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UNA NUEVA VERSIÓN ESPAÑOLA D E L A CARTA DE JAMAICA Francisco CUEVAS CANCINO F UE EN FEBRERO PASADO cuando mi amigo Pedro Grases me envió un ejemplar de la nueva edición de la Carta de Jamai- ca. Era la edición crítica publicada bajo los auspicios de la Presidencia de la República de Venezuela. Todo me hacía esperar la versión definitiva, y durante varios meses, saboreé de antemano el placer de sumergirme nuevamente en su estudio. Desde mis primeros pasos por el sendero bolivariano la Carta de Jamaica me ha servido de guía y de inspiración. El Libertador confrontaba allí el más sombrío de los hori- zontes; vencido y exiliado, triunfantes los españoles, ni una leve luz alegraba a la América. ¿Qué podía hacer un criollo derrotado y repudiado por las mismas castas a las que pre- tendía representar? Otros habrían llorado; en cambio Bolívar nos deja uno de sus extraordinarios documentos: la justifi- cación histórica de la batalla que había que dar —y darla inexorable e ininterrumpidamente— contra el destino; por- que la Carta que durante tantos años se conoció como diri- gida a un anónimo caballero de Jamaica, es la réplica genial de un hombre a quien el mundo pensante cíe entonces califi- caba con el denigrante epíteto de insurgente. Desde los primeros documentos que en sus balbuceos redactaron esas juntas que hablaban todavía en nombre de Fernando VII, encontramos explicaciones de nuestra Inde- pendencia. Pero quedaba por demostrar lo inicuo de la cerrazón en que nos había sumido el mundo occidental, y del porqué no había sido vengada la indignidad de la con- quista. En el mundo colonial de entonces tocaba a los hispa- noamericanos hablar como vengadores de razas aniquiladas 145

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U N A N U E V A VERSIÓN

ESPAÑOLA D E L A CARTA

DE JAMAICA

Francisco C U E V A S C A N C I N O

F U E E N F E B R E R O P A S A D O cuando m i amigo Pedro Grases me envió u n e jemplar de l a nueva edición de l a C a r t a de J a m a i ­ca. E r a l a edición crítica p u b l i c a d a bajo los auspicios de l a Pres idencia de l a R e p ú b l i c a de Venezuela . T o d o me hacía esperar l a versión d e f i n i t i v a , y durante varios meses, saboreé de antemano el placer de sumergirme nuevamente en su estudio.

Desde mis pr imeros pasos por el sendero b o l i v a r i a n o l a C a r t a de J a m a i c a me h a servido de guía y de inspiración. E l L i b e r t a d o r confrontaba allí el más sombrío de los h o r i ­zontes; venc ido y ex i l i ado , tr iunfantes los españoles, n i u n a leve luz alegraba a l a América. ¿Qué podía hacer u n c r i o l l o derrotado y r e p u d i a d o p o r las mismas castas a las que pre­tendía representar? Otros habrían l l o r a d o ; en cambio Bol ívar nos deja u n o de sus extraordinar ios documentos: l a jus t i f i ­cación histórica de l a ba ta l l a que había que dar —y d a r l a inexorable e i n i n t e r r u m p i d a m e n t e — contra e l destino; por­q u e la C a r t a que durante tantos años se conoció como d i r i ­g i d a a u n anónimo caballero de Jamaica , es l a réplica genia l de u n h o m b r e a q u i e n el m u n d o pensante cíe entonces ca l i f i ­caba con el denigrante epíteto de insurgente.

Desde los pr imeros documentos que en sus balbuceos redactaron esas juntas que h a b l a b a n todavía en n o m b r e de F e r n a n d o V I I , encontramos explicaciones de nuestra Inde­pendencia . P e r o quedaba p o r demostrar lo i n i c u o de l a cerrazón en que nos había s u m i d o el m u n d o occidental , y d e l porqué n o había sido vengada l a i n d i g n i d a d de l a con­quista . E n el m u n d o c o l o n i a l de entonces tocaba a los hispa­noamericanos h a b l a r como vengadores de razas aniqui ladas

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146 FRANCISCO CUEVAS CANOINO

y de civi l izaciones descabezadas por los conquistadores; y p o r el lo , desde Jamaica , g r i t a Bol ívar : " E s a nosotros, que const i tuimos esa especie i n t e r m e d i a entre ind ios y españoles, a quienes corresponde hacer l a independenc ia ; y l a hare­mos a pesar del abandono de u n a E u r o p a que se muestra indi ferente a nuestros sufr imientos , y que nuevamente per­m i t e que nos sacrif ique l a vie ja e insaciable serpiente que es España . "

E l estudio de l a C a r t a , que f ina lmente inicié con base en l a nueva edición, me de jó profundamente perple jo : l a prosa b o l i v a r i a n a mani f ies ta siempre e l genio de su autor, y su r i t m o ext raordinar io l o hal lamos a u n en escritos redac­tados a l a d i a b l a ; ese r i t m o me recuerda e l correr de u n tormentoso río, cuyo cauda l acrecientan m u l t i t u d de af luen­tes, cada cu a l coloreado p o r e l l i m o de las tierras que bañan, pero que sumados todos f o r m a n el caudal que constituye u n a de las grandes fuerzas de nuestra independencia . E l texto d e f i n i t i v o que ponía ante mis ojos l a Comisión E d i t o r a de los Escritos del L i b e r t a d o r no era ciertamente u n a de las violentas fuerzas de nuestra naturaleza; a cada párrafo ha l la ­b a yo frases que ofendían m i b o l i v a r i a n i s m o , y confusiones frecuentes que ocul taban u oscurecían e l pensamiento d e l L i b e r t a d o r . N o era cosa de corregir esta pa labra o soslayar a q u e l l a frase: todo el documento estaba empedrado de expre­siones infelices que no podía a t r i b u i r a l L i b e r t a d o r . V a l g a n algunos e jemplos:

la "emoción de gratitud" y la paupérr ima figura "ya hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas", del párrafo 6?;

los "campos" por lo que deben ser los Llanos, de aquel capi­tán que llegaba derrotado por Boves, en el 12?;

el "nada ahorran los españoles", del 13?, cuando se habla de sometimiento; el "deseo de bienestar" para Cuba y Puerto Rico, cuando Bolívar se refiere a su anhelo de libertad, en el 14?;

lo turbio y arrítmico del párrafo 17?, en esencia tan hermoso;

lo oscuro de la narrac ión histórica del 19?;

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el miembro de frase "un pueblo que se esmera por recobrar los derechos. . ." , preciosismo que aparece en el 21?, y que al igual del párrafo 50?, donde se trata del "gentil Quetzalcoatl" para señalar al pagano, me chocaban como impropios del Libertador; la oscuridad del párrafo 23?;

los tiempos del verbo, en pretérito en los párrafos 26? a 28'*, tan impropios de quien estaba en medio de la lucha por la independencia;

el "enajenamiento" de las provincias americanas de que ha­bla el párrafo 29?, y que carece de sentido, así como el "código" que supuestamente se aplicaba a la América Hispana;

la adición, en relación con las versiones inglesas, del miembro de frase que aparece en el párrafo 32?, y que no puede ser de Bolívar, pues éste se contó siempre entre los "ultras" de la independencia, y jamás aceptó que la iniciación de ella se debiera a la falta de "un gobierno legítimo, justo y liberal" en la Península;

los calificativos respecto a las instituciones representativas y su aplicabilidad a la América Española que aparece en el párrafo 34?;

la expresión "libertad imperio" que se encuentra en el párra­fo 38? y que se refiere a la expansión de la república romana;

la condicionalidad del destino de una Nueva Granada inde­pendiente, que aparece al final del párrafo 43?, incomprensible en quien había luchado como general granadino, y era ya ciu­dadano de esa nación:

la horrible confusión de ideas que prevalece en el párrafo 52?, y la expresión, igualmente horrenda, "la América está encon­trada entre sí", del 53?; la insistencia en la "prosperidad", párrafo 54? y otros, cuando Bolívar mismo acaba de señalar que quiere ver en América una gran nación, más por su liber­tad y gloria que por su extensión y riquezas.

E n suma, me encontraba frente a u n texto que psicoló­gica y estil ísticamente gr i taba que no podía ser e l dictado

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por el L i b e r t a d o r durante aquellas tórridas jornadas j a m a i ­quinas. ;

E n este estado de desconcierto, se me ocurrió estudiar a fondo el borrador de l a traducción inglesa que se h a l l a en los A r c h i v o s de Bogotá, y que l a edición que comento p u b l i ­ca íntegramente y en facsímil. N o hay l a menor d u d a dé l a autent ic idad de l borrador , en tanto no se conoce e l o r i g i n a l castellano, n i existe copia directa de él.

E l texto inglés acusaba u n a p r i m e r a característica b i e n extraña por c ierto: en tanto los d o c u m e n t o s castellanos tra­ducidos a l inglés se abrevian en u n 20%, esta versión era u n poco más extensa que. la. española. Y l a r iqueza de adje­tivos —tan propios de l a prosa b o l i v a r i a n a — era más a b u n ­dante en inglés. A l estudiar la en detalle, tuve que l legar, ineluctablemente, a l a conclusión de que con todas sus l i m i ­taciones, correcciones y defectos, l a versión inglesa me acercaba más a Bol ívar que l a española.

L a cuestión siguiente se imponía por sí sola: ¿Qué base hay para considerar l a versión española como l a or ig inal? N i n g u n a , en efecto. Dejemos a u n lado el j u i c i o ele L e c u n a , dudoso por tratarse de cuestiones de estilo l i terar io , y ade­más contradicho por B l a n c o F o m b o n a , q u i e n anotó que el estilo de l a C a r t a de J a m a d a era magnífica sólo a trechos. E l hecho innegable es que n i n g u n o de los grandes c o m p i ­ladores bolivaríanos aseveró haber tenido el o r i g i n a l a l a vista. Es más, O ' L e a r y —sin d u d a q u i e n más conocía e l i n ­glés— afirmó expresamente haber la " c o p i a d o de u n D i a r i o de K i n g s t o n " . (Narración, capítulo X I V . )

Pero se nos dirá : si es traducción ¿cómo es que todas las compilac iones r e p r o d u c e n u n documento sustancialménte igual? R e s u l t a evidente que todas r e i m p r i m e n , con peque­ñas variantes, l a versión p r i m e r a , l a ele Yanes -Mendoza ; pero esto n o le otorga autent ic idad. ¿Y el test imonio de O 'Leary? P o r q u e también p u b l i c a e l texto de Yanes -Mendoza . A u n q u e yo lo interpreto de m o d o diametra lmente opuesto a l a tradición, es decir , que fue O ' L e a r y hi jo , como edi tor de las " M e m o r i a s " , q u i e n en 1883 incluyó el texto de Yanes^

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M e n d o z a plenamente consciente de que se trataba de una traducción, y a para entonces m u y conocida.

A todas luces parece que l a versión prístina, es decir, l a que sirvió para l a versión española, es l a inglesa. ¿Cómo e x p l i c a de otro m o d o que sea l a traducción inglesa más r ica y más c lara que el documento español? ¿Cómo just i f icar que sea e l español, y no el inglés, e l que muestre con frecuencia u n texto s impl i f icado? P o r q u e si l a versión española fuera l a o r i g i n a l , esta sencillez sería inexpl i cab le , p o r lo barroco de l a personal idad ele Bolívar y por l a n a t u r a l r i q u e z a ele su lenguaje . Además, en ningún caso las oscuridades de l texto inglés las aclara el español, antes por lo contrar io : las com­p l i c a , con frecuentes huellas de u n a traducción apresurada (párrafos 17-, 36?, 52- y 53?, p o r e j e m p l o ) ; en cuanto a los

agregados que encontramos en e l texto español, o son inne­cesarios, o b i e n muestran u n a elaboración posterior que los hace sospechosos: l a adición sobre C h i l e en e l párrafo 9?, demasiado apegada a l texto de l párrafo 45 t ?; y l a referente a l a n u e v a capi ta l de l a G r a n C o l o m b i a (43?), que contra­d ice e l tenor de l a frase inglesa, y de l a c u a l Bol ívar n u n c a elijo nada , n i antes n i después de 1815. T a m p o c o creo que p u e d a ponerse en d u d a que ciertas supresiones, como l a del párrafo 32 9 y la que sigue a l párrafo 51?, son posteriores a 1818.

S i l a hipótesis que adelanto es exacta, e l resultado habría de jus t i f i car la , es decir, u n a traducción d e l inglés, más ajus­tada a su texto que l a t rad ic iona l , ofrecería u n a versión cas­te l l ana c lara y elegante, acorde c o n e l r i t m o de l a prosa, y sobre todo con l a p r o f u n d i d a d y r i q u e z a d e l pensamiento de Bol ívar . Es esta traducción l a que ahora ofrezco. M e parece que u n a de sus pr inc ipales cualielades estriba en su m a y o r i n t i m i d a d : es más carta y menos manif ies to que l a que conocíamos. ¿Y por qué n o hab ía de serlo? E l genio de Bol ívar tuvo, entre otras características, l a de hacer suma­mente b i e n l o que tenía valor t rans i tor io ; y a l resolver ge­n i a l m e n t e lo part icular , lo dotaba de u n va lor universal . N u n c a publ icó Bol ívar l a C a r t a de J a m a i c a ; las ediciones inglesas de 1818 y de 1825 n o nos presentan u n manif iesto ;

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¿por qué hemos de desvirtuar su o r i g i n a l grandeza? A menos que se nos q u i e r a hacer creer, también, que las cartas de Bol ívar a O l m e d o fueron escritas como u n manif iesto a l Parnaso.

P o r úl t imo, hue lga decir que he confrontado m i trasla­ción con l a que todos conocemos; he evitado además cam­bios puramente estilísticos. Estoy seguro de que esta traduc­ción n o es l a carta que dictó Bol ívar ; pero estoy igualmente convencido de que si acaso el o r i g i n a l l legara a l g u n a vez a encontrarse, más se le acercará esta versión que l a p u b l i c a d a por Yanes-Mendoza .

C A R I A D E J A M A I C A

(Nueva versión al castellano de la traduc­ción al inglés de una carta del general Simón Bolívar al caballero Henry Cullen, publicada por primera vez en 1818, y conocida bajo el título de "Contestación de un Americano Me­ridional a un Cabalero de esta Isla".)

K i n g s t o n , Jamaica, 6 ele septiembre de 1815.

T e n g o ahora e l h o n o r de contestar su carta d e l 29 del mes pasado, que me fue r e m i t i d a por e l señor M a c c o m b , y que recibí con l a mayor satisfacción.

Sensible a l interés que h a q u e r i d o tomar en el destino de m i patr ia , agradezco profundamente l a preocupación que usted expresa ante las desgracias con que h a s ido o p r i m i d a por sus destructores los españoles, desde su descubrimiento hasta el presente. N o soy menos sensible a l afán de sus solí­citas preguntas, relativas a los acontecimientos más i m p o r t a n ­tes que p u e d e n o c u r r i r en l a h is tor ia de u n a nación, aunque me encuentro en u n estado de perple j idad , en u n confl icto entre m i deseo de merecer l a b u e n a opinión con l a que me favorece y l a aprensión de que puedo fracasar en m i empeño, tanto por l a fal ta de documentos y l ibros necesarios, como

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p o r los l imitados conocimientos que poseo de u n país tan i n m e n s o , var iado y desconocido como l a América.

E n m i opinión es i m p o s i b l e responder a todas las pre­guntas que me h a d i r i g i d o . E l m i s m o barón de H u m b o l d t , c o n su universa l idad de conocimientos teóricos y prácticos, apenas lo har ía con exact i tud; porque si b i e n u n a parte de los datos estadísticos y algunos sucesos de l a revolución son conocidos, puedo f i rmemente declarar que los acontecimien­tos más importantes h a n quedado oscurecidos, como rodea­dos de tinieblas, y sobre ellos, en consecuencia, sólo se pue­d e n ofrecer las conjeturas más inciertas e imperfectas.

Ocioso parecería también determinar e l destino y los verdaderos propósitos de los americanos, porque las caracte­rísticas geográficas de su nación, las vicisitudes de l a guerra y las directivas de l a política, tanto l a p r o p i a como l a euro­pea, d u p l i c a n las probables combinaciones que nos depara l a h i s tor ia de las naciones.

C o m o me conceptúo ob l igado a prestar toda m i atención a su m u y apreciable carta, deb ido a sus dist inguidas y f i l a n ­trópicas miras, me a n i m o a d i r i g i r l e estas líneas, en las cua­les, si b i e n n o hallará i lustración a l g u n a para esa l u m i n o s a averiguación en que desea iniciarse, a l menos recibirá mis más sinceros pensamientos y mis vehementes anhelos.

" T r e s siglos h a n t ranscurr ido —dice usted— desde que empezaron las barbaridades que los españoles cometieron c o n t r a los naturales de l a A m é r i c a " ; barbaridades q u e la e d a d presente se h a rehusado a creer, considerándolas fabu­losas, pues parecen traspasar los límites de l a depravación h u m a n a ; y jamás h u b i e r a n sido creídas por modernos críti­cos si repetidos y constantes documentos n o conf i rmaran estas infaustas verdades. E l f i lantrópico obispo de C h i a p a , el apóstol de las Indias, L a s Casas, h a dejado a l a posteridad u n a breve narración ele ellas, extractada de las sumarias ins t ruidas en Sevi l la contra los conquistadores y atestigua­das por cuanta persona de consideración y respeto había entonces en América, y a u n por los secretos procesos que los propios tiranos se h i c i e r o n entre sí, ta l como lo a f i r m a n los más celebres historiadores de aquel t iempo. E n u n a pa-

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labra , todas las personas imparciales h a n reconocido el celo, v e r d a d y v i r t u d que desplegó ese amigo de l a h u m a n i d a d , q u i e n c o n el mayor arrojo e intrepidez , ante su p r o p i o g o b i e r n o y ante sus contemporáneos, condenó esos horribles crímenes, cometidos bajo l a i n f l u e n c i a de u n sanguinario frenesí. N a d a le diré de los escritores ingleses, franceses, i ta­l ianos y alemanes que h a n tratado de l a América, pues s in eluda está usted suficientemente f a m i l i a r i z a d o con ellos.

C o n cuánta gra t i tud recorro ese párrafo de su carta don-ele me manif iesta " l a esperanza de que e l mismo éxito que entonces siguió a las armas españolas, acompañara ahora las de sus contrarios, los o p r i m i d o s hi jos de l a América d e l S u r " . Y o recibo esta m e r i t o r i a expectat iva como u n presagio favorable . Es l a just ic ia l a que decide los conflictos h u m a ­nos, v e l éxito coronará nuestros esfuerzos. 1 N o lo duele usted: e l destino de América está f i j ado irrevocablemente. L a opin ión que antes ar t i cu laba las diversas porciones de a q u e l l a inmensa monarquía , era su única fuerza. L o que antes las unía, ahora las d i v i d e . Más vasto es nuestro o d i o a l a Península que el océano que l a separa de nosotros, y menos difícil es j u n t a r los dos continentes que conci l iar las dos naciones.

L o s hábitos ele obediencia a las autoridades constituidas, u n comerc io de intereses y de luces, u n a c o m u n i d a d de re l i ­gión, u n a benevolencia recíproca, u n a t ierna so l i c i tud por l a c u n a y l a g l o r i a de nuestros antepasados; en f i n , todas nuestras esperanzas, todos nuestros anhelos se centraban en España . D e todo esto emanaba u n p r i n c i p i o de f i d e l i d a d q u e parecía eterno, aunque l a m a l a conducta de nuestros adminis t radores rela jaba este sent imiento de leal tad a los p r i n c i p i o s de gobierno, y los t ransformaba en u n a forzada adhesión que imperiosamente nos d o m i n a b a . A h o r a es a l a inversa, pues esta monstruosa y desnatural izada madrastra ríos amenaza con l a muerte y el deshonor, y nos corresponde

i Lo condicionado de la creencia en la justicia por parte del Libertador es error del traductor; lo hago afirmativo, por pedirlo las frases subsiguientes.

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c o n todo cuanto es agravioso y h u m i l l a n t e , Pero el velo por f i n se ha rasgado; a u n cuando l a España quiso mantenernos e n l a oscur idad y a hemos visto l a luz . H e m o s roto nuestras cadenas; ya somos l ibres y nuestros enemigos pretenden q u e volvamos a l a esclavitud. A h o r a combatimos por nuestra l i b e r t a d con despecho, y r a r a vez ocurre que u n a l u c h a deses­perada no arrastre tras de sí l a v ic tor ia .

P o r q u e nuestros éxitos h a n sido parciales y. alternados, ¿hemos acaso de desconfiar de nuesta fortuna? E n algunas partes nuestros l ibertadores t r i u n f a n , mientras en otras los t iranos conservan sus ventajas. Pero el resultado, ¿cuál es? E l confl icto , ¿no sigue en l a balanza?, ¿no vemos a todo este N u e v o M u n d o en m o v i m i e n t o , armado para defendernos? Echemos u n a ojeada a nuestro alrededor y veremos cómo u n a l u c h a simultánea cubre toda la superficie de este i n ­menso hemisferio.

L a belicosa disposición de las provincias de l R í o de l a P l a t a ha purgado ese terr i tor io , y sus armas victoriosas pe­n e t r a n a l Perú, conmueven a A r e q u i p a y s iembran la a la rma entre los realistas de L i m a . Cas i u n millón de habitantes goza de su l i b e r t a d en esta región.

S i n d u d a e l más sumiso, con su millón y medio de h a b i ­tantes, es el V i r r e i n a t o d e l Perú; y en favor de l a causa rea l se le h a n arrancado los mayores sacrificios. A pesar de que son varias las relaciones concernientes a esa hermosa porción de l a América, se sabe que dista m u c h o de estar t r a n q u i l a , y n o será capaz de detener ese irresistible torrente que amaga a las más de sus provincias .

L a N u e v a G r a n a d a , que puede considerarse e l corazón de Sudamérica, obedece a su p r o p i o gobierno general, excep­tuando el r e i n o de Q u i t o , cuya población contiene sus ene­migos con d i f i c u l t a d , p o r q u e tiene u n a marcada preferencia p o r l a causa de su pa t r ia ; y las provincias de Panamá y de Santa M a r t a , que soportan, n o s in descontento, l a t iranía de sus amos. A través de todo este terr i tor io están esparcidos dos mi l lones y m e d i o de habitantes que lo def ienden contra e l e jército español m a n d a d o por e l general M o r i l l o , q u i e n probablemente será a n i q u i l a d o frente a l a i n e x p u g n a b l e

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plaza de Cartagena. Pero, de someterla, será a costa de tan inmensas pérdidas, que hallará e l resto de su fuerza insuf i ­ciente p a r a sojuzgar a los virtuosos y valientes habitantes de l in te r ior .

L o s desastres de l a heroica pero desdichada Venezuela h a n sido tan numerosos y h a n o c u r r i d o con tan vert iginosa rapidez que, a pesar de haber s ido u n a de esas hermosas provincias que constituían el o r g u l l o de América, está ahora casi r e d u c i d a a u n a absoluta miser ia y a u n a lóbrega sole­d a d . Sus tiranos gob iernan u n desierto, y sólo pueden o p r i ­m i r a los contados i n d i v i d u o s que, habiendo b u r l a d o l a muerte, arrastran u n a precaria existencia; unas pocas muje­res, algunos niños y ancianos, es tocio cuanto queda. P o r evitar l a esclavitud, l a inmensa mayoría de sus varones h a perecido, y los supervivientes combaten con furor en los L l a n o s y en las ciudades de l in ter ior , decididos a m o r i r o a prec ip i tar al mar a sus implacables enemigos, cuyos san­grientos crímenes los hacen dignos r ivales de los primeros monstruos que e x t e r m i n a r o n l a p r i m i t i v a raza ele América. A Venezue la se le atr ibuía casi u n mil lón de habitantes, y con toda veracidad puede afirmarse que u n a cuarta parte h a sido sacrif icada por los terremotos, por l a guerra, e l ham­bre, l a peste y las migraciones ; estas causas, con excepción de l a p r i m e r a , son todas efectos de l a guerra .

Según el barón de H u m b o l d t , en 1808 había en l a N u e v a España, c o n inclusión de G u a t e m a l a , 7 800 000 almas. Desde aque l la época, s i n embargo, las insurrecciones que h a n agi­tado a casi todas sus provincias h a n d i s m i n u i d o sensible­mente ese cómputo que se consideraba exacto, pues como puede usted c o m p r o b a r l o en l a exposición del señor W a l t o n , cuya o b r a describe con f i d e l i d a d los sangrientos crímenes cometidos en aquel o p u l e n t o i m p e r i o , más ele u n millón de hombres h a perecido. A fuerza de sacrificios, humanos y ele toda especie, l a t remenda l u c h a se mant iene ; los españo­les a nadie p e r d o n a n con tal ele subyugar a aquellos cuya desgracia es l a de haber nac ido en ese suelo, a l que conde­n a n a ser i n u n d a d o c o n l a sangre de sus propios hijos. Pero a pesar de todo México será l ibre , p o r q u e sus hijos, deter-

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m i n a d o s a vengar l a suerte de sus padres o a seguirlos a l a t u m b a , h a n abrazado l a causa pat r ia ; y con R a y n a l d icen q u e a l f i n llegó el t iempo de pagar a los españoles suplicios c o n supl ic ios , y de ahogar a esa raza de exterminadores en s u sangre o en el m a r . 2

M u y poca d i f i c u l t a d t ienen los españoles en conservar las islas de C u b a y Puer to R i c o , cuya población, que en c o n j u n t o l lega a 700 u 800 000 almas, n o está en contacto i n m e d i a t o c o n los independientes . Pero, ¿acaso n o son ame­ricanos?, ¿no son vejados?, ¿es que no desean su emancipación?

Este p a n o r a m a abarca u n a escena m i l i t a r de dos m i l le­guas de l o n g i t u d , y en su mayor ancho, de 900 leguas de extensión, en l a cual , defendiendo sus derechos o doblegán­dose bajo l a opresión de l a nación española, se encuentran dieciséis mi l lones de americanos. Si España antes poseía el más vasto i m p e r i o de l universo, ahora es impotente para d o m i n a r e l N u e v o M u n d o , e inc luso incapaz de mantenerse e n e l A n t i g u o . Y E u r o p a , esa región de l m u n d o tan c i v i l i ­zada, comerciante y amiga de l a l iber tad , ¿permitirá acaso q u e u n a vie ja serpiente, con e l propósito de satisfacer su depravado y perverso apetito, arruine y destruya l a más be l la porción d e l globo? ¡Qué! ¿Está E u r o p a sorda a l l l a m a d o de su p r o p i o interés? ¿Está ciega, que n o puede discernir l a justicia? ¿Se ha vuelto insensible a toda compasión? M i e n t r a s más r e f l e x i o n o sobre estas cuestiones más me desconcierto; casi p r i n c i p i o a creer que su propósito es a n i q u i l a r a l a América . Pero esto es impos ib le , porque l a E u r o p a no es l a España. ¡ Q u é demencia l a de nuestra enemiga! Pretender reconquistarnos s in m a r i n a , s in finanzas y casi s in soldados; pues su e jérci to es apenas suficiente para mantener a sus propios subditos en u n a forzada obedienc ia y para defen­d e r l a de sus vecinos. Además, u n a nación como l a España, s i n manufacturas , s in producción p r o p i a , s i n artes, ciencias, o s i q u i e r a u n a polít ica m e r c a n t i l , 3 ¿puede acaso m o n o p o l i -

2 He incluido la frase final porque hay una llamada en la versión inglesa a un pliego de correcciones que se ha perdido.

3 E l calificativo "mercantil" a la "política" parece indispensable.

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zar el comercio de l a m i t a d d e l mundo? Pero supongamos que tenga éxi to en su arrebatada empresa; supongamos^ i n ­cluso, que obtenga u n a reconcil iación: ¿acaso nuestra poste­r i d a d , a u n u n i d a a l a de los europeos reconqinstadores, n o formará en veinte años esos mismos designios, g landes y pa­trióticos, p o r los que hoy día combatimos?

Si l a E u r o p a disuade a l a España de su obst inada teme­r i d a d , i n d u d a b l e m e n t e que le conferirá u n gran benef ic io ; cuando menos, le evitará e l desembolso de sus rentas y le impedirá e l derramamiento de su sangre. España podrá en­tonces f i jar su atención en ocupaciones loables y legítimas, y c imentar su prosper idad y poder sobre fundamentos más d u ­raderos que los de conquistas siempre inciertas, de u n co­mercio s iempre precario, y de exacciones siempre violentas, pues se hacen a u n pueblo remoto, host i l y poderoso. L a misma E u r o p a , fundándose en u n p r i n c i p i o de sapiencia y sagacidad, debería haber preparado y ejecutado el g r a n pro­yecto de l a independenc ia americana, no sólo porque lo exige e l e q u i l i b r i o de poder entré las naciones, s ino p o r q u e habría s ido el método más legítimo y seguro de a d q u i r i r fuentes u l t ramar inas para su comercio. L i b r e como está de las opuestas pasiones de venganza, ambición y codic ia que caracterizan a España, y autor izada por todos los p r i n c i p i o s de l a e q u i d a d , le corresponde a E u r o p a expl icar le sus ver­daderos intereses.

C o m o todos los escritores que h a n tratado este tema con-cuerdan con esta opinión, evidentemente esperábamos que todas las naciones i lustradas se adelantaran a secundarnos en l a obtención de esas ventajas mutuamente benéficas a entrambos hemisferios. ¡Cuan decepcionados hemos quedado! P o r q u e no sólo los europeos, s ino a u n nuestros hermanos los norteamericanos, h a n sido espectadores indiferentes de esta g r a n cont ienda que por l a pureza de sus mot ivos y los grandes resultados que persigue, es l a más impor tante de cuantas se h a n sucedido en los tiempos antiguos y en los modernos; porque , ¿cómo calcular l a trascendencia de la l iber tad en e l hemisfer io de Colón?

" L a i n f a m i a —como usted señala— con la que Bonapar te

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e n t r a m p ó a Carlos I V y a F e r n a n d o V I I , reyes de esa nación q u e hace tres siglos apresó tra idoramente a dos monarcas americanos, es concluyeme e jemplo de l a retr ibución d i v i n a , y a l m i s m o t iempo, u n a prueba de que e l cielo favorece l a j u s t a causa de los colonos, y de que D i o s nos concederá n u e s t r a i n d e p e n d e n c i a . "

D e lo anter ior parecería que alude usted a Moctezuma, rey de México , preso y muerto por Cortés, según nos dice H e r r e r a , a u n q u e Solís a f i r m a que por e l p u e b l o ; y también a A t a h u a l p a , I n c a de l Perú, destruido por Francisco P izarro y p o r D i e g o A l m a g r o . L a di ferenc ia que separa l a suerte de los reyes españoles y los americanos es tan grande que no a d m i t e comparación; aquéllos son tratados con d i g n i d a d , preservados y a l f i n restaurados a su l iber tad , y Fernando a l T r o n o ; en cambio, éstos sufren inaudi tos tormentos y padecen los v i l ipendios más vergonzosos. S i Cuauhtémoc, su­cesor de M o c t e z u m a , fue h o n r a d o con el ceremonia l real y e l c o p i l l i o corona colocada sobre su cabeza, fue por mot ivo de escarnio y n o de respeto, a f i n de que recordara su pasada grandeza antes de verse sometido a l a tor tura . L a muerte de l rey de Michoacán, C a l z o n t z i n , d e l Z i p a de Bogotá, y de todos los príncipes, nobles y dignatarios i n d i o s que se opusieron a l poder español fue semejante a l de este desgraciado mo­narca . E l caso de F e r n a n d o V I I más se parece a lo que ocurr ió en C h i l e en 1535, cuando el U l m é n ele Copiapó g o b e r n a b a aque l terr i tor io . E l español A l m a g r o , tal cual lo h i z o Bonapar te , pretextó defender l a causa de l legítimo so­berano, y en consecuencia lo t i ldó de usurpador , como le sucedió a F e r n a n d o en España; aparentó res t i tu ir a i legítimo m o n a r c a a sus estados, y terminó encadenando y quemando a l i n f e l i z Ulmén, s in escuchar s i q u i e r a su defensa. Pero si e n e l e jemplo de F e r n a n d o V I I c o n su usurpador e l monarca europeo meramente sufre el destierro, en cambio l a suerte clel c h i l e n o tiene u n trágico f i n .

" D u r a n t e los pasados meses —me dice usted— he ref lexio­n a d o sobre l a situación de los americanos y sobre sus espe­ranzas p a r a e l fu turo . T o m o u n g r a n interés en sus tr iunfos, p e r o tengo pocos informes sobre su estado actual , o sobre

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aquel a l c u a l aspiran. T e n g o inmensos deseos de conocer la población de cada provinc ia , así como su polít ica; saber si anhelan repúblicas o monarquías —o b i e n , si formarán u n a gran repúbl ica o u n a gran monarquía . Est imaré como u n favor m u y par t i cu lar todas las noticias de esta especie qué pueda dispensarme, o b i e n señalarme las fuentes donde las pueda obtener . "

L a s mentes generosas se interesan siempre en e l destino de u n p u e b l o que l u c h a por los derechos que D i o s y l a na­turaleza le h a n dado, y sólo e l que h a sido a l u c i n a d o por sus pre juic ios y sus pasiones puede mostrarse insensible a esta t i e rna emoción. Us ted h a pensado en m i pa t r ia y se muestra angustiado por e l la . Este c o r d i a l interés l o hace acreedor a m i apasionada gra t i tud .

Y a he señalado cuál es l a población, ta l como se colige de los varios datos que se nos suminis t ran , pero que por m i l razones n o p u e d e n ser exactos; casi todos los habitantes tie­n e n moradas campestres, y como peones, cazadores y pasto­res, v a n con frecuencia errantes; escondidos en m e d i o de selvas densas a l a par que inmensas, y esparcidos en los gran­des L l a n o s , aislados por extensos lagos y caudalosos ríos, ¿quién podrá hacer u n a relación completa de su número en tales comarcas? Además, Tos tr ibutos que pagan los indí­genas, los sufr imientos de los esclavos, los impuestos, diezmos y servicios que pesan sobre los jornaleros, así como otros desastres, a r ro jan de sus hogares a los pobres americanos. Esto, s in re fer i rme a l a guerra de e x t e r m i n i o que ya ha segado u n octavo de l a población y h a dispersado a l a mayor parte; cuando l a tomamos en cuenta, las di f icul tades para llegar a u n a justa estimación de l a población y de los recursos son insuperables, y l a l is ta de contribuyentes estará r e d u c i d a a l a m i t a d de sus estimaciones iniciales .

Es aún más difícil va t i c inar cuál será l a suerte de l N u e v o M u n d o , establecer algunos pr inc ip ios sobre su constitución polít ica, y predecir l a naturaleza o clase de gobierno que f ina lmente adoptará. C u a l q u i e r conjetura re la t iva a l porve­n i r de esta nación me parece arriesgada y aventurada. D u ­rante sus periodos iniciales , cuando l a h u m a n i d a d se h a l l a b a

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o b n u b i l a d a por l a incer t idumbre , l a ignoranc ia y el error, ¿podía acaso haberse previsto el régimen que asumiría para s u preservación? ¿Quién habría osado af i rmar ta l nación será república, aquélla monarquía , ésa pequeña, l a otra grande? E n m i opinión, ésta es l a descr ipción de nuestro estado. Formamos, p o r así decir lo , u n pequeño género h u ­m a n o ; poseemos u n m u n d o aparte, cercado por diversos ma­res; extraños a casi todas las artes y las ciencias, aunque ya exper imentados en los hábitos comunes a todas las socieda­des civil izadas.

Cons idero que l a América, en su estado actual, se ase­m e j a a l I m p e r i o R o m a n o cuando fue derrocado; cada des­membrac ión formó por sí sola u n sistema político conforme a su situación e intereses, o b i e n siguió l a ambición part icu­l a r de algunos jefes, famil ias o corporaciones, con u n a notable d i f e r e n c i a : que las t r ibus dispersas restablecieron sus ant i ­guas costumbres alterándolas según lo exigían las circuns­tancias y los acontecimientos. M a s nosotros, que conservamos apenas u n vestigio de nuestro estado anterior, n o somos i n d i o s n i europeos, s ino u n a raza i n t e r m e d i a entre los abo­rígenes y" los usurpadores españoles; en suma, siendo ameri­canos por nac imiento y nuestros derechos los de E u r o p a , hemos de disputar y combat i r por estos intereses contrarios, y hemos de perseverar en nuestros anhelos, a pesar de l a oposición de nuestros invasores, lo cua l nos coloca en u n d i l e m a tan e x t r a o r d i n a r i o como compl icado . Es usar de l d o n de l a profecía o p i n a r sobre cuál será e l fundamento polí­t ico que l a América a l f i n adoptará. N o obstante, me atreveré a ofrecerle algunas conjeturas, que u n deseo i r r a c i o n a l 4

arb i t rar iamente me dicta , de jando a u n lado lo que l a razón m e i n d i c a como plaus ib le .

Desde hace siglos l a posición de los habitantes del hemis­fer io americano no tiene para le lo : sometidos a u n estado

4 Para que la frase tenga sentido, debemos aceptar que Bolívar ofrece a continuación sus "deseos irracionales", y no "deseos racionales" como opuestos a "raciocinios probables", lo que es mera tautología; la ex­plicación que aquí se ofrece la confirma el final del párrafo 35?.

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i n f e r i o r a u n a l de l a esclavitud, tuvimos las mayores d i f i c u l ­tades para elevarnos a l goce de l a l iber tad . Permítame ex­p layarme en algunas consideraciones como medio de i lustrar e l tema. Las naciones son esclavas por l a naturaleza de su constitución o por e l abuso de e l la ; pero u n pueblo es escla­vo cuando el gobierno, por su esencia o por sus vicios, o p r i m e , h u e l l a y usurpa los derechos de sus c iudadanos o subditos. S i aplicamos estos pr inc ip ios , hal laremos que la América no sólo h a sido p r i v a d a de su l iber tad , sino tam­bién de l a tiranía activa, o sea de su posesión. 5 M e e x p l i ­caré. E n los gobiernos absolutos l a a u t o r i d a d de los f u n ­c ionar ios públicos n o tiene l ímites: l a ley suprema reside en l a v o l u n t a d de l G r a n Sultán, d e l K h a n , de l Dey y de otros soberanos despóticos, y arbi t rar iamente l a l l e v a n a efecto los bajaes, sátrapas y gobernadores subalternos de Persia y de T u r q u í a , donde se h a organizado u n completo sistema de opresión, a l que se somete e l pueblo en razón de l a autori ­d a d de l a cual emana. A estos oficiales subalternos se les confía l a administración c i v i l , m i l i t a r y política, e l cobro de impuestos y l a protección de l a religión. Pero, después de todo, son persas los jefes de Ispal ian, turcos los vizires de l G r a n Señor, y tártaros los K h a n e s de l a T a r t a r i a . E n l a C h i n a n o m a n d a n buscar a sus mandarines , mil i tares y le­trados a l país de Gengis K h a n que l a conquistó, no obstante que l a raza actual de los chinos es descendiente directa de aquellas tr ibus a las que subyugaran los antecesores de los actuales tártaros.

M u y dis t into es entre nosotros: se nos veja con u n go­b i e r n o que además de pr ivarnos de esos derechos que son nuestros, nos deja en u n a especie de i n f a n c i a permanente en todo cuanto se re lac iona con los negocios públicos. Es por esta razón por l a que a f i r m o que estamos privados de l a

5 En los borradores en inglés encontramos estos dos textos: "Active Tyranny andjox dominión"; la traducción de Yanes-Mendoza es: "Tiranía activa y dominante"; el Discurso ante el Congreso de Angostura, que quizá corrige el texto de 1815, habla de "tiranía activa y doméstica".

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t i ranía activa, pues n i s iquiera se nos permite e l e jercicio ele las funciones que le son propias. Si opor tunamente h u ­biésemos d i r i g i d o los asuntos domésticos en nuestra adminis ­tración in terna , a l menos conoceríamos el curso y mecanismo d e los negocios públicos, y gozaríamos asimismo de esa con­sideración personal que despierta en el pueblo ciertas formas ele respeto, y que es indispensable conservar en toda revolución.

Ba jo e l o r d e n español, que hoy en día se i m p o n e quizá c o n mayor r i g o r que nunca , los americanos o c u p a n en l a c o m u n i d a d el lugar de las bestias de laboreo, o cuando más, e l de simples consumielores embarazados con abrumadoras restricciones; por e jemplo, se nos p r o h i b e n los productos europeos, se estancan los artículos que m o n o p o l i z a e l rey de España, se exc luyen las manufacturas que l a p r o p i a Penín­s u l a no posee, se ext ienden hasta abarcar los artículos de p r i m e r a necesidad los exc luyen tes privi legios comerciales, y entre las provincias americanas se i n t e r p o n e n trabas para impedir les toda comunicación y comercio. E n f i n , si desea usted saber cuál es nuestra condición, le diré que consiste e n cul t ivar los campos para que produzcan añil y grana, café y cacao, azúcar y algodón; en cr iar ganado; en capturar los animales selváticos para conseguir sus pieles, y en cavar las entrañas de l a t ierra para h a l l a r e l oro capaz ele saciar a esa avar ienta nación.

N u e s t r a condición es tan negativa que nada pueeio ha l la r q u e l a iguale en otras sociedades civilizaelas, a pesar de que he consultado l a h is tor ia de todos los tiempos y las ins t i tu­ciones de todas las naciones; salvo tal vez que se nos pueda comparar con los egipcios, cuyos señores son siempre los extranjeros M a m e l u c o s . ¿Acaso n o es u n ultra je , u n a v i o l a ­ción de los derechos de l a humanielaei, pretender que sea meramente pasiva u n a nación tan felizmente const i tu ida , tan extensa, r i c a y populosa?

C o m o acabo de a f i r m a r l o , estamos aislados, más aún —eiiría yo—, ausentes d e l universo en todo cuanto se refiere a l a c iencia de l a polít ica y a l a administración pública. Sa lvo causas extraordinar ias , n u n c a somos gobernadores o virreyes; m u y pocas veces obispos o arzobispos; n u n c a d i p l o -

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máticos; mil i tares , sólo como oficiales subalternos; nobles sí, pero s in verdaderos pr iv i legios ; n u n c a magistrados, n u n c a financistas, y en verdad casi n i mercaderes. Y todo esto, en contravención directa a nuestras instituciones.

E l emperador Car los V celebró con los descubridores, conquistadores y pobladores de l a América u n pacto q u e G u e r r a l l a m a nuestro contrato social . L o s reyes de España, salvaguardando expresamente las prerrogativas reales, con­v i n i e r o n f o r m a l y solemnemente en que fuesen aquel los quienes a su p r o p i o riesgo lo l l evaran a efecto, y por esta razón les otorgaron títulos locales que los h ic ie ron señores de l a t ierra. A ellos se les encomendó que tomasen a los indígenas bajo su protección como vasallos; que estableciesen tr ibunales y nombrasen jueces; que ejerciesen en sus propios distritos e l recurso ele alzada; todo lo cual , con muchos otros pr iv i legios e i n m u n i d a d e s que sería p r o l i j o detallar, se en­cuentra en el t ítulo I V de las Leyes de Indias. E l m o n a r c a se comprometió a n o per turbar jamás las colonias america­nas, pues no tenía sobre ellas o t ra jurisdicción que la de l supremo d o m i n i o , y ellas constituían u n a especie de pro­p i e d a d en manos de los conquistadores y de sus descendien­tes. ¿Cómo hemos de a d m i t i r , pues, que a l mismo t iempo haya leyes expresas que casi s in excepción decretan que los o r i u n d o s de l a España recibirán todos los nombramientos civiles, eclesiásticos y financieros? P o r v i r t u d de d i c h o pacto los descendientes de los pr imeros pobladores y descubridores ele l a América son verdaderos feudatarios de l rey, y en con­secuencia l a magis tratura de l país les pertenece como u n derecho. Es, pues, con u n a manif ies ta violación de todas las leyes y pactos en v igor como los americanos por nac imiento h a n sido despojados de esa a u t o r i d a d const i tucional que les c o n f i r i e r o n las Leyes de Indias .

D e cuanto he d i c h o es fácil i n f e r i r que la América n o estaba preparada para separarse de l a M a d r e P a t r i a como tan bruscamente lo h izo , i m p u l s a d a por esas ilegítimas cesio­nes de B a y o n a (las cuales, en cuanto a nosotros respecta, eran nulas como contrarias a nuestra const i tuc ión) , y p o r esas inicuas guerras que l a R e g e n c i a nos declaró, s in causa

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a l g u n a , n o sólo contrar iando l a jus t i c ia s ino también el dere­c h o . C o n respecto a l a natualeza de los gobiernos españoles, a sus decretos conminator ios y hostiles, y a toda l a trayecto­r i a de su desesperada conducta, existen algunos excelentes escritos publ icados en el periódico El Español por e l señor B l a n c o , a l q u e me permi to refer ir a usted, pues trata m u y h á b i l m e n t e esta parte de nuestra his tor ia .

L o s americanos surgieron bruscamente, s i n conocimiento de l o que i b a a ocurr i r , y lo que es aún más patético, s in esa práctica en los negocios públicos que es indispensable p a r a l l evar a b u e n f i n cua lquier empresa política. D i g o , pues, que súbitamente avanzaron hasta ocupar las eminentes d ignidades de legisladores, magistrados, comisarios de l tesoro n a c i o n a l , diplomáticos, generales, y todas las funciones altas y bajas que f o r m a n la jerarquía de u n estado regularmente cons t i tu ido .

C u a n d o las águilas francesas, a r ro l lando en su vuelo los impotentes gobiernos de l a Península, respetaron apenas los muros de Cádiz, quedamos en l a o r f a n d a d . S i antes ha­bíamos sido entregados a l a r b i t r i o de u n usurpador extran­jero , ahora fu imos lisonjeados con u n a p a r o d i a de just ic ia y bur lados c o n esperanzas siempre frustradas; a i f i n , incier­tos sobre nuestro futuro , nos precipi tamos en el caos de l a revolución. Nues t ro p r i m e r c u i d a d o fue proveer a l a segu­r i d a d i n t e r i o r contra las maquinac iones de ocultos enemi­gos, a l imentados en nuestro seno. Después nos ocupamos de l a segur idad exterior, y establecimos autoridades que susti­tuyeron a las depuestas, a f i n de d i r i g i r e l curso de nuestra evolución y de aprovechar u n a c o y u n t u r a favorable para f u n d a r u n gobierno const i tucional , d i g n o de l a edad presente y adecuado a nuestra situación.

C o m o primeras providencias , todos los gobiernos in fan­t i n o s 6 establecieron juntas populares, las cuales f i j a ron nor­mas p a r a l a convocación de congresos, que a su vez pro­d u j e r o n importantes cambios. Venezue la erigió p r i m e r o u n

6 El galicismo "infantino" que Bolívar repite en la Elegía del Cuzco, aparece en el texto inglés y lo he conservado.

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gobierno federal y democrático, declarando previamente los derechos de l hombre , manteniendo u n justo e q u i l i b r i o entre los poderes, y p r o m u l g a n d o leyes generales favorables a l a l iber tad c i v i l , a l a ele prensa, así como a muchas otras. L a N u e v a G r a n a d a también optó por este fundamentó político, así como siguió todas las reformas hechas por Venezuela , adoptando como p r i n c i p i o c a r d i n a l de su constitución e l más exagerado sistema federal que jamás existió; lo h a mejorado recientemente, con muchas enmiendas que fortalecen el po­der ejecutivo general . Según entiendo, Buenos A i r e s ' y Chile-h a n seguido estos ejemplos; pero como nos hal lamos a tanta distancia de aquellos territorios y los documentos son tan: raros y los relatos tan imperfectos, no intentaré descr ibir é l curso de sus acuerdos. E n t r e ellos existe, s in embargo, u n a diferencia m u y notable en u n p u n t o esencial: Venezue la y l a N u e v a G r a n a d a h a n declarado su independenc ia desde hace ya t i empo; hasta ahora no se sabe si Buenos A i r e s y C h i l e lo h a n hecho.

L o s sucesos en México h a n sido demasiado mudables , complicados, rápidos y desdichados para p e r m i t i r seguirlos a través de l a revolución; carecemos, además, de d o c u m e n ­tos cjue nos i n s t r u y a n y que nos p e r m i t a n u n j u i c i o correcto. P o r lo que sabemos, los independientes mexicanos i n i c i a r o n su insurrección en septiembre de 1810, y u n año después habían r e u n i d o u n gobierno en Zitácuaro, designando u n a Junta n a c i o n a l bajo los auspicios ele F e r n a n d o V I I , e n cuyo nombre se c o n t i n u a b a gobernando. Se observa, pues, u n aparente somet imiento a l rey y a l a constitución de l a mo­narquía, que se conserva por motivos de conveniencia ; pero l a J u n t a nac iona l , cuyos miembros son m u y pocos, es abso­l u t a en el ejercicio de sus funciones legislativa, e jecutiva y j u d i c i a l . 7 A consecuencia de los desastres de l a guerra , esta j u n t a se trasladó a dist intos lugares, y es m u y probable que hoy continúe, con las modif icaciones surgidas de l a natura-

7 La frase anterior, que aparece al final del párrafo sobre México, evidentemente fue trastocada por el traductor; la he incluido en su lugar probable.

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leza de las actuales circunstancias. N o m b r a n algunos al gene-r a l M o r e l o s , en tanto h a b l a n otros d e l celebérrimo Rayón p a r a él puesto de generalísimo o dictador , que se dice h a n creado; parece seguro que u n o de estos héroes, o quizás los dos separadamente, ejercen l a a u t o r i d a d suprema en esas la­t i tudes. E n marzo de 1813, desde Zultepec, ese gobierno presentó a l V i r r e y u n p l a n para l a guerra y l a paz m u y sabiamente concebido; en él rec lamaba los derechos de c iu­dadanía , y respecto a l a América, establecía pr inc ip ios de i n c o n t r o v e r t i b l e justeza que a toda costa debían ser respeta­dos a f i n de evitar que l a guerra fuese c o n d u c i d a a sangre y fuego, o con carnicerías desconocidas a u n entre los bárbaros. Puesto que l a guerra se hacía entre hermanos y conciuda­danos, l a J u n t a propuso eme n o fuese más cruel que entre naciones extranjeras; que los d e r e c h o s d e l pueblo y las cos­tumbres d e l a guerra, invio lables para las mismas naciones i n c i v i l e s y salvajes, con mayor razón se respetaran entre cris­t ianos, subditos de u n m i s m o soberano y gobernados por las mismas leyes. Propuso asimismo que los prisioneros no fue­sen tratados como reos de lesa majestad, sino conservados c o m o rehenes para ser canjeados; pidió que n o se v io lentara a los q u e rendían sus armas, s ino que fuesen tratados como pris ioneros de guerra; que ningún p o b l a d o indefenso y pací­f i co fuese incendiado, n i sus habitantes quintados o diezma­dos ; y l a J u n t a concluía que de rechazarse su p l a n , ejercería r igurosamente las represalias. A l a J u n t a no se le respondió y su propuesta, tratada con e l mayor desprecio, fue quemada públ icamente en la plaza de México por m a n o del verdugo. Y los españoles c o n t i n u a r o n l a guerra de ex terminio con su h a b i t u a l f u r i a , en tanto que n i los mexicanos, n i otra a lguna ele las naciones americanas, condenaban a muerte a sus p r i ­sioneros de guerra, aunque europeos.

L o s acontecimientos de l a T i e r r a F i r m e comprueban que las inst i tuciones puramente representativas n o son adecua­das a nuestro carácter, costumbres y luces. E n Caracas e l espíritu de discordia se or iginó en esas sociedades, asambleas y elecciones populares, de d o n d e surgieron los partidos que nos redu jeron a l a servidumbre . Y en nuestra inestable si-

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tuación, Venezuela , que entre nosotros h a sido la - repúbl ica más adelantada en sus inst i tuciones políticas, nos ofrece u n notable e jemplo de l a inef icacia de u n sistema gubernat ivo federal y democrático. E n l a N u e v a G r a n a d a las excesivas facultades de los gobiernos provinciales y l a carencia de v igor y de capacidad por parte de l ejecutivo general , h a n r e d u c i d o ese hermoso país a l estado en que ahora lo vemos; por esta razón siempre h a n ard ido allí las contiendas intestinas, y contra toda p r o b a b i l i d a d sus incapaces enemigos h a n p o d i d o mantenerse. H a s t a que nuestros patriotas a d q u i e r a n esos ta­lentos y virtudes políticas que d is t inguen a nuestros herma­nos de Norteamérica, m u c h o me temo que nuestros sistemas populares , lejos de sernos favorables, motivarán nuestra r u i ­na . E n su d e b i d a perfección esas buenas cualidades parecen desgraciadamente m u y distantes de nosotros, en tanto siga­mos infectados por los vicios contraídos ba jo e l d o m i n i o de l a nación española, l a cual sólo se h a d i s t i n g u i d o por su ferocidad, ambición, vengat iv idad y codic ia .

Rescatar a u n a nación de l a esclavitud es más difícil que subyugar a u n a l ibre , nos dice M o n t e s q u i e u ; y l a h is tor ia de todos los tiempos comprueba esta verdad, pues nos ofrece muchos ejemplos de naciones l ibres sometidas a l yugo, pero m u y pocas naciones esclavas que recobran su l iber tad . L o s habitantes de este continente, no obstante esta convicción, h a n mostrado e l deseo de formar inst i tuciones l iberales y a u n perfectas, s in d u d a movidos por ese ins t in to que todos los hombres poseen y que les hace aspirar a l a mayor suma de f e l i c i d a d posible, l a cua l sólo puede obtenerse en esas sociedades civiles fundadas sobre los grandes p r i n c i p i o s de l a jus t ic ia , l a l i b e r t a d y l a i g u a l d a d . Pero ¿acaso seremos capaces de mantener en su verdadero e q u i l i b r i o l a difícil carga de u n a república? ¿Hemos de suponer que u n pueblo a l i v i a d o apenas de sus cadenas puede enseguida v o l a r hasta l a esfera de l a l ibertad? ¡Como a l caro se le af lo jarían sus alas y caería de nuevo a l abismo! Semejante p r o d i g i o es inconcebib le ; en verdad, n u n c a se h a visto. N o hay, en con­secuencia, n ingún rac ioc in io probable que p u e d a sustentar­nos en esta expectativa.

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Y o deseo más que otro a lguno ver a l a América conver­t i d a en l a más grande nación d e l universo, menos por su extensión y riquezas que por su l i b e r t a d y g lor ia . A u n q u e aspiro e inc luso ant i c ipo l a perfección d e l gobierno de m i p a t r i a , n o p u e d o persuadirme que e l N u e v o M u n d o será reg ido como u n a sola y g r a n república. C o m o es impos ib le , n o lo deseo; y aún menos deseo ver a l a América convert ida e n u n a sola y universa l monarquía , porque este proyecto, s i n ser útil , es también i m p o s i b l e : los abusos que actual­mente existen n o serían reformados, y nuestra regeneración sería infructuosa ; estos Estados A m e r i c a n o s h a n menester d e los cuidados de gobiernos paternales que curen las llagas y las heridas que el despotismo y las guerras les h a n i n f l i ­g i d o . L a metrópoli , por e jemplo, podría ser México, que es e l único lugar p r o p i c i o , dado su poder intrínseco, s in e l c u a l no hay metrópoli . Pero a u n suponiendo que lo sea e l Istmo de Panamá, como p u n t o central de este vasto con­t inente, ¿acaso los extremos de éste n o continuarían en su languidez y a u n en su actual desorden? P a r a que u n solo g o b i e r n o dé v i d a , anime y p o n g a en ac t iv idad todos los re­cursos de l a prosper idad pública, a f i n de corregir, i lustrar y perfeccionar a l N u e v o M u n d o , requerir ía e n verdad facul­tades divinas o, cuando menos, las luces y virtudes de toda l a h u m a n i d a d .

A n t e l a ausencia de u n poder capaz de restr ingir lo , ese espíritu de d iscordia que ahora aflige a nuestros Estados ardería entonces con mayor f u r i a . Además, los magistrados de las pr inc ipales ciudades n o permitir ían l a preponderan­c i a de los metropol i tanos , antes b i e n los considerarían como a otros tantos tiranos, y sus celos los llevarían hasta l legar a comparar los c o n los odiosos españoles. E n f i n , esa monar­q u í a sería como u n d i f o r m e coloso, que a l a menor con­vulsión se vería desplomado por su p r o p i o peso.

E l A b a t e de P r a d t m u y sabiamente h a d i v i d i d o l a Amé­r i c a en qu ince o diecisiete diversos estados, independientes entre sí, y gobernados p o r otros tantos monarcas. Y o estoy-de acuerdo c o n él en cuanto a su división, pues l a América constará de diecisiete naciones; en cuanto a las monarquías

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americanas, más asequibles pero menos útiles, no apoyo su opinión en-favor de ellas. H e acruí mis razones. E l interés de u n a república, si lo entendemos b ien , se circunscribe a su conservación, prosper idad y g l o r i a ; mas n o debe ejercitar esa l i b e r t a d imper ia lmente , porque esto es, precisamente, contradec ir la ; ningún estímulo exci ta a los republ icanos a extender las fronteras de su nación en detr imento de su bienestar, o con el único propósito de i n d u c i r a sus vecinos a eme par t i c ipen en u n a constitución l i b e r a l . A l conquistar­los no adquieren ningún derecho, n ingunas ventajas, a me­nos que s iguiendo el e jemplo de R o m a los convier tan en conquistas, los reduzcan a colonias o aliados. Tales máximas y ejemplos están en oposición directa con los pr inc ip ios de just ic ia en los sistemas republ icanos ; diré aún más: están en oposición manif iesta a los intereses d e l p u e b l o ; porque cuan­d o u n Estado l lega a ser demasiado extenso, en sí mismo o por sus dependencias, cae en l a confusión, convierte su l i ­bertad f o r m a l en u n a especie de t iranía y abandona los p r i n c i p i o s que debieran preservarla; y a l cabo, degenera en e l despotismo. L a duración es l a esencia de las pequeñas repúblicas, y si l a de las grandes es var iable , siempre se i n c l i n a a l i m p e r i o . Cas i todas las primeras h a n tenido u n a larga duración; de las segundas, sólo R o m a se m a n t u v o a través de las edades; pero esto se debe a que sólo R o m a era u n a república, y no así e l resto de sus territorios, que eran gobernados por leyes e inst i tuciones diversas.

M u y diferente es l a polít ica de u n monarca , cuya aten­ción constantemente se d i r ige a l aumento de sus posesiones, de sus riquezas y de sus prerrogativas. Y con razón, porque su a u t o r i d a d aumenta con estas adquisiciones, tanto con re­lación a sus vecinos como a sus propios subditos, pues unos y otros temen el f o r m i d a b l e poder de su i m p e r i o , el cua l se conserva por l a guerra y l a conquista . Pienso por estas razones que los americanos, deseosos de l a paz, de las cien­cias, las artes, d e l comercio y l a agr i cu l tura , preferirán las repúblicas a las monarquías , y creo que este anhelo corres­p o n d e a las miras que l a E u r o p a tiene hac ia nosotros.

N o apruebo el sistema federal , entre p o p u l a r y represen-

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ta t ivo , que es demasiado perfecto y que requiere virtudes y talentos políticos m u y superiores a los nuestros. P o r i g u a l razón rechazo l a monarquía compuesta de aristocracia y democracia , q u e h a elevado a l a Inglaterra a ta l for tuna y esplendor. C o m o no es posible seleccionar u n sistema com­ple to y adecuado entre repúblicas y monarquías, nos con­tentaremos c o n evitar anarquías dogmáticas y tiranías one­rosas, extremos que por i g u a l nos conducirían a l a i n f e l i c i d a d y a l deshonor, y buscaremos u n justo medio . M e aventuraré, pues, a exponer le los resultados de mis pensamientos y espe­culaciones sobre e l mejor destino de l a América : ta l vez no e l mejor, pero si aquel que le será más asequible.

P o r l a situación, riquezas, población y carácter de los mexicanos, i m a g i n o que pr imero establecerán u n a república representat iva en l a cua l e l poder ejecutivo tendrá grandes atr ibuciones y estará concentrado en u n i n d i v i d u o , de q u i e n , s i desempeña sus funciones con d i l igenc ia y con just ic ia , es p r o p i o suponer que conservará u n a a u t o r i d a d duradera . P a r a el caso de que su incapac idad o v io lenta adminis t ra­ción excite u n a conmoción p o p u l a r que resulte t r iunfante , e l verdadero poder ejecutivo se difundirá en u n a asamblea. S i el preponderante es e l par t ido m i l i t a r o aristocrático, fundará probablemente u n a monarquía , const i tuc ional y l i ­m i t a d a en u n p r i n c i p i o , pero que inevitablemente declinará e n absoluta; porque debemos convenir que nada es más difícil en e l o r d e n político que l a conservación de u n a mo­narquía m i x t a ; y es igualmente cierto que sólo u n a nación tan patr iota como l a inglesa puede someterse a l a a u t o r i d a d r e a l y mantener el espíritu de l iber tad bajo e l i m p e r i o del cetro y de l a corona.

Las provinc ias de l Istmo de Panamá, hasta G u a t e m a l a , formarán ta l vez u n a asociación. Este magníf ico terr i tor io entre los dos océanos podrá con el t iempo convertirse en el e m p o r i o d e l universo : sus canales acortarán las distancias d e l m u n d o , amplif icarán el in tercambio comerc ia l entre E u r o p a , A s i a y América, y traerán a esa dichosa región los productos de las cuatro partes de l G l o b o . Es sólo aquí tal

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vez donde se asentará algún día l a capi ta l de l a t ierra, como lo fue B izanc io bajo Cons tant ino para el V i e j o M u n d o .

L a N u e v a G r a n a d a se unirá con Venezuela si concuerdan en formar u n a república central , y por su situación y ven­tajas, l a capi ta l será M a r a c a i b o . C o m o es m i suelo nat ivo , tengo e l indiscut ib le derecho de desearle lo que en m i o p i ­nión puede serle más ventajoso. Su gobierno emulará, pues, a l británico, pero como anhelo u n a república, en lugar de u n rey tendrá u n poder ejecutivo electivo, v i ta l i c io ta l vez, n u n c a hereditar io . S u constitución será ecléctica, con lo cua l se evitará que par t ic ipe de todos los vicios; tendrá u n a cá­mara o senado hereditar io , q u e en las tempestades políticas se interpondrá entre las olas de las conmociones populares y los rayos de l gobierno ; y otro cuerpo legislativo de l i b r e elección, s in más restricciones que las impuestas a l a Cámara de los C o m u n e s . 8

C o m o l a N u e v a G r a n a d a es extremadamente adicta a l federalismo, es posible que n o consienta en reconocer a u n gobierno central , en cuyo caso formaría por sí sola u n estado que perduraría fel iz p o r las m u y grandes y variadas ventajas crue posee.

Poco sabemos de las opiniones que prevalecen en Buenos Aires , C h i l e y Perú, pero juzgando por lo que se transluce y por las apariencias, es p r o p i o suponer que en Buenos A i r e s habrá u n gobierno central que manejarán los mil i tares , debido a las disensiones intestinas y a las guerras exteriores de aquellas provincias . S u constitución por fuerza degenerará en u n a oligarquía, o b i e n en u n a monarquía sujeta a cier­tas restricciones, y cuya denominación es impos ib le a d i v i n a r . ¡Cuan doloroso sería que ta l cosa sucediera, pues sus h a b i ­tantes son acreedores a l a más espléndida g lor ia ! 9

8 Este párrafo es de muy difícil interpretación por los agregados posteriores (ciudad Las Casas) , por la transposición que el traductor hizo de dos frases que seguramente iban en medio del párrafo y no al final, y por las muchas correcciones y tachaduras del borrador.

9 Se respeta la adición de la última frase en la versión española por la llamada al perdido pliego de enmiendas, pero poniéndola, como en lo referente a Chile, según el texto inglés, con puntos de ex­clamación.

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E l designio de l a naturaleza, l a s i n g u l a r i d a d de su terri­t o r i o , las inocentes y virtuosas costumbres de sus habitantes, y e l e jemplo d e s ú s vecinos, los fieros republ icanos de l A r a u -co, todo, todo coadyuva a que el re ino de C h i l e goce las bendic iones q u e emanan de las justas y moderadas leyes de u n a repúbl ica . M e i n c l i n o a pensar que si en a lguna parte d e América ese sistema de gobierno cont inúa por largo tiem­p o , e l lo será en C h i l e ; jamás se h a e x t i n g u i d o allí e l espíritu ele l i b e r t a d ; los vicios de E u r o p a y de A s i a sólo m u y tardía­mente —y quizá n u n c a — pervertirán las virtudes de esa parte de l a t ierra . L o restricto de su terr i tor io , lo alejado que s iempre estará de l a contagiosa i n f l u e n c i a de l resto ele l a h u m a n i d a d , hará que n u n c a se c o n t a m i n e n sus leyes, usos y costumbres, y que pueda conservar su u n i f o r m i d a d en cuanto a op in iones políticas y religiosas. E n u n a pa labra : ¡Chile puede ser l i b r e !

E l Perú por e l contrario , sufre dos azotes que son los enemigos de todo régimen l i b e r a l y justo : el oro y los escla­vos; e l p r i m e r o lo corrompe todo; e l segundo está c o r r o m p i d o p o r sí m i s m o . E l a l m a de u n siervo r a r a vez alcanza el goce de l a l i b e r t a d r a c i o n a l : se enfurece en los tumultos o se h u m i l l a en las cadenas. A u n q u e estos preceptos pueden ser apl icables a toda l a América, más lo son a L i m a , por las o p i n i o n e s que ya he expuesto, y por l a cooperación que h a prestado a sus amos contra sus propios hermanos, los héroes ele Q u i t o , C h i l e y Buenos A i r e s . Es u n a x i o m a que quienes a s p i r a n a recobrar l a l iber tad , p o r lo menos lo in tentan con s incer idad , y yo o p i n o que las altas clases limeñas no tolera­r á n l a democracia , n i los esclavos y l ibertos u n a aristocra­c i a ; aquéllos preferirán l a t iranía de u n i n d i v i d u o con tal ele verse exceptuados de gravosas persecuciones y de estable­cer l a r e g u l a r i d a d en el o r d e n de las cosas. M u c h o temo que los peruanos con d i f i c u l t a d logren rescatar su indepen­denc ia .

D e todo cuanto he dicho, podemos d e d u c i r las siguientes conclusiones: las provincias americanas l u c h a n ahora por su emancipación; a l f i n obtendrán éxi to ; algunas se constitui­rán regularmente como repúblicas, federales o centrales; los

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territorios más extensos seguramente fundarán monarquías ; y algunas echarán por t ierra sus pr inc ip ios , ya en l a p u g n a actual , ya en futuras revoluciones; u n a gran república es i m p o s i b l e ; u n a gran monarquía, m u y difícil de consol idar .

Q u é idea más grandiosa, l a de moldear a l N u e v o M u n d o en u n a g r a n nación, enlazada por u n solo y gran vínculo; profesando l a m i s m a religión, u n i d o por l a lengua, e l or igen y las costumbres, debe tener u n solo gobierno para incorpo­rar los diferentes estados que puedan formarse. Pero esto es impos ib le , porque lo remoto de sus regiones, lo diverso de sus situaciones, lo contencioso de sus intereses y lo dife­rente de sus caracteres, d i v i d e n a l a América.

¡Cuan subl ime sería el espectáculo si e l Istmo de Pana­má fuese para nosotros lo que e l de C o r i n t o para los griegos! Oja lá que algún día tengamos l a d i c h a de instalar allí en u n augusto congreso a los representantes de repúblicas, reinos e imper ios , y de negociar y tratar con las naciones de las otras tres partes d e l g lobo las grandes e interesantes cuestio­nes de l a guerra y de l a paz. Esta especie de corporación m u y posiblemente ocurrirá durante l a 1 0 dichosa época de nuestra regeneración. C u a l q u i e r otra expectativa es vana, como lo es por e jemplo la de l abate Saint Pierre , q u i e n con laudable d e l i r i o concibió l a idea de r e u n i r u n congreso europeo para dec id i r sobre l a suerte y los intereses de aquellas naciones.

" L o s esfuerzos i n d i v i d u a l e s , según advierte usted en su carta, con frecuencia producen cambios felices e importantes . E n t r e los americanos existe u n a tradición que relata cómo Quetzalcoat l , e l B u d a o W o d e n de Sudamérica, renunció a su poder y se apartó de ellos, prometiéndoles que transcurri ­do el t i empo asignado volvería para reponer su gobierno y restaurar su fe l i c idad . Cómo esta tradición fortalece entre ellos l a creencia de que p r o n t o reaparecerá, calcule usted, señor, cuáles serán los efectos producidos por l a aparición de u n i n d i v i d u o que personif ique el carácter de Quetzalcoat l , el B u d a o W o d e n de q u i e n tanto h a n hablado las otras

10 No puedo creer que el traductor le haya sido fiel al Libertador poniendo el adjetivo indefinido "alguna"; el artículo "la" es imperativo.

L A C A R T A DE J A M A I C A : VERSIÓN ESPAÑOLA 173

naciones. ¿No cree usted que resultaría en la elevación ele u n p a r t i d o patriótico de suficiente m a g n i t u d para compel i r o i n d u c i r l a unión de todos? ¿Y no es l a unión lo que se r e q u i e r e a f i n de ponerlos en condiciones de expulsar a las tropas españolas y a los otros part idar ios de l a c o r r o m p i d a España , y de establecer u n poderoso i m p e r i o , con u n gobier­n o l i b r e bajo leyes l iberales?"

C o n v e n g o con usted en que los esfuerzos indiv iduales p u e d e n ser causa de eventos generales, en par t i cu lar durante las revoluciones. Pero Quetzalcoat l , e l héroe y profeta del Anáhuae , n o es el capaz de efectuar los prodigiosos benefi­cios que usted contempla . Este personaje es apenas conocido p o r los mexicanos, y no precisamente con ventaja: porque este es el destino de los vencidos, a u n cuando sean dioses. Serlo historiadores y literatos se h a n cu idado de investigar su o r i g e n , l a verdad o falsedad de su misión, sus profecías y el f i n de su carrera. Se discute si acaso fue u n apóstol de Cr i s to o u n pagano; algunos suponen que su nombre , en lengua m e x i c a n a y en la c h i n a quiere decir Santo T o m á s ; otros, c o m o T o r q u e m a d a , que s igni f ica serpiente e m p l u m a d a ; al­g u n o s más, que es el famoso profeta ele Yucatán, G h i l a m C a m b a l . Sobre e l verdadero carácter de Quetzalcoat l los más de los autores mexicanos, polemistas e historiadores, re l i ­g i o s o s 1 1 y profanos, h a n tratado con mayor o menor p r o l i ­j i d a d . Acosta dice que estableció u n a religión cuyos ritos, dogmas y misterios muestran u n a a d m i r a b l e a f i n i d a d con l a de Cr is to , y que tal vez se le parezca más que n i n g u n a o t ra . A pesar de el lo , muchos escritores católicos se h a n i n g e n i a d o para denegar que este profeta fuese verdadero, y se h a n rehusaeio a reconocer en él a Santo T o m á s , como lo a f i r m a n otros célebres autores. L a opinión general es que Quetza lcoa t l fue u n legis lador d i v i n o entre las tribus paga­nas d e l Anáhuae, lugar que poseyó el g r a n M o c t e z u m a , q u i e n d e r i v a b a de aquél su a u t o r i d a d . D e esto deduzco que los mexicanos no seguirán a l pagano Quetzalcoat l aun cuanelo

11 E l resto del párrafo hace necesario añadir el calificativo "re­ligiosos".

174 FRANCISCO CUEVAS CANGINO

apareciese bajo circunstancias ideales, pues profesan u n a religión que es l a más intolerable y p r i v a t i v a de todas.

P o r for tuna, los promotores de l a independencia m e x i ­cana h a n aprovechado con l a mayor d i l i g e n c i a e l fanatismo hoy en boga, proc lamando a l a famosa v i rgen de G u a d a l u p e como r e i n a de los patriotas, invocándola en todos los casos arduos, y llevándola en sus banderas. P o r este medio el entu­siasmo político se h a u n i d o con l a religión, y h a p r o d u c i d o u n vehemente fervor por l a sagrada causa de l a l iber tad . L a veneración de que goza esta imagen en México es superior a la más exaltada que p u d i e r a insp i rar el más diestro y afortu­nado profeta.

P o r lo demás, la época de estas visitaciones celestes ha pasado; y a u n si los americanos fuesen más supersticiosos de l o que realmente son, no darían crédito a las doctrinas de u n impostor , q u i e n además sería considerado como u n cismático, o b i e n como el ant i -Cristo anunc iado por nuestra religión.

P a r a completar l a obra de nuestra regeneración es cierta-tamente l a unión l a que nos falta. Nues t ra división, s in embargo, n o debe sorprender a usted, porque es l a marca característica de todas las guerras civiles, hechura de dos par t idos : los amigos de los ritos establecidos, y los refor­madores. L o s primeros son por lo común los más numerosos, p o r q u e el i m p e r i o de l a costumbre genera l a obediencia a las autoridades ya constituidas; los últimos son siempre me­nores en número, pero más ardientes 1 2 y entusiastas. O c u r r e así q u e el poderío físico se e q u i l i b r a con la fuerza m o r a l , y e l conf l ic to se p r o l o n g a con resultados inciertos. P o r for­t u n a p a r a nosotros, l a mayoría de l pueblo ha seguido sus propios sentimientos.

Y o le eliré a usted lo que nos permitirá expulsar a los españoles y fundar u n gobierno l i b r e ; ciertamente l a unión, pero u n a unión consecuencia de medidas enérgicas y de b i e n d i r i g i d o s esfuerzos, y no de prodigios sobrenaturales. L a

12 E l error del traductor, al poner "ardous", es patente; la versión Y - M lo traduce por "vehemente"; he preferido "ardiente" por -suponer una traducción literal al inglés, y además, evitar el pleonasmo.

L A C A R T A DE J A M A I C A : VERSIÓN ESPAÑOLA 175

América q u e d a sola, abandonada por todas las naciones, ais-lacla en e l centro d e l universo, s in relaciones diplomáticas n i auxi l ios mil i tares , y combat ida por u n a España que posee más elementos bélicos que cuantos podemos ahora a d q u i r i r .

C u a n d o los éxitos son dudosos, cuando el Estado es débil y cuando las esperanzas son remotas, todos los hombres vaci­l a n , las opiniones se d i v i d e n , las pasiones se enardecen, y todo esto es fomentado por nuestros enemigos para poder t r i u n f a r con mayor f a c i l i d a d . T a n pronto seamos fuertes, estaremos unidos bajo u n a nación l i b e r a l que nos deparará su protección, y bajo cuyos auspicios cult ivaremos las v i r t u ­des y talentos que conducen a l a g lor ia . Entonces empren­deremos l a m a r c h a majestuosa hac ia ese augusto gobierno c i v i l 1 3 que nos está destinado y que hará feliz a l a América ; entonces las ciencias y las artes, que nacieron en O r i e n t e y q u e h a n i lus t rado a E u r o p a , volarán a C o l o m b i a l ibre , donde serán acogidas como en u n santuario.

Ta les son, señor, los pensamientos y observaciones que tengo el h o n o r de someterle, a f i n de que pueda usted, según su mérito, rect i f icarlos o aprovecharlos. Y le ruego me crea cuando le aseguro que para hacer esta exposición de mis sentimientos, más h a i n f l u i d o e l deseo de mostrarme cortés q u e l a convicción de m i p r o p i a capacidad para i lus trar a usted en la mater ia .

Soy de usted,

Simón Bolívar

13 Se incluye l a mención del gobierno civil porque el razonamiento bolivariano exige su ascensión como prueba de que el coloniaje ha sido superado y de que ha triunfado la revolución; su resultado es la feli­cidad del pueblo, siendo "that grand state of prosperity" del texto inglés el efecto, y no la causa.