voluntad de memoria. los exilios hispánicos en méxico … · tropas republicanas hasta la caída...

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Actas XIV Congreso AIH (Vol. I). Clara E LIDA. Voluntad de memoria. Los exilios hispánicos... - Voluntad de rnernoria. Los exilios hispánicos en México en el siglo XX Ich hatte einst ein schones Vaterland HENRICH REINE, «V aterland» Clara E. Lida EL COLEGIO DE MÉXICO LA VOLUNTAD DE MEMORIA no es exclusiva de los individuos. Por el contrario, los grupos, las colectividades también acuden al pasado para exorcizar el corrosivo poder del olvido sobre las acciones humanas, para tejer solidaridades basadas en orígenes comunes, para afirmar identidades nacidas de tradiciones compartidas, para reivindicar el pasado desde la construcción del presente, para dar sustento a la certidumbre ante los vaivenes y fracasos de la historia. En otras palabras, la recuperación del pasado se manifiesta como una voluntad irreprimible de afirmar la existencia histórica, no sólo la individual, sino también la de la comunidad. La función de la memoria consiste en salvaguardar la identidad y asegurar la continuidad del grupo o grupos y sirve como un trasmisor de la conciencia compartida y como el medio más eficaz para heredar los conocimientos y la experiencia adquirida a las generaciones siguientes. En una famosa compilación titulada Los lugares de la memoria, el historiador francés Pierre Nora, se ha referido a las representaciones imaginarias y a las realidades históricas que conforman una identidad social y cultural y que contribuyen a la variedad de formas en las que las colectividades se piensan a sí mismas. La memoria, según Nora, sirve para aglutinar y crear identidades sociales, en función de una tradición común; 1 es decir, la memoria evoca los conflictos reales y las divisiones simbólicas que configuran la relación de un grupo con su pasado. Debemos, sin embargo, tener claro que la comprensión del pasado a través de la memoria no es la comprensión empírica que, por ejemplo, pretende la historia, sino una representación de ese pasado a través de la 1 Pierre Nora, Les lieux de la memoire, 7 vols., París: Gallimard, 1984-1992. Véase también la introducción a la edición en inglés de Lawrence D. Kritzman, «Foreword», Realms of Memory: Rethinking the French Past. Volume !: Conjlicts and Divisions. Nueva York: Columbia University Press, 1996, pp. IX XIV. Para definir su concepto de lugar de la memoria, Nora se inspira en el término tomado de Frances Yates, The Art of Memory, Chicago: University of Chicago Press, 1966 y de Maurice Halbwachs, The Collective Memory, Nueva York: Harper & Row, 1980. Agradezco a Leonor García Millé su ayuda para formular las reflexiones sobre este tema. 311 -11- Centro Virtual Cervantes

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Actas XIV Congreso AIH (Vol. I). Clara E LIDA. Voluntad de memoria. Los exilios hispánicos...-

Voluntad de rnernoria. Los exilios hispánicos en México en el siglo XX

Ich hatte einst ein schones V aterland HENRICH REINE, «V aterland»

Clara E. Lida EL COLEGIO DE MÉXICO

LA VOLUNTAD DE MEMORIA no es exclusiva de los individuos. Por el contrario, los grupos, las colectividades también acuden al pasado para exorcizar el corrosivo poder del olvido sobre las acciones humanas, para tejer solidaridades basadas en orígenes comunes, para afirmar identidades nacidas de tradiciones compartidas, para reivindicar el pasado desde la construcción del presente, para dar sustento a la certidumbre ante los vaivenes y fracasos de la historia. En otras palabras, la recuperación del pasado se manifiesta como una voluntad irreprimible de afirmar la existencia histórica, no sólo la individual, sino también la de la comunidad. La función de la memoria consiste en salvaguardar la identidad y asegurar la continuidad del grupo o grupos y sirve como un trasmisor de la conciencia compartida y como el medio más eficaz para heredar los conocimientos y la experiencia adquirida a las generaciones siguientes.

En una famosa compilación titulada Los lugares de la memoria, el historiador francés Pierre Nora, se ha referido a las representaciones imaginarias y a las realidades históricas que conforman una identidad social y cultural y que contribuyen a la variedad de formas en las que las colectividades se piensan a sí mismas. La memoria, según Nora, sirve para aglutinar y crear identidades sociales, en función de una tradición común; 1 es decir, la memoria evoca los conflictos reales y las divisiones simbólicas que configuran la relación de un grupo con su pasado. Debemos, sin embargo, tener claro que la comprensión del pasado a través de la memoria no es la comprensión empírica que, por ejemplo, pretende la historia, sino una representación de ese pasado a través de la

1 Pierre Nora, Les lieux de la memoire, 7 vols., París: Gallimard, 1984-1992. Véase también la introducción a la edición en inglés de Lawrence D. Kritzman, «Foreword», Realms of Memory: Rethinking the French Past. Volume !: Conjlicts and Divisions. Nueva York: Columbia University Press, 1996, pp. IX XIV. Para definir su concepto de lugar de la memoria, Nora se inspira en el término tomado de Frances Yates, The Art of Memory, Chicago: University of Chicago Press, 1966 y de Maurice Halbwachs, The Collective Memory, Nueva York: Harper & Row, 1980. Agradezco a Leonor García Millé su ayuda para formular las reflexiones sobre este tema.

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mirada desde la experiencia personal y desde la introspección. Memoria e historia generalmente se bifurcan, pero en ocasiones se entrelazan. Así,

etimológicamente, la memoria recuerda, y recordar es un acto que pasa por el corazón; por su parte, la historia, pretende guardar una verdad distinta a la de la memoria y registrar la versión fiel de un hecho, lo cual en otros idiomas tiene la misma raíz latina que recuerdo, como el inglés to record. Si bien lo anterior señala algunas coincidencias, los propósitos de la memoria y de la historia no solo son distintos sino, incluso, opuestos.

La memoria es una consecuencia directa de lo vivido y depende de la evolución del sujeto y de la compleja dialéctica entre recordar y olvidar. La historia, en cambio, aunque siempre sea problemática e incompleta es el intento de reconstrucción factual del pasado con el apoyo de los documentos. Así, la memoria es un fenómeno que selecciona y retiene únicamente aquellos datos que se nutren de las emociones, las reminiscencias e impresiones, o de detalles simbólicos subjetivos, sacralizados. Esto contrasta con la historia, que se propone recrear el pasado a través de una actividad intelectual, consciente, que apela al discurso analítico y crítico según métodos determinados, y que se forja con datos comprobables cuya validez está siempre sujeta a cuestionamiento y revisión, es siempre provisional y se refiere a procesos que se arraigan en espacios, lugares y tiempos precisos.

Lo anterior tal vez podría explicar por qué los exilios rara vez se ocupan de estudiarse y cuestionarse a sí mismos y en cambio se inclinan a la introspección y a la reminiscencia. Solo con el tiempo parece posible romper con el trauma original, alejarse de la contemplación subjetiva e intentar la reflexión crítica, sistemática y documentada. Para comprenderse y conocerse a sí mismos, los exilios, al cabo del tiempo, generalmen-te deben recurrir a la historia mucho después los sucesos mismos. Así, mientras la memoria se preocupa por rescribir la propia experiencia de lo vivido, la historia pretende obtener un registro, una relación fiel de un pasado cuyos datos se evalúan y cuestionan para luego reflexionar sobre ellos. En síntesis, memoria e historia difieren entre sí aunque comparten un propósito común: preservar ciertos sucesos del olvido inevitable que impone el tiempo, y oponerse a la voluntad de olvido impuesto por las historias oficiales deseosas de borrar el pasado; es decir, por medio del record y el recuerdo, ambas se proponen reconstruir lo que se sabe que fue y rescatar aquello que otros se han encargado conscientemente de destruir. 2

En el siglo XX, suprimir los vestigios de la memoria ha sido una preocupación central de los sistemas totalitarios que han ejercido la destrucción del pasado para reconstruir un presente y un futuro creados ex profeso, a veces construidos sobre visiones míticas -la superioridad aria, la Roma irredenta, la España imperial. Estos son sistemas excluyentes en lo político, cultural, religioso e, incluso, étnico. Como contraparte, el siglo XX también ha sido el siglo de la memoria ejercida por quienes tuvieron como meta salvar lo que la amnesia totalitaria intentaba destruir. Ésta es la memoria que nos interesa tratar aquí con la ayuda de la historia; aquella que en su

2 Véase el reciente ensayo de Tzvetan Todorov, Los abusos de la memoria. Barcelona: Editorial Paidós, Asterisco, 2000 [la. ed. francesa: París 1995].

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propósito de conservar vivo el recuerdo de lo borrado por la fuerza se muestra alerta al pasado, y que lejos de vivir en la nostalgia de lo que fue se ha propuesto mantener vivo lo que el grupo creía que debía seguir siendo.

Sin esta voluntad de memoria no podríamos comprender, por ejemplo, por qué durante más de medio siglo los judíos han recordado con tanta tenacidad los horrores del nazismo, o las madres y abuelas de Plaza de Mayo, al cabo de 25 años del inicio de la más brutal de las dictaduras argentinas, no han querido olvidar a sus compañeros, hijos y nietos torturados, asesinados, desaparecidos o exiliados. Tampoco podríamos comprender hoy por qué los palestinos desplazados de sus tierras ancestrales mantienen viva la reivindicación territorial y cultural en una lucha inquebrantable y los indígenas del sureste mexicano se han aferrado en conservar la memoria de cuando fueron grandes civilizaciones prehispánicas, aunque durante casi 500 años hayan sido sometidos a la marginación, la humillación y la miseria. Cuando a raíz de la Guerra Civil española, el franquismo intentó borrar la memoria republicana o, al menos, convertirla en marginal y perseguida, ésta pudo, en el exilio, mantener viva la lucha de un pueblo por la democracia y la libertad. En todos estos casos, y en infinidad de otros, el deseo de mantener la memoria ha caracterizado a las colectividades perseguidas, afanosas de preservar su voluntad de recordar como una expresión de la voluntad de continuar viviendo. Algo de esto lo ha sintetizado en un memorable texto el Subcomandante Marcos, en nombre del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, como mensaje solidario enviado a la Argentina en conmemoración de los veinticinco años del golpe militar, para «darle a la verdad y a la memoria el lugar que merecen»:

Nuestros más antiguos nos enseñaron que[ ... ] la memoria no es un voltear la cara y el corazón al pasado, no es un recuerdo estéril que habla de risas o lágrimas.[ ... ] La memoria es sobre todo, dicen nuestros más primeros, una poderosa vacuna contra la muerte y alimento indispensable para la vida. Por eso, quien cuida y guarda la memoria, guarda y cuida la vida; y quien no tiene memoria está muerto.3

Los Exilios Hispánicos Al reflexionar sobre el tema de la memoria y el exilio, cabría preguntarse qué país

no ha conocido los exilios en algún momento de su historia. Me ha sido imposible pensar en alguno cuyo pueblo no los haya padecido. Sin embargo, no me cabe duda de que en los últimos dos siglos, en esta parte del mundo que errónea pero convencional-mente se ha denominado Occidente, algunos de los países que más destierros han conocido son los hispanoamericanos y España. En estos doscientos años, la historia de los exilios ha sido larga y continua. Desde las guerras de comienzos del siglo XIX hasta finales del siglo XX, con sus pronunciamientos, revoluciones, guerras civiles y represiones, los países hispánicos de una y de otra orilla, con las Antillas incluidas, han padecido incontables exilios.

Es imposible aquí abarcarlos todos; por ello, solo me referiré al éxodo republicano

3 En conmemoración del golpe de estado del 24 de marzo de 1976, La Jornada, México, D. F., domingo, 25 de marzo de 2001, p. 7.

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a raíz de la Guerra Civil española y del triunfo del franquismo, por ser, como veremos a continuación, un caso que podríamos considerar paradigmático, ya que en sí mismo incluye diversos modelos de otros exilios más recientes. Para ilustrar el caso español, y con propósitos meramente comparativos, haré algunos someros contrastes con uno de estos últimos exilios: el desatado en la Argentina a causa del golpe militar de 1976, modelo que, mutatis mutandis, a pesar de sus particularidades, se podría aplicar a otros casos semejantes del hemisferio sur de Hispanoamérica.4 En este contrapunto examinaremos los contextos de cada exilio y su magnitud, las características de la represión y de la diáspora internacional.

La Guerra Civil española, que comenzó con el alzamiento militar de julio de 1936, se prolongó casi tres años y llegó paulatinamente a un desenlace previsible. Si bien el éxodo español fue masivo en los últimos días de la guerra, ya el decidido avance franquista desde fines de 1938, con la batalla del Ebro, y el repliegue de las exhaustas tropas republicanas hasta la caída de Cataluña en febrero del 39, presagiaban el triunfo final de Franco, que tuvo lugar el l de abril. Esto podría explicar en parte por qué, a comienzos de 1939, habían huido de España, por causas eminentemente políticas, unas 500 000 personas sobre un total de 24 millones de españoles; es decir, más del dos por ciento de toda la población del país se vio obligada a abandonar la Península.

En cambio, el golpe militar argentino de marzo de 1976 fue súbito y rápidamente ejecutado, y desde un comienzo la eficiencia de la persecución desatada inmediatamente en todo el país casi no dejó tiempo para escapar o buscar refugio. Por su minucioso planeamiento, la represión alcanzó niveles hasta entonces desconocidos de asesinatos, encarcelamientos, torturas y desapariciones que aún hoy no se han podido cuantificar con exactitud. Pero en relación con las salidas, forzadas por la persecución y por el miedo, éstas también registraron cantidades nunca vistas, aunque los datos también sean inciertos. Durante esos casi 8 años que duró la dictadura, hasta 1983, los exiliados sumaron varias decenas de miles, sobre una población total estimada en 25 millones hacia 1975. Si bien no existen cifras confiables, pues en muchos recuentos se incluye también a quienes emigraron por motivos económicos en una época de intensa recesión,5

4 He estudiado ambos exilios en «Enfoques comparativos sobre los exilios en México: España y Argentina en el siglo XX», en Pablo Yankelevich, coordinador . . . (en prensa).

5 Según diversos autores, los argentinos en el exterior eran entre 140 000 y 300 000; calcularnos que esto daría una cifra promedio de 220 000, es decir el 0.88% de la población del país. Agradezco a Pablo Yankelevich la información extraída de Rodolfo Bertoncello et al., Los argentinos en el exterior, Buenos Aires: CENEP, 1985; Susana Schkolnik, «Volumen y características de la emigración de Argentina a través de los censos extranjeros», en Alfredo Lattes y Enrique Oteiza, coords., Dinámica migratoria argentina (1955-1984). Democratización y retorno de expatriados. Ginebra: UNRISD-CENEP, 1986; Lelio Mármora y Jorge Gurrieri, «El retorno en el Río de la Plata», Estudios Migratorios , Buenos Aires, dic., 1988 . Un ejemplo de lo dispares que pueden ser las cifras se puede ver en el caso del exilio a España, en Margarita del Olmo Pintado, «La inmigración argentina a la ciudad de Madrid»,Arbor, 545, 1991, pp. 125-135, y Silvina Inés Jensen, La huida del horror no fue olvido: el exilio político argentino en Cataluña, 1976-1983, Barcelona: Editorial M. J. Bosch-Comisión de Solidaridad con Familiares de Desaparecidos en Argentina (COSOFAM), 1998.

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aun suponiendo que de éstos, entre un tercio y la mitad eran exiliados políticos, estaríamos hablando del 0.25% al 0.50% de la población total.6 Incluso sobreestimando las cifras argentinas, los porcentajes serían entre ocho y cuatro veces más bajos que los de España en 1939, debido, como se señaló antes, a lo fulminante del golpe y lo efectivo de la subsiguiente represión.

En lo que respecta al éxodo español, éste encontró refugio masivo más allá de las fronteras, mayoritariamente en Francia -y en sus territorios del norte de África-, donde en conjunto después de la segunda guerra mundial habitaban unos 150 000 españoles. Este numeroso contingente fue seguido muy de lejos en Europa por el que acogió la Unión Soviética, de unas cinco mil personas. También México ofreció asilo y llegó a ser el segundo país, después de Francia, por el número de españoles a quienes dio refugio: entre 20 000 y 25 000 hombres, mujeres y niños de todas las edades y todos los oficios. Como consecuencia de la Guerra Civil, sabemos que no hubo continente alguno que no albergara a republicanos desterrados 7• Es muy importante subrayar, además, que también el gobierno de la República pasó al exilio, y con él los recursos económicos de la Nación que había logrado poner a salvo durante la Guerra Civil. Esto explicaría en parte la posibilidad de establecer fuera de España mecanismos de ayuda a los propios refugiados y, ya en el exilio, a diversas instituciones.8

Los argentinos, en cambio, se vieron cercados por países gobernados por regímenes igualmente totalitarios, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, que colaboraban organizadamente en una acción represiva conjunta denominada Operación Cóndor. A diferencia del caso español, el éxodo argentino fronterizo fue limitado y peligroso. Por otra parte, en su mayoría, las salidas solo se pudieron realizar gracias a la ayuda de organismos internacionales y de las legaciones diplomáticas de algunos países europeos, de Israel y de México, país que al cabo del tiempo que dio asilo a unos 5 000 argentinos que abarcaban un amplio espectro social.9

De todo lo anterior no se trata de concluir cuál exilio, si el español o el argentino, fue más o menos afortunado, ya que tal valoración, amén de execrable, es contraria a toda ética, puesto que no hay ninguna fortuna en la necesidad perentoria de huir de la cárcel o de la muerte, sea donde sea. De lo que sí se trata, en cambio, es de señalar que, por sus dimensiones y por su vasta dispersión geográfica, de todos los exilios hispánicos del siglo XX, el español fue excepcional. Pero además también lo fue porque este éxodo

6 Es decir, hablaríamos de un éxodo mínimo de unas 62 000 y máximo de 125 000 personas salidas por motivos políticos directos, que nos parecen cantidades excesivamente elevadas y, hasta ahora, sin datos que las justifiquen. Fernando Lida García, del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), Buenos Aires, me ayudó a precisar estos cálculos y reflexionar sobre ellos.

7 Clara E. Lida, Inmigración y exilio. Reflexiones sobre el caso español. México: El Colegio de México-Siglo Veintiuno Editores, 1997.

8 Agradezco a Dolores Pla Brugat este señalamiento. 9 Al respecto, véase Pablo Yankelevich: «El espejo del exilio. La experiencia de los

sudamericanos en México», Coloquio Internacional: México, país refugio. La experiencia de los exilios en el siglo XX, México, INAH-UNAM-IT AM, Octubre de 2000 (ponencia inédita) y Schkolnik, op. cit.

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tuvo una duración prácticamente inigualada entre los exilios de la edad moderna en los países de lengua española. 10 Entre la toma del poder absoluto por Franco en abril de 1939 y la restauración definitiva de la democracia, al finalizar la década del 70, transcurrieron casi cuarenta años que hicieron del exilio español, no una condición transitoria y temporal, de duración relativamente corta como en el caso de los sudamericanos , sino un destierro permanente.

La Memoria en el Exilio Republicano Es cierto que durante los años de la Segunda Guerra Mundial y de la posguerra

existió entre el exilio español la ferviente esperanza de que la dictadura llegara a un pronto fin y que el regreso resultara inminente. Sin embargo, ya desde el comienzo mismo, se manifestó una clara vocación de mantener viva la memoria de la España republicana. Esto fue especialmente evidente en México, país que gracias a los esfuerzos del presidente Lázaro Cárdenas dio excepcional asilo y ayuda a quienes llegaron para que se insertaran activamente en él el tiempo que fuera necesario. También se trasladaron de París a México las instancias de Gobierno, y con ellas las organizaciones que, como la Junta de Ayuda a los Republicanos Españoles (JARE) y el Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE), con su Comité Técnico de Ayuda a los republicanos Españoles (CT ARE), socorrieron con recursos de la propia República a muchos de los refugiados, financiaron gran parte de sus proyectos culturales y crearon fuentes de trabajo para ellos. 11 En las próximas páginas nos ocuparemos del exilio español en México y a él haremos referencia cuando se trate de examinar otros exilios hispánicos, de los que ese país también fue generoso receptor.

Entre los españoles que se asentaron en México fueron muchos los que dejaron

1 O El caso de Cuba a partir de la Revolución de 1959 plantea todavía muchos problemas por dilucidar. Sabemos que el llamado exilio cubano ha incluido una mayoría de personas que salieron de su país por causas económicas o personales y no por persecución política. Que este éxodo haya contado con el abrumador apoyo material y logístico de los Estados Unidos no sólo ha facilitado e, incluso, fomentado, estas salidas, sino que el apoyo de un país tan rico y poderoso ha sido excepcional en la historia de los exilios contemporáneos. También en términos temporales, el cubano ha sido un éxodo distinto de otros, pues se ha producido en etapas muy diferenciadas, lo cual dificulta asignarle características uniformes y claras. Finalmente, se carece aún de cifras exactas que permitan establecer con exactitud cuántos fueron los exiliados políticos y cuáles las causas precisas de la salida de quienes optaron por irse de Cuba. Diana González Kirby, «A Survey ofthe Literature on the Cuban Immigration to the U.S. before and since the Mari el Boatlift», Revista Interamericana de Bibliografia, 3, 1991, pp. 504-517; Benigno E. Aguirre, «Cuban Mass Migration and the Social Construction of Deviants», Bulletin of Latin American Research, 2, 1994, pp. 155-183; Holly Ackerman, «The <Balsero> Phenomenon, 1991-1994», Cuban Studies/Estudios Cubanos, 26, 1996, pp. 169-200; Ernesto Rodríguez Chávez, Emigración cubana actual. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1997; Larry Glenn Nackerud, et al. «The End ofthe Cuban Contradiction in U.S. Refugee Policy», International Migration Review, 1, 1999, pp.176-192.

11 Dolores Pla Brugat, Els exiliats catalans. Un estudio de la emigración republicana española en México, México: Instituto Nacional de Antropología e Historia-Orfeó Catala de Mexic-Libros del Umbral 1999.

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recuerdos escritos sobre la experiencia vivida y compartida. Y o no me detendré en estas fuentes literarias, pese a su indudable valor para atestiguar una tenaz voluntad de memoria individual. En cambio, sí en otros tipos de datos como los «lugares de la memoria», que Pierre Nora ha definido como los espacios que se recrean para preservar simbólicamente una identidad social y cultural. A esta categoría pertenecen, por ejemplo, las asociaciones formales y las instituciones que sirven de lugares de sociabilidad y de cohesión a los grupos desterrados, como los centros y foros políticos, los ateneos culturales y las escuelas.

Las Editoriales Pero también existen otros «lugares», otros ámbitos que integran prácticas y

representaciones colectivas cuyo propósito no es solo abrir un espacio de sociabilidad interpersonal, sino, ante todo, crear un vehículo por medio del cual difundir la memoria de la cultura de una colectividad, en este caso, letrada. Me refiero, por ejemplo, a las imprentas, a las revistas, a las editoriales, que intentaron actuar como conservadoras de la identidad nacional. Estos espacios resultaron un medio privilegiado que, aunque desvinculado de la propia España, sirviera de interlocución más allá de las fronteras y fuera un vehículo de apropiación real o simbólica de la memoria cultural de una nación.

Esto es particularmente evidente en el caso de las editoriales creadas en México. Sin duda la más significativa, por ser también la pionera, fue la Editorial Séneca, creada hacia finales de 1939, bajo la dirección del poeta cuasi malagueño José Bergamín, con la colaboración de su amigo, el también poeta y malagueño Emilio Prados 12• Bergamín y Prados contaron con el apoyo del Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles (CT ARE), que recibía financiamiento de otras organizaciones de ayuda a refugiados y proveyó los fondos necesarios. 13 Entre los primeros títulos de la Editorial Séneca cuyo nombre evocaba al intelectual, al filósofo, exiliado por el tirano figuraron, simbólicamente, en clara alusión a la realidad de España, la traducción al español de la obra escrita desde el propio destierro por el humanista renacentista, Juan Luis Vives, De concordia y discordia. Asimismo, se publicaron por vez primera unas Obras completas, de Antonio Machado, quien acababa de morir en el destierro y una primera edición en español de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, asesinado al comenzar la

12 Gonzalo Santonja: Al otro lado del mar: Bergamín y la Editorial Séneca, Barcelona: Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, 1996. Nigel Dennis: «Emilio Prados en la Editorial Séneca», Revista de Occidente, 222 (noviembre, 1999), 109-121. María Fernanda Mancebo, «Los trabajos y los días», Letras del exilio. México, 1939-1949. Biblioteca del Ateneo Español de México, Valencia: Universitat de Valencia, 1999, pp.41-59.

13 Hay que recordar que el gobierno de la República optó por permanecer constituido como Gobierno español en el exilio, con sus instancias correspondientes y con recursos económicos de la Nación que se habían puesto a salvo de los insurrectos. Gracias a esto se crearon organizacio-nes de apoyo como la Junta de Ayuda a los Republicanos Españoles (JARE) y el Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE), con su Comité Técnico (CTARE), que pudieron socorrer con recursos de la propia República a muchos de los refugiados, organizar su traslado a otros países, como México, financiar gran parte de sus proyectos culturales y crear fuentes de trabajo para ellos.

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Guerra Civil. 14 Tampoco podía faltar El Quijote, como una apropiación emblemática de lo mejor de la tradición literaria española, ni es casual que Séneca buscara también conjuntar a autores de España y de América la vieja patria y la nueva morada , como lo demuestra la preparación de la hoy famosa «Antología de la poesía moderna en lengua española», subtítulo de La,urel, de la que estuvieron a cargo a Emilio Prados, Xavier Villaurrutia, Juan Gil-Albert y Octavio Paz, según el orden que aparece en el propio colofón.

Bergamín, como gerente, y Prados, como encargado de producción, recurrieron a su memoria editorial desarrollada previamente en España, desde que en 1926 fundaron en Málaga la revista Litoral. Nigel Dennis nos recuerda que ambos profesaban especial admiración por la labor de Juan Ramón Jiménez como fundador de revistas literarias, como Ley, Índice, Sí, y como editor de libros en la Biblioteca de Índice. Bergamín, por su parte, había dirigido en Madrid la revista Cruz y Raya y Prados había publicado los anejos de la revista Litoral. No sorprende, pues, que la intensa memoria de estas experiencias anteriores al exilio sirviera de inspiración para las publicaciones de la Editorial Séneca, ni que una colección de Séneca fuera la serie de poesía llamada «Árbol» en recuerdo de las Ediciones del mismo nombre creadas por Cruz y Raya en Madrid, antes de la Guerra. Tampoco es casual que este nombre, junto con el de otras colecciones como Laberinto, Estela, Lucero, formaran con sus iniciales el acróstico LEAL. 15 Recordemos también que fue en Séneca donde el propio Emilio Prados publicó, en marzo de 1940 (con una gran tirada de 2.000 ejemplares), su primer libro de poesías editado en México, que lleva el emblemático título de Memoria del olvido. Y tengamos también presente que tanto Estela, como una quinta colección, El clavo ardiendo, se especializaron, respectivamente, en obras científicas escritas por destacados investigado-res exiliados, y en otras del pensamiento occidental, en homenaje indudable a la silenciada Revista de Occidente.

Si me he detenido en este ejemplo es para resaltar el papel que desempeñaron las editoriales en el rescate, desde el exilio, al menos de una triple memoria. Ante todo, se trataba de ejercer la memoria cultural de lo que, para los exiliados, había simbolizado lo mejor de la España republicana. No en vano, con la publicación del libro de Juan Luis Vives, se pretendía destacar desde el exilio lo que la República tenía de espíritu de concordia, frente al afán de discordia con el que se caracterizaba al franquismo. En esta guerra de representaciones, el libro de Vives sirvió de evidente referencia simbólica. Una segunda memoria fue la memoria poética de quienes en el exilio o en la Península habían manifestado su vocación de tolerancia y de respaldo a la España democrática. Por eso no es de extrañar la presencia de nombres como el de Vicente Aleixandre, recluido en España, Rafael Alberti, exiliado en la Argentina, Luis Cemuda, en Inglaterra y los

14 Antes de la edición mexicana, Bergamín había gestionado la traducción al inglés con la editorial neoyorkina Norton. Esta edición bilingüe, a cargo de Rolfe Humphries, apareció pocas semanas antes que la de Séneca. Sin embargo, entre ambas ediciones sorprenden diferencias importantes. Daniel Eisenberg, Poeta en Nueva York: historia y problemas de un texto de Lorca, Barcelona: Ariel, 1976.

15 Véase Santonja, op. cit.

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Estados Unidos, García Lorca, asesinado, y tantos otros, todos víctimas de la represión interna o de la diáspora republicana, a cuya cabeza figuraba el decano de todos ellos, Antonio Machado. En tercer lugar, Séneca mantuvo una memoria editorial que tenía la voluntad de recordar las editoriales y las revistas literarias, así como la intensa vida cultural y científica de una España perdida.

Si Séneca nos ha servido como ejemplo de la voluntad de memoria del exilio español a través de la actividad editorial, existió otro aspecto de esta misma labor, realizada con el propósito específico de rescatar otra memoria: la de las lenguas no castellanas que se hablan en la Península. Un ejemplo notable, aunque no el único, es el de los editores y las editoriales catalanas en México16

. Hay que recordar que por razones sobre todo geográficas, el exilio catalán fue el más numeroso y el que en mayor proporción llegó a México, alcanzando entre 1939 y 1945 cerca del 15% del total 17

• Así, por ejemplo, en 1942, surgió la Biblioteca Catalana, fundada por Bartomeu Costa-Amic, con colecciones como los Cfassics Catalans, La Nostra Llengua, Documents, y varias otras, que recogían a los creadores y pensadores en lengua catalana, desde los clásicos como Ramon Llull, Auzias March, Francesc Eiximenis, hasta los más contemporáneos, como Joan Maragall, Lluís Nicolau d'Olwer, Josep Carner y otros. El deseo de mantener viva la comunidad a través de la lengua y de la memoria de una cultura reprimida dentro de la propia España fue un objetivo esencial de estas publicaciones y, según el propio Costa-Amic, el impulso fue «la noticia de una quema en Barcelona de 18 000 libros, todos ellos obras clásicas de la literatura catalana». 18 Otras editoriales, como las fundadas por Avel-lí Artís i Balaguer así como la publicación periódica La Nostra Revista y la creación en 1944 de la Col lecció Catalonia, voluntariosamente recuerdan las publicaciones y los títulos que en la Barcelona de los años veinte y treinta habían sido importantes motores de la identidad cultural catalana.

Durante años, las empresas de Artís, de Costa-Amic y otras como el Club del Llibre Catafa, la Col·lecció Lletres, las Ediciones Catalanes de Mexic, las Publicaciones de la Comunitat Catalana de Mexic que recogen en sus libro A. Manent y T. Férriz permitieron mantener viva en México una cultura que en España se veía amenazada y

16 También los catalanes se vincularon con la industria editorial mexicana como impresores, linotipistas, artistas gráficos, ilustradores, traductores y libreros. Véase el estudio pionero de Albert Manent, La literatura catalana a l'exil, Barcelona: Curial, 1976, y más recientemente Teresa Férriz Roure: La edición catalana en México. México: El Colegio de Jalisco-Orfeó Catala de Mexic-Generalitat de Catalunya, 1998, pp. 39-59.

17 Clara E. Lida con Leonor García Millé, «Los españoles en México: de la guerra civil al franquismo (1939-1950)», España y México durante el primer franquismo, 1939-1950. Rupturas formales, relaciones oficiosas, Clara E. Lida, compiladora, México: El Colegio de México, 2001 (en prensa). Véanse las primeras aportaciones sistemáticas al tema en Dolores Pla Brugat, «Características del exilio español en México en 1939», Una inmigración privilegiada. Comerciantes, empresarios y profesionales españoles en México en los siglos XIX y XX, Clara E. Lida, compiladora, Madrid: Alianza Editorial, Alianza América, 34 .comp. (1994): pp. 218-231 y Els exiliats catalans. Un estudio de la emigración republicana española en México, México: Instituto Nacional de Antropología e Historia-Orfeó Catala de Mexic-Libros del Umbral 1999.

18 Citado en Férriz Roure, op. cit., pp. 39-59.

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perseguida por el franquismo. En este sentido, la resistencia editorial ejercida desde México estaba sustentada en una clara voluntad de preservar la memoria de una cultura compartida por una colectividad que defendía su identidad nacional y de una lucha política contra la dictadura que se abocaba a eliminarla y sumirla en el olvido.

Sin embargo, no podemos desconocer la otra cara de esta voluntad: que en México este catalanismo estaba destinado a una comunidad más o menos cerrada, en larga lucha contra la asimilación, definida por la diferenciación lingüística pero, por ello mismo, cercada por una cultura hegemónica de raíces muy distintas. El propósito de conservar esa memoria catalana, se manifestaba como si el público mexicano, hispanohablante, no contara, con lo cual la voluntad de mantener viva y diferenciada una cultura particular se volvía una paradójica exclusión de la realidad circundante, lo cual, tarde o temprano, se demostraría imposible, como lo advertía tempranamente M. Andújar. 19

Las Escuelas Otra manifestación de la voluntad de memoria de los exiliados fue la creación de

escuelas para los hijos de los refugiados, a las que apoyaron las organizaciones del exilio y el gobierno mexicano. El Colegio Madrid, el Instituto Luis Vives, la Academia Hispano-Mexicana y el Instituto Hispano-Mexicano Ruiz de Alarcón fueron institucio-nes en las cuales los niños y adolescentes españoles pudieron iniciar o retomar los estudios que en España se habían suspendido por la guerra.20 La fundación de estas instituciones algunas de las cuales han sobrevivido y cumplido ya los sesenta años se debió al apoyo material de las asociaciones de ayuda a los refugiados que, como el Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE), la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE), el ya mencionado CTARE, así como la Comisión Administradora del Fondo de Auxilio a los Refugiados Españoles (CAPARE) y el propio gobierno mexicano contribuyeron con recursos para becas, sueldos, alquileres, etc., a crear establecimientos educativos en los cuales se prosiguieran los estudios interrumpidos en España, pensando que una vez terminada la guerra en Europa, estos niños y sus padres volverían a la Península.

En estos colegios participó la gran mayoría de los maestros y profesores exiliados. Valga, como dato significativo, recordar que más del 5% de los refugiados que llegaron a México entre 1939 y 1944 estaban vinculados con la educación; esto sin contar los varios centenares de académicos universitarios e investigadores científicos también

19 Manuel Andújar: La literatura catalana en el destierro, México: Ateneo Español, 1949. 20 Datos sobre estos colegios y su historia en Clara E. Lida, José Antonio Matesanz y

Beatriz Morán: «Las instituciones mexicanas y los intelectuales españoles refugiados: La Casa de España en México y los colegios del exilio», en Abellán, José Luis y Antonio Monclús, coordinadores, El pensamiento español contemporáneo y la idea de América. Tomo 11: El pensamiento en el exilio. Barcelona: Anthropos, 1989. Una revisión del tema se encuentra en Beatriz Morán Gortari, «Los que despertaron vocaciones y levantaron pasiones. Los colegios del exilio en la Ciudad de México», en Agustín Sánchez y Silvia Figueroa, coordinadores, De Madrid a México. El exilio científico y académico español, Morelia: Universidad Michoacana-Comunidad Autónoma de Madrid, 2001 (en prensa).

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asilados.21 Tener como maestros o miembros de los patronatos a personalidades tan destacadas como Joaquín Xirau, Agustín Millares Cario, José Gaos, Emilio Prados, José y Francisco Giral, Pedro Carrasco Garronera, Blas Cabrera, Marcelo Santaló, Francisco Barnés, Rodolfo Halffter, Elvira Gascón, Bernardo Giner de los Ríos, Pedro Bosch Gimpera, entre tantos otros, sin duda auguraba una excelente formación escolar en filosofía, letras, ciencias, artes ... La creación de estas escuelas fue algo inédito en otros exilios, pero significó que los pequeños españoles quedaron inmersos en la memoria del mundo del cual habían sido desterrados. Paradójicamente, en sus colegios en México, estos niños del exilio no solo quedaron aislados de una España que bajo el franquismo rompió todos sus lazos con la cultura previa a la de la Guerra Civil, sino que, al mismo tiempo, permanecieron desvinculados de la del país receptor. En este sentido, las escuelas del exilio trasmitieron lo que podríamos llamar una «cultura en vilo», desgajada del tronco cultural peninsular, pero sin raíces nuevas con las cuales arraigar; ésta fue, literalmente, una cultura del destierro. Se podría deducir que para muchos de aquellos niños refugiados el eventual encuentro con la sociedad receptora no sería fácil, sino que tardaría mucho en producirse, ya que se habían formado con la mirada vuelta hacia el recuerdo de una España que ellos mismos casi no habían vivido, que no estaba basado en la memoria propia, sino en la de los padres y la de los maestros, que mantenían los ojos voluntariamente vueltos a la España perdida.

Cómo saber si la memoria originaria instilada por sus mayores acabó siendo reemplazada por la conciencia nueva de la cultura y de la vida mexicanas, o si el desarraigo llevó a estos jóvenes a sentirse ajenos a su propio entorno como lo eran también a su propia patria? A fin de cuentas, esa voluntad de conservar la memoria colectiva de una República perdida, resultó en una excepcional experiencia educativa que ningún otro exilio, antes o después, logró repetir y, seguramente, en una firme conciencia de las realidades políticas de la época. Pero su impacto personal y social posteriores son todavía una asignatura pendiente de explorar en lo que se refiere a la compleja relación que se genera en los destierros entre la inclusión en el grupo y la enajenación ante el nuevo entorno, entre el destierro y la pertenencia, entre la condición de emigrado y un creciente desarraigo que lleva a eventuales emigraciones y reemigra-ciones.

Los Espacios de Sociabilidad Durante casi tres lustros, la voluntad de memoria traducida en la creación de lugares

específicos que la resguardaran se basó en la ilusión de los exiliados españoles de un cambio político en su país de origen. Al finalizar la segunda guerra mundial, la expectativa de que con la derrota de los países del Eje se pusiera fin a la dictadura franquista fue una primera desilusión: Franco no solo no cayó, sino que pudo sortear el aislamiento y la condena internacional hasta que a comienzos de los años de 1950 su gobierno fue reconocido por los Estados Unidos, como ya lo habían hecho otros países, como Gran Bretaña y Francia.

Durante esos años, si bien los españoles podían habitar libremente en México, e

21 Véanse las estadísticas ocupacionales del exilio en Lida y García Millé, art. cit., 2001.

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incluso obtener la ciudadanía con relativa facilidad, las leyes mexicanas, en cambio, eran tajantes al prohibir a todos los extranjeros participar en la política nacional. En este contexto de exclusión la memoria actuó para construir espacios que sirvieran de foro para continuar actividades políticas semejantes a las desarrolladas con anterioridad al exilio; pero esa lucha política se centró en el futuro de una España perdida. Así, si bien la voluntad de mantenerse activos y preservar su compromiso con la República se tradujo en asociaciones, sociedades y centros de distintos signos políticos republicanos, socialistas, anarquistas, comunistas, etc., con el correr del tiempo éstos se fueron extinguiendo paulatinamente y el activismo político, asfixiado por las circunstancias de la distancia y del exilio, ocupó solamente un lugar simbólico en la memoria.

Mejor suerte corrieron las asociaciones culturales fundadas en el exilio, como el Ateneo Español de México o como el Orfeó Catala de Mexic. El Orfeó, al igual a las editoriales de las que hablamos antes, fue un centro de sociabilidad para la comunidad catalana en México, pero a diferencias de otras esencialmente republicanas, incluía tanto a exiliados como a viejos y nuevos inmigrantes. Encerrado sobre sí mismo lingüística y culturalmente, el Orfeó Catala sirvió como preservador de una cultura colectiva particular. Sin embargo, el que la emigración peninsular a México haya prácticamente cesado en estas últimas décadas significa la inevitable extinción de esta institución paralelamente a la de una colectividad de fuerte vocación catalana si no catalanista , lo cual implica la eventual desaparición de la memoria que daba cohesión al grupo.

En cambio, el Ateneo Español, ahora con medio siglo de vida, ha tenido un desarrollo distinto. Creado para mantener viva la cultura republicana en el destierro, desde el comienzo respondió a una comunidad refugiada amplia, pero también se supo imbricar con figuras destacadas del mundo cultural mexicano; esto se puede verificar con solo examinar la Memoria que su Junta directiva publicaba anualmente. Por la índole particular de sus actividades, el Ateneo evocaba la memoria de la institución madrileña homónima, que le sirvió de modelo como centro de la cultura liberal, republicana y democrática de España. Aunque modestamente, el Ateneo de México ha mantenido viva una memoria plural, ya que a través de la creación de una biblioteca y un archivo, resguarda actualmente la memoria documental y escrita de la República, de la Guerra Civil y del exilio, y por medio de conferencias y mesas redondas, recitales y conciertos, exposiciones, obras de teatro y presentaciones de libros, e incluso de la creación de un premio literario, sigue siendo un foro activo para la cultura española. Todavía hoy, el Ateneo Español de México conserva voluntariosamente la memoria del destierro al mantener un gran repositorio de los registros históricos de esa memoria para investigadores de diversas latitudes. En este sentido, el Ateneo tal vez haya sabido sobrevivir e integrarse a la vida cultural mexicana mejor que otras asociaciones destinadas exclusivamente a mantener viejas sociabilidades políticas o regionales y una memoria pasada, enajenada de su nuevo entorno.

Podríamos seguir historiando otros casos, pero estos ejemplos seguramente bastan para mostrar cómo el exilio español reforzó la identidad de los grupos que lo constituyeron al construir esos lugares en los que habitó su memoria. Con su diversidad, estas instituciones conservaron la cohesión aun dentro de la diversidad, y, aunque la voluntad de preservar una pertenencia específica contribuyó, inicialmente, al aislamiento en el país de acogida, en cambio mantuvo la identidad colectiva original mientras duró

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la esperanza de regresar a una España democrática. Esto tuvo una contraparte importante que se debe subrayar: esta voluntad de memoria permitió, eventualmente, que el ingreso de los refugiados a la sociedad receptora se produjera sin la disolución violenta de su propia identidad, y sí como un proceso paulatino que a la postre conjugó una memoria que se defendió del olvido con la incorporación de una nueva cultura receptora. En otras palabras, en vez de la asimilación forzada se produjo una gradual inserción definitiva.

Los Deberes de la Memoria Poco más de treinta años después de la llegada del gran contingente exiliado

español a México, este país volvió a ser puerto de asilo para exiliados de diversos puntos de América del Sur. Todo a lo largo del siglo XX, sino es que desde antes, ya lo había sido para numerosos perseguidos políticos centroamericanos y antillanos. Pero a partir de mediados de la década de 1970 México recibió a más de diez mil sudamericanos que huían de las dictaduras militares de sus países. Cada uno de estos exilios ha sido y seguirá siendo objeto de estudios particulares, pero es importante situarlos aunque brevemente dentro del marco comparativo con el exilio español que los precedió.22

El que México durante la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940) hubiera abierto las puertas a la emigración republicana, constituyó un antecedente obligado para que durante las presidencias de Luis Echeverría (1970-1976) y José López Portillo (1976-1982) nuevamente se acogiera a los perseguidos del sur del continente. Como en el caso del exilio español, México desplegó una ayuda importante. Estos asilados fueron alojados y sostenidos pecuniariamente mientras conseguían empleo; se les otorgaron facilidades para revalidar títulos profesionales y académicos, y, en la medida de lo posible, se les facilitó el acceso a diversas fuentes de trabajo. Pero las semejanzas con el exilio español no se deben estirar demasiado.

Si bien entre quienes llegaron también se manifestó la voluntad de memoria y el deseo de mantener viva la identidad colectiva, las posibilidades de los exilios sudamericanos de crear sus propios lugares de la memoria fueron más restringidas, pues no solo abarcaron diferentes nacionalidades y multitud de grupos, sino que, comparati-vamente, fueron de vida más o menos corta como consecuencia del desmoronamiento de las dictaduras del Sur en los primeros años de las década siguiente. Por otra parte, el México que encontraron quienes llegaron en los años de 1970 era muy distinto al de la segunda guerra y ya existía el sedimento y la experiencia de un exilio español que se hizo rápidamente presente y solidario, al proveer a los refugiados de Sudamérica de apoyo y consejo generosos.23 Alguno de los colegios fundados originalmente para los

22 Hay testimonios de exiliados de diversos países en Latinoamericanos en la ciudad de México. México: Instituto de Cultura de la Ciudad de México, El Gobierno del Distrito Federal, Babel ciudad de México, 3, 1999.

23 Un refugiado chileno recuerda el consejo de un exiliado español: «Deshaz rápidamente tu maleta, nosotros nos demoramos cinco, ocho, o diez años en deshacerlas, la tuvimos debajo de la cama y fue un tiempo perdido. Haz lo contrario, vive con naturalidad tu condición de mexicano , desde hoy hasta que dure [ ... ]. Luis Maira, «Anexo. Luces y sombras», Pablo Y ankelevich, coordinador, México entre exilios. Una experiencia de sudamericanos, México: Ed. Plaza y Valdés, 1998.

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españoles ofreció becas a sus hijos; las editoriales ya desarrolladas en México dieron trabajo a quienes pudieran incorporarse a sus actividades; los trabajadores cualificados se insertaron en las actividades industriales y de servicios que el país había desarrollado durante décadas; los centros de investigación y de docencia universitaria recibieron a diversos académicos y estudiantes en la educación superior en México, como lo habían hecho antes con la pléyade de científicos, intelectuales y artistas españoles desterrados.24

Podemos concluir, entonces, que la larga y variada experiencia del exilio español, con su apasionada voluntad por preservar los lugares de la memoria, consolidó en México espacios de sociabilidad y mecanismos de solidaridad que otros destierros posteriores encontraron ya creados. La intensa vida aunque muchísimo más corta de los éxodos políticos sudamericanos contrastó con el casi eterno exilio español. Unos y otros lucharon por preservar del olvido aquello que intentaban destruir desde el poder los regímenes totalitarios, pero los mecanismos fueron distintos. Los españoles solo desde la distancia pudieron oponer su voluntad de memoria contra la historia oficial deseosa de borrar el pasado. En cambio, el retomo más o menos pronto de los sudamericanos a sus países les ha permitido seguir manifestando desde adentro la voluntad de recordarlo todo y de no permitir el olvido de las torturas, de los muertos, de los desaparecidos ni de los desterrados.

Tal vez nadie haya resumido mejor este complejo proceso que el espléndido poeta argentino exiliado en México, Juan Gelman, quien sintetiza contundente cuál, entre «los deberes del exilio», ha de ser el papel de la memoria:25

no olvidar el exilio/ combatir a la lengua que combate al exilio! [ ... ]no olvidar las razones del exilio/ [ ... ]la dictadura militar[ ... ] [ ... ] y vos/ corazoncito que mirás cualquier mañana como olvido/ no te olvides de olvidar el olvido.

24 Esto se puede apreciar en la creación en 1938 de La Casa de España (en 1940 convertida en El Colegio de México) en la época de Cárdenas. El presidente Echeverría evoca este gesto al fundar un Centro de Estudios del Tercer Mundo (CEESTEM), que años después corrió una suerte poco afortunada bajo otro gobierno. Sobre la primera véanse Clara E. Lida, La Casa de España en México, México: El Colegio de México, 1988 y Clara E. Lida y José Antonio Matesanz, El Colegio de México, una hazaña cultural, México: El Colegio de México, 1990 [se han reeditado en un solo volumen en 2000]. En cambio, carecemos aún de un estudio sobre el CEESTEM.

25 Juan Gelman, de palabra, con prólogo de Julio Cortázar, Madrid: Visor, 1994, p. 314.

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