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NÚM. 96 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO FEBRERO 2012 Ramón Xirau Poemas Hernán Lara Últimas palabras Adolfo Gilly Sobre Felipe Ángeles Jorge Volpi Sobre Krauze Ignacio Solares Sobre Vicente Leñero Jorge Flores y Matías Moreno La física en la UNAM Beatriz Espejo Virginia Woolf, otra vez Silvia Molina La trova yucateca Carlos Martínez Assad Marlene y el muro de Berlín Rosa María Fernández y Héctor Alfaro López Tesis y grados en la UNAM José Woldenberg Sobre José María Pérez Gay Jorge Tamés y Batta Sobre Ricardo Legorreta Reportaje gráfico Ricardo Legorreta Cuentos Ana García Bergua Arnoldo Kraus Ignacio Padilla Bruce Swansey Ramón Xirau Poemas Hernán Lara Últimas palabras Adolfo Gilly Sobre Felipe Ángeles Jorge Volpi Sobre Krauze Ignacio Solares Sobre Vicente Leñero Jorge Flores y Matías Moreno La física en la UNAM Beatriz Espejo Virginia Woolf, otra vez Silvia Molina La trova yucateca Carlos Martínez Assad Marlene y el muro de Berlín Rosa María Fernández y Héctor Alfaro López Tesis y grados en la UNAM José Woldenberg Sobre José María Pérez Gay Jorge Tamés y Batta Sobre Ricardo Legorreta Reportaje gráfico Ricardo Legorreta Cuentos Ana García Bergua Arnoldo Kraus Ignacio Padilla Bruce Swansey Universidad de Mexico REVISTA DE LA NUEVA ÉPOCA NÚM. 96 FEBRERO 2012 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO $ 40.00 ISSN 0185-1330 00 Portada febrero_00 Portada noviembre 1/25/12 5:23 AM Page 1

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NÚM. 9

6REV

ISTA DE LA

UNIVERSID

AD DE M

ÉXICO

FEBRER

O 20

12

Ramón XirauPoemas

Hernán LaraÚltimas palabras

Adolfo GillySobre Felipe Ángeles

Jorge VolpiSobre Krauze

Ignacio SolaresSobre Vicente Leñero

Jorge Flores y Matías MorenoLa física en la UNAM

Beatriz EspejoVirginia Woolf, otra vez

Silvia MolinaLa trova yucateca

Carlos Martínez AssadMarlene y el muro de Berlín

Rosa María Fernández yHéctor Alfaro LópezTesis y grados en la UNAM

José WoldenbergSobre José María Pérez Gay

Jorge Tamés y BattaSobre Ricardo Legorreta

Reportaje gráficoRicardo Legorreta

CuentosAna García BerguaArnoldo KrausIgnacio PadillaBruce Swansey

Ramón XirauPoemas

Hernán LaraÚltimas palabras

Adolfo GillySobre Felipe Ángeles

Jorge VolpiSobre Krauze

Ignacio SolaresSobre Vicente Leñero

Jorge Flores y Matías MorenoLa física en la UNAM

Beatriz EspejoVirginia Woolf, otra vez

Silvia MolinaLa trova yucateca

Carlos Martínez AssadMarlene y el muro de Berlín

Rosa María Fernández yHéctor Alfaro LópezTesis y grados en la UNAM

José WoldenbergSobre José María Pérez Gay

Jorge Tamés y BattaSobre Ricardo Legorreta

Reportaje gráficoRicardo Legorreta

CuentosAna García BerguaArnoldo KrausIgnacio PadillaBruce Swansey

UniversidaddeMexicoREVISTA DE LA

NUEVA ÉPOCA NÚM. 96 FEBRERO 20 1 2 UN IVERS IDAD NAC IONAL AUTÓNOMA DE MÉX ICO $40.00 I SSN 0 185 - 1 3 30

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Caminante, el peregrinoCervantes aquí se encierra;Su cuerpo cubre la tierra,

No su nombre, que es divino.En fin hizo su camino;

Pero su fama no está muerta,Ni sus obras, prenda ciertaDe que pudo a la partida,De ésta a la eterna vida,Ir la cara descubierta.

*

William Shakespeare muere también el 23 de abril de1616, unos días antes que Cervantes, debido a la dife-rencia entre los calendarios juliano y gregoriano, de unataque de neumonía a los cincuenta y dos años, luegode haber ingerido una buena ración de arenques y de ha -ber bebido suficiente vino del Rhin en compañía de susamigos Michael Dryton y el dramaturgo Ben Jonson.Sudó demasiado, se resfrió y murió, fue el parte. Sha-kespeare ya se había retirado del ambiente teatral y lle-vaba una vida sosegada, confortable y burguesa en suStratford-upon-Avon natal. Antes había dictado su tes-tamento en el que le dejó a su esposa Ann Hathawaycomo única herencia “su segunda mejor cama” y mueblesque la acompañaban. No hubo mayores frases cé lebresque signaran su paso por la vida aunque su verdadero

legado lo había dejado ya en su obra La tempestad, endonde se contemplaba a sí mismo como Próspero, elgran mago y manipulador de la vida y de las criaturasque comparten con él la isla. En el epílogo a esta obraPróspero se despide con las siguientes palabras:

Ahora se deshacen mis hechizosY no tengo más fuerza que la mía,

que es muy escasa…Ahora necesito espíritus que me ayuden

Arte para encantar;Y mi fin es la desesperación

A menos que sea aliviado por la plegariaQue penetra de suerte que toma por asaltoA la misma Piedad y toda falta condona

Del modo como vuestros pecadosbuscáis ser perdonados, haced que la indulgencia

me dé libertad con su clemencia.

William Shakespeare fue sepultado en la iglesia dela Santísima Trinidad de su ciudad natal y su epitafioen la tumba donde descansan sus restos, anónimo, re -gistra las siguientes palabras: “Buen amigo, por el amorde Dios abstente de extraer el polvo aquí encerrado.Bendito sea el hombre que respete estas piedras y mal-dito aquel que remueva mis huesos”, epitafio que pocajusticia le hace al hombre que, según Francis Bacon,después de Dios había creado más seres humanos quenadie. Pero su verdadero epitafio lo dejó en sus hermo-sos sonetos que en última instancia reflejan su creenciaen la supervivencia del arte sobre la muerte como cuan -do en el soneto número dieciocho dice, en la versión deFernando Marrufo:

Y la muerte no te nos llevaráSi en estos versos te mantengo vivo.Mientras el hombre lea, sé que sí,

Vivirán estas líneas, que te dan vida a ti.

O en el siguiente soneto cuando dice:

Así que cumple con tu deber viejoCronos aunque nos duelaPero mi amor sobrevivirá

Eternamente joven en mis propios versos

*

Samuel Taylor Coleridge, inspirado poeta y soñador ge -nial de la primera etapa del romanticismo inglés, tuvouna existencia desafortunada en el amor y llena de pro-blemas y desencantos causados, en gran parte, por su

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Anton Chéjov

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adicción al opio. Wordsworth, su gran amigo y coautordel Prefacio a las baladas líricas, tuvo en cambio una vi -da más plena y longeva pero nunca con la intensidad nila pasión de Coleridge. Wordsworth pugnaba por unapoesía en la que se recrearan las situaciones de la vidacotidiana, mientras que Coleridge buscaba el elementofantástico, sobrenatural y hasta diabólico en lo que escri -bía. Poeta y filósofo “en la niebla”, según su propia ex -presión (“in a mist”) fue considerado por Wordsworthcomo “el único hombre maravilloso que he conocido”.Conversador extraordinario que se describe en el cua-dro que le pintara Vandyke en 1795 de la siguiente ma -nera: “Mi modo de andar es extraño y mi aspecto reflejauna indolencia que esconde cierta energía… He leídocasi todo —rata de biblioteca— y me he enfrascado entodo tipo de libros raros sobre Metafísica, Poesía y He -chos de la mente. Como no puedo respirar por la nariz miboca, de labios abultados y sensuales, se mantiene siem - pre abierta. Soy un conversador apasionado”. CharlesLamb decía que Coleridge hablaba “divinamente” peroque era como “un arcángel lastimado”. Lo mejor de supoesía: La rima del viejo marinero, Kubla Khan, Chris-tabel, Escarcha a medianoche y su Oda al abatimiento, loescribió durante el año y medio que frecuentó a Words-worth en el Lake District entre 1797 y 1798. Coleridgemurió a los sesenta y dos años pero desde los veintiséisya había publicado lo más importante de su produc-ción y por lo mismo algunos piensan que el poeta falle-ció media vida antes de que muriera el hombre. Su caó-tica energía y sus debilidades por el opio, el alcohol ylas depresiones amorosas lo convirtieron en un poetaexcéntrico, disperso y acabado antes de tiempo. Su epi-tafio, escrito más para cerrar la edición de su poesía com -pleta que para su tumba, dice así:

Detente cristiano caminante. Detente hijo de Dios.Y lee con amable atención: Bajo esta lápida

yace un poeta o lo que quedó de lo que una vez fue.Ah eleva una plegaria por el alma de S.T.C.

Para él que agotó su aliento a través de los añospara encontrar la muerte en viday halle ahora la vida en la muerte

Piedad como recompensa y el perdón en vez de famaEso le pidió y esperaba de Cristo. ¡Haz tú lo mismo!

*

Ich Sterbe (“Me muero”, en alemán) fueron las últimaspalabras que pronunciara Antón Chéjov, luego de haberbebido una copa de champaña con la que finalmente seconvirtiera en su esposa, la actriz Olga Knipper. Ché-jov padecía una grave tuberculosis que se había exten-dido al corazón y al intestino, así que a principios del

verano de 1904 se vio en la necesidad de viajar desdeRusia en compañía de su flamante mujer a Badenviller—una ciudad balneario de Alemania en la Selva Ne -gra— por recomendación de su médico en Yalta, en loque sería el último viaje de este infatigable nómada. Alauscultarlo el médico alemán diagnosticó que sus pul-mones podrían resistir todavía unos cuantos meses peroque su corazón se encontraba ya muy débil. Pocas horasantes de morir, Chéjov bromeaba con su esposa en elcuarto del hotel donde se hospedaban una cálida tardecontándole uno de esos cuentos humorísticos tan afinesa su temperamento cuando sintió que empezaba a fal-tarle el aire. Olga iba a solicitar un tanque de oxígenopero Chéjov la disuadió argumentando que tal vez lle-garía demasiado tarde, así que le pidió que mejor orde-nara una botella de champaña. “Hace tiempo que se meantoja”, comentó. Olga pidió la mejor botella que tu -vieran en el hotel y una vez que llegó en la champañe-ra rebosante de hielo ordenó que la descorcharan y sesirvieron en copas de cristal cortado. Brindaron, Ché-jov bebió un trago. Sintió cómo el líquido dorado, he -lado, seco y burbujeante entraba por su boca y resbala-ba lentamente por su pecho hasta llegar a su estómagopara refrescarlo gratamente. En ese momento entró enuna breve alucinación: “¿ya partió el marinero?”, pre-guntó y acto seguido dijo: “me muero”, primero en ru -so, después en alemán. Ése fue el poco sutil y último co -mentario de quien fuera el más discreto y humano delos escritores. Olga comentaría después que en ese mo -

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William Wordsworth

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mento “su rostro se vio súbitamente joven, apacible, casifeliz”. El conde Tolstoi, cuando lo visitó al enterarse deque se encontraba grave, todavía en una clínica de Mos -cú había observado antes: “¡Qué hombre más hermosoy magnífico: modesto y callado como una niña! ¡Esmaravilloso!”.

En su obra Tres hermanas Chéjov había puesto enboca de Olga, una de las hermanas, el siguiente parla-mento: “Con el tiempo nos vamos a ir para siempre yseremos olvidados. Nuestros rostros serán olvidados aligual que nuestras voces y lo peor es que nadie recordarásiquiera cuántas éramos”. Para él no había más reme-dio ante las inclemencias de la vida que trabajar y tra-bajar. En su obra El tío Vanya había escrito: “Trabajare-mos para los demás sin ningún reposo y cuando nosllegue la hora, moriremos con resignación y allá abajo,en la tumba, diremos que hemos sufrido, que hemos llo -rado, que nuestra vida fue amarga. Dios tendrá piedadde nosotros y gozaremos de una vida clara hermosa, ex -quisita; nos alegraremos y consideraremos las penas deotro tiempo con una mirada llena de emoción y ternu-ra sonriente… Y descansaremos”. Pero en su obra deladiós, El jardín de los cerezos, escrita cuando ya estabamuy enfermo, el personaje Firs, viejo cuidador del cere-zal que se ha quedado completamente solo, afirma: “Lavida ha pasado como si yo no hubiese vivido… Voy aecharme un poco…”. A lo largo de toda su obra Ché-jov abordó el tema de lo transitorio de la vida, de lo ine -vitable de la muerte y del sinsentido del futuro. Peroesos oscuros pensamientos se los deja a quienes han lle-gado a cierta edad luego de muchos trabajos y sinsabo-res y así el sentimiento de vacuidad logra tornarse enuna suerte de riqueza intelectual.

El regreso del féretro de Chéjov a Moscú tuvo un to -que de ironía chejoviano. Su ataúd viajó de Alemania aRusia en un vagón del ferrocarril que llevaba el letrerode “ostras frescas” y al llegar a Moscú sus dolientes se con -fundieron al escuchar a una banda militar que tocabaen honor de un militar que también había muerto ysiguieron al cortejo equivocado. “Así tratan en Rusia asus grandes escritores” fue el sarcástico comentario deMáximo Gorki.

*

Para ser congruente hasta el final de su vida de dandy,con su incomparable sentido del humor y como el reyde las paradojas, a Oscar Wilde se le atribuyen las si -guientes palabras, pronunciadas al ver la pared de colorrojo del café Hotel Alsace, donde bebía un poco de ajen -jo para mitigar su dolor, como si hubieran sido las últi-mas: “Este papel tapiz y yo estamos enfrascados en unduelo a muerte. Uno de los dos tiene que desaparecer”.

La enfermedad letal de Wilde no estuvo bien diagnos-ticada: se manifestó primero como una erupción por to -do el cuerpo que terminó con un grave absceso en eloído, aunque Richard Ellmann, su biógrafo, opina quesu muerte se debió a una secuela de sífilis que contrajodurante la juventud. Wilde, efectivamente, no perdióni el sentido del humor ni el anhelo de vivir pero eso tam -poco le impidió darse cuenta de las consecuencias delos agravios que le había infligido a la sociedad ingle-sa: “Estoy muriendo irremediablemente. No pasaré deeste siglo. Los ingleses no me lo permitirían… si medieron la espalda cuando me vieron tan bien vestido ytan contento”. Los últimos momentos de su vida sondifíciles de definir. Al final de su enfermedad, Wilde dejóde seguir las órdenes de su médico y le dio ciertas ins-trucciones a su gran amigo Robert Ross para que lasejecutara después de su muerte: que pagara sus deudas,que se publicara su libro De Profundis, que eligiera unatumba en Père-Lachaise para que lo enterraran. Para esemomento ni la morfina ni el opio mitigaban sus dolo-res, así que bebía champaña todo el día. Cuando la si -tuación se agravó, Robert Ross dudó entre llamar o noa un sacerdote católico para asistir a su amigo que se en -contraba al borde de la muerte. Wilde había queridoconvertirse al catolicismo desde que era niño pero su pa -dre se lo impidió; cuando Wilde entró en coma su amigotrajo a un sacerdote y le preguntó a Wilde si deseaba re -cibir los últimos sacramentos del catolicismo. Ya no pudocontestar y sólo levantó la mano, no se sabe bien si enseñal afirmativa o negativa. El sacerdote procedió, lo bau -tizó de manera condicionada y le administró los últimossacramentos cuando Wilde ya se encontraba to tal men -te inconsciente. Antes, cuando un amigo le habló de lavida después de la muerte él había comentado: “No haymás infierno que éste: un cuerpo sin un alma, un almasin un cuerpo”. Originalmente lo enterraron en el pan-teón de Bagneux y nueve años más tarde sus restos fuerontrasladados, según sus instrucciones, al célebre ce men -terio de Père-Lachaise. Su tumba luce una esfinge es -culpida por Jacob Epstein y su epitafio reza así:

Lágrimas ajenas sanarán por élLa pena de un alma ha mucho destruidaPorque sus dolientes serán los parias

Y los parias siempre penan

Pero tal vez las que deben considerarse como sus úl -timas palabras son las que escribió en su famoso poe maque lleva como título Balada de la cárcel de Reading:

Todos los hombres matan aquello que aman.Escúchenlo bien: algunos con una mirada cruel

Otros con obsequiosas palabrasEl cobarde con un beso y el valiente con la espada.

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James Joyce, el gran artífice de la palabra, muere luegode la operación de una úlcera en el duodeno el 13 deenero de 1941 en Zurich, sin pronunciar mayor frasesalvo la de pedir que Nora, su esposa, y su hijo Georgeestuvieran con él, deseo que no se cumplió porque am -bos llegaron quince minutos después de su fa lleci mien -to. Sin embargo, en su última novela, la inexpugnablee intraducible Finnegan’s Wake me encuentro con quela frase final representa de alguna manera el adiós deJoyce al mundo, pues su personaje principal al desper-tar del letargo que se narra durante toda la novela sedespide con las siguientes palabras que nos propor cio -nan el sentido afirmativo que Joyce mostrara siem pre enfavor de la vida:

“Onetwo moremens more. So. Avelaval. My leaveshave drifted from me. All. But one clings still. I’ll bearit on me. To remind me of. Lff! So soft this morning,ours. Yes”.

Que me permito traducir aquí a manera de despe-dida tratando de evocar los recursos joyceanos vertidosal español:

“Undos morimentos más. Ya. Ahístán. Mis hojas mehan abandonado. Todas. Sólo una se me aferra. Me laquedo. Para acordarme de. Vid. Qué hermosa la maña-na, nuestra. Sí”.

*

A la luz de Stevenson las últimas palabras de los escri-tores citados adquieren un significado más amplio, másrico y más azaroso. En otro ensayo, titulado “AETriplex”,Stevenson hace la siguiente reflexión: “¿Quién tendríael suficiente corazón para vivir si supiera de antemanoque tendrá que enfrentar la muerte?… Es mejor perderla salud como un manirroto que conservarla como unmiserable. Es mejor vivir intensamente hasta el final quemorir poco a poco en un sanatorio. Así que empieza tucuenta regresiva. Aun si el médico te diagnostica un añode vida o apenas un mes haz un esfuerzo valiente y vequé puedes lograr en una semana. No es sólo aquello queconcluimos a lo que debemos llamar trabajo producti-vo. Existe un espíritu en lo que se emprende que sobre-vive a su ejecución. Todos los que han empeñado en sutrabajo todo su corazón han realizado una buena laboraunque la muerte los sorprenda antes de que tengan laoportunidad de concluirla. Cada corazón que late fuertey vigoroso deja un impulso de esperanza en el mundo ymejora la tradición de la humanidad”. Stevenson afirmaasí, como Chéjov, que el trabajo debe ser el impulso mo -tor de la vida y su gran mensaje es la sobrevivencia del es - píritu sobre el cuerpo. “Nuestro propósito en la vida no

es triunfar sino seguir luchando con presencia de áni -mo”, escribió en otro ensayo. Robert Louis Stevenson,que desde joven padeció tuberculosis y que toda su vi -da fue de constitución delicada y enfermiza, lo cual lollevó a elegir a la isla de Samoa para vivir en un climacálido a nivel del mar, murió, contra todas las predic-ciones, de un súbito infarto cerebral un 3 de diciembrede 1894. Según relatara Laura Hinkley en la biografía delos Stevenson, Louis estaba ayudando a su esposa Fannya preparar una ensalada para la cena en la veranda de sucasa para organizar un pequeño convivio con algunosamigos y el resto de la familia. Bajó por una botella deBorgoña a su cava y estaba charlando alegremente cuan -do de pronto se puso ambas manos sobre la cabeza yexclamó: “¿Qué me pasa?”. Acto seguido se desvanecióa los pies de su esposa. Llamaron a varios médicos quenada pudieron hacer y Stevenson murió, como lo ha -bía previsto en su “Sermón de navidad” de repente y sinpronunciar palabra. Fueron los aborígenes de Sa moaquie nes besándole la mano se despidieron de él con lafra se Tofa Tusitala (Duerme narrador). Esos mismoshom bres le construyeron en la cima de la isla una tum -ba con dos placas de bronce, una escrita en la lengua deSamoa y en la otra está el epitafio del propio Stevenson:“Aquí yace Él donde quería estar: / El marinero en casa, enla casa del mar, / Y el cazador en la casa del monte”.

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Oscar Wilde

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