viernes 24 de abril de 2020 sobre el verbo...

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SOL LINARES A Fernanda Sánchez I entada en la banca de un parque, frente al juego de frisbee entre un hombre y un border terrier, María Chucena comprende cuánto envidia a ese perro. A ese y a casi todos los perros. Es tan tonto sentir algo así que se ruboriza. Se pone las gafas de sol por si alguien nota en su mirada la dulzura de la envidia, y retoma la lectura de un libro de John Gray. Sí, claro: Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus. ¿Cuál más podía ser? Sí, también: lo forró con papel contac marrón para que nadie sepa que tiene problemas de pareja. Chucena observa al perro. En verdad quisiera estar en su lugar. No es que quiera tener pulgas, lamerse el rabo, perseguir gatos o comer carne cruda. ¿Qué es, entonces? ¿Qué tiene exactamente el perro que María no tenga? El perro corretea al hombre. Lo tumba en el césped y lame su cara. El hombre es feliz. El perro es feliz. Chucena no quiere leer. Sólo desea jugar frisbee. ¿Es eso? Si tú me domesticas, entonces tendre- mos necesidad el uno del otro II Rolando tiene rato despierto. María Chucena también. Hace días cada uno retiró a sus diplomáticos de la embajada de la cama. De la cama y de la casa. Hay tensión. El silencio huele a orgullo, cansancio y chantaje. Ninguno cede. Tan confiados están en el amor que lo asedian. Rolando se levanta, toma una ducha y prepara café. Lleva una taza de café a María. Es su forma de decirle que, aunque esté lejos, está con ella. La mujer la recibe; es su forma de ocultar que no quiere la taza de café sino la mano de Rolando, el brazo de Rolando, el cuerpo de Rolando. Ahí, tumbada boca arriba en la cama, es cuando María comprende por qué envidia tanto al border terrier del parque. III María Chucena sueña que está en el campo. Camina entre un sembradío de flores de manzanillas. Escucha una conversación al pie de un baobab. Son un zorro y un niño rubio con ropa de aviador. —¿Qué es domesticar? —le pregunta el niño. —Es una cosa ya olvidada —dice el zorro—. Significa crear vínculos. —¿Crear vínculos? —Efectivamente, verás —dice el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros Sobre el verbo domesticar cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo… IV María Chucena despierta. ¡Lo que envidia no es al perro: es el vínculo entre el hombre y el border terrier! Un absoluto. Una veneración tan ordinaria que nadie sospecharía que puede llegar a ser de los amores más puros y totales. Entre un ser humano y un perro no hay nada confuso. Es un hecho, una ternura definitiva. Nada lo cambia. El amor se da sin estrategias. Entre el hombre y el perro ninguno dosifica su atención para despertar interés en el otro, como tampoco se reservan el afecto y los mimos. Ninguno mide cuánto da porque no hay S VIERNES 24 DE ABRIL DE 2020 temor a ser burlado. Y, por supuesto, ni el perro ni el hombre se ignoran entre sí. Por ejemplo, el hombre del parque jamás castigaría con su silencio al border terrier si orina fuera de lugar, ni el border terrier maltrataría con la ley del hielo al hombre del parque si cambia su menú. Nadie ha visto a un perro leyendo “Los hombres son de Marte y los perros son de Urano” para compenetrarse y comunicarse con su dueño, aun cuando el hombre habla y el perro ladra. Tampoco se ha visto a un hombre buscar en Google “cómo recuperar mi relación con mi perro”. Domesticar: la misma cadena que lleva atada el perro en su cuello, es la misma cadena que lleva atada el hombre en su corazón. La confianza entre ambos es recíproca. Ninguno desconfía del otro ni atenta contra su salud mental. Así de perfecto es ese amor. El hombre del parque se deja lamer la cara del perro; el perro se deja lavar los dientes del hombre. No hay asco. No hay reproche. No existen guerras ni armisticios. No hay ofensas. Ni mala comunicación. Ni el perro deja en visto los mensajes del hombre ni el hombre evita a su perro y entra de incógnito a su Facebook. Es que un perro jamás, jamás, podrá fingir que ama. Y un hombre, aunque le haga creer a una mujer que la ama, jamás podrá fingir que ama a su perro. V Domesticar: la misma cadena que lleva atada el perro en su cuello, es la misma cadena que lleva atada el hombre en su corazón. Ninguno siente vergüenza de estar atado el uno al otro. VI En el sofá, María mordisquea un chocolate y termina de leer Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus. Ahora entiende más todo, pero justo en este instante no sabe cómo dar el primer paso. Alguien abre la puerta de la casa con expresión satisfecha. Es el hombre del parque, Rolando, y su hermoso border terrier, Paco. El perro se sube al sofá y juega un poco con María Chucena. En cambio, Rolando no sabe qué hacer con la sonrisa que trae del parque y la esconde en una improvisada amargura. María sirve agua a Paco y le acaricia el lomo. Rolando eructa un “hola” y pasa de largo a la ducha. En ese triángulo amoroso entre Rolando, Chucena y Paco, es el perro quien recibe el amor que la mujer y el hombre todavía no parecen estar dispuestos a entregarse. Aunque los una un anillo de bodas y un mismo lenguaje, cuando están enojados la mujer no es más que una mujer igual a otras cien mil mujeres, y el hombre es un hombre más entre cien mil otros semejantes. (2019)

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SOL LINARES

A Fernanda Sánchez

Ientada en la banca de un parque, frente al juego de frisbee entre un hombre y un border terrier, María Chucena comprende cuánto envidia a ese perro. A ese y a casi todos los perros. Es tan tonto sentir algo así que se ruboriza. Se pone las gafas de sol

por si alguien nota en su mirada la dulzura de la envidia, y retoma la lectura de un libro de John Gray. Sí, claro: Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus. ¿Cuál más podía ser? Sí, también: lo forró con papel contac marrón para que nadie sepa que tiene problemas de pareja.

Chucena observa al perro. En verdad quisiera estar en su lugar. No es que quiera tener pulgas, lamerse el rabo, perseguir gatos o comer carne cruda. ¿Qué es, entonces? ¿Qué tiene exactamente el perro que María no tenga? El perro corretea al hombre. Lo tumba en el césped y lame su cara. El hombre es feliz. El perro es feliz. Chucena no quiere leer. Sólo desea jugar frisbee. ¿Es eso?

Si tú me domesticas, entonces tendre-mos necesidad el uno del otro

IIRolando tiene rato despierto. María Chucena también. Hace días cada uno retiró a sus diplomáticos de la embajada de la cama. De la cama y de la casa. Hay tensión. El silencio huele a orgullo, cansancio y chantaje. Ninguno cede. Tan confiados están en el amor que lo asedian. Rolando se levanta, toma una ducha y prepara café. Lleva una taza de café a María. Es su forma de decirle que, aunque esté lejos, está con ella. La mujer la recibe; es su forma de ocultar que no quiere la taza de café sino la mano de Rolando, el brazo de Rolando, el cuerpo de Rolando. Ahí, tumbada boca arriba en la cama, es cuando María comprende por qué envidia tanto al border terrier del parque.

III

María Chucena sueña que está en el campo. Camina entre un sembradío de flores de manzanillas. Escucha una conversación al pie de un baobab. Son un zorro y un niño rubio con ropa de aviador.

—¿Qué es domesticar? —le pregunta el niño.

—Es una cosa ya olvidada —dice el zorro—. Significa crear vínculos.

—¿Crear vínculos?—Efectivamente, verás —dice el

zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros

Sobre el verbo domesticarcien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo…

IV

María Chucena despierta. ¡Lo que envidia no es al perro: es el vínculo entre el hombre y el border terrier! Un absoluto. Una veneración tan ordinaria que nadie sospecharía que puede llegar a ser de los amores más puros y totales. Entre un ser humano y un perro no hay nada confuso. Es un hecho, una ternura definitiva. Nada lo cambia. El amor se da sin estrategias. Entre el hombre y el perro ninguno dosifica su atención para despertar interés en el otro, como tampoco se reservan el afecto y los mimos. Ninguno mide cuánto da porque no hay

S

VIERNES 24 DE ABRIL DE 2020

temor a ser burlado. Y, por supuesto, ni el perro ni el hombre se ignoran entre sí. Por ejemplo, el hombre del parque jamás castigaría con su silencio al border terrier si orina fuera de lugar, ni el border terrier maltrataría con la ley del hielo al hombre del parque si cambia su menú. Nadie ha visto a un perro leyendo “Los hombres son de Marte y los perros son de Urano” para compenetrarse y comunicarse con su dueño, aun cuando el hombre habla y el perro ladra. Tampoco se ha visto a un hombre buscar en Google “cómo recuperar mi relación con mi perro”.

Domesticar: la misma cadena que lleva atada el perro en su cuello, es la misma cadena que lleva atada el hombre en su corazón.

La confianza entre ambos es recíproca. Ninguno desconfía del otro ni atenta contra su salud mental. Así de perfecto es ese amor. El hombre del parque se deja lamer la cara del perro; el perro se deja lavar los dientes del hombre. No hay asco. No hay reproche. No existen guerras ni armisticios. No hay ofensas. Ni mala comunicación. Ni el perro deja en visto los mensajes del hombre ni el hombre evita a su perro

y entra de incógnito a su Facebook.Es que un perro jamás, jamás, podrá fingir

que ama. Y un hombre, aunque le haga creer a una mujer que la ama, jamás podrá fingir que ama a su perro.

VDomesticar: la misma cadena que lleva atada el perro en su cuello, es la misma cadena que lleva atada el hombre en su corazón. Ninguno

siente vergüenza de estar atado el uno al otro.

VI

En el sofá, María mordisquea un chocolate y termina de leer Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus. Ahora entiende más todo, pero justo en este instante no sabe cómo dar el primer paso. Alguien abre la puerta de la casa con expresión satisfecha. Es el hombre del parque, Rolando, y su hermoso border

terrier, Paco. El perro se sube al sofá y juega un poco con María Chucena. En cambio, Rolando no sabe qué hacer con la sonrisa que trae del parque y la esconde en una improvisada amargura. María sirve agua a Paco y le acaricia el lomo. Rolando eructa un “hola” y pasa de largo a la ducha. En ese triángulo amoroso entre Rolando, Chucena y Paco, es el perro quien recibe el amor que la mujer y el hombre todavía no parecen estar dispuestos a entregarse. Aunque los una un anillo de bodas y un mismo lenguaje, cuando están enojados la mujer no es más que una mujer igual a otras cien mil mujeres, y el hombre es un hombre más entre cien mil otros semejantes.

(2019)

lamerse el rabo, perseguir gatos o comer carne cruda. ¿Qué es, entonces? ¿Qué tiene exactamente el perro que María no tenga? El perro corretea al hombre. Lo tumba en el césped y lame su cara. El hombre es feliz. El perro es feliz. Chucena

. ¿Es

Si tú me domesticas, entonces tendre-

Rolando tiene rato despierto. María Chucena también. Hace días cada uno retiró a sus diplomáticos de la embajada de la cama. De la cama y de la casa. Hay tensión. El silencio huele a orgullo, cansancio y chantaje. Ninguno cede. Tan confiados están en el amor que lo asedian. Rolando se levanta, toma una ducha y prepara café. Lleva una taza de café a María. Es su forma de decirle que, aunque esté lejos, está con ella. La mujer la recibe; es su forma de ocultar que no quiere la taza de café sino la mano de Rolando, el brazo de Rolando, el cuerpo de Rolando. Ahí, tumbada boca arriba en la cama, es cuando María comprende

una conversación al pie de un baobab. Son un zorro y un niño rubio con ropa

—¿Qué es domesticar? —le

—Es una cosa ya olvidada —dice el

—Efectivamente, verás —dice el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros

dientes del hombre. No hay asco. No hay reproche. No existen guerras ni armisticios. No hay ofensas. Ni mala comunicación. Ni el perro deja en visto los mensajes del hombre ni el hombre evita a su perro

y entra de incógnito a su Es que un perro jamás, jamás, podrá fingir

chocolate y termina de leerde Marte, las mujeres son de Venusentiende más todo, pero justo en este instante no sabe cómo dar el primer paso. Alguien abre la puerta de la casa con expresión satisfecha. Es el hombre del parque, Rolando, y su hermoso border

terrier, Paco. El perro se sube al sofá y juega un poco con María Chucena. En cambio, Rolando no sabe qué hacer con la sonrisa que trae del parque y la esconde en una improvisada amargura. María sirve agua a Paco y le acaricia el lomo. Rolando eructa un “hola” y pasa de largo a la ducha. En ese triángulo amoroso entre Rolando, Chucena y Paco, es el perro quien recibe el amor que la mujer y el hombre todavía no parecen estar dispuestos a entregarse. Aunque los una un anillo de bodas y un mismo lenguaje, cuando están enojados la mujer no es más que una mujer igual a otras cien mil mujeres, y el hombre es un hombre más entre cien mil otros semejantes.

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2|Cuentos para leer en la casa VIERNES 24 DE ABRIL DE 2020 VIERNES 24 DE ABRIL DE 2020 Cuentos para leer en la casa|3w w w . c i u d a d c c s . i n f o

ELENA PONIATOWSKA

o primero es la jaula, adentro dos temores amarillos, dos miedos a mi merced para añadir a los que ya traigo adentro. Respiran conmigo, ven, escuchan; estoy segura de que escuchan porque cuando pongo un disco, yerguen su pescuezo, alertas. Al amanecer, hay que destaparlos pronto, limpiar su jaula, cambiarles

el agua, renovar sus alimentos terrestres. Luego viene la vaina que como el berro debe conservarse en un gran pocillo de agua; si no, se seca; el alpiste compuesto, las minúsculas tinas, el palo redondito y sin astillas en forma de percha sobre el cual pueden pararse, la lechuga o la manzana, lo que tenga a la mano. Nadie me ha dado a mí el palo en el que pueda parar mis miedos.

Tiemblan su temblor amarillo, hacen su cabecita para acá y para allá; frente a ellos debo ser una inmensa masa que tapa el sol, una gelatina opaca, un flan de sémola para alimentar a un gigante, alguien que ocupa un espacio desmesurado que no le corresponde. Me hacen odiar mi sombrota redondota de oso que aterroriza.

Lo que pesa es la jaula, ellos tan leves, tienen ojos de nada, un alpiste que salta, una micra de materia negra, y sin embargo lanzan miradas como dardos. No debo permitir que me intimiden.

Son perspicaces, vuelven la cabeza antes de que pueda yo hacer girar mi sebosa cabeza humana, mi blanco rostro que desde que ellos llegaron pende de un gancho de carnicería. Trato de no pensar en ellos. Ayer no estaban en mi diario trajinar, hoy puedo fingir que sigo siendo libre, pero allá está

la jaula.La primera noche la colgué,

tapada con una toalla, junto a la enorme gaviota de madera a la cual hay que quitarle el polvo porque a todos se nos olvida hacerla volar. La segunda noche busqué otro sitio. El gato acecha, se tensa; alarga el pescuezo, todo el día permanece alambre de sí mismo, su naturaleza exasperada hasta la punta de cada uno de sus pelos negros. Lo corro.

Regresa. Vuelvo a correrlo. No entiende. Ya no tengo paciencia para los que no entienden.

La segunda noche escojo mi baño; es más seguro. Tiene una buena puerta. A la hora del crepúsculo, los cubro y ellos se arrejuntan, bolita de plumas. Cuando oscurece soy yo la que no puede entrar al baño porque si prendo la luz interrumpo su sueño. ¿Qué dirán de la inmensa mole que se lava los dientes con

un estruendo de cañería? ¿Qué dirán del rugir del agua en ese jalón último del excusado? ¿Qué dirán del pijama en el que ya llevo tres días, ridículamente rosa y pachón, con parches azules? He de parecerles taxi con tablero de peluche y diamantina. ¿Y ahora qué hago? Dios mío, qué horrible es ser hombre. O mujer. Humano, vaya. Ocupar tantísimo espacio. Mil veces más que ellos. Duermo inquieta: de vez en cuando me levanto y, por una rendija, cuelo mi mano bajo la toalla para asegurarme de que allí siguen sus plumas hechas bolita, su cabecita anidada dentro de sus hombros. A diferencia mía, duermen abrazados, como amantes.

A la mañana siguiente, los devuelvo a la terraza, al sol, al aire, a la posible visita de otros pájaros. No cantan, emiten unos cuantos píos, delgadísimos, débiles, entristecidos. No les

ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN

iciembre se instalaba dulcemente en la casa. Entraba a soplos, con pájaros y recuerdos. Hacía brillo en los rincones. Se encaramaba sobre algunas cajas. Se sostenía con lazos y alfileres, sedalina y carretel. Desde el cielorraso, bajaba con los rebaños, traía la cara de Dios,

varios ramajes, muros, torres y campanarios y jinetes y ríos donde animales fabulosos venían a beber.

Así eran -eran mejor- los mensajes de la humedad en el techo. Tendidos boca arriba, imaginábamos, construíamos fuentes, ciudades, caminos, caravanas, leños encendidos, planetas. Afuera, en los patios, también estaba diciembre depositándose en los huequitos del naranjo, muy cerca de la astromelia, gusano a gusano y cerbatana a cerbatana, por entre el campo de pensamientos, encima del tronco viejo, a través del mensaje secreto de las hormigas: besos y choques en doble hilera mientras el olor del musgo... Mientras las hojas... Mientras esa flor venida de muy lejos daba su vuelta en el corredor... Mientras el humo anunciaba alguna cosa de jinetes... Mientras las campanas de la torre entraban por la claraboya vestidas de cal... Mientras llegaban los primos esperados... Mientras tanto...

Nos congregábamos, hermanos, para mirar hacer mezcla. El maestro Floirán era perito en la alquimia del cemento y la arena. Pero sufríamos mucho cuando la pala entraba inclemente sobre el montón y el agua se podría derramar. Diciembre venía con los arreglos, el olor a pintura, el desyerbe. Asunto de empacar y desempacar, empresa jubilosa que reunía los diversos oficios: pintar papeles, desenredar hilos, juntar condimentos, cortar hojas, levantar cerros, desempolvar pastores, inventar lagos con espejo y luces porque en el último mes queríamos apresar la eternidad y, sin saberlo, todos esos afanes nos afirmaban la vida.

Hermanos, ya hace muchos diciembres que no hemos vuelto a imaginar ríos, y los animales se han ido borrando en todos los cielorrasos de nuestras casas dispersas. Hermanos, hace muchos diciembres que ni siquiera hablamos. Es triste inventar un pesebre en este rincón frío y sin gracia, en esta sala muda de duendes y canciones... Arrecia el desconsuelo cuando uno, solitario, levanta un globo de color para colgarlo en el pino y termina quedándose sin pino ni luces ni campos ni anime ni aserrín.

Hermanos, diciembre era una música. Encendida en las bengalas de Cira. Coloreada en las telas de Marina. Anuncio de fragancias misteriosas en ramos de pascuas que una vez

Can

ario

sHermanos

L gusta la casa. A mediodía, mi hija advierte:—Se escapó uno.—¿Por dónde?—Entre los barrotes de la puerta.—¿Que no te dije que pusieras la puerta contra la pared?—Ninguna puerta da contra un muro, las puertas dan a la

calle.—Tendrías que haber colgado la jaula con la puerta contra

la pared.—Ay, mamá, las puertas son para abrirse. Además, ¿cómo

voy a atenderlos? Tengo que meter la mano para cambiar su agua, darles su alpiste —responde con su voz de risa atronadora.

—Ya se fue —recuerdo con tristeza.—Pues es más listo que el que se quedó.Como es joven, para ella morir no es una tragedia. Cuando

le digo: “Partir es morir un poco”, le parezco cursi. “Ay, mamá, sintonízate.” Algo aprendo de ella, no sé qué, pero algo. Y añado en plena derrota: —Estos pájaros no tienen defensas; están acostumbrados a que uno les dé en el piquito.

Busco con la mirada en el jardín, no quiero encontrarlo sobre la tierra.

—¿Hacia dónde volaría? —pregunto desolada. Y añado, lúgubre—: la vida no tiene sentido.

—Claro que lo tiene —trompetea mi hija—. Es lo único que tiene sentido.

—¿Cuál?—Tiene sentido por sí misma.Cuando oscurece meto al canario que no supo escapar. A

pesar mío, siento por él cierto desprecio; lento, torpe, perdió su oportunidad. Cobijo la jaula.

Al día siguiente lo saco a la luz en este ritual nuevo, impuesto por mi hija. “Es tu pájaro.”

Trato de chiflarle pero casi no puedo. Lo llamo “bonito” mientras cuelgo la jaula del clavo, un poco suspendida en el aire para que el prisionero crea que vuela. Regreso a mis quehaceres, las medias lacias sobre la silla, el fondo de ayer, el libro que no leeré, los anteojos que van a rayarse si no los guardo, qué fea es una cama sin hacer. ¿A qué amanecí? De pronto, escucho un piar vigoroso, campante, unos trinos en cascada; su canto interrumpe la languidez de la mañana. Gorjea, sus agudos arpegios llenan la terraza, la plaza de la Conchita; qué música celestial la de sus gorgoritos; es Mozart.

Otros pájaros responden a sus armonías. Al menos eso creo. Es la primera vez que canta desde que lo compré. ¿Es por su compañera de plumas más oscuras que atiborra el espacio de risas? Trato de no conmoverme. ¿Cómo una cosa así apenas amarillita logra alborotar un árbol? De niña, cuando tragaba alguna pepita, mamá decía: “Te va a crecer un naranjo adentro”. O un manzano. La idea me emocionaba. Ahora es el canario el que me hace crecer un árbol. Resueno. Soy de madera. Su canto ha logrado desatorar algo. Es una casa triste, la mía, detenida en el tiempo, una casa de ritos monótonos, ordenadita; ahora suelta sus amarras; estoy viva, me dice, mírame, estoy viva.

Su canto logra que zarpe de mis ramas una nave diminuta, el viento que la empuja es energía pura, ahora sí, el tiempo fluye, me lanzo, hago la cama, abro los brazos, me hinco, recojo, doblo, voy, vengo, ya no puedo parar, su canto me anima a ser de otra manera, salgo a la terraza a ver si no le falta nada, camino de puntas, no quiero arriesgar esta nueva felicidad por nada del mundo, cuánto afán, lo saludo, “bonito, bonito”, “gracias, gracias”, “bonito, bonito”, “gracias, gracias”.

Río sola, me doy cuenta de que hace meses no reía, entre los muros el silencio canta, inauguro la casa que canta, el canario es mi corazón, tiembla amarillo, en su pecho diminuto silba la luz del alto cielo.

(Llorar en la sopa. Biblioteca Cervantes)

trajo Gonzalo del cerro. El ruido, las distancias, la tromba, los silencios, han ido cortando aquella música. Se me ha ocurrido juntar algunos lápices. Y en este pedazo de cartón anoto, con matices, sombras y caminos, resplandores y nostalgia. En un campo, próximo al portal, he dibujado, con gran torpeza, algunas ovejas que más bien parecen gatos. En esa meseta deberían colocarse las casas de cartón, los corrales, una mujer lavando, un viejo picando un palo. No... Las aceras no me quedan... Es difícil marcar la arena y las piedras humildes... Sobre todo la estrella no me sale.

Hermanos, aprendimos que los cielos de diciembre eran múltiples y distantes. En algunas partes cae la nieve y en otras la luz en un hechizo. Diciembre se multiplica en sueños y sabores y lágrimas. Preparémonos, hermanos. Traigamos los coletos olvidados, las lunas de papel, el agua del espejo, los milagros del pozo, los astros plateados, los cohetes sonoros. Hermanos, diciembre es infinito. Diciembre puede volver a comenzar.

(2005)

D

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DIRECTORA MERCEDES CHACÍN COORDINADORA TERESA OVALLES MÁRQUEZ ASESORA EDITORIAL LAURA ANTILLANO ASESOR EDITORIAL LUIS ALVIS C. ILUSTRADORA MALÚ RENGIFO DISEÑO GRÁFICO FREDDY LA ROSA

w w w . c i u d a d c c s . i n f o

ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN

Hay, no nos engañemos, un punto cruel. Habría que ubicarlo en otros límites, allá donde los árboles se vuelven marrones de puro disolverse en hojas, allá donde los

edificios no son más edificios sino manchas borrosas que no abrigan a nadie, porque los afiches y las rayas de tizne y los escritos insolentes no les permiten una vida independiente y además casi todos los locos desmesurados del barrio depositan allí sus orines, ponen sus meaos tiernamente en las paredes laterales mientras los bichitos y las hormigas marcan su caminata interminable, su ejecución patriótica en torno a la edificación, su silencio y su llanto nocturno que las asociaciones de vecinos jamás podrán ver ni sentir porque el viento de la noche se les escapa como un pájaro extraviado o un mendigo que recoge pedazos de cartón en la hora más solitaria donde a veces se escucha un grito cruel. ¿Y por qué cruel? Porque el odio es el punto muerto de las almas, es la tumba que cavamos desde niños, aquella tarde de la escuela y de la plaza, el desencuentro, el no habernos tropezado en la ciudad radiosa, porque en el pueblo y la ciudad si tú no apareces, como no apareciste aquella vez, si no apareces como deberías aparecer ahora, todo se convierte en una tumba horrenda del amor, se pierde la ilusión, y se maldice, porque uno se ha quedado sin corazón”.

(1998)

Uno

4|Cuentos para leer en la casa VIERNES 24 DE ABRIL DE 2020

(Fragmento)