viendo la lluvia con perez de ayala · madrid, me arriesgo a cambiar el tercio. -don ramón, ¿qué...

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---------------- LosCuadernosdePérezdeala ---------------- Andrés Gelabert de Iturat fue un periodista de combate. Nacido en Esparraguera (Lé- rida) en 1876 y muerto en Cuentes (Cuba) en 1951, dedicó toda su vida a noticiar los acon- tecimientos político-sociales más ruidosos de nuestro siglo, desde la guerra ruso-japonesa de 1905 hasta el desembarco aliado de Nor- mandía en 1944, crónicas y artulos recogi- dos en un voluminoso libro que tituló Reco- rrido a través de la angustia (San Juan de Puerto Rico, 1^8). Andrés Gelabert compar- tió su pasión por el reporte con la de una desmedida afición a la literatura. Entrevistó, para revistas europeas e hispanoamericanas, a los mores escritores contemporáneos (Ungaretti, D'Annunzio, Mann, Galsworthy, Valle clán, Wells, Lugones y una extensí- sima nómina recogida en las páginas de su A corazón abierto, Buenos Aires, 1926). No to- das las entrevistas, sin embargo, hechas en el amplio paréntesis de su vida fueron publica- .das. Entre los papeles que sus herederos con- servaron, y que nos ha sido posible consultar en la localidad francesa de Orlienas (Lyon) -residencia actual de su nieto loan Schaer Galbert-, figura una hecha a Ramón Pérez de Aya/a en Oviedo, en torno probablemente a '1927. Con el agradecimiento más profundo a 1 don loan Schaeffer, auténtico caballero y ex- quisito anfitrión de huéspedes torpes, ofre- cemos a los lectores de Los Cuadernos del Norte la primicia. Alvaro Ruiz de la Peña Solar VIENDO LA LLUVIA CON PEREZ DE AYALA Andrés Gelabert H abía quedado con don Ramón Pérez de Ayala en el café de la vieja rúa ove- tense que oece su costado a los arcos de las Consistoriales. Eran las 8,30 de la tarde y el escritor me esperaba ya, reclinado sobre una estrecha mesa de mármol, a la derecha del pequeño escenario de variedades. El café res- pondía a la socorrida afirmación de «Español» y en aquellas horas repletas de proyectos y conver- saciones amigables, con las tertulias lanzadas en pos del último chismorreo político, brillaba en todo su mundano esplendor. Cuando me acerco a la mesa del gran novelista siento una especie de relación interna que sigue a los minutos tensos 22 Con su esposa e hijo Eduardo «el Peque» en 1917. de la espera. (Siempre me ocurre lo mismo cuando tengo que vérmelas con un hombre moso y res- petado). Pérez de Ayala me ha visto y viene hacia mí dando muestras de comedida satiscción. Me pregunta por el viaje y algunos otros extremos, al tiempo que llama por su nombre al camarero para ponerlo a mi servicio. Al fin, no sin antes haber contestado cumplidamente sus preguntas sobre la salud y estado de buenos y comunes amigos de Madrid, me arriesgo a cambiar el tercio. -Don Ramón, ¿qué es para usted el periodismo? ¿Qué relaciones existen entre éste y la literatura? Hábleme de su experiencia como articulista de periódicos. -He dicho muchas veces que mi manera de en- tender el periodismo literario consiste en suponer, al momento que estoy escribiendo, no tanto que manejo la pluma cuanto que mantengo una con- versación, de inmensurable radio, con todos esos amigos invisibles, incógnitos y para mí innomina- dos, que son los lectores. Esta sensación de estar hablando con alguien que escucha con el sentido crítico en alerta la adquirí inmediatamente des-

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Page 1: VIENDO LA LLUVIA CON PEREZ DE AYALA · Madrid, me arriesgo a cambiar el tercio. -Don Ramón, ¿qué es para usted el periodismo? ... una forma clara de expresión,. puesto que es

---------------- LosCuadernosdePérezdeAyala ----------------

Andrés Gelabert de Iturat fue un periodista de combate. Nacido en Esparraguera (Lé­rida) en 1876 y muerto en Cifuentes (Cuba) en 1951, dedicó toda su vida a noticiar los acon­tecimientos político-sociales más ruidosos de nuestro siglo, desde la guerra ruso-japonesa de 1905 hasta el desembarco aliado de Nor­mandía en 1944, crónicas y artículos recogi­dos en un voluminoso libro que tituló Reco­rrido a través de la angustia (San Juan de Puerto Rico, 1948). Andrés Gelabert compar­tió su pasión por el reportaje con la de una desmedida afición a la literatura. Entrevistó, para revistas europeas e hispanoamericanas, a los mejores escritores contemporáneos (Ungaretti, D'Annunzio, Mann, Galsworthy, Valle Inclán, Wells, Lugones y una extensí­sima nómina recogida en las páginas de su A corazón abierto, Buenos Aires, 1926). No to­das las entrevistas, sin embargo, hechas en el amplio paréntesis de su vida fueron publica­.das. Entre los papeles que sus herederos con­servaron, y que nos ha sido posible consultar en la localidad francesa de Orlienas (Lyon) -residencia actual de su nieto loan SchaefferGalbert-, figura una hecha a Ramón Pérez deAya/a en Oviedo, en torno probablemente a'1927. Con el agradecimiento más profundo a1

don loan Schaeffer, auténtico caballero y ex­quisito anfitrión de huéspedes torpes, ofre­cemos a los lectores de Los Cuadernos delNorte la primicia.

Alvaro Ruiz de la Peña Solar

VIENDO LA LLUVIA

CON PEREZ DE

AYALA

Andrés Gelabert

Había quedado con don Ramón Pérez de Ayala en el café de la vieja rúa ove­tense que ofrece su costado a los arcos de las Consistoriales. Eran las 8,30

de la tarde y el escritor me esperaba ya, reclinado sobre una estrecha mesa de mármol, a la derecha del pequeño escenario de variedades. El café res­pondía a la socorrida afirmación de «Español» y en aquellas horas repletas de proyectos y conver­saciones amigables, con las tertulias lanzadas en pos del último chismorreo político, brillaba en todo su mundano esplendor. Cuando me acerco a la mesa del gran novelista siento una especie de relajación interna que sigue a los minutos tensos

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Con su esposa e hijo Eduardo «el Peque» en 1917.

de la espera. (Siempre me ocurre lo mismo cuando tengo que vérmelas con un hombre famoso y res­petado). Pérez de Ayala me ha visto y viene hacia mí dando muestras de comedida satisfacción. Me pregunta por el viaje y algunos otros extremos, al tiempo que llama por su nombre al camarero para ponerlo a mi servicio. Al fin, no sin antes haber contestado cumplidamente sus preguntas sobre la salud y estado de buenos y comunes amigos de Madrid, me arriesgo a cambiar el tercio.

-Don Ramón, ¿qué es para usted el periodismo?¿Qué relaciones existen entre éste y la literatura? Hábleme de su experiencia como articulista de periódicos.

-He dicho muchas veces que mi manera de en­tender el periodismo literario consiste en suponer, al momento que estoy escribiendo, no tanto que manejo la pluma cuanto que mantengo una con­versación, de inmensurable radio, con todos esos amigos invisibles, incógnitos y para mí innomina­dos, que son los lectores. Esta sensación de estar hablando con alguien que escucha con el sentido crítico en alerta la adquirí inmediatamente des-

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pués de mis colaboraciones con La Prensa, al ver que los lectores me devolvían mi imagen en forma de juicios corteses. En España es distinto. El lec­tor español jamás se toma el trabajo de dirigirse, en réplica, al escritor enviándole adhesión o con­sejo. Yo, no recibí en toda mi carrera sino unas pocas misivas injuriosas, con las más soeces y aún misteriosas calumnias. ¿Qué había hecho yo para merecerlas? Pues, sencillamente, expresar opinio­nes razonadas que diferían de las de algún caba­llero particular. Para ser escritor público en Es­paña han de ir ayuntadas la necesidad imperiosa y la vocación inalienable; hace falta temple de már­tir y de eremita, pues ninguna clase social espa­ñola aprecia la profesión de las letras como una categoría digna, penosa y útil. En cuanto al mari­daje periodismo-literatura le diré también algo. El escritor moderno, casi sin excepción, se emplea en dos órdenes de actividad. Uno, esta conversa­ción de ancho ámbito, que es el periodismo (en ningún país hay escritor alguno de fuste que no sea ocasionalmente periodista); actividad en cierto modo familiar y sobre todo actividad típicamente

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subjetiva. El otro orden se cifra en la obra imper­sonal de creación, cuyo vehículo más adecuado es el libro: poesía, drama, novela. El periodista debe estar animado del deseo de declarar su sentir y pensar, debe trazar, en mayor o menor grado, su biografía personal, debe verificar su confesión. En la novela y el drama el escritor se esfuerza por engendrar criaturas vivas, autónomas, diferentes y contradictorias entre sí, y señaladamente, que nada tengan en común con el padre o autor que las inventó.

-Asistimos, don Ramón, a un recrudecimientoen la polémica sobre la censura, sobre la literatura pornográfica que invade nuestras colecciones de cuentos y novelas ... ¿Debe ejercerse la censura sobre aquellas obras motejadas de pornográficas?

-Mire usted, Gelabert. Hace poco tiempo mibuen amigo don Felipe Sassone me imaginaba en un artículo suyo como fiero propugnador de la previa censura; llamémosla precensura. Otra cosa bien distinta es la censura a secas, o, si se quiere, la postcensura. Igual que el señor Sassone, consi­dero la previa censura monstruosa e impractica­ble. Yo siento una especie de respeto religioso, más aún, terror sagrado, ante toda obra artística nonnata, y entiendo que una obra es nonnata mientras permanece privada y confidencial. Cuando la obra sale a la luz y se hace pública su éxito y la trayectoria de su destino dependen así de su virtud íntima como de la opinión general, de la moral social. Incorporada a la vida colectiva la obra se halla fatalmente sujeta a dos maneras de censura, la intelectual y la social. La primera tiene una forma clara de expresión,. puesto que es la enunciación del juicio singular de una persona. La segunda, que proviene de la moral social, de la opinión pública, ¿qué expresión tiene? En una nación civilizada no tiene otra expresión que el Estado constituido. Pues bien, cuando se habla de homicidio, el problema de la libertad, la censura social y la sanción represiva no ofrecen mucha dificultad teórica. Pero ¿puede aplicarse la misma teoría a las producciones artísticas? ¿Hay en arte posibilidad de acción tan evidentemente destruc­tiva y antisocial como el homicidio? Y si la hu­biera, ¿lo será la literatura pornográfica? Pero, ¿qué es literatura pornográfica? Hay quien cree que no cabe señalar el límite donde concluye la pornografía y comienza el arte. Este escrúpulo definitorio le sentaría mejor a un académico que a un escritor libre. Y o llamo pornografía a la porno­grafía y no creo que haya persona de buen sentido qµe la confunda con el arquitr.abe. Me estoy refi­r_iéndo a cierto género de productos impresos y. gráficos, sin pretensión alguna de literatura ni arte, que todo el mundo', hasta los propios autores y editores, consideran como pornografía indus-tri¡il. En España, de algún tiempo a esta parte, la · pornografía no es clandestina, como ocurre porejemplo en Francia o Italia, sino paladina; se ex­playa en los escaparates de las librerías y se anun-

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cia en las planas de los grandes diarios. Pues bien, la escuela freudiana, cuya actividad científica se ciñe a estudiar la función del sexo sobre la vida psíquica, ha demostrado que la mayoría de las histerias, anormalidades mentales, frustraciones del carácter y desequilibrios nerviosos, provienen de impresiones sexuales insatisfactorias, semejan­tes a las que engendra la pornografía. En mi libro de poemas «El sendero andante» simbolizo en los dos cisnes dos maneras de ap10r físico: el gozoso o pagano y el sombrío o semítico. El primero esvoluptuosidad, el segundo lujuria. La voluptuosi­dad es un acto de plenitud, fecundo por ende. Lalujuria, por el contrario, reside en la conciencia,en la imaginación; es una representación vehe­mente por provocar el deseo orgánico, quizá re­miso. Yo creo, moralismos impertinentes al mar­gen, que por amor a la libertad, por amor al Amor,debemos atajar la pornografía paladina.

Pero permítame, amigo Gelabert, que vuelva al tema de la censura. Para mí es la causa y origen de todos los males. Es más nociva que las pestes, que los impuestos, que las guerras, peor, ¿qué diré yo?, mucho peor que toda la caterva de gober­nantes ignaros y funestos. Porque en las horas difíciles el pueblo, noticioso de la verdad, se de­sentendería de ellos. De aquí que en trances tales ellos acuden a la censura previa, hurtan la verdad y ofuscan la conciencia pública con la embustera verdad oficial. Son los que osan proclamar que el pueblo español es inapto e ingobernable y aducen como testimonios las fechas de las últimas desdi­chas nacionales: 1898, 1909, 1917, 1921. Justifican la censura para mantener el orden y salvar la nación del caos. Mentira; por mantenerse y sal­varse ellos mismos y no por otra cosa ...

(Don Ramón ha ido perdiendo, de forma casi imperceptible, su flema habitual. Llegado este momento vuelve a llamar al camarero para que reponga nuestras copas de ginebra con soda. Ha encendido un pitillo rubio King Size, pidiéndome disculpas con la mirada. Tras un leve silencio, he creído oportuno cambiar el tema de conversación. En la calle, haciéndose la noche, empieza a llover con estridencia.)

-Don Ramón, usted viene con frecuencia a As­turias y, sin embargo, he podido oír en Madrid a asturianos, que parecen llevar muy en lo hondo esta región, que usted se siente al margen de ese tipo de emociones. ¿Está Asturias presente en su literatura?

-Querido Gelabert, agradezco la posibilidad queme ofrece de explicar esto. Le referiré un suce­dido. Un asturiano, residente en Buenos Aires, me escribió cierta vez y me adjuntaba un perió­dico porteño, con un artículo suyo, en el cual decía, poco más o menos, que acababa de recibir desagradable sorpresa al enterarse de que yo tam­bién era asturiano, y que nadie lo diría leyendo mis obras, en las cuales jamás se menciona Astu­rias, a no ser por excepción en La pata de la

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Escribiendo en su casa, en Madrid.

raposa, que ésta era sin duda la causa y razón (el que jamás menciono Asturias) de ser mi nombre perfectamente desconocido en la República Ar­gentina, como lo atestiguaba el hecho de que él, habiendo entrado en una librería de Buenos Aires con curiosidad de si tenían algún libro mío, el librero se le encaró enfurruñado y receloso de que se burlaba de él, ya que el nombre de Pérez de Ayala no lo había oído en su vida. Concluía, en la carta durísima que acompañaba el artículo, que esto me estaba bien empleado por ocultar la patria chica. Yo no sé; como no ponga bajo mi firma, y en mis tarjetas, «asturiano», como aquel que no teniendo título más ostentoso, ponía: «suscriptor de El Imparcial»... Pero lo extraordinario, lo pasmoso, lo inconcebible es que, hasta la fecha, llevo escritos y publicados diez volúmenes de no­velas, cuyas fábulas, hasta ocho, se desarrollan en Asturias, y las otras dos una buena parte sucede en Asturias asimismo. A lo que me negaré siempre es a llevar la montera picona por la calle o a regalar los oídos de mis amigos con la audición de la danza de Cabrales. ¡Qué se le va a hacer!.

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-Dado que estamos hablando de su obra, donRamón, ¿sabe que se le achaca un cierto cerebra­lismo? Hay quien cree que sus personajes son demasiado intelectuales, demasiado poco reales.

-Es cierto. Hay quien opina que mis personajesson harto intelectuales y raciocinantes, encierran un sentido mítico y frisan en el símbolo; de donde resultan poco humanos, poco verdaderos, poco comunes, poco convincentes. Claro que estos cali­ficativos no se compaginan entre sí. Un personaje raciocinante tiene grandes pretensiones de ser convincente; cuando menos aspira a serlo. Lo in­telectual no es lo más común, concedo; no se tropieza uno con un Hamlet a la vuelta de cada esquina. ¿Hemos de negar por eso el carácter de real o verdadero a lo intelectual? En cuanto al mito y al símbolo, si no son manifestaciones esen­cialmente humanas, yo no sé lo que son. El espí­ritu de cada hombre, aún del más rudo, no se alimenta sino de media docena de mitos y símbo­los elementales, así como su estómago no se sus­tenta sino de media docena de sustancias bioquí­micas. ¿Puede alguien negar que los personajes de

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Shakespeare, discursivos y cerebrales, raciocinan­tes y elocuentes, son íntegramente vivientes?

-¿Qué opina usted de la Academia, don Ra­món?

-No me tire de la lengua, Gelabert, Mire usted.Los más respetados escritores contemporáneos, las autoridades ciertas, no tienen asiento en aquel recinto. Nuestra Academia de la Lengua es una especie de sacristía. El ara en que los hispano-par­lantes rendimos culto no se halla dentro de aquella zahurda, sino del otro lado de la pared, donde, por fuera de los muros, están grabados los nombres de Hita, los Valdés, Garcilaso, Cervantes, Quevedo, los cuales, de vivir ahora, no serían (por cultos, por novadores, por heterodoxos, por libres, por independientes) ni miembros académicos ni pre­mios académicos. La Academia es hoy una reu­nión de amigachos, una tertulia cursi de camilla.

(El tiempo va transcurriendo lentamente. Pérez de Ayala ha tenido que levantarse varias veces de la mesa, para saludar a algunos amigos que entra­ban o salían del local. La lluvia no ha cesado un solo instante.)

-Hablemos de escritores, don Ramón. ¿Qué leparece a usted Pereda?

-Es un escritor admirable y un autor muy per­sonal, fuera del tiempo.

-¿Valera?-Le conocí viejo y ciego dos años antes de su

muerte. Escritor admirable y asombroso. Yo tuve, siendo estudiante de doctorado, el afortunado pri­vilegio de asistir a las tertulias nocturnas en su casa de la Costanilla de Santo Domingo. Padecía de insomnio y gustaba de la compañía hasta muy pasada la medianoche. Alguna vez asistía don Marcelino Menéndez y Pelayo a quien don Juan llamaba siempre Menéndez, a secas.

-¿Rubén Darío?-Es el poeta más musical y el trovador más

poético de cuantos han cantado en lengua caste­llana. No hay metro alguno de los empleados en la poesía castellana, desde sus orígenes, que Rubén no haya conocido en su más secreto mecanismo y tratado en consecuencia con peregrina gracia e insuperable maestría.

-¿Galdós?-Galdós es, él solo, una biblioteca. Galdós en-

cierra no sólo el siglo XIX sino todo el hispanismo histórico desde nuestros orígenes, como tempe­ramento nacional característico. Es la cumbre, una gran montaña que linda con el cielo ...

(Han venido de nuevo a saludarle. En una pe­queña pausa, mientras su interlocutor era a su vez requerido, he quedado con él para mañana. Sigue lloviendo y es noche cerrada en la calle. Siento curiosidad por saber lo que este hombre está le­yendo estos días y se lo pregunto: «El libro sobre Napoleón de Ludwig, querido eGelabert. .. , que usted descanse y bienve-nido a Oviedo ... »).