visiones de la antigüedad: boletín 03

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1 Por Miguel Ángel Maca Contenidos Editorial: Hace dos días. Selecciones de VA. Leyendo el pasado: Madrid y sus habi- tantes en cifras. La Biozona: ¡ O te mueres o me matas! Zona Blogs. Bene- dicto XVI: un niño de Estado. Lecciones a nuestros padres. Ecos de la Historia: Revolución francesa. Tejiendo Agua: Ser de Sombras. La “ñ” del profesor: Sarkozy es el prime- ro de la clase de los malos. El descubrimiento de la tumba de Tutanka- món. Felicitaciones. Sin palabras. El boletín de los amigos de la historia Número 3 Hace dos días Por Miguel Ángel Maca M e gusta juntar- me con ami- gos para comer y pasar un buen rato durante el fin de semana. Es una costumbre novedosa a la que me apunto últimamente sin protestar demasiado. Lo mejor de todo viene tras al banquete. Una buena charla tocando temas de actualidad, es el colofón perfecto siempre y cuando la sangre se quede en el estómago y la cabeza no necesite de un aporte extra que tenga como consecuencia el corte de algo más que el de la digestión. El presidente Sarkozy, en España, es más popular de lo que pensaba. Re- conozco que me asombró descubrir- lo aunque no es la primera vez que me junto con personas que piensan que, sea lo que sea, por ser español, ya es inferior. Resulta que cuenta con el apoyo y admiración de buena parte de mis amigos comensales. La expulsión de los gitanos rumanos es la demostración del poder que le falta al presidente Zapatero - decían - y la solución a los problemas de paro que padecemos en el país. Parece mentira que una sociedad como la europea, pretendidamente madura, ejemplo de cordura y de sabiduría por ser vieja, demócrata y asentada, esté cometiendo los mis- mos errores que la llevaron a la ca- beza de la barbarie. ¿Senectud?, podría ser. En un momento de acaloramiento les llamé nazis, cosa de la que me arrepiento. Viviane Reding pidió perdón por lo mismo y yo también lo voy a hacer a sabiendas de que, en la minucia del tiempo histórico, una guerra mundial empezó con el mis- mo guión. Hemos olvidado que hace dos días los españoles emigrábamos. Que digo hace dos días; ayer mismo oía en televisión como pueblos enteros se marchaban a Francia para trabajar en los campos galos. Municipios que se quedaban habitados únicamente por ancianos y niños eran noticia porque los jóvenes y adultos en edad laboral partían para ganarse la vida igual que el “puto negro” o el “moro guarro” lo hacen aquí. Extranjeros españoles que trabajan de sol a sol, probablemente, por un sueldo infe- rior al que cobrarían los franceses. Nos creemos más que nadie y ya no se nos llenan los ojos de lágrimas al recordar a Alfredo Landa corriendo, cargado con una maleta atada con una cuerda, tras un autobús de paisa- nos que regresaban de Alemania para pasar las fiestas de navidad junto a sus seres queridos. ¡Vente a Alemania, Pepe!, se titulaba la pelí- cula (1971). Cuanta mezquindad demuestran los que, hace dos días, tenían a un abue- lo o bisabuelo lejos de casa, secán- dosele el alma bajo un sol extranje- ro, por dos duros, triste y acogiéndo- se a cualquier ayuda social a la que pudiera aferrarse, para que ahora a los nietos y bisnietos españolitos de hoy se les llene la boca de intransi- gencia, racismo y xenofobia. Visiones de la Antigüedad: boletín 003—octubre 2010—www.visionesantiguedad.foroes.net

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Llega octubre y con él un nuevo número del boletín de los amigos de la historia. Este mes, las Visiones de la Antigüedad vienen cargadas de contenidos de ayer y de hoy, entremezclados como si fueran lo mismo. De la mano de Enrique Calvo, Alhrael V. Svnna, Joaquín Martínez y Miguel Ángel Maca veremos las noticias y analizaremos desde sus puntos de vista los asuntos más relevantes que suceden en la sociedad actual sin olvidarnos del pasado.

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Por Miguel Ángel Maca

Contenidos

• Editorial: Hace dos días.

• Selecciones de VA. • Leyendo el pasado:

Madrid y sus habi-tantes en cifras.

• La Biozona: ¡ O te

mueres o me matas! • Zona Blogs. Bene-

dicto XVI: un niño de Estado.

• Lecciones a nuestros

padres. • Ecos de la Historia:

Revolución francesa. • Tejiendo Agua: Ser

de Sombras. • La “ñ” del profesor:

Sarkozy es el prime-ro de la clase de los malos.

• El descubrimiento de

la tumba de Tutanka-món.

• Felicitaciones. • Sin palabras.

El boletín de los amigos de la historia

Número 3

Hace dos días

Por Miguel Ángel Maca

M e gusta juntar-me con ami-

gos para comer y pasar un buen rato durante el fin de semana. Es una costumbre novedosa a la que me apunto últimamente sin protestar demasiado. Lo mejor de todo viene tras al banquete. Una buena charla tocando temas de actualidad, es el colofón perfecto siempre y cuando la sangre se quede en el estómago y la cabeza no necesite de un aporte extra que tenga como consecuencia el corte de algo más que el de la digestión.

El presidente Sarkozy, en España, es más popular de lo que pensaba. Re-conozco que me asombró descubrir-lo aunque no es la primera vez que me junto con personas que piensan que, sea lo que sea, por ser español, ya es inferior. Resulta que cuenta con el apoyo y admiración de buena parte de mis amigos comensales. La expulsión de los gitanos rumanos es la demostración del poder que le falta al presidente Zapatero - decían - y la solución a los problemas de paro que padecemos en el país.

Parece mentira que una sociedad como la europea, pretendidamente madura, ejemplo de cordura y de sabiduría por ser vieja, demócrata y asentada, esté cometiendo los mis-mos errores que la llevaron a la ca-beza de la barbarie. ¿Senectud?, podría ser.

En un momento de acaloramiento les llamé nazis, cosa de la que me arrepiento. Viviane Reding pidió perdón por lo mismo y yo también lo voy a hacer a sabiendas de que, en la minucia del tiempo histórico, una guerra mundial empezó con el mis-mo guión.

Hemos olvidado que hace dos días los españoles emigrábamos. Que

digo hace dos días; ayer mismo oía en televisión como pueblos enteros se marchaban a Francia para trabajar en los campos galos. Municipios que se quedaban habitados únicamente por ancianos y niños eran noticia porque los jóvenes y adultos en edad laboral partían para ganarse la vida igual que el “puto negro” o el “moro guarro” lo hacen aquí. Extranjeros españoles que trabajan de sol a sol, probablemente, por un sueldo infe-rior al que cobrarían los franceses.

Nos creemos más que nadie y ya no se nos llenan los ojos de lágrimas al recordar a Alfredo Landa corriendo, cargado con una maleta atada con una cuerda, tras un autobús de paisa-nos que regresaban de Alemania para pasar las fiestas de navidad junto a sus seres queridos. ¡Vente a Alemania, Pepe!, se titulaba la pelí-cula (1971).

Cuanta mezquindad demuestran los que, hace dos días, tenían a un abue-lo o bisabuelo lejos de casa, secán-dosele el alma bajo un sol extranje-ro, por dos duros, triste y acogiéndo-se a cualquier ayuda social a la que pudiera aferrarse, para que ahora a los nietos y bisnietos españolitos de hoy se les llene la boca de intransi-gencia, racismo y xenofobia.

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Homenaje en Berlín a los españoles deporta-dos a campos de exterminio nazis

L os 10.000 españoles

deportados a campos de exterminio nazis entre 1940 y 1945, a los que la dictadura de Franco denominó "rojos que no eran españoles",

recibieron un homenaje en Berlín, en el inicio de unas jornadas organizadas por la institución Memorial Democràtic de la Generali-tat de Cataluña.

"Sobre ellos cayó un velo de silencio oficial que duró hasta 20 años después de la reinstauración de la democracia", ha afirmado uno de los conferenciantes, el profesor Alfons Aragoneses de la Universi-dad Pompeu Fabra y coordinador de la Base de Datos de la Depor-tación Española a los Campos Nazis, iniciada en 2004 y presentada en 2009.

Dentro de las jornadas denominadas "La deportación española en los campos nazis: historia y memoria", Aragoneses han recordado que no fue hasta 2005 cuando un presidente del Gobierno de la España democrática, José Luis Rodríguez Zapatero, visitó oficial-mente un campo de concentración, el de Mauthausen, para rendir homenaje a los miles de españoles asesinados por los nazis.

Antes de eso, "incluso las dos primeras generaciones de españoles de la democracia fueron educadas en la ignorancia y la indiferen-cia", según Aragoneses, hacia sus compatriotas encerrados en si-niestros "campos de la muerte" de nombre Mauthausen, Dachau, Buchenwald, Sachsenhausen, Bergen-Belsen, Ravensbrück, Tre-blinka, Auschwitz o Neuengamme.

Allí acabó una parte de los cientos de miles de españoles que, ter-minada la Guerra Civil, cruzaron la frontera de Francia para huir de las tropas de Franco.

Con el avance de la Wehrmacht (Ejército alemán) por Sedán (noroeste de Francia) en 1940, cerca de 40.000 españoles fueron obligados a ingresar en campos de trabajos forzados en Alemania o terminaron internados como prisioneros de guerra.

En agosto de 1940, y ante el rechazo de responsabilidades de las autoridades franquistas sobre los republicanos españoles, los nazis iniciaron las deportaciones a campos de exterminio y de los 10.000

españoles se calcula que más de la mitad fueron asesinados.

El objetivo de la base de datos y de las jornadas de Berlín, como ha dicho hoy en su conferencia el director de Memorial Democràtic, Miquel Caminal, es "arrebatar del silencio a esos miles de españo-les, devolverles el nombre porque no se pueden aceptar explicacio-nes parciales".

Caminal ha recordado en su intervención unas palabras del último presidente de la República, Manuel Azaña, poco antes de morir en Montauban (sur de Francia), donde permanece enterrado: "No hay libertad sin justicia".

El director de Memorial Democràtic ha coincidido en sus argumen-tos con el catedrático de Historia de la Universidad de Augsburgo (sur de Alemania) Walther L. Bernecker, al destacar el carácter "internacional" de la Guerra Civil española, previo al conflicto mundial que se desencadenaría meses después.

Para Bernecker, el gran "éxito" del poderoso aparato de propaganda de Hitler y de su ministro Joseph Goebbels fue convertir el conflic-to fratricida en España "en una guerra entre el fascismo y el comu-nismo" que llevó a los derrotados a ser esos "rojos que no eran es-pañoles".

Las jornadas, que celebraron en la Fundación Topografía del Terror de la capital alemana, contaron también entre sus organizadores con esta agrupación para el estudio de los horrores del nazismo y la asociación francesa Amical de Mauthausen, así como con el apoyo del Instituto Cervantes y la embajada de España en Alemania.

En el elenco de conferenciantes estuvieron también, entre otros, la historiadora Rosa Torán, de la Amical de Mauthausen; Astrid Ley, directora de la oficina de investigación del Memorial y Museo de Sachsenhausen; Bernd Faulenbach, de la Universidad del Ruhr en Bochum, y Frauke Büttner, de la Asesoría Móvil contra el Neofas-cismo en Berlín. Fuente: Carlos Álvaro Roldán, ADN Lleida.

Una heroína de guerra inglesa muere como "Eleanor Rigby" Por Estelle Shirbon

LONDRES (Reuters) - Una anciana solitaria que murió sola en su apartamento en el suroeste de Inglaterra y que no tenía a nadie que pagara por su funeral saltó a la fama de forma póstuma cuando se supo que había sido una valiente agente secreta durante la Segunda Guerra Mundial.

Eileen Nearne falleció el 2 de septiembre en su casa en la ciudad de

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Torquay, a los 89 años de edad. Varios días después y ante la au-sencia de algún conocido que se hiciera cargo de los trámites fune-rarios, las autoridades entraron en el apartamento para hacerse car-go, explicó un portavoz del ayuntamiento local. Una búsqueda de documentos que pudieran ayudar a localizar a algún familiar llevó al hallazgo de varias medallas y papeles que revelaron la vida de una mujer que una vez fue conocida como "Agente Rose" y que desafió a los nazis sirviendo como operadora de radio en la Francia ocupada.

Los medios británicos compararon su muerte con la del personaje ficticio Eleanor Rigby, cuya muerte solitaria describieron los Bea-tles en una canción. "Iba a ser enterrada, como Eleanor Rigby, jun-to con su nombre", afirmó el periódico The Times, que publicó en su portada una gran foto en blanco y negro de una joven Nearne tocada con una boina. "Eso ahora podría cambiar. Debería cambiar, por el servicio que Eileen Nearne brindó a su país (...) Su valor fue superado sólo por su humildad. Cada parte de su vida merece ser mencionada tanto como la de Eleanor Rigby", afirmó The Times en una editorial.

A los 23 años y como miembro de la Dirección de Operaciones Especiales (SOE, por su sigla en inglés), Nearne entró a Francia en marzo de 1944 para trabajar como agente encubierta y ayudó a coordinar una red de espías y combatientes de la resistencia.

Después de la guerra, Nearne fue reconocida como Miembro de la Orden del Imperio Británico por sus servicios. Vivió la mayor parte de sus años restantes con su her-mana Jacqueline, que también sirvió en la SOE. Tras la muerte de su hermana en 1982, Nearne vivió sola y nunca habló sobre sus hazañas en tiempos de guerra.

Cuando Perú pudo evitar el ataque a Pearl Harbor

E l ataque japonés a Pearl Harbor, que propició el ingreso de EE.UU. a la Segunda Guerra Mundial, pudo haberse evita-

do si las autoridades norteamericanas hubieran considerado la alerta que les dio un diplomático peruano en Tokio. Esta historia, que antes había sido mencionada sobre todo en libros sobre "complots", ha sido ahora con-

firmada por el diplomático y escri-tor peruano Juan del Campo Ro-dríguez, quien ha publicado en Lima el libro "Pearl Harbor. La historia secreta". Del Campo, ac-tual ministro en el Servicio Diplo-mático peruano, dedicó meses a realizar una seria y exhaustiva investigación en los archivos del ministerio peruano de Relaciones Exteriores y consultó numerosas

fuentes documentales y bibliográficas del extranjero.

Según dijo a Efe se decidió a seguir este tema en 1991, cuando recibió una llamada de la productora norteamericana de un documental que le dijo que sabían que un embajador de Perú había avisado sobre el ataque a los Esta-dos Unidos. "En ese momento no tenía una mayor información, había el rumor de que el representante diplomático peruano (en Tokio) había avisa-do que se iba a producir el ataque, había libros americanos que tangencial-mente mencionaban este episodio, pero todos en escenarios diferentes, en situaciones diferentes", explicó.

Esto lo motivó a buscar la verdad del tema basándose en los informes ofi-ciales que había elaborado el por entonces ministro peruano en Tokio, Ricardo Rivera Schreiber. De esa manera, pudo acceder a una información que lo llevó a conocer los entresijos de "la capacidad profesional, la visión y el análisis" que tenían los funcionarios diplomáticos peruanos en Japón, que con pocos recursos emitieron datos y análisis muy acertados.

En el caso específico de Rivera Schreiber, Del Campo comprobó que el ministro peruano se enteró del ataque japonés a Pearl Harbor diez meses antes de que este ocurriera y alertó al entonces embajador norteamericano en Tokio, Joseph Clark New. Las fuentes del diplomático peruano fueron Yasukisu Suganuma, un intérprete japonés del consulado de Perú en Yoko-hama, y el profesor Furukido Yoshida, que enseñaba literatura en la uni-versidad de Tokio y trabajaba en el Ministerio de Guerra japonés.

En una reunión informal, Suganuma le reveló al empleado de la embajada peruana Felipe Akakawa que Japón "estaba preparando una flota para ata-car a los Estados Unidos, que el ataque iba a ser aeronaval y que eso se iba a realizar en un tiempo prudencial". Akakawa, quien tenía familia en Perú, le informó a Rivera Schreiber, quien decidió hacer un seguimiento al tema y después recibió los mismos datos en una reunión que tuvo con Yoshida.

Con esa información, el ministro peruano visitó al embajador Clark, quien, según relató del Campo, "se entusiasmó al principio y entre los dos redac-taron el informe" que iba a enviarse a Estados Unidos. "Sin embargo, al día siguiente el embajador de los Estados Unidos como que no lo toma muy en serio y reduce el mensaje a uno muy pequeñito en el que dice: "un colega de mi embajada ha sido informado por el jefe de la misión de Perú de que Japón va a atacar, sin embargo, esto me parece absurdo"", explicó.

Ante las dudas que pueda generar esta actitud, Del Campo ha confirmado que el ministro peruano sí le dio la información personalmente a Clark y que incluso los dos diplomáticos eran amigos, como demuestran unas fotos publicadas en su libro. Sin embargo, el informe que Rivera Schreiber -que falleció en 1969- envió a Perú sobre este caso ya no existe, porque lo hizo mediante un amigo que viajaba a Lima, para evitar la interceptación que hacían los japoneses.

"Pero en otros mensajes a Lima él dice que va a haber un ataque contun-dente de Japón contra bases americanas; además, eso queda claro en otras declaraciones que él dio y en las memorias del Secretario de Estado nortea-mericano Cordell Hull, que dice que el peruano si se reunió con el ameri-cano y le dio la información", añadió. Del Campo reitera que su investiga-ción le ha permitido constatar como "todo está estructurado en los infor-mes de la legación del Perú" y añade con orgullo que "eso dice mucho del profesionalismo de los funcionarios peruanos", que incluso sufrieron gran-des penurias cuando Japón persiguió y detuvo a los diplomáticos extranje-ros. El investigador trabaja ahora en un nuevo libro, esta vez sobre la gue-rra en Europa y la Alemania Nazi, que se titulará "El Tercer Reich visto por Torre Tagle", en alusión al palacio colonial que alberga a la sede de la cancillería peruana. Fuente EFE

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Leyendo el pasado

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¡ O te mueres, o me matas !

Por Enrique Calvo

M ucha gente no sabe

que dentro de su organismo hay una gran tasa de “suicidios” celulares que son absolutamente necesarios para la viabilidad y el correcto funcionamiento de los procesos biológicos.

Para empezar es importante explicar que el proceso de apoptosis es un proceso activo, es decir, que las células no se mueren por falta de nutrien-tes o de oxígeno, sino que lo hacen consumiendo energía mediante la inter-pretación de un complejo programa genético. Este hecho pone de manifies-to la importancia de la regulación de este proceso de muerte programada.

En la apoptosis, las células seleccionadas para su destrucción no se com-portan como lo harían habitualmente en un proceso de inflamación ante un daño físico o microbiológico, es decir, no se hinchan y revientan y derra-man el contenido intracelular al medio externo, sino que se fragmentan (su material genético), se desestructuran y se encogen para finalmente ser fa-gocitadas (tragadas) por los fagocitos del organismo para su completa de-gradación.

Mediante este mecanismo tan finamente controlado se induce la regenera-ción de algunos tejidos mediante la eliminación de las células más viejas (que ya han entrado en ciclo de división celular un número determinado de veces), y que son potencialmente peligrosas para el organismo, ya que estas células pueden incurrir en errores del programa genético de división y convertirse así en células tumorales.

En realidad, las células reciben cientos de estímulos (cascadas de señaliza-ción) a lo largo de su “vida” y de su función dentro de un determinado tejido. Esos estímulos pueden ser de viabilidad (anti-apoptóticos) o por el contrario pueden ser estímulos pro-apoptóticos que inducen que la célula entre en muerte. El balance entre estos dos tipos de señales es lo que hace que una célula siga o no siendo viable y cumpliendo su función. De las moléculas más conocidas podríamos destacar la proteína Bcl2 como anti-apoptótica, y la proteína p-53 como la guardiana de que una célula se suici-de cuando le ha “llegado su hora”.

Es importante además mencionar a un grupo de proteínas que están direc-tamente implicadas en el proceso de apoptosis, se trata de las caspasas (cisteinil-aspartato proteasas). Estas proteasas (proteínas que “destruyen” otras proteínas) provocan una degradación proteica bien definida hasta llegar a la formación de cuerpos apoptóticos. Algunas caspasas son "iniciadoras" y otras "efectoras" del proceso catalítico, actuando sobre endonucleasas que son las responsables directas de la fragmentación del ADN.

¡O te mueres, o me maltrato!: Anergia.

Uno de los tipos de apoptosis más especiales es la anergia, o deleción clo-nal. Este tipo de apoptosis ocurre (entre otras) en las células del sistema inmune encargadas de sintetizar y liberar los anticuerpos (Linfocitos B). Nuestros linfocitos, gracias a una serie de procesos de recombinación, son capaces de generar anticuerpos contra cualquier molécula diana (antígeno) que exista o no en la naturaleza. Por eventos de recombinación somática aleatoria se generan miles de combinaciones capaces de defender al orga-nismo ante cualquier amenaza incluso antes de haber entrado en contacto con el agente desencadenante. Esto es lo que se conoce como sistema in-mune inmaduro, y está compuesto por una serie de linfocitos cada uno de los cuales puede sintetizar y liberar un anticuerpo contra un determinado antígeno. Estas células se multiplican y dan lugar a otras células idénticas formando miles de clones.

La gran diversidad de anticuerpos potencialmente formados conduce a que muchos de esos clones produzcan anticuerpos contra moléculas propias, de modo, que mediante un complejo proceso de presentación de autoantíge-nos (antígenos de nuestro propio organismo) los clones que atacan las mo-léculas propias son eliminados mediante deleción clonal. Es decir, que todos los clones de linfocitos que atacan al propio organismo deben entrar en apoptosis para el correcto funcionamiento del sistema. A nadie se le escapa que una deficiencia en este proceso de muerte celular conduciría a la existencia de clones que atacarían nuestras propias proteínas, producién-dose así las enfermedades autoinmunes como pueden ser el lupus eritema-toso sistémico, algún tipo de diabetes, o la glomerulonefritis autoinmuni-taria.

Algo muy similar ocurre con los linfocitos T que también forman clones y que son los encargados de llevar a cabo, entre otras tareas, la respuesta inmunitaria celular. Los receptores situados en la membrana de estos linfo-citos reconocen un determinado antígeno y entonces empiezan a dividirse y a expandir el clon, “llaman” a otras células del sistema inmunitario y desencadenan la respuesta inmune celular. Los clones que reaccionan co-ntra moléculas propias o que reaccionan de manera exagerada ante un de-terminado antígeno reciben estímulos proapoptóticos y entran en deleción clonal. Un ejemplo de la deficiencia en la eliminación de determinados clones es la hipersensibilidad (alergia). Entra en nuestro organismo un cuerpo extraño, un antígeno que no tiene por qué ser peligroso ni patogéni-co, y es reconocido por algunos clones de linfocitos que rápidamente des-encadenan una respuesta exagerada contra ese antígeno, y el resultado es que es peor el remedio que la enfermedad, es decir, que a nadie le mata un grano de polen de olivo, pero si le puede causar mucho daño una respuesta inmune exagerada y descontrolada ante ese grano que no es ni siquiera un agente patógeno.

En nuestro sistema inmune hay incluso un grupo de células llamadas “natural Killer, NK”, es decir, células asesinas naturales que siempre están activadas y preparadas para atacar y destruir. Los clones de células NK tienen como misión la destrucción de todas las moléculas y células en las que no reconocen una serie de “señales” propias, por lo que hay que elimi-nar cualquier clon de estas células que se escape a esa regla. Estas células son parecidas a los linfocitos, pero la diferencia es que a un linfocito hay que activarlo para que empiece a atacar, mientras que a las células NK hay que “desactivarlas” para que no ataquen.

¡No te mueras demasiado!

Un exceso de apoptosis, debido a una mala regulación en el proceso, se relacionaría con una serie de enfermedades producidas o bien por una falta

La Biozona

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de respuesta inmunitaria competente (inmunodeficiencia adquirida), o bien por la pérdida de un determinado tipo celular. Así, el exceso de apoptosis podría desencadenar en enfermedades neurodegenerativas como la enfermedad de Alzheimer, enfermedad de Parkinson, esclerosis lateral amiotrófica, retinitis pigmentosa, o degeneración cerebelosa.

En resumen, este es un claro ejemplo de cómo la “muerte” y la vida son caras de la misma moneda, y de lo complejo y perfectamente controlado que está el organismo tanto a nivel celular como molecular.

El cáncer, las reacciones de hipersensibilidad que pueden desencadenar un shock anafiláctico, algunas enfermedades neurodegenerativas y las autoinmunes, e incluso síndromes de inmunodeficiencia, todas ellas en-fermedades presentes en nuestro siglo, todas ellas mortales. Todas ellas relacionadas con problemas en el fino control que separa la vida y la muerte.

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Comprometidos con la historia

ECOS DE LA HISTORIA

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Por Turriano

Para ser jefe, o mejor dicho, para ser un gran dirigente, parece que lo más importante es pasar muchos años en la empresa sin ver nada de lo que sucede alrededor - en su defecto hacer la vista gorda - , no tener prisa, y de-jar que otros, los que te han recomen-dado, decidan por ti. Tiene su lógica

porque la persona que reúna estas condiciones, en la soledad del gobierno es dónde estorba menos y hace que los pilares productivos le sostengan a él y a la cúpula organizativa, sin continuas torpezas ni riesgo de que se acabe el chollo.

Un ejemplo de lo que digo:

El Papa siente tristeza por no haber sido suficientemente vigi-lante, veloz y decisivo a la hora de afrontar los casos de abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes.

Demoledora declaración pronunciada por el sucesor de San Pedro nada más llegar al Reino Unido en visita oficial. Veterano, ciego y títere no siente rabia, no muestra indignación, no le invade la re-pugnancia ni le marea el olor putrefacto de la iglesia de hoy; no se le llevan los demonios, por el momento. Siente tristeza, el mismo estado de ánimo en que pudiera encontrarse un niño cuando ve una película en la que al final muere el perrito por salvar a su amo. El pequeño se siente aliviado cuando, en pijama, acurrucado en los brazos de sus padres, le hacen ver que no es real, que todo es pro-ducto de la magia del cine y que en verdad no ha muerto nadie. El Papa, con su "virginal" atuendo, acunado tras el beso de unos labios pintados de púrpura, también.

Es lo que tiene contemplar durante tantos años el cielo de un rom-bo, dirigir sin dirigir, mirar para otro lado, vivir en el imagina-rio autorizado para todos los públicos de un niño, que cuando mi-ras a la tierra, te acomodas o no te interesas por el guión que te es-criben, el mareo te hace decir muchas tonterías y, a los ochenta y tantos, quedar como un cínico triste.

Benedicto XVI: un niño de Estado

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Lecciones a nuestros padres.

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ECOS DE LA HISTORIA

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SER DE SOMBRAS Por Alhrael V. Svnna

Tejiendo Agua

N aces, como

un perro abandonado en un vertedero. Caminas entre la basura, pisando cristales rotos de botellas de whis-ky, trozos de metal, perió-dicos de otro tiempo con portadas clónicas, de muer-te y destrucción, de herma-nos luchando a muerte y muriendo por controlar trozos de un vertedero aún mayor, de gente vendiendo

su cuerpo por todas partes, expuesto como el mostrador de una carni-cería sin higiene alguna... Tus pies sangran, tu espíritu maldice. No has pedido nacer y, sin embargo, aquí estás. El cielo es negro, el agua una pasta pegajosa intragable. Eres un perro, un chacal hambriento. El hálito ponzoñoso de la vida, de un mundo sumido en sombra brillante, invade tus pul-mones y los marchita. Cada soplo es un paso más hacia la muerte. Y, sin embargo, ¿qué mejor que la muerte en un mundo así? ¿Qué mejor que el olvido en el recuerdo infausto? Por delante de ti ves a una serie de figuras forcejeando. Sus bordes desdibujados por el fuerte viento, corrosivo y mortal de necesidad. Sus rostros sombríos, como pozos sin fondo. Sus bocas abiertas en expresiones deformadas; alaridos. Sus ojos cincelados en ébano eté-reo, agujeros por los que su alma se ha fugado. Matándose entre ellos, descuartizándose con sus propias manos, devorándose, por todo y por nada. Por su basura, por sus creencias. Insisto, por basura. Desde tiempos inmemoriales tus semejantes chacales se han organi-zado en maravillosas religiones absurdas y estúpidas, en sociedades tan brillantes como los labios de una prostituta. Sus creencias enfan-gadas por el subjetivismo moral, lo incoherente de su ser, la mentira, la falsedad, la avaricia desmedida. El asesinato, la muerte, el tráfico de vida, la perversión de lo impervertible. De perros que se dan caza a sí mismos. Jaurías desbandadas entre los árboles. Canes azuzados, sin voluntad propia. Sólo morder. Rabiosos, famélicos. Pelajes des-vaídos, manchados de barro. El esplendor inexistente en la cloaca, de peste infame y mugre en las uñas. La vida, la más negra vida. Las calles vacías, atestadas de gen-te unida en soledad, de tristeza sus lágrimas y feneciente su realidad. Que viene y va, silenciosa, rabiosa, aullando a la luna, para morir en silencio entre monedas de oro. De Abel y Caín, una tontería más. Serpientes bíblicas, bajo pieles de sacerdotes, obispos y Papas. Libros sagrados que arderían mejor que mucha leña, pues nada mejor que las mentiras para azuzar el fuego, llenar las llamas de bríos des-medidos y dar a luz a la ira, en un frío callejón, en invierno. Menti-ras, falsedades más grandes que las que persiguen sin denuedo, ma-tando por los errores mentales de mentes simples, primitivas. Miedo-

sas. Temblorosas. Niños sin techo, sin hogar. Tristes y solitarios, huérfanos de afecto. Se agrupan para ser más fuertes, pero siguen temiendo. A veces tienen miedo de sí mismos. Pero no toleran la diferencia y la condenan. Torturan hasta erradicarla o bien idean las más disparatadas técnicas para suprimirla. Sus dioses, desde becerros de oro a figuras insustanciales, pretenden justificar una existencia indescifrable. Creaciones borrosas, la obra de un escultor de barro. Y de un escultor la obra que vive y mata a su creador, que la esclaviza por atreverse a semejante falacia. Aquí yace la esperanza. Demasiadas invenciones, pretensiones de grandeza y eternidad in-fundada. De maravillosos mundos iluminados por la luz alimentada con las manos ennegrecidas de los esclavos, iguales pero no iguales. El rey camina entre alfombras de cadáveres, todos boca abajo, en hemorragia imparable. Criaturas monstruosas que no necesitan cue-vas para vivir, ni ratoneras en las que esconder su rostro demacrado. De huesos y telas raídas, el manto púrpura del señor Infestación. Por su dinero todos corren sin mirar, aunque un barranco se levante ante sus narices embelesadas por el olor del vil metal. Sus cuerpos ven-den al mejor postor, sea este un hombre o un monstruo. Un chacal padre de la impureza y la corrupción. Un mundo de perros erguidos, siendo el perro a cuatro patas el más racional de entre todos ellos. Un mundo de genialidades estúpidas y absurdas, de saliva negra y llamas que semejan figuras, danzarinas y juguetonas. Locura. Avances que son retrocesos. Épocas de oscuri-dad que sólo traen más oscuridad, escondida detrás de luces artificia-les y apariencias previamente acordadas. Ah, la vida de un chacal. Un aborto sangriento de naturaleza pesti-lente. La vida de un cazador solitario, que vive en comunidad y, sin embargo, sigue siendo solitario. Depreda a sus hermanos por la no-che, mientras duermen, incautos. La belleza insana, cadavérica, con-denada. Miedo a la vida, miedo a la muerte. Caer de las alturas y no ser consciente. Tocar el suelo y esparcirse en mil pedazos, pero soñar aún con cielos nublados. Lluvia. Y, pese a todo, la terrible certeza de ser sólo una gota ponzo-ñosa, precipitándose al vacío en la sucesión imparable del tiempo eterno. Sin importancia, banal, contaminada por los gases nefandos de su creída supremacía... Vivir engañado; morir por mentiras.

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SARKOZY ES EL PRIMERO DE LA CLASE DE LOS MALOS Por Joaquín Martínez

A lguien me ha contado que Nicolás Sarkozy, un presidente de no sé qué país, se había

pasado como dos o tres pueblos de la estación a donde iba. Yo, que

no veo nunca la tele ni escucho la radio a fin de evitar las más que

probables jaquecas, quedé alarmado con la noticia.

«¿Qué diablos ha hecho este Sarkozy?», le pregunté a mi infor-

mador.

Se atusó el pelo, se rascó la barbilla, se llevó la mano a la frente.

Al momento comprendí que el asunto era bastante grave. Con el ros-

tro compungido y la voz apenada, me explicó los tejemanejes de un

señor presidente que había dictado la orden de expulsar del territorio

nacional a los gitanos de origen rumano o búlgaro.

«¿Por qué?», pregunté indignado, «¿todos los gitanos de proce-

dencia rumana o búlgara se han puesto de acuerdo para cometer un

delito y el gobierno ha replicado expulsándolos a la vez?»

«No. Son sólo presuntos... presuntos delincuentes.»

«¿Presuntos delincuentes nada más que por ser gitanos?»

En el colmo de mi indignación, quise saber cómo había reaccio-

nado la Comunidad Europea frente a este atropello contra la digni-

dad de las personas.

«Los presidentes de cada país, incluido José Luis Zapatero, le

han dado la razón a Monsieur Sarkozy. Alegan que existe el derecho

privado de cada nación miembro de la Comunidad; que había razo-

nes de peso: inseguridad ciudadana, condiciones deplorables de los

campamentos gitanos, mal ambiente en los barrios donde se insta-

lan... ¡Qué sé yo! Ya sabes cómo son los políticos, siempre están

mareando la perdiz.»

«Pero... un delincuente lo es porque ha cometido un delito (aquí

la necesaria frase de perogrullo, por más que algunos se empeñen en

ocultar el sol con un dedo), no porque pertenezca a tal o cual etnia.

Esto de señalar a alguien solo por su origen ya lo hicieron, antes que

Sarkozy, un tal Tito, de nefasto recuerdo, y un tal José Stalin, pro-

motor de las deportaciones a Siberia, y hasta el mismísimo Adolfo

Hitler, quien mandó colocar en el pecho de los judíos una estrella

amarilla para distinguirlos del común de los mortales.»

«Eso fue lo que dijo la comisaria de Justicia, Viviane Reding;

pero al momento le llovieron las críticas y tuvo que rectificar y hasta

pedir perdón al agresor de los gitanos, como siempre sucede cuando

es el poderoso el que sujeta la sartén por el mango.»

«Esto es un despropósito –dije–; y lo peor es que uno tiene que

seguir oyendo noticias de cómo estos desalmados, llámese Sarkozy o

Berlusconi, para el caso es lo mismo, continúan haciendo de las su-

yas: cometiendo atropellos, disfrazando la verdad, manipulando a la

opinión pública, recolectando votos a fuerza de engatusar al electora-

do con patrañas y marrullerías populacheras. Y a todo esto, yo me

pregunto, ¿qué fue del derecho a desplazarse libremente en territorio

europeo por parte de los ciudadanos de la Comunidad?»

«Según parece no todos somos iguales... Eso ya lo sabíamos; lo

malo es que ahora lo van a publicar, negro sobre blanco, en uno de

esos boletines oficiales.»

Llevándome las manos a la cabeza, le pedí a mi amigo que no

siguiera informándome de la actualidad política. Me puse a andar

calle abajo; un poco más apesadumbrado que antes, si cabe.

La “ñ” del profesor

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EL DESCUBRIMIENTO DE LA TUMBA DE TUTANKAMÓN

Por Miguel Ángel Maca

“Inserté la vela y atisbé. Detrás de mí esperaban lord Carnarvon,

lady Evelyn y Callender. Al principio no veía nada, pues el aire

cálido que salía de la cámara hacía vacilar la llama. Pronto, cuan-

do la vista se acostumbró a la penumbra, comezaron a emerger

paulatinamente de la bruma los detalles del aposento. Por un mo-

mento me quedé mudo de asombro, y cuando lord Carnarvon, que

ya no podía resistir más la tensión dijo: ¿Ve alguna cosa?”

Caprichoso destino

P ocas personas habían oído hablar de George Edward Stanhope Molyneux Herbert, lord Porchester, quinto

conde de Carnarvon, Porchy, para sus íntimos. Era un rico aristócra-ta inglés que a sus 41 años no había hecho prácticamente nada nota-ble en su vida. En su juventud presumió de una silueta distinguida que tornó, allá por el 1903, en un rostro macilento y un cuerpo en-clenque tras tener un accidente automovilístico del que tuvo suerte de escapar con vida, al sufrir una fuerte conmoción cerebral y aplas-tamiento torácico. Poco brillante en los estudios aunque rico, se dedicó mientras pudo a viajar durante siete años: primero por tres cuartas partes del globo, luego a Sudáfrica, Australia, Japón, Fran-cia, Turquía, Suecia, Italia, Alemania y los Estados Unidos, que recorrió desde la costa Atlántica hasta la del Pacífico. Viajero incan-sable, paradojas de la vida, tuvo que ser por recomendación de su médico para que se planteara viajar a Egipto.

Lord Carnarvon fografiado descansando en el porche de la casa de Carter, al oeste de Tebas. En Egipto prefería vivir en un hotel de lujo, en Luxor, el Winer Palace. La casa de Carter servía de cómodo refugio, lejos de los periodistas y de los molestos turistas. Allí se

podía retirrar cuando buscaba paz y tranquilidad. Quedó cautivado al instante y se aficionó a la arqueología. Eran otros tiempos y, aunque parezca mentira, ser rico y despierto signi-ficaba no tener problemas a la hora de contactar con algún funciona-rio francés del Servicio de Antigüedades y conseguir licencia para excavar en el mismísimo y fabuloso Valle de las Tumbas de los

Reyes. Lord Carnarvon, incansable, se dedicó a remover tierra. Durante seis semanas nubes de polvo dominaron el área de trabajo hasta que se dio cuenta de que necesitaba la asistencia de un técni-co. Howard Carter. Howard Carter (Fotografía de la derecha), un inglés de ori-gen humilde. Su padre deli-neante y acuarelista cuya es-pecialidad era pintar retratos de animales pertenecientes a la aristocracia, carecía de re-cursos para mandar a Howard al colegio, así que le educó en casa. Desde joven mostró una gran maestría en el dibujo lineal y una habilidad prome-tedora con la acuarela. En 1881 su vida cambió total-mente. El profesor Percy E. Newberry, del Museo del Cairo, fue a visitar a una vieja amiga a la que enseñó copias a lápiz de jeroglíficos esculpidos en monumentos antiguos y le expresó el deseo de contratar a alguien que pudiese ayudarle a terminar los dibujos. El elegido fue Carter que contaba con 17 años y vivía cerca. Fue contratado y trabajó durante tres meses en el Museo Británico, hasta que ingresó en una entidad privada relacionada con la institución que llevaba a cabo excavaciones en tierras del Nilo. Nunca había salido de casa pero no le importó a la hora de partir hacia Egipto. Con el tiempo llegó a ser ayudante de uno de los más grandes egiptólogos que haya habido, Sir William Flinders Petrie. Carter no tenía estudios académicos pero era tozudo y enérgico, rasgos que le llevaron a contar con el respeto de sus superiores. En 1899, a los 25 años de edad, sir Gaston Maspero, afable francés y director de la Sección de Antigüedades, le nombró inspector de monumentos del Alto Egipto y Nubia, cargo que desempeñó hasta 1903 por verse envuelto en un incidente que le apartó del puesto. Sir Willian Flinders, acompañado de su esposa y tres aprendices, había estado tomando notas de los jeroglíficos de una tumba en Saq-qara. Según Petrie, varios franceses borrachos irrumpieron en su campamento al atardecer y exigieron realizar una visita guiada. Lue-go quisieron entrar a la fuerza en la tienda de las damas y Carter, alertado, llegó acompañado de un pelotón de egipcios adscritos al Servicio de Antigüedades. Hubo una pelea en la que uno de los franceses fue derribado al suelo y el Cónsul General de Francia exi-gió disculpas oficiales. Carter se negó a las exigencias políticas y fue despedido. Durante los cuatros años siguientes sobrevivió a duras penas traba-jando de guía y vendiendo acuarelas a turistas. El destino quiso que Carter y Lord Carnarvon, cruzasen sus destinos para, juntos, la tarde del 26 de noviembre de 1922, hacer el descubrimiento arqueológico más importante de los últimos tiempos. El de la tumba del rey Tu-tankamón y el rescate de cinco mil obras de arte que deslumbraron al munto entero. Las casualidades no existen La versión conocida del descubrimiento de la tumba de Tutankamón sostiene que se dio con ella por casualidad. Fue exactamento lo con-trario. Preciso y calculador, Carter había estado pensando durante

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años casi exclusivamente en Tutankamón. Cuando él y Carnarvon elaboraron los planes de la complica-da campaña de excavacio-nes, estalló la primero guerra mundial y no fue hasta 1917 cuando se re-anudara. Carter decidió hacer caso omiso de todas la incursiones anteriores y penetró directamente en el lecho de roca. Se concen-tró en una zona triangular, limitada por las tumbas de Ramsés II, Mereptah I y Ramsés VI. Para estar seguro de que el trabajo iba a realizarse de manera metódica, Carter ideó un sistema de parrilla basado en el desvasta-dor fuego de barrera de la artillería de la Gran Guerra. Pensó ins-peccionar detenidamente cada cuadro sin variación. El terreno medía apenas una hectárea, pero el trabajo fue prodigio-so. Tuvieron que retirar centenares de millares de metros cúbicos de arena, esquirlas de piedra y guijarros. Muchachos y hombres trabajaron con picas, azadones y canastas, que llenaban y vaciaban interminablemente. Otoño de 1917: en la primera fase Carter des-cendió hasta el pie de la entrada a la tumba de Ramsés II. Diez o quince metros mas allá se encontraron los antiguos cimientos de las chozas de los trabajadores, construidas sobre un montón de pedrus-cos de pedernal. La presencia de tales peñas era señal segura de la proximidad de una tumba. Carter, inexplicablemente, detuvo repen-tinamente los trabajos y ordenó excavar hacia el extremo opuesto del triángulo. Pensó que las chozas correspondían a la época de Ramsés VI, doscientos años posterior a Tutankamón. En los dos meses siguientes no halló más que polvo, arena y rocas. La segunda temporada, comenzó en octubre de 1918: llevó seis meses retirar simplemente los escombros de la superficie antes de poder comenzar a penetrar en la roca virgen. Se encontraron unica-mente 13 jarrones de alabastro con los nombres de Ramsés II y Mereptah. Escaso descubrimiento como recompensa a dos años de duros trabajos. La tercera, cuarta y quinta temporadas, desde 1919 a 1922 no pro-dujeron descubrimiento alguno y Lord Carnarvon comenzó a per-der interés en la empresa. Empezó a fallarle la salud, a pesar de que apenas contaba 47 años. Fatigado y dolorido estuvo a punto de abandonar su patrocinio ante los escasos resultados y la noticia de la sucesión en el cargo de Maspero, jefe del Servicio de Antigüeda-des, por Lacau como nuevo director. Lacau dictó una ley por la

que se insistía en que el jefe del Servicio tendría el derecho de ele-gir cuantos objetos deseara para Egipto. Carter, partidario de una liberalidad total en cuanto a derechos del excavador, le odiaba. En 1921 se hizo un descubrimiento monumental en una dependen-cia del Museo Metropolitano de Arte en Nueva York. Herbert Winlock, posteriormente director del museo, había examinado al-gunos de los pocos objetos extraídos y descubrió algo que había escapado a todos los demás investigadores. Llegó a probar que al-gunos de los materiales pertenecían a la ceremonia de momifica-ción de Tutankamón. Era la prueba evidente de que el faraón estaba sepultado en le Valle. Winlock informó a Carter de sus averigua-ciones y logró convencer a Carnarvon para financiar las excavacio-nes durante una temporada más. El Pájaro de Oro Carter llegó al Valle de los Reyes el 28 de octubre de 1922 para iniciar los trabajos de la última temporada. Pasó algunos días aca-rreando equipos, revisando los planes con sus tres capataces y con-tratando cuadrillas. No todas las provisiones acarreadas eran mate-rial arqueológico: había muchas latas de carne, cajas de galletas y abundancia de vinos de marca seleccionados personalmente por Carnarvon de las bodegas de Fortnum y Mason, proveedores mun-dialmente conocidos de la aristocracia. Carter había llevado tam-bién un canario que alegraría su solitario hogar y que se convirtió de inmediato en una especie de mascota para los obreros y capata-ces. Le llamaron el “Pájaro de Oro” y creían que era augurio de éxito. El 1 de noviembre Carter comenzó a excavar en el punto donde, cinco años atrás, había iniciado sus investigaciones; en los cimien-tos de las chozas de los trabajadores que desechó pensando que correspondían a la construcción de la tumba de un faraón posterior a Tutankamón. Al atardecer del 3 de noviembre vio que aún que-daba como un metro de tierra antigua bajo las chozas y sobre el lecho de roca. Cuando Carter llegó por la mañana, encontró a los trabajadores callados; no parloteaban como lo solían hacer habi-tualmente durante la tarea. Uno de los capataces le informó que el silencio era a causa del descubrimiento de un escalón tallado en el terreno. El trabajo prosiguió febrilmente durante aquel día y el siguiente. El estilo de los peldaños indicó que correspondían a los de la entrada a una tumba de la XVIII dinastía, la de Tutankamón. Arriba. Detalle del retrato de Howard Carter realizado por su her-mano William, en 1924. La pajarita era una de las prendas caracte-rísticas de Carter. Abajo. Anotación del diario de trabajo de Howard Carter corres-pondiente a 24 de noviembre de 1922. La comitiva de Carnarvon había llegado a Luxor y los obreros de Carter, habían empezado a limpiar completamente la escalera que llevaba a la primera puerta cerrada de la entrada a la tumba.

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Descendía en un ángulo de 45 grados. A nivel del duodécimo, Car-ter se encontró con la parte superior de una puerta hecha de grandes piedras y plagada de sellos estampados y jeroglíficos. Por caballe-rosidad, Carter decidió no seguir adelante hasta que su patrocinador llegara de Inglaterra. Rellenó la excavación nuevamente, estableció un sistema de vigilancia diurno y nocturno y regresó a su base en el Valle desde donde telegrafió inmediatamente a Inglaterra para dar la buena noticia a su patrón. Sucedió algo que perturbó hondamente a los trabajadores: El Pájaro de Oro, augurio de buena fortuna, apareció muerto en circunstan-cias extrañas. Carter fue a El Cairo a buscar a Carnarvon dejando al cuidado del canario a un tal Callender. Una tarde olló un aleteo y unos chillidos y vio una cobra en la jaula del ave; la serpiente esta-ba a punto de tragarse al canario. Los nativos pensaban que las co-bras crecían en las cabezas de los Viejos Reyes. La deducción re-sultaba evidente: el reptil había atacado a la mascota que divulgó el secreto de la tumba. La secuela se hacía igualmente evidente: antes de que terminara el invierno, alguien perecería. La sepultura no estaba intacta Llegó el momento. Carnarvon y su hija Evelyn llegaron. Por aque-lla época se tardaban varios días en llegar a Egipto y pasaban varios

más hasta llegar a Luxor. Al fin se había cumplido el sueño dorado. Realizando una primera inspec-ción descubrieron indicios de que la puerta había sido abierta y vuelta a cerrar en, por lo menos, dos oca-siones. La sepul-tura no estaba

intacta, había sido saqueada. El inspector jefe del Servicio de Anti-güedades, Rex Engelbach, estuvo presente aquel día. Carter se es-forzó en señalarle la evidencia de las dos aperturas y cierres reali-zadas en la antigüedad; era importantísimo dejar bien claro que había habido penetraciones ilícitas en la tumba de cara al destino y reparto del botín. Cuando el excavador encontraba un sepulcro, tenía la obligación de denunciarlo al Servicio de Antigüedades. El descubridor tenía el derecho de entrar el primero en la tumba, a condición de que le acompañara un funcionario de la entidad. El reparto del botín no se realizaba de manera improvisada. Según una regla no escrita, las momias, junto con ataúdes y sarcófagos, seguí-an siendo patrimonio del Estado, pero los objetos hallados en tum-bas no intactas, o lo que es lo mismo, profanadas, eran repartidos a partes iguales entre el descubridor y el Servicio de Antigüedades. Los tesoros encontrados en mausoleos intactos debían revertir inte-gramente al Estado. Diez metros más allá del primer portal, la cuadrilla encontró otra puerta que llevaba sellos con el nombre de trono de Tutankamón. Carter tomó una barra de hierro, le temblaban las manos. Hizo un pequeño orificio en la esquina superior izquierda de la puerta. En-cendió una vela y la aproximó al hueco para comprobar si existían posibles gases nocivos. Ensanchó el agujero y miró.

“Ha llegado el momento decisivo. Con las manos temblorosas he

hecho una minúscula hendidura. La oscuridad y el vacío, hasta

donde alcanzaba la longitud de una vara de metal, indicaban que

detrás no había nada…Se hicieron pruebas con velas por precau-

ción ante la posibilidad de que hubiera gases peligrosos y enton-

ces, ampliando el orificio un poco, metí una vela y miré…Al princi-

pio no pude ver nada…pero después, cuando mis ojos se acostum-

braron a la oscuridad, empezaron a emerger de entre la niebla

algunos detalles de la sala que había allí: animales extraños, esta-

tuas de oro, en todas partes el resplasdor de oro. Durante un mo-

mento me quedé paralizado por la sorpresa y, cuando Lord Car-

narvon, incapaz de soportar más el misterio, me preguntó excita-

do: ¿Ve algo?, no pude más que emitir las palabras: Sí, cosas ma-

ravillosas.”

Los propios relatos de Carter y las docenas, y hasta centenares, de descripciones de aquellos minutos revelan que los cuatro descubri-dores miraron al interior del primer aposento o Antecámara, volvie-ron a tapar el hueco y salieron. Pero, en realidad, lo que relata Car-ter es mentira o, dicho suavemente, no cierto en su totalidad. Los verdaderos hechos se cuentan en el material guardado por el Depar-tamento Egipcio del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York y en tres apuntes publicados en una revista erudita, en 1945 y 1947, por Alfred Lucas, un inglés que había participado en la excavación. Primero Carter escribió una nota a las autoridades de Luxor para avisar de que la puerta interior había sido descubierta y solicitando una inspección oficial. Al no recibir respuesta y preso por la eufo-ria, volvió a la puerta. Quizá fuera lord Carnarvon o tal vez Lady Evelyn quien propuso primeramente entrar en la tumba, pero en un borrador de un artículo escrito por Carnarvon en el que se descri-ben las primeras impresiones del descubrimiento, afirma que Carter abrió una brecha en la puerta lo suficientemente grande como para que pudieran saltar al interior. Por ser la más menuda, Evelyn fue la única que pudo pasar al principio, pero después la siguieron los demás. La Antecámara no era grande. Medía tres me-tros y medio por ocho con una altura de 2,30. Todo parecía increíblemente reciente: una cubeta de morte-ro usado para unir las piedras de la puerta, una lámpara que parecía acabada de apagar, una huella digital aún visi-ble en la superficie pintada, flores extraordinariamente conservadas en el umbral. En el muro occidental se destacaban canapés dorados en cuyos lados había tallas de monstruosos animales que proyecta-ban sombras grotescas. A la derecha de la entrada se hallaban dos esculturas negras del faraón de tamaño natural situadas una frente a otra, vestidas con faldillas de oro y empuñando cetros y mazas del mismo metal, feretros fabulosos pintados y llenos de incrustacio-nes; jarrones de alabastro, relicarios negros cerrados y sellados, carros ligeros, un retrato del faraón, pero el objeto más importante hallado en la tumba fue el sepulcro del difunto rey.

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Una tumba del tiempo El objetivo de la sepultura era el de garantizar la conservación de la momia para poder asegurarle una existencia en la otra vida al muer-to. Por ello se tomaron las máximas precauciones para protegerla. En la tumba de Tutankamón se encontró el conjunto de medidas de protección más completo descubierto nunca en una sepultura. La momia se encontraba en el interior de tres ataúdes, contenidos en un sarcófago de piedra, que a su vez estaba dentro de cuatro fére-tros. El sarcófago se encontraba rodeado por seis rectángulos que ellos habían tomado por escalones. Posteriormente se dieron cuenta de que se trataba de una estructura de sarcófagos y féretros como

los del faraón. El conjunto funerario de Tutankamón encajaba con tanta precisión en la pequeña cámara funeraria que hay que pensar que los féretros se hicieron, casi sin duda, con posterioridad a la muerte del rey, cuando ya se conocía la disposición de la cámara. Una parte secundaria del ajuar funerario personal es la relativa a los órganos internos momificados del muerto. Normalmente se guarda-ban en cuatro vasos denominados Canopes. En el caso de Tutanka-món los órganos fueron colocados en cuatro pequeños cofres situa-dos en un arca de calcita. El arca estaba recubierta por un féretro de madera dorada, y el féretro estaba protegido por un dosel abierto con una elaborada moldura. Todo el conjunto estaba colocado bajo la protección de cuatro figuras doradas de las diosas protectoras: Isis, Nephtys, Selkis y Neith, figuras que se cuentan entre las más encantadoras y sugerentes de las halladas en Egipto o en cualquier otra cultura antigua. Howard Carter dio nombres a las cuatro cámaras de la tumba real La primera sala, la Antecámara, no era sólo la cámara de entrada a

lo que Carnarvon llamó el Sancta Sanctorum, sino un almacén de material diverso. Frente a la entrada estaban los tres grandes lechos rituales con espectaculares cabezas de animales. Por encima y por detrás había muebles, el Trono Dorado, elaboradas butacas y tabu-retes, camas más pequeñas, cajas llenas de prendas de ropa, jarras de calcita con ungüentos y vasijas en forma de huevo, pintadas de blanco, con alimento para el rey muerto. A la derecha, junto a la entrada cerrada de la Cámara Funeraria, se encontraban las estatuas de los guardianes y, en el suelo, la caja pintada, uno de los mayores tesoros de la tumba. El otro extremo de la cámara estaba lleno so-bre todo de piezas de carros desmontados en el momento del fune-ral. La entrada al Anexo se encontraba tras el lecho con cabezas de

hipopótamo. El suelo estaba a nivel muy por debajo del de la Ante-cámara y contenía un amasijo aún más confuso de material, deposi-tado desordenadamente, aunque ello no se puede atribuir a ningún saqueador de tumbas. En este lugar había piezas notables como el denominado Trono Eclesiástico, otros muebles de gran calidad, armas, barcas, cofres con figuras shabti y muchos otros recipientes para alimentos, así como la “bodega” del rey, con vino para la otra vida. La Cámara Funeraria era la única sala que tenía pinturas mu-rales rituales. También contenía artículos de significado fúnebre y, en cada pared, un ladrillo mágico. En ella se encontraba un extraor-dinario conjunto de féretros y ataúdes. De la Cámara Funeraria se pasaba al Tesoro, denominado así debi-do a su precioso contenido, la obra más importante del cual era el Canope, que protegía las entrañas embalsamadas del rey. También había muchos cofres que contenían figuras divinas y reales, cajas de figuras shabti, una flota de barcos zarpando hacia el oeste, más cofres con telas y joyas. Por encima de todo dominaba el impresio-nante chacal de Anubis, sobre un pedestal en forma de féretro. En

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la Cámara Funeraria no había mucho espacio para moverse, todo tenía que encajar y Carter encontró muestras de que en algunos casos fue necesario hacer ajustes para que cupiera todo. En primer lugar se instaló el sarcófago de cuarcita en el centro, preparado para recibir los tres ataúdes, que se colocaron uno a uno, apoyados sobre un féretro de madera. Entonces se encajaron alrededor de este receptáculo sagrado tres féretros de madera dorada decorada con representaciones y textos funerarios. La noticia del increible descubrimiento se divulgó por todo Egipto. Comenzaron a circular rumores, entre ellos uno de que habían ate-rrizado en el Valle tres aviones y se habían llevado cargamentos del tesoro. Para calmar los ánimos, Carnarvon y Carter celebraron una apertura oficial de la tumba, el 29 de noviembre de 1922, sin pedir permiso al Servicio de Antigüedades. Agravaron tan craso error al invitar a sólo un representante de la prensa, Arthur Merton, jefe de la oficina de The Times de Londres en Egipto, y amigo personal de Carter. No se permitió presenciar el descubrimiento a nadie de la prensa egipcia, ni de la europea o de la americana. Des-de que aparecieron los primeros informes, los excavadores se vie-

ron inundados de telegramas y mensajes, felicitaciones, ofertas de ayuda, pedidos de recuerdos, propuestas de contratos para dere-chos cinematográficos y una multitud de visitantes diarios difícil de controlar. Carter no tardó en darse cuenta de que le aguardaban varios años del más delicado trabajo. Descartó la idea de solicitar ayuda de

miembros del Servicio de Antigüedades ya que su competencia era bastande dudosa, y sus puntos de vista, incompatibles con los su-yos. Lo hizo al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York que disponía de un excepcional equipo de egiptólogos. Además Carter y Carnarvon habían tenido durante años relaciones financieras con el Metropolitano, lo que constituyó durante muchos años uno de los secretos mejor guardados de dicha institución. De hecho, una de las más valiosas colecciones de objetos egipcios que posee el Museo –piezas robadas que habían eludido la investigación de las autoridades egipcias- fue comprada clandestinamente por éste a través de Carter, el cual las adquirió de un traficante egipcio con fondos que le fueron suministrados directamente por Carnarvon, a fin de que Carter pudiera beneficiarse del negocio. Estas transac-ciones comenzaron en 1917 y concluyeron en 1922. El Museo pagó con el tiempo la inusitada suma de 265.305 dólares. Por utili-dades y comisión, Carter recibió cerca de cuarenta mil. Los difíciles trabajos en el interior El trabajo en un espacio tan reducido fue difícil. El traslado de la parte superior del primer féretro fue especialmente complicado. Cuando Carter volvió a Tebas en otoño de 1925, su primer trabajo fue el abrir el ataúd y examinar la momia. Lo que no pensó es que habría tres ataúdes metidos uno dentro del otro. Cuando levantó la tapa exterior, encontró el ataúd intermedio cubierto con una morta-ja y guirnaldas de flores de olivo, loto y aciano ensartadas con tiras de papiro. En la tapa se muestra al rey con la guarnición real, y el tocado conocido como nemes. Sobre la frente se muestran las dos deidades protectoras, la cobra y la cabeza de buitre. La barba tren-zada con la punta hacia arriba se asocia con Osiris, dios de los muertos. Los rasgos del rey en esta imagen son muy diferentes a los que muestra en el ataúd interior, lo que sugiere que éste pudo no haber sido hecho originalmente para Tutankamón. El 10 de enero de 1923, Carnarvon firmó un contrato en exclusiva con The Thimes de Londres por los derechos mundiales de todas las noticias sobre la tumba. El acuerdo suscitó una tormenta de protestas de casi todos los periódicos importantes del mundo. Los periodistas egipcios, aguijoneados por la prensa extranjera, se que-jaban amargamente de que se les hubiera prohibido la entrada a una tumba egipcia. Además, miles de visitantes en potencia irrum-pían en su oficina ofendidos porque Carter rechazaba a todo el mundo, aun a aquellos que exhibían permisos oficiales. Lacau le rogó que permitiera que visitantes especializados visitaran la tum-ba , a lo que Carter se negó. Carter consiguió un cuarto habilitado para su fotógrafo Harry Bur-ton, del Museo Metropolitano, y le autorizó para usar una tumba vecina como laboratorio de conservación y depósito. Los excava-dores establecieron un procedimiento para inventariar los tesoros. Primero, Burton tomaba una fotografía en el sitio del hallazgo. Luego, Carter hacía un dibujo en una tarjeta de archivador de trece por veinte centímetros en la que se incluía además una descripción completa del objeto, anotando todas las medidas y haciendo obser-vaciones sobre cualquier daño que sufriera. En seguida, Burton sacaba otra serie de fotografías, poniendo ante el objeto una tarjeta numerada. Después de esto, dos delineantes hacían planos en los que se mostraba, desde arriba, la yuxtaposición de cada objeto. El tesoro era entonces transportado al laboratorio, donde Burton to-maba fotografías adicionales que descubrían las distintas fases de la restauración. Nunca antes se había llevado un registro tan minu-cioso en una tumba. Cuanto Carnarvon y Lady Evelyn regresaron

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Arthur Mace (de pie) y Alfred Lucas (sentado) trabajando en una estatua de los guardianes

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a finales de enero se habían sacado sesenta objetos de la Antecama-ra. Luxor se había convertido en centro del globo. Personajes céle-bres y notables, sultanes y pachás llegaron en trenes.

La maldición Se ha calculado que durante la civilización egipcia, más de 200 mi-llones de personas, fueron enterradas con ajuar funerario. Son in-imaginables los tesores que permanecen enterrados aún y no es de extrañar que las maldiciones se sucedieran para contrarrestar el de-porte nacional del que vivía mucha gente. A principios de marzo, Carnarvon marchó a El Cairo para intentar conseguir de Lacau seguridades de que habría una división equitati-va de los objetos hallados en la tumba. Evelyn escribía a Carter un día sí y otro no informándole de la marcha del asunto. Pero, el 16 de marzo envió un mensaje alarmante: “Ayer, repentinamente, comen-zaron a hinchársele las glándulas del cuello y anoche tuvo fiebre

alta, que hoy continúa. Se siente muy mal”. Después de la apertura oficial de la cámara sepulcral de Tutankamón, Lord Carnarvon, ago-tado, decidió marchar a Asuán para pasar unos días de descanso. Allí al parecer sufrió la picadura de un mosquito en la mejilla iz-quierda, cosa normal en Egipto. La picadura debió infectarse o hin-charse la piel y, al afeitarse con la navaja, se cortó sobre la zona inflamada. Empezó a sentirse mal, llegó a los 40 de fiebre. Guardó cama, pero la fatalidad quiso que la casualidad desencadenase en una septicemia y neumonía. A la semana siguiente su estado había empeorado. Carnarvon, de-sahuciado médicamente, murió el 5 de abril de 1923 a la 1 de la madrugada y 50 minutos. Sus últimas palabras, en medio del delirio, fueron:” He escuchado su llamada y le sigo” . Se dijo que, en el momento de su muerte, todas las luces de El Cairo se apagaron súbitamente y que una investigación posterior no pudo establecer la causa. Para agravar el misterio, su hijo y heredero, Lord Porchester, afirmaba que en Highclere, su residencia campes-tre en Inglaterra, justo en el instante de la muerte de su padre, su perra favorita, Susie, dando aullidos angustiosos cayó muerta. Su cuerpo fue embalsamado y llevado a Inglaterra. La prensa del mundo entero atribuyó la muerte de Carnarvon a una maldición de la tumba. Pese al hecho de que ningún maleficio real fue descubier-to, oficialmente, en la tumba de Tutankamón, la “maldición” es tan bien conocida como el mismo faraón o su fabuloso tesoro. Algunos

autores aseguran que Carter encontró en la antecámara un ostrakon de arcilla, de los utilizados por los escribas egipcios para hacer sus anotaciones, con una frase que decía: “la muerte golpeará a aquel que turbe el reposo del Faraón”. También se habla del hallazgo en la cámara principal de un amuleto con la inscripción: “Yo soy el que ahuyenta a los profanadores de tumbas con la llamada del desierto. Yo soy el que custodia la tumba de Tutankamón”. La superstición y malos augurios se vieron reforzados por dos cir-cunstancias fortuitas: una, la muerte del canario ya mencionada y dos, la picadura de un alacrán en la mano de Carter, el día anterior al descubrimiento de la tumba. Como dando razón a los rumores, al poco tiempo de la muerte de Carnarvon, moría también su hermano menor Aubrey Herbert , a los 48 años, víctima del suicidio por su locura. Poco después, en Egipto, moría también la Hermana de la Caridad que hizo de enfermera del noble inglés y que le atendió hasta su muerte. La prensa mundial comenzó a hablar de “la maldi-ción del Faraón” y cualquier muerte fue relacionada, forzadamente, para vender más y más periódicos entre el desconcierto de los más incrédulos. En 1929 en el Bath Club, al que pertenecía Carnarvon, moría su secretario personal Richard Betkell, cuando al parecer go-zaba de buena salud. El 21 de febrero de 1930, fallecía el padre de éste lanzándose al vacío desde un séptimo piso y escribiendo sus biógrafos que guardaba en su habitación una jarra de alabastro pro-cedente de la tumba de Tutankamón y, para colmo, cuando fue lle-vado al cementerio, el coche fúnebre, atropelló mortalmente a un niño de 8 años.

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Retirada la tapa del primer ataúd, quedó a la vista el segundo que quedó suspendido de este modo mientras se bajaba la parte infe-rior del primero.

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Años duros para Carter Fueron años duros para Carter, de juicios, de arduo y minucioso trabajo llevado a cabo entre el sofocante calor, el viento y el polvo del Valle. Años de incansable tesón hasta que levantara la tapa del ataúd dorado que había descubierto; del primero, del segundo, del tercero…hasta encontrarse con la momia del faraón, ceñida por un corselete de oro con incrustaciones. Los arqueólogos se quedaron muy sorprendidos ante el gran peso de los ataúdes cuando los quita-ron del sarcófago. El misterio se aclaró cuando abrieron la tapa del ataúd intermedio y encontraron un tercer ataúd hecho de oro maci-zo. Cuando sacaron el contenido y lo limpiaron, se dieron cuenta de que pesaba 110Kg. La cabeza está especialmente bien conseguida: una vez más aparece con el ureus y el buitre sobre la frente, y asien-do el báculo y el mayal, símbolos de realeza. Cuando se colocó este ataúd en el interior del intermedio se vertieron grandes cantidades de resina bituminosa encima, que con el tiempo lo soldaron firme-mente. A Carter y sus colaboradores les llevó mucho tiempo ablan-dar y quitar este material para separar los ataúdes. El betún caliente había dañado parte de las incrustaciones y había provocado el dete-rioro de algunos elementos decorativos, como la calcita de las partes blancas de los ojos. Cuando abrieron el ataúd de oro macizo, los arqueólogos se encontraron con una momia cubierta con gran canti-dad e ungüentos pero en contraste se veía una magnífica máscara de oro bruñido, representación del rey, que le tapaba la cabeza y los hombros. Pasó algún tiempo hasta que se pudo separar la máscara del cuerpo del rey. Dado que todo estaba soldado firmemente al ataúd por acción de los ungüentos, Carter decidió examinar la mo-mia antes de retirarla; ello implicaba quitar los envoltorios y locali-zar y sacar los muchos objetos preciosos y otras piezas que se en-contraban entre los mismos. Carter se embarcó en una de las más extrañas travesías: una especie de excavación dentro de otra excavación, a través de una capa tras otra de vendajes. Con un bisturí y asistido por el catedrático de ana-tomía de Universidad Egipcia, de El Cairo, se abrió paso por la pri-mera capa de hilo endurecido, para revelar un verdadero tesoro en oro, la diadema oficial, un pectoral de precioso metal y un cuchillo con su vaina de oro puro.El cuerpo, con los brazos cruzados sobre el pecho, estaba envuelto en tiras de oro con inscripciones y tiras de placas dispuestas a modo de vendaje. En los brazos resecados había trece brazaletes. bajo las tiras de oro estaba el pájaro Ba con las alas extendidas, en representación del espíritu que podía entrar y salir de la tumba, dando al difunto movilidad. Los colegas de Carter se maravillaron ante la destreza y la inteligencia de los muchos di-bujos que hizo en las sucesivas fases de la apertura. Capa a capa iba quitando los vendajes del cuerpo. Entre cada capa encontraba mara-villosos objetos, tesoros inesperados, muchos de ellos destinados a proteger el cuerpo de las fuerzas adversas en la vida eterna del rey. En total había más de 150 objetos. Con sus dibujos sucesivos Carter reunió un registro estratificado de su examen.

Una vida de dedicación Hacia finales de febrero de 1932 Howard Carter había retirado de la tumba los últimos objetos y supervisado su traslado al Museo Egip-cio de El Cairo. Habían transcurrido algo más de diez años desde el día en que realizó el más notable descubrimiento arqueológico de la historia; una década desde que en el diario de trabajo de la nueva

estación, allá por noviembre de 1922, Howard Carter relacionara como primer objeto descubierto el “Item 433”, que seguía la serie numerada de hallazgos iniciada en febrero de 1915. Carter regresó a Inglaterra. Un año más tarde cayó enfermo y nunca pareció recobrar la salud. Aunque volvió a Egipto en varias ocasio-nes, jamás volvió a emprender una excavación. Murió el 2 de marzo de 1939. Asistió a su entierro sólo un puñado de personas, entre ellas Lady Evelyn Hervert Beauchamp y tres mujeres veladas y llo-rosas. No se casó ni tuvo hijos, fue siempre un solitario. Una frase figura en la negra lápida de Carter: “ Pueda tu espíritu vivir, durar millones de años, tú que amas Tebas, sentado con la cara al viento del norte, los ojos llenos de felicidad”. Es la inscripción de la copa de alabastro de Tutankamón. Cuando terminó sus trabajos en Egipto, Carter dijo que pretendía hallar la tumba de Alejandro Magno, y sugirió que sabía dónde estaba pero se guardó el secreto para él. Velados en el silencio, Tutankamón, Carter y Carnarvon se han ase-gurado una fascinación más atrayente que la mayoría de los sobera-nos y arqueólogos de la antigüedad, y han conseguido la victoria final: una vida futura prolongada.

Unas confiadas palabras, grabadas en el último santuario que rodeaba un gran sarcófago, suenan más que nunca a

verdad: “ He visto el ayer: conozco el mañana”.

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Felicidades

D esde esta publi-cación queremos dar la enhorabuena a unos compa-ñeros del programa radiofónico EFDM, y ante todo buenos amigos. A Isabel Queipo y a Antonio Runa, que se casaron el día 25 de septiembre, y a Carlos Ruíz que

fue padre primerizo y que nos presentó a Héctor, nuevo miem-bro por derecho de Foros del Mis-terio. Enhorabuena a todos y que seáis muy felices en las aventuras de la vida que acabáis de comenzar.

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