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Una veinteañera pasa en limpiosus conversaciones en elmensajero con un hombremaduro, Elortis, el hijo delpsicólogo Baldomero Ortiz. Elhombre destapa la crisis queatraviesa, alimentada por laruptura con su expareja y lasdudas sobre la verdaderaocupación de su padre, perotambién iluminada porrevelaciones importantes sobre

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su vida y el mundo que lorodea. La novela comienzacuando Elortis y su exsocioSabatini vuelven de Mar delPlata, donde participaron en elprograma televisivo de MirthaLegrand.

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Adrián Gastón Fares

IntransparenteNovela

ePub r1.1afares 18.03.18

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Título original: IntransparenteAdrián Gastón Fares, 2018. Copyright,Adrián Gastón FaresDiseño de portada: Santiago Cooonde

Editor digital: afaresePub base r1.1

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Primera Parte

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Capítulo 1

El día que lo conocí hacía casi dosmeses que me había peleado con minovio y no estaba de buen humor.Una vez que nos presentamos, dedónde sos, qué estudias, y despuésde avisar que me triplicaba enedad, y también en mal humor esedía, me confesó que, a pesar detodo, su vida había sido radiantehasta los cuarenta y que meencontró de casualidad, mezclando

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las letras del hotel de Mar del Plataen que lo habían metido durante lagira de presentación de su libro.Por un momento pensé eneliminarlo al instante, chau Ortiz,yo no hablo con gente que noconozco, menos con los que, cuandoestán aburridos y tristes, se entregana inocentes juegos de azar, comovos dijiste, y no estoy segura quéhubiera ganado con eso. Era máspendeja que ahora y la vida para míera un aburrimiento constante,

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todavía no había entrado en laépoca de las revelaciones diarias,ésa donde te lleva el peso delaburrimiento que te atan en laspiernas o que te atás en las piernashasta que vas cayendo y te dascuenta que, sumergida, hay unaciudad que es reflejo de la superior.Hola, ciudad sumergida, saludás, yempezás a rearmar tu vida como sitodo fuera nuevo y el peso nopesara, pero es que tus músculos yaestán entrenados. Y ahí empieza lo

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bueno.Amaba a las mujeres, no podía

estar sin ellas, aunque eran unasmanipuladoras de nacimiento lasminas, decía Ortiz muy seguro de símismo, y esa seguridad era a la queme prendía las noches quehablábamos hasta las cinco de lamañana, increíble. Ortiz la tenía tanclara, y decía que por eso el mundose le venía encima cada vez queabría la boca. No tardé en descubrirque hablaba conmigo porque era la

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única que lo respetaba. Y eso que,por lo que decía, mujeres no lefaltaban. Por la foto parecía detreinta y tantos. En realidad, teníacuarenta largos. Era lindo y semantenía en forma. Y aunque erainteligente, entusiasta y decidido,estaba perdido. No lo deduzco yo,que estaba perdido. Él lo repetíaseguido en nuestras primerasconversaciones. Y como en esemomento yo también estaba perdidaen la vida, nos entendíamos. Como

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ya dije, no estoy muy segura de loque pude haber ganado al conocer aOrtiz. Y como, más que nada,extraño sus opiniones, y comoguardé las conversaciones que teníacon él, se me ocurrió ir leyéndolasa ver si logro entender algo de esaépoca de mi vida. Ahora, porejemplo, puedo leer que en laprimera charla decía casi a losgritos, en mayúscula, que estabatriste, cuando le pregunte por qué,me respondió que los hombres ya

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no iban a encontrar un lugar dondelas mujeres estuvieran en estadosalvaje, y que como a él le gustabanlas castañas de ojos claros,encontrar a una castaña de ojosclaros en estado salvaje, deespaldas, bañándose en un río, eramuy improbable. A lo sumo habríaalguna comunidad perdida en elAmazonas decía Ortiz, pero seríantodas negritas y la sociedad lohabía acostumbrado a las casirubias. Las rubias del todo, las

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platinadas, no le gustaban.Claramente, él no creció con elfuror latino en Hollywood y en laspelículas pornos, como miscompañeros de trabajo. Ahora lamayoría no se fija en las rubias.Mejor para mí. Pero él estaba triste,al hombre le habían robado parasiempre el correr por los pastosaltos con una rubia salvaje. Yencima, ante mi disconformidadhacia sus palabras, carita dedecepción, los ojos bien abiertos y

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por boca una línea, agregó que loshombres habían preservado laesencia de su sexualidad, elcontenido iracundo, irracional yvolátil, pero que las mujeres habíanevolucionado hacia una nuevaperversión. Nos hacíamos lasbuenitas con todos. No quería másamigas. Yo pensaba que ese tipo eraun viejo irresponsable, baboso,condenado a la soledad por lomujeriego que era, y estaba, unpoco por lo menos, equivocada.

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Ortiz había estudiadopsicología, aunque nunca ejerció, ymucho tiempo después, casi porcasualidad, se convirtió en escritor.La embocó con un libro queescribió sobre casospsicoanalíticos. La intención habíasido divertirse y, si tenían suerte,hacer algo de plata, pero adiferencia de ese tipo de libros,creó —a partir de la mismarealidad— dos o tres personajesfuertes, únicos y la gente ahora

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apodaba a los amigos con losnombres de esos personajes. Lossuplementos culturales de losdiarios Clarín, La Nación, Página12 y Perfil escribieron notas sobreel libro y también salió unaentrevista a los autores en laRolling Stone. La investigaciónpara el libro la había realizado susocio y amigo, Emiliano Sabatini,el psicólogo con el que tenía unaempresa de libros audibles. Cuandolo conocí, Ortiz acababa de volver

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con su socio de Mar del Plata,donde habían sido invitados paraparticipar, en una mesa deescritores, en el programa detelevisión de Mirtha Legrand. Ortizy Sabatini se habían negadoprimero, pero después pensaron quela mini gira de verano, que incluíaun encuentro sobre literatura ypsicoanálisis en Villa Victoria,favorecería las ventas del libro, yfinalmente aceptaron viajar contodo pago.

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Al principio, y después de esanoche que dijimos másformalidades que otra cosa, salvopor el comentario desubicado deOrtiz de las mujeres salvajes casirubias, hablábamos más de músicay salidas. Aunque no lo crean, Ortizseguía saliendo con su amigo de launiversidad, Romualdo. A vecesiban a boliches, con intención dedivertirse entre amigos más quenada, recalcaba… Hacía más de unaño que los dos, con pocos meses

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de diferencia, casualmente, sehabían separado de sus novias.Como ya dije, yo estabaembarullada; también me habíaseparado hacía poco. Ortiz habíaestado ocupado terminando el libroy cuando se vio con un poco detiempo, aburrido y solo en lasnoches, me encontró. Con sussalidas a los boliches y todo, estabafuera de época. Algunos de su edadseguían de fiesta pero no secomprometían; él se aferraba a

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algunas personas y, aunque no legustaran demasiado, después nopodía dejarlas.

Muchas veces deliraba Ortiz;por ejemplo, declaraba de la nadaque a él le gustaba mirar losárboles porque, a pesar de quepensábamos que no teníanconciencia, eran seres tanconcentrados en lo suyo que nogastaban energías de más. Por esolos chicos temían a los árbolesgigantes. Pero a él lo asustaban las

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imágenes grandes de animales. Dechico había entrado en una carpaque proyectaba un documental de laselva en tres dimensiones, que enaquel entonces eran unas pantallaspuestas en semicírculo, y todavía nopodía sacarse de encima laimpresión. Lo mismo le habíapasado cuando sus padres lollevaron a uno de los primeroscentros comerciales. Se escapó porlos pasillos y, al doblar en uno,encontró la réplica en tamaño real

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de un elefante. En muchas cosas eracomo un nene que perdió el tren,Elortis, querido, como yo le decíacuando lo saludaba y él esperaba unrato para responder, haciéndose elinteresante.

La cosa es que, al momento deconocerlo, Ortiz estaba por tropezarcon un problema en surelativamente tranquila existencia.Ya se había metido en otro al dejara su pareja, eso era algo que estababastante claro y que me dolía cada

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vez que lo pensaba; fácil descubrirlos hilos que me habían llevadohasta Ortiz, aunque si la hubieradejado antes, y también me hubieraencontrado, yo hubiera sido unanena para él. La diferencia de edadse notaba en que la conversación aveces caía en lagunas insalvables,seriedades y reflexiones oscurassobre la vida, yo podía remontarlahaciéndole alguna broma sobre susaños, preguntándole sobre lamúsica que escuchaba, incluso

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echándole en cara, y exagerando, lalocura que era hablar con él, otrasveces abriéndome y contándole misproblemas, mis inseguridades,mostrándome de moral ambigua pormomentos; no hay nada como servoluble al principio para ganarse auna persona.

Parecía gustarle que yo, a pesarde haber tenido novio y tener casiveinte años, fuera virgen. Lo habíanotado la vez que hablamosdirectamente del tema: no lo podía

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creer; me dijo que lo entendía peroque le parecía muy extraño; esaperseverancia podía llevar a ladesesperación a un hombre y no laaprobaba para nada… Un amigosuyo, exnovio de una chica quepensaba mantenerse intacta hasta elmatrimonio, un día que habíatomado de más le reveló que eracapaz de provocar orgasmos a lasmujeres con masajes estratégicos.Gracias, no, paso, decía Ortiz. Leexpliqué que no era que yo nunca

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hubiera hecho nada, sino quedeliberadamente no había llegadohasta ahí, no estaba segura con larelación. Más adelante, mecomparó a mí con un nuevo tipo demujer fatal siglo veintiuno, cuyascaracterísticas nunca precisó.

Encuentro que se tomaba tiempopara hablarme de las clases de téque tomaba. El té verde era supreferido, por ser más fresco, sintanto proceso y sin fermentar, perocuando se aburría tenía siempre

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disponibles cantidades de té negroy rojo; de jazmín, que era como unaplauso de aroma enfrente de sucara y funcionaba como un ejerciciode budismo zen; africano, unamezcla de té negro, chocolate yjengibre, té oolong, té blanco, ycuanta infusión encontrara en latienda china que visitaba una vezpor semana, a veces con el únicoobjetivo de tener alguna razón parasalir de su departamento, según másadelante pude saber.

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Otro de sus temas favoritos, queyo detestaba, era su niñez. Si lecontaba de mis amistades o unadiscusión familiar, Ortiz me hacíaviajar con él en el tiempo paraenseñarme a los seres que lo habíanrodeado en el pasado. Me llevabaal sur, a algún lugar entre Lanús yBanfield, a una casa de frenteblanco, con un patio largo y unfondo todavía más largo, fondo y nojardín, decía, porque estabacultivado por su padrino, un

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italiano flaco y con los nervios depunta, y los zapallos, los tomates ylas radichetas lo llenaban. Cuandoentrábamos nos esperaba, en algúnlugar entre el patio y el fondo, conla pava en el fuego y las galletitasde agua con rebanadas de quesofuerte, un viejita muy petisa, casienana, jorobada, coja y con la manoizquierda paralizada, que se habíacasado con el hermano de la tíaabuela de Ortiz y, ya viuda, seguíaviviendo en esa casa chorizo. Hacía

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muchos años que la enanita no salíamás que hasta la puerta.

Fue la primera persona que lohizo reír. Y para él reír quería decirencontrarle algún gusto al mundo.Antes había sonreído seguramente,como todos, con los sonajeros y lasmorisquetas típicas de los mayores,pero un día sus padres lo dejaronsolo con esa viejita, pensó que ibaa aburrirse, pero enseguida estabamirando cómo los repasadores sehabían convertido en personajes

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que cantaban y bailaban, igual quela enanita, al son de la milonga o elchamamé que salía de una radioenorme. Pronto descubrió que esostrapos estaban llenos de historiasporque la enanita, que era deAvellaneda aclaraba Ortiz, cerca dela plaza Mitre, había conocido amuchos personajes interesantes. Sehizo costumbre dejar la casa alta enla que vivía en aquel entonces parameterse en la casucha a mitad decuadra. Ahí conoció al Mono y a

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los matones de Avellaneda, quecaptaban su interés porque eran loque nunca fue Ortiz, gente de lacalle.

Y ahora menos que nunca;después de separarse de su noviade siempre, que era también lamadre de su único hijo, y del viajea Mar del Plata, mi amigo virtualpasaba cada vez más tiempoencerrado en su departamento,cerca del Colegio Benito Bautista(¡ahí cursé la secundaría,

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Elortis!). A pesar de que lasmujeres lo habían rodeado desdechico, y que las prefería a loshombres, últimamente lo tenían amal traer. Me hizo creer que sehabía separado de su mujer porquela relación estaba desgastada, peroa veces surgía la sombra de otramujer, una misionera. Este tipo decharla quedó relegada cuando meconfesó que estaba pasando unmomento difícil por otros motivos.

Se sospechaba que el padre de

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Ortiz había colaborado con elsecuestro de profesores y alumnosdurante la última dictadura. Un exprofesor de psicología de laUniversidad de Buenos Aires habíadeclarado en una entrevista de unimportante diario que su par,Baldomero Ortiz, era un funcionariocivil del gobierno militar. Otrocompañero salió a afirmar al mismomedio que en las charlas en elcomedor de la facultad el profesorOrtiz relacionaba la psicología con

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la corrección de mentes obtusasdedicadas a la subversión. Despuésde que me revelara este asunto,perdí su rastros por unos días. Loesperaba por las noches en lacomputadora, pero si se conectaba,volvía a desconectarse enseguida.Tal vez lo hacía sólo para ver sihabía cambiado mi subnick (con eltiempo supe que le prestabaatención a los pedazos de cancionesque yo ponía de mensaje personal).Mientras tanto, aproveché para

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investigar sobre la represión y latortura en la Argentina del siglopasado y, por un truco de miimaginación, lo veía al Ortiz que yoconocía, al hijo, en un centro dedetención clandestino, tratando delavarle la mente a las personas, ytachando con rojo en un lista a losmás caprichosos, o directamenteempujando a personasencapuchadas de los aviones.Después me enteré que aquellosdías Ortiz los había pasado

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buscando entre los papeles de supadre algún escrito que pudierapresentar a los medios para negar laacusación. Su padre no podíadefenderse. Había muerto cincoaños atrás.

A los pocos días mi amigoreapareció; muy alegre me contóque su hijo se había recibido deabogado, en tiempo récord, y ahorapodría ayudarlo si tenía másproblemas con las rémoras que loperseguían por el pasado de

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Baldomero, aunque no confiabamucho en él porque recién estabaconociendo a las mujeres y estabamuy distraído. En la cena en unrestaurante del puerto de Olivos,donde habían ido para festejar conel graduado, Martín anunció que setomaría un año sabático; queríaviajar de mochilero porSudamérica. Ortiz estaba seguroque su hijo intentaba olvidar a lacompañera de facultad que legustaba. Era buen padre, conocía

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bien a Martín. A diferencia deBaldomero, que nunca tuvo tiempopara él; se había criado con lo queencontraba al paso en la casa delsur de Buenos Aires, más que nadalibros viejos con las hojas cortadasa cuchillo, pilas de revistaspolvorientas, y la cajita de metalrepleta de monedas antiguas —supadre le enseñaba de qué lugarprocedía cada una—. Pero otrascosas no había sabido o no habíaquerido trasmitirle. No lo preparó

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para vivir, para relacionarse conlas personas. Baldomero pasaba eltiempo al principio con suspacientes, y después con susamigotes, a los que mantenía lejosde la familia. Cuando le pregunté silas acusaciones eran justas, Ortiz sedesconectó, y desapareció por otrostantos días.

En la próxima charla a Elortis—como lo llamaba por su nick ycomo a esta altura ya deberíallamarlo en estos escritos— se lo

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nota cambiado, esta vez espera aque yo lo salude, y me contesta alinstante, eufórico, con un signo deexclamación. Quería saber si yopensaba en mi exnovio, si seguíaviéndolo y me confesó que estabamuy triste por mi separación. Dijoque una noche, con la cabezapegada a la almohada, se habíapuesto a pensar en mí, después deun primer noviazgo sola en elmundo, y se largó a llorar como unnene.

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Yo no estaba tan sola, pero teníaalgunas dudas con respecto a lamoral de las personas que mehabían creado. Sospechaba que mispadres no eran lo que aparentaban.Cualquiera que haya crecido consus progenitores puede darse cuentadel tipo de zozobra que sentíamientras mis pensamientosmaduraban. Me sentía culpable deque mis padres se siguieran viendodespués de tantos años deseparación, era una farsa sin

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sentido. Se lo conté a Elortis, ledije que necesitaba desprendermede la tierra, serruchar raíces.Abrirme de esa forma lo descolocó.Hasta ese momento él pensaría queyo era una chica del montón, tal vezun poco más avispada que lasdemás, pero a partir de ahí algocambió en la forma de hablarme.¿Por qué? Para mí se dio cuenta quepodía llegar a engancharseconmigo. Enseguida hizo la broma,repetida después, en los momentos

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en que se encontraba en unaposición de debilidad con respectoa mí, de que sería un buen partidopara su hijo. Lo había visto en unafoto vieja del perfil de Elortis, eraun chico bastante lindo, un pocodesgarbado y de mirada insegura,no tenía los ojos azules del padre,la nariz era un poco más perfecta,pero nada de la mandíbula cuadraday el perfil de actor de serie yanquique lograban que te interesaras porElortis a primera vista, con esa

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especie de desconfianza quegeneran, en algunos casos, loslindos. Elortis, además, hacíanatación y estiramientos diariosque, evidentemente, habíanmantenido en buen estado su físico.En fin, cualquier chica se habríainteresado por él de primera;conocerlo hacía que la relación sevolviera, al comienzo, más distanteporque se notaba que no era un tipocomo los demás. Costabaencasillarlo, encontrarle la vuelta,

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saber quién era en realidad y qué lomovía. Yo, que tenía bastanteexperiencia en este tipo deamistades, tuve que aceptar queElortis me divertía como ninguno ysu trato me hacía descubrir algunascosas que pasaban desapercibidaspara mí antes de conocerlo.

Le gustaba contarme lo quehacía en detalle, para misufrimiento. Había tenido que ir a lacasa de la costa de su padre, ellugar donde pasaban los veranos

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cuando era chico. Hizo el viaje conMotor, su hermoso gato blanco ynegro. La verdad que me hubiesegustado conocerlo. Daban ganas deapachurrar a ese gatito, por lo quehabía visto en una de sus fotos. Megustan mucho los animales. AElortis también le gustaban. Llegó atener a un mono araña en sudepartamento. Pero eso me lo contómás adelante, sigamos con laconversación de ese día. Elortishabía ido a aquella casa, en Mar de

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Ajó Norte, un lugar reverenciadopor su padre por la tranquilidad yporque podía cazar tiburones cadavez que se le antojaba. Le dije queme parecía muy rara la imagen deun psicólogo pescando tiburones.Me explicó que su padre no era unpsicólogo en esencia, que teníaamistades que lo habían llevado porotros caminos; que tal vez por eldescuido de Baldomero hacia laactividad que había elegido, él seempecinó en estudiar lo mismo;

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quién hubiera dicho que Ortiz Jr.también iba a terminar dando unpaso al costado. Sin embargo, talvez fuera ése el ejemplo que habíaseguido. Hacía poco, lo querescataba de su padre era que nuncase había apoyado en su profesiónpara explicar quién era; ahora esedesinterés parecía el resultadonatural de la doble vida que leadjudicaban.

En cuatro horas llegó a Mar deAjó, le dio comida a Motor, y se

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dedicó a revolver los muebles,armarios, alacenas, cajones, y hastalas tablas de madera de las paredesde la casa para tratar de encontraralguna carta que pudiera limpiar elnombre de Baldomero. Nada poraquí. Nada por allá. Lo queencontró fueron ediciones viejas dela National Geographic. Baldomerohabía estado suscripto de por vida ala revista. Decía que se habíacruzado con la nena de la famosaportada en una de sus caminatas.

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Que la nena, ahora toda una mujer,había emigrado de su Afganistánnatal a nuestro país. Después,cuando finalmente la revista logróencontrarla, su padre siguióafirmando que la había cruzadocerca del Palacio Alvear. Eraencantador cuando inventaba esosmisterios que ponían a volar laimaginación de un chico, recordabaElortis. En lo demás, en aparienciase desentendía de él y dejaba que selas arreglara solo aunque,

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dosificando los halagos y lascríticas, ejercía un control de susimpulsos e inclinaciones. Apenas lehabía prestado atención cuando ledijo que quería seguir su profesión.

Elortis terminó de revolverlotodo, aceptó la derrota en labúsqueda y decidió pasar el fin desemana leyendo viejos números dela National Geographic en el fondode la casa, aunque veía una foto yleía el copete de los artículos másque nada y después miraba los

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árboles y se dejaba asombrar porlos colibríes que tambiénasombraban a su padre en susvisitas. Cuando se cansó de hojearla pila de revistas, empezó a buscara Motor por la casa y no lo pudoencontrar. Salió a la calle. Tocó eltimbre de los viejos de al lado—siempre rodeado de viejos, decíaElortis, porque sus vecinos de pisotambién eran todos muy mayores—,que se pusieron muy contentos deverlo después de tanto tiempo, pero

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su gato no estaba por ningún lado.Se volvió, doblemente triste: nohabía encontrado ni un papelito quepudiera salvar la reputación de supadre y había perdido a la mascotaque dormía con él por las noches.Ahora daba vueltas en la cama.¡Qué sería de Motor en los fondosde esas casas deshabitadas, ycuando no, con perros guardianesy dueños hábiles en el manejo depistolas de aire comprimido!

Era sensible con los animales.

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Al principio pensé que fingía paraquedar bien conmigo, yo soy capazde dar la vida por cualquier perritode la calle. Pero después me dicuenta que el interés era sincero.Decía que era una tara que su padrele había transmitido. Baldomerocreía que los hombres eraninferiores a las demás especies. Elviejo Ortiz pensaba que el usoconstante del lenguaje habladohabía terminado por perder parasiempre al hombre y que no era una

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evolución sino, más bien, un errorlamentable. Tal vez por eso susúltimos años los pasó casi ensilencio, decía Elortis.

Tengo que admitir que measustaba la figura de BaldomeroOrtiz. A Elortis no le conté, porquetemí que no se soltara más conmigo,pero un día había visto la foto deOrtiz padre en el diario, un viejo ensillas de ruedas y aferrado con sañaa un lustroso bastón. Daba unaindefinida sensación de respeto.

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Pensé que si su afán era eliminar ellenguaje, tal vez sin querer, habíapuesto todas sus energías enexpresarse sin él. La mata decabello oscuro, el físico robustoaún en la vejez y la discapacidad,la mirada resoluta, la muecaarrogante de la boca, la inclinacióncortés de la cabeza, podrían ser lossignos que lanzara al mundo. ¡Ay,de quién los viera, de quien supieradecodificarlos! Tal vez se volveríatan loco como él. Baldomero podría

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tener la pinta de esos viejos queinvitan a las nenas a sentarse en susfaldas, si no fuera porque en susojos refulgía una tranquilidad y unasinceridad que lo alejaban de loterrenal y lo rejuvenecían hastailuminar al hombre apuesto queseguramente había sido.

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Capítulo 2

En aquellos días, Elortis sededicaba a esconderse de losperiodistas que lo esperaban afuerade su edificio. Los despistaba conun bigote que su padre habíacomprado en una tienda de bromas(extrañado, recuerda que en unaépoca Baldomero aparecía con esetipo de cosas; narices falsas,antifaces o colmillos). Sin embargo,una vez lo reconocieron. Elortis no

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paró de caminar mientras respondíacon evasivas las preguntas yapartaba las cámaras, y logrómeterse en el supermercado chinode la vuelta. La china creyó que losperiodistas querían hacer algunanota inconveniente para el ramo ylos sacó volando con la ayuda delverdulero centroamericano. Elortisaprovechó para comprar comida yvino tinto, y retornó a sudepartamento donde se escondióvarios días. Lo extraño, decía, era

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que seguía escuchando los ruiditosde Motor. El rasguño en laalfombra. Los maullidos tenues enbusca de comida y agua. Lascorridas repentinas. Pero sabía queel gato no estaba; así era laimaginación. Hasta pensó que seríael mono araña, que había vuelto.¿De qué hablaba? Pero me dijo quealguna vez me contaría la historiade ese mono. La pérdida de Motorlo tenía confundido. Primero porqueno debería haber ido al rescate

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imposible del pasado de su padre(¡¿Qué era lo que podía hacer élcon una carta favorable?!: siempreestarían los rumores), segundoporque no debería haberse llevadoal gato por dos días de viaje, aquién se le ocurriría, hubiera estadoa salvo en su departamento. ¿Quéiba a hacer ahora solo como unperro? Elortis era de esos que tehacen reír sin querer. Su intenciónescondía una seriedad no tan difícilde entender, era la seriedad de la

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persona que llegaba al momento desu vida en que tenía que volver ajugarse todo. Ya había acariciado eléxito. Pero ahora tenía que dar otropaso, uno nuevo que consistíaaparentemente en vivir como élquería y volver a escribir —osimplemente a hacer, como él decía— otra cosa de peso.

Además, estaba claro que nohabía encontrado el amor. Más biense le había escapado. Se habíaenamorado algunas veces, pero lo

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arruinaba todo cuando las cosasiban en serio. Elortis idealizaba alas mujeres que le gustaban y a lasque no las trataba con la desidianecesaria para enamorarlas. Asípasó con Miranda. Ahora, despuésde la muerte de su padre, del éxitorepentino que había alcanzado conel libro y de la enemistad conSabatini, reconocía en sí mismo lamadurez necesaria para mirar defrente a las personas. Supongo quela acusación contra su padre debió

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renovar su fuerza, como si tuvierauna tarea importante que atender.

Nunca me contó el fin deBaldomero, pero me aclaró que elasombro de no poder hablar con éldesapareció un año después de sumuerte. En cambio, al tocar el tema,sacó a luz una de las historias de laenanita, cuya abuela materna habíafijado la hora en que moriría.

La vieja le avisó a susfamiliares que a las doce en puntode esa noche se iba y que su deseo

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era que rodearan su cama paraacompañarla en sus últimosmomentos. Se acostó y cerca de lamedianoche escuchó con los ojosentrecerrados, sin chistar —palabra de la enanita— laextremaunción del cura. Al rato,como no pasaba nada, le preguntó asu hermana, la tía de la enanita, lahora. Cuando le confirmó quehabían pasado unos minutos de lasdoce, corrió su manta con desdén,se calzó las pantuflas y avisó que,

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por lo visto, aquella noche no semoría. Después se fue a la cocina ahacerse algo de comer. A Elortisparecían gustarle estos personajesdespampanantes. Necesitabanombrarlos cada tanto y, peortodavía, tenerlos cerca en su vida.

Sin embargo, se había pegado aRomualdo, su ex compañero defacultad, porque era la persona máscallada de la cursada. Su silencioera poco discreto, molesto para losdemás. Había días en que sólo

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abría la boca para elegir la comidaen el comedor de la universidad.Elortis, que era mucho másintrovertido entonces, enseguidalogró llevarse bien con Romulado einiciaron una amistad sostenida a lolargo de los años. Después queterminó la carrera, el chico tímidose convirtió en un hábil empresario,dejando de lado la psicología parainvertir su dinero en una peluqueríachiquita en Caballito. El negocioprosperó, y Romualdo instaló una

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sucursal en Barrio Norte. Seocupaba diariamente de administrarlos dos negocios y el resto deltiempo lo dedicaba al cuidado de sufísico y a la diversión con mujeres.Se convirtió en un fiesteroinsobornable —en cuanto Elortishablaba de proyectos conjuntos sinvisión comercial, como los quellevó a cabo con Sabatini,enseguida le cambiaba deconversación— y en un vividorpreciso, con pocas, o en apariencia

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ninguna, dudas existenciales. Élarreglaba las salidas, poniéndose altanto de los nuevos bares yboliches, y se ocupaba deequilibrar el entusiasmo de sumelancólico amigo. Aunque Elortislo detestaba a veces, apreciaba laalegría imperturbable de Romualdocomo un don invaluable.

En ese momento, me parecióque enaltecía el carácter de suamigo para que yo no pensara malde sus salidas. Decía que no

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buscaban chicas; solamente pasarlabien entre amigos.

Elortis evitaba referirse a suvida sexual en las conversaciones,no sabría encuadrar los desenfrenosa los que se entregaba con nuestradiferencia de edad. Aunque algunaque otra vez quiso saber cómoestaba yo vestida y cada tanto mepedía que le mostrara una fotonueva. ¿Para cuándo en la playa?Pero enseguida aclaraba que erauna broma. Recuerdo, sin mirar el

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registro de las conversaciones, quecuando volví a afirmarle que nadieme había tocado, por lo menos afondo, no creas que nunca hicenada, eh, Elortis al rato me saliócon que el sexo en nuestra épocaera la más grande de las ficciones yla única que seguíamosconsumiendo con ingenuidad. Másque seguro, una carita dedesconcierto, y él cambiaría detema.

Sospechaba que el viejo había

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sido mujeriego. Pero no se loimaginaba arriesgando en lascomidas su cátedra de AnálisisExperimental de la Conducta. Losalumnos, a pesar de sus locuras, otal vez por eso mismo, lo querían y,cuando decidió dejar de dar clases,iban en grupo a visitarlo a sudepartamento. Baldomero losescuchaba en silencio, como sifuera otra persona, opuesta alprofesor gritón de antaño, y despuéslos despachaba, criticándolos

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apenas se cerraba la puerta. Para élestaban perdidos, había algo que seles había escapado en sus clases.

El conflicto con la verdaderaidentidad de su padre se agudizócuando una examante, la señoraSusana P., como la llamaba Elortis,apareció en un programa detelevisión de la tarde diciendo quea Baldomero en el terreno sexual legustaba dominar, debido a quesufría de complejo de inferioridad.Para ella el profesor era un agente

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civil de la dictadura, pero lo hacíapara no perder su cátedra en lafacultad. Para colmo, Susana P.había sido una conductora detelevisión bastante famosa en unaépoca.

Otra vez acampaban losperiodistas afuera del edificio deElortis. Unos días después supeque, mientras yo arreglaba unareunión con mi exnovio paraterminar de aclarar las cosas,Elortis se la había pasado

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buscando, sin suerte, a una personaque hablara a favor de Baldomeroen uno de los programas detelevisión. Según decía, necesitabaencontrar a alguien que estuvieradispuesto a revertir el proceso dedesmeritación iniciado contra supadre.

La visita a Ramiro, un exgobernador tucumano, con el queBaldomero jugaba al tenis, no diofrutos. Fue, más bien, denigrante. Elviejo estaba en el hospital,

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conectado a muchos cables y,mientras la esposa, mucho másjoven, leía una revista de modas,Elortis susurró el nombre de supadre. Como resultado, Ramirointentó sacarse la intravenosa de lamano derecha para, según le habíaparecido a Elortis, pegarle uncachetazo. La mujer dejó la revistay lo acompañó al pasillo de laclínica para explicarle la razón dela bronca. Baldomero y su espososiempre habían discutido y

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levantaban banderas opuestas sobrecualquier tema. Se hacía sentir lafalta de los dos en la mesa del club.Que disculpara a su marido, estabaen las diez de última, como bienpodía ver, y odiaba a Baldomeroporque, además de haberle hechoperder una copa en un torneo dedobles, se le había tirado a suexesposa.

Otra. Baldomero reconocía a untal Walter como uno de sus alumnosmás inteligentes. Para él, este chico

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era el único que entendía susclases, en las que saltaba de untema a otro, dejando que susalumnos los asociaran libremente.Walter, también, estaba dispuesto aacompañarlo en la expedición aMadagascar en busca de los signosocultos de la naturaleza que lerevelarían la lengua adámica. Paraesta tarea, Baldomero hasta habíallegado a estudiar el arameoimperial, que usaría como linguafranca para comunicarse con los

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posibles habitantes en el caso deque encontraran alguna civilizaciónescondida, aislada de la evoluciónsólo para conservar la purezaoriginal del mundo primigenio. Noera la única teoría excéntrica con laque el profesor amenizaba losdesayunos y los almuerzos.

Elortis temía que lasacusaciones contra su padre fueranreales. Después de todo, ¿no era uncharlatán de primera?, ¿cuándohablaba de psicología fuera de sus

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clases? Y algunos alumnos, los demenos luces, es cierto, directamenteno lo aguantaban, decían que se ibademasiado por las ramas. También,como para que no fuera así: habíallegado a la conclusión, en la épocaen que era un profesor alegre ypicaflor, de que en Madagascarexistía una caverna, o un resquicioen la roca de la isla, que llevaba auna ciudad subterránea poblada. Lafauna no podía ser lo únicoparticular en ese lugar, sino que así

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como habían permanecido intactasesas especies que conservaron suscaracterísticas esenciales, tambiénlos humanos lo habrían hecho, salvoque bien escondidos de la miradadel mundo. Baldomero estaba casiseguro de que sería imposible darcon el agujero en la roca que lollevaría a esos hombres pero seconformaba con el logro quesignificaba convencer a alguienpara que le financiara el viaje. Paraintentar dar con la caverna

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rastrearía ciertos indicios en lafauna y la flora del lugar. De todasmaneras, creía que ya ver a esasespecies de cerca y en su hábitat leharía comprender la naturaleza delos demás habitantes. Yo leíaabsorta las palabras de Elortis.¡Qué padre tan interesante habíatenido después de todo! El mío sepasaba el tiempo alquilandodepartamentos y casas que mandabaa construir.

Pero sigamos, Walter no era el

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exitoso psicólogo que Elortisesperaba. Vivía en un departamentochico sobre la calle Paraná, pegadoal barrio de Montserrat, dondeatendía a sus pacientes. Elortisestuvo esperando en la puerta deledificio unos quince minutos al ladode una chica, y cuando Walter bajópara despedir a otra paciente yhacerlo pasar, le pidió a la chica sipodía esperar un rato más.

En fin, mi amigo subió calladoel ascensor con Walter y ya en el

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sillón de los pacientes le preguntósi podría interceder por su padreante la opinión pública. Esosignificaba escribir a los diariosuna carta en la que debía contarcómo era la personalidad de supadre para despejar las dudas sobresus actividades en la universidad.Walter sonrió y comentó que, apesar de que apreciaba la visita yque no pasaba un día sin que seacordara de Baldomero, no era elindicado para esa tarea. Le explicó

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que su padre le había hecho perdertiempo y dinero con el proyecto deencontrar financiación para su viajea Madagascar y todo por su afán deno pasar por un simple psicólogoante los ojos de los alumnos.Quería emular a su héroepredilecto, Nansen; pero ¿cuántaszonas inexploradas quedaban?, sepreguntaba Walter ¿Hace falta quenos inventemos una paraaparentar lo que no somos y, másque nada, lo que no se puede ser,

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ni hace falta que sea? Tenía esasmañas, contestó Elortis, medioconfundido por las palabras deWalter, que siguió atacando a supadre.

Había notado al entrar que elexalumno era bastante amanerado.Parece ser que, cuando Walter eraayudante, Baldomero no sólo lepegaba en la espalda para queadoptara una postura más erguidacuando estaba en frente de la clase,sino que frecuentemente le sugería

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que hiciera ejercicios vocales paraengrosar su voz. Según Baldomero,si quería ser psicólogo tenía queparecer una persona normal ante suspacientes y no como un personajedigno a ser tratado.

Elortis recordó que su padreodiaba que Walter tuvierainclinaciones. Le aseguraba a suesposa en la cena que con el tiemposu ayudante se convertiría en unputo a secas. ¿Cómo se le habíaocurrido que ese psicólogo

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humillado en su juventud porBaldomero diariamente hablaría asu favor? Así que se levantó delsillón, y Walter le pidió si podíahacer pasar a la chica.

Confesó que se enamoraría deaquella chica si la volvía a ver.Cuando abrió la puerta para dejarlapasar, ella tenía la mirada baja,clavada en el piso, como si le dieravergüenza que la encontraravisitando al psicólogo. La nariz eraperfecta. El pelo, ondulado. Alta

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como yo. No me dijo si era rubia oqué… Sentí celos, lo admito.

Se encontró con una tercerapersona, un vicepresidente de unacámara de comercio, en un café. Depaso, llevó a su hijo porque queríaayudarlo a encontrar algún trabajocon el que pudiera empezar adesenvolverse en el mundo cuandoterminara su año sabático.

Fernando, un viejito que se caíaa pedazos y que parecía una cabezaatada a un hilo que se perdía

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adentro del traje, según su hijoMartín, se dedicó por un rato adarle vueltas a la cuchara de sucortado y a contarles las cosas quele había tocado vivir en su puestodurante uno de los gobiernosmilitares. Apenas soltó la cuchara,afirmó que escribiría una carta afavor de su primo lejano, aunquedudaba de la importancia real quepudiera tener su palabra en laactualidad. Le preguntó a Martínqué estudiaba, si tenía novia y solo,

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sin que Elortis abriera la boca, leprometió buscarle una buenaocupación para que crecieraaprendiendo y tuviera su propiodinero. Estrecharon la mano deFernando y lo vieron alejarse apaso rápido hacia un edificio.

Esa misma noche, la voz de laesposa de Fernando lo despertó,para contarle que su marido teníalas facultades mentales alteradas,había una vena que no irrigaba bieny por lo tanto seguía creyendo que

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trabajaba en ese lugar, al queconcurría todos los días quelograba escaparse de su cuidado.La señora pensó en llamarlo paraavisarle apenas encontró su tarjetaen la ropa de su marido.

Elortis ya no sabía dóndebuscar, y no le quedó otra queponerse a trabajar en un prólogopara la nueva edición de su libro.Se le ocurrió llamar para eso aSabatini.

Yo me daba cuenta de lo

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importante que era Sabatini para élporque las pocas veces que lonombraba extendía lasconversaciones, dándole vueltas alasunto, aunque mi intención fueracambiar de tema. Una noche seaferró a la figura de su amigo, oexamigo para ser más precisa. Meconfesó que extrañaba pasar lastardes con él, inmersos enproyectos irresponsables y sinfuturo como el de la empresa delibros audibles. Sabatini llegaba

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por las mañanas en bicicleta a laoficina que habían alquilado y, porlo general, Elortis ya estabapreparando el mate. Después, lacharla variaba, según el día, sobresus frustradas relaciones de pareja(Sabatini casado, aunque no dejabade ser un eterno novio como Elortis—estas conversaciones terminabansiempre con una apreciaciónpositiva de sus parejas, como paravolver a poner todo en orden—) osobre las posibilidades de adquirir

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nuevos títulos para ofertar a suscasi inexistentes clientes. Lo que novariaba era la manía de Sabatini decontar sus sueños de la nocheanterior.

A diferencia de Elortis, Sabatinisoñaba todas las noches, y legustaba expresar los cambios en laamistad y los vaivenes de la fe en lasociedad que conformaban a travésdel relato de sus sueños. Porejemplo, una mañana le contó unoen el que estaban los dos en un cine,

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esperando que empezara laproyección de la película elegida,casualmente la proyecciónrestaurada de Sed de Mal, una delas favoritas de Elortis, cuandonotaron que la proyección habíaempezado debajo de sus pies en vezde en la pantalla. Discuten.

Para Ortiz era una estupidez veruna película así, pero Sabatinipensaba que era un experimento quepodía enriquecer la visión de esaobra maestra. Apenas terminado el

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relato del sueño, Sabatini concluyeque necesita más tiempo parapracticar yoga y tomar clases despinning con más regularidad paradisminuir el desgaste de suorganismo. Elortis no puede evitarenojarse, aunque no dice nada. Éldejaba su rutina de pesas para el finde semana y abandonó la refacciónde su departamento para apostarpor la empresa. Pero Sabatini lellevaba algunos años y necesitabaequilibrar la tensión que el trabajo

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diario producía en su mente.Elortis disentía porque, a pesar

de que también reverenciaba elcuidado del cuerpo y de la mente, lacomida macrobiótica, los tésinspiradores y los masajesrelajantes, sentía que la obligaciónde ellos era seguir el plan que sehabían propuesto desde elprincipio. A saber: seleccionar yeditar cuatro libros audibles pormes. Obras con derecho de autor dedominio público, para evitar los

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problemas legales. Los clientesciegos que tenían los necesitaban.

Habían contratado a un chicopara que los distribuyera por loscolegios para no videntes. Sellamaba Tony y también era ciego.Elortis le tenía bronca porque eramucho más desenvuelto que su hijo.Lo admiraba. ¿Cómo hacía paraparecer uno más de la sociedad? Sesuponía que su condición dediscapacitado debería haberlegarantizado la salida: ¿era tan

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necesario que sirviera a la gente deesa forma? ¿Para qué tendría queadaptarse a una sociedad de la quepodría prescindir con más facilidadque los demás? ¿Sería feliz Tonyofreciendo sus ilustres obras en loscolegios?

Elortis me parecía cada vezsospechoso cuanto más criticaba alchico que usaba para vender.

Decía que Sabatini se llevabamejor que él con Tony. Hasta llegóa enseñarle algunas posiciones de

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relajación. Tony entraba, mascandochicle, revolviendo las monedasque llevaba en los bolsillos y lescontaba a sus jefes sus levantesdiarios. El ciego había logradoseducir a dos maestras y, porsupuesto, a unas cuantas alumnas.

Acá Elortis se pone bastanteserio y da algunas vueltas antes desoltarlo: Tony prefería a lasmaestras porque podían ver y élnecesitaba que durante el actosexual apreciaran con la vista su

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miembro. Parece ser que Sabatini yTony se trenzaban en largasdiscusiones sobre variados temassexuales. Elortis se manteníacallado o festejaba los chistes.Conmigo tampoco tocaba estostemas. Si lo hacía era tan frontalque parecía ingenuo.

Cuando tuve que contarle queme operarían de un quiste en elovario y por lo tanto nohablaríamos durante una semana,por lo menos, me confesó que uno

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de sus testículos se le había subidocuando era chico. Tenía uno másgrande y uno más chico; por esodebía descargar sus seminalesdiariamente. Tengo que admitir queeste tipo de charla me divertía másque cuando me contaba los sueñosde Sabatini o me llevaba al sur conla enanita.

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Capítulo 3

Durante la convalecencia que siguióa la operación, no dejé de pensar enElortis, mi querido amigo virtual, ylo que fuera que estuviera haciendoen esos momentos. Le comenté alpasar que necesitaba dadores desangre. Se presentó al día siguiente,aunque no lo aceptaron. Dijo queporque había dicho la verdad entodas las preguntas delcuestionario. Seguro que, como un

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conocido, andaba con más de una ypor eso lo rebotaron.

Cargándolo, le pregunte si iba air a visitarme a la clínica; dijo quesí pero no cumplió, aunque llegó unmensajito de él para preguntarcómo me había ido, tres horasdespués de que me sacaran delquirófano. Estaba mi mamá y nopude evitar la sonrisa. Le dije aElortis que me vendrían bienalgunos de sus libros audibles parala noche. Ahora no puedo evitar

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imaginármelo diciendo mi nombre ala enfermera, y después sentado enla sala de espera de dadores desangre, antes que lo llamaran parallenar el formulario.

Sus audiolibros no hubieransido muy interesantes para mí,como ya dije eran libros viejos, poresa época yo leía poco y nada —¡con todos los textos que me dabanen la facultad!—, pero estabaenganchada con esos de vampirosenamorados y un tiempo estuve con

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los otros de tipos que van atrás desímbolos secretos. Ahora cada tantome compro algunas novelas másinteresantes que me recomiendan enel trabajo.

Sabatini y Ortiz se ocupaban detodo Jack London, Martin Edenincluido, Elortis precisa; de la obracompleta de Lewis Carroll, losCuadernos Norteamericanos deHawthorne, las cartas de Flaubert,Allá lejos y hace tiempo, los Viajesde Marco Polo; Wilde, pero el

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argentino no el que había hechoenvejecer a un retrato, porque no sehabían animado a leerlo en voz alta.Hubo una fuerte discusión para verquién hacía de Flaubert en lascartas, ya que siempre eran susvoces las que interpretaban laslecturas. Si eras vecino de suoficina en esa época podíasescuchar la voz de Sabatini comoFlaubert y la de Ortiz comoTurgueniev o Maupassant. Casi sevan a las manos para ver quién era

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el señor de Balantry y cumplieronel deseo de Borges de dividir endos actores al señor Jeckyll yMister Hyde. ¿A que no saben quiénse ocupa de los párrafos en queaparece Hyde en la grabación?Lamento informarles que Elortis noquiso revelarlo. Y es imposibleaveriguarlo porque, aunque algunasgrabaciones circulan, ésa se perdióen un disco rígido defectuoso.

Si se divertían tanto; ¿por quése separaron esos dos? La culpa, tal

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vez, la tuvo el libro que escribierona dos manos. Algunos días despuésde mi operación, tuve una charlarápida con Elortis. Don Luciano, elvecino que le cuidaba la casa de lacosta, tenía noticias de Motor,mucho no le quiso decir aunque lepidió que viajara cuanto antes. Seharía una escapada al otro día.

Ya de vuelta, en una charla másdistendida, me cuenta cómo le fue.Apenas llegó, después de un viajerápido y sin inconvenientes, aunque

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la soledad de la ruta lo habíaadormecido mediando la mañanafría y nublada de principios deotoño, Don Luciano lo acompañóhasta la casa de un vecino.Cruzaron la plaza, un colchón deagujas de pinos (esos árboleshabían crecido desde queBaldomero plantara él mismo losprimeros ejemplares de la variedadpinus brutia, según habíainvestigado recientemente miamigo, un pino de gran altura,

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natural de zonas mediterráneas),hasta una casa blanca de maderadonde el señor Heller, ex capitán defragata y compañero de pesca detiburones de su padre, pasaba lamayor parte del año, gracias a unajubilación de privilegio que, segúndon Luciano, ningún procesojudicial había logrado quitarle.

Ni bien entró, Elortis se fijó enlos muebles pesados que tenía lacasa, en las vitrinas repletas desoldados de plomo de la Segunda

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Guerra Mundial, iguales a los quesu padre compraba en el PasajeObelisco —tal vez el ejemplo de suamigo había dado el puntapiéinicial a su afán por coleccionarlos— y en las pieles de animalessalvajes que colgaban de lasparedes, particularmente en lacabeza de un tigre de Bengala,colocada arriba del hogar, adelantedel cual se extendía por el piso lapiel blanca del mismo animal,rodeada de un par de sillones

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largos tapizados en cuero negro. Lapiel terminó de impresionar aElortis.

Don Luciano, entusiasmado,revelando su camaradería habitualcon el propietario, lo invitó a quese sentara en el sillón frente al yarepantigado Heller. Elortis dijo quenunca probó un whisky tan buenocomo el de ese hombre.Aparentemente, un marinero leregalaba lo que quedaba en el fondode los barriles escoceses, un

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líquido asentado y espeso.En esa casa, con el fragor de las

ramas de los árboles que seclavaban en el cielo, mi amigointuyó dos veces una presencia quele soplaba la nuca, y se le ocurrió,mientras don Luciano y Hellerintercambiaban opiniones sobre elclima político y personajes de lafarándula en la temporada deverano de Mar del Plata, que bienel excapitán podría tener una chicaenterrada en el fondo cuyo espíritu

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viniera a pedirle una revancha, unrescate, si es que se podía rescatara alguien ya muerto le digo yo, peroElortis me dice que se tiene quepoder.

Por un momento, creyó ser laseñora Marple, vaso de whisky enmano en vez de té, en la historia quese llamaba Némesis si mal no seacordaba, y el ex cazador detiburoncitos fue el cómplice de unterrible crimen compartido conBaldomero. Justo apareció Motor,

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dio unas pisadas sobre la piel deese otro felino, pero gigante, y saltóa la falda del señor Heller que,sonriendo, dejo reposar su manosobre el gato.

Heller le contó que Motor sehabía portado de maravillas, y pasóa explicarle porqué los gatos eransagrados para los egipcios; unarazón muy práctica: la eliminaciónde las ratas. Elortis, al contestarle,no se sintió la señorita Marple sinosu padre, por la entonación grave,

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calculada; también es verdad locontrario, dijo, inventamosfundamentos prácticos para llevar acabo las decisiones más alocadas.

No podía sacar los ojos delfondo largo, con esos árboles y untobogán, y le echó en cara a supadre muerto no haberlo traído dechico a jugar a lo del capitán, máscuando descubrió a esas dos nenasque le sonreían desde una foto en lamesita ratona. La casa cruzando laplaza, antes un terreno con algunos

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arbolitos dispersos y unainscripción tímida en el cantero delmedio que inauguraba un futuroespacio público, había pasadodesapercibida en sus tardessolitarias.

Igual, de repente se olvidó de lodemás, y le preguntó a Heller si seanimaba a escribir una nota a favorde su padre, que sería enviada a losdiarios. Le contestó que con gustoescribiría una, pero le extrañabaque no supiera que una carta

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firmada por él comprometería mása Baldomero, aunque estabadispuesto a desligarlo, mediante suspalabras, de cualquier sospecha.¿Qué habría querido decir con eso?,se preguntaba Elortis; ¿sólo depalabra podía desligarlo?, ¿habríaalgo verdadero en la acusación?Prefirió no seguir insistiendo en elpedido.

Volvió a cruzar la plaza conMotor en sus brazos y el cada vezmás viejo don Luciano, quien se

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atrevió a contarle que Heller yBaldomero solían escaparse a Mardel Plata con la excusa de ir apescar, pero que en realidad hacíande las suyas como cualquier hombrede antes, lo que hizo que seacordara del interés de Heller en lafarándula marplatense, y también dela exvedette Susana P. Apenas subióal auto, notó que Motor estaba unpoco arisco. Cuando le preguntósobre sus aventuras independientes,le contestó con un maullido seco,

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más ronquido que otra cosa, y nodejó de encorvar la espalda cadatanto durante el viaje, comoechándole en cara que lo hubieraperdido.

Ya de vuelta en sudepartamento, con el gato reciénalimentado en sus faldas, y todavíasorprendido y asqueado por laspulgas que le descubrió en el cuelloy en el lomo, vio la respuesta deSabatini; se negaba a colaborar enel prefacio de la nueva edición del

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libro que escribieron.Lo de Los árboles

transparentes había empezadocomo un chiste, una paradia.Cuando notaron que vender librosaudibles no era ningún negocio sepropusieron hacer un libro a manerade imitación de tantospsicoanalistas devenidos escritores.Para eso, Sabatini se encargó deseleccionar a varios conocidos, ensu mayoría antiguos pacientessuyos, que darían testimonio sobre

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relaciones truncadas, amorosas,familiares, laborales. En el librodaban a entender que las relacionesse desgastaban por causasexteriores naturales y no porproblemas inherentes a lapersonalidad de cada persona, ideaque lo hacía parecer más una críticaal psicoanálisis que uno de esosbest-sellers de autoayuda quefomentaban la profesión, yterminaba dejando a lospsicoanalistas algo mal parados.

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Pero, para decir la verdad, no erael medio, me decía Elortis, lo queimpedía que las personas fueranfelices; eran los prejuicios, lasopiniones infundadas y el resto delas configuraciones mentales que elsistema cada vez más invisible yamigable en que vivíamos nosimplantaba para aislarnos yconservarnos como una célula cadavez más eficiente, sin tener encuenta las consecuencias. Laspersonas afines se terminaban

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desencontrando. La incomunicacióny la soledad hacían de las suyas.

Me pareció que lo decía apropósito, pensando en mi supuestainapetencia sexual, cuando agregóque hacía rato que la represiónsexual y de los sentimientos —laque más le preocupaba— noprovenía de la religión sino de lasmetas falsas que nos imponían. Lalibertad había sido manipuladatanto en los últimos tiempos y ahoraera una trampa cada vez más

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transparente.Sabatini fue un gran artífice del

libro, preguntando sin vueltas a susexpacientes los secretos másíntimos de sus relaciones. Elortisescuchaba las entrevistas y sededicaba a inventar una historia quereflejara la situación de cadaentrevistado. Tengo una amiga quese sabe de memoria, y hasta copiaen su mensajero, algunas de lasfrases de Los árbolestransparentes.

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El título se debe a la metáforade Elortis de un bosque repleto deárboles que no pueden verse losunos a los otros, solamente creenpercibir algún que otro reflejo, casisiempre erróneo, de una presenciaajena a la suya. Según, Elortis, quecomo vemos no era muy amable consu obra, es esta especie de críticalight a la sociedad la que asegurólas ventas del libro. Sin embargo,más de un crítico literarioagradeció la imagen de este páramo

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que en realidad era un bosque.Los árboles crecen en altura

porque piensan que así podrán verotras especies a lo lejos pero enrealidad nunca ven nada y lasoledad empieza a doblegarlos.

Noches después que mi amigame hablara del libro, soñé quepisaba el bosque de árbolesinvisibles con pasos cada vez másrápidos que terminaban en unacorrida. Mis manos rozaban cálidasy ásperas cortezas translúcidas. De

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repente, me dominó una alergiaterrible que debía provenir delpolen oculto que lanzaban al azaresos gigantes y me despertéestornudando —gracioso, peroacabo de estornudar a la mitad de lafrase—. Según mi amiga —laprimera vez que intenté alejarme untiempo de Elortis, cuando lascharlas se volvieron másfrecuentes, me prometí no leernunca el libro— el caso másinteresante que encontró la dupla

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Ortiz-Sabatini era el de RobertaCatani.

Esta mujer era una histéricacleptómana, por lo tanto mitómana,así que mejor tomar con pinzasalgunos detalles de su relato,también lo aclaraban en el libro,que se enamoraba, y eracorrespondida, de un compañero detrabajo. La relación prospera, y losnovios pasaban cada vez mástiempo juntos —en el call centerdonde trabajaban y en la casa—

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hasta que Catani descubrió que lefaltaban algunos libros en subiblioteca. Otra vez, no encontrabael juego de cubiertos de plataheredado de su abuela y, finalmente,desapareció el frasco donde dejabalas monedas que separaba para elcolectivo. Roberta rompía con sunovio en cuanto corroboraba queera un deleznable y mentirosoladrón, pero a la semana elmuchacho la citaba para reclamarun reloj pulsera, la estilográfica que

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le había regalado su madre cuandoterminó la secundaria, y hasta unaesponja exfoliadora. Yareconciliados, vivían felices hastaque, en un confuso episodio en unafarmacia, un policía mataba de untiro al novio.

Estos Bonnie y Clyde de sillónde psicoanalista calaron hondo enla opinión pública. A mi amiga lebrillaban los ojos mientras me locontaba.

Dos personas con

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individualidades complejas peroque aprendieron a compartir susdebilidades, que a la vez, como enmuchos casos, comentamos conAgos, eran sus placeres ocultos.

Ninguna relación parecía tanfeliz como la de Catani y su noviodel call center, y la cleptómanapronto fue una invitada habitual,como Susana P. después, de losprogramas de chimentos. AunqueOrtiz y Sabatini trataran deconvencerla al principio para que

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no aceptara esas invitaciones.Ya sabía lo demás me dijo

Elortis: el libro gustó, se vendióbien, y ellos también se expusierony viajaron a Mar del Plata para daresa charla de literatura de veranoen Villa Victoria y participar delfamoso almuerzo televisivo de lafamosa señora. Sin embargo,Sabatini se resintió en cuanto vioque las preguntas de la prensa ibandirigidas a Elortis y cada vez quemi amigo aclaraba,

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condescendiente, que había escritoel libro a dos manos, no podíaevitar sentirse un impostor, lo queahondaba su bronca. Por otro lado,el tiempo que habían trabajado enel libro con las cuentas justas, sinpoder darse ningún lujo, con susrespectivas parejas manteniéndolos,y recriminándoles el desbaratadocamino que había tomado lasociedad, hizo que en las etapasfinales de la escritura los, hastaaquel momento, entrañables amigos

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de aventuras empezaran a teneralgunos roces.

Elortis le había echado en caraa Sabatini que no trajera víverespara subsistir en la oficina —siempre le comía las mermeladasque él llevaba y le vaciaba suscajitas de té— y no le perdonabaque cada día apareciera más tardeporque había empezado a atenderpacientes en su domicilio por lamañana, antes que su esposa lousara para lo mismo. La relación de

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estos hombres intrépidos —palabras de Elortis—, que habíanintentado distanciarse del resto desu camada al ocuparse de trabajosmás afines a sus gustos, empezó adesgastarse de esta manera. Tengoque admitir que a mí me molestabanestas salidas de Elortis, tantohacerse el revolucionario, y encuanto empecé a trabajar en elestudio de abogacía sus opinionesse hicieron cada vez más ácidas einaguantables.

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Y acá pensó que venía al casouna de las historias que contaba laenanita. Me llevó al sur otra vez, ala casucha de dos por dos donde laenanita le había contado sobre elmatón Ruggiero o Ruggierito. Larelación entre Ruggiero y sucompinche Baigorria venía mal,desconfiaban el uno del otro. Laenanita presenció la historia querelata, mientras paseaba undomingo con su amiga. Ruggiero yBaigorria salieron de una galería,

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donde habían ido a «cobrarle»personalmente a una joyería, ycaminaban alegres con las joyasque les regalarían esa noche a susmujeres en sus bolsillos. De unmomento a otro el cielo se llenabade nubes y el aire se tensaba enespera del inminente chaparrón.Mientras Baigorria se acomodabael mechón de pelo que el viento lehacía caer en la cara, Ruggiero separó en seco. Creyó ver que elcanillita parado en la esquina

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inclinaba hacia atrás su sombreroen señal de peligro. Andaban concuidado porque unos matonesradicales se las tenían jurada. Derepente, un ruido seco y sordo hizoque los dos desenfundaran suspistolas. Por un instante, cada unoapuntaba al cuerpo del otro, aunqueenseguida rectificaban el impulso ybuscaban con sus armas más allá desus espaldas, transformando laposible traición en un acto dearrojo. Rezagados, los dos matones

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que los acompañaban a todos ladostambién desenfundaban y rastreabancon sus armas al agresor hasta quese daban cuenta que el estruendoera causado por un ventarrón quehabía derribado al cartel de chapade la puerta de la galería. Así ytodo, la relación de Ruggierito yBaigorria ya no sería la mismadespués del episodio patético de lacaída del cartel y el primeromandaría tiempo después a eliminaral segundo.

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El éxito del libro acentuó lasdiferencias entre Ortiz y Sabatini.El tiempo que pasaron juntos paracrearlo logró que cada unoreconociera la previsible forma deactuar del otro. Ya no habíasorpresas ni risas. Le sugerí aElortis que tal vez él no fuera tanmacho como creía ser y le pregunté,medio en broma, si alguna vez no sehabía sentido atraído por algunapersona de su mismo sexo.Responde, típico, que no lo

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descarta en el futuro porque estabaalgo cansado de las mujeres peroque ese detalle iba mejor para lahistoria de Ruggierito y Baigorria yde cómo se cuidaban las espaldas, apesar de recelarse, el uno al otro.

Y tenía otras historias que lecontaba la enanita, pero por suerteapareció mi mamá y me preguntóqué hacía tan tarde en lacomputadora y pude desearle lasbuenas noches a Elortis. No es queme fuera a retar, pero aproveché

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para tomar un café con ella. Noshablamos, Elortis, que sueñes conlos angelitos, adiós, le decía,siempre así.

El día después de esa charla meenteré que mi ex se había puesto denovio y a la noche se lo conté aElortis, que trató de consolarme. Ledije que nunca había querido deverdad a mi ex y que por lo tanto nome interesaba lo que hiciera de suvida, aunque esperaba que le fuerabien. Era una posibilidad, como

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decía Elortis, que Santiago noaguantara mis reiteradas negativas atener sexo pero en realidad yo noestaba preparada y no soportaba laidea de entregarme a él porcompleto. Difícil de explicar.

También, por esa época fue queiba caminando por Callao y mepareció ver a Elortis —si era fiel asu fisonomía la foto que mostraba—bajarse de un taxi y correr con unparaguas hacia una tienda de ropade mujer. ¿Sería? ¿Entró en la

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tienda de ropa o en la librería de allado? No quise preguntarle al otrodía, porque si era él, deberíahaberlo saludado.

Elortis decía haberme visto entres ocasiones, y en una la pegó, erayo y era él, los dos caminandorápido en direcciones opuestas, yocon una musculosa negra y unrodete en el pelo y él con unacamisa a cuadros arremangada. Porun segundo nuestras miradas seencontraron y el corazón me dio un

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vuelco, pero seguí caminando másrápido y me perdí con una sonrisaen la bajada del subte.

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Capítulo 4

Más o menos por esos días, cuandome enteré de lo de mi ex y creí vera Elortis, apareció en los diarios elartículo que salvaría la reputaciónde su padre. Alguien habíamandado a los principales mediosuna carta manuscrita firmada por elmismo Baldomero Ortiz, cuyocontenido era una crítica severa alos métodos del último gobiernomilitar. En la carta Baldomero

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consideraba el exilio y se proponíabuscar una ubicación en unauniversidad de Estados Unidos.Pero ¿esa carta había sido escritaverdaderamente por su padre?

Elortis estaba desconcertado.La letra era más rígida, los términosdemasiado académicos para suestilo, y él nunca había tenidonoticia de que pensara mudarse aotro país, más bien había escuchadoa Baldomero decir que serinmigrante era el peor de los

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destinos. Repetía las palabras endialecto italiano de su suegra,cuando le rogaba no cometer elerror de meter las valijas en unbarco como ellos para terminar enun país desconocido. Eso que suabuela había sido una agradecidadel país, a diferencia de la tíaabuela de Elortis que odiaba ellugar donde había venido a parar.Para esta mujer, que vivía adelantede la casucha de la enanita —deascendencia española— y era la

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dueña del terreno, los médicos eranla encarnación de la maldadargentina. En las consultas seburlaban de su cerrado dialecto y lamanoseaban. Finalmente, trasoperarla de un simple quiste, comoa mí, le extirparon los ovarios porequivocación y la volvieron a cosercomo un matambre. Por lo tanto,ella y su esposo, el padrino deElortis, no habían tenidodescendencia. Pero eran visitadospor muchos paisanos, que sí

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hablaban de la guerra, no como supadrino, y también por otros amigosargentinos; personajes que a vecesElortis se cruzaba cuando iba avisitar a la enanita.

En fin, Elortis dudaba de lacarta y empezó a averiguar quiénpodría ser la persona que la habíaenviado a los diarios. ¿Seríaposible que fuera el excapitánHeller? ¿Susana P.? ¿Un tío porparte de su madre? Sabía que estehombre, dueño de una curtiembre,

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varios años menor que su hermana,había apreciado a su padre. Pero nolo veía desde que su madre habíamuerto, años antes que Baldomero.Vía e-mail, intentó convencer a losjefes de redacción de algunosdiarios, sin que pudiera sacar nada.

¿Quién había ayudado a supadre? ¿Qué motivos tendría? Talvez en esa época estaba tannecesitado de amistad que creyóque esa persona podría contrastar eldesdén que le producían sus

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semejantes.Lo cierto es que, en vez de

ponerse a pensar en una idea paraotro libro, dedicó unas semanas abuscar en vano al salvador de lafigura de Baldomero, era lo únicoque llenaba su tiempo y lo alejabade otras preocupaciones másacuciantes, tal vez, como su futuroamoroso.

Pero no encontró una respuestani en el cura que visitó en la iglesiade Las Esclavas, que jugaba a las

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damas con su padre, ni en laempleada pintarrajeada delRegistro Civil, a la que Baldomerosolía llevar masas secas porhaberle simplificado un trámiteaños atrás, ni en el hijo del dueñode la pizzería donde Baldomerocompraba los palos de Jacob parael postre.

La carta no logró borrar laimagen nueva que se había formadode su padre luego del primerartículo en los diarios. Lo contrario

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de la existencia tranquila, correcta,que él había llevado hasta elmomento; un pasar libre desobresaltos, de decisionesimpensadas y apuestas fuertes,aunque se había jugado con Sabatiniy, después de la edición del libro,su ánimo reflejó por un tiempo unasensación de bienestar y plenitudque no fue duradera. Pero resultóque Baldomero había logradomantener a un séquito de tímidosdefensores, aún con sus locuras.

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¿De qué le habían servido lassuyas?

Cuando decidió separarse deMiranda ya era tarde. Habíallegado a tener un hijo con ella.Pobre Martín, se apiadaba. ¿Paraqué si nunca había estadoenamorado?

Tuvo que aguantar que susamigos le advirtieran que dejar aMiranda era un error. Lo mismocuando abandonó la práctica de suprofesión para invertir su tiempo en

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tareas poco convenientes. Pero, porlo menos, no fue en teoría como supadre —que pasaba más tiempohablando de Madagascar quepreparando seriamente esaimposible beca— sino que se habíametido de lleno en terrenodesconocido, y sólo por casualidadle había ido bien. Él era inestable—lo contrario de la estabilidademocional de Baldomero, cuyostornillos estaban constantementeflojos y no producían

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contradicciones en su carácter,siempre ecuánime, bondadoso ygentil con los demás, hasta que secerraba la puerta o le atacaban susideas.

Así y todo, para algunos supadre había sido un agente civil dela dictadura militar, un delator. Ledije que enfocara su atención en elpresente, el pasado ya no está y elfuturo no se sabe. Nuestro futuro esincierto, Elortis, todo podíaocurrir… Y si no encontrábamos a

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nadie nos quedaba el monasterio.Eso le gustó.

Nada mejor que el talante de unmonje, un modelo de virtud yequilibrio con el entorno, paradescribir el estado anímico en quelo dejó por contraposición la figuramaléfica paterna construida por losmedios hasta que apareció la cartaque instauró la duda sobre lasacusaciones. Había sido capaz desonreír con sinceridad, de ayudar alas personas sin interés y le dieron

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ganas, como a mí más seguido, dehacer algún tipo de trabajocomunitario. Se ve que en el fondola culpa y la vergüenza lo corroían.Pero ese lastre que habían venido adescubrir en su progenitor lo dejabaa él en la vereda de enfrente, libre ybueno, la mayoría comentaba que unhijo no debe responder por lasacciones de su padre.

No pesaban los errores quehabía cometido él en su vida; unatrayectoria irregular en lo laboral,

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incierta en lo amoroso. De última,Elortis era bueno para convencersea sí mismo, sus únicos erroreshabían sido engañar a su novia detantos años y haber traído, justo conesa persona, un hijo a este mundotramposo.

Si al principio había intentadoengancharme a Martín era porquemi supuesta pureza, o mi egoísmoque reflejaba una naturaleza sinceray firme, lo habían atraído a élprimero y pensó que con una chica

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como yo su hijo no caería en unaconfusión como la suya en suprimera y decisiva relación. A susojos yo era toda posibilidad yconquista, un símbolo de otra épocatraído a ésta de los pelos perovisible y consistente, la noviacomprensiva y pura que le hubieragustado tener en el secundario.

Su encuentro con el sexo habíasido abrupto, en una fiesta delcolegio conoció a una chica queparecía angelical pero resultó ser

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que a los diecisiete años ya habíatenido una relación y, encima,incestuosa, con un tío postizo. Yesta chica no tuvo la mejor idea quecontarle su iniciación sexual aElortis la noche que se acostaronjuntos por primera vez. No precisó,pero parece que cuando le propusoa la chica determinada postura en elacto amoroso, ella se asustó por lasexperiencias que había tenidoantes… Él no tenía esasintenciones. Por algo debió

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recordarme alguna vez queBaldomero no se preocupó poreducarlo sexualmente.

Como consecuencia, arrastró eltrauma por un tiempo largo, aunquela sensación de desilusión en loamoroso no lo abandonó en su vidaadulta. ¿Cómo era que el padre desu noviecita le exigía, cuandosalían, que la trajera de vuelta antesde la cinco de la mañana? Si lahabía dejado irse de vacacionescon la familia del tío Oscar. En ese

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entonces, esta familia era solamentela hermana de su suegro, y tambiéniban con una pareja amiga. Todoscompañeros de tenis de laadolescente Miranda. ¿Por qué sólopara él activaban los principios dela sociedad cuando debía habersido tan evidente para la familia desu novia que el otro se los salteaba?

Le comenté a Elortis que tanvisible no sería el asunto, sino elpadre de su exnovia hubieraactuado, pero él contestó que, más

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allá de que los demás se movíanpor la apariencia, llevar o no elpeso del sentido común corría pornuestra cuenta, y que si bien es ungran esfuerzo sacárselo de encima,no podemos echarle a nadie laculpa de nuestra falta decompromiso con nosotros mismos.

La familia de su exnovia sehabía enriquecido rápido en losnoventa y en casos así losprejuicios se multiplicaban a la parque el dinero. Para Elortis eran

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gente maleducada, que no hacíanmás que darse aires y desconocíana los espíritus sensibles y elevados.Pero ¿dónde estaban en Elortis lasvirtudes que pretendía queencontraran en él? Bien ocultaspara que los idiotas no seconfundieran, respondió. Después,me aclaró que también podía serque él fuera un mal llevado y queactuara de incomprendido paraecharle en cara a los demás supropia falta de méritos. Tal vez su

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indecisión lo hacía desconocerquién era para los demás, no veíaen qué lugar estaba parado y cuáleseran las afrentas a las querespondía. Y por momentos sumegalomanía era tan notoria comola de su padre.

Estando de novio le habíatocado irse de vacaciones con lafamilia de Miranda —usaba elprimer nombre para referirse a suexnovia, que la chica detestaba ysuprimía por Laura, el segundo— y

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la de su tío Oscar. Tuvo quecompartir asados, baños helados enla playa, y partidos de fútbol con eltío y el padre de la novia. No podíaevitar darle vueltas en su cabeza ala pesadilla real que significabapara él que aquel hombre alto,fornido y orgulloso de la falta depelo en todo su cuerpo, fuera elprimer amante de Miranda.

Sin embargo, ella le habíaasegurado que lo suyo con Oscar nohabía durado mucho, unas veces

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nada más, que era algo irrelevante,una pavada… Aunque después lereveló que el asunto se habíaprolongado durante un año. Siempreantes de conocerlo a él, eh,aclaraba Elortis.

Fue una noche de esasvacaciones, mientras volvíancaminando solos por la playa de lafiesta de los guardavidas. Habíaempezado a indagar sobre larelación y obtuvo esa respuesta.Reaccionó diciéndole de todo a su

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novia y le echó en cara la torturadiaria que le hacía vivir, dejando enclaro que para él no era más queuna loca que se había dejadoseducir por un gigante lampiño quela doblaba en edad y, para colmo,era su propio tío. Al notar queMiranda había dejado de caminarpara entregarse al llanto, Elortisapretó el paso, y ya bastanteadelantado y casi perdiendo devista a su novia, decidió meterse almar. Mientras apuraba las brazadas

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para alejarse más de la costa hastaperderse definitivamente en lanegrura, descubrió que ya no hacíapie y en la desesperación empezó atragar agua.

El miedo le duró un momento ycuando dejó de luchar paraentregarse a lo peor se dio cuentaque estaba haciendo la plancha ypensó que podría flotar boca arribaen la oscuridad hasta que la marealo devolviera a tierra o decidierachuparlo a los profundidades.

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Agradeciendo al cielo que lo dejaseflotar, en las puertas de su libertad,se convirtió en un animalito más deesos que tanto le gustaba tener,como después Motor, o todos lo quehabía adoptado desde que era chicoy habían terminado sucumbiendo asus cuidados.

En vez de rebobinar en su mentelos hechos más importantes de suvida, ya siendo él otra criaturaendeble a la deriva, vio la cara detodos los animales que había

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torturado, las de los conejos quereventaba de cariño en la casa de suabuela —sus familiares decían queunos días después de su visita semorían debido a sus apretones—, lagomosa y cornuda del oxolote quese secó al evaporarse totalmente elagua de la pecera y las imprecisascabezas de las luciérnagas queatrapaba en frascos. Que loperdonaran.

De repente, fue arrancado detodos estos pensamientos por la

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fuerza de unos brazos firmes que loarrastraron poco a poco hasta laorilla. No era otro que el tío Oscarque, ante los gritos descarnados deMiranda, se había metido en el aguacon un amigo para rescatarlo.Parece ser que el agua lo habíaarrastrado cerca de la fiesta de losguardavidas y la mitad de losinvitados estaba presente,aplaudiendo medio en serio, mediocreyendo que era una imitación desalvamento inspirada por el

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alcohol.Elortis confiesa que, del susto y

la vergüenza, pensó que le agarraríaun ataque al corazón de tanto que losentía latir en el pecho cuandoOscar y el amigo lo dejaron en laplaya, y que, aunque siguió tomandomuchísimo, esa noche no habíapodido emborracharse. Al otro díano pudo evitar reírse de sí mismo yde la situación absurda en la que seencontraba.

Esto me hizo pensar que el día

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que vi a Elortis podía ser que sehubiera metido en la tienda de ropade mujer para comprar algún regaloa su ex, ya que se seguían viendo, lamayoría de las veces sin Martín, yél nunca me negaba que algún díapudiera volver con ella, aunque leparecía improbable. Por lo menosen ese momento de nuestras charlas.Parecía una relación obsesiva perofeliz, fundada en esa desilusióninicial que a la vez lo atraía demanera morbosa, y que como era

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habitual, solamente la rutina sehabía encargado de empañar.

En cambio, Baldomero rara vezhablaba con su esposa, a la quetrataba como un apéndice dedicadoa higienizar y a organizar suexistencia, a alejarlo de labúsqueda constante de otrasmujeres en las que saciar su ego ysu apetito sexual para poderdedicarse, y esto sí parecía loable,y digno de imitación para Elortis, ala reflexión, con la que intentaba

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conocerse a sí mismo, y alpensamiento, con el que pretendíacontribuir a la cultura cuandoencontrara la manera de enriquecerla comunicación destronando a eseelemento impreciso que era ellenguaje heredado.

Para eso buscó toda su vida lacultura milenaria que le transmitiríael conocimiento necesario a travésde los signos unívocos de lo real,antes de que las civilizacionessiguientes lo desvirtuara al

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proponerse expresarlo por otrosmedios. Y este tipo de actividad,que lo convertía sin dudas en uncharlatán, la desarrollaba en lascharlas informales de la facultad.

Por lo tanto, a Elortis se leocurrió dar con el posiblebenefactor de la memoria de supadre entre sus colegas profesores.Como estaban casi todos muertos ylos que no lo estaban son los que lohabían denunciado, haciendoreferencia a los almuerzos en los

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que Baldomero apoyaba larepresión, decidió hacer elexperimento de hacerse pasar porun profesor suplente y comer conlos demás facultativos paraenterarse de qué hablaban y, másque nada, ver si alguno nombraba asu padre. Así, también, esperabainaugurar un período de decisionesintuitivas, cercanas a lo irracional,en su vida. Aunque las pocas vecesque les parecía haberlas tomado,últimamente por mujeres, no le

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había ido muy bien. Por suerte unode los profesores había trabajadoen la época de su padre.

A pesar de ser un viejodemacrado y que en conjuntoparecía estar en las diez de última,reveló que su físico y su mente semantenían vigorosos gracias a losbeneficios de una dieta casimediterránea a base de uvas, pancon cereales, chocolate negro ynueces, sin olvidar su copa de vinopor las noches. Elortis le había

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dado ochenta y tantos pero ellicenciado Pascual tenía noventa yseis. Y todavía dictaba, una vez almes, clases en su cátedra. Sacó eltema de los inventores y losprofesores más jóvenes lo mirabancon una mezcla de reverencia ysuspicacia, para Elortis era como sifueran cowboys diestros y tuvieranlas manos en los cinturones paradesenfundar en cuanto vieran lasenilidad aparecer en cualquierdesvarío vergonzoso.

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El casi centenario profesorhabía hecho más de lo que ellospretendían para sus vidas y todavíaestaba ahí sentado, un rejunte decostumbres solidificadas, dispuestoa rebatir cualquier juicio inexperto.Además de jefe de la cátedra deIntroducción a la Psicología, erapintor y venía de presentar unaexposición de su obras en Londres,viaje que había aprovechado paraconocer Escocia, donde visitó lacasa de Graham Bell. Se hizo

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evidente para Elortis que ese viejohabía logrado lo que Baldomerobuscaba; ser respetado y que lepaguen por sus caprichos.

Pascual dijo que los inventoresen general no eran buenas personas,y que sería muy interesanteinvestigar las similitudes en laeducación que terminabanbrindando a la sociedad esossoñadores exitosos. Agregó quetodo era muy lindo pero: ¿a quién legustaría ser el perro de Graham

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Bell? —algo que Elortis ya habíaoído en boca de su padre―.

Parece que Graham Bellexperimentaba con las cuerdasvocales de su perro para hacerlereproducir algunas palabras.Baldomero también decía que elperro era el precursor del teléfono.¿No sería ese viejo el redentor dela figura de Baldomero?

Elortis acariciaba la idea,cuando una profesora de unoscincuenta años, pelirroja y todavía

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atractiva, confesó que Pascual lerecordaba cada vez más aBaldomero Ortiz. El viejo se quedócon los ojos muy abiertos y,mientras Elortis trataba de tragar elpedazo de omelette que se habíapedido y miraba fijamente la mesapara pasar desapercibido, elayudante que estaba sentado a sulado le comentó a los presentes quetenían la suerte de estar con elcreador de Los árbolestransparentes, hijo del profesor

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Ortiz. Elortis, que no sabía dóndemeterse, sonrió como un idiota ycometió el error de limpiarse laboca con una servilleta ya usadapor otro. Encaró sin vueltas a lapelirroja y le preguntó por qué sehabía acordado de su padre.Mariana había sido alumna de supadre y, por la forma en que todosapartaron la mirada mientras lerespondía, notó que la relaciónsiguió más allá de las aulas.Envidiaba a Baldomero por sus

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amantes.Explicó que se había tomado el

atrevimiento de acompañarlos en lacomida porque estaba investigandosobre la figura de su padre. Algunosprofesores se levantaron,disculpándose, y sólo quedóMariana, el ayudante, que sellamaba Diego, y el profesorPascual, todavía sorprendido, nosabía Elortis si por su enigmáticapresencia en ese almuerzo o porquehabían descubierto el origen de la

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anécdota que había contado.Mariana pensaba que los medioshabían tratado con excesivacrueldad a la figura de su padre yno podía entender cómo todos losimportantes amigos que tenía no losalieron a defender. ¡Amigosimportantes! Elortis dudaba de quesu padre hubiera tenido alguna vezese tipo de amistades.

Pascual agregó que preferíamantener el silencio sobre lassimpatías políticas de su antiguo

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amigo, pero que si había sido uninfiltrado de la dictadura de losmilicos en la facultad lo habíahecho muy sutilmente porque nadiese había enterado. Que decía esetipo de barbaridades en losalmuerzos era mentira. Los alumnoslo evadían por ser muy estricto enlos exámenes pero todos losrecordaban por su parloteo en lospasillos sobre temas muy pocoacadémicos, casi parapsicológicosen el sentido cabal de la palabra,

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como su proyecto de viajar aMadagascar para tratar de entendermediante la observación delecosistema la verdad de unacivilización perdida, que pensabaencontrar en algún momento. Esaverdad ser refería a algo difuso ycontradictorio; cómo eran losprimeros pensamientos antes de quelos gestos y después el lenguajehablado los empobrecieran creandola conciencia.

El punto era, interrumpió el

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ayudante, que había muchosalumnos y profesoresdesaparecidos, y que algunosseñalaban a Baldomero como unode los posibles entregadores.

Nadie sabía quién había escritola carta anónima, pero el viejoreconoció que el exprofesor quearmó el escándalo y los demás quese sumaron no estimaban aBaldomero. Estos psicólogos no leencontraban la vuelta al asunto derescatar su legado académico, ya

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que era recordado como unirracional, peligroso para laprofesión, y que el aula magnallevara su nombre —Elortis sabíabien que ese homenaje tardío nohabía significado mucho para supadre— los preocupaba más quelas acusaciones. Pascual aseguróque en esa época había profesorespeligrosos, que no sólo sededicaban a enseñar sino queinvertían parte de su tiempo enmovilizar a los alumnos con otros

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fines y que la bronca hacia su padredebía venir por los temasinsustanciales, y pocoscomprometidos, a los que sededicaba.

Para Mariana, Baldomero hacíanotar, muy cada tanto, suspreferencias conservadoras, perono las imponía, prefería molestar alos psicólogos con la indiferencia ylas teorías esotéricas.

Elortis se siente incómodo ydecide agradecer a los presentes

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por sus palabras y alejarse cuantoantes, pero no logra sacarse deencima a Diego, el joven ayudante.Mientras lo acompaña al coche,Diego le confirma que Baldomero yMariana habían sido amantes, lofelicita por su libro y le pregunta sipodía darle clases de escritura.

Ahora bien, Elortis manejó a lavuelta ese día pensando en loscolgantes que llevaba Mariana,entre los que había una vaquita desan Antonio de oro. ¿No tenía su

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madre una igual?Cuando llegó a su departamento

buscó la caja de madera donde supadre guardaba los recuerdos delmatrimonio, y otras cosas macabrascomo el diente de la abuela deElortis, y estaba todo lo queesperaba encontrar, menos lavaquita que él recordaba haberlevisto a su madre en algunas fiestas.Era tan cabezadura que no paróhasta encontrar en un álbum defotografías a su madre luciendo el

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dije y despegó la foto para dejarla amano. Elortis se sintió solo y unpoco viejo.

Así que Baldomero habíaalcanzado el agape griego, esaunión suprema amorosa, con sualumna pelirroja, tal vez interesadaen temas tan elevados como lossuyos. Sabía que Baldomero teníala seguridad que a él le faltaba parallevar adelante sus asuntos, unamanera de esconderse a sí mismo ellado oscuro de sus actos, útil para

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no acobardarse y cumplir ciertosobjetivos.

No sé por qué, pero me empezóa parecer que yo era uno de losobjetivos del hijo de Baldomero.

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Capítulo 5

Pero bueno, ahora debería contarlesotra cosa, lo que me andabapasando a mí por esa época. Elortistrató de sonsacarme algo, pero sólorecibió noticias de mi desencantohacia la pareja que me había traídoal mundo. Tantos cuidados de mamáy charlas sobre la vida con papá. Ymojate los dedos en agua bendita,nena. ¿Para qué? Ahí estaba yoempezando a digerir las dos

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enseñanzas más consistentes de mispadres: la mentira y la simulación.

Baldomero decía que sabermentir es una virtud indispensablepara vivir bien. Según Elortis,repetía eso de si quieres ser felizcomo tú dices, no analices.

Yo no pensaba mucho en undetalle de mi familia. Mi padresestaban separados, yo vivía con mimamá, pero cuando tenía doce añosmi papá me había presentado,abrazado a su pareja en la puerta de

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su nueva casa, a Augustiniano, mimedio hermano. Al principio laregla era no contarle nada a mimamá para evitar que, sabiendo quehabía formado otra familia, meprohibiera visitarlos. Cuando,después de algunos años de estrictadistancia mis padres reanudaron lasrelaciones, y mamá tocaba el timbrepara buscarme, un chico flacucho yde nariz aguileña, que no sacaba lavista de la televisión, salíacorriendo.

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Para tener ocho años,Augustiniano era muy inteligente ybastante rápido en sus reacciones.Le íbamos a decir a mi mamá que elchico era de una pareja anterior dela novia de papá, pero no habíacaso, en cuanto Augustinianoescuchaba la voz de mi mamácorría y se escondía en el hueco dela escalera o subía a encerrarse ensu cuarto. Con el tiempo noshicimos muy cercanos, y cuando yahabía empezado la secundaria,

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según él porque hacía mucho que nome veía y me extrañaba, seapareció en mi casa, y cuando entrómi mamá se lo tuve que presentarcomo si fuera un amigo más. Todosme pedían demasiado, en especialmi padre, que por ser un picaflor —ya hace años que se separó de susegunda pareja— era el culpable detodo.

Dio la casualidad que ese día sele ocurrió pasar a cenar y tuve quesimular que no se conocían delante

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de mi madre. Augustiniano, mipapá. Papá, Augustiniano. Esa gotarebalsó el vaso y cuando se fueronno pude mirar a los ojos a mimamá. Caí en la cuenta que mi papáera un manipulador nato y que, alser cómplice de su mentira, mehabía convertido en su aprendiz.

Algo me alejaba de Elortis yera muy probable que no fuera laedad nada más; tal vez yo tenía eldon de la tergiversación, qué élafirmaba desconocer. Nunca

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entendió el porqué yo le decía quenecesitaba paz. Cómo iba a saberlosi yo misma no sabía a qué merefería con esa palabra. Pero sé queno era la paz de los monasterios. Yonecesitaba tener las cosas claras enla vida. ¿Sería la paz que mepermitiría moverme con la libertadnecesaria para rehacer mi vidadespués del primer noviazgo?Había calculado todo para quesaliera bien esa relación y, sinembargo, ahora el único hombre

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con el que hablaba era mi mediohermano, aparte de Elortis.

¿Qué hubiera pasado si todavíaseguía de novia con el celosointolerante de mi ex? Tal vez mehubiera revisado la computadorahasta dar con el registro de lasconversaciones y habría contactadoa Elortis para amenazarlo. Pero mifalta de tranquilidad no proveníasólo del pasado. Me preocupabaque una persona a la que apenasconocía en la vida real empezara a

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ser el centro de gravedad alrededordel que giraban todas las cosas queme pasaban. Cómo no extrañarlocuando no hablábamos, cómo noesperarlo cuando no se conectaba.

Empecé a ser un poco más fríacon Elortis. Me seguía relatandosus aventuras, hasta que se cansabade mis respuestas cortas y mereprochaba que yo estuviera tanmonosilábica. En general, yo leía, ymuy bien, lo que escribía, pero mecolgaba escuchando música o

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miraba alguna serie.Otra vez a lo de la enanita; me

presentaba al Mono, el hijo de unasirvienta de Avellaneda.Desobediente, maleducado,contestador, el Mono era elprotagonista del grupo quecompletaban el Bebi —un inglesito,especie de imitador del Mono enotras historias—, y Rafael yManolo, los hermanos de la enanita.

En las casas burguesas de antesno existía el timbre, las visitas

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usaban los llamadores de hierropara anunciarse. El relojero judíotrabajaba hasta tarde, mientras sumujer planchaba la ropa, y el Monotenía un plan para molestarlos yreírse de ellos. Ataba un hilo tanzahasta la manopla de hierro, sesentaba en diagonal a la puerta, enla vereda de enfrente, y tiraba delhilo, mientras los amigos lomiraban desde la otra cuadra. Alrato la puerta se abría y aparecía lalarga nariz arrugada del relojero

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buscando al gracioso que no lodejaba trabajar. El Mono sonreíadesde enfrente. Para él, era lagracia del día engañar al relojero.El relojero caía una y otra vez,incluso cuando se quedaba al ladode la puerta para abrirla de golpe.Una expresión de molesta sorpresase dibujaba en su cara cuando veíaque no había nadie cerca para retar.Y atrás aparecía su mujer,repitiendo oraciones contra losespíritus. Pero el relojero sabía que

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era el Mono el que de alguna formatiraba de la manopla de hierro y alsegundo día salió y miró haciaarriba, esperando ver a alguno de lapandilla de ese vago subido comopor arte de magia a los relieves delfrontón de su casa. Pero nada.

El Mono, desde enfrente, seretorcía las manos de contento y elrelojero lo miraba con airedesafiante. Al tercer día, el Monohizo salir otra vez al viejo justocuando un coche apareció a

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velocidad por la calle, enganchó alhilo y volvió a levantar la manopla.El Mono dejó caer la tanza rápido,pero igual le dejó una rayasangrante en la mano. Tanacostumbrado estaba de su propiotruco que se había olvidado queexistía una conexión entre la puertay su mano. El viejo lo descubrió,salió a correrlo con una escopeta,el Mono atravesó la calle a milkilómetros por hora y la historia delMono y el llamador se acabó.

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Le pregunté a Elortis qué mequería enseñar con ese cuentitopara nenes, pero se enojó y me dijoque, por lo menos, que él supiera,la enanita no inventaba nada, sinoque era la más pura verdad, y queno me quería decir nada, solamentecontármelos. Ahora me doy cuentaque estaría pasando por unmomento crítico, no podía escribiry me usaba a mí para vaciar sumente, una vez que empezaba seolvidaba que había otra persona del

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otro lado que leía lo que escribía yrecuperaba la fuerza para hacer loque no podía hacer en serio,directamente, que era sentarse aescribir otro libro o tratar deencontrar una persona paracomenzar una nueva vida. Esas doscosas las ensayaba conmigo, tal vezporque era chica y siempre podíahaber alguna excusa para noengancharse conmigo y porque,como dije antes, debía ser una delas pocas que le prestaba atención.

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Tal vez nuestras conversacioneseran una especie de aplazo para él,sólo esperaba pisar tierra firme otravez, que sus ojos no reflejaran esatristeza perruna que lo asustaba enel espejo, y tal vez también, intuíala contracara de una revelacióncercana.

Las pruebas de que estabapasando por un mal momento eranesas frases rebuscadas que mesoltaba en la conversación. Esnatural, y por lo tanto más fácil,

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borrar unos puntos suspensivosque crearlos. La verdadera formade leer es hacia atrás. Creer en lossentidos es lo opuesto que creer enlos sentidos. Éste tipo de cosas.Parecían tener por fin confundirmeo era una forma más de hacerse elinteresante. Para colmo de males,terminó encontrando a otraexamante de su padre.

Baldomero había conocido aHiromi en un exposición deorquídeas en la Embajada de

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Brasil. Desde entonces, Baldomerocada tanto llegaba a su casa conunas macetitas y se dedicaba hastala hora de la cena a buscarle unlugar a las plantas siguiendo lasrecomendaciones de Hiromi.Descubrió la historia el día que elportero del departamento dondevivieron sus padres, al que habíaido para solucionar un problema defiltraciones con sus inquilinos, lepreguntó si quería llevarse unasplantitas que le habían entregado

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para Baldomero. Las ubicó en sudormitorio, en una repisa que lasresguardaba de Motor, pero en unosdías comenzaron a marchitarse.Esta vez decidió fijarse en ladirección que figuraba en latarjetita y matar dos pájaros de untiro, ver qué relación había entre supadre y la persona que las mandabay enterarse del cuidado que teníaque darle a las orquídeas. Se subióal auto y terminó en Escobar. Casise lo comen cinco perros akitas en

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la entrada de la propiedad (aElortis, como a mí, le encantabanestos perros asiáticos, como lossiberianos o el malamute, porquetienen puntos en común con loslobos, aunque sea en apariencianada más, según dicen) pero logróllegar hasta una especie de jardínde invierno donde estaba montadoel laboratorio y encontró a Hiromiretando a un empleado porque habíacontaminado un meristema. Lecausó gracia a Elortis que el

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empleado, un oriental, estuviera conla cabeza baja y la mujer lo retaracomparando el cuidado higiénicoque debía tener con las células delmeristema con la esterilización delinstrumento quirúrgico usado en lasoperaciones. La mínima suciedadpodía destruir el equilibrionecesario para obtener lareproducción perfecta de unaplanta. Al notar que Elortis lamiraba, la japonesa intentó llevarloal jardín de invierno donde exponía

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las orquídeas, creyendo que era uncliente más, tenía la vista muygastada por el trabajo, peromientras caminaban y lerecomendaba maneras de cuidar asus plantas, de repente se paró enseco y sonriendo le preguntó si noera el hijo de Baldomero.

Se había enterado de la muertede su padre tiempo después de queenviara las últimas orquídeas, unasLiparis. Antes a Baldomero no legustaban las orquídeas porque

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decía que era costumbre deafeminados o perversoscoleccionarlas, pero su interésaumentó después de llevarse lasprimeras a su casa. Hiromi, a la queBaldomero le llevaba por lo menostres décadas, creía que tenerlas lehacía recordar la peculiar amistadque los había unido…

Admitió extrañar mucho elentusiasmo que su padre ponía alhablar de los variados temas que leinteresaban. Quiso invitarlo a tomar

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el té. La manera cadenciosa dehablar de Hiromi apaciguaba elespíritu de Elortis. Era una lindamujer todavía y sus ojos delicadosrehuían la mirada inquisidora de miamigo, que no solamente olvidó loque había ido a buscar a ese lugar,sino que también dudaba, mientrastomaba el té, del impulso que lovenía arrancando de su casa paraenfrentarlo con determinadospersonajes que no pertenecían a suentorno. Eran el resabio de una vida

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concluida. ¿Y si le hacían ver elmundo de una forma pococonveniente? No quería removermucho la tierra del camino por elque anduvo su padre. Ese polvotambién podía confundirlo a él.Tendría que haberlo pensado antesde subirse al auto.

El control de la entonación y losmodales que demostraba Hiromi alexpresarse contrastaba con lacrueldad de sus juicios. Para ella,Baldomero andaba en algo raro,

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aunque nunca le había interesadosaber lo que era.

Elortis se entusiasmó al saberque la abuela de Hiromi había sidola hija de un samurai. Aunque nuncafue reconocida porque su bisabuelay el samurai eran amantes. Elguerrero vivió muchos años,destino poco deseado por lossamurais, y nunca tuvo honor ni fuefeliz. Murió triste y solo. Subisabuela decía que la muerte decada persona representa su vida.

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Elortis se sentía muy cómodo conHiromi, pero las cosas que decíaeran terribles. ¿Insinuaba queBaldomero había tenido una muertelenta porque había sido un picaflortoda su vida? ¿Por qué las mujeresseguían echándole la culpa alhombre cuando hacía mucho quehabían dejado de ver las cosascomo mujeres, justamente? Para él,hasta que las mujeres se sinceraran,en todos los ámbitos, y nosolamente en los que les convenían

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para mantener las apariencias, no sepodía hablar de ninguna evoluciónen este tema. Era medio machistaeste Elortis, pero era imposiblerebatirlo en sus opiniones porque seencarnizaba con una y discutía hastaque los mensajes llegaban uno trasotro tan rápido que era imposiblecontestarle y te terminaba diciendo,por ejemplo, que algunas somosdescendientes de las que andabanpor ahí despedazando a Dioniso.Mal necesario, agregaba. Se ve que

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sus manos barrían el teclado. Larelación con su ex había afectado sujuicio. No será el primero ni elúltimo…

El esposo de Hiromi habíaentrado un día al galpón de su casa,protestando por el ínfimoporcentaje que le quedaba por losintermediarios, esos que lecompraban una orquídea acincuenta pesos y la revendían a losturistas a doscientos, o por lomenos en la mente de Hiromi eso

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era lo que pensaba su marido,explicaba Elortis, cuando un ataqueal corazón se lo llevó. Pero ¿quiénsabe lo que un hombre puede estarpensando antes de morirse?

A mí estas conversacionesmorbosas de Elortis no me gustabanmucho, ya sabía lo que le hacía lamuerte a las personas y conocía eltemor insidioso que la idea demorir generaba. Elortis le dijo quetal vez su marido estabapreocupado por otras cosas. Un

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intento de hacer sentir culpable a lamujer por quién sabe qué faltas.Hiromi le terminó de enseñar lasplantas, caminaron juntos entre lashileras de macetitas, y despuéssalieron al sol a despedirse. Sesubió al auto sintiéndose reciénconfesado pero también asombradopor la fuerza de seducción de lajaponesa. Me confesó que hacíatiempo que no deseaba tanto a unamujer.

Desubicado, Elortis. ¿Para qué

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me decía eso? Duro poco laOncidium bifolium, una orquídeasilvestre, que había elegido yllevaba en el asiento delacompañante; sería destruida porMotor unas horas después. Desdeque lo había recuperado, el gatodevoraba polillas, cucarachas, lasplantas del balcón y aceptaba losrestos de la comida —antes noprobaba más que alimentobalanceado del bueno—. Ahoratampoco se acercaba a cualquier

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visita maullando para que loacariciara. Se había vueltoselectivo y desconfiado con laspersonas y sólo después de unacautelosa aproximación restregabasu cabeza contra una pierna. Ya notrataba de sacarle en el aire elplatito de comida a Elortis cuandolo levantaba para rellenarlo.Esperaba quieto su comida yparecía mirar, a él o a la comida,con cierto desdén.

A Elortis le pasaba lo mismo

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con las personas, en particular consu nuevo alumno Diego. Me decíaque ésa era una conducta común enlos animales. Hasta un organismounicelular como el paramecio, legustaba repetir a su padre, siempreinteresado en el comportamiento delos animales en general, bate suscilios y se aleja al instante del lugardonde se concentran ciertoselementos. Diego era una especiede monstruo en formación. Algo deese chico lo repelía. Las opiniones

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de Diego eran las de la mayoríapero filtradas por los lugarescomunes de una supuesta altacultura. Algunos escritores sevolvían reiterativos, según suintelecto, más que nada cuandoapoyar o no esa supuesta repeticiónsignificaba leerlos. Cierto sectordifuso de la cultura creía algo yDiego lo seguía con mínimasvariaciones. ¿No era eso parte delproceso de aprendizaje?, lepregunté a Elortis. No estaba

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seguro, temía que algunas personasfueran refractarias a ese proceso.Las apariencias y lasclasificaciones iban de la manopara Elortis y de ahora en másestaba dispuesto a ofrecer su vidapara enfrentarlas, tal vez por esodecía que en cualquier momentoagarraba la sotana.

Pero no tenía problemas en usara Diego para que investigara elparecido entre el colgante de sumadre y el que llevaba la pelirroja.

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El chico no tardó en mostrarle lafotografía que le había sacado a laprofesora con el celular, donde seveía claramente que era la mismavaquita que llevaba su madre.Ahora ya podía meterle cualquierexcusa a su alumno para dejar deenseñarle. Estuvo una semanasufriendo por el tema. Para colmo,encontró una frase de H. G. Wellsque decía que la indignación moralera más envidia que otra cosa.

Se preguntaba con qué ojos lo

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miraría a él su hijo Martín. Nocreía que tuviera razones paraenvidiarlo. Por esos días estaba deviaje por Sudamérica con una chicaque conoció en una peña cerca delAbasto. Enseguida se habíaolvidado de su primer traspiéamoroso. Elortis estaba contentoporque su hijo tenía una viveza quea él le faltaba a su edad. Eso sí,vivía con su madre, era unmalcriado al que le lavaban la ropay le hacían la cama. Pero se le

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había dado por hacerse elmochilero. Durante el viaje, quecomenzó en Tucumán para seguirpor Bolivia, atravesar Manaos yterminar en Venezuela, Elortisrecibía e-mails de Martín donde lecontaba en detalle algunas de susperipecias. Se entusiasmabaleyendo esos mails. Hoy Martínjugó al fútbol en una favela, medecía, orgulloso. O, hoy Martíncomió seso de mono en la selvaamazónica con los aborígenes. No

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sabía si se había cruzado con algúnayahuasquero. Elortis todavía nome había contado cómo él habíallegado a los alucinógenos, pero meaclaró que su hijo apenas tomabaalcohol, era mañoso, no lo veíaentregándose a los caprichos de unchamán. Martín viajaba paraencontrarse con sí mismo en lanaturaleza, quizá un pocoinfluenciado, sin saberlo, por lasideas de su abuelo paterno. Pero nose lo tomaba en serio; antes de

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partir le comentó a su padre que nole gustaban las ideas trilladas. Sinembargo, en Caracas conoció a unhombre entrado en años que habíallegado como él y se había quedadode por vida. El hombre lo tratabacomo a un nieto más y decía quetenían la misma energía, que loshabía llevado a cruzarse: para élMartín era la reencarnación de unamigo que había perdido tres vidasatrás. A la que no veía con buenosojos era a la chica. No le parecía

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de confianza. Martín estabademasiado seguro de que su noviaera buena. Ella lo había convencidode hacer ese viaje de iniciación quelo había reunido con su amigo deotra vida, nada menos. El hombredecía que las causas no estabanconectadas, que esta mujer lehubiera señalado el camino haciaél, no significaba que no hubieraque tener cuidado con ella. Losmiraba surfear mientras manteníaavivado el fuego con leña para que

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pudieran calentarse a la vuelta. Leshabía cedido su cama de dos plazasy les cocinaba diariamente. Habíaestado a punto de casarse perogracias al alcoholismo pudo seguirel solitario camino de larevelación. La chica se habíaencariñado con el viejo, pero sequejaba de que los espiaba por lasnoches. A Martín eso no lepreocupaba, pero pronto el viejo lereveló que esa chica era lareencarnación de una chica que los

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había enemistado, una antigua noviasuya que él le había robado.Después, una noche que estabanmedio borrachos junto al fuego, lecontó adelante de Martín lo mismoa la chica y, entre risas, sugirió quedebería compartir el lecho conellos. Elortis notaba que su hijo leescribía cada vez más seguido.

Un día, al volver de surfear,Martín se encontró con el viejoentre las piernas de su chica, en lacama de dos plazas que les había

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cedido gentilmente cuando llegaron.Agarró sus cosas y decidiódesandar solo el camino hastaBuenos Aires. La chica se quedó avivir en Venezuela. Martín volviómeditabundo, pero con fuerzasnuevas que lo impulsaban a hacercosas grandes. A veces le dabaganas de costearse otro viaje aVenezuela, esta vez en avión, paramoler a golpes al surfista viejo y ala que era su chica. A la vueltadecía que él siempre la vio como a

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una novia, la sucesora de laprimera.

Su hijo empezó a hacer pesas, yse volvió robusto y musculoso. Misamigas lo habían visto en una fotodel perfil de Elortis —los dos conanteojos de sol, mirando hacia elmismo lado, y con los brazoscruzados— y se les cayó la baba.Decían que si yo salía finalmentecon Elortis iba a querer darle alhijo. ¡Justo yo! Como si no meconocieran. Y, además, ¡salir con

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Elortis…! A mi mamá le daría unataque al corazón y mi papácontrataría a un asesino a sueldopara que lo eliminara o algo así. Talvez él pensaba que algún día nosencontraríamos, siempre hacíamosbromas con eso, qué sería mejor, si McDonald’s, tal vez un caféespumoso, o un pub a la noche, siiríamos al cine o saldríamos acaminar por el barrio.

Un día me salió con que nosoportaba la ambigüedad de las

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relaciones a distancia. ¿Para quéteníamos que perder tanto tiempo enla computadora? Le puse una caritade desconcierto y le aclaré que notuviera esperanza de conocerme.¿Por qué yo le hablaba y meinteresaba por sus cosas entonces?,se enojó. Como el ever-never,agregó, de uno de sus escritoresfavoritos, Joyce: God’s pardon;ever to suffer, never to enjoy; everto be damned, never to be safe;ever, never; ever, never. O, what a

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dreadful punishment!En el micro que los llevó a Mar

del Plata, mientras la lluviaarreciaba y Sabatini cabeceaba a sulado, Elortis releyó A portrait ofthe artist as a young man —leelo,brujita, insistió—, una edición eninglés que había comprado enUruguay, y también la Narración deArthur Gordon Pym, de Poe. A esteúltimo lo conozco porque meobligaron a leer los cuentos deterror en el colegio. Aunque

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hablaron bastante durante el viaje,se sentía un poco incómodo conSabatini. Elortis estaba enojado conél porque hasta último momento nole había confirmado si loacompañaría.

Sabatini lo había empezado aabandonar, según Elortis, cuandolos números de la empresa delibros audibles comenzaron adeclinar. Mi amigo pensaba que lohabía usado durante un tiempo paraevitar la rutina de su hogar, y

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además para decirle a los demásamigos que tenía unemprendimiento propio. No setomaba las cosas en serio. Peorcuando se empezaron a vender másejemplares de Los árbolestransparentes, y por lo tanto eltrabajo comenzó a demandar otrotipo de compromiso diario con losperiodistas que los buscaban; ahíSabatini sacó cuentas y notó que niel éxito en las ventas les dejaba acada uno el dinero necesario para

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hacer reedituable la aventura de laempresa conjunta. Ahora había másobligaciones que lecturas ocorrecciones nocturnas con whiskyo fernet-cola. Antes, una vez porsemana, trabajaban hasta tarde en ellibro y después se iban a un bar aseguir bebiendo. Elortis extrañabaesa época. En cambio, poco antesde Mar del Plata, cuando fue abuscar a la casa de Sabatini unagrabación que necesitaba escucharpara las ampliaciones de la posible

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nueva edición, salió la esposa paraentregársela. Ornella decía que suesposo estaba ocupado. Elortispensaba que no querían que vieracómo habían arreglado elconsultorio durante el tiempo quellegaba tarde a trabajar con él.

Así que tener a Sabatini a sulado durmiendo tan apaciblemente aElortis lo llenaba de terror hacia lodesconocido. Para colmo, en laspáginas de Poe estaba a la derivaen una balsa enclenque en el medio

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de un vaporoso océano conembarcaciones pútridas que secruzaban cada tanto. No dejaba depensar en Sabatini a su ladodurmiendo el sueño de los nobles ylas vueltas que había dado paradecidirse a acompañarlo en elviaje. ¿Y si se le ocurríaestrangularlo en la habitacióncompartida del hotel para quedarsecon las regalías del libro? Asípodría terminar de refaccionar lacasa donde se turnaba con Ornella

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para atender a los pacientes. ¿Porqué decidió acompañarlo a últimomomento? Tal vez, solamente habíaquerido pasarla bien con él comoantes, y que lo vieran en la tele susconocidos compartiendo la mesacon la señora Mirtha; lo másparecido al festín de la realeza quehabía en nuestro país. A su amigo,en el fondo, y a pesar de que aveces se hacía el bohemio, legustaban los lujos.

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Capítulo 6

Por fin empezaba a sincerarseconmigo, a mostrar sus debilidades,y a contarme las situaciones que lohabían llevado al estado deindecisión en que se encontraba. Laacusación contra Baldomeromolestaba, pero en el conjunto eramenos importante de lo que parecía;me da la impresión que a Elortis nole preocupaba tanto el pasado, sinoque no sabía cómo encarar la vida

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por las dudas que le producían laspersonas que lo rodeaban. ¿Iba aseguir hundiéndose en terrenopantanoso? Ahora conocía a pocaspersonas, y se quejaba de que laúnica que le importaba podía ser,tranquilamente, un mono, untravesti, o un agente de la CIA, vayaa saber quién lo interpretabaadelante de la otra computadora.

Yo tenía todo el tiempo delmundo para conocerlo y no mepreocupaba que empezara a mostrar

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signos de querer trasladar a otroámbito nuestra relación. Me eliminóun par de veces para evitarhablarme y ahí sí me asusté. No lovi conectado por unos cuantos días.Le escribí para saber por quéestaba tan desaparecido. Al otro díase volvió a conectar y nosquedamos hasta las cuatro de lamañana. Averigüe el lugar en quenació, la hora exacta, y porsupuesto, el día. Le explique queestos pormenores eran para calcular

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nuestra sinastria. En una página deInternet cargabas estos datospersonales de una pareja. Obteníascomo resultado la comparación delas cartas natales y lacompatibilidad de la unión según enqué Casa estaba el sol cuando naciócada uno. Algo así. Resultó que, apesar de que nuestros signos eranopuestos por naturaleza, nuestrasinastria auguraba una relaciónllena de entendimiento, un choquepromisorio de influencias

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planetarias, que se convertiría en unestímulo para su trabajo creativo. Asu vez, Elortis promovería en mílos pensamientos espirituales yprofundos típicos de mi signo.Aunque podrían haber roces; nadaque la paciencia y la compresiónmutua no pudiera solucionar.

A Elortis le gustaron mispreguntas. Puso que se sentía bienconmigo. Yo le mandé una caritasonrojada, seguida de otrapestañeando.

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Que descanses y sueñes con losangelitos, adiós, nos hablamos.

En el próximo registro leo quepara matar el tiempo se dedicó agrabar con su propia voz algunos delos poemas de Ricardo Zelarrayán yun par de cuentos de Chesterton. Melo imagino leyendo en voz alta en lasoledad de su departamento, no tanlejos de donde yo vivía con mimadre. Por ese tiempo, me llamabamaestrita irónicamente, y a vecesmaestrita cabeceadora. Estas

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referencias le gustaban a él nadamás.

Un día Augustiniano me fue abuscar a la facultad y me encontrósonriendo frente a la computadoradel centro de cómputos. Desde esedía en adelante, fue el único quesupo de Elortis y lo odió parasiempre. Los celos que teníaAugustiniano eran enfermizos, en sumente Elortis era un perverso quequería aprovecharse de mi supuestainocencia. Y como le conté la

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historia bastante completa, pensabaque mi amigo quería redimirseconmigo de la desilusión que lehabía dado su exnovia al brindarseantes a su tío. O, tal vez, peor, suplan era usarme para vengarse de lasociedad, al andar con una chicamucho más joven, casi unaadolescente, igualito que el tíoOscar. La víctima pronto seconvierte en victimario, más si notiene suerte, afirmaba Augustiniano,y así crece la perfidia en el mundo.

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Pero mi medio hermanoexageraba; también veía con malosojos que yo mantuvieraconversaciones con otros amigos,mi argumento de que lo hacía paraconocer mejor el carácter generalde los hombres no lo convencía. Aligual que a Elortis; ahora me doycuenta que los dos en el fondo eranmuy parecidos. Les gustaba tirar delos hilitos que colgaban de lospensamientos prefabricados de lagente. Yo estaba preparada para

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vivir, no andaba levantando laspiedras como ellos para ver québichos encontraba abajo. Observar,describir e investigar losecosistemas que hacían posible lavida en la tierra no era lo mío.Elortis afirmaba como su padre queno creía en los signos; sin embargo,los buscaba día y noche, se lapasaba haciendo eso en vez dedisfrutar la vida de otra manera.Releía a Aristófanes y creía conMnesíloco, y con su padre, que nos

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habían hecho en forma de embudolos oídos —¡un laberinto!, Elortis— para que la realidad fuerainaprensible.

Después de leer un poco de LasTesmoforias para darle el gusto aElortis, le comenté a Augustinianoque yo debía ser una especie deEurípides pero a la inversa, unainfiltrada, haciéndome amiga de unhombre maduro, entre comillas leaclaré, para conocer las vueltas delpensamiento masculino. Pero cuanto

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más conversaba con Elortis, másme daba cuenta que los hombres notenían ningún misterio, o teníanmenos que las mujeres, ellos eranlos descifradores y se pasaban losdías en las nubes. Hasta élreconocía que eso de que la mujerera una esfinge sin secreto sólopodía haber sido dicho por alguienque no se sentía atraído realmentepor ellas como su querido OscarWilde.

Ya que Elortis me enseñaba

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algunas cosas, yo lo retribuíaaconsejándole sobre los productosde limpieza que le conveníacomprar en el supermercado (éltambién me recomendó un negociochino donde comprar pastasintegrales, jengibre y tofu entreotras cosas, aunque yo prefería lashamburguesas: para qué dietética,siempre fui flaquísima, unamorocha lánguida para Elortis, deesas que nada más existen ennuestro país) y le sugería pubs o

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boliches con onda, para sus salidascon Romualdo, donde encontraríapersonas de todas las edades.

Antes Elortis tenía una amigacon la que hablaba diariamentecomo conmigo y se le ocurriópresentársela a su amigo para quese divirtiera un poco. Romualdoagarró viaje y terminó de novio conla chica. Elortis cortó las charlasporque de ahí en más prefería quefuera la novia de Romualdo y no suamiga. La chica se enojó. En uno de

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los cumpleaños de Romualdo nisiquiera lo saludó. Miranda, con laque todavía estaba de novia en esetiempo y había ido con él a lafiesta, quiso saber por quéRomualdo no se las habíapresentado. No convenía armarparejas entre amigos, sugiere.

Más allá de este episodiodesagradable, él respetaba aRomualdo y lo tenía por un amigoalegre y fiel, de esos que da gustotener. Tenían códigos entre ellos

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que no compartían con los demás.Yo con mi amiga Agos, igual.

Cuando Elortis volvió apedirme que nos viéramos, lepregunté si no le molestaba quefuera con ella. También lo cargabacon mi supuesta ambigüedad sexual,como si me gustaran las mujeres ypor eso fuera imposible que meinteresara alguna vez por él. Elortisse reía un poco con estos juegospero enseguida se hastiaba. Algunasbromas, esas que se hacían para

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evadir un asunto, no le gustaban. Laironía para él era una epidemia.Sólo lo patético lo convencía y lohacía reír espontáneamente porqueiba directo al grano.

Cada tanto algún periodista lollamaba para invitarlo a unprograma de chimentos y matar dospájaros de un tiro: que hablara desu libro y a la vez diera su versiónsobre el caso Baldomero Ortiz,profesor emérito y facho. Lo bienque le hubiera venido aceptar esa

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plata, me decía. Pero en vez dededicarse a algo que aumentara susingresos se la pasaba buscandopersonas que hubieran tratado a supadre. A muchos los encontraba decasualidad. Él decía que no podíahacer varias cosas a la vez y queahora tenía que ocuparse de ver sisu padre había sido un agente civilde la dictadura, o un profesorcontrovertido, diletante, lengualarga, provocador; o todo junto.

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Capítulo 7

Una tarde Elortis tomaba notas ensu cuaderno con un café con leche aun costado, en un restaurante de lacalle Guido, cuando notó que untipo no le sacaba la vista deencima. Después, caminaba por lavereda de la heladería de laesquina, frente al cementerio, y vioque lo seguía. De negro y gorra eltipo, con un pantalón y una camperadeportiva con rayas blancas. Elortis

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se sentó en uno de los bancos y elotro se acomodó en el que estabacerca, perpendicular al suyo, asíque sólo podía observarlo girandola cabeza. No obstante, pudo verque llevaba una bolsa de nylonblanca, grande, cuya abertura estabaenrollada a su mano derecha. Algopesado llevaba adentro.Envalentonado por una broncairracional, dejó el banco paraencararlo, iba a preguntarle algunanimiedad para que supiera que no le

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tenía miedo, pero al instante el tipose levantó y se fue caminandorápido. Elortis lo siguió a distanciahasta el piletón de la plaza Urquiza,donde el hombre saludó a otros queno soltaban sus radiocontroles,despeinó a un nene, y descubrió albuquecito que llevaba en la bolsa.Elortis se quedó mirando cómopaseaba a su prototipo entre losveleros y yates. Vio a una chica conun perro que parecía recogido de lacalle que le interesó mucho —no sé

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para qué me cuenta esas cosas—.Después apareció otro de esospersonajes, esta vez con unalanchita que andaba rápido ylevantaba mucha agua. Tambiénhabía una pareja tirada en el pastodel otro lado del vallado de rejas, ymi amigo se sentía miserableobservando a los tipos que sedivertían más que sus hijos con elyatemodelismo. Atrás suyo, unasmujeres seguían con binoculares alas lanchitas, que tenían pequeños

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tripulantes y todo, mientras comíanfacturas y tomaban mates. Al darsevuelta, notó que el hombre devestimenta deportiva simulabamirar con binoculares a la lanchitamientras su buque iba a la derivahacia los bordes del estanque; peroen realidad lo estaba mirando a él.Se ve que lo había descubierto.Después el tipo agarró elradiocontrol y el buquecito diomedia vuelta. Elortis se hizo eldesentendido y aprovechó para

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seguir con la mirada a la chica quevolvía a pasar con el perro peroenseguida, cuando volvió a mirar,se encontró con el buquecitoavanzando a toda marcha haciadonde él estaba sentado. Dio unavuelta brusca antes del borde delpiletón y llegó a salpicarlo.

Trató de que el tipo de camperadeportiva viera la expresión deamenaza y disgusto que le dedicó,pero estaba cuchicheando con elque estaba a su lado, el dueño de la

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lanchita, que inmediatamentedirigió a su prototipo hacia dondeél estaba a máxima velocidad. Selevantó, y decidió irse, antes que sedivirtieran más tiempo gratis con él.Pero el episodio del hombre decampera deportiva lo volvió másparanoico. Sospechaba que podíallegar a ser un agente encubiertoque en el pasado trabajaba con supadre. Alguien que tuviera órdenesde seguirlo para informarle a susjefes en caso que averiguara lo que

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no debía.Le hice notar que él no estaba

investigando nada, que parecía quesolamente quería saber más de supadre y que para mí estaba tan a laderiva como los veleritos queflotaban en ese piletón. Me fui adormir, Elortis. Las buenas nochesde siempre.

Más adelante, volvería ahablarme de este tipo de vestimentadeportiva y gorra que, según él, loperseguía. A los pocos días, recibió

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el llamado de una de las hijas delexcapitán Heller para invitarlo atomar algo; quería conocer a uno delos autores de Los árbolestransparentes, el dueño de esegatito hermoso que había visto en lacasa de su padre, y de paso lecontaría una anécdota relacionadacon Baldomero. La mujer tenía máso menos su edad, pero ya habíaperdido la belleza que habíaapreciado en la fotografía en queposaba con su, más linda aún,

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hermana. Ahora, era una rubiarellenita; eso sí, con lindos ojos,chispeantes, y un flequillo queintentaba luchar, por momentos conéxito, admitía Elortis, contra elpaso del tiempo.

En cuanto me hablaba demujeres yo le pedía detalles y él melos daba; en general, lasdescalificaba con la ayuda decualquier arista de su fisonomía ocarácter para darme a entender queno quería saber nada con ellas. Con

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esta mujer, Alicia se llamaba, setomaron un café con lecheespumoso en la vereda soleada, ymuy transitada, del bar Troilo.Hacía unos días que ella habíavuelto de Miami. Antes que nada, lepidió que le firmara un ejemplar desu libro.

Los árboles transparentes eralo que estaba esperando; se habíavisto reflejada en las manías de loscasos investigados y expuestos —¡cuántos personajes originales!—,

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y en la relectura descubrió los lazosprofundos que la habían acercado aciertas personas durante eltranscurso de su vida. A Elortis lepareció de mal gusto que insistieradurante la charla con que no dudaraen contactarla si la editorial decidíalanzar una edición ilustrada dellibro. A riesgo de parecer naif,confesó que era fanática de JohnTenniel y Gustave Doré. Para ellaen nuestros días lo ingenuo era másofensivo que lo obsceno. En Miami

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hablaban todo el tiempo de sexo.Dos conocidas le habían propuestocompartir a su novio, un fotógrafoque tenía mucho trabajo en nuestropaís. Allá las mujeres encaraban alos hombres a la misma velocidad aque manejaban sus autos últimomodelo. Las argentinas eran muymojigatas, histéricas, encomparación. La pareja de Alicia,unos cuantos años menor que ella,lamentó que ella no hubieraaceptado el menage, pero volvió

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muy contento porque habíaconseguido unas consolas devideojuegos viejísimas paraagrandar su colección. También sehabía traído unos muñecos de He-man que tenían más valor porestar intactos en su caja original.Entre ellos, una She-ra. Elortis sequiere hacer el vivo y me dice queesos muñecos eran más o menoscomo yo. Muy chistoso… Dababronca cuando salía con cosas fuerade contexto. Desubicado.

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La hermana de Alicia era unamodelo en retirada, ahora se habíaconvertido en la DJ residente de unboliche y ciertos eventos, yconducía programas de rejuntes deotros programas en la tele. Elortisme recordó que era una pena que nolas hubiera conocido cuando eraadolescente. Tenía la gracia y labelleza cruzando la plaza y, aunquesiempre las había intuido —a vecessalía con estas cosas enigmáticas—, nunca las había encontrado.

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Alicia lo citaba para conocerloporque le había gustado su libro,pero también quería contarle elbuen recuerdo que tenía deBaldomero.

Una noche tormentosa, cuandoella tenía siete años, más o menos,había visto entrar empapados a supadre y al de Elortis. Asustada porun trueno, estaba apoyada en elquicio de la puerta cuando los vioentrar, encapuchados, y con trestachos repletos de langostinos y

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cornalitos. Su padre la dejósentarse a la mesa con ellos un rato,mientras le servía un whisky aBaldomero. Según contaría añosdespués, esa noche el mar estabarevuelto como nunca. Ella preguntóde dónde venían, enojada porque nola habían llevado. Baldomero ledijo que habían ido a cazartiburones pero que era chica paraacompañarlos. Como ella se quedócon la boca abierta, a mediosonreír, con la cara que ponen los

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chicos cuando creen que los estáncargando cuando en realidad lesestán diciendo la verdad lisa yllana, Baldomero salió corriendohacia la puerta y se metió de cabezaen la lluvia. Volvió a aparecer conuna tenaza en la mano, y en la puntade los dedos un diente de tiburón.Alicia, lejos de impresionarse, seguardó el diente en el bolsillo delcamisón y corrió a su dormitorio,como para que no se arrepintieran,y se lo sacaran. Elortis nunca había

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recibido ningún diente de tiburónpor parte de su padre. Aunque en lacasa de la costa colgaba lamandíbula de uno. Baldomero lehabía puesto nombre y todo, sellamaba Tito, y antes que cerraranla puerta de la casa para volver aBuenos Aires, comentaba como alpasar que, si le iba mal en laescuela, Tito se lo comería cuandovolvieran. Jamás se llevó unamateria. Eso sí, una vez le pegó unatrompada a un compañero que lo

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quiso despeinar. Desborde detensiones acumuladas.

En una cena de fin de año en sucasa, cuando rozaba los treinta añosy todavía estaba con Miranda, sehabía peleado con su madre porquehabía puesto el vino fino que élhabía traído en la heladera. Lo peorera que mientras discutía seguíatomando. Con Miranda, nuncapasaban las fiestas juntos porqueella prefería hacerlo con su familia—seguro que estaba el tío Oscar—

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y él con la suya. Al final terminóderribando de una patada unventilador de pie y diciendoincoherencias gangosas a su padre ya los vecinos que siempre pasabana saludar y que, enterados por sumadre de lo que había pasado, lomiraban asombrados —tan bueno yjuicioso que parecía— y concreciente desconfianza. Su abuelamaterna se puso a llorar al verlo tansacado.

Poco tiempo después,

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casualmente por el mismo tiempoque a Elortis se le había ocurridosepararse temporalmente deMiranda, a su abuela, que ya veníamedio silenciosa y apagada,lamentando muy seguido haberperdido a su marido tantos añosatrás, le diagnosticaron unaenfermedad terrible. No podíacomer nada sólido. La falta defuerzas pronto le impidiódesplazarse. En el piso del baño,Elortis encontraba las escamas de

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piel que se desprendían del cuerpode su abuela. La recuerda, extasiadabajo las mantas, hecha un ovillo,agradeciendo el frescor de un pocode agua. En su lecho de muerte,improvisado por los padres deElortis en el living que usaban paraescuchar música y ver televisión, lepidió amablemente que volvieracon su novia; para ella era unabuena chica, y quedaban pocas. Sinembargo, había pasado momentosagradables con su abuela y no era

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lo mejor acordarse de los peores.Menos mal, Elortis. A mí me estabaaburriendo ya con estos cuentos deidas y vueltas con su familia,aunque me interesaba el temaMiranda, pero ahora quería saber sile había gustado Alicia para algomás o si le iba a presentar a lahermana. No, sólo quedaron entomar una cerveza, alguna vez: él noera de los que se iban con laprimera que se les cruzaba.

Pero no estaba del todo solo;

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seguía viendo a Miranda. Cadatanto se encontraban en un café delas Lomitas o en una heladería deAdrogué, donde ella había vuelto avivir después de la separación.Aunque Elortis era muy vago paraviajar, y casi siempre su exnovia seacercaba al centro. Se llevabanmejor separados que cuandoestaban juntos. Elortis hastaaguantaba que Miranda le hablaraseguido del tío Oscar, a quien lecostaba arrancar con una empresa

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de construcción de muebles. Ella loayudaba con la contabilidad. Acambio, Oscar se había ofrecidopara hacerle una mesita de luz parael dormitorio… También le contóque en las vacaciones pasadas,Oscar le había enseñado a andar encuatri a sus chiquitos en Pinamar. Yque la esposa, íntima amiga ahorade Miranda, no era celosa paranada y tomaba con gracia que elmarido piropeara a las cincuentonasoperadas que jugaban al tenis en el

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club.Elortis tomó el papel de un

adulto que hacía rato había cortadola cuerda que lo ataba a susobsesiones. En parte porque ahoraestaba lejos de su familia postiza,la de Miranda, y no estaba seguro sivolvería a acercarse. Mientras tantosu ex lo controlaba diariamentepara saber por dónde andaba y conquién. Tenía un sexto sentidoMiranda para estas cosas y cuandoElortis estaba cerca de alguna

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mujer, su alarma interna sonaba. Lohabía interrumpido dos vecesmientras hablaba con Alicia parapreguntarle si quería ir al cineprimero y después para decirle queno daban la película en el complejoal que habitualmente iban. A Elortisle molestaban estos aprietes pero,en cuanto le pedía que abandonaraesta práctica extorsiva, Miranda seponía a llorar. Las mujeres se dabancuenta del peso que tenía suexpareja en su vida y se alejaban.

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La dulzura que le demostraba consu interés lo hacía retroceder a sulado cada vez que intentabadistanciarse de ella.

Aunque para Elortis eradesinteresada en general, cuando sesepararon Miranda no dudó enllevarse todo lo que le pertenecía,hasta el lavarropas, para ubicarloen su departamento en Adrogué,cerca de sus padres. Pero eso sí,cada tanto le compraba algún librocaro que andaba buscando. Esas

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atenciones ayudaban a que losdemás señalaran a Elortis, que nosabía o no le interesaba remarcarlas pocas virtudes que tenía, segúnsus propias palabras, claro, comoel culpable de la ruptura.

Para su amigo de la infancia, elingeniero mecánico Richard, habíadesaprovechado a una buena chica.Con él y su esposa salían a comer yhacían algunos viajes, casi siemprea la costa argentina o uruguaya. Encambio, los amigos de Miranda,

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algunos también amigos del tíoOscar y su esposa porque jugabanal tenis en el mismo club, nopasaban para nada al taciturnomuchacho que odiaba las frívolascharlas de sobremesa en las quecasi siempre hablaban del viaje queel grupo había realizado, o de losjuegos impresionantes que algunohabía visto en Orlando, de laspelículas que se veían mejor en elshopping en zona norte, aunquetuvieran que irse a la otra punta de

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la provincia para eso, de los cortesde pelo que estaban de moda,porque el novio de una de laschicas era peluquero, y todo estocondimentado con un humor devuelo alto y parejo, muy irónico,que para Elortis funciona muy bienen ciertos dibujitos actuales,imponiendo una risa que tiene quecompletarse con otros comentariosdel estilo para sostenerse yaguantarse, que se suceden largorato, sin que la conversación

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despegara nunca. Era muy inmaduroen aquel tiempo, y aguantaba todoesto con el inútil consuelo desentirse superior a estos personajesdesagradables. Después de todo, seveía a sí mismo como un payaso alque le pasaban cosas que sólo lepodían pasar a uno de estosintegrantes del circo; a vecesparecía que cuando pensabas de unamanera, te pasaban cosas contrariasa esa manera de pensar; ¿o no? Yono lo sabía, y Elortis no estaba

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seguro, pero sí contento de habersealejado de esas personas.

Y encima estaba el padre deMiranda, que pretendía que lossábados devolviera a su hija alcorral antes de las cinco de lamañana para que al otro día fuera ajugar al tenis con el tío Oscar ycompañía. El padre de Miranda erael único del barrio, por ValentínAlsina, que había completado susestudios en la universidad, sólopara despatarrarse en su frío sillón

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de cuero, detrás de un escritorio ensu estudio de abogacía. Elortisdecía que la ignorancia académicaera la nueva amenaza de lahumanidad, lo decía refiriéndose amis estudios y también cuandohablaba de su alumno, Diego. Nohabía manera de hacerle ver aDiego que las cosas eran mássimples que como se laspresentaban sus profesores.También decía que su alumno nopodía soltarse para escribir porque

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le habían atado el pensamiento a uncadena oxidada. Cada tanto Diegoescuchaba el tintineo de la cadenapesada, y sentía el tirón que leimpedía avanzar. De cualquiermanera, el chico últimamente loestaba sorprendiendo.

Diego escribía una novela cuyopersonaje principal era el mariscalSoult, general de Napoleón quedespojaba de cuadros y reliquiashistóricas a los bandos vencidos ensus batallas, atraído por la

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infundada fe en sí mismo que habíallevado al mariscal a intentar serrey de Portugal. A Elortis estavaporosa figura le interesaba porotros motivos. Baldomero habíavuelto cambiado de su viaje aEuropa. En la catedral de Sevilla,la Visión de San Antonio de Padualo había hecho entrar en trance.Elortis pensaba que en su caso, conla gigantofobia o como pudierallamar al miedo generado por logigante, hubiera salido corriendo

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del retablo de la catedral. PeroBaldomero había vivido unaexperiencia única. Para Elortis noera casual que su alumno seinteresara por el mariscal Soult,que había intentado a toda costallevarse ese cuadro con la mandorlade ángeles. Me explicó que unamandorla es el óvalo que queda siborramos el resto de la intersecciónentre dos círculos, y que tienemuchos significados, y uno de elloses la unión de los opuestos, de lo

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inmanente y lo trascendente, quetambién podían ser reemplazadospor Eros y Ágape, pero, por raroque pareciera, no quería extendersemucho más en el tema. Así y todo,tuve que ver la foto que me pasó dela tapa del pozo de aguas sanadorasde Chalice Well, un altar celta enGlastonbury. Daba la impresión quehabía investigado mucho más y querehuía de las explicacionessimplistas.

Al volver del viaje, Baldomero

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ordenó impedir el paso de susamigos a su casa, dejó las clases acargo de sus ayudantes, y se encerróen su habitación a pensar el temaprimigenio —como él llamaba alproblema de la lengua adámica—.Sólo salía cada tanto para picaralgo de la cocina. Mediando el díaalmorzaba, y cenaba ya a lamedianoche. Al finalizar esasemana, abrió la puerta cerca de lahora de la cena habitual de viernescon algunos de sus exayudantes y

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exprofesores de su cátedra, que nollegó a sacrificar, y hojeó, tal vezpara que su esposa viera lo quehabía estado haciendo, un cuadernorepleto de anotaciones que una vezcerrado tiró al fuego del hogar. Lamadre de Elortis fue testigo de lasatisfacción creciente de su esposomientras atizaba las cenizas delcuaderno. El fuego iluminaba lasonrisa de dientes apretados deBaldomero, como si esa sonrisa nofuera toda distensión, sino que la

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resolución parcial del problemaanunciaba nuevos trabajos para losque Baldomero guardaba lasenergías. Cuando volvió de la cenale anunció a la familia, ya queElortis había vuelto y estabaescuchando música con Miranda,que pronto iban a tener una nuevamascota, un mono amazónico, másespecíficamente un Callicebus, queera conocido también como monotití. Su primera intención había sidoir directo al grano y ver las

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posibilidades de que un amigo delcapitán Heller le contrabandeara unsifaka, pero le parecía demasiadoobvio estudiar a un presimio. El titíse lo conseguiría el padre de unexalumno que tenía contactos en latriple frontera y traficabaserpientes, arañas pollitos y otrosbichos, entre otras cosas,aparentemente. Ya Elortis se habíareferido a este mono, al quellamaba Albarracín, en otrasconversaciones.

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Pero bueno, Diego estabaescribiendo sobre Soult, y Soulthabía tratado de llevarse a Franciael cuadro de Murillo que también lehabía llamado la atención aBaldomero. Para convencerlo deque no se lo llevara le ofrecieron elNacimiento de la Virgen. Elortisquería que su alumno utilizara losdías finales del mariscal, retiradoen su castillo, rodeado de sucolección de pinturas expropiadas,maravillado de cómo había logrado

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sobrevivir, después de haberseadaptado a tantos cambios políticosy haciendo la suya siempre,mientras otros menos afortunadoscomo sus enemigos Ney y Murat sehabían dejado retorcer por lamuerte. Tal vez los pelos del CidCampeador, que guardaba en unaágata azul hueca, eran losbeneficiarios de su suerte. Elortisquería que Diego, para crear elpersonaje, construyera unparalelismo entre el chanta de

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Soult, funcionario siempredispuesto que se había hecho lugaren la monarquía y en la república, yalgunos políticos argentinos quesabían nadar en cualquier tipo deaguas. Diego había desechado estaidea, que a mí tampoco me gustó,según veo en mi respuesta, peroutilizó la de hacer caminar al viejoSoult por los corredores de sucastillo lleno de obras ilustres.Describiría el día final de la batallade Elviña, en que no se supo con

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certeza si ganaron los ingleses o losfranceses. Crearía el personaje deun soldado que perdía la memoriapor un golpe durante una caída aldesenvainar en la batalla, y alvolver en sí afirmaba ser unenviado del futuro, segúnconvinieron la tarde que pensaronjuntos los momentos claves de lanovela a los que tendría que llegarDiego a través de otros episodiosde invención propia. Lo importanteera que este soldado era el que

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relataba, con toda clase deprejuicios fuera de época e ideasposconcebidas, la historia del viejoSoult, que, paranoico, recorría lospasillos de su última moradaesperando que algún sicario vinieraa ultimarlo para quitarle los tesorosartísticos que él guardaba. Sualumno ya había escrito algunaspáginas, donde el mariscal, ya unviejo decrépito que arrastraba lospies por los corredores del pasillomientras se detenía a observar sus

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pinturas, pensaba que hubiera sidomejor ser panadero, hacer saltarharina por los aires, lo que más legustaba y mejor le salía allá por lalejana en el tiempo casa de suspadres, que haberse metido entantos líos. ¿Qué habría sido de lachica del sur con la que corría aesos pájaros zancudos? Lo únicoque había ganado era que esosbrutos llamaran con su nombre asus perros —la única forma quetenían los españoles de vengarse,

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me explicó Elortis—. Si tan sólo sehubiera quedado en su pueblo…La imposibilidad de vencerse a símisma del alma humana era el temadifuso de la novela. Diego, que notenía plata y vivía en undepartamento de un ambiente a lavuelta del Pasaje la Piedad, una vezque supo que había sido una visita ala casa de sus padres la que tentó aSoult de hacerse panadero, decidióque de ahí en más no se quedaríamás de un día en la de los suyos, en

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Campana, para no correr el riesgode convertirse ferretero. O, pormotivos más oscuros, en autista,como su hermano. A Diego leencantaban los tornillos y podíaestar horas ubicando las piezas enlos cajoncitos rotulados. Soult envez de panadero, intentaría ser reyde Portugal.

Para Elortis, que también habíainvestigado un poco con Diego, elmariscal era un maestro deldiscurso. Nuestras balas no son de

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algodón, le había contestado aNapoleón en un hospital, rodeadosde piernas y brazos amputados,cuando intentaban contrarrestar laavanzada de los rusos en Elylau. Enfin, lo que se dice un personaje. Enuna búsqueda más a fondo, Diegohabía encontrado una anécdotacuriosa. Cuando el hijo de Soultintentó dejar a su esposaacomodada, el mariscal le comentóa un amigo que el hombre es elúnico animal que no sabe quién le

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da de comer. Está muy bien eso,decía Elortis. Diego inventaría quela frase sólo podía haber sido dichaen esa época por alguien que tuvoafinidad con un hombre del futuro,su narrador. Como vemos, Elortisse divertía con Diego y no lo usabasolamente de espía del pasado enlos asuntos amorosos de su padrecon la profesora pelirroja de launiversidad. De a poco su alumnole estaba dando forma a la novelade Soult. Tenía ese poder Elortis

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cuando se ponía de lleno a generaralgo.

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Capítulo 8

Por mi parte, durante esa épocatuve mi primera entrevista laboral.Fui a ver a una amiga de mi papá,charlé con ella en su estudio y medijo que necesitaba una secretaria.Se dedicaba más que nada ajubilaciones. Yo me quedaría en elestudio para atender el teléfono ycontestar los emails, mientras ellasalía a entrevistar a los posiblesclientes.

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El trabajo y las charlas conElortis resultaron ser demasiadopara mi amiga Agos. Empezó adarse más con sus amigas defacultad y a dejarme de lado. Misnervios se alteraron, y mi jefa merecomendó reiki.

Una vez por semana meacostaba en una camilla y cerrabalos ojos. Trataba de poner la menteen blanco pero me descubríapensando en Elortis. ¿Estaríarevolcándose con alguna? Aunque

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me había dicho que últimamente nopodía hacer otra cosa más queanotar sus recuerdos en uncuaderno, en el mismo dondetomaba notas sobre su padre. Noquería escribir en el cuaderno sobreSabatini porque tenía que verlo enesos días por un posible negociocon el libro, y no tenía intencionesde ir mal predispuesto al encuentro.Resultó que se juntaron en un bar deMonserrat, que les quedaba a mitadde camino de donde vivía cada uno,

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para definir si vendían o no losderechos cinematográficos de Losárboles transparentes a unproductor de televisión interesadoen el cine —aunque al momentosólo había producido un conocidoprograma de bailanta—. Elortisirradiaba alegría ese día, satisfechocon los progresos del único alumnode su taller literario, y menosansioso gracias al hábito deescribir sus pensamientos en elcuaderno. Sabatini empezó a

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hablarle de lo bien que lo habíanpasado juntos trabajando en ellibro, poniendo énfasis en la buenasociedad que habían formado en elpasado, que se había destruido, másque nada, y en eso coincidían losdos, por los problemas económicos.Elortis aseguró que si no fuera porlas malas cuentas, hubieran seguidotrabajando, y divirtiéndose, másque nada con el objetivo de hacersentir culpable a Sabatini por nohaber perseverado. Él, tomando

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revancha, le contó que ahora teníamás pacientes y que, sumados a losque atendía su mujer, estabanganando bien. Sabía que, si bien lasventas del libro les había dejadobuena plata al principio, que yahabían repartido entre los dos, loque entraba actualmente por Losárboles transparentes no alcanzabapara pagar las expensas y los gastosmensuales de una oficina.Consiguió hacerle decir a Elortisque, si seguía con lo suyo, que para

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él mismo era hacer nada, o mejordicho tratar de ver en qué proyectoiba a invertir su tiempo en el futuro,era porque vivía del alquiler deldepartamento de sus padres. Peroalgo le molestaba a Sabatini,adivinó Elortis; su revancha eraimperfecta, él no sabía qué hacercon su vida y se sentía miserableescuchando diariamente a suspacientes. Cuando él hizo uncomentario sobre la simpleza dehacer lo que a uno le gusta, y saber

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conformarse con eso, Sabatini sesacó, y le echó en cara suinsoportable arrogancia. Paraahondar el ataque, le preguntó si élpensaba que le debía algo deltiempo en que trabajaban juntos;pago de viáticos, impuestos de laoficina, y esas cosas. Elortis habíacomprado las computadoras, y losúltimos meses se encargó de pagartambién el alquiler de la oficina,pero decidió no recordarlo.

Ahora bien, Sabatini tenía un as

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en la manga; le confesó que uno delos personajes del libro, lacleptómana, lo había llamado paraorganizar nuevas entrevistas con él,y proyectar juntos Los árbolestransparentes 2. En la continuaciónde la novela ella sería laprotagonista, en vez de un personajemás de las historias del anterior, ySabatini le dejó en claro a Elortisque como esta mujer era pacientede un amigo suyo, o sea que él lahabía conseguido para el libro, esta

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vez se iba a encargar de todo eltrabajo. Así que transcribiría lasentrevistas y redactaría la novelaque, tal vez, llevaría como segundotítulo el nombre de la cleptómana.Acto seguido, dijo que aunqueElortis tenía dotes notorias paraescarbar en las historias ajenas,reconocer lo que había en comúnentre los demás y él, jamásaceptaría que volvieran a trabajarjuntos; el tiempo no vuelve atrás. AElortis, además de darle mucha

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vergüenza, le molestó que losdemás clientes del bar fuerantestigos del giro imprevisto de esareunión, que había empezado conabrazos, como un cordialreencuentro. Asqueado por latrampa que le había tendidoSabatini, llamó al mozo y le pidióla cuenta. Afuera, le dejó en claro asu amigo que a él le hubiera gustadoque siguieran trabajando juntospero que ahora lo habíadesilusionado, y que intuía las

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razones de su bronca. Igual,después se volvieron a abrazar,antes de separarse. Elortis más quenada dejó caer los hombros sobrelos de Sabatini. Son las personasque más lo conocen a uno las quesuelen convertirse en enemigos,me dijo. Y agregó: por suerte.Después, envió el iconito de lacarita sonriendo, para no hacer tandensa la conversación. Debía tenermiedo que le pusiera que me iba degolpe, como hice tantas veces…

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Pero a mí me interesaba el temaSabatini.

Aparentemente, su amigo teníaenvidia de que a Elortis le estuvierayendo bien por su lado; lemolestaba que mantuviera ese airede alegre seguridad que locaracterizaba, que no lo abandonarael ánimo de seguir haciendo lo quele gustaba; en resumen, que no setirara a su pies para rogarle quevolvieran a grabar libros. Pero éltenía una nueva fe, la de los que

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tenían muy pocas cosas que perder,me explicaba exagerando; y hasta semanejaba bien en las entrevistas. Alprincipio, y en Mar del Plata,cuando eran entrevistados le cedíala palabra a Sabatini. Su amigo erael que mejor se llevaba con laspersonas, porque su energía noestaba dirigida al trabajo sino quela concentraba en relacionarse conlos demás. Con un encanto muysingular, había que aceptarlo.

A que lo atendieran en el calle

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cuando iba a su casa, ahora lesumaba esta ofensa pública, ya queSabatini había terminado a losgritos en el bar; con el objetivo dedesanimarlo para ubicarlo a sulado, en el camino de lospollerudos crónicos, pero quesaben bien quién les da de comer,se acordaba Elortis de Soult, y deDiego. Porqué será que a veces lostemas que encontramos y larealidad son afines y parece quemarchan juntos. ¿Y si el único

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sentido de la realidad es quererdemostrarnos algo? Le daba laimpresión que su amigo habíaabandonado esa unión fructífera ytrascendente para satisfacer losmandatos de Ornella —comoadministrarle un tratamientocarísimo con células jóvenes alpastor belga viejo que tenían—, ycomo no podía perdonarse haberactuado de esa forma, le tiraba todala bronca a él. En parte lo entendía,porque ni los libros audibles ni

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escribir novelas a dos manoshabían demostrado ser redituables ala larga, y hoy en día una personaque no tiene plata no le quedabaotra que apartarse de la sociedad.Antes se podía hablar, decíaElortis. Ahora todo son acciones.Viajar, conocer, comprar, probar,experimentar.

A Sabatini le gustaba hacerse elpayaso, y ser el centro de atención,sin eso no era nada. Pero no podíaperdonarle que tratara de

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desestabilizar su ánimo con eseataque neurótico en el bar. Él quedódestruido y se apoyó en Miranda,aunque dudaba que su exnovia locomprendiera de verdad. Enresumen, quedó claro que su amigolo odiaba porque estaba tratando desalir adelante solo, por su cuenta.Para colmo, por esos días, aparecióuna demanda de indemnización deTony, el ciego que tenían contratadoen la empresa de libros audibles.Aparentemente lo había convencido

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de ir a la justicia una de lasmaestras con las que andaba. Alprincipio lo esperaba sentado enuna banqueta que le pedía alencargado del estacionamiento deenfrente del edificio donde vivíaElortis, y cuando lo veía salir se leechaba al humo para pedirle laplata que la maestra, su nena, comola llamaba, le había sugerido. Se veque como Elortis nunca le dio unpeso, la maestra le habíaconseguido un abogado. Si el

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proceso seguía adelante se llevaríaaproximadamente la mitad de lasregalías de Los árbolestransparentes.

Tony tenía planes de casarsecon la maestra, y seguía vendiendoen las escuelas las copias de loslibros audibles que habían quedadoen su poder. Días antes de quellegara la carta documento, dostipos empujaron a Elortis en lapuerta de su edificio. Por suerte,apareció el portero, que había

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trabajado en una empresa deseguridad, y apaciguó a losagresores. Tony se las arregló paraque estos tipos, que trabajaban enuna empresa de deudoresincobrables, le siguieran los pasosdurante un par de días, hasta quellegó el cartero con la intimación.La posibilidad de tener que achicarmás sus gastos lo ponía muynervioso. Ya era demasiado aceptarque Miranda le pagara sus gustos ole regalara ropa.

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Lo raro de todo esto, es que undía le pareció ver a Sabatini y aTony sentados en un bar. Aunque noestaba seguro porque ibaconduciendo. Para él, había algúnarreglo entre los dos, ya que laempresa de libros audibles estaba asu nombre, y aunque su exsocioestaba dispuesto a pagar la mitad delo que pedía el ciego, todavía nohabían llegado a esa instancia.

Elortis desconfiaba cada vezmás de las personas que lo

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rodeaban. No creía que una personacambiase con los años, sino quebásicamente hay dos o tres hechosque nos marcaban en la infancia, talvez en el vientre materno, y que apartir de ahí uno sale medio ilusocomo él o vivaz como las personasadaptadas a este mundo. Laausencia de flexibilidad hacía queterminara viendo a todos los demáscomo unos trogloditas dispuestos aponerle el pie en cuanto sedescuidara. Obvio que hay personas

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distintas, que se manejan de otrasmaneras a la de uno. Sin embargo,él creía que la sociedad le habíamachacado la mente a la mayoría yera difícil cambiarlos. En cualquierámbito, enseñaban a sacar ventajade todo sin ninguna reflexión. SegúnKant, había que darle importanciaal medio que usábamos paraconseguir determinado fin. Era unade las máximas de Elortis; el zhongchino. Y también, después de leer aFoucault, trataba de cuidarse a sí

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mismo. Le gustaba dar nombresilustres con la esperanza de que yolos buscara en Internet. Gracias aFoucault, evitaba exponerse asituaciones incómodas, y juntarsecon personas que pudieran hacerledaño. Por eso le había molestadotanto lo de Sabatini aquel día.Trataba siempre de hacerme leer,pero en ese tiempo yo estaba másinteresada en las letras de RickyMartin, o Cristián Castro, entreotros, que en abrir libros. Después

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me interesé un poco más en lalectura. Augustiniano tiene bastanteque ver con eso también. En elfondo se hubiera llevado bien conElortis, si lo hubiera conocido.

Decía que cuando una personaestaba en dificultades tenía quesentarse a reflexionar sobre elmundo. Abdicar de una porción dela vida diaria. Siguiendo esta reglade oro, se le había ocurrido unahipótesis —aunque después mereveló que la había pensado

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originalmente para un trabajopráctico de una materia que cursabaMiranda—. Según él, las guerrasimpersonales del siglo pasadohabían educado a las personas paraque aceptaran con facilidad unaética alejada de la de Kant ycercana a la de Maquiavelo. Éste lehablaba a los príncipes pero esasideas ahora las usaban lossubordinados. Los políticos habíandeclarado guerras a base deestadísticas, y establecieron

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objetivos poco visibles, lejanos, adiferencia de otros siglos.

Como resultado, fortalecieronel viejo cuento de la obligación deganarse el pan de cada día demanera brutal y violenta; laspersonas dejaron sus tierras,perdiendo conexión con la realidad,y se juntaron en las ciudades paraofrendar sus vidas, casi gratis, porun dudoso progreso. Terminabanabandonando sus primerasaspiraciones. Aceptando el maltrato

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y el sacrificio como realidad,obligaban a los demás a sumarse, y,por lo tanto, inflaron de sentidodiariamente a la estructura que alexplotar, en la actualidad, ya sehabía tragado a variasgeneraciones. Que culparan a lasametralladoras y a los avionesbombarderos. Ahora había que vercómo la amenaza más invisible delterrorismo iba a cambiar nuestrasrelaciones. Suponía que laspersonas ya no se veían a sí mismas

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como blancos, sino también comoposibles detonantes. En estesentido, la psicología seguiría enebullición, más en paísescastigados como el nuestro.Cualquier nimiedad hacía que unose sintiera mal, culpable. Sinembargo, las personas no sededicaban a cambiar la realidad. Loúnico que hacían era comentarlacon amigos y analistas. Y esto teníaconsecuencias, algunas másridículas que importantes. Por

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suerte, Elortis ya se había ido porlas ramas; como profesor sería unfiasco.

Sin ir más lejos, su otro amigo,el que a veces se unía a las salidascon Romualdo, visitaba a supsicóloga semanalmente. Despuésllegaba al departamento de Elortis,tomaban cerveza, discutían algúntema mientras picaban algo conRomualdo, y salían de bares. Eraunos cuantos años más joven quelos otros dos, y el menos tímido del

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grupo; sin embargo las mujeres loobviaban. En realidad, él sedesanimaba en cuanto encontraba lamínima oposición. Nunca estaba ala altura de los demás. Otroejemplo de culpa. La psicóloga lerecomendó que dejase de encararmujeres. Que se quedara en elmolde, y ellas se acercaran. Y queni se le ocurra fijarse en las lindas.Así cualquiera se repone,conveníamos con Elortis. Lospeligros del psicoanálisis eran

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ciertos analistas.El que no necesitaba consejos

era su amigo de la infancia, elingeniero. Richard habíaconquistado a su futura esposa unanoche que salió con Elortis, cuandoeran todavía muy jóvenes. La parejaanterior de la chica la habíaengañado, y ella no quería sabernada con los hombres. Ni siquierale pasó el número al amigo deElortis, pero le indicó más o menospor dónde trabajaba, en un local de

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ropa. Richard ya estaba al otro díarondando la zona del local con suauto. Aunque sus pensamientosestaban domesticados en las demásáreas, en ésta decidió entregarse asus impulsos. Era una personasimple. Se había criado conmayoría de familia italiana, comoElortis, pero más unida y alegre.Richard no había dudado encortejar a la chica durante año ymedio. Miranda se reía al verlos alos dos ir de la mano sin haberse

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dado ni siquiera un beso todavía,porque ella no quería. Su amigoterminó de conquistar a la chicadiciéndole que para él, ella eracomo el juguete que no le quisieronregalar cuando era chico. ParaElortis, Richard no hubieradesentonado como mafioso, seríauno de esos que seguían los códigosantiguos, y tendría algunosproblemas para entenderse con lospolíticos de hoy en día; pero se lashubiera arreglado para salir

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adelante. Sin embargo, tenía unpuesto administrativo en unaconocida fábrica de automóviles.Siempre estaba pensando en hacernegocios paralelos para nodepender del trabajo diario en unfuturo cercano. Cuando tocaba eltema, repetía que le gustaba llenarel changuito con todo lo que veía enel supermercado; darse los gustos.Para ahorrar el sueldo de la fábrica,compraba aceite de Oliva quefraccionaba y, con la ayuda de un

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sobrino, después revendía por elbarrio. Hasta se consiguió unenorme castillo inflable, que habíanprobado con Elortis una tarde en eljardín de su casa, y salía en sucamioneta a entregarlo acumpleaños los fines de semana.Todo suma, le había dicho a Elortismientras esperaban que se inflara elpelotero. Ahora estaba por invertiren un auto para ponerlo a trabajaren una remisería.

Un día Richard le estaba

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contando a Elortis lo bien que seganaba en la fábrica, y como Elortisen ese momento no tenía trabajo lesugirió que podría ser operario.Estaba dispuesto a conseguirle unaentrevista. Elortis trataba de evitarlas entrevistas laborales. Era en loúltimo que pensaba. Ésa era ladiferencia entre su generación y lade su padre. Ya intuían que teusaban, te hacían un bolllito y tetiraban. Entonces las personasdescartadas empezaban a hacer de

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todo para desaparecer, aburridos ydesilusionados del mundo, seencerraban y empezaban a mover lacabeza de un lado para el otro,como negando una realidad intuidahacía mucho tiempo que podíahaberles cambiado el rumbo.Habían formado buenas familias,con gente que se hacía querer; ésehabía sido su mérito más grande,pero algunos de ellos, tal vez losmejores, ya no estaban paradisfrutarlas. Sin embargo, para

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Baldomero era importante que suhijo entablara relacionescomerciales. No se cansaba dedecir que sin contactos no llegabasa ninguna parte.

Yo le decía que algo de razóntenía; sin la ayuda de mi papá, porejemplo, yo no hubiera conseguidomi primer trabajo. Elortis decía queyo no necesitaba trabajar a mi edad,que podría haber aprovechado esetiempo para estudiar y hacer cosasmás importantes. Incluso hacerle

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compañía a él. Le envíe una caritade desdén, boca fruncida. ¿Queríainvitarme a su casa? ¿No sería unode estos locos que se aprovechabande las menores de edad? No era laprimera vez que lo pensaba. Yo yano era menor, pero se notaba qué loatraía de mí.

No le dio importancia a lacarita y siguió hablando del tema delos contactos en el mundo laboral.Cuando Baldomero había sacado eltema esa tarde, él le dijo que

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dedicarse a hacer contactos era unaperdida de tiempo porque laspersonas tenían un caparazóninfiltrable, y lo único que sabíanhacer era arrastrarte a sus metas.Antes se podía hablar de trabajo engrupo para llegar a algo, pero ahoratodo estaba dado vuelta, laspalabras no significaban nunca loque debían significar.

A su padre le gustó eso, porqueél había dirigido su vida a buscaruna nueva forma de comunicarse o,

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mejor dicho, a encontrar laverdadera forma de comunicarse,perdida en una selva amazónica oafricana. Le chispearon los ojos;empezó a preguntarle cosas aRichard, y a hacerle comentariosgraciosos sobre las relacioneslaborales.

Casi siempre estaba serio, orezongando, pero sabía comoganarse a las personas. Si no eranlas bromas, entonces eran lasnoticias funestas. A quién le habían

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disparado para robarle el auto, quéconocido había quedado ciego deun ojo de repente, qué otro habíaido al médico para salir contandolos días que le quedaban, cuántasvíctimas se había cobrado eldescarrilamiento de un tren. Unverdadero catálogo de truculenciasy hechos nefastos. En estos casos,casi siempre terminaba con unaprotesta de las personas que loescuchaban. En cambio, las bromasy las anécdotas sobre personajes

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históricos eran los latiguillos queusaba su padre para apuntalar lacomunicación, y ganarse la simpatíade los demás. Sólo a él lo tratabacon severidad, tal vez porque no leprestaba mucha atención cuandohablaba. Elortis siempre creyótener una meta y, aunque no sabíabien cuál era, no quería que leimpusieran otra.

En fin, mi amigo no aceptó lasugerencia de trabajar de operario.Trabajó unos meses en el área

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administrativa de la universidaddonde enseñaba su padre, hasta quellegó el verano. Richard nuncaentendió a qué se dedicaba Elortis,y por eso mismo no lo podía tomaren serio del todo. Sin embargo, esono impedía que se divirtierancuando estaban juntos.

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Capítulo 9

Justo unos días después de la últimaconversación salió a cenar con suamigo y la esposa, quienes ledieron la noticia de que se venía elbautismo de su hijo. Por supuestoque estaba invitado, pero le pedíanque armara un librito que ellos seencargarían de imprimir. Constaríade entrevistas y textos deproducción propia sobre cómoveían a Jorguito, el bebé, sus

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familiares. Querían que cuandofuera grande, el chico pudiera leerlas primeras impresiones quedejaba en este mundo, por si sedesviaba del camino. Le dijeronque pusiera un precio y, aunquenecesitaba la plata, Elortis no seanimó a presupuestar el trabajo.Aunque no dijo nada, estaba furiosopor lo que su amigo le estabapidiendo. Era como pasar la pala aun moribundo para que cavara supropia tumba. Ni tenía fuerzas para

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hacer lo que le pedían, ni era justoque un escritor en ciernes sededicara a tales asuntos. Paracolmo, al otro día de la cena lasuegra de su amigo lo llamó —suhija le había pasado el número—para pedirle que grabara con unacámara de video las entrevistas. Ledejó en claro que ella intentaríaresaltar las raíces griegas de sufamilia. Quería que le dijera cuándopodían juntarse en su casa paraorganizar el tema del video. Elortis

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puso varias excusas para evitar lareunión, pero después se arrepintió,no quería quedar mal, y le escribióun para arreglar el encuentro.

Mientras tomaba una coca conla suegra de su amigo y comía latorta de manzana exquisita que lehabía preparado, Elortis notó quese entusiasmaba con la propuestapara el video, aunque no podíadejar de odiar a los padres deJorguito por haberle encargado eltrabajo. Después de todo, me dijo,

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de esas contracasualidades estáhecha la vida. Esas vueltasextrañas, inesperadas, terminabanencausando las cosas a veces. Eranatural. Le estaban pidiendo quehiciera lo que ellos entendían que élhacía o podía hacer. Podíadisfrutarlo. Qué seríamos sin estassorpresas, decía, notablementemolesto y avergonzado por lapropuesta.

La mujer, una odontóloga,quería que escribieran juntos el

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guión con las apariciones de cadamiembro de la familia. Por suerte,Elortis pudo convencerla de quesería mejor improvisar algo. Perono confiaba en él, y pensaba que losiba a hacer quedar a todos comounos payasos.

Su idea era hacer una pequeñaintroducción en la que bailarían,dando vueltas agarradas de loshombros, el hasapiko con la madrede Jorguito, su otra hija, suconsuegra y unas amigas. Luego

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leería en voz alta un poema queescribiría para su nieto. Elortisrecordó que el hasapiko eraoriginalmente la danza de loscarniceros y que iba bien para laocasión. Tal vez Jorguito, en elfuturo, pensara que era un mensajecifrado para convencerlo de queadoptara ese oficio. En manos deestos locos alegres no necesitaríamuchos consejos, no se desviaríade ninguna senda. Aunque no sepodía saber en qué se convertiría

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Jorguito, y qué clase de procesosmentales terminaría usando paradescifrar los mensajes del librito.

Resultó que la vieja teníapreparados otros numeritos. Elcentenario bisabuelo del nene, porejemplo, le dedicaría unacanzonetta con su acordeón. Elcuñado de Richard, chefespecializado en comida oriental, leenseñaría a cocinar su primer chowfun y, mientras tanto, le daría otrosconsejos culinarios. Elortis le dijo

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que no había problemas con esascosas, que se podían hacertranquilamente, pero que juntaran enuna misma casa a los restantesfamiliares del nene así despachabanlos demás numeritos en un día.Tampoco iba a perder tanto tiempo,me dijo.

No sabía que estabadesencadenando una pelea en elseno de esa familia, por lo menosen apariencia, tan unida. Enseguidala madre de su amigo lo llamó para

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compartir su desacuerdo. ¿Cómoiban a hacer para que don Antonioagarrara el acordeón? Si apenaspodía moverse. En la fiesta delbautismo, después de la proyección,los terminarían criticando. No habíaque olvidar que estaban invitadosunos cuantos mandamases de lafábrica de automóviles. ¿Qué iban apensar de esa familia, mitad italianay mitad griega, que se disfrazaban,y actuaban para un simplebautismo? ¿Con qué objetivo lo

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hacían? ¿No era demasiadopretencioso? Ellos aceptabanhablar a la cámara, pero no veíancon buenos ojos que un miembro dela familia apareciera bailando, lesparecía demasiado bizarro. Decualquier manera, la suegra deRichard, de tanto insistir, se saliócon la suya.

Arreglaron la fecha y, dossemanas después, Elortis quedómuy contento con el resultado delos videos. Se puso a editarlos en

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su computadora con la ayuda deDiego, a quien a cambio lerebajaría el precio de las clases, yestaba preparando un extensoprólogo, un resumen de lasentrevistas, que agregarían alsouvenir con forma de librito —texto más dvd— que se llevaríanlos invitados en la fiesta delbautismo. Una edición especial, queincluiría fragmentos de Los árbolestransparentes, sería guardada, paraentregarla al nene cuando cumpliera

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dieciocho años.Elortis sabía que la esposa de

su amigo estaba del lado deMiranda y pensaba que él era uninconformista, o un descerebrado entodo caso. Richard tambiénapreciaba a su exnovia.

Ya separados, Elortis y Mirandahabían ido juntos a la clínica dondenació Jorguito, en Temperley. Lellevaron un regalito que compraronjuntos —en realidad lo habíapagado Miranda, Elortis le quedó

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debiendo la plata—, un gimnasiopara bebés, mucho más práctico queel souvenir con consejos para elfuturo que estaba preparando ahora.

Era chocante, recuerda Elortis,esperar en la recepción de laclínica donde nació el bebé al ladode otras familias que tenían los ojosrojos de llorar por algunadesgracia. También había sidoincomodo presentarse con su ex,aunque la alegría que tenía por elnacimiento del hijo de Richard

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atenuara lo demás.En la habitación donde estaba el

bebé, el sol del otoño entraba poruna ventana que daba a las vías deltren. Elortis no recuerda haber vistoun lugar artificial tan agradable ycálido como ése. Sin embargo,pronto empezó a sentir que se leencendían las mejillas y le faltabael aire. La habitación estaba pocoventilada para proteger a Jorguitode las posibles bacterias delexterior. También le habían pedido

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al entrar que se lavara las manoscon alcohol en gel. Ver las manitosrosadas de Jorguito, todavíacerradas al mundo decía, lo hizopensar. Estamos tan acostumbradosa encontrar motivos de desprecio enlas personas que nos cruzamos queno podemos ver bien la cara de unbebé. ¿Cómo había que mirarlo?Tal vez eran sus únicos momentosde inocencia; al otro día Jorguitoentendería en qué mundo seencontraba, empezaría a adaptarse

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al lugar y a las personas.En el pasillo su amigo le

comentó que le molestaba que susfamiliares, que eran muchos,aparecieran a cualquier hora de lanoche, con peluches, flores,juguetes y bombones; se armaba líoporque en la recepción no losdejaban pasar. En el fondo llorabauna mujer, Elortis no quiso saberpor qué. Miranda estaba como loca,quería que imitaran a sus amigos, ytuvieran otro hijo, separados y todo.

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La madre de Jorguito le dedicóalgunas miradas de reprochecuando le preguntó cómo andaba.Para ella, Elortis no había sabidoapreciar la belleza y la bondad deMiranda. Le decía en broma,mientras Miranda tenía en brazos albebé, que ya se iba a dar cuenta delo que había perdido. A mí mellamaba la atención que Elortis lediera la razón y, sin embargo,hubiera sido el causante de laseparación. Se notaba que había

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cosas que no le gustaban deMiranda, además de su historia conOscar. Pero, a la vez, dos añosdespués de la separación seguíasolo, sin darle importancia a lasdemás mujeres que había conocido.No me causaba gracia que hablarade sus historias enroscadas, peroquería saber, y a veces lo indagaba.Intrigada por la idea de que unsentimiento de culpa le impidieraalejarse de su expareja, le preguntési había sido fiel. Me contestó que

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la había engañado seriamente unavez. No sé qué quiso decir con lapalabra seriamente, pero debió seralguna forma de darle seriedad a lamentira de que fue una única vez.

La chica, una misionera, hacíapoco que estaba en Buenos Aires.Elortis se había mudado a vivirsolo y deambulaba en loscibercafés en las noches de lasemana, y también salía bastantecon Romualdo. La había conocidoen un bar irlandés del Bajo, donde

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intercambiaron sus e-mails. Era unainstructora de Pilates. Hacía poco,antes de venirse a Buenos Aires,que se había separado de su noviocorrentino. Castaña de piel oscura yojos verdes. Se veían los domingospor la noche, y algunos días de lasemana, no tenía que olvidar, merecalcaba Elortis, que él estaba muysolo en esa época; el padre deMiranda no la dejaba quedarse adormir en su departamento.Miranda trabajaba casi todo el día,

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tomaba clases de tenis y despuésiba a la facultad. Elortis pasabaalgunas de sus noches solitarias conla misionera. En esa época unamigo le había conseguido untrabajo temporario de data entry enuna empresa de recursos humanos, yno tenía mucho tiempo. Tanto queno pudo disfrutar bien de estarelación paralela, no tenía tiempoentre el trabajo, la facultad y elnoviazgo, ya algo desteñido, conMiranda. Aunque pronto vendría

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Martín, y por un tiempo todocambiaría.

Al principio a la misionera latrataba como a cualquier otra, ycasi se estaba olvidando de ella,pero un día fue al cine con el chicoal que tenía a su cargo en unaasistencia social, y notó que laactriz principal de la película separecía a ella. Arrellanado en labutaca se dio cuenta que lamisionera revolvía algo en suinterior. No le pasaba con Miranda,

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ni con ninguna otra que hubieraconocido antes. Salió del cinedispuesto a arreglar su vida. Lamadre del chico al que acompañabale preguntó qué le pasaba queestaba tan contento cuando abrió lapuerta de su departamento. Andrés,uno de los primeros bipolares, yaque en esa época el término no seusaba mucho, le dijo a su madre quelos dos estaban enamorados de laactriz de la película que habíanvisto. Camino a su casa, el chico le

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había confesado que no sabía cómoiba a conseguir novia algún díaporque era muy tímido. Elortis lecontestó que no se preocupara, quecuando estuviera en la facultad, oen el trabajo, algunas oportunidadesiba a tener. Le pidió si en elpróximo encuentro podía ayudarlo aencontrar chicas que se parecierana la actriz de la película; Elortis nose pudo negar. Al otro día seencontró con Miranda y le pidió untiempo. Después se citó con la

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misionera, a la que no veía hacíabastante, pero resultó que habíaempezado a salir con un estudiantede medicina. En fin, el estudiante demedicina viajaba a ver a sus padresseguido, y no era algo serio, peroella se había enamorado. Pagó elcafé y la misionera se perdió entrela gente. No sé por qué me contóesto pero una noche, cuando seveían más o menos seguido, lamisionera le había pedido que lehiciera el amor en la cama donde lo

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hacía con Miranda. Sin embargo,ahora había aparecido un futuromédico, que tal vez le hizo ver quehabía un futuro mejor.

Después, Miranda le habíallorado un rato en una plaza, y élaccedió a reanudar la relación. Depronto, Elortis se encontró soñandocon la misionera, a la que ya notenía. Me nombró a Kierkegaard,me dijo que empezaba a entender loque demostraba este danés en sulibro sobre el tema de la repetición;

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cuando la había conocido esa chicaparecía demasiado lejana a él, sinembargo, la tuvo pero, de repente,volvía a ser un chico anhelante; queera lo que en realidad siemprehabía sido. ¿Sería que la repeticiónera la corrección de una malainterpretación?, ¿o había entendidomal a Kierkegaard? No importa, lamisionera le había advertido quelas del norte eran payeras,refiriéndose al payé guaraní, lamagia que usaban para asegurarse

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el amor de un hombre, entre otrascosas. Concluía que su payé erafuerte, mandándose la parte, perono tan fuerte como el de esta chica,a la que había quedado prendado.Elortis era muy joven entonces ypensó que no sería tan difícilencontrar otras chicas que loenamoraran y, más importantetodavía, que aguantaran al inseguroestudiante eterno de psicología quetenía pocos amigos, y casi nunca unpeso para salir con ellos. De

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cualquier manera, pronto Mirandaquedaría embarazada y se mudaríaa su departamento. Veo que le dejéen claro en esta conversación, porlas dudas, que a mí la plata no meimportaba. En realidad, yo no sabíaqué era lo que me importabatodavía.

La pregunta sobre la fidelidadme dejó en claro que él estabamezclando todas estas cosas de supasado reciente, y como vemos notan reciente, porque no sabía si

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arrancarse del todo o no la costrade Miranda. Según sus propiaspalabras, temía que al desprendersela cascarita la sangre no parara desalir. También sabía que ahora teníaque hacer otra cosa, un segundolibro en lo posible, y si tenía unpoco más de suerte que con elprimero, se convertiría en unescritor de verdad. Había intentadoser una persona común, pero no lesalía. Y para seguir adelante, podíaremover en el pasado la figura de

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su padre, eso le parecía algoliterario e inofensivo incluso, yatransitado, pero redefinir a Mirandatenía un sabor peligroso que no leconvenía. Veo que ese día, también,me intentó convencer de que dejarala abogacía, y me decantara por lapintura; sabía que yo dibujabagarabatos en los ratos libres.

Estaba nervioso porque teníaque reunirse con Sabatini y elempresario bailantero de televisiónpara las ventas de los derechos del

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libro, tema que ni habían tocado enla reunión fallida. El programa delempresario sobre el mundo de labailanta tenía muy buen rating.También administraba otrosnegocios, un boliche enConstitución y otro en Avellaneda,donde en el restaurante Pertutti seencontraron.

Elortis no podía pasar cerca dela plaza Mitre sin acordarse de laenanita. En realidad, mientrasescuchaba a Al Certoni, el

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empresario, pensaba en la enanita,que según le contaba, saltaba con suamiga el palo de escoba que letiraba el cuidador de la plazacuando salían corriendo con lasflores robadas. En ese entonces erauna nena como cualquier otra, claroque no había nacido con la parálisisde la mitad del cuerpo. Cuandotenía unos cinco años a Elortis lohabían paseado por variosconsultorios porque renqueaba deun pie. Ningún médico daba en la

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tecla. Tenía una de las piernas máscorta que la otra, una asimetríacorporal, algo muy común.Pensaban que ese problema era lacausa de la renquera hasta que untraumatólogo de la calle Santa Fe loobservó caminar un rato. Le dijo asus padres que no se preocuparanmás, qué su hijo tenía la llamadarenguera del perro. Elortis saliócaminando normalmente delconsultorio. Parece ser que imitabaa la enanita en su modo de caminar.

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El doctor les había preguntado a suspadres si había alguien en la familiaque renqueara. Como bien sabía, élse pasaba las tardes escuchando lashistorias de la enanita. Era uno delos pocos ejemplos que tenía, ¿porqué no copiarlo? Pero hace poco,mientras anotaba el recuerdo en sucuaderno, descubrió que la copiabaporque en ese tiempo la enanitamuchas veces recibía las visitas deotro chico que la escuchabapacientemente, un chico más

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grande, adoptado, según ella mismale había dicho. A Elortis apenas losaludaba el chico cuando secruzaban. La enanita le contaría,años más adelante, cuando estefamiliar lejano suyo dejara devisitarla, que también estabahipnotizado por sus historias, queera tan sufrido como el Mono, peroeducado e inteligente. Elortis se diocuenta que renqueaba para ganarseel respeto de este chico.

Al Certoni, el empresario

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bailantero, era otro representantedel barrio de la enanita. Su idea erameter el proyecto de Los árbolestransparentes en el Instituto de Cine,y hacer la película con el crédito deesta entidad; para eso tenía a unamigo ubicado en el comité deselección de proyectos. Estabadispuesto a comprarles losderechos del libro y prefería, porsuerte para Elortis y Sabatini, queel guión lo adaptase un conocidoguionista de televisión. Sabatini

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exigió a cambio de los derechos dellibro no sólo el dinerocorrespondiente, sino tambiénaparecer como productores yllevarse un veinte por ciento de loque recaudara la película. Elortis,sorprendido por la viveza de suamigo, asintió con la cabeza,apoyando la decisión, aunque no sela hubiera consultado a él antes. Elbailantero protestaba porque loestaba esperando, fumando en laesquina, una chica enfundada en

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unos jeans ajustados, que iba yvenía, según podían ver. Elortis sedisculpa porque tenía que agregarque hacía mucho que no veía a unamujer con tan buen físico. Cuandosalieron del bar, Al Certoni leentregó un sobre a la chica, quedebía ser la paga por algún show.Después, se le quedó mirando elculo un rato; Elortis dice que debíaser un reflejo del empresario porhaber soltado la plata que se ve quele debía a la chica. Al intercambió

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algunas palabras con ella, y seacercó a Elortis para preguntarle sipodía alcanzar a Sofía, como sellamaba la bailarina, hasta elcentro. Durante el viaje, Sofía lecontó que se había especializado enla lambada y en el baile del caño.Tenía amigas, le dijo, estudiantesque vivían cerca de él, algunas conprofesiones normales, que se habíanhecho instalar un caño en sudepartamento, y se ejercitaban en elbaile diariamente. A Elortis todo

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eso le parecía muy prometedor.Le recordé que a él le gustaban

las mujeres salvajes que corríanpor los praderas ancestrales.Retrucó que subir y bajar de uncaño no parecía algo muycivilizado, y que a algo parecido sededicaba el mono Albarracín. Dejóa Sofía en un bar de Recoleta, cercadel cementerio. Intercambiaron losteléfonos; a ella le gustaba hablarcada tanto con hombres instruidos ysensibles.

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Capítulo 10

Cansado de que los acontecimientoslo llevaran, sin sentido, de un ladopara el otro, a Elortis le pareciónecesario seguir entrevistando aviejos conocidos de su padre. Lacarta había borrado de los mediossu apellido, y todavía queríaencontrar al benefactor de lamemoria de Baldomero.Intercambió algunos e-mails conLito, el alumno que le había

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ayudado a conseguir al monoAlbarracín. Lito le contabaalegremente que trabajaba en unaoficina del gobierno, y le decía quefuera a verlo cuando quisiera.Elortis no tenía nada que hacer alotro día, y pasar la tarde encerradoen su departamento no le hacía bien.Aunque en la calle se sentía mássolo y descarriado. Empezaba apensar que había sido de muy malasuerte tener éxito con el libroporque lo llevó a tomarse en serio

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lo que él quería hacer en la vida, yeso significaba a veces alejarse delos demás. Todavía no sabía bienqué era lo próximo que iba a hacerpero estaba claro que en la calle, enlos bares, rodeado de mentesocupadas en tantas cosas, no lo ibaa encontrar. Creía que mientrasesperaba que hirviera el agua de lapava en su departamento, suspensamientos se amoldaban a loque estaba buscando. A veces en elsilencio escuchaba que un vecino

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de un piso inferior abría la ventana.Le llegaba el olor dulce del tabaco.Él había dejado el vicio, y lemolestaba el humo. Además seimaginaba a la persona que fumabatriste; ahora uno fuma si está triste,o borracho, o las dos cosas a lavez, decía. Eso era lo que hacía él,se ve, y ponía a todos en la mismabolsa.

Al otro día se fue caminandohasta la oficina de Lito. No quedócontento con la reunión. Un policía

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lo había acompañado hasta elcuarto piso del edificio, casidesamueblado si no fuera por eldetalle de un sillón de cuero marrónlargo en el medio. El policía sequedó sentado en una banqueta.Antes, le pidió que esperara a Litoen el sillón. Pasó media hora. Ya nosabía cómo ubicarse, el sillón eramullido, pero no había llevadoningún libro, y le daba vergüenzaestar ahí sentado sin hacer nada. Elpolicía se la pasaba hablando con

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el celular. Al parecer tenían unasado esa noche con otrosmiembros de la fuerza y le pedía aotro si podía ir un poco antes aprender el fuego porque él no iba allegar temprano, antes tenía que vera una tal Nancy. En la red socialque usaba, Elortis tenía a unpolicía, un excompañero de lasecundaria. El padre del futuropolicía lo pasaba a buscar a las seisde la mañana todos los días para iral colegio. Era curioso, decía, pero

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el policía no ponía fotos con armasverdaderas en su perfil. En cambio,tenía algunas fotos en ese juego enque los participantes se disparancon cartuchos de pintura. TambiénElortis tenía como amigo a unempleado de seguridad, de esos quecuidan las cadenas de farmacias olos supermercados, un familiar deMiranda, y ése sí llevaba unaescopeta en la foto del perfil. Lagente siempre quiere lo que notiene, reflexionaba Elortis mientras

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esperaba que Lito se desocupara ylo atendiera. Y apareció, parecíamucho más viejo que él, medioquemado este Lito, decía Elortis.Aunque se movía con agilidad en elrecinto vacío. Le hizo una broma alpolicía, y después se metió en unade las oficinas que daban alambiente principal. Salió con unoscaramelos, y obligó a Elortis a queaceptara uno antes de sentarse a sulado.

Lo primero que dijo fue que

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extrañaba muchísimo a Baldomero,aunque hablaban poco y nada, legustaba saber que podía levantar elteléfono y llamarlo cuando teníadudas existenciales. Elortis estabaacostumbrado a esas cosas. Aunqueen sus últimos tiempos su padre sefue sumiendo en un silencio quesólo interrumpía para maldecir almono Albarracín, aún hoy lapersona que alquilaba sudepartamento se quejaba porqueseguía recibiendo llamados de

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alumnos que querían discutir algúnproblema emocional con elprofesor Ortiz. Una mujer llegó adejar un mensaje donde contaba queestaba al borde del suicidio porquehabía vuelto su hermana de España,y ahora su esposo terminaría deenamorarse de ella. Eso fue lo quehabía entendido el inquilino deElortis. Lito decía que,sinceramente, no sabía bien quéfunción cumplía en ese edificio;creía que se encargaba de coordinar

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a los empleados. En un momentoentró su jefe, un políticodesconocido para Elortis, y Lito selevantó para estrecharle la mano.Estaba asombrado de que Elortis nolo conociera; además de diputadonacional, era el abogado que habíadifundido la lista del batallón 601de inteligencia civil militar. Miamigo había escuchado la noticia,pero no le prestó mucha atención.Algunos de los nombres de losespías civiles se podían ver en una

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lista disponible en Internet. Lito leaseguró, guiñando el ojo, que lalista había sido manipulada antes dela publicación. Elortis quedóasombrado al escuchar eso en bocade Lito, porque recordó quesiempre se había sospechado que suhermano, cuya muerte violenta en laépoca de la última dictadura nuncase había aclarado, era uno de losespías. Le llamaba la atención queLito trabajara con el que habíaayudado a que esa lista se

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difundiera. Decía que todavía erademasiado ingenuo como para caeren ese tipo de asombro. Se leocurrió que podía ser el hermano deLito el que había metido aBaldomero en esa fuerza. Claro queno había nada que lo señalara;Elortis todavía no había vistoninguna de las listas.

El padre de Lito era el que,mientras trabajaba en Puerto Iguazú,le había mandado el Callicebus aBaldomero en una camioneta.

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Elortis no podía olvidarse de esedía porque cuando bajó a recibir almono, que había viajado en unacaja apenas agujereada, vio que elvehículo estaba repleto de otrasalimañas, más que nada reptilesvarios en jaulas, aunque había unapecera con unas arañas negrasovilladas, y hasta una cajita quedecía cucarachas de Madagascar,cuyo nombre científico esGromphadorhina portentosa,especificó. Baldomero no se detuvo

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hasta conseguir que le vendieran,por unos cuantos pesos, dosejemplares de estas cucarachas, queobservó en una pecera un par dedías, hasta que la madre de Elortisse cansó de cubrir el recipiente conuna revista para no tener que verlasmientras su esposo no estaba, y lastiró por el inodoro. Le comenté aElortis que estos insectos no erantan difíciles de conseguir, yo mismalos había visto en una veterinaria dela calle Callao, cerca de mi casa.

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Elortis agregó que ahora seconseguía cualquier bicho en lasinmediaciones de la feria dePompeya, que él visitaba de chicocon Baldomero, dicho sea de paso.Él era un hijo único muycaprichoso, cuando no lecompraban algo, se ponía apellizcar el brazo del que lollevaba de la mano.

Una tarde que fueron a esa feriaa ver algunos pájaros en los queBaldomero tenía interés, el niño

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Elortis empezó a hablar pestecontra su padre porque no le habíacomprado unos pececitos que se lemetieron en la cabeza. Baldomeroestacionó el auto frente a la iglesiade Pompeya, y lo llevó a rastras, deun brazo, hasta el altar, donde lepidió a la Virgen del Rosario queexpulsara el demonio que su hijotenía adentro. Le cayó muy mal elintento de purificación; detestó quesu padre hiciera toda esapantomina, si nunca iba a misa.

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Elortis se había confesado muchasveces, y sabía que la Iglesiageneraba estos vaivenesemocionales; o te dejaba tranquilo ysatisfecho como después de unaconfesión sin penitencia (pensabaque tal vez había empezado a serescritor, aunque ahora relatabacosas no tan ficticias, en elconfesionario; cuando era chico nosabía qué pecados contarle al cura,él se tenía por un santo, y entoncesinventaba peleas con sus familiares,

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malas contestaciones y celos), osalías malhumorado porque tehabían mandado a rezar diezavemarías. Pero que te trataran deexorcizar frente a la Virgen era otracosa. El niño Elortis se había idocon un nudo en el estómago, ysintiéndose también un pococulpable porque en el fondo sabíaque algunas fuerzas ocultas lohacían desear todo lo que veía, y,aquel día, los cabeza de león teníanque ser suyos a toda costa. Sus

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tardes, en especial la de los finesde semana, eran muy aburridas, seexcusa Elortis; no tenía muchosamigos, y los animales lo distraían.Su padre, aunque cada tanto lehacía alguna broma, o le permitíacambiarle el agua y darle de comera los pajaritos que tenía en elbalcón, siempre estaba metido en losuyo, con el ceño fruncido ysacudiendo la cabeza, como sipensara en algún problema que sele hubiera escapado durante la

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semana. ¿Pensaría en qué nombresponer en la lista negra que lepasaba a sus jefes? ¿En algunas desus amantes? ¿La pelirrojainteligente con la que debíacompartir interesantesconversaciones de sobrecama? ¿Osería que la japonesa lo tenía a maltraer con su idea de que con eltiempo los hombres recibían lomerecido cuando engañaban a laesposa?

Podía comprender que engañara

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a su madre, pero no que soplara loque hablaban determinadaspersonas a otras que después sededicaban a hacerlos humo. Losnombres de los alumnos yprofesores estaban pintados en unabandera gigante en el patio centralde la universidad, en cuyas aulasElortis había aprendido unaprofesión que nunca ejercería y sehabía enamorado inútilmente dealguna compañera. Sin embargo,vino a descubrir que Baldomero,

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que aparentemente andabacontándole a unos desconocidos, ono tanto, seguro, qué inclinacionespolíticas tenían los demás ahí,había seducido a su alumnapelirroja y quién sabe cuántas más.

Lito le dio a entender que erauna posibilidad que Baldomerocolaborara con su hermano, aunqueno sabía quién había metido a quiénen esos negocios. A Elortis le llamóla atención que llamara negocio a loque hacía su hermano. Aunque lo

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que estaba haciendo ahora Lito enesa habitación desamuebladatampoco tenía un nombre más claro.Había encontrado su lugar en untipo de panal, esa mosca lo llamabaElortis, en el que no importaba queprodujeras miel; esos lugaresestaban rotulados desde siemprepor amiguismos y favoresdevueltos, incluso para apaciguar ycontentar a algunos que,desocupados, empezaban amolestar. Por eso la comunidad que

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se juntaba en esos lugares era tanheterogénea.

Elortis volvió con un peso extraen su espalda, el de sentirse tancómodo, e incluso reírse de loschistes que contaba ese alegrepersonaje. De vuelta en sudepartamento, no podía estarquieto. Motor estaba más raro quenunca, se le erizaba la espalda, y lomiraba como si él fuera un serpeligroso, que estuviera pensandoen hacer una locura.

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No sé si ya lo dije, pero aElortis le encantaban las paltas. Diola casualidad que las ramas de unaguacatero, plantado en el patio delhotel de al lado, daban alcontrafrente de su departamento.Las paltas estaban maduras, yElortis escuchaba cómo seestrellaban contra el techoalambrado del patio de su edificio.Ese ruido lo ponía nervioso.Además no llegaba a las ramas delárbol para salvarlas de esa caída, y

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después comérselas.Se sentó en la computadora y

buscó la lista que había mencionadoLito. Enseguida la encontró, y labajó en un PDF. Nómina delpersonal civil de inteligencia queprestó servicios en eldestacamento de inteligencia 601entre los años 1976 y 1983, teníacomo título. Los empleados estabanclasificados según el nombrecompleto y la especialidad. Habíadactilógrafos, agentes de reunión de

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información, conductores devehículos, cocineros, auxiliares depersonal, fotógrafos, mozos,radiooperadores, contadores,agentes de seguridad, peones,electricistas,perfograboverificadores,mecánicos, agentes de operacionesespeciales y agentes de censura,entre otros a los que no prestóatención. No había ningún Ortiz,claro. Leyó la lista de nuevofijándose sólo en los nombres, y ahí

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vio que uno de los agentes dereunión se llamaba Álvaro. Elsegundo nombre era Daniel, y elapellido Albarracín. El nombrecompleto de su padre eraBaldomero Álvaro Ortiz. Mientras,cuenta Elortis, las paltas madurassonaban como disparos alestrellarse. Le empezaron a zumbarlos oídos. De algún lugar tenía quehaber sacado su padre, añosdespués, ese nombre insólito paraun mono tití: Albarracín. Igual, todo

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le parecía muy llevado de lospelos, no había otro indicio queseñalara que el Alvaro Albarracínde la lista (al que bien le podíandecir el Mono también, ya que teníaentendido que entre estos agentesera común llamarse por unsobrenombre, que señalaba algunavirtud, defecto, o característicafísica del portador), fuera su padre.Eso sí, en la época en queBaldomero se dejaba la barbaparecía un mono sagrado de la

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India. Sin embargo, nada probabaque el psicólogo Baldomero Ortizfuera el agente Álvaro Albarracín.

Elortis borró la lista de sucomputadora, y se dedicó aacariciar a Motor que dormitaba enel sillón; ya estaba menos ariscoque cuando volvió de suexperiencia independiente en lacosta. Y sentado ahí, acariciando asu gato, le dieron ganas de reírse. Ylo hizo, no podía creerse del todoque Baldomero fuera un espía; sí lo

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veía como una reaccionario queandaba gritándole a la gente suversión de la realidad en launiversidad. Todas esascasualidades que estabaencontrando tenían que estardirigidas, diría Pascal, decíaElortis, por un sentimiento.

No había entendido del todo aBaldomero, no sabía bien quiénhabía sido, creía que lo habíaengañado a él y a su madre, pero lohabía hecho para salir adelante. A

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diferencia de él, Baldomero veníade la nada, cuando su padre, elabuelo de Elortis, se murió, muyjoven, su madre lo internó por untiempo en un colegio pupilo porquetenía que salir a trabajar y no podíaocuparse del chico.

Vivían en un departamentoprestado por un tío español que eraletrista de tangos y los ayudabacada tanto con algún dinero. Alpoco tiempo también la madre semurió de un infarto. Le costaba

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contar estas cosas a Elortis pero nopodía parar. Su padre se las habíarevelado muy de a poco. No legustaba hablar de su infancia.Baldomero vivió un tiempo conotro familiar de la madre, unportero español que trabajaba en eledificio donde vivía una familiaadinerada, los Ramos Mejía. Detrásdel edificio había una cancha detenis y Baldomero veía por laventana a otro chico que lo mirabacomo invitándolo a jugar con él,

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pero el padre del chico se lollevaba y Baldomero, como añosdespués su hijo, se pasaba lastardes revolviendo las cosas que elportero español recibía de losdueños del edificio. Tirabanmuchas cosas, entre ellasesculturas, cuadros y libros, yBautista, como se llamaba elportero, se quedaba con la mayoría.Baldomero se entretenía con esosbártulos y leía muchos libros, másque nada de Historia. Con el tiempo

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el tío español le consiguió un buentrabajo en una empresamultinacional, y Baldomero pudoestudiar y salir adelante por símismo.

Las cosas para Elortis habíansido mucho más fáciles y la culpaque sentía por eso hacía que muchono le entusiasmara ponerse aanalizar el pasado lejano de supadre. Por eso prefería ver en sumente la imagen todavía fresca delmono enjaulado al que se había

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dedicado a observar detenidamenteBaldomero en sus últimos años. Sinembargo, esa imagen era tambiéninquietante.

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Capítulo 11

El Callicebus no era un mono más;Baldomero creía que entre su nuevamascota y él había una conexiónancestral. A Elortis le gustabacontarle a la gente que su padretenía un mono amazónico en sudepartamento. Le dije la verdad, meparecía medio grasa, hasta perros ygatos está bien, pero no me gustanesas personas que mantienenreptiles, loros, hurones, arañas.

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Elortis decía que a los conocidosles encantaba el mono, tanto en lacasa de su padre, como en el tiempoque estuvo en la suya; aún hoyseguían preguntando por el destinode Albarracín. Según mi punto devista, a la gente le gustaba reírse delos excéntricos que tienen bichosraros. Y éste no era muy común, meconfirmó; había averiguadorecientemente en Internet, que esasubespecie de mono tití, que teníala parte inferior de la cara, y

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también las rodillas, cubiertas depelo rojizo, era un Bernhardi, unmono tití todavía no clasificado enaquella época, que recién fuedescubierto a principios de estesiglo por un primatólogo alemánque vivía en el Amazonas, yrecibiría ese nombre en honor delpríncipe Bernardo de Holanda.

Su padre había ubicado la jauladel mono en el lavadero, justo allado de una ventana de vidrioesmerilado que daba a la calle. Las

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primeras semanas, al llegar de launiversidad, Baldomero ponía unabanqueta frente a la jaula y pasabahoras, bañado en una luzamarillenta tenue, observando almono Albarracín. Antes, claro,retiraba la bandeja inferior de lajaula para reemplazar las piedritassanitarias, le cambiaba el agua, y leponía comida. El mono nunca hacíanada de otro mundo, más que nadasaltaba de reja en reja, y rompía lascáscaras de los maníes, pero a

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Baldomero le gustaba mirar aAlbarracín; decía que lo relajaba.La madre de Elortis pensaba queBaldomero simplemente se habíadado el gusto de tener un mono, yque la costumbre era la excusa paraconservarlo. No veía que obtuvieraalguna conclusión sobre el tipo decomunicación básica, pero esencial,que, según él, el mono manejaba.

Lo peor de todo era que elanimalito era muy agresivo.Baldomero no lo tocaba nunca, pero

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Elortis lo quiso agarrar un día, yterminó con el dedo sangrando.Albarracín estaba siempremostrando los dientes, y con losojos inyectados en sangre; ¿qué tipode información intentaba sacar supadre de una bestia del Amazonascomo Albarracín? A ciencia cierta,nadie lo sabía.

Llegó el día que a su padre se leocurrió llevar a Albarracín a una desus clases. Para eso, primero, habíaque meterlo en una jaulita más chica

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que había comprado especialmente.Baldomero usó una toalla, parapoder apresarlo dentro de la jaulasin que le sacara el dedo. Sinembargo, Albarracín empujó con lacabeza hasta que logró salirse de laespecie de bolsa que Baldomerohabía hecho con la toalla, yatravesó el living, arrastrando latoalla porque se le había quedadoenganchada en una uña. Baldomerolo seguía de cerca, pero el mono sedaba vuelta, y lo amenazaba con

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chillidos desesperados yamenazantes. Finalmente, el monose detuvo para desengancharse latoalla con sus manitos, y su padreaprovechó para empujarlo dentrode la jaulita. Sí, Baldomero sehabía dado el gusto de divagarsobre psicología comparada con elmono al lado. No había razonespara que este animal de ojoschispeantes y barba roja estuvierapresente; sin embargo, cuandovolvió a su casa le dijo a su esposa

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que los alumnos habían prestadomás atención que nunca.

Al principio, Albarracín estabacomo loco, y saltaba y chillaba sinparar, pero después se serenó deuna manera nunca vista, y se quedómirando a los alumnos, consciente—según su padre— de que estabasiendo observado por mentesobtusas. Después sí, les habíaexplicado a sus alumnos que creíaque ese mono, un animal que veníadirecto, sin escalas, de la selva

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amazónica a la ciudad, no unamascota dócil y acostumbrada altrato diario con humanos, o unbicho mecanizado como los queveíamos en los zoológicos,escondía una verdad, refractaria anuestra mente acostumbrada a locomplejo, que por lo tanto sólopodía ser reconocida luego dehoras de paciente observación.Acto seguido, les aclaró que éltodavía no había alcanzado acomprender esa verdad, pero que

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podía notar que Albarracín estabaacostumbrado a comunicarse consimpleza con el ambiente que lorodeaba, y que un animal así eramás inconsciencia que otra cosa; unsueño. Un animal así, decíaenfervorizado Baldomero, debíarecordarnos a Nietzche, cuandodecía que la función de laconciencia era restarnos loindividual para volvernos útiles ala sociedad. También les dijo quehabía llegado a la conclusión que

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los humanos teníamos tresconciencias: una social, una íntimay otra natural. Ninguna biendesarrollada. A diferencia, su monoAlbarracín era un todo indivisible,una especie de dios, un sercompleto. Lo que sugería erabastante controvertido. El profesorpregonaba una vuelta a labrutalidad, lo enfrentó una alumna.Pero lo que en realidad quería,explicó Baldomero, era encontrar elcamino de vuelta de las palabras,

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ver si había otra forma más prácticade comunicar las cosas, porque ellenguaje que utilizaba el hombre,cada vez más desvirtuado, nocumplía con su función de facilitarel entendimiento entre los humanos.Un alumno le preguntó si él estabahablando a favor de la telepatía y laparapsicología, pero Baldomero ledejó en claro que ésas eranpalabras que ya tenían unsignificado muy marcado parausarlas; él tan solo quería encontrar

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la manera de que las personas seentendieran sin malentendidos, deque los sentimientos pudierancomunicarse sin expresionesambiguas que pervertían larealidad. Descreía que las palabrasfueran un buen medio decomunicación. Le preocupaba quehubiera tantos momentos,sentimientos, ideas y pensamientoshuérfanos de formas adecuadas deexpresarlos. Cada vez quedecíamos algo, menospreciábamos

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a la idea que nos había hecho abrirla boca. El soplido que hacíacircular la vida, el viento ancestral,se perdía en corredores sin salidas.Ahora él estaba buscando, con suquerido mono Albarracín enjauladoa su lado, la corriente de aire quevolaba hacia el prado ventosodonde pacían las esencias delmundo.

Un alumno aplaudió, y gritó queun tornado se lo iba a llevar puesto.Baldomero no prestó atención a la

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interrupción. Redobló la apuesta:dio a entender que los animalescallaban porque comprendían másque nosotros, que eran seres de unacategoría superior, que se dejabanutilizar por la esencia natural deluniverso. Por eso saltaban, por esovolaban, por eso nadaban, con tantafacilidad; mientras que nosotros,cada vez más anquilosados, noshabíamos dedicado a perdernos enlenguajes imprecisos. Las palabrasnos habían apresado; para

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Baldomero estábamos ciegos, yteníamos el cuerpo atrofiado. A esaaltura, la mitad de la clase liberabasus carcajadas, otros directamenteno prestaban atención, como si nofuera un profesor al que teníanenfrente, sino a uno de esosdesquiciados que enviaban de losloqueros para vender artículos queno sabían ofrecer, decía Elortis, quepresenció la clase porque había idopara ayudarlo a meter después lajaula con el mono en un taxi; pero

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unos pocos miraban a su padre contímida admiración. De cualquiermanera, Diego le había contado queen la universidad, cuando unprofesor se iba por las ramas,decían que estaba dando la clasedel loco, refiriéndose a aquellatarde del mono y Baldomero.

Ahora bien, esa clase terminóde unir a Baldomero con elCallicebus, el objeto de su estudio,y su padre se dedicaba a observarlocon la mano en el mentón, como si

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notara matices cada vez másinteresantes en el comportamiento,para Elortis totalmente monótono yregular, de Albarracín. Parecíarumiar, frente al mono, con los ojosachinados y masticando una sonrisade autosuficiencia, las palabrassabias que les había transmitido asus alumnos. Al final del discursoles había dicho que, tal comoestaban las cosas, en el futuro lasciudades se verían invadidas porlas alimañas y las bestias, una

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visión opuesta a esasposapocalípticas que vemos enpelículas y en videoclips hoy endía. Para Baldomero, los pájaros ylas plantas volverían a ganar, de apoco, el terreno perdido.

Elortis estaba bastante deacuerdo; el verano anterior,acostado en su sillón mientras caíala tarde veía, a través de supersiana americana, según el día,benteveos, carpinteros, chingolos,palomas gigantes —averiguó que en

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realidad se llamaban tórtolas turcas—, horneros, calandrias, unpicaflor, torcazas, y muchoszorzales que se dedicaban aremover la tierra de las macetas delbalcón y le pegaban las pulgas aMotor. Al anochecer, aparecían porlas ramas del gomero —quetambién como el aguacateropertenecía al hotel vecino—, unassiluetas alargadas: Ratas. Algunasse deslizaban por la gruesamedianera del hotel hacia su

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ventana, pero no importaba, Elortislas miraba con simpatía desde laoscuridad. La visión de tantanaturaleza en el medio de la ciudadno podía molestarle. Incluso unatardecita, había encontrado a unpájaro durmiendo en una rama largaque se metía en su balcón. Primero,no había prendido la luz de afueray, maravillado por eldescubrimiento, en vez de creer queera una hoja del árbol con forma deave, se le dio por pensar que

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alguien, tal vez la empleadadoméstica que venía una vez porsemana, había colgado un figura,recortada por su nena seguro, con laforma de un pájaro, con un objetivoenigmático e indescifrable. Tambiénpensó que era el mono Albarracín,que había retornado. Sin embargo,por suerte, era un pajarito deverdad, con la cabeza metida abajodel ala.

Generalmente se la pasabasentado a la computadora

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esperando que yo apareciera —enaquel momento hacía bastante quehablábamos— o que se conectaraRomualdo, según decía, y mientrasbuscaba libros usados, o leíacríticas de cine, o bajaba música;pero aquel anochecer se quedódormido en el sillón de su estudio.Tal vez se le había ido la mano,aquella tarde, con la rutina deejercicios en el gimnasio —siemprevacío a la hora que iba, me habíadicho en otra conversación. Pero

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cambiar la rutina por cualquierrazón, decía Elortis comoacordándose, tal vezreprochándome, ese día que yo nohabía aparecido, daba buenosresultados.

Para mí, que tengo una amigavegana, que hasta logró arrastrarmeun año a una manifestación, a la quefui más que nada, tengo quereconocerlo, porque iban algunosfamosos que seguía en ese momentoen una serie de televisión, me

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parecía irreal un futuro repleto deanimales. Pero Elortis estaba deacuerdo con la opinión de su padreen este tema y era capaz de ver unfuturo lejano con la tierra húmeda ypalpitante, y los seres humanosrevolcándose en el barro de suspequeños jardines. Baldomerollegaba a estas conclusiones porquese perdía cuando empezaba apensar en el tema de la lenguaadámica y llegaba a otrosinsospechados. Su pensamiento no

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era orgánico ni mucho menos.Gritaba si estaba rodeado depersonas, y no se detenía hastaacaparar la atención de todos. Casisiempre decía que él odiaba lapsicología, y dejaba en claro que suinterés no se terminaba en los temasacadémicos.

Pudo enterarse de más detallesde los parlamentos de su padregracias a Diego que, vaya paradoja,Elortis mandaba de infiltrado en launiversidad para saciar su

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curiosidad. Según Elortis, con estosdiscursos exaltados su padrereclamaba del mundo el afecto y laatención que no había tenido dechico; su reacción era un fenómenopsicológico de transferencia. Encambio, cuando cenaba con él y sumadre no hablaba mucho, y si lepreguntaban por qué estaba tancallado, citaba a Kierkegaard dememoria, advirtiéndoles que estabaconcentrado en su problemaepistemológico: El que sabe callar

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descubre a un alfabeto no menosrico que el de la lengua al uso.

Con Augustiniano, a quien lecontaba algunos detalles de mischarlas con Elortis, nospreguntábamos si todo el afán deBaldomero por hacer callar a lahumanidad, la búsqueda de formasmás eficaces de comunicación, notenía que ver con esa costumbre quetienen los culpables de hacer mirarsutilmente a las personas haciaotros lados. El humor, pero también

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las invenciones alocadas como lasde Baldomero, podían ser lasherramientas que usaban paradistraer nuestra atención y, lo quees más importante todavía, la suya.Se vuelven invisibles a su propiaculpa, y sólo cada tanto muestran lahilacha con algunas prepotencias ocaprichos fuera de lugar. Veo, enuno de los registros de lasconversaciones, que un día lecomenté el tema de afabilidad delos culpables a Elortis,

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refiriéndome a lo manipulador quehabía sido mi padre, cómo me hizocreer que lo mejor era ocultar unaverdad que, revelada a mi madre —hasta el día de hoy—, la haríatambalear porque le cambiaría lainterpretación de su pasado. Decía,parafraseando a un escritor, Svevo,que para una mujer eso no seríatanto problema porque estábamosacostumbradas a reinventardiariamente nuestro pasado comoforma de supervivencia espiritual.

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Gracias, explicaba Elortis, a milesde años de opresión masculina.Para mí este tipo de secretos quepodían obligar a una persona aredefinir de un día para el otro supasado eran malos y muypeligrosos. Elortis estabatotalmente de acuerdo, en unaespecie de acto precognitivo ahorame doy cuenta, o nada más era quesabía la verdad sobre la relación deMiranda con el tío Oscar y se hacíael tonto, dijo que estos secretos

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podían convertir a una persona enun zombi que pisaba en tierra reciénremovida. Contesté, para cambiarde tema un poco y molestarlo, quepisar en cemento a un viejo comoél, cercano a la tumba, le haría mala las rodillas, como era habitualperdiéndome en la superficie de laspalabras, cuando no eramonosilábica como él odiaba.Elortis me siguió el apunte, y dijoque prefería la arena, las rocasdigeridas. Por eso le gustaba la

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costa, pero no tanto como para queintentara radicarse ahí como sugato.

En la época del monoAlbarracín, y a pesar de laconcentración que observarloparecía requerirle, Baldomero sehacía algunas escapadas de fin desemana a pescar con amigos,seguramente con el capitán. Supadre no era de esas personas queabandonaban a sus amigos encuanto otra meta se les cruzaba, le

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gustaba jugarse por la gente queapreciaba, y sus amistadesprevalecían, sin duda, por sobre sufamilia y algunas de susocupaciones.

Uno de aquellos viajes deBaldomero a la costa coincidió conel momento en que Elortis estabaplaneando irse a vivir solo; trataríade hacerse cargo de los gastos deun departamento que su familiatenía desocupado.

A la noche, cuando volvía de la

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facultad, Elortis veía al monoAlbarracín colgando de las rejas dela jaula, esperando con unaexpresión desconcertada. Debíaextrañar la mirada atenta de supadre. Sin embargo, cuando él seacercaba al resplandor amarillento,el mono empezaba a rascarse lacabeza, y enseguida convertía laacción en un acto frenético en elque parecía arrancarse los pelitosblancos que tenía en las orejas.Baldomero volvió de la costa con

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varios libros sobre elcomportamiento animal que lehabían prestado, entre ellos uno deWolfgang Köhler. Otra casualidad,que para Elortis, que no creía en elazar, hacía más sospechoso a supadre: se creía que losexperimentos con chimpancés queKöhler realizaba junto a su esposaEva en Tenerife, en el lugar quellamaban La Casa Amarilla, eranuna pantalla para encubrir susactividades de espionaje para

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Alemania durante la PrimeraGuerra Mundial.

Baldomero intentó hacerreaccionar a Albarracín a diversosestímulos, para clasificar susmodelos fijos de movimiento y sustaxias. Luego de fracasar con losmás sutiles, como pretender que conun palito chino, que le tiró en lajaula, el mono alcanzara unosmaníes que le había dejado sobreuna silla que ubicó bien cerca de lajaula —el mono sólo revoleaba el

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palito, a veces fuera la jaula—,pasó a probar los más drásticos,como encenderle un fósforo en lacara y después sólo sacar otro de lacajita para ver su reacción. Comoresultado, en el invierno el mono seagarraba la cabecita cada vez queprendían la estufa del lavadero confósforos. Sin embargo, una vez quela explosión inicial pasaba y lallama empezaba a consumir lamadera, Albarracín se quedabamirando obnubilado la llamita.

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Según Baldomero, el hábitat delmono en el Amazonas estaba intactoy jamás había visto arder el fuego.Siguió probando con otros trucos,pero no recibía ninguna respuestaalentadora.

El descubrimiento vino por unacasualidad. Percibió que el mono secontagiaba de sus bostezos. Creyóque en el bostezo acariciábamosalguna glándula telepática. Su padredecía que hasta el zumbido en losoídos que tenía se le apaciguaba

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cuando bostezaba y la mente se leaclaraba. Comenté que todossabemos que bostezar es un actocontagioso. Pero Elortis dijo que seignoraban las razones, y agregó quede saber, a saber de verdad hay unagran diferencia. Su padre habíallegado a una pregunta interesante.Cuando Baldomero hacía quebostezaba, un simulacro delbostezo, el mono no reaccionaba alestímulo y se quedaba pasándoselas manitos por los pelos blancos:

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¿el bostezo sería un resto, malinterpretado, de la lengua adámicaque intentó rastrear toda su vida?Quién sabe qué se escapa cuandobostezamos, afirmaba por esos díasBaldomero sin inmutarse en lassobremesas de la universidad,según pudo saber Elortis a travésde las averiguaciones de Diego. Supadre decía que era una acción muyparecida a la de abrir los esfínteres.Tal vez sea exactamente locontrario, pensaba Baldomero

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adelante de los otros profesores yayudantes que lo escuchaban, y albostezar estamos liberando almundo una materia sin densidad,pura, con algún tipo de informaciónsin procesar. No creía que fuera unamanera de sincronizar las horas desueño, como pensaban algunos. Siel mito era un producto accesoriodel lenguaje, una enfermedad de lapalabra, entonces el bostezo podíaser el antídoto, o tener aunque seaalgunos ingredientes de la receta. Y

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entonces Elortis se imaginaba a supadre levantando la voz, como lehabía contado Diego, para aclararsus pensamientos, que, para mimala suerte, me iba a repetir.

Él no era un psicólogo más;estaba hecho de la misma maderaque August Schleicher, OttoJespersen y Guillermo deHumboldt, pero a diferencia de esteúltimo, no tenía un hermano quehiciera el trabajo de campo para él.Tenía que ensuciarse las manos.

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Costearse viajes y ayudantes paraver qué perspectiva cósmica teníaimpregnada cada pueblo en sulengua estaba fuera de susposibilidades económicas. Nisiquiera tenía plata para comprarseuna buena edición de la gramáticasánscrita del indio Panini, sólotenía esas anotaciones milenarias enfotocopias que le habían prestado, y¡cómo querían que encontrara enuna fotocopia rastros del problemade origen del lenguaje! Si las

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lenguas eran una copia del únicolenguaje, entonces alguna tenía queser más fiel al original; en aquelentonces no existía la reproducciónen serie, que no lo olvidaran, y elsánscrito siempre había estado en elcentro de todas las miradas. Diegotenía la paciencia de reproducirleestos discursos de su padre. Elortistenía miedo que fueran invencionesde este novelista en ciernes. SegúnDiego, Baldomero apenas sedetenía para respirar cuando

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hablaba. Elortis iba anotando en sucuaderno:

Su padre no entendía cómo losconceptos se habían juntado con lasimágenes acústicas, y cómo estasdecisiones terminaban en pueblossistematizados. Algunos de estospueblos, como el nuestro, nuncahabían abandonado la manía declasificar todo, etiquetaban a laspersonas en cuanto las veían; quetuvieran cuidado porque eso lesestaban enseñando a los alumnos en

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las demás cátedras. ¿¡Y la energeiadónde quedaba!? Basta de despistara la gente de lo elemental. Sehabían olvidado de los sonidosemotivos de Demócrito, por eso aél le gustaba tanto escuchar esasmilongas y a Shumann; expresarse através de su lengua como lo estabahaciendo en ese momento erapragmatismo sucio de políticos ysofistas. Había que dar un pasoatrás y encontrar a los filósofoschinos, el caballo blanco que no es

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un caballo de Gongsun Long, larectificación de los nombres delconfucionismo; en lo posible ir másallá todavía, cruzar el mito paracaer en la nada misma primigenia.A ver si entendían algo de lo quesomos. Por algo Schleicher pasó deHegel a sir Darwin. Basta decopias e imitaciones señores. Habíaque separar lo verdadero, eletymon, la forma original de cadatérmino; y más todavía, escuchar lamúsica que producían las esencias

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del universo, sin contar loscompases, como le hubiera gustadoa Johan Mattheson (esto lo decíacon voz meliflua, le aclaraba Diegoa Elortis, ya medio arrepentido detodo el discurso que había dado; supadre ya se sentía menospreciadopor los que lo escuchaban).

Diego averiguó que los demásprofesores tampoco dudaban enexplicar la vuelta a las raíces queintentaba Baldomero comoproducto del niño resentido y

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solitario que había sido. Y paraalgunos era una forma de acabarcon el tiempo, y estacionar una yotra vez su mente en una niñez queno había disfrutado, donde todavíano había palabras significativaspara contar, y por lo tanto hacerrealidad, su desgraciada historia.Elortis sabía que él había tenidouna buena infancia, que podíaaflojar las riendas de su pasadoporque no tiraba tanto para atráscomo el de su padre. Pero ahora

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estaba sufriendo, y no encontraba lamanera de relacionarse con laspersonas; todos se habían vueltouna amenaza porque no sabíaexplicarles su objetivo en esta vida—le parecía que no tenía metasclaras en ese momento—. Loprimero que quieren saber es enqué andás.

Veía poco a Miranda y era másque obvio que estaba necesitado decompañía femenina, de una mujerque lo tranquilizara y consolara un

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poco. Unos días después iba por lacalle Quintana, y encontró a Sofía,la bailarina, mirando la vidriera deuna librería. Se asombró alreconocerlo, y dijo que había idoespecialmente para ver si conseguíaLos árboles transparentes, aunquecuando la abordó estaba mirandocon cariño el cartel de promociónde un libro de autoayuda escrito porun periodista. Elortis tuvo un lindogesto; le compró su libro, y tambiénel del periodista. También la invitó

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a tomar un café. Fueron a La Biela;Elortis se imaginaba a Bioyalmorzando con algunas de susamigas, era la primera vez que semetía en ese lugar.

Me advirtió que no me iba aocultar cosas. De ahí fueron a sudepartamento. Ella le mostróalgunos videos de Lambada queestaban en Internet, había un talBerg que, enfundado en unospantalones blancos, bailaba muybien; revoleaba a las chicas de acá

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para allá, según Elortis. Intentó queél aprendiera los pasos, pero nohubo caso, mi amigo era de maderapara bailar, coordinar losmovimientos no era lo suyo. En unade las vueltas Elortis la besó. Sofíase quedó a dormir. Le gustó que loretara porque no había bolsita en eltachito que hay al lado del inodoro,y que se tomara el trabajo deponerle la que le habían dado conlos libros. En realidad, meaclaraba, todo esto fue porque a la

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mitad de la noche la chica seindispuso. Elortis no me quiso darmás detalles. Al otro día, apenas sefue Sofía, a pesar de estar menostensionado, según sus propiaspalabras, su espíritu fue inundadopor un gran pesar. Para él, ese tipode acto amoroso, sinenamoramiento previo, a veces eracomo el acto en el vacío quedescribía Lorenz en uno de loslibros sobre el comportamientoanimal que tenía Baldomero. En

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alemán el término era difícil derepetir; mejor en inglés: vacuumactivities. Actos reflejos paracompensar la falta de estímulosexternos reales. Lorenz lo habíanotado en un pájaro que, a falta debichos para cazar, se encaramaba alrespaldo de una silla al acecho debichos invisibles. Elortis lo habíavisto en Motor, cuando salíacorriendo como loco por todoslados, como si hubiera algo de loque esconderse o perseguir. Y en él

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mismo, cuando últimamente seacostaba con alguna chica. Vacuumactivity. Sofía no tenía la culpa, eralinda, dulce y muy femenina.

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Capítulo 12

Muchas cosas intrigaban a Elortis,en especial las que le hacían pensarque había posibles conspiracionespara captar su atención. Porejemplo, le parecía raro encontrar,por esos días, canciones enterasgrabadas en su contestador.Primero, Sultans of swing, ydespués una canción másrebuscada, ochentosa, de CarlySimon, llamada Coming Around

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Again. A veces música electrónica,pero cuando era música electrónicaera menos interesante porque nopodía reconocerla, para tratar deinterpretar qué le habían queridodecir con el título; y ni siquieratenía letra. La de Carly Simon laadivinó, era la canción de unapelícula que se llamaba encastellano El difícil arte de amar.Aunque había pensado que el queactuaba era Robert De Niro, cuandoen realidad, según averiguo en el

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IMDb, era Jack Nicholson. Laconfundía con otra en que losamantes se cruzaban en el subte. Aésta la había visto solo en un cine.Y Miranda le había contado que lavio en televisión, antes deconocerlo, con su tío. Tal vez en unhotel alojamiento, pensaba Elortis.

Sin embargo, él sabía que, porsuerte, no podía ser Miranda la quelo hacía escuchar temas completosen el teléfono. Sospechaba que lode música electrónica era el

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encargado de relaciones públicasde un boliche, por el que a vecespasaba con Romualdo, que estabaimplementado una técnica demarketing de persuasión subliminal.Para él, ese mismo tema lo pasabanen el boliche, y así le recordaban alos clientes, que tenían en la basede datos, que esa noche se dieranuna vuelta por el lugar. La paranoiade Elortis se iba profundizandocuanto más tiempo pasabaencerrado.

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Otro día me salió con que paraél Sofía, la bailarina o stripper,nunca estaba claro, era una asistentesocial, como él hace años atrás conese chico, Andrés, enviada por elGobierno de la Ciudad para estar altanto de lo que hacía encerrado ensu departamento. Para él existía laposibilidad de que nuestras charlasen Internet fueran leídas porfuncionarios que desconfiaban de élporque sabían que hablaba con unachica tan joven, casi una menor. Lo

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decía medio en broma, agregandounos jaja que ahondaban el carácterobsesivo y patético de sus palabras.¿Qué stripper andaría buscandolibros por Recoleta? Cuando seveían llegaba siempre tarde, comosi fuera más una obligación (quecumplía con mucho placer, sepreocupó de aclararme Elortis;siempre tan orgulloso) que unadecisión propia. También podía serque Sofía adivinara el día que laconoció en Avellaneda, por su

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mirada de perro, la difícil situaciónque estaba pasando y, como era unachica de buen corazón, decidieraayudarlo.

No pude evitar comentarle quepara mí llegaba tarde porqueatendía a sus clientes, perdónElortis, o tardaba en vestirsecuando bajaba del caño. A Elortisle parecío raro que el bailantero lepidiera que la llevara, muchacasualidad decía. La policía pasabasiempre por la zona donde

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trabajaba Sofía, y él habíaescuchado que encargaban trabajosa civiles que cambiaban por otrosfavores, como dejarlos hacer suactividad ilegal sin molestarlos, ono enviarlos de vuelta a sus paísessi eran extranjeros indocumentados.Las ciudades estaban cada vez máscontroladas en el mundo, y no erancámaras las que nos seguían sinopersonas que interpretaban nuestrosactos según modelos de conductasociales… Claramente, las

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sospechas sobre el pasado de supadre lo estaban trastornando.

Una de las razones por la quepensaba que Sofía era una enviadapara controlarlo era que trabajabaen Recoleta, cerca de donde habíavuelto a ver al hombre de equipodeportivo. Se preguntaba qué hacíasentado en la vereda de un bar de lacalle Quintana, oteando elhorizonte, palabras textuales deElortis, a las cuatro de la tarde. Élapuró el paso hasta la avenida

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Alvear. Igual, le gustaba caminarrápido, decía que le hacía bien asus piernas, que eran lo menos queejercitaba en el gimnasio. Lafrutilla del postre era que cuandovolvió a su edificio, treinta cuadrasatrás, encontró a su amigo de gorra—¿la tendría pegada a la cabeza?— y jogging sentado en el sillón dela recepción. Justo entraba unavecina con sus dos nenes, y Elortislos empujó para subir corriendo porlas escaleras.

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Después, otro día, me revelóque si salía a caminar un poco, a lasdos cuadras volvía a paso rápidopara evitar que el hombre de gorritaviolentara la puerta de sudepartamento para revisarle lospapeles. Aunque sabía que estabanatrás suyo por algo, a ciencia ciertano podía saber a qué se debía. Talvez temían que en un próximo libroventilara algunas conexiones. Malque mal, él era un escritor quehabía tenido algo de exposición.

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Algunos periodistas se interesaríanen su nueva obra. Por eso preferíaandar con cuidado, y pasar los díasen su departamento, conversandoconmigo o respondiendo a losvendedores y encuestadorestelefónicos que lo llamaban.

Eran el colmo para Elortis; unaspersonas sin alma tomaban esostrabajos dañinos y se dedicaban aarruinarle las tardes a los muyjóvenes, viejos, o desempleados, oque trabajaban en sus casas, con

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todo tipo de preguntas y propuestasmolestas; cuando no llamaban losdel servicio telefónico para ofreceralguna promoción fantasma, por laque te podían tener media hora,eran los bancos que ofrecíanseguros por accidente o muerte,seguro que a usted le preocupa elfuturo de sus seres queridos, o,directamente, los cementerios queofrecían sus parcelas porque,aunque todavía es joven, convienetener en cuenta todas las

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posibilidades. Las encuestas derating eran lo más digerible porqueal ser electrónicas, grabadas, unono pensaba que era una llamadaimportante y cortaba al instante.Pero más seguido escuchaba la voz,no menos mecánica, de esos agentesencargados de vender cualquiercosa a cualquier precio. Lafrialdad de una persona quellamaba a la tarde para ofrecer unaparcela en un cementerio a otra,encima en esos cementerios que

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parecen una escenografía delparaíso, era el signo, para Elortis,de que existía la maldad encarnadaen el mundo. Y los de las encuestasde ingresos: ¿querían que lescontara que pagaba las expensas deldepartamento donde vivía con loque sacaba del alquiler del de supadre? Prefería a esos personajessospechosos que habían aparecidoen su vida antes que las voces en elteléfono. Y eso que estaba seguroque a Sofía le gustaban más las

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mujeres que los hombres. Por esomismo era tan buena encomplacerlo.

En fin, para mí toda estadesconfianza, estas vueltas,solamente demostraban el miedo deElortis a relacionarse con la gente.Se ve que, en el fondo, me animé acomentarle, él nunca había confiadoen Miranda, ni en su padre. Sinembargo, él estaba seguro que sussospechas eran fundadas, por lomenos en esencia, agregaba…

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Nunca hay que subestimar lasintuiciones que tenemos; ya decía supadre que era lo más parecido allenguaje adámico. Para darle unanueva meta a su vida, como élquería, primero tenía que entenderal mundo, buscarle el dobladillo, ysostenía que cuando uno empezabaa hacer eso, a salirse del caminoque nos tenía preparado lasociedad, aparecían estascasualidades sutiles que nosobligaban a definir una forma de

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pensar, y por lo tanto, de actuar;Orson Welles decía que el que nosabe bailar le echa la culpa al piso,y así le había ido. Muy bien alprincipio, y después lo habíanabandonado, aunque era un genio.

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Segunda Parte

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Capítulo 1

Por suerte yo, entre la carrera y eltrabajo, en el que no hacía mucho laverdad, tenía textos o llamadas paraestar ocupada, y enseguida olvidabaalgunos detalles de las largasconversaciones con Elortis. Si no,mientras él me escribía sin parar,yo chusmeaba mi red social, ohablaba con mis amigas. Tambiénconversaba con Augustiniano y conotros amigos que íbamos

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conociendo en las salidas. Igual,Elortis lograba captar mi atencióncuando decía que había escuchadopor la calle o en algún negocio a lacanción de Madonna o RickyMartin que me gustaba, comodiciendo que lo habían hechopensar en mí —a ti que juegas aganarme, cuando sabes bien que lohe perdido todo, era el subnick queyo usaba durante nuestras primerasconversaciones, creo, aunque ya nome acuerdo bien, que en referencia

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a mi ex; después usé mucho tiempo:te pido que me acompañes acambiar de aire, pero bue…También me gustaba cuando hacíaesos comentarios medio esotéricosy le prestaba mucha atencióncuando hablaba de Baldomeroporque me hacía acordar a lossentimientos encontrados que yotenía hacia mi padre—. Tengo queadmitir que muchas veces meconectaba para hablar con él nadamás o, mejor dicho, para que él

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hablara.A veces se acordaba de Andrés,

su trabajo de asistencia social.Ahora debía rondar los treinta, perocuando lo conoció era un chico muycallado y reservado. Como Andrésno salía nunca de su casa y tampocohacía amigos en el secundario, querecién había empezado, sus padresdecidieron que necesitaba ayudapara salir adelante. En realidad,Baldomero le había conseguido eltrabajo de asistente social de este

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chico porque hablaba con la madrecuando iba a comprar a la feria dela avenida Córdoba llegando aCallao. Andrés estaba enamoradode la hija del verdulero, perocuando la chica se acercaba ahablar con su madre él no sacaba lavista del piso, y si decía algotartamudeaba. Baldomero era buenobservador, y le recomendó a lamadre que le pusiera un tutor a suhijo, que se veía que era muyinteligente para su edad y tenía

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problemas de adaptación.A Elortis le cayó del cielo este

trabajo, aunque al principio loodiaba porque a él le pasaba lomismo que a Andrés; se sentía soloy apartado del mundo que lorodeaba y tenía serios problemaspara comunicarse con las mujeresen aquel entonces. Llevaba aAndrés a bares donde se sentaban ahablar de cine, música y libros.Aunque, en realidad, al principiorara vez hablaban. Elortis mostraba

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un libro que había conseguido en lalibrería de viejo a la que iba unavez por semana por lo menos,dejándolo sin ganas arriba de lamesa, y Andrés se limitaba a asentircon la cabeza, o a lo sumo a darlovuelta y leer la contratapa. Elortisencontraba libros tan necesarios enese momento, que llegó a pensarque alguien le dejaba esos librosapenas usados, casi nuevos, para él.Sin embargo, nunca le gustó hablarde estas cosas, no tocaba el tema

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con aquel chico y tampoco lo haríaconmigo, me dejaba en claro. ConAndrés, después se dedicaban amirar a la gente pasar. Teníanidentificados a unos cuantos, decíaElortis, con horror, al darse cuentaque podría haber heredado lasupuesta vocación espía de supadre que recién ahora, tantos añosdespués, venía a descubrir.

Andrés parecía antipático,parco y antisocial pero pronto tedabas cuenta que era una máscara

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que usaba porque los demás sereían de lo ingenuo que era. Mirabael mundo de reojo pero captaba másque los que miraban de frente. Esospensamientos que acumulaba,soltados muy de vez en cuando, loconvertían en una persona tensapero pacífica. Su secreto era quehablaba nada más para decir lascosas que le gustaban mucho y teníamiedo que a los demás leparecieran estúpidas. Para Elortis,tenía la gracia de la torpeza hasta

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cuando agarraba un vaso de gaseosay lo chocaba contra sus dientessuperiores antes de inclinarlo máspara tomar. Su cara estaba siempreimpávida, pero por debajo de lamesa no dejaba de mover los pies.Tomaba vitaminas y un suplementode magnesio; decía que eranecesario para fijar su alma alcuerpo, para aplacar los nervios yevitar los ataques de pánico quesufría por las noches.

Para Elortis debía tener razón,

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porque usaban el polvo demagnesio en el gimnasio paraagarrar con firmeza las pesas.Andrés sabía, por un experimentoescolar, que los soportes metálicosde los sacapuntas eran de magnesioy que tenían la función de protegerla hojita de acero de la oxidación.Aparentemente el contacto entre dosmetales hacía que uno protegiera alotro, en este caso el que liberabahidrógeno era el soporte demagnesio; te dabas cuenta cuando lo

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sumergías. En fin, los dos llegarona la conclusión que las burbujas nosólo señalaban la oxidación a laque se exponía el magnesio pararesguardar al acero sino quetambién eran las imágenes másclaras del paso del tiempo. Coneste tipo de charlas pasaban sustardes. Algunos días Andrésbrillaba más porque se notaba queestaba enamorado de algunacompañera. Aparecía con lamochila más pesada que de

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costumbre, la dejaba en el piso ysacaba los cantos de Leopardi, porejemplo, o una antología de poemaschinos amorosos, o una seleccióndel primer Rilke, y los dejabareposar, uno sobre otro, en la mesapara que Elortis comentara algo.Con el tiempo, empezó a hablar másy Elortis descubrió que tambiéntenía debilidad por las castañas deojos claros, que era una compañeracon estas características la que legustaba, y que no se animaba a

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hablarle porque el único amigo —no se daba con ningún otro, apartedel preceptor— que tenía en elcolegio andaba atrás de la mismachica. Vivía en un mundo delealtades mosqueterianas. Ytambién cristianas, que eran las que,para Elortis, lo tenían másconfundido. Andrés creía que noescuchaba nada de los sermones delos curas del colegio al que ibapero en realidad todo quedabagrabado en su cabeza. Un día los

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compañeros lo habían perseguidopara darle una manteada; Andrés seencajonó contra una esquina con losbrazos estirados y las manos en lapared, como si estuviera esperandoque unos policías lo revisaran, y lesordenó que hicieran lo que teníanque hacer. Por un momentoquedaron estupefactos, se rieron, ydespués cumplieron con suobjetivo. Según Elortis, al que se lahabía mostrado en el encuentrosemanal, la espalda le había

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quedado deshecha. El chico teníaese tipo de comportamientos, deentrega desinteresada que no podíaevitar. ¿Yo le gustaba porque lerecordaba a su querido Andrés?; melo pregunto nada más. Los colegioscatólicos sacan personas iguales aveces. A mí cada tanto me dabanganas de dejarlo todo para hacercaridad; se lo había dicho a Elortis.

El gran desengaño de Andréscon el catolicismo tenía que ver conun acto impulsivo. Una mañana, en

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que súbitamente le había faltado elaire, corrió de un manotazo la hojade la ventana del aula, con la malasuerte de que se salió de la guíapara caer, desde los tres pisos, a lavereda del colegio. Al asomarse,los chicos presentes vieron a unhombre parado a un lado del marcometálico, sorprendido por habersesalvado de recibir el objeto en lacabeza. Andrés se quedóesperando, junto a sus compañeros,a que fuera a buscarlo algún tipo de

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ley divina, porque sabía que actuópor bronca acumulada, le habíacontado a Elortis una vez que tomóconfianza.

No había aguantado el recreo,el patio lleno de chicos y chicasque parecían que se fijaban en élpara reírse, entonces había vueltoantes al aula, a quedarse tranquiloahí, y esperar que volvieran loscompañeros, tal vez cruzaba a lachica que le gustaba, pasaba algoinusual, pero cuando los demás

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empezaron a entrar, le agarró esafalta de aire que lo llevó a quererabrir la ventana. La cosa es que unavez que la hoja cayó, no aparecióningún superior y todos corrieronhacia las escaleras, algunos paradesentenderse del incidente, yAndrés para encontrarse en laentrada con la directora, una monjabrasileña que era una maravilla delas relaciones públicas, sedisfrazaba y bailaba en las fiestasdel colegio. Pero en ese momento

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estaba agarrándose la cabeza. Veníade rezar en la capilla paraagradecer que Andrés no habíamatado a nadie. Lo suspendió porlo que restaba de la semana. Pocotiempo después, y gracias a eseincidente, pondrían rejas a lasventanas del colegio que,casualmente, sería el mismo al queiría su hijo Martín. De ahí en más, asu amigo Andrés le quedó unaespecie de renuencia a actuar, unmiedo que lo trabajaba por dentro,

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y un resentimiento hacia lasinstituciones, más que nada lacatólica. Al chico le habíamolestado que un representante dela religión que le enseñaba a ponerla otra mejilla lo tratara de maneratan dura. Elortis notaba que suamiguito no tenía tan claro lo quehabía pasado.

En el bar, cuando Andrés seabría a él, no paraba de relacionarlos hechos y nunca llegaba aninguna conclusión. Elortis prefería

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los días que el chico aparecía conel carácter meditabundo habitual, yse quedaba callado mientras tomabael café con leche. Entoncesaprovechaba el silencio y lecontaba de Miranda, del vacío quesentía, como si se hubiera olvidadoalgo, cuando volvía de la facultad asu casa y la encontraba esperándoloen la puerta, ¿no sería la sensaciónde haber dejado pasar algunaschicas que le gustaban de la épocaen que tenía su edad? En aquella

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época, enfrente de Andrés y su cafécon leche, sacudía la cabezamientras hablaba, como terminandode borrar las realidades paralelasque se le ocurrían.

Elortis me aclaró que una cosaera negar con la cabeza por unaocasión perdida, pero hacerlo porun infortunio era uno de los peoressíntomas que se podían encontrar enuna persona, como si al hacerlocavara en el aire, separando laspartículas flotantes, su propia

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tumba. Por ese entonces lo habíaobservado en un amigo deBaldomero, un profesor que muriópoco tiempo después de jubilarse.Tal vez afectado por este suceso,por este hombre que visitaba sucasa los fines de semana y que poralgún motivo un día decidióempezar a sustraerse de la vida conese movimiento, casi imperceptiblepor momentos, de la cabeza,siempre le había aconsejado aAndrés que hiciera un esfuerzo por

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abrirse a los demás, por contar lascosas que le pasaban y noguardárselas, por convertirlas conel tiempo en inofensivas pavadas,en derrotas pasajeras. Era más fácilempezar de chico. Quería, porestúpido que pareciera, que Andrésfuera más avispado que el jovenElortis —lo que después intentóhacer, sin mucho éxito, con Martín— y se largara a conquistar a lasmujeres que le gustaban. Y tratandode salir un poco de lo teórico, le

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parecía que sería útil que Andrésdebutara con alguna chica, esoalejaría falsos ideales de su cabezay lo pondría en acción, aunque nopensaba ayudarlo con el tema. SiBaldomero se enteraba que Elortisaconsejaba de esa forma al hijo desu amiga lo hubiera desheredado.

Como le había prometido aAndrés que lo ayudaría a buscaruna chica parecida a la de lapelícula, empezó a sugerirlealgunas que pasaban por la vereda

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del bar. A su joven amigo ningunale gustaba, le encontraba defectos atodas; no se parecían niremotamente a la gitana de ojosclaros hollywoodense. Hasta queuna vez Elortis se encontró con lamisionera, justo cuando cruzaba lacalle para entrar al bar donde loesperaba Andrés. Sólointercambiaron algunas palabrastriviales; Elortis sabía que ellaseguía enganchada con el estudiantede medicina. Cuando finalmente

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entró al bar, encontró a Andrésimpresionado, buscando laspalabras adecuadas para decirleque lo había visto mantener unaconversación con el doble de lachica de la película. Este episodioterminó de sellar su amor por lamisionera. Pero a la vez no quedóninguna duda de que ella tenía aotra persona en la cabeza. Andréslo alentó a olvidarla y a que tratarade ser feliz con Miranda; ademástenía que acordarse que tenía un

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hijo que lo necesitaba. Elortis leterminó contando la historia deMiranda y el tío Oscar, que ahorajuraban ser sólo amigos, o mejordicho parientes, y Andrés mantuvoun extraño silencio. Tal vez habíallegado a la conclusión de queElortis no era la persona adecuadapara hacerlo más sociable. Despuésde esta confesión, Andrés empezó afaltar a los encuentros, y másadelante la madre lo llamó paraavisarle que dejaría de ser el

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asistente social de su hijo porquehabía notado algunos cambios;Elortis no supo si para bien o paramal, pero las veces que se cruzócon el chico lo encontró máscanchero, lo miraba como si élfuera un mamarracho del pasado,uno de esos profesores torpes delos que, sin embargo, aprendíamosalgo elemental.

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Capítulo 2

Se venía el invierno y empecé anotar que Elortis pasaba mástiempo conectado. Aunque lamayoría de las veces ni siquiera mesaludaba, por sus palabras dereproche cuando después de eseintervalo volvimos a hablar me dicuenta que le hubiera gustado queyo iniciara la conversación. Tangrande y todavía no entendía a lasmujeres. Aunque no lo hiciera notar,

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a mí me intrigaba lo que pudieraestar haciendo solo en su casa.Según me constaba, veía poco ynada a Miranda, que había vuelto arehacer la vida que llevaba antescon sus amigos de zona sur, conSabatini se mantenía en contactosólo por para saber si habíanovedades de la producción de lapelícula de Los árbolestransparentes; ahora tenía a lamisionera en el mensajero, ellahabía aceptado su invitación para

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tenerla entre sus contactos, y habíavisto que andaba con un tipo altoque usaba una camisa rosada, por lomenos era el que la abrazaba en lafotito y hermano ella no tenía; éstedebía ser el estudiante de medicinaque con el tiempo había aflojado,tal vez se habían casado comocorrespondía según su edad —aunque Elortis le llevaba algunosaños—. A todo esto, había perdidoel rastro de Diego, que se habíaencerrado a trabajar en la novela

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sobre Soult. Su único alumno decíaque otra cosa no podía hacer; nosalía con mujeres, apenas veía a susamigos y asistía solamente a lasclases indispensables de launiversidad. A la bailarina Sofía lahabía dejado de ver por el tema delacto en el vacío. ¿Me lo habíacontado? Sí, sí, Elortis.

Yo empecé a distanciarmeporque me había dado cuenta quehablar con él no era un juegoinofensivo para mí. Aunque me

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mostraba fría, impasible, y esquivacon Elortis, era la persona que másme conocía en aquel tiempo; sabía,según cómo le contestaba, si estabapreocupada por alguna amiga queno me trataba como me hubieragustado o pensando en algún chico,aunque hacía rato que pensaba en unhombre más que nada… Sabía queverlo sería mi perdición eintentaba, sin éxito, no imaginarmeel encuentro. Además, habíaempezado a pensar otra vez en mi

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exnovio, un amigo en común mecontó que parecía que se estabaseparando de su actual novia. Sabíaque lo había perdido, no por serinflexible por el tema de lavirginidad como le dije a Elortis,tampoco era una santa y con mi exde alguna manera nos arreglábamos,sino porque me había encontrado enuna actitud sospechosa con unamigo en el comedor de mi casa.

Este chico, que formaba partedel grupo de amigos que tenía en

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Rosario cuando iba con mi papá avisitar a unos amigos, se habíaaparecido súbitamente en mi casacuando no estaba mi mamá. Dijoque había viajado para ver a susabuelos, y aprovechaba para pasara saludarme. Lo hice pasar, le dialgo de tomar, y de repente meempezó a mirar raro y me encajó unbeso en la boca. Al otro día, aunqueno pasó más que eso, se lo conté aSanti, que pateó la pared de miedificio, y corrió a tomarse el 152

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para su casa. Aunque aquel día nopasó más que eso, yo había tenidoalgo con mi amigo rosarino cuandoera más chica. Hacía tiempo queSanti estaba enfermo de celos poreste chico. Empezaba a extrañar ami ex, aunque mientras estabaconmigo ya debía andar con otrachica, porque enseguida volvió aponerse de novio. Por eso preferídejar de hablar tanto con Elortis;cuando me preguntaba le decía queestaba embarullada.

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Pero mi amigo virtual una nocheme invitó descaradamente a su casa.Veo que logró captar otra vez miatención. Primero, me preguntó siera de las que desarmaba la cama aldormir, y yo le contesté que peor,que mis amigas decían que yo tirabapatadas por las noches, pero hacíaeso nada más cuando estabanerviosa, sino dormía como unangelito. En un arranque desinceridad me confesó que legustaría dormir conmigo, que esas

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palabras tenían una carga sexualque me asustaba y lo condenaba,pero que solamente quería tenermea su lado un rato. Hasta me preguntósi solía tener los pies fríos. Suimaginación volaba y, de algunamanera, lo volví a sentir cerca. Yen el estudio de abogacía, comohabía muy pocos llamados, yo me lapasaba escuchando canciones queme hacían pensar en él.

Uno de los fines de semana,otro de aquellos sábados que

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hablábamos hasta muy tarde, mepuse a hacerle escuchar algunas deestas canciones, que tenía en micomputadora. Como sólo le pasabalos trozos de canciones a través deun plug-in del mensajero, sequejaba de que yo no hablaba.Reaccionaba con deferencia antealgunas, como si él tuviera unacultura musical mucho más amplia,se notaba que no significaban nadapara él o que no las pasaban en losboliches que frecuentaba en sus

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salidas con Romualdo, pero conotras reaccionaba de otra forma;enseguida enviaba una serie derespuestas exaltadas. Se ve queesas canciones despertaban en élrecuerdos todavía frescos. Más quenada reaccionaba así con las retro—como Gloria o la de Flashdance—. Repetí la experiencia otranoche, y obtuve los mismosresultados. Elortis protestabaporque yo estaba monosílabica,apenas contestaba, nada más le

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pasaba los trocitos de cancionespara que opinara. A veces medevolvía comentarios lindos sobrelas canciones, como respondiendoal título que tenían las que podíaadivinar cuáles eran —¡nada nosva a detener!, por ejemplo, con lacanción de Mannequin—, ya que elplug-in no revelaba el nombre delas canciones enviadas. Yo lecontestaba con el iconito quepestañaba, que tanto le gustaba.

Sabía que algunas chicas de mi

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edad, como una amiga de Agos,salían con tipos grandes, pero elmiedo que tenía de conocer aElortis y desilusionarme, y a la vezla seguridad de que más adelante,cuando estuviera algo más madura,podía intentar algo con él si quería,eran más fuertes. Mientras tanto, meestancaba en sus palabras, en suslargas contestaciones, revisando elregistro de cada conversación,como ahora, y después me animabaa poner esos subnicks alusivos a lo

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nuestro pero totalmente refractariosa la idea de consumación de lo quepodíamos llegar a tener en elmomento, cosas como que el tiempodirá o que el futuro es nuestro.

Justo por aquella época laprofesora de Derecho Internacionalde la facultad se asoció a unprestigioso estudio de abogacía ynos ofreció a mí, y a otras doscompañeras, trabajar en ese lugarcomo pasantes. No lo pensé dosveces, y dejé el pequeño estudio

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donde más que nada pasaba la tardemientras mi jefa salía a atender alos clientes, ver a su exmarido, y talvez, quién sabe, a mi padretambién. La psicóloga me dijo quepuedo escribir todas estas cosas,que ya no es mi responsabilidad losmantener secretos de nadie. En esteestudio sigo trabajandoactualmente, hay días que salgo alas once de la noche.

Entre el gimnasio, yoga, loscursos de capacitación de los fines

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de semana, natación y reiki no mequeda tiempo para nada. Misamigas del colegio también estánmuy ocupadas con sus ocupacionesy sus novios. A veces salimos todosjuntos a algún after hours con loschicos del estudio, o nos juntamos aver series o a jugar a la Wii,después de las capacitaciones. AAugustiniano le va muy bien, lo veomuy cada tanto porque trabaja enuna productora de publicidad, y porlas noches enseña Historia del cine

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en una universidad.Veo que cuando empecé con el

nuevo trabajo, Elortis trataba demejorar el video del bautismo delhijo de su amigo. Mientras loeditaban, Diego le habíatransmitido algunas nociones delprograma de computación quedominaba. Igual no podíaconcentrarse, estaba muy tristeporque el padre de Richard habíamuerto de un ataque al corazón díasatrás. Era un viejo que no hablaba

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mucho pero que siempre estabaalegre, de buen ánimo, hasta quecayó en una depresión que empezómuchos años atrás cuando lo habíanechado de la empresa deelectrodomésticos en la que trabajótoda su vida. Por lo menos, lo teníasonriendo en ese video que habíagrabado con tanta antelación albautismo. Pero a Elortis le dolió ladesaparición de ese viejo porque legustaba la manera en quepronunciaba su nombre para

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preguntarle cómo iban sus cosas,era el único que le hacía recordarquién era con esa pronunciaciónmarcada de su nombre parallamarle la atención y enseguidahacerle la misma pregunta desiempre, un cómo va todo, qué talMiranda, o cómo anda Motor. Porlo demás, era otro de los quepensaban que había cometido unerror al separarse de Miranda yúltimamente también le preguntabapor ella con aire socarrón en la

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mirada. Richard estaba devastado,pero al otro día del entierro tuvoque trabajar igual porque habíamucha demanda de automóviles deBrasil. Elortis intentó escribir undigno texto elegíaco, que incluiríaen el souvenir-librito del bautismo,pero no se le ocurría qué poner, laspalabras no llegaban. Finalmente, lepuso a Jorguito que ya entenderíaquién había sido su abuelo por laspalabras de sus familiares, y quepor lo menos podía escuchar a su

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abuelo diciendo su nombre en elvideo, eso le serviría para entendermuchas cosas.

Un fin de semana cuando habíaido a buscar otro cuaderno paraescribir algunas notas que queríaagregar sobre Baldomero (ahorausaba estos cuadernos también pararecopilar frases que se le ocurríanpara el librito del bautismo deJorguito) encontró una de las cartasde Miranda. Era de la época que élvivía sólo, y ella iba a Económicas.

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Me la copió textualmente. Estabahaciendo tiempo, después de que lesuspendieran una clase, paraencontrarse con Elortis. Decía así:

Te voy a relatar lo que piensoahora. No me estoy volviendo loca,solamente es para pasar el tiempo.Tiempo de mi vida que pierdo acá.Me aburro, ya no sé qué hacer. Notengo nada para estudiar. Se meacabó la pila del mp3 y no trajeotra para cambiarla. Ya jugué conel celular pero me aburrí. Antes de

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venir a este Mac para tomarmeeste café horrible, estuve comouna hora dando vueltas en Coto ydespués media hora en Farmacity.Encima compré cosas que nonecesitaba (acá dice Elortis quehay unos mamarrachitos dibujadoshasta terminar la línea de la hojaarrancada de un cuaderno anilladode los chiquitos).

Al lado mío se sentaron dospersonas que en vez de sentarselejos para hablar de lo que

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querían sin ser escuchados, hablandespacio para que no los escuche.No puedo estar acá sin hacerabsolutamente nada. Por esoescribo. Igual ya conté todo lo quehice y no puedo escribir más.

Me aburro!! ¿Cuándo venís,bebé? Ya no aguanto más, estoy allímite del mal humor. No aguanto aestos tarados de al lado. Me dijistecinco minutos y ya pasó comomedia hora.

Odio las personas que trabajan

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juntas y se toman un café paracriticar a otros. Seguramentemañana en el trabajo saludan aesas personas re bien. Qué falsos!!(Elortis dice que abrir el signo deexclamación ya era una costumbreen extinción).

No sé qué más escribir paradisimular que soy una taradaperdiendo el tiempo acá. No meanimó a salir a la calle porque hayun montón de gente pidiendo y meda miedo que me quieran robar.

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Aparte de eso, hace mucho frío yme parece que me estoy porresfríar.

Me quiero ir!! Me gustaría queestos dos se callen y que todo elmundo se vaya. Me gustaríatirarme en un sillón, estar cómoda.No soporto este lugar lleno degente que está con amigos y queme miran como si fuera un bicho.Me quiero ir, mi amor. Cuántasveces lo puedo escribir? Por favor,vení antes porque no sé qué más

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hacer. Por favor, bebé. Te imaginocaminando hacia acá. Solamentequiero que falte poco porque noaguanto más la espera. YMartincito ya debe estar llorandoen lo de tu mamá.

Por favor, vení. (Y más abajohay otro mamarrachito, segúnElortis, que representa a élcaminando, con la leyenda: negrito—como también lo llamaba—viniendo hacia acá. También habíaflores dibujadas, estrellas,

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arbolitos, unas especies de clave desol con las puntas espiraladas hastael infinito, ramas florecidas y unacasa echando humo por la chimeneafrente a una vía de tren).

Encontrar esta carta ablandó unpoco la memoria de Elortis, que alprincipio temió seguir revolviendolos cajones de su casa, porqueguardaban muchos más recuerdosde Miranda. Pero en su encierrovoluntario, o no tanto porque decíaque igual nadie lo llamaba, se le

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ocurrió ordenar todo. Mirandahabía aprovechado un fin de semanalargo para irse cuatro días a lacosta con sus amigos, era lo últimoque sabía de ella y se había llevadotambién a Martín y a su nuevaamiga. Se alegraba que su hijohubiera encontrado a esa chicadespués de la desilusión de lamochilera. Pero empezó a pensarque si era el grupo de amigos detenis seguro que había ido con el tíoOscar y su esposa. Esta mujer debía

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ser muy distraída o poco celosa. AMartín le caía bien el tío Oscarporque lo llevaba a andar cadatanto en cuatriciclo cuando erachico. En su soledad, Elortis seimaginaba a una Mirandaadolescente corriendo por lasmañanas por la costa con el tíoOscar —que en su imaginaciónaparecía cada vez más viejo.

En esos días se acordaba muchodel mono Albarracín. ¿Por dóndeandaría?, se preguntaba; ¿lo habrían

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atrapado los de las veterinaria de lavuelta? ¿Y si el portero se lo habíallevado a su Tucumán natal? Sesentía culpable del destino delmono. Cuando el estado de salud desu padre empeoró, discutió conMiranda, que no quería saber nadacon tenerlo en su departamento,sobre el destino de Albarracín. Elportero del edificio donde vivía supadre no aceptó quedárselo cuandolos había llamado para pedirles quehicieran algo con el mono por los

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chillidos que daba desde que supadre estaba hospitalizado. Cuandofinalmente murió, y Miranda fue abuscar los papeles que requería laempresa funeraria al departamento,encontró al mono en silencio, con lamirada serena. No les habíaquedado otra que llevárselo conellos, y ubicaron la jaula en unhueco del living. Una vez quevolvieron de cenar afuera, loencontraron en el piso de la jaulacon las manitos unidas y la mirada

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oscurecida. Recién cuandogolpearon por tercera vez la jaulael mono salió del trance paraabalanzarse ferozmente contra lasrejas. La próxima vez que dejaronla casa sola en ese verano caluroso,encontraron la puertita abierta y lajaula vacía. La ventana estaba,como siempre, entreabierta. Lasramas de los árboles se movían porel viento, pero no había rastros deAlbarracín, ni afuera, ni adentro,contaba Elortis. Su padre lo hubiera

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estrangulado con sus propiasmanos. El mono se le habíaescapado a él.

Ahora creía que era un sueño laduda de si Baldomero era o no unagente encubierto. La vida más alláde su departamento era algonebuloso, donde pasaban sucesosinesperados que no podía controlarpor culpa de las fuerzas corruptorasdel mundo. Mejor era abrir loscajones, separar las cosas quehabía juntado durante todos estos

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años, guardar algunas y tirar lasdemás. Y ahí encontró más cartasde Miranda y varias fotos. Entreellas, algunas de un viaje a Coloniacon los futuros padres de Jorguito.La típica; abrazados en la Calle delos Suspiros, una con el faro en elfondo, otra en la puerta de lamuralla, una más frente a la Plazade los Toros mostrando el mate quele compraron a un viejito, y otramás a orillas del río Uruguay. Partede la playa había sido inundada y

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dividida por el río, y Miranda sehabía empecinado en seguircaminando hasta cruzar el vado.Llevaban mochilas y avanzaban conel agua hasta las rodillas. Elortisnotó que podían quedar atrapados siel resto del trayecto era másprofundo y crecía el río a susespaldas. En el medio del vadodiscutió con Miranda frente a susamigos y la convenció de volversobre sus pasos hacia la playa secay sucia. Ahí se sacaron otra foto

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sentados en la herrumbradaescalera que bajaba a la playa. Otrade las fotos, que nada tenía que vercon este viaje a Colonia, enternecióla memoria de Elortis. Le hizopensar que podía reanudar larelación con su exnovia sin quefuera un error volver atrás. Tambiénhabía sido feliz con ella.

En otra que me pasó estaban enel zoológico una tarde de invierno,mucho frío, con camperas ybufandas, habían peleado antes pero

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se habían amigado y cuando empezóa irse la luz le pidieron a un grupode chicos que tomaran esa foto. Seveía el fogonazo del flash, quehabía rebotado contra el vidrio delhabitáculo, y detrás de ellos, a laderecha, como ubicado idealmenteen la composición, apenas seadivinaba la silueta difusa de unoso polar. Esa foto anochecida en elzoológico, lo atraía fuertemente poruna razón desconocida. ¿La habríantomado el día más corto del año?,

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se preguntaba Elortis.Me di cuenta que había pensado

seriamente en volver con Miranda,aunque sin que lo abandonara esarepulsión persistente hacia ella, esamanera de tratarla como a unaextraña, ante la que sólo retrocedíapara defenderla cuando los demásla criticaban. Elortis nunca hablabamal de ella, solamente daba aentender que no podía amarla. Sinembargo, su mente se negaba acortar el lazo que los unía. Había

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más fotos de viajes y paseos, y éllas guardó todas entre las hojas deun cuaderno de tapa dura azul; elque usaba para las notas sobreBaldomero, los recuerdos y losmensajes para Jorguito era igualpero rojo.

Poco tiempo después apareceen el mensajero algo más tempranoque de costumbre. La fotito de laventanita había sido reemplazadapor la de un árbol con unaenredadera en el tronco. Le

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pregunté dónde era y no me dioprecisiones, solamente dijo: lacosta. Insistí: quería que me contaraqué le había pasado. El día despuésde encontrar las fotos se habíalevantado con la firme convicciónde que debía seguir buscando algopor su casa.

Revolvió los armarios, alacenasy cajones sin encontrar nada que lellamara la atención y después se diocuenta que se estaba olvidando deun lugar con más posibilidades de

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búsqueda: la computadora. En losdiscos rígidos donde todavíaestaban guardados los últimostrabajos prácticos de Miranda noencontró nada interesante. No habíanada que lo ayudara a sacarconclusiones sobre lo que debíahacer con ella en el futuro. Entoncesse acordó que su ex le había dichouna vez, para certificarle que no leocultaba nada y podía estartranquilo con respecto a sufidelidad, que con su amiga Paula

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intercambiaban contraseñas de e-mails con el nombre completo desus parejas. O sea que la contraseñadel correo de Paula sería el nombrecompleto de Elortis. La de Mirandadebía ser el nombre completo deese policía que echaba cada tanto ala insoportable y descerebradaPaula a la calle. Cuando pasabaeso, Paula llamaba al celular deMiranda, pero gordi esto, perogordi lo otro; hasta una vezMiranda había tenido que irse a las

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corridas del centro al sur paratomarse un café con su amiga en unbar porque el novio la había dejadoafuera de la casa. Al otro día searreglaba con el tipo y poco tiempodespués volvía a sonar el teléfono.

Bueno, pero como Elortis nosabía cuál era el nombre delpolicía, o no se acordaba, decidióprobar suerte con la contraseña del e-mail de Paula; lo sabía porqueestaba en su lista de correo y cadatanto esta mujer le mandaba

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documentos con proyecciones defotos de la India, Egipto, hoteles enDubai, flores exóticas, secretos delmar, y otros para juntar firmascontra un tipo que se dedicaba acolgar perros de un gancho en sutiempo libre. El hombre más odiadodel mundo virtual, decía Elortis.Ciertamente, la contraseña del e-mail de esta amiga de Mirandaera el nombre y apellido de Elortis.Leyendo los mensajes, un nudo debronca se le empezó a formar en el

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estómago y le subió por la garganta.Uno era el más esclarecedor.Cervantes se había tomado eltrabajo de intercalar la antiguahistoria del curioso impertinente enel Quijote para algo. Sin embargo,él no había mandado a ningúnamigo a encontrarse con la verdad,siempre la entrevistóinconscientemente y ahora laarrastraba al aire libre como sifuera una bolsa llena de cacharrosviejos, entre los que había, sin

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dudas, algo polvoso de valor.Miranda le comentaba a su amigaque, aunque seguía amando mucho aElortis, al que no podía dejar, no sehabía encontrado a tomar algo conotro hombre que había conocido,porque no le gustaba el tono con elque se lo había propuesto. Esoestaba bien, claro que no lemolestaba que conociera a otroshombres, hacía bastante que estabanseparados y cada uno podía hacersu vida. Pero en la otra línea,

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Miranda respondía a la otrapregunta que le había hecho suamiga, tras recomendarle quedejara de ver a Elortis porque no leconvenía como hombre. Ya sabía loque ella pensaba de su exnovio,decía Paula. Le daba mucha broncaa mi amigo; por qué tenía que darlástima, haciéndose la abandonada,la pobrecita, Miranda, y denigrarloa él ante los demás como unapersona fría y desagradable que sehabía negado a casarse con ella,

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como hubiera hecho cualquier buenhijo de vecino, después de tantosaños de noviazgo y un hijo.Seguramente les contaba a susamigos que su novio no eracariñoso, que no la agarraba de lamano cuando iban por la calle, quese reía de lo que ella miraba portelevisión o se quedaba en lacomputadora cuando ella se metíaen la cama. Cuando él era, enrealidad dulce y atento. Nada másque tenía sus mañas… Y una de

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ellas era el tío Oscar. Después dedecirle lo que pensaba de Elortis,Paula le recomendaba también,palabras textuales, que cortara lascosas con Oscarcito, y dejara deacostarse con su tío.

Elortis se acordó de la cantidadde veces que este hombre habíallamado para interrumpirlo cuandoél estaba con Miranda, durante laseparación y antes también, inclusomientras hacían el amor; parahacerle alguna pregunta

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insignificante, ella explicaba, sobretrámites contables. No hacía mucho,un sábado que Miranda se quedó adormir en lo de Elortis, el tíoOscar, que ya tenía cincuenta añoslargos, la llamó tres veces seguidasuna misma mañana, su novia lerespondía con risas, y entre llamaday llamada, le contó a él que lacontrolaba porque Oscar y el grupode amigos de tenis no estaban deacuerdo en que se vieran si notenían una relación formal; quería

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cuidarla nada más, que no perdierael tiempo con una relación pasada.Ahora Elortis se daba cuenta queOscar la llamaba a su sobrina lossábados a la mañana para ver siestaba sola y así pasar sincontratiempos por su departamentopara acostarse con ella. Era muysimple; y él que había comprado lahistoria de los celos y del tío cuida.Las veces que lo había visto aOscar, no le sacaba los ojos delculo de cuanta mujer pasara. Era de

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esos tipos que le compran un skatea sus hijos y después lo usan másellos para sacarse fotos quedespués suben a las redes sociales.Oscar le decía a su esposa que salíaa entregar muebles los sábados porla mañana, el ancestral recorrido delos hombres para arreglar susasuntos con los clientes que losesperaban, pero antes chequeaba sisu sobrina estaba disponible.

Y ahora: ¿cuántas situacionestenía que correr de lugar, volver a

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acomodar, darle vueltas yobservarlas para sacarle lustre a lahumillación de la que, con elconsentimiento de todos, incluso lospadres de Miranda y el grupo deamigos, y también Richard y suesposa —que algo tenían quesospechar—, lo habían hechoobjeto? No quería caer en eso. Élsiempre había sospechado laverdad. El instinto le había dichoque no podía amar a esa jovencitaque era en su momento Miranda,

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por más que le gustara. Había algofalso en ella, fuera de lugar. Élpodía notar fácilmente la trampa;que ella no pensaba bien; porejemplo, una vez lo habíaamenazado con suicidarse si ladejaba tomando varias cajas deaspirinas… Desde el principioElortis quiso desprenderse deMiranda, pero no lo había hechoporque caía una y otra vez en elerror de apiadarse de ella porconsiderar que no merecía el amor

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que —ella se lo demostrabadiariamente— sentía por él. Otravez Kierkegaard: no se podía juzgara las mujeres porque primero seengañaban a sí mismas; qué biendecía Elortis; qué pensador.Primero vivía, para despuésescribir, y te hacía experimentar, sinrevelarlo antes, lo que él habíaentrevisto en el paso por el mundo.Elortis sabía que también lacomodidad había impedido quedejara a Miranda y la comodidad,

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como cualquier vicio, siempre tieneconsecuencias imprevisibles.

El e-mail seguía, y Mirandalamentaba la decisión del tío Oscarde encargar a su esposa el manejoadministrativo de la empresa deconstrucción de muebles, con la quesu tío dejaría de pasar, parallevarle los papeles, por el estudiocontable donde ella trabajaba. Seve que Oscar había decidido frenarla relación con su sobrina, o por lomenos atenuarla, ahora que ella

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estaba soltera y le estaba másencima, para evitar que su familia yla de ella no tuvieran otraposibilidad más que descubrir estarelación sórdida.

¿Qué sacaba en limpio de todoesto?, le pregunté; ya le habíarecomendado que dejaradefinitivamente a su exnovia. Larespuesta no llegó. En cambio, merespondió que él sabía, por lo que aMiranda le gustaba o no en la camacuando empezaron a salir, las cosas

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que Oscar le había hecho cuandoella era todavía una nena… —normales, pero algo molestas,especialmente para el pensamientode un novio celoso.

En su adultez, intentódesarticular este tipo depensamiento retrógrado, peroterminó descubriendo que una vezque ciertas ilusiones inundan a unhombre en la primera juventud, nohay manera de arrancárselas. Lacultura no hacía más que ahondar

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los caminos de la intuición inicial,con las mentes ilustres elegidaspara acompañarnos y las frasessubrayadas. Oscar se habíainterpuesto, sin quererlo tal vez,pero disfrutándolo seguro, en sucamino, y también lo habíamodificado a él físicamente; siprefería algunas cosas a otras en lacama, era por culpa de este tipo.

Escuchar estas cosas erandemasiado para mí. No quiseaveriguar mucho más, aunque me

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pareció entender de lo que hablaba.No lo habían privado nada más delas rubias salvajes, también detener una primera novia sin unahistoria tan densa y sórdida. En elmismo instante del descubrimiento,Miranda, agraciada con los donesde la telepatía y la adivinación(cuando dormían juntos selevantaba y le decía que habíasoñado con los ojos de una mujerque lo miraban, y al día siguienteera fijo que él se cruzaba con esos

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ojos que lo hacían reconsiderartodo como los de la misionera), lollamó para preguntarle por dóndeandaba y si quería ir al cine, peroen realidad sabía que acababa dedescubrir el secreto que ella lehabía ocultado tanto tiempo: nuncahabía dejado al tío Oscar. Elortisle dijo que no podía perdonarlaporque el problema era que le habíamentido desde un principio; el tíoOscar era indispensable para ella.Y después de algunas

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explicaciones, le cortó. Me aclaróque no le perdonaría nunca que lohubiera arrastrado al grupo de tenisde Oscar, al principio de larelación, sabiendo que había algoentre ellos. Y que lo hiciera ir acenar tantas veces con él y sufamilia. Ella siempre hizo el papelde estar loca por Elortis, pero a élahora le parecía que lo había usadopara darle celos a Oscar, a ver sireaccionaba, y dejaba a su esposa.Elortis se acordaba de la vez que lo

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conoció en la cancha de tenis deTemperley, cuando Oscar leestrechó fuerte las manos. Ellaquería, a toda costa, que loconociera. Y él había sospechadoque Miranda había quedadoenganchada con su tío, pero le tomómás de treinta años descubrirlo.Entendió que nunca la quiso,siempre había sido para él unachica tonta arrebatada por un tipodescerebrado. Aunque tambiénpensaba que podía ser el

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entusiasmo de ella por la relaciónoscura con Oscar lo que habíamantenido la suya, como si hubieraalgo que, de manera morbosa, a élle gustara observar en su exnovia.

Es que cuando discutían,Miranda llegaba a llamar al tíoOscar para que la fuera a buscar. Lepedía a su esposa que le pasara conél. Claro que se peleaban porqueElortis no quería entender que sunovia había estado con su tío, unhombre mayor. Sabía que la

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revolución que quería llevaradelante él ya no tenía adeptos,nadie se asombraba por nada, perocuando uno no estaba tranquilo poralgo era, me decía Elortis (meacuerdo que durante esaconversación no me mandaba losmensajes enseguida, el mensajerocontaba y descontaba los caracteresmientras reescribía sus frases,borrando y añadiendo). Ella lollamaba a Oscar como una manerade hacerlo responsable de las

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peleas, de que se siguieran viendo.No era una sobrina llamando a sutío para que la fuera a rescatar delas garras del novio intolerante quetenía. Miranda tenía dolores en lasarticulaciones que no la dejabanavanzar, no podía salir a caminarcon Elortis. Los médicosencontraban los síntomas pero no laenfermedad, y ahora llegaba a laconclusión que su novia somatizabael secreto que escondía.

Entonces, ¿lo amaba su

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exnovia?, le pregunté. Claramente,me respondió imitando mi manerade hablar; pero eso no tenía nadaque ver. Insistí: ¿por qué no lahabía dejado para irse con lamisionera? ¿O antes, mejor, pararecuperar algún amor primigeniocomo el de la secundaria que unavez me había contado? Para él suexnovia estaba loca y lo habíaarrastrado a su locura. Aunque esuna locura bastante común, Elortis,agregué yo, las mujeres escondemos

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cosas; ya deberías saberlo.

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Capítulo 3

A mí lo que me había dejado enclaro todo esto, el descubrimientode Elortis, que para él había sidofacilitado por su propia exnoviadesde que le había revelado lo delas contraseñas intercambiables, fueque yo estaba celosa de Miranda;por algo había seguido apegado, noera tan así como me decía a mí queno le gustaba y no la quería. Todoeste tiempo él había estado

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buscando una razón para acercarsea ella con una pasión renovada.¿Qué hubiera sido de mí si mehubiera jugado por él? ¿No seríaahora una Miranda con otro secretoque esconder? La culpa era de él,decía, por haber aceptado elinmoral juego del noviazgo.Empecé a no contestarle cuando mesaludaba, a hacerme la linda, comoél decía. Como no le gustabainsistir con las mujeres, tampocome saludaba. Estábamos ahí,

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conectados, cada uno en su mundo,a veces hasta altas horas, y yo aveces le mandaba algunos mensajessubliminales en los subnicks,pedacitos de canciones con letrasesperanzadoras, de reencuentro yvuelta a los orígenes.

Cuando por fin, después devarias semanas, retomamos lacharla, fue porque me dieron ganasde contarle que finalmente habíavuelto a aparecer mi ex, era verdadque se había peleado con la chica

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que salía y necesitaba hablar conuna buena persona, según me dijo,para convencerme de que volvieraa hablar con él. Elortis, que cuandolo conocí había llorado al saber quehabía quedado sola, se pusofurioso. Dijo que no me conveníavolver a tener contacto con alguienque se había alejado de mí antes,dar pasos atrás era un error gravecuyas consecuencias se descubríansólo con el tiempo, las cosasterminaban por algo, y un largo

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etcétera de cuidados que quería queyo tuviera para no caer otra vez enlas garras de Santi. Más que nadano le parecía bien, ahora que élhabía dejado de tener contacto conMiranda, que yo hablara en elmensajero con mi ex, creía quetenía que cortar cualquier lazoporque no existía la amistad entre elhombre y la mujer; ese cuento a élno se lo vendían más.

En fin, dejé de hablarle por otrotiempo, esta vez más largo. Cuando

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volvimos a hablarnos, Elortis mesalió con otra de las historias de laenanita. Al sur otra vez, entonces, ala casucha en esa especie deconventillo donde él tomaba matescon la viejita encorvada. Todoporque me aclaró que estabadispuesto a convertirse en monje,quería alejarse de la sociedad paradesintoxicarse de su influencianegativa. Pensaba, como el escritorMaugham dijo, que las malasexperiencias empeoran, envilecen a

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las personas al contrario de lo quese dice. Listo, Elortis, si vos lodecís por algo será. Dijo que iba ahacer la gran Pancho Sierra, quedespués de un traspié sentimental seretiró al campo a reflexionar sobrela vida y terminó siendo un sanador,un santo informal entre tantos otrossantos informales. A Pancho Sierrase lo había presentado la enanita yel personaje le caía particularmentesimpático.

Cerca del barrio de la enanita

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había una casa de dos plantas. Ahívivía un médico y su familia. Elmédico había heredado de su padrealemán un Stradivarius auténtico,que guardaba en una vitrina delsalón de esa casa, a la que sólohabía entrado una amiga de laenanita porque salía con el hijo, undescarriado que jugaba enIndependiente —en ese tiempo losfutbolistas jugaban por amor al arte,así que este tipo era un mantenido—. Uno de los hermanos era

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médico como el padre y el otro sehabía metido en la política, lo queen esa época, como en ésta —eso síque no cambió—, quería decir quetenía conexiones mafiosas, así quesiempre estaba bien ubicado poruna serie de devolución delealtades. Pero el futbolistaembarazó a la amiga de la enanita,su percanta, a la que sólo hacíaentrar a su casa cuando se ibantodos, y no le quedaba otra quejuntar plata para pagar un aborto.

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Tiempo atrás el abuelo delfutbolista había muerto y en eltestamento decía que el violín lecorrespondería al nieto quedemostrara ser el mejor en lo suyo.Al médico todavía no lo convencíaninguno de sus hijos, como paracumplir el deseo de su padre. Elque había seguido sus pasos en lamedicina parecía ser el adecuado,era el mejor de la clase, aunque elpolítico había hecho conocer elnombre de la familia y traía

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masitas, bombones, vinos y otrasexquisiteces en la cenas familiaresque lo hacían merecedor del violín;el futbolista quedaba último en lalista, se la pasaba en las esquinascon los amigos, le silbaba a laschicas cuando pasaban, y variasnoches volvía borracho de lasfarras que tenía con los muchachosdel club. Pero era el que más lonecesitaba para venderlo y pagar laoperación, así que empezó a buscarel medio de hacerse con el violín.

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La amiga de la enanita conocía a untipo que vivía en una piecita arribade una tintorería que decía serespiritista. Lo fueron a ver y elhombre, un tipo de una copiosabarba blanca que parecía más deutilería que real, decía la enanitaporque ella también lo había vistovarias veces caminar con la miradaausente por las calles, le preguntó ala chica —porque el hijo delfutbolista no quería saber nada conque lo vieran entrar ahí— cuál era

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el problema, y la chica le mostró lapanza en crecimiento. El manosanta,que se llamaba Ponchilo Barracas,le preguntó a la amiga de la enanitasi no le permitía realizar elprocedimiento habitual. Le pidióque se pusiera de pie, y él searrodilló e inclinó la cabeza hastala altura del ombligo de la chica. Sequedó mirando fijo un rato sinparpadear. Había visto cuatro ojos,lo que significaba que iba a tenermellizos. La amiga de la enanita

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casi se desmaya, y pasó a contarleel plan para el que lo necesitaban.

El hijo del futbolista le diría asu padre que se había hecho amigode un espiritista que podíacomunicarse con los muertos yarreglaría una reunión en la quePonchilo Barracas entraría encontacto con el alma de su abuelopara que dirimiera la cuestión delviolín. Ponchilo cerró el trato alescuchar que le darían unporcentaje de la venta del preciado

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instrumento. El futbolista se lasarregló para que toda la familiaestuviera presente el día de lasesión de espiritismo, y ubicó unvelador en el medio de la mesagrande del salón. Una velailuminaba la cara de PonchiloBarracas, que les contó a las demássiluetas oscuras cómo habíaempezado su camino espiritual.

Mientras caminaba por laavenida Mitre una tarde, se cruzócon un hombre de larga barba

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blanca y pelo largo del mismo colorque iba con la cabeza gacha. Enaquel momento, no le dio muchaimportancia al encuentro, aunquequedó impresionado por la altura yla palidez del hombre. Lo viovarias veces, siempre con la cabezabaja, concentrado en el piso. Volvióa cruzarlo, esta vez él ibaacompañado de una dama, a la quese lo señaló para que conociera alextraño personaje que encontrabahabitualmente en sus caminatas.

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Resultó que la chica no veía aninguna persona en el lugarseñalado, y en ese mismo momentoel hombre de barba blanca levantóla mirada del piso y la clavó enPonchilo. En cuanto lo perdieron devista, la chica le pidió que ledescribiera al personaje que habíavisto. Cuando Ponchilo, que en esemomento se llamaba Ernesto,terminó la descripción, la chicaahogó un gritito con las manos, y ledijo que ése no era otro que el

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mismísimo Pancho Sierra. La chicale aseguró que si lo veía era porquele quería transferir su misión. Apartir de ese día, Ernesto dejó dever a la chica, se recluyó en supiecita de arriba de la tintorería,donde mantuvo un fluido diálogocon diversos personajes y alimañasque se le presentaron, y, poco apoco, empezó a ejercer su tarea deinterpretar almas en tránsito, yasean terrenales o etéreas. Al ratolos tenía a todos agarrados de la

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manos, y cuando lo poseyó elabuelo del futbolista, fue para dejaren claro que el violín era propiedaddel nieto que había aportado a queel club de sus amores creciera, elque hacía posible que lesdescargaran cada tanto carretillasde bosta en la cancha del clubcontrario. El violín fue entregado alfutbolista esa misma noche y laenanita nunca supo con certeza siserían o no mellizos los que iba atener su amiga en aquel momento,

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aunque dio la casualidad quemuchos años después la chicacumplió la profecía de Ponchilo.

El espiritista intervenía en otrahistoria relacionada con la familiadel alemán. Tiempo después delepisodio del violín variasempleadas de la fábrica de fósforosdonde trabajaba la enanita fueronatacadas con el mismo patrón deconducta (mi amigo se preguntabasi ese trabajo insalubre no sería lacausa de la parálisis de medio

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cuerpo de la enanita; ya Marxcomparaba los horrores de laindustria fosforera con ladescripción de Dante del infierno).Además de aguantar el trabajoarduo controlado por un capatazespañol severo y el frío que calabaen los huesos en las instalaciones,empezó a correr el rumor entre lasfosforeras de que a la salida deltrabajo algunas chicas habían sidoviolentadas por una silueta negra,un homínido oscuro, que descendía

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de los árboles. El hombre, quellevaba la cabeza encapuchada, alprincipio se aprovechaba de ellas,pero después empezó a quitarlessus pertenencias y a robarles elinsignificante pero valioso sueldo.Ahí fue que la historia empezó adifundirse.

Como los policías no lograbandar con el delincuente, y en lafábrica se decía que era unapresencia sobrenatural, un sátiroque vivía en los árboles, algunas

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empleadas, entre las que estaban laenanita, juntaron unos pesos y sepresentaron en la habitación dearriba de la tintorería para quePonchilo Barracas pusiera fin alasunto de una vez por todas. Elespiritista esta vez pidió observarunos minutos a una de las chicasque había sido atacada por lafuerza de los árboles, como serefirió al maleante, aunque lesaseguró a todas que era una personacomún y corriente. Repitió la

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operación de mirar fijamente elombligo de su cliente, pero esta vezsubido a una mesa. Las chicas sereían de Ponchilo, agazapado comoun animal sobre la mesita que usabapara atender a las personas y tomarmate. Después se paró en el mediode la habitación, cerró los ojos, yesta vez le pidió a la fosforera, quetodavía tenía desabotonada lacamisa y el ombligo al aire, que seacercara para soplarle en la cara.Luego garabateó unas palabras en

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un papel y les pidió a las chicas quelo entregaran en la comisaría cuantoantes.

Al anochecer dos policías veíansalir de la casa de dos plantas a unode los hijos del médico, elestudiante de medicina, y lo seguíande lejos. En cuanto lo vieronencarar una calle arbolada sedetuvieron; mientras el estudianteaceleraba el paso, venía una chicaalta y muy abrigada. En esemomento los policías se quedaron

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boquiabiertos, porque en unsegundo de descuido perdieron alestudiante de vista y la calleapareció desierta, solamente lachica abrigada de paso torpe laatravesaba lentamente. A mitad decuadra la fuerza de los árboles cayósobre la chica e intentó maniatarla.Cosa imposible porque en realidadla chica era un macizo policíadisfrazado de fosforera que hizovolar al estudiante contra el troncodel árbol, donde le sacó la capucha

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frente a los dos policías derefuerzo. Luego corrió el rumor deque robaba los sueldos, queguardaba en una caja de cobre queno tocaba en la casa, para desviarlas sospechas; quién podría pensarque el hijo del acaudalado médiconecesitaba el dinero. El policíatenía experiencia en disfrazarse demujer porque antes de ser policía lohacía para los carnavales, hastaalgunos decían que lo siguióhaciendo, que era una especie de

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infiltrado en el corso. Era amigo deCarlitos, un travesti de la comparsade Avellaneda, un tipo flaco y sindientes que aparecería muertotiempo después. En cuanto al hijodel médico, a la semana quedólibre; el hermano que se dedicaba ala política apretó con la ayuda desus amigos mafiosos al comisario.Ponchilo no había tenido en cuentalas consecuencias de suintervención y tuvo que irse a vivira Córdoba por un tiempo. Cuando

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volvió a su habitación de arriba dela tintorería tenía una barba que noparecía falsa para nada. A mi amigole hubiera gustado saber más dePonchilo Barracas, pero la enanitasólo le había revelado esas doshistorias. Menos mal, Elortis: yame voy a dormir.

Augustiniano todavía no queríasaber nada con Elortis, aunque yonotaba que en el fondo loapreciaba; decía que Los árbolestransparentes era un libro

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inclasificable. En la agencia depublicidad donde trabajaba no lohabía comprado nadie y esoaumentaba su valor, no era un best-seller de esos que leía en lostiempos libres la diseñadoragráfica. Sin embargo, para él no eramás que un abusador de chicasjóvenes, dispuesto a abalanzarsesobre mí en cuando pudiera. Querecordara que me había invitado asu departamento y que sólo se habíarectificado en cuanto vio que yo no

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tomaba en serio su invitación.También creía que Elortisexageraba la historia de su padrepara tener conversación.

En mi nuevo trabajo salíamos acomer puntualmente a las dos ymedia. A Elortis nunca lo veíaconectado antes de las doce. Se veque trasnochaba. Yo me seguíapreguntando qué se quedabahaciendo por las noches, tal vez sehabía conseguido una reemplazanteque le prestara atención. Por una

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charla anterior, supe que antes deconocerme había mantenido unaamistad virtual con una metaleraque le hizo conocer las variantes dela música que escuchaba, me lasenumeró de memoria: heavy metal,trash metal, death metal, doommetal, black metal, folk metal,gothic metal, progressive metal,glam metal y hasta metal vikingo.Elortis escuchaba a volumen bajoestos pedacitos de canciones que lachica le mandaba por el mensajero,

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temiendo que sus vecinos pensaranque estaba poseído por el demonio.Por suerte, decía, el folk metal y elmetal vikingo eran variantesbastantes alegres. También le hizoconocer algunas bandas argentinasque se dedicaban al metal. La chicatenía un gecko de mascota, unaespecie de lagartija que aparecíasobre sus hombros cuando le poníala cámara. A Elortis le parecía todoesto bastante irreal, más teniendo encuenta que la chica, que debía tener

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mi edad o menos todavía, lo habíaagregado de la nada, o por lo menoseso decía él…

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Capítulo 4

Ahora pienso; ¿qué persona adultaactual, ocupada, con actividadessociales, deportivas y culturalesprogramadas, los días sellados afuego contra la soledad, perderíatiempo en una amistad virtual conun tipo como Elortis? Yo en aqueltiempo estaba sola, sola comocuando decidí en estas vacacionesrevisar los archivos para darleforma a esta especie de pregunta

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sobre Elortis. La ciudad está casivacía, ayer fui a tomar mate con unaamiga a la placita que está enCabrera; hoy, con el sol, agarréCallao hasta Quintana y me fuicaminando hasta Plaza Francia,escuchando música, mascando unchicle por los nervios. En Recoletavive la chica a la que le compro loscosméticos, pero es domingo y nopodía pasar a buscar la crema quele encargué. En una esquina mecrucé con una viejita en silla de

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ruedas empujada por una sirvientanegra. Tenía ganas de cruzarme conuna persona en especial, tal vez poreso salí a caminar.

Mis amigas me dicen que vayaal psicólogo. Piensan que tiene quever con la historia de mi padre.Pero últimamente tengo la cabezapuesto en esto que estoyescribiendo. Hay un chico, Hernán,con el que estoy saliendo. Me pasaa buscar en auto por mi casa yvamos a cenar. Siempre llega un

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poco tarde, y los fines de semana lapasa con sus amigos o visita a sumadre. Para mí, mucho mejor. Amamá le cayó bien porque su padretrabaja en el Gobierno de laCiudad. Hernán ahora se fue arecorrer el sudeste asiático y NuevaZelanda con los amigos. Me escribemensajes diariamente. Subió fotosde koalas, qué ternura, y debicicletas de todo tipo, más quenada ésas con techito. En otra,Hernán está en un barco de madera

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frente a un islote en la CiudadProhibida —Purple ForbiddenCity, puso él en las descripción dela foto.

También estuvo en Vietnam(donde vi algo que no me gustó nimedio; lo vi nadando con losamigos y un grupo de chicas, entreellas una rubia que apareceabrazándolo en otra foto) yCamboya (paseando por una feria yfrente a unos minaretes que sereflejaban en un laguito oscuro; en

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otra foto dice que es el templo deAngkar). También vi templosabiertos entre los árboles gigantes yhasta una estatua de cara sonrienteubicada en los huecos de una raízenorme. Aparentemente, las raíces ylos árboles dominan todo enCamboya, se derraman por todoslados.

Siempre en ojotas —yo no sécómo hace para recorrer tanto enojotas— y en cuero. Le gustamostrar los músculos. En Tailandia

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aparece otra vez con la rubiacompartiendo nada menos que lamontura de un elefante. Aparecesolo delante de templos budistasdorados, y en una canoa mirandootra canoa, repleta de verduras,frutas y hortalizas. En otra mira,sonriente, como un monje abraza aun tigre encadenado. Impresionante,el agua turquesa del viaje a Ko PhiPhi. Las últimas fotos que subiófueron las del Templo de losMonos, un lugar que sería la delicia

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del padre de Elortis, supongo.Ahora él y su grupo están en caminoa Nueva Zelanda. A la vuelta tieneque preparar unos finales.

Augustiniano, está de novio conuna amiga que conoció en micumpleaños, aunque creo que sigueenganchado conmigo. El añopasado seguí yendo con loscompañeros de trabajo a ese barque está en un subsuelo, más yanquique irlandés, que se llena deextranjeros. Ahí nos habíamos

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cruzado con Elortis por única vez.En los televisores juegan al rugby,pasan lucha libre, boxeo o fútbolamericano. Llenan jarras de cervezamala (leyenda urbana: corre elrumor que la alteran con algunassustancias para mantener dispuestaa la clientela femenina).

Cuando yo recién empezaba aconocer ese bar, quise que Elortiscaptara el mensaje subliminal de misubnick —te espero donde nadieoye mi voz—, tal día Elortis, tal día

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en tal lugar voy a estar yo con misamigas, ese lugar que te comenté enuna conversación, que apenas sepodía hablar por el volumen alto dela música, sentada en una mesita,con la jarra de cerveza en el medioElortis, riendo medio tensa porquevos podés aparecer en cualquiermomento, y no sé si voy a poderhablar. ¿Por dónde empezar? Si yanos hablamos todo, o por lo menosvos te hablaste todo.

Sin embargo, ahí terminé

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conociendo a Hernán, que escompañero de comerciointernacional del novio de Agos.Ahora, a veces tengo esa sensacióna la que se refería Elortis deolvidarse algo, más que nadacuando llego del trabajo y ceno conmi mamá o estoy con Hernán, escomo si tratara de cerrar una puertapesada. Confío en que este libro meayudará a cerrarla, aunque tengoque admitir que por ahora no hizomás que hacerla batiente. Por lo

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menos, airea mis pensamientos.Soy una persona feliz, de eso no

me caben dudas. Sin embargo, undía le advertí a Elortis, paraagregar un poco de drama al asunto,que yo no pasaría de los cuarentaaños, que me veía muriendo jovencomo Marylin (incluso usé untiempo de foto de perfil a una deMarylin sonriendo —los labiosseparados, como dejando escaparel hálito vital que le enciende losojos—). Después de todo, me

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resfrío fácilmente y los huesos meduelen seguido, además de laoperación que tuve; por suerte lascicatrices ya se fueron.

En una conversación, Elortis seacordaba que durante la primariafue a un asalto —de una compañeraque tenía un tero suelto en el fondode la casa—, y al principio él teníavergüenza y se mantenía distante,pero al rato estaba haciendo chistesy bailando, me dijo, pero justoempezaron a caer los grandes para

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buscar a los invitados, y la fiesta seterminó. La muerte debería ser así,conveníamos, en lo mejor de lafiesta te vienen a buscar. Juancito,vinieron a buscarte.

Un día Elortis se puso en elrecuadro del mensajero una fotocortada a la mitad, se notaba quehabía suprimido a alguien más quelo abrazaba por la cintura o por lomenos una silueta bastante pegada aél, más que seguro Miranda. Estabasonriendo. No aguanté más. Lo

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saludé: Elortis, qué te hacés conesa foto. Graciosa la foto, parecíacanchero y ridículo a la vez,bronceado y con el pelo revueltoporque era en la playa. Retomamosla comunicación.

Venía de comprar un repuestopara la lapicera papermate queusaba para escribir. De paso, sehabía traído algunos tés nuevospara probar: té abu, una cucharaditade esas semillas en medio litro deagua y hervir quince minutos como

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reemplazante del café (pero no legustó mucho el sabor, y el olor eramedio nauseabundo como de chinotranspirado, aunque nunca olió a unchino que lo perdonaran, o a salsade soja recalentada) té blanco quesí le gusto, té banchá, concentradoy refrescante (el empleado, muyamanerado y amable, le explicótambién que, a diferencia del téverde común, el banchá se deja tresaños en la planta antes decosechar), té de vainilla, miel y

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manzanilla para cuando tuvieraganas de algo más dulce, y té dejengibre de Singapur. Y ya queestaba se llevó una raíz de jengibrepara condimentar, y echarle al mate.También se compró un paquetitocon nueces, pistachos, almendras ypasas de uva que devoró al instanteporque estaba nervioso. Al empezarla semana, se le había ocurridollamar a la misionera para ver siestaba sola e invitarla a salir.Ahora que no estaba con Miranda

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se sentía libre y fuerte para hacereste tipo de locuras. Estabapensando mucho en los ojos verdesde la misionera (¡justo se me teníaque ocurrir hablarle!).

A pesar de los años, lereconoció la voz al instante. Estabacon amigas y le pidió disculpas porno poder hablar. Elortis escuchóque alguien se reía sarcásticamentedel otro lado de la línea, y se leocurrió que tal vez ella estaba conel estudiante de medicina y, al ver

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que la llamaba otro hombre, undesconocido, el tipo habríadecidido dar un portazo de celos.Porque eso había escuchado: unportazo. Después ella dijo que se lehabía escapado el perrito canicheque tenía y cortó la comunicación.Elortis, que desde que había ido aMar del Plata con Sabatini noprobaba un cigarrillo, necesitófumar súbitamente. No podía serque hiciera esas locuras, y ademásse sintió despreciado por la mujer

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que le gustaba. Salió disparadohacia el ascensor, y mientrascaminaba por el largo pasilloadvirtió que se había olvidado lallave. La única que tenía una copiade sus llaves era Miranda y nopensaba llamarla.

La puerta del edificio estabacerrada, así que se quedó sentandoen el silloncito del hall; eran casilas doce y no aparecía nadie que lepudiera abrir. No había movimientoen el estacionamiento de enfrente.

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Al rato escuchó el ruido delascensor. Le pareció que tardabamil años en llegar a planta baja yotros mil en correrse la puertametálica. ¿Y quién había salido delascensor con aire para nadadistraído? ¡El hombre de equipodeportivo! Esta vez sin la gorrita,era medio pelado, y lo miró dereojo mientras atravesaba el hallhacia la calle. No podía aprovecharla ocasión para salir. Ya en lavereda el tipo prendió un cigarrillo,

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y después retrocedió para apoyar laespalda en la pared del edificio yempezar a fumarlo tranquilamente,mientras miraba hacia el fin de lacalle, como si esperara queapareciera un taxi o un colectivo.Para Elortis era demasiadacasualidad que bajara casi almismo tiempo que él. Se le fueronlas ganas de fumar. El miedo le diola solución: podría pasar a travésdel balcón de los vecinos, unapareja de viejitos amables. Ya me

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había hablado de ellos una vez. Conel alquiler de la casa con piscinaque tenían en Pilar pagaban elalquiler y los gastos de sudepartamento. El hijo, que veníacada tanto, se ocupaba del campoque había comprado donde criabacorderos que vendía en negro amitad de precio. A los viejitosapenas le alcanzaba con lajubilación para darse algunosgustos. Compartían con Elortis elservicio de cable. Aunque usaban

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más la radio, que escuchaban por lamañana temprano y a la tarde, ycuando la empleada doméstica sinquerer desplazaba el dial de suemisora preferida, el viejo iba agolpear la puerta de Elortis parapedirle que le sintonizara lafrecuencia. Tenía un sillón mullidoal lado de la radio donde Elortis sehundía para apretar los botones. Aél, que dormía hasta tarde, lodeprimía escuchar desde su cama lacortina musical del noticiero.

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El día que Miranda se habíallevado algunas de sus pertenenciasantes de la mudanza en sí, la de losmuebles y electrodomésticos máspesados que eran de ella, Elortisestaba esperando en el hall de suedificio con una bolsa a sus pies —zapatos y ropa— mientras elhermano de su ex llevaba untelevisor hasta el coche que habíadejado a la vuelta. Justo bajó suvecina, la vieja, y le preguntó quéestaba haciendo ahí parado, como

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un fantasma. Respondió que se iba aseparar, que su novia se estaballevando algunas cosas. Elortis noquería explayarse mucho —elhermano de Miranda volvería encualquier momento—. La vieja ledijo que hacía muy bien, era joven,para qué perder el tiempo en unarelación que no funcionaba —se veque Miranda nunca le había caídobien—, y, de paso, le aconsejófervientemente que no se casaranunca —debía tener algunos

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problemas con el viejo—. MientrasElortis escuchaba a la vieja, lapuerta del ascensor se abrió y salióuna rubia alta, caminando con lamirada más alta todavía, que pasópor su lado sin verlo ni tampocoreconocerlo, —estaba barbudo enaquel momento—. La que salió delascensor, que era apto paraprofesionales y por lo tanto teníavarias oficinas, no era otra que unade las más lindas de suscompañeras de secundario. La

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chica, ahora una mujer claro, semantenía muy bien. Se acordó queera la que le gustaba. No entendíbien a qué apuntaba, pero me dijoque no sabía qué mecanismos de larealidad podían llevar a unencuentro de este tipo. Preferíacallar al respecto, no podía revelarlos detalles que, despuésrememorados, vaticinaban eseencuentro. Para colmo, en unmomento difícil de su vida. Mejorno hacerse el vivo con estas cosas.

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No sé si volvió a cruzar a sucompañera del secundario. Por lomenos, no habló más del tema. Perodijo que ese inesperado encuentrole había hecho pensar que él erainocente al dejar a Miranda y,cuando finalmente se enteró que suexnovia seguía viendo al tío Oscar,que era algo así como el hombre desu vida, lo interpretó como un signoprecioso.

El fin de semana volvería elhermano de Miranda para seguir

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mudando cosas, y despuésterminarían los tres en el primerpiso del McDonald’s de la calleUruguay, entre tomos jurídicos deyeso que decoraban las paredes (nosabía qué era ese edificio antes,pero estaba a tono con la zonacercana de tribunales). Separarseera muy doloroso; no dejaba debesar la espalda de Miranda laúltima noche que durmieron uno allado del otro, aunque no la quisiera(Mmm…, Elortis) habían crecido

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juntos.En fin, sin llaves, Elortis golpeó

la puerta de sus vecinos, losviejitos, y a los quince minutos notóque se prendía una luz del otro ladoy que preguntaban con voz dispersay ronca quién era. Explicó que sehabía quedado afuera mientras elviejo, con los pelos blancospegados a la cabeza, aparecía trasla puerta. Parecía tener cien añosmás. La vieja era una presenciaespectral; se asomaba desde el

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dormitorio, con una mueca de hastíoporque la había despertado.Después, Elortis se encaramócuidadosamente a la baranda delbalcón, sin soltar el panel deacrílico que separaba los balcones,y empujando con su cabeza lasramas del árbol, logró pasarprimero una pierna y después laotra. Los viejos querían saber siestaba seguro que había dejado laventana abierta y si ya había podidoentrar, pero Elortis no contestó;

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entre los helechos de su balcónhabía visto a un bulto peludo que,saltando desde las barandas a lasque estaba prendido, al instante sedeslizó y perdió, con movimientosrápidos y precisos, por las ramasdel árbol. O la emoción del peligrode pasarse de balcón a balcón lehabía hecho subir la presión y comoconsecuencia alterado la visión o lacarita que lo miró un segundo era ladel mono Albarracín. Si era elmono, había crecido; era una

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sombra angulosa, pero bastantegrande, con dos pelotitas brillantes,inexpresivas, por ojos. Si no era elmono, Elortis no podía creer queuna alimaña de ese tamaño vivieraen el medio de la ciudad, escondidaen esos árboles. Llegó a pensar quela sombra había salido de adentrode su pieza. Pero, a pesar de todo,no podía precisar si en realidad lohabía visto. Encontró todoordenado y en su lugar, salvo unlapicero derribado en su estudio;

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las lapiceras, los dos sacapuntas, ylos lápices esparcidos en laalfombra. Podía haber sido elviento o Motor. Aunque el gatodormía profundamente sobre unalmohadón.

Al otro día escuchó la voz de lamisionera en el contestador. Llegó aatender y, aunque estaba asombradade que se acordara de ella despuésde tantos años, acordaron en versepor la noche; se había comprado uncelular nuevo, con muchas

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prestaciones y no sabía cómoconectarlo a la computadora.Elortis se acordó que a la misionerasiempre se le rompía algo comoexcusa para que él fuera a sudepartamento. A la noche ellaestaba tan linda como siempre, apesar de los años que pasarondesde la última vez que la habíavisto, y Elortis de los nervios y laemoción no podía desentrañar cómoconectar el aparatito a lacomputadora; el sistema operativo

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no lo reconocía. La misionera quisosaber qué había pasado conMiranda, y Elortis no supoexplicarse bien tampoco. Lebrillaban los ojos y lo miraba fijo,como evaluándolo y seduciéndolo ala vez. Su mirada, como siempre, letiraba de las entrañas. En el sillóntenía un peluche, un osito que lehabía regalado el estudiante demedicina, que a esa altura seríamédico recibido ya, aunque Elortisno quiso preguntar. Igualmente, ella

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le comentó con tristeza que habíanvivido juntos en otro lugar y ahorase habían tomado un tiempo.

Mientras Elortis trataba de quela computadora reconociera elaparatito para pasarle unos Mp3, lamujer se sentó a su lado y buscó suboca como un animal que lelevantaba la cabeza a otro. Loslabios de la misionera —Elortis sevengaba de que yo nunca losaludaba— eran esponjosos ydulces, y él cerró los ojos. Pero

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ella no quiso acostarse con Elortisdespués, tal vez porque mientras lomiraba tirada boca abajo en susillón largo, él trataba en vano deque el celular se comunicara con lacomputadora. Habría pensado queera un inútil o que era un malpresagio que no pudierasolucionarle el problema. Antes,cuando engañaba a Miranda conella, le llevaba chocolates, y loscomían después de hacer el amor.Aunque a ella le gustaba tomar

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Coca Cola cuando terminaban. Perovolviendo a los chocolates, aqueldía, siguiendo la costumbre, Elortisle había llevado un chocolatín —unJack. Aunque a Elortis no legustaban Los Simpsons, elchocolate venía con muñequitossorpresas de esa serie animada, ycuando ella, que sí le gustaban, loabrió, puso cara de mal gusto aldescubrir a ese empresario flaquitoy jorobado: Mr. Burns. Entre tantosJacks de la pila, ¿por qué había

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elegido justo ése?; si era el queestaba abajo del primero.

También me tenía que contarque antes, cuando él engañaba aMiranda con ella, su amigo —palabras de Elortis— a veces no lefuncionaba como debería. Ella legustaba mucho y se ponía nervioso,o era porque estaba actuando mal, ohabía algo que entre ellos nocongeniaba; o eran las tresposibilidades juntas. Después desepararse de Miranda, había estado

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con una chica con la que le pasó lomismo, y ella, por suerte, le confesóque siempre que se acostaba conalguien, la primera vez tenía eseproblema. Como las dos mujerestenían complejos por tener senospequeños, y le impedían el accesolibre a sus pectorales, Elortisrelacionaba su súbita impotencia aeste tipo femenino, que debía evitarde alguna forma, aunque eran lasque más le gustaban…

Nunca se le había ocurrido

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tomar Viagra, pero antes de ir a vera la misionera se informó y hablópor celular con un tipo llamadoTomás, que le recomendó losmasticables; al rato recibía, enmanos de un motoquero, un sobrede papel madera herméticamentecerrado; Elortis lo pagó sin revisarel contenido mientras el porterofingía no interesarse en eseintercambio extraño de dinero ymercadería. Hacía mucho tiempohabía hecho lo mismo con el

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software trucho, ahora ya se podíanbajar los programas por Internet. Amí no me sorprendió lo del Viagra,porque los chicos de la oficinajodían con eso todo el tiempo yalgunos confesaron tomar cadatanto. Elortis me aclaró que con lasdemás mujeres nunca había tenidoproblemas, pero había que serprecavido; los cuerpos y las menteseran cada vez más artificiales, y esolo afectaba.

Antes de despedirlo con un

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beso, la misionera le dijo que nosabía si se volverían a ver, quetenía que hacer un viaje a suspagos. Sus padres la iban a asistirdurante la operación que se haríapara arreglar una imperfección. Alprincipio dijo que eran unas venitasen las piernas, pero después leconfesó que en realidad quería laslolas. Como decía, Elortis habíanotado que ella anulaba esa partede su cuerpo (o no dejaba que lesacaran el corpiño, o no parecía

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sentir nada cuando la besaban ahí—¡Elortisss!—; no era el únicocaso decía mi amigo). Por suerte,yo no tengo mucho pero estoyconforme con lo mío.

Al final, cuando ella volvió deMisiones, Elortis me contaría quehabían ido al cine y a la vuelta nolo invitó a pasar; se ve que habíavuelto otra vez con el médico —efectivamente, ya se había recibido—. Hacía tiempo que la misionerahabía decidido que él no era un

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buen partido; ¿para qué insistir?Ella quería al médico y esperabapor la eternidad que él se decidieraa formalizar con ella. Antes, cuandola conoció, le decía terrible cuandoengañaba a Miranda con ella, perolo amaba; terrible debe significaramor terreno, aclara Elortis. Ahorale dijo que era tierno y bueno, y lomandó de vuelta a su casa. Así quelas ignotas tetas que se habíapuesto la misionera estabandedicadas al médico. A Elortis le

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dio bronca, aunque confesó que sedesenamoró muy rápido de ella; enel fondo, no se entendían. Tal vezella había aparecido en su vida sólopara alejarlo de Miranda. Aunquetodavía le gustaba porque separecía a la actriz de la película, yno era muy distinta de las castañasque él quería encontrar en estadosalvaje. Se ve que Elortis sabíaengañarse a sí mismo cuando no loquerían.

Decía que las operaciones

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estéticas se cruzaban en la historiade su vida para darle un aire máspatético. Otro ejemplo; la única vezque los padres de Miranda visitaronel departamento donde se habíamudado su hija para convivir con elnovio fue el día que la madre tuvoque revisarse en una clínica cercanalas tetas que se había puesto.Elortis no sabía qué decir, si haceralguna broma o no. Su suegroparecía bastante contento. Era lainfluencia de las amigas del club, su

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suegra lo aceptaba; una se hacía unaoperación y las demás la seguían; lasociedad era muy demandante; másadelante se haría una lipo. A Elortisno le gustaban las mujeres tetonas,pero si tenerlas chicas o caídas eraun problema para ellas, en fin. Conrespecto a su suegra, siempreestaba bronceada y, a veces, loatraía más que Miranda.

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Capítulo 5

Y un día me salió hablando otra vezde la enanita. Estaba terminando lasnotas para Jorguito que ya tenía quemandar a imprimir para elinminente bautismo y se le ocurrióagregarle una de las historias queella le contaba, para que el chico sedivirtiera un poco cuando a losdieciocho años abriera ese librito;si es que no lo tiraba a la basuraantes. Cerca del barrio de la enanita

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había un loco que perseguía a lagente incansablemente. Te veíavenir caminando, cruzaba de vereday se ponía detrás tuyo, casi a unpaso, y te seguía hasta que te metíasen algún lugar o tomabas el tranvía.La enanita había sufrido en carnepropia este suplicio. Apareció elloco y la persiguió tres cuadras. Alotro día la acompañó el hermano,pero el loco debía estar ocupadopersiguiendo a otro; no hacía másque eso, pero no se sabía cuándo

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podía volverse loco del todo. Porsuerte, un día cayó en la casa de laenanita el amigo de su hermano quese disfrazaba de Sandrini paraanimar fiestas (Elortis me explicóque ese actor cómico en aqueltiempo era famoso por un personajeque inventó en la radio llamadoFelipe, caracterizado en variaspelículas con un sombrero, corbatarayada y bastón) y les pasó lafórmula mágica para confundir alloco. La enanita tomaba el tranvía

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sin problemas hasta que un díavolvió a cruzarse el loco de veredapara ponerse detrás suyo y empezarcon su locura. Dejó que la siguieraesa cuadra, como para que los quemiraban aprendieran, y cuandoestaba llegando a la esquina se paróen seco. El loco se detuvo alinstante y se cruzó para seguir a unachica que venía caminando por lavereda de enfrente.

Elortis borró la historia despuésde escribirla; tenía miedo que

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Jorguito lo tomara de tarado cuandola leyera. Pero al final la volvió aagregar, no sabía qué decirle al hijode su amigo a los dieciocho años,sus familiares —salvo el abueloque tocaba el acordeón— le habíandado consejos relacionados con lasmujeres, el trabajo y los amigos; élle regalaba, además de latranscripción y resumen de lo quedecían sus familiares en el video,esta historia que le había contado laenanita para divertirlo un rato.

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Ya tenía todo listo para elbautismo. Estaba conforme con laedición del video y se la mostró aDiego para que opinara. Mandó aimprimir los ciento veinte libritos,más la edición especial, queconstaba del texto más el dvd paraJorguito, y que proyectarían durantela fiesta.

El bautismo fue en una iglesiade La Plata. La noche anteriorElortis se quedó en la computadorahasta tarde, según él escribiendo,

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aunque para mí que esperaba que yole hablara, y cuando logró encontrarla calle ya todos se dirigían al salóninfantil donde los esperaban mesascon saladitos y dulces. Por suerte,sus amigos tuvieron la delicadezade no invitar a Miranda. Elortis noquería sentarse con desconocidos yse alegró cuando lo invitaron a lamesa de la familia. A causa dellibrito había muchos que loconocían y lo felicitaban deantemano por el trabajo que había

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hecho. Richard había formado otrogrupo de amigos en La Plata, y sesacaba fotos con ellos mientras lasmujeres se quedaban con los nenesjugando. ¿Qué otra cosa podíanhacer?, decía Elortis; ellas teníanesa excusa para no ponerse a hablarpavadas con personasdesconocidas.

Había un fotógrafo y uncamarógrafo en un costado,aburridos porque no estabandisparando ni grabando. El

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camarógrafo enfundado en unacampera de cuero ochentosa y elfotógrafo con una camisaarremangada, miraban hacia lugaresopuestos, con sus instrumentos detrabajo colgando. Elortis se sentíaincómodo pero contento, aunquenotaba que le faltaba algo. Seacordó que hacía poco había ido alvelorio del padre de Richard, elque lo llamaba por su nombre demanera particular. El nietito estabaen los brazos de una de las tías, que

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le hacía morisquetas, pero parecíaserio. No era de esos bebés que seríen de cualquier cosa, sus ojosvagaban a la deriva comoesperando que la gracia loencontrara. Era un bebé enorme,rollizo y tenía los mismos ojosredondos del abuelo, la mismacabezota con cachetes rellenos. Noera un bebé expresivo.

Elortis agarró un sandwich demiga de jamón y queso, y cuandolevantó la cabeza vio, por un

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segundo, que el bebé le estabaguiñando el ojo. Pensó encontárselo a la hermana de la madreque estaba al lado; ¿cómo un bebétan apático de repente se le dabapor hacer ese gesto? ¿Lo habíavisto? Otra vez Elortis me dijo que,como decía la canción, mejor nohablar de ciertas cosas. El abuelode Jorguito reposaba bajo una capade pasto sintético en un cementeriode los escenográficos, con árbolesde todo tipo repletos de pájaros; él

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mismo había visto en el entierroalgunas cotorras volar de una copaa otra. El guiño, eso sí, lo hizopensar en que hay un momentodonde de muy chicos recibimos unaconciencia ajena que no sabemos dedónde viene. Pero él no creía encosas raras…

En realidad, no sabía quésignificaba ese guiño de ojos, debíaser una casualidad, pero lo ayudó amantenerse contento en la fiestita.Después pasaron el video que había

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grabado con su cámara. La madrede su amigo lloró al principio,cuando vio a su esposo, perodespués todos se descostillaron dela risa con el baile griego y elacordeón del bisabuelo italiano deJorguito. Richard le aclaró a losinvitados que no sabían que elvideo lo había realizado Elortis, ytodos lo aplaudieron. Algunos selevantaron a darle la mano. Al rato,deslizaron hasta el centro del salóna un mono gigante que estaba

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colgado del techo: la piñata. Loschicos se mataban por agarrar loscaramelos blandos que cayeron dela panza del mono. Una nenaagachada se puso a llorar porque nopodía agarrar todos los caramelosjuntos y parecía que no le gustabaque se los alcanzaran tampoco.Elortis dio una vuelta por el lugar yencontró a dos invitados queestaban sentados en las mesitas deafuera conversando con expresiónseria. Trató de imaginar que

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hablaban de proveedores deautomóviles pero estaba seguro queera una conversación sobremujeres. Ahora, influenciado por eldescubrimiento de Miranda, todoslos hombres para él ocultabanrelaciones sórdidas que comentabancon sus amigos más cercanos.Seguramente era un invento suyo, sedesdijo, en esta época no esnecesario esconder las cosas, estetipo de secretos son muyperjudiciales. Sí, Elortis, ya lo sé,

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no me quedaba otra que responder.Por calcular mal, él no se pudo

quedar con ningún souvenir. Perose quedó mirando con alegría cómola gente pasaba las hojas, entredesconfiada y extrañada, de loslibritos que se llevaban. La tarde deesta conversación pensé en decirlesi quería pasar a saludarme, porquea la noche iría con mis amigas a esebar del subsuelo. No quería ver aElortis sola, me daba terror nosaber qué decirle, o que fuera una

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persona diferente a la queimaginaba, y caer en sus redes deuna vez y para siempre y despuésqué. Mis padres no lo aceptarían;¿cómo iba a salir con un tipo queme doblaba en edad? Al final, le dia entender que saldría a un barcercano; él sabía dondeencontrarme si quería. Pero noapareció aquella noche. Me parecióque cada vez salía menos de sudepartamento.

Cuando le pedía que me contara

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qué estaba haciendo, daba rodeos yme decía que estaba ordenando suestudio, hirviendo el agua para susinfusiones, o comiendo chocolatenegro; también me decía que estabacon sus proyectos, entre comillas,como si estuviera más que nadaorganizando su vida, o pensandopor dónde podía volver a entrar a lamentira a la que la mayoría seamoldaba sin problemas, según suspropias palabras. Sabatini se estabaencargando de supervisar el guión

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de Los árboles transparentes y lemandaba cada tanto por e-mail loque el guionista escribía. TantoDiego como Elortis repudiaron laprimera versión del guión, pero nose animó a decirle a Sabatini que nole gustaba; después de todo era unapelícula comercial y quería que elbailantero recuperara la inversión,y que ellos pudieran llevarse losuyo. Sin embargo, Los árbolestransparentes nunca se filmaría; elbailantero aparecería muerto

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tiempo después de estaconversación con Elortis, y losperitos dictaminarían que se habíasuicidado. La esposa y los amigosno estaban convencidos; Al Certoniera una persona alegre y no teníamotivos para quitarse la vida. Meenteré por el diario que mi mamácompraba los domingos porquepara esa época ya casi no hablabacon Elortis. Casualmente en elmismo diario, pero en otra sección,mi amigo comenzaba a publicar una

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novela en entregas, el desarrollo deunas entrevistas a personas quehabían trabajado en puestos clavesen empresas y gobiernos, que sededicaban a proteger secretosimportantes. La nota sobre unamujer encargada de la seguridad delos secretos industriales de unaimportante empresa, en cuyasmanos estaba la confección de loscontratos de confidencialidad conlos trabajadores, empezaba con unepígrafe de John Stuart Mill: If a

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person is charged with a murder, itrests with those who accuse him togive proof of his guilt, not withhimself to prove his innocence.Elortis investigaba qué motivosllevaban a las personas a tomar estetipo de trabajos, y el relato, segúnla mayoría de los críticos, eraimpecable; el escritor le daba altema el tratamiento y la forma quemerecía. En cuanto a la muerte deAl Certoni, todo era sospechoso, lanota de despedida estaba escrita a

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máquina y encontraron variospagares en los estantes superioresde un ropero de su casa expedidospor un hombre que tenía un puestoclave en la policía de la provinciade Buenos Aires, pero no pudieronprobar nada y la caratula del casoquedó rotulada como suicidio.

Pero en la época que todavíaconversábamos con Elortis,Sabatini no sólo supervisaba elguión de la película del libro;también trabajaba con la

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cleptómana en la continuación deLos árboles transparentes. Elortis,que lo único que hacía era anotarcosas en su cuaderno, me decía quea veces prendía el micrófono queusaban para grabar los librosaudibles con Sabatini, agarrabaalgún volumen de la biblioteca y seponía a leer en voz baja, pero iguallo grababa en el disco rígido de sucomputadora. Cada tanto lo visitabaSofía, y cuando permitía que sequedara toda la noche, él esperaba

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que ella se durmiera para cerrar lapuerta con llave y esconderla.Temía que la bailarina se escaparacon algunas de sus pertenencias o leabriera a algún amigo que levaciaría el departamento.

Su hijo Martín se había vuelto air de viaje, esta vez a recorrer elsur del país con un amigo, hacíarato que no escribía, ahora estabaen una cabaña a orillas de un lago.Terminó de darse cuenta que no legustaba lo que había estudiado y

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esta vez sintió la necesidad deretirarse a pensar cuál era suverdadera vocación. Elortis meaclaró que lo entendía, habíademasiadas profesiones ficticiashoy en día, cada día inventaban unanueva, hasta querían poner unacarrera de organizador de vidasvirtuales (como un filtro humanodedicado a organizar y filtrar lainformación que una personarecibía y enviaba en Internet). Leparecía bien que su hijo pensara a

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qué le gustaría dedicarse. Porsuerte, su abuela se hacía cargo delos gastos del viaje.

Elortis no se sentía culpable, allado de la plata que llevaba gastadala vieja en operaciones y viajespropios, el costo de ese regalo parasu nieto era insignificante. Éltambién estaba encerrado como suhijo. La diferencia era que élsolamente tenía esos árboles, lindospara la ciudad, pero infestados deratas y pájaros pulgosos. En

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cambio, Martín cuando se cansabade mirar el fuego podía salir a pisarlas hojas secas del bosquesilencioso. Elortis no aguantaba elzumbido del aire acondicionadoque tenía frente a su balcón. Nosabía a qué se dedicaban en esasinstalaciones que le oscurecían elcontrafrente; veía la pecera con unpececito rechoncho naranja y unasplantas verdes sumergidasdeshilachadas, y también a unapersona con rasgos orientales, que a

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veces se paseaba sin hacer nada porla habitación. ¿Sería la gerencia dela farmacia de la vuelta? ¿O unlaboratorio? ¿Para qué necesitabanmantener el frío constante día ynoche? Los oídos de Elortisimitaban el zumbido. Aunque casinunca salía, cuando iba a hacer lascompras o a buscar algún libro a lalibrería de saldos de la vuelta, lecostaba entender lo que el vendedorle decía —casi siempre lepreguntaba si quería una bolsita—.

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A Elortis le daba lo mismo llevarlos libros con bolsita o no, aunque aveces usaba las bolsitas para untachito que tenía arriba de lamesada de la cocina donde tiraba labasura chica y los deshechos del téverde —las hojas de té verde, secasy fruncidas, que se inflaban yrejuvenecían con el agua caliente—y desde que Sofía lo retó, trataba deponer una también en el otrotachito, el del baño. Una tarde se lemetió en la cabeza agarrar el auto y

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salir a la ruta para caerle desorpresa a Martín, pero no teníaexperiencia en este tipo de viajeslargos —en su caso era un milagroque se animara a manejar— yademás él era un hombre grande ya,aunque parezca un pibe, jaja, y noaguantaría esa soledad compartidacon los dos chicos, cada tantonecesitaba una Sofía que leacariciara la espalda a la noche.Aparentemente ella le hacíamasajes en la espalda, en los dedos

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de la mano y en la cabeza, y él seiba quedando dormido mientrassuspiraba (aunque al rato sedespertaba otra vez para asegurarseque ella también estuviera dormida,según me había dicho unos díasatrás).

Esto lo repetía, seguro pararecordarme de aquella vez quehablamos en broma de dormirjuntos (Vivíamos a menos de diezcuadras el uno del otro, y despuésdel tiempo que nos conocíamos

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para su edad lo natural era que yame hubiera metido en su casa hacíarato). Sofía estaba resentida con élporque no la tomaba en serio comopareja. La bailarina no volvió aaparecer después de la noche enque le contó los detalles de cómohabía terminado su relación conMiranda. No le habrá gustado laidea de Elortis abriendo e-mailsajenos, aunque él decía que sumisma exnovia le había reveladocómo entrar a su cuenta; en fin, las

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cosas que son difíciles de explicarno convencen, Elortis. Él no lavolvió a llamar, quería aprovecharla soledad para pensar y en loposible encontrar una relación quesignificara algo distinto y nuevo, yme ponía puntos suspensivos comosi una de las posibilidades fueraque esa relación dependiera de mí,que yo fuera la parte que faltaba,aunque no se atrevía a decirlodirectamente, contaba conmigo paraarrancar otra vez desde cero, una

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chica joven, con el entusiasmo asalvo, no tan influenciada por lasociedad todavía, a la que se podíaamoldar a gusto; yo me había dadocuenta.

Además desde el principio legustaba que le diera mi opiniónsobre sus asuntos, se reía con miscontestaciones. Y no era sólo micarácter el que le gustaba; noguardaba las conversaciones queteníamos pero sí las fotos que yo lehabía pasado en nuestras primeras

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conversaciones. Una con mi ex enel cumpleaños de papá, otraabrazada con las compañeras desecundario, hay una que estoyhaciendo una coreografía en elcolegio que también le pasé ahoraque me acuerdo, y otra que estabaapoyada en la puerta de una casa enla costa, en bikini, con el peloatado. En la primera de todas que lepasé, mi amiga y yo estamosinflando los cachetes. Por supuestoque su preferida era la de la costa

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en bikini (le gustaban mi altura ymis piernas). También le habíagustado el primer plano de mi manocon las uñas pintadas de rojo y misdedos largos y finos separados. Yoquería saber si también tenía dedosfinos como yo y según él, que no memandó fotos —sólo veía las que ibaponiendo en su perfil— sus dedoseran delicados y su madre, quetocaba el piano, se los envidiaba.

Aparentemente el e-mail queusaba conmigo al principio ni

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siquiera era el oficial, una vez quese desengañó del todo de Mirandalo adoptaría definitivamente; me dicuenta porque después lo agregó enel perfil de la red social que usaba(cuando empezó a escribir en eldiario desapareció su perfil de lared social). Se ve que de algunaforma se animó a volver a salir a lacalle, y hacer algo útil, aunque élsólo quería dedicarse a escribirlibros o a lo sumo a leer los que legustaban en voz alta para su disco

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rígido. Pero las anotaciones quetenía lo habrán llevado a algúnlado, imagino que un día se levantócon las energías que le faltaban yaspiró un aire distinto, renovado,que le permitió armarse una nuevaestrategia de sobrevivencia. Nopudo saber si su padre era o no loque decían que era, y como estabamuerto no valía de mucho saberlo,me dijo una vez; si tuviera el poderde ese niño encantado de losevangelios apócrifos que cuando lo

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habían acusado de matar a un chico,fue y lo revivió para que dejara enclaro su inocencia, eso sí hubieraservido de algo, pero como no erael caso, descubrir que su padre eraalgo que él no quería que fueranunca, no le convenía. Pero la dudalo trabajaba, era como una líneaque dividía en dos su campo paraun juego donde él tenía quedesdoblarse para enfrentarse a símismo porque no había nadie máscon quien jugar. Eso era la vida,

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agregaba; menos mal que podíacontarme algunas cosas a mí. Así es,Elortis.

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Tercera Parte

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Capítulo 1

Una semana sin hablar, y a la otrame salió con el rollo de Mar delPlata. Nunca me lo había contadodel todo. Sentía la falta de Sabatini,sin lugar a dudas. Estaba demasiadoencerrado, recordando. Salía acomprar cosas que no necesitabapara intercambiar algunas palabrascon los empleados delsupermercado, que como eranchinos no pasaban del chau,

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muchas gracias, eso le alcanzaba, ya la vuelta podía encerrarse otravez porque se sentía renovado.Igual, la mayor parte del tiempo,salvo cuando escribía en sucuaderno, leía o hacía ejercicio —se había comprado un sillón depesas para evitar el gimnasio—, nose sentía cómodo en sudepartamento. Cuando sonaba elteléfono lo atendía frente al espejodel baño o en los lugares cercanosa la pared de la medianera; si no

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tenía la sensación que los vecinosescuchaban lo que hablaba. Iba yvenía con el teléfono mientrashablaba con el padre de Jorguito,que era el único que lo llamaba.Ahora estaba más de su lado quedel Miranda, su amigo era muymachista y descubrir que su ex loengañaba con el tío Oscar, al queconocía por los relatos que suesposa le contaba, no le habíacausado gracia. Así son loshombres. Claramente, Elortis

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tampoco era un santo… El quedesconfió siempre de Miranda eraSabatini; en la costa le había dado aentender que ella no le caía bien.Eso lo había hecho apreciar más laintuición de su amigo, y empezó arecordar los detalles del viaje aMar del Plata. Aunque parezcamentira, Elortis no conocía estaciudad cuando lo invitaron alprograma de Mirtha Legrand.También pensaba que el programano existía más; si lo miraba su

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abuela mientras de chico élesperaba los dibujitos. Pero llegóel llamado de la producción ytuvieron que decidir si viajaban ono al almuerzo de la señora. Lopensaron bien y, aunque aterrados,aceptaron porque convendría parapromocionar el libro. Pero díasdespués, Sabatini le informó vía e-mail que no estaba seguro de ir alalmuerzo de la diva y tampoco departicipar de la charla literaria enVilla Victoria. En el próximo

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e-mail, sin explicaciones, leconfirmaba que no iría. Elortis lepidió a Miranda que loacompañara, en ese momentoestaban separados, pero se veían,claro; y todo estaba arreglado hastaque a último momento Sabatinivolvió a prenderse en el viaje. AMiranda no le cayó muy bien lanoticia, porque le hubiera gustadoacompañarlo en ese momentoimportante, y de paso, seguirle lospasos para evitar que conociera a

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otra mujer. Al final, los exsociospasarían en la ciudad veraniegacuatro días, darían entrevistas enalgunas radios, el segundo díaestarían en el almuerzo de MirthaLegrand y el cuarto día darían unacharla sobre el proceso de escriturade Los árboles transparentes enVilla Victoria.

Aunque estaban distanciados, ylos dos tenían pensamientos pococlaros sobre el otro que le daban unaire difuso a la amistad, desde que

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salieron de Retiro hasta que bajaronen la terminal estuvieron charlando,contándose historias de susrespectivos amigos y recordandoalgunas anécdotas de la escrituradel libro. No estaban muy nerviosospor lo de la entrevista en elprograma. Elortis no estaba segurode poder masticar bien en la tevé—me aclara que después delprograma tuvo algunos problemasdigestivos.

Bajaron distendidos del micro y

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haciéndose bromas mutuamente,como si empezara una aventura, yElortis caminó descalzo por lascalles de Mar del Plata, el airefresco en los pies lo amigó alinstante con la ciudad; pocos díastan claros en su memoria comoaquel día. Observaron la estatua deFlorentino Ameghino y después sesentaron frente a la playa, adesayunar unos tragos del licor deanís casero que Sabatini tenía en lamochila, mientras veían a unos

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skaters rondar la estatua ecuestre deSan Martín. Tomaron la habitacióncompartida del hotel de cuatroestrellas, ubicado a una cuadra dela playa, y se pusieron a mirarvideos viejos de los ochenta en eltelevisor; se quedaron dormidos yfueron despertados por la llamadade una periodista cordobesa que losesperaba para entrevistarlos en elcomedor del hotel.

Ya abajo hicieron unasimulación del almuerzo televisivo

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con la periodista de La Voz delInterior, que mientras no paraba decomer, les preguntó muchas cosas,sobre todo sobre la ladronacompulsiva. En ese momento losllamaron de la Rock and Popmarplatense porque queríanentrevistarlos a la tarde en laemisora. Era final de temporada y,aunque a la mañana había sol, almediodía se largó a llover. Porsuerte, la chica de la Rock and Popque los llamó quedó en pasarlos a

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buscar. Cuando llegaron la chica,una flacucha con flequillo, sedesentendió de ellos y los dejóparados en la recepción del piso enque estaba la radio, avisándolesantes que irían después de la tanda.

Ahí parado con ellos, entrecuadros de rockeros y tapas dediscos, estaba un tipo que sepresento como Alexander. Saldríaal aire después de ellos y loentrevistarían durante el resto de laemisión. Apenas entraron,

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intercambió algunas palabras conSabatini en castellano correcto,aunque por la pronunciación senotaba que era extranjero. Era unproductor de discos estadounidenseque estaba de casualidad en Mardel Plata; en la radio se habíanenterado, y lo invitaron a eseprograma. Alexander habíaproducido a varias bandas de rockindependientes del oestenorteamericano. Conocía poco rockargentino. Nombró a Sumo, Soda

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Stereo y Los Fabulosos Cadillacs.El productor que lo había traído, unrubio que estaba por ahí dandovueltas abriendo y cerrando latapita de un celular, entusiasmado,les explicó que Alexander Ponenhabía descubierto a Nirvana antesque nadie. Por mí, Elortis, todobien porque de Nirvana no sé nada;Augustiniano era fanático pero esamúsica ruidosa no la soporto.Elortis me comentó que la culturaoriental había entrado de forma

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masiva en la occidental a través dela distorsión repetitiva del grunge yel rock alternativo, por eso lepareció interesante la figura dePonen, venido de la costa oestenorteamericana.

Una vez le dije a Elortis que elrock te llevaba a hacer locuras,para escandalizarlo. A él legustaban muchas bandas de lasruidosas, escuchaba todo tipo demúsica. El rock cuando era buenolo hacía entrar en trance. Que no le

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criticaran a Genesis, a los RollingStones, a Jimi Hendrix más quenada, oh padre Hendrix, decíaElortis, que por otro ladoAlexander Ponen reconocía comoguía espiritual de la música que élhabía producido. Ponen insinuó queestaba solo esa noche, no sabía quéhacer, y a Elortis se le ocurrióinvitarlo a que fuera a cenar conellos.

Después, en la entrevista radialestuvieron algo nerviosos. Elortis

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rara vez contestaba lo que lepreguntaban. Sabatini empezababien, para terminar incoherente yempantanado. Cuando salieron,aliviados del peso de hablar frenteal micrófono, Ponen estaba de pietodavía —no tenían sillones en larecepción—, aunque con los ojoscerrados: parecía dormido, o entrance. No los saludó, pero yahabían intercambiado sus teléfonos.Pero esa noche estaban cansadosdel viaje y nerviosos, y pasaron la

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salida para el día después de laentrevista en lo de Mirtha Legrand.

Era una mesa heterogénea congente de diversas profesiones quehabían escrito libros más o menosexitosos. Al lado de Elortissentaron a un morocha muy linda,una modelo conocida que Elortis norecordaba cómo se llamaba,después estaba un periodistadeportivo, un cura, un humorista yun crítico de cine. A Elortis loponían nerviosos las sirvientas que

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iban y venían en las pausas. Lavieja las trataba muy bien, todo locontrario a lo que había visto unavez en la televisión. A esta gente legusta exagerar en cámara, decíaElortis. Sin embargo, le tenía miedoa la diva de los almuerzos; ¿y sialgún televidente le enviaba unapregunta relacionada con su vidaprivada y la anfitriona lo obligaba aresponderla? Pero anduvo todobien.

Con Sabatini la hicieron reír

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muchas veces a Mirtha, y la modelohasta lo codeó a Elortis mientras sereía de los chistes más picantes delhumorista. ¿Cómo era que no se lehabía ocurrido pedirle el mail?, medecía Elortis. Esas oportunidadesno se pierden, después uno terminahablando con una pendeja todas lasnoches. Qué gracioso, Elortis. ¿Porqué dejaba todo para después en suvida? Si no siempre sabía adóndeiba… Romualdo le hubiera dichoque no se dejaban pasar

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oportunidades como ésas. Sabatinitambién quedó como loco con lamodelo, y decía que se había fijadoen él. Lindo tipo de hombreSabatini, por lo que pude ver enInternet, y según Elortis tenía unencanto particular. Él había notadoque algunas mujeres se dedicaban aperseguir a su amigo. Elortis eramás inseguro en esas cosas y comoSabatini era el mayor, respetaba susiniciativas; por eso parecía todavíamás indeciso cuando estaba con él.

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Igual, después del champán cadainvitado se fue por su lado, y a lamodelo no la volvieron a ver.

El que llamó por la noche fueAlexander Ponen; lo citaron en elhotel, y después tomaron un taxihasta un bar donde les habían dichoque hacían mojitos, aunque a Ponenno lo convencía mucho tomaralcohol. De cualquier manera,enseguida los tres se pusieron muylocuaces. Sabatini le dejó en claroal norteamericano lo mucho que

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habían disfrutado escribiendo ellibro a dos manos y que sóloempezaron a tener roces por el temaeconómico. Elortis confesó que sinel entusiasmo y el empuje deSabatini, Los árboles transparentesno existiría. Estaban emocionadosy, mientras hablaban, chocabancada tanto las copas verdosas. Alnorteamericano le gustó esa súbitaefusión de sincera amistad. Éltambién se había separado de sussocios en la discográfica, cada uno

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había tomado su camino, inclusouno se había quedado con algunasde las bandas que él habíaseleccionado y las manejaba muybien decía, pero a él no leinteresaba esa variante del trabajode oficina; él buscaba en el arte lonovedoso, lo incierto, lo eminente,lo trascendental —algunosadjetivos los decía en inglés perose manejaba bien con el español,decía Elortis—, por eso le gustabaviajar y conocer otras culturas.

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En realidad, se habíadesilusionado de la industria de lamúsica, viendo como los músicosmás talentosos se censuraban yetiquetaban a sí mismos paravender; finalmente, decidiórenunciar a la exitosa discográficaque había fundado. Ahora habíaabandonado la tarea depromocionar bandas de rock. Lamitad del año la pasaba con sumujer y su nena de dos años en unacomunidad ecológica en la isla de

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San Juan. También le encantabaSudamérica y ahora se sentía másconectado que nunca con nosotrosgracias a un chaman del AmazonasPeruano, que lo había terminado deintroducir en el mundo de laayahuasca. Lo asombró que a doshoras de Iquitos estuviera lleno dechicos con remeras Nike y que enlos negocios pasaran hip-hop. Peroen Yushintaita, el campamentodonde lo esperaba el chamán donSebastián, te olvidabas de todo.

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Ya había probado la ayahuascaen su país pero hacía rato que teníaganas de experimentar en su lugarde origen. Don Sebastián era unhombre con una personalidadmagnética, un curador, un mago.Cada tanto, Sabatini, entusiasmado,golpeaba por debajo de la mesa larodilla de Elortis con la suya, comoavisándole que habían encontradoun gran personaje. Para DonSebastián, primero había queliberarse de las toxinas acumuladas

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en nuestro cuerpo; así que antes quenada los futuros iniciados pasabanpor un proceso de reflexión ypurificación que duraba cinco días.Si no las toxinas podían arruinar elviaje. En el segundo día unosayudantes les pasaban por el cuerpouna mezcla llamada huito, que enrealidad es la mezcla de la fruta deese árbol con arcilla; la usabantambién para teñirse los pelos, poreso no veías nativos canosos en laselva, y también como repelente de

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mosquitos. El huito, que segúnPonen te dejaba de color azulado,servía para matar a los ácaros yotros parásitos externos que vivíanen la piel. Ahí Sabatini había dichoque era como un spa selvático.Ponen no le prestó atención a lainterrupción y agregó que elproceso debía acompañarse con unadieta saludable, vegetariana y ricaen fibras. Y que, aunque lespareciera mentira, los chamanesllevaban una dieta mucho más

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rigurosa de yuca y arroz. Elortishabía pensado en las yucaspinchudas que su padre tenía en elfondo de la casa de la costa y se lerevolvió el estómago. Más cuandorecordó a los bichitos de unanaranjado fluorescente queatacaban las flores blancas enalgunas temporadas. Había quetener espíritu para sacarle el jugo aun vegetal tan desagradable, sinlugar a dudas los chamanesescondían alguna verdad, no

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andaban tomando vino yrepartiendo circulitos de harina;primero se tragaban unos cuantospedazos de yucas antes de pedirteque te ensuciaras con el huito. Separecían más a los curasmedievales que se quedabanjorobados y ciegos leyendo. Elortisquiso saber cómo era físicamenteDon Sebastián. Ponen le contó queera un morocho arrugado conanteojos, túnica blanca y bigoteoscuro; imposible deducir cuántos

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años tenía. El problema, pensabaElortis, es que un tipo así a él lehubiera parecido un cómico; estascontradicciones son insalvables. Loque sí hubiera hecho con gusto eracomer mucha fruta —Elortis se lapasaba comiendo frutas, parece,más que nada uvas, kinotos,mandarinas y bananas—. Despuésde eso, Ponen contó que donSebastián les hacía tragar una lechecaliente, la savia del árbol Ojé, unlátex blanquecino que depuraba la

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sangre y los intestinos. Los nativosusaban este líquido para curar lauta, la enfermedad de la selva. Losfrutos son un buen mnemónico,estimulan la memoria, decía Elortis,que ya en Buenos Aires trató, sinéxito, de conseguir Ojé en gotitas enla dietética china. Ponen les aclaróque todo esto evitaba que teencontraran las chirinkas, unasmoscas verdes que según losnativos vivían en los cuerpos de losmuertos, y les gustaba enturbiar las

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visiones de los vivos. Pero eselíquido viscoso más que nada atraíaa los parásitos internos, quedespués eran evacuados hasta queel intestino quedaba completamentelimpio. Mientras tanto, donSebastián les hacía tomar litros deagua caliente. Cuando terminabaeste proceso, el chamán analizabacon un microscopio losexcrementos, y separaba a losparásitos para mostrárselos a losprincipiantes. Sabatini estaba cada

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vez más interesado en el tema, yahabía dejado de golpearlo con surodilla a Elortis.

Las sesiones había que hacerlasen la noche para apreciar mejor lasvisiones. El chaman los llevaba aun templo con bancos enfrentados ylos hacía sentar, aunque era mejorponerse de pie una vez quecomenzaba la sesión, sabía quealgunos no lo lograban. Entonces seponía a cantar los ícaros, ya quedon Sebastián decía que era un

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terapista musical antes que nada, ycon esas canciones llenas de amor ycompasión lograba el efectocatártico necesario para que laayahuasca prendiera en laconciencia. Ponen decía que lo másimportante de todo era lapreparación —el proceso depurificación— y el contexto; erapreferible que la sesión se hicierade noche y en la naturaleza. Lodemás dependía de eso porque loque para él hacía la ayahuasca era

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conectarte con el entorno. Por esoera necesario estar en un lugarnatural como ese campamento en laselva, con aire puro, nada de smog,aunque los ayudantes de DonSebastián purificaban el aire conhumo de tabaco, y sin electricidad,porque usarían la energía de laspresencias de la selva y la que ellosmismos generaban, y cualquier otrotipo de energía distinta podríainterferir. La dieta sana y la músicadelicada hacían que la información

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fluyera sin ninguna traba y, si serespetaban las reglas, el flujo devisiones nítidas comenzaba a llegar.

Los cánticos, que también eranpara comunicarse verbalmente conlos espíritus de la selva, seintensificaban, y Don Sebastiánempezaba a repartir la comunión.Entonces, silencio, y al rato seapagaban las velas, y una músicasuave empezaba a hacer que tesubiera la pócima a la cabeza.Ponen había visto la imagen, muy

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nítida, de una fábrica con personasmoviendo pesados mecanismos;mientras recorría la fábrica, noprecisó si volando o caminando,apreciaba el empeño y la fuerza conque los hombres agotadosaccionaban las máquinas, y sintióuna compasión profunda por cadauna de esas personas. Despuésencontró a los capataces, y tambiéna los jefes sentados en sus gruesossillones de cuero, y siguió a unasecretaria por un pasillo angosto

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que desembocó en una inmensa salarepleta de impecables colchonescon sus respectivos almohadones.¡Una fábrica de colchones!,todavía se asombraba Ponen.Entonces esa hermosa secretaria delos cincuenta, se fijó bien que nadiela siguiera —aunque Ponen estabadetrás de ella, no estaba realmenteahí—, y atravesó la sala, haciendoretumbar sus tacos, por uno de lospasillos que formaban las filas decolchones, hasta el final, donde se

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tiró a dormir en uno. Ponen seacercó, vio que dormíaplácidamente, e intentó hacer lomismo en otro colchón; pero encuanto hundió la cabeza en laalmohada suave, notó que unapluma se escapaba de la costura, yal tirar de ésta descubrió que enrealidad era una pluma bastantegrande verde, como la de unpapagayo. Entonces se levantó, yempezó a sacudir la almohada hastaque su colchón se llenó de plumas

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verdes, rojas y azuladas, y pensabaqué hermoso sería que los tipos deltaller también vieran esa lluvia deplumas coloridas, y tambiénintentaba que la secretariadespertara y lo viera darle belleza aese lugar gris, pero entoncesapareció un tipo fornido en la puntade la sala y enfiló directo hasta lacama que ocupaba la secretariapara despertarla con un beso, yacostarse con ella, y Ponen sedesconectó de esas imágenes, que,

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sin embargo, recordaba con alegría.En esta sesión se vio inundado

por una sensación de amorverdadero, calidez y aceptación.Sabía que otras personas habíantenido experiencias negativas; unamigo suyo sintió que lo tirabanescaleras abajo en la oscuridadcomo al padre Merrin, pero eraporque se le había ocurrido probarla ayahuasca en el garage de su casaa las tres de la tarde, había quetener en cuenta el entorno porque

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existía algo llamado campomorfogenético. Ponen ya lesexplicaría de qué se trataba. Yo nosabía adónde me quería llevarElortis con todo este cuento.Augustiniano tenía amigos quehabían probado hongos en un viajeen subte en España, y tuvieron lasensación de que el recorrido eravertical en vez de horizontal. A míno me interesan esas cosas,Elortis. En esa época le daba, ytodavía le sigo dando, a la música y

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al fernet-cola para alcanzar algunosestados alterados, de intachablefelicidad.

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Capítulo 2

Pero me siguió contando de Ponen,que había bajado hasta Manaos, yahí se le metió en la cabeza quetenía que visitar a un músicoargentino muy amigo que vivía enMar del Plata, un metalero, aunqueno le creyeran, les dijo, que habíaconocido en California; perocuando llegó a la casa no loencontró y aprovechó parainvestigar qué movidas musicales

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tenía la ciudad (Ponen metió lamano en el bolsito de hilo quellevaba y sacó un CD que le habíanregalado en la radio, un compiladomarplatense; Elortis repasó losnombres y recordaba algunos: TeTraje Flores, Azylum Zue,Delorian, B-sides, Glasé).

En Veracruz, a la que habíavisitado por su interés en losolmecas, le llamó la atención esascabezas de labios apretados quehabían desenterrado los

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arqueólogos (no se sabía bien quérepresentaban; podían serenemigos), y después averiguó quelos olmecas hacían sus propiosviajes, porque en las excavacionestambién encontraron saposenterrados con los sacerdotes, quevenían a ser sus chamanes; tambiénhabía visto la foto de la esculturade un chamán agachado, con lasrodillas dobladas, no se sabía siestaba por ovillarse o levantarse,algunos creían que estaba en

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proceso de transformación en algúnanimal (Elortis encontró unafotografía en Internet, dice que lahipótesis de concentración, demente avizora y cuerpo agazapado,a medio camino entre dos actosreveladores, es la más plausible).Pero lo cierto, subrayaba Ponen, esque encontraron sapos en lasexcavaciones olmecas, sapos deltipo Bufo Marinus, que hacíanpensar que los sacerdotes creíantransformarse en otros seres

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animales y sobrenaturales, por lasalucinaciones provocadas por unasglándulas que estos bichos tienendetrás de los ojos, que segregan unasustancia lechosa con propiedadespsicoactivas. Y Elortis me mandabacon un signo de exclamación, comosi se hubiera acordado de algo quetenía olvidado desde que loescuchó de boca de Ponen, quetambién había dicho que le gustabanesas esculturas olmecas de niñoscon cabezas infladas, y parece que

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las buscó en Internet porque sequedó callado un rato, o vaya asaber qué estaría haciendo, hacerato que yo había pensado que siestaba encerrado y no veía mujeres,se la debía pasar buscandopornografía o mirando las fotos desus amigas virtuales, una vez mehabía confesado que tenía a unacolombiana que le había hecho unstrip-tease perfecto en la webcamal son de una ignota canción, queparecía reggaeton, que no sabía

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cuál era porque la chica le dijo quela pusiera para sincronizar susmovimientos con el ritmo, peroElortis, de puro vago, no lo habíahecho, lo que no le impidiódisfrutar el baile de la chica.También Ponen les había habladode los hongos de piedra de otrasculturas mesoamericanas, de frayBernardino de Sahayún, de otrasevidencias más distantes en tiempoy lugar, como las pinturas rojizas deAltamira y Lascaux, y, finalmente,

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mientras seguía revolviendo sumojito porque tomar no tomabaPonen decía Elortis —ellos ya sehabían terminado tres cada uno—les salió con que los llamadosmisterios eleusinos podrían deberseal cornezuelo, un parásito de lacebada, también hongo psilocíbico,precursor del LSD; y tambiénestaba el Soma de los chamanes deSiberia, que aparentemente no eraotro que la Amarita Muscaria, unhongo que según Ponen parecía una

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fuente de piedra de aguas rojas,pero cuyas visiones, aseguraba,eran menos nítidas que las de laayahuasca. Los micólogos habíaninvestigado bastante, decía, perolos datos no eran fáciles deencontrar.

Ya en Buenos Aires, Elortishabía buscado información sobre elClaviceps purpurea (con razónpasaba tanto tiempo encerrado,cuando no era el pasado de supadre se ponía a revolver asuntos

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más raros, le dije) el supuestoeslabón perdido de los misterioseleusinos, y se encontró con AlbertHoffmann y el LSD, pero despuésmientras se preparaba un cafédescafeinado en la cocina, seacordó del pasaje de la Odisea quehabía leído Sabatini en voz altapara la grabación del libro audible,donde Nausícaa, la hija de Alcinoo,le da instrucciones a Odiseo paraque se le ofrezca el camino devuelta a su casa; antes que nada

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tiene que ver a su madre sentadajunto al hogar hilando copos de lanateñidos con púrpura marina. A ver,dice Elortis, y luego pega estafrase: Te mostraré la ciudad y tediré los nombres de sus gentes. Ysigue sin parar: era cuestión decruzar rápidamente el megarón, esasala enorme y fría, hasta encontrar ala madre de Nausícaa y había quemirarla, como embobado, hilar suscopos púrpureos cerca del tronodonde su esposo se sentaba a beber

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vino como un dios inmortal. Ahípasabas de largo el trono paraagacharte y abrazar las rodillas dela madre de Nausícaa y si ellasonreía como en sueños queríadecir que estabas preparado, podíasvolver a tu Itaca querida sin que tesintieras un extranjero después detantas vueltas. La clave era abrazarcon las manos las rodillas de estareina sabia que hilaba estos copospurpúreos que eran de ese colorporque habían sido teñidos por la

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secreción de la glándulahipobranquial de un caracol de marcarnívoro de tamaño medio, ungastrópodo marino llamado Murexbrandaris, que segregaba estasustancia cuando estaba asustado ose sentía amenazado. En el actualLíbano, antes Tiro, por eso se lollamaba púrpura de Tiro, losminoicos habían empezado aextraer este tinte y parece que habíaque arrancar del mar a nueve milpobres caracoles para obtener un

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gramo de tintura. Aparentementepor eso era tan preciado, y seempezó a relacionar al púrpura conel mando, y con la legitimidad delpoder.

Ahora bien, gracias a Ponen,Elortis había leído que los olmecastambién relacionaban al poder conla sabiduría, y la sabiduría la teníanlos sacerdotes-chamanes que serodeaban de los sapos bufo; por loque podía ser que las túnicas,mantas para los lechos, la pelota

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del sabio Polibio, las olas y demáselementos púrpuras que aparecen enla Odisea y en los mitos griegos,todas relacionadas con el sueño,tuvieran que ver con las visionesque el tinte del caracol Murexproducía al respirarlo o al rozar lapiel; gracias a esas glándulas que,como las branquicefálicas del sapobufo, expelen un líquido cuando lacatarsis de la amenaza la activan.Por eso la sonrisa visionaria de lareina era necesaria para Odiseo.

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Si hasta en un viaje anteriorcomo el del vellocino de oro,parecía que en realidad —segúnSimónides, aclara Elortis—buscaban una primigenia piel decordero granate teñida con la tinturadel caracolcito. Claro que tambiénClitemenstra había distraído aAgamenón con una alfombra detono escarlata antes de conducirloal baño donde iba a ser presa fácilde Orestes. Y al lecho de Circe locubría una colcha rojiza. Igual, lo

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importante en aquella época lejana,agregaba Elortis, era estar atento alolivo de anchas hojas en el puertode Forcis; por ahí estaba la gruta, eltemplo, esa cueva de dos bocas,(¿porque nunca volvías a ser elmismo una vez que entrabas?, sepreguntaba mi amigo) consagrada alas ninfas con los telares de piedrasque usaban para tejer sus túnicas deextracto de caracol y también eranecesario, más que nada, saberdónde se ubicaba tu cama, la que

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habías construido sobre los restosdel olivo con las correas de piel debuey que brillaban de púrpura,porque si no tu esposa a la vueltano sabría quién eras, claro, siolvidabas lo único que tenías queacordarte una vez que lo habíasaprendido. Ok, Elortis, a la cama,después me seguís contando;menos mal que yo escuchabamúsica mientras él me escribíaestas locuras.

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Capítulo 3

Esta relación de los enteógenos conel poder en la antigüedad, y con elcolor, que para él era unaconsecuencia secundaria, lo tuvosin dormir un par de noches aElortis; en la charla siguiente meconfesó que mientras me hablabaempezó a tejer mejor lo que lehabía dicho Ponen con lo que se lehabía ocurrido en la cocina, más loque había buscado en Internet para

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explicármelo a mí y eso le habíatrastornado un poco los nervios.Saber que en el rito regio destinadoa producir la lluvia el rey usaba unamáscara de badana granate, unaimitación de la de Zeus para subir alos cielos y que mucho másadelante, en la época deConstantino, la adoratio purpuraeera permitida solamente a unoselegidos, funcionarios de altorango, que eran los únicos quepodían besar el extremo inferior de

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la túnica púrpura del rey. ¿Sería unerror creer que era una meraconvención cuando en realidad elcarácter religioso, palabra queviene de religar, aclaraba Elortis,de la acción estaba más presenteque nunca?

La verdad que me estabacansando este discurso y lepregunté en qué andaba, con unacarita amarilla con una cejalevantada y otra con la línea de laboca ondulante se lo dejé claro, me

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parecían medio sospechosas tantasdeducciones infundadas; le pedí quepor favor volviera a Mar del Plata,a Sabatini y a Ponen, al bar de losmojitos, y así lo hizo. Antes quenada me quería dejar en claro quela receta de la púrpura de Tiro,saber que el colorante rojizo eraordeñado de los Murex y otroscaracoles parecidos, se habíaperdido en Occidente cerca de lamitad del milenio pasado cuando elImperio Otomano conquistó

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Constantinopla y recién en 1856 unzoólogo francés dio con el secretoal observar a un pescador que teñíasu camisa con un caracol. ¡Bue,basta Elortis, por favor!

Ponen contaba que en otro desus viajes interceptó una ciudadcuyos edificios estaban inundadosde carteles publicitarios brillantesde diversos tamaños, aunque lamayoría eran enormes y no quedabaotra que sobrecogerse ante laprecisión de las coloridas imágenes

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luminosas. Pudo notar que elmotivo que se repetía en loscarteles era el de una sirenatomando algún tipo de bebida conun enroscado sorbete fluorescente.Al otro día, se asombró cuandoapareció en el campamento unvendedor ofreciendo grabados enmadera de… sirenas. Ponen creíaque en su viaje se había conectadocon la mente del escultor, mientrasla noche anterior viajaba hacia sucampamento con la idea de vender

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las esculturas. Era muy importantepara Ponen qué lugar elegías paraviajar porque para él lo que hacíaesa bebida sagrada espiritual eradesligar tu mente con lo habitual yconectarla con lo esencial delambiente en el que estabas.

En algún momento, Ponen cortósu discurso para saludar alproductor que lo había invitado a laradio, parece que de casualidadestaba ahí, cerca de la barracumpliendo con el ritual del after

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office con otros compinches. Esterubio parlanchín, como lo llamabaElortis, enseguida se sentó conellos, confesándose fanático de Losárboles transparentes, y les pidiópor favor a Sabatini y compañíaque escribieran otro libro ante elsorprendido Ponen, que solamentequería seguir hablando de suexperiencia en la selva. El rubioproductor de la radio se dio cuentaque estaban en medio de unaconversación trascendental y fijó la

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atención en Ponen; algo sabía delasunto porque, cada tanto, asentíacon la cabeza. El norteamericano noparaba de hablar, decía que laayahuasca favorecía lacomunicación con el entorno, era laúnica manera de explicar que lasvisiones correspondieran a lascaracterísticas del lugar de lasesión. Sabatini no le sacaba lavista de encima a Ponen, lo habíahipnotizado con la visión de lafábrica de colchones con

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almohadones de plumasmulticolores y la premonición delas sirenas. Elortis también creíaestar frente a una persona con unacapacidad singular para asociar susexperiencias. Mojar los labios ensu trago a Ponen lo había soltado yhablaba con la desesperación de losaficionados que intentan demostrarque son algo más que eso.

Para el biólogo RupertSheldrake, existía un campohipotético que vendría a explicar la

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evolución simultánea de una funciónadaptativa en poblacionesbiológicas distantes. Paracorroborarlo, un tal Watsonconvivió con una colonia de monosque se negaban a comer papassucias, hasta que a una de las monasse le ocurrió lavarlas en el río. Apartir de ahí, Watson descubrió quelas comunidades de monos del restodel mundo seguían la conductarevolucionaria de la monitapredecesora. Según Ponen, el viaje

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hacía más patente la conexión conel campo morfogenético, algo quetambién nos pasaba en los sueños—especialmente los de la mañana,antes de despertarnos, cuando lamente está limpia— y en algunosotros momentos de claridad mentalen la vigilia. Reprendió a Elortispor haber puesto cara dedesconfianza, aunque a él le parecíabastante creíble su discurso. Elproductor rubio, que estaba sentadoal lado de Ponen, lo miraba

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embobado. Sabatini sonreía concara de haber descubierto un mundonuevo.

Alexander les recordó que ellosdos, por ser psicólogos, tenían queentenderlo fácilmente; Jung habíahablado del tema muchas veces,aportando las nociones deinconsciente colectivo ysincronismo. Elortis le contestó queJung nunca fue su especialidad, ySabatini asintió para dar a entenderque tampoco era la suya. Gran

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decepción para Ponen, que habíahecho una pausa en su discurso pararetomar fuerzas. Resulta que loscientíficos ya habían comprobadolo del campo morfogenético con laayuda de una oruga a la que lecortaron uno de los segmentos delcuerpo para injertarlo en el de otrapara obtener como resultado unamariposa, aunque con la antena enel ala en vez de en la cabeza, porejemplo.

Y también estaba, por otro lado,

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el señor Bell y su teorema quehabía venido a proponer que lafísica cuántica no pegaba con lasvariables ocultas de los elementos.La paradoja de Einstein, Podolwskyy Rosen (no sé si importa, perorecordé que Augustiniano llevabaen esa época un pin-up de fondoamarillo con la cara blanca deEinstein), la influencia que podíatener una partícula sobre otra en elmomento de ser observada que lecambiaba instantáneamente la

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dirección, lo había hecho salir aBell con el teorema que lleva sunombre, que para Ponen era un hitoen la ciencia que abrió las puertas auna nueva interpretación de larelación de los elementos deluniverso.

John Bell, un físico irlándes quesegún Ponen había estado presenteen una conferencia que dictó elMaharishi en 1978 y que tomabapuntualmente su té de verbena a lascuatro de la tarde (vendría a ser té

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de cedrón, según Elortis, quetambién se anotó mentalmente alrecordar este detalle conseguirlo enla tienda de los chinos), dejó enclaro que debíamos elegir entre lamecánica cuántica o el enlacesubcuántico oculto que conectaba apartículas distantes y las hacíacambiar de dirección cuando dospersonas, que sabían que estabanhaciendo lo mismo, las estabanobservando en un experimento, porejemplo, porque una de las bases de

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la mecánica cuántica es justamentela teoría de la relatividad quepostula que nada puede ir másrápido que la luz (Ponen habíadicho transferencia supralumínicade información).

Por lo tanto para Ponen la teoríade Einstein era una errata a la quehabía que tenerle respeto, claro yese respeto era el teorema de Bell,un hombre respetuoso este Bell,decía riéndose. En fin, habíainvestigado todo eso gracias a la

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Banisteriosis caapi, esa mezcla dejugos selváticos de color rojizoocre que, a la vez, lo habíaconvertido en una persona desentimientos compasivos, eliminósu ansiedad y potenció sucreatividad para la recepción de lasartes.

A Elortis le molestaba un pocoque Ponen hablara como unpublicista de dietética, sería por losaños de trabajo marketinero en ladiscográfica. Alexander les advirtió

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que no se atrevieran con los hongos,que producen visiones conimágenes más difusas y menosbrillantes. Elortis, que ya se lehabía subido el ron en la cabezahacía rato, comentó que esoconfirmaba su teoría de que losanimales eran más sosegados engeneral que los hombres porqueconectaban, le pidió permiso aPonen para usar su propiaexpresión, con una sabiduríaesencial, y agregó que por eso los

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perros buscaban determinadasmatitas en el pasto; de ahora en máspara él eran parásitos conpropiedades alucinógenas quemantenían las formas y lasconductas nobles de los animales.

Entonces se acordó del monoAlbarracín, chillando y dándose lacabeza contra las rejas de la juala,y también se permitió pensar queese comportamiento salvaje eradebido al cambio de hábitat,palabra demasiado generosa para

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describir al entorno que lo rodeabaen el departamento. Ponen lomiraba serio, mientras pensabaseguramente en otras cosas paraafianzar sus teorías, y Elortis seatrevió a confesar que, más allá delos chamanes, los campos mórficosy la teoría de Bell, él creía que,simplemente, la generación actualhabía absorbido algunasexperiencias reveladoras del siglopasado, y que la música habíaacompañado un renacimiento de los

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sentidos. Por lo tanto, ya no hacíanfalta las glándulas de los pobressapos (tal vez nunca hizo falta, secorregía ahora Elortis) ni la tinturade los caracoles, o las lianas de laselva, para mirar de reojoalrededor con los ojos cerrados.Mientras tanto el productor rubiointercambiaba algunas palabras envoz baja con Ponen, mientrasSabatini lo miraba mediosorprendido a Elortis por suconclusión.

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De repente, decidieron que iríanen la combi del productor de laradio a la playa a probar unapócima que Ponen tenía en lamochila de hilo. Elortis hubierapreferido seguir tomando en otrobar, no sabía cómo escapar de lapropuesta de Ponen; Sabatini estabamuy entusiasmado con la iniciación.Elortis fue al baño, y cuando volvióya se habían ido. Salió a buscarlos.Ya estaban los tres a media cuadrade distancia; Sabatini les hablaba

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sin parar, había tomado demasiado.Estacionaron cerca de la playa,salieron de la combi, y Ponen sacóuna petaca con un líquido rojizo; lesadvirtió que, a pesar de que estabanal aire libre, en un lugar adecuado,habían tomado alcohol y no estabanlimpios como para aprovechar lasituación.

La intención era esperar ensilencio que la preparación hicieralo suyo, pero en vez de eso Sabatinile pidió a Ponen que le comentara a

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Elortis lo que había dicho mientrasestaba en el baño. Ponen se limitó asonreír. Sabatini comentó que paraPonen, Elortis había crecido en unafamilia muy represiva. ¡Para qué!;Elortis, que no compartía esaopinión (y menos mal que todavíano estaba enterado, decía, delposible pasado de Baldomero, si nola paranoia lo habría hechomaldecir a todos y volverse solopor la playa) dijo, de mala manera,que estaban equivocados, ¿de

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dónde sacaban eso? Después,Sabatini le dijo que tal vez Ponen lohabía notado tenso por Miranda; élpensaba que esa mujer nunca habíasido para él; eran diferentes. Ponenles pidió que no hablaran tanto, yque si no se llevaba bien con supareja —aunque Elortis ya se habíaseparado— se concentrara en eso,tal vez encontraba la respuesta a suproblema.

De más está decir que me dioganas de dejarlo a Elortis en medio

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de su experiencia con las drogasamazónicas, pero tenía la necesidadde quedarme, como si lasconfesiones más terrenales deElortis fueran el desengaño queestaba buscando para olvidarme deél —lo mismo me pasaba cuandome hablaba de la bailarina Sofía—.En realidad, quería quedarme y leersus palabras porque parecía quetenía algo importante quedecirme…

Se quedaron mirando un rato el

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mar callados y después, como lesdio frío, se guarecieron en lacombi. Sabatini y el productorrubio comentaron sus visiones,eufóricos; Ponen y Elortis sequedaron callados. Alexander latenía clara y no dijo nada. PeroElortis no había visto nada, sehabía mareado un poco y la boca sele había empastado. El productortuvo la gentileza de dejarlos en elhotel (cuyo nombre era un anagramade mi mail, aunque en aquel

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momento no pudiera saberlo, decíaElortis).

Mientras Sabatini se despedíade Ponen en el asiento posterior,con la combi estacionada en lapuerta del hotel, en esa calle quedaba al mar, Elortis creyó que veíamal pero vio que el cielo del marera de un negro compacto ybrillante; un sobrecogimiento loinundó, el negro se esparcía en elmar y bañaba la arena de la playa;escuchó que Sabatini cuchicheaba

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atrás con Ponen, asombrandoporque a Elortis se le habíaretardado el efecto. Él estabaesperando que apareciera elmonstruo de la laguna negra, quesaliera del mar, para acercarse a lacombi y arrastrarlos a todos haciael agua; pero no había otra cosamás que el cielo negro chorreante einfranqueable. Después de eseminuto eterno, se despidió,malhumorado, de Ponen y delproductor, que lo miraba como

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diciendo a éste que le pasa, y subióen el ascensor con Sabatini. En elpasillo de la habitación del hotel, ledijo a Sabatini que había hecho malen hablar de su vida privada condesconocidos, y le dejó en claroque no tenía derecho en meterse conMiranda, menos después de que sehiciera rogar tanto paraacompañarlo. Sabatini lo mandó acagar.

Entendieron que ahora síestaban peleados y al otro día

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desayunaron serios en la mismamesa, sin decir un palabra; porsuerte una periodista vino ahacerles una nota y dejaron de ladoel silencio por un rato. Su amistadhabía sufrido un nuevo traspié, estavez decisivo, decía Elortis.

En el encuentro literario enVilla Victoria respondieron de malagana las preguntas del escasopúblico. El cielo negro, sin nubes,decía Elortis, podía ser la falta deperspectiva que iba a tener su vida

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por un tiempo prolongado despuésde esa experiencia, o que en aquelmomento se negara a ser observadopor las imágenes que le llegaban yviera, a falta de espejos luminosos,al esqueleto del mundo en su máscruda realidad. No lo sabía, peroquería ahorrarme las deducciones.Nada peor que esconder lossignificados. Ahora le parecía queese día se había escapado.

En la combi lo tenían cercado,ya lo habían descubierto y habían

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seguido sus pasos, los que loquerían y lo conocían,representados por Sabatini, hasta elborde del océano. Su visiónsubrayaba lo que había pensadoaquel día. Que en nuestrageneración disfrutamos laexperiencia del redescubrimientoen la anterior de la experienciaenteogénica, es algo que se lleva enla sangre desde chicos, como todoslos monos ya saben pelar las papas,si había entendido bien las vagas

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teorías de Ponen. Los místicos eransiempre de derecha pero ahora,menos mal, ya no hablamos demisticismo, sino de la naturaleza,del problema de lo natural, o comome gustara llamarlo. Que le diera asus palabras el beneficio de laduda. Como si hiciera falta que lodigas, Elortis.

Recuerdo que se largó a lloverhacia el final de esa largaconversación. Parecía el fin delmundo. Le dije que él era un mago y

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que yo era una bruja, dos potenciascontrarias y enemigas. Ok, brujita.No hablamos durante una semana.Lo veía conectado pero no losaludaba; me irritaba que su orgullole impidiera iniciar unaconversación.

Cuando finalmente me saludó,al principio acordamos que iríamosa comer una hamburguesa en la horade almuerzo que me daban en eltrabajo, pero Elortis no parecía muyentusiasmado con la idea, tal vez

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prefería que nos viéramos en otromomento y lugar, y al finalterminamos posponiendo eseencuentro.

Con las cosas que pasan yo notenía ganas de encontrarme a lanoche con alguien que en realidadno conocía, y en una charla anteriorcuando se había tocado el tema lepropuse que nos podríamos ver conla condición de que estuvierapresente, por lo menos, una amigaen común. Se enojó; no entendía

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cómo le daba tantas vueltas.

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Capítulo 4

En ese tiempo rondaba por mibarrio, que era el mismo que el deElortis, un abusador serial quehabía violado a varias chicas.Augustiniano me dijo que anduvieracon cuidado. Un día mi papáapareció en mi casa con un regalo:un spray con gas paralizante. Igual,cuando dijimos lo de encontrarnosal mediodía, ya habían apresado alviolador. Y nunca se me pasó por la

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cabeza que pudiera ser Elortis…Decían que venía de otro barrio yque, después de seguirte por variascuadras, lograba su objetivo en elhall del edificio o al compartir elascensor con la víctima.

Por lo que me decía Elortis, élúltimamente permanecía encerradoen su departamento, y además erademasiado paranoico paraconvertirse en un victimario conmóviles sexuales. Espero que nuncasepa que relacioné con él este

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asunto policial.En una de las últimas

conversaciones me comentó que asu amigo Romualdo se le habíaocurrido un plan para sacarlo deldepartamento. Quería implementarun servicio de medición deradiaciones de microondas para losconsorcios de los edificios, a travésde un conocido suyo que trabajabaen la seguridad del Ministerio deEducación, en el palacio Pizzurno,donde guardaban, sin usar, la

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instrumentación necesaria para estetipo de emprendimiento. ComoRomualdo trabajaba full-timeadministrando sus peluquerías, loque Elortis tenía que hacer era salirpor las inmediaciones de sudepartamento con una libretita paraanotar la dirección de los edificiosque tenían esa antena gigante conforma de araña patona muerta en laterraza. Con esos datos, Romualdoredactaría las cartas que despuésentregarían a los consorcios de la

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zona. Así podrían armar unemprendimiento conjunto, comoElortis siempre había querido,ganar unos pesos, y de paso Elortispasearía y disfrutaría del sol quetanto le gustaba. Romualdo pensóen encomendarle el trabajo a suhermana, una solterona depresiva,que su familia internaba en unloquero cada tanto, pero le parecíamejor empezar con él. Elortis fingióque tomaba en serio la propuesta desu amigo. Pero para su asombro

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llegaría a cumplir con uno de losrecorridos.

El día anterior a la charlaregistrada venía de caminar, conlibretita anillada en mano, la calleVicente López hasta la Recoletapara hacer un relevamiento de losedificios que tenían esas antenas,que según algunos estudios eranpeligrosas para la salud. Mientrasobservaba uno de esas arañasmetálicas, se acordó de su padre; sicumplía con el trabajo del que lo

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habían acusado, debía dar unaimagen parecida a la de él ese díapor las calles, apretando el pasopara camuflarse entre la multitudcuando visitaba el edificio dondeentregaba sus relevamientos, por loque dio medio vuelta y desanduvoel trayecto hasta su edificio. Y ahíse quedó, sentado en su sillón, conuna taza de té en la mano, mirandolos árboles a través de la persianaamericana.

Su padre le decía a los demás

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psicólogos que se fueran a trabajarcon los arqueólogos si queríanentender algo del mundo en quevivimos. Y también estabainteresado en las excavaciones delGolfo de México. De algún modo,el encuentro con Ponen parecíaencajar en los planes deBaldomero, tal vez el viejo en elfondo quería que su hijo continuarala osada labor que habíacomenzado. Si Baldomero habíasido uno de los batidores, un soplón

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de la dictadura, como había dichoun profesor en la nota de un diario,no era su culpa. Estaba contentoporque mientras tomaba el té sehabía acordado de aquel día deverano con el sol radiante en el quesalió, como era costumbre despuésde merendar con la enanita, a ver elfondo largo y se lo encontró llenode unas plantitas con floresvioletas. Apenas se metió entre lasradichetas y los tomates para cortaruna de esas flores que lo atraían

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tanto apareció su tía abuela gritando¡tinta mía!, esa alerta siciliana ocalabresa irreproducible queescuchó tantas veces de las bocasde esta mujer y su abuela, y leordenó que se alejara de esos yuyospeliquerosos que crecían en sufondo. Eran amapolas y después deun tiempo, de tanto que susfamiliares las arrancaban paraexterminarlas, desaparecieron.

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Capítulo 5

Yo, entre la universidad, elgimnasio, las sesiones de reiki y elnuevo trabajo, mucho másdemandante que el primero, casi nopodía sentarme frente a lacomputadora, así que cada vezhablábamos menos: estábamosdesencontrados. Aunque tambiénsabía que trabajaba paraindependizarme, mudarme a vivirsola cuando pudiera y no tener que

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explicarle a mi madre adónde iba ycon quién. Mi papá se terminabaenterando de todo y después noparaba de preguntarme. Elortisparecía tener, o tomarse todo eltiempo del mundo, y cada vez queentraba al mensajero lo veíaconectado, generalmente en estadono disponible o ausente.

Pero un día me volvió a saludary me dijo que me esperaría a partirde las siete en un restaurante delbarrio. Yo me había conectado

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desde el centro de cómputos de lafacultad y de repente sentí lanecesidad de conocerlo. Pero envez de aceptar la invitación, le dijeque estaba con muchas cosas en lacabeza y que prefería verlo másadelante. Someone you will findme, cambié el subnick.

El sábado a la noche, mientrasyo estaba con un grupo de amigasen mi casa, Elortis volvió asaludarme y aproveché parapreguntarle si iba a salir. Como me

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dijo que pensaba quedarse en susillón mirando una película porqueRomualdo estaba con su ex, lepropuse que pasara un rato por esebar del subsuelo. Elortis sabíadonde quedaba, y aceptóinmediatamente.

El bar estaba repleto, las papasfritas y las pizzas iban de acá paraallá, las jarras rebosantes decerveza mojaban las mesas y elpiso, y las mozas no daban abasto.Traté de que nos sentáramos con

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mis amigas cerca de la puerta deentrada. Desde esa ubicación, veíaentrar a parejitas que iban de lamano, a grupos alegres de chicas ychicos, a extranjeros disfrazados dealgún deporte, por lo general rugbyo básquet, y también a algunos tiposgrandes, que bebían serios, yclaramente desentonaban con laonda del lugar, que se iba llenandomás. Elortis no aparecía. ¿Vendríacon algún otro amigo?

En un momento vi entrar a un

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hombre alto con camisa a cuadros,que trataba de darle seguridad a unamirada vidriosa perdida, unamirada que iba buscando de reojoalguna razón para detenerse. Mepareció que era él, que vio que yoestaba con mis amigas y eligióacercarse a la barra para ver si yolo iba a saludar. Como yo estabajusto enfrente, seguí hablando comosi nada con mis amigas mientrasveía cómo Elortis se ubicabadespués de que dos chicas se

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corrieran de la canilla de lacerveza, y se quedaba acodado,esperando que el mozo se leacercara. Entre las botellas de todotipo, detrás de la barra, había unespejo que me permitía observarlo.Realmente parecía más joven,aunque se notaría la diferencia entrenosotros, no era algo para hacerseproblema. Sus ojos se achinabanmientras miraba hacia los costadospara que no descubrieran que loincomodaba estar solo en un bar,

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como una vez me había dicho. Notocaba su cerveza. Unos chicos senos acercaron a hablarnos. Pormomentos, perdía de vista a Elortisporque más gente que entraba secruzaba hacia la barra. En unmomento me pareció entrever queél intercambiaba unas palabras conunas chicas que intentaban pedirleun trago al mozo. En la pantalla máscercana estaban pasando un partidode rugby. Los chicos no dejaban dehablarnos. Elortis miraba hacia el

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fondo del bar, como haciéndose eldesentendido. Después uno de loschicos se fue a la barra a pedirsealgo. Los otros se movieron, y metaparon la visión durante un rato.Pasé por atrás de Elortis cuando fuial baño. Las rodillas se medoblaron; me obligué a mirar elpiso, y atravesé como una luz elbar. Él me habrá visto por primeravez de cerca a través del espejo. Ala vuelta vi que se daba vueltacomo para tratar de detenerme, pero

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había varias personas que seinterponían entre nosotros; tuve quehacerme paso entre dos chicos paraencontrar el hueco que mepermitiría llegar hasta la mesa demis amigas, donde vi que unaseguía hablando con uno de loschicos, mientras que la otra sededicaba a contestar un mensaje porcelular. Me puse a hablar con ésa, yapareció Agos, que venía de la casadel novio. Repartió besos y dejó subufanda roja colgando de una de las

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sillas. Cuando levanté la mirada dicon la de Elortis, clavada en la míade lleno, y la desvié rápidamentehacia otro lado. Mi amiga noscontaba de un compañero de lafacultad que le gustaba, pero que nole daba bolilla cada vez que letiraba los galgos para ir a tomaralgo juntos. La otra parecía estarbastante interesada en la charla conel chico, también estudiaba parafonoaudiólogo como ella, y habíansufrido a los mismos profesores.

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Moví al cabeza para encontrar elhueco que me permitiría ver aElortis gracias al espejo, pero notéque otra vez estaba mirando haciael fondo del bar. Un grupo que seinterponía entre la barra y nuestramesa se movió y, de repente, Elortisvolvió la cara y nuestras miradas sevolvieron a encontrar por uninstante a través del espejo.Enseguida miró hacia otro lado,esta vez debía ser su turno deapartar la mirada, o se ve que

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estaría enojado porque lo habíacitado con la presencia de misamigas, o le habría molestado queyo apartara la mirada cuando suintención era que le dejara quieta enla suya la primera vez que decidiójuntar fuerzas para mirarme delleno. Otro grupo de chicas seinstaló delante de nosotras, y loperdí de vista. Cuando volví amirar al espejo detrás de la barra,surcado por el pobre barman quecorría de un lado para el otro, el

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lugar que había ocupado Elortisestaba vacío. Al rato, fui otra vezhacia el baño, esta vez con unamiga, pero no lo vi por ningúnlado. No nombramos aquel día enlas demás charlas que tuvimos.

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Fares, Adrián Gastón Buenos Aires,Argentina Escribe cuentos y relatoshace 11 años en el blog:http://www.elsabanon.wordpress.comMás información:http://www.corsofilms.comPremio Blood WindowInternacional por autor, escritor ydirector del largometraje fantásticoGualicho (Walichu, 2018)Seleccionado en el LaboratorioInternacional de Guión deColombia por Las órdenes.Seleccionado en Clínica de Obra

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Narrativa en el Centro CulturalRojas por Pablo De Santis.Creador, productor y Director dellargometraje premiado Mundotributo (2008)