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V Jornadas Abiertas de Adolescencia 2011: Pertenencias y Procesos de Subjetivación en las Adolescencias Laboratorio de Adolescencia. Asociación Psicoanalítica del Uruguay Daniel Nemeth Comentarios al trabajo de Marcelo Aprile sobre Adicciones 1 Voy a tomar algunos aspectos del trabajo de Marcelo, relacionados especialmente a la problemática en el abordaje de pacientes adictos a las drogas. Entiendo que es un tema difícil, por momentos esquivo a los psicoanalistas, sobre todo por el carácter inevitable de las actuaciones de estos pacientes, a las fallas en la simbolización, con frecuencia al escaso espesor psíquico para el trabajo propiamente analítico y lo que convoca en el analista. Me pareció muy pertinente que se haya detenido en los momentos iniciales porque se centran ahí un conjunto de dificultades que es importante analizar. ¿Por qué consulta un adicto? Aquí a diferencia del sistema clasificatorio expuesto en el trabajo en cuanto a adictos leves, moderados y graves, me resulta más útil hacer la división entre consumidores y adictos, sabiendo que la frontera entre uno y otro es difusa; hay un momento donde el uso de drogas se vuelve ingobernable, hay un desenganche, una pérdida de soldadura respecto del Otro del lenguaje (el acto más allá de la palabra, sin historia) Volviendo a la pregunta, agrego: ¿cómo se aborda a un paciente donde la demanda, en lo manifiesto, se arma en función del producto, y no sobre una incógnita? O más claramente: ¿cómo es el abordaje en un inicio de alguien que no logra salir de la lógica de la urgencia, de las permanentes actuaciones, de la compulsión insoportable? En las adicciones parece no haber interioridad, enigma, se encuentra hundido en una monotonía implacable, siempre lo mismo (se droga, espera que se vayan su efectos para volver a drogarse) Si la causa de la adicción es la droga: ¿cómo se trata ese objeto? ¿Cómo se trata a alguien que se define por su marca, su estigma, “soy un adicto”, “soy un enfermo? Hace de su síntoma su nombre. Su ser es definido por su acto. Esta ilusión de plenitud, es lo que le permite sustraerse a la contrariedad de la falta y así considerarse como un sujeto no dividido, no barrado. Las adicciones parece tener menos que ver con la teoría de la carencia, o de la falta constituyente que con llenar un hueco. Finge saturar el deseo: no hay pérdida, 1 Taller: “Usos problemáticos de sustancias: desafíos para la escucha analítica” con la presentación de Marcelo Aprile (APU): “De fisuras y puentes”. Comentaron: Cristina López de Caiafa (APU) y Daniel Nemeth (APU) Coordinó: Natalia Rossi 1

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V Jornadas Abiertas de Adolescencia 2011:Pertenencias y Procesos de Subjetivación en las AdolescenciasLaboratorio de Adolescencia. Asociación Psicoanalítica del Uruguay

Daniel Nemeth

Comentarios al trabajo de Marcelo Aprile sobre Adicciones1

Voy a tomar algunos aspectos del trabajo de Marcelo, relacionados especialmente a la problemática en el abordaje de pacientes adictos a las drogas. Entiendo que es un tema difícil, por momentos esquivo a los psicoanalistas, sobre todo por el carácter inevitable de las actuaciones de estos pacientes, a las fallas en la simbolización, con frecuencia al escaso espesor psíquico para el trabajo propiamente analítico y lo que convoca en el analista. Me pareció muy pertinente que se haya detenido en los momentos iniciales porque se centran ahí un conjunto de dificultades que es importante analizar. ¿Por qué consulta un adicto? Aquí a diferencia del sistema clasificatorio expuesto en el trabajo en cuanto a adictos leves, moderados y graves, me resulta más útil hacer la división entre consumidores y adictos, sabiendo que la frontera entre uno y otro es difusa; hay un momento donde el uso de drogas se vuelve ingobernable, hay un desenganche, una pérdida de soldadura respecto del Otro del lenguaje (el acto más allá de la palabra, sin historia)

Volviendo a la pregunta, agrego: ¿cómo se aborda a un paciente donde la demanda, en lo manifiesto, se arma en función del producto, y no sobre una incógnita? O más claramente: ¿cómo es el abordaje en un inicio de alguien que no logra salir de la lógica de la urgencia, de las permanentes actuaciones, de la compulsión insoportable?

En las adicciones parece no haber interioridad, enigma, se encuentra hundido en una monotonía implacable, siempre lo mismo (se droga, espera que se vayan su efectos para volver a drogarse)

Si la causa de la adicción es la droga: ¿cómo se trata ese objeto? ¿Cómo se trata a alguien que se define por su marca, su estigma, “soy un adicto”, “soy un enfermo? Hace de su síntoma su nombre. Su ser es definido por su acto. Esta ilusión de plenitud, es lo que le permite sustraerse a la contrariedad de la falta y así considerarse como un sujeto no dividido, no barrado. Las adicciones parece tener menos que ver con la teoría de la carencia, o de la falta constituyente que con llenar un hueco. Finge saturar el deseo: no hay pérdida,

1 Taller: “Usos problemáticos de sustancias: desafíos para la escucha analítica” con la presentación de Marcelo Aprile (APU): “De fisuras y puentes”. Comentaron: Cristina López de Caiafa (APU) y Daniel Nemeth (APU) Coordinó: Natalia Rossi

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por lo tanto resignación, entonces tampoco duelos. Pretende saciar lo imposible a partir de la hipersaturación.

El adicto no sufre de lo que no entiende, sino de las consecuencias del acto de drogarse. No sufre del acto, en todo caso es su entorno el que lo padece, y lo mandan a tratarse. En casos extremos es el poder judicial que lo hace. Se lo disputan o pivota entren dos poderes: el médico y el jurídico policial

Marcelo se pregunta: ¿cuándo estos pacientes deciden parar y que los lleva a parar? Observa con agudeza que algunos de los motivos son las crisis graves, disolución de vínculos, pérdida de empleo, problemas legales, sobredosis las encargadas de romper el ilusorio equilibrio. Quiero enfatizar este punto; no alcanzan las palabras sólo sale del trance adictivo por un fuerte impacto que le da la distancia necesaria para poder suspender ese empuje mortal y suicida. Es el cuerpo que goza, no él. La verdadera amenaza y la verdadera muerte es el Goce mortífero, esa atmósfera uterina, esa suspensión del cuerpo sin tiempo.

Esa distancia que rompe el empuje conectivo con la sustancia, puede permitir hacer entrar al paciente en un dispositivo terapéutico que tenga la fuerza para contrarrestar la compulsión; me refiero, en parte a la intervención en crisis (respuesta inmediata por el compromiso o peligro físico, psíquico y social) que apunta a internar para desintoxicar al paciente, de brindarle la contención y la ayuda para pasar el síndrome de abstinencia y la posibilidad además de entrar en un proceso de rehabilitación. Otra opción, si el paciente no quiere internarse y cuenta con contención familiar, es construir un dispositivo lo suficientemente sólido que lo ayude a tolerar el síndrome de abstinencia. Aquí somos directivos. Más adelante, una vez superada esta etapa importa tener presente como dice Marcelo la fisura o el craving, donde la posibilidad de recaídas es inminente.

La fisura, el craving, las recaídas parece constituir la piedra fundante de una serie de procedimientos terapéuticos (o puentes) que apuntan, en este caso, al cuerpo y la conducta. Me refiero en este punto, a las comunidades terapéuticas, Centros de día, AA y NA, apoyo psiquiátrico que buscan a través de medidas y prácticas correctivas de la conducta obtener un cuerpo disciplinado y obediente. En este contexto es que próspera la noción de adicción como trastorno y enfermedad. La idea de trastorno presupone el funcionamiento correcto de algo, por lo tanto se trata de una disfuncionalidad que hay que corregir. Importa la vigilancia y su efecto duradero, saberse vigilado. Utopía de una total visibilidad. Todo tiene que estar transparentado, se prioriza además el examen de conciencia o testimonio. No hay nada a descifrar. Es una verdadero dispositivo obsesivo paranoide, lleno de reglas, rituales, verificaciones (que vienen de afuera), que se levanta o edifica ante la amenaza de la fisura o la recaída (en la comunidad terapéutica la recaída; AA y NA la tentación; en algunas iglesias evangélicas el diablo) Para nosotros la lucha entre el goce y la prohibición, o el superyo y el ello. No parece haber un yo que le pueda mandar una señal de angustia al aparato. Cuando

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escuchamos asombrados que algunos adictos se consideran enfermos crónicos, después de muchos años de abstinencia, me parece que tiene relación a esta polaridad. No pueden bajar la guardia, tienen que estar permanentemente alerta. Parece que ya él es un cuerpo obsesivo lleno de orden y disciplina para evitar la recaída.

Supone, entonces, una lógica de dos elementos: el adicto que goza o busca gozar y la amenaza (castración) o la vigilancia que quiere sacarlo de ese empuje. Estos dos elementos son exponenciales: lo vemos en las comunidades terapéuticas, en la relación padres e hijos, incluso en la relación transferencial con el analista: la relación imaginaria entre alguien que quiere transgredir y otro que quiere evitarlo. Esta escena puede repetirse al infinito y tiende a durar un tiempo en el tratamiento. Lo importante es crear, como dice Marcelo, un espacio, no sólo una distancia, que el adicto no sólo reconozca la amenaza, el peligro, sino que la entienda. Implica un lugar tercero que se ve viendo el juego en el que se encuentra. Es conciencia de peligro y muerte. Salir del plano dual, agonístico, ligado siempre a la inmediatez para pasar a la terceridad, pudiendo dar un sentido.

En esta misma línea, Marcelo nos dice que en ese existir descontrolado del adicto, hay una pérdida, casi un borramiento de la subjetividad, una abolición del sujeto. El adicto es todo sensorio, estesias: todo parece clavarse o impactar en el cuerpo donde las palabras no tienen enganche. Y se pregunta qué hacer como analistas. Agrega, “la situación es tan sórdida que pide al analista “un hacer” Hacer es propiciar un espacio de escucha muy activa, vital”. Me quiero detener en primer lugar en el lado activo del analista. Transformar esa urgencia, ese existir sensorio en una demanda de análisis, parece lograrse después de un buen tiempo. El psicoanalista intenta hacerlo entrar en transferencia, es decir poner su malestar en forma de cuestión que busca una respuesta. Que pueda problematizar lo que le pasa, hacerlo entrar en búsqueda de sentido, estimular el saber de sí, hacer surgir una curiosidad interpretativa acerca de sí mismo. Importa menos los sentidos posibles a su padecimiento que el que pueda internalizar la operación, la posibilidad misma de producir sentidos. La interpretación también apunta a descompletarlo. Lo hacemos hablar porque pensamos que su discurso es interpretable, es decir que lo consideramos responsable de su padecimiento. Tratamos a la “víctima” (de la adicción) como responsable. No se puede analizar a quien le atribuye la causa de su mal a un objeto. Solo podemos analizarlo si logramos lo que Lacan llamaba rectificación subjetiva, es decir un cambio de perspectiva de lo que le pasa. Constituye en algunos casos una verdadera tarea de ligazón, de hilar junto al paciente lo que está escindido, desmentido, relacionándolo con lo actual, con el pasado. Hacemos construcciones, traducciones, construimos psiquismo.

Desde luego que la adicción no es un síntoma, en el sentido psicoanalítico como formación del inconciente (aludiendo a esa vieja discusión entre enfermedad o síntoma), pero creo que debemos postularlo como síntoma, como un misterio a descifrar, que permita abrir a un discurso, a una zona de

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tematización, a una historia, a un pliegue sobre sí. Considerarlo así habilita a romper la ilusión de plenitud remitiéndolo al lenguaje. Es privarlo de un goce infinito para que pueda soñar con un reencuentro. Insisto, constituye un verdadero trabajo de construcción de un sujeto.

De ahí, que como procedimiento, el cuerpo pasa de ser un cuerpo observable y medible a entenderlo como un cuerpo que habla.

Por otro lado, Marcelo señalaba lo activo de la escucha del analista pero también lo vital. Por el fuerte componente autodestructivo y suicida de estos pacientes es fundamental nuestro compromiso libidinal, desearlo vivo, ofrecerse para la actualización de vivencias traumáticas primarias, a veces clivadas, de profundo desamparo, dolor y rabia. Que puedan acercarse en la situación transferencial a la relación con el objeto primario a veces demasiado fallante por ser un objeto-otro narcisista, indiferente, inaccesible, que no ha podido investirlo y reconocerlo y con frecuencia con una carga de hostilidad y filicida considerable. Poder proponer al paciente otro vínculo, aquel que nunca tuvo. Para esto hay que ser capaz de sobrevivir a esa transferencia por su alto monto de destructividad.

Otro aspecto a considerar y coincido con Marcelo, es en relación al duelo que tienen que hacer por el personaje: el personaje supone un conjunto de reacciones, patrones conductuales, formas de hablar (sociolectos, jergas) vinculados a la época de consumo y a su pertenencia a determinados grupos. Son como marcas de identificación, de pertenencia. La caída del personaje supone también el aflojamiento de la desmentida patológica, de la omnipotencia. Empiezan a reconocer los límites, a sentir miedo, desvalimiento y vulnerabilidad.

En cuanto a la carta de despedida del paciente de 30 años, muy bien escogida, parece indicar el puente construido, el tránsito desde un objeto fetiche, mudo, chato, asimbólico, o sin valor fálico a un objeto perdido, interno, un objeto inefable que dispara discursividad, restaurando el circuito del deseo. Supone el juego de sustituciones, condensaciones, metáforas. Se despide de la droga como si fuera una mujer: “Nena” ¿Quién es esa mujer? ¿Remite a la madre? ¿Puede al fin comenzar a representarla y no reemplazarla por un objeto inanimado?

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