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Los Cuadernos de Literatura UNA NOCHE EN EIDSVOLL ( Cuento de fantasmas) Miguel Herrero de Miñón A Ramón Fernández Soignie I e uando visité Eidsvoll Manar aquella tarde de otoño, lo hice guiado por un embajador tan gentil como eficaz que, aduciendo mi condición de redactor de la Constitución española de 1978, me consiguió el extraordinario privilegio de pasar una noche en el santuario nacional de las libertades noruegas. Como es bien sabido, ante la amenaza de ane- xión a Suecia del viejo Reino Noruego, la Asam- blea Constituyente se reunió en la primavera de 1814 en aquella mansión, propiedad del patricio Carsten Anker desde 1794. La obra de los constituyentes de 1814 está aún en vigor y, a mi juicio, pueden rastrearse en ella huellas de la influencia que en sus redacto- res tuvo la Constitución española de 1812. Esta, al menos, e una de las razones que el emba- dor ado para alojarme una noche en el «gabi- nete rojo», donde pocos mortales lo han hecho desde que la Mansión se convirtiera en monu- mento vivo a la Constitución y la indepen- dencia. Se trata de un edificio de blancas paredes y negra techumbre, con dos plantas y mansardas, rectangular la baja y en rma de «U» las supe- riores, exponente de lo que era una de las esca- sas construcciones nobles en la Noruega danesa de la Ilustración. El interior, sin ser lujoso es digno y el orgullo nacional ha mantenido intacto el ambiente de la época y conservado, no sólo la distribución ori- ginal, sino gran parte del mobiliario utilizado por Carsten Anker y los constituyentes. El visitante, preocupado por la historia políti- ca de Noruega, presta especial atención al salón de sesiones situado en la planta superior y origi- nariamente destinado a ser sala de baile, o a la habitación contigua donde se conserva la mesa, una chippendale de caoba con seis patas móvi- les, sobre la cual se firmó la Constitución el 16 de mayo de 1814 por el Presidente, Vicepresi- dente y Secretario de la Dieta y, dos días después, por los ciento nueve restantes asambleístas. Sin embargo yo tuve ocasión de recorrer dete- nidamente todas las piezas, recrearme en su de- coración y dejarme penetrar por su espíritu, ese 93 poso o sedimento que en las cosas y, muy espe- cialmente en las casas, dejan las gentes que en ellas han habitado, las acciones que han realiza- do y las palabras que han dicho. El número de clérigos en la Dieta y las Biblias de la casa me revelaron el ambiente pietista de aquella Ilustración tardía. Los severos rostros de los padres constituyen- tes que ornaban las paredes del corredor de ac- ceso a mi habitación, me explicaron por qué, du- rante las sesiones de la Asamblea, se mandó re- tirar del salón la Venus, pintada en 1719 por Rocci, cuyas opulentas curvas distraían demasia- do al más joven de los constituyentes, T. Ko- now, de diecisiete años, cuyo retrato, pintado por K. Begslien, sigue atisbando desde el salón contiguo. Los aposentos de Annette, hija de Anker, me hablaron de su temprana muerte a los veintiún años y de un halo de esperanza vital, trucada por un agudísimo dolor, que mal se compadecía con la tuberculosis lminante que había explicado su desaparición. Las obras de Voltaire, Montesquieu, Rous- seau, Aristóteles y Maquiavelo que encontré en la biblioteca me dieron cumplida idea de las lec- turas del ilustrado ndador de la Mansión. Co- mo la soberbia marca Carsten Anker, grabada en las estus de la casa, me inrmaron del orgullo mercantil e industrial que presidía sus ndi- ciones. Cuando, antes de retirarme a descansar, mé una pipa en la pequeña habitación al ndo del salón principal y junto a la rotonda acristalada, recordé la historia de Ernest, el pequeño pupilo negro de Carsten Anker, quien, durante las re- cepciones de los años dorados previos a la sepa- ración entre Noruega y Dinamarca, cargaba y oecía a los invitados grandes pipas holandesas de las que, por cierto, se conservan allí valiosos ejemplares. El muchacho era, al parecer, vivo y lenguaraz y solía espiar a los obreros de la contigua ndi- ción, propiedad de Anker, para denunciar a su amo las deficiencias en el trabajo, hasta que, una sombría tarde de otoño, los obreros, así vi- gilados, le arrojaron a las llamas del horno. Al subir la escalera y ver el retrato de un caba- llero danés y su esclavo negro, también llamado Ernest, pensé serían Anker y el inrtunado mu- chacho de las pipas. Después supe se trataba del Gobernador Ulrik Frederik Gyldenlove y un criado, por cierto, también asesinado por los campesinos, envidiosos de la protección que su amo le otorgaba. Y no dejó de extrañarme la identidad de raza, nombre y destino, tan sólo se- parados por la distancia de una generación. Pensaba en ello, ya acostado, cuando atrajo mi atención un rítmico sonido, semejante al latir acelerado de unas sienes. No me costó mucho identificar su origen en la gran estu de hierro ndido que ocupaba uno de los ángulos del dormitorio.

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Los Cuadernos de Literatura

UNA NOCHE EN

EIDSVOLL

( Cuento de fantasmas)

Miguel Herrero de Miñón

A Ramón Fernández Soignie

I

e uando visité Eidsvoll Manar aquella tarde de otoño, lo hice guiado por un embajador tan gentil como eficaz que, aduciendo mi condición de redactor de

la Constitución española de 1978, me consiguió el extraordinario privilegio de pasar una noche en el santuario nacional de las libertades noruegas.

Como es bien sabido, ante la amenaza de ane­xión a Suecia del viejo Reino Noruego, la Asam­blea Constituyente se reunió en la primavera de 1814 en aquella mansión, propiedad del patricio Carsten Anker desde 1794.

La obra de los constituyentes de 1814 está aún en vigor y, a mi juicio, pueden rastrearse en ella huellas de la influencia que en sus redacto­res tuvo la Constitución española de 1812. Esta, al menos, fue una de las razones que el embaja­dor adujo para alojarme una noche en el «gabi­nete rojo», donde pocos mortales lo han hecho desde que la Mansión se convirtiera en monu­mento vivo a la Constitución y la indepen­dencia.

Se trata de un edificio de blancas paredes y negra techumbre, con dos plantas y mansardas, rectangular la baja y en forma de «U» las supe­riores, exponente de lo que era una de las esca­sas construcciones nobles en la Noruega danesa de la Ilustración.

El interior, sin ser lujoso es digno y el orgullo nacional ha mantenido intacto el ambiente de la época y conservado, no sólo la distribución ori­ginal, sino gran parte del mobiliario utilizado por Carsten Anker y los constituyentes.

El visitante, preocupado por la historia políti­ca de Noruega, presta especial atención al salón de sesiones situado en la planta superior y origi­nariamente destinado a ser sala de baile, o a la habitación contigua donde se conserva la mesa, una chippendale de caoba con seis patas móvi­les, sobre la cual se firmó la Constitución el 16 de mayo de 1814 por el Presidente, Vicepresi­dente y Secretario de la Dieta y, dos días después, por los ciento nueve restantes asambleístas.

Sin embargo yo tuve ocasión de recorrer dete­nidamente todas las piezas, recrearme en su de­coración y dejarme penetrar por su espíritu, ese

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poso o sedimento que en las cosas y, muy espe­cialmente en las casas, dejan las gentes que en ellas han habitado, las acciones que han realiza­do y las palabras que han dicho.

El número de clérigos en la Dieta y las Biblias de la casa me revelaron el ambiente pietista de aquella Ilustración tardía.

Los severos rostros de los padres constituyen­tes que ornaban las paredes del corredor de ac­ceso a mi habitación, me explicaron por qué, du­rante las sesiones de la Asamblea, se mandó re­tirar del salón la Venus, pintada en 1719 por Rocci, cuyas opulentas curvas distraían demasia­do al más joven de los constituyentes, T. Ko­now, de diecisiete años, cuyo retrato, pintado por K. Begslien, sigue atisbando desde el salón contiguo.

Los aposentos de Annette, hija de Anker, me hablaron de su temprana muerte a los veintiún años y de un halo de esperanza vital, trucada por un agudísimo dolor, que mal se compadecía con la tuberculosis fulminante que había explicado su desaparición.

Las obras de Voltaire, Montesquieu, Rous­seau, Aristóteles y Maquiavelo que encontré en la biblioteca me dieron cumplida idea de las lec­turas del ilustrado fundador de la Mansión. Co­mo la soberbia marca Carsten Anker, grabada en las estufas de la casa, me informaron del orgullo mercantil e industrial que presidía sus fundi­ciones.

Cuando, antes de retirarme a descansar, fumé una pipa en la pequeña habitación al fondo del salón principal y junto a la rotonda acristalada, recordé la historia de Ernest, el pequeño pupilo negro de Carsten Anker, quien, durante las re­cepciones de los años dorados previos a la sepa­ración entre Noruega y Dinamarca, cargaba y ofrecía a los invitados grandes pipas holandesas de las que, por cierto, se conservan allí valiosos ejemplares.

El muchacho era, al parecer, vivo y lenguaraz y solía espiar a los obreros de la contigua fundi­ción, propiedad de Anker, para denunciar a su amo las deficiencias en el trabajo, hasta que, una sombría tarde de otoño, los obreros, así vi­gilados, le arrojaron a las llamas del horno.

Al subir la escalera y ver el retrato de un caba­llero danés y su esclavo negro, también llamado Ernest, pensé serían Anker y el infortunado mu­chacho de las pipas. Después supe se trataba del Gobernador Ulrik Frederik Gyldenlove y un criado, por cierto, también asesinado por los campesinos, envidiosos de la protección que su amo le otorgaba. Y no dejó de extrañarme la identidad de raza, nombre y destino, tan sólo se­parados por la distancia de una generación.

Pensaba en ello, ya acostado, cuando atrajo mi atención un rítmico sonido, semejante al latir acelerado de unas sienes. No me costó mucho identificar su origen en la gran estufa de hierro fundido que ocupaba uno de los ángulos del dormitorio.

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Los Cuadernos de Literatura

La red de estufas es una de las más llamativas características de Eidsvoll. Se trata de un siste­ma diseñado por Anker y fabricado en su fundi­ción y que comunica por tubería uno a otro to­dos los calentadores como en una moderna cale­facción central. Pero desde que la Mansión es un museo, las estufas no funcionan y las estan­cias se calientan mediante energía eléctrica. Por ello el latido febril, procedente de aquel arma­toste de hierro fundido, resultaba aún más inex­plicable. Toqué la estufa y estaba gélida y quie­ta, sin que el sonido pareciera tener causa algu­na en la vibración o dilatación del metal. En­treabrí sus registros y tampoco encontré nada en su interior.

Continué escuchando aquel extraño pálpito, semejante al de un corazoncillo joven y asusta­do; como el del pichón herido cuando se le opri­me el buche para rematarlo; como el del corzo acosado por los lebreles; como el que todos he­mos sentido cuando, de adolescentes, hemos querido huir sabiéndolo imposible.

Escuché hasta comprobar que el sonido pare­cía transmitirse a la estufa por la tubería que, a través de la pared, la comunicaba con la habita­ción contigua. También aquí la estufa, fría y va­cía, latía con ritmo aún más acelerado y siguien­do aquel pulso, sentido en el metal pero proce­dente de más lejos, salí al corredor, crucé el sa­lón de baile, bajé las grandes escaleras, atravesé el hall y la sala enjardinada. Así, de habitación en habitación, guiado siempre por el latir enlo­quecido de aquella pulsación, llegué hasta la bi­blioteca.

Me resultó fácil identificar, junto a la estufa, palpitante y quieta a la vez, el legajo que preten­día llamar mi atención. lSobresalía de los de­más? lSe notaba su reciente desorden? lAcaso recibía un especial reflejo lunar proyectado a través de los grandes ventanales desde la nieve acumulada en el exterior? Más valía no concre­tar, pero percibí enseguida la exigencia de ex­tenderlo sobre la mesa central y leerlo detenida­mente. lCómo calmar, si no, la angustia de aquel atribulado corazón que latía desde el hie­rro fundido?

Eran varios documentos inconexos entre sí: Dos cartas de Carsten Anker, una dirigida al Príncipe Regente Christian Federico, desde Londres, en mayo de 1814, cuyo contenido, del más alto valor histórico, ofrece significativas concordancias con lo relatado en sus memorias por el propio Príncipe (vd. ed. Kristiania, Grnn­dahl & S0ns Boktrykkeri 1914). Otra, posterior, del mismo Anker, en respuesta, al parecer, a la que le escribiera Nicolai W egerland, un clérigo miembro de la Asamblea, más tarde pastor de Eidsvoll. Y un fragmento de lo que, sin duda, fue diario de este último.

La lectura de aquellos textos me llevó toda la noche, dada mi imperdonable escasa familiari­dad con el danés de los ilustrados. Su transcrip­ción es como sigue:

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A su Alteza Real el Príncipe Christian Federico, Regente de Noruega. Señor,

He meditado largamente sobre el gran proyecto que V.A. me comunicó y decidió de­signar con la clave de Kalmar. Su grandiosidad no deja lugar a dudas, ni el nombre de la vieja Unión Escandinava puede ser más adecuado. Si bien, para quienes amamos nuestras tierras y sus mares, sus bosques y sus hielos, tampoco re­sultaría impropia a la ingente empresa de V.A. la clave de Pollion (Egl. IV), puesto que de res­taurar la grandeza esencial se trata.

Creo, sin embargo, Señor, que tan alto desig­nio exige una especial astucia de manera que los intereses de los Estados poderosos y los afectos de los pueblos, aún buscando fines divergentes entre sí, se entrecrucen y confluyan en lo que a los planes de V.A. concierne. No otra cosa es el destino y la política consiste en forzarlo.

La unión de las tres Coronas de Suecia, No­ruega y Dinamarca en Vuestra Alteza, y la con­versión del Báltico en un lago bajo vuestro ce­tro, encontrará la enemistad del Zar, ansioso tanto de debilitar al Trono danés, dueño de los estrechos, como lo es de dominar el Bósforo. Pero, por la misma razón, el interés de toda Eu­ropa y muy especialmente el de Gran Bretaña, debe estar en oponer al expansionismo ruso una firme monarquía escandinava siempre que ésta, a su vez, no amenace con reemprender los peli­grosos caminos de Gustavo Adolfo o de Carlos XII. Solamente siendo moderada, pacífica yfuerte en el Norte, la triple Corona, a la que as­pira V.A., será considerada por todas las Corteseuropeas freno a las ambiciones excesivas decualquiera y garantía de todos los justos intereses.

Cada Príncipe, Gobierno y Estado, debe ser satisfecho según la naturaleza de su régimen. Por eso, si el proyectado matrimonio de V.A. con la hermana del Emperador Alejandro fuera aprobado por el Soberano de todas las Rusias, V.A. habría obtenido un gran triunfo aún, a cos­ta de sacrificar su presente felicidad familiar. Dela misma manera que un Tratado de Pesca, Na­vegación y Comercio con Gran Bretaña, aun fa­voreciendo los intereses de esta nación frente alos navegantes daneses o noruegos, sería bas­tante para ganar del todo el apoyo británico a lacausa escandinava que V.A. encarna.

En efecto, el legitimismo de Lord Castlereagh le es tan acendrado como su pragmatismo, y si no hace profesión de fe antirusa como Lord Grey desde la oposición, no deja de sentir gran temor ante los sueños del Emperador Alejan­dro. Por eso, si el apoyo de los whigs a la causa noruega ya es un hecho y lo será tanto más cuanto mayor énfasis liberal dé V.A. a su políti­ca, el gobierno conservador que está propician­do en Viena la reconstrucción de Polonia y aún desearía la del Gran Ducado de Lituania para

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impedir el engrandecimiento ruso, está llamado a ver con buenos ojos una unión escandinava que frene el empuje de los eslavos.

Si rusos y británicos, por causas diversas, pero convergentes, como son la mutua desconfianza, los intereses dinásticos de aquéllos y las apeten­cias económicas de éstos, apoyaran las preten­siones de V.A. a la Corona noruega, el Príncipe Real de Suecia, al que nosotros apodamos toda­vía Pontecorvo, pero Castlereagh no ha dejado de llamar Bernadotte, no podría hacer efectivo el tratado de Kiel. Su consiguiente desprestigio ante la nobleza sueca pudiera forzarle a renun­ciar al Trono de los Vassa, obtuviera o no, esta es otra cuestión, compensaciones en América, facilitando con ello la elección de V.A. como su­cesor del Rey Carlos XIII. Y en cuanto a la Co­rona danesa, V.A. sólo tiene que esperar el co­rrer de los años y la herencia de vuestro primo el Rey Federico VI.

Sin embargo, tanto o más que los intereses de los Estados importan las pasiones de los pue­blos. Así se reveló en Norteamérica y Francia el pasado siglo, así lo acabamos de contemplar en España y Alemania, así nosotros mismos lo he­mos vivido en Noruega. El Congreso de Viena, ahora en curso, estima que los pueblos no tie­nen voz en el Consejo de los Príncipes y a mi juicio éste es su más grande error, porque los Príncipes y sus consejos pueden ser olvidados y aún desechados por los pueblos conscientes de sí mismos.

Los hombres de hoy, Señor, tienen la igual­dad por el más alto valor, y si pueden llegar a so­portar la opresión injusta, les resulta intolerable la desigualdad por más justa y beneficiosa que ésta pudiera serles. De ahí que las distinciones y honores nobiliarios, por caros que puedan resul­tar a V.A., no están llamados a durar largo tiem­po y gran acierto sería suprimirlos en la Consti­tución que demos a Noruega.

Así puede V.A. tratar de utilizar el sentimien­to general de los pueblos que ya le fue benefi­cioso en Noruega -recuerde V.A. que yo le aconsejé el pasado febrero en Eidsvoll no asu­mir directamente la Corona sino recibirla de la soberanía nacional a través de la Dieta- y puede valerle el trono sueco, primero valiéndose de la oposición entre el Príncipe Real y los nobles, y oponiendo, después, al orgullo y privilegios de éstos, los sentimientos populares.

Encarezco mucho a V.A., en uso de la con­fianza con que me distingue, la mayor prudencia en las deliberaciones de la próxima Dieta a reu­nir en mi casa de Eidsvoll y en el uso que de ellas se haga. De manera que las Cortes de Eu­ropa perciban la fortaleza de vuestro Trono allí donde pudiera reinar la anarquía; los pueblos re­ciban el aliento de la igualdad; y los nobles no se sientan amenazados por ella.

Bien quisiera yo estar en la Dieta para servir mejor tan altos designios y aunque ni mis ges­tiones en esta Corte han terminado y parecen

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complicarse mis problemas financieros, dispues­to estoy a volver, incluso clandestinamente, a la patria, tan pronto V.A. me lo ordenara. Pero an­tes de hacerlo, Señor, es preciso valorar ciertas circunstancias.

Tan grandes propósitos como los que acabo de comentar, sólo pueden ser arruinados a tra­vés del descrédito de quien los defienden con el mayor empeño, y sabido es por todos cuán gran­de es el mío, y cuán íntima la amistad con que V.A. me distingue.

Pero he aquí que soy especialmente vulnera­ble a la crítica de los enemigos de la igualdad, por una razón cuyo descubrimiento temo y que os confío con la sinceridad que es debida a quien será mi Rey.

Hace años, Señor, a la vez que yo pública­mente confesaba e incluso alardeaba de mi fe en la igualdad de los hombres y luchaba por la abo­lición de la esclavitud en Dinamarca, mi hija Annette se casó con el cartero de Krangern, un antiguo esclavo negro de vuestro predecesor en el Gobierno noruego, Gyldenlove. El matrimo­nio fue secreto y sólo me enteré de él al conocer la preñez de mi hija. A mi indignación inicial su­cedió la más amarga desesperación, porque be­nigna es la deshonra comparada a ser honrado por aquél a quien se sabe absolutamente infe­rior. Y contra todos mis principios, no pude en la práctica soportar que mi hija se entregase, no ya en el lecho, sino en el altar, a quien, tal vez no la razón, pero sí los sentidos, lo que se palpa y se ve y se huele, declaran por naturaleza dis­tinto. Por ello, cuando el desdichado cartero se acercó una noche a Eidsvoll para ver a su legíti­ma esposa -aún oigo el cascabeleo de su mula-, yo mismo le ataqué por sorpresa y tras dejarle sin sentido, lo arrojé al acuario de mi granja donde se ahogó y los peces dieron cuenta de él.

Nadie lamentó su muerte y todos supusieron que los campesinos, celosos de su rápido en­cumbramiento, habían dado rienda suelta a su saña. ¿y acaso no era la saña propia de un cam­pesino y no la de un espíritu que se creía fuerte como el mío, quien lo había matado?

Comprendí muy bien que con ello asesinaba la raíz de mis propias convicciones filosóficas en pro de la igualdad y que, desde entonces, al rea­firmarlas no son sino «bronce que suena o cím­balo que retiñe». Pero comprendí también que las Luces alumbran algo más profundo que el yo. El «sapere aude» del que hemos hecho le­ma, debiera atreverse a penetrar en ese oscuro imperio de sangre e instinto, capaz de sentirse dañado porque otra piel, radicalmente ajena, sea la que la propia carne, la carne de la hija, venga a abrazar.

Desde entonces, Señor, y van ya más de diez años, estoy escindido. Sé con ideas claras y dis­tintas lo que pienso, y siento con la fuerza de mis instintos lo que creo. Y, a fuer de ilustrado, me atrevo a reconocer ambas; tanto las ideas que tengo como las creencias por las que soy tenido.

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No me atreví a deshacerme de mi nieto cuan­do mi hija murió, víctima de la pena y el parto, que yo disfracé de fulminante enfermedad y hasta he llegado a quererle pese a su color, su vagancia y su incontinencia de palabras y movi­mientos. Tal vez le quiero y cada vez más, por­que, al serme tan diferente, no tengo motivos para hacerlo sino reconocer en él, pese a todo, un ser humano.

Ni soy dueño de mí mismo ni razono ya como solía, salvo cuando me ocupo de cosas frías y le­janas: el rendimiento de los capitales, el ajedrez o los intereses de los Estados. Pero no me pi­dáis, Señor, que dé mi opinión sobre la igualdadde los ciudadanos, la supresión de la nobleza ola admisión de los judíos en el Reino, porque nosé cuál es. Lo haría sin convicción y temiendosiempre que el Conde Wedel, para favorecer elpartido pro-sueco, refutase mis alegatos anti­aristocráticos, hablando del desaparecido carterode Krangero y de cierto negrito que tengo enmis posesiones de Eidsvoll y que V.A. habrá en­contrado allí.

Os ruego, Señor, aceptéis el testimonio de mi fidelidad, junto con la respetuosa gratitud por la confianza que me dispensáis.

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A Nicolai W egerland, Parroquia de Eidsvoll. Queridísimo amigo:

Su carta me ha sumido en la turbación prime­ro, en la angustia después, en la infinita tristeza en fin. Todo lo demás: las dificultades políticas que me agobian, al ver cada vez más oscuro el futuro de nuestra patria, sometida a un Príncipe, extranjero hasta en su propio reino; los proble­mas económicos en que me encuentro sumergi­do; son nada comparados con la tragedia de la cual me da cuenta.

Si mi ánimo se turbó desde el comienzo con la noticia de la desaparición del muchacho, me cercó la angustia más atroz, como cercan los pescadores los bancos de peces con su red, se­gún fui avanzando en la lectura de su carta.

Bien sabéis, caro amigo, lo que para mí repre­sentaba este niño, juguetona y servicial alegría de la casa, contento de mi familia en quien yo veía, además, la faz humilde de lo que fue mi orgullo.

Saber desaparecida para siempre esta deliciosa criatura me sume en profunda tristeza y cono­cer, además, por vuestra carta, las crueles cir­cunstancias que rodearon su fin me desgarra las entrañas. Porque atroz es la imagen de un niño sorprendido por enemigos rudos, amenazadora­mente arrinconado y arrojado, por fin iHorror me da el escribirlo! al horno de la fragua.

Sin embargo, con ser grande la pérdida de mi pupilo y crueles las circunstancias de su asesina­to, más triste es aún que en ella encuentro pa­tente la esterilidad de mi esfuerzo. Si la muerte

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de Annette cerró mis horizontes familiares, co­mo ahora la ruina me hará olvidar que fui mag­nate del comercio con Oriente y la rendición an­te Suecia convierte en polvo nuestras ilusiones políticas, el crimen cometido con Ernest por mis obreros reduce a la nada las convicciones filosó­ficas que yo tan trabajosamente quería llevar a la práctica. Por eso, se ha roto ya el hilo que unía mis días y sólo palpo a mi alrededor una densa melancolía.

Al adoptar a Ernest como si de un nieto se tratara, quise someter mi pasión a la Razón Uni­versal y, al aceptar en su rostro la negra faz de mi mismo, hacer verdad el imperativo virtuoso de reconocer al hombre como tal, más allá de cualquier condición, raza o edad.

Quien, como es vuestro caso, me conocéis de antiguo, sabéis cuán arduo me ha sido recorrer este camino y convertir las luces de la razón en historia casera. iEs fácil teorizar sobre los dio­ses, pero supone, al menos para-mí, un esfuerzo ingente percibirlos entre los pucheros, como creo decía, no sé si un filósofo de la vieja Grecia o una monja papista del Sur!

Si el amor a la sabiduría requiere un espíritufuerte, yo sé cuánta fortaleza es precisa para comprender que «el Ser es un niño que juega», cuando además el niño es fruto de la sin razón y su llegada a lo que fuera mi hogar se asocia, no me preguntéis porqué, con las horas más turbias de mi vida.

Sin embargo, este moreno arrapiezo, al que la naturaleza hiciera humilde y yo ensalzara para demostrar que la razón hace libres e iguales a los hombres, ha perecido a manos de los humil­des y vuelto a la naturaleza donde impera la fuerza y la necesidad.

La naturaleza, mi querido pastor, tal vez pue­da salvarse en una tarea de educación secular, cultivando lo que de general, es decir, libre de condicionamientos particulares, hay en cada hombre; pero no se salvará invirtiéndola, como rezamos en su Iglesia al atardecer los domingos. Porque son los humillados los más agresivos, los hambrientos los más voraces y los simples los más brutales.

Y o sabía a Ernest esclavo por naturaleza y no pretendí hacerle príncipe. Me bastaba y le basta­ba, porque es lo que a la razón basta, hacerlo un hombre. Y en éste hacer humanidad de la po­breza, humildad y debilidad, me parecía que es­taba la verdadera y concreta encarnación de la Razón: el Hijo del Hombre. Pero fueron los hi­jos de los hombres reales y concretos quienes lo mataron.

lPor qué? lPorque espiaba su trabajo? lPor­que era mi preferido? lPorque vivía en la hol­ganza de la vida doméstica? A mi parecer la sin razón de sus motivos fue más profunda y oscu­ra. Le vieron débil por su edad, humilde por su color, dependiente por su condición, y aún así, apreciado y querido por ser un hombre y en trance de sentirse reconocido como tal. Y al ma-

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tarlo, no sólo abrasaron la debilidad, humildad y dependencia que les era propia, sino que arroja­ron al horno lo que en ellos, también, había de humano. Le cargaron como a un chivo expiato­rio de sus propias frustraciones, pero sacrifica­ron con él la posibilidad de que también en su condición se reconociera lo humano. Querían ser iguales, como es propio de nuestro siglo, pe­ro lo consiguieron en la común e insuperable abyección.

Sólo me queda el consuelo de que, ciertamen­te, la muerte a todos iguala y ahora mi querido mozalbete no es distinto. Y a es como los demás.

Y junto a este consuelo me embarga la duda. ¿ Tal vez los hombres no seamos iguales más que en la interioridad, que no es cuerpo ni pala­bra, ni gesto ... que simplemente no existe? Y si es así, lno tienen razón los nobles de Suecia? lAcaso no somos iguales en todo, menos en aquello que en realidad somos?

IV

FRAGMENTO DEL DIARIO DE

WEGERLAND

Hoy hemos buscado inútilmente los restos de Ernest entre las cenizas del fuego apagado. To­do inútil. Las violentas llamas debieron calcinar primero y consumir después hasta el último hueso y las cenizas fueron sin duda arrastradas por el propio hierro incandescente que en el momento del crimen salía de la fundición. Al enterarme que con aquel hierro fundido se fa­bricarían las nuevas estufas de Eidsvoll, he ima­ginado piadosamente que las inhalladas pavesas de Ernest regresaban así al hogar y ya jamás po­drían salir de él.

V

Al terminar la lectura de tan extraño legajo, eché en falta el latido cordial de las estufas. Al fin yo también había tomado cierto cariño a Er­nest.

Oí fuera un tintineo de campanillas como las que antaño adornaban los arneses de las mulas, un golpe seco y el lejano chapotear en el agua profunda de un cuerpo pesado. El agua es letal, pero también puede buscarse en ella un refugio ante las llamas.

En el reloj de la chimenea sonaron muchas campanadas y al ftjarme en la esfera, firmada por T. H. O. Moor en Inswich, en 1720, descubrí el lema que circundaba el esqueleto con reloj de arena en una mano: «Remember you shall die». No pude, sin embargo, dejar de abrigar ...... serias dudas sobre la igualdad; especial- �mente entre los muertos. ...,..

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OBRA SOCIAL Y CULTURAL

66 DIA UNIVERSAL DEL AHORRO SIR YEHUDI MENUHIN con SINFONIA VARSOVIA Día: 4 de Noviembre. Lugar: Centro Cultural Campoamor.

CICLO: LA GRAN MUSICA VOCAL CONSORT OF MUSICKE Día: 6 de Noviembre. Lugar: Iglesia Santa María La Real de la Corte, Oviedo. CONSORT OF MUSICKE Día: 7 de Noviembre. Lugar: Iglesia de San Pedro, Gijón. THE KING'S SINGERS Día: 10 de Diciembre. Lugar: Iglesia de San Pedro, Gijón. THE SCHOLARS Día: 4 de Febrero de 1991. Lugar: Iglesia Santa María La Real de la Corte, Oviedo. THE SCHOLARS Día: 5 de Febrero de 1991. Lugar: Iglesia de San Pedro, Gijón. CORO DE CAMARA DE VIENA Día: 25 de Marzo de 1991. Lugar: Iglesia Santa María La Real de la Corte, Oviedo. CORO DE CAMARA DE VIENA Día: 26 de Marzo de 1991. Lugar: Iglesia de San Pedro, Gijón.

d)Caja de Ahorros de Asturias