vampyr _carolina_andujar

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CAPITULO 1

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EL INTERNADO Susana Strossner llegó al internado elúltimo día del que parecía haber sido eloctubre más largo de mi estadía enSainte-Marie. No había parado de lloveren dos semanas y el árbol que solíacontemplar cada vez que estaba sola enmi habitación se había caído a causa dela borrasca de la noche anterior. Era unárbol formidable que no perdía su densofollaje durante el invierno y parecíaquedar solo, presidiendo la colina amedida que el año avanzaba. Siempre selo veía hermoso e imponente, y yofantaseaba con subir a lo alto de su copapara ver más allá de bosque que nosseparaba del resto del mundo. Lamadrugada en que cayó a tierra seproclamaba un chubasco aún peor que

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los de los días anteriores; la lluvia azotabalas piedras con tanta inclemencia quetemí que se rompiera el ventanal. Comono albergaba la esperanza de tener unpoco más de claridad a causa del maltiempo, volví a encender la lámpara deaceite que había dejado al pie del tocador.Era mi cumpleaños y tenía un malpresentimiento. 

Por más que pensé que tal vez elagua y el jabón perfumado se llevarían losregazos de una noche llena de sueñosintranquilos, no podía desprenderme de lasensación de que algo andaba mal. Mehabía levantado una hora antes delllamado y faltaba todavía bastante paraque saliera el sol. En vista deldesasosiego que sentía, empecé apasearme por la estancia, persiguiendo mipropia sombra. No se que me hizoasomarme por la ventana. Tal vez

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escuche con el alma el llamado de auxiliodel árbol a través del fragor que laventisca provocaba. Los techos de laedificación bajo el granizo, y el eco de lostruenos recorrían los pasillos adyacentesa mi habitación. Hice la pesada cortina aun lado y quede poco menos queestupefacta frente al espectáculo queofrecía semejante tormenta: el negro delcielo era surcado a intervalos cada vezmás cortos por un rayo incandescente y lavegetación había quedado sumida  en ladanza desenfrenada de las corrientes delnorte. Las montañas se recortaban contrael horizonte con la intermitente claridad delas centellas. Agua y más agua caía, y lohacia descargando todas las emocionesacumuladas de los amotinadosnubarrones. 

Aun no se cuento tiempo estuve allíde pie, tal vez siendo la única

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espectadora de aquella sinfonía de iracelestial, pero podría haber transcurridouna hora o u minuto. Cuando más furiosarugía la naturaleza, lograndodemostrarme cuan inconsecuente era miexistencia en comparación con supoderío, todo cesó. El agua, el viento y lostruenos quedaron suspendidos y reino elsilencio. No se oía el crujir de una hoja niel tintineo de una gotera solitaria. Unaniebla espesa comenzó a deslizarseserpentinamente desde el espacio que sedibujaba entre las dos cumbres masempinadas que había frente a mi ventanay escuche la insinuación de un galopar enla distancia. La cascada de niebla alcanzomi árbol en un abrir y cerrar de ojos,cerniéndose a su alrededor con la formade una mano blanquecina dedos largos yhuesudos. En el momento en que losdedos de bruma se cerraron sobre elárbol, la tempestad se reanudo y no pude

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ver nada más durante algunos minutos.Ya se anunciaba el alba. Las imágenesque la precedieron estarían grabadas enmi memoria para siempre: un relámpagoilumino la colina donde había visto el árbolquedar envuelto en un blanco sudario. Latierra había quedado levantada y mimagnifico amigo había quedado de sutrono. Como una pieza de ajedrez, yacíatirado sobre le fango con las enormesraíces expuestas, sin la dignidad que sumuerte le merecía. Quise gritar, pero mefaltó la voz. Me lleve los dedos a lagarganta y tuve la escalofriante impresiónde que una maldición se anunciaba. Elagua teñida de tierra rojiza rodo colinaabajo hasta los escalones empedrados,pareciendo mancharlos con la sangre delrey del bosque. Había amanecido, pero laclaridad del sol no podía haber disipado laoscuridad que había caído sobre nuestrasvidas. Note que la llama de mi lamparita

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se había extinguido. 

Fue entonces cuando vi el carruaje.Lo tiraban cuatro briosos sementales delargas crines lisas, y se diferenciaba delos coches que solían llegar hastaSainte-Marie por ser más estilizado yelegante. La madera estaba pintada de unnegro muy brillante y tenía hermososgrabados de plata sobre las puertas. Lascortinas eran de color rojo borgoña y, ajuzgar por la lujosa apariencia de lacalesa, adivine que debían de estarhechas del más fino terciopelo. El cocheroiba vestido de forma impecable pero nopude observar su rostro; el sombrero deala ancha que llevaba no me lo permitió.

No sabía que esperásemos lallegada de un ningún visitante ese día yme sorprendí cuando el coche cruzo elumbral para detenerse a la entrada deledificio. El cochero se bajo de su asiento

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de un salto y tiro con fuerza de lacampana que se balanceaba en elintersticio del muro exterior. Lo hizocontundentemente pero una sola vez. Eltañido de la campana nunca me habíaestremecido antes, siempre me habíaparecido alegre pero esa mañana me diouna impresión lúgubre, como si estuvierahaciendo el llamado a un entierro. Al pocotiempo salió la señorita Ricci. Note queestaba muy agitada. Cruzo un par defrases con el cochero y el parecióinterrumpirla, dominando la conversacióndurante un par de minutos. Luego laseñorita Ricci gesticulo con los ademanesde quien recibe una agradable sorpresa.El cochero avanzo hasta la parte posteriordel coche y procedió a bajar tres grandesbaúles, a cual más bellamente tallado,depositándolos con cuidado sobre la parteseca del rellano de las escaleras queconducían a la puerta principal. A

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continuación, el hombre se arreglo elcuello del abrigo y se enderezo para abrirla puerta del coche con talanteceremonioso.

Lo primero que pude vislumbrar fuela delicada punta de la bota que se apoyoen el escaloncito de metal de coche,escapando de los vuelos de unas faldasde riquísima tela negra. Luego se asomouna pálida mano femenina que encontróla que le ofrecía el cochero. Lo ultimo quevio ese gris amanecer fue el níveo rostrode Susana Strossner coronado por lascascadas de su cabellera color vino. Ydigo que fue lo último que vio pues, desdeque Susana llego, la distante figura del solque do cubierta por un lóbrego manto denubes y ya nunca más volvió a amanecer.  __________________________

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  Esa mañana cuando baje a la capilla parala misa diaria, había gran revuelo entremis compañeras.-Y tú, Amalia, ¿Habías escuchado de ellaalguna vez? –Preguntaba CarmenMiranda, mi mejor amiga, a Amalia dePiñarez, su compañera de habitación.-Nunca –Replico Amalia-. Pero segúnJosefina Alcofrado, la señorita Ricci le dijoa la señora Riedel que su familia es taninmensamente rica que esta comprandotodo París. Bueno, todo París es un decir,pero tú me entiendes. Me pregunto comoes que no te la mencionaron siquieradurante la temporada que pasaste allá elaño pasado. La habrían invitado aalgunos bailes, ¿no?-No lo creo –interrumpió Regina Bailey-.Parece ser que el motivo de que hayallegado al internado de Sainte-Marie es

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precisamente ser preparada para supresentación en sociedad el año queviene.-¿De quien hablan? –me atreví apreguntar-¡Martina! Por fin llegas –dijo Carmen-.Hablamos de Susana Strossner, laalumna que llego a Sainte-Marie estamañana.-Debe de tratarse de la misma personaque vi llegar al amanecer –dije a mi pesar,pues no deseaba contarles con cuantaatención había observado cadamovimiento de Susana escondida detrásde la cortina.-¡Como! ¿La has visto? –pregunto Amalia,abriendo sus ojillos verdes tanto como loscuencos que los albergaban se lopermitían-. ¡Cuéntanoslo todo! ¿Es alta?¿Rolliza? A que es muy poco agraciada…¿A que si?-Siento decepcionarte, Amalia, la verdad

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es que es una belleza rara –les conté.-¿Y bien? ¡Descríbenosla! –pidió Regina.-Pues… es blanca y fina como una lapidade mármol. Tiene cabello rojo… bueno,no es rojo, es de un color que nuncahabía visto antes. Color… sangre.-Pero, Martina, que selección de palabrasmás sombría –dijo Carmen entrecerrandolos ojos-. Parece que estuvierasdescribiendo un espectro y no una chica.-Lo se –respondí-. No me encuentro bien.Debe de ser por la muerte de mi árbol.-¿Cómo que árbol? Y, ¿Cómo que tú

? –inquirió Amalia- ¿De quemuertehablas?-El árbol grande del jardín se cayo anochedurante la tormenta –explique.-¡No ese árbol! –Exclamó Carmen-.¿Cómo puede ser?-Creo que averiguare mas acerca deSusana Strossner hablando con laseñorita Riedel –dijo Regina Bailey-.

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Cuando Carmen y Martina comienzan ahablar de sus rarezas la conversación sepone realmente fastidiosa. Ven Amalia,vamos a ver de qué se han enterado lasdemás.

Amalia siguió a Regina como sumás fiel esclava, y ambas se perdierontras los negros vestidos de nuestras otrascompañeras. Regina Bailey eraconsiderada la chica más hermosa denuestro internado y actuaba como tal.Siempre se recogía sus cabellos en untocado alto y caminaba con la narizapuntando al cielo. Sus curvas eran muygenerosas y procuraba ostentar su escotecuando la ocasión se lo permitía lo que,en Sainte-Marie, era muy rara vez. Amaliade Piñarez, en contraste, era como tímidaratoncita española que arrugaba eldiminuto morro sin cesar ora a causa desus alergias, ora por costumbre. Tenía lasmejillas cubiertas de pecas y el pelo rubio

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y rizado. Era la única que seentusiasmaba sinceramente con las másbanales minucias de la vida de Regina yera, por esta razón, su más leal y devotacompañera.

Aunque las alumnas deSainte-Marie provenían de diversoslugares de Europa, se nos instaba ahablar siempre en francés para queaquellas que no lo dominaban llegaran ahacerlo con fluidez antes de volver a sushogares. Carmen y yo hablábamos encastellano, que ella me había enseñado,pero habíamos desarrollado un lenguajede escritura secreto para poder enviarnosnotas que no pudiesen ser comprendidaspor nadie en caso de ser interceptadas.En ellas nos poníamos de acuerdo parajugarle alguna broma a alguien (estealguien era usualmente Regina) o hablarde los pocos chicos que conocíamos.

Carmen solía invitarme a pasar las

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vacaciones con ella, cosa que encantabaa mi tío Eduardo y a su esposa, quienes,por motivos ajenos a mi conocimiento,nunca se habían interesado por nada queme concerniera excluyendo, por supuesto,manejar la herencia de mis padres.Cumplían con pagar las cuentas delinternado y con hacerme llegar el dinerosuficiente para pagar mis necesidades através del señor Locke, que había sido elabogado de mi padre cuando este vivía.No me faltaba, pues, nada, y para miCarmen era mi hermana y mi únicafamilia.-Dios mío, Martina, por poco lo heolvidado: ¡feliz cumpleaños!Las palabras de Carmen resonaron en ladistancia mientras ella me besaba enambas mejillas. Me había adentrado denuevo en los recuerdos de la madrugada.-Gracias amiga mía –respondí, tratandode sonreír.

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-No se que te ocurre hoy, se nota queestas muy afectada. ¡Mira nada más lasojeras que tienes!-Ay, Carmen, he pasado una pésimanoche. Casi hubiera preferido compartiruna habitación con Regina para no estarsola… -por poco me había arrepentido deesconderle la sotana al capellán Molinari,pues tal había sido la causa de que nospusieran a Carmen y a mi en cuartosseparados-. Tuve tantas pesadillas que nisiquiera recuerdo una completa, llegaronfiguras fantasmagóricas a rondar mi camauna y otra vez. No pude dormir.-¿Pesadillas? ¡Magnifico! En la nocheconsultaremos su significado con la ayudade mi libro gitano. Tus sueños siempreterminan por revelarnos algo deimportancia…-entonces, el semblante deCarmen se torno melancólico y agregó-:De repente me siento triste, Martina.¡Cuan pronto me he contagiado de tu

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disposición de esta mañana! ¡Con loalegre que estaba!-Lo siento, Carmen, no puedo evitarlo.-No lo sientas. Es nuestra promesa deamistad ser fieles a nuestros sentimientoscualesquiera que sean y, si se trata deafligir a todo el que se te acerque en eldía de hoy, pues que así sea… y ojalaque se trate de Regina –dijo ella guiñandoel ojo.- ¡Amén! –dije, sonriéndole.Eran las seis y media de la mañanacuando el capellán inicio la misa. Laseñorita Ricci me obligaba a sentarme enla primera fila para mantenerme vigilada,así que ya no podía hacerme de las míascon tanta frecuencia. De todos modos,ese día no se me habría ocurrido hacerninguna travesura. Estaba pensado enSusana Strossner y en la malévola miradaque me había clavado al bajarse delcoche. ¿O era un falso recuerdo tardío?

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¿Habría podido verme desde allí, estandoyo tres pisos más arriba y oculta tras lascortinas? Sobre todo teniendo en cuentalo oscura que estaba la mañana, parecíaimposible. Pero, ¿no me había dirigidouna perdida mirada triunfal? Estaba apunto de prohibirme pensar mas en ellacuando la copa del cáliz se resbalo de lasmanos del capellán Molinari y el vinoconsagrado salió disparado, dejando ungran manchón en el mantel del altar. Seoyó un murmullos general de risa entrelas bancas de las chicas mas jóvenespero a mi no me hizo ninguna gracia.Seguí con los ojos la trayectoria de lacopa: Esta rodo con lentitud por el suelohasta detenerse a los pies de Amalia dePiñarez, quien se hallaba parada al otroextremo de la capilla. Amalia hizo ademásde inclinarse para recogerla. Miro conexpresión irresoluta a la señorita Ricciantes de tocarla y la señorita Ricci le

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devolvió un gesto tal que Amalia supo queno debía atreverse a cometer semejantetransgresión. Al fin, con el rostroenrojecido de vergüenza, el capellánMolinari se decidió a levantar la copa elmismo y reanudo la ceremonia. Busque laesbelta figura de Susana Strossner a mialrededor, pero no la vi por ningún lado.Al finalizar el servicio, la señorita se dirigióa nosotras en el comedor, mientras seservía el desayuno.-Señoritas –dijo-, tengo un importanteanuncio que hacerles. Como debensaberlo ya, esta mañana hemos tenido elplacer de recibir a la señorita SusanaStrossner, quien de ahora en adelantehará parte de nuestro selecto grupo deestudiantes. No la esperábamos hasta laprimavera; sus padres han partido aAmérica antes de lo previsto y por elloSusana ha adelantado su llegada aSainte-Marie. En estos momentos se

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encuentra descansando, ha tenido unlargo viaje pero esta noche nosacompañara durante la hora de lecturadespués de la cena. Espero que todassepan darle una cordial bienvenida y quela acojan con el mismo afecto con quefueron acogidas cuando llegaron aSainte-Marie. La familia de Susana nos hahecho una generosa donación, así que lasincito a tratarla con deferencia yagradecimiento: por la gentileza de lafamilia Strossner podremos reparar ellado este del edificio central que se havisto tan afectado por las frecuenteslluvias de los últimos meses. Como ya seacerca la época de las pruebastrimestrales, les recomiendo que ayuden aSusana a ponerse al día con lo quenecesite. No siendo mas, puedendesayunar.

-Si he de tratarla con el mismoafecto que me prodigaron Carmen y

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Martina cuando llegué –dijo Regina altiempo que untaba un panecillo conmermelada de fresas-, tendré que recogersapos desde ahora para ponerlos bajo sualmohada casa noche.-No te hagas la valiente, Regina–replique-. Tú sabes muy bien que losserias capaz de acercarte a ninguno deellos. Además, los sapos te tienen terror.-¿Cómo que los sapos me tienen terror ami? –preguntó Regina-Te tienen pánico –proseguí-. Los he vistotemblar solo con verte de lejos, tanrepugnante les pareces.-Es cierto –añadió Carmen-. De hecho, elotro día estaba besando a uno de elloscon la esperanza de que de transformaseen un apuesto lacayo…-Decid lo que queráis –la interrumpióRegina-. Al fin y al cabo, es a mí a quienGiovanni Rossi mira con pasión en losbailes.

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-Dijiste que te mira con compasión,¿verdad? –Dijo Carmen con la boca llenade panecillos de chocolate-. No meextraña, puesto que tu no haces mas quepensar en el y el suspira por Martina.-¡Que asco! –exclame-. ¿De verdad legusto a ese engreído?-Si –replico Carmen-. Me lo dijo VicenteVelasco: nuestro amigo deshoja cestadasde margaritas en tu nombre y, cuando nohay margaritas deshoja libros.-¡Eso no es verdad! –Protestó Regina conla sangre a punto de ebullición-. ¡Es a mía quien escribe cartas cada mes!

Por supuesto que Carmen y yosabíamos que Giovanni no tenia ningúninterés en mi; el y yo nos habíamosdetestado con pasión y sin compasión.Eran estas pequeñas jugarretas las quehacían que Regina formulara confesionesque nosotras sabíamos aprovechar masadelante, como la sustanciosa referencia

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a las cartas enviadas por Giovanni contanta frecuencia. Lo mejor de todo era queRegina nunca dejaba de caer en nuestrastrampas, ni nosotras de tendérselas casipor instinto.El desayuno transcurrió sin mayoresconsecuencias y nos dirigimos al aula delas clases hablando en voz baja acerca decómo podríamos utilizar con sabiduría lainformación recibida por parte de Regina.El aula estaba más oscura de lo habitualpues afuera el día mas bien parecíanoche, y nuestra institutriz había traídovarias lámparas de aceite para quepudiésemos leer. Cuando me senté en milugar, note algo que no había visto alentrar en la habitación. Al pie de mipupitre había un sobre algo arrugado quellamo mi atención pues el aula siemprepermanecía irreprochablemente limpia. Lorecogí sin dar obvias muestras decuriosidad y lo abrí con delicadeza.

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Adentro había una nota que decía: Ten cuidado. No había firma, ni iniciales, ni destinatario.La letra podría haber sido la de cualquieralumna de Sainte-Marie. Decidí guardarlapara mostrársela a Carmen mas adelante.No sabia si era por el frio o por lasemociones de la madrugada de ese día,pero sentí que el estomago se merevolvía  cuando puse la nota sobre miregazo. Entonces levante la mano y pedía la señorita Krumlauf que me permitieseausentarme de aula por unos instantes.Cuando me incorpore dejando el sobredentro de pupitre, advertí que misnauseas desaparecían casi por completo.Espere un par de segundos, y volví asentarme.-¿Qué pasa, señorita Székely? ¿Es estaacaso otra de sus bromas? –pregunto la

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señorita Krumlauf-No, en lo absoluto, señorita Krumlauf–replique-. Pensé que el desayuno mehabía sentado mal, pero ya estoy bien.Ella me miro con recelo y prosiguió lalección.

 Lo que estaba ocurriendo me

parecía muy extraño. Volví a tocar elsobre y las nauseas regresaron. Retire mimano de el y desaparecieron. Pensé que,por el motivo que fuese, tal vez no meconvenía entrar en contacto con el sobre,al menos en ese momento. Al terminar lalección quise enseñárselo a Carmen, ycual no seria mi sorpresa al no hallarlo porningún lado. Me tarde un buen rato ensalir del aula, pues vacié el contenido demi pupitre varias veces. Nada. Elmisterioso sobre se había esfumado.

A la hora del almuerzo le narre aCarmen lo que había acontecido con la

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nota que había encontrado así comotodos los detalles de la noche anterior y lallegada de Susana Strossner.-Es extraño que haya adelantado sullegada de esta forma –dijo Carmen-. Mepregunto que harán sus padres enAmérica… No deseo alarmarte pero doyespecial importancia a losacontecimientos que rodean la llegada deuna nueva persona, y los del día de hoyque han sido muy peculiares. ¿Qué haydel cáliz derramado? Eso nunca habíaocurrido en Sainte-Marie. ¡Pobre capellánMolinari!

Lo mas extraño de todo era queSusana hubiese podido llegar aSaint-Marie con un tiempo semejante. Elterreno ya era bastante accidentado, y nipensar en como se habrían puesto loscaminos de toda la región de Valais en unoctubre tan invernal. A pesar de queSainte-Marie se encontraba relativamente

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cerca del valle, no me explicaba como elcarruaje de Susana había atravesadoincólume los escarpados montes que nosrodeaban: a pocas personas se lesocurría emprender una travesía similar amenos que fuese en el verano o laprimavera, y eso no garantizaba un viajeexento de percances. De nuevo la imagende Susana Strossner regreso a mí y meestremecí: a pesar de ser una chica tanjoven, tenía un aire de antigüedad. Luciacomo una mujer de un siglo remoto y,aunque se veía tan fresca, también mehabía dado la impresión de que lahubiesen acabado de desempolvar, por loque su apariencia encajaba a laperfección con el lugar.

Sainte-Marie era una granedificación de oscura piedra labrada quehabía sido un monasterio en épocasanteriores. Contaba con una estructuracentral donde estaba la cocina principal

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con su respectiva despensa, la capilla yuno de los tres comedores. Allí tenían sushabitaciones las cocinetas, losencargados de la limpieza y de losestablos, y el capellán Molinari. Mirandohacia el norte, el edificio que estaba a suderecha era un poco más moderno que elanterior. A este se le habían agregadoventanales de colores y una cocinapequeña en la parte posterior, junto a losestablos. En el dormíamos las alumnas dedieciséis a dieciocho años y dossupervisoras: la señorita Krumlauf y laseñorita Müeller. Las otras alumnasdormían en el edificio del lado oeste, queera el más reciente, con la señorita Ricci,la señora Riedel y las demás institutrices.Un bosque de abetos, hayas y robles seextendía en los alrededores de lapropiedad, y mas allá de este sedivisaban los Alpes Peninos al sur y losBerneses al norte. Se llegaba al

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camposanto del antiguo monasteriocruzando el bosque a través de unsendero, al lado este de nuestrosdormitorios. A pesar d estar tan aislada,Sainte-Marie era una escuela de muchoprestigio y contaba con casi doscientaspupilas provenientes de familiasadineradas. El pueblo mas cercanoquedaba a medio día del caminocabalgando, por lo que el suministro dealimentos de Sainte-Marie dependía delas familias de campesinos de las tierrascolindantes: aunque contaba con supropia granja, en los meses de inviernoesta no era suficiente para dar abasto alas necesidades de la institución, pues eracomplicado mantener el alto nivel decomodidad al que estaban acostumbradaslas alumnas. Puesto que Sainte-Mariehabía sido un monasterio en sus orígenesno era de extrañarse que tuviese un airesombrío y misterioso, y que muchas

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leyendas de fantasmas circularan entresus paredes. De todas las noches delaño, era precisamente la de la víspera deldía de Todos los Santos la que lasalborotaba el ya supersticioso espíritu dela región, y era la noche de micumpleaños. La señorita Ricci habíatratado en vano de impedir que circularanhistorias de espectros y demonios entrelas colegialas pero, aunque lo hubieselogrado, habría sido imposible que nonotásemos el estado de nervios con quese comportaban aquellos a cargo delservicio cuando la fecha se acercaba. Selos veía a rodos cargando sendoscrucifijos, medallas de santos protectores,e incluso algunos llenabas los bolsillos deajos o hierbas.

Desde mi llegada al internado mehabía hecho amiga de Marie, una de lasayudas de cámara, y era ella quien mecontaba todo lo que se cuchicheaba en la

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cocina. El año anterior me había dado unapequeña cruz de madera que desdeentonces llevaba siempre alrededor delcuello por amistad y protección. Marietenía nuestra misma edad y se escapabaa conversar con Carmen y conmigo ennuestra antigua habitación compartidacada vez que tenía la oportunidad.Aunque la señorita Ricci creía que estabacastigándome al ponerme sola en unahabitación, pues no era ajena al hecho deque le tengo terror a la oscuridad, nosabia que estaba en realidadpromoviendo nuestras reunionesclandestinas. Mis nuevos aposentosquedaban bastantes alejados de los deRegina y ya no había soplones quepudieran delatarnos. Carmen y yo lehabíamos enseñado a Marie a leer y aescribir, y ella era tan aplicada que conlos años había llegado a hacerlo tan biencomo nosotras, de tal modo que nos

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dejaba notas debajo de la almohadaanunciando cuando podría visitarnos.

Ese día su hermana estabasirviendo el almuerzo y dejo deslizar enmis faldas una nota de parte de Mariecuando ponía mi plato. Solo comí sopacon un poco de pan pues no tenía muchoapetito, y el vino no logro despertármelo.Estaba ansiosa por leer el mensaje deMarie y, en cuanto se nos permitiólevantarnos de la mesa, corrí aesconderme detrás de un pino del jardíndonde descansaban las demás para teneralgo de privacidad. El prado estabaencharcado y las botas se me mojaron,dejando calar hasta mis calcetines. Abrí elbillete que estaba doblado en cuatro, nosin antes mirar ambos lados paracerciorarme de que nadie me viese, y leí. Viernes 31 de octubre de 1879Colegio de Nuestra Señora

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Sainte-Marie-des-BoisCantón de Valais, Suiza Muy querida señorita Martina:Supongo que se habrá enterado de lallegada de una nueva alumna aSainte-Marie esta mañana. Su nombre,por si no lo sabe aun es Susana, y havenido desde Polonia, según el cocheroque la trajo le conto al chico que alimentalos caballos. Lo que voy a contarle le pidoque no se lo repita a nadie a excepción dela señorita Carmen, pues es tan extrañoque si alguien llegase a saberlo no solome tildarían de loca sino que meacusarían de calumnia y tendría que irmede aquí. Le suplico, por esta razón (y porotras que ya comprenderá), que arrojeesta nota a la chimenea en cuanto la hayaleído.Poco después de que llevaran los baúlesde la señorita a la habitación que le

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asignaron (adivine cual: ¡la mejorhabitación de todo Sainte-Marie, la ultimadel corredor del tercer piso que tiene vistaal estanque!), la señorita Ricci supuso quela recién llegada desearía un baño deesponja y algo de comer, así que meordeno que le llevase una palangana deagua, una pastilla de jabón y una cesta depanecillos de chocolate con una jarra deleche de cabra. ¡Tuve que hacer dosviajes para subir tantas cosas al tercerpiso!Como no sabia si la señorita Susanadormía, decidí abrir la puerta sin golpearpara depositar lo que llevaba al lado de lacama sin despertarla. Había puesto lacomida y la palangana en el suelo delcorredor para tener las manos libres yempuje la puerta con el mayor sigiloposible. Cuando la abrí, por poco medesmayo: la señorita estaba de pie en laesquina opuesta de la habitación, con los

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dientes brincados en un ave. ¡Pero nocrea que se trataba de una pata de polloasado, ah, no! Se trataba de un pajarilloque ¡aun estaba vivo! La pobre criaturaaleteaba tratando de zafarse de lasmanos de su depredadora, mientras que aesta última le chorreaba la sangre por lasmanos y el mentón. Tome usted unrespiro y persígnese. Si, así como lo lee,mi estimadísima señorita Martina. Ustedsabe que yo jamás le mentiría; primero lementiría a mi Juanito (de quien sigoenamorada, no lo dude usted) y amabassabemos que seria incapaz de esto.Cuando me vio, la señorita Susana solo elpájaro y de inmediato (este cayo en laalfombra a medio morir, moviendo laspatas y las alas) y se puso la mano sobrela boca, tapándosela a la vez que selimpiaba. Le juro a usted que me miro conun odio tal que no creí que personaalguna fuese capaz de hacerlo, pero me

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hablo con la voz mas dulce que hubieseoído y sonriendo (esto, le confieso, mehizo entrar en pánico. Desee que la tierrase abriese y me tragase, pues me habríasentido a salvo):-Entra y cierra la puerta tras de ti, porfavor.Le obedecí, aunque lo que en verdadquería hacer era salir corriendo de allí.-¿Cómo te llamas? –pregunto.-Marie, señorita –le respondí yo con vostemblorosa, estoy segura, pues todo micuerpo se sacudía como una hoja alviento.-Hola, Marie. Mi nombre es SusanaStrossner. Deberías referirte a mí comoseñorita Strossner, pero te permitiré queme llames señorita Susana, comovosotros los pueblerinos soléis hacer,para que haya más familiaridad entrenosotras, en vista de que te he tomadotanto cariño en los últimos quince

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segundos. Bien, Marie, voy a decirte algoy solo voy a decírtelo una vez, así quepresta atención, querida. Lo que acabasde ver… nunca lo viste. ¿Comprendes?Yo apenas atine a asentir con la cabezauna y otra vez.-¿Qué pasa, pequeña? –prosiguió-. ¿Tecomieron la lengua los ratones? Vamos,no seas tan tímida, que me vas a ponerincomoda… y yo detesto ponermeincomoda. Explícame que entendiste,para que saber que contamos con unexcelente nivel de comunicación.-Pude hablar de milagro, creo que elcrucifijo que llevo en el cuello fue lo queme dio las fuerzas necesarias parahacerlo. Le dije:-Comprendí que no se comió ustedningún pájaro, señorita Susana.-¿De que pájaro hablas? –pregunto ella.-De ninguno, señorita –le conteste.-¡Bien, Marie! Te felicito. Veo que eres

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una chica muy inteligente y que nos  lavamos a llevar de maravilla. Te diré lo quevamos a hacer: haz el favor de traer a lahabitación el baño de esponja que meenviaron y llévate la comida. Dásela aalguien, o cométela tu. Pero antes de salirlimpia la mancha que el… que eseanimalito que jamás existió dejo en laalfombra. ¿Esta claro?-Si, señorita Strossner.-Señorita Susana, por favor.-Si, señorita Susana.Cuando entre con el agua y el jabón, elpájaro había desaparecido.Note que la señorita Susana estabaquitándose la ropa tras el biombo y meincline sobre la alfombra, que hube delavar con la esponja que le había subido.¡Cual seria mi sorpresa cuando ella saliótotalmente desnuda y con el pelorecogido! Se paro campante y sonante alfrente mío y dijo:

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-Lávame.-¿Cómo dice usted, señorita Susana?–me atreví a preguntarle con la esperanzade que cambiase de opinión, aunquesabia que lo que la señorita había pedido.Usted sabe que yo soy muy pudorosa yque no me gusta ver a nadie desnudo, nisiquiera a mis propias hermanas. Por estemotivo, me perdonara usted que no lenarre puntualmente la espantosaexperiencia que fue para mí tener queasear a la señorita Susana. Baste condecirle que contorsionaba el cuerpo comouna víbora con cada movimiento de laesponja, y que gemía de placer al entraren contacto con el agua ensangrentadaque tuve que usar para bañarla, si es queesa abominación se le puede llamar baño.Los detalles deseo olvidarlos, y le pido austed que no me los exija en el futuro.Quede sintiéndome infinitamente sucia yno comprendo el tipo de goce que ella

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experimento al obligarme a lavarla pero leaseguro que era un goce perverso.Cuando ya me iba, la señorita Susanavolvió a detenerme.-Una cosa más, Marie: ya te enteraras porla señorita Ricci que mi estado de saludes muy delicado y por ello debo tomartodos mis alimentos en cama. Es unalastima tener que verme privada de lacompañía de las otras pupilas durante lasmeriendas, pero así es la… vida. ¡Que levamos a hacer! ¡Pobres de quienessufrimos lo tormentos de la enfermedad!Por todo lo anterior, te pido en nombre dela estrecha amistad que nos une que seastu quien se encargue de traerme lascomidas. ¡Cuánto consuelo me daráseguir viéndote a diario! Lo harás,¿verdad, querida mía?-Como usted ordene, señorita Susana.-¡Gracias Marie! No sabes cuan feliz mehaces. Ahora vete; no quisiera ser la

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causante de que te den una reprimendapor estar conversando tan amenamenteconmigo en vez de cumplir con tus otrosdeberes.-Si, señorita Susana.-Gracias otra vez, Marie. Vete, pues. Veteya, querida.Cuando logre salir de esa habitación, corrígradas abajo como una endemoniada, yseguí corriendo al salir por la puertatrasera del edificio. No pode evitar elevarla vista hacia la ventana de la señoritaSusana, ¡y ella estaba allí, señoritaMartina, sonriéndome!En cuanto pude me senté a escribirle estacarta. En el caso de que algo llegase apasarme (¡la virgen santísima meampare!) necesito que al menos ustedsepa todo esto. No se por que presientoque estoy mas protegida tomando el riegode contarle esta cosas que si no lo hago.¡Dios sabe que estoy aterrorizada!

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Cuídese, señorita Martina, y cuidetambién de la señorita Carmen. Creo quehe cumplido con el deber de advertirlesacerca de la señorita Strossner.Permítame ahora reiterarle mi petición deque se deshaga de esta misiva deinmediato. No quisiera tener mayoresproblemas que los que ya tengo. Por lodemás, le deseo que tenga un muy felizcumpleaños si es que no llego a verla enlo que queda del día. Sepa que estarépensando en usted. Ore por mi, señoritaMartina, como yo lo hago por usted y porla señorita Carmen. Siento que aquí enSainte-Marie necesitamos la intervenciónde Dios con urgencia.Siempre fiel a usted en afecto y amistad,Marie. La carta de Marie me había dejadopetrificada y ahora tenía los pies mojadosy helados. Oculte la carta dentro de mi

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escote y corrí a mi habitación paracambiarme los calcetines antes que seacabara la hora de receso.El cielo ostentaba un funesto color plomoy el cuarto estaba en la penumbra. Habíaolvidado bajar la lámpara en la mañanapara llevarla y tuve que quitarme las bitasen la oscuridad y encontrar mis medias delana a tientas. Cuando me calzaba otravez, me pareció oír pasos acercándosepor el pasillo. Contuve la respiración y lospasos se detuvieron frente a mi puerta.Espere a que hubiese algún movimientofuera de la estancia o a que alguiengolpeara a la puerta pero no ocurrió nada.Podía quedarme allí sentada o salir alencuentro de lo que hubiese allá afuera,pero solo se me ocurrió elevar unaoración asiendo mi crucifijo de madera.De repente, sentí una corriente de airehelado y la puerta de abrió de par en par.Estaba allí. Sabia que era Susana porque

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una extraña vibración de desprendía deella y no porque pudiese distinguirla conclaridad.-Hola –dijo.-¿Quién esta ahí? –balbucí.-Susana –respondió en un susurro que seconfundía con el silbido del viento querecorría la habitación.No dije nada. Y no había nada que hacer.Solo aguardar y sentir ese miedo gélidoque me invadía. Podía ver la línea de sushombros y el contorno de su torso. Estabamuy quieta, con los brazos ligeramenteseparados del cuerpo.-Has leído la nota, ¿verdad? –inquirió.El corazón me dio un vuelco dentro delpecho.-¿La nota?-No tiene por qué fingir, Martina.Conocía mi nombre. Peor aun, sabia de lanota. ¿Me habrá visto leyéndola detrásdel pino? ¿Habría obligado a Marie a

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confesar que la había escrito? De no serasí, ¿Cómo sabia de la carta, y comosabia quien era yo?-Vamos, respóndeme –prosiguió-. Ya seque la leíste. Solo quiero oírlo e tu labios.Siempre dices la verdad, ¿no es así,Martina?Cuando pronuncio mi nombre porsegunda vez, me pareció que sus ojosiluminaban la estancia con un insólitoresplandor. Avanzo hacia mí y me tomopor el talle. Sentí un fuerte rechazocuando su mano helada toco mi vestido.Su rostro estaba muy cerca del mio y sumirada parecía adentrarse en mí. Nuncahabía visto una criatura semejante aSusana Strossner. Su aspecto era unamezcla exquisita de belleza y crueldad,fascinante y aterradora ala vez. Sus ojosparecían hablar de muerte yvoluptuosidad, sus finos labios de dolor ydeleite.

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Su aliento tenía un efecto soporíferosobre mí.-Martina Székely –dijo en un murmullo.

Sentí como mis dedos seresbalaban dl crucifijo. La proximidad deSusana me envolvía en un vaho narcóticoque hacia que las fuerzas se meescaparan. Susana bajo la mirada a miescote siguiendo la trayectoria de mimano con un suspiro que se me antojosediento, pero pareció sobresaltarse depronto. Retiro bruscamente la mano de micintura y se hizo hacia atrás, poniendoalgo de distancia entre las dos.-¡Que cosa mas espantosa! –exclamo.Me sentí despertar y retrocedí hasta ellecho tratando de encontrar apoyo.-¿Qué cosa es espantosa? –pregunte,presa del pánico. Se la veía enfurecida.Susana cerro los ojos y tomo airelentamente en lo que adivine era unintento de calmar sus emociones.

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-Nada –contesto, mirando hacia laventana.Luego volvió la vista hacia mí y hablo convoz pausada:-Ten cuidado.-¿Con que? –me atreví a inquirir, aunqueno sabia si era una pésima idea de miparte.-Eso decía la nota que deje esta mañanaen tu escritorio.Fue entonces cuando supe de que notahablaba Susana. Tuve que soltar unaexhalación de alivio.-La nota cuya existencia estás tratando denegar, ¿recuerdas? –continuo.Me tomo un segundo caer en la cuentadelas implicaciones de sus palabras.¿Quería esto decir que ella no sabia  de lacarta que Marie  me había escrito y aunllevaba conmigo? ¿No sabia que yoestaba enterada del episodio del pájaro nide aquel baño que había obligado a mi

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pobre amiga a propiciarle? Al parecer, no.Sin embargo, decía ser ella quien habíadejado junto al pupitre la nota que mehabía producido nauseas.-Recuerdo la nota –dije, tratando derescatar lo que me quedaba de aplomo-.Simplemente, no le había prestadodemasiada atención. No sabia de quienera, ni a quien estaba dirigida, ni quesignificaba. Además, la perdí después deleerla.-Debe de ser porque… yo la tengo –dijo y,para mi gran sorpresa, se la saco delvestido, abriéndola para que yo pudiesecomprobar que se trataba de la misma.-¿Cómo…?-No me gusta dejar lo que me pertenecepor ahí. De todos modos, eso no tieneimportancia. Lo que importa e que te visesta madrugada observándome desde laventana. Pocas cosas me fastidian másque la gente entrometida. Te deje la nota

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a manera de advertencia… y cabe decirque yo no advierto una sola vez.Levante la cabeza tratando de adoptaruna postura un poco mas digna, aun siseguía estando aterrada. ¿Cómo habíalogrado recuperar la nota? ¿En quemomento? ¡Yo había estado allí todo eltiempo cuando había desaparecido!-¿Y bien? –pregunto con una sonrisacruel.-¿No puedo acaso mirar por la ventana?–pregunte, esperando no sonardemasiado desafiante. No me gustaba enabsoluto el tono que empleaba Susana,pero no quería averiguar de que eracapaz.-Mirar por la ventana, puedes.Observarme a mi, no. En parte, confiesoque me siento halagada porque eresparticularmente bella… Ah, cuantodetesto la fealdad. Pero no divaguemos:como decía, si tu intención es disfrutar de

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mi hermosura, hazlo. Solo no lo hagascomo una estúpida fisgona. Y, por encimade todo, guárdate de entrometerte en misasuntos.-Yo solo observaba el paisaje. Fue ustedquien entro en mi campo visual.-No tienes por qué similar ignorancia,Martina. Sabes bien de que hablo. Algúndía desearas haber sido mi amiga pero,por ahora, eres mi enemiga. No teproduzco otra cosa que antipatía… Losupe desde el primer instante en queposaste tus ojos sobre mí. Es unaverdadera lastima.Estaba claro que habría perdido mi tiemponegándoselo. Susana no era una mujernormal y, de alguna forma, estaba alcorriente de cosas que otros les estabanvedadas. ¿Quién era Susana Strossner?O, más bien, ¿Qué era SusanaStrossner? Antes que pudiese yo decirnada, Susana se dio la vuelta y salió de

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mi habitación. A penas hubo cruzado elumbral, la puerta de cerro sola con ungolpe seco que me hizo brincar. Quederodeada de tinieblas, sintiéndome incapazde mover un solo dedo. Me preguntaba sien realidad acababa de vivir tan extrañossucesos.  __________________________  No pude concentrarme en la lección de latarde. ¿Cómo había hecho Susana que lanota de desapareciera en mi propiasnarices? ¿Era solo impresión mía o mehabía amenazado? Estaba segura de nohaber hecho nada inapropiado al mirarladesde mi ventana. ¿No era acaso naturalque todos en Sainte-Marie sintiésemoscuriosidad por la recién llegada? SiSusana hubiese sido menos arrogante, tal

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vez me habría parecido algo bochornoso haber sido descubierta, pero suconfrontación había sido tan extravaganteque no podía menos que sabermeperfectamente inocente. Por si fuera poco,era yo quien tenía motivos de sobra paraconsiderarla abominable… ¿no era ellaquien comía pájaros vivos? ¿Y que decirde la repugnante forma en que se mehabía acercado? Al igual que a Marie, meembargaba una espantosa sensación desuciedad. Susana tenía una desagradablecualidad viscosa que impregnaba todo loque tocaba. ¡Pobre Marie! Ahora teníauna idea de lo horrible que podía habersido tener que acercarse a esa mujerdesnuda. ¿Por qué tenia Marie queenfrentar semejantes afrentas? Pensé encomo la pobreza pone a tantos inocenteen circunstancias de extremavulnerabilidad. Por mas reprochables quefueran las peticiones que Susana le

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hiciese a Marie, era de suponerse queSusana encontraría alguna justificaciónque darle a la señorita Ricci o, lo queseria aun mas vil, lo negaría todo,causando que Marie perdiera su únicomodo de subsistencia.

Queme la carta como Marie me lohabía pedido, y me tranquilizo no tenerque esconderla más, aunque hubiesedeseado que el proceder de Susanaquedara expuesto ante todos. Comí ensilencio durante la cena, perdida en miscavilaciones. ¿Por qué me inspiraba tantomiedo Susana? Trataba de imaginarcuales habían sido mis reacciones sicualquier otra persona se hubiese dirigidoa mi como ella lo había hecho y no podíadejar de concluir que me habíacomportado de modo muy diferente. Lapresencia de Susana de intimidaba apesar de mi misma. Nunca habíaconocido a alguien que me exudara tanta

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maldad, y era esa maldad elemental de suser la que me hacia temerle.

Habían terminado las lecciones deldía y las alumnas se entretenían cerca dela chimenea con la lectura de algún libro,tejiendo o conversando. Carmen había idoa su habitación a buscar algo y yo nohabía tenido aun la ocasión de referirlecon calma los acontecimientos del día.Había sacado mi cuaderno de dibujos yhacia un bosquejo de mi amigo el árbol.Lo dibuje erguido con toda su gracia comoen tiempos anteriores. En el papel, eraprimavera. Había florecillas en el césped yquise imaginar que el sol brillaba conalegría sobre los picos nevados,derritiendo la nieve. Era una imagen delárbol que quería guardar para siempre enmi memoria. ¡Cuánto tiempo anhelaba elcambio de estaciones! Y pensar quefaltaba tanto tiempo para que estoocurriera… el invierno ni siquiera había

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llegado oficialmente.-Tengo algo para ti, Martina –dijo

Carmen, sacándome de la escenaprimaveral y trayéndome de vuelta a laoscura realidad. Tenia una sonrisa picaray maliciosa-. Lo había preparado hacetiempo, pero pensé que este día seria unabuena ocasión para… ya veras. –Actoseguido, se puso de pie y se aclaro lagarganta-. Vuestra atención, por favor…-dijo en voz alta, dirigiéndose a todas laschicas que estaban e el salón-. Comodebéis saber, hoy no es solo la vísperadel día de Todos los Santos sino quetambién e el cumpleaños de Martina. Poresa razón pensé que seria propiciodespejar los aires fantasmagóricos que sehan apoderado de Saint-Marie con unsencillo poema de mi inspiración. Os pidoque guardéis silencio mientras procedo adeclamaros. Esta dedicado a GiovanniRossi.

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Hubo un murmullo general de agitación.Todas sabían que Regina Bailey estabaenamorada de Giovanni. Lo que nadiesabía era que Carmen había tenido unromance secreto con Giovanni cuyaculminación había distanciado mucho deser cordial.Carmen y Giovanni se habían conocidoen una cena que el padre de la primerahabía ofrecido en Sevilla dos veranosatrás, evento en el que yo estabapresente pues pasaba las vacaciones conella como de costumbre. Carmen habíadeslumbrado a Giovanni, y me habíaparecido una gran entretención hacer lasveces de Cupido. Carmen eradescendiente de moros que se habíanconvertido a la cristiandad durante laépoca del asentamiento arábigo enCastilla. Su maravillosa tez aceitunadaevocaba atardeceres desérticos y susojos negros chispeaban como las fogatas

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de los campamentos gitanos. Su narizcurva era fascinante y su boca, siempresonriente, daba el toque final al rostro dela que hubiese podido ser una hechicerade la raza Calé. Lo que mas me gustabade Carmen era ese pelo negro ensortijadoque no se dejaba domar a pesar de lasdogmaticas insistencias de la señoritaRicci. Era natural que Giovanni sehubiese prendado de ella y hubieracomenzado a hacerle la corte. Si bienGiovanni era muy apuesto y había logradocaptar la atención de Carmendeshaciéndose de galanterías, los pocosbailes en los que teníamos ocasión detratar a los muchachos no nos dabatiempo de conversar demasiado conninguno de ellos, y yo misma habíaalentado con presteza a Carmen a seguirel curso de sus sentimientos. Lanaturaleza apasionada de Carmen habíahecho que se enamorar del amor pero,

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con el paso del tiempo, Giovanni habíademostrado ser presuntuoso y despótico.Los aires de superioridad que asumía y sucruel forma de tratar a quienes lo servíanhabían hecho que Carmen se sintieraobligada a quebrantar tan inmerecidoorgullo a punta de burlas y sarcasmo.Tras la apariencia altiva de Giovanni seescondía la marcada debilidad de quiense preocupa en demasía por el conceptoen que los demás lo tengan, y las sátirasde Carmen lo herían con facilidad. Elúltimo de sus encuentros habíadesembocado en una ardiente discusiónen la que, en un acceso de rabia,Giovanni le había azotado a Carmen elrostro con el pañuelo. Desde entonces,ella se había rehusado a verlo. Estoyconvencida de que Giovanni hubiesepreferido seguir tolerando las astutasinsinuaciones de Carmen a enfrentarsecon su desdén.

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Y ahora Carmen le había escrito unpoema. Me invadía la curiosidad.Las chicas estaban entusiasmadas. Todolo que Carmen tuviera por decir era desumo iteres para nuestras compañeras deSainte-Marie pues conocían su carácteralegre y bromista y sabían que tenia lacapacidad de sorprenderlas en cadaocasión. Era, pues, uno de esosmaravillosos momentos en que Carmendecidía darnos un espectáculo y todasescuchábamos con avidez.Se abrió un círculo alrededor de ella y,después de hacer una profundareverencia con simulada propiedad, recito: Rezonga que no haz rezongado, perversoestropicio achacoso.Cuanto tiempo en ti he gastado, ¡oh,soliloquio tedioso!Ronquido de mi quimera, rey de linajemohoso.

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Entre bostezos te halagas, ¡bufón deatavió pomposo! Fuiste antaño tan amable, tan zalamero ymeloso,Que así lograste engañarme, ¡gusarapopegajoso!Yo hubiera bien apostado, sopa de trapoverdoso,Que eras un troll reencarnado… ¡gorro deduende leproso! ¡Que no, que no te quiero! ¿Por qué elmohín vanidoso?¿O juzgas digno de amores un catarrocontagioso?¡Truenos, rayos y centellas! ¡Otro gritoaspaventoso!Pareces una doncella sin trovadorojeroso. Cierto es que no te olvido, nigromante

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verrugoso.De mis recuerdos surtidos tuyos son losmás penosos.Si a donde voy vienes, siempre torpe ysospechoso,¿Cómo borrar tus desfiles afectados yengorrosos? Si mi verso te acongoja por sacrílego ypringoso,Si con el dedo te apuntan en un lugartumultuoso…Enhorabuena, querido, ¡mira tu halobrilloso!Era justo y merecido: has logrado serfamoso. Un clamor de carcajadas surgió en lahabitación.-¿Me la copiaras, Carmen? –pedía unachica.-¡Bravo! ¡Recítala otra vez! ¡Quiero

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escucharla de nuevo! –decía otra.Carmen inclinaba la cabezagraciosamente. Regina se había puestode un color cereza intenso queincrementaba nuestro regodeo delmomento, y se había retirado a un rincón.Era obvio que trataba de contenerse parano demostrar su humillación. Hasta esemomento, la reputación de Giovanni Rossien Sainte-Marie había sido intachable,pero de hora en adelante el muchachoseria, sin duda, motivo de burlas. Esto,por supuesto, no seria nada convenientepara Regina, quien era tan vanidosa comoel. Debieron pasara unos cinco minutospara que el salón recuperase su relativacalma.

En un momento determinado,pareció como si la intensidad de la luz dela habitación menguase notoriamente ylas miradas de todas se dirigieron a lapuerta principal. Cuando vi a Susana

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parada en el umbral, comprendí por qué.Se hizo un silencio absoluto. Susanaaplaudió lentamente mientras avanzabaen línea recta hacia Carmen con unasonrisa mordaz.-No sabia que hubiese comediantes enSainte-Marie –dijo, y toda la alegría queCarmen había difundido por el salón haciapocos minutos se esfumo sin dejarrastros-. ¿Tú eres…?-Carmen Miranda –replico mi amigafrunciendo el ceño-. Y, no. No haycomediantes en Sainte-Marie. El poemaque acabo de declamar es la pieza masseria que he escrito.Sin decir más, Carmen le dio la espalda aSusana y fue a sentarse a mi lado. Todaslas chicas seguían con los ojos clavadosen Susana, cuya expresión había mutadode burlesca a inexpugnablemente seria.La señorita Ricci, quien se habíaapresurado a ir al salón en cuanto

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escucho las risotadas de las alumnas,intervino a tiempo para que Susanaretirase del rostro de Carmen una miradade intenso odio.-Señoritas, esta es su nueva compañera,Susana Strossner. Hagan el favor de veniruna a una a saludarla. Veamos…comencemos contigo, Martina.-Ya nos hemos conocido, señorita Ricci–respondí, sin agregar ningunaexplicación. No estaba dispuesta a dejarmi cómodo asiento para presentarle misrespetos a Susana, muchísimo menosdespués de la forma en que nos habíahablado a Carmen y a mí.-¿Ah…? Entonces sigamos con Carmen.-También nos hemos conocido ya,señorita Ricci. Susana elogiaba unapequeña oda que acabo de compartir conel grupo.-¡Ah…! Maravilloso… Bien, ya que hanroto el hielo entre ustedes, las

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formalidades están de más. Susana,querida, siéntate donde te plazca y pontea gusto. Las chicas que aun no hasconocido irán a saludarte.Susana había perdido y lo sabía. Aun así,lo oculto bastante bien y fue a sentarse enuna poltrona que estaba ceca del piano.Algunas chicas (Regina Bailey fue laprimera) se acercaron a ella, y por finpude hablarle a Carmen cuando laatención de nuestras compañeras sedisperso.-Detesto a Susana –le dije.-Yo también –replico mi amiga-. ¿Quiéndemonios cree que es?-Exactamente eso –le respondí.-¿Exactamente que? –pregunto.-El demonio.En cualquier otra ocasión, estaconversación nos habría divertido, perocuando se trata de Susana no había nadadigno de risa. Ambas intuíamos que había

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mucho de cierto en la ultima afirmaciónque yo había hecho. Carmen se quedocallada unos instantes, mirándome conalgo de preocupación.-Cuéntame lo que ocurrió –pidió.Procedí a nárrale las cosas que Marie y ami nos habían acaecido en el trascursodel día, y ella me escucho con aparentecalma, aunque yo sabia que tenia losnervios de punta. Nunca había visto a suamiga tan circunspecta como aquellanoche.Después que Carmen y yo no dimos lasbuenas noches frente a su habitación enel segundo piso me dirigí a mi cuarto muyatemorizada. Aunque habíamos ido a lacapilla a rezar, no me sentía nada segurasabiendo que Susana dormía en eledificio. Recordé que Marie me habíacontado cual era su habitación, y me diánimos pensando que al menos quedabaen el extremo opuesto de la mía. Desee

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haber subido cuando las otras chicas deltercer piso lo habían hecho; la visita a lacapilla me había retrasado media hora ylos corredores solitarios promovían ideaspoco alentadoras en mi mente. Atraveséel rellano de las escaleras corriendo,aunque no veía nada. Ascendí con tantarapidez como las condiciones me lopermitían, pero me sentía muy torpe. Eranmuchos peldaños y yo estaba demasiadoasustada. Esperaba que Susana measiera por el tobillo en cualquier momento.Empecé a jadear. Me sentía observada,sin posibilidades de ver a mi observador.Mi miedo comenzó a transformarse enpánico y mi imaginación se desbordo. ¿Ysi Susana era una asesina? ¿Y si era unademonio que había llegado a Sainte-Mariepara robarse nuestras almas? Me enredecon mis propias faldas y caí con fuerza,magullándome las manos y las rodillas.Trate de incorporarme y tuve ganas de

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llorar, pues dolía mucho. Me sentí comouna párvula por sentir tanto dolor a causade semejante tontería. ¿Desde cuandotropezarse y caer dolía tanto? Sin ver másallá de mis narices, encontré la barandillay me obligué a levantarme. Me habíalastimado bastante y tendría que subir elresto de las gradas con suma lentitud. Mepropuse relajarme un poco y realizar mitarea con paciencia.-Así que ahora me desafías en público,Martina Székely.Se me helo la sangre. Sabía que tenía aSusana al frente porque reconocí su voz,aunque no veía nada.-No te veo, Susana –musite, sin poderagregar nada más. Tenía un nudo en lagarganta. ¿Qué hacer? ¿Estaría a tiempopara correr gradas abajo? ¿Podía ellaverme a mí?-Te lo advertí, Martina –dijo-. Ahoradesearas no haberme retado. Más te

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valdría haber sido muda.De repente, algo me alcanzo por detrás,asiéndome por la cintura y levantándome.Di un grito contundente que con seguridadse oyó en todo el edificio. Aquello que mesostenía tenía mucho poder y no teniaque hacer mayor esfuerzo pormantenerme elevada del suelo. Pataleecon todas mis fuerzas sin lograr soltarme.Sentí que una mano invisible tomaba elcrucifijo que llevaba atado al cuello y nopude menos que mi hora final habíallegado. Eleve una plegara al cielo,encomendándome a Dios para queperdonase mis pecados antes de expirar.En vez de eso, un olor a carne quemadallego a mi nariz y Susana profirió unalarido espeluznante frente a mí. De nohaber sido tan profundo mi desconcierto,me habría desmayado: si Susana estabadelante de mi, ¿Quién me estabasujetando?

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-¡ aulló SusanaTe concidam, maledicte! –en un latín disonante que me dejo sinaliento, y la escuche alejarse siseando enmedio de los que parecían se chillidos dedolor.Fui depositada sobre el suelo concuidado. No bien había tocado el peldañocon los pies, el ser desconocido que mehabía estado aferrando me soltó. Creíoírlo correr escaleras abajo, pero estabatan alterad en ese momento que no podíaconfiar es mis percepciones.-¿Martina? ¿Martina? ¿Eres tú? –era lavoz de Carmen que gritaba desde elcorredor del segundo piso. El alma mevolvió al cuerpo.-¡Carmen! ¡Estoy aquí! ¡No veo nada!-¡Espérame allí, no te muevas de dondeestés!Temblorosa, me pegue a la pared y tomeun respiro. El contacto con el muro frio medaba cierta sensación de seguridad.

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Pronto divise una pequeña luzacerándose a mi y pude distinguir lasilueta de Carmen.-¡Martina! ¿Estás bien? –preguntoCarmen, alcanzándome.-Carmen, ¡gracias a Dios que estas aquí!–respondí.-¿Qué ocurrió? ¡Escuche unos gritoshorripilantes!-No lo sé, Carmen… me caí… y… Susanaestaba allí. Algo me levanto, no se quepaso, estoy muy desorientada.-¿Te hizo daño?-Creo que no, pero no podría asegurarlo.-¿Qué fue todo ese escándalo?-Creo que necesito sentarme paracomprender lo que paso. Casi no puedosostenerme de pie, estoy muy adolorida.-Ven, te acompañare a tu habitación –dijoCarmen, poniendo mi brazo por encimade su hombro e iniciando la marcha.-¿Qué hacías sola en la oscuridad

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después de semejante día? –Prosiguió,mientras subíamos uno a uno lospeldaños restantes que conducían altercer piso-. No se como no me percatede que no tenias con que alumbrar elcamino, ¿Por qué no me pediste una velacuando nos despedimos?-No pensé en ello… -respondí, cayendoen la cuenta de mi estúpido error.-Al menos yo ya estaba en mi habitación,bien acompañada. Hace rato que Amaliaesta tendida en su cama.-La verdad no me explico como no se meocurrió en ese momento. No me entiendoa mi misma últimamente y no entiendonada de lo que me pasa. ¡Nada!Llegamos a mi habitación y Carmen meayudo a sentarme sobre la cama.-Dios mío, Carmen, ¡que susto he tenido!Cuanto me reconforta tu presencia; si nome hubieras llamado, no se que habríahecho.

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-¡Pues que bueno que gritaste! Por suerteaun estaba despierta… Ahora si, trata deexplicarme lo que paso allá afuera.-Bueno… después de dejarte en tuhabitación me sentí inquieta y comencé asubir las escaleras a tientas… y luego measuste demasiado al pensar en Susana yen como las llamas de las velas se hacenmas pequeñas cuando ella entra en unahabitación… y en la posibilidad de quetenga el demonio adentro… en fin,tropecé y me golpee, e inmediatamentedespués Susana apareció frente a mi perono pude verla. No entiendo como sabiaquien subía por las escaleras en esemomento, Carmen, estoy segura de quedebía de estar acechándonos entre lassombras, esperando a que una de las dosestuviese sola. ¿Te das cuenta? ¿Seraposible que hubiese estado aquí en mihabitación aguardándome y que, al nohallarme, hubiera decidido esperarme en

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las escaleras? ¡Cielos! ¡Esto es terrorífico!Como decía, Susana me hablo desde lastinieblas, profiriendo algún tipo deamenaza por motivos que no logroentender con la mente pero si con elcorazón. Estaba dispuesta a hacermedaño, lo juro. ¡Casi me mata del susto!Pero algo o alguien a quien no podía verme elevo del suelo y fue entonces que meoíste gritar. Luego Susana grito, lo quetambién debes haber escuchado, y dijoque me mataría, no en francés sino enlatín y ¡con la voz mas aterradora quepuedas imaginarte!... y luego salióhuyendo. Creo.-Espera, vas demasiado rápido. ¿Quién teelevo del suelo? –inquirió Carmen con loojos abiertos de par en par.-No lo se, no fue Susana. Bueno, enrealidad no estoy segura de nada, peroSusana aullaba frente a mí mientras esacosa o persona me sostenía en sus

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brazos.-¡Esto es lo mas horrible que heescuchado en toda mi vida! ¿Quién pudohaber sido?-No tengo idea –replique-, pero estabaconvencida de que Susana iba a hacermealgo, y después, cuando ese otro serapareció, ella se fue aullando.-¿Cómo se sentía?-Como si una persona enorme me tuviesealzada por la fuerza y no me soltara–conteste.-¿Y tienes la certeza de que no se tratabade Susana?-Si. A ella la escuchaba y sentía surespiración todo el tiempo. A menos deque se hubiese duplicado, no era ellaquien me sujetaba. Además era muygrande, y Susana es menuda y tan soloun poco más alta que yo.-¿Qué fue lo que te dijo en latín,exactamente?

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-Dijo… dijo… ¡rayos! Espera, que se meescapa… me parece que dijo: ¡Teconcidam, maledicte!-¿Estas segura de que dijo , ymaledicteno ?maledicta-De eso si estoy segura –dije-. Y es muyextraño, puesto que me hablaba a mí, quesoy mujer, y no a un hombre. Eso, amenos que el latín de Susana seapésimo… caso en el que no expresaríamaldiciones con anta soltura en eseidioma sino en otro, ¿no crees? ¿No teparece un momento demasiado singularcomo para emplear una lengua que no sedomina bien?-Tienes razón –dijo Carmen-. Además,Susana Strossner da la impresión de serbastante refinada, por la forma en que seexpresa. No pareciera ser alguien quecomete errores al hablar… y seria lógicoque en un momento de rabia se expresaraen un lenguaje que conoce muy bien. Yo

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empleo el castellano cuando estoyfuriosa. A Susana, por ejemplo, desearíadecirle que es una malvada víbora en milengua materna… ¡y cuanto más lodisfrutaría que si lo hiciese en francés!-Es cierto –coincidí con Carmen-. Por lotanto, no entiendo que haya dicho

en vez de ¿Por quémaledicte maledicta,utilizaría el vocablo en su formamasculina? Seria absurdo que me dijese

A menos…¡Te destruiré, maldito!-¿A menos que qué?-A menos que le estuviese hablando a unhombre –sentencie.-¿Entonces? –pregunto ella.-Había otro ser allí. El que me estabasosteniendo.-Eso implicaría que Susana podía ver aquien estuviese ahí, aun en la máscompleta oscuridad…-Y que era de género masculino –concluí-.¿De quien podría tratarse? ¿Por qué me

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retenía? Si hubiese querido dañarme,¿por qué me devolvió al suelo, intacta?-Hay muchas cosas que no están claras–prosiguió Carmen, haciendo una pausapara tragar en seco-. Una de ellas esporqué grito Susana. Si estaba dispuestaa cumplir sus amenazas, ¿por qué huyo?¿Qué la obligo a retirarse?Amabas tratábamos de encontrar unarespuesta satisfactoria. De repenteCarmen pregunto:-¿Qué paso entre el momento es que eseser te atrapo y la maldición de Susana?Intente ordenar lo pensamientos quedaban vueltas en mi cabeza. Los sucesosvolvieron a mí.-Eso… esa cosa que me alcanzo… Eseser se apodero de mi crucifijo, sinsoltarme.-Después oí a Susana gemir como sisintiera mucho dolor.-Es muy raro, ¿por qué tomaría tu

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crucifijo? No tiene razón de ser.-Y aun así, e lo único que ocurrió antesque Susana gritase. Podría haberloarrancado del cordón, pero aquí siguecolgando de mi cuello… a ver, acércametu lámpara… déjame asegurarme de queno se haya resquebrajado. Me da laimpresión de que esta madera es algofrágil.Carmen acerco su cabeza paraexaminarlo también. Lo time entre misdedos y lo puse a la luz. Estaba húmedo,Amabas dimos un salto hacia atrás almismo tiempo. Mi crucifijo estaba teñidode sangre.-Martina, ¿Qué diablos esta pasandoaquí? –grito Carmen.-¡Exactamente eso! –exclame yo.-¿Exactamente que?-Lo que has dicho, y de lo que hablamosen el salón: ¡el diablo esta pasando poreste lugar! Ay, Carmen, solo el demonio

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puede hacer que Susana Strossner seretire, humillada. ¿Crees que estuve enlos brazos del diablo? –preguntetrémulamente, con lo ojos encharcados.-Por favor, Martina, ¡quítate esa cruzensangrentada ya mismo, te lo suplico!Carmen empezó a corretear tras d mipara zafarme el crucifijo y yo a tropezarcon todo en mis ansias de deshacerme deel sin tocar la sangre. Antes quelográramos coordinar nuestrosmovimientos, la puerta se abrió. Carmen yyo nos lanzamos un alarido al unisonó,abalanzándonos la una a los brazos de laotra.-¿Se puede saber que esta ocurriendoaquí? –pregunto la señorita Krumlauf,visiblemente enojada. Tenía puestoscamisón y gorro de dormir.-La cruz… ¡tiene sangre! Y el diablo, ¡eldiablo me tomo en sus brazos! –dije encuanto pude tomar aire para hablar.

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-Pero, ¡que boberías dice usted, Martina?¿De que cruz habla?-¡De la que aun cuelga sobre el vestido deMartina, señorita Krumlauf! ¡Véala ustedmisma! ¡Esta cubierta de sangre húmeda!–replico Carmen.-Acérquese, señorita Székely –ordeno.Fui hasta donde ella estaba, auntemblando de terror.La señorita Krumlauf elevo un poco lalámpara que traía y se acomodo lasantiparras para ver mejor.-¡Esta cruz esta limpia, señorita Székely!–dijo la señorita Krumlauf.Tuve que fijar la vista de nuevo en la cruzque ahora sostenía la señorita Krumlauf.Atónita, volví a tocarla. Era cierto: la cruzestaba seca y la madera alucia tan claracomo el día en que me la había regaladoMarie.-Carmen… la cruz no tiene sangre–balbucí.

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Carmen se acerco, incrédula.-¿Cómo…? –fue todo lo que pudo decirmi amiga cuando comprobó lo que laseñorita Krumlauf decía.-Bueno, bueno, bueno… -dijo la señoritaKrumlauf-. Señorita Székely, señoritaMiranda: ¿no están ya grandecitas paradejarse influir de forma tan supersticiosa einfantil por las habladurías de lospaisanos? ¿No deberían concentrarse ensus deberes en vez de pensar enleyendas de diablos y fantasmas? Se queen la víspera del día de Todos los Santospero, por caridad, ¿podrían dejarnosdormir?Carmen y yo la miramos enmudecidas-Ya saben –prosiguió- que las visitasentre alumnas esta terminantementeprohibidas a esta hora. Y también sabenque serán castigadas.-Señorita Krumlauf, Carmen tuvo queacompañarme porque…

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-¡Basta ya! –me interrumpió-. Basta debromas, basta de rarezas y, sobre todo,basta de mentiras. ¡Me tiene harta con suindisciplina! Señorita Miranda, haga elfavor de acompañarme. Me asegurare deque llegue a su cuarto, no sea que se leocurra devolverse a crear alborotos conMartina. Y usted, señorita Székely… -dijo,mirándome indignada- no trate de haceruna de las suyas para enredarme y evadirsu castigo. Se quedara encerrada en suhabitación en cuanto yo salga y novolverá a salir de ella hasta el lunessiguiente.-Pero, señorita Krumlauf, ¡es el fin desemana! ¿Qué voy a hacer aquíencerrada por dos días? –proteste,aunque sabia que era en vano.-¡Debió haber pensado en lasconsecuencias de sus actos antes dehacer semejante escándalo! –Replico laseñorita Krumlauf-. La señorita Miranda

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también estará encerrada todo el fin desemana. Para cambiar, tal vez puedanhacer sus deberes. Las comidas se lestraerán a sus respectivos cuartos. No sediga más. ¡Habrase visto! La veré el lunesen clase, señorita Székely. Vamos, pues,señorita Miranda.-Buenas noches, señorita Krumlauf –dije,mirando al suelo.En esos momentos, lo último quenecesitaba era estar atrapada entrecuatro paredes sin escapatoria alguna. ¿Ysi el diablo aparecía de nuevo? ¿Y siSusana estaba escondida debajo de micama en ese mismo instante? Además,¡necesitaba poder hablar con Carmen ocon Marie para tratar de aclarar las cosasque habían pasado! La señorita Krumlaufasió a Carmen de la muñeca y se la llevo,no sin que antes nos dirigiésemos unamirada de mutua compasión. Al salir,nuestra institutriz le puso llave al cerrojo

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por fuera, dejándome completamentesola… y a merced del enemigo. Eseoscuro día de octubre cambio nuestrasvidas para siempre. Ese día cumplídieciocho años.

 

CAPITULO 2

ENEMIGA MÍA El sábado desperté con un escalofrió queme recorría el cuerpo. Me había quedadodormida con la ropa puesta mientrasrezaba el doceavo rosario de la nochemetida dentro de las cobijas sin retirar lamirada de la puerta. No había podidodejar de pensar en el incidente de lasescaleras y al final no me había quitado elcrucifijo, pues se me ocurría que debía

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haber sido precisamente este el que mehabía salvado tanto del demonio como deSusana.Había llegado a la conclusión de que, altratar de arrancárselo el demonio se habíaherido, lo que explicaba la mágicadesaparición de la sangre. Quizá elcrucifijo había transmutado la sangreinfernal y se había purificado solo… o almenos eso haría dicho el libro de alquimiade Carmen. Había pensado también queSusana quería acabar conmigo ellamisma, y se había enfurecido con eldemonio por quitarle su presa. Tal vez eldemonio la había tocado, haciéndolagemir de dolor. Pero a la luz de estassimples explicaciones, tres grandesincógnitas quedaban sin resolver. Laprimera: ¿Cómo era que el contacto conel demonio no me había hecho daño amí? La segunda: ¿Por qué me habíadejado libre el espanto cuando Susana se

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había marchado? La tercera: ¿Quédiablos era Susana Strossner? De las trespreguntas, la ultima era la que más meatormentaba.

Todos saben de sobra que en lanoche del 31 de octubre sale de losinfiernos un sinfín de espíritus malignos yque los muertos se levantan de sustumbas. Por lo tanto, no era de extrañarseque un espanto me hubiese salido alencuentro estando sola en semejanteoscuridad… pero Susana no era unespanto, no señor. A ella la habíamosvisto todas.

Susana Strossner no era unaaparición momentánea y tampoco unachica común. Había gente muy sensible alos olores, gente con un oído muyaguzado y gente que veía con especialnitidez desde muy lejos pero, ¿verperfectamente bien en la más insondableoscuridad? ¿Y que decir de la habilidad

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de desaparecer cosas? Además, Susanahabía dado muestras de ser bestialmenteimpúdica, y también comía pajarillos.¿Quién comía pájaros vivos, por Dios?¡Nadie, nadie, nadie en el mundo! Susanaera muy mala, esto lo sabia yo con todomi ser y lo habría sabido aunque susactos fuese los de una persona normal.Es mas, ahora estaba segura de lo quehabía notado en el primer instante en quela vi. ¿Era Susana humana? Lo parecía, ysin embargo…

Me incorpore de la cama para abrirla cortina y me estire. Estaba bastanteadolorida. Me revise las rodillas ydescubrí que las tenia amoratadas. Vayacaída estúpida. Note al mirar hacia lapuerta que había un diminuto sobreasomándose justo por debajo del marco.Me apresure a recogerlo y lo observeantes de abrirlo. Estaba sellado con ceraescarlata sobre la que se apreciaba un

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emblema especial: una cruz que consistíaen una línea vertical cruzada por doslíneas horizontales en la porción superiorde la vertical. De las líneas horizontales,la inferior era un poco mas largas que lasuperior en ambos extremos. En la cruzse enredaban varias flores de lis. Me diouna buena sensación. La cruz me erabastante familiar, pues era un símboloampliamente utilizado por la nobleza

y la había visto por todas partesmagyarcuando viva en Pest. Hacia parte delescudo, la corona y las armas realesdesde tiempos remotos, y mi tía Verónikame había contado que ya aparecía en lasmonedas en el siglo XII. Lo que meparecía extraño era verla en el sello de unsobre y no en alguna lámina o en loscalados de la túnica de algún obispo.¿Quién me escribía?Fui a mi escritorio y tome mi cortapapelespara abrir el sobre por uno de sus lados

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sin arruinar el sello. No sabia por qué,pero quería conservarlo intacto. De élsaque un papel fino que despedía un sutilaroma a lavanda. Decía: No se quite el crucifijo. La sangre que loungió lo ha convertido en una protecciónmás                                                               poderosa contra su enemiga. Me senté sobre la cama y lo releí variasveces. ¿Quién lo habría escrito? Noestaba firmado. No había iniciales.Tampoco tenia fecha. ¿Quién tendríaconocimiento del incidente del crucifijo?No eran ni la letra de Carmen ni su sello,y ella me escribía siempre en nuestrolenguaje secreto. La idea de que fuese laseñorita Krumlauf era impensable. Mariejamás sellaba sus cartas ni siquierautilizaba sobre. Además, conocía bien suescritura y distaba mucho de parecerse a

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la que tenía frente a mi. La única personafuera de Carmen y Marie que sabia queSusana y yo éramos enemigas y quepodía haber estado al tanto del incidentede la noche anterior era, precisamente,Susana.

Todas las alumnas y maestras deSainte-Marie sabían que yo llevabasiempre el crucifijo colgando por fuera delvestido. Ese no era ningún secreto y, portanto, no hacia parte del misterio de lanota. Pero, ¿Quiénes podían saber quehabía quedado ensangrentado la nocheanterior? La única de mis compañerasque había estado en las escaleras eraSusana. ¿Habría escrito Susana la carta?A menos que estuviese jugando aconfundirme, no tenia sentido que serefiriese a si misma como nisu enemigaque me diese consejos. Aun así, no podíadescartar la posibilidad de que ella fuesela autora de la nota.

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Después de todo, ya me habíadejado una al lado del pupitre el díaanterior y tampoco la había firmado. Tratede recordar la letra de la nota anterior,pero no podía hacerlo con exactitud. ¡Sitan solo la hubiese tenido! Luego penséen las extrañas palabras de Susana alrespecto de la desaparición de aquellanota. No me gusta dejar lo que me

, había dicho. ¿Queríapertenece por ahíesto decir que, de ser ella la autora de lanota que venia en tan singular sobrecito,la haría desaparecer también? No, algome decía que otra persona me la habíadejado. Tenia una cualidad indefinible queme hacia sentir bien. Además, supresentación era hermosa, demasiadocomo para ser una nota de Susana, quiencada vez me daba una impresión mássalvaje. Era como si fuese una bestia quetuviera que adoptar un papel humanoentre los demás. Me quede un rato

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admirando el bonito sello.Me pregunte, si lo que decía era de

alguna forma cierto, como el hecho deque hubiese estado ungido de sangre meprotegería de Susana. Si Susana era, enrealidad, peligrosa. ¿Quién mas teniaconocimiento de ellos ¿Quién, fuera deCarmen y Marie, compartía mi enemistadpor Susana? Me pregunte a quienpertenecía la sangre. Al menos sabia queno era mía… ¿Por qué se había hechoinvisible? ¿Sería posible que el crucifijohubiese sangrado, como lo hacíanalgunos iconos religiosos en ocasiones?¿Habríamos presenciado un milagro?¿Quién, fuera de la señorita Krumlauf,podría saberlo? Nunca había tenidotantos interrogantes como en esa grismañana. ¡Cuantas cosas raras habíanpasado en el trascurso de un solo día!¡Cuánto miedo había tenido! Lo peor eraque no temía solo por mí, sino por mis

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dos mas queridas amigas. Sin embargo,el pequeño sobre me había proporcionadocierta calma.

A la luz del día el crucifijo se veíatan limpio como la luz de la lámpara de laseñorita Krumlauf. Habría pensado en laposibilidad de que Carmen y yohubiéramos visto lo que no era comoproducto del terror, pero la notacorroboraba lo que habíamos visto. Tuveque agradecerles a los cielos que Mariehubiese sido testigo de las rarezas deSusana, pues de lo contrario habríallegado a creer que me había vuelto loca8posibilidad que no descartaba aun). Si loestaba, al menos el autor de la pequeñanota también lo estaba… y era muchomás reconfortante sentirme acompañadaen mis desvaríos.

Acerque mi silla a la ventana y mesenté a contemplar el lúgubre paisaje quese extendía antes mi ojos. Espere no ver

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a Susana paseándose por los jardines deSainte-Marie. No quería otra de susvisitas. ¿Cómo podía alguien enfadarseporque otro lo viese desde su ventana? Y,aunque así fuese, ¿por qué confrontarsepor semejante tontería ¿Iba a amenazar acada persona de Sainte-Marie que laobservase desde lejos? Podía apostarque había algo más que eso entre losmotivos de su visita a mi habitación. Seme ocurrió que tal vez era Susana la quehabía visto algo en mí desde allá abajo,algo que la hiciera detestarme con todassus fuerzas. De lo contrario, ¿por quétomarse la molestia de escribirme unanota de advertencia y de venirpersonalmente a darme un susto y unregaño? Susana deseaba intimidarme.¡Vaya momento que había escogido parasalirme al encuentro la noche anterior! ¡Yen que lugar! Podría haberme abordadoen el salón cuando estábamos todas

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reunidas pero había preferido hacerlo a sumodo, como el demonio que era. ¿De quéle servía comportarse conmigo desemejante forma si pretendía pasardesapercibida? Lo único que habíalogrado era que no pudiese dejar depensar en ella un segundo… y estabasegura de que ella lo sabía muy bien.

Cuando mas adentrada estaba enmis pensamientos, escuche la llave girardesde afuera. Me levante de un brinco,asiendo el crucifijo y elevándolo con elbrazo extendido por si se trataba deSusana.-¿Quién esta ahí? –pregunte.-¡Soy yo, Marie!Suspire con alivio mientras Marie entrabasosteniendo una bandeja con midesayuno.-La señorita Krumlauf me explico que laseñorita Carmen y usted están castigadasy me envió a traerles el desayuno –dijo

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sonriendo, al tiempo que ponía la bandejasobre la mesa de noche. La abrace.-¡Que alegría que te haya enviado a ti!¿Has visto ya a Carmen?-Si, ¡Claro que la he visto! Vengo de suhabitación, de hecho… -y agrego, bajandola voz-: ¡Ya me lo contó todo! ¡Queterrorífico!-Lo es, Marie, lo es. ¿Tienes tiempo deconversar? –pregunte.-La verdad, me tarde demasiadoponiéndome al tanto de los asuntos en lahabitación de la señorita Carmen y creoque debería marcharme antes que laseñorita Krumlauf sospeche algo. Pero sile contare una cosa: he visto a la señoritaSusana esta mañana muy temprano.¿Recuerda usted que se supone que estámuy enferma y por tanto debe tomar susalimentos en cama?Yo asentí con rapidez, instándola a quecontinuase.

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-Pues bien –prosiguió-: le lleve su bandejay, en cuanto vio los alimentos, hizo unamueca de repulsión tal que procure noacercarlos demasiado. ¡Con lo buena queestaba la comida! Deje la bandeja sobrela mesa en el otro extremo de lahabitación para que no me reprendiese ysolo entonces se dignó a hablarme. Mepidió gasa, presumo que para cubrir unaextraña marca que tiene en la frente.¡Parece una quemadura! Se la cubrió conla mano en cuanto entre pero yo alcancea verla. A la hora de la merienda volveré.Piense en esto que le he dicho. Ah, y siquiere enviarle alguna nota a la señoritaCarmen conmigo, téngala lista para elmediodía.-¡Gracias, Marie! Oye, antes que loolvide… -me dirigí al escritorio y tome elsobrecito que había recibido,enseñándoselo-: ¡Has dejado tu estodebajo de mi puerta?

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-No, no he sido yo… ¡Vaya! ¡Esto si queesta bueno! –exclamo, leyendo la nota.-Cuéntele a Carmen que la he recibido ypregúntele si me la ha enviado ella pormedio de Amalia, ¿podrías?-La señorita Krumlauf ha transferido a laseñorita Amalia a otra habitación el fin desemana para que la señorita Carmen notenga con quien conversar durante sucastigo.-Es decir que ni tu ni Carmen me la hanenviado… bueno, ya lo suponía. QueridaMarie, ¡gracias por todo lo que haces pornosotras! Por favor, cuídate mucho. Y note desprendas de tu crucifijo –le pedí.-No se preocupe, señorita Martina. Laveré mas tarde y le contare que hay denuevo allá afuera, ¿le parece?-¡Perfecto!Marie se fue y yo me quede a desayunar.Me había traído pan, un huevo duro,mermelada de moras, queso de cabras y

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té caliente. Yo estaba famélica y comí conganas. Pensé que, a pesar de missuplicas, tal vez Marie nuca iba atutearme. En cierta forma ya me habíarendido, aunque conservaba la esperanzade que se desprendiese de la idea de queme debía alguna consideración especialfuera de su amistad. Había notado quetenía puesta su falda de los fines desemana y recordé que solía ir a la granjavecina a traer queso, leche y mantequillalos sábados. Allí trabajaba su ,Juanitocomo ella lo llamaba. Era una granja muygrande que nos abastecía de gran partede los alimentos que necesitábamos enSainte-Marie-des-Bois. Todos losdomingos los trabajadores organizabanpequeñas celebraciones con baile y cantodespués de la misa, y allí Marie y Juanitotenían la ocasión de hablar mirándose alos ojos durante horas. Yo habría deseadode todo corazón poder asistir a las

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celebridades dominicales de la granja,¡sonaban tan divertidas! En cambio, todoslos días del internado eran iguales:estudiar, bordar o leer. Lo masentretenido que podía ocurrir era quealguien tocara el piano durante la hora dela lectura, y siempre eran las mismaspiezas. Yo anhelaba poder escuchar esamúsica alegre de la que Marie tantohablaba y ver esas danzas coloridas ydesparpajadas. Los muchachoscampesinos también parecían ser muchomás entretenidos que los pocos que habíaconocido a los contados banquetes a losque había asistido: ¡eran todos tanpretenciosos! Me parecía imposible quefuese capaz de enamorarme alguna vezen la vida. El solo hecho de imaginarmehablando con alguno de esos mentecatosme hacia sentir aletargada… ¡Ni quepensar en el espanto que seria besar aalguno de ellos! A pesar de las maravillas

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que hablaba Marie de los besos, yo nopodía concebir que estar tan cerca de unchico pudiese traer nada bueno. Carmenhabía besado a Giovanni y el se habíatransformado en un necio de inmediato.No podía menos que concluir que noshabían contado el cuento al revés, y quelos apuestos príncipes se transformabanen sapos con el primer beso de amor.

En muy pocas ocasionesorganizaba Sainte-Marie algún evento alcuál pudiesen asistir personas que nofuesen sus internas, maestras y elcapellán Molinari. Y así pasaban lo años,uno tras otro, entre las lecciones deAritmética, plegarias y paredes frías. Miúnica ilusión era la llegada del verano,cuando podía irme de vacaciones conCarmen. Me pregunte si el abogado de mipadre habría transferido la herencia a minombre ahora que había cumplidodieciocho años, como lo estipulaba el

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testamento. Esperaba que así fuese, y deesa forma tener independencia cuandopartiera de Sainte-Marie al terminar lasiguiente primavera.

Lo único que iba a extrañar delinternado era la presencia de Marie. Através de sus historias conocía el mundoreal. Aun si tenía que trabajar, Mariegozaba de bastante libertad. Ella y suhermana mayor compartían un cuarto enla parte trasera del edificio central; suspadres y sus cinco hermanos varonesvivían en una pequeña granja a dos díasde camino, mas cerca al valle. Marie yNatalie habían ingresado a trabajar enSainte-Marie en una época en que lafamilia se había visto en seriasdificultades. No podían alimentar tantasbocas con lo poco que producían, así quela madre había llevado a sus dos hijashasta Sainte-Marie para ofrecer susservicios. Solo había una plaza, pero

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como Marie era tan pequeña, la señoritaRicci le había permitido quedarse con suhermana. De cierta forma, Natalie habíasido como la madre de Marie, quien erasiete años menor que ella. El día en queMarie había llegado al internado teníanueve años de edad, y nos habíamosconocido tres años después.Mi tía Verónika se había ocupado de mídesde la muerte de mis padres. Fueronaños bastante felices. Mi tía era una mujerllena de alegría que había enviudado ynunca había vuelto a casarse. Solía decirque el matrimonio era un acuerdo quesolo servía para que ambas partes sehicieran desdichadas. Vivíamos juntas ensu casa en Pest, y juntas nos lapasábamos todo el día. Nos sentábamosfrente al Danubio a pintar acuarelas oleíamos novelas de aventuras en casa. Mitía Verónika me enseño a leer, a escribir ya pintar. Tenía pelo gris en cuyo tocado

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procuraba siempre llevar alguna florsilvestre, y una sonrisa dulce y sincera.Era más una maravillosa amiga que unamadre para mí. Había muerto cuando yotenia solo once años, e inmediatamentemi tío Eduardo me había enviado aSainte-Marie sin siquiera llevarme a pasarun tiempo de luto junto a el, a su esposa ymis primos. Cabe mencionar que al únicode ellos que conocía era a mi tío, quieniba de vez en cuando a vernos a la tíaVerónika y a mi si estaba de visita enPest. La tía Verónika decía que se habíaconvertido en un hombre gruñón y avarodesde que se había casado con Éva.

Cuando llegue a Sainte-Marie paseun año de aburrimiento y soledad hastaque llego Carmen. Ese día mi vida seilumino, y no paso mucho tiempo hastaque nos hicimos amigas de Marie, unaniña risueña y desenfadada a quien leencantaba hablar de las montañas y los

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duendes. Tenía mejillas rojas y trenzasrubias, y revelaba en su figura loscuantiosos robos de chocolates que lehacia a la despensa cada vez que teniaque ayudar en la cocina. Marie nos habíacontado que había muchísimas brujas enla región y decía que debíamos procurarno jugar en el bosque después de lascuatro de la tarde. Con el paso de losaños, claro esta, todas habíamos perdidoel miedo a que la bruja nos robase en lanoche para comernos al día siguiente…pero si no hubiese sido por Marie, nuncahabríamos estado en contacto con lassupersticiones locales y habría dado igualque viviese en Inglaterra o en Suiza, puesen Sainte-Marie se hacia todo lo posiblepor eliminar de nuestras mentes cualquiercreencia que fuese considerada pagana ypor inculcarnos lo que la señorita Riccillamaba una educación europea

.tradicional

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Solía sacarme de quicio que Marieme llamase , pero me habíaseñoritaexplicado que su hermana se lo exigía,pues si perdía la costumbre llegaría undía en que me llamaría Martina delante dela señorita Ricci y la reprenderían porimpertinente, o incluso podrían correrla.Siempre era igual. No podíamos haceresto o lo otro por el constante temor deque corrieran a Marie. Cuando partiera delinternado iba a proponerle que vinieseconmigo para que no tuviese que volver atrabajar un solo día de su vida. Marie yCarmen eran las únicas dos verdaderasamigas que tenia, y eran tan divertidasque no necesitaba otras.

Abrí mis cuadernos para adelantarmis deberes del lunes antes que el cielose pusiera más oscuro. Bostecé y, luegode escribir una página, me distrajemirando hacia afuera. Mire el árbol caídoa través de la ventana. Parecía querer

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decirme algo, y desee no estar encerraday poder salir y acercarme a el. No habíatenido tiempo de hacerlo el día anterior yme parecía que le debía una visitaurgente en vista de lo que le habíaocurrido. Moverlo de allí iba a tomar eltrabajo de muchos hombres; estabasegura de que querrían usarlo para hacermuebles o para tener leña, pero no creíaque fuesen a poder transportarlo a ningúnlugar antes que la madera se pudriese.Seguía lloviendo, aunque con menosfuerza que la mañana anterior. Presentíaque no iba a escampar en muchos días.De repente tuve mucho sueño y melevante del escritorio para hacer unapequeña siesta. Quería escribirle algo aCarmen para enviarlo con Marie antesque esta volviese a la hora de lamerienda, pero estaba demasiadocansada y me tendí en la cama cuan largaera. Las emociones del día anterior me

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habían dejado exhausta y necesitabarecuperarme.

Soñé que era primavera enSainte-Marie y mi tía Verónika estabaparada debajo del árbol, que estabaplantado en la colina como en épocasanteriores. Desde allí, mi tía me haciaseñas para acercarme y yo bajabacorriendo y recorría el jardín hastaencontrarme con ella. Nos abrazábamosy, sin decir nada, ella me mostraba unaporción del tronco del árbol. Yo lo mirabay veía que la madera estaba tallada conun dibujo peculiar: una cruz con doslíneas horizontales, en la que se enredabauna planta de flor de lis. Mi tía Verónika,el árbol y yo estábamos llenos de vida yalegría. Los pájaros cantaban y una brisasuave y tibia mecía la hierba y lospliegues e mi vestido.Al despertar, me costo reconocer lahabitación y sus entornos. ¿Por qué hacia

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frio? ¿Dónde estaba mi tía? Corrí a laventana, aun somnolienta. El cielo estabaencapotado y mi árbol yacía inerte sobrela tierra. Mi tía Verónika no estaba porninguna parte. Solo había sido un sueño.¡Cuánto quería volver a ese lugar de paz!En vano trate de dormirme de nuevo.Recordé que Marie no tardaría mucho envenir y se me ocurrió una idea: tomé micuaderno de dibujo y copié el sello de lacarta con tanta fidelidad como pude.Arranque la hoja, y escribí en código: Querida Carmen:Este es el diseño del sello que tiene elpequeño sobre que recibí esta mañana.Marie ya te habrá explicado cual es sucontenido. Soñé que mi árbol lo teníainscrito en el tronco, y me preguntaba sital vez hallarás uno similar en alguno detus libros. ¿Qué significará? ¿Lo has vistoantes? La cruz la conozco, pero el sello

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no. Vi a mi tía Verónika en mi sueño. Eraprimavera.Espero recibir noticias tuyas pronto. No tedespegues de tu crucifijo, amiga.Presiento que la cruz de Cristo nosprotege.Tuya,M. S. Tomé algo de té del desayuno que mequedaba. Ya se había enfriado pero teníabuen sabor. Cuan feliz había estado dever a mi tía Verónika. Estaba radiante, aligual que mi árbol. Supuse que ambosvivían eternamente en algún lugarhermoso y me consolé con esa idea. Yoestaba encantada de haber visto el sellode la carta en mis sueños y más de quefuese mi tía la que me lo enseñase. Quemi árbol lo llevase grabado me parecía elmejor indicio de las buenas intencionesdel autor de la nota. Esperaba que

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Carmen supiese darme razón del sello. Miamiga tenía libros muy interesantes desimbología y heráldica. Claro esta quetenia que esconderlos bajo llave en subaúl, de lo contrario le seriandecomisados por la señorita Ricci hastaque saliese de Sainte-Marie. Algunos eranlibros muy antiguos que habían estado enla familia de Carmen por generaciones yotros habían sido adquiridos por su padreen sus múltiples viajes. El padre deCarmen era comerciante, y así tenía laocasión de visitar lugares remotos yexóticos. Como sentía una excesivadebilidad por su única hija, la complacíahaciendo pericias para obtener los raroslibros que habrían sido ocasión de que laquemasen viva en la hoguera de habernacido unos cuantos siglos atrás.-Yo estoy segura de que así me ocurrióen una vida pasada… -solía decirCarmen, riendo.

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No me era difícil imaginarla parada frentea los tribunales eclesiásticos profiriendomil insultos y gritando que los hechizosgitanos no eran ni jamás serian herejía.Escuche de nuevo el ruido de la llavegirando en la puerta y supe que habíallegado Marie.-¿Cómo le va en su encierro, señoritaMartina? –pregunto.-No tan mal, Marie –le conteste sonriendo,y recibí la bandeja de sus manos. Olíabien.Me habían enviado sopa caliente, pan yuna generosa porción de unraclette,platillo típico de la región que consistía enuna mezcla de queso y patatas. Habíatambién una taza de chocolate derretido,una galleta y una taza de leche caliente.Solo nos daban postres con lasmeriendas de los fines de semana, y eseno era una excepción. Se me hacia aguala boca con el chocolate fundido de la

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cocina de Sainte-Marie.-La señorita Carmen le manda a decir quecontinua sin novedades para reportarle,pero que se asombro muchísimo con lahistoria del sobre y le solicita queobedezca usted el conejo que allí se leda. También me pidió que le contara queya se puso un crucifijo grande, pero que elde ella no esta ungido de sangre, así queno sabe hasta que punto la puedaproteger.Solté una carcajada. Ese comentario eratípico de mi amiga.-Tengo una nota para ella, Marie –le dije,refiriéndome a mi sueño y entregándolemi carta.-Lo único que yo podría decirle alrespecto de su sueño es que heescuchado muchas veces que es de muybuena suerte soñar con arboles… -medijo, y agrego-: Mi abuela Renata decíaque siempre que soñaba con un árbol las

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cabras daban mas leche o la piropeabanen el pueblo. Ambas cosas muy buenas,en mi opinión.Volví a reír y le pregunte si iba a ver a suJuanito esa tarde.-Si –me contesto-. Voy a la granja yamismo para regresar antes del anochecer.-¿Vas acompañada? –le pregunte, unpoco preocupada.-No. Natalie no puede venir conmigo hoyasí que tendré que ir sola, pero no sepreocupe: tendré los bolsillos llenos deflores silvestres, un rosario en cada mano,y ya zambullí la cara en la pila bautismalde la capilla.-Esta bien… pídele a Juanito que teacompañe de vuelta, ¿lo harás por mi?–le pedí.-Eso no lo dude. Además, es en el caminocuando mas poético se pone, y sueleregalarme canciones tan dulces que mearranca lágrimas de los ojos…

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-Que divertido, quisiera verlos en unaescena semejante, ¡se que me reiríahasta que me doliera el estomago!-Búrlese nada mas, señorita Martina… yala veré a usted suspirando de amor y seacordara de lo mucho que se reía de suMarie –dijo, poniéndose un poco más roja.Ella sabia que me encantaba que mecontara sus historias de romance y que sime burlaba un poco era solo en son deamistad.-¡Ah! –agregó Marie cuando estabaapunto de irse-, por poco lo olvido: laseñorita Susana no ha querido levantarsede la cama en todo el día. Estavisiblemente indispuesta aunque hallé subandeja vacía. Dudo que las otrasseñoritas vayan a contar con su compañíahoy día.-Dichosas de ellas… -replique.Una vez se hubo ido Marie con la notapara Carmen, me dispuse a tomar mis

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alimentos. Me comí hasta la última gotade chocolate y desee tener más. Senotaba que Adélaide, la rubicundacocinera, lo había derretido a fuego lentopues estaba especialmente cremoso.Seguí trabajando en mis deberes. Mesorprendió que pudiese concentrarme enla asignatura con tantas distracciones. Elpequeño sobrecito y el sueño que habíatenido me habían proporcionado alivio yesperanza. Estudie un par de horas más yme levante del escritorio para tomar uncorto descanso.Volví a acercar la nota misteriosa a minariz y aspiré con fuerza. El aroma quepercibía era lavanda, sin lugar a dudas.La letra era ordenada y elegante, perotenía un que revelabaje-ne-sais-quoicarácter. Me gustaba mucho. Eraimposible que fuese de Susana. Por unaparte, no había desaparecido. Por otraparte, la nota de Susana me había

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producido nauseas con solo tocarla. Todolo que se relacionaba con Susana meponía mal. Que mujer más desagradable.Mirarla a los ojos era como mirar dentrode los abismos de la muerte, pero no dela muerte que precede a la vida eterna,sino de la muerte que precede a otramuerte, y a otra muerte mas, ad infinitum.Con que Susana estaba enferma… ¿seriaacaso por la confrontación de la nocheanterior? Era muy probable; después detodo, se había alejado chillando de dolor.Pero yo no le había hecho daño, de esoestaba segura. Ni siquiera la habíatocado. Entonces, ¿Qué la había herido?La única posibilidad que se me ocurría eraque el ser que me sostenía se lo hubiesehecho. Recordé el olor a carne quemadaseguido del grito de Susana y repase laescena detenidamente una vez más. Elcrucifijo era la pieza central de todo eldilema. El ser que me detenía lo había

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tomado, y toda la situación habíacambiado en un abrir y cerrar de ojos.

De repente, recordé un momentode la visita de Susana al que no le habíaprestado mayor atención. La tardeanterior, cuando había entrado a mihabitación, no había tenido ningúnproblema en acercarse a mí con la mayorlibertad… hasta que yo había retirado losdedos del crucifijo. En ese precisoinstante, la cruz de Cristo había quedadoexpuesta, y ¡era lo que habíaestocausado que Susana diese un salto atrás,con franca repulsión! La sangre quehabíamos visto en el crucifijo debía de sersangre de Susana. ¿No decía Marie quetenia una quemadura? Tan descabelladocomo sonaba, era lo más coherente quese me había ocurrido desde la nocheanterior. Ya no me cabía la menor dudade que Susana era una especie dedemonio, solo un ser de la oscuridad que

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podía tenerle aversión a un crucifijo alpunto de no poder tocarlo sin proferir unalarido y retorcerse de dolor. Todoencajaba.Lo que más me alentaba de misconjeturas era un detalle en especial:aquello que me había elevado del suelo

que el crucifijo le haría daño asabíaSusana. Ese algo había llegado hasta ahípara protegerme. Ese ser poderoso, eseser protector… ese ser era el autor de lapequeña nota. Y no era un sersobrenatural. Era humano: los fantasmasno escriben notas articuladas, ni lasmeten en preciosos sobrecitos, ni lassellan con emblemas enigmáticos. Elautor de la nota era humano y era lamisma persona que había impedido queSusana me hiciera daño. El la habíaherido al tocarla con la cruz. Por esto lohabía maldecido ella: ¡Te destruiré,

Susana lo había visto: ¿Quiénmaldito!

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sería él? Los pocos hombres que habíaen Sainte-Marie trabajaban en losestablos y no sabían leer o escribir. Marieera conocida entre los trabajadores porser la única persona que sabía escribir supropio nombre y, aunque estabaenseñándoles a los demás, era imposibleque lograsen dominar la escritura ydesarrollar una caligrafía tan hermosa entan poco tiempo. El único hombre quepodía tener una letra y un sello así enSainte-Marie era el capellán Molinari.¿Seria el capellán Molinari mi protector?Después de todo, el sello ostentaba unaespecie de cruz y no seria raro que uncura hubiese escogido ese símbolo paraadornar sus cartas. Debía averiguarlo.Podía hacer muy poco desde mihabitación y Marie se había ido a lagranja. ¡Marie! Eran las seis y cuarto, ytodavía no había venido. Tuve miedo. ¿Ysi le había pasado algo? Tenía que

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atravesar el boque y caminar un largotrecho para llegar a la granja vecina.¿Estaría bien?“Estará conversando con Carmen”, pensé.También era posible que se hubiesedistraído con Juanito, pero esto no eranormal en ella, pues la cena se servía alas cinco y media en Sainte-Marie y ellaera muy puntual con sus obligaciones.Hacía rato debían haber terminado decenar las demás alumnas. Me pasee porla habitación, inquieta. Se me ocurrió quetal vez ella no había tenido tiempo decenar antes de ayudar a servir y lo estabahaciendo en ese preciso momento. Elviaje a la granja era muy fatigante paraella, sobre todo cargando queso, leche ymantequilla. Juanito le ayudaba pero… ¿ysi no había podido acompañarla?“Me estoy preocupandoinnecesariamente. A lo sumo, se tardaraotra media hora”, me dije.

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La señorita Krumlauf le había dado lasllaves de la habitación de Carmen y de lamía, desentendiéndose así de nosotras.Nadie recordaría que Carmen y yoestábamos sin cenar fuera de Marie. Laseñorita Krumlauf tocaba el piano largorato después de la cena de los sábados y,a menos que la señorita Ricci se leocurriese verificar que estuviésemoshaciendo lo deberes, nadie sabría que erade mi o de Carmen. Natalie si notaria laausencia de su hermana si esta setardaba demasiado y la señorita Ricci sinotaria que no estuviese poniendo la cenaen el comedor. Me sosegué un poco coneste pensamiento y me pare frente a laventana con la esperanza de divisarla encualquier momento. Aunque habríallegado de la granja por la parte sur deSainte-Marie, a la que yo no tenía vista,vendría por el frente a llevarnos la cenapues cerraban la puerta trasera a las

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cuatro.Espere largo rato o así me lo pareció.Finalmente me di la vuelta y mire lapuerta. Nada. Me senté en la cama y recepor Marie. Le pedí a Dios que la hicieseaparecer. ¿Y si Susana había descubiertoque éramos amigas y la habíaemprendido contra ella? ¿Y si Susana lehabía hecho algo porque si? Perdí toda lacalma que el sueño y  la nota me habíanproporcionado. El hecho de que Susanaestuviese en Sainte-Marie no iba apermitirme tener un segundo deverdadera tranquilidad. 

 

 

 

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CAPITULO 3

EL MERODEADOR DE SAINTE-MARIE Para mi sorpresa, la puerta se abrió. EraMarie.-¡Marie! ¿Dónde estabas? ¡Estaba tanpreocupada por ti! ¿Estás bien? –dije,corriendo a su encuentro.-Cálmese, señorita Martina, estoy bien, ya

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se lo contare todo –respondió Marie conuna amplia sonrisa-. Pero siéntese ycoma, debe usted tener mucha hambre.-La verdad, ya había perdido el apetito–dije, poniendo sobre la mesa la cena queme traía-. ¿Qué paso? ¿Por qué tetardaste tanto?-Bien, Salí de aquí y deje bajo la puertade la señorita Carmen la nota que ustedme dio para ella. Luego, me fui muyapurada camino de la granja. Estaballoviznando y los senderos estabanresbalosos. Tenía miedo de caer y llegardonde mi Juanito con las faldasenlodadas, pero al fin arribe y tome lamerienda con el en la cocina principal.Comí queso fundido con pan y leche, yconversé con mi Juanito y su hermanaacerca de lo malo que se ha puesto eltiempo y esas cosas. Cuando yaestábamos terminando llego Franz, eldueño de la pequeña granja colindante.

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Traía pescado que había comprado en elpueblo para intercambiar por mantequilla.La hermana de Juanito se levanto a ponerel pescado en un barril de agua salada yFranz se quedo hablando con nosotros.Entones Juanito le pregunto si losanimales de su granja también habíanestado particularmente inquietos la nocheanterior y Franz dijo que si, que su viejocaballo había estado relinchando como unloco hasta el amanecer y el había tenidoque ir varias veces a asegurarse de queestuviera bien. Al fin, había decididoexaminarlo con cuidado cuandoamaneciera y se había vuelto a dormir. Enla mañana todo el granero estaba revueltopero no faltaba ningún animal y, al revisaral caballo, no hallo nada fuera de lonormal. Juanito le respondió que lo mismohabía pasado en la granja grande yambos parecieron llegar a la conclusiónde que debía haber algún lobo vagando

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por los alrededores. Después que lahermana de Juanito le dio la mantequillaal buen hombre, el se despidió denosotros, no sin antes aconsejarnos queprocurásemos llevar una antorcha connosotras de camino a Sainte-Marie paraahuyentar al lobo en el caso de que nosencontrásemos con el.- Juanitotransportaría las dos ollas de leche a susespaldas con la ayuda de una vara larga,y yo me haría cargo del queso y lamantequilla. Tuvimos que emprender elcamino a Sainte-Marie sin luz pues noteníamos manos libres para llevar,además, una antorcha.

“Como el día ha estado tan oscuro,tratábamos de caminar con cuidado parano derramar la leche en alguna caída. Elestaba bastante cansado después de unaardua jornada de trabajado y yo tambiénlo estaba, aunque menos que el.Entonces alcanzamos el bosque y Juanito

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me dijo que estaba reuniendo dinero paraque pudiéramos casarnos. Yo solté elqueso y la mantequilla y me lance sobreel para abrazarlo. ¡Por poco le hago soltarlas ollas! El mantuvo el equilibrio y puso laleche en la tierra. Entonces reímos y yollore de pura felicidad. ¡Voy a casarmecon mi Juanito!-¡Eso es maravilloso, Marie! –Exclamé,sorprendida. No se me había ocurrido queMarie ya tenía edad suficiente paracasarse y que, estando tan enamoradoscomo lo estaban ella y Juanito, lo másnatural era que quisiesen vivir juntos yempezar una familia.-Pero no se adelante a los hechos,señorita Martina, que aun falta bastantepara que Juanito reúna el dinerosuficiente para construir una cabaña paralos dos. Estaba pensando que es unalástima que ese árbol tan grande se hayacaído justo ahora que no para de llover…

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no va a dar tiempo a que se seque lamadera. ¡Habríamos podido utilizarlo en laconstrucción de la cabaña! Como ledecía, Juanito y yo nos abrazamos y nosbesamos. Cuando menos lo esperábamosoímos un relincho proveniente del bosque.Ambos nos quedamos muy quietosesperando escuchar algo más. No esnormal que alguien este paseándosedentro del bosque a menos de que esteextraviado. Si venia a Sainte-Marie de unade las granjas colindante, lo que es muyimprobable, no tendría por qué habersalido del camino principal que conducedirecto a la entrada. Entonces Juanito medijo que lo esperase allí mientras elrevisaba que no hubiese bandidosescondiéndose en el follaje. Yo me rehuséterminantemente; no iba a dejar que miJuanito se expusiese de esa manera, ymenos por un relincho indiscreto quehabía arruinado el momento más

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romántico de nuestras vidas. Le dije quelo prudente seria atravesar el bosque lomas pronto posible y que, podría regresaren compañía de otros hombres, conantorchas y con palos en caso de quehubiese bandoleros o gitanosescondiéndose allí.

Mi Juanito estuvo de acuerdo y asílo hicimos. Cuando estábamos  mitad decamino volvimos a oír el mismo relincho,entonces más cercano. Yo me asuste unpoco pero Juanito me hizo señas de quesiguiera caminando en silencio tras de él.Al llegar al claro, oímos movimientos entrela maleza. Nos quedamos quietos,esperando en silencio, refugiándonosentre los árboles. Escuchamos mas ruidosy yo me atemorice mucho. No sabía si ellobo andaba por ahí. Tome una piedra delsuelo y la lancé con toda mi fuerza haciael lugar de donde los ruidos proveníanpara espantar al lobo y cruzar el claro.

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Cuando la piedra cayó del otro lado,pareció darle a algo solido. De repente, uncaballo negro con crines plateadasatravesó el claro al galope, llevando sobresi un jinete vestido de negro. Ambos,jinete y caballo, pasaron raudos muycerca de nosotros y se perdieron en elbosque en dirección al camino principal.Juanito y yo saltamos del susto, era tanpoderoso el paso de animal y tansorpresiva la visión que entonces si,señorita Martina, por poco perdemos laleche. Escuchamos al jinete arreando a labestia mientras se perdía en la lejanía:¡era una voz de hombre, profunda yterrorífica! Señorita Martina, no sé quépasa en Sainte-Marie últimamente perono puede ser nada bueno. Juanito y yoatravesamos el claro y lo que quedaba delbosque a las carreras, pidiendo auxilio agritos. Los ayudantes de los establossalieron a encontrarnos y les contamos lo

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que habíamos visto. En poco tiempo yahabían ensillado arios caballos yemprendido la búsqueda del jinete. Si seasoma a la ventana, tal vez vea las lucesde sus antorchas. Lo único bueno de todoesto es que ya está muy tarde para quemi Juanito regrese a la granja y pasará lanoche en los establos, donde ya le hepreparado una cama de heno. ¡Esosignifica que podre conversar con el unpoco mas acerca de nuestra boda y de lospreparativos que debemos hacer! Estoytan feliz… aunque, he de decirle: con laamenaza del lobo, el jinete maleante, y laseñorita Susana… ya no creo que puedasentirme tranquila de ir a la granja vecinasola. ¡Si hubiera visto como temblaba miJuanito! Además, hoy es el día de Todoslos Santos y ya no debería de haberespantos rondando por ahí. Es cosanueva, insisto. Algo muy raro estápasando aquí.

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-Gracias a Dios llegaron sanos y salvos,Marie. ¡Cuánto sufrí a causa de tu retraso!–le dije.-Sí, gracias a Dios. Pero bueno tratemosde no pensar en cosas desagradables.Tengo algo para usted de parte de laseñorita Carmen –respondió,entregándome un sobre.-¡Ah! ¡Qué alegría! Me pregunto si habráencontrado algo en sus libros que me derazón del sello. A propósito, ¿Has visto elsello del capellán Molinari? –pregunté.-¿No estará pensando usted que…?Le conté de las conclusiones a las quehabía llegado.-Pues no seré yo un genio de la caligrafía,pero esa no se parece en lo absoluto a loque  recuerdo de la letra del capellán. Sinembargo, estaré atenta la próxima vezque vengan por la correspondencia. Sinduda el capellán tendrá algo que enviarfuera y podre observar su sello.

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-Es un buen plan –le dije.-Bueno, usted debería comer. Su cena yadebería de haberse enfriado y yo quierovolver a ver a mi Juanito.-Claro, Marie. Ve y dale mis saludos a tuJuanito. Os felicito ambos por la boda quevais a celebrar.-Disfrute de la cena. Mañana en lamañana vendré con el desayuno y con loque haya podido averiguar.-Magnifico.De nuevo me quede sola. Quería abrir acarta de Carmen de inmediato, pero comotenia tanta hambre decidí primero  comerpara leer con calma lo que me hubieseescrito. Aun no había llenado mi lámparay había tenido que prender una veladespués del mediodía por falta de luz. Yaestaba a punto de acabarse, así queencendí otra y me senté a comer Lacomida estaba algo fría pero buena.Había pescado, pan, y vino.sauerkraunt

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La noticia de la boda de Marie me habíatomado por sorpresa. Si ella y Juanito secasaban, ya no vendría conmigo cuandome fuera de Sainte-Marie. De hecho,aunque no se casaran, Marie estabademasiado enamorada de Juanito comopara irse lejos de ahí… y yo quería irmelejos de Suiza en cuanto fuera posible. Nole tenía aversión a todo el territorio, peroañoraba vivir en regiones más cálidas yluminosas. Quería comprar vestidos decolores y olvidar la sobriedad de negro.Quería pasear por las calles de lasciudades como cuando vivía en Pest, ybailar al son de un violín Czardas sin queuna institutriz rígida me mirara conreproche. ¡Cuánto quería marcharme deallí Lo único que me faltaba era queCarmen se enamorara de nuevo y secasara. Eso sería catastrófico. Decidí queera menester que tuviera una charla conella para que considerara seriamente ser

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una feliz solterona en vez de unadesdichada esposa, como aconsejaba mitía Verónica. Estaba segura de que me miamiga seria muchísimo más feliz de esamanera que con un cualquiera de loschicos que conocíamos.Trate de descartar esos funestospensamientos matrimoniales y me puse elcamisón de dormir. Me solté las trenzas yme cepille el pelo cien veces. Se mehabía puesto más oscuro desde quehabía terminado el verano. Ahora se veíamarrón muy oscuro, casi negro. Me dejepuestas las medias de lana para que nose me helaran los pies y me metí dentrode las cobijas. Alargue la mano y tome lacarta de Carmen. La abrí entusiasmada yleí: Martina:Estoy enloqueciendo. ¡Qué aburrimiento!Ya le hice tres conjuros a la señorita

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Krumlauf y otro para Regina para quevean arañas y ratas por todas partes. Nome he atrevido a hacerle ninguno aSusana. Además, ella debe adorar lasratas… si es que no se las come también.¡Gracias a Dios me diste algo que hacer!He tratado de hacer los deberes, pero tejuro que los ojos se me cierran solos cadavez que trato de leer un párrafo. No sécómo voy a completar esa asignaturapara el lunes.Tengo buenas noticias: he encontradopistas del sello en mis libros. Bueno, nohe encontrado exactamente el mismosello, pero si cosas interesantes acercade la cruz. Sé que la has visto mil vecesantes, pero tenme paciencia, que no voy ahablarte de reyes húngaros sino delorigen del símbolo. Como ya lo sabrás, lallaman la cruz Patriarcal y fue creada enel año 326 a partir de cinco trozos demadera pertenecientes al madero de la

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crucifixión. Había sido colocada en laiglesia del Santo Sepulcro hasta 1227,año en que desapareció. Según mi libro,nadie sabe cual pueda ser su paradero.No se quien podría utilizar un sellosemejante en Sainte-Marie, creo haberlosvisto todos. Además, las alumnas suelenutilizar sus iniciales como sello. Elemblema mas de origen religioso que otracosa, pero podría estar equivocada.Podríamos preguntar al capellán Molinarisi sabe algo al respecto de suprocedencia.Por lo demás he encontrado fascinante elhecho de que recibiéramos esa nota, yaun más el hecho de que soñaras con suemblema. En mi libro gitano delsignificado de los sueños dice que soñarcon un árbol implica fortaleza y vida, yque cuando de ve a un ser querido difuntoen los sueños de debe prestar especialatención al mensaje del sueño. Yo me

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atrevería a decir que tu tía Verónika teestaba enviando el claro mensaje de queconfíes en el autor de la pequeña nota ysigas la pista del sello. Todo esto es muyinteresante. Ya veremos qué hacercuando nos liberen de nuestro encierro.Escríbeme en cuando puedas.Te quiere,C. M. P.S.: Que bueno ha estado el chocolatederretido, ¿verdad? Aunque lo que Carmen me contabaacerca de la cruz Patriarcal era algonuevo para mi y, a diferencia de la historiaque estudiábamos en Sainte-Marie, estano era soporífera ni tediosa, seguíamossin saber quién podía haberme enviado elmisterioso sobrecito. Volví a pensar en elmensaje de la nota. ¿Cómo era que lasangre de Susana hacia el crucifijo más

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poderoso para protegerme ?de SusanaEsperaba que no se levantase de la camaen todo el fin de semana, Aunque mesentía relativamente a salvo sabiendo quemi habitación estaba cerrada con llave,me asustaba sobremanera que Susanarobase la llave y entrase durante la noche.Por fortuna, no sabía que Marie la tenía.¿Cuál sería la historia de SusanaStrossner? ¿Cómo había llegado a seruna persona tan siniestra? ¿Quién lehabrían enseñado a comer pájaros vivos?Me pregunte como habría atrapado a esapobre avecilla y que habría hecho con sucuerpo. ¿Saldría de noche en busca deaves? Solo pensarlo me produjo unescalofrió. Apague las dos velas y al pocotiempo me quede dormida.Creo haber despertado hacia las tres dela mañana. El resplandor de la lunaentraba por mi ventana, iluminando unapequeña porción de la alfombra y creando

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sombras fantasmagóricas sobre la pared.Me levante a cerrar la cortina, pues noquería que mi imaginación me jugase unamala pasada y prefería estar en lapenumbra que ver siluetas de monstruosen la pared. Hacía mucho frio, y di variossaltitos hacia la ventana abrazándome ami misma para guardar el calor de lascobijas. Deshice el nudo de la cinta quemantenía la cortina abierta y esta últimase soltó bloqueando afuera antes que lacortina se cerrara. ¿Me lo habríaimaginado? Asome un ojo por la rendijaque quedaba entre el vidrio y la cortina.Entreví una figura indistinta acercándoseal edificio y agudice al vista. Alreconocerla, cruce el espacio que habíaentre la cama y la ventana de un solobrinco, y me escondí temblando debajo delas cobijas. ¡Era Susana! ¿Qué hacia alláafuera a esas horas? Desee no habermelevantado de la cama. ¿Me habrá visto?

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Empecé a rezar, asiendo la almohada confuerza. Espere a escuchar sus pasosacercándose a mi habitación con elcorazón encogido del terror. ¿Golpearía ami puerta? ¿Se abriría esta con unacorriente helada como la vez anterior?Cuando mas asustada estaba, me quededormida.Al llegar el alba no recordaba nada de loque había visto la noche anterior. Salí dela cama algo desorientada y, porcostumbre, tome el espejo de plata quetenia sobre el tocador. Lo levante y memire. Al ver mi imagen reflejada en elespejo, ahogue un grito: tenía sangreseca en las comisuras de la boca y en labarbilla. Recordé que en la noche habíavisto a Susana fuera del edificio y que mehabía quedado dormida a la espera deuna casi ineludible visita de su parte.¿Había entrado a mi habitación? ¿Quéme habría hecho? Corrieron lágrimas por

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mis mejillas. ¿Me estaría convirtiendo yoen un ser como Susana? ¿De quién era lasangre que tenía en la boca? El crucifijoseguía colgando en mi pecho y al parecerno me había servido de protección. ¿Mehabría obligado Susana a hacer algoespantoso? ¿Me habría forzado aalimentarme de alguna inocente criatura?En ese momento oí que la puerta de mihabitación se habría y me encontré conMarie, cuyo semblante de alegría cambioen cuanto me vio.-¡Señorita Martina! ¿Está usted llorando?–preguntó.-Ay, Marie, ¡pobre de mí! –conteste, entrelagrimas.-Es usted una imagen digna decompasión; se ve que este encierro la haentristecido sobremanera… y paracompletar, ¡tiene chocolate embadurnadopor toda la cara!-¿Cómo has dicho?

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-He dicho que verla así me parte elcorazón. Venga acá, deje que la ayude alimpiarse. ¿Dónde está su esponja?-¿Has dicho chocolate?-Sí, señorita Martina, chocolate. Pero,¿Por qué llora?Incrédula, tome mi espejo de mano otravez. ¿Podía ser cierta tanta dicha? Habíacomido chocolate en la merienda anterior,pero… si hubiese quedado cubierta delmismo, ¿Cómo no lo había notado Marieal llevarme la cena?-Marie, ¿Cómo no me dijiste ayer quetenía la cara llena de… llena dechocolate?-¿No recuerda usted en medio de quepenumbras conversamos? ¡Ya había casola noche cuando vine! ¡No me diga que espor esto que llora usted…! –dijo con lacara de asombro de quien desconoce porcompleto a un ser querido que ha perdidola razón.

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-Bueno… yo… -balbucí.Solo había una forma de comprobar queera. Me pase la lengua por donde aunpodían verse los residuos de lo que podíaser sangre o chocolate. Cerrando los ojos,solté el espejo. Era chocolate.-¿Qué le pasa, señorita Martina? ¡Dígamealgo rápido!-Creí que era sangre, Marie –respondí,exhalando.-¡Sangre! Pero, ¿Cómo puede ocurrírselealgo semejante?La expresión de perplejidad de Marie notenía par. Tenía que hallar unaexplicación coherente tanto para ellacomo para mí, antes que Marie saliesecorriendo de mi habitación.-Supongo que por una pésima broma demi imaginación. Anoche, antes dequedarme dormida, estaba pensando enlo que me constaste acerca de Susana yel pájaro. Luego, desperté alrededor de

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las tres de la mañana y, al asomarme porla ventana, ¡vi a Susana allá afuera,encaminándose al edificio! El pánico quesentí de pensar que me hubiera visto fuetal que me escondí debajo de lascobijas… creo que me quede dormida delmismo susto que sentía… luego despertéy me mire al espejo y… ya sabes el resto.Marie me miro con incredulidad unossegundos, y luego comenzó a reírse a lascarcajadas.-¡Ay! ¡Ay! ¡Ya no sé quien esta más loca,si usted, la señorita Carmen o yo! –gritabacogiéndose el estomago y enseñandotodos los dientes.Cuando paramos de reír, vivió a hablar:-¿De veras vio la señorita Susanapaseándose entre las sombras anoche?-Tal como te lo he dicho –respondí-. ¿Nocierra la señorita Krumlauf la puertaprincipal con llave después de las ocho?-Eso creía yo –dijo Marie-. Voy a

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preguntarle si lo hizo anoche. Seria muyextraño que no hubiera sido así,especialmente teniendo en cuenta quetodos aquí están inquietos por el jineteque Juanito y yo vimos en el bosque.-En todo caso, estoy segura de habervisto a Susana anoche.-Discúlpeme, pero, ¿no estaba tambiénsegura de tener sangre por toda la carahasta hace unos minutos?Le lance un almohadón.-Creo que es un poco tarde para adoptarposturas de escepticismos, Marie, ¿no teparece? –le pregunté.-Tienes usted razón. Bueno, yo me voyya. Juanito me espera para que vayamosa la misa y a bailar.-Que os divirtáis. ¡Ah! ¿A quién veré a lahora del almuerzo?-Debo entregarle las llaves a la señoritaKrumlauf antes de partir –dijo.-Espero que no te cruces con Susana en

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el pasillos –le desee.-No se preocupe. La señorita Susanaduerme todo el día últimamente. Cuandofui a llevarle el desayuno, esta tiesa comoun roble… aunque tenía las mejillassonrosadas y los labios rojos.-No te extrañes demasiado. Quien sabeque se comió anoche cuando salió.-Ay, no quiero ni pensar en esas cosas,señorita Martina.  Yo me doy por bienservida de no haber tenido que lavara denuevo, y lo que se coma no es asuntomío. Entre menos sepa de la señoritaSusana, mejor.-En eso estoy de acuerdo contigo. Deseoque olvide que existimos.-¡Que así sea! –dijo, y despidiéndose, sefue.“¡Sangre! ¡Vaya ser sugestionable en elque me he convertido!”, me dije, riéndomede mi misma.Pensé en lo agradable que sería lavarme

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aunque estuviese haciendo tanto frio. Lohice con mi jabón de rosas y luego mepuse talcos perfumados y me peine.Tenía tanto pelo y era tan largo que megustaba hacerme peinaos de todos losestilos. Ese día me hice uno suelto ysencillo, y me puse el vestido máscómodo que tenia. Como no había clases,no tenía que usar negro. Mi vestido erablanco y de tela muy suave; era de unestilo campesino que había desaparecidohacia ya mucho tiempo. Habíapertenecido a mi madre y me quedabaperfectamente. Al parecer mi madre habíasido delgada como yo, y compartíamoslas mismas proporciones. El vestido teníabordados de colores en el cinto y en laparte baja de la falda. Aunque era másapropiado para el verano que para elinvierno, era mucho más cómodo que losque tenía que usar a diario enSainte-Marie. Me puse un manto de suave

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lana blanca por encima y me senté adesayunar. Había pastelitos conmermelada de fresas y leche de cabra.Esta vez me cuide muy bien de limpiarmela boca después de comer, no fuera quevolviese a llevarme un susto como el deesa mañana. Ya sabía que la señoritaKrumlauf iba a revisar que hubiese hechomis deberes, así que trate de terminarlos.Estaba en ello, cuando oí ruidos afuera dela ventana. Abrí la cortina y vi lo queparecía un gran disturbio. Todo elpersonal de había reunido afuera. Loshombres encargados de los establos, laseñorita Ricci, el capellán Molinari y hastala cocinera estaban parados frente a lasescaleras, gesticulando con granagitación. No podía entender lo quedecían, así que abrí la ventana de par enpar y me apoyé en el marco mirandohacia abajo.-¡Calmaos! ¡Calmaos todos! –gritaba el

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capellán Molinari.-¿Cómo quiere que nos calmemos, padre,si hace más de doscientos años nopasaba algo así? –replico Adélaide, lacocinera.-¡Esto debe de tener alguna explicacióncientífica! –vocifero la señora Riedel.-¡No hay explicaciones científicas para eldemonio! –grito uno de los hombre.-¡Cállense todos! ¿Quieren asustar a lasalumnas? –les dijo la señorita Ricci.-¡Mas les valdría estar prevenidas! –dijoAdélaide.-Yo creo que fue el lobo. Tuvo que ser ellobo –dijo la señorita Krumlauf.¿Qué estaría pasando allá abajo? Depronto me pareció distinguir la cabeza deCarmen asomándose desde su ventanaun piso más abajo.Como no quería ser descubierta porninguna de las institutrices, tome unpedazo de papel y, haciendo una

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pequeña bola comprimida, la lanceventana abajo con la intención de hacerque Carmen mirara hacia arriba. Agradecími buena puntería. Mi amiga volteo averme, y yo le indique que guardarasilencio poniéndome un dedo sobre loslabios. Habíamos aprendido a hablar pormedio de señas bastante bien.-¿Qué ocurre? –le pregunte, moviendo loslabios y las manos.-¡Incidentes extraños en las proximidades!–me contesto de igual forma.-¿Muertes? –pregunte, gesticulando.-¡No lo se! –dijo-. ¡Hablan de y peste

! ¡Creo que hay un lobo suelto!ataques¡Ha llegado el apocalipsis!Me hizo señas de que prestásemosatención. Asentí y trate de concentrarme nlo que decían los demás.-Ustedes sigan buscando el lobo –dijo laseñorita Ricci a un grupo de hombres-.Michael, Peter y Rolfe: ustedes continúen

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a caballo y traten de hallar el rastro deljinete intruso. Josefina espera atenta aque nos traigan noticias del pueblo. Losdemás pueden seguir al capellán Molinarisi insisten en creer estúpidassupersticiones. El les explicara que todosson hechos aislados y calmara susánimos en la capilla. ¡No quiero disturbiosaquí afuera! –exclamo, volteándose haciael edificio. Pude ver a Carmen metiendo lacabeza con rapidez antes de escondermeyo también.-¡Vamos! ¡Andando! –escuche a laseñorita Ricci gritar.Espere un rato prudente y mire haciaafuera de nuevo. La gente se habíadispersado. A los pocos segundos,Carmen se asomo de nuevo.-¿Has entendido algo? –preguntó.-¡Solo que el mundo debe estar poracabar! –dije-. ¡Hay alguna especie deepidemia y estaban hablando del

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demonio! Carmen, ¡he visto a Susanapaseándose afuera a eso de las tres de lamañana!-¿A esa hora?Asentí.-¡Mañana te lo contare todo! ¿Nos vemosde esta misma forma más tarde? –lepregunté.-¡A las siete de la noche! –contestó.Nos despedimos y volví a cerrar laventana. Al poco tiempo llego la señoritaKrumlauf con mi merienda.-Déjeme ver que ha hecho, señoritaSzékely –exigió.Le mostré que había escrito seis páginasy se marcho satisfecha. No parecíaafectada en lo absoluto por lo que yoacababa de ver desde mi ventana. Habíauna menestra de frijoles y alverjas, pan ypescado. Comí gustosa y bebí mi vino alpie de la ventana. Por fin se acabaría micastigo al amanecer. Me eche a leer un

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rato en la cama y luego complete miasignatura. Ya no tenía más deberes porhacer. Las otras alumnas debían estarigualmente aburridas en su mutacompañía. La señorita Krumlauf debíaestar sentada en el piano mientras Reginala acompañaba con si estridente voz. Mepregunte si Susana habría bajado enalgún momento. ¿Estaba enferma oestaba haciéndose la enferma? No se meocurría que podía estar haciendo afueradel edificio con el frio que hacia la nocheanterior. ¿Tendría alguna reunión secretacon alguien? Sin duda no les temía ni a lanoche, ni a los lobos, ni a la oscuridad.Las horas pasaron y la señorita Krumlaufme llevó la cena, que era un suflé dezanahoria con queso gratinado, pan,patatas al ajo, vino y una porción de tartade moras.-¡No puedo creer que ya haya terminadosus deberes –me dijo.

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-Es que era un tema sumamenteinteresante… además, me encanta lafilosofía –le contesté.Cené en silencio y dije mis oraciones.Hubiese deseado ir a misa dominical parasentirme mas protegida de Susana.Encendí una vela. Llegó la noche yempezó a caer una tempestad como ladel día de mi cumpleaños. Era las seis dela tarde y las centellas iluminaban mihabitación. Una corriente de aire frio secolaba por la ventana y me percaté deque no la había cerrado bien. Meincorporé para cerrarla y me quede viendolas luces de las antorchas de los hombresperdiéndose por el bosque. El viento rugíacon fuerza y temí por los arboles. Cuandotrataba de ajustar bien la ventana el vientola abrió de par en par y me lanzo haciaatrás. El agua comenzó a entrar aborbotones a mi habitación y yo luchabapor cerrar la ventana cuando me percate

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de la presencia de una figura en el bordeexterior del bosque que daba a nuestroedificio. Era un jinete vestido de negrosobre un caballo del mismo color. Nopodía verlo bien, pues estaba bastantelejos, pero era muy pálido. Tenía pelolargo, oscuro y ondulado. Estabaemparamado y parecía estar mirándomea mí. No se movía no yo tampoco. Mehabía olvidado de la batana, y estagolpeaba la pared mientras la lluvia caíasobre mi y sobre la alfombra. Sabia que elmisterioso jinete que había visto Marie,pero no podía gritar. No quería gritar. Esteera el hombre a quien todos buscaban. Elviento apago mi vela. Un relámpago leilumino el rostro un segundo. En cuantoparpadeé, el jinete había desaparecido.Lo busque por todas partes con la mirada:no había rastros de el.Me percate de que estaba emparamada ytiritando. Me apresure a cerrar la ventana

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y me seque con una tela de lino queguardaba en el armario. Tuve quequitarme el vestido y ponerme el camisóncon las medias de lana. Salté dentro delas cobijas temblando y volví a encenderla vela. ¿Me miraba a mí el jinete omiraba a alguna habitación cercana? ¿Lohabía visto en verdad o había imaginadoverlo entre las sombras? No, estabasegura de haberlo visto. No con claridad,pero allí había un jinete vestido de negroque miraba hacia donde yo estaba.¿Sería acaso él con quien había ido areunirse Susana la noche anterior?Escuche  la llave girar en mi puerta y mesenté bruscamente, sin salirme de lascobijas. Era Marie.-¡Su castigo ha terminado! ¡Enhorabuena!–dijo con alegría.-¡Marie! ¡No esperaba ver a nadie máshoy!-Y, si no le quito la llave a la puerta,

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¿Cómo iría a clase mañana en lamadrugada?-¡Puedes creer que no había pensado eneso? Ay, de alguna manera me sentíamás segura al saber al saber que mihabitación se encontraba cerrada conllave…-No diga tonterías, al menos si hay algunaemergencia puede salir corriendo delcuarto… antes no.-Bueno… tal vez. ¡Marie, he visto el jinete!–le conté.-¿Cuándo? ¿Cómo? –dijo con expresiónde pánico.-Hace unos segundos, cuando trataba decerrar mi ventana.-¡Hay que alertar a los hombres! ¿Dóndelo ha visto?-Estaba en el extremo del bosque. Elfollaje lo ocultaba un poco pero pudeverlo. Marie… el jinete miraba directo a mihabitación.

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Marie se persignó, y dijo:-Con mayor razón debo ir antes dereportarlo.-¡Pero no digas que lo he visto yo! –lepedí.Me miro intrigada y proseguí:-¿Y si se trata del enamorado de Susana?Ella ya me amenazo una vez por mirarla,¡imagínate lo que ocurriría si se entera deque he revelado a los demás el paraderode su amante secreto!-Ay, ¡no quiero ni pensar en ellos, señoritaMartina! ¡Y si supiera todo lo que haocurrido allá afuera! Se lo voy a tener quecontar pronto porque no quiero que loshombres pierdan el rastro del jinete por miculpa.-Por Dios, ¡cuéntamelo de inmediato!–pedí.-Esta mañana, cuando estábamos todosreunidos antes de la misa en la granjavecina, se comento que varias personas

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de los alrededores había sido atacadasdurante la noche por algún tipo de animal.No se sabe que ha sido; algunos dicenque pudo haber sido un lobo, aunque lasheridas eran demasiado pequeñas… perootros tienen teorías espeluznantes,señorita Martina, demasiado para serrepetidas de noche. El doctor del pueblovisito las casas donde hubo ataques y dijoque las victimas manifiestan síntomasmuy parecidos a los que observan en unaepidemia que azoto la región hace ya másde dos siglos. Desde ese entonces, no sehabía visto nada semejante. Según dicen,fue una época tan espantosa que aun sele recuerda como la época de la peste

. Las personas que han sidonegramordidas duermen con los ojos abiertos, ylas heridas, aunque casi imperceptibles,no sanas. Las victimas no despiertanaunque las sacudan con violencia, pero sise retuercen y gritan sin que nadie les

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haya hecho nada.-¡Eso es espantoso, Marie! Pero dime,¿Cuáles son las teorías espeluznantes?¡Te suplico que me las cuentes! Yaescuche a Adélaide desde mi ventanahablando del diablo, por favor cuéntemeque es lo que se dice –le rogué.Marie miro a lado y lado antes de hablar,como cerciorándose de que no hubiesenadie más en la habitación. Al fin, dijo enun susurro:-¡Vampyr!Yo quede helada. Había escuchado unpar de leyendas acerca de tales criaturashacia muchos amos, pero no tenía ideade que la gente de la región considerarasu existencia como algo serio, y menosaun que se les atribuyera una epidemiareal.-Le he traído agua bendita en esta botella–prosiguió apresurada-. Tómela y pongaalgunas gotas por toda la habitación. Ha

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sido especialmente bendecida con elpropósito de protegernos de… ellos.-¡Gracias! –le dije, tomando el frasquito-.¿Lo has obtenido del capellán Molinari?–le pregunté.-No. El cura del pueblo envió una botellagrande a los granjeros de la montaña. Esun hombre muy viejo ya; debe tener másde cien años… Él si está muy preocupadopor la situación. El capellán Molinari escambio, no cree en la existencia de los

. No sé si será por la presión de lavampyrseñorita Ricci, pero les ha dicho a lostrabajadores de Sainte-Marie que notienen nada de qué preocuparse si cierranbien sus ventanas. Parece estarconvencido de que todo es culpa del loboque en su opinión esta transmitiendo lapeste de rabia a sus víctimas.El capellán Molinari se preciaba de tenerciertos conocimientos de medicina y deser un hombre muy moderno.

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-¿Marie?-¿Si?-¿Qué crees tú? –me atreví a preguntarle.-Creo lo que dicen los granjeros que lasventanas habían amanecido abiertasaunque las habían dejado bien cerradas.Que todos los animales de la regiónestuvieron muy nerviosos las últimas dosnoches. ¡Es un área demasiado grandepara ser cubierta por un solo lobo!Además, dicen que las mordidas sonpequeñas. Las victimas solo tienen dosincisiones en el cuello, las muñecas o lostobillos. ¡Un lobo les habría arrancado unbuen pedazo de carne! Sin mencionar quehabría preferido comerse un cordero o unconejo. Puede tratarse de otro animal,pero yo presiento que todo esto es obradel reino de la oscuridad y no del reinoanimal.Me di la bendición.-¿Sera esto lo que le ocurre a Susana –le

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pregunte.-No. La señorita Susana ya está bien.Cuando llegue estaba conversando con laseñorita Regina en el salón del piano… ydebe haber recuperado el apetito, porquesigo encontrando sus bandejas vacías–dijo.-Bueno, Marie, ve y dile a los hombres pordonde he visto al jinete.-¡Me voy corriendo! –dijo.La tempestad había amainado un poco.Eran las siete y había quedado deasomarme a la ventana, pero recordé queya no era prisionera y decidí bajar a lahabitación de Carmen. Me puse la batapor encima del camisón y tome mi vela.Estaba por salir cuando se me ocurrióllevar el sobrecito para enseñárselo aCarmen. Lo tomé y lo metí en el bolsillode mi bata. Recé para no encontrarmecon Susana en el pasillo. Solo bajar lasescaleras me traía de vuelta los macabros

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recuerdos de la noche del viernes.Me paré al frente de la habitación deCarmen y golpeé la puerta.-¿Quién llama? –preguntó ella.-Soy yo, Martina –respondí.Carmen se apresuro a abrir y salió alpasillo, ajustando la puerta tras si.-Amalia ya está de vuelta en lahabitación… -me dijo en voz baja.-¡Rayos! –dije.-Espera aquí un segundo, te voy a dar ellibro que habla de la cruz patriarcal.Debes leer la historia con detenimiento.-Te espero –le dije. El corredor estabaoscuro y me concentre en observar lallama de la vela para no pensar enSusana.Pronto apareció Carmen con el libro. Lotomé y le enseñé la nota.-Es preciosa –dijo-. ¡Y huele a lavanda!Oye, ¿has visto a Marie? –preguntó.-Si, hace unos minutos. ¿Te conto algo de

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lo que ocurre afuera?-No. Cuando vino a quitarle la llave a lahabitación, Amalia llegaba al mismotiempo, así que no pudimos hablar denada. Eso si, me dirigió una mirada tandecente que supe que tenia muchísimoque contarme, y me dio un frasco de aguabendita –respondió Carmen.Le narre todo lo que Marie me habíareferido a los últimos acontecimientos y lavi palidecer y persignarse varias vecescuando mencione la palabra .vampyr-No quería asustarte tanto, Carmen, perotenía que contártelo. A mi también meaterroriza la idea aunque no sé mucho deellos –le dije.-Una vez mi padre me dejo leer un libroque habla de y aun no mevampyrrecupero del susto. Espero que lo ocurridoen los alrededores se trate de algunaenfermedad, porque si de ellos setratase… estaríamos a su merced.

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-Ay, Carmen, ¡no digas eso! ¡Tú eres lapersona más optimista que conozco! –ledije.-Los no dejan campo para elvampyroptimismo, Martina. ¿Alguna vez hassoñado con el diablo? –preguntó.Yo asentí.-Bueno –continuó-, lo que voy a contarteacerca de ellos hará que tu peor pesadillaparezca un cuento de hadas. Y no estoyexagerando –aseveró.-No voy a poder dormir esta noche. Deeso estoy segura. ¡Y menos después dehaber visto ese macabro jinete desde miventana!-¿Cómo? ¿Has visto al merodeador deSainte-Marie? –preguntó asombrada.-¡Si! Lo vi escondiéndose entre la malezadel bosque. ¡Y lo peor de todo es que memiraba directamente, Carmen! ¡Estabatodo vestido de negro, era blanco comoun papel y montaba un caballo azabache!

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¡Era una visión aterradora!-Martina… ahora que hablamos de

, se me ocurre que el jinete puedavampyrser… pueda ser un… uno de ellos. Elhecho de que haya una presencia extrañaen Sainte-Marie cuando hay tantosataques en los alrededores concuerdacon lo que leí en el libro decía que sedebe a estar especialmente atento a laspersonas que llegan a un lugar antes queocurran los ataques pues ellos son, engeneral, los… vampyr.-¡Y me estaba mirando a mí! –exclamé-.¿Crees… que estuviese escogiendo unavictima para esta noche? –pregunte,presa del pánico.-¡Ni lo digas!! Ay, Martina, todo lo queestá ocurriendo es espeluznante.Además, si el cura del pueblo envió aguabendita con una oración especial contralos , significa que todos estamosvampyren peligro… Si el merodeador ya te ha

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visto, debes tener el crucifijo a la vistatodo el tiempo, ¿me oyes? ¡Júrame queno te lo vas a quitar!Carmen estaba francamente preocupaday no era momento de disimular. Enrealidad, le agradecía que no tratara decalmarme cuando era momento de estarmás alerta que nunca.-Te lo juro solemnemente –le dije.-¿Quieres que te acompañe a tuhabitación?-Te diría que si, pero luego estaríaintranquila al pensar en ti regresandosola. Puedo asomarme por la ventanacuando llegue, ¿te parece?-Está bien. Que Dios te acompañe,entonces.-Y a ti también.Subí con el libro en una mano y la vela enla otra. Traté de recordar los divertidospoemas de Carmen para no pensar encosas horrendas, pero no dio resultado.

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Llegue a mi habitación sin cruzarme connadie. Deje la vela sobre la mesa denoche, abrí la ventana y me asomé. Allíestaba Carmen, mirando hacia arriba.-¿Todo en orden? –preguntó.-Todo en orden –le dije. Nos despedimoscon la mano.Cerré la ventana tan velozmente comopude y corrí la cortina. Cuando me di lavuelta, me di cuenta de algo que noestaba bien. Tomé la vela y me acerque alescritorio. Alguien había estado allí: mispapeles y cajones estaban revueltos.Revise toda la habitación. Mi armarioestaba hecho un desastre y el cajón de mimesa de noche estaba abierto.-¿Qué diablos…? –me oí decir.Me tarde mucho en poner todo en ordende nuevo y de asegurarme de que nofaltara anda. Allí estaban mi asignaturapara el día siguiente y mis libros. Nofaltaba nada en mi cofrecito de las joyas y

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al parecer no habían encontrado la llavedel baúl que guardaba dentro de mialmohada porque seguía cerrado. Lo abrípara cerciorarme de no habermeequivocado y, efectivamente, era lo únicoque estaba intacto. Allí tenia todas lascartas que Carmen y Marie me habíanescrito a través de los años. Tambiénhabía libros que habían sido de mispadres o de mi tía Verónika y algunosobjetos de valor sentimental o familiar.Todo parecía estar tal y como yo lo habíadejado la última vez que lo había abierto.Sabía que todo eso era obra de Susana.Podrían haberme dicho que se habíamarchado para siempre de Sainte-Marieen la mañana, y aun así, yo habría estadosegura de que ella había registrado mihabitación. Susana tenía un aroma sucioy pegajoso que quedaba flotando encualquier estancia donde ella hubierapermanecido más de tres minutos. La

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gran pregunta era si lo había hecho solopor fastidiarme o si estaba buscando algoen especial. Cogí el frasco con de aguabendita (me pareció lógico que fuera loúnico que estaba en su lugar sobre lamesa de noche) y comencé a salpicar laestancia, reforzando la acción conplegarias en voz alta. ¿Estaría Susanabuscando el sobrecito de la notamisteriosa? Si se había dado cuenta deque yo tenía un protector, como podíasuponerse, muy posiblemente trataba deencontrar algún indicio de que este sehubiese comunicado conmigo. O tal veztrataba de averiguar qué tan enteradasestábamos Carmen y yo de susmovimientos. No pude dejar depreguntarme si ya había descubierto queéramos amigas de Marie. De las tres,Marie era quien estaba en una posiciónde mayor desventaja porque tenía queservir a Susana le gustase o no. Agradecí

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que Susana no hubiera podido abrir mibaúl, y también haber quemado la últimacarta de Marie el día en que la recibí.

Luego pensé en la relación entreSusana y el merodeador: ella habíallegado el viernes, y las cosas inspiradashabían comenzado a pasar en elinternado. El intruso había sidodescubierto tan solo una noche despuéspor Marie y Juanito, y cosas aun peoreshabían ocurrido en las granjasadyacentes. Recordé lo que Marie yCarmen habían dio de los yvampyrtemblé al pensar que algo tan espantosopudiese existir. Según lo poco que habíaescuchado de tan espeluznantescriaturas, eran personas muertas quesalían de sus tumbas en el camposanto alanochecer y se alimentaban de sangrehumana. También había escuchado quetenían afilados colmillos y, segúnimaginaba, era obvio que eran tan

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aborrecibles de vista que unodesfallecería del terror con solo verlos.¿Seria posible que el jinete fuese uno deellos? No parecía ser común a esadistancia, pero esto era sobre todo por sugran estatura y tamaño de su caballo. Porlo demás, no había podido verlo conclaridad, fuera de notar que tenía la pieldemasiado pálida y los cabellosligeramente largos y oscuros. Su miradahabía tenido un efecto extraño sobre mí yeso era algo que tenía en común conSusana, aunque la mirada de Susana solotenía influjo sobre mí si ella estaba a unpalmo de mi cara… y el merodeador mehabía magnetizado desde muy lejos. Lacabeza me daba vueltas y más vueltas.De repente, sentía rabia. ¿Qué tenía quever yo con esos dos? ¿Había cambiadomi suerte de forma tan dramática por algotan fútil como mirar por la ventana? ¿Eraesto un castigo divino para enseñarme a

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concentrarme en las lecciones de laseñora Riedel? ¿Estaban los cielosdiciéndome a gritos que me resignase avivir en Sainte-Marie y que no buscaraentretenciones más allá de los tejidos dela señorita Krumlauf? No, quizás Dios nome estaba castigando, sino mostrándomealgo de suma importancia: la mañana demi cumpleaños había sentido el impulsode mirar por la ventana para ver mi árbolde pie por última vez. Si no hubiera tenidotantas pesadillas, no habría podidodespedirme de mi árbol ni tampoco habríavisto como le cielo de oscurecía al salirSusana del coche. Ella tampoco mehabría visto, pero entonces tal vez nuncahabría tenido confrontaciones directas conella. Además, Carmen y yo éramos lasúnicas alumnas de Sainte-Marie queteníamos una relación estrecha con unade las empleadas y, si no fuera por Marie,no habríamos sabido lo del pájaro.

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Susana era uno de ellos. Uno delos , o al menos algo muy parecidovampyra eso. Susana no estaba comiéndose elpájaro… estaba alimentándose de sangrefresca. Corrí al escritorio, cogí la silla y lapuse contra la puerta. Mi corazón latíadesenfrenadamente. Quite la silla, ladevolví a su lugar y empuje el pesadobaúl hasta la puerta para bloquearla. Nobien lo hube logrado, alguien trato deabrirla. Como el baúl estaba en camino,hizo mucho ruido y a duras penas si logromover la puerta un milímetro.-¿Quién está ahí? –pregunté.Nadie respondió. Tenía que ser ella.Escuchaba su pesada respiración a travésde la puerta.-¡Vete de aquí, espíritu de los infiernos!–grité.Empujo la puerta con fuerza, corriendo elbaúl un poco.-¡Abre la maldita puerta, Martina Székely!

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–dijo Susana.-¡Nunca! –exclamé, empujando el baúl denuevo y sentándome sobre el.Susana seguí tratando de entrar a mihabitación. Parecía tener un gran poder,porque nos movió al baúl y a mí unos diezcentímetros. Por la ranura, metió la manoe intento alcanzarme. Tenía que pensaren algo pronto. Alargue la mano hacia lamesa de noche y tome la botella de aguabendita. Mientras trataba de destaparla,Susana le dio un empujón final a la puertay me tumbo al suelo, asomándose conexpresión triunfal. Mi vela daba poca luz,pero era suficiente para mostrarme elrostro atemorizante que hubiese vistojamás. Sus ojos estaba llenos de odio ydesprecio, y el mordaz gento de su bocarevelaba las puntas de dos colmillosafilados. Logro meter medio cuerpo por lapuerta y en ese instante lance loscontenidos del frasco sobre ella desde

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donde estaba.-¡Déjame en paz, de los infiernos!vampyr–le grité, al tiempo que las gotas de aguabendita le caían encima.Susana hecho la cabeza hacia atrásliberando un grito de dolor que dejo aldescubierto toda su dentadura. Nuncahabía visto colmillos tan largos y filudos.Me incorpore rápidamente y me apoderede la silla, alzándola de lado por sobremis caderas. Cuando Susana volvió amirarme a los ojos, tenía hilos de sangreque le brotaban de la cara en donde lasgotas de agua la habían tocado.-¡Maldita! –dijo temblando-. ¿Crees queun poco de agua va a detenerme?Hizo un ademán de acercase a mi, y sinpensarlo dos veces, la golpee con la sillautilizando todas mis fuerzas. Esto la arrojocontra la mesa pero pareció no hacerledaño. Susana rio con voz baja y ronca.-¡Auxilio! –grité-. ¡Ayúdenme!

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-Nadie puede oírte, Martina. Nadie puedeayudarte.-¡Que quieres de mi? ¿Qué es lo querealmente buscas? –grité.-Tú sabes exactamente que busco,Martina Székely –dijo.-¡No! ¡No lo sé! –exclame, con lágrimasen los ojos.-Voy a matarte –respondió, acercándose.“¡Si nadie en Sainte-Marie puede oírme,tal vez Dios pueda ayudarme!”, pensé,tomando el crucifijo y estampándoselo enla mejilla antes que ella pudierareaccionar.Lanzo una manotada en mi dirección y mearaño el cuello y parte del pecho, pero yoseguí sujetando la cruz contra su cara,mientras ella comenzaba a despedir esepeculiar olor a carne quemada. Me agarroel pelo con fuerza y me lanzo contra laventana. Sus sedientos ojos amarillosestaban húmedos del dolor. Abrió las

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fauces de par en par y emitió un chillidoterrorífico, dando un paso hacia mí.Estaba segura de que iba a atacarmepero, para mi sorpresa, unos ruidosprovenientes del vestíbulo captaron suatención y se detuvo. Quizá alguien noshabía escuchado, después de todo.-Al parecer has aprendido de tu amante,estúpida mocosa… -dijo con vozentrecortada, cubriéndose la mejilla con lamano-. Creí que lo que iba a hacerte estanoche seria suficiente… ahora veo que nolo es. Voy a hacer de tu vida un infierno, yluego sellare mi venganza brindando contu sangre. De momento, voy a dejarte irpara que mas adelante desees habermuerto esta noche, antes que sufrir lastorturas que te afligiré después, ¡eso te lojuro, maldita! Y en cuanto a lo quebusco… ya lo encontraré.No recuerdo como salió Susana delcuarto ni que paso después; para cuando

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dijo sus últimas palabras yo estaba tanaterrorizada y adolorida que me dejeresbalar pesadamente a lo largo delventanal hasta quedar sentada en elsuelo, sujetando el crucifijo por encima demi cabeza. Creo haber perdido el sentido.  

CAPITULO 4

MONJES

Desperté con la campana de la primerallamada al amanecer. Estaba acostada enla cama con las cobijas extendidas sobremí. Sentí un dolor ardiente en el cuello y,al tocarme con la punta de los dedos,gemí. Me levanté y me miré al espejo. Losrasguños de Susana estaban frescos y se

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extendían desde la línea de mi mentónhasta la clavícula. Miré alrededor. Lapuerta estaba cerrada y el baúl estaba ensu lugar original. La silla estaba puesta allado de la mesa, y el frasco de aguabendita, aunque prácticamente vacío,estaba sobre mi mesa de noche. La velase había consumido. ¿Cómo es que todoestaba en orden? Todavía tenía puesta mibata. Revisé el bolsillo y encontré el sobrecon la nota. Susana no se lo habíallevado. Metí la mano dentro de la fundade mi almohada. Palpé la llave que aúnestaba allí y sentí un gran alivio. De noser por los arañazos que Susana mehabía dejado de recuerdo, habríapensado que todo había sido unapesadilla. Me había salvado, una vez

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más, gracias al crucifijo que Marie mehabía regalado.¡Susana era un monstruo! Recordaba lanoche anterior a medias, no tenía lanoción de haberme metido en la cama.¿Me habría puesto Susana allí? ¿Mehabría mordido? Sentí pánico. Volví atomar el espejo y me revisé bien el cuellobuscando señales de que me hubiesehincado los colmillos en algún momentode la noche. Me miré bien las muñecas ylos tobillos. No parecía haber señales demordeduras. Me quité la bata y elcamisón, utilizando el espejito paraexaminarme minuciosamente por detrás:no había incisiones por ningún lado.Fuera de los arañazos, estaba intacta. Melavé bien las heridas y me apliqué lo poco

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que quedaba de agua bendita en labotella. Se me ocurrió que podíaayudarme a borrar la huella que habíadejado Susana. Ardía bastante. Esperéque los surcos no fueran a infectarse,pues eran bastante profundos. Porfortuna, no estaban sangrando. Me puseel vestido negro de cuello alto y me dejéel pelo suelto para ocultar las marcas quese veían por debajo del mentón, cerca dela oreja. Me consolé pensando que siSusana me había herido, yo me habíadefendido bastante bien.Me puse las medias de lana y las botas, ytomé mis libros. El prospecto deencontrarme con Susana en el salón declases me. parecía terrible, pero eso meserviría para saber qué tan acertadas

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eran mis reminiscencias de la nocheanterior. Si todo había pasado como lorecordaba, Susana tendría variaspequeñas heridas por toda la cara y unamás grande que las demás en la mejilladonde la había tocado con el crucifijo.Esta vez llevé conmigo cerillos y una velacomo medida preventiva, no quería tenerque regresar a mi habitación sin luzcuando cayese la noche. Me encontré conRegina en el primer piso, antes de salirdel edificio.—Buenos días, Martina. ¿Qué tal el fin desemana? -me dijo con una sonrisaburlona.—De maravilla. El solo hecho de no vertehace de un día común una fiestamemorable —le contesté-. Y tú, ¿qué tal

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la pasaste?-Tuve un fin de semana excelente.Susana nos ha estado enseñando unbaile nuevo que se ha puesto de moda enlos salones de Polonia. ¡Qué chica másencantadora es! Y lo mejor de ella es quedeja entrever que ni tú ni Carmen le sonsimpáticas. [Lástima! Te pierdes de laamistad de la chica más rica y mejorrodeada de todo Sainte-Marie. Ya me hainvitado a pasar el verano con ella en...-¿No pensarás ir, verdad? —la interrumpí.-¡Por supuesto que sí! Me ha dicho queofrece los mejores banquetes de toda laregión. No puedo esperar —replicó.-Regina, Susana es una... mujer muyextraña. Yo te aconsejaría que no teacercaras demasiado a ella.

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-Pues no es más extraña que tú. ¡Tú síque eres bien rara! Ya me enteré de quete castigaron por tu falta de decoro delviernes. Decías que habías visto al diabloy no sé qué más. ¡Estás loca! Además, túsiempre me has envidiado, y ahora nopuedes soportar que Susana me hayaelegido a mí como amiga y a ti tedesprecie. Pues, lo siento por ti, MartinaSzékely, pero ya es demasiado tarde paraque entres en nuestro exclusivo grupo.Tendrás que resignarte a seguir hablandode árboles y sapos con Carmen mientrasque Amalia y yo disfrutamos de lo que esbueno -dijo, y apuró el paso, dejándomecon la palabra en la boca.Pero, ¡qué lerda era Regina! ¿Cómo nopercibía la infinita maldad de Susana

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Strossner con sólo mirarla? Pensándolobien, no me extrañaba demasiado queRegina se cegase ante las rarezas deSusana con tal de poder sentirseimportante, pero me preocupaba Amalia,quien no era mala persona. Ahora Susanatendría en Regina una fiel aliada paradefenderla en lo que fuese... si Susana nola mataba. ¡Tonta Regina! Necesitabacreer que yo la envidiaba y eso le impedíaescuchar cualquier advertencia sincera demi parte. Sabía que perdería el    tiempotratando de demostrarle mis buenasintenciones o contándole lo que me habíaocurrido con Susana. Regina rechazaríainmediatamente cualquier cosa quedijésemos Carmen y yo, y mucho más sise trataba de la alumna más prestigiosa

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de Sainte-Marie, Susana Strossner, quiense había dignado hacerla su amiga. Lepediría a Carmen que tratase de hablarcon Amalia, aunque no tenía muchasesperanzas de que lograra abrirle los ojosal respecto de Susana, pues Amalia noparecía tener opiniones personales sinoabsorber las de Regina.Atravesé el césped y llegué temprano alsalón de clases. Unas pocas chicashabían entrado al salón y se entreteníanhablando. Carmen no estaba aún allí. Meacomodé en mi silla y me recliné sobre lamesa. Estaba muy cansada.—¡Oye, Martina! -me llamó JosefinaAlcofrado, la chica portuguesa, desde elotro extremo del salón-: ¿Qué te ha dichoel demonio?

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Todas las chicas que estaban en el salónrieron al unísono. Sara Becker se puso losíndices de ambas manos a lado y lado dela cabeza a manera de cuernos, ycomenzó a corretear a Josefina, mientrasgesticulaba riendo.—¡Voy a llevarme tu alma, Martina! -ledecía en son de burla a Josefina.-¡Ay, no, señor diablo, no sea malito! ¡Veausted que tengo mi crucifijo bien puesto!-replicó Josefina tratando de imitarme.-Te está patinando el coco, Martina -medijo Julieta Osbourne—. Al parecer lashistorias de Carmen han calado en ti detal forma que has perdido la razón... ¡aúnmás que antes!Las demás alumnas se burlaban,mirándome con sorna. Estaba viviendo las

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consecuencias del cumpleaños más raroque había tenido en mi vida. En medio detodo, entendía que todas mis compañerascreyeran que había enloquecido. Lascosas que me habían ocurrido no teníanninguna lógica y yo misma había dudadode mi cordura varias veces en los últimosdos días. Hubiese querido contarles queel diablo que había visto era, en realidad,Susana Strossner, y que estabaconvencida de que ella era el vampyrresponsable de los ataques a loscampesinos en las granjas vecinas, perosólo habría servido para que meencerrasen. Me mordí el labio paraobligarme a guardar silencio.-¿No dices nada, Martina? -preguntóJosefina Alcofrado.

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-Por primera vez se ha quedado sinpalabras -dijo Sara—. Sabe que tenemosrazón.-Hace unos minutos Martina intentabaprevenirme en contra de Susana-intervino Regina-. ¿Podéis creer que tuvola osadía de decir que Susana Strossneres extraña? ¡De todas las alumnas deSainte-Marie, Martina Székely acusando aotra de rarezas! Se nota que tiene celosde Susana.-El que me consideréis extraña es para mígran motivo de honra -les dije— Si tuviesealgún rasgo de carácter en común convosotras me sentaría a llorar amargoslagrimones el día entero. Soisinsoportablemente insípidas: decís,pensáis y hacéis exactamente lo mismo.

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¿Cómo llegasteis a ser taninsustanciales?—A Susana le hemos parecidoencantadoras -dijo Regina-. Y ha sidomuy amable con todas nosotras. No comoCarmen y tú, que hablan en códigossecretos y están llenas de misterios.—Será precisamente por lo extraña quees Martina que a Susana, no le ha caídoen gracia. Además, Martina y Carmenrecibieron muy mal a la pobre Susanacuando llegó -dijo Josefina.-Susana Strossner es lo peor que hay eneste internado -dijo Carmen, entrando alsalón-. No me arrepiento en lo absolutodel recibimiento que le di. Es más, sipudiese devolver el tiempo, le habríaescupido en la cara.

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-Ninguna de vosotras dos debería estaren un lugar como Saint-Marie -dijo Sara-. No sois dignas de unainstitución tan distinguida. Deberíais estarordeñando vacas en alguna granja, congente burda como vosotras.Carmen se paró frente a Sara, tasándolacon la mirada.-Preferiría estar entre las vacas del campoque entre las vacas de este salón declase.. .Yo de ti procuraría no comertantos pastelitos, mira que podríanconfundirte con ganado cuando te paseaspor el jardín. Y deberías abstenerte dehablar de refinamiento, Sara, pues hablasel peor francés que he oído en mi vida yaún no has aprendido a masticar con laboca cerrada. Al menos los paisanos de

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Valais saben hacer cosas útiles, en vezde rumiar y mugir chismes todo el día,como tú.No se dijo una palabra más en el salón.Todas sabían que Carmen no tendríaningún reparo en recordarles otrasverdades dolorosas si continuabanprovocándola. Me guiñó un ojo al pasarpor el lado de mi pupitre y fue a sentarseen su puesto.La señora Riedel no tardó en llegar alsalón. Tenía una expresión circunspecta.-Señoritas -dijo-: lo que tengo quecomunicarles es en extremo penoso paramí. Probablemente habrán escuchadorumores de que hay una bestia suelta enlos alrededores que ha atacado varias delas granjas que se encuentran en las

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cercanías de Sainte-Maríe...Hubo un murmullo de agitación, y variasde las alumnas comenzarona hablar entre ellas.-Pues bien -continuó-, por desgracia lamisma bestia se coló dentro de uno de losedificios de Sainte-Marie durante la nochey atacó a una de nuestras alumnas. Setrata de la recién llegada señoritaStrossner.¡Eso no podía ser! ¡Susana era la bestiasuelta! Mis compañeras dieron gritos desorpresa y miedo. Volteé la cabeza y meencontré con los interrogantes ojos deCarmen. ¿Qué estaba pasando?-¡Silencio! ¡Si-len-cio! -pidió la señoraRiedel-. Señoritas, esto no es fácil paraninguna de nosotras, y sobre todo para la

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señorita Ricci, nuestra directora. Todoparece indicar que la señorita Krumlauftendráque marcharse, pues ella era laresponsable de cerrar con llave el portóndel edificio donde están las habitacionesde Susana y éste amaneció abierto de paren par. Si la puerta frontal hubiesepermanecido cerrada, esta tragedia nuncahabría ocurrido -dijo, y los ojos se leaguaron.-¿Cómo está Susana, señora Riedel?-preguntó Regina, consternada.—Señoritas -contestó con sumaseriedad-: Susana Strossner ha fallecidoesta madrugada -al decir esto, rompió allorar convulsamente.No podía dar crédito a lo que la señora

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Riedel había dicho; aquello erademasiado inesperado. ¿Muerta?¿Susana? ¿Acaso no había estadomuerta todo el tiempo desde su llegada aSainte-Marie? ¿No era, pues, un vampyr?-¡No puede ser! ¡Simplemente no puedeser! -gritaba Regina.Amalia lloriqueaba en silencio. Saragimoteaba diciendo:-¡Quiero irme a casa! ¿Por qué tuvieronque enviarme mis padres a Sainte-Marie?Éste es un lugar inhóspito y peligroso...—¿Cómo que ha fallecido? ¿Está ustedsegura de lo que nos dice? Con esascosas no se bromea, señora Riedel... -dijoCarmen desde la parte de atrás del salón.-Estoy segura de lo que afirmo, señoritaMiranda -le contestó ella entre lágrimas-.

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Yo misma he visto a la pobrecita... ¡contoda la cara manchada de sangre y ungran mordisco en la mejilla derecha!El corazón me dio un vuelco en el pecho.¿Había yo matado a Susana? Nuncahabía sentido tanto terror en mi vida. Sí,Susana era un demonio... ¡pero yo noquería matar a nadie! ¡Ni siquiera a ella!Comencé a llorar. ¡Yo sólo estabadefendiéndome de ella! ¡Quería que medejara en paz y que no le hiciera daño anadie, no matarla! Pero, ¿cómo imaginarque un poco de agua bendita y el contactocon un crucifijo pudiesen matar a alguien?Si algo, se suponía que los artículos decarácter religioso podían reanimaraalgunas personas...—Escribiremos a los padres de Susana a

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América en cuanto se despejen loscaminos. Sólo Dios sabe cuándo recibiránesta terrible noticia... son ellos quienesdeben disponer de los restos de la difunta-sollozó la señora Riedel-. Tal vez quieranllevarla de vuelta a Polonia para enterrarlajunto a los miembros de su ilustre familia.Aun así, se ofrecerá una ceremoniareligiosa en su honor durante la misa de latarde.—Señora Riedel... ¿dónde la van... aponer? -pregunté.-La pondremos en la cripta de la capillamientras logramos comunicarnos con suspadres -dijo ella, secándose los ojos y lanariz con el pañuelo.Los días lunes la misa diaria se celebrabaen las tardes en Sainte-Marie, y el

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desayuno se tomaba después de la clasede filosofía.-Comprenderán que no me sienta capazde impartirles la lección del día de hoy. Laseñorita Ricci ha decidido que no habráclases. Pueden pasar a desayunar ahora.Inmediatamente, todas las alumnas secongregaron a hablar de lo ocurrido.-¡Y pensar que me sentía tan a salvo!-decía Josefina Alcofrado-. ¡Ya nadavolverá a ser igual!-¡Pobre Susana! -escuché decir a Amaliade Piñérez-. Ahora debe estar en el cielocon los ángeles, que Dios la tenga en sugloria...-¡Qué indignación! -exclamó Regina-. ¡Ysus padres haciendo donativos aSainte-Marie, creyendo que su hija estaría

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segura aquí!-¡Aquellos peones inútiles no han logradoatrapar al lobo! ¡Deberían colgarlos por sunegligencia! -decía Sara Becker.—¿De vuelta al oscurantismo, Sara? —lainterrumpió Carmen-. Eres buena paraculpar inocentes. Deberías haber sidoinquisidor.-¡Tú eres la primera a quien habríamandado a la hoguera, Carmen Miranda!-replicó Sara.-Qué curioso. Exactamente eso lecomentaba a Martina el otro día... -dijoCarmen.-¿Cómo puedes hablar así en unmomento como éste, Carmen? ¡No tienesvergüenza! -exclamó Regina Bailey.—Eres tú quien no tiene vergüenza,

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Regina -le dije yo—. Sólo lloras porque yano podrás pasar una temporada en casade los Strossner.-¡Basta ya! -ordenó la señora Riedel-.¡Hagan el favor de respetar la memoria dela difunta y pasen al comedor deinmediato!Todas obedecieron en silencio. Esperé aque Carmen pasara por mi lado y la asídel brazo.-Tengo que hablar contigo -murmuré-.Espera a que las demás hayan salido.Cuando nos quedamos solas en el salón yme hube cerciorado de que nadie nosescuchaba, le dije:-Carmen... yo maté a Susana Strossner.Mi amiga me miró de hito en hito.-¿Qué rayos dices, Martina?

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Le conté todas las cosas que habíanocurrido después que le había dado lasbuenas noches por la ventana de mihabitación y las conclusiones a las quehabía llegado en cuanto a la verdaderanaturaleza de Susana Strossner. Carmenme escuchaba con la boca abierta.-¡Susana iba a matarte, Martina! ¡Era unvampyr! ¡Gracias a Dios tenías esecrucifijo y el agua bendita! Hiciste muybien, amiga. No tienes por qué sentirteculpable. Has librado a Sainte-Marie deuna criatura abominable que de humanatenía sólo la apariencia. Eres unaverdadera heroína y estoy segura de queSusana está ardiendo en los másprofundos infiernos en este momento -dijoCarmen.

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-¡Ay, Carmen, pero yo no quería matarla!¡Sólo quería que no se me acercara! -ledije, con lágrimas en los ojos.-Exactamente. Lo hiciste en defensapropia. Pero, ¿no dices que Susanaestaba viva, aunque herida, cuando tedesmayaste? -preguntó.-Lo último que recuerdo es que juróvengarse, y, sí: se la veía muy viva.Respiraba y se movía -respondí.-De ser así, no la has matado tú -concluyóCarmen.-¿Entonces quién lo hizo? Ya escuchasteque la señora Riedel habló de unmordisco en la mejilla... ¡Y ambassabemos lo que ese mordisco es enrealidad! -dije.-¿Y si en verdad hay un lobo suelto y la

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mató?-No hay tal lobo, ¡hay vampyr] Mariemisma me dijo que las heridas de loscampesinos eran sólo dos pequeñasincisiones en el cuello o las muñecas, ylos lobos no matan así. Es más, Carmen,¿no nos había contado tu primo elprofesor que los lobos sólo atacan a losseres humanos cuando se sientenamenazados?—O si están muñéndose de hambre.Bueno... en todo caso, yo tampoco me hecreído la historia del lobo. Además,tampoco creo que la señorita Krumlaufhaya olvidado echarle llave al portón. Esla persona más rígida que conozco... y,que yo sepa, los lobos no saben abrirportones. Debe haberla matado alguien

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que ya estuviera escondido dentro deledificio -dijo Carmen.-Es decir, yo.-No. Es decir... la misma persona que teenvió el sobrecito.Cuando alcanzamos a las otras alumnashabía una atmósfera de pánico colectivo.No paraba de hablarse del lobo y deSusana Strossner.En menos de diez minutos, Susana ya seestaba convirtiendo en una leyenda.—Mira que venir a Sainte-Marieespecíficamente a morir... -le decía unachica a la otra.—Susana fue una mártir que vino ainmolarse para que las demás nopereciéramos -dijo alguien más.-¡Era un ángel! -comentó otra de las

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alumnas, llorando.-Habrá que esperar el reporte del médico—le dije a Carmen-. En este caso, comono podemos revisarla nosotras mismas,tendremos que fiarnos de las palabras deldoctor.-Tienes razón -dijo ella-. No hay muchomás que podamos hacer. Debemosaveriguar si tiene otras heridas ademásde las del rostro, y qué tan profunda era lade la mejilla. Oye, ¿qué es eso que tienesen el cuello?-Susana me arañó cuando le puse la cruzen la cara -contesté, ruborizándome unpoco-. ¿Se nota demasiado?-No, por lo que llevas el pelo suelto,pero... parecen heridas algo profundas.Ay, Martina, no quisiera asustarte, pero...

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te las hizo un vampyr. ¿No deberíamospedirle a Marie un poco de jugo de ajopara prevenir una infección?-¿Por qué? ¿Has leído algo acerca de lasheridas producidas por los vampyr?-pregunté aterrorizada.-No, nada específico, descuida. Es sóloque un ser tan malo no puede traer nadabueno. ¿Te has aplicado algo?-Sí. Agua bendita. ¡Y cómo ardió! No meardió nada cuando me lavé las heridascon agua fresca, pero... el contacto con elagua bendita me produjo una sensaciónde quemazón muy dolorosa.Carmen se quedó muda.-¿Qué? ¡Dime en qué piensas! -le rogué.-Martina...~¿Sí? ¡Habla pronto, por Dios, antes que

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me dé un ataque al corazón!-Creo que tenemos que ir a visitar al curadel pueblo. Y tiene que ser hoy mismo.-Ay, Carmen, ¿qué será de mí?-No lo sé. Pero el cura párroco sabrá quéhacer al respecto de esta situación. Él sícree en la existencia de los vampyr. Poreso envió agua bendita a la montaña.Perdí el apetito por completo y me puse ajugar con el tenedor. ¿Me saldríanenormes colmillos? ¿Terminaría subiendoa los árboles en busca de pájarosfrescos?-¿Cómo vamos a conseguir que nos dejenir al pueblo hoy? -le pregunté a Carmen.-No creo que haya forma de que nosdejen ir. Tendremos que escapar.Carmen tenía razón. Si pedíamos

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permiso, no nos lo concederían. Enespecial con nuestro comportamiento delviernes, y más aún con la amenaza dellobo.-¿No te da miedo que vayamos al pueblolas dos solas? -le pregunté.-Si vamos caminando... sí. Pero si vamosa caballo no.Un plan se estaba forjando en la mente deCarmen.—Marie nos ayudará -declaró—. Pero, telo advierto, Martina: si comienzas a actuarde forma extraña... te estamparé micrucifijo en la cara.-Descuida. De sentir cualquier cambio, yomisma lo haría -sentencié.-Cancelaron las clases del día. Eso quieredecir que nos enviarán a nuestras

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habitaciones o nos obligarán a quedarnostodo el día en la sala del piano.—Escaparemos en cuanto acabe eldesayuno —le dije.Nos levantaríamos y haríamos como sifuéramos al edificio donde estabannuestras habitaciones pero, en vez deeso, cruzaríamos hacia la derecha y nosmeteríamos a la cocina por la partetrasera del edificio central. Allí nosesconderíamos en la alacena hasta queescucháramos a Marie. Fue el mejor planque se nos ocurrió en ese momento.Al terminar el desayuno, nos dijeron queteníamos la opción de quedarnos en elsalón de piano si no deseábamospermanecer en nuestras habitacioneshasta la hora de la merienda. La mayoría

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de las chicas fue al salón, mientras queCarmen y yo seguimos a unas cuantasfuera del edificio. Cuando las perdimos devista, corrimos a escondernos detrás deun árbol en dirección a la cocina. Nohabía nadie por allí, así que proseguimoshasta el muro y nos pegamos a él.Avanzamos con paso rápido hastaalcanzar la puerta trasera de la cocina.Era una operación que habíamosrealizado varias veces y, por tanto,sabíamos llevarla a cabo. Sin embargo,yo estaba muy nerviosa y comencé ajadear pesadamente.-¿Qué haces? -preguntó Carmenaterrorizada.-Sólo respiro -contesté, sintiéndomeculpable.

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-Estás respirando de forma diferente...-dijo Carmen-. Démonos prisa.Empujamos la puerta y asomamos lasnarices por la ranura.-¿Qué hacéis aquí? -preguntó alguiendetrás de nosotras.-¡Dios Santo, Marie! -exclamó Carmen alver que se trataba de nuestra amiga-.¡Casi nos matas de un susto!-Escuchasteis lo de la señorita Susana,¿verdad? -preguntó ella.—Sí, Marie... —respondí-. Todo pareceindicar que yo la maté.-Y ahora necesitamos escapar deSainte-Marie unas horas para visitar alcura del pueblo -dijo Carmen-. Ocurre queSusana arañó a Martina anoche, y lasllagas le arden.

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-¿Cómo que usted la mató? -preguntóMarie, poniéndose lívida-. Y, ¿cómo queella la había arañado antes?Marie comenzó a temblar y a persignarse,y no pudo contener el impulso de dar unpaso grande lejos de mí.—Señorita Martina, no diga esas cosas.No diga que usted tiene la capacidad dematar a alguien. Yo sé que la señoritaSusana era mala, pero... ¡Ay, señoritaMartina, ése es un crimen espantoso! ¡Unarañazo no justifica un asesinato!-¡No, Marie! ¡No fue de esa forma!-intervino Carmen antes que Marie saliesehuyendo y se escondiera de mí parasiempre jamás-. Si Martina mató aSusana no fue adrede. ¡Lo único que hizofue echarle el agua bendita que tú le diste,

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y estamparle el crucifijo en la mejilla!-¿Después de haberla matado? -preguntóMarie con la cara distorsionadapor el terror.—¡No! -dije yo, tratando de explicarme-.¡Antes!-¿Y cómo la mató? -tartamudeó Marie.-¡Salpicándola con agua bendita ytocándola con la cruz! -dijo Carmen.-¿Entonces por qué dice la señoritaMartina que la mató? ¡Noentiendo nada! -exclamó Marie, ya alborde de las lágrimas.—¿No es obvio, Marie? -preguntóCarmen-. ¡Susana era un vampyr!-¿Cómo dice usted?Nunca había, visto a una persona tanespantada y aliviada a la vez.

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-Yo estoy segura, después de haberlavisto anoche, de que es ella laresponsable de los ataques a loscampesinos de los alrededores... -meapresuré a asegurarle- Los granjerostienen razón. ¡Todo fue obra de unvampyrl Y ése tiene nombre: SusanaStrossner.-Pero... ¿cómo supo que Susana era...eso? ¿Cómo lo descubrió? —me preguntócon voz trémula.-De la peor de las maneras: Susana volvióa mi habitación anoche y... por desgracia,tuve que ser testigo de su transformación-dije, con los ojos aguados-. ¡Susana ibadispuesta a matarme, Marie! Los colmillosle habían crecido y tenía los ojosamarillos... ahora que lo pienso, ¡también

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le habían crecido las uñas! ¡Por pococumple con su objetivo de enviarme amejor vida, pero del puro susto! Cuandosu ataque era inminente, logré lanzarle elcontenido del frasco de agua benditadesde el suelo, donde me habíatumbado... y después, como sólo logréenfurecerla más, pues el agua bendita lahirió de forma muy superficial, tuve queestamparle el crucifijo en la mejilla. Ellame arañó y me lanzó contra el ventanal.Luego juró vengarse y yo perdí elconocimiento.-¿Es por lo de los colmillos que dice queSusana es un vampyr, señorita Martina?-Por eso, por los rumores de los paisanos,porque estaba bebiendo la sangre de unpájaro vivo... ¡y porque nadie que no sea

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un demonio se quema al tocar un crucifijo!¡Y menos aún muere por eso! ¡Tú sabesmejor que nadie que era un monstruo,Marie! ¡Por eso tuve que hacer lo quehice! -dije.-Entonces, ¿cómo y cuándo... la mató?-preguntó Marie, secándose las lágrimasespasmódicamente.-¡Martina no ha matado a nadie, Marie! Sele metió en la cabeza que había matado aSusana porque la señora Riedel dijo queésta tenía pequeñas heridas por toda lacara y un mordisco de lobo en la mejilla...¡Y ahora sabemos que ese mordisco noes más que la lesión que le dejó elcrucifijo, y las heridas pequeñas son lasmarcas de las gotas de agua bendita!Pero la verdad es que no sabemos qué

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ocurrió, porque Martina la vio viva antesde perder el conocimiento, y ahora estámuerta. ¡Yo ni siquiera sabía que se lepodía dar muerte a un vampyr¡ Por eso, yporque las llagas que Susana le dejó derecuerdo a nuestra amiga arden, tenemosque ver de inmediato al cura que sabe dela existencia de los vampyr -exclamóCarmen apurada.-¿O sea que la señorita Martina no mató ala señorita Susana?-No, Marie, no la mató. Sólo hizo lo queestaba en sus manos para protegerse deuna muerte segura y... funcionó. Yo creoque para bien de todos -dijo Carmen-. Porcierto: ¿no sabes quién encontró elcuerpo?-Ay, sí -dijo Marie dándose múltiples

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bendiciones—. ¡Fue mi pobre hermanaNatalie! ¡La encontró muerta cuando lellevaba la bandeja del desayuno! Llegógritando hasta aquí y sólo ha dicho:¡Muerta/¡Muerta! todo el día... Yo le aviséa la señora Riedel de inmediato. Fue ellaquien verificó lo que gritaba Natalie yalertó a la señorita Ricci. ¡Ladesventurada Natalie ha quedado mudadesde que la vio!-Así que sólo la señora Riedel o Nataliepodrían decirnos qué otras señales tieneel cuerpo de Susana fuera de las que yaconocemos... si es que alguna de las dostuvo el valor de examinarla, cosa quedudo muchísimo -dije—. Será mejoresperar el veredicto del galeno, comohabíamos supuesto.

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-Y ahora nos preocupan las llagas queSusana le dejó a Martina. Desconocemoslos efectos que puedan tener las heridasproducidas por un vampyr—¡Ahora entiendo por qué está tan pálida,señorita Martina!—¿Cómo que ahora entiendes por qué?¿Has oído algo relacionado con losarañazos de un vampyr? -pregunté, denuevo aterrorizada.-No, descuide -dijo Marie-. Decía que escomprensible porque el susto hace que lagente pierda el color... pero sí me parecemenester que visiten al padre Anastasiocomo medida preventiva ahora mismo.-¿El padre Anastasio? ¿Así se llama?-preguntó Carmen.Marie asintió.

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-Es un buen hombre. Él las ayudará -dijo.Traté de recuperar el aliento.-¿Crees que puedas conseguirnoscaballos? -le pregunté.-No lo sé... No creo que nadie puedaensillarles caballos ahora, todos loshombres están buscando ai loboexpiatorio -dijo Marie-. Ni siquiera sé siqueden caballos en las pesebreras,aunque... puede que sea mejor que nohaya nadie allí. Tal vez podamos haceralgo de forma mucho más sutil. Sospechoque los trabajadores se negarían aayudarnos por miedo a perder sus plazassi la señorita Ricci llegase a enterarse.—Entonces... ¿ya no me temes, Marie?-le pregunté, esperanzada.-No, señorita Martina -dijo sonriendo, para

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mi gran consuelo-. Ya entendí lo queocurrió, y el hecho de que Susana fueseun vampyr explica todos los fenómenosextraños de Sainte-Marie y de losalrededores. Ay, señorita Martina... ¡si yoa usted la adoro! ¡Haría cualquier cosapor usted! Y voy a ayudarlas a escapar,pase lo que pase.Diciendo estas palabras, me abrazó, y yono pude evitar sollozar en sus brazosmientras ella hacía igual. No podría habersoportado la idea de perder la amistad deMarie. Carmen también tenía lagrimonesasomándosele a los ojos, pero tuvo queinterrumpir aquel momento emotivo.-Lo siento, pero debemos hallar una formade partir ahora mismo. No tenemostiempo que perder -dijo.

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-La señorita Carmen tiene razón -dijoMarie- Cuanto más pronto partan, mejor.Ahora síganme, y tratemos de sersigilosas para no despertar sospechas.Vamos a encontrar un medio detransporte.Seguimos a Marie hasta el establo, queestaba prácticamente vacío. Los hombresse habían llevado la mayoría de losanimales y todas las monturas.Encontramos dos caballos, y nosenfrentamos con el dilema de cómomontarlos.-¿Aún puedes montar a pelo, Martina?-preguntó Carmen.-Bueno, pues... supongo que sí, ¿y tú?-También.-¿No sería eso demasiado peligroso? Los

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caminos están en muy mal estado y elviaje es muy trabajoso... -dijo Marie.-No tenemos otra alternativa -dijoCarmen-. Se trata de la vida de Martina...y, por ende, de las vidas de todasnosotras.Marie asintió con gravedad.-No dejen de venir a buscarme en cuantohayan llegado -dijo-. Yo estaré dormida alpie de la puerta de la cocina. Ustedesnada más golpeen. ¿Me lo prometen?—Prometido -dije.-Manos a la obra, entonces -dijo, tratandode ocultar su preocupación.Carmen y yo entramos a la pesebrera. Yomonté el caballo más grande y Carmen layegua marrón.-Salgan por la parte de atrás -dijo

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Marie—. Es mejor que eviten cruzarsecon los hombres, no sea que lasconfundan con el jinete merodeador a lolejos e intenten derribarlas a pedradas.Su observación era válida. Sería mejorque tuviésemos muchísimo cuidado.—Estaré rezando para que estén a salvo.Deben marcharse ya si pretenden volverhoy. Vayan con Dios... y piensen en mí-nos dijo.-Lo haremos, Marie. Todo el tiempo -dije.Espoleé mi caballo llevando la delantera ynos despedimos de Marie, perdiéndonospor entre las ramas del bosque en pocotiempo. Atrás quedó el internado con elcadáver de Susana Strossner y aquéllasque lo lloraban. Atrás quedó tambiénnuestra amiga Marie con el cadáver de

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Susana Strossner y los pésimosrecuerdos que de ella le quedarían de porvida. Tuvimos que darle casi toda lavuelta a la propiedad para llegar al caminoprincipal sin ser vistas. Galopábamos a unritmo estable, aunque procurábamos no irtan rápido para que los caballos no sedesbocaran. El camino principal era unpoco más largo, pero tratar de tomaratajos en cumbres tan empinadas y conese mal tiempo habría sido una locura.Cuando ya llevábamos dos horascabalgando, paramos a descansar y adejar que los caballos bebieran de unriachuelo que pasaba cerca del camino.-¿Cuánto crees que nos falte? -lepregunté a Carmen.-Yo diría que un par de horas más, si

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continuamos avanzando al mismo ritmo.-Deben ser alrededor de las diez de lamañana -dije-. Llegaremos al pueblo amediodía o un poco más tarde, tal vez. Ytendremos que regresar a más tardar a launa, lo que no nos deja mucho tiempopara conversar con el padre Anastasio, yeso contando con que lo encontraremosde inmediato. Debemos seguir ahoramismo. Oye Carmen...-¿Sí?-Gracias por hacer esto -le dije.-No me agradezcas por tonterías, Martina.Agradéceme más bien que le haga unazancadilla a Regina -dijo en son de chiste,pero yo sabía que iba en serio. Carmenno me estaba haciendo ningún favor,estaba siendo ella misma: mi amiga.

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Montamos de nuevo sin esperar más, ycabalgamos camino abajo, salpicándonosde barro en cada bache del camino. Micaballo se estaba comportando muy bien,aunque ya lo sentía cansado. A decirverdad, yo estaba exhausta. Carmenseguía montando junto a mí con rostroimperturbable. Al menos el ejercicio nosmantenía calientes en ese frío día denoviembre, pues no habíamos tenidotiempo de tomar nuestros abrigos deinvierno. Ya lejos de Sainte-Marie, el cieloestaba mucho más claro, y me sorprendípensando en el regalo que constituíatener un poco más de luz solar. Aunquenublado, el cielo se veía blanco y no casinegro como había estado en el internadolos días anteriores. No podía creer que

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estuviese montada en ese caballo sinensillar, escapando de Sainte-Marie,dirigiéndome al pueblo más cercano apreguntarle al cura qué debía hacer alrespecto de los rasguños que un vampyrme había propinado.De repente divisé el caserío a lo lejos ymiré a Carmen. Ambas estábamosempapadas de sudor, jadeando como sifuésemos a asfixiarnos.-¡Ya... llegamos! -grité, sin desacelerar elpaso de mi caballo.Carmen soltó una risa de victoria, yespoleó su yegua para quedar a mi lado.Cuando alcanzamos el pueblo, las callesestaban llenas de gente. Al parecer, ellunes era el día del mercado y habíamuchas personas comprando y vendiendo

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pescado, leche y queso entre tantas otrascosas. Inmediatamente desmontamos yavanzamos por la calle principal delpueblo que llevaba a la iglesia. No era laprimera vez que recoma esa calle.Carmen y yo parábamos allí una vez alaño en las vacaciones, yendo de caminoa casa de ella. No podía sentir las piernasni los brazos. Sólo un asunto tandescabellado podría habernos hechoincurrir en el acto tan extremo que habíasido cabalgar a ese ritmo durantecuatro horas. Cuando llegamos a laiglesia, no habíamos cruzado palabraporque aún estábamos tratando derecuperar el aliento. Cada habitante de lapoblación se había detenido a mirarnoscon cara de incredulidad, y ya podía yo

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imaginar lo que para ellos representaríaver a dos mujeres emparamadas, vestidasde negro, sin abrigos, con el pelo revueltoy guiando a dos caballos sin montura.-Voy a buscar una soga para atar loscaballos -dije, y le entregué mi caballo aCarmen para que lo detuviera. Luegopensé que, aunque lo soltara, ese caballono iba a ir a ningún lado.No encontré ninguna soga en la partetrasera de la iglesia. Hallé, en cambio,algo mucho más valioso: el anciano curacaminaba afanado, con el rostro de quienestá atareado más allá de sus límites,absorto en sus pensamientos. Tenía lasbarbas y el pelo largos y blancos, y seperdía en la sotana de lo menudo ypequeño que era.

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-¡Padre! -lo llamé.Vi las antiparras saltar sobre el puente desu nariz cuando mi llamadolo sacó de su concentración. Él se quedóviéndome como a una aparición por unpar de segundos:-¡Hija mía! -exclamó-. ¡Qué susto me hasdado! ¿A quién buscas y... de dóndevienes?-Lo busco a usted padre -le dije,observando la expresión de sorpresaen su semblante —y vengo deSainte-Marie-des-Bois.Esperé a que hablase.-¿Ha ocurrido algo grave? —preguntó,con gesto de preocupación.-Sí, padre. He venido cabalgando sinparar con mi amiga Carmen. Ella está

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esperando al frente de la iglesia connuestros caballos a que yo vuelva conuna soga para amarrarlos.Él pareció evaluar con presteza lo que yole decía.-Ve por tu amiga -dijo-. Traed vuestroscaballos, podéis dejarlos en la pesebrerade la iglesia.-¡Gracias, padre! -le dije.Fui por Carmen y nos reunimos con elpadre frente al establo, en dondeamarramos los caballos dejándoles algode agua.-Acompañadme a la capilla -dijo el padreAnastasio sin perder un segundo.Lo seguimos por la entrada posterior de laiglesia a la pequeña capilla que había allado izquierdo del edificio. La capilla era

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de forma circular y tenía tres bancas.Varios velones estaban encendidos.-Sentaos, por favor —nos pidió-. Ycontadme: ¿qué puede hacer este viejocura por vosotras?-Bueno, padre... -comencé a decir,cuando Carmen se levantó de un brinco.Se puso a mi lado y, descorriéndome elpelo, me bajó el cuello del vestido.Yo lancé una exclamación de sorpresa,mirando a Carmen con ojos acusadores.-/Vampyr/-dip el padre Anastasio.—Exactamente eso, padre -dijo Carmen-.Lamento ser tan directa, pero no tenemostiempo que perder. Tuvimos que escaparde Sainte-Mariepara venir.-¡Hicisteis bien! -dijo, y se levantó para

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salir de la capilla por unos momentos.Regresó con un pequeño maletín.-¿Cómo lo supo, padre Anastasio?-balbucí.-Lo supe desde que te vi, hija. Un vampyrno sólo marca a sus víctimas por fuera,sino por dentro... Bien, alma de Dios:vamos a curarte.-¿Curarme? -pregunté, atemorizada pormi estado.-Sí. De lo contrario, el vampyr podráencontrarte donde quiera que estés.-Padre Anastasio, el vampyr está muerto-dijo Carmen.-¿Muerto? -nos miró a la una y a la otrafijamente a los ojos unos segundos, ysoltó una carcajada inusitada-: ¡Unvampyr nunca muere! A menos que

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vosotras... No, no lo habríais hecho.Contadme, ¿quién es el vampyr? ¿Lohabéis identificado con certeza?-Sí, padre Anastasio. Era... Es SusanaStrossner. Una alumna que llegó elviernes de Polonia -respondí.-¡Típico! -exclamó el padre.-Atacó anoche a Martina dejándole losrasguños que puede usted observar-agregó Carmen-. Y después que Martinala tocara con su crucifijo, amaneciómuerta esta mañana.-¿Tenía la cabeza aún pegada al cuerpo?-preguntó el padre Anastasioentrecerrando los ojos.Carmen y yo nos miramos extrañadas.¿Habíamos escuchado bien?-¿Pregunta usted si Susana aún

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conservaba su cabeza cuando laencontraron muerta, padre? -pregunté.-Sí, eso pregunto. Y me parece que larespuesta es... ¿afirmativa?Ambas asentimos.-¿Ha sido su cuerpo incinerado?—preguntó.-No, padre. La señorita Ricci va a dejarloen la cripta de la capilla de Sainte-Mariehasta que sus padres envíen por él.-Ja! ¡Lo sabía! —dijo el padre-. Esta chicano se encontraría en tal estado si elvampyr agresor hubiese muerto. Estamañana he tenido que seccionar lacabeza de una víctima reciente en elcamposanto del pueblo. Se llamabaGeorg Anderson. Ya lo habían vistoapareciéndose por las casas de sus

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conocidos después de muerto. Esodemuestra que el vampyr original continúacon vida. Bueno, en realidad no deberíadecir eso. La condición del vampyr puedeser comparada con un estado de limboentre la vida y la muerte, entre espíritumaligno y bestia. No pueden vivir porqueya han tenido una muerte... y, sinembargo, tampoco pueden morir por lamisma razón -agregó, al tiempo que abríael pequeño maletín.Cuando vi la gruesa daga de plata, supeque era la misma que había utilizado elpadre para seccionar la cabeza de GeorgAnderson en la mañana. Sin pensarlo dosveces, corrí a refugiarme detrás del altar.No iba a dejar que el padrecito me curasede una forma tan drástica.

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El padre me miró con ojos de espantoprimero, y luego se echó a reír:—¡No, hija, no! ¡Yo no voy a cortarte lacabeza! Eso es sólo para las víctimas quehan muerto después de un ataque desuma gravedad, habiendo sufrido todoslos síntomas de la peste negra. De locontrario se levantarían de sus tumbasconvertidos en vampyr... Créeme que nolo hago por gusto, ¿eh? Vuelve acá. Loque vamos a hacerte es muy diferente.-¿Qué me va a hacer? -pregunté,desconfiada.-Te llamas Martina, ¿verdad?Asentí.-Martina -dijo-: tú no eres un vampyr.Tienes la marca de uno, que es cosa muydistinta. Cuéntame, esa tal... Susana

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Strossner... no ha logrado morderte,¿verdad?—No, no me ha mordido, padre -contesté.-Eso pensé. Pues bien: lo que túnecesitas es beber una mezcla especialque llevo en esta botellita -dijo,enseñándome un frasco de plata- y que tuamiga te aplique algo de la misma mezclaen las llagas. Te advierto que va a doler,pues has sido tocada por el demonio yhay que expulsar lo que quedó de él en ti.¿Confías en mí, Martina?Lo miré a los ojos. El padre Anastasio nomentía. Se notaba que era un hombre debien.-Confío en usted, padre -le dije.-Bueno, hija, entonces ven acá, ¡que notenemos todo el día!

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Salí de detrás del altar, mientras el padrereía diciendo:-¡La penitencia que te habrían dado enSainte-Marie por acercarte a la mesa dela eucaristía!El padre me pidió que me sentase denuevo en la banca, y tomando una hostiala bendijo y me tocó con ella la frente.Juro que la hostia se deshizo en susdedos al contacto con mi frente.—Sí. Tu atacante fue un vampyr—sentenció el padre.Acto seguido, tomó la botella de plata y unpañuelo. Dio varios golpecitos al frascocontra la palma de su mano y humedecióel pañuelo, dándoselo a mi amiga. Tomóuna copita de plata y vertió unas gotas delfrasco en ella. Después le añadió agua

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bendita y la revolvió, y le dijo a Carmen:-Recuérdame tu nombre.-Me llamo Carmen, padre.-Escúchame con atención, Carmen:cuando tu amiga esté bebiendo el primertrago, presiona el pañuelo humedecidocontra las heridas. ¿Está claro?-Sí, padre -contestó ella con presteza,desabotonándome la parte del cuello delvestido y así dejando al descubierto latotalidad de los rasguños.-Bebe, Martina -me dijo el padreextendiéndome la copa de plata.Tomé la copa de sus manos y me la puseen los labios. Bebí un trago y Carmensujetó el pañuelo contra mis heridas,dejando la mano plantada en firme contrami cuello. Chillé del dolor a pesar de tratar

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de hacer lo posible por guardar silencio.¡Cómo ardía! ¿Qué había sido eso?—¡Sujeta el pañuelo, Carmen, sujétalo!Martina, ¡bebe toda la copa y no piensesen el dolor! -ordenó el padre.Así lo hicimos ambas y el ardor comenzóa disminuir gradualmente hastadesaparecer por completo. Pasamos unpar de minutos en silencio.-Ya puedes retirar la mano -le dijo elpadre a mi amiga-. ¿Cómo te sientes,Martina?-Muy bien, padre, ¿y usted?El padre Anastasio rio de buena gana.-¡Martina! -exclamó Carmen-. ¡A duraspenas si se ve algún rastro de losrasguños! ¿Qué le ha dado, padre?-Simillimum -contestó él.

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—¿Qué quiere decir con eso, padre?—pregunté.—Es demasiado largo de explicar. Bastecon deciros que es lo que los alquimistastrataron de lograr tantos siglos y nuncadescubrieron.-¿Es acaso la Piedra Filosofal? -preguntóCarmen.-No, no, no. Es muchísimo mejor. Es lacapacidad de transmutar un veneno paraconvertirlo en un remedio -dijo.-No me habrá envenenado usted, padre-dije.-¿Te sientes envenenada? No, ¿verdad?Además, he dicho transmutarun veneno, no administrar un veneno-dijo-. Pero no nos entretengamos conestos fascinantes temas ahora. Ya habrá

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tiempo de sobra para charlar una vez elpeligro haya pasado. Os daré una botellapara que podáis llevarla a Sainte-Marie encaso de que haya más ataques. Por elmomento, baste con deciros que Dios nosenvió la posibilidad del simittimum de loscielos para la salvación de muchos.Ahora, venid conmigo. Estáis empapadasy debéis comer algo antes de emprenderel camino de regreso... Porque pensáisregresar hoy, ¿no es así?-Sí, padre Anastasio -respondí-. Creo quetendremos que hacerlo, nos guste o no.-Bueno. En ese caso, seguidme alcomedor. Había dejado una sopacalentándose para la merienda y ya debeestar hirviendo en el fogón.Con la mención de la comida, se me hizo

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agua la boca. El padre Anastasio nos guioal comedor y puso un platón humeante desopa en la mesa para cada uno de lostres.-¿No tiene usted ayuda, padre? -lepreguntó Carmen.-No, hija. Me gusta la autosuficiencia.Además -añadió, partiendo un granpedazo de pan negro para cada uno-, mehallo en perfecto estado de salud. Creoque el hecho de que no me guste quealguien realice por mí las cosas que yopuedo llevar a cabo es lo que me hamantenido tan fuerte a través de los años.Decidme, hijas: ¿ha habido otros ataquesen Sainte-Marie?-No que sepamos, padre -respondí.—Es muy extraña toda esta historia de la

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supuesta muerte del vampyr.Martina: ¿viste su... transformación?De sólo pensar en Susana, se me atascóel pan en la garganta. El padre Anastasiome sirvió un vaso de vino con rapidez.Tomé un sorbo, y le dije:-Sí, padre. La vi con el rostrotransfigurado y los colmillos largos yafilados.-Ésa es la descripción perfecta de unvampyr. ¡Eres una muchacha con muchasuerte! Ambas lo sois, mirad que habitaren el mismo sitio que ese ser... ¡Es unmilagro que hayáis descubierto alenemigo antes que os diera muerte!Salvarse de una criatura semejante escomo salvarse del demonio mismo, ¡muypocos lo logran! Vosotras sois

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personas diferentes, eso es indudable.Dios nos ha reunido hoy día con unpropósito especial... y creo saber cuál es-dijo el padre.—¿Cuál, padre? -preguntó Carmen.-Rastrear al enemigo -dijo el padreAnastasio.-¿Rastrear al enemigo? -pregunté-.Pero... ahora mismo sabemos dónde está,padre.-Corrección -dijo el padre-: sabemosdónde hay uno de ellos. Y no estoycontando las posibles víctimas de las queno tengamos noticia.Cuando digo que debemos rastrear alenemigo me refiero a que tenemos queesperar a que se lleven el cuerpo deSusana Strossner y seguirlo.

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Carmen y yo lo miramos como quien nosanunciaba una espantosa sentencia.—¡Pero padre, yo quiero estar lo máslejos posible de Susana Strossner!Voy a ser la persona más dichosa cuandose la lleven.-Y ojalá lo hagan pronto porque, si no lohacen, seguirá habiendo más y másvíctimas aquí. Ya hay suficientesufrimiento en tan pocos días... Otra vezla.peste negra. Pero si no hallamos elnicho donde se esconden ella y sussemejantes, seguirán llevando muerte adonde quiera que vayan. ¡Creí que ya sehabían extinguido! Mi predecesor nuncatuvo que verlos y, sin embargo, siempreestaba preparado para algo así. Desdeque la peste azotó la región de Valais

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hace más de dos siglos, tres sacerdotesdocumentaron lo que descubrieron acercade los vampyr. Uno de ellos incluso perdióla vida luchando contra el enemigo, quesu alma descanse en paz. Fueron losotros dos quienes finalmente le dieronmuerte al vampyr original, después demuchos intentos, seccionando la cabezadel monstruo y prendiéndoles fuego a susrestos. En cuanto vi a la primera víctimade estos nuevos ataques, reconocí todoslos síntomas que esos tres sacerdotesdescribían en sus crónicas de la pestenegra.-Pero, padre, ¿no bastaría con que ustedle diese muerte a Susana? ¿No acabaríaeso con la nueva epidemia? -preguntóCarmen.

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-Podría ser... pero, si le diésemos muerte,no vendrían a llevársela y nuncapodremos saber si hay más como ella.-Ay, padre, le confieso que no es quesienta mucha curiosidad al respecto.Quiero decir, la verdad es que prefieroque se vaya y nunca más saber de ella olos de su especie por el resto de mi vida-dije.-Ése es el problema, hija. Que existe unaenorme posibilidad de que los que soncomo ella vuelvan una y otra vez, no sóloaquí sino a tantas otras partes del mundoa menos que logremos dar con su lugarde reunión. Ya veis lo que ocurre ahora:los sacerdotes de hace más dedoscientos años creyeron que dándolemuerte al vampyr original ya habían

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librado al mundo de ellos. ¡Y ahora vieneotro de los suyos a causar el mismo daño!Lo que me parece más extraño es quehaya fingido su propia muerte... No leencuentro explicación.—Padre Anastasio: esas personas quehan perecido por los ataques de unvampyr, como ese hombre GeorgAnderson que usted mencionó...¿se convierten también en vampyr?—preguntó Carmen.-Ésa es una excelente pregunta, hija.Según mis predecesores, algunosdesarrollaron las mismas característicasdel vampyr que los atacó, es decir que selos vio bebiendo la sangre de otroshumanos después de haber muerto. Aotros se los vio vagando como almas en

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pena después del sepelio, como era elcaso de Georg Anderson.Extrañamente, otros fueron muertos yenterrados y nunca hubo incidentes devampirismo después de la inhumación...En pocas palabras: no sé qué hace quealgunas víctimas se transformen envampyr y otras no, pero no piensosentarme a esperar. He seccionado lacabeza de cada víctima, llenándole laboca con ajos. Por fortuna, la gente de laregión ha sido muy cooperadora y ningúnfamiliar de las víctimas se ha opuesto a talpráctica. Los campesinos de por aquí notienen el estúpido escepticismo de lasgentes de ciudad, y no quieren ver a susseres queridos transformados endemonios... por lo tanto, tenemos la

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epidemia relativamente controlada, perodebemos poner fin a los ataques. Es poresto que necesito que vosotras selléis elataúd del vampyr de Sainte-Marie hastaque vengan por él.-¿Quiere decir que hay alguna forma deimpedir los ataques de Susana Strossnersin matarla? -preguntó Carmen.-Sí. Tendréis que prestar mucha atencióny hacer tal como yo os diga. Si tenemossuerte, el vampyr no podrá salir de suataúd y estará en una especie de sueñoininterrumpido hasta que vengan allevárselo.—Pero padre... es muy posible que nopodamos salir de nuestras habitacionesen varios días, no sólo por el castigo quesin duda nos van a dar por haber

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escapado, sino porque todos siguencreyendo que un lobo mató a Susana.-¡Un lobo! ¡Qué estupidez! ¡No he visto unlobo en Valais en toda mi vida! ¡Y ha sidomás larga de lo que podéis imaginaros!Es increíble que sus ganas de no ver loevidente los lleven a culpar a una criaturaausente como lo es el lobo. Entiendo quealgunos campesinos creyesen alcomienzo que sólo un lobo vagabundopodía inquietar a los animales de esaforma durante la noche, pero... ¿atribuirlela muerte de una señorita? ¡Esto esridículo!-Sí, padre, es ridículo... y eso no es todo:el capellán Molinari dice que las muertesde las granjas adyacentes han sido porpeste de rabia, o sea que todos los

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esfuerzos de Sainte-Marie estánconcentrados en encontrar un loboinfectado.-¡Tenía que ser un hombre de ciudad'.Algunas personas harían mejor en notratar de alimentar el intelecto conmisceláneos conocimientos de medicina,pues no hacen sino enlodar la verdad.¡Vaya desacierto! ¡Peste de rabia!Quienes nacimos en Valais sabemos quela peste negra y la peste de rabia soncosas muy distintas...-La misa de la tarde va a ofrecerse por elalma de la supuesta difunta.Tal vez allí podamos acercarnos al ataúdde Susana... eso es, si llegamos a tiempo.—Entonces es imprescindible que salgáisde aquí cuanto antes. Pero necesitamos

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estar en contacto permanente. Consuerte, podréis sellar el ataúd de Susanay no habrá más cabezas que seccionar enla mañana en el pueblo o enSainte-Marie... a menos que haya otrosvampyr. Necesito que me escribáis cuantoantes y me digáis si pudisteis cumplir convuestra misión, y también si hay víctimasen el internado.-Explíquenos lo que debemos hacer,padre —pidió Carmen.-Debéis grabar el ataúd con unainscripción especial. No sé cómo lo vais ahacer con gente viéndoos, tendréis quepensar en algo para que una de las dosdistraiga a todas la demás mientras que laotra hace el tallado con la daga de plataque ahora os daré. Dibujaréis la siguiente

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figura... -dijo, y se levantó de la mesatomando papel y una pluma. Apoyando elpapel sobre la mesa, comenzó a dibujar loque parecía ser una cruz.-¡Es la cruz Patriarcal! -exclamé al ver lafigura terminada.El padre Anastasio me miró con ojosinterrogantes.-Es la misma cruz que enseña el sello deun pequeño sobre que recibí el sábado enla mañana -dije, y le conté al padre cuálera el contenido de la nota y cuáleshabían sido las circunstancias en que lahabía recibido. También le narré elepisodio de las escaleras en la noche demi cumpleaños, y cómo gracias a esasdos cosas se me había ocurridoestamparle la cruz en la mejilla a Susana

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cuando iba a matarme.-¡Eso es sumamente interesante! -dijo elpadre Anastasio cuando terminó deescuchar nuestro relato-. No sólo es obvioque hay alguien en Sainte-Marie que haestado sobre aviso acerca de la identidaddel vampyr desde un principio, sino queincluso tiene conocimiento de secretosmuy bien guardados... como el hecho deque el crucifijo se convirtiese en un armade protección más poderosa después dehaber estado en contacto con la sangredel vampyr. Lo más curioso de todo es elsello del sobre. ¿No lo tienes contigo?Me sentí alarmada. Había olvidado tomarel sobrecito en la mañana y lo habíadejado sobre mi tocador.-¡No puedo creer que lo haya olvidado! ¡Ni

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siquiera lo guardé en mí baúl bajo llave!-exclamé.—No te preocupes, Martina, no veo cómoSusana podría pasearse por tu habitaciónsi está haciéndose pasar por muerta.Seguramente la están velando en lacapilla y ha estado vigilada todo el tiempo-dijo Carmen.-Eso espero -dije.Intenté dibujar el sello en el papel queestaba sobre la mesa para que el padreAnastasio pudiese darse una idea decómo era.-Nunca lo he visto antes -dijo el padre-,pero es peculiar que alguien use un sellocon la cruz Patriarcal en estos días, amenos que fuese un monje o alguien de lanobleza... y aun así, creí que estaba en

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desuso. ¿Alguna idea de quién te lopuede haber dejado, Martina?-Ni la más remota, padre -dije-. Lo máscuerdo que se me ocurre es que me lohaya enviado mi tía Verónika desde elmás allá, así que ya ve usted cuánto haavanzado mi investigación.-En todo caso, es muy buena noticia quealguien más en Sainte-Mariehaya estado siguiéndole los pasos a...Susana Strossner, y que sepa cómo lidiarcon un vampyr. Ojalá que os revele suidentidad pronto, me gustaría muchoconversar con esa persona.-¡A mí también! -dije-. Le debo el estarviva en estos momentos. Bueno, tambiénse los debo a Carmen, a Marie y a usted,padre Anastasio.

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-Se lo debes a Dios, hija -dijo el padre-.Bien, como os decía antes: debéis realizaresa inscripción en el ataúd de Susana,rezando la siguiente oración. Os la voy aescribir para que podáis repetirlatextualmente, debe ser literal y sinerrores.Dicho esto, el padre comenzó a escribir laoración en el papel, mientras la recitaba:

La cruz del Santo Sepulcrote retiene en este lugar.Por la cruz del Santo Sepulcrono te podrás levantar.La cruz del Santo Sepulcrote da un sueño temporal,hasta que la cruz del Santo Sepulcrote dé el descanso final.

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-¿Será eso suficiente para que Susana nopueda salir del cajón donde la pongan?-preguntó Carmen.-Siempre y cuando la tapa esté cerrada,será más que suficiente. La cruz delSanto Sepulcro o cruz Patriarcal es unsímbolo de gran poder contra el maligno,porque simboliza la cruz que recibió lasangre de Cristo cuando él murió por lospecados de toda la humanidad.-Haremos hasta lo imposible para que elataúd de Susana quede sellado estamisma tarde -dije.-Aseguraos de que sea así. Y escribidmesi Sainte-Marie recibe noticiasde los ayudantes del vampyr. Mantened

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los ojos muy abiertos y el oído aguzado.Si alguien más ha sido marcado porSusana, habéis de repetir la mismaoperación para la protección de la víctima.¿Quedó claro cómo debe hacerse?-preguntó.—Clarísimo -dijo Carmen.-Bien. Voy a buscar algo con lo quepodáis abrigaros y una alforjaen la que llevaréis la daga, el papel y elfrasco en el camino de regreso. Veré sipuedo encontrar un par de monturasviejas en los establos. No me tardo.-¿Podemos ayudarle en algo, padre?-pregunté.-No, hija. Descansad en lo que podáis yguardad vuestras fuerzas para el viaje,que las vais a necesitar.

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Diciendo esto salió con paso apresuradopor la puerta trasera, y Carmen y yolavamos los platos mientras el padrevolvía.-¡Gracias a Dios pensaste en queviniésemos, Carmen! —le dije-. ¿Quéhabría sido de mí al quedar marcada porSusana para siempre? Además, ahorapodemos detenerla. ¡Qué suerte que elpadre Anastasio no sea como el capellánMolinari!-¡Y mira cuan ágil es! Yo quieropreguntarle cuántos años tiene. Quéhombre más maravilloso -respondió miamiga.—Bueno, hijas -dijo el padre Anastasioentrando de nuevo a la estancia-: no heencontrado abrigos como para vosotras

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pero he encontrado, en cambio, estaspesadas túnicas de lana de un par demonjes franciscanos que prestaron sutrabajo en esta parroquia hacemuchísimos años. Están viejas y raídas,pero os protegerán del frío. Tomadlas.Debéis estar muertas del frío.Miré a Carmen, entusiasmada. Siemprehabía sentido una granfascinación por los hábitos de los monjes.Me encantaban su simplicidad, suscapuchas... y, sobre todo, el hecho depoder esconderme dentro de las últimas.Carmen adivinó mis pensamientos. Noslas pusimos, y las grandes capuchascayeron pesadamente sobre nuestrascabezas, ocultando la totalidad denuestros rostros.

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-¡Parecéis un par de monjes! -dijo elpadre-. ¡Qué divertido! Podéis quedaroscon ellas. Quizá debáis estar de incógnitoen algún momento de los tiemposvenideros. Además, así estaréis másseguras si tenéis que volver solas alpueblo por algún motivo.—¡Gracias, padre Anastasio! Están muycómodas, ¿no es así, Carmen?-Están... ¡magníficas! -dijo ella, riendoextasiada entre los pliegues de su túnica.Eran tan largas que llegaban hasta elsuelo, cubriendo nuestros vestidos ybotas.-Aquí está la alforja con los implementosnecesarios para sellar el ataúd del vampyr-dijo el padre, entregándole la alforja aCarmen.

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Fuimos a los establos, donde el buen curapárroco encontró un par de monturas paranosotras. Ensillamos los caballos y nosdespedimos de él:-No sé qué habría sido de nosotras sin suayuda, padre Anastasio. Que Dios lobendiga -dije, y me arrodillé frente a él.Carmen hizo igual y el padre Anastasionos bendijo con efusividad.-Ahora partid, hijas mías. Que Dios osacompañe todo el tiempo y os ayude en laimportante labor que habéis de realizar.Con estas palabras quedó sellada la visitaque le hicimos a nuestro nuevo ymaravilloso aliado. 

CAPITULO 5

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ENCERRADA

Iniciamos el viaje de regreso aSainte-Marie reconfortadas gracias alfructífero encuentro que habíamos tenidocon el padre Anastasio. Los hábitos nosmantenían calientes y la rica sopa noshabía dado fuerzas. La tarde aún estabaclara y los caballos seguían el camino confacilidad. Afortunadamente para nosotras,no teníamos por qué desviarnos, bastabacon quedarse en el camino principal yéste lo conducía a uno directamente delpueblo al internado y viceversa. Mepareció que avanzábamos más rápidoaunque fuésemos cuesta arriba.Cabalgamos sin detenernos una sola vezy, cuando menos lo pensé, ya se divisaba

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el bosque de Sainte-Marie a lo lejos.-¡Ya llegamos, Martina! ¿Puedes creerlo?-me gritó Carmen desde atrás.-¡A duras penas! -respondí-. ¡Demos lamisma vuelta que al comienzo para evitartoparnos con los hombres! -sugerí.Así lo hicimos.Sainte-Marie estaba tan oscuro queparecía que ya hubiese caído la noche,aunque debían ser sólo las cuatro y tantode la tarde. No había nadie en losestablos cuando llegamos, al igual quecuando habíamos salido. Les quitamoslas monturas a los caballos, y los dejamosatados después de dejarlos bebersuficiente agua. Allí tenían bastante henopara comer pero me prometí llevarleszanahorias y sal en cuanto me fuese

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posible.Nos quitamos los hábitos y, llevándolosdoblados en la mano, nos dirigimos a lacocina, en donde debía estar Marie. Nodebía estar esperándonos tan temprano,así que le daríamos una buena sorpresa.La puerta trasera estaba abierta y lacocina se veía desierta. Entramos concuidado y bajamos las escaleras hacia lahabitación de Marie y Natalie.Nos encontramos con Natalie, quienestaba acostada con las cobijas hasta loshombros y expresión de terror, con elrosario en la mano. Recordé que Nataliehabía encontrado a Susana en lamañana. Dimos dos pequeños golpes enla puerta pero no pareció escucharlos.Entré a la habitación con Carmen pegada

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a mis talones.-Natalie... -la llamé-. ¿Cómo sigues?-¡Muerta! ¡Estaba muerta! -gritó Natalie.Quise decirle que Susana estaba vivapero tal vez hablarle de vampyren esos momentos habría sidocontraproducente.-Natalie, ¿dónde está Marie? -le preguntóCarmen.Natalie nos miró como si no nosreconociese.-Estaba muerta -dijo.-No va a contestarnos -susurró Carmen.—Vamos -le dije a Carmen-. Subamos anuestras habitaciones y cambiémonos deropa. Es posible que nadie haya notadonuestra ausencia.—¿Qué vamos a decir si nos descubren?

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¿Qué explicaciones daremos? -preguntómi amiga.-Diremos que el lobo nos invitó amerendar y no pudimos rehusarnos.Será más fácil que crean eso que laverdad -respondí.-¡Habéis regresado! -exclamó Mariedetrás de nosotras.—¡Marie! ¿Cómo estás? -la saludéabrazándola.-¡Feliz de verlas! ¿Cómo es que están devuelta tan pronto? -preguntó, mientrasabrazaba a Carmen.-El padre Anastasio es maravilloso. Mequitó la marca del vampyr -le dije al oído.-¡Eso es magnífico! ¡Sabía que el padreAnastasio no os fallaría! -repuso Marie.-¿Cómo van las cosas por aquí? ¿Han

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notado nuestra ausencia? -preguntóCarmen.-En lo absoluto -respondió nuestraamiga-. Casi todas las alumnas están enel salón de piano. No dejan de hablar desanta Susana quien, según ellas, muriópara que los demás pudiésemos vivir...Las demás chicas se han retirado a susrespectivos cuartos, pero la señorita Ricciestá demasiado alterada para pensar enotra cosa que no sea cómo les va aexplicar a los señores Strossner que suhija murió por un descuido deSainte-Marie. Además, también está lo dela señorita Krumlauf, quien no admitehaber dejado la puerta sin llave y andaproclamando su inocencia por todoSainte-Marie. Dice que se está

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cometiendo una gran injusticia contra ella.La señora Riedel hamencionado la posibilidad de que fuese elmerodeador quien hubiese forzado lacerradura para entrar a robar... enresumen: el estado de Sainte-Marie es tancaótico que lo último en que se hapensado es en ustedes dos. Creo quepodrían haber pasado la noche en elpueblo y nadie lo habría notado.—¿Quién está velando el cuerpo deSusana? ¿Dónde la tienen? -pregunté.-El cuerpo está en la capilla yafortunadamente tienen el cajón cerradopor aquello de la... mordedura de lobo enla mejilla. La están velando en grupos decinco, haciendo oración.-¿Crees que puedas venir con nosotras a

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nuestras habitaciones? Tenemos muchoque contarte -dijo Carmen.-Creo que puedo ir un rato corto. Como seva a cenar más tarde de lo normal por lamisa de la señorita Susana, no van anecesitarme en la cocina aún. Vamos -dijoMarie.Cruzamos hacia nuestro edificio por laparte de atrás. No se veía a nadie por allíy llegamos a mi habitación sin serinterceptadas. No quisimos ir al cuarto deCarmen pues allí podía estar Amalia ynecesitábamos contarle a Marie todocuanto habíamos hablado con el padreAnastasio. Lo primero que hice fue correral tocador para verificar que la notaestuviese allí. Cuando tuve el sobre enmis manos sentí un gran alivio.

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-Gracias a los cielos que Susana no haestado aquí -dije.-¿Cómo va a haber estado aquí laseñorita Susana si está muerta?-preguntó Marie.-Según el padre Anastasio, es imposibleque Susana haya muerto -dijo Carmen-. Amenos que se le corte la cabeza y se leprenda fuego, el vampyr original nuncamuere y sigue atacando.-¿Eso quiere decir que la señorita Susanasigue viva? -preguntó Marie-. ¡Mi Dios nosampare! ¿Qué vamos a hacer?-El padre Anastasio nos explicó cómomarcar su ataúd para que no pueda salirde él -dije-. Marie, ¿ha venido el galeno arevisarla?-Sí. Ha venido esta tarde, y ha convenido

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con el capellán Molinari en que Susanamurió de hidrofobia. ¿Saben ustedes quées eso? -preguntó Marie a su vez.-¡Peste de rabia! -grité-. Pero bueno, ¿enque basó su diagnóstico?-Según escuché, en que ía señoritaSusana murió a causa de la mordida deun lobo, pero no murió desangrada, asíque el médico concluyó que elfallecimiento había sido por una infecciónde la sangre - dijo Marie.-¿Y es que el ciego del galeno no vio queno había tal mordida sino unaquemadura? -preguntó Carmen.-Al parecer, no -repuso Marie.-La única fobia hídrica que tiene Susanaes al agua bendita -dije.Procedimos a contarle a Marie toda

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nuestra aventura con el padre Anastasio ycómo me había curado.-Muéstranos los arañazos, Martina -pidióCarmen.-A duras penas si se ve algo... -dijo Marie.-¡El remedio del padre Anastasio es enverdad milagroso! -concluyó Carmen.-¿Cómo dijo que se llamaba? -preguntóMarie.-Simillimum -dijo Carmen-, es decir, elmás parecido, en latín.-¿El más parecido a qué? —preguntóMarie.—Eso aún no lo sabemos, pero nos dioun frasquito con algo del remedio en casode que alguien más haya sido marcadopor el vampyr -dije.-Y, ¿sirve para los que hayan sido

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mordidos? -preguntó ella.-No estoy segura de ello, pero creo haberentendido que sirve si la víctima no haperecido aún. Oye, Marie, valdría la penaque te cercioraras de que tu hermana notenga arañazos de Susana... Dios quieraque no sea así, pero Natalie estádemasiado afectada y no habría podidodecirte nada -dije.-Jesús, María y José nos amparen! ¡Voyya mismo a revisarla! -exclamó-Y yo voy a ir a lavarme -dijo Carmen.—¿Nos vemos en veinte minutos paraplanear cómo sellar el ataúd? -pregunté.-Sí -respondió Carmen-. En veinteminutos estaré de vuelta.Comencé a meditar respecto a cómopodríamos sellar el ataúd con una daga

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frente a tantas personas y me parecíacasi imposible. Pensé que tal vez nuestraúnica alternativa fuese que yo dieraalaridos al otro lado de la capilla cuandoCarmen estuviese fingiendo despedirsede Susana al pie del ataúd. Esto le daríael tiempo justo de realizar el grabado ydecir la oración. Tal vez ésa fuese nuestraúnica esperanza.Me lavé y me vestí, y Carmen volvió justocuando había terminado de acicalarme.Le conté lo que se me había ocurrido yestuvo de acuerdo conmigo en que, siotra oportunidad no se nos presentaba,debíamos llevar a cabo mi plan de ñngirun ataque de locura.-Lo único que me atemoriza de eso esque la señorita Ricci se tome en serio lo

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de tu locura y te envíen a un sanatorio.Eso sería lo peor que podría pasar -dijo.-¿Tú crees que la señorita Ricci seríacapaz de hacerme una cosa semejante?-pregunté.-¿Lo pones en duda? Además... tu familiano movería un dedo para impedirlo-concluyó con sabiduría.Convinimos en que lo haríamos si hacia elfinal de la misa seguía siendo nuestraúnica alternativa para confinar a Susana asu lecho de mentiras.Cuando llegamos a la capilla, mesorprendí al ver la sencillez del ataúd enel que habían puesto a Susana. Lamadera ni siquiera tenía una capa debarniz y el trabajo de carpintería habíasido muy rudimentario.

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Era de esperarse que no tuviese ni unacolcha que amortiguara el peso de lafinada. Susana debía estar gimiendo deira en su interior, y tuve que reprimir unasonrisa. Carmen y yo nos sentamos en laprimera banca, bastante cerca del féretro.Nuestras compañeras tenían una actitudde pausada solemnidad y no había dudade que la señorita Ricci estaba al bordede un colapso nervioso. Me habría dadolástima si no hubiese sabido que lo que lepreocupaba en realidad no era la muertede una de las alumnas sino lasrepercusiones que tendría la noticia sobrela reputación del internado. El ambienteestaba muy tenso y era obvio desde elcomienzo que cualquier movimiento fuera.de lugar habría sido notado de inmediato

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por todos."¡Diablos! -pensé-, ¡cuánto habríadisfrutado fingir locura en otro momentoen el que no estuviese bajo tantapresión!".De hacerlo, tendría que correr a laentrada de la capilla puesto que el ataúdestaba cerca del altar: necesitaba quetodas se diesen la vuelta para mirarme amí, dejándole el camino libre a Carmen. Elproblema sería el capellán Molinari,porque él estaría en el pulpito y tendríauna vista completa de la capilla todo eltiempo. Sin embargo, el ataúd estabasituado frente a las hileras de la izquierday no justo al frente del altar, lo que dejabaabierta la posibilidad de que el capellánMolinari no se percatara de la presencia

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de Carmen sobre el cajón de Susana si yolograba captar su atención de tal maneraque nada lo distrajera.Era un plan muy arriesgado y, de serdescubiertas, las consecuencias seríanespantosas: con toda seguridad nosencerrarían varios días en nuestrasrespectivas habitaciones y Susanaquedaría libre. Estaba segura de quetrataría de matarnos esa misma noche. Laseñorita Ricci no tenía las fuerzassuficientes para dar ningún discurso, asíque se limitó a hacerle un gesto alcapellán Molinari para que comenzara lamisa y volvió a bajar la cabeza, fijando lamirada en el suelo. El capellán, encambio, parecía estar en la gloria. Lecostaba muchísimo disimular su buen

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humor y, después de pensarlo un poco,creí descubrir el porqué: era un hombrerelativamente joven y era probable quenunca hubiese tenido que celebrar unamisa de defunción. Se lo veía vibrante yenergizado. Por otro lado, el galeno habíacorroborado su hipótesis de la peste derabia en la región y podía sentirseorgulloso de su aptitud para diagnosticar.Si tan sólo hubiera sabido cuanequivocado estaba...¿O no? ¿Sería el vampirismo una especiede peste de rabia que impulsaba aalgunos seres a morder a otros? ¿Por quésiempre tenía que distraerme pensandoen cosas sin importancia?"Concéntrate, Martina, concéntrate", medije.

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El discurso del capellán era pomposo ychillón. La emoción que le otorgaba eraexcesiva, aun en una ocasión tanextraordinaria, por el hecho de que casinadie allí conocía a Susana. Las pocasque habían hecho algo más que cruzarpalabra con ella a lo sumo habríanpasado un par de horas en su compañía.Era gracioso darme cuenta de que, detodas las personas que asistían al funeralde Susana, yo era la más allegada a ella ytal vez la que mejor la conocía. Sólopensarlo me hizo sacudirmeinvoluntariamente. Me estaba dando risa.No pude evitar hacer un fuerte sonido alintentar contener la carcajada quepugnaba por salir y sentí las miradas detoda la capilla sobre mí. Tuve que fingir un

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estornudo, pero aún no estaba a salvo demí misma ni de las miradas de todoSainte-Marie. Comencé a sudar, atemblar, y me puse muy caliente."Piensa en algo triste. Piensa en lamuerte de tu tía Verónika", me dije, peroesto no hacía sino dificultar la penosalabor de suprimir una risotada justocuando estaría peor visto que la dejaraescapar.Sentí lágrimas hirvientes aflorar a misojos. Seguía ondeando el cuerpo haciadelante cada tres o cuatro segundos acausa del freno que me estabaimponiendo. Supe que hasta el capellánMolinari me estaba mirando fijamenteporque había dejado de hablar. Yo sólopodía

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mirar al suelo. Y allí fue cuando estallé. Lapresión de saber que no podía reírme porser una ocasión de tanta seriedad fuemás fuerte que yo y mis carcajadasresonaron por toda la capilla. No podíaparar. Cada vez que creía que iba a podercalmarme, empezaba de nuevo con másfuerza aún, y tuve que salir corriendoprecipitadamente.Ni siquiera en el corredor amainaba mirisa. Escuché movimientos dentro de lacapilla y varias cabezas se asomaronpara observarme. Pronto salieron un parde chicas y luego otras dos, y cuandomenos lo pensé estaba rodeada de gentefuera de la capilla, lo que sólo aumentómis deseos de reír con mucho másímpetu. Lloraba, me desternillaba de la

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risa. Debo haber reído unos cinco minutosseguidos hasta que la señora Riedel metomó por los hombros y me sacudió sinéxito. Ya había olvidado qué me habíaparecido tan gracioso. Finalmente, laseñora Riedel me arrastró del brazo hastaal jardín y, como yo no paraba, siguióarrastrándome hasta llevarme a mihabitación. Sé que me gritaba y meordenaba que me callara todo el tiempo,pero me era imposible hacerle caso.Cuando salió de mi habitación dando unportazo al ver que yo no reaccionaba a lassendas bofetadas que me propinó, seguíriendo. Cuando logré calmarme, fueporque mi diafragma no podía más. Teníala sonrisa estampada en la cara. Mequedé dormida sobre la cama sin poder

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pensar en nada más. Qué maravilloso sesentía reír.Desperté de mañana y di un brinco en lacama. ¿Qué había hecho? Me levanté ycorrí a la puerta: estaba cerrada con llave.Dios mío, me iban a enviar a unainstitución para enfermos mentales. Sentípánico. Era lo peor que había podidopasarme. Por lo menos si hubiese fingidover al diablo habría podido alegar queestaba demasiado impresionada por lossucesos del día, más o menos como lehabía pasado a la hermanade Marie... pero ahora sólo se me veríacomo al alma más cruel, una persona sinun ápice de bondad en el corazón, capazde reírse de la muerte de una pobre einocente muchacha. Quedé helada.

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¿Cómo había podido ocurrirme algo así?No había nada que pudiese decir o hacerpara remediar lo hecho. Estaba perdida.Sólo esperaba que Carmen no hubiesesido descubierta en el intento de sellar elataúd, o peor, que no hubiera podidosellarlo y también estuviese prisionera ensu cuarto, lo que dejaría a Susana libre dehacer lo que quisiera. ¡Por los mildemonios! Necesitaba saber qué habíaocurrido.Comencé a darle golpes a la puerta; yanada importaba. Fuese quien fuese a mihabitación, escaparía corriendo en cuantoabrieran. Pasaron las horas y nadieacudió. No se me envió desayuno nimerienda.Estaba enloqueciendo de verdad.

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¿Cuáles habrían sido las consecuenciasde mis actos? Abrí la ventana de par enpar y vociferé toda clase de cosasesperando que alguien acudiese auncuando fuera para darme una azotainapero o nadie me oía, o se había dado laorden de que no me prestasen atención.Esperé divisar la cabeza de Carmenasomándose por la ventana, pero nadaocurrió.Volví a emprenderla contra la puerta,golpeándola con la silla hasta partirle unade las patas. Era cierto, iban a enviarme aun sanatorio y me iban a dejar ahíencerrada hasta que llegaran parallevarme. Me revisé para asegurarme deque Susana no me hubiera hincado loscolmillos durante la noche, si es que

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había quedado libre, y caí en la cuenta deque me había herido el brazo con la parteastillada de la silla. Por fortuna, no teníamordeduras ni arañazos así que por unmomento me consolé con la idea de queCarmen hubiese podido cumplir con suparte del plan... pero después pensé en laposibilidad de que Susana hubiese ido porCarmen en la noche y en que éste fueseel motivo de tanto silencio y tanta soledad.Recomencé mi labor de golpear la puertafrenéticamente con la silla. Cuandoestaba cubierta de sudor y de lágrimas yya no me salía la voz de tanto gritar, unanota se deslizó bajo la puerta.Solté la silla y me quedé mirando la notacomo si fuera mi única salvación. Al caerde rodillas para recogerla, reconocí el

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familiar sello: varias flores de lis seenredaban en la cruz del Santo Sepulcro.Tomé el sobre entre mis manos pero no loabrí. Me acerqué lentamente a la puerta ypegué mi oído a ella. Estaba jadeando,pero me pareció sentir la respiración dequien estaba al otro lado.-¿Quién está ahí? -pregunté.Escuché a la otra persona tomar airecomo si fuese a hablar, pero nada ocurrió.—¿Quién es usted? -pregunté.Podía sentir su presencia, pero no medecía nada. Me quedé varios minutosesperando oír algo que me ayudase adescubrir su identidad. De un momento aotro, sentí que se había ido. Me sentésobre el suelo, recostándome contra lapuerta, y me limpié el sudor de la frente

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con el dorso de la mano. Abrí el sobre yextraje la nota.Felicidades. Gracias a ustedes el ataúdha quedado sellado.¿Cómo conocía nuestros planes? ¿Quiénera? ¿Cómo sabía que Susana no estabamuerta y que había que sellar el ataúdpara rastrear a sus aliados en el futuro, envez de darle muerte permanente?-¡Vuelva acá! -grité-. ¡Regrese! ¡Hábleme!¡Dígame quién es usted!Sólo el viento respondió a mi llamado.Ya había llegado a los límites de mifrustración con quien me dejaba las notas.Si no hubiese gastado todas mis energíasgritando por la ventana y golpeando lapuerta, habría vuelto a hacerlogustosamente. ¿Por qué jugaba conmigo

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en vez de mostrarme su rostro? Siconfiaba en mí lo suficiente como paraque yo llevase a cabo la misión de lucharcontra un vampyr siendo una novata en elasunto, ¿cómo no tenía la confianza pararevelarme su nombre? Lloré y pataleé portodo lo que estaba pasando, pero al finalpensé que podría ser mucho peor... Almenos el autor de las notas me habíadado algo de tranquilidad al contarme queSusana estaba atrapada en su ataúd.Tenía mucha hambre. Eran las seismenos cuarto y no había comido ni bebidonada en todo el día. Al menos, por lo quedecía la nota, podía imaginar que Carmenestaba a salvo... pero, ¿por qué no mellevaban algo de comer? Entonces se meocurrió: me tenían en

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cuarentena. Tal era la única explicacióncoherente de que me tuviesen aislada ysin alimento alguno. Lo que estaba siendomi flagelo iba también a ser mi salvación:todo Sainte-Marie creía que mi extrañaconducta se debía a la peste de rabia. Mesuponían infectada. Reparé de nuevo enla herida que me había hecho en la partesuperior del antebrazo cuando golpeabala puerta con la silla y pensé que podríaserme de utilidad... Así no fuese eso en loque estaban pensando los demás, yo ibaa echarle la culpa de todo micomportamiento al lobo. Eso me salvaría.¡Incluso podrían llegar a compadecerme!Me acosté en la cama, esperando a quevinieran. Podían tardarse lo que quisieran:yo estaría aguardándolos con mi mordida

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de lobo... y una sonrisa en los labios.No supe cuándo me quedé dormida. Soñéque estaba en la cripta de Sainte-Mariecon el ataúd de Susana Strossner frente amí. Me acercaba a él con cautela y mequedaba mirando la tapa. Trataba deencontrar el tallado de ía cruz Patriarcalpero no lo divisaba, así que me acercabaaún más. Me parecía haber visto algo,aunque bastante borroso. Lo tocaba conla mano para sentir el grabado pero noestaba segura de si era o no la mismainscripción que nos había dibujado elpadre Anastasio. Tomaba aire para soplarel denso polvo que lo cubría y, en eseinstante, la tapa salía volando. Susana seincorporaba en el ataúd, sonriendo conmaldad, y antes que yo pudiese salir

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corriendo me atrapaba con ambos brazos.Me susurraba al oído: "Ahora sí eres mía",y me clavaba ambos colmillos en el cuelloproduciéndome un dolor agudo yprofundo. La sentía succionar conintensidad, mientras mis fuerzas sedesvanecían paulatinamente. Todoestaba perdido.-¡Despierte, señorita Martina, despierte!-escuché la distante voz cada vez conmayor claridad. Cuando abrí los ojosestaba muy débil y desorientada. Apenassi podía distinguir la figura que seinclinaba sobre mí.-¡Dígame algo! ¡Responda!Era Marie. Yo no tenía fuerzas parahablar. Traté de levantar el brazo pero nopude. Bajé la mirada y noté que mi herida

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había sido vendada. Quería quitarme lavenda para que la mordida del loboquedase expuesta. Marie me puso unvaso contra los labios y regó algo dentrode mi boca; el contacto con el agua frescacomenzó a reanimarme. Bebí y bebí, yMarie volvió a llenar el vaso y a darme debeber una vez más.-Marie... -dije.—¿Qué le ha pasado? ¿Quién le hizoeso?—¿Estamos solas?—Sí, ¡estamos solas! —susurró.—Fui yo. No fue el lobo... ni un vampyr-Pero, ¿cómo se hizo algo así?-La puerta estaba cerrada... me hice dañogolpeándola. Marie, ¡me van a enviar auna casa de locos!

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-Ay, señorita Martina, ¡nadie va a llevarlaa una casa de locos! De hecho, yaestamos en una. Por favor, coma algo.Debe estar muerta de hambre... Yo le irécontando lo que ha pasado.Me puso un par de almohadones debajode la cabeza, y me dio pequeñascucharadas de leche con miel. Miestómago rugió de lo que creo fue alegríaal recibir alimentos.—He rogado que me dejasen venir aalimentarla pero me lo tenían prohibido.La señorita Carmen estuvo buscando lallave de su habitacióntodo el día. Tuvo que robar tres juegos dellaves de la señorita Ricci y la señoraRiedel. ¡No ha sido nada fácil!—¿Qué hora es? -pregunté.

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-Es más de medianoche. La señoritaCarmen tuvo que entrar varias veces a lahabitación de la señorita Ricci mientrasésta dormía y otra a la de la señoraRiedel. Mientras tanto, yo la esperaba yvenía a ensayar cada juego de llaves. ¡Lehe tenido la comida lista todo el día!-¿Entonces sí creen que tengo peste derabia? —pregunté, un poco másconsciente de mi cuerpo y de misalrededores.-Es una de las posibilidades que se les haocurrido. Han enviado por el galeno. Sesupone que vendrá mañana.-Pero... ¿no se les ha ocurrido pensar queestoy loca?-No, señorita Martina. Ése era el mayormiedo de la señorita Carmen, pero al

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parecer la señorita Ricci, la señora Riedely el capellán Molinari lo han descartado.En realidad, las institutrices pensaban quehabía sufrido una crisis nerviosa a causade los últimos sucesos de Sainte-Marie...pero se han dejado convencer delcapellán Molinari, quien alega que es muyposible que usted esté sufriendo de unavariedad diferente de peste de rabia, y harecomendado que nadie se le acerque.-¿Crees que me alimenten así crean quehe contraído la peste de rabia? -pregunté.-Por supuesto que sí. No pueden dejarlamorir de hambre. Sólo esperan a que eldoctor les diga qué ha ocurrido con usted.-De todos modos, ¡es inaudito que mehayan dejado todo el día sin comida!¿Qué es esto? ¿Un internado o una

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prisión? No están actuando como decostumbre -dije.-Es cierto -replicó Marie-. La señorita Riccino parece estar lidiando nada bien con lamuerte de la señorita Susana. Ha estadocomportándosede la forma más extraña. Aunque... tal vezdesearon castigarla a usted un poco porla risa que le dio. Yo pienso que la señoraRiedel está convencida de que usted noestá ni enferma ni alienada por la muertede Susana, sino que quería burlarse de lamemoria de esta última. Ha sidoprecisamente la señora Riedel quien hapuesto más énfasis en que nadie seacerque a su habitación después que elcapellán Molinari lo sugiriese.-No es normal en Sainte-Marie que dejen

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a nadie sin comida por más reprochableque sea su comportamiento. ¿Tú creesque sea posible que Susana hayamordido a la señora Riedel o a la señoritaRieci?-Posible, sí. Pero poco probable. Ambashan estado bien de salud -dijo Marie.-¿Qué hay de Natalie? ¿La has revisado?-No tenía mordeduras y ya ha recuperadoel habla, gracias a los cielos.-Me alegra muchísimo, Marie -dije-.¿Cómo está el resto del personal?¿Crees que Susana haya podidoatacarlos?-No creo que haya forma de averiguarlo.En todo caso, la señorita Carmen hapodido hacer la inscripción y decir laoración sobre el ataúd de Susana. Eso es

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lo más importante -dijo Marie.-Sí, pero... ¿y si ahora hay otros vampyrentre nosotros? -pregunté.-En ese caso lo sabríamos pronto porquehabría nuevos ataques. Tendríamos quenotificar al padre Anastasio de inmediato.Ya la señoritaCarmen le ha escrito una cartainformándole del éxito de la misión. Detodas formas, la señorita Susana es unvampyr más peligrosopara usted que cualquier otro de ellos,porque le profesa una animosidadespecial.-Eso es cierto. Y no dejo de preguntarmepor qué. Desde que llegó, fueespecialmente antipática con Carmen,contigo y conmigo pero a mí ha tratado de

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matarme y me ha amenazado variasveces. ¿A qué supones que se debaesto?—Si se me hubiese ocurrido algo, ya se lohabría dicho. Sí me pareceinteresante la conexión que hay entreusted, la señorita Susana y la personaque le envió el sobrecito. Creo que allípodría haber una pista -respondió.-¡Qué astuta eres, Marie! Es algo en quépensar. Por cierto -agregué,mientras Marie me daba panecillos dechocolate—, ¡ha vuelto a dejarme otranota hoy!-¿Hoy? ¿A qué hora? -preguntó.-Fue después de la merienda y antes delanochecer. Yo estaba destrozando la sillacontra la puerta -noté que Marie reprimía

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una sonrisa- cuando un sobrecito igual alotro se asomó por la ranura. Si nohubiese sido por esa nota creo que habríaenloquecido de verdad,porque ni siquiera sabía si tú y Carmenestaban vivas o si Susana andabasuelta por ahí. La nota decía que el ataúdhabía quedado sellado, lo que me diogran alivio. Pero luego tuve la másespantosa pesadilla con Susana. Ellasalía de su ataúd y me mordía... -meestremecí—. ¿Qué ocurrió después querompí a reír en la misa?-Pues, según me contó la señoritaCarmen, ella corrió al ataúd en cuantopudo y lo selló. Todas las personashabían salido de la capilla a verla a usted,y le quedó bastante fácil hacerlo, aunque

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me dijo que estaba tan nerviosa que lamano le temblaba: ¡tuvo que hacer trescruces hasta que le salió bien, conoración y todo! Después que la señoraRiedel se la llevó a usted, el capellán hizoque todas entraran de nuevo a la capilla yrecomenzó la misa desde cero. Laseñorita Carmen jura que en el momentode la eucaristía la copa del padre estuvo apunto de salir volando de sus manos otravez. ¿Se imagina las consecuencias deque algo así hubiera ocurrido de nuevo?También me dijo que en ese momentoolió a azufre, aunque nadie parecióreparar en ello. Al acabarse la misa, lasllevaron a todas al comedor y se ofreció lacena en memoria de Susana...-Espera -la interrumpí-. ¿Dejaron a

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alguien acompañando el cuerpo deSusana?-No, a nadie. No creerá usted que se hayasalido del ataúd, ¿verdad? -dijo dándosela bendición.-No, no es eso. Es que... he pensado queel autor de las notas no es una alumna deSainte-Marie. La única forma de quesupiera que el ataúd estaba sellado esque lo hubiera visto cuando no estabavigilado -dije.-O que alguien se lo haya contado. Puedeque esté en contacto con alguna de lasalumnas -sugirió Marie.-No había pensado en eso. Es posible, sí,tienes razón. Pero eso querría decir quehay otra alumna muy bien enterada deque Susana es un vampyr y de cómo

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sellar el ataúd donde yace uno de ellos.Me resulta bastante difícil de creer;conozco a todas las chicas deSainte-Mariey hasta ahora no he visto señales desuspicacia en ninguna de ellas. Hepensado, más bien, que el autor de lasnotas puede ser algún empleado. ¿Hancontratado personal recientemente?-Algunas personas nuevas fueronempleadas durante el verano -respondió.-¿Algún hombre?-Hay varios hombres -respondió Marie.-Voy a encargarte la misión de queaverigües quiénes de ellos saben leer yescribir, si es que hay alguno. Eso podríaconducirnos a algo -dije.-Me parece una magnífica idea. Hay un

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par de trabajadores nuevos con los queno he podido hacer amistad aún pues sonmás reservados que los demás. Tal vezalguno de ellos sea la persona a quienbuscamos.-Al menos es un buen lugar por dondeempezar -dije.Marie me dejó encerrada de nuevo parapoder devolver la llave a la señora Riedelsin que ésta sospechara nada, y me dejóvarios panecillos de chocolate y agua porsi no podía venir pronto al día siguiente.Como estaba tan débil por el ayuno detodo el día, volví a dormirme prontodespués que se fue. Cuando habíaamanecido, me despertó el ruido de lallave abriendo la puerta.-Es ella, doctor -escuché que decía la

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señorita Ricci.Abrí los ojos y me encontré cara a caracon el galeno: un hombrecito de pelo rojo,crespas y largas patillas, nariz puntiaguday antiparras redondas. Sus fríos ojillos nohablaban muy bien de su carácter. Nohabría sido una persona de quien yo mehubiese fiado. Antes que pudiera hablar,el galeno ya me había revisado laspiernas, el cuello y los brazos, y estabaquitándome la venda.-Tal como lo sospechábamos: es peste derabia. La joven ha sido mordida -dijo.-¿Qué podemos hacer al respecto,doctor?-A juzgar por el aspecto de la mordida, ellobo debe haberla atacado hace ya unostres o cuatro días. Creo que es menester

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que permanezca encerrada en estahabitación, puesto que la infección yapuede haberse adentrado en su cuerpo.Tendrán que administrársele un par demedicamentos heroicos varias veces aldía y le aplicaremos sanguijuelas o leharemos una sangría para depurar lasangre. Trataremos de prevenir que laenfermedad se le pase al resto del cuerpocortándole el pedazo de carne del brazodonde fue mordida en unos minutos... Detodas formas, es muy improbable quesobreviva. Ya se la ve muy pálida, y tieneprofundas ojeras.¿Que iba a hacerme qué? Traté depensar en alguna salida rápida de tantenebroso asunto, pero el galeno ya abríasu maletín para extraer sus implementos

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de tortura. Se me ocurrió que ladrar ybotar babaza mientras perseguía algaleno por toda la habitación habría sidola reacción más justa y apropiada de miparte ante sus amenazas, pero no mehabría ayudado mucho a conservar mipedacito de brazo, ni mi vida.-¡No, señorita Ricci! -grité-. ¡No fue el loboel que me atacó!-¡Señorita Székely! ¡Habla! -exclamó laseñorita Ricci.-¡Claro que hablo! ¡Y no sólo eso!¡También puedo explicar qué me pasó!Ambos se quedaron mirándome atónitos.Me pareció ver un destello de miedo enlos ojos del galeno.—No tengo peste de rabia -dije-. Miscarcajadas de ayer no se derivan de

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ninguna enfermedad. Usted me conoce,señorita Ricci. El hecho de saber que reíren una ocasión tan solemne pudiese sertan grave fue lo que me produjo talreacción. No pude evitarlo. Usted sabeque no hay nada más irresistible para míque una prohibición. Traté de contenermecon tanto esfuerzo que, cuando ya nopude más, perdí el control por completo.Le diría que lo siento, pero la verdad esque no fue mi culpa. Hice hasta loimposible por no estallar en carcajadas,pero uno no puede dejar de ser quien es.Ya sé que fue un acto espantoso; noquería ofender a nadie. No es que lamuerte me haga gracia, de eso puedeestar segura. Ustedes, en cambio, medejaron aquí encerrada sin alimentos todo

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el día y ése sí es un acto de verdaderacrueldad porque fue deliberado. Es por laangustia del encierro y la falta dealimentos que estoy tan pálida... ¡Eso sintener en cuenta las horribles amenazasque el galeno acaba de pronunciar! ¡PorDios! ¡Ni siquiera me ha interrogado y yaanuncia mi muerte!El galeno se había puesto rojo de la ira.La señorita Ricci me escuchabaperpleja.-Pero... entonces... ¿qué la mordió?-preguntó ella.-Se los voy a decir, aunque ninguno deustedes dos merece saber la verdad -elhombrecillo palideció. Supuse que debíagustarle muy poco que lo contradijeran-:el galeno, por suponer que me ha mordido

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un lobo cuando una herida tal sería tandiferente que me hace pensar que losconocimientos médicos de este hombreson una farsa, y por aseverar que tengopeste de rabia sin más bases que eldiagnóstico que ya le hizo a SusanaStrossner... Y usted, por haberme dejadoaquí todo un día sin comida y por creerque el veredicto de un galeno es igual a lapalabra de Dios. ¡Estoy segura de quehabría permitido que me pusieransanguijuelas! No, señorita Ricci. Estaherida ni siquiera es una mordida. Me lahice cuando intentaba llamar su atenciónpara que me alimentara, golpeando lapuerta con la silla. ¡Tan grande era midesesperación que la rompí y, sin darmecuenta, me lastimé!

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Pasaron unos segundos en que ningunode los dos abrió la boca. Entonces elgaleno estalló:-¿Cómo se atreve a hablar en contra de laciencia? ¡Esto es irrisorio,señorita Ricci! ¡Su pupila se merece unaazotaina por altanera e insolente!Era increíble, pero la señorita Ricci noestaba enfadada conmigo. ¡Parecíaaliviada! Pronto entendí por qué:-¡Ay, Martina! ¡Está usted bien!Sainte-Marie no habría resistido otramuerte en estos momentos. Eso sí quehabría acabado con nuestra instituciónpor completo. ¡Alabado sea el Señor!Eso tenía más sentido. De nuevo, era lainstitución lo que le preocupabaa la señorita Ricci y estaba feliz de no

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tener que responder por las muertes dedos alumnas. Supe que era el momentode sacar provecho de la situación:—Señorita Ricci: si no quiere usted quemi familia se entere dei trato taninhumano al que se me ha sometido, serámejor que olvide lo que ocurrió durante lamisa. Ya sé que soy su oveja negra...pero si a la muerte de Susana se sumaeste incidente, el prestigio deSainte-Marie decaerá vertiginosamente.Ya sabe usted cómo son las habladurías.Se dirá no sólo que por su descuido unaalumna ha perdido la vida, sino queSainte-Marie pone en peligro la salud delas estudiantes por la severidad de loscastigos. Usted debe estar consciente deque en los círculos sociales en que se

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mueven las alumnas de Sainte-Marietales prácticas son condenadas con rigor.¿Sabe cuántas alumnas perdería? ¿Ycuántas dejaría de recibir?—Yo estaba en contra de que no se letrajera comida. Fueron el capellánMolinari y la señora Riedel... -comenzó adecir.—Cuando historias así circulen por lossalones de París, nadie pensaráen ellos. El único nombre que se repetiráserá el de Sainte-Marie. Y eso lo sabeusted tan bien como yo. Yo quisieraproponerle un trato... pero que el galenosalga de la habitación antes.-¡Señorita Ricci! -exclamó el galeno-. ¡Noestará usted pensando en dejarsemanipular por una jovenzuela inexperta e

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impertinente!-Doctor Goldberg, haga el favor deesperarme en mi despacho. Necesitohablar con la señorita Székely a solas-dijo la señorita Ricci.-¡Pero, señorita Ricci! ¿Ha perdido larazón? ¡Mi deber es salvar la vida de estapaciente! Puede que no tenga peste derabia, pero esa herida puede ser mortal.¡Yo soy el médico aquí! ¡Soy yo quien dalas órdenes! -dijo el doctor Goldbergfuribundo.—Señor Goldberg -dije—: usted no sabenada de nada. Lo que tengo no es másque un rasguño. Usted, en cambio, queríacortarme un pedazode brazo, envenenarme con sus pócimasy sangrarme. ¡Mi vida corre más peligro

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en sus manos que en las garras decualquier lobo! Ya ha demostrado que susdiagnósticos son desacertados. Ustedcree que su título de médico lo convierteautomáticamente en un semidiós, si no enDios mismo... cuando en realidad es suarrogancia lo que lo caracteriza y lo haceincurrir en los más graves errores. ¡Nisiquiera me revisó bien! Si se hubieratomado el tiempo de entrevistarme sehabría dado cuenta de que no tengo unsolo síntoma de peste de rabia. Encambio, ¡ha preferido jugar al adivinador!Nada lo distingue a usted de un vil brujo...¡sólo que usted no tiene poderes! ¿Nohabrá causado él la muerte de Susana,señorita Ricci?-¡Nunca había sido tan insultado en toda

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mi vida, señorita Ricci! ¡Claro que me voy,pero no porque usted me lo haya pedidosino porque no merece ser curada! No semoleste en llamarme cuando se estémuriendo, ¡no acudiré en su ayuda! -gritóGoldberg.-¡Favor que me hace! -dije, y le saqué lalengua. Luego me crucé de brazos,clavando la mirada en el otro extremo dela estancia.Goldberg salió de allí iracundo, para mideleite. Pero en cuanto lo habíamosperdido de vista regresó, asomando lasnarices por la puerta.—Señorita Ricci... ¿El dinero de mi viaje yla consulta? -dijo.—Aguarde en mi despacho, doctor -dijo laseñorita Ricci cuando yo tomaba aire para

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decirle a gritos lo increíble que era que seatreviese a cobrar.La señorita Ricci se sentó en mi cama yme preguntó con seriedad:-Bien, Martina, ¿qué propone?Este revés de la situación me había dadouna ventaja inusitada y no podía darme ellujo de echarlo todo a perder. Debía obrarcon cautela.-Señorita Ricci, yo sé que usted es unabuena mujer. Usted vela por el bienestarde sus alumnas, y si cometió el error dedejarme sin comida todo el día de ayer esporque se halla destrozada por la muertede Susana y no ha podido hacer uso de laracionalidad que la caracteriza. Por miparte, yo también he estado muy nerviosapor lo del merodeador y por los ataques

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del lobo. Si no hubiese estado tanafectada a causa del miedo últimamente,no habría actuado como una lunática ayeren la misa de Susana. Yo creo que lojusto es que ambas nos ofrezcamosnuestra mutua comprensión y olvidemoslo que ha ocurrido. ¿Le parece? -propuse.-¡Sí, Martina! ¡Me parece! -respondió, ypara mi gran sorpresa se echó a llorar,abrazándome. Pobre señorita Ricci,estaba muy perturbada con todo lo queocurría en Sainte-Marie.-Señorita Ricci...-¿Sí, Martina?-Creo que es injusto que despidan a laseñorita Krumlauf. Todos cometemoserrores y ni siquiera hay pruebas de queella haya dejado la puerta abierta. ¿Por

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qué no la perdona? Ha trabajado aquítoda su vida y es una buena maestra...además, ¿qué será de ella si pierde suempleo? ¿Adonde va a ir? Yo de ustedcontemplaría la posibilidad de que Susanano haya muerto por el ataque de un lobo,sino a causa de su propia enfermedad.¿No estaba ya muy enferma cuando llegóa Sainte-Marie?El semblante de la señorita Ricci seiluminó de repente.-Es cierto... -dijo.-Y, como hemos visto, el señor... el doctorGoldberg no es un gran médico quedigamos, ¿no es así? —pregunté.-Continúe, por favor -pidió la señoritaRicci. Estaba dándole la solución a todossus problemas en bandeja de plata.

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-Señorita Ricci, ¿no estaría Susanamucho más enferma de lo que creíamos?Jamás comía con nosotras...-Los alimentos se le llevaban a lahabitación.-Y, sin embargo, sólo pasó un par dehoras con el resto de las alumnas desdeque llegó el viernes, por lo que presumoque se sentíademasiado débil para levantarse de lacama... Sé que es sólo una especulación,pero... quizá Sainte-Marie no tenganinguna responsabilidaden la muerte de Susana. Según escuché,su rostro tenía varias pequeñas lesiones yuna más grande. ¿Cómo sabemos que selas hizo un animal? Nadie ha visto al lobo.Alguien me dijo, incluso, que no había

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lobos en Valais. La piel de Susana podríahaberse... visto afectada por otrasrazones. Ya estaba bastante enfermaantes de venir aquí, la pobre. No deberíahaber venido a Sainte-Marie. Usted diomuestras de gran generosidad de espíritual recibirla, para empezar.-Martina, ¡sus palabras tienen muchosentido! Eso querría decir queSainte-Marie no ha tenido la culpa denada... y que la pobre niña ha perecidopor una enfermedad que ya tenía.-Sería injusto que se culpara a tanmaravillosa institución por algo así, ¿no leparece? En especial siendo todo elpersonal inocente... Por supuesto, yo deusted no volvería a consultar al doctorGoldberg, pues ha demostrado ser un

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inepto. ¿Por qué no habla con el médicodel pueblo? Él le dirá si las muertes de loscampesinos han tenido algo en comúncon la de Susana. Por cierto... las ayudasde cámara pueden saber más queninguna de nosotras qué tan enfermaestaba Susana al llegar, si dormía bien,cómo estaba su apetito...-¡No lo había pensado! Hablaré con Mariey Natalie hoy mismo. Me ha dadoesperanzas, Martina, no sé cómoagradecérselo.-Es sólo lo correcto, señorita Ricci. No megustaría que gentes inocentesse viesen perjudicadas por culpa de lanegligencia de personas como el doctorGoldberg. Usted sólo ha confiado en sudiagnóstico y, ¡ya ve lo que me iba a

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hacer a mí! No, señorita Ricci, usted ySainte-Marie son inocentes. Lo presientoasí -dije.-¡Debo rectificar la decisión que habíatomado al respecto de la señoritaKrumlauf! ¡No hay tiempo que perder!-dijo, animada.-Señorita Rícci... ¿Sería mucho pedir queme enviara algo de comer cuanto antes?No tengo energías para levantarme-mentí.-¡Claro que sí, Martina!-Y... no se preocupe por nada. Sé quemerecía algún castigo por micomportamiento de ayer. No le contaré anadie que no me alimentaron.Puede confiar en mí -dije.-No sabe cuánto se lo agradezco, Martina.

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La he juzgado con demasiadadureza. Es en realidad una chica muyrazonable a pesar de ser tan traviesa. Ytiene buen corazón -dijo la señorita Ricci.-Me alegra que se dé cuenta de ello -dije.La señorita Ricci salió de mi cuartoapresuradamente, pero ya no tenía elsemblante de angustia que la habíaacompañado todo el día anterior. Le habíamostrado una alternativa y sabía que ellano iba a descansar hasta que todosquedasen convencidos de que Susanahabía muerto por su propia enfermedad.Los hombres podrían dejar de buscar ellobo, la señorita Krumlauf conservaría suempleo,Sain-te-Marie continuaría teniendo lainmaculada reputación de antes... y yo no

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sólo me había salvado del asilo mental ydel tratamiento del doctor Goldberg, sinoque me había ganado la simpatía y elfavor de la señorita Ricci. Me di un par depalmaditas de felicitación en la mejilladerecha."Cuánto me quiero", pensé.Incluso la herida superficial de mi brazohabía ayudado a mi causa, pues de locontrario habría sido posible queGoldberg no hubiese hablado de peste derabia sino de alguna enfermedaddesconocida para mí, y no habría podidozafarme de sus torturas con tantafacilidad.Contenta, me levanté, me lavé y me puseel camisón de dormir, dispuesta aquedarme en cama el resto del día.

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Habría sido muy necio de mi parte nosacarle el jugo a las circunstancias y, sipodía no ir a clase... muchísimo mejor.Sabía que Marie le contaría a la señoritaRicci cuan reacia se mostrabaSusana a comer. La señorita Ricci estaríadichosa de oír justo lo que necesitabapara salvaguardar el prestigio deSainte-Marie y la paz retornaría a lainstitución... Bueno, no la paz absolutapues, aunque encerrada en su ataúd,Susana seguía estando cerca. Pero almenos no volverían a llamar al doctorGoldberg en mucho tiempo y la señoritaKrumlauf no sería despedida por culpa delas artimañas del vampyr. Comencé aescribirle una carta detallada al padreAnastasio refiriéndole todo lo que había

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acaecido después de mi encierro, enespecial la llegada del nuevo sobrecito.Tal vez éí pudiera obtener informaciónmás precisa acerca del sello por medio dealgún contacto.Al poco tiempo llegó Marie a mi habitacióncon una enorme bandeja.Le hice una picara mueca y se sentó alpie de mi cama, poniéndome la bandejaencima.-Cuéntemelo todo -dijo.-Primero, cuéntame tú qué le has dicho ala señorita Ricci acerca de Susana—pedí.-¡Sabía que esa insospechada entrevistacon la señorita Ricci acerca de la señoritaSusana había sido obra suya! -exclamó-.Le he dicho la verdad, que a la señorita

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Susana parecía repugnarle la comida quele llevaba, aun si después encontraba subandeja vacía. ¡Quería saberlo todo! Mepreguntó cada minucia, hasta si laseñorita Susana se limpiaba bien lasuñas. Lo que no entiendo es por qué sepuso tan feliz cuando mencioné que laseñorita Susana me había pedido gasa elsábado para cubrir la lesión que tenía enla frente. Me preguntó varias veces siestaba segura de que ya tenía una marcavisible en el rostro antes del supuestoataque del lobo ayer en la madrugada.¿Ha perdido los estribos?¡La quemadura en la frente de Susana lanoche de mi cumpleaños! ¡La habíaolvidado por completo!-¡Ay, Marie! -reí, aplaudiendo-. ¿No te das

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cuenta? ¡La señorita Ricci estáperfectamente cuerda! Se puso felizporque sugerí que Susana no habíamuerto por culpa de ningún lobo sino poruna enfermedad que ya tenía, ¡y ahora túnos has salvado a todas al confirmar quela piel de Susana estaba deteriorándoseantes de su muerte!-¿Deteriorándose? Usted y yo sabemosque las lesiones eran quemadurasproducidas por objetos sagrados... claroque esto no podía decírselo a la señoritaRicci.-¡Precisamente! Es propicio hacerle creerque las lesiones se debían a una afecciónde Susana. Verás... -dije, y le conté todolo ocurrido con el doctor Goldberg y cómohabía logrado escapar de sus manos y de

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paso ganarme la amistad de la señoritaRicci.-¡Vaya! ¡Éste sí es un giro insospechadode la situación! Qué sagaz es usted,señorita Martina -dijo riendo-. Me consolémuchísimo cuando la señorita Ricci meenvió a traerle toda clase de alimentoscon tanta prisa... —y agregó-: ¡Ahoramismo está inspeccionando la habitaciónde la señorita Susana! Gracias a Diosquiso hacerlo ella misma y ni Natalie ni yotenemos que volver tan pronto a unrecinto que nos trae tan malosrecuerdos... Pero bueno, coma, señoritaMartina, ¡y alégrese del buen trato queestá recibiendo!En efecto, estaba de buenas con laseñorita Ricci: me habían enviado

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huevos, tres clases diferentes de queso,panes, leche, sopa, vino y chocolatederretido especialmente para mí. Comícon tanto gusto como si no hubieracomido en un mes. El hambre y la victoriaeran los mejores acompañantes de unadeliciosa merienda.-¡Ese galeno es casi tan temible como laseñorita Susana! -dijo Marie.-Por lo menos Susana tiene la disculpa deser un vampyr -bromeé.Marie tuvo que irse. Le entregué la cartapara el padre Anastasio y me quedécomiendo muy contenta.Recordé que ahora era la feliz poseedorade un hábito de monje y pensé en cuántadiversión podría derivar de él. Lo habíametido al baúl el día anterior. Abrí la tapa

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y lo miré con alegría, doblado entre mismás preciadas posesiones. Me imaginécómo se sentiría ser un monje de algunamisteriosa orden y escribirme cartassecretas con los otros monjes acerca delos demonios que circundaran elmonasterio. Me pregunté cómo serían losmonjes que habitaban Sainte-Marie antesque fuera un internado, hacía ya tantotiempo. Entonces caí en la cuenta de quenunca me había molestado en averiguarqué tan antiguo era Sainte-Marie y decidíque se lo preguntaría a la señorita Riccicuando tuviera la oportunidad.Cuando llegó la hora de la cena, tuve unamaravillosa sorpresa: Carmen y Mariellegaron a mi habitación con una canastay una bandeja llena de cosas.

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-¡Amigas! -grité, saludándolas.Carmen me besó en ambas mejillas y dijo:-Este es un milagro. ¡La señorita Ricci meenvió a cenar contigo y dio la orden en lacocina de que te preparasen los mejoresplatillos! Pero eso no es lo mejor...-¿Qué es lo mejor? —pregunté.-Debes sentarte para escuchar lasnovedades -dijo Carmen.Le hice caso.-¿Y bien? —pregunté.-Se trata de la inspección de la habitaciónde la señorita Susana -dijo Marie,temblando de emoción-. A que no adivinaqué halló la señorita Ricci bajo la cama dela difunta.-¡Decídmelo vosotras y hacedlo pronto!-repuse, poniéndome de pie de un salto.

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-Al entrar, la señorita Ricci notó que lahabitación de Susana olía muy mal... -dijoCarmen-. Siguiendo el rastro del aroma,llegó hasta el lecho y, al agacharse, ¡seencontró cara a cara con una veintena deratas!—¡Ratas! -exclamé, asqueada.—Sí señorita Martina... —dijo Marie-.¡Ratas hambrientas que habían llegadohasta allí atraídas por los alimentos que laseñorita Susana despreciaba!-¿Cómo? -pregunté, horrorizada.-¡Cada vez que Marie o Nataíie lellevaban la comida a Susana, éstaesperaba a que salieran de ía estanciapara tirar el contenido de los platos debajode su cama! —gritó Carmen,sacudiéndome por los brazos.

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-¡No puede ser! -exclamé.-Será mejor que lo creas, Martina... -dijoCarmen, y agregó en voz baja-: ¡Todoparece indicar que los vampyr sólo sealimentan de sangre fresca!-¡Cielo santo! -dije, sentándome denuevo-. ¡Esto sí que es esclarecedor!Bueno, por lo que Marie nos habíacontado, no es de extrañarse que Susanase negara a probar la comida, pero...¿esconderla debajo del lecho y quedarsetan tranquila? ¡Ya decía yo que erasalvaje! Y... ¿las demás ya se enterarondel descubrimiento de la señorita Ricci?-Sus gritos atrajeron a la señora Riedel ya varias pupilas y, juntas, movieron ellecho. No sólo hallaron las ratas y todaslas comidas del fin de semana... sino los

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restos de un pajarillo muerto: ¡el mismoque estaba devorando cuando lasorprendí la mañana del viernes, sinduda! -exclamó Marie, persignándose-.¡La pobre Gertrude ha tenido que limpiarlotodo!-¿Se conjeturó algo acerca del pájaro?-pregunté, ansiosa.-Nada -dijo Carmen-. Lo demás era tanrepugnante en sí que el pájaro pasó a sersólo el toque final de una escenaperfectamente aterradora. Lo bueno esque ahora se sabe que Susana dejó dealimentarsepor voluntad propia. Por lo demás, nadiequiere acercarse a su habitación.-Es decir que... ¿ya nadie le teme al lobo?-pregunté, feliz.

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-¡Nadie, señorita Martina! -dijo Marie-. ¡Yla señorita Krumlauf puede quedarse!Nos abrazamos las tres, saltando yriendo.-Y tú, Marie: ¿puedes quedarte a cenarcon nosotras esta noche? -pregunté.-¡Claro que sí! Ya he terminado todos misquehaceres y, si llega a venir alguien,haré como que le traía algo que habíaolvidado.-¡Fantástico! -exclamé.Le pusimos llave a la puerta ydesplegamos el festín sobre la mesa. Nopodía creer lo que mis ojos veían. Laseñorita Ricci me había enviadouna botella de vino entera, dos tipos detartas, más chocolate derretido, panes,quesos, confituras, espárragos gratinados

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y pescado horneado con almendras.También me había enviado una pequeñanota junto con la comida. La abrí y leí envoz alta:Querida señorita Székefy:Espero que pueda usted recuperarse conesta comida. Para que su espíritu serecupere también, he enviado a laseñorita Miranda para que le hagacompañía.Tenía razón en cuanto a SusanaStrossner. Al parecer estaba demasiadoenferma; su piel estabadescomponiéndose antes que la hallaranmuerta. Además de esto, Susana nocomía nada (sus compañeras la enterarándel terrible descubrimiento que hice yomisma). Como es completamente obvio,

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nadie puede sobrevivir sin comer, ymucho menos un enfermo. Aún no se havisto ningún lobo y hemos decididosuspender su búsqueda. Los campesinostampoco han encontrado rastros delanimal en los alrededores ni huellas quepuedan llevar a suponer que hayaprovocado la muerte de tantas personasen las granjas adyacentes. El médico delpueblo dice que puede haber sido unaepidemia transitoria de origendesconocido...pero no ha habido más víctimas, por loque los ánimos están más calmados. Encuanto a Sainte-Marie, la señoritaKrumlaufha recuperado su posición y sehalla muy contenta. Aun si la causa de lamuerte de Susana sigue siendo tan...

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desconcertante, las alumnas están mástranquilas sin la amenaza del lobo. ¡Pobreseñorita Strossner! Si no hubiese sido porusted y por sus acertadas observaciones,nunca habríamos conocido los verdaderosmotivos de su fallecimiento. Hemospensado que Sainte-Marie no aceptará enel futuro a niñas cuya salud esté tandelicada que les impida realizar lasfunciones de asistir a clase regularmentey tomar los alimentos con las demásalumnas. Por lo demás, he de decirle queestoy muy agradecida con usted por laforma en que ha ayudado a Sainte-Marieen el día de hoy. Espero que se sientamejor y pueda reintegrarse a lasactividades normales del internado en lamañana. Que disfruten de la cena.

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Cordialmente,Anne Ricci.Nos miramos las unas a las otras unossegundos y no pudimos evitar gritar yaplaudir por nuestra victoria.-¡Lo logramos, amigas! —exclamé.-¡A celebrar! -dijo Carmen.-¡Brindemos por nuestra buena fortuna!-dijo Marie.Escanciamos el vino en las tres copasque mis amigas habían alistadoen la canasta, y brindamos por el padreAnastasio y por el autor de las notas.Luego brindamos por cada una de laspresentes y así le dimos inicio a nuestravelada de celebración. El vino estabadelicioso y pronto me sentí invadida de unagradable calor.

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-¿Qué se ha dicho de mí allá abajo? -lespregunté a mis dos cómplices. -¡Qué nose ha dicho! -repuso Carmen-. Me hepeleado con todas. Que si te burlabas dela muerte de Susana porque te eraantipática, que si tenías peste de rabia,que si habías enloquecido... Durante lamerienda, cuando se supo que Susanahabía estado escondiendo todos susalimentos bajo la cama, ése fue el centrode las habladurías y te olvidarontemporalmente... pero al caer la tardeRegina aseguró que tus risotadas sedebían a alguna travesura que estabasplaneando realizar en la misa. En fin, sehan dicho tantas cosas que ni ellasmismas saben qué creer. Por el momento,están muy contentas de pensar que el

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lobo no va a morderlas mientras duermen.Ya no tienen a Susana de santa mártir,están escandalizadas de pensar quealguien se deje morir de hambre... todonos ha salido bien.-Ya he enviado ambas cartas al padreAnastasio con el mensajero -dijo Marie-.Es decir que las estará recibiendo muypronto. ¡Lo contento que se va a poner!-Es excelente noticia que no haya habidoataques anoche. Quiere decir querealizaste el grabado y la oración conexactitud, Carmen -le dije a mi amiga.-¡Cuánto trabajo me costó! Cielos, teníatanto miedo de que Susanafuera a sacar una mano del ataúd yagarrarme... Podía sentirla moviéndoseallí adentro, ¡fue terrorífico! -dijo.

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-Brindemos por Carmen y por lamaravillosa labor que realizó -propuse.-Martina, qué loca estás. Mira que reír deesa forma en plena misa y sinproponértelo... Pero, la verdad, yo mismahe reído durante horas al pensar quelogré aterrorizarte tanto con la idea de lacasa de locos que rompiste tu silla contrala puerta -dijo Carmen.Cenamos de maravilla, ensalzándonos lasunas a las otras por la forma en quehabíamos logrado modificar el curso delos eventos que prometían tenerconsecuencias tan nefastas para todos.Le devolví el libro a Carmen cuandoterminamos de cenar y ambas partierondejándome con la agradable sensación dehaber pasado un merecido rato con mis

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grandiosas amigas. Esa noche tuve elprimer momento de verdaderatranquilidad desde que Susana habíallegado, y fue el inicio de una temporadade aparente calma que desembocaría enla tragedia más grande que hubiésemosvivido tanto nosotras como Sainte-Marie.Nunca debimos confiarnos de nuestrabuena suerte.

 

CAPITULO 6

LA HERENCIA

El día siguiente tuve una visitainesperada. La señorita Ricci me hizo

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llamar a su despacho durante la hora declase de Aritmética. No sospechaba queme llamase por tal motivo; creí que iba ahablarme de lo rápido que se habíansolucionado todos los problemas enSainte-Marie, o que había cambiado deopinión en cuanto a mi comportamientodurante la misa y quería castigarme ahoraque las cosas se habían calmado.Cuando llegué a su despacho, un hombregordo y de bigotes poblados estabasentado al otro lado de su escritorio.-¡Señor Locke! -exclamé-. ¡Qué agradablesorpresa! ¿Qué hace usted enSainte-Marie?El señor Locke se incorporó con dificultadde su sillón y, tomando mi mano, laestrechó.

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-Querida señorita Székely, he venido encuanto he podido. Necesito hablarle de...ciertos asuntos legales.-Pueden pasar a la habitación contiguapara que hablen en privado -dijo laseñorita Ricci- Le pediré a Natalie que leslleve la merienda y algo de beber.El señor Locke y yo le agradecimos y nosexcusamos, dirigiéndonos a la otrahabitación.-Siéntese, señorita Székely -dijo el señorLocke-. Es menester que esté sentadacuando le diga lo que tengo que decirle.Me puse muy inquieta. No queríaescuchar malas noticias como que mi tíohubiese encontrado alguna forma dequedarse con la herencia de mis padresde forma temporal o definitiva. Me senté y

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miré al señor Locke con los ojos muyabiertos.—Señorita Székely, no me mire así... mepone nervioso. Tiene los mismos ojos desu padre, llenos de... agudeza, si puedellamársele así.-Si no quiere que lo ponga nervioso, debedarse prisa, señor Locke -dije, sonriendo-.Y no se preocupe, no soy tan impacientecomo dicen que era mi padre. Sólo unpoco. Me preocupa mi porvenir; ustedcomprenderá.-Claro que sí. Bien, por dónde empezar...empezaré por el principio, ¿qué leparece? -preguntó.-Empiece por el final mismo si así loprefiere, pero empiece de una vez, señorLocke, ¡que me va a dar un ataque de

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nervios!—¿Ve cómo sí es impaciente como supadre? Por eso quería que estuviesesentada al recibir mi reporte.No dije nada más para no demorarlo.-Continuaré, entonces... -dijo-. Finalmentehe transferido la herencia de sus padres asu nombre. Inicié los trámites hace variosmeses para que todo estuviese listo en sucumpleaños número dieciocho,como su padre lo dejó estipulado... a ver...Sí, aquí están sus papeles.Me mostró varios papeles llenos de cifrasque no entendí.-Señor Locke, no tengo idea de quésignifican estos números -dije.-Los primeros significan lo que tenían suspadres en el momento de morir, es decir,

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cuando su tío pasó a manejar suspropiedades... Y los últimos son lo queusted tiene en tiempo presente.Me quedé mirando la página condetenimiento.-Lo siento, pero sigo sin entender.¿Podría explicarme en qué situación meencuentro?-Bueno... su padre le dejó una buenacantidad de dinero al morir y... bien... esofue lo que su tío se gastó en los años quemanejó su herencia. Por eso, las cifras delcomienzo son tan altas... y las del finalson prácticamente nulas.Me quedé muda. Mi tío y su familia habíanderrochado mi herencia. Eso me ponía enuna situación bastante difícil. Aun así, yosabía que la mayor parte de mi herencia

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estaba puesta en dos propiedades quemis padres habían cuidado con esmero alo largo de sus vidas, y había pensado enmudarme a una de ellas cuando salierade Sainte-Marie.-Antes que continúe, dígame algo, señorLocke: las propiedades de mis padres...¿están en buen estado? No han sidovendidas, ¿verdad?El señor Locke bajó la mirada y dijo, comoa regañadientes:-Señorita Székely, es difícil para mídecirle esto, pero... sus familiares hanadministrado muy mal sus propiedades.Ambas están en terrible estado. No hansido vendidas porque la ley así lo haprohibido... Sin embargo, han sidosaqueadas.

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Traté de no estar furiosa, pero lo estaba.-Señor Locke, estoy tratando de guardarla compostura. Yo sé que nada de esto essu culpa... simplemente, no puedo creerque mi familia haya sido capaz decometer actos tan viles.-Hay más, señorita Székely.-Dígamelo todo -pedí.-Esto no es fácil de explicar.—Dígamelo de todos modos.-Bueno. Es que es un poco largo deexponer -dijo—. He logrado recuperar casila totalidad del dinero que le deben.Afortunadamente, se me ocurrió hacerlefirmar a su tío unos documentos antes detrasladarle el poder de su herenciacuando era usted tan pequeña. Éstosestipulaban que él estaba legalmente

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obligado a reponerle cada centavo quetocara de su herencia al cumplir usted losdieciocho años, es decir, ahora.No podía creer lo que mis oídosescuchaban. La esperanza volvió a mí.-Es decir que... ¿tengo casi todo mi dinerode nuevo? -pregunté.-Sí, señorita Székely.-¡Eso es fantástico, señor Locke!-exclamé, y no pude dejar de levantarmede mi silla y darle un abrazo. Así laspropiedades estuviesenarruinadas, el dinero era suficiente comopara cubrir los gastos de los arreglos sinpasar dificultades antes de poner laspropiedades a producir.-Gracias... gracias, señorita Székely.Espere, que aún no he terminado.

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-Al menos dejemos algo en claro: ¿soyindependiente de mi familia? ¿Ya notendré que pedir autorización paradisponer de mis bienes?-Ésa es la cuestión, señorita Székely. Nosólo es independiente de su familia... sinoque su familia depende de usted.-¿Cómo dice, señor Locke?-Es por eso que no he podido recuperartodo su dinero. Sus primos y la señora desu tío han malgastado todas las riquezasque poseían y parte de las suyas a lolargo de los años... y ahora están en laruina. Usted, en cambio... esinmensamente rica.-¿Perdón?Según las cifras que me había mostradoel señor Locke, tenía el dinero suficiente

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para vivir bien sin necesidad de buscaruna plaza como institutriz al salir deSainte-Maríe, siempre y cuandoadministrara bien mi dinero y logrararestaurar las dos propiedades de mipadre. Por eso no entendía a qué serefería. Sí, me sentía inmensamente rica,pero me parecía extraño que el señorLocke, siendo abogado, se refiriese a mipequeña fortuna en esos términos.-Ésta es la parte interesante del asunto,señorita Székely. Al morir su tía Verónika,su familia inició una larga disputa por susbienes. Éstos eran, en ese momento, elpalacete de Pest y una moderadacantidad de dinero. Yo la he representadotodo el tiempo que la disputa ha durado yhe logrado que llegásemos a un acuerdo

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con su familia. He conseguido para ustedel palacete y una pequeña porción deldinero. Están casi intactos pues sólo yohe tenido acceso a ellos. Algo del dinero,por supuesto, he tenido que invertirlo enel mantenimiento de la casa y... en cubrirmis honorarios -dijo, enrojeciendo unpoco-. Sus familiares hace ratodespilfarraron lo que habían recibido delacuerdo, que no era poco... pero eso noes lo importante. Según creíamos, su tíano había dejado ningún testamento, puesa mí jamás me entregó nada. Permítamecontarle que estábamos muy, pero quemuy equivocados. Su tía no tuvo el tiempode entregármelo antes de morir, pero síredactó un testamento bastante completo.Al parecer, lo había hecho firmar de un

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abogado provisional que vivía en Pest,quien murió intempestivamente depulmonía un año antes que su tíafalleciera.Parece ser que su tía Verónika jamás seenteró de esto, pues el testamento quedóperdido entre tantos documentos en loprofundo de un cajón durante varios años.Un día el hijo del buen hombre decidióabrir un bufete de abogados en el mismolugar y, mientras realizaba la tarea deponer en orden el despacho, encontró eltestamento de su tía Verónika. El jovenabogado trató por todos los medios delocalizarla sin éxito, hasta que se leocurrió dejar un mensaje en el palacetecon su nombre y la dirección del bufete.Como yo resido en París en la actualidad,

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voy a revisar su propiedad muy de vez encuando y tardé mucho en encontrar lanota del abogado. En cuanto lo hice ypude reunirme con él, casi me voy deespaldas. He traído el testamento de sutía Verónika para leérselo. La autenticidaddel documento ha sido ampliamenteverificada, así que puede usted escucharsin dudar de su contenido. He deinformarle, antes que lo haga, que se lohe leído a su familia antes de venir aquí.Lo siento pero, a raíz de todas lasdisputasque he tenido con ellos, me han sido cadavez más antipáticos y no he podido evitarir a Szentendre a restregarles nuestrotriunfo en sus narices. Su tía sabía aquién le dejaba las cosas, gracias a Dios.

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Permítame leerle el testamento. Meagradecerá que haya insistido en queestuviese usted sentada.Dicho esto, el señor Locke sacó undocumento de su maletín. Aclarándose lagarganta, leyó:

A todos mis familiares, y en especial a miquerida Martina.En vista de mi avanzada edad, hepensado oportuno redactar un testamentoen caso de que la vida me sorprendarepentinamente con un viaje hacia la vidaeterna. Como ya os conozco, he decididodejar las cosas en claro para proteger losintereses de la única persona de nuestrareducida familia que me quiere bien, laseñorita Martina Székely.

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He de aclarar, antes que nada, que estetestamento es absolutamente irrevocabley es mi última voluntad que misinstrucciones se lleven a cabo al pie de laletra. Si sus condiciones no puedencumplirse con exactitud, todo mi dinero ypropiedades han de pasar de inmediato alorfanato de la ciudad de Buda, de cuyofundador fui muy cercana amiga y cuyoscuidados para con los niños he podidoverificar personalmente año tras año.He recibido recientemente de manos delabogado de la familia de mi difuntoesposo una herencia tan inmensa quejamás pensé que fuese a ver tantariqueza escriturada a mi nombre en todami vida. Según me he enterado, soy laheredera del único miembro de mi familia

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política que seguía con vida y éste, siendoun pariente lejano, ni siquiera conoció ami esposo. Dudo incluso que supiesen dela existencia el uno del otro. Me heencontrado, pues, siendo la poseedora detodos sus bienes materiales; bienes quevoy a darme el gusto de enumeraracontinuación con la ayuda de mi abogado,por obvios motivos...El señor Locke prosiguió con el recuentode cifras de dinero tan elevadas y tantaspropiedades, que yo no podría haberrepetido una quinta parte de ellas. Yoescuchaba limitándome a mirarlo con lamás absoluta incredulidad. Nunca supeque mi tía Verónika hubiese sido tan rica,ni jamás dio ella muestras de serlo.Aunque jamás se privó de tener algo que

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necesitara o quisiera adquirir, siemprehabía vivido con sencillez. Al terminar deenumerar las cuantiosas posesiones quemi tía había heredado, el señor Locke memiró para verificar si aún lo seguía, ycontinuó:Deseo que todos y cada uno de estosbienes pasen a manos de mi sobrinaMartina Székely de inmediato si llego yo adejar este mundo. Como mi sobrina tiendea compadecerse de los demás, deseo queel traspaso de estos bienes a su nombreexcluya la posibilidad de que puedatransferir ninguna de las propiedades ni lamás ínfima parte del dinero a ninguna otrapersona de nuestra familia mientras ellaviva. Dejo también a Martina Székely mipalacete de Pesty todo mi dinero, con las

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mismas condiciones arriba estipuladas.Como sé que el resto de la familia haríahasta lo imposible por adueñarse de losbienes de Martina Székely, llegandoincluso hasta lo innombrable, deseo quequede también aquí establecido que, encaso de que llegase Martina a reunirseconmigo en el más allá, cualquiera quefuese el motivo, todos los bienes de laherencia que he recibido departe de mifamilia política, así como el palacete dePesty mi dinero, pasen a manos de losdirectivos del orfanato de la ciudaddeBuda. Esta cláusula es permanente einapelable. Sólo la descendencia directade Martina Székely, si la tiene algún día,podrá recibirlo que ella haya heredado pormedio de este testamento.

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De no tener descendencia, MartinaSzékely podrá redactar un testamentocuando cumpla los sesenta años de edady disponer de los bienes heredadoslegándoselos a quien así le plazca,siempre y cuando esto excluya a losmiembros de nuestra familia.He dejado una suma aparte para cubrirlos gastos de la administraciónde las propiedades y los honorarios de losabogados hasta que la señorita MartinaSzékely cumpla los dieciocho años encaso de que llegue yo a pasar a mejorvida antes que esto ocurra.Sea todo esto cumplido con exactitud deacuerdo con las leyes de nuestro país.Atentamente,Verónika Székely,

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Lunes 12 de diciembre de 1870Ciudad de Pest.

-Y, por lo tanto, es usted, señoritaSzékely, como le decía, inmensamenterica -concluyó el señor Locke.Como era de esperarse, quedé muda.-¿Ha podido comprender lasimplicaciones del testamento de su tía,señorita Székely? -preguntó.Yo asentí lentamente. Necesitaba quealguien me pellizcara, pues estaba segurade estar soñando y creía que iba adespertar en cualquier momento.-¿Podría leerme el testamento de mi tíaVerónika unas diez veces más, señorLocke, si no es mucha molestia? -le pedí.El señor Locke rio y comenzó a releerme

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el testamento de mi tía. En ese momentogolpearon a la puerta y entró Natalie conbebidas calientes y varios pastelessalados. El señor Locke miraba la comidacon apetito pero yo no habría podidocomer así me hubiesen obligado, así quele pedí que lo hiciese sin mí, mientras yoasimilaba las noticiasque acababa de darme. El señor Lockeengulló sendos pasteles con voracidad ytomó su bebida a grandes tragos mientrasyo me embebía en mis pensamientos.Era, de verdad, inmensamente rica.¿Cómo había podido pasar esto de un díapara otro? Hacía apenas un rato mepreguntaba si podría disponer de lo quemis padres me habían dejado y ahora mepreguntaba cómo iba a disponer de todo

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lo que mi tía Verónika me había legado.-Señorita Székely -dijo el señor Lockeinterrumpiendo mis pensamientos-sé que es difícil asimilar de inmediato lanovedad de todo lo que le he dicho. Debeestar anonadada. Sin embargo, es muyimportante que le hable de algo más.-Por favor, dígame que no hay más dineroni propiedades de las que no me hayahablado. Júreme que, si las hay, sequedará con ellas y jamás me lasmencionará.El señor Locke rio con tanta fuerza que seatragantó con el café que estabasorbiendo, pero al fin pudo continuar:—¡Me recuerda tanto a su difunto padre,que descanse en paz! No, querida niña,es su familia de lo que tengo que hablarle.

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-jAh!, bueno, ese tema sí me interesamuchísimo -dije-. Como sólo los conozcopor lo que me contaba mi tía Verónika yuna que otra visita que mi tío nos hizo enPest, necesito que me cuente todo lo quesepa de ellos. Al parecer, mi tía Verónikalos tuvo en el peor de los conceptos hastael último de sus días, y según veo el casoes el mismo con usted. Dígame... ¿tanmalos son?-Quisiera decirle que no, pero no podríamentirle ni por compasión, porque estaríadañándola a usted. Los miembros de sufamilia que aún viven son, como lodescubrió su tía desde que murieron suspadres, de la peor calaña. De ellos, elmenos malvado es su tío, pero no sequeda atrás por mucho. Es un hombre

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que se ha dejado manipular por suesposa e hijos, y ha tratado de robarlecuanto ha podido. No se imagina, señoritaSzékely, cuánto he luchado por defenderlo que le dejó su padre. Si no herenunciado a ser su abogado es por lagran estima que le tenía. Tener queentenderme con personas tandeshonestas y maliciosas ha sido eltrabajo más difícil al que me heenfrentado en toda mi vida... -dijo, ymetiéndose un enorme pedazo de pastela la boca continuó-: De todos ellos, lapeor es la esposa de su tío. Es una mujerpérfida que se vale de sus encantos paraconseguirsus propósitos. No se la recomiendo en loabsoluto. En cuanto a sus primos... debe

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estar siempre en guardia. Son un par devividores que no tienen ningún respetoconsigo mismos ni nadie más. He visto losdestrozos que le han ocasionado a laspropiedades que su padrele dejó, y esto habría sido suficiente paradeducir la clase de vida que llevan... si nohubiese escuchado ya varias historias departe de personas que los conocen. Seaprovechan de quien pueden y cuandopueden, especialmente de mujeresincautas, pero no exclusivamente de ellas.Les gusta la buena vida en el peor sentidode la expresión, y hacen ío posible porvivirla segundo a segundo. No en vanolograron vaciar sus arcas, que erangenerosas, en tan poco tiempo. Puesbien, el forzoso pago de la deuda que con

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usted tenían los ha dejado en la ruina,pues no esperaban tener que reponerle eldinero jamás... Y eso que les falta unbuen pedazo.-Señor Locke -dije-: ¿por qué noperdonarles la deuda y dejarles laspropiedades para que las trabajen yhagan algo de dinero? No es que meinspiren simpatía después de lo que meha contado, pero... si de verdad tengotanto dinero, me gustaría regalarles eldinero de mi padre que usted recuperó. Mitío es hermano de mi difunto padre y...bueno, me gustaría que tuviesen con quévivir bien.-Señorita Székely, con todo respeto... -dijoel señor Locke- sus familiares nomoverían un dedo por pagar sus deudas

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así les transfirieseusted toda la herencia que acaba derecibir. No son personas de bien y noconocen la honradez. En cuanto a laspropiedades de sus padres, le juro que noson dignos de haberlas pisado. Si viese elestado en que las han dejado... y sisupiera con cuánto esmero su padre ymadre cuidaron de ellas... SeñoritaSzékely, sus primos han abusado de lostrabajadores de las formas más cruelesque pueda usted imaginar. Tanto, que lamayoría ha dejado sus pequeñas parcelasy ha huido del mismo miedo. Cuando veapersonalmente lo que han hecho yescuche las historias de los paisanos, séque llorará como yo lo hice. Por lo quemás quiera, no les deje sus propiedades.

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Perdóneles lo que les queda de la deudasi no puede resistirse a hacerlo, pero nodeje que gentes inocentes continúensufriendo los maltratos de ese par delibertinos y su madre.Estaba muy sorprendida. Entendía que mitía Verónika hubiese sido tan contundenteen su decisión de no dejarles un solocentavo. ¡Esas personas eranaborrecibles!-Descuide, señor Locke. Puedo tolerarfácilmente a un despilfarrador,pero no a alguien que se aprovecha de lavulnerabilidad de sus empleados.Hágame un favor. Tome el dinero querecuperó de manos de mi familia y busquea los trabajadores que han sidomaltratados por mis primos. Cuando los

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haya encontrado, pregúnteles cuántodinero creen que podría indemnizarlos porlos sufrimientos que mis primos lesocasionaron y entregúeles el doble de loque le pidan. No importa cuánto sea. Esmi intención que todo ese dinero seainvertido exclusivamente en ello. Si veque no piden lo suficiente como para quelas arcas queden vacías, pagúeles eltriple o el cuadruplo. ¿Haría eso por mí?-¡Con el mayor de los gustos, señoritaSzékely! Es digna hija de su madre... -dijoel señor Locke con los ojos un pocoaguados.-En cuanto a sus honorarios... tome lo queconsidere conveniente y doble lacantidad. Quiero que sea usted quiencontinúe representándome legalmente, y

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será mucho trabajo. Confío en usted, yconfío también en que sepa darse unapaga generosa. No vaya a engañarmeotorgándose menos de lo que se mereceo de lo que cualquier otro abogado merobaría. Pagúese como si me estuvierarobando. Eso es lo que deseo. No tengocómo recompensarle todos los esfuerzospor los que ha pasado a lo largo de estosaños por mi causa.-Pero, señorita Székely, yo... -dijo el señorLocke enrojeciendo.-Usted será un hombre rico. Quiero que losea, señor Locke. Y por su sencillísimovestido puedo darme cuenta de que aúnno lo es... lo que no es más que otraconfirmación de su honradez. Hágaserico, señor Locke. Hágase rico como se lo

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merece.El señor Locke se quedó mirándomeemocionado y esto me hizo sentirincómoda. No quería su agradecimientosino darle lo justo que se merecía por serun hombre tan bueno.-Es una mujer maravillosa a pesar de sucorta edad, señorita Székely. Y es el vivoretrato de su madre tanto por dentro comopor fuera, aunque tiene los ojos de supadre. Señorita Székely, no quieroquedarme corto en advertencias en loconcerniente a su familia. Sé que, ahoraque saben que existe, querrán adueñarsede su enorme fortuna. Voy a rogarle queno firme un solo papel de ahora enadelante sin que yo esté presente, aexcepción de sus deberes de escuela... ¡Y

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no me extrañaría ver a uno de sus primosdisfrazado de institutriz de Sainte-Mariecon tal de arrancarle un pedazo de lo queposee! Sé como que me llamo StuartLocke que no tardarán en aparecer en suvida de una u otra forma. Sea cual sea laforma en que lo hagan, guárdese dehacer absolutamente nada sin antesconsultármelo... y prepárese a que miconsejo sea siempre que no haga nadacuando de ellos se trate. Cuando vea consus propios ojos de lo que son capaces,comprenderá lo que le digo enprofundidad. Mientras tanto, no se dejeengañar con palabras dulces nilagrimones. Recuerde que nadie la haquerido a usted tan mal como ellos -dijo elseñor Locke, esperando una confirmación

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de mi parte.-Le aseguro que no dispondré de nada sinantes consultarlo, y le juro que no firmaréningún documento de ahora en adelantesin que usted lo haya revisado al derechoy al revés para asegurarse de que noproviene de ellos. ¿Quedará ustedtranquilo? -pregunté.-Sí, señorita Székely.-Magnífico -dije—. Ahora, me gustaríasaber si puedo hacer uso de mi dinero deinmediato.-Primero, necesito que firme todos estosdocumentos que he traído para quepueda ser usted quien disponga de todolegalmente. Debe hacerse la dueña oficialde todo. Ya se los iré explicando uno poruno antes que los firme, pues es

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importante que se vaya familiarizando contodo el proceso que conlleva ser tan rica.Luego, yo registraré todos estosdocumentos en Budapest y donde quieraque estén situadas sus otras propiedadesy fuentes de ingresos. En cuanto lo hayahecho, regresaré para que me diga dóndedesea tener su dinero, cómo deseainvertirlo y demás detalles. Mientras tanto,puedo dejarle parte del dinero de su padreque he recuperado. Ya he pagado aSainte-Marie lo que se debe hastacompletar el año lectivo, y ha quedadouna buena suma que he pensado podríausted desear utilizar mientras vuelvo enun par de meses.—Tome primero de ese dinero lonecesario para que pueda viajar bien y

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con comodidad. El resto sí voy arecibírselo gustosa. Hay gente a quiendeseo dárselo de inmediato -dije.-Será como usted diga.Dicho eso, nos dispusimos a revisar todolo que el señor Locke había traído y eneso se nos fue gran parte del día.Comimos mientras los firmábamos y asípasaron las horas. Para cuandoterminamos, ya había caído la noche. Laseñorita Ricci llevó personalmente alseñor Locke a la habitación de huéspedesdespués que nos despedimos con unfuerte apretón de manos que sellaría unasólida amistad. El señor Locke saldríatemprano en la mañana y yo debíaregresar a clases, así que no lo veríahasta que no regresara con todos los

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trámites legales puestos en orden.Había pensado en irme de Sainte-Marieen cuanto supe que podía hacerlo, peropensé en lo sola que estaría sin Carmen yMarie, y decidí que esperaría hasta lagraduación para marcharme de mi prisiónprovisional. Agradecí efusivamente a laseñorita Ricci por su gran amabilidad lanoche anterior y en el día que acababa detranscurrir, y corrí a la habitación deCarmen a contárselo todo. Como Amaliadormía en la cama de al lado, me la llevécasi arrastrándola hasta mi habitación.-Pero, Martina, ¿qué te traes? ¡Cada díate ocurre una cosa más loca que la otra!¿Quién ha venido hoy, que te han sacadode clase? -preguntó, cuando yallegábamos a mi puerta.

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-Carmen: siéntate. Tengo una noticia muyimportante que darte -le dije cuando yaestuvimos adentro y hube encendido lavela.-Apúrate, Martina, que me matas delsuspenso. No he podido estudiar en todala tarde preguntándome qué estabashaciendo y con quién.-Señorita Miranda -dije-: somosimpresionante, indecible, increíble,colosal, grandiosa e inmensamente...ricas.Como Carmen no reaccionaba, lo repetí:-¡Somos desmedidamente ricas! Tan ricasque nunca hemos conocidoa nadie más rico. Tan ricas quepodríamos comprar Valais. Tan ricas quepodríamos regalar el noventa por ciento

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de lo que tenemos y aún seguiríamossiendo fenomenalmente ricas.Como mi amiga seguía sin hablar y sóloatinó a levantar una ceja, comencé desdeel principio:—Esta mañana ha venido a verme elabogado de mi padre... -y no me detuvehasta que no la hube empapado de todoslos detalles de la entrevista con el señorLocke, y en especial lo que habíaaveriguado de mi familia.-¡Somos ricas! -gritaba Carmen mientrassaltábamos sobre la cama tomadas de lasmanos- ¡Inconmensurablemente ricas!—¡Tan ricas que podremos recorrer elmundo mil veces!-¡Tan ricas que podríamos comprar elalma de Regina Baiíey!

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—¡Somos ricas! -gritamos al unísono,para caer sobre la cama riendo.-¿Te das cuenta de lo que eso significa,Carmen?-¿Que podemos hacer lo que queramosaún más de lo que siempre lo hemoshecho?-Exactamente. Significa que tenemoslibertad total. Podemos ir a dondequeramos cuando así lo queramos sintener que pedir permiso a nadie y sin quenadie lo sepa, si Dios lo quiere, parasiempre... y con la más absolutacomodidad.-¡No puedo esperar a ver la cara deRegina cuando lo sepa...! -dijo Carmen.—¡No! No quiero que nadie enSainte-Marie lo sepa. Sólo tú. —¿Por

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qué? ¿Hay algo más bello que ver aRegina Bailey palidecer de envidia?—preguntó con cara de inocencia.—Sí: no tener que soportarla a ella o aninguna otra alumna de Sainte-Marieconvirtiéndose de la noche a la mañanaen mi amiga. No tener que ver a nadiefingir afecto o camaradería. Y no ser lapersona más reconocida adonde quieraque vaya cuando podamos largarnos deaquí. Quiero que seamos ricas deincógnito. Sin que nadie nos hagaatenciones especiales. Sin que ningúnhombre nos diga lo guapas que estamosa menos que lo piense de verdad. Paraque podamos ayudar a quien lo necesita.Para que los pobres no nos teman ni nosrindan pleitesía. Para que nadie nos sirva.

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Para no tener que ver el lado más oscurode la gente. Para saber en quiénpodemos confiar.-Tienes razón. Es demasiado dinero.Cielos, Martina, qué rica eres. ¡Quéalegría!-Qué ricas somos, Carmen. Marie, tú y yo.Tendré que rogarle por lo más sagradoque no le diga una sola palabra a suJuanito. No quiero que nadie se entere deesto -dije.-Descuida. Así llegara a oídos de alguien,tú siempre puedes negarlo.No tienes nada de qué preocuparte. En unmundo donde todos tratan de aparentartener más de lo que tienen, nadie dudaríade quien niega su riqueza -dijo Carmen.-Sabias son tus palabras, amiga mía. Muy

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pronto podremos irnos de aquí, yviviremos todas las aventuras con quesiempre hemos soñado. Iremos al Tirol aoír el jodier...-Iremos a India... a América...-Iremos a todas partes. Veremos máscosas que Ulises en la Odisea.-¿Cuándo has dicho que podemos irnosde aquí?Y así, entre risas, nos quedamoshablando horas y fantaseando con ver unmundo que habría permanecido oculto,sin permisos paternales o de un esposoque dispusiera de nuestros actos. CuandoCarmen regresó a su habitación, abrí micofre. Tenía allí tantos recuerdos de mivida junto a mi tía Verónika en el palacetede Pest... Me arrodillé y pedí a los cielos

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que nunca permitiesen que el dinero meapartase de la bondad, y que me guiaranpara hacer un correcto uso de él, para mialegría y la de toda la gente buena queme encontrase en mi vida.Saqué del baúl el libro favorito de mi tíaVerónika y me tumbé a leerlo en la cama.Estaba cansada pero demasiado exaltadapara dormir. En ese momento me habíaolvidado por completo de la existencia deSusana Strossner, y ése fue el pecadoque cometí a causa del dinero. Nuncadebí permitir que la noticia de ser tan ricaempañase mi vigilanciay la de mis amigas.A partir de ese día, hice muchas cosasque había deseado llevar a cabo hacíamucho tiempo. Di a Marie dinero en

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abundancia para que ella y Juanitopudiesen ir adquiriendo los materialesnecesarios para la construcción de unahermosa cabaña y para que ella pudiesemandarse a hacer el vestido más bonitode Valais para el día de su boda. Tambiénpedí permiso a la señorita Ricci para ir aver al padre Anastasio un fin de semanay, como estaba tan de buenas conmigo,me lo concedió. Aquella vez fuimosCarmen y yo en coche en vez de ir en doscaballos robados, y le dejé lo que mequedaba del dinero al padre Anastasiopara su iglesia. A él también le conté todala historia de la sorpresiva herencia y lepedí que rezara por mí para que pudiesehacer buen uso de ella. Hablamosbrevemente de Susana Strossner, y el

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padre Anastasio nos pidió que nosmantuviésemos muy alerta paracomunicarle cualquier noticia quetuviésemos acerca de cuándo vendrían allevarse el cuerpo de Susana.—Es muy importante que le preguntéisperiódicamente a la señorita Ricci si harecibido alguna correspondencia de partede los padres de la señorita Strossner, esdecir, de los ayudantes del vampyr encuestión.¡Es un gran golpe de suerte a nuestrofavor que hayas podido congraciarte conla señorita Ricci, Martina! Ya sabía yo queno me defraudarías hija, ¡tienes lacabezota bien puesta sobre los hombros!No había vuelto a haber ataques en laregión y el padre no había tenido que

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volver al cementerio con su maletín en lamañana. Todo parecía marchar demaravillas. Las clases en Sainte-Marieseguían su curso normal y yo no entendíapor qué todo me estaba saliendo tan biende un momento al otro ni por qué mehabía convertido en una especie defavorita de las maestras. Carmen decíaque era sin duda por haber aportado unasolución a los problemas de Sainte-Marie,pero sobre todo por haberle salvado elpellejo a la señorita Krumlauf. Todas lasinstitutrices se avergonzaban de haberdudado de su sentido del deber y veíanen mí a alguien que también les habríaayudado a ellas si se hubiesen visto en lamisma situación. Me estaban tratando conun cariño que era completamente nuevo

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para mí y sentía que me estabanmalcriando. Hasta las otras alumnasestaban siendo mucho más simpáticasconmigo que de costumbre. ¡Si tan sólohubieran sabido que tenía tanto dinero!¡Me habrían ahogado a punta decarantoñas!Me estaban tratando tan bien quecomencé a aburrirme. No podía hacer unatravesura sin que la señorita Krumlaufsonriera venialmente, casi con aire decomplicidad. Sara Becker había dicho quemis acuarelas de sapos eran originales ydivertidas, ¡y hasta Regina me habíadicho una mañana lo guapa que estaba!Sin darme cuenta de a qué horas habíapasado, me había convertido en unaalumna predilecta. Sentí asco por mí

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misma y me pregunté qué clase deimperdonable desliz había cometido paraque gente que me resultaba tan insufriblecomo Josefina Alcofrado quisiera seramiga mía.-Es una pura imitación de la conducta deunas pocas que se ha ido propagandopoco a poco hasta que todas se hancontagiado de ella. ¡Estás de modal -seburlaba Carmen.-¡La moda es peor que la peste!-comentaba yo.Así pasó el tiempo y mi estadía enSainte-Marie se hizo más tediosa quenunca. Les llevaba sal a los caballos enmis ratos libres para huir de miscompañeras y me quedaba horascepillándolos mientras miraba el cielo

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encapotado. Había perdido el entusiasmopor jugarles bromas a las chicas másengreídas, pues ya sabía cómo iban areaccionar: haciendo pequeños pucherosy diciéndome que no fuera tan malita, envez de acusarme con la señorita Ricci otirarme de las trenzas. Las detestaba másque nunca y ellas a mí me adoraban. Lasituación era verdaderamenteinsoportable.No habíamos visto un solo rayo de soldesde el verano, lo que era bien inusualpara la región donde nos encontrábamos,pues el mes de diciembre solía ser fríopero muy soleado. El invierno habíallegado y los caminos estaban tanpeligrosos que ninguna chica habíapodido ir a casa a ver a sus padres.

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Sainte-Maríe trataba de hacer el receso lomás agradable posible para sus alumnas,pero las lluvias frecuentes arrasaban conla poca nieve que caía y ni siquierateníamos el bonito paisaje blanco de lasNavidades anteriores. Nos aburríamos.Nos aburríamos infinitamente.El señor Locke me había escrito diciendoque estaba completando los trámites de laherencia y que había podido contactar unpar de familias de campesinos que habíantrabajado en las propiedades de mí padreanteriormente. Estaría llegando aSainte-Marie hacia el mes de febrero si eltiempo se lo permitía.Un día la señorita Ricci recibió noticias delos padres de Susana: éstos enviarían porlos restos de su hija cuando los caminos

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se hicieran accesibles... y para eso faltabamucho. Susana seguía estando encerradaen su ataúd en la cripta de la capilla deSainte-Marie; le habían puesto unapesada lápida provisional encima y nadiese asomaba por esos lares, ni siquiera elcapellán Molinari.~Se ha tardado mucho en llegar lacorrespondencia desde América —habíadicho la señorita Ricci—, Y, como está eltiempo, quizá tengamosque esperar hasta la primavera para quevengan por el cuerpo de Susana.Todos sus efectos personales seguíandispuestos en la habitación que se lehabía asignado al llegar y nadie pasabapor allí. Las alumnas le tenían miedo aese cuarto desde su muerte, sobre todo

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conociendo las condiciones en que ellahabía expirado. El recuerdo de Susanales producía resquemor, y nunca lamencionaban.-Esto es espantoso —le dije una mañanaa Carmen-. No hemos hecho nadadivertido en mucho tiempo. Todas lastravesuras que hemos intentado llevar acabo han fracasado.-Lo sé. Tengo pesadillas en las que estoyen el salón de clases escuchando a laseñora Riedel... y no pasa nada. Nisiquiera puedo buscar el significado de unsueño tan insulso en mi libro gitano -dijoCarmen.-Tenemos que hacer algo al respecto.-Deberíamos, pero, ¿qué?-Algo que no hayamos hecho nunca y que

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nadie esté esperando.-Martina, creo que ya lo hemos hechotodo. Además, esta estúpida amabilidadde todas las alumnas hace que se mequiten las ganas de jugarles algunabroma. ¡Todas parecen queremos! ¡HastaSara Becker!-Hay una que no nos quiere nada -dije.-¿Quién?-Susana Strossner -respondí.Carmen guardó silencio unos segundos.-¿A dónde quieres llegar con esto?—preguntó, intrigada.-Carmen: ¿te has puesto a pensar en quetodas las cosas del vampyr han estado ensu cuarto hace un mes y medio y nohemos entrado allí una sola vez?-pregunté.

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-Es cierto... Continúa, por favor - pidió.-¿No te parece que es hora de querevisemos ese lugar y aprendamostodo lo que podamos acerca delenemigo? Piénsalo: Susana está atrapadaen la cripta y no hay nada que puedahacernos. Las maestras han bajado lavigilancia con nosotras y ninguna de lasalumnas se atreve a pasar por el corredorque lleva a la habitación de Susana. Es elplan perfecto.-Cielo santo, ¡lo es! -dijo Carmenentusiasmada.-Además... sería muy tonto de nuestraparte sentarnos a esperar a que lleguenpara llevársela y avisar al padreAnastasio. Estoy segura de que podemosenterarnos de cosas mucho más

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interesantes yendo a la fuente, es decir,revisando todos sus cajones y baúles.¿No lo hizo ella conmigo también? Si ellapuede revolver toda mi habitación, yopuedo hacer lo mismo con la suya. Quiénsabe cuántas cosas esconda. ¡Es lahabitación de un vampyr, querida amiga!¿Cuántas veces en la vida se nospresentará la oportunidad de revisar losefectos personales de uno de ellos con latranquilidad de saber que no corremosningún peligro?-Eres insuperable, Martina. ¡No sé cómono lo hemos hecho antes! -dijo Carmen.—Ahora sólo necesitamos decidir cuálserá la noche en que llevemos a cabonuestro plan.-¿Qué tal esta misma noche? -preguntó

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Carmen.Sentí un pequeño escalofrío ante laproximidad del momento, pero dije:—Esta misma noche será.Con esto decidido, mi entusiasmo seacrecentó. En cuanto Amalia se hubiesedormido, Carmen subiría a mi habitación einmediatamente nos dirigiríamos a la deSusana.Aquella tarde no pude concentrarme enninguna de las lecciones. Me imaginabaentrando en la habitación de Susana y nopodía parar de preguntarme qué suerte decosas nos encontraríamos allí. Estuvemuy nerviosa durante la cena, y cuandotodas las alumnas se replegaron en sushabitaciones, yo me fui a la mía a esperara Carmen. Entonces se me ocurrió que

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sería mucho más entretenido si nospusiéramos los hábitos de monjes paraacrecentar el misterio de nuestra aventuray bajé a su habitación a proponérselo.—Es una idea hermosa, Martina -me dijoen el pasillo-. ¡Me lo pondré een cuanto salga de la habitación! Ay,¡estoy ansiosa!-¡Yo también! Por fin vamos a tener unanoche interesante... -dije.-Escucha -dijo Carmen-: daré tresgolpecitos en tu puerta y nos dirigiremos alos aposentos de Susana en silencio totalpara no despertar a nadie.-Me parece perfecto -dije.-No te asustes cuando me veas vestidade monje en la oscuridad... -advirtió.-No te asustes tú cuando un monje te

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abra la puerta de mi habitación.—le dije, guiñándole un ojo.Nos despedimos llenas de entusiasmo ysubí a mi habitación a esperarla.Me puse mi camisón de dormir y encimael pesado hábito de lana. Me regodeémirándome en el espejo. Como lacapucha era tan grande, mi rostroquedaba oculto en la oscuridad y ni lasmanos se me veían. Los espíritus de losmonjes que hubieran vivido enSainte-Marie en la antigüedad debíanestar muy sorprendidos si era que podíanverme. Me reí para mis adentros. Sialguien llegaba a vernos a Carmen o a míesa noche pensaría que había visto elfantasma de un monje. ¡Por fin íbamos atener nuestro cuarto de hora de

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entretenimiento! Me senté a esperar aCarmen sobre la cama pero estabainquieta, así que comencé a pasearmepor mi habitación. A decir verdad, estababastante asustada de entrar a lahabitación de Susana. Aun sabiendo queella estaba encerrada en la cripta yteniendo en cuenta que no habíamosescuchado de ningún ataque en más deun mes, estar en su cuarto iba a ser unpoco como enfrentarla de nuevo.Hacia las diez de la noche, escuché lostres esperados golpecitos. Tomé mi vela yabrí la puerta con sigilo. Allí estabaparada mi amiga, enfundada en su hábitode monje. Cerré la puerta tras de mí yCarmen me hizo señas de que la siguiera.Las pequeñas llamas de nuestras velas

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parecían ahogarse en la oscuridad de loslargos pasillos que conducían a lahabitación de Susana, y nuestrassombras se proyectaban contra los murosenseñando dos grotescas siluetasencapuchadas. El edificio era tan grandeque, aun si mi habitación estaba situadaen la misma planta que la de Susana, nostardaríamos un tanto en alcanzar estaúltima. Lo único que podía escuchar eranlos latidos de mi propio corazón mientrasavanzábamos en la punta de los piessobre las mullidas alfombras del tercerpiso del internado. Finalmente llegamos anuestro destino y fue Carmen quien abrióla puerta sin hacer ruido. Entramos ycerramos la puerta.Aún se respiraba ese aroma característico

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de Susana en la habitación. Losrecuerdos de la última vez que la habíavisto frente a mí invadieron mi mente. Quédiabólico personaje era Susana Strossner.Noté que el gran espejo que antañoreluciera sobre el tocador estaba cubiertocon un pesado manto de terciopelo negroy fui hasta él para destaparlo. Cuandoretiré la suave tela, me asusté bastante: vila oscura figura de un monje cuarteada ensu totalidad. Me estaba viendo a mímisma: el espejo estaba roto en milpedazos diminutos.—¿Quién habrá roto este espejo?-pregunté en voz baja.Carmen no respondió nada.Miré alrededor. Todo parecía estar enperfecto orden, y me pareció un poco

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extraño teniendo en cuenta que Marie nohabía vuelto a limpiarla. Luego recordéque Gertrude le había hecho el aseopertinente después del incidente de lacomida. Lo más lógico era que hubieran almenos cambiado las sábanas. Me movílentamente hacia el otro extremo delcuarto. Abrí los cajones del tocador.Encontré un peine de marfil con su cepillocompañero y muchas joyas para eltocado. Había perlas negras, rubíes ydiamantes. Mientras Carmen seentretenía revisando la mesa de noche deSusana, abrí el gran armario de lahabitación. Había hermosos vestidosnegros de la mejor calidad, varios abrigosde muchos estilos diferentes, un par devestidos rojos y uno exactamente del

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color del pelo de Susana. Nada muyinteresante. Me viré hacia Carmen y lepregunté, susurrando:-¿Has encontrado algo digno de ver?Carmen negó con la cabeza.Sólo quedaban los tres grandes cofres deSusana. Recordé ver al cocherocargándolos cuando Susana habíallegado el día de mi cumpleaños, ytambién la mirada que ella me habíadirigido desde la entrada. "Guárdate demeterte en mis asuntos", me parecíaescucharla decir aún en la distancia.Tratando de no hacer caso de mistemores, me dirigí a uno de los cofres y loabrí. Había varios libros de cubiertasnegras, pero ninguno parecía ser undiario. Había varios chales de ricos

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tejidos, y un pequeño retrato de Susanaenmarcado en oro y zafiros. Se la veíaextraordinariamente bella en la pintura, yel traje que llevaba puesto parecía másuno de un par de siglos atrás que unvestido contemporáneo. Volví a dejar todoen su lugar y me incliné sobre el segundobaúl. Estaba cerrado con llave.—¿Has encontrado algún juego dellaves? -le pregunté a Carmen en vozbaja. Ella volvió a negar con la cabeza. Miamiga estaba extrañamente silenciosa.-Aquí deben estar las cosas interesantes.Me pregunto dónde estará la llave -dije.Esperaba que Susana no la tuviera conella. El cofre estaba hermosamentetallado y tenía aplicaciones de diminutosrubíes alrededor de la cerradura. Abrí el

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tercer baúl y encontré varios papeles queparecían ser escrituras oficiales y máslibros. Hojeé los papeles con rapidez.Estaban en idiomas diferentes y parecíanser títulos de propiedad de varias casasen distintos lugares de Europa. Carmense hincó de rodillasa mi lado; parecía examinar muy de cercala cerradura del baúl que no habíamospodido abrir. Súbitamente caí en la cuentade que Carmen no había dicho una solapalabra desde que nos habíamos reunidofrente a mi habitación. Como tenía puestoel hábito y llevaba la capucha sobre lacabeza, tampoco había podido verle elrostro. ¿Sería posible que...?-Me parece haber visto una llave con lasmismas aplicaciones de rubíes en algún

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lado, pero ¿dónde? -dijo.El alma me volvió al cuerpo. Era la voz deCarmen, sin lugar a dudas.No estaba con Susana Strossner envueltaen un hábito de monje sino con mi mejoramiga.-¡Demonios, Carmen! ¡Por un momentose me ocurrió que no estaba contigo sinocon Susana!-Pero, ¿cómo puedes pensar una cosaasí? -dijo asombrada.-Como no hablabas y te limitabas amenear la cabeza, comencé a imaginarcosas... ¡No me hagas eso!Carmen rio por lo bajo y me dijo:-Calma, Martina, sólo estaba evitandohacer ruido en lo posible... pero creo queaquí nadie puede escucharnos. Voy a

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tratar de relajarme un poco.La luz de mi vela le iluminó el rostro ypude comprobar que se tratabade ella. Tomé un hondo respiro y recordéque Carmen me había dicho algo muyinteresante hacía unos segundos. Habíavisto una llave que podía ser la del cofrede Susana. No pude evitar ilusionarme.-¿Dijiste haber visto una llave que hacejuego con el cofre? ¡Piensa, Carmen,piensa! ¿Dónde la viste? ¿Fue en algúnlugar de esta habitación? -pregunté.-No lo creo -dijo.-¿Se la viste acaso colgada a Susana?-No... Fue en otro lugar, pienso que enotra habitación... Me parece haberla vistocon el rabillo del ojo, descansando sobrealguna mesa o tocador -respondió.

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Mi amiga parecía hacer grandesesfuerzos para recordar.-¡La señorita Ricci! -exclamó, de repente.-¿La tiene la señorita Ricci? ¿Cómo losabes? -pregunté.-¿Recuerdas cuando te encerraron sincomida el día de la misa de Susana?-preguntó.Asentí.-Ese día tuve que entrar a lashabitaciones de la señora Riedel y laseñorita Ricci en busca de la llave de tuhabitación. Estoy casi segura de haberlavisto en el tocador de la habitación de laseñorita Ricci. Es una llave peculiar, llamómi atención.Me incorporé y pensé en lo que Carmenme estaba diciendo. Haber

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entrado a la habitación del vampyr era sinduda aterrador... pero nada podía ser másinteresante que abrir el único cofre deSusana que estaba bajo llave. Allí debíanencerrarse los mayores secretos denuestra enemiga. ¿Cómo podíamos llegartan lejos sin hacer todo lo posible porabrirlo?-Tenemos que robar esa llave -sentencié.Carmen se echó la capucha para atrás yme miró con detenimiento.-¿No será mejor dejarlo para otra noche?No es que no esté de acuerdo contigo enque tenemos que averiguar qué hay ahíadentro, pero... ya llevamos bastante ratofuera de nuestras habitaciones. ¿Y siAmalia se despertara?Carmen tenía razón. Sin embargo, ya

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estábamos allí y la curiosidad me habíapicado. Sopesé nuestras opciones poraproximadamente medio minuto y dije:-No tenemos absolutamente nada mejorque hacer, Carmen... ¿Qué es lo peor quepodría pasarnos? ¿Qué nos castiguen denuevo? ¡Mejor! Así volveremos aganarnos la desaprobación de nuestrascompañeras y una vez más seremos lasovejas negras de Sainte-Marie. Además:el hecho de que estés considerandorendirte tan fácilmente me indica quetenemos que hacer esto ahora mismo.¡Estamos perdiendo práctica! Nopodemos convertirnos en un par demojigatas -dije-. Eso jamás.—Ay, Martina, ¡cuánta verdad encierrantus palabras! ¿Cómo es posible que yo

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esté sugiriendo que nos echemos paraatrás ahora? ¡Me estoy volviendo unratoncillo asustadizo! No puedo dejarmeamedrentar por algo tan estúpido como laposibilidad de que Amalia nos descubra.¡Ni Amalia, ni la señorita Ricci, ni nadie!¿Cuándo algo así me detuvo en elpasado? Tienes toda la razón: debemosrobarnos la llave del cofre de Susana yamismo.Di varios saltitos de celebración ante laspalabras de mi amiga. Habernos decididoa hacer algo prohibido esa noche mehabía devuelto los ánimos de vivir, y dejarnuestra misión a medias me habríaparecido triste y decepcionante. Ahora lascosas se estaban poniendo muchísimomás interesantes... y terroríficas.

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Nos deslizamos fuera de la habitación deSusana llevando nuestras velas ycomenzamos a bajar las escalerasdirigiéndonos a la salida del edificio. Laseñorita Ricci dormía en el edificio dellado oeste de Sainte-Marie y teníamosque atravesar los jardines para llegar aella. Así que la señorita Ricci ya habíaestado en la habitación de Susana eralógico. Me pregunté si habría abierto elcofre o si habría respetado la memoria desu alumna, limitándose a guardar la llavepara que no se perdiese.La noche estaba despejada y no tuvimosmuchas dificultades en llegar ai otroedificio, exceptuando lo resbaloso queestaba el helado suelo. La delgada capade nieve sucia que había en la mañana se

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había solidificado y habíamos tenido queavanzar con lentitud para evitar una caídamemorable. Ninguna de las dos teníapuestas botas sino zapatillas, pues nohabíamos pensado en que tuviéramosque salir del edificio en ningún momento,y no nos habíamos molestado encambiárnoslas por miedo a despertar aAmalia y para no retrasar más nuestrosplanes. No tardamos mucho en alcanzarel edificio donde dormía la señorita Ricci.Sabíamos cómo abrir la puerta traseracon facilidad y así entramos por allí,cuidándonos de hacer algún ruido quepudiese despertar a las chicas quedormían en las habitaciones quepasábamos. La habitación de la señoritaRicci quedaba en el

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segundo piso y nos detuvimos en elrellano de las escaleras a recuperar elaliento.—Sólo una de nosotras debe entrar —ledije a Carmen-. El movimientode dos personas dentro de la habitaciónpuede hacer que la señorita Ricci sedespierte.-Déjame hacerlo a mí -dijo Carmen-. Séexactamente dónde está la llave si es queno la ha puesto en otro lugar, y además lareconocería de inmediato.Estuve de acuerdo con ella. Terminamosde subir los peldaños que nos faltaban yllegamos a la puerta de la habitación de laseñorita Ricci. Yo me quedé parada allado de la puerta y sostuve la vela de miamiga mientras ella se adentraba en la

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habitación. Dejamos la puerta entreabiertapara que Carmen pudiese alumbrarse conla poca luz que yo le daba desde afuera yla vi moverse con la agilidad de un gatohasta el tocador. Antes que pudiera yoparpadear tres veces, Carmen ya estabaafuera de la habitación de la señoritaRicci, enseñándome el pequeño trofeoque sostenía entre los dedos.-¡Magnífico! -susurré.Bajamos las gradas rápidamente yvolvimos a encarar la helada nochesaliendo por el mismo lugar por dondehabíamos entrado al edificio. La luna sehabía colocado justo encima deSainte-Marie y nos daba luz suficientepara ver nuestro edificio desde dondeestábamos. En un momento sentí que mi

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zapatilla resbalaba y estuve a punto deperder el equilibrio, pero Carmen mesostuvo asiéndome del brazo con fuerza yseguimos caminando con cuidado hastallegar de vuelta a nuestro edificio.Ascendimos hasta el tercer piso otra vez.La madera crujió varias veces debajo denuestros pies y temí que la señoritaKrumlauf fuese a salimos al encuentro enel pasillo: la mataríamos de un susto, deeso no tenía ninguna duda: toparse denarices con dos monjes en la oscuridaddel que había sido un antiguo monasterioera suficiente para mandar a la tumba acualquier institutriz. Más que todo, al subirlas escaleras, tenía miedo de que Susanafuese a salimos al encuentro. El cajónpodía estar sellado, pero... No, era

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imposible. Ya habría atacado a alguien sihubiese podido salir.Por fin estuvimos de nuevo frente a lahabitación del vampyr. íbamos a conocerel secreto que encerraba el misteriosocofre. Cuando entramos por segunda vez,me pareció como si el aroma residual deSusana se hubiese hecho un poco máspalpable.-¡Qué mal huele! -dijo Carmen.Asentí.Mi vela se había consumido en sutotalidad y ahora teníamos que valemossólo de la luz de la vela de mi amiga.-¿Tienes la llave? -pregunté.-Aquí está -dijo Carmen.Nos acercamos al baúl con nerviosismo.Carmen metió la llave en la cerradura y se

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detuvo un segundo.-¿Estás lista? -preguntó.-Nunca he estado más lista para nada enmi vida -respondí, con una mezcla depánico y júbilo.Carmen giró la llave y la cerradura hizoclic. Habíamos dado con la llave correcta.Levantamos la pesada tapa entre las dos.Los contenidos del cofre estaban en laoscuridad.-Acerca la vela un poco; no puedo vernada... -le pedí a Carmen.Ella elevó la vela por encima del cofre,iluminando lo que había adentro de él.Estaba lleno de cosas. Metí la mano y meencontré con un libro que tenía unasinscripciones en un lenguaje que nuncahabía visto antes.

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-¿Sabes qué dice aquí? -le pregunté aCarmen.-No tengo ni la más remota idea -dijo-.Ábrelo. Es extraño que tenga los otroslibros en el baúl sin llave y éste aquí.Lo abrí y pasé las páginas. Me detuve enuna en especial.-Alumbra aquí, Carmen. Mira esto.La ilustración que teníamos frente anosotras mostraba un monje llevando lacruz Patriarcal en una mano.-¡Qué raro! -exclamó Carmen-. Susanatiene un libro que habla de la misma cruzque es capaz de encerrarla en un cajón...¡Éste debe ser un libro muy importante!Pasa la página, veamos si hay algo más.El corazón me latía aceleradamente. Mesenté con el libro sobre las rodillas y

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comencé a examinar las láminas condetenimiento mientras Carmen observabapor encima de mi hombro. No habíamuchas en total, sólo seis. La siguienteenseñaba el retrato de un hombrehorrible: tenía ojos crueles y una sonrisaque me recordaba a la de Susana.Aquella lámina no tenía ninguna leyenda.La tercera ilustración era un pequeñopaisaje de montañas escarpadas con unlúgubre castillo en medio. La cuartailustración era la cosa más escabrosa:mostraba varias jóvenes completamentedesnudas colgando de cadenas conheridas en varias partes del cuerpo. Lasangre que manaba de las heridas caíasobre un gran baño en cuyo interiorestaba una mujer sonriente con una copa

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en la mano. De pie y fuera de la bañerase distinguía la imagen del horriblehombre de la lámina de la segundailustración. Su mirada era tan terroríficaincluso en el dibujo que me estremecídebajo de mi hábito. Parecía como si meestuviera mirando. Carmen y yo habíamosenmudecido. La quinta lámina mostraba ala misma mujer que estaba en la bañera,acompañada por el hombre de la miradaaterradora. La escala de esta ilustraciónera mucho más grande que la anterior ytenía mucho más detalle: ambos estabandesnudos y enredados en un abrazocarnal. Los dos miraban hacia dondehubiese estado el ilustrador y parecíansonreír con orgullo. La mujer era SusanaStrossner. Cerré el libro de un golpe.

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—¿Qué diablos es esto, Carmen? —lepregunté temblando a mi amiga.-¡No lo sé! ¡Es lo más aterrador que hevisto en toda mi vida! -exclamó ella.-No creo tener la capacidad de ver másde estas ilustraciones -dije.-Dame acá ese libro. Ya lo abrimos yquiero ver si hay algo más que nos dépistas acerca de Susana -dijo Carmen.Se lo pasé, y Carmen llegó a la sexta yúltima ilustración.-Esto está interesante... -dijo.Me asomé a observar lo que mi amigaestaba viendo.En el dibujo estaba la misma mujerencerrada en una celda muy estrecha quesólo tenía una pequeñísima apertura,presumiblemente para pasarle la comida

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a la prisionera. La mujer se veía flaca ydemacrada, y estaba tirada en el suelojunto a un plato de comida sin tocar.Tenía los vestidos raídos. No había lechoen la celda, ni nada más. Miré lailustración más de cerca. La mujer estabamuerta. Esta imagen, a diferencia de lasdemás, sí tenía una pequeña leyenda enel margen inferior derecho: 1614.-¿Crees que se trate de Susana? -lepregunté a Carmen.-¡Es idéntica! -dijo.-Pero... ¿cómo puede haber vivido hacetanto tiempo? -pregunté.-Ya sabes lo que dice el padre Anastasio:un vampyr nunca muere.-Tenemos que sentarnos a hablar de estelibro con calma -dije.

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Pensé en conservar el libro, algo me dijoque podría necesitarlo.Carmen siguió hurgando en el baúl yencontró un cofre pequeño conincrustaciones de piedras preciosas.Estaba con llave. De repente escuchamosruidos en el pasillo. A toda prisa,cerramos el baúl con llave y soplamos lavela. Yo me quedé con el extraño libroilustrado y Carmen con el cofre pequeñoque no habíamos podido abrir. A duraspenas si nos habíamos metido detrás dela pesada cortina de terciopelo cuando lapuerta de la habitación de Susana seabrió. Traté de no hacer ningún sonidopero estaba horrorizada y la respiraciónse me entrecortaba. No hallé otra soluciónque contener el aliento. Carmen había

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hecho igual, aunque la sentía temblar depies a cabeza a mi lado. ¿Era ella o erayo?Alguien entró en la habitación. Me parecióque dio un par de pasos y se detuvo.¿Nos habrían descubierto? Los pasos seacercaron hacia nosotras, pero viraronhacia donde estaban los baúles. Sentí lapequeña llave en mi mano como unpedacito de hielo. El libro que sostenía enla otra mano pesaba más de lo normal.Temí que Carmen fuese a dejar caer elcofrecito. Una transpiración helada mecubrió en cuestión de segundos. ¿Quiénhabía entrado a la estancia?La persona abrió primero un baúl y lanzóvarias cosas fuera de él e hizo igual con elotro, gruñendo con el sonido de una voz

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familiar. ¿A quién pertenecía esa voz? Laoí forcejear con el tercer cofre, en lo quepensé era un intento de abrirlo. Escuché ala persona moverse por toda lahabitación. Abría y cerraba cajonesrevolviendo cosas sin ningún cuidado.Fue a la mesa de noche y vació sucontenido sobre el suelo. Los objetosgolpearon la madera haciendo un granestruendo.Cada uno de los ruidos que hacía podíatraducirse en ira. Quien estuviese allíestaba furioso... y yo estaba paralizadadel terror. Había dejado de sentir lasmanos y los pies. De repente, todo elmovimiento cesó y sólo pude percibir unarespiración pesada. Luego dio algunospasos hacia la cortina y volvió a

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detenerse. El olor era muy penetrante.Susana Strossner estaba allí.¿Cómo había logrado salir de la cripta?¿Qué buscaba con tanta prisa? Deseénunca haber salido de mi habitación esanoche. No sólo nos habíamos metido a lahabitación de Susana, sino que tambiénhabíamos robado la llave de su baúl, sulibro y su cofrecito. El vampyrya nos odiaba antes que eso ocurriera. Sinos descubría ahora, tendríamos aúnmenos posibilidades de sobrevivir.¿Podría olemos? Susana parecía verperfectamente en la oscuridad.¿Repararía en la abultada cortina que nosservía de escondite? Sólo podía rezar; nosabía cuánto tiempo más iba a podercontener la respiración... ni cuánto tiempo

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tardaría el vampyr en descorrer la cortina.Cuando menos lo esperaba, los pasos sedirigieron a la puerta. Sentí que me iba adesmayar. Entonces, Susana salió delcuarto y una corriente de aire frío cerró lapuerta con violencia, haciéndome saltaren el lugar de mi escondite.Debieron pasar entre diez y veinteminutos antes que Carmen hablara en unsusurro interrumpido:-Martina, ¡ésa era Susana! ¿Qué estáhaciendo afuera de su ataúd? ¿Cómosalió?-No lo sé, pero es imperativo quesalgamos de aquí antes que regrese...¿estás lista?Carmen asintió.-A la una... a las dos. ..¡ya las tres! -dije, y

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ambas salimos corriendo fuera de lahabitación de Susana.Atravesamos el pasillo a oscuras contanta velocidad como si hubiésemospodido ver por dónde andábamos.Carmen llegó antes que yo a las gradas yya se disponía a bajarlas, cuando penséen algo de vital importancia.-¡Espera! —la detuve.-¿Qué pasa? -preguntó, muerta delmiedo.-¡Si vamos a nuestras habitaciones nosencontrará! ¡Mejor quedémonosen el extremo derecho del tercer piso!-dije.Carmen sabía exactamente qué nosocurriría si nos encontraba. Seguramenteestaba buscándonos a nosotras o a la

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llave... y no teníamosninguna intención de averiguar cuál de lasdos opciones era la correcta. Corrimoshasta el otro lado del edificio y revisamosvarias puertas con la esperanza de podercolarnos en alguna habitación, pero todasestaban cerradas con llave.-¡Rayos! ¿Cuáles tienen inquilinas ycuáles no? -pregunté.Finalmente encontramos una habitacióndesocupada que no tenía llave, la delextremo frontal derecho del edificio.Entramos y cerramos la puerta, buscandoafanosamente un escondite dondemeternos. El armario era demasiadopequeño para las dos. Tampoco habríasido lo suficientemente seguroescondernos detrás de la cortina. Al fin

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nos metimos debajo de la cama, que era,por fortuna, un poco más alta que la mía...apenas si cabíamos debajo de ella, entreel suelo y las tablas. Allí, yertas y con elalma en un hilo, nos quedamosesperando a que Susana abriese lapuerta de un momento a otro y nosmatara... Pero Susana Strossner jamásllegó. Pasaron varias horas y nadie entróen la habitación. Al despuntar el alba, yano sentía mi propia circulación.Estaba pensando que tal vez sería horade salir cuando escuché el relincho de uncaballo que provenía de afuera y el sonidode un coche alejándose.-¿Oyes eso? —me preguntó Carmen,alarmada.—¿Quién podría...? —murmuré,

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mirándola.Lo supe de inmediato, pero ya era muytarde. Salí de debajo de la cama y corrí ala ventana: a lo lejos se divisaba un cochenegro de hermosa madera enlacada confinas aplicaciones de plata en laspuertas... Allá iba Susana Strossner,perdiéndose en el horizonte. El vampyrhabía escapado.

 

CAPITULO SIETE

DESCANSA EN PAZ

El sol que se extendía sobre el paisajenevado de Sainte-Marie contrastaba con

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la fresca herida que Susana había dejadodentro de sus muros antes de partir. Unrefulgente rayo de sol se había colado através de la espesa capa de nubes antesque los demás para caer justo dondehabía estado una vez mi árbol. Poco apoco, el cielo había comenzado adespejarse, y el hielo que cubría losjardines se había convertido en el espejodel más hermoso espectáculo de invierno.El denso cortinaje de nubarrones se habíadescorrido por fin para enseñarnos losAlpes cubiertos de nieve.El vampyr se había marchado. Se habíallevado sus baúles y había dejado aAmalia de Piñérez muerta en su cama.Carmen y yo la habíamos encontradodemasiado tarde. Nunca podré olvidar con

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cuánto dolor dejó este mundo, ni susdesgarradores gritos cuando tratamos envano de salvarla administrándole elmedicamento del padre Anastasio. Amaliase retorcía, profiriendo maldiciones yblasfemando en contra de Dios y todossus santos con sus últimos hálitos devida, mientras yo presionaba un pañoempapado con el remedio contra la casiimperceptible mordedura que tenía en elcuello. De no haber sabido cómo atacabaSusana, yo misma no la habría notado.Sus ojillos tiernos se habían transformadoen dos ardientes tizones llenos de odio ymaldad, y expiró entregando su alma aLucifer. Fue Carmen quien reunió el valorde cerrar sus párpados, y ambas nossentamos a llorar junto al lecho de muerte

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de la que antaño hubiese sido la animadachiquilla que siguiera a Regina Bailey porlos corredores del internado. La señoritaKrumlauf entró a la habitación de Carmenhoras después, cuando esta última y yoya nos habíamos despojado de nuestroshábitos y simplemente mirábamos aAmalia, incapaces de movernos.El cochero de los Strossner había ido porel cuerpo de Susana esa madrugada. Noshabíamos engañado pensando que no selo llevarían hasta la primavera.-¡En cuanto nos libramos de un cadáver,Dios nos manda uno nuevo! -le habíasusurrado Gertrude a Natalie.Habían mandado llamar al médico delpueblo. Según él, Amalia de Piñérezhabía muerto de anemia: tenía todos los

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síntomas de quien ha perdido muchasangre pero no había señales de quehubiese sufrido ninguna hemorragia. SóloMarie, Carmen y yo sabíamos qué habíaocurrido en realidad. También sabíamoslo que tendríamos que hacer al anochecerpara procurarle descanso eterno al almade Amalia.Pensamos en esperar a que viniese elpadre Anastasio, pero era demasiadodoloroso imaginar a Amalia convertida enun vampyr sediento de sangre encerradoen una tumba provisional mientras que suespíritu sufría los tormentos del infierno.Además, después de lo ocurrido conSusana, no podíamos darnos el lujo defiarnos del sencillo grabado del ataúd.Mientras hubiese otro vampyr en el

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mundo, siempre existiría la posibilidad deque la bestia que yaciera adentro de élfuese liberada, causando más muerte ysufrimiento. ¿Cuánto tiempo habríaestado libre Susana? ¿Habría atacado aalguien más fuera de Amalia?Según Natalie le había contado a Marie,los padres de Susana habían enviado unataúd nuevo para su hija. Gertrude habíaacompañado al cochero a la cripta y, porextraño que pareciera, la pesada lápidade mármol y la tapa del ataúd de Susanaya habían sido retiradas. El cochero habíainsistido en que él mismo lo había hechominutos antes y, como los polacos teníanmodos tan extraños, Gertrude habíaterminado por creerle. No había podidoevitar echarle un vistazo al cuerpo de la

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difunta antes que la pasaran al nuevoataúd: la chica lucía tan fresca y hermosacomo cuando había llegado al internado ylas lesiones de su rostro habíandesaparecido. Quizá, después de todo, síhubiera sido una especie de santa envida. El cochero había recogido losefectos personales de Susana con tantarapidez que nadie había podido asistirloen su labor y había partido antes que laseñorita Ricci encontrase la llave del baúlque con tanto esmero había guardadodesde la muerte de su pupila. Nataliedecía que Susana la llevaba colgada delcuello y la señora Riedel se la habíaretirado al morir. Me pregunté si debíadársela a Marie para que la devolviera ala habitación de la señorita Ricci, pero

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llegué a la conclusión de que debíaguardarla de momento.-No sé por qué el cochero llevaba tantaprisa; traté de alcanzarlo para decirle queolvidaba varios vestidos de la señorita queestaban en el armario y algunos libros yjoyas que se habían caído al suelo pero élno hizo caso. Lo último que dijo fue que eltiempo iba a mejorar en unas horas...¡Algo sabrán esos polacos! ¡Mire ustedcómo refulge el sol! Quizá por esodeseaba partir tan pronto; en Valais nuncase sabe cuándo van a volver a hacerseinaccesibles los caminos -había agregadoGertrude.Nadie se había enterado de nuestrasandanzas de la noche anterior.Las maestras y las alumnas estaban

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verdaderamente destrozadas esta vez.Amalia de Piñérez había contado con elafecto real de todo Sainte-Marie, y sumuerte era un verdadero golpe para todasnosotras, en especial para Carmen y paramí, quienes no sólo conocíamos lasverdaderas causas de su muerte sino quetambién nos responsabilizábamosde ella por nuestra falta de atención.Después de todo, éramos las únicas quesabíamos que había un vampyrdurmiendo en la capilla del internado.Esa tarde nos ofrecimos a ayudar a ponerlas cosas de Amalia en orden. La señoritaKrumlauf nos acompañaba sin dejar desollozar un segundo. Interrumpía su llantosólo para gritar "¡Amalia! ¡Pobre niñamía!" y caer en un estado de ahogada

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desolación una y otra vez.Apenas unas horas habían pasado hastaque recordé al antiguo merodeador deSainte-Marie. Lo había olvidado ya que nose le había vuelto a ver y, ahora queSusana se había levantado de la tumbapara marcharse, me daba golpes depecho por semejante descuido. Debía serél quien la había sacado de la cripta.Tenía que ser él. Había llegadoa Sainte-Marie sólo un día después deSusana, y su presencia era tan extrañacomo la de la primera. Tal vez era elmismo cochero que había descargado susbaúles, y nunca se había alejado delinternado realmente. Quizá acampaba enel bosque y había aprovechado la primeraoportunidad para liberar a Susana del

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encierro. ¿Cómo podíamos haber sido tanconfiadas?-No creo que la señorita Ricci se niegue apermitir que nos mudemos juntas a otrahabitación después de esta tragedia -dijoCarmen.Esperaba que mi amiga tuviera razón.Tener que dormir solas en semejanteestado de terror habría sido más queinhumano.-Hablaremos con ella esta misma tarde -ledije.Me partía el corazón el ver las cosas deAmalia de Piñérez dispuestas por toda lahabitación. Tenía una cajita de músicacon una bailarina diminuta de porcelanaque giraba sobre su eje. Cuando Carmenla abrió, me hizo llorar.

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-Ciérrala, ¿quieres? -le pedí.-Lo siento -dijo mi amiga y ambasguardamos un profundo silencio.Regina no había tenido el valor de pasarpor la habitación de Amalia. Después dehaberse dado el lujo de no apreciardurante años la lealtad de su amiga, sehabía dado cuenta de cuánto la adoraba.Estaba deshecha. Nunca había visto aRegina expresar emociones tansinceras, y nunca me la habría imaginadosumida en tan profundo dolor si no lahubiese visto con mis propios ojos. Habíallorado ininterrumpidamente dos horas enmi regazo después de enterarse de lamuerte de su amiga en la mañana. Enesos momentos me sentí muy cerca de lapobre Regina y viví su pena como si fuera

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mía. Bueno, en realidad lo era tanto omás.Regina había dicho que Amalia habíaestado comiendo menos que decostumbre los días anteriores, lo queexplicaba el diagnóstico del médico delpueblo. Todas se preguntaban si Amaliaintentaba imitar los hábitos alimenticios deSusana Strossner. Después de escribir alos padres de la difunta, la señorita Riccinos había dado un largo discursoinformándonos que las alumnas que senegaran a comer todos sus alimentosserían enviadas a casa de inmediato. Noiba a permitir que la reputación deSainte-Marie decayera por la necedad deunas cuantas chicas que, Dios sabía porqué, habían decidido dejar de

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alimentarse.Mientras metía los libros ilustrados deAmalia en una caja de madera no podíacontener las lágrimas, y no sabía quéprimaba más en mí, si la rabia o el dolor.En un momento determinado, la voz deCarmen me sobresaltó:-Aquí está el diario de Amalia -dijo-. ¿Loponemos en esa caja también?Tomé el diario de Amalia entre mis manosy un escalofrío me recorrió.-Carmen, no sé cómo explicar lo quesiento, pero creo que debemosdejar este cuaderno por fuera -dije.—¿Y hacer qué con él? -preguntóCarmen.-No lo sé, pero... por alguna razón meparece muy triste que toda Amalia quede

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guardada en cajas. Éste es un pedazo deella que, en cierta forma, continúaestando vivo. Me gustaría conservarlo,aun cuando fuera por un tiempo.—Haz lo que sientas, Martina. Yo no mecreo capaz de discernir entre lo que estábien o está mal en este momento -dijoCarmen.Así pues, me llevé el diario de Amalia a mihabitación y lo metí en mi baúl junto conel libro de Susana, el cofrecito y la llaveque le habíamos quitado a la señoritaRicci. Inmediatamente después me lavé;había estado en la habitación de Susanay sentía que había quedado impregnadade su suciedad.Abrí la cortina de mi habitación y dejé quela luz solar inundara cada rincón de la

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estancia. Me senté a calentarme un ratofrente a la ventana, observando los restosde mi árbol en descomposición. Tal vezesa misma noche Amalia se les uniría a ély a mi tía Verónika en el paraíso. Tododependía de que Carmen y yo fuésemoscapaces de llevar a cabo la penosa tareaque había recaído sobre nuestroshombros. Tomé el enorme cuchillo decarnicero que Marie me había dado, loenvolví en un chal, y me eché a llorar sinconsuelo sobre la cama hasta que cayó lanoche.Carmen y yo nos encontramos en mediode la oscuridad vistiendo nuestrospesados hábitos de monje. Parecíademasiado pronto para tener que usarlosde nuevo. El hielo se había derretido con

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los tibios rayos del sol de la tarde y estavez sí nos habíamos puesto nuestrasbotas. Nuestros pies se hundían en elbarro mientras nos encaminábamosa la cripta de la capilla. Habíamos selladoel ataúd de Amalia con la cruz Patriarcalen cuanto la habían metido en él despuésde la misa para evitar que escapase. Sucuerpo no estaba siendo velado: la moralde todo Sainte-Marie estaba por el suelo ynadie había tenido las fuerzas paraquedarse acompañándola aquella noche;la sorpresa y el dolor eran demasiadoagobiantes tanto para las alumnas comopara las institutrices. Era seguro que lospadres de Amalia enviarían por sus restospara llevarlos a España y, por lo tanto, sehabía repetido la misma operación que

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antes se hubiera realizado con Susana:Amalia descansaría en la cripta de lacapilla hasta que vinieran por ella.Carmen y yo entramos en silencio a lacapilla y cerramos la puerta detrás denosotras. Era yo quien cargaba la alforjaque contenía los implementos necesariospara liberar el alma de la buena Amalia.Bajamos los escalones que llevaban a lacripta, adentrándonos en la lúgubre yhúmeda atmósfera que en ella serespiraba. Nunca había tenido tantomiedo; no podía coordinar mismovimientos y me costó mucho llegarhasta el fondo de la bóveda.-¿Estás tan asustada como yo? -lepregunté a Carmen.-Multiplica el miedo que tengas por mil y

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sabrás cuál es la magnituddel mío —respondió.Derretí la base de mi vela con la deCarmen, y la pegué sobre el suelo junto alataúd de Amalia. Tenía los dedoscongelados, y tuve que calentármelos unpoco con la llama.-Bien. Aquí estamos -dijo Carmen.Nos quedamos mirándonos la una a laotra, esperando a que alguien tomara lainiciativa. No me sentía capaz de haceralgo tan horrible como lo que noshabíamos propuesto.-Y... ¿si mejor llamamos al padreAnastasio? -pregunté.-Martina -dijo Carmen-, sé exactamente loque estás sintiendo. Nadie te comprendemejor que yo. Quisiera salir corriendo de

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este lugar, montar un caballo y huir parasiempre, olvidando todo lo que hemosvisto, oído y vivido... Lamentablemente,somos las únicas personas que puedenayudar a Amalia en este momento. ¡Yo laquiero! ¡En este momento estáremoviéndose dentro de ese ataúd conhambre, convertida en un vampyr!-¡No le digas así, Carmen! -pedí, -¡Es laverdad, Martina! Susana se salió con lasuya y te juro, te juro por lo más sagradoque no voy a dejar que Amalia pase undía más de sufrimiento. Tú misma laescuchaste entregando su alma a Lucifer.¿Puede haber algo peor que eso? Quizásólo saber que si hubiésemos tenido losojos y los oídos bien abiertos, nada deesto habría ocurrido.

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¡Me siento responsable de lo que le pasóa Amalia! Regina dice que hace díascomía menos. Eso quiere decir queSusana ya la había convertido en vampyr.Si yo no hubiera estado durmiendo a sulado cada noche, tal vez podríaperdonármelo... ¡Pero mientras yo soñabacon viajes y diversiones, el demonio sechupaba toda ía vida de esta pobreinocente! -exclamó Carmen, con lágrimasmojándole las mejillas-.Así que no me pidas... -continuó- te ruegoque no me pidas que lo dejemos paradespués. Sé que es el acto más macabroque alguien podría concebir. Sé que nohas parado de preguntarte cómo haráspara olvidarlo una vez que lo hagas. Séque nunca volveremos a ser las mismas

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después de esto... pero si no lo hacemos,no podré vivir con mi conciencia. Tútampoco, Martina. Si llegase a haber unasola víctima más, sería nuestra culpa.Sólo tú y yo podemos hacer algo alrespecto, y tenemos que hacerlo estamisma noche. Así que dime, amiga mía:¿estás lista para que enfrentemos nuestrodestino?Los hermosos ojos de Carmen estabanllenos de amor y compasión.-Estoy lista -dije.Lo que vivimos después fue tan triste queaún me arranca lágrimas de los ojos.Retiramos la pesada lápida de piedra deencima del ataúd con muchísimoesfuerzo. Varias veces estuvimos a puntode soltarla y hacernos daño. Cuando por

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fin pudimos apoyarla sobre su costado allado del ataúd, Carmen dijo:-Dame el cuchillo.Se lo di y fijé los ojos en la tapa.—Retira la cubierta del ataúd, Martina, porfavor.Tardé un par de segundos en moverme.-¡Hazlo ya, Martina! Si cualquiera de lasdos pierde el impulso, no seremoscapaces de hacer nada e inclusopodríamos morir.Ya sabía lo que tenía que hacer. Abrí latapa del cajón y la luz de las velas cayósobre el cuerpo inerte de Amalia. Se veíatan frágil e inocente como una niñapequeña. Su rostro estaba pálido por lafalta de sangre y sus labios se veíanblanquecinos. Sus manos estaban

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replegadas la una sobre la otra. No pudeevitar llorar. En ese instante, Amalia abriólos ojos y se sentó dentro del ataúd. Suexpresión había cambiado por completo.Abrió las fauces de par en par con unamueca hambrienta, enseñando doslarguísimos colmillos e hizo ademán desaltar fuera de su lecho apoyándose en elborde del ataúd.-¡Sujétala, Martina! ¡Rápido! -gritóCarmen.Corrí a ponerme detrás de Amalia, al piede la cabecera del cajón, y la aferré contodas mis fuerzas de los hombros,bajándola de nuevo al fondo del ataúd.Amalia lanzaba manotadas y tuve quesujetarle las manos, doblándole losbrazos hacia atrás por encima de la

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cabeza. Por fortuna, Amalia era muydelgada y no tenía la fuerza de Susana,porque estaba tan enfurecida que era muytrabajoso contenerla. Con una voz quehabría sido impensable escuchar de suslabios, comenzó a maldecirnos al tiempoque me clavaba una mirada que sólo undemonio podría tener. Sin perder unsegundo más de tiempo, Carmen seinclinó sobre ella con el enorme cuchillo.Tuve que cerrar los ojos. Sólo podíaseguir sujetando a Amalia con todas misfuerzas mientras rezaba, suplicándole aDios que se conmiserara de nosotras.Cuando Amalia dejó de moverse, pudeabrir los ojos de nuevo. Mis brazos habíanquedado fijos en la misma posición, y misdedos estaban firmemente enterrados en

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su piel. Fue entonces cuando miré elrostro de Amalia. La pequeña tenía losojos cerrados con un semblante de paz.Entonces los abrió por última vez y, con lamirada más dulce, me miró y dijo:—Gracias.Ésas fueron las últimas palabras deAmalia de Piñérez. Una sonrisa se dibujóen sus labios y volvió a cerrar los ojospara no abrirlos nunca más. Carmen teníauna rodilla puesta sobre el pecho denuestra compañera y había soltado elcuchillo para cubrirse la cara mientraslloraba convulsamente. Solté a Amalia ycorrí a bajar a Carmen de su posiciónsobre el cadáver. Mi amiga no paraba detemblar y llorar. La abracé y asípermanecimos un largo tiempo, la cabeza

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de Carmen apoyada sobre mi hombro.-Lo hiciste, Carmen. Salvaste a Amalia -ledije sin soltarla.-Tengo las manos llenas de sangre,Martina —dijo Carmen.Mi amiga se sentó temblando en un rincóny yo me encargué del resto. El cuchilloreposaba sobre el regazo de Amalia. Loenvolví en el pañuelo que Carmen habíausado para limpiarse, y lo metí en laalforja. Acomodé a Amalia con cuidado ensu lecho de muerte. A duras penas si senotaba que su cabeza hubiese sidoseccionada. Habíamos presenciado unverdadero milagro cuando su alma sehabía despedido de nosotras. La cubrícon la sábana hasta el mentón y llené suboca de flores silvestres secas: los

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enormes colmillos habían desaparecido.Levanté la tapa del ataúd y miré a Amaliapor última vez. Parecía un ángel de luz.-Adiós, Amalia -dije, y acomodé la tapadel cajón sobre ella.Después de eso, Carmen y yo volvimos acolocar la lápida sobre el ataúd, y lasalpicamos con agua bendita.Recogimos nuestras cosas y salimos dela cripta a la capilla. Al salir, el viento de lanoche me reanimó. Sentí que algo muyhermoso acababa de pasar. No podíadejar de pensar en el valor que Carmenhabía demostrado en el interior de labóveda, y sentí una intensa admiraciónpor la figura que caminaba junto a mísobre el suelo fangoso.-Eres extraordinaria, Carmen -le dije.

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—Martina... -comenzó a decir ella.-¿Sí? -Quiero que me prometas algo.-Lo que quieras -dije.-Si algún día me llegase a ocurrir lomismo que a Amalia...—¡No digas eso! —le pedíahogadamente.—No, escúchame, Martina. No podemosignorar el hecho de que Susana es unagran enemiga. Las fuerzas con que nosenfrentamos son poderosas; mucho másque nosotras. Tú y yo somos sólohumanas. Yo no creo que SusanaStrossner vaya a olvidarse de nosotrastan fácilmente. Creo que volveremos averla. Y quiero que me prometas, Martina,que si algún día algo llega a pasarme...Nos habíamos detenido junto a la puerta

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de nuestro edificio y el cielo estabadespejado aún. Varias estrellas brillabansobre nosotras. La expresión de Carmenera firme y serena:—... harás por mí lo mismo que tú y yohicimos por Amalia. Prométemelo, porfavor, por el afecto que nos une.Prométemelo.Miré a mi amiga a los ojos, y le dije:-Te lo prometo.Nos quedamos un rato en silencio,mirando hacia arriba. Allá, en algún lugar,estaba Amalia de Piñérez sonriéndonos.La señorita Ricci había accedido a queCarmen y yo volviésemos a compartir unahabitación, así que desde esa noche sequedó conmigo; al otro día nos darían uncuarto nuevo al que podríamos mudarnos.

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Carmen todavía tenía sus cosas en lahabitación que compartía con Amalia ypasamos por allí para que ella pudieserecoger lo necesario para la mañanasiguiente. Tomó un vestido, medias yalgunos efectos personales, y subimos ami habitación.-No sé por qué tuvimos que vivir esto,Carmen, pero debe haber alguna razón-le dije, cuando ya estábamosdescansando.-Sí. La razón es que el mal decidió venirpersonalmente a nuestro encuentro enSainte-Marie -dijo ella.-Ese libro que tomamos de su baúl...-¡Ese libro maldito! -exclamó Carmen.-Tal vez no -dije.-¿Qué quieres decir? -preguntó mi amiga.

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-Bueno... ¿no te has puesto a pensar enque parecía ser una historia?-¿Una historia? ¿De qué?-Esa mujer de las láminas es demasiadoparecida a Susana. Es idéntica a ella. Nocreo que se trate de una antepasadasuya. Susana es vampyr, cosa que haceposible que haya existido desde hacemuchísimo tiempo, tal vez siglos. Creoque el libro narra la historia de su vida-dije-. De la vida y muerte de Susana.-Es posible, pero... si de verdad se tratasede Susana, sería extraño que aparecieramuerta en el libro de hace más dedoscientos años y ahora estuviese viva...Aunque, pensándolo bien, sabemos quela única forma de que un vampyr muerade verdad es cortándole la cabeza o

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prendiéndole fuego a sus restos. Tal vezSusana no estaba muerta en esa celda-dijo Carmen.-¡Tal vez sí estaba muerta!-Me estás confundiendo, Martina.-Lo que estoy tratando de decir es que meparece que la última lámina del libromuestra el castigo que se le dio a Susanapor sus crímenes en ese entonces.-Es decir que... ¿crees que Susana símurió en esa celda, y después revivió?-Sí. Ese libro contiene pistas que podríanser bastante esclarecedoras si lasanalizamos -dije.-¿Alguna otra? -preguntó Carmen.-Por ejemplo, sabemos que los vampyrbeben la sangre directamente de susvíctimas, clavándoles los colmillos en la

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carne, ¿no es así? En las láminas, lasjóvenes colgaban de cadenas y sedesangraban mientras que la mujer iguala Susana se bañaba en su sangre,bebiendo de una copa -dije-. Tanespantoso como es... no es algo que unser humano muy malvado no pudierahacer. No había ninguna ilustración deSusana hincada sobre su víctima, ni conel rostro transfigurado enseñando dosenormes colmillos.—Interesante...-Para los horrores que muestra, el libro haomitido específicamente el caráctersobrenatural de Susana... lo que para míindicaría que narra la historia de unaSusana humana. Monstruosa y criminal.Depravada y perversa. Pero humana. ¿Ya

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ves a dónde voy con todo esto?-pregunté.-Creo que sí... Espera, déjame pensarlo-pidió Carmen.Sonreí mientras mi amiga descubría mispensamientos. Sabía que Carmen llegaríaa las mismas conclusiones que yo.Súbitamente, vi el brillo en sus ojos:-¡Martina! Martina, por Dios, ésa es lahistoria de... ¡La historia de Susana antesde convertirse en vampyr -exclamó.-Exactamente. Estoy casi convencida deque ése es el tema del libro.-¡Esto es genial! ¿Quién habrá escrito ellibro, y por qué motivo?-Eso mismo me pregunto yo. Si Susanade verdad fue encarcelada por loshorribles actos ilustrados en el libro, debe

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haber sido un gran escándalo en suépoca. Es muy probable que Susanafuera un personaje importante en eseentonces... Pero se me ocurre que,además de querer dejar esos actos tanrepugnantes plasmados en un libro parala posteridad, el autor debía estarampliamente informado de los secretos denuestra enemiga -dije.-¿Por qué lo dices?—Más que todo, por la lámina delcomienzo, que mostraba un monjellevando la cruz Patriarcal.-Continúa, por favor.-La cruz Patriarcal es un símbolo capazde retener a un vampyr en su tumba, ¿noes así? -pregunté.-Sí, así es -dijo Carmen.

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—Es muy interesante que el libro quecuenta la historia de la vida de Susanacomience con la misma cruz.-Sí. Es muy interesante... -dijo Carmen.-Allí se encierra un gran misterio quedebemos tratar de resolver. Hemos vistoque ese símbolo ha rodeado todos losacontecimientos de los últimos tiempos deuna u otra forma. Hasta ahora, sabemosque es capaz de retener al enemigo en latumba. El libro debe contener informaciónmuy valiosa con respecto al porqué lacruz Patriarcal tieneun poder tan especial sobre los vampyr.Tenemos que averiguar en qué idiomaestá escrito el libro y quién lo escribió-concluí.—Tal vez el padre Anastasio nos pueda

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ayudar con eso. Además, tenemos que ira contarle lo ocurrido. Deberíamos viajaral pueblo mañana mismo -dijo Carmen.-Sí, es imperativo. Estoy segura de que laseñorita Ricci estará de acuerdo con quevayamos a verlo -dije-. Le diremos quenecesitamos buscar sosiego en la iglesiadel pueblo por la muerte de Amalia... y noestaríamos mintiendo. Llevaremos el librocon nosotras.Después de rezar, Carmen se durmió. Yome quedé pensando en el libro y en lascosas que se nos habían ocurrido a partirde sus ilustraciones. ¿Sería esa mujerSusana o una antepasada suya? ¿Quiénsería el hombre que la acompañaba?¿Quién habría escrito el libro? Cadanoche tenía más interrogantes. Me

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parecía que, entre más cosasdescubríamos, más preguntas surgían.De todos los misterios que queríaesclarecer, había uno que me quitaba elsueño por encima de los demás: ¿por quéhabía ido Susana Strossner aSainte-Marie?Esa noche soñé que estaba en un lugardonde nunca había estado en la vida real.Me hallaba caminando por estrechospasillos en cuyas paredes había variosretratos. El suelo estaba cubierto con unaalfombra delgada muy hermosa. Derepente, llegaba a una escalinata deestrechos peldaños. La atmósfera seponía un poco densa a medida quedescendía, pero no me detenía. Era comosi tuviese un buen presentimiento. Al final

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había una pesada puerta ornamentadacon muchísimos detalles geométricos deflores y pájaros de arriba abajo. La puertano tenía un cerrojo normal, nunca habíavisto algo así. Traté de empujarla, peroestaba cerrada. Puse mi mano sobre laextraña cerradura y, en ese instante,escuché una voz resonando tanto dentrocomo fuera de mí: "Sólo tú puedesabrirla".Entonces desperté. Estaba amaneciendoy Carmen aún dormía a mi lado. Tomé micuaderno de dibujo y traté de dibujar lapuerta con tanta exactitud como pudeantes que su imagen se borrara porcompleto de mi mente. ¿Cuál habría sidoel significado de ese sueño? Teníamosdemasiadas cosas que hacer, así que

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dejé de pensar en el sueño, me lavé, mevestí y desperté a Carmen.Fui a buscar a la señorita Ricci parapedirle permiso de ir a ver al padreAnastasio y Carmen se quedó alistándoseen la habitación. Tal como loesperábamos en tales circunstancias, laseñorita Ricci se mostró bastantecomprensiva y accedió a dejarnos ir. Esedía no iba a haber clases en Sainte-Marie.Carmen y yo tomamos nuestro desayunoantes que las demás alumnas y subimosde inmediato a mi habitación para tomarel libro. No llevamos el cofrecito pueshabíamos decidido ir cabalgando en vezde en coche para ahorrar tiempo.Quedamos de regresar antes que cayerala noche y emprendimos el camino de ida

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en cuanto metimos el libro en la alforja.El padre Anastasio estaba muysorprendido de vernos.-¿Qué ha ocurrido? ¡Vuestras caras detragedia preceden las noticias que vais adarme! -dijo en cuanto cruzamos elumbral.El pobre padre Anastasio lloraba mientrasescuchaba nuestro relato de los sucesosdel día anterior.—¡Ay! ¡Pobres criaturas de Dios! ¡Lascosas que habéis tenido que vivir! ¡Noentiendo por qué tuvo que volver a Valaisel demonio! -exclamaba.-Ahora no sólo ha muerto nuestra amiga,sino que le hemos perdido el rastro alvampyr, padre -dijo Carmen bajando lamirada.

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-¡Ni se te vaya a ocurrir culparte por losucedido, Carmen! ¡Y tú tampoco,Martina! Aquí el único culpable es elcondenado vampyr. Pero ya lo atraparé.Además... según decís, tenemos algunaspistas de su procedencia, ¿no? A ver,hija, enséñame el libro.Saqué el libro de la alforja y se lo pasé alpadre Anastasio.-Esto está muy interesante... -dijo elpadre, al tiempo que se cuadraba losanteojos. Se detuvo a analizar una páginacon cuidado y prosiguió-: Es un lenguajeque no he visto antes y, sin embargo,pareciera ser el resultado de la mezcla dedos idiomas diferentes. Tal vez latín y...húngaro.Conocía ambos idiomas, pero no había

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podido entender nada al verlosentremezclados.-¿Cree que pueda descifrar algo de lo quedice? -le pregunté.-Tal vez con suficiente tiempo. ¡Nunca sesabe! -respondió.-Padre Anastasio: ¿quién cree que hayaescrito este texto? -preguntó Carmen.-Por lo complicado del lenguaje y lodelicada que es la caligrafía, diría queéste debe ser el trabajo de algún monje-dijo él.-Pero... ¿por qué tendría un vampyrunlibro escrito por un monje? -pregunté.-Para comenzar, es la historia de su vida.Tal vez contenga recuerdosentrañables para el vampyr en cuestión.Debe tener un gran valor sentimental para

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ella, siendo tan malvada como es -dijo elpadre Anastasio.-Me siento conmovida -dije.-¿Por qué lo tendría bajo llave, separadodel resto de sus efectos personales?-preguntó Carmen.-Me imagino que para que no cayese enlas manos equivocadas. No debe serle degran provecho que alguien se entere dequién fue en una... vida pasada.Tendríamos que ver qué hay en esecofrecito que hallasteis con el libro.-Cierto -dije—. Ese cofre debe encerrarmuchos secretos que nos convendríaconocer. En cuanto podamos volver, yojalá sea pronto, lo traeremos connosotras. Quédese usted con el libro,padre, y escríbanos si descubre cosas

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nuevas, ¿le parece?-Cuenta con ello. hija. Le pediré a Damiánque os acompañe a Sainte-Marie yregrese mañana en la mañana. No meparece seguro que viajéis solas hasta allá,y menos al caer la tarde -dijo el padre.Después de merendar partimos conDamián, el acólito de la parroquia,dejando el libro en buenas manos. Habíanevado ligeramente y el sol apenas seocultaba cuando llegamos a Sainte-Marie.Después de reportar nuestra llegada a laseñorita Ricci, nos despedimos delamable Damián, a quien acomodaron enel edificio central después de darle unabuena cena.La señorita Krumlauf nos tenía escogidauna nueva habitación en el segundo piso,

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y nos ayudó a trasladar nuestras cosas aella en compañía de la señora Riedel y unpar de alumnas más jóvenes que seofrecieron a darnos una mano. Era unalivio tener de nuevo una habitacióncompartida con mi mejor amiga. Era másgrande que la anterior y las camas teníanmejores colchones.-La estábamos amoblando para la llegadade las nuevas alumnas después delverano, pero ya está lista. Además,vosotras partiréis antes que ellas lleguen.Podéis usarla mientras tanto -dijo laseñorita Krumlauf.Carmen y yo pasamos el resto de lanoche desempacando nuestras cosas yacomodando la ropa en el armario.Cuando ya casi daban las nueve,

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estábamos rendidas del cansancio.-No creo poder permanecer despiertamucho más tiempo -le dije a Carmen.-Yo tampoco -dijo ella.Nos metimos en nuestras respectivascamas y nos dispusimos a dormir pero, alponer la cabeza sobre la almohada, meencontré pensando en Amalia. ¿Cómo eraposible que algo tan horrible le hubieseocurrido a una criatura tan inocente? Losojos se me llenaron de lágrimas.Entonces, tuve un impulso repentino. Salíde las cobijas, abrí mi baúl y saqué eldiario de Amalia. Cuando volteé a ver aCarmen, ya estaba profundamentedormida. Pensé que en otro momento lahabría despertado para que pudiese leerel diario conmigo, pero la pobre había

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pasado por cosas tan espantosas quenecesitaba tiempo para recuperarse.Además, ella había compartido unahabitación con Amalia y por este motivo latragedia la tocaba más profundamenteque a mí. Volví a acostarme en la cama yme dispuse a leer el diario de Amalia. Lasprimeras páginas no me interesaban, sóloquería saber si había escrito algo alrespecto de Susana que pudiese darnosalguna pista de los ataques.La siguiente es una transcripción de laspáginas que leí, páginas que helaron micorazón y despertaron en mí una sed devenganza que hasta ese momento nohabía conocido jamás.

 

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CAPITULO 8

DIARIO DE AMALIA DE PIÑÉREZ

Viernes 31 de octubre de 1879Querido diario:Hoy ha llegado una nueva alumna aSainte-Marie. Se llama Susana Strossnery es muy guapa. Tiene pelo y ojos decolor granate; nunca había visto uncolorido semejante. Regina y yo laconocimos hace algunas horas en el gransalón. Susana entró cuandoCarmen terminaba de declamar unapoesía dedicada a Gíovanni Rossi.¡Madre mía! ¡Qué poesía! Regina estabafuriosa. Por las líneas del poema se podía

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deducir que Carmen y Gíovanni habíantenido un romance en el pasado, yninguna de nosotras lo sabía. Por si fuerapoco, el poema dejaba a Gíovanni enridículo pues resaltaba sus peoresdefectos... Pobre Regina. Sé que se sintiómuy humillada porque me juró que sevengaría de Carmen. Pero yo conozco aRegina y sé que ella también haprovocado a Carmen y a Martina endemasiadas ocasiones... En cierta formapienso que se lo buscó, aunque nunca selo diré porque me retiraría su amistad. Detodas formas, al menos ella tiene la suertede tener la atención de un chico. Mepregunto qué se sentirá ser hermosacomo mis compañeras y recibir notas deamor... ¿Qué se sentirá ser mirada de esa

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manera por Gíovanni Rossi?Ah, Gíovanni. Creo que me enamoré de élla primera vez que lo vi. Estaba tanapuesto con su traje, entrando al baile...Recuerdo haber sentido que la sangre mesubía al rostro cuando pensé queavanzaba hacia mí. Pero, claro, fue muyestúpido de mi parte. ¡Cómo se burlaríande mí si supieran que una idea tan ridiculase me pasó por la mente! Gíovanni fuedirecto hacia Regina, quien se encontrabaa mi lado. ¿Cómo podría un chico comoGíovanni Rossi fijarse en una persona taninsignificante como yo? Ni siquiera loschicos de los establos de Sainte-Marie memiran. Soy invisible. Tal vez, si fuesemenos tímida, podría tener al menos otraamiga. Pero sólo sirvo para seguir a

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Regina a todas partes. Sé que tolera mipresencia porque soy la única personacapaz de complacer todos sus caprichos:llevar sus libros, hacer sus deberes,peinarla... Aun así, me consideroafortunada de ser su amiga. Ella no esuna mala persona. Es así porque estáacostumbrada a ser tratada condeferencia, por ser tan bella y tan célebre.Y ahora, además, estoy viviendo el amora través de ella. Imagino, cada vez querecibe una carta de Giovanni, que es a mía quien escribe. ¡Por Dios! ¿Por qué tuveque mirar a ese chico? Yo soy una deesas personasque debería mantener sus ojos cerradostodo el tiempo... sobre todo, cuando memiro al espejo. Soy tan flaca y

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desgarbada... ¡Tengo diecisiete años yparezco una niña de trece! Por si fuerapoco, tengo la personalidad de una roca.Si fuera ingeniosa como Martina Székelyo graciosa como Carmen Miranda, almenos haría reír a la gente. Nadie jamásha mostrado interés en mí. Nadie... hastahoy: Susana Strossner ha sido muyamable. Es la primera persona que me hapreguntado algo acerca de mí. Mepreguntó cuál era mi asignatura favorita, ytambién me dijo que tenía bonitos ojos.¡Si supiera cuan feliz me hizo con tanpequeños detalles! Incluso me dijo queella podía enseñarme a peinarmepara realzar mis rizos. Me ha hechomucha ilusión conocerla. Me pareceincreíble que una chica tan hermosa y

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elegante haya sentido curiosidad por mí.Tal vez si llego a ser amiga de SusanaStrossner pueda contagiarme un poco desu belleza y donaire. Ahora me voy adormir... pensando, como siempre, enGiovanni Rossi.

Domingo 2 de noviembre de 1879Querido diario:Han pasado muchas cosas desde laúltima vez que escribí en tus páginas.Demasiadas. En realidad, son tantas queno sé ni por donde empezar. Estoy muyconfundida, pero también feliz. Al menoscreo estarlo. Tengo que estarlo. Elviernes, después que me fui a dormir.Carmen y Martina hicieron un escándalo

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espantoso en la habitación de la última ypor ende fueron castigadas. La señoritaKrumlauf las dejó encerradas todo el finde semana y yo tuve que mudarmetemporalmente a otra habitación. Segúnme enteré, Martina dijo que había visto aldemonio y que su caicifijo estaba cubiertode sangre. Debía tratarse de algunabroma pues, aunque algunas chicas dicenque ya se le zafó un tornillodefinitivamente, a mí ella me parece todomenosloca. En fin, con el traslado al otro cuarto,se me olvidó llevarte conmigo y tengomucho que escribir. Espero que Carmenno te haya encontrado, ni leído lo queescribí de Giovanni el viernes. ¡Nadiepuede enterarse de lo que siento por él!

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Bueno, pues, me pusieron en la pequeñahabitación rosa del tercer piso el sábadoen la mañana. Puse un par de vestidos enel armario y bajé a desayunar. Medecepcionó mucho no encontrar a Susanaallá en el comedor junto con las demásalumnas, pero la señorita Ricci dijo que suestado de salud es muy delicado y porello debe tomar sus alimentos en cama.¡Nunca me lo habría imaginado! Susanaparece ser una chica llena de vitalidad.Pobrecita. Enterarme de eso me ha hechosentir muy mal, pues me demuestra que aveces las personas que parecen ser másprivilegiadas también pueden tenergrandes problemas. De todas formas, meparece admirable que Susana sea tananimada estando enferma.

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Después del desayuno quise ir a visitarlaa su habitación y llevarle algún libro paraque se entretuviera, pero recordé quetodos mis libros estaban en mi habitacióncon Carmen, bajo llave. Decidí ir de todasformas y brindarle un poco de compañía,aunque no quería molestarla. Cuandollegué a su habitación, Susana sesobresaltó, pero inmediatamente sonrió yme invitó a pasar. En cuanto entré, advertíque tenía un pequeño vendaje en la frentey le pregunté qué le había pasado. Medijo que se había golpeado cuandotrataba de bajar un libro de la partesuperior del armario. Al parecer, sucofrecito de las joyas le había caídoencima al tirar del libro pues estabaencima de él. Aunque estaba muy

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fatigada, Susana se mostró muy contentade verme y me pidió que me acercara aabrazarla. ¡Qué chica más dulce! Estabaacostada en la cama y tenía puesta labata más bonita que haya visto. Era roja,del color de su pelo, y tenía finosbrocados de hilo de plata y oro. Se veíapreciosa, aún más guapa que Reginacuando está acicalada para un banquete.Me hizo espacio para que me sentara asu lado en la cama y le pregunté si habíadesayunado bien, a lo que respondió queprácticamente no había podido probarbocado desde que había llegado aSainte-Marie. Le pregunté si la comida noera de su agrado pero ella sonrió diciendoque le parecía más que apetitosa.Asumí que su enfermedad no le había

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permitido comer como es debido. Adiferencia de Regina, Susana me tratócon cariño y respeto durante toda la visitaque le hice. Me contó que sus padres hanido a América a comprar algunaspropiedades mientras ella se educa enSainte-Marie. No pude menos queasombrarme de que una chica tanrefinada piense que necesita máseducación de la que ya posee. Hablaun francés exquisito y dice cosasfascinantes; se nota que ha sidoampliamente instruida, mucho más quecualquiera de nosotras. Me contó tambiénque vino desde Polonia, en donde habíavivido largo tiempo, aunque ha viajadomuchísimo.Me dijo que aún se hallaba muy débil para

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levantarse de la cama, pero me prometióque en cuanto pudiera hacerlo me dejaríaprobarmesus joyas y me haría un bonito peinado.Me invitó a que volviese a visitarla en lanoche y, cuando me despedía para noincomodarla más, me detuvo. Mepreguntó si había visto a Martina y leconté del castigo que les habían dado aella y a Carmen.-¡No es suficiente! -exclamó, y me parecióver que sus ojos brillaban con ira. Sinembargo, su expresión se suavizó y dijoque Carmen y Martina habían sido muyantipáticas con ella y que le parecía demuy mal gusto que Carmen se hubieseburlado de forma tan cruel de un pobremuchacho enamorado. Estuve de acuerdo

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con ella. Gíovanni Rossi se merece losmás exquisitos poemas de amor. Me sentítan en confianza con Susana que estuvea punto de contarle acerca de missentimientos por Gíovanni, pero mecontuve. Habría sido muy triste para míque Susana se burlara de mis tontasfantasías. Me despedí de ella y fui a mihabitación provisional. Luego fui dondeRegina y le conté que había visitado aSusana. Regina me reprendió por nohaberla invitado, pero yo estaba contentade haber ido sin ella porque siempredomina la conversación y me opaca. Encambio, yendo sola donde Susana, habíapasado un rato sumamente agradable. Noquise contarle a Regina que iba a volver aver a Susana en la noche. Creo que

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Regina se puso celosa de mi visita porquese peinó muy bien y dijo que ella tambiéniba a ver a Susana. Pensé enacompañarla, pero me lo prohibió. No meimportó. Sabía que iría a visitarla en lanoche, y eso bastaba.En la tarde hice mis deberes y luegocenamos todas juntas. Las chicas estabandecepcionadas de no haber tenido laoportunidad de charlar más con Susanadesde la noche anterior, pero la señoritaRicci dijo que nadie debía molestarla.Regina me contó que había ido a verla,pero que Susana la había despedido muypronto porque se sentía mal. No dijo nadade haber sido invitada a visitarla en lanoche, lo que me puso muy contenta. Detodas las chicas de Sainte-Marie, Susana

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parecía preferirme a mí. Me sentí tan, tanafortunada... Me alegré de haber sacadomi vestido amarillo del armario paraponérmelo en la noche. ¡No queríadesentonar tanto con su belleza! Mientraslas demás alumnas estaban reunidas enel salón escuchando a la señoritaKrumlauf tocar el piano (Regina cantabapeor que nunca, por cierto), me escabullía cambiarme y me dispuse a volver a lahabitación de Susana. Cuando entré asus aposentos, la encontré de pie junto ala ventana.-¿Qué hermosa es la noche, verdad? -mecomentó. A mí me parecía que estabahaciendo un tiempo horrible, pero jamáshabría sido capaz de contradecirla. Le dijeque la noche estaba hermosa y ella rio.

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Me invitó a mirar con ella por la ventana yme le uní. De repente, vi algo moverseentre las sombras en el bosque. En eseinstante, me pareció escuchar a Susanadecir por lo bajo:-Ahí está el maldito amante de MartinaSzékely.Yo habría podido jurar que la escuchédecir exactamente eso. Le pregunté quéera lo que había dicho, y respondió:-He dicho que... me pregunto si GíovanniRossi también habrá sido amante deMartina Székely.Cuando Susana mencionó el nombre demi amor ligado al de otra persona se measomaron las lágrimas a los ojos.Después de todo, Carmen había dichodurante el desayuno del viernes que

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Gíovanni estaba enamorado de Martina.¿Sería cierto? ¿Sería Gíovanni uno deesos hombres que enamoran a cuantamujer bella se encuentran? Sentí muchoscelos de Martina. Ya había superado queGíovanni le hiciera la corte a Regina, y lode Carmen había quedado en el pasado.Pero la posibilidad de que Gíovanni estéenamorado de Martina es espantosa. Ella,en el fondo, me parece no sólo muchísimomás guapa que Regina sino brillante. Esuna chica única. Mis celos fueron talesque no pude disimular ante Susana. Mepreguntó qué me pasaba y yo, como unaidiota, comencé a llorardescontroladamente. Tuve que contárselotodo a Susana, necesitaba confiarle misecreto a alguien. No me equivoqué: es la

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chica más dulce que he conocido. Me dijoque Gíovanni era un necio por no haberseenamorado de mí y que iba a compartir unsecreto conmigo. Me dijo que sabía cómohacer que cualquier chico se enamorarade ella y que quería enseñarme a hacerlo.Yo no pude evitar reír. Susana es unamujer demasiado bella como para queningún hombre pueda resistírsele y lo rarosería que hubiese alguno que noestuviera postrado a sus pies. Se lo dije yme pareció que su mirada ardía. Entoncesse puso muy seria y me hizo sentarme asu lado en el diván. Se tardó unossegundos en hablar y al fin dijo que ellahabía heredado de sus antepasados unafórmula infalible para ser bella parasiempre. Se levantó del diván y,

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quitándose la llave que lleva al cuello,abrió uno de los tres cofres que hay en suhabitación. De él sacó una botella deapariencia muy antigua y me dijo que enella se encerraba el secreto de la eternabelleza. El cristal era transparente y pudever que el líquido que contenía era decolor granate, como el pelo y los ojos deSusana. Le pregunté si era vino y ellasimplemente destapó la botella y bebió untrago. Acto seguido me la extendió pero,antes que yo pudiese tocarla, volvió aretirarla diciendo:-Amalia, yo no comparto mis secretos conalguien que no me inspire la más absolutaconfianza. Yo creo que tú eres unamuchacha buena y de fiar, pero estemundo está tan lleno de envidias e

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intrigas que no sé si sea demasiadoprematuro para darte de beber delcontenido de la botella.A mí no me interesaba si Susana deverdad tenía el elixir de la belleza en susmanos. Lo que me interesaba era quesupiera que podía confiar en mí. Meapresuré a asegurarle que podía contarcon mi lealtad incondicional y que jamásla traicionaría, pero ella dijo que tendríaque demostrárselo antes que meconvidara de su elixir secreto.-¿Qué puedo hacer por ti? -le pregunté.-Por mí... no mucho. Creo que laverdadera pregunta es qué tanto estaríasdispuesta a hacer por ser bella y deseada-respondió ella.Yo no entendía muy bien el significado de

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sus palabras, así que Susana prosiguió:-Vivimos es un mundo cruel, pequeña.Las personas buenas sufren y laspersonas que menos se lo merecen sonlas más privilegiadas. Mira a MartinaSzékely, por ejemplo. A ella no le interesaGíovanni y, sin embargo, según su mejoramiga, él la ama. La vida es injusta. Aveces tenemos que aprender de la formamás dura. Y otras veces tenemos quehacer cosas que... bueno, cosas que talvez otros no entenderían, pero que sonnecesarias para que podamos ser felices.¿Tú quieres ser feliz, Amalia? -preguntó.Yo le dije que sí, que lo que más deseabaera ser feliz. Entonces volvió apreguntarme qué tanto estaría dispuesta ahacer por mi felicidad. Le dije que haría lo

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que fuera por serlo. Entonces Susana mehizo una pregunta muy rara:-Amalia... ¿alguna vez has estadodesnuda con un hombre?Su pregunta me desconcertó tanto que nopude contestar. Sentí mucha vergüenza.Nadie me había preguntado una cosa así.Susana volvió a sentarse a mi lado y mebesó en la mejilla, pasando un brazo porencima de mis hombros.-Eres una niña muy inocente, Amalia-dijo-. Y aunque ésa es una cualidadverdaderamente encantadora... estambién tu mayor problema.-¿Qué quieres decir? -le pregunté.-¿Has vivido en este internado la mayorparte de tu vida, verdad? -preguntó ella.Yo asentí, y Susana continuó:

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-Se te nota, pequeña. Casi que hanlogrado transformarte en una religiosa... ya los hombres no les gustan las mujeresasí. A los hombresles gustan las mujeres que... saben sermujeres. El recato y el pudor no van allevarte a ningún lado. ¿Qué crees que haimpedido que Gíovanni se fije en ti?-Que no tengo nada llamativo. Soy unachiquilla insignificante -dije.-Eso es sólo porque tú quieres que seaasí -me dijo.Yo le dije que no, que yo no lo quería así,que haría hasta lo imposiblepor dejar de serlo.Entonces Susana dijo que debía empezarpor estar desnuda con un hombre. Yo mequedé muda, y ella clavó sus ojos en mí.

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-¿Te da miedo? -preguntó.La idea me espantaba, pero no se lo dije.Contesté que nunca antes había pensadoen algo así, y no era mentira.-No tienes por qué mentirme, Amalia -dijoSusana-. Sé que sí te da miedo. Pero nodebes temer. Créeme. Es como... unaaventura. Una vez hayas estado desnudacon un hombre, tu vida cambiará porcompleto. Serás feliz. Sobre todo, si lohaces con el hombre que yo escoja parati.-¿Cómo? -pregunté. Sentía que iba allorar otra vez, pero no quería que Susanapensara que yo era una niña tonta einexperta. Quería que me consideraradigna de su amistad.-Es menester que sigas mi consejo,

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Amalia. Si fueras capaz de hacerlo,sería para mí la mayor prueba de amistadque podrías darme. Tienes que convertirteen una mujer de verdad y dejar de ser unaniña inútil. Así podré confiar en tu lealtad,la lealtad que sólo una mujer puedeofrecer. Las niñas son necias yasustadizas. Eso me aburre. Dime,Amalia, ¿nunca has querido hacer algodiferente? ¿Lanzarte al vacío? ¿Tomartus propias decisiones? Debe ser horriblehaber vivido toda una vida siguiendo lasindicaciones de la señorita Ricci y deRegina Bailey... Pero yo presiento quedentro de ti hay una mujer maravillosaque pugna por salir. Por ejemplo, yojamás sostendría esta conversación conotra chica de Sainte-Marie. Tú eres única,

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diferente a las demás. Quiero mucho sertu amiga. Quiero poder confiar en ti. Perosólo podré hacerlo una vez estés con unhombre. Así seremos iguales y... podrécontarte todos mis secretos. De locontrario, sentiré que estoy con unamojigata y no podría sentirme enconfianza. ¿Me comprendes?Claro que sí la comprendía. Yo sabía queera de por sí un milagro que Susana meprefiriese a las demás. No quería perderla oportunidad detener una amiga de verdad. La idea deestar desnuda con un hombre mehorrorizaba, pero no había mentido:habría hecho lo que fuera por ser feliz. Ypara mí ser feliz significaba ser amiga deSusana. Muchísimo más que ser bella o

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que Gíovanni Rossi se fijase algún día enmí. Quería tener una amiga que me viesecomo su igual... tener una relación deamistad como la de Carmen y Martina.—Entonces, Amalia... ¿lo harás?-preguntó Susana. Yo le pregunté si esono sería un pecado y ella riodesenfrenadamente.-¡No me digas que crees que tuscompañeras son vírgenes! -dijo.-¿No lo son? -le pregunté.-Yo en definitiva no lo soy -dijo ella-. Heestado con tantos hombres que ya perdíla cuenta. Y eso me hace infinitamentemás deseable. Es eso lo que me ha dadotanta seguridad en mi comportamientocon ellos.Susana pasó los dedos por el escote de

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su bata y agregó:-Dime con toda sinceridad, Amalia:¿puedes ver lo que un hombre encuentradeseable en mí?Yo me quedé viéndola y en ese momentosentí miedo. No es que no la encontrarahermosa, pero me intimidaba por encimade cualquier otra cosa.-Sí -contesté-. Entiendo por qué cualquierhombre perdería su cabeza por ti.-Si tan sólo supieras cuántos lo hanhecho... Enloquecer por mí, digo. Y ésapuede ser tu suerte... Me refiero a que tútambién puedes hacerlos enloquecer depasión, por supuesto. Sólo necesito quehagas ese pequeño sacrificio por mí. Noes mucho pedir, Amalia. Aunque no locreas, yo también me siento sola. No

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tengo una buena amiga con la que puedacontar en las buenas y en las malas... yyo quiero que esa amiga seas tú. Lodeseo con todo mi corazón. ¿Qué dices,pequeña?Al decir eso, me extendió sus brazosmirándome a los ojos con dulzura, y luegome dio un tierno abrazo. Yo sentí, porprimera vez, que alguien me quería.¿Cómo podría haberme negado a hacerlo que me pedía? Yo también quería sersu amiga, con todo mi corazón.—Haré lo que me pidas -le dije, mientrasme estrechaba en sus brazos. No sabíapor qué, pero los ojos me lloraban solos.-¿Me das tu palabra? -preguntó.-Sí. Te doy mi palabra -le dije.Entonces Susana se levantó y tomó un

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cuchillito de cobre que estaba sobre sumesa de noche.-Vamos a sellar nuestra amistad con unpacto, Amalia.Yo le pregunté cómo íbamos a hacerlo,aunque ya sospechaba lo que tenía enmente.-Con un pacto de sangre, por supuesto-dijo—. Dame tu mano.Yo le di mi mano aunque estabatemblando. Quise ocultar el miedo quesentía pues me daba mucha vergüenzaser tan cobarde ante ella. pero ella fuemuy dulce.-Estás muy nerviosa, Amalia. No temas.Cuando hay cariño de verdad, el dolor sepasa muy rápido -dijo, e inmediatamenteme hizo una pequeña incisión en la palma

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de la mano.

Antes que yo pudiese reaccionar al dolor,Susana ya estaba recogiendo mi sangredentro de la botella de vidrio. Actoseguido, me besó la herida y me dobló losdedos hacia dentro, haciendo que mimano quedase cerrada en un puño. Mepareció ver que sus ojos se poníanligeramente amarillos. Entonces Susanase hizo una cortada en la palma de lamano, y me la extendió.-Bésala y bebe mi sangre -dijo.Yo no quería hacerlo pero lo último quedeseaba era ofenderla, así que. haciendoun enorme esfuerzo, me acerqué paratocar su herida con mis labios. Traté dehacer como que bebía, pero Susana me

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descubrió.-¿Qué esperas Amalia? Yo he bebido tusangre -dijo.Tenía que ser justa con ella. Tomé supalma y succioné la sangre que brotabade ella.Susana rio y se puso de pie.-¡Fantástico! -dijo-. Ahora somoshermanas de sangre. ¿No te parecemaravilloso?Yo asentí y traté de sonreír, pero mesentía un poco mareada.-Ahora debemos discutir los detalles delpacto que has hecho conmigo -dijo-.Nadie, por ningún motivo, debe enterarsejamás de esto... ni de lo que vamos ahacer. ¿De acuerdo?-De acuerdo -le dije, sintiéndome aliviada.

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-Magnífico. Entonces, ésta será la nocheen que estés por primera vez con unhombre -dijo.—¿Esta noche? ¿Esta misma noche?-pregunté, aterrada.-No querrás decirme que después de todoesto vas a faltar a tu palabra, Amalia, ¿osí? ¡Creí que eras mi amiga! -dijo Susana.-¡Claro que soy tu amiga! ¡Soy tu amigaahora y para siempre, Susana! Lo harécuando tú digas -respondí, aunque queríasalir huyendo de allí a toda velocidad.—¿Dónde está tu habitación? —mepreguntó. Le indiqué cómo llegar a ella, yentonces dijo que lo dejara todo en susmanos. Le pregunté qué quería decir coneso y ella sólo respondió:-Deja la puerta de tu habitación

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entreabierta antes de irte a dormir. Delresto me encargaré yo.Para ese momento ya estaba sintiéndomemuy extraña. La cabeza me daba vueltasy pensé que iba a desmayarme. Susanadebe haberse dado cuenta, porque rio unpoco y me despidió. Yo me apresuré allegar a la habitación rosa tan prontocomo pude y apenas si logré alcanzar ellecho antes de caer presa del más intensosopor. Antes de contar hasta tres, yaestaba dormida. Lo que ocurrió acontinuación lo recuerdo como si fuera unsueño y no podría asegurar qué partes delrelato son fidedignas.Creo haber entreabierto los ojos en algúnmomento de la noche cuando afueracaían rayos y se escuchaba el rumor del

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trueno. Me pareció distinguir dos figuras alpie de mi cama, una era la de Susana y laotra era la de un hombre.-¿Es ésta? -preguntó la voz masculina.—Sí. Ésta es -dijo ella.—Quítale el vestido -dijo él.Yo no tenía ningún control sobre mímisma. En un momento dado, sentí queya no tenía ninguna ropa puesta y fuiconsciente de mi desnudez.Quise taparme con algo pero no podíamoverme. Entonces lo sentí sobre mí. Eramuy pesado aunque flaco y huesudo.Respiraba encima de mi cara y tenía unaliento nauseabundo. Deseé zafarme contoda mi alma: los músculos no meobedecían... no pude ni siquiera gritar.Fue cuando vi sus ojos mirándome

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directamente. Juro nunca haber visto unamirada tan sucia y viciosa, taninconmensurablemente malvada. Esosojos eran dos pozos que llevabandirectamente al infierno.Debo haber perdido el conocimiento acausa del miedo.Cuando desperté, estaba desnuda yadolorida. Me levanté de la cama conmucha dificultad. Había cumplido con miparte del trato. Tuve muchas ganas desentarme a llorar, pero me dije que novalía la pena hacerlo por algo que yahabía pasado. Si estar con un hombre eraalgo tan horrible, al menos podíaconsolarme con el hecho de que no habíafaltado a mi promesa y ahora Susana y yopodríamos ser las mejores amigas. No

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sabía quién era el hombre que Susanahabía llevadoa mi habitación y nunca queríaaveriguarlo. Deseaba olvidar todo lo quehabía ocurrido y pensar solamente en eljuramento de amistad de Susana. Ahoraella había comprobado que podía confiaren mí. ¿Cómo no estar feliz? Pudedemostrar que no soy una niña remilgadasino una mujer valiente. Nunca habíahecho algo tan doloroso... y lo hice porlealtad. Para demostrarnos a Susana y amí misma que no soy una persona que seacobarda cuando de cumplir con suspromesas se trata. Ahora soy digna de suamistad.Cuando bajé a desayunar esta mañana,no quise hablar con nadie y mucho menos

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con Regina. Me senté sola en el extremode una de las bancas y tomé mi leche ensilencio. Sentí náuseas con el primertrago, pero me obligué a bebería de todasformas. Los panecillos me supieron muymal; estaban demasiado secos. Teníadeseos de algo diferente, pero no sabíade qué. Me apresuré a levantarme de lamesa pues tenía muchos deseos de ir aver a Susana. Quería oír de sus labios loorgullosa que estaba de mí y darcomienzo a una nueva etapa de mi vida.Por fin iba a tener una amiga de verdad.Aunque me costaba caminar, hice unesfuerzo por hacerlo erguida y nodemostrar nada del dolor que estabasintiendo en el cuerpo o el alma.Subí a la habitación de Susana y encontré

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que ya no tenía la gasa en la frente. ¡Quéhermosa estaba! Se había puesto unvestido carmesí y el pelo color granate lecaía sobre los hombros y la espalda,moviéndose en armonía con ella. Estaoscura mañana Susana estaba en verdadresplandeciente, tenía los labios rojos ylas mejillas sonrosadas. En cuanto mevio, corrió a abrazarme y me dio unpequeño beso sobre los labios diciendo:-¡Amalia! Querida Amalia, lo hiciste. ¡Eresuna mujer! Tenemos que celebrarlo.Yo sonreí y Susana me acarició el rostrocon dulzura, pero me hizo estremecer consus palabras en vez de reconfortarme:-Verás como cada vez se pone mejor.¡Esto es sólo el comienzo!—¿Qué se pone mejor? —le pregunté,

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asustada.—Lo que hiciste anoche, por supuesto.-Susana, yo... nunca quiero repetir eseacto. Lo que pasó quisiera olvidarlo -ledije, bajando la mirada.-¿Olvidarlo? Pero, querida, ¡si lo volvisteloco! Lo sedujiste, Amalia, como unamujer de mundo. Ese hombre partió detus brazos satisfecho y deseando más dela miel que le diste a probar.No podía creer lo que Susana me estabadiciendo.-Perdona, Susana, pero yo... -comencé adecir.-Lo vi todo, Amalia. ¡Cuan maravilloso fuetu primer encuentro con un hombre! Eresuna encantadora de hombres innata...como yo -dijo.

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-¿De veras? -pregunté, balbuciendo.-Por supuesto que sí, querida. No todaslas mujeres nacen con el don deproporcionar un placer tan inmenso comoel que tú le diste a él anoche.Casí quise preguntarle a Susana quiénera "él" pero decidí que sería mejor nosaberlo. El recuerdo de su existencia meproducía náuseas, y no quería queSusana se diese cuenta de ello. Además,Susana estaba diciéndome que, dealguna forma, yo era como ella. Y nohabía nada más hermoso que pudierahaberme dicho.-Ahora, Amalia -prosiguió- es hora de queyo cumpla con mi parte del trato. Voy ahacerte bella.Susana tomó la botella. La destapó y,

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aireándola un poco, me la extendió:-Has demostrado ser digna de mi elixir dela belleza, Amalia de Piñérez. Puedesbeber. El efecto no es inmediato, porsupuesto. Tendrás que darle algo detiempo y hacer algunas cosas que ya teexplicaré, nada demasiado complicado.Ya las llevarás a cabo instintivamente.Estaba tan agobiada por todo lo quehabía vivido que no quise indagar más.Tomé la botella y me la acerqué a loslabios. Cuando ya iba a tomar un sorbo, elhedor que salía de ella me detuvo.-¿Qué es esto, Susana? -le preguntésorprendida. Nunca había olido algo tandesagradable.-Belleza -dijo ella.Jamás pensé que la belleza pudiese oler

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así. Aguantando la respiración,bebí un trago de su contenido y lo pasétan rápidamente como pude.—Verás la hermosura en la que teconvertirás, Amalia. Serás la envidia detodo Sainte-Marie. Regina Baileypalidecerá a tu lado y... Gíovanni Rossitendrá que rogarte para que te fijes en él.Pensé que esas palabras me llenarían dedicha, pero no fue así. Lo único quequería era que Susana me quisiera. Denuevo me sentí mareada y ella medespachó a mi habitación,aconsejándome tomar una siesta:-Necesitas dormir, querida mía. Hoy mesiento bien, así que bajaré al salón en latarde. Nos veremos allí.Yo volví a la habitación rosa y caí

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profundamente dormida en cuanto meacosté. Tuve sueños espantosos, sueñosdel hombre que me había visitado lanoche anterior. Él me tocaba y yo noquería que lo hiciera, me obligaba aquitarme la ropa y me hacía daño.Desperté muy desorientada. Afuera caíauna tempestad horrible y me levantétambaleándome. Recordé la botellamisteriosa de la que había bebido y mepregunté si ya me habría puesto másbella. Tomé mi pequeño espejo de manoy me senté en el tocador después deencender una vela. Pero cuando elevé elespejo a la altura de mi rostro, se quebrósin que yo hubiera hecho nada.Aterrorizada, me puse de pie de un salto ycorrí a la habitación de Susana. Algo muy

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raro estaba ocurriéndome; necesitabapreguntarle qué era con urgencia.Susana no estaba allí. Me acerqué a sutocador y, cuando me miré en el espejo,en vez de verme a mí misma vi a Susana.Pero no era la Susana que yo conocía,era una Susana transfigurada. Tenía losojos amarillos y una sonrisa salvaje queenseñaba dos largos colmillos. Me asustétanto que tomé lo primero que encontré ala mano y lo lancé contra el espejo contodas mis fuerzas. Entonces me di cuentade que había hecho algo desastroso. Nosólo había roto el espejo de Susana enmil pedazos sino que también habíaquebrado su botella transparente,derramando el contenido sobre el tocadory la alfombra.

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Tomé la esponja de baño de Susana ylimpié el líquido en cuanto me fue posible.Luego tomé un chai que estaba tiradosobre el diván y lo extendí sobre elespejo, tapándolo. ¿Qué pensaríaSusana? ¿Podríaperdonarme algo tan horrible? Pensé enhuir de su habitación y negar que hubiesetenido algo que ver con lo ocurrido perome senté a esperarla en el diván. Si deverdad íbamos a ser las mejores amigas,debía ser honesta con ella y contarle loque me estaba pasando.Susana se tardó un largo rato en llegar.Yo había estado llorando sin parar y mesobresalté cuando abrió la puerta. Nopude evitar correra sus brazos y contarle todo entre

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sollozos. ¡Pero Susana es una chica tanbuena! Se limitó a abrazarme y a decirmeque todo iba a estar bien. Me tranquilizó yme dijo que en cuanto me hubieraalimentadode verdad todo tendría sentido para mí.No sé cómo supo que ni siquiera habíamerendado; debía notárseme lo débil queme sentía. También me reiteró su amistady me besó en ambas mejillas, secándomelas lágrimas:-Verás cómo todo esto que ahora teparece tan raro se desvanecerádándole paso a la verdadera felicidad.Vas a ser dichosa, Amalia -dijo.Luego se ofreció a acompañarme a mihabitación, pero yo le recordé que teníaque volver a la habitación donde ahora

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estoy escribiendo. Entonces Susana medijo que sería mejor que nos viésemosmañana, porque no soporta a Carmen.Me recordó que a veces se siente muyenferma y que, por lo tanto, es posibleque no vaya a clases, pero me hizoprometerle que iría a verla de no tener ellalas fuerzas de bajar a reunirse con elresto de nosotras en la mañana. Me dijoque debíamos mantener en la másabsoluta confidencialidad todo lo quehabíamos vivido juntas durante el ñn desemana. Yo me sentí aliviada y feliz. Noquiero que nadie sepa todo lo que hehecho, pero mi corazón está lleno dealegría de pensar que tengo una amigaque me quiere realmente y con quiencompartir los mayores secretos de mi

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vida.Recogí las pocas cosas que tenía en lahabitación rosa y me vine a dormir a lahabitación que comparto con Carmen. Talvez en algúnmomento del futuro Susana y yo podamoscompartir un cuarto en Sainte-Marie.¡Cuan feliz me haría eso! Ahora, queridodiario, me voy a dormir, no sin antesvolver a escribir unas palabras que estoysegura me seguirán llenando de regocijomientras viva: por fin tengo una verdaderaamiga.

-¡Carmen! Carmen, ¡despierta! -exclamé,sacudiéndola. -¿Qué ha pasado?—preguntó, espabilándose y sujetando su

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crucifijo.-Carmen, he leído el diario de Amalia -ledije entre sollozos-. Aún no he visto lasúltimas páginas, pero necesito que televantes ya mismo y lo leas tú también.Carmen percibió mi urgencia y, sinpensarlo, me recibió el cuaderno delas manos. Frotándose los ojos, seincorporó en el lecho y se dispuso a leerel diario de Amalia."Juro que me vengaré, Susana Strossner.Lo juro", dije para mis adentros, mientrasapretaba con fuerza el alféizar de laventana. Fue entonces cuando le pedí aDios que me permitiera darle muerte alvampyr, pasara lo que pasara. Miré alfirmamento a través del cristal de laventana, y supe que no descansaría hasta

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que así fuera. Lo que le habían hecho aAmalia de Piñérez no tenía perdón ni deDios ni de nadie. Y yo me encargaría deque Susana Strossner pagara por todas ycada una de las lágrimas que por su culpase hubieran derramado, no sólo enSainte-Marie-des-Bois, sino por dondequiera que ella hubiese estado. En esemomento, vi un destello fugaz en el cielo.Amalia nos estaría acompañando.Cuando Carmen estaba terminando deleer las páginas, tuve que encender otravela. Aún no amanecía, y mi amiga y yocontinuamos juntas con la lectura deldiario de Amalia:

Lunes 3 de noviembre de 1879

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No puedo creer lo que ha pasado. ¡Quédesdichada soy! Esta mañanaha muerto Susana. Sí. Lo escribo y aúnno logro hacerme caer en la cuenta deque ésa es la realidad. Mi amiga, mi únicaamiga ha muerto. No puedo contener laslágrimas mientras escribo. Ha sido unlobo. Un maldito lobo. Susana fue atacadamientras dormía. Nadie sabe cómo pudoentrar el lobo a nuestro edificio. ¡Ojaláhubiera sido yo a quien matara! Ahoraestoy de nuevo sola en el mundo. Sola,sin una amiga de verdad y llevando acuestas el espantoso secreto de los actosque cometí. Sólo tú puedes saber el dolorque me embarga, querido diario. Sólo tú.Susana no será enterrada. La van a dejaren la cripta de Sainte-Marie. Se dice que

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su rostro ha quedado desfigurado.¡Cuánto quisiera abrazaría! ¡Susana, mihermosa Susana! Y pensar que sólo ayerles enseñaba a mis compañerasdivertidos bailes de salón mientras yodormía. He debido estar allí con ella parano privarme de su presencia en los queserían los últimos instantes de su vida.¿Cómo puede haberme ocurrido esto?¿Por qué me castiga Dios? Justo cuandohabía conseguido la amistad de alguien,se la lleva para siempre! No he podidoprobar bocado hoy. Me siento muy débil.Agradezco que hayan cancelado lasclases porque no puedo hacer nada fuerade llorar. ¡Susana! ¡Mi querida Susana!Ojalá Dios me reúna contigo pronto. Conel pecado que llevo encima, no le veo

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mucho sentido a vivir si tú no estás aquí.Lunes 3 de noviembre de 1879, más tardeen la noche.No puedo dormir. He despertado sintiendomucha hambre, pero no sé de qué. No meapetece la comida normal. Carmen noestá en su cama, ¿adónde se habrámetido esta vez? Ah, no importa. Me tienesin cuidado lo que ella y Martina hagan.Hoy en la tarde, durante la misa deSusana, Martina ha comenzado a reírsecomo una idiota y la señora Riedel se laha llevado arrastrándola del brazo a suhabitación. Allí la tienen encerrada sinalimentos. El capellán Molinari dice quepuede tener peste de rabia, pero yo creoque se alegraba de la muerte de mi únicaamiga. Martina Székely es el demonio. Me

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alegra que tenga tanta hambre como yo.

Martes 4 de noviembre de 1879Algo raro está pasando. Ahora resulta quea Martina se le ocurrió que a Susana no laha matado ningún lobo sino que murió porsu propia enfermedad. Al revisar lahabitación de Susana, la señorita Ricciencontró debajo de la cama todas lascomidas que le habían llevado el fin desemana... o al menos así lo creyó laseñorita Ricci, porque yo sé que no esverdad. Susana estaba enferma, peronunca se habría dejado morir de hambrevoluntariamente. Todo debe ser obra deCarmen y Martina; ellas pueden haberescondido los alimentos allí para arruinar

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el buen nombre de Susana. ¡Incluso sonmuy capaces de haber puesto las ratas!¿No les encantan los sapos?Martina sigue en su habitación, pero ya noestá encerrada. El doctor Goldberg larevisó y, según dice la señorita Ricci, notiene peste de rabia... como ya lo suponíayo. Han dejado de buscar al talmerodeador de Sainte-Marie y al lobo. ¡Yoni siquiera me había dado por enterada deque había un merodeador! No sé quépasa en este internado de locos. ¡Quéhambre tengo, por Dios! Cada vez quetrato de comer algo el estómago se mepega al espinazo y tengo que salircorriendo a vomitar. ¿Estaré enferma?

Miércoles 5 de noviembre de 1879

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No he querido contarle a nadie cuanenferma me siento. Si el médico llegase arevisarme, todos podrían enterarse deque ya no soy casta. No podría soportartal vergüenza en estos momentos dedolor. Extraño a Susana. ¿Dónde estás,amiga mía? A veces me parece comosi Susana no hubiera muerto... Es como siestuviera conmigo todo el tiempo.Difícilmente soporto la compañía de lasdemás alumnas. Regina me dice queestoy actuando de forma extraña y sé quees verdad. La pócima de belleza deSusana no surtió efecto. Estoy más feaque nunca.

Viernes 7 de noviembre de 1879Anoche tuve un sueño muy extraño. Soñé

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que estaba desnuda con otras chicas.Ellas venían a mí y me decían que erauna de ellas. Entonces me daban debeber de una copa, y yo bebía hastasaciarme. El líquido era parecido al vinotinto, pero no sabía a vino. Estabadelicioso. Me levanté sintiéndome mejorque en mucho tiempo. Cuando me miré alespejo, noté que mis ojeras habíandesaparecido. No tuve hambre cuandobajé a desayunar. Era como si lo quehabía bebido en los sueños me hubiesesatisfecho por completo. Siento lapresencia de Susana constantemente.Mañana le llevaré flores a la cripta.Domingo 9 de noviembre de 1879Esta mañana decidí confesarme con elcapellán Molinari. Le dije que había

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estado desnuda con un hombre. Él no dijonada por unos instantes. Ni siquiera seasomó a ver quién confesaba tanespantosa ofensa. Luego me dijo que depenitencia debía rezar dos rosarios yofrecer la comunión por el perdón de mispecados. Después me pasó algo muy rarodurante la misa. Al recibir el cuerpo deCristo sentí como si estuviera ardiendo enllamas por dentro. Comencé a llorar, perono por el ardor sino por un dolor profundoque sentía en el corazón. Creo que tal vezCristo me perdonó en parte. Seguirétratando de cumplir con mis obligacionesreligiosas. Tal vez algún día pueda serredimida.

Lunes 17 de noviembre de 1879

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Cada vez que recibo la comunión, mesiento mejor. He podido tomar misalimentos con regularidad. Me pregunto sital vez Susana haya muerto de inanición.Como me sentía en los días pasados, yotambién habría tirado mis alimentosdebajo de la cama si me los hubieranllevado al cuarto. Gracias a Dios me estoycurando. ¿Será una enfermedadcontagiosa? ¿Me la habrá transmitidoSusana antes de morir? El cielo siguenublado y no hemos visto el sol en muchotiempo. Es extraño. Me he sentido másconsolada en cuanto a la muerte deSusana. Ya no lloro tanto. Lloro más porlo que fui capaz de hacer. Espero queDios pueda perdonarme.

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Miércoles 26 de noviembre de 1879Anoche tuve una pesadilla espantosa.Soñé que estaba sentada en mi cama yobservaba a Carmen durmiendo en lasuya. De repente, dentro del sueño, sentíhambre. Pero no quería comida. Meacercaba a Carmen y miraba su cuello.Podía ver su pulso suave reflejándose enel leve movimiento de la vena que losurcaba, y sentí un deseo incomprensiblede clavarle los dientes. ¡Tenía sed de susangre! Era superior a mis fuerzas; teníaque hacerlo. Entonces Carmen se movió yel crucifijo que lleva al cuello quedóexpuesto. Al verlo, fue como si los ojos seme estuvieran quemando. No pudereprimir un alarido de dolor y tuve quemeterme dentro de mi cama, temblando.

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Desperté a la madrugada cuando Carmenya había salido de su lecho. ¡Gracias aDios fue sólo una pesadilla! Corrí alavarme la cara y me alegré de no sentirninguna quemazón con la comunióndurante la misa. Pude desayunarnormalmente. ¿Por qué habré soñadoalgo tan horrible?

Martes 2 de diciembre de 1879He vuelto a tener la misma pesadilla quela semana pasada. Debo estarenloqueciendo. Evito cruzarme conCarmen en los pasillos y procuroquedarme dormida antes de que ella subaa la habitación. ¿Qué me pasa?

Miércoles 3 de diciembre de 1879

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Anoche soñé con Susana. En el sueñoescuchaba su voz llamándome desde lacripta. Yo abría la ventana y escuchabasus lamentos. Susana gritaba que lahabían encerrado viva en el ataúd. Yocerraba la ventana y me tapaba los oídospero no podía dejar de escucharla. Miamiga aullaba con lo que parecía serdolor infinito, pidiéndome que la sacara.No he podido comer nada en todo el día.No paro de pensar en las horriblespesadillas que estoy teniendo. No tengo aquién acudir y me siento más sola quenunca. Quisiera poder irme deSainte-Marie. Lo que he vivido en estelugar no me permite tener un solo instantede paz. Cada ruido que oigo mesobresalta y ni siquiera Regina con todas

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sus frivolidades es capaz de distraerme.Me he encontrado mirando los cuellos demis compañeras con frecuencia. Que Diosse apiade de mí. Creo que me estoyconvirtiendo en un monstruo.

Sábado 13 de diciembre de 1879He pensado en quitarme la vida. Ya nohallo otra salida. Anoche volví a soñar queSusana me llamaba a gritos. El dolor desus gemidos era tan insoportable que fuihasta la cripta de la capilla.A medida que me acercaba, los gritos sehacían aún más fuertes. Me quedé paradafrente a su ataúd, preguntándome inclusodentro del mismo sueño si algo así podíaser posible. Susana me rogaba quelevantara la tapa, pero habían puesto una

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pesada lápida sobre el ataúd. Yo le decíallorando que no podía hacerlo y ella mesuplicaba que hiciese un esfuerzo; que seahogaba allí adentro. Yo hice uso detodas mis fuerzas y al fin logré correr lalápida hasta la mitad. Pero luego sentí elimpulso de salir corriendo a mi cuarto.Esta mañana los músculos me dolíancomo si de verdad hubiese hecho un granesfuerzo físico.

Domingo 14 de diciembre de 1879Los lamentos de Susana me han llevadode nuevo a la cripta. He terminado decorrer la lápida de piedra. Susana meordenó que abriese la tapa, pero yo tuvemiedo. Salí corriendo de allí y regresé ami habitación. Cuando desperté, Carmen

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aún dormía. Me lavé a toda prisa y bajé adesayunar pero no pude comer nada. Nohe sido capaz de ir a la cripta durante eldía. Tengo miedo de que no haya sido unsueño.

Lunes 15 de diciembre de 1879Lo he hecho. He abierto la tapa del ataúdde Susana. Estaba furiosa conmigo porno haberlo hecho la noche anterior. Metomó de los hombros y me dirigió unamirada aterradora. Entonces vi como surostro se transformaba en el mismo quehabía visto reflejado en el espejo de suhabitación. Tenía largos colmillos afiladosy ojos amarillos. No pude zafarme de suabrazo. Susana me clavó los colmillos enel cuello y bebió mi sangre como yo

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hubiese querido hacerlo con Carmen enmi sueño. Entonces saqué fuerzas dedonde no las tenía y la empujé dentro delataúd, cerrando la tapa sobre ella.Cuando desperté, aún tenía las heridasen el cuello. No ha sido un sueño, ¡nadaha sido un sueño! Esta noche misma mequitaré la vida. Mi única amiga me hatransformado en un monstruo... y ellatambién lo es. Un monstruo que bebesangre humana. No tengo perdón deDios.

Martes 16 de diciembre de 1879He perdido mi voluntad. Susana ha hechoque deje la cama y abra nuevamente elataúd. Una vez más ha bebido mi sangre.La he dejado fuera de su ataúd en la

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cripta y me he arrastrado hasta aquí.Estoy muy débil. Carmen no está en sucama esta noche. Me alegro por ella. Estavez no habría resistido la tentación dealimentarme de su sangre. Pobres de miscompañeras. No han sabido de los dosmonstruos que las han acompañado todoeste tiempo. Me parece que sale el sol.Necesito cerrar los ojos...Cuando Carmen y yo llegamos a la últimapágina del diario de Amalia, también salíael sol. Amalia había fallecido lamadrugada de ese día martes en nuestrosbrazos. Apagamos la vela y ambas nosquedamos dormidas con lágrimas en losojos. Nadie vino a despertarnos en todo eldía. El duelo por Amalia se sentía en cadarincón de Sainte-Marie. En la noche,

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bajamos a cenar con las demás alumnas.Regina tenía los ojos hinchados y laseñorita Ricci estaba más silenciosa quenunca. Hubiese querido darle consuelo aalguna de las dos, pero no lo tenía ni paramí misma: el odio por Susana Strossnerme consumía y no podía pensar en nadaque no fuera salir a buscarla y darlemuerte. Noté que mis compañeras notenían hambre pero se obligaban a comerpor miedo a que las enviaran a casa, oquizá para no correr con la misma suertede Amalia.

-¿Y ahora qué vamos a hacer? -mepreguntó Carmen.—Encontrar al vampyr, Carmen.Encontrar al maldito vampyr.

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CAPITULO 9

MURCIÉLAGOS

La Navidad en Sainte-Marie pasó con elluto más estricto. Nadie estaba de ánimospara celebrar las festividades. Como nohabía clases, las alumnas se dedicaban aleer en silencio y las institutrices sereunían a hacer punto de cruz. Carmen yyo sabíamos que debíamos revisar cuantoantes los contenidos del cofrecito deSusana que había guardado en mi baúl,pero estaba cerrado.-Apuesto a que la llave que le quitamos ala señorita Ricci puede abrirlo -dijo

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Carmen.-¿Por qué lo dices? -pregunté.—Mira la cerradura del cofrecito: si lamemoria no me falla, hace juego con ladel baúl. ¡Ni siquiera es más pequeña!Además... tiene las mismas aplicacionesque la llave.-No tenemos nada qué perderensayándola -repliqué.Efectivamente, la llave que abría el baúlde Susana también abrió el pequeño cofreadornado. Salté alrededor de Carmen,felicitándola por ser tan ingeniosa yobservadora. El cofre contenía una seriede objetos extraños que no quisimostocar, entre ellos un puñal de piedraafilada y una botella con alguna sustanciapulverizada. Había también un libro negro

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sin ninguna inscripción en la cubierta.—¿Crees que deberíamos abrirlo? -mepreguntó Carmen.-No lo sé -dije-. Me da una pésimasensación.-¿Y si contiene pistas acerca del paraderode Susana?-Susana podría estar en cualquier parte.No creo que un libro pueda contarnosdónde está en estos momentos.-¿Qué sugieres que hagamos?-Sugiero que le entreguemos el cofre contodos sus contenidos al padre Anastasio.Me sentiré más tranquila si es él quien lorevisa.Escondimos el cofre pequeño con el libronegro y el puñal de piedra en la habitaciónvacía donde nos habíamos escondido

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aquella mañana en que Susana habíahuido, hasta que pudiésemos ir a ver aípadre Anastasio de nuevo.-No quiero cargar más con algo deSusana -le dije a Carmen.-Me parece muy sabio de tu parte -dijo miamiga.Carmen y yo estábamos especialmenteatentas al comportamiento del resto denuestras compañeras. Nadie podíaasegurarnos que Susana no le hubiesehecho a otra lo mismo que a Amalia...pero como todas estaban tan afectadaspor su muerte, era muy difícil de saber.Carmen había guardado el diario con elresto de sus libros atesorados. Sabíamosque, de leerlo alguien más, pensaría quenuestra compañera se había vuelto loca.

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¡Pobre Amalia! Esperaba que, al menosdesde el cielo, pudiese ver cuánto lahabíamos querido en realidad todosquienes la habíamos conocido. Lo másdoloroso era pensar en lo sola que sehabía sentido en vida. ¡Y pensar que seveía tan alegre! Hubiese querido ser suamiga y hacerle ver lo especial que era.De todas las alumnas de Sainte-Marie,era la más sencilla y natural. En realidad,sí era como una niña pequeña. Muchasnoches me quedé dormida llorando, sinpoder dejar de pensar en ella y en todo loque le había pasado. ¿Quién habría sidoel hombre que Susana había designadopara tan despiadado ultraje? ¿Qué tipo deser habría sido capaz de hacerle algo tanespantoso a un ser indefenso? No

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habíamos tenido noticias de ataques en laregión y, por lo tanto, tuvimos quesuponer que Susana se había marchadoa algún lugar lejano.-Quizá quiera regresar por su libro y sucofrecito -apuntó Carmen-. Cuando sefue, no tenía modo de saber que noestaban dentro del baúl que no pudo abrir.Ay, me atormenta no entender a qué vinoa Sainte-Marie ni por qué huyó...-Yo no entiendo por qué fingió estarmuerta.-Tal vez no fingió estar muerta -dijo ella-.¿No crees que sea posible que el aguabendita que le echaste encima y unasegunda quemadura con el crucifijo lehayan hecho perder el sentido despuésde un rato?

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-Todo es posible -dije-. Cuando de undemonio se trata, cualquier cosa puedeesperarse. Quizá vino a Sainte-Marieporque vivir en un internado es una formafácil de alimentarse. Tiene muchasvíctimas de dónde escoger dentro de susmuros.-Sí, pero casi todos los ataques ocurrieronen las granjas vecinas. Hasta ahora, quesepamos, sólo atacó a Amalia enSainte-Marie -dijo ella.-También trató de atacarme a mí... Porcierto, ¿qué crees que buscaba esanoche cuando revolvió mi habitación?-pregunté.-Si no lo sabes tú, muchísimo menos yo-dijo Carmen.-Me pregunto si se le habría perdido algo

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y pensó que yo lo tenía -dije.-Espera, Martina... ¿Será posible queSusana Strossner haya venido aSainte-Marie a buscar algo que tú tienes?-¿Algo como qué? Susana y yo nunca noshabíamos conocido hasta el día en quellegó. Estoy segura de que la habríarecordado si así hubiera sido.-No lo sé... Susana ha estado viva hacemucho tiempo... ¿Y si piensa que tútienes algo que le pueda ser de granutilidad?—No se me ocurre qué pueda tener yoque pueda interesarle a Susana Strossner-dije.—Pues yo de ti revisaría cada una de misposesiones teniendo en mente esaposibilidad -sugirió mi amiga.

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-Lo haré -dije-. Quizá el padre Anastasiohaya podido descubrir algo que nos seade ayuda.-Oye, Martina... ¿No te dijo una vezSusana que no le gusta dejar lo que es deella por ahí?-Sí, así fue. ¿Por qué?-Porque olvidó algunas cosas suyas acáen Sainte-Marie. Y, si vuelve por ellas...quisiera que, al menos, se lleve undisgusto -dijo Carmen.-¿Qué propones que hagamos?-pregunté.—Propongo que les prendamos fuego.—No sabes cuánto placer me daría... perono podemos correr el riesgo de incendiartodo Sainte-Marie.—Ah, no. Me refería a que las

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quemáramos fuera del edificio -dijoCarmen.—¡Hagámoslo! -dije.Fuimos a la antigua habitación de nuestraenemiga y tomamos los trajes, libros yjoyas que el cochero no se habíamolestado en empacar. Bajamos ysacamos tres botellas de brandy de lacocina, y apilamos los vestidos y los librosen la parte trasera del edificio junto alestanque. Empapamos todo con el brandyy le prendimos fuego. Cuando estuvimosseguras de que todo estaba ardiendodebidamente, rompimos la capa de hieloque se había formado en la superficie delestanque y lanzamos allí las joyas.Después, salimos corriendo y subimos ala habitación de Susana para disfrutar del

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hermoso espectáculo: en mediode la noche invernal, una fogata consumíalos tesoros que Susana había dejado enSainte-Marie. Carmen y yo celebramoscomiéndonos una caja entera dechocolates en nuestra habitación.-Feliz Navidad, Carmen —dije.-Feliz Navidad, Martina —dijo ella.Durante la madrugada cayó una densacapa de nieve que cubrió toda laevidencia de nuestras actividades de lanoche anterior. Tardaríanmucho en darse cuenta de que lahabitación de Susana estabacompletamente vacía y, para cuando lohicieran, siempre podíamos recordarles lapresencia del merodeador.Algunos días después recibimos una carta

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del padre Anastasio en la que decía quetenía que vernos con urgencia. Como lasclases seguían en receso, no tuvimosningún inconveniente en que nos dejaranir. Yo inventé que quería llevarle unpresente al padre Anastasio y, por ello,necesitábamos ir en coche. En él pusimosel pequeño cofre de Susana envuelto enuno de mis mantos y una tarta que leenvió la cocinera de Sainte-Marie. Laseñorita Ricci nos pidió que invitásemos alpadre Anastasio y a Damián a pasar eldía de Reyes en el internado y nos diouna botella de fino licor para que se lallevásemos. Como los días se habíanhecho tan cortos y las noches tan largas,convinimos en que regresaríamos aSainte-Marie al día siguiente. Pasaríamos

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la noche en la biblioteca adyacente a laparroquia del padre Anastasio.Cuando llegamos, partimos la tarta y noscalentamos junto al fuego de la cocinacon tres pequeñas copas del oporto quele había enviado la señorita Ricci al padreAnastasio.-¡Salud! -dijo Carmen.-¡Salud! -dijimos el padre Anastasio y yo.Le contamos al padre cómo habíamosquemado algunas cosas que el vampyrhabía dejado en Sainte-Marie, y aplaudiónuestro acto.-No es ni la más ínfima parte de lo quenuestra enemiga se merece -dijo-, perotendremos que conformarnos connuestras pequeñas victoriasde momento.

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Luego, Carmen y yo procedimos arelatarle lo que habíamos descubiertoen el diario de Amalia mientras el pobrepadre derramaba lágrimas de ira y dolor.—Aceptaré la invitación de pasar el día deReyes en Sainte-Marie. Será una buenaocasión para realizar un largo ritual deprotección... Ese internado necesita detoda la ayuda que los cielos le puedan darpara evitar que el vampyr pueda volver ahacer tanto o más daño en él. No sé sisirva de mucho, porque nuestra enemigaes sumamente poderosa, pero... notenemos nada que perder y mucho queganar. He debido ir a darle muerte a esedemonio mientras era posible; no sé sialgún día pueda perdonarme haber sidotan confiado -dijo el padre.

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-Es demasiado tarde para lamentarnos,padre Anastasio... -dije, enjugándome laslágrimas-. Ahora sólo nos queda esperarque Dios nos conceda una justavenganza.-Tenemos que encontrar a Susana -dijoCarmen.-Querrás decir... Erzsébet -dijo el padreAnastasio.-¿Cómo ha dicho, padre? -pregunté.-¡Erzsébet! -dijo el padre- ¡Ése es suverdadero nombre!Carmen y yo nos quedamos mirándolo ala espera de una aclaración.-He estado tratando de descifrar ellenguaje de ese libro desde que me loentregaron —prosiguió el padre- y nopuedo decir que tal labor no me haya

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sacado más canas de las que tengo.Aunque no he podido comprender muchode la historia que cuenta, sí heencontrado algunos datos interesantes.De todos ellos, el más interesante es elnombre que, aunque perdido dentro delenredijo que ha formado el autor con ellenguaje, sigue apareciendo una y otravez. Ese nombre es Erzsébet, y es elnombre de nuestro vampyr.Carmen se había quedado muda.-Pero... ¿por qué...? -comencé apreguntar yo.-¿Que por qué ha adoptado otro nombre?-preguntó el padre-. ¿No harías tú igual siya hubieras muerto y después te hubieraslevantado de la tumba convertida en unvampyr? Esa mujer fue condenada a

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morir en una celda por sus crímenes.Según lo poco que pude sacar del libro,no era precisamente una mujer delmontón. Estoy convencido de que elvampyr en cuestión pertenecía a lanobleza.-Erzsébet -dijo Carmen, y un escalofríome recorrió de pies a cabeza.-¿Qué más descubrió, padre Anastasio?-pregunté.-Otra palabra que sigue apareciendo esCsejthe -dijo el padre-. He llegado a laconclusión de que podría ser el nombredel horripilante varón que aparecedibujado en las láminas.-¿Dónde he visto yo ese nombre antes?-pregunté.-Tal vez dentro del mismo libro, Martina

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-dijo Carmen.Tenía sentido. Aun así, yo no me habíadetenido a leer nada porque no habíaentendido el lenguaje. Sabía que habíaobservado las láminas con muchaatención, pero no recordaba haberreconocido ninguna palabra cuandoestaba hojeando el libro.-Estoy casi segura de haberlo visto enotro lugar —afirmé.-Ya lo recordarás -dijo el padre Anastasio.-¿Logró interpretar algo más de loscontenidos del libro, padre? -preguntóCarmen.-No estoy completamente seguro de ello,pero me parece que hay una especie deacertijo al final. Es un fragmento másparecido al latín que el resto del

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documento... es extraño. He apuntado enun papel lo que creo sería unainterpretación correcta de sus líneas -dijo,y selevantó de su asiento para tomar algo queestaba dentro de un libro que reposabasobre el mesón. Era una hoja de papel-.Aquí lo tengo -agregó, ajustándose losanteojos-. El acertijo es el siguiente:Cinco son los pedazos que evocan susufrimiento. Grande fue el tormento queencerraba su pasión. Al reunirse los cincoacabarán los lamentos. Si atravesaran elfondo de su oscuro corazón.-¿Qué querrá decir eso? -preguntóCarmen.-¡Sólo Dios lo sabe! -dijo el padreAnastasio-. Sin embargo, quiero que

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lo meditéis en la medida que os seaposible. Creo que debe ser de granimportancia. Me tomé la libertad dehaceros una copia a cada una.-Cinco pedazos... -dije-. ¿Cinco pedazosde qué?-Quién sabe si algún día podamoscomprender de qué se trata este acertijo.Espero que así sea -dijo Carmen.-Mientras tanto -dijo el padre Anastasio-,¿por qué no me enseñáis el cofre de...Erzsébet?-Ay, padre, casi prefiero que la llame elvampyr. Ese nombre me estremece -dije.-Será porque tu alma presiente todo elmal que encierra su dueña -dijo él.Carmen puso el cofre sobre el regazo delpadre Anastasio y le dio la llave para que

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él lo abriese. El padre Anastasio se quedóobservando los contenidos y pidió:-Martina, hija, alcánzame la botella deagua bendita que está sobre el escritorio,¿quieres?Se la pasé, y él salpicó el cofre por dentroy por fuera con agua bendita en el nombredel Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.Luego extrajo el libro de su interior y loabrió.-¡Mi Dios nos ampare! -exclamó el padrede repente, soltando el libro-. ¡Es unaBiblia negral—¿Una qué? —preguntó Carmenaterrorizada, dándose la bendición ysaltando sobre su silla.-Es lo contrario a las sagradas escrituras,hija -dijo el padre Anastasio,

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temblando—. Una Biblia, pero dedicada aLucifer. Muchas veces había escuchadohablar de este libro, pero nunca habíavisto uno.Está lleno de invocaciones al demonio yde horrendos rituales para ganar sufavor... ¡Se me pone la piel de gallina!Yo estaba muda del miedo, pegada alespaldar de mi silla. Sólo atiné a agarrarmi crucifijo con fuerza.-¿Qué va a hacer con todo eso, padre?-preguntó Carmen.-Lo mismo que vosotras dos hicisteis contodas las pertenencias del vampyr -dijoél-. ¡Vamos a prenderle fuego a este cofrecon todos sus contenidos ahora mismo!No había terminado de decir eso cuandoya estaba levantándose y dirigiéndose al

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jardín.-¡Seguidme! -gritó, cruzando el umbral dela puerta y sin mirar atrás.-Pero... ¡padre Anastasio! -exclamé-. ¡Esepuñal de piedra jamás se quemará!-¡No importa! -gritó el padre—. Al menosarderá un rato en las llamas... ¡dondepertenece!Seguimos al padre al jardín, y él puso elcofre sobre un banco de guijarros. Actoseguido, desapareció unos segundos yvolvió con los implementos necesariospara incinerarlo.-Es hora de que estos objetos seanpurificados por medio del fuego -dijo elpadre en medio de su agitación-. En elnombre del Padre, del Hijo, y del EspírituSanto...

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El padre Anastasio se alejó del cofre unavez éste y sus contenidos comenzaron achamuscarse. Un humo azabache yviscoso se desprendióde las llamas, ascendiendo lentamentehacia las nubes. De repente, vi a lo lejosuna sombra oscura y borrosaacercándose hacia la parroquia desde elNorte por el firmamento.-¿Qué es eso? -grité, señalándola.—¿Qué cosa? —preguntó Carmen.El padre Anastasio y Carmen miraronhacia el punto que yo les mostraba en elcielo.-¡Corred! ¡Pronto! ¡Entremos a la iglesia!-exclamó el padre Anastasio.La mancha difusa avanzaba hacianosotros cada vez más rápidamente.

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Aterrados, los tres nos echamos a correrhacia la puerta, pero no fuimos losuficientemente ágiles. La sombra habíaganado distancia y ya estaba encima denosotros. En medio de la carrera, el padreAnastasiotropezó, y Carmen y yo lo ayudamos aincorporarse. El pánico había entorpecidonuestros movimientos y, para cuandologramos emprender nuestra huida denuevo, ya era demasiado tarde: antes quepudiéramos refugiarnos dentro de laiglesia, estábamos envueltos en una nubede murciélagos.No podía ver más allá de mis narices. Losmurciélagos revoloteaban a mi alrededor,azotándome con sus alas y chillando enmis oídos.

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-¡Auxilio! ¡Martina! ¿Dónde estás?-escuché que me llamaba Carmen agritos.-¡Aquí estoy! ¿Dónde estás tú? ¿Dóndeestá el padre Anastasio? -respondía los alaridos, mientras intentaba cubrirmela cara y el pelo.-¡Quitádmelos! ¡Quitádmelos de encima!-vociferaba el padre Anastasiodesde un lugar indeterminado.En medio de nuestros propíos gritos ysacudiéndonos los animales de encima,logramos entrar a la parroquia. Cerramosla puerta de vidrio del patio,escondiéndonos detrás de ella.-¿Estáis bien? —preguntó el padreAnastasio tratando de recuperar el alientoy apoyándose contra el cristal. Estaba

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completamente despelucado y tenía lasantiparras torcidas.Yo asentí, con una mano en el pecho y laotra sobre el estómago: a duras penas sipodía respirar. Carmen estaba temblandode pies a cabeza y mirando al padre conlos ojos abiertos de par en par. Los tresnos quedamos parados al lado de lapuerta. Los murciélagos habían invadidocada centímetro del patio. Estaban comoenloquecidos, estrellándose contra losventanales de la iglesia.-¿Qué está pasando aquí? -preguntéaterrorizada.—¡Es el demonio que ha venido en laforma de criaturas de la noche! -gritó elpadre Anastasio-. ¡Venid conmigo!El padre tomó varias hostias bendecidas

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y, pulverizándolas con los dedos, lasesparció por todo el contorno interior de laiglesia. Luego, tomando agua bendita,salpicó todas las ventanas y las paredes.-¡No se van, padre! -dijo Carmen-. ¡Hanrodeado toda la iglesia! ¡Tengomiedo de que rompan los cristales de lasventanas y se metan!—Padre Anastasio, si vinieron atraídospor la esencia de la Biblia negra... ¿nopodremos espantarlos con humo bendito?-pregunté.El padre Anastasio me miró, sorprendido.-¿Humo bendito? -preguntó.-Sí, humo bendito que salga de lachimenea de la iglesia. ¡Tenemos quecontrarrestar el humo maldito que sale delcofre!

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-¡Tienes razón, hija! -exclamó el padre—.Carmen, ¡remueve las brasas de lachimenea! Martina, ¡tráeme el maletín queestá al lado del escritorio!Corrí a traérselo mientras Carmenreavivaba las llamas. El padre Anastasioroció las brasas con agua bendita,elevando una oración. Luego revolviópolvo de hostias con vino de misa en lacopita de plata que extrajo del maletín yregó la mezcla sobre las llamas, pidiendoaDios y a los arcángeles que expulsaran alenemigo. Repitió la operaciónvarias veces, hasta que se acabó lamezcla.Cuando volvimos a mirar por la ventanaquedamos atónitos: no había un

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murciélago fuera de la iglesia. El humonegro había desaparecidoy sólo cenizas quedaban en el lugar endonde había estado el cofre.-No sé qué decidáis vosotras, pero yo nopienso salir de aquí a comprobar que todose haya incinerado propiamente -dijo elpadre Anastasio.Carmen y yo sonreímos con alivio.Caímos desplomados cada uno sobre susilla, mirándonos las caras.-Nos hemos salvado una vez más -dijoCarmen.-Así ha sido -dijo el padre Anastasio-.¡Qué buena idea tuviste, hija! Si nohubiésemos hecho lo que acabamos dehacer, seguiríamos estando rodeados demurciélagos.

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Sonreí, guiñándole un ojo:-Estoy aprendiendo de mi maestro -dije.Cuando nos recuperamos del susto, unafina lluvia caía en el pueblo.-¿Alguien tiene hambre? -preguntó elpadre Anastasio.-Podría comerme toda la alacena deSainte-Marie —dijo Carmen.El padre Anastasio puso agua a hervir enel fogón y yo comencé a pelar unaspatatas. Carmen dispuso la mesa, y nossentamos a esperar quela cena estuviera lista tomando un vasode vino caliente con canela y azúcar.-No sé si mi pobre corazón vaya a podersoportar este ritmo de vida -dijo Carmen.-Lo soportará -dijo el padre Anastasio-.Los tres soportaremos todo lo que venga.

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Grande es nuestro enemigo, pero Diosestá con nosotros.-Que así sea -dije.-Que así sea -dijo Carmen.Durante la cena, conversamos un pocomás acerca del cofre del vampyr y el libroque hablaba de su vida.—¿Por qué tendría ella una Biblia negra?—pregunté.-Apostaría lo que fuera a que la tienedesde antes de convertirse en vampyr-dijo el padre Anastasio—. ¡Tal vez fuepor medio de un pacto con el demonioque llegó a levantarse de la tumbatransformada en una criatura que bebesangre humana!-Y... ¿si bebía sangre humana antes demorir? -preguntó Carmen.

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—Por lo pronto, se bañaba en ella-respondí.-Erzsébet era un demonio aun antes deser vampyr -dijo ei padre Anastasio-.Estoy seguro de que podemos averiguarmás de su vida por otras fuentes.-Tal vez... ¿pero dónde? -pregunté.-Los nombres que aparecen en el libroson húngaros -dijo Carmen-Quiza sea ésala tierra natal de Erzsébet.-A menos de que el autor fuera húngaro yhubiese escrito los nombres en su idioma-dije yo.-Cierto -dijo Carmen-. Aun así, es la únicapista que tenemos.-Y siendo así, la seguiremos -dijo el padreAnastasio.Carmen y yo volvimos a hojear el libro

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después de la cena. No había mucho quepudiese entenderse. Había unos pocosnombres en húngaro, pero el resto dellenguaje era esa extraña mezcolanza delenguajes, y habría dado igual queestuviese escrito en chino. Poco despuésnos fuimos a dormir, y partimos en lamañana. El padre Anastasio le envió unCristo de plata a la señorita Ricci juntocon una nota en la que aceptaba suinvitación para pasar el día de Reyes enSainte-Marie.-Hasta enero, padre -dije.—Hasta enero, hijas. Que Dios osacompañe.El tiempo pasó rápidamente hasta quevolvimos a ver ai padre Anastasio. Para el6 de enero, los ánimos de Sainte-Marie se

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habían levantado un poco. Las fiestastranscurrieron tranquilamente y el padreAnastasio pudo realizar el ritual deprotección de Sainte-Marie sininconvenientes. Desde ese día, el solbrilló con fuerza todos los días en elinternado. Un par de meses después, laseñorita Krumlauf descubrió que el cuartode Susana Strossner estaba vacío. Ella ylas otras institutrices asumieroncorrectamente que había sidodesocupado pocos días después que sehubieran llevado a Susana y, como eralógico, pensaron en el merodeador.—¡Estoy segura de que el merodeadorera un gitano! -le había dicho Gertrude aMarie-. ¡Todos son ladrones!Según nos contó Marie, la señorita

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Krumlauf estuvo bastante nerviosaun par de días pero la señorita Riccijamás mencionó que fueseresponsabilidad suya. Ella misma habíaperdido una llave que le pertenecía aSusana, y todo el personal lo sabía. Lasclases continuaron y las alumnas no seenteraron del suceso.Se acercaba la fecha en que Carmen y yopartiríamos de Sainte-Marie y ya sepresentía, por fin, la llegada de laprimavera. Marie y Juanito estabanplaneando su boda para comienzos demayo: ya casi habían terminado deconstruir su cabana, y nuestra amigaestaba feliz. Yo estaba bastantepreocupada de no tener noticias del señorLocke. Debía haber vuelto a Sainte-Marie

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hacía un par de meses, y se me ocurrió laidea espantosa de que algo le hubieseocurrido. Le había escrito tres cartas sinrecibir ninguna de vuelta. Cuando yapresentía lo peor, recibí una misiva de suparte con fecha del mes anterior. Sentí ungran alivio, y me retiré a la habitación aleerla:

5 de marzo de 1880Estimada señorita Székely:Le he- enviado varias cartas y no heobtenido respuesta de su parte. Esperoque todo esté bien en Sainte-Marie y quegoce usted de excelente salud.Como le decía en mis cartas anteriores,he tenido algunas dificultades

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poniendo sus papeles en orden,especialmente algunos títulos depropiedad. He recibido la visita delabogado de una señorita que reclama unade sus propiedades. Venturosamente, helogrado demostrar ante el juzgado que lapropiedad le pertenece a usted, y todoestá bajo control. Todo el tiempo tuve laextraña sensación de que se trataba deuna estratagema de sus primos pararobarle a usted parte de lo que lepertenece... Como era de esperarse, elabogado de la señorita no ha podidomostrar ningún título de propiedadauténtico y ha sido el hazmerreír deljuzgado.Me dispongo ahora a terminar de haceralgunos trámites en París, y luego me

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dirigiré a Suiza para verla a usted. Porfavor, escríbame cuanto antes. Necesitosaber que se encuentra usted bien.

Suyo,Stuart Locke.

¡Gracias a Dios había recibido esa carta!El señor Locke estaba sano y salvo. Eraextraño que no hubiese recibido ningunade sus cartas anteriores ni él las mías.Aun así, con el invierno tan crudo quehabíamos tenido, me daba por bienservida de haber recibido la última. Asíque el señor Locke había recibido la visitade un abogado que quería reclamar unade las propiedades para su dienta... Yo no

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entendía nada de eso y, entre menossupiese, mejor. Lo que sí esperaba eraque los truhanes de mis primos noestuvieran tratando de tenderme algunatrampa para dejarme en la ruina.A finales del mes de abril recibí laesperada visita de mi abogado.-¡Señor Locke! No sabe lo contenta queestoy de verlo -exclamé-. ¿Recibió mirespuesta a su última carta?-Sí señorita Székely. Afortunadamente.Ya estaba empezando a preocuparme porusted. Con su familia rondando suherencia... nunca se sabe -dijo él.Merendamos juntos y me puso al tanto detodos nuestros asuntos pendientes. Elseñor Locke ya había completado latransferencia de todos los bienes de mi tía

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Verónika a mi nombre y brindamos porello con buen vino.-Ahora ya puede usted darse la vida quese merece, señorita Székely -dijo el señorLocke.-Espero que usted sepa hacer igual, señorLocke -le dije, observandoel raído traje que llevaba- La próxima vezque lo vea, no aceptaré que no lleve ustedun traje nuevo.—En ese caso, deberá usted tenermuchos vestidos a la moda, señoritaSzékely.Ambos reímos y hablamos un rato acercade mis padres. El señor Locke dijo que mimadre había sido una mujer muy hermosay muy amable.—Espero que pueda usted encontrar un

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hombre tan bueno como lo fue su padrepara su señora madre -dijo.-Yo nunca quiero casarme, señor Locke-dije.-¿Está usted hablando en serio, señoritaSzékely?-Sí, señor Locke. Muy en serio. Todos loshombres que he conocidoson unos perfectos tontos. Además,quiero dedicarme a recorrer el mundo sinrestricciones de ninguna clase.Él suspiró y dijo:-Tal vez haga usted bien, señoritaSzékely. No dudo que habrá muchoscanallas que quieran aprovecharse de sufortuna.-Por eso no se preocupe, señor Locke. Siusted no le cuenta a nadie cuan rica soy,

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yo tampoco lo haré -dije.—Puede usted contar con ello —measeguró él.Acordamos un sueldo mensual para elseñor Locke que estuviera en proporcióncon mi riqueza. Como era de suponerse,él quería pagarse mucho menos, y tuveque insistir mucho para que accediera arecibir lo que yo consideraba apropiado.Quedé muy contenta y él. aunqueapenado, también.-Usted es uno de los pocos amigos quetengo y yo quiero que todos mis amigostengan una vida holgada y feliz.El señor Locke pareció enternecerse.-En ese caso, debe usted venir avisitarnos a mi esposa y a mí en el otoño.Tengo una hija pequeña que estará feliz

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de conocerla.Acepté encantada. Quedamos en que losvisitaría con Carmen en octubre, ydespués iríamos a hacer un recorrido delas propiedades que había heredado demi tía Verónika. El señor Locke pasó lanoche en Sainte-Marie como la vezanterior y partió temprano en la mañana.Ya que podía disponer de toda mi fortuna,hice una gran donación aSainte-Marie-des-Bois para que pudiesenreparar los daños que un invierno máscrudo de lo habitual había causado. Elproyecto demoraría bastante, pero valdríala pena. La señorita Ricci estabavisiblemente conmovida.-Quién iba a pensar que nuestra ovejanegra iba a convertirse en una luz para

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este internado... -dijo, palmeándome lamano con afecto.Aproveché para preguntarle si habíavuelto a comunicarse con los padres deSusana Strossner.-No he tenido noticias de ellos. Asumoque los restos de Susana llegaron bien aPolonia, de lo contrario ya nos habríanescrito.Carmen y yo nos turnábamos velandocada noche desde que habíamos vuelto acompartir una habitación. Aun así, norecibimos ninguna sorpresadesagradable. Parecía que el vampyr sehabía esfumado de nuestras vidasdefinitivamente. Si no echaba en falta sulibro y su cofrecito, era posible que notuviese motivos para volver... a menos

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que el motivo por el que hubieseaparecido en primer lugar siguierateniendo vigencia.Juanito y Marie se casaron un hermosodomingo de mayo en la granja vecina.Varias personas de Sainte-Marieasistieron, y fue el padre Anastasio quienofició la ceremonia. Marie estaba hermosay feliz, y Juanito tenía el amor pintado portoda la cara. Tuve que admitir que hacíanuna linda pareja. Después de la bodahubo una gran fiesta en la que por finpude escuchar la maravillosa música delos campesinos y bailar con chicos que nofueran pretenciosos. Carmen se convirtióen el alma de la fiesta: aprendió los pasosdel baile con tanta rapidez que al final dela celebración lo hacía tan bien como las

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lugareñas y todos los chicos se peleabanpor bailar con ella. Definitivamente, miamiga había sido una gitana en otra vida.Me senté a conversar con el padreAnastasio mientras Marie y Juanito se miraban a los ojos bajo el solprimaveral, bailando al compás de unapolka.-Pronto nos iremos de Sainte-Marie,padre Anastasio -le dije.-¿Ya sabes dónde vas a vivir, hija? -mepreguntó.-Aún no. Tengo mucho que hacer antesde decidirlo. Pero quiero asegurarle quevendré a visitarlo con frecuencia a Valais.Tal vez incluso pueda tentarlo con unmerecido retiro...-¿Retirarme? ¿Yo? Jamás! -dijo el padre

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Anastasio-. He sido el cura párroco delpueblo hace más de setenta años, hija.¿No es un poco tarde para que deje detrabajar?Tuve que reír.-Además... -prosiguió- ¿quién le echaráun ojo a Valais si yo no estoy aquí?Tenemos que estar alerta en caso de queErzsébet quiera regresar. Nosescribiremos todas las semanas.Estuve de acuerdo con que así fuera.Ya Marie no regresaría a trabajar aSainte-Marie desde ese día. Me habíaasegurado de que ella y Juanito nuncatuvieran que volver a trabajar si no lodeseaban. Aun así, ellos habían decididodedicarse al pastoreo, y Carmen y yoprometimos ir a visitarlos a ellos y a sus

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cabras todos los fines de semanamientras siguiéramos en la escuela. Laboda fue una hermosa celebración de íaque regresamos a Sainte-Marie con lasmejillas sonrosadas de tanto reír y bailar.—Y éste es sólo el comienzo del felizresto de nuestras vidas -le dije a Carmen.Cuan poco sabía todo lo que el futurohabría de depararnos. Aunque laprimavera había llegado a Valais, unoscuro enemigo había dejado su huella ennuestras vidas, y la historia apenascomenzaba.

 

Segunda parte

CAPITULO 10

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Carmen y yo fuimos, tal como lohabíamos planeado, a casa del señorLocke después de nuestra salida deSainte-Marie. Ese verano lo habíamospasado con la familia de Carmen enSevilla, y había sido el más caluroso denuestras vidas. Los padres de Carmenhabían insistido para que nosquedásemos con ellos seis meses más,pero a mí me era imperativo ir a ver alseñor Locke, y el padre de Carmen notuvo corazón para pedirle que no meacompañase. El señor Locke y su esposahabían adquirido una nueva propiedad enParís, y Carmen y yo partimos hacia alláun bonito día de octubre. Al llegar, toda lafamilia Locke salió a recibirnos conentusiasmo: nos tenían preparada unamaravillosa cena en la que brillaron losmás deliciosos postres, y comimos juntoscon gran alegría. Mariana Locke era tanencantadora como su esposo y la

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pequeña Lynn era dulce y afable.-No puedo creer cuánto tiempo tuve queesperar para conocer a la única hija dePál y Mónica Székely -había dichoMariana-. Stuart tenía razón: ¡eres el fielretrato de tu madre!Stuart y Mariana Locke se pasaron toda lavelada contándonos anécdotas de losaños en que mis padres estaban vivos, yla señora Locke prometió llevarnos aCarmen y a mí de compras al díasiguiente. Esa noche dormimos demaravilla en las mullidas camas de lahabitación de huéspedes.-De verdad que no extraño para nada elinternado... -le dije a Carmen antes decerrar los ojos.-Me alegro de que Marie ya no viva allí.Así no tenemos motivos para regresar-dijo Carmen.Esa noche tuve un sueño extraño. Estabaparada frente a la misma puerta labrada

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que había visto en un sueño anterior. Alponer la mano sobre la cerradura otravez, volvía a escuchar la misma voz, enesta ocasión diciéndome: "Él te traeráhasta aquí".Cuando desperté, Carmen estabasentada sobre su cama, escribiendo.-Buenos días -le dije con voz ronca.-Martina, he soñado con Amalia -dijo.Me incorporé y le pedí que me narrara susueño.-Fue hermoso -dijo-. Amalia estabavestida de rosa pálido y llevaba flores detodos los colores en el cabello. Estabafeliz. Yo la abrazaba y le decía quesiempre la había querido. Ella decía queahora lo sabía y que también sabíacuánto la querías tú. Me decía que estabacuidándonos desde el cielo, Martina. Todofue muy real. Entonces dijo que ella nosayudaría a encontrarlos.-¿Encontrar qué? -pregunté.

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-No lo sé, porque en ese momentodesperté -dijo—. ¡Pero mira lo que tengoaquí!Carmen tenía una florecilla en la mano.-Amalia la tenía puesta en el pelo,Martina... -dijo con lágrimas en los ojos-.Estaba junto a mi almohada cuandodesperté. ¡Mi sueño fue real!Corrí a abrazar a Carmen, y dimosgracias a los cielos por el dichosoencuentro entre Amalia y mi amiga.-¡Cuánto me alegra que Amalia esté bien,Carmen! -dije entre sollozos.Ese día, después de desayunar, MarianaLocke nos llevó a las tiendas másfamosas de París. Compramos metros ymás metros de hermosas telas, y luegofuimos a la sastrería a encargar laconfección de gran cantidad de vestidos.Ese día compré todo lo que no habíacomprado en años: sombreros, abrigos,chales, adornos... Estaba decidida a no

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volver a vestirme de negro en toda la vida.Después fuimos a varias librerías yadquirimos dos libros antiguos que tal vezpudiesen ayudarnos en nuestro propósitode encontrar el paradero del vanpyr:había uno de ciencias ocultas y otro dealquimia. Por último, fuimos a laperfumería y compré una botella deesencia de rosas y otra de gardenia.Terminamos la tarde en una pequeñapátisserie, comiendo pasteles encompañía de Mariana y Lynn Locke. Elseñor Locke se reuniría con nosotrascuatro más adelante para ir a cenar.Fuimos a la casa y nos cambiamos; esanoche me puse un vestido azul perladoque había comprado en Granada, conzapatillas del mismocolor y un chai con adornos plateados.Carmen se puso el vestido color verdeoliva que sus padres le habían dado decumpleaños y un chai con brocados del

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mismo color. El señor Locke llegó pornosotras alrededor de las siete de lanoche, vistiendo un bonito traje nuevo.-¡Qué guapo estás, querido! -le habíadicho la señora Locke al verlo, haciéndolosonrojar. Al parecer el señor Locke habíaaceptado que su esposa le compraratrajes nuevos a regañadientes. Me alegréde que la familia Locke estuviera gozandode la prosperidad que merecía.Todos nos metimos en el coche y fuimosa cenar a un café que se había puesto demoda en París en aquella época.-No he vuelto a saber nada de la señoritaque reclamaba una de sus propiedades,Martina -dijo el señor Locke-. Sus primosdeben estar planeando alguna nueva tretaen estos momentos.-Yo quisiera verles las caras a esosinfames personajes -dijo Carmen-Tanto oír hablar de ellos ha picado micuriosidad.

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-Por el momento tendrás que conformartecon otro personaje de casi igual infamia-dije-: mira quién está allá.En la terraza del café se distinguía lafamiliar figura, de uno de nuestrosenemigos del pasado: Giovanni Rossi.Estaba cenando con una mujer desingular belleza que no le quitaba los ojosni las manos de encima. La mujer teníacabellos rubios ondulados y un vestidonegro a la última moda.Carmen había enmudecido.-¿De quién se trata? —preguntó MarianaLocke.—Es un antiguo pretendiente de Carmen-dije—. Pero no os afanéis en verlo. Creoque viene hacia acá en este precisomomento.Efectivamente, Giovanni venía hacianosotras tomado del brazo de la mujerrubia. Mientras iban acercándose, notéque la mujer se había excedido con el

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maquillaje y en realidad no era tan guapa.Giovanni, en cambio, estaba más apuestoque nunca. Llegó hasta nuestra mesa y,haciendo un gracioso gesto, nos saludó atodos. Hicimos las presentacionespertinentes y Giovanni nos besó lasmanos a Mariana, a Carmen y a mí.-Qué encantadoras lucís todas... -dijo-.Claro que ninguna belleza se comparacon la de Anna. Anna, querida, éstas sonmis amigas Martina Székely y CarmenMiranda. Señoritas: ésta es mi prometida,Anna Darvulia.Cuando Anna se inclinó a besarme enambas mejillas me pareció detectar unamezcla de perfume con algo sutilmentefétido. Tuve que contenerme para noecharme hacia atrás.—Encantada. No sabía que Giovannituviera amigas tan guapas. ¡Qué preciosovestido tiene, señorita Székely! -dijo,masajeándome el brazo a través de la

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ceñida manga del traje que llevaba. Memolesté pero procuré no darle importanciaal gesto.Carmen y yo estábamos bastantedesconcertadas. ¿Qué había pasadocon Regina Bailey? Hubiera queridopreguntárselo a Giovanni, pero la etiquetano me lo permitía. En vez de eso,Giovanni habló: -Siento mucho Jo deAmalia de Piñérez. ¿Cómo está Regina?-Regina está en Londres, Giovanni.¿Hace cuánto tiempo no tienes noticiasde ella? -preguntó Carmen.-Hace casi dos años que no sé nada deella -respondió él.Me pareció extrañamente sincero. Pero loque decía no concordaba con lo que creíahaber escuchado en Sainte-Marie pues,según Regina les había contado a lasdemás, Giovanni y ella se escribían confrecuencia.-¿De veras? -preguntó Carmen.

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-De veras -dijo Giovanni.Giovanni pareció algo sorprendido.—¿Por qué lo preguntas? -dijo.En ese momento Anna lo abrazó y,acariciando su espalda, dijo:-Giovanni, creo que deberíamosdespedirnos ahora. Nuestros amigosestarán esperándonos y vamos a llegartarde al teatro.-Tienes razón, querida -dijo Giovanni-.Señor y señora Locke, ha sido un placerconocerlos. Señoritas... siempre es ungusto verlas.Tocándose el ala del sombrero, sedespidió de nuestro pequeño grupo, y él yAnna Darvulia se perdieron entre losdemás comensales.-Eso fue raro -dije.-Definitivamente -contestó Carmen.Les contamos a Stuart y Mariana Lockecómo habíamos pensado que Giovanni yRegina habían sostenido una

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correspondencia amorosa durante elúltimo año y medio.-Tal vez la chica se lo estabainventando... -dijo Mariana-. ¡Esemuchacho es verdaderamente apuesto!-Estoy casi segura de que Regina noestaba inventando nada -dije-. PeroGiovanni tampoco estaba mintiendo. No leencuentro el sentido a todo esto.Tuve una mala corazonada.-Disculpen, mis queridas damas, pero nohe logrado comprender la importancia delasunto... Ambas se han puesto un pocopálidas -dijo el señor Locke.Desenterado como estaba de los horriblessucesos que habíamos vivido enSainte-Marie, no podía haber adivinadoque cualquier detalle extraño relacionadocon sus alumnas era motivo de alarmapara nosotras.-¿Recuerda usted las extrañas muertesque hubo en Sainte-Marie y en algunos

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lugares de Valais el año pasado, señorLocke? -preguntó Carmen.El señor Locke asintió.-Amalia de Piñérez fue una de laspersonas que murieron. Era la mejoramiga de Regina Baiiey y también micompañera de habitación en Sainte-Marie-explicó Carmen.-Es muy extraño que desde hace dosaños Giovanni no reciba cartas de Reginaen tanto que esta última está convencidade que Giovanni le escribe regularmente.¿Recuerda cómo nuestracorrespondencia se vio interrumpidadurante el invierno, señor Locke?-Sí, pero, ¿no es eso fácilmenteexplicable? Digo, con el estado de loscaminos en Valais... -dijo él.-Lo sería si el tiempo no hubiesemejorado tanto en la época en que máscartas le envié a usted -dije-. Además...podría entender que Giovanni no recibiera

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cartas de Regina. Lo extraño es que ellasiguiera recibiendo cartas de Giovanni.-Tal vez el muchacho siguió escribiéndolea pesar de no tener respuesta -dijoMariana Locke.-¿Giovanni Rossi? -dijo Carmen-. Eso esimposible. Es demasiado orgulloso... loconozco bien y sé que no perdería unsegundo de tiempo en una chica que nodemostrara el mayor interés en él.-Eso es muy cierto -dije.-Disculpen mi curiosidad, pero... ¿quétiene que ver todo esto con las muertesque mencionaron? -preguntó MarianaLocke.Sentí que los colores se me subían alrostro. No debíamos haberlas nombradosi no queríamos dar todas lasexplicaciones pertinentes. Miré a Carmencon impaciencia: se encontraba tanturbada como yo. ¿Podríamos hablarlesde los vampyr a los señores Locke? Me

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retorcí un mechón de pelo y bajé lamirada, esperando que Carmen nossalvara de ésa. El rumor de lasconversaciones de las mesas vecinaspareció crecer en intensidad. Levanté losojos y me encontré con las miradasinquisitivas de los señores Locke. La carade Carmen parecía decir: ¡Lo siento!-Creo que debemos sostener estaconversación en un lugar un poco másprivado -dije, al fin.-¡No se diga más! -dijo el señor Locke—.Pediré la cuenta de inmediato.Stuart y Mariana Locke estabanevidentemente intrigados y podíanpresentir la importancia de lo que Carmeny yo les íbamos a contar. Nos reunimosen el salón pequeño de la casa de losLocke, y Mariana preparó té para todos.Los señores Locke guardaban el másprudente silencio, a la espera de nuestrahistoria. Decidí que lo mejor sería

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narrarles todo desde el comienzo.-El día 31 de octubre del año pasadodesperté con una extraña sensación...-comencé.Stuart y Mariana Locke escucharon elrecuento de todos los sucesos queCarmen y yo habíamos vivido conabsoluta seriedad. No habían pensadoque estábamos locas; por el contrario,parecían estar muy asustados. Lescontamos lo que habíamos leído en eldiario de Amalia y cómo SusanaStrossner se había aprovechado de sucandidez. Sólo omitimos en nuestro relatoel ultraje cometido contra Amalia porrespeto a su privacidad. Mariana Lockelloraba y Stuart puso su pesada manosobre la de ella para confortarla. El únicomomento en que me vi interrumpida fuecuando mencioné el verdadero nombre deSusana Strossner.-¿Cómo dijo el padre Anastasio que se

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llamaba? -preguntó el señor Locke.-Erzsébet -repetí.-¿Por qué, señor Locke? -preguntóCarmen, ansiosa-. ¿Le recuerda algo?-La verdad, sí -dijo el señor Locke-. Hevisto el nombre escrito en algún lugarimportante recientemente.-¿Dónde? -pregunté.-Si tan sólo pudiera saberlo con certeza...Veo tantos nombres en mi trabajo...Podría haberse tratado de cualquierdocumento legal. Es un nombre muycomún entre los magyar, como ustedes losaben... y yo tengo varios clienteshúngaros. Puede que no sea nada.-De todas formas, procure no olvidarlo-dije-. Si vuelve a verlo, téngalo en mente.—Lo haré -dijo el señor Locke-. Tambiénrevisaré mis libros por si encuentro algoacerca de la muerte de ErzsébetStrossner. ¿En qué año dicen creer quemurió?

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—Según el libro que escondía en su baúl,en 1614 -dijo Carmen.—Muy bien. Haré las averiguacionespertinentes -contesto él.—Ahora comprendo por qué es tanimportante el detalle de la comunicaciónentre Giovanni y Regina... -dijo MarianaLocke.-Quisiera hablar con Giovanni, ¿crees quepodamos ir a verlo mañana? -le preguntéa Carmen.-Dudo mucho que quiera hablar de suvida amorosa conmigo -dijo ella-. Pero talvez valga la pena que lo intentes tú. Quizási vas sola te reciba y puedas sacarlealguna información.—Podrían escribirle también a la chicaBailey —sugirió Mariana.—Las cartas tardarían demasiado enllegar: Regina está en Londres -dije.Acordamos que iría a ver a Giovanni aldía siguiente en las horas de la tarde.

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Antes de irnos a dormir, lesrecomendamos a los señores Locke queusaran también crucifijos por fuera de lasropas.-Nunca se sabe —dije-. Tal vez podríansalvarles la vida un día.Los señores Locke prometieron que loharían.Carmen y yo nos retiramos a nuestrashabitaciones, y yo me quedé pensando enel encuentro que habíamos tenido conGiovanni.-¿Qué excusa crees que pueda darle parami visita? -le pregunté a Carmen.-No lo sé, tenemos que pensarlo bien. Unpaso en falso y nuestros planes se veríanarruinados -dijo-. Al menos Giovanni no tedetesta a ti tanto como a mí.-Fue él quien se acercó a nuestra mesa asaludarnos. Es obvio que quería alardearde su prometida -dije.-La adulación es el camino más directo al

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corazón de Giovanni -dijo Carmen—.Podrías presentarte con una nota de miparte.-¿Una nota que diga qué? -pregunté.-¡Ya verás! -dijo Carmen entusiasmada.Se sentó en el escritorio y a los pocosminutos me extendió una hoja de papel:

7 de octubre de 1880

Querido Giovanni:Haberte visto hoy ha despertadosentimientos inusitados en mi corazón.Nunca pensé que el tiempo me enseñaríasemejante lección... ¡Qué guapo estás! Encuanto te acercaste a mí, reviviste lallama del amor que un día sentí por ti. Yani recuerdo cuántas tonterías te dijecuando era apenas una niña. Ahora hecrecido, Giovanni. Soy una personadiferente, una mujer que se da cuenta de

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lo que perdió. Eres el hombre másapuesto de París... tal vez del mundoentero. ¡Qué elegancia! ¡Qué aplomo!Estaba temblando al verte caminar hacianosotras. Seque es demasiado pedir, peroharía lo que fuera por que me concedierasuna entrevista secreta. Quisiera hablarcontigo antes que te cases, Giovanni.Hazlo por el recuerdo del amor que un díame tuviste. ¿Crees que puedas hacerlo?No hago más que pensar en ti. La noticiade tu compromiso me ha dejadodevastada. He tenido que enviar a Martinacon esta nota, dejando todo orgullo delado, con la esperanza de que aceptesverme una vez más... sólo una.Tuya,Carmen.

Levanté una ceja y le sonreí a mi amiga.-¿Cuando eras apenas una niña? Y, ¿el

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hombre más apuesto de París y delmundo entero? -pregunté.-Fue lo mejor que se me ocurrió en elmomento... Claro está que podríaagregarle más detalles -dijo.-¡No, no, no! No hace falta, queridaamiga. Con lo que le dices es más quesuficiente. Entonces... ¿El plan es que yotrate de indagar al respecto de su relacióncon Regina so pretexto de interceder entu beneficio?-Sí. Harás el mismo papel de Cupido queantaño en nuestra relación. ¿Qué teparece? -preguntó.-Más fácil que aparecerme en su casa adecirle que siempre lo he estimadoprofundamente -respondí-. Sólo esperoque valga la pena y no pasemos lavergüenza de ensalzarlo en vano.-No importaría, Martina, a mí en realidadme tiene sin cuidado lo que pienseGiovanni. Si cree que lo odio o que lo amo

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me da igual.-Eso me consuela un poco, porque pareceestar muy contento con su Anna Darvulia.Por cierto, ¿notaste el desagradable olorque se desprendía de ella? -pregunté.-La verdad, no. Estaba demasiadosorprendida como para notar nada. Nisiquiera la pude observar bien.-Pues olía muy mal por debajo delperfume que se había puesto... PobreGiovanni, qué asco. Además, estabaempolvadísima y tenía demasiado rougeen los labios.-¡Me alegra! Giovanni no merece casarsecon nadie especial.Poco después de esa conversación nosquedamos dormidas.En la mañana, desayunamos café conpan y confitura de manzanas encompañía de Mariana y Lynn Locke.—¿Puedo jugar a peinaros? -preguntó lapequeña Lynn.

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-A mí puedes peinarme todo lo quequieras -dijo Carmen—, dudo que logreshacer algo con mi cabello.-¡Ya verás cómo te hago un bonitopeinado! -dijo Lynn, y salió corriendo abuscar sus horquetillas y su peine.-Es posible que te lleves una sorpresa,Carmen -dijo Mariana-. Lynn es muybuena para esas cosas.Me imaginé los tirones de pelo por los queiba a pasar Carmen y me alegré de nohaberme ofrecido como voluntaria. Alpoco tiempo la pequeña regresó contodos sus implementos de peluquería, yyo me disculpé. Iba a darme un bañocaliente con jabón perfumado; me parecíauna dicha no tener que lavarme con aguahelada como en Sainte-Marie. Desde quehabíamos salido del internado me habíabañado a diario con agua caliente, inclusoen Sevilla en pleno verano. Eché el aguahirviendo en la bañera y me sumergí poco

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a poco. Tomé la pastilla de jabón de rosasy la disolví formando abundante espuma;cerré los ojos y me dejé envolver por ladeliciosa sensación de tibieza en la queflotaba. El aroma de rosas invadió toda lahabitación y me encontré agradeciéndolea la vida lo mucho que me estabaconsintiendo. Me lavé el pelo con cuidadoy me froté con mi esponja de baño.Cuando más relajada estaba, mipensamiento voló a la parroquia del padreAnastasio. Esperé que nuestracomunicación semanal no se vieseinterrumpida como me había ocurrido conel señor Locke. Por otra parte, metranquilizaba saber que iba a ver aGiovanni Rossi en la tarde: tal vez élpudiese darnos alguna pista que nosllevara a descubrir si había algún peligrodetrás de las desapariciones de lascartas.Salí del baño y me puse una de las batas

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que había comprado el día anterior.Cuando entré a la habitación, meencontré con una Carmen hermosa ymaravillosamente bien peinada con unestilo natural.-¡Carmen! -exclamé-. ¿Qué te has hecho?-Lynn resultó ser una maravilla con elpeine -dijo mi sonriente amiga.Era cierto: Lynn le había hecho unpeinado suelto tomando sólo un par demechones del frente, llevándolos haciaatrás, y sujetándolos con una bonitahorquetilla. Ese día dejé que la pequeñaLynn me peinara a mí también y tuvimosque aplaudirla por sus excelentesresultados.-Esta niña tiene talento -dije—. Serás mipeinadora oficial desde hoy, Lynn.-¡Viva! —exclamó la niña.Después de la merienda, comencé aprepararme para mi entrevista conGiovanni. Carmen metió la nota en un

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sobre y lo perfumó con su esenciafavorita.—¿Jazmín para Giovanni? —pregunté.-Por supuesto, querida... -dijo Carmenguiñándome un ojo.Me puse un vestido violeta pálido y lapequeña Lynn completó mi coiffure convarias violetas del jardín.-¡Gracias, amiga! -le dije.Lynn estaba dichosa de jugar a lasmuñecas con nosotras, y nosotras dedejarla jugar.—Mucha suerte -dijo Carmen—. Sé queeres una maestra en el arte de laimprovisación: haz relucir tu talento.-No lo pongas en duda -respondí.El amable cochero de los Locke no tardómucho en llevarme a casa de Giovannisiguiendo mis indicaciones por las callesde París. Yo las conocía bastante bien,pues solíamos pasar al menos un mescada verano allí con ios padres de

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Carmen.-¡Ésta es! -le dije en cuanto vi la bonitacasa de paredes blancas-. No creo queme tarde mucho, una hora, a lo sumo.-Estaré esperándola aquí -me dijo.Me ayudó a bajarme del coche, y tiré de lacuerda de ía campana de la entrada. Unaseñora con cofia y delantal salió a miencuentro; le entregué mi tarjeta y le dijeque quería ver a Giovanni.-Siga, por favor, señorita Székely.Me llevó a la amplia sala de esperamientras me anunciaba. Giovanni teníauna casa bastante grande en la que yahabía estado yo algunas veces antes,aunque no conocía a la nueva empleadaque me había abierto la puerta. Lo quemás me gustaba de la casa de Giovanniera la gran cantidad de luz que entrabapor las ventanas. En esta ocasión, laspesadas cortinas estaban cerradas y noentraba un solo rayo de sol.

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Pocos minutos después, la misma mujerapareció y me dijo:-El señor Rossi la recibirá ahora. Deberáusted disculparlo, pues estaba durmiendo.No tardará en bajar. Acompáñeme alsalón.La seguí a través del vestíbulo y me dejóinstalada en el salón después deofrecerme algo de beber. Acepté una tazade té y recorrí las paredes con la miradamientras esperaba. Había varias pinturasinteresantes y unos cuantos retratosfamiliares. El padre de Giovanni aparecíaen uno de ellos. Era un apuesto hombrecon grandes mostachos marrones y ojosverdes como los de su hijo.Al poco tiempo, la alta figura de Giovanniapareció en el umbral. Vestía una bataverde de diseños orientales que searrastraba hasta el suelo y hacía juegocon sus ojos.-Martina Székely -dijo, apoyándose contra

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el marco de la puerta-. Pensé que estabasoñando cuando Solange me informó detu presencia.De todo París, tuya es la visita que jamáshubiese creído volver a recibir en estacasa.Hizo una pausa para cruzarse de brazos,y continuó:-Cuéntame... ¿a qué debo el placer?Me sentí sonrojar intensamente. Giovannime miraba entre divertido y ligeramentemolesto. Fue hasta la bandeja de plataque había en una esquina del salón y sesirvió un vaso de licor.-¿Coñac? -preguntó.-No, gracias -dije. Sabía que Giovanni seacababa de levantar de su siesta- Notenía idea de que desayunar con licorfuera una de tus costumbres -le dije,tratando de ganar tiempo porque no sabíacómo dar inicio a tan incómoda entrevista.Giovanni me miró entrecerrando los ojos

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al tiempo que me dirigía una sonrisitasarcástica.-Sólo una de tantas -dijo, y se sentó alotro lado del sofá con las piernas abiertas,apoyando los codos sobre las rodillas.Tenía una actitud diferente y estabalogrando intimidarme."Es sólo Giovanni Rossi! Habla rápido,Martina", me dije.Él no retiraba sus ojos de mi rostro unsolo instante ni tampoco borraba unasonrisa de medio lado.-¿Y bien, señorita? ¿Se ha quedado ustedmuda?-En lo absoluto -dije-. Giovanni, he venidoa verte porque... Cielos, no sé cómodecirte esto. Me imagino que no hayforma fácil de hacerlo, así quesimplemente hablaré: Carmen aún estáenamorada de ti.Me miró a los ojos tratando de descubrir sise trataba de alguna broma. Le sostuve la

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mirada con tanta suerte que se meaguaron un poco los ojos de lo nerviosaque estaba. Entonces Giovanni se irguióen su sitio y toda la expresión de su caracambió.-¿Hablas en serio? -dijo.Supe que estaba tratando de contenersus emociones y me arrepentíinmediatamente de haber usado el amorde Carmen como anzuelo: Giovanni Rossitodavía amaba a mi amiga. Aun así, erademasiado tarde. Ella tendría que fingiramarlo con toda su alma: Giovanni podíaser un engreído pero estaba enamoradode verdad y nadie capaz de tan noblessentimientos se merecía un golpe tanbajo.-Sí -dije, y le alcancé la nota que Carmenle había enviado.Giovanni tomó el sobre y extrajo la cartade mi amiga. Deseé poder devolver eltiempo y evitar que Carmen la escribiese.

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"Nos va a descubrir...", pensé.La mano de Giovanni temblaba un pocomientras leía. Yo quería que el suelo seabriese pero, a la vez, Giovanni se veíasincero y era una delicia de contemplar.Por primera vez vi algo verdaderamenteatractivo en la persona de Giovanni y tuvemucho miedo de que notase la falsedaden la carta de Carmen. No queríaaveriguar cuál sería su reacción al verseburlado por segunda vez y de semejanteforma. Cuando hubo terminado de leerla,sólo elevó los ojos del papel y mepreguntó, con la voz algo quebrantada:-¿Por qué no me lo dijo antes?Había caído en la trampa. Me sentí fatalmintiéndole, pero tuve que hacerlo:-Regina Bailey -dije.-¿Cómo? —preguntó, sorprendido.-Tu romance con Regina Bailey. Esfamoso en Sainte-Marie.Abrió mucho los ojos un momento y, casi

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inmediatamente después, se echó a reír.-¿Romance? ¿Regina y yo? ¿De quédiablos estás hablando, Martina?Tragué en seco, aterrorizada. Giovanniestaba hablando en serio.-Regina Bailey está sinceramenteconvencida de que tú estás enamoradode ella. ¡Todo Sainte-Marie sabía porboca de ella que tú le enviabas cartascada mes! -exclamé.-¿Cartas? -preguntó-. La única carta quele he enviado yo a Regina Bailey fue unanota de agradecimiento por su invitación aun baile que ofreció hace dos años,ocasión en que las conocí a ella y a suamiguita Amalia. ¿Me estás tomando delpelo, Martina Székely?Mi seriedad debió haber hablado por símisma. Giovanni prosiguió:-Entonces esa mujer está loca. Sí me laencontré en algunas ocasiones más, perojamás la he pretendido ni muchísimo

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menos le habría escrito cada mes durantedos años. ¡Ni siquiera me agrada!-entonces dijo algo que me sacudió-:Regina Bailey es una engreída.Sé que.me quedé con la boca abierta sinquerer, porque Giovanni sonrió y se pusode pie.-Nunca esperaste escuchar esas palabrasde mi boca, ¿verdad? -me preguntó.-Francamente... no, Giovanni-dije.-Después de que Carmen y yo tuvimosesa horrible pelea... no sé qué ocurrió,pero algo cambió dentro de mí. Estuveenfurecido por mucho tiempo pero, poco apoco, sus palabras calaron muy dentro demí. Ella tenía razón, Martina: yo era unperfecto idiota. ¡Pero mira a quién se loestoy diciendo! Si tú lo sabes tan biencomo Carmen. Vosotras sois dos mujeresmuy inteligentes. Carmen, en especial,parece tener una habilidad particular paradetectar las flaquezas de los demás. No

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es que las mías estuvieran muyescondidas, pero... poder verlas a travésdel velo de su amor... En fin. Me costómucho aceptar que Carmen tenía razónen cuanto a mí. Lo más difícil de todo fuevencer el estúpido orgullo que medominaba. Al fin tuve que admitirme a mímismo que había sido un imbécil la mayorparte de mi vida. Trataba mal a quienesme servían, a mis amigos y hasta a mispadres -dijo, cerrando los puños-. Sé quenunca podré enmendar mis errores porcompleto, pero... al menos he cambiado,Martina.Yo había enmudecido. ¡Cielo santo!Giovanni Rossi acababa de decir lo queyo hubiese jurado imposible. Carmen nome creería cuando se lo contase. ¡Yomisma no me lo creía y lo acababa de oír!-Ay... Giovanni... cuánto me alegro... -fuelo único que atiné a decir.—Nunca pensé que Carmen quisiera

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volver a hablar conmigo en su vida. Sobretodo, después de la forma en quereaccioné. Y ahora...Martina, júrame que Carmen no me estámintiendo en esta carta -dijo,arrodillándose súbitamente frente a mí yaferrándome de los hombros.Quise salir corriendo. ¿Qué hacer? SiCarmen le rompiera el corazón a Giovannisería desastroso. No podía contarle quelas palabras de Carmen no eran más queuna vil excusa.-Te lo juro -mentí, y sentí que se meencogía el corazón.Ése sí que era un verdadero pecado delque me tendría que confesar en la iglesiael domingo sin falta... No el decirle que lanota era real, sino el habérsela dado enprimer lugar. ¿Cómo se nos habíaocurrido una idea tan cruel? Giovanni seveía feliz. Se puso de pie y, apoyando lasmanos en las caderas, dijo sonriendo:

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-Ve y dile a Carmen que la veré estanoche donde ella quiera. ¿Dónde osestáis hospedando?-En casa de los amigos que conocisteayer en la noche. Pero, espera, Giovanni-dije, tratando de salvar la situación-: ¿Ytu prometida?-¡Anna! ¡La había olvidado! -exclamó,sonrojándose-. Este... creo que Annatiene algún compromiso esta noche.Además... puedo verme con una viejaamiga, ¿no?No había nada que hacer. Carmen tendríaque reunirse con él. Afortunadamenteestaba Anna. Ésta podía ser la únicasalida de Carmen para no romperle elcorazón a Giovanni.-Sí. Puedes hacerlo -respondí, y escribí aregañadientes la dirección de los Lockeen un papel que me trajo-. Carmen va aponerse feliz.-Yo ya lo estoy, Martina -dijo Giovanni y

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me dio un abrazo tan fuerte que creí queme iba a romper las costillas.Salí de casa de Giovanni Rossi con lacabeza dándome vueltas ycompletamente confundida en cuanto atodas las cosas que había acabado deoír... y de decir.-¿Qué dices? -preguntó Carmen.—Que esta noche viene Giovanni Rossi-le dije.-¡Pero, Martina, se suponía que Giovanniiba a despreciarme y tú ibas a averiguartodo lo de Regina Bailey valiéndote de suvanidad! -exclamó mi amiga.—Pues no hubo tal suceso -dije—. Yahora, espero que logres fingir todo elamor que le has profesado en esa carta,Carmen...—¡Ay! ¿En que me he metido? -preguntó.-En la grande -le dije-. Creo que es horade que comiences a pensar en qué le vasa decir... porque no debe tardar en llegar.

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-¿Quién va a venir? -preguntó Lynn.-El enamorado de Carmen -le contesté.-¡Vaya! ¡No sabía que Carmen tuviera unenamorado! -dijo la pequeña.-Yo tampoco —dijo Carmen.-Ni yo... -dije-. Hasta hace un rato. Peroes... ¡guapísimo!Carmen se ruborizó y sus ojos negroschispearon.-Martina Székely, me las vas a pagar-dijo.-Creo que más bien te las vas a pagar a timisma -respondí y agregué, saliendo dela estancia- Ven, Lynn. Ayúdame adisponer unos hors d' oeuvres en lacocina para la pareja enamorada.-¿Por qué yo, Señor? ¿Por qué? -escuchéque decía Carmen mientras me alejaba.Un rato después, volví a sentarme conella para repasar los puntos de mientrevista con Giovanni.-Haz lo posible por asegurarte de que

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Giovanni nos esté diciendo la verdad encuanto a Regina Bailey -le dije-. De sercierto que él nunca la ha pretendido,querría decir que existe la posibilidad deque alguien hubiese estado interceptandoel correo de Sainte-Marie.-Haré todo lo que esté en mis manos porextraer hasta la última onza de verdad dela que Giovanni sea capaz -dijo.-Hazlo con cariño... -le rogué.Giovanni llegó a casa de los Locke contanta puntualidad como sus ojos lo habíanasegurado en su casa. Lynn abrió lapuerta.-¡Ay; sí! ¡Qué guapo es! -exclamó encuanto lo vio-. Oye, ¿eres el príncipe azulde los cuentos de hadas?-Más bien el sapo azul... -dijo Giovanni.Le dirigí a Carmen una mirada decomplicidad. Si esa respuesta nocomprobaba un cambio real en Giovanni,no sabía qué más podría hacerlo.

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-¿Y quién eres tú, pequeña? -le preguntóa Lynn, sonriendo.—Soy Lynn Locke. La peinadora oficial deCarmen y Martina.-Encantado, señorita Locke, peinadoraoficial de esta casa -dijo Giovannitomando la pequeña mano de Lynn ybesándola.Quise salir y llevarme a Lynn al jardínpara dejarlos solos pero no pude. Mehabía dejado atrapar por el hechizo delmomento y no quería perderme unsegundo del reencuentro del nuevoGiovanni con mi amiga.-Carmen... -dijo él, y se quedó mirándola.No parecía un estúpido enamorado.Parecía un hombre enamorado.-Hola, Giovanni -dijo ella.-Ay, ¡qué romántico! -dijo Lynn.-¿Has estado leyéndole novelas de AnnRadcliffe a esta niña, Martina? -mepreguntó Giovanni.

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-Creo que absorbió el amor que se respiraen el aire esta noche... -dije y, muy a mipesar, supe que era el momento deretirarnos—. Ven, Lynn, vamos a traerleslas cosas que preparamos.Pude ver a Giovanni besando la mano deCarmen. Cuánto quise que mi amiga locorrespondiese aunque fuera un poco.Lynn y yo hicimos como que entrábamosa la cocina pero nos escurrimos escalerasarriba para poder escuchar toda laconversación. Desde donde estaba yo,podía ver sólo a Giovanni y la ventanaque estaba tras él.-Yo quiero tener un príncipe así cuandocrezca -dijo Lynn.-Es un sapo, pequeña -dije.-Pues es el sapo más guapo que he vistoen mi vida -dijo ella.-Al parecer también se ha convertido enun sapo muy amable... -le dije, y me puseel dedo sobre los labios para indicarle que

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debíamos permanecer en silencio y asípoder escuchar lo que decían.-Lo último que me esperaba era que fuesea recibir esa nota de tu parte -dijoGiovanni.-Lo último que esperaba yo era verteanoche -dijo Carmen- Mucho menos delbrazo de tu... prometida.Lynn abrió los ojos. La vi tomar aire parahablar, pero la detuve.-Después te lo explico -le dije.—Anna -dijo Giovanni-. La verdad es quehubiese preferido ir a saludarte solo...pero habría sido descortés con ella.Insistió en acompañarme.-¿Le has hablado de... nuestro pasado?-le preguntó Carmen.-No. Sólo le dije que vosotras dos eraisunas viejas amigas cuando os vimos en elrestaurante.-Y... ¿cuándo planeas casarte?-Se supone que nos casaremos en enero.

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Ah, Carmen, ¿cómo iba a imaginar queibas a aparecer en mi vida de nuevo?-¿La amas? -preguntó Carmen.—Es una mujer... eh... creo que me quieremucho -contestó él.-¿Y tú?-Yo creí que me agradaba mucho cuandola conocí. Fue extraño. Era más como...No, será mejor que no diga esto opensarás que soy el engreído del pasado-dijo Giovanni.-Dilo de todas formas -pidió Carmen.—Bueno... Fue más como si ella mehubiese cortejado a mí. Y yo me hedejado cortejar.-¿Por qué, Giovanni? Tienes muchasmujeres de dónde elegir.-Tal vez porque me ha parecido que Annaha demostrado tener un interés genuinoen mí, a diferencia de las otras mujeresque he conocido en los últimos años.—¿Qué pasó con Regina? -preguntó

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Carmen.-Ya se lo dije a Martina en mi casa, perote lo repetiré a ti: nunca he pretendido aRegina Bailey. Jamás me ha interesado.No sé de dónde sacó esa idea.-¿Y entonces qué dices de todas lascartas que recibía de tu parte? -preguntóCarmen.—Por última vez: no sé de qué cartashablan. Nunca le he escrito a Regina.Nunca me ha agradado y nunca he tenidoun romance con ella.-Pero, Giovanni, todo Sainte-Mariepensaba que vosotros estabaisenamorados.—Pues lo que pensaba Sainte-Marie y larealidad distan mucho de parecerse. Nosé por qué inventaría Regina semejantedisparate. Aunque...ahora que lo pienso... ¿vosotras no eraisenemigas?-No nos la llevábamos muy bien. ¿Por

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qué?-Vamos, Carmen, tú eres muy astuta. ¿Nocrees que Regina habría podido inventarlosólo para provocarte?-No tengo dudas de que habría sido así...si Regina hubiera sabido de lo nuestro.Pero lo cierto es que ella sólo se enteróde que hubiese habido algo entre tú y yohace un año, y lleva dos hablando de ti-dijo Carmen.-Entonces lo único que se me ocurre esque puede ser otro Giovanni quien haestado escribiéndole -dijo él.-No. Todos saben quién es GiovanniRossi, sobre todo ella -dijo Carmen.—Pues déjame decirte que yo estoy tansorprendido como tú o más. Pero, laverdad, Carmen, lo que Regina quieradecir me tiene sin cuidado. Quien meimporta... eres tú.En ese instante vi una sombra cruzar eljardín por la ventana que estaba detrás de

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Giovanni.-¡Hay alguien allí fuera! -exclamóCarmen-. Acabo de ver algo moviéndoseentre los árboles.-Será el viento -dijo Giovanni-. Carmen,escucha lo que te estoy diciendo: nuncahe dejado de pensar en ti.-Giovanni, no quiero desviar el rumbo dela conversación pero sé que acabo de veruna sombra pasando detrás de ti.-Estás algo nerviosa. No te preocupes,aquí estoy yo para cuidarte -dijo él.-Gracias, pero... creo que deberíamosasomarnos al jardín -dijo Carmen.-Como tú quieras, aunque no creo quesea nada -dijo Giovanni encogiéndose dehombros.-Me preocupa que alguien estémerodeando la propiedad -dijo mi amiga,poniéndose de pie.—Querida, estás temblando... ¿Qué teocurre? -preguntó Giovanni.

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En ese momento bajé por las escaleras yme les uní con Lynn pisándome lostalones.-Hay alguien afuera, Martina -dijoCarmen.-Lo sé -dije-. Yo también lo vi.-¡Pero bueno! ¡Qué extrañas estáis estanoche! -dijo Giovanni-. Tendréis queperdonarme, había olvidado lo que implicadisfrutar de vuestra compañía...-¿Qué viste tú exactamente, Martina?-preguntó Carmen.—Tan sólo una sombra -dije.-Yo también -dijo mi amiga.-¿Y ya no es normal que haya sombrasen los jardines? -preguntó Giovanni.-Sí, pero... -comencé a decir.-¿Creéis que puede haber algún ladróntratando de entrar a la casa? —preguntóél.-Sí —se apresuró a decir Carmen-. Eseso.

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-Bueno. Entonces voy a ir a buscarlo -dijoGiovanni.-¡No! -gritamos Carmen y yo al tiempo.Giovanni nos miró desconcertado.-¿Quién os entiende? ¿Qué proponéisque hagamos, entonces? -dijo.-Creo que sería mucho mejor queechásemos un vistazo desde adentro.Podría estar... armado -dije.-Yo creo que si vosotras estáis tanasustadas sería mucho mejor que yosaliera y le diera una vuelta a la propiedad-dijo él.-¡El sapo azul es muy valiente! -dijo Lynn.Carmen cogió a Giovanni del brazo y,mirándolo, le dijo:-Y yo quiero que te quedes aquí. Noquiero que te expongas.Giovanni pareció conmoverse.Corrí a la ventana y me asomé,escudriñando la vista del jardín que tenía.-No se ve nada extraño -dije.

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Me dirigí al otro ventanal e hice igual: nohabía nada.-Creo que voy a subir a mirar hacia fueradesde la habitación —dije-. Ven conmigo,Lynn. Vosotros dos quedaos aquí.Giovanni rio.-Estáis actuando fuera de toda proporción-dijo-. Está bien. Yo encantado dequedarme en el salón con Carmen.Subí con Lynn hasta la habitación y measomé por la ventana. El viento suavemecía las copas de los árboles yarrastraba las hojas de un lado al otro deljardín.-¿Por qué estás tan asustada, Martina?-preguntó Lynn.-Porque hay algunas personas muy malasen el mundo, pequeña. Por eso es muy

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importante que nunca te quites tu crucifijo-le dije.-Está bien. Nunca me lo quitaré -dijo ella.Después de un rato, nos retiramos de laventana.-¿No encontraste al ladrón? -preguntóLynn.-No. Al parecer no había ningún ladrón-dije.-¿Martina?-¿Sí, Lynn?-¿Quién era esa muchacha que estabaallí afuera?El corazón me dio un vuelco en el pecho.Corrí de nuevo a la ventana pero no habíanadie.-¿Qué muchacha, Lynn? -le pregunté conurgencia.

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-Ya no está allí, pero sí lo estaba haceunos minutos -dijo ella, también mirandopor la ventana.—¿Dónde? -pregunté.-Allí, al lado del olmo -dijo Lynn señalandocon el dedo.Sólo la tenue luz de la luna caía sobre latierra.-¿Por qué no me la enseñaste cuando laviste? -pregunté algo alterada.-¡Porque creí que estábamos buscando aun ladrón! -dijo ella con los ojos aguados.-No te preocupes, Lynn -dije,consolándola-. No es tu culpa. Sóloavísanos de inmediato siempre que veasalgo extraño, ¿está bien? A mí, a Carmeny a tus padres... ¿Me lo prometes?-Sí, Martina -dijo.

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Si Lynn había visto una muchacha en eljardín, significaba que estábamos enpeligro.-¿Cómo era esa muchacha, Lynn? -lepregunté.-Era rubia. Tenía un vestido negro. Estabamirando hacia la casa, pero no nos vio.-¿Rubia? ¿Estás segura? -le pregunté.-Sí. Estoy segura. Y tenía el pelo largo.Pero no pude ver bien su cara.Esa no era la descripción de Susana...era, extrañamente, la descripción de laprometida de Giovanni. Sentí uninesperado alivio pensando que podríatratarse de un asunto de celos en vez deque estuviésemos siendo rastreadas porel vampyr... Aun así, no podíamosconfiarnos: cualquier presencia entre las

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sombras era un gran motivo de sospecha.-Ven, Lynn. Quiero que les cuentes aCarmen y a Giovanni lo que viste.-¿Les llevamos té y galletas también?-preguntó.-Sí, vamos -dije.Eché una última ojeada fuera de laventana: nada.Lynn y yo bajamos de nuevo al salón.Giovanni tenía una mano de Carmenentre las suyas.-¡Eso es terrible! -le estaba diciendo.Al vernos entrar, me dijo:-¡No tenía idea de que lo ocurrido enValais fuera tan grave!Miré a Carmen tratando de averiguar quétan comunicativa había sido con Giovanni.Supe que no mucho por lo que sus ojos

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me dijeron.-Lo fue -dije—. Giovanni, Carmen: Lynntiene que contaros algo.-Había una muchacha rubia con unvestido negro parada en el jardín. La videsde arriba. Tenía el pelo muy largo -dijoLynn.Carmen le dirigió una mirada inquisitiva aGiovanni.-¿Anna?-preguntó él. Pero eso esimposible...-Giovanni, ¿sabía tu prometida queestarías aquí? -pregunté.-¡Ya no lo soporto más! -dijo Lynn-.¿Cómo es que el sapo tiene unaprometida y está enamorado de Carmen?-Es un poco complicado, Lynn... -dijoGiovanni.

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-¿Y bien? -le pregunté de nuevo.-Sí, le conté que vendría a veros, pero ellaestá cenando en casa de los Strossner eneste momento.-¿En casa de quién? -pregunté,horrorizada.-¡Dios mío, Giovanni! ¿Dijiste Strossner?—preguntó Carmen.-¡Sí, sí! ¡Dije Strossner! ¿Alguien quiereexplicarme qué está pasando aquí?-Siempre tienes que llevar tu crucifijocontigo, Giovanni -dijo Lynn.-¡Rápido, Lynn! ¡Corre arriba y llama a tuspadres! -pedí.-¿Por qué? ¿Hice algo malo? -preguntóella.-No. Hiciste algo muy bueno. Ve yllámalos, ¿está bien?

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-¡Voy! -dijo, tomando impulso, y se detuvoun momento-. ¿Qué debo decirles?-Diles que el... que Susana Strossner ylos suyos nos han encontrado.-¿Quién es Susana Strossner? -preguntóGíovanni con los ojos desorbitados altiempo que Lynn desaparecía gradasarriba.Carmen y yo nos miramospreguntándonos qué hacer. Entonces seme ocurrió. Tomé mi crucifijo y salté sobreGíovanni, estampándoselo en la mejilla.-¡Por Dios, mujer! ¿Qué haces? —gritó él,espantado.-¡No lo han transformado en vampyr aún,Carmen! -dije, aliviada al comprobar quela piel de Giovanni no se había quemado.-¡Gíovanni! ¡Gracias a Dios! -dijo Carmen.

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-¿De qué demonios estáis hablando? -dijoél, poniéndose de pie-. ¡Ambas os habéisvuelto locas! ¡Más locas de lo que eraisantes!-¡Siéntate, Giovanni! -dijo mi amiga-. Túno te mueves de aquí hasta que no nos lohayas contado todo.-¿Yo? ¿Contároslo todo? ¡Vosotras soisquienes me debéis una explicacióncoherente antes que salga corriendo deaquí! -exclamó Giovanni.-¿Tiene Anna una amiga llamadaErzsébet? -le pregunté temblando.Entonces Giovanni se quedó quieto y memiró con seriedad.-Sí... ¿por qué? -preguntó sorprendido.-Porque esa mujer es la asesina deAmalia de Piñérez -dijo Carmen.

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-¿Erzsébet Strossner? -exclamóGíovanni.—¡Entonces sí la conoces! -dije.-Giovanni, ¿te ha dado Anna algo debeber? -preguntó Carmen.-¡Por supuesto que sí! ¡Estoycomprometido con la mujer, por Dios!¿Cómo que Erzsébet es la asesina deAmalia? ¿No acababas de decirme queAmalia murió de anemia? -preguntóGiovanni.Carmen lo sentó de nuevo en el sillón, y ledijo:-Erzsébet Strossner produce anemia.-Es un vampyr -dije yo.-¿Alguien dijo vampyr? -preguntó el señorLocke terminando de bajar por lasescaleras en bata de dormir y sujetando

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en alto su crucifijo.-¡Ésta es una casa de locos! -murmuróGiovanni.-Buenas noches, señor Rossi -dijo elseñor Locke, apurado.—Buenas noches, señor Locke -dijoGiovanni incorporándose y estrechando lamano de Stuart.-¿Dónde está el condenado monstruo?-preguntó éste.-Estaba afuera en el jardín -dije-. ¡Y esnada menos y nada más que la prometidade Giovanni! La mujer que nos presentóanoche, ¿recuerda?-¡Ahora comprendo por qué olía tan mal!Con todo respeto, señor Rossi -dijo,enrojeciendo por su imprudencia.Giovanni pareció indignarse y abrió la

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boca como para decir algo, pero Carmenlo miró levantando una ceja y él cerró loslabios, clavando la mirada en el suelo.Pareció detenerse a pensar un par desegundos y al fin dijo, frunciendo el ceño:-¿Por qué habláis de monstruos,asesinatos y vampyr? ¿Qué tienen quever Arma y Erzsébet con todo esto?-¿No te parece muy raro que Lynn hayavisto una chica con la misma descripciónde tu... de Arma en el jardín? —preguntóCarmen.-Sí, me parece extraño. ¡Pero resulta quedebe haber mil mujeres con las mismascaracterísticas en París! -dijo él.—Y ¿cuántas de ellas tienen una amigallamada Erzsébet Strossner? -preguntéyo.

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-Señor Rossi -dijo Stuart Locke-:escúchelas, por favor. Carmen y Martinahan tenido un año fatal. Es un milagro queestén vivas.Giovanni pareció tomarse un poco más enserio al señor Locke.-Ya sé que es difícil creerle a un hombreque habla de monstruos en camisón dedormir... -continuó- pero le suplico que lespreste atención. Yo voy a asegurarme deque todas las puertas y ventanas esténcerradas con llave. Lynn y Mariana notardarán en bajar. Carmen, Martina: creoque vais a tener que contarle al señorRossi toda la historia desde el comienzo.Dicho esto, se puso en la labor de revisartodas las cerraduras del salón.-Os escucho -dijo Giovanni mirándonos

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con seriedad.Mientras Carmen le narraba a Giovannilas desventuras que habíamos vivido enSainte-Marie a causa de ErszébetStrossner, me reuní en la cocina conLynn, Mariana y Stuart Locke.-¿Así que el sapo tiene una enamorada yun vampyr? —le preguntaba Lynn a sumamá.Mariana me miró y, encogiéndose dehombros, dijo:—Pensamos que sería mejor contárselotodo. No queremos ponerla en peligro porproteger su inocencia.-Me parece una sabia decisión -le dije-.Señor Locke, ¿ha revisado usted toda lacasa?-¡Cada rincón! -dijo él-. Sigo mirando por

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las ventanas pero no veo nada. Creo quela señorita Darvulia debe haber partidohace rato.-¡Ese nombre es el más horrible que hayaoído en la vida! -dijo Lynn-. Tenía que serun vampyr.De todos, era Lynn quien estaba menosasustada. Estaba tomándoselo todo comouna aventura.Llevamos té y galletas para todos al salóndonde estaban Carmen y Giovanni.-¡Qué pálido estás, sapo! -le dijo Lynn.-¿Está bien que hable de todo estodelante de la niña? -le preguntó Giovannia Mariana.-Adelante, muchacho. Habla todo lo quequieras -le dijo ella.-Toda la historia que me han contado me

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parece espantosa... -dijo—. Pero no creoque Anna sea un vampyr. Y no es quecrea que me están mintiendo pero la ideade que tales criaturas existan me parecebastante inverosímil.-Pues eres un necio, Giovanni -le dije-. Nopuedo creer que después de escucharuna historia semejante te vayas a dar ellujo de apelar al escepticismo.-Lo siento, Martina, no puedo mentir.Anna me parece una buena persona y...aunque Erzsébet Strossner es un pocorara, no creo que se trate de la mismapersona de quien vosotras habláis. Todoesto debe ser una simple coincidencia.-Anna me pareció extraña cuando laconocí -le dije-. Y su aroma... ¡me recordóal de Erzsébet!

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-¿Hace cuánto llegó Erzsébet a París?-preguntó Carmen.-Hace unos nueve meses -respondióGiovanni.-¿Y hace cuánto conoces a Anna?—pregunté yo.-La conocí hace más o menos diezmeses, y hemos estado comprometidoshace cinco —dijo él.—¿En qué circunstancias la conociste?-le preguntó Carmen.—Mi tío Lorenzo me envió una carta elaño pasado, contándome que la hija deunos muy queridos amigos suyos debíavenir a París a comprar una propiedad, yme pidió que la alojara en mi casamientras ella realizaba los trámitespertinentes. La chica resultó ser Anna

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-dijo Giovanni.-¿Ella vive en tu casa? -preguntó Carmen,perturbada. ¿Estaría celosa?-No. Se mudó en cuanto adquirió supropia casa, pero seguimosfrecuentándonos después de eso -dijo él.Pude ver en los ojos de Carmen quequería preguntarle más, pero no dijonada.-El que haya llegado a su vida por mediode una carta me parece más quesospechoso. No quiero ser entrometida,pero hemos entrado en confianza muypronto por la fuerza de las circunstancias,señor Rossi -dijo Mariana.-Por favor, llámeme Giovanni -pidió él.-Bien, Giovanni -dijo Mariana-. Despuésde lo ocurrido con las cartas de Stuart y

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Martina... y todo ese lío de las cartas deamor de Regina Bailey... lo que quieropreguntarle es: ¿no habrá algunaposibilidad de que su tío no haya escritoesa carta?Giovanni se quedó pensativo unosinstantes.—¿Conserva aún la carta? -preguntóMariana.-Es posible —dijo Giovanni.-Podría compararla con alguna anterior, sifuese posible -sugirió el señor Locke.-Todo esto es demasiado siniestro -dijoGiovanni-. Pero revisaré las cartas.-Ahora que ya sabes la forma en queErszébet convirtió a Amalia envampyr—\e dije a Giovanni- espero quehayas hecho una recapitulación

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consciente de toda tu relación con Anna yte hayas asegurado de que la última no tehaya dado de beber nada extraño... Sobretodo, espero que no hayas unido tusangre con la de ella.-¡Por Dios! ¿Qué clase de persona creesque soy? Esas cosas me horrorizan -dijoGiovanni.-Yo creo que es imperativo que deshagasese compromiso cuanto antes -dijoCarmen.Las mejillas de Giovanni adquirieron algode color y dijo, mirando a Carmen:-Eso es algo de lo que puedes estarsegura... pero por razones muy diferentesa que su amiga Erzsébet sea la mismaSusana Strossner que Martina vio aullarfrente a un crucifijo.

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Entonces me disculpé unos minutos y fuia la habitación a buscar algo. Volví aasomarme a la ventana pero no había nirastros de Anna Darvuiia. Bajérápidamente pues estaba asustadaaunque estuviese en tan buenacompañía.-Por cierto, Martina —dijo Giovanni conlos ojos entrecerrados cuando volví alsalón-: casi me matas del susto con laforma en que te abalanzaste sobre mí aestamparme la cara con ese crucifijo.¿Estás segura de que no fue eso lo quemató a Susana Strossner?-Qué gracioso te has puesto, Giovanni.No deberías tomarte a la ligera lo que tehemos contado acerca de los vampyr...ten presente que

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el escepticismo nunca le ha salvado lavida a nadie. Y, precisamente, para queestés protegido de esos seres infernales,te he traído esto... -dije, extendiéndole loque había ido a buscar a la habitación.—¿Un crucifijo? —preguntó Giovanni.-Sí -dije-. Era de mi padre. Yo ya tengouno. Pónselo, Carmen.-Me siento un poco mal aceptando unajoya familiar, Martina. Además, es muyhermoso -dijo Giovanni.—No te sientas mal. Me hará feliz saberque lo llevas puesto. Mucho más feliz quetenerlo en un cofre -dije.Carmen se incorporó y le puso el crucifijoa Giovanni alrededor del cuello.-Quiero que me prometas que no te loquitarás por ningún motivo -le pidió

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Carmen.-Te lo prometo -dijo Giovanni-. Nunca sesabe... Erzsébet Strossner podría ser ladespiadada vampyr que asesinó a Amaliade Piñérez-¡Así se habla! -dije.Tuve la sensación de que Giovanni seestaba dejando convencer de llevar elcrucifijo más por amor a Carmen queporque creyese nada de lo que lehabíamos dicho, pero eso no importabacon tal de que estuviera a salvo.-El escepticismo nunca le ha salvado lavida a nadie... Me gusta esa frase,Martina -dijo Giovanni.-Qué bueno. Es la verdad -dije,sonriéndole.Estaba favorablemente impresionada con

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Giovanni Rossi; en definitiva no era elmismo chico con quien Carmen habíatenido un romance hacía casi tres años.Su cambio de actitud incluso lo hacíaparecer algo mayor. Mi amiga debió tenerel mismo pensamiento porque le dijo:-Cuánto has cambiado, Giovanni.-Me alegra que te des cuenta de ello -dijoél, esbozando una sonrisa.Quién habría pensado que algún día iba aperder todos los aires de vanidad yafectación del pasado.—Yo creo que deberíamos sellar la casaahora mismo -les dije a los señoresLocke—. El padre Anastasio me dio unabotella con una solución especial de aguabendita y sal exorcizada para proteger lasviviendas de los espíritus malignos. ¿Me

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acompañarían? Me da algo de miedohacerlo sola.Stuart, Lynn, Mariana y yo fuimos arecorrer toda la casa bendiciendo cadapared y ventana con la solución del padreAnastasio.—Me da una terrible sensación que Lynnhaya visto a esa mujer allá afuera -dije.-Aun si ella también fuera un vampyr... esposible que sólo estuviese vigilando a supresa, es decir, Giovanni. Tal vez no sepaque usted y Carmen están aquí -dijo elseñor Locke.-Creo que eso es imposible, Stuart -ledije-. Ella es una amiga cercana deErzsébet y nos conoció ayer. Y Giovannile dijo que iba a venir a vernos estanoche. Debe haberlo seguido -dije.

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-Martina tiene razón -dijo Mariana-.Aunque... el hecho de que Giovanni estécomprometido con Anna, quien es amigade Erzsébet, quien estuvo en el mismointernado de Sainte-Marie... es demasiadodiciente.-¿A qué te refieres, querida? -le preguntóStuart a Mariana.—A que son muy pocas personas que seconocen entre sí como para que larelación de Anna y Giovanni seacoincidencial -dijo Mariana.-¿No pensarás que el señor Rossi...?-comenzó a decir Stuart.-No, no -dijo Mariana-. El muchacho noparece tener un pelo de malo... Se meocurre que Anna Darvulia debe haberllegado a él por una razón específica.

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Nos sentamos en la cama de Lynn, puesestábamos sellando su habitación en esemomento.-Quiero escuchar todo lo que tenga quedecir al respecto, Mariana -dije-. Meparece que está llegando a undescubrimiento importante.-Tenemos en nuestras manos el recuentode una gran cantidad de acontecimientosextraños —prosiguió ella—. De todos, elque lleva más tiempo ocurriendo es elfenómeno de las supuestas cartas deGiovanni a la señorita Bailey.-Eso es cierto -dije-. Continúe, por favor.-Si pusiéramos los sucesos en ordencronológico, tendríamos lo siguiente:primero, la señorita Bailey recibe cartasde parte de Giovanni Rossi que él dice

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jamás haber escrito. Segundo, apareceSusana o Erzsébet Strossner enSainte-Marie y trata de matarte. Tercero,la misma seduce a Amalia, quien estáenamorada de Giovanni, con falsaspromesas de amistad. Cuarto, SusanaStrossner queda atrapada en un ataúddurante un mes y medio. Luego, mata aAmalia de Piñérez y huye deSainte-Marie. Casi inmediatamentedespués, Giovanni recibe a Anna Darvuliaen su propia casa y unos pocos mesesdespués se comprometen. ¿Notáis cómoparece haber una relación entre todosesos hechos? -preguntó Mariana.-Viéndolos de esa forma, pareciera comosi Giovanni fuese una pieza de vitalimportancia para los vampyr-dije-. ¡Es

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usted muy inteligente, Mariana!-Gracias, Martina. Como os decía,entonces: no me parece nadacoincidencial que esa mujer Darvulia hayallegado a Giovanni.-Estoy convencido de que estás en locierto, querida -dijo Stuart Locke.Nos levantamos de la cama y cerramos lapuerta de la habitación. Esa noche, Lynndormiría con sus padres.—No saben cuánto siento que los vampyrhayan llegado a sus vidas por mi culpa-les dije a Mariana y Stuart- Si no hubiesesido por mí. ustedes no estarían enpeligro.-¡Tonterías, Martina! -dijo el señor Locke-.Si nos vamos a poner con absurdosremordimientos, ¡la culpa es mía por ser

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su abogado! Usted no es responsable dela existencia de esas abominablescriaturas -dijo.Agradecí la bondad del señor Locke, perono podía dejar de sentir remordimientopor el hecho de que Anna Darvuliaestuviese acechando su hogar. Meprometí partir de París en cuanto memese posible. Los señores Locke sequedaron en su habitación y yo volví abajar al salón. Carmen y Giovanniestaban de pie y él estaba abrazándolacon ternura. Al verme llegar, Carmen medijo:-Giovanni ya se va, Martina.-¿De veras, Giovanni? No me gusta nadala idea de que te vayas ahora. Estoysegura de que Stuart y Mariana

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comprenderían que pasaras la noche aquí-dije.-Te creo, Martina. Sin embargo, tengomuchas cosas que hacer en la mañana...Y no me sentiría bien quedándome aquísin el permiso de los señores Locke -dijoél.-Giovanni... las cartas misteriosas aRegina Bailey y la repentina aparición deAnna Darvulia en tu vida parecen indicarque tú eres apetecido por el enemigo y node forma coincidencial. Te suplico quetengas muchísimo cuidado. Trata de noestar a solas con Anna en ningúnmomento y muchísimo menos conEr2sébet Strossner -le dije.-Y no vayas a contarles nada de esto porningún motivo. Ni una sola palabra -le

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pidió Carmen.-Descuida. Tendré mucho cuidado. Detodas formas, no pensaba ver a Annahasta dentro de unos días.Giovanni partió y Carmen y yo subimos anuestra habitación.-¿Y bien? -le pregunté a mi amiga-. ¿Yarevivió el amor que un día sentiste porGiovanni?-Jamás -dijo-. Puede que él esté actuandode forma diferente, pero... ¿cómo borrar elpasado?-¡Carmen! Me sorprendes. Hubiese juradoque estabas cayendo en la telaraña delamor una vez más -dije.-No sé de qué te extrañas. Tú misma medijiste que tenía que seguir con el juego alque di inicio enviándole esa carta... y

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tenías toda la razón. Ahora resulta queesta comedia va a salvarle la vida.-Pobre de Giovanni. Está convencido deque le correspondes -dije.-¿Pobre de Giovanni? ¡Pobre de Giovannicon Anna Darvulia! -exclamó Carmen.—Cierto... Bueno, ahora tenemos queaveriguar dónde vive Erzsébet Strossner.Es nuestra oportunidad para darle muertea ese vampyr de una buena vez.-¿Tú crees que Anna Darvulia tambiénsea uno de ellos? -preguntó Carmen,-¿Creerlo? ¡Estoy segura de ello! -dije-.Tendremos que sacarla del panoramatambién.-¿Cuántos de ellos habrá?-Quién sabe. Tal vez sean varios... Estoymuy asustada, Carmen. Y quisiera irme

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de aquí cuanto antes. No quiero seguirponiendo a los Locke en peligro -dije.-Tendremos que actuar con presteza-concluyó Carmen.-¿Cuándo verás a Giovanni de nuevo? -lepregunté.-Mañana después de merendar. Le dijeque iríamos a su casa.-Bien. Compararemos las cartas de su tíoy haremos que nos muestre dónde quedala casa de Erzsébet -dije.-Martina... no me dejes tanto tiempo asolas con él, ¿quieres? -me pidió.-Haré todo lo posible por quedarme convosotros todo el tiempo, no sea que se levaya a ocurrir besarte... -prometí.-Gracias -dijo.Me quedé gran parte de la noche

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vigilando que no hubiera nadie en el jardíndesde la ventana de nuestra habitación, yal fin el sueño me venció.A la mañana siguiente, fuimos con Lynn yMariana a la sastrería a probarnosalgunos de los vestidos y luego pasamospor la iglesia a recoger más agua bendita.-Quisiera que el padre Anastasioestuviera aquí -dije-. Voy a escribirlecontándole que el vampyr está en París.—Enviaremos la carta directamentedesde el correo -dijo Mariana-. Debemosevitar que vuestras cartas seaninterceptadas.-Cierto -dije-. Le pediré al padre Anastasioque me escriba a Pest de ahora enadelante. Esa casa está vacía y prontotendré que ir a darle una vuelta.

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-Sabia decisión -dijo Mariana.Después de eso, Carmen y yo nossentamos a revisar los libros quehabíamos comprado en el almacén delibros antiguos pero no encontramos nadaque pudiese ser relevante a nuestracausa. Merendamos en el jardín con lafamilia Locke, pues estaba haciendo undía hermoso.-Le traeremos las cartas del tío deGiovanni para que pueda examinarlas enla tarde, Stuart —le dije al señor Locke.-Excelente idea -dijo él-. Soy hábil paraanalizar escrituras y firmas.Carmen y yo fuimos a casa de Giovannihacia la una de la tarde. El sol brillabasobre las calles y la ciudad se veía muyanimada.

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-Quisiera quedarme a vivir aquí —dijoCarmen.-Tal vez algún día puedas hacerlo -le dijecon segunda intención. Si algún día ella yGiovanni... No, Carmen nunca olvidaría loinsoportable que él había sido.Cuando llegamos a su casa, la mismamujer nos abrió la puerta y nos condujo aldespacho.Giovanni estaba absorto en la revisión dealgunos documentos y no se percató deque habíamos entrado. Tenía un mechónde liso pelo dorado cayéndole sobre lacara y sopló hacia arriba para quitárselode encima. Ese día no se había afeitado yuna leve sombra marrón le cubría elrostro.—Giovanni -dijo Carmen.

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Él elevó la mirada hacia nosotras y, sinlevantarse, dijo:-Acercaos. Tenéis que ver esto.Nosotras nos precipitamos a su escritorio.Tenía varias cartas esparcidas sobre elmueble.—Éstas son las cartas de mi tío Lorenzoantes de que me escribiese hablándomede Anna... y ésta es la carta donde mepide que la reciba en mi casa.A simple vista, la letra parecía ser lamisma. Estaban escritas en italiano.-¿Veis lo que veo yo? —preguntóGiovanni.Tomé una de las cartas anteriores en unamano y la más reciente en la otra.-La verdad, no veo ninguna diferencia-dije.

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-Lee la última carta con atención -insistióGiovanni.Lo hice. Aún no noté nada.-Lo siento -dije—. No veo qué es lo quenos quieres mostrar.-Dame acá -dijo Carmen, cogiendo lacarta.-¿Cuál es el detalle más llamativo de esacarta? -preguntó Giovanni.Me asomé por encima del hombro deCarmen y miré muy bien la firma. Eraigual a las demás.-Es la misma letra y la firma es idéntica-dijo Carmen.-Exactamente -dijo Giovanni-. Lo másinteresante de esa última carta es que elnombre de Anna Darvulia brilla por suausencia.

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Era cierto. Volví a releer la carta y elnombre de la señorita que Giovanni debíarecibir no estaba por ningún lado.-¿Dónde vive tu tío Lorenzo, Giovanni?-pregunté.-En Florencia -dijo él.-Creo que deberías escribirle al respectode este asunto, pidiéndole que te contestea otra dirección. Pregúntale cuál es elnombre de la persona que te estabapidiendo que alojaras.-Lo haré -dijo él—. Aunque todo esto nosignifica que Anna no sea la mismapersona.-No. Y que tu tío corroborara que AnnaDarvulia sí es la persona que te pidió quealojaras aquí tampoco significaría que ellano es un vampyr-~dije.

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—Supongo que no -dijo él-. ¿Deseáisbeber algo?-No, gracias -dijo Carmen.Yo negué con la cabeza.-Quiero que nos muestres la casa deErzsébet Strossner -dije-. Y también la detu querida Anna.-No están muy lejos de aquí -dijo él-.Podemos ir ahora mismo, si así loqueréis.-Señor Rossi -dijo la criada entrando a lahabitación-: ha llegado este sobre parausted.-Gracias, Solange -dijo él-. ¿Qué seráesto?Giovanni abrió el sobre que Solange lehabía entregado.-Ah, es un recordatorio para la fiesta de

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Johannes Ujvary -dijo-. Es gracioso quese haya tomado la molestia de enviar estanota además de la invitación; nadieolvidaría semejante acontecimiento.Nos mostró la nota para que la viésemos.-¿Quién es Johannes Ujvary? -pregunté.-Hasta hace un par de meses nuncahabía siquiera escuchado mencionar sunombre pero últimamente suena por todoslos salones de París. Al parecer es unhombre muy rico que se mudó este año ala ciudad y ha comprado el castillo deSalles entre otras varias propiedades.-¿Cuál es el motivo de la invitación?-preguntó Carmen.-Lo ignoro. Debe querer relacionarse conposibles clientes -dijo Giovanni.-Y... ¿piensas ir? -preguntó Carmen.

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-Estoy intrigado. He oído hablar tanto delhombre que al menos quiero conocerlo.Además, la fiesta es en el castillo y nuncahe estado allí. Quisiera ver el lugar -dijo.Cuando daban las dos de la tarde, fuimoscon el cochero de Giovanni a ver lascasas de Erzsébet y Anna. Quedaba launa al lado de la otra. Noté que lascortinas de ambas casas eran oscuras yestaban cerradas, y recordé que el díaanterior había visto algo similar.-¿Por qué habías mandado cerrar todaslas cortinas de tu casa ayer, Giovanni? -lepregunté.Aunque las cortinas de Giovanni no eranoscuras, me había llamado laatención que no estuviesen descorridascomo en épocas anteriores.

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-Es curioso que lo menciones, Martina.Cuando Anna estuvo quedándose en micasa, le pidió a Solange que lo hiciera. Amí esos detalles me tienen sin cuidado yno me opuse. Anna es muy sensible a laluz del sol; dice que quiere cuidar su piel.Apenas hoy que sabía que vosotras ibaisa ir a visitarme pensé en hacerlasdescorrer de nuevo. Como Anna es unapersona nocturna, cada vez que la veoestoy despierto hasta muy tarde, y habíaestado durmiendo gran parte del día losúltimos meses. Ni siquiera me habíapercatado de que la luz solar no habíavuelto a entrar a mi casa.El barrio de Erzsébet estaba oscuro y grisa diferencia del resto de la ciudad.-¿Recuerdas que el día en que Susana

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Strossner llegó a Sainte-Marie el cielo senubló y el sol no volvió a salir, Carmen?-pregunté,-Sí -dijo ella-. Lo recuerdo muy bien.-¿Notas alguna similitud con esteescenario? -pregunté.-¿Cómo es que este barrio estácompletamente nublado y el sol brilla enel resto de París? -preguntó Giovannimirando hacia arriba.-Eso mismo me preguntaba yo -dije-. Alparecer nuestros enemigos arrastran unacapa de oscuros nubarrones sobre sí.—Y también se aseguran de cerrar muybien las cortinas -dijo Carmen.-Creo que debería llevaros a casa ya -dijoGiovanni-. Me estoy asustando de verdad.-Haces bien -le dijo Carmen.

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Giovanni le pidió a su cochero que sedirigiera a la casa de los Locke.Efectivamente, al salir del barrio deErzsébet, el sol volvió a refulgir.-¿Lo veis? -les dije-. Aquí no haycoincidencias.Cuando entramos a casa de Stuart yMariana, Giovanni se despidió denosotras en la puerta:-Os veré mañana -dijo.-Mantente alejado de Anna -dijo Carmen.-No te preocupes -dijo él—. No tengoninguna prisa en verla de nuevo.Diciendo esto, partió a su casa y nosotrasnos dispusimos a tomar una taza dechocolate con los Locke. Le había llevadolas cartas del tío de Giovanni a Stuartpara que pudiese echarles un vistazo.

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-¿Ha escuchado hablar de un JohannesUjvary, Stuart? -le pregunté después debeber un sorbo de mi chocolate caliente.-Johannes Ujvary... El nombre me suenaconocido. ¿Quién es? -dijo el señorLocke.-Según nos dijo Giovanni, es un hombremuy rico que llegó a París hace poco.Está ofreciendo una fiesta esta noche enel castillo de Salles, que acaba de adquirirrecientemente -dijo Carmen.-No sabía que el castillo de Sallesestuviera en venta -dijo el señor Locke-Debo haber estado muy embebido en misasuntos laborales para no habermepercatado de ello. Aun así, estoy casiseguro de haber escuchado el nombreantes...

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Tomé una galleta mientras el señor Lockeexaminaba las cartas de Lorenzo Rossi asu sobrino.-Todas parecen haber sido escritas por lamisma persona -dijo-. Pero las revisarécon mi lupa en un rato. Nunca se sabe.Terminamos la merienda y me retiré atomar una siesta. Estaba muy cansadapues había pasado gran parte de la nocheanterior vigilando cualquier movimientoextraño que pudiese haber en el jardín.Alrededor de las seis de la tarde, Carmenme despertó abruptamente:-¡Martina! ¡Despierta! Tienes que venirconmigo de inmediato. El señor Lockeencontró algo en las cartas del señorRossi que te va a dejar muda.-¿Qué es? -pregunté, incorporándome del

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lecho tan pronto como pude.-Acompáñame, quiero que lo veas con tuspropios ojos -dijo ella.Seguí a Carmen al despacho del señorLocke. ¿Qué habría descubierto?-Venga acá, Martina -dijo el señor Locke-.Tome el papel y obsérvelo a contraluz.Con manos temblorosas, sostuve una delas cartas de Lorenzo Rossi contra la luzde la vela. Estaba tan exaltada que alprincipio novi nada pero, poco a poco, una figuracomenzó a dibujarse ante mis ojos a lolargo del papel.No podía creerlo.-¡La cruz Patriarcal! -dije.-Sí. Y no es sólo esa carta. Todas latienen. Compruébelo usted misma -dijo el

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señor Locke.Al observarlas todas con detenimiento, lafigura de la cruz se hacía cada vez másevidente. Unas pequeñas flores de lis seenredaban en ella.-Carmen, Stuart: hay más -les dije.Al acercar el papel a la vela, el dibujo dela cruz Patriarcal y las flores se oscureció.—¡El sello! -gritó Carmen.-¿Qué significará todo esto? -pregunté-.¿Será posible que Giovanni se hayapercatado de este detalle?-Lo dudo mucho -dijo Carmen-. Nos lohabría dicho.-¿Le mencionaste tú algo del sellomisterioso cuando le narraste la historiade Susana Strossner en Sainte-Marie? -lepregunté.

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-No lo creo -dijo Carmen-. Sólo le conté loesencial, como los ataques de Valais y lahistoria de Amalia.-Tenemos que ir a casa de Giovanniahora mismo -dije.Así lo hicimos.-Espero que no se haya ido aún a la fiesta-dijo Carmen, cuando nos hallábamosfrente al portón de la casa de nuestroamigo.-Yo también -dije.Pero habíamos llegado demasiado tarde.Giovanni había partido hacía pocosminutos.-¿Qué propones que hagamos? -mepreguntó Carmen.-No sé tú... pero yo estoy demasiadoimpaciente para esperar hasta mañana.

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Necesitamos hablar con Giovanni estamisma noche -dije.-¡Esto es increíblemente interesante!-exclamó ella.-Es imperativo que nos cuente si sabealgo al respecto del sello. ¿Será posibleque se trate de algún emblema familiar?-pregunté.-Todo es posible. Ay, Martina, ¡por fintenemos una verdadera pista del sello delas notas misteriosas!-Éste ha sido un golpe de suerteexcepcional -le dije- No puedo esperar ahablar con Giovanni. ¿Te das cuenta deque podría incluso llevarnos a descubrir laidentidad del autor de las cartas?-¡Claro que me doy cuenta! Oye, Martina,no pensarás que Giovanni pueda ser...

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-comenzó a decir ella.—En este momento no descarto nada -lainterrumpí-. Mi queridísima amiga:prepárate a conocer el castillo de Salles.-¿Cómo? ¿Estás sugiriendo que vayamosa la fiesta de Johannes Ujvary? ¡Nisiquiera hemos sido invitadas! -dijoCarmen.-¿No crees que nuestra curiosidad es másimportante que ningún protocolo social,Carmen? -le dije con una sonrisa yguiñándole el ojo.Mi amiga me miró unos segundos y dijo:-¡Al castillo de Salles!Después pareció quedarse pensativaunos instantes.-¿En qué piensas? -le pregunté.-En que si vamos a aparecemos en la

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gala de un hombre tan rico, lo mínimo quedeberíamos hacer es tratar decamuflarnos un poco.-¿Cómo? -pregunté.-Poniéndonos guapísimas -declaró,riendo.-Estoy de acuerdo contigo, mi sabiaamiga -dije.Volvimos a casa de los Locke ycomenzamos a prepararnos para ingresarde forma subrepticia en una de las fiestasmás importantes de París de aquellanoche. Me puse un vestido entre rojo ynaranja hecho a mi medida, y Lynn mepeinó con varias horquetillas de coral quehabían sido de mi madre. Entoncesrecordé algo que había escuchadoen Sainte-Marie hacía un año. ¿No había

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dicho alguien que la familia de Susanaestaba comprando gran cantidad depropiedades en París? Se me ocurrió laposibilidad de que Erzsébet Strossnerestuviera invitada a la fiesta del señorUjvary si su familia era en realidad tanpoderosa. Se los dije a Carmen y a losLocke, y decidimos que debíamos tomartodas las precauciones posibles cuandode esos asuntos se tratara. Carmen y yoalistamos los implementos que íbamos allevar a la fiesta en caso de que Erzsébeto su amiga Anna estuviesen allí: habíacomprado un saquito de seda traído deIndia, y en él metimos la solución delpadre Anastasio y un afilado cuchillo de lacocina envuelto en un pañuelo.-Esta vez no perderé el tiempo si veo a

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Erzsébet Strossner -le dije a Carmen.—Luces hermosa, Martina -me dijoMariana al verme cuando ya habíaterminado de acicalarme-. Estoy segurade que, si llegas a encontrártelos, todosesos vampyr caerán rendidos a tus pies.-Ojalá así sea... literalmente -le dije,guiñándole un ojo.Carmen eligió para la ocasión un vestidoblanco que resaltaba el color aceitunadode su tez.-¿Cómo esperas que Giovanni no sufra sicontinúa viéndote tan guapa, Carmen? -lepregunté.—Te lo repito: sólo estoy haciéndole unfavor al alejarlo de ese vampyrque se hace llamar Anna Darvuiia -dijo-.Además... si Giovanni fuese el autor de

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las notas misteriosas... es muy posibleque esté más enamorado de ti que de mí.La miré con ojos incrédulos y ella mesonrió, indicando que bromeaba.La familia Locke nos dio mil bendicionesantes que partiéramos a la fiesta.—No se separen -dijo el señor Locke-.Dos pueden más que una.-Tened muchísimo cuidado -dijo Mariana-.No estaré tranquila hasta que estéis devuelta.-El que estemos en casa no es ningunagarantía de seguridad, amigos míos -lesdije-. Sólo estaremos realmente a salvocuando les hayamos dado muerte a losvampyr.Dejamos a la familia Locke custodiada porsus crucifijos y subimos al coche,

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adentrándonos de nuevo en la ciudad.

 

CAPITULO 11

LA FIESTA

E1 castillo de Salles quedaba bastantelejos; aun así, descubrimos al llegar quehabía gran cantidad de coches afuera. Elcamino de entrada a la propiedad habíasido marcado con antorchas y varioscomensales avanzaban hacia la fiesta.Las enormes puertas de hierro estabanabiertas, dando paso a unos extensísimosjardines que conducían a la casa,quedando esta última oculta a la vista

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detrás de un pequeño bosque.-Johannes Ujvary debe ser en verdad muyrico para haber adquirido este lugar -dijoCarmen, mirando a su alrededor.Conforme íbamos acercándonos, veíamosmás y más invitados vistiendo susmejores galas.-Y al parecer también ha convidado a todoParís a su fiesta -le dije a Carmen.Atravesamos el bosque pasando por unamplio sendero que también estabailuminado por antorchas en compañía deotras varias personas que comentaban labelleza del lugar. Había plantas dediversas especies y un riachuelo surcadopor un bonito puente de piedra.Le había puesto una cadena más corta ami crucifijo para que estuviese más cerca

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de mi cuello. Era la única joya que llevabapuesta. Las otras mujeres, en contraste,se habían puesto sus más finas joyas: losdiamantes resplandecían donde quieraque mis ojos se posaran. Los caballeroslucían igualmente elegantes... Ujvary nose había molestado en invitar a nadie queno estuviese bien acomodado, a juzgarpor las apariencias.Al fin llegamos a un área despejadadesde donde se podía apreciar lapropiedad: unas amplias escaleras demármol ascendían hasta la puerta delcastillo, que debía tener más de treintahabitaciones. Las puertas y ventanas erandelgadas y alargadas y los muros eran depiedra clara. Dos empleados vestidos deseda se encargaban de recibir a los recién

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llegados y otros varios caminaban de unlado al otrocon bandejas de plata, ofreciendo unacopa a quien llegara. Subimos lasescaleras y llegamos a la puerta deentrada. Los dos empleados tenían elpelo largo y atado con palillos chinos en laparte posterior de la cabeza.-Bienvenidas al castillo de Salles, casa deJohannes Ujvary -dijo uno de ellos-.¿Gustan las señoras algo de beber?-No por el momento, gracias -dije.-Les informo que ésta es una fiesta demáscaras -dijo el otro empleado-.Aniko las conducirá al lugar en dondepodrán escoger las suyas. Esperamosque pasen una maravillosa velada.Dicho esto, una joven de ojos rasgados

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salió de la nada y nos hizo una profundareverencia. Estaba vestida con unmagnífico traje de dos piezas brocado conflores y dragones de hilo dorado. Sin deciruna palabra, nos hizo señas de que lasiguiéramos. ¡Una mascarada! No podíacreer la buena suerte que estábamosteniendo. De todas las fiestas en las quepudiésemos habernos infiltrado, justo noshabía salido una en la que íbamos apoder tener el rostro cubierto. Laseguimos a una habitación abierta dondevarías mujeres se ensayaban diferentesmáscaras. Cuando me di la vuelta, lajoven había desaparecido.-Estoy algo nerviosa -dijo Carmen.-Yo también, aunque... poder llevar unamáscara me hace sentir algo más

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tranquila. Así nadie nos reconocerá —dije.—Escojamos nuestras máscaras yadentrémonos en la fiesta -le dije.-Hagámoslo -dijo Carmen.Había tres mesas repletas de hermosasmáscaras de diversos colores, cada unaelaborada con los más delicados detalles.Me probé más de una decena demáscaras y al final me decidí por una decolor plata que tenía aplicaciones negrasy naranja alrededor de los ojos, y unamariposa roja, naranja y dorada en lamejilla derecha. Carmen eligió unamáscara blanca nacarada, con aderezosde pequeñas perlas arregladas en formade flores tropicales.Satisfechas, seguimos a las invitadas quesalían de la habitación para unirse al resto

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de la fiesta. Palpé con disimulo el cuchilloy la botella que estaban en el saquko quellevaba bajo el brazo. Al menos teníamosun par de armas de defensa. Me alegréde haber llevado un chai, pues la casa delseñor Ujvary era un poco fría, y me alegréaún más de ello cuando otros dosempleados nos escoltaron a nosotras y alpequeño grupo de gente que seguíamoshasta un inmenso patio interior. Debíahaber alrededor de cuatrocientaspersonas allí. Dudaba de que alguienfuese a reconocernos, pero sería tambiéndifícil reconocer a Gíovanni entre tantoshombres enmascarados.Definitivamente, era una gran fiesta.Había fuegos artificiales adornando elnegro cielo sobre nuestras cabezas, y un

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grupo de malabaristas enfundados enkimonos de colores brillantes realizabancomplicadas acrobacias en el centro delpatio. Uno de ellos sostenía un aro defuego mientras los demás lo atravesabancon prodigiosa flexibilidad en una especiede danza que yo jamás hubieseimaginado que existiera. Varios músicoscon las caras pintadas de blanco ypeinados a la manera oriental tocabanbombos y otros instrumentos que yo nohabía visto ni oído antes.-¡Esto es increíble! -susurró Carmen.-¿Estás segura de que aún estamos enParís? -le pregunté.-Lo que más me intriga de todo esto essaber cuál es la ocasión de semejantedespliegue de magnificencia -dijo

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Carmen-. Esta fiesta será comentada pormucho tiempo.De repente, los tambores redoblaron conmayor velocidad. La gente se formóalrededor de los acróbatas que hacíanpiruetas y saltos cada vez máscomplicados sobre una plataforma. Laintensidad del ritmo y la fuerza de losgolpes ascendieron hasta llegar a unpunto límite y, en ese momento, todosonido quedó suspendido. Un hombre altoy huesudo subió a la plataforma y miró asu alrededor pausadamente a través de lamáscara blanca que cubría su rostro.Llevaba un sombrero negro de copa altabordeado por una cinta púrpura y un trajede terciopelo de igual color. La multitudesperó en silencio a que el hombre dijese

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algo, pero éste no daba la impresión detener prisa. Tenía un aire imponente,parecía dominar la voluntad del públicoque lo observaba. Finalmente, el hombrehabló:-Yo soy Johannes Ujvary. Bienvenidos ami hogar.Su voz era penetrante y oscura. Sentí queun escalofrío me bajaba por la espaldacon cada sílaba que pronunciaba.-Muchos de ustedes se estaránpreguntando cuál es el motivo de estacelebración -continuó-. Les sorprenderádescubrir que no hay ningún motivo.Simplemente, quise tenerlos a todos aquíesta noche. Como pueden ver... lo helogrado -Johannes Ujvary dejó escaparuna risa seca que me puso los pelos de

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punta, y prosiguió-: Les pido que disfrutende mi fiesta. Después de todo... ustedesson la ocasión.Me pareció que miraba en mi dirección,pero no estaba segura. Sin decir más,descendió de la plataforma y la genteaplaudió. Los tambores volvieron a sonary el anfitrión desapareció entre losinvitados.Entonces varios personajes con disfracesde samurai se convirtieronen el centro de atención. Se balanceabansobre altísimos zancos con movimientosimpecables y cargaban sables en loscintos de sus kimonos de seda. Todostenían el rostro pintado de blanco y loslabios rojos. Fijé la vista en el que parecíaser el líder y sentí que todo me daba

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vueltas. En un momento dado, creí que elhombre hablaba, o más bien, que mehablaba a mí en especial:"Pero a vosotros, los que no soisbienvenidos a este banquete, oscobraremos la entrada cuatro vecescuatro... Y tú, ¿eres bienvenida?".Cerré los ojos y volví a abrirlos. El hombreseguía repitiendo lo mismo. Me hablaba amí, directamente. Sentí que las rodillasme temblaban pero no podía apartar losojos de él. Un grueso chorro de sangrecomenzó a deslizarse por su barbilla altiempo que él seguía diciendo las mismaspalabras una y otra vez. Traté deapoyarme en el brazo de Carmen y mimano sólo se encontró con el vacío:Carmen había desaparecido.

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Mi amiga no estaba por ningún lado.Busqué en vano su vestido blanco entre lamultitud, pero había demasiadaspersonas a mi alrededor y estaba tanmareada que confundía los colores de lasmáscaras y los vestidos. Estaba segurade no haber bebido nada, ¿por qué mesentía así?El pánico me impulsó a salir corriendo através del patio; corrí y corrítropezándome con todo entre trajesorientales, sombreros, máscaras ymalabaristas hasta que ya no pude más, yme apoyé en una columna. Cuando reuníel valor de mirar atrás, descubrí no sóloque me había alejado de la multitud sinoque, en mi aturdimiento, había perdido elcamino de regreso. No se escuchaba el

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rumor de las conversaciones de la fiestani el sonido de un tambor. ¿Dónde mehabía metido?Estaba parada en un oscuro corredor alque le seguían y precedían muchoscorredores más, igualmente oscuros.¿Dónde estaba mi amiga? ¿Por qué sehabía ido de mi lado? ¿Le habría ocurridolo mismo que a mí?-¡Carmen! ¡Carmen! ¿Me oyes? -grité.No hubo ninguna respuesta. Me dije quetal vez había sido un error haber gritado.Caminé rápidamente hacia el corredor dela derecha en busca de una salida perono encontré ninguna. La imagen delhombre sobre los zancos botando sangrepor la boca me perseguía, ¿habría sidoreal?

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Estaba caminando en círculos y nohallaba la forma de regresar. Estaba tanaterrorizada y me sentía tan vulnerableque decidí entrar a una de lashabitaciones. Tal vez, si podía mirar haciafuera por alguna ventana, podríaorientarme. Me acerqué a una de laspuertas y ensayé la cerradura: estabaabierta. Al entrar, me di cuenta de que noera una habitación sino una pequeñaestancia que conducía a unas escaleras.¿Qué hacer? ¿Salir de allí o esperar?Estaba sudando frío. La estancia no teníaventanas que dejaran pasar algo de luz ylo único que veía era el comienzo de lasescaleras. Me dije que sería mucho mejorsalir. Cuando di un paso hacia la puerta,escuché unos ruidos en el corredor.

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Temblando, me pegué a la pared y agucéel oído. Eran unas voces que veníanhacia donde yo estaba. Me quedé muyquieta, rezando para que no fuesen aentrar precisamente a la estancia dondeme estaba escondiendo. No pudedistinguir lo que decían, pero me parecióreconocer la voz del señor Ujvary entrelas otras. Me paralicé del terror. Conformese acercaban, creí escuchar los gemidosde alguien.Lentamente, metí mi mano en el saquito yextraje el cuchillo. Para mi sorpresa, lasvoces pasaron de largo sin detenersefrente a la puerta. Entonces tuve unpensamiento fatal: ¿tendrían a Carmen?No sabía qué hacer. Si en efecto latenían, les perdería el rastro quedándome

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allí. Si salía, podían descubrirme yentonces sí que estaríamos en gravesproblemas.A pesar del miedo que me embargaba, nopodía darme el lujo de permitir que algomalo fuese a pasarle a mi amiga. Abrí lapuerta apenas un par de centímetros yasomé un ojo por la ranura. Dos hombresarrastraban a la fuerza a una persona queno pude distinguir por la oscuridad delcorredor. Detrás de ellos creí reconocer lahuesuda figura de Ujvary coronada por elalto sombrero de copa.-¡Cúbranle bien la boca, imbéciles! -dijoeste último.¿A quién llevarían allí? Salí de miescondite cuando ya habían doblado porla esquina del corredor y los seguí a la

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mayor distancia posible, tratando de nohacer ningún ruido que delatase mipresencia. Llevaba el cuchillo empuñadoen la mano derecha pero sabía muy bienque no era ninguna garantía deseguridad. Los gemidos de la personaque tenían en su poder se hicieron másclaros: era una mujer. Los vi entrar a unade las habitaciones y cerrar la puerta. Memetí en un recoveco que había en lapared cerca de la habitación y esperé,temblando. Antes que pudiese moverme,los dos hombres salieron de la habitacióny escuché la voz de Ujvary gritándoles:—¡Tráiganme a la otra en cuanto laencuentren!Sentí que mi corazón dejaba de latir.Carmen debía estar allí adentro en las

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garras de Ujvary y yo debía ser la otrapersona a la que buscaban. Los hombrespasaron delante de mí sin notar mipresencia y siguieron de largo,perdiéndose entre las sombras delcorredor. Entonces escuché unos gritosprovenientes del interior del cuarto:-¡Suélteme, maldito! ¡Suélteme! ¡Auxilio!¡Alguien, ayúdeme!Me pareció que era la voz de Carmen.Tenía que entrar allí y salvar a mi amiga,no había otra alternativa. Me dirigí haciala puerta sin perder tiempo. Como loshombres la habían dejado entreabierta, ledi un fuerte puntapié para sorprender aUjvary. Antes de ver nada. unos brazosme agarraron por detrás y me empujarondentro de la habitación, cerrando la puerta

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con llave tras nosotros. Me encontré caraa cara con Erzsébet Strossner.-Martina Székely-dijo ella- No sabescuánto me place verte de nuevo... y enestas circunstancias. ¡Te dije quefuncionaría, Johannes!Ujvary estaba de pie detrás de ella, aúncon la máscara puesta. Miré a mialrededor. Carmen no estaba por ningúnlado.--Gracias por acudir a mi rescate, Martina.Eres mi heroína -dijo Erzsébet con unarisita.Comprendí que habían sido sus gritos losque había escuchado y no los de miamiga. Todo había sido una trampa. Loshombres de Ujvary me quitaron elcuchillo: eran ellos quienes me habían

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apresado y obligado a entrar en lahabitación.-Creo que quiero darme un baño,Johannes -dijo Erzsébet.-Me parece una idea fantástica, querida.Tráiganla al... cuarto de baño -dijo Ujvary.Uno de los hombres me quitó la máscaray me puso una mordaza mientras el otrome levantaba. Le lancé varios golpes perono podía con él; era demasiado fuerte.Erzsébet y Ujvary caminaron delante denosotros mientras los dos hombres mellevaban a la fuerza con ellos. Salimos dela habitación y me arrastraron tres pisosarriba entre pasadizos lúgubres y estatuasmacabras.-¿Qué te parece nuestra nueva casa,Martina? Está mejor que la que estabas

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espiando esta tarde, ¿no? -preguntóErzsébet y, dirigiéndose a Ujvary,murmuró-: Fue una gran idea enviar elrecordatorio de la fiesta a casa del jovenRossi esta tarde, Johannes... Martinallegó a París como enviada por nuestroseñor Lucifer y no teníamos por quéesperar más. Esta noche es especial.Quería gritarle que la odiaba y que iba apudrirse en el infierno, pero a duras penassi lograba emitir unos ruidos indistintos.Seguí forcejeando con los hombres,tratando de zafarme, pero era inútil: laslágrimas comenzaron a rodar por mismejillas.-¿Qué pasa, querida? ¿Te comieron lalengua los ratones? -preguntó Erzsébet.Ujvary rio con sorna y, tomándola por la

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cintura, dijo:-Ésta va a ser mejor que las demás.Ya sabía lo que querían hacerme. Lohabía visto en las láminas del libro.Entramos en una inmensa habitación dela que apenas pude distinguir loscontornos y, después de atravesarla,descendimos por una gradería estrecha.Yo seguía llorando y sacudiéndomemientras me empujaban escaleras abajo.-Dile a tu amiguita que no se impacientedemasiado —le dijo Ujvary a Erzsébet-.Esto va a durar muchas horas...Erzsébet volteó la cabeza y me clavó susojos color granate, al tiempo que sacudíasu melena.-Ya lo oíste, Martina. No trates deapresurarnos. A nosotros nos gusta tomar

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largos baños antes de cenar... a veces,incluso, mientras cenamos -dijo, y soltóuna risotada enseñando las puntas de suscolmillos.Conforme íbamos descendiendo, mis ojosfueron acostumbrándose a la oscuridad.Las paredes estaban húmedas. Por finllegamos a la parte baja de las gradas yUjvary abrió una pesada puerta de hierro.Habíamos entrado a una galeríasubterránea de piedra blanca pulida,iluminada por pequeñas velas que sederretían sobre el suelo. Estaba segurade haber llegado al infierno mismo.Empecé a gemir a través de la mordaza.En un comienzo creí estar llorandolágrimas de sangre porque todo se habíateñido de rojo, pero unos segundos

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después comprendí que estaba siendo fieltestigo de la realidad: ante mí se extendíael espectáculo más escabroso que unamente demoníaca fuese capaz de crear.Sobre la piedra encharcada, variasjóvenes de escasa edad caminabandesnudas, llevando jarros y volcando sucontenido dentro de un enorme baño desangre. Sus niveas pieles contrastabancon el líquido rojo en que se sumergían,mientras reían y se besaban entre sí.En el centro del baño estaba AnnaDarvulia, con los cabellos y el rostroungidos de sangre. Dos de las niñas leprodigaban caricias y ella evidenciaba sudeleite estremeciéndose y haciendorechinar sus colmillos.-Creo que nuestra invitada va a vomitar,

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Johannes —dijo Erzsébet—. Quítenle iamordaza. Aquí nadie va a escucharla.-¡Erzsébet! -dijo Darvulia recibiendo unacopa de cristal llena de sangre de manosde una de las niñas-. Veo que encontrastelo que buscábamos... Llegó sin que laconvidásemos pero eso no quiere decirque no podamos brindar con ella,¿verdad? ¡Que empiece la celebración!Los hombres de Ujvary me quitaron lamordaza y, efectivamente, comencé avomitar.-Ay, qué desagradable... -dijo AnnaDarvulia desde el baño-. Va a hacer quese me quite el apetito.-Limpien eso y desnúdenla -dijoErzsébet-. ¡Ah! Y quítenle esa cosa quelleva alrededor del cuello.

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Empecé a pedir auxilio a gritos.-Conmovedor espectáculo -dijo Darvulia.Uno de los hombres de Ujvary me arrancóel crucifijo y el otro comenzó adeshacerme el vestido.-¡Esperen! -dijo Ujvary-. Erzsébet,querida, ¿no se te olvida algo?—¿Olvidar? ¿Qué podría estar olvidando?-respondió ella.—Te olvidas nada menos y nada másque... de mí -dijo él.Anna y Erzsébet soltaron carcajadasmalévolas que hicieron eco en lasparedes de la galería.-Perdona... perdona, querido, poranteponer mis deseos a los tuyos -dijoErzsébet sin parar de reír- Es que... lasangre de virgen sabe mejor.

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Ujvary rio por lo bajo y dijo:-Vamos, Erzsébet, ambos sabemos que ladisfrutarás tanto o más cuando hayapasado por mis manos. ¡Mírala! estátemblando como un conejo. Cuánto másdulce se pondrá su sangre en cuanto lehaya hecho lo que le quiero hacer...-Estás poniéndome algo celosa,Johannes... -dijo Darvulia.-Tranquila, querida. Siempre haysuficiente para todas -dijo Ujvary.quitándose la máscara.Empecé a gritar aún con más fuerza,tanto que ni siquiera oía mis propiosgritos. Era el mismo hombre de lasláminas del libro.-No se preocupe, señorita Székely. No metomará tanto tiempo que no pueda usted

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disfrutar del resto de la velada -dijo él-.¿Verdad que doy unas fiestasespléndidas? -y, virándose hacia loshombres, agregó-: ¡Llévenla a la celda!La risa de Johannes Ujvary se unió a lasde Anna Darvulia y ErzsébetStrossner. Los hombres me arrastraron através de la galería. Al otro lado había trescompartimientos con puertas de hierro dedonde escapaban gemidos y lamentos devoces femeninas.-Los amigos del señor Ujvary tambiénsaben entretenerse -le dijo uno de loshombres al otro.Yo no paraba de llorar ni de dar alaridos.Abrieron uno de los compartimientos, mearrancaron el vestido y me lanzaron sobreuna cama estrecha.

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-Que se divierta... -me dijo uno de ellos yambos salieron cerrando la puerta.Yo me incorporé y vi que había unapuerta de madera en el lado opuesto de lacelda. Traté de abrirla tirando con fuerzadel asidero pero estaba cerrada con llavedesde el exterior. Comencé a golpearla,aunque sabía que nadie podíaescucharme. Los gritos de las otrasmujeres se oían a través de las estrechasparedes de la cámara. Busqué en vanopor el suelo y bajo el colchón algún objetocon que defenderme. Desesperada, volvía golpear la puerta de madera y a pedirayuda a gritos. En ese instante, la puertade hierro se abrió y Johannes Ujvary entróa la celda, empujándome de nuevo sobreel duro colchón. Estaba desnudo y era

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más repulsivo así. Su mirada era, enverdad, aún más cruel de lo que seapreciaba en el libro.-Espero que esta experiencia sea tanplacentera para ti como lo será para mí,..Tu amiga Amalia, sin duda, lo disfrutó-dijo sonriendo y se arrojó encima de mí,estrujándome con su huesudo cuerpo.Yo solté un grito agudo y le pegué contodas mis fuerzas en la cara y en mediode las piernas pero él dijo:-Tanto más placentero para mí si ofrecesresistencia.Johannes Ujvary puso su cara sobre mí ysu aliento fétido me azotó el rostro. Verdentro de sus ojos era ver al mismísimodemonio. Sentí que las fuerzas se meescapaban.

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CAPITULO 12

DOS CARTAS

Estaba viendo a mi árbol. Sus ramas seextendían por el cielo, bailando en elviento otoñal.—¿Cuándo vas a dejar de meterte enproblemas? -dijo una voz masculina.Traté de abrir los ojos y vislumbré unrostro borroso.—¿Dónde estoy? —pregunté débilmente.No hubo respuesta. Tuve que cerrar losojos otra vez. Debieron pasar varios

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minutos hasta que escuché que unapuerta se cerraba. Sentí con los dedos lassábanas que estaban debajo de mí e hiceun segundo esfuerzo por reconocer mientorno. Me senté en el lecho condificultad. Estaba en una habitación en laque había una ventana que dejaba pasarun poco de luz, fuese ya del amanecer odel atardecer. Mi vestido reposaba sobreuna mesita al lado de la cama dondeestaba sentada envuelta en sábanasblancas. No había nadie allí conmigo.De repente, recordé lo último que habíavisto antes de perder el sentido. Todas lasimágenes regresaron a mí y, espantada,salté de la cama. Revisé las sábanasenloquecida de terror. No había rastros desangre. Me palpé la garganta y me revisé

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los tobillos y las muñecas en busca dealgún indicio de mordeduras o arañazos:nada. No sentía ningún dolor, solamenteestaba algo mareada. No parecía queUjvary me hubiera hecho daño. Tuve quesentarme de nuevo en la cama. ¿Quédiablos había pasado? ¿Dónde estaba?¿De quién era la voz que me habíadespertado? De una cosa sí estabasegura: estaba viva. ¿Cuánto tiempohabía transcurrido desde que JohannesUjvary se había abalanzado sobre mí enesa celda? ¿Seguiría estando en elcastillo de Salles? Haciendo uso de todasmis capacidades, me tambaleé hasta laventana tratando de sostener las sábanascontra mi cuerpo y me asomé por elcristal. Afuera había una calle empedrada

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sobre la que pasaban coches y carretas;algunas personas estaban alistandopuestos de frutas o verduras. Estaba enun lugar desconocido de París... si es queestaba en París. Al tomar mi vestido paraponérmelo, noté que había un sobrepuesto encima de él. Lo tomé y lo acerquéa mí. Los dedos me temblaban mientraslo abría: allí, en el centro del sobre,estaba estampado el sello que había vistoen ocasiones anteriores: varias flores delis se enredaban por los contornos de lacruz Patriarcal.Aún no logro entender cómo hace paraestar siempre en el lugar menos oportuno,a la hora de mayor peligro. Mientras otrosmortales harían cuanto estuviese en susmanos por alejarse de tan infernales

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criaturas, usted pareciera estarofreciéndoseles en bandeja de plata. ¿Esque no ha aprendido nada en el últimoaño? ¿No fue ya bastante con la muertede su amiga? Gustosamente me quedaríaa exponerle unos cuantos hechos, pero eltiempo apremia. Si no hace más queinterrumpir mis planes, ¿cómo se suponeque los lleve a cabo? No puedo estarpensando en acabar con esos malditosvampyr y en rescatarla a usted al mismotiempo. ¿Por qué no puede dedicarse ahacer cosas normales como leer un buenlibro o tomar el té?Sé que cree que sólo estará a salvocuando le dé muerte al enemigo y quedesea con toda el alma vengar a Amaliade Piñérez. Lamento comunicarle que sus

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métodos carecen de efectividad. Porfavor: limítese a usar su crucifijo como laaconsejé en una ocasión anterior y no sebusque más problemas de los que tiene.No le estoy sugiriendo que no se preparepara lo peor ni que baje la guardia... sóloabsténgase de cometer obviasestupideces. ¿Qué estaba pensando?¡Confía usted demasiado en su buenasuerte! Haga lo posible por conservar loque le queda de ella.Ahora debo partir de inmediato, antes queel enemigo vuelva a escapar. Le suplicoque haga uso de razón y trate decontinuar con su vida en vez de estarjugando con la muerte. Espero no seguirencontrándome con usted... de ser así,querrá decir que le prestó la debida

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atención a esta carta.Hay dinero suficiente sobre la mesa paraque pueda regresar a casa.Sinceramente,A.

No sé cuántas veces releí esa carta. Talvez unas treinta, y seguiría haciéndoloconstantemente a partir de ese momento.Me había salvado una vez más. Di graciasa Dios con lágrimas en los ojos, sin dejarde preguntarme: ¿Cómo lo habíalogrado? ¿Quién era él? Tenía toda larazón en lo que decía. Presentarme en lafiesta de Johannes Ujvary había sido unalocura. Entonces recordé a Carmen y elpánico me invadió de nuevo. ¿Estaría

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bien? ¿Estaría viva? Me puse el vestido,que estaba muy estropeado, y tomé eldinero que estaba sobre la mesa. Habíaperdido mis zapatillas, así que tendría quevolver a casa descalza.Por fortuna el vestido era lo bastante largocomo para cubrir mis pies. Salí de lahabitación y me di cuenta de que estabaen la parte posterior de una cantina.-Buenos días, señorita -me dijo unacamarera pintarrajeada-. ¿Cómo pasó lanoche? ¡Apuesto a que bien! Qué guapoestá su... marido.Si hubiese tenido tiempo, me habríadetenido a preguntarle todo lo que supieraacerca del hombre que me había llevadohasta allí. Sin embargo, sólo pregunté:-¿No sabrá usted de casualidad cómo se

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llama mi marido?Ella me dirigió una picara sonrisa yrespondió:-Mire, señorita... puede que yo seachismosa, pero no soy una soplona.La miré con los ojos muy abiertos. Si nohubiese estado tan asustada por elbienestar de Carmen, me habría echado areír. Me prometí regresar en cuantopudiese hacerlo: estaba segura de queuna buena suma de dinero haría que lacamarera se convirtiera en mi mejoramiga.Tomé un coche y le pedí que me llevasedirectamente a casa de los Locke.En cuanto arribé a la residencia de misamigos, cinco personas salieron corriendoa mi encuentro: Carmen, Gíovanni, Stuart,

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Mariana y Lynn. El alma me volvió alcuerpo: ¡Mi amiga estaba bien! Todosgritaban al unísono y me rodearon,abrazándome.-¡Carmen! -grité.-¡Dios mío! ¡Estás viva! -decía Carmencon lágrimas en los ojos.-¡Sí! ¡Y tú también! -dije, y comencé allorar a mi vez. Toda la ansiedadacumulada regresó a mí-. ¡No sabescuánto he temido que algo te hubieseocurrido! ¡Cuan feliz estoy de veros atodos!-¡Creíamos que habías muerto! ¡Tebuscamos por toda la propiedad ytambién entre las víctimas! -dijo Gíovanni.-¿Víctimas? -pregunté, sollozando-.¿Entonces las encontraron?

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-Claro que sí -dijo Stuart guiándome haciala casa-. ¡Pobres muchachas!-¡Sí! -dije-. ¡Fue espantoso, podía oír susgritos desde donde estaba! ¿Estaban convida cuando las encontraron?-No. Ninguna estaba viva, querida... -dijoMariana, cuyo rostro ostentaba unasprofundas ojeras-. ¡Todas murieronquemadas!-¿Quemadas? -pregunté, extrañada. Medetuve para mirarlos a todos.-¡Claro! -dijo Gíovanni-. ¿De que otraforma habrían muerto? ¡Hasta ahoraestábamos convencidos de que tal vez túhabías corrido con la misma suerte! ¡Perolo que importa es que ahora estás aquí!-Perdón... ¿de verdad dijeron quemadas?-pregunté, limpiándome las lágrimas.

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-Martina, ¿te encuentras bien, querida?-me preguntó Mariana, poniendo susmanos sobre mis hombros-. ¿Recuerdasel incendio?-¿Incendio? -pregunté-. ¿Cuál incendio?-Creo que aún está demasiadotranstornada por los eventos. Debe seruna pérdida de memoria temporal -dijo elseñor Locke con expresión de sumapreocupación.-¡No, señor Locke! ¡No he sufrido ningunapérdida de memoria! ¡Estuve a punto demorir a manos de Johannes Ujvary yErzsébet Strossner! ¡Y Anna Darvulia!-grité.-¿Cómo? -exclamó el señor Locke,yéndose hacia atrás-. ¡Martina! ¿Qué estádiciendo?

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-Erzsébet... ¿Erzsébet Strossner y AnnaDarvulia estaban allí? -tartamudeóCarmen, poniéndose más blanca que unpapel-. Johannes Ujvary también esvampyr? ¿Trataron de matarte? ¿Estabascon ellos?-¡Sí! ¡Trataron de matarme! ¡Casi lologran! -exclamé-. ¡Y claro que todos ellosson vampyr] ¡Mirad mi vestido, lasmanchas a la altura de las rodillas y elborde de la falda son de sangre!No pude evitar volver a sollozarconvulsamente.-¡Dios mío! ¿Estás bien? ¿Te hicierondaño? ¡Martina! ¿Qué pasó? ¿Cómopasó? -chilló Carmen aterrorizada,revisándome el cuello y las muñecas. Creíque mi amiga iba a desmayarse del miedo

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en cualquier momento.—¡No tienes tu crucifijo! -dijo Lynn. Lapequeña lloró-: Mamita... papito, ¡losvampyr iban a matar a Martina!-¿Dijiste que Anna también es vampyr?-preguntó Gíovanni con expresión depánico-. ¿Estás segura de ello?-¡Claro que sí! En un minuto os lo contarétodo... ¡ha sido horrible! -respondí sinpoder parar de llorar.—¡Esto es escabroso! -exclamó el señorLocke. Estaba rojo como una remolacha.-Ven, querida, haremos té en la cocina...-dijo Mariana llevándome abrazada alinterior de la casa.-Pero, decidme, ¿de que incendiohabláis? -insistí, tratando de calmarme unpoco.

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-Hubo un incendio en plena fiesta. Segúndicen, fue iniciado en una galeríasubterránea del castillo. Encontraron avarias personas carbonizadas... al parecerJohannes Ujvary fue una de ellas -dijoGíovanni con voz entrecortada.-Todos salieron huyendo de la fiesta... yome quedé parada afuera hasta elamanecer, esperando a que apagaran lasllamas... ¡esperando a que salieras! -dijoCarmen llorando a borbotones-. Ay,Martina... ¡qué bueno que estás aquí!-Allí encontré a Carmen, cuando huía delas llamas entre la multitud -dijoGíovanni-. ¡De verdad que es un milagroverte viva, Martina! ¡Gracias a Dios!-Gracias a Dios y... al autor de las notasmisteriosas -dije, tratando de verlos a

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través de las lágrimas.Ya adentro de la casa, Mariana me diouna taza de té de hierbas aromáticas.Sin dejar de sollozar, les conté cómo elhombre de los zancos me habíaamenazado chorreando sangre por laboca y que no había encontrado aCarmen por ningún lado,—Pero, Martina, ¡yo estuve allí todo eltiempo! -dijo Carmen con los ojosencharcados-. Aunque nunca escuché alhombre de los zancos hablar, ni muchomenos echar sangre por la boca. Cuandote busqué, ¡tú habías desaparecido! Divueltas y más vueltas entre la gente,desesperada... aun así, no tuve el valorde aventurarme lejos de la multitud. Todoel tiempo tenía la esperanza de que

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fueras a aparecer de un momento a otro.Pensé que tal vez habías encontrado aGíovanni yte habías alejado...Les expliqué cómo había perdido elrumbo dentro del castillo en mi confusión,y cómo Erzsébet había logradoengañarme haciéndose pasar por unaprisionera de Ujvary que llegué a pensardebía ser Carmen.-¡Incluso llegó a pedir auxilio a gritos!-dije.-No comprendo cómo supieron queestábamos allí... -dijo Carmen, sonándosela nariz. Mi pobre amiga no se recuperabadel susto; tenía los ojos hinchados porhaber llorado toda la noche y la mañana.-Tal vez las vieron llegar antes que se

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pusieran las máscaras... -dijo Marianatemblando.-Y urdieron una treta para atrapartecuando estuvieras lejos de la gente -dijoGíovanni tratando de mantener lacompostura, aunque se notaba queestaba paralizado del miedo.-¡Un golpe de suerte para ellos! -dijo elseñor Locke con expresión consternada.-¿Cómo fue que escuché a ese hombreamenazarme si Carmen no lo escuchó?-pregunté-. ¡Estoy segura de no haberbebido nada!-Yo creo que los vampyr tienen el don dela comunicación mental -dijo Carmen conla voz en un hilo-. He leído al respecto deesta última en varios libros. Algunos serespueden hablar sin necesidad de usar la

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vo2... y sólo algunas personas sonsusceptibles a este tipo de mensajes.-¿Es decir que crees que le leí elpensamiento? —le pregunté a Carmen.-En pocas palabras -dijo mi amiga.-Pues esa habilidad me puso en unpeligro real -dije.-Debes aprender a controlar tus talentos,Martina -dijo Gíovanni con tal seriedadque incluso me hizo gracia.-¿Y qué pasó después? -preguntóMariana Locke.Les narré la forma en que me habíanamordazado y arrastrado hasta la galeríasubterránea. Mis amigos temblaban.—Por cierto... Erzsébet sabía queestábamos donde Gíovanni. Tambiénsabía que habíamos ido a ver su casa

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-dije.-¿Cómo es eso posible? -preguntóCarmen, poniéndose aún más pálida.—No lo sé -dije—. O nos siguió toda latarde, o tiene algún aliado muy cercano anosotros...Entonces sentí miedo y miré a Gíovannicon sospecha.-¿Por qué me miras así? -preguntó élabriendo los ojos de par en par.-Ah, no lo sé... ¿Tal vez porque eres túquien está comprometido con el vampyr,quien estaba invitado a la fiesta deJohannes Ujvary y quien nos llevó a ver lacasa de Erzsébet? -dije, alterada.-¡Un momento! -exclamó Gíovanni-. ¡Yopuedo haber hecho muchas cosas en elpasado, pero no estoy aliado con ningún

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vampyrl-¡Eso tendrás que demostrárnoslo! -dijecon tono acusador.—¿Y cómo se supone que haga tal cosa?—dijo él, visiblemente ofendido.-Jóvenes! Jóvenes! ¡Cálmense! -dijo elseñor Locke-. Gíovanni no sabía queusted tuviese la intención de ir a esafiesta, Martina. Además, todo pareceindicar que esas criaturas son muysagaces. Si Gíovanni fuese su aliado,¿qué necesidad habría tenido AnnaDarvulia de venir a rondar esta casamientras él estaba aquí?-Buen punto... -dije, e intentando calmarmis ánimos, agregué a regañadientes-:Perdona, Gíovanni. No quise ofenderte.-No te preocupes... -dijo él, aún fastidiado.

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El pobre se había puesto un poco verdede pensar que lo tuviese de amigo de losvampyr.Luego, proseguí a describir la escena dela galería subterránea y el baño desangre, Gíovanni parecía tan asustadoque tuve que creer en su inocencia.Estuve segura de que había estado apunto de vomitar cuando escuchó queAnna estaba allí, así como las cosas queella había hecho y dicho.-¡Esto es horrible! ¡Por fortuna nunca labesé! -exclamó de repente.-¿Cómo? -preguntó Carmen limpiándosela nariz con su pañuelo-. ¿Nunca hasbesado a tu prometida?Gíovanni se sonrojó un poco y dijo:—Es que... huele muy mal.

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Yo no pude evitar soltar una risita y él dijo,aclarándose la garganta y clavando lamirada en el suelo:-Prosigue con tu historia, Martina.Cuando les conté que los hombres deUjvary me habían arrancado el crucifijo,Carmen exclamó:-¡Entonces sus ayudantes no son vampyr]—O son inmunes al poder de la cruz...-sugirió el señor Locke.-Sean lo que sean, son igualmentemalvados -dije-. Se reían comentandocómo los amigos de Ujvary estaríandisfrutando en las celdas adyacentes a lamía, de donde provenían los gritos deotras mujeres.—Me pregunto si ésas serán las pobresmuchachas que murieron en el incendio

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-dijo Mariana.-Espero que hayan sido las jóvenes quellenaban la tina de sangre -dije-. Aunquesupongo que sería demasiado pedir.-¿Recuerdas cuántas celdas más había,Martina? -preguntó Carmen.-Eran tres en total -dije, quitándome conlas manos las lágrimas que rodaban pormis mejillas.-Qué horror -dijo Mariana-. Y pensar queestuviste a punto de...-Sí -dije-. A punto. Pero fui salvada unavez más. Y por la misma persona.Les conté cómo había despertado al otrolado de París y en qué circunstancias.Luego les enseñé la carta que me habíadejado mi salvador.-Qué hombre más sabio -dijo Gíovanni

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después de leer la nota. Le dirigí unamirada de reproche, pero sabía que teníarazón.-¿Entonces pudiste ver su rostro,Martina? —preguntó Carmen con ánimo.-Sí, pero con los ojos entornados. No creopoder reconocerlo si me lo llegase aencontrar -respondí.~Ay... ¡qué romántico! -dijo ella.-¿Romántico? -pregunté, asombrada.-¡Claro! Tienes un protector que te salvacuando estás en peligro. Además, ¡lacamarera dijo que estaba muy guapo!—respondió ella, entusiasmada.-A esa camarera todos sus clientes ledeben parecer muy guapos -dije,ruborizándome un poco.-Yo creo que debe estar enamorado de ti

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-dijo Carmen-. De lo contrario, ¿por quése tomaría la molestia de rescatarte una yotra vez?-¿Es que no has leído la carta? -pregunté,sintiéndome bastante incómoda-. ¡Esobvio que está furioso conmigo!—Eso es amor... y, al parecer,correspondido -dijo Carmen con unasonrisa suspicaz.-¿Es decir que ahora Martina tambiéntiene un sapo? -preguntó Lynn.-Un sapo no -dijo Gíovanni-. Tiene unvaliente príncipe.-Bueno, bueno -dije, tratando de desviarel tema-: ahora os toca el turno avosotros. Contadme todo lo que sepáisacerca del incendio. ¿Quiénes másperecieron?

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-Te hemos contado lo poco que sabemos.En un rato podemos intentar hallar másinformación; seguramente habrá unreporte completo en el periódico -dijoMariana.-Pues vayamos a comprar uno ahoramismo -dije-. Porque la otra alternativasería ir hasta el castillo de Salles... y yoallá no voy a regresar jamás.—¡Amén! -dijo Carmen y todos volvieron aabrazarme al mismo tiempo. En esemomento sentí que tenía una maravillosafamilia.El periódico confirmaba la muerte deJohannes Ujvary y de dos jóvenes en lagalería subterránea durante la fiesta, perono mencionaba la identidad de ninguna deellas. Habían hallado algunas víctimas

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entre los invitados que se encontraban enlas proximidades de la galería, yrecorrimos la lista de nombres pero noconocíamos a ninguno de ellos. Granparte del castillo se había quemadodurante el incendio. El diario decíatambién que la policía estaba tratando derecopilar más información acerca delextraño incendio y que habría un nuevocomunicado de prensa al día siguiente.-Me pregunto si las muertas de la galeríaserán Anna y Erzsébet... -dije.—No estaban entre las víctimas que nospermitieron ver a Gíovanni y a mí cuandote buscábamos -dijo Carmen-. Lashabríamos reconocido de inmediato.—Podríamos ir a la morgue en la tarde,quizá estén entre las nuevas víctimas

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-sugirió Gíovanni.-Buena idea -dije-. Espero verlas junto alcadáver de Ujvary.Quería volver a la taberna con elpropósito de entrevistar a algún empleadoacerca de mi salvador, pero estaba tanextenuada por la noche que había pasadoque en cuanto leí el periódico me quedédormida en el sofá de los Locke. Másadelante me enteré de que Mariana mehabía dado un té de hierbas sedantespara garantizar que descansara bien.Me desperté en la habitación hacia lasocho de la noche. Carmen me habíasubido una bandeja de comida.—¡Gracias, amiga! -le dije-. Aunque... noestoy enferma.-Eso dices tú, pero haber visto cosas tan

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horribles tiene que haberte afectado losnervios -respondió ella.-¡Carmen! -exclamé, recordando nuestrosasuntos pendientes- ¿Le preguntaste aGíovanni acerca de la cruz en las cartasde su tío?—¡Claro que sí! -dijo-. Y se mostró tansorprendido como nosotras. No tenía ideade que las cartas tuviesen ese símboloescondido. Aunque dijo que creía recordarhaberlo visto antes en algún lugar familiar.Se fue a su casa a buscar algo quepudiese darnos más pistas.Tomé mi cena lentamente y después melevanté a darme un baño."Necesito lavarme los recuerdos de lafiesta de Ujvary", me dije.Cuando ya llevaba un buen rato en la

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bañera, oí ruidos en la planta inferior de lacasa. Agucé el oído, y me parecióescuchar que varias personas gritaban.Salí del baño en una fracción de segundo.-¡Carmen! ¡Stuart! -llamé a los gritos-.¿Estáis bien?-¡Baja pronto, Martina! -dijo Carmen. Mepuse una bata y bajé los escalonesprecipitadamente.-¡Me mordió! -gritaba Gíovanni-. ¡La muycondenada me mordió!Nuestro amigo estaba parado en elpórtico, bañado en sangre.-¡Martina! -gritó Carmen al verme-. ¡Traeel remedio del padre Anastasio! ¡Corre!Sin tener tiempo de pensar en lo queestaba pasando, me di la mediavuelta y emprendí la carrera gradas

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arriba. ¡Dios mío! ¿Cuál de las dosvampyr habría mordido a Gíovanni? Cogíla botellita del remedio y, saltando variospeldaños al tiempo, volví a la sala en unsantiamén.-¡Aquí tengo el pañuelo! —gritó el señorLocke, quien venía de la cocina.Gíovanni se había dejado caer sobre elsofá, tratando de detener con sus manosla sangre que se escapaba de la heridaque le habían hecho al lado izquierdo delcuello.-¡Ayudadme! ¡Por favor! -gritaba con losojos húmedos-. ¡No quiero convertirme envampyr]Sabía lo que tenía que hacer. Diluí unapequeña cantidad del remedio en unacopita de agua bendita y, revolviéndolo,

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me alisté a dárselo a Gíovanni. Carmenempapó el pañuelo con el mismo líquidoy, mirándome, asintió.—Bebe -le dije, y Carmen retiró la manode Gíovanni de la herida para presionar elpañuelo con firmeza contra su cuello.Los alaridos de Gíovanni retumbaron portoda la casa de los Locke:-¡Me quemo por dentro! ¡Me quemo!-gritaba sin parar, convulsionando ybotando babaza.Mi reacción no había sido tan fuerte.Gíovanni se retorcía resbalándose haciael suelo mientras Carmen hacía hasta loimposible por no despegar el pañuelo desu cuello. El ataque duró varios minutos.Al fin Gíovanni dejó de temblar y dijo,cerrando los ojos:

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-Ya pasó.Sentí pánico de que hubiera muerto.—¡Carmen! -exclamé-. ¿Está respirando?Mi amiga puso su oído contra el pecho deGíovanni y pasaron los cinco segundosmás largos de mi vida.-Está vivo -dijo.Me arrodillé a su lado y puse mis dedosen su muñeca. Sentí su pulso y respiré,aliviada.-¡Dios mío! -gritó el señor Locke-. ¡Esto eslo más tenebroso que he visto!-¿Está bien el sapo? -preguntó Lynnpegándose a su mamá.-Esperemos que lo esté -dijo Mariana,temblando.-¿Cuál de las dos lo mordió? -pregunté.—Erzsébet -dijo Carmen, sudando

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profusamente y limpiándose la frente-.Creo que ha perdido mucha sangre. Estámuy pálido.—Llevémoslo a la habitación dehuéspedes de la tercera planta -dijo elseñor Locke.Carmen retiró el pañuelo del cuello deGíovanni y, como había ocurrido antesconmigo, a duras penas si se vislumbrabaalgún rasguño.—¡Es asombroso! -dijo el señor Locke.-Lo es -dije—. ¡Gracias a Dios por elpadre Anastasio!-Que el Señor lo proteja -dijo Mariana.El señor Locke, Carmen y yo subimos aGiovanni a la habitación. Le quitamos lacamisa, que estaba emparamada desangre, y lo metimos entre las sábanas

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después de revisar que no tuviera másmordidas.-No tiene puesto el crucifijo -observé-.¿Cómo pudo habérselo quitado? Digo... sies que se lo quitó él mismo.-¡Demonios! -dijo Carmen-. ¡Estánatacándonos por todas partes! ¿Dóndepodremos estar seguros?-Al parecer, en ningún lado -dijo el señorLocke-. Debemos tratar de estar juntostodo el tiempo.-¿Dijo Giovanni en qué circunstancias fueatacado? -pregunté.—Fue en su propia casa. Estaba en elático cuando Erzsébet se abalanzó sobreél -dijo Carmen.-Debía estar buscando algo relacionadocon las cartas de su tío Lorenzo -dije-. ¡Es

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un milagro que haya podido escapar!-Creo haber entendido que logróquitársela de encima dándole un fuertegolpe. Salió corriendo de la casa,llamando a gritos a su cochero. Él lo trajohasta aquí -dijo el señor Locke.-¿Cómo hemos de proceder ahora?-pregunté.-Yo me quedaré cuidando a Giovanni -dijoCarmen-. Vosotros vigilad las demásentradas de la casa.La situación se había salido por completode nuestras manos hacía mucho tiempo yahora sólo nos quedaba esperar. Loscrucifijos, aunque lograran repelerlos, noeran suficiente garantía de proteccióncontra los vampyr. Tal vez un ritualrealizado por el padre Anastasio podría

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haber ayudado a sellar la casa de losLocke, pero nuestro buen amigo estabademasiado lejos. Lynn y yo custodiamosla casa desde la segunda planta, y Stuarty Mariana se pasaron la noche en vela enel salón.Necesitaba hablar con el hombre que mehabía rescatado. Él parecía saber muchoacerca del enemigo y quizá podríaayudarnos. Deseé que ya fuera el díasiguiente para poder ir a la taberna eindagar acerca de él... con suerte, incluso,verlo. ¿Cómo habría descubierto quiéneseran los vampyr? ¿Qué le habrían hechoa él? ¿Cómo hacía para descubrir susescondites? Me pregunté si había sido elcausante del incendio en el castillo deSalles, y cómo había hecho para sacarme

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intacta de esa celda.Lynn se había quedado dormida en micama y yo subí a ver a Giovanni.-Aún no ha despertado -dijo Carmen-.Estoy preocupada por él, Martina. Creoque Erzsébet logró despojarlo de casitodos sus humores vitales.-¿Has tratado de despertarlo? -pregunté-.Podríamos intentar darle algo de agua ytal vez algo de comer.Carmen sacudió a Gíovanni condelicadeza por el hombro. Él entreabriólos ojos y miró a Carmen tratando deesbozar una sonrisa, pero volvió aquedarse dormido.-Creo que, mientras siga respirandonormalmente, está bien que lo dejemosdescansar. Grita si detectas cualquier

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cambio en él -dije.-Lo haré -dijo, y mirándome por encima delas enormes ojeras que adornaban surostro, agregó-: Martina... creo que estoyenamorándome de él otra vez. Quierodecir, por primera vez. Es un hombrediferente.Sus palabras me tomaron por sorpresa.-¿De veras? -le pregunté.-Sí -dijo ella-. ¿Crees que es estúpido demi parte?-¿Estúpido? En lo absoluto. Me parecenatural, amiga mía. Es difícil resistirse aun amor tan profundo como el suyo por ti-dije, sonriendo-. Además... es el sapomás guapo de toda la ciudad.Carmen sonrió a su vez, y dijo:-Anoche estaba tan preocupado por ti

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como yo. Creo que me había negado aver el lado profundo de Giovanni.-Me alegra que hayas tenido laoportunidad de descubrirlo... y me parecehermoso que podáis tener un amorcompartido -le dije.-A mí también -dijo mi amiga poniendouna mano sobre la de él y apretándoselacon afecto.Volví a darle un vistazo a Lynn y mequedé a su lado, mirando por la ventanael resto de la noche.Cuando amaneció regresé a la habitacióndonde dormía Giovanni con el desayunopara Carmen y una taza de caldo delegumbres para nuestro amigo.—¿Cómo sigue? -le pregunté a Carmen.-Creo que bien -dijo ella-. Se despertó un

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par de veces durante la noche pero notenía fuerzas para hablar. A duras penasabrió y cerró los ojos, pero sé que sientemi presencia.Le pusimos un poco de agua en los labiosa Giovanni y él entreabrió los ojos denuevo.-Hola... -murmuró con dificultad.—¿Tienes hambre? -le preguntó Carmen.El asintió.Entre las dos lo incorporamos poniéndoledos almohadones detrás de la espalda, yCarmen comenzó a darle pequeñascucharadas del caldo que él apenas podíasorber.-Vas a ver cuan pronto te vas a recuperar-dije, aunque el pobre Gíovanni enrealidad estaba tan blanco como un

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fantasma y dos círculos azules sedibujaban alrededor de sus ojos. Noparecía que fuese a ponerse biendemasiado pronto.-Ella... buscaba algo -dijo Gíovanni con unhilo de voz.-¿Erzsébet? -pregunté.Gíovanni asintió.-¿Sabes de qué podría tratarse? -lepreguntó Carmen.Él negó con la cabeza.—Fuera lo que fuera, debe tener algunaconexión con el hecho de que Annaquisiera casarse con él -dije.-Tal vez Anna estuviera fingiendo estarenamorada de Gíovanni para teneracceso a sus cosas... -sugirió Carmen.-Tiene sentido -dije-. Lo que no entiendo

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es por qué nunca lo atacaron antes.-Es extraño -dijo ella-. Tal veznecesitaban mantenerlo vivo con algúnpropósito específico.—No sólo vivo: no quisieron convertirlo envampyr... -dije yo.-Cierto -dijo ella-. Quizá planeabanhacerlo en su momento pero llegamosnosotras a entorpecer sus planes.-Gracias... a Dios -suspiró Gíovanni.-Si Anna Darvulia y Erzsébet Strossnerquerían en efecto convertir a Gíovanni envampyr, ¿qué estaban esperando?—pregunté.-Según leímos en el diario de Amalia, elhecho de que alguien sea vampyr no loconvierte necesariamente en aliado denuestras enemigas. Ya ves cómo Amalia

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quiso quitarse la vida en cuanto se diocuenta de la clase de criatura en que lahabía transformado Erzsébet -dijoCarmen.-Eso es verdad —dije-. Tal vez teníanmucho más que ganar si Gíovanni lasayudaba en su propósito estandodesprevenido.-Yo apostaría a que tiene algo que vercon su tío Lorenzo. Lo de la cruz en lascartas no es casualidad -dijo Carmen.-Tenemos que sostener una conversaciónlarga y tendida en la que analicemostodos los detalles de tu relación con Annaen cuanto estés bien, Gíovanni -dije.El asintió lentamente, cerrando los ojos.-¿Gíovanni? -lo llamó Carmen.Se había dormido de nuevo.

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-Al menos nos comprende —dije-. Esmenester llamar a un cura para que lesuministre la comunión a diario mientrasse recupera. A Amalia le ayudaba.—Por fortuna ha sido capaz de comeralgo -dijo Carmen-. Si el simittimum nohubiese funcionado, le habría pasadoiguai que a ella: no habría sido capaz deprobar bocado.—Es una suerte que aún conservemos labotella -dije.-Por cierto: ¿tienes alguna idea de quéhicieron los hombres de Ujvary con tucrucifijo o con la botella que contenía lasolución de agua bendita con salexorcizada?—No —dije-. Pero sigo preguntándomequé tipo de seres son los que ayudan a

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los vampyr. Se me ha ocurrido que sonvíctimas que han muerto a causa de algúnataque sin convertirse en uno de ellos. Talvez por eso pueden tocar objetosreligiosos sin quemarse.-Es una buena teoría -dijo Carmen-. Yo hedeseado preguntarle al padre Anastasioqué contiene la botella de simittimum. Aúnme parece increíble que sea capaz decurar a alguien que haya sido mordido porun vampyr.-Tenemos que escribirle hoy mismo ycontarle todo lo que ha ocurrido. Voy atraerte papel -dije, y salí de la habitaciónunos instantes.-Necesito dormir un rato -dijo Carmencuando regresé con el papel.-Yo me quedaré cuidando al sapo -dijo

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Lynn, quien entraba a la habitación en esemomento.-¡Gracias, pequeña! -dijo Carmen.-Yo voy a ir a la taberna con el señorLocke -dije-. Espero que no nos tardemosmucho.-¡No olvidéis comprar el periódico! -dijoCarmen cuando ya me iba-. Y, amiga,espero te den razón de tu protectorenamorado.Yo la miré entrecerrando los ojos y le dije:-Él no está enamorado de mí -y, girandohacia Lynn, agregué-: No te despeguesdel sapo un minuto, ¿está bien?-No te preocupes, Martina. Le voy a hacerlindos peinados mientras duerme -dijoella.Bebí una taza de café cargado en

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compañía de señor Locke y después él yyo salimos de la casa caminando. Lecompramos el diario al chiquillo que separaba todas las mañanas en la avenidaadyacente a la propiedad de los Locke ynos sentamos en una banca a leerlo.-¡Mi Dios nos ampare! -dijo el señor Lockepersignándose al ver la primera página-.¡Han robado el cuerpo de Ujvary de lamorgue!-¡No puede ser! -dije-. ¡Déjeme ver!Era cierto. O sea que el maldito seguíacon vida. De lo contrario, no se lo habríanllevado de la morgue. Era igual que loocurrido con el cuerpo de Erzsébet enSainte-Marie. ¿Cómo hacían nuestrosenemigos para morir y seguir reviviendo?¿No los mataba el fuego? Compartí mis

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pensamientos con el señor Locke.-¿Será posible que en realidad sólomueran si se les secciona la cabeza?-preguntó él.-Tal vez -dije yo-. Y pensar que me habíahecho tantas ilusiones de que esedemonio estuviese ardiendo en losinfiernos...-Tiene que morir en algún momento. Diosno puede permitir que camine sobre la fazde la tierra eternamente -dijo el señorLocke.-Ojalá tenga razón, Stuart —le dije.Proseguimos con la lectura del diario.La policía había suministrado un reportecompleto acerca del incendio queestipulaba que las dos jóvenes quehabían muerto en la galería subterránea

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habían sido halladas encadenadas,colgando del techo. Se sospechaba queJohannes Ujvary las tenía encerradas enesas pequeñas celdas donde habríaestado torturándolas horas antes delincendio. Según los reportes médicos,habían muerto desangradas antes que elfuego las alcanzara.Se me aguaron los ojos.—¡Pobres criaturas! -dijo el señor Locke.La policía sospechaba que Ujvary era elresponsable de una serie de crímenesque habían quedado sin resolver en laciudad, y se pensaba que debía teneralgún cómplice. Habían encontrado ungran baño lleno de sangre y variosimplementos de tortura en la galería. Lasotras tres mujeres víctimas habían sido

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halladas desnudas en una habitacióncercana a la galería, y se sospechaba queUjvary las había raptado para hacer conellas igual que con las otras.—Me imagino que no tenemos forma desaber si eran ayudantes de los vampyr osi en realidad eran muchachas quehubiesen sido raptadas por nuestrosenemigos -dije.Además de Ujvary, dos hombres máshabían perecido a causa de las llamas. Lapolicía tenía la impresión de que éstoshabían participado en los actos de flagelocometidos contra las jóvenesencadenadas, pues había uno en cadauna de las celdas. Estos dos hombreseran figuras prominentes de la sociedadparisina, y se temía que hubiese otros

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como ellos implicados en losmencionados actos criminales. Parísestaba en estado de conmoción.-¡Éste sí que es un escándalo! -dijo elseñor Locke.—Me alegra que la policía estéadelantando investigaciones. De no habersido por el incendio, nada de esto habríasalido a la luz pública -dije.-No será mucho, pero me da cierto ánimopensar que esos demonios se sientanperseguidos -dijo el señor Locke.El diario no decía mucho más, fuera deque nadie se explicaba por qué el cuerpode Ujvary había desaparecido.El señor Locke y yo tomamos un coche ynos dirigimos a la taberna donde mehabía despertado la mañana anterior.

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Había llevado una gran bolsa de monedaspara hacer hablar a la cantinera. Cuandollegamos, la taberna estaba prácticamentevacía. No era una cantina de mala muertepero tampoco quedaba precisamente enel mejor barrio de la ciudad. Un hombretomaba vino en la barra y otros dosjugaban a los naipes en una mesaarrinconada.-Buenos días -dijo una camarera que noera la misma que había visto yo la vezanterior-. ¿Desean una habitación?Yo sentí que se me subían los colores a lacara.-¡No! -dijo el señor Locke tanenfáticamente que asustó a la camarera.Luego, suavizando su tono, agregó-:Estamos buscando a una persona.

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Esperábamos que tal vez alguien pudieseayudarnos a encontrarla.La camarera nos dirigió una miradainexpresiva, así que decidí hablar,enseñándole la bolsa que tenía en lamano:-Tenemos dinero.Ella pareció mostrar algo de receloprimero, pero luego miró a su alrededor,como verificando que nadie nos estuvieseobservando, y dijo:-Síganme.Nos llevó a una de las mesas que estabanescondidas en la parte trasera de lataberna, y se sentó en una de las sillasdesmadejadamente.-¿A quién buscan? —preguntó,-Bueno... en realidad, no estamos seguros

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-dijo el señor Locke.Ella nos miró extrañada.-Lo que mi amigo quiere decir es que noconocemos su nombre -dije yo.-Se trata de un hombre que estuvo aquíhace dos noches -dijo el señor Locke.—En una de las habitaciones de atrás. Laprimera del pasillo -dije, señalándosela.-¡Ah! -dijo ella, sonriendo.-¿Lo conoce? -le pregunté.-Eso depende -dijo, clavando los ojos enla bolsa de dinero.La abrí y saqué varias monedas,poniéndolas sobre la mesa.-Aún no sé de quién me hablan -dijo ella.Le di todo el contenido de la bolsa.-Gracias -dijo ella muy contenta-. Acabode recordar de quién se trata.

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-¿Se está quedando aquí aún? -pregunté.-No. Se ha marchado esta mañana... Esuna lástima. Pese a todos mis esfuerzos,no logré arrancarle ni una mirada. Tal vezsi se hubiese quedado más tiempo... -dijocon coquetería.-¿Sabe cómo se llama? -preguntó elseñor Locke.-Aquí nadie da su nombre -respondió-.Aunque... si hubiera algo más de dinero,quizá podría haber escuchado algo.Miré al señor Locke. Él se sacó unasmonedas más del bolsillo y se lasextendió a la mujer.-¿Y bien? -preguntó él.-Lo escuché hablando con otro hombre.Estaba preguntándole si sabía de ataquesde hidrofobia en la región. El otro hombre

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mencionó algunos barrios de la ciudad yno seguí prestando atención a partir deese momento.-¿Podría darnos una descripción física?-pidió el señor Locke.Ella nos miró como si fuésemos un par delocos.-¿Por favor? -dije suplicante.-¿Cómo pueden estar buscando a quienjamás han visto? -preguntó ella.-Ya le dimos todo el dinero que teníamos,señorita -dijo el señor Locke-. Le ruegoque sea amable.-Está bien -dijo ella—. Ustedes parecenser personas buenas. Les diré lo que sé.-Muchísimas gracias -dije.-El caballero se quedó aquí por dossemanas. En todo el tiempo que estuvo,

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sólo vino a dormir. Se la pasaba todo eldía por fuera y no quiso hablar con nadie.La única persona con quien sostuvo unaconversación de más de cuatro palabrasfue con ese hombre del que les hablo. Esjoven y también muy guapo, pero nosabría decirles cuál es su edad. Tiene elcabello oscuro y su tez es muy pálida, yme pareció llamativo que llevara uncrucifijo por fuera de las ropas todo eltiempo, así como ustedes. La cruz, queme recordó a la de Juana de Arco, eraroja y tenía extremos curvos con forma deflor. No es del tipo de personas quesuelen hospedarse aquí: aunque susropas eran sencillas, contrastaba con elresto de la clientela. Tenía un aire de...distinción. Eso es. Tampoco le hizo caso

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a ninguna de las chicas que trabajan aquí,lo que las dejó un poco frustradas.Cualquiera de ellas habría pasadogustosa la noche en su habitación, pero élpasaba de largo al llegar, sin detenerse amirar a nadie. Me enteré de que trajo auna mujer la penúltima noche de suestadía, pero no la vi. Antoinette dijo estarsegura de que no se trataba de unamujerzuela, pero tambiéndijo que la entró envuelta en sábanas porla puerta trasera de la taberna, lo que esmuy extraño. Con todo esto de los raptosde mujeres en la ciudad... Me da un no séqué. No debía tener mucho equipaje,porque no lo vi llegar ni irse con nada queno fuese un pequeño maletín. No tomóninguna de sus meriendas aquí. Pagó su

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cuenta y se fue tan calladamente comollegó. Eso sí: dejó una generosa propina.-El hombre con quien lo vio hablando...¿es un cliente habitual de este lugar?-preguntó el señor Locke.-Sí. Viene casi todas las noches aemborracharse. Se llama Pierre Lafonte yes un curandero local. Si vuelven mástarde, es muy probable que lo encuentrenbebiendo en la barra -dijo ella.-¿Recuerda algo más? Cada detalle esimportante -dije.-No. Nada -dijo ella-. Podrían hablar conlas otras chicas... Quizá alguna de ellasles dé más información, aunque lo dudo.—Muchísimas gracias por su ayuda -dijoel señor Locke, levantándosede su silla.

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-Ha sido un placer -dijo ella tomando labolsa de dinero-. No duden en buscarmeen el futuro si necesitan algo más.-Gracias -dije.Salimos de la taberna y tomamos uncoche de vuelta a casa. Ambosestábamos exhaustos y necesitábamosdescansar. Cuando llegamos, Carmen yase había levantado y Mariana se había idoa dormir. Stuart se retiró a su habitación, yyo le entregué el periódico a Carmen paraque se enterara de lo ocurrido con Ujvary.Le conté lo poco que habíamos logradoaveriguar acerca de mi salvador, que enrealidad era mucho, teniendo en cuentaque la única pista con la que habíamospartido en un principio era la habitacióndonde yo me había despertado la mañana

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anterior.-En pocas palabras, es una suerte que elhombre haya sido una presencia llamativaen el lugar -dijo Carmen.-Lo es -dije—. Pienso volver en la nochepara ver si ese tal Pierre Lafonte noscuenta algo más.-Y sería bueno también hablar con la otracamarera... -dijo Carmen-. La que te hizoaquel comentario cuando salías del lugar.Algo me hace pensar que quizá nos seade ayuda.Me acosté a dormir y me levanté a lascinco de la tarde. Comí algo en compañíade todos en la cocina y luego subí a lahabitación de Gíovanni. Lynn le habíahecho un peinado extrañísimo y se veíasupremamente gracioso.

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-¿Cómo te sientes? -le pregunté.-Mejor que ayer -dijo.—En realidad también te ves mejor.Tienes más color en el rostro -dije.-He estado pensando -dijo- y creo quetengo una idea de qué buscabanconseguir Anna y Erzsébet a través de mí.-Soy toda oídos -dije, y me senté en unapoltrona al lado de la cama.-Yo soy el único heredero de mi tíoLorenzo. Si él muriese, todos sus bienesquedarían a mi nombre. Y si yo muriese...es decir, si yo me hubiera casado conAnna y después hubiera muerto... ella lohabría heredado todo.-¿Qué puede tener tu tío Lorenzo queellas quieran? -le pregunté.-No sé, pero estoy súbitamente muy

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preocupado por él -dijo, y tragó en seco-.Si ya trataron de matarme a mí, quieredecir que se dieron cuenta de que notienen nada que perder. Tal vez por esoErzsébet estaba en el ático de mi casa.Debía estar buscando una forma deadueñarse de aquello que tanto desean.—Eso es aterrador —le dije-. Mencionasteque tu tío Lorenzo vive en Florencia, ¿noes así?Él asintió y dijo:-Debo ir a verlo lo antes posible. Nopuedo confiar en que mis cartas lelleguen.-Ay, Dios mío, Gíovanni... sabes que irhasta allá es muy arriesgado. ¿No habráalguna forma segura de hacerle llegar lascartas? ¿Tal vez enviárselas adonde

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algún vecino?-No. No estaría tranquilo. Iré a Florenciaen cuanto tenga las fuerzas paralevantarme de esta cama —dijo, ysonriendo, agregó-: Martina... quierosolicitar tu bendición para algo.-¿Qué cosa? -pregunté.-Deseo casarme con Carmen hoy mismosi Dios me lo permite -dijo.Yo quedé muda por unos segundos y alfin dije, tragando en seco:-¿Hoy?Gíovanni rio un poco, y pude ver que ledolía.-No era mi intención asustarte -dijo.-No, si no me asusta en lo absoluto. ¡Mehace feliz! Es sólo que me hassorprendido... ¡Pero claro está que tienes

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mi bendición!Me acerqué a él y le di un abrazo.-Gracias, Martina. De veras te agradezcoque me aceptes como esposo de Carmen.Sé que eres como una hermana para ella.-Yo te agradezco que la ames tanto.-Ella es toda mi alegría -dijo sonriendo.-Sólo hallo un inconveniente, Gíovanni...-dije, y lo vi palidecer pero agregué deinmediato-: Creo que deberías modificartu peinado.Él se tocó el pelo con la mano y preguntó:-¿Qué diablos...?—Lynn -dije, riendo.—Ah -dijo él, riendo a su vez-. En esecaso... creo que lo conservaré.Esa noche Carmen y Gíovanni se casaronen una veloz ceremonia que realizó el

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mismo cura que había ido a darle lacomunión a Gíovanni. Nuestro amigohabía podido sentarse en una silla para laboda, y Carmen había ocupado una a sulado. Nunca imaginé que en realidadfuesen a llevarlo a cabo ese mismo día,pero mi amiga se había mostradocomplacida con la idea.-Sólo necesito que vosotros estéispresentes en la ceremonia —nos dijo aStuart, a Mariana, a Lynn y a mí-. Habríadeseado que el padre Anastasio bendijeranuestra unión... Pero después del sustoque he pasado pensando en queGíovanni habría podido morir a causa deErzsébet... no quiero perder más tiempo.Después de eso el señor Locke abrió unabotella del mejor de sus vinos y cenamos

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todos juntos, brindando por la felicidad delos novios. Finalmente el señor Locke y yodecidimos no ir a la taberna de nuevo.Queríamos celebrar con nuestros amigos.-Imagino que iréis a ver a los padres deCarmen en cuanto Gíovanni esté bien -lesdijo Mariana a los recién casados.-Sí -dijo Gíovanni—. Pero antes deseoviajar a Florencia. Necesito asegurarmede que mi tío Lorenzo esté a salvo.-¿Vendrás con nosotros, Martina?-preguntó Carmen.-No sabéis cuánto me encantaríainterrumpir vuestro viaje de bodas, perodebo ir a Pest a darle una vuelta alpalacete de mi tía Verónika lo antesposible... Y después debo hacer unrecorrido por las demás propiedades.

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-¿Cómo haremos para mantener elcontacto? -preguntó Carmen.-Tendremos que poner las cartasdirectamente en el correo y escribirnosa una dirección que no sea la de nuestrodomicilio. ¡Ah! Y. de paso, deberíamosadoptar nombres ficticios -dije.—Es lo mejor que podemos hacer -dijoCarmen.Al día siguiente de mañana volví a lataberna con el señor Locke. No nos habíaparecido prudente volver a salir de la casadurante la noche, y menos a esos lugares.Nuestros enemigos podían estaracechándonos. En esa ocasión llevé unasuma de dinero aún mayor que la anterior.Al llegar, no sólo encontramos a la chicaque me había visto salir de la habitación

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de mi protector, sino que ella vinocorriendo hacia nosotros.—Señorita Székely, ¿verdad? -dijo ellaentusiasmada.¿Cómo sabía mi nombre?-Sí... soy yo -dije asombrada-. ¿Cómo losupo?-Es el nombre que está escrito en el sobreque me dejó él para usted -respondió ella.-¿Sobre? -pregunté, incrédula.-Ahora mismo se lo busco -dijo ella-.Espéreme aquí.Miré al señor Locke y el abrió mucho losojos, encogiéndose de hombros:-¡Parece que estamos de suerte! -dijo.Me alisté para entregarle la bolsa dedinero a la camarera cuando volviera.-¡Aquí está! -dijo ella, entregándome un

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sobre con el familiar sello.Le extendí el dinero, y ella no lo recibió.-No es necesario -dijo-. El señor Almos yame dio suficiente dinero como para quepueda retirarme de aquí sólo paraasegurarse de que le entregara yo estesobre a usted personalmente. Hequedado muy agradecida con él. Además,me pidió especialmente que no recibiesedinero de parte suya... Se enteró de todolo que le dieron ayer a Monique.—¿El... señor Almos? -balbucí.-¡Ay! ¡Pero qué indiscreta soy! -dijosonrojándose.-¿Por qué no puede saberse su nombre?-preguntó el señor Locke.—No es que no pueda saberse. Es que élnunca me lo dijo. Lo vi firmando una carta

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una mañana en que estaba limpiando suhabitación...Él escribía en la mesita y yo no pudeevitar mirar de reojo. No se lo digan, porfavor -respondió bajando la mirada.-Descuide -dije yo—. Jamás lo sabrá.¿Vio usted algo más?-Nada. Sólo quería saber cómo sellamaba. Tenía curiosidad; es un hombretan diferente... Ustedes me comprenderán-dijo.-Perfectamente —respondí.-¿Así que se llama Almos? -preguntó elseñor Locke.-Creo que ése es su nombre de familia...-dijo ella- porque firmó la carta A. Almos.-Queremos saberlo todo acerca de él-dije-. Por favor, acepte el dinero y

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cuéntenos todo lo que haya visto oescuchado.-Entre lo que les dijo Monique ayer y loque yo les he dicho hoy, ya hanconseguido toda la información queteníamos. El señor Almos supo queMonique les había contado acerca de suconversación con Pierre Lafonte, y le dejódicho a usted que en la carta encontraríatodo lo que necesita saber sin ponerse enpeligro. Me pidió que le dijera que no seexponga usted innecesariamente viniendoa hablar con Lafonte en la noche... Y tienerazón, el ambiente se pone un poco fuerteen esta taberna al ponerse el sol.-¿Cómo supo él que vendríamos? -lepregunté.-Pasó por aquí ayer en la noche a ver a

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Lafonte y Monique le contó que unaseñorita le había dado mucho dinero porcualquier información acerca de él. Alprincipio se mostró muy asustado, segúnMonique, pero luego ella le contó queustedes llevaban crucifijos por fuera de laropa, como él, y pareció tranquilizarse. Esmás, Monique dijo que se echó a reír.Luego ella le dejó saber que ustedestenían planeado regresar para hablar conLafonte, y entonces él se sentó a escribiren la mesa de la esquina y me entregó lacarta... Y ya conocen el resto de lahistoria -dijo ella.-Bien... Creo entonces que podemos partir-le dije al señor Locke.Estaba impaciente por leer la carta.-Estoy de acuerdo -dijo él-. Gracias

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señorita.-De nada -dijo ella—. Agradézcaselo alseñor Almos... pero no le diga que fui yoquien les contó cómo se llamaba.Dicho esto, el señor Locke y yo fuimos alcorreo a despachar la carta que Carmenle había escrito al padre Anastasio. Habíaadjuntado una mía contándole acerca dela boda de Carmen y prometiéndole queiría a verlo en cuanto pudiese. También lepregunté de qué estaba hecho elsimillimum, aunque pensé que lo másprobable sería que no me lo quisieracontar por carta sino en persona.Volvimos a casa de los Locke y yo meapresuré a abrir el sobre que me habíaentregado la camarera en cuantocruzamos el umbral de la puerta.

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-¡Ahora comprendo por qué dejó la cartacon esa chica! -exclamé-¡El papel está enblanco!Los demás me miraron asombrados.-¿De veras? —preguntó el señor Locke.-¡De veras! -dije-. ¡No sé a qué juega estehombre conmigo!Les di la carta para que pudiesenobservarla.-Ya decía yo que habíamos tenidodemasiada suerte -concluí, decepcionada.-No lo comprendo... -dijo Carmen,después de escuchar toda la historia de lataberna-. ¿Por qué pagarle a alguien paraque te entregue una carta en blanco?-¿Para qué fingir que escribe? ¿Para quémeter el papel en un sobre si no haescrito nada en él? ¡El hombre es un

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lunático! -dijo Gíovanni.Me quedé pensando unos segundos.-Tal vez no lo sea... -dije—. Quizá sóloesté evitando que alguien más puedaleerla.-¿A qué te refieres? —preguntó Carmen.-A esto -dije, y acto seguido me dirigí a lamesa.Tomé la caja de cerillos y encendí unavela.—¿Vas a quemar la carta? —preguntóGíovanni.-No. Al menos no aún -dije.Tomé la carta y la acerqué a la llama concuidado. Las letras comenzaron aaparecer hasta que todo el papel se llenócon ellas. Se los ensené a mis amigos,quienes observaban boquiabiertos.

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-¿Cómo supiste...? -preguntó Mariana.-La escribió con jugo de limón -contesté,satisfecha—. Sólo puede verse si secalienta.—¡Qué idea más maravillosa! ¡Esehombre es un genio! -dijo Gíovanniriendo.-Ahora veo por qué se la entregó a lacamarera... -dijo el señor Locke-. ¡Yo aesa mujer no le habría confiado el cuidadode un tornillo!Me lancé sobre el sofá a leer la carta deAlmos. El corazón me latía con fuerza.Estimada señorita Székely:Confío en que habrá sido usted losuficientemente ingeniosa como paradescubrir la forma en que esta carta fueescrita. Si no estoy equivocado, entonces

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está leyéndola en este preciso instante.Supe que regresó a la taberna apreguntar por mí... No puedo culparla. Enrealidad, yo habría hecho igual, aunqueno puedo negarle que me ha hechomucha gracia el asunto. No creo ser taninteresante como para que pague ustedtanto dinero por conocer tan escasosdetalles acerca de mí. Bueno, al menosha hecho rica a una camarera, y todogracias a mí. Siento que ya he realizadouna buena acción en el día de hoy.Imagino que se habrá enterado de lo queocurrió en el castillo de Salles despuésque la saqué de allí, y que también habrápodido deducir, por lo que dicen losdiarios, que Ujvary está vivo y ha logradoescapar.

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Le contestaré la pregunta que se estáhaciendo en estos momentos. Larespuesta es: sí. Fui yo quien causó elincendio. Ocurrió cuando ataqué a Ujvarypor la espalda justo antes que pudiesedañarla. Le clavé algo que lo prendió enllamas: un alfiler bañado en sangre deCristo. Aun así, él y sus cómplices soninmortales. Sólo hay una forma dematarlos, pero es tan complicada que novale la pena que tan siquiera trate deexplicársela... No crea que cortándoles lacabeza se deshará de ellos.La consolaré contándole que las víctimasdel incendio sí eran vampyr, y síperecieron... Todas, a excepción deaquellas jóvenes que ya habían muertoantes que llegase yo. Sólo Ujvary,

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Darvuliay el vampyr de Sainte-Marie soninmortales. Ahora los tres han partido deParís y debo ir tras ellos. ¿Por qué memolesto en hacerlo (se preguntará usted)si son, de verdad, inmortales? Eso, miestimada señorita, es un asunto privado.El motivo por el que hablaba con Lafonteera averiguar si había hallado reportes decasos con peste de rabia en la ciudad.Ésa es una de las formas en que puedorastreara los vampyr. No vaya a volver aesa sucia taberna a hablar con Lafonte.No sabe absolutamente nada de mí ni delenemigo. Creo que, por el momento,estará usted relativamente a salvosiempre y cuando no haga cosasdescabelladas como asistir a la fiesta deun vampyr.

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Le habrá resultado extraño que hayadejado esta carta con la camarera máschismosa de la taberna, aun si laspáginas estaban en blanco. La explicaciónde un acto tan descabellado es la mássencilla de todas: ¿a quién se le ocurriríahacer algo así? ¡A nadie! Por lo tanto, unvampyr jamás pensaría que Antoinettepudiera tener una de mis cartas. Lerecomiendo que emplee este sencillotruco en el futuro para que sucorrespondencia no sea interceptada. Elvampyr de Sainte-Marie le tiene unaaversión especial a usted, y no está demás que se cuide en todo.Por cierto: hace tiempo descubrí que losvampyr andaban detrás de una propiedadde la familia del señor Rossi. Dígale a su

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amigo que Lorenzo Rossi no estará enpeligro una vez el enemigo descubra queyo mismo robé lo que ellos deseabansacar de la propiedad. De todas formas,Lorenzo Rossi sabe cuidarse muy bien delos vampyr y es mejor que su amigo notrate de jugar al héroe.Por último, sé que la camarera me viofirmando una nota, y no puedo menos queestar seguro de que le habrá contado austed cuál es mi nombre. Por lo tanto, nohay ya nada que me impida estamparloen esta carta como es debido. Si no lohabía hecho antes, era por evitar ponerlaen un peligro aún mayor. Pensará que nohe querido mostrarle mi rostro... Seequivoca.Ruegue a Dios para que pueda yo

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alcanzar mi propósito. Sé que Él laescuchará.Suyo,A. Almos.

-¿Y bien? -exclamó Carmen.-¡Déjanos leerla, Martina! -suplicóGíovanni.Por mi expresión, debieron adivinar queésta sí era una carta muy informativa.-¡Queremos verla! -gritó el señor Locke.No podía tenerlos en vilo más tiempo. Lespasé la carta y salí al jardín a recibir lostibios rayos del sol. Me sentía feliz. Miprotector me había dejado una nuevacarta. Ahora me embargaba unsentimiento nuevo. Era diferente, perobueno. Me senté en una de las bancas del

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jardín y miré hacia el cielo por entre lasramas de los árboles, envuelta en unaespecie de ensoñación.Conocía el nombre de familia de miprotector, pero ¿cómo se llamaría?"A." podía ser cualquier nombre.¿Arnulfo? No. Era inconcebible que unhombre tan maravilloso pudiera llamarseArnulfo. ¿Alfonso? Demasiado serio.¿Armando? Pretencioso. ¿Abel? Era muyimprobable que tuviera un nombre bíblicocon ese nombre de familia. ¿Alfredo?Demasiado... inglés. ¿Antonio? ¿Tendríanombre de santo? ¡Imposible que sunombre fuese Aristóteles! Me rendí. Sunombre sería simplemente A. Almos hastaque lo supiera de verdad. Porque iba asaberlo, de eso estaba segura.

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-A. Almos... -me dije, y suspiré.Entonces comprendí cuál era elsentimiento que me dominaba. Lo amaba.Me había salvado la vida en dosocasiones. Era gracioso y único. Meenviaba notas secretas. Era valiente ymisterioso... y nunca había visto su rostro.¿Cómo podía no amarlo?De repente me puse muy nerviosa. Sabíaque corría un inmenso peligropersiguiendo al enemigo... ¿dóndeestaría? Quería verlo aun cuando fuesede lejos, asegurarme de que estuvierabien. Le pedí a Dios que lo protegierapero esto no me tranquilizó. ¿Cómosabría, siquiera, que estaba con vida? Enese momento Carmen me sobresaltó.—¡Martina! ¿Te encuentras bien? -me

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preguntó.-¿Y si algo le ocurriera, Carmen? ¿Quésería de mí?Mi amiga se quedó viéndome unossegundos, primero con cara de asombro yluego entrecerrando los ojos.-¡Lo amas! -exclamó, al fin.Yo sentí que me ruborizaba intensamente.-¡Lo sabía! -dijo, riendo.-¿Es gracioso? -le pregunté-. ¡A mí no melo parece en lo absoluto! Además... ¡nisiquiera lo conozco!-Es precisamente por eso que es tangracioso -dijo Carmen, sin dejar de reír-.Ay, Martina, ¡esto es fantástico!-¿Fantástico? ¿Cómo puede serfantástico?-Porque ese hombre es magnífico: es

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fuerte, valiente, inteligente, apuesto...Además, ¡estoy segura de que él tambiénestá enamorado de ti! -exclamó mi amiga.-¿De veras lo crees? -le pregunté,tratando de ocultar la fuerte emoción quesentía.-¿Es que lo dudas? ¿Por qué otro motivose tomaría el trabajo de rescatarte de lassituaciones más peligrosas? Y, más aún:¿para qué dejarte cartas sin haberteconocido jamás? ¡Casi se diría que lohace a propósito para que te enamores deél! Mi querida amiga, no tienes por quéavergonzarte de tus sentimientos. Yo tecomprendo perfectamente: ¡no sabesnada de él! ¿Cómo podrías no amarlo?-preguntó Carmen.—¡Exactamente eso había pensado hace

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unos minutos! -dije sonriendo.—Martina, tienes un enamorado secreto...¡Nada puede ser más romántico que esto!-¡No les digas nada a los demás, porfavor! -le supliqué.-Tienes mi palabra de honor -dijo ella,poniéndose la mano en el corazón.-¡Gracias, Carmen! -dije, y abracé a miamiga rápidamente para volver a entrar ala casa. Quería volver a leer la carta deAlmos de inmediato.Subí a la habitación y me acosté sobré lacama a releer la nota. ¿Cómo era queconocía Almos a Lorenzo Rossi? Erasorprendente, además, que supiese queGíovanni era nuestro amigo. Debía estartodo el tiempo sobre la pista de losvampyr para haberse enterado de que

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andábamos en compañía de Gíovanni.Me era muy difícil creer que mi protectorestuviese enamorado de mí... En realidad,estaba segura de que su único interéspara conmigo era impedir que alguienmás fuese atacado por el enemigo. Decíaen su carta que no estaba evitandomostrarme su rostro... de ser ciertas suspalabras, nos habríamos conocido largotiempo atrás. Bueno, quizá se le habíaocurrido que si salía de su escondite enSainte-Marie sus planes podrían haberseido al traste. Tal vez, incluso, éstos sehabían visto entorpecidos al habersepuesto Almos en evidencia ante ErzsébetStrossner salvándome de ella en lasescaleras del internado. Recordé lamaldición que Erzsébet había proferido

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cuando él la tocó con mi crucifijo en lafrente. Era muy posible que ella supieraquién era él. Quizá llevaba mucho tiempotratando de matarlo y no lo había logrado.¿Qué hacía él en Sainte-Marie, siErzsébet era inmortal? Me dije que muyprobablemente se dedicaba a perseguirlacon la esperanza de evitar que hiciesemás daño. Cuan interesante me pareció elhecho de que la sangre de Cristo hicieseque los vampyr estallaran en llamas...¡Lástima que Ujvary no hubiese muerto!Esperaba que al menos hubieseexperimentado dolores infernales cuandose estaba quemando. Deseé que Almosme hubiese contado en su carta cómo seles podía dar muerte a esos tresdemonios de Ujvary, Anna Darvulia y

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Erzsébet Strossner, aun cuando fuerapara saciar mi curiosidad... ¿Por qué eranellos tres inmortales y los demás vampyrno? Quizás habían hecho algún pacto conel diablo. Eso habría explicado queErzsébet tuviese esa Biblia negra en elcofre de su cuarto. Se me ocurrió que, siErzsébet había sido tan mala cuando eraun ser humano, podía haberse convertidoen vampyr por voluntad propia. Ujvaryera, sin duda alguna, su cómplice aun enaquellos tiempos y, presumiblemente,Darvulia también lo había sido. Quépersonajes más espeluznantes eran. Pormás que trataba, no podía borrar de mimente las cosas que había visto y oído enesa galería de torturas. ¿Estaríanhaciendo lo mismo en estos momentos?

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Era desconsolador aceptar que, aun si lapolicía estaba investigando los crímenesdel palacio de Salles, todos dieran pormuerto a Ujvary. ¿Qué ocurriría si losencontraban algún día? ¡Nada! Sólopasarían por muertos para levantarse desus tumbas una y otra vez.Almos tenía razón: Erzsébet me tenía unaaversión especial. ¿Por qué diablos mehabía ganado la enemistad de esevampyr? ¡Y no era cualquier vampyr, erauno inmortal! Jamás podría sentirme asalvo de nuevo. Nunca me había detenidoa pensar en mi porvenir con seriedad,pero en aquella ocasión sentí aún menosdeseos de hacerlo: el futuro se veía gris eincierto, y siempre acompañado por lasombra de Erzsébet Strossner. Concluí

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que, si quería volver a ver a Almos osaber algo más acerca de él, debía hablarcon Lorenzo Rossi... pero eso seríadespués. Por el momento, iba a hacerlecaso a mi protector y tratar de llevar unavida normal. Tal vez, si lo hacía por untiempo prolongado, podría llegar acreérmelo... y quizás Almos me enseñaríasu rostro.  

TERCERA PARTE  

CAPITULO 13

ISTVAN

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Llevaba un poco más de cuatro añosviviendo en el palacete de Pest. Megustaba. Estaba lleno aún de laspertenencias de mi tía Verónika; eran tanoriginales y variadas que no había logradoexplorarlas en su totalidad aunquededicaba al menos un par de horasdiarias a abrir nuevos libros o sacar otraantigüedad dei ático. Mi tía Verónikahabía sido una verdadera coleccionista;había tantos cofres y tantos objetosexóticos en el palacete que habría podidotener el mejor anticuario del país si así lohubiese querido.Ese viernes 13 de febrero en particularme entretenía con un libro de historia queme había llamado la atención por tener

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una hermosa cubierta roja y dorada,cuando oí que sonaba la campana de laentrada. Corrí hacia la puerta principal y laabrí no sin antes verificar que mi crucifijoestuviese bien puesto en su lugar.Esperaba recibir alguna correspondenciapero, en vez de eso, me encontré con unamujer que no había visto nunca antes enmi vida. Estaba vestida de negro y tenía elcabello recogido en la coronilla. Sus ojosazules rasgados tenían un extraño brillo yel rictus de su boca parecía ocultar algoque no pude descifrar. Debía tener entrecuarenta y cincuenta años de edad, perohabría sido difícil determinarlo conexactitud. A decir verdad, me asustémuchísimo. Aun si había mandadocolocar una enorme cruz labrada en la

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parte exterior de la fachada del palacete,nunca había confiado en que los vampyrno fuesen a regresar por mí algún día. Mequedé parada detrás de la reja ypregunté: —¿En qué puedo ayudarla,señora? -Soy Eva Székely. La viuda de tutío Eduardo. El corazón me dio un vuelco.No había vuelto a saber nada de mifamilia desde que mi tío Eduardo habíafallecido el año anterior y el señor Lockeme había reenviado una carta que habíarecibido de parte de ellos, suplicando mipresencia en el sepelio. Yo no habíaasistido.-¿Puedo pasar? -preguntó.Quise decirle que no de inmediato. Noquería mantener ningún tipo de relacióncon ellos y me fastidiaba que esa mujer

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se hubiese presentado en mi casa sinprevio aviso.-Me encuentro muy ocupada en estemomento -mentí-. ¿Podría decirme cuáles el asunto de su visita?Eva Székely arqueó las cejas aún más yme pareció como si un ligero tintepurpúreo acudiese a colorear sus altospómulos.-¿Tan ocupada que no puede recibir a supropia familia? -preguntó con una muecasarcástica.-Usted y yo no somos familia, Eva. Dehecho, no somos nada la una de la otra—le dije.-Es cierto -dijo-. Pero mis hijos y usted síllevan la misma sangre.-Puede que así sea- repliqué-, pero

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somos tan distintos que bien podríadecirse que la genealogía cometió unerror al colocarnos en el mismo árbol.-¿Cómo puede decir eso sin conocerlos?-preguntó-. Mis dos hijos son la únicafamilia que tiene y, aun así, los desprecia.¿Por qué? No cierre su corazón, Martina.La gente cambia, y ellos también hancambiado. ¿Es que no sabe que muchaspersonas cometen algunas locuras en sujuventud de las que luego se arrepienten?-Sí, claro -respondí-. Pero de mí dependedecidir si deseo vincularme a gentes delas qué he escuchado cosas tanespantosas... y me parece que elcomportamiento de mis primos ha sidodeplorable, demasiado como para que yoquisiera jamás ser su amiga... o pa-rienta.

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Eva Székely pareció indignarse, perosuavizó su expresión con una sonrisa quela hizo aún más desagradable.-Tal vez pueda evitar relacionarse conellos, es verdad. Pero no puede evitar quesean su familia por el resto de su vida.-¿Por qué no me dice a qué vino ydejamos esta incómoda conversaciónpara... nunca? -le pregunté, enfadada.-Bien. Ya que no quiere dejarme pasarmás allá de la entrada, se lo diré y memarcharé. No he venido a pedirle dinero,si era eso lo que se estaba imaginando.Tampoco quiero molestarla. Sólo hevenido a invitarla a la boda de mi hijomayor, Gábor. Ésta es la tarjeta -dijo,extendiéndomela.Me sentí un poco mal. Por más molesta

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que me resultara la presencia de Eva, elhecho de que sólo hubiera ido hasta micasa a llevarme una invitación era ungesto amable.-Se lo agradezco -dije-. ¿Dónde se llevaráa cabo?-En Buda -dijo ella.-No sabía que estuvieran viviendo tancerca de aquí -dije, algo sorprendida.-Nosotros no. Pero la familia de la noviade Gábor sí. La boda será celebrada encasa de ellos.-La felicito -dije-. Debe ser un gran motivode alegría para todos.-Lo es -dijo-. Y nos gustaría que tambiénlo fuese para usted. Por favor, considereasistir al festejo. Mis hijos tampoco tienenmás parientes que usted y... ahora que

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Eduardo no está entre nosotros, nuestrapequeña familia se ha visto reducida atres. Sé que ambos estarían muyagradecidos con su presencia.-Le aseguro que lo tendré en cuenta-respondí- Y... discúlpeme que no la hayainvitado a pasar. La verdad es que estoytan atareada...-No se preocupe. No hace falta. Laentiendo, Martina. Yo nunca fui amablecon usted. Nunca la acogí en mi hogar.Mis hijos y yo sólo estamos tratando deenmendar, en lo posible, la falta decortesía que le mostramos en el pasado.Ahora, debe usted disculparme, pero yotambién tengo que partir. Estoyrepartiendo personalmente lasinvitaciones de la boda -dijo,

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enseñándome los sobres que llevaba enla mano.-Hasta luego, Eva -dije, tratando desonreír un poco.—Hasta luego, Martina -dijo ella.Antes que se diese la vuelta, noté quellevaba un pequeño crucifijo alrededor delcuello. "¡Increíble!", pensé para misadentros. Se me hacía muy extraño queuna mujer tan malvada se atreviera allevar la cruz de Cristo sobre sí. Aun así,decidí darle el beneficio de la duda. Eraposible que la muerte de mi tío Eduardo lahubiera sacudido tanto que hubiesereconsiderado su forma de proceder.Volví a entrar a la casa y, después deprepararme una taza de té negro, mesenté en mi sillón favorito con la invitación

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entre las manos.—Vamos a ver de qué se trata esteasunto -me dije.Abrí el fino sobre y extraje el bonito papelque había en su interior.

Las familias Székely y Kamény secomplacen en invitarlo(s) a usted(es) acelebrar la boda de sus hijos:Gábor Székely y Vivéka Kaményque se llevará a cabo el día 25 de marzode 1885 en la residenciade la familia Kamény, en Buda.Esperamos ser honrados con supresencia en tan feliz ocasión.Budapest, 6 de febrero de 1885.

La tarjeta estaba delicadamente decorada

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con dibujos de aves y flores y la direcciónestaba inscrita en un precioso papelilloadjunto.Así que Gábor había logrado conseguir elfavor de una de las familias másprominentes de Buda... Estaba claro porqué no había tenido noticias de parte deellos en tanto tiempo. Eva habíaespecificado con plena confianza y sinque le temblara la voz que no deseaba midinero, y ahora entendía por qué: lafamilia Kamény lo tenía, y de sobra."Interesante visita. Tal vez me dé unavuelta por la boda de mi primo si llego aencontrarme verdaderamente aburrida",me dije, y dejé la invitación sobre lamesita de la sala para continuar con lalectura de mi libro.

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Llevaba yo una. existencia placentera enaquel entonces. Vivía sola en el palacetey Carmen y Gíovanni me visitaban en laprimavera. Iba a ver al padre Anastasio unpar de veces al año, sin dejar nunca deparar unos cuantos días en la alegregranja de Juanito y Marie, quienes yatenían dos bonitos niños de uno y tresaños. Pasaba las Navidades con la familiaLocke en París y el resto del tiempo lopasaba en Budapest y sus alrededores,recorriendo bazares y librerías, buscandocualquier pista que pudiese darme nuevainformación acerca de los vampyr que noshabían asediado en la que ya parecía seruna vida pasada. Todas las mañanas ibaa misa en Belvárosi Plébániatemplom, laiglesia más vieja de Pest, y varias noches

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por semana cenaba en el hotel de Margo,quien había sido la amiga más cercana demi tía Verónika en vida, un lugar acogedorcuyos pequeños balcones daban alDanubio. Me había aficionado a losespectáculos musicales, sobre todo desdeque la deslumbrante Real Casa de laÓpera de Hungría había abierto suspuertas en septiembre del año anterior enPest. No tenía gran vida social, másporque la gente que conocía no meparecía interesante que porque noquisiera tener más amigos. Las cartas queme escribían Carmen y el padreAnastasio llegaban a nombre deZsigmond, mi cochero, al hotel dondecenaba con frecuencia, donde todos erantan afables conmigo. Carmen y yo le

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habíamos pedido al padre Anastasio quenos contara qué contenía el maravillososimülimum, pero el padre mismodesconocía su composición. Nos dijo quese lo había dado un visitante que conocíala existencia de los vampyr, pero ignorabacómo lo había obtenido el hombre o quiénlo había preparado. Sabíamos, pues, queera efectivo, y debíamos conformarnoscon eso.Zsigmond era mi único empleadopermanente en Pest: era un cocheromaravilloso, el mejor acompañante quepudiera tener en mis múltiples viajesdentro y fuera de la ciudad. Tenía 73 añosde edad y era un hombre bondadoso conquien sostenía agradablesconversaciones a diario. Yo cocinaba

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todas mis meriendas cuando comía encasa. Mi tía Verónika se había encargadode enseñarme a cocinar muy bien y deque fuera diestra en todo lo relacionadocon el manejo del hogar como lo dictabala tradición húngara ya fuese en hogarespobres o muy ricos. Por tal motivo eracapaz de realizar bordados muycomplicados y, aunque había detestadohacerlo por obligación en Sainte-Marie,ahora que vivía en Budapest me habíapuesto en la tarea de completar variostrabajos que mi difunta tía había dejadoincompletos. La hija de Zsigmondrealizaba la limpieza del palacete tresveces por semana. Fuera de mis amigos,eran las únicas personas a quienespermitía entrar a mi hogar.

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Pensaba en Almos con frecuencia,aunque hacía tanto tiempo que habíarecibido esa última carta que, en ciertaforma, ya había perdido las esperanzasde encontrarlo. Carmen y Gíovannihabían interrogado ampliamente aLorenzo Rossi, pero éste no había podidodarles razón del hombre a quien le debíael estar viva. Ni siquiera sabía de quien setrataba. Sí se había percatado de que uncofre de plata había sido robado de unade sus propiedades sin que el intrusohubiese tomado nada más; estoconfirmaba lo que Almos me había dichoen su carta. Lorenzo Rossi había dichoestar agradecido con Almos por haberlequitado de encima la amenaza de losvampyr, pero admitía estar algo enfadado

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con el misterioso ladrón del cofre por nohaberle dicho, al menos, qué contenía: eltío de Gíovanni había intentado abrirlo detodas las formas posibles y nunca habíalogrado más que abollar la fuerte cubierta.Ni siquiera el herrero más hábil deFlorencia había podido hacer ningúnavance, habiendo tratado incluso de fundirel metal.Según Carmen, Lorenzo había resultadoser un personaje muy interesante. Era unapuesto hombre de 44 años de edad quehabía decidido nunca casarse y que vivíauna vida en cierta forma bastanteparecida a la mía, siendo él muchísimomás sociable. Era un apasionado de lasartes a quien le gustaba rodearse deactores y músicos en su día a día y quien,

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en sus propias palabras, no le tenía miedoni al demonio. Lorenzo Rossi era un granpatrocinador del talento artístico enFlorencia, haciéndose mecenas de cuantopintor o escultor prometiera ser capaz decrear belleza con un poco de dinero.Había sido asediado por Erzsébet y lossuyos desde que había heredado lapropiedad de Rímini en que seencontraba el cofre de plata unos sieteaños atrás, aunque hasta que Carmen yGíovanni le habían comunicado elmensaje de la nota, nunca habíarelacionado la herencia con la repentinaaparición de los vampyr en su vida. Alparecer, Darvulia había intentadoseducirlo haciéndose pasar por la hija deuna reputada soprano, con tan mala

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suerte que a Lorenzo le había parecidouna mujer vil y repulsiva. Había entoncestratado de morderlo, pero él ya había sidoadvertido en una misteriosa nota acercade la verdadera naturaleza de Anna y susamigos. Sin perder un segundo de tiempoen especulaciones escépticas, Rossihabía consultado varios expertosocultistas de la ciudad para saber cómoprotegerse de los demonios que, pormotivos desconocidos, andaban detrás deél. Para cuando Darvulia había tratado deatacarlo, Lorenzo Rossi ya sabía cómopropiciarle una dolorosa despedida: lehabía lanzado encima una gigantescacuba de agua bendita que la habíaexpulsado aullando del pórtico de lapropiedad de Rossi. Desde ese entonces,

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el tío de Gíovanni se había convertido enuna especie de experto en vampyr quemarcaba cada una de sus cartas con lamisma imagen del sello que había vistoestampado en la nota que lo habíaprevenido en contra de sus enemigos.Meses después del ataque, habíaaprendido que la cruz Patriarcal era enefecto un símbolo de especial proteccióncontra los vampyr, y se había mandado ahacer un crucifijo similar al del sello de lanota, que no se quitaba del cuello ni paralavarse. Carmen y Gíovanni me habíancontado que Lorenzo Rossi tenía uncuarto de su casa repleto de botellas deagua bendita y cruces de todos lostamaños y formas. También tenía unabiblioteca entera de libros y tratados

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acerca de los vampyr, sus hábitos y laforma de destruirlos, que me habíainvitado a visitar por medio de misamigos. El tío de Gíovanni se habíamostrado bastante sorprendido de queErzsébet, Ujvary y Darvulia fueseninmortales:-¡Y yo que soñaba con cortarles lascabezas algún día! -había dicho.En cuanto a la autenticidad de la últimacarta que había recibido Gíovanni de suparte, el señor Rossi había confirmadoque, efectivamente, le había escrito a susobrino pidiéndole que acogiese a la hijade sus amigos, pero la joven y sus padreshabían muerto de anemia en Venecia enel mes de diciembre de 1879- LorenzoRossi había enviado una nueva carta a

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Gíovanni notificándole el doloroso sucesoy el cambio de planes que conllevabaaunque, como bien sabíamos, Gíovannijamás había recibido la segunda carta.Lorenzo Rossi había prometido jamásvolver a descuidar su correspondencia,por más trivial que pareciese ser lacuestión.Carmen le había preguntado por quépensaba que los vampyr no habíanhurtado el cofre en vez de tramar unesquema tan complicado para adueñarsede toda la propiedad.-El cofre estaba guardado en unahabitación secreta de ese inmueble -habíadicho su interlocutor—. ¡Aún me asombrode que ese pillo de Almos hayaconseguido encontrarla! Sólo alguien que

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tuviese los planos originales habríapodido dar con ella. Para hacer todo elasunto aún más inaudito, la cerradura dela puerta de la habitación era estiloSzékely: un tipo de cerrojo especial queno puede abrirse con una llave sino conuna clave mecánica que sólo yo conocía.Me desvela la necesidad de comprendercómo llegó a descifrarla. ¡Ese hombre esmás sagaz que un vampyr.Así que si nuestros enemigos no sehabían apoderado del cofre, erasimplemente porque no conocían la clavepara abrir la puerta de la habitación dentrola que se encontraba... porque sin dudaestaban bien enterados de dónde estabael codiciado cofre, o nunca habríandeseado apoderarse de la propiedad en

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primer lugar.-De ahora en adelante dejaré la puertaabierta para que los vampyr puedanverificar cuantas veces quieran que elcofre ya no se encuentra allí -habíaconcluido Rossi-. Ahora creo entender porqué el ladrón escribió sus iniciales sobrela pared: quería dejarle saber al enemigoque había sido él quien había sacado elcofre, tal vez para protegerme, o tal vezpara que esos demonios recibieran unalección de parte suya.Las puertas Székely y yo compartíamos elmismo nombre de familia. Los pastoreshúngaros, diestros carpinteros, las habíandiseñado con técnicas ingeniosas y enextremo avanzadas para su época.Cuando Carmen me había relatado esa

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conversación con el tío de Giovanni, yohabía recordado inmediatamente los dossueños en que me hallaba frente a unapesada puerta labrada. Me pregunté si dealguna manera habría intuido lo queplaneaba hacer Almos en la propiedad deltío de Giovanni.Si Lorenzo Rossi perdía horas de sueñopensando en Almos, mi caso no distabade parecerse al suyo, aunque el mío eramucho más grave y por motivosdiferentes: aunque ya no me sentíaenamorada, como había creído estarlocuatro años atrás, tampoco podía olvidarla fantástica figura que había creado enmi imaginación a partir de sus notas y loque sabía de él. Una irresistiblefascinación hacia mi salvador se

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adueñaba de mí cada vez que miraba elsello de los sobres o pensaba en vampyr(que era todo el tiempo). No podíasacármelo de la cabeza. Imaginaba queveía su sombra detrás de la ventana decada habitación a la que entraba o creíapercibir alguna figura que podía ser lasuya a donde quiera que fuese. Estabamás obsesionada con Almos que con losvampyr, y por este motivo habíarechazado a los pocos pretendientes quehabía tenido en los últimos años. No esque mi corazón estuviese ocupado. Micorazón no podía ocuparse por culpa deun hombre al que no conocía perodeseaba con toda mi alma conocer.¿Dónde estaba A. Almos?Después de leer varias páginas del libro

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de historia, me dispuse a darme un baño.En la noche cenaría en el hotel y luegoiría a la Real Casa de la Ópera a ver unaobra llamada La muerte. Usualmenteevitaba presenciar cosas que pudiesenafectar mis nervios, pero deseaba uncambio de aires y era lo único queprometía ser remotamente interesante enla ciudad aquella noche. La esposa delacomodador siempre me reservaba unasilla en el palco del segundo piso para lafunción de los viernes que yo pagaba poradelantado cada mes, así decidiera noasistir.Cuando salí de la espumosa bañera, mesequé y me puse un vestido rojo escarlataque había reclamado en la sastrería hacíapocos días. Esa noche hacía frío así que

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llevé una gruesa y larga capa del mismocolor. Me dejé los cabellos sueltos ycompleté mi tocado con una cruz decolores rojo y plata que había encontradoen uno de los tantos cofres de mi tíaVerónika. Hacía mucho tiempo no soñabacon mi tía, pero vivir en el palacete era, encierta forma, como tenerla cerca.Cené en uno de los balcones privados delhotel de Margo, mirando las casas deBuda que se dibujaban sobre el agua alotro lado del Danubio: era un paisajehermoso que me hizo suspirar. Hubiesequerido compartirlo con alguien. Lo ciertoera que estaba empezando a sentirme unpoco sola en Budapest, y estabaconsiderando la idea de mudarme aalguna de las otras propiedades, o de

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adquirir una en París para vivir cerca deCarmen y Gíovanni y de los Locke,quienes se veían casi a diario. La comidaestaba buena y me distraje viendo a lagente pasearse por la calle mientrassaboreaba la deliciosa palacsin-taazucarada que me habían llevado. Cuántohubiese querido poder hablar con Almosacerca de todas las cosas que habíanocurrido en el pasado. Pero Almos,aunque siempre estaba en mispensamientos, no estaba allí.Al entrar a la Casa de la Ópera noté quehabía más concurrentes que decostumbre. Todo parecía indicar que Lamuerte había atraído espectadores tantode Pest como de Buda y Óbuda (que sehabían unificado un año después que mi

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tía Verónika muriese, convirtiéndose enBudapest) porque el lugar estaba a puntode reventar. Me acomodé en mi silla trasel hermoso arco peraltado del palcoprincipal y me concentré en el telóncerrado del escenario. El pesado cortinajede terciopelo borgoña que dejaba a lavista un escaso metro del tablado oscurome trajo recuerdos funestos del coche enel que Erzsébet Strossner había llegado aSainte-Marie.De repente, sentí como si alguien tuviesela mirada clavada en mí. pero no supequién era ni dónde estaba. Giré la cabezaa uno y otro lado sin encontrar los ojosque me escudriñaban causándome tantaincomodidad. En ese momento empezó asonar la música de la función; era una

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melodía sórdida que me estremeció. Sentíel impulso de pararme e irme de allí perotemí atravesar sola las escaleras delteatro, que sin duda alguna estaríandesiertas. Me pregunté si estaría mássegura en el palco que saliendo al pasilloy decidí quedarme en mi asiento,diciéndome que pronto saldrían losactores a la escena y así podría relajarmeun poco.Entonces lo vi: era una figura indistinta,pero estaba segura de que estabamirándome. Parecía ser un hombre joveny de apariencia agradable, pero la luz erademasiado tenue para observarlo conclaridad desde donde yo estaba. Me sentíalgo abochornada y volví a dirigir mis ojoshacia el escenario. La cortina se abrió y

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una menuda actriz apareció sobre eltablado, cantando con voz aguda ydisonante:

¡Salud, partícipes del banquete de la vida!Reíd, cantad, elevad vuestras copassin repararen la presenciade quien os vigila desde el día en quenacisteis.¿Qué no escucháis los llamados de lamuerte?Seduce sin prisa y a todos arrastra a sugran lecho.Bebed, vivos, ahora que podéis hacerlo,pues su vino es el veneno del olvido yuna vez lo probéisdormiréis el oscuro sueño sin fin del queella es guardiana.

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No podréis despertarjamás, jamás, jamás, jamás...

"¡Dios mío! —me dije-. ¡Parece quehablara de Erzsébet!".Zsigmond me esperaba afuera con elcoche. Podía irme a casa de inmediato siasí lo deseaba... pero recordé la forma enque había salido corriendo en la fiesta deUjvary y cómo aquel ataque de pánicorepentino había causado que los vampyrme atraparan. Hundí los dedos en elasiento y traté de pensar en cosasagradables, como las últimas Navidadesque había pasado en París.Entonces volví a sentirme observada: elhombre no me quitaba los ojos de encima.Podía sentirlos quemándome el rostro

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desde donde estaba sentado, unosveinticinco grados a la izquierda frente amí. Decidí mirarlo también a él paradistraer el miedo que me embargaba yavergonzarlo un poco a mi vez pero nodio ningún resultado: parecía estarempeñado en no ver la obra teatral sinoen hacerme sonrojar. Pues yo no iba adejar que se saliera con la suya: lesostuve la mirada durante dos actosenteros casi sin parpadear. Aunque mefue bastante difícil hacerlo, estaba muyfastidiada por su falta de prudencia y esome dio las fuerzas suficientes para nocejar en mi propósito.Al llegar el ansiado intermedio, decidí queera el momento de partir. La gente salió alos pasillos a estirarse y conversar y yo

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hice igual, aunque no me detuve hastallegar a la entrada. Caminé rápidamentepor entre las columnas de mármol sinfijarme mucho en las personas que habíaa mi alrededor, pensando en lo contentaque estaría cuando me hallaseapoltronada en mi sillón favorito, en laseguridad de mi hogar. Cuál no sería misorpresa cuando tropecé con el mismohombre que había estado mirándometodo el tiempo desde el otro lado delteatro. Primero me sobresalté, pero luegorecibí una agradable sorpresa cuandolevanté la cara para ver su rostro: era muyguapo. Tenía pelo oscuro, ojos azulescomo turquesas sombreados por cejasespesas y me estaba bloqueando el pasoa propósito.

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-¿Me permite? -dije, mirando hacia arribacon cierto esfuerzo, pues el hombre eramuy alto.-Creo que no nos hemos conocido -dijo él,tomando mi mano de súbito y besándola-:yo soy István Székely. Su primo.Me quedé pasmada. ¡De modo que éseera el menor de mis dos infames primos!Me los había imaginado como un par debestias salvajes, sucias y peludas. Nuncahabría pensado que la pulcra imagen quetenía ante mí pudiese corresponderle aIstván Székely.-¿Está usted seguro? -pregunté,desafiándolo con la mirada e intentandodisimular mi asombro.-Absolutamente -dijo él, mirándome a losojos y sin moverse un centímetro de la

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puerta.-Magnífico. Ha sido un verdadero placer.Hasta luego -dije, y traté de movermehacia un lado para eludirlo, pero el volvióa interponerse entre la puerta y yo.-Tengo prisa -dije.-Yo también -dijo él-, pero eso jamás meimpediría conversar con usted unossegundos.Aunque me estaba irritando, István meproducía mucha curiosidad.-Y... ¿de qué querría conversar conmigo?—pregunté.-De la boda de mi hermano Gábor -dijo.-¡Ah! -exclamé-. ¡La famosa boda! Estamañana fue su señora madre aentregarme la invitación... Cuénteme,István, ¿qué es eso de lo que tenemos

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que hablar con tanta urgencia que no medeja usted pasar?-Quisiera pedirle que fuera miacompañante -dijo, con expresión deseriedad.-¿Su acompañante? -pregunté,extrañada-. ¿Por qué necesita usted deuna acompañante para asistir a la bodade su propio hermano?-Más que necesitarla, quiero que seausted.Me crucé de brazos y lo miré divertida.-Lo escucho -dije.-No tengo amigos en Budapest y... bueno,la verdad es que la familia de la novia demi hermano me intimida un poco. Quisieraestar acompañado durante la ceremonia yen la celebración -dijo.

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-Yo no soy precisamente su amiga,István. Como le dije a su madre estamañana, incluso he deseado varias vecesque no estuviéramos emparentados—respondí.-Sí... ya me enteré de eso. Y es por esemotivo que quiero que usted sea miacompañante. Tengo la pequeñaesperanza de poder demostrarle que nosoy el monstruo que usted cree -dijo.-István, no puedo ignorar los reportes delos trabajadores de mis tierras al respectode su comportamiento. Ustedes hancometido demasiados atropellos contraellos y el buen nombre de mis padres. Nocreo estar en la capacidad de olvidar algotan despreciable -dije.-Es injusto -respondió, mirando al suelo y

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suspirando.-¿Qué es injusto? -pregunté.—Que tenga que ser yo quien pague elprecio del proceder de mi hermano mayory sus amigos. Siempre es igual: alprincipio, nadie desea frecuentarmeporque todos asumen que soy igual a él...—y luego agregó, mirándome a los ojos-:Usted es la única familia que tengo fuerade mi madre y mi hermano, y no meparezco en nada a ellos. Muchos años hesoñado con conocerla. Siempre insistí enque la invitásemos a vivir con nosotrosdesde que quedó huérfana, y me parecíahorrible que la hubiesen enviado a eseinternado después de que murió Verónika,a quien nunca pude siquiera ver. Mehabría gustado tener una hermanita,

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alguien a quien cuidar. Lamentablemente,no era yo quien tomaba las decisiones y...ahora que la he encontrado he tenido quevenir a hablarle.István parecía sincero. Aun así, todo loque viniese de mis primos me suscitabasospechas.-¿Cómo supo que se trataba de mí?-pregunté-. Nunca nos habíamos vistoantes.-Había varios retratos de sus difuntospadres en las dos propiedades que Gábory mi padre estaban... administrando. Encuanto advertí su presencia al otro ladodel teatro, supe que usted era mi primaMartina: es en extremo parecida a sumadre. Tendrá que disculpar mi falta demodales; no podía creer que por fin

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estuviese viendo a la persona que tantohabía anhelado conocer.Esa parte sí podía creerla... pero no podíacontar con que él no hubiese sidocómplice de su hermano en los abusoscometidos en las propiedades de mispadres.—Le diré lo que haremos, István: yo voy ainvestigar con exactitud quiénes fueronlos que causaron tantos daños en esastierras. Si su nombre no sale a relucir unasola vez en las declaraciones de loscampesinos, le daré el beneficio de laduda y quizá lleguemos a ser amigosalgún día. Pero si llegasen a tener ellosuna queja suya, por minúscula que sea,no sólo no volveré a hablar con ningunode ustedes sino que me encargaré de que

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se sepa públicamente el tipo de personasque son -declaré.István pareció satisfecho y sonrió.~Me haría usted un gran favor. Meinteresa mucho limpiar mi nombre, sobretodo en lo que a usted concierne -dijo.-Sé que no vive en el área. ¿Dónde seestá quedando? -pregunté.-Gábor y mi madre están alojados en casade los Kamény —respondió-. Yo sólo vinea acompañarlos unos días. Me marchomañana, pero regresaré a Buda justoantes de la boda. Cuando verifique que minombre no está implicado en ningún actode vileza contra sus trabajadores, lesuplico que me escriba a la casa de mispadres. Me haría muy feliz quepudiésemos tener una buena relación.

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—Así lo haré -dije-. ¡Ah! Una preguntamás, István: no deseo ser entrometida,pero... ¿por qué ha dicho usted que sesiente intimidado por la familia de VivékaKamény?-No debería contarle esto, pero... noentiendo por qué Vivéka Kamény decidiócasarse con Gábor, teniendo tantospretendientes de familias infinitamentemejor acomodadas que nosotros. Aunqueel porvenir de mi hermano no es cosa queme preocupe en lo absoluto, hay algoextraño en el hecho de que los Kaményhayan consentido en que su hija contraiganupcias con Gábor.-Tiene usted toda la razón, István -le dije-:Eso no tiene ningún sentido.-Bueno... Gábor es un maestro en el arte

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de guardar las apariencias y la familiaKamény no debe tener idea de que estáen la bancarrota. Aun así, es obvio que laseñorita Kamény podría haber escogidoun novio de mejor estirpe. En fin, es poresto que la boda de mi hermano mayorme inquieta un poco, y este sentimientose acrecienta cuando estoy en compañíade los Kamény.—Lo entiendo -dije—. Bien, István, debopartir ahora. Espere rni carta.-Así será. Todo lo que le pido es unaoportunidad -dijo él, y se hizo a un ladocon un gentil ademán para que pudiesepasar.Zsigmond estaba esperándome al pie delcoche, conversando con otro de loscocheros que estaban estacionados frente

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al teatro. Se despidieron y subí al asientotrasero. A través de mi ventana vi laapuesta figura de mi primo István en lapuerta del teatro mientras nosalejábamos."¡Vaya! -me dije-, ¡qué encuentro másinesperado!".Valdría la pena asegurarme de que él ylos suyos no estuvieran tratando detenderme una trampa. Yo misma meencargaría de hablar con cada uno de lostrabajadores. No estaba de más hacerleuna pequeña visita a las dos propiedadesde mis padres, y ninguna quedabademasiado lejos de Budapest.Me alegré mucho cuando por fin llegué acasa. La muerte había logrado asustarmesobremanera, aun estando distraída por la

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insistente mirada de István. Me prometíno volver a asistir a funciones cuyostemas reviviesen mis peores recuerdos.Me envolví en una de las batas máscómodas que tenía y me senté a leer unrato, después de encender la chimenea.Trataba de mantener mi estancia favoritade la casa siempre tibia, pues pasabamucho tiempo en ella. Intentéconcentrarme en la lectura, pero los dosencuentros que había tenido ese día nome lo permitieron: el hecho de que Eva ysus hijos hubieran aparecido en mi vidade forma repentina seguía siendo extraño.Sólo esperaba que Gábor Székely nofuese a presentarse en mi casa en eltranscurso de los días siguientes.Esa noche me quedé dormida en la

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poltrona. Antes de llegar el alba soñé queestaba allí mismo y que alguien entrabapor la ventana, pero yo no sentía miedo,sino más bien una alegre emoción.Cuando se acercaba a mí, había creídodistinguir el rostro de mi primo István,pero luego notaba que era un hombrediferente, aunque para ese entonces laimagen se había hecho muy borrosa."Yo soy Almos, el anunciado en unsueño", decía.Yo quería pedirle que se quedara, pero nome salía la voz. Después de eso, la figuradesapareció y volví a quedarme sola.Desperté en la mañana con unasensación muy nostálgica, entre triste yfeliz. Extrañamente, había un sutil aromade lavanda flotando en la habitación. Me

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puse de pie de inmediato, aspirandoprofundamente por la nariz, tratando deverificar que mi sentido del olfato noestuviese engañándome. El aroma seguíasiendo perceptible por donde caminaba.El corazón me palpitaba con fuerza.¿Había estado Almos allí? Corrí a laventana y miré hacia fuera, esperando vera alguien en el jardín, pero sólo estabanlas siluetas de tres árboles sin hojas.Descorazonada, me dejé caer sobre lapoltrona y sentí que mis ojosse humedecían. Quise no pensar nuncamás en él, ni siquiera en mis sueños. Sino podía verlo ni hablarle, prefería olvidarque existía."Si supieras que estás hasta en missueños, Almos...", pensé, sintiéndome

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estúpidamente infantil e intentandocontener las lágrimas que no dejaban desalir.Ese mismo día fui a la más cercana de lasdos propiedades con Zsigmond. Lostrabajadores me recibieron con alegría, yyo me sentí muy feliz de comprobar quetenían vidas tranquilas en mis tierras.-Usted es la única patrona de la regiónque no maltrata a sus empleados,señorita Martina. Que Dios la bendiga -medijo Béla, uno de los hombres que seencargaban de los cultivos.-Que Dios los bendiga a usted y a sufamilia, Béla —respondí.Procedí a indagar acerca de las épocasen que mi tío Eduardo y su familia habíanvivido allí.

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-El mejor de ellos era el joven István -dijoBéla-. Jamás nos dio problemas. Cuandola señora Eva y el señor Eduardo semarcharon, sólo el joven Gábor se quedóaquí y entonces nuestras vidas sí seconvirtieron en un infierno. Él y susamigos no sólo destrozaron la propiedadsino que se entretenían abusando de lasmuchachas de la región, robándonos lopoco que teníamos o torturando animales.El joven István nunca volvió por aquícuando se hizo mayor. Jamás se la habíallevado muy bien con su hermano Gábor.Los demás trabajadores corroboraron loque Béla me había contado, lo que nodejó de sorprenderme. Me gustaba creerque tenía un familiar vivo que tal vezpudiese ser mi amigo en algún momento.

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Pasé la noche en uno de los varioscuartos de esa propiedad, no sin anteshaberlo sellado debidamente con aceite yagua benditos para que ningún vampyrpudiese entrar, y emprendí el viaje haciala otra casa después de desayunar. Ésefue un poco más largo que el anterior, yllegué bastante cansada.La casa lucía hermosa a pesar de miprolongada ausencia; era obvio que podíacontar con la lealtad de mis empleados.La encargada de supervisar esos terrenosera una mujer: se llamaba Silvia y erafuerte como un oso. Había demostradoser tanto o más diestra que todos losdemás empleados del sexo opuesto enlas labores de mayor exigencia física ypor tanto la había nombrado capataz,

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título que había asumido con orgullo.Silvia me agradaba porque era una mujervaliente y cálida que velaba por elbienestar de todos aquellos que estaban asu cargo y, además, me llamaba "Martina"a secas, cosa que me hacía sentir muycómoda en su presencia. Éramos buenasamigas.Nos sentamos a tomar sidra en la cocinamientras Silvia me ponía al tanto de losasuntos relacionados con la propiedad.Como no había muchas novedades,abordé el tema de mi primo István.-Su primo István es un buen muchacho,Martina. El hecho de que no haya podidocon Gábor no quiere decir que no se lehubiera enfrentado en múltiplesocasiones. Me consta que él también

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sufrió en carne propia bastantes agraviosde parte de su hermano mayor... Dios,¡cómo lloraba el pequeño István! La últimavez que lo vi fue justo antes que se unieraa la Armada Real, imagino que era laúnica escapatoria que tenía. Pobre chico.Debe tener más o menos su misma edad,¿no? Unos veinticuatro o veinticinco años.Le conté a Silvia que lo había visto porprimera vez hacía un par de días.-¿Sigue siendo tan guapo como antes?—preguntó ella.-Ni se imagina -le dije-. Casi me asustécuando me lo topé de frente; así de guapoes.Silvia rio.-Yo de usted no lo descartaría paramarido -dijo-. Harían una pareja

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deslumbrante.-Gracias -dije-, pero yo no me quierocasar. Sé que mi tía Verónika jamás mehabría obligado a hacerlo. Además...Silvia había sido la partera de mi madre alnacer yo. Sabía cuánto cariño me tenía,así que decidí contarle la historia deAlmos.-¿Hace cuánto tiempo no le deja unanota? -preguntó Silvia.—Hace un poco más de cuatro años -dije.—Ay, Martina, debería desprenderse deese fantasma de una buena vez. Unajoven tan bonita como usted no deberíanegarse al amor por un espejismo.¿Quién puede asegurarnos que ese talAlmos no está casado? ¡Nadie! Además,después de los horrores que acaba de

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contarme... es posible, Dios no lo quieraasí, que esté muerto. Hágame caso:István no es como su hermano Gábor,permítale que la frecuente. No tiene queapresurarse a nada, pero... tal vez élpueda ayudarla a olvidar lo que ha sentidopor Almos. Es normal que haya imaginadoque lo ama, dadas las circunstancias enque se ha visto envuelta... pero ése nopuede ser un amor real porque ni siquieraha hablado con él. Yo creo, incluso, queusted tiene miedo del matrimonio y poreso ha escogido enamorarse de unimposible. Si no quiere casarse, no secase, pero frecuente muchachos de suedad, diviértase un poco ya que se lepresenta la oportunidad de hacerlo.Tal vez encuentre un amor de verdad que

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la corresponda y cambie de opinión encuanto a Almos,Tomé un sorbo de sidra y sonreí. Sabíaque todo lo que Silvia estaba diciendotenía sentido.-Trataré de seguir su consejo -dije-. Notengo nada que perder, ¿verdad?-Nada -dijo ella, limpiándose la boca conla manga de la camisa.Volví a Pest a la mañana siguiente y leescribí a István a Szenten-dre diciéndoleque había escuchado buenas cosas de él.Lo invité a visitarme cuando estuviese devuelta antes de la boda de su hermano yme disculpé por haberlo juzgado antes deaveriguar quién era el verdaderoresponsable de las ruindades llevadas acabo en mis tierras. Le dejé saber que no

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pensaba ir a la boda de Gábor porque nocreía poder soportar estar en la presenciade un ser tan malvado, pero le pedí queaceptara conversar conmigo contranquilidad en cuanto pudiese hacerlo.Después, le escribí al señor Lockecomunicándole que había visitado ambaspropiedades para que no se molestara enhacerlo él, al menos de momento.Debieron haber pasado un par desemanas cuando encontré el papeladentro del libro. Estaba entreteniéndomecon la historia de mi tierra natal cuandome lo topé. Era un papel delgado queestaba escrito con letra muy pequeña.Decía:

Tres hacia arriba,

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dos hacia ahajo,dos hacia la izquierda,dos hacia la derecha,dos más hacia la derecha,dos hacia la izquierda,uno hacia abajo,tres hacia la izquierda,tres hacia la derecha,tres más hacia la derecha,tres hacia la izquierda,tres hacia abajo,tres hacia arriba.

Y nada más. Me pregunté qué sería.Parecían ser instrucciones, pero, ¿dequé? ¿Podría, acaso, ser un mapa? Volvía guardar el papel en el mismo lugar,procurando memorizar el número de las

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páginas entre las que lo estaba dejando.Tuve el presentimiento de que podíanecesitar encontrarlo en el futuro.Entonces, la campana de la puerta mesobresaltó. Había estado pensandomucho en mi encuentro con István, y mepregunté si sería él quien llamaba a lapuerta. No sin avergonzarme un poco demi vanidad, me miré en el espejo delcorredor antes de abrir: quería que Istvánme encontrase bien presentada deaparecerse en mi casa. Era él. Abrí lapuerta sonriéndole y el entró, sonriendo asu vez.-Qué alegría que hayas venido, István-dije-. Temía haber sido demasiadocortante contigo cuando nos conocimos.—No te preocupes, yo habría hecho

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exactamente lo mismo en tu lugar-respondió él.Nos sentamos en mi habitación favorita yle pregunté si deseaba beber algo.-Nada por el momento -dijo él-. Lo que sídeseo es pedirte que reconsideres tudecisión de no asistir a la boda de Gábor.-No sé si pueda hacerlo -repliqué-. Laverdad es que no tengo interés en esetipo de celebraciones y me costaríamucho no expresarle a tu hermano cuántolo desprecio.-¡Mejor aún, Martina! Piénsalo: podría serdivertido. Estaríamos rodeados de losmás detestables personajes de la regióny... quizá lleguemos a tener una que otraconversación entretenida. Por lo menossería una situación diferente. ¿No te

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parece tentador?Tal vez István tenía razón. Llevaba muchotiempo disfrutando casi únicamente de mipropia compañía y era posible quenecesitase, precisamente, hablar congente que me inspirase antipatía.Además, la boda de Gábor se realizaríados días después y sería una buenaoportunidad para conocer mejor a miprimo István.-Está bien... te acompañaré a lacelebración -dije.-¡Qué alegría! -exclamó István con unaamplia sonrisa-. Ahora no sólo no meaburriré sino que tendré la acompañantemás hermosa de toda la fiesta.Sentí que me ruborizaba un poco.-Gracias -dije, bajando la mirada-. Tendré

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que buscar un vestido que ponerme.-Así vayas vestida en andrajos serás laenvidia de todas las mujeres en esa fiesta-dijo él.-Espero que no sea así. No me gustadespertar la envidia de nadie.. . -dije—.Aunque sí me gusta detectar ese rasgo decarácter en los demás. Se hace másobvio entre más procuran esconderlo.-Así ocurre con todo en la vida -dijo éi,mirando una de las pinturas que nuestratía me había legado.Me agradaba mi primo. Era inteligente.-Tengo bastante curiosidad de conocer aVivéka Kamény -dije-. Me intriga que sehaya enamorado de Gábor Székely...porque estoy segura de que se nota queno es una muy buena persona con darle

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una ojeada, ¿verdad?-Prefiero no decirte nada y que mecuentes tus impresiones cuando loconozcas -dijo, apoyando el mentón sobrela palma de la mano y dirigiéndome unamirada perspicaz.István y yo fuimos a comer pasteles deciruela a una pequeña posada donde yonunca había estado antes. Pasé una tardefrancamente encantadora en su compañíay me alegré mucho de haberme tomado eltiempo de entrevistar a los trabajadores alrespecto de su comportamiento: de nohaber sido así, no habría podidorelacionarme con una persona sencilla yalegre que era nada menos y nada másque mi primo.István me contó que había sido un

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buszáráe las tropas imperiales por unlargo tiempo. Me sorprendió escuchar quela carpintería era su verdadera pasión yque había ahorrado lo que podía de susalario de soldado para abrir un pequeñotaller de carpintería en Szentendre. Medije que István debía haber heredado lashabilidades de nuestros antepasados, lospastores carpinteros, y no pude menosque felicitarlo por tener el valor dededicarse a aquello que le gustaba.-Sólo me uní a las tropas del emperadorFranz Josef para poder irme de casa-dijo-. Crecí en un ámbito hostil y no mesentía a gusto ni con el gato. De niñofantaseaba con que mi madre, meabandonase en algún bosque, o con queme robaran los gitanos, pero me daba

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miedo simplemente huir. Ahora las cosashan cambiado un poco y mi familia y yotenemos una relación de tolerancia,aunque nunca llegaremos a ser amigos.-Imagino que debe ser mucho más difíciltener una familia problemática que notener familia alguna -dije.-Creo que sí. Pero ahora -dijo,dirigiéndome una sonrisa cálida— tetengo a ti. Y no pienso dejarte ir.Volví a sonrojarme. No sabía bien siIstván me pretendía o si me veía, enrealidad, como a la hermana que nuncahabía tenido y eso me confundía un poco.También me confundía el hecho de nosaber si me sentía atraída hacia él o si meera sólo supremamente agradable.Acordamos que pasaría a buscarme para

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ir juntos a la boda dos días después, y sedespidió de mí besándome la manodespués de haberme dejado en casa.El día siguiente estuve de muy buenhumor y me entretuve escogiendo elvestido que iba a ponerme para la fiesta.Me decidí por uno de color plata azuladaque dejaba los hombros al descubierto.Tomé mi merienda en el comedor comocasi nunca lo hacía y volví a mirar el papelque había encontrado en el libro. Nosabía por qué, pero me parecía de granimportancia, así que me propusememorizar sus líneas. Después le escribía Carmen narrándole la forma en quehabía conocido a István y contándole quepensaba asistir a la boda de Gábor al díasiguiente, y le pedí a Zsigmond que

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dejase la carta en el correo.Esa noche dormí bien, y me despertétemprano a darme un baño caliente conjabón perfumado de jazmín. Después merecogí los cabe-líos de una forma en queno lo había hecho antes y el resultadofinal me encantó. Me puse una gargantillade plata y zafiros en medio de cuyosdiseños intrincados se dibujaba unahermosa cruz. Tuve que admitir queúltimamente mi apariencia me importabamucho más que de costumbre y, aunqueme molestaba un poco, me parecía unasaludable distracción del miedo que habíasentido durante tantos años. Estabacontenta de haber aceptado acompañar aIstván. Nunca había asistido a una bodaen mi tierra natal y ésta en especial

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prometía ser memorable, pues era lafamilia Kamény quien la ofrecía. Me miréen el espejo y noté que tenía las mejillassonrosadas y los labios rojos, por lo quededuje que la compañía de István debíahacerme bien.Muy a las once de la mañana, mi primoestaba llamando a la puerta. Se habíapuesto su impecable uniforme de huszárpara la ocasión y lucía mejor que nunca.Había caminado desde el albergue en elque se estaba alojando, que quedababastante cerca de mi casa. De allí,Zsigmond nos llevaría hasta la casa delos Kamény. Subimos al coche einiciamos nuestro recorrido hacia Buda,disfrutando de aquella soleada mañanade marzo.

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-No soy el padrino de bodas de mihermano... no tengo ropas losuficientemente elegantes como parasemejante honor -dijo István consarcasmo al tiempo que sonreía— Porsuerte conservo mi uniforme.Lo cierto es que mi primo se veía siempretan guapo que, si hubiese tenido quepresentarse en el festejo con su delantalde carpintero, nadie se habría percatadode ello. Se lo dije.-Además... -agregué- no hay nada peorque aquellos hombres que se ocupan desus vestidos tanto o más que las damas.-Gracias, Martina -dijo él-. Mientras a ti note importe asistir a una boda tanimportante en compañía de un hombrepobre estaré feliz.

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Las palabras de István me habríanconmovido si hubiesen venido de alguienque de veras estuviese pasando apurospero, según lo que me había contado, éseno era su caso. Al parecer, no habíapodido evitar que el hecho de ser criadopor una mujer tan codiciosa como Evacalara en él, haciéndolo en extremoconsciente de las diferencias que habíaentre sus arcas y las ajenas. Me preguntési valdría la pena hacerlo caer en lacuenta del error en que estaba incurriendoy decidí ser sincera sólo por lo mucho queme agradaba el resto de su carácter.-István, rae parecería difícil ser amiga dealguien que se compare conmigo todo eltiempo. Si pensaras que pudieseimportarme algo tan irrisoriamente trivial,

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no deberías haber hablado conmigo enprimer lugar, ¿no crees?István pareció asombrarse de lo que lehabía dicho y esperé no haberlo ofendido.Por unos instantes, mi primo estuvopensativo.-Nunca lo había visto de esa forma -dijo alfin.-Dios quiera que puedas hacerlo, por tupropio bien y por el bien de nuestra nuevaamistad. Me gusta tener relaciones en lasque el dinero o su ausencia no jueguenningún papel -respondí.-Tienes razón... trataré de pensar en esteasunto con más detenimiento luego.Ahora quiero disfrutar de los momentosen que estamos juntos -dijo, sonriendocon dulzura.

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CAPITULO 14

LA BODA

La casa de los Kamény era enorme yantigua, y contaba con su propia capilla,donde la ceremonia había de llevarse acabo. En su interior había al menos unaveintena de bancas alineadas frente a unaltar hermosamente vestido. Los invitadosse saludaban unos a otros por donde

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István y yo pasábamos; nunca habíaestado en un festejo tan concurrido.No podía dejar de preguntarme cómo eraque Gábor iba a casarse con VivékaKamény. ¿Qué treta habrían urdido él ysu madre para que los aceptaran comoparientes? Debían haberse deshecho enregalos que no podían pagar, o inclusohaber alquilado alguna lujosa propiedadpara hacerla pasar por propia...Mis pensamientos se vieron interrumpidoscuando Gábor Székely desfiló por losjardines del brazo de Vivéka Kamény y losinvitados comenzaron a aplaudir. Elprimero debía tener entre treinta y treintay cinco años de edad, mientras que lasegunda era aún una niña. Gábor Székelyera un poco menos alto que su hermano

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István y llevaba el pelo lacio peinadohacia atrás en una coleta. Ampliasentradas coronaban su frente y dos cejasdespobladas se arqueaban sobre los ojosazules, dándole una apariencia cínica. Sumirada, que distaba mucho de parecersea la de István, tenía un tinte plomizo queevocaba una tormenta contenida. Gáborhabía heredado los labios delgados ypómulos altos de su madre. Si Evahubiese sido hombre, habría sido igual asu hijo mayor. Vivéka Kamény, encambio, era una preciosidad: tenía unacara de contornos redondeados, una narizpequeña y una boca llena que apretabacon gesto de mortificación infantil. Susojos negros y brillantes evadían lasmiradas curiosas de los concurrentes, ora

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clavándose en el suelo, ora mirando haciael despejado cielo primaveral. Su tez demarfil contrastaba con los rizos de cobreque le caían hasta las caderas. Llevabaun vestido de seda blanca ricamentebrocado sobre el que se había calado unajustado corpino de terciopelo rojo conbroches de oro y piedras semipreciosasque seguramente había estado en sufamilia por varias generaciones. Debíatener a duras penas unos catorce años deedad, y se la veía bastante asustada.Gábor lucía temible y orgulloso, y lamentéque una criatura como Vivéka estuviesesiendo forzada a casarse con un hombretan abominable. Aquello era muy extraño,teniendo en cuenta las obvias diferenciasque había entre ambos: la familia de ella

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tenía la riqueza y los títulos nobiliarios.¿Qué podía aportar Gábor a la unión?Miré a István frunciendo el ceño y lepregunté en voz baja:-¿Por qué no me contaste que la noviaera tan joven? Es evidente que no leagrada la idea de casarse con tuhermano...István pareció disgustarse.-Hasta donde tengo entendido, la noviaestá de acuerdo con la boda -dijo.Lo miré a los ojos. No podía creer quealgo tan obvio para mí pudiera haberlepasado desapercibido a alguien.-¡Por Dios, István! ¡Mírala!István dirigió la mirada de nuevo hacia lapareja, que en ese momento saludaba aun trío de invitados.

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-De veras que no sé de qué hablas,Martina -dijo él.Me dio la impresión de que decía laverdad, pero no pude evitar que tantacandidez de su parte me enfadara."¡Pobre niña!", me dije.István miraba alelado a su alrededor. Lo viprestar especial atención a cuanto adornofastuoso había en la capilla; incluso seacercaba a observarlos.-¿Te interesan las antigüedades? -lepregunté.-Éstas son muy bonitas. Deben costarmucho dinero -dijo él, de formadesprevenida.Yo, en cambio, no podía quitarle los ojosde encima a Vivéka Ka-mény. Me afligíaque fuese a compartir su vida con un

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hombre tan ruin como mi primo. La noviaexaminaba el prado mientras GáborSzékely reía a todo pulmón con un grupode hombres que no le daban la másmínima importancia. En un momento dadome pareció que Vivéka hacía un granesfuerzo por contener las lágrimas. Secubrió los ojos con el dorso de la mano,haciendo como si la luz la estuviesemolestando, y tiró de la manga de lacamisa de su novio. Él se inclinó paraescucharla sin interrumpir la conversaciónque estaba sosteniendo con los demás,asintió, y Vivéka se alejó rápidamente,atravesando de nuevo el jardín. Nadiepareció percatarse de ello excepto yo: losinvitados estaban mucho más interesadosen sus propias charlas que en los novios.

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Decidí excusarme con la disculpa derevisar mi peinado y seguí a Vivéka através del pulido césped. Subió los seispeldaños que separaban el jardín del ladooeste de la casa y cruzó el umbral sinmirar atrás. Cuando alcanzó el corredor,empezó a llorar desconsoladamente,apoyándose contra el muro. ¡Cuandesdichada era la pobre Vivéka! No meera difícil comprender el profundo dolorque la embargaba. Presa de un súbitoimpulso, fui hacia ella y la abracé. Lapobre pequeña se aferró a mí sin siquieramirarme, dando rienda suelta a su pesar.No dije nada ni la solté para nointerrumpirla. Era obvio que ya no podíaocultar sus sentimientos y éstos se habíandesbocado en un torrente de lágrimas.

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-¡No puedo hacerlo! ¡No puedo! -dijo entreahogados sollozos.-¿Por qué te obligan, pequeña? -lepregunté.Entonces Vivéka pareció caer en lacuenta de que yo era una perfecta extrañay elevó sus encharcados ojos negroshacia los míos.-¿Quién eres? -balbució.-Soy la prima del monstruo con quien teestán forzando a contraer nupcias... yestoy de tu lado -respondí.Vivéka me miró con incredulidad,-¿También lo odias? -me preguntó.-Lo desprecio profundamente. Y al ver laforma en que estás sufriendo, aún más.Mi nombre es Martina Székely -dije.-¡Ah! -dijo, intentando limpiarse los ojos-.

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Tú eres la parienta rica de Gábor. He oídohablar de ti.Me pregunté cuántas calumnias habríangirado alrededor de mi nombre por partede Eva y Gábor en el hogar de losKamény, pero no era ni el lugar ni elmomento de indagar.-¿Por qué se está llevando a cabo estaboda, Vivéka? -pregunté.La niña miró a su alrededor y dijo conevidente miedo:-No puedo decírtelo -tartamudeó-. Eresmuy amable... más amable de lo quenadie ha sido conmigo en mucho tiempo...-en ese momento volvió a romper ensollozos-. ¡Sería fútil hacerlo! Mis padresvendrán a buscarme en cualquiermomento.

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Sentí mucho miedo por ella. Si la boda dehecho se llevaba a cabo, Gábor pasaría aser poco menos que su dueño y señor.Aquélla podía ser la única ocasión quetuviera Vivéka de hablar y yo deenterarme de qué ocurría. Sabía que eracasi imposible hacer que la pequeñaconfiase en mí, pero tenía que intentarlo.-Por favor, Vivéka, habla conmigo.Cuéntame qué está pasando aquí -rogué.-¡Nadie puede ayudarme! —dijo ella, sinque las lágrimas pararan de salir de susojos-. Nadie puede hacer nada por mí.¡Tendré que casarme con Gábor Székely!Dicho esto, se cubrió el rostro con ambasmanos, y volvió a llorar.-Creo que será mejor que te laves elrostro con agua fría -dije, con la

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esperanza de ganar algo más de tiempoen su compañía-. ¿Dónde está tuhabitación?-Arriba -señaló ella sin dejar de sollozar.-Vamos allá. No puedes regresar a lacelebración en este estado -dije.Tomé a Vivéka del brazo y ella me guiohasta sus aposentos en la planta superior.En cuanto entramos, se lanzó sobre lacama, gimiendo.-¡Gábor Székely es un demonio!-exclamó.-Lo sé -dije-. El hecho de que sea capazde casarse con una niña como tú parallevar a cabo quién sabe qué malévolopropósito me hace detestarlo aún más.¿Cuántos años tienes, Vivéka?-Dieciséis -dijo ella, con la voz

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entrecortada por el llanto.-Confía en mí, por favor -le supliqué-. Séque no me conoces, pero tal vez sea laúltima oportunidad de salvación quetengas. Yo haría lo que fuera porayudarte, Vivéka. Cuéntame por qué teobligan a casarte con mi primo. Sé quetiene que haber hecho uso de toda sumezquindad para haber llegado tan lejos.¡Habla conmigo, te lo ruego!Vivéka me miró inexpresivamente, casicomo si no me estuviera viendo. Era obvioque para ella su destino estaba trazado yque se sentía como una prisioneracondenada a la guillotina.—Llevo una criatura en mi vientre -dijo.Sus palabras resonaron en mis oídos.Así que era eso. Gábor Székely había

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deshonrado a Vivéka y ahora sacabaprovecho de la situación. Sentí que lasangre me ardía en las venas y tuvedeseos de gritar con todas mis fuerzas.-Huye conmigo -dije.-¿Cómo? -tartamudeó Vivéka.-Mi cochero está esperando afuera. Yo teesconderé donde nadie pueda encontrartepara que puedas dar a luz a tu hijo.Cuidaré de ti. ¡Ven conmigo, Vivéka! ¡Note cases con él!-No puedo -dijo al fin-. Ellos... ellos nosencontrarán. ¡Ya deben estarmebuscando!-¡Precisamente! -dije-. ¡Es ahora o nunca!Te juro que no te desampararé en ningúnmomento. ¡Escúchame, Vivéka, por favor!-¿Por qué haces esto? -me preguntó,

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atemorizada.-En primer lugar, porque no podría vivircon mi conciencia sabiendo que no hicenada por impedir que Gábor Székely sesaliera con la suya en el más alevoso delos planes que haya urdido hasta ahora.En segundo lugar, porque me parte elcorazón saber cuan desdichada serás asu lado mientras él esté con vida: sólopensar en las cosas de que GáborSzékely es capaz me revuelve elestómago. Por último -suspiré-, meinspiras una profunda compasión, Vivéka.Desde que apareciste tomada del brazode Gábor allá abajo, pude sentir tutristeza. Fue como ver una avecilla heridacuyo dolor estaba siendo ostentado por suagresor. Si la novia de Gábor hubiese

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sido una mujer diferente, una mujer demundo... tal vez no me habría importadotanto -dije, sintiendo que la sangre acudíaa mi rostro.-¿A dónde iríamos? -preguntó.Vivéka estaba considerando escapar.—Iremos a donde tú quieras. Si nodeseas que nos quedemos en alguna demis propiedades, tengo varios amigos encuyas casas podríamos hospedarnos, siasí lo prefirieras. Si quieres cruzar elocéano, lo cruzaremos -me apresuré adecir.-Pero... si nos descubren, ¡nos matarán!-exclamó-. No quiero ponerte en peligro ati también...—¡No le temo a Gábor Székely! -le dije-.¡Lo único que me importa en este

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momento es sacarte de aquí!Entonces caí en la cuenta de que no mehabía detenido a pensar en los señoresKamény. Seguramente estarían muypreocupados por su hija si la llevabaconmigo. Por otra parte...-Cuando tus padres se enteren de la clasede demonio que es Gábor Székely, searrepentirán de haber siquiera pensadoen permitir que te casaras con él -dije.-¡Es que ellos ya lo saben! -exclamó ella,sollozando con dolor.-¿Cómo es posible? -pregunté-. Sientopronunciar palabras tan duras, pero si soncapaces de entregarte a un hombre comoél, no te quieren bien.—Eso lo sé -balbució ella, bajando lamirada.

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-Ven conmigo. ¡Ven conmigo ahoramismo! -insistí.-¡Tengo mucho miedo! ¡Habráconsecuencias! -dijo. El pánico que sentíaera evidente.-¡Por favor, Vivéka! ¡El tiempo apremia!Ya nos ocuparemos de eso después. ¡Teprometo que haré hasta lo imposible paraque estés a salvo! ¡No tienes nada queperder! ¡Eso tienes que saberlo! -dije confuerza.-Eres buena -dijo ella-. Sé que todo lo quedices es cierto. Aun así... si me voycontigo... tal vez nunca lo vuelva a ver.-¿No es eso lo que quieres? -pregunté,exasperada.-No me refiero a Gábor Székely... -dijoella, esbozando una triste sonrisa— sino

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al padre de mi hijo.La cabeza empezó a darme vueltas. SiGábor no era el padre de la criatura,¿entonces quién? No podía darme el lujode pedirle que entrara en detalles. Haríatodo lo posible para que Vivéka fuese felizuna vez hubiera escapado conmigo.-Tienes más posibilidades de verlo sivienes conmigo ahora que si te casas conmi primo, de eso puedes estar segura:Gábor Székely te hará su esclava de porvida, Vivéka. ¡Por Dios! ¡No perdamosmás el tiempo! -exclamé.-Está bien -dijo al fin-. Iré contigo.-¿De veras? -pregunté, llena deentusiasmo.-Sí -dijo ella-. Tú lo has dicho: no tengoabsolutamente nada que perder.

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-¡Asi se habla, niña! -exclamé.Vivéka se cambió de traje, poniéndoseuna capa con capucha después dehaberse recogido el cabello para no serreconocida. Salimos por la misma puertapor la que habíamos entrado, sin que unosolo de los invitados se fijase en nosotras.-¡Pronto, Vivéka! -dije-. ¡Sigúeme!A lo lejos, pude divisar a István hablandocon su hermano y un grupo decomensales."¡Al diablo con István!", me dije.En ese momento, lo único que importabaera Vivéka Kamény y el hecho de que tanmilagrosa fuga estuviese haciéndoserealidad. Una vez fuera de la casa,corrimos hasta mi coche.-¡Vamonos de aquí ahora mismo,

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Zsigmond! -le dije mientras cerraba lapuerta del coche tras nosotras.Zsigmond era un hombre rápido, einmediatamente espoleó los caballos:pronto salimos de la propiedad de losKamény.-¿A dónde me dirijo, señorita? -preguntódesde la parte delantera del coche.-¡A casa! -exclamé, y miré a Vivékasonriendo.La pequeña se veía aterrorizada yesperanzada a la vez.-Todo va a estar bien -le dije-. Confía enmí.Vivéka me miró con dulzura y sólo atinó adecir:-Gracias, Martina. Dios te habrá de pagartodo lo que estás haciendo por mí.

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-El que estés aquí conmigo es suficiente-le dije-. Soy yo quien te agradece quehayas sido tan valiente, Vivéka.Ella apretó mi mano y miró hacia atrás porla pequeña ventana del coche cuandocruzábamos el puente de Buda haciaPest. Adiviné sus pensamientos.-Gábor Székely nunca te encontrará -ledije-. Nunca.Entonces se me ocurrió que lo másprudente sería dejar a Vivéka en mi casay regresar con urgencia a la de losKamény. Si lo hacíamos bien, jamás sesospecharía de mí y nadie pensaríasiquiera en buscar a Vivéka en el palacetemientras tuviésemos que estar enBudapest. Sería mejor que nunca se merelacionase con la desaparición de

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Vivéka. Le informé cuál era el plan yestuvo de acuerdo con él.-No vayas a salir del palacete por ningúnmotivo -le dije, después de haberla dejadoinstalada en una de las habitaciones.-Descuida —dijo con voz segura—. Tútambién puedes confiar en mí.Volví a montar en el coche y Zsigmondinició el mismo recorrido que acababa dehacer, esta vez en dirección contraria ycon muchísima más prisa. Si mis cálculosno fallaban, la ausencia de Vivéka yadebía haberse notado y debían estarbuscándola por toda la propiedad.Cuando regresamos, bajé del coche conel corazón desbocado, pero hice todo loposible por mantener la compostura. Volvía colarme dentro de la fiesta e inicié una

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conversación con la primera persona queme topé para disimular ante los demás encaso de que István, Gábor o Eva sehubiesen percatado de que yo no andabapor allí.—Camila Herrington -dijo la mujer a quienhabía abordado-. Es un placer. ¡Entonceses usted la prima del novio!-Así es -confirmé con una amplia sonrisa,procurando hacer uso de todos misencantos. Necesitaba mantener viva lallama de la conversación al menos hastaque István me encontrase-. Aunque, laverdad, no había tenido la oportunidad deconocerlo hasta el día de hoy. Me crie enun internado en Suiza:Sainte-Marie-des-Bois.-¡No me diga! -exclamó Camila

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Herrington-. Mi prima también fue una delas pupilas de Sainte-Marie. Quizá laconozca, su nombre es Regina Bailey.Me sorprendí.-¡Vaya coincidencia! -dije-. Claro está queconozco a su prima, fue una de miscompañeras de estudio. ¿Cómo estáRegina? ¡Hace años que no sé nada deella!-Reggie está my bien -respondió-. Hacepoco más de dos años que se casó conlord Philip Birmingham. Tienen unapequeña niña tan guapa como la madre.Y eso no es nada: lord Birmingham esmuy amigo de la reina. ¡Imagínese lo bienrodeada que está mi prima!En ese momento, fuimos interrumpidaspor István.

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-¡Martina! ¿Dónde te habías metido? ¡Tehe buscado por todas partes! -dijo. Seveía preocupado: ya debían haber notadola desaparición de Vivéka.-¡István! -lo saludé, fingiendo la másperfecta serenidad y presentándole aCamila-, La señorita Herrington es laprima de una muy querida amiga mía deSainte-Marie. Camila, éste es mi primoIstván. István, ésta es la señorita CamilaHerrington.Noté que Camila estaba muyimpresionada con la apostura de miprimo.-Encantada -dijo, extendiendo su manocon afectación para que él pudiesebesarla. Había un parecido aún mayorentre Camila y su prima Regina del que

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había notado al comienzo.-El placer es todo mío -dijo István,besando el dorso de su mano yobsequiándole una sonrisa tandeslumbrante que habría derretido unbloque de hielo. Luego, dirigiéndose a mí,agregó con gravedad-: Necesito hablarcontigo a solas unos minutos, Martina. Nose ofenderá usted si me llevo a mi primaunos instantes, ¿verdad, señoritaHerrington?Camila estaba embelesada con mi primo.-En lo absoluto -dijo, ruborizándose-. Peroprométanme que me buscarán de nuevopara conversar después de la ceremonia.-Eso puede tenerlo por seguro, Camila—le dije-. ¡Debemos hacer planes parareunimos mientras esté en Budapest!

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-¡Eso me encantaría! -dijo ella, ilusionada.Todo estaba saliendo a la perfección.Por supuesto que jamás volvería acontactarla después de la fiesta. Y ellatampoco querría saber más de mí cuandose enterara de que mi primo István era unpobre carpintero. István me guio del brazohacia un rincón y yo me alejé de Camilasonriéndole y agitando graciosamente lamano.-¿Por qué te has puesto tan misterioso,István? -le pregunté con fingidadespreocupación-. Estaba teniendo unacharla muy agradable con CamilaHerrington...István me miró a los ojos, y anunció convoz temblorosa:—¡La novia ha desaparecido!

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-¿Cómo? -exclamé-. ¿De qué hablas?—¡Vivéka no está por ningún lado! La hanbuscado en todas las habitaciones. ¡Suspadres andan corriendo por toda la casacomo un par de locos y Gábor estáenfurecido!Tuve que reprimir una sonrisa desatisfacción.-¡Pero eso no puede ser! -dije— ¡Yomisma la he visto hace unos minutos!-¿Dónde la has visto? -preguntó él,ansioso.-¡Allí mismo! -mentí, señalando una partedel jardín.-¿Con quién hablaba? -preguntó István.—Eso no lo sé, estaba demasiadoentretenida en mi conversación conCamila para fijarme mucho en la novia.

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Deberías relajarte, István. Seguro queanda por allí hablando con algún invitado.Además... tú no eres el novio,¿recuerdas? —me di el lujo de bromear.István pareció tranquilizarse un poco.-Tienes razón, Martina. Voy a decirles quela viste en el jardín hace poco.-Tú haz eso -dije-. Mientras tanto, veré aquién más encuentro. ¡Qué fiesta másagradable!István se alejó de mí rápidamente y yo mepaseé por la habitación, deleitándome conla bonita música pero, más aún, con lobien que estaban desarrollándose losacontecimientos. ¡Cuando les contase aCarmen y a Gíovanni todo lo que habíaocurrido!No bien pasados diez minutos, István

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regresó a donde yo estaba.-¿Ya la encontraron? —pregunté.-No -dijo él-. Parece que se la hubieratragado la tierra. ¿Estás segura de queera ella a quien viste en el jardín?-¿Hay alguna otra novia aquí, queridoprimo? -pregunté.-Temo que Vivéka haya escapado... -dijoél, por toda respuesta.-Pero qué locuras dices, István. Una chicacomo Vivéka Kamény jamás huiría de supropia boda. Eso sería una deshonra parasus padres. Además, ¿por qué habría dehuir? -pregunté con doble intención.Quería ver qué tan informado estabaIstván de la verdadera situación de Gábory Vivéka.-Bueno, pues... tal vez Vivéka no

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estuviera enamorada de Gábor -admitió,sonrojándose un poco.-¡No me digas! -exclamé-. Vamos, István,¿hasta ahora ves esa posibilidad?-Bueno, yo... -balbució él.-O eres muy ingenuo o te niegas a ver laverdad cuando la tienes al frente tuyo-dije. Tenía que ser consistente con mipersonalidad para que István nosospechase nada-. Por otra parte... elhecho de que Vivéka no ame a tuhermano no quiere decir que haya huido.Quizá sólo está asustada. Puede ser queesté intentando calmarse para seguiradelante con la celebración. Se veía muynerviosa, la pobre.-Tienes razón -dijo István-. Voy a decirle aGábor exactamente eso. Seguro la novia

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está componiéndose y aparecerá encualquier momento.-Ve y ayúdalos a buscarla. No tepreocupes por mí, estoy pasándola demaravilla -dije.-¡Gracias, Martina! -dijo István.Estaba indispuesta con mi primo. Teníaque admitírmelo a mí misma aunque noquisiera. Me había hecho ilusiones con laposibilidad de ser su amiga pero, amedida que el día avanzaba, descubríamás rasgos de su carácter que medesagradaban. Había crecido con Gábor:¿cómo podía siquiera haber imaginadoque Vivéka pudiese estar enamorada deél? Sentí rabia, pero saber que habíaayudado a Vivéka a escapar me llenabade dicha y todo lo demás pasaba a un

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segundo plano. Conversé con algunosinvitados y como, por obvias razones, laceremonia seguía posponiéndose, decidídarme una vuelta por la propiedad. Lacasa de los Kamény era en verdadsuntuosa y me regodeé con la idea deque Gábor Székely llorara por primera vezen la vida cuando supiese que habíaperdido la oportunidad de disfrutar de unafortuna tan grande como la de losKamény. Sentí ganas de saltar y bailar.¡Me estaba saliendo con la mía!Regresé a la capilla y noté que la genteya había comenzado a molestarse con lomucho que estaba prolongándose el iniciode la ceremonia.—¿Qué ocurrirá? -escuché a una mujercomentándole al que asumí era su

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esposo.—No lo sé, pero ya me estoy fastidiandocon tanta demora -contestó él.Muy pronto correrían los rumores. Mesenté en el extremo de una banca junto alpasillo central para escuchar cuantopudiese; quería disfrutar del momento. Notuve que esperar mucho. Unos cuantosminutos después, los comensales yaformulaban teorías:—Los padres de la novia se hanarrepentido de casarla tan mal.-Escuché que Gábor Székely tiene unaquerida que ha venido a interrumpir laboda.-La madre de la novia no quiere separarsede su pequeña.-¡La novia ha desaparecido!

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Dejé escapar un suspiro de felicidad: "Sí,señores. Vivéka Kamény escapó", pensé.Aquél sería sin duda el escándalo del añoen Budapest: los invitados iban de un ladoal otro de la habitación, se había armadoun inmenso alboroto. Me pareció observarque la madre de Vivéka estaba a punto dedesmayarse. Gábor no estaba por ningúnlado. Eva parecía haberse transformadoen una gárgola de piedra. István estabaplantado a su lado, con la mirada fija en elsuelo. Yo estaba fascinada.El señor Kamény se paró frente al altar ytrató de hablar, pero los comensalesestaban tan enredados en la historia quele tomó un buen rato captar sus miradas.-¡Silencio! ¡Silencio, por favor! -gritó.Al fin todos enfocaron su atención en el

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señor Kamény.-Señores -dijo él, rojo como paprika y convo2 temblorosa-: Lamento informarles queesta boda deberá ser suspendida... por elmomento.Todos guardaban silencio, a la espera dela explicación oficial.-Nuestra hija Vivéka... -prosiguió el señorKamény- se ha puesto muy... enferma.Hemos tenido que mandar a llamar almédico -mintió—. Por lo tanto, les ruegoque regresen a sus casas. Mi esposa y yosentimos muchísimo haberlosincomodado. Gracias.Dicho esto, lo rodearon varias personasque querían hacerle preguntas. Fui hastadonde estaba István y le pregunté tancandidamente como pude:

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-¿Qué le ha ocurrido a Vivéka? ¿Va aestar bien?István me tomó del brazo y, llevándome aljardín, dijo:-¡Vivéka aún no ha aparecido, Martina!Gábor ha perdido los estribos; estábuscándola desesperadamente por losalrededores de la casa. ¡Esto es undesastre!-Ay, István, no sabes cuánto lo siento porti y por tu familia -mentí-. ¡Esto es terrible!-Lo es. Puede que Gábor no sea un almade Dios, pero ésta es una humillación sinprecedentes para él, para mi madre... ypara mí -declaró con un tono dignificadoque por poco me arranca una carcajada,pero logré disimular mis verdaderossentimientos.

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—¿Puedo hacer algo para ayudarte?-pregunté.—No lo creo, Martina —respondió conaire de derrota-. Te agradezco que mehayas acompañado, pero... creo que esmejor que regreses a tu casa. ¿Seríademasiado pedir que me perdones queme quede acompañando a mi madre?-No tienes por qué disculparte, István.Comprendo a la perfección y créeme quesiento muchísimo lo ocurrido. Puedoregresar a casa sola sin ningún problema:Zsigmond cuida muy bien de mí -dije,sonriendo de modo compasivo.—Gracias, Martina —respondió—. Eresun ángel."A veces hago milagros", pensé.Nos despedimos besándonos en ambas

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mejillas y salí de casa de los Kamény sinmolestarme en mirar atrás. Zsigmondestaba esperándome con una sonrisagrabada en el rostro.-Ya he descubierto el porqué de nuestrahuida repentina -murmuró-. He escuchadoa varios invitados hablando camino de suscoches. ¡La felicito, señorita!-¡Gracias, Zsigmond! -respondí,guiñándole un ojo—. Sé que está de másque te lo diga, pero... ni una sola palabrade esto a nadie, ¿está bien?-Mis labios están sellados -dijo él, riendo.Le conté a través de la ventanilla delcoche los detalles que él no conocíamientras regresábamos a casa. Zsigmondno paraba de reír.—¡Bravo! ¡Bravo, señorita! —gritaba.

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Cuando llegamos a casa, encontré aVivéka en la habitación en la que la habíadejado. Saltó de la cama en cuanto mevio.Sus ojos negros me miraron, expectantes.-Hemos alcanzado una victoria absoluta-dije, riendo.Vivéka me abrazó con fuerza y rio, conlágrimas en los ojos.-¡No puedo creerlo! -dijo-. ¡Qué Dios tebendiga, Martina Székely!-Esto tenemos que celebrarlo -dije—Acompáñame a la cocina, voy a prepararalgo de comer.Bajamos juntas a la cocina y comencé apreparar una sopa mientras le narrabacada detalle de lo que había ocurrido encasa de sus padres.

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-Sé que Gábor Székely me matará si meencuentra -dijo ella, asustada.-Nunca te encontrará, Vivéka. Jamás -ledije.-Dios lo quiera así -respondió ella.-Ahora, cuéntame -le pedí mientrasechaba algunos guisantes en la olla-:¿cómo es que Gábor Székely logró quetus padres lo aceptaran como tu futuroesposo?-Es una larga historia... -dijo ella- Te lacontaré desde el comienzo.Vivéka suspiró y dio inicio a una narraciónque no finalizó hasta que hubo llegado elalba del día siguiente. No tenía idea delbien que me había hecho a mí mismarescatando a Vivéka Kamény del crueldestino que la esperaba en manos de mi

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primo Gábor.

 

CAPITULO 15

 

HISTORIA DE VIVÉKA KAMÉNY

Cuando cumplí los doce años de edad, mitía liona me hizo un regalo muy especial.En ese entonces, yo era sólo una niña yno sabía nada de la vida ni de la maldadque hay en la tierra.-Estoy muy enferma, Vivéka -dijo mi tía-.Siento que me queda poco tiempo.Las palabras de mi tía hicieron que losojos se me llenaran de lágrimas.

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-No te preocupes -agregó-. Es necesarioque deje este mundo. Ya he cumplido miciclo. El tuyo, en cambio, apenascomienza.Yo le dije que no quería que me dejaranunca. Quería que mi tía liona viviera parasiempre.-Escúchame, Vivéka -prosiguió ella-. Hetenido una vida muy feliz. Sé que Dios meespera, y algún día tú y yo nosreuniremos de nuevo. Pero pasará muchotiempo antes que eso ocurra. Sé que eresjoven, pero confío plenamente en íasabiduría de tu corazón. No sufras,pequeña. No tienes por qué. Todostenemos nuestro destino, y el mío está apunto de consumarse. Es por ello quetengo que hacerte entrega de algo. Aquí

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donde termina mi destino, comienza eltuyo.Las palabras de mi tía me desconcertaronprofundamente, pero sabía dentro de mialma que encerraban una gran verdad. Mitía se incorporó del asiento que ocupaba yse inclinó para sacar algo de debajo de sucama. Cuando se puso de pie, pude verque sostenía en sus brazos un preciosocofre de plata.-Éste es mi regalo para ti, Vivéka -dijo-.No hay ninguna otra persona a quienpueda dárselo porque es a ti a quienpertenece... Al menos de momento.-¿Qué es, tía liona? —pregunté,secándome las lágrimas.—Es algo tan importante que sólo alguiencomo tú sabría cuidarlo como es debido

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-dijo, depositándolo sobre mis piernas.Lo observé llena de curiosidad y traté deabrirlo de inmediato.-Está cerrado, tía liona. ¿Dónde está lallave?-No la tengo, así que no puedo dártela.Sin embargo, a su debido tiempo sabrásqué contiene.-jDímelo, por favor, tía!-Es parte de tu destino que lo descubraspor ti misma. Debes mantener este cofremuy bien guardado. La vida te guiará paraque sepas qué hacer con él.-¡Al menos dime por qué debo guardarloyo!-Hace mucho tiempo que he sido suguardiana. Mi padre me lo entregó antesde morir, y a él su mejor amigo. Ha

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pasado secretamente por muchas manosa través de los años. Aquello que encierraen su interior debe ser protegido a todacosta y por eso el cofre es, en sí,indestructible. Hay un grupo de seresmalignos que han estado buscándolo porsiglos. Es menester que su lugar deescondite cambie con relativa frecuenciapara confundirlos. Ahora es tu turno,Vivéka: lo he visto en un sueño. El cofrete llevará a encontrar la felicidad, perodebes mantener siempre una mente claray un corazón abierto... y, sobre todo,debes tener mucho cuidado. El enemigosiempre está al acecho.-¿Qué enemigo, tía? -pregunté, fascinaday aterrorizada a la vez.Mi tía liona me miró con seriedad y dijo:

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-Vampyr.Nunca olvidaré el impacto que esapalabra tuvo sobre mí. Desde que eramuy pequeña, había tenido frecuentespesadillas con seres de largos y afiladoscolmillos que me perseguían para bebermi sangre. Mis padres se habíanesforzado por borrar de mi mente lo queellos consideraban una superstición quehabía desarrollado por escuchar historiasde fantasmas de labios de mis primosmayores. Que mi tía liona estuviese nosólo hablando de vampyr sino refiriéndosea ellos como "el enemigo" confirmaba mismás profundos miedos... Siempre habíaintuido que mis pesadillas tenían unabase muy real y, aunque deseaba creerque los vampyr no existían, nadie había

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logrado convencerme de ellocompletamente. Esperé que mi tía riesede repente y me dijera que tan sóloestaba jugándome una broma, peromantuvo su expresión de gravedad.-Entonces... ¿los vampyr sí andan tras demí?-Los vampyr siempre están al acecho detodo aquel que sea bueno, querida niñamía, y los niños son más sensibles a lasintenciones de tan terribles criaturas. Deallí tus pesadillas. Como sé que laamenaza es real, he insistidoreiteradamente en que no te quites elcrucifijo del cuello.-Pero, tía liona, ¿no correré un peligro aúnmayor al convertirme en la guardíana delcofre? -pregunté, atemorizada.

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-No. Su sagrado contenido es, de hecho,una maravillosa protección para quien seael guardián. Además, es tu destino,Vivéka... y, como ya te lo he dicho,recibirás muchas bendiciones llevando acabo la misión que se te ha conferido.En ese momento sentí que me llenaba deuna inmensa confianza en Dios, ycomprendí que no había ser humano quepudiese explicar con palabras la magnituddel honor que constituía el ser laprotectora del cofre.-Lo estás experimentando, ¿verdad?-preguntó mi tía liona.-Sí -dije.-Yo sentí lo mismo cuando mi padre me loentregó -dijo sonriendo.Poco tiempo después, el alma de mi tía

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liona dejó el mundo para reunirse con elDios de bondad que le había dado la vida.El día de sus funerales no lloré porquetenía la absoluta certeza de que supresencia me estaría acompañandosiempre. Nuestra alianza había, además,quedado sellada con el secreto quecompartiríamos hasta que nosreuniéramos de nuevo. Mi tía me habíacontado, antes de partir, que los vampyrcodiciaban el cofre porque su contenidoera lo único que podía darles muerteeterna. Siempre fui una niña muyasustadiza, pero desde que puse el cofredebajo de mi cama mis pesadillas cesarony me sentí más a salvo que nunca. Elpoder que emanaba de él era tan palpableque difícilmente podía pensar en algo

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diferente cuando estaba en mi habitación,y la curiosidad que había sentido porconocer su contenido había sidoprontamente reemplazada por unaprofunda reverencia hacia el mismo.Intranquila ante el hecho de que alguienpudiese encontrarlo, decidí ponerlo bajollave en una gran arca que tenía al pie dela cama. Comprobaba varias veces al díaque el cofre estuviera en su lugar, yllevaba la llave del arca que lo albergabaalrededor del cuello, junto con el crucifijoque jamás me quitaba. Todas las nochesrezaba a Dios para que los vampyr jamássupiesen dónde estaba el indestructiblecofre de plata. Ya no temía que mepudiesen hacer algo a mí sino que seadueñasen del objeto que custodiaba.

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Dos años después, mis padres meenviaron a pasar una temporada a casade mis primos en la primavera. Llevé,junto con varios baúles más, el arca en laque guardaba el cofre. Mis primos y yojugábamos a las escondidas en el bosquedesde la mañana hasta el anochecer sinque nadie nos interrumpiese. Sólo nosacordábamos de merendar cuandovolvíamos a casa exhaustos, llenos dehojas y ramas. Una tarde me alejé delgrupo más de lo habitual. Mi primo mayorera el encargado de buscarnos y, como élera tan hábil y rápido, puse gran empeñoen hallar un escondite que nadie hubierausado antes. Me metí dentro de unosarbustos y esperé a escuchar las risas demis primos cuando la primera persona

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fuese descubierta. No me di cuenta deque el sol estaba poniéndose hasta quese hizo muy difícil ver más allá de lasramas que me ocultaban. Salí de entre losarbustos y emprendí el camino de vueltahacia la casa creyéndome la felizganadora del juego, pero me estabacostando mucho reconocer los familiaresárboles en la oscuridad. Caminé variosminutos convencida de que estabaavanzando en la dirección correcta. Aunasí, me extrañé de no percibir las luces dela casa ni las voces de mis primos. Muypronto me asusté y comencé a llamarlos,pero nadie respondió. Tuve que admitirque me había extraviado. En vez dequedarme esperando a que meencontrasen en donde estaba, el miedo

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me hizo seguir adentrándome en elbosque hasta que la oscuridad lo invadiópor completo. Los únicos sonidos quepercibía eran los emitidos por losanimales nocturnos y el rumor de lashojas de los árboles. Gritar sólo measustaba más, así que hice un esfuerzopor calmarme y me senté sobre una granpiedra. Respiré profundamente y elevéuna oración, pidiéndole a mi tía liona queme ayudase a encontrar el camino deregreso.Unos segundos después, escuché unamelodía indistinta. Sacudí la cabeza paraasegurarme de no estar imaginándola,pero cada vez se hacía más clara: alguientocaba un violín. Tenía que ser un violínmágico, porque nunca había escuchado

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acordes tan rápidos ni tan perfectaejecución. Su música invitaba a danzasdesenfrenadas, y sentí que mi cuerpoquería moverse a pesar del miedo deestar perdida en el bosque. Tuve queponerme de pie y seguir el curso de lamelodía. Me abrí paso entre los arbustosy las ramas de los árboles, acercándomecada vez más al asombroso instrumentoque me había tocado con su embrujo. Alñn llegué a un punto del bosque bañadopor la luz de la luna llena. Lo que vi medejó boquiabierta.Un joven gitano tocaba el violín. Saltaba ybailaba girando al compás de la música.Estaba poseído por la pasión que ardía ensu sangre, lo supe, y me quedéobservándolo embelesada: su danza era

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una ofrenda de adoración a la luna queera, a la vez, su madre, su amiga y suamante. Su brazo se movía convertiginosa velocidad sin perder precisiónmientras la blanca camisa que lo cubríase pegaba a su cuerpo empapado desudor. Su tez morena brillaba bajo lasestrellan que parecían haberse reunidosobre su negra cabellera para atestiguaraquel sublime instante, tan arrobadascomo yo. Sentí que una hoguera seencendía en mi pecho y que mi espíritu seunía al suyo.Él, mientras tanto, no abría los ojos, peroeso no importaba: mi ser bailaba dentrode ese joven, venerando la luna de plata,golpeando la tierra con frenesí, haciendoun llamado a todos los ancestros de una

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raza tan misteriosa como la noche.Cuando hubo terminado cayó de rodillassobre el suelo y me pareció ver que losárboles se inclinaban hacia él, rindiéndolesus respetos. El universo que loacompañaba se había detenido mientrasél respiraba calurosamente, apoyando lafrente sobre la palma de la mano. El violínencantado yacía inerte junto a él,felizmente agotado. Yo no podía siquieraparpadear. Había vivido una vida en unmomento y no recordaba ni quién era.Fue entonces cuando levantó el rostro ysus ojos encontraron los míos. Másnegros que la más negra de las noches,hablaban mil lenguajes y ninguno. Losabían todo, y todo acerca de mí.Comprendí dónde había nacido la idea de

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que los gitanos raptaban a los niños: esejoven gitano acababa de raptar micorazón para siempre. Sentí que lasrodillas me temblaban cuando seincorporó y avanzó hacia mí, pero nopodía hacer nada más que mirarlo a élmirándome a mí. Su mano tibia tomó lamía sin decir una sola palabra y mecondujo al centro del claro donde estabael violín. Elevando su mirada hacia lasestrellas y sin soltar mi mano, sonrió. Nonecesitaba hablarme para que yocomprendiese lo que me estaba diciendocon su alma: el destino nos había reunido.Ésa fue la noche que conocí al padre demi hijo, la noche que conocí el verdaderoamor. Yo le pertenecía a él, y él a mí. Asíhabía sido desde siempre y lo sería para

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siempre; no había ninguna otraposibilidad. Habíamos sido uno desde elinicio de los tiempos, y uno seríamoseternamente, aunque habitásemos doscuerpos diferentes. Me reconocí en sumirada y él se reconoció en la mía. Nopodía, pues, ni quería regresar, perosabía que tenía que hacerlo. Aunqueaquella noche no cruzamos una solapalabra, estaba claro que me esperaría enel mismo lugar al día siguiente. Él mecondujo hasta el comienzo del bosqueque estaba frente a la casa de mis primosy, tomando mi mano, se la puso sobre elpecho a manera de despedida. Mis tíos yprimos estaban muy preocupados cuandoregresé y tuve que decirles que me habíaextraviado en el bosque pero que un

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amable campesino me había conducidode vuelta. Toda la noche soñé con eljoven gitano, contando los segundos paraverlo de nuevo.La tarde siguiente, fue él quien meencontró a mí: estaba esperándome muycerca del lugar donde el juego deescondidas comenzaba. Nos alejamoscon rapidez antes que alguien pudiesedescubrirnos y volvimos al claro delbosque donde nos habíamos visto porprimera vez. Descubrí que hablaba unlenguaje diferente, el lenguaje de losgitanos, pero podía entender lo que yodecía aunque yo no pudiese entenderlebien a él. Le dije mi nombre y aprendí queel suyo era János. Por medio de señasme explicó que los suyos acampaban en

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el bosque y que él solía alejarse del grupopara tocar el violín. Le pedí que volviese atocar para mí, pero él quería tener mismanos entre las suyas mientraspudiésemos estar juntos.Durante dos meses nos reunimos de lamisma forma. Para ese entonces,habíamos desarrollado una forma decomunicación que nadie más habríapodido comprender. Era una mezcla dellenguaje de los gitanos con el húngaro,acompañada por señas, expresionesfaciales y dibujos sobre la tierra. Esa tardede verano, János me dio mi primer besode amor, que era su primer beso también.Me estrechó largamente contra su pechoy me pidió que me fuese con él. Aunquelo deseaba más que nada, yo era aún

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muy niña y la idea de no volver a ver amis padres me asustaba. Estaba,también, el cofre de plata que debíaguardar con mi vida. No sabía qué tanseguro podía estar en un campamentogitano, siendo transportado de un lugar aotro. Le expliqué a János lo mejor quepude la misión que mi tía liona me habíalegado y él se quedó muy pensativo,mirando al firmamento. Al fin se puso depie y, tomando su violín, entonó lacanción más triste que yo hubieseescuchado jamás.Las cuerdas del instrumento lloraban consagrada pasión y comprendí que Jánosquería decirme algo acerca del cofre queme había dado mi tía liona. El vaivén desu cuerpo volvió a arrebatarme el corazón

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una vez más, llevándome a una época enla que yo no había nacido. La melodíahablaba del dolor del alma más pura yllena de misericordia en medio de un granclamor de masas. La arena recibía laslágrimas de quienes lo amaban, mientrasun madero se teñía de sangre; la sangrede aquél que sufría, la sangre de aquélque estaba libre de pecado. El canto delviolín nos arrancaba lágrimas tanto aJános como a mí: contaba la historia de lacrucifixión de Nuestro Señor a través delsentir de los gitanos. Con los negros ojoshumedecidos, János me mostró laspalmas de las manos. Ambas teníanmarcas de heridas que ya habían sanado.Como yo lo miraba con tal asombro meexplicó, esmerándose en ser claro, que

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los suyos se las hacían como parte de unjuramento de fidelidad a Cristo con losmismos clavos que lo habían sujetado almadero. Yo le pregunté cómo podía serque alguien aún conservase los clavos yél me contó que, movido por el amor másprofundo hacia Cristo, un gitano los habíarobado después que su cuerpo hubiesesido retirado de la criz. Los gitanos habíanguardado los clavos durante siglos conreverencia y adoración.Entonces János se sacó un largo cordónde cuero de dentro de la camisa. Talcordón siempre colgaba de su cuello ypermanecía oculto por su ropa: de élcolgaba una llave de hierro cuyo extremoinferior era tan afilado como la punta deun clavo. El extremo superior tenía forma

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de cru2, pero no era una cruz cualquiera:era la cruz Patriarcal, la misma queostenta el escudo de nuestros reyeshúngaros.-Ésta es la llave del cofre -dijo él.Yo lo miré atónita. Era incomprensible y,aun así, tenía todo el sentido de mundo.La magia que nos envolvía a János y a mílo hacía todo posible. Mi destino habíaestado cumpliéndose desde aquellanoche en que me había extraviado ycontinuaría desarrollándose junto a miamado. János procedió entonces arelatarme una serie de eventos de suconocimiento que habían venidoacercándonos poco a poco durantediecinueve siglos.Después de robar los clavos de Cristo, el

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gitano había regresado a casa llorandopor la muerte de su Señor y, en medio desu dolor, se había quedado dormido conlos clavos en la mano. Mientras dormía, elgitano había tenido un sueño en el queuna voz le decía que Cristo había deresucitar tres días después. La misma vozle advirtió que por tal motivo el demoniodesearía vengarse cobrando la sangre desus seguidores. Después de decirle eso,le pidió que fundiese los tres clavos concuatro partes iguales de hierro y que, detal mezcla, fabricase tres llaves afiladascon cabecillas en forma de cruz.-Esas llaves os protegerán tanto a ti comoa tu familia a través de los siglos. Sinembargo, habréis de desplazarosconstantemente por el mundo. Vuestra

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raza será perseguida e injustamenteacusada, pero tú y los tuyos seguiréissiendo fieles a Cristo Jesús. Veréis elmundo entero y la luna será vuestraacompañante. Seréis los primeros enconocer el gran plan siniestro de laoscuridad y seréis los encargados deguardar las llaves hasta que seanecesario usarlas.El buen gitano obedeció el mandato de lavoz y fabricó las tres llaves que, desdeese día, serían pasadas de generación engeneración entre los miembros de sufamilia. Aun así, el propósito ulterior detales llaves no le sería revelado a nadiehasta mucho después.Habían pasado casi doce siglos cuando,una noche, el hijo primogénito de la

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familia de gitanos que cuidaba las llavessalió a dar un paseo. El muchacho habíasido elegido por ambos padres como elportador oficial de los sagrados clavos y,sintiéndose muy honrado, fue a hacer unaoración al templo del Santo Sepulcro,pues estaban quedándose muy cerca deél. Al entrar el muchacho al templo ypostrarse ante la cruz, sintió que las llavesque colgaban de su cuello se elevabansolas, acercándose al madero ante el queoraba. El muchacho se retiró el cordón decuero en que llevaba las llaves para queéstas pudiesen seguir su curso,sorprendiéndose aún más al ver que elcordón flotaba por encima de su cabezapara ensartarse en el extremo superior dela cruz. El muchacho lo bajó con cuidado

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y volvió a ponérselo, pero lo mismo volvióa ocurrir una y otra vez. El joven gitanopor fin comprendió que las llaves queríanestar cerca del madero y, no sabiendoqué hacer al respecto, se quedó orandoun buen rato en el mismo lugar. Derepente sintió que una fuerte vibración seapoderaba de él y tuvo una hermosavisión. Su antepasado gitano, el buenladrón de los clavos, se le aparecíadiciéndole:-Los tres clavos y la cruz deben estarjuntos, pero no separados de ti. Yo fui unbuen herrero y tú eres un buen carpintero.Te llevarás el madero y de éste sacaráscinco piezas que, después de tallar, entres cofres meterás. Las dividirás de estaforma: la pieza más grande irá sola en un

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cofre y, en cada uno de los otros doscofres, meterás dos piezas.El muchacho gitano tomó la cruz delSanto Sepulcro y salió corriendo deltemplo, llevando consigo los tres clavos yla cruz. Al llegar a su casa, su padre lecontó que también había visto alantepasado gitano y que, por lo tanto, yasabía que él traería la preciada cruz. Suantepasado le había pedido también quefuesen al monte que estaba detrás delcampamento. Allí hallarían tres cofres deplata en cuyo interior debían meter lascinco piezas de madera. Sin perdertiempo, ambos caminaron en compañíadel hijo menor hasta lo más alto del montesin detenerse. Su ancestro no les habíamentido: bañados en el resplandor de la

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luna llena, dos cofres de plata del mismotamaño y uno más largo los estabanaguardando. Cada uno de los hombrestomó un cofre y lo llevó de regreso alcampamento. Esa noche, el jovenprimogénito dividió la cruz de madera encinco pedazos que labró ante la madreluna y, llegada el alba, los metió en loscofres como su antepasado se lo habíaindicado. Después, cerró cada uno con lallave que encajara en su cerradura.A partir de ese momento los gitanos seconvirtieron en los custodios de la divididacruz Patriarcal. No sabían que, poco másde quinientos años después, los cofrestendrían que ser repartidos y escondidospara que el demonio, sediento de sangre,no los pudiese encontrar.

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János me contó que alrededor del año1614 de la era de Nuestro Señor, susancestros gitanos comenzaron a seratacados por demoníacas criaturas delargos y afilados colmillos que llegaban alos campamentos en la mitad de la nochedejándolos desangrados y moribundos.Recordando la historia del buen ladrón delos clavos, que ya se había transformadoen leyenda, los antepasados de Jánosdedujeron que debía tratarse de lavenganza del demonio que le hubiesesido anunciada al noble herrero el día dela crucifixión de Cristo. Intuyendo que susagresores deseaban apoderarse de loscofres, la familia se dividió en tres,partiendo en direcciones diferentes. Cadarama se quedó con uno de los cofres,

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asegurándose de quedarse con la llaveque le correspondiera a otro: así, en casode que los vampyr los encontraran, nopodrían abrirlos.János ignoraba qué había sido del cofreque le correspondía cuidar a los suyoshasta que le hablé del regalo que mehabía hecho mi tía liona. El últimomiembro de su familia que lo había tenidohabía sido su bisabuelo, que nunca habíaquerido decirle al abuelo de János a quiénse lo había entregado, posiblemente conla intención de protegerlo. Mi amadoestaba convencido de que la llave queacababa de enseñarme abriría el cofreque yo guardaba dentro de mi arca, y yoera de la misma opinión. Acordamos queesa noche me esperaría a la entrada del

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bosque. Yo acudiría a su encuentrollevando el cofre de plata cuando todos enla casa se hubieran dormido. Así fue:esperé con impaciencia a que reinase elsilencio en la casa para saíirme de lascobijas; saqué el cofre del arca y,envolviéndolo en un chai, me escabullípor la puerta trasera y corrí a través deljardín sin mirar atrás hasta alcanzar elbosque. Allí estaba aguardándome migitano, con los ojos brillantes de emoción.Sentí que su corazón palpitabaviolentamente dentro de su pecho cuandome acercó a él para abrazarme.-Cásate conmigo esta noche, Vivéka -medijo, besándome las manosamorosamente-. Yo te amo y tú me amas.-Sabes que tendré que regresar de todas

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formas -le dije, hallándome casi al bordede las lágrimas.-¡No importa! -respondió-. Yo te seguiré adonde quiera que vayas. Mi alma tepertenece, niña. Dime que serás miesposa. Di que sí, por favor.¿Cómo rehusarme a ser eternamentesuya cuando ya lo era?János y yo partimos rumbo alcampamento gitano llevando el cofre deplata con nosotros.-Mi familia nos espera -dijo él—. Estánansiosos por conocerte.Caminamos alrededor de cuarentaminutos esquivando la maleza en mediode la oscuridad. János conocía el bosquepalmo a palmo, era obvio. Me guiaba conuna facilidad que sólo habría tenido un

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espíritu de la naturaleza.-¿Cómo es que no pierdes el rumbo? -lepregunté.—Un gitano nunca se pierde, niña-respondió, riendo.La felicidad que sentía a cada instantejunto a János hacía que cualquier miedoque pudiese tener se desvaneciera porcompleto. Sabía que, mientras estuviera asu lado, estaría segura. Iba a convertirmeen su esposa y la dicha me embargaba.Desde que lo había conocido, mi vida sehabía convertido en un fantástico relatoque ningún cuento de hadas podíaigualar.Cuando alcanzamos el lugar delcampamento, János puso el cofre sobre latierra y, tomándome de la mano, anunció:

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-Éste es mi hogar, Vivéka. Bienvenidaseas.Una fogata iluminaba la carreta queestaba sujeta a un árbol. Dos caballospastaban tranquilamente entre lassombras y una hermosa mujer se peinabafrente a la gran tienda que habíanlevantado.-¡Madre! -exclamó János-. ¡Hemosllegado!La mujer elevó sus ojos negros hacianosotros y se incorporó, abriendo losbrazos y sonriendo con expresión deamor. János me tomó de una mano,llevando el cofre bajo el otro brazo, yambos corrimos hacia donde ella estaba.Pronto nos vimos rodeados de variaspersonas que hablaban en ese lenguaje

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gitano que yo apenas comenzaba aaprender. Todos me daban la bienvenidacon sus hermosas sonrisas blancas,elevando las manos hacia el cielo. Jánosme tomó por la cintura y los demásescucharon con atención:-Ésta es Vivéka; mi amor, mi único amor.Esta noche nos casaremos y seremosuno para siempre.Los gitanos lanzaron exclamaciones dejúbilo y volvieron a rodearnos, entonandouna alegre canción y palmeando con lasmanos. Tres mujeres me tomaron por losbrazos y me llevaron al interior de latienda, sin dejar de cantar. Una de ellasera la madre déjanos, quien, hablandouna rústica lengua húngara, me dijoriendo:

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-Serás mi hija desde esta noche.Empezaremos los preparativos para laboda.La tienda era amplia y estaba bienamoblada. Había hermosos cojinesbordados de colores por todo el marcointerior; varias alfombras mullidas cubríanel suelo y los acolchados lechos quehabían dispuesto de forma hexagonalevocaban imágenes de sueños mágicos ysabias premoniciones. Un sinfín decampanillas de todos los tamaños colgabadel techo de la tienda, completando consus sonidos la atmósfera de un hechizoque era a la vez fantástico y cotidiano.Las tres mujeres me instalaron sobre untaburete tallado que estaba colocadofrente a un amplio tocador y procedieron a

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peinarme y perfumarme en medio decantos y rezos gitanos. La más joven delas tres, que más adelante descubrí era lahermana menor déjanos, encendió untrozo de madera aromática y lo paseó portodos los contornos de mi cuerpo.-Para la buena suerte -explicó en unhúngaro un poco mejor que el de lamadre.Yo estaba embelesada con el mundo alque había sido transportada. El embrujogitano flotaba en el ambiente y mecontagiaba de su apasionada belleza. Mepusieron sobre la cabeza un velobordeado de diminutas monedas quecascabeleaban con mis movimientos, yme amarraron alrededor de las caderasun chai de suave lana multicolor, Después

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de esto, me empujaron entre juegos fuerade la tienda, donde los hombres nosaguardaban cantando y tocando el violínalrededor del fuego. Al verme, los ojos deJános se encendieron con amor.-Ésta es la hija de la luna que el destino teregala, János -cantaban las mujeres.-Éste es ei hijo de la noche que el destinote regala, Vivéka -cantaban los hombres.János y yo quedamos parados el unofrente al otro junto al fuego. Las mujeresse hicieron detrás mío y ios hombresdetrás de mi amado, y se dio inicio a laceremonia. El padre de János se paróentre nosotros con un saco de cuero delque extrajo algo que echó a la fogatapronunciando una oración. El olor quellegó hasta mí confirmó que una mezcla

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de hierbas dulces y amargas estabasiendo ofrendada al fuego en nombre denuestra unión. Luego, la madre de Jánosesparció cenizas de algo que jamás supequé era sobre ambos y, tomando unamano de János y una mía, las sostuvocon las palmas hacia arriba mientras elpadre nos hacía un corte a cada uno conun puñal de plata que había puesto sobrelos carbones de la hoguera unos minutosantes. No sentí miedo ni me dolió. Nopodía dejar de sentir ese amor y esapasión por mi amado. La madre déjanosunió nuestras palmas heridas elevando unrezo a los cielos, y él, acercándose, mebesó ante todos sus familiares,convirtiéndome así en su esposa y suhermana de sangre. Los gitanos soltaron

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una exclamación de gozo al unísono y,aplaudiendo, comenzaron a cantar, bailary tocar sus violines,János me envolvió en sus brazos y unavez más sentí el palpitar de su pechocontra mi rostro. No cabía en mí mismade la felicidad. Así nos quedamos un largorato regalándonos el más dulce amor.Luego me elevó en sus brazos y me llevóal interior de la tienda, mientras los demáscontinuaron adornando la noche con sualgarabía. Un par de horas antes queamaneciera, János me despertóbesándome en la frente.-Es hora de que regresemos, esposa -medijo.Yo no quería separarme de él y se lo dije.La dicha que vi en los ojos de mi amado

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gitano aún me duele, porque mi miedo meobligó a partir de todos modos.-Todas las noches estaré esperándote enel mismo lugar hasta que tú aparezcas-me dijo, bajando la mirada.Nos vestimos en silencio. Aún podíaescuchar el alegre canto de los gitanos enel exterior de la tienda.-Antes de llevarte de vuelta a casa de tusprimos, hay algo que debemos hacer -dijoJános, y acercó el cofre de plata hasta ellecho donde yo estaba recostada-. Ábrelo-dijo, entregándome la llave.Los dedos me temblaban mientrasinsertaba la llave en la pequeñacerradura.Entonces János levantó la tapa y unsublime sentimiento nos embargó. Allí, en

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el interior del cofre, estaban los dospedazos de madera tallada, despidiendoaún después de tantos siglos todo el amory el sufrimiento de la divina sangre quelos había tocado. Cuando por fin seencontraron nuestros ojos, noté queambos habíamos llorado por igual.-Guárdalo tú, János -le dije-. Siento queeste cofre ha encontrado en ti suverdadero guardián.Cerré suavemente la tapa sobre las dosafiladas estacas de madera bendita yretiré la mano. Mi amado tomó el cofre sindecir una sola palabra y lo depositó concuidado dentro de su baúl depertenencias. Después de echarle llave,me ayudó a incorporarme y me guió fuerade la tienda. Los gitanos estaban muy

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apesadumbrados con mi inminentepartida, pero les prometí que regresaríatodas las noches a partir de esemomento. János y yo nos despedimos alfrente de la casa de mis tíos sintiendo aúnmás amor del que hubiéramos sentidojamás.-Hasta mañana en la tarde, esposa -dijoél, despidiéndose.—Hasta mañana en la tarde, esposo-respondí.Aquél que no haya conocido el verdaderoamor no podrá comprender jamás lafuerza que me movía desde lo másprofundo del alma. No hay mancha en míni jamás la habrá, porque el amor quesentí por mi esposo desde el primermomento en que lo vi es el más sagrado y

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hermoso de todos los sentimientos, y asíes el suyo por mí. ¡János! ¿Dónde estás,esposo mío?Mi gitano y yo seguimos pasando juntoscada tarde en el claro del bosque, y cadanoche en el interior de la tienda delcampamento de los gitanos. Nadiedescubrió mis andanzas secretas enningún momento hasta el día en que tuveque regresar a casa de mis padres en elotoño. János seguiría el coche que mellevaba de vuelta a Buda y yoescaparía de casa noche tras noche paraestar con él donde estuviese acampando.Así pasamos más de un año. Mi amadose ganaba el pan tocando el violín en lascalles de Buda y en las noches yo llevabaal bosque una canasta con alimentos para

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que pudiésemos cenar juntos antes deacostarnos a dormir unas pocas horas eluno en brazos del otro, aun cuandosiempre regresaba a mi cama antes delamanecer. Creo que desde que uní misangre a la de János tuve queconvertirme en gitana porque, si antes erahábil para escabullirme dentro y fuera dela casa, después de eso había casiadquirido el don de la invisibilidad.Un día János me dijo que iba a poner unpequeño bazar en la ciudad; allí adivinaríala suerte de los transeúntes y vendería lasartesanías de madera que tallaba contanta maestría. A mí me pareció una granidea, sobre todo porque podría pasar avisitarlo alguna que otra tarde cuando mispadres me permitieran acompañar a

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Úrsula a comprar víveres. Sabía que laintención de János era ahorrar algo dedinero para construir su propia tienda yasí ofrecerme más comodidad en las fríasnoches de invierno. Mi corazón sufríapensando en el frío que mi amado debíapasar mientras yo estaba cadamadrugada calentándome en la tibia casade mis padres.Por fin había reunido el valor suficientepara huir con él, pero no teníamos dineropara sobrevivir si nos íbamos.Tendríamos, al menos, que esperar a quellegase la primavera para marcharnos deBuda y reencontrarnos con su familia.¡Cuánto deseaba no haber regresadonunca a casa! Aun así, ya era muy tardepara dar marcha atrás y sólo podíamos

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consolarnos en el hecho de estar juntos.Mis padres son en extremo cuidadososcon el dinero y nunca tuve oportunidad detomar una sola moneda de sus arcas. Sihubiera podido hacerlo, János y yo noshabríamos fugado en ese preciso instantey jamás habríamos conocido al malvadoGábor Székely.Una noche encontré a János muypreocupado. Ya había instalado supequeño puesto en las calles de Buda yhabía vendido algunas piezas de madera.Había logrado reunir una módica suma dedinero, pero aún no era suficiente paraadquirir los materiales con los que armaruna tienda de buena calidad.-Hoy recibí una visita extraña, Vivéka -medijo—. Debían ser las dos de la tarde

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cuando un hombre alto comenzó a miraruna por una las artesanías que habíapuesto en venta. Su semblante mezquinome puso sobre aviso, y sentí que algo noandaba bien."El hombre al fin me preguntó cuántocostaba una de las piezas y, al decirle yoel precio, se echó a reír."-No eres muy sagaz para ser un gitano...-me dijo-. Aunque, pensándolo bien, eresmuy joven aún. ¿Cuántos años tienes,muchacho?"-Diecisiete -contesté yo, queriendoponerle fin a la conversación."-Podrías hacer mucho dinero si así loquisieras -dijo él, tratando de picar micuriosidad-. Claro está, si pudierasayudarme a encontrar lo que busco.

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"Yo fingí afinar mi violín tranquilamente,pero lo cierto es que el hombre me estabaponiendo muy nervioso sin que yosupiese por qué."-¿Y qué busca el señor? —le pregunté,deseando parecer casual."El hombre me miró y dijo, sin poder evitarque una sonrisa torcida surcara su rostro:"-Busco un par de trozos de maderaantigua."Fue como si me hubiese dado un golpeen medio del pecho."-Los hay por todas partes, señor -atiné acontestar."-Estos son especiales. Fueron talladospor un gitano hace mucho tiempo. Estaríadispuesto a pagar lo que fuera por ellos.Te daría incluso una buena suma de

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dinero por cualquier información quepudieras darme acerca de su paradero-dijo él, escudriñándome con mirada fría.Estoy seguro de que lo que deseaba eradescubrir si yo sabía de lo que hablaba ono."-Tendrá que ser más específico si quiereque lo comprenda, señor. ¿Podría darmeuna descripción más detallada de losartículos que desea adquirir? ¿Tal vez elnombre del artesano que los talló? -lepregunté."-Sé que están guardados en un cofre deplata, pero ignoro el nombre del gitano encuestión. Lo que si sé es que tú debestener hambre y que vosotros los gitanosos guardáis las espaldas los unos a losotros. Voy a darte un consejo, muchacho:

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no seas necio. El invierno es largo y duro,y yo tengo mucho dinero. Averigua quiéntiene el cofre del que te hablo y te harérico. Volveré en una semana. Tal vez paraese entonces hayas conseguido algunainformación en cuanto a su paradero. Terecompensaré con generosidad."Y, así, sin decir más, se marchó. Nopude trabajar en lo que restó del día,esposa. Saber que ese hombre anda trasel cofre me ha dejado muy intranquilo.Yo también me preocupé en extremocuando escuché la historia de János yambos agradecimos el haber dejado elcofre con su familia, pues habría sido muyfácil que alguien se apoderase de él enmedio de la noche si lo tuviéramos en elbosque.

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-No te preocupes -le dije, abrazándolo-.Ese hombre no tiene forma de sabersiquiera que tú hayas visto esos dostrozos de madera alguna vez en la vida.-No estoy seguro, Vivéka. A mí mepareció que sí lo sabía.Esa noche ninguno de los dos pudoconciliar el sueño a causa del frío y deldesasosiego. ¿Quién sería ese hombre ypara qué querría apoderarse del cofre?El hombre no había vuelto al puesto deJános, lo que hizo que nuestra inquietuden cuanto al cofre aumentara. Un mesdespués, descubrí que estabaembarazada. Teníamos que huir cuantoantes, pero viajar hasta donde estaba lafamilia de János en medio de tan crudoinvierno habría sido casi como ir al

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encuentro de una muerte segura. Jánosno había vendido una sola pieza en eltranscurso de las últimas semanas y lasgentes se mostraban cada vez menosgenerosas con los músicos callejeros amedida que avanzaba el invierno: nuestrasituación se estaba poniendo cada vezmás desesperada con el paso de los días.Una tarde fui a ver a János mientrasÚrsula hacía las compras. Hablaba con élal tiempo que simulaba admirar lasartesanías que había puesto en venta,cuando el cielo se ennegreció mucho másde lo habitual. Ambos miramos haciaarriba esperando ser sorprendidos poruna tormenta. En vez de ello, fuimossorprendidos por la repentina visita delhombre que había estado preguntando

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por el cofre de plata, Supe que se tratabade él en cuanto lo vi: llevaba el negro peloatado en una coleta y sus cejasnaturalmente arqueadas le daban unaapariencia cruel. Detrás de él, una mujerde cabellera del color del vino tinto nosobservaba con detenimiento. Su miradaencerraba tanta maldad que sentí que meparalizaba del terror, y no pude evitar quela pieza tallada que sostenía en la manose me resbalara de los dedos, cayendo alsuelo y rodando hasta el borde de susnegras faldas. La mujer poseía la agilidadde un felino: antes que pudieseacercarme a recoger la pieza, ella ya lahabía tomado entre sus manos y se habíapuesto frente a mí, clavando sus ojos enlos míos.

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-Una mujer encinta no debe esforzarse-dijo, depositando la pieza labrada sobrela mesita que sostenía las demásartesanías.-C... ¿Cómo dice usted? -balbucí, perosabía exactamente a lo que se refería:había adivinado mi estado nada más conmirarme a los ojos. Yo tenía poco más deun mes de embarazo y por lo tanto eraimposible que alguien hubiese notado quealbergaba un niño en mi vientre sóloobservando mi figura, pues mi cuerpo aduras penas si había cambiado.La mujer se limitó a mirar a János, y ledijo:-¿Qué va a hacer un pobre gitanillo comotú para alimentar una familia? La gentepaga muy poco por las bonitas tallas de

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los artesanos en estas épocas.János se levantó rápidamente de sutaburete y se puso frente a mí, encarandoa la mujer. Mi esposo temblaba y noté quehacía un gran esfuerzo por contener larabia que sentía.-¿Qué quieren? -preguntó. No podía verleel rostro porque estaba escondiéndome asus espaldas, pero supe que sus ojosgitanos estaban encendidos como un parde carbones.La mujer soltó una risa triunfal y dijo,haciéndose a un lado:-Deseábamos saber si habías obtenidoalguna información al respecto del cofreque mi amigo había mencionado en suvisita anterior, pero... ya no va a sernecesario. Vamonos, Székely.

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El hombre curvó sus labios en una sonrisadesagradable y ambos se dieron la vuelta,alejándose por la calle y subiendo a uncoche negro de madera enlacada quedesapareció antes quéjanos o yopudiésemos decir nada. Asustada, mepegué a su cuerpo, y él me rodeó con susbrazos mientras el cielo se despejaba.-Vampyr -dijo János por entre los dientes,respirando como un toro.De repente ambos fuimos conscientes deque estábamos abrazándonos en plenavía pública y nos alejamos bruscamenteantes que Úrsula fuese a sorprendernos.Sentí que mi corazón se encogía.-Tengo mucho miedo, János -susurré.-Yo también, Vivéka -dijo-. Nos handescubierto. ¡Temo por ti, por nuestro hijo

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y por el cofre de plata que es nuestrodeber resguardar! No debes venir albosque esta noche. De hecho, no creoque sea prudente que salgas de la casade tus padres en algún tiempo.-¡Pero, János! -dije, sintiendo que los ojosse me encharcaban. No podía soportar laidea de dejar de ver al padre de mi hijo unsolo día.-Será mejor así -dijo él, tratando deparecer fuerte, pero yo sabía que estabasintiendo tanto dolor como yo-. Además,no quiero que te expongas más a losrigores de las noches del bosque, ymenos aún en tu estado. Debo protegerte,esposa mía.-No puedo estar sin ti, János -dije,sollozando-. Además: ¿cómo

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sobrevivirás?-Soy gitano -dijo él, tragando en seco-. Yame las arreglaré.Quise echarme a llorar en sus brazos. Sumirada reflejaba la infinita tristeza quellevaba por dentro.-¿Adonde irás, amor? —pregunté,desconsolada.—Intentaré cabalgar hasta elcampamento de mis padres. Sé que si meesfuerzo lo suficiente podré llegar en dosdías. Tengo que alertarlos acerca de losvampyr y encontrar un lugar seguro paraesconder el cofre.-¡Iré contigo! -exclamé.-¡No, Vivéka! ¡Yo soy fuerte y podréresistir el viaje, pero tú no! Te necesitoviva; viva para estar conmigo siempre.

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¡No podría soportar el dolor de perderte ymenos por algo tan estúpido comohacerte atravesar valles y montañasescarpadas en medio de inclementesborrascas y ventiscas! No, amor mío. Túte quedarás en casa de tus padres hastaque yo regrese por ti en la primavera.Entonces escaparemos... y seremosfelices para siempre.-¡Todo esto fue un error de mi parte,János! -dije, tratando de no llorar más,pero era imposible—. ¡Nunca debíretornar a casa de mis padres! ¡Hemosdebido quedarnos con tu familia desde eldía en que nos casamos!—Lo sé, pequeña mía. Pero nadaganamos con lamentarnos ahora.Estaremos juntos en la primavera cuando

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regrese por ti y ya jamás volveremos asepararnos. Eso te lo juro.—¡No te vayas, János, por favor! -lesupliqué-. Tengo demasiado miedo deque algo pueda pasarte, ¡temo nunca másvolver a verte!

János tomó mi mano en un acceso deamor y terror a la vez.-Es nuestra responsabilidad evitar que elenemigo se apodere del cofre. ¡Es lamisión que Dios nos ha dado y debemoscumplir con nuestro destino! Además, mematarán si me quedo, Vivéka. ¡Sonvampyr] ¡Los mismos que mataron a misancestros, los mismos que te perseguíanen tus pesadillas! Existen, amor mío, sonreales. Y ahora están tras nosotros. No

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puedo regresar al bosque, partiré hoymismo al atardecer.-¿Qué comerás? -le pregunté con un hilode voz. Sentí que las fuerzas meabandonaban ante la inminentedespedida de mi amado.-Hoy vendí una pipa. No me dieron muchopor ella, pero será suficiente como paracomprar algo para el camino -dijo,enrojeciendo ostensiblemente. Estabamintiendo-. De todas formas, estaré bien.Comeré hasta la saciedad cuando llegueal campamento.En ese momento vislumbré la distantefigura de Úrsula que se acercaba desde laesquina opuesta de la calle.-¡János! —exclamé, sin dejar de mirarlo alos ojos. Vi que los suyos también se

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llenaban de lágrimas.-Volveré, amada de mi alma. Volveré porti -dijo-. Prométeme -agregó, sin soltar misdedos-, prométeme que en ningúnmomento te quitarás tu crucifijo. Júramelo!-¡Te lo juro, János! -dije, sollozando-.Júrame que serás cuidadoso! ¡Júrameque vendrás por mí y por nuestro hijo!-Te lo juro, amor mío —dijo, apretándomela mano con fuerza—. Regresaré. ¡QueDios te bendiga, Vivéka!Úrsula estaba ya a pocos metros denosotros.-¡Que Dios te bendiga, János! -dije, y medi la vuelta para limpiarme los ojos antesde ser descubierta por la empleada demis padres. Creí que iba a desmayarme.El dolor de separarme de mi amor era

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demasiado; no pude siquiera volver aelevar los ojos para mirarlo una vez más.-¡Señorita! -exclamó Úrsula-. ¿Qué tiene?¿Le ha hecho algo ese horrible gitano?—¡No! -lloré, deseando darle unabofetada por insultar a János y su razagitana-. ¡No me ha hecho nada! ¡Sólo meha entrado polvo dentro de los ojos!-¡Pero, niña! ¡Se ve usted fatal!-¡Te he dicho que no me pasa nada!—grité-. ¡Ahora, vamonos! ¡Vamonos yamismo!Tenía que alejarme lo más pronto posibleo mi amor por János haría que medevolviera corriendo a él para no soltarlojamás.-Está bien -dijo Úrsula algo molesta, puesnunca me había escuchado gritar—.

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Como usted diga, señorita Kamény.Acto seguido, apuró la marcha hacia elcoche y yo caminé a su lado con los ojosfijos en la calle empedrada. En cuanto nossubimos al coche no pude más, y rompí elsilencio con mis ahogados sollozos.-¡Por favor, señorita! —pidió Úrsula-.¡Dígame qué le ocurre!Yo hice caso omiso de sus palabras ysalté fuera del coche para emprender unacarrera enloquecida hacia el puesto deJános. Cuando llegué al lugar dondeusualmente estaba su mesita caí derodillas, echándome a llorar sobre elpavimento. Mi amado, mi gitano, mi Jánoshabía desaparecido sin dejar rastroalguno. Desde ese oscuro día deprincipios de enero no lo he vuelto a ver.

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Úrsula corrió tras de mí y me dio alcancesólo para encontrarme sumida en el másprofundo dolor. Trató de obligarme alevantarme del suelo, pero sus esfuerzosfueron inútiles, tuvo que ir a buscar alcochero para meterme al coche entre losdos. Mis padres me castigaron por miconducta escandalosa, que les había sidoreferida en detalle por Úrsula, pero yanada me importaba: János había partido.Todos los interrogatorios a los que fuisometida fueron en vano, nadie logróarrancarme una sola palabra al respectodel episodio de aquel día. Mi padredecidió que debía permanecer confinadaen mi habitación hasta que les ofrecierauna explicación satisfactoria, y así pasévarios días llorando ininterrumpidamente

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hasta que mi madre mandó a llamar almédico, un tal doctor Goldberg.Mi tristeza era tal que lo dejé examinarmecomo si mi alma ya no habitase micuerpo. Cuando hubo terminado, elgaleno me preguntó, mirándome a travésde unas redondas antiparras:-Y sus padres... ¿ya saben que espera unhijo?La pregunta del hombrecillo pelirrojo medejó sentada sobre la cama.-Doctor Goldberg... se lo suplico...-balbucí.-¡Así que no lo saben! -exclamó con unamueca de agria satisfacción.-No sería usted capaz... -dije.-¡Habrase visto! -exclamó con fingidaindignación-, ¿Está usted pidiéndome que

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traicione la confianza que su señor padreha depositado en mí?-¡No se lo diga a mis padres! ¡Se lo ruego!-lloré.-¡Ni más faltaba! -dijo-. No tiene ustedningún sentido de la moral, señoritaKamény... bueno, no debería siquierallamarla señorita. Tengo que cumplir conmis obligaciones de médico. Iré a darlesla noticia a sus padres de inmediato.-¡No! -grité, interponiéndomeviolentamente entre el galeno y la puerta-.¡No lo haga, doctor! ¡Tenga compasión demí, por amor a Dios!-¿Dios? ¿Cómo puede hablar usted deDios? -preguntó y, haciéndome a un lado,no sin brusquedad, salió de la habitaciónen busca de mis padres.

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Nunca había tenido tanto miedo como enese momento. Mi padre siempre fue unhombre férreo y yo no podía ni queríaimaginar cuál sería su reacción ante lanoticia de mi embarazo. A mi madre, porsu parte, lo que más le ha importado todala vida ha sido guardar las apariencias.Sabía, por lo tanto, que estaba perdida.No esperaba que mi padre fuese capazde tal violencia, aunque debería haberlointuido, teniendo en cuenta la portentosacarrera militar que ostenta. Los golpesque me propinó deberían habernosmatado tanto a mí como a la criatura. Porfortuna, me desmayé casi en cuantohabía comenzado a desahogar su iracontra mí, y mi hijo y yo sobrevivimosgracias a lo que aún considero un milagro.

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No fui capaz de mover un solo dedo enmás de una semana. Cuando pude por finabrir bien los ojos, mi madre estabamirándome, sentada al pie de mi lecho.Su expresión era amarga y sombría, y eltono de su voz estaba desprovisto decualquier dejo de ternura o piedad:-Nos has decepcionado, Vivéka -dijo-. Noeres más que una mu-jerzuela.-¡Madre! -gemí, adolorida-. ¿Es que ya nome quieres?-No, Vivéka -dijo secamente-. Ya no.Antes, cuando creía que eras unamuchacha digna de tu cuna y de tucrianza, te quise muchísimo. ¡Cuánto tequise, Vivéka Kamény! Pero ahora... no teconsidero más mía que la más vil de laspordioseras de Pest.

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Lloré amargamente por entre mispárpados hinchados, más herida por ladureza de mi madre que por la paliza queme había dado mi padre.-Mamá... ¡Mamita, no me hables así!—lloré.Mi madre guardó silencio unos instantes yal fin preguntó, con un tono de voz queme heló el corazón:-¿Quién es el padre de tu hijo, Vivéka?Yo dejé que las lágrimas corrieran por mirostro entumecido.-Su nombre es János -dije, sin moverme-.Me he casado con él.-¡Casado! -exclamó mi madre,poniéndose de pie-. ¿Dónde? ¿Cuándo?-Cuando estaba en casa de mis primos,hace más de un año. Nos casamos en el

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bosque... en el campamento.-¿De qué demonios hablas, VivékaKamény? ¿Qué campamento? -preguntómi madre a gritos.Yo no podía parar de llorar. Mi madre mesacudió frenéticamente.-¡Respóndeme! -ordenó-. ¿Es que no meoyes? ¡Habla de una maldita vez!-¡En el campamento de su familia!-exclamé-. Ellos... ellos son...La voz se me quebró. Mi madre se quedómuy quieta, como si se hubiesetransformado en una estatua.-Gitanos -dijo ella, terminando mi frase-.Llevas en tu vientre la semilla de ungitano.Sus dedos tiesos se aflojaron, soltandomis brazos.

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-Te maldigo, Vivéka -dijo, dándome laespalda-. Los maldigo a ti y a esaabominación que llevas dentro.-Amo al padre de mi hijo -fueron lasúnicas palabras que pude pronunciar.-¿Qué has dicho? -preguntó ella,encolerizada-. ¿No repudias al hombreque te ha deshonrado?-¡No, madre! -exclamé-. ¡Mi hijo es unabendición para mí!-¡Cállate! -gritó-. ¡Tu hijo es el hijo deldemonio! ¡Eres una desgracia para tufamilia y para tu sangre!-¡Mi sangre es ahora la sangre de miesposo, y la suya corre por mis venas!-respondí.-Sangre gitana -murmuró mi madre,temblando-. ¡Más te valdría haber unido tu

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sangre con el mismísimo Lucifer! Temataría, Vivéka, si lo creyese castigosuficiente para lo que has hecho.—¡Madre! -exclamé, sollozando—. ¡Soy tuhija!-Reniego de ti, Vivéka Kamény. Desdeeste momento no eres hija de nadie -dijo,y me escupió en el rostro.Después de esto salió de mi habitación,echándole llave por fuera. Yo meentregué al más amargo de los llantos.Mis padres jamás me perdonarían por loque había hecho. Me habían encerradoen mi habitación para asegurarse de queno pudiera huir. ¿Qué sería de mí y de mihijo?Varios días pasaron hasta que alguno demis padres volvió a mis aposentos. Una

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vez al día Úrsula me llevaba algo decomer, pero yo apenas si podía tocar losalimentos. Una mañana, la puerta se abrióy escuché la voz de mi padre diciéndome:-Levántate.Yo me incorporé de la cama como pude yél dio un paso hacia mí. El recuerdo de laúltima vez que lo había visto me puso atemblar.Mi padre me observó con desprecio y dijo:—Pensé en abandonarte a las afueras dePest para que tú y tu hijo perecieran deuna buena vez, pero has tenido un golpede suerte: tu madre te ha encontrado unesposo.El terror se apoderó de mí.-Padre... -comencé a decir, pero él meazotó el rostro con tal fuerza que caí al

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suelo.—¡No me llames así! -gritó-. ¡Tú no eresKamény!-Padre, ¡se lo suplico! -dije, a pesar delmiedo que sentía-. ¡Escúcheme, porfavor!-Ya sé todo lo que necesito saber de ti-dijo él, limpiándose el sudor de la partesuperior del labio con el dorso de lamano-. ¡Has cometido un pecadoimperdonable, manchando para siempreel buen nombre de esta familia! Sinembargo... aí parecer, alguien estádispuesto a recibir los inmundos despojosdel gitano a quien te entregaste -agregó,con un destello de odio en los ojos.-Padre, por Dios... -balbucí, tragando enseco-. Apiádese de mí...

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-Te casarás con quien te lo mandemos.Está decidido -sentenció.-Pero, padre... -me atreví a decir, bajandola mirada-. Ya me he casado.-¡Casado! -murmuró, encolerizado-. ¡Conun gitano! ¡Cállate, blasfema, o norespondo por mis actos! Esa unión notiene validez ante los ojos de Dios. ¡Loque has hecho es maldecirte!Yo rompí a llorar.-¡Entonces abandóneme a mi suerte!¡Déjeme ir, por favor! ¡No me obligue acasarme!Mi padre me miró con frialdad.-No tienes derecho a pedirme nada.Harás lo que se te ordena. La vida te hapresentado la oportunidad de, al menos,salvar el nombre de esta familia que,

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contigo, ha muerto. Agradece que no teencerremos a morir lentamente en unclaustro. Mañana vendrá a verte elhombre que se hará cargo de ti y de tucondenado hijo. Espero por tu propio bienque te muestres dócil. No se hable más-dijo, y salió de la estancia.Presa de la desesperación, me acerqué ala ventana y descorrí las cortinas,examinando el exterior. No podríaescapar: mi habitación quedaba en elpunto más alto de la casa y el techo erademasiado inclinado. Si me arriesgaba ahacerlo, podía morir en el intento.Además, no podía fiarme de la agilidad demis músculos adoloridos. Me miré elabdomen. Ya se vislumbraba la leve curvade mi embarazo. ¿Dónde estaría mi

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amado János? ¿Habría sobrevivido elduro viaje que se había propuesto hacer?Me quedé dormida rezando para que Dioslo protegiese.Al día siguiente Úrsula fue a mi habitacióna lavarme y peinarme. Lo hizo en silencio,pero podía sentir en cada uno de susmovimientos que ella también medespreciaba.Cuando estuve lista, abrió la puerta de mihabitación y me dijo tajantemente:—La están esperando en el salón.Yo descendí las escaleras con lentitud sinque ella me quitase los ojos de encima.Una vez me hubo escoltado hasta elsalón, se hizo a un lado. Por poco medesmayo: sentado al frente de mis padresestaba el hombre que había ido al puesto

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de János preguntando por el cofre deplata.-¡Usted! —chillé, aterrorizada.-Éste es el señor Gábor Székely -dijo mimadre—: tu futuro marido.Antes que pudiese darme la vuelta ycorrer gradas arriba, mi padre se levantóy, llevándome por la fuerza, me obligó asentarme en el sillón junto a Székely.-¿No niegas, entonces, que lo conoces?-preguntó mi madre con una miradainsondable.Yo no entendía qué ocurría.-¿Qué hace usted aquí? -le pregunté aSzékely, ignorando la pregunta de mimadre.-¡No seas impertinente, Vivéka! —gritó mipadre, furibundo—. Este hombre se ha

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ofrecido a darle su nombre al bastardoque esperas. ¡Lo menos que merece esun poco de respeto!-No se preocupe, señor Kamény -dijo él,fingiendo afabilidad-. No esperaría menosde la cómplice de un gitano.-¿Cómplice? -pregunté, llena de ira-.Esposa, querrá usted decir.Mi padre se acercó hacia mí levantando lamano, pero Székely lo detuvo.-Muy pronto su hija estará casadaconmigo según las leyes de la Iglesia ytodas las pamplinas que ese gitano le hametido en la cabeza pasarán a ser sólo unmal recuerdo. Esta niña es demasiadojoven como para comprender loscrímenes que esos villanos la hanobligado a cometer... -luego, mirándome,

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prosiguió-: Sus padres y yo hemosllegado a un acuerdo: a cambio de unapequeña dote, yo me casaré con usted yreconoceré a su hijo, salvándolos de ladeshonra.Sentí que la sangre me ardía en lasvenas. Hubiese deseado escupirle enpleno rostro, pero sólo me habríaperjudicado a mí misma. ¿Qué hacía esehombre horrible en mí casa? ¿Cómo mehabía encontrado y por qué queríacasarse conmigo?-El señor Székely nos ha contado que leayudabas a ese gitano miserable arobarles a sus clientes, distrayéndolos conobscenos coqueteos -dijo mi madre convoz aguda-. ¡Hasta el carnicero te habíareconocido! Todos sabían que nuestra

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hija andaba por las calles de Buda con ungitano, ¡todos, menos nosotros! Fue asícomo el señor Székely llegó hasta aquí,¡preguntando por la cómplice del hombreque lo despojó de su dinero!-¡Nosotros jamás hemos robado nada!-grité, furiosa-. ¡Ignoro cómo se enteróeste hombre de mí nombre o de dóndepodía encontrarme, pero les aseguro queno ha sido indagando entre loscomerciantes de Buda!-En eso tiene razón, señorita -me dijoSzékely con cara de indignación-. Hetenido que seguirla hasta aquípersonalmente. ¡Cuál no sería misorpresa al descubrir que la únicaheredera de los Kamény me habíarobado!

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Lo miré con odio, pero él prosiguió:-Su señora madre fue tan amable derecibirme y escuchar lo que tenía pordecirle. Si hubiese sido usted menosencantadora, no habría dudado enacusarla ante las autoridades pero... ¡quépuedo decir! Me temo que, a pesar deldaño que usted y ese gitano me hanhecho, me he prendado de usted. Cuandome presenté por primera vez en estacasa, más que alertar a sus padres encuanto a su conducta buscaba su permisopara... cortejarla. Me he enamorado alpunto que no me importa que haya sidodeshonrada. Tampoco me importa queespere usted el hijo de otro hombre. Loúnico que deseo es convertirla en miesposa.

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—¡Usted sabe que eso es tan falso comoque yo le haya robado! -exclamé-. ¿Quépretende conmigo? ¿Por qué hace todoesto?En vez de responderme, Székely leshabló a mis padres:-Está muy... hosca. Tal vez si mepermiten hablar con ella a solas por unosinstantes yo pueda convencerla de misbuenas intenciones.Mis padres entrecruzaron miradas ysalieron del salón, dejándome encompañía del malvado de Székely.-Sólo deseo ayudarte, Vivéka -dijo él,afectando inocencia.-No creo que mis padres esténescuchando detrás de la puerta-respondí-. ¿Por qué no me dice de una

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vez qué es lo que busca?Székely se puso de pie y me observó dearriba abajo.-Eres rica y hermosa. Tienes, además,varios títulos de nobleza. Yo no soyprecisamente ni rico ni guapo. Haz lasdeducciones pertinentes.Lágrimas de ira se asomaron a mis ojos.—Sé que hay mucho más detrás de todoesto -dije, por entre los dientes-. ¿Quénecesidad tiene de calumniarme?-No sabes lo mal que se está en lapobreza... —dijo él, a manera derespuesta-. A diferencia de ti, yo sabréapreciar cada centavo de más queagreguen tus padres a la dote... y éstaaumenta proporcio-nalmente con eldesprecio que tus padres sienten hacia ti.

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Sólo estoy dándole un pequeño empujóna nuestra fortuna, querida.—¡Yo no soy su querida! —grité,poniéndome de pie y lanzándole variosgolpes.Székely rio por lo bajo y dijo, cogiéndomelos brazos:-¿No te das cuenta de lo mucho que aambos nos conviene esta boda, pequeña?Yo seré rico y noble. Y tú... bueno,digamos que no terminarás tus días en elfrío encierro de una celda. Porque tupadre pensaba hacer eso contigo. Te loha dicho, ¿verdad?Él me soltó y yo caí rendida sobre elsillón, mirándolo.-Es usted el mismísimo demonio, Székely-dije.

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-Es una lástima que insistas en verlo deese modo. Yo me considero algo asícomo... tu ángel guardián. Comprendoque casarte conmigo te atemorice porqueno me conoces, pero... puedo asegurarteque, si cooperas, no sufrirás mayoresmaltratos una vez que seamos marido ymujer.-Esa mujer que estaba con usted... ella essu cómplice en esto, lo sé -dije.-No digas tonterías, niña -replicó Székely-.Ella sólo busca recuperar algo que losgitanos le robaron a su familia. ¿Nohabrás visto, de casualidad, en tusandanzas entre los gitanos, un bonitocofre de plata antiguo?-¡No! -grité-. No he visto ningún cofre...pero tenga por seguro que, si algún día

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encontrara algo que a usted le conviniesehallar, le prendería fuego de inmediato.Esperé haber sido convincente. Székelyse limitó a sonreír con sorna y dijo:-Está bien. Veo que no quieres queseamos amigos. De todos modos, eso noimporta. Ya verás cómo la convivencianos acercará -dijo, deslizando un largodedo por mi mentón. Yo me estremecí-.Piensa en lo que te he dicho, Vivéka. Estanto mejor ser mi esposa a pasar el restode tus días encerrada. ¡Quién sabe! Talvez algún día me harte de ti.En ese momento, mi padre entró denuevo al salón.-Creo que ya han tenido una entrevista losuficientemente larga como paraconocerse -dijo-. Espero que haya logrado

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hacerla entrar en razón, señor Székely.-Yo también lo espero así -dijo Székely-.Ahora, sabrán disculparme: debo partir.Dicho esto, se caló el sombrero y,después de ponerse el abrigo, se despidióde mí inclinando la cabeza. Apretó lamano de mi padre y se inclinó ante mimadre, dejándonos solos.Mi padre me escudriñó con la mirada.-¿Tienes algo que decir? -me preguntó.Yo negué con la cabeza, mirando alsuelo. Densos lagrimones se deslizabanpor mis mejillas, cayendo sobre laalfombra.-Muy bien -dijo él y, mirando a mi madre,ordenó-: Llévala de vuelta a su habitación.Mi madre le obedeció. Después dedejarme adentro de la estancia, volvió a

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cerrar la puerta con llave sin decir unapalabra. Me tendí sobre el lecho, dejandoque mi llanto empapara la almohadahasta que me quedé dormida. Cuandodesperté, me quedé largo rato pensandoen todo lo que había ocurrido. QuizáSzékely no sabía nada de los vampyr yhabía decidido, simplemente,aprovecharse de mi situación paraobtener dinero y títulos nobiliarios a puntade engaños y mentiras. Tal vez tuvieserazón: si me casaba con él, algún díatendría la oportunidad de escapar. Si no lohacía... mi padre me encerraría parasiempre y jamás volvería a ver a János.Traté de mostrarme razonable con mispadres en los días que siguieron. Sabíaque, si provocaba su ira, mi padre volvería

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a darme una golpiza como la de la vezanterior. Aunque la idea me aterrorizaba,decidí casarme con Székely por lasbuenas. El día de la boda loemborracharía y huiría antes que pudieseponerme encima un solo dedo. Sabía queera un plan muy ingenuo, pero no se meocurría ninguno mejor. Aunque no se mepermitía salir de mi habitación, mi madrehabía suavizado un poco su tonoconmigo.-He conocido a tu futura suegra -dijo mimadre, unos cinco días después de mientrevista con Székely—. Me ha parecidouna mujer sensata. Ha venido con Gábory con su hermano quien, por cierto, esmuy guapo. No darán una mala impresióncomo familia política. Van a quedarse con

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nosotros hasta el día de la boda, así quetomarás las comidas en el comedor connosotros de ahora en adelante. Esperoque sepas mostrarte atenta con ellos.-Sí, madre -respondí.Odié a Eva Székely tanto como a Gáboren cuanto la vi aquella noche, sentadajunto a su hijo en el comedor: supe queera una víbora, tan astuta y malvadacomo él. István, en cambio, no se meantojó tan cruel como los otros dos,aunque sí noté que estaba deslumhradocon la riqueza de la casa de mis padres,cosa que me desagradó. Como me eramuy difícil ser cortés con ellos, comí ensilencio, clavando los ojos en el plato.-A mí me parece una pena que una noviatan guapa no pueda ser apreciada por

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todos. ¿Qué opinas tú, Gábor? -preguntóEva.-Opino exactamente lo mismo, madre-respondió él.-¿Qué quiere decir con eso, Eva?-preguntó mi padre.-Bueno... -respondió Eva Székely—.Ahora que nos hemos conocido... y quehe podido ver con mis propios ojos cuanbonita es Vivéka... Me parecería unalástima no celebrar la unión de nuestrosdos hijos como tan... feliz acontecimientolo amerita. ¿No creen?Mis padres guardaron silencio unosinstantes. Yo me limité a beber un tragode agua. Después de todo, lo que yoquisiera no tendría relevancia.-¿Una fiesta? -preguntó mi madre.

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-¿Por qué no? —respondió Eva-.Después de todo, sería muy extraño queuna Kamény se casara precipitadamentesin que nadie fuese convidado a participarde la ocasión. La gente hablaría. Encambio, si diésemos una fiesta... la uniónde Gábor y Vivéka sería motivo de alegríano sólo para nosotros sino para todos.-Tal vez tenga usted razón, Eva -dijo mimadre-. Es algo en qué pensar.—Yo creo que es una idea maravillosa—dijo István-. ¿Por qué no hacerlo?Además... mi hermano estáprofundamente enamorado. Nunca lohabía visto tan entusiasmado como en losúltimos tiempos. Yo propongo quebrindemos por el amor.No podía dar crédito a lo que escuchaba:

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¿acaso no sabía István cuánto detestabayo a su hermano? Mi padre titubeó antesde levantar su copa, pero al fin la unió alas de los Székely.—¡Por el amor! -dijo Gábor, sonriendo ymirándome con intensidad. Sentí que elestómago se me revolvía.Mis padres estaban dejándose enredarpor la comedia que los Székely estabanrepresentando. ¡Poco faltaba para queellos mismos se convenciesen de que yoamaba a Gábor y olvidasen que estabaembarazada de un gitano! Así, entrecopas, se decidió que mi boda con GáborSzékely sería el acontecimiento del año.Mi madre me llevó a mi cuarto después dela cena e incluso se despidió antes deencerrarme. Eva Székely había logrado

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darle un giro repentino a la situación conla idea del festejo y mi madre no iba adesaprovechar la ocasión de salvaguardarsu reputación. De un momento al otro, loque era un motivo de vergüenza para mispadres se había convertido nada más ynada menos que en motivo de distracción.-¡Todos hablarán de tu boda, Vivéka! -dijomi madre al tiempo que cerraba la puerta.Sentí que la odiaba. ¿Cómo era capaz deengañarse de semejante forma?Supe que mi madre había perdido larazón en los días que siguieron: habíamandado llamar a la mejor modista deBuda para que arreglara el traje antiguoque había usado en su boda con mipadre. Las invitaciones estaban listaspara ser repartidas cuando apenas

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empezaba febrero, como si no se tratasede una boda arreglada a última hora.-Será la novia más hermosa de todas -dijoEva cuando me vio con el vestido. Sumirada era calculadora, pero fingía estardisfrutando de cada uno de lospreparativos. Era obvio que estabaalentando a mi madre a no escatimar enningún lujo.Gábor se reunía con sus amigos en lasala de fumar y Úrsula les escanciaba losmejores licores de mi padre. Yo estabafuriosa con todos, pero procurabaesconder mi indignación por mi bien y elde mi hijo. Varios floristas y expertosjardineros fueron consultados y la casacomenzó a engalanarse para la que yohabía decidido denominar la boda de mis

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padres con los Székely: yo no tenía nadaque ver con ese asunto. No era más queuna marioneta destinada a hacer el papelde novia, tan sólo la pieza decorativaalrededor de la que se tejía un blancomanto de falsedad. Mientras tanto, sólopensaba en János. ¿Habría logradoencontrar a sus padres? ¿Habría podidollevar el cofre de plata a un lugar seguro?Una mañana estaba tomando el desayunoa solas con los Székely, pues mi madreestaba supervisando las compras para elbanquete y mi padre estaba en sushabitaciones, cuando István dijo quepartiría al día siguiente a alojarse en unalbergue de Pest. A mí se me antojóextraño, pero no dije nada. De hecho, nohabía cruzado más de tres palabras con

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nadie en varios días. Creo que todoshabían olvidado mi presencia.-He podido hablar con nuestra queridaprima anoche en la Casa de la Ópera -dijoIstván a Gábor-. Es en verdad más guapafrente a frente.—¿Por qué irte a un albergue? -respondióGábor— ¡Aquí tienes todo lo quenecesitas!István miró nostálgicamente a sualrededor y respondió:—Estaría mucho más cómodo en lapropiedad de Csejthe.Gábor rio de buena gana y su madrereprimió una sonrisa de complicidad.-No creo que la casa de Csejthe seaprecisamente agradable, István -le dijoEva.

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-Puede que la casa en sí no lo sea, perolo que encierra en su interior sin duda metraería gran prosperidad... y que puedaponerle las manos encima depende sólode Martina -dijo él con una mirada crípticade la que no lo habría pensado capaz.-Si logras que tu prima te acepte, quizásni siquiera tengamos que molestarnos envenderle el cofre a Erzsébet. ¿Por qué nosoñar? ¡Tal vez estemos celebrando otraboda a fines de este año! -le dijo Eva aIstván.Toda la conversación me había puestomuy nerviosa, en especial la mención delcofre. Ya sabía que Gábor estabaasistiendo a esa mujer vampyr que sehabía presentado en el puesto de János yno pude menos que suponer que se

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estaban refiriendo a otro de los tres cofressagrados. ¿Qué estarían tramando losSzékely?-¿Quién es Martina? -me atreví apreguntar.Los tres se quedaron mirándome comoquienes ven a un fantasma.-¡Querida! ¡Has recuperado la voz! -dijoGábor con sarcasmo.En ese momento entró mi madre alcomedor.—¿De quién hablan? —preguntó condesinterés.Noté que los hermanos Székely se habíanpuesto un poco incómodos, pero Evarespondió con la más perfectanaturalidad:-Hablábamos de Martina Székely, la prima

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de Gábor e István. ¿No la conoce usted?Es una mujer inmensamente rica.-Nunca la he escuchado mencionar -dijomi madre, favorablemente sorprendida. Leagradaba que los Székely tuviesenparientes acaudalados.-Ha de ser porque es aún muy joven-replicó Eva-. La pobrecita se quedóhuérfana cuando era niña y pasó suinfancia en el famoso internado deSainte-Marie.-¡Sainte-Marie! -exclamó mi madre- ¡Quémaravilla! Ya me hubiera gustado enviarallá a Vivéka. Pero bueno, debemosinvitar a esa joven parienta suya a laboda.—Ya lo hemos hecho —replicó Eva—. Lehe llevado la invitación ayer yo misma.

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¡Soy una romántica incurable! Albergo laesperanza de que István y ella contraigannupcias algún día. ¡Harían una pareja tanhermosa!-Imagino que no habrá ningúninconveniente -dijo mi madre—. Despuésde todo, son primos y... ¿qué muchachasensata podría no enamorarse de unjoven tan guapo como István?-Me halaga usted, señora mía -dijo István,desplegando todo su encanto y haciendoa mi madre sonrojar. Ese hombre eracapaz de obtener el favor de la mujer quequisiera con tan sólo una sonrisa. Nadieimaginaría la vileza del carácter que seescondía detrás de esos luminosos ojoscolor turquesa.De repente sentí náuseas y le pedí a mi

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madre que me acompañase a mihabitación. Los primeros síntomas delembarazo se manifestaban en mi cuerpo.Gábor Székely tuvo el descaro de besarmi mano con fingida ternura cuando meexcusé de la mesa, lo que incrementó misdeseos de vomitar.A partir de ese día estuve bastanteenferma. Trataba de pensar en la extrañaconversación que había atestiguado, perolas frecuentes náuseas no me permitíanhacer buen uso de mis facultadesmentales. Sólo esperaba que, fuera cualfuese el plan de los Székely paraapoderarse de los cofres de plata, nopudieran llevarlo a cabo. Mi hijo daba másy más vueltas en mi vientre a medida quese acercaba la fecha de mi inminente

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boda con Gábor. Sabía que él tambiénpodía sentir mi desesperación, y susangre gitana se rebelaba contra eldestino que mis padres habían designadopara mí. Faltaba casi un mes para lallegada de la primavera y János novolvería a Buda hasta después de laboda.Afortunadamente te presentaste en laboda, Martina, De no ser por ti, GáborSzékely sería ahora mi dueño. Doygracias a Dios por haberte puesto en micamino. Es cierto que no tengo cómopagarte333todo el bien que nos has hecho a mí, a mihijo y a János al ayudarme a escapar deuna situación tan espantosa. Sin

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embargo, sé que Dios te recompensaráen nuestro nombre.Cuando Vivéka terminó su narración, lospájaros cantaban y el sol entraba por laventana. Lo que acababa de escuchar mehacía creer, por primera vez, en laexistencia de un destino. No un hado enel que el ser humano está atado a lafatalidad, sino un destino maleable en quelos seres de bien han de encontrarse enalgún momento determinado para hilarhistorias, ayudarse unos a otros y hacerdescubrimientos importantes. Abracé aVivéka con fuerza y le agradecí elhaberme contado sus vivencias. Lapequeña no sabía el enorme favor que mehabía hecho al referirme todas aquellascosas: no sólo estaba salvándome de

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cometer el terrible error de depositar miconfianza en István, sino que también mehabía dado información de gran utilidadpara atar varios cabos sueltos de mipasado.Como ambas estábamos tan cansadas,nos retiramos a dormir, pero antes de ellole pedí a Zsigmond que vigilase la casaatentamente durante el día: quería seralertada al respecto de cualquiermovimiento extraño en las proximidadesde la propiedad. Si István llegaba apresentarse, Zsigmond habría de decirleque yo estaba aún durmiendo y le pediríaque me dejase cualquier recado con él.No debía dejar pasar a nadie.Me quedé dormida pensando en loscofres de plata. Una palabra había

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quedado grabada en mí mente: Csejthe.La misma palabra que aparecíarepetidamente en las páginas de aquéllibro que Carmen y yo habíamosencontrado en el interior del cofre deErzsébet Strossner en Sainte-Marie, ellibro que narraba en un lenguaje casiimposible de descifrar la crónica de la vidade nuestra peor enemiga. No estaba claroen la conversación que Vivéka me habíareferido si Csejthe era una persona o unlugar. Lo que sí estaba claro para mí eraque la palabra me vinculaba con unapropiedad, con los cofres de plata y conlos vampyr.

 

 

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CAPITULO 16

 

 

L'AMOUR

Toda la situación era muy delicada. Si misprimos y Eva tenían vínculos tanestrechos con el enemigo, sería prudenteseguirles el juego por un tiempo paraconfundirlos. Después de haberle contadoa Vivéka todo lo que me había ocurridocon los vampyr, llegamos a la conclusiónde que sería estúpido irnos de Budapestsin que yo hablase con István, pues esto

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despertaría sospechas. Le haría creer ami primo menor que estaba interesada enél, ya que su plan era hacerme su esposa,y le diría que iba a ir a visitar a misamigos en París por un tiempo. En vez deesto, Vivéka y yo iríamos en busca deJános.Me pasé toda la tarde empacando paranuestro viaje. Vivéka decía poderencontrar el campamento gitano conrelativa facilidad y, como el tiempo habíamejorado tanto, era posible quelográsemos alcanzarlo en un día de viaje.Al caer el crepúsculo, sonó la campana dela puerta. Intuí que debía tratarse deIstván y Vivéka corrió a refugiarse en suhabitación. Traté de esconder el odio quesentía por él y miré por la ventana antes

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de abrir la puerta. No me habíaequivocado: allí estaba el despreciableIstván Székely, sosteniendo un pesadoramo de flores. Bajé las escaleras y,después de tomar una honda inhalación,abrí la puerta.-¡István! -exclamé, forzando una sonrisa-.¡Por fin vienes! ¡Te he esperado todo eldía!István me miró con la cara de un párvuloque se ha comportado mal. Tuve quecontrolar un impulso de abofetearlo por sufalsedad, pero recordé que yo tambiénpodía fingir. Veríamos quién ganaba eljuego.-No podría estar demasiado tiempo lejosde ti, Martina -respondió, ofreciéndome elenorme arreglo floral y mirándome con

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ternura."Ya verás cómo sí eres capaz...", pensé,pero dije:-Sigue, por favor, cuéntame qué hapasado con la novia de Gábor, ¿la hanencontrado?István se aclaró la garganta y entró a lacasa, siguiéndome por el pasillo.—No -dijo--. Pero no tardará en aparecer.Sus padres están buscándola por todoBudapest. Han ofrecido dinero a quien lalleve de vuelta a casa. Mucho dinero.-Creí que el señor Kamény les habíadicho a todos que Vivéka se habíaenfermado -dije, sentándome en mipoltrona favorita, aún con el ramo deflores en los brazos. István ocupó elasiento del frente.

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—Cierto -dijo-. Ésa es la historia que seles ha dado a los invitados de la boda.Pero hay mucha gente en las calles deesta ciudad que haría lo que fuera porunas cuantas monedas, y ninguno deellos piensa en nombres de familia oapariencias. La encontrarán, Martina. Elhambre hace milagros.-Eso es cierto -respondí, pensando en lospobres pordioseros de Buda y Pest y encómo se las apañaban para sobrevivir. Lafrialdad con que István hablaba de ellosme hizo detestarlo más. Me puse de pie,depositando las flores cuidadosamentesobre la mesa.-¿Tienes hambre? -le pregunté, deseandoherirlo aunque fuera un poco.István se sonrojó visiblemente y

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respondió:-Sólo un poco...—Podríamos ir a cenar -sugerí,esperando que aceptara.Deseaba sacarlo de mi casa cuantoantes. La noche estaba muy callada y noquería que escuchase ningún ruidoproveniente de la planta alta de la casa,donde estaba escondida Vivéka.-Haremos lo que tú quieras -dijo al fin,sonriendo.Zsigmond nos llevó al hotel de Margo.Ahora que sabía quiénes eran los amigosde mi primo, no iba a arriesgarme a ir conél a ningún sitio solitario u oscuro.-¡Qué hermoso lugar! -dijo cuandollegamos.Era cierto: el hotel estaba

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espléndidamente decorado y los coloridostrajes de la clientela destacaban sumagnificencia. István insistió en que nossentásemos en una de las mesas de laprimera planta que podían ser vistasdesde el exterior, y sólo entonces notéque estaba mejor vestido que decostumbre. ¿Se habría hartado tan prontode aparentar sencillez conmigo? No pudeevitar hacerle un comentario.-Qué traje más fino traes.puesto estanoche, István. Te ves guapísimo.István tartamudeó un poco y luego musitó:-Gracias.Adiviné que había ido a mi casa con laintención de que lo invitase a cenar fueray estuve a punto de lanzarle en la cara elcontenido de la copa de agua que

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sostenía en la mano, pero decidí esperara que me trajeran el vino para tener unpequeño accidente y arruinar su traje.Pedimos nuestra comida y miré dentro delos ojos de István. Eran preciosos. Aunasí, pude vislumbrar un dejo de lo queantes no había podido descifrar: envidia.Sí, István me envidiaba. De repente sentífrío. Era comúnmente sabido que lasmujeres se imitaban unas a otras, y quelos hombres tendían a la rivalidad entresí... pero nunca se me había pasado porla mente la posibilidad de que un hombreme envidiase. Menos aún un hombre que,a pesar de todo, se sentía atraído haciamí, porque era innegable que en verdad síle parecía hermosa. Este nuevodescubrimiento me pareció escalofriante y

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fascinante a la vez. Tal vez podía ser elsecreto mejor guardado de los hombresdel mundo, y acababa de revelárseme amí. En definitiva, la envidia no teníafronteras de ninguna índole. Me preguntécuántas personas creían estarenamoradas cuando, en realidad, lo quesentían por el otro era una mezcla deenvidia y entusiasmo. ¡Horror! ¡Tal vezjamás me había enamorado porque nuncahabía envidiado a nadie! El amor, eseloco anhelo de acercarse a la otrapersona, no debía ser otra cosa que elafán de adueñarse de sus mejoresatributos, esos aspectos calladamentecodiciados. Ésa debía ser la razón por laque ese mismo amor se esfumaba al cabodel poco tiempo, ya fuese al darse cuenta

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de que la otra persona no era eseinasequible dechado de virtudes que sehabía pensado en un comienzo o yaporque su semilla, la envidia, terminarapor despertar el más profundoresentimiento al no poder el enamoradoconvertirse en alguien exactamente igualal objeto de su admiración.-¿En qué piensas, Martina? -preguntóIstván, interrumpiendo mis cavilaciones.—En que acabo de descubrir el amor entus ojos, István -contesté con una sonrisade triunfo.István pareció turbarse un poco, pero alfin respondió, sonriéndo-me a su vez:-Has adivinado mis sentimientos...-Sí, István. Los he adivinado -dije, sindejar de mirarlo directamente.

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-Me alegra, Martina -dijo, poniendo sumano sobre la mía-. La verdad, no sabíacómo abordar el tema contigo. Me hasquitado un gran peso de encima...En ese instante, fuimos interrumpidos poruna voz vagamente familiar:-¡Martina Székely! ¡Qué gusto verla denuevo!Al levantar la mirada me encontré con labonita cara de la prima de Regina Bailey.Había olvidado su nombre pero me pusede pie y la besé en ambas mejillas. Habíavenido con la que asumí era su madre.-El gusto es mío -dije-. ¿Gustaríanacompañarnos?Los ojos de István se llenaron de ira peroésta se desvaneció en cuanto la prima deRegina se volvió hacia él para hablarle:

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-István Székely, ¿verdad? ¿Me recuerdausted? Nos conocimos en la boda de suhermano.István se inclinó sobre su manoextendida, diciéndole:-¿Cómo olvidarla, señorita Herrington?Me sorprendí. István tenía una memoriaprodigiosa para todo lo que pudieseresultarle de alguna utilidad. CamilaHerrington. El nombre regresó a mí alescuchar a István pronunciar su nombrede familia.-Madre -dijo Camila-: éstos son Martina eIstván Székely. Martina fue compañera deRegina en Sainte-Marie.-jane Herrington -dijo ella, sonriéndonos-.Es un placer. ¡Lástima que la novia de suhermano se haya puesto mal justo el día

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de la boda! —agregó, mirando a István,quien ni se inmutó ante el comentario.-Sí, lo es -respondió, encogiéndose dehombros.-Pero, tomen asiento, por favor -insistí-.István y yo apenas hemos ordenado haceunos minutos...-¿Están seguros de que no losimportunamos? -preguntó CamilaHerrington.—¡En lo absoluto! -les aseguré. Sabía queIstván quería estar a solas conmigo parahacerme una indecorosa propuesta deíndole matrimonial y yo no quería darle elgusto aún.-¡Maravilloso! -dijo Jane Herrington-.Estamos de visita y no conocemos amucha gente. Será un honor

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acompañarlos.-El honor es todo nuestro -respondí.Jane y Camila se sentaron a la mesa connosotros y pocos segundos después nostrajeron la botella de vino que habíamosordenado. Pedí que nos llevaran doscopas más y, cuando las cuatro copasestuvieron llenas, propuse un brindis:-¡Por las nuevas amistades!-¡Por las nuevas amistades! -dijo Camilamirando a István de reojo.-Hacen una pareja muy guapa, ustedesdos -dijo Jane Herrington. dirigiéndose aIstván y a mí después de haber ordenadopórkólt para ella y Camila.-Oh, no -me apresuré a decir-. István y yono estamos casados. Somos primos.-¡Ah! -dijo Jane Herrington sonrojándose

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un poco—. ¡Lo siento! Como amboscomparten el mismo nombre de familiaasumí que...-No se preocupe -le dije- ¡Es apenasnatural!Esperé que István estuviese iracundodetrás de esa fachada de jovialidad.-Entonces... disculpen mi indiscreción,pero... ¿ninguno de los dos se ha casadoaún? -preguntó Jane Herrington.-No. Aún no -dijo István poniendo sumano sobre la mía a través de la mesa ysonriendo con cara de querubín deBotticelli."Touchée", pensé.Pude sentir la incomodidad de Camila.-Yo jamás me voy a casar -anuncié conímpetu-. István, en cambio, será un

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esposo maravilloso.Todos lucían confundidos. JaneHerrington estaba escandalizada,—¿Cómo es eso de que no piensa ustedcasarse nunca? -preguntó trémulamente,con los ojos abiertos como platos.-Así como lo oye, Jane -respondí-. Jamásme casaré.-¡Martina! -exclamó Camila,conmocionada-. ¿Y el sagrado deber decuidar de una familia? ¿Y el amor por loshijos?-Yo creo que el único deber que tengo enla vida es cuidar de mí misma...-respondí-. Además, ¿cómo puedo sentiramor por unos hijos que no existen?István se había puesto pálido.-Es usted... ¡muy superficial! -dijo Jane

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Herrington, aunque yo sabía que queríadecir que era un monstruo.De repente, Camila Herrington se echó areír.-¿De qué se ríe usted, Camila? -preguntóIstván, enfadado.-¡No lo sé! -exclamó ella-. ¡Nunca habíaescuchado algo tan... insólito!Camila Herrington no paraba de reír.-¡Hijos que no existen! ¡Brillante! -agregó.Camila Herrington me estaba resultandoagradable. Después de todo, no habíasido un completo error haber brindado porla amistad. Pronto su madre esbozó unasonrisa y, al cabo de unos minutos, lastres estábamos riendo a carcajadabatiente ante la mirada sombría de István.—¡Mi esposo me saca de casillas! -decía

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la señora Herrington—. ¡Y qué decir deCamila y sus hermanos! ¡Todos fueronunos pequeños demonios! De no habersido por las nanas... ¡habría terminado enun hospital para enfermos mentales!-¡Basta! -estalló István-. ¡Sucomportamiento es escandaloso, señoras!—Ignórenlo -les dije riendo, antes quepudiesen volver a la realidad-. Mi primo esun romántico incurable que no puedesoportar la idea de que alguien nocomparta sus nobles ideales. ¡Brindemospor István, para que algún día puedaverse rodeado de diablillos en lacompañía de una esposa sumisa yobediente!-¡Salud! -dijeron Camila y su madre,uniendo sus copas a la que yo había

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elevado.-No te enfades, István —le dije con airede inocencia—. Sólo bromeo. Si nopuedes soportar una broma, ¿cómopodrás tolerar un matrimonio?Jane Herrington soltó una carcajada yCamila lo miró, a la espera de unarespuesta.István tensó todos los músculos de surostro simétrico y dijo, procurandocalmarse:-Tienes toda la razón, Martina. Deboaprender a ser más... tolerante.-Dime, Martina -dijo Camila, tuteándome-:¿No crees entonces en el amor?-¡Por supuesto que sí! -exclamé-. Dehecho, estaba pensando en el amor antesque ustedes llegaran... -miré a István

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simulando estar embelesada con él, cosaque lo desconcertó. Magnífico-.Simplemente, la idea de cuidar de alguienmás me atemoriza -continué, pensandoen los vampyr.-Y entonces, ¿qué harás si un día llegas asentir amor verdadero por un hombremaravilloso? -preguntó Camila.-No lo sé -respondí, mirando a István paraconfundirlo aún más-. Creo que esodependerá más de él que de mí.-Interesante, Martina -dijo JaneHerrington-. Creo que lo que ocurre austed es que no se ha enamorado aún.Ya verá como, cuando se enamore,querrá unirse a ese hombre para siemprey tener una familia.—Eso lo veremos... -respondí, sonriendo.

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Sabía que nunca llegaría a tales extremosde locura, pero quería dejarle creer aIstván que aún tenía las puertas abiertaspara convencerme de lo contrario. Miprimo pareció aliviado.-Y... cuéntenos, István, ¿a qué se dedicausted? -preguntó Camila Herrington.-¡Mi primo István es carpintero! -respondíantes que él pudiese abrir la boca-. Tieneun pequeño taller en Szentendre. ¿No esfascinante que un hombre tan guapo sea,a la vez, tan... sencillo?István había enrojecido hasta las orejas.Noté que Camila se había decepcionadoinmediatamente de él, y la señoraHerrington sólo se atrevía a mirar elhumeante plato de comida que acababande poner al frente suyo.

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-¿Carpintero? -balbució Camila.—Fui un huszár de la Armada Realdurante un largo tiempo -respondió István,tartamudeando en tonos de vozdesiguales. Se había erguido en su sillapero se veía tan tieso como una lápida—.¡Casi pierdo la vida! Después de eso, mehe dedicado a la carpintería como... unpasatiempo.-¡Ahí -suspiró Camila, aliviada.-No seas modesto, István -dije,regodeándome para mis adentros-.Cuéntales a nuestras nuevas amigascómo lograste abrir un taller con tusahorros de soldado. Cuéntales, así comome lo contaste a mí, cuan austero siguessiendo y cuan arduo es tu trabajo. ¡Es tutemple lo que más admiro de ti, primo

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mío! -mentí.Si István no hubiese estado interesado enmi fortuna, me habría matado allí mismo.Se hizo un silencio incómodo. Yo estabafeliz.Camila Herrington, sintiéndose superior,se tomó la libertad de comentar, al fin:-¡Vaya! ¡Me sorprende que puedan darseel lujo de cenar en un lugar como éste!-Lo que ocurre, Camila, es que yo soyinmensamente rica -respondí-. Puedosatisfacer todos mis caprichos... porejemplo, cenar con István en el lugar demi preferencia cuando lo desee.István estaba mortificado y Camilatambién. Jane Herrington comía ensilencio, mirando hacia otro lugar. Yosabía que había dicho muchas cosas que

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no eran socialmente permitidas y queellos habrían preferido no escuchar. Mealegré en lo más hondo de mi alma dehaber podido hacerlo. Saboreé eldelicioso gulyás que tenía al frente mío,brindando a mi salud para mis adentros.Sí estaba enamorada: enamorada de mímisma, de mis ideas y de mi maravillosafalta de tacto. Cuando terminamos decenar, la conversación se había tornadomonótona pero yo estaba de muy buenhumor. Insistí en pagar la cuenta, y nadiepuso mayor oposición: sentí que, en ciertaforma, estaba comprando sus almas.Había pasado una velada encantadora.István subió al coche en silencio y yo mesenté a su lado, sonriendo.-¡Qué mujeres más amables son las

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Herrington! -exclamé.Los labios de István no se abrieron.-Te dejaremos en el albergue, István-proseguí-. Dile a Zsigmond cómo llegar.-No, gracias, Martina, caminaré desde tucasa.-Tonterías -dije-. Hace frío y no tienes unbuen abrigo. ¿Dónde está el albergue?—De veras, Martina —dijo él en un tonode voz que no admitía réplica—. Deseocaminar para aclarar mis pensamientos.-Está bien -dije, sonriendo casualmente.Sospeché que István estaba quedándoseen casa de los Kamény pero no queríaadmitirlo. Había encontrado una nueva yestupenda entretención atormentando aese ser insignificante y mezquino quebuscaba aprovecharse de mí, y

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continuaría haciéndolo cada vez que seme presentara la oportunidad. Cuandollegamos al palacete, István meacompañó hasta la puerta. Era elmomento de darle el toque final a lavelada:-István -dije-, olvidaba mencionar queplaneo ir a visitar a mis amigos en un parde semanas. ¿Considerarías venirconmigo?István pareció franco en su sorpresa.-¿De veras? -preguntó.-Por supuesto que sí -respondí-. ¿Quémejor compañía podría tener? Es un viajelargo y además quisiera presentarte a misamigos.-¿A dónde iríamos? -preguntó,entusiasmado.

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-A París.-¡París!— exclamó, dichoso-. Nunca heestado allí. Me encantaría ir contigo,Martina.-Magnífico -respondí-. Ve haciendo lospreparativos necesarios. Imagino quetendrás asuntos pendientes en el taller ycon tu familia...-Nada que pueda anteponerse a algo tanmaravilloso como acompañarte a París-dijo-. ¿Cuánto tiempo nos quedaríamosallá?-Al menos un mes -respondí- ¿Crees quepuedas venir?-¡Claro que sí! Esto es estupendo,Martina. Ir de viaje contigo... Me hacesmuy feliz -dijo él, sonriendo y dándome unabrazo.

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"Hipócrita", pensé.Nos despedimos besándonos en ambasmejillas y entré. Subí a la segunda plantapara asegurarme de que István sehubiese marchado. La próxima vez queviniese por mi casa no hallaría respuestay continuaría siendo así hasta mi regreso,después que Vivéka y yo hubiésemosencontrado a János. Cuando vi a Istvándoblar la esquina, me di la vuelta yavancé por el corredor. Vivéka estabaesperándome en su habitación.-¿Qué tal la cena? -preguntó. Habíaestado empacando los vestidos que lehabía dado. Como era tan pequeña ymenuda, le quedaban perfectamente biena pesar de su embarazo.-Satisfactoria -respondí-, István cree que

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voy a llevarlo conmigo a París en dossemanas. Eso lo tendrá confundido unoscuantos días. Para ese entonces, tú y yoya estaremos muy lejos.-Espero que eso distraiga también a losvampyr -dijo Vivéka-. Son muy sagaces yparecen saberlo todo.-Estamos obrando lo mejor que podemos-dije—. Y tenemos que ir en buscadéjanos.-Dios quiera que podamos encontrarlopronto...-Así será -dije, poniendo mi mano sobresu hombro-. No regresaremos sin él.-No tengo cómo agradecerte todo lo queestás haciendo por mí, Martina -dijo.-Y yo tampoco tengo palabras paraexpresar hasta qué punto conocerte ha

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sido una bendición para mí, Vivéka -dije-.No tienes nada qué agradecer.Vivéka estaba dichosa de poder ir enbusca de su amado gitano. Nos dimos lasbuenas noches con un abrazo y nosfuimos a dormir. Aunque estaba algoinquieta por nuestra salida a lamadrugada, no me tardé mucho enconciliar el sueño. Todo estabapreparado.

CUARTA PARTE

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CAPITULO 17

EL VIAJE

Zsigmond, Vivéka y yo iniciamos el viajealrededor de las cuatro de la madrugada.Hacía bastante frío y, por fortuna, noshabíamos asegurado de llevar buenosabrigos y varias mantas.Las calles estaban desiertas cuandosalimos de Budapest rumbo a lasmontañas, y confiaba en que nadie noshubiese visto subir los baúles al coche. Lahija de Zsigmond había quedadoencargada de la casa. Si se presentabaIstván, le diría que yo había tenido queadelantar mi viaje a París y que regresaríaa Budapest en un mes. No dejé ningún

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nombre o dirección de contacto: bastaríacon que él y sus secuaces viajaran aParís mientras que Vivéka y yorealizábamos otro recorrido. Recé paraque nuestro viaje fuese seguro y sinpercances y, sobre todo, para quenuestros enemigos no pudiesenrastrearnos tendríamos que atravesar lasmontañas para llegar al campamento delos gitanos y estaríamos en una posiciónde gran vulnerabilidad.Zsigmond estaba nervioso. A pesar deque el clima había mejorado bastante enla ciudad y de que la primavera estaba apunto de llegar, no sería igual en lasmontañas de los Cárpatos. Estaríamos amerced del clima, y esto no era algo queagradara mucho a mi cauteloso cochero.

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Era un día oscuro. Aunque no parecía quefuese a llover, el cielo estaba nublado y elaire bastante húmedo. Me acurruqué enmi rincón de la parte posterior del coche ytraté de dormir un poco. El ritmo con queZsigmond guiaba a los caballos eraestable, Vivéka estaba a cargo demostrarnos el camino y, a pesar de losnervios que sentía, la fatiga acumulada delos días anteriores se había apoderado demí.Lo último que vi antes de cerrar los ojosfueron las casas de Budapest haciéndosecada vez más pequeñas detrás denosotros.Soñé que estaba enSainte-Marie-des-Bois. Tenía puesto unvestido blanco que había pertenecido a mi

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madre en otras épocas, caía unatempestad de los mil demonios y miventana estaba abierta de par en par.Aunque estaba mojándome con el aguaque el viento arrastraba hacia dentro deledificio, no me inmutaba: continuaba depie frente al ventanal, con las manosapoyadas en el alfeizar y la vista clavadaen el bosque. De repente lo veía: susilueta oscura se recortaba contra lamaleza. Era un jinete vestido de negro.Estaba emparamado y tenía la miradaclavada en mí. Súbitamente, unrelámpago iluminaba su rostro.-i Vampyr! -grité, despertando.-¿Qué ocurre? -preguntó Vivéka,aterrorizada, desde el otro extremo delcoche.

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-¡He soñado con él, Vivéka! -exclamé,temblando de pies a cabeza.-¿Con quién? -preguntó ella, con los ojosdesorbitados.-¡El merodeador de Sainte-Marie! ¡Elamante de Erzsébet Strossner! -dije,sintiendo que las palabras se me helabanen la boca.-¿Johannes Ujvary? -preguntó ella,dándose la bendición.-No, Vivéka -balbucí-. No era Ujvary. Eraotro Vampyr... ¡Vi su rostro! ¡Me estabamirando! Vivéka, tengo un malpresentimiento.Afuera caía una tormenta igual a la de misueño. El pobre Zsigmond estabaempapándose y varias goteras se filtrabanadentro de la calesa.

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-¡Dios mío! -dije-. ¡Ha caído la noche!Vivéka estaba lívida. Mi sueño la habíadejado verdaderamente asustada.-No quise despertarte, Martina -dijo-.Dormías tan plácidamente...Zsigmond y yo comimos algo hace un parde horas.-Pero, ¿cuánto tiempo he dormido? Nopuede haber sido tanto... apenas si hecerrado y vuelto a abrir los ojos...-Martina... Ya estamos en los Cárpatos.No bien Vivéka hubo terminado depronunciar aquellas últimas palabras, unrayo cayó muy cerca de dondeestábamos, haciendo temblar la tierra y,con ella, también al coche. ¡Doce horas!¡Los Cárpatos! Mi corazón dejó de latirpor unos instantes.

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-iZsigmond! -grité, pegándome al vidrioque nos separaba de él-.¿No sería mejor que parásemos? ¡Debesmeterte al coche con nosotras!-¡Sería una locura detenernos ahora,señorita! -respondió el anciano cocherodesde su asiento. ¡No tendríamos dóndeamarrar los caballos!¡Con lo asustados que están, arrastraríanel coche a su merced! podríamos caer porun precipicio!Tirité dentro de mis cobijas. El aire frío secolaba por entre las rendijas del coche,calándome hasta los huesos. Tomé untrago del brandy que había puesto en elcesto de los víveres y, abriendo lapequeña ventana delantera, saqué lamano para ofrecerle la botella a

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Zsigmond.-¡Ahora no, señorita Martina! -dijo él,tratando de mantenerse erguido en supuesto-. ¡Si aflojo las riendas perderé elcontrol!El camino era extremadamente escarpadoy miles de pequeñas rocas se deslizabandebajo de nosotros. El coche dio dossaltos bruscos, lanzándome de vuelta ami asiento. Tuve que incorporarme paracerrar la ventana de nuevo.-¡Tengo miedo, Vivéka! -dije.Estaba sufriendo en especial porZsigmond. Sus viejos huesos no estabanpara soportar tales penurias.-Recemos para que amaine estatempestad -dijo Vivéka.Traté de elevar una plegaria en voz alta,

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pero me fue imposible: los dientes mecastañeteaban; estaba tiritando de pies acabeza. Vivéka tomó varios sorbos deBrandy y me devolvió la botella.-Bebe -me dijo-. Lo necesitas. ¡Estástemblando más que ninguno de nosotros!Era cierto. La pesadilla que había tenidome había dejado aterrada y a esto sesumaba el frío en medio del que habíadespertado. Recibí la botella de manos deVivéka y bebí largamente, sintiendo que elalcohol me quemaba por dentro. Mesentaba bien.-¿Mejor? -preguntó Vivéka.Yo asentí con la cabeza.-Entonces bebe un poco más -meaconsejó.La obedecí sin reparos. Cuando menos lo

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pensé, me di cuenta de que habíaacabado con casi todo el licor.-¡Pero mira nada más cuánto he bebido!-exclamé, mientras el coche daba otrotumbo.-No importa -dijo Vivéka, sonriendo-.Tenemos dos botellas más.Poco a poco el alcohol comenzó acalentarme, al tiempo que el miedo quesentía menguaba. Aunque no podía borrarde mi mente la pesadilla que había tenido,el brandy había hecho su efecto: mehabía embriagado, dejándome bastanteaturdida. Descorrí la cortina y miré haciafuera: todo estaba oscuro, exceptuandolas cumbres más elevadas de lasmontañas que nos rodeaban, quequedaban iluminadas intermitentemente

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por los relámpagos.Avanzamos más o menos una hora máshasta que, finalmente, empezó aescampar. La lluvia había dejado un buencharco dentro del coche y Zsigmondestaba emparamado. Me incliné haciadelante y abrí la ventana que noscomunicaba con él.-iZsigmond! -dije-. ¿Quieres parar ahora?-¡No, gracias, señorita! -respondió él, sindesacelerar-. ¡Quiero salir de esta zona loantes posible!-¡Pero debes secarte! -grité.-¡Ya me secará el viento! -dijo él.Una ráfaga de aire helado me azotó elrostro.-Además. . -continuó él- ¡quién sabe quéclase de bestias hambrientas pueda haber

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en estos parajes! ¡No es un buen lugarpara detenernos!-Zsigmond tiene razón -dijo Vivéka-. ¡LosVampyr podrían estar cerca!-¿Cómo ha dicho la señorita? -preguntóZsigmond, volteando la cabeza haciaatrás.-¡He dicho que los vampyr podrían estarcerca! -respondió Vivéka, acercándose ala ventana para que Zsigmond pudieseescucharla.-¡Vampyr.-gritó Zsigmond, con el rostrodesfigurado por el terror-.¡Señorita! ¿Por qué los menciona usted?Quise que Vivéka guardara silencio, peroya era muy tarde para detenerla.-¿Qué no lo sabe? ¡Los vampyr andantras nosotros!

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En ese momento, el coche tropezó conalgo. La fuerza del impacto lo sacudió conviolencia, haciendo que la portezuelacontra la que había estado recostada seabriera. El coche se meneaba de unladoal otro con tal ímpetu que me arrojóprimero contra la ventanilla del ladoopuesto del compartimiento y luego denuevo hacia la puerta que se abría ycerraba a merced del movimiento. Tratéde asirme del asiento pero el coche dio unsalto aún más brusco que el anterior y salídespedida del vehículo. Lo último queescuché fue la voz deVivéka gritando mi nombre.Volé por los aires y luego caí sobre elsuelo, pero el impulso me arrastrómontaña abajo sin que yo pudiese hacer

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nada al respecto.Todo ocurrió tan pronto que no tuvetiempo de reaccionar: rodaba a merced dela inclinación del terreno, golpeándomecon cuantas rocas y ramas meencontraba. Por más que trataba dedetener el curso de mi caída, la tierraestaba tan resbalosa que todos misesfuerzos eran inútiles. Al fin las viejasraíces de un árbol frenaron mi descensocon un estrellón y, por instinto, me agarréde ellas.Sentí el vacío debajo de mis pies. Misbrazos, extendidos por encima de micabeza, estaban cediendo. Cuando meatreví a abrir los ojos, tuve que volver acerrarlos de inmediato: mi cuerpo habíaquedado colgando sobre un abismo, y mi

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única salvación eran las gruesas yhúmedas raíces que mis manossujetaban. Una muda exclamación salióde mi boca. Enfoqué la mirada en lasraíces y me balanceé intentandoimpulsarme hacia arriba, pero mi manoderecha resbaló y por poco pierdo miúnico soporte. Me aferré a la maderamojada de nuevo y me concentré en nosoltarla. Estaba demasiado lejos de lapendiente como para tratar de buscarcualquier otro punto de apoyo, ya fueracon las manos o con los pies. Volví amirar esa oscura infinidad que se extendíadebajo de mis pies y gemí: allá abajo meesperaba una muerte segura. Mis dedoscomenzaron a aflojarse y una pesadaresignación se apoderó de mí: en pocos

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segundos caería dentro de las entrañasde aquel precipicio que me tragaría,haciéndome suya para siempre. Cerré losojos y entregué mi alma a Dios,deslizándome un par de centímetros haciaese fondo invisible. Al fin tuve quesoltarme.Sentí el tirón del vacío y lancé un grito.Entonces algo me agarró del brazo,impidiendo que cayese en lasprofundidades del despeñadero. Por elmismo terror del momento tardé en darmecuenta de lo que estaba pasando. Sólosupe que algo me halaba hacia arriba conrapidez, tomándome primero del brazo yluego envolviendo mi torso. Yo me aferréa ese algo sin siquiera pensarlo y, enmenos de una fracción de segundo, mis

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pies estaban tocando la tierra. ¿Estaríaviva de verdad? Inhalé con dificultad ydejé salir el aire lentamente, confirmandolo que tanto trabajo me costaba creer:estaba a salvo. En ese momento supeque lo que me estaba sujetando era unapersona. Mis párpados se abrieron yvislumbré un abrigo negro.-iZsigmond? -balbucí débilmente.-No -respondió una voz masculina yprofunda.Elevé la mirada, recorriendo poco a pocola alta figura del hombre que me habíasacado del abismo. Cuando mis ojos seencontraron con los suyos, por poco medesmayo: allí, ante mí, estaba el vampyrde mi pesadilla. Era hermoso y temible ala vez. Su mirada me atravesaba como un

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puñal ardiente, hiriendo y encendiendo mialma. Era el ser más fascinante con elque me hubiese encontrado jamás.Estaba jadeando, fuese ya a causa delpánico, ya por una avidez hasta entoncespara mí desconocida o por una mezcla deambas. Me retenía contra su cuerpo conambos brazos y podía percibir su sed, susansias de clavar en mi piel los colmillosque aún no me había enseñado. Suslabios estaban cerrados, insinuando unasonrisa. Presentí que podía saborear misangre antes de haberla probado.Aquello que me estaba ocurriendo erainexplicable. Si no se hubiera acercado amí, yo misma le habría ofrecido el cuellopara que bebiese de mí cuanto deseara.Quería sentir esa fusión de pasión y dolor,

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estar aún más cerca de él, unirme a él,que mi sangre corriera por sus venas.Deslizó una mano hasta la parte posteriorde mi cabeza y se inclinó sobre mí,acercándose a mi sien, inspirandohondamente y recorriendo con sus labiosel contorno de mi rostro sin apenastocarme. Anticipé el momento en que porfin sentiría el contacto de su boca férvidacontra la curva de mi cuello, rindiéndomeante él.Estaba tan perdida en el momento que nohizo gran diferencia para mí que hubieraposado sus labios sobre los míos. Supresencia me dominaba por completo. Misojos permanecieron cerrados; estabaflotando en una masa de aire denso eincandescente que no sólo me envolvía

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sino que también me llenaba. Su cadenciaera lenta, su beso era profundo. Me sentíainvadida de calor, no podía hacer otracosa que responder a lo que él hacía dela misma forma. Mis brazos abarcaban elcontorno de su cuerpo mientras que lossuyos me ceñían contra él. Estabasuspendida en la eternidad del tiempo yno comprendía ni quería comprender, sóloquería dejarme ir y seguir experimentandoesa maravillosa sensación, hastaentonces desconocida para mí. Habíapasado largo rato cuando sus labios sesepararon de los míos y el frío aire de lanoche me acarició el rostro. Dejé escaparun suspiro y abrí los ojos, aún en unestado quimérico.-¿Qué haces aquí? -preguntó él,

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mirándome.Su voz me trajo de vuelta a la realidad.¿Qué había pasado? ¿Qué había hecho?¿Por qué me había besado el Vampyr?iVampyr! La palabra retumbó en mi mentecomo un rayo. Inmediatamente lo solté ydi dos pasos hacia atrás, aterrorizada.Perdí el equilibrio y caí sobre la tierramojada. El abismo estaba a pocos metrosde distancia. Traté de incorporarme peroel miedo había entorpecido mismovimientos de tal forma que volví a caer.El Vampyr me miraba con lo queinterpreté como sorpresa al tiempo quehacía ademán de acercarse de nuevo,extendiéndome su mano. Yo así micrucifijo.-¡Atrás! -grité, elevándolo hacia él.

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Él pareció confundido. Inclinó la cabezahacia un lado y la luna creciente iluminósu bello rostro pálido.-¿Quién supones que soy? -preguntó.Estaba tan asustada que no podía hablar.-¿Crees que quiero matarte? -preguntó.-Se lo suplico... -balbucí con lágrimas enlos ojos, sin poder terminar mi frase.El vampyr me dirigió una extraña mirada ysoltó una risa sonora cuyo eco reverberólargo tiempo en las montañas que nosrodeaban.De repente pude ver algo que no habíanotado antes: un enorme crucifijoesmaltado colgaba de su cuello. Mequedé muy quieta, sin saber cómoreaccionar. ¿Sería real lo que estabaviendo? Él seguía riendo con soltura. No

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había afilados colmillos. Yo no entendíaqué pasaba. ¿No era, pues, elmerodeador de Sainte-Marie? Un largomechón de oscuro cabello ondulado cayósobre su rostro, rozándolo a la altura delmentón. Luego me miró fijamente y,sonriendo, me preguntó:-¿Para qué perdería el tiemporescatándote una y otra vez si quisieramatarte, Martina Székely?Su frase resonó en mis oídos una y otravez.-¿Almos? -balbucí, al fin.Él dio un par de pasos hacia mí y volvió aofrecerme su mano. Le pasé la mía.Estaba temblando.-Adrien Almos -dijo él, mientras me halabahacia arriba-. Al fin

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nos vemos... frente a frente.Yo había perdido la voz. No podía sercierto. No podía dar crédito a lo que misoídos escuchaban ni a lo que mis ojosveían.-¿Adrien Almos? -pregunté torpemente, altiempo que él volvía a ceñirme contra sí.-El mismo de siempre -respondió él-. PorDios, estás temblando de pies a cabeza. ..-Hace mucho frío -respondí, bajando lamirada. Estaba muy nerviosa.Habían pasado demasiadas cosas,demasiado pronto.iAdrien Almos! ¡Así que ése era sunombre! ¡Estaba frente a Almos, miprotector! ¡Y lo había besado! Sentí quelos colores se asomaban a mi rostro. No

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podía pensar en otra cosa que no fueraese beso... Él pareció adivinar mispensamientos.-Dime, Martina: ¿acostumbras besar así atodos los vampyr que conoces?Me sentí desfallecer de vergüenza.Indignada, me solté de su abrazo.-Yo... -comencé a decir.Él se cruzó de brazos, sonriendo. Susojos habían adquirido un brillo particular.-Tú... -dijo.-¡Sólo te besé para salvar mi vida!-exclamé, virando el rostro hacia otrolado. Quería que la tierra se abriese y metragase.Adrien volvió a reír con fuerza.-¡No me digas! -respondió. ¡Y yo quepensé que tal vez te agradaba aunque

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fuera un poco!-¡Acababa de caer del coche y rodarprecipicio abajo! -alegué-.¡No estaba en mis cabales!-¡Tú nunca estás en tus cabales! -exclamóAdrien, haciendo un esfuerzo por parecerserio, pero era obvio que estabadisfrutando de la situación-. Aun así...tengo que reconocer que, si hubiesetenido la intención de matarte, ese besome habría hecho reconsiderar mis planes.-¡Fuiste tú quien me besó a mí! -medefendí.-No parecías estar demasiado enfadadacuando lo hice -contestó.-¡Nunca he besado a nadie antes!-exclamé, desesperada-. ¿Cómo sesupone que supiera qué ibas a hacer?

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¿Sueles tú besar a todas las mujeres queconoces?Adrien Almos abrió la boca pero no dijonada. Luego frunció el ceño y preguntó:-¿Nunca has besado a nadie antes?-¡No! -respondí.De repente comprendí el error que habíacometido. ¿Por qué le había contado eso?-¡No en estas circunstancias! -agregué.Él apoyó el mentón en su dedo pulgar y,cubriéndose parcialmente los labios con elíndice, subió las cejas.-Claro... -dijo. No había creído una sola demis palabras.-¡Es la verdad! -dije, pero él ya estabasonriendo con plena satisfacción.Necesitaba cambiar el tema deconversación pronto.

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-iVivéka! -exclamé, recordando a miamiga y a Zsigmond.-Tu amiga y el cochero están bien -dijoél-. ¿Venía alguien más en el coche convosotras?Negué con la cabeza.-¿De veras están bien? -pregunté.-Sí -respondió Adrien-. ¿Cómo estás tú?¡Llegaste hasta aquí rodando desde elcamino!-La verdad es que no siento nada -dije,tratando de moverme y verificar que nome hubiese roto ningún hueso.-Ya veremos en un par de horas. Esposible que aún no te duela nada por lamisma conmoción -dijo él.-Al menos puedo estar de pie -dije-. ¿Quéocurrió con mis acompañantes?

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-El coche perdió una rueda. Se pararon allado del camino. Están buscándote comolocos.-¡Llévame con ellos, por favor! -le pedí.-Vamos -dijo, y me tomó por la cintura,impulsándome colina arriba.Hubiera querido soltarme por simpleorgullo pero estaba demasiado nerviosacomo para hacer nada. Me dejé guiar.-¿Qué haces aquí, Martina? -volvió apreguntar.-Buscamos al esposo de Vivéka. Losvampyr andan tras él y otro de los cofresde plata... como el que le robaste aLorenzo Rossi.Estaba hablando sin pensar. Me costabatrabajo concentrarme en talescircunstancias. De repente, mil preguntas

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acudieron a mi mente.Temí que Almos fuese a desaparecer denuevo sin contestar una sola de ellas, yme aferré a él.-¿Qué haces tú aquí? -le pregunté,elevando el rostro.-Busco otro cofre de plata.-¿Cómo es que siempre me salvas? -lepregunté, deteniéndome y mirándolo a losojos. Eran ojos indescriptibles, claros yoscuros a la vez, que cambiaban detonalidad dependiendo de la luz. En esemomento tenían un matiz que seacercaba más al azul cobalto que aningún otro color. No supe explicarme amí misma qué era eso que sentía cuandomis ojos se cruzaban con los suyos.-Los gitanos dirían que es... el destino

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-respondió.Respiré profundamente.Y tú, ¿qué dirías? -le pregunté. Aún enmedio de mi confusión, necesitabaescuchar de sus labios cómo era quesiempre estaba tan cerca cuando yo meencontraba en peligro.-Yo diría que es. . .No dijo nada más.-¿Sí? -insistí.-Eso mismo. El destino -dijo él.¿Había pensado en decir algo diferente?-¿Buscamos a tus amigos? -preguntó.-Sí -respondí-. Pero... por favor... novayas a desaparecer de nuevo. Al menosno antes que hayamos conversado. Te losuplico.El pareció pensarlo, pero al fin dijo:

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-Está bien.-¿Me lo aseguras? -pregunté, dudando desus palabras.-Te lo prometo, Martina Székely.Gracias... Adrien Almos -respondí contimidez. Era extraño pronunciar sunombre."Adrien Almos", pensé. La luna nosbañaba con su luz. Al fin conocía a miprotector. La cabeza me daba vueltas.Almos, el autor de las notas misteriosas,me guiaba a través de esas agrestesmontañas llenas de peligros... y yo nohubiese querido estar en ningún otrolugar.-¿Quién eres, Adrien Almos? -meencontré preguntándole.-Ésa es una larga historia. Será mejor que

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te la cuente una vez hayamos salido deaquí.-Cómo... ¿Cómo me encontraste?-balbucí.-Cuando tus acompañantes comenzarona gritar tu nombre, me dije que no eraposible que otra vez se tratase de ti. Detodos modos, corrí montaña abajo. Alparecer tienes la habilidad de meterte enapuros cada vez que yo estoy cerca.Hubiese querido bromear pero esemomento era tan importante para mí quesólo podía ser sincera:-No tengo palabras para agradecerte todolo que has hecho por mí, Almos. . .Deseé haber podido decir más, pero laverdad era que siempre me quedaríacorta en agradecimientos en lo que a

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Almos concerniera.-Llámame Adrien -respondió-. No haynada que agradecer. Creo que, en elfondo, lo he disfrutado.-¿Qué has disfrutado? -pregunté,desconcertada. Si mal no recordaba, élhabía estado bastante enfadado conmigoen su última carta por haber tenido quesalvarme.-Sacarte de precipicios, arrancarte de lasgarras de los vampyr...Ya sabes, todas esas pequeñas cosas deldiario vivir. Creo que he llegado aacostumbrarme. Quizás, incluso, loextrañaría si no siguiese ocurriendo. Yame preguntaba cómo era que nuestroscaminos no se habían cruzado de nuevo.Me sorprendía que estuvieras siendo en

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verdad tan prudente.Tuve que sonreír.-Entonces... ¿casualmente te paseabaspor los Cárpatos en esta hermosa nochede tormenta, justo en este lugar, cuandoviste mi coche?-pregunté, tragando en seco.Adrien rio, pero sentí que su espalda seponía tensa.-Estaba dándole de comer a mi caballocuando escuché un coche acercándose.Me hice a un lado, escondiéndome entrelos árboles, y esperé con la mirada fija enel camino. De repente, el coche perdió elcontrol y... ya sabes el resto de la historia.-¿Cómo es que sabes tantas cosas?¿Cómo sabías el camino a seguir paraencontrar el campamento gitano?

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-pregunté.Adrien inhaló profundamente.-No conozco el camino. Voy siguiendo alos vampyr-respondió,-Entonces, ¿nos llevan ventaja?-pregunté, súbitamente aterrorizada.¿Qué ocurriría si encontraban a Jánosantes que nosotros?-Me temo que sí -dijo.Instintivamente, ambos apuramos el paso.No tardamos mucho en llegar de vuelta alcamino. Podía escuchar a Zsigmond y aVivéka llamándome a lo lejos.-¡Aquí estoy! -grité, ‘y comencé a correrhacia el lugar de donde provenía el sonidode sus voces. Adrien seguía a mi lado.Noté que era muy ágil: sus movimientoseran rápidos y armónicos, como los de un

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lobo. No parecía correr sino más biendeslizarse sobre el suelo.-¡Martina! -gritó Vivéka en cuanto me vioaparecer.Nos echamos la una en brazos de la otra.-¡Gracias a Dios! ¡Qué susto nos hasdado! ¿Estás bien? ¿Dónde estabas?-preguntó.-Después de caer del coche, rodémontaña abajo. ¡Quedé colgando delabismo, Vivéka! Pero estoy bien, no meduele nada. Creo que no me he hechoningún daño gracias a... Adrien -dije,mirándolo y sintiendo que me sonrojabaun poco.-¡Abismo! Martina, ¡Pudiste haber muerto!-exclamó Vivéka-. ¿De veras estás bien?-Sí, eso creo -respondí.

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-¡Estás completamente cubierta de barro!-dijo ella, sonriendo y llorando al tiempo.¡Gracias a los cielos! No sé qué ocurrió, elcoche dio un salto y de repente tú ya noestabas allí... ¡No sabes la angustia quehemos pasado! ¡Gracias por rescatar a miamiga, señor...!-Almos. Para servirle dijo él, inclinando sucabeza hacia Vivéka.Se veía hermoso.Hubo un breve silencio. Mi amiga estabaatónita.-Vivéka, éste es Adrien Almos... lapersona que se empeña en rescatarme delas situaciones más peligrosas -dije.-¿Almos? -balbució Vivéka.-Encantado -dijo Adrien, tomando sumano y besándola.

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-¿El Almos de las cartas misteriosas?-preguntó ella, estupefacta.-Veo que soy famoso -dijo Adrien,sonriendo.-Pero. . . ¿cómo...? -comenzó a preguntarmi amiga.-Es una larga historia... -dijimos Adrien yyo al unísono.-Debemos darnos prisa. Los vampyr vanrumbo al campamento-dijo Adrien a Vivéka.La pequeña palideció.-Tenemos que ponernos en marcha deinmediato -agregó él- ¿Saben cómollegar?-Sí -dijo Vivéka-. Conozco el camino dememoria.-Maravilloso -dijo Adrien.

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Adrien ayudó a Zsigmond a ponerle larueda de nuevo al coche y se acomodó enel asiento del cochero, enviando aZsigmond a descansar en elcompartimiento. El anciano aceptó aregañadientes pero yo sabía que en elfondo se alegraba de poder refugiarse delviento un rato. Adrien había traído sucaballo, un corcel azabache de crinesplateadas, y lo había sujetado al cochedespués de cargar su equipaje junto conel nuestro en la parte trasera del vehículo.Pronto emprendimos la marcha.Vivéka seguía siendo nuestra guía y ledaba instrucciones a Adrien a través de laventana. Yo tomé mi pañuelo, que sehabía emparamado con la lluvia y lassacudidas, e intenté limpiarme el barro de

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la cara lo mejor que pude. No podía dejarde mirar a Almos a través de la pequeñaventana que nos separaba. ¡Así que élera el merodeador de Sainte-Marie! ¡Todoel tiempo había pensado que el hombreque había visto desde mi habitación delinternado esa tarde de lluvias torrencialesera el amante de Erzsébet Strossner,nada menos y nada más que un vampyr!¡y ahora resultaba que se trataba deAlmos! Y yo que llevaba años creyendoque jamás había visto el rostro de miprotector! Tenía tantas preguntas...Lo veía de medio perfil cuando se volvíapara escuchar a Vivéka.En verdad era guapísimo, pero su bellezaresidía más en sus gestos y en suexpresión que en sus facciones, siendo

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éstas de por sí regulares y armónicas.Más allá de todo, era atrayente ymasculino. Su nariz tenía un pequeñodesnivel después del puente; un arco sutilque le daba carácter. Sus cejas seelevaban ligeramente en la mitad y luegovolvían a descender, haciéndose másdelgadas al final. El contorno de su rostroera angular; los músculos de sus mejillaspermanecían tensos, acentuando la firmelínea del mentón. Aunque estabarasurado, una sombra de barba pobladase percibía a través de la piel translúcida.Su rostro quedaba parcialmente cubiertocon las suaves ondas de pelo que elviento de los Cárpatos revolvía. Lo llevabapor debajo de la barbilla; parecía quehubiese crecido al natural. El color de su

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cabello, al igual que el de sus ojos, eraindefinible, oscilando entre un marrón muyoscuro y un castaño rojizo que adivinépodía llegar a verse bastante claro aplena luz del sol. Noté que tenía unacicatriz casi imperceptible sobre elextremo izquierdo de los labios, que eranmás bien delgados. Tal cicatriz no eradefecto alguno, sólo una pequeña marcablanca vertical que destacaba el tenuetinte rosa de su boca. Sus ojos profundosbrillaban como plata cuando la luz de laluna de tormenta los tocaba. Eran ojosperspicaces e inteligentes; los ojos de unhombre de percepciones rápidas yprecisas. Sólo sus ojeras y la palidez desu tez daban muestra de algún cansancio:la apariencia de Adrien Almos era la de un

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ser vivaz cuyo temperamento se veíareflejado en cada uno de sus gestos. Suespalda era amplia a la altura de loshombros, pero luego se hacía estrecha aldescender hacia la cintura. Aunque elabrigo que llevaba era bastante grueso, ladelgadez de Almos era evidente: era unhombre de constitución fuerte que, de nollevar un estilo de vida muy agitado,habría sido un poco más robusto. A pesarde ser tan alto, sus movimientos teníanuna cualidad suelta que hacían ver sucuerpo cómodo y relajado todo el tiempo.Sus manos blancas y bien formadasllevaban las riendas de los caballos conmaestría a gran velocidad; no habíadudas de que era un hombre sumamentehábil. A pesar de que era Viveka quien le

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indicaba qué rumbo tomar, Adrien parecíaconocer esos remotos parajes a laperfección, como una criatura de lanoche. Me pregunté cuántas veces loshabría recorrido siguiendo al enemigo.Estaba fascinada. Me pregunté si, unavez pasado el impacto de haberloconocido, sería capaz de hablarle sintimidez, y supe que sería difícil... más aúndespués de haberlo besado. iAdrienAlmos me había dado mi primer beso!Hubiese deseado poder mentirme a mímisma; decirme que le habíacorrespondido de tal forma por laconfusión del .momento, pero lo cierto eraque Adrien Almos ejercía una atracciónmágica sobre mí, superando todas lasfantasías que hubiese tenido acerca de él

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antes de conocerlo. Esa sombra de missueños, ese ser borroso que creíapresentir en todos los lugares adonde ibadurante años había tomado la forma deun hombre real, tan magnífico como lohabía imaginado, pero aún másinteresante: estaba vivo, moviéndose confiereza y respirando frente a mí.Bendije la buena fortuna que había tenidoal salir despedida fuera del coche. De nohaber sido así, tal vez nunca lo habríaconocido. Tuve la certeza de que Almoshabría seguido evitando hablarme omostrarme su rostro si hubiese podidohacerlo. Sólo una situación tan extremacomo la que acabábamos de vivir lohabría forzado a presentarse ante misojos. ¿Por qué? Quise pasarme al asiento

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del conductor junto a él y preguntárselode inmediato, pero para eso tendríamosque parar - el coche y no había tiempoque perder. Zsigmond se había quedadodormido junto a mí. Yo había puesto unafrazada seca sobre él, y ahora roncabaplácidamente. Me sentí culpable porhaberlo arrastrado a un viaje tanpeligroso; debía haber contratado a uncochero más joven y fuerte. El pobrehabía estado a punto de tener un ataqueal corazón cuando se había enterado deque los vampyr estaban tras nosotros...Y luego, al saber que en realidad nosllevaban la delantera y nos dirigíamos almismo lugar que ellos. Vivéka estabaconcentrada en la oscuridad del camino:parecía saber exactamente a dónde nos

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llevaba y su seguridad me tranquilizaba.En realidad, el hecho de que Almosestuviese con nosotros me hacía sentircasi invulnerable. Más allá de que hubiesesido capaz de sacarme de las situacionesmás peligrosas en ya tres ocasiones,estaba la profunda confianza que meinspiraba. Era como si su presenciaprotegiese a quienes estuvieran con él.Además, tenía dominio sobre lascircunstancias, o al menos ésa era laimpresión que daba. ¿De veras era él,Almos, la persona que tanto habíaanhelado conocer? De vez en cuandogiraba la cabeza y sus ojos, entoncesgrises, me alcanzaban. Parecían decir:"Yo también sé que tú estás allí". Meponía nerviosa y feliz. También me sentía

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en extremo consciente de lo mal quedebía verme, con el vestido hecho jironesy cubierta de barro de pies a cabeza: Sibien Almos era mi héroe, yodefinitivamente no debía ser su princesaencantada, sino más bien su rana depantano. Intenté peinarme con los dedos,procurando que él no lo notase. Era inútil:el lodo seco no me permitía separar unmechón del otro. Al final me rendí y tratéde recogerme todo el pelo en la parteposterior de la cabeza con variashorquetillas que habían quedado pegadasa algunas hebras a pesar de la caída. Mehabía limpiado la cara, el cuello y lasmanos, pero de todas formas me sentíaespantosa, como debía ser una criaturasalida de algún cuento de fantasmas...

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Bueno, en realidad, lo era. Todosestábamos viviendo una pesadilla. Mepuse la capucha de la capa sobre lacabeza para tapar lo que pudiera de mipelo y rostro. Deseé tener a mano mihábito de monje para ponérmelo encimade la ropa. Las mangas de mi vestido sehabían roto, dejando al descubierto unhombro y parte del brazo. Las faldas sehabían descosido y ahora ostentaban unaapertura que subía hasta la altura de larodilla. Las demás cobijas estabanmojadas, así que me acomodé lo mejorque pude y esperé.Pasaron varias horas en las que Adrienno paró más que para dejar que loscaballos bebieran algo del agua que habíaquedado recogida en algunos baches del

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camino, hasta que al fin amaneció.Habíamos iniciado el descenso hacía ratoya, y una planicie se divisaba muy a lolejos.-Pronto llegaremos -dijo Vivéka,sonriendo.Almos aceleró el paso y seguimosandando. Zsigmond se había despertadoy entre él y yo dispusimos algunas cosaspara comer. Adrien dijo no tener hambre,así que no nos detuvimos. Aceptó algunostragos de vino, nada más. Sólo Vivéka yZsigmond comieron porque yo tampocofui capaz de probar bocado.Cuando el sol estaba justo sobrenosotros, Vivéka anunció que habíamosalcanzado el lugar donde debíamos dejarel coche. Adrien frenó los caballos,

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metiendo la calesa adentro del bosquepara que quedase oculta a la vista.-Tendremos que caminar desde aquí puesla maleza es muy espesa-dijo Vivéka.-¿Les importaría si me quedo aquí,cuidando del coche y los caballos?-preguntó Zsigmond, tartamudeando.-Creo que es una muy buena idea,Zsigrnond -respondí.El buen hombre suspiró aliviado: queríaestar tan lejos de los vampyr como fueseposible. Adrien tomó su equipaje, que noconsistía en más que un pequeño maletín,y yo saqué un chal ligero de mi baúl.Vivéka tomó uno de los tres cestos devíveres que habíamos llevado yemprendimos la marcha

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-¿Cuánto tardaremos en llegar alcampamento? -preguntó Adrien, y porprimera vez noté que tenía un acentohúngaro diferente.-Llegaremos en unas cuatro horas si nosdamos prisa -respondióVivéka.-¿Ambas tienen fuerzas suficientes? -nospreguntó.-Sí -dijo Vivéka.Yo asentí. No quería que Adrien memirara ni de casualidad.-Continuemos, entonces -dijo él-. Esperoque nuestros enemigos, hayan tomado elcamino más largo.-No creo que nadie que no sea gitanoconozca el camino por el que os he traídohasta aquí. Debemos tener la ventaja dijo

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Vivéka.Recé por que así fuera. Los tres nosinternamos en el bosque. Vivéka llevabala delantera, haciendo de guía una vezmás. Adrien la seguía muy de cerca y yoa él.-¿Te duele algo, Martina? -me preguntóél.-No, nada -respondí y. Creo que todoocurrió tan rápido que ni siquiera me hicedaño. Por fortuna, el terreno estabablando por las lluvias e hizo las veces decolchón.-Sí. Por fortuna. Si no hubiese llovido,dudo que hubieras sobrevivido semejantecaída... -dijo él.Habíamos caminado ya un par de horas yel calor y la humedad se hacían sentir

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dentro del bosque. No tuve otro remedioque quitarme la capa que me cubría pararefrescarme un poco.-Necesito parar a tomar agua -dijoVivéka-. Hay un río muy cerca de aquí.Seguidme.Ambos la obedecimos sin rechistar.Vivéka hizo un giro hacia la izquierda y,después de atravesar dos pequeñascolinas, llegamos hasta el río. Sus aguaseran cristalinas y no parecía ser muycaudaloso.Sentí la imperiosa necesidad de metermeen él y, mientras Adrien y Vivéka bebíande sus aguas, yo me quité las botas y lasmedias y me zambullí, vestida comoestaba.Cuando saqué la cabeza de nuevo me

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encontré con las miradas de misacompañantes, quienes tenían los ojosabiertos de par en par.-¡Por Dios, mujer! ¿Qué haces? -gritóAdrien desde la orilla.-¡Necesitaba lavarme! -respondí. Mis piestocaban las piedras del fondo. No era muyprofundo.-¡Estas corrientes son traicioneras! -dijoAdrien-. ¡Será mejor que salgas ahoramismo!Pude soltarme los cabellos y sacudirlosdentro del agua para desprender el barroque se les había pegado mientras memovía de nuevo hacia la orilla. Salí del ríoregando agua por todas partes. Vivékano.-¡Vamos! iDebemos seguir! -dijo.

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-Tú sí que estás loca, Martina Székely-dijo Adrien-. ¿Alguna vez piensas en loque haces?-Siempre -le respondí, escurriendo lasfaldas de mi vestido. Podía estaremparamada, pero al menos estabalimpia.Recogí mis botas, la capa y el chal, y medispuse a seguir a Vivéka.Adrien tenía la mirada fija en mí. Sus ojostenían una tonalidad gris muy clara en esemomento.-¿Sí? -le pregunté.-Nada -dijo él-. Iba a sugerir que tecalzaras de nuevo, pero no sé qué utilidadtendría que lo hicieras, ahora que lopienso bien. Ya se te ocurrirá haceralguna otra cosa que te ponga en un

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peligro mayor que andar descalza por elbosque.Yo me detuve y suspiré.-¿Sabías que eres como un viejoregañón, Adrien Almos? -le pregunté,mirándolo de frente.La sangre acudió a sus pálidos labioshaciéndolos ver muy rojos de repente,resaltando la pequeña cicatriz que lossurcaba.-¿Viejo regañón? -preguntó, abriendo losojos y arqueando las cejas.-Sí -dije yo, reprimiendo una sonrisa.-Veremos si dices lo mismo cuandotengas a Johannes Ujvary cerca-respondió, fingiendo hablar muy en serio,pero era evidente que sólo estaba unpoco fastidiado.

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-Eso no va a ocurrirme -respondí.-¿Cómo puedes estar tan segura de ello?-preguntó.-Porque tú estás conmigo -dije, y enverdad lo creía así.Me pareció que Adrien se había sonrojadoun poco.-No te fíes demasiado de mis habilidades,Martina -dijo él, y de nuevo su acento mepareció especial-. Nuestros enemigos sonmuy poderosos.-Estoy consciente de ello. Oye... ¿Dedónde eres, Adrien? -le pregunté,esperando no estar siendo indelicada.Quería saciar pronto mi curiosidad entodo lo que a él se refiriese.-Soy irlandés -respondio. Bueno, nací enIrlanda, aunque mi padre era húngaro.

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Eso explicaba su acento.-Mis padres también eran húngaros -dije-.Ambos murieron cuando yo era aún muypequeña.-Lo sé -dijo él.-¿Lo sabes? -pregunté, extrañada.¿Cómo iba a saber algo semejante?-Yo... -dijo él.-¿Sí? -pregunté. Nuestra conversaciónestaba poniéndose interesante.-Sé algunas cosas acerca de ti, porsupuesto -dijo, aclarándose la garganta-.Conozco tu nombre de familia... Séquiénes son tus amigos.. . Sé que vivesen Pest... Comprenderás que eranecesario que hiciese algunasaveriguaciones acerca de ti, pues elenemigo parece estar rondándote

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siempre. Ha sido por los vampyr que mehe enterado de tantas cosas que de otraforma te concernirían sólo a ti...-Comprendo -dije.Me sentí algo decepcionada. Hubiesequerido que Adrien tuviese algún interésen mí aunque los vampyr no estuviesende por medio.Pero me dije que, tristemente, jamáshabría sido el caso. La prueba estaba enque sólo hasta ahora se había dignado ahablarme.-¿Por qué sólo hasta ahora te dejas ver?-le pregunté, al fin.-Eso no es cierto... Me viste una vez enSainte-Marie... Y cuando te saqué de lafiesta de Ujvary habríamos podidoconversar largamente si yo no hubiese

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tenido que salir corriendo tras él y lossuyos.-Sí, pero, ¿dónde estuviste todos estosaños? Si sabías dónde vivía,¿por qué nunca viniste a hablarme?Adrien guardó silencio unos instantes.Apartó una rama para que yo pudiesepasar, y dijo:-No quería hacerlo.Me arrepentí de habérselo preguntado.Por supuesto que no quería hacerlo.Habían pasado cuatro años y no habíarecibido ni siquiera una nota de su parte.Además, ¿por qué tendría que haberlohecho?Él tenía una vida de la que yo nada sabía,y en la que yo no era más que otra de laspersonas atacadas por los vampyr que él

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perseguía.-No porque no hubiese sido agradablepara mí... -continuó, de repente- sinoporque... pensé que estaría exponiéndotea un peligro aún mayor al hacerlo.El corazón me latió con fuerza. ¿Seríacierto?-¿Cómo habrías podido ponerme enpeligro tú a mi? -pregunté-. ¡No has hechomás que salvarme!-Erzsébet -dijo él.-¿Sí? -pregunté, instándolo a continuar.Adrien hizo una larga pausa.-Puede olerme. Sabe en dónde he estado-dijo, al fin.Tuve que parar para mirarlo de frente.Era, en verdad, muy alto.-¿Cómo es eso? -le pregunté, asustada.

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-Mi sangre corre por sus venas -dijo,haciendo a un lado el cuello de su camisapara enseñarme la cicatriz rosácea de doscolmillos en su piel.No pude evitar estremecerme.-Tiene sus ventajas... -dijo él, sonriendocon sarcasmo. Yo también sé dónde haestado ella. Es gracias a eso que puedoseguir a los malditos vampyr.-iAlmos! ¡Martina! -gritó Vivéka-. ¡No sedetengan! ¡Aún nos falta un buen trechopor recorrer!-Pero... ¿entonces tú no eres...?-pregunté, reanudando la marcha Adrienguardó un silencio sombrío que fuemucho más explícito que cualquierrespuesta. Sentí que un escalofrío merecorría. Tuve que detenerme de nuevo.

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-¡El simillimum del padre Anastasio!-exclamé, de repente-. ¡Ésa es lasolución!-¿El simillimum? -preguntó él-. No sirve,Martina. Ya lo he tomado en todas lasdiluciones posibles. Mi única esperanzaes darle muerte a Erzsébet Báthory.-Un momento... -dije, sintiéndome débil-.¿Quién es ErzsébetBáthory? ¡Creí que nuestra enemiga eraErzsébet Strossner!Adrien sonrió, pero su sonrisa era triste.-Strossner es uno de los nombres queemplea para vivir entre los mortales. Suverdadero nombre de familia es Báthory.¿Acaso no lo sabías?-¡No! -respondí-. ¡Por supuesto que no losabía! No podría terminar de explicar

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cuánto me ha costado reunir cada piezade información que he obtenido acerca delos vampyr... ¡y siento que aún no sénada!-Algunos conocen a Erzsébet Báthorycomo la Condesa sangrienta.Asesinó a más de seiscientas mujeres enCsejthe antes de convertirse en vampyren 1614 dijo Adrien, por toda respuesta.La condesa sangrienta. Erzsébet Báthory.El libro que Carmen y yo habíamosencontrado en su baúl...-Csejthe -dije.-El castillo de Csejthe -dijo él-. Tu castillo.En ese momento sentí que mi corazóndejaba de latir.-Mi... ¿Mi castillo? -pregunté, balbuciendo.-Por lo que veo, estás aún menos

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enterada de la situación de lo que pensé...-dijo él.Tuve que buscar apoyo contra un árbol.-¿Por qué creías que Erzsébet andabatras de ti? -preguntó Adrien. Sus ojos seveían anormalmente claros, casiplateados.-Creí que, simplemente, me odiaba-respondí.-Bueno, eso es bastante cierto. Erzsébette odia. Pero, en realidad, te ha seguidotodos estos años porque el castillo deCsejthe le pertenecía.Ha tratado de recuperarlo sin éxitodurante más de dos siglos. Si no estoymal, incluso contactó a tu abogado paraquitártelo –dijo Adrien.¡Así que ella era la señorita misteriosa

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cuyo abogado había llevado al señorLocke a la corte para quedarse con unade mis propiedades!-¡No sabía que el castillo de Csejtheestuviese entre mis propiedades!-exclamé.-Hace parte de la herencia que tus primoshan estado tratando de arrebatarte. Sabesque están aliados con los vampyr,¿verdad?-Sí, lo sé -respondí.-Bueno, pues... tu familia quiere tu dineroy los vampyr quieren el mencionadocastillo.Ahora entendía aquella conversación demis primos que Vivéka me habíareportado. En ella hablaban de unapropiedad de Csejthe y de una posible

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boda entre István y yo...-Por mí, ¡los vampir pueden quedarse conlo que se les venga en gana con tal deque me dejen vivir en paz!-No sabes lo que dices, Martina -dijoAdrien, apretando la mandíbula-.Ese lugar es muy importante. En él hayuna habitación a la que los vampir nopueden entrar: es la celda donde murioErzsébet.Está resguardada por una puerta Székelyque ni yo mismo he podido abrir.-Y... ¿para qué querrías tú abrir esacelda? -pregunté, pero comencé a intuir larespuesta antes que Adrien hablase.-El tercer cofre de plata -dijo él, tal comolo había supuesto-.Necesito darle muerte a Erzsébet

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-continuó-. Debo reunir los cinco maderosde la cruz Patriarcal. Si no lo hago pronto,me convertiré en uno de ellos... parasiempre.Dicho esto, bajó la mirada. La cicatriz ensu cuello palpitaba. Adrien Almos estabasufriendo intensamente. Recordé elpoema que el padre Anastasio habíalogrado traducir del libro que narraba lacrónica de la vida de Erzsébet:

Cinco son los pedazosque evocan su sufrimiento.Grande fue el tormentoque encerraba su pasión.Al reunirse los cincoacabarán los lamentos.Si atravesaran el fondo

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de su oscuro corazón.

Quise llorar. Gracias a las palabras deAdrien, el acertijo al fin cobraba sentidopara mí: el madero de la crucifixión habíaquedado impregnado del sufrimiento deCristo... y había sido transformado, pormedio de un buen gitano, en cincoestacas que ahora debían ser reunidaspara enviar a los vampyr al infierno.-La cruz Patriarcal debe ser restablecida asu forma original. Una vez sea así... deboatravesar con ella el corazón de Erzsébet–dijo Adrien.La expresión de su rostro erainescrutable, pero sus ojos se habíanoscurecido, y estaba transpirandoprofusamente.

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-Adrien... ¿qué buscaba Erzsébet aquellavez que revolvió mi habitación enSainte-Marie? -pregunté.-La clave para abrir la puerta Székely delcastillo de Csejthe –dijo él, limpiándose elsudor de la frente con el dorso de lamano-. Tal fue el motivo de que Erzsébetse presentara en el internado. Supusoque la propietaria legal de su castillotambién tendría en su poder la famosaclave. Por cierto: ésta debe estarescondida en algún lugar... en alguna detus propiedades.-Pero, si lo que desea en realidad es laclave para abrir la celda, ¿por qué se haempeñado con tanto ahínco en adueñarsedel castillo de nuevo?-Digamos que el castillo de Csejthe tiene

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para ella un valor... sentimental.Fue allí donde le entregó su alma aldemonio.-Adrien, yo... -comencé a decir. Queríacontarle que conocía la clave para abrir lapuerta. Sabía que tenía que tratarse delpapel que había encontrado dentro deaquel libro de cubierta roja en el palacetede Pest.-¿Sí? -preguntó él, pero su mente noestaba conmigo. Estaba luchando contraalgo que era casi superior a sus fuerzas.-¿Qué tienes? -le pregunté, asustada.-¡Nada! -dijo él, ahogando un grito. Estabatemblando.-¿Necesitas beber agua? Podemos volveral río... -sugerí.-¡Cúbrete el cuello, por Dios, mujer!

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-exclamó.Entonces lo comprendí. Adrien tenía sed.Sed de sangre. Aterrorizada, deshice elchal tan pronto como pude y me lo pusealrededor del cuello y los hombros. Adrienhabía caído de rodillas. El pelo le cubría elrostro. Estaba asiendo su crucifijo conambas manos mientras todo su cuerpo sesacudía con violencia.-Sangre de Cristo -dijo convulsamente-.Aquí dentro... ¡por favor!Estaba enseñándome su maletín. Lo abrívelozmente. Había varios frascos ybotellas. Adrien metió su mano y sacó unabotella de vidrio verde oscuro que sedeslizó de entre sus dedos, cayendosobre el césped. La tomé y la destapé,temblando a mi vez, mientras Adrien

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sumía el rostro en los cuencos de susmanos. Me arrodillé a su lado para darlede beber. Intenté hacer sus manos a unlado, pero él esquivó el contacto conmigocon violencia.-¡No! -gritó-. ¡No me mires! ¡Date lavuelta!Sabía que sería una visión escalofriante.Aun así, Adrien estaba perdiendo tododominio sobre sí y yo no podía hacer otracosa que tratar de ayudarlo. Me puse derodillas detrás de él y lo aferré por debajodel rostro con uno de mis brazos. Antesque él pudiese hacer nada, puse la botellacontra sus labios con la otra mano. Sentíque un espasmo recorría su cuerpo y meabracé a él con fuerza sin dejar de darlede beber de la botella. Adrien lanzó un

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rugido que me estremeció hasta lo másprofundo. Era un grito de verdadero dolor,como no había oído otro antes. El calorque surgía de él mientras se sacudía eratanto que me dio una idea de lo queestaba sintiendo. Pasaron vanos minutosen los que supe que Adrien estabaexperimentando lo que era quemarse enlas llamas del mismísimo infierno.-¡No me sueltes! -gimió-. ¡No me sueltes!Lo rodeé con ambos brazos asiendo aúnla botella y me quedé pegada a él sinsaber qué esperar, rezando para que Diosaplacase su sufrimiento. Pasados variosminutos, sentí que sus músculos seaflojaban.Adrien exhaló antes de dejar que el pesode su cuerpo cayese sobre mí. Yo había

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hecho uso de todas mis fuerzas parasostenerlo todo ese tiempo. Estabaagotada. Puse la botella a un lado yapoyé las manos sobre la tierra,sentándome y permitiendo que el cuerpode Adrien se deslizara hasta mi regazo.Aparté los mechones húmedos de pelocastaño que le cubrían el rostro y al fin meatreví a mirarlo: estaba bañado en sudor ylucía tan pálido como la muerte misma,pero respiraba. Abrió los párpadoslentamente y sus lánguidos ojos grisesencontraron los míos.-Gracias, Martina... No queda muchotiempo -dijo en un murmullo apenasaudible.Unos segundos después escuché la vozde Vivéka, llamándonos a través de la

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espesura.-¡Martina! ¡Amos! ¿Dónde estáis?-iVivéka! -grité-. ¡Aquí!Hubo un rumor de pasos acercándosehacia donde nos encontrábamos. Elespeso follaje se abrió y Vivéka aparecióante mí.-¿Qué ha pasado? -preguntó, corriendohacia nosotros y arrodillándose a mi lado.-Almos fue atacado por Erzsébet, Vivéka-respondí-. Debe haber sido hace mucho,porque el simillimum del padre Anastasiono ha podido ayudarle. Se estátransformando en uno de ellos poco apoco, como le ocurrió a Amalia dePiñérez.-¡Dios mío! -exclamó ella con expresiónde pánico, apartándose de Adrien con

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rapidez-. ¿Cómo pudo ocurrir algo así?¿Qué vamos a hacer?-No lo sé, Vivéka. Estaba teniendo uno deesos ataques, tal como le ocurríaa.Amalia y.. . me pidió que le diese sangrede Cristo, pero creo que su estado sólo hasido aplacado de forma temporal. Diceque su única salvación es matar aErzsébet, el vampyr que lo atacó, y noqueda mucho tiempo. ¡Está sufriendotanto! ¿Crees que puedas encontrar elcampamento y después venir a buscarnoscon János o alguien de su familia? Nocreo que Almos pueda seguir andando...-Claro que sí, Martina -respondió. Notéque miraba a Adrien con temor-.Regresaré por vosotros con János.Esperé que Vivéka pudiese, en efecto,

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reunirse con su amado.-¿Qué ocurrirá si el campamento ha sidolevantado?-Si es así, volveré de inmediato -dijo-.Pero sé que los gitanos aún están allí.Siento la presencia de mi esposo muycerca de aquí.-Parte entonces -le dije-. Y trata derecordar el lugar en donde estamos. . .-No te preocupes. No puedo extraviarme,llevo el hijo de un gitano dentro de mí,¿recuerdas? -dijo sonriendo, perosúbitamente se puso muy seria de nuevo-.Martina... ¿crees que sea posible queAlmos trate de atacarte? ¿No sería mejorque lo dejásemos aquí y vinierasconmigo?Tuve que considerar lo que mi amiga me

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decía. Sabía el riesgo que corría estandocerca de Adrien. Aun así, no tenía lafuerza de voluntad para separarme de él.-Estoy viva gracias a él, Vivéka. No puedodejarlo solo. Se halla en un estado muyvulnerable.-Te entiendo... -dijo-. Pero ten cuidado,Martina.-Lo tendré -respondí, aunque en realidadno sabía qué podría hacer en el caso deque Adrien no pudiese contenerse eintentase atacarme.-Vivéka -pedí, antes que desapareciera denuevo entre los árboles-: no regreséis sinel cofre, si es que aún lo conserva tuesposo. Temo que tendremos que partirde inmediato a buscar el tercer cofre.Almos sabe donde está. Sólo reuniendo

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todos los maderos de la cruz Patriarcal denuevo podremos darles muerte a nuestrosenemigos y liberar a Almos de sutormento.-Así lo haremos, Martina -respondió-. Telo prometo.Y, diciendo esto, partió en busca delpadre de su hijo. El sol se movía por elcielo, filtrándose en el bosque a través delas copas de los árboles. Me pregunté siErzsébet y los suyos estarían cerca y silograrían rastrear a Adrien. Improvisé unaalmohada con mi capa y acomodé lacabeza de Adrien sobre ella lo mejor quepude. Vivéka había dejado el cesto de losvíveres conmigo, llevándose un pequeñoatado con pan y queso. Saqué un pedazode pan del cesto y comí en silencio

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mientras cuidaba de Adrien. Esperé quela sangre de Cristo tuviese sobre él unefecto parecido al que la comunión solíatener sobre Amalia, según lo que ellahabía escrito en su diario, permitiéndolecomer y sentir algo de paz. Sacudí lasmigajas que habían caído sobre misfaldas rotas y oré a Dios con toda ladevoción de mi alma para que nosprotegiese de los vampyr y nos ayudase arecobrar todos los maderos de la cruzPatriarcal.El maletín de Adrien había quedadoabierto y la botella que contenía la sangrede Cristo estaba aún destapada sobre elsuelo. Después de buscar un buen rato,encontré la tapa entre las briznas dehierba y la cené de nuevo para meterla en

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el maletín de Adrien. Habría deseado nosentir curiosidad por saber qué tantohabía dentro de dicho maletín, pero nopude resistir la tentación de echarle unaojeada cuando introduje en él la botella devidrio verde. Sus contenidos habíanquedado revueltos y varios frasquitos dediferentes tamaños habían rodado portodas partes. Por fortuna, nada parecíahaberse regado. Encontré un par delibros, un saco de terciopelo y dos cajasde madera, la una más grande que laotra. En el fondo del maletín distinguíunas varas talladas que llamaron miatención. Las palpé con mi manotemblorosa y una extraña sensación seapoderó de mí. Supe entonces que setrataba de dos de las estacas de madera

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que en otros tiempos habían conformadola cruz Patriarcal: el poder que sedesprendía de ellas era tan intenso quecomprendí que sólo algo de tal magnitudpudiese destruir a nuestros enemigos.Todos mis temores se disiparon, dandopaso a una verdadera confianza en Dios.Me sentí tan feliz que, cuando Adrien mehabló, no supe qué me decía. Se habíasentado y me miraba desde donde estabapero su voz sonaba muy lejana, como siproviniese de algún remoto sueño quefuera mucho menos real que el mundo enque, por unos instantes, me habíaadentrado.-¿Lo harás? -preguntó.-¿Hacer qué? -pregunté, aún en estadode ensoñación.

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-Matarme.Sus palabras me trajeron de vuelta a lalúgubre realidad. Miré a mi alrededor yrecordé las circunstancias en las que noshallábamos.Comencé a sentir que retornaba a mispercepciones habituales.-¿Matarte? -balbucí, sacudiendo lacabeza.-Si llego a transformarme en vampyr.Necesito que me des tu palabra-dijo Adrien.Pensé en lo que me pedía y supe que mesería imposible llevarlo a cabo. La bellezade su alma se reflejaba en sus ojos y ensu voz.-Jamás -dije.Adrien me miró extrañado.

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-¿Jamás? -preguntó, frunciendo elentrecejo.-Eso no va a pasar -respondí-. Vamos adestruir a los vampyr y tú vas a estar bien.-Martina -dijo-, has sido testigo de lo queme ocurre. Si el tiempo pasa y Erzsébetsigue viva... ya no podré luchar contra lafuerza maligna que se está apoderandode mí. Ya no seré yo mismo. Prefieromorir a perder mi alma.-No vas a perder tu alma, Adrien -dije,poniéndome de pie y acercándome a él.Me senté a su lado sobre la hierba.-¿De veras eso es lo que crees? ¿Es queno los has visto? ¡Por Dios,Martina! ¡Recuerda lo que hicieron con tuamiga Amalia! ¡Recuerda la fiesta deUjvary! ¡Tú mejor que nadie sabes las

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cosas de las que son capaces! ¿Hasmirado a Erzsébet a los ojos? ¿Has vistoel mal que su mirada encierra?-Sí -respondí-. Pero también te he visto ati a los ojos. Tú nunca serías como ellos.-Mis fuerzas menguan, Martina. Cada díasiento más deseos de...-Adrien tragó en seco y bajó la mirada-.No podrías comprender por lo que estoypasando. Llegará el momento en que lasangre de Cristo tampoco podrá hacernada por mí. Al comienzo, era sólo comoquemarme un poco por dentro. Ahora esun dolor infinito... Ya lo has visto túmisma. Finalmente no servirá de nada... yseré suyo.-¿Suyo? -pregunté-. ¿De quién?-De Erzsébet -respondió por entre los

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dientes-. Eso es lo que ella desea. Si metransformase definitivamente en vampir,ella tendría poder absoluto sobre mí... yyo prefiero morir a ser su amante.-¿Su amante? -pregunté, alarmada.-Sí -dijo él-. Erzsébet está... encaprichadaconmigo. Por ello me estoy convirtiendoen vampyr. De no haber sido así, tal vezsólo me habría matado... lo que no habríadistado mucho de vivir exclusivamente enfunción de salvar mi alma y vengarme deesa maldita concubina del demonio. Noexisten palabras que puedan expresar elodio que siento por ella. Sólo mientras mised de venganza sea superior a mi sed desangre seguiré siendo mi propio dueño.-¿Alguna vez has...? -pregunté, sinatreverme a terminar la frase.

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Temía escuchar la respuesta.Sus ojos plomizos se detuvieron en losmíos. Había tanto dolor en ellos que notuvo que responder a mi pregunta.-¿Deseas saber cómo ocurrió, Martina?-pregunto.Su voz revelaba un vacío abismal, el tipode vacío que sólo surge de un corazónque ha albergado demasiado tiempo lamás profunda desesperanza. Asentí,tragando en seco. Hubiese querido poderconsolarlo, pero sabía que era imposible.

 

CAPITULO 18

VENGANZA

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(Historia de Adrien Almo)

Desde que Erzsébet me atacó, he tenidoque romper todos mis lazos con el mundo.No puedo darme el lujo de tener amigos,no sólo porque ella trataría de destruir atodo aquel que estuviese cerca de mí,sino porque yo mismo me he idoconvirtiendo en un ser al cual cada vez lees más difícil controlar instintos que le sontotalmente ajenos.Vi a Erzsébet Báthory por primera vez unanoche sin luna en la que había salido acabalgar solo por las praderas querodeaban la casa de mis padres. En eseentonces, solía dejar que mi caballogalopara libremente hasta que ambosquedásemos felizmente agotados, para

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después tumbarme sobre el prado a mirarlas estrellas. Esa noche me había alejadode la propiedad bastante más de lohabitual, y me había detenido al lado delbosque a descansar. Había notado que micaballo estaba algo inquieto; había algodiferente en el aire aquella noche, el 7 deseptiembre de 1877. Me acerqué a unriachuelo que estaba a unos pocos pasosde nosotros para refrescarme un poco.Me quité la chaqueta y me incliné sobresus aguas para beber. Estaba acalorado ybebí largo tiempo, salpicándome el rostrocon agua.El relincho de mi caballo me hizo elevar lavista. Se había levantado sobre sus dospatas traseras, pateando en el aire conlos cascos delanteros. Me incorporé

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rápidamente y me acerqué a él pararevisarlo pero no cesaba de saltar ysacudirse. De repente, un viento frío llegóhasta mí, calándome los huesos. Unadensa bruma apareció de la nada y, enunos pocos segundos, el bosque, micaballo y yo quedamos envueltos en sublanca espesura. Mi caballo se aquietó deun momento al otro y sólo se escuchó elrumor de las hojas agitándose en elviento. Una extraña sensación de miedome invadió. Sentí que tenía que irme deallí de inmediato, pero no podía hacernada. No entendía qué me ocurría; eracomo si mi espíritu presintiese que algomuy siniestro estaba ocurriendo sin quemi cuerpo pudiese reaccionar.No sé cuánto tiempo pasó hasta que vi

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que algo se movía entre las ramas de losárboles. Al principio, creí que se tratabade mi imaginación jugándome una malapasada, pero después de cerrar los ojos yvolverlos a abrir, comprobé que,efectivamente, la silueta de una mujerestaba acercándose a mí. Era una visiónterrorífica: Erzsébet Báthory jamás podríahaberme parecido bella. Su vestido negrose perdía entre las sombras y su rostroentre la niebla, pero sus ojos brillaban enla oscuridad. Sus labios entreabiertosesbozaban una sonrisa macabra-Feliz cumpleaños -dijo, y yo no puderesponder nada. Estaba paralizado delterror-. He estado esperando estemomento largo tiempo.Anna tenía razón: eres igual a él. Tal vez,

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incluso, más bello.No sabía quién era esa mujer cuya vozme helaba la sangre, pero hubiesepreferido que la tierra se abriese en esemomento a seguir viendo esos ojos llenosde crueldad. Se me ocurrió que podíatratarse del mismísimo Lucifer quehubiese tomado la forma de una mujerpara venir a llevarse mi alma. Mispensamientos no se alejaban mucho de larealidad.-Ven conmigo -prosiguió-. Te daré todo loque hayas deseado.Dio otro paso hacia mí y me rodeó consus fríos brazos, clavando su mirada demuerte en la mía.-No deseo nada... -balbucí-. Sólo quieroirme a casa con mis padres. Por favor. . .

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-¿Te gusta la oscuridad, Adrien?-preguntó y, acercándose a mí, me besó.Estaba tan aterrorizado que, al comienzo,no pude moverme, pero el desagrado queme producía era violento. En un impulso,pude zafarme de su abrazo y corrí aesconderme detrás de un árbol. Entoncesla niebla se hizo tan densa que ya nopude ver nada.Yo jadeaba en silencio, rogando para queno pudiese encontrarme, pero no conocíael tipo de criatura que me acosaba. Lepedí a Dios que me protegiese, pero mi fese había debilitado a causa del miedo.Busqué en vano el pequeño crucifijo quesolía llevar alrededor del cuello a peticiónde mi madre: había olvidado ponérmeloaquel día.

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-¿Por qué huyes? -preguntó la mujer,apareciendo ante mí-. ¿Es que no soybella? Puedo darte más placeres de losque jamás hayas soñado.Yo temblaba de pies a cabeza.-¡Respóndeme! -exclamó ella, cambiandode tono. Sus ojos habían adquirido uncolor rojo intenso.Hice un esfuerzo por hablar, pero nuncahabía estado tan asustado en mi vida.-¡Tengo miedo! -dije, por fin-. ¿Quién esusted? ¿Qué quiere de mi?Entonces la expresión de su rostro sesuavizó, pero todo lo que yo podía percibirde ella era falsedad y podredumbre.-Mi nombre es Erzsébet Báthory y hevenido a reclamar lo que es mío. Meperteneces, Adrien... aunque aún no lo

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sepas -respondió.Todo lo que te ofrezco es placer. Seríamejor que lo aceptaras voluntariamente.Estuve seguro de que sí era el demonioque había emergido de los infiernos paratentarme, aunque yo no me sentía tentadoen lo absoluto.-¿Por qué me atormentas? ¡No deseo losplaceres que prometes!-exclamé-. ¡No te pertenezco y nunca teperteneceré! Jamás te invoqué,Lucifer, iTe ordeno que te vayas en elnombre de Dios!Ignoraba de dónde había sacado el corajepara pronunciar esas palabras, pero noesperé a ver su reacción: emprendí unaciega carrera en medio de la niebla haciadonde creía que había dejado mi caballo,

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con tanta suerte que lo encontré. Enmenos de un segundo ya estaba sentadosobre él, y lo hice cabalgar en dirección alriachuelo.No me importaba a dónde llegásemos,sólo sabía que tenía que salir de esaniebla y alejarme de esa aparicióndemoníaca. Mi caballo y yo cruzamos elriachuelo y, cuando estuvimos al otrolado, seguimos cabalgando hasta queestuvimos fuera de la niebla. No me atrevía mirar hacia atrás hasta queencontramos el camino de vuelta a casa:no había mujer o niebla.Estaba cubierto de sudor y temblaba depies a cabeza. Mis padres estabandisfrutando de la que para ellos seguíasiendo una plácida noche de verano

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cuando me vieron entrar.-¡Dios mío, Adrien! -exclamó mi madre,levantándose y dejando su labor de tejidosobre la mesa-. ¿Qué te ha ocurrido? ¡Portu palidez, se diría que ha vuelto An GortaMór!Aunque la hambruna había terminadohacía más de dos décadas y mis padresgozaban de relativa prosperidad enIrlanda, morir de hambre me parecía unprospecto menos aterrador que regresaral bosque.Me fue difícil hablar, aun creyéndome enun lugar seguro.-El demonio. . -balbucí, apoyándomecontra la puerta-. ¡He visto al demonio!Mi padre puso su vaso de whiskey a unlado y se incorporó de su silla.

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-Pero, ¿qué dices, muchacho? -preguntó,con expresión asustada-.¿Cómo que has visto al demonio?-Una mujer... la niebla espesa... queríallevarme con ella...-dije.Mi padre me sirvió un vaso de licor y meobligó a sentarme.-¡Habla pronto, Adrien! -dijo mi madre,poniendo su mano temblorosa sobre lamía-. ¡Me tienes muy asustada!Tomé un trago de visce beatha y procedía narrarles lo que acababa de vivir. Eraobvio que mi madre estaba horrorizadacon lo que había escuchado, y los ojos demi padre habían adquirido una expresiónde desconsuelo absoluto que yo jamáshabía visto en ellos hasta entonces.

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Ninguno de los dos dijo nada por unossegundos que parecieron eternidades.Al fin mi padre rompió el silencio:-Son ellos -sentenció.Un terror helado se apoderó de mí. Mipadre sabía muy bien de quiéneshablaba, y él jamás bromeaba.-¿Quiénes, padre? -pregunté, aunqueapenas me sentía capaz de hablar.-Los vampyr respondió. El tono de su vozera tan pesado como una lápida-. ¿Sabesqué es un vampyr, Adrien?Yo asentí. Mi madre puso su frágil manosobre la mía, y vi que las lágrimas seasomaban a sus ojos.-¡Que Dios se apiade de nosotros! -dijo-.¿Qué vamos a hacer?-Tendremos que irnos de aquí -respondió

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mi padre.Yo hubiese querido llorar al escuchar amis padres hablar de esa forma, pero elmiedo que sentía no me lo permitió.-Los vampyr han perseguido a nuestrafamilia durante siglos, Adrien-dijo mi padre-. Pensé que no nosencontrarían, pero veo que me heequivocado. ¡Qué desgracia la nuestra!Debo contártelo todo, hijo.Tendré que hablar pronto, que Dios meayude a hacerlo con claridad.Lo que voy a decirte me lo refirió tuabuelo en su lecho de muerte, y él mismojamás tuvo ningún encuentro con ellos...Las palabras de mi padre hanpermanecido grabadas en mi memoria através de los años. Esa fue la noche en

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que conocí la historia deErzsébet Báthory... la noche en quedescubrí que mi destino estaba marcadocon el sello de la oscuridad mucho antesque mi madre me diera a luz exactamenteveinte años atrás.-Erzsébet Báthory es un vampyr -dijo mipadre-. Esa criatura maldita fue unacondesa magyar en su tiempo... En sutiempo de vida, quiero decir, antes deconvertirse en el ser inmortal que es.Murió en 1614, encerrada en una celdasin ventanas, como castigo por suscrímenes: ella y sus cómplices, AnnaDarvulia y Johannes Ujvary, raptabanjovencitas para torturarlas y asesinarlas...pero no sólo gozaban infligiendo dolor asus víctimas, sino que también bebían su

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sangre.¡Sí! ¡Eran demonios antes detransformarse en vampyr! Al parecer,Erzsébet gustaba especialmente debañarse en la sangre de dichas doncellaspues creía que esto preservaría subelleza y juventud... –mi padre tragó enseco y continuo: Erzsébet Báthory estabacasada con el Héroe negro del ejércitohúngaro, el conde Ferenc Nadasdy. Comoéste pasaba largas temporadas fuera decasa peleando contra los turcos, ellaaprovechaba su ausencia para llevar acabo sus abominables prácticas. Lacondesa siempre tuvo gran cantidad deamantes, entre ellos la misma AnnaDarvulia. Tendrás que perdonarme, hijo,por afligirte con tan repugnantes historias,

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¡creí que jamás llegaría el día en quetendría que hacerlo!Limpiándose con el pañuelo el sudor queempapaba su frente, prosiguió:-Erzsébet era considerada una mujerextraordinariamente bella y poderosa.Nadie jamás la había rechazado... hastael nefasto día en que se le antojó seducira un joven de la nobleza menor. Sunombre era Laszló Almos. Como podrásadivinar, es tu antepasado. Pues bien: eljoven Laszló no sólo era apuesto sinotambién valiente y de noble corazón.Según me contó tu abuelo, que en pazdescanse, la voz de Laszló jamás temblócuando de oponerse a alguna injusticia setratara.El pueblo de Csejthe lo amaba y, aunque

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su carácter compasivo no fuese muyapreciado por los otros miembros de lanobleza, éstos no podían evitar quererlotambién. Fue sólo cuando Laszló sepresentó en un baile ofrecido en casa dela familia Majorova que Erzsébet sepercató de su apostura. Para entonces,ella ya había adquirido la reputación deser una mujer cruel y, aunque nadie sabíacuáles eran los verdaderos horrores quese cometían dentro de las paredes de sucastillo, todos aceptaban sucomportamiento como típico de una damade su rango. Todos menos Laszló, quiendespreciaba a todo aquel que no tratase asus siervos con dignidad y respeto, y yahabía escuchado algunas quejas de bocade los campesinos acerca del brutal

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proceder de Erzsébet: la condesa hacíaque sus trabajadores fuesen fustigados aldesnudo por la parte delantera de suscuerpos si alguno de ellos cometía la faltamás insignificante, mientras ellaobservaba el espectáculo divertida.También solía enterrar alfileres en loscuerpos de sus doncellas cuando estabade mal humor. Tales historias le habíanarrancado lágrimas de dolor a Laszló,quien se había colmado de ira contraErzsébet desde ese momento."Cuando supo que Erzsébet seencontraba entre los comensales del baileal que había asistido, Laszló quiso partirde inmediato, pero tuvo la mala suerte deque Erzsébet ya lo hubiese visto desde elbalcón y se hubiese prendado de él. En

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ese entonces, Laszló era un joven dediecisiete años de edad y ella tenía almenos unos veinte más que él, pero esadiferencia de edad, en vez de desalentara la condesa, había enardecido su deseode cautivar la atención de aquelmuchacho a quien nunca antes habíavisto y que se había marchado de la casade los Majorova sin siquiera haber bailadouna pieza con ella."A partir de esa noche, Erzsébet comenzóa dar baile tras baile en su castillo,enviando siempre una invitación a Laszlóy a sus padres, quienes se guardaronmuy bien de asistir a ellos sin sospecharel resentimiento que estaban desatandoen la orgullosa condesa."Un buen día la paciencia de Erzsébet

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llegó a su límite y se decidió a irpersonalmente al encuentro del jovenLaszló. Los padres del muchacho estabanen Viena cuando Erzsébet se hizoanunciar en casa de los Almos, y Laszlóno tuvo más remedio que recibirla,tratándose de quien se trataba ydesconociendo las intenciones de lacondesa.Cuando Erzsébet se despojó de suvestido frente a Laszló y le ordenó que lahiciese suya, el joven quedó perplejo. Alprincipio, Erzsébet creyó que el muchachohabía enmudecido de admiración, perocuandoLaszló le pidió con toda seriedad que sevistiera y regresara a su castillo, lacondesa montó en cólera y se marchó

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jurando venganza."Pasados unos cuantos días, Laszló supoque Erzsébet había estado inquiriendoentre sus allegados si había alguna jovena quien él pretendiese: como no había talmujer, Erzsébet había quedadodesprovista de una víctima a quien culparpor el desdén de Laszló, lo que habíaincrementado su ira. Siendo Erzsébet unadama tan prominente, se propuso arruinara la familia de Laszló, cosa que habríalogrado si los padres de este último nohubiesen decidido vender suspropiedades y mudarse lejos de allí encuanto supieron que la condesa les habíadeclarado su enemistad. Nadie queríacaer en desgracia con los Báthory, una delas familias magyar más influyentes en

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aquel entonces. La condesa trató dehallar a Laszló sin éxito, pero jamás olvidóla forma en que el miembro más joven dela familia Almos la había rechazado."Varios años después, los más deseiscientos cincuenta asesinatos que lacondesa había cometido fuerondescubiertos y tuvo que comparecer antela ley. Dada su posición, no fuesentenciada a la horca como el resto desus cómplices sino condenada a pasar elresto de sus días encerrada en suhabitación del castillo de Csejthe.Erzsébet murió en la oscuridad de sucelda sin que sus crímenes fuesen dadosa conocer públicamente: todos losregistros de la corte fueron escondidos yun edicto real prohibió la mención de su

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nombre."Sólo al escuchar que Erzsébet habíamuerto se atrevió Laszló a volver a suamado pueblo de Csejthe. Para esemomento ya tenía una esposa y un hijopequeño, y estaba por cumplir los 35 añosde edad.No sabía que la condesa había hecho unpacto con el demonio antes de morir yque había regresado de la tumbaconvertida en una criatura infinitamentemás poderosa de lo que jamás hubiesepodido serlo en vida. Erzsébet Báthory sehabia transformado en un ser inmortal quese alimentaría de la sangre de incontablesvíctimas a través de los siglos a partir deese momento. Laszló había vuelto acomprar la que había sido la casa de su

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infancia y se había instalado en ella consu familia, ignorando las fuerzas siniestrasque se cernían a su alrededor:Erzsébet aún no había perdonado laofensa que había recibido de su parte yestaba ya saboreando el dulce sabor de lavenganza."Un día Laszló regresó de suacostumbrado paseo vespertino paraencontrar a su esposa sobre un enormecharco de sangre y a Erzsébetalimentándose de ella. Profiriendo gritosde horror, Laszló se lanzó sobre el quecreyó se trataba del fantasma de ladifunta condesa deCsejthe, pero ésta demostró ser tan realcomo el mismo Laszló. Erzsébet estabamuy interesada en que Laszló supiera que

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la muerte no había sido un impedimentopara vengarse y, entre carcajadasdemoníacas, le contó que habia hecho unpacto con el diablo en vida para poderregresar en la forma de un inmortalvampyr después que su cuerpo humanofuese inhumado. Al parecer, Laszló tuvola suerte de que Erzsébet siguieradeseándolo a pesar de sí, porque sedetuvo antes de matarlo para darle laopción de convertirlo en un vampyr igual aella si accedía a ser su amante. Laszlófingió aceptar el ofrecimiento de Erzsébety ella se hizo una herida en la muñecapara darle de beber.En vez de alimentarse de la infernalsangre de la condesa, Laszló se apoderóde una de las antorchas que colgaban del

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muro y le prendió fuego a su enemiga.Mientras ésta aullaba de dolor e intentabaextinguir las llamas que la envolvían,Laszló hizo lo posible por reanimar a suesposa moribunda, pero todos susesfuerzos fueron en vano.Sabiendo que la condesa iría tras él, tomóa su hijo en brazos y huyó del lugar en sucaballo, no sin antes jurar regresar aCsejthe para darle muerte al vampyr."Unos buenos campesinos socorrieron aLaszló y le dieron posada, pero él temíapor su vida y partió al día siguiente.Pensando que tanto su hijo como élestarían más seguros en medio dehombres de Dios, optó por refugiarse enun antiguo monasterio que no estaba muylejos de la región. Estando allí, Laszló

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tuvo la oportunidad de conocer a unanciano monje que había seguido lospasos de DoroteaSzentes, una antigua empleada deErzsébet que había sido ejecutada por sucomplicidad en los crímenes de lacondesa y a quien algunos aldeanoshabían acusado de ser bruja. Después deescuchar la historia de Laszló, el monje sehabía alarmado tanto que había decididoviajar inmediatamente a Asís, donde vivíaun buen amigo suyo a quien no veía hacíamás de veinte años: la última vez quehabía tenido la oportunidad de hablar consu amigo, un viejo fraile franciscano, éstele había advertido acerca de la existenciade maléficas criaturas que. Sealimentaban de la sangre de los humanos.

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El monje recordaba que su amigo tambiénlas había llamado vampyr, confirmandoasí la historia que Laszló le había referido.Laszló y el monje supusieron que habríasido Dorotea Szentes quien había iniciadoa Erzsébet en las artes negras y quien lahabía ayudado a realizar el pacto conLucifer para convertirse en vampyr."A su regreso de Asís, el monje se habíaencontrado con que una extraña pestehabía invadido el pueblo de Csejthe y susalrededores: varios habitantes habíanmuerto desangrados en sus lechos acausa de las mordeduras de algún animalque aún no había podido ser identificado.Las víctimas sufrían de violentos ataquesde rabia y horribles alucinaciones antesde expirar maldiciendo la cruz de Cristo y

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el nombre de Dios. Instruido por el frailefranciscano, el monje se aseguró deseccionar las cabezas de todos aquellosque habían muerto a causa de la pesteque azotaba la región, sabiendo que setrataba, en realidad, de los ataques delvampyr en que se había transformado lacondesa de Csejthe."Laszló y el monje buscaron el esconditede Erzsébet durante meses antes deencontrarlo. Cuando al fin descubrieron elataúd en que la condesa dormía, que era,por supuesto, uno muy distinto al que secreía contenía sus restos y que había sidoenviado a la cripta familiar de los Báthoryen Nyírbátor, Laszló y el monjeseccionaron su cabeza y les prendieronfuego a sus restos, pero los ataques en la

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región no cesaron: Erzsébet Báthory era,en verdad, inmortal, tal como habíaproclamado serlo... O, al menos, erainvulnerable a los métodos que estabanempleando para dar descanso eterno asus víctimas."Un mes después, las muertes de Csejthecesaron repentinamente: al regresar allugar de descanso de Erzsébet, el monjehalló su ataúd vacío. Así continuóestándolo a partir de ese momento.Laszló y el monje supusieron entonces, yno se equivocaban, que el vampyr deCsejthe había partido a otro lugar dondepudiese obrar sin interferencias. Laszlóintentó encontrar a la asesina de suesposa sin ninguna suerte; no habíaregistros de extrañas muertes por ataques

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que pudiesen adjudicárseles a los vampyren ningún lugar del reino."El anciano monje se propuso documentarla crónica de la vida y transformación envampyr de Erzsébet Báthory y comenzó aescribir un libro en minucioso detalle. Másadelante serían agregadas al libroilustraciones realizadas por otro joven ytalentoso monje que conocía muy bien losrostros de Erzsébet y sus cómplices puesa menudo había sido comisionado por lanobleza para hacer sus retratos. Despuésde hacer una extensa investigación entrelos habitantes de la región, Laszló y elmonje llegaron a conocer todos loscrímenes que la condesa había cometidodurante su vida. Sin embargo, no habíarastros de ella: parecía haberse esfumado

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de la faz de la tierra."En 1630, Laszló y su hijo conocieron algitano que les revelaría la historia de lacruz Patriarcal. En aquel entonces, losgitanos no eran menos despreciadosentre los húngaros que hoy en día y, cadavez que acampaban cerca de algunapoblación, no faltaba quien los agrediera.Una mañana en que Laszló y su hijocaminaban a las afueras del bosque,escucharon unos gritos de mujer queprovenían del interior de la espesura y seapresuraron a socorrer a quien estuviesepidiendo ayuda. Pronto hallaron a dosmuchachos que se entretenían golpeandoa una joven gitana. Después de darles alos jóvenes una paliza, llevaron a la gitanaa la casa que habían comprado en el

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pueblo, donde cuidaron de ella hasta quese repuso. Cuando la acompañaron devuelta al campamento para asegurarse deque nadie pudiese hacerle daño, el padrede la joven se mostró tan agradecido que,derramando lágrimas de amistad, lesofreció hermanarse con ellos por mediode un pacto de sangre. Laszló nodeseaba unir su sangre con la de ningunaotra persona, menos aún después de suexperiencia con la condesa.Temiendo ofender al amable gitano,decidió narrarle su historia. El gitano loescuchó con toda atención y, cuandoLaszló hubo terminado, procedió acontarle a su vez cómo los suyos habíansido atacados por los vampyr desde haciadieciséis años. Los gitanos habían

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supuesto que los vampyr andaban trastres cofres de plata que ellos custodiabanhacía cinco siglos y, como el contenido delos cofres era en extremo sagrado yvalioso, habían decidido dividirlos entre lafamilia y tomar caminos separados.Laszló intuyó que los cofres debían ser degran importancia en la lucha contra losvampyr y se atrevió a preguntarle algitano cuál era su contenido. El gitanoentonces le reveló que los cofresescondían en su interior cinco pedazos demadera que habían conformado entiempos remotos la cruz Patriarcal."Esa noche, al regresar a su casa, Laszlóno durmió. No podía dejar de preguntarsepara qué los demoníacos vampyr querríanapoderarse de algo tan sagrado como las

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cinco piezas del madero en el que Cristohabía muerto. Entonces, Laszló le pidió aDios que lo iluminase y elevó unaplegaria. De repente escuchó una vozproveniente de su interior. Era una vozhermosa y poderosa que le decía:

Cinco son los pedazosque evocan su sufrimiento.Grande fue el tormentoque encerraba su pasión.Al reunirse los cincoacabarán los lamentos.Si atravesaran el fondode su oscuro corazón.

Conmovido, Laszló se apresuró a escribirlo que había escuchado: sabía que Dios

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acababa de señalarle la única forma enque podía dar muerte a su enemiga, ycomprendió que la razón por la que losvampyr deseaban adueñarse de loscofres era la necesidad de destruir loúnico que podía enviarlos definitivamenteal infierno. Al día siguiente muy tempranoregresó al campamento de los gitanospara contarles lo que había descubierto,pero se encontró con que éstos se habíanmarchado. Nunca los volvería a ver. Elbuen Laszló murió de viejo sin hallar a suenemiga ni tampoco a los gitanos que lehabían ayudado a conocer el modo deacabar con ella."El poema fue transcrito al libro que elanciano monje había comenzado aescribir acerca de Erzsébet. Para ese

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entonces Laszló ya había fallecido y ellibro estaba en manos del joven monjeque se había dispuesto a ilustrarlo enmemoria de su tutor. Al terminar dedecorar las cubiertas, el joven monje leobsequió el libro al hijo de Laszló y ledeseó suerte en su propósito de destruir ala Condesa sangrienta. El hijo de Laszlófusionó el emblema familiar de los Almos,la flor de lis, con el de la cruz Patriarcal,haciendo honor a la divina revelación quesu padre había tenido. Desde eseentonces, el escudo de los Almos ha sidouna cruz Patriarcal entre cuyas líneas seenredan pequeñas flores de lis. Aunque elhijo de Laszló no volvió a saber de laasesina de su madre, cuidó con su vida ellibro que le había obsequiado el monje,

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legándoselo más adelante a su propiohijo, junto con el recuento de todo lo quesabía acerca de los vampyr."El nieto de Laszló, Andras Almos, no erafísicamente parecido a su abuelo aunquesi tenía los mismos rasgos depersonalidad que habían caracterizado aeste último: era bondadoso, compasivo, ytenía una genuina aversión haciacualquier tipo de injusticia. Por desgracia,Andras era un hombre incrédulo y habíapreferido pensar que su abuelo habíaimaginado todo lo relacionado con losvampyr. Había crecido en París pero,después de cumplir los cuarenta años deedad, había tenido el deseo de conocer latierra de sus padres. Andras Almos sehabía casado con una mujer francesa y

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había tenido dos hijos con ella, Matilde yFrancisco. Aunque su familia no lo habíaacompañado en este viaje, Andras estabamuy entusiasmado por conocer la regióndonde su abuelo Laszló se había criado.La esposa e hijos de Andras recibieronuna carta de su parte en la que decíahaber llegado a Csejthe y estarcomplacido con el lugar. Eso fue lo últimoque supieron de él: Andras jamás regresóa Francia. Cuando su esposa fue enbusca de él, nadie supo darle razón de suparadero."Fueron Matilde y Francisco quienesencontraron el cofre en que su padrehabía guardado el libro de la crónica de lavida de Erzsébet Báthory y un manuscritoredactado por su bisabuelo que narraba la

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historia de su vida y cómo ésta se habíavisto truncada por el odio de un vampyr.Ambos dedujeron que la desaparición desu padre debía estar ligada a la malvadacondesa y lamentaron profundamente elhecho de que su progenitor se hubiesetomado tan a la ligera las múltiplesadvertencias que Laszló hacía en su cartaa las generaciones venideras."Matilde y Francisco comisionaron a unescribano para que hiciese una copia fieldel libro que habían heredado de subisabuelo y cada uno guardó una de ellas.Francisco se estableció finalmente enterritorio magyar, y es de él que hasurgido nuestra rama de la familia.Matilde se casó con Zoltán Bakócz y tuvovarios hijos. Sé que tenemos un pariente

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de nombre Bakócz que vive en Csejthe. Ellibro que le correspondió a Francisco fueel original escrito por el monje, y es el quetenemos escondido aquí mismo ennuestra casa, en un lugar seguro. Aunqueestá escrito en una mezcla de húngaro ylatín, lo que dice puede descifrarse conpaciencia si se tiene un buenconocimiento de ambas lenguas."Aún conservo el manuscrito que LaszlóAlmos escribió, hijo, y lamento tanto nohabértelo enseñado antes. Me temo queel escepticismo de Andras Almos fue loúnico que heredé de mis ancestros,además del libro y el manuscrito. Tú, encambio, eres igual a Laszló... Tu madreencontró un retrato suyo metido entre laspáginas del libro.

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Debe haber sido sacado del marco. Si lovieras, pensarías que estás mirándote alespejo. Desdichadamente, creo que éstees el motivo por el que el vampyr deCsejthe anda tras de ti, hijo mío querido...Erzsébet Báthory aún debe estarobsesionada con la imagen del únicohombre que se atrevió a rechazarla... y túeres su viva imagen.El terror que sentí al escuchar la historiade mi padre fue tal que creí habermepetrificado. No había visto al demonio porcoincidencia: me había buscado yencontrado a propósito. Mi madre habíacerrado todas las puertas y ventanas de lacasa, y mi padre había ido a buscar ellibro y el pergamino para enseñármelos.Reconocí a Erzsébet Báthory de

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inmediato, horrorizándome con lasláminas que ilustraban sus actividades ytambién al comprobar que no habíacambiado desde el siglo XVI.-Es ella -balbucí, devolviéndole el libro ami padre.-El libro es tuyo ahora, Adrien -dijo mipadre.Pude ver en sus ojos que estaba tanasustado como yo.-¿Cómo vamos a proteger a nuestro hijo?-preguntó mi madre, llorandocalladamente a su lado.-No lo sé, mujer -dijo mi padre, poniendosu mano sobre la de ella-. Creí que lahistoria de nuestra familia con la condesahabía terminado hacía mucho tiempo.También había pensado que, si algún día

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hubiera existido algún vampyr, se habríalimitado a atacar en Csejthe... iErzsébetBáthory nos ha seguido hasta Irlanda!¿Cómo nos ha encontrado?-Debemos partir en cuanto despunte elalba... -dijo mi madre.-Pediré a Ruairi que tenga el coche listo-dijo mi padre.Dicho esto, salió de la casa sosteniendoel crucifijo que colgaba de la pared delcomedor. Mi madre se abrazó a mí. Podíasentir sus lágrimas tibias derramándosesobre mi hombro.-¡Sólo podemos rezar! -dijo, en medio desollozos.Yo hubiese querido unírmele pero sentíacomo si un pesado bloque de hierro medetuviese.

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-Debo ir por mi crucifijo -dije.Mi madre se puso de pie y me dijo:-Espera. Te traeré uno que tiene la formade la cruz Patriarcal. Era de tu bisabuelo.Yo tenía miedo de estar solo. Me acerquéa la ventana para ver si mi padre yaregresaba de hablar con Ruairi, el peónque entonces trabajaba para nuestrafamilia, pero no vi nada. La noche estabamuy oscura. Pasaron varios minutoshasta que distinguí movimientos a travésdel grueso ventanal. Me pareció ver ladelgada silueta de mi padre por unosinstantes, pero después todo estabanegro de nuevo.Mi madre aún no volvía con el crucifijoprometido y mi pecho a duras penas sipodía contener mi corazón. No me atrevía

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a moverme de la ventana.-¿Madre? -llamé sin darme la vuelta, perono obtuve respuesta.Fue entonces cuando algo azotó elventanal por el que miraba hacia fueracon tal fuerza que lo rajó de arriba abajo.El terror que el impacto me produjo hizoque me cayese hacia atrás.-¡Madre! -grité de nuevo. Sólo el silenciome habló.Temblando, me puse de pie. Algo terribleestaba ocurriendo, lo sabía. Me acerqué ala ventana. Aunque no quería saber quéhabía golpeado el vidrio, necesitabaasomarme. Lo que me hizo proferir ungrito que inmediatamente se heló en migarganta: afuera, en el suelo, yacía elcuerpo inerte de mi padre. Su rostro

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estaba bañado en sangre. Quería seguirgritando, pero había perdido la voz. Corríhacia la parte posterior de la casa,golpeando todo lo que hubiese a mi paso.Tenía que ver a mi madre.Cuando alcancé el corredor, me detuveen seco: la puerta trasera de la casaestaba abierta de par en par. El vientoaullaba, arrastrando consigo las largas ylivianas cortinas del ventanal. El pánico sehabía apoderado de mí y no podía nisiquiera moverme. No fui capaz de hablar,tampoco. Me quedé de pie frente alpasillo, quieto como una estatua,esperando a que algo ocurriera.-Adrien. . .Era la voz de mi madre que me llamabadébilmente desde la última habitación. De

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inmediato, mi cuerpo reaccionó y mimiedo cedió ante el amor que sentía pormi madre. Éste era superior a todo paramí. Atravesé el corredor, sintiendo que unsudor helado me cubría de pies a cabeza.Pronto llegué a la habitación y entré,atemorizado de lo que pudiese encontrar.El aroma de una vela encendida seguíaallí, aunque no había ninguna llama quealumbrase la estancia.-¿Madre? -pregunté con un hilo de voz.El viento zumbaba en mis oídos. Agucé lavista, tratando de distinguir las siluetas delos muebles en la oscuridad. Intentéconcentrarme lo mejor que pude aunquela cabeza me daba vueltas. ¿Dóndeestaba mi madre? A tientas, di dos pasoshacia delante. Sólo entonces sentí su

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infernal presencia y reconocí su olornauseabundo: supe que Erzsébet Báthoryestaba dentro de la habitación conmigo.Súbitamente, el viento cesó de soplar y mirespiración entrecortada se hizo aún másevidente. Mi corazón estaba palpitandocon tanta violencia que creí que iba aestallar dentro de mi pecho. Dos ojosincandescentes aparecieron frente a mí ysu rostro cruel se dibujó en medio de lanada, ostentando una sonrisa triunfal.-¿De veras creíste que podrías escapartan fácilmente de mí, Adrien Almos?-preguntó, enseñándome sus dientesensangrentados y haciendo una largapausa-. Nadie rechaza a Erzsébet Báthorysin que haya consecuencias. Es unalástima que no lo hayas comprendido

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antes... una lástima para ti, por supuesto.Si hubieras aceptado mi generosainvitación, tus padres aún estarían vivos.No puedo recordar lo que sentí cuandoErzsébet pronunció aquellas últimaspalabras. A partir de ese momento, la luzde mi universo se extinguió, dejando sóloun vacío desgarrador que no ha hechomás que crecer con el paso del tiempo,alimentándose del deseo de venganzaque me consume. Es todo lo que quedadentro de mí: odio y vacio.Antes que pudiese reaccionar a la noticiade la muerte de mis padres Erzsébet yase había abalanzado sobre mí, abriendosus sangrientas fauces para clavar suscolmillos afilados en mi carne. Unosbrazos que parecían estar hechos de

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hierro me habían sujetado por detrás,inmovilizándome mientras Erzsébet bebíami sangre lentamente, hiriendo a la vez micuerpo y mi alma. Su inmunda esenciame sofocaba; el contacto con su bocafétida me producía espasmos derepulsión. La condesa maldita dejabaescapar jadeos de placer cada vez queinterrumpía el aborrecible acto dealimentarse de mí. Sentí que mis fuerzasse desvanecían en tanto que el doloraumentaba, haciéndose cada vez másinsoportable. Al fin, cuando supe que yano podría sufrirlo un segundo más, miconciencia abandonó mi cuerpo.

Desperté en el interior de una celda cuyoshúmedos muros quedarían grabados,

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piedra por piedra, en mi memoria. Tratéde moverme y descubrí que gruesascadenas sujetaban mis extremidades. Nohabía ventanas, sólo una puerta de rejasque daba a algún lugar inescrutable.La cabeza me pesaba y me costabamuchísimo mantener los ojos abiertos. Nosabía dónde estaba, ni tenía las fuerzassuficientes para formular teorías. Teníaimágenes vagas de lo que había ocurridoantes de llegar ahí, pero volví a perder elconocimiento casi de inmediato a causade la debilidad. Una helada ráfaga deviento volvió a traerme de vuelta a missentidos. Era tan fría que me traspasaba.Al abrir de nuevo los ojos me encontrécon la figura de la asesina de mis padres.La acompañaban un hombre alto y una

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mujer rubia. No sabía cuál de los trestenía una expresión más malvada. FueErzsébet quien habló:-Cometiste un grave error al provocar miira como tu antepasado.Laszló Almos logró escapar pero, muchodespués, tuve la suerte de que uno de susdescendientes, Andras Almos, sepresentara en Csejthe.No me agradó, así que le di muerte.Ahora que te he encontrado a ti, hepodido comprobar que la insensatez eshereditaria en tu familia: eres tan neciocomo Laszló. Aun así, eres tan hermosoque no deseo acabar con tu vida antes dehacerte mío. Anoche recibiste un justoescarmiento por tu conducta en elbosque. Quizá tal escarmiento te haya

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hecho reconsiderar mi propuesta. Hedecidido darte una segunda oportunidad:si te unes a nosotros, vivirás parasiempre, Adrien Almos.Hice uso de las escasas fuerzas que teníapara balbucir:-Prefiero morir, maldita esclava de Lucifer.Los ojos de Erzsébet se encendieron deira.-Mátenlo -sentenció.Los otros dos se abalanzaron sobre mí,sus rostros trasformándose en los de doscriaturas demoníacas de largos colmillos.-¡Esperen! -exclamó la condesa cuandoya sentía la respiración de la mujer rubiasobre mi rostro y el hombre se disponía aclavar sus colmillos en una de mismuñecas-. Tengo una idea mejor. Ábrele

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la boca, Johannes. Asegúrate de que nopueda cerrarla.Sabía lo que Erzsébet planeaba hacerme.Apreté los dientes tan fuertemente comopude, pero la mujer rubia tiró de micabeza hacia atrás tomándome por loscabellos y el hombre me abrió la bocahaciendo uso de ambas manos. No podíahacer nada contra ellos. Erzsébet se hizoun corte en la muñeca con los dientes ysu sangre comenzó a brotar.-Si prefieres morir a ser mi amante, AdrienAlmos, así será. Pero tendrás queencontrar la muerte tú mismo... despuésque te haya convertido en vampyr -dijo, ypuso su brazo justo sobre mí de formaque su sangre cayese dentro de mi boca.Al sentir el contacto con el líquido

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caliente, contuve la respiración e hice loposible por no tragar casi hastaasfixiarme. Luché contra las reaccionesnaturales de mi cuerpo largo tiempo, peroal fin mi garganta se abrióinvoluntariamente y la sangre de ErzsébetBáthory se adentró en mi cuerpo paraconvertirse en la mía, maldiciendo miexistencia a partir de ese momento.-Sentirás la necesidad de alimentarte desangre -sentenció Erzsébet-.Tarde o temprano, la urgencia serásuperior a tu tenacidad. Cuando así sea,tu alma y tu voluntad me pertenecerán.Entonces, AdrienAlmos, te haré venir a mí, y tú mismo noquerrás nada diferente a hacerme tuyaporque yo te lo ordenaré así. Me servirás

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para siempre, a menos que logresmatarte... lo que, como bien has de saber,hará que tu alma quede condenada arepetir el mismo acto una y otra vez por elresto de la eternidad.Sentí que mi corazón dejaba de latir comolo había hecho hasta ese momento. Eracomo si mi sangre estuviese circulando alrevés, como si todas las funciones de micuerpo se invirtieran. Horas enteras sentíque el dolor más intolerable me sacudíadesde adentro. Mis ojos cesaron de ver,mis oídos de escuchar y ya no puderespirar. Un maléfico vacío se habíaapoderado de mí sin que yo pudiesehacer nada por impedirlo. Sentía quelloraba, pero no había lágrimas: era miespíritu el que sufría el irremediable

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hecho de haber dejado de ser yo mismopara transformarme en maldición: lasangre de Erzsébet Báthory me habíaconvertido en vampyr.De repente, todo el dolor cesó. Todoestaba muy silencioso. 20 tenía frío nicalor. Sólo la herida en mi cuellopalpitaba. Ya no estaba en aquella celda:mis enemigos me habían abandonado enmedio de un bosque. Creí que amanecía,pero los rayos del sol jamás llegaron. Misojos, simplemente, podían verlo todo en lamás absoluta oscuridad. Supeinstintivamente en dónde estaba: era elmismo bosque en el que había conocido aErzsébet. Sin pensarlo, me puse de pie yme dirigí a casa de mis padres. Estabacorriendo pero no corría: me deslizaba por

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encima de las hojas con gran facilidad;nunca había experimentado ese tipo demovimiento. El trayecto que me habríadejado exhausto en otro momento a duraspenas si me había cansado.El cadáver de mi padre me esperaba juntoa la puerta principal.Parecía haber sido devorado por fieras,pero yo sabía muy bien qué le habíaocurrido. Tomé su cuerpo en mis brazosy, abriendo la puerta de un solo golpe, medirigí a la habitación principal, dondeErzsébet me había atacado. Allí, sobre lacama, había estado tendido el frágilcuerpo de mi madre todo el tiempo. Lasangre se había secado en el sencillovestido blanco que llevaba la última nocheque la había visto con vida, así como en

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las ropas de la cama. Tenía heridas en elcuello, las muñecas y los tobillos.Deposité el cuerpo de mi padre junto alsuyo y los besé a ambos en la frente. Caíde rodillas y dejé que todo el dolor quellevaba en mi corazón escapara en unlamento desgarrador que hizo que toda lacasa temblara. Ésa fue la última vez quelloré.Antes que el sol saliese, tomé el pequeñomaletín de viaje de mi padre y en él metíel libro de la vida de Erzsébet y elmanuscrito deLaszló. Junto a éstos encontré el hermosocrucifijo esmaltado que mi madre habíaido a buscar para mí. Lo reconocí por eldoble travesaño horizontal y las flores delis que en él se enredaban. Aunque el

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contacto con él hizo que las manos meardieran, me lo colgué alrededor delcuello. Tomé todo el dinero y las notasbancarias y enterré los títulos depropiedad y las joyas que encontré en lacasa dentro de un cofre al pie del granárbol que había en el jardín. Acto seguido,ensillé mi caballo y, después de liberar atodos los animales de los establos, leprendí fuego a la casa. Ruairi no estabapor ninguna parte. Me alejé galopando sinmirar atrás. Sólo tenía un propósito enmente: enviar a los vampyr a los másprofundos abismos del infierno.No sabía qué hacer ni a dónde dirigirme:mi vida entera había sido destruida enuna sola noche. Cabalgué sin rumbohasta quedar sin aliento, y paré para darle

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de comer y beber a mi caballo en lascercanías de un pueblo. En ese momentoel sol se puso y sentí que todas misfuerzas regresaban. También sentí muchased. Traté de beber agua, pero mi cuerpola rechazó. Me tumbé sobre el pasto secodeseando poder pensar en algo que nofuese todo lo que había vivido, pero elrostro de Erzsébet Báthory aparecía en mimente cada vez que cerraba los ojos.Cuánto la odiaba. Hasta ese entonces,jamás había conocido tal sentimiento.Había tenido una vida sana y feliz encompañía de mis padres... ¡Mis amadospadres! Al pensar en ellos creí por unmomento que las lágrimas iban aasomarse a mis ojos, pero ya no podíallorar: mi corazón se había secado, como

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el campo en el verano.Entonces divisé la cruz de la iglesia delpueblo elevándose por encima de lostechos de las casas. No sé qué me hizolevantarme e ir hacia ella. La puerta de laiglesia estaba cerrada, así que amarré micaballo y caminé hasta la puerta trasera.Golpeé varias veces, pero nadie contestó.Cuando estaba a punto de darme lavuelta, el cura párroco se asomó. Alverme, el delgado hombre soltó unaahogada exclamación y trató de cerrar lapuerta. Entonces caí en la cuenta de quemi camisa estaba manchada de sangre yme apresuré a hablar, sosteniendo lapuerta mientras el padre forcejeabaconmigo para cerrarla:-¡Padre! ¡Necesito de su ayuda! ¡En

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nombre de Dios, por favor, escúcheme!-¡Vampyr! -exclamó el cura, dejándomeatónito-. ¡Márchate ahora mismo! ¡Dejaesta población en paz! ¡Te lo ordeno, enel nombre de san Patricio y Cristo Jesús!No pude contenerme y abrí la puerta encontra de su voluntad, despidiendo al curacontra la pared: tenía muchas másfuerzas de las que jamás hubiese soñadotener.El pobre cura palideció y tembló, elevandosu crucifijo hacia mí.-¡Aléjate de mí, hijo de Lucifer!-¡No voy a hacerle daño, padre! He sidoatacado por los vampyr-dije, mostrándole la herida en mi cuello-.Necesito que me escuche, ¡por favor!Le enseñé la cruz que llevaba alrededor

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del cuello.-¿La cruz Patriarcal? -preguntó.Yo asentí. No era común que alguien lallevase puesta enGalway.-Los vampyr han matado a mis padres.He perdido a mi familia... Necesito de suayuda dije.Él me observó con detenimiento. Parecíaver algo en mí que iba más allá de miapariencia.-Ha habido varios ataques en losalrededores en el último mes-dijo al fin el cura-. El galeno dice que esun animal salvaje. Pero yo sé que sonellos. Ya habían venido antes y se habíanmarchado. Ahora han vuelto... ¡Quiénsabe qué estarán buscando!

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-Me buscaban a mí -dije-. Y me hanencontrado. Tengo que matarlos, padre.Tengo que matarlos antes de...convertirme en uno de ellos.Noté que el cura luchaba por contener supánico.-Hay un médico en el pueblo. No el reciénllegado doctor Goldberg, sino otro que sehace llamar homeópata -balbuceó.-¿Qué hay con él? -pregunté.-Hace tres años hubo ataques similares alos de ahora. Las pocas personas queacudieron a él se salvaron deexperimentar las dolorosas muertes quelas otras víctimas sufrieron. Algunasincluso sobrevivieron.Tal vez el homeópata pueda ayudarlo austed.

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-Le suplico que me lleve a casa de esehombre ahora mismo -pedí.-No me atrevería a salir de esta parroquiacon usted. Lo siento, tengo muchísimomiedo -tartamudeó el cura.-¿Es mi apariencia tan temible enrealidad? -pregunté, asustado.-Mírese usted mismo en el espejo,muchacho -dijo el cura, señalándome unocon marco de plata.Le obedecí. Al ver mi reflejo, di un saltohacia atrás: no era mi imagen la quehabía visto sino la de Erzsébet Báthory.-¿Lo ve? -preguntó el padre.-¡Dios mío! -exclamé.Volví a pararme frente al espejo yentonces sí pude ver mi propio reflejo.Aunque me sentí aliviado, pude entender

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perfectamente al cura: mi rostro habíacambiado. No eran sólo la palidezespectral de mi tez ni las profundas ojeraspurpúreas que ostentaba. Era laexpresión de mis ojos la que asustaba alpadre. Me veía malvado.Giré hacia él y le dije:-Ayúdeme.-No sé cómo hacerlo sin arriesgar mi vida-dijo él.-Podría leerme el evangelio, paraempezar -le dije, perdiendo la pocapaciencia que me quedaba. ¿No sesuponía que los hombres de Dios debíanser fuertes en su fe? Comprendía que elpadre me temiese, pero no que tuvieraque ser yo, el vampyr, quien sugiriese eluso de los textos sagrados.

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-¿Una misa? -preguntó el cura.-¿Por qué no? -pregunté, poniendo losojos en blanco.Mientras el cura fue en busca de losimplementos para la misa, me acerqué ala pila bautismal y sumergí mi mano enella. Al igual que cuando había tocado elcrucifijo que ahora llevaba sobre el pecho,sentí que la piel me ardía. Recogí un pocode agua en la palma de mi mano y bebí,quemándome un poco por dentro: suefecto en mí era el que antaño habríaproducido la más fuerte de las bebidasalcohólicas.Presentí que sería bueno obligarme abeber un poco más y así lo hice. Concada sorbo que bebía sentía, además dealgo de dolor, una leve sensación de paz.

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-¿Qué hace? -preguntó el cura,asomándose de nuevo a la capilla.-Intento limpiarme por dentro -respondí-.¿Qué creía usted? ¿Qué iba a darme unbaño?-¡En lo absoluto! -se apresuró a responderél. Era obvio que seguía estandoasustado-. Acérquese. Vamos a iniciar lamisa.Me puse de rodillas y me di la bendición.Aunque me había dado la espalda, comoes la tradición, el pobre cura volteaba lacabeza hacia atrás con frecuencia paramirarme. Llegado el momento de lacomunión, le pedí a Jesús con toda mialma que se hiciese uno conmigo.El contacto con el cuerpo de Cristo mearrancó un gemido tan espantoso que el

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cura se cayó hacia atrás y luego corrió aesconderse tras la estatua de santaBrígida. Cuando me hube recuperado dela espantosa quemazón, lo observémirándome desde su escondite.-El vino, padre -le pedí.-Toma tú mismo de la copa, hijo -dijo,temblando.Tomé la plateada copa de la mesa de lacomunión entre mis manos y bebí,experimentando un efecto similar alanterior. El dolor era tanto que tuve queaferrarme a la barandilla que separaba lanave del ábside para no caer al suelo. Derepente, me sentí muchísimo mejor. Unossegundos después, el padre se acercó amí y me ayudó a enderezarme.-¿Por qué el súbito cambio, padre? ¿Es

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que ya no lo asusto? –le pregunté, muyasombrado.-Sinceramente, hijo... en cuanto recibistela comunión, tu apariencia se transformó.¡Pareces otro! ¡Todo por la gracia deDios!Al terminar la misa volví a mirarme en elespejo: el padre tenía razón. Mis ojoshabían recuperado, en gran parte, suexpresión habitual, y mi tez habíaadquirido un poco de color que, si bien noera muy notorio, era un poco más humanoque el anterior.-Gracias, padre -le dije-. Sé que no deseaacompañarme a casa del médico. Sólodígame cómo llegar a ella, por favor. Yo laencontraré.-Está bien, hijo -respondió-. Pero antes,

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ven conmigo. Te daré una camisa limpia.Le agradecí al padre su gentil obra decaridad y partí siguiendo sus indicaciones.Me había lavado el rostro y las manos, yle había advertido al cura que me vería denuevo: necesitaba que me diese lacomunión al día siguiente también.Aquél era sin duda alguna uno de esospueblos que parecían abandonadosdespués de la puesta del sol. Sus callesestaban vacías y lo único que seescuchaba eran los cascos de mi caballogolpeando las piedras. Me tomó algo detiempo encontrar la casa del homeópata,pues estaba casi al otro lado del pueblo ydos grandes árboles la ocultaban. Aunqueno era muy tarde, no parecía que nadieen casa estuviese despierto. Aun así,

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llamé a la puerta rezando para que elmédico la atendiese; no quería asustar aalguna débil mujer. Mis súplicas fueronatendidas: un hombre joven y robusto quellevaba una vela en la mano abrió lapuerta.-¿En qué puedo ayudarle? -preguntó,después de haberme mirado de arribaabajo rápidamente y con tal discreciónque ninguna otra persona lo habríanotado. Mis sentidos, empero, se habíanaguzado a un punto tal que ningún detallese me escapaba.-He sido atacado -respondí, haciendo aun lado el cuello de mi camisa. Los ojosdel doctor parecieron salirse de susórbitas por un segundo, pero pronto serecuperó y me invitó a pasar:

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-Venga conmigo -dijo, mostrándome elcamino. No sabía que yo podía ver cadaobjeto en la oscuridad.-Muchísimas gracias, doctor... -comencé adecir.-McGraw -dijo él, sonriendo. Tenía el pelorubio y bigotes del mismo color. Susfacciones eran regulares y tenía un airede bondad y practicidad entremezcladas.Me ofreció una silla y se sentó, a su vez,frente a mí.-¿Qué lo atacó? -preguntó, mirándomedirectamente a los ojos.Su mirada era inteligente y perceptiva.Sus ojos eran color verde pálido.-Un vampyr-respondí, esperando que elbuen hombre me creyese.-Eso pensé -dijo el doctor, poniéndose de

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pie y examinando mí herida de cerca, sininmutarse-. Por favor, señor...-Almos -respondí.-Señor Almos, cuénteme todo lo que estásintiendo. Hágalo despacio, si es posible,para que pueda yo tomar nota.El doctor tomó papel y pluma y yo procedía explicarle todas las sensaciones quehabía experimentado a partir del ataquede Erzsébet sin que él me interrumpieseuna sola vez. Sólo cuando terminé dehablar, el doctor me hizo algunaspreguntas específicas acerca de missíntomas físicos. Luego, me examinó lalengua y las pupilas.-Ensayaremos un remedio que me ha sidodg cierta utilidad con las otras víctimas yque mi padre obtuvo directamente del

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doctor Hering en América -dijo,dirigiéndose a un gran armario que estabacerrado y tomando un diminuto frasco enel que estaba escrito Lyssin 200C. Deéste tomó una pastilla que disolvió en unfrasco con agua. Después de darle sietegolpecitos, me dio a beber un solo trago.-Beberá un trago de esta solución cadahora -dijo- hasta que veamos si hay algúnprogreso. Me gustaría que se quedaseaquí para poder observarlo, señor Almos.Me sentí mal con el doctor McGraw. Él nosabía que yo era, en realidad, un vampyr,pues yo había omitido en mi narracióntodo lo ocurrido con Erzsébetexceptuando el hecho específico de habersido mordido por ella... Y ahora él estabaofreciéndome su hospitalidad.

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-Se lo agradezco, doctor, pero la verdades que preferiría dormir en... mi casa-mentí-. ¿Podría decirme cuánto le debopor su consulta y el remedio?-No me debe nada -dijo el doctor,sonriendo de nuevo-. Sé que usted novive en este pueblo. ¿A qué casa va a ir?Se ve cansado y débil. Le suplico quepase la noche aquí.La bondad del doctor McGraw erasuperior a mi determinación de guardar ensecreto lo que Erzsébet me había hecho.Necesitaba hablar con alguien y élparecía ser una persona íntegra y losuficientemente fuerte como paraescuchar mi historia, por más horrible quefuese.

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-No le he contado toda la verdad, doctorMcGraw.. . -le confesé al fin, soltando unahonda exhalación-. Hay más. Mucho más.-No se preocupe -dijo, y pude ver que erasincer-. Cuéntemelo todo. No tengo nadamejor que hacer que escuchar todo lo queusted tenga para decir.Así pues, le referí a McGraw todo lo queya te he contado a ti, Martina.El doctor me escuchó, como tú, con todasu atención y sin decir una sola palabra.Sólo se levantó para darme un trago delremedio cuando habían pasado sesentaminutos exactos. Lo supe porque, dealguna forma, había adquirido un perfectosentido del tiempo.-No sabes cuánto lo siento, muchacho-dijo el buen hombre cuando terminé de

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narrarle mi historia. Supe que en verdadestaba conmovido.Había amanecido y yo todavía no teníahambre.-El Lyssin aún no ha hecho efecto, por loque veo. Debemos ensayar otro remedio.Por favor, quédate aquí hasta queencontremos una cura -pidió.-¿Es que acaso no me teme, doctorMcGraw? -pregunté asombrado.-Mi deseo de librarte de tu tormento essuperior a cualquier temor que puedatener, Adrien. Y, por favor... llámameWilliam de ahora en adelante. Puedescontar conmigo para lo que necesites.Desde ese día, William se convirtió en miúnico amigo y confidente.Pasé muchos días en su casa durante los

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que ensayamos gran variedad deremedios sin éxito. No dejé de visitar alcura párroco todas las noches para queme diese la comunión y, aunque no sentíapetito en ningún momento, tampocosentía tanta debilidad que no pudiesemoverme durante el día. Además,siempre experimentaba algo de calmainterior después de beber la sangre deCristo, por más que seguía quemándomepor dentro cuando la consumía. Williamestaba francamente sorprendido de verque, al cabo de veinte días, yo no habíaperecido sin probar bocado.-Tengo que admitir que Dios sigue siendosuperior a toda ciencia,Adrien -dijo.Ambos estábamos seguros de que el vino

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consagrado estaba logrando que yo nomuriese ni desease beber sangre.-Deseo que intentemos algo nuevo,Adrien -sugirió William una noche-. Quieropreparar un remedio a partir de tu propiasangre y administrártelo. ¿Me darías tupermiso?Yo habría intentado lo que fuese que élpensara apto para ayudarme.La herida aún estaba abierta y Williamtomó una diminuta muestra de sangre.-¿Crees que eso será suficiente? -lepregunté, extrañado de que tan pocacantidad pudiese servir de algo.-Necesitaré aún menos, muchacho -dijoél-. Es una de las grandes diferenciasentre la medicina a la que la humanidadse ha acostumbrado y esta gran nueva

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ciencia, la homeopatía: nosotrosutilizamos sustancias en dilucionesinfinitesimales.Una vez el doctor hubo preparado elremedio batiendo una gota de mi sangreen agua y diluyéndola tantas veces enmás agua y alcohol que perdí la cuenta,me dio a beber una cucharadita de laconcentración final. Tuve una reacciónespantosa casi de inmediato; fue casicomo revivir el ataque de Erzsébet. Elpobre William estaba tan angustiado queterminó hundiendo la cara en las manos yechándose a llorar, pero mi agonía pasó yme sentí igual a como me había sentidoantes de consumir el remedio.-Cometí un gran error, Adrien -dijoWilliam-. No debí haber utilizado un

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nosode de tu propia sangre para esto. Alparecer, sólo la sagrada comunión es dealguna utilidad en tu caso.Un par de días después, una muchachafue atacada al otro lado del pueblo. Sufamilia había llamado al ya mencionadodoctor Goldberg y la pobre criatura estabacon un pie en la tumba cuando alguienenvió por William. Mi amigo salió a todaprisa llevando consigo varios remedios.La luz del sol me agotaba, así quedurante el tiempo que pasé en casa deWilliam jamás lo acompañé a ningúnlugar. Sólo salía en las noches para ir a laiglesia. Ese día, William regreso a casacon una sonrisa de oreja a oreja.-¡La salvaste, muchacho! -exclamó.-¿Cómo? -pregunté, levantando la vista

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del libro de la vida de Erzsébet, a cuyalectura me había dedicado por completocon la esperanza de encontrar algúnindicio que me sirviese para destruirla.-¡Tu sangre! ¡El remedio que preparamos!¡Se lo administré a la víctima!Sus síntomas eran exactamente iguales alos que experimentaste tú cuando te lo dia beber... ¡Sus heridas se han cerrado,incluso!¡Ahora la muchacha está perfectamentebien! Adrien... ¡Hemos hallado elsimillimum!-¿Simillimum? -pregunté, contagiándomedel entusiasmo de McGraw.-¡El remedio que es capaz de curar todoslos síntomas del ataque de un vampyr!Similia similibus curentur es el principio de

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la homeopatía, e implica que unaenfermedad debe ser curada por mediodel remedio que le sea similar.Simillimum, como adivinarás, se refiere alremedio que es capaz de engendrarsíntomas similares a aquellos de laenfermedad y, por lo tanto, curarla.¡Adrien! ¡No puedes imaginar cuánto hebuscado el simillimum a los ataques delos vampyr! ¡Los pocos remedios quetengo jamás produjeron en mis pacientesel efecto que éste logró! ¿Sabes lo quequiere decir? ¡No habrá más muertes porataques de vampyr si este remedio sedistribuye de forma apropiada!-Eso es magnífico, William -dije, haciendoun esfuerzo por no bajar la mirada. Mealegraba sinceramente que otros pudieran

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salvarse gracias al remedio que Williamhabía preparado a partir de mi sangre,pero no podía evitar tener muy presenteque no había ningún remedio que pudiesesalvar mi alma.-No te preocupes, Adrien -dijo él,adivinando mis pensamientos-.Sé que encontraremos un simillimum parati también.Sonreí, tratando de parecer optimista,pero lo cierto era que no creía que talremedio existiera. Llevaba dentro de mí lasangre de un demonio, y sabía que laúnica cura para mis tormentos era darlemuerte.Esa noche, después de la comunión, mequedé dormido bastante temprano en lacama provisional que William había

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acomodado para mí en la parte posteriorde su casa. Soñé que me levantaba de lacama e iba a su habitación. Lo mirabadormir, y mi atención se iba hacia lasvenas que surcaban su piel translúcida.De repente, sentía que necesitaba bebersu sangre desesperadamente. Teníahambre y sed, tanta que no podíacontenerme. Me abalanzaba sobre miamigo y clavaba mis dientes en lacoyuntura de su brazo, bebiendo susangre hasta la saciedad. Desperté en lamitad de la noche, sobrecogido, sin sabersi mi sueño había sido real o no. ¿Habríasido capaz de atacar a mi único amigo?Corrí hacia su habitación gritando sunombre repetidamente por el pasillo.Cuando entré en ella, me encontré con un

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William desorientado que trataba deencontrar su lámpara de aceite.-¿Qué ocurre? -preguntó. Él no podíaverme pero yo a él sí: mi amigo estababien.Aliviado, dejé escapar un hondo suspiro.Alcancé su lámpara y la encendí.-Tuve el sueño más terrible, William -dije,parándome frente a él-: soñé que teatacaba.William se quedó mirándome unossegundos y dijo al fin:-No te preocupes, amigo. Fue sólo unsueño. Vuelve a dormir.-No, William -respondí-. No fue sólo unsueño. Es la verdad.Tengo sed de sangre ahora mismo. Ya nome fío de mis impulsos. Debo partir.

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Pude ver la tristeza en su rostro.-Aún podemos ensayar otros remedios,Adrien -dijo, pero mi decisión erairrevocable.-No tengo cómo agradecerte todo cuantohas hecho por mí, William-respondí-. Te juro por mis padres quevolveré en cuanto acabe con mi enemiga.Dicho esto, salí de su habitación y recogímis cosas a toda velocidad.En menos de un minuto ya estaba sobremi caballo.-¡Espera, Adrien! -gritó William desde lapuerta-. ¡Lleva contigo una botella delsimillimum! Así, si algún día atacas aalguien, ¡al menos podrás curarlo!"Si es que no lo he matado antes", pensé,pero sabía que William tenía razón. Debía

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llevar conmigo una botella.Aunque no quería acercarme a él denuevo, pues en verdad temía no podercontrolar mi hambre y sed de sangre,quería también darle un fuerte abrazo porbrindarme su amistad y su generosidad.Lo esperé montado sobre mi caballo.-Aquí tienes, amigo -dijo, extendiéndomeel frasco-. Cuando esté por acabarse, sólodebes llenarlo de nuevo con una mezclade agua y brandy. Trata de repartirlo entretodas las personas que puedas, diluyendounas gotas en un frasco de agua... Esteremedio ha de salvar muchas vidas.Recuerda que tú no eres el único vampyr.William sonreía. Yo hubiera querido poderllorar. Me ofreció su mano y la estreché,deseándole de corazón toda la felicidad

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del mundo.-Prométeme que me escribirás, Adrien-me pidió.-Te lo prometo, William McGraw.

Después de ese episodio, decidí que lomejor sería que me alejase de lahumanidad para siempre. Le pedí al curaque me diese una botella de vinoconsagrado, que me entregó aregañadientes y sólo tras explicarle que,sin ella, terminaría por matar a variaspersonas, tal vez a él mismo, muy pronto.Me interné en uno de los bosquescercanos y, desde aquel entonces, meconvertí en una criatura que operaba denoche. Sólo cuando se ponía el sol meatrevía a visitar el mundo de los humanos,

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siempre en busca de pistas que pudiesenayudarme en el propósito de destruir a mienemiga. Revisé una por una cadabiblioteca de Irlanda hasta que meconvencí de que los libros no conteníanninguna información que pudiese sermeútil para acabar con ella de formadiferente a la única que conocía.Tampoco había cura para el mal que sehabía apoderado de mí que no fuese lamuerte, y yo no deseaba morir.Por más que trataba de borrar el rostro deErzsébet Báthory de mi cabeza, no podía:estaba siempre en mis sueños y, cadanoche, cuando ella estaba alimentándose,lo sabía y sentía sed de sangre.Sabía también cuándo dormía, cuándoviajaba y si estaba más lejos o más cerca

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de mí, pero no cuál era su paraderoexacto. Aunque así lo hubiese deseado,aún no tenía armas para enfrentarme conella y los suyos.Los meses pasaban y con ellos crecían miangustia y desesperación. Necesitabadarle muerte a Erzsébet antes que mipropia necesidad de beber sangre mevenciese; no había probado bocado obebido nada que no fuese sangre deCristo desde que la condesa me habíahecho vampyr: sabía que era sólo graciasal vino consagrado que aún no habíamatado a nadie, y siempre que estaba poracabar la botella lo robaba de algunaiglesia si el cura no aceptaba dármelovoluntariamente, pero mi naturalezahumana parecía escapar de mí a pesar de

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todos mis esfuerzos por retenerla,mientras mis nuevos instintos infernalesganaban fuerza.Luego, pasé alrededor de un añovigilando los campamentos gitanos deIrlanda, Inglaterra y Escocia con laesperanza de encontrar los restos de lacruz Patriarcal sin ningún éxito. Sinembargo, una noche en la que habíaestado a punto de ceder ante misinclinaciones asesinas y me habíaquedado dormido rogándole a Dios queevitase que cayera en tan casi irrefrenabletentación, tuve un sueño en el que veía aErzsébet hablando con su aliada rubiaacerca de su castillo de Csejthe; decíanno poder entrar en una celda en cuyointerior estaba un cofre de plata. Al

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despertar, supe que éste era uno de loscofres de los que necesitaba apoderarme.Debía viajar a Csejthe: estaba decidido allegar allí y robarlo antes que misenemigos lo hicieran.Me embarqué con mi caballo en un buqueque transportaba ganado equino deIrlanda a Europa continental y, despuésde dormir en la cubierta unas quincenoches, arribé a Francia. Cabalgué haciala tierra de mi padre, deteniéndome sólopara alimentar a mi caballo y permitirlereponerse. Una vez en los PequeñosCárpatos, seguí el viejo mapa trazado porel monje en el libro hasta llegar a losfeudos de Erzsébet el 18 de octubre de1879.No me fue muy difícil encontrar el castillo:

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dominaba el poblado desde una colina, ypude oler desde lejos los restos de sangreque habían manchado sus empedradasparedes. El lugar estaba deshabitado ypude entrar en él fácilmente. Lasimágenes que llegaron a mi mente encuanto puse un pie en su suelo mehorrorizaron. Los gritos de las más deseiscientas jóvenes que habían sidotorturadas y asesinadas por Erzsébet ylos suyos habían quedado atrapados en elinterior de la que fue su morada tantosaños. Todos los crímenes de la Condesasangrienta desfilaron ante mis ojos encuestión de minutos.Pude ver también cómo había entregadosu alma al demonio en el más sangrientoritual que alguien pudiese haber

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imaginado. El castillo de Csejthe tenía unaura casi tan negra como el alma de laque había sido su dueña.Cuando llegué a la única habitación queestaba cerrada, supe que allí adentrohabía muerto Erzsébet. Esta habitaciónno tenía una puerta común: laresguardaba una puerta estilo Székely.Traté de abrirla ensayando milcombinaciones diferentes, pero me fueimposible hacerlo.Revisé cada rincón del castillo en buscade algún documento que contuviese lacombinación correcta: no había un sololibro o papel en toda la propiedad. Todossus tesoros debían haber sido saqueadoso transportados a otro lugar. No queríaperder más tiempo, así que traté de

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tumbar la puerta con un hacha queencontré en una de las estancias vacías:la herramienta se deshizo en pedazoscontra la impenetrable madera sin dejarninguna hendidura. Lo intenté todo,incluso prenderle fuego: la puerta seguíaestando intacta hiciera yo lo que hiciese.Comprendí entonces por qué Erzsébet ysus aliados no habían podido entrar y,rendido, caí sobre el suelo hundiéndomeen el abismo de la desesperanza: lasparedes eran tan gruesas que tomaríaaños tratar de derrumbarlas para entrar ala celda. La única solución sería encontrarla combinación para abrir la puerta antesque mis enemigos lo hiciesen. Pero, siErzsébet era la dueña del castillo, ¿porqué no podía abrir esa habitación? Había

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tenido tiempo de sobra para demoler losmuros que la separaban del cofre...Entonces caí en la cuenta de algoimportante: Erzsébet no debía ser ladueña legal del castillo puesto que estabamuerta para el resto del mundo. Un rayode luz entró por la apertura de una de lasventanas en ese momento, cayendosobre mi frente. Había amanecido.Me compuse tan bien como pude y medirigí al pueblo. Necesitaba averiguarquién era el actual propietario del castillode Csejthe: esa persona podía conocer laclave para abrir la puerta Székely.Decidí abordar a un campesino queestaba sentado en el camino sobre unapiedra.-Buenos días -dije-. ¿Podría usted

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decirme quién es el dueño de aquelcastillo abandonado que está sobre lacolina?El hombre me miró de pies a cabeza condesconfianza, y al fin dijo:-Ese castillo no le pertenece a nadie másque al demonio. El último propietarioprácticamente lo regaló con tal dedeshacerse de él. Desde entonces, hapermanecido deshabitado. Ese lugar estámaldito. No debe hablar de él; es de malasuerte.-¿Sabría usted de casualidad quién loadquirió? -pregunté.-Lo ignoro... y, créame, es mejor así. Nodebería hacer preguntas, forastero.Dicho esto se levantó y, dándome laespalda, se alejó rápidamente.

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Antes de desaparecer detrás del soto, sedio la vuelta para echarme una últimaojeada. Era obvio que se había asustadocon mi simple interrogatorio. Esperé quelos habitantes del pueblo fuesen másinformativos, aunque entendía el miedodel campesino, pues lo que decía eracierto: el castillo de Csejthe estabamaldito.Ya en el poblado, pensé que la tabernasería el mejor lugar para buscarinformación: sus clientes estaríanborrachos después de haber bebido todala noche y tal vez eso me sería deprovecho. Me había equivocado: laamabilidad natural de los aldeanos seveía bruscamente interrumpida almencionar yo el castillo de la colina.

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Todos, sin excepción, se levantaban y semarchaban en cuanto me atrevía asacarlo a colación. Descorazonado, tomémi maletín y me levanté para salir.Sabía que no sería más fácil fuera del bar.Si los borrachos se habían mostrado tanatemorizados, las gentes sobrias saldríancorriendo.-Vaya a ver al notario -dijo una vozfemenina.Me giré para encontrarme con lacamarera, quien había estado sirviendolos tragos a mí alrededor sin que yo mepercatara de su presencia.-Él puede darle la información quenecesita -terminó de decir, bajando lamirada.-Muchísimas gracias, señorita -dije-.

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¿Sabe usted dónde podría encontrarlo?-La notaría es la casa pintada de amarilloque está al frente de la plaza, pero esmuy temprano aún. El notario no atenderáa nadie hasta después de las nueve de lamañana... aquí cada quien tiene su propiohorario. Sin embargo, si usted lodeseara... -dijo ella, sonrojándoseligeramente- podría pasar unas cuantashoras en mi compañía. Se nota que no haestado con una mujer en mucho tiempo.Yo sabía muy poco acerca del mundo enel que vivimos, Martina, y no comprendí elverdadero significado de sus palabras.-Es cierto -dije, sin siquiera saber lo queestaba admitiendo-. No he hablado connadie hace varios años.Entonces ella se acercó a mí y,

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rodeándome con sus brazos, me dijo:-Yo no estoy sugiriendo que hablemos...De repente, entendí a qué se refería y mezafé de su abrazo rápidamente.-Lo siento muchísimo, señorita -balbucí-.Debo marcharme ahora... gracias por suayuda.La escuché reír por lo bajo cuandotropecé con uno de los taburetes enmedio de mi precipitada salida de lataberna. Me sentí tonto, pero sé que no losoy, Martina. Aun si no fuese renuente ala idea de utilizar a alguien para mi propioplacer, nunca había pensado en mujeralguna hasta que...Perdona, me estoy desviando de mirelato.Esperé a las afueras del pueblo a que

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fueran las nueve de la mañana y fui abuscar al notario. Tiré de la campana dela puerta pero nada ocurrió. Insistí variasveces hasta que perdí la paciencia ydecidí asomarme por una de las ventanaslaterales de la casa. Mi corazón sedetuvo: dos cuerpos bañados en sangreyacían inertes sobre el suelo demosaicos. Los vampyr habían estado allí.Sin pensarlo dos veces, rompí el cristal yentré a la casa por la ventana.Fue demasiado, Martina. El aroma de lasangre fresca llegó hasta mí y se me hizoagua la boca. Aunque ambos estabanmuertos, el ataque había sido reciente. Yono había probado bocado en mas de dosaños.Mi instinto me llevó al cuerpo del hombre;

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sabía que aún quedaba algo de sangredentro de él. Sentí que mi rostro setransformaba: por primera vez, miscolmillos habían crecido y toda mivoluntad se había desvanecido.Estaba a punto de beber la sangre de unmortal cuando la risa de Erzsébet llegóhasta mis oídos. Me detuve en seco: suvoz provenía de la otra habitación. El odioque sentí fue superior a mi hambre y sed.Hacía años que no me encontraba con mienemiga, y ahora estaba en la mismacasa que yo. Seguí el sonido de su voz yla hallé en la habitación contigua: estabade espaldas a mí, inclinada sobre una pilade papeles en compañía de la rubia aquien ya había visto durante mi cortocautiverio. Instintivamente, tomé a cada

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una por los cabellos y las golpeé la unacontra la otra antes que ellas siquierasupiesen qué había ocurrido. Lo hice unay otra vez, mientras trataban dedefenderse en vano. Erzsébet sacó susgarras filudas y me arañó el rostro; de allíla cicatriz que surca mis labios. Aun así,sus esfuerzos por soltarse de mí fueroninútiles. Comprendí que ser vampy mehabía dotado de increíbles fuerzas físicascuyo potencial hasta entonces aún nohabía utilizado para mis propios fines: eramucho más poderoso que mis dosenemigas juntas así sólo me hubiesealimentado de vino consagrado desde miconversión.Ver sus rostros transformados me llenó demás odio e incrementó la violencia de mi

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ataque. Lancé a la rubia con tanta fuerzacontra la pared que sus huesos crujieron.Cayó al suelo, perdiendo el sentido acausa del brutal impacto. Sostuve aErzsébet contra la alfombra, sentándomesobre ella y sujetándola por las muñecascon una sola de mis manos mientras lagolpeaba repetidamente con mi puñolibre.No había descubierto lo que era sentirplacer con el dolor ajeno hasta-se momento. Sabía que no iba a podermatarla, pero iba a dejarla tan malmalherida que tardaría mucho tiempo enrecuperarse... Al menos eso creía yo.Erzsébet intentó morderme varias veces,volteando la cabeza hacia el brazo conque la estaba sosteniendo y

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enseñándome sus enormes colmillos.-¿Se te olvida que soy vampyr, ErzsébetBáthory? -grité.-¡Maldito! ¡Tu ser me pertenece, AdrienAlmos! -chilló.-Aún no, Erzsébet -dije.Entonces mi crucifijo se deslizó con elmovimiento de mi cuerpo hasta su rostro yalgo maravilloso ocurrió: su piel enrojeció,quemándose y ampollándose al contactocon el objeto sagrado.Erzsébet lanzó un grito de sorpresa yterror.-¿Cómo puedes llevar...?-Soy católico, Erzsébet... -contesté-.Espero que puedas apreciar la ironía de lasituación.Tomé el crucifijo y se lo estampé contra la

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otra mejilla, haciéndola proferir un aullidode dolor. Sostuve el crucifijo contra su pielmientras ella chillaba debajo de mí hastaque perdió el conocimiento. La otravampyr ya estaba despertándose.Inmediatamente me incorporé e,inmovilizándola, esperé a que abriera susojos para enseñarle el crucifijo.-Buenos días -le dije.La sentí temblar del terror al ver elcrucifijo.-¡Suéltame, maldito! -gritó.-No -dije-. Y, si no quieres correr con lamisma suerte de tu señora, vas a tenerque cooperar.El rostro de Erzsébet había quedadodesfigurado con las quemaduras que elcrucifijo le había dejado.

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-Se recuperará en cuanto se alimente denuevo, idiota -dijo su amiga,escupiéndome en la cara-. Además, yo nosoy la sirvienta de nadie. ¡Soy AnnaDarvulia!-Pues a mí me pareces sumamenteobediente -dije, esperando obtener másinformación-. ¡Se diría que eres su criada!Tanto tú como el otro vampyr seguíssiendo sus vasallos.-Johannes Ujvary fue un criado deErzsébet hace mucho tiempo... pero misangre es tan noble como la de Erzsébet-dijo ella, desafiándome con la mirada yadoptando una actitud tan digna que mearrancó una carcajada.-Pues ambas sois tan salvajes queparecéis haber sido criadas por lobos...

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aunque, en realidad, los lobos tienenmejores modales. Además, por lo queveo, la condesa ha perdido su propiedad.¡Debe ser difícil estar en la miseriadespués de haber sido tan rico en vida!-¡Iluso! Los tres tenemos muchísimodinero. En cuanto al castillo, ya lorecuperaremos. Será tan fácil como darlemuerte a su propietario... tan fácil comofue matar a tus padres.Le estampé el crucifijo en plena cara, perono era suficiente para calmar la ira quesentía. Darvulia se retorcía del dolor, tantoo más queErzsébet, lo que se me antojó curioso. Seme ocurrió que el crucifijo debía haberadquirido poderes especiales al haberherido a Erzsébet.

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Las arrastré a ambas a la habitación en laque había dejado mi maletín al lado de loscuerpos de los que asumí eran el notarioy su esposa.Erzsébet seguía estando inconsciente.-Johannes no tardará en llegar y te harápagar por lo que nos has hecho! No sabescuán poderoso es... ¡Te destruirá, maldito!–dijo Darvulia.Abrí mi maletín y extraje la botella en laque llevaba la sangre deCristo. Si un crucifijo era capaz dehacerles tanto daño, me pregunté cuálsería el efecto que el divino líquidoejercería sobre ellas. Sólo acercar labotella a Darvulia hizo que seestremeciese de pavor.-¿Qué hay en esa botella? -balbució.

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-Pronto lo sabrás -le dije, sonriendo.Hice con Darvulia como ella había hechoconmigo la noche en que me habíanconvertido en vampyr: tiré de sus cabelloshacia atrás, la forcé a abrir la boca yderramé un chorro de vino consagradodentro de sus fauces.-La sangre de Cristo -dije.No me esperaba que fuese a estallar enllamaradas entre chillidos de agonía. Lasolté antes que el fuego me alcanzase e,igualmente, derramé una buena cantidadde vino dentro de la boca de la condesa,quien despertó de inmediato para unirse aDarvulia con sus alaridos, quedandoenvuelta en llamas a su vez. Corrí a lahabitación donde habían estado revisandodocumentos cuando las encontré y metí

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en mi maletín todos los papeles queestaban sobre la mesa. En ese momentoescuché la voz del otro vampyr, quienseguramente acababa de entrar a la casadel notario y estaría tratando de apagarlas llamas que consumían a sus aliadas.-iAlmos está en la otra habitación! -gritóErzsébet-. iAlcánzalo, Johannes, que nose escape!Sabía que podría hacer muy poco contraUjvary. Era en verdad corpulento,muchísimo más que yo, y no tenía dudasde que sí se había alimentado de sangrehumana constantemente. No estaba encondición de medir mis fuerzas contra lassuyas. Abrí la ventana para escapar porella, pero Ujvary llegó a la habitaciónantes que yo pudiese salir. Tomándome

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por los hombros, me atrajo hacia sí y, actoseguido, me lanzó volando contra lachimenea. Los contenidos de mí maletinde dispersaron por el suelo. Vi cómo labotella que contenía la sangre de Cristose rompía en mil pedazos.-No sabes a quiénes te enfrentas,Almos... -dijo Ujvary, dirigiéndome unamirada apocalíptica.-Te equivocas, maldito -dije, limpiándomela sangre que sentí correr por mis labioscomo consecuencia del golpe. Siguiendoun impulso, me puse de rodillas y memojé las manos con los restos del vinoconsagrado que habían quedado sobre elsuelo.-¿Qué diablos haces? -preguntó Ujvary,riendo y abalanzándose sobre mí. Lo

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esperé con los brazos en alto.Cuando estaba a punto de agarrarme,amasé su rostro frío y blando con mismanos húmedas. El olor de carnequemada llegó a mí de inmediato. Volví ameter los documentos al maletín tanvelozmente como pude mientras él secubría el rostro, gritando y maldiciendo.Salí por la ventana y me deslicé por lascalles del pueblo esperando que misenemigos no hubiesen podido seguirme,aunque no se los veía por ningún lado.Después de eso, me escondí en elbosque durante horas. Necesitabaabastecerme de más vino consagrado:esa mañana había estado muy cerca debeber sangre humana; mi fuerza devoluntad estaba menguando

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precipitadamente. También pensé entratar de encontrar el escondite de misenemigos; no quería perderles el rastro,pues sólo ellos podrían llevarme aencontrar los restos de la cruz Patriarcal.Decidí revisar los papeles que habíatomado de casa del notario: estabaseguro de que debían contenerinformación valiosa tanto para? mí comopara los otros vampyr. Al abrir mi maletín,noté que el libro de la vida de Erzsébethabía desaparecido, y maldije por lo bajo.Debía haberse salido junto con los demásdocumentos cuando Ujvary me habíaatacado. Ahora Erzsébet sabría que yoconocía la forma de matarla y esto laharía obrar con mayor presteza. Traté deleer con atención a pesar de lo molesto

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que estaba por haber perdido mi libro. Losdocumentos que tenía ante mí erancopias de las escrituras del castillo deCsejthe. Los títulos habían sidotransferidos a una Verónika Székely almorir el último propietario. No habíaningún registro del domicilio de VerónikaSzékely en los documentos, pero halléuna dirección correspondiente al bufetedel abogado que había firmado lospapeles en su nombre: estaba situado enPest. No sabía si partir a Budapest deinmediato o si quedarme en Csejthe paraobtener nueva información relacionadacon el paradero de los cofres por mediode mis rivales. Al final me decidí por laprimera opción.Al caer la noche me introduje

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silenciosamente dentro de la pequeñaiglesia del pueblo y tomé los restos delvino consagrado que había en la urna deoro, mezclándolos con una nueva botellade vino: había descubierto que eraigualmente efectivo y así lo hacía durar deforma indefinida. Beber la sangre deCristo me era cada vez más difícil, e intuíque llegaría el día en que me prenderíaen llamas como mis enemigos al hacerlo.Sabía que sólo el hecho de no habermealimentado de sangre humana mepermitía realizar mi comunión diaria yestar en contacto con objetos sagradossin que ello me hiciese daño.Busqué mi caballo. Me había esperadofielmente a las afueras de Csejthe sin queyo tuviese necesidad de amarrarlo y,

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después de darle de comer, monté sobreél y me dispuse a viajar Budapest. Micaballo sabía cuándo era menester quealcanzásemos algún lugar lo más prontoposible y cabalgaba con fuerza e ímpetupara ayudarme en mis propósitos. Sentíaque me alejaba de Erzsébet al alejarmede Csejthe por lo que, después de unosdías de viaje, supuse que ella y los otrosdos vampyr aún no habían emprendido elcamino hacia Budapest.Ignoraba si habían podido inspeccionartodos los documentos que estaban en mipoder, pero no podía fiarme de mi suerte.Era de noche cuando llegué a Pest, y recépara que el abogado hubiese partido a sucasa para entonces. Al menos desde elexterior, el lugar parecía estar vacío. Me

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colé por la puerta trasera e inicié laextenuante labor de revisar sus archivos.Para cuando salió el sol aún no habíaencontrado nada referente al castillo deCsejthe. Sin embargo, la dirección deldomicilio de Verónika Székely estaba ensu libro de contactos y eso era lo querealmente necesitaba. Cambié el nombrede la calle en el papel en caso de queErzsébet tuviese una idea similar yencontrase el libro con su dirección. Salídejándolo todo tal como estaba antes; noquería que mis enemigos descubriesenque me les había adelantado.El palacete estaba deshabitado. Elcésped del jardín había crecido y lacorrespondencia se había acumulado enuna enorme pila al otro lado de la ranura

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que había en la puerta principal. Aunquehabía ropas en los armarios y lasbibliotecas estaban llenas de libros, losmuebles estaban cubiertos con sábanas yhabía polvo y telarañas por todo el lugar.Era obvio que nadie había entrado en esacasa en años. Me pregunté si VerónikaSzékely se habría mudado a algún otrolugar, pero me temí algo mucho peor.Algo me decía, al mirar sus cosas, queVerónika Székely había dejado el mundohacía muchísimo tiempo. Me pregunté sitendría familiares vivos y, si la corazonadaque tenía acerca de su muerte eraacertada, cuál de ellos habría heredado elcastillo de Csejthe. Quienquiera quefuese, esa persona corría gran peligro.Encontré un atado de cartas en el cajón

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de la mesa de noche de la alcobaprincipal. Varias de ellas eran cartas deun señor Székely con dirección enSzentendre. Yo estaba exhausto, nohabía dormido en varios días y elcansancio acumulado estabacomenzando a empañar mis facultadesmentales. Decidí subir al ático y dormir allíalgunas horas antes de ir en busca delpariente de Verónika Székely. El áticoestaba lleno de antigüedades y objetosextraños de todo tipo; tuve que abrirmeespacio en un rincón para poderextenderme sobre el suelo.Me quedé dormido casi de inmediato yempecé a soñar con un enorme edificiode piedra rodeado de montañas. Parecíaser un antiguo monasterio, aunque

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remodelado y adaptado a condiciones devida presentes. Caía una espantosatormenta y yo estaba montado sobre micaballo, mirando hacia él desde elbosque. Entonces, una de las ventanasdel tercer piso se abría y una mujervestida de blanco se asomaba por ella. Elagua le caía sobre el rostro y el vestido.De repente, sus ojos se clavaban en losmíos. No sabía si podía verme o no, peroyo no podía dejar de mirarla: era la mujermás hermosa que hubiese visto en mivida. Una voz desconocida que proveníade mi interior me habló en ese momento:"Ella te mostrará cómo abrir la puerta",dijo, o al menos eso creí escuchar.Esa mujer eres tú, Martina.Mientras cabalgaba a la mañana siguiente

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hacia la casa del remitente de las cartasque había hallado, repetí mentalmente elsueño que había tenido hasta estarseguro de no olvidarlo. No cesaba depreguntarme quién sería la mujer quehabía visto y qué conexión tendría con losvampyr, los cofres de plata o el castillo deCsejthe. Sabía que nunca había estadoen aquel lugar de mi sueño, y mepregunté si existiría en la vida real.La casa del señor Székely estabarodeada por un pequeño jardín, y meacerqué a ella escondiéndome entre lassombras. Me pareció ver varias siluetas através de una de las ventanas y me peguéa la pared adyacente, aguzando el oídopara escuchar su conversación. Distinguítres voces masculinas y una aguda voz

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femenina que me resultó verdaderamentedesagradable.-¡No, no, y mil veces no! -exclamó lamujer-. ¡Esa tonta jamás creería quequeremos acogerla en nuestro hogardespués de haber entablado semejantedisputa legal por los bienes de Verónikacon su abogado! ¡Es la peor idea que heescuchado, István!-¿Qué sugieres que hagamos entonces,madre querida? Tú fuiste quien sugirióque papá la enviase aSainte-Marie-des-Bois... -dijo uno de loshombres.-¿Y qué querías que hiciese? -replicóella-. ¡No tenía tiempo de ocuparme deesa mocosa! Además, con lo pesados queme resultaban sus padres en vida, no

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podía menos que suponer que tenerlacerca a diario habría sido poco menosque una tortura...-¡Te he pedido que no te expreses así demi sobrina, Eva! –dijo otro de loshombres.-Tú cállate, Eduardo. No has hecho másque malgastar el poco dinero que logrésacarle a su abogado... ¡Tú y tus ridículasideas de negocios! ¡Habríamos podidoadquirir una propiedad que nos diesealguna renta con ese dinero!Noté que se había hecho un silencioincómodo en la estancia.-¿Y bien? -preguntó otro de los hombres-.Nuestra primita está por cumplir losdieciocho años y papá tendrá que hacerlela entrega oficial de todos sus bienes a su

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abogado. ¡Ese hombre me tiene harto!No ha aceptado ninguna de laspropuestas que le he hecho. No sé quéridícula lealtad le profesa a la memoria demi difunto tío pero, si pudiese hacerlo, lesaseguro que no sentiría remordimientoalguno enviándolo a reunirse con él en elmás allá.-Cálmate, Gábor, querido -dijo la mujercuyo nombre, según había escuchado,era Éva-. Ya se nos ocurrirá alguna formade quedarnos con esas dos propiedades.-Esas dos propiedades han quedadoinhabilitadas gracias al patético manejoque tu querido Gábor les ha dado, madredijo la voz masculina que adivinépertenecía al hombre más joven de lostres, al que habían llamado István-.

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Necesitaríamos mucho tiempo paraponerlas a producir de nuevo. Tiempo ydinero.Me pregunté si alguna de lasmencionadas propiedades sería el castillode Csejthe.-Por más pequeñas que sean esas dospropiedades, son nuestra mejor opción desupervivencia por el momento. Al menossu venta nos proporcionaría algo dedinero mientras algo mejor cae ennuestras manos -dijo Éva.Así que no estaban hablando del castillode Csejthe. Aunque estuvieseabandonado, nadie podría haberlocalificado de pequeño.-A mí me parece que nada perdemos conir a visitarla -dijo István-.

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Tal vez si voy solo pueda lograr algo.-¿Crees que vas a deslumbrarla con tuapostura, hermanito? –rio el hombre aquien habían llamado Gábor-. Aun sihicieras uso de tus más sofisticadostrucos de seducción, el estigma quedebemos tener con Martina Székely seríademasiado difícil de borrar.-Olvidas que nuestra prima Martina esapenas una adolescente.Olvidas también que no hay obstáculoinamovible para... el amor de verdad -dijoIstván con tono de burla.-Yo opino que no debemos precipitarnos.Si aparecemos en su vida ahora, nuestrasverdaderas intenciones resultaríanevidentes. Será mejor que tratemos depostergar la entrega de sus bienes en vez

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de que István juegue a enamorarla -dijoGábor.-Me pregunto si su abogado estaráplaneando ir a verla pronto-dijo Éva.-Lo dudo -respondió Gábor-. El acceso aese internado es casi imposible en estaépoca del año. Tratar de llegar aSainte-Marie en el otoño equivaldría a unintento de suicidio, y no creo que StuartLocke quiera dejar viuda a su señora...aún.-Si no hemos logrado llegar a ningúnacuerdo que nos favorezca con suabogado para cuando llegue la primavera,tomaremos la idea de István enconsideración -dijo Éva.-Espero que no le hayamos perdido el

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rastro para entonces -dijoIstván.-Si tanto quieres ver a nuestra primita,¿por qué no vas a Suiza ahora mismo?-dijo Gábor.-Tengo mejores cosas que hacer demomento -replicó éste. Una damafabulosamente rica acaba de llegar alpueblo. Ya sé cuál es su nombre y dóndese está quedando... Planeo propiciar unencuentro casual con ella esta noche.-Por Dios, hermanito, ¿cómo haces paraencontrar los peces más gordos?-preguntó Gábor.-Sé invertir bien mí tiempo. Mientras túmalgastas lo poco que tenemos jugando alas cartas, yo estoy haciendoaveriguaciones... Trabajando, si deseas

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llamarlo así. Deberías intentarlo algunavez.Ya había escuchado suficiente. Era muyimprobable que los horribles parientes deVerónika Székely estuvieran enterados dela importancia que tenía la propiedad deCsejthe, si es que tenían conocimiento desu existencia. Según lo que habían dicho,la heredera de Verónika Székely debíaser la chica cuyos bienes codiciaban. Mepregunté si Martina Székely tendría en supoder la clave para abrir la puerta delcastillo. En ese momento supe que debíadirigirme cuanto antes al internado dondela habían enviado.Los malvados Székely tenían razón: viajara Sainte-Marie-des-Bois en el otoño erauna labor increíblemente arriesgada para

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cualquier ser humano. En mi caso, el maltiempo no hacía diferencia. Supongo queser vampyr tiene sus ventajas. No mecostó demasiado averiguar dónde estabaexactamente el internado más famoso deEuropa, por supuesto, y sabía quetampoco lo sería para Erzsébet y lossuyos una vez llegasen a las mismasdeducciones que yo. Estaba simplementesiguiendo una fuerte corazonada cuandoatravesaba esas escarpadas montañas enmedio de tan terribles tormentas. Nosabía si mi viaje me llevaría a hallar pistasde alguna utilidad... Sólo sabía que teníaque llegar a Sainte-Marie-des-Bois lo máspronto posible.Cuando alcancé el pueblo más cercano alinternado tuve que detenerme para dejar

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que mi caballo se repusiera del arduoviaje. Ese pueblo no tiene una posada,como habrás de saber, así que me dirigí ala pequeña iglesia pues noté que tenía unestablo vacío en cuyo interior mi caballo yyo podríamos descansar. Una vezadentro, me tumbé sobre el suelo y prontome quedé dormido. Unos golpecitos en elhombro me despertaron. Me encontré conunos ojos enormes que me observabanen la oscuridad. No creo haber dado unsalto tan rápido en años.-¡Dios mío! -gritó el hombrecillo que mehabía estado observando. ¡No me hagadaño, por favor! ¡Soy sólo el cura párroco!Me tomó un segundo recuperarme delsusto que me había llevado.-No voy a hacerle daño, padre -dije, más

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tranquilo al ver que se trataba de un frágilhombre de edad-. Discúlpeme por nohaberle consultado antes de utilizar losestablos; está muy tarde y sólo queríadormir algunas horas.Podía verlo claramente aunque él no a mí.Aun así, sabía que el anciano curapresentía que había algo diferente en mípor su expresión de terror.-¿Qué busca en estas tierras, viajero?-preguntó.Yo sabía que lo más probable era que misenemigos llegaran muy pronto a Suiza enbusca de la heredera de VerónikaSzékely. Habría víctimas y el horror seexpandiría por toda la región.Decidí fiarme de mis instintos y hablar conel cura. Parecía ser un hombre diferente.

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-¿Hay algún lugar en el que podamoshablar, padre? -pregunté-.Es de suma importancia.Él tenía una lámpara de aceite en la manocuya luz a duras penas me iluminaba.-Sígame, por favor dijo al fin.Era un hombre muy ágil a pesar de suavanzada edad. Lo seguí a través deljardín hasta el interior de la iglesia. Surostro expresaba gran preocupación.-Sé que esto no puede ser nada bueno-dijo, meneando la cabeza y colocando lalámpara sobre una mesita de madera-.Mis predecesores me advirtieron que ellosregresarían.-¿Ellos? -pregunté, extrañado. ¿Quiénes?-¡Los vampyr! -dijo, dejándome atónito-.Lo supe en cuanto vi tu rostro, muchacho.

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Llevas sobre ti un gran tormento. Has sidoatacado, ¿verdad?Yo asentí. No deseaba mentirle perotampoco quería hablar más de la cuenta.-¿Han estado aquí recientemente?-pregunté, temiéndome lo peor.-No recientemente -dijo él, acomodándoselas antiparras-. La última .si vez que huboataques en Valais fue hace más de dossiglos.Me sentí aliviado. Al menos no se mehabían adelantado.-Pues debe estar preparado, padre -ledije-. Sospecho que no pasará demasiadotiempo antes que haya ataques en laregión.-¡Siempre he estado preparado! -dijo elcura-. Aunque nunca he tenido que abrir

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una tumba, sé muy bien lo que ha dehacerse en esos casos. Aquéllos quetuvieron que enfrentarse a los vampyrhace 264 años dejaron instrucciones muyespecíficas.-¿De veras? -pregunté, intrigado. Quizá elpadre sabía algo que yo no-. ¿Cómocuáles?-La tumba de un vampyr puede sersellada con el símbolo de la cruzPatriarcal y una oración especial. Estoimpedirá que el vampyr en cuestión puedasalir de ella.-Interesante... -respondí-. Si no es muchopedir, ¿podría usted enseñarme laoración?-Claro que sí, hijo. Pero antes... cuéntamequé te trae a Valais, por favor.

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-Unos vampyr mataron a mis padres-respondí-. Estoy buscando la forma dedarles muerte a mis enemigos y enviarlosal infierno para siempre.-¿Buscas vengarte? -preguntó el padre.-Sí -respondí.-Tal vez deberías dejarlo en manos deDios, hijo... -dijo él.-Imposible -respondí-. No tengo tiempoque perder. Mis esperanzas residen, porel contrario, en que Dios me ayudeactivamente en mis propósitos devenganza.Aunque no estaba de acuerdo con miactitud, me enseñó los textos acerca delos vampyr que sus predecesores lehabían legado, pero no encontré ningunainformación adicional que pudiese serme

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de utilidad. El sol despuntaba cuando aúnestaba revisándolos y, aunque estabaindescriptiblemente cansado, decidí partira Sainte-Marie de inmediato. No quisecontarle al padre a dónde me dirigía niqué buscaba, pues temía incriminarlo. Ledejé, sin embargo, un frasco con algo delsimillimum que William había preparado apartir de mi sangre y le expliqué cómoutilizarlo, aunque no me adentré endetalles en cuanto a su contenido pues noquería predisponerlo en contra de laefectividad del remedio.-Pero... ¿no has tomado tú este...simillimum? -preguntó el padre-.Hay algo extraño en tu presencia... Esclaro para mí que la marca delvampyr no se ha borrado aún de tu ser...

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iY tú tienes que sentirlo!Iba a ser muy difícil engañarlo. Aun así,no quería confesarle que yo mismo era unvampyr. Aunque no dudaba de suinteligencia y buen corazón, temía que medelatase ante los habitantes de la región oque decidiera encerrarme en una tumbapara evitar que atacase a alguien. Era unriesgo que no estaba dispuesto a correr.-En algunos casos el remedio se tarda unpoco más en actuar-mentí-. Estoy seguro de que pronto merecuperaré.-¿Sabes que los vampyr pueden rastrearfácilmente a sus víctimas después delprimer ataque, verdad? -preguntó él,clavando su astuta mirada en la mía.-Lo sé. Es precisamente por eso que he

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decidido advertirle acerca de la posibilidadde que lleguen a Valais en cualquiermomento -respondí-.Puede que estén siguiéndome, puessaben que deseo darles muerte acualquier costo.-¿Qué es lo que buscas aquí, hijo? -volvióa preguntar el padre.-He viajado extensamente en busca decualquier información que me ayude adestruir a mis enemigos -dije. No pensabaser demasiado específico por las razonesque ya mencioné-. Ésta es sólo una de lasrutas por las que el destino me haconducido. Rece por mí, padre.-Lo haré, hijo -respondió él.-Una cosa más, padre: le suplico, a modode secreto de confesión, que no le cuente

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a nadie que me ha conocido. No quisieraponer al enemigo sobre alerta. Losvampyr parecen tener informantes entodas partes.-Descuida, hijo. Tienes mi palabra de quemis labios permanecerán sellados: puedoguardar un secreto.-Gracias, padre -respondí.Él me ofreció algo de comer y, para nodespertar sus sospechas, acepté llevarconmigo algo de pan y vino. Pocodespués, monté en mi caballo y cabalguébajo la lluvia hacia el internado. Recuerdoque el cielo estaba tan oscuro que parecíaque fuese de noche. Tuve un malpresentimiento. Esa madrugada tenía unaura tenebrosa y me temí lo peor: estabasintiendo la proximidad de Erzsébet a

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medida que avanzaba haciaSainte-Marie-des-Bois. No concebía quemis enemigos se me hubiesenadelantado. Aun así, la triste realidad eraque ellos eran tres, lo que les daba unagran ventaja sobre mí. Debía obrar congran cautela y no bajar la guardia.Cabalgué hasta alcanzar el bosque querodea el internado y, escondiéndomeentre sus árboles, observé la fachada deledificio: por más increíble que fuese,aquél era el mismo que había visto en missueños hacía apenas una semana.Estaba cayendo una tormenta de los mildemonios; el denso follaje de los árbolessobre mi cabeza nada podía hacer pararesguardarme de la lluvia. Un enormeárbol parecía haberse caído por la fuerza

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del vendaval.Entonces vi que un coche se acercaba aledificio y el corazón me dio un vuelco.Extrañamente, cuando el coche se detuvofrente al internado, la tormenta cesó.Unos minutos después, una dama saliódel internado y la vi intercambiar algunaspalabras con el cochero, cuyo rostro nopude ver pero cuya figura se me antojódemasiado familiar para que no se tratasedel mismísimo Johannes Ujvary. Entonceséste abrió la puerta del coche y el rostrode Erzsébet Báthory se asomó. 

-Maldita sea -me dije-. ¿Qué se traeránentre manos? ¿Por qué se presentan enpúblico?

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Erzsébet elevó, su mirada hacia una delas ventanas del edificio, la misma por laque se había asomado la mujer de misueño. La cortina estaba ligeramentedescorrida y no pude ver quién estabadetrás de ella. Sí pude, sin embargo,escuchar a Erzsébet susurrar algo sinapenas mover los labios, a pesar de estaryo muy lejos de ella:-Martina Székely -dijo-: Prepárate a morir.Quise atravesar el bosque y abalanzarmesobre ella, pero sabía que no sacaríanada con ello. Tendría que vigilarla,esperando que no me encontrase asípercibiese la cercanía de mi presencia.Ujvary estaba sacando varios baúles delcoche, y me acerqué en cuanto Erzsébethubo entrado al edificio. Un sirviente

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estaba dándole indicaciones al primero:-Llevaremos las pertenencias de laseñorita Strossner hasta su habitación enel tercer piso -dijo.De manera que Erzsébet estabautilizando un nombre de familia diferente...¿Estaría haciéndose pasar por unavisitante extraviada? ¿Qué diablos estaríatramando? Muy pronto el coche estabaperdiéndose de vista por el caminoprincipal y no pasó mucho tiempo hastaque escuché el tañido de varioscontundentes campanazos: lasmuchachas que asumí debían ser lasalumnas del internado salieron por laspuertas de los dos edificios laterales yatravesaron los jardines hacia el edificiocentral, pero Erzsébet no estaba entre

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ellas. Aproveché para colarme en elinterior del edificio dentro del que la habíavisto desaparecer.Podía sentir claramente su presencia. Medeslicé hasta el tercer piso, donde sehacía más palpable, hasta que descubrí lahabitación de cuyo interior provenían susvibraciones. No quise acercarmedemasiado, en caso de que aún no sehubiese percatado de que yo estaba allí.Acto seguido, decidí buscar a la dama aquien había visto hablando con Ujvary.Imaginé que debía ser una institutriz delinternado o algo por el estilo. Ella debíatener las respuestas que andababuscando en cuanto al arribo de Erzsébeta Sainte-Marie.Aunque era algo arriesgado, me acerqué

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al edificio central. A través de una de lasventanas se veía uno de los salones declase. Supuse que pasaría al menos unahora antes que las alumnas salieran areceso, así que decidí entrar en el edificio.La suerte estaba de mi lado: hallé un aulavacía que daba a un largo corredor y meinterné en ella. Entonces vi pasar a ladama que había estado hablando conUjvary. Otra institutriz la acompañaba.-¡Qué revuelo ha causado la llegada deSusana Strossner! -le decía la otrainstitutriz-. Cómo se nota que hace rato noteníamos novedades en estos parajes. . .-Es natural que el arribo de una nuevaalumna cause curiosidad a las chicas-repuso la dama que había recibido aErzsébet-. Aunque, bueno, Susana

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Strossner no es cualquier alumna. Sufamilia es increíblemente rica y célebre.¿No le había dicho yo que estábamosesperando su llegada para la primavera?Sus padres me habían escrito el añopasado para asegurar la plaza de su hijaentre nuestras alumnas... -tuve queseguirlas con sigilo, pues comenzaban aalejarse-. Enviaron una nueva carta con elcochero: han tenido que partir a América.Así que Erzsébet se hacía llamar SusanaStrossner y se había internado enSainte-Marie haciéndose pasar por unade las alumnas...Había algo que no encajaba. ¿Cómo eraque ya había hecho planes de viajar alinternado aun antes de saber que laheredera de Verónika

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Székely se encontraba allí? Si lo hubiesesabido antes, hacía mucho que habríallegado a Sainte-Marie. ¿Por qué leshabría escrito un año atrás? Tuve lacerteza de que Erzsébet Báthory estabatomando el lugar de otra persona que,efectivamente, habrían estado esperandopara la primavera. Era la única explicaciónlógica que se me ocurría, y resultó sercierta: después pude comprobar queErzsébet y los suyos habían asesinado ala verdadera Susana Strossner y a suspadres, quedándose no sólo con laidentidad de la primera sino con todas suspropiedades. Nunca supe cómo se habíanenterado de que la joven iba a serenviada a Sainte-Marie en algúnmomento, pero teniendo en cuenta el

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poder que poseen los vampyr, decidí queese detalle carecía de importancia: segúndescubrí después, Erzsébet habíaadoptado el nombre de muchas mujeresen los últimos siglos después deasesinarlas y apropiarse de sus riquezas.Esto era lo que, muy probablemente,había planeado hacer contigo también... yquizá lo habría logrado, de no haber sidotú tan perspicaz.Esa tarde, después de las clases, reviséel despacho de la rectora y comparé lascartas que los supuestos padres deSusana Strossner habían enviado aSainte-Marie: tal como lo habíasospechado, la caligrafía era diferente enambas notas, y las firmas quecorrespondían al señor Strossner

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carecían de similitud. Escuché un clamorde risas proveniente de la planta inferiordel edificio y pensé que podría tratar deidentificar a la heredera de VerónikaSzékely entre las alumnas si me escondíaentre las sombras del pasillo, ya quetodas parecían estar reunidas en el salónde piano. Vi que Erzsébet entraba en laestancia sin reparar en mi presencia; todasu atención estaba enfocada en una chicaque estaba declamando un poema antelas demás internas... supongo querecordarás esa noche claramente.Cuando la rectora presentó a Erzsébetformalmente te vi por primera vez. Micorazón se detuvo al reconocer el rostrode la mujer que había visto en mi sueñocuando dormía en el ático del palacete de

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Pest. Por más acostumbrado queestuviese a vivir las más extrañasocurrencias, el hecho de que existierasera más fascinante para mi que la másdescabellada de mis fantasías. Pocodespués, la rectora te llamó por tunombre. Yo estaba anonadado ante laposibilidad de que la chica de mi sueñofuese la heredera de Verónika Szkkely.Cuando tú y tu amiga Carmen sedirigieron a la capilla las seguí paraasegurarme de que estuviesen a salvo, yno pude evitar escuchar las plegarias queelevaron. Me sorprendió que hubiesenadivinado la maldad de la recién llegadaErzsébet, y no pude menos queadmirarlas por este hecho. Luego, decidíescoltarte hasta tu habitación después

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que Carmen se quedó en la suya. Derepente, sentí la presencia de Erzsébetmuy cerca. Pasaron sólo unos segundoshasta que la distinguí, agazapada sobre laparte superior de las escaleras,esperándote. Sin pensarlo dos veces,atravesé la distancia que me separaba deti y te sostuve con uno de mis brazosmientras le estampaba tu crucifijo aErzsébet en la frente con mi mano libre.Hubiese deseado que Erzsébet no seenterara tan pronto de que yo tambiénestaba en Sainte- Marie, pero no teníaotra opción que actuar con rapidez. Alverme, la condesa me lanzó unamaldición antes de correr a refugiarse ensu habitación. Comprendí que Erzsébetme temía: nuestro encuentro anterior le

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había enseñado que el habermeconvertido en vampyr había resultadocontraproducente para su causa. Corrígradas arriba y me escondí en unahabitación vacía del tercer piso. Pocodespués escuché los alaridosprovenientes de tu habitación y lleguéjusto después que una institutriz abriesela puerta. Temí que Ujvary hubieseregresado e intentado atacarte, pero porfortuna sólo habías descubierto que tucrucifijo estaba ensangrentado. Tambiénhabías llegado a la comprensible teoría deque el diablo te había tomado en brazosen las escaleras. No había reído en años,Martina, hasta que escuché lasexplicaciones que le dabas a la institutriz.Me sentí aliviado de saber que se te había

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impuesto un confinamiento de dos días araíz del escándalo que tú y tu amigahabían hecho: saberte bajo llave mequitaba un peso de encima.Pasé la noche vigilando la habitación deErzsébet desde el pasillo; sabía que habíacaído en un estado de extrema debilidadal haber sido quemada por tu crucifijo. Enla mañana te dejé una nota diciéndoteque no te lo quitaras y me dispuse aencontrar el paradero de Ujvary.Busqué en vano durante todo el día.Cuando regresaba a Sainte-Marie, tuve lamala suerte de que una de las empleadasy un chico campesino me viesen. Supuseque alertarían al resto del personal y tuveque alejarme de nuevo. Entonces mepareció ver la distante silueta de otro

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jinete y, pensando que podía tratarse deUjvary, lo seguí a través del bosque a unadistancia prudencial. Por desgracia, leperdí el rastro poco después.Ya en la mañana observé que un grupode campesinos se había congregado enuna de las granjas adyacentes alinternado y me acerqué para escuchar loque decían: no me sorprendió queestuviesen mencionando la ocurrencia derecientes ataques extraños en la región.Todos estaban muy alarmados y mealegré de haberle dado la botella desimillimum al cura párroco. Entonces elcielo se ennegreció aún más: otra grantempestad amenazaba con caer y meapresuré a volver al bosque deSainte-Marie: tu castigo terminaría ese día

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y Erzsébet seguramente trataría deatacarte de nuevo.A pesar de que aún no había caído lanoche, la oscuridad se cernía sobre eledificio. Elevé la vista hacia tu ventana yme quedé pasmado al ver que la abrías ytu figura vestida de blanco aparecía tal ycomo la había visto durante mi sueño. Nopude reaccionar lo suficientemente rápidocuando clavaste tus ojos en los míos;perdí la noción del tiempo.Pude saber muchas cosas acerca de ti enesos pocos segundos... nunca habíatenido una experiencia similar con nadie;fue como conocerte sin necesidad dehablar contigo.Los ladridos de los perros me hicieronsalir de mi ensueño: se había organizado

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un equipo de búsqueda y los trabajadoresde Sainte-Marie podían encontrarme encualquier momento. Espoleé mi caballohasta el otro extremo del bosque y allí mequedé escondido durante horas,pensando en el significado de mi sueño yen lo que acababa de ocurrirme contigo.Supe que tratar de encontrar la clave paraabrir la puerta Székely entre tuspertenencias sería una espantosa afrentaque no sería capaz de llevar a cabo. Si enverdad la clave estaba en tu poder y de tidependía que pudiese acceder al cofredel castillo de Csejthe, tendría que dejarque esto ocurriera a su tiempo y en tuspropios términos.No podía explicarme qué me habíaocurrido en los pocos segundos que te

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había visto a los ojos pero, de algunaforma, mi intención de adueñarme de laclave había pasado a segundo plano. Másque nada, quería hablar contigo. Cuántohubiese deseado ser tu amigo y poderacercarme a ti. Sin embargo, recordé micondición de vampyr y me prometímarcharme en cuanto mis enemigos lohicieran. Sentí terror ante la posibilidad dehacerte daño, Martina. Apesadumbrado,me quedé dormido mientras lastorrenciales lluvias caían sobre mí. Nohabía dormido en varios días y elcansancio había logrado vencerme.Un rayo me despertó. La oscuridad sehabía hecho más palpable en el bosque ysupe que debían ser más de las siete dela noche.

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Atemorizado, recé para poder llegar hastael edificio antes que Erzsébet pudiesehacerte daño. Atravesé el bosque tanpronto como pude; aunque aúnescuchaba los ladridos de los perroscircundándome logré burlar la vigilanciade los hombres e introducirme en eledificio. No tuve tiempo de planear misactos, sólo subí las escaleras quellevaban hasta tu habitación preso de lamás terrible angustia. Cuando estaba poralcanzar el vestíbulo escuché unespantoso chillido y supe que Erzsébetestaba allí. Franqueé la distancia quehabía entre el rellano de las escaleras y tuhabitación en cuestión de segundos y, alver que tu puerta estaba entreabierta,temí lo peor: la empujé y encontré que los

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muebles de la habitación estabanrevueltos. Pronto descubrí tu frágil figuradebajo del marco de la ventana. Tus ojosestaban cerrados y aún sostenías tucrucifijo en alto. Corrí a tu lado al tiempoque te llamaba por tu nombre, pero nohubo ninguna reacción de tu parte.Asustado, te revisé el cuello y lasmuñecas pero no tenías mordeduras. Tepuse sobre la cama y salí a buscar aErzsébet. No sabía qué había ocurrido entu habitación, pero estaba claro que yohabía llegado demasiado tarde paradefenderte y habías tenido que hacerlotodo tú sola.Escuché los aullidos de la condesa alacercarme a sus aposentos. Lleno de ira,abrí la puerta con violencia para

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encontrármela tendida sobre su lecho,gimiendo de dolor. Su mejilla ostentaba lacarne viva de una quemadura que dedujehabía sido producida por el contacto contu crucifijo, y su cara estaba llena dehoyuelos sangrantes. Tornándola por elcuello, la azoté contra la cabecera de lacama y la retuve así mientras me mirabacon expresión de pánico.-No tienes tino para escoger a tusenemigos, Erzsébet Báthory –le dije-.Prepárate a vivir una nueva experiencia.Metiéndome la mano al bolsillo, extraje laúnica hostia consagrada que tenía en mipoder mientras Erzsébet temblaba deterror.-¡Maldito! -dijo, con lágrimas en los ojos-.Juro que os mataré... ¡A ti y a esa cría

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intratable que te empeñas en defender!Antes que pudiese cerrar los labios,introduje la delgada hostia en su boca.Entre los pocos trucos que habíaaprendido de los textos del padreAnastasio estaba la antigua costumbre deintroducir un pedazo de hostiaconsagrada en la boca del vampyrdespués de seccionar su cabeza.Erzsébet es, por supuesto, inmortal, peroyo presentía que, si la sangre de Cristohabía hecho que estallase en llamaradas,el cuerpo de Cristo tendría un efecto muyinteresante en ella.-¡No quiero dormir! -fue lo último quemusitó antes que todos sus miembros seaflojasen y sus ojos se cerraran.Al soltarla, cayó desplomada sobre la

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cama. No respiraba ni tenía pulso, alpunto que casi creí que había muerto. Mepregunté cuánto tiempo permanecería lacondesa en tal estado. Quise entoncesasegurarme de que en verdad estuviesesbien: volví a tu habitación y, después decomprobar que, en efecto, respirabas, tecubrí con las mantas y revisé la habitaciónen busca, de pistas que me ayudasen acomprender el enfrentamiento que habíastenido con Erzsébet. Después de ponerlos muebles en su lugar, hallé un frascocasi vacío sobre la alfombra. Reconocí elpoder del agua bendita que aún quedabaen su interior y supe que habías volcadosu contenido sobre Erzsébet.Dejé el frasco sobre tu mesa de noche, encaso de que pudieras volver a necesitarlo.

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Entonces, siguiendo un impulso, measomé por las cortinas: allá fuera, detrásde la colina, me pareció reconocer ladistante silueta de Johannes Ujvary. Nopensaba permitir que se me escapara unavez más.Cerré la puerta de tu habitaciónapresuradamente y salí del edificio endirección del lugar donde lo habíaavistado. Cuando monté en mi caballo,aún podía escuchar los cascos del suyoalejándose por el camino: seguramente sedisponía a hacerse de una nueva víctimaen el vecino poblado. Espoleé mi caballopara darle alcance. Había humedecido unpuñal con vino consagrado y pensabaenfrentarme con él de ser necesario. Élcabalgó largo rato, tanto que por un

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momento creí que pensaba marcharse deValais. De repente, dio un giro abruptohacia la derecha y, para mi sorpresa,desmontó frente a un camposanto que mehabía pasado desapercibido hasta aquelentonces.Descendí de mi montura y seguí a Ujvarycon sigilo. Él avanzaba tranquilamente porentre las tumbas; era obvio que sabía adónde se dirigía. Pocos minutos después,se detuvo frente a una lápida y la acarició.La lápida se descorrió sola y una cabezarubia emergió de la tumba: era AnnaDarvulia.-¿Has descansado? -creí escuchar aUjvary preguntarle en un húngarobastante antiguo al cual yo no estabaacostumbrado.

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-Sí -respondió Darvulia con un tono devoz casi inaudible-. Estoy lista para partir.-El coche está listo -dijo Ujvary.-¿Erzsébet? -preguntó Darvulia.-Aún tiene asuntos por resolver -dijo él-.Nos verá en Florencia o París.-¡París! Maldita sea, Johannes, esto tardademasiado... ¿Y Csejthe?-Aún no tenemos la clave. Tendremos quededicarnos a LorenzoRossi y a su heredero mientras Erzsébetse encarga de las niñas deSainte-Marie.Darvulia dejó escapar una risa que meheló la sangre.-Te divehiste con la rubita, ¿verdad?-No estuvo mal... -dijo Ujvary, al tiempoque Darvulia se incorporaba de la tumba-.

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Ahora será tu turno de jugar con loschicos.Tendrás que hacerlo tú sola mientrasErzsébet se nos une.Quisiera conservar al más joven, es tanguapo... ¿Sabes si las cartas que leenviamos de su parte a la chica Baileysurtieron efecto?-Puedes estar segura de que CarmenMiranda no volverá a hacer parte de suvida sentimental. Al parecer lo despreciapor otras razones.-No estaría de más matarla. No quierosorpresas desagradables en el futuro -dijoDarvulia.-Descuida -dijo Ujvary, ahogando unarisotada-. Mi... apasionada amante seencargará de ello.

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Asumí que hablaba de Erzsébet y mealegré de que pensara que la condesaestaba aún despierta y lista para llevar acabo sus diabólicos planes. Despuéscomprendí, con gran tristeza, que Ujvaryestaba refiriéndose a la infeliz Amalia dePiñérez, de cuyo dolor se burlaba. Meestremeció descubrir que los vampyrhabían estado jugando con lacorrespondencia de Sainte-Marie desdetiempos anteriores por motivos que pocotenían que ver contigo. Aparentemente,estaban tratando de impedir que tu amigaCarmen se acercase a algún joven aquien posiblemente querían hacer lomismo que a mí.-¿Cuál de los dos crees que tenga laclave? -preguntó Darvulia a Ujvary,

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mientras se encaminaban hacia el otrolado del camposanto.-Me inclino a creer que la tiene LorenzoRossi. Es lógico que sea él quien tengaacceso a su propiedad. Por tal motivodebemos viajar a Florencia antes que aParís, si el segundo viaje es necesario.Esperemos que no.¿De qué clave hablaban? ¿No creían,pues, que la clave para abrir la puerta delcastillo de Csejthe estaba enSainte-Marie-des-Bois? -Aunquelogremos tomar el cofre de la propiedaddel tío, voy a hacer mío al chico -susurróDarvulia.¡Así que mis enemigos habían hallado unsegundo cofre! Tendría que seguirlos aFlorencia y adelantármeles. Bendije la

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buena suerte que estaba teniendo. Nopodía permitir que mis enemigos seapoderaran del segundo cofre antes queyo. Aun así, un sentimiento fuerte meataba a Sainte-Marie y la posibilidad deque la condesa despertase de repente measustaba demasiado: decidí regresar alinternado y asegurarme de que Erzsébetquedase inhabilitada. Después de eso,buscaría a Lorenzo Rossi en Florencia.Al volver a acercarme a Sainte-Marie,hallé que habían dado por muerta a lacondesa y la habían puesto en un ataúden la capilla. Quise sellar su ataúd con lacruz Patriarcal y, al descubrir que alguiense me había adelantado, me sentíconfundido y esperanzado a la vez:¿habría sido el buen cura párroco quien

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confinara a Erzsébet a su cajón? Cuandome disponía a buscarte en tus aposentos,escuché a dos de las alumnas hablandoacerca del supuesto ataque de locura quehabías tenido durante la misa de velaciónde Susana Strossner y de este modo meenteré de que, una vez más, te habíanencerrado en tu habitación. Supuseentonces que debías haber tramadoalguna estratagema para sellar el ataúd túmisma. Con el relativo consuelo de sabera la condesa atrapada en la cripta de lacapilla, emprendí el viaje a Florencia deinmediato. Hubiese deseado poder verteuna vez más, pero los hombres deSainte-Marie buscaban tanto al lobo comoal misterioso merodeador quien, porsupuesto, era yo, y no quería tentar al

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destino más de lo que ya lo había hecho.

Lorenzo Rossi era toda una personalidaden Florencia: soltero, rico, reconocidocomerciante y coleccionista, era unapresencia obligada en todos los salonesque se preciaban de ser entretenidos.Todos sabían cuál era su casa, aquélladonde transcurrían las veladas másestrambóticas e interesantes de la ciudad.Con sólo verlo de lejos, supe que era unhombre inteligente cuya personalidad noestaba cercada por inútiles dogmas, y mearriesgué a dejarle una nota advirtiéndoleacerca de la verdadera naturaleza deDarvulia y Ujvary. En ese caso, me fuemucho más fácil vigilar su casa y esperara que mis enemigos apareciesen que

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infiltrarme en su despacho y revisar todossus archivos. Me había guarnecido demás hostias consagradas y habíacomprado una pistola cuyas balas habíahecho bendecir. Había ungido variosalfileres con agua bendita y sangre deCristo: me sentía así más preparado paraenfrentarme a los dos vampyr. Esto, sinembargo, no fue necesario: Lorenzo Rossidemostró ser valiente y astuto, y pudeatestiguar la forma en que vació una cubade agua bendita sobre Darvulia. Para lanoche siguiente, Rossi había instaladoguardias en todos los costados de supropiedad. Sonreí cuando, al pasar, notéque todos llevaban sobre sí enormescrucifijos. No pude menos que sentir gransimpatía por el excéntrico personaje, y

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supe que estaría tan a salvo comocualquier mortal podía estarlo cuando devampyr se tratase. Yo ya habíadescubierto el escondite de mis enemigosy estaba esperando a que partiesen paraseguirlos.Había tenido un par de días para observardetenidamente a LorenzoRossi antes que mis enemigos loatacasen ante los frustrados planes deconquista que Darvulia tenía con él.Cuando los vampyr me guiaron sinsiquiera sospecharlo hasta la propiedadde Rímini donde se hallaba escondido elsegundo cofre, yo les llevaba una enormeventaja a otros niveles: esperé a queintentasen abrir la puerta, que también eraestilo Székely, con mil combinaciones

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diferentes. Al final, cuando mis enemigosse rindieron y decidieron partir a París enbusca de la anhelada clave, yo la abrí enunos segundos. Había advertido queLorenzo Rossi tenía un pequeño tatuajeen la parte inferior del antebrazo izquierdoque sólo los ojos de un brujo o un vampyrmuy observador hubieran podido detectar.Era un símbolo chino cuyas líneasmemoricé. Así pues, repetí las líneas deltatuaje de Rossi en la cerradura de lapuerta Székely y me apoderé del cofre deplata.Antes de partir, escribí con tinta negra misiniciales sobre la pared.Quería dejarles saber a los vammr quiénse les había adelantado. El cofre, pordesgracia, estaba cerrado con llave. Perdí

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un mes y medio consultando cerrajeros yherreros a lo largo de Italia: abrirlo por lafuerza era imposible.Fue espantoso regresar a Sainte-Marie yver que, en vez del cuerpo de Erzsébet,estaba uno nuevo, el de una pequeñadama rubia y menuda. La condesa habíaescapado; asumí que Darvulia y Ujvaryhabían regresado por ella en alguno desus viajes. Les había perdido el rastro alos tres. Consideré un milagro queestuvieras a salvo y supuse que, siErzsébet se había marchado deSainte-Marie por el momento, tendría unanueva víctima en mente, y debía tratarsedel sobrino de Lorenzo Rossi.Cuando iba camino de París, encontré uncampamento de gitanos en uno de los

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bosques. Gemían y lloraban; creí estarpresenciando el rito del sepelio de uno delos suyos. Al acercarme, escuché que semencionaba la palabra vampyr, y opté porpresentarme ante ellos.Una muchacha había sido atacada pornuestros enemigos y estaba a punto demorir; los demás entonaban rezos ycantos compungidos a su alrededor.Antes que la joven gitana expirase, leadministré el simillimum, aplicándolotambién a sus heridas. Los gitanos creíanhaber presenciado un acto de magia alver restablecida su salud en contadosminutos, pero les expliqué que tan sólo setrataba de un remedio homeopático. Fueentonces cuando ellos me confiaron quelos vampyr le habían robado a la chica las

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llaves que abrían dos antiguos cofres deplata. Traté de obtener más informaciónpero fue en vano.Al llegar a París, hablé con un hombre denegocios que estaba muy bien enteradode las compras de propiedad que serealizaban en la cuidad y en susalrededores, y me asombré al descubrirque Anna Darvulia y Johannes Ujvaryhabían adquirido tantos inmueblesutilizando sus nombres verdaderos. Losvampyr parecían haber escogido a Paríscomo su lugar de residencia permanentey, según mis impresiones, estabanobrando de forma demasiado descuidada,cosa que me era en extremo conveniente.No se equivocaban al pensar que el pasode los siglos había hecho que sus

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nombres fuesen olvidados, pero debíanestar planeando algo muy grande paraatreverse a actuar abiertamente.Poco después me enteré de que unaErzsébet Strossner se había hecho granfama en París por ofrecer maravillososbailes, banquetes y soirées a los que eraconvidada sólo la creme de la creme de lasociedad parisina, y no pude menos queadivinar que era la malvada condesaquien organizaba tan renombradoseventos. Me dediqué a seguir susmovimientos y a investigar a aquéllos quecomponían su círculo de allegados: todostenían altas posiciones en la ciudad,fuesen ya banqueros, exitososcomerciantes o ricos terratenientes.Decidí dormir en diferentes albergues de

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la periferia para no ser rastreado.Cierta tarde observé que un hombre bajode anteojos y atuendo sencillo salíacaminando de casa de Erzsébet conprisa. Me subí el cuello del abrigo y bajéla cabeza de forma que mi rostro quedaseoculto a los demás transeúntes, y fui trasel hombrecillo pelirrojo por las calles deParís hasta que llegamos a la morgue.-Buenas tardes, doctor Goldberg -escuchéal encargado saludarlo antes quedesapareciese tras las pesadas puertas.El nombre Goldberg me resultaba familiar.¿Podría, acaso, tratarse del mismo doctorGoldberg que había asegurado que losataques de los vampyr en aquel pequeñopoblado de Irlanda no eran más quemanifestaciones de peste de rabia?

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Estaba casi seguro de haber escuchadomencionar a otro doctor Goldberg enValais durante mis inspeccionesclandestinas del pueblo cuando Erzsébetestaba en Sainte-Marie. Una corazonadame dijo que no se trataba de una simplecoincidencia; el galeno debía ser unapieza importante del rompecabezas queestaba tratando de armar. Lo esperéagazapado entre las sombras de losmuros exteriores de la morgue hasta quesalió. Goldberg parecía intuir mipresencia, pues miraba hacia atrásconstantemente mientras caminaba haciasu residencia, que no quedaba muy lejosde ahí.Lo observé por la ventana: Goldbergescribía sentado en su escritorio,

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acomodándose los anteojoscontinuamente. Al cabo de un rato, selevantó de su asiento y subió las gradas.Decidí jugarme la suerte y entrar a la casamientras Goldberg estuviese en lasegunda planta. Lo primero que hice fueecharles un vistazo a los papeles queestaban sobre el escritorio: Goldberghabía estado llenando varios certificadosde defunción. Los nombres de laspersonas a quienes éstos correspondíaneran los mismos de algunos de losinvitados habituales a las fiestas deErzsébet Strossner, y la causa de susmuertes era la misma: peste de rabia. Yosabía, porque había estadoinvestigándolas de cerca, que todas esaspersonas estaban vivas.

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Antes de haber revisado todos loscertificados, escuché los pasos deGoldberg acercándose al rellano de lasescaleras y me deslicé detrás de una delas cortinas.-iUjvary? -preguntó Goldberg con voztemblorosa al tiempo que comenzaba adescender los peldaños.Una de las ventajas de mi condición devampyr es que tengo control absolutosobre las funciones de mi cuerpo.Minimicé, pues, mi respiración, y mequedé tan quieto como una roca mientrasGoldberg tomaba los papeles y volvía asalir de su casa llevando un pequeñomaletín en la mano. En cuanto se hubomarchado, me dispuse a revisar su casapalmo a palmo. Las bibliotecas de

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Goldberg estaban repletas de libros,muchos de ellos de medicina galénica,por supuesto, aunque también teníavarios tomos de la autoría de RenatoDescartes, Aristóteles e Isaac Newtonentre otros. Por lo demás, no hallé nadaque pudiese delatar a Goldberg como unhombre diferente a aquéllos que seprecian de ser racionales en nuestrostiempos. La pequeña casa deGoldberg estaba sucia y llena de polvo.Su habitación tenía cortinas viejas yraídas, y apestaba a orina vieja. Mirédebajo de la cama y me encontré con unpar de ratas que se entreteníanmordisqueando una zapatilla de mujer. Nohabía mayor cosa en sus cofres; Goldbergno parecía tener gran afición por los

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bienes materiales o al menos no losguardaba en casa.Cuando ya me marchaba, pisé uno de losescalones en falso y observé que lamadera se levantaba con el peso de mipie. Al intentar acomodarla para queGoldberg no sospechase que alguienhabía estado merodeando por su casa,advertí que el pedazo de madera quecubría el escalón estaba flojo. Lo levantéy, para mi sorpresa, palpé un pequeñosaco de terciopelo contra el margeninterior del hueco peldaño. No podríadescribir la dicha que me embargócuando, al vaciar los contenidos del sacosobre la palma de mi mano, encontré dospequeñas llaves cuyas empuñadurastenían la forma de la cruz Patriarcal: supe

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que éstas eran las llaves que habíaestado buscando. Bendije mi buenafortuna y, dando las gracias a Dios porhaberme conducido hasta allí, metí un parde llaves viejas de las que ya no teníanecesidad dentro del saco de terciopelo ysalí de la casa de Goldberg.Tenía sentido que fuese él quien tuvieselas llaves. Los vampyr difícilmente podríanacercárseles demasiado, pues ostentabanel símbolo de la cruz Patriarcal. Loprimero que hice fue abrir el baúl de plata;lo había enterrado en uno de los tantosbosques que rodean la ciudad.No podía cargar el baúl de un lado al otro,así que lo dejé con llave en el mismolugar después de haber metido las dosestacas labradas que había dentro de él

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en mi maletín. Ya has experimentado porti misma cuán sublime es el sentimientoque se despierta en el alma al entrar encontacto con los maderos de la cruzPatriarcal. Confieso que, siendo vampyr,temía muchísimo reaccionar de formaviolenta al estar frente a ellas. Llorélágrimas de alivio cuando comprobé quemi alma aún no se había ennegrecidotanto que no pudiese acercármeles y meconsolé pensando que, de cierta forma,Cristo estaba allí conmigo.Hacía bastante que no veía a AnnaDarvulia por ningún lado. Sabía dóndeestaban Erzsébet y Ujvary, pero la terceravampyr inmortal parecía haberdesaparecido de la ciudad. Habíaencontrado la casa de Giovanni Rossi, y

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ninguno de mis enemigos parecía estarfrecuentándola. Ignoraba que Darvuliaestaba ya quedándose en ella y que,simplemente, jamás salía por la puertaprincipal. Una noche vi que el jovenheredero de Lorenzo Rossi llegaba a casade Erzsébet en compañía de Darvulia.Ésta se deshacía en caricias con él,desagradable espectáculo que me causóla más profunda repulsión. Sabía queGiovanni Rossi no había sido convertidoen vampyr; esas cosas se sienten en lasangre. Me pregunté qué tan blando decarácter podía ser para permitir queDarvulia se le acercara de modo taninsinuante.Inmediatamente me decepcioné de Rossi:las gentes que carecen del invaluable

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instinto del asco nunca me han inspiradosimpatía.Ya había obtenido el cofre de plata quesolía guardar su tío y, por lo tanto, nopensaba perder un segundo de mi tiempotratando de protegerlo o de salvarlo de undestino similar al mío, eventualidad a laque parecía estar entregándosevoluntariamente. Te codeso que me costóentender que tu amiga Carmen sehubiese fijado en él en algún momento,pero luego comprendí que el ingenuo deGiovanni sólo trataba de ahogar suspenas en las atenciones de Darvulia y quenunca había intimado realmente con ella,lo que me dio gran alivio.De otra forma, no podría estrechar sumano en el futuro cuando... bueno, si es

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que algún día logro salir de esta pesadilla.Temía que nuestros enemigos matasen asus invitados o los convirtiesen, a su vez,en vampyr, ya que Goldberg habíapreparado sus certificados de defunciónde antemano, pero ni lo uno ni lo otroocurría.No sabía qué estaba retrasando loinevitable: Erzsébet y Darvulia seguíanllevando el mismo ritmo de vida, dandofantásticas fiestas noche tras noche.Ujvary parecía ser más reservado y teníaun círculo social diferente, pero ningunode sus contactos de negocios habíamuerto. Uno de los notarios quefrecuentaban la casa de Erzsébet sepresentó una mañana en compañía deGoldberg; eso me puso sobre aviso.

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Mientras estaban allí, tomé un cochehasta su oficina al otro lado de París y mecolé en ella por la ventana. El hombre era,a diferencia de Goldberg, pulcro yordenado, cosa que facilitó mi trabajo.Encontré en su escritorio los legajoscorrespondientes a las mismas personascuyos certificados de defunción habíaestado preparando Goldberg: en losúltimos meses, el notario había legalizadoel traspaso de bienes de las mencionadaspersonas a sus más jóvenes familiares.No fue menester que hiciese uso de todasmis facultades para percatarme de quetodos los documentos eran falsos. Losplanes de mis enemigos comenzaban abosquejarse ante mí: con la ayuda deGoldberg, el notario y seguramente otras

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cuantas personas influyentes de lasociedad francesa, Erzsébet, Ujvary yDarvulia planeaban asesinar a varios delos personajes más acaudalados de Paríspara quedarse con sus bienes.Lo más interesante que hallé en eldespacho del notario fueron losdocumentos oficiales de la verdaderaSusana Strossner. Sus padres habíanmuerto el año anterior poco después dedejar todas sus propiedades en Francia yPolonia a nombre de su única hija. Lamuerte de la chica había sido acalladapara que Erzsébet pudiese tomar suidentidad, según mis deducciones.Aquello explicaba que tres muertos comoUjvary, Darvulia y la condesa pudiesenmantener sus riquezas y sus posiciones

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de poder a través de los siglos. Aun si miprioridad era adueñarme de los cofres deplata antes que mis enemigos lo hiciesen,pensé que me resultaría inmensamentesatisfactorio frustrar sus diabólicos planesal menos en aquella ocasión.Nunca imaginé que fueses a presentarteen casa de Giovanni Rossi una tarde enque Darvulia acababa de salir de ella. Yohabía estado siguiéndola hasta esemomento, pero el terror que sentí cuandote vi bajar del coche y tocar la campanahizo que me quedase paralizado endonde me hallaba oculto. A pesar de lafelicidad que me producía verte una vezmás, aun cuando fuese de lejos, tupresencia en París en momentos tancríticos me resultó sumamente

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inquietante, mucho más cuando estabasacercándote a los vampyr de modo taninusitado.Cuando logré sacudirme la impresión quetu repentina aparición había producido enmí, ya estabas dentro de la residencia deRossi.Escalé el muro que me separaba de lacasa pero todas las cortinas de la casaestaban cerradas. Sentí un alivioindescriptible al verte salir intacta de casade Rossi y seguí tu coche a casa del quedescubrí era tu abogado, el señor Locke.Por desgracia, seguir a tantas personas ala vez me distrajo tanto que no mepercaté de que Ujvary estaba dando unbaile en su recién adquirido castillo deSalles hasta el mismo día en que se

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ofrecía. Ésta era una propiedad que nohabía vigilado como las otras puesto quenuestros enemigos parecían nofrecuentarla jamás. Ujvary habíaconvidado, como sabrás, a gran cantidadde gente a su baile, y yo opté porcamuflarme entre la servidumbre... Todos,Martina, todos ellos eran vampyr. Porfortuna, todos llevaban disfraces y variosllevaban máscaras, por lo que pudemezclarme con ellos sin ser reconocidopor la condesa, Darvulia o Ujvary. Antesde abrir las puertas del castillo,Ujvary nos reunió a todos en los jardinespara darnos instrucciones, y fue así comono sólo pude confirmar mis sospechassino enterarme de lo que planeaba llevara cabo aquella velada:

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-Calma... -dijo, acallando al séquito devampyr que se había agrupado frente aél-. Calma, mis pequeños. Sé que todosestáis muy entusiasmados; yo también loestoy. Erzsébet, Anna y yo nos sentimosmuy satisfechos con todas laspreparaciones que habéis llevado a cabodurante los días anteriores. Os aseguroque seréis recompensados por vuestrosesfuerzos. Sólo os ponemos unacondición: no toquéis a las doncellas. Nospertenecen a nosotros y deben serconducidas a las mazmorras sinexcepción. Una vez cerremos las puertasal amanecer, podréis hacer lo que osplazca con los selectos concurrentesrestantes, quienes se quedarán a disfrutarde lo que se les ha hecho creer será un

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exclusivo déjeuner ofrecido en su honor.Debéis dejar que los demás partan sinimportunarlos. Aquéllos que han de seriniciados esta noche se encuentrandescansando en sus aposentos, en dondeAnna y Erzsébet se reunirán con ellospara prepararlos antes de darles subienvenida oficial en las mazmorras.Nuestra familia parisina continúaexpandiéndose, queridos míos, y muypronto tendremos tanto poder queseremos intocables, tanto en lo materialcomo en lo espiritual.Los chillidos de excitación de los vampyrme pusieron los nervios de punta, perotuve que seguirlos cuando se dispersaron.Estaba esperando la oportunidad deencontrar el camino a las mazmorras,

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donde supuse, según el discurso deUjvary, se preparaba el verdaderobanquete de mis enemigos. En cuantopude hacerlo, me interné en el castillo.Éste tiene tantos pasadizos secretos queperdí el rumbo varias veces antes deencontrar una puerta accesoria que dabaa una celda en que no había más que unestrecho colchón. La celda tenía otrapuerta que estaba hecha de hierro, y meacerqué a ella para mirar a través de sucerradura: vi paredes de piedra y lo queparecía ser un gran baño. Estaba casiseguro de haber llegado a las mazmorras,pues el aire estaba frío y húmedo, y habíadescendido mucho para llegar ahí. Sinembargo, la puerta de hierro estabacerrada con llave y no pude forzarla. Tuve

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que tomarme unos momentos para decidirqué hacer en esa ocasión. Los vampyreran demasiados, aun si los inmortaleseran la condesa, Ujvary y Darvulia. Laúnica estrategia en la que pude pensarfue en prenderle fuego a todo el edificiodespués de sacar de él a las personasque planeaban asesinar, si lograbahacerlo. Para ello tendría que hallar otraentrada a las mazmorras. Por desgracia,era demasiado tarde y, siendo la primeravez que entraba al castillo, terminé porextraviarme de nuevo al tratar de hallarotra forma de acceso al recinto. Cuando alfin pude salir de los pasadizossubterráneos, la fiesta ya habíaempezado. Desesperado, decidí ensayaruna nueva ruta a las mazmorras, pero en

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aquella ocasión me hice con un barril debrandy y comencé a derramarlo a mi pasopor todos los corredores secretos. Lasvíctimas de los vampyr morirían de una uotra forma si el tiempo no estaba de milado y el fuego sólo evitaría que quedasenvagando como almas en pena. Las únicaspuertas a las que llegué estabanfuertemente selladas y la ira se apoderóde mí cuando escuché los gemidos dedolor que provenían de su interior. Tuveque admitir mí derrota: era demasiadotarde. Corrí por los pasadizos de vuelta ala única celda abierta que habíaencontrado. Al acercarme, escuché tusgritos y sentí pánico; luché contra la ideade que en verdad pudieses ser tú quienestuviese prisionera pero el corazón me

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decía lo contrario. Fue entonces cuandoabrí la puerta para hallar que el maldito deUjvary estaba a punto de atacarte. Sinpensarlo dos veces, le clavé en la espaldauna aguja ungida con vino consagradoque llevaba en la solapa y te saqué de allícomo pude, con las llamas dispersándoserápidamente por todo el edificio ypisándonos los talones. Sabía que losinvitados tendrían tiempo suficiente parahuir; sólo esperaba que algunos de losvampyr mortales pereciesen en elincendio.Robé el primer coche que encontré fueradel castillo y te llevé a la pequeñahabitación que había tomado en lataberna hacia casi dos semanas. Aunqueno tenías marcas de ataques visibles,

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habías sufrido tal conmoción que novolvías en ti, y no me atreví a correr elriesgo de dejarte sola hasta que nohubieses despertado. ¡Estabafrancamente asustado, Martina! Aunquedebo confesar que estaba enfadadocontigo por lo que juzgué una falta deprudencia de tu parte, era un milagro quehubiese podido sacarte intacta del nichode los vampyr. Al ver que no despertabas,tuve que partir en la mañana dejándoteuna nota.La meta de nuestros enemigos había sidohacer de París un lugar en el quepudiesen actuar a su antojo y sininterferencias de nadie, por lo que decidíescribir una carta anónima a la policíaacusando a Ujvary de rapto y tortura.

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Sabía que encontrarían pruebas de sobraen las mazmorras de su castillo.Mencioné también los extrañosdocumentos que había hallado en eldespacho del notario y los falsoscertificados de defunción que habíapreparado Goldberg. Por desgracia, estosúltimos nunca fueron hallados y el galenono pudo ser inculpado por nada. El notariopereció en el incendio, y con él lasposibilidades de los vampyr de adueñarsede los bienes de algunas de las personasmás acaudaladas de Francia. El cuerpode Ujvary estaba en la morgue y mi mejoropción para seguir los pasos del enemigoconsistía en esperar a que Goldberg losacase de allí, ya que Erzsébet y Darvuliahabían desaparecido del panorama. Vi al

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malvado galeno entrar y salir de lamorgue en varias ocasiones en los díasque siguieron, pero jamás lo hizoacompañado. Ignoro cómo salió Ujvary deallí, el caso es que tuve que enterarmepor medio de los periódicos de que sucuerpo había desaparecido. No podíadejar que el doctor se me escapara.Oculto en el edificio vecino a suresidencia, observé que se preparabapara salir de viaje y supe que tendría queir tras él. Sabía que la nota que te habíadejado al lado de la cama en aquellahabitación de la taberna había sido algodura, aunque sólo pretendía evitar quesiguieras metiéndote en la boca del lobo.Hubiese querido despedirme de ti antesde partir.

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Pasé cuatro largos años siguiendo aGoldberg de un lado al otro deEuropa. Aunque interceptaba cada una desus cartas, buscando en ellas cualquiertipo de pista que pudiese conducirme anuestros enemigos, éstos parecían haberroto toda comunicación con él. Vencido,regresé a Irlanda para entrevistarme conWilliam y enfrentar los recuerdos quehabían quedado perdidos en la propiedadde mis padres. La maleza cubría lasruinas del que había sido nuestro hogar, ytodas las tierras habían quedadoinhabilitadas por el paso del tiempo.Entonces se me ocurrió que Williampodría abrir una maravillosa clínica en eselugar y decidí proponérselo. Mi buenamigo no podía creerlo cuando me vio

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aparecer frente a su casa tantos añosdespués.-iAdrien! -exclamó, antes de darme unfuerte abrazo-. ¡Me había temido lo peor,amigo!William me hizo pasar sin perder unsegundo; aún no me temía en lo absolutoy estaba feliz de verme. Después deponerlo al tanto de todo lo que habíaocurrido desde la última vez que le habíaescrito, le entregué los títulos depropiedad de mis tierras. William serehusó terminantemente a aceptarlos,pero al menos logré convencerlo de abrirsu clínica en ellas.-¡Pienso casarme en la primavera, Adrien!-dijo, conmovido-. Será maravilloso teneruna pequeña granja en tu propiedad para

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que mi futura esposa se ocupe de ellamientras yo me encargo de la clínica.¿Asistirías a nuestra boda?-Pides demasiado de mí, amigo -le dije-.Sin embargo, espero poder conocer a tushijos algún día.Visité al notario del pueblo para autorizarla libre utilización de mis tierras por partede William y fui a darle un pequeño sustoal cura antes de partir. No puedo evitarlo,Martina. Aunque he entablado amistadcon unos cuantos sacerdotes, los pobresme tienen pavor y esto hace que latentación de aparecérmeles de repentesea irresistible para mí.-Buenas noches, cura -dije a las espaldasdel pobre hombre que había sido elprimero al que había visitado después de

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haber sido atacado por Erzsébet.-Jesús, María y José| ! -exclamó él,dándose la vuelta en el aire mientras yoreprimía una carcajada.-¿Así recibe a un viejo amigo? -lepregunté.-¿Qué haces aquí? ¡Pensé que ya noshabíamos librado de ti y los tuyos! -dijo él,alejándose de mí.-¿Los míos? Ya sé que no me profesagran simpatía, padre, pero tampoco tienepor qué insultarme. Me ha resultado algodifícil establecer estrechos vínculosafectivos con los asesinos de mis padres;no soy tan buen cristiano como usted.-¿Qué quieres de mi, Almos? -preguntó,sonrojándose un poco.-Sólo pasaba a... saludarlo, y a pedirle

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algo de vino consagrado.-¿Es que no conoces otros sacerdotes?-preguntó, dirigiéndose a la capilla.-Más de los que quisiera, cura... más delos que quisiera -respondí.-Imagino que te habrás enterado de lanueva oleada de ataques que ha habidoen Hungría... si es que no has tenidoparte en ellos, claro está -dijo,extendiéndome el cáliz.-¿Hungría? -pregunté, alarmado. ¡Québueno que vine por aquí!No sabe cuánto le agradezco lainformación... Y, no, no he tenido parte enningún ataque hasta el día de hoy, graciasa Dios.El padre me ojeó con sospecha y yo ledevolví una mirada sarcástica.

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-El que pueda entrar en su iglesia significaque nunca he tomado la sangre de ningúnmortal; se lo aclaro en caso de que nohubiese usted reparado en este pequeñodetalle. Mi presencia debería, pues,producirle inmensa alegría -dije.-Qué irónico... -dijo él, sin creer totalmenteen mis palabras-. Unvampyr que no se alimenta de sangrehumana.-Linda historia, ¿verdad? -respondí-. Leadvierto que no carezco del instinto parahacerlo, cura.El padre dio un salto atrás, como sabíaque lo haría.-Gracias por el vino -dije, y desaparecíentre las sombras.Debía embarcarme hacia Europa

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continental de nuevo. En aquella ocasiónno tenía pistas para encontrar a Erzsébet;tendría que guiarme por los registros deataques de peste de rabia en Hungría.Por fortuna, los campesinos y gitanos aúnse permiten aceptar la existencia defantasmas y de vampyr. Fue gracias a susreportes y observaciones que pude seguirel rastro de mis enemigos de pueblo enpueblo hasta llegar a Budapest, pueshallé más incidencias de ataques cuandohube llegado a dicha ciudad. A pesar deque los casos de supuesta peste de rabiano eran muchos, me enteré de ladesaparición de algunas jóvenes defamilias de renombre en Buda. Comohabrás de imaginarlo, me habría sidoimposible vigilar las casas de todas las

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familias prominentes del área, así que meconcentré en las tres más importantes.Una noche en que rondaba la residenciade los Kamény, observé movimientos enel pequeño bosque colindante y, alacercarme, descubrí que un joven gitanose despedía de la pequeña dama de lacasa besando sus manosafectuosamente. Esta última se introdujobreves momentos después dentro de lapropiedad. No bien pasados unosminutos, escuché cascos de caballosacercándose y esperé, oculto entre lamaleza, a que el coche pasara de largo.¡Cuál no sería mi sorpresa al reconocer elcoche de Erzsébet Báthory paseándosefrente a la casa de los Kamény! Elcochero hizo que los caballos se

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detuvieran y la cortina del coche se abrió,dejando entrever el rostro de mi peorenemiga.-Ésta es la casa anunció el cochero, queno era Ujvary.Entonces Erzsébet le hizo una seña y elcochero bajó de su asiento para abrir lapuerta del coche y ayudarla a salir.-Ven, Székely -dijo ésta a otra personaque estaba dentro del coche.Por unos instantes me espantó la idea deverte salir del coche deErzsébet, pues había mencionado tunombre de familia, pero una figuramasculina descendió del coche paraseguir a nuestra enemiga.-¿Estás absolutamente seguro de que esaquí donde vive la joven, Bernabé?

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-preguntó la condesa al cochero.-Absolutamente seguro, mi señora-respondió éste, inclinando su cabeza enseñal de respeto.-Bien, Gábor -dijo Erzsébet, dirigiéndoseal otro hombre-: Tu trabajo será seguirla atodas partes. Tendrás que estacionartecerca de aquí y esperar a que salga.Apuesto a que puede guiarnos alescondite del gitano. Algo debe estarocurriendo entre esos dos para que ellavaya a verlo al mercado con tantafrecuencia, y presiento que él podríallevarnos a encontrar aquello quebuscamos. Es un joven... especial.Mi corazón latía con fuerza. ¿No era elhombre que acompañaba a Erzsébet, porazar, el mismo Gábor Székely cuya

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conversación al respecto de la herenciade Verónika Székely había escuchado yovarios años atrás a través de la ventanade la casa de su padre?-Esto te costará, Erzsébet -dijo Székely ala condesa-. Es trabajo pesado... sabescuánto detesto levantarme temprano.La condesa lo miró con desprecio yrespondió:-¿Por quién me tomas, idiota? ¿Es que nohe pagado bien todos tus servicios?Considérate afortunado, Székely, yprocura mostrarme el respeto que medebes: no olvides quién es tu señora.Székely miró al suelo unos segundos y alfin respondió, no sin dificultad y con untono que me pareció sutilmente irónico:-Disculpe usted, señora mía. No quise

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ofenderla.Era evidente que Gábor Székely era unhombre orgulloso a quien no le resultabafácil seguir órdenes.-A veces me pregunto cómo es que no tehe matado; te permites caer en laimpertinencia con excesiva frecuencia...Vámonos ya. Me has puesto de malhumor. Regresarás mañana tú solo.Erzsébet y Gábor Székely volvieron asubir al coche, y este comenzó a alejarse.Monté entonces de nuevo en mi caballo yempecé a seguirlos a una distanciaprudencial. Sabía que Dios había puestoa mis enemigos frente a mí, y me dispusea desenredar la relación deGábor Székely con los vampyr. Supuseque su interés en el joven gitano debía

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estar ligado a los cofres de plata y casideseé haber podido seguir al gitano envez de a la condesa, en caso de que elprimero pudiese conducirme a nuevoshallazgos... La presencia de GáborSzékely, empero, me pareció en extremopeligrosa y, por otra parte, era imperativoque descubriese en dónde se hallaba elescondite de mis enemigos. Me prometíregresar al bosquecillo en donde habíavisto al gitano y a la joven Kamény encuanto pudiese y recorrí las calles deBuda tras el coche de Erzsébet. Éste sedetuvo frente a una casa de notoriaantigüedad, y Székely y la condesadescendieron para ser recibidos por unsirviente que cerró la puerta tras ellosdespués de haber echado una ojeada

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recelosa a la calle. Aguardé a quevolvieran a salir de la casa hasta que llegóel amanecer, pero la puerta no volvió aabrirse, por lo que supuse que ésa debíaser su residencia, si no permanente,temporal.La tarde siguiente los seguí hasta elmercado de Buda. Aunque las callesestaban repletas de gente no tardé enreconocer los rostros del gitano y su damaenamorada, quienes parecían estarsosteniendo una conversación casual enel pequeño puesto del primero. Todo loque ocurrió después fue muy confusopara mí. Observé que Erzsébet y Székelyabordaban a los dos jóvenes y casiinmediatamente después volvían a subiral carruaje. La joven Kamény parecía

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estar muy asustada. Temiendo lo que misenemigos pudiesen hacerles, seguí elcoche de nuevo, dispuesto a introducirmedentro de su casa de ser necesario parainformarme acerca de sus planes. Para misorpresa, el carruaje no volvió a la casa.La condesa y su acompañante entraron aun albergue y se sentaron en una de lasmesas; no pude entrar yo también, puesme habrían visto. Unos segundosdespués, un hombre en quien yo no habíareparado aún se les unió: era joven, teníaojos azules, los cabellos negros y losademanes de un gato. Besó la mano deErzsébet después de hacer una afectadareverencia, y creí percibir un gesto deaprobación de parte de ella cuando él ledirigió una amplia sonrisa que no carecía

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de cierta coquetería. Los tresintercambiaron algunas palabras y, actoseguido, se pusieron de pie. El jovenofreció su brazo a Erzsébet y ella loaceptó, dejándose guiar fuera del café porél, con Gábor Székely siguiéndolos decerca. Me escondí tras unos arbustosy pude escuchar que Erzsébet le decía asu acompañante, cuando pasaban delargo:-Me cuesta trabajo creer que Gábor sea tuhermano, István. No sólo es tu aposturadeslumbrante sino que tienes modalesexquisitos.¡Me has tomado por sorpresa! Con lopoco que he visto, ya puedo vaticinartegrandes progresos en lo concerniente a tuprima.

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-Aún no he tenido el placer de conocer ami prima Martina, señora mía, como ya losabrá usted.-Ya tendremos la oportunidad de planeartan importante ocasión con cuidado-repuso la condesa con un tono que meheló la sangre.La verdad es que olvidé al gitano y a lajoven Kamény en cuanto tu nombre fuemencionado. Había creído, erróneamente,que la malvada condesa había decididobuscar otras formas de apoderarse delcofre de Csejthe. Ahora se había aliadocon tus primos para llegar a ti. Sentí unapunzada de odio hacia el hombre queErzsébet parecía haber designado parallevar a cabo sus macabros propósitos. Laposibilidad de que alguien te hiciese daño

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hizo que todo lo demás perdieseimportancia para mí.Erzsébet y sus acompañantes caminaronpor la orilla del Danubio y llegaron a unsombrío parque donde la condesa seacomodó en una banca con uno de loshermanos Székely a cada lado. Elfrondoso follaje del parque me sirvió paraocultarme entre las ramas, desde dondepude escuchar toda su conversación:-¿Dices entonces que tu madre pidió a tuprima que asistiese al funeral de tupadre? -preguntó Erzsébet a IstvánSzékely.-Así es, señora mía... -respondió éste-.Martina, sin embargo, ni siquiera nosenvió una nota expresándonos suscondolencias; su abogado y nuestra

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difunta tía Verónika lograronpredisponerla en contra nuestra. Pero laidea de acercarme a ella personalmenteme ha dado vueltas en la cabeza durantemuchos años. Sé que Martina tiene miedad y que puedo convencerla de misbuenas intenciones para con ella.Erzsébet rio con sorna.-No pretendo irrespetar a mi prima,señora mía... -respondió István a la risade Erzsébet-. Mis intenciones con ella sonlas más nobles: deseo hacerla mi esposa.La condesa guardó silencio unosinstantes y al final dijo:-No pretenderás hacerme creer que amasa tu prima, ¿verdad?-Puedo amar a cualquiera que tenga unafortuna tan inmensa, mi señora. Le

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aseguro que mi corazoncito se enterneceante cualquier mujer que me ofrezca laposibilidad de hacerme tan rico -repusoéste.-iAh! Bueno, querido mío... tu prima noestá precisamente haciéndote talofrecimiento. De hecho, creo conocer aMartina Székely lo bastante como paraaseverar que tu empresa no será una fácily sin tropiezos -dijo Erzsébet.-Permítame corregirla al respecto de estepunto, señora condesa.No me han faltado oportunidades paradesposarme con la fortuna de variasdamas. Si no lo he hecho, ha sido porquetengo un interés especial en la de miprima. Siento que ella me ha despojadode lo que me pertenece por derecho, y la

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odio por ello. Sin embargo, tengo plenaconfianza en que sabré demostrarle tantodesinterés y tanto respeto, que terminarápor amarme a pesar de sí misma.-¡Y mucho le pesará, en efecto! -dijoGábor Székely-. Si lograses conquistar elcorazón de nuestra prima, hermanito,tendrás que estar preparado para sabersobrellevar la viudez con templanza, pueste llegará muy rápido.-Serás no sólo el viudo más guapo sino elmás rico de Budapest-dijo Erzsébet-. De eso me encargaré yo.Y tú, a cambio de ello, me entregarás loque acordamos.-Lo haré sin ningún reparo, señora mía.¿Qué utilidad podría tener para mí unpedazo de papel? -respondió István.

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-Ninguna -dijo Erzsébet-. Sin embargo,tendrás que buscarlo en cada rincón delas propiedades de tu prima. Tambiéntendrás que ganarte su confianza paraque, en caso de haberlo encontrado ellaantes que tú, te lo cuente.-Una vez sea mi esposa, tendrá queobedecerme en todo –dijo István.-No cuentes con ello, István -dijoErzsébet-. Tu prima es voluntariosa; lo sépor experiencia propia. No será fácil desubyugar.-Creo poseer un talento especial paracalmar los bríos de las damas másingobernables, condesa. Usted deje aMartina Székely en mis manos y verácómo todo se resuelve de acuerdo consus deseos -repuso István.

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-Eso espero, István, tanto por mí comopor ti. De ello depende tu oportunidad deser iniciado -dijo la condesa.-Haría lo que fuera por ser convertido,señora mía. Lo que fuera.Permítame demostrarle que soy digno dellamarla a usted mi dueña por el resto dela eternidad -dijo István.-¿Han escuchado eso? -preguntó GáborSzékely, interrumpiendo el curso de laconversación.-¿Qué cosa? -preguntó István.-Se oyen ruidos en la maleza -dijo Gábor.-iAlmos! -dijo Erzsébet. La maldita habíasentido mi presencia.Tuve que alejarme de allí a todavelocidad. Lo que había descubierto erasuficiente. Comprendí que los hermanos

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Székely pretendían ser convertidos envampyr, y que el más joven de ellos era lacarnada que Erzsébet pensaba utilizarpara apoderarse de la clave que abriría lapuerta en el castillo de Csejthe.Comprendí también por qué no habíatratado de matarte en tantos años: temíaque fueses a llevarte el secreto de laclave a la tumba y había estado buscandouna forma sutil de obtenerla sin despertartus sospechas.Pasé un mes tratando de encontrar tulugar de residencia. La desesperaciónhabía obnubilado mis sentidos y estabapasando por alto las más obviasposibilidades. Ignoraba si estabas aún enParís o si... Podías estar en cualquierlugar del mundo y, sin embargo, presentía

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que estabas muy cerca. Entonces se meocurrió volver al palacete de Pest. Cuandovi la gran cruz Patriarcal que adorna sufachada, supe que sólo tú podrías haberlahecho poner allí. Tuve que reprimir elsúbito impulso de acercarme a la puerta ytocar la campana; pensar que quizáestuvieses dentro de esa casa hacía quemi corazón latiera con tanta fuerza que aduras penas podía contenerme. Sinembargo, recordé que nuestros enemigospodían estar vigilando todos tusmovimientos y me obligué a detenerme:Erzsébet ya te odiaba lo suficiente comopara que yo obrase de forma tandescuidada. Habían pasado largos añosen que la condesa había mantenido ladistancia en aras de su propia

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conveniencia, pero no sabía qué reacciónpodría esperar de su parte si llegaba aenterarse de que... Dios, Martina, noquiero ni pensar en las represalias queErzsébet hubiese sido capaz de tomar dehaber sabido que es tu rostro el que veocada vez que cierro los ojos. Sólo tú haslogrado desplazar las horribles imágenesque me han perseguido durante tantotiempo. Si algo llegase a pasarte, labelleza del mundo cesaría de existir paramí.Apareciste entonces en el umbral de lapuerta, y todas las emociones que habíaalbergado dentro de mi alma hasta esemomento se desataron sin que yo pudiesecomprender una sola de ellas.Temblando, te seguí con la mirada

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mientras subías a tu carruaje y le dabasindicaciones a tu cochero con tantadulzura que se habría pensado que lehablabas a tu propio padre. Cuántoanhelé poder convertirme por unosinstantes en cualquiera de las personasque tuviesen la buena fortuna de seguiruna sola de tus órdenes; cuánto hubiesequerido ser yo quien pudiese sostener tumano, y robar tu atención unos segundospara recibir la bendición de la noche detus ojos.A partir de ese momento, me convertí entu centinela. No he pensado en otra cosaque no sea protegerte a toda costa,Martina, porque a pesar de haber logradovencer la oscuridad de mi propio ser cadavez que cae el crepúsculo a lo largo de

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los años, y a pesar del vacío que invademi alma, jamás he podido deshacerme delamor que siento por ti. Tarde he venido acomprender la naturaleza de missentimientos.El odio y la sed de venganza habían sidolos únicos moradores de mi corazón hastaaquella tarde en que te vi por primera vez,y no supe ponerle un nombre a aquelloque sentía cada vez que invocaba tunombre cuando la soledad y ladesesperanza se apoderaban de mí.Cuando István Székely apareció en tuvida, tuve más deseos de matarlo a él quelo que jamás he deseado enviar aErzsébet al infierno.No creo poseer la generosidad suficientecomo para declarar que, de haber sido él

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bueno, yo hubiese podido resignarme averte reír en su compañía. Los celos meconsumían al pensar que tu primo Istvánpudiese ser de tu agrado, y en unaocasión lo seguí desde tu casa hasta elalbergue donde fingía estarhospedándose con la firme intención demandarlo a la tumba. Admito, aun así, quenecesitaba comprobar por mí mismo si loamabas o no antes de vengar el daño quepretendía hacerte y tuve que dejarlo vivir.De haber seguido mis impulsos, puedoasegurarte que no sentiría el más efímeroremordimiento: aun sabiendo que lodesprecias, el más negro odio tomaposesión de mí cuando recuerdo suexistencia, y no puedo evitar desearle elmás espantoso de los destinos.

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Debo, pues, confesar que te he mentido.No estaba por casualidad al pie delabismo de cuyo ápice estuviste a puntode caer. No estaba buscando elcampamento de los gitanos, ni tratandode llegar al cofre de plata que tiene elesposo de Vivéka Kamény antes que losvampyr. Estaba siguiéndote, Martina, paraasegurarme de que nada malo pudieseocurrirte, y me alegro de haberlo hecho...Aunque sé que mis instintos te ponen enpeligro, también haría lo que fuera con talde defenderte.Ahora que conoces mi historia te pido,una vez más, que me prometas quetomarás la vida que me queda antes depermitir que mi alma y voluntad lepertenezcan a Erzsébet Báthory. Sé que

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nuestros enemigos están cerca. La nocheha llegado, y con ella se incrementantanto mis poderes como mis debilidades.

 

CAPITULO 19

CSEJTHE

Adrien se puso de pie y tomó su maletín.Unos segundos después, extrajo de éluna pistola que puso en mis manos,diciendo:-No dudes en usarla contra mí. Yo no soyun inmortal como Erzsébet, y una deestas balas consagradas bastará paraacabar con mi vida. Te ruego, Martina,

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que les prendas fuego a mis restos paraque mi alma pueda tener descansoeterno.Mis manos temblaban al contacto con lapistola de Adrien; no podía concebir laidea de acabar con su vida.-Me pides demasiado -le dije, con los ojosllenos de lágrimas.-Por favor... -dijo él, apretando con susmanos las mías, que aún acunaban el fríometal del arma.En ese momento escuchamosmovimientos provenientes de la malezaque nos rodeaba. Adrien se interpusorápidamente entre aquello que seacercaba y yo.-¡Martina! iAlmos! -escuché que llamabaVivéka.

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-iVivéka! -exclamé, respondiéndole.Unos segundos después mi pequeñaamiga apareció ante nosotros,acompañada por un gitano de inigualableapostura. Se veían tan hermosos juntos,tomados de las manos, que me sentí llenade la más viva emoción. Vivéka y Jánoseran uno y siempre habían sido uno; deello no cabía la menor duda.Antes que pudiese saludarlos, János sepostró a mis pies y, abrazando misrodillas, dijo:-Juro por mi sangre, señora mía, que nohabrá cosa que no haga por usted hastaque la madre de Cristo me extienda susdivinas manos para guiarme al paraíso.Hasta entonces, será usted la santaVirgen ante cuya bondadosa mirada me

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postre una y otra vez, pues me hadevuelto la vida misma al devolverme a miVivéka. Que nuestro Salvador la bendiga,señora mía, eternamente, como yo labendigo desde ahora y para siempre, yque me permita aun cuando sea en partepagar ésta, la más hermosa deuda que micorazón gitano hubiese podido adquirir.El moreno rostro del gitanillo estababañado en lágrimas, y no pude hacermenos que arrodillarme frente a él y,llorando a mi vez, jurarle ser su hermanade alma como ya lo era de su esposa.Sabiéndome indigna de sus fervientespalabras y profundamente conmovida portan inmerecido agradecimiento, hube derepetirle varias veces que sólo me habíaayudado a mí misma al haber sacado a

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Vivéka de casa de sus padres.János y Vivéka habían desenterrado losmaderos de la cruz Patriarcal que él habíaescondido, y los habían envuelto en unamanta. Vivéka se los entregó a Adrien.-Debemos viajar a Csejthe de inmediato-dije.-¿A Csejthe? -preguntó Adrien-. ¿Con quépropósito? Jamás podríamos abrir lapuerta sin la clave.-Yo conozco la clave... -dije, observandola maravillosa transformación del rostro deAdrien. Sus ojos grises se iluminaron,llenos de sorpresa y esperanza-. La hememorizado.-¿Qué hay en Csejthe? -preguntó János,quien abrazaba a Vivéka con dulzura.-El tercer cofre de plata, amigo mío

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-respondió Adrien, dirigiéndole una francasonrisa al gitano. Es decir, la salvación demi alma.-Os acompañaremos -dijo Vivéka-.Podríais necesitar de nuestra ayuda.-Creo que ya te has expuesto asuficientes peligros, Vivéka -dije-.Debes regresar al campamento de losgitanos en compañía de tu esposo.-Y tú has de quedarte con ellos, Martina-dijo Adrien-. Los gitanos son hábiles ysabrán cuidar de ti en tanto que regreso-y, dirigiéndose a János y Vivéka, agregk:Cuidaréis de mi Martina, ¿verdad que si?Los vivaces ojos de János brillaban altanto que nos observaba al uno y a laotra:-Me temo, señor mío, que mi señora

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Martina no aceptará nuestra hospitalidaden esta ocasión. La luna que se refleja ensu mirada me lo ha dicho. Lo que eldestino ha unido nada puede separarlo, yel de ella es seguirlo a usted así como elsuyo es seguirla a ella.Adrien abrió los labios como para deciralgo pero volvió a cerrarlos en cuanto mevio a los ojos.-Ven -dijo, extendiéndome su mano.-Id con Dios -dijo Vivéka- y regresadcuanto antes.Antes de partir, recité la clave para abrir lapuerta Székely en voz baja ante mis tresacompañantes.-En caso de que algo me ocurra -dije.-Nada va a ocurrirte mientras estésconmigo... y estés dispuesta a utilizar esa

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pistola -dijo Adrien, quien dio algo de vinoconsagrado a nuestros amigos en caso deque tuviesen que enfrentarse con losvampyr.Adrien y yo alcanzamos el carruaje encuyo interior Zsigmond nos esperabaaterrorizado, escondido hasta los ojosdetrás de una manta, aferrando sucrucifijo con ambas manos.-Creo que deberíamos dejar a Zsigmonden el pueblo más cercano-dije a Adrien, quien se instalaba ya en labanca del cochero.-Pienso de igual forma -respondió él,iniciando la marcha. Por suerte, la nocheestaba despejada y ya habíamos pasadola parte más escarpada de las montañas,por lo que pudimos llegar al poblado más

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cercano al amanecer.-De haber sido yo más valiente, señorita-dijo Zsigmond, despidiéndose de mí-,puedo asegurarle que la habríaacompañado hasta el fin del mundo.-Lo sé, Zsigmond, lo sé -respondí,acariciando su blanca cabeza gacha.Adrien y yo preparamos dos caballos paraemprender nuestro viaje a Csejthe ypartimos de inmediato, dejando la berlinay los tres caballos restantes al cuidado deZsigmond. Adrien había insistido en queyo descansara unas cuantas horas, peroyo ya había descansado y comido losuficiente en el coche. Me habíacambiado de ropas en la posada en laque habíamos instalado a Zsigmond ytambién me había hecho de una alforja de

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cuero en la que había metido variashostias consagradas, un frasco con vinode misa y la pistola que sólo pensabausar en contra de otros vampyr mortales oalgún otro de los odiosos aliados deErzsébet, Ujvary y Darvulia. Adrien habíapreparado algunas provisiones para mí, loque me enterneció sobremanera, teniendoen cuenta que él no iba a probar ningunode los alimentos.Cabalgamos hasta la tarde haciendobreves paradas para descansar y dejarque nuestros caballos bebiesen agua.-Aún no logro comprender cómo es quetienes tantas fuerzas, Adrien -le dije,preguntándome cómo podía verse tansaludable a pesar de no haber comido enaños-. Es increíble que tu único alimento

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en tanto tiempo haya sido la sangre deCristo.-Soy vampyr, Martina -dijo, con unasonrisa melancólica-. Mi cuerpo no haestado regido por las mismas leyes quese aplican a los otros seres humanosdesde que Erzsébet me obligó a beber desu sangre... Pero, como no me healimentado de ningún mortal, las leyes delos vampyr tampoco se me aplicanenteramente.Pensé en que Adrien tenía todas lasfacultades de nuestros enemigos y unasola de sus debilidades, el deseo debeber sangre. Sólo él podría haberresistido una tentación tan angustiante.-Los vampyr pueden conocer muchascosas acerca de una persona con sólo

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verla a los ojos... -continuó Adrien-. Estoyconvencido de que ésta es la verdaderarazón del odio que Erzsébet te haprofesado desde que te vio por primeravez en Sainte-Marie. Los seres humanosdeberían ser igualmente capaces dereconocer el bien o el mal que habitadentro de aquéllos que los rodean. Es unalástima que insistan tanempecinadamente en cerrarse a tan útil ymaravilloso instinto.-Es difícil enceguecerse ante la verdadcuando se trata de alguien tan malvadocomo Erzsébet -respondí, recordando losojos de granate de la condesa.-Humano o vampyr, me habría sidoimposible no reconocer la verdad que hayen ti, Martina. Es por esto mismo que eres

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la única mujer a la que he querido miraren toda mi vida, y la única a la que heestrechado entre mis brazos. De nohaberme besado Erzsébet por la fuerza,tus labios serían, con toda seguridad, losúnicos que habría besado. Serán, a partirde este momento, y esto te lo juro, losúnicos que bese, pase lo que pase.Sentí que me sonrojaba bajo la directamirada de Adrien, quien me hablaba contanta certeza y naturalidad. Adrien meinspiraba emociones tan contradictoriasque yo misma no lograba comprenderlas:por una parte, sentía que la timidez másabrumadora se apoderaba de mí cada vezque mis ojos se cruzaban con los suyos y,por otra parte...-Bendita seas, Martina Székely -dijo él,

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tomando mis manos entre las suyas ybesándolas con lo que me pareció el másvivo dolor para soltarlas enseguida.Ignoraba qué le había ocurrido en eseinstante a Adrien, pero preferí nopreguntárselo. Si el amarme lo hería, a mítambién me dolía el amor que sentía porél.-Debemos continuar -dijo, apartando sumirada-. Atardecerá pronto y entoncespodremos descansar un poco más.Aún no me sentía cansada al atardecer ydecidimos seguir nuestro camino. Un parde horas después, Adrien pidió queparásemos unos instantes para que élpudiese beber algo de sangre de Cristo.Llevando la botella consigo, se ocultó a mivista entre los árboles y yo me limité a

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pedirle a Dios que menguase susufrimiento en lo posible. Sabía que haberacompañado a Adrien hacía que el viajese prolongase aun cuando fuese algunashoras, pero, de no haberme permitido ircon él, lo habría seguido de todas formas.Al regresar, Adrien lucía pálido. Una finacapa de sudor le cubría el rostro y susmanos temblaban un poco.-¿Te encuentras bien? -le pregunté,atemorizada.Adrien asintió débilmente y, antes que yopudiese acercármele, me estrechó entresus brazos con tanta fuerza que tuve quehacer un gran esfuerzo por elevar mirostro para mirarlo.-Estoy bien... -murmuraba, una y otra vez,con los ojos cerrados-. Estoy bien...

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Por unos instantes creí que Adrien iba adesfallecer, pero él insistió en quevolviésemos a montar nuestros caballos.-Llegaremos a Csejthe al amanecer dijo,después de haberme ayudado a montar elmío-. Muy pronto tendremos el tercercofre.Sabía que Adrien agradecía cadasegundo que Dios le permitía seguiralimentándose sólo de sangre de Cristo yque debíamos continuar cabalgandohasta Csejthe sin parar.

Cuando llegamos al castillo que ErzsébetBáthory había habitado durante sureinado del terror, me estremecí. Adriense había quedado corto describiendo laespantosa sensación que sólo mirarlo de

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lejos producía. Aquél no era un castillocomún; tenía vida propia, o muerte propia,para ser más precisa. Un aire sombríorodeaba sus murallas empedradas, y tuvela impresión de que las nubes que secernían sobre él habían llegado hasta allícon el propósito de acentuar su nefastaimponencia. Comprendí que loshabitantes de Csejthe evitasenmencionarlo; su aspecto era, en sí, unaadvertencia para todo aquel que hubiesecontemplado la posibilidad de acercarse aél.-¿Estás segura de que quieres entrar?-preguntó Adrien-. Podría ir yo solo abuscar el cofre. Adentro se está aún peorque mirándolo desde aquí.-Eso puedo imaginarlo con facilidad

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-repuse.-No, no puedes dijo Adrien.-Iré contigo -dije-. Me daría pavorquedarme sola aquí fuera... Ni qué decir sino regresaras pronto.-Vamos, entonces -dijo él, estrechandomis dedos cariñosamente entre los suyos.Entrar en ese lugar que por alguna bromadel destino había terminado porpertenecerme era como adentrarme en elalma de Erzsébet.Carecía del valor suficiente para enfrentarlas tenebrosas ráfagas de aire helado querecorrían sus paredes, por lo que tuve quecaminar lentamente, ocultándome detrásde Adrien. Habría sido inútil tratar dedisimular el terror que sentía a cada pasoque daba: me parecía que la condesa se

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asomaba tras cada doblez de los muros,enseñándonos su sonrisa macabra einstándonos a acompañarla en su danzade muerte y putrefacción. Adrien sabía,sin embargo, exactamente a dónde ir, yme conducía con seguridad a través delos oscuros pasillos de los que yo habríapreferido no ver una sola piedra. Mis ojosse acostumbraron pronto a la oscuridad,muy a mi pesar. Pronto me vi caminandopor un estrecho corredor en cuyasparedes había un par de retratos quehabían sido destrozados por la humedad.El suelo estaba cubierto con una alfombradelgada que podría haber sido muyhermosa de no haberse desintegrado casien su totalidad con el paso del tiempo.De repente, reconocí el lugar que había

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visto en mi sueño y supe que la puertaSzékely estaba muy cerca. Llegamos auna escalinata de estrechos peldaños yAdrien murmuró:-Tenemos que bajar.La atmósfera se ponía más densa amedida que descendía y tuve que haceracopio de todo mi valor para no pedirle aAdrien que saliésemos de allí deinmediato. Aferrándome a él, bajé todoslos peldaños a tientas, sintiéndomeincapaz de abrir los ojos.-¿Puedes ver algo? -preguntó Adrien.Me di cuenta de que el lugar dondeestábamos era tan oscuro que no habríavisto nada así hubiese mantenido mis ojosabiertos de par en par.-No veo absolutamente nada -respondí

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con voz temblorosa.Adrien encendió una de las velas quellevaba en la alforja que había preparadopara su propio uso y me encontré con unapesada puerta ornamentada conmuchísimos detalles geométricos deflores y pájaros de arriba abajo. Era iguala la de mi sueño.-He aquí la puerta que tiene el honor dellevar tu nombre de familia, Martina -dijoAdrien, guiando mi mano hasta el peculiarcerrojo-. Me atrevería a decir que sólo túpuedes abrirla.Moví la palanca de la cerradura por lossurcos de la cuadrilla de hierro en cuyocentro descansaba el mango, mientrasrecitaba la clave que había memorizado:

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Tres hacia arriba,dos hacia abajo,dos hacia la izquierda,dos hacia la derecha,dos más hacia la derecha,dos hacia la izquierda,uno hacia abajo,tres hacia la izquierda,tres hacia la derecha,tres más hacia la derecha,tres hacia la izquierda,tres hacia abajo,tres hacia arriba.

-¡La clave! dijo Adrien, exaltado-. ¡Es lacruz Patriarcal!-¿Cómo dices? -pregunté.-¡Las líneas de la clave, Martina! ¡Si las

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dibujásemos con tinta sobre un papel, nosencontraríamos con el esquema de lacruz Patriarcal!En ese instante, la puerta cedió y la celdade Erzsébet quedó abierta ante nosotros.La plata del cofre reflejaba la luz de lavela que Adrien sostenía.-Gracias a Dios. . . -dije, exhalando.-¡Gracias a Lucifer! dijo una voz detrás demí.Antes que pudiese reaccionar, unosbrazos se habían cernido entorno a mí.-Ni un movimiento en falso, Martina -dijola voz masculina de la persona que meaprisionaba-. Tú, Almos, alcánzame elcofre o despídete de ella para siempre.Descubrí con espanto que quien hablabaera mi primo István.

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Estaba respirando en mí oído al tiempoque empuñaba un afilado cuchillo contrami cuello.-István... -comencé a decir.-¡Tú cállate! -gritó él.Adrien levantó el cofre y, sin dudar, se loextendió a István.Suéltala, Székely -dijo Adrien por entre losdientes. Sus ojos brillaban con odio en laoscuridad.-Entrégale el cofre a Anna -respondióIstván.Sólo entonces distinguí la silueta de lainmortal vampyr que había visto por últimavez dándose un baño de sangre en elcastillo deSalles. István apoyó su espalda contra elmuro que estaba tras él y, ejerciendo un

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poco de presión con el cuchillo, agregó:-No vayas a intentar nada de lo quepuedas arrepentirte, Almos.Sigue nuestras instruccionescuidadosamente.-¡Déjala ir, maldito! -repitió Adrien.-¿Ya te has convertido en vampyr? -lepregunté a István, casi sin poder respirar.-¿Qué cosa pregunta esta mortalinoportuna? -preguntó Darvulia. Su vozrevelaba que estaba gozandoinmensamente con la situación.István aflojó el cuchillo, a duras penas losuficiente para permitirme hablar.-¡Habla! -me ordenó István,sacudiéndome con violencia.-Te preguntaba... -dije, sintiendo quecomenzaba a llorar sin poder evitarlo si ya

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has sido convertido en vampyr.-En cuanto le llevemos el cofre a lacondesa ella sabrá recompensarme de laforma que tanto he anhelado... -dijoIstván-. Pronto seré iniciado.-¿Adrien? -pregunté.-Aún no es vampyr -confirmó Adrien,temblando de ira.-¿Por qué la pregunta? -inquirió Darvulia,extendiendo los brazos hacia Adrien pararecibir el cofre.-Sólo porque.... -comencé a decir, y medetuve para tomar una honda inhalación.Sabía que István había estadoaguardando que Adrien le entregara elcofre a Darvulia para matarme. Hice usodel aire que había inspirado para soplar lavela que Adrien sostenía en su mano

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derecha... y quedamos sumidos en la másabsoluta oscuridad.Mi única esperanza residía en que Adrienactuara con presteza.Darvulia profirió un espantoso chillido queme hizo estremecer desde lo másprofundo.-¿Qué diablos has hecho, estúpida?-balbució István, trepidando. Él, al igualque yo, sólo estaba adivinando quéocurría en las tinieblas que nos rodeaban.Yo no me atrevía a moverme ni unmilímetro.-¡Dile que la suelte ahora mismo!-escuché decir a Adrien.-iSuéltala, István! -gimoteo la voz deDarvulia.-Pero... -dudó István, quien me había

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estado apretando con tanta fuerza quepensé que, en realidad, me había heridode gravedad.-¡Si no haces lo que te mando en esteinstante te mataré yo misma, maldito!-aulló ella.Sólo entonces retiró István el cuchillo demi garganta y me soltó, haciéndose a unlado. Yo caí de rodillas sobre el suelo,tosiendo y a la vez palpando la humedadque brotaba de mi cuello con mis dedos.István me había hecho un corte cuyaprofundidad no pude evaluar.-¡Martina! -gritó Adrien-. ¿Estás bien?-Perfectamente... -mentí, sin saber si élpodía ver la sangre que yo sentía con mimano.Me arrastré a tientas hasta el interior de la

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celda para alejarme de mi primo y de lamirada de Adrien mientras Darvuliacontinuaba gritando.-Lo que quiera que este maldito hayaestado a punto de hacerle vas a pagarlotú también, Darvulia -escuché a Adriendecir por lo bajo mientras yo abría mialforja.El conocido olor a carne quemada devampyr llegó hasta mí, produciéndomemás náuseas de las que ya sentía: Adrientenía a Darvulia bajo control. Tomé lapistola que Adrien me había dado y unacerilla, y me puse de pie tras el marco dela puerta. Conté hasta tres en la mente yencendí la cerilla. En cuanto vi a István,apunté a una de sus piernas y disparé elarma. Mi primo soltó un alarido y, aunque

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mi cerilla ya se había extinguido, supeque la bala había dado en el blanco.Adrien me tomó en sus brazos y me sacóde la celda, cerrando la puerta trasnosotros. Los gritos de Darvulia e Istvánquedaron aislados detrás de la pesadapuerta Székely. Adrien había logradoencerrarlos a ambos.-¡Dios mío, Martina! -exclamó Adrien derepente-. ¡Estás herida!-No siento dolor, Adrien -dije, y era cierto.No sentía nada.-No te creo, Martina -gimió él-. ¡Estássangrando muchísimo! ¿Por qué meocultaste que ese maldito te había hechodaño?-De veras, no siento nada... -dije.Las fuerzas se me escapaban. En cuanto

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pronuncié esas últimas palabras, perdí elconocimiento.

 

 

 

CAPITULO 20

TOMÁS BAKÓCZ

Mi tía Verónika estaba acariciándome lacabeza.-Tu árbol y yo estamos bien y felices, niñamía. Tú también estás bien. No ha sidonada, en realidad. Es una fortuna.Abre los ojos.

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Mis ojos, según había creído, estabanabiertos.-No -respondió mi tía sin que yo hubiesehablado-. Abrelos de verdad. Despierta.Me encontré en un lugar iluminado. Lagarganta me dolía y también todos losmúsculos del cuerpo.-¡Gracias a Dios!... -escuché que decía lavoz de Adrien.-¿Adrien? -llamé, aunque me era muydificultoso hablar.-Aquí estoy -dijo-. Todo está bien.Me costó enfocar la vista.-¿Dónde estamos? -pregunté.-Estamos en el poblado de Csejthe. Encasa de un familiar.Había olvidado que Adrien tenía unpariente en el pueblo de

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Csejthe.-No te preocupes, Martina. Estás a salvoahora.-¿Dónde está el cofre? -pregunté.-La cruz Patriarcal ha sido restablecida asu forma original. Le he dado muerte aDarvulia -dijo él.-¿István? -inquirí, comenzando adespertar realmente.-Cuando regresé al castillo para darlemuerte a Darvulia me encontré con que tuprimo István le había servido de alimentodurante la noche.-¡Regresaste solo! -exclamé, intentandoincorporarme.-Regresé con Tomás.Mis ojos apenas se adaptaban a la luz dela habitación en la que me encontraba.

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Otra persona estaba con nosotros. Era unhombre alto y de fuerte contextura, decabellos oscuros y ondulados. Unapequeña barba le cubría el rostro.-Soy Tomás Bakócz -dijo el hombre- y esun placer tenerla en mi casa, señoritaSzékely. He estado buscándolos a usted ya mi primoAdrien durante muchos años.Adrien puso su mano sobre la mía y,apretándola con suavidad, dijo:-Tenemos muchas cosas que contarte,Martina... Sin embargo, no quiero que teesfuerces demasiado.-¿Desea beber agua, Martina? -preguntóTomás Bakócz.-No, gracias -dije, intentando sonreír.De repente me sentí muy mareada de

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nuevo y mis ojos comenzaron a cerrarse apesar de mí.-Descansa, Martina -dijo Adrien-.Descansa.Volví a caer en un profundo sueño del queno volví a despertar en muchas horas.

Cuando abrí los ojos de nuevo, Adrienestaba exactamente en el mismo lugar enque lo había visto por última vez. Nohablé, sólo me quedé contemplando susprofundos ojos grises. Adrien no habíasoltado mi mano ni un instante, lo sabía.La luz de un candelabro iluminaba ahorala habitación. Había caído la noche.-Creí que iba a perderte -dijo Adrien,tragando en seco-. Dios, nunca he estadotan asustado en toda mi vida... Los

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malditos venían siguiéndonos desde queentramos al castillo. Has sido muyvaliente, Martina, demasiado. Nossalvaste a ambos. Apenas si podíacoordinar mis acciones y pensamientoscuando te saqué de ese horrible lugar; tanaterrado estaba. El destino ha queridoque Tomás nos encontrase cuando iba ensu coche camino del pueblo y yo tellevaba en brazos, desesperado. Eldestino, Martina... Gracias a los cielos.Tomás ha rezado conmigo incontableshoras para que volvieras en ti. Es un granhombre. Aunque mi padre habíamencionado que teníamos un pariente enCsejthe, no me habría atrevido a buscarlo.Ni siquiera sabía si en verdad vivía aquí...Algo maravilloso ha ocurrido a raíz de

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este fortuito encuentro. Creo que prontopodremos liberarnos de nuestrosenemigos para siempre. Lo único que meduele es no haber podido matar a IstvánSzékely con mis propias manos... Darvulialo dejó seco, y confieso que muy a mipesar le prendí fuego. Hubiese deseadoque quedase vagando como alma enpena por toda la eternidad. Tu primo estáahora en el infierno, donde pertenece. Yla cruz Patriarcal... espera a que estésfrente a ella. En cuanto atravesé elcorazón de Darvulia con su punta inferior,mis deseos de beber sangre disminuyeronconsiderablemente. La muerte de esamaldita vampyr me ha devuelto algo de mivida humana. Puedo sentirlo en mi alma,Martina.

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Tomás Bakócz hizo que una chica mellevase un plato de sopa que tomé congran dificultad. Tenía un grueso vendaealrededor del cuello cubriendo la heridaque István me había hecho.Quiero que vayamos a Irlanda a ver aWilliam en cuanto estés mejor -dijoAdrien-. Estoy seguro de que debe tenerbuenas medicinas homeopáticas para turecuperación total.Yo acepté encantada. Quería conocer aWilliam y ver con mis propios ojos lastierras donde Adrien había crecido.Quisiera escribirle a Carmen, Adrien -ledije, aunque pronunciar cada palabra meproducía mucho dolor-. Presiento quenecesitaremos de su ayuda y de la deGiovanni para exterminar a Erzsébet y a

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Ujvary.El señor Bakócz me dio una pluma, tinta ypapel. Apoyándome en una bandeja decama, escribí a mi amiga en nuestroantiguo lenguaje secreto contándole lossucesos de los últimos tiempos, ypidiéndole que me contestase deinmediato a casa del señor Bakócz.Nuestro anfitrión era un hombre viudo deunos cincuenta años de edad. No separecía a Adrien físicamente, pero si teníauna presencia imponente y unapersonalidad cálida. Su hermosa casaestaba rodeada de espaciosos jardinessurcados por un pequeño riachuelo,según pude apreciar más adelante.Soy descendiente de Matilde Almos -dijoTomás Bakócz- y Adrien es descendiente

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de Francisco Almos, ambos hijos deAndras Almos, quien era, a su vez, nietode Laszló Almos. Cada rama de la familiaguardó un libro de la crónica de la vida deErzsébet Báthory y éstos fueron pasadosde generación en generación hasta llegara nosotros.La familia de Adrien guardó el manuscritode Laszló, pero los descendientes deMatilde guardaron el libro original,contrariamente a lo que se pensaba.Aunque algunas subdivisiones de lafamilia se esparcieron por Europaposteriormente, el hijo de Matilde, NicolásBakócz, también regresó a la tierra de susancestros unos veinte años después quesu tío Francisco lo hubiese hecho. No sinantes tener que vencer varios obstáculos

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políticos, Nicolás Bakócz hizo uso de suherencia para adquirir el castillo deCsejthe y dedicarse a estudiar la vida dela condesa que había asesinado a tantaspersonas, entre quienes muyposiblemente se contaba su propioabuelo, el desaparecido Andras Almos.Fue Nicolás quien logró situar los trescampamentos de gitanos que custodiabanlos ya entonces divididos cofres. Despuésde hacer instalar la pesada puertaSzékely en la que había sido la celda dela malvada condesa en el castillo deCsejthe, convenció a los gitanos de que lomás prudente sería buscarles nuevosescondites a los cofres para confundir alos vampyr, quienes ya estaban tras lashuellas de los gitanos. Cada cofre sería

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llevado a una propiedad diferente bajo lacustodia de sus hombres de mayorconfianza. Deseando liberarse de laconstante amenaza de los vampyr, losgitanos accedieron a entregarle los trescofres de plata a Nicolás Bakócz cuandoél se hizo su hermano de sangre. El buenNicolás, en alianza con tres monjes, viajóextensamente por Europa en busca deseres dignos de guardar los cofres hastaque el momento de reunirlos de nuevofuese anunciado por Dios. Finalmente,uno de ellos permaneció en la celda delcastillo de Csejthe, otro fue dejado enmanos de un rico mercante Rossi, y elúltimo fue entregado a un noble húngaroperteneciente a la familia Kamény. Losgitanos continuarían siendo los

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guardianes de las llaves, las únicascapaces de abrir los sagrados cofres,como garantía de que su preciosocontenido no pudiese ser tocado jamáspor manos indignas o por el enemigo. Losnuevos custodios de los cofres debíanestar atentos a las señales divinas que lesindicasen a quiénes legar el cuidado delos cofres en caso de que sintiesenpróximo su momento de partir a mejorvida. Todo esto lo transmitió NicolásBakócz a sus descendientes, pidiéndolesque se lo comunicaran, a su vez, a lossuyos, y advirtiéndoles que por ningúnmotivo dejasen testimonio de tanimportante asunto por escrito, no fueseque los vampyr descubriesen el paraderode los cofres. Después de ello, Nicolás

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decidió que no quería que susdescendientes heredasen el castillo deCsejthe y se lo dejó a un pariente lejanode su esposa antes de morir."Toda esta historia me la refirió mi propiopadre cuando yo tenía diecisiete años deedad, al hacerme entrega de los títulos deesta casa así como del libro que losmonjes habían escrito e ilustrado hacíamás de dos siglos. Fue sólo después dehaber yo enviudado, unos ocho añosatrás, que comencé a tener espantosaspesadillas con la condesa Báthory. Nuncale había temido al castillo desierto quepreside el pueblo desde la colina y nuncahabía tenido encuentros que pudiesenhacerme creer que los vampyr andabantras de mí. En mis pesadillas, sin

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embargo, los veía alimentándose de lasangre de mis hijos y mis nietos ydespertaba, sin excepción, escuchandouna voz que me decía claramente: "Lahora ha llegado. Los cofres deben serreunidos. Encuentra a Adrien Almos".Ignoraba quién era Adrien Almos, perosabía que debía tratarse de alguno de misparientes lejanos, descendientes deFrancisco Almos. Me tomó dos añosencontrar las ruinas de la casa de lospadres de Adrien en Irlanda... Fueron loscampesinos de los alrededores quienesme dieron algún indicio de lo que leshabía ocurrido a mis familiares lejanos: nose había vuelto a ver a ninguno de los treshabitantes de la gran casa de la praderadesde un lamentable incendio, y sólo se

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habían hallado restos de dos cuerpos. Elpeón que trabajaba para la familia habíahuido del pueblo la noche anterior alincendio alegando que unos monstruoshabían asesinado a su patrón. Pensé,pues, que era el joven Adrien quien debíahaber sobrevivido, pues su nombreseguía siendo mencionado por aquellavoz desconocida en mis sueños."Seguí buscando a Adrien durante años,al tiempo que intentaba localizar los trescofres de plata de nuevo: intuía que unaespantosa tragedia relacionada con losvampyr debía haber caído sobre mi jovenpariente, y rezaba a Dios para que losocorriese y me permitiese hallarlo. Sabíaque uno de los cofres de plata debía estaraún en el castillo de Csejthe, pero

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ignoraba cuál era la clave para abrir lapuerta que resguardaba la celda. Penséque tal vez Nicolás Bakócz se la hubieseconfiado al mismo noble a quien le habíadejado el castillo. Me dediqué, pues, abuscar al actual propietario del castilloabandonado de mi pueblo hasta quemencionaron a una Martina Székely... Encuanto escuché su nombre, Martina, supeque tenía estrecha relación con eldesaparecido joven Almos. Esto no podríaexplicárselo; fue uno de esos momentosen los que uno tiene la absoluta certezade algo sin saber por qué la tiene. Envano traté de encontrar su residencia y envano intenté hallar más pistas que mecondujesen a Adrien..."Cansado de viajar, decidí retornar a mi

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casa. Precisamente ayer que volvía a mipueblo tomé el camino que se une con eldel castillo.Cuando vi a Adrien con el rostro bañadoen lágrimas al lado del bosque, llevándolaa usted en brazos, lo reconocí como mipariente perdido: había algo en laexpresión de su rostro que me recordó ala de mi propio padre. No me malentiendausted; habría socorrido a cualquierpersona que necesitara de mi ayuda, peromi arrebato al ver a Adrien fue tal que porpoco hago que mi pobre cochero perdierael control cuando le pedí a gritos que sedetuviera. Creo que también aumenté laturbación de Adrien con mi conductacuando, saltando fuera del coche yllamándolo por su nombre a los alaridos,

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me presenté como su primo yprácticamente lo metí al coche aempellones. El pobre muchacho estabatan fuera de sí por lo que le había ocurridoa usted que se había olvidado del cofre ya duras penas si comprendía lo que yotrataba de decirle. Mientras mi cocheronos conducía al pueblo a toda prisa,Adrien y yo logramos vendar su heridacon un pañuelo y pararmomentáneamente la hemorragia.¡Mucho he tardado, pues, en encontrarlos,pero ha querido Dios que lo hiciese enmomento muy oportuno! Los habitantesde este pueblo no suelen prestar a nadiesu ayuda, y quién sabe si habrían podidoproporcionarle a usted los cuidados quenecesita en algún lugar aledaño: con el

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temor que todos tienen a los vampyr,dudo que alguien los hubiese socorrido...Le reitero, pues, Martina, cuán feliz estoyde tenerlos a ambos en mi hogar, que lesuplico considere el suyo propio desdeahora.Tomás Bakócz era, en verdad, un hombremaravilloso. Sus hijos ya se habíancasado y habían partido a otras ciudadesde Europa, y él estaba encantado detener a Adrien allí.-Permíteme ahijarte, Adrien -le dijo,sentándose a su lado junto al fuego-. Si tupadre viviese, tendría los mismos añosque yo. Me harías muy feliz si, desde estemomento, me consideraras tu padre.-¿De veras quieres tener un hijo vampyr,Tomás? -le preguntó

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Adrien, sonriendo.-Sólo si ese hijo fueras tú, Adrien -repusoél, sirviéndose un vaso de té-. Además,muy pronto dejarás de serlo.-Estoy contando con ello -dijo Adrien.Como aún me costaba bastante hablar,me limité a escuchar las reveladorasconversaciones que Adrien y el señorBakócz sostenían en mi habitación.Tomás había traído el libro original de lahistoria deErzsébet, y él y Adrien se dedicaban aestudiarlo con detenimiento.-Efectivamente, este libro contiene variaspáginas más que aquél que yo tenía, yparece que hubiesen sido agregadas enun momento posterior… tal vez por elmismo Nicolás Bakócz o alguno de los

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monjes que lo acompañaban -dijo Adrien.-Al parecer Erzsébet recolectabaescrupulosamente la sangre de doncellasneófitas en una botella de cristal antesque éstas fuesen entregadas a Ujvary...Una especie de juego macabro entre lacondesa y su mayor aliado -dijo Tomás.Recordé con pesadumbre la botella decristal cuyo líquido Erzsébet había dado aAmalia de beber.-Las jóvenes que elegían para convertiren sus esclavas vampyr eran soloiniciadas con la sangre de otras doncellasvampyr -dijo Tomás.-Pues conmigo no tuvieron tal delicadeza-dijo Adrien en tono sarcástico.-Tal vez sus costumbres hayan cambiadocon los años... -repuso

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Tomás-. El caso es que ya eran bastantecrueles en vida como para esperar algodiferente de su parte después queregresaran convertidos en vampyr graciasa su pacto con el demonio.-¡Gracias a Dios que la condesa no halogrado apoderarse de este libro también!-dijo Adrien.-Carmen y yo le quitamos el otro libro,Adrien -murmuré yo.-¿Cómo dices? ¿Lo tienes? ¿Dónde está?-me preguntó él, claramenteentusiasmado.-Se lo dimos al padre Anastasio -dije yo-.Aún debe tenerlo, de lo contrario me lohabría dicho. Lo hallamos en el baúl deErzsébet...Creo que fue la única de sus posesiones

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que no incineramos.-Esto es maravilloso... -dijo Adrien-. Nosabía que les hubiesen prendido fuego asus posesiones.-También arrojamos sus joyas al estanquede Sainte-Marie... -dije, sintiendo unaligera punzada en la garganta-. Fue unanoche memorable.Quisiera tener los dos libros al frente paracompararlos... -dijoAdrien-. Estoy casi seguro de que el otrono menciona el monasterio en Suiza.-¿Cuál monasterio? -pregunté,asombrada.-No sé qué tan descabellado te parezcaesto, pero este libro menciona elmonasterio de Saint-Bernard en Suiza, yyo estoy pensando que puede tratarse del

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mismo lugar que...-iSainte-Marie-des-Bois! -murmuré.-Exactamente -dijo Adrien.-¿Qué dice el libro acerca del monasteriode Saint-Bernard? -pregunté.-Eso es lo extraño -respondió Adrien-. Nodice nada al respecto del monasterio. Tansólo contiene una ilustración muy básicadel lugar; te la enseñaré.Adrien llevó el libro hasta la cama dondeyo me encontraba recostada y lo puso enmis manos.-Hela aquí -dijo.Yo estaba segura de no haber visto talilustración en el otro libro.Ésta contenía un esquema de dosedificios y sus bosques circundantes.Frente al edificio de la derecha había un

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punto específico marcado con unapequeña cruz Patriarcal.-¿Qué crees que quiera decir esto?-preguntó Adrien.-No lo sé pero, sin duda, el bosquejo merecuerda mucho a Sainte- Marie -dije-.Ignoro cuántos monasterios en Suizapuedan llevar el nombre de Saint-Bernard,pero estoy segura de que ése era elnombre de nuestro internado antes dehaber sido convertido en una escuelapara señoritas. Lo más curioso es que, deser Sainte-Marie, el punto marcado con lacruz Patriarcal en la ilustracióncorrespondería al lugar sobre el que seerguía mi árbol.-¿Tu árbol? -preguntó Adrien con unamirada enternecida que me hizo sonrojar.

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-Bueno, pues. . . -comencé a decir.-No, Martina, por favor, no te retractes.Estoy seguro de que es, en efecto, tuárbol, y de que te ama tanto como tú loamas a él... lo que, creo, me pone algoceloso -dijo, a manera de broma.Tomás Bakócz nos dirigió una miradadivertida y yo sentí que mi rostro se teñíadel rojo más intenso.-Acabo de recordar que olvidé algo en laotra habitación -dijoTomás, aclarándose la garganta-.Discúlpenme unos instantes; ya regreso.Adrien estaba de pie junto a mi cama,mirándome de una forma que no pudedescifrar.-¿Sí? -pregunté, sintiéndome algonerviosa.

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Aunque una de las empleadas de TomásBakócz me había ayudado a asearme yme había peinado un poco, eso habíasido hacía muchas horas. Llevaba puestauna bata que había pertenecido a una delas hijas del señor Bakócz y mi peloestaba esparcido sobre la almohada.Adrien caminó hacia la chimenea,dándome la espalda, y luego se dio lavuelta para mirarme.-Nada -respondió. Estaba pensando que. .. eres hermosa.-Dios, Adrien, en este momento sí quepareces un vampyr-dije, casiinvoluntariamente.-Soy un vampyr -dijo Adrien, esbozandouna misteriosa sonrisa.Estaba logrando recrear el mismo efecto

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que había tenido sobre mí la noche enque lo había visto frente a frente porprimera vez. Esa mezcla de miedo yabsoluta fascinación que sólo habíaexperimentado en su presencia era algoque iba mucho más allá de toda mi lógicay razón. Nunca era más atrayente Adrienque en esos momentos, y tenía queadmitirme a mí misma que me sentía tanmagnetizada por su oscuridad comoadmirada por su luz.-Levántate -dijo.Había perdido la voluntad de nuevo. Nosentía ningún dolor. Salí de la cama y mequedé de pie, mirando dentro de sus ojosque, en ese momento, tenían un colorazul medianoche.-Ven -dijo, sin moverse.

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Yo caminé hasta donde él estaba sinsentir mis propios pasos, como siestuviese flotando sobre la alfombra.Adrien hizo que la corta distancia quehabía entre nosotros desapareciese en unsegundo, apoderándose de mi cintura yenterrando su rostro en mí pelo, justojunto a la curva de mi nuca.-Eres mía decía-. Eres mía eternamente,sólo mía y para siempre.Su esencia me intoxicaba como el másexquisito de los venenos.Si me hubiese quedado algo de voluntad,en ese momento habría terminado dedesvanecerse. Adrien tenía poderabsoluto sobre mí. Lo sentí correr micabellera a un lado y deshacervelozmente los vendajes que llevaba

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alrededor del cuello con una mano, sindejar de sujetarme contra sí. Luego,halándome con suavidad de los cabelloshacia atrás, me hizo elevar el rostro haciaél.-Mía -repitió, clavando su oscura miradaen la mía y acercándose cada vez más, yno sabía yo si hablaba el bien o el mal,pero no me importaba: era cierto.Adrien acarició el contorno de mi rostrocon sus labios y prontosenti su respiración en mi cuello, justosobre mi herida. Su beso era tan dulce ycálido que mis escasas fuerzas cedieron ycasi sentí que me desmayaba, peroAdrien sólo me estrechó con más fuerza.Cuando separó sus labios de mi cuello lohizo sólo para besarme largamente en los

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labios, abrazándome y embebiéndome desu fuego.-Jesús! ¿Qué haces, Adrien Amos?-escuché la voz de TomásBakócz prorrumpiendo en la habitación.Adrien me sujetó contra su corazón,ocultándome entre sus brazos, y contestó:-Estoy besando a la mujer que amo.Adrien me alzó en brazos y, dossegundos después, senti que medepositaba sobre la cama. Yo apenascomenzaba a salir del hechizo del quehabía caído presa. Al abrir los ojos,descubrí que Tomás Bakócz había corridoa ponerse junto al lecho y me miraba conojos de lo que interpreté como espanto.-¡Dios mío! -gritó Tomás, agitando susmanos y elevando los ojos

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-¿Cómo has podido hacer algo así?-Supongo que hace parte de minaturaleza -respondió Adrien sonriendo yencogiéndose de hombros, aunque mepareció notar que tenía una expresión deasombro, como si él mismo estuviesesaliendo de un sueño.Sentí que la sangre se me helaba en lasvenas.-Santa María, madre de Dios... -comencéa decir, temblando.No podía apartar mis ojos de Adrien,quien seguía sonriendo de forma tandescarada, como si hubiese hecho algunatravesura de la que en el fondo seenorgulleciera.-¡No hay ninguna herida! -exclamóTomás, sin dejar de mirarme.

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-¿Cómo? -balbucí, sin comprender lo queocurría, llevándome los dedos al cuello.No sólo no sentía dolor sino que la piel demi cuello estaba perfectamente lisa.-¡Éste es un milagro! -gritó Tomás,inclinándose sobre mí-. ¡Ven,Adrien, acércate!Adrien se sentó a mi lado y, elevándomeel mentón con las puntas de los dedos,dijo alegremente, enseñándome su blancadentadura:-Perfecta... efectivamente, es unverdadero milagro.Acto seguido, se puso de pie y se dirigió ala puerta.-¿Adónde vas? -le pregunté, sin haberdejado aún de temblar.-Creo que es hora de mi cena -dijo y,

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guiñándome un ojo, salió de la habitación.Me pareció escucharlo reír por lo bajo entanto que se alejaba por el corredor.-Asombroso... -no cesaba de decir TomásBakócz, sin dejar de " mirar el lugar dondehabía estado mi herida.Tenía que verificarlo con mis propios ojos.Me puse de pie y me dirigí al pequeñotocador que estaba situado en la esquinadel dormitorio para verme en el espejo: notenía ni un rasguño.-Por un momento creí que... -dijo Tomás,cuya expresión de asombro parecíahaberse quedado fija en su rostro.-Lo entiendo -dije-. Yo igualmente.Necesitaba hablar con Adrien y que meexplicase lo que había ocurrido.Salí de la habitación con Tomás Bakócz

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pisándome los talones y comencé arecorrer los pasillos de la casa como sisupiese en dónde encontrar a Adrien. Alfinal llegué a una puerta arqueada queestaba entreabierta y la empujégradualmente, adentrándome en laestancia.Allí estaba Adrien, de rodillas sobre elsuelo, orando frente a la cruzPatriarcal en la pequeña capilla de lacasa. El impacto de la visión me empujóhacia atrás; tanto era el poder queemanaba de la cruz.-Es magnífica, ¿verdad? -murmuróTomás, contemplando el divino madero-.Acércate a ella. Recibe su gracia.

CAPITULO 21

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LA REUNIÒN

sabíamos que ni Erzsébet ni JohannesUjvary podrían acercarse a la cruzPatriarcal y, por lo tanto, debíamos tenerespecial cuidado con todos aquéllos queno fuesen vampyr, en caso de quenuestros dos enemigos hubiesenadivinado en dónde nos encontrábamos ydecidiesen enviar a alguien a robarla.Habíamos deducido que para entoncesUjvary y la condesa debían haber echadode menos la presencia de Darvulia ypresentíamos que pronto llegarían aCsejthe en busca de ella e István.-Me pregunto por qué Erzsébet y Ujvaryno se presentaron con ellos en el castillo

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-le dije a Adrien-. Muy probablemente noestaríamos contando la historia.-También tuvimos la suerte de que Ujvaryy la condesa no se apoderaran del cofreantes que yo regresara por él. Lo habíadejado junto a la celda mientras te sacabade allí... Lo habríamos perdido parasiempre.-¿Dónde crees que puedan estar?-pregunté.-No lo sé, desde que Darvulia murió seme ha hecho más difícil percibir lacercanía o lejanía de Erzsébet -dijo él.-Espero que no hayan encontrado aJános y a Vivéka -dije, sintiendo miedopor ellos.-Yo también lo espero -dijo Adrien, e intuíque estaba más preocupado de lo que se

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atrevía a demostrarme.-¿Sabes si habrá llegado algunacorrespondencia de parte de Carmen?-le pregunté a Adrien-. Le escribí hacemás de quince días...-Déjame preguntárselo a Tomás -dijo él,poniéndose de pie y dejándome a solasen el salón.El suave resplandor del crepúsculo secolaba por entre las translúcidas cortinasde la estancia, bañando las paredes consu encanto primaveral, y yo me habíaquedado mirando una hermosa pinturaque Tomás Bakócz le había comprado aun mercante de Oriente. Recordaba cómoCarmen y yo habíamos planeado tantasveces recorrer el mundo en busca deaventuras, y pensaba en la forma en que

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las aventuras habían venido a nuestroencuentro antes que pudiésemosemprender el viaje. De repente, lacampana de la puerta me sobresaltó y mepuse de pie de inmediato. Antes quepudiese llegar al zaguán de la entrada, oíla risa de Adrien y una voz familiar queexclamaba:-¡Hijo mío! ¡Pero qué susto me has dado!No podía dar crédito a lo que mis oídosescuchaban. ¿De veras era el padreAnastasio quien había llamado a lapuerta? Cuando me precipité al umbraldel portón, solté una exclamación dealegría: Carmen, Giovanni y el padreAnastasio estaban de pie frente a Adrien yTomás Bakócz, quien ya les daba labienvenida a su casa. Me lancé a los

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brazos de mis amigos y, entre risas ylágrimas, me enteré de cómo habíandecidido viajar hasta allí.-Los tres hemos soñado contigo -dijoCarmen-. A Giovanni y a mí nos decíasque debíamos venir a Csejthe.-Yo venía soñando contigo hacía ya unpar de semanas -dijo el padre Anastasio yel mensaje de los sueños era muy claro:debía viajar cuanto antes a casa deCarmen y Giovanni. Me tomó unos díasdejar todos los asuntos de la parroquia enorden, pero justo cuando arribé a laresidencia de los Rossi, Carmen recibió tucarta. Entonces comprendimos que lostres debíamos presentarnos en casa delseñorBakócz de inmediato.

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Adrien y Giovanni bajaron los baúles delcoche y siguieron a Tomás Bakócz a lashabitaciones de huéspedes mientrasCarmen y yo nos instalábamos en el salónen compañía del padre Anastasio.-¡Carmen! -exclamé-. ¡Justo estabapensando en ti cuando sonó la campana!-y, dirigiéndome al padre Anastasio,agregué-: ¡No sabe cuánta felicidad sentíal escuchar su voz, padre! ¡Creí queestaba soñando! ¡Han viajado desde tanlejos, deben estar muy fatigados!-Hemos dormido durante el viaje; nuestrocochero es muy hábil y hacía un tiempomaravilloso -replicó Carmen.-¡Qué susto me ha dado Almos al llegar,hija! ¡Por poco me manda a la tumba! -dijoel pobre padre, aún tembloroso.

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-Un pequeño susto de vez en cuandofortalece el corazón, padreAnastasio -dijo Adrien, entrando a lahabitación con Tomás y Giovanni.Noté que estaba tratando de suprimir unasonrisa socarrona.Le dirigí una mirada de reproche, pero elpadre Anastasio dijo:-En eso tienes razón, hijo, y no dudesque, en su momento, sabré devolverte elfavor.Acto seguido, esbozó una amplísimasonrisa y tomó un sorbo del té que noshabían llevado.-Padre Anastasio -pregunté-, ¿ha traídocon usted el libro deErzsébet?-¡Claro que sí, hija! ¿Por quién me tomas?

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¿Por un cura párroco del siglo pasado?Reí para mis adentros, aunque el padreAnastasio tenía toda la razón en lo quedecía: no sólo era tan ágil como el restode nosotros sino que era un hombrerecursivo y perspicaz.El padre extrajo el libro de su maletín yme lo entregó.-Creo que este libro le pertenece a Adrien-dije, extendiéndoselo a él.-Gracias por cuidar de él, padreAnastasio. Fue lo último que mi padrequiso entregarme -dijo Adrien, cerrandolos ojos y aferrando el libro contra supecho.Poco después pasamos al comedor paracenar juntos y Tomás Bakócz les narró alos recién llegados cómo había

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comenzado la guerra entre su familia y laCondesa sangrienta.-¡Dios mío! -dijo Carmen, horrorizada-.¡Pobre Laszló!-Todo por un vanidoso capricho de lacondesa de Csejthe... –dijo Tomás.-Erzsébet no sólo es la asesina másorgullosa sino también la más esquiva detodos los tiempos... -dijo Giovanni-. Aúntengo frecuentes pesadillas con ella y conAnna Darvulia. Siento muchísimo lo que leha ocurrido a usted, Almos.-Gracias, Rossi -dijo Adrien.-Por fortuna, el cuerpo sin vida deDarvulia yace ahora en el suelo de lacelda donde murió la condesa -dije.-Creo que todos aquí compartimos elmismo deseo -dijo Adrien-: enviar a

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Erzsébet Báthory a las más profundascavernas del infierno.-Brindo por nuestra victoria -dijo TomásBakócz, elevando su copa.-Y que Dios guíe cada uno de nuestrospasos -dijo el padre Anastasio.Todos unimos nuestras copas en el centrode la mesa, pactando nuestra alianza.Señores dijo Adrien-, ha llegado la horade planear la forma de darle muerte anuestra enemiga.Reunidos en la gran biblioteca de TomásBakócz, con los dos libros de la historiade la condesa abiertos sobre la mesa,deliberamos acerca de la mejor forma deatraparlos a ella y a Ujvary.-No podemos darnos el lujo de que se nosescapen otra vez –dijo Adrien-. Si aún no

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han llegado a Csejthe, no tardarán enhacerlo, y

es nuestra oportunidad para acabar conellos antes que vuelvan a hacemos daño.-Amalia nos acompaña, estoy convencidade ello -dijo Carmen.-Tendremos que vigilar el castillo -dijoTomás-. Imagino que será allí en dondebusquen primero a Darvulia.-Si es que no pueden intuir que ya hamuerto dije-. Yo apostaría a que sí. Sinembargo, Erzsébet no va a descansarhasta haberse apoderado de la cruzPatriarcal. ¿Y si tratásemos de tenderlesuna trampa?-¿Una trampa? -preguntó Giovanni.-Sí -le dije-, podríais utilizarme a mí como

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carnada.-iDe ninguna manera! exclamó Adrien-.Jamás lo consentiré. Vosotras dos osquedaréis aquí con el padre Anastasiomientras yo voy al castillo con Rossi yTomás.-Estoy de acuerdo con Almos -dijoGiovanni-. Tal y como están las cosas, nodebéis salir de esta casa por ningúnmotivo hasta que nosotros hayamosdestruido a nuestros enemigos.-Nuestra ayuda podría seros de utilidad-dijo Carmen-: quizá deberíamos ir todosjuntos.-Entonces tendríamos que cuidar devosotras al tiempo que tratamos de pelearcon el enemigo. Además del terror deenfrentarnos con los vampyr estaría el

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terror de que algo os ocurriese a Martinao a ti... -dijo Giovanni.-Rossi tiene razón -dijo Adrien-. Es unriesgo demasiado grande. Ya estuve apunto de perderte hace muy poco,Martina, y no estoy dispuesto a llevarte aese castillo de nuevo.-Creo que lo mejor que las damas y elpadre Anastasio pueden hacer mientrasestamos ausentes es rezar, y no lo digocon ligereza... -expresó Tomás Bakócz-.Necesitamos de toda la ayuda celestialque podamos recibir.-Está bien -dije, aterrorizada tanto dequedarme en casa del señorBakócz como de volver al castillo. Pero esimperativo que concibamos un planorganizado antes que partáis.

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-Es muy difícil trazar un plan cuando noconocemos ni siquiera la posición delenemigo dijo Giovanni.Sabemos que querrán apoderarse de lacruz Patriarcal y que para esto tendránque utilizar aliados que no seanvampyr-dije.-Y, por ello, tanto Carmen como túdeberíais estar armadas, en caso de queellos o sus aliados logren entrar a la casa-dijo Adrien.-Podríamos intentar confundir a nuestrosenemigos -dije.-¿Cómo haríamos eso? -preguntóCarmen.-Los vampyr aún no han visto la cruzPatriarcal... -dije-. Podríamos construirvarias cruces de madera para distraerlos

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a ellos y a sus aliados.-Brillante -dijo Adrien, cuyos ojosreflejaban la luz de las velas.-Los vampyr sentirán cuál es la verdaderacruz -dijo el padre Anastasio,acomodándose las antiparras.-Puede ser -dije-, pero podemos bañar lasotras cruces en vino consagrado... y asíserán armas a su vez. De uno u otromodo, hasta que no estén ante laverdadera cruz Patriarcal no tendránforma de saber cuál es cuál.-Pienso que es una idea magnífica -dijoTomás Bakócz-. A mí no se me ocurreninguna mejor.-No se diga más -concluyó Adrien-.Hagámoslo. Una permanecerá aquí en lacapilla de la casa y llevaremos la

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verdadera cruz Patriarcal junto con otrasdos al castillo de Csejthe.-Tengo otras armas en casa que podemosutilizar -dijo TomásBakócz-. Cada una de las damas debeestar en posesión de una pistola.. . Y elpadre Anastasio también debería teneruna.-No sabría cómo utilizarla, hijo -respondióel padre Anastasio. Mi mejor arma es lafe, y es la única que puede protegerme.-El padre Anastasio bendecirá las cruces,y consagrará el vino y las hostias -dijoGiovanni-. Es mucho más de lo queninguno de nosotros puede hacer.-Bien -dijo Tomás Bakócz-. Ayúdame atraer la madera y la herramienta, Adrien.Debemos ponernos manos a la obra de

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inmediato.-Carmen, Martina -dijo Adrien-: encargaosde verificar que todas las puertas yventanas de la propiedad estén cerradasy sellad cada rincón con sal exorcizada.Rossi: traiga un barril de vino de labodega.-Aquí están las llaves de la cava -dijoTomás, extendiéndoselas aGiovanni.El padre Anastasio, Carmen y yocomenzamos a recorrer toda la propiedadde Tomás Bakócz, dibujando sobre cadapuerta y ventana una cruz de aceitebendito y poniendo sal exorcizada en losdobleces de las paredes. Adrien, Tomás yGiovanni construyeron tres nuevas crucesimitando el modelo original de la cruzPatriarcal, y al fin todos nos reunimos en

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la capilla un poco después de lamedianoche. El padre Anastasio bendijolas cruces, las balas de nuestras pistolas,varias hostias y el vino que Giovannihabía llevado, y con el último ungimosvarias agujas, bañamos las cruces ynuestros crucifijos personales.-Creo que estamos listos para partir-anunció Adrien después que el padreAnastasio les hubo dado a todos subendición.Carmen se abrazó a Giovanni.-Aún podría ir contigo... -le dijo.-No, Carmen -respondió éste-. Debemosdividirnos en dos grupos.Es lo más seguro para todos.Los ojos de mi amiga se llenaron delágrimas mientras Giovanni montaba en el

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caballo que Tomás Bakócz le había dado,llevando una de las cruces. Nunca habíavisto a Carmen tan pálida y trémula, yesto incrementó mi temor de que algopudiese ocurrirle a Adrien.-Ya no seré vampyr cuando regrese,Martina -me dijo-. Dame tu bendición.Toqué su frente para bendecirlo, y misojos se llenaron de lágrimas.Estaba demasiado asustada y, en elfondo, sentía que no volvería a verlonunca más.Adrien clavó sus ojos en los míos y dijo,como si pudiese leer mis pensamientos:-Volveré. Te juro que volveré.El padre Anastasio y Carmen me hicieronentrar en la casa y vi a Adrien partir desdela ventana, estremecida del terror. Antes

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de atravesar el gran portón de la salida,Adrien hizo que su caballo se diese lavuelta e hizo la señal de la cruz Patriarcalen el aire a manera de despedida.Entonces Tomás cerró las puertas desdeafuera, y ya no los vimos más.-Vamos a la capilla a orar dijo Carmen.-No -dije-. Debemos vigilar las entradas.Hagamos rondas por la casa al tiempoque rezamos.-Buena idea dijo mi amiga, enjugándoselas lágrimas.-Todo va a estar bien, hijas mías -dijo elpadre Anastasio-. Oremos en el nombredel Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...El padre Anastasio llevaba un cirioencendido en su mano, y Carmen y yollevábamos nuestras pistolas. Los

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empleados de Tomás dormían en unacasa separada de la propiedad, así queestábamos completamente solos.-¿Crees que los vampyr sepan queestamos aquí? -preguntó Carmen.-Nuestros enemigos parecen saberlo todosiempre -respondí, recordando la horriblehistoria de Adrien y cómo los vampyrhabían dado muerte a sus padres en supropia casa.Luego de recorrer todos y cada uno de lospasillos de la casa deTomás Bakócz, el padre Anastasio sesintió fatigado, y sugerí que nosinstalásemos en la biblioteca de Tomás,desde donde podríamos vigilar el jardín.El padre Anastasio se aposentó en elmullido diván y yo encendí un candelabro

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para que tuviésemos más luz. Carmenvolvió a abrir los libros de la vida deErzsébet y no tardó en hallar la lámina delmonasterio de Saint-Bernard.-De veras que sí parece que fuesen eledificio central y el edificio de la derechade Sainte-Marie-des-Bois -dijo.-¿Qué tendrá que ver Sainte-Marie con lacondesa? -pregunté.-Es probable que los monjes queasistieron a Nicolás Bakócz hayan llegadohasta allá... -dijo el padre Anastasio-. Talvez, incluso, siguiendo a Erzsébet.¿Recordáis las historias de la peste negrade Valais?-Fue usted quien nos contó acerca deesos ataques, padre –dijo Carmen-. Ymuy posiblemente eran Erzsébet y los

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suyos quienes los perpetraban.-¿Y si no eran los monjes quienesseguían a Erzsébet sino al revés?-pregunté.-¿Qué podrían tener los monjes que losvampyr quisieran? ¿Habían sido loscofres entregados a sus nuevosguardianes para ese entonces?-preguntó Carmen.-Según el libro original, Nicolás Bakóczllegó a Csejthe en 1726-dije yo, enseñándole la página-. Nopodría haber repartido los cofres aún. Lapeste negra había azotado Valais el sigloanterior; coincide con la desaparición deErzsébet de Csejthe después de lamuerte de la esposa de Laszló.Quizá los monjes de Saint-Bernard

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tuvieran algo más... -dijo el padreAnastasio.-¿Algo que hubiesen escondido justo enel lugar donde estaba el árbol? -pregunté.-No descarto esa idea... Por algo está ellugar marcado en la lámina con la cruzPatriarcal -respondió el padre Anastasio.-¿Escuchaste eso? -preguntó Carmen.-Sí -respondí, sintiendo que la sangre seme helaba en las venas. Los ruidosprovenían de la planta baja. Todossabíamos que no podía tratarse deGiovanni, Adrien ni Tomás, quienesapenas estarían llegando al castillo.-Nuestros enemigos están aquí -dijo elpadre Anastasio persignándose. Empuñémi pistola en una mano y escondí una delas agujas en la otra.

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-¿Qué podemos hacer? -balbucióCarmen.-¡Echarle llave a la puerta! -murmuré.El padre Anastasio abrió un frasco en elque tenía vino consagrado y se concentróen rezar. Yo escolté a Carmen hasta lapuerta de la habitación. Carmen comenzóa empujar la madera de la puertalentamente para que no crujiese.-¡Date prisa! -le dije-. ¡No es cuestión deser más silenciosos sino más rápidos!Las manos de mi amiga temblabanmientras giraba la llave en la cerradura.Entonces la puerta se abrió de par en par,lanzando aCarmen contra mí y a mí contra la pared.El impacto hizo que se me cayese laaguja de la mano.

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-¡Detente, Lucifer! -gritó el padreAnastasio, quien se había puesto de piede un salto y elevaba su crucifijo hacia elintruso, que era nada más y nada menosque mi primo Gábor.Gábor rio por lo bajo y tomó a Carmen porlos cabellos, atrayéndola hacia sí.-Sus sortilegios no funcionan conmigo,padre -dijo Gábor-. ¿Dónde está la cruzPatriarcal?-¡Gábor Székely! -exclamé, temblando yapuntándolo con mi arma-.Suéltala ahora mismo o...-¿O qué? -preguntó él, aferrando aCarmen con más fuerza.Carmen enterró en el muslo de Gábor laaguja que se me había caído al suelo:había logrado recogerla justo cuando yo

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la había perdido.Gábor soltó un grito de dolor y tuvo quedejar ir a Carmen para sacarse la gruesaaguja del muslo.-¡Maldita! -gritó, al tiempo que Carmencorría a coger su pistola-.¿Qué me has clavado?-Una aguja bañada en extracto deAconitum napellus -dije, antes que misamigos pudiesen hablar.-¿Veneno? -preguntó Gábor, quien sehabía puesto pálido del miedo.-Sí. Morirás dentro de pocos minutos,miserable... -dije-. A menos que hablespronto. Yo tengo el antídoto.Gábor Székely se había dejado caerhasta el suelo, temblando del miedo.-Tal vez yo pueda acortar su sufrimiento...

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-dijo Carmen, apuntándole en la sien consu pistola.-¿Qué queréis saber? -preguntó Gábor,enrojeciendo, retorciéndose y abriendo losojos desmedidamente como si en realidadestuviese envenenado.Cerré la puerta rápidamente detrás de él yle pregunté:-¿Con quién has venido?-¡He venido solo! -exclamó él.-Los segundos pasan y el veneno correpor tus venas, Székely dijo Carmen, conla voz temblorosa de rabia-. Quienquieraque haya venido contigo no podrásalvarte.Unos pasos resonaron en el corredor.-iGoldberg! -gritó Gábor-. ¡Me hanenvenenado! ¡Vaya por refuerzos pronto!

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Era muy improbable que Gábor estuviesetratando de tendernos una trampa. Toméotra de las agujas ungidas con vinoconsagrado en caso de que hubieravampyr, y abrí la puerta. Goldberg yacorría escaleras abajo, pero le di alcanceen unos pocos instantes.-¡Deténgase, galeno de los infiernos!-grité, apuntándole con la pistola.Goldberg llevaba en sus brazos la falsacruz Patriarcal. Sus ojillos malévolos memiraron desde la oscuridad y una sonrisase curvó en sus labios.-Si dispara, nunca volverá a ver a Almosvivo -murmuró.La mención del nombre de Adrien porparte Goldberg me estremeció.-Si Erzsébet tiene a Adrien, nada me

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daría más placer que quitarle a usted lavida -dije, temblando.-Usted no sería capaz de disparar elarma... -dijo Goldberg.-No me provoque, Goldberg dije-. Tengomotivos de sobra para hacerlo, y leaseguro que no sentiría ningúnremordimiento. No se atreva siquiera arespirar.En ese momento un disparo provenientede la biblioteca me sobresaltó, haciendoque mi propia arma se disparase contraGoldberg.Los gritos de Carmen y el padreAnastasio llegaron hasta donde estaba altiempo que Goldberg caía rodandoescaleras abajo. Corrí tras el galeno paraver en qué estado se hallaba y pude

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comprobar que la bala sólo lo habíaalcanzado en el hombro.-¡Maldita sea! -murmuraba Goldberg entredientes.¡Carmen! iPadre Anastasio! -grité-.¿Están bien?Fue el padre Anastasio quien bajó lasescaleras para encontrarse conmigo.-Gábor Székely ha muerto -dijotrémulamente-. Intentó quitarle el arma aCarmen y ella no tuvo más remedio quedisparar.No quería ni imaginar el estado deconmoción de mi amiga.-Tenemos que encerrar a este hombre,padre -dije, aún apuntando a Goldberg.El padre Anastasio demostró tener granfuerza física, pues entre él y yo

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arrastramos a Goldberg hasta la cava.Carmen nos había alcanzado y nosseguía como una autómata. Tuve quequitarle el arma de entre las manoscuando dejamos al galeno sobre el suelode la bodega. Goldberg no hacía más quemaldecirnos cada vez que tenía algúnmomento de lucidez.-¿Dónde está Erzsébet? -le preguntabayo repetidamente, pero él blanqueaba susojos y decía que su ama lo vengaría.Goldberg estaba perdiendo muchasangre, así que el padre Anastasio le hizoun firme torniquete alrededor del hombrovaliéndose de un pedazo de tela y unpalo.-Debe haber inventado lo de Almos amanera de amenaza –dijo el padre.

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Entonces el galeno perdió elconocimiento.-Voy a amordazarlo anuncié-. No voy aarriesgarme a que escape.Y, si en verdad Adrien está en manos denuestros enemigos, será una jauría delobos hambrientos la que se encargue dehacer justicia con este espantoso hombre.Lágrimas de odio se deslizaban por mismejillas al pensar en todo el daño queGoldberg les había ocasionado a misamigos... pero, muchísimo más aún, desólo pensar en la posibilidad de queAdrien hubiese caído presa de Ujvary y lacondesa. Carmen estaba blanca como unpapel.-Lo he matado -decía-. Lo he matado.-Si no lo hubieras hecho, él lo habría

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hecho contigo o con cualquiera denosotros, Carmen. Gábor Székely nomerece una sola de tus lágrimas -dije,enjugándome los ojos.-Ese hombre era un aliado del demonio,hija -le dijo el padreAnastasi-. Hiciste lo que tenías que hacer;no sufras.Después de encerrar a Goldberg en lacava y retornar la falsa cruz Patriarcal a lacapilla en caso de que alguien másregresase, quise asegurarme de queGábor hubiese muerto.-Déjame hacerlo a mí, hija -dijo el padreAnastasio-. Estoy acostumbrado a lamuerte y no me afectará.Carmen y yo lo esperamos en el pasillomientras él acomodaba el cuerpo de

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Gábor.-Deberíamos meterlo a la bodega juntocon Goldberg -dije.-¿No sería mejor que esperásemos a queTomás y los chicos regresen y lomuevan? -sugirió el padre Anastasio.-No confío en que no reviva, padre...-dije-. Prefiero que su cuerpo esté bajollave.A pesar de que Gábor era mucho máspesado que Goldberg, el horror de tenerque mirarlo hizo que lo llevásemosrápidamente a donde estaba el galeno.Goldberg despertó cuando abrimos denuevo la puerta, pero como le habíapuesto una mordaza alrededor de la bocano pudo decir nada.-Imagino que así es como trata a sus

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pacientes -dije-. Le hará bien sentirlo encarne propia... y esté seguro de que lopeor aún no le ha llegado, Goldberg.Carmen, el padre Anastasio y yo nosreunimos en el salón con todas nuestrasarmas, rezando y esperando a queAdrien, Giovami y Tomás Bakóczregresaran. Pasadas un par de horas,escuchamos los cascos de unos caballosacercándose a la entrada principal y micorazón latió aceleradamente.-¡Son ellos! -dijo Carmen.-Dios lo quiera así -dije, y todos corrimosa la ventana. Cuando el portón se abrió yreconocí el rostro de Tomás, sentí tantoalivio que pensé que iba a desfallecer,pero este sentimiento inicial fueinmediatamente sucedido por uno de

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pánico: Adrien no estaba con ellos.Carmen lloraba y obligaba a Giovanni adesmontar de su caballo; la cabeza medaba vueltas y sólo podía ver la sangreque cubría las camisas de los reciénllegados.-¿Dónde está Adrien? -me escuchaba amí misma gritar a unos y otros.-¡Cálmese, Martina! -decía TomásBakócz, sujetándome con fuerza-. Adrienestá vivo, pero le hemos perdido el rastro.Ha ido tras la condesa.-¿Habéis sido atacados, hijos? -preguntóel padre Anastasio.-No, padre, gracias a Dios -dijo Giovanni,quien también estaba ostensiblementeagitado. La sangre que nos cubre es la deJohannes

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Ujvary.-¿Por qué habéis regresado sin Adrien?-grité-. ¿Dónde lo habéis perdido?-¡Teníamos que volver a casa en caso deque la condesa hubiese decidido veniraquí, Martina! -dijo Tomás Bakócz-.¡Hemos buscado a Adrien largo tiempo,pero su caballo ya no estaba con losnuestros cuando salimos del castillo!-Sin embargo, escuché su gritoavisándonos que iba tras ErzsébetBáthory -dijo Giovanni-. Él tiene la cruzPatriarcal y, por lo tanto, es quien menospeligro corre.-Ujvary ha muerto de la manera másespantosa... -dijo Tomás, aflojándose elcuello de la camisa-. Ahora está en elinfierno con

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Damlia y, si la fortuna nos sonríe, con lacondesa... Es posible queAdrien se presente aquí en cualquiermomento.-iAdrien! -lloré-. ¡Dios mío, Adrien!¡Presentía que no volvería a verlo cuandonos despedimos! ¡No comprendo por quéhabéis regresado sin él!No quería infligir culpa a Giovanni oTomás y, sin embargo, no tenía lacapacidad de escuchar sus razones.-No habríamos hecho más quedescuidaros a vosotras si hubiésemosdecidido vagar por los bosques en buscade Almos -dijo Giovanni-.Además, él mismo no nos lo habríaperdonado: si Erzsébet ya no estaba en elcastillo, y estamos convencidos de que no

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lo estaba, pues la buscamos en cadarincón antes de partir, lo más seguro eraque hubiese venido aquí.-¿Aquí? -pregunté-. ¿Para qué? Ya sabeque Adrien tiene la cruz, ¿no es así?-Precisamente -dijo Tomás. Este lugar yano representa ninguna amenaza para ella.Nosotros no tenemos armassuficientemente poderosas para darlemuerte. En cambio, si Erzsébet se hiciesecon una de ustedes dos, en especial conusted, Martina, Adrien se vería obligado arendirse.Sabía que las palabras de Tomás teníansentido, pero temía demasiado por eldevenir de Adrien y no podía parar dellorar.-Vamos, hija, no acuses a estos valientes

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caballeros injustamente en tu corazón;que no lo merecen -dijo el padreAnastasio. Han tomado la decisión másprudente al venir aquí y, además, acabande arriesgar sus vidas adentrándose en elcastillo para dar muerte a Ujvary.-Perdonadme -dije, refugiándome en losbrazos de Carmen-. No soy dueña de mímisma en estos momentos.-Por favor, Martina, no se abrume ustedcon otra inquietud–dijo Tomás. Dios sabeque la entendemos perfectamente bien,¿verdad, Rossi?-Por supuesto que sí -dijo Giovanni,apretándome las manos-.He estado a punto de morir de miedo desolo pensar que la condesa hubiesepodido llegar aquí antes que nosotros.

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-Entremos a la casa -dijo Tomás-.Vigilaremos la entrada desde allí.A pesar de que insistí para que nosquedásemos afuera en caso de queAdrien volviese, mis acompañantes meobligaron a entrar. Tomás yGiovanni revisaron la bodega dondeestaban Goldberg y el cadáver deGábor y luego fueron a lavarse. El padreAnastasio rezaba sin parar. Yo no medespegaba de la ventana y Carmen no sedespegaba de mí.-Ya regresará, Martina -decía mi amiga-.Ten fe en Dios.-Mi fe se debilita cuando de Adrien setrata, Carmen -murmuré.-Lo amas mucho dijo, bajando la mirada,pues sentía mi tristeza como si fuese

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suya.Cuando Tomás y Giovanni subieron, lespregunté si nuestros enemigos habíanmencionado a János o a Vivéka en algúnmomento.-No -dijo Giovanni-. Pero no es quehayamos conversado, precisamente.Cuando llegamos al castillo nuestrosenemigos estaban buscando a Darvulia ylogramos darle muerte a Ujvary gracias aque lo tomamos por sorpresa en una delas habitaciones. Almos lo golpeó en lacabeza con tanta fuerza que Ujvary perdióel equilibrio y, una vez en el suelo, Almoslo atravesó con la cruz Patriarcal. Lacondesa se dio cuenta de lo que ocurría yhuyó con Almos pisándole los talones,mientras ese horrible vampyr entregaba

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su alma a Lucifer, sacudiéndose ylanzando su sangre maldita en todas lasdirecciones a través de la herida que lacruz había dejado en su corazón. Luego,cuando hubo expirado, Tomás y yometimos su cadáver en la misma celda enla que estaban los cuerpos de Darvulia yel otro Székely. Lo más impactante fuever el cuerpo de Anna... Lucía como uncadáver de más de doscientos años, conla piel colgándole de los huesos y el peloblanco extendiéndose sobre el suelo depiedra, en lugar de la cabellera rubia quehasta hace tan poco la habíacaracterizado.-Cuando Giovanni mencionó que habíaestado comprometido con esa antigüedadno pude menos que felicitarlo por haber

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cambiado de opinión -dijo Tomás, en loque adiviné era un esfuerzo por bromearpara tranquilizarme un poco.Había amanecido y aún no había rastrosde Adrien.-Necesitaremos tomar turnos para dormir-dijo Tomás-. Carmen,Giovanni: ¿por qué no se retiran a suhabitación? Yo me quedaré aquí conMartina esperando el regreso de Adrien...El padre Anastasio ya se ha dormido,como pueden ver.El pobre padre Anastasio dio un respingoy dijo:-¿Dormido? ¿Yo? ¡Jamás!-Vaya a descansar, padre -dije-. Tomásme acompañará.Carmen, Giovanni y el padre Anastasio ni

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siquiera habían tenido tiempo dereponerse de su largo viaje y al finaceptaron irse a dormir, aunque aregañadientes.-El galeno parece estar bien -me dijoTomás, quien tenía ciertos conocimientosde medicina-. Su herida es bastantesuperficial y se repondrá en poco tiempo.-Es una lástima... -dije-. Es tan malvadocomo los vampyr. Por otra parte, mealegra saber que podrán ser János yVivéka quienes decidan qué hacer con él.Es a ellos a quienes más ha dañadoGoldberg.La mañana estaba gris y la lluvia caíasobre los árboles que rodeaban lapropiedad de Tomás Bakócz. Apenashabía pasado una hora, pero cada minuto

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que transcurría era un siglo para mí, y midesesperación era tan grande que no meimportaba enfrentarme a la condesa contal de ver a Adrien.-Voy a ir en busca de él -anuncié.-¡No! -exclamó Tomás-. Ni lo piense. Nole permitiré dejar esta casa. Adrien nodebe tardar en llegar, y si usted no estáaquí será mucho peor para todos.-Venga conmigo entonces, Tomás -dije-.No soporto más esta angustia. Si no lohallamos, regresaremos antes delanochecer.-Estoy demasiado cansado, Martina. Nopodría cabalgar en este estado. Dehecho, estoy convencido de que ustedtampoco podría resistir tanto tiempo,puesto que no ha dormido en toda la

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noche -replicó Tomás.-Se equivoca, Tomás. No podré dormir odescansar hasta que no sepa qué ha sidode Adrien -dije.-Espere entonces a que Giovannidespierte. Para entonces, habré dormidoalgunas horas y él y yo iremos por Adrien-dijo Tomás.-Vaya entonces a su habitación, Tomás.Yo estaré aquí, vigilando la entrada hastaque ustedes estén listos para partir denuevo.-Me parece razonable -dijo él-. Deseo, sinembargo, que me dé su palabra de queno saldrá de la propiedad hasta entonces.Me fue difícil, pero al fin accedí:-Le doy mi palabra dije.-Si Adrien no se ha presentado aquí en un

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par de horas, mande a que ensillen micaballo y el de Rossi.Tomás Bakócz se fue entonces adescansar y yo me quedé mirando lasnubes que amenazaban con convertirseen una gran tormenta. Apoyé mis manoscontra la ventana y dejé escapar unahonda exhalación de pesar. Eldesasosiego que sentía no me permitíallorar más, y tuve que hacer uso de todasmis fuerzas para convencerme de quedebía cumplir con mi palabra de no salirde la casa. No pude evitar golpear con mipuño el grueso cristal a manera dedesahogo.

 

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CAPITULO 22

 

NOX AETERNA

Martina -dijo la voz de Adrien tras de mí.Sentí que la vida regresaba a mí cuandome torné para encontrarme con que,efectivamente, era él quien había habladoy me estrechaba entre sus brazos. Meapartó de sí inmediatamente y supe quealgo terrible ocurría por la expresión de surostro.-No hables -me dijo, murmurando. Nodigas una sola palabra y procura no hacerningún sonido. Sígueme.Tomándome de la mano, me arrastró

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hasta la parte trasera de la casa. La cruzPatriarcal estaba apoyada contra la pared.-Escúchame bien... -dijo, con voztemblorosa-. Mi tiempo se acaba.Me equivoqué pensando que al darlesmuerte a Darvulia y Ujvary me habíahecho más fuerte. Sus poderes de vampyrme han sido transferidos, pero mivoluntad se agota. No puedo ya bebersangre de Cristo, no puedo siquierasostener la cruz Patriarcal sin que mequeme la piel.Me enseñó sus dedos tiznados y observéque ya no llevaba puesto su crucifijo.-Me lo he arrancado en un impulso -dijo,sin que tuviese yo que preguntarle nada-.No soportaba sentirlo tan cerca de micorazón.

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He envuelto la cruz Patriarcal en mi abrigopara poder traerla hasta aquí. He estadoesperando a que todos se durmieran parahablarte...Pierdo mi conciencia del bien y del malcon cada segundo que pasa,Martina. Si Erzsébet no muere antes de lamedianoche, todo mi ser morirá. Es poreso que he venido por ti ahora, antes dedesconocerte y de que me desconozcas.El influjo que la condesa ejerce sobre míha crecido inusitadamente, y sé que muypronto dejaré de ser dueño de mis actos.Los plomizos ojos de Adrien confirmabantodo lo que sus palabras acababan derevelarme.-Estoy aquí porque he comenzado arendirme -continuó-. Necesito que me

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sigas y que hagas lo que te pido.-Sí, por Dios, sí -dije, tomando sus manosen las mías-. Te seguiría a donde fuera.-Sabes lo que exijo de tu parte -dijo,mirándome fijamente.-Sí -dije, mirándolo a mi vez y dejandoque las lágrimas se deslizaran por mirostro-. No es necesario que me lorepitas.-Ve por tu arma -dijo-. Ya he preparado tucaballo. Toma la cruz Patriarcal y sal poresta puerta. Estaré esperándote en elcamino principal.-¿A dónde iremos?-Al castillo. Sé que Erzsébet aún está allí,escondiéndose. Ella conoce ese lugarmejor que nadie.-¿Y si llevásemos a Tomás y a Giovanni

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con nosotros?-No -dijo él-. Sólo tú tienes la fuerzanecesaria para darme descanso eterno.Además, no me fío de mis instintos conellos. Después de matar a Ujvary, hetenido que huir del castillo para noatacarlos.Tú eres quien corre el menor peligro a milado.Fui por la alforja en la que tenía hostias yvino consagrado y en ella puse la pistola yvarias de las agujas que habíamospreparado anteriormente. Metí también unpar de velas y una caja de cerillas y,después de tomar la cruz Patriarcal, medeslicé fuera de la casa sin hacer ningúnruido. Tal como Adrien me lo había dicho,mi caballo me esperaba ensillado fuera de

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la propiedad. Sujeté la cruz Patriarcal a unlado de mi montura y cabalgué hasta elfinal del camino principal adonde Adrienme aguardaba. Llovía con más fuerza yme puse la pesada capucha de la capasobre la cabeza para resguardarme delfrío.-¿Lo tienes todo? -preguntó Adrien.-Todo -respondí, asintiendo ypersignándome. Adrien apartó la vista demí con visible molestia.-Vamos -dijo, y espoleó su caballo.Adrien me guio hasta las afueras delpueblo y después nos adentramos en elbosque. Lo seguí a corta distancia por lossenderos interiores.A pesar de que el follaje de los árboles sehabía hecho más espeso con la llegada

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de la primavera, no era suficiente pararesguardarnos de los enormes goteronesque caían sobre nosotros. Adrienavanzaba frente a mí sin mirar atrás y, alpercatarme de que su actitud en verdadestaba cambiando, me prometí no salirdel castillo de Csejthe antes de darlemuerte a Erzsébet Báthory, aquelmonstruo que le había hecho tanto dañoal ser que más amaba. Mi corazónpalpitaba aceleradamente y sóloescuchaba mi propia respiraciónexacerbada, de modo que me sorprendiócuán pronto alcanzamos las murallas delcastillo de Csejthe.-Deja tu caballo amarrado junto al mío-dijo, desmontando y cruzando ladistancia que había entre la muralla de

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piedra y el puente que conducía alenorme portón principal.Tomé la cruz Patriarcal en mis brazos ycorrí hasta alcanzarlo, pero él se puso denuevo frente a mí, diciendo:-Comprenderás que no quiera mirarte:llevas madero y, además, esa... insigniacolgando del cuello sobre la capa. Dameuna vela encendida para que puedaalumbrarte el camino y quédate siempretras de mí; nunca me des la espalda.Encendí una vela y se la di. Adrienextendió la palma de la mano que lequedaba libre hacia la pesada puerta yésta se abrió, obedeciendo a su voluntadsin necesidad de que él la tocase.-Saca la pistola de la alforja. Quiero queme apuntes con ella de ahora en adelante

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-dijo, traspasando el umbral. Una vezambos estuvimos adentro, Adrien ledirigió una mirada fugaz a la puerta y éstase azotó, sobresaltándome brutalmente.-Vamos -dijo, con un tono que me heló lasangre en las venas.Llevaba yo, pues, la cruz Patriarcal en elbrazo izquierdo, recostada sobre mihombro del mismo lado, y la pistola en lamano derecha mientras seguía a Adrien,quien observaba detenidamente cadarincón del amplio y oscuro vestííuloempedrado. Tenía tanto miedo que lapistola temblaba en mi mano, produciendosonidos metálicos.-Haz un esfuerzo por apuntarme bien -medijo Adrien, adivinando que había estadoapuntando al suelo.

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-Sí -dije, tratando de contener el temblorde mi muñeca y elevando el arma haciaél.-Continuemos -dijo Adrien-. No está poraquí.Después de revisar la primera planta, laantigua cocina y la bodega, subimos lasescaleras para iniciar la inspección de laplanta superior.La terrible tormenta que caía fueragolpeaba con fuerza el viejo tejado pordonde se colaba el agua, humedeciendolas paredes y el suelo: hacía tanto fríodentro del castillo que a duras penas sipodía sentir mis extremidades. Mi mayortemor era que Erzsébet me asaltara por laespalda sin que yo la oyese venir, y nopodía evitar mirar hacia atrás con

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frecuencia.-La sentiría acercarse, Martina, fija tuatención en mí -dijo Adrien-. Procura nodistraerte: yo constituyo la mayoramenaza para tu vida.El tono de Adrien era cínico y sombrío, yuna oleada de pánico me recorrió. Élpodía leer mis pensamientos, pero yopodía leer su voz, que había perdido todala calidez de antaño: su amor por mí sehabía desvanecido y era esto lo que másme aterrorizaba.-Es cierto -dijo él-. Si no fuera por esamaldita cruz y el hecho de que me estásapuntando...Un rayo cayó muy cerca del castillo,iluminando el pasillo por dondecaminábamos a través de una diminuta

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ventana que había en lo alto.Un aire feroz emanaba de Adrien, y ahoraera yo quien no quería verlo: no me sentíacapaz de enfrentar el hecho de quehubiese perdido toda la bondad que lohabía caracterizado. Tal como me lohabía advertido él mismo hacía algunashoras, estaba desconociéndolo así comoél a mí; tan pronto puede transformarse elamor en miedo. Ya no le apuntaba con lapistola porque él me lo hubiese ordenadosino por defender mi vida.-A partir de este momento eres mienemiga, Martina Székely -sentenció, yotro rayo terminó de rasgar mi pecho.Deseé nunca haberlo seguido,sintiéndome embargada por el másprofundo dolor.

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La hostilidad de Adrien hizo que mi sed devenganza para con Erzsébet tomaseposesión de mí, y dejé que fuese mi odiohacia ella el que me condujese a partir deese momento. La mayoría de lashabitaciones por las que pasamosestaban vacías y Adrien, el vampyr, lasdescartaba una a una después dehaberles echado una ojeada. Tardamosmucho tiempo en recorrer la torre nortedel castillo de Csejthe; jamás podré borraresos momentos de mi mente por el gélidosufrimiento que los acompañó. Despuésde mucho andar sin hallar rastros de lacondesa, arribamos a los estrechospeldaños que conducían a la torre sur, yascendí detrás de Adrien, quien temblabaperceptiblemente. Una ráfaga de viento

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nos recibió al final de la escalinata,apagando la vela que había estadosujetando en su mano hasta esemomento.-Hemos llegado -anunció con un rugido.Un escalofrío me sacudió y apoyé miespalda contra la pared tan pronto comopude, apuntando con el arma al vacío dela oscuridad.-Suelta la cruz, Martina -ordenó Adrien. Eleco de sus palabras resonó por toda lahabitación y de repente tuve la certeza deque me había conducido hasta allí paraasesinarme.-¡No! -lloré, temblando.Sus ojos grises se encendieron frente amí, iluminando su rostro pálido que ahorasólo reflejaba la más cruda avidez.

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-Eres mía, ¿recuerdas? -murmuró, dandoun paso hacia mí.-Ya no, Adrien -balbucí, y lágrimas deterror asomaron a mis ojos.-Ambos sabemos que eres incapaz dematarme, Martina -dijo, clavando sus ojosen los míos. Tú me amas y yo... quieroque me pertenezcas para siempre. ¿Porqué luchar contra lo inevitable? Deja esapesada cruz a un lado.-No te amo, Adrien -dije con un hilo devoz.Él rio por lo bajo y pude ver las puntas desus colmillos asomarse por un segundo.-Dispara, entonces -dijo, dando otro pasohacia mí-. Demuéstrame que no meamas.Elevé mi brazo tembloroso, apuntándole

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con la pistola a la altura del corazón.-No te acerques más, Adrien... -dije,sollozando- porque si tengo que elegirentre enviarte directamente al cielo o ircontigo al infierno, escojo lo primero.-Nadie tiene por qué ir al infierno, mihermosa flor de invierno. Nadie tiene porqué morir. Perdimos, Martina -dijo, riendocon tristeza-.Ahora tengo sed y estoy cansado. ¿Noestás cansada tú también?La tenue luz de sus ojos penetraba en losmíos, despojándome de mis fuerzas yhaciendo que el más denso sopor seadueñase de mí.-¿No querrías descansar junto a mí? ¿Nosaciarías tú mi sed, amada eterna?-Muerte infinita -susurré, soltando el arma.

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-Vida eterna -dijo él.-No me amas -dije.-¿Qué es amar, si no es tener sed dealguien? -dijo, acercándose aún más. Yosaciaré la tuya después, y vivirás en miabrazo... para siempre.-Moriré en tus brazos.-Verás cómo es la más hermosa muerte.-No podré morir en Dios... -dije, apoyandola cruz Patriarcal contra el muro ydespidiéndome de ella.-Morirás en mi y yo en ti; vivirás en mípara que yo pueda vivir.Deshice el nudo de mi crucifijo y dejé quecayera sobre el suelo, exponiéndome porcompleto a Adrien.Él avanzó hacia mí, aprisionándomecontra la pared con violencia.

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Elevó mis brazos sobre mi cabeza y mesujetó por ambas muñecas con una solade sus manos, venciéndome porcompleto. Acarició mi cuello con su manolibre, deteniéndose en la base de mi nuca,y acercó su rostro al mío sin soltarme.Había cerrado sus ojos y respiraba sobremí.-Creí que me amabas cuando te trajeaquí... -dijo en un murmullo casiimperceptible-. Ahora lo sé. Nunca más...-sus ojos se abrieron por una fracción desegundo: tenían el color de la plata yestaban húmedos-. Nunca másvolveremos a sufrir, Martina Székely. Telo juro por Cristo, nuestro Dios.De repente se apartó de mí y, en un abriry cerrar de ojos, tomó la cruz Patriarcal en

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sus manos. Lanzando un hondo grito dedolor, se dio la vuelta, exclamando:-¡Muere, maldita vampyr de los infiernospor quien he derramado mis últimaslágrimas! ¡Muere, en el nombre del Padre,y del Hijo, y del Espíritu Santo! ¡Muere, enel nombre de todas tus víctimas, en elnombre de mis padres y en nombre de mivenganza! ¡Muere en el nombre de todo loque es sagrado, en el nombre de lamuerte y en el nombre de la vida! ¡Muere,maldita, y que por cada segundo detiempo que Lucifer te ha dado pases milmás en el infierno! ¡Muere ahora, muerepara siempre, muere eternamente! ¡Muerecon todo el peso de tu vida en muerte, detu muerte en vida, de la muerte con la queme tocaste! ¡Muere, y maldita seas por

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toda la eternidad puesto que maldita fuetu vida y maldita tu falsa resurrección!¡Muere, Erzsébet Báthory! ¡Muere,condesa sangrienta! ¡Muere de una vezpor todas!Los gritos de Erzsébet resonaron en elrecinto y una llamarada se desprendió deella cuando Adrien la atravesó de lado alado con la cruz Patriarcal, precipitándolacontra el suelo. El fuego que la abrasabailuminó el lugar en que me encontraba. Enel centro de la enorme habitaciónempedrada, al lado de la agónica condesaque aullaba y gemía sin cesar, había unenorme baño vacío sobre el que colgabangruesas cadenas de hierro. Aquél habíasido el cuarto de torturas de ErzsébetBáthory y sus aliados durante su reinado

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del terror en Csejthe.El impacto de los sucesos había hechoque me refugiase en el rincón más alejadode la estancia, donde me habíareplegado, temblando y llorando a la vez,sin comprender aún lo ocurrido. Estabasegura de estar presenciando unverdadero milagro, pues era Erzsébetquien ardía en llamas y Adrien no habíaprobado una sola gota de mi sangre. Élhabía caído de rodillas a unos pasos deErzsébet y había escondido el rostro ensus manos, de modo que yo no podíavérselo. No sabía yo si oraba o lloraba;sabía que respiraba, pues percibía el levemovimiento de sus hombros. Entonces lasllamas que circundaban a nuestraenemiga comenzaron a extinguirse, y con

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ellas sus gritos. La inmortal condesaestaba, por fin, expirando, y abriría susojos una vez más para pronunciar susúltimas palabras. Erzsébet hizo un granesfuerzo por elevar su cabeza encaneciday mirarnos a través de un irreconociblerostro tiznado y ampollado. Sus ojos, aúnllenos de rencor e hipocresía, se posaronsobre Adrien y sobre mí:-¿No tendríais en vuestros corazones...mis queridos enemigos... algún resquiciode compasión para con esta vieja alma?Adrien... Martina... lo único que os pido esque me deis vuestra paz. Sé -dijo, y porun instante pareció que se ahogaba- queos he hecho daño y, sabedlo, lo pagarécon creces. Lucifer me aguarda y él es elinmisericorde juez que... Él se encargará

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de llevarse mi alma para siempre jamás.El pecado es mi naturaleza; lo fue desdemi nacimiento y sigue siéndolo ahora queeste madero atraviesa mi corazón. Misvíctimas no viven ya; es muy tarde paraobtener su perdón. Pero vosotros dos...vosotros dos aún vivís. Aunque noalbergo esperanza alguna de salvación,pues mi partida es inminente... querríapartir sabiendo que, antes de entregar mialma, al menos uno de vosotros dos seacercó a mí para bendecirme.Adrien, cuya figura de perfil podía ver conclaridad, levantó la cabeza de entre susmanos y se puso de pie con lentitud. Porun instante, temí que fuese a inclinarsesobre Erzsébet para concederle su últimavoluntad y corrí hasta él, aferrándolo del

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brazo para detenerlo. Sabía que unacriatura tan malvada como Erzsébetjamás podría pedir piedad sinceramente,y que tales palabras no debían ser másque su último intento de sobrevivir o, almenos, de arrastrar a alguno de nosotrosdos a la tumba con ella.-Descuida -dijo Adrien por entre losdientes-. Así los santos quisieranabsolverla, su corazón aún lepertenecería a Lucifer. Adiós, ErzsébetBáthory, ve a encontrarte con tu destinofinal. Si en verdad deseas perdón, sóloCristo puede otorgártelo y es a Él a quiendebes dirigirte, no a nosotros. Después detodo... sólo somos humanos.Dichas estas palabras, Adrien me tomó dela mano y me obligó a retroceder con él

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hasta la salida de la habitación,alejándonos así varios metros de lacondesa.-¡Malditos seáis ambos! -grito Erzsébetsofocadamente-. ¡Todo lo que pido es unagota de sangre! ¿No me la daréis?¡Malditos seáis!¡Malditos, mil veces malditos!-Te esperan siglos de sed hasta el JuicioFinal, Erzsébet Báthory... -dije, mirándolapor primera vez sin miedo u odio, puessabía que había llegado su hora y, en elfondo, sólo podía sentir alivio.Tomé mi crucifijo del suelo y me lo atéuna vez más alrededor del cuello,persignándome:-Por la señal de la santa cruz, de nuestrosenemigos líbranos, Señor

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Dios Nuestro.-Así sea -dijo Adrien, quien tomó micrucifijo entre sus manos para besarlo,inclinando su cabeza.Cuando mis ojos se encontraron con lossuyos, distinguí en ellos una cualidad quenunca antes había hecho parte de Adrien:paz.-Es a ti a quien regalo esta paz que meembriaga como el más dulce de loselíxires, Martina, amiga mía -dijo,leyéndome el pensamiento ymostrándome su más sincera sonrisa, queera una de verdadero sosiego.Me abracé a él con fuerza y él me rodeócon sus brazos; ambos permanecimoscallados mientras nuestra enemigaentregaba al mundo sus últimos suspiros.

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Cuando pensábamos que todo habíaterminado, varias figuras diáfanas deapariencia humana aparecieron alrededorde la condesa, materializándose a partirde la nada ante nosotros. Primero fuerondos o tres y luego diez, veinte y asísucesivamente hasta llenar todo elrecinto. Ni Adrien ni yo podíamos hacermás que parpadear: aquellos seres queestábamos viendo eran, sin lugar a dudas,fantasmas.Somos las víctimas de Erzsébet Báthory-dijeron, en lo que parecía un rezo- yhemos venido para verla partir. Hemosestado esperando este momento por másde doscientos años. Nada nos ata ya aesta tierra, pues nuestras almas han sidoliberadas con su muerte. Parte Erzsébet

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al infierno para que nosotros podamosascender a los cielos.Las voces de las víctimas de Erzsébet seunieron en un himno glorioso y angelicalque nos envolvió largo tiempo hasta quetodas se desvanecieron en medio de unhalo de luz cegadora. Al final sólo quedóla habitación vacía con nosotros dos y lacruz Patriarcal: el cuerpo de Erzsébethabía sido arrastrado, junto con su alma,a los más hondos abismos del averno.-Vámonos de aquí -dijo Adrien, tomandola cruz Patriarcal en una mano yarrastrándome con la otra a través de loslóbregos corredores del castillo.Ambos corrimos sin mirar atrás,aterrados, como si aquel lugar todavíaencerrase peligros para nosotros y fuese

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imprescindible que escapásemos de él deinmediato. Aún no sé qué nos hizo temertanto durante esos instantes en los quetratábamos de hallar la salida, peropresiento que un lugar tan sombrío comoaquél está condenado a recreareternamente los horribles actos en élcometidos por sus moradores. Esosrecuerdos intangibles siguenpercibiéndose con el espíritu a través delos siglos, así el agua haya borrado lashuellas de sangre de su suelo y los gritosde las víctimas hayan sido ahogadosdetrás de sus inexpugnables muros depiedra.Cuando regresamos a casa de TomásBakócz calados de frío hasta los huesos,Giovanni y Tomás recién llegaban de

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buscarnos exhaustivamente por losalrededores del poblado de Csejthe encompañía de unos cuantos empleados deTomás. Si vemos a ambos con vida nohubiese sido un alivio tan enorme paraellos, no habríamos terminado de oír susreproches.-¡Ha faltado usted a su palabra, Martina!-repetía Tomás Bakócz sin cesar-. ¡Habríapodido, al menos, dejarnos una nota! Mirea su pobre amiga Carmen... ¡Ha estado apunto de morir del miedo cuando sepercató de su ausencia!Carmen, sin embargo, me llevaba ya alinterior de la casa y me despojaba de micapa emparamada, poniéndome unamanta por encima de los hombros yobligándome a sentarme junto al fuego.

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Los gritos de victoria de los hombresllegaron hasta donde estábamos y nopude dejar de sonreír: supe que Adrienacababa de comunicarles que Erzsébethabía muerto. Carmen me miró conexpresión de incredulidad y balbució:-¿Es cierto acaso lo que estoyimaginando, Martina?Miré a mi amiga a los ojos y, deinmediato, ambas derramamos lágrimasde felicidad.-Ha muerto, Carmen -respondí-. ErzsébetBáthory ha muerto.

 

 

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CAPITULO 23

VAMPYR

Esa noche no paró de llover. Después detomar un largo baño caliente me metí enla cama y, a pesar de los rayos que caíansobre el pueblo de Csejthe, dormí mejorque en muchos años. Adrien les habíanarrado a los demás cómo habíarastreado a Erzsébet hasta la torre sur delcastillo, donde ésta solía tomar sus bañosde sangre. Según sus palabras, la únicaforma de hacer que la condesa saliese desu escondite era dejándole creer que élhabía perdido su voluntad. Creyéndosevictoriosa, la condesa, quien podía

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escuchar cada palabra que sepronunciaba en el castillo, se habíaalistado para reclamarlo por el resto de laeternidad en cuanto él consumase suprimer ataque. Adrien había entonceshecho uso de todas sus fuerzas restantespara tomar la cruz Patriarcal de nuevo ensus manos y sorprender a Erzsébet conuna muerte repentina.-¡Pobre hija mía! -había dicho el padreAnastasio, dirigiéndose a mí-. ¿Cómopudo Almos hacerte pensar que iba aatacarte en realidad? ¡Tienes un corazónmuy fuerte! ¡Yo habría muerto del sustoinstantáneamente!Debo haberme sonrojado al recordar laescasa oposición que había ofrecido yoen aquellos momentos porque Adrien me

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miró de soslayo y se aclaró la garganta,diciendo:-Creo que Martina sabía que, en el fondo,yo habría sido incapaz de hacerle daño.¿Verdad que sí, Martina?-Sí -mentí, y Adrien me dirigió una fugazmirada que no supe interpretar.Adrien durmió tanto durante los díassiguientes que todos comenzamos a creerque no iba a levantarse. Parecía, empero,estar descansando profundamente, yasumimos que lo necesitaba.-Creo que estoy recuperando el sueñoperdido de los últimos años -nos dijo,emergiendo al fin de su alcoba, unamañana en que todos desayunábamosjuntos.-¿Café, Adrien? -le preguntó Tomás,

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ofreciéndole una taza.-Por favor -dijo él, sonriendo.No creo jamás haber visto a nadiedisfrutar tanto de una hogaza de pan conmantequilla y una taza de café como aAdrien. Sonreí, procurando no mirarlopara no incomodarlo mientras tomaba suprimer desayuno en años. Sus modalesen la mesa eran exquisitos, como era deesperarse, y comía sin prisa. Habríapodido decirse que Adrien estabasaboreando cada instante de la vidahumana que había recobrado. Pasamosunos días de gran tranquilidad en casa deTomás, paseándonos por los verdesjardines y aspirando el perfumado aromade la primavera que se difundía por elaire.

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Una noche, Carmen, el padre Anastasio yyo recordábamos nuestras vivencias enSainte-Marie-des-Bois mientras Adrien yGiovanni, quienes se habían hechograndes amigos, fumaban con Tomás enla biblioteca.-A propósito de Sainte-Marie. . . -dijoCarmen- ¿creéis que sí se trata delmismo monasterio bosquejado en el librode Tomás?-Estoy convencida de ello -repliqué-, peroaun no logro comprender por qué estámarcado ese lugar en el mapa con la cruzPatriarcal.-Ay, hijas... -respondió el padreAnastasio-. ¡No puedo creer que hayaolvidado decíroslo! ¡Los años comienzana causar estragos en mí! Lo he visto en

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un sueño: ése es el lugar donde debedescansar la cruz Patriarcal.Carmen y yo lo miramos, anonadadas.-Sobre la cruz, debemos plantar un nuevoárbol -continuó el padre-.De tal modo, la madera de la cruzPatriarcal se convertirá en madera vivaque dará fruto y semilla.-¡Tengo que decírselo a Adrien! -exclamé,feliz, y salí corriendo del salón.Mi árbol iba a renacer muy pronto.Comprendía al fin aquel sueño en que mitía Verónika me enseñaba el árbol queestaba marcado con la cruz Patriarcal.-iAdrien! -dije, olvidando tocar y entrandoa la biblioteca-. iTenemos que llevar lacruz Patriarcal a Sainte-Marie!Adrien pareció turbarse con mi presencia

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y se tardó un poco en contestar.-¿De veras? -preguntó, palideciendo unpoco.Tomás y Giovanni permanecieron ensilencio, mirándome.-¿Qué os ocurre? -pregunté-. Estáisactuando de forma extraña…-No, no, Martina... continúa, por favor -dijoTomás-. ¿Decías que la cruz debe serllevada a Sainte-Marie?-Sí -dije-. ¡El padre Anastasio lo vio en unsueño! Debe ser puesta bajo tierra en ellugar marcado en la ilustración... Pero novais a convencerme de que aquí noocurre algo fuera de lo común. Os pidoque me digáis de inmediato de qué setrata.-Carmen y yo debemos viajar a Florencia

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en un par de días –dijo Giovanni- y elpadre Anastasio desea venir connosotros, pues quiere conocer lacolección de libros de mi tío Lorenzo.-Eso lo sé, Giovanni -dije, mirándolo consospecha.-Y tú planeas regresar al campamento delos gitanos en busca deVivéka Kamény y su esposo, ¿no es así?-preguntó Giovanni.-Sí, así es -contesté-. ¿Teméis acaso quehaya algún peligro en ello? Adrien yTomás vendrían conmigo.-No podré acompañaros, Martina anuncióTomás, con un extraño brillo en los ojos-:he recibido una carta de mi hija estamañana. Voy a ser abuelo de nuevo enpocos días.

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-¡Eso es magnífico, Tomás! -dije,avanzando hacia él y apretando susmanos-. Aún no comprendo cuál es elproblema.-Bueno -balbució Giovanni- el problemareside en que...No terminó su frase y miró como pidiendoayuda a Tomás, quien a su vez dirigió unamirada afanosa a Adrien, quien se limitó aponer los ojos en blanco y a decir,suspirando:-¡Sois terribles! ¡Lo hacéis todo tanto másdifícil!Giovanni clavó la mirada en el suelo.Tomás se dio la vuelta y miró por laventana, diciendo:-Es una hermosa noche, Adrien. ¿Por quéno llevas a Martina a dar un paseo por el

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jardín?A todo esto no podía yo hacer otra cosaque mirar a Adrien con los ojos muyabiertos, sin parpadear. Él me miraba conaire indeciso, sin decir nada.-¿Estáis tratando de gastarme unabroma? -les pregunté.-El padre Anastasio opina que nodeberíais emprender ese viaje juntos,Martina -dijo Giovanni, al fin-. Le preocupaque Almos y tú... eh... Está preocupadopor ti. Yo le he dicho que, mientras estéscon Almos, bien podemos hacer decuenta que has tomado los hábitos, peroAlmos parece opinar de otra forma.-Maldita sea, Rossi, me las pagarás...-gruñó Adrien-. Ven, Martina, vamos atomar ese condenado paseo.

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Dicho esto me sacó de la habitación sinque yo pudiese decir nada.Carmen me miró extrañada cuandoAdrien me hizo pasar de largo por su lado,casi arrastrándome. La mirada culpabledel padre Anastasio confirmó las palabrasde Giovanni y abrí la boca para protestar,pero Adrien me dijo:-Después.Me llevó hasta el último rincón del jardínsin decir una palabra y al fin se dignó amirarme. Estaba sumamente nervioso.-El padre Anastasio tiene razón -habló alfin, tragando en seco. Lo miré, arqueandolas cejas.-¿Mi honor peligra contigo? -pregunté,mordiéndome el labio para no reír.-Sí -respondió, y yo di un respingo-. ¡No!

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Bueno, no se trata de eso, en realidad.Adrien estaba balbuciendo y habíaenrojecido por primera vez, cosa que meparecía en extremo divertida.-¿De qué se trata, entonces? -inquirí.Adrien pareció recuperar la compostura.-Yo... Martina, deseo saber hasta quépunto los momentos de terror que pasastepor mi causa en el castillo de Erzsébet teafectan aún.Ése sí que era un tema diferente.-Me encuentro feliz, ahora que la pesadillaha terminado... –respondí con sinceridad,pero sin comprender a dónde queríallegar.-¿Me temes?Su seriedad me conmovió.-¿Temerte? Pero, Adrien, ¿qué dices?

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¿No sabes, acaso, que el saberte cercame da serenidad? Si no fuera por ti, nopodría sentirme a salvo, aun ahora que lacondesa ha muerto. Antes que nada, eresdueño de mi entera confianza.Adrien me tomó entonces de las manos yme miró de forma extraña.-Hay algo que debes saber. Algo que hedescubierto y que quizá podría hacertecambiar de parecer en cuanto a ese votode confianza que acabas de hacerme.-¿De qué se trata? -pregunté, sintiendo unligero escalofrío.-Espero que no temas estar a solasconmigo a causa de esto, Martina.Lo miré unos instantes, tratando deadivinar qué escondía, pero su expresiónera inescrutable.

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-Creo que, especialmente después de loocurrido en el castillo, puedo decir conplena convicción que me fío más de ti quede mí misma, Adrien -dije, al fin.Adrien se acercó entonces a mi oído ydijo:-Aún soy vampyr.

Los señores Kamény jamás han conocidoa su nieto, el hermoso hijo de János yVivéka, ni tampoco han vuelto a sabernada de esta última.Los vi en un par de ocasiones en que mepaseaba con Adrien por las calles de míhermosa Budapest, perla del Danubio:lucen infelices y amargados, y siguensiendo los mismos que trataron a su hijacon tanta crueldad. Adrien, quien leyó sus

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pensamiento sin querer, me dijo que laseñora Kamény se había sentidoincómoda en mi presencia, puesconsidera que la desaparición de Vivékaha insultado a mi familia. El señorKamény no siente más que rencor paracon su hija y se enferma cada vez que sunombre es mencionado, por lo que nopude menos que preguntarle si habíatenido noticias de ella, sólo para tener elplacer de verlo adquirir el más verde delos semblantes.-Eres perversa, Martina -bromeó Adrien,riendo por lo bajo mientras el señorKamény se alejaba de nosotros,perdiéndose entre los transeúntes deMargitsziget.A pesar de que he insistido mucho para

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que János y Vivéka se muden a una demis propiedades del campo, ellos hanpreferido seguir llevando la vida nómadaque los hace tan felices en compañía desu amada familia gitana. Tengo queconfesar que esto, en gran parte, mefavorece, pues me da la oportunidad de ira visitarlos al campamento con relativafrecuencia: hay pocas personas másalegres y especiales que ese maravillosogrupo de gitanos y, cuando se aproxima elverano, me encuentro invariablementecontando los días para escuchar lashistorias fantásticas que la madre deJános narra en las noches de luna llena.En cuanto al horrendo castillo de Csejthe,he traspasado los títulos de propiedad alEstado. Como Tomás vendió su

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propiedad en el poblado muy pocodespués de nacer su nieto, ninguno denosotros tiene motivos para regresar aesos desgraciados parajes que han vistomorir a nuestros enemigos en ya dosocasiones.El doctor Goldberg, por su parte, fueentregado a la justicia y ha sidocondenado a pasar el resto de sus díasen una sucia prisión por su complicidaden los crímenes perpetrados por Ujvaryen París, además de otros tantos quehabía llevado a cabo por cuenta propia ensu práctica de medicina. El Da Vincimacabro, como lo han apodado enFrancia a causa de las espantosasdisecciones ilegales que le han sidoatribuidas, jamás volverá a ver la luz del

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sol.Cuando Adrien me llevó a conocer aWilliam en Irlanda, éste no podía creerque un galeno hubiese recibido sumerecido.-Intentamos corregir por medio del artemedicinal los monstruosos experimentosque suelen llevar a cabo los alópatas y losherbolarios, aunque no siempre estamosa tiempo. La humanidad parece quererenceguecerse ante la inextinguibleevidencia que grita en contra de estosverdugos que se hacen llamar salvadoresde vidas, ¡todo esto a pesar de mandar ala tumba a más gentes que ningúnvampyr!William no comprendía que Adrien fueravampyr y humano a la vez, sobre todo

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ahora que Erzsébet había muerto.-La verdad es que yo tampoco locomprendo -dijo Adrien-. Simplemente, esasí. Pero puedes estar seguro, mi muyestimado William, de que no siento ningúndeseo de beber sangre humana.-¿Cómo sabes, entonces, que siguessiendo vampyr? -preguntóWilliam, desconcertado.-Jamás perdí los poderes que habíaadquirido -explicó Adrien-.Puedo verlo todo con nitidez en la másabsoluta oscuridad, poseo el don deescuchar cosas que otros no y, de vez encuando, puedo leer los pensamientos deotras personas -dicho esto agregó en vozbaja, guiñándole un ojo a William-: Me esmuy útil en lo que concierne a Martina,

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quien es tan impetuosa. También, enalgunos momentos de ira, he sentido quemis colmillos se alargan y que poseofuerzas capaces de acabar concualquiera.... pero es una reaccióninstintiva de ataque que tengo bajocontrol.-¿Crees que puedas llegar a desearalimentarte de la sangre de otros mortalesen el futuro? -preguntó William,entrecerrando los ojos.-Si así lo desease, podría hacerlo ahoramismo... -repuso Adrien, sus ojos grisesoscureciéndose- pero no es el caso:siento gran afición por los cereales.William rio largamente y los tresbrindamos por el gran éxito de su clínicahomeopática mientras su amable esposa,

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Cecile, descansaba ya en la habitaciónvecina.-No creo que sea conveniente que Cecilese entere de mi... condición-dijo Adrien, suplicando la prudencia de suamigo.-Mis labios están sellados, mi amigovampyr -respondió Williaminmediatamente.Sabía que podía confiar en ti antes; estono ha cambiado en lo absoluto nicambiará jamás, William -dijo Adrien.-¿Lo sabes porque puedes leer mispensamientos? -preguntóWilliam, sonriendo.-No. Lo sé porque eres un verdaderoamigo -dijo Adrien con toda seriedad.La negra noche de los Alpes se extendía

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sobre las ramas del árbol que crece frenteal edificio donde está mi antiguahabitación de Sainte- Marie-des-Bois, y lasuave bruma lo acunaba con dulzura. Elnuevo árbol brotó de la nada muy pocodespués que hubiéramos depositado lacruz Patriarcal bajo la tierra de la colina,en una hermosa ceremonia oficiada por elpadre Anastasio el mismo día en quecumplía los 107 años de edad. Tres añosdespués, este nuevo árbol, fuera de serun poco más pequeño que el que estuvoun día en su lugar, se asemeja tanto alanterior que bien podría decirse que es elmismo que pude admirar tantas vecesdesde mi ventana.-Es el hijo de tu árbol -me dijo Adrien,sonriendo.

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-Lo sé -respondí, y ambos nos quedamoscontemplándolo en silencio largo tiempobajo la luna roja de octubre. 

FIN