha



opciones. Como forestal, no podípermitir que el mago sufriera ningúdaño si ella podía evitarlo. Así que s

vio obligada a hacer lo único que se locurrió en aquel momento para salvarla vida.

La elfa abandonó su escondite de usalto. Alzó las manos y gritó:

—¡Eh! ¡Ven aquí, engendro de

demonio! ¡Ven aquí!El dragón no la oyó; su atencióestaba centrada en el bosque en llamabajo sus pies. Vereesa por fin pud

confirmar que se trataba de un machoEn algún lugar en medio de ese infiernoRhonin luchaba por sobrevivir. Si

embargo, aquella bestia estaba más qu



dispuesta a evitar que el mago saliervivo de allí.

La guerrera elfa soltó una maldición

echó un vistazo a su alrededor y se fijen una piedra muy pesada. Para uhumano, lo que aquella foresta

pretendía hacer habría sidprácticamente imposible, pero para ellera algo que entraba dentro de l

posible. Vereesa confió en que subrazos siguieran siendo tan fuertes comunos cuantos años atrás.

Se estiró, cogió impulso hacia atrá

lanzó la piedra a la cabeza de aqueeviatán carmesí.

A pesar de que había calculado bie

a distancia, el dragó vir



repentinamente, y, por un momentoVereesa dio por sentado que habífallado. Sin embargo, pese a que no l

acertó en la cabeza, el proyectil impactcontra la punta de su ala palmeada mácercana. La elfa no esperaba lastimar

aquella bestia, pues una piedra era uarma risible frente a la dureza de laescamas de un dragón; sólo pretendí

atraer su atención.Y lo logró.La descomunal cabeza se giró hací

ella inmediatamente. El dragón rugió d

furia por culpa de aquella interrupciónAl instante, el orco gritó algninteligible a su montura. Aquell

enorme silueta alada se lade



giró a la izquierda y se lanzó hacia unoárboles que por ahora se habían libradde aquel infierno.

Vas a morir , se dijo a sí misma.odo por culpa de ese mago inútil .

Un bramido ensordecedor la hiz

mirar hacia atrás. El dragón rojo ya lhabía alcanzado, y en ese instantestiraba una garra con el fin de atrapar

a forestal, que seguía corriendoVereesa se vio a si misma aplastada poesa zarpa, o sufriendo un destino peorsiendo arrastrada hacia las horrenda

fauces de aquel coloso, que lmasticaría o engulliría de un trago.

Pero justo en el momento en que l

muerte se encontraba a escaso



centímetros, el dragón apartó de repentsus garras y comenzó a retorcerse en eaire mientras se arañaba el torso con su

garras. Daba la sensación de que sestaba rascando alguna parte del cuerpobueno más bien todo el cuerpo, com

si… como si estuviera sufriendo upicor tremendamente doloroso. El orcmontado a lomos del leviatán intentab

mantenerlo bajo control, pero la bestihabía dejado de obedecerlo; le hacímás caso a esa suerte de pulga invisiblque parecía incordiarlo tanto.

Vereesa se detuvo y contempló codetenimiento la escena; nunca había sidestigo de un espectáculo tan asombroso

El dragón se revolvía y giraba sobre s



mismo mientras intentaba acabar coaquella agonía; se estremecía de unmanera cada vez más frenética. El jinet

orco a duras penas era capaz daferrarse a su montura. Entretanto, lelfa se preguntaba qué podía causar

ese monstruo tanto…La respuesta le llegó en forma d

susurro.

—¿Rhonin?Y como si por el mero hecho ddecir su nombre lo hubiera invocado, emago pelirrojo apareció ante ella com

un fantasma. Estaba totalmentdesmelenado, y su oscura túnicacubierta de barro y rasgada; no obstante

o que hasta entonces había sufrido n



parecía haber hecho mella en él. —Creo que será mejor que no

arguemos mientras aún podemos, ¿eh

elfa? No hizo falta que se lo dijera do

veces. Esta vez Rhonin encabezó l

marcha, valiéndose de cierta habilidadde cierto talento mágico que les permitiatravesar el bosque en llamas. Verees

no podría haberlo hecho mejor, y esque era una avezada forestal. Rhonin llevó por senderos que la elfa no atinó

ver hasta que se encontraron en ellos.

Mientras tanto, el dragón seguíretorciéndose allá arriba, rasgándose lpiel. En cierto momento, Vereesa alzó l

vista y pudo comprobar que se habí



hecho sangre, ya que sus propias garraeran una de las pocas cosas capaces datravesar su piel blindada. Sin embargo

no había rastro del orco; al pareceraquel guerrero provisto de colmillohabía perdido su asidero y caído a

vacío. Vereesa no sintió ninguna penpor él.

—¿Qué le has hecho a ese dragón

—consiguió preguntar entre jadeos.Rhonin, que seguía concentradratando de hallar una salida a aquenfierno, ni siquiera se molestó en mira

hacia atrás, hacia la elfa. —Algo que no ha salido como y

esperaba. Debería haber sufrido alg

más que una molesta e intensa irritación



Parecía enfadado consigo mismopero la forestal se sintió por primera vempresionada por aquel mago. Habí

dado un vuelco a la situación: de unmuerte segura habían pasado a tener lposibilidad de salir sanos y salvos…

siempre que dieran con la salida.A sus espaldas, el dragón rugí

presa de una gran frustración.

—¿Cuánto durará?Rhonin se detuvo al fin para posar smirada sobre ella, y lo que la elfa pudpercibir en esos ojos la turbó.

—No lo bastante…De inmediato, redoblaron su

esfuerzos. Aunque el fuego los rodeab

allá donde fueran, finalmente lograro



alcanzar los confines del incendio atravesaron las llamas corriendo hastadentrarse en una zona en la que sólo lo

amenazaba el humo letal. Siguieroavanzando dando tumbos y ahogándospor el humo, en busca de un sender

donde el viento soplara de frente, dmodo que ayudara a frenar el avance das llamas y el humo.

Entonces, otro rugido loestremeció; un bramido que no era dagonía, sino de furia y sed de venganzaEl mago y la forestal se volvieron

divisaron una silueta carmesí en lejanía.

—El hechizo ha dejado de tene

efecto —masculló Rhonin sin necesidad



En efecto, el conjuro había dejadde actuar, y Vereesa pudo apreciar quel dragón sabía perfectamente quién er

el responsable de su sufrimiento. Cosuma determinación, el leviatán, dcuerpo enorme y alas coriáceas, avanz

hacia ellos, con el claro propósito dhacérselo pagar.

—¿No tienes ningún otro hechiz

que pueda detenerlo? —preguntó gritos Vereesa mientras corrían. —Tal vez sí. Pero prefiero n

utilizarlo. Nosotros también podríamo

perecer.Hablaba como sí el dragón no fuer

a matarlos de inmediato. La elf

esperaba que Rhonin diera con la form



de lanzar ese conjuro mortífero antes dque el coloso acabara tragándose ambos.

—¿Cuánto queda…? —Inquirió emago, que tuvo que dejar de hablar paromar aire—. ¿Cuánto queda hasta llega

a Hasic? —Demasiado. —¿No hay ningún otro asentamient

a medio camino?La forestal pensó en ello. Anstante, le vino a la memoria un lugar

aunque fue incapaz de recordar e

nombre ni cuáles eran la función y epropósito de dicho enclave. Lo únicque sabía era que estaba a un día d

viaje de allí.



Hay un sitio, pero…El bramido del dragón les hiz

emblar de nuevo. Una sombr

sobrevoló sus cabezas. —Si tienes algún otro hechizo qu

pueda funcionar, te sugiero que l

utilices ya.Vereesa volvió a añorar su arco

Con él, al menos, habría podid

albergar la esperanza de alcanzar aquella bestia en los ojos con una de suflechas. La conmoción y la agonía quhabría sufrido quizá hubieran bastad

para hacerlo huir.Estuvieron a punto de chocar cuand

Rhonin se detuvo de improviso y s

volvió para encararse con aquella gra



amenaza. Agarró de los brazos a lforestal con unas manosorprendentemente fuertes para tratars

de un mago y, a continuación, la apartó un lado.

Sus ojos refulgían literalmente, alg

que Vereesa había oído que les podíocurrir a los magos muy poderosos, perque no había visto nunca.

—Reza para que el tiro no nos salgpor la culata —masculló.Alzo los brazos, señalando con la

manos al dragón rojo.

Murmuró unas palabras en un idiomque Vereesa no reconoció, pero que dalgún modo hizo que un escalofrío l

recorriera la columna.



Entonces, Rhonin juntó las manos habló de nuevo.

Al instante, tres siluetas alada

atravesaron las nubes.Vereesa se quedó boquiabierta

Aquel mago bastante alto calló, dejand

a medias el conjuro, justo cuandparecía dispuesto a lanzar una maldicióal firmamento. En ese momento, la elf

reconoció a los seres que acababan daparecer por encima del horrendadversario.

Eran unos grifos enormes y alados

con cabeza de águila y cuerpo de leóncuyas riendas manejaban unos jinetediminutos.

La forestal le tiró del brazo



Rhonin. —No hagas nada.El mago le lanzó una mirad

furibunda, pero acabó asintiendoAmbos alzaron la vista en cuanto ecoloso cubrió todo su campo visual.

Los tres grifos se abalanzarorápidamente sobre él, cogiéndolo posorpresa. Vereesa pudo por fi

dentificar con claridad quiénes eraaquellos jinetes, aunque no ernecesario, puesto que ya lo sabíaÚnicamente los enanos del Pico Nida

una tenebrosa región montañosa situadmás allá del reino elfo de Quel’Thalasmontaban esos grifos salvajes, y sól

aquellos habilidosos guerreros y su



monturas podían enfrentarse a un dragóen el aire.

Aunque los grifos eran mucho má

pequeños que aquel gigante carmesícompensaban la diferencia de tamañcon unas garras enormes y afiladas com

cuchillas que eran capaces de rasgar laescamas del dragón, y un pico que podídestrozar la carne de debajo. Asimismo

se desplazaban por el cielo a mávelocidad que un dragón y viraban ddirección abruptamente en pleno vuelcon una destreza que ninguno de eso

eviatanes alados podría adquirir jamásLos enanos no se limitaban a lleva

as riendas de su montura. Eran un poc

más altos y esbeltos que sus primos qu



habitaban en las entrañas de la tierrapero igual de musculosos. Aunque suarmas preferidas, cuando patrullaban lo

cielos, eran los legendarios Martillos dTormenta. Aquel trío portaba sendahachas de batalla de doble filo con uno

mangos muy largos, que esos guerreromanejaban con suma facilidad. Sus hojaestaban hechas de un material similar a

adamantio y eran capaces de cortancluso las cabezas cubiertas descamas y hueso de aquellos colosos. Srumoreaba que el gran Jinete de grifos

Kurdanan había derribado, en su día, un dragón más grande que ese de un solgolpe certero de un hacha com

aquéllas.



Los animales alados rodearon a senemigo, obligándolo moverscontinuamente de un lado a otro para ve

cuál de ellos suponía una mayoamenaza en cada momento. Si bien loorcos pronto aprendieron a cuidarse d

os grifos, este monstruo en particulaparecía un tanto perdido, no sabía quhacer tras haberse quedado sin jinet

que lo guiara. Los enanos enseguidaprovecharon esa ventaja e hicieromovimientos breves y rápidoacercándose y alejándose, par

frustración del dragón. Las largas barba las coletas de aquellos intrépido

enanos revoloteaban en el aire mientra

se reían en la cara de aquella gigantesc



afirmó de manera inquietante— ademásienen la situación bajo control.

Lo cual era cierto. La batalla parecí

decantarse claramente por los jinetes dgrifos, y eso que todavía no habíaatacado a la bestia. Aquel trío seguí

volando alrededor del dragón rojo una otra vez, y el monstruo parecía mareadoAunque intentaba hacer todo lo posibl

por mantener la mirada fija en uno dellos, siempre lo distraía algún otroSólo en una ocasión, una llamaradestuvo a punto de alcanzar a uno de su

oponentes alados.De improviso, un enano alzó s

poderosa hacha, cuyo filo brilló bajo e

sol del crepúsculo. Su montura y é



rodearon una vez más al enemigo, y ecuanto se aproximaron por detrás decráneo de aquel coloso, el grifo se lanz

a gran velocidad sobre él.Hundió sus garras en el cuello de l

bestia y le arrancó varias escamas

Mientras el dragón acusaba el dolor, eenano hizo girar su poderosa hacha en eaire y golpeó con fuerza.

La hoja se hundió profundamenteo lo bastante como para matarlo, persí lo suficiente como para que eeviatán aullara de agonía.

Se volvió por puro instinto yhaciendo gala de unos extraordinarioreflejos, alcanzó con un ala al enano y a

grifo, a los que cogió por sorpresa. A



hecho Vereesa con el hacha hubiera sidagitarla en el aire inútilmente.

—Vale —masculló finalmente l

elfa.Se alejaron del combate a gra

velocidad. Ahora, el mago dependía d

que Vereesa lo guiara hasta su destinfinal. Mientras, tras ellos, el coloso os grifos se iban reduciendo de tamañ

hasta no ser más que unas diminutamotas en el cielo, en parte porque lbatalla se había desplazado en direcciócontraria a la que seguían la elfa y s

compañero de viaje. —Qué curioso… —le escuch

susurrar al mago.

—¿El qué?



Rhonin se sobresaltó. —Esas orejas no son así de grande

por capricho, ¿verdad?

Vereesa se lo tomó como un insultoa pesar de que los había escuchadmucho peores. Los humanos y lo

enanos, que tenían celos de lsuperioridad innata de la raza elfasolían escoger las largas y ahusada

orejas de los elfos como blanco de suburlas. A veces, les había escuchadcomparar sus orejas con las de loburros, los puercos y, aún peor, las d

os goblins. Vereesa nunca habíempuñado un arma contra nadie quhubiera hecho esa clase de comentarios

pero casi siempre se las arreglaba par



que lamentaran sus palabras.El mago entornó sus ojos de colo

verde esmeralda.

—Lo siento. Te lo has tomado comun insulto, cuando no pretendíofenderte.

A pesar de que la forestal albergabserias dudas sobre su sinceridad, sabíque tenía que aceptar ese leve conato d

disculpa. Tras reprimir su ira, volvió nsistir en la cuestión. —¿Qué es lo que te parece ta

curioso?

—Que ese dragón apareciera justen el momento más oportuno.

—Si piensas así, debería

preguntarte también de dónde saliero



esos grifos. Al fin y al cabo, lespantaron y alejaron de nosotros.

Rhonin hizo un gesto de negació

con la cabeza. —Alguien lo divisó e informó de l

que sucedía. Esos jinetes simplement

cumplían con su deber —conjeturó—Sé que la desesperación se hapoderado del clan Faucedraco. S

comenta que están intentando aunafuerzas con los demás clanes rebeldeasí como con aquellos que se encuentraen los enclaves, pero este ataque e

absurdo. —No alcanzo a comprender l

ógica con que razona un orco. Est

claro que esto ha sido un mero ataque a



azar. No ha sido el primer ataque de esnaturaleza que sufre la Alianza, humano

—No, pero me pregunto si…

Rhonin dejó de hablar de repenteambos fueron conscientes a la vez dque algo se movía en el bosque; alg

que parecía acercarse a ellos desdodas las direcciones.

La forestal desenvainó su espad

con la destreza que da la práctica. Amismo tiempo, Rhonin, que estaba junta ella, ocultó las manos, qudesaparecieron entre los pliegues de s

única: sin duda se estaba preparandpara lanzar un hechizo. Aunque Vereesno dijo nada, se preguntó si s

compañero le sería de mucha ayuda o n



en un combate cuerpo a cuerpo. Decidique sería mejor que él permaneciera ea retaguardia mientras ella se ocupab

de los primeros atacantes.Sin embargo, ya era demasiado tard

para eso. Seis figuras enormes que iba

montadas a caballo surgieron dmproviso del bosque y los rodearonncluso bajo la luz del crepúsculo, su

armaduras plateadas refulgieron contensidad. La elfa vio que uno de elloe apuntaba al pecho con una lanza

Rhonin tenía una lanza apuntándole a

pecho y otra a su espalda, al espacio ququedaba entre los omóplatos.

Unos cascos con viseras, qu

portaban una cabeza de león com



eran gracias a ese símbolo, pero no poello se relajó. La última vez que shabía topado con unos hombres com

aquéllos, iban ataviados con unaarmaduras distintas, con cuernos sobrel yelmo y el emblema de Lordaero

anto en las corazas como en loescudos.

Entonces, un séptimo jinet

abandonó lentamente el abrigo debosque. Portaba una armadura máradicional, como la que Verees

esperaba encontrar en un principio

Dentro de aquel yelmo enigmático desprovisto de visera, pudo distinguir urostro humano que transmitía la fuerza

sabiduría que otorga el paso de lo



años, con una barba canosa mucuidada. Portaba los emblemas tanto dLordaeron como de su orden religios

no sólo en el escudo y la coraza sinambién en el yelmo. La hebilla de plat

de su cinturón, del que colgaba

poderosas y afiladas hachas quutilizaban los guerreros como él, teníforma de cabeza de león.

—Una elfa —murmuró, mientras lexaminaba de arriba abajo—. Tuhabilidades como guerrera nos serán dgran ayuda.

Acto seguido, el supuesto líder daquellos hombres posó la mirada sobrRhonin, y a continuación comentó co

mal disimulado desdén:



—Y alguien cuya alma estcondenada. Mantén las manos dondpodamos verlas, para que así n

engamos la tentación de cortártelas.Rhonin tuvo que hacer un gra

esfuerzo para contener su furia mientra

que Vereesa se debatía entre unsensación de alivio y de incertidumbreLos paladines de Lordaeron, lo

egendarios Caballeros de la Mano dPlata, los habían capturado.

Ambos se encontraron en un lugaenvuelto en sombras; un lugar al qusólo algunos podían acceder, unos poco

escogidos entre aquellos seres que era



como ellos. En ese lugar, los sueños depasado se repetían una y otra vez, comfantasmas que se desplazaban de aqu

para allá entre la niebla de lorecuerdos de la mente. Ni siquiera lodos seres que se encontraban allí sabía

hasta qué punto aquel reino existía en lrealidad y hasta qué punto existía en supensamientos. Sin embargo, sabía

perfectamente que allí nadie los podríespiar.En teoría.Ambos eran altos y delgados, y una

capuchas cubrían sus rostros. Uno dellos podría ser el mago al que Rhonilamaba Krasus; el otro, de no ser por e

ono verduzco de su túnica gris, podrí



perfectamente haber sido el hermangemelo de su interlocutor. Sólo cuandcomenzó a hablar quedó claro que, a

contrario de lo que sucedía con econsejero del Kirin Tor, aquella siluetpertenecía sin duda a un varón.

—No sé siquiera por qué he venid—le dijo a Krasus.

—Porque tenías que hacerlo. Porqu

debías venir.Tras escuchar esas palabras, snterlocutor se relajó, al tiempo qu

profería un siseo perfectamente audible

—Cierto. Pero ahora que estoy aquípuedo irme sí así lo deseo.

En ese instante, Krasus alzó un

delgada mano enguantada.



una pista sobre a qué género pertenecíesa figura; aquella voz era mucho mágrave de lo que cualquier miembro de

círculo interno del Kirin Tor hubiercreído posible. A continuación, añadió:

—No puedo creerlo. No mientra

ella siga cautiva. —Sé perfectamente que ell

significa mucho para ti, Korialstrasz. Si

embargo, para nosotros es sólo erecuerdo de un tiempo pasado. —Entonces, ¿por qué tú y los tuyo

seguís vigilando estas tierras? —replic

Krasus con suma calma, tras recobrar econtrol de sus emociones.

—Porque queremos que en nuestro

últimos años de vida reine la calma y l



de veras. Yo… nosotros no creemos quel pasado pueda regresar, que las cosapuedan volver a ser como antes. Eso

días son ya historia, igual que nosotros. —Es vuestra elección —replic

Krasus.

Mientras se separaban, Krasus gritde repente:

—Antes de que regreses con lo

demás, debo pedirte algo. —¿De qué se trata?La silueta del mago pareci

oscurecerse. Se le escapó un siseo.

—No vuelvas a llamarme por esnombre. Jamás. No debe sepronunciado nunca más, ni siquiera aquí

—Es imposible que alguien hay



L

os paladines los llevaron a unfortaleza que debía de ser e

asentamiento del que Vereesa habíhablado antes, cuyo nombre nrecordaba. A Rhonin no le impresionó

Sus altas murallas de piedra rodeabaunos edificios funcionales desprovistos de adornos, donde aquellodevotos caballeros, sus escuderos y ureducido grupo de personas intentabvivir con relativa frugalidad. Loestandartes de la hermandad ondeaba

unto a los de la Alianza de Lordaeronos Caballeros de la Mano de Plata eraos defensores más leales de la Alianza

Si no fuera por la presencia de la plebe



situación, no eran prisioneros, ni muchmenos; sin embargo, Rhonin se sentícomo un proscrito entre ellos. L

rataban con la menor cortesía posible, sólo porque el juramento de obediencique habían prestado al rey Terenas le

obligaba a hacerlo; si no, lo habríaratado como a un paria.

—Hemos visto tanto al dragón com

a los grifos —les explicó su líder, un taDuncan Senturus, con un tono de voatronador—. Nuestro deber y nuestrhonor nos exigen que, en tales casos

cabalguemos de inmediato hasta el focdel peligro para comprobar si podemoser de ayuda.

Al parecer, el hecho de que e



combate se haya librado por completen el aire y, por tanto, muy lejos de salcance, no ha mitigado su fervo

religioso, ni ha despertado su sentidcomún, pensó Rhonin con ironía. Lforestal y aquellos tipos eran parecido

en ese aspecto. Curiosamente, el magse sintió un tanto celoso por tener qu«compartir» a Vereesa con aquello

caballeros. Después de todo, lencomendaron que fuera mi guía.debería cumplir con su obligacióhasta que lleguemos a Hasic.

Por desgracia, Duncan Senturuambién tenía intención de acompañarlo

hasta Hasic. Mientras desmontaban, e

fornido y anciano caballero le ofreció



diabólicos colegas…En ese instante, Vereesa tocó l

mano del comandante con sum

delicadeza y le obsequió con una sonrisque hizo que incluso Rhonin se sintierun poco celoso.

—¿Cuánto tiempo hace que erepaladín, Lord Senturus? .—preguntó lelfa.

Rhonin observó asombrado cómo lforestal se tornaba una joveencantadora y cautivadora, muy similaa las que había conocido en la corte d

Lordaeron. Esa transformación afectó su vez a Duncan Senturus. Vereesbromeó y tonteó con aquel caballer

canoso mientras parecía prestar sum



propias carreras en la orden. Rhoniestudió a todos y cada uno de ellofugazmente y se dio cuenta, para s

desasosiego, de que los paladineapenas parpadeaban, apenas respirabanmientras que sus mentes se hallaba

sumidas en aquel relato.Vereesa hizo algún que otr

comentario en diversas partes de

parlamento, de tal modo que fue capade conseguir que los logros mámundanos de aquel anciano se tornaraauténticas gestas. Sin embargo, la elf

hizo gala de una modestia extremcuando Lord Senturus le preguntó acercde su adiestramiento y sus peripecia

pasadas. No obstante, el mago estab



seguro de que, en muchos aspectos, ealento de aquella forestal superaba a

de su anfitrión.

El paladín pareció animarse con lohalagos que le dedicaba Vereesa prosiguió hablando sin parar. Per

Rhonin ya había tenido más qusuficiente. Se disculpó, aunque nadie lprestó atención, y salió a toda prisa a l

calle, en busca de aire fresco y un pocde soledad.La noche había caído sobre l

fortaleza y una oscuridad sin lun

envolvía al alto mago como una cálidmanta. Ansiaba llegar a Hasic cuantantes para partir hacia Khaz Modan

Entonces podría olvidarse de lo



paladines, los forestales y demás necionútiles que no hacían más que pone

obstáculos en su camino e impedir qu

pudiera llevar a cabo su misión. Rhonirabajaba mejor solo; un hecho qu

había intentado dejar bien claro antes d

a última debacle. Los hombres que lacompañaron en la última misión nhabían prestado atención a su

advertencias, ni habían entendido que édesempeñaba un papel fundamental en lmisión y que sus poderes eran hartpeligrosos. Con el desdén propio de lo

carentes de talento e intelectodesoyeron sus avisos y cargaron contrel enemigo, de tal modo que s

nterpusieron en el camino de s



a luz de un candil, lo rehuyó. Rhoniestaba encantado con la situación: a él lmportaban esos guerreros tanto como é

a ellos.Más allá de la fortaleza, las silueta

difusas de los árboles tornaban e

óbrego paisaje en un entorno mágicoRhonin se sintió tentado de abandonar lcuestionable hospitalidad que l

brindaban sus anfitriones y buscar uugar donde dormir bajo un roble. Asal menos, no tendría que escuchar lapalabras cargadas de santurronerí

barata de Duncan Senturus, quien, desdel punto de vista del mago, parecíbastante más interesado en Vereesa de l

que debería estarlo un caballero de un



en sus viajes. Ciertamente, aquella elfarrogante no era su tipo.

Concluyó que sería mejor centrar s

atención en asuntos más importantes. Podesgracia, además de su monturaRhonin había perdido los objetos que l

había dado Krasus. Por eso mismo teníque hacer todo lo posible por contactacon ese mago, para informarle de lo qu

había pasado. No le hacía gracia teneque hacerlo, pero estaba en deuda coKrasus y debía intentarlo. A Rhonin nse le pasó por la cabeza abandonar l

misión en ningún momento: si lo hubierhecho, habría renunciado a suesperanzas de recuperar el respeto n

sólo de sus colegas sino el suyo propio.



mejor medio para intentar comunicarscon alguien que se encontraba kilómetros de distancia, pero no tení

otra opción.Rhonin alzó aquel cristal para que e

enue fulgor de las estrellas del cielo l

luminara y, al instante, susurró unapalabras cargadas de una poderosmagia. Un destello fugaz pareci

luminar el centro de la piedra, cuyntensidad se fue incrementando medida que el mago proseguía hablandoAquellas palabras místicas fuero

brotando de sus labios hasta que…En ese momento, las estrellas s

desvanecieron de forma abrupta.

Rhonin dejó de recitar el hechizo



se quedó mirando fijamente el cielo. NoLas estrellas en las que había clavado lvista no se habían esfumado: podí

verlas. Aun así, por un breve instante, lque dura un parpadeo, el mago hubierurado que…

La imaginación y el cansancio lhabían jugado una mala pasada. Coodas las tribulaciones y penalidade

que había vivido ese día, Rhonidebería haberse ido a la cama justdespués de cenar, pero se habíempeñado en intentar ese conjuro ante

de acostarse. Cuanto antes acabaramejor. Quería despertarse al dísiguiente con todas sus fuerza

recuperadas, porque estaba seguro d



que Lord Senturus impondría un ritmmuy duro de viaje.

Una vez más, Rhonin alzó el crista

, una vez más, susurró aquellapalabras cargadas de poderosa magiaEsta vez, ninguna alucinación iba a…

—¿Qué haces aquí, hechicero? —preguntó alguien con una voz muy grave

Rhonin soltó un juramento, furios

por esta segunda interrupción. Se girhacia el caballero que se había topadcon él y le espetó:

—Nada que a ti te…

Una explosión hizo que el muremblara.

El cristal se cayó de la mano d

Rhonin. No le dio tiempo a cogerl



porque estaba más preocupado poevitar caer al vacío, hacia una muertsegura.

El centinela no tuvo tanta suerte. Ecuanto la muralla tembló cayó haciatrás, y fue a estrellarse primero contr

as almenas y, a continuación, prosiguisu caída. Su grito estremeció a Rhonihasta su abrupto final.

La explosión se desvaneció, pero nasí los daños que había provocado. Ecuanto el desesperado mago consiguirecuperar el equilibrio, un trozo d

muralla se derrumbó hacía la partnterior de la fortaleza. Rhonin salt

hacía la atalaya, pues creía que serí

más segura. Aterrizó cerca del umbral,



usto cuando acababa de entrar en latalaya, esta se balancepeligrosamente.

Rhonin intentó salir, pero la puertse derrumbó y lo atrapó dentro. Intentanzar un conjuro, pese a que estab

seguro de que ya era tarde. El techo se cayó encima…

…y en su lugar apareció algo mu

similar a una mano gigantesca quagarró al mago con tal fuerza que perdicompletamente el aliento y lconsciencia.

Nekros Trituracráneos cavilab

acerca del destino que una tirada d



huesos le había mostrado hace muchomucho tiempo. El orco grisáceo ssobaba un colmillo mientras estudiab

atentamente el disco dorado que tenía ea palma de la otra mano, y s

preguntaba cómo a alguien que habí

ostentado un gran poder se le habímpuesto como castigo hacer de niñera

carcelero de una hembra cuyo únic

propósito en la vida era procrear procrear. Claro que el hecho de que ellfuera la más grande de los dragoneenía algo que ver con que le hubiera

asignado a él dicha tarea; eso y que, aener una sola pierna en buen estadoekros no podría aspirar a ocupar e

puesto de cabecilla del clan.



El disco dorado parecía burlarse dél. Aunque siempre le había dado lmpresión de que se reía de él, el orc

ullido no se había planteado lposibilidad de deshacerse del discoGracias a él, había alcanzado un

posición que le seguía procurando erespeto de sus compañeros guerrerospese a que había perdido el respeto po

sí mismo el día en que un caballerhumano le cercenó la parte inferior de lpierna izquierda. Nekros había matado aquel humano, pero después fue incapa

de actuar de manera honorable suicidarse. En vez de eso, había dejadque otros orcos se lo llevaran a rastra

de aquel campo, le cauterizaran l



herida y fabricaran el soporte quekros iba a necesitar para volver

caminar con su apéndice mutilado.

Sus ojos se deslizaron fugazmenthacía lo que le quedaba de rodilla y a lestaca de madera que le habían añadid

de rodilla para abajo. Ya no podríparticipar en más combates gloriosos, ndejar un legado de sangre y muerte

Otros guerreros se habían suicidado trasufrir heridas menos graves que lasuyas, pero Nekros fue incapaz dquitarse la vida. El mero hecho d

pensar en acercar la hoja de la espada su cuello o a su pecho provocaba que uescalofrío le recorriera la espalda; un

sensación de la que no se atrevía



serían útiles a la Horda, sino que mábien sólo servirían para socavarlaHabía abandonado la disciplina de lo

brujos para volver al sendero deguerrero, pero de vez en cuando scabecilla, el gran chamán Zuluhed, l

exigía que hiciera uso de sus otroalentos, sobre todo para alcanzar u

objetivo que casi todos los orcos creía

mposible: capturar a la reina de lodragones, Alexstrasza.Zuluhed dominaba la magia ritualist

de los antiguos chamanes como mu

pocos lo habían conseguido desde lformación de la Horda; sin embargopara lograr dominar a Alexstrasza habí

enido que recurrir a las siniestras arte



en las que Nekros había sido adiestradoGracias a unos medios que el enjutorco no había revelado a su mutilad

aliado, Zuluhed había descubierto uantiguo talismán que, según se decía, ercapaz de realizar prodigios si

parangón. Pero había un problema: ealismán no respondía a los hechizo

chamánicos del cabecilla por mucho qu

éste se esforzara, lo cual había llevado Zuluhed a dirigirse al único brujo en eque creía que podía confiar, un guerrereal al clan Faucedraco.

De ese modo había acabado emanos de Nekros el Alma de Demonio.

Así había llamado Zuluhed a aque

disco dorado sin ningún rasgo distintivo



aunque al principio su aliado no sabípor qué. Nekros no dejaba de darlvueltas una y otra vez, maravillado de s

aspecto impresionante a la par qusencillo. Estaba hecho de oro puro, sí, enía la forma de una enorme moned

con los cantos redondeados. Brillabsiempre, por muy tenue que fuera la luque iluminara el lugar, y no había nad

capaz de empañar su apariencia. Eaceite, el barro, la sangre… todo lresbalaba.

—Esta magia es mucho más antigu

que la de los chamanes o los brujosekros —le había explicado Zuluhed—

Yo soy incapaz de hacer nada con est

objeto, pero quizá tú sí puedas…



A pesar de que había sido adiestraden las artes oscuras, el orco lisiaddudó sobre si él, que habla renunciado

dichas artes, sería capaz de hacerlmejor que su legendario cabecilla. Auasí, había aceptado el talismán

ntentado averiguar cómo se utilizaba con qué propósito fue creado.

Dos días después, gracias a s

mpecable y fructífera labor y a la firmguía de Zuluhed, lograron lo que todocreían imposible: capturar a la reina dos dragones más que nadie.

Nekros gruñó y se puso en pientamente. Le dolía la pierna en e

punto donde la rodilla se juntaba con l

estaca; un dolor que se veí



ntensificado por culpa del peso y lcorpulencia del orco. Nekros no shacía ilusiones: sabía que nunca llegarí

a ser el líder de los orcos. Si apenapodía recorrer aquellas cuevas de lisiado que estaba…

Había llegado el momento de visitaa su alteza real, de cerciorarse de quera consciente de que tenía que pone

huevos con cierta cadencia. Zuluhed y upuñado de líderes de clanes qupululaban libres por ahí todavía soñabacon revitalizar la Horda, con sublevar

aquellos a los que había abandonado epusilánime de Martillo Maldito parprovocar una revuelta. Nekros albergab

serias dudas de que ese sueño pudier



hacerse realidad, pero como era un orceal, debía obedecer las órdenes de s

cabecilla al pie de la letra.

El orco avanzó lenta y ruidosamentpor los fríos y húmedos pasillos de lacavernas; aferraba con fuerza en un

mano el Alma de Demonio. El claFaucedraco había hecho un graesfuerzo para extender la red d

pasadizos que recorría aquellamontañas. Se trataba de un complejentramado de pasillos que facilitaba os orcos la gravosa tarea de tener qu

criar y adiestrar a los dragones por lgloria de la Horda. Como éstoocupaban mucho espacio, necesitaba

diversas instalaciones independientes



que debían ser excavadas en la rocapara poder albergar a esos colosos.

Claro que, hoy día, había meno

dragones que antes, como le repetíaZuluhed y los demás constantemente

ekros. Necesitaban dragones si quería

que su desesperada campaña parresucitar la Horda tuviera éxito.

—Pero ¿cómo voy a lograr qu

engendre dragones más rápido? —rezongó Nekros para sí mismo.En ese instante, un par de jóvene

guerreros bastante enormes pasó junto

él.Medían casi dos metros de altura

eran casi tan anchos como dos humano

untos. Los combatientes de grande



colmillos inclinaron levemente lcabeza al reconocer el rango de aqueullido. Unas colosales hachas de batall

pendían de unas correas que portaban sus espaldas. Ambos eran jinetes ddragones, y eran nuevos en esas lides

Los jinetes tenían una tasa de mortalidaalta, el doble que la de sus monturas

ormalmente, perecían al caer al vací

ras ser descabalgados de sus dragonesHabía momentos en los que Nekros spreguntaba si el clan se quedaría siinetes antes que sin dragones, aunqu

nunca había hablado del tema coZuluhed.

El anciano orco seguía avanzando a

ritmo que le permitía su cojera, cuand



escuchó de pronto unos ruidos qundicaban que se encontraba cerca de l

reina de los dragones. Percibió un

respiración fatigada que reverberabpor el área circundante como si el vapoque brotaba de una sima hubier

ascendido hasta aquella cueva. Nekrosabía perfectamente qué significaba esrespiración agitada. Había llegado just

a tiempo. No había ningún guardia apostado ea entrada tallada en la roca de la gra

cámara donde estaba encerrado e

eviatán. Nekros se detuvo ante lentrada. Si bien era cierto que en epasado había habido intentos de libera

o matar a la colosal dragona roja, todo



eyendas. Si bien éste no había hechnada para desmentir dicho rumorZuluhed sabía que eso no era cierto. L

monstruosa criatura que protegía a ldragona no poseía una conciencindependiente. Lo cierto era que a

ntentar dominar los poderes de aquellmisteriosa reliquia, Nekros habíiberado algo totalmente inesperado

Zuluhed lo consideraba un gólem dfuego que tal vez poseyera la esencia dun poder demoníaco, pero que con todseguridad no era uno de esos sere

míticos.Fueran cuales fuesen sus orígenes

os fines a los que había servido en e

pasado, ahora el gólem desempeñaba



perder a ninguno más.En realidad, aquellas cadenas

abrazaderas de hierro no deberían habe

bastado para retener a un leviatán tamagnífico; si podían tenerlo era graciaa que el poder del disco las habí

reforzado. Por mucho que se resistiera se esforzara, Alexstrasza jamás serícapaz de liberarse, lo cual no quier

decir que renunciara a intentarlo. —¿Necesitas algo? —le preguntekros, aunque le daba igual cómo s

sintiera o qué necesitara. Sólo querí

mantenerla viva para satisfacer lanecesidades de la Horda.

En su día, las escamas de la dragon

carmesí habían relucido como el meta



Si bien seguía ocupando toda aquellvasta caverna, ahora las costillas se lmarcaban bajo la piel y pronunciaba la

palabras trabajosamente y más despacioA pesar de su deplorable estado, el odique se asomaba a sus enormes ojo

dorados no había disminuido. El orcsabía que si la reina de los dragoneconseguía escapar, él sería el primero e

ser engullido o reducido a cenizasClaro que como eso era tan improbableel cojo de Nekros no se preocupabmucho al respecto.

—Me vendría bien morirme… —contestó la dragona.

El orco rugió y decidió no prosegui

esa conversación inútil. En ciert



dueño de sus actos. Nekros examinó los últimos huevo

que había puesto, tal como siempr

hacía. Esta vez había cinco huevos. Ubuen número, aunque casi todos eramás pequeños de lo habitual. Y eso l

preocupaba. El cabecilla ya se habíquejado de que los de la última camaderan muy enclenques. Aun así, un dragó

enclenque era mucho más poderoso quun orco. Nekros guardó el disco en una bols

que llevaba colgada a la cintura y s

agachó para coger un huevo. Como ehecho de haber perdido una pierna no lhabía debilitado los brazos, no tuv

muchos problemas para alzar aque



huevo colosal. Tenía un buen pesoconcluyó. Si los demás huevos eran tapesados, de ellos saldrían uno

cachorros muy saludables. Lo mejor qupodía hacer era llevarlos a la cámara dncubación lo antes posible. El calo

volcánico de dicha estancia lomantendría a la temperatura ideal parque maduraran y eclosionaran.

Mientras Nekros dejaba el huevo esu sitio, la dragona masculló: —Todo esto es inútil, mortal. T

patética guerra ya ha llegado a su fin.

—Quizá tengas razón —rezongósorprendiendo a su interlocutora con sfranqueza.

El orco grisáceo le dio la espalda



su descomunal prisionera y añadió: —Pero lucharemos hasta el final

agarta.

—Pues tendrás que hacerlo sinosotros. Mi último consorte se muerea lo sabes. Sin él, no habrá más huevo

—replicó Alexstrasza con un tono dvoz apenas audible.

La reina de los dragones resopló co

suma dificultad, como si aquellconversación hubiera consumido sudébiles fuerzas.

El orco la escudriñó y estudió co

detenimiento sus orbes reptilianosEfectivamente, Nekros sabía que eúltimo consorte de Alexstrasza se moría

En un principio, habían tenido tres. Un



de ellos pereció en el mar al intentafugarse y otro había muerto consecuencia de las heridas recibida

ras haber sido atacado por sorpresa poel dragón renegado Alamuerte. Eercero, el más viejo de todos, habí

permanecido junto a su reina, pero ervarios siglos más viejo que ésta, y ahoresos siglos, sumados a un par de herida

que había sufrido en el pasado y lhabían llevado al borde de la muerte, lestaban pasando factura.

—Ya encontraremos a otro.

La dragona logró resoplar a durapenas. Y pronunció las siguientepalabras entre débiles susurros:

—¿Y cómo… cómo piensa



hacerlo? —Encontrándolo.En realidad, Nekros no tení

respuesta a esa pregunta, pero npensaba darle a la bestia essatisfacción. La frustración y la ira qu

había logrado contener hasta entoncecomenzaba a desbordarse. Se acerccojeando hacia ella y le espetó:

—Y en lo que a ti respectaagarta… Nekros se había atrevido a acercars

a escasos metros de la cabeza de l

reina de los dragones porque erconsciente de que, gracias a esaigaduras encantadas, no podrí

ncinerarlo ni devorarlo. Sin embargo



para su tremenda consternaciónAlexstrasza giró la cabeza hacía érepentinamente, a pesar de la

sujeciones, copando así todo su campvisual. Las fauces del leviatán sabrieron de par en par, y el orco tuvo l

desagradable oportunidad de contemplao profundo de la garganta de aquell

criatura que estaba a punto d

convertirlo en su aperitivo.O, más bien, lo habría hecho sekros no hubiera reaccionad

rápidamente. El brujo agarró con fuerz

a bolsa que albergaba el Alma dDemonio y masculló una sola palabrauna sola orden.

A continuación, un rugido agónic



estremeció aquella cámara, lo quprovocó que varios trozos de roca sdesprendieran del techo. El colos

carmesí estiró la cabeza hacia atrás todo que pudo. Entonces, la abrazader

que rodeaba su garganta relució con ta

ntensidad que el orco tuvo quprotegerse los ojos.

Cerca de él, el siervo flamígero de

disco se materializó en un destello duz y, al instante, las oscuras cuencas dsus ojos se clavaron sobre Nekros a lespera de sus órdenes. Pero el brujo n

necesitaba en ese momento la ayuda daquella criatura; la propia reliquia habísorteado una situación potencialment

desastrosa.



—Márchate —le ordenó al gólem dfuego.

Mientras aquella criatur

desaparecía en medio de una explosiónel orco tullido se atrevió a pasearsdelante de la dragona. Un ceño fruncid

se dibujó en su feo rostro. La frustracióde saber que servía a una causa perdidprovocó que la ira de Nekros aumentar

ras este último intento de asesinarlo poparte del leviatán. —Todavía te guardas varios ases e

a manga, ¿eh, lagarta?

El orco lanzó una mirada iracunda a abrazadera. Resultaba obvio qu

Alexstrasza había ido poco a poco

durante mucho tiempo, aflojándola de



enganche que la clavaba a la paredEntonces, Nekros se percató de que eencantamiento que reforzaba su

ataduras no se extendía a la piedra a lque estaban sujetas. Ese error habíestado a punto de costarle muy caro.

Sin embargo, ahora era ella quieba a pagar muy caro haber fallado a l

hora de matarlo. Nekros clavó su mirad

orva y ceñuda sobre la dragona, questaba gravemente herida. —Has sido muy osada… —sise

entre gruñidos—. Muy osada y mu

necia.Sostuvo en el aire el disco dorad

para que pudiera observarlo la dragona

cuyos ojos se abrían cada vez má



presas del terror. —Si bien Zuluhed me ha ordenad

que te mantenga tan sana como se

posible, mi cabecilla también me hautorizado a castigarte siempre que lconsidere necesario —le amenaz

ekros, a la vez que aferraba, con máfuerza si cabe, la reliquia, que brillabntensamente—. Y ahora mismo…

—Perdone que lo interrumpa esthumilde siervo, oh, gran amo —dijalguien con una voz muy irritante desdel interior de la caverna—, pero hemo

recibido unas noticias que deberíescuchar, ¡oh, sí, se lo aseguro!

Nekros estuvo a punto de soltar l

reliquia. El enorme orco se giró lo má



rápido que pudo a pesar de tener unsola pierna sana, y clavó la miradsobre un ser patéticamente diminuto co

orejas de murciélago y unas vastahileras de dientes afilados que podíaentreverse tras una sonrisa demente. E

brujo no sabía qué le preocupaba másaquella criatura en sí o el hecho de quun goblin se hubiera infiltrado en l

caverna de la dragona sin que el góleo hubiera detenido. —Tú ¿Cómo has entrado aquí?El orco se agachó y agarró a aque

diminuto ser por el cuello y lo levantdel suelo. Ya había olvidado sntención de castigar a dragona.

—¿Cómo? —porfió el orco.



Pese a que pronunció mal lapalabras debido a que se estabahogando, aquella criatura nauseabund

no dejó de sonreír. —He e-entrado sin más, poderoso a

amo. He e-entrado y ya está.

Nekros meditó un momento sobrello. El goblin debía de haber entradcuando el gólem de fuego había acudid

en ayuda de su amo. Los goblins eraunos seres arteros y taimados, capacede colarse en lugares que sconsideraban inexpugnables; pero n

siquiera un enemigo tan taimado podríhaber entrado en aquella cámara si nfuera porque su centinela flamígero s

había distraído.



El brujo soltó a la pequeña bestiaque cayó al suelo.

—¿Y bien? ¿Por qué estás aquí

¿Qué noticias me traes?El goblin se frotó la garganta. —Unas muy importantes

mportantísimas, se lo aseguro —respondió el goblin, cuya sonrisa repletde dientes se ensanchó—. ¿Acaso lo h

decepcionado alguna vez, mi prodigiosamo?A pesar de que Nekros estab

convencido de que los goblins tenía

menos sentido del honor que un gusanouvo que admitir que ese en concret

nunca le había fallado. Cuando menos

eran unos aliados cuestionables, pue



Una sensación muy desagradablrecorrió la columna vertebral del orco.

—¿Qué insinúas?

Una vez más, el goblin ladeó lcabeza hacia la dragona.

—Quizá deberíamos hablar en otr

ado, mi gran amo.La criatura tenía todo el derecho de

mundo a formular esa petición. Nekro

miró a su cautiva, que parecínconsciente a causa del dolor y eagotamiento. Aun así, de momentoconvenía extremar las precauciones co

ella. Además, si aquel espía le traía lanoticias que el brujo orco se imaginabaprefería que la reina de los dragones n

escuchara los detalles.



—Muy bien —rezongó. Nekros fue cojeando hasta la entrad

de la caverna, mientras cavilaba sobr

as noticias que probablemente aquellcriatura le iba a notificar. El goblin ibdando saltos junto a él, con una sonris

de oreja a oreja. El orco sintió lentación de borrarle su irritante sonris

de la cara, pero se contuvo porque l

necesitaba. Pero en cuanto le diera lmenor excusa… —Más te vale que sea un

nformación valiosa, Kryll. Tú ya m

entiendes…Kryll asintió mientras apretaba e

paso para ir a la par de su amo. S

cabeza se movía de arriba abajo, com



a de un muñeco roto. —Confíe en mí, amo Nekros. Confí

en mí…



CAPÍTULOCINCO



bien Rhonin le parecía un insensato, ne parecía un ser tan monstruosoncapaz de preocuparse por los demás

¿Acaso no la había ayudado cuandhuían de aquel dragón? ¿Por qué, si nohabría arriesgado su vida, cuand

podría haber proseguido su viaje Hasic él solo?

—Si él no tiene la culpa, entonce

¿por qué ha desaparecido? —porfiLord Senturus—. ¿Por qué no hemoencontrado ni rastro de él entre loescombros? Si es inocente, su cuerp

debería estar junto a los cadáveres dnuestros dos hermanos que han perecidpor culpa de su hechizo…

Aquel hombre se acarició co



delicadeza la barba. —No. Este acto vil ha sido cos

suya, estoy seguro.

Claro, así tienes una excusa parcazarlo como a un animal, pensó lforestal. ¿Por qué, si no, Duncan habrí

reunido a diez de sus mejores hombrepara cabalgar con ellos dos en busca dehechicero desaparecido? Pronto qued

claro que lo que en un principio Vereeshabía tomado por una misión de rescatera algo totalmente distinto. En cuantescucharon la explosión y vieron e

montón de escombros a que habíquedado reducida la muralla, la elfsintió que el corazón se le encogía. N

sólo había fracasado en su misión d



goblins. Si bien aquellas criaturanauseabundas poseían unas cuantamáquinas voladoras inconcebiblement

asombrosas, nadie había divisadninguna. Además, una aeronave de esclase habría tenido que desplazarse a l

velocidad del rayo para evitar sedetectada, lo cual era absolutamentmposible para unos artilugios ta

pesados y voluminosos.Eso dejaba a Rhonin como eprincipal sospechoso de haber causada destrucción.

Vereesa no creía que él fuera eresponsable, y mucho menos cuando shabía empeñado tanto en llevar a cab

su misión. No obstante, confiaba en que



si finalmente daban con el joven magopodría evitar que Duncan y los demás latravesaran con sus espadas antes d

averiguar la verdad.Tras haber rastreado lo

alrededores, ahora se dirigían haci

Hasic. Aunque más de uno de aquelloóvenes caballeros había sugerido qu

Rhonin probablemente se había valid

de su magia para transportarse hasta sdestino, Duncan Senturus habídescartado esa posibilidad porqupensaba que aquel mago no poseía ta

poder. Creía firmemente que seríacapaces de rastrear a ese mago bellaco levarlo ante la justicia.

A medida que el día avanzaba y e



sol iniciaba su descenso en efirmamento, incluso Vereesa se empeza cuestionar la inocencia de Rhonin

¿Acaso había causado aquel desastre yuego, había huido de la escena de

crimen?

—Tendremos que acampaenseguida —anunció Lord Senturus pocdespués, mientras examinaba la espesur

cada vez más densa del bosque—. No eque tema que nos vayamos a topar coalgún problema, pero vagar por loscuridad no nos servirá de nada

nuestra presa se nos podría escapaaunque la tuviéramos delante.

Vereesa había considerado la opció

de proseguir avanzando ella sola, dad



que su vista era mucho más aguda que lde sus compañeros de viaje, pero se lpensó mejor. Si los Caballeros de l

Mano de Plata localizaban a Rhonin siestar ella presente, el mago tendría mupocas posibilidades de sobrevivir a

encuentro.Continuaron cabalgando un poc

más, pero no divisaron nada. El sol s

ocultó tras el horizonte, de modo qusólo un débil resplandor iluminaba ecamino. Tal como había prometidoDuncan ordenó, con reticencia, al grup

que se detuviera, y conminó a sucaballeros a que montaran ecampamento de inmediato. Verees

desmontó y examinó el terreno que l



rodeaba. Albergaba la esperanza, pomuy improbable que fuera, de que emago pelirrojo se dejara ver de u

momento a otro. —No está en los alrededores. Lad

Vereesa.

Al instante, se volvió para encararscon el líder de los paladines; era eúnico hombre del grupo lo bastante alt

para obligarla a estirar el cuello parhablar con él. —No puedo evitarlo. Sig

buscándolo, mi señor.

—Pronto encontraremos a essabandija.

—Si querernos ser justos, creo qu

deberíamos escuchar primero su versió



de los hechos. Lord Senturus.Aquella imponente figura ataviad

con una armadura se encogió d

hombros como si la sugerencia lresultara indiferente.

—Le daremos la oportunidad d

expresar su arrepentimiento, posupuesto.

Tras lo cual, lo detendrían

encadenarían o lo ejecutarían ahí mismoLos Caballeros de la Mano de Platserían una orden sagrada, pero tambiéeran conocidos por su expeditiv

manera de impartir justicia.Vereesa se excusó ante el vetust

paladín. En ese momento no confiaba e

que pudiera morderse la lengua y temí



darle una contestación que lenfureciera. Llevó su caballo hasta uárbol situado en los lindes de

campamento y, acto seguido, sescabulló entre los árboles. Los sonidodel campamento se fueron apagando

medida que la elfa se adentraba en selemento natural.

Una vez más, se sintió tentada d

continuar con la búsqueda ella solaComo forestal, le resultaría muy fácipeinar el bosque y rebuscar entre lagrietas, hendiduras y zonas de espes

follaje en donde se podría ocultar ucadáver.

«No puedes reprimir las ganas d

salir corriendo, de resolver lo



aprendido a lo largo de sadiestramiento.

Se prometió a sí misma que volverí

con los demás después de disfrutar dunos minutos de relajación en el bosqu, al instante, la forestal de pel

plateado se apoyó en un árbol y exhalaire con fuerza. Pese a que aquellmisión era muy sencilla a priori, habí

estado al borde del desastre máabsoluto en dos ocasiones ya. Si ndaban con Rhonin, tendría que pensaqué iba a contarles a sus superiores, as

como al Kirin Tor de Dalaran. Aunqua culpa no fuera suya…

Una repentina ráfaga de aire estuvo

punto de tirar a Vereesa al suelo. La elf



reparar el campamento y, a medida quse adentraba en él, pudo comprobar quesalvo los petates y otros objetos qu

acían desparramados por la tierraodos parecían estar sanos y salvos.

Lord Senturus se dirigió hacia ella

con una mirada que reflejaba una hondpreocupación.

—¿Estás bien, mi señora? ¿Ha

sufrido algún daño? —No. Simplemente, el viento msorprendió.

—Nos ha sorprendido a todos —

replicó el paladín, frotándose la barbal tiempo que clavaba la mirada sobre ebosque envuelto en sombras—. U

viento normal no sopla de esa manera.



A continuación, se volvió hacia unde sus hombres y dijo:

—¡Roland! Doble la guardia. Quiz

no hemos visto aún el final de estpeculiar tormenta.

—¡Sí, mi señor! —respondió u

caballero delgado y pálido. —¡Christoff! ¡Jakob! Id a…Dejó de hablar tan abruptamente qu

anto Duncan, quien se había vuelthacia Vereesa, como ésta lo observaropara comprobar si había sido derribadpor una flecha o una saeta de ballesta

Sin embargo, se lo encontraron mirandfijamente una especie de fardo oscurque yacía entre los petates. El fard

resulto ser una persona con las pierna



estiradas y los brazos cruzados sobre epecho, como si estuviera muertodescansando en paz.

Una persona a la que, poco a pocoa elfa pudo reconocer: Rhonin.

Vereesa y los caballeros s

congregaron a su alrededor, y uno dellos se acercó con una antorcha. La elfse agachó para examinar el cuerpo. Baj

a trémula luz de la antorcha, Rhonin sveía muy pálido e inmóvil, de modo quno estaba segura de si respiraba o noVereesa hizo ademán de tocarle l

mejilla y…El mago abrió los ojo

desmesuradamente, sobresaltando a tod

el mundo.



—Cuánto me… alegro de verte…forestal…

Dicho esto, Rhonin cerró los ojos

volvió a quedarse dormido. —¡Mago necio! —rezongó Dunca

Senturus—. Tú que te desvaneciste e

medio del caos en que murieron unohombres de honor, ¿cómo te atreves reaparecer después entre nosotros com

si no hubiera pasado nada para, actseguido, echarte a dormir?Intentó agarrar al hechicero de

brazo, con el propósito de zarandearlo

despertarlo, pero soltó un grito dsobresalto al rozar sus dedos el atuendoscuro de Rhonin. El paladín se qued

contemplando su mano enguantada com



si algo se la hubiera mordido, y dijfurioso:

—Una suerte de diabólico fueg

nvisible lo rodea. Me he quemado aocarle, y eso que llevo guantes. Ha sid

como si intentara coger una brasa.

A pesar de esta advertencia, Vereesse sintió obligada a comprobarlo por smisma. Si bien sintió cierto desagrad

cuando sus dedos rozaron la ropa dRhonin, no fue una sensación tan intenscomo la que Lord Senturus acababa ddescribir. No obstante, la forestal apart

a mano y asintió, aunque no creynecesario informar al vetusto paladín dque había sentido algo distinto.

Entonces, Vereesa escuchó a su



espaldas el roce del acero al sedesenvainado. Rápidamente, alzó lvista en dirección a Duncan, quien y

estaba haciendo un gesto de negaciócon la cabeza al caballero en cuestión.

—No, Wexford, un Caballero de l

Mano de Plata no puede matar a uenemigo que no se pueda defender. Essupondría mancillar nuestro juramento

Creo que esta noche deberíamos apostaguardias. Ya veremos qué hacemos coeste hechicero mañana por la mañana —dijo Lord Senturus, cuyo semblant

curtido adoptó una expresión sombría—De un modo u otro, se hará justicia ecuanto despierte.

—Me quedaré con él —anunci



Vereesa—. No hace falta que se quednadie más.

—Perdóname, mi señora, pero s

relación con…La elfa se enderezó, y miró ta

fijamente como pudo a los ojos a

paladín de avanzada edad. —¿Acaso te atreves a cuestionar l

palabra de una forestal, Lord Senturus

¿Te atreves a cuestionar mi palabra¿Acaso das por sentado que voy ayudarlo a huir de nuevo?

—Claro que no —replicó Duncan,

se encogió de hombros—. Si eso es lque quieres, adelante. Tienes mpermiso. Aunque creo que no debería

pasar toda la noche con él sin nadie qu



e releve… —Eso lo decido yo. ¿Acaso tú n

harías lo mismo con alguien a quien t

hubieran encomendado proteger?El argumento de Vereesa er

rrefutable. Lord Senturus hizo un gest

de negación con la cabeza y, actseguido, se volvió hacia los demáguerreros e impartió unas órdenes

Segundos después, la forestal y el magestaban solos en el centro decampamento. Rhonin seguía tumbadsobre dos petates: los caballeros n

sabían cómo quitarlo de ahí siquemarse.

La elfa examinó a aquel ser dormid

o mejor que pudo sin volver a tocarlo



La túnica de Rhonin parecía habersrasgado en algunos puntos y el rostro demago presentaba pequeñas cicatrices

hematomas; por lo demás, no se lapreciaban heridas graves. Sin embargopor su expresión cabía deducir que s

sentía exhausto, como si hubiera sufridun agotamiento extremo.

Aunque quizá fuera por efecto de l

oscuridad de la noche inminente bajo lcual lo examinó, Vereesa tuvo lsensación de que el humano parecía, eaquellos instantes, más vulnerable qu

nunca, hasta el punto de despertar cierternura en ella. También tuvo qu

admitir que era bastante apuesto. La elf

enseguida centró su mente en otro



que la repentina reaparición de Rhoniera muy extraña, y, aunque Duncan nhabía hecho ningún comentario a

respecto, estaba claro que el líder de lopaladines opinaba lo mismo. No creía Rhonin capaz de transportarse por s

solo hasta el campamento, si bien uesfuerzo de tal envergadura explicarípor qué se encontraba en un estad

pseudocomatoso. Sin embargo, esthipótesis no acababa de convencerlaMás bien, Vereesa tenía la sensación dhallarse ante un hombre que había sid

secuestrado, y devuelto después de qusu secuestrador hubiera hecho con él lque le viniera en gana.

Pero entonces quedaba una gra



ncógnita por despejar: quién podírealizar semejante proeza y por qué lhabía hecho.

Se despertó consciente de qu

endría a todos en su contra.Bueno, tal vez a todos no. Rhonin n

estaba convencido de contar con e

apoyo de la forestal elfa; de hecho, nsiquiera sabía si podría contar con eapoyo de su propio cuerpo a la hora dponerse en pie. Lo cierto era que habí

urado llevarlo sano y salvo hasta Hasic eso implicaba defenderlo incluso d

aquellos caballeros tan devotos, aunqu

no podía estar seguro de ello al cien po



miraron con detenimiento. Aquellos ojoencajaban perfectamente en ese rostrocaviló por un instante, pero dejó d

pensar en ello en cuanto un tintinemetálico le advirtió de que los demás shabían percatado de que se habl

despertado. —Vuelve a estar en el mundo de lo

vivos, ¿eh? —rezongó Lord Senturus—

Ya veremos cuánto dura en él…De inmediato, la esbelta elfa se pusen pie de un salto, bloqueando el paso apaladín.

—¡Pero sí acaba de abrir los ojosConcededle tiempo, al menos, parrecuperarse y comer antes d

nterrogarlo.



—No pienso negarle ningún derechfundamental, mi señora, pero tendrá quresponder a nuestras preguntas mientra

desayuna, no después.Rhonin se había incorporado

apoyándose en los codos, lo suficient

como para reparar en el semblantceñudo de Duncan y constatar que loCaballeros de la Mano de Plata l

creían un traidor y, posiblemente, uasesino. El debilitado mago se acorddel desafortunado centinela que se habíprecipitado desde la muralla hacia un

muerte segura, y sospechó que podríhaber más víctimas como él. Sin dudaalguien había informado de que Rhoni

se encontraba en la muralla cuando s



produjo la explosión. Después, habíapasado los hechos por el tamiz de loprejuicios arraigados en aquella orde

sagrada, y habían llegado a unconclusión errónea, como siempre.

No quería luchar contra ellos

Además, dudaba que en aquellomomentos fuera capaz de ejecutar pocmás que un par de encantamientos mu

sencillos. Pero como intentaracondenarlo por lo que había sucedido ea fortaleza, Rhonin no se refrenaría a l

hora de defenderse.

—Responderé a vuestras preguntao mejor que pueda —replicó el mago

negándose a que Vereesa le ayudara

ponerse en pie—. No obstante, ante



entonces dijo: —Ha llegado el momento de qu

confieses, Rhonin el pelirrojo. Ha

lenado tu estómago, así que ahora debeiberar tu alma de la pesada carga de

pecado. Cuéntanos toda la verdad sobr

a fechoría que cometiste en la murallde la fortaleza…

Vereesa se encontraba junto al mago

quien se iba recuperando poco a pococon la mano sobre la empuñadura de lespada. Obviamente, se había colocaden una posición que le permitiera actua

como su abogada defensora ante aqueribunal informal e improvisado, y no l

hacía, como Rhonin pensaba

simplemente porque tenía una promes



que cumplir. Lo cierto era que, despuédel enfrentamiento con el dragón, la elfo conocía mejor que aquellos patanes.

—Os contaré lo que sé, aunque no emucho, mi señor. Es cierto que mhallaba en la parte superior de l

muralla de la fortaleza, pero no es culpmía que ésta fuera destruida.

Escuché una explosión, la muralla s

estremeció y, acto seguido, uno de tusoldaditos tuvo la desgracia de caer avacío, por lo que te doy micondolencias…

Duncan todavía no se había puesto eelmo, y se estaba pasando una man

por su pelo gris y cada vez meno

abundante. Daba la impresión de qu



ibraba una valiente batalla parcontrolar sus emociones.

—Tu historia tiene unas lagunas má

grandes que el abismo que se abre en tcorazón, mago, y apenas has comenzadu declaración. Algunos de nuestro

hombres sobrevivieron, a pesar de quhiciste todo lo posible por que no fuerasí; además, fueron testigos de cóm

preparabas tus conjuros antes de quocurriera el desastre. ¡Tus mentiraserán tu condena!

—No. Tú ya me has condenado

como has condenado a todo aquel que ecomo yo por el mero hecho de existir —e rebatió Rhonin con suma calma.

Dio otro mordisco a la galletita dur



que estaba comiendo y, a continuaciónañadió:

—Sí, mi señor, lancé un conjuro

pero con la finalidad de comunicarmcon alguien a larga distancia. Buscaba econsejo de uno de mis superiores sobr

cómo proceder en esta misión que me hsido encomendada por las altas esferade la Alianza, como la honorabl

forestal aquí presente podrá confirmar.Vereesa preparó su respuestmientras las miradas de los caballerose desplazaban hacia ella.

—Está diciendo la verdad. Duncano tenía ningún motivo para desatar ta

caos… —Alzó una mano en cuanto e

anciano guerrero hizo ademán d



protestar: sin duda, iba a insistir en ldea de que todos los magos condenaba

su alma desde el momento en que s

niciaban en la práctica de las artearcanas—. Y me enfrentaré en combate quien haga falta, incluido tú, con tal d

que este mago vuelva a ser un hombribre de pleno derecho.

Lord Senturus pareció contrariad

ante la posibilidad de tener quenfrentarse a la elfa en batalla. Y si bieanzó una mirada iracunda a Rhonin

finalmente asintió despacio.

—Muy bien. Resulta obvio qucuentas con una defensora incondicionaque confía en ti ciegamente, mago. Esto

dispuesto a aceptar su palabra de que n



vez más, el fatigado mago les habló dsu paseo hasta la muralla, de que habídecidido intentar contactar con s

mecenas, y de la repentina explosión quhabía sacudido toda aquella sección da fortaleza.

—¿Estás seguro de que eso fue lque oíste? —le interrumpió DuncaSenturus.

—Sí. Aunque no puedo probarlo dmanera irrefutable, el estruendo me hizpensar que había estallado una cargexplosiva.

El hecho de que se tratase de unexplosión no quería decir que logoblins fueran responsables del ataque

no obstante, después de tantos años d



guerra, era la conclusión más lógicncluso para el mago. Sin embargo, n

había habido avistamientos de goblin

en aquella región de Lordaerorecientemente. Entonces, Vereesa sugiriuna nueva hipótesis:

—Duncan, quizá el dragón que nopersiguió al mago y a mí llevaba unpareja de goblins consigo. So

pequeños, enjutos y capaces dpermanecer escondidos un par de díapara luego actuar. Eso lo explicaríodo.

—En efecto —convino con reserva—. En ese caso, debemos redoblar lvigilancia. Los goblins sólo sabe

provocar el caos y la destrucción par



entretenerse. Seguramente, volverán atacar.

Rhonin prosiguió su relato: cont

cómo había corrido a guarecerse en latalaya, que no resultó ser un refugiseguro, porque se derrumbó encima d

él. En ese momento titubeó: estabseguro de que Senturus iba a encontrasus siguientes palabras un tant

cuestionables, cuando menos. —Entonces algo… me agarró, mseñor. No sé qué era, pero me alzó hacíel cielo como si fuera un juguete y m

alejó de aquel dantesco escenario. Podesgracia, no podía respirar bien porquesa cosa me agarraba con mucha fuerza

me desmayé. Lo siguiente que v



cuando volví a abrir los ojos… —leexplicó, y en ese instante miró Verees— fue su rostro.

Duncan aguardó a que el magsiguiera hablando, y en cuanto quedclaro que la espera iba a ser infructuosa

se dio una palmada en una rodillprotegida por el metal de su armadura gritó:

—¿Eso es todo? ¿Eso es todo cuantsabes? —Así es. —¡Por el espíritu de Alonsus Faol

—le espetó el paladín, invocando enombre del arzobispo cuyo legado habílevado a que el aprendiz, Uther e

luminado, fundara aquella orde



sagrada—. No nos has contado nadanada que merezca la pena. Si hubierpensado por un momento que…

Entonces, un leve movimiento dVereesa le hizo callar.

—Pero como he dado mi palabra

he aceptado la palabra de otra personaquí presente, cumpliré mi promesa —dijo finalmente.

Se levantó y mostró bien a las claraque no quería permanecer más tiempunto al mago.

—Aunque también voy a tomar otr

decisión aquí y ahora. Como vamos dcamino hacia Hasic, no veo ningúmpedimento para acompañarte en t

viaje y cercioramos de que pueda



embarcar en esa nave. Ya se ocuparáellos de ti como consideren oportunoPartiremos dentro de una hora. Prepárat

para el viaje, mago. Cabalgaremos agalope.

Tras estas palabras. Lord Dunca

Senturus dio media vuelta y se alejseguido por sus leales caballerosRhonin se quedó solo, a excepción de l

forestal, quien se sentó ante él y le mira los ojos. —¿Te encuentras lo bastante bie

como para cabalgar?

—A pesar de que estoy exhausto engo alguna magulladura que otra, sig

de una pieza, elfa —contestó Rhonin,

al instante se dio cuenta de que habí



—No te daba las gracias por esosino por haberme apoyado durante enterrogatorio. Sin ti, podría habe

derivado en un proceso inquisitorial. —Eso también forma parte de mi

obligaciones. Juré a mis superiores qu

me aseguraría de que llegaras a tdestino.

Las comisuras de sus labios s

alzaron levemente por un instantecomponiendo un gesto que podrínterpretarse como una sonrisa.

—Será mejor que te vaya

preparando, mago Rhonin. Viajaremos galope tendido. No hay tiempo quperder.

Acto seguido, lo dejó solo para qu



se ocupara de sus cosas. Rhonin clavó lmirada en la hoguera que se ibapagando, mientras pensaba en todo l

que había ocurrido. Vereesa no sabía lcerca que había estado de la verdad coo que acababa de decir. El viaje

Hasic no sería un trayecto fácil, pero nsólo porque iban contrarreloj.

El mago no había sido totalment

sincero con ellos, ni siquiera con la elfaEn verdad, Rhonin se lo había contadodo, pero se había guardado para sí su

sospechas. Y aunque no se sentí

culpable por la muerte de aquellopaladines, tenía remordimientorespecto a Vereesa, quien estab

demostrando una dedicación encomiabl



por protegerlo a lo largo del viaje.Rhonin ignoraba quién habí

colocado la carga explosiva

Probablemente, unos goblins. Erealidad, no le importaba. Lo que sí lmportaba era lo que se había guardad

para sí, lo que había omitido en srelato. Cuando les contó que algo lhabía sacado de la atalaya que s

desmoronaba, decidió que era mejor quno supieran que había tenido lsensación de que una mano gigantesca levantaba del suelo. Probablemente n

e hubieran creído, o, en el caso dSenturus, hubiera utilizado esdeclaración como una prueba más d

que trataba con demonios.



Una mano gigantesca había salvada Rhonin, y no era humana. Aunquestuvo consciente muy poco tiempo, fu

más que suficiente para reconoceaquella piel cubierta de escamas y esaviles garras curvadas que superaban e

amaño el cuerpo del mago.Un dragón había rescatado al mag

de una muerte segura… y Rhoni

desconocía el motivo.



CAPÍTULOSEIS



por sí solo, aunque con torpeza. Parecía punto de reventar la armadura, y comel soberano de Gilneas tragara una sol

arra más de cerveza o devorara un solpastel más de Lordaeron que lococineros de Terenas habían preparad

para la ocasión, seguramente acabarísucediendo.

A pesar de la apariencia osuna d

Cringris, de sus modales insolentes y dcarecer de pelos en la lengua, el rey nsubestimaba a aquel guerrero del sur. Sbien la habilidad de Cringris par

desenvolverse en la arena política eregendaria, su arrogancia también lo era

A Terenas todavía le sorprendía qu

Cringris hubiera logrado que Gilnea



uviera voz y voto en un asunto que ndebería haber incumbido a un reino taremoto.

—Es como pedirle al viento qudeje de ulular —dijo alguien coeducación desde el otro extremo de l

gran sala—. Seguro que el viento tharía más caso que esta criatura que encapaz de callarse un instante.

Todos se habían mostrado dacuerdo en reunirse en la sala imperialdonde, en tiempos pasados, se habíanegociado y firmado los tratados má

mportantes para Lordaeron. Aquellsala imbuía a cualquier discusión de ungran relevancia gracias al peso de l

historia que impregnaba sus paredes y



su decoración antigua pero majestuosaAdemás, todos eran conscientes de qua resolución del problema de Altera

era clave para la pervivencia de lAlianza.

—Almirante, si tanto te desagrad

oírme hablar —le espetó Cringris—, enoble acero podrá ayudarte a que nvuelvas a escuchar mi voz, ni nada más

nunca.El almirante Daelin Valiente se pusen pie con la elegancia propia de él. Eesbelto y curtido marinero, que ib

vestido con su uniforme verde, hizademan de desenvainar la espada qupendía de su cintura; sin embargo, l

vaina de su espada estaba vacía. A



gual que la de Genn Cringris. Sólo shabían puesto de acuerdo, aunque coreticencias, en un punto: ningún jefe d

Estado portaría armas durante ladeliberaciones. Todos, incluido GenCringris, habían accedido a que uno

centinelas escogidos exprofeso loregistraran; unos vigilantes qupertenecieran a la orden de lo

Caballeros de la Mano de Plata, la únicorden militar en la que todos confiaban pesar de que no ocultaban su lealtad Terenas.

Prestor, claro está, era el artífice deste increíble encuentro en la cumbreRara vez se reunían los monarcas de lo

grandes reinos. Generalmente



parlamentaban por mediación demisarios y diplomáticos, y, muy de veen cuando, alguno de ellos venía

realizar una visita de Estado a uno dsus homólogos. Sólo el asombrosPrestor podía haber convencido a lo

desasosegados aliados de Terenas parque dejaran a su séquito y su guardipersonal fuera de la sala y se reuniera

para discutir el problema cara a cara.Aunque sería mejor que el jovenoble apareciera cuanto antes…

—¡Calma, caballeros!

El rey buscó ayuddesesperadamente con la mirada y suojos se posaron sobre una figura adust

unto a la ventana; una figura ataviada d



cuero y pieles de animal pese a que eclima en aquella región era bastantcálido. A esa distancia, Terenas sól

pudo distinguir la barba rebelde y lnariz puntiaguda del rudo semblante dThoras Aterratrols. El rey sabía que

aunque Thoras pareciera muy interesaden lo que sucedía al otro lado de lventana, el señor de Stromgarde habí

permanecido muy atento tanto a lapalabras como al tono en que habíahablado sus homólogos. El hecho de quno hiciera nada para ayudar a Terenas e

a presente discusión sirvió parrecordar a este último la brecha que shabía abierto entre ellos desde e

comienzo de aquella desesperant



situación.¡Maldito Lord Perenolde!, pensó e

rey de Lordaeron. Ojalá no nos hubier

obligado a celebrar esta reunión.Pese a que unos cuantos caballero

de la orden sagrada se encontraba

cerca por si acaso algún monarcdecidía pasar a las manos, Terenas temíno que se produjera alguna agresió

física, sino que se resquebrajara lesperanza de mantener la alianza entros reinos humanos. No creía que l

amenaza orca se hubiera erradicad

definitivamente. Era consciente de quos humanos tenían que permanece

unidos en un momento tan crucial. L

hubiera gustado que Anduin Lothar, e



soberano de los refugiados dedevastado reino de Azeroth, estuvierpresente en la reunión, pero no habí

sido posible, y sin Lothar sólo cabía lposibilidad de que…

—¡Señores! ¡Mantened la calma

Este comportamiento es intolerable! —¡Prestor! —exclamó Terenas—

Alabado seas!

Los demás se giraron en cuantaquella figura alta e inmaculada entró ea enorme sala. Resulta asombros

comprobar cómo reaccionan su

homólogos ante la presencia de estoven, pensó el rey. Su mera presenciogra que cesen las riñas y qu

enemigos irreconciliables depongan la



armas y estén dispuestos a concertar laz.

Sin ninguna duda. Perenolde era e

hombre indicado para sustituir a AnduinTerenas observó cómo su amig

recorría la cámara saludando a lo

monarcas de uno en uno y tratándolocomo si fueran sus mejores amigos. Y tavez lo fueran, ya que Prestor no parecí

ener la más mínima pizca de arroganciaTanto si trataba con el arisco Thoracomo con el maquinador CringrisPrestor sabía cómo debía dirigirse

cada uno de ellos. Los únicos que no lhabían mostrado su aprecio habían sidos magos de Dalaran; pero claro, un

no se puede fiar de quienes dominan la



artes arcanas. —Disculpad la tardanza —dijo e

oven aristócrata—. Esta mañana salí

cabalgar por el campo y perdí la nociódel tiempo. No creía que fuera a tardaanto en regresar a palacio.

—No tienes por qué disculparte —replicó amablemente Thoras Aterratrols

Un ejemplo más del extraordinario

casi mágico, don de gentes de PrestorSi bien era un amigo y un aliado murespetado, Thoras Aterratrols tenía quhacer grandes esfuerzos para dirigirse

alguien con amabilidad. Hablaba cofrases cortas y muy precisas, y continuación, solía sumirse en u

profundo silencio. Con esos silencios n



pretendía molestar a nadie, tal comTerenas había constatado con el paso deiempo. La verdad era mucho má

sencilla: simplemente, Thoras no ssentía cómodo cuando laconversaciones se alargaban. Procedí

de la fría y montañosa Stromgarde, lcual marcaba su carácter y preferíactuar a hablar.

Por todo eso, el rey de Lordaeron salegraba aún más de que Prestor hubieracudido al fin.

Prestor examinó la habitación co

detenimiento, cruzando la miradfugazmente con cada uno de lopresentes, antes de decir:

—¡Cuánto me alegro de volver



veros! Espero que esta vez podamosalvar nuestras diferencias, de modo quen futuros encuentros podamo

parlamentar como buenos amigos compañeros de armas…

Cringris asintió de una manera cas

entusiasta. Valiente mostraba un gesto dsatisfacción en su semblante, como si llegada del hombre hubiera sido l

respuesta a sus plegarias. Terenas ndijo nada, simplemente, permitió que samigo tomara las riendas de la reuniónCuanto más a gusto se sintieran lo

demás con Prestor, más fácil lresultaría al rey presentar su propuesta.

Se reunieron en torno a la mesa d

marfil de elaborada ornamentación qu



el abuelo de Terenas había recibidcomo regalo de sus vasallos del norteras sus fructíferas negociaciones co

os elfos de Quel’Thalas respecto a loímites de las fronteras norteñas. El re

colocó las manos con firmeza sobre e

ablero de la mesa, tal como hacisiempre, y rogó que su predecesor lguiara. En el otro extremo de la mesa s

encontraba Prestor, cuya mirada se cruzfugazmente con la del rey. Al contemplaos intensos orbes de ébano, el monarc

ataviado con una túnica se relajó

Prestor se ocuparía él solo de solventaodas las disputas que surgieran.

Comenzaron las conversaciones. A

principio, con palabras frías y corteses



ambién entre ellos. Temía que Genn Thoras pidieran mi cabeza en cualquiemomento.

—Simplemente, he hecho lo que hpodido para apaciguarlos, mi señorpero gracias por tus amables palabras.

Terenas hizo un gesto de negaciócon la cabeza.

—¿Mis amables palabras? Per

¿qué dices? Prestor, zagal, has evitadú solo que la Alianza se desmorone¿Qué les has dicho?

Entonces los apuestos rasgos de s

nterlocutor adoptaron un gesto propide un manipulador consumado. Acontinuación, el joven noble se inclinó

sobre el monarca, con los ojos clavado



en él en todo momento. —Les he dicho un poco de todo. L

he prometido al almirante que seguir

manteniendo su soberanía sobre el maraunque eso signifique enviar un ejércita asumir el control de Gilneas;

Cringris le he prometido que en el futurdispondrá de colonias navales cerca da costa que bordea Alterac; y Thora

Aterratrols cree que le cederemos lparte oriental de esa región… en cuantme convierta en el soberano legítimo ddicho reino.

Por un instante, el rey se quedboquiabierto; no estaba muy seguro dhaber escuchado bien. Miró fijament

os ojos hipnotizantes de Prestor, a l



espera de una última frase que remataresa broma tan desagradable. Pero evista de que el otro no dijo nada más

Terenas le espetó en voz baja: —¿Acaso has perdido el juicio

muchacho? El mero hecho de hace

chanzas con estos asuntos resultremendamente ultrajante y…

—No he perdido el juicio, y no va

a recordar nada de lo que he dicho.Lord Prestor se inclinó hacidelante, con la mirada clavada en loojos de Terenas con intenció

ntimidatoria, y añadió: —Como ninguno de ellos va

recordar lo que le he dicho. Lo únic

que tienes que recordar, mi pompos



ítere, es que he logrado unos acuerdopolíticos muy ventajosos para tu reinoque se concretarán y llegarán a bue

puerto en cuanto me designes soberande Alterac. ¿Lo has entendido?

Lo había entendido perfectamente

Prestor tenía que ser nombrado el nuevmonarca del reino arrasado si Terenaquería garantizar la seguridad d

Lordaeron y la estabilidad de lAlianza. —Ya veo que sí. Bien. Ahora vuel

a la mesa, y, cuando las deliberacione

leguen a su fin, anunciaras tresolución. Cringris se mostrarreticente, pero dentro de unos día

estará de acuerdo. Valiente aceptará t



decisión y Thoras Aterratrols, trareflexionar sobre ello unos minutosaprobará mi nombramiento como rey.

Entonces, algo se revolvió en lmemoria de aquel rey ataviado con unúnica, una verdad que se sinti

obligado a verbalizar. —No… no se puede designar a u

soberano sin… sin la aprobación d

Dalaran y el Kirin Tor… —objetóesforzándose por expresacoherentemente sus pensamientos—Ellos también son miembros de l

Alianza… —Pero ¿quién puede confiar en u

mago? —le recordó Prestor— ¿Quié

conoce sus verdaderos planes? Por es



hice que los dejaras fuera de estaconversaciones desde el principio, ¿nes así? No se puede confiar en lo

magos… Además, al final tendremoque libramos de ellos.

—Librarnos de ellos… Tiene

razón, por supuesto.La sonrisa de Prestor se tornó má

amplia, revelando así una hilera d

dientes con muchas más piezas de lnormal. —Siempre la tengo —replicó, a

iempo que le pasaba el brazo por e

hombro a Terenas en un gesto amistos—. Ha llegado el momento de volvecon los demás. Te sientes muy satisfech

con los progresos que he logrado. Y



dentro de unos minutos sugerirás mnombramiento como rey… y a partir dahí, todo irá rodado.

—Si…El joven de esbelta figura guió al re

hasta el grupo de monarcas. Mientra

anto, los pensamientos de Terenavolvieron a centrarse en el asunto quenían entre manos. Las espeluznante

afirmaciones que acababa de hacePrestor se hallaban ahora enterradas eo más profundo del subconsciente de

rey, justo donde el noble vestido co

ropajes de color ébano quería questuvieran.

—¿Les gusta este brandy, amigo

míos? —preguntó Terenas a los demás.



Todos asintieron. El rey dLordaeron sonrió y agregó:

—Os entregaré una caja de brand

para que os la llevéis a vuestrorespectivos hogares. Ése será mi regalpor haber venido a visitarme.

—Una espléndida muestra dgenerosidad por parte de un amigo, ¿ncreéis? —inquirió Prestor a lo

nterlocutores de Terenas.Todos asintieron una vez más, Valiente propuso un brindis por emonarca de Lordaeron.

Acto seguido. Terenas juntó lamanos como si se dispusiera a rezar.

—Gracias a nuestro joven aliado

confió en que todos abandonaremos est



sala habiendo reforzado nuestra alianzasí como nuestra amistad.

—Todavía no hemos firmado ningú

acuerdo —le recordó Gen Cringris—i siquiera hemos llegado a un acuerd

sobre qué vamos a hacer para solventa

este problema.Terenas parpadeó. Le acababa d

dar el pie perfecto para decir lo qu

anto ansiaba contarles. ¿Por qué esperamás para plantear su genial sugerencia? —Efectivamente, amigos míos —

repuso el rey, mientras cogía del brazo

Lord Prestor y lo guiaba hacia lcabecera de la mesa—. No obstantecreo que he hallado una solución qu

nos satisfará a todos…



El rey Terenas de Lordaeron sonrifugazmente al joven noble, que no podímaginarse en qué consistía la gra

recompensa que iba a recibir a cambide sus esfuerzos. Sí, era el candidatdeal para desempeñar ese cargo. S

Prestor regía Alterac, el futuro de lAlianza estaba más que asegurado.

Así, una vez solventado el dilema d

Alterac, podrían ocuparse de otrproblema no menos acuciante: los magoraidores de Dalaran…

—¡No tienen derecho a hacerlo! —se indignó el mago de constitució

robusta—. ¡No tienen ningún motiv



para dejarnos al margen! —No, no lo tienen —convino l

mujer de mayor edad—. Pero lo ha

hecho.Los magos que se habían reunid

antes en la Cámara del Aire volvían

encontrarse en la misma sala, aunque eesta ocasión eran sólo cinco. Sí bien emago al que Rhonin llamaba Krasus n

había asumido su lugar en el cónclavde hechiceros, el resto estaba demasiadpreocupado por ciertos acontecimientoque estaban sucediendo en el mund

exterior para esperarlo. Los señores dos carentes de talento para la magia s

habían recluido con objeto de debati

sobre un grave problema sin solicitar l



ncuestionable.La anciana negó con la cabeza. —¿Y eso cuándo les ha importado

aquellos que temen nuestros poderesAhora que los orcos han sidaplastados, la gente se da cuenta de qu

no somos como ellos, de que somosuperiores en todos los aspectos…

—Esa manera de pensar es mu

peligrosa incluso para nosotros —señaló Krasus con calma.Acto seguido, el mago sin rostr

ocupó su lugar.

—¡Ya era hora! —exclamo el magbarbudo, mientras se giraba hacia erecién llegado—. ¿Has descubiert

algo?



—Muy poco. La reunión se celebrsin ningún escudo mágico a modo dprotección… Aun así, solo pudimo

captar sus pensamientos másuperficiales, de los cuales nextrajimos ninguna información que n

supiéramos ya. Al final, tuve qurecurrir a otros métodos para obtenealguna revelación valiosa.

La maga más joven se atrevió hablar. —¿Han tomado alguna decisión?Krasus titubeó y, a continuación

alzó una mano enguantada. —Contemplad…En el centro de la cámara, just

sobre el símbolo grabado en el suelo, s



materializó una figura humana bastantalta, en todos los aspectos, parecía iguade real, si no más, que el resto de mago

allí congregados. De complexiómajestuosa, iba ataviado con eleganteropajes oscuros y tenía unas apuesta

facciones aguileñas. Aquella visiósumió en el silencio a los seis magos.

—¿Quién es? —inquirió la maga qu

había formulado la pregunta anterior.Krasus observó con detenimiento sus compañeros antes de responder:

—Saludad al nuevo soberano d

Alterac, el rey Prestor I. —¿Qué? —¡Esto es inadmisible!

—No pueden tomar esa decisión si



contar con nosotros, ¿no es así? —¿Quién es ese tal Prestor?El mecenas de Rhonin se encogió d

hombros. —Un noble de baja ralea qu

proviene del norte y carece d

posesiones y riquezas. No obstanteparece haberse granjeado la amistad ganado el respeto no solo de Terenas

sino también del resto de monarcasncluido Genn Cringris. —¿Tanto como para que lo nombre

rey? —preguntó el hechicero barbado.

—A primera vista, no es undecisión tan mala, ya que Alteravolverá a ser un reino independiente un

vez más. Al parecer, los demá



monarcas lo respetan. Por lo visto, esoven ha impedido él solo que l

Alianza se haga pedazos.

—¿Lo consideras una eleccióacertada? —le interrogó la maga de máedad.

—Según parece, también carece dun pasado —agregó Krasus a modo dcontestación—, y todo apunta a que él e

a causa de que no hayamos participaden esa cumbre. Pero lo más curioso dodo es que, cuando se le sondea co

magia, se percibe un vacío.

Los magos murmuraron entre sí aconocer esa extraña revelaciónEntonces, el mago elfo, que estaba ta

desconcertado como el resto, inquirió:



—¿Qué quieres decir? —Quiero decir que los intentos d

examinarlo a la luz de la magia no ha

revelado nada. Nada en absoluto. EComo si Lord Prestor no existiera, pesa su apariencia real. Más que un

elección acertada, lo considero unamenaza.

Aquellas palabras, pronunciadas po

el más anciano de los magos allreunidos, calaron hondo. A pesar de quas nubes sobrevolaron sus cabezas

varias tormentas se desencadenaron y e

día se tornó noche, los maestros deKirin Tor guardaron silencio, digiriendesas revelaciones cada uno a su manera

El mago más joven fue el primero e



romper el silencio. —Entonces, debe de ser un mago

¿no?

—Ésa es la conclusión más lógic—contestó Krasus, ladeandigeramente la cabeza para dar má

énfasis a su respuesta. —Uno muy poderoso —masculló e

elfo.

—Sí, eso también tendría su lógica. —Entonces, si es así —prosiguió emago elfo—, ¿de quién se trata? ¿De unde los nuestros? ¿De un renegado? Si

duda, deberíamos conocer a un mago dal poder.

La mujer joven se inclinó hacia l

magen que Krasus había conjurado.



—No reconozco su rostro. —No me sorprende —replicó l

anciana— cualquiera de nosotros e

capaz de llevar miles de máscaras…Un relámpago atravesó a Krasus si

que este se inmutara lo más mínimo.

—Su nombramiento se anunciarformalmente dentro de dos semanas. Y, menos que algún monarca cambie d

opinión, será coronado rey un mes máarde. —Deberíamos elevar una protesta. —Eso por descontado. Sin embargo

creo que lo primero que tenemos quhacer es averiguar quién es el tal LorPrestor, rebuscar por todas partes par

descubrir su pasado, y cuáles son su



verdaderas intenciones. No debemoenfrentarnos a él hasta entoncesseguramente cuenta con todo el apoyo d

odos los miembros de la Alianza menonosotros.

La anciana asintió.

—Si, en un momento dado, los otroreinos deciden que somos una molestipara ellos, ni siquiera nosotro

podremos enfrentarnos a su podecombinado. —No, no podremos.Aunque Krasus hizo desaparecer l

magen de Prestor con un gesto de smano, la faz de aquel joven noble habíquedado grabada a fuego en la mente d

cada uno de los miembros del Kirin Tor



A continuación, respiró hondo añadió:

—Y si eso sucede, me temo qu

Dalaran caerá junto al resto de lAlianza.

—¿Por culpa de un solo hombre? —

preguntó el mago barbudo. —Sí, por su culpa.Y mientras los demás meditaba

acerca de estas palabras, Krasus sdesvaneció…

…para materializarse en ssantuario, todavía sobrecogido por lque había descubierto. Krasus no habí

sido del todo sincero con su



homólogos, y la culpa lo estabdestrozando. Sabía, o más biesospechaba, más cosas sobre es

misterioso Lord Prestor de las que lehabía dicho. Hubiera querido contarleodo; pero entonces no sólo habría

cuestionado su cordura, sino que, aunque hubieran creído, sólo hubiera servid

para revelar demasiados secretos sobr

él y su forma de proceder.Y no podía permitirse hacer algo asen un momento clave como ése.

Ojalá reaccionen como espero qu

o hagan, pensó. Solo en su santuario oscuras, Krasus por fin se atrevió echarse hacia atrás la capucha. Un tenu

resplandor que brotaba de una fuent



nvisible de luz era la única iluminacióde aquella cámara, y bajo su débil fulgoapareció un hombre apuesto y canoso d

facciones angulosas, casi cadavéricasSus ojos negros y brillantes reflejabauna edad y una sabiduría mucho má

antiguas que la que revelaba el resto dsu semblante. Tres largas cicatricesurcaban su mejilla derecha de arrib

abajo, las cuales, a pesar de ser viejasodavía le resultaban dolorosas.El mago maestro giró la man

zquierda, la enguantada, hacia arriba

Entonces, sobre la palma de su mano smaterializó una esfera compuesta de unuz azul. Krasus pasó la otra mano po

encima de la esfera y, de inmediato, una



mágenes cobraron forma en su interiorUna silla alta de piedra se deslizó hastcolocarse tras él, y se reclinó en ell

para observar esas imágenes.Una vez más, contempló el palaci

del rey Terenas. Su regia estructura d

piedra había acogido a los monarcas daquel reino durante generaciones. Doorreones gemelos de varios pisos d

altura flanqueaban el edificio principauna construcción gris y majestuosa quse asemejaba a una fortaleza eminiatura. Diversos estandartes d

Lordaeron ondeaban en un lugaprominente no sólo en los torreonessino también en las puertas de entrada

Unos soldados ataviados con e



uniforme de la Guardia del Rey estabaapostados, junto a las puertasacompañados de varios Caballeros de l

Mano de Plata. En circunstancianormales, los paladines no habríaformado parte del contingente defensiv

del palacio, pero como los monarcaque se encontraban de visita todavíenían algunos asuntos menores qu

ratar, resultaba obvio que seguía siendnecesario contar con esos lealeguerreros para labores de vigilancia.

El mago volvió a pasar la otra man

por encima de la esfera. A la izquierdde la visión del palacio emergió lmagen de una de sus salas interiores. E

cuanto el mago fijó la mirada en ella, s



ornó más diáfana y precisa.Entonces pudo distinguir a Terenas

su joven protegido. Por tanto, pese a qu

a cumbre había concluido y la partidde los soberanos era inminente, LorPrestor seguía disfrutando de l

compañía del rey. Krasus se sintientado de sondear la mente de es

aristócrata que vestía atuendos de colo

ébano, pero se lo pensó mejor. Dejaríque los demás intentaran esa hazañmposible. Sin duda, alguien com

Prestor esperaba esos sondeos y estarí

preparado para responder de manerexpeditiva, y Krasus no quería revelaaún sus cartas.

Sin embargo, si no se atrevía



sondear los pensamientos de aquehombre, tendría que investigar al menosu pasado, y dónde mejor para empeza

a investigar que en la mansión que erefugiado regio haba convertido en sresidencia habitual bajo los auspicio

del rey. Krasus hizo un gesto con la otrmano por encima de la esfera y unnueva imagen cobró forma: el edifici

en cuestión, visto desde la lejanía. Emago lo estudió un instante, y no detectnada relevante. Acto seguido se acercmágicamente a la mansión.

Cuando se acercaba al alto muro qurodeaba el edificio, un conjuro, muchmás débil de lo que esperaba, le impidi

entrar. Krasus esquivó el hechizo co



suma facilidad, sin desactivarlo. Acontinuación, vio ante él la partdelantera de la mansión, un luga

espeluznante a pesar de su elegantfachada. Resultaba evidente que si biePrestor deseaba una casa distinguida, n

enía por qué ser acogedora, lo cual nsorprendió al mago.

Un rápido examen del entorno revel

que el edificio estaba protegido por otrconjuro defensivo, mucho máelaborado que el anterior; aun asKrasus podría solventarlo. Con un hábi

gesto, la figura angulosa sorteó una vemás un sortilegio de Prestor. Dentro dunos instantes entraría en la mansión

donde…



De repente, la esfera se oscureció.La oscuridad sobrepasó los límite

de la esfera.

Y, sin más dilación, la oscuridantentó alcanzar al mago.

Krasus abandonó la silla de un salto

Unos tentáculos compuestos de la nochmás pura envolvieron el asiento dpiedra y lo cubrieron como habría

hecho con el mago si no se hubierapartado. Mientras éste se ponía en piepudo observar cómo los tentáculos sretiraban… sin que quedara rastro de l

silla.Al mismo tiempo que los primero

entáculos intentaron atraparlo, vario

más brotaron de lo que quedaba del orb



mágico. El mago tropezó al intentaretroceder; por primera vez en toda svida, estaba tan sorprendido que er

ncapaz de reaccionar.Finalmente, recobró la compostura

musitó unas palabras que ningún se

vivo había escuchado jamás; unapalabras que había leído fascinado perque nunca se había atrevido

pronunciar.Se produjo un centelleo y, actseguido, se materializó ante él una nubque se condensó hasta alcanzar l

consistencia del algodón, y que, dnmediato, fluyó hacia los tentáculos qu

seguían buscando al mago, y se cruz

con ellos en el aire.



Los primeros tentáculos que rozaroa suave nube se desintegraron

convirtiéndose en ceniza que s

desvaneció en cuanto tocó el sueloKrasus profirió un suspiro de alivio. Acontinuación, observó con horror com

a segunda tanda de tentáculos envolvísu contrahechizo.

—No puede ser… —masculló

ncrédulo—. ¡No puede ser!Al igual que los primeros tentáculohabían hecho con la silla, esoapéndices de ébano rodearon la nube, l

absorbieron y la devoraron.Krasus sabía muy bien a qué s

enfrentaba. Únicamente «el hambre si

fin», un conjuro prohibido, actuaba d



esa manera. Nunca había visto a nadianzar ese hechizo, pero cualquiera qu

hubiera estudiado las artes arcanas tant

iempo como él, habría reconocido sominoso poder. No obstante, aquesortilegio debía de haber sido alterado

a que el contrahechizo que habíescogido tendría que haberlneutralizado. Por un instante, pareci

que lograba detenerlo. Pero entonces sprodujo una siniestra transformación ea esencia de aquel tenebroso conjuro

La segunda tanda de tentáculos se acerc

a Krasus, a quien no se le ocurría cómevitar que se dieran un banquete con él.

Aunque se planteó la posibilidad d

huir de la cámara, sabía que aquell



monstruosa agonía lo perseguirímplacablemente, sin importar dónde s

escondiera, a lo largo y ancho de

mundo. Eso era lo que hacía tan horriblal «hambre sin fin»: la persecucióncesante a la que sometía a su víctim

erminaba por agotarla hasta que ésta srendía.

No. Krasus tenía que detenerlo ahí

en ese mismo momento.Conocía un encantamiento que quizpodría servirle en esas circunstanciasSi bien lo dejaría extenuado durant

varios días, posiblemente le libraría daquella terrible amenaza.

Claro que también podría matarl

con la misma facilidad que la tramp



que le había tendido Lord Prestor iba acabar con él.

Se hizo a un lado para evitar u

entáculo que intentaba alcanzarlo. Nenía tiempo para sopesarlo más. Krasu

contaba apenas con unos segundos par

formular el hechizo. «El hambre» no sdetenía, y, en ese instante, le cortaba lretirada y se disponía a rodearlo.

A cualquier persona normal lhabría dado la impresión de que eanciano mago había susurrado esapalabras en la lengua de Lordaeron

pero hablando al revés y enfatizando lasílabas incorrectas. Krasus pronuncicon sumo cuidado cada palabra

consciente de que el más mínimo error



en la situación tan apurada en que shallaba, supondría su fin. Estiró el brazzquierdo hacia la oscuridad que s

aproximaba e intentó concentrarsmientras aquel horror en expansión lenvolvía.

Las sombras se movían con mayoceleridad de la que el mago creíposible. Justo cuando las última

palabras salieron de su boca, «ehambre» lo atrapó. Un único y finentáculo se enredó entre los dedo

anular y corazón de la mano que tení

estirada. A pesar de que, en uprincipio, no sintió dolor, sus dedos sdesvanecieron ante sus ojos, dejand

unas heridas abiertas de las que manab



sangre.Pronunció como pudo la últim

sílaba del sortilegio en el precis

nstante en que la agonía se adueñrepentinamente de su cuerpo.

Un sol explotó en el interior de s

diminuto santuario.Los tentáculos se derritieron como e

hielo en un horno. La luz era ta

brillante que cegó a Krasus, pese a quenía los ojos cerrados, mientraluminaba hasta el rincón más recóndit la grieta más pequeña de la cámara. E

mago profirió un grito ahogado y cayó asuelo agarrándose la mano herida.

Un siseo asaltó sus oídos

desbocando aún más sus pulsaciones. U



calor increíble le chamuscó la pieKrasus rezó para sufrir una muertrápida.

El siseo derivó en un rugido cadvez más intenso; parecía que unerupción volcánica estuviese a punto d

estallar dentro de la cámara. El magntentó abrir los ojos, pero la lu

resultaba demasiado abrumadora

Adoptó la posición fetal y se preparpara lo inevitable.Entonces la luz se esfumó sin más,

una oscuridad silenciosa invadió l

cámara.En un principio, el mago maestro fu

ncapaz de moverse. Si «el hambre

volvía a por él en ese instante, se l



encontraría sin fuerzas para resistir suataques. Permaneció varios minutoumbado en el suelo, tratando d

recuperar la compostura y la corduraCuando finalmente lo logró, contuvo eflujo de sangre que manaba de s

espantosa herida.Krasus hizo un gesto con la man

sana sobre la mano herida, cerrando as

el corte. Nunca se curaría de la lesióque había sufrido. Nada que aqueenebroso conjuro tocara podí

regenerarse. Jamás. Al fin se atrevió

abrir los ojos. En un primer momentoaquella habitación a oscuras le parecimuy brillante; poco a poco, sus ojos s

fueron acostumbrando, y pudo distingui



un par de formas difusas que tomó pomuebles, pero nada más.

—Luz… —musitó el magullad

hechicero.Se produjo un estallido luminoso y

al instante, una diminuta esfer

esmeralda se materializó cerca deecho, proveyendo de una tenuluminación a la cámara. Krasu

examinó todo cuanto lo rodeabaConfirmó que las formas difusas quhabía entrevisto eran sus muebles. Sóla silla había sido destruida. En lo qu

al «hambre» respecta, había lograderradicar completamente su conjuro. Sbien había tenido que pagar un alt

precio por ello, el anciano mago habí



salido victorioso del choque.O tal vez no. Habían bastado apena

unos segundos para que se desatara u

cruento combate arcano, y no habísacado nada en claro del enfrentamientmágico. Su intento de sondear l

mansión de Lord Prestor se habísaldado con una derrota y un fracasabsolutos.

Y aun así… aun así…Krasus consiguió ponerse de pie duras penas e invocó una nueva silladéntica a la anterior. Se dejó caer sobr

ella jadeando. Tras examinar fugazmentsus dedos destrozados para cerciorarsde que habían dejado de sangrar

conjuró un cristal azul con el que, un



vez más, contemplo la morada del nobleUn presentimiento terrible cruzó por smente, una corazonada que, después d

odo lo que había acaecido, creía qupodría comprobar echando un vistazsin correr peligro.

Si, ahí estaban. Los rastros de magieran más que evidentes. Krasus losiguió, y observó cómo estaba

entrelazados. Debía tener muchcuidado sí no quería reactivar eponzoñoso hechizo del que acababa descapar.

Enseguida comprobó su corazonadaLa habilidad con que había sido lanzadel sortilegio del «hambre sin fin», l

manera tan compleja como había sid



alterada su esencia para contrarrestar sprimer contraataque, todo ello indicabque aquel hechicero poseía uno

conocimientos y una técnica musuperiores a los que tenían los miembrodel Kirin Tor, los mejores mago

humanos y elfos.Sin embargo, había otra raza qu

dominaba la magia desde mucho ante

que los elfos. —Sé quién eres… —consiguió deciKrasus entre jadeos, mientras invocabuna imagen del semblante orgulloso d

Prestor—. Sé quién eres, aunque tescondas tras esa forma.

Tosió y tomó aire. A pesar de que l

experiencia traumática que acababa d



sufrir lo había extenuado, el hecho ddescubrir la identidad de su enemigo ldesgarró por dentro y fue mucho peo

que cualquier conjuro. —Sé quién eres… ¡Alamuerte!



CAPÍTULOSIETE



D

uncan tiró de las riendas de scaballo para obligarlo

detenerse.—Tengo un mal presentimiento.Rhonin también experimentó esa mism

sensación, y eso, junto a sus sospechasobre lo que le había sucedido en lfortaleza, le llevó a preguntarse si lo quobservaban ahora estaba relacionado dalgún modo con su viaje.

Hasic se hallaba en lontananzasumida en el silencio. El mago n

ograba escuchar nada, no percibíninguna señal de actividad. Un puertcomo aquél debería bullir de ajetreo, d

ruidos fuertes capaces de llegar a oído



del lejano grupo de viajeros. Siembargo, aparte del canto de unocuantos pájaros, no se oía a ningún otr

ser vivo. —No hemos sido informados de qu

haya habido problemas en la ciudad —

e dijo el experimentado paladín Vereesa—. Si hubiera sido ashabríamos cabalgado hasta este puert

de inmediato. —Tal vez nos estemos dejandlevar por la ansiedad que ha suscitad

en nosotros el viaje a Hasic —observ

a forestal con un tono de voz cauto bajo.

Permanecieron quietos largo tiemp

hasta que, finalmente, Rhonin decidi



hacer algo al respecto. Para sorpresa dodos, conminó a su montura a avanzar

Estaba resuelto a llegar a Hasic, solo

acompañado del resto.Vereesa lo siguió rápidamente,

Lord Senturus, a su vez, siguió a est

raudo y veloz, como cabía esperarRhonin reprimió cualquier gesto qudenotase que le producía hilaridad qu

os Caballeros de la Mano de platapretaran el paso para colocarse podelante de él. Podía soportar siproblema su arrogancia y pomposida

un poco más, de un modo u otro, el magse separaría de sus indeseablecompañeros de viaje en cuant

alcanzaran el puerto.



Claro que todo eso sucedería… si epuerto aún seguía en pie.

Sus monturas reaccionaron mal ant

el silencio reinante, y mostraron unactitud cada vez más vacilante. En ciertmomento, Rhonin tuvo que espolear a s

corcel para que continuara avanzandoingún caballero se mofó del apuro qu

e estaba haciendo pasar su caballo.

Para su alivio, a medida que egrupo se fue acercando, se empezaron oír ruidos que provenían del puertoParecían martilleos. Escucharon voce

de personas que hablaban a gritos, ascomo el sonido de carros emovimiento. Todo eso no probaba gra

cosa, pero al menos era una evidenci



de que Hasic no se había vuelto unciudad fantasma.

Aun así, se aproximaron con sum

cautela, conscientes de que allí sucedíalgo raro. Vereesa y los caballeromantuvieron en todo momento sus mano

sobre las empuñaduras de sus espadapor si había que desenfundarlasMientras tanto, Rhonin repasab

diversos hechizos mentalmente. Nadisabía qué se iban a encontrar, pero todontuían que el misterio se revelarí

pronto.

En cuanto las puertas de la ciudaestuvieron a la vista, Rhonin divisó treformas ominosas que surcaban el cielo.

El caballo del mago se encabritó



Vereesa agarró las riendas de la monturde Rhonin y consiguió controlar acorcel. Algunos caballero

desenvainaron sus espadas, pero Duncaes indicó que envainaran de inmediato.

Momentos después, un trío de grifo

gigantescos descendió ante el grupo dviajeros: dos se posaron sobre las copade aquellos árboles enormes, y e

ercero aterrizó justo en medio desendero. —¿Quiénes sois vosotros qu

cabalgáis hacia Hasic? —preguntó s

inete, un guerrero barbudo de piebronceada que, pese a que no le llegabal hombro al mago, parecía capaz d

evantar por los aires no sólo a Rhonin



sino también a su caballo.Duncan se aproximó al grifo a

nstante.

—Saludos, jinete de grifos. SoLord Duncan Senturus, de la orden dos Caballeros de la Mano de Plata,

guío a este grupo de viajeros hacia epuerto. Si me permite la pregunta, mgustaría saber qué desgracia ha caíd

sobre Hasic.El enano estalló en unas carcajadarudas y desagradables. Su aspecto nera rechoncho como el de sus primos d

ierra; recordaba más bien a un guerrerbárbaro que hubiera sido capturado aplastado hasta ser reducido a la mita

de su tamaño. Éste en concreto, poseí



unos hombros más anchos que los de lorobustos caballeros y unos músculos quparecían tener vida propia. Su rostro

robusto y tenaz, estaba coronado por unmelena desaliñada que el viento agitaba

—Si un par de dragones s

considera una desgracia, entonces sHasic la ha sufrido. Llegaron aquí hacres días y destrozaron y quemaron tod

o que encontraron a su paso. Si no fuerporque mi vuelo llegó a la ciudad esmisma mañana, ahora no quedaría nadntacto en ese valioso puerto, humano

Apenas habían iniciado su orgía ddestrucción, cuando los atacamos por eaire. Fue una batalla gloriosa, pese

que ese día perdimos a Glodin —



rememoró el enano, al tiempo que él sus compañeros se golpeaban con epuño a la altura del corazón—. Que s

espíritu siga luchando orgulloso pooda la eternidad.

—Nosotros también vimos u

dragón prácticamente a la vez quvosotros —le interrumpió Rhoninemeroso de que el trío se entregara

uno de esos lamentos funerarios de loque tanto había oído hablar— Un orclevaba las riendas. Tres enanos com

vosotros lucharon contra él…

El líder de los jinetes de grifos mircon el ceño fruncido al mago en cuanteste abrió la boca, pero al menciona

que habían tenido que batallar con otr



dragón, los ojos del enano se iluminaro una amplia sonrisa surcó su rostro.

—¡Esos enanos éramos nosotros

humano! Perseguimos a ese repticobarde y lo derribarnos. Ése tambiéfue un combate peligroso. Ése de ah

Molok —dijo, señalando a un enanfornido y un poco calvo que se hallaben la copa del árbol situado a la derech

de Rhonin—, perdió un hacha excelentepero, al menos, todavía conserva smartillo, ¿verdad Molok?

—Preferiría afeitarme la barba ante

que perder mi martillo, Falstad. —Sí, esos martillos impresiona

mucho a las damas, ¿eh? —replic

Falstad, soltando una risita ahogada.



Entonces, el enano se percató de lpresencia de Vereesa, y sus ojocastaños brillaron con intensidad.

—Pero ¿qué tenemos aquí? ¡Si srata de una hermosa dama elfa! —

exclamó, y acto seguido, intentó hace

una reverencia torpemente pese a quseguía subido a lomos del grifo—. SoFalstad, atracador de dragones. A s

servicio, dama elfa.Rhonin recordó que la raza elfa dQuel’Thalas era la única en que lobárbaros enanos del Pico Nida

confiaban de verdad. Claro que ésa nparecía ser la razón por la que Falstaestaba tan concentrado en Vereesa; a

gual que Senturus, el jinete de grifos l



encontraba muy atractiva. —Saludos, Falstad —correspondi

con solemnidad la forestal de pel

plateado—. Os felicito por esa victoriganada con suma justicia. Batir a dodragones es un gran triunfo par

cualquier grupo de vuelo. —Oh, a eso nos dedicamos. Es l

que hacemos todos los días, ¡todos lo

días! —repuso, mientras se inclinabodo cuanto podía—. Por esta zona aúno habíamos tenido el honor de recibia visita de ningún miembro de tu nobl

pueblo, y mucho menos de una elfa tahermosa como tú. ¿En qué puedservirte este insignificante guerrero?

A Rhonin se le erizaron los pelos de



cogote. Más que por las palabras quhabía pronunciado, por el tono con quas había dicho, por el que cabía deduci

que le estaba ofreciendo algo más que sayuda. Aquello no debería perturbar amago, pero por alguna extraña razón l

nquietó.Al parecer Duncan Senturus tuvo l

misma intuición, ya que se apresuró

responder: —Aunque te agradecemos que noofrezcas tu ayuda, probablemente no lnecesitaremos, ya solo nos queda llega

hasta el barco que aguarda a este magpara que puada abandonar nuestracostas.

Por la respuesta que acababa de da



el paladín, se podía deducir que Rhonihabía sido exiliado de Lordaeron. Poeso mismo, el mago, presa de l

frustración, apretó con fuerza los diente agregó:

—La Alianza me ha encomendad

una misión de observación reconocimiento.

A Falstad no pareció impresionarl

mucho esta información del mago. —No tenemos ninguna razón parmpedirte que entres en Hasic y busque

ese navío, humano, pero verás que n

quedan muchos barcos intactos tras eataque de los dragones. Es probable quel que buscas esté flotando en el mar.

A Rhonin ya se le había pasado po



a cabeza esa posibilidad, pero el hechde oírla de labios del enano lo abrumóSin embargo, su misión no podí

concluir tan pronto con una derrota. —Tendré que comprobarlo. —Entonces nos apartamos d

vuestro camino —dijo Falstad, quieespoleó a su montura para que avanzar sonrió tras posar su mirada sobr

Vereesa una vez más—. Ha sido uplacer, mi dama elfa.Mientras la forestal asentía, el enan

su montura se elevaron en el cielo. La

alas colosales provocaron un viento quevantó polvo que se metió en los ojo

de los viajeros. Asimismo, los caballo

retrocedieron, a pesar de estar curtido



en mil batallas, en cuanto el grifo que shallaba tan cerca de ellos despegó. Acontinuación, los demás jinetes s

unieron a Falstad en el firmamento, dal modo que los tres grifos rápidament

fueron menguando de tamaño en el cielo

Rhonin observó cómo aquellas siluetacada vez más difusas viraban haciHasic y, acto seguido, se alejaban a un

velocidad increíble.Duncan escupió el polvo que lhabía entrado en la boca; por sexpresión se podía deducir que no tení

en mucha más alta estima a los enanoque a los magos.

—Cabalguemos, tal vez la fortun

aún nos sonría.



El hedor a quemado perturbó losentidos agudizados del mago. No todo que los dos leviatanes había

carbonizado era de madera. ¿Cuántohabitantes de Hasic habían perecido eese ataque aéreo? Por un lado, Rhoni

era consciente de que los orcos actuabapor pura desesperación, ya quseguramente, a esas alturas, ya sabía

que sus opciones de ganar la guerra sreducían a cero; por otro lado, esamuertes exigían ser vengadas.

Curiosamente, varías zonas cercana

al puerto parecían intactas. Rhoniesperaba encontrarse un panorammucho peor, pero, aparte de cierta rabi

contenida que podía apreciarse en lo



rabajadores del puerto con los que scruzaban, ahí no daba la impresión dque Hasic hubiera sido atacada.

—Quizá el barco que debe llevarmno ha sufrido daños a pesar de todo —lmurmuró a Vereesa.

—Por lo que estoy viendo, lo dudmucho.

El mago contempló el puerto

centrándose en el lugar que señalaba lforestal. Rhonin entrecerró los ojosmientras intentaba identificar qué estabviendo exactamente.

—Es el mástil de un barcohechicero —le informó Duncan cocierta brusquedad—. El resto del naví

así como su valiente tripulación debe



estar bajo el agua.Rhonin se mordió la lengua para n

soltar una maldición. Observó co

detenimiento el puerto y divisó trozos fragmentos de madera y de otromateriales flotando sobre la superfici

del mar, procedentes de más de undecena de barcos, o eso sospechó emago. Entonces se percató del motiv

por el cual el puerto había resistido: loorcos debían haber dirigido sumonturas para que atacaran los navíode la Alianza primero, porque n

querían que estos escapasen. Nobstante, esto no explicaba por qué laafueras de Hasic habían sufrido un

destrucción mucho mayor que el centr



de la ciudad, sin embargo, quizás lomayores estragos se habían producidras la llegada de los jinetes de grifos

o era la primera vez que uasentamiento se veía envuelto en unviolenta batalla y sufría la

consecuencias. Aun así, la devastaciópodría haber sido mucho peor si loenanos no hubieran aparecido, porqu

os orcos habrían arrasado el puerto matado a todo aquel que se interpusieren su camino.

Ninguna de estas hipótesis le servía

para resolver el problema máacuciante: se había quedado sin barco eel que viajar a Khaz Modan.

—Tu misión ha concluido, mago —



Espero que todo te vaya bien —le dijo, a continuación, se volvió hacia la elf

para añadir—: Y a ti también, fores…

Vereesa. Eres un buen ejemplo de lgrandeza elfa.

La elfa parecía desconcertada.

—No pienso abandonarte a tu suerte —Pero tu misión… —Todavía no ha concluido. M

conciencia me dicta que no pueddejarte en la estacada. Si aún quierelegara Khaz Modan, haré todo cuant

pueda por ayudarte… Rhonin.

De repente, Duncan se enderezó esu silla de montar.

—Ciertamente, nosotros tampoc

podernos dejar las cosas así. Juro po



nuestro honor que si crees que merece lpena proseguir con esta misión, micompañeros y yo también haremos tod

o posible por dar con un medio dransporte que te lleve a tu destino.

Si bien a Rhonin le había agradad

mucho que Vereesa hubiera decididquedarse con él por el momento, no lhabría importado lo más mínimo que lo

Caballeros de la Mano de Plata hubierapreferido largarse. —Te lo agradezco, mí señor, per

aquí os necesitan. ¿No sería mejor qu

vuestra orden ayudara a los habitantehonrados de Hasic a recuperarse deataque?

Por un instante, llegó a creer que s



había librado del vetusto guerrero. PerDuncan, tras meditarlo bastante, anuncial fin:

—Por una vez, tus palabracontienen una gran verdad, mago. Nobstante, creo que podemos ocuparno

anto de que lleves a cabo tu misiócomo de que Hasic se beneficie dnuestra presencia. Mis hombre

ayudarán a sus ciudadanos a recuperarsde esta tragedia mientras yo me encargde buscarte un navío. Así todo el mundestará contento, ¿eh?

Rhonin asintió, derrotado. A su ladoVereesa reaccionó con entusiasmo:

—Sin duda, tu ayuda será mu

valiosa, Duncan. Gracias.



Después de que el anciano paladíhubiera enviado a sus caballeros ayudar a los habitantes de Hasic, él

Rhonin y la forestal debatierobrevemente sobre cómo iban a buscar umedio de transporte para que el mag

pudiera proseguir con la misiónFinalmente, acordaron que si sseparaban, cubrirían más terreno, y que

más tarde, se reunirían los tres parcenar y discutir las posibilidades coque contaban. Aunque resultaba obvique Lord Senturus dudaba que alguno d

ellos pudiera localizar un navídispuesto a viajar a Khaz Modancumpliría su promesa por su lealtad

Lordaeron y la Alianza, y también



quizá, porque se había encaprichado dVereesa.

Rhonin peinó la zona norte de

puerto, en busca de cualquier barca mágrande que un bote. Enseguidcomprobó que los dragones habían sid

muy concienzudos, y a medida que el dídaba paso a la noche se fue dandcuenta de que no había nada que hacer

La frustración lo fue dominando poco poco, hasta llegar a un punto en que nenía muy claro qué le molestaba más

no encontrar un medio de transporte

que ese grandioso caballero diera con lsolución a sus tribulaciones.

A pesar de que un mago contaba co

diversos métodos para desplazarse



unas distancias tan largas, únicamente eegendario, y al mismo tiempo maldito

Medivh sabía utilizarlos con plena

maestría y confianza. Aunque Rhonifuera capaz de lanzar el conjuro coéxito, se arriesgaba no sólo a qu

cualquier brujo orco pudiera detectarlosino a no llegar al destino previstdebido a fluctuaciones mágica

nesperadas, causadas por laemanaciones arcanas procedentes de lregión donde se hallaba el PortaOscuro. Rhonin no quería materializars

en un volcán activo. Pero ¿de qué otrmodo iba a poder viajar?

Mientras intentaba encontrar l

respuesta, Hasic se fue recuperando de



ataque. Las mujeres y los niñoreunieron todos los restos de barcos quflotaban en el puerto, apartaron aquell

que parecía tener alguna utilidad amontonaron lo inservible pardeshacerse de ello más adelante. Un

unidad especial de la guardia municipanspeccionó la costa en busca de lo

cadáveres de los marineros ahogado

que se habían hundido con sus barcosLos habitantes de Hasic se quedabamirando fijamente al sombrío magataviado con ropajes oscuros qu

caminaba entre ellos, y algunos padreapartaban a sus hijos de él cuando éstpasaba a su lado. De vez en cuando

Rhonin sorprendía un rostro que parecí



echarle la culpa de lo sucedido, como sde alguna manera, él fuera eresponsable del terrible ataque qu

habían sufrido. Ni siquiera en unacondiciones tan desesperadas extremas, la plebe olvidaba su

prejuicios y miedos contra los qudominaban las artes arcanas.

Un par de grifos voló por encima d

él; los enanos vigilaban la zona por sacaso se producía otro ataque. Rhonidudaba que aquella región fuera uobjetivo prioritario para los dragones

os orcos habían tenido que pagar ualto precio en su último asalto. Falstad sus compañeros habrían sido de má

ayuda si hubieran aterrizado para ayuda



a los supervivientes; pero el receloshechicero sospechaba que los enanosque no eran los aliados más simpático

de Lordaeron precisamente, preferíasurcar el cielo y mantenerse al margenSí hubieran tenido una buena razón par

hacerlo, seguramente ya habríaabandonado Hasic…

¿Y si alguien les sirve en bandej

esa buena razón?, se dijo. —Por supuesto… —mascullRhonin.

Observó cómo las dos criaturas

sus respectivos jinetes descendían haciel suroeste. ¿A quién, salvo esos enanospodría tentarle su oferta? ¿Quién, apart

de ellos, estaba lo bastante loco par



aceptarla?Sin preocuparse lo más mínimo d

o poco digno que pudiera parecer s

comportamiento, Rhonin salió corrienddetrás de aquellas figuras que se perdíaen lontananza.

Vereesa abandonó el extremo sur d

os muelles con una sensación drepugnancia. No sólo por no habeogrado su objetivo, sino porque, dodos los asentamientos humanos qu

había visitado hasta entonces, Hasic eruno de los más hediondos. Y no tenínada que ver con el desastre qu

acababa de acaecer ni con el olor



pescado. Hasic apestaba. Si bien lmayoría de los humanos tenía el sentiddel olfato un tanto atrofiado, lo

habitantes de aquella ciudad carecían ddicho sentido. La forestal queríalejarse de ese lugar, ansiaba regresa

con su gente para que le designaran unmisión más importante; sin embargohasta que no se sintiera satisfecha po

haber hecho todo cuanto podía poayudar a Rhonin, Vereesa no smarcharía de allí con la concienciranquila. No obstante, daba l

mpresión de que el mago no iba a podecontinuar su viaje y llevar a cabo unmisión que ahora estaba segura de qu

no era de mera observación. El mag



esos objetos habría dejado a más de uelfo o humano exhausto por el esfuerzoFalstad los llevaba con la facilida

propia de su raza. —Saludos, maese Falstad. —¡Por favor! Mis amigos me llama

simplemente Falstad. No soy maestro dnada, sólo soy dueño de mi prodigiosdestino.

—A mi mis amigos me llamasimplemente Vereesa…Pese a que el enano parecía pagad

de sí mismo, había algo en su forma d

comportarse que hacía imposible que ncayera bien, aunque no tan bien comFalstad esperaba caerle a la elfa. N

ntentaba disimular que ella l



nteresaba, incluso se permitía ldesfachatez de recorrerla con la miradade vez en cuando, del cuello para abajo

La forestal decidió cortar por lo sano dnmediato.

—Pero dejan de ser mis amigo

desde el momento en que no me tratacon el mismo respeto que yo ledispenso.

Los oscuros orbes que conformabaos ojos del enano se encontraron coos ojos de la elfa, y Falstad fingió n

darse por aludido ante las insinuacione

de Vereesa. —¿Cómo ha ido tu búsqueda de u

medio de transporte para que el mag

pueda surcar el mar, mi dama elfa? Y



diría que no muy bien, nada bien. —No va nada bien. Al parecer, lo

únicos navíos que no resultaron dañado

partieron en cuanto pudieron hacicostas más seguras. Hasic ahora es upuerto inútil…

—Es una lástima, sí, una lástimaPropongo que sigamos hablando de ellcon una buena jarra de licor en la mano

¿Qué te parece?La elfa reprimió la leve sonrisa qua jovial persistencia del enano habí

despertado en ella.

—Tal vez en otra ocasión. Todavíengo que llevar a cabo una misión, ú… —respondió Vereesa, señalando e

saco— creo que también tienes cosa



el enano se dio la vuelta, tiró el saco asuelo y empuñó el martillo de tormentaSe movía con una rapidez impropia d

alguien de su constitución y tamaño, dmodo que, a pesar de que Vereesa saliras él inmediatamente, Falstad ya l

levaba media calle de ventaja.Vereesa desenvainó su espad

mientras apretaba el paso. Los grito

eran cada vez más estridentes, y tuvo lncómoda sensación de que uno de loque discutía era Rhonin.

La calle dio paso enseguida a una d

as zonas devastadas por los dragonesAllí, unos jinetes de grifos aguardaban su líder, y el mago había decidid

ncordiarlos por alguna inexplicabl



razón. Si bien a menudo se consideraba los magos unos dementes, Rhonin teníque ser uno de los más tarados si s

creía a salvo discutiendo con esobárbaros enanos.

De hecho, uno de ellos ya habí

agarrado al mago humano de la túnica o había levantado unos treint

centímetros por encima del suelo.

—¡Te he dicho que nos dejes en pazbrujo nauseabundo! ¡Pero como parecque tienes las orejas de adorno, supongque no te importará que te las arranque!

—¡Molok! —le llamó Falstad—¿Qué ha hecho este hechicero parenfadarte tanto?

El enano que sostenía a Rhonin en e



aire, que podría haber sido el hermangemelo de Falstad si no fuera por lcicatriz que le surcaba la nariz y por s

aspecto mucho menos guasón, se volvihacia su líder:

—Este tipejo ha seguido a Tupan

os demás. Primero, al campamentbase; luego, a pesar de que Tupan lpidió que lo dejara en paz y se alej

volando de él, lo siguió hasta aquí, hastel punto de encuentro acordado. Le hdicho tres veces ya que se largue, pereste humano no me hace caso. H

pensado que quizá capte el mensaje sve las cosas de una perspectiva un pocmás «amplia» pero para eso tiene qu

estar un poco más alto.



—Hechiceros… —masculló el lídede aquel vuelo—. No sabes cuánto tcompadezco, mi dama elfa.

—Dile a tu compañero que lo bajeo me veré obligada a demostrarle hastqué punto es superior una buena espad

elfa a su martillo.Falstad se giró, parpadeando. Mir

de hito en hito a la forestal, como si l

viera por primera vez. Posó la miradfugazmente sobre la hoja reluciente, uego volvió a contemplar los ojo

entornados y cargados de determinació

de la elfa. —Serías capaz de hacerlo, ¿verdad

Serías capaz de defender a es

aberración de aquellos que han sid



buenos amigos de tu pueblo desdmucho antes de que los humanoexistieran.

—No hace falta que me defienda —e espetó Rhonin.

El mago, cuyos pies no tocaban e

suelo, parecía más enfadado quemeroso, a pesar de hallarse en un

situación muy apurada. Quizá no fuer

consciente de que Molok podría partirlfácilmente la espalda. Entonces, Rhoniañadió:

—Hasta ahora he mantenido a ray

mi furia, pero…Cualquier cosa que dijera en aque

momento solamente serviría par

provocar una pelea. Vereesa actuó co



presteza: hizo callar a Rhonin con ugesto de su mano y se colocó entrFalstad y Molok.

—¡Esto es inadmisible! La Hordodavía no ha sido destruida del todo, a nos estamos lanzando al cuello uno

contra otros. ¿Es así como debecomportarse unos aliados? Ordena a esguerrero que lo suelte, Falstad, para qu

podamos resolver esto de manerrazonable, y no dejándonos llevar por lra.

—Sólo es un hechicero… —

masculló el líder de los jinetes dgrifos.

Finalmente, asintió, e hizo una señ

a Molok para que soltase a Rhonin.



El enano cumplió la orden de su jefcon reticencia. El mago se alisó lúnica y se pasó la mano por el pelo

manteniendo en todo momento lcompostura. Vereesa rezó para quconservara la calma.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó lelfa al mago.

Les he hecho una propuesta mu

fácil de entender, nada más. El hecho dque hayan reaccionado así demuestrque son unos bárbaros…

—¡Quiere que lo llevemos voland

a Khaz Modan! —se indignó Molok. —¿Se lo has pedido a los jinetes d

grifos? —inquirió incrédula Vereesa.

Admiraba la audacia de Rhonin



aunque quizá habría que denominarlamás bien, temeridad. Cruzar el mavolando, a lomos de una de aquella

bestias… y sin ser el jinete, yendagarrado al enano que llevara lariendas, era cuanto menos arriesgado

Además, si se había arriesgado ntentar convencer a Molok y los demá

de que lo llevaran a Khaz Modan, ya n

cabía duda de que su misión debía sebastante más importante de lo que habídado a entender. No era de extrañar quos enanos lo tomaran por loco.

—Los creía capaces de realizar unproeza de ese calibre y lo bastantosados para atreverse a hacerlo, per

está claro que me equivocaba.



Sus palabras ofendieron a Falstad. —¡Si estas insinuando que somo

unos cobardes, seré yo quien te rompa l

espalda! No hay raza más audaz, ni guerrero

más poderosos, que los enanos del Pic

idal. Es cierto que no queremolevarte a Grim Batol, pero no porquemamos a los orcos o dragones que l

protegen; sino porque no deseamos estaunto a un mago como tú más tiempo deestrictamente necesario.

Pese a que Vereesa temía que s

protegido reaccionara violentamentante la contestación del enano, Rhonise limitó a fruncir los labios, como s

esperara esa respuesta.



La forestal recordó los prejuicios dos que Falstad había hecho gala, d

palabra y obra, sobre los magos,

dedujo que Rhonin debía de habesoportado a lo largo de casi toda su videsa clase de prejuicios.

—He de completar esta misión poel bien de Lordaeron —replicó el mag—. Eso es lo único que deberí

mportar… pero ya veo que no es así.Dio la espalda a los enanos y salejó.

Vereesa, quien no dejó en ningú

momento de sujetar con fuerza sespada, tomó una decisión a ldesesperada, sustentada en su

sospechas de que la misión d



observación y vigilancia de Rhonin ermás importante de lo que parecía.

—¡Espera, mago!

Rhonin se detuvo, sorprendido poel grito. Sin embargo, la forestal no sdirigió a él, sino al líder de los jinete

de grifos. —Falstad, ¿no hay ningun

posibilidad de que nos pudierais acerca

o más posible a Grim Batol? Si no lhacéis, Rhonin y yo habremos fracasaden nuestra misión.

El semblante del enano s

ensombreció. —Creía que el mago quería viaja

solo a Khaz Modan.

Vereesa le lanzó una mirad



cómplice, con la esperanza de quRhonin, quien la observaba con muchatención, no malinterpretara lo que iba

decir a continuación. —¿Qué posibilidades tendrá est

mago de sobrevivir en cuanto se enfrent

a un hacha orca? Quizá pueda derrotar un par de esos monstruos con suconjuros, pero si logran acercarse a é

necesitará a su lado a alguien diestrcon la espada.Falstad observó cómo la elf

empuñaba la hoja, y, acto seguido, l

expresión de preocupación sdesvaneció de su rostro.

—Por lo que veo, cuenta ya co

alguien diestro con la espada, aunqu



estoy seguro de que ésa es una más dsus muchas habilidades —repuso eenano.

A continuación, Falstad miró Rhonin y, después, a sus hombres. Tirde su larga barba y volvió a posar l

mirada sobre Vereesa. —No estoy dispuesto a mover u

dedo por él, pero por ti… y por l

Alianza de Lordaeron… estoy más qudispuesto. ¡Molok! —¡Falstad! No puedes hablar e

serio…

El líder de los enanos se acercó a samigo y le rodeó el hombro con ubrazo. Molok estaba pasmado.

—Vamos a hacerlo por el bien de l



Alianza, hermano. Para que termine lguerra. Piensa en todo lo que vas fanfarronear con esto. Quizá matemos

un par de dragones por el camino podamos añadir esa hazaña a nuestrgloriosa leyenda. ¿Qué me dices?

Finalmente, Molok se calmó, asinti masculló:

—Supongo que serás tú el encargad

de llevar a la dama a lomos de un grifo¿no? —Como los elfos son nuestros má

antiguos aliados y yo soy el líder de est

vuelo, así será. Esa obligación mcorresponde a mí en virtud de mi rang¿verdad, hermano?

Esta vez, Molok sólo asintió



Aunque su mirada iracunda expresabusto lo contrario.

—¡Estupendo! —exclamó Falstad

quien se volvió hacia Vereesa—. Unvez más los enanos del Pico Nidaacuden al rescate. Esto hay qu

celebrado con un trago, con un par darras de cerveza, ¿eh?

Todos los enanos, incluido Molok

se animaron ante tal sugerencia. Lforestal se percató de que Rhonin habrípreferido marcharse en ese momentopero el mago decidió que era mejor n

decir nada. Vereesa le había conseguidel medio de transporte que necesitabpara alcanzar la costa de Khaz Modan

con el que podría incluso acercarse



Grim Batol, así que lo menos que podíhacer él era mostrar su gratitud a todoos que le iban a ayudar. Aunque er

consciente de que a Falstad y sus amigoes habría gustado librarse de Rhonin, l

forestal dio gracias en silencio po

poder hablar durante el viaje coalguien que no fuera un jinete de grifos.

—Será un placer compartir uno

ragos con vosotros —replicó al fin lella—. ¿No es así, Rhonin? —Sí, será un placer.El mago pronunció estas palabra

con el entusiasmo propio de alguien quha descubierto algo hediondo en ezapato que acaba de calzarse.

—¡Excelente! —exclamó Falstad



cuanto ésta hizo ademán de seguir a loenanos, la apartó a un lado con gestorvo.

—¿En qué estabas pensando? —lsusurró el mago pelirrojo—, ¡Voy viajar a Khaz Modan yo solo!

—No habrías tenido ningunoportunidad de llegar allí sí yo nhubiera mencionado que iba

acompañarte. Ya viste cómreaccionaron los enanos a tu propuesta. —No sabes en qué lío te está

metiendo, Vereesa.

La forestal acercó su cara a escasocentímetros del mago, retándolo.

—Entonces, ¿por qué no me l

explicas? Tu misión consiste en alg



más que vigilar Grim Batol. Tramaalgo, ¿verdad?

Cuando Rhonin se disponía

responder, alguien los llamó. Ambos svolvieron y divisaron a DuncaSenturus, quien se aproximaba haci

ellos.En ese instante, la elfa se dio cuent

de que no había pensado en el paladí

cuando intentó convencer a Falstad dque debía llevarles tanto a Rhonin coma ella al otro lado del mar. Conocíbastante bien a aquel caballero com

para saber que insistiría eacompañarlos.

Probablemente, al mago todavía n

se le había pasado esa posibilidad po



a cabeza, ya que su furia seguícentrada en la forestal.

—Seguiremos hablando sobre est

asunto cuando estemos a solas, Vereesapero que te quede claro que, en cuantleguemos a la costa de Khaz Modan

seguiré yo solo. Regresarás con nuestrbuen amigo Falstad, y que ni se te ocurrpensar que me acompañarás más allá…

Sus ojos estallaron en llamasLiteralmente. La leal elfa no pudo evitaretroceder un par de pasos, estupefacta.

—… porque, si no, yo mismo t

enviaré de vuelta aquí.



CAPÍTULOOCHO



S

e aproximaban a Grim Batol. Nekros sabía que ese día tení

que llegar. Desde la catastrófica derrotde Martillo Maldito y el grueso de lHorda, era consciente de que, algún día

os victoriosos humanos y sus aliadodecidirían avanzar sobre los restos das fuerzas orcas que permanecían e

Khaz Modan. Si bien era cierto que lAlianza de Lordaeron tuvo que ganarscada centímetro de terreno conquistadcon uñas y dientes, al fin lo había

ogrado. Nekros podía imaginarse ya aquellos ejércitos acumulándose en lafronteras.

Sin embargo, esos ejércitos no iba



a atacarlos de inmediato, sino quesperaban debilitar aún más a los orcosSegún Kryll, quien no tenía ningú

motivo para mentir en esta ocasión, loaliados habían urdido un plan pariberar o aniquilar a la reina de lo

dragones. Aunque el goblin no sabíexactamente cuántos hombres habíaenviado para esa misión, Nekro

pensaba que una operación tamportante requeriría la intervención deal menos, un regimiento de caballeros forestales elegidos exprofeso, apoyado

seguramente, por magos muy poderososAdemás, había recibido informes qudetallaban que se había incrementado l

actividad militar en el noroeste.



El orco alzó el talismán. Ni siquierel Alma de Demonio le permitirídefender como era debido aquell

guarida, y a estas alturas no podíesperar que su cabecilla lo ayudaraZuluhed estaba preparando al grueso d

sus seguidores para la masacre qupresumiblemente se iba a perpetrar en enorte. Entretanto, unos pocos acólito

vigilaban las fronteras meridional occidental, no obstante, Nekros teníanta fe en ellos como en la estabilida

mental de Kryll. Como siempre, tod

dependía del orco mutilado y de ladecisiones que éste tomara.

Cojeó por el pasadizo de piedr

hasta llegar al lugar donde solía



reunirse los jinetes de dragones. Entros pocos veteranos que seguían vivos

había uno en quien Nekros confiab

especialmente: uno que siemprcabalgaba en cabeza en todas labatallas.

Enormes guerreros se apiñaban eorno a la mesa central de la sala, dond

hablaban sobre los combates, comían

bebían y jugaban a los huesos. Por ebullicio desatado, cabía deducir qualgunos estaban disfrutando de unbuena partida. Aunque a los jinetes n

es hacía ninguna gracia que lonterrumpieran, a Nekros no le quedab

más remedio que hacerlo.

—¡Torgus! ¿Dónde está Torgus?



Algunos guerreros miraron en sdirección, profiriendo gruñidoracundos con los que le advertían qu

más le valía que la interrupcióestuviera justificada. El orco con unpierna de madera mostró los dientes co

gesto amenazador, y frunció sprominente ceño. A pesar de habeperdido una extremidad, él había sid

elegido líder de Grim Batol, él y nadimás; por tanto, todos, incluso los jinetede dragones, debían tratarlo como tal.

—¿Y bien? Será mejor que algun

de vosotros diga algo, o tendré que darlde comer a la reina de los dragonevuestros cuerpos desmembrados.

—Aquí estoy, Nekros…



Caminaba con la confianza propia de ucampeón orco, y con todo el derechopuesto que, bajo su guía, su dragón habí

desatado más caos, matado a más jinetede grifos y provocado la huida de máhumanos que el resto de sus hermanos

Del arnés que llevaba en la cintura y deque colgaba su hacha, pendían variansignias y medallones de los Martill

Maldito y los Puño Negro, por no hablade los distintivos de líderes de clacomo Zuluhed.

—¿Qué quieres, anciano? Sí hubier

sacado otro siete, les habría desplumada todos. Así que más te vale que se tratde algo importante.

—Se te adiestró para combatir



omos de un dragón para librar grandebatallas —le espetó Nekros, quien nestaba dispuesto a permitir que nadie, n

siquiera ese orco tan colosal, lhumillara—. A menos que hayadecidido abandonar el noble arte de l

guerra por el despreciable vicio deuego y las apuestas.

Mientras que algunos jinete

murmuraron entre sí, Torgus parecíntrigado. —¿Se trata de una misión especial

¿De algo mejor que achicharrar a uno

miserables campesinos humanos? —Si, una misión en la que quiz

puedas abrasar a unos cuantos soldado

a un par de magos. ¿Eso es más de t



gusto?Los bestiales orbes rojos qu

conformaban sus ojos se entornaro

cuando respondió: —Cuéntame más, anciano…

Rhonin había conseguido un medide transporte que lo llevara a Kha

Modan, lo cual debería haberlsatisfecho, pero a cambio había tenidque pagar un precio que se le antojabdemasiado alto. Si ya le fastidiab

bastante tener que tratar con los enanosa quienes caía tan mal como ellos lcaían a él, el hecho de que Verees

porfiase en que debía acompañarlo —



aunque tenía que reconocer que era usubterfugio necesario para obtener lcolaboración de Falstad— habí

rastocado totalmente sus planes. Una dsus prioridades era viajar a Grim Batosolo, sin camaradas inútiles qu

entorpecieran su labor, para narriesgarse a revivir la catástrofe qusobrevino en su anterior misión.

No deseaba más muertes sobre sconciencia.Para empeorar aún más las cosas, s

acababa de enterar de que Lord Dunca

Senturus había logrado convencer dalgún modo al testarudo de Falstad parque le llevaran con ellos.

—Esto es una locura —repiti



Rhonin por enésima vez—. No hacfalta que venga nadie más.

Mientras tanto, los jinetes de grifo

se preparaban para llevarlos al otrado del mar. Nadie escuchaba al mago

nadie se tomaba la molestia de oír su

palabras. Por las miradas que Falstad lhabía lanzado últimamente, Rhonin llega sospechar que si seguía protestando

acabaría siendo el único que se quedaren tierra, por muy absurdo qupareciera.

Duncan se había reunido con su

hombres y designado a Roland, a quieestaba transmitiendo en esos momentouna serie de órdenes, comandante de

grupo en su ausencia. El veteran



caballero barbudo entregó a su segundal mando, que era bastante más joveque él, un objeto que parecía u

medallón o algo similar. Rhonin nprestó mucha atención, pues loCaballeros de la Mano de Plata tenía

mil ritos distintos para cada ocasión pofútil que fuera. Vereesa, quien se hallaba la vera del mago, le susurró:

—Duncan le ha entregado a Rolansu sello de mando. Si le sucediera algal anciano paladín, Roland ocuparía sugar en el escalafón de la orden d

forma permanente. Los Caballeros de lMano de Plata prefieren dejar este tipde cosas bien atadas.

El mago se volvió para hacerle un



pregunta a la elfa, pero ésta ya se habíalejado de él. La forestal lo trataba dun modo mucho más formal y frío desd

que él la había amenazado entrsusurros. Rhonin no quería hacer nadque obligase a la elfa a volver con lo

suyos, y menos aún que le ocurriera uncalamidad a la forestal en el transcursde la misión. Tampoco le deseab

ningún mal a Duncan Senturus, aunquenía que reconocer que probablementel paladín tenía más posibilidades dsobrevivir en el interior de Khaz Moda

que él mismo. —Es hora de despegar —anunci

Falstad—. Ya ha salido el sol y lo

ancianos se han levantado para cumpli



con sus quehaceres cotidianos. ¿Estamoistos?

—Estoy preparado —contest

Duncan con una gran solemnidad. —Yo también —respondió co

presteza el ansioso hechicero, que n

quería ser el causante de un posiblretraso.

Si hubieran hecho las cosas a s

manera, él y un jinete habrían partido lnoche anterior, pero como Falstad habínsistido en que los animale

necesitaban descansar toda la noch

después de todo lo que habían hechaquel día, y como los enanos aceptabasin rechistar todo lo que su líder decía

pues…



—Entonces, montemos —dijo eovial enano, quien sonrió a Vereesa y

acto seguido, le ofreció la mano—. ¿M

permite, mi dama elfa?La forestal subió al grifo de Falsta

con una sonrisa en los labios. Entretanto

Rhonin procuraba disimular smalhumor. Habría preferido que ellviajara con cualquier otro enano meno

él, pero sabía que si hacia algúcomentario al respecto, quedaría comun necio. Además, ¿qué le importaba él con quién viajaba la forestal?

—Date prisa, mago —le apremiMolok—. Quiero acabar este viajcuanto antes.

Duncan, quien en esta ocasión no ib



ataviado con una armadura tan pesadase montó detrás de uno de los jinetes quno llevaban un pasajero consigo. Lo

enanos respetaban al paladín, aunque nes cayera bien, porque era u

compañero de armas. Sabían que lo

miembros de aquella orden sagradcombatían con bravura y destreza en ecampo de batalla, lo cual, precisamente

había facilitado que Lord Senturus loconvenciera de que debía viajar coellos.

—Agárrate fuerte si no quiere

acabar siendo pasto de los peces —ladvirtió Molok a Rhonin.

Dicho esto, el enano espoleó a s

grifo para que avanzara… y despegara



El mago se agarró lo mejor que pudoaunque tras sentir que el corazón se lsubía hasta la garganta, tuvo muy clar

que ese viaje no iba a ser muy segurprecisamente. Rhonin no había montadnunca en un grifo, y mientras la

enormes alas del animal batían el airuna y otra vez, decidió rápidamente qusi sobrevivía al viaje, no volvería

montarse en un bicho de esos jamás. Cocada pesado aleteo de aquella criaturmitad ave, mitad león, el estómago demago parecía subir y bajar al compás. S

hubiera habido cualquier otra forma dviajar a Khaz Modan, Rhonin la habríescogido sin dudarlo.

No obstante, tenía que admitir qu



os grifos volaban a una velocidaasombrosa. En pocos minutos, el gruphabía dejado atrás no sólo Hasic, sin

oda la costa. Ni siquiera los dragonepodrían igualarles en celeridad, aunquhabría sido una competición muy reñida

Rhonin recordó que tres de aquellabestias habían revoloteado alrededor da cabeza de un leviatán rojo. Un

proeza muy peligrosa incluso para logrifos; una hazaña que se podíaadjudicar muy pocas criaturas.

Abajo, el mar estaba embravecido

as olas se alzaban amenazadoras a graaltura para, acto seguido, hundirse desaparecer. El viento fustigó e

semblante de Rhonin, y la espuma d



mar lo obligó a ajustarse la capucha dsu túnica para protegerse al menoparcialmente de ella. En cambio,

Molok no parecía afectarle el azote dos elementos; de hecho, daba l

sensación de que se regodeaba en ello.

—¿Cuánto… cuánto crees quardaremos en llegar a Khaz Modan?

El enano se encogió de hombros.

—Varias horas, humano. Eso es todo que te puedo decir.El mago se guardó para sí su

sombríos pensamientos, se acurrucó aú

más e intentó abstraerse. El mero hechde pensar que había tanta agua debajo dél lo inquietaba más de lo qu

maginaba. Entre Hasic y la costa d



Khaz Modan, la devastada isla de ToBarad era la única nota discordantentre la sucesión infinita de olas, aunqu

Falstad no pensaba aterrizar allí, tacomo había indicado previamente agrupo. Aquella isla había sido invadid

por los orcos durante los primerocompases de la guerra, y, tras lsangrienta victoria de la Horda, lo

únicos seres que habían sobrevivideran algunas hierbas y ciertos insectoespecialmente resistentes. La islparecía irradiar un aura de muerte ta

ntensa que convenció al mago de quera mejor no contradecir al enano.

Siguieron volando durante much

iempo, y Rhonin se atrevió incluso



echar un vistazo de vez en cuando a sucompañeros de viaje. Duncan, clarestá, se enfrentaba a los elementos co

una pose que transmitía decisión firmeza, sin que pareciera importarlque el mar salpicase continuamente s

barbudo rostro. Por su parte, Vereesdio al fin muestras de que esa maneran demencial de viajar le estab

pasando factura. Al igual que el magomantuvo la cabeza gacha durante casodo el trayecto, y su larga melen

plateada, recogida bajo la capucha de s

capa de viaje. Se agarraba con fuerza Falstad, quien, según Rhonin, parecíestar disfrutando de lo incómoda que s

sentía su viajera.



En un momento dado, el estómagdel mago se asentó lo bastante compara que la sensación de mareo fues

más o menos tolerable. Observó lposición del sol en el firmamento calculó que llevaban surcando el ciel

unas cinco horas, quizá más. A lvelocidad a la que viajaba el grifoseguramente se hallaban a medio camin

de su destino. Decidió romper de nuevel silencio que reinaba entre Molok y épara preguntarle si estaba en lo cierto.

—¿A medio camino? —le espetó e

enano entre carcajadas—. Dentro de dohoras veremos a lo lejos los riscos de lparte occidental de Khaz Modan. A

medio camino, dice. ¡ja!



La buena noticia, y no el buen humodel que hacía gala repentinamente scompañero de viaje, hizo sonreír

Rhonin. Ya había sobrevivido a trecuartas partes del viaje. Dentro de pocmás de dos horas volvería a pisar tierr

firme. Por una vez, había logradavanzar en su camino sin toparse coalguna gran calamidad que lo demorara.

—¿Conoces algún lugar dondpodamos aterrizar al llegar a nuestrdestino?

—Conozco muchísimos, mago. N

emas. Pronto nos libraremos de tcompañía. Eso sí, reza para que nlueva antes de que tomemos tierra.

Rhonin alzó la mirada e inspeccion



as nubes que se habían ido acumulandsobre ellos a lo largo de la última medihora. Sí bien era bastante posible que s

desatara una tormenta, confiaba en ques diera tiempo a alcanzar su destin

antes de que las nubes descargaran s

furia. De lo único que debípreocuparse era de cómo se abriría pashasta Grim Batol antes de que los demá

regresaran a Lordaeron.Rhonin sabía que su plan leparecería descabellado a los demás ecuanto descubrieran la auténtic

naturaleza de su misión. Una vez máspensó en los fantasmas que lo asolabanen los espectros del pasado. Ellos era

sus verdaderos compañeros de viaje e



esa misión demencial, las furias que lobligaban a avanzar, quienes lo veríaculminar su objetivo con éxito o mori

en el intento.Morir en el intento. No era l

primera vez, desde la muerte d

aquellos que lo habían acompañado esu anterior misión, que se preguntaba sno sería lo mejor. Quizá entonce

Rhonin se redimiría ante sí mismo, quera lo que realmente ansiaba, y no antos fantasmas que asolaban smaginación.

Pero primero tenía que llegar a GriBatol.

—¡Mira ahí, mago!

Rhonin se sobresaltó, ya que, e



algún momento, su mente habíempezado a divagar sin que él se diercuenta. Miró en la dirección qu

señalaba Molok. Al principio, el magno vio nada, debido a que la calima lsalpicaba los ojos. En cuanto se l

aclaró la vista, divisó dos motas oscuraen el horizonte. Dos motas que no smovían.

—¿Estamos llegando? —Así es, mago. Eso de ahí es KhaModan.

Se encontraban ya tan cerca… E

entusiasmo se apoderó de Rhonin aiempo que se percató de que se habí

dormido durante la última parte de

vuelo. Khaz Modan… No importaba l



peligrosa que se tornara su misión partir de entonces: al menos, habílegado hasta allí. A la velocidad a l

que volaban los grifos, pronthollarían…

En ese momento, otros dos puntos e

el firmamento captaron su atención, éstos se movían. Su tamaño ibaumentando progresivamente: daba l

sensación de que se aproximaban haciellos. —¿Qué es eso? ¿Qué es eso que s

nos acerca?

Molok se inclinó hacia delante entornó los ojos.

—¡Por los abruptos acantilados d

hielo de Rasganorte! ¡Se trata de un



pareja de dragones! Dragones…, pensó el mago. —¿Rojos?

—¿Acaso importa de qué color es ecielo, mago? Un dragón es un dragón. ¡Yuro por mis barbas que vienen haci

nosotros a gran velocidad!En ese instante, Rhonin miró haci

os jinetes de grifos y reparó en qu

Falstad y los demás también habíadivisado a los dragones. Los enanoajustaron de inmediato la formación eque volaban separándose unos de otro

para convertirse así en unos objetivomás pequeños y difíciles de alcanzar. Emago se percató de que Falstad virab

para situarse en la retaguardia de l



formación; seguramente lo hacía porquVereesa viajaba con él. El grifo quransportaba a Duncan Senturus aceler

se colocó delante: dio la impresión dque iba a dejar atrás al grupo, pero nfue así.

En respuesta, los dragoneadoptaron su propia estrategia. El mágrande ascendió a mayor altitud y,

continuación, se separó de scompañero. Rhonin se dio cuenta anstante de que ambos leviatane

pretendían rodear a los grifos con l

ntención de atacar mejor a aquellacriaturas diminutas y a sus jinetes.

A medida que se aproximaban, la

voluminosas siluetas montadas cada un



sobre un dragón se fueron transformanden los orcos más feroces que el maghabía visto jamás. El que iba

horcajadas del coloso más grandparecía el líder. Acto seguido, éste lhizo una señal con su hacha al otro orco

cuya bestia, instantáneamente, viró edirección contraria.

—¡Son unos jinetes consumados! —

exclamó Molok con un entusiasmnaudito—. Sobre todo el de la derechaÉsta va a ser una batalla gloriosa!

—No podemos detenemos a lucha

con ellos. He de llegar a la costa.El mago pudo escuchar cómo Molo

gruñía frustrado.

—Nunca rehúyo un combate, mago.



—¡Mi misión está por encima dodo!

Rhonin temió por un momento que a

enano se le ocurriera tirarlo de smontura. Entonces, de manera reticenteMolok hizo un gesto de negación con l

cabeza y dijo: —Haré lo que pueda, mago. Sí s

abre un hueco, intentaremos llegar a l

costa. Una vez te deje ahí, nvolveremos a vernos. —De acuerdo.La conversación terminó ahí, pue

os dos bandos entraron en contacto eese instante.

Los grifos, que eran mucho má

rápidos y ágiles que los dragones



revolotearon alrededor de los colososo cual provocó que la frustración s

apoderara del dragón más pequeño. Si

embargo, como las monturas sobre laque viajaban Rhonin y los demás ibacargadas con peso extra, no podía

maniobrar con la celeridad habitual. Unenorme zarpa con garras afiladas comcuchillas estuvo a punto de alcanzar

Falstad y Vereesa, y un ala no acertó popoco a Duncan y al enano que iba con élo obstante, el paladín, el jinete y s

grifo prosiguieron volando muy cerc

del dragón, como sí quisieran enzarzarscon él en un extraño combate cuerpo cuerpo.

Con mucho esfuerzo, Molo



desenfundó su martillo de tormenta, lblandió por encima de su cabeza y aullcomo si se le estuviera quemando e

cabello, Rhonin confiaba en que eenano no olvidara, en el fragor de lbatalla, la promesa que le había hecho.

El segundo dragón descendió ydesafortunadamente, escogió a Falstad Vereesa como su objetivo principa

Falstad espoleó a su grifo para quavanzara, pero éste no podía batir sualas con mayor celeridad por culpa depeso extra que suponía la elfa. E

enorme orco espoleó a su vez a sreptiliana montura profiriendo gritoerroríficos mientras blandía a lo loco s

monstruosa hacha de batalla.



Rhonin apretó los dientes con fuerzao podía permitir que sus compañero

de viaje perecieran, y mucho menos l

forestal. —¡Molok! ¡Ve a por el más grande

Tenemos que ayudarlos!

A pesar de que el enano de lcicatriz estaba más que dispuesto obedecer esa orden, se acordó de lo qu

Rhonin le había hecho prometer antes. —Pero ¿no decías que tu prioridaera llevar a cabo esa misión tamportante que te han encomendado?

—¡Olvídate de eso y ayúdalos!Una sonrisa enorme se dibujó en e

semblante de Molok, quien soltó un grit

que provocó que todos los nervios de



mago se estremecieran. A continuaciónel enano hizo virar al grifo en direccióal dragón de mayor tamaño. Tras é

Rhonin preparó un hechizo. En unonstantes, el leviatán carmesí alcanzarí

a Vereesa…

Falstad obligó a su montura a trazaun arco tan repentinamente qusobresalto al jinete de dragones. E

enorme coloso pasó de largo, incapaz drivalizar con la maniobrabilidad de sdiminuto adversario.

—¡Agárrate fuerte, mago! —l

advirtió Molok.Acto seguido, el grifo de ést

descendió casi en picado. Rhoni

procuró que el miedo no l



sobrecogiera, y se centró en repasamentalmente el último fragmento de sconjuro. Sólo necesitaba reunir e

aliento necesario para formularlo…El enano profirió un grito de guerr

que captó la atención del orco. Con e

ceño fruncido, la grotesca figura dimedia vuelta para enfrentarse a senemigo.

El martillo de tormenta chocfugazmente contra el hacha de batalla.Acto seguido, se desató una lluvi

de chispas que por poco provoca que e

mago pierda su asidero. El grifo graznde sorpresa y dolor, y Molok estuvo punto de caerse de su silla de montar.

Por fortuna, la montura del enano



el mago reaccionó con mayor rapideque el dragón y ascendió a gravelocidad, hasta alcanzar las nube

prácticamente. Molok aprovechó espequeña ventaja para afianzarse en sasiento.

—¡Por el Pico Nidal! ¿Has visteso? Muy pocas armas y muy pocoguerreros son capaces de resistir lo

envites de un martillo de tormenta. ¡Éstva a ser un duelo fascinante! —Déjame intentar antes una cosa.El rostro del enano se torn

sombrío. —¿Vas a utilizar magia? ¿Qué tien

eso de honorable y valiente?

—¿Cómo piensas combatir con es



orco si el dragón no te deja acercartmás? Hemos tenido suerte una vez, perserá mejor no tentar al destino.

—De acuerdo. Aunque espero quno pongas punto y final tú solo a lbatalla.

Rhonin no se comprometió a nadasobre todo porque eso era justo lo qupensaba hacer. Miró de hito en hito a

dragón, que rápidamente se habícolocado detrás de ellos, y murmurunas palabras henchidas de poderosmagia. En el último instante, el mag

anzó una mirada a las nubes por encimde él.

Las nubes descargaron un relámpag

que impactó contra el gigante que lo



perseguía.A pesar de acertar de lleno en e

dragón, no tuvo los efectos que Rhoni

había imaginado. Si bien la criatura sestremeció de un ala a otra y profirió ugrito de furia, la bestia no cayó e

picado. De hecho, el orco, quien siduda también debía de estar sufrienduna terrible agonía, sólo se desliz

brusca y momentáneamente hacia delanten su silla de montar.La decepción se apoderó del mago

que tuvo que conformarse con habe

aturdido, al menos, a la colosal criaturaEntonces se dio cuenta de que, dmomento, ni él ni Vereesa corría

peligro, ya que el dragón debí



por ninguna parte. Rhonin pensó eanular su orden de dirigirse a la costuna vez más, pero era consciente de qu

debía llegar a Khaz Modan. Además, loenanos serían capaces de mantener raya a ese par de monstruos…

Claro que sí.El grifo de Molok apenas habí

comenzado a alejarse de su adversario

cuando Rhonin volvió a plantearse lposibilidad de decirle al enano qudiera media vuelta.

Entonces, de improviso, una sombr

os cubrió.Tanto el humano como el enan

alzaron la vista asombrados

consternados.



El segundo dragón había logradsituarse por encima de ellos mientras lamentes del mago y del enano estaba

centradas en otros asuntos.El grifo intentó colocarse fuera de s

alcance iniciando una caída en picado

Aquella bestia valiente casi lo logrópero, en ese momento, unas zarpas ldesgarraron el ala derecha. La criatur

eonina rugió presa de la agonía ntentó mantenerse en el airdesesperadamente. Rhonin levantó lvista y pudo comprobar cómo el dragó

abría sus fauces. Esa pesadillgigantesca pretendía tragárselos.

De repente, por detrás del dragón

apareció el grifo sobre el que iba



montados Duncan y su correspondientinete enano. El paladín se habí

colocado en una postura muy extraña

parecía que estaba impartiendnstrucciones al enano. Rhonin no tení

ni la más remota idea de lo qu

pretendía hacer el caballero: lo únicque sabía era que el dragón iba engullirles a él y a Molok antes de qu

fuera capaz de recitar un conjuro.Entonces, Duncan Senturus saltó dsu montura.

—¡Por los dioses y los demonios

—exclamó Molok.Por primera vez en su vida, aque

bárbaro enano se quedó sorprendid

ante el coraje y la temeridad con qu



combatía otro ser.A Rhonin le costó comprender l

que el paladín pretendía hacer. E

habilidoso caballero realizó umovimiento tan arriesgado que cualquieotro hubiera acabado precipitándos

hacia un fatal destino; sin embargoDuncan logró aterrizar en el cuello dedragón con una precisión asombrosa. S

aferró al grueso cuello y se colocó euna posición más adecuada mientras lbestia y su jinete orco se percataban do que intentaba hacer.

El orco alzó su hacha e intentalcanzar a Senturus en la espaldafallando por muy poco. Duncan lo mir

de soslayo y, a continuación, pareci



olvidarse de su bárbaro oponenteAvanzó por el cuello lentamente, aiempo que procuraba evitar lo

mordiscos de aquel coloso que sretorcía en un vano intento de acabacon su enemigo.

—¡Está loco! —gritó Rhonin. —No, mago… Simplemente, es u

guerrero.

Rhonin no entendió por qué el enanhabía hablado en voz baja y con un tonan respetuoso hasta que vio a Dunca

agarrándose fuertemente con las pierna

un solo brazo al cuello del reptimientras que con el brazo libre sosteníuna espada reluciente. Tras el paladín

el orco gateaba lentamente hacia él co



un brillo asesino en sus ojos rojos. —¡Tenemos que hacer algo

Acércame! —le exigió Rhonin a Molok

—Es demasiado tarde para esohumano. Se compondrán baladas épicaacerca de esta hazaña…

El dragón no intentó revolverse pardeshacerse de Duncan porque sabía quesi lo hacía, lanzaría por los aire

ambién a su jinete, que estaba en scuello. El orco avanzaba con máfacilidad y seguridad que el caballeroquien pronto se encontró al alcance de

hacha.Duncan se colocó cerca de la nuc

de la bestia. Alzó su larga espada, co

a clara intención de enterrarla all



donde la columna vertebral se unía a lbase del cráneo.

Sin embargo, el orco golpe

primero.El hacha se clavó en la espalda d

Lord Senturus, atravesando la fina cot

de malla que había escogido parrealizar aquella travesía. AunquDuncan no gritó, cayó hacia delante y n

soltó su espada por muy poco. A durapenas logró mantenerla en su puñoEntonces, el caballero logró colocar lpunta de la espada sobre el luga

ndicado, pero estaba claro que labandonaban las fuerzas.

El orco volvió a blandir el hacha.

Rhonin lanzó el primer hechizo qu



se le vino a la cabeza.Un fogonazo de una luz tan intens

como el sol estalló ante los ojos de

orco, quien profirió un grito de asombrocayó hacia atrás y perdió su arma ascomo su asidero sobre el dragón. E

desesperado guerrero orco tanteó el airen busca de algo a lo que agarrarsepero fue en vano, y acto seguido cay

del cuello del dragón chillando.Dominado por una honda inquietudel mago posó de inmediato la vistsobre el paladín, quien le devolvió l

mirada; una mirada en la que smezclaba la gratitud y el respeto, o amenos esa impresión le dio a Rhonin

Pese a la mancha de un rojo intenso qu



se extendía por la espalda de DuncaSenturus, éste logró enderezarse y alzasu espada lo más alto que pudo.

El dragón se dio cuenta de que ynada lo obligaba a permanecer quieto, nició el descenso.

Lord Duncan Senturus empujó lhoja de su espada profundamente en lzona que unía el cuello al cráneo hast

enterrarla por la mitad en el cuerpo deeviatán.Al instante, la bestia roja se retorci

descontroladamente. Unos humore

calientes manaron a raudales de lherida y escaldaron al paladín, quieresbaló, cayó hacia atrás y perdió s

asidero.



—¡Ve a por él, maldita sea! —lordenó Rhonin a Molok—. ¡Ve a por él!

El enano obedeció, pero Rhonin er

consciente de que no alcanzarían Duncan a tiempo. Entonces, divisó otro grifo que volaba cerca de ellos. S

rataba de Falstad y Vereesa. A pesar dcargar con mucho peso extra en smontura, el jinete líder esperaba pode

rescatar al paladín de algún modo.Por un instante, dio la impresión dque iban a lograrlo. El grifo de Falstase aproximó al tambaleante guerrero

Duncan levantó la vista, primero haciRhonin, luego hacia Falstad y Vereesa.

Negó con la cabeza, cayó haci

delante, rodó fugazmente por el cuell



de aquel dragón que no cesaba de chilla se precipitó al vacío.

—¡No! —aulló Rhonin, al tiemp

que le ofrecía la mano a la silueta que salejaba.

Aunque el mago sabía que Lor

Senturus ya estaba muerto cuando cayal vacío y se hundió en el mar, al seestigo de su caída le vinieron a l

memoria los errores que había cometiden su última misión. El miedo latenazaba: ya había perdido a uno de sucompañeros de misión, y el hecho d

que Duncan se hubiera sumado al viajvoluntariamente no le consolaba.

—¡Cuidado! —gritó Molok.

La repentina advertencia del enan



o sacó de su ensimismamiento Alzó lvista y vio al dragón encima de él. Eeviatán seguía girando como loco,

pesar de estar sufriendo los últimoestertores de una muerte agónica. Batídesesperado sus colosales alas, qu

parecían moverse al azar. Falstad logrque su montura esquivara por muy poca embestida de un ala. En ese momento

Rhonin se temió que esta vez Molok y éno iban a poder librarse del castigo daquel batir de alas.

—¡Arriba, bestia inmunda! —bram

Molok—. ¡Arri…!Un ala los golpeó con una fuerz

nusitada, y el mago salió despedido, a

iempo que oía al enano gritar y al grif



graznar. Rhonin, que estabconmocionado, apenas fue consciente dque, durante unos segundos al menos

ascendió. Acto seguido, la fuerza de lgravedad tiró de él hacia abajo, y emago, semiinconsciente, descendió co

suma rapidez.Tenía que lanzar un conjuro

Cualquiera. Pero, por mucho que l

ntentara, Rhonin era incapaz dconcentrarse lo bastante como paracordarse de las primeras palabras dehechizo. Una parte de él intuía que est

vez podría morir.Lo envolvieron las tinieblas; una

inieblas preternaturales. Se preguntó s

se estaba desmayando. De las tiniebla



brotó de repente una voz atronadora qucreyó reconocer en lo más recóndito dsu mente:

—Te tengo, criatura diminuta. Nemas, no hay nada que temer.

La zarpa de un reptil enorme atrap

al mago; era tan grande que el cuerpo dRhonin apenas ocupaba una parte de spalma.



CAPÍTULONUEVE



¡

D

uncan! —Es demasiado tarde, m

dama elfa —dijo Falstad.—Este hombre ha muerto… pero queyenda tan gloriosa deja a su paso.

A Vereesa le traían sin cuidado laeyendas gloriosas, y tampoco queríransmitir la sensación equivocada d

que admiraba a Lord Senturus más allde lo razonable. Lo único que erealidad le importaba era que un hombrvaliente, al que había conocid

brevemente, había perecido. En verdada elfa se había dado cuenta en el acto

al igual que Falstad, de que cuand

Duncan cayó al vacío, ya estaba muerto



aun así, el horror de su trágicfallecimiento la había conmovido en lmás hondo de su ser.

No obstante, para consuelo dVereesa, Duncan había logrado algprácticamente imposible. El paladín l

había infligido al dragón una heridmortal que le hacia revolverse en el aírfrenéticamente. El leviatán moribund

ntentaba en vano sacarse la espada da nuca, pero le iban abandonando poca poco las fuerzas. Era sólo cuestión diempo que el gigante se uniera en la

profundidades del mar al hombre que lhabía sentenciado.

Sin embargo, ese dragón suponía u

peligro mientras estuviera vivo. Un al



no alcanzo por muy poco al enano y lelfa. Falstad obligó al grifo a descendepara alejarse de los espasmo

ncontrolados del coloso. Vereesa sagarraba con todas sus fuerzas al enanosin preocuparse ya del destino d

Duncan puesto que sus pensamientoestaban centrados en sobrevivir.

Por otro lado, el segundo dragó

seguía siendo una amenaza para logrifos. Falstad hizo que su monturascendiera de nuevo, por encima deotro monstruo, para evitar así que su

erribles garras los atraparan. En esnstante, un jinete de grifos logr

escapar de sus fauces por muy poco.

Ya no podían permanecer má



iempo en aquel lugar. Indudablementeel orco que llevaba las riendas desegundo coloso poseía una ampli

experiencia en el combate aéreo contros grifos. Tarde o temprano, su montur

alcanzaría a algún enano. Además

Vereesa no quería que se produjeran mámuertes.

—¡Falstad! ¡Debemos huir!

—Qué más quisiera yo que cumplisus órdenes, mi dama elfa, pero, esbestia cubierta de escamas y su jinete nestán dispuestos a dejarnos vía libre.

Era cierto. El dragón parecíobsesionado con Vereesa y scompañero de viaje, probablemente

nstancias del orco que llevaba la



riendas. Tal vez éste había deducido qusi en aquel grifo viajaban dos jinetes, lelfa debía de ser alguien importante. E

mero hecho de que dos leviatanecarmesíes estuvieran ahí le hacíplantearse a la forestal mucha

preguntas. ¿Los perseguían con el fin dque Rhonin no pudiera llevar a cabo smisión? En ese caso, el objetivo d

aquellas bestias debería ser él y nella…Pero ¿dónde estaba Rhonin? A pesa

de que Falstad espoleó al grifo para qu

acelerara, el coloso siguió recortando ldistancia que los separaba. La elfa mira su alrededor, mas no halló rastro de

mago. Volvió a echar otro vistazo



dominada por la inquietud. Esta vez spercató de que no sólo había perdido dvista al mago, sino que ni siquiera er

capaz de localizar al grifo en que éstba montado.

—¡Falstad! No veo a Rhonin…

—Ya nos preocuparemos por esmás tarde. Ahora lo importante es que tagarres con todas tus fuerzas.

La elfa le obedeció… justo iempo. De repente, el grifo trazó en ecielo un arco tan acusado que si Vereeshubiera titubeado lo más mínimo, habrí

salido despedida.Las garras de la bestia rasparon e

aire que la forestal y el enano había

ocupado apenas un instante antes. E



dragón rugió presa de la frustración y sadeó.

—Prepárate para luchar, mi dam

ella. Según parece, no nos va a quedamás remedio que plantar cara a esmonstruo.

Acto seguido, el enano blandió smartillo de tormenta, y Vereesa maldijuna vez más haber perdido su arco. S

bien era cierto que aun contaba con sespada, la forestal, a diferencia dDuncan, no estaba dispuesta a sacrificasu vida por la causa. Además, todaví

enía que descubrir que le habíocurrido a Rhonin: el bienestar del magseguía siendo su prioridad.

Mientras tanto, el orco blandía s



hacha de batalla en círculos sobre scabeza, al tiempo que profería unogritos de guerra barbáricos. Falsta

respondió lanzando un grito guturaapenas podía disimular su ansiedad poentrar en combate, a pesar de que ante

hubiera mostrado cierta preocupaciópor el bienestar de Vereesa. Como npodía hacer otra cosa, la forestal s

imitó a agarrarse con fuerza, con lesperanza de que el enano fuera certeren sus golpes.

Entonces, de improviso, una siluet

del color de la noche se interpuso entrambos combatientes y se abalanzó sobrel dragón carmesí, lo cual provocó qu

a confusión se adueñara tanto del jinet



como de la bestia que montaba. —¿Pero qué diantres…? —fue l

único que alcanzó a decir Falstad.

La elfa, por su parte, fue incapaz dpronunciar una sola palabra.

Unas alas negras el doble de grande

que las del dragón rojo cubrieron todel campo visual de Vereesa, cuyodestellos metálicos prácticamente l

cegaron. Un bramido tremendo hizo quel cielo se estremeciera como si urueno lo hubiera rasgado, y act

seguido los grifos se desperdigaro

asustados.Un dragón de inmensas proporcione

quiso morder al más pequeño de colo

rojo.



Unos orbes oscuros y estrechocontemplaron al leviatán de menoamaño con desprecio. El coloso de

orco rugió a su vez; sin duda, aquénuevo enemigo que había aparecidsúbitamente no era de su agrado.

—Creo que ya no tenemos nada quhacer aquí, mi dama elfa. Este leviatáes, ni más ni menos, el mismísim

eviatán oscuro.En ese instante, el titán negrdesplegó sus alas, y el bramido que, continuación, brotó de sus poderosa

fauces se le antojó a Vereesa una risáspera y burlona. Una vez más, divisunos trozos de metal, o, más bien, una

placas de metal, que se extendían po



casi todo el vasto cuerpo del reciélegado. Si ya resultaba muy difíci

atravesar la armadura natural que poseí

cualquier dragón, ¿qué clase de metaportaría una criatura como ésa parproteger sus ya de por si impenetrable

escamas?La respuesta le vino enseguida a l

cabeza: adamantio. Solo dicho materia

superaba en dureza a esas escamaprácticamente impenetrables… y sólo ueviatán colosal se habría sometido a lortura y agonía que suponía incrustars

unas placas con el único fin de aumentaaún más su poder.

—Alamuerte… —susurró la foresta

—. Alamuerte…



Desde tiempos inmemorialescirculaban leyendas entre los elfos qusostenían que existían cinco grande

dragones, cinco leviatanes qurepresentaban las fuerzas de l

aturaleza y las fuerzas arcanas

Algunos identificaban a Alexstrasza, ldragona roja, con la esencia de la vidaDe los demás apenas se sabía nada, pue

os titanes, incluso antes de la aparicióde los humanos sobre la faz de la tierrahabían llevado unas existencias bastantsolitarias al estar aislados del resto de

mundo. Si bien los elfos habían sentiden cierto modo su influencia, y habíaenido que tratar con ellos en diversa

ocasiones, esas vetustas criaturas jamá



es habían revelado sus secretos.Sin embargo, había un dragón que n

se había ocultado nunca ante nadie, sin

más bien al contrario, siempre estabdispuesto a recordar al mundo que sraza era superior a las demás. Aunqu

en un principio había adoptado otrnombre, él mismo había elegido esobrenombre de Alamuerte, para deja

así bien claro su desprecio por lacriaturas inferiores que lo rodeaban cuáles eran sus intenciones al respectoLos individuos de la raza de Vereesa

ncluso los más ancianos, ignorabacuáles eran las motivaciones del gigantde ébano; en cambio, lo que sí sabían

ciencia cierta era que siempre habí



hecho todo lo posible para destruir emundo que los elfos, los enanos y lohumanos habían creado.

Los elfos lo llamaban de otrmanera, con un nombre que spronunciaba entre susurros y en un

engua antigua prácticamente olvidadaXaxas. Un apodo corto con múltiplesignificados, todos ellos siniestros

caos, furia. Era la encarnación de la irde los elementos, como la furia de lovolcanes en erupción o la cólera de loemblores de los terremotos. Así com

Alexstrasza representaba a loelementos de la vida que mantenían amundo unido, sano y salvo, Alamuert

encarnaba a las fuerzas destructiva



cuya única motivación era destrozarlo.Y ahí estaba, flotando ante ellos

ntentando, al parecer, defenderlos d

otro miembro de su raza. Claro que erbastante probable que Alamuerte nviera así la situación. Las escamas de s

oponente eran carmesíes, del color de smayor rival. Alamuerte odiaba a loeviatanes de otros colores distintos a

suyo hasta el punto de procurar que toddragón rival al que se enfrentarpereciera. Pero el coloso de ébanodiaba por encima de todos los demás

os adversarios que portaban el mantde Alexstrasza.

—Esto no puede estar pasando… —

murmuró Falstad, quien estab



sobrecogido por una vez en su vida—. Yo que creía que ese horrendo monstru

había muerto…

La forestal también pensaba lmismo. El Kirin Tor había unido a sumejores y más poderosos mago

humanos con sus contrapartidas elfapara poner punto final, o eso decíaellos, a la amenaza de la furia negra. N

siquiera las placas metálicas que logoblins habían soldado literalmente acuerpo de Alamuerte lo habíaprotegido de los ataques mágicos de lo

hechiceros. El leviatán había caído avacío, al vacío…

Pero ahora, al parecer, volvía

volar triunfante por los cielos.



La guerra contra los orcos se habíconvertido, repentinamente, en un asuntbaladí. ¿Qué amenaza suponían lo

restos de la horda que sobrevivían eKhaz Modan comparada con la amenazque suponía este gigante siniestro?

El dragón de menor tamaño, quambién era, evidentemente, machontentó morder, cegado por la ira,

Alamuerte. Acercó el hocico lo bastantcomo para que la bestia negra pudierhaberlo golpeado con su pezuñdelantera izquierda, pero, por algun

razón, Alamuerte decidió mantener lgarra cerrada y pegada al cuerpoEntonces, le propinó un latigazo con l

cola a su adversario, con tal fuerza qu



el coloso rojo salió despedido haciatrás dando vueltas en el aire. Cuando eeviatán negro se movía, podí

divisarse, bajo las rendijas que dejabaal descubierto las placas metálicas adesplazarse, lo que parecía ser una seri

de venas repletas de lava que lsurcaban tanto la garganta como el torso que centelleaban cada vez que rugía

Según la leyenda, si uno tocaba una solde esas venas de fuego, corría el riesgde quemarse entero. Algunos decían queso se debía a una secreción ácida qu

desprendía el titán, mientras que otrorelatos sostenían que se trataba dlamas auténticas.

De un modo u otro, tocarlas suponí



a muerte. —Ese orco es tremendament

valiente o terriblemente idiota. O tal ve

ha perdido el control sobre su bestia —señaló Falstad al tiempo que negaba coa cabeza—. Ni siquiera yo libraría u

combate tan desigual si pudiera evitarloLos demás grifos se acercaron

Vereesa apartó la mirada de lo

dragones que aún se tanteaban y observa los recién llegados, pero no vio rastrde Molok ni de Rhonin. De hecho, sgrupo había quedado reducido a ella

cuatro enanos más. —¿Dónde está el mago? —pregunt

a voz en grito a los demás—. ¿Dónde s

ha metido?



—Molok ha muerto —le comunicun enano a Falstad—. Su montura yace a deriva en el mar.

Para su estatura, los enanos erancreíblemente fornidos y musculosos

por lo que no flotaban muy bien en e

agua. Por eso mismo, Falstad y lodemás asumieron que el hecho de habehallado a su grifo muerto era prueba má

que suficiente de que aquel guerrerhabía sufrido un funesto destino.Sin embargo, Rhonin era humano y

por tanto, estuviera vivo o muerto, er

bastante probable que su cuerpo flotasdurante un tiempo al menos. Vereesa saferró a esa débil esperanza.

—¿Y qué ha sido del mago? ¿L



habéis visto? —Creo que es obvio cuál ha sido s

destino, mi dama elfa —respondi

Falstad, que se había girado hacia atrápara mirar a la forestal.

Vereesa no dijo nada más; tuvo qu

reconocer que el enano tenía razón. Amenos, cuando se produjo aquencidente en la fortaleza había tenid

motivos para albergar alguna esperanzaPero era imposible que hubiersobrevivido esta vez. Ni siquiera lmagia de Rhonin podría haberlo salvad

de semejante caída, y estrellarse contrel mar desde esa altura era comestrellarse contra una superficie de roc

sólida…



Vereesa no pudo reprimir lentación de mirar hacia abajo, y logr

distinguir el cuerpo medio hundido de

otro dragón rojo. La muerte debía habesorprendido a Rhonin y Molok al sealcanzados por aquella criatura qu

giraba descontroladamente entrestertores de muerte. Sólo le cabíesperar que tanto el enano como el mag

hubieran perecido en el acto. —¿Qué vamos a hacer, Falstad? —nquirió a pleno pulmón un enano.

El líder de los enanos se frotó l

barbilla pensativo. —Alamuerte odia a cualquie

guerrero que se oponga a su voluntad

Seguramente, vendrá a por nosotros e



cuanto acabe con esa bestia de menoamaño. No podemos plantarle cara. S

necesitaría un centenar de martillos d

ormenta sólo para hacerle una melldiminuta en su piel. Será mejor quregresemos para informar a los demá

de lo que hemos visto.Si bien todos los enanos parecía

estar de acuerdo, Vereesa se negaba

rendirse tan pronto a las evidencias. —¡Falstad! No olvides que Rhonies mago. Probablemente, haya muertopero si sigue vivo… Si sigue flotand

ahí abajo ¡necesitará nuestra ayuda! —Te ruego que me perdones por l

que voy a decir… Qué ingenua eres, m

dama elfa. Nadie podría sobrevivir



semejante caída, ni siquiera un mago. —Por favor… Hagamos un barrid

por la superficie del mar… Después

podré marcharme tranquila.Si no lo encontraban, ella dejaría d

estar ligada a su promesa de proteger a

mago, y la misión que éste debía llevar cabo quedaría inconclusa para siempreA pesar de todo, la forestal sabía qu

seguramente seguiría sintiéndosculpable, pero no podía hacer nada arespecto.

Falstad frunció el ceño. Su

guerreros le lanzaron una mirada quparecí decir: «Estás loco si decidequedarte cerca de Alamuerte», aunqu

sólo fuera por un breve lapso de tiempo



—De acuerdo —refunfuñó al fin—Pero si lo hago es sólo por ti. Sólo poi.

Acto seguido, se dirigió a lodemás:

—Regresad sin nosotros

Deberíamos estar pisándoos los taloneen breve. No obstante, si, por algunrazón, no regresamos, cercioraos de qu

os demás sepan que ese ser siniestro hreaparecido. ¡Marchaos!A la vez que los enanos espoleaba

sus monturas para dirigirse hacia e

oeste, Falstad conminó a su grifo descender. Sin embargo, mientrabajaban velozmente en picado hacia e

mar, escucharon un par de rugido



salvajes que hicieron que tanto la elfcomo el enano alzaran la vistdominados por la inquietud.

Ambos dragones rugieron una y otrvez; cada bramido era más alto y feroque el anterior. Las bestias esgrimía

sus garras amenazantes y agitabafrenéticamente sus colas.

Las vetas de fuego que surcaban e

cuerpo de Alamuerte le conferían uaspecto aterrador y casi sobrenaturadaba la sensación de que se trataba duno de esos demonios de las leyendas.

—Han dejado de tantearse —lexplicó su compañero de montura a lelfa—. Están a punto de enzarzarse e

combate. Me pregunto en qué estar



pensando ese orco.A Vereesa el orco le traía si

cuidado. Una vez más, centró toda s

atención en la búsqueda de RhoninMientras el grifo surcaba el aire apenas unos metros del mar, examinab

a zona en vano en busca de algún rastrdel humano. Tenía que haber algúndicio que indicara dónde estaba… L

desesperada forestan logró distinguir lretorcida forma de la montura muerta demago a no demasiada distancia de ellosVivo o muerto, el mago debía hallars

cerca de aquel cadáver… a menos quhubiera conseguido alejarse del peligrgracias a algún sortilegio.

Falstad gruño. Obviamente, ésa er



su forma de decir que creía que estabaperdiendo el tiempo.

—Aquí no hay nada.

—Sólo te pido un poco más diempo.

Una vez más, unos gritos salvaje

atrajeron la atención de ambos hacia ecielo. La batalla se habídesencadenado. El dragón rojo intent

escapar rodeando a Alamuerte, peraquella enorme bestia suponía uobstáculo casi imposible de sortear. Sualas membranosas eran como muro

nfranqueables que el titán más pequeñno podía atravesar. A pesar de quntentó abrirse paso por una de ellas

lamaradas, Alamuerte batió sus alas



se alejó de la trayectoria del fuego, sbien esas llamaradas sólo lo habríachamuscado ligeramente.

Al intentar abrasar a su oponente, eenemigo de Alamuerte bajo la guardiaEl gigante de ébano podría habe

rasgado con facilidad el ala más cercande la bestia roja, pero, en lugar dmover la garra delantera izquierda, qu

enía en todo momento cerca del pechooptó por fustigar con su cola al otreviatán, de tal modo que acabanzándolo de nuevo hacia atrás.

No parecía que Alamuerte hubiersufrido ninguna herida. Pero entonce¿por qué se refrenaba?

—¡Se acabó! ¡No pienso seguir co



esta búsqueda inútil! —explotó Falsta—. Lamento decirte que tu mago sencuentra en el fondo del mar. Tenemo

que marcharnos si no queremocompartir su destino.

La elfa ignoró sus palabras; estab

centrada en el dragón negro y speculiar técnica de combate, que nenía ningún sentido para ella

Alamuerte empleaba la cola, las alas odas las extremidades menos su garrdelantera izquierda. De vez en cuandomovía esa zarpa lo bastante como par

deducir que aún era funcional, persiempre acababa acercándola al cuerpo

—¿Por qué? —murmuró—. ¿Por qu

haces eso?



El líder de los enanos creyó que sdirigía a él.

Porque ya no tenemos nada qu

hacer aquí salvo morir, y aunque Falstano teme a la muerte, prefiere encontrarscon ella cuando él lo decida y no cuand

o estime oportuno esa abominacióprovista de armadura.

En ese momento, Alamuerte, a pesa

de tener inutilizada una garra, atrapó su adversario. Sus enormes alaenvolvieron al dragón rojo, y su largcola se enroscó alrededor de la

extremidades inferiores de su rival. Coas tres zarpas que le quedaban libres, eeviatán negro infligió numerosa

heridas en el torso de su enemigo, de la



que manó abundante sangre; además, ldesgarró la garganta de un zarpazo.

—¡Elévate, maldita sea! —le exigi

Falstad a su extenuado grifo—. Vas ener que esperar un poco más par

poder descansar. Antes debes sacarno

de aquí.Mientras la bestia peluda ascendí

como podía, Vereesa observó cóm

Alamuerte se ensañaba con el pecho dsu oponente. De inmediato, brotó de laentrañas del dragón herido una tenuluvia, compuesta por sus fluido

vitales, que cayó al mar.A pesar de todo, el leviatán carmes

ogró librarse de los zarpazos de s

rival haciendo un tremendo esfuerzo



Tambaleándose, le propinó un empujón Alamuerte y se alejó de él, y, continuación, titubeó, como si algo l

hubiera distraído.Para sorpresa de Vereesa, el dragó

rojo se giró de improviso y se alej

volando en dirección a Khaz Modansiguiendo un rumbo aparentementmprovisado.

Pese a que la batalla había duradpoco más de un minuto, quizá dos, eese breve lapso de tiempo Alamuertprácticamente había masacrado a s

enemigo.Contra todo pronóstico, el colos

negro, en lugar de perseguir a s

adversario, posó la mirada sobre l



garra que había mantenido cerca depecho en todo momento; daba lmpresión de que estuvier

contemplando algo que tenía entre sugarras.

Algo… ¿o alguien?

Entonces, Vereesa recordó lapalabras con las que Rhonin les habídescrito a Duncan y a ella el milagros

rescate del que había sido objeto en latalaya que se había desmoronado: «Nsé qué era, pero me alzó hacia el cielcomo si fuera un juguete y me alejó d

aquel dantesco escenario». ¿Qué otrcriatura era capaz de llevarse a uhombre hecho y derecho con tant

facilidad, como sí no pesara más que u



muñeco? La forestal no había llegadhasta entonces a esa conclusión porqununca antes había sido testigo de un

proeza tan extraordinaria. ¡Un dragóhabía salvado al mago! Pero… ¿eseviatán era Alamuerte?

Entonces, el coloso negro tambiédecidió, repentinamente, volar haciKhaz Modan, aunque no siguió la mism

ruta que su rival carmesí. A medida quse alejaba de ellos, Vereesa se fijó eque seguía manteniendo la zarpcerrada, como si intentara proteger alg

muy valioso. —¡Falstad! Tenemos que seguirlo.El enano la miró como si le acabar

de pedir que se dirigiera directamente



as fauces de aquella bestia. —Soy un guerrero muy audaz, m

dama elfa, pero he de decirte que es

sugerencia raya en la locura. —Alamuerte ha capturado a Rhonin

Por eso no ha utilizado esa garra par

uchar, porque en ella tiene al mago. —Entonces no cabe ninguna duda d

que el mago, si no está muerto, pronto l

va a estar. ¿Para qué lo va a querer esser tenebroso si no es como refrigerio? —Si así fuera, Alamuerte ya l

habría devorado. No. Está claro qu

necesita a Rhonin para algo.Falstad esbozó un gesto d

contrariedad.

—Me pides demasiado. Este grifo s



encuentra extenuado y tendremos quaterrizar enseguida.

—Por favor… Síguelo hasta dond

puedas. ¡No pienso abandonarlo a ssuerte! ¡Tengo una promesa que cumplir

—Ninguna promesa pued

comprometerte hasta el punto de cometeesta temeridad —masculló el jinete dgrifos.

No obstante, viró el rumbo de smontura en dirección a Khaz Modan. Yaunque la bestia gruñó en señal dprotesta, acabó obedeciendo.

Vereesa no dijo nada más; sabía mubien que Falstad tenía razón. Siembargo, por razones que ignoraba, er

ncapaz de abandonar a Rhonin a s



suerte, a pesar de que su destino parecísentenciado.

La forestal no se detuvo

reflexionar sobre los motivos que lmpulsaban a actuar de esa manera, sin

que se centró en Alamuerte, cuya siluet

se perdía en lontananza. Debía de habecapturado a Rhonin. Era lo más lógico.

Pero ¿para qué iba a querer un mag

Alamuerte, quien odiaba a todas lacriaturas vivas sin excepción y anhelaba destrucción de los orcos, elfos

enanos y humanos?

Recordó lo que Duncan Senturuopinaba sobre los magos; una opinióque compartía no sólo el resto de lo

Caballeros de la Mano de Plata, sin



casi todo el mundo. El paladín habídescrito a Rhonin como alguien cuyalma está condenada. Alguien capaz d

hacer tanto el bien como el mal conveniencia. Alguien capaz de…¿sellar un pacto con la más siniestra d

as criaturas?¿Acaso el paladín había dicho un

verdad mucho más grande de lo que é

creía?¿Acaso Vereesa pretendía rescatar un hombre que había vendido su alma Alamuerte?

—¿Qué quiere de ti Rhonin? —murmuró—. ¿Qué quiere ese dragón di?



A Krasus todavía le dolían lohuesos y, de vez en cuando, un dolo

ntenso le recorría todo el cuerpo, peroal menos, se había recuperado lsuficiente como para poder ocuparse d

os asuntos que tenía entre manos. Siembargo, no se atrevía a contar al restdel consejo lo que había ocurrido, pesar de que dicha información podríser de vital importancia también parellos. Por ahora, de todos los miembrodel Kirin Tor, sólo él debía conocer cuá

era el disfraz humano que portabAlamuerte. El éxito de los planes dKrasus dependía de ello.

¡Aquel dragón aspiraba a ser rey d



Alterac! A primera vista, era unpretensión absurda, inconcebible; nobstante, por lo que Krasus sabía acerc

del coloso negro, todo parecía indicaque éste tenía algo mucho más complej más astuto en mente. Lord Prestor ta

vez quisiera que reinara la paz entre lomiembros de la Alianza, pero Alamuertdeseaba desatar una orgía de caos

sangre, por lo cual resultaba obvio qua paz que se iba a alcanzar con sascenso al trono de un reino menor seríel primer paso para provocar una

ensiones mucho mayores en el seno da Alianza más adelante. La paz de ho

sería la guerra de mañana.

Si Krasus no podía contárselo a



Kirin Tor, se lo contaría a otros. Siembargo, esos «otros» lo habíarechazado una y otra vez, aunque quiz

en esta ocasión uno de ellos estuvierdispuesto a escucharlo. Tal vez el maghabía cometido un error al haber pedid

a sus agentes que acudieran a él, cuandpuede que le hicieran más caso slevaba el terror a sus propio

santuarios.Si… entonces tal vez lo escucharíanKrasus, quien en esos momentos s

hallaba en su oscuro santuario y se habí

echado la capucha tan hacia adelantque su rostro parecía una mancha negrapronunció unas palabras que habrían d

levarlo ante uno de aquellos cuya ayud



solicitaba. Al instante, la cámarescasamente iluminada se volviborrosa, se difuminó…

Y, de repente, el mago se encontró euna caverna cubierta de hielo y nieve.

Krasus echó un vistazo a s

alrededor, sobrecogido ante la magníficvista que tenía ante sí, pese a que yhabía visitado aquel lugar hacía mucho

mucho tiempo. Sabía muy bien a quiepertenecía la cueva en que se encontraben ese momento, y también que de todoaquellos cuya ayuda solicitaba, éste er

quien más se iba a molestar por sdesvergonzada intromisión. Todosncluso Alamuerte, respetaban al dueñ

señor de esa gélida caverna. Pocos s



atrevían a entrar en ese santuario situaden el corazón de los páramos helados nhóspitos de Rasganorte, y aún era

menos los que vivían para contarlo.Unas agujas enormes que parecía

hechas del cristal más puro pendían de

echo de hielo; algunas eran el doble ncluso el triple de grandes que el mago

Otras formaciones rocosas tambié

sobresalían por encima de aquellgruesa capa de nieve que no sólo cubrícasi todo el suelo de la caverna, sinambién sus muros. La luz se colaba e

a cámara desde algún pasadizoproyectando unos destellos de luespectral. Unos arcoíris danzaban sobr

cada una de las agujas, mecidas por un



brisa que había logrado abrirse pashasta el interior de aquel lugar mágicdesde la fría y lóbrega tierra que s

extendía por encima de la caverna. No obstante, tras la belleza de es

espectáculo invernal, uno se topaba co

unas vistas mucho más macabras. En enterior de ese encantador manto d

nieve, Krasus distinguió unas cuanta

siluetas congeladas, incluso alguna quotra extremidad. Sabía que muchos daquellos seres congelados pertenecían algunas de las escasas razas de animale

de gran tamaño que lograban medrar ea región. Dos de ellos, sobre todo un

que se distinguía por tener una man

espantosamente retorcida tras sufrir un



muerte horrenda, revelaban qué destinaguardaba a todo aquel que se atreviera profanar la privacidad de aque

santuario.Sin embargo, había una evidenci

aún más inquietante acerca del destin

final que iba a sufrir cualquier intrusentre esas asombrosas formaciones dhielo: de varias de ellas pendían lo

cadáveres congelados de anteriorevisitas no deseadas. Krasus se fijó eque abundaban los trols de hielo, unacriaturas enormes y bárbaras de pie

pálida y con un contorno el doble dgrande o más que el de sus primos desur. No habían sufrido una muert

agradable, a juzgar por la expresión d



agonía dibujada en sus rostros.Más adelante, el mago se percató d

que ahí también había congelados dos d

esos hombres bestia a los que se conoccomo wendigos. Igualmente, habíaperecido por congelación, pero mientra

que los trols habían esbozado gestos derror ante la horrible muerte que había

padecido, los semblantes de lo

wendigos reflejaban incredulidad, comsi ninguno de ellos hubiera imaginadque acabaría de esa forma tan cruel.

Krasus recorrió la cámara de hielo

a vez que contemplaba el resto de lapiezas de aquella macabra colecciónDe pronto, se topó con un elfo y un pa

de orcos que habían sido añadidos a es



espeluznante cámara de los horroredespués de su anterior visita; una señaclara de que la guerra se habí

propagado hasta aquel refugio solitarioDaba la sensación de que uno de loorcos había sido congelado si

percatarse siquiera del funesto destinque lo aguardaba.

Un poco más allá de los orcos

Krasus descubrió un cadáver que lsobrecogió, a pesar de ser un magcurtido. A primera vista, parecía unserpiente gigantesca: un monstruo que n

encajaba en aquel averno de hielo. Lmitad superior de su cuerpo enrolladmutaba repentinamente: dejaba d

poseer una forma cilíndrica par



asemejarse a un torso similar al humanpero cubierto de escamas. Dos brazorobustos sobresalían del tronco como s

nvitaran al mago a compartir el trágicdestino de aquella criatura.

Un rostro de rasgos élficos con un

nariz más chata de lo normal en esa razauna boca que recordaba a una hendidur unos dientes tan afilados como los d

un dragón dieron la bienvenida al reciélegado. Unos enigmáticos ojos oscurodesprovistos de pupilas parecían ardecon las llamas de la indignación

Aunque con tanta oscuridad, y con lmitad inferior de su cuerpo oculta, aqueser podría haber pasado por elfo

humano. Krasus sabía perfectamente qu



era o, más bien, que había sido. Snombre comenzó a cobrar forma en loabios del mago sin que éste fuer

consciente de ello, como si aquellsiniestra víctima congelada lo obligarde algún modo a pronunciarlo.

—Na… —comenzó a decir Krasus. —He de reconocer que eres auda

por encima de todo, de todo, de todo —

e interrumpió alguien que hablaba evoz baja, cuyos susurros parecíarrastrar el viento.

El mago sin rostro se volvió justo

iempo para ver cómo un fragmento dhielo se desprendía de una pared… y sransformaba en algo que parecía u

hombre. No obstante, poseía una



—Muy bien, bien, bien… cuando mpermiten disssfrutar de mi privacidad.

—No habría venido a verte s

hubiera tenido otra opción. —Sssiempre hay otra opción…

Puedes marcharte, marcharte

marcharte! ¡Quiero estar solo!El mago no se arredró ante el dueñ

señor de la caverna.

—¿Acaso has olvidado por qumoras tú solo en este lugar donde reinel silencio, Malygos? ¿Se te ha olvidada? Al fin y al cabo, apenas ha

ranscurrido unos siglos desde que…La criatura de hielo circundó l

caverna, con los ojos, o más bien es

abominable esbozo de unos globo



oculares, clavados en el recién llegado. —¡Yo no olvido nada, nada, nada

—dijo, con unas palabras que parecía

arrastradas por aquel viento desapacibl—. Y los días tenebrosos muchmenos…

Krasus se fue desplazandentamente para tener enfrente a Malygo

en todo momento. Aunque no creía qu

aquel ser de hielo tuviera ningún motivpara atacarlo, al menos uno de los otrohabía insinuado alguna vez que Malygosdado que era el más viejo de los poco

que quedaban vivos, podría habeperdido la cabeza.

Sus piernas delgadas como estaca

resultaban muy prácticas para camina



sobre el hielo y la nieve; además, poseíunas garras en las extremidades que sclavaban profundamente en el suelo. A

Krasus le recordaban a los palos que loseres humanos utilizaban junto a loesquís en los climas fríos par

desplazarse de un sitio a otro.Malygos no siempre había tenido es

aspecto, que no tenía que mantener si n

quería. Portaba ese cuerpo porque, ealgún lugar recóndito de su menteprefería esa forma a aquella con la quhabía nacido.

—Entonces sin duda recordarás lque aquel llamado Alamuerte os hizo a t a los tuyos.

Al instante, Malygos retorció la



garras así como su extraño semblante eun gesto de contrariedad. Acto seguidose le escapó algo similar a un siseo.

—Recuerdo que…De repente, la caverna pareci

estrecharse. Krasus se mantuvo en s

sitio: era consciente de que si cedía antos envites del atormentado mundo d

Malygos, seguramente estaría perdido.

—¡Lo recuerdo!Las agujas de hielo sestremecieron, emitiendo un sonido queen principio, recordaba al tañido de un

campanita y que, a continuación, fucreciendo en intensidad hastconvertirse en un grito capaz d

destrozarle a uno los tímpanos. Malygo



se abrió paso hacia el mago, con sbosquejo de boca abiertdesmesuradamente en un rictus amargo

Unas fosas se tornaron más profundabajo la pálida imitación de un ceño.

La nieve y el hielo se expandieron

cubriendo la cámara rápidamenteAlrededor de Krasus, parte de esa nievse alzó del suelo en forma de remolino

se transformó en un gigante espectral dproporciones míticas, un dragón dnvierno, un dragón fantasmal.

—¡Recuerdo la promesa qu

hicimos! —siseó la figura macabra—Recuerdo el pacto que sellamosNunca nos mataríamos entre nosotros

De ese modo el mundo estaría a salv



para siempre!El mago asintió, aunque Malygos n

podía ver más allá del contorno de l

capucha que le cubría el rostro. —Hasta que nos traicionó.El dragón de nieve desplegó la

alas. Pese a que parecía más un espectrque un ser real, se movía al compás das emociones del señor de la caverna

El títere espectral incluso abría cerraba sus poderosas fauces como shablara él en realidad.

—Hasta que nos traicionó, no

raicionó, nos traicionó.Un torrente de hielo manó del dragó

de nieve; un hielo tan compacto y leta

que destrozó las paredes rocosas.



—¡Hasta que Alamuerte noraicionó!

Krasus mantuvo una mano fuera de

campo visual de Malygos: sabía que, ecualquier momento, podría necesitarlpara lanzar un conjuro raudo y veloz.

No obstante, la monstruosa criaturpermaneció inmóvil y se contuvo. Hizun gesto de negación con la cabeza, qu

el dragón de nieve se apresuró a imitar, acto seguido, agregó con un tono dvoz mucho más razonable:

—¡Pero el día del dragón ya habí

pasado, y ninguno de nosotros, ningunde nosotros, ninguno de nosotros tenímotivos para temerlo! ¡Era sólo u

aspecto del mundo, el reflejo de su part



más primordial y caótica! ¡El día dedragón negro pasó, igual que el dodos!

Krasus retrocedió de un salto apercatarse de que el suelo bajo sus pieemblaba. En un primer momento, pens

que Malygos había intentado pillarldesprevenido, pero, en lugar datacarlo, la tierra se alzó y adoptó l

forma de otro dragón, este compuesto dierra y rocas. —Según él, con ese pacto el futur

estaría a salvo —prosiguió diciend

Malygos—. Según él, gracias a espacto el mundo seguiría a salvo cuandsólo quedaran en él humanos, elfos

enanos para proteger la vida. Debíamo



dejar que todas las facciones, todos lovuelos, todos los grandes dragones, edecir, los Aspectos, se unieran par

crear y moldear ese objeto horrendo; dese modo, contaríamos con el elementclave que nos permitiría proteger e

mundo eternamente, ¡Incluso después dque el último de los nuestros se hubierdesvanecido!

Entonces, levantó la mirada hacios dos fantasmas que había creado añadió:

—Y yo, yo, yo… ¡yo, Malygos, l

apoyé y convencí al resto!Los dos dragones giraron un

alrededor del otro, se fundieron, una

otra vez. Krasus apartó la mirada y s



recordó a sí mismo que aunque el seque tenía delante despreciaba Alamuerte por encima del resto de la

criaturas de la creación, eso nmplicaba que Malygos fuera

ayudarlo… ni que le permitier

abandonar la gélida caverna. —Y así —le interrumpió el mago si

rostro—, todos los dragones, sobre tod

os Aspectos, le cedieron una pequeñparte de su esencia, se unieron, dalguna manera, con…

—¡Se pusieron para siempre en su

manos!Krasus asintió. —Así se cercioró de que ese objet

sería lo único que podría dominarlos



aunque entonces no fueran conscientede ello —agregó el mago, quien, continuación, levantó una man

enguantada para crear una imagen qurepresentaba al objeto del que estabahablando—. ¿Recuerdas cómo no

dejamos engañar por su aspecto? ¿Lsencillo que parecía ese objeto?

En cuanto Krasus invocó aquell

magen, Malygos se quedó boquiabiert se encogió de miedo. Acto seguidoos dragones gemelos se derrumbaron, a nieve y la roca se desperdigaron si

ocar al mago ni a su anfitrión. El ruidatronador del impacto reverberó por locorredores varios, y también por lo

vastos y desolados páramos que s



extendían por encima de ellos. —¡Llévatelo, llévatelo, llévatelo! —

e exhortó Malygos, prácticament

gimoteando, al tiempo que intentabaparse sus difusos ojos con las garra

—. ¡No me lo muestres más!

Pero Krasus no tenía intención dhacerle caso.

—¡Míralo, amigo mío! ¡Contempl

a causa de la caída en desgracia de larazas más antiguas! ¡Observa lo que sha dado en conocer como el Alma dDemonio!

Aquel disco brillante giró sobre lmano enguantada del mago: un objetdorado tan simple que había pasado po

muchas manos sin que nadie se dier



—¡Para ya! ¡El Alma de Demonio sperdió, se perdió, se perdió, y el colososcuro murió a manos de los mago

humanos y de los elfos! —¿Ah, sí?Krasus pisó los restos de los do

dragones espectrales e hizo desaparecea imagen de aquella reliquia al tiemp

que invocaba otra en la que se veía a u

humano, un hombre vestido de negro. Uoven noble muy seguro de sí mismcuya mirada transmitía una sabidurímuy antigua que contrastaba con s

uventud.Se trataba de Lord Prestor. —Este hombre, este mortal, será e

nuevo rey de Alterac. Y Alterac s



encuentra en el centro de la Alianza dLordaeron, Malygos. ¿No te resultfamiliar? Tú más que nadie debería

percibirlo.La criatura de hielo se aproxim

para observar más detenidamente l

magen en rotación del falso nobleExaminó a Prestor con sumo cuidado cautela… y, poco a poco, una sensació

de horror se fue apoderando de él. —¡No es un ser humano! —Dilo, Malygos. Dime qué ves.Su mirada inhumana se cruzó con l

de Krasus. —¡Sabes perfectamente que e

Alamuerte! —aulló, y, acto seguido, s

e escapó un siseo bestial a es



engendro grotesco que, en su día, habíportado la majestuosa forma de udragón—. Alamuerte…

—Sí, Alamuerte —convino Krasuscon un tono de voz carente de emoció—. Alamuerte, a quien hemos dado po

muerto en dos ocasiones. Alamuerte, quutilizó el Alma de Demonio en nuestrcontra y acabó con cualquier esperanz

de volver a la era del dragónAlamuerte, que ahora pretendmanipular a las razas inferiores para quejecuten sus traicioneros planes.

—Acabará provocando que sdeclaren la guerra unos a otros…

—Sí, Malygos. Provocará que s

declaren la guerra unos a otros hasta qu



sólo sobrevivan unos pocos… yentonces, el mismísimo Alamuertacabará con esos pocos. Ya sabes qu

clase de mundo desea crear. Uno en quúnicamente sobrevivan él y algunos dsus escogidos. Alamuerte dese

purificar el mundo para crear uno nuevdonde ni siquiera tendrán cabida lodragones que no pertenezcan a s

estirpe. —Nooo…El cuerpo de Malygos se expandió

repentinamente, en todas direcciones,

su piel adoptó una textura de reptil. Ecolor de su piel también cambió: pasde un blanco hielo a un oscuro y gélid

azul plateado. Sus extremidades s



ensancharon y su semblante se hizo mágrande, más propio de un dragón. Pera transformación no llegó

completarse: se detuvo en un estado eel que recordaba a una espantosparodia de dragón e insecto, a un

criatura de pesadilla. —Me alié con él y, por mi culpa, m

vuelo cayó en desgracia. ¡Soy el últim

que queda! El Alma de Demonio slevó a mis hijos, a mis compañeros. Eúnico consuelo que me quedaba en mrágica existencia era saber que aque

que nos había traicionado había muerto que el maldito disco había sid

borrado de la faz de la tierra par

siempre…



—No eres el único que se siente asíMalygos.

—¡Pero sigue vivo! ¡Sigue vivo!

La furia repentina del colosprovocó que la caverna temblase. Unaanzas de hielo atravesaron el suel

nevado, causando más temblores quhicieron que Krasus se tambalease.

—Si, vive, Malygos, a pesar de lo

sacrificios que hiciste para que no fuerasí…El macabro leviatán lo mir

fijamente y repuso:

—He perdido mucho… ¡demasiadoPero tú, que dices llamarte Krasustambién tuviste en su día el aspecto d

un dragón, y lo perdiste todo!



Una sucesión de recuerdos centradoen su amada reina pasó rápidamente poa mente de Krasus. Se apoderó de él l

nostalgia de los días en que el vuelrojo de Alexstrasza estaba en sapogeo…

Aunque él era su segundo consortenadie la había amado tanto y le habísido más fiel que él.

El mago negó con la cabeza, como sasí ahuyentara esos recuerdos tadolorosos. Se esforzó por reprimir suansias de surcar el cielo. Hasta que la

cosas no cambiasen, debería mantenesu apariencia humana, tendría que seguisiendo Krasus… en lugar del dragó

rojo Korialstrasz.



—Sí… he perdido mucho —reconoció al fin Krasus, mientrarecuperaba el control sobre sí mismo—

Pero espero recobrar muy pronto partde lo que perdimos… y restituirlo entrodos nosotros.

—¿Cómo piensas hacerlo? —Liberando a Alexstrasza.Malygos rugió con una sonris

demente. Rugió intensamente, muchmás tiempo del que su locura hubierustificado. Bramó con sorna ante l

ambición desmedida del mago.

—Eso sería estupendo para ti…siempre que fueras capaz de realizar esproeza imposible. Pero ¿eso en qué m

beneficia? ¿Qué me ofreces, pequeñín?



—Ya sabes qué aspecto tiene, y qupodría hacer por ti.

Entonces, Malygos dejó de reírse

Titubeó: obviamente, no quería creer eo que le estaba diciendo, pero estab

desesperado por hacerlo.

—No podría, ¿verdad? —Creo que podría, que ha

bastantes posibilidades de que todos tu

esfuerzos finalmente sirvan para algoAdemás, ¿qué futuro te espera si no?Los rasgos de dragón del anfitrió

del mago se le acentuaron, y se hinch

de una manera increíble. Ahora, unbestia de cinco, diez, veinte veces eamaño de Krasus se alzaba frente a él

apenas quedaban vestigios del engendr



macabro que Malygos había sido hastentonces. El hechicero tenía enfrente un dragón de una época anterior a lo

albores de la humanidad.Al recuperar su forma origina

Malygos recobró, al parecer, parte de s

cordura y de su capacidad de raciociniodado que le planteó a Krasus la cuestióque tanto temía y esperaba:

—¿Cómo es posible que los orcosean capaces de retenerla? Siempre mo he preguntado, preguntado

preguntado…

—Ya sabes que sólo hay una formde retenerla, amigo mío.

El dragón echó su reluciente cabez

plateada hacia atrás y siseó.



—¿El Alma de Demonio? ¿Esacriaturas insignificantes tienen en spoder el Alma de Demonio? ¿Por es

me has mostrado antes fugazmente unmagen nauseabunda de esa aberración?

—Sí, Malygos, tienen el Alma d

Demonio y, aunque dudo que seaconscientes del potencial que posee esobjeto, saben lo bastante sobre él com

para utilizarlo con el fin de mantener Alexstrasza a raya. Pero eso no es lpeor.

—¿Qué puede haber peor?

Krasus constató que había logradatraer al anciano leviatán hacia lcordura lo suficiente como para que s

aviniera a ayudarlo a rescatar a la rein



de los dragones; no obstante, temía quo que le iba a decir a continuació

podía truncar todos los avances qu

había hecho con él hasta entonces. Auasí, por el bien de muchos y no sólo dsu amada, el coloso que se hacía pasa

por un mago del Kirin Tor tenía qucontarle la verdad a su posible aliado.

—Creo que Alamuerte está al tant

de mis planes… y no se detendrá hastque ese maldito disco, y Alexstraszasean suyos.



CAPÍTULODIEZ



P

or segunda vez en los últimodías, Rhonin se despertó rodead

de árboles. Sin embargo, para sdecepción, en esta ocasión no sencontró con el rostro de Vereesa a

abrir los ojos, sino con un cielo que sestaba oscureciendo y un silenciabsoluto. En aquel bosque no cantabaos pájaros, ni se movía ningún anima

entre el follaje.El mago tuvo un mal presentimiento

Lentamente, con cautela, alzó la cabez

para echar un vistazo a su alrededorDivisó árboles y arbustos y poco másCiertamente, allí no había ningú

dragón, y mucho menos uno ta



mponente y traicionero como… —Aaah, por fin te despiertas…¿ Alamuerte?, pensó el mago.

Rhonin se giró a su izquierda, pese que ya había mirado hacia ese ladhacía un instante, y pudo observar co

suma inquietud cómo un fragmento daquellas sombras que se ibaextendiendo a medida que se ponía e

sol se despegaba del resto y, continuación, adoptaba la forma de unsilueta encapuchada que le recordaba alguien que el mago conocía.

—¿Krasus? —masculló, aunque, dnmediato, se percató de que no podíratarse de su mecenas sin rostro.

El ser que se le acercaba portab



aquellas sombras con orgullo, formabparte de ellas.

No; se equivocaba. Su primer

suposición era la correcta. En efecto, srataba de Alamuerte. Aquella figur

parecía humana; pero dedujo que si lo

dragones eran capaces de tener lapariencia de un hombre, la silueta quse erguía ante sí sólo podía ser la de es

bestia negra.Una cara emergió bajo la capuchapertenecía a un hombre moreno, apuest de rasgos aguileños. Era un semblant

noble… al menos, por el aspecto. —¿Te encuentras bien? —Sí de una pieza, gracias.

Las comisuras de la fina boca d



aquel ser se alzaron levementeconformando algo similar a una sonrisa.

—¿Me reconoces, humano?

—Eres… eres Alamuerte, eDestructor.

Las sombras que rodeaban aquell

figura se movieron con vida propia y sdesvanecieron levemente. Entonces, esrostro que parecía un cruce entre el d

un humano y el de un elfo, dejó de sean difuso. Las comisuras de sus labiose elevaron un poco más.

—Ése es uno de mis muchos títulos

mago, y tan preciso o impreciso comcualquier otro —replicó aquel ser, aiempo que ladeaba ligeramente l

cabeza—. He hecho bien al escogerte



o pareces sorprendido de que hayaparecido ante ti de esta forma.

—Tu voz es la misma de siempre

Jamás podré olvidarla. —Veo que eres bastante más saga

que muchos otros, mi amigo mortal. Má

de uno no sabría quién soy ni aunque mransformara ante sus ojos —dij

aquella silueta riéndose entre dientes—

Si quieres que te demuestre quién soypuedo transformarme ahora mismo. —Gracias… pero no.Lo que quedaba del día se esfum

ras el siniestro rescatador del magoEntretanto Rhonin se preguntó cuántiempo llevaba inconsciente… y adónd

o había traído Alamuerte. Pero po



encima de todo se preguntaba por quseguía vivo.

—¿Qué quieres de mí?

—No quiero nada de ti, magRhonin; sólo deseo ayudarte a culminau misión.

—¿Mi misión? Nadie aparte de Krasus y el círcul

nterno del Kirin Tor conocía l

verdadera naturaleza de su misión, Rhonin había empezado a preguntarse sel Kirin Tor sabía realmente en quconsistía ésta. Los magos maestros era

muy reservados; podían tener supropios planes, aunque se los ocultaraal resto, y sus propios intereses, qu

defendían por encima de los de su



homólogos. No obstante, se supone qusu interlocutor no debería saber nadacerca de ese asunto.

—Oh, si, Rhonin, tu misión.En ese instante, la sonrisa d

Alamuerte se expandió hasta alcanzar u

amaño impropio de un humanoentonces el mago pudo ver tras essonrisa unos dientes afilados

puntiagudos. —¡Que consiste en liberar a la grareina de los dragones, a la asombrosAlexstrasza! —agregó aquel ser.

Rhonin reaccionó de manernstintiva. Aunque no estaba seguro d

cómo el coloso había descubierto l

verdadera naturaleza de su misión, er



consciente de que Alamuerte no tenípor qué conocer dicha informaciónAlamuerte despreciaba a todos los sere

vivos, incluso a los leviatanes que npertenecían a su estirpe. Aquella bestienorme y la reina carmesí no s

profesaban mucho cariño precisamente.El conjuro que el cauteloso mag

empleó súbitamente le había sido mu

útil durante la guerra. Gracias a él, lhabía arrebatado la vida a un orco qucargaba contra su persona; un orco quenía las manos manchadas de la sangr

de seis caballeros y un mago; y con unversión menos potente de ese hechizoRhonin había logrado mantener a raya

un brujo orco, lo cual le había permitid



prepararse para lanzar el sortilegidefinitivo. Sin embargo, nunca lo habíutilizado contra un dragón. Había leíd

en los pergaminos arcanos qufuncionaba especialmente bien a la horde contener y retener a esos vetusto

colosos…Al instante, unos anillos dorados s

materializaron alrededor d

Alamuerte… y, acto seguido, aquellfigura envuelta en sombras los atravesó —¿Acaso era necesario que lanzara

ese hechizo?

A continuación, un brazo emergió da capa, y Alamuerte señaló hacia e

mago.

Una roca que había junto a Rhoni



crepitó frenéticamente… Y, dnmediato, se derritió ante sus ojos. L

piedra fundida dejó un reguero de lav

hasta el suelo, se filtró por todas lagrietas que encontró a su paso desapareció sin dejar rastro ta

rápidamente como se había derretidoTodo eso acaeció en apenas unosegundos.

—Te podría haber hecho eso shubiera querido, mago. Te he salvado lvida en dos ocasiones. No habrá unercera.

Rhonin, juiciosamente, hizo un gestde negación con la cabeza.

—Por fin entras en razón.

Alamuerte se aproximó a él, y se fu



solidificando a medida que avanzabaEntonces, señaló con el dedo a algsituado en el suelo, junto al mago.

—Bebe. Te resultará de lo márefrescante.

Rhonin miró hacia abajo y descubri

que había un pellejo de vino sobre lhierba. Pese a que hacía unos segundono estaba ahí, no dudó a la hora d

recogerlo y beber de él. Lo hizo no sólporque estaba terriblemente sediento esas alturas, sino también porque, si snegaba, el coloso podría tomársel

como otro gesto de desafío. Por emomento, lo único que podía haceRhonin era cooperar… y rezar.

Su siniestro interlocutor volvió



moverse y, fugazmente, se tornó difusoprácticamente inmaterial. Al mago lnquietaba el hecho de que Alamuerte,

cualquier otro dragón, fuera capaz dadoptar una apariencia humana. ¿Quclase de mal podría infligir una criatur

como ésa en el pueblo de Rhonin? Y nsólo eso, ¿cómo podía estar él seguro dque Alamuerte no había infectado ya a

mundo con su maldad gracias a sdisfraz humano?Y, en ese caso, ¿por qué le revelab

un secreto tan importante a Rhoni

ahora? Tal vez porque pretendía acallaal mago para siempre una vez que todhubiera acabado.

—Ignoras tantas cosas sobr



nosotros…Rhonin lo miró atónito. ¿Acaso un

de los poderes con que contab

Alamuerte era el de leer epensamiento?

El dragón se acomodó a la izquierd

del humano, cerca de él; daba lmpresión de que se había sentado e

una silla o roca enorme que Rhonin n

podía ver debido a la túnica larga suelta de Alamuerte. Bajo el vértice deriángulo del color de la noche en qu

confluía su pelo sobre la frente, uno

ojos negros que nunca parpadeaban sencontraron con los de Rhonin, quieapartó la mirada.

Alamuerte repitió lo que había dich



antes: —Ignoras tantas cosas sobr

nosotros…

—No. Lo que ocurre es que no hamucha información disponible sobrdragones porque los investigadore

siempre acaban devorados.Aunque al propio mago s

comentario irónico no le pareci

gracioso precisamente, Alamuerte lencontró muy divertido. Se rió mandíbula batiente, de una forma que ecualquier otro ser habría sido tildad

como propia de un demente. —¡Había olvidado lo divertida qu

puede llegar a ser tu raza, amigo mío

Qué graciosos sois! —exclamó, a



iempo que esa sonrisa demasiadamplia y provista de demasiados dientepara tratarse de un humano regresab

con todo su siniestro esplendor a ssemblante—. Quizá estés en lo cierto.

Rhonin, quien empezaba a sentirs

ncómodo tumbado en el suelo junto aquel ser tan amenazador, se incorporhasta quedar sentado con la espald

erguida. Podría haberse puesto en piepero a Alamuerte le bastó con lanzarluna mirada para advertirle de que no ero más inteligente dadas la

circunstancias. —¿Qué quieres de mí? —volvió

preguntarle Rhonin—. ¿Por qué soy ta

mportante para ti?



—Porque eres el medio para lograun fin, la manera de alcanzar un objetivque lleva fuera de mi alcance desd

hace mucho tiempo, la pieza clave de uplan desesperado pergeñado por uncriatura desesperada…

Al principio, Rhonin no comprendio que le quería decir, pero, enseguida

pudo percibir que la frustración s

adueñaba del semblante del dragón. —¿Te sientes… desesperado?Alamuerte se levantó y extendió lo

brazos como si fuese a alzar el vuelo d

un momento a otro. —¿Qué ves ante ti, humano? —Una figura difusa envuelta e

sombras, que no es más que el dragó



Alamuerte disfrazado. —Ésa es la respuesta más obvia

pero ¿acaso eres incapaz de ver nad

más, mi diminuto amigo? Dime, ¿dóndestán las leales legiones de mi raza¿Ves a algún dragón negro o carmesí po

aquí, cuando, antes de la llegada de lohumanos, incluso los elfos surcaban ecielo a millares?

Como Rhonin no terminaba dcomprender adónde quería llegaAlamuerte con esa argumentación, simitó a negar con la cabeza. Si estab

seguro de algo, era de que la cordurhacía tiempo que había abandonado aquella criatura.

—No, no los ves —se respondió a s



mismo, a la vez que su aspecto sornaba más reptiliano.

Sus ojos se estrecharon y sus diente

se volvieron más largos y afilados. Ssilueta encapuchada aumentó de tamañodaba la impresión de que unas ala

pretendían escapar de los contornos da túnica. Alamuerte perdió parte de s

solidez y pareció fundirse con la

sombras que lo rodeaban. Aquel semágico se hallaba en pleno proceso dransformación.

—No los ves… —repitió, cerrand

os ojos fugazmente.Las alas, los ojos, los dientes… tod

regresó a su estado anterior. Alamuert

recobró su materialidad y su humanidad



aunque esto último sólo fuera algsuperficial, y entonces agregó:

—… porque ya no existen.

Acto seguido, se volvió a sentar extendió una mano con la palma haciarriba. De repente, encima de esa man

se materializaron unas imágenes qurepresentaban a unos dragones pequeñosobrevolando un mund

esplendorosamente verde. Las bestiarevoloteaban de acá para allá y eran dodos los colores del arcoíris. Aquellamágenes transmitían tal sensación d

embriagadora felicidad que Rhonin ssintió conmovido.

—El mundo nos pertenecía y l

cuidábamos diligentemente



Dominábamos la magia y ladministrábamos con sabiduríaDisfrutábamos de la vida… y no

deleitábamos en sus placeres.En ese momento apareció u

elemento nuevo en aquellas imágenes

Al suspicaz mago sólo le llevó unosegundos identificar a esas figuradiminutas: eran elfos, aunque no de l

clase a la que pertenecía Vereesa. Sbien esos elfos eran hermosos a smanera, su belleza era gélida y arrogant, en cierto modo, le repelía.

—Entonces, llegaron otros seresunas formas de vida inferiores, con unesperanza de vida muy reducida. Era

muy dados a cometer imprudencias, y s



anzaban de cabeza a pactar con fuerzaextremadamente peligrosas —le explicAlamuerte, cuya voz se fue tornando ta

gélida como la belleza de esos elfoenebrosos—. Y por culpa de s

necedad, los demonios se adentraron e

este plano.Rhonin se inclinó ligeramente haci

delante sin darse cuenta. Todo mago qu

se preciara estudiaba las leyendas sobra horda de Demonios, a la que algunodenominaban la Legión Ardiente; siembargo, hasta la fecha no se habí

hallado ninguna prueba concluyente qudemostrara que aquellos seremonstruosos hubieran existido e

realidad, dado que el estado mental d



a mayoría de los que afirmaban haberatado con esos demonios era cuand

menos cuestionable.

Mientras el mago intentaba captar ueve atisbo de uno de esos legendario

demonios en aquellas proyecciones

Alamuerte cerró la mano abruptamente las imágenes se desvanecieron.

—Si no fuera por los dragones, est

mundo hace mucho que habría dejado dexistir. ¡Nos enfrentamos a una amenazmayor que un millar de hordas orcas! Npuedes imaginarte los tremendo

sacrificios que tuvimos hacer… en esépoca, los leviatanes nos unimos uchamos juntos. Nuestra sangre s

mezcló en el campo de batalla mientra



expulsábamos a los demonios de nuestrmundo… —recordó, cerrando los ojoun instante— y, entretanto, perdimos e

control sobre aquello que pretendíamosalvar. La era del dragón quedó atrásPrimero los elfos, luego los enanos y

por último, los humanos reclamaron sderecho a forjar el futuro de este mundo

uestras filas fueron menguando y, l

que es aún peor, luchábamos entrnosotros. Nos matamos unos a otros.Rhonin ya sabía esto último. Todo

conocían esa historia, todos sabían qu

a animosidad reinaba en los cincvuelos de dragón, sobre todo entre evuelo negro y el carmesí. Si bien lo

orígenes de tal animosidad se perdían e



os albores de los tiempos, quizá emago podría conocer al fin la terriblverdad.

—Pero ¿por qué luchasteis entrvosotros después de haber sacrificadanto para salvar al mundo en u

esfuerzo conjunto? —Porque nos equivocamos, po

falta de comunicación entre nosotros…

fueron tantos factores distintos… Dodos modos, no lo entenderías, pomucho que te lo explicara si tuvieriempo para ello —respondi

Alamuerte, profiriendo un suspiro—Por culpa de todos esos factores, ahorquedamos tan pocos.

En ese instante, su mirada se torn



muy intensa y la clavó en la de Rhonimientras agregaba:

—Pero el pasado, pasado está. Voy

compensar todo el mal que hice, y parello haré cuanto esté en mi manohumano. Por eso, te ayudaré a liberar

a reina de los dragones, a Alexstrasza.Rhonin se mordió los labios par

evitar soltar la primera respuesta que s

e pasó por la cabeza. A pesar de quaquel ser se comportara con una cortesíexquisita, a pesar del disfraz quportaba, el mago era plenament

consciente de que se hallaba ante uno dos dragones más crueles que había

existido jamás. Por mucho qu

Alamuerte fingiera simpatía



camaradería, Rhonin era consciente dque bastaría con que pronunciara unsola palabra que le molestara al leviatá

para que acabara sufriendo un finaespantoso.

—Pero… —Rhonin titubeó, tratand

de medir sus palabras— pero si soienemigos…

—Por las mismas razones estúpida

por las que los miembros de nuestra razhan luchado entre sí durante tantiempo. He cometido muchos errores

humano, pero ahora estoy dispuesto

enmendarlos —replicó el dragón, quiecaptó con su mirada hipnótica latención del mago, y con ella su ment

—. Alexstrasza y yo no deberíamos se



enemigos.Rhonin se mostró totalmente d

acuerdo con esa afirmación.

—Claro que no. —En su día, fuimos grandes aliados

grandes amigos, y podríamos volver

serlo, ¿no crees?En aquel momento, el mago sól

podía ver los penetrantes orbes qu

conformaban los ojos del coloso. —Si, por supuesto. —Tu misión consiste en rescatarla t

solo, por tus propios medios.

Una extraña sensación de inquietunvadió a Rhonin y le hizo estremecerse, repentinamente, se sintió mu

ncómodo ante aquella mirada ta



ntensa de Alamuerte. —¿Cómo lo… cómo lo has sabido? —Eso no tiene importancia

¿verdad?Sus ojos se clavaron de nuevo en e

humano de tal forma que este fue incapa

de apartar la mirada.La sensación de inquietud l

abandonó de inmediato. Todo parecí

desaparecer bajo la intensa mirada dedragón. —Supongo que no. —Pero si intentas emprender est

misión solo, seguramente fracasarás. Deso no hay duda. Todavía no alcanzo comprender cómo has logrado llegar ta

ejos. No obstante, ahora, con mi ayuda



En todo momento, habían tenido Alamuerte en su campo visual, y eso quo seguían a bastante distancia. Inclus

Falstad, cuya vista no era tan agudcomo la de la elfa, había divisado a esbestia colosal volando hacia el interio

de aquellas tierras. Únicamente habíaperdido de vista a Alamuerte cuandéste atravesaba alguna nube, y sólo uno

breves instantes.Hasta hacía una hora.La bestia gigantesca se habí

adentrado en una nube con su valios

carga tal como había hecho en diversaocasiones. Falstad había seguido erumbo del dragón a lomos de su grifo

anto él como Vereesa habían aguardad



a que el leviatán reapareciese por eotro extremo de la nube. Esa nube era lúnica visible; la siguiente más cercan

estaba a miles de kilómetros al sur. Lforestal y su compañero de viaje podíaverla casi en su totalidad. Era imposibl

que no hubieran visto a Alamuertabandonarla.

Ningún dragón había emergido de l

nube.Habían esperado pacientemente, ypasado un tiempo prudencial, Falstaespoleó a su montura para que s

adentrase en la nube, a pesar del peligrque eso suponía, ya que Alamuertpodría estar escondido dentro. Per

enseguida pudieron comprobar que e



enebroso leviatán no estaba allí. El másiniestro de los colosos, el de mayoamaño, se había volatilizado.

—Es inútil, mi dama elfa —dijo voz en grito el jinete de grifos—Tenemos que aterrizar. Ni nosotros ni m

pobre montura podemos avanzar muchmás.

La forestal se mostró de acuerdo

aunque le hubiera gustado proseguir lpersecución, sabía que era imposible. —Muy bien —convino la elfa.Acto seguido, ésta contempló e

paisaje que se extendía a sus pies. Lcosta y los bosques habían dado paso una región mucho más rocosa e inhóspit

que, por lo que sabía, llevaba a lo



Falstad lo guió hacia el lugar donde sdivisaba un mayor número de colinas, ymás concretamente, hacia un vall

diminuto entre lomas. Vereesa se aferrcon fuerza al enano mientras el animaaterrizaba, y entretanto recorrió la zon

circundante con la mirada en busca dalguna posible amenaza. Como sencontraban en el interior de Kha

Modan, seguramente los orcos habríadesplegado puestos avanzados en loalrededores.

—¡Por el Pico Nidal! —exclamó e

enano mientras desmontaban—. Pomucho que disfrute de la libertad dsurcar los cielos, llevo demasiad

iempo sentado.



A continuación, acarició la crin deón que lucía el grifo y añadió:

Por ser un buen animal, te ha

ganado una buena ración de comida agua.

—He visto un arroyo cerca —

comentó Vereesa—. Quizá pueda pescaalgo ahí.

—Entonces, lo encontrará si así l

desea —replicó Falstad, a la vez que lquitaba los estribos y demás a smontura—. Y lo encontrará él solo.

Dio una palmadita al grifo en l

grupa y, acto seguido, éste ascendihacia el cielo. Parecía haber recobradparte de sus fuerzas ahora que ya n

enía que soportar el peso de su



pasajeros. —¿Crees que dejarlo campar a su

anchas es lo más indicado dadas la

circunstancias? —Mi querida dama elfa, un poco d

pescado no es suficiente sustento par

una bestia como ésta. Es mejor dejar qusalga a cazar algo adecuado para élVolverá cuando se haya saciado, y s

alguien lo divisa… bueno, en KhaModan todavía queda algún grifsalvaje —respondió Falstad, quien, tracomprobar que la elfa no parecía mu

convencida, añadió—: Regresarenseguida. Además, podemoaprovechar ahora que estamos solo

para dar buena cuenta de nuestra



vituallas.Disponían de unas poca

provisiones, que el enano se apresuró

repartir. Como había un arroyo en laproximidades, apuraron el agua ququedaba en sus cantimploras

Decidieron no encender un fuego, dadque se encontraban en pleno territoriorco. Por fortuna, disfrutaron de un

noche no demasiado gélida.El grifo regresó pronto con eestómago lleno. El animal se acomodunto a Falstad, quien acarici

suavemente la cabeza de aquella criaturmientras terminaba de comer.

—Aunque no he visto ninguno desd

arriba —dijo al fin—, no podemo



a excepcional visión nocturna propia dsu raza. Se preguntaba cómo se laarreglaría Rhonin rodeado de tant

oscuridad… si es que seguía vivo¿Acaso él también vagaba por lopáramos que separaban Khaz Modan d

Grim Batol?, ¿o Alamuerte se lo habílevado aún más lejos, a un reino cuy

existencia ella ignoraba?

Se negaba a creer que el mago shubiera aliado con aquel ser tenebrosopero, si no, ¿para qué lo queríAlamuerte? Por otro lado, tampoc

podía descartar la posibilidad de quRhonin no fuera la valiosa carga que eeviatán cubierto de placas metálica

portaba y hubiera obligado a Falstad



perseguir a aquel dragón en vano.Tenía tantas preguntas y tan poca

respuestas… Presa de la frustración, l

forestal se alejó del enano y su montur se atrevió a escudriñar los árboles as colinas cubiertos por un manto d

oscuridad. A pesar de su visión nocturnexcepcional, apenas alcanzaba distinguir poco más que unas silueta

negras que le transmitían una sensacióde opresión y peligrosidad aún mayoraunque no hubiera un orco en variokilómetros a la redonda.

Con su espada envainada, Vereesa saventuró un poco más lejos. Saproximó a un par de árboles nudoso

que seguían vivos a duras penas. La elf



os acarició y pudo percibir su fatiga desaliento; estaban dispuestos a morirTambién adivinó su antigüedad y ésto

e contaron su historia: eran anteriores que el terror de la Horda asolaraquellos páramos. En su día, Kha

Modan había sido una tierra próspera fecunda, donde, como Vereesa ya sabíaos enanos de las colinas y otros sere

habían fundado su hogar. Sin embargoos enanos habían acabado huyendo antel implacable y sangriento avance de loorcos; no obstante, habían jurado qu

algún día regresarían a aquel lugar.Los árboles no habían podido huir

claro está.

Para los enanos de las colinas, el dí



de su regreso triunfal estaba mupróximo, o eso intuía la elfa; pero, parentonces, era muy probable que fuer

demasiado tarde para los árboles y otroseres vivos. Khaz Modan iba a necesitamuchas, muchísimas décadas par

recuperarse… y tal vez nunca lograsregenerarse por completo.

—Tened valor —le susurró a l

pareja de árboles—. La primavervolverá algún día, os lo prometo.En el idioma de los árboles, d

odas las plantas, la primavera no er

sólo una estación, sino una palabra quencarnaba la esperanza de que la vida srenovaría y volvería a brotar con fuerza

Cuando la elfa retrocedió, pud



aquellos árboles aligeraron la pesadcarga que soportaba en su conciencia en su corazón, y las colinas rocosas y

no le parecieron tan siniestras. La elfse movía ahora con más presteza, segurde que todo acabaría bien, y de qu

Rhonin saldría sano y salvo de aquellsituación tan complicada.

El turno de vigilancia transcurri

más rápido de lo que había imaginadoVereesa se planteó incluso dejar quFalstad siguiera durmiendo —suronquidos indicaban que estab

profundamente dormido—, pero erconsciente de que sería una rémora smás tarde la falta de descanso la hací

flaquear en la batalla. La elfa se acerc



así que ella descubriera a otroenemigos que acechaban en loscuridad.

Una vez más, escuchó un ruido casmperceptible, seguido de un graznidremendo. Al instante, una siluet

enorme saltó cerca de donde sencontraba la elfa.

En cuanto Vereesa empuñó su arma

se dio cuenta de que era el grifo dFalstad el que había reaccionado así, no una criatura monstruosa oculta en ebosque. Al igual que ella, el anima

había oído esos ruidos leves, pero, diferencia de la forestal, no se detuvo sopesar las opciones, sino qu

reaccionó como le dictaba el agud



aunque no sonó desafiante. —¡No! ¡No! ¡Aparta! ¡Aparta

Aléjate de mí! ¡No soy ningún manjar!

El enano y la elfa corrieron hacia epunto de origen de ese gritdesesperado. Fuera lo que fuese lo qu

el grifo había arrinconado, no parecíamenazante. Aquella voz le recordaba alguien a la elfa, pero no era capaz d

precisar a quién. —¡Atrás! —le ordenó Falstad a voen grito a su montura—. ¡Atrás he dicho

¡Obedece!

En un principio, el ave leonina nparecía muy dispuesta a hacerle casocomo si creyera que lo que habí

capturado le pertenecía, o que no er



alrededores vengan aquí. —Ya le has oído —le dijo l

contrariada elfa a aquella silueta que n

paraba de retorcerse—. ¡Cállate!El visitante inesperado al fin s

ranquilizó.

Entonces, Falstad metió la mano ea bolsa que llevaba consigo.

—Tengo algo que nos ayudará

arrojar algo de luz sobre este asunto, mdama elfa, aunque creo que ya sé a quclase de animal carroñero hemoatrapado.

Sacó un pequeño objeto de la bols, tras apoyar el martillo al lado, lo frot

entre las gruesas palmas de sus manos

Poco a poco, el objeto empezó a brilla



enuemente. Unos segundos más tarde, sfulgor se incrementó, y, finalmentequedó claro que aquel artilugio era un

especie de cristal. —Es un regalo de un camarada qu

ha muerto ya —le explicó Falstad

quien, acto seguido, acercó el relucientcristal al cautivo—. Ahora, veamos sestoy en lo cierto… Sí, justo lo qu

pensaba…Vereesa también sospechaba lmismo. La elfa y el enano habíacapturado a una de las criaturas má

raicioneras que existen: un goblin. —Nos estabas espiando, ¿verdad

—inquirió con voz muy grave e

compañero de viaje de la forestal—



Quizá deberíamos matarte ya mismo poner punto y final a esta enojossituación.

—¡No! ¡No! ¡Por favor! ¡Este pobrdesgraciado no es ningún espía! ¡No soamigo de los orcos! ¡Sólo obedezc

órdenes! —¿Qué haces aquí de noche? —¡Me escondo! ¡Me escondo! H

visto a un dragón del color de la nocheLos dragones suelen comerse a logoblins!

Aquella horrenda criatura verdos

dijo eso último como si cualquiera fuercapaz de entenderlo.

¿Un dragón del color de la noche?

—¿Te refieres a un dragón negro? —



preguntó Vereesa, al tiempo que atraíhacia sí al goblin—. ¿Cuándo lo havisto?

—Hace poco. Antes del anochecer. —¿En el cielo o en tierra? —En tierra. Lo…

Falstad miró a Vereesa. —No se puede confiar en la palabr

de un goblin, mi dama elfa. No sabe

qué es la verdad. —Le creeré si es capaz dresponderme una sola pregunta. Goblin¿ese dragón iba solo? Y si no es as

¿quién estaba con él? —¡No quiero hablar de dragone

devoradores de goblins! —exclamó

pero bastó con que Vereesa le pinchar



igeramente con su espada para que uorrente de palabras brotara de su boc

—. No iba solo. Otro lo acompañaba

Quizá se lo fuera a comer luego, perestaban hablando. No escuché lo qudecían. Sólo quería largarme de ahí. N

me caen bien los dragones, y tampocos magos…

—¿Magos? —le espetaron a la ve

a elfa y el enano.Vereesa intentó no dejarse llevar poel entusiasmo cuando le preguntó:

—¿Te dio la impresión de que es

mago se encontraba bien? ¿Sano salvo?

—Sí…

—Descríbelo.



El goblin se retorcía, agitando supequeños y raquíticos brazos moviendo desconsoladamente la

piernas. La forestal no dejó que emovimiento frenético de esaextremidades larguiruchas la distrajera

Los goblins podían llegar a ser letaleen combate gracias a su fuerza y astuciapese a que sus cuerpos enclenques le

hicieran parecer inofensivos. —Era pelirrojo y muy arroganteAlto, vestido de azul oscuro. No sé snombre, no lo escuché.

Aunque esa descripción no era mudetallada, bastó. ¿Cuántos magopelirrojos, bastante altos y vestidos co

una túnica azul oscura, a los qu



acompañara Alamuerte, podía haber eaquellas tierras?

—Todo parece indicar que se trat

de tu amigo —dijo Falstad, soltando ugruñido—. Por lo visto, tenías razón.

—Tenemos que dar con él.

—¿Cómo vamos a hacerlo con estoscuridad? En primer lugar, mi damelfa, no has dormido nada; en segund

ugar, a pesar de que la oscuridad nobrinde un manto protector, también hacque sea prácticamente imposible vealgo, ¡aunque se trate de un dragón

pardiez!Por mucho que Vereesa deseas

partir ya mismo en búsqueda del mago

sabía que el enano tenía razón. Aun as



no estaba dispuesta a esperar hasta ealba. No podían permitirse el lujo dperder tanto tiempo.

—Sólo necesito un par de horasFalstad. Después, podremos proseguinuestro camino.

—Pero seguimos teniendo el mismproblema, la oscuridad, y te recuerdopor si lo has olvidado, que Alamuerte e

an negro como… como la noche. —No tenemos por qué buscar a esdragón directamente —replicó la elfcon una sonrisa—. Ya sabemos, a

menos, dónde aterrizó… o deberídecir, más bien, que uno de los aqupresentes lo sabe.

Ambos miraron a la vez al goblin



quien claramente habría preferido estaen ese momento en cualquier otro sitio.

—¿Cómo vamos a confiar en él

Todos sabemos que estos diminutoadrones verdes son unos mentiroso

compulsivos.

La forestal señaló la garganta degoblin con la afilada punta de su espada

—Tiene dos opciones: o bien no

muestra el lugar donde Alamuerte Rhonin aterrizaron, o bien lo harpicadillo y utilizaré su carne como cebpara atraer al dragón.

Falstad se rió entre dientes. —Dudo que alguien tenga estómag

para tragarse semejante ponzoña, n

siquiera Alamuerte, ¿eh?



Su canijo rehén se estremeció ypresa del miedo, abridesmesuradamente sus perturbadore

ojos amarillentos, desprovistos dpupila. A pesar de que la punta de lespada seguía estando muy cerca de é

el goblin se puso a dar saltos sicontrol.

—¡Os lo enseñaré con sumo gusto

Con sumo gusto! ¡No temo a lodragones! ¡Os guiaré, os llevaré hastvuestro amigo!

—¡Estate quieto y callado! —l

espetó la elfa, quien agarró con máfuerza aún a la criatura diabólica—. ¿Oacaso quieres que te arranque la lengua?

—Lo siento, lo siento, lo siento…



—murmuró su nuevo compañero dviaje. El goblin se calmnstantáneamente—. No hagáis daño

este ser miserable… —¡Bah! Es patético inclus

ratándose de un goblin.

—Me basta con que nos muestre ecamino.

—¡Este pobre desgraciado os guiar

muy bien, señorita! ¡Muy bien!Vereesa se detuvo a meditar unstante, y al rato dijo:

—De momento, tendremos qu

atarlo… —Lo voy a atar a mi montura. As

endremos bajo control a ese asqueros

roedor.



Tras oír esa sugerencia, el rostro degoblin se tornó aún más taciturnoesgrimió un gesto tan agónico que l

forestal de pelo plateado sintió pena poaquella criatura esmeralda.

—De acuerdo. Pero cerciórate d

que tu grifo no lo lastime. —Si se comporta como es debido

no le pasará nada —replicó Falstad

mirando fijamente al prisionero. —Este ser patético se comportardebidamente, por su bien…

Vereesa apartó la punta de su espad

de la garganta del goblin y trató dcalmarlo. Quizá si se mostraban un poccorteses con él, obtendrían má

provecho de esa criatura funesta.



—Guíanos adonde queremos ir, y tsoltaremos en un lugar en el que ncorras peligro de que el dragón t

devore. Te doy mi palabra —lprometió la forestal, y, tras una pausaañadió—: ¿Tienes un nombre, goblin?

—¡Sí, señorita, sí! —exclamóasintiendo con su desproporcionadcabeza—. ¡Oh, sí, sí, claro, señorita

Puedes estar segura de que este semiserable os guiará exactamente adondenéis que ir!

Entonces, esbozó su peculiar sonris

demente. —Os lo prometo…



CAPÍTULOONCE



ekros señaló al Alma dDemonio, mientras intentab

dilucidar cuál sería su siguiente paso. Ecomandante orco apenas había dormiden toda la noche; el hecho de que Torgu

no hubiera regresado de su misión lreconcomía por dentro. ¿Habífracasado? ¿Ambos dragones habíamuerto? De ser así, ¿qué clase dfuerzas habían enviado los humanos rescatar a Alexstrasza? ¿Un ejército dinetes de grifos apoyados por magos

i siquiera la Alianza sería capaz dreunir a un ejército tan poderoso parlevar a cabo esa misión, no cuando s

estaba librando una guerra al norte



además, tenía que solucionar aún ciertadisputas internas…

Pese a que había intentado contacta

con Zuluhed para transmitirle sunquietudes, el chamán no habí

respondido a su misiva mágica. El orc

sabía qué significaba ese silencioZuluhed estaba muy ocupado con lograves problemas que tenían en otro

frentes, y no tenía tiempo para ocuparsde lo que él consideraba «lanquietudes injustificadas de s

subordinado». El chamán esperaba qu

ekros actuara como era de esperar eun guerrero orco, con decisión convicción, lo cual dejaba al oficia

mutilado como estaba al principio.



Si bien el Alma de Demonio lotorgaba un gran poder, Nekros erconsciente de que no dominaba n

comprendía siquiera una pequeñfracción de su potencial. De hechocomo era consciente de que lo ignorab

casi todo sobre ese objeto, el orcdudaba a la hora de intentar utilizaaquella reliquia para hacer algo distint

de lo habitual. Zuluhed todavía no shabía dado cuenta de qué clase dobjeto le había entregado a ssubordinado. Por lo que Nekros habí

ogrado averiguar por sus propiomedios, el Alma de Demonio poseía upoder tal que si se utilizaba con ingeni

habilidad, sería capaz de barrer a la



fuerzas que el orco sabía que la Alianzestaba reuniendo al norte de KhaModan.

El problema estribaba en que si susaba de manera descuidada mprudente, el disco podría arrasa

ambién todo Grim Batol. —Si tuviera una buena hacha y u

par de piernas como es debido, te tirarí

al volcán más cercano… —masculló eorco, dirigiéndose a aquella reliquidorada.

En ese momento, un guerrero curtid

en mil batallas irrumpió en suaposentos, haciendo caso omiso a lmirada iracunda que le lanzó s

comandante.



—Torgus regresa.¡Por fin, una buena noticia! E

comandante profirió un suspiro d

alivio. Si Torgus estaba de camino, essignificaba que una de las amenazas quanto le preocupaban había sid

erradicada. Nekros abandonó el bancdonde estaba sentado de un saltoAlbergaba la esperanza de que Torgu

hubiera traído consigo un prisionero amenos, ya que eso era lo que queríZuluhed. Si torturaban un poco a esquejumbroso humano, seguramente le

contaría todo lo que necesitaban sabesobre la inminente invasión de la zonnorte.

—¡Al fin! ¿Cuándo llega?



—Dentro de unos minutos.La ansiedad dominaba el rostr

desagradable del subalterno, per

ekros decidió obviar ese detalle por emomento, puesto que estaba ansioso podar la bienvenida al poderoso jinete d

dragones. Torgus, al menos, no lo habídecepcionado.

Se guardó el Alma de Demonio

apretó el paso todo lo que pudo paralcanzar la vasta caverna donde loinetes de dragones solían aterrizar

despegar. El guerrero que le había traíd

a buena nueva lo seguía de cerca, permanecía extrañamente en silencio

o obstante, Nekros agradeció e

aquella ocasión que reinara el silenci



entre ambos. La única voz que anhelabescuchar en aquel momento era la dTorgus; quería que le relatara cóm

había obtenido esa gran victoria sobros invasores.

Varios orcos, entre los que s

encontraban los jinetes que aúquedaban con vida, esperaban a Torguen la amplia entrada de la caverna. A

pesar de que Nekros frunció el ceño acomprobar su caótica disposición, erconsciente de que aquellos orcoaguardaban con ansia el regreso triunfa

de su campeón al igual que él. —¡Apartaos! ¡Apartaos!Se abrió paso entre los orcos all

congregados y contempló la tenue luz d



os instantes previos al alba que sfiltraba por la entrada de la caverna. Aprincipio, fue incapaz de divisar

ninguno de los dos leviatanes: sin dudael centinela que había anunciado slegada inminente debía de tener un

vista muy aguda, superior a la dcualquier otro orco. Entonces… poco poco, Nekros se fijó en que una siluet

oscura surgía en lontananza, aumentandde tamaño a medida que se acercaba.¿Sólo regresaba uno de lo

dragones? El orco de la pata de pal

gruñó. Habían sufrido otra baja máspero eso no le iba a quitar el sueñoporque el objetivo se había cumplido

aquella amenaza había sido erradicada



ekros era incapaz de distinguir cuál dos dos dragones era el que regresaba

aunque, al contrario que los demás

esperaba que se tratara de la montura dTorgus. Nadie podía derrotar acampeón de Grim Batol.

Aun así… a medida que la silueta daquel dragón se tornaba más definida

ekros se percató de que volab

siguiendo una trayectoria muy irregularsus alas parecían estar rasgadas y scola pendía prácticamente inerteEntornó los ojos para poder enfocar l

vista y comprobó que, efectivamente, uinete llevaba las riendas de aquell

bestia; no obstante, éste parecía qu

estaba a punto de caerse de su montura



daba la impresión de que mantenía lconsciencia a duras penas.

Un incómodo escalofrío recorrió l

columna vertebral del comandante orco —¡Despejad esta zona! ¡Despejadla

Va a necesitar mucho espacio par

aterrizar!En realidad, mientras Nekros s

alejaba cojeando lo más rápido posible

se dio cuenta de que la montura dTorgus iba a necesitar prácticamentodo el espacio libre que había e

aquella vasta cámara. Cuanto más s

acercaba el dragón, más errática parecísu trayectoria de vuelo. Por un brevnstante, Nekros llegó a pensar que e

eviatán se iba estrellar contra la lader



de la montaña, ya que ejecutaba unamaniobras en el aire muy extrañas. Afinal, y gracias tal vez a que su jinete l

espoleó en el último instante, emonstruo carmesí logró cruzar la entradsano y salvo.

Acto seguido, el dragón aterrizentre ellos, estrellándose con fuerzcontra el suelo.

Los orcos gritaron de sorpresa consternación al tiempo que aquellbestia se deslizaba por el suelo de lcámara, incapaz de detenerse debido a

exceso de impulso con que habíaterrizado. Un guerrero orco voló poos aires al recibir un fuerte impacto d

un ala. Su cola se movía sin contro



hacia delante y hacia atrás, golpeandas paredes provocando que vario

fragmentos de roca se desprendieran de

echo. Nekros se arrimó a una pareodo lo que pudo y apretó los diente

con fuerza. La estancia se llenó d

polvo.El silencio invadió de repente l

cámara: un silencio durante el cual e

oficial mutilado y todos los que habíaogrado apartarse de la trayectoria dedragón se percataron de que aquellcolosal criatura que tenían ante ello

había vuelto a la alcándara… parmorir.

Sin embargo, ése no era el caso de

inete. Una figura se alzó en medio d



odo aquel polvo; una silueta que, pesar de tambalearse, seguía siendmpresionante, y que se soltó las correa

que lo ataban a aquel gigantesco cadáve bajó de él deslizándose por u

costado, y que casi se cae de rodillas e

cuanto tocó el suelo. Escupió sangre ierra por la boca, y, acto seguido, mir

a su alrededor en busca…

…de Nekros. —¡Estamos perdidos! —exclamó emás valiente y fuerte de los Jinetes ddragones—. ¡Estamos perdidos, Nekros

La arrogancia de Torgus había sidreemplazada por algo que scomandante interpretó com

resignación. Torgus, que había jurad



que moriría luchando, ahora parecíotalmente derrotado.

¡No! ¡Él no!, pensó el anciano orco

Se acercó cojeando a su campeón lo márápido que pudo, con un gesto sombríen su semblante.

—¡Calla! ¡No me gusta que hableasí! ¡Eres una vergüenza para los clanesY para ti mismo!

Torgus se apoyó contra los restomortales de su montura. —¿De qué vergüenza hablas

anciano? No tengo nada de qu

avergonzarme. Sólo he visto lverdad… y debes saberla: ¡no podemoalbergar ninguna esperanza de triunfo

Aquí no!



Nekros se olvidó por un momento dque aquel jinete era más alto y muchmás corpulento que él y lo agarró po

os hombros con el fin de sacudirle lconmoción que lo dominaba.

—Dime, ¿por qué hablas de un

manera tan derrotista, traidor? —¡Mírame, Nekros! ¡Observa m

montura! ¡No sabes a qué nos hemo

enfrentado! ¡No te imaginas contra quhemos luchado! —¿Un ejército de grifos? ¿Un

egión de magos?

Las manchas de sangre cubrían laotrora magníficas insignias que colgabadel pecho de Torgus. El jinete d

dragones intentó reírse, pero un ataqu



de tos se lo impidió. Nekros aguardcon impaciencia.

—Ojalá… ojalá hubiera sido és

nuestro enemigo, porque habría sido ucombate más justo. No; sólo divisamos un puñado de grifos… qu

probablemente eran un cebo. Tenían quserlo… Era un grupo demasiadreducido como para ser una fuerza d

ataque útil… —Eso me da igual. ¿A qué os habéienfrentado que te ha dejado tamalherido?

—¿A qué me he enfrentado? —preguntó retóricamente Torgus, quien, eaquellos instantes, ya no miraba a s

comandante sino a sus compañeros d



armas, situados más atrás—. Me henfrentado a la mismísima muerte… ¡a muerte encarnada en un dragón negro

La consternación se adueñó de loorcos. El propio Nekros se quedpetrificado al escuchar esas palabras.

—¿Te refieres a Alamuerte? —Sí. Se ha aliado con los humanos

Justo cuando me abalanzaba sobre un

de los grifos surgió de entre las nubesLogramos escapar por los pelos…Era imposible… pero, aun así, n

había otra explicación probable. Torgu

era incapaz de haberse inventado unmentira de tal calibre. Si afirmaba quAlamuerte lo había atacado, y lo ciert

era que los desgarros y heridas qu



mostraba aquel gigantesco cadáveotorgaban credibilidad a sus palabrasno cabía ninguna duda de que er

verdad. —Cuéntame más. Y no obvie

ningún detalle.

A pesar de que su estado eramentable, el jinete obedeció, y l

contó cómo él y el otro orco que l

acompañaba se habían topado con ugrupo enemigo muy reducido y que, poanto, no representaba una seri

amenaza. Tal vez se tratara de un

avanzadilla de exploración. Torguhabía distinguido dentro del grupo varios enanos, una elfa y, al menos, u

mago. Unos objetivos muy fáciles,



excepción de un guerrero humano qusacrificó su vida inopinadamente y qufue capaz de matar al otro dragón é

solo.Pese a esto último, Torgus n

esperaba toparse con mucha má

resistencia, ni tampoco que le costasibrarse de esos enemigos. Si bien e

mago había demostrado ser un incordio

se había esfumado en mitad del combateprobablemente había muerto al caer avacío. Entonces, el orco había decididarremeter contra el resto del grupo

dispuesto a acabar con ellos.Fue entonces cuando lo atac

Alamuerte. Aunque la bestia de Torgu

no era rival para el dragón negro, ésta s



había negado a obedecer las órdenes dsu jinete y se había enfrentado al colosde ébano. Torgus no era un cobarde

pero se había percatado en el acto dque era inútil enfrentarse a un leviatáprovisto con una armadura tan especial

Una y otra vez, durante la refriega, habíordenado a voz en grito a su montura quse alejara de su adversario. Para cuand

el dragón rojo le obedeció, el otro ya lhabía infligido varias heridas graves.Mientras el jinete contaba lo qu

había sucedido, Nekros se fue dand

cuenta de que sus peores pesadillas shabían hecho realidad. El goblin Krylhabía estado en lo cierto al informarl

de que la Alianza buscaba liberar a l



reina de los dragones del yugo de loorcos, pero aquella criaturnauseabunda ignoraba, o tal vez no s

había dignado a contarle a su amo, quclase de fuerzas habían reunido parlevar a cabo esa misión. De algú

modo, los humanos habían logrado hacea algo inconcebible: sellar un pacto coa única criatura que ambas parte

respetaban y temían. —Alamuerte… —masculló.Aun así, ¿por qué iban a infrautiliza

a ese coloso en una misión de es

ndole? Seguramente, Torgus tenía razóal afirmar que el grupo de invasores quhabía descubierto debía de ser un

avanzadilla de exploración o un cebo



Sin duda, un ejército mucho mánumeroso y poderoso seguía sus pasode cerca.

De improviso, Nekros creyó sabequé estaba ocurriendo realmente.

Se giró para encararse con los orco

e intentó evitar que se le quebrara lvoz.

—La invasión ha comenzado. Per

no nos atacan por el norte comesperábamos, sino que los humanos sus aliados han decidido venir a ponosotros primero.

Sus guerreros se miraron unos otros consternados. Se acababan de dacuenta de que se enfrentaban a un

amenaza mucho mayor de lo qu



cualquiera en la Horda podría imaginarUna cosa era morir valientemente ebatalla, y otra saber que uno s

enfrentaba a una muerte segura. Nekros creía que las conclusiones

as que había llegado eran totalment

ógicas. Los invasores habían entradsubrepticiamente por el oeste con el fide hacerse con el control del sur d

Khaz Modan para liberar o matar a lreina de los dragones, dejando así a lorestos de la Horda que aguardaban a quas fuerzas invasoras entraran por e

norte, cerca de Dun Algaz, sin sprincipal apoyo, y luego abandonaríaGrim Batol y se dirigirían al norte. D

ese modo, los orcos se verían atrapado



entre las fuerzas enemigas procedentedel sur y las de Dun Modr. Las últimaesperanzas de la raza orca se hacía

añicos y los supervivientes seríaenviados a los enclaves vigilados quos humanos habían levantado a ta

efecto.Zuluhed había dejado a Nekros a

cargo de todos los asuntos que afectara

a aquella montaña y a los dragonecautivos en ella. Como el chamán nhabía considerado oportuno responder as peticiones de ayuda de s

subordinado, cabía suponer quconfiaba en que Nekros haría lcorrecto. Así que Nekros tomaría la

decisiones pertinentes.



—Torgus, ve a que te curen y duermun poco. Ya hablaremos más tarde.

—Nekros…

—¡Obedece!La furia que se asomó a los ojos de

orco tullido obligó a retroceder a

campeón de los jinetes de dragones. ATorgus no le quedó más remedio quasentir, y, con la ayuda de uno de su

camaradas, abandonó la cámaraEntonces, Nekros centró la atención eos demás orcos.

—Recoged todo lo que se

mportante y subidlo a los carromatosTrasladad todos los huevos en cajaacolchadas con paja… y mantenedlo

calientes —ordenó, y se detuvo u



nstante para repasar mentalmente lista de prioridades—. Preparaos par

matar a cualquier cachorro de dragó

que no podamos adiestrar por no estadomesticado aún.

Esas palabras provocaron qu

Torgus se parara en seco. Tanto él comel resto de los jinetes miraron a scomandante con horror.

—¿Quieres que matemos a locachorros? Pero si los vamos necesitar…

—Sólo vamos a necesitar lo qu

podamos sacar de aquí con sumceleridad. Haz lo que digo… por sacaso…

El campeón de los jinetes d



dragones clavó la mirada en scomandante y le preguntó:

—¿Por si acaso qué?

—Por si acaso no consigo acabacon Alamuerte…

En ese preciso instante, todos lo

presentes en aquella cámara lo mirarofijamente, como si le hubiera salido unsegunda cabeza y se hubiera convertid

en un ogro. —¿Acabar con Alamuerte? —repitientre gruñidos uno de los jinetes.

Entonces, Nekros buscó con l

mirada a su domador principal, el orcque solía ayudarlo a cuidar a la reina dos dragones.

—¡Tú! ¡Ven conmigo! Tenemos qu



dar con la manera de trasladar a lmadre.

Torgus por fin creyó saber qu

sucedía. —¡Quieres que abandonemos Gri

Batol! ¡Pretendes trasladarlo todo a

norte! —Sí. —¡Pero el enemigo te seguirá

Alamuerte te seguirá!El orco de la pata de palo resopló. —Ya sabes cuáles son tus órdenes…

¿o acaso estoy rodeado de peone

quejicas en lugar de poderosoguerreros?

Ese comentario hiriente incitó

Torgus y los demás a cambiar de actitu



de inmediato. Por muy mutilado questuviera Nekros, él era quien mandaben aquel lugar. No les quedaba má

remedio que obedecerlo, aunqupensaran que sus planes eran una locura

Nekros se abrió paso a empujones

apartó de su camino al campeón herido a todo aquel que encontró a su pasomientras no paraba de dar vueltas en s

cabeza a sus planes. Lo más importantera sacar a la reina de los dragones aexterior, aunque sólo fuera al exterior desa caverna. Bastaría con eso para qu

pudiera cumplir su propósito.Pretendía hacer lo mismo que lo

humanos: poner un cebo. En caso de qu

su plan fallara, los huevos, al menos



acabarían en manos de Zuluhed. De esmodo, si Nekros era derrotado, lohuevos sobrevivirían y serían de gra

ayuda para la Horda; y si, por econtrario, Nekros lograba ser evencedor de la contienda, aunque par

obtener la victoria tuviera que sacrificasu vida, los orcos tendrían máposibilidades aún de repeler la invasió

de la Alianza.De repente, deslizó una de surobustas manos dentro de la bolsa dondreposaba el Alma de Demonio. Nekro

Trituracráneos se había preguntadmuchas veces cuáles eran los límites depoder del misterioso talismán. Por fi

ba a tener la oportunidad d



comprobarlo.La suave luz del alba despertó

Rhonin de uno de los sueños má

profundos que jamás había tenido. Cogran esfuerzo, se incorporó y echó uvistazo a su alrededor con el fin d

hacerse una idea de dónde estaba. Srataba de una zona boscosa, y no de l

posada con la que había estado soñando

de la posada en la que él y Vereeshabían estado hablando de… Estás despierto… eso es bueno…Esas palabras surgieron en su ment

sin previo aviso y lo dejaroconmocionado. Rhonin se puso de pie dun salto y trazó un círculo a su alrededo

antes de advertir cuál era el origen d



aquellas palabras que había oído en smente.

Aferró con fuerza el medallón qu

colgaba de su cuello, y que Alamuerte lhabía entregado la noche anterior.

Un tenue fulgor parecido al hum

emanaba del cristal negro. Acontemplarlo, Rhonin recordó todo lacaecido la pasada noche, así como l

promesa que le había hecho el leviatánGracias a este objeto, podré guiartdurante el resto de tu misión.

—¿Dónde estás? —preguntó al fin e

mago. En otro lugar , respondió Alamuerte

ero, al mismo tiempo, también estoy

contigo…



El mago echó un vistazo a salrededor con suma cautela y se centren el paisaje que divisaba al oeste. Allí

el bosque daba paso a una zona rocosa nhóspita que sabía, gracias a los mapa

que había estudiado, que lo llevarí

hasta Grim Batol y a la montaña dondos orcos tenían cautiva a la reina de lo

dragones. Rhonin estimaba qu

Alamuerte le había ahorrado varios díade viaje al traerlo hasta tan lejos. GriBatol debía de estar a dos o tres días dviaje, siempre y cuando el hechicer

avanzara con paso firme.Echó a andar hacia el oeste… per

Alamuerte lo interrumpió de inmediato.

No deberías ir en esa dirección.



—¿Por qué no? Lleva directamente a montaña que busco.

Te llevará directamente a la

arras de los orcos, humano. ¿Cómuedes ser tan necio?

A pesar de que Rhonin se sinti

ofendido por ese insulto, decidió quera mejor morderse la lengua. Así quoptó por preguntar:

—Entonces, ¿a dónde he de ir? Míralo tú mismo…De repente, apareció en su mente un

magen del lugar donde se encontraba e

ese momento. Rhonin apenas tuviempo de asimilar esa sorprendent

visión, ya que él mismo empezó

moverse dentro de la imagen. A



principio, muy despacio; después, cadvez más rápido. Aquella visión parecírecorrer a gran velocidad un sender

que atravesaba el bosque desembocaba en las regiones rocosaque tenía a su espalda. A partir de ahí, e

sendero se retorcía y giraba, y lamágenes pasaban a una velocida

vertiginosa y mareante. Atraves

precipicios y barrancos, raudo y velozmientras dejaba atrás árboles que sóleran un borrón. Se tuvo que agarrar aronco más cercano para no caer al suel

a causa del aturdimiento que aquellamágenes, que danzaban a gra

velocidad por su mente, provocaron e

él.



Las colinas de su visión svolvieron más altas y amenazadoras, yal fin, se transformaron en montañas. N

siquiera entonces se ralentizó aquellmagen, no hasta que se fijó en un pic

en particular que atrajo al mag

rremediablemente a pesar de suitubeos.

De repente, en la base de ese pico

el punto de vista de Rhonin viró hacia ecielo de una manera tan brusca questuvo a punto de perder el equilibrio. Acontinuación, el mago ascendió aque

pico en su visión, que le mostraba eodo momento zonas donde habí

salientes o asideros. Ascendió

ascendió hasta que alcanzó la angost



entrada de una caverna…En ese preciso instante, la visió

erminó tan abruptamente como habí

comenzado, dejando a Rhonin agitadentre el follaje.

Ése es el camino que debe

recorrer, el único sendero que termitirá alcanzar tu meta…

—¡Pero tardaré mucho más si sig

esa ruta, y atravesaré zonas mucho mápeligrosas!El mago no quería ni pensar en qu

endría que ascender por la ladera d

esa montaña. Lo que podía parecerle unruta muy sencilla a un dragón, podíresultarte muy traicionera a un humano

aunque éste dominara el arte de l



magia.Contarás con ayuda. No he dich

que tengas que recorrer a pie todo e

camino… —Pero…Ya es hora de que inicies tu viaje, l

anunció aquella voz en su mente.Acto seguido. Rhonin echó

andar… o, más bien, sus pierna

echaron a andar.Sólo sufrió esa extraña sensaciódurante unos segundos, pero fue más qusuficiente para que el mago apretara e

paso. A medida que recuperaba econtrol de sus extremidades inferioresfue apretando el paso: no querí

experimentar de nuevo una sensació



similar. Alamuerte le acababa ddemostrar con una facilidad pasmosque los unía un vínculo extremadament

fuerte.Aunque el dragón no volvió a hablar

Rhonin sabía que Alamuerte merodeab

por algún rincón recóndito de su menteAl parecer, pese a todo el poder quposeía el leviatán negro, no controlab

otalmente a Rhonin. Al menos, lopensamientos de Rhonin parecían estar salvo de la mirada indiscreta de saliado. Si no, Alamuerte no se habrí

sentido nada contento con el mago eaquel momento, ya que Rhonin habídado con la manera de liberarse de l

perniciosa influencia del coloso.



Resultaba curioso. La noche anteriohabía estado más que dispuesto creerse casi todo lo que Alamuerte l

había contado, incluso cuando el dragónegro afirmó que deseaba rescatar Alexstrasza. Ahora, sin embargo, podí

pensar con más claridad y percatarsmejor de lo que sucedía en realidad. Ne cabía duda de que Alamuerte n

quería liberar a su mayor rival. ¿Acasno había pretendido destruirla a ella y su raza de dragones por medio de lguerra?

Entonces recordó que Alamuerthabía respondido a esa pregunta máadelante en esa misma conversación

os orcos se dedican a criar y domar



os hijos de Alexstrasza, humano. Dese modo, los vuelven en contra deresto de los seres vivos. Ten en cuent

que, aunque la liberemos, ya nodremos salvar a sus vástagos, puest

que seguirán siendo fieles a sus amos

or eso mato a sus hijos, porque no mqueda más remedio… ¿entendido?

Rhonin lo había entendid

perfectamente. Todo cuanto le habícontado el dragón la noche anterior lhabía parecido cierto, pero, al dísiguiente, bajo la luz del sol, s

preguntaba hasta qué punto lo que lhabía dicho era verdad. Quizá lapalabras de Alamuerte contenían un alt

porcentaje de verdad, pero eso n



significaba que no tuviera otras razonemás siniestras para actuar como lestaba haciendo.

Rhonin barajó la posibilidad ddeshacerse del medallón. Sin embargosabía que, si lo hacía, segurament

atraería la atención de su aliado, algque no deseaba; además, Alamuertpodría localizar al mago con sum

facilidad. Aquel dragón ya habídemostrado que podía reaccionar murápido. Asimismo, Rhonin tambiédudaba que, en caso de que Alamuert

se presentara de nuevo ante él, fuese ecalidad de camarada.

Por ahora, lo único que podía hace

era seguir el camino que éste le habí



ndicado. Entonces, Rhonin se dicuenta de que no llevaba consigninguna provisión, ni siquiera un pellej

con agua; tanto las provisiones como epellejo estaban en el fondo del mar juntal desventurado Molok y su grifo

Alamuerte no había creído convenientsuministrarle tales alimentos básicopara emprender el viaje; al parecer, l

comida y la bebida que el dragón lhabía ofrecido la noche anterior era todel sustento que el mago iba a recibir.

Rhonin siguió avanzand

mperturbable, Alamuerte quería qulegase a aquella montaña, y el mago s

mostró dispuesto a hacerlo. De algú

modo, Rhonin alcanzaría su destino.



Mientras ascendía por un terrencada vez más traicionero, supensamientos volvieron a centrars

nevitablemente en Vereesa. La elfhabía demostrado una tenacidad y undedicación en el cumplimiento de s

deber encomiables, pero seguramenthabría regresado con los suyos… en ecaso de que hubiera sobrevivido a

ataque que habían sufrido. Se le hizo unudo en la garganta al pensar que lforestal tal vez no hubiera sobrevividoo cual le hizo tropezar. No; seguro qu

había logrado salir sana y salva de lrefriega, y que, por sentido comúndecidió regresar a Lordaeron con lo

suyos.



Seguro que sí…Entonces, Rhonin se detuvo y sinti

a imperiosa necesidad de darse l

vuelta. Sospechaba que Vereesa nhabía hecho caso a su sentido comúnsino que había insistido en segui

adelante, y puede que incluso hubierconvencido al testarudo de Falstad dque la llevara hasta Grim Batol. En es

momento, siempre y cuando no shubiera topado con ninguna otramenaza, ella podía estar siguiendo srastro, acortando la distancia que lo

separaba.Así pues, el mago decidió dar u

paso en dirección hacia el oeste y…

Humano…



caminando unos minutos más. Yo tuiaré.

Como Rhonin era consciente de qu

había perdido su oportunidad, obedecióAvanzó a trompicones a lo largo daquel sendero irregular hasta llegar

una pequeña arboleda que se alzaba emedio de la nada.

Resultaba sorprendente comproba

cómo la vida pugnaba por abrirse pashasta en los peores reductos de KhaModan. Aunque sólo fuera por lsombra que le iban a ofrecer, Rhonin l

habría dado las gracias a su funestaliado.

En el corazón de ese bosquecill

encontrarás todo lo que tanto ansias…



Aquello no era «todo lo que tantansiaba», pero el mago no estabdispuesto a decirle a Alamuerte que s

equivocaba, claro está. Apretó el paspresa de la impaciencia. No veía emomento de beber un poco de agua

poder llevarse a la boca algo de comidaAdemás, unos minutos de descanso lvendrían muy bien.

Si bien aquellos árboles erabastante bajos para pertenecer a esclase de plantas —medían tres metros medio de altura—, daban buena sombra

Rhonin se adentró en el bosquecillo echó un vistazo a su alrededor. Con todseguridad, había un arroyo cerca, y, a l

mejor, algo de fruta también. El mag



pensaba que Alamuerte no podíconseguirle otra clase de comida desda lejanía.

Sin embargo, se equivocaba: lofrecía un festín. En el centro de la zonboscosa había unas raciones de comid

bebida que Rhonin nunca habrímaginado que podrían encontrarse en uugar así. Consistía en conejo asado, pa

recién hecho, fruta y agua fresca.El mago tocó el ánfora que conteníel líquido elemento con sumo respeto.

Come, murmuró el dragón en s

cabeza.Rhonin le obedeció gustoso, y s

dispuso a dar buena cuenta de aquello

alimentos. El conejo acababa de se



preparado y estaba sazonado a lperfección, y el pan conservaba eagradable aroma del horno. Se olvidó d

os buenos modales y las normas dcortesía y bebió directamente deánfora… y descubrió que ésta, lejos d

vaciarse, seguía igual de llena. A partide entonces, Rhonin no se tuvo qupreocupar por racionar el agua y bebí

cuando le apetecía, a sabiendas de quAlamuerte velaba por su bienestar, amenos hasta que el mago alcanzara lmontaña.

Aunque podría haber invocado upoco de agua y comida con sus propiahabilidades mágicas, eso le habrí

arrebatado unas energías preciosas qu



podría necesitar en el futuro esituaciones más apuradas. Rhonialbergaba serias dudas de que él hubier

sido capaz de conjurar un festín comése, y en todo caso le habría costado uesfuerzo tremendo.

Antes de lo que le hubiera gustadovolvió a escuchar la voz de Alamuerte.

¿Te sientes saciado?

—Sí… lo estoy. Gracias.Ya es hora de proseguir tu viaje. Yconoces el camino.

Lo conocía tan bien que podí

visualizar en su mente la ruta que edragón le había mostradoAparentemente, Alamuerte querí

cerciorarse de que su peón no s



extraviaba.Como no le quedaba más remedio, e

mago obedeció. Se detuvo un moment

para echar un último vistazo a lo qudejaba atrás, con la vana esperanza ddivisar en lontananza aquel pel

plateado tan familiar, aunque, en efondo, no deseaba que Vereesa y Falstao hubieran seguido. Duncan y Molo

habían perecido en el transcurso daquella misión, y ya recaía la pesadcarga de demasiadas muertes sobre lconciencia de Rhonin.

El día tocaba a su fin. El sol habídescendido tanto que rozaba ehorizonte, y Rhonin volvió

cuestionarse por qué Alamuerte habí



escogido aquel sendero. Ni una sola vehabía divisado, y mucho menos se habíenido que enfrentar, a un centinela orco

a pesar de que Grim Batol debía destar vigilado estrechamente por lHorda. De hecho, no había visto un sol

dragón. O bien ya no patrullaban por ecielo, o bien el mago se había adentradanto en esas tierras por caminos ignoto

que se hallaba fuera de su alcance.El sol se hundió aún más en ehorizonte. Ni siquiera el hecho doparse con una segunda comida que

por lo visto, Alamuerte había conjuradpara el mago, sació del todo su hambreCuando los últimos rayos de luz s

difuminaban, se detuvo un momento par



comprobar con qué clase de terreno sba a encontrar más adelante. Hast

entonces, las únicas montañas que habí

divisado estaban demasiado lejos.Sabía que tardaría varios días e

legar hasta ellas, y mucho más e

coronar el pico donde los orcos reteníaa los dragones.

Dado que Alamuerte lo había traíd

a ese lugar, debería explicarle cómpensaba que el humano iba a ser capade alcanzar su destino.

Rhonin aferró con fuerza e

medallón, con los ojos clavados en lamontañas distantes, y dijo a la nada:

—He de hablar contigo.

Habla…



A pesar de que confiaba en quaquella forma de comunicarsfuncionase, le sorprendió que

efectivamente, así fuera. Hasta entoncessiempre había sido el dragón quiehabía contactado con él, y no al revés.

—Me dijiste que este sendero mlevaría hasta la montaña, pero me tem

que voy a tardar demasiado en llegar

o sé cómo esperas que alcance espico tan pronto si voy a pie.Como te he dicho antes, no vas

realizar todo el trayecto de una maner

an primitiva. Te mostré el sendero eesa visión para que pudieras estaseguro en todo momento de que no t

erdías por el camino.



—Entonces, ¿cómo se supone quvoy a llegar ahí?

Paciencia. Pronto contactará

contigo. —¿Quiénes?Será mejor que te quedes dond

estás. —Pero…En ese instante, Rhonin se percató d

que Alamuerte ya no estaba hablandcon él. El mago se planteó por segundvez la posibilidad de arrancarse emedallón que llevaba al cuello

anzarlo lejos, para que se perdierentre las rocas, pero ¿qué conseguirícon eso? Rhonin todavía tenía que llega

al territorio de los orcos.



¿A quién se refería Alamuerte aafirmar que alguien contactaría con él?

De repente, escuchó un ruido que n

se asemejaba a nada que hubiera oídamás. En un principio, pensó que podíratarse de un dragón… con una terribl

ndigestión. Rhonin clavó la mirada eel cielo que se estaba oscureciendopero no vio nada extraño.

De improviso, un fugaz destello duz captó su atención, un centelleo en efirmamento.

Soltó un juramento, convencido d

que Alamuerte le había tendido unrampa para que lo capturasen los orcos

Seguramente, aquella luz provenía d

una antorcha o cristal que portaba en l



mano algún jinete de dragones. Actseguido, el mago preparó un sortilegiopor si acaso; no estaba dispuesto a mori

sin plantar cara, aunque todo fuesnútil.

Entonces, aquella luz volvió

relucir, pero esta vez se mantuvo máiempo e iluminó por un instante

Rhonin, quien se convirtió así en u

blanco perfecto para el monstruo queructaba ferozmente y lo acechaba desdel cielo oscuro.

—Te dije que estaba aquí.

—Lo sabía desde el principioSimplemente, quería comprobar si también lo habías visto.

—¡Mentiroso! ¡Yo sí sabía qu



estaba aquí, tú no! ¡Tú no!El joven hechicero frunció lo

abios. ¿Qué clase de dragón discutirí

consigo mismo con unos tonos de voan agudos y absurdos?

—Ten cuidado con esa lámpara —

advirtió una de las voces.Aquella luz dejó de iluminar

Rhonin de repente y ascendió hacia e

cielo a gran velocidad. Ese rayo de lubrilló brevemente sobre una enormforma ovalada que acababa en punta esu parte delantera, antes de dirigirs

hacia la parte trasera, donde el magpudo distinguir un artilugio que despedíhumo, provisto de una hélice en e

extremo posterior del óvalo.



¡Es un globo!, pensó Rhonin. ¡Uepelín!

En realidad, no era la primera ve

que veía uno de esos asombrosocachivaches; durante la guerra, divisuno de esos chismes en una ocasión. S

rataba de unos fabulosos sacos enormerellenos de gas que podían levantar poos aires un carruaje con dos o tre

pasajeros dentro. En tiempo de guerros habían utilizado para observar lomovimientos de las fuerzas enemigaanto en tierra como en el mar.

Pero lo que más le sorprendía Rhonin no era que existieran, sino quextrajeran sus energías de unas fuerza

distintas a la magia: el petróleo y e



agua. Una máquina que no había siddiseñada mediante conjuros y quampoco requería hechizos par

funcionar impulsaba a aquel globo, uartilugio sorprendente que hacía girar lhélice sin necesidad de recurrir

medios manuales.En ese momento, la luz enfocó a

mago de nuevo, y esta vez pareci

fijarse en él con determinación. Ahoros pasajeros del globo volador podíaverlo perfectamente, y no tenían ningunntención de volver a perderlo de vista

Entonces, el fascinado mago fue capade recordar qué raza había demostradposeer el ingenio y el punto de locur

necesarios para concebir esa maquinari



nimaginable.Los goblins, quienes servían a l

Horda.

El mago se dirigió hacia las rocamás grandes que encontró con lesperanza de ocultarse de los goblins e

iempo suficiente como para preparar uconjuro adecuado para combatir contrun globo volador. En ese instante, un

voz muy familiar reverberó en su mente¡Estate quieto! —¡No puedo quedarme quieto! ¡M

han visto unos goblins que van montado

en una aeronave! ¡Alertarán a los orcode mi presencia!

¡No te vas a mover de donde estás!

Los pies de Rhonin se negaron



obedecerle. Acto seguido, lo obligaron retroceder para encararse con esnquietante globo y sus aún má

nquietantes pilotos. El zepelídescendió hasta situarse a la altura de lcabeza del desventurado mago. A

continuación, una escala se deslizdesde un lateral del carruaje dobservación, que por muy poco n

alcanzó a Rhonin. El medio de transporte que tantansiabas ha llegado, le anunci

lamuerte.



P

arece inevitable que Lord Prestoascienda al poder —le informó

Krasus la silueta difusa desde dentro da esfera esmeralda—. Posee el don da persuasión, un talento asombroso

Tienes razón: debe de ser mago.Krasus, que estaba sentado en el centrde su santuario, centró la mirada en eorbe y dijo:

—Necesitaremos unas pruebancontestables para convencer a eso

monarcas de que es un brujo. Cada dí

que pasa, desconfían más del Kirin Tor eso sólo puede ser obra del futuro rey

Su interlocutora, la anciana de

círculo interno del consejo, asintió



señaló: —Ya estamos vigilándolo. E

problema estriba en que ese tal Presto

ha resultado ser muy esquivo. Pareccapaz de entrar y salir a su antojo de smorada sin que nos enteremos.

Krasus fingió sorpresa al oír esafirmación.

—¿Cómo es posible?

—No lo sabemos. Y lo que es aúpeor, la mansión está protegida por unoconjuros letales. Casi perdemos Drenden por culpa de una de la

sorpresas que nos aguardaban ahí.Krasus se quedó consternado a

enterarse de que Drenden, el mag

barbudo con voz de barítono, habí



estado a punto de caer en una de larampas de Alamuerte. A pesar de qu

aquel hombre era un tanto fanfarrón, e

eviatán respetaba sus dotes para lmagia. Si hubieran perdido a Drenden eun momento tan crítico, habrían sufrid

una baja muy importante que habrírastocado sus planes.

—Debemos actuar con extrem

cautela —recalcó el mago dragón—Volveremos a hablar en breve. —¿Qué planeas hacer, Krasus? —Voy a investigar el pasado de es

oven noble. —¿Acaso crees que vas a descubri

algo?

El mago encapuchado se encogió d



hombros. —Sí, albergo esa esperanza.Acto seguido, Krasus hizo que l

magen de la maga se desvaneciera, y sreclinó para meditar al respecto. No lagradaba tener que engañar a su

camaradas magos, aunque fuera por sbien. Al menos, sus injerencias en loasuntos «mortales» de Alamuert

servirían para distraer al dragón negroGracias a eso, Krasus dispondría de upoco más de tiempo para actuar. Rezabpara que nadie más se arriesgara tant

como lo había hecho Drenden, ya que sos demás reinos se volvían en s

contra, el Kirin Tor iba a necesitar qu

odos sus miembros se hallaran e



plenitud de facultades.Por otro lado, su visita a Malygos l

había dejado bastante insatisfecho. Ést

sólo le había prometido quconsideraría su propuesta. Krasusospechaba que aquel gran dragón creí

que podría ocuparse de Alamuerte ésolo a su debido tiempo. Sin embargo, eeviatán azul plateado no tenía en cuent

que el tiempo corría en contra de todoos dragones. Si no detenían a Alamuertahora, nunca podrían detenerlo.

Esa disyuntiva le dejaba a Krasu

una única salida, que no le encantabprecisamente.

—Debo hacerlo…

Tenía que dar con los otros grande



dragones, con los demás Aspectos. Sograba convencer a alguno de ellos

quizá aún podría obtener la ayuda qu

Malygos le había prometido.Como el Aspecto del Sueño siempr

había sido muy esquivo, Krasus optó po

ratar de contactar con el Señor deTiempo, cuyos siervos habían rechazadas peticiones del mago en más de un

ocasión. No obstante, no tenía nada quperder por intentarlo.

Krasus se puso de pie y se acerc

raudo y veloz a un banco sobre el cuahabía repartidos en frascos y matracemuchos de los materiales que utilizab

para elaborar su magia. Recorrió con l



mirada rápidamente una hilera tras otrde tarros y botes, de una serie delementos químicos y objetos mágico

que habrían sido la envidia de sucolegas del Kirin Tor, quienes sin dudhabrían sentido una gran curiosidad po

saber cómo había conseguido muchos desos artículos. Si supieran cuánto tiemplevaba practicando las artes arcanas…

Dejó de buscar en cuanto dio con ufrasco que contenía una flor marchita.Se trataba de la Rosa Eón, la cua

sólo podía encontrarse en un lugar de

mundo. En su día, Krasus la habíarrancado con sus propias manos parregalársela a su amada. El mago la habí

salvado del ataque de los orcos a s



guarida, en el que, para su sorpresaograron capturar a su amor y hace

prisioneros a muchos otros.

La Rosa Eón estaba compuesta dcinco pétalos de tonalidadeasombrosamente distintas que rodeaba

una esfera dorada. En cuanto Krasuabrió la tapa del frasco, un tenue aromque le recordó súbitamente a s

adolescencia lo embriagó. Dudó a lhora de meter la mano para hacerse coa flor marchita…

… y se maravilló al comproba

cómo, de repente, recobraba segendario esplendor en cuanto su

dedos ahusados la tocaron.

Aquellos pétalos, de un rojo intenso



verde esmeralda, nieve plateada, azumarino y negro medianoche, irradiabauna belleza como la que sólo lo

grandes artistas podían soñar. Ningúotro objeto del mundo rivalizaba con sbelleza, cualquier otra flor palidecí

ante su maravillosa fragancia.Krasus contuvo la respiración u

momento, y aplastó aquella flo

prodigiosa.Acto seguido, dejó que lofragmentos cayeran en su otra mano. Anstante, un cosquilleo le recorrió la

palmas de las manos hasta los dedospero el mago dragón lo ignoró.

A continuación, sostuvo los restos d

a flor por encima de su cabeza y musit



unas palabras mágicas… Después, tiro que quedaba de aquella rosegendaria al suelo.

En cuanto los fragmentodestrozados tocaron el suelo, sransformaron súbitamente en arena; un

arena que se extendió por todo el suelde la cámara, invadiéndolo todo comuna marea incontrolable cubriéndol

odo, devorándolo todo…… de modo que Krasus se vio, drepente, en medio de un desierto infinitque giraba sobre sí mismo como u

remolino.Sin embargo, ningún mortal habí

visto jamás un desierto como ése,

Krasus tampoco; en él yacía



desperdigados, hasta más allá dondalcanzaba la vista, fragmentos de murosestatuas agrietadas y desgastadas, arma

oxidadas e incluso, y con esto el magse quedó boquiabierto, los huesosemienterrados de una bestia colosa

que, en vida, habría dejado pequeños os dragones por comparación. En aqueugar también había edificios, y aunqu

en un principio pudiera dar la impresióde que tanto éstos como las reliquiaque los rodeaban formaban parte de ungran civilización, si uno las examinab

con más atención, se percataba de quninguna de esas estructuras guardabrelación con el resto. Una torr

ambaleante que podría haber sid



construida por unos humanos dLordaeron eclipsaba un edificiabovedado que seguramente había

erigido unos enanos. Un poco más alláun templo con profusión de arcos, cuyecho se había derrumbado, parecí

salido del reino perdido de AzerothCerca de Krasus se alzaba un edificimás adusto: se trataba del domicilio d

un cabecilla orco.Un barco con capacidad parransportar a una decena de hombre

estaba varado en una duna, con la part

posterior enterrada en la arena. En otrduna yacía una armadura de la época dereinado del primer rey de Stromgarde

Asimismo, la estatua inclinada de u



clérigo elfo parecía estar dando lextremaunción tanto al navío como a larmadura.

Aquel asombroso conjunto delementos tan dispares dejó estupefacta Krasus. El mago pensó que lo qu

enía ante sí era una macabra coleccióde antigüedades de alguna deidacolosal… una descripción que s

acercaba bastante a la verdad. Ninguna de aquellas reliquias eroriginaria de ese territorio; de hechoninguna raza o civilización era oriund

de aquel reino. Todas aquellamaravillas habían sido reunidameticulosamente a lo largo d

nnumerables siglos y provenían d



diversos lugares del mundo. Krasus npodía dar crédito a lo que veían suojos: el esfuerzo que tenía que hace

para asimilar aquello desafiaba smaginación. ¿Cómo habían podido traeantas reliquias, algunas de ella

enormes, otras muy frágiles, a aqueugar?

A pesar del prodigioso espectácul

que se desplegaba ante él, lmpaciencia se fue adueñando dKrasus, quien permanecía a la espera. Ysiguió esperando. Y esperó aún más, si

que tuviera en ningún momento la mámínima sensación de que alguien hubierreparado en su presencia.

Hasta que se le agotó la paciencia



Aquélla era la gota que colmaba el vasque los sucesos de las últimas semanahabían ido llenando. Posó la mirad

sobre los rasgos pétreos de una estatugigantesca que representaba a un semitad humano, mitad toro, cuyo braz

zquierdo estirado hacia delante parecíexigir al recién llegado que se fuera, entonces Krasus gritó:

—¡Sé que estás aquí, Nozdormu! ¡Lsé! ¡Y vamos a hablar!En cuanto el mago dragón acabó d

pronunciar esas palabras, el vient

arreció con fuerza, levantando arena nublando su visión. Se mantuvo firme esu sitio mientras una intensa tormenta d

arena lo zarandeaba súbitamente. E



viento ululó a su alrededor con uaullido tan agudo que se vio obligado aparse los oídos. A pesar de que l

ormenta parecía dispuesta a arrancarldel suelo y llevárselo muy lejos, Krasuse resistió como pudo, y utilizó la magi

así como toda su fortaleza física parplantarle cara. Nadie lo obligaría marcharse de allí sin tener l

oportunidad de hablar con el ser al qubuscaba.Al final, la tormenta de aren

pareció darse cuenta de que el mago n

ba a dar su brazo a torcer, de modo quse alejó de él y se centró en una dunque había a corta distancia. Se formó u

ornado de polvo que se fue elevand



cada vez más hacia el cielo.Entonces, el tornado adoptó la form

de… un dragón. A continuación, es

engendro arenoso, que era tan grandcomo Malygos, si no más, desplegó supolvorientas alas marrones. Más y má

arena seguía sumándose a la silueta decoloso, pero se trataba de arenmezclada al parecer, con oro, de form

que el leviatán que se estaba formandante Krasus brillaba cada vez más bajel sol abrasador del desierto.

De improviso, el viento fu

amainando; sin embargo, ni un solgrano de arena o de oro se desprendidel cuerpo de aquel dragón gigantesco

que batió sus alas con fuerza y estiró e



cuello. Acto seguido abrió los ojos, queran unas gemas relucientes del colodel sol.

—Korialstraszzzz… —le dijo ecoloso de arena, o, más bien, le escupi—. ¿Cómo te atreves a perturbar m

descanssso? ¿Cómo te atrevessss quebrar la paz de mi reino?

—¡Me atrevo porque debo hacerlo

oh, gran Señor del Tiempo! —Que te dirijas a mí por mi títulno va a lograr que mi ira ssssaplaque… Será mejor que te marches…

—replicó, mientras las gemas que tenípor ojos centelleaban—. ¡Vete de aquahora mismo!

—¡No! ¡No hasta que hable contig



de un peligro que supone una graamenaza para la existencia de lodragones! ¡Y de toda criatura viva!

Nozdormu resopló. Al instante, unnube de arena cubrió a Krasus poentero, pero no le afectó gracias a su

conjuros. No obstante, uno nunca sabíqué clase de magia podía albergar cadgrano de arena del territorio d

ozdormu. Un solo grano de arenpodría bastar para que la historia dedragón llamado Korialstrasz fuerborrada de la faz de la tierra. Krasus

simplemente, dejaría de existir, y nadio recordaría, ni siquiera su amada.

—¿A los dragonesss? ¿Y eso a ti qu

más te da? Yo sólo veo a un dragón po



aquí cerca, y estoy ssseguro de que no eese mago mortal llamado Krasusss… Yno. ¡Lárgate! ¡He de volver a centrar m

atención en mi colección! ¡Ya me hasshecho perder bastante tiempo!

En ese instante, una de sus alas roz

con gesto protector la estatua dehombre toro, y agregó:

—Tengo tantas cosasss que sumar

mi colección, tantas cosasss qucatalogar…Krasus le enfureció que aque

dragón, uno de los más poderosos de lo

cinco Aspectos, que encarnaba aTiempo, le importara tan poco epresente o el futuro. Lo único que l

nteresaba era esa valiosa colección d



fragmentos del pasado del mundo. Habíenviado a sus siervos a reunir todobjeto del pasado que encontraran, co

el fin de que su amo pudiera rodearse dreliquias que le recordaran lo que el nfue, y así daba la espalda tanto a lo qu

era el mundo en el presente como a lque podría llegar a ser.

Pero daba la espalda también a s

raza, como Malygos. —¡Nozdormu! —gritó, exhortándolal reluciente dragón de arena a que lprestara atención—. ¡Alamuerte est

vivo!Para su horror, Nozdormu reaccion

ante esta terrible noticia con absolut

ndiferencia. El coloso dorado y marró



resopló una vez más, descargando asuna segunda nube de arena sobre ldiminuta figura de Krasus.

—Ya, ¿y…?Estupefacto, Krasus acertó a decir: —¿Lo… sabías?

—Ésa es una pregunta que no mvoy a molestar en resssponder. Ahora, sno tienes nada más con lo qu

ncordiarme, ha llegado el momento dque te marchesss.A continuación, el dragón echó l

cabeza hacia atrás, con sus ojo

enjoyados centelleando. —¡Espera!El mago perdió la compostura

agitó los brazos en el aire para captar d



nuevo su atención. Para su alivioozdormu se detuvo, y decidió n

completar el hechizo que había estado

punto de utilizar para librarse de aquediminuto incordio.

—Si sabes que el dragón tenebros

sigue vivo, también sabrás qué pretendhacer. ¿Cómo puedes no hacer nada arespecto?

—Porque, como sssucede con todoambién Alamuerte será arrastrado poas arenas del tiempo… y acabar

formando parte… de mi colección.

—Pero si te unieras a… —Ya has dicho todo cuanto teníass

que decir.

El resplandeciente dragón de aren



se enderezó aún más y, de mediato, larena del desierto se alzó para sumamás materia a su cuerpo. Asimismo

algunos objetos de la extraña coleccióde Nozdormu que el viento habíimpiado de arena se fusionaron con e

dragón y pasaron a formar parte de émomentáneamente, quien añadió:

—Y, ahora, déjame en paz…

El viento arreció alrededor dKrasus… pero de nadie más. Esta vezpor mucho que lo intentó, el magdragón no pudo mantenerse firme en s

sitio. Aunque trastabilló hacia atrásrató desesperadamente de seguir coos pies en el suelo a pesar de la

feroces ráfagas de aire.



—¡He venido a hablar contigo por ebien de todos nosotros! —logró deciKrasus a voz en grito.

—No deberías haber perturbado mdescanssso. No deberías haber venidoamás, bajo ninguna circunstancia… —

e espetó, al tiempo que ladeslumbrantes gemas que tenía por ojocentelleaban—. De hecho, eso habrí

sssido lo mejor…Al instante, una columna de arenemergió a gran velocidad del sueloengullendo al indefenso mago. Éste n

podía ver nada y le costaba respirarLanzó un hechizo para intentar salvarsepero sus inmensos poderes no eran nad

frente a la poderosa magia de uno de lo



Aspectos, el Amo del Tiempo.Al faltarle el aire necesario par

respirar, Krasus sucumbió al fin. Perdi

el conocimiento y cayó pesadamenthacia delante…

… y observó, estupefacto, cómo lo

pétalos de la Rosa Eón caían al suelo dpiedra de su santuario sin que sprodujeran las consecuencias esperadas

El conjuro debería habefuncionado. Debería habersransportado al reino de Nozdormu, e

Señor de los Siglos. Así como Malygo

encarnaba la magia, Nozdormrepresentaba el tiempo y la eternidadComo era uno de los cinco Aspectos,

uno de los más poderosos, habría sid



un poderoso aliado, sobre todo sMalygos decidía sumirse súbitamente esu locura una vez más. Sin Nozdormu

as esperanzas de Krasus se desvanecíasin remedio.

El mago se arrodilló, recogió lo

pétalos del suelo y repitió el sortilegioSin embargo, la única compensación quobtuvo por sus esfuerzos fue u

remendo dolor de cabeza. ¿Cómo erposible que hubiera fracasado, cuando había hecho todo bien? El hechiz

debería haber surtido efecto… salv

que, de algún modo, Nozdormu hubieradivinado las intenciones del mago anzado su propio conjuro para evita

que Krasus entrara en el reino de arena.



Soltó un juramento. Si no tenía loportunidad de visitar a Nozdormu, ypodía despedirse de las esperanzas qu

albergaba, por muy débiles que fuerande convencer a ese poderoso dragón dque debía participar en su plan. E

resumen, ya sólo podía recurrir a lSeñora de los Sueños, la más esquiva dodos los Aspectos, la única de todo

ellos con la que no había hablado a largo de su extensa vida. Es más, Krasuni siquiera sabía cómo contactar coella. Según se decía, Ysera no vivía de

odo en el mundo real: para ella, losueños eran la realidad.

Así que los sueños son su realidad

¿eh?, caviló el mago dragón. Entonces



ndestructible. Ahora, sin embargo, sólquería valerse de una de supropiedades más malévolas, y rezó par

no equivocarse con la cantidad.Con sólo tres gotas de esa sustanci

mpregnadas en la punta de una flech

había logrado matar a Manta, el Colosde las Profundidades. Tres gotas habíabastado para acabar con una criatur

diez veces grande y fuerte que udragón. Al igual que sucedía coAlamuerte, todos creían que Manta ernvencible.

Ahora, lo que Krasus pretendíhacer con ese veneno era ingerirlo.

—En el sueño más profundo, en lo

sueños más profundos… —se dijo par



sí mismo con el frasco en la mano—Ahí es donde debe estar.

A continuación, cogió de otr

estantería una copa y un pequeño matraque contenía agua pura. Llenó la copa dagua que iba a beber de un trago y, act

seguido, destapó el frasco. Con sumcautela, lo acercó a la copa.

Si bastaron tres gotas de es

sustancia para matar a Manta en apenaunos segundos, ¿cuántas gotas haríafalta para ayudar al mago a emprender emás peligroso de todos los viajes?

El sueño y la muerte… ambofenómenos se hallan muy cerca en l

aturaleza, mucho más de lo que l

mayoría cree. Krasus tapó el frasco



seguidamente alzó la copa. —Necesito un banco —murmuró—

Será mejor que me siente en un banco.

De inmediato, se materializó uno su espalda, provisto de cojinemullidos, sobre el cual el rey d

Lordaeron habría dormido a piernsuelta, Krasus también tenía intención ddormir en él… tal vez para siempre.

Se sentó en el banco y, acto seguidose llevó la copa a los labios. Antes dprobar el que podría ser el último sorbde su vida, el dragón disfrazado d

humano propuso un último brindis. —Por ti, Alexstrasza. Siempre po

i.



—Alguien ha estado aquí, seguro —masculló Vereesa, mientras examinab

el terreno—. Uno de ellos era humanoel otro no lo sé a ciencia cierta.

—¡Pardiez! ¿Cómo puedes ver l

diferencia? —inquirió Falstadentornando los ojos.Él no podía distinguir un rastro de

otro. De hecho, era incapaz de ver lmitad de las cosas que veía la elfa.

—Mira aquí. Observa esta huella dbota —le pidió, al tiempo que señalab

una marca en el suelo—. Esas botas sode un humano, son muy prietas ncómodas.

—Acepto sin rechistar tu



conclusiones. Pero ¿qué pasa con eotro, con el que no eres capaz ddentificar?

La forestal se enderezó. —Bueno, está claro que no hay nad

que indique que un dragón haya estad

rondando por aquí, pero lo que sí hay euna serie de marcas que no encajan conada que conozca.

Vereesa sabía que, una vez másFalstad era incapaz de ver lo que saguda vista identificaba como una señandiscutible de que algo muy extrañ

había pasado por ahí. No obstante, eenano se esforzó al máximo a la hora dexaminar las peculiares estrías qu

había en el suelo.



—¿Te refieres a éstas, mi dama elfaAquellas marcas parecían dirigirs

hacia el lugar donde había estado e

humano, que, probablemente, erRhonin. Sin embargo, no se trataba dhuellas de pies o de zarpas, sino qu

daba la impresión de que algo habíflotado por el aire arrastrando algconsigo.

—¡No estamos avanzando nadaEste lugar es igual que el primer sitio aque esta bestia verde nos ha llevadantes! —explotó Falstad, agarrando

Kryll del pescuezo.El goblin tenía las manos atadas a l

espalda y una cuerda rodeaba su cintura

uno de cuyos extremos había sid



amarrado alrededor del cuello del grifoAun así, tanto Vereesa como el bárbarenano desconfiaban de su inesperad

compañero de viaje y sabían quntentaría escaparse de algún modo

Falstad, sobre todo, no le quitaba el oj

de encima a Kryll. —¿Y bien? ¿Y ahora qué? Es obvi

que nos estás haciendo dar vuelta

nútilmente. Dudo mucho que hayalegado a ver al mago en algún momento —¡Sí que lo he visto! ¡Sí que lo h

visto! —exclamó Kryll esbozando un

amplia sonrisa.Probablemente esperaba engatusa

así a sus captores, pero su esfuerzo caí

en saco roto: la desagradable sonris



repleta de dientes de un goblin ncausaba una impresión grata en el restde los seres vivos.

—Os lo he descrito, ¿no? Sabéis quo he visto, ¿verdad? —porfió Kryll.

Vereesa se percató de que el grifo s

había detenido a olisquear algo ocultentre el follaje. Rebuscó en aquel lugacon su espada y, acto seguido, extrajo e

objeto en cuestión.Pudo comprobar que de la punta dsu espada pendía un pequeño pellejo dvino que estaba vacío. A continuación

a elfa se lo acercó a la nariz. Un aromcelestial inundó sus fosas nasales, y, anstante, la forestal cerró brevemente lo

ojos.



Falstad malinterpretó la expresiódibujada en el semblante de Vereesa.

—¿Tan mal huele? Entonces, deb

de tratarse de cerveza enana. —Al contrario, nunca antes habí

enido el placer de disfrutar de un arom

an fabuloso, ni siquiera cuando me hsentado a la mesa de mi señor eQuel’Thalas. No sé qué vino había e

este pellejo, pero supera con creces os mejores caldos de las bodegas de mseñor.

—¿Y todo esto qué significa

Explícamelo, porque soy corto dentendederas.

Vereesa dejó caer el pellejo al suel

e hizo un gesto de negación con l



u mago.Si bien aquellas palabra

provocaron que Vereesa s

estremeciera, ésta no dio su brazo orcer.

—No. Si Alamuerte lo ha traíd

hasta aquí, ha sido por algún motivo, npara devorarlo sin más.

—Supongo que tienes razón.

Acto seguido, Falstad alzó la miradhacia el cielo que se estaboscureciendo, aunque sin perder deodo de vista al goblin, y añadió:

—Si queremos seguir avanzandantes de que caiga la noche, será mejoque nos pongamos en marcha.

Vereesa acarició la garganta d



Kryll con la punta de su hoja. —Cierto, pero antes tenernos qu

decidir qué hacernos con esta criatura.

—¿Acaso lo dudas? O bien nos llevamos con nosotros, o bien noibramos de él y le hacemos un gra

favor al mundo, que será un lugar mejocon un goblin menos.

—No. Le prometí que lo liberaría.

El enano frunció su prominente ceño —No creo que ésa sea una decisiómuy acertada.

—Eso no importa. Hice un

promesa, y pienso cumplirla.La elfa miró fijamente al enano

consciente de que si Falstad conocí

bien el carácter de los elfos, sabría qu



no tenía sentido seguir discutiendo.Finalmente, el jinete de grifo

asintió, aunque a regañadientes.

—Tienes razón. Has hecho unpromesa, y no seré yo quien intentconvencerte de que no debes cumplirla.

Entonces, en voz baja pero lbastante alto como para que se le oyeraañadió:

—Sólo tengo una vida y no piensmalgastarla…Satisfecha con el cambio de actitu

del enano, Vereesa cortó con destrez

as ataduras que Kryll portaba en lamuñecas y le quitó la cuerda que llevabalrededor de la cintura. Al instante, e

goblin se puso a dar saltos, llevado po



a inmensa alegría que lo invadía asentirse libre.

—¡Gracias, mi benévola señora

gracias!La forestal volvió a apuntar con l

punta de su espada a la garganta de l

criatura. —Pero antes de irte, vas a tener qu

responder unas cuantas preguntas

¿Conoces el camino que lleva a GriBatol?A Falstad le incomodó bastante es

cuestión. Frunció el ceño y masculló:

—¿Qué estás tramando?La elfa le ignoró, e insistió: —¿Y bien?

Kryll abrió los ojo



desmesuradamente y palideció, o, mábien, su piel adoptó un tono verde mápálido.

—¡Nadie va ya a Grim Batol, mbenévola señora! ¡Hay orcos ahí! ¡Ydragones! ¡Los dragones se comen a lo

goblins! —Responde a mi pregunta.La criatura verde tragó saliva y, po

fin, balanceó su desproporcionadcabeza arriba y abajo. —Sí, señora, conozco el camino…

¿Acaso crees que el mago está ahí?

—No puedes hablar en serioVereesa —protestó Falstad, quien estaban contrariado que, por primera vez, l

había llamado por su nombre—. Si t



apreciado Rhonin se encuentra en GriBatol, no hay nada que podamos hacepor él.

—Tal vez sí… o tal vez no. Falstadpienso que su intención siempre fulegar a ese lugar, que su misión n

consistía simplemente en observar a loorcos, que vino hasta aquí por otrrazón, aunque no sé qué relación pued

ener su objetivo con Alamuerte. —Quizá pretenda liberar a la reinde los dragones él solo —replicó einete de grifos, soltando un gruñido d

desprecio—. Al fin y al cabo, es umago, y todo el mundo sabe que lomagos están locos.

Esa idea era absurda y, aun as



Vereesa se detuvo un momento a meditasobre ella.

—No… no creo que se trate de eso.

Entretanto, Kryll parecía sumido esus pensamientos; sin duda, pensaba ealgo que no era de su agrado

Finalmente, contrajo su rostro paresbozar un gesto de disgusto, murmuró:

—¿La señora quiere ir a GriBatol?La forestal consideró esa opció

durante un buen rato. Si bien eso excedí

con creces las obligaciones inherentes auramento que había prestado, algo en snterior le decía que tenía que segui

adelante.



—Así es. —Escucha, mi… —No tienes por qué venir conmig

si no quieres, Falstad. Te agradezcmucho que me hayas ayudado a llegahasta aquí, pero ya puedo seguir m

camino sola.El enano negó con la cabez

vehementemente.

—No pienso abandonarte a tu suerten pleno territorio orco y acompañadde esta desgraciada y traicionercriatura. No, mi dama elfa. Falstad n

abandonará a su suerte a ningunhermosa damisela, aunque ésta sea unguerrera curtida. Seguiremos junto

hasta el final.



En verdad, la forestal apreciaba egesto de galantería del enano, y debíreconocer que disfrutaba de s

compañía. —Muy bien, pero recuerda qu

podrás darte la vuelta cuando quieras.

—Sólo si tú te vienes conmigo.La elfa volvió a posar la mirad

sobre Kryll.

—¿Y bien? ¿Me puedes indicar ecamino? —No puedo indicártelo, señora —

contestó aquella criatura flacucha, cuy

semblante se fue tornando cada vez másombrío—. No obstante, me ofrezco ser tu guía durante todo el camino.

Esa respuesta la sorprendió.



—Has recobrado la libertadKryll…

—Por eso mismo, este pobr

desgraciado te estará eternamentagradecido señora… Sólo hay usendero seguro que lleve a Grim Bato

pero sin mi ayuda… —hizo una pausa adoptó un gesto arrogante que transmitícierto narcisismo— ningún elfo o enan

sería capaz de encontrarlo. —¡Contamos con mi montura, bichasqueroso! Simplemente volaremos poencima de…

—¿Vas a hacer eso en una tierrdominada por los dragones? —inquiriel goblin, riéndose entre dientes de u

modo que revelaba su locura—. S



claro, lo mejor será que vueledirectamente hacia sus fauces paracabar con esto cuanto antes… No. S

queréis entrar en Grim Batol, si eso eo que realmente desea la señoraendréis que seguirme.

Falstad no estaba dispuesto continuar escuchando las impertinenciadel goblin y protestó de inmediato; n

obstante, Vereesa creía que no lequedaba más remedio que hacer lo quesa criatura proponía. Hasta entoncesKryll los había guiado lo mejor qu

había podido y no los había traicionado aunque no confiaba mucho en éógicamente, estaba segura de que s

ntentaba que se extraviaran en aque



erritorio, ella se daría cuenta. Ademásresultaba obvio que el goblin queríalejarse todo lo posible de Grim Bato

Si no, ¿por qué lo habían encontraddonde lo habían encontrado? Cualquiemiembro de su raza que estuviera a

servicio de los orcos debería estar en lfortaleza de dicha montaña, y nvagando por los peligrosos páramos d

Khaz Modan.Y si era capaz de llevarla hastRhonin…

Tras haberse convencido de qu

había tomado la decisión correctaVereesa se encaró con el enano.

—Iré con él, Falstad. Es la mejo

opción… la única que tengo.



El enano profirió un suspiro y suanchos hombros parecieron hundirsbajo un peso invisible. Entonces, dijo:

—Pese a que me parece una locurae acompañaré, aunque sólo sea para n

quitarle la vista de encima a este bich

, en caso de que acabe teniendo razónpoder arrancarle la cabeza.

—Kryll, ¿debemos recorrer a pi

odo el trayecto?Aquella criaturilla deforme lmeditó un instante y, a continuaciónrespondió:

—No. Podemos hacer parte deviaje en grifo —y le mostró a la elfa unsonrisa que revelaba una inmensa hiler

de dientes—. Sé dónde podría aterriza



esa bestia.A pesar de todos sus recelos

Falstad echó a andar en dirección a

grifo. —Tú sólo dinos adónde debemos ir

bicho asqueroso. Cuanto ante

leguemos, antes podrás seguir tcamino…

El peso del goblin enclenque n

suponía una carga excesiva para erobusto grifo, así que éste pronto estuvsurcando el cielo. Falstad se sentó en lparte de delante, para controlar mejor s

montura; Kryll, detrás del enano, Vereesa, atrás del todo. La elfa habíenvainado su espada pero tenía una dag

en la mano, por si acaso aque



ndeseable compañero de viaje intentabhacerles alguna jugarreta.

Aunque las indicaciones del gobli

no eran siempre muy claras, Vereesa nvio nada que la hiciera sospechar quntentaba engañarlos. En todo momento

ogró que volaran cerca del suelo y loguió por senderos que los alejaban dcampo abierto. En lontananza, podía

vislumbrar las montañas de Grim Batoque se iban acercando poco a poco. Lansiedad invadió a la forestal en cuantse percató de que se aproximaban a s

meta; pero dicha ansiedad se veímenguada por la constatación de quehasta entonces, no se habían topado co

ningún indicio de que Rhonin o e



dragón negro anduvieran cerca. Ademása tan escasa distancia de la montaña, loorcos seguramente habrían divisado u

eviatán de ese tamaño.Entonces, como si por el mero hech

de pensar en dragones hubiera lograd

conjurar uno, Falstad señaló súbitamenthacia el este, donde una silueta colosasurcaba el cielo.

—¡Es enorme! —exclamó—Enorme y rojo como la sangre frescaDebe de estar vigilando los alrededorede Grim Batol.

Kryll reaccionó de inmediato. —¡Debemos descender ahí! —grit

el goblin, señalando una quebrada—

Ahí abajo hay muchos sitios dond



esconderse, incluso para un animal tagrande como un grifo.

El enano obedeció, puesto que no l

quedaba más remedio, e hizo aterrizar su montura. La silueta del dragón se veícada vez más grande; pero, entonces

Vereesa se dio cuenta de que la besticarmesí se dirigía hacia el norteprobablemente a la fronter

septentrional de Khaz Modan, donde laúltimas fuerzas de la Horda combatíadesesperadamente para contener eavance de la Alianza. Eso le hiz

preguntarse cómo se estabadesarrollando los acontecimientos edicho lugar. ¿Los humanos había

niciado la invasión por fin? ¿La Alianz



se encontraba ya a medio camino dGrim Batol?

Aunque así fuera, llegaría

demasiado tarde como para ayudarla alcanzar su objetivo. No obstante, ehecho de que las fuerzas de la Alianz

se estuvieran acercando podríbeneficiarla en cierto modo si eso hacíque los orcos se concentraran en otro

asuntos en vez de en su línea defensivmás inmediata.El grifo se posó en la quebrada

buscó instintivamente las sombras. N

era un animal cobarde, sino que sabíqué batallas debía librar y cuáles no.

Vereesa y los demás desmontaron

se buscaron sus propios escondites



Kryll, en cuyo semblante se dibujabuna expresión de tremendo horror, sarrimó a una pared rocosa. En es

momento, la elfa volvió a senticompasión por él.

Aguardaron varios minutos, pero e

dragón no pasó volando por ahDespués de un tiempo de espera que a lmpaciente forestal se le antojó eterno

decidió comprobar por si misma si lbestia había cambiado de rumbo. Saferró a las rocas lo mejor posible repó por ellas.

No divisó nada en aquel cielo por ecual se iba extendiendo la noche, ni unmota. Vereesa sospechaba que podría

haber abandonado la quebrada antes s



alguno de ellos se hubiera atrevido echar un vistazo.

—¿Ni rastro del dragón? —susurr

Falstad, quien trepó a su vez por larocas hasta situarse junto a la forestal.

Escaló con tanta facilidad qu

demostró poseer una agilidad impropide un enano.

—No hay moros en la costa, o es

parece. —Bien. Al contrario que mis primode las colinas, no me gusta meterme ecualquier agujero que encuentro en e

suelo —dijo, mientras iniciaba edescenso—. Muy bien, Kryll. Ya ncorremos peligro. Puedes apartarte de…

De improviso, el enano dejó d



hablar, y Vereesa observó codetenimiento todo cuanto la rodeaba.

—¿Qué sucede?

—¡Ése maldito engendro verde se hargado! —exclamó, y, acto seguido

bajó de las rocas a todo correr—. ¡Se h

esfumado como un fantasma!La forestal descendió lo más rápid

que pudo sin poner en peligro s

ntegridad física, y aunó esfuerzos coFalstad para peinar el área circundanteEstaban seguros de que tendrían quhaberlo visto huir en alguna dirección

pero no divisaron a Kryll por ningunparte. Hasta el grifo parecídesconcertado, como si él tampoco s

hubiera dado cuenta de que aquell



criatura delgaducha había huido. —No ha podido desaparecer si

más, ¿verdad?

—Ojalá supiera cómo lo ha hechomi dama elfa. Nos la ha jugado bien.

—¿Tú grifo no podría rastrearlo?

—¿Por qué no dejamos que se vayaEstamos mejor sin él.

—Porque…

De repente, la tierra bajo sus pies sreblandeció y resquebrajó. A la elfa se hundieron las botas en el suelo e

cuestión de segundos.

La forestal pensó que había pisadbarro, y trató de liberarse de su pringosabrazo. Sin embargo, solo logr

hundirse más, con una celerida



alarmante. Tuvo la sensación de que larrastraban hacia abajo.

—En nombre del Pico Nidal

¿Qué…?! —exclamó Falstad.El enano también se habla hundid

bastante, lo cual, en su caso, significab

que el barro le llegaba por las rodillasAl igual que la forestal, intentó salir dahí, pero también fracasó.

Vereesa hizo ademán de agarrarse a pared rocosa más cercana, con el fide tener un asidero. Por un momentoconsiguió ralentizar su hundimiento

Entonces, algo extremadamente fuerte lagarró de los tobillos y tiró de ella coanta energía que tuvo que soltarse.

La elfa escuchó un graznido po



encima de ellos. A diferencia de Verees el enano, el grifo había logrado sali

volando justo a tiempo y evitado que l

arrastraran hacia el fondo del lodoRevoloteaba alrededor de la cabeza dFalstad: al parecer, trataba de sacar d

ahí a su amo. Justo cuando el animaestaba descendiendo, unas columnas dierra emergieron del suelo súbitamente

con la intención de derribarlo, parhorror de Vereesa. La bestia consiguiesquivarlas por muy poco, y se viobligada a ascender a tal altura que y

no podía ayudar a ninguno de los doguerreros.

Lo cual dejaba a la forestal si

ninguna escapatoria.



El lodo ya le llegaba por la cinturaEl mero hecho de pensar que podímorir enterrada viva espoleó a la elfa

redoblar sus esfuerzos. Falstad sencontraba en una situación aún máapurada: su final iba a ser má

nmediato. Como el enano era de menoestatura, enseguida empezó a teneproblemas para mantener la cabeza fuer

del barro. Por mucho que lo intentarcon todas sus fuerzas, el jinete de grifono podía hacer nada. Aunque se aferrdenodadamente a la tierra reblandecida

sólo logró arrancar puñados de tierra.Presa de la desesperación, l

forestal extendió la mano y gritó:

—¡Falstad! ¡Cógeme de la mano



Vamos!El enano lo intentó. Ambos l

ntentaron. Sin embargo la distancia qu

os separaba era insalvable. Vereesobservó con horror cómo su compañerera arrastrado a las entrañas de la tierra

a pesar de sus ímprobos esfuerzos poevitarlo.

—Mi… —fue todo lo que dijo ante

de desaparecer.La elfa, que estaba enterrada hasta epecho en el lodazal, se quedpetrificada un momento, mirand

fijamente el diminuto montículo de tierrque era la única señal que quedaba de spaso por el mundo. La tierra ni siquier

se estremeció en ese punto. No emergi



una mano desesperadamente, ni sprodujo ningún movimiento brusco podebajo.

—Falstad… —murmuró.Algo tiró de sus tobillos co

renovadas fuerzas para arrastrarla aú

más hacia abajo. Al igual que el enanhabía hecho antes, Vereesa trató daferrarse a la tierra reblandecida que l

rodeaba, en la que dejó unos profundosurcos. En vano. Se hundió hasta lohombros. Desesperada, alzó la miradhacia el cielo. Aunque no vio rastro de

grifo, divisó otra figura, que le resultabmuy familiar, que asomó la cabeza pouna pequeña grieta que ella no habí

visto hasta entonces.



Bajo la luz menguante puddistinguir la sonrisa repleta de dientede Kryll.

—Perdóneme, señora, pero el seenebroso insiste en que nadie debnterferir en sus planes, y me h

encomendado la tarea de mataros. Unmisión que no está a la altura de mvasto intelecto y mis grandes talentos

pero qué se le va a hacer… Mi amo señor tiene unos dientes muy largos unas garras muy afiladas. No podínegarme a cumplir sus órdenes

¿verdad? —dijo, mientras su sonrisa sensanchaba—. Espero que lentiendas…

—Maldito seas…



En ese momento la tierra se la tragentera, llenó la boca de la elfa y, luegosus pulmones ávidos de aire.

Perdió el conocimiento al instante.



CAPÍTULOTRECE



L

a nave goblin flotaba entre lanubes envuelta en u

sorprendente silencio mientras saproximaba a su destino. Entretanto, ea proa, Rhonin no les quitaba la vist

de encima a esas dos criaturas que llevaban hacía su objetivo. Los goblinse movían de acá para allá con graceleridad, ajustando y calibrando lodiversos aparatos que mantenían en eaire la nave y mascullando entre ellos

o alcanzaba a comprender cómo un

raza tan demente había logrado creaalgo tan prodigioso. No obstanteaquella nave parecía destinada

autodestruirse en cualquier momento, s



bien los goblins se las arreglaban parsolventar todos los problemas que spresentaban.

Alamuerte no se dirigió a Rhonin eningún momento tras ordenarle qusubiera a bordo de aquel artilugio

Como sabía que el dragón lo habríobligado a subir quisiera o no, el maghabía obedecido muy a su pesar,

ntentó no pensar en lo que pasaría saquel cachivache sufría algún percanc se estrellaba contra el suelo.

Los goblins se llamaban Voyd

ullyn, y habían construido la nave ellomismos. Eran unos grandes inventoressegún ellos, que habían ofrecido su

servicios al maravilloso Alamuerte



Aunque, claro, había que reconocer questo último lo habían dicho con un levoque de sarcasmo. De sarcasmo

miedo. —¿Adónde me lleváis? —habí

preguntado el mago.

Al oír esa cuestión, ambos pilotos lmiraron como sí pensaran que Rhonihubiera perdido el juicio.

—¡A Grim Batol, por supuesto! —lespetó uno de ellos, que parecía tener edoble de dientes que cualquier goblicon el que Rhonin había tenido l

desgracia de toparse hasta entonces—A Grim Batol!

El mago ya sabía que lo llevaba

ahí, claro está; había formulado es



pregunta para que le indicaran dóndexactamente pretendían dejarlo. ComRhonin no confiaba en aquella pareja, n

e habría extrañado nada que lo soltaraen medio de un campamento orco. Podesgracia, antes de que Rhonin pudier

preguntar de nuevo, Voyd y scompañero se vieron obligados atender una emergencia; en este caso, s

rataba de un chorro de vapor que salídel tanque principal. La nave de logoblins utilizaba petróleo y agua parfuncionar, y siempre había algú

componente relacionado con uno de esodos elementos que se estaba rompienden un momento crucial.

Lo cual había provocado que Rhoni



no pegara ojo en toda la noche, por mumago que fuera.

Las nubes que atravesaban voland

se habían tornado tan densas que amago le dio la impresión de que loenvolvía una niebla impenetrable. Si n

hubiera sabido que volaban a graaltura, se podría haber imaginado quviajaban por mar abierto en lugar de po

el firmamento. En verdad, ambos tipode travesía tenían mucho en común; poejemplo, que compartían el riesgo destrellarse contra las rocas. En más d

una ocasión, Rhonin había observadcómo unas montañas habían surgido drepente a ambos lados de la diminut

nave, y cómo incluso algunas de ellas l



percató de que aquel invento tendía virar sin previo aviso. Al final, el magconcluyó que los goblins volaba

siguiendo su instinto y confiando en lsuerte.

Al principio de aquel peculiar viaje

Rhonin había calculado mentalmentcuánto tardarían en llegar a su destinopero, por alguna razón, a pesar de qu

enía la sensación de que deberían habelegado ya a la fortaleza, sus docompañeros de viaje le aseguraron eodo momento que todavía les quedab

mucho para llegar a su objetivo. Poco poco, comenzó a sospechar que la navvolaba en círculos, bien por culpa d

esa brújula defectuosa, o bien porqu



os goblins así lo querían.Por otro lado, por mucho que Rhoni

pretendiera centrar toda su atenció

única y exclusivamente en su misión, npodía evitar que Vereesa irrumpiera esus pensamientos. La conocía bastant

bien como para saber que si estaba vivaestaría siguiendo su rastro. Lo cual lconsternaba y lo agradaba a la vez. Per

¿cómo iba a saber ella que lo habíaobligado a subir a una nave? La elfperdería su rastro, y podría acabadeambulando sin rumbo por Kha

Modan, o, aún peor, tras dar posupuesto, acertadamente, que el mago sdirigía a Grim Batol, podría habe

decidido adentrarse sola en aquel luga



nfernal.Rhonin se aferró con fuerza a l

baranda.

—No… —dijo entre dientes—o… Vereesa no sería capaz de hace

algo así… no puede…

En aquel momento, no sólo latormentaban los espíritus de lohombres que perecieron en su anterio

misión, sino que el espectro de Duncase había sumado a ellos. Molok tambiése encontraba entre esos muertos; aquebárbaro enano lo fulminó con un

mirada de reproche. El mago se podímaginar perfectamente a Vereesa y

Falstad engrosando pronto sus filas

cómo lo miraban con las cuencas de su



ojos vacías exigiéndole saber por qué éhabía sobrevivido mientras que ellohabían sacrificado sus vidas.

Ésa era una pregunta que Rhonin shacía muchas veces.

—¿Humano?

El mago alzó la vista y se topó coullyn, el goblin más rechoncho, que s

encontraba a un brazo de distancia de él

—¿Qué? —replicó Rhonin. —Ve preparándote pardesembarcar —le avisó el goblin couna amplia sonrisa dibujada en la cara.

—¿Hemos llegado?Rhonin apartó sus sombrío

pensamientos y escudriñó la niebla

Sólo alcanzó a ver niebla por toda



partes, incluso por debajo de la nave. —No veo nada —dijo el mago.Por detrás de Nullyn, Voyd, quie

ambién sonreía alegremente, se hizo coa escala que estaba atada en un

esquina de la embarcación y la lanzó po

a borda. Acto seguido, el único ruidque el mago escuchó fue el del golpetede la escala contra el casco. No cabí

duda de que el extremo inferior de éstno había tocado fundo. —Ya está. Éste es tu destino, d

verdad de la buena, señor mago —

anunció Voyd, a la vez que señalabhacia la baranda—. Compruébalo cous propios ojos.

Y eso fue lo que hizo Rhonin, aunqu



con suma cautela, pues no descartaba lposibilidad de que los goblins aunaraesfuerzos para lanzarlo por la borda

contraviniendo las órdenes dAlamuerte.

—Sigo sin ver nada —insisti

Rhonin. Nullyn adoptó un gesto con el qu

parecía pedirle disculpas.

—Es por culpa de las nubes, señomago. Impiden que tus ojos humanopuedan ver lo que hay detrás. Nosotrosos goblins, poseemos una vista má

aguda. Justo debajo de nosotros hay usaliente muy, pero que muy seguro. Bajpor la escala, y nosotros no

ocuparemos de que desciendas con sum



cuidado, ya verás.El mago titubeó. Si bien, en aque

momento, lo que más deseaba en e

mundo era librarse del zepelín y sripulación, no estaba dispuesto

creerse lo que le decían los goblin

acerca de que había tierra firmesperándole a sólo unos metros podebajo de la nave…

Sin previo aviso, Rhonin estiró smano izquierda y cogió a Nullyn posorpresa. La mano del mago se cerrcon fuerza alrededor de la garganta de

goblin, a pesar de sus esfuerzos posoltarlo.

Entonces, una voz que no era la suy

pero que le resultaba tremendament



familiar, dijo entre siseos: —Os advertí que más os valía n

ntentar ninguna artimaña, ni ningú

acto traicionero, gusanos. —¡Pi-piedad, mi gran y glo-glorios

se-señor! —imploró Nullyn mientras s

ahogaba—. ¡Sólo estábamos jugandoSólo estábamos ju…!

No logró decir más, porque Rhoni

e apretó con más fuerza aún el gaznate.El desamparado mago se obligó bajar la mirada en la medida que le fuposible, y pudo comprobar que la piedr

negra que portaba en su medallórefulgía tenuemente. Una vez másAlamuerte la había utilizado par

controlar a su «aliado» humano.



—¿Un juego? —murmuró Rhonicon una voz que no era la suya—Conque te gusta jugar, ¿eh? Pues, espera

que vamos a jugar a una cosa, gusano…Sin apenas esfuerzo, el brazo de

humano se movió con vida propia

arrastrando a Nullyn, que se resistícomo podía, hacía la baranda.

Voyd profirió un chillido y se fu

corriendo hacía el motor, Rhonin estabseguro de que el leviatán negrpretendía dejar caer a Nullyn al vacíopor eso intentaba resistirse al contro

que aquél ejercía sobre él. El mago ne tenía ningún aprecio a ese goblin

pero tampoco quería que la sangre d

esa criatura manchara sus manos, po



más que fuera realmente el dragón el quas controlase.

—¡Alamuerte! —gritó, y s

sorprendió al darse cuenta de que habírecuperado el control de sus labiomomentáneamente—. ¡Alamuerte! ¡No l

hagas!¿Acaso habrías preferido se

víctima de su patética estratagema

humano?, le espetó la voz del dragóenebroso en su mente. La caída que taguardaba habría sido de lo mádolorosa para alguien que como tú, n

uede volar . —¡No soy tan necio! ¡No tení

ninguna intención de desembarcar

Nunca me fiaría de la palabra de u



goblin! ¡No tendrías que habertmolestado en salvarme si me crees tanecio!

Eso es cierto… —Además no estoy indefenso

Cuento con mis poderes.

Entonces, Rhonin alzó la otra manoque Alamuerte no había estimadoportuno controlar. Masculló una

palabras y, seguidamente, encima de sdedo índice apareció una llama, quacercó al rostro de un Nullyn dominadpor el pánico.

—Hay otras formas de enseñarle un goblin el significado de la lealtad y lconfianza —agregó el mago.

Nullyn abrió los ojo



desmesuradamente, ya que apenas podírespirar y era consciente de que npodía escapar. No obstante, aquell

débil criatura trató de sacudir la cabeza —¡Se-seré bueno! ¡Sólo era una bur

burla! ¡Nunca quise hacerte da-daño!

—Entonces, me vas a dejar en esitio correcto, en mi verdadero destino¿no? En un lugar que tanto yo com

Alamuerte consideremos adecuado, ¿eh Nullyn sólo logró emitir un chillidahogado.

—Puedo hacer que esta llama crezc

—lo amenazó y, al instante, aquel fuegmágico duplicó su tamaño—. Hasta ququeme la parte inferior del casco de l

nave, donde tal vez logre prender e



petróleo, que es una sustancinflamable…

—¡N-no te engañaré! ¡N-no t

engañaré! ¡Lo prometo! —¿Lo ves? —le dijo el mago d

cabello carmesí a su compañero d

viaje invisible—. No hace falta que lires por la borda. Además, tal ve

quieras volver a contar con su

servicios más adelante.Súbitamente, la mano de Rhonin dcuyo control se había adueñado ecoloso negro, soltó el cuello de Nullyn

modo de respuesta. Acto seguido, egoblin cayó sobre la cubierta con ugolpe sordo y permaneció tumbad

varios segundos, intentand



desesperadamente recobrar el aliento.Tú sabrás lo que haces, mago.El humano suspiró aliviado y,

continuación, miró a Voyd, quien seguíagazapado junto al motor, y le espetó:

—¿Y bien? ¿A qué esperas par

levarnos a la montaña?Voyd obedeció de inmediato, y s

anzó a mover palancas arriba y abaj

frenéticamente y a calibrar diversondicadores y aparatos raudo y velozullyn al fin se recuperó y pudo ayuda

a su compañero El vapuleado goblin n

volvió a mirar al mago ni una sola vez.Rhonin apagó la llama mágica y s

acercó a la baranda para pode

escudriñar qué le aguardaba allá abajo



segunda vez.Se fueron acercando a un pico e

particular del que Rhonin tenía vago

recuerdos, a pesar de no haber estadnunca antes en Grim Batol. Con summpaciencia, se inclinó hacia delant

para poder verlo mejor. Sin dudaaquélla debía de ser la montaña quAlamuerte le había mostrado en l

visión que había conjurado en su menteAl instante, buscó con la mirada algunseñal que le indicara que ése errealmente su destino: algún saliente

grieta que reconociera o que le resultarfamiliar.

¡Sí, ahí estaba! Era la misma entrad

estrecha a una cueva que había visto e



su mareante viaje mental. Un hombrapenas podía permanecer erguido eella; pero para llegar hasta ahí, primer

endría que ascender varias decenas dmetros por aquella aterradora parerocosa. Aun así, era justo lo qu

necesitaba. La impaciencia dominaba Rhonin, quien se sentía muy contento dpoder librarse al fin de esos malévolo

goblins y su estrafalaria maquinvoladora.La escala pendía por la borda, list

para ser utilizada. El mago esper

pacientemente a que Voyd y Nullymaniobraran para aproximar la navodo lo posible al pico. Pese a lo qu

había pensado en un principio sobre e



zepelín, Rhonin tenía que admitir que logoblins lo manejaban ahora con unprecisión admirable.

La escala impactó suavemente contra pared rocosa que había a la izquierd

de la cueva.

—¿Podéis mantener la nave quietaquí? —le preguntó a voz en grito

ullyn.

La única contestación que recibidel aterrado piloto fue un asentimientcon la cabeza, pero eso le bastó. Ya nse la volverían a jugar. Tal vez no l

emieran a él, pero no cabía ningunduda de que a Alamuerte sí, a pesar dque éste estuviera muy lejos.

Rhonin respiró hondo y desembarcó



La escala se mecía peligrosamente, y emás de una ocasión chocó contra ladera de la montaña. El mago ignoró e

dolor que le causaban esos golpes y sapresuró a llegar al final de la escalcuanto antes.

Pese a que el estrecho saliente de lcueva se encontraba a escasa distancipor debajo de él, y los goblins había

posicionado el zepelín con la mayoprecisión, el viento soplaba con tantensidad en la cima que impedía qu

Rhonin pudiera hollar la montaña sano

salvo. Tres veces intentó poner un pie ea roca, y las tres veces el viento l

arrastró lejos, de modo que sus pie

quedaron colgando en el vació



decenas de metros del suelo.Y lo que era aún peor, las corriente

de aire arreciaban cada vez con má

fuerza, y la nave empezó a moversdescontroladamente, de forma que veces se alejaba de su objetivo uno

centímetros cruciales. Entonces, escucha los goblins discutir a gritofrenéticamente, pero el agobiado mag

no pudo distinguir sus palabras.Tendría que arriesgarse a saltar, yque, con esas condicionemeteorológicas, lanzar un hechizo er

demasiado arriesgado. No le quedabmás remedio que confiar en su destrezfísica, aunque habría preferido no tene

que hacerlo.



La nave viró sin previo aviso, dmodo que el mago se estrelló contra lroca. Profirió un grito ahogado y logr

mantenerse sujeto a la escala a durapenas. Sabía que si no saltaba cuantantes, la próxima vez que impactar

contra la roca podría quedaconmocionado y perder así su asiderdefinitivamente.

El magullado mago inspiró aire cofuerza y calculó la distancia que lseparaba del saliente. La escala sbalanceó adelante y atrás, amenazand

con estamparlo de nuevo contra larocas.

Rhonin aguardó hasta que estuvo l

más cerca posible del saliente… y s



anzó hacia la cueva.Aterrizó sobre el estrecho salient

soltando un gruñido lastimero. Entonces

se resbaló de repente, y uno de sus pieacabó hollando el vado. Sin embargo, emago logró lanzar todo su peso haci

delante, y de esa manera pudo afianzarsen el saliente.

En cuanto se sintió seguro, se tiró a

suelo, jadeando. Le costó unos segundorecobrar el aliento, y, en cuanto lconsiguió, se dio la vuelta y se pusboca arriba.

Mientras, en el cielo, parecía quVoyd y Nullyn se acababan de dar cuentde que al fin se habían librado de s

ncómodo pasajero. La nave fu



alejándose poco a poco, con la escalbalanceándose por la borda.

Súbitamente una mano de Rhonin s

alzó con vida propia, y su dedo índicapuntó a la nave que huía de aquel lugar

El mago abrió la boca para gritar

sabía qué iba a ocurrir. —¡Nooo!Brotaron de sus labios las misma

palabras que había pronunciado antepara crear la llama trémula que danzsobre su mano, pero esta vez lapronunció con una voz que no era l

suya.Una llamarada mucho más grande

ntensa de lo que jamás había lograd

conjurar el horrorizado hechicer



emergió de su dedo… directamentcontra la nave y los desprevenidogoblins.

Las llamas envolvieron el zepelín. Yal instante, Rhonin escuchó gritos.

La nave explotó en cuanto su

reservas de petróleo prendieron.Cuando dejaron de verse los último

fragmentos, el brazo de Rhonin cay

nherte.El mago inspiró todo el aire qupudo y exclamó:

—¡No deberías haber hecho eso!

El viento impedirá que el ruido deestallido se escuche, replicó el dragócon una voz gélida. Los fragmento

caerán a ese valle profundo que cas



nadie frecuenta. Además, los orcoestán acostumbrados a ver a lo

oblins volar por los aires cuand

realizan sus dementes experimentos. Nienes nada que temer… Nadie sab

que estás aquí, amigo mío.

Rhonin no estaba preocupado por sbienestar precisamente, sino por lmuerte de los dos goblins. Una cosa er

morir en combate, y otra perecer poculpa de un castigo como el que edragón negro había impuesto a sus dodíscolos sirvientes.

Será mejor que entres en esa cuevasiguió diciendo Alamuerte. No tconviene permanecer aquí fuera.

Si bien el vano intento del leviatá



por dar la impresión de que spreocupaba por la integridad de su peóno convenció a Rhonin, éste obedeció

En aquel instante, lo que menos deseabera que el viento, que cada vez soplabcon más intensidad, lo derribara de

saliente.Para bien o para mal, gracias a

dragón había logrado acercarse a s

objetivo final, que, ahora lo admitíasiempre había sospechado que nuncalcanzaría por sí solo. En lo más hondde su ser, el mago siempre había creíd

que no saldría con vida de aquellmisión, si bien esperaba morir despuéde haber expiado sus pecados. Ahor

quizá tuviera la oportunidad de lograrlo



e incluso tal vez de sobrevivir…En ese momento, un bramid

monstruoso arrancó a Rhonin de su

pensamientos. Reconoció al instante essonido. Se trataba de un dragón, posupuesto, joven y en plenitud d

facultades. Dragones y orcos aguardabaal solitario mago en las entrañas de lmontaña.

Lo cual le recordó que todavía podímorir, tal como había supuesto en uprincipio…

Ese humano es muy fuerte. Muchmás de lo que había imaginado.

Así reflexionaba Alamuerte



ataviado una vez más con el disfraz dLord Prestor, sobre el peón que habíescogido. Desde el principio, le habí

parecido que utilizar para sus propiofines al mago que el Kirin Tor habíencomendado esa misión imposible er

a opción mejor y la más simple. De esmodo, haría de la necia decisión deKirin Tor la clave de su victoria. El ta

Rhonin le serviría el triunfo en bandejade una manera que el mortal nsospechaba.

Aun así, el mago había ofrecido má

resistencia de la que Alamuertesperaba. Ese mortal poseía unvoluntad férrea. Por eso, er

conveniente que muriera en el transcurs



de la misión, porque una voluntad taenaz suele engendrar magos mu

poderosos, como Medivh, el únic

humano al que el leviatán negro habírespetado a lo largo de su dilatadexistencia. A pesar de estar tan loc

como un goblin, por no hablar de quera tan impredecible como uno de esobichos verdes, poseía un pode

nconcebible. Ni siquiera Alamuerte shubiera enfrentado a él de buen grado.Pero Medivh estaba muerto, y e

eviatán de ébano creía que seguía en e

reino de los muertos pese a que corríaciertos rumores últimamente qundicaban lo contrario. Ningún otr

mago había llegado a rivalizar nunca n



por asomo con el poder de aquedemente, y ninguno lo haría, sAlamuerte se salía con la suya.

Aunque Rhonin no lo obedecierciegamente, tal como hacían lomonarcas de la Alianza, sabía que debí

hacerlo porque era consciente de que edragón observaba todos sumovimientos. La muerte de los do

nsulsos goblins le había servido dección. Tal vez esos dos desgraciadosólo querían insuflar un poco de mieden el corazón de su pasajero, per

Alamuerte no podía consentir talenecedades. Le había advertido a Krylque debía escoger una pareja de goblin

que cumpliera su misión sin hace



onterías. En cuanto el cabecilla de logoblins concluyera sus tareas. Alamuerthablaría con él seriamente sobre s

error de elección. El dragón negro naprobaba la decisión de su subalterno arespecto.

«Sera mejor que no me fallesbatracio inmundo», dijo entre siseos«Si no, tus hermanos de la nave podrá

considerarse afortunados de no tener qucompartir tu destino…».Lord Prestor apartó enseguida de su

pensamientos a aquel goblin.

Tenía una reunión importante con erey Terenas, para hablar sobre lprincesa Calia.

Alamuerte, quien iba vestido con e



mejor traje que podía llevar un noble daquellas tierras, admiró su estampa en eespejo de cuerpo entero que había en e

pasillo principal de su mansión. Teníodo el aspecto de un futuro rey. Si lo

humanos hubieran poseído la má

mínima pizca de dignidad y poder, edragón habría tenido que plantearse lposibilidad de matarlos. Sin embargo, l

que veía reflejado en el espejo era lencarnación de la perfección que lomortales jamás podrían alcanzar. Erealidad, les haría un favor al acaba

con sus miserables vidas. —Pronto —susurró, como si s

hiciera una promesa a sí mismo—

Pronto.



Fue en carruaje directamente palacio, donde los guardias lo saludaro le franquearon la entrada de inmediato

Un sirviente lo recibió en el salóprincipal para disculparse por que el reno estuviera presente para saludarlo e

persona. El dragón fingió que edesplante no le ofendía, pues estabnmerso en su papel de joven noble qu

sólo buscaba que reinara la paz entre ladiversas facciones de la Alianza, sonrió cuando le pidió al humano que lguiara hasta el lugar donde Terena

deseaba que lo esperara. No lsorprendió que el monarca no lo hubierrecibido en persona; suponía que debí

de estar muy ocupado explicándole a s



hija menor cuál era el futuro que habíescogido para ella.

Ahora que había vencido clarament

a todos aquellos que se oponían a sascenso al trono, y teniendo en cuentque su coronación se iba a celebra

dentro de unos días, Alamuerte habídecidido rematar sus planes con unvuelta de tuerca genial y perfecta. N

podía haber mejor manera de reforzar sposición de poder que casarse con lhija de uno de los reyes más poderosode la Alianza. En realidad, no todos lo

monarcas tenían hijas en edad dmerecer. De hecho, en aquel momentosólo Terenas y Daelin Valiente tenía

hijas solteras que no fueran unas niñas



Jaina Valiente era demasiado joven, ypor lo que el dragón había investigadoposiblemente resultaría ya demasiad

difícil de controlar, motivo por el cuaa había descartado. Sí, la hija d

Terenas sería perfecta.

A Calia todavía le quedaban doaños para tener edad de casarse, perdos años no eran nada en la escala d

iempo de aquel dragón inmortal. Parentonces, no solo los otros miembros dsu raza estarían bajo su yugo o muertossino que Alamuerte ocuparía un puest

político que le permitiría socavar locimientos de la Alianza. Lo que lobárbaros orcos no habían logrado co

sus ataques externos, él lo iba



conseguir desde dentro.En ese instante, el sirviente abrió l

puerta.

—Espere dentro, mi señor. Smajestad lo recibirá en breve.

—Gracias.

Alamuerte estaba tan abstraído quno se percató de la presencia de otrados personas en aquella estancia hast

que la puerta se cerró tras él.De inmediato, las dos siluetaencapuchadas envueltas en capanclinaron sus cabezas rodeadas d

sombras en señal de respeto. —Saludos, Lord Prestor —dijo co

voz grave la figura barbuda.

Alamuerte tuvo que reprimir e



rictus de contrariedad que se estabdibujando en su semblante. Esperabque, en algún momento, habría d

enfrentarse al Kirin Tor, pero no qudicho enfrentamiento se produjera en epalacio de Terenas. La animosidad qu

el dragón había despertado, gracias sus poderes mágicos, en los soberanode la Alianza contra los magos d

Dalaran debería haber impedido que lomiembros del Kirin Tor osaran visitar uno de estos reyes.

—Saludos, mi señor, mi señora.

Entonces la maga, una anciana duna edad demasiado avanzada mpropia de su raza, habló:

—Nos hubiera gustado haber tenid



a oportunidad de encontrarnos contigmucho antes, mi señor. Tu reputaciócomo gran adalid de la Alianza se h

extendido por todos los reinos de lAlianza, sobre todo por Dalaran.

Aquellos magos utilizaban s

poderosa magia para ocultar en graparte sus rostros; no obstante, Alamuertpodría haber rasgado los velos mágico

con suma facilidad, pero prefirió nhacerlo. Conocía a esos dos magosaunque no por su nombre. El aura debarbudo le resultaba muy familiar, com

si el dragón y aquél humano hubieraestado en contacto recientemente. Efalso noble sospechaba que era e

responsable de, al menos, uno de los do



principales intentos de quebrantar lohechizos de protección que habíevantado alrededor de su mansión

Dada la ponencia de aquellosortilegios, a Alamuerte le sorprendique ese hombre siguiera vivo, y much

más que se atreviera a plantarle cara. —La reputación del Kirin To

ambién es conocida por todos —replic

Lord Prestor. —Sí, nuestra reputación noprecede, aunque últimamente parecplanear sobre ella la sombra de la dud

—subrayó la maga.Con este comentario, estab

nsinuando que sabía que era él quie

había sembrado las dudas sobre l



ealtad del Kirin Tor entre los miembrode la Alianza. Sin embargo, Alamuertno lo consideró una amenaza Sabía qu

esos magos sospechaban de él y smaginaban que era un brujo enemig

bastante poderoso, pero no tanto com

realmente era. —Esperaba encontrarme con s

majestad a solas —comentó Prestor

derivando la conversación hacia eerreno que más le interesaba—. ¿AcasDalaran tiene algún asunto que tratar coLordaeron?

—A Dalaran le gusta estar al tantde las decisiones y situaciones quafectan gravemente a todos los reinos d

a Alianza —repuso la mujer—. Alg



—Aunque no estuvimos presentes eesas deliberaciones, conocemos eresultado —dijo el mago barbud

resoplando—. Debernos felicitarteLord Prestor.

Si bien aquellos magos no había

mencionado sus nombres en ningúmomento, el joven noble tampoco habímencionado el suyo. No cabía duda d

que lo vigilaban de cerca, o tan de cerccomo Alamuerte les permitía. —He de reconocer que para mí h

sido toda una sorpresa. Mi única met

era evitar que la Alianza se hicierañicos tras el desgraciado incidente quprotagonizó Lord Perenolde.

—Sí, fue algo terrible. Jamá



habríamos podido imaginar que escaballero fuera capaz de hacer algo asíLo conocí cuando era más joven. A

pesar de ser un tanto tímido, no mpareció que fuera un traidor.

Entonces, la anciana maga alzó l

voz de improviso. —Tu antiguo hogar estaba en u

ugar no muy distante de Alterac

¿verdad Lord Prestor?Por primera vez, Alamuerte sintió lchispa de la furia prendiendo en su fuernterno. Aquel juego había dejado d

hacerle gracia. ¿Acaso esa mujeconocía la verdad?

Antes de que el joven noble pudier

responder, la puerta suntuosament



ornamentada, situada en el extremopuesto a la entrada de la estancia, sabrió y el rey Terenas, quien parecí

muy malhumorado, irrumpió en la salaLo seguía un niño, casi un bebé, rubio daspecto angelical: sin duda, intentab

lamar la atención de su padre. Sólo hizfalta que el monarca echara un vistazo a pareja de magos envueltos en sombra

para que frunciera aún más el ceño.De inmediato, se volvió hacia eniño.

—Ve corriendo con tu hermana

Arthas, e intenta calmarla. Te prometque me reuniré contigo en cuanto pueda.

Arthas asintió y, tras mirar co

curiosidad a esas personas que había



venido a hablar con su padre, se dirigihacia la puerta.

Terenas la cerró en cuanto su hijo l

atravesó, y, al instante, se giró hacia lomagos.

—Creí que le había dicho a m

mayordomo que debía informaros de quhoy no tengo tiempo para atenderos. SDalaran tiene alguna queja o protest

sobre cómo estoy gestionando loasuntos de la Alianza, podéis enviar uescrito formal a través de nuestrembajador en vuestro reino. Y ahora

marchaos, y que tengáis un buen día.La pareja de magos no se inmut

ante aquellas palabras. Alamuerte tuv

que contener una sonrisa triunfal qu



uchaba por dibujarse en sus labios. Lnfluencia que el dragón ejercía sobre e

rey seguía siendo muy fuerte, a pesar d

que había estado distraído con otroasuntos, como podía ser Rhonin.

A la vez que pensaba en su peón má

reciente, Alamuerte albergaba lesperanza de que los magos se tomaramuy en serio la invitación a marcharse

o hicieran de inmediato. Cuanto antese fueran, antes podría volver centrarse en el joven hechicero que sencontraba en Grim Batol.

—Nos vamos, majestad —dijo couna voz profunda y potente el hechicerbarbudo—. Pero se nos ha encomendad

a misión de indicarte que el consej



espera que recuperes el buen juicio ebreve. Y que tengas en cuenta quDalaran siempre ha sido un aliad

sumamente leal. —Sólo cuando le interesa.Los magos decidieron ignorar l

dura réplica del monarca. Entonces, lanciana se volvió hacia Alamuerte pardecirle:

—Lord Prestor, ha sido un honopoder vernos al fin cara a cara. Confíen que no sea la última vez que noencontremos.

—Ya veremos.La mujer no hizo ademán de darle l

mano y el joven noble tampoco la anim

a ello. En otras palabras, le acababan d



advertir que iban a continuavigilándolo. Indudablemente, el KiriTor creía que así actuaría con má

cautela y se sentiría inseguro; siembargo, el dragón negro considerabaquellas amenazas algo risible. Por él

podían perder todo el tiempo ququisieran escudriñando esferas dadivinación o intentando convencer a lo

soberanos de Lordaeron de que debíaentrar en razón. Por mucho que sesforzaran, sólo conseguirían que eresto de los humanos los odiara cad

vez más, lo cual le venía como anillo adedo para sus planes.

Los magos hicieron una reverencia

abandonaron la cámara, por respeto a



rey, decidieron que no debíadesvanecerse sin más, como bien podíahaber hecho. Seguramente, esperarían

hallarse en su embajada en Lordaeronejos de miradas curiosas y recelosas

El Kirin Tor cuidaba mucho la

apariencias y siempre procurabcumplir a rajatabla las normas deprotocolo y la diplomacia.

Aunque eso no supusiera ningundiferencia a largo plazo.En cuanto los magos se marcharon

el rey Terenas se disculpó.

—Te presento mis más sinceradisculpas por la desagradable escenque has tenido que presenciar, Prestor

Qué valor tienen! Irrumpen en est



palacio como si perteneciera a Dalara no a Lordaeron. Esta vez han id

demasiado lejos…

Se detuvo antes de completar lfrase en cuanto Alamuerte alzó una manhacia él. Tras observar con detenimient

as dos puertas para cerciorarse de qunadie fuera a entrar de repente y sencontrara al rey hechizado, el fals

noble se acercó a una ventana desde lque podían contemplarse los jardines dpalacio y el resto del reino en segundplano. Alamuerte esperó pacientemente

mientras vigilaba las puertas por las qupasaban todos los visitantes quentraban y salían de la residencia rea

de Terenas.



Entonces, ambos magos aparecieroen su campo visual. Ladeaban la cabezhacia su interlocutor, como si estuviera

nmersos en una conversacióacalorada.

El dragón acarició el fino cristal d

a ventana con el dedo índice y trazó upar de círculos que brillaron con ucolor rojo muy intenso. Acto seguido

musitó una sola palabra.El cristal contenido dentro de uno dos círculos mutó, se arrugó y adoptó l

burda forma de una boca.

—¡… nada de nada! ¡Es una tablrasa, Modera! ¡No he podido percibinada en él!

A continuación, el otro círculo s



ransformó en una boca un tanto mádelicada.

—Tal vez aún no te has recuperad

del todo, Drenden. Al fin y al cabo, eataque que sufriste…

—Ya estoy recuperado. Se necesit

mucho más para matarme. Además, sque tú también lo has sondeado. ¿Haogrado percibir algo?

La boca femenina del cristal fruncios labios. —No, lo cual quiere decir que e

muy, pero que muy poderoso… Con tod

probabilidad, es casi tan poderoso comMedivh.

—Debe de valerse de algún talismá

muy potente. Nadie es tan poderoso, n



siquiera Krasus.Modera cambió el tono de voz. —¿Acaso conocemos el alcance d

os poderes de Krasus? Es más viejque todos nosotros y probablemente essignifique algo.

—Sí, que es cauto, pero es el mejode todos nosotros, aunque no sea el jefdel consejo.

—Porque él ha decidido no serlo. Se ha ofrecido varias veces ese puesto.Alamuerte se inclinó hacia delante

a curiosidad que la pareja de mago

había despertado en él iba en aumento. —Pero ¿qué está haciendo? ¿Por qu

mantiene sus planes en secreto?

—Por lo visto, quiere indagar en e



pasado de Prestor, pero creo que tramalgo más. Con Krasus siempre hay máde lo que parece a simple vista.

—Bueno, espero que descubra algpronto, porque esta situación es… ¿Que ocurre?

—Siento un cosquilleo en el cuelloMe pregunto si…

El dragón pasó la mano rápidament

por encima de ambas bocas, y el cristase alisó al instante, de modo que nquedó rastro del hechizo. Acto seguidose apartó de la ventana.

Pese a que la maga había intuido shechizo, sería incapaz de rastrear sorigen y dar con el hechicero que l

conjuró. Alamuerte no temía a aquello



humanos, por muy duchos en la magique fueran, pero tampoco queríenfrentarse abiertamente con ellos e

ese momento. En el tablero de jueghabía aparecido una nueva pieza quepor primera vez, había preocupad

igeramente al dragón.Se volvió hacia Terenas. El re

seguía donde Alamuerte lo había dejado

con la boca abierta y la mano estirada.Entonces el dragón chasqueó lodedos.

—¡…y no pienso tolerarlo! Tengo e

mente romper toda relación diplomáticcon ellos de inmediato. ¿Quién manda eLordaeron? Nosotros, y no el Kirin Tor

que es lo que parecen pensar eso



desgraciados. —Sí, probablemente sea una sabi

decisión, majestad, pero tal vez se

mejor que lo dejes correr. Permíteleque protesten cuanto quieran, y luego yrás cerrándoles las puertas. Esto

seguro de que los demás reinos actuaráde la misma manera.

Terenas esbozó una sonrisa fatigada

—Eres un joven muy pacientePrestor. Yo me he limitado a despotricamientras tú soportabas estoico mdiatriba, cuando se supone qu

endríamos que hablar sobre tu futurmatrimonio. Si bien es cierto que aúquedan dos años para que se celebre

estos esponsales requerirán muchos



ver que aquel emparejamiento era eprimer paso hacia un futuro más gloriospara la Alianza.

—Y en cuanto les arrebatemos KhaModan y Grim Batol a esos orconfernales, podremos comenzar

diseñar un plan para que esas tierras lesean devueltas a los enanos de lacolinas, e incluso tal vez podamo

entregárselas simbólicamente en unceremonia. Una ceremonia que tpresidirás, querido muchacho, ya qugracias a ti, sin duda, la Alianza se h

mantenido unida el tiempo necesaripara obtener la victoria definitiva…

Alamuerte cada vez prestaba meno

atención a los balbuceos de Terenas. Y



sabía qué iba a decir aquel ancianopuesto que él había introducido esadeas con anterioridad en la mente de

humano. Lord Prestor, el (presuntohéroe, iría recogiendo los frutos de suesfuerzos y, poco a poco

metódicamente, iniciaría el proceso ddestrucción de las razas más jóvenes.

Sin embargo, lo que más l

nteresaba al dragón en aquel momentera la conversación entre los dos magoque acababa de escuchar, sobre todporque habían mencionado a u

miembro del Kirin Tor llamado Krasusque había despertado la curiosidad dAlamuerte. Sabía que se había

realizado varios intentos para burlar lo



hechizos que rodeaban su mansión; y quuno de esos intentos había provocado lactivación de una trampa llamada «e

hambre sin fin», una de las trampamágicas más antiguas y más efectivaamás concebidas por un experto en l

magia. El dragón también sabía que «ehambre» había fracasado y no hablogrado su objetivo.

Krasus… Quizá ése fuera el nombrdel mago que había conseguido eludir uhechizo tan vetusto como el propiAlamuerte.

Tengo que averiguar más cosasobre ti, pensó el dragón mientraasentía sin prestar atención a lo

balbuceos incesantes de Terenas. S



engo que averiguar más cosas sobri…



CAPÍTULOCATORCE



K

rasus dormía profundamentemás de lo que había dormid

nunca, incluso cuando era una críaViajaba entre el sueño normal y algmás, por ese paisaje onírico eterno de

que ni siguiera el mayor de loconquistadores habría podiddespertarse jamás. Dormía a sabiendade que cada hora que transcurría lacercaba más a ese sueño eterno, a esdulce olvido.

Y mientras dormía, el mago dragó

soñaba.Las primeras visiones que tuvo era

muy difusas, imágenes surgidas de

subconsciente del soñador. Sin embargo



pronto desfilaron ante él unas escenaoníricas mucho más precisas y sombríasUnas figuras aladas, algunas de la

cuales eran dragones, revoloteaban a salrededor presas del pánico. Un hombrvestido de negro y de aspect

amenazador se burlaba de él eontananza. Un niño corría por un

colina sinuosa que el sol iluminaba co

suma intensidad; un niño querepentinamente, se transformaba en user malévolo, en un aborrecible nomuerto.

A pesar de estar sumido en las simamás insondables del sueño, el mago sagitó inquieto por los posible

significados ocultos que podían tene



aquellos sueños. Al mismo tiempo, fuadentrándose aún más en ese reindominado por una oscuridad absolut

que lo asfixiaba y reconfortaba a la vez.Desde ese reino, alguien se dirigi

al desesperado mago dragón con un ton

de voz dulce pero también imperioso.Sacrificarías cualquier cosa po

ella, ¿verdad Korialstrasz?

De inmediato, Krasus movió loabios en su santuario para vocalizar lrespuesta que iba a dar en su mente.

Daría mi vida si fuese necesari

con tal de liberarla… Pobre Korialstrasz, eres tan fiel…De improviso, se materializó en l

oscuridad una silueta que fluctuaba cad



vez que el mago dormido respiraba. Esueños. Krasus intentó acercarse a esfigura, pero ésta se desvaneció cuand

estaba a punto de alcanzarla.En su mente, aquella silueta habí

adoptado la forma de Alexstrasza.

Te sumes en el sueño eterno a unvelocidad cada vez mayor, mi valientdragón. ¿Hay algo que quieras pedirm

antes de que eso suceda?Los labios del mago se movierouna vez más.

Sólo quiero pedirte que la ayudes…

¿No vas a pedirme que haga algor ti, como, por ejemplo, que t

devuelva la vida que se te escapa

quellos que tienen la audacia d



ngerir un veneno que los lleva a lauertas de la muerte deberían se

recompensados con un cáliz lleno de l

mejor cosecha de los viñedos de larca…

Krasus tenía la sensación de que l

oscuridad tiraba de él. Cada vez lcostaba más respirar, e incluso pensarCada vez le tentaba más rendirse

aceptar el acogedor manto del olvido.Aun así, tras un tremendo esfuerzoogró responder.

Ayúdala. Es lo único que te pido.

De repente, sintió que algo larrastraba hacia arriba, hacia un lugarepleto de luz y color, donde pud

volver a respirar y pensar.



Lo asaltaban unas imágenes que npertenecían a sus sueños, sino a losueños de otros. Vio ante sí los deseos

anhelos de los humanos, los enanos, loelfos, e incluso de los orcos y logoblins. Sufrió con sus pesadillas y s

solazó con sus dulces sueños. Ssucedían innumerables imágenes, y ecuanto una de ellas se desvanecía,

Krasus le resultaba imposiblrecordarla, al igual que le resultaba mudifícil recordar sus sueños.

Entonces, en medio de aquel paisaj

cambiante, se materializó otra visiónMientras que todo cuanto lo rodeabfluía como la niebla, esta visión e

concreto mantuvo una forma más



menos determinada que creció hastsuperar con creces el tamaño dediminuto mago.

Una elegante dragona, que era mitamateria, mitad imaginación, desplegsus alas como sí se estuvier

desperezando tras un largo sueño. Por sorso se extendían diversas manchas d

un verde apagado, como el que pued

verse en un bosque justo antes de qucaiga la noche. Krasus alzó la vistadispuesto a cruzar su mirada con la daquella dragona, y se percató de qu

enía los ojos cerrados como sestuviera durmiendo. Sin embargo, nalbergaba ninguna duda de que l

Señora de los sueños era capaz d



percibir su presencia. No voy a exigirte tal sacrificio

orialstrasz, ya que siempre has sid

un soñador que ha despertado mcuriosidad…

En ese instante, las comisuras de lo

abios de la dragona se curvaroigeramente.

Eres un soñador de lo má

ntrigante…Krasus intentó apoyar los pies eierra firme, o en algún tipo d

superficie sólida, pero el suelo bajo su

pies seguía siendo muy maleable; sasemejaba, prácticamente, a un líquidoSe vio obligado a flotar, lo cual le hací

sentir muy incómodo.



Gracias, Ysera…Siempre has sido tan educado, ta

diplomático, incluso con mis consortes

quienes, en mi nombre, han rechazadus peticiones y deseos en más de un

ocasión, dijo la dragona.

Actuaron así porque ncomprendían del todo la situaciónreplicó el mago.

Quieres decir que yo no comprenddel todo la situación.Ysera retrocedió flotand

suavemente, y su cuello y sus alas s

ondularon como si se estuvierareflejando en un estanque al que alguiehubiera arrojado una piedra. Si bien l

dragona mantuvo los párpados cerrado



en todo momento, su enorme semblantse centró, claramente, en aquel intrusque se había adentrado en su reino.

Liberar a tu amada Alexstrasza nes una tarea sencilla, y no estoy segurde que compense el alto precio qu

habría que pagar por ello: ¿No emejor dejar que el mundo siga scurso, y se haga su voluntad? Si l

rotectora debe recuperar la libertad¿acaso no sucederá porque tenga qusuceder?

Su apatía —en realidad, la apatía d

a que habían hecho gala los treAspectos que había visitado— prendia llama de la ira en la mente del mag

dragón.



Entonces, el destino del mundo esometerse a la voluntad de Alamuerte

o dudes ni por un instante que es

será lo que ocurrirá si todos vosotroseguís sin hacer nada salvo dejar pasael tiempo y soñar.

Ysera plegó sus alas.¡No menciones al innombrable!Pero Krasus siguió insistiendo.

¿Por qué no, Dama de los sueños¿Acaso el innombrable te provocesadillas?

Pese a que permanecía con los ojo

cerrados, sin duda en ellos brillaba edestello de alguna emoción espantosa.

No volveré a… a sumirme en lo

sueños de ese ser. Probablemente e



más terrible en sueños que despierto.El atribulado mago no fingió qu

había entendido las últimas palabras. L

único que le preocupaba era el hecho dque ninguno de esos grandes podereparecía capaz de reunir las ganas o e

valor necesario para plantarle cara adragón tenebroso. Si bien era cierto qugracias al Alma demoníaca ya no eran l

que habían sido en su día, seguíasiendo los portadores de un podeextraordinario. Aun así, los treparecían creer que la era del dragó

había quedado atrás, y aunque fueracapaces de alterar el futuro, no lemerecía la pena hacer ese esfuerzo qu

os obligaría a abandonar el letargo e



que se habían sumido voluntariamente.Sé que tanto tú como tus homólogo

odavía camináis entre las razas má

óvenes, Ysera. Sé que aún tenéis ciertnfluencia sobre los sueños de lo

humanos, los elfos y…

Hasta cierto punto, Korialstraszncluso mi dominio tiene sus límites.

Pero, entonces, no has abandonad

del todo el mundo, ¿verdad? Adiferencia de Malygos y Nozdormu, ne escudas tras la locura ni tras la

reliquias de tiempos pasados. Al fin y

al cabo, ¿no pertenecen los sueñoambién al futuro? Tanto como aasado; ¡más vale que no lo olvides!

En ese momento, la tenue imagen d



una humana sosteniendo en el aire a ubebé recién nacido flotó junto a élAtisbó también fugazmente a un jove

batallando con unos monstruos infantileque sólo estaban en su imaginaciónKrasus se detuvo a observa

momentáneamente los diversos sueñoque se materializaban y se disipaban su alrededor. Había tantas pesadilla

enebrosas como sueños luminosos, perasí había sido siempre. Existía uequilibrio.

Sin embargo, en su mente, es

equilibrio se veía roto porque su reinseguía cautiva y porque Alamuertestaba dispuesto a arrebatarles e

dominio del mundo a las razas má



óvenes. Si ambos desequilibrios no scorregían, ya no habría más sueños, nmás esperanzas.

Proseguiré mi camino con o sin tayuda, Ysera. Debo hacerlo.

Te animo fervientemente a qu

obres así, replicó la dragona oníricacuya forma titiló.

Krasus le dio la espalda a Ysera

gnoró las imágenes intangibles qudispersaba a su paso. Entonces, envíame de vuelta a m

santuario o lánzame al abismo. ¡Tal ve

sea mejor no estar vivo para no teneque presenciar el destino del mundo yde mi reina!

Esperaba que Ysera lo enviara d



vuelta a los brazos del olvido, para quno pudiera seguir insistiendo sobre eema de su Alexstrasza ni a ella ni

ningún otro Aspecto. Sin embargo, emago dragón sintió un ligero toqueciten el hombro, que alguien parecía darl

con cierta indecisión.Krasus se giró y se encontró frente

una mujer esbelta y pálida, bella per

etérea. Iba ataviada con un vestidsuelto y holgado hecho de un materiadelicado de color verde pálido, y uvelo le tapaba parcialmente la part

nferior del rostro. En ciertos aspectose recordaba a su reina.

Aquella mujer tenía los ojo

cerrados.



Pobre Korialstrasz, nunca das tbrazo a torcer , dijo sin mover loabios, aunque Krasus sabía que ésa er

su voz. La voz de Ysera. Acto seguidouna expresión meditabunda dominó ssemblante, y añadió: Harías cualquie

cosa por ella.El mago no entendía por qué s

molestaba en repetir lo que ambos y

sabían. Krasus volvió a dar la espalda a Dama de los sueños, en busca dalgún sendero por el que pudierescapar de aquel mundo irreal.

No te vayas aún, Korialstrasz.¿Por qué no debo irme?, preguntó e

mago dragón, a la vez que se girab

para…



…encararse con una Ysera que lmiraba fijamente con los ojos bieabiertos. Krasus quedó petrificado

ncapaz de apartar sus ojos de aquellmirada. Eran todos ojos de todos loseres que había conocido y amado a l

argo de su vida. Esos ojos lo conocíamuy bien, conocían hasta el últimrincón de su ser. Eran de color azul

verde, rojo, negro, dorado… de todoos colores posibles.Eran también sus ojos.Tendré muy en cuenta todo cuant

me has dicho.Krasus no se lo podía creer.¿Vas a…?

Ysera alzó una mano para pedirl



que se callara. Por ahora, voy a meditar sobr

ello. Ni más, ni menos.

¿Y si al final te das cuenta de questás de acuerdo conmigo?, inquirió emago.

Entonces procuraré convencer alygos y Nozdormu de que estás en l

cierto y que debemos prestarte nuestr

ayuda para culminar tu misión, pero nuedo prometerte nada; ellos decidiráor si mismos.

Krasus se dio por satisfecho; s

había presentado en aquél reinalbergando muy pocas esperanzas había logrado mucho más de lo qu

maginaba. Quizá, al final, no serviría d



nada tanto esfuerzo, pero, al menos, ldaba ánimos para proseguir su misión.

Gra-gracias.

Aún no he hecho nada por ti, salvoal vez, mantener vivos tus sueños

replicó Ysera, quien esbozo fugazment

una sonrisa triste.El mago se disponía a darle la

gracias de nuevo, pues quería qu

supiera que con eso bastaba parnsuflarle los ánimos que necesitabpara proseguir su misión, cuando Yserse alejó flotando repentinamente. Pese

que Krasus intentó alcanzarla, loseparaba una distancia insanableademás, en cuanto intentaba dar un pas

hacia delante, ella se alejaba con má



celeridad.Entonces, se dio cuenta de que quie

se había movido no era la Señora de

Sueño sino él. Duerme bien, pobre Korialstrasz, l

oyó decir a Ysera, cuya esbelta y pálid

figura titiló y, por último, se desvanecióuerme bien, porque en la batalla va

a necesitar todas tus fuerzas, y tal ve

eso no sea suficiente…El mago dragón trató de hablar, pera voz que había empleado en el sueñ

se negó a pronunciar sus palabras. Un

remenda oscuridad descendió sobre éa reconfortante oscuridad qu

acompaña al sueño.

Y no subestimes a aquellos qu



consideras unos meros peones…

La fortaleza montañosa de los orcoresultó ser no sólo mucho más inmensde lo que Rhonin había supuesto, sin

más caótica. Los túneles que esperabque lo llevaran hasta su meta parecíadesviarse súbitamente de la trayectori

más lógica; además, a menudo se veíobligado a ascender en vez ddescender. Algunos terminabaabruptamente, sin ninguna razón que l

ustificase. Uno de estos últimos, econcreto, lo obligó a retroceder durantmás de una hora, lo cual no sólo supus

una gran pérdida de tiempo, sino qu



acabó por agotar sus ya escasas fuerzasTampoco ayudaba a mejorar su

perspectivas que Alamuerte no hubier

hablado con él ni una sola vez en todese tiempo. Aunque Rhonin no confiaben el dragón negro, al menos sabía qu

este lo guiaría hasta la colosal cautivaEl mago se preguntaba qué estabdistrayendo tanto al dragón de la

inieblas.En un momento dado, en un corredoa oscuras, el fatigado hechicero decidisentarse a reponer fuerzas

Afortunadamente, todavía llevabencima el pequeño pellejo con agua que habían dado los desventurado

goblins de la nave. Tras dar un larg



rago, se recostó, convencido de que lbastaría con relajarse unos minutos pardespejarse mentalmente y recuperars

físicamente, de modo que podríproseguir su travesía por aquellopasadizos con ánimos renovados.

¿De verdad creía que iba a ser capade liberar a la reina de los dragonesCada vez albergaba más dudas, ya que,

medida que pasaba el tiempo, le costabmás avanzar por las entrañas de lmontaña. ¿Acaso había llegado hasta allsólo para suicidarse de una maner

extravagante y grandiosa? Eso erabsurdo; su muerte no les iba a devolvea vida a los que habían perecido en s

anterior misión, además, aquella



personas lo habían acompañadvoluntariamente, por tanto eran tambiéresponsables del destino que había

sufrido.¿Cómo se le había ocurrido siquier

soñar con llevar a buen puerto un

misión tan demencial? Entonces. Rhoniechó la vista atrás y recordó el momenten que había surgido esa idea. Com

enía prohibido participar en laactividades del Kirin Tor tras la debaclacaecida en su última misión, el jovemago se había pasado los días absort

en sus pensamientos, sin ver a nadie comiendo frugalmente. Asimismo, evirtud del castigo que le había

mpuesto, no se le permitía a nadie qu



fuera a verlo, por eso fue toda unsorpresa que Krasus se materializarante él para ofrecerle su apoyo a la hor

de volver a formar parte de las filas deKirin Tor.

Rhonin siempre había pensado qu

no necesitaba ayuda de nadie, perKrasus lo convenció de que estabequivocado. El mago maestro analiz

con tanto detalle y lucidez la difícisituación en que se encontraba su jovehomologo que éste acabó pidiéndole sayuda abiertamente. En determinad

momento de la conversación surgió eema, los dragones, y de ahí enlazaro

con Alexstrasza, la colosal dragon

carmesí que los orcos mantenía



cautiva, a la que obligaban a engendrapequeñas bestias que luego luchabapara defender la gloria de la Horda. S

bien el grueso de la horda había sidaniquilado, mientras la dragona siguierprisionera de los orcos de Khaz Modan

éstos seguirían provocando el caos en lAlianza y asesinando a infinidad dnocentes.

En el transcurso de aquella charla, Rhonin se le ocurrió la idea de liberar a dragona; una idea tan genial qu

estaba convencido de que sólo se l

podría haber ocurrido a él. En aquemomento, le pareció todo tan lógico…Así se redimiría o moriría intentand

levar a cabo una misión de la que su



hermanos magos hablarían por los siglode los siglos.

Krasus se había sentido realment

mpresionado. De hecho, Rhonin sacordó en ese instante de que el ancianmago había pasado mucho tiempo co

él, puliendo los detalles del plan animando al taumaturgo pelirrojo pasar a la acción. Ahora Rhoni

reconocía que quizá habría abandonada idea si no hubiera sido por lnsistencia de su mecenas. En ciert

sentido, daba la impresión de qu

aquella misión había sido idea dKrasus y no suya. Aunque, si eso fuerasí, ¿para qué quería aquel miembro si

rostro del consejo enviar a su protegid



a realizar una misión tan peligrosa? SRhonin la culminaba con éxito, se lreconocería cierto mérito a Krasus po

haber confiado en él, pero si fracasabasu mecenas no conseguiría nada, mábien al contrario.

El joven mago hizo un gesto dnegación con la cabeza. Si seguíhaciéndose preguntas como aquéllas

pronto se convencería de que su valedohabía sido realmente el impulsor deplan y que, en cierto modo, le habímanipulado para que quisiera realiza

ese viaje a tierras hostiles.Lo cual era absurdo.Rhonin estuvo a punto de ponerse e

pie al verse sorprendido por un ruid



repentino; entonces, se dio cuenta de qumientras reflexionaba se había idsumiendo en las nieblas del sueño. E

mago se arrimó a la pared, a la esperde poder comprobar quién recorría eoscuro pasillo. Seguramente, los orco

a sabían que ese túnel acabababruptamente. ¿Acaso habían acudido ese lugar con el único fin de capturarlo?

No obstante, aquel ruido, apenadiscernible y que se le antojó unconversación entre cuchicheos, se fudesvaneciendo poco a poco en l

ejanía. El mago se dio cuenta de quhabía sido víctima de los complejovericuetos acústicos de aquell

ntrincada red de cavernas. Con cas



oda seguridad, los orcos a los quacababa de escuchar conversar sencontraban a bastante distancia de él.

Entonces, se preguntó si podríacercarse al lugar de procedencia ddicha conversación. Con esperanza

renovadas, Rhonin se dirigió con cautelhacia donde creyó ubicar aquellavoces. Aunque no llegara a dar con e

punto exacto, confiaba, al menosgracias al eco, en llegar a su meta.El joven mago no sabía a cienci

cierta cuánto tiempo había permanecid

dormido. A medida que avanzabaescuchaba más ruidos, como si todGrim Batol acabara de despertar. Lo

orcos parecían inmersos en un gra



ajetreo, lo cual suponía un problempara él, porque ahora escuchabdemasiados ruidos procedentes d

distintas direcciones. Rhonin no queríacabar por error en las cámaras dentrenamiento de los guerreros, o en e

comedor. Lo único que deseaba erlegar a la cámara donde estaba retenida reina de los dragones.

Entonces, el rugido de un dragón smpuso sobre los demás ruidos; ubramido agudo que apenas duró unonstantes. Si bien Rhonin ya había oíd

gritos similares en otras ocasiones, nes había prestado mucha atención. S

maldijo por ser tan necio. ¿Acaso no er

ógico que todos los dragones estuviera



encerrados en la misma zona de lmontaña? En el peor de los casos, sseguía aquellos gritos, lograrí

acercarse a alguna de esas bestias quizá pudiera dar con el camino qulevaba a la cámara donde retenía

cautiva a la reina.Se fue abriendo paso por los túnele

sin grandes problemas, puesto que lo

orcos parecían encontrarse muy lejos dos pasillos que Rhonin recorría eaquellos instantes, centrados en umportante proyecto. La posibilidad d

que Grim Batol se estuviera preparandpara una batalla rondó por la mente demago. A esas alturas, la Alianza debí

estar sometiendo a una gran presión



as fuerzas orcas desplegadas en la partseptentrional de Khaz Modan. Econsecuencia, Grim Batol tendría qu

prestar su apoyo a sus hermanos denorte si la Horda pretendía repeler lnvasión de los humanos y sus aliados.

Si eso era así. Rhonin podíbeneficiarse de ese ajetreo; los orcoendrían centrada su atención en dich

fin, y, además, habría menos por locorredores. Seguramente, todos loorcos que dispusieran de una monturestarían surcando el cielo en breve, co

destino hacia el norte.Con ánimos renovados, el mag

apretó el paso y avanzó con mayo

decisión y seguridad. No obstante



segundos más tarde, estuvo a punto ddarse de bruces con un par de orcoenormes y muy robustos. Por fortuna

ellos se sorprendieron más que élRhonin alzó inmediatamente la manzquierda y masculló un hechizo qu

hubiera preferido reservar para cuandse encontrara en peores circunstancias.

Una ira desenfrenada se apoderó de

rostro del orco más cercano, quien hizademán de agarrar el hacha que portaba la espalda. El sortilegio de Rhonin lalcanzó en el pecho, empujando a

descomunal guerrero contra la parerocosa más próxima.

En cuanto el orco impactó contra l

pared, se «fundió» con la roca. Por u



nstante, pudo distinguirse el contornde su silueta en la pared, con la bocabierta en un gesto de furia, pero pront

su figura también se difuminó en la rocade tal modo que no quedó rastro deerrible final que había sufrido aquell

criatura. —¡Escoria humana! —bramó s

compañero con un hacha en la mano.

Se abalanzó agresivamente sobrRhonin, pero éste se agachó y evitó lrayectoria del hacha, que impact

contra la pared e hizo saltar varia

esquirlas de roca. El orco avanzpesadamente hacia delante Y svoluminoso cuerpo, de un color verd

bastante apagado, cubrió del todo e



estrecho pasaje. El mago se fijó en qulevaba un collar del que pendían uno

dedos arrugados y marchitos que había

pertenecido a humanos, elfos y algúque otro ser, una colección que, siduda, su enemigo estaría deseand

completar con su propio dedo. El hachdel orco volvió a arremeter contra él, yen esta ocasión, poco le faltó para parti

al mago por la mitad longitudinalmente.Rhonin clavó de nuevo la miradsobre el collar mientras una ideespeluznante se formaba en su mente

Acto seguido, señaló el collar con ugesto preciso.

Su hechizo provocó que el orc

detuviera su avance brevemente. E



cuanto aquel salvaje guerrero comprobque el conjuro no tenía ningún efectvisible, se rió con desdén del patético

despreciable humano. —¡Vamos! ¡Será una muerte rápida

mago!

Sin embargo, en cuanto alzó el hachde nuevo, el orco sintió que algo lrascaba el pecho y tuvo que bajar l

mirada.Los dedos de su collar, dos decenaen total, habían ascendido hasta sgarganta.

De inmediato, tiró el hacha al suele intentó quitárselos de encima, pero lresultó imposible, pues se había

aferrado a su gaznate con fuerza. Tosió



a vez que los dedos se unían parconformar una mano macabra que lestrangulaba y privaba de aire.

Rhonin retrocedió mientras el orcse retorcía desesperada y frenéticamentpara intentar librarse de esos dedo

sedientos de venganza. En un principioa intención del mago había sido que e

hechizo fuera una mera distracció

mientras se le ocurría un conjuro mácontundente y definitivo; sin embargoaquellos dedos cercenados parecíadispuestos a aprovechar la oportunida

de revancha que les había brindadRhonin. No obstante, por muy mago qufuera, no podía creer que los espíritu

de los guerreros que habían muerto



manos de aquel orco impulsaran a esodedos a realizar tamaño esfuerzo. No; sdebía a la potencia del hechizo.

Sí, tenía que ser así…Los dedos encantados ejecutaron s

siniestra tarea con sumo entusiasmo, y

fueran impulsados por espírituvengativos o por la magia. Gran parte da zona superior del pecho del orc

estaba cubierta de la sangre que manabde las heridas que esas uñas le habíanfligido en la garganta. El monstruos

guerrero cayó de rodillas y miró co

desesperación a Rhonin, quien se viobligado a desviar la mirada.

Unos segundos más tarde, escuch

cómo el orco exhalaba su últim



suspiro; a continuación, su pesadcuerpo impactó contra el suelo del túnel

El colosal y rabioso orco yacía e

medio de un charco de sangre, con lodedos clavados en su cuello. Rhonin sacercó al cadáver y se atrevió a toca

uno de los dedos cercenados. Anstante, pudo comprobar que ya no s

movían, pues carecían de vida. Lo

dedos habían retornado a su estadanterior tras haber cumplido scometido, tal como él había previstcuando lanzó el hechizo.

Aun así…Rhonin dejó atrás aquel cadáver

paso ligero mientras intentaba aparta

ciertas dudas de su mente. No tení



dónde esconder el cuerpo, ni teníiempo que perder pensando en qu

hacer con él. En breve, algún orc

descubriría lo que había sucedido, perel mago no podía hacer nada al respectoTenía que centrarse única

exclusivamente en la reina de lodragones. Si conseguía liberarla, quizella luego podría llevar a Rhonin a u

ugar seguro. En realidad, ésa era lúnica posibilidad que tenía de escapavivo de aquella montaña.

Logró cruzar los siguientes túnele

sin más incidencias, y pronto sencontró dirigiéndose hacia un pasillprofusamente iluminado del que surgía

una serie de voces confusas que iba



aumentando de volumen. A partir dentonces, Rhonin avanzó con mácautela, se acercó al cruce d

corredores y, en cuanto llegó a urecodo, asomó la cabeza con sigilo parpoder ver qué sucedía.

Lo que había dado por supuesto quera un pasillo resultó ser la entrada una vasta caverna que se abría a l

derecha, en la que varias decenas dorcos cargaban afanosamente carros carromatos y se ocupaban de loanimales que iban a tirar de ellos; a

parecer, tenían intención de emprendeun largo viaje y no pensaban regresar a montaña en bastante tiempo.

¿Acaso había acertado cuand



conjeturó que se disponían a prestaapoyo a los orcos del norte? Pero sestaba en lo cierto, ¿por qué daba l

mpresión de que todos los orcos se ibade allí? ¿Por qué no se marchaban sólos dragones y sus jinetes? Además, s

pensaban viajar en esos carromatosardarían mucho tiempo en alcanzar Du

Algaz.

Entonces, aparecieron dos orcos esu campo visual que portaban algo mupesado entre ambos. Estaba claro quhabrían preferido dejar en el suelo e

objeto que cargaban, pero, por algunrazón, no se atrevían a hacerlo. Dhecho, Rhonin tuvo la sensación de qu

levaban aquella carga con especia



cuidado, como si estuviera hecha de oro un material similar.

Tras comprobar que nadie miraba e

su dirección, el mago avanzó unos pasopara poder examinar mejor aquel objetque los orcos trataban con tanto mimo

Era redondo, mejor dicho, ovalado, daspecto tosco y cubierto de escamas. Eefecto, a Rhonin le recordaba a…

Un huevo.Un huevo de dragón para seexactos.

Con suma celeridad, recorrió con l

mirada los carromatos y se dio cuenta dque varios de ellos transportaban unocuantos huevos en distintas fases d

desarrollo: algunos eran suaves y lisos



prácticamente redondos, mientras quotros estaban cubiertos de escamas y punto de eclosionar.

Los dragones eran un elementfundamental para aumentar lamermadas esperanzas de los orcos, ¿po

qué se arriesgaban a emprender un viajan peligroso con una carga ta

preciada?

Humano.Rhonin tuvo que reprimir un grito aescuchar esa voz súbitamente en scabeza. Se arrimó lo más posible a l

pared y, a continuación, volvió cosigilo al túnel. Cuando se aseguró dque ningún orco podía verlo, agarro e

medallón que llevaba alrededor de



—Sólo son orcos que estápracticando técnicas de combate. Popoco me doy de bruces con ellos si

darme cuenta.Un largo silencio siguió a s

respuesta, tanto que llegó a pensar qu

Alamuerte había decidido poner punto final a aquella conversación. Entoncescon un tono de voz sumamente calmado

el dragón replicó:Quiero verlo. —No es nada…Antes de que Rhonin pudier

pronunciar una sola palabra más, scuerpo se rebeló contra él y se viobligado a regresar a la caverna dond

se concentraba aquella cantida



nnumerable de orcos. Indignado furioso, quiso protestar, pero esta vez sboca no obedeció sus órdenes.

Alamuerte lo llevaba de vuelta augar de donde venía cuando decidilamarlo; acto seguido, lo obligó a alza

el medallón con la mano derechaRhonin supuso que estaba observándolodo a través del cristal de color ébano.

Conque están practicando técnicade combate… ya veo… Yo diría, mábien, que están practicando nuevaormas de batirse en retirada, ¿no?

El mago fue incapaz de contestar a lréplica burlona del leviatán, aunqupensaba que a Alamuerte no le hubier

mportado mucho que le respondiera. A



continuación, el dragón lo obligó quedarse ahí al descubierto mientraexaminaba todo con suma atención

ravés del medallón.Si, ya veo… Bueno, ya puede

regresar al túnel.

Rhonin volvió a recuperar el controde su cuerpo, y se escondió al instantePor fortuna, los orcos estaban ta

ocupados que a ninguno se le ocurrimirar hacia arriba. Se apoyó contra lpared mientras respiraba agitadamenteentonces, se dio cuenta de que habí

experimentado un miedo mucho mántenso de lo que creía posible

Evidentemente, acababa de comproba

que no era tan suicida como habí



maginado. Has seguido el camino equivocado

ebes retroceder hasta el cruc

anterior.Alamuerte no hizo ningú

comentario respecto al subterfugio d

Rhonin, lo cual inquietó sobremanera amago, mucho más que si hubiera dichalgo. Seguramente, el leviatán tambié

había deducido que los orcos se estabapreparando para trasladar los huevos…Aunque quizá eso no le hubiersorprendido tanto porque conocía e

plan. ¿Acaso Alamuerte estaba al tantde todo? Estaba convencido de quningún orco habría suministrado dich

nformación al coloso negro. Esa raza l



emía y despreciaba tanto como a lAlianza de Lordaeron, o quizá más.

A pesar de que todas esa

nquietudes le rondaban por la cabezadecidió seguir las instrucciones dAlamuerte sin rechistar. Retrocedió po

el corredor hasta que llegó al cruce ecuestión. La primera vez que pasó poahí, Rhonin lo ignoró porque era mu

estrecho y carecía de iluminación. Habídado por sentado que los orcos tendríaluminados todos los túnelemportantes.

—¿Por aquí? —susurró.Sí.A Rhonin le inquietaba el hecho d

que el dragón parecía conocer al dedill



aquella intrincada red de cavernasEstaba seguro de que Alamuerte nhabía deambulado nunca por eso

úneles, ni siquiera bajo su apariencihumana. ¿Acaso los había recorridbajo la forma de un orco? Era plausible

pero no estaba muy convencido de ello.Ve por el segundo túnel qu

encuentras a tu izquierda.

Las indicaciones que le estabdando Alamuerte parecían muacertadas. Aun así, Rhonin confiaba eque el dragón cometiera algun

equivocación que indicara que ibadivinando el camino sobre la marchaal menos en parte. Sin embargo, n

cometió ningún error. Conocía a l



perfección el refugio de los orcos, tabien o mejor que aquellos guerrerobestiales.

Por fin, tras caminar durante uiempo indeterminado, que al mago se l

antojaron horas, la voz del dragón l

ordenó parar bruscamente. Detente.Rhonin dejó de avanzar d

nmediato, pese a que no sabía por quse lo había pedido. Espera.Unos instantes después, el mag

escuchó unas voces que provenían defondo del túnel.

—¿…te habías metido? ¡Teng

muchas preguntas para ti, muchísimas!



—Lo siento, comandante, lo sientmucho. No he podido evitarlo. Me…

Las voces se extinguieron just

cuando Rhonin intentaba prestarles máatención. Sabía que una de ellapertenecía al orco que estaba al mand

de la fortaleza, y no albergaba ningunduda de que su interlocutor era de unraza distinta. Era un goblin.

Alamuerte utilizaba goblins paralcanzar sus fines. ¿Acaso sabía tantacerca de esa vasta guarida gracias ellos? ¿Acaso alguno de los goblins qu

pululaba por la montaba servía a aqueser tenebroso?

Aunque le habría gustado seguirlo

para poder escuchar esa conversació



más a fondo, no pudo hacerlo porque edragón le dio otra orden súbitamenteRhonin era consciente de que sí n

obedecía, Alamuerte lo obligaría hacerle caso asumiendo el control de scuerpo, y el mago no quería que es

sucediera, ya que consideraba qumientras él dominara su cuerpo, todavíendría alguna posibilidad de salirse co

a suya.A continuación, Rhonin cruzó eúnel por el cual habían pasado e

comandante orco y el goblin,

descendió por un corredor que parecísumirse en las entrañas de la montañaEn ese momento, debía de estar mu

cerca de la reina de los dragones. D



hecho, juraría que había escuchado lrespiración de un gigante, y como nhabía gigantes en Grim Batol, deduj

que debía tratarse de un dragón. Avanza dos corredores más. Luego

ira a la derecha y sigue por ese túne

hasta que veas una abertura a lzquierda.

Alamuerte no dijo nada más. Rhoni

obedeció, al tiempo que apretaba epaso todo lo posible. Estaba al borde dun ataque de nervios. ¿Durante cuántiempo más tendría que deambular por l

montaña?Giró a la derecha y continu

avanzando por el siguiente pasaje qu

encontró. Como el dragón le había dad



unas instrucciones muy sencillas, emago se había imaginado que se toparícon la abertura enseguida; sin embargo

media hora después seguía sin divisanada, ni siquiera otro cruce. Le preguntdos veces a Alamuerte si llegaría pront

a su destino, pero su guía invisiblguardó silencio.

Entonces, justo cuando el human

estaba a punto de rendirse, vio una luzEra muy tenue, ciertamente, pero ncabía duda de que era una luz, y estabubicada en el lado izquierdo del pasaje.

Con ánimos renovados, Rhonicorrió hacia la luz lo más rápido posibl sin hacer demasiado ruido. Por lo qu

sabía, una decena de orcos custodiaba



a reina de los dragones, y no querílamar su atención. Si bien tení

preparados unos cuantos hechizos

prefería reservarlos para situacionemás desesperadas.

¡Alto!

La voz de Alamuerte reverberó en scabeza de tal modo que casi provocque se estampara contra la pared má

próxima. El mago se recuperó enseguid se arrimó a la pared todo cuanto pudoestaba seguro de que algún centinela shabía percatado de su presencia.

Pero no sucedió nada. Nadie máentró en aquel pasaje.

—¿Por qué me has gritado? —l

susurró al medallón.



Tu objetivo final se encuentra ante tPero ese camino podría estar protegidpor algo más que meros guardia

mortales. —¿Por magia?Si bien esa conjetura ya se le habí

pasado por la cabeza, el dragón no lhabía dado la oportunidad dcomprobarlo por sí mismo co

detenimiento.Y centinelas de naturaleza mágicaay una forma de descubrir la verda

rápidamente. Sostén el medallón ante t

mientras avanzas hacia la entrada. —¿Y qué hay de los guardia

mortales de carne y hueso? Tambié

endré que ocuparme de ellos.



Todo a su debido tiempo, humano…El mago pudo detectar cierto enoj

en el tono de voz de aquel ser tenebroso

Como estaba seguro de quAlamuerte quería que llegara hastAlexstrasza, Rhonin sostuvo el medalló

ante sí y se acercó a la aberturentamente.

Sólo detecto hechizos menores…

menores para alguien como yo, lnformó el dragón mientras saproximaba a la entrada. Yo me ocuparde ellos.

El cristal negro centellerepentinamente, y el mago estuvo a puntde soltarlo.

Los hechizos que protegían est



ugar han sido neutralizados, anunciel dragón, y a continuación guardsilencio un momento. No hay ningú

centinela ahí dentro, no los necesitanuesto que Alexstrasza est

encadenada, y las cadenas

atornilladas a las paredes. Los orcohan hecho un gran trabajo. Hanmovilizado completamente a l

dragona. —¿Quieres que entre?Si no lo hicieras, m

decepcionarías.

Esta respuesta le pareció un tantcuriosa a Rhonin, pero no se detuvo pensar en ello; ahora estaba concentrad

en el hecho de que por fin iba a ver a l



reina de los dragones. Lo único quamentaba era que Vereesa no pudier

estar ahí en ese momento. Entonces, s

preguntó por qué la echaba tanto dmenos. Tal vez…

Dejó de pensar en la elfa d

cabellos plateados en cuanto franqueó lentrada y contempló por primera vez aquella enorme bestia llamad

Alexstrasza.La dragona le devolvió la mirada, el mago percibió un sentimiento similaal miedo en sus ojos de reptil; si

embargo, le dio la sensación de que nemía por ella.

—¡No! —rugió la dragona carmes

con una voz atronadora en la medida qu



se lo permitía la abrazadera quatenazaba su cuello—. ¡Atrás!

Al mismo tiempo, Alamuert

exclamó con un tono triunfal:¡Perfecto!Al instante, un destello de luz rode

al mago. Cada fibra de su ser sestremeció en cuanto lo atravesó unfuerza de un poder monstruoso. Act

seguido, el medallón se escurrió entrsus dedos inertes.Mientras caía al suelo, pud

escuchar cómo Alamuerte repetía es

palabra, y después estallaba ecarcajadas.

Perfecto…



CAPÍTULOQUINCE



V

ereesa jadeó en cuanto pudvolver a respirar. La pesadill

de morir enterrada viva fue cayendentamente en el olvido mientras dab

grandes bocanadas de aire. Poco a poco

recobro la calma y, por fin, abrió loojos… para comprobar que habíabandonado una pesadilla parsumergirse en otra.

Vio tres figuras encorvadaalrededor de un fuego diminuto en medide lo que parecía una pequeña cueva

Las llamas proporcionaban a sus formagrotescas un aspecto todavía máespantoso: bajo esa débil luz, pud

distinguir perfectamente sus marcada



costillas y la piel moteada y cubierta descamas que pendía de su carne coholgura. Y lo que es aún peor, podía ve

con claridad meridiana sus rostrocadavéricos provistos de unas naricesimilares al pico de un pájaro y su

barbillas alargadas. La forestal se fijen especial en sus estrechos e insidiosoojos y en sus dientes tremendament

afilados.Los tres iban vestidos con poco máque unas faldas andrajosas. Había unacuantas hachas arrojadizas junto a cad

uno de ellos: unas armas que Vereessupuso que aquellas criaturas dominabacon envidiable destreza.

A pesar de que trató de no hace



ruido, algún leve movimiento suyo debide provocar un tenue ruido que captaroas largas y puntiagudas orejas d

aquellos seres que tanto le recordaban os goblins, ya que, de inmediato uno d

sus captores miró en su dirección.

—La cena se ha despertado —comentó entre siseos aquel bicho, quenía un parche que le cubría lo que l

quedaba de su ojo izquierdo. —Pues yo diría que es sólo el postr—replicó el segundo, que era calvo, diferencia de sus compañeros, qu

portaban sendas crestas largas desgreñadas.

—Es sólo el postre, de eso no ha

duda —zanjó el tercero con una ampli



sonrisa.Este último llevaba puesta un

bufanda hecha jirones que debía d

haber pertenecido a alguien de la razde Vereesa. Parecía más desgarbado quos otros dos y hablaba como si nadi

osara contradecirlo. Debía de ser eíder.

El líder de un trío de trols mu

hambrientos. —Últimamente, sólo cazamos piezapequeñas —siguió diciendo el trol de lbufanda—. Pero, bueno, ha llegado l

hora de darse un festín.Entonces, algo situado a la derech

de la elfa profirió lo que debería habe

sido un epíteto muy contundente si n



fuera porque ese algo llevaba unmordaza en la boca que impidió qupudieran distinguirse sus palabras

Vereesa giró la cabeza hasta donde lpermitieron las cuerdas con las que lhabían atado primorosamente y pud

comprobar que Falstad también seguívivo, aunque ignoraba cuánto tiempmás podría resistir. Desde tiempo

nmemoriales, desde antes de laGuerras Trols, se rumoreaba que paresas criaturas espantosas los demáseres vivos sólo eran comida. Se decí

ncluso que los orcos, quienes lohabían aceptado como aliados, nperdían nunca de vista a esos sere

desalmados, diestros y astutos.



Por fortuna, debido tanto a laGuerras Trols como a las batallas contra Horda, aquella raza nauseabund

había menguado considerablemente. Lpropia Vereesa no había visto un trol eoda su vida, aunque sabía cómo era

por los dibujos que había visto y ladescripciones de las leyendasEnseguida descubrió que hubier

preferido no haberse topado nunca coninguno de ellos en persona. —Paciencia, paciencia —murmur

el trol de la bufanda con un tono de vo

burlón y amable a la vez—. ¡Tú vas ser el primero, enano! ¡Sí, tú!

—¿Por qué no nos lo comemos ya

Gree? —porfió el trol tuerto—. Dime



¿por qué no? —¡Porque lo digo yo, Shnel!Acto seguido, Gree propinó u

puñetazo tremendo a Shnel en lmandíbula, y éste rodó por el suelo.

El tercer trol se puso de pie de u

salto y animó a sus compañeros a qusiguieran intercambiándose golpes. Gree lanzó una mirada iracunda: si la

miradas matasen, el trol calvo habrímuerto ahí mismo. Entretanto, Shnel sfue arrastrando como pudo hasta efuego diminuto, presa del desánimo má

absoluto. —¡Yo soy el líder! —Rugió Gree

golpeándose el pecho huesudo con un

de las garras que tenía por manos—



¿Verdad, Shnel? —¡Sí, Gree! ¡Sí! —¿Verdad, Vorsh?

Aquella monstruosidad asintió una otra vez con su cabeza calva mientrarespondía:

—¡Oh, sí, Gree! ¡Eres el líder! ¡Ereel líder!

Al igual que sucedía con los elfos

os enanos y, sobre todo, los humanosexistían diferentes razas de trols. Unapocas hablaban con la mismsofisticación que los elfos, aunque es

no era óbice para que, al mismo tiempontentaran arrancarle a uno la cabeza

Otros eran mucho más salvajes, sobr

odo los que frecuentaban los túmulos



otros remos subterráneos, No obstanteVereesa dudaba que existiera una razde trols más abyecta que aquella a l

que pertenecían las tres criaturannobles que les habían capturado tant

a ella como a Falstad, quienes

obviamente, les tenían reservado udestino muy poco halagüeño.

Los tres volvieron a reunirse junto a

fuego diminuto para conversar en vobaja entre ellos. Vereesa miró de nueven dirección al enano, quien le devolvia mirada. Ella arqueó una ceja y él hiz

un gesto de negación con la cabeza modo de respuesta. A pesar de su fuerzprodigiosa, Falstad era incapaz d

iberarse de aquellas ligaduras ta



prietas. La elfa negó a su vez con lcabeza. Aquellos trols podían ser mubárbaros, pero había que reconocer qu

eran expertos en hacer nudos.La forestal procuró manteners

mpasible y observó con detenimient

odo cuanto la rodeaba, que no ermucho precisamente. Al parecer, sencontraban en medio de un largo túne

excavado de manera bastante basta; cocasi toda seguridad, lo habían abiertaquellos trols. Vereesa recordó quposeían unos dedos largos provistos d

garras que resultaban perfectos parexcavar la tierra y la roca. No cabíduda de que aquellos trols se había

adaptado perfectamente a su entorno.



Aunque sabía que era en vano, lelfa buscó un punto débil en las cuerdasSe retorció con sumo cuidado tant

como pudo y se frotó las muñecas contras cuerdas, para ver si así podí

soltarse, hasta dejárselas en carne viva

pero resultó inútil.Una risita espeluznante le advirti

de que los trols se habían percatado d

que la forestal estaba intentando librarsde sus ataduras. —Qué postre tan inquieto —

comentó Gree—. Me parece que co

este bocado vamos a tener la diversióasegurada.

—¿Dónde se han metido los demás

—preguntó quejoso Shnel—. Y



deberían haber llegado.El líder asintió, y añadió: —Hulg ya sabe qué le pasará si n

obedece. Quizá se…De improviso, Gree agarró su hach

arrojadiza y bramó:

—¡Enanos!Lanzó el hacha, que atravesó el túne

girando en el aire y pasó a poco

centímetros de la cabeza de Vereesa.Un instante después, se oyó un gritgutural.

Al instante, de las paredes del túne

emergieron en tropel una serie dsiluetas bajitas y fornidas que proferíagritos de batalla y portaban hachas

espadas cortas.



Gree sacó otra hacha, ligeramentmás grande; ésta, evidentemente, erpara luchar cuerpo a cuerpo. Shnel

Vorsh, este último en cuclillasarremetieron contra el enemigo con suhachas arrojadizas. La elfa pudo ve

cómo uno de aquellos rechonchoatacantes caía ante el arma de Shnepero fue Vorsh quien lideró el ataque

Acto seguido, los otros dos troldecidieron seguir el ejemplo de su líde se dispusieron a recibir con una

hachas más robustas a los recié

legados, que los estaban rodeando.Vereesa contó más de media docen

de enanos, todos ellos vestidos co

pieles harapientas y corazas oxidadas



Portaban unos cascos redondos que sajustaban como un guante a sus cráneoscarecían de cuernos y de cualquier otr

adorno superfluo. Al igual que Falstadcasi todos tenían barba, aunque daba lmpresión de que eran más bajos y má

esbeltos que él.Los enanos, curtidos en mil batallas

utilizaron sus hachas y espadas con gra

precisión. Los trols estaban cada vemás agrupados debido al empuje de loenanos. Shnel fue el primero en caeraquella bestia tuerta no vio a tiempo a

guerrero que arremetió contra él desdsu lado ciego. Pese a que Vorsh vociferuna advertencia, ésta llegó demasiad

arde. Shnel intentó reaccionar y atacar



su enemigo, pero su hacha no alcanzó sobjetivo.

El enano atravesó con su espada la

ripas de aquel trol desgarbado.Gree era el más salvaje peleando

Consiguió propinar un buen golpe a u

enano que trastabilló hacia atrás y, actseguido, estuvo cerca de decapitar otro. Por desgracia, su hacha se quebr

al chocar contra el hacha más larga robusta de su siguiente oponenteDesesperado, agarró el hacha de spequeño enemigo por el mango

forcejeó con el fin de arrebatársela. Eese preciso momento, la hoja bieafilada de otra hacha se clavó en l

espalda del líder troll.



La elfa sintió piedad por el últimde sus captores. Vorsh tenía los ojodesmesuradamente abiertos; era mu

consciente del funesto destino que laguardaba, y parecía que iba a echarse gimotear de un momento a otro. Aun as

continuo atacando con su hacha a loenanos más próximos, y poco le faltpara acertar mortalmente a uno de ello

por pura suerte. Pero no pudo hacenada para impedir que la marea denemigos, que avanzaba hacia éestrechando el círculo y empuñando su

espadas y hachas, se lo llevara podelante.

La muerte de Vorsh fue una auténtic

carnicería.



Vereesa apartó la mirada, y nvolvió a mirar hasta que alguien con unvoz firme y levemente ronca dijo:

—Bueno, no me extraña que los trolhayan peleado tan denodadamente¿Habéis visto esto?

—Sí, Rom. Aunque creo que es unvista mucho mejor que la que yo tengaquí.

De inmediato, unas manorechonchas tiraron de ella, ayudándola sentarse.

—A ver si podemos quitarte esta

cuerdas sin que sufra mucho tu esbeltfigura.

Alzó la vista y se topó con el rostr

de un enano rubicundo que era quinc



centímetros más bajo que Falstad, por lmenos, y mucho más fornido. A pesar dque la primera impresión no había sid

nada buena, la forestal pronto se dicuenta de que no debía minusvalorar esos enanos tras ser testigo de l

facilidad con que habían despachado os trols y con que estaban deshaciendos nudos de las cuerdas.

De cerca, los atuendos de los enanoenían un aspecto todavía más andrajosoo cual no era sorprendente si, tal com

Vereesa sospechaba, subsistían gracias

o que conseguían robarles a los orcosAsimismo, un fuerte olor impregnaba eambiente, lo cual indicaba que darse u

baño era un lujo que rara vez se podía



permitir. —¡Ya está!Las cuerdas cayeron por fin al suelo

La elfa se liberó de inmediato de lmordaza que el enano no se habímolestado en quitarle. Al mismo tiempo

escuchó una larga retahíla duramentos; una señal clara de qu

Falstad también había sido liberado.

—¡Cierra el pico o volveré meterte esa mordaza en la boca perpara siempre! —atajó Gimmel con ugruñido.

¡Se necesita a un puñado de enanode las colinas para derrotar a un solenano del Pico Nidal!

Al instante, se desató un intens



murmullo de desaprobación que parecíndicar que sus rescatadores podía

convertirse en sus nuevos captores si e

inete de grifos no se callaba. La forestase puso en pie trastabillando, y recorden el último momento que ese túnel n

estaba hecho para gente de su altura, ylevada por la ansiedad, dijo:

—¡Falstad! Sé cortés con nuestro

rescatadores. Después de todo, nos hasalvado de un terrible destino. —Tienes razón —replicó Rom—

Esos malditos trols se comen cualquie

cosa de carne y hueso que encuentren…viva o muerta.

—Les oí mencionar que esperaba

a llegada de unos compañeros —



recordó la elfa—. Creo que será mejoque abandonemos este lugar antes de quleguen…

Rom alzó la mano. Sus faccionearrugadas le hicieron pensar a Vereesen un perro viejo curtido en mi

escaramuzas. No os preocupéis por ellos

Encontramos a estos tres gracias a su

compañeros —repuso, y, acto seguidose detuvo a reflexionar un momento—Pero tal vez tengas razón. No es la únicbanda de trols que pulula por est

región. Los orcos suelen usarlos comperros de caza. Cualquier otro ser quno sea un orco y ose pisar estas tierra

desoladas, es una presa para ellos…



Serían capaces de devorar a uno de sualiados de la montaña si pensaran qupodrían salirse con la suya sin sufri

represalias.En ese instante, rondaron por l

mente de Vereesa una serie de imágene

que ilustraban el destino que aquellorols les habrían reservado tanto a ell

como a Falstad de no haber intervenid

os enanos de las colinas. —¡Es repugnante! Os agradezco dodo corazón que nos hayáis rescatadusto a tiempo.

—Si hubiera sabido que íbamos rescatar a una belleza como tú, habríhecho que esta panda de desgraciado

apretara aún más el paso.



Gimmel, cuyos ojos se posaban coexcesiva frecuencia sobre la elfa, saproximó a su líder.

—Joj ha muerto. Su cuerpsobresale a medias del agujero. Narestá malherido; habrá que curarlo. Lo

demás heridos pueden caminar por ssolos.

—Entonces no nos entretengamo

más. Nos vamos. Tú también, dulzura.Se refería a Falstad, quien se sintiprofundamente ofendido ante lo que se antojó un insulto ultrajante para lo

enanos del Pico Nidal.Si bien Vereesa logró calmarl

dándole unas palmaditas en lo

hombros, su amigo siguió echand



chispas por los ojos cuando el grupo denanos emprendió la retirada. La elfa sdio cuenta de que los enanos de la

colinas no sólo habían despojado a lorols de sus objetos más útiles, sinambién a su compañero muerto

Asimismo, no hicieron el menor ademáde llevarse de ahí el cuerpo de scamarada, y cuando Rom se percató d

cómo le miraba la forestal, se encogide hombros, ligeramente avergonzado. —La guerra exige que tengamos qu

olvidarnos de ciertas convencione

sociales, dama elfa. Joj lo habríentendido. Nos ocuparemos de que sucosas se repartan entre sus allegados,

quienes también entregaremos una part



sustancial de los objetos de los trolsaunque he de decir que no hay muchque repartir.

—Ignoraba que quedaran enanos eKhaz Modan. Tenía entendido quabandonaron estas tierras en mas

cuando quedó claro que no podríacontener el avance de la Horda.

El rostro perruno de Rom se torn

sombrío. —Todos los que pudieron irse sfueron. Pero no todos tuvimos lposibilidad de marcharnos. La Hord

asoló estas tierras como la proverbiapeste, y nos cortaron todas las vías descape. Nos obligaron a ocultarnos e

as entrañas de la tierra, a mayo



profundidad que nunca. Muchomurieron, y muchos más han muertdesde entonces.

La elfa posó la mirada sobre econjunto de enanos harapientos quideraba Rom.

—¿Cuántos sois? —¿Te refieres a mi clan? Somo

cuarenta y siete, pero en su día éramo

cientos. Aunque hemos hablado cootros tres clanes, y dos de ellos eramás numerosos que el nuestro. En totaseremos trescientos y pico, pero sól

somos una pequeña fracción de todoos enanos que moraron en estas tierra

en su día.

—Trescientos y pico es un númer



considerable —comentó Falstad con uono de voz grave—. Con eso

efectivos, yo habría luchado po

recuperar Grim Batol. —Y si fuéramos capaces d

revolotear por el cielo como insecto

mareados, podríamos confundirlos lsuficiente como para que eso fuerposible. Pero la cruda realidad es que

a sea en tierra o debajo de ellaseguimos estando en desventaja frente aenemigo. Sólo se necesita un dragópara quemar un bosque y calcinar l

ierra que se encuentra debajo.Como las viejas rencillas qu

emponzoñaban las relaciones entre lo

enanos del Pico Nidal y los de la



colinas amenazaban con resurgir coviolencia. Vereesa se apresuró nterceder.

—¡Ya basta! los orcos son nuestroenemigos, si no me equivoco. Si lucháiunos contra otros, les allanareis e

camino hacia la victoria.Falstad masculló una disculpa,

Rom le imitó. Sin embargo, la elfa n

estaba dispuesta a que las cosaquedaran así. —No me parece suficiente. Daos l

vuelta y miraos a los ojos. Y prometeo

que sólo luchareis por el bien de todonosotros. Jurad que siempre recordareique los orcos asesinaron a vuestro

hermanos, a aquellos que amabais.



Aunque la elfa no conocía al detallel pasado de esos enanos, sabia, popuro sentido común, que todo aquel qu

había luchado en la guerra había perdida alguien o algo muy querido. Sin dudaRom había perdido a muchos sere

queridos, y Falstad, que pertenecía a uclan temerario y osado del Pico Nidaseguramente había sufrido tanto como él

El jinete de grifos fue el primero eender la mano. —Tienes razón. Hagamos las paces. —Si tú estás dispuesto, yo también.

Una oleada de murmullos se desatbrevemente entre los enanos de lacolinas mientras Falstad y Rom se daba

a mano. No obstante, es justo señala



que, probablemente, hubiera sidmposible llegar tan rápido a una tregu

en otras circunstancias.

El grupo prosiguió su marcha. Y estvez fue Rom quien hizo las preguntas.

—Ahora que hemos dejado atrás e

peligro de los trols, deberías contamoqué os ha traído tanto a ti como a tamigo a esta tierra desolada, dama elfa

¿Estáis aquí porque la balanza de lguerra se está decantando en contra dos orcos, y Khaz Modan pronto volver

a ser libre?

—La Horda está perdiendo lguerra, eso es cierto.

Esta afirmación provocó que lo

enanos profirieran gritos sofocados d



asombro y vítores en voz baja. Acontinuación, Vereesa añadió:

—Hace unos meses, la Horda sufri

una gran derrota. Además, MartillMaldito ha desaparecido.

Tras escuchar estas palabras, Ro

se detuvo de inmediato. —Entonces, ¿por qué los orco

siguen dominando Grim Batol?

—¿Acaso hace falta preguntarlo? —e espetó Falstad—. En primer lugar, loorcos aún resisten en el norte, en loalrededores de Dun Algaz. Se rumore

que empiezan a flaquear, pero no srendirán sin presentar batalla.

—¿Y en segundo lugar, primo?

—¿No te has fijado en que cuenta



con dragones entre sus filas? —inquiriFalstad, adoptando una expresión dfalsa inocencia.

Gimmel resopló. Rom lanzó unmirada iracunda a su segundo al mand, acto seguido, asintió resignado.

—Sí, dragones. Esos enemigos qunosotros, que no podemos volar, somoncapaces de combatir. Una ve

sorprendimos a un ejemplar joven eierra y lo despachamos enseguidaaunque, lamentablemente, perdimos dos bravos guerreros. Además, com

esos monstruos están casi todo el tiemppatrullando el cielo, nos vemoobligados a ocultamos bajo tierra.

—Aun así, habéis combatido co



arrojo contra los trols —señaló Verees—. Y estoy segura de que también contros orcos.

—Nos hemos enfrentado a algunpatrulla orca de vez en cuando. Yambién hemos causado bastantes baja

entre los trols; pero eso no significnada, y nuestro hogar sigue sometido augo de los orcos.

En ese preciso instante, Rom clavsu mirada en los ojos de Vereesa y lespetó:

—Vuelvo a insistir. Quiero que m

expliques quiénes sois y qué estáihaciendo aquí. Si Khaz Modan sigubajo el dominio de los orcos, supong

que habéis venido a Grim Batol porqu



queréis suicidaros. —Me llamo Vereesa Brisaveloz

soy forestal, y éste es Falstad del Pic

idal. Hemos venido a estas tierras ebusca de un humano, un mago alto oven. Tiene el pelo rojo como el fuego

la última vez que lo vi viajaba en estdirección.

La elfa decidió que era mejor n

mencionar al dragón negro por emomento, y se sintió muy agradecidporque Falstad no había compartido esnformación con sus primos enanos.

—Sabemos que los magos sueleestar bastante mal de la cabeza, sobrodo los humanos. Me pregunto qu

habrá venido a hacer ése en concreto



Grim Batol —comentó Rom mientraestudiaba a la pareja con suspicaciapues lo que acababa de contarle Verees

no acababa de convencerlo. —No lo sé —admitió la forestal—

Pero creo que tiene algo que ver co

esos dragones. Nada más escuchar estas palabras

el líder de los enanos estalló en una

sonoras carcajadas. —¿Con los dragones? ¿Y qué planehacer? ¿Rescatar a la reina roja de scautiverio? Sí, claro, y esa dragona s

sentirá tan agradecida y embargada poa emoción que se lo tragará de u

bocado.

A todos los enanos de las colinas le



hizo mucha gracia este comentario, nasí a la elfa. Falstad no se sumó a lacarcajadas, aunque, claro, él sabía qu

Alamuerte se había llevado al mago daba por sentado que se lo habí«tragado de un bocado» hacía tiempo.

—Hice una promesa y pienscumplirla. Por eso debo continuar mviaje. He de llegar a Grim Batol par

ntentar dar con él.El buen humor del que hacían galos enanos dio paso a una sensación qu

era una mezcla de asombro

ncredulidad. Gimmel hizo un gesto dnegación con la cabeza, como si nhubiera oído bien.

—Lady Vereesa, respeto que quiera



cumplir tu promesa, pero estoy segurde que sabes tan bien como yo que esmisión es un disparate.

La forestal estudió con detenimiental grupo de enanos curtidos en mibatallas. Pese a aquella oscuridad cas

otal, pudo percibir que el cansancio y efatalismo los dominaba. Luchaban poiberar a su patria y soñaban con ello

pero, seguramente, pensaban que no lverían antes de morir. Aunquadmiraban la valentía, como todos loenanos, a su entender la misión de l

elfa rayaba en la locura. —Tú y tus muchachos nos habéi

salvado, Rom, y te estoy mu

agradecida. Si pudiera pedirte un favor



me gustaría que me guiases hasta el túnemás cercano que lleve hasta la fortalezmontañosa. A partir de ahí, seguiré y

sola. —No emprenderás ese viaje sola

mi dama elfa —objetó Falstad—. H

legado muy lejos como para darme lvuelta ahora… Además, he de dar cocierto goblin con cuya piel piens

hacerme unas botas. —¡Estáis chiflados! —rezongó Romquien se percató de que no iba a podeconvencer a ninguno de los dos.

A continuación, el enano de lacolinas se encogió de hombros, añadió:

—Pero si buscáis un camino que o



leve a Grim Batol, yo mismo os lndicaré. No encomendaré esa tarea

nadie.

—No irás tú solo con ellos, Rom —e espetó Gimmel—. No con tantos trol

pululando por aquí y los orcos tan cerca

Yo te acompañaré y vigilaré tuespaldas.

De improviso, los demás enano

decidieron que ellos también irían parvigilar las espaldas de sus líderes. TantRom como Gimmel intentarodisuadirlos, pero los enanos son mu

estarudos. Finalmente, Rom dio con lmejor solución para todos.

—Los heridos deben volver a casa

también necesitan que alguien vigil



sus espaldas… Y no protestes, Narnque apenas puedes mantenerte en pieCreo que lo mejor es que decidan lo

dados de hueso. La mitad que saque lonúmeros más altos vendrá conmigo. Aver, ¿quién tiene unos dados por ahí?

Pese a que Vereesa no queríesperar a que el grupo de enanos spusiera a jugar a los dados par

dilucidar quién iba a acompañarla en sviaje y quién no, no le quedó máremedio que aceptar la propuesta dRom. Tanto ella como Falsta

observaron cómo varios enanos, excepción de Narn y los demás heridosanzaban los dados. Por otro lado, com

a mayoría de los enanos de las colina



portaba su propio juego de dados, lpregunta de Rom recibió por respuestuna multitud de brazos levantados.

Falstad se rió entre dientes. —Si bien es cierto que el Pico Nida

las colinas siempre han tenido su

diferencias, pocos enanos hay de ambaprocedencias que no lleven siemprunos dados consigo —dijo, al tiemp

que daba unas palmaditas a una bolsque le colgaba del cinturón—. Estclaro que esos trols no eran muespabilados… pues no me quitaron mi

dados. Se dice que a los orcos les gustugar a los dados de hueso, lo que lo

coloca un peldaño por encima d

nuestros difuntos captores, ¿eh?



Bastante tiempo después, según ecriterio de Vereesa, Rom y Gimmel splantaron ante ellos dos con otros siet

enanos cuyos semblantes esbozabasendos gestos de absolutdeterminación. Ahora que podí

observarlos más detenidamente, la elfhabría jurado que eran hermanosaunque, en realidad, dos parecían se

hermanas más bien. Las enanas tambiéucían barbas frondosas, un símbolo dbelleza para los de su raza.

—Estos son los voluntarios que no

acompañarán, Lady Vereesa. Son fuerte están dispuestos a luchar. O

guiaremos hasta la entrada de una de la

cuevas practicadas en la base de l



montaña: a partir de ahí, tendréis quproseguir vuestro camino solos.

—Gracias, pero… ¿eso signific

que conocéis un sendero que os permitlegar hasta la misma montaña?

—Así es, pero es un camin

sembrado de dificultades… Además, loorcos patrullan ese sendero, y no lhacen solos.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Falstad.Rom esbozó la misma sonris

nocente que el enano del Pico Nidal l

había dedicado al enano de las colinas respondió:

—¿Acaso no sabes que cuentan co

dragones entre sus filas?



El santuario de Krasus había sid

erigido encima de una vieja arboledaque era más antigua que los propiodragones. Un elfo había construido es

refugio, que más tarde un mago humane usurpó. No obstante, ese lugar terminsiendo abandonado y, mucho tiempdespués, Krasus decidió ocuparlo. Emago dragón había percibido que ugran poder anidaba bajo aquellestructura y, en ocasiones puntuales

había logrado extraer energías de esfuente de poder. Aun así, fue toda unsorpresa para Krasus descubrir un

entrada oculta en la parte más remota d



a ciudadela; una entrada que llevaba un estanque reluciente en cuyo fondousto en medio, había incrustada un

gema dorada.Cada vez que entraba en aquell

cámara, se sentía sobrecogido, y ésa er

una sensación que rara veexperimentaban los miembros de sraza. La magia que impregnaba el luga

o hacía sentirse como un novicihumano que acabara de formular sprimer encantamiento. Krasus erconsciente de que sólo había utilizad

una mínima parte del potencial deestanque, y, por eso mismo, se mostrabreticente a intentar aprovecharse de tod

su magia. Sabía que debía tener much



cuidado, porque todo aquel qucodiciaba el poder mágico acababconsumido por él… literalmente.

Claro que Alamuerte había logradevitar ese funesto destino… hasta ahora

A pesar de hallarse en la

profundidades del subsuelo, sus aguaestaban llenas de vida… o, más bien, dalgo que se asemejaba a la vida. N

existía un líquido más cristalino en todel mundo, pero Krasus, por mucho quo intentase, no había sido capaz d

discernir completamente aquella

siluetas diminutas y delgadas qudanzaban raudas y veloces por el aguasobre todo las que se desplazaban po

as cercanías de la gema. A veces



habría jurado que no eran más que unopeces plateados brillantes; otras vecesen cambio, habría dado su palabra d

que había visto unos brazos, un torshumano y, ocasionalmente, unas piernas

Decidió ignorar a los habitantes de

estanque. Si bien su encuentro con lDragona del Sueño le había hechalbergar esperanzas, sabía que no podí

contar con su ayuda a ciencia cierta. Comás rapidez de la deseada, se acercabel momento en que tendría que intervenien persona para solucionar la situación.

Por eso había bajado a aquel lugarpues se decía que uno de los poderes deestanque era el de rejuvenecer a tod

aquel que bebiera de él, al meno



durante un tiempo. Al haber ingeridveneno para poder llegar a los reinoocultos de Ysera, Krasus se habí

quedado prácticamente sin fuerzas necesitaba recuperar energías; si lsituación requería que actuara co

prontitud, quería estar a la altura de lacircunstancias.

El mago se agachó, introdujo un

mano en el agua y, acto seguido, sacercó el líquido elemento a la boca. Sbien la primera vez que intentó bebeaquellas aguas utilizó una jarra, pront

descubrió que el estanque rechazaba econtacto de cualquier cosa que fuerobra de un ser vivo y no fuera natura

Krasus estaba inclinado sobre el bord



del estanque, y dejaba que las gotas quse le escapaban de la mano regresaran augar del que procedían. Con el paso d

os años, se había ido incrementando erespeto que sentía por el poder deestanque.

Mientras bebía, algo llamó satención y perturbó la calma de lsuperficie de aquel líquido. Krasus baj

a mirada para contemplar el reflejo dsu forma humana; sin embargo, vio algmuy distinto.

Se trataba del semblante del jove

Rhonin, quien lo estaba mirando, o espensó el mago en un primer momentoEntonces, se dio cuenta de que los ojo

de su peón estaban cerrados y su cabez



estaba ligeramente ladeada hacia uado, como si estuviera… muerto.

De repente, la enorme mano verd

de un orco cubrió el rostro de Rhonin.Krasus reaccionó de maner

nstintiva y metió los brazos en el agu

para apartar la mano repelente del rostrdel mago humano. Pero sólo logró que lmagen se difuminara, y cuand

desaparecieron las ondas que habíprovocado al agitar el agua, lo únicque vio fue su reflejo.

—Por la Gran Madre…

El estanque nunca antes habídemostrado que poseyera tal poder. ¿Poqué le enseñaba esa imagen justo en es

momento?



Entonces, Krasus recordó lapalabras que Ysera había pronunciadal despedirse de él.

Y no subestimes a aquellos quconsideras unos meros peones…

¿Qué había querido decir con eso

¿Por qué había visto en ese precisnstante el rostro de Rhonin? A juzga

por la visión fugaz que acababa de tene

el viejo mago, su joven homólogo o biehabía sido capturado por los orcos, bien ya lo habían matado. Si se tratabde esto último, Rhonin ya no le era d

utilidad a Krasus. Sí bien aquél habílegado hasta la fortaleza montañosa au

cuando éste creía que eso era imposible

el mago humano ya había desempeñad



el verdadero papel que su valedor lhabía otorgado en sus planes.

A lo largo de los últimos meses

Krasus había ido dejando pruebas poodas partes para que los orcos de Gri

Batol las descubrieran, con la esperanz

de inquietar a los comandantes hacerles creer que se estaba gestanddesde el oeste una segunda invasión

más sutil que la del norte. A pesar dque un gran contingente orco protegía lfortaleza montañosa, la clave de sfuerza y su poderío militar estaba en lo

dragones que criaban y adiestraban eaquel lugar, cuyo número disminuía cadsemana que pasaba. Para más inri, lo

pocos dragones que les quedaban era



enviados al norte para ayudar al gruesde la Horda, lo cual dejaba a GriBatol prácticamente indefensa. Krasu

era consciente de que esos orcos tabien pertrechados en la montaña habríasucumbido ante el avance de un ejércit

de la Alianza especialmente motivado an numeroso como el que combatía e

aquél momento cerca de Dun Algaz,

eso habría tenido como consecuencique los orcos ya no hubieran podidcriar más dragones para utilizarlos comrefuerzo de sus tropas.

Si no hubieran contado con mádragones para hostigar a las fuerzas da Alianza en el norte, los restos de l

Horda habrían caído al fin ante lo



continuos asaltos del enemigo.Si los líderes de la Alianza no s

hubieran mostrado tan reacios

cooperar, habrían podido reunir uejército igual de numeroso que hubieratacado desde el oeste. No obstante

muchos consideraban que Khaz Modacaería por su propio peso a su debidiempo y que, por tanto, no merecía l

pena arriesgar tropas y demás recursoen una misión tan peligrosa. Krasus nalcanzaba a entender por qué no habíadecidido atacar simultáneamente en do

frentes para librar, al fin, al mundo de lamenaza orca; sin embargo, todo aquellsólo era una muestra más de la corteda

de miras de las razas jóvenes. En u



principio, había Intentado persuadir aKirin Tor de que convenciera a loreinos vecinos de Dalaran de que és

era la estrategia que debían adoptarpero la influencia que el Kirin Toejercía sobre el rey Terenas había id

menguando y, además, sus camaradadel consejo parecían dispuestos acabar con el poco ascendiente qu

enían sobre la Alianza con suactuaciones desafortunadas.Por todas esas circunstancias

Krasus había decidido jugársela a l

desesperada con un farol, valiéndose da retorcida forma de pensar y paranoinnata de los mandos orcos. Bastaba co

hacerles creer que la invasión ya habí



comenzado, proporcionándoles pruebafehacientes que refrendarían los rumoreque él y sus agentes habían propagado

para que hicieran lo impensable.De ese modo, los obligaría

abandonar su fortaleza montañosa y

rasladar a Alexstrasza, bajo una fuertvigilancia, hacia el norte, dondproseguirían su operación de cría

adiestramiento de dragones.Si bien en un principio ese pladescabellado había sido un brindis asol, para sorpresa de Krasus pront

comenzó a dar unos resultadoasombrosos. Al parecer, el orco amando de Grim Batol, un tal Nekro

Trituracráneos, estaba cada vez má



convencido de que aquella montañdejaría en breve de serles útil compieza clave de su estrategia defensiva

Lo cual había provocado que lorumores que el mago había hecho correcobraran vida propia, superando co

mucho las expectativas del viejo mago.Y ahora… ahora los orcos tenían l

prueba irrefutable de que la invasió

ambién contaba con un frente en el oestgracias a Rhonin. El joven hechicerhabía cumplido su papel. Su presencien aquella montaña le había demostrad

a Nekros que el enemigo podínfiltrarse en su fortaleza supuestamentnexpugnable, y todo gracias a la magia

Dadas las circunstancias, no cabía dud



de que el comandante orco daría lorden de abandonar Grim Batol.

Rhonin había cumplido su parte…

Krasus nunca se perdonaría habemanipulado a aquel humano de esforma.

¿Qué pensaría de él su amada reincuando descubriera la verdad? De todoos dragones, Alexstrasza era la que má

se preocupaba por las razas inferioresEn una ocasión llegó a decir que era«el futuro».

—Tuve que hacerlo —dijo entr

siseos.Aunque el estanque tal vez le habí

mostrado esa visión de su peón par

recordarle cuál iba a ser su destino



ambién había servido para despertar lcuriosidad del mago.

Krasus se inclinó sobre el estanque

cerró los ojos. Había pasado bastantiempo desde la última vez que habí

contactado con aquel ser, que era uno d

sus agentes más útiles y eficaces. Sseguía vivo, seguramente sabría questaba ocurriendo en aquel momento e

el interior de la montaba. El magdragón se imaginó al ser con el ququería hablar y, a continuación, sconcentró con todas sus fuerzas con e

fin de reabrir el vínculo telepático quambos compartían.

Escúchame ahora… escucha m

voz… tenemos que hablar… es muy



urgente… quizá haya llegado el día quhemos esperado durante tanto tiempomi paciente amigo, el día en que al fi

reinará la libertad y la redención serosible… escúchame… Rom…



CAPÍTULODIECISÉIS



¡

L

evantadlo! —ordenalguien, entre gruñidos

con un tono de voz propio de unbestia.De inmediato, unas manos robusta

cogieron con brusquedad de los brazos un aturdido Rhonin y, tras arrastrarlo, lobligaron a ponerse en pie. Dmproviso, sintió el impacto del agu

fría sobre su rostro, lo cual le hizrecuperar la consciencia.

—Levántale esa mano.

Acto seguido, uno de los qusujetaban al mago le alzó el brazzquierdo. A continuación, alguien l

agarró la mano, le cogió el ded



meñique…Rhonin gritó al sentir cómo se partí

el hueso. Abrió desmesuradamente lo

ojos y se topó de frente con el semblantbrutal de un orco de avanzada edacubierto de cicatrices que indicaban qu

estaba curtido en mil batallas. Por sexpresión, cabía deducir que el dolor daquel humano no le producía el má

mínimo placer, sino que más bien ldominaba la impaciencia; daba lmpresión de que el captor de Rhoni

habría preferido encontrarse en es

momento en otra parte atendiendasuntos más importantes.

—Humano —el orco pronunció est

palabra como si fuera un insulto— t



perdonaré la vida si respondes a estpregunta: ¿dónde está el resto de tgrupo?

—No… —acertó a decir Rhoniantes de toser. El dedo roto le causabmucho dolor—. He venido solo.

—¿Me tomas por necio? —replicentre gruñidos el líder de aquellos orco—. ¿Acaso tomas por necio a Nekros

¿Cuántos dedos te quedan?Al instante, tiró del dedo siguiente aque le habían roto.

—Tu cuerpo tiene muchos huesos,

odos pueden ser partidos.Rhonin pensó con toda la rapidez

a claridad que el dolor le permitía. Y

e había dicho a su captor que habí



legado solo hasta ahí, y esa informacióno le había satisfecho. ¿Qué quería oí

ekros? ¿Que un ejército había invadid

su montaña? ¿Acaso se contentaría coeso?

Si Rhonin le contaba que un ejércit

había tomado Grim Batol, quizá lograrseguir con vida hasta dar con la manerde escapar de aquel lugar.

No obstante, seguía sin tener nadclaro qué había sucedido; lo único qusabía era que, pese a todas laprecauciones que había tomado

Alamuerte lo había engañado.Resultaba evidente que el dragó

había querido que los orco

descubrieran al mago… pero ¿por qué



Tenía tanto sentido como que Nekropareciera desear que un ejército dsoldados enemigos deambulas

realmente por su fortaleza.Rhonin era consciente de qu

Alamuerte no era su prioridad; en es

preciso momento, el mago harapientdebía centrarse en seguir con vida.

—¡No! No… por favor… El resto…

no estoy seguro de dónde están… noseparamos… —¿Cómo que os separasteis? No t

creo. Habéis venido a por ella, ¿verdad

A por la reina de los dragones. Ésa evuestra misión, mago. Lo sé —bram

ekros, acercándose más al mago

amenazando con dejar de nuev



nconsciente a Rhonin con su alientrepulsivo y asfixiante—. Mis espíaconocen vuestros planes. ¿No es as

Kryll? —¡Oh, sí, oh, sí, amo Nekros! ¡Lo

conozco!

Rhonin trató de averiguar quién erese ser que estaba detrás del orco, per

ekros no le dejaba ver a s

nterlocutor. Aun así, por su tono de vopudo inferir muchas cosas acerca de ldentidad de aquel espía, entre otras qu

el tal Kryll debía de ser el goblin al qu

había oído hablar antes. —Te lo repito, humano: habéi

venido a liberar al dragón, ¿verdad?

—Nos separa…



Nekros le propinó un fuerte golpe ea cara, a consecuencia del cual brotó u

hilillo de sangre de una de las comisura

de los labios de Rhonin. —Vamos a romperte otro dedo e

breve si no me dices la verdad. Habéi

venido a liberar a la dragona antes dque vuestros ejércitos lleguen a GriBatol. Os imaginasteis que sí desatabai

el caos aquí dentro, el asalto serímucho más fácil, ¿no es así?Esta vez, Rhonin ya tenía la lecció

aprendida, y contestó:

—Sí… así es. Eso creíamos. —Hablas en plural. Es la segund

vez que lo haces.

El orco se echó hacia atrás e hizo u



gesto de triunfo. Entonces, el magherido se percató de que a Nekros lfaltaba una pierna. Por eso aquel orc

an brutal comandaba el programa dcría de dragones y no un despiadadescuadrón de guerra.

—¿Lo ves, gran Nekros? Grim Batoa no es un lugar seguro, mi glorios

comandante —dijo el goblin con un ton

de voz agudo—. ¿Quién sabe cuántoenemigos merodean en este momento poos innumerables túneles? ¿Quién sab

cuánto tiempo queda para que lo

ejércitos de la Alianza marchen sobrGrim Batol… encabezados por el señooscuro? Es una lástima que casi todo

os dragones se encuentren ya cerca d



Dun Algaz. Es prácticamente imposiblque puedas defender la montaña con lopocos que te quedan. Será mejor que e

enemigo no nos sorprenda en este luga no perdamos un tiempo valioso con…

—¿Por qué no me cuentas algo qu

no sepa, maldito canijo? —le espetó agoblin, mientras le clavaba un dedrobusto a Rhonin en el pecho—. Est

mago y sus camaradas han llegaddemasiado tarde. No conseguiréiiberar a la dragona, ni a sus cachorrosekros se os ha adelantado.

—Yo no…De repente, recibió otra bofetada e

a cara. Lo único bueno del picor qu

sentía el machacado mago en la cara er



que le permitía olvidarse en parte de lagonía que padecía por culpa del dedroto.

—Nekros… detén… ¡detén estocura!

Rhonin alzó la cabeza súbitamente

Conocía aquella voz, aunque solo lhabía escuchado una vez.

Los guardias que lo retenían tambié

reaccionaron ante aquella voz, y sgiraron lo bastante como para que emago pudiera ver la silueta descomuna cubierta de escamas que estaba atad

por cadenas y abrazaderas, Alexstraszaa gran reina de los dragones, apena

podía moverse. Sus extremidades, s

cola, sus alas y su garganta habían sid



amarradas con suma firmeza. Aun aspodía abrir sus poderosas fauces lsuficiente como para comer y habla

haciendo grandes esfuerzos.El hecho de llevar tanto tiemp

cautiva no le había sentado nada bien

Rhonin había visto dragones coanterioridad, sobre todo carmesíescuyas escamas poseían un lustr

metalizado. No obstante, el rojo de laescamas de Alexstrasza se había iddesvaneciendo desde que estabencerrada ahí y tenía ahora un

onalidad apagada; asimismo, en muchositios daba la sensación de que se lban a caer de un momento a otro. E

cuanto el mago observó con má



detenimiento su semblante reptilianopudo comprobar que el brillo de suojos carecía de vitalidad; su mirad

reflejaba el desánimo más absoluto.Rhonin no podía imaginarse cuánt

había sufrido aquel ser a lo largo de s

confinamiento. La habían obligado ener crías que, más tarde, sería

adiestradas por sus captores para servi

a su despiadada causa. Probablementenunca llegaba a ver a sus crías porque larrebataban sus huevos en cuanto loponía. Tal vez incluso se sentía culpabl

por las vidas que su progenie letal habícercenado…

—No tienes permiso para hablar

reptil —gruñó Nekros, y, acto seguido



metió la mano en una bolsa que llevaba la cintura y aferró algo que había en snterior.

Rhonin notó un picor en la piel ecuanto despertó aquella fuerza mágicde proporciones asombrosas. Aunque n

supo a ciencia cierta qué le había hechel orco, la reina de los dragones profiriun grito de dolor tan desgarrador qu

odos los allí presentes, salvo Nekrosse sintieron conmovidos por ssufrimiento.

A pesar de la agonía que padecía

Alexstrasza siguió hablando. —Estás… estás malgastando una

energías valiosas… y un tiempo mu

valioso, Nekros. Tu lucha… est



perdida… de antemano.A continuación, gimió y cerró lo

ojos. Su respiración que hasta hace uno

nstantes había sido muy agitada, sornó muy débil antes de recuperar un

cadencia más normal.

—A mí sólo me da órdenes Zuluhedreptil —masculló el orco cojo—. Y eschamán está muy lejos de aquí.

Entonces, sacó la mano de la bolsa la intensa energía mágica que Rhonihabía percibido hasta entonces sdesvaneció abruptamente.

El mago había escuchado muchorumores sobre cómo la Horda podímantener bajo su control a una criatur

an magnífica, pero ninguna hipótesi



explicaba lo que acababa de presenciarResultaba obvio que aquella bolsalbergaba cierto artilugio o instrument

de un poder extraordinario. ¿Acasekros era plenamente consciente de

poder que tenía en sus manos? Con es

objeto a su disposición, habría podidgobernar toda la Horda.

—Tenemos que atrapar al resto —l

dijo el anciano guerrero orco a ucentinela apostado junto a la entrada—¿Dónde encontrasteis el cuerpo deguardia?

—En el quinto nivel, en el terceúnel.

Nekros frunció el ceño.

—¿Por encima de nosotros?



Acto seguido, miró con detenimienta Rhonin, como si estuviercontemplando una pieza de carne de un

calidad excepcional. —Deben de estar empleando magi

para atacarnos. Registrad todos lo

úneles desde el quinto nivel haciarriba, que no quede ninguno sin revisarDe algún modo, han logrado entrar en l

fortaleza desde arriba —mientrahablaba, una sonrisa amplia se dibujó esu semblante de rasgos estrambóticos—Aunque tal vez no se trate de magi

después de todo. Torgus divisó a unogrifos. ¡Eso es! El resto de esescuadrón de grifos debió de llega

después de que Alamuerte se enfrentar



a Torgus. —Alamuerte… Alamuerte no está a

se-servicio de nadie… sólo defiende su

ntereses —observó Alexstrasza con loojos muy abiertos.

Parecía realmente asustada,

Rhonin no se lo podía echar en cara¿Quién no temía al dragón negro?

—Sin embargo, ahora colabora co

os humanos —insistió su captor—Torgus fue testigo de cómo los ayudaba.Entonces, dio un golpecito a la bols

que llevaba a la cintura, y agregó:

—Bueno, yo diría que nosotroambién estamos preparados par

enfrentarnos a él.

Rhonin no podía apartar la mirad



de aquella bolsa cuyo contenido tanto lntrigaba; a juzgar por la vaga forma qu

se adivinaba, se trataba de un medalló

o un disco. Pero ¿qué clase de objetera ése? ¿Cómo era posible que Nekrocreyera que poseía un poder capaz d

rivalizar con el del coloso blindado? —Si tanto ansiáis haceros con eso

dragones —dijo Nekros, encarándos

con el mago—, vais a tener dragonepara dar y tomar, pero te aseguro que nú ni el señor oscuro os vais a alegra

cuando os encontréis con ellos, humano

Seguidamente, señaló a locentinelas la salida, y añadió:

—Lleváoslo.

—¿Quieres que lo matemos? —



nquirió ilusionado uno de los guardias. —Todavía no. Quizá… quizá teng

más preguntas que hacerle a este mago

Ya sabéis dónde encerrarlo. Yo irenseguida para asegurarme de que smagia no lo sacará de ahí.

Los dos enormes orcos qusujetaban a Rhonin lo arrastraron hacidelante con tanta fuerza que creyó que l

ban a arrancar los brazos de lohombros. A pesar de que su visión sornó borrosa, logró ver a duras pena

como Nekros se volvía hacia otro orco.

—Redoblad los esfuerzos. Quierque los carromatos estén listos cuantantes. Yo me ocuparé de la reina. Quier

que esté todo dispuesto enseguida.



Nekros abandonó el campo visuadel mago… y, al instante, otra figurocupó su lugar.

El goblin al que el orco cojo habílamado Kryll le guiñó un ojo a Rhonin

como si ambos compartieran un secreto

Pero en cuanto el humano hizo ademáde abrir la boca, aquella malévola diminuta criatura negó con s

desproporcionada y voluminosa cabez, acto seguido, sonrió. El goblin teníen una mano algo que agarraba cofuerza; algo que llamó la atención de

mago.En ese momento, Kryll se llevó un

mano a la espalda durante el tiemp

usto para que Rhonin pudiera ver qu



era ese objeto que portaba.Era el medallón de Alamuerte.Mientras los guardias lo sacaban

rastras de la cámara del comandante, edestrozado mago se dio cuenta de que ysabía cómo el dragón negro habí

recabado tanta información sobre GriBatol. También sabía que, fueran cualefuesen los planes de Nekros, éste, a

gual que Rhonin, haría exactamente lque Alamuerte quería.

Aunque se sentía como en casa eos bosques y las colinas, Vereesa tení

que admitir que, cuando se encontrab

en el subsuelo, era incapaz de distingui



un túnel de otro. Ahí abajo, su excelente innato sentido de la orientación lfallaba, o quizá se perdía porque s

distraía muy a menudo al tener quagacharse continuamente. A pesar de quos trols utilizaban esos túneles de ve

en cuando, habían sido excavados poos enanos en la época en que la zon

que rodeaba a Grim Batol formaba part

de un complejo minero. Eso significabque tanto Rom como Gimmel o inclusFalstad, eran capaces de desplazarspor ellos con gran facilidad, mientra

que la alta elfa se veía obligada avanzar agachada casi todo el tiempoLe dolían las piernas y la espalda, per

apretó los dientes para contener l



agonía; no quería mostrar ningúsíntoma de debilidad ante aquelloenanos tan curtidos. En definitiva, fu

Vereesa quien insistió en que debían ir Grim Batol.

Finalmente, no pudo evitar formula

a pregunta que le rondaba por lcabeza:

—¿Queda mucho para llegar?

—Ya queda poco, muy poco —contestó Rom.Por desgracia, llevaba bastant

iempo diciendo lo mismo.

—¿Me puedes repetir dónde ssupone que está la salida? —porfiFalstad.

—Este túnel desemboca en un luga



por el que se solía transportar el oro quextraíamos de las minas. Quizá inclusveáis algunos raíles, si es que los orco

no los han fundido para forjar armas. —De modo que si seguimos por est

camino, podremos entrar en la fortaleza

¿no? —Sí. Podemos seguir el viej

sendero, aunque ya no quede ningún raí

que indique su curso. Pero hay guardiacustodiándolo, así que no va a ser fácil.Vereesa meditó un instante sobr

ello.

—Antes habéis mencionado quambién hay dragones rondando por est

zona. ¿A qué altura suelen volar?

—No nos referíamos a los dragone



que patrullan el cielo, Lady Vereesasino a los que se encuentran en tierraEllos son el principal escollo con qu

nos vamos a topar. —¿En tierra? —preguntó Falsta

ras resoplar.

—Sí, suelen quedarse en tierra loque tienen las alas dañadas o los que nson lo bastante dóciles como para volar

En esta parte de la montaña deberíhaber dos. —En tierra… será una batall

otalmente distinta —masculló el enan

del Pico Nidal.Rom se detuvo de improviso y,

continuación, señaló de frente.

—Ahí está la salida, Lady Vereesa.



Pese a que la forestal escudriñó lque tenía delante con su excepcionavisión nocturna, no pudo distinguir l

supuesta salida.Al parecer, Falstad si la vio. —Es increíblemente pequeña

Demasiado estrecha. —Sí, es demasiado estrecha com

para que los orcos puedan atravesarla

creen que también lo es para nosotrospero tiene truco.Vereesa, que seguía sin ver nada, s

uvo que conformar con seguir a lo

enanos. Prácticamente habían alcanzado que parecía un callejón sin salida

cuando se percató de que un rayo de lu

se filtraba desde algún lugar por encim



de ellos. La frustrada elfa se aproximó entonces se dio cuenta de que ah

había una grieta muy estrecha por la qu

apenas cabía su espada, y mucho menoella.

La forestal miró al líder de lo

enanos de las colinas y le preguntó: —Conque hay un truco que permit

pasar por aquí, ¿eh?

—Sí. El truco consiste en moveestas rocas, que nosotros colocamos esu momento, para que el agujero se hago bastante grande. Y no se puede

mover desde el otro lado; desde ahparece que es una sola roca, y a loorcos les llevaría moverla más tiemp

del que están dispuestos a perder.



—Pero ellos saben que os escondéibajo tierra, ¿verdad?

La expresión de Rom se torn

sombría. —Sí, pero como cuentan con e

apoyo de los dragones, no nos temen

Además, el camino que hay que seguipara salir es bastante peligrosoSupongo que esto te resultará más qu

evidente. Para nosotros es muy frustrantsaber que, a pesar de encontrarnos mucerca del enemigo, somos incapaces dibrarnos de esos malditos invasores…

Vereesa tuvo la sensación de que eíder enano se estaba reservando ciertnformación por alguna razón que n

alcanzaba a entender. Si bien lo que l



había contado podía ser verdad hastcierto punto, estaba segura de que loenanos de las colinas no usaban co

frecuencia esa ruta por algún motivo quhabía decidido omitir. ¿Había sucedidalgo ahí en el pasado que les hací

evitarlo, o realmente lo que les esperaben ese camino era tan peligroso?

Si se trataba de lo último, ¿d

verdad la elfa quería correr semejantriesgo? No le quedaba más remedio, s

había comprometido a proteger

Rhonin. Y si ya no podía protegerlporque el mago había muerto, estabdispuesta a hacer todo lo posible par

acabar con aquella guerra interminable



De todos modos, todavía albergaba lesperanza de encontrar vivo al jovehumano.

—Será mejor que prosigamonuestro camino cuanto antes. ¿Hay quseguir algún procedimiento para aparta

estas rocas?Rom parpadeó asombrado. —Debes esperar a que anochezca

dama elfa. Si sales antes, te verán. Taseguro como que me encuentro ante ti. —No podemos permitirnos el luj

de esperar tanto tiempo —objet

Vereesa, que ignoraba cuántas horahabían pasado desde que los trolhabían capturado a la forestal y a

enano.



endremos tiempo de comer y descansarAunque Vereesa estaba demasiad

ensa como para pensar en comer, acept

as sencillas vituallas que le ofreciGimmel unos minutos después. Quaquellos pobres desgraciado

compartieran lo poco que tenían decímucho de su compasión y camaraderíaSi los enanos hubieran querido, le

habrían podido matar a Falstad y a elldespués de haber despachado a los trolsY nadie, fuera de aquel grupo de enanode las colinas, habría sabido nunca nad

al respecto.Gimmel se ocupó de que el repart

de las provisiones fuera equitativo. Ro

ras hacerse con la parte que l



correspondía, se apartó poco a poco deresto, pues, según explicó, querínspeccionar algunos de los túnele

secundarios que habían dejado atrápara comprobar si había algún rastro dactividad trol en ellos.

Falstad comió muy a gusto; parecíentusiasmado con el sabor de la carne a fruta seca. Vereesa comió co

bastante menos entusiasmo. La comidenana no era famosa por su sabosuculento ni en el reino de los elfos ni eel de los humanos. Entendía que salara

a carne para que se pudiera conservamejor, y se maravilló de que alguiefuera capaz de encontrar fruta en aquell

ierra desolada, pero sus papila



gustativas no estaban acostumbradas esos sabores. No obstante, sació shambre; además, era consciente de qu

más adelante iba a necesitar las energíaque proporciona el alimento.

Tras dar buena cuenta de su ración

Vereesa se puso de pie y echó un vistaza su alrededor. Si bien Falstad y el restde los enanos se habían acomodado l

mejor que podían para reponer fuerzasa impaciente elfa necesitaba andarEsbozó un gesto de contrariedad apensar que su instructor le habría echad

en cara que en ese momento estabactuando como una humana. A pesar dque la mayoría de los elfos solí

corregir a edad temprana el defecto d



a impaciencia, algunos conservaban esrasgo de su personalidad toda la vidaEstos últimos acababan viviendo e

otras tierras, lejos de la patria de loelfos, o aceptando tareas que lepermitían viajar a lo largo y ancho de

mundo en nombre de su pueblo. Ssobrevivía a aquella aventura, escogeríuna de esas dos opciones, y puede qu

ncluso se atreviera a visitar Dalaran.Por fortuna para Vereesa, los túnelehabían sido excavados con una mayoaltura que muchos de los que habí

dejado atrás. La elfa logró atravesaesos pasajes rocosos sin tener quagacharse apenas, y, en algunos tramos

pudo permanecer de pie sin problema.



De repente, escuchó una voz a ciertdistancia por delante de ella que la hizdetenerse. La forestal se había adentrad

en aquellos corredores más lejos de lque pretendía, lo suficiente como parhaber acabado en territorio trol si

darse cuenta. Con suma cautela, sihacer ruido, extrajo su daga y avanzentamente.

Aquella voz no se asemejaba enada a la de un trol. De hecho, cuantmás se aproximaba, más segura estabde que conocía al que hablaba, pero…

¿cómo era eso posible? —… no hubo manera de evitarlo, m

gran señor. Aunque no creí que quisiera

que supieran qué planeas.



De improviso, se calló. —Sí, una forestal elfa de faccione

bellas y silueta esbelta.

Entonces, se produjo otra pausa. —¿El otro? Un enano bárbaro de

Pico Nidal. Según dice, su montura s

escapó cuando los trols los capturaron.Por mucho que lo intentase, Verees

no podía escuchar la otra mitad de l

conversación, pero, al menos, ya sabíquién hablaba. Se trataba de un enano das colinas que le resultaba mu

familiar.

Era Rom. De modo que la excusa dque se iba a inspeccionar los túneles nera del todo cierta. Pero ¿con quié

hablaba y por qué ella no escuchaba a s



nterlocutor? ¿Acaso se había vueltoco aquel enano? ¿Acaso hablaba solo

Rom ya no hablaba salvo par

ndicar que comprendía lo que ssilencioso interlocutor le estabdiciendo. Vereesa se acercó

arriesgándose a que la descubrieran, apasillo del cual procedía la voz deenano. Acto seguido, asomó la cabeza l

usto para observarle con un ojo.El enano estaba sentado sobre unroca con la cabeza gacha, observandsus manos ahuecadas, de las que brotab

un tenue fulgor bermellón. La elfentornó los ojos tratando de discerniqué era lo que Rom sostenía entre la

manos.



Con cierta dificultad, logrdistinguir un pequeño medallón con unoya en el centro. A Vereesa no le hací

falta ser un mago como Rhonin parreconocer que dicho objeto poseía upoder inmenso, y que debía de tratars

de un talismán encantado creado pomedios mágicos. Los grandes señoreelfos utilizaban artilugios similares par

comunicarse con sus homólogos o susiervos. No obstante, a la forestal l

extrañaba mucho que Rom hablara co

un mago, pues era bien sabido que loenanos no apreciaban la magia, y menoaún a quienes la practicaban.

Pero si Rom mantenía algún tipo d



vínculo con un hechicero al que, aparecer, servía, ¿por qué él y su grupde enanos seguían vagando por lo

úneles mientras soñaban con qulegaría el día en que volverían

caminar libres bajo el cielo de aquella

ierras, cuando, con toda seguridad, esgran hechicero podría hacer algo parremediar su situación?

—¿Qué? —inquirió súbitamentRom—. ¿Dónde?Con una rapidez asombrosa, e

enano alzó la vista y posó la mirad

sobre la elfa.Vereesa retrocedió en un van

ntento de ocultarse, pero era conscient

de que había reaccionado demasiad



arde. El líder enano la había divisadpese a encontrarse en un lugar sumido ea oscuridad.

—¡Sal donde pueda verte! —gritó eenano de las colinas.

La forestal titubeó, y Rom añadió:

—Sé que eres tú, Lady Vereesa…Abandonó su escondite al instante

pues ya no había ninguna razón qu

ustificase que siguiera ocultándose. Nobstante, no hizo ademán de envainar lespada, ya que no estaba segura del todde que Rom no fuera un traido

dispuesto a jugársela tanto a su gentcomo a ella.

Se percató de que el enano la mirab

sumamente decepcionado.



—Y yo que pensaba que me habíalejado lo suficiente como para evitaque los agudos oídos elfos m

escucharan… ¿Por qué me has seguido? —No te he seguido, Rom. Ha sid

pura casualidad. Simplemente

necesitaba andar y estirar las piernasSin embargo, ahora albergo serias dudasobre cuáles son tus verdadera

ntenciones… —Este asunto no te concierne¿vale?

En ese momento, la gema de

medallón centelleó fugazmentesobresaltando a ambos. Rom ladeó lcabeza, como si estuviera escuchand

otra vez a su interlocutor invisible. S



eso era cierto, no cabía ninguna duda dque no le gustaba nada lo que estabescuchando.

—¿De verdad crees que eacertado…? Bien, como quieras…

Al escuchar estas palabras, Verees

aferró con más fuerza su espada. —¿Con quién hablas?Para sorpresa de la elfa, Rom l

ofreció el medallón. —Él mismo te lo va a decir.Como ella no se decidía a tocar e

medallón, el enano tuvo que añadir:

—Tranquila. Es un amigo, no uenemigo.

La forestal, que no parecía dispuest

a soltar su espada, cogió el talismá



cautelosamente con la mano que teníibre. A pesar de que se había imaginad

que iba a recibir una descarga d

energía o a sentir un calor abrasadorpudo comprobar enseguida que emedallón estaba frío al tacto y parecí

nofensivo.Saludos, Vereesa Brisaveloz.Estas palabras resonaron en s

cabeza. En ese momento, estuvo a puntde caérsele el medallón, no por habeescuchado aquella voz, sino porque enterlocutor invisible conocía s

nombre. La elfa miró a Rom, quien lanimó con un gesto a conversar.

—¿Quién eres? —preguntó l

forestal, mientras se concentraba en e



nterlocutor invisible.Como no ocurrió nada, volvió

mirar al enano.

—¿Te ha dicho algo? —Sí, he escuchado algo en m

cabeza y le he contestado mentalmente

pero ahora no responde. —Claro que no responde. Tiene

que hablarle al talismán. De ese modo

él escuchará tu voz allá donde esté comsi fueran pensamientos. Pasa lo mismcuando él te habla —le explicó, aiempo que sus rasgos perruno

esbozaban un gesto de disculpa—. No spor qué funciona así, pero el caso es qufunciona, de eso no hay duda…

Vereesa posó de nuevo la mirad



sobre el medallón y lo volvió a intentaresta vez hablándole al talismán.

—¿Quién eres?

Me conoces por las misivas que henviado a tus superiores. Soy Krasudel Kirin Tor.

¿Krasus? Ése era el nombre demago que había acordado con los elfoque la forestal guiara a Rhonin hasta e

mar. Apenas sabía nada sobre él, sólque sus superiores le habían tratado cosumo respeto cuando les había planteadsu petición. Vereesa sabía que mu

pocos humanos eran capaces de suscitaa admiración y el respeto de un seño

elfo.

—Tu nombre me resulta familiar



También eres el valedor de Rhonin.Entonces, se produjo un silenci

ncómodo para la forestal.

Sí, yo le encomendé quemprendiera este viaje.

—¿Sabes que es bastante probabl

que los orcos lo hayan hechprisionero?

Lo sé. Una contrarieda

nesperada.¿Cómo que inesperada? Vereessintió que la llama de una furirracional prendía en su fuero interno

¿Inesperada? Al fin y al cabo, su misión consistía

sencillamente, en observar. Nada más.

Hacía mucho tiempo que la elf



había dejado de creer que la misión dRhonin consistía únicamente en vigilar observar.

—¿Y desde dónde tenía quobservar? ¿Desde las mazmorras dGrim Batol? ¿No será que tenía qu

encontrarse con los enanos de lacolinas por alguna razón que no me haexplicado?

Volvió a reinar un silencincómodo. La situación es mucho má

complicada de lo que crees, jovencita

cada vez se complica más. Poejemplo, no formaba parte del plan quú estuvieras aquí. Deberías habe

vuelto con los tuyos después de llega



al puerto. —Hice un juramento. Y consider

que mi promesa de proteger al mago ib

más allá de las costas de Lordaeron.A poca distancia, Rom observab

desconcertado a la forestal. Como ya n

contaba con el medio que le permitíescuchar al mago, sólo podía imaginarso que estaría diciendo Krasu

basándose en las respuestas que dabVereesa. Rhonin es… un hombre afortunado

afirmó Krasus.

—Lo será siempre que siga vivo —e espetó la elfa.

Una vez más, el mago dudó antes d

responder. ¿Por qué ella reaccionaba d



esa manera? A la forestal no lmportaba lo más mínimo lo que l

sucediera a Rhonin… o eso creía

Vereesa sabía cómo eran los hechicerosanto humanos como elfos, y er

plenamente consciente de que s

utilizaban y manipulaban unos a otros ecuanto tenían la oportunidad. Lo únicque le extrañaba era que Rhonin, qu

parecía bastante listo, se hubiera dejadenredar por las artimañas de Krasus.Sí… si sigue vivo…El mago invisible volvió a dudar.

… será mejor que hagamos todo losible para liberarlo.

Esta réplica la sorprendi

sobremanera. No era lo que esperab



oír.Vereesa Brisaveloz, escúchame co

atención. Me arrepiento de muchas d

as cosas que he hecho por defender ubien mayor; y una de ellas es el funestdestino al que he guiado a Rhonin

stás ahí porque quieres encontrarlo¿verdad?

—Así es.

Aunque tengas que adentrarte en lortaleza montañosa de los orcos¿verdad? Aunque en ella habitedragones, ¿verdad?

—Así es. Rhonin es muy afortunado al pode

contar contigo como camarada…

spero ser tan afortunado como él y



oder contar contigo como camaradde ahora en adelante. Haré todo l

osible para ayudarte en est

ormidable misión, aunque tú seráquien corra con los riesgos en el planísico, por supuesto.

—Por supuesto —repitió la elfa coronía.

Por favor, devuélvele el talismán

om. He de hablar con él un momento.Vereesa, quien estaba deseosa dibrarse de la herramienta que el mag

utilizaba para comunicarse, le entregó e

medallón al enano. Rom lo cogió clavó la mirada sobre la joya del centroA partir de entonces, asintió de vez e

cuando con la cabeza, aunque estab



claro que lo que le estaba contandKrasus le hacía sentirse muy inquieto.

Al fin, alzó la vista en dirección

Vereesa, y dijo: —Si de verdad crees que e

necesario…

La forestal se dio cuenta de questas palabras iban dirigidas al magoUn instante después, el fulgor de la joy

menguó. Acto seguido, Rom, quieparecía contrariado, le devolvió ealismán a la elfa.

—¿Qué ocurre?

—Quiere que te lo quedes durante eresto de la misión. Toma. Él mismo te lexplicará.

Vereesa cogió de nuevo aque



objeto. De inmediato, la voz de Krasuvolvió a resonar en su mente.

Ya te ha dicho Rom que quiero qu

leves este talismán, ¿verdad? —Sí, pero yo no quiero… Deseas encontrar a Rhonin

¿verdad? Deseas salvarlo, ¿no? —Sí, pero… Pues yo soy tu única esperanza.

A la forestal le hubiera gustaddiscutirlo, pero era consciente de quba a necesitar ayuda. Sabía que lo teníodo en contra si contaba únicament

con el apoyo de Falstad. —De acuerdo. ¿Y ahora qué vamo

a hacer?

Primero, cuélgate el talismán de



cuello; luego, tú y Rom regresaréis coos demás. Os guiaré tanto a ti como us compañeros enanos para qu

odáis entrar en la montaña… y hastel lugar donde es más probable quhayan encerrado a Rhonin.

A pesar de que no le ofrecía toda layuda que necesitaba, sí era una ayudo bastante importante como para que l

aceptara. A continuación, Vereesa scolgó el collar del cuello, y el medallóacabó descansando sobre su pecho.

Podrás escucharme siempre que l

desees, Vereesa Brisaveloz.Entonces, Rom, quien ya se habí

puesto en marcha, pasó junto a ella, y l

dijo:



—¡Vamos! No podemos perder máiempo, dama elfa.

Mientras seguía al enano, Krasu

continuó hablando con ella. No le expliques a nadie qué e

capaz de hacer este medallón. N

hables conmigo a través de él cuandhaya alguien presente a menos que ye dé permiso. De momento, sólo Rom y

Gimmel conocen el papel qudesempeño en todo esto. —¿Y qué papel es ése? —no pud

evitar mascullar la forestal.

Mi papel consiste en intentar quhaya un futuro para todos.

La elfa se preguntó qué habí

querido decir con eso, pero decidió qu



era mejor no hacer más preguntasSeguía sin confiar en aquel mago, perode momento, no le quedaba más remedi

que hacerlo.Tal vez Krasus era consciente d

ello, porque agregó:

Escúchame con atención, Vereesrisaveloz. Quizá te pida que haga

cosas que consideres que no o

avorecen ni a ti ni a aquellos a los ququieres. Pero confía en mis decisionesTe aguardan peligros que ncomprendes; unos peligros que n

odrás afrontar sola.¿Acaso tú los comprendes?, pens

a forestal, a sabiendas de que Krasus n

podría escuchar una pregunta formulad



mentalmente. El sol se pondrá en breve y antes h

de ocuparme de un asunto importante

o abandones estos túneles hasta quo lo diga. Adiós por ahora, Vereesrisaveloz.

Antes de que la elfa pudierprotestar, la voz del mago se habídesvanecido del todo. Maldijo en vo

baja. Ahora que había aceptado lcuestionable ayuda del hechiceroendría que obedecer sus órdenes. L

disgustaba tener que poner su vida, as

como la de Falstad, en manos de umago que les daba instrucciones desduna torre lejana en la que estaba a salv

de cualquier peligro.



Y eso no era lo peor: Vereesacababa de poner sus vidas en las manodel mismo mago que había encomendad

a Rhonin esa misión tan demencial, paruego, presumiblemente, abandonarlo

su suerte y dejarlo morir.



CAPÍTULODIECISIETE



E

n algún momento, mientrarecorría el trayecto hacia el luga

donde los orcos pretendían encerrarloRhonin había vuelto a quedarsnconsciente. Los guardias había

contribuido a ello al golpearle cocualquier pretexto y retorcerle lobrazos hasta hacerle padecer unverdadera agonía. El dolor del dedroto no era nada comparado con lo que habían hecho hasta que perdió l

consciencia.

Cuando por fin se despertó, lprimero que vio fue una calavera elamas, con las cuencas de los ojo

negras y vacías, que parecía salida d



una pesadilla y le dedicaba una sonrismalévola.

El mago, horrorizado, trató d

apartarse de aquel semblantmonstruoso de manera instintiva, popuro reflejo, pero la única recompens

que obtuvo al moverse fue un doloagónico y descubrir que tenía lamuñecas y los tobillos encadenados co

unos grilletes. Por mucho que lntentase, no podía escapar de ese sedemoníaco que se alzaba amenazadosobre él a poca distancia.

Pero su enemigo no se movió. Poca poco, Rhonin fue dominando su mied pudo observar a aquella criatur

nmóvil con más detenimiento. Er



bastante más alta y ancha que uhumano, y portaba como armadura lque parecían unos huesos llameantes. L

que había tomado por una sonrissiniestra no era tal, sino un efecto ópticdebido a que su semblante carecía d

piel y carne. A pesar de que su silueta shallaba rodeada de fuego, el mago nenía calor. No obstante, sospechaba qu

si esas esqueléticas manos ardientes locaban, iba a sentir muchísimo dolor.A Rhonin no se le ocurrió nad

mejor que hablar con aquella criatura.

—¿Qué…? ¿Quién eres?Pero no obtuvo respuesta. La figur

macabra permanecía inmóvil. Sólo s

movían las llamas titilantes que l



rodeaban. —¿Puedes oírme?Siguió sin obtener respuesta.

El mago, a quien ahora dominabmás la curiosidad que el temor, snclinó hacia delante todo lo que la

cadenas le permitieron. Con sumdesconfianza, movió como pudo una dsus piernas adelante y atrás. Pero sigui

sin recibir respuesta. Aquellaberración ni siquiera adelantó lcabeza para observar la extremidad quel mago movía nerviosamente.

A pesar de su aspecto aterradorrecordaba más a una estatua que a un sevivo. Si bien tenía un aspect

demoníaco, tal vez no fuera un demonio



Rhonin había estudiado los gólems, perno había visto nunca uno, y muchmenos uno que estuviera ardiend

constantemente. En realidad, no ercapaz de definir a esa figura de ningunotra forma.

El mago frunció el ceño mientras spreguntaba qué poderes poseería ególem. En realidad, sólo había un

manera de averiguarlo, y, después dodo, el mago debía intentar fugarse dahí.

Rhonin procuró ignorar el dolor qu

sentía, y se dispuso a mover levementos dedos que le quedaban sanos paranzar un conjuro que le libraría d

aquel monstruo, o al menos es



esperaba.De improviso, con una rapide

asombrosa, el gólem envuelto en llama

agarró a Rhonin de la extremidad dondenía el dedo fracturado y cerró su man

sobre ella cubriéndola por entero.

Al instante, un fuego abrasadoengulló al mago humano; un fuego que lquemaba el alma. Rhonin profirió u

grito, y luego otro, y otro más. Estuvo ubuen rato gritando con todas sus fuerzahasta que ya no pudo más.

La cabeza se le cayó hacia delant

como un peso muerto, y, en la fronterdifusa que separa la consciencia de lnconsciencia, rezó para que el fuego de

alma se extinguiera de una vez o l



consumiera cuanto antes.Entonces, el gólem apartó su man

de la del mago.

Las llamas que consumían su almmenguaron. A continuación, un Rhoniadeante logró levantar la cabeza l

suficiente como para poder contemplar aquel horrendo centinela. El gólem ldevolvió la mirada con una cara que n

era más que una grotesca imitación de urostro, mostrando una indiferenciabsoluta ante la cruel tortura quacababa de infligir a su víctima.

—Mal-maldito seas…En ese instante, escuchó una risit

ahogada que provenía de detrás de

gólem; esa risa le resultó tan familia



que los pelos se le pusieron comescarpias.

—¡Qué malo eres, pero qué malo

—exclamó alguien con una voz muaguda—. Si uno juega con fuego, squema.

El mago ladeó la cabeza, con sumcautela al principio, aunque luego satrevió a girarla más al comprobar qu

su monstruoso compañero de celda nreaccionaba. Cerca de la entrada sencontraba el goblin enjuto al qu

ekros había llamado Kryll; se tratab

del mismo duende que Rhonin sabía qurabajaba para Alamuerte.

De hecho, Kryll portaba el medalló

con un cristal negro en el centro. A



mago le maravilló la arrogancia degoblin. Seguramente, Nekros se estarípreguntando por qué su esbirro se habí

quedado con el talismán de Rhonin.Kryll se percató de que el human

enía la mirada clavada en aquel objeto.

—El amo Nekros no sabe qulevabas esto encima, humano…

Además, los goblins siempre andamo

buscando este tipo de baratijas.Rhonin sabía que esa explicación squedaba corta.

—Ya, y seguro que sigue mu

ocupado como para reparar en qulevas encima ese peculiar objeto

¿verdad?

—Eres muy listo, humano, ya l



creo. Y aunque le hablaras de estobjeto, no te escucharía. El pobre, epobre amo Nekros tiene tantas cosas e

que pensar… Trasladar tantos dragone huevos es una tarea titánica, como t

puedes imaginar.

El gólem no reaccionó ante lpresencia de Kryll, lo cual no lsorprendió a Rhonin. Mientras no tratar

de liberar al prisionero, aquellaberración dejaría en paz al goblin. —Conque eres un siervo d

Alamuerte…

Al oír esto, la pequeña criaturfrunció el ceño fugazmente de manernvoluntaria.

—Cumplo su voluntad, sí. Desd



hace mucho, muchísimo tiempo… —¿Qué has venido a hacer aquí? Y

a he cumplido con la parte que tu am

me tenía reservada en sus planes, ¿no easí? He sido manipulado como un necio¿no?

Por alguna extraña razón, estapalabras parecieron levantar el ánimde Kryll, quien replicó, esbozando un

amplia sonrisa plagada de dientes: —No puede haber nadie más necique tú, puesto que no sólo el señooscuro te ha utilizado como peón. Y

ambién te he manipulado, humano.Rhonin no se lo podía creer. —¿Cómo has podido hacer algo así

¿De qué manera he servido a tu



propósitos, goblin? —De la misma, de la mismísim

manera que has servido al seño

oscuro… ¿Acaso crees que un goblin sba a rebajar a ser el siervo de alguie

si no tuviera sus propias y taimada

razones para obrar de ese modo? —respondió con un leve tono de amargurque se le escapó sin querer—. Pero y

estoy harto, muy harto de mi papel dsiervo.Rhonin frunció el ceño. ¿Aquell

diminuta criatura demente estab

nsinuando lo que el mago creía questaba insinuando?

—¿Acaso planeas traicionar a

dragón? ¿Y cómo piensas hacerlo?



Al oír estas preguntas, el grotescgoblin dio varios saltitos, sin podecontener su júbilo.

—Pobre, pobre amo Nekros, está taagobiado… Tiene muchos dragones qurasladar, muchos huevos que sacar d

aquí y muchos orcos asquerosos qucomandar. Dispone de muy poco tiemppara pensar por mucho que quiera

Quizá se habría detenido a pensar si lAlianza no hubiera decidido invadiestas tierras por el oeste. Pero ya npuede pararse a pensar. Debe actuar

Tiene que comportarse como un orco, ysabes.

—Lo que dices no tiene ningú

sentido…



—¡Necio! —exclamó el goblin entrrisas—. Tú me has traído esto.

Kryll sostuvo el medallón en lo alt

, luego, frunció el ceño a modo de burlmientras añadía:

—Lord Alamuerte cree que… s

rompió en la caída.Ante la atenta mirada del prisionero

el goblin intentó arrancar la piedra qu

había en el centro del medallón. Traforcejear durante un rato con ella, lgema saltó y fue a parar a la mano deduende enjuto. A continuación, l

sostuvo en alto para que Rhonin pudierverla.

—Con esto… Alamuerte dejará d

existir…



Rhonin no podía creer lo que decíel goblin.

—¿Cómo que Alamuerte dejará d

existir? ¿Piensas utilizar esa piedra parderrotarlo?

—O para obligarlo a servir a Kryll

Sí, tal vez lo convierta en mi siervo —contestó, y se le escapó un suspircargado de puro odio—. Al fin podr

dejar de adular a ese reptil. Ya nvolveré a ser su lacayo. Llevplaneando esto mucho tiempo, sí, hesperado y esperado hasta que llegara e

momento en que fuera más vulnerablesí.

El hechicero cautivo, quien estab

fascinado, muy a su pesar, por la



revelaciones de aquella criatura, lpreguntó:

—Pero ¿cómo vas a hacerlo?

Kryll retrocedió hasta la entrada. —Nekros me brindará l

oportunidad, sin saberlo, y esto… —

respondió, y lanzó la piedra al aire y lcogió—. Esta piedra forma parte deseñor oscuro, humano. Es una de su

escamas. El mismo Alamuerte lconvirtió en piedra con su magia. Es lúnica manera de que el medallófuncione. Pero ¿sabes lo que supone qu

uno tenga en su poder una parte decuerpo de un dragón?

Rhonin pensó con rapidez. Alg

había oído al respecto en una ocasión.



—«Si alguien consigue poseer ufragmento del cuerpo de uno de lograndes leviatanes, obtendrá el domini

de su poder.» Pero nadie ha sido capade realizar semejante proeza. Snecesita una magia muy potente par

hacer que funcione. ¿De dónde…?El gólem reaccionó ante la repentin

agitación que se había adueñado de

prisionero. Abrió sus macabras fauces hizo ademán de coger a Rhonin con unde sus manos esqueléticas. El mago squedó paralizado de inmediato, n

siquiera se atrevía a respirar.Al instante, la figura envuelta e

lamas se detuvo, pero no se retiró. E

mago siguió conteniendo la respiración



a la vez rezaba para que aquellmonstruosidad retrocediera.

Kryll soltó una risita ahogada al ve

a Rhonin en una situación tadesesperada.

—Bueno, por lo que veo, ahora está

muy ocupado, humano. Lamento haberthecho perder el tiempo. Pero tenía qucontarle a alguien mi glorioso plan…

alguien que pronto estará muerto, ¿eh—dijo el goblin, quien se alejó dandsaltitos—. Debo irme. Nekros necesitde mi guía una vez más, oh, sí.

Rhonin ya no podía aguantar más lrespiración. Exhaló, con la esperanza dque, al haber permanecido quieto tant

iempo, aquella criatura lo dejara e



paz.Pero se equivocó.El gólem lo tocó… y, al instante

odo pensamiento acerca de ese traidode Kryll se desvaneció en cuanto efuego consumió a Rhonin por dentro.

La noche iba cayendo mu

entamente, aunque para Vereesa lhacía muy rápido. Tal como le habíndicado Krasus, no le había contado

nadie para qué servía el medallón y,

nstancias de Rom, lo había escondido mejor posible debajo de su ropa. S

bien había logrado ocultarlo bajo s

capa de viaje, que ya estaba bastant



desgastada a esas alturas del viajecualquiera que se fijara en la elfa coatención habría distinguido, al menos, l

cadena del medallón.Poco después de regresar con e

resto del grupo, Rom se había llevado

Gimmel a un rincón apartado parhablar con él. La elfa se había percatadde que ambos habían mirado fugazment

en su dirección. Era evidente que Roquería que su segundo al mando tambiéestuviera al tanto de la decisión quhabía tomado Krasus, y, a juzgar por s

expresión de abatimiento, a Gimmel lhabía disgustado tanto como a su jefe.

En el momento en que la luz qu

podía atisbarse a través del agujero s



desvaneció, los enanos se dispusieron apartar metódicamente aquellas piedrasVereesa no alcanzaba a comprender po

qué había que quitar una roca econcreto antes que otra, pero los chicode Rom insistieron mucho en que debí

hacerse de esa manera. Así que sacomodó lo mejor que pudo, mientrantentaba no pensar en todo el tiemp

que estaban perdiendo.En cuanto apartaron las últimapiedras, la voz del mago, que sonextrañamente débil al principio, retumb

en su cabeza.¿La… salida está abierta, Verees

risaveloz?

Se tuvo que girar y fingir que l



había dado un acceso de tos para podemascullar:

—Acaban de terminar de abrirla.

Entonces, adelante. En cuantlegues al exterior, saca el talismán d

donde lo tengas escondido. De es

modo, podré ver dónde estáis y qué oaguarda más delante. No volveré hablar hasta que tú y el enano del Pic

idal hayáis salido de estos túneles.En cuanto la forestal se dio la vueltaFalstad se le acercó.

—¿Estás lista, mi dama elfa? Me d

a sensación de que los enanos de lacolinas quieren deshacerse de nosotroo antes posible.

De hecho, Rom, cuya silueta s



distinguía a duras penas en la penumbrase encontraba junto a la salida y lehacía gestos perentorios de que debía

salir ya al exterior. Vereesa y Falstapasaron junto a él raudos y veloces, ascendieron hasta el agujero ensanchad

como pudieron. La forestal se resbaluna vez, pero enseguida recuperó eequilibrio. Por encima de ella, el vient

ululaba y parecía animarla a abandonael túnel. No le gustaba nada aquemundo subterráneo, y esperaba que lacircunstancias no la obligaran a regresa

a ese reino en breve.Falstad, quien había llegado a

agujero el primero, le ofreció uno de su

fuertes brazos para ayudarla a subir. Si



ener que hacer un gran esfuerzo, logrevantarla y colocarla junto a él.

En cuanto ambos salieron por l

grieta, los enanos comenzaron a tapar eagujero, que menguó rápidamenteMientras tanto, Vereesa trataba d

orientarse. —¿Y ahora qué hacemos? —inquiri

Falstad—. ¿Trepamos por ahí?

El enano señalaba la base de unmontaña, que, pese a la oscuridad de lnoche, podía apreciarse claramente quera una pared rocosa muy escarpada d

varios centenares de metros de alturaPor mucho que lo intentara, la elfa erncapaz de ver la abertura, lo cual l

desconcertó, porque Rom le había hech



creer que la verían enseguida.Cuando se giró con la intención d

lamarlo, descubrió que apenas quedab

rastro de la grieta. Vereesa se arrodill acercó una oreja al pequeño agujero

Sin embargo, no logró oír absolutament

nada. —Perdónelos, mi dama elfa. Se ha

vuelto a esconder.

Por el tono de voz con el que Falstahabía pronunciado estas palabras, cabídeducir que sentía cierto desprecio posus primos de las colinas. La elfa asinti

, entonces, recordó por fin lanstrucciones que le había dado Krasus

Se apartó la capa, sacó el medallón d

su escondite y se lo colocó directament



sobre el pecho. Vereesa dio posupuesto que el mago sería capaz de veen la oscuridad, ya que, si no, no serí

de gran ayuda en aquel momento. —¿Qué es eso? —Algo que espero que nos ayude.

Aunque Krasus le había advertido dque no debía hablarle a nadie acerca dealismán, no podía esperar que no l

explicara a Falstad qué era y para quservía, pues el enano podría pensar quse había vuelto loca si la veía hablandsola.

Lo veo todo con claridameridiana, dijo el mago, sobresaltanda la forestal. Gracias.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué ha



saltado? —Falstad, ya sabes que el Kirin To

envió a Rhonin a cumplir una misión

¿verdad? —Sí, pero ese mago nos contó un

patraña. En realidad, no le había

encomendado una estúpida misión dobservación. ¿Por qué mencionas estema ahora?

Porque este medallón pertenece amago que lo eligió para llevar a cabesa tarea, al mago que le encomendó sverdadera misión, la cual requería, a

menos en parte, que Rhonin entrara en lmontaña.

—¿Por qué razón debía entrar ahí

—preguntó el enano, quien no parecí



muy sorprendido ante esas revelaciones —No lo sé. Aún no me lo ha

explicado. Este medallón permite que u

mago llamado Krasus pueda hablaconmigo.

—Pues yo no oigo nada.

—Desgraciadamente, este artilugifunciona así.

—Qué raro… Malditos magos… —

masculló irónicamente el enanoutilizando el mismo tono de voz quhabía empleado al hablar sobre lacarencias de sus primos de las colinas.

Será mejor que iniciéis vuestrmarcha, sugirió Krasus. Como se sueldecir, el tiempo es oro.

—¿Te pasa algo? Has vuelto a saltar



—Como te he comentado antes, tú no puedes oír, pero yo sí. Quiere quniciemos nuestro periplo. Dice qu

puede guiarnos. —¿Puede ver dónde estamos? —Sí, a través del cristal.

Falstad se aproximó al medallóngolpeó con un dedo la piedra del centr espetó:

—Hechicero, te juro por el Picidal que, como nos la juegues, mespíritu te perseguirá por toda leternidad. ¡Lo juro!

Dile a ese enano que tenemos metamuy similares.

Vereesa le repitió estas palabras

Falstad, quien aceptó la réplica de



mago a regañadientes. Ella también teníciertas reservas respecto al mago, perse las guardaba para sí. Krasus habí

afirmado que sus metas eran «musimilares», lo cual no quería decir qufueran las mismas.

A pesar de no tenerlas todaconsigo, la forestal cumplió lanstrucciones de Krasus al pie de l

etra, dando por hecho que, al menos, emago los llevaría hasta el interior de lmontaña. Si bien sus indicaciones se leantojaron, en un primer momento, u

anto extrañas, al obligarlos a rodeaparte de la montaña, lo cual parecía unpérdida de tiempo, el mago, finalmente

os guió a través de un sendero muy fáci



de seguir, que los condujo enseguidhasta la estrecha y alta entrada de uncueva que Vereesa dedujo que s

nternaba en la montaña. Si no era asendría más que palabras con su inúti

guía.

Es la entrada a una antigua minenana, explicó Krasus. Los orcos creeque no lleva a ninguna parte.

Vereesa la examinó hasta donde so permitió la oscuridad reinante. —Si lleva al interior de la montaña

¿por qué Rom y su gente no han utilizad

este camino? Porque han estado esperand

acientemente.

A la elfa le hubiera gustad



preguntarle a qué estaban esperando, sno fuera porque, de repente, Falstad lagarró del brazo.

—¿Oyes eso? —le susurró el jinetde grifos—. ¡Alguien o algo se acerca!

Se escondieron tras unas rocas…

usto a tiempo. Entonces, divisaron unsilueta aterradora que caminaba codeterminación hacia la zona de la cueva

siseando en todo momento. Vereesvislumbró una cabeza con rasgos ddragón que miraba hacia todas partescuyos ojos eran unos orbes rojos qu

brillaban tenuemente en la noche. —Ya sabemos la razón por la cua

os enanos no han usado nunca est

camino de entrada —masculló Falsta



—. Ya decía yo que todo estaba yenddemasiado bien para ser verdad.

La bestia tensó la cabeza en es

momento. Y, a continuación, se dirigió augar donde ellos se habían escondido.

Debéis guardar silencio. Lo

dragones poseen un oído muy fino.La elfa no se molestó en comparti

esa información innecesaria con e

enano.Mientras observaba cómo el colosdaba unos cuantos pasos hacia ellosaferró firmemente su espada. Aunque n

era tan enorme como Alamuerte, era lbastante grande como para despacharloa ambos con suma facilidad.

De improviso, desplegó las alas…



a forestal, gracias a su excepcionavisión nocturna, pudo apreciar que eradeformes. No le extrañaba, por tanto

que aquel leviatán hiciera las veces dperro guardián de los orcos.

Vereesa se preguntó dónde estaría s

cuidador. Los orcos nunca dejaban sola un dragón, ni siquiera a unncapacitado para volar desde s

nacimiento.La respuesta fue instantánea: justo eese momento escuchó a alguievociferar una orden. A una gra

distancia, a espaldas de la bestiavislumbró una antorcha que parecíflotar en el aire, aunque, poco a poco

pudo apreciar que, en realidad, un orc



descomunal portaba aquella antorcha euna mano… y, en la otra, una espadcasi tan larga como la de Vereesa. E

guardia le gritó algo al dragón, que sisecon furia. Acto seguido, el orco repitia orden.

Lentamente, el coloso se fualejando del lugar donde ambos socultaban. La elfa contuvo l

respiración, con la esperanza de que eguerrero y su perro de caza se largarade ahí raudos y veloces.

Entonces, la gema del medalló

centelleó repentinamente con tantntensidad que iluminó toda la zona qu

rodeaba la formación rocosa tras la cua

se habían escondido.



—¡Tapa esa luz! —susurró Falstad.La forestal lo intentó, pero ya er

demasiado tarde. No sólo se giró e

dragón, sino que esta vez el orcambién reaccionó, arremetiendo contr

su escondite con la antorcha en un

mano y la espada en la otra. El leviatácarmesí lo seguía de cerca, dispuesto entrar en acción en cuanto su cuidado

se lo pidiese.Quítate el medallón del cuello, lordenó Krasus. Prepárate paranzárselo al dragón.

—Pero… Hazlo.Vereesa se desprendió del talismá

rápidamente y lo sostuvo en la mano



isto para arrojarlo. Falstad la mirópero decidió que era mejor refrenar sengua.

El orco estaba cada vez más cercaSi los hubiera atacado él solo, habrísupuesto un desafío, pero, ayudado po

el dragón, la forestal y su compañeralbergaban muy pocas esperanzas dsalir de ese enfrentamiento con vida.

Dile al enano que salga de sescondite, que se muestre ante eenemigo.

—Quiere que salgas de tu escondrij

te muestres al enemigo, Falstad. —¿Prefiere que me met

directamente en la boca del dragón

que me tumbe delante de esa bestia y l



deje mordisquearme a placer?Tenemos poco tiempo par

reaccionar.

Una vez más, Vereesa repitió lapalabras del mago. Falstad parpadencrédulo, respiró hondo y asintió. Co

su martillo de tormenta en la manosorteó a Vereesa y abandonó lprotección de las rocas.

El dragón rugió. El orco gruñmientras en su rostro se dibujaba unsonrisa de colmillo a colmillo ante lexpectativa de lucha.

—¡Enano! —exclamó el guerrero—Qué bien! Me estaba aburriendo mucho

Lo que me voy a divertir contigo ante

de que acabes en el estómago d



Zarasz… Está hambriento. —¡Soy yo quien se va a divertir co

vosotros, puerco! Como me estab

quedando frío, me he dicho: «Voy aplastarle el cráneo a ese orco y ascaliento un poco los músculos».

Tras escuchar esta bravata, tanto eorco como la bestia avanzaron.

Ahora tírale el talismán al dragón

Y asegúrate de que aterriza cerca de sboca.Aquella orden le pareció tan absurd

a Vereesa que, al principio, dudó s

había escuchado bien. Entonces, se locurrió que tal vez Krasus pudieranzar a través del medallón un hechiz

capaz de neutralizar a esa criatur



salvaje. Lánzalo ya, antes de que tu amig

ierda la vida.

¡Falstad! La forestal abandonó sescondite de un salto, sorprendiendo asa ambos centinelas. Echó un rápid

vistazo al orco y, con una punteríconsumada, lanzó el medallón a la bocde la bestia.

Al instante, ésta se abalanzó hacia emedallón con igual precisión ysorprendentemente, atrapó el talismáentre sus fauces.

La elfa soltó un juramento. Estabsegura de que Krasus no había contadcon que se produjera ese giro en lo

acontecimientos.



Entonces sucedió algo muy peculiaque hizo que los tres guerreros squedaran petrificados. En vez d

ragarse o lanzar lejos el medallón, edragón permaneció quieto, ladeandigeramente la cabeza. De pronto, brot

de su boca un aura roja que no pareciprovocar ningún efecto pernicioso sobrel dragón.

El coloso se sentó ante las miradaperplejas de todos los allí presentes.De inmediato, el orco, a quien l

nueva situación le había disgustad

sobremanera, vociferó una orden. Siembargo, el dragón no pareció oírle; dia impresión de que estaba escuchand

otra voz distante.



—Tu perro de caza ha encontrado uuguete con el que jugar, orco —dij

Falstad en tono de burla—. Me parec

que, por una vez, vas a tener que libraus propias batallas tú solo.

En respuesta a esa provocación, e

guerrero de colmillos prominentearremetió con su antorcha con tantmpetu que a punto estuvo de prende

fuego a la barba del enano. Éste soltuna maldición y, seguidamente, esgrimisu martillo de tormenta de tal forma que faltó muy poco para aplastar el braz

extendido del orco. Eso provocó quFalstad abriera su guardia, lo cual lpermitió a su rival lanzarle una estocad

que por fortuna no alcanzó su morta



destino.Vereesa titubeaba indecisa. Querí

ayudar a su compañero, pero al mism

iempo temía que el dragón pudierdespertar en cualquier momento de speculiar trance dispuesto a defender a s

cuidador. No sabía qué hacer. Lo únicque tenía claro era que, si eso sucedíaalguien tendría que estar preparado par

enfrentarse a aquella bestia.El enano y su adversarintercambiaron golpes; la antorcha y l

espada del orco se enfrentaban a

martillo del jinete de grifos. El guerrerorco intentaba obligar a retroceder Falstad, con la esperanza de qu

ropezara por culpa del terreno desigua



sobre el que estaban combatiendo.La elfa volvió a mirar al leviatán

que seguía con la cabeza inclinada haci

un lado. Aunque sus ojos estabaabiertos, tenía la mirada perdida.

Vereesa se armó de valor y le dio l

espalda y decidió acudir al rescate dFalstad. Si el coloso les atacaba, malsuerte. No podía correr el riesgo d

perder a su amigo a manos de aqueguardia.El guerrero orco intuyó que s

acercaba, y movió la antorcha en e

preciso instante en que la forestaarremetió contra él. La elfa profirió ugrito ahogado al ver cómo las llama

pasaban a escasos centímetros de s



cara.El hecho de que se hubiera sumad

al combate obligaba al guardia a pelea

en dos frentes a la vez, de modo que, antentar quemar a Vereesa, había bajada guardia ante el enano. No hizo falt

que nadie conminara a Falstad aprovechar esa ventaja. Su martillo caycon fuerza sobre su contrincante.

El chillido gutural que emitió el orcahogó prácticamente el ruido tadesagradable que hicieron sus huesos aastillarse. Acto seguido, se le cayó l

espada de su mano temblorosa. Emartillazo que había recibido le habídestrozado el codo, dejándole todo e

brazo inutilizado.



A pesar de que había quedadisiado, atacó a Falstad con su antorchmpulsado por la furia y la terribl

agonía que sufría. El enano se tambalehacia atrás, al tiempo que se apresuraba apagar las llamas que se le extendía

por la barba y el pecho. Su despiadadenemigo intentó avanzar hacia Falstadpero la forestal le cortó el paso.

—¡Pequeña elfa! —gruñó el orco—A ti también te voy a quemar!El guerrero cubría un campo d

acción más amplio que Vereesa gracia

a la antorcha y a su largo brazo. Por esmismo, ella se tuvo que agachar en doocasiones para evitar las llamas. Debí

acabar con la pelea rápidamente, ante



de que el orco lograra sorprenderla coa guardia baja.

La siguiente vez que arremeti

contra la forestal, ésta intentó alcanzacon su espada no al orco, sino a lantorcha, lo cual implicaba dejar que la

lamas se le acercaran peligrosamenteMientras se abalanzaba sobre ella, erostro del orco se contorsionó y adopt

una expresión de ávida expectación sed de sangre.La punta de la espada elfa se clav

en la madera de la antorcha, y de es

modo consiguió arrancársela de lamanos al sobresaltado centinelaVereesa había logrado su propósito

pesar de que no las tenía todas consigo



, sin más dilación, arremetió contra écon la antorcha clavada en la espada.

Le acertó al orco en la cara y, a

nstante, las llamas se extendieron poodo su rostro. El guardia rugió de dolo

al tiempo que apartaba la antorcha de s

semblante de un manotazo. Pero el daña estaba hecho. El calor le habí

abrasado los ojos, la nariz y casi toda l

parte superior de la cara. Ya no podíver.Vereesa era consciente de que debí

silenciarlo, y, con un vago sentimient

de culpa, atravesó con su espada aguerrero ciego, acallando así sus gritoagónicos.

—¡Por el Pico Nidal! —rezong



Falstad—. Creía que no iba a podeapagar las llamas.

Todavía jadeante, la forestal logr

preguntar: —¿Estás… estás bien? —Bueno, un poco triste porque y

no tengo esa barba que durante tantoaños me dejé crecer, pero lo superaréPor cierto, ¿qué le pasa a ese perrazo d

caza?En ese momento, el dragón estabechado en el suelo y parecía que sestuviera preparando para dormir

Todavía tenía el medallón en la bocaMientras lo observaban, lo dejó cosumo cuidado en el suelo, justo ant

ellos, y, después, se quedó mirándolo



como si esperara que uno de ellos saproximara a recogerlo.

—¿Quieres que hagamos lo que cre

que quiere que hagamos, mi dama elfa? —Eso me temo, y sé quién le h

sugerido que obre así.

Dicho esto, dio los primeros pasoen dirección al coloso expectante.

—No pretenderás recogerlo

¿verdad? En serio, dime que no. —No me queda más remedio.En cuanto Vereesa se acercó, e

dragón bajó la mirada para observarla

Se decía que los leviatanes veíaperfectamente en la oscuridad, y quposeían un sentido del olfato aún má

agudo. A esa distancia, la forestal n



podía escapar si decidía atacarla.Como el talismán estaba impregnad

de saliva al haber pasado mucho tiemp

dentro de la boca de la bestia, la elfa sprotegió la mano con su capa parrecogerlo con cuidado del suelo

Después, venciendo la repugnancia que producía, lo limpió lo mejor que pud

frotándolo contra el suelo.

De improviso, la gema resplandeció El camino está despejado, anunciKrasus con su voz monótona. Será mejoque os deis prisa. Pronto aparecerá

más orcos por aquí . —¿Qué le has hecho a est

monstruo? —murmuró Vereesa.

He hablado con él y lo ha entendid



odo. Daos prisa. Otros enemigoacabarán viniendo aquí en breve.

¿El dragón lo había entendido todo

Deseaba hacerle más preguntas al magopero era consciente de que, por ahoraéste no le iba a dar ninguna respuest

satisfactoria. Aun así, había logradalgo que parecía imposible, y por esdebía estarle agradecida.

Se volvió a colocar el collaalrededor del cuello y, una vez más, ealismán pendió sobre su pecho. Act

seguido, la forestal le dijo a Falstad:

—Debemos proseguir nuestrcamino.

El enano, que seguía mirand

ncrédulo al leviatán y negando con l



cabeza, la siguió sin rechistar.Krasus cumplió su palabra. Los gui

a través de la mina abandonada hasta u

pasaje que Vereesa jamás habrímaginado que pudiera llevar hasta la

entrañas de la fortaleza montañosa. E

enano y la elfa se vieron obligados escalar por un pasillo lateral estrecho bastante precario, hasta que alcanzaro

el nivel superior de una cavernsubterránea muy espaciosa.Una caverna repleta de orcos qu

corrían frenéticos de acá para allá.

Desde el saliente en que sencontraban agazapados podíaobservar cómo algunos guerrero

pavorosos recogían y empaquetaba



diversos materiales que otros cargabaen los carromatos. En una esquina, ucuidador comprobaba si un joven dragó

era capaz de volar, mientras que uno dsus colegas parecía estar preparándospara partir de inmediato.

—Da la impresión de que tieneprevisto abandonar la montaña —murmuró el enano.

La forestal opinaba lo mismoDecidió asomarse un poco más parcontemplar mejor la cueva.

Ha funcionado…

Vereesa supo al instante, por el toncon que había pronunciado estapalabras, que el mago no había tenid

ntención de que nadie más la



escuchase. Probablemente, ni siquiera shabía percatado de que había hablado evoz alta. ¿Acaso había ideado algun

estratagema para obligar a los orcos abandonar Grim Batol? A pesar de que había sorprendido cómo el mag

había dominado a la bestia con que shabían topado en la entrada, la elfdudaba que Krasus tuviera tanto pode

como para provocar esa huida en masa.Entonces, el dragón que estaba listpara despegar se desplazó súbitamenthasta la entrada principal de la caverna

Su jinete había acabado de colocarse earnés para sujetarse a su montura y dprepararse para el despegue. No parecí

que aquel leviatán cargado d



suministros y provisiones fuera a entraen combate.

La forestal se echó hacia atrás

sumida en sus pensamientos. El hecho dque los orcos abandonaran Grim Batoera una noticia excelente para l

Alianza, pero dejaba muchas preguntaen el aire. Si los orcos se iban de lmontaña, ¿para qué querían a Rhonin

Seguramente, no estarían dispuestos cargar con un mago enemigo durante uviaje tan largo.

Además, ¿de verdad pretendía

rasladar a todos los dragones?Esperaba que Krasus les dier

pronto las siguientes instrucciones; si

embargo, el mago seguía callado, lo cua



resultaba inquietante. Vereesa echó uvistazo a su alrededor y sopesó cuál daquellos senderos los llevaría antes a

ugar donde retenían a Rhonin, dandpor hecho que todavía no lo habíamatado.

De repente, sintió una mano dFalstad en su hombro.

—¡Mira quién está ahí abajo! ¿L

ves?La elfa siguió la mirada del enano… divisó a un goblin que corría por otr

saliente de la caverna hacia una abertur

que había a lo lejos, a su izquierda. —¡Es Kryll! Ese bicho e

nconfundible.

La elfa también estaba segura de qu



era él. —Al parecer, conoce bien lo

recovecos de esta montaña.

—Si, por eso nos guió hasta sualiados, los trols.

Pero ¿por qué el goblin no habí

dejado que los capturasen los orcos¿Por qué los había entregado a esos trolasesinos? Seguramente, porque lo

orcos tendrían interés en interrogarlos.La forestal decidió que no ermomento de divagar. Se le acababa docurrir una idea.

—Krasus, ¿puedes mostrarnos cómse baja hasta el lugar al que se dirigese goblin?

Sin embargo, ninguna voz reverber



en su cabeza. —¿Krasus? —¿Qué ocurre?

—El mago no responde.Falstad resopló. —Conque nos ha abandonado

nuestra suerte, ¿eh? —Eso parece —respondió Verees

mientras se ponía de pie—. Si seguimo

ese saliente de ahí, deberíamos llegar donde queremos ir, siempre y cuando loorcos hayan diseñado estos túnelesiguiendo un orden lógico.

—Así que vamos a seguir nuestrcamino sin ese mago. Bien. Muchmejor.

Vereesa asintió con gesto sombrío.



—Sí, seguiremos nuestro camino sia ayuda del mago… pero, a cambio

contaremos con la colaboración d

nuestro amiguito Kryll.



CAPÍTULODIECIOCHO



I

ban lentos. Demasiado lentos. Nekros empujó hacia delante a u

peón, mientras profería un gruñidracundo para conminar a aque

despreciable orco de la casta inferior

rabajar más rápido. El servil subalternse encogió de miedo y, acto seguido, smarchó raudo y veloz con la carga quportaba.

Los orcos de la casta inferior sóleran útiles para realizar trabajos mubásicos, aunque, en aquel momento

ekros dudaba que fueran capaces dhacer unas tareas tan sencillas. Por eshabía ordenado a los guerreros qu

rabajasen codo con codo con aquell



panda de inútiles, para que todestuviera listo al alba. Si bien Nekros shabía planteado la posibilidad de parti

en plena noche, eso ya no era posible o cierto era que no quería esperar u

día más. Cada día que pasaba, más s

aproximaban los invasores, aunque suexploradores, quienes parecían estaciegos, insistían en que, hasta entonces

no habían hallado ninguna señal qundicase que una fuerza enemigavanzaba hacia ellos, y mucho menos uejército. Sin embargo, los hechos era

ncontestables: habían avistado guerreros de la Alianza montados egrifos, un mago había encontrado l

manera de entrar en la montaña y el má



espantoso de todos los dragones shabía sumado al enemigo. Pero que loexploradores no fueran capaces d

detectar a los invasores no quería decique los humanos y sus aliados nestuvieran acercándose a Grim Batol.

Como estaba intentando hacecomprender a esos orcos serviles dbaja ralea que debían recoger

empaquetar todo con la máximurgencia, el orco mutilado no se dicuenta de que el jefe de los cuidadorede dragones había subido a hablar co

él. Nekros se volvió al oír un carraspencómodo.

—¡Habla, Brogas! ¿Qué hace

merodeando por aquí sin hacer nada



como estos inútiles?El orco joven y robusto esbozó u

gesto de contrariedad. Al tener lo

colmillos un poco inclinados haciabajo, éstos le conferían a su semblantaciturno un aspecto aún más sombrío.

—Nekros, el macho… creo que va morir pronto.

Más malas noticias y en el peo

momento posible, pensó el orco tullido. —Vayamos a echar un vistazo —dijen voz alta Nekros.

Apretaron el paso todo lo posible

aunque Brogas se cuidó mucho de seguiel ritmo de su superior para que sminusvalía no resultara más evidente

Sin embargo, Nekros tenía otra



preocupaciones más importantes emente. Para poder seguir con eprograma de cría de dragones

necesitaban una hembra y un macho. Sperdían a uno de los dos, se quedabasin nada, y a Zuluhed no le iba a hace

ninguna gracia.Al fin, llegaron a la caverna e

donde habían acomodado al consort

más viejo de Alexstrasza, el único ququedaba vivo. Tyranastrasz era ueviatán impresionante comparado co

otros. Nekros tenía entendido que, en s

día, el anciano macho carmesí habrípodido rivalizar con Alamuerte eamaño y poder, aunque quizá eso n

fuera más que una leyenda. No obstante



el consorte de Alexstrasza todavíocupaba toda esa enorme cámara, y samaño era tal que el líder orco no podí

creerse que estuviera enfermo.Pero en cuanto escuchó l

respiración irregular del leviatán sup

que era cierto. Tyran, así lo llamabaodos, había sufrido varios achaques e

año anterior. En el pasado, el orco habí

dado por sentado que los dragones eranmortales, y que sólo perdían la vida sperecían en batalla; sin embargo, con epaso del tiempo, había descubierto qu

podían fallecer por otras causas, comopor ejemplo, una enfermedad. Algestaba matando lenta e irremisiblement

al coloso venerable.



—¿Cuánto tiempo lleva en estestado?

Brogas tragó saliva antes d

responder: —Desde anoche. A ratos, est

mejor; a ratos, peor… Hace unas hora

parecía encontrarse mucho mejor. Nekros se volvió hacia el cuidado

de dragones.

—¡Necio! ¡Tendrías que habérmeldicho antes!Sintió la tentación de golpear a s

subalterno, pero se percató de que

aunque le hubiera avisado a tiempopoco habría podido hacer. Ademáshacía tiempo que sospechaba qu

cualquier día perderían a Tyran, aunqu



no había querido admitirlo. —¿Y ahora qué hacemos, Nekros

Zuluhed se enfurecerá! ¡Nuestra

cabezas acabarán en el extremo de unpica!

Nekros frunció el ceño. Él tambié

había pensado en esa posibilidad, lcual no le había hecho mucha graciacomo es lógico.

—Lo único que podemos hacer eprepararlo para el traslado. Vendrá conosotros, vivo o muerto. DespuésZuluhed decidirá qué hacer con él.

—Pero, Nekros…Esta vez, el orco cojo sí golpeó a s

subordinado.

—¡Maldito necio! Más te val



obedecer mis órdenes sin rechistar!Brogas asintió cabizbajo y se retir

raudo y veloz; sin duda, iba

desahogarse a base de golpes con susubordinados, quienes, en aquemomento, estaban muy ocupado

ntentando cumplir las órdenes dekros. Tyran viajaría con ellos, tanto s

respiraba como si no. Al menos, podría

utilizarlo como señuelo… Nekros se acercó un poco más agran macho para estudiarldetenidamente. Tenía las escamas llena

de manchas, su respiración era irregula apenas se movía. Estaba claro que a

consorte de Alexstrasza no le quedab

mucho tiempo en este mundo.



—Nekros… —le llamó la reina dos dragones en un tono grave—ekros… Detecto tu olor muy cerca…

Como estaba dispuesto a aprovechacualquier excusa para no tener qupensar en las funestas consecuencias qu

a muerte de Tyran podría tener para éel corpulento orco se abrió paso hasta lcámara de la hembra. Como solía hace

por precaución, metió la mano en lbolsa que llevaba en la cintura y tocó eAlma de Demonio.

Alexstrasza lo observó entrar co

os ojos entornados. Ella también habíestado enferma últimamente, per

ekros se negaba a creer que podrí

perderla también a ella. Probablemente



era consciente de que el último consortque le quedaba vivo podría morir ebreve. Al orco lisiado le hubier

gustado que los otros dos consortesmucho más jóvenes y viriles que Tyranhubieran sobrevivido.

—¿Y ahora qué, reina de lodragones?

—Nekros, ¿por qué persistes en est

ocura?El orco gruñó. —¿Eso es todo lo que quería

decirme, mujer? ¡Tengo cosas much

más importantes que hacer quresponder a tus estúpidas preguntas!

La dragona resopló.

—Todo lo que estás haciendo te va



levar a las puertas de la muerte. Aúienes la oportunidad de salvarte,

puede que también a tus hombres, per

rehúsas aprovecharla. —No somos escoria traidora

cobarde como Orgrim Martillo Maldito

El clan Faucedraco lucha hasta el finapor muy sangriento que éste sea, aunqueso suponga nuestra muerte.

—¿Así es como lucháis? ¿Huyendhacia el norte? Nada más escuchar este comentari

rónico, Nekros Trituracráneos sacó d

a bolsa el Alma de Demonio y lespetó:

—Incluso alguien como tú pued

gnorar muchas cosas, anciana dragona



A veces, la huida precede a la batalla.Alexstrasza exhaló un suspiro. —No hay manera de que escuches

Es imposible convencerte, ¿verdadekros?

—Te ha costado, pero al fin te ha

dado cuenta. —Entonces, dime una cosa: ¿qu

estabas haciendo en la cámara de Tyran

¿Qué le aflige?Tanto la mirada como el tono de vode la dragona reflejaban una hondpreocupación por su consorte.

—No tienes nada de qupreocuparte, reina de los Dragones. Máe vale que te preocupes por ti misma

Pronto te trasladaremos. Compórtate,



sufrirás menos.Y dicho esto, volvió a meter el Alm

de Demonio en la bolsa y abandonó l

cámara. A pesar de que la reina de lodragones gritó su nombre, sin duda parmplorarle que le informara sobre e

estado de salud de su pareja, Nekros npodía permitirse el lujo de perder máiempo ocupándose y preocupándose d

aquellos leviatanes, si bien era ciertque uno de otro color ocupaba todos supensamientos.

Aunque aquella columna del ejércit

orco pretendía abandonar Grim Batoantes de que llegaran los invasores de lAlianza, el comandante orco sabía co

absoluta certeza que una criatura e



Rhonin recobró a duras penas l

consciencia. A pesar de encontrarse muconfuso y débil, recordó de inmediato lque le había pasado justo antes d

desmayarse, y permaneció inmóvil. Nquería que el gólem volviera condenarlo al olvido eterno, pues temí

que la próxima vez no regresaría.Mientras recuperaba fuerzas, ehechicero abrió con cautela los ojos.

El gólem envuelto en llamas n

parecía hallarse cerca.El mago, que aún estaba un tant

aturdido, alzó la cabeza con los ojo

bien abiertos.



El aire estalló repentinamente ecientos de diminutas bolas de fuego. Acontinuación, aquellos orbes llameante

giraron en el aire y se mezclaron unocon otros con suma rapidez, hastcomponer una silueta vagament

humana.Acto seguido, el gólem adoptó s

forma habitual en toda su grotesc

gloria.Como Rhonin se esperaba lo peoragachó la cabeza y cerró los ojos a uiempo. De ese modo, aguardó l

nminente y aterradora «caricia» daquella criatura mágica… y aguardó… aguardó. Al final, la curiosidad pud

más que el temor, y abrió lentamente u



ojo para ver que sucedía.El gólem se había esfumado en e

aire.

Rhonin concluyó que su guardiáseguía vigilándolo atentamente aunquahora no pudiera verlo. No cabí

ninguna duda de que Nekros estabugando con él, si bien esta últim

artimaña parecía más propia de Kryl

Al estar sumido en esos pensamientoan sombríos, no pudo evitar que ldesesperanza se adueñase de su corazón

Quizá fuera mejor así. Al fin y a

cabo, ¿no pensaba que su muertsaciaría la sed de justicia de aquelloque habían muerto en su anterior misió

por su culpa? ¿Acaso así no pondría fi



a sus remordimientos y a su sentimientde culpa?

El mago permaneció en su celda, si

prestar atención al transcurso de lominutos ni al ruido incesante que hacíaos orcos, que estaban enfrascados e

os preparativos de su marcha. Cuandekros tuviera a bien, volvería par

levarse al mago o, casi con tod

seguridad, para a interrogarlo por últimvez antes de ejecutarlo.Y Rhonin no podía hacer nada a

respecto.

Tras cerrar de nuevo los ojos, eagotamiento se apoderó de él y se sumien un sueño más benévolo que e

anterior. Soñó con dragones, necrófagos



enanos… y sobre todo con Vereesa. Ehecho de soñar con ella pareció arrojaun poco de luz sobre sus pensamiento

más sombríos. Si bien sólo la habíconocido durante un breve lapso diempo, su rostro le venía a la mente co

una frecuencia cada vez mayor. En otroiempos, en otro lugar, tal vez habrí

podido llegar a conocerla mejor.

La elfa se convirtió en el eje centrade su sueño, hasta tal punto que Rhonincluso pudo escuchar su voz. Ell

repetía su nombre una y otra vez, a

principio con voz anhelante, y luego, acomprobar que el mago no respondíacon un tono más apremiante.

—¡Rhonin!



Su voz se fue alejando, ya sólo erun susurro, aunque parecía más sólida menos etérea.

—¡Rhonin!Esta vez, su grito lo estremeció y l

sacó de sus sueños. Rhonin se resistió

no deseaba regresar a la realidad, dondo aguardaba la celda y una muertnminente.

—No responde… —murmuralguien distinto, cuya voz no era tasuave y dulce como la de Vereesa.

El mago la reconoció, y entonce

rató de despertar con más ahínco. —Conque es así como lo mantiene

prisionero, atado únicamente con una

cadenas y sin necesidad de barrotes —



dijo la elfa—. Lo que me has contadera verdad.

—¡Yo nunca te mentiría, m

bondadosa señora! ¡Jamás te mentiría!Esa voz aguda y chillona consigui

o que las otras dos no habían logrado

Rhonin se sacudió los últimos retazos dsu sueño, y a duras penas evito gritar.

—Bueno, manos a la obra —

masculló Falstad.Las pisadas que escuchó continuación le indicaron al cautivo quel enano y los demás se aproximaba

hacia él.En ese momento, abrió los ojos.Vio cómo Vereesa y Falsta

entraban, efectivamente, en la cámara



El cautivador semblante de la forestareflejaba una honda preocupación. Lelfa había desenvainado su espada,

levaba alrededor del cuello umedallón muy similar al que Alamuerte había entregado a Rhonin, con l

diferencia de que aquél poseía unpiedra carmesí donde éste tenía unpiedra más negra que el alma de

siniestro dragón.Junto a ella, el enano portaba smartillo a la espalda y, en la mano, unarga daga cuya punta rozaba la gargant

de un Kryll que no paraba de gruñir.La esperanza renació en el corazó

de Rhonin en cuanto vio a su

compañeros, sobre todo a Vereesa.



De improviso, detrás del reducidgrupo de rescate se materializó el gólede fuego en completo silencio.

—¡Cuidado! —gritó el consternadmago, que se había quedado ronco danto chillar.

La forestal y el enano se arrojaron asuelo, cada uno hacia un lado, justo en emomento en que el monstruoso esquelet

se abalanzaba sobre ellos. Falstaempujó a Kryll, quien se deslizó por esuelo hasta la pared a la que estabencadenado Rhonin. El goblin soltó u

uramento al impactar con fuerza contra roca.

El enano fue el primero e

evantarse. Lanzó su daga contra e



gólem, y la hoja se estrellestrepitosamente contra la armadura dhueso del gólem. Acto seguido, empuñ

su martillo de tormenta y arremeticontra el centinela inhumano a la veque Vereesa se ponía de pie de un salt

se sumaba al ataque.Como todavía se encontraba mu

débil, Rhonin no pudo hacer nada má

que mirar. La elfa y el enano sacercaron a su diabólico adversaridesde direcciones opuestas, con el fide obligarlo a cometer un error fatal.

Por desgracia, Rhonin no creía qupudieran matar a aquella criatura counas meras armas mortales.

Falstad consiguió con su prime



ataque que el monstruo retrocediera upaso, pero en cuanto lanzó el segundo, ególem agarró el hacha del mango. E

inete de grifos se vio tiranddesesperadamente de su arma al tiempque el otro intentaba atraerlo hacia sí.

—¡Sus manos! —advirtió el mag—. ¡Tened cuidado con sus manos!

Unas manos ardientes desprovista

de carne trataron de agarrar a Falstad ecuanto estuvo a su alcance. El enansoltó su apreciado martillo desesperado consiguió alejarse dando tumbos de s

enemigo.Vereesa arremetió contra él co

presteza. Su hoja elfa poco podía hace

frente a aquella armadura macabra, qu



desvió el golpe fácilmente. El gólem sgiró hacia ella y, a continuación, le lanzel martillo de tormenta.

La forestal se apartó con agilidad dun salto; pero en ese instante se percatde que era la única que contaba con u

arma para defenderse del guardinhumano. Se lanzó dos veces má

contra su adversario, y la segunda ve

estuvo a punto de perder la espada. Ególem, que, al parecer, era inmune aataque de cualquier arma afilada, intenten todo momento coger la espada elf

por la hoja.Rhonin observaba angustiad

aquella escena dantesca. Sus amigo

estaban perdiendo la batalla y él n



podía hacer nada para ayudarlos.Entonces, la situación empeoró aú

más. Tras haber recuperado e

equilibrio, Falstad trató de recobrar smartillo.

Al instante, el guerrero necrófag

abrió sus fauces de una manerncreíble…

… y una aterradora llamarada negra

que estuvo a punto de engullir al enanobrotó de su boca. No obstante, logresquivarla en el último momentrodando por el suelo, pero la ropa se l

había chamuscado.Ahora sólo quedaba Vereesa par

enfrentarse al gólem, y ésta s

encontraba justo en medio de su camino



La frustración desgarraba a RhoninSi él no hacía nada para evitarlo, ellmoriría.

Todos morirían si él no hacía nada.Tenía que liberarse. El magullad

hechicero hizo acopio de las escasa

fuerzas que le quedaban e invocó uconjuro. Como el gólem estabentretenido con la elfa, el mag

aprovechó la oportunidad parconcentrarse sin ser molestado. Lo únicque necesitaba era un poco de tiempo.

¡Sí! Súbitamente, los grilletes que l

atenazaban las extremidades se abrieroodos a la vez y acabaron estrellándos

con gran estrépito contra la pared d

piedra. Estiró los brazos jadeante y, act



seguido, centró su atención en el gólem.De repente, sintió cómo algo mu

pesado le golpeaba en la parte superio

de la espalda. Al instante, notó unpresión intensa sobre su garganta que lmpedía respirar.

—¡Qué mago tan travieso, sí, quravieso! ¿Acaso no sabes que se supon

que debes morir?

Kryll estaba estrangulando a Rhonicon una fuerza sorprendente. Sabía quos goblins eran mucho más robustos do que aparentaban; sin embargo, l

fuerza de esa criatura rayaba en lfantástico.

—Se acabó, humano… ríndete…

arrodíllate…



El hechicero estuvo a punto dadmitir su derrota; la cabeza le dabvueltas debido a la falta de aire y s

encontraba extremadamente débil tras lsesión de tortura a la que le habísometido el gólem. Pero no podí

rendirse, porque si él caía, también lharían Vereesa y Falstad.

El mago se concentró y extendió un

mano hacia el goblin asesino.Al instante, Kryll profirió uchillido muy agudo, soltó a Rhonin cayó al suelo. El mago trastabilló haci

atrás y acabó apoyado contra la pareddonde intentó recuperar el resuellmientras temía que la criatura maligna s

aprovechase de su debilidad par



asestarle el golpe de gracia.Pero lo cierto era que no tenía d

qué preocuparse. El goblin, uno d

cuyos brazos le había quemado ehechicero al tocarlo con la mano, salejó dando saltitos mientras l

maldecía: —¡Mago asqueroso! ¡Bruj

apestoso! ¡Malditos seáis tú y tu magia

Te dejo a solas con mi amigo. Disfrutde su tierno abrazo.Kryll se dirigió a la salida saltand

riéndose del destino funesto que l

aguardaba al intruso humano.De pronto, el gólem dejó de lucha

con Vereesa y Falstad, posó su mirad

etal sobre Kryll y abrió sus fauces…



Súbitamente, brotó de su bocesquelética una llamarada negra quengulló al desprevenido goblin.

Kryll murió lanzando un gritmisericordiosamente corto y envuelto euna esfera llameante. Aquél fuego l

ncineró con tanta celeridad que cuandsus restos tocaron el suelo se habíreducido a un montón de cenizas, y entr

ellas destacaba el medallón que ldesventurada criatura guardaba dentrde la bolsa que llevaba atada acinturón.

—¡Ha matado a ese miserablcanijo! —exclamó Falstad, asombrado.

—Y seguro que nosotros somos lo

siguientes —le recordó la elfa—



Aunque no tengo calor, mi espada esta medio fundida por culpa de lalamas que rodean su cuerpo, y dud

mucho que pueda esquivar sus ataquemucho más tiempo.

—Si al menos consiguiera alcanza

mi martillo, quizá podría hacer algopero como… ¡Cuidado!

El gólem lanzó otra llamarada, per

esta vez apuntó hacia arriba, donde lrabiosa columna flamígera no se limitó calentar la roca, sino que desintegró eecho, lo que provocó que unos trozo

enormes de piedra se desprendierasobre el trío de intrusos.

Un pedazo de roca impactó en e

brazo de Vereesa con tal violencia qu



a forestal cayó al suelo. La lluviorrencial de piedras obligó a Falstad

alejarse de ella y disuadió a Rhonin d

ntentar aproximarse a la forestal.A continuación, el gólem llameant

centró su atención en la elfa. Volvió

abrir sus fauces… —¡No! —gritó Rhonin, quien

valiéndose de toda su fuerza d

voluntad, logró levantar un escudmágico para proteger a Vereesa máresistente que ningún otro que hubiercreado jamás.

Las llamas negras se estrellarocontra aquella barrera invisible con unfuria increíble… y rebotaron hacia e

gólem.



Rhonin nunca hubiera imaginado quas llamas del gólem pudieran ser letale

para él. El fuego envolvió a su dueño

recorrió todo su cuerpo esquelético couna voracidad inusitada. Un rugido atroe inhumano brotó de la gargant

descarnada del gólem.Acto seguido, la monstruosa criatur

embló y, a continuación, explotó

iberando así un torbellino de energíamágicas con una fuerza huracanaddentro de esa diminuta cámarsubterránea.

El dañado techo no pudo soportar lensión a la que le sometieron esa

energías, y lo que quedaba de él s

derrumbó sobre los tres intrusos.



Oculto bajo el oscuro manto de l

noche, el dragón Alamuerte sobrevolabel mar en dirección al este. Se dirigíhacia Khaz Modan, en concreto a Gri

Batol, más rápido que el viento. Sonreípara sí, y si cualquier otra criaturhubiera podido verle la cara en esmomento, habría huido despavoridapresa de un terror mortal. Todoabsolutamente todo, se estabdesarrollando según lo previsto. Su pla

para ocupar una posición de poder entros humanos también prosperaba si

contratiempos ni sobresaltos. Hací

apenas unas horas, había recibido un



misiva de Terenas donde le comentabque una semana después de que «LorPrestor» fuera coronado, se haría corre

a voz de que el nuevo monarca dAlterac iba a casarse con la hija menodel rey de Lordaeron el mismo día qu

ésta cumpliera la mayoría de edad. Sólquedaban unos años, un abrir y cerrar dojos en la vida de un dragón, para qu

ostentara un poder que le permitiríponer en marcha el plan definitivo coel que lograría la total aniquilación de lestirpe humana. Tras ellos, los elfos

os enanos, que, al ser unas razas máantiguas, carecían del vigor juvenil de lhumanidad, caerían como las hojas de u

árbol moribundo.



El dragón tenebroso representaba efuturo como un auténtico jardín de ladelicias en el que solazarse. Si

embargo, en el presente, Alamuertdebía ocuparse de cierto asunto, tagratificante o más que el futuro que l

aguardaba, que requería su atenciónmediata. Los orcos se disponían

abandonar su fortaleza montañosa. A

alba, partirían en sus carromatos hacia última fortaleza que le quedaba a lHorda en Dun Algaz.

Y con ellos viajarían los dragones.

Los orcos esperaban un ataque de lAlianza por el oeste, y que esa fuerzestuviera formada, cuando menos, po

inetes de grifos, magos… y un gigant



negro alado. Alamuerte no tenía ningunntención de decepcionar a Nekro

Trituracráneos. Gracias a Kryll, el seño

oscuro sabía que el orco cojo tramabalgo. Sospechaba cuál podía ser su planpero pensaba que sería interesant

comprobar si un orco era capaz de teneuna idea original, para variar.

Entonces, apareció en el horizonte e

perfil de la costa de Khaz ModanAlamuerte pudo distinguirlperfectamente gracias a su excelentvisión nocturna. A continuación, vir

igeramente y se desvió un poco hacia enorte. Apenas quedaban un par de horapara que saliera el sol. Tenía tiemp

más que de sobra para alcanzar s



destino final. Una vez allí, esperaría observaría con objeto de escoger emomento propicio para actuar.

Para alterar el curso de la historia modificar el futuro.

Otro dragón surcaba los cielos eese instante; uno que hacía muchos año

que no volaba. Aunque estaba gozandde la embriagadora sensación dibertad que proporcionaba surcar e

cielo, también se había percatado de qu

estaba muy oxidado. Se suponía quvolar tendría que haber sido algo naturapara él, consustancial con su propio ser

sin embargo, se sentía incómod



haciéndolo.El dragón Korialstrasz había sido e

mago Krasus durante demasiado tiempo

Si ya hubiera despuntado el díaalgunas criaturas habrían divisado en ecielo a ese leviatán carmesí que, pese

ser más grande que la mayoría, nalcanzaba el tamaño descomunal de locinco Aspectos. Korialstrasz era roj

como la sangre y poseía una figuresbelta. En su juventud, fue consideradbastante apuesto entre los de su razaEra innegable que había llamado l

atención de su reina. Aquel gigantcarmesí, que era rápido y letal ecombate, había sido uno de los grande

paladines de la reina, había protegid



siempre el honor de su vuelo cogallardía y se había convertido en ssúbdito favorito cada vez que trataba

con las nuevas razas.Antes incluso de la captura de s

amada Alexstrasza, había pasado vario

años bajo la forma del mago Krasus, normalmente sólo revertía en sverdadero yo cuando la visitaba e

secreto. A pesar de ser uno de loconsortes más jóvenes de la reina, nenía la influencia ni la autoridad d

Tyranastrasz, pero supo desde e

principio que ocupaba un lugar muespecial en el corazón de su reina. Poeso se había presentado voluntario par

ser su principal agente ante la má



prometedora y diversa de las nuevarazas: la humanidad. Su misión consistíen ayudar a los seres humanos a alcanza

a madurez como estirpe siempre qufuera posible.

Indudablemente, Alexstrasza creí

que estaba muerto. Tras la captura de sreina y de ser testigo de cómo ersubyugado el resto de su vuelo

Korialstrasz había decidido seguisiendo Krasus para ayudar a la Alianzen su guerra contra los orcos, porquconsideraba que esa era la única maner

de seguir plantando cara a los enemigode su reina. Le había descorazonadener que presenciar la muerte de s

estirpe a manos de los jóvenes dragone



Pero aún quedaba tanto por haceque, una vez más, Korialstrasz se habívisto obligado a dar la espalda a lo

mortales y abandonarlos a su suerte. Ecuanto vio los carromatos a través demedallón y escuchó las órdenes qu

vociferaban los oficiales orcos, sconvenció de que sus esfuerzosfinalmente, iban a dar sus frutos. Lo

orcos habían mordido el anzuelo y spreparaban para abandonar Grim Bato, por tanto, sacarían a su amad

Alexstrasza del interior de la montaña

al fin, estaría en campo abierto, dondpodría rescatarla.

No obstante, no iba a ser una tare

fácil. Requeriría una buena dosis d



rojo de dragones. Alamuerte estabugando su propia partida de ajedrez

cuyas piezas eran los diversos reinos d

a Alianza. Si se le dejaba actuaibremente, acabaría provocando un

guerra entre ellos. Por fortuna, tardarí

años en colocar todas las piezas en sugar para hacer jaque mate, de mod

que a Korialstrasz no le preocupab

demasiado el futuro inmediato de lohumanos de Lordaeron, ni el de loerritorios que existían más allá de l

Alianza. Sus problemas podían espera

a que hubiera liberado a su amada.Sin embargo, pese a que el dragó

rojo se podía permitir el lujo de ignora

a amenaza que planeaba sobre esa



ierras que había jurado proteger bajsus alas, había otro asunto que lreconcomía por dentro y que ya no podí

pasar por alto. Tanto Rhonin como lelfa y el enano que habían ido a buscarlconfiaban en el mago Krasus, sin se

conscientes de que para el dragóKorialstrasz liberar a su reina erprimordial. Las vidas de esos tre

mortales tenían un valor insignificantpara él en comparación con lmportancia que revestía el rescate de s

amada, o eso pensaba hasta hacía poco.

Los remordimientos estabadestrozando al leviatán. Se sentículpable no sólo por haber traicionado

Rhonin, sino también por abandonar a l



elfa y al enano después de prometerleque los guiaría por las entrañas de lfortaleza.

Si bien era bastante probable que Rhonin lo hubieran asesinado hacíiempo, tal vez aún no fuera tarde par

salvar a los otros dos. El coloso carmessabía que no iba a poder centrarse en smisión hasta que hubiera hecho todo l

posible por rescatar a esos domortales.En cuanto Korialstrasz llegó a

extremo más suroeste de Khaz Modan

que estaba a sólo unas horas de Forjazescogió un pico apartado de una cadenmontañosa para aterrizar. Tras dedica

unos instantes a orientarse, cerró lo



ojos y pensó en el medallón que Rom lhabía entregado a Vereesa a instanciadel propio dragón.

Aunque seguramente la elfa pensabque la piedra del centro del medallón nera más que una gema, en realidad er

un fragmento del leviatán; de hecho, eruna escama a la que había dado su formactual a través de la magia. Esa escam

encantada poseía unas propiedades quhabrían asombrado a cualquier magosiempre y cuando éste dominara laartes arcanas de los dragones. Por suert

para Korialstrasz, pocos dominaban esclase de magia; por eso mismo, se habídecidido a forjar el medallón. Tant

Rom como la elfa creían que la gem



sólo servía para comunicarse distancia, y el coloso no tenía ningunntención de sacarles de su error.

Como el fuerte viento y la nieve ndejaban de azotarlo, Korialstrasz plegsus alas todo cuanto pudo, lo más cerc

posible de su cabeza, para protegerse das inclemencias del tiempo mientras s

concentraba. Se imaginó a la elfa ta

como la había visto a través dealismán. Para tratarse de alguien de sraza, era bastante agradable a la vista, no cabía ninguna duda de que el destin

de Rhonin le preocupaba sobremaneraTambién era una diestra guerreraPosiblemente siguieran vivos, tanto ell

como el enano del Pico Nidal.



—Vereesa Brisaveloz, haz algúruido, por leve que sea, para que puedsaber que me estás escuchando.

Pero no recibió ninguna respuesta. —¡Elfa! —llamó el dragón, al qu

poco le faltó para perder la compostur

—. ¡Elfa!Siguió sin recibir respuesta y sin ve

en su mente ninguna imagen a través de

alismán. Korialstrasz se concentró comás intensidad en el medallón y se pusa escuchar con suma atención, a lespera de oír algún ruido, cualquiera

aunque fuese el gruñido de un orco.Pero no oyó nada.Ya era demasiado tarde… habí

enido el repentino ataque de concienci



demasiado tarde para poder salvar esos dos mortales que pretendíarescatar a Rhonin. Ellos también había

muerto por culpa de la falta descrúpulos del dragón.

Bajo la forma de Krasus, habí

manipulado a Rhonin, había jugado cosu sentimiento de culpa, aprovechándosde que al mago humano le remordía l

conciencia haber perdido a tantocompañeros en su anterior misión, esos remordimientos lo habían hechsusceptible a la manipulación. Si

embargo, ahora entendía perfectamentcómo se había sentido ese humanoAlexstrasza siempre se había referido

as razas jóvenes con cariño



preocupación, como si fueran sus hijos había contagiado esos sentimientos

su consorte, quien, bajo la apariencia d

Krasus, se había desvivido para que lraza humana fuera alcanzando lmadurez debida. Pero cuando los orco

capturaron a su reina, el mundo se lvino abajo a Korialstrasz, quien habíolvidado las enseñanzas de su amada…

hasta ese preciso instante. No obstante, ya era tarde para salvaa esos tres mortales.

—Pero aún no es tarde para salvart

a ti, mi reina —dijo el dragón con uono de voz grave.

Si sobrevivía, estaba dispuesto

consagrar su vida a compensar todo e



mal que les había hecho a Rhonin y a lodemás. Aunque, por ahora, lo único que importaba era rescatar a su amada

Ella lo entendería, o al menos esesperaba.

A continuación, el majestuos

dragón rojo desplegó sus alas ascendió hacia el cielo en direcciónorte.

Se dirigía a Grim Batol.



ekros Trituracráneos dio lespalda a aquella devastación

Aunque estaba contrariado, no iba permitir que ese incidente lo distrajerde sus preocupaciones más inmediatas

acuciantes.—Hasta nunca, mago… —mascullómientras intentaba no pensar en quclase de hechizo podía haber lanzadaquel humano.

El sortilegio que había destruido agólem supuestamente invencible. Si

ninguna duda, se trataba de un conjurmuy poderoso, tanto que no sólo le habícostado la vida al mago, sino qu

además había provocado una serie d



derrumbes en toda una sección dúneles.

—¿Buscamos el cuerpo? —pregunt

uno de los guerreros allí presentes. —No. Sería una pérdida de tiempo.En ese instante, Nekros aferró co

fuerza la bolsa en la que llevaba eAlma de Demonio, al tiempo que soñabcon la culminación exitosa de s

desesperado plan, y agregó: —Nos vamos ya de Grim Batol.Los demás orcos lo siguieron;

pesar de que en su mayoría no estaba

muy conformes con la repentina decisióque había tornado su líder de que debíaabandonar la fortaleza de inmediato

ampoco les agradaba la idea d



quedarse en ella, sobre todo si ehechizo de aquel mago había debilitadel resto de los túneles.

Rhonin sintió una presión tremenden la cabeza, tan grande que tuvo lsensación de que en cualquier moment

el cráneo se le iba a partir en dos. Debíabrir los ojos para averiguar qué era lque tenía encima y comprobar si podí

apartarlo con rapidez. Si bien se viobligado a hacer un esfuerzo inmenspara abrir los ojos, al final lo logró.

Pese a que, en un principio, veí

bastante borroso, alzó la vista y… squedó boquiabierto.

Una avalancha de rocas, un

onelada o incluso más, flotaba a uno



reinta centímetros de su cabeza. Graciaal tenue fulgor que podía apreciar a salrededor, dedujo cuál era la razón po

a que no había acabado reducido picadillo: el escudo que había conjuradantes lo había protegido del derrumbe.

Entonces, se percató de que lerrible presión que sentía en la cabez

era una secuela del esfuerzo titánico qu

estaba realizando una parte de su mentpara mantener el hechizo. Así era comhabía logrado salvarse. Sin embargo, edolor iba en aumento, lo cual le indicab

que, cada segundo que pasaba, ehechizo se debilitaba.

Cambió ligeramente de postura, e

un intento de estar más cómodo y par



comprobar si así notaba menos presiónDe repente, sintió algo en la parte datrás de la cabeza. Rhonin dio po

sentado que se trataba de una rocsuelta, y trató de apartarla con cuidadoSin embargo, en cuanto la tocó, percibi

que irradiaba magia.Lo cual despertó su curiosidad y l

levó a olvidarse momentáneamente d

que sobre él pendía cual espada dDamocles la espantosa posibilidad dmorir aplastado en cualquier momentoA continuación, cogió ese objeto par

poder verlo más de cerca.Se trataba de una gema negra

Seguramente, era la misma piedra qu

había estado incrustada en el medalló



de Alamuerte.Rhonin frunció el ceño. La últim

vez que vio el medallón, éste yacía en e

suelo junto a Kryll, su poseedorncinerado. En ese momento, no prest

mucha atención a aquella piedra, puest

que estaba más preocupado por epeligro que corría la vida de Verees…

¡Vereesa!, pensó. Al instante, erostro de la elfa ocupó todos supensamientos. Ella y el enano sencontraban lejos de él cuando s

produjo el derrumbamiento, protegidopor el primer escudo que habíconjurado, pero…

Volvió a moverse con el fin d



observar el entorno. Esta vez, la presióque sentía en la cabeza se multiplicó as piedras que pendían sobre su cabez

cayeron unos centímetros.Al mismo tiempo, escuchó a alguie

de voz grave soltar una maldición.

—¿Fa-Falstad? —preguntó Rhonientrecortadamente.

—Sí —respondió el enano a lo lejo

—. Sabía que estabas vivo, porque nhemos acabado aplastados, mago, perempezaba a pensar que no recuperaríaa consciencia. ¡Ya era hora!

—¿Os habéis…? ¿Vereesa siguviva?

—No sé qué decirte. La luz qu

emite este conjuro tuyo no me deja ve



mucho. Además, está demasiado lejode mí para comprobarlo. De todomodos, no la he oído hablar desde qu

me he despertado.Rhonin apretó los dientes con fuerza

Vereesa tenía que estar viva.

—Falstad, ¿a qué distancia flotan larocas sobre ti?

Una risa sardónica se le escapó a

enano tras escuchar esa pregunta. —Tan cerca que me hacen cosquillaen la nariz, humano. Si no fuera así, hacrato que me habría arrastrado hasta ell

para ver cómo se encuentra. He dreconocer que nunca pensé que estarívivo el día de mi entierro.

El mago decidió ignorar el últim



comentario, y se detuvo a reflexionasobre lo que le había dicho el enanacerca de que las piedras prácticament

e rozaban el rostro. Era obvio qucuanto más se alejaba el conjuro dRhonin, menos espacio protegía. A

parecer, había protegido tanto a Vereescomo a Falstad de las rocas, evitandque fueran aplastados, pero era bastant

probable que la forestal hubierrecibido un fuerte impacto en lcabeza… o que incluso hubiera muertal recibir un golpe en un órgano vital.

Rhonin rechazó la últimposibilidad.

—Humano… si no es mucho pedir…

¿crees que puedes hacer algo par



sacamos de este apuro?¿Sería capaz de rescatarlos? ¿Poseí

el poder necesario para hacerlo? ¿L

quedaban fuerzas para acometer taproeza? Mientras se hacía estapreguntas, se guardó la piedra negra e

el bolsillo; en ese momento, tenía cosamás importantes de las que preocuparse

—Dame unos instantes… —contest

el mago. —Como si pudiera hacer otra cos—replicó el enano con ironía. Lpresión que sentía el mago en la cabez

seguía aumentando a una velocidaaterradora. A pesar de que Rhonidudaba seriamente que su escud

pudiera resistir mucho más, tenía qu



mantenerlo como fuera mientras tratabde lanzar un segundo conjuro, tal vencluso más complejo.

No sólo debía sacarlos de loescombros, bajo los cuales corríagrave peligro de morir, sino tambié

enviarlos a un lugar donde estuvieran salvo. Para más inri, su cuerpmagullado le estaba pidiendo a grito

que lo dejara recuperarse y no lsometiera a más tensión.¿Cómo era ese hechizo?, caviló

Aunque el mero hecho de pensar l

producía una gran agonía, finalmentrecordó las palabras del conjuro. Nobstante, era consciente de que al lanza

el nuevo encantamiento dejaría de esta



o bastante concentrado en el escudcomo para poder mantenerlo. Si sdemoraba demasiado…

Pero no me queda más remedioconcluyó.

—Falstad, lo voy a intentar…

—¡No sabes cuánto me alegrohumano! Creo que esas rocas me estáaplastando ya el pecho.

Él también se había percatado dque las rocas habían descendido un pocmás. Debía apresurarse.

Musitó las palabras mágicas, invoc

el poder necesario…Pero las rocas que pendían sobre é

se movieron, presagiando lo peor.

Rhonin trazó un símbolo en el air



con su mano buena.El escudo se estaba desmoronando

Súbitamente, toneladas de piedra

cayeron encima de los tres……y, de improviso, el mago s

encontró tumbado boca arriba

contemplando un cielo cubierto dnubes.

—¡Por el martillo de Dagath! —

exclamó Falstad, quien se hallaba a sado—. ¿Por qué has esperado hasta eúltimo segundo?

A pesar del dolor que invadía s

cuerpo. Rhonin se incorporó y logrsentarse. El azote del viento gélido layudó a abandonar las brumas de l

confusión y la desorientación. Entonces



miró en dirección al enano.Falstad también se incorporó. L

mirada del jinete de grifos reflejaba un

furia que, por una vez, no tenía nada quver con el frenesí de la batalla. Estabívido. El hechicero nunca hubier

maginado que un día vería a aquefornido guerrero con tal cara de susto.

—Juro que nunca, nunca má

volveré a meterme en un túnel. A partide ahora, sólo quiero tener el cielcomo techo. ¡Por el martillo de Dagath!

El mago quizá hubiera replicado a

enano si no fuera porque escucharon ugemido a lo lejos que llamó su atenciónAl instante, se puso de pie, tambaleante

se acercó trastabillando a Vereesa, qu



Mientras el mago le sostenía codelicadeza la cabeza para estudiar ucardenal que le había visto en l

coronilla, Vereesa abrió los ojos parpadeó confusa.

—R-Rho…

—Sí, soy yo, tranquila. Creo que harecibido un golpe muy fuerte en lcabeza.

—Lo… lo recuerdo… —replicó lforestal, cerrando los ojos un momento.De repente, se incorporó con lo

ojos desorbitados y la boca abierta e

un grito mudo de horror. —¡El techo! ¡El techo! ¡Se nos va

caer encima!

—¡No! —exclamó el mago mientra



a abrazaba con fuerza—. ¡No, VereesaEstamos a salvo! A salvo…

—Pero… el techo de la caverna…

En ese instante, el rostro de la elfse relajó, y añadió:

—Estamos fuera de la cueva…

Pero… dime, Rhonin, ¿dónde estamos¿Cómo hemos llegado hasta aquí¿Cómo hemos logrado sobrevivir?

—¿Te acuerdas del escudo que nosalvó del gólem? Después de que aquemonstruo se autodestruyera, el escudo smantuvo y resistió el derrumbe. Pese

que su radio de protección menguóaguantó lo suficiente como para evitaque muriéramos aplastados.

—¡Falstad! ¿Está…?



De inmediato, el enano se acercó ella por el otro lado.

—Nos ha salvado a todos, dam

elfa. Aunque nos ha dejado en medio dninguna parte.

Rhonin parpadeó confuso. ¿Cóm

que en medio de ninguna parte?, pensóEntonces, se detuvo a observar sentorno por primera vez. Se encontraba

en una cumbre nevada donde soplaba uviento muy frío, que cada vez era mágélido, y, por encima de ellos, el cielestaba cubierto por una nube de u

amaño increíble… A pesar de loscuridad que los envolvía, el magsabía dónde se hallaban exactamente.

—No estamos «en medio de ningun



parte», Falstad. Yo diría que noencontramos en la cima de la montaña, que la fortaleza, con todos sus orcos

demás, yace bajo nuestros pies. —¿En la cima de la montaña? —

repitió Vereesa.

—Sí, tiene su lógica —convino eenano.

—Y como cada vez puedo vero

mejor, me temo que está despuntando ealba —continuó Rhonin, cuyo semblantse tornó sombrío de nuevo—, lo cuamplica que si Nekros Trituracráneos e

un orco de palabra, sus tropas iniciaráa evacuación de la fortaleza e

cualquier momento, llevándose consig

os huevos y todo lo demás.



Tanto Vereesa como el enanclavaron su mirada en él.

—¿Por qué hacen algo ta

demencial? —inquirió Falstad—. ¿Poqué van a abandonar una fortaleza tasegura?

—Porque temen la llegada de uejército invasor procedente del oesteconformado por magos y enano

montados en grifos veloces y astutosTemen la llegada de cientos, quizmiles, de enanos y magos. Y tal vencluso de algún elfo. Contra un ejércit

an numeroso, contra tanto mago, Nekro sus hombres no tendrían nada qu

hacer ni aunque se defendiera

encerrados dentro de la montaña —



respondió el mago, negando con lcabeza.

La situación podría haber sido mu

distinta si el comandante orco hubiersido consciente del verdadero potenciadel objeto que portaba, pero o bie

ekros ignoraba tal potencial, o bien sealtad a su superior, que se hallaba e

Dun Algaz, era inquebrantable. Aque

orco había elegido ir al norte, y eso iba hacer.Falstad no se lo podía creer. —¿Un ejército invasor? Ni a un orc

se le hubiera ocurrido una idea tadescabellada. ¿De dónde la habrsacado?

—Nuestra presencia aquí, sobr



odo la mía, le ha llevado a extraer esconclusión. Alamuerte quería que ylegara aquí para utilizarme com

prueba de que se iba a producir uataque de manera inminente. Nekros estoco. Según parece, ya estab

convencido del asalto inminente a estfortaleza. Así que cuando yo aparecvio confirmadas sus sospechas.

Entonces. Rhonin se miró el dedroto, que se le había entumecidoTendría que curárselo en cuanto pudierapero en ese momento había cosas much

más importantes en juego. —Pero ¿por qué esa bestia negr

quiere que los orcos abandonen Gri

Batol? —preguntó la forestal—. ¿Qu



gana con ello? —Creo que sé por qué —contest

Rhonin.

Acto seguido, se puso de pie, sacercó al borde de la cima y, armándosde valor, miró hacia abajo, mientra

procuraba que el viento no lo hiciercaer. Aunque seguía sin ver nada, lpareció escuchar un ruido. Tal vez s

ratara de una columna de tropas y unocarromatos que estaban abandonando lfortaleza.

A continuación, decidió proseguir s

explicación. —Sospecho que no tiene intenció

de rescatar a la reina de los dragones

como intentó hacerme creer, sino d



asesinarla. Como no podía hacerlo sicorrer grandes riesgos mientras ldragona permaneciera cautiva en la

entrañas de Grim Batol, concibió estplan para obligar a los orcos a sacarlde la fortaleza. De este modo, en cuant

se encuentren en campo abierto, podrdescender en picado sobre ella matarla de un golpe.

—¿Estás seguro? —preguntó la elfaquien se unió a él en el borde de lcumbre.

—Sí. Ése tiene que ser su plan.

Entonces, alzó la mirada al cielo. Nsiquiera la nube que cubría todo efirmamento podía ocultar la realidad

estaba despuntando el alba.



—Nekros quería partir al alba… —musitó el mago.

—Ese maldito orco está mal de l

cabeza —masculló Falstad—. Lo lógichubiera sido abandonar la fortaleza aabrigo de la noche.

Rhonin negó con la cabeza. —Alamuerte puede ve

perfectamente en la oscuridad, quiz

mejor que cualquiera de nosotrosekros comentó en cierto momento denterrogatorio que estaba preparado par

cualquier contingencia, incluso par

enfrentarse a Alamuerte. Es más, parecídeseoso de que el ser oscuro hicieracto de presencia.

—Pero eso es aún más absurdo —



replicó la forestal—. ¿Cómo piensderrotarlo un solo orco?

—Un solo orco capaz de controlar

a reina de los dragones… y de invocaa un gólem.

El hecho de no saber cómo habí

ogrado realizar esas proezas lnquietaba sobremanera. Resultab

obvio que el objeto que portaba es

orco poseía unos podereextraordinarios, pero ¿podía ser tapoderoso?

De improviso, Falstad les indicó co

un gesto que se callaran. A continuaciónseñaló hacia el noroeste, más allá de lmontaña.

Súbitamente, una gigantesca siluet



negra surgió de entre las nubes máaltas… para desaparecer al instante, ecuanto inició el descenso.

—Es Alamuerte… —susurró einete de grifos. Rhonin asintió. Ya n

había tiempo para más conjeturas. S

Alamuerte estaba ahí, eso sólo podísignificar una cosa.

—No sé qué va a pasar exactamente

pero, sea lo que sea, ya ha comenzado.

La larga caravana de orcos partió e

cuanto el primer rayo de luz alcanzGrim Batol. Los carromatos ibaflanqueados por guerreros armados qu

portaban hachas, espadas y picas recié



afiladas. Los escoltas cabalgaban junto os peones que conducían lo

carromatos, sobre todo junto a aquello

que transportaban los valiosos huevode dragón. Todos parecían preparadopara enfrentarse al enemigo en cualquie

momento, no en vano se había corrido lvoz incluso entre los orcos de más bajestofa de que supuestamente se acercab

un ejército invasor. Nekros Trituracráneos observaba lmarcha con impaciencia, montado sobruno de los pocos caballos que tenían lo

orcos a su disposición. Había enviado Dun Algaz por delante a los jinetes ddragones y sus monturas, para que, e

caso de que su plan fracasara, al meno



algunos dragones aún pudieran servir a Horda. Era una pena que no s

hubiera atrevido a utilizarlos par

ransportar los huevos, pero ecomandante había aprendido la leccióras haberlo intentado anteriormente.

Por otro lado, como construir ucarromato capaz de transportar soportar el peso de un dragón habrí

resultado imposible, había recaído en epropio Nekros la responsabilidad dcontrolar a aquellas dos vetustas bestiasTanto Alexstrasza como Tyran, qu

contra todo pronóstico aún estaba vivoseguían la columna del ejército orcdesde la retaguardia, sometido

constantemente al yugo invisible de



Alma de Demonio. Para el enfermconsorte, ésta debía de ser una situaciómuy dura; Nekros dudaba que fuera

sobrevivir al viaje, pero era conscientde que no había otra solución.

No obstante la pareja de titane

seguía siendo un espectáculo digno dverse. La hembra más que el machopues su salud era bastante mejor. En un

ocasión, Nekros la sorprendianzándole una mirada iracunda. Pereso le importaba un comino al orco. Escriatura colosal lo obedecería en tod

mientras él portara el único objeto capade dominar a cualquier dragón.

Al pensar en leviatanes, el líde

orco alzó la vista al cielo. Al esta



cubierto de nubes, ofrecía a un colosgrandes espacios donde esconderse; siembargo, Nekros sabía que, tarde

emprano, sucedería algo. Si bien lafuerza de la Alianza podían hallarse muejos aún, el orco esperaba qu

Alamuerte se presentara de un momenta otro. Los humanos iban a aprender poas malas que confiar la victoria a

señor oscuro era un disparate. Sabía qusi podía someter a la pareja de dragonerojos, también podría doblegar a otrode distinto color. Gracias al Alma d

Demonio, el comandante orco dominaría la más salvaje de todas las bestias. Él

ekros, sería el amo y señor d

Alamuerte… pero para eso tenía qu



dignarse a aparecer ese miserable reptil —¿Dónde estás maldita criatura? —

masculló—, ¿Dónde?

En ese instante, la última hilera dguerreros salió de la caverna. El lídeorco los observó marcharse orgullosos

agresivos; le recordaban a los días eque la Horda no conocía la derrotacuando no existía ningún enemigo que n

pudiera masacrar. Con Alamuerte bajsu mando, Nekros restauraría la extintgloria de su pueblo. La Horda volvería sublevarse, incluidos aquellos que s

habían rendido. Los orcos arrasarían laierras de la Alianza y acabarían con lo

humanos y las demás razas.

Quizá, entonces, la Horda deberí



contar con un nuevo cabecilla. Poprimera vez, Nekros se imaginasumiendo ese papel, y a Zuluhe

nclinándose ante él. Su pueblo salzaría victorioso gracias a él y laclamarían como su líder supremo.

Sería el jefe de guerra NekroTrituracráneos…

Espoleó a su montura para qu

avanzara y se sumó a la columna, ya qusabía que despertaría sospechas si ncabalgaba junto a sus hombres. Ademásen realidad daba igual dónde s

posicionara; el Alma de Demonio lpermitía controlar a los dragones distancia. Ningún leviatán podía librars

de su yugo a menos que él lo permitiera



, ciertamente, el orco de pelaje gris nenía ninguna intención de hacer tal cosa

¿Dónde está esa maldita besti

negra?, se preguntó una vez más.De pronto, se escuchó un aullid

atronador a modo de respuesta. Si

embargo, no provenía del cielo, comekros había creído en un principio

sino que brotaba de la tierra que pisaba

os orcos. La consternación cundió entrodos los guerreros mientras dabavueltas sobre sí mismos en busca de uenemigo aparentemente invisible.

De repente, en un abrir y cerrar dojos, el suelo estalló y trajo consigo unmarea de enanos.

Parecían salir de todas partes; dab



a impresión de que quedaban máenanos en Khaz Modan de lo que Nekrohabía imaginado. Emergieron de l

ierra esgrimiendo hachas y empuñandespadas y cargaron contra la columndesde todos los flancos.

Aunque este ataque inesperaddesconcertó momentáneamente a loorcos, éstos se recuperaron enseguida

Lanzaron sus gritos de guerra y svolvieron para encararse con suatacantes. Aunque los guardiapermanecieron en los carromatos

ambién se prepararon para entrar eacción, e incluso los peones, que eraunos seres patéticos, blandiero

amenazantes sus garrotes. No s



necesitaba adiestrar mucho a un orcpara que fuera capaz de destrozacualquier cosa con un trozo de madera.

Nekros le propinó una patada a uenano que intentaba obligarlo descabalgar. De inmediato, un ayudant

del comandante acudió en ayuda de ssuperior y se enzarzó en una pelea con eenano. Nekros obligó a su caballo

acercarse a los carromatos: necesitabunos minutos para poder asimilar lsituación. En vez de ser invadidos poun ejército, los habían atacado uno

carroñeros nauseabundos; esos enanodebían de ser la turbamulta harapientque moraba en los túneles que rodeaba

aquellas montañas. A juzgar por s



número, los trols no habían hecho nadbien su trabajo.

Pero ¿dónde estaba Alamuerte

Había concebido ese plan para derrotaal dragón oscuro. Aquel coloso teníque aparecer…

De pronto, un rugido atronadosobrecogió a todos los combatientesUna figura gigantesca fue entrevist

entre las densas nubes, la cuasúbitamente, cayó en picado sobre loorcos.

—¡Al fin! Al fin has venido, maldit

bes…De repente, Nekros Trituracráneo

se quedó petrificado, completament

desconcertado. Pese a que aferró co



fuerza el Alma de Demonio, en esmomento no pensó siquiera en que debíutilizarla como había planeado.

El leviatán que se abalanzaba epicado sobre él poseía unas escamas decolor del fuego, no de la oscuridad.

—Tenemos que bajar —mascull

Rhonin—. He de ver qué estocurriendo. —¿No puedes hacer lo mismo qu

hiciste antes en la cámara? —inquiri

Falstad. —Si lanzo un hechizo par

eletransportarnos, me quedaré si

fuerzas y no podré combatir, y, además



no sé dónde apareceríamos. ¿Acaso ogustaría acabar justo delante de un orcpertrechado con un hacha?

Vereesa se asomó al borde de lcumbre, miró hacia abajo, y comentó:

—Tampoco parece muy probabl

que podamos descender de aquí ponuestros medios.

—¡Pues no podemos quedarnos aqu

arriba eternamente! —exclamó el enanoFalstad no paraba de caminar de uado a otro muy inquieto. De repente, s

paró en seco, como si acabara de pisa

algo asqueroso, y añadió: —¡Por las alas de Hestra! Pero ¡qu

necio soy! Quizá aún ande por aquí.

Rhonin miró al enano como s



pensara que había perdido el juicio. —¿De qué estás hablando? ¿A quié

e refieres?

En vez de responder, Falstad metiuna mano en la bolsa que llevabencima.

—Esos malditos trols me lquitaron, pero Gimmel me lo devolviuego… ¡Ajá! ¡Aquí está!

Sacó de la bolsa una especie dsilbato diminuto. Acto seguido, tantRhonin como Vereesa observaron cómel enano se lo llevaba a los labios y l

soplaba con todas sus fuerzas. —Yo no he oído nada —señaló e

mago.

—Lo extraño hubiera sido qu



que a Rhonin se le antojó una eternidadEntretanto, fue recuperando fuerzas, pesar del frío helador que hacía en l

cumbre, aunque seguía temiendo que sse aventuraba a trasladar mágicamente os tres, eso supondría su muert

nstantánea. No obstante, daba la impresión d

que no tenían otra salida. Entonces, e

mago se enderezó, y dijo: —De acuerdo, haré lo que puedaRecuerdo una zona, que no está muejos de esta montaña y que juraría qu

Alamuerte me mostró en una visióndonde podríamos aparecer sin corregrandes riesgos. Tal vez sea capaz d

ransportarnos mágicamente a ese lugar.



Vereesa lo cogió del brazo. —¿Estás seguro? No pareces l

bastante recuperado como para acomete

algo así —replicó Vereesa, mirándolpreocupada—. Sé que antes has tenidque hacer un gran esfuerzo par

protegernos del derrumbe y sacarnos da cámara, Rhonin. Tuviste que lanza

unos conjuros muy potentes par

protegernos tanto a Falstad como a mí…Pese a que el mago apreció muchestas palabras, tenía claro que no lquedaba más remedio que intenta

sacarlos de ahí mediante un hechizo. —Si no… —empezó a decir RhoninSúbitamente, una silueta alada d

gran tamaño surgió de entre las nubes



Tanto Rhonin como la elfa reaccionarode inmediato dispuestos a defendersepues estaban seguros de que se tratab

de Alamuerte.En cambio, Falstad, que habí

estado escudriñando el cielo en tod

momento, no reaccionó como si el fidel mundo fuese inminente, sino que srió y le hizo señas con ambas manos a l

silueta que se aproximaba. —¡Sabía que lo escucharía! ¿Lveis? ¡Sabía que lo escucharía!

El grifo graznó de tal forma que e

mago habría podido jurar que estabexpresando su júbilo. Aquel enormanimal voló hacia ellos raudo y veloz…

o, más bien, hacia su jinete. Se pos



sobre Falstad, y no le aplastó con todsu peso gracias a su aleteo constanteque le permitía flotar en el aire.

—¡Ajá! ¡Buen chico! ¡Buen chicoVamos, pósate en el suelo!

Acto seguido, tomó tierra ante s

amo moviendo la cola con alegría comsi fuera un perro y no una bestia en parteonina.

—¿Y bien? —dijo el guerrero dcorta estatura a sus compañeros—. Ypodemos marcharnos, ¿no?

Montaron sobre el grifo lo má

rápido posible. Como Rhonin seguísintiéndose bastante débil, se colocentre el enano y Vereesa. Pese a qu

albergaba serias dudas de que el grif



fuera capaz de soportar el peso de lores, el animal despegó sin ningú

problema. No obstante, Falstad tuvo qu

admitir que tendrían problemas si evuelo terminaba siendo largo, pero si simitaban a un vuelo corto, el grif

aguantaría.Momentos después, abandonaron e

abrigo de las nubes… y se toparon co

algo totalmente inesperado.Si bien Rhonin esperaba encontrarsen el campo de batalla con los enanos das colinas, que intentaban asaltar l

caravana de carromatos de los orcos quavanzaba lenta y torpemente, nunca shubiera imaginado que vería a otr

eviatán que no fuera Alamuert



planeando sobre el dantesco escenario. —¡Es un dragón rojo! —exclamó l

forestal—. ¡Un macho de eda

avanzada! ¡Y no es de los criados en lmontaña!

El mago estaba de acuerdo co

Vereesa. Los orcos no habían retenido a reina de los dragones en la fortalez

el tiempo suficiente como para que u

coloso como ése alcanzara la madurezAdemás, la Horda tenía por costumbrmatarlos antes de que madurarademasiado y empezaran a pensar por s

cuenta. Los cuidadores orcos sólo eracapaces de controlar a los ejemplareóvenes.

¿De dónde ha salido este colos



carmesí?, ¿qué hace aquí?, se preguntRhonin.

—¿Dónde quieres que aterricemos

—vociferó Falstad, quien le recordó asque tenían otras preocupaciones mánmediatas que resolver.

Rhonin examinó el entornrápidamente. La batalla parecíconstreñirse al espacio que ocupaba l

columna de orcos y poco más. Divisó ekros Trituracráneos, quien ibmontado a caballo y sostenía en unmano algo que brillaba con intensidad

pesar de que las nubes tapaban la luz desol. El mago se olvidó de la pregunta dFalstad mientras intentaba distinguir qu

era aquel objeto. Daba la sensación d



que el líder orco apuntaba con él haciel dragón intruso.

—¿Y bien? —insistió el enano.

Al instante, Rhonin apartó la miraddel orco y se concentró en el problemmás acuciante.

—Aterriza ahí —le ordenóseñalando una cumbre situada a cortdistancia de la retaguardia de l

columna orca—. Creo que es el mejositio para tomar tierra. —Me parece tan buen sitio par

aterrizar como cualquier otro.

El animal los llevó con suma rapidea su destino gracias a la conduccióexperta del jinete de grifos. Rhoni

desmontó con celeridad y se dirigi



raudo y veloz al borde de la cima parpoder valorar mejor la situación.

Pero lo que vio no tenía ningú

sentido.El dragón rojo, que hacía uno

momentos parecía dispuesto a atacar

ekros, ahora se mantenía como podíen el aire; rugía continuamente y se diríque estaba librando una lucha titánic

con un enemigo invisible. El magvolvió a examinar con atención acomandante orco, y se percató de que eobjeto reluciente que sostenía en l

mano brillaba cada vez con mántensidad.

Se trataba de una especie de reliqui

an poderosa que el mago era capaz d



percibir sus emanaciones mágicas a esdistancia. Rhonin desplazó la mirada daquel objeto al gigante carmesí.

Rhonin se había preguntado muchaveces en el pasado cómo habían logrados orcos controlar a la reina de lo

dragones, y ahora, por fin, tenía lrespuesta ante sí.

El leviatán se resistía, y se defendí

con más ahínco del que el humano creíposible. Los tres podían escuchar surugidos de dolor desde la cumbre, ntuían que estaba sufriendo una agoní

que muy pocos seres habíaexperimentado jamás.

Entonces, el coloso profirió u

último grito ronco, y las fuerzas l



abandonaron abruptamente. Por umomento, se mantuvo flotando en el air, a continuación, se precipitó hacia un

zona situada a cierta distancia decampo de batalla.

—¿Ha muerto? —inquirió Vereesa.

—No lo sé —contestó Rhonin.Si la reliquia no había acabado co

él, la caída desde semejante altura l

habría hecho sin duda. Apartó la vistapues no deseaba ver cómo perecía uncriatura tan decidida y resueltaEntonces, de improviso, otra siluet

descomunal se lanzó en picado desde lanubes, pero ésta era más bien umonstruo negro surgido de un

pesadilla.



—¡Es Alamuerte! —advirtió Rhonia los demás.

Si bien el titán oscuro se dirigí

hacia la columna, no iba hacia Nekros nhacia los dos dragones cautivos, sinque voló directamente hacia un objetiv

nsospechado: los carromatos cargadode huevos.

El líder orco divisó al fin

Alamuerte. Acto seguido, se giró y lanzel artefacto en dirección al colosnegro, gritando algo a la vez.

Aunque Rhonin y los demá

esperaban que el titán oscuro cayerderrotado ante el inmenso poder dealismán, a Alamuerte, curiosamente, n

pareció afectarle, y prosiguió s



ncursión. Su objetivo era la columna dcarromatos, y, en concreto, los huevoque transportaban.

El mago no daba crédito a lo quveían sus ojos.

—¡Su objetivo no es Alexstrasza

No le importa que esté viva o muertaSu verdadero objetivo son los huevos!

Alamuerte agarró dos carromato

con una delicadeza sorprendente y loelevó hacia el cielo mientras los orcosaltaban a tierra; sin embargo, loanimales que tiraban de ellos n

uvieron tanta suerte y sólo pudierochillar al verse en el airecompletamente indefensos. A

continuación, la bestia giró en el aíre



se alejó de inmediato del campo dbatalla.

El titán negro quería llevarse eso

huevos intactos, pero ¿por qué razón¿Para qué le servirían?

Entonces, Rhonin se dio cuenta d

que acababa de responder esa pregunta.Alamuerte quería esos leviatane

para reconstruir su vuelo. Por muy rojo

que fueran esos dragones cuandeclosionaran sus huevos, bajo la tuteldel Señor Oscuro se convertirían en unfuerza del mal tan siniestra como él.

Tal vez Nekros también se habípercatado ya de en qué consistía everdadero plan de Alamuerte, o tal ve

sólo reaccionó así porque le habí



robado su valiosa carga, el caso es quel orco se volvió de repente y vociferunas órdenes a la retaguardia de l

columna. Seguía sosteniendo la reliquien alto, y ahora señalaba con la otrmano al gigante que se desvanecía e

ontananza.De inmediato, uno de los do

colosos rojos, el macho, desplegó la

alas con torpeza y, acto seguido, salió esu persecución. Rhonin jamás habívisto a un leviatán con un aspecto taenfermizo, cadavérico más bien. N

dejaba de sorprenderle que hubiera sidcapaz de volar hasta esa altura. Nekrono podía pretender que aquel dragó

débil y achacoso fuera rival par



Alamuerte, que era más joven y viril.Entretanto, los orcos y los enano

seguían luchando, pero estos último

parecían pelear ahora codesesperación, presas de una profunddecepción. Era como si hubiera

depositado todas sus esperanzas en emacho carmesí que había caído primeroRhonin comprendía perfectamente s

frustración. —No lo entiendo —dijo Vereesaque se hallaba junto a él—. ¿Por qué nes ayuda Krasus? Ese mago deberí

estar aquí. Seguramente, él ha incitado os enanos de las colinas a atacar.

—¡Krasus! —exclamó Rhonin

quien, en medio de aquel carrusel d



emociones, se había olvidado de svaledor.

Él también tenía muchas pregunta

que hacerle a ese mago sin rostro. —¿Qué tiene que ver él con tod

esto? —le preguntó el mago a la elfa.

La forestal se lo contó todo. Él lescuchó atentamente; primero, incrédul, luego, furioso. Eso confirmaba su

sospechas de que su consejero lo habíutilizado. No sólo a él, sino también Vereesa, a Falstad y, al parecer, a loenanos desesperados que vivían en e

subsuelo. —Tras ocuparse de aquel dragón

nos guió hasta las entrañas de est

montaña —concluyó la elfa—. Poc



a la gema, convencido de que ahora smecenas podría escucharlo.

—¿Y bien, Krasus? ¿Dónde estás

¿Quieres que hagamos algo más por ti¿Quizá que muramos en tu nombre?

Fue inútil. Resultaba evidente que e

poder de aquella piedra se habídisipado. De todos modos, Krasuseguramente no se habría molestado e

responder aunque el medallón todavísirviera para comunicarse a distanciaEntonces, Rhonin alzó la reliquidispuesto a tirarla al vacío. D

mproviso, escuchó a alguien quhablaba con un tono de voz muy débil entrecortadamente.

¿Rhonin?



El furioso mago se detuvosorprendido al escuchar que alguien llamaba.

Rhonin… alabado… alabadseas… Quizá aún… quizá aún haya…alguna esperanza.

Sus compañeros observaron al magperplejos. Rhonin, que estaba meditandqué debía hacer, no dijo nada. Por e

ono de voz, Krasus parecía muenfermo, a las puertas de la muerte.¡Krasus! ¿Estás…?

Escucha… No puedo malgasta

mis… energías. Te… te veo… Quizaún haya alguna esperanza…

A pesar de los recelos que l

suscitaba Krasus, Rhonin le preguntó:



—¿Qué quieres?Primero… primero, debes venir

mí.

El medallón centelleó súbitamentede tal modo que una luz bermellócubrió por entero al atónito hechicero.

Vereesa intentó cogerle, y gritó: —¡Rhonin!Entonces, la mano de la elf

atravesó el brazo del mago, quieobservó con horror cómo ella, Falstad, oda la cumbre, se desvanecían.

Unos segundos después, un paisaj

rocoso distinto se materializó a salrededor; un lugar desolado que habísido un espectador privilegiado d

muchas batallas en el pasado y ahora er



estigo de otra más. Krasus lo habíransportado mágicamente al este de la

montañas, no muy lejos de la zona dond

a columna orca luchaba contra loenanos. Rhonin no se había percatado eningún momento de que su mento

estuviera tan cerca.Al instante, se giró furioso, gritand

a su traicionero valedor:

—¡Krasus! ¡Maldito seasmuéstrate…!De repente, se encontró mirando

os ojos de un gigante caído; se tratab

del mismo coloso rojo que el humanhabía visto caer del cielo al vacío unominutos antes. Yacía en el suelo tumbad

de costado, con un ala apuntando a



cielo y la cabeza apoyada en el suelo. —Mis… mis más sincera

disculpas, Rhonin —logró decir con un

voz gutural aquella criatura descomunahaciendo un esfuerzo sobrehumano—Por… por todo el dolor que os h

causado tanto a ti como a todos lodemás…



CAPÍTULO VEINTE



H

abía sido tan sencillo. Tasumamente sencillo.

Mientras Alamuerte volvía al campo dbatalla a por más huevos, se preguntabsi no habría sobrestimado la

dificultades que supuestamentpresentaba su plan. Siempre había dadpor sentado que si hubiera entrado eaquella montaña con su verdadera formo portando un disfraz, habría corridmuchos más riesgos, sobre todo sAlexstrasza percibía su presencia. S

bien era cierto que, con todprobabilidad, habría salido indemne, lohuevos que tanto había codiciad

podrían haber acabado destrozados. Y



eso era lo que no quería que sucedieseaquellos huevos eran muy valiosossobre todo si anidaba en su interior u

embrión de hembra viable. Como sabíque nunca podría someter a AlexstraszaAlamuerte necesitaba hacerse con todo

os huevos a los que pudiera poner lazarpas encima para tener así máposibilidades de llevar a buen puert

sus planes. Todas esas reservas cautelas le habían hecho dudademasiado. Ahora tenía la impresión dque había perdido el tiempo esperand

anto, que nada se habría podidnterponer en su camino si hubier

decidido actuar antes, tal como sucedí

ahora.



Aunque eso no era del todo ciertoAlgo «intentaba» frustrar sus planesUna bestia enferma, achacosa

emblorosa que había conocido tiempomejores y volaba hacia un funestdestino.

—Tyran… —dijo Alamuertedirigiéndose al otro dragón de manerdespectiva al no llamarlo por su nombr

completo—. ¿Cómo es posible que aúno hayas muerto? —¡Devuélveme esos huevos! —

exclamó con voz ronca el colos

carmesí. —¿Para que sean criados com

perros por esos orcos? ¡No! ¡Yo lo

convertiré en los verdaderos amos d



este mundo! ¡Una vez más, los vuelos ddragón gobernarán el cielo y la tierra!

Tras escuchar estas palabras, s

adversario enfermo resopló. —¿Y dónde está ahora tu vuelo

Aaah! Sufro tanto dolor que a veces s

me olvidan las cosas. ¡Murieron todopor tu culpa!

El leviatán negro siseó y despleg

sus alas en toda su envergadura. —¡Ven a por mí, Tyran! ¡Será uplacer enviarte a las simas del olvido!

—Ya sea siguiendo órdenes de es

orco o no, ¡jamás te daré treguaPelearé hasta el último aliento! —l

espetó Tyran, y lanzó un mordisco a l

garganta negra de su rival, fallando po



muy poco. —¡Te voy a devolver a tus amo

hecho picadillo, viejo necio!

Si bien ambos dragones rugieropara amedrentarse mutuamente, el gritde Tyran palideció comparado con e

bramido atronador de Alamuerte.Acto seguido, se aproximaron par

combatir.

Rhonin lo miró fijamente, y, al finacertó a decir:

—¿Krasus?El coloso carmesí alzó la cabeza l

bastante como para asentir.

—Ése es el nombre… que utiliz



cuando… cuando porto forma humana… —Krasus… —volvió a repeti

Rhonin, al tiempo que su asombro s

ornaba en ira—. ¡Me traicionaste! ¡Y mis amigos también! ¡Tú planeaste todesto! ¡Me convertiste en tu títere!

—De lo cual siempre me…arrepentiré…

—¡No eres mejor que Alamuerte!

Esta acusación hizo que la vergüenzse adueñara del leviatán, al que no lquedó más remedio que asentir.

—Me merezco tus reproches. Quiz

he escogido el mismo sendero… emismo que él decidió recorrer hacmucho tiempo. Re-resulta tan fácil n

darse cuenta de… del daño que un



nflige a los demás…Entonces, Rhonin se percató de qu

el fragor distante de la batall

reverberaba incluso en aquél lugar, lcual le hizo recordar que había asuntomucho más acuciantes que atender qu

su orgullo herido. —Vereesa y Falstad siguen ahí…

esos enanos también. ¡Tal vez todo

acaben muriendo por tu culpa! Así quedime, Krasus, ¿por qué me hanvocado?

—Po-porque aún hay esperanza…

porque aún podemos obtener la vivictoria en medio de este caos… de estcaos que he contribuido a crear… —

respondió el dragón, que intentó poners



de pie, pero se tuvo que conformar copermanecer sentado porque las fuerza lfallaban—. Todavía podemos triunfar…

si tú y yo aunamos esfuerzos, Rhonin…El mago frunció el ceño, pero n

dijo nada. Lo único que le preocupab

en aquel momento era lograr, de algúmodo, que tanto Vereesa como Falstad os enanos de las colinas sobreviviera

a la debacle. —No… no has rechazado moferta… Bien, te doy las gracias por eello.

—Explícame que pretendes hacer. —El comandante orco po-posee un

reliquia… conocida como el Alma d

Demonio.



Con ella, puede co-controlar a todoos dragones… salvo a Alamuerte.

Entonces, Rhonin recordó qu

ekros había intentado inútilmentutilizar aquel objeto como arma contrel leviatán negro.

—¿Por qué a Alamuerte no lafecta?

—Porque él la creó —respondió un

mujer que hablaba con un tono de vososegado.El mago giró la cabeza al instante

pudo escuchar como el coloso proferí

un grito ahogado.Una mujer muy hermosa y etérea

que llevaba un vestido largo y suelto d

color esmeralda y esbozaba una sonris



en sus pálidos labios, se hallaba de piras el mago humano. Rhonin se percat

de que la mujer tenía los ojos cerrados

no obstante, parecía saber muy biehacia dónde debía mover el rostrcuando se dirigía tanto al mago como a

dragón. —Ysera… —susurró el gigant

carmesí con un tono reverencial.

La Señora de los Sueños nrespondió al saludo del leviatán rojo dnmediato, sino que siguió respondienda pregunta de Rhonin.

—Alamuerte fue el creador deAlma de Demonio, y por una buencausa, o eso creímos entonces —explic

mientras se acercaba al mago—



Estábamos tan convencidos de quobrábamos correctamente que hicimoodo cuanto el dragón oscuro nos pidió

Conferimos a aquel objeto parte dnuestro poder.

—¡Pero él no le otorgó parte de s

poder a ese chisme, no, no lo hizo! —chilló un varón poseedor de una voestridente y teñida de un leve toque d

ocura—. ¡Cuéntaselo, Ysera! ¡Cuéntalcómo se volvió contra nosotros despuéde que los demonios fueran derrotadosUtilizó nuestro poder en nuestra contra

Entonces, Rhonin miró en direccióal lugar del que procedía aquella voz pudo ver a una figura esquelética

nhumana, de pelo azul desgreñado



piel plateada, posada sobre una rocenorme. Aquel ser iba ataviado con unúnica de cuello alto de los mismo

colores que su pelo y su piel; daba lmpresión de que se trataba de un

suerte de bufón demente. Sus ojo

brillaban y con unos dedos afiladocomo dagas, arañó la roca en la questaba acuclillado, abriendo así uno

profundos surcos en ella. —Sólo debe saber lo necesarioMalygos. Ni más, ni menos —replicYsera.

Aquella mujer volvió a sonreíevemente. Cuanto más la mirab

Rhonin, más le recordaba a Vereesa

pero no a la real, sino a una Vereesa co



a que habla soñado. —Sí, es cierto que Alamuerte fingi

que había sacrificado parte de su pode

nos engañó a todos. Descubrimos lerrible verdad cuando decidi

revelamos que él representaba el futur

de nuestra especie e iba a dictar edestino del mundo.

En ese instante, Rhonin se dio cuent

de que Ysera y Malygos hablaban deitán negro como si fuera uno de ellosActo seguido volvió la cabeza hacia eeviatán rojo, al que había conocid

hasta entonces como Krasus, parpreguntarle con la mirada, sin mediapalabra, si sus sospechas eran ciertas.

—Sí… —contestó el coloso herid



—. Son lo que crees que son. Son dos dos cinco grandes dragones, má

conocidos en las leyendas como lo

Aspectos del mundo.A continuación, el gigante rojo, qu

parecía estar recuperando las fuerza

por el mero hecho de hallarse antaquellos seres legendarios, dijo:

—Ellos son Ysera… Señora de

Sueño. Malygos… Malygos, la Mano da Magia… —Essstamos perdiendo el tiempo —

masculló, de repente, un tercer ser, otr

varón—. Un tiempo muy valiossso… —Y Nozdormu… el Amo de

Tiempo —añadió maravillado el dragó

rojo— ¡Habéis venido todos!



Entonces, Rhonin se percató de quunto a Ysera había una figur

amortajada y hecha, al parecer, de arena

que hacía unos instantes no sencontraba ahí. Bajo aquella capucha socultaba un rostro tan ajado que apena

contaba con bastante carne para cubriel hueso.

Unos ojos, que en realidad eran una

gemas, observaron iracundos tanto aeviatán como al mago, presas de unmpaciencia cada vez mayor.

—¡Sssí, aquí estamosss! ¡Pero s

seguimosss perdiendo el tiempo, tendrque irme! Tengo tanto que recuperar depasado, tanto que catalogar…

—¡Tanto que balbucear, tanto qu



farfullar! —exclamo burlonamentMalygos desde lo alto.

Al instante, Nozdormu alzó un

mano marchita pero aún fuerte edirección al bufón, que amenazó con suuñas con forma de daga a la figur

encapuchada. Justo cuando amboparecían estar a punto de enzarzarse euna pelea, en el plano físico y en algú

otro más, la mujer espectral se interpusentre ellos. —Por esto mismo, Alamuerte s

encuentra tan cerca de su triunfo —

murmuró la Señora del Sueño.Tanto Nozdormu como Malygo

depusieron su actitud a regañadientes y

a continuación, Ysera se volvió par



encararse con todos los allí presentecon los ojos aún cerrados.

—Si bien es cierto que Alamuert

estuvo muy cerca de derrotamos eaquella ocasión, también es cierto quconseguimos rehacernos y logramos qu

el dragón oscuro no pudiera volver utilizar jamás el Alma de Demonio posí mismo. Se la arrebatamos de la

manos y la lanzamos a las entrañas de lierra… —Pero alguien la encontró —l

nterrumpió el coloso rojo, quie

recobró la compostura con ánimorenovados tras el inesperado giro de loacontecimientos—. Creo que guió a lo

orcos hasta esa reliquia, ya que sabí



qué harían con ella en cuanto la tuvieraen sus manos. Si no podía utilizarla émismo, manipularía a aquellos que s

pudieran emplearla para alcanzar sufines… sin que éstos se dieran cuentaCre-creo que la captura de Alexstrasz

e vino como anillo al dedo al dragónegro, puesto que era la únicadversaria a la que temía de verdad, y

además, así ayudaba a la Horda desatar aún más caos en el mundo sique el ser oscuro tuviera que mover unzarpa. Pero ahora… ahora que está clar

que la Horda le ha fallado, necesitabque los orcos la sacaran de la montañpara poder proseguir con sus planes.

—No la necesita a ella —le corrigi



Ysera—, sino a sus huevos. —¿Sus huevos? —le espetó el se

antes llamado Krasus—, Pero ¿por qué?

—Porque, como bien sabéis, loúltimos miembros de su vuelo murieronada más estallar la guerra —replicó l

Señora de los Sueños— por culpa de lactitud imprudente y arrogante depropio Alamuerte… así que ahora s

plan consiste en criar a la progenie dnuestra hermana como si fueran suvástagos.

—Para que renazca la era de lo

dragonesss… —agregó súbitamentozdormu— o, más bien, la era de lo

dragonesss de Alamuerte.

De improviso, Rhonin se dio cuent



de que los cuatro lo miraban fijamentencluso Ysera, a pesar de tener los ojo

cerrados.

—Nosotros no podemos tocar eAlma de Demonio, humano, y por purdesconfianza, nunca hemos intentado qu

ninguna otra criatura la utilice en nuestrnombre. Creo que ya sé por qué el pobrKorialstrasz aquí presente te h

arrastrado a este lugar y separado de tuamigos, y aunque me parece la estrategimás acertada, no será el quien mantenga Alamuerte ocupado.

—¡Es mi deber! —bramó el dragórojo—. ¡Es mi penitencia!

—No. Sería una pérdida de tiempo

de recursos muy importante. Además



Vereesa. Nada más formular el mago est

pregunta, Ysera miró directamente haci

él y abrió los ojos. Durante un fuganstante, una sensación de vértigo s

apoderó del humano. Aquellos ojos d

ensueño, que le devolvían la mirada, lrecordaron a los ojos de toda la gentque había conocido, odiado o amado

o largo de su vida. —Tú, mortal, debes arrebatarle eAlma de Demonio a ese orco. Sin ellano podrá hacernos lo que le ha hecho

nuestra hermana. Así la liberarás de scontrol.

—Pero así no vamos a vencer

Alamuerte —objetó Korialstrasz—



humano al lugar donde se encuentran loorcos luchando. Sería demasiadarriesgado debido a la presenci

cercana del Alma de Demonioasimismo, siempre cabe la posibilidade que aparezca justo ante un orc

armado con un hacha y no le dé tiempo defenderse. Por tanto, debes llevarlhasta ahí por una vía más tradicional…

rezar para que, en los escasosegundos que te encuentres cerca dedisco repugnante, ese orco no tsubyugue con su poder —dijo la Señor

de los Sueños mientras se aproximaba adragón herido para acariciarle la puntdel hocico—. Aunque seas su consorte

no eres uno de los nuestros



perdemos un poco más, tampocmportará mucho…

Al instante, unas auras s

materializaron alrededor de las manode los tres. Con los colorecorrespondientes a cada uno de lo

Aspectos las tres auras se mezclaron se extendieron con suma rapidez desdsus manos hasta el hocico del leviatán,

de ahí a todo el cuerpo. En unosegundos, la inmensa silueta dKorialstrasz estuvo bañada en purmagia.

Poco después, Ysera y los demáapartaron sus manos de él. El coloscarmesí parpadeó y, acto seguido, s

puso de pie.



—Me siento… como nuevo. —Vas a necesitar cada gramo de

poder que te hemos otorgado —observ

a señora de los Sueños, y, dirigiéndosa los otros dos Aspectos, añadió—Debemos ir a ver a nuestro herman

descarriado. —¡Ya era hora, sssí, ssseñor! —

exclamó Nozdormu.

Sin mediar más palabras con Rhonio el titán rojo, se dieron la vuelta parcontemplar la silueta distante dAlamuerte. Al unísono, los tre

extendieron sus brazos a los lados, quse transformaron en unas alas que sexpandieron. Al mismo tiempo, su

cuerpos se ensancharon y crecieron e



altura. Sus atuendos desaparecierodejando paso a una serie de escamasSus rostros se alargaron, endurecieron,

odo vestigio de humanidad desaparecipara dar paso a unas majestuosafacciones de dragón.

A continuación, los tres leviatanedescomunales se elevaron hacia el cielo el mago observó boquiabierto aquell

visión tan asombrosa. —Espero que su poder combinadsea suficiente para detener a Alamuert—mascullo Korialstrasz—. Pero m

emo que no va a ser posible.Entonces, bajó la mirada par

contemplar a la figura diminuta que s

hallaba junto a él.



—Bueno, Rhonin, ¿qué me dices¿Vas a hacer lo que te han pedido?

Aunque sólo fuera por Vereesa, e

mago habría contestado que sí. —Por supuesto.

Las fuerzas para luchar habíaabandonado pronto a Tyran, y ahora l

hacía la vida. Alamuerte rugió triunfamientras sostenía el cuerpo inerte dedragón rojo en lo alto. Al coloscarmesí aún le manaba sangre de un

veintena de heridas profundas, lmayoría en el pecho, y tenía las garracubiertas de quemaduras; el precio qu

uvo que pagar por haber tocado e



veneno ácido que corría por las venaardientes que cubrían todo el cuerpo deitán negro. Todo aquel que osara tocar

Alamuerte pagaba un alto preciopadecer una agonía sin fin.

El ser oscuro rugió de nuevo y, act

seguido, soltó a su víctima inmóvil. Everdad, le había hecho un favor adragón rojo; ¿acaso no habría sufrid

más si hubiera tenido que seguiviviendo estando tan enfermoAlamuerte, al menos, le había permitidmorir como un guerrero, a pesar de qu

o hubiera derrotado con extremfacilidad.

Entonces, rugió por tercera vez

deseoso de que todos lo oyera



dragona verde de piel lustrosa. —Yo no soy tu hermano, Ysera

Abre los ojos de una vez. Además, nad

ni nadie va a impedir que comience estnueva era para nuestra raza.

—Sólo planeas una era en la que t

dominarás el mundo, nada más.El titán negro agachó la cabeza. —Tal como yo lo veo, es lo mismo

Será mejor que vuelvas a dormir. Y túozdormu, ¿ya te has cansado de pasartodo el tiempo con la cabeza enterrad

en la arena? ¿Acaso no recordáis quié

es aquí el más poderoso? Ni siquiera lores juntos podréis detenerme.

—Tu tiempo ha llegado a sssu fin —

e espetó el brillante coloso marrón



cuyos ojos de gema centellearon—Vamos! Ocupa un lugar en mi colecció

de reliquiasss del passsado…

Alamuerte resopló ante esabravatas.

—¿Y tú, Malygos? ¿Tienes algo qu

decirle a tu viejo camarada?La bestia de color azul plateado

aspecto gélido abrió sus fauces de pa

en par. Al instante, brotó de su hocico uorrente de hielo que impactó contrAlamuerte con increíble precisión. Siembargo, en cuanto el hielo tocó a

emible dragón, se transformó en milede alimañas diminutas con forma dcangrejo que pretendían arrancar la

escamas y la carne del coloso de ébano



Alamuerte siseó, y, a continuaciónde sus venas carmesíes manó ácido cofuerza. Las criaturas de Malygo

murieron a centenares, hasta que sólunas pocas quedaron en pie.

Acto seguido, el dragón negro utiliz

dos de sus garras con suma destrezpara coger a uno de esos bichos ragárselo. Después, miró a su

hermanos con una sonrisa que dejaba a vista varias hileras de dienteafilados y letales.

—Si esto es lo que queréis, que as

sea…Entonces, se abalanzó súbitament

sobre ellos profiriendo un rugid

estremecedor.



—No podrán derrotarlo —mascull

Korialstrasz mientras Rhonin y él sacercaban a la asediada columna orc—. No podrán.

—Entonces, ¿por qué se toman lmolestia de enfrentarse a él? —Porque saben que ha llegado e

momento de plantarle cara, simportarles cuál sea el desenlace de l

batalla. Prefieren abandonar este munden brazos de la muerte que verl

marchitarse y perecer bajo las terriblegarras de Alamuerte.

—¿No podemos ayudarlos de algun

manera?



El dragón respondió con uelocuente silencio a esa pregunta.

Rhonin contempló a los orcos qu

enían delante y pensó en su propimuerte. Suponiendo que conseguíarrebatarle la reliquia a Nekros, ¿cuánt

iempo lograría retenerla en sus manosAdemás, ¿de qué serviría? ¿Acaspodría utilizarla como arma?

—Kras… Korialstrasz, ese disccontiene el poder de los grandedragones, ¿verdad?

—Sí, de todos menos Alamuerte

Por eso esa reliquia no puede controlaal coloso oscuro.

—Pero tampoco puede blandirla po

culpa de un hechizo diseñado por lo



otros Aspectos, ¿no? —Eso parece…Entonces, el leviatán viró.

—¿Sabes qué es capaz de hacer esdisco?

—Puede hacer muchas cosas, per

ninguna de ellas afecta directa ndirectamente a ese ser oscuro.

Rhonin frunció el ceño.

—¿Cómo es eso posible? —¿Cuánto tiempo hace que estudiaas artes arcanas, amigo mío?

El mago hizo un gesto d

contrariedad. La magia era un artcontradictorio, que se regía por supropias normas, las cuales podía

cambiar en el peor momento posible.



—Ya, te entiendo. —Los grandes dragones han tomad

una decisión y te han explicado su

planes, Rhonin. Te han concedido loportunidad de hacerte con el Alma dDemonio. De ese modo, no sólo vas

iberar a mi reina, quien, sin dudaacudirá en ayuda del resto de inmediatosino que también vas a contar con e

medio que te va a permitir aplastar pofin a los restos de la Horda. El Alma dDemonio es capaz de eso y más… ssabes cómo utilizarla.

En esto último no había pensadoPor supuesto, la reliquia podría seutilizada como arma contra los orcos.

—Pero no voy a tener tiempo d



aprender a usarla como es debido —objetó el mago.

—Ni los orcos tuvieron maestro

deseosos de enseñarles su manejoAunque no soy uno de los cincAspectos, creo que podré ayudarte.

—Siempre que sobrevivamos lodos el tiempo suficiente… —susurrpara sí el mago.

—Así es —replicó Korialstrasz. Yse sabe que los dragones tienen un oídmuy fino—. ¡Aaah, ahí está el orco ecuestión! ¡Prepárate!

Rhonin le hizo caso al coloscarmesí. Como éste no se atrevía aproximarse demasiado a Nekros po

emor a ser víctima del Alma d



Demonio, el mago iba a tener quvalerse de la magia para llegar hasta ecomandante orco. A pesar de que e

muchas otras ocasiones había lanzadnfinidad de conjuros en el fragor d

múltiples batallas, Rhonin no estab

preparado para acometer semejantproeza. Si bien el dragón podría habententado lanzar algún hechizo, lo ciert

era que la magia del mago humanresultaría mucho más efectiva, dada lproximidad de la reliquia.

—Vamos allá…

Korialstrasz descendió aún más. —¡Ahora!Rhonin pronunció las palabra

mágicas en un suspiro y, de repente, s



vio flotando en el aire, justo por encimde un carromato.

Entonces, un conductor orco mir

hacia arriba y se quedó boquiabierto aver al mago.

Rhonin cayó encima de é

súbitamente.El impacto amortiguó la caída de

mago, pero no le hizo ningún bien a

orco. Rhonin se apresuró a apartar de uempujón al conductor inconsciente y, continuación, escrutó los alrededores ebusca de Nekros.

El comandante cojo seguía montada lomos de su caballo, con la miradclavada en Korialstrasz, que se alejab

del campo de batalla. En ese instante



alzó la reluciente Alma de Demonio y… —¡Nekros! —gritó Rhonin.Al instante, el orco miró en s

dirección, que era justo lo que quería emago. De ese modo, el dragópermanecería fuera del alcance d

ekros. —¡Estás muerto, mago humano! —

amenazó el comandante orco con s

pronunciado ceño fruncido y un gestorvo en sus espantosas facciones—. ¡Omás bien, pronto lo estarás!

Acto seguido, apuntó con la reliqui

a Rhonin.Pero el mago conjuró un escudo co

gran celeridad, con la esperanza de qu

a magia que iba a utilizar Nekros contr



él no fuera tan terrible como las llamadel gólem. Rhonin era consciente de qusólo podía depositar sus esperanzas e

sus habilidades mágicas, en sus un tantdebilitados poderes, puesto que lograndes dragones no habían considerad

necesario conferirle parte de su podecomo habían hecho con Korialstrasz; nobstante, debía reconocer que, en e

caso del coloso rojo, su decisión habísido lógica, ya que estaba a las puertade la muerte; además, necesitabareservar el resto de su poder par

combatir a Alamuerte.De improviso, una gigantesca man

lameante se abalanzó sobre el mago co

a intención de aplastarlo en un abraz



flamígero. Sin embargo, el escudo quRhonin había conjurado resistió eembate, de tal modo que esa man

rebotó sobre su superficie apenavisible y acabó engullendo a un guerrerorco que estaba a punto de decapitar

un adversario enano. El orco profirió ubreve grito antes de caer al suelenvuelto en llamas.

—¡Tus trucos demorarán por pociempo tu muerte! —gruñó Nekros.De repente, la tierra tembló debaj

de aquel carromato y cedió. Rhoni

ogró saltar justo a tiempo para evitacaer en la brecha que se acababa dabrir en el suelo y que engulló e

carromato y a los animales que tiraba



de él. El escudo mágico del mago sdisipó, dejando al desesperado humanndefenso mientras se aferraba al bord

de la fisura, a lo poco que aún quedaben pie del sendero, para no caer aabismo.

Nekros espoleó a su montura parque se acercara al mago.

—Pase lo que pase hoy, una cosa e

segura: ¡al menos, me libraré de thumano!Rhonin musitó un hechizo corto

muy sencillo. Acto seguido, un puñad

de tierra voló por el aire e impactcontra el rostro del orco, quien, pomucho que lo intentó, no pudo quitársel

de encima. Nekros soltó un jurament



mientras intentaba limpiarse los ojopara poder ver algo.

El mago se impulsó hacia arrib

para salir de la grieta y, a continuaciónse abalanzó sobre el orco y su caballo.

Si bien se quedó un poco corto

ogró agarrar a Nekros del brazo con eque sujetaba el Alma de Demonio. Dnmediato, a pesar de seguir cegado, e

comandante orco consiguió aferrar Rhonin del cuello de su túnica, con letal intención de estrangularlo con un

de sus robustas manos.

—¡Te voy a matar, escoria humana!Al instante, apretó con fuerza e

cuello de su rival, quien se debatía entr

iberar el talismán de las garras del orc



salvar su vida, sin lograr ni lo uno no otro. Nekros lo estaba estrangulando

haciendo uso de una fuerza increíble qu

superaba con mucho la resistencia demago. A la desesperada, Rhonin intentanzar un hechizo…

Súbitamente, una silueta alada pasa gran velocidad junto a Nekros, y algmpactó con tal fuerza contra la espald

del orco que tanto él como el mago scayeron del caballo y se estrellarocontra el suelo.

El impacto fue brutal. El orco dej

de estrangular a Rhonin y ambosalieron despedidos en direccioneopuestas.

Entonces, alguien agarró al aturdid



mago por detrás. —¡Levántate, Rhonin, antes de qu

se recupere!

—¿Ve-Vereesa? —preguntó el magmientras contemplaba su atractivrostro.

Si bien se alegraba de verla, tambiéestaba atónito ante su inesperadrrupción.

—Vimos como el dragón te lanzabal aire, y cómo luego te teletransportastmágicamente para tomar tierra sano salvo. Falstad y yo hemos venido e

cuanto hemos podido; nos imaginamoque podrías necesitar nuestra ayuda.

—¿Falstad?

Rhonin alzó la vista y vio al jinet



de grifos y su montura trazar un círculel aire para dar la vuelta. Aunque eenano no portaba ningún arma, aullab

como si estuviera retando a todos loorcos de aquella columna.

—¡Deprisa! —le instó la forestal—

Tenemos que salir de aquí! —¡No! —exclamó el mago, y s

apartó de ella a su pesar—. No hast

que… ¡Cuidado!El mago logró apartarla justo antede que un hacha de guerra descomunal lpartiera en dos. Al instante, un orc

musculoso con cicatrices tribales eambas mejillas volvió a alzar esa hojetal, con Vereesa nuevamente com

objetivo, quien seguía en el suelo.



Entonces, Rhonin hizo un gesto… el mango del hacha cobró vida y sretorció como una serpiente. Pese a qu

el orco intentó controlarlo, no pudevitar que se le enroscara por todo ecuerpo. De inmediato, el guerrero solt

su arma y, tras lograr desembarazarsdel mango con vida propia, salihuyendo despavorido.

El mago le ofreció la mano a scompañera para ayudarla a levantarse……y cayó al suelo tras recibir u

puñetazo en la espalda.

—¿Dónde está? —bramó NekroTrituracráneos—. ¿Dónde está el Almde Demonio?

Rhonin se quedó desconcertado uno



nstantes; no entendía a qué se refería eorco. Nekros seguía teniendo ealismán…

Mientras sentía un peso terriblaplastándole la espalda, pudo escuchar

ekros decir:

—Quédate donde estás, elfa. Si dejcaer mi peso un poco más sobre él, lpartiré la columna a tu amigo como si s

ratara de una rama seca.En ese instante, Rhonin notó lcaricia gélida del metal en la mejilla.

—¡Basta ya de trucos, mago! Si m

devuelves el disco, tal vez te deje vivi—gruñó el líder orco.

Nekros le permitía a Rhoni

moverse lo suficiente como para pode



observar al orco por el rabillo del ojoEl comandante tenía clavada su piernde madera sobre la columna vertebra

del mago, quien era consciente de que spresionaba un poco más, se la partiría.

—¡Yo n-no lo tengo!

El mago apenas podía respirar mucho menos hablar: su espalda estabsoportando prácticamente todo el pes

del enorme cuerpo de Nekros. —¡Ni siquiera sé do-dónde está! —nsistió Rhonin.

—¡Tus mentiras están agotando m

paciencia, humano! Nekros apretó un poco más. —¡Necesito recuperarla ya! —chill

con un tono arrogante y desesperado a l



vez. —Nekrosss… —le interrumpi

alguien con una voz atronadora

cargada de odio—. ¡Tú ordenassste qumataran a mis hijosss! ¡A mis hijosss!

Rhonin notó cómo el orco se girab

repentinamente. Acto seguido, Nekroahogó un grito y, a continuaciónexclamó:

—¡No!Al instante, una sombra descomunaplaneó sobre Rhonin y su adversario, un viento caliente, casi abrasador, azot

al mago. Entonces, escuchó a NekroTrituracráneos aullar…

… y, súbitamente, dejó de sentir e

peso del orco sobre su espalda.



De inmediato, Rhonin giró parponerse boca arriba, puesto que estabseguro de que, fuera lo que fuese lo qu

se había llevado a su enemigo, volvería por él. Vereesa acudió en su ayuda y latrajo hacia si justo cuando el mago s

percató de qué era lo que habíoriginado aquella vasta sombra y poqué la voz que la acompañaba le habí

resultado tan familiar.Si bien algunas de sus escamas shabían soltado en algunas zonas y sualas estaban dobladas en un ángulo u

anto extraño, Alexstrasza, la reina dos dragones, era todo un prodigio dign

de verse. Rugía desafiante, alzada sobr

dos patas y con la cabeza bien alt



apuntando al cielo, lo cual le hacídestacar, gracias a su impresionantamaño, sobre todo lo demás. Si

embargo, Rhonin no vio a Nekros poninguna parte: o bien la dragona se lhabía tragado, o bien había lanzado s

cadáver lejos, muy lejos de allí.Alexstrasza bramó de nuevo y,

continuación, agachó la cabeza

observó al mago y a la elfa. Vereesparecía dispuesta a defenderse con uña dientes, pero Rhonin le indicó con un

seña que bajara la espada.

—Humano, elfa, tenéis mi gratitupor haberme permitido vengar por fin mis hijos. No obstante, ahora otro

necesitan mi ayuda, por minúscula qu



ésta sea.Dicho esto, alzó la vista hacia l

zona del cielo donde luchaban los cuatr

itanes. Rhonin siguió su mirada observó por un momento cómo Ysera

ozdormu y Malygos combatían

Alamuerte en vano. A pesar de que lores arremetían contra él una y otra vez

aquel monstruo negro los repelí

siempre con suma facilidad. —¿Son tres contra uno y ni aun asson capaces de derrotarlo? —preguntel mago.

Alexstrasza movió las alas pardesentumecerlas y comprobar si ypodía despegar. Se detuvo un instant

para contestar:



—Por culpa del Alma de Demoniono somos ni la mitad de poderosos de lque fuimos en el pasado. Sól

Alamuerte conserva todo su poderOjalá pudiéramos utilizar esa arma en scontra. Ojalá pudiéramos recuperar e

poder que nos arrebató ese objeto. Perninguna de ambas opciones es posibleLo único que podemos hacer es pelear

esperar que todo salga bien.De pronto, un rugido procedente decielo hizo que la tierra temblara.

—He de irme. Disculpadme po

ener que abandonaros de forma tarepentina. Gracias de nuevo.

Tras pronunciar estas palabras, l

reina de los dragones se elevó hacia e



cielo, mientras barría con su cola a loorcos cercanos con envidiable punteríapues siempre sorteaba a los guerrero

enanos. —¡Tiene que haber algo qu

podamos hacer! —exclamó Rhonin

escrutó los alrededores en busca deAlma de Demonio. Debía de estar ealgún sitio, pero ¿dónde?

—¡Olvidare de esa cosa! —gritVereesa, a la vez que desviaba el golpdel hacha de un orco, a quien atravescon su espada a continuación—

Primero, tenemos que ponernos a salvoSin embargo, Rhonin continuó s

búsqueda a pesar de que se estab

ibrando una batalla cruenta a s



alrededor. De improviso, su mirada sposó sobre un objeto reluciente tapado medias por el brazo de un enano muerto

El mago fue corriendo hasta éaferrándose a esa tenue esperanza coma un clavo ardiendo.

Sin duda, era la reliquia de lodragones. Rhonin la examinó coprofunda admiración. Era un objet

sencillo y elegante, pero, al mismiempo, albergaba en su interior unafuerzas que superaban el poder dcualquier mago, salvo quizá el de

nfame Medivh. Contenía tanto poder…Con esa reliquia, Nekros podría llegar ser jefe de guerra de la Horda, y Rhonin

el dueño y señor de Dalaran, e



emperador de todos los reinos dLordaeron…

Pero ¿qué me ocurre?, pens

Rhonin, negando con la cabeza parapartar esos pensamientos ponzoñosode su mente. El Alma de Demonio era u

objeto muy tentador con el que había quener mucho cuidado. En ese instante

Falstad aterrizó con su grifo y se unió

ellos. Se las había ingeniado parhacerse con un hacha de batalla orca, a que, obviamente, había dado bue

uso.

—Mago, ¿qué te aflige? Tal vez Ro sus hombres hayan conseguido que lo

orcos se batan al fin en retirada, per

éste no es lugar para quedars



embobado mirando una baratija.Rhonin lo ignoró, como habí

gnorado antes a Vereesa. Intuía que l

clave para derrotar a Alamuerte era eAlma de Demonio. Porque ¿acaso habíotra fuerza mágica capaz de lograrlo? N

siquiera el poder combinado de locuatro grandes dragones parecísuficiente para detenerlo.

Entonces, sostuvo en alto la reliquia aunque pudo percibir el inmenso podeque albergaba en su interior, también erconsciente de que ese poder no servirí

de nada, al menos no mientras siguierencerrado dentro de aquel objeto.

Lo cual significaba que tal vez n

había nada, absolutamente nada, qu



pudiera evitar que Alamuerte alcanzassu meta…



CAPÍTULO VEINTIUNO



L

o hostigaron con todo su podermejor dicho, con lo que quedab

de él. Si bien lanzaron ataques tanto dnaturaleza física como mágica contrAlamuerte, ninguno de ellos le afectó l

más mínimo. Daba igual que estuvieraponiendo toda la carne en el asador, lrealidad era tozuda: los cuatro grandeAspectos cedieron en su día tanto podeal Alma de Demonio que ahora estabaen franca desventaja frente al leviatáoscuro.

Nozdormu lo ataco con la arena deiempo, amenazando as

momentáneamente al menos, con robarl

a juventud y la vitalidad. El coloso d



ébano sintió cómo una debilidaremenda se extendía por todo su cuerpo cómo se le agarrotaban y entumecía

os huesos y pensaba con más lentitudSin embargo, antes de que ese cambio a vejez se tornara permanente, el pode

puro que albergaba en su interior sdesató con una fuerza inimaginablequemando la arena y destrozando e

ngenioso conjuro de su hermano.Malygos lanzó un ataque más frontaLa furia que impulsaba a aquellcriatura demente le permitía rivaliza

con el poder de Alamuerte, aunque sólfuera por un instante. Témpanos drelámpagos procedentes de los cuatr

puntos cardinales asaltaron al odiad



enemigo de Malygos, de tal modo que edragón negro se vio sometidsimultáneamente al impacto de un calo

ntenso y un frío gélido. Sin embargoas placas de hierro encantadancrustadas en su piel lo protegieron d

a rabia furibunda de aquella tormenta, soportó estoicamente el dolor que lnfligieron las escasas energías qu

ograron superar esa barrera defensiva. No obstante, de los tres Aspectoque batallaban con el señor el qudemostró ser el más artero y peligros

fue Ysera. Al principio se mantuvo amargen, contentándose, aparentementecon que sus compañeros malgastara

odas sus fuerzas en luchar contra s



adversario. En vista de la facilidad coque iba ganando el combate, se dejlevar tanto por la autocomplacencia qu

cometió el pecado de distraerse. Spercató demasiado tarde de que estabsoñando despierto. Sin embargo, e

cuanto fue consciente de lo que ocurríasacudió la cabeza para quitarse laelarañas oníricas que la Señora de lo

Sueños había tejido en su mente, justcuando sus tres adversarios intentabaagarrarlo de las garras.

Aunque sólo le hizo falta batir su

enormes alas un par de veces pariberarse a golpes de sus adversarios,

continuación contraatacó. Entre su

patas delanteras se formó una vast



esfera de pura energía, de podeprimario, que lanzó contra ellos.

La esfera explotó al impactar contr

os tres Aspectos, y la onda expansivprovocó que Ysera y los demás salieradespedidos hacia atrás y dieran vuelta

en el aire. Alamuerte rugió desafiante. —¡Necios! ¡Atacadme con todo l

que queráis! ¡El resultado no va

variar! ¡Soy el poder encarnadoVosotros, en cambio, no sois nadaapenas la sombra de lo que fuisteis en epasado!

—Nunca subestimes lo que se puedaprender del pasado, señor oscuro…

Una sombra carmesí, que Alamuert

nunca imaginó que podría ver surcand



el cielo de nuevo, cubrió su campvisual por completo, lo cual lsorprendió sobremanera.

—Alexstrasza… ¿Has venido vengar a tu consorte?

—¡He venido a vengar a mi consort

a mis hijos, Alamuerte, porque sperfectamente que todo lo que nos hpasado es culpa tuya!

—¿Mía? —el coloso negro esbozuna sonrisa que revelaba una hilernfinita de dientes—. Si ni siquier

puedo tocar el Alma de Demonio… ¡T

los demás os encargasteis de que fuerasí!

—Algo o alguien guió a los orco

hasta un lugar que sólo los dragone



conocían… ¿Y si algo o alguien tambiées reveló que el disco poseía un gra

poder?

—¿Acaso todo eso importa ya? ¡Tmomento de gloria ha pasadoAlexstrasza, pero el mío está a punto d

legar!La dragona roja desplegó las alas d

par en par y mostró amenazante su

garras. A pesar de las privaciones quhabía padecido al haber pasado tantiempo cautiva, en ese momento no daba impresión de estar nada débil.

—Es tu momento el que acaba, señooscuro.

—Los otros Aspectos me ha

obligado a enfrentarme a los estrago



del tiempo, a la maldición de lapesadillas y a las nieblas de la brujería¿Con qué armas piensas atacarme?

Alexstrasza clavó en su hermano unmirada cargada de determinación, qumponía aún más por el hecho de que su

orbes no parecían pestañear jamás. —Con La vida… la esperanza…

con lo que ambas cosas implican.

Alamuerte asimiló estas palabras ya continuación, estalló en carcajadas. —Entonces, ¡Date por muerta!Seguidamente, ambos gigante

arremetieron el uno contra el otro.

—No van a poder derrotarlo —



masculló Rhonin—. Ninguno de ellos va poder, porque les falta el poder ques arrebató esta maldita reliquia.

—Si no vamos a poder hacer nada arespecto, será mejor que nos vallamosRhonin.

—No puedo irme sin más, VereesaTengo que hacer algo por ella… poodos nosotros, en realidad. Si ellos n

pueden detener a Alamuerte, ¿quién lhará?Falstad contempló el Alma d

Demonio y preguntó:

—¿No puedes hacer nada con escosa?

—No, no puedo utilizarla contr

Alamuerte de ninguna manera.



El enano se frotó su mentón hirsuto. —Es una pena que no podamo

devolverles el poder que esa cosa le

robó. Si pudieran volver a ser tapoderosos como lo eran originalmenteal menos podrían combatir contra él e

condiciones de igualdad.El mago hizo un gesto de negació

con la cabeza.

—Eso es imposible…Se detuvo a meditar unos instantes pesar de que, por culpa del dedo roto, edolor de cabeza y las magulladuras qu

enía por todo el cuerpo, le estabcostando un gran esfuerzo mantenerse epie. No obstante, no paró de darl

vueltas a lo que el jinete de grito



acababa de decir. —Aunque quizá no lo sea tanto…Tanto la elfa como el enano l

observaron estupefactos. Rhonin miró su alrededor para asegurarse de que loorcos no los iban a molestar por e

momento, y en busca de la roca más durque pudo encontrar.

—¿Qué estás haciendo? —pregunt

Vereesa con un tono de voz que dejabclaro que pensaba que el mago habíperdido el juicio.

—¡Voy a devolverles su poder!

Posó el Alma de Demonio sobre unpiedra y, a continuación, levantó upuño.

—Pero ¿qué demontres…? —fue l



único que le dio tiempo a decir Falstad.

Rhonin golpeó el disco con la piedr

con todas sus fuerzas……y ésta se partió en dos.Si bien el Alma de Demonio brilló

no sufrió la más mínima mella. —¡Maldita sea! Debería habérmel

maginado —rezongó, al tiempo qu

alzaba la vista en dirección al enano—¿Crees que eres capaz de manejar ehacha con absoluta precisión?

Dio la sensación de que Falstad s

omó esa pregunta como un insulto. —Es un arma orca y, por tanto, no e

de gran calidad. Pero es útil y pued

manejarla tan bien como cualquier otra.



—Entonces, intenta partir el disccon el hacha. ¡Vamos!

En ese instante, la forestal dominad

por una profunda preocupación, apoyuna mano sobre el hombro del mago.

—Rhonin, ¿de verdad piensas qu

va a funcionar? —Conozco el sortilegio que har

que recuperen su poder. Se trata de un

variante del que se suele utilizar en morden cuando alguien intenta extraealgún poder de una reliquia, pero, parello, el objeto en cuestión debe hacers

añicos; de ese modo, las fuerzamágicas que obligan a ese poder permanecer en su interior desaparecen

Puedo devolverles a los dragones e



poder que perdieron, pero sólo sconsigo romper el Alma de Demonio.

—Por eso quieres que la golpee co

el hacha, ¿eh? —comentó Falstad, a lvez que sopesaba el arma—. ¡Atrásmago! ¿Quieres que la parta en do

mitades perfectas o que la trocee ecachitos?

—¡Destrózala como quieras!

—Esto va a ser pan comido…Acto seguido, el enano alzó el hachodo lo que pudo y respiró hondo… y

continuación, golpeó con todas su

uerzas, tantas que Rhonin pudo apreciauna tensión tremenda en los músculos dFalstad…

El hacha acertó de lleno en l



reliquia y……unas esquirlas de metal saliero

volando en todas direcciones.

—¡Por el Pico Nidal! ¡Me hquedado sin hoja! ¡Está destrozada!

Ahora había un gran agujero en l

hoja del hacha que venía a demostrar dmodo fehaciente que el Alma dDemonio era extraordinariamente dura

Falstad arrojó el hacha al suelesbozando una mueca de asco maldiciendo la pésima calidad de laarmas orcas.

Sin embargo. Rhonin sabía que nera culpa del hacha.

—Esto es peor de lo que habí

maginado.



—Si la magia lo protege —murmurVereesa—, ¿acaso no debería podedestruirlo también?

—Sí, pero para eso necesitaría otrobjeto de gran poder mágico. Sólo comi magia no puedo hacerlo, pero s

uviera otro talismán…Entonces, se acordó del medalló

que Krasus, o, más bien, Korialstrasz, l

había entregado a Vereesa, aunquambién recordó que cuando él y edragón rojo decidieron regresar acampo de batalla tras reunirse con lo

Aspectos, dejaron abandonado ealismán en el lugar donde se había

reunido. Además, Rhonin dudaba much

que le fuera a servir para sus propósitos



Aunque si pudiera disponer de algo quhubiera pertenecido al propiAlamuerte… El problema estribaba e

que el medallón del coloso negro shabía perdido en la montaña…

Sin embargo, todavía conservaba l

piedra. La piedra que se había creado partir de las escamas del titán oscuro.

—¡Tiene que funcionar! —exclamó

mientras metía una mano en la bolsdonde guardaba la piedra. —¿El qué? —inquirió Falstad. —Esto —y sacó la piedra diminut

de la bolsa; aquel objeto no impresiondemasiado ni al enano ni a la elfa—Alamuerte creó esto a partir de su ser, a

gual que creó el Alma de Demonio



partir de su dominio de la magia. Quizsea capaz de hacer lo que ninguna otrcosa puede hacer.

Vereesa y Falstad observaron cómacercaba la piedra al disco. Rhonireflexionó sobre cómo podía usarla y

finalmente, decidió seguir una de laenseñanzas de sus maestros: pruebsiempre primero la opción más fácil.

La gema negra parecía brillar en smano. El mago la giró hasta dar con ecanto más afilado. Aunque erconsciente de que su plan tal vez n

funcionara, no le quedaba más remedique intentarlo.

Con suma cautela, rozó con la piedr

el centro del odioso talismán.



no quería arriesgarse a fallar en umomento tan crucial. Tenía qufuncionar.

De inmediato, un arcoíris relucient fantástico se elevó en el aire, cada ve

a más altura, hasta alcanzar el cielo

Rhonin repitió el conjuro, enfatizandcuáles quería que fueran los resultados.

De improviso, el torrente de energí

cegadora, que se hallaba ahora a cientode metros de altura, giró… y se dirigial lugar donde estaban batallando lodragones.

—¿Lo has conseguido? —lpreguntó anhelante la forestal.

Rhonin observo detenidamente la

siluetas distantes de Alexstrasza



Alamuerte y los demás, y respondió: —Eso creo… o eso espero.

—¿Acaso no habéis sufrido ybastante? ¿Vais a seguir luchando pese

que no podéis derrotarme? —inquiriAlamuerte a sus oponentes mientras locontemplaba con desdén.

El poco respeto que alguna vez lehabía profesado había desaparecidhacía mucho tiempo. Lo único questaban consiguiendo los muy necios er

darse de cabezazos contra una paredmetafóricamente hablando, y eso queran plenamente conscientes de que s

poder no era suficiente para vencer a s



rival, ni aunque aunaran esfuerzos. —Has causado demasiada miseria

demasiado horror, Alamuerte —replic

Alexstrasza—. Y no sólo a nosotrossino a todas las criaturas mortales deste mundo.

—¿Qué me importan a mi esos serensignificantes? O, ya que estamos, ¿qu

os importan a vosotros? Nunca l

entenderé.La dragona roja negó con la cabeza al coloso de ébano le dio la sensació

de que lo compadecía.

—No, nunca lo entenderás… —Ya he jugado bastante contigo…

con todos vosotros. ¡Debí habero

destruido a los cuatro hace años!



—Pero no pudiste. Al crear el Almde Demonio, te encontraste muy débidurante un tiempo…

El leviatán negro resopló. —¡Pero ya he recuperado todas mi

fuerzas! Mis planes para dominar e

mundo progresan con gran rapidez… en cuanto os haya matado, me llevaré tuhuevos, Alexstrasza, ¡y crearé un mund

perfecto a mi imagen y semejanza!En respuesta a sus bravatas, ldragona carmesí volvió a atacarloAlamuerte se carcajeo, sabedor de qu

sus conjuros no le iban a afectar más do que le habían afectado antes. Gracia

a su poder y a las placas encantada

njertadas en su piel, nada podí



astimarlo. —¡¡Aaargh!!La furia del ataque mágico lo golpe

con una fuerza inimaginable. Sus placade adamantio poco pudieron hacer paramortiguar el tremendo impacto

Alamuerte contraatacó de inmediatevantando un poderoso escudo mágico

pero el daño ya estaba hecho. Sentía u

dolor insoportable en todo el cuerpo; nhabía sufrido tal agonía desde hacímuchos siglos.

—¿Qué… me has… hecho?

Al principio, la propia Alexstraszambién pareció sorprendida; si

embargo, pronto una sonrisa irónica

riunfal se dibujó en su cara.



—¡Esto no es más que el principide lo que voy a hacerte! ¡Me he pasadaños soñando con este momento, besti

nmunda!La dragona roja parecía más grande

más fuerte. De hecho, los cuatro l

parecían. El coloso negro se estremecióntuía que su infalible plan se habí

arruinado por culpa de una contingenci

otalmente inesperada. —¿Lo puedes sentir? ¿Lo sientes—balbuceó Malygos—. ¡Vuelvo a sequien era! ¡Me siento en la gloria má

absoluta! —¡Ya era hora! —exclam

ozdormu, cuyos ojos de gema relucía

con un brillo inusual— ¡Sssí, por fin



Malygos invocó unas nubes que senredaron alrededor de las fauces y lafosas nasales del titán negro

asfixiándolo. Nozdormu aceleró el pasdel tiempo únicamente para Alamuerteextenuando a su adversario al obligarl

a vivir semanas, meses e incluso años eun breve lapso de tiempo sin mediadescanso. Como estos asaltos había

ogrado que sus barreras defensivacayeran. Ysera no tuvo ningún problempara invadir su mente y transformar lopensamientos del coloso blindado en su

peores pesadillas.Fue entonces cuando Alexstrasza s

alzó ante su terrible némesis. Contempl

a Alamuerte con compasión, y le dijo:



—Soy el Aspecto que encarna lvida, señor oscuro, y, como toda madreconozco el dolor y la alegría qu

mplica engendrar vida. Durante loúltimos años, he sido testigo de cómcriaban a mis hijos para ser utilizado

como armas de guerra, y de cómo loasesinaban sí no estaban a la altura dsus exigencias o sí se mostraban remiso

a obedecer órdenes. He vivido con lpesada carga de saber que no he podidhacer nada por evitar su muerte. Poevitar la muerte de tantos hijos míos.

—Tus palabras carecen dsignificado para mí —bramó Alamuertmientras se resistía inútilmente a lo

mplacables ataques del resto—. No m



dicen nada. —Sí, probablemente así es… Po

eso voy a dejar que experimentes e

primera persona todo lo que yo hsufrido…

Y eso fue lo que hizo.

Contra cualquier otra clase dataque, incluso contra las pesadillas dYsera, Alamuerte podía defenderse d

alguna manera, pero contra Alexstraszno tenía manera de protegerse.Lo atacó infligiéndole dolor

haciéndole sentir el dolor que ell

sentía. No experimentó una agonía comas que conocía, sino la de una madr

que había sufrido con cada hijo que l

habían arrebatado, con cada hijo que l



habían transformado en un monstruhorrible.

Con cada hijo que había muerto.

—Vas a sufrir la misma agonía quhe padecido yo, señor oscuro. Ascomprobaremos si eres capaz d

soportarlo mejor que yo.Pero Alamuerte jamás habí

experimentado un sufrimiento de es

ipo. No era comparable al dolor qucausaba ser herido por unas garradespiadadas o unos dientes afiladossino que se trataba de una agonía que l

desgarraba a uno por dentro, desde lmás hondo de su ser.

Entonces, el más terrible de todo

os dragones gritó como nunca se habí



escuchado gritar jamás a un dragón.Quizá eso fue lo que lo salvó. Lo

demás se sobresaltaron tanto que su

hechizos flaquearon, lo cual permitió Alamuerte liberarse, y, de inmediato, sgiró y huyó volando a gran velocida

presa de una cólera indescriptible. Lemblaba todo el cuerpo y sigui

gritando, mientras su figura se perdí

rápidamente en el horizonte. —¡No podemosss permitir que huya—exclamó Nozdormu.

—¡Si, seguidlo, seguidlo! —

vociferó Malygos. —De acuerdo —convino con calm

a Señora de los Sueños.

En ese instante, Ysera miró



de que debían contenerlo de algúmodo. Sin embargo, primero tenía quatender otros asuntos.

La reina de los dragones examinanto el cielo como la tierra en busca d

alguien en concreto, hasta que

finalmente, divisó a quien buscaba. —Korialstrasz… —susurró—

Después de todo, no eras uno de lo

sueños de Ysera.

Si hubieran luchado solos, lo

enanos quizá habrían sufrido un destindistinto. Si bien era cierto que habríaogrado mantenerse firmes durante u

iempo, los orcos habrían acabad



derrotándolos porque los superaban enúmero y se encontraban en mejorecondiciones físicas. En ciertos aspectos

el hecho de pasar tantos añoescondidos bajo tierra había curtido endurecido a los hombres de Rom, pero

en otros, los había debilitado.Por suerte para ellos, un mag

guerrero, una diestra forestal elfa y un

de sus dementes primos, que ibamontados a lomos de un grifo de garra pico afilados como cuchillas, s

habían sumado a sus filas. Tras habe

destruido el Alma de Demonio, los trehabían decidido ayudar a los lealeenanos de las colinas para decantar e

desenlace de la batalla a su favor.



Asimismo, había que reconocer quel hecho de que el leviatán rojo cayeren picado sobre los orcos cada vez qu

éstos intentaban reagruparse también lehabía venido de perlas.

Poco después, las escasas fuerza

orcas de Grim Batol que todavíresistían se rindieron al fin y sarrodillaron ante los vencedores

convencidos de que pronto seríaejecutados. Rom, quien llevaba un brazen cabestrillo, los habría ajusticiado ahmismo, en venganza por todos lo

enanos y aliados que habían muertoentre ellos Gimmel. Sin embargo, no lhizo, pues no quería contravenir la

órdenes del dragón. ¿Acaso exist



alguien que ose llevar la contraria a udragón?

—Los escoltaréis hasta el oeste

hasta el lugar donde las naves de lAlianza los estarán esperando parlevarlos a unos enclaves que se ha

dispuesto para acogerlos—, ordenKorialstrasz, exhausto—. Hoy ya he sidestigo de demasiado derramamiento d

sangre…Una vez que Rom se hubcomprometido a seguir las instruccionedel coloso, éste centró su atención e

Rhonin. —No le contaré a nadie lo que s

sobre ti, Krasus, —le tranquilizó e

oven mago—. Creo que ya entiendo po



qué actuaste como lo hiciste. —Lo sé, pero también sé que nunc

podré perdonarme mis lapsos morales

Rezo por que mi reina lo entienda… —replicó el gigante reptilianoencogiéndose de hombros casi como u

humano—, Respecto al lugar que ocupen el Kirin Tor, ése será un tema sobrel que habrá que debatir más adelante

Aún no estoy seguro de si quiercontinuar, además, la verdad sobre lque ha ocurrido terminará sabiéndose, amenos en parte. Averiguarán que no t

encomendé una misión meramente dreconocimiento.

—¿Y ahora qué va a pasar?

—Van a suceder muchas cosas…



demasiadas. Pese a que la Hordodavía se resiste en Dun Algar, prontendrán que aceptar su inevitabl

derrota. Después, el mundo deberresurgir de sus cenizas, para lo cuahabrá de ganarse a pulso la oportunida

de renacer —respondió, y, tras unbreve pausa, prosiguió—: Asimismohay ciertas cuestiones políticas que, tra

os acontecimientos acaecidos en el díde hoy, seguramente van a dar un girradical.

Entonces. Korialstrasz contempló u

anto incómodo a las criaturas diminutaque tenía ante sí, y agregó:

—Y he de reconocer ante vosotro

que mi raza tiene tanta culpa como la



demás de que existan esos problemapolíticos.

Rhonin le habría pedido que s

explicara mejor, si no fuera porquenseguida se percató de que Korialstrasno estaba en disposición de responder

ese tipo de cuestiones. Tras habesabido que tanto Alamuerte como edragón rojo eran capaces de adopta

formas humanas, el mago no albergabninguna duda de que aquella raza taantigua había interferido en incontableocasiones no sólo en la historia de lo

humanos, sino también en la de otraestirpes jóvenes.

—Diste con una solució

rápidamente, Rhonin —señaló el colos



carmesí—. Siempre fuiste un alumnaventajado…

La conversación concluy

abruptamente en cuanto una vastsombra planeó sobre todos ellos. Por unstante, el fatigado mago temió qu

Alamuerte hubiera logrado escapar dsus perseguidores y hubiera regresadpara vengarse de aquellos que había

provocado su derrota.Sin embargo, el leviatán que flotaben el aire por encima de ellos no era dcolor negro sino carmesí, com

Korialstrasz. —¡El dragón oscuro huye! Aunqu

no hemos logrado acabar con su perfidi

para siempre, hemos frustrado su



planes, al menos temporalmente.Korialstrasz levantó la vista, y dij

con voz anhelante:

—Mi reina… —Creía que habías muerto —

murmuró Alexstrasza a su consorte—

Guardé luto por ti durante muchiempo…

La culpa asomó al rostro de

consorte de la reina. —Fue un subterfugio necesario parpoder tener la oportunidad de liberartemi reina. Te pido disculpas por e

sufrimiento que te he causado, y tambiépor la falta de consideración con quprocedí al manipular a estos mortales e

mi propio beneficio. Sé que siente



debilidad por las razas jóvenes…La reina asintió. —Si ellos te perdonan, yo tambié

o haré.Acto seguido, la cola de la dragon

roja se entrelazó brevemente con la d

su consorte, y aquélla añadió: —Los demás van tras el colos

oscuro, pero antes de que me sume a l

cacería, debemos reunir a los restos dnuestro vuelo y reconstruir nuestrhogar. Creo que ésa es ahora nuestrprioridad.

—Soy tu siervo —replicKorialstrasz, inclinando su cabezdescomunal—. Ahora y siempre, m

amor.



A continuación, la reina de lodragones contempló al mago y a suamigos, y les dijo:

—Por los sacrificios que habéihecho, lo menos que puedo hacer eofreceros un medio para que volváis

casa… siempre que podáis esperar upoco más.

Aunque el grifo de Falstad podrí

haberlos llevado a casa haciendo ugran esfuerzo, Rhonin aceptó agradecida oferta. Sentía cierta afinidad por l

pareja de leviatanes, a pesar de que e

macho lo había manipulado. Nobstante, debía reconocer que si él shubiera encontrado en las misma

circunstancias, probablemente habrí



hecho lo mismo. —Los enanos de las colinas o

ofrecerán comida y un sitio dond

descansar. Volveremos mañana a povosotros, después de haber recuperadodos los huevos y haberlos escondid

en un lugar seguro —les informó la reinde los dragones con una sonrisa amarg—. Espero que nuestros huevos sea

muy resistentes; si no, Alamuerte habrogrado infligirme un daño terrible Pesar de su derrota…

—No pienses en eso ahora —l

aconsejó su consorte—. Vamos, Cuantantes nos pongamos en marcha, mejoserá.

—Sí… —murmuró Alexstrasza, a



iempo que inclinaba la cabeza parmirar al humano, a la elfa y al enano—Os agradezco a todos vuestra ayuda,

sabed que mientras siga siendo reina, mraza nunca será enemiga de lavuestras…

Dicho esto, ambos colosos alzaroel vuelo y se apresuraron en la direccióque Alamuerte había seguido cuand

huyó con los primeros huevos. Los quaún quedaban dentro de los carromatode la caravana orca pronto estarían baja protección de los jubilosos enanos d

as colinas, quienes por fin podíareclamar la fortaleza montañosa y todGrim Batol como suyos.

—¡Son geniales! —exclamó Falsta



aberna. —¿Nos abandonas? —pregunt

Rhonin, perplejo.

Acababan de ganar la batalla. EMago todavía estaba tratando drecuperar el resuello.

—No deberías irte hasta mañana poa mañana —insistió Vereesa.

El bárbaro enano se encogió d

hombros como queriendo indicar que, shubiera sido por él, se habría quedadmás tiempo.

—Lo siento, pero esta noticia deb

legar al Pico Nidal lo antes posiblePor muy rápidos que sean esodragones, yo llegaré a casa antes qu

ellos a Lordaeron. Es mi obligación…



Además, me gustaría que cierta gentque me está esperando sepa cuanto anteque sigo vivo…

Rhonin estrechó agradecido lrobusta mano de Falstad, aunque no coa mano que se había lastimado, ya que

pese a estar agotado, el jinete de grifoseguía teniendo mucha fuerza.

—Gracias por todo.

—No, humano, gracias a ti. Graciaa estas gloriosas hazañas, voy a podecantar mis gestas, que superarán a las dcualquier otro jinete de grifos. Créeme

as mujeres girarán la cabeza a mi paso.Vereesa, en un gesto de cariñ

sorprendente en una criatura ta

reservada, se agachó y besó al enano e



a mejilla. Falstad se ruborizntensamente bajo su hirsuta barba. Y

Rhonin sintió celos.

—Cuídate —le aconsejó la forestaal jinete de grifos.

—Lo haré.

A continuación, se subió de un salta lomos del grifo. Tras hacer un gesto ddespedida con la mano al humano y l

elfa, Falstad propinó sendos taconazoigeros a su animal a ambos costados, agregó:

—Quizá volvamos a vernos cuand

esta guerra acabe de una vez por todas.El grifo se elevó hacia el cielo

razando un círculo en el aire para qu

su amo pudiera decirles adiós de nuevo



Acto seguido, la montura viró hacia eoeste, y el pequeño guerrero sdesvaneció en lontananza.

Rhonin agitó un brazo en el aire pardespedirse de aquella figura cuyamaño menguaba en el horizonte

mientras recordaba avergonzado la malmpresión que le había causado el enan

al principio. Falstad había demostrad

ener más coraje y más valía que emago, al menos eso pensaba Rhonin.Entonces, alguien le cogió de l

mano lastimada y se la levant

entamente. —Tendrías que haberte curado l

mano hace tiempo —le reproch

Vereesa—. Juré que velaría por t



seguridad. No voy a causar una grampresión cuando vean que estás herido

—¿Acaso no prometiste protegerm

sólo hasta que llegáramos a la costa dKhaz Modan? —dijo Rhonin, esbozanduna leve sonrisa.

—Tal vez, pero me da la impresióde que necesitas que alguien te protejde ti mismo a todas horas. ¿Qué será, s

no, de ti?A la elfa también se le escapó unsonrisa fugaz.

Rhonin dejó que la forestal l

mimara el dedo roto, y se preguntó spodría seguir viéndola después de qua dragona los llevara a Lordaeron

Obviamente, sería mejor que los do



presentaran a la vez sus informes a susuperiores al mando y a los monarcas da Alianza, para que así éstos pudiera

verificar mejor los hechos. Tendría quproponérselo a la forestal para ver que parecía.

El mago pensó de repente en lcurioso que era haber pasado de buscarprácticamente, la muerte cuand

emprendió aquella misión, a querevivir con gran intensidad, después dhaber estado a punto de morincinerado, aplastado, atravesado por u

arma enemiga, decapitado o devoradoo obstante, era consciente de qu

siempre se arrepentiría de lo qu

sucedió en su misión anterior, pero es



a no le obsesionaba. —Ya está —le anunció Vereesa—

Tendrás que conformarte con este apañ

hasta que encuentre un material mejopara hacerte un cabestrillo. Aun así, lmano se curará como es debido.

Había arrancado un trozo de tela dsu capa y había confeccionado unespecie de tablilla valiéndose de u

pedazo de madera del mango de uhacha de guerra rota. Rhonin examinó eresultado y le pareció excepcional.

Sin embargo, como la elfa se habí

mostrado tan deseosa de ayudarlo, no shabía molestado en mencionarle que, ecuanto hubiera recuperado sus fuerzas

habría podido curarse la mano él solo.



escuchar el relato de tales proezas dboca del mago y la elfa, a quienenterrogaron exhaustivamente

Asimismo, desde el Pico Nidal llegó lconfirmación de sus hazañas a través deestimonio de uno de sus jinetes d

grifos, el aclamado héroe que respondíal nombre de Falstad.

Mientras Rhonin y Verees

proseguían su gira triunfal por diversoreinos, e intimaban cada vez más, edragón que había portado el disfraz demago humano Krasus había presentad

su propio informe en la Cámara deAire. Al principio, dicho informe furecibido con hostilidad por su

homólogos del consejo, especialment



por aquellos que sabían que habímentido como un bellaco. Sin embargoesa hostilidad se veía atemperada por e

hecho de que nadie podía negarle quos resultados eran excepcionales, y lo

magos eran, ante todo, pragmáticos.

Drenden había hecho un gesto dnegación con su cabeza envuelta esombras ante el mago sin rostro.

—¡Podrías haber arruinado todonuestros planes, todo cuanto habíamoogrado hasta ahora! —le espetó de ta

modo que sus palabras reverberaron

ravés de la tormenta qumomentáneamente descargaba su furipor toda la cámara—. ¡Podrías habe

echado todo por tierra!



—Eso lo sé ahora, pero entonces nme di cuenta. Si queréis que lo hagadimitiré y abandonaré mi puesto en e

consejo. Aceptaré un castigo o quncluso me expulséis, si así lo deseáis.

—Algunos han planteado l

posibilidad de un castigo más severque la expulsión del consejo —comentModera—. Mucho más severo…

—Pero, tras un intenso debatehemos decidido que el éxito del joveRhonin ha sido muy beneficioso parDalaran, y aquellos aliados que ha

mostrado su descontento por no habesido informados en su momento de lmisión imposible que le habíamo

encomendado se han mostrad



dispuestos a mirar para otro lado poesta vez. Los elfos están especialmentcontentos, dado que una mujer de su raz

ha participado en esta gesta —explicDrenden, y, a continuación, se encogide hombros—. Creo que no hay ningun

razón para seguir discutiendo sobre estoConsidérate reprendido oficialmenteKrasus, pero felicitado por m

personalmente. —¡Drenden! —exclamó Modera. —Aquí estamos solos, así que dir

o que me venga en gana —replicó

untando las manos como si fuera a reza—. Y, ahora, si no hay nadie más quenga algún comentario que hacer, m

gustaría plantear el tema de ese tal Lor



Prestor, quien había sido supuestamentdesignado para ser el rey de Alterac… que parece haberse esfumado de la fa

de la tierra. —Su mansión está vacía, sus siervo

han huido… —señaló Modera, qu

seguía molesta por los comentariosobre Krasus que acababa de hacer scolega.

Entonces, uno de los otros magos, emás fornido, habló por fin. —Los hechizos que rodeaban es

ugar también se han disipado. Y ha

ndicios de que algunos goblinrabajaban al servicio de ese mag

renegado.

A continuación, todos los miembro



del consejo clavaron la mirada sobrKorialstrasz.

Abrió los brazos como si estuvier

an perplejo como el resto ante talerevelaciones. «Lord Prestor» tenía econtrol de la situación y les llevab

ventaja; el consejo quería saber por quhabía desaparecido cuando tenía todaas de ganar.

—Me siento tan desconcertado comvosotros. Quizá finalmente se dio cuentde que nuestros poderes combinadoacabarían denotándolo. Ésa es m

hipótesis. Creo que no hay otrexplicación que justifique quabandonara la partida cuando estab

muy cerca de ganarla.



Esta teoría satisfizo a los demámagos. Korialstrasz sabía que, comodas las criaturas vivas, tenían su ego,

que apelar a él era una buena estrategipara salirse con la suya.

—Su influencia en la política de l

Alianza se desvanece —siguió diciend—. Seguramente ya sabréis que GenCringris ha vuelto a plantear su negativ

a que Prestor ascienda al trono, y ealmirante Valiente ha secundado spetición. El rey Terenas también hanunciado que se ha vuelto a investiga

el pasado de ese supuesto noble y haquedado muchas preguntas en el aireAdemás, los rumores de su inminent

compromiso matrimonial con la jove



princesa ya apenas se oyen… —Tú investigaste su pasado —

recordó Modera.

—Así es. Y es probable que parte da información que descubrí haylegado a oídos de su majestad.

Drenden asintió, sumamentsatisfecho.

—La gesta de Rhonin nos ha vuelto

congraciar con Terenas y con el resto dos monarcas, y hemos de aprovechar amáximo este giro de loacontecimientos. Dentro de un par d

semanas, «Lord Prestor» será un temdel que nadie querrá hablar en toda lAlianza.

De inmediato, Korialstrasz alzó un



mano a modo de advertencia. —Será mejor que optemos por l

sutileza. Tenemos tiempo de sobra par

actuar así. En breve, se olvidarán de quexistió.

—Quizá tengas razón —replicó e

mago barbudo, y, acto seguido, miró os demás miembros del consejo, qu

asintieron mostrando su acuerdo—

Entonces, la decisión es unánimeEstupendo.A continuación, Drenden alzó un

mano, dispuesto a dar por finalizada l

sesión del consejo, y añadió: —Bueno, si no hay nada más que… —En realidad, hay una cosa más d

a que quiero hablar —le interrumpió e



mago dragón, mientras una nube de lormenta que ya amainaba lo atravesaba

—¿De qué?

—Aunque me habéis perdonado pomis cuestionables actos, he dnformaros de que debo ausentarme de

Consejo por un tiempo.Todos se quedaron perplejos. N

recordaban que se hubiera perdido un

sola reunión, y jamás hubieramaginado que algún día renunciaría a spuesto en el consejo.

—¿Por cuánto tiempo? —pregunt

Modera. —No lo sé con seguridad. Ella y y

hemos estado separados tanto tiemp

que nos va a llevar bastante tiemp



retomar nuestra relación y recuperar lcomplicidad que teníamos.

Korialstrasz hubiera jurado qu

había visto a Drenden parpadea perpleja pesar del hechizo de sombra quescondía su rostro.

—Tienes una… esposa, ¿verdad? —Sí. Perdonadme si nunca lo h

mencionado. Como os acabo d

comentar, no nos hemos visto en muchiempo… —respondió con una sonrisaaunque nadie pudo verla—. Pero ahorha vuelto conmigo.

Los magos se miraron entre sí. Y, afinal, Drenden dijo:

—En ese caso… no no

nterpondremos en tus deseos… d



ningún modo. Estás en tu derecho dabandonar tu puesto temporalmente…

El mago dragón hizo una reverencia

Era cierto que esperaba reincorporarsal consejo algún día, pues había siduna parte muy importante de s

milenaria vida. No obstante, Alexstraszestaba por encima de todo, incluso deconsejo.

—Muchas gracias. Os prometo quos mantendré informados si sucede algmportante…

Alzó una mano para despedirse a

mismo tiempo que el hechizo quacababa de formular lo sacaba de lCámara del Aire. Sus últimas palabra

eran mucho más sinceras de lo que lo



demás magos se podían imaginarAunque ya no acudiera a las reunionedel consejo, seguía formando parte de

Kirin Tor, y estaba dispuesto a vigilar dcerca todas las maniobras políticas quse produjeran en el seno de la Alianza

A pesar de que «Lord Prestor» habídesaparecido, todavía había disputaentre los diversos reinos que podía

ener consecuencias terribles. Una vemás, Alterac era uno de los principalefocos de conflicto. Sus obligacionepara con Dalaran exigían qu

Korialstrasz se mantuviera alerta en larena política.

También tenía obligaciones para co

su reina, y para con su antigua raza. Po



eso, él y otros como él seguiríavigilando, e influenciando a las jóvenerazas si era preciso. Alexstrasza tení

muchas esperanzas puestas en epotencial de estos seres, sobre toddespués de lo que Rhonin y sus amigo

habían logrado, y, por eso mismoKorialstrasz pretendía hacer todo cuantfuera necesario para que la fe que s

amada había depositado en ellos sviera reforzada. Se lo debía tanto a ellcomo a aquellos que lo habían ayudaden su misión para liberar a su reina.

Nadie había visto a Alamuerte desdque huyó como alma que lleva el diabloLos demás Aspectos vigilaba

constantemente el mundo por s

warcraft - el dia del dragon

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