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UNA CITA EN EL ALTAR Hola Iglesia!. Hoy salimos a la luz con una nota semanal para invitarte a entrar en la presencia de Dios, porque en medio de los ruidos que produce la vida necesitamos escuchar su voz, y -lo que es más importante- obedecerla. No hablamos del altar de incienso donde Zacarías se encontró con un ángel, ni del altar de sacrificio de expiación tan común en el Antiguo Testamento. Todos esos lugares físicos son controlados por nuestras formas de religiosidad, las cuales muchas veces pierden su valor espiritual. No creemos que son lugares inadecuados por sí mismos; pero nunca debemos olvidar la sentencia divina recogida con estupor por los oídos del profeta Isaías: “…Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado ;…” Isaías 29:13 El Señor quiere que nos acerquemos a su presencia por encima de los límites de nuestras formas religiosas; desea que en la intimidad de nuestra vida y en el silencio de nuestra soledad vengamos a Él como lo expresó David en el salmo 5: “… Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré.” La iglesia de Cristo tiene una deuda con el altar. Hay un déficit moral en nuestra alma, un vacío, y si me permiten el término, un hueco, que no se puede satisfacer en los escarceos de lo que “hacemos” muchas veces distraídamente en eso que llamamos “culto o servicio”. ¡Por supuesto que estamos hablando de oración!; hablamos de “estar” en la presencia de Dios. Eso es diferente a traer una lista de peticiones para que Dios las resuelva La honestidad nos impone reconocer que pasar tiempo en el altar es una tarea supremamente difícil, básicamente, porque atenta contra las puertas del mismísimo infierno. Esta columna será desde hoy una escuela. La vida de oración de Jesús será nuestro punto de partida. Sus discípulos le pidieron: “Enséñanos a orar”. Aprenderemos con el Maestro y su presencia nos llevará al corolario necesario de estar con Él; nos llevará a ser santos, que es el primer fruto de ser cristianos. ¡Bienvenidos a la Escuela Dominical del Altar! Cuando leemos el capítulo 11 del evangelio de Lucas nos sorprende la narración de un feliz encuentro entre uno de los discípulos y Jesús. El Hijo de Dios, -como era su costumbre-, se había apartado a orar en un lugar solitario, y el discípulo, en nombre de un grupo

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Page 1: Una cita en el altar para imprimir(1)

UNA CITA EN EL ALTAR

Hola Iglesia!. Hoy salimos a la luz con una nota semanal para invitarte a entrar en la presencia de Dios, porque en

medio de los ruidos que produce la vida necesitamos escuchar su voz, y -lo que es más importante- obedecerla. No

hablamos del altar de incienso donde Zacarías se encontró con un ángel, ni del altar de sacrificio de expiación tan común

en el Antiguo Testamento.

Todos esos lugares físicos son controlados por nuestras formas de religiosidad, las cuales muchas veces pierden su

valor espiritual. No creemos que son lugares inadecuados por sí mismos; pero nunca debemos olvidar la sentencia

divina recogida con estupor por los oídos del profeta Isaías: “…Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca

a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más

que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;…” Isaías 29:13

El Señor quiere que nos acerquemos a su presencia por encima de los límites de nuestras formas religiosas; desea que

en la intimidad de nuestra vida y en el silencio de nuestra soledad vengamos a Él como lo expresó David en el salmo 5:

“… Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré.”

La iglesia de Cristo tiene una deuda con el altar. Hay un déficit moral en nuestra alma, un vacío, y si me permiten el

término, un hueco, que no se puede satisfacer en los escarceos de lo que “hacemos” muchas veces distraídamente en

eso que llamamos “culto o servicio”. ¡Por supuesto que estamos hablando de oración!; hablamos de “estar” en la

presencia de Dios. Eso es diferente a traer una lista de peticiones para que Dios las resuelva La honestidad nos impone

reconocer que pasar tiempo en el altar es una tarea supremamente difícil, básicamente, porque atenta contra las puertas

del mismísimo infierno.

Esta columna será desde hoy una escuela. La vida de oración de Jesús será nuestro punto de partida. Sus discípulos le

pidieron: “Enséñanos a orar”. Aprenderemos con el Maestro y su presencia nos llevará al corolario necesario de estar

con Él; nos llevará a ser santos, que es el primer fruto de ser cristianos. ¡Bienvenidos a la Escuela Dominical del Altar!

Cuando leemos el capítulo 11 del evangelio de Lucas nos sorprende la narración de un feliz encuentro entre uno de los

discípulos y Jesús. El Hijo de Dios, -como era su costumbre-, se había apartado a orar en un lugar solitario, y el

discípulo, en nombre de un grupo mayor le hace una curiosa petición a Jesús: Señor, ENSÉÑANOS A ORAR como Juan

enseñó a los suyos.

Este es un incidente demasiado serio, con un valor sustantivo muy denso, el cual merece nuestra máxima atención,

porque pone en boca de una persona que tiene, al menos, tres características: a) es un adulto, b) es un judío y c) es un

discípulo de Cristo; que está manifestando claramente que él, junto con el grupo que representa, (enséñanos) no saben

orar.

Si una persona con esas credenciales declara que no sabe orar, entonces eso nos plantea preguntarnos qué era lo que

sabía y que era lo que ignoraba acerca de la oración. Evidentemente, como judío había aprendido largas oraciones de

memoria que se hacían en horas fijas y con la mirada hacia Jerusalén. Eso representaba el entorno social y religioso,

más no la esencia de la oración. Eso era la religión de la oración.

Justamente, ese es el sentido de la petición de los discípulos. Saben hacer oraciones con rígido respeto a formas

religiosas, pero sólo cuando vieron orando a Jesús sienten que lo que tenían como forma de orar, sencillamente no

funcionaba, y por eso le piden ayuda.

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¿Qué fue lo que impactó a los discípulos de la oración de Jesús?, ¿Fue su contenido, o fue acaso su disciplina? Esto

nos permite hacer una diferenciación pedagógica de primer orden. Hay una diferencia sustancial entre orar (a secas) y

tener vida de oración. Muchísimas personas en el mundo pueden orar, pero pocos, en realidad, tienen vida de oración.

Nadie exhibió jamás un reverente respeto por la disciplina de la oración como Jesús de Nazareth. Cristo apartaba

consuetudinariamente tiempo de su apretada y exitosa agenda para pasarlo en la presencia del Padre. Siempre tuvo el

cuidado de ubicar a la oración en el lugar que le correspondía. Comprendía que la oración utilitaria cuyo sentido es

obtener favores del cielo no es suficiente para ser un creyente victorioso. De manera que pasaba noches enteras orando,

o se levantaba en las oscuras madrugadas antes de que las exigencias del día lo ocuparan. Naturalmente que esa

práctica espiritual producía un nivel ministerial particular. Jesús creyó que Él necesitaba orar intensamente. Entendía

que el hecho de ser Dios mismo no lo eximía de esa búsqueda. Él, al venir a la tierra, se había despojado de su gloria.

No podía usar su divinidad para facilitar su ministerio, porque su santidad inherente no se lo permitía.

Si el Hijo de Dios tenía vida de oración, ¿Será que nosotros podremos sacar de su ejemplo alguna lección?

Los discípulos se dieron cuenta de que tenían una crisis existencial con su forma de orar, sólo cuando vieron orando a

Jesús. Es decir, les impresionó que Cristo ubicaba a la oración en un pedestal muy alto, mientras que ellos oraban

dominados por la rutina de una religiosidad tradicional. La respuesta del Maestro fue sencillamente impresionante. No

les dijo –por ejemplo- lo que nosotros tenemos años enseñándolo a la gente: “orar es hablar con Dios”. Eso es tan

superficial como decir que comer es abrir la boca.

El relato consolidado de Mateo 6 y Lucas 11 es cuidadoso al entregarnos la respuesta de Cristo ante la importante

petición de sus seguidores: El Hijo de Dios no se fue por las ramas. Antes de enseñarles propiamente a orar les hace

tres advertencias: 1ª. “…Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en

secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Con esta expresión lapidaria el Señor hace una

cuidadosa división para diferenciar aquellas oraciones distraídas y memorizadas que hacemos como marcas de una

religiosidad, pero que no siempre significan intimidad con Dios. Oramos antes de comer, al ir a la cama, al salir de viaje,

para pedir sanidad, etc. Son, pues, oraciones signadas por lo utilitario, sin que haya necesariamente entrega de la vida.

Jesús habla de oración privada, íntima, no habla de oración casual o impuesta, habla de oración voluntaria. Habla de un

tiempo (no importa si es mucho a poco) que separamos para estar en la presencia de Dios. Con toda seguridad que Él

también oraba en las ocasiones tradicionales ya referidas, pero siempre tuvo el especial cuidado de hallar un espacio en

su apretada y exitosa agenda para apartarse y así pasar un tiempo en la presencia de su Padre. Nunca permitió que el

éxito de su ministerio le restara tiempo para estar en oración.

2ª. “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las

esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa”. Es

supremamente importante que tengamos en cuenta que el Señor considera seriamente la motivación de nuestra oración.

No oramos para que la gente crea o se convenza de que somos más “espirituales” Toda intención que no sea la de

humillarnos ante su augusta señoría estará contaminada y se convertirá en cualquier otra cosa menos en oración.

Nunca debemos orar para impresionar a la gente. 3ª. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles,

que piensan que por su palabrería serán oídos. Es decir, para Dios, lo importante de nuestra oración no está

referido a la elegancia de nuestras palabras. De hecho, las palabras elegantes casi nunca son sinceras y las palabras

sinceras casi nunca son elegantes. Él considera más nuestro corazón que nuestra capacidad de hacer un discurso.

Cuan ores, deja que tu corazón hable, porque tu Dios es experto en traducirlo. Los discípulos habían orado durante toda

su vida, pero la vida de oración de Jesús les hizo entender que ellos tenían que comenzar de nuevo. ¡No hay que

angustiarse por eso!; a nosotros nos puede ocurrir lo mismo. Hay gente que se ha pasado toda la vida en la iglesia y

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descubren, después de mucha práctica religiosa, que tampoco saben orar. Con el fin de enseñarlos, Cristo le indicó a

sus seguidores que había tres valores que debían considerar: A.- El entorno de la oración, B.- La motivación de la

oración, y C.- La Esencia de la oración. El entorno se refiere al lugar de intimidad en búsqueda de su presencia y a la

idea de apartarnos a solas con Él. La motivación tiene que ver con lo que nos mueve realmente a orar. Nos advierte de

no orar afectados por la hipocresía porque, en ese caso, la oración estaría mediatizada por un pecado. La esencia es el

contenido de nuestra plegaria. En ese sentido, Jesús dijo “Vosotros, pues oraréis así”:. De manera que asombra que

la iglesia cristiana haya concedido tan poca importancia al deseo del Señor, El Padrenuestro fue reducido a una

repetición vacía.

¿Cuánto tiempo apartamos durante nuestro día para estar en la presencia de Dios?; ¿Qué lugar tiene la oración en

nuestra vida?. Cristo nos habló de tres dimensiones en las cuales podemos articular nuestra oración: Pedir, llamar y

buscar (Lucas 11:9). Es impresionantemente triste cómo hemos relacionado la oración sólo con pedir. Pedir siempre es

más fácil. El problema con esa postura es que ignora los elementos más sublimes de la vida de oración, como lo son,

llamar y buscar. El salmista nos lo recuerda: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz, de mañana me presentaré

delante de ti y esperaré…” Salmo 5:3.

Tenga la absoluta seguridad de que cuando se acerque a la presencia de Dios en oración usted va a ser cambiado,

porque nadie se acerca a Él para permanecer igual. Permítame decirle esto con un ejemplo ordinario: ¿Sabe Ud. por

qué la grasa se derrite cuando se acerca al fuego? Se derrite porque ante el fuego ella no tiene opciones. Cuando se

acerca al calor, la grasa pierde su propia naturaleza. El fuego la domina. Lo único que puede hacer para no ser

transformada es no acercarse. Si te acercas a la presencia de Dios en oración vas a ser cambiado. Ningún ser humano

puede acercarse a Dios y permanecer igual. No te preocupes por el discurso en la oración; no te angusties por las

palabras; no midas el tiempo. Orar no es competir con nadie. Si no tienes nada que decir, ¡Por Dios!, No digas nada!.

Quédate en el silencio de su augusta presencia y deja que su Espíritu te toque. Tu sollozo, tu silencio, tu llanto, tu gemir,

tu humillación; tu reverencia; todo eso junto es oración!

Nuestro Padre está esperándonos en el altar. Después de estar con Él nunca seremos iguales “…porque los ojos del

Señor están sobre los justos y sus oídos atentos a sus oraciones…” 1ª Pedro 3:12. Separa tiempo para estar en oración

y descubrirás la verdadera vida de un cristiano. Nadie sale de la presencia de Dios igual que como llegó. Entra en el

Lugar Santísimo. Hace mucho que Él te espera.

Hay muchos creyentes que desean tener un tiempo de intimidad con Dios porque intuyen que eso es bueno y agrada al

Señor, pero pronto se desaniman y lo abandonan porque descubren que la práctica de la oración tiene evidentes

dificultades naturales que no se experimentan en ninguna otra de las disciplinas devocionales. Cuando alguien decide

tener un encuentro en oración, surgen de inmediato una o varias de estas dificultades: Sueño, cansancio, falta de

concentración, diversas interrupciones, (llaman a la puerta, timbra el teléfono…) miedo, dolores, visitas inesperadas, etc.

Sin embargo, si Ud. decide que va a ver una película, leer la prensa, disfrutar de su programa favorito en TV., o

descansar en una playa; no aparece ninguno de estos accidentes. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué ocurre eso?

Se lo diré en términos coloquiales: ¡Porque su oración causa terror en el infierno!. Un gran hombre de oración lo expresó

así: “La preocupación principal del diablo es impedir la oración de los cristianos. Él no le teme gran cosa a los estudios;

tampoco hace caso a nuestros programas, ni a la religión que se caracteriza por la falta de oración. Él se ríe de nuestro

trabajo, se burla de nuestra sabiduría,... ¡Pero ¡TIEMBLA! cuando oramos!” La oración desencadena la presencia de Dios

de una forma sobrenatural, porque la verdadera oración no es una actividad normal; es un acto de guerra espiritual. La

Palabra de Dios nos reseña el momento cuando Salomón oró durante la consagración del Templo: “…Cuando

Salomón acabó de orar, descendió fuego de los cielos, y consumió el holocausto y las víctimas; y la gloria

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de Jehová llenó la casa. Y no podían entrar los sacerdotes en la casa de Jehová, porque la gloria de

Jehová había llenado la casa de Jehová.” 1ª de Cron. 7: 1-2. La disciplina de la oración produce por sí misma una

reacción en el mundo espiritual, que las fuerzas de las tinieblas no soportan. Por eso es que responden con violencia

tratando de anularla. Un cristiano tiene que saber eso; debe entender cómo funcionan Dios y Satanás durante el proceso

de la oración. Tenemos que aprender que la oración no es meramente una “actividad religiosa”, sino una relación con

Dios que tiene que ser cultivada, porque es la vida misma de un hijo de Dios. La vida de oración va a producir cambios

en tu vida que tú a veces no buscas ni esperas, por la sencilla razón de que todo el que se acerca a Dios se llena de

Dios, a la manera de Dios. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros

los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Sant. 4:8. Cornelio, un centurión romano, fue un militar invasor de

Israel en la Palestina del siglo uno. Era de esperarse que fuera malvado y pagano, pero la Biblia dice que “oraba a Dios

siempre”. No sabemos cuándo, cómo y dónde ocurrió su conversión; lo que sí sabemos es que “oraba” y esa vida de

oración convirtió a un pagano enemigo del pueblo de Dios en un instrumento para que el glorioso Evangelio de Cristo

afectara a todo el mundo gentil. ¿No le parece eso maravilloso? El gran apóstol Pedro vio con sus propios ojos cómo el

Espíritu Santo cayó sobre una congregación de “odiosos gentiles” que Cornelio había reunido.

No te desanimes porque orar sea con frecuencia una tarea difícil. No puede ser de otra manera. Nunca te sientas

derrotado aun cuando no puedas realizar la oración. No te angusties si no sientes gozo. Él ha dicho que estará con

nosotros “Todos los Días hasta el fin”. Nunca te rindas. Detrás de una montaña siempre habrá un valle. Tengo la

absoluta convicción de que la vida de oración es, sin lugar a dudas, la práctica que produce más transformaciones en

cualquier persona. Cuando alguien descubre esa verdad está a punto de asistir al escenario donde van a ocurrir los más

importantes cambios de su vida. Orar, ciertamente nunca ha sido, no es, y jamás será algo ligero o fácil. En la práctica

de la oración siempre habrá: 1.- Un hombre finito que se acerca al trono de la gracia. 2.- Un Dios infinito que ama al

hombre y siempre le responde, y 3.- Un enemigo de Dios y del hombre, cuyo esfuerzo fundamental es anular la oración

como sistema.

Tenemos muchas dudas acerca de la oración. Nos sorprenderíamos cómo ellas serían resueltas simplemente si

oráramos. Así de simple. Porque lo más difícil de la oración, es orar. Es curioso que la mayoría de las dudas que la

gente manifiesta acerca de este tema tengan que ver con las “formas externas”; que son -justamente- las que a Dios

menos le interesan.

Cuando hablábamos de la esencia de la oración en entregas anteriores nos referíamos a lo que la tradición cristiana ha

denominado “el padrenuestro”; que no es otra cosa que un bosquejo para orar concebido en el corazón de Jesús. De

manera que no hay especial virtud en repetirlo porque ese no fue su diseño. Si examinamos con detenimiento el modelo

de Jesús, descubriremos que esa estructura es una verdadera revisión de la vida. Debe preocuparnos que la iglesia

universal no ha obedecido la indicación del Hijo de Dios cuando nos exhortó: “…vosotros, pues, oraréis así”.

En un intento de obediencia por rescatar el mandato divino vamos a analizar el padrenuestro para introducirnos en los

elementos constitutivos de lo que debe ser la oración de un cristiano. “Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea

tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y

perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del

mal. Mat 6:9-13. Lo primero que nos impresiona es la palabra “Padre” al comenzar la oración. Eso es un novedoso aporte

que hace Jesús. La tradición judía hasta había olvidado el sonido original del nombre de Dios en un esfuerzo “reverente”

por no tomar en vano el nombre del Altísimo. Lo más interesante de esto es que la palabra que propone Jesús en la

entrada de la oración es “padre”, que usada en el Getsemaní, la cambió por “abba”, un vocablo arameo que

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representaba la forma más pura e inocente con la que los niños llamaban a su padre. Es decir, Dios; quien es Rey de

reyes y Creador y sustentador de cuánto hay, es, al mismo tiempo y sin contradicciones, no sólo nuestro Padre, sino que

además nos invita a poner a un lado el miedo natural que todos le tenemos a Dios.

De manera que la primera lección que Jesús nos da en cuanto al contenido de nuestra oración es: No hay ninguna razón

para tu miedo. Él es todo lo que es sin disminuir nada y además de todo eso es también tu papá. Él te abraza, y te

acoge, te da seguridad en su regazo, cualquiera que sea tu condición. Por favor, ¡Nunca le tengas miedo a Dios, porque

sin dejar de ser tu Dios, es tu papá.

Es hermoso y gratificante saber que mi Dios es también mi Padre y que como tal me trata. No tenemos que venir a la

presencia del Altísimo como si nos estuviera esperando para castigarnos. Ese no es el carácter de Dios. Si es cierto

que el padrenuestro es una invitación divina a revisar nuestra relación con Dios, no debemos temer abandonarnos en sus

manos. La figura del padre significa, protección, compañía, afecto, seguridad, provisión. Sin embargo, puede ser que

nuestra relación con nuestro padre biológico no evoque precisamente esas emociones. En ese caso, debemos confiar

en que Dios no es culpable de los errores humanos. Aprovechemos, pues, nuestra relación con Él para sanar todo

recuerdo que nos cause dolor.

Esta sanidad es un proceso y debemos insistir en oración hasta que seamos curados; pues no se trata de una carrera de

velocidad sino de resistencia. Inmediatamente, la oración de Jesús nos invita a considerar al Padre como “Nuestro”. Esta

palabra es interesante porque implica necesariamente relación. No podemos negar que las relaciones humanas son, por

naturaleza, especialmente difíciles. A los seres humanos nos es medianamente fácil interactuar con Dios, pero se crean

muchos ruidos cuando se produce el fenómeno de comunicación entre nosotros. Nos cuesta aceptar a los demás como

ellos son y tampoco es sencillo mirar dentro de nosotros mismos y ser objetivos. El servicio que prestamos a la obra de

Dios se ve obstaculizado cuando no entendemos cómo funciona el Reino de los Cielos en ese sentido. Al respecto, el

Señor enseña: “… Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo

contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces

ven y presenta tu ofrenda”. Mat. 5:23-24. Es claro que la oración se ve afectada cuando intentamos comunicarnos

con Dios sin antes resolver nuestro asunto con los hombres. El “nuestro” del padrenuestro está muy lejos de ser una

palabra hueca. La dirección que tenemos en la Palabra de Dios es que quien ora tiene la carga de la prueba al momento

de resolver el conflicto. Hay muchas razones que nos separan y muchas las causas que nos dividen y nos enfrentan;

pero cuando oramos tenemos que considerar seriamente que Dios está esperando que podamos tener relaciones sanas

entre nosotros ANTES de pretender tenerlas con Él.

Nosotros somos hábiles en adelantarnos con el argumento más universal que existe: “la culpa no es mía”. Aunque así

sea, la norma bíblica está expresada con un verbo en forma de mandato: “DEJA ahí tu ofrenda…y reconcíliate con tu

hermano”. Pedir perdón nunca es fácil y menos cuando tenemos la convicción de que no comenzamos el conflicto. Si

queremos tener comunión con Dios debemos estar dispuestos a imitar a Cristo, quien nunca pecó, pero fue quien pagó

por todos nuestros pecados. Imagínate que Cristo hubiese dicho: ¿Por qué tengo que morir?, ¡yo no tengo la culpa!. La

culpa era nuestra, los pecadores somos nosotros, pero si Él no se hubiese humillado estaríamos sin esperanza y sin

Dios. No esperes que vengan a ti; ve tú al lugar donde está el ofensor. Si te cuesta hacer eso, la solución está en la

oración. De eso se trata.

La Palabra de Dios es absolutamente clara cuando nos advierte, a través de cinco verbos en forma imperativa, la

necesidad de revisar nuestra vida interior antes de esperar que nuestra adoración sea aceptada por Él. De manera que

las expresiones: “deja, anda, reconcíliate, ven y presenta”, marcan el orden divino de actuación, que, de acuerdo a

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Mateo 5:23 debe preceder a nuestra oración en caso de que no hayamos resuelto nuestros conflictos humanos. Todo

eso está implícito en la palabra nuestro del “padrenuestro”

Es sano que nos acostumbremos a leer la Biblia con atención, en quietud de corazón, y no como si estamos compitiendo

con alguien o nos vienen persiguiendo. Sólo un corazón en paz podrá percibir toda la belleza ¡y toda la exhortación que

las Sagradas Escrituras tienen para nosotros!

“Padre nuestro “que estás en los cielos…”. Muchísimas personas han repetido esta frase sin tener la más remota

idea de su significado. ¿Cuál es la idea que tenemos de eso que llamamos cielo? En la Biblia se usa esa expresión para

referirse a tres esferas marcadamente diferenciadas: En primer lugar está referida a la atmósfera terrestre inmediata de

nuestra tierra; “desciende de los cielos la lluvia y la nieve…” Isaías 55:10. En segundo lugar y en un sentido más

amplio, se refiere al espacio exterior (el ambiente del sol, luna, estrellas, firmamento, etc.). “Los cielos cuentan la

gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” Salmo 119:1. Finalmente, hay un tercer cielo, el

Reino de Dios, un hogar preparado para nosotros, del cual el apóstol Pablo dice: “…Conozco a un hombre en Cristo,

que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado

hasta el tercer cielo…” 2ª Cor. 12:2.

Esta variedad de “cielos” puede producir un natural desconcierto acerca de qué es verdaderamente el “cielo”. Sin

embargo, a la luz de la oración del “padrenuestro” se nos permite preguntarnos: ¿Será posible que nuestro Dios esté en

los campos, en la lluvia, en el sol, en las flores, en las montañas, en el aire que respiramos y en la mirada inocente de los

niños? ¿No dice acaso la Escritura que “Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto, del Padre

de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación?” . Santiago 1:17. La verdad verdadera es que

¡DIOS SIEMPRE ESTÁ PRESENTE EN TODAS PARTES!

La expresión “que estás en los cielos” es un recordatorio de que Dios está verdadera y realmente en todas las

circunstancias materiales inmediatas de nuestra vida. Somos muy dados a magnificar la presencia “espiritual” de Dios,

pero nos olvidamos que vivimos en un mundo prestado por Él a través de un cordón umbilical de oxígeno y de luz solar

sin los cuales sería imposible vivir. ¿Cuándo fue la ultima vez que Ud. le Dios gracias a Dios por una salida o puesta de

sol, o por llenar sus pulmones de aire puro en una montaña, o por admirar la grandeza que hay en la arquitectura divina

de un hermoso árbol, o cuando la oscuridad natural de la noche nos indica que llegó el descanso para el cuerpo? ¿Sabe

que?, según el salmo 104, esas y muchas otras son bendiciones materiales que podemos TOCAR. ¡Aleluya!

Tenemos que pedirle perdón al Señor porque la mayoría de nosotros estamos tan preocupados por nuestros propios

asuntos y nuestro grosero materialismo como para detenernos un poco para percibir la mano de Dios que nos toca

realmente a través de su creación. Si Dios ciertamente nos puede visitar con su presencia y satisfacer las demandas más

sublimes de nuestro espíritu; no menos cierto es que lo podemos “tocar” a través de la maravillosa manifestación de sus

bendiciones manifestadas en un universo de favores que percibimos cada día con nuestros sentidos físicos.

Después de considerar el padre y el nuestro, vengamos ante la presencia sublime del Creador para decirle algo así

como: Señor, perdóname, porque he estado tan ocupado en mis cosas y tan angustiado por mis problemas

que no me había dado cuenta de que yo vivo en tu mundo. Sin tu aire no tendría oxígeno; sin tu sol no

sería posible la vida, sin la noche no habría descanso. Gracias porque cuando veo a los niños correr y

jugar y cuando sus ojos se encuentran con los míos, me acuerdo de la inocencia del Edén antes del

pecado. Gracias por el canto de los pájaros, gracias por los hijos que nos diste, porque ellos son la

prolongación de la existencia. Gracias por entender lo que significa que tú estás presente en este cielo que

puedo ver con los ojos que tú, también, me diste. Gracias por la insondable sabiduría y el poder que se

manifiestan en el diseño y la providencia de tu creación. Amén

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Jesús quiso dejar en su modelo de oración una expresión que, por fuerza, nos invita a introducirnos en el conocimiento

de uno de los atributos más hermosos de Dios: Su Santidad. Si consideramos al “padrenuestro” como una revisión de

nuestra vida, se hace evidente entonces que Cristo quiere que nosotros pasemos por el filtro de una categoría que, no

sólo marcó su vida, sino que hizo posible nuestra salvación, pues, durante su ministerio terrenal el Hijo de Dios, no sólo

fue santo, -como lo podemos ser nosotros- sino absolutamente santo.

De manera que “santificado sea tu nombre” no es otra cosa que una invitación a que consideremos con mucha

seriedad nuestra santidad personal. Cuando Dios se reveló a Moisés en el Sinaí fue bien claro y enfático en lo que se

refiere a la naturaleza moral de la nación que estaba formando: “Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y

gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. Entonces vino Moisés, y llamó a los

ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado”

Éxodo 19:6-7.

La santidad se convirtió pues, en una constante divina que llena absolutamente todo el concierto doctrinal de la Biblia

desde Abraham en Ur de los caldeos, hasta Juan en la isla de Patmos.

La oración que enseñó Jesús incluye una consideración de la santidad porque la pureza es y debe ser la consecuencia

natural obligada de nuestra condición de cristianos. En otras palabras; si no somos santos, tampoco somos cristianos,

porque ser santo es consustancial con la condición de ser cristiano.

Para entender con propiedad qué es ser santo tenemos que definir el término a la luz de la Biblia, la Palabra de Dios. En

el hebreo se usa el vocablo kadosh, que significa puro en el orden físico, moral y espiritual y separado, puesto aparte o

consagrado. En el griego neotestamentario el término usado es hagios, con los mismos significados que en el hebreo.

Es entendido que cuando hablamos de la santidad de Dios nos referimos a una dimensión absoluta y por lo tanto

perfecta. No así cuando tratamos la santidad de los hombres, pues ésta nunca podrá ser absoluta sino relativa. Nuestra

santidad, pues está referida a una decisión de separar nuestra vida de los valores perversos del mundo, para agradar a

Dios. La santidad ciertamente es un tema muy importante, poco entendido y poco estudiado. Nuestra cultura cristiana le

da más importancia a la teoría doctrinaria que a la conducta; por eso es más fácil hablar de visión, guerra espiritual,

iglecrecimiento, liberación, adoración, finanzas, etc. Lamentablemente, la santidad no es una postura prioritaria para la

iglesia de hoy. Un sentido de honestidad nos impone reconocer que históricamente hemos lastimado la verdadera

santidad al confundirla con nuestros gustos y disgustos en lo atinente a usos y costumbres. El apóstol Pablo lo explica

así a los griegos de Colosas: “…Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por

qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun

toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el

uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en

duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne”. Col. 2: 20-23.

Ese tratamiento antibíblico no debe ser obstáculo para que miremos de frente lo que Dios, en su palabra nos enseña. De

no ser así, Jesús no se hubiera ocupado de dejar bien sentado el lugar de la santidad en la vida del cristiano cuando nos

entregó el “padrenuestro” con la orden: “vosotros, pues, oraréis así”. Mateo. 6:9

Dios empezó hablando a Moisés de la santidad de las cosas: “…quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en

que tú estás, tierra santa es.” Éxodo 3:5. Más tarde se ocupó de la santidad de las personas: “…Porque yo soy

Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo.” Lev. 11:44.

Luego, el mismo Dios de Moisés, en una prueba de la revelación progresiva de su moral, inspira al apóstol Pedro: “…

como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia;

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sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir;

porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” Iª Pedro 1:16.

Santidad, en el lenguaje del Nuevo Testamento es: “vuestra manera de vivir”. ¡Que definición tan hermosa e interesante!

Una manera de vivir es la sumatoria de todos los escenarios que mi vida ofrece. Una manera de vivir es la forma de

exhibir mi carácter cristiano. Esa fue la pregunta que el padre de Sansón le hizo al Ángel de Jehová cuando Éste le

anunció el nacimiento de su hijo: “Entonces Manoa dijo: Cuando tus palabras se cumplan, ¿cómo debe ser la

manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él? Jueces 13:12. La santidad, finalmente (y esto sea lo que

más angustia a la gente) es un requisito bíblico para poder “ver” al Señor: “Seguid la paz con todos, y la santidad,

sin la cual nadie verá al Señor. Hebreos 12:14

Nos interesa si alguien es un gran músico, pastor, evangelista, maestro, cantante, pero, ¿Por qué no preguntamos si es

santo? ¿Por qué Jesús consideró importante tomar en cuenta la santidad personal cuando nos enseñó a orar? ¿Era

acaso un matiz superficial de religiosidad?; ¡Por supuesto que no! El corazón de Jesús demostraba un mundo de

respeto, reverencia, temor y aprecio por la persona del Padre en términos de pureza. En las palabras santificado sea

tu nombre está en juego la naturaleza, la persona, el carácter y la reputación de Dios.

Hay que reconocer que nuestra condición de pecadores nos dificulta para entender la santidad de Dios. Dios es puro,

amoroso, justo, misericordioso, honesto y fiel al mismo tiempo. La santidad inmanente de Dios tiene que producir en

nosotros un sentimiento de pequeñez y de adoración que nos lleven a considerar cuán santos realmente somos. Esa fue

la experiencia del profeta Isaías: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y

sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con

dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces,

diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales

de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije:

¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo

que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los

serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él

sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.” Isaías 6: 1-

7

El profeta fue consciente de su pecaminosidad cuando se encontró de frente con la santidad de Dios. La santidad no es

un producto que viene en el paquete de la Salvación; tampoco es perfección absoluta. (Fil 3:13; Iª de Juan 1:8). No es el

efecto de un milagro; no es el atributo de una minoría privilegiada. (Iª de Tes. 4:3). No es aislarse del mundo. No es un

modelo humano con atajos, ni menos un logro terminado.

No nos hacemos santos por accidente sino por decisión. No nos convertimos en santos instantáneamente, sino a través

de un proceso. No somos santos porque tenemos una sana doctrina o firmes convicciones bíblicas. Las convicciones

son como los termómetros; miden la fiebre, pero no la pueden quitar porque esa no es su función. La santidad es como

un termostato que desconecta la corriente para que no haya accidentes. Las convicciones funcionan en el plano del

intelecto, pero no son eficaces para producir una vida santa. La vida de santidad que tanto preocupó al autor del

“padrenuestro” surge como consecuencia natural de la vida devocional. No hay ni puede haber santidad sin vida de

oración.

Revisar nuestra vida. Ese es el ejercicio fundamental que estuvo en la mente de Jesús cuando sus discípulos le dijeron

“enséñanos a orar” Luc. 11:1. Los médicos usan diversas técnicas para “revisar” nuestro cuerpo cuando estamos

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Page 9: Una cita en el altar para imprimir(1)

enfermos. Es así como ellos determinan cuál es el origen del mal; hacen un diagnóstico y proponen una forma para

restablecer la salud. La decisión de seguir el tratamiento corresponde exclusivamente a la voluntad del paciente.

“Santificado sea tu nombre” es una invitación a revisar el nivel de santidad en nuestra vida cristiana. ¿Es posible

medir nuestra santidad? Pues sí lo es; en este sentido nos vamos a encontrar con cuatro grupos de personas:

1º. Sin santidad: Son aquellos que viven sin Cristo, practicando toda suerte de pecado, y, en todo caso, alejados de

Dios; no tienen relación con Él, no conocen su Palabra y no se plantean la tentación como un problema. Viven “sin Dios”

porque para ellos, pecar es “una manera de vivir.”

2º. Cristianos Nominales: Éstos hacen una vida “religiosa” en la iglesia; tienen algún conocimiento de la Palabra de

Dios, saben lo que es una tentación, pero por carecer de vida devocional no tienen la fortaleza para rechazarla y viven en

un proceso recurrente de pecado y arrepentimiento.

3º. Cristianos en comunión. Son los creyentes, quienes por tener una relación de devoción normal, generalmente

logran identificar al enemigo, conocen sus debilidades y vigilan para vencer y generalmente vencen la tentación.

4º. Cristianos Santificados. Son aquellos cristianos que cultivan una intensa relación con Dios que les permite, no

solamente rechazar con relativa facilidad la oferta de pecar durante la tentación, sino que, además, sienten un profundo

desprecio y malestar por todo aquello que signifique ofender a Dios y en consecuencia, pecar. Son personan victoriosas.

"Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la

santificación, y como fin, la vida eterna” Rom. 6:22

La humanidad se mueve cíclicamente en medio de dos reinos, y uno de ellos está contaminado; es el reino de satanás,

donde hay campos minados que requieren pericia en el manejo. Es mejor que lo llamemos por su nombre. Es un reino

diseñado para destruirnos eternamente. Si decidimos ser santos y vivimos en consecuencia, ¡no hay poder que pueda

vencernos!. El único daño que Satanás nos puede hacer es aquel que nosotros le permitimos. Estemos claros, Nadie

puede obligarnos a pecar.

Algunas pautas para mejorar su santidad: * La vida de santidad es una elección unilateral. * En la vida No hay

campos neutrales, todo lo que hacemos a dejamos de hacer, afecta al Reino de Dios o al reino de las tinieblas. * Cuando

uno es bueno y débil al mismo tiempo, produce cosas buenas y cosas malas. * La vida de santidad es una vida de

separación constante; es un logro diario que se perfecciona.

* Las mezclas morales (algo bueno y algo malo) afectan la santidad. * Estar en la presencia de Dios (Isaías 6) descubre

nuestro nivel de santidad. * La santidad produce reacción rápida contra la tentación. * Nadie se hace santo de repente; la

santidad no es un evento, es un proceso al que se llega poco a poco.

Consejos:

Establezca quién tiene el control de su vida. ¡Conózcase! … Hable con Dios acerca de su debilidad. No Racionalice la culpa. Reconozca el problema y llámelo por su nombre. No busque resultados rápidos y fáciles. Sea perseverante. Cuídese de los patrones persistentes de pecado. Procure siempre relaciones transparentes con las personas. Busque mecanismos de evaluación y cobertura. Rinda cuentas. Cuide la puerta de entrada de su mente. ¿Cuánto tiempo de TV, videos, cine se permite? ¿Hace uso explícito de literatura sexual? ¿Tiene Ud. el control en el uso de la Internet? ¿Mantiene Ud. relaciones peligrosas con personas atractivas? Asuma posiciones de compromiso. Daniel 1:8 y Job 31:1,9. Confiese todo pecado conocido y pida iluminación por los desconocidos. Repare los daños de su pecado.

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No trabaje tanto para Dios que no tenga tiempo para Ud. Comience siempre su día en oración y lectura devocional

Todo lo antes dicho está contenido en la expresión Santificado sea tu nombre de la oración enseñada por

Jesús. Jamás olvide que no puede haber santidad sin oración, porque vivir sin orar es vivir sin Dios

El valor sustantivo del “padrenuestro” nos conduce a entenderlo como un bosquejo de oración que sólo puede hacerla

quien es esencialmente un discípulo de Cristo. “venga tu Reino” es uno de los peldaños de esta hermosa escalera.

No puede ser una expresión vaga, pues alude nada menos que al Reino de Dios. El Reino de los cielos o el Reino de

Dios es la manifestación de su eterna sabiduría y voluntad que se realizó en el establecimiento dinámico con la venida

histórica de Jesucristo a este mundo. El Reino de Dios es el gobierno de Dios en la tierra; es el carácter divino que busca

una restauración total de un mundo que estaba “sin Dios”.

No hay que olvidar que el “padrenuestro” es una propuesta celestial de comunión con Dios. De manera que se impone

interpretar la frase desde la perspectiva de una persona que ora en la presencia del Señor. Que el Reino de Dios haya

venido a la tierra fue una decisión soberana de la divinidad; “En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en

el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.” Mateo 3:1-2.

Vino porque tuvo que restaurar; lo contrario hubiera sido una crisis de esperanza y un profundo caos moral.

La petición “venga tu Reino”, al ser un mandato de Cristo al orante, se refiere, no al Reino que ya vino, sino al

gobierno de Dios en una vida particular. No tendría sentido pedir que venga lo que ya vino, a menos que haya una

diferencia –como realmente la hay- entre el Reino de Dios en la tierra y el Reino de Dios en mi vida.

Una manera práctica de entender esto sería preguntándonos: ¿Cuánto dominio le permito yo a Dios sobre mis asuntos?;

¿Cuántas áreas de mi naturaleza he puesto bajo su gobierno?, ¿En cuáles no le he permitido que intervenga? ¿Cuántas

puertas de mi corazón están cerradas para Él? “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo

vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor

Jesucristo.” 1ª de Tes. 5:23.

Cuando Jesús propone la frase “venga tu Reino” no está pensando en su gobierno mesiánico, sino que está

invitándonos implícitamente a establecer su Reino en la esfera del corazón de los hombres. De manera que si la oración

se hace con sinceridad, se convierte en una petición para que la soberanía divina, el gobierno de Dios se haga cargo de

nuestra vida.

Hemos vivido por mucho tiempo gobernando el timón de nuestro barco. El saldo no ha sido bueno, hemos fracasado

muchas veces, y como dijo el poeta José Santos Chocano: He andado poco, me he cansado mucho. Son muchas las

veces que hemos tomado decisiones importantes y luego venimos a Dios pidiéndole que arregle el desastre que hemos

hecho. Afortunadamente, Él es inmensamente misericordioso y…milagroso.

El Reino del los cielos del que aquí se habla no está conformado por un imperio político gobernado por emociones

egoístas, no. Es una condición interior de la mente y del espíritu en la cual permito que la voluntad de Dios se convierta

en mi voluntad. . “…el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.”

Romanos 14:17.

Es un honor inmensamente noble y elevado que se nos cuente como ciudadanos del Reino. Hay que tener presente

quién es la persona que nos concedió la delicada distinción de ser el pueblo del Señor. La equivocada conducción de la

forma de vivir que hemos exhibido debe hacernos pensar en que es hora de que nos sintonicemos con el programa de

Dios, es decir, con su Reino.

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“Venga tu Reino” es una forma de orar diciendo: “Señor, Tú que eres gobernador del cielo y de la tierra. Tú, cuya

autoridad es absolutamente suprema en el universo; ven a establecer tu soberanía también en mi corazón. Renuncio al

riesgo de seguir equivocándome y te suplico humildemente que tomes el rumbo de mi vida. Amén.

Hágase tu voluntad” es una de las frases más conocidas del “padrenuestro”. Las Escrituras son cuidadosas al

exhortarnos que el respeto a la voluntad divina es determinante para ser salvos. “No todo el que me dice: Señor,

Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

Mateo 7:21.

Una cosa es pedir que se haga su voluntad en el mundo y otra es desear que ella se haga realidad en nuestra vida

personal. Hay muchos creyentes que cuando manifiestan sus deseos confunden a Dios con el genio de la lámpara de

Aladino, en el cuento de “Las mil y una noches”. Piensan ingenuamente que pueden ordenarle al Señor que satisfaga sus

ansias. Es claro que la soberanía de Dios no requiere del concurso humano.

Es verdad que como seres libres tenemos un rango de acción para determinar unilateralmente qué haremos y qué no. Sin

embargo, sería deshonesto negar que hay circunstancias en las cuales necesitamos ayuda superior para decidir qué rumbo

tomar. “…Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como

conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” Romanos

8:26.

Debemos de reconocer la importancia de que nuestra voluntad sea sometida a la opinión de Dios. La suya es, en el

lenguaje de Pablo, “agradable y perfecta”. Rom 12:2. Por eso, en algunas ocasiones, obedecer al Señor puede

significar nadar en contra de la corriente del mundo.

¿Cómo hacemos para conocer particularmente la voluntad de Dios en nuestra vida? La gente formula esta pregunta como

si la respuesta fuese supremamente complicada o misteriosa. Debe quedarnos bien claro que lo más difícil que hay en el

proceso de saber cuál es la opinión de Dios, consiste en que ¡antes de conocerla! estemos dispuestos a obedecerla. “…Y

esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.” 1ª

de Juan 5:14.

No podemos pretender que una vez que tengamos nuestros planes ya predeterminados vayamos a pedirle a Dios que los

bendiga. Tenemos que aprender a preguntarle al Señor y esperar su contestación, en el entendido de que su respuesta

puede no gustarnos; pero esa es su respuesta. Eso fue exactamente lo que hizo el Hijo de Dios con su Padre en el

momento crucial de su ministerio: “…Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino

la tuya”. Lucas 22:42

La voluntad de Dios representa su propósito; lo que Él quiere que hagamos para nuestro bien en todas las áreas posibles

de la vida. Siempre nos encontraremos en circunstancias en las cuales no sabremos qué hacer. Ese justamente es el

momento cuando debemos consultar con Dios y esperar que nos responda. Nunca dejará de hacerlo, pero siempre lo hará

como Él quiera y con toda seguridad, tendremos su mejor respuesta.

Cuando oras “hágase tu voluntad” no le estás pidiendo a Dios que bendiga la tuya, sino que te ayude a someterse a la

suya. Le estás diciendo: Señor: Ayúdame a encontrar tu plan para mi vida; permite que yo pueda comprenderlo,

someterme a él y cumplirlo; y si no pudiera entenderlo, dame la gracia y la humildad para aceptar en fe que eso es lo mejor

que tienes para mí. Amén. Todo eso y mucho más estaba en el corazón de Cristo cuando nos enseñó a pedir “hágase tu

voluntad”

El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Esta curiosa frase representa, por extensión, a las peticiones,

generalmente, de cosas materiales que siempre hacemos. “Pan”, en este contexto, es una palabra simbólica que

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representa todas nuestras necesidades físicas. Es importante tener presente que Dios no nos da siempre lo que

pedimos sino lo que necesitamos. Ese es precisamente uno de los ingentes problemas que tenemos con la oración.

Parece que para nosotros, la circunstancia de orar no tiene otra razón que la de pedir algo. Orar, ciertamente incluye

pedir, pero también es buscar y llamar. “…Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os

abrirá” Lucas 11:9.

Una vez escuché una sencilla canción que impactó mi vida: Sólo he venido para darte adoración (bis)/ Hoy no he venido para

pedirte un favor/ Sólo he venido para darte adoración. Hay gente que piensa que las oraciones son como esas maquinitas

automáticas que uno le echa una moneda y le dan un refresco o una bolsita de maní. Dios nos concederá sólo aquellas

peticiones que satisfagan su voluntad.

Pedirle algo a Dios es relativamente fácil. Una impresionante mayoría de cristianos cree que tenemos el derecho

inalienable de recibir todo lo que le pedimos a Dios porque la Biblia dice “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis;

llamad, y se os abrirá.” Mateo 7:7. Nadie está negando que la Palabra de Dios enseñe eso; pero en ejercicio de sana

interpretación bíblica, toda doctrina a ser creída debe descansar en el testimonio veraz y total de la Biblia.

Un cristiano serio debe considerar todo lo que la Palabra de Dios dice acerca de cualquier tema que se considere, antes

de poderlo asumirlo como una verdad final. Las Escrituras dicen muchas cosas acerca del pecado, de la fe, de la

salvación, de dar, de pedir, etc.; pero la doctrina final debe tomar en cuenta TODA la información escritural. Debemos

recordar que la Palabra de Dios también nos dice: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en

vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. Juan 15:7. Juan lo precisa de otra manera: “…Y esta es la

confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. 1ª de Juan

5:14. De manera que lo que dice Mateo 7:7 es sólo una parte de la información en lo que tiene que ver con pedir.

Es muy preocupante que la iglesia no haya comprendido la manera cómo Dios suele responder a nuestras demandas. El

Señor no nos concede todo lo que pedimos porque con frecuencia exhibimos un desconocimiento supino de cómo

funcionan los principios del su reino: “…Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas

cosas os serán añadidas.” Mat. 6:33

.En Deuteronomio 3:26 nos dice que cuando Moisés, al final de sus días le pidió al Señor que le concediera “ver” la tierra

prometida, la respuesta fue demoledora:”Basta, no me hables más de este asunto”. Cuando Pablo le rogó varias

veces a para que lo liberara de un aguijón que lo molestaba, Dios simplemente le dijo: “…Bástate mi gracia…”

Hoy estamos contaminados con el espíritu de pedir cosas en función de lo que declaramos. Se ha desdibujado al Dios

de la Biblia y se lo ha confundido con un mercenario que intercambia sus favores con dinero y otras bisuterías callejeras.

Digamos con Jerónimo Savonarola, precursor de la Reforma del siglo XVI: “… ¡Ese no es Dios!, el Dios en quien yo creo/

tener no puede el interés del oro/ El Dios verdad, el Dios a quien yo adoro/ no cambia sus bondades por metal/ Su espíritu gigante no

se oculta/ en el recinto estrecho de un sagrario/ el universo entero es su santuario/ porque es la providencia universal…” Señor, el

pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Amén.

Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Mateo 6:12. El

perdón es una categoría espiritual que está en la base de la pirámide teológica; es, sin duda alguna, la doctrina capital y

distintiva del pensamiento cristiano. Sin él, no hay paz, ni esperanza, ni salvación, ni cielo, ni vida eterna, ¡ni nada!. La

Sagrada Escritura es especialmente hermosa cuando lo describe: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en

la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados,

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anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en

medio y clavándola en la cruz,…” Col. 2: 13-16.

Siendo que el perdón tiene un profundo valor sustantivo, merece que su tratamiento comience por una rigurosa

definición, que tiene que venir, obviamente de la Palabra de Dios. “El perdón viene a ser, entonces la fuerza poderosa

que remueve el obstáculo espiritual y hace posible que la criatura humana se reconcilie y restablezca su amistad con

Dios.”

El perdón como doctrina presupone tres situaciones básicas: 1.- Que somos pecadores y hemos infringido la ley de Dios;

2.- Que hemos reconocido la falta y estamos arrepentidos, y 3.- Que Dios, en su amor y en su gracia ha remitido la

nuestra culpa y ha provisto el medio (Cristo) para que recibamos ese perdón.

La fraseología del perdón que se encuentra en el “padrenuestro” tiene dos aristas. La primera tiene que ver con la actitud

de Dios hacia el pecador (Y perdónanos nuestras deudas), la segunda es la actitud de un pecador hacia otro

pecador, (como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.). Dios no tiene ninguna dificultad para

perdonarnos; nosotros, en cambio, sí las tenemos y eso es, precisamente lo que exige una comprensión cabal de esta

doctrina.

El evangelista Marcos recoge una sentencia lapidaria de Jesús: “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo

contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras

ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará

vuestras ofensas. Marcos 11:25-26. Esa es una declaración demasiado densa. Dios nos está diciendo con absoluta

claridad que cuando se trata de perdonar NO tenemos opciones, a menos que decidamos renunciar a nuestra salvación.

Es decir, si no podemos perdonar a otros, Dios tampoco nos perdonará.

A las personas les cuesta perdonar a otros porque perdonar significa No Cobrar. Ahora bien, es necesario corregir una

postura antibíblica que pregona que perdonar es olvidar. El olvido no es un acto que el hombre pueda manejar

voluntariamente; el perdón sí lo es. Por otra parte, no es preciso olvidar la ofensa para que el perdón se verifique. Lo

necesario es comportarse con el ofensor como si hubiéramos olvidado el agravio.

El olvido es un accidente, el perdón es un acto de la voluntad, es una decisión. El perdón es algo que nosotros no

merecemos. Fluye del amor de Dios y no lo podemos ganar. Un cristiano que no perdona No ha entendido el Evangelio.

No hay que “sentir” algo especial para perdonar; sólo hay que “pasar por alto” la ofensa sin olvidarnos que también

hemos pecado muchas veces contra otros.

Si tenemos dificultades para perdonar a otros, vengamos con humildad y temor en oración y roguemos por esas

personas aunque no sintamos hacerlo, aunque no las amemos. Digámosle al Señor con nuestras propias palabras qué

es lo que nos molesta y seamos perseverantes en el altar hasta que las cadenas sean rotas. Tal es el significado de la

frase “…y perdónanos nuestras deudas…”. El milagro se realizará después que vengas a su presencia, porque allí,

todo es más fácil.

Para los oídos de personas occidentales del tercer milenio la palabra tentación en el “padrenuestro”, tiene una

connotación negativa. Nos hace ruido que esa expresión aparezca allí porque es dificultoso imaginarnos a Dios tratando

de que sus hijos caigan en una trampa. La verdad es que en los tiempos bíblicos el término “tentación” se traducía más

como “poner a prueba para demostrar fortaleza espiritual”, que como “tratar de seducir para el mal”; en principio porque

Dios, en atención a su carácter, jamás haría eso. “…Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte

de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado,

cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido”. Santiago 1:13-14

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La Biblia es categórica cuando señala a satanás como la fuente de la tentación, de hecho, “el tentador” es uno de sus

nombres: “Por lo cual también yo, no pudiendo soportar más, envié para informarme de vuestra fe, no sea

que os hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase en vano”. 1ª de Tes. 3:5. De manera que

la tentación es un mal necesario que ocurre cuando Dios simplemente permite que el enemigo de nuestras almas nos

invite a pecar. No puede ser de otra manera porque el hombre, al ser dueño de un libre albedrío tiene que decidir a cuál

de los dos reinos se somete, en el entendido de que tiene que someterse a uno de los dos.

La tentación, de este modo, no es un fatalismo, simplemente es la prueba de la libertad. Además, el hombre no está

desarmado ante ella, Dios le ha dado herramientas naturales para vencerla “No os ha sobrevenido ninguna

tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis

resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. 1ª de Cor.

10:13. El único poder que tiene el diablo cuando nos tienta es el que nosotros le damos, pues jamás nos podrá obligar a

pecar; porque definitivamente, no tiene ese poder.

Es absolutamente necesario que no olvidemos que el Señor nos enseñó la estrategia fundamental para no salir

derrotados en ese conflicto: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está

dispuesto, pero la carne es débil”. Marcos 10:34. Con meridiana claridad La Biblia nos está diciendo que cuando

usemos las armas adecuadas siempre obtendremos la victoria. Si no hay disciplina devocional de oración no puede

haber victoria contra la tentación.

Cuando Jesús incorpora el hecho de la tentación en su oración quiere que roguemos al Padre que nos libre, no de la

tentación como sistema, porque eso no es posible, sino que nos guarde de pecar durante el proceso de la tentación. Las

posibilidades de vencer son directamente proporcionales a la vida de oración.

Un cristiano serio tiene que poner en el presupuesto de su vida la ocurrencia de la tentación. Si hay una debilidad

crónica en un área de nuestra vida que nos ha producido caídas recurrentes, el “padrenuestro” de Jesús nos recuerda

que hay que traer esa carga a la presencia de Dios en el altar devocional para llenarnos de su poder. Cuando un

cristiano ora, de hecho está declarándole la guerra al diablo, porque él tiembla cuando tú oras.

Cuando en nuestra vida persisten situaciones de pecaminosidad, es porque el yo y las viejas pasiones, la vieja

naturaleza, los antiguos deseos ejercen el control antes que el Espíritu de Gracia. Por eso debemos entregarle a Dios,

mediante un acto consciente de nuestra voluntad todas las aristas de nuestra vida. Si no lo hacemos estamos

permitiendo a nuestro enemigo que establezca una cabecera de playa desde donde nos atacará con ventaja. Si la

oración no acaba con los pecados, los pecados acabarán con la oración. No lo permitas. Tú puedes, no estás solo.

Señor: No nos dejes caer. Amén.

Pecar” es el título de un hermoso poema del mexicano Francisco Estrello: oigámoslo: En la armonía eterna, pecar es

disonancia, pecar proyecta sombras en la blancura astral/ El justo es una música y un verso, una fragancia

y un cristal. /En la madeja santa de luz de los destinos, pecar es negro nudo, tosco nudo aislador./ Pecar es

una piedra tirada en los caminos del amor… Es evidente que entre las expresiones del padrenuestro, líbranos del

mal ha sido una de las menos estudiadas. Acaso sea porque está referido a un problema medular del corazón humano

como es la comisión de pecados.

El idioma original del Nuevo Testamento, así como el contexto en que se encuentra la expresión abonan la idea de que,

sin violentar el mensaje bíblico, se puede traducir líbranos del maligno; con lo cual se configura a la persona de satanás

como el principal instigador cada vez que el pecado tiene lugar.

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En todo hecho de pecado concurren inexorablemente tres elementos tan íntimamente entrelazados que es muy difícil

separarlos: *Satanás, *nuestro yo y *el hecho pecaminoso en sí mismo. Dicho de otra manera: El enemigo, apelando a

nuestra propia concupiscencia, influye sobre nosotros para hacernos pecar.

Es necesario que seamos conscientes que el pecado sólo ocurre cuando, de una manera triangular, una persona, viola la

ley de Dios. Es decir; para que eso que llamamos pecado sea realmente pecado, tiene que estar afectado Dios, por un

hombre que irrespeta su Palabra.

El Señor Jesús dejó en su plegaria la posibilidad de que clamemos a Dios para que nos libre del maligno. No que nos

libre de la ocurrencia de la tentación, porque la tentación es la prueba de la libertad, sino que nos libre de la posibilidad

de caer en ella Hay una diferencia sustancial entre las dos situaciones. Jesucristo jamás hablaba con ambigüedades. El

Señor nos puede librar del maligno porque Él siempre está con nosotros. Él nos puede librar del maligno porque nos ha

dotado de las capacidades en términos de sentido común para evitar que caigamos en pecados. No tenemos porqué

exponernos innecesariamente a situaciones peligrosas o a elegir compañías inadecuadas o a prestar oídos a

sugerencias pecaminosas.

El Señor nos puede librar del maligno porque nos ha dado la capacidad de luchar. Es muy importante que la gente sepa

que satanás no tiene el poder de obligarnos a pecar. El creyente siempre va a disponer de su libertad de acción, la cual

no puede ser enajenada. El ejercicio de la libertad, que es potestativo de cada persona nunca va a ser violado por Dios.

Pecar o no pecar siempre serán decisiones unilaterales e inalienables, y en consecuencia, responsables. En ese sentido

la Palabra de Dios es monumentalmente contundente: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea

humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará

también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” . Iª Cor. 10:13

En 2ª a Tim 4:18 se nos advierte que hay ocasiones en que nuestro enemigo nos ataca sin que se trate de una

tentación en el orden moral. Es cuando satanás trata de hacernos daño gratuitamente en atención a su naturaleza de

malignidad: “…Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea

gloria por los siglos de los siglos. Amén”. En 2ª de Pedro 2:7 se reafirma lo mismo: “…y libró al justo Lot,

abrumado por la nefanda conducta de los malvados”.

Ciertamente el Señor nos puede librar del maligno; siempre y cuando respetemos las reglas del Reino de Dios. No

debemos jugar con el pecado, porque quien juega con la candela… se quema. Las escrituras son inalterables: “… Y a

aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran

alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por

todos los siglos. Amén”. Judas 1: 23-24

Con el capítulo anterior concluimos una sucinta y apretada síntesis de la oración enseñada por Jesús, que la tradición

cristiana denominó el “padrenuestro”. Es necesario hacer un resumen pedagógico que nos permita apreciar, en una sola

entrega, todo el panorama de esa hermosa enseñanza que salió del mismo corazón del Hijo de Dios.

Llamar “Padre” a Dios en una oración era una innovación inconceblible por irreverente para el pensamiento judío. Es

precisamente Jesús quien incorpora esta posibilidad al colocar la esencia por encima de las formas culturales cuando se

ora. El nazareno va más allá y propone una palabra aramea y muy familiar, “abba” para restaurar la confianza sin

lastimar la reverencia. Dios es nuestro papá.

Si es bueno tratar a Dios como papá, mejor es entender que no somos hijos únicos. El Padre es “nuestro”. Eso habla de

relaciones colaterales; justamente donde los humanos tenemos serios conflictos. Desde el punto de vista de la oración

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Page 16: Una cita en el altar para imprimir(1)

Dios es el Padre de todos y en consecuencia, somos hermanos. Necesario es resolver nuestros conflictos para ser

aceptos ante nuestro Padre común.

Dios está en los cielos. Él está “en” su creación. Toda la maravilla de la naturaleza que nos rodea y nos bendice porque

hace posible nuestra vida física forma parte de ese cielo donde Él está. Sin Él no podríamos ni respirar. ¿No es

hermoso?

La santidad de Dios es uno de sus más preciosos atributos. Él es absolutamente santo y quiere que nosotros también lo

seamos. Nunca podremos igualarlo porque estamos signados por la herencia pecaminosa de Adán. Sin embargo “…sed

santos porque yo soy santo” es un mandato que habla de la necesidad de vivir separados del pecado.

Que su reino, su dominio, su gobierno, venga a nosotros, debe significar que toda nuestra vida, todas las aristas de

nuestra existencia se sometan a su dirección. Que no haya áreas de nuestro corazón manejadas sólo a nuestro arbitrio.

Que Él sea el Señor de “toda” nuestra vida.

Hágase tu voluntad es un recurso a nuestra disposición para estar seguros de ser asertivos en las momentos difíciles de

nuestra vida. Con frecuencia tomamos decisiones equivocadas. Si buscamos conocer su voluntad en cualquier asunto

complejo y nos disponemos a obedecerla aunque no la comprendamos; tendremos asegurado el éxito.

Pedir el pan nuestro de la cotidianidad es muy fácil, porque pedir es fácil. Sin embargo pedir no es simple. Pedir es un

derecho que tenemos; pero ese derecho está condicionado en la palabra de Dios, en el sentido de que Dios sólo nos va

a conceder las peticiones con son agradables a su voluntad. Solemos pedir mal. Los cristianos adultos debemos pedir

con la fe de un niño, pero sin su inmadurez.

El perdón es la doctrina capital del pensamiento cristiano. Sin perdón no hay cielo. Nuestra salvación se hizo posible

porque Cristo proveyó nuestro perdón. En consecuencia; no tenemos razón para retener o negar el perdón a nuestros

ofensores. Si no perdonamos, tampoco podremos ser perdonados.

No podemos prohibir que los pájaros vuelen sobre nosotros, pero si podemos evitar que nos construyan un nido en la

cabeza. La tentación es la prueba de nuestra libertad, y sólo es una invitación. Dios no la produce; sólo la permite.

Todas las posibilidades de ser vencedores están a nuestra disposición. Sólo tenemos que usarlas.

En el orden de nuestra relación con Dios hay tres cosas que nunca debemos olvidar: 1.Quién es Dios; 2.Quién es

nuestro enemigo; y 3. Quiénes somos nosotros. Dios es esencialmente bueno y justo. No anda haciendo cacería de

pecadores. El ámbito de su amor y su justicia tienen su tiempo y en eso Él es irremediablemente soberano. Nuestro

enemigo es malo sin retorno. “Vino a matar a hurtar y a destruir”. Seríamos insensatos si esperamos otra cosa de él. Y

nosotros, ¿acaso nos conocemos?. Usted sabe cuál es la debilidad que lo ha derrotado de manera recurrente. Pues bien

amigos: En esas condiciones nuestro Dios nos puede librar del maligno. ¡Claro que puede!.

En nuestra última reflexión entregamos una síntesis apretada del contenido de lo que hemos llamado tradicionalmente el

padrenuestro. En este estudio hemos tenido que luchar tenazmente con la idea de que cuando estamos orando

realizamos una “actividad religiosa”, por decirlo de alguna manera. Es impresionante cómo las formalidades externas

han incidido negativamente para desarmar la oración y convertirla en una “cosa” que nosotros “hacemos”

Ese fue, justamente, el cambio colosal que introdujo Jesús y que provocó que sus seguidores entendieran que, a pesar

de que manejaban la tradición de las formalidades del judaísmo, éstas no eran otra cosa que el “envoltorio cultural” de la

oración. Esa equivocación sigue presente en la iglesia de hoy. Las preguntas más frecuentes de la gente acerca de la

oración tienen que ver con esas formas: Cuántas veces; cuál postura física, qué tono de voz, cuánto tiempo, en

cuál lugar, etc.

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Todas éstas son variables de las cuales disponemos, pero no son la esencia de la oración. Tienen su importancia en

el concierto de la vida religiosa de la iglesia; pero si sustituyen la esencia medular de lo que es realmente oración

cometeríamos el mismo error de una persona que se alimenta con “comida chatarra” y cree que está bien alimentada

porque se “siente” llena. Por favor, ¡No nos equivoquemos con las apariencias!, el estuche jamás podrá ser más

importante que la prenda.

Jesús, sin hacer mucho alarde, nos enseñó con su vida que, más que una actividad, orar era establecer una relación

íntima y personal con Dios. “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar

desierto, y allí oraba.” Marcos 1:35. Surge entonces así el concepto natural de vida de oración, en el cual hemos

insistido tanto, para separarlo de orar, a secas, que es lo que equivocadamente hemos manejado siempre.

El Hijo de Dios ha decidido elevar la oración a un nivel que pueda reparar la razón de la queja del Dios Padre al profeta

Isaías: “…Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra,

pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha

sido enseñado”. Isaías 29:13. Por eso, sin irrespetar las formas externas de la tradición, Cristo entiende que más que

una práctica religiosa, orar es una forma de vivir que produce e incorpora cambios en la vida de quien lo hace. Es vital

que nos demos cuenta con agudeza de que Jesús comienza a enseñar la oración con su vida, más que con su discurso.

Por eso, ellos sintieron que necesitaban aprender a orar, no cuando lo vieron hablando, sino cuando lo vieron orando.

Tenemos que sacar de la maleta de nuestro equipaje cultural religioso la idea simplista y equivocada de que la oración

existe para obtener “cosas de Dios”. Esa es una concepción superficialmente materialista.

De manera que cuando hablamos de aprender a orar no estamos haciendo énfasis en las formas, que al fin y al cabo no

son más que expresiones de la cultura. Estamos hablando de la “disciplina” de venir a la presencia de Dios en la

experiencia del salmista: “Escucha, oh Jehová, mis palabras; Considera mi gemir. Está atento a la voz de mi

clamor, Rey mío y Dios mío, Porque a ti oraré. Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me

presentaré delante de ti, y esperaré”. Salmo 5:1-3.

Antes de seguir en propiedad con el análisis de la oración y la vida de oración, es necesario que consideremos cómo

ésta incidió notablemente para transformar las vidas y los ministerios de personas que cambiaron al mundo. Teníamos

necesidad de saber por qué esos hombres pudieron realizar obras gigantescas. A ellos los llamamos hoy “los grandes

hombres de Dios”. Pero, ¿Por qué razón fueron grandes?.

No eran más inteligentes que nosotros. No tenían más información de la que disponemos; de hecho, tenían menos. No

contaban con la colosal tecnología de comunicación de nuestros días. Cuando buscamos las razones, encontramos,

para bendición de nuestra alma, que el patrón común entre estos cristianos de excepción no era otra cosa que el

absoluto respeto por la vida de oración.

Hablamos -entre otros- de Martín Lutero, Juan Bunyan, y Juan Wesley, por mencionar sólo tres. Dejemos que sea el

historiador Orlando Boyer quien nos introduzca en la vida de cada uno de estos apóstoles de la oración:

LUTERO: “Generalmente se atribuye el gran éxito de Lutero a su extraordinaria inteligencia y a sus destacados dotes. El

hecho es que tenía la costumbre de orar durante horas. ‘fui guiado a orar, a pedirle a Dios que me fortaleciese. Nunca

oré sin que la Escritura estuviese en mi mente. Resolví, como Pablo, no mirar las cosas que se ven, sino las que no se

ven’. “Decía que si no pasaba dos horas orando por la mañana se exponía a que satanás ganase la victoria sobre él

durante ese día, uno de sus biógrafos escribió: ‘el tiempo que él pasa orando, produce el tiempo para todo lo que él

hace, el tiempo que pasa escudriñando la Palabra vivificante le llena el corazón que luego se desborda en sus sermones,

en su correspondencia y en sus enseñanzas

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Page 18: Una cita en el altar para imprimir(1)

BUNYAN: “¿Cómo se explica el éxito de Juan Bunyan, el orador, el escritor, el predicador, el maestro, el padre de

familia, el humilde latonero sin ninguna instrucción?. ¿Cómo puede una persona inculta predicar como él predicaba?. La

única explicación de su éxito es que era un hombre que estaba en constante comunión con Dios.

“Hay en la oración –decía- el momento de dejar al descubierto la propia persona, de abrir el corazón delante de Dios, de

derramar el alma afectuosamente en peticiones, suspiros y gemidos como los del salmista: ‘¿Cuándo vendré y me

presentaré delante de ti?; me acuerdo de estas cosas y derramo mi alma dentro de mí’ (Salmo 42:2,4). A veces, las

mejores oraciones consisten más en gemidos que en palabras, y esas palabras no son más que la mera representación

del corazón, la vida y el espíritu de tales oraciones.

WESLEY: “Así se expresó: ‘comencé a reconocer que el corazón es la fuente de la religión verdadera,...reservé dos

horas cada día para quedarme a solas con Dios’. Juan se esforzaba por levantarse diariamente a las cuatro de la

mañana. Por medio de las notas que escribió dejaba constancia de todo lo que hacía durante el día. Conseguía así

controlar su tiempo a fin de no desperdiciar ni un solo momento. “Tenía una sed insaciable de la presencia de Dios. Así

lo relata él mismo: ‘Eran cerca de las tres de la mañana y nosotros continuábamos perseverando en nuestras oraciones,

cuando nos sobrevino el poder de Dios, de tal manera que exclamamos impulsados por un gozo. Muchos de los

presentes cayeron al suelo. Luego, cuando pasó un poco el temor y la sorpresa que sentimos en presencia de la

majestad de Dios exclamamos a una sola voz: ¡Te alabamos Oh, Dios, te aceptamos como nuestro Señor!.

Creo que el testimonio de estos padres de la iglesia contemporánea se forjó en el ejemplo dado por Jesús, la persona

que más amó la vida de oración: …Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí

oraba. Marcos 1:35

En la última entrega quisimos traer a colación el testimonio de tres de los hombres que más han contribuido a

enseñarnos con su vida la categoría de la oración. Obviamente hay muchos más, y es necesario que estudiemos su vida

y su obra; lo cual haremos desde esta tribuna a su debido tiempo. Para nosotros es un punto de honor dejar claro que lo

que los hizo sobresalientes no fue otra cosa que su absoluto respeto y entrega por una práctica que cada día se ve más

amenazada en la iglesia contemporánea: La vida de oración.

La vida de oración es afectada por nuestro intelecto y por nuestras emociones. Todo el mundo sabe que “debe” orar.

Es casi imposible encontrar un creyente que no tenga un concepto honroso de la oración. Entonces, ¿por qué nos

cuesta tanto hacerlo?. Es lógico que la oración ocupa con fuerza un lugar en el mundo espiritual. “Vino luego y los

halló durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que

no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” Marcos 14: 37-38

Debemos ser lo suficientemente humildes para aceptar sin ambages que cuando se trata de orar, ciertamente tenemos

un “problema” que está más allá de lo normal. Estamos hablando de una resistencia de orden espiritual, que

generalmente es solapada por “actividades” de oración que responden a nuestros programas e intereses y no a los de

Dios. El apóstol Santiago lo explicó muy bien: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis

alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque

pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Santiago 4: 2-3

El Espíritu Santo nos está diciendo a través de esta palabra que sencillamente tenemos un problema conceptual con la

oración. No nos hemos dado cuenta que sacamos a la luz nuestra pobre relación con Dios, cuando no advertimos que

mezclamos obras de la carne como la codicia y la envidia con el pedir a través de la oración, (que se supone que una

obra del espíritu), con el agravante de que hasta pedimos mal por la motivación equivocada que tenemos al hacerlo.

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Lo primero que tenemos que corregir es el concepto errado de que orar es sinónimo de pedir. Pedir ocupa un lugar en

la oración, pero no lo es todo: Jesús lo explicó de una manera muy pedagógica: “Y yo os digo: Pedid, y se os dará;

buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al

que llama, se le abrirá.” Lucas 11:9-10.

Cristo habla además de buscar y de llamar como elementos componentes de la oración y tiene el cuidado de

ubicar el pedir dentro de condiciones muy concretas que solemos olvidar: “Si permanecéis en mí, y mis palabras

permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”. Juan 15:7

El Señor nos está esperando en el altar devocional. Allí lo más importante no es pedirle cosas a Él sin antes considerar

sus condiciones. Necesario es, entonces hacernos dos preguntas de control: ¿Permanezco yo en Él?; ¿Permanecen sus

palabras en mí?. Sólo si podemos responder con honesta afirmación a esas dos interrogantes tendremos luz verde para

pedir en el proceso de nuestra oración.

No aceptar las condiciones de Jesús es lo que explica la frustración de mucha gente que no entiende por qué -a su juicio-

Dios no les responde como ellos quieren. Él no nos concede siempre lo que le pedimos sino lo que necesitamos. Amigos:

No nos confundamos; aunque el Señor siempre nos bendice, es vital que entendamos con absoluta claridad que Dios no

existe para complacernos. Nosotros existimos para complacerlo a Él.

En nuestro enfoque del tema de la oración estamos obligados a llegar al fondo del problema. No es tarea de fácil

solución porque, en principio, nos enfrentamos con una pared de ideas preconcebidas y reforzadas por nuestra tradición

evangélica. Estamos hablando del concepto utilitario que desafortunadamente ha marcado todo lo que entendemos por

“oración”

Para millones de cristianos Dios sólo es “…quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus

dolencias; El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias; El que sacia de

bien tu boca, de modo que te rejuvenezcas como el águila. Jehová es el que hace justicia y derecho a

todos los que padecen violencia”. Salmo 103: 3-6. Obviamente no estamos negando a ese Dios; pero no es una

actitud correcta que veamos esa sola cara de la moneda. Durante su ministerio terrenal el Señor Jesús tuvo que ser

punzante en su juicio, porque el alto liderazgo espiritual de la nación judía había perdido el rumbo espiritual. Oigámoslo:

” …¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como

pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación. Mateo 23:14

Es evidente que para Cristo esas “oraciones” no eran genuinas, porque se comportaban como mamparas para encubrir

las verdaderas intenciones, que no eran nada sanas. La oración tiene un orden en la mente de Dios, y es necesario que

entendamos que está diseñada fundamentalmente como una relación. Esa relación cambiará nuestra manera de vivir,

porque transformará todas las aristas de nuestro ser. Eso ocurrirá porque ¡nadie puede acercarse a Dios sin ser

cambiado!. Dios está esperando que vengamos a Él como lo hizo el salmista: “Examíname, oh Dios, y conoce mi

corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el

camino eterno. Salmo 139: 23-24

Tenemos que aprender a dejar de darle órdenes a Dios como si Él fuera nuestro subalterno. Permítame hacerle una

pregunta: ¿Cómo es su vida de Oración?. Observe que no estoy interesado en saber cuál es el contenido de su plegaria.

Estoy preguntándole por su motivación, porque eso, finalmente, es lo que al Señor le interesa más.

Ud. debe aprender a venir a la presencia de Dios en oración con la disciplina de pasar tiempo con Él. No se preocupe

por “medir” ese tiempo. No se angustie si ese tiempo no es “largo”; no se trata de una competencia. Venga a Él sin

importarle si lo siente o no; si tienes deseos o no; si tiene fe o no; si tiene necesidad o no. ¡Por Dios, simplemente, venga!

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¿Podría acaso Ud. escuchar silenciosamente esta voz?: “…Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré;

Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas, 2 Para ver tu poder

y tu gloria, Así como te he mirado en el santuario. 3 Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios

te alabarán. 4 Así te bendeciré en mi vida; En tu nombre alzaré mis manos. 5 Como de meollo y de grosura

será saciada mi alma, Y con labios de júbilo te alabará mi boca, 6 Cuando me acuerde de ti en mi lecho,

Cuando medite en ti en las vigilias de la noche. 7 Porque has sido mi socorro, Y así en la sombra de tus

alas me regocijaré. 8 Está mi alma apegada a ti; Tu diestra me ha sostenido”. Salmo 63:1-8. ¿Puedes sentir su

presencia.

Lo más importante de la oración es “orar”. Parece un juego de palabras, pero no lo es. Al Señor le importa más su

persona (usted), que lo que Ud. sabe o ignora. Toda una gama de conocimientos técnicos y teológicos acerca de la

oración serían inútiles si no realizamos el acto de venir y estar en la presencia del Altísimo en oración. Es absolutamente

necesario que tomemos en cuenta que el primer cambio que se produce con motivo de nuestra oración, es EN nosotros

mismos, Más que en nuestro entorno. En otras palabras, la oración me cambia por lo que ella en esencia es.

El libro de Los Hechos nos relata la historia de un oficial romano que produjo inesperadamente una revolución en la

iglesia naciente: “…Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la

Italiana, piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a

Dios siempre”. Hechos 10:1-2. Cornelio era un militar, invasor y pagano. Como tal era enemigo del pueblo judío. Esa

es la impresión natural que tenemos que tener de él. El problema es que la gente no es siempre lo que parece ser; y

nosotros no tenemos la capacidad para mirar como mira Dios.

¿Cómo un hombre educado para la guerra feroz y para acabar con naciones y pueblos puede ser al mismo tiempo

“piadoso y temeroso de Dios?. Toda esa contradictoria información acerca de su vida se explica con una frase lapidaria

de las Sagradas Escrituras: “…oraba a Dios siempre”.

Cornelio no era “cristiano”, no se congregaba, no había sido discipulado, no formaba parte integral de lo que conocemos

como “iglesia local”. ¡Sin embargo!, hacía algo que mucha gente de la iglesia no hace: “…oraba a Dios siempre”.

Por alguna razón que desconocemos este hombre se conectó con Dios a través de la práctica de venir a su presencia en

oración y fue en esa circunstancia cuando el Señor lo escogió para provocar el más colosal cambio que la iglesia iba a

experimentar en el siglo 1; es decir, que la salvación era, no sólo para Israel sino para toda la humanidad. “…Entonces

Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en

toda nación se agrada del que le teme y hace justicia. Hechos 10: 34-35

El meollo de la oración está en dejar lo otro, lo que nos quita tiempo, lo que parece más importante, lo que nos distrae, lo

que nos preocupa. Con frecuencia, el tiempo para orar hay que “asaltarlo”, porque la vida humana conspira naturalmente

contra la oración. Después que vengamos a la presencia de Dios podemos usar el manual de instrucciones del

padrenuestro y toda la ayuda pedagógica que la iglesia ha producido en dos milenios; usarlo antes de venir, no tiene

mucho sentido.

¿Sabes por qué es difícil tener vida de oración? Porque hay un ejército enemigo de la iglesia que está activo sin cesar

usando todo su arsenal para que no vengas al altar o para que te salgas de él. La iglesia jamás podrá ser vencedora sin

oración. “…orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda

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perseverancia y súplica por todos los santos”. Efesios 6:18. Ningún creyente por más preparación que tenga

tampoco podrá ser victorioso si no dedica tiempo para orar.

Nuestro trabajo de campo nos ha enseñado que -al menos teóricamente- la oración como estructura religiosa goza de

gran estimación por parte de la gente de la iglesia. Todos “hablamos bien” de ella, y es obvio que ocupa un lugar

privilegiado en nuestra cultura. Es decir, estamos hablando de algo supremamente “espiritual”, que es bueno, que nos

gusta, que sirve para muchas cosas; pero que nos cuesta mucho realizar. ¿Recuerdan la experiencia de Señor con sus

discípulos en la hora final? “Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no

habéis podido velar conmigo una hora?.” Mateo 26:40.

En toda oración siempre habrá: I. Un hombre que se acerca a Dios; II. El Dios infinito que se acerca al hombre; y III.

Satanás, un enemigo de Dios y del hombre que hace lo imposible por bloquear esa relación. De manera que, cuando

oramos estamos involucrados, aunque no sea nuestro deseo, en un acto de guerra espiritual. Necesitamos entender a

cabalidad que la oración no es simplemente una parte de nuestra liturgia, sino el reservorio de un enorme poder que

tenemos que aprender a liberar.

En nuestra cultura predomina con mucha fuerza la idea de que la oración es una “actividad” más. Ese sentimiento hace

que menoscabemos la importancia de la oración practicándola apresuradamente, como para “salir del paso” o “cumplir

con Dios”, como si el Altísimo necesitara de nuestra de nuestro concurso. Nuestra preocupación está centrada en que

cuando oremos alguien en la tierra pueda medirlo y aceptarlo. En otras palabras, nos preocupa más el juicio de la gente

que la opinión de Dios.

La parábola alusiva de Jesús debe retumbar en nuestros oídos y cambiar definitivamente esa perversa manera de

pensar: “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en

pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres,

ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de

todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se

golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa

justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será

enaltecido”. Lucas 18: 10-14

Si nos tocara medir con la óptica humana la actitud de estos dos hombres tenemos que concluir que estaban haciendo lo

correcto en el lugar correcto: Estaban “orando en el templo”. Uno era un erudito de la religión y el otro era un ignorante

espiritual. Los dos se acercaron a Dios; pero las intenciones del corazón, que sólo las puede percibir el Señor, hicieron la

diferencia cuando el juicio divino acerca de los dos tuvo que ser revelado, porque la verdad finalmente triunfa: Sólo el

publicano fue justificado. Corolario: Ni orando podemos engañar a Dios. Abandone todas las posturas cosméticas y

artificiales que solemos usar para impresionar a nuestro Padre y a los hombres. Jamás olvidemos que “Los sacrificios

de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. Salmo

51:17.

Nuestro enemigo jamás toma vacaciones; y nuestro Señor tampoco lo hace. De hecho su promesa es tan real hoy que

cuando se despidió de sus discípulos: “…he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.

Amén. Mateo 28:20.

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La ocasión de un año siempre se presta para evaluar. Es un alto en la carrera que nos permite mirar con calma hacia

el interior de nuestro corazón. Con meridiana honestidad debemos medirnos espiritualmente: Cuánto logré, cuánto pude

haber logrado y cuánto falta. El poeta peruano José Santos Chocano lo expresó con tristeza: Hace ya diez años que

recorro el mundo/ ¡He vivido poco!/ ¡Me he cansado mucho!. Acaso la poesía del bardo español Antonio

Machado pueda dibujarnos con un poco más gracia la imagen: “Caminante, no hay camino, se hace camino al

andar”. El gran apóstol de los gentiles lo expresó con la elocuencia y la sabiduría que da el lenguaje del espíritu: “…He

peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. 2ª Tim. 4:7

Son, pues, las diferentes aristas desde las cuales podemos ver hacia el atrás de nuestras vidas. Nos ponemos

sentimentales cuando el año termina, porque al fin y al cabo medimos que estamos más cerca del fin y no hay manera de

regresar. Es, entonces el momento propicio para las promesas. Justamente de eso se trata nuestra cita hoy, de hacer

un pacto, porque los pactos nos ayudan pedagógicamente a lograr metas espirituales.

No escogimos hablar de la oración porque sea un tema fácil o popular. Creemos, con fe de carbonero, que es un tema

necesario y lo vamos a repetir hasta la saciedad. Nos sentimos como Pablo cuando, bajo el rigor de la guardia pretoriana

que lo custodiaba en la cárcel le escribió a la iglesia más antigua de Europa, los filipenses” “…A mí no me es molesto

el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro”. Fil. 3:1. O sea, Tengo una gran carga en el corazón

que me impele a decirles esto, y eso a Uds. definitivamente les conviene.

Nos conviene decidir la disciplina del pacto. Hablamos de prometernos e involucrar a Dios en una decisión que nos

permita separar cada día un momento sagrado, a la hora que Ud. pueda, los minutos que Ud. pueda y en el lugar que

Ud. pueda para pasar tiempo con Dios.

Saque de este esquema las “oraciones” marcadas por nuestra etiqueta social-religiosa. No estamos hablando de orar

para comer, para dormir, para viajar. Eso es otra cosa. Estamos hablando de derramar el alma en la presencia del

Eterno, sin modelaje; ¡sin ocultar la verdad con palabras¡

Haga un pacto por un tiempo razonable. No compita en “cantidad” con nadie. No se trata de un concurso sino de salir de

una crisis. Imite a Jesús y apártese para estar en su presencia, sin preocuparse si la oración es larga o corta. No

permita que ninguna actividad, ¡Ni siquiera las obligaciones eclesiásticas! lo aparten del altar de su presencia. ¡Nada de

lo que Ud. hace es más importante que orar!. “si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y

oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y

perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. 2ª Cron. 7:14

Que el espíritu que envolvió al mundo con el milagro de la natividad de Jesús el Salvador, nos sumerja en su presencia, y

que este año sí sea un punto de partida para transformarnos en las manos de nuestro Sumo Sacerdote. “Mirad, velad y

orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo”. Marcos 13:33.

La mayor parte de las oraciones que hacen las personas están presididas por un sentido utilitario. Al hacer oraciones,

generalmente buscamos un beneficio material o de alguna otra naturaleza. Parece que creemos que Dios está en el

cielo sólo para complacernos. Lo que pasa con esto es que la oración tiene una fama en la tradición de la humanidad.

La gente sabe que la oración es “buena”; y muchos de nuestros amigos no creyentes nos piden oración pos sus

necesidades. Dios es tan bueno que las suple. Él no lo hace porque la gente es buena sino porque Él es bueno. Sin

embargo, algunos creyentes se sienten frustrados cuando no reciben lo que desean. “Pedís, y no recibís, porque

pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Santiago 4:3. Es entonces cuando percibimos que la oración es algo

más que disparar peticiones al Reino de los Cielos

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Un creyente serio y maduro debe entender el verdadero sentido de la oración. Jesús fue muy preciso cuando lo

enseñó: Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Lucas 11:9. Hemos

desestimado el Buscar y el llamar y hemos potenciado el pedir porque es más fácil recibir que darse. Si nuestra oración

se circunscribe sólo a una “actividad” en la cual venimos a pedirle “algo” a Dios, tenemos que concluir dolorosamente,

que no hemos entendido lo que es orar.

La primera lección que Jesús les dio a sus discípulos cuando le pidieron que los enseñara a orar fue precisamente

incorporar el sentido de la devoción privada, para la cual hay que apartar un tiempo que debe ser sagrado. No es una

petición pasajera, materialista y superficial. Es contemplación íntima y profunda. Más que recibir “un favor” es percibir su

“presencia”: “…Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en

secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Mateo 6:6

“Esa” oración requiere del sentido de la disciplina. Todas las fuerzas del mal se activarán para que tú no ores así.

Ninguna actividad de tu vida va a ser bombardeada espiritualmente por las tinieblas de este mundo como lo es el

momento del altar. Eso ocurre porque la oración es, en esencia un acto de guerra espiritual. Cuando separas, como

pidió Jesús, tiempo para estar en oración, te conviertes en una amenaza para Satanás. Su reino retrocede y empiezas a

convertirte en vencedor. Si mantienes ese ritmo, la vida del espíritu gobernará tu corazón y todo lo que significa el

pecado y la vida de la carne cederán su lugar al gobierno de Dios en ti.

El historiador Orlando Boyer recoge una hermosa experiencia de oración narrada por el joven misionero David Brainer

cuando tenía sólo 20 años· “Dediqué un día para ayunar y orar y me pasé el día clamando a Dios casi

incesantemente, pidiéndole misericordia y que me abriese los ojos para ver la realidad de mi pecado’.

Tenía una lucha existencial por la santidad. ....cierto día estaba completamente solo en el campo y sentí

de una manera sobrenatural un gran gozo y dulzura en Dios. Experimenté un profundo y ardiente amor

por mis semejantes y anhelaba que ellos pudiesen gozar de lo que yo gozaba. Anhelaba tanto la

presencia de Dios, así como liberarme del pecado. Para mí una hora con Dios excede, infinitamente a

todos los placeres del mundo” Es la hora del altar de Dios. Él siempre nos está esperando, para bendecirnos, para

cambiarnos.

El contacto con la gente en los escarceos ministeriales nos ha enseñado algunas verdades interesantes con respecto a

la oración. Veamos: Casi toda las personas saben que orar es bueno, pero NO oran. Esa antinomia se explica

entendiendo que creer las cosas NO es hacer las cosas. Tener un buen concepto del Evangelio no hace a una persona

cristiana; hace falta compromiso. Tener un buen conocimiento de la Biblia no hace necesariamente “santo” a nadie. Hace

falta algo más. Hace falta vida.

Los líderes espirituales de Israel en los días de Cristo fueron reprendidos por el Maestro por el “uso” que le daban

a la oración “Guardaos de los escribas, que gustan de andar con ropas largas, y aman las salutaciones en

las plazas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas; que devoran las

casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones; éstos recibirán mayor condenación”. Lucas 20:

46-47

Esta desviación acerca de la oración es tan antigua como contemporánea. Orar es esencialmente bueno; pero es

innegable que las Sagradas Escrituras nos enseñan que las intenciones del corazón, si no son sanas, pueden teñir aun

lo bueno que hagamos. “ Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las

sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen

su recompensa.” Mateo 6:5

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La oración tiene que dejar de ser una actividad religiosa que llena la liturgia tradicional de la congregación. No

podemos seguir conformándonos con hacer oracioncitas de emergencia como cuando llamamos a los bomberos para

que nos saquen de un aprieto. Orar debe convertirse en un estado de vigilancia constante que evite que caigamos en el

foso de la rutina espiritual.

La oración ha sido muy poco entendida en la iglesia. Casi siempre nos encontramos con que lo que la gente entiende y

practica de la oración tiene que ver con una “estructura” o una “actividad” que a veces tenemos el atrevimiento de llamar

“devocional”; en la cual “orar” es una de las cosas que están incluidas. Eso lo hacemos repetitivamente y hasta de

memoria y cuando terminamos sentimos una satisfacción religiosa de haber “hecho” nuestro propio culto personal.

La oración no existe para que nosotros la manejemos a fin de conseguir “algo” de Dios. Ésta es, por cierto una gran

debilidad en el cristiano de hoy. A veces sentimos que las personas confunden a la oración con un acto de magia como

el Simón del libro de Los Hechos.

Aunque nuestra mente se presta para seguir con facilidad “pasos” metodológicos tales como por ejemplo: “Los siete

pasos para ser exitoso” o “Cómo orar durante una hora” o hacer una exhibición de nuestras “oraciones contestadas” etc.;

no es así como funciona la oración. En la iglesia tenemos que aprender a experimentar momentos de asombro y

adoración ante la presencia del Señor EN oración. ¿Oramos PARA conseguir algo de Dios o lo hacemos para ENTRAR

en su presencia?. Pues la verdad es que las dos cosas son ciertas, pero generalmente la primera nos domina.

Acompañemos al salmista por excelencia; un gran hombre que nos enseñó mucho de esta hermosa

relación:“Escucha, oh Jehová, mis palabras; Considera mi gemir. Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío

y Dios mío, Porque a ti oraré. Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de

ti, y esperaré.” Salmo 5:1-3

Retírate de la bulla que produce tu propia vida; de los conceptos religiosos que ha generado la esclerosis de una liturgia

que ni el Señor soporta, y entra con suavidad en su presencia, de nuevo con las palabras de David: “Tarde y mañana

y a mediodía oraré y clamaré, Y él oirá mi voz”. Salmo 55:17

Un avance muy significativo en nuestra debida comprensión de lo que es oración lo constituye el poder diferenciar con

claridad que orar no es tanto una “actividad” como una relación. Las relaciones, para que funcionen bien, tienen que ser

cultivadas. Nadie puede pretender conocer a Dios a menos que decida pasar tiempo con Él. Hay que sacar a la oración

de los vacíos esquemas religiosos que ha llevado a las congregaciones a creer que Dios existe para conceder sin más,

cada uno de nuestras peticiones.

El Apóstol Pablo le explica a su discípulo Timoteo que los diferentes “formatos” de oración se fundamentan en la

naturaleza de Dios, porque finalmente a Él le agrada que su santa voluntad se cumpla entre las naciones. “… Exhorto

ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres;

por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda

piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere

que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” 1ª de Tim. 2: 1-4

En nuestra oración tenemos la oportunidad de conocer a Dios y además de entender cómo es que Él nos conoce a

nosotros. Esto no podría realizarse con plegarias utilitarias, interesadas y distraídas. Es absolutamente necesario que

aprendamos a desarrollar la capacidad de convertir los momentos de oración en hermosas oportunidades de ESTAR en

la presencia del Señor.

El rey David, un hombre que conocía la vida de oración lo expresó así: “…Suba mi oración delante de ti como el

incienso, El don de mis manos como la ofrenda de la tarde”. Salmo 141: 2

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Page 25: Una cita en el altar para imprimir(1)

Más que para “conseguir” cosas de Dios, debemos orar para conseguir a Dios. Todos nosotros podemos vencer en

esa lucha tenaz que se produce en nuestro interior cuando separamos tiempo para estar en oración, si mantenemos

claramente el objetivo y la visión de la oración, el cual es orar para conocer a Dios. Para que la cercanía a su presencia

nos toque como tocó al profeta Isaías y para que su santidad inherente nos produzca cambios sustanciales como se los

produjo a él (Isaías 6).

Nuestra oración produce movimientos significativos en el mundo espiritual. Somos privilegiados porque el Señor permite

que a través de nuestra plegaria seamos actores considerados en el mundo donde Él gobierna: Veamos cómo esta

verdad se aprecia en las Escrituras: “…Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de

oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que

estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las

oraciones de los santos. Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y

hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto”. Apocalipsis: 8:3-5

Pecaríamos de deshonestidad si tratáramos de convencerte de que orar es fácil. No lo es, nunca lo ha sido y jamás lo

será. La vida de oración va a necesitar de disciplina, tal como la practicó Jesús apartándose de sus múltiples

ocupaciones. El Señor está esperando que entres a su mundo. Cuando lo hagas te enamorarás tanto, que nunca

querrás salir de él. ¿Quieres entrar?.

Si revisáramos nuestros motivos de oración, veremos cuán utilitarios somos al “orar”. No es fácil cambiar esa

mentalidad cuando por años lo que la oración ha significado para nosotros es una tabla de salvación para resolver un

problema puntual; algo así como un alumno que sólo estudia para “pasar” un examen, no para saber.

Betty S. Constance nos ha enseñado que “la oración es la vida misma del cristiano”. Un creyente nos manifestó un día

que se levantaba a las cuatro de la mañana para orar. Me llamó la atención esa confesión e indagué un poco y entonces

explicó: ¡Claro, lo primero que uno hace cuando se levanta es orar y dar gracias a Dios!. Entendí que esa persona se

levantaba a las cuatro am. para irse a trabajar y en ese momento “también” hacía una oración, rutinaria. Su motivación

al levantarse a esa hora no era la oración, ¡era el trabajo!. Es muy fácil solapar nuestras motivaciones. El problema con

eso es que Dios conoce por qué hacemos lo que hacemos; y al final eso es lo que cuenta.

Una de las más grandes manifestaciones personales de Dios a un ser humano lo constituye la revelación de parte de

Dios que experimentó el centurión romano Cornelio en los albores de la iglesia: “El, mirándole fijamente, y

atemorizado, dijo: ¿Qué es, Señor? Y le dijo: Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria

delante de Dios.” Hechos 10:4

Dios utiliza a un hombre que ni siquiera forma parte de la iglesia en el sentido local del término, para revelarle que la

salvación es un don universal. Algo que ¡ni los discípulos de Jesús habían comprendido!. Todo eso ocurrió porque ese

hombre era “… piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y

oraba a Dios siempre”. Hechos 10:2

Tenemos que experimentar un intenso proceso de transformación interior para comprender que la oración en realidad es

lo que nosotros somos. De manera que nuestro andar con Dios debe ser una vida de oración.

Para llegar a eso no hay que convertirse en un místico contemplativo ni estar a “tiempo completo” en un ministerio. Hay

muchos momentos de nuestros días que podemos disponer para venir a la presencia de Dios y, simplemente, ¡no lo

hacemos!, porque sentimos que en esas ocasiones NO TENEMOS NADA QUE PEDIR, o nadie por quien “interceder”.

Hemos querido “meter” a la oración en una metodología que no nos funciona. Podemos “estudiar” la oración, leer libros

acerca de ella, acudir a talleres alusivos, enseñar a otros; convertirnos en reconocidos intercesores. Todo eso lo

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podemos hacer sin tener vida de oración y ¡no nos sirve absolutamente de nada!. ¿Saben por qué? Porque lo más

importante en el proceso de la oración es ORAR. Nadie puede aprender a torear en un curso por correspondencia. ¡Hay

que enfrentarse con el toro!

Todas las “actividades” que rodean a la oración son menos importantes que decidir venir a estar en la presencia de Dios

sin que para ello nos convoque una tradición religiosa, una costumbre, una crisis, una “necesidad” puntual.

Esas actividades no son “malas”; de hecho son buenas; pero no pueden sustituir a la oración que produce una

avalancha de la presencia de Dios.“ Cuando Salomón acabó de orar, descendió fuego de los cielos, y consumió

el holocausto y las víctimas; y la gloria de Jehová llenó la casa. Y no podían entrar los sacerdotes en la

casa de Jehová, porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová.” 2º Crónicas 7: 1-2. ¡Señor:

Queremos con pasión tu presencia formidable, aquí y ahora!

Uno de los líderes evangélicos de mayor peso hoy es el Rvdo. David Yonggi Cho, quien pastorea la congregación

protestante más grande del mundo. Corea del Sur es un país de cultura budista ubicado en la franja geográfica que los

misionólogos denominan “la ventana 10.70”. Es una zona caracterizada porque los países que la conforman presentan

diversas formas de resistencia a la predicación del Evangelio y porque, además, contiene a la zona de mayor pobreza del

planeta.

Cho estuvo en Caracas al comienzo de la década de los 80, invitado como orador principal del Congreso Evangélico de

Venezuela. Cuando llegó al Poliedro de Caracas y vio aquel escenario totalmente lleno de gente que conversaba

animadamente antes de comenzar el culto, hizo esta observación. “ya sé cuáles son los problemas que Uds. tienen, es

que Uds. no oran”, y añadió: “Hay 700.000 personas en Corea orando por este evento”. Eso no fue todo; luego dijo algo

perturbador: “Si Ud. es un ministro del Evangelio y no puede orar dos horas diarias, retírese del ministerio”. No pude

evitar recordar la pregunta de Cristo a Pedro en uno de los momentos más cruciales de su vida; “Vino luego y los halló

durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? “Marcos 14:37

Debo confesar que en ese momento la expresión del pastor coreano me pareció exagerada, hasta que aprendimos con

lágrimas y dolor en los vericuetos de la vida ministerial la monumental verdad de esa aseveración. Fue así como entendí

por qué la mayor congregación y el más alto nivel de crecimiento evangélico estaban contra viento y marea en Corea de

Sur. ¡Era por la oración!

Casi nunca vamos a tener “ganas” de orar. Vivimos en un mundo que nos rodea y nos envuelve con sus valores. Es

necesario desarrollar hábitos y disciplinas que nos lleven a la presencia de Dios. Nuestra devoción ha estado demasiado

teñida por la precedencia de lo que sentimos sobre lo que creemos. Dios está siempre con nosotros, sin importar cómo

nos sintamos. Él está con nosotros cuando estamos deprimidos, cuando estamos tristes, cuando estamos

desempleados, cuando tenemos hambre, cuando estamos solos, cuando nadie nos toma en cuenta. Tenemos que

aprender que su compañía No depende de ninguna circunstancia exterior. Él está con nosotros siempre porque Él lo ha

prometido: He quí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén. Mateo 28:20. Así que su

presencia no depende de lo que nosotros somos o sentimos sino de lo que Él ES.

Los pastores de la iglesia de Jerusalén fueron iluminados por el Espíritu Santo para que entendieran la importancia de la

oración en su ministerio. “Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo

que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas… Y nosotros persistiremos en la oración

y en el ministerio de la palabra. Hechos 6: 2-4

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Page 27: Una cita en el altar para imprimir(1)

La iglesia, y los creyentes en particular, tenemos que aprender a sacar a la oración del “mueble” en donde la hemos

tenido encerrada para exhibirla cuando viene visita. Hay un milagro muy cerca de nosotros. La oración es un milagro y

ella produce milagros. El Señor, como se lo dijo a Pedro, nos está esperando para que velemos con Él.

Más importante que usar la oración como una herramienta para conseguir “cosas” y atemperar anhelos, es concentrarse

en que nuestra primaria intención fundamental al orar sea conocer a Cristo y amarlo más profundamente, por encima de

lo que pienso o siento. ¿Acaso alguna vez nos hemos planteado si lo que pedimos está de acuerdo a su voluntad?. “…Y

esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”. Iª

de Juan 5:14. No importa cuánta fe apliquemos; jamás podremos torcerle el brazo a Dios.

El Señor siempre es cuidadoso en concedernos, no siempre lo que pedimos, sino lo que necesitamos. Todos nuestros

clamores, todas nuestras peticiones pasan necesariamente por el filtro de su voluntad. Esto ocurre, no por capricho de

Dios sino porque nosotros no podemos ver como Él ve. Por eso es necesario que al pedir, pongamos en el presupuesto

de nuestras repuestas que el Señor pueda decirnos ¡no!. Y cuando Él, en ejercicio de su amor y soberana voluntad no

nos responda como nosotros esperábamos, sepamos darle gracias, porque su respuesta -aunque no la entendamos- es

la mejor. Dios siempre es positivo aunque aun cuando nos diga no.

Moisés fue un gran profeta, pastor y sacerdote de Dios. Uno de los más grandes líderes que encontramos en las páginas

sagradas de la Biblia. Oigamos sus palabras: “…Y oré al Señor en aquel tiempo, diciendo: Señor Jehová, tú has

comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano poderosa; porque, ¿qué Dios hay en el cielo ni en

la tierra que haga obras y proezas como las tuyas? Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está

más allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano. Pero el Señor se había enojado contra mí a causa de

vosotros, por lo cual no me escuchó; y me dijo: Basta, no me hables más de este asunto. Deuteronomio 3: 23-

26.

Vayamos ahora al Nuevo Testamento cuando el más grande los evangelistas y teólogos de la iglesia tuvo un crucial

encuentro con Dios: “…Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue

dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca

sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate

mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien

en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”. 2ª de Cor 12: 7-9

Aquí están dos gigantes espirituales de insospechada trayectoria. Nadie los puede juzgar por falta de fe o integridad.

¡Sin embargo! El Señor, ante sus peticiones, simplemente les dijo NO. ¿Por qué?, porque esa era su mejor respuesta;

sin tomar en cuenta si ellos la aceptaran o si a ellos les agradaba. Dios es bueno. Por eso es que nos da siempre lo

mejor. Que nosotros lo entendamos o no, es otra cosa

El Señor Jesús sí comprendió bien que a veces lo que pedimos choca con lo que el Padre quiere. Una vez que lo

entendió, se sometió humildemente. “Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de

rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Lucas 22: 41-42. ¿No sería mejor que le preguntáramos al Señor antes de pedirle?. Seríamos más felices. Sufriríamos

menos.

Conocer a Dios requiere de una decisión que involucra a la voluntad. No nos convertimos en personas de santidad e

integridad por accidente. La vida de oración requiere de un desarrollo sustentado en la disciplina. Un poco de grama se

puede obtener en unas semanas; pero si queremos un roble, entonces tendremos que esperar muchos años. No

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podemos hacer que una flor se abra, porque para eso se necesita tiempo. Tampoco podremos conocer

verdaderamente al Señor si continuamos repitiendo plegarias distraídas y de memoria, que no van más allá de las

peticiones personales. Si Ud. quiere conocer a Dios debe pasar tiempo con Él. Dios no vive para complacernos a

nosotros. Nosotros debemos vivir para complacerlo.

La oración no puede seguir significando para nosotros sólo un deber que debe cumplirse. Debe convertirse en un

privilegio para disfrutarlo como lo expresó el salmista: “…Suba mi oración delante de ti como el incienso, El don

de mis manos como la ofrenda de la tarde” Salmo 141:2.

D. L .Moody, el hombre de Dios a quien se atribuye, entre otra cosas, el avivamiento escocés del siglo de finales del siglo

19 “pasaba las primeras horas de la mañana derramando su corazón ante Dios y encontrando un verdadero festín en la

lectura de la Biblia, en el lugar donde se guardaba el carbón”

George Müller, fue un misionero alemán considerado uno de los hombres de fe más notables su época. Sacudió la

tibieza victoriana de la iglesia británica cuando la “religión” formaba parte de la estructura social europea que estaba a

espaldas de las necesidades de la gente desposeída. Fue marcado por la oración devota de las horas quietas de la

mañana y así lo expresaba: “Encontré que la cosa más importante que tenía que hacer era entregarme a la oración y a la

lectura de la Palabra de Dios, para hallar primero alimento para mi propia alma”

Robert Murray McCheyne, un ministro del santuario que pasaba muchas oras en oración le dijo un día a un predicador en

un servicio de ordenación: “Dedíquese Ud. a la oración y al ministerio de la Palabra. Si Ud. no ora, Dios probablemente lo

pondrá a un lado de su ministerio, como lo hizo conmigo para enseñarme a orar”

Puede ser que cuando escuchamos de personas que oran durante horas nos invada un sentimiento de inferioridad e

impotencia porque creemos que nosotros no podemos hacerlo. No permita que esa sensación domine su vida. Aprender

a orar no es una carrera de velocidad y jamás se debe hacer para competir ni para impresionar a nadie. Sólo separe un

espacio de su tiempo para estar con Dios como lo hacía Jesús de Nazareth en un lugar solitario: “ Levantándose muy

de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”. Marcos 1:35. No se

angustie si ese tiempo es breve, si es de madrugada, de tarde, de noche. Todo eso es adjetivo. Lo verdaderamente

importante es la constancia en hacerlo porque eso es lo que te permite que Dios te sorprenda con la invasión de su

presencia. Entonces te olvidarás del tiempo y las horas te parecerán minutos.

Cuando vengas a su presencia no te apresures; recuerda con quién estas tratando y ríndele primero toda la adoración y

la alabanza de la cual es digno, como la hacía David: “…Mi corazón está dispuesto, oh Dios; Cantaré y entonaré

salmos; esta es mi gloria. Despiértate, salterio y arpa; Despertaré al alba. Te alabaré, oh Jehová, entre los

pueblos; A ti cantaré salmos entre las naciones. Porque más grande que los cielos es tu misericordia, Y

hasta los cielos tu verdad…”. Salmo 108:1-4. Es el momento de rescatar el altar. ¡Bienevenido!.

NO TENGO TIEMPO PARA ORAR” es el título de un maravilloso libro que Ud. debe leer. Fue escrito por el pastor Hill

Hybels, un hombre de Dios que confiesa con humildad que la oración nunca había sido el “fuerte” de su vida, hasta que

en una encrucijada de angustia se arrojó suplicante a los brazos del Señor. No tener tiempo para orar se ha convertido

en una crisis que explica la razón de la tibieza espiritual y el fracaso de millones de cristianos. Una jornada de oración

crucial ha caracterizado algunas avalanchas angustiantes de la gente que ora sólo porque se da cuenta de que no hay

otro camino. “Mientras oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios, se

juntó a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños; y lloraba el pueblo

amargamente”. Esdras 10:1

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Dios no está interesado en que aprendamos con dolor, pero nos ama tanto, que a veces no le queda otro recurso que

vernos pasar por un túnel oscuro para entender lo que en las circunstancias normales de la vida no haríamos.

Hay una curiosa división de personas en la iglesia. Unos cuantos creyentes son conocidos como personas “de oración”.

¿Qué pasa con los demás, que -por cierto- son la mayoría? ¿Es acaso la oración el privilegio de unos cuantos

predestinados que decidieron ser “espirituales”?

Los resultados de ambas vidas deben decirnos algo concreto: La oración ha sido; es y será siempre la llave para tener

acceso al maravilloso poder de Dios en su vida. Los discípulos decidieron pedirle al Señor que los enseñara a orar

porque fueron impactados por la práctica devocional y por la vida del Maestro. Cuando la gente ora, cambia. Cuando no

ora también cambia; sólo que los cambios son distintos. Las personas que no oran se desconectan del poder de Dios. No

debemos atribuirle la culpa a las circunstancias de nuestra debilidad espiritual si no usamos las armas que Dios ha

dejado para fortalecernos. “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias”. Col. 4:2. No existe

un problema tan grande que el Señor no lo pueda manejar, ni tan pequeño que no le interese.

Todos tenemos tiempo para orar, porque todos disponemos de 24 horas al día. Lo que hacemos con nuestro tiempo es

nuestra decisión. El problema reside en las prioridades. Todo lo que hacemos en la vida produce un resultado. Si un

estudiante es diligente y pasa tiempo con los libros, aprobará con notas excelentes; mientras que aquellos que no son

disciplinados llegan al momento del examen a “inventar” y son reprobados. En esas circunstancian no tienen la

honestidad de reconocer su responsabilidad personal y tratan de endosar la culpa al profesor. La Palabra de Dios es

sentenciosa y nos advierte mientras estamos en este mundo:”…Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no

profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos

milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Mateo 7:22-23

Hay que aprender a examinar la vida. La oración es precisamente eso: una revisión de la vida en todos sus órdenes. No

nos sirve de mucho “saber” cosas acerca de la oración si finalmente no oramos. Los diagnósticos no curan a la gente;

sólo indican el mal. Separe tiempo sin angustia y sin prisa para orar, con el pensamiento del apóstol Pablo: “Gozosos en

la esperanza, sufridos en la tribulación, constantes en la oración”. Romanos 12:12. Pruébalo.

Orar no es una actividad natural”. Hace un tiempo hicimos esta aseveración en el desarrollo de un trabajo que

presentamos en un círculo académico y hubo una tenaz resistencia en aceptarla. No insistimos porque cuando los

interlocutores usan distintos idiomas, el diálogo es difícil. Unas semanas después, y para bendición de mi alma, leí con

estupor exactamente las mismas palabras en el primer capítulo del libro “No tengo Tiempo Para Orar”, del pastor Bill

Hybels. Es impresionante cómo el Espíritu Santo nos lleva a descubrir sus hermosas verdades.

Algunas de las objeciones que escuché fueron: “¿Cómo explicas entonces el hecho de que casi todo el mundo

ora aunque no a Dios?. Me parece que el orar, sobre todo en caso de emergencias, ¡es muy natural!. Creo

que tu expresión es muy cargada!. Me quedé estupefacto cuando personas de las cuales se supone que tienen

conocimiento de Dios y su Palabra creen, por ejemplo, que alguien puede ORAR, en el sentido correcto del vocablo, a

otro ser ¡distinto a Dios!. En fin, esas son algunas de las curiosas veleidades con las que nos tropezamos en los pasillos

de la iglesia. Una prueba más, pues, de lo mucho que tenemos que aprender cuando hablamos de oración.

Orar no es una actividad natural porque en sí misma agrede a la odiosa autonomía humana. El hecho de la oración parte

de un supuesto que es contrario a nuestra arrogante naturaleza. Orar nos humilla ante Dios. Cuando oramos estamos

reconociendo dos verdades básicas: Una, No soy una criatura autosuficiente. Dos, dependo absolutamente de Dios.

Ninguna de las dos son de fácil aceptación. La nación de Israel entendió esto muy bien: “Mientras oraba Esdras y

hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios, se juntó a él una muy grande multitud

de Israel, hombres, mujeres y niños; y lloraba el pueblo amargamente” . Esdras 10:1.

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Queremos enseñarle esto a la gente para ayudarlos a entrar en una dimensión espiritual que los prepare para los

retos de la experiencia cristiana. Ud. Debe saber que la oración es la llave para acceder al verdadero poder de Dios en

su vida. Las personas que no oran están indefectiblemente desconectadas del poder divino. Cuando enseñamos que

orar no es una actividad natural lo estamos alertando para que entienda que el mundo, en que vivimos, -un mundo sin

Dios- se opone con muchísima fuerza para que Ud. Ore. La prueba más evidente de ello lo constituyen las diferentes

oposiciones e interrupciones que surgen inmediatamente en su entorno cuando Ud. decide que va a pasar unos

momentos en la presencia de Dios. Ud. Podrá comer, bañarse, dormir, divertirse, descansar, etc. Ud. Podrá hacer

cualquier cosa con naturalidad, ¡pero cuando va a orar Ud. ofende al mundo de las tinieblas y eso tiene un costo. Por

eso orar no es natural, porque la oración no se adapta a las normas de un mundo que va a contrapelo de la dirección de

Dios.

Sin embargo, ¡Tengo buenas noticias para Ud. ¡Cuando Usted se atreve a orar ¡TODO EL PODER DEL

SOBRENATURAL CIELO ESTÁ A SU DISPOSICIÓN. ¿Sabe por qué? “Porque los ojos del Señor están sobre los

justos, Y sus oídos atentos a sus oraciones; Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.!

Usted debe saber que la comunión más íntima que una persona puede tener con Dios es a través de la oración. No te

equivoques, no confundas oración con plegarias distraídas, ni con peticiones caprichosas ajenas a la voluntad del Señor.

Cuando oras tienes que rendirte ante la evidencia de que Dios no es sólo tu Salvador, sino que es también tu SEÑOR.

Este es el momento para que vengas ante tu Dios. No tienes que sentir nada especial: no es cuestión de tener “ganas” o

no. Es un principio, simplemente ven. La promesa de Dios para ti es ésta: “…si se humillare mi pueblo, sobre el

cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos;

entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos ojos

y atentos mis oídos a la oración en este lugar.” 2° Crónicas 7:14-15. ¿Te atreves a venir?. Él siempre te espera.

Todos tenemos tiempo para orar, pero no todos lo hacemos. Es fundamental que cuando abordemos el tema de la

oración entendamos que hablamos de una relación espiritual de primer orden, que es capaz de concitar todo el poder y la

gracia del cielo a favor de nosotros, y eso no es, ni puede ser fácil. La oración produce un movimiento sísmico en mundo

espiritual, porque se trata de hacer retroceder al enemigo de la humanidad quien nunca ha tenido con nosotros buenas

intenciones, pues “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida,

y para que la tengan en abundancia.” Juan 10:10.

Estamos hablando entonces de que cuando oramos asistimos a un enfrentamiento del Reino de Dios con el gobierno de

satanás. Sólo la oración puede hacerle dar marcha atrás. Eso depende de nosotros. Orar no es fácil porque el rey del

mal hace todo lo posible para que nos alejemos del altar. En ese sentido, es necesario no olvidar e la experiencia del

profeta Daniel: “Y he aquí una mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. Y me dijo:

Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti he sido enviado ahora. Mientras

hablaba esto conmigo, me puse en pie temblando. Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu

corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas

el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para

ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia. Daniel 10:10-13

Debemos notar que el profeta no se desanimó por lo que “sintió” mientras oraba en condiciones tan críticas.

Permaneció sin vacilar en la trinchera y a su debido tiempo vino la respuesta divina que le reveló que, aunque la

situación que vivía no era para nada gratificante; finalmente Dios tenía el control después de batallar con huestes

demoníacas, enemigas de la humanidad, con las que hay que luchar perseverantes si queremos obtener la victoria.

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Nos encanta la idea de “entrar en el lugar santísimo” mientras oramos. Los testimonios de hermosos momentos de

éxtasis espiritual que han salido de labios de los hombres y mujeres de oración son fascinantes. Pero jamás legaremos a

ellos sin pagar el precio. El mundo espiritual es complejo y activo; tiene sus leyes. Jamás vamos a disfrutar de una

experiencia plena con Dios en oración si no aprendemos que a veces para “llegar” al cielo hay que pasar por el infierno.

Un principio latino lo enseñaba: “si quieres paz, prepárate para la guerra”

Una frase muy evangélica es aquella de que “la oración cambia todas las cosas”. Es curioso como podemos manejar

paradigmas salidos de nuestra cultura religiosa. Hablamos de la oración que cambia como cuando usamos un detergente

que “sirve para todo”. Casi creemos que la oración es un producto mágico. Hay que tener presente que el primer

“cambio” que se produce cuando oramos es aquel que nos afecta primero a nosotros.

Si venimos a la presencia de Dios en oración, ya eso nos cambia. Nadie se acerca a Dios sin ser cambiado. Esas

transformaciones no siempre se ven en corto plazo. A veces ni siquiera se esperan; pero no puede ser de otra manera,

porque estar con Dios te llena de Dios; y, aunque no te lo propongas; tus valores, tus sentimientos, tus emociones, tus

gustos, tu vocabulario; todo comienza a cambiar, sencillamente porque te estás entregando en las manos del Supremo

Sacerdote de tu vida. Todo aquel que se atreva a acercarse a Dios será transformado, porque eso es un principio del

Reino de Dios: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los

de doble ánimo, purificad vuestros corazones”. Santiago 4:8

Ese cambio que produce la cercanía con Dios en oración, se va a convertir en el motor que va a generar la provisión de

todo lo que nosotros necesitamos. Hemos percibido con preocupación cómo los creyentes se acercan a Dios como el

proveedor, pero no como el Señor. La relación con Dios se fundamenta en base a principios espirituales superiores

establecidos por el Creador, los cuales no debemos ignorar. La manifestación más fehaciente de esa verdad está

constituida por las palabras lapidarias de Jesús: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y

todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de

mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”. Mateo 6:33-34. Tu Señor está dispuesto a cambiar todo lo

que tú necesitas que cambie, pero, primero te quiere cambiar a ti. Pruébalo, ¡hay un milagro en tus rodillas!

El Dr. C. Peter Wagner, reconocido escritor y teólogo cristiano, escribió hace unos años una obra de naturaleza

sumamente polémica: 7 Principios Poderosos Que No Aprendí En El Semnario. Oigamos en sus propias palabras

lo que dice en cuanto a la oración: “¿qué me enseñaron en el seminario acerca de la oración? Francamente, no

recuerdo mucho acerca de eso. Sé que el seminario no brindaba cursos sobre oración mientras estaba allí. Me

enseñaron cómo predicar, bautizar y servir la comunión; pero no recuerdo ninguna lección acerca de cómo orar o incluso

de cómo conducir una reunión de oración. Se suponía que la oración era importante; pero también se asumía que todos

ya sabíamos orar bastante bien. Aprenderíamos a orar por nuestra cuenta…”

¡Qué interesante!. Estoy en la iglesia hace 56 años y puedo decir lo mismo. Conocí, eso sí, hombres y mujeres

excepcionales porque por alguna razón se les conocía como gente de oración. Esa postura les cubría con un manto de

respeto. Eran personas a quienes queríamos imitar. Pero en ninguna de las instancias educativas de la iglesia que

conocí hubo nunca un lugar para enseñar a la gente a orar. ¿Saben por qué?; por los supuestos equivocados que todos

tenemos.

Un buen día Jesús escuchó de boca de uno de sus discípulos una petición que era una necesidad de muchos más: “…

Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor,

enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”. Lucas 11:1

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De manera que es, por lo menos, preocupante, que después de dos siglos de cristianismo, y a pesar de las

enseñanzas de Cristo, la iglesia exhiba hoy el mismo desconocimiento de los discípulos, como para que un doctor como

Wagner y un ministro que nació en las faldas del templo sientan que la oración y su enseñanza han estado engavetadas

en los archivos de la iglesia. ¡A nadie se le ocurre enseñar lo que se supone que todo el mundo sabe!. Sin embargo, la

verdad es que, francamente, ¡No sabemos orar!. No porque sea complicado aprender, sino porque tenemos conceptos

equivocados de lo que es oración.

Hay millones de personas en la iglesia que quieren orar sin tener relación con Dios. El Señor habló de eso: “¡Ay de

vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis

largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación”. Mateo 23:14. La gente sentía respeto por estos líderes,

pero el Señor los fustigó. El Pueblo no percibía las motivaciones de unos dirigentes espirituales que se habían agotado

en las formas religiosas y estaban usando la oración con intenciones aviesas.

Hoy es necesario entonces reformular la oración y su enseñanza y dejar de asumir que sabemos lo que ciertamente

tenemos que aprender. Hay que sacar a la oración de esa quincallería religiosa que la disminuye y la iguala a un rezo

con visos de magia, para ubicarla donde le corresponde, es decir, una categoría divina entregada por Dios a la

humanidad para establecer una relación personal con Él.

El objetivo de nuestra oración tiene que superar el simplismo de “pedir” porque cuando lo hacemos brota

nuestra naturaleza humana con las debilidades que la caracterizan cuando esperamos que alguien nos dé algo:

Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis

lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”.

Santiago 4:2-3

Es preciso superar esta casuística postración tradicionalista de la oración que nos ha permitido vivir años en la iglesia

desconociendo las riquezas que están esperándonos en el manantial de la presencia de Dios. Hay que aprender a orar,

hay que enseñar a orar. No estamos hablando de posturas corporales, de palabras específicas, ni de “horas” especiales.

Todo eso es solamente envoltura cultural pasajera y adjetiva.

Si deseamos continuar como estamos, entonces no tenemos nada que aprender. Pero si queremos dar un salto de la

religiosidad a la relación personal, entonces es preciso devolvernos para rescatar esa joya de la oración que ha estado

cubierta de polvo en los intersticios eclesiásticos de nuestra fe. Una oración debe significar primeramente un cambio que

comienza en nuestro corazón; lo demás viene solo. C. Peter Wagner tiene razón.

El hábito de la oración es algo que tenemos que desarrollar. En este sentido hemos advertido dos posturas extremas que

se aplican además, cuando los creyentes pretenden algunos otros logros espirituales: Una es creer a pie juntos en reglas

y recetas rígidas y repetitivas, que se convierten en una camisa de fuerza, como si estuviéramos en una cárcel de la cual

nos cuesta mucho salir. Son actuaciones de modernos fariseos que desarrollan tal orgullo “espiritual”, que algunos hasta

esperan que fracasen. La otra está representada por quienes andan en la onda del “espíritu” y piensan que no necesitan

guía de nadie. Ellos tienen conexión directa con el cielo. Desde luego que pensar así es igualmente dañino, porque todos

los extremismos son peligrosos.

No podemos crecer sin pautas. A nadie en su sano juicio se le ocurriría “sentarse” a esperar, por ejemplo, perder peso,

sin hacer algo concreto para lograrlo. Si hemos decidido que es importante aprender a orar debemos buscar las

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disciplinas necesarias y ejercitarlas en forma sistemática. Cuando los discípulos se dieron cuenta de que tenían la

brújula al revés, le pidieron sin ninguna vergüenza, -porque eso no es vergonzoso- al Señor que los enseñara a orar.

Si quiero lograr mis metas, tengo que domar mi estado de ánimo, porque la lista de “razones” que acuden (sin que nadie

las invite) a nuestra mente para desestimarnos es larga: “Estoy cansado, Dios no quiere sacrificios, no hay que ser religioso,

está lloviendo, hace frío, tampoco la cosa es así, etc. Orar es algo serio que exige que Ud. le hable a su mente y le ordene:

¡Voy a orar aunque no tengas ganas!

El hábito de la oración nos ayuda a permanecer constantemente sintonizados con la presencia de Dios y eso cambia

sustancialmente nuestra vida. Ana derramó su alma ante la presencia de Dios en oración y el Señor le regaló al profeta

Samuel, el más grande líder de la nación de Israel en tiempo de crisis. “…Por este niño oraba, y Jehová me dio lo

que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová. Y adoró allí a

Jehová.” I° de Samuel 1:27-28

Notará que estamos hablando de compromiso. Es necesario precisar esto porque hay quienes desean recibir mediante

la oración las bendiciones de Dios pero no están interesados en las demandas de Dios. Para ellos la oración es sólo una

palanca que sirve para mover. La actitud de orar implica que se acepta que Dios invada la totalidad de nuestra vida. Ana

le pidió un hijo y le prometió a Dios que ella lo dedicaría a su servicio, y así fue. Entonces, Dios, sin negociar con ella y

sin prometerle nada le dio, además de Samuel, otros hijos; porque Él siempre nos da más de los que esperamos. “…Y a

Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o

entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas

las edades, por los siglos de los siglos. Amén. Efesios 3:20:21

Es, por lo menos, ingenuo, pretender que el Señor nos va bendecir dándonos lo que le pedimos; pero al mismo tiempo

haremos con nuestra vida lo que nos venga en ganas. No hay que olvidar que la oración es relación. En esto tenemos

que sincerarnos. La verdadera bendición de Dios implica su verdadero señorío en nosotros.

Cuando el rey David se arrepintió de su pecado de adulterio, entendió que más allá del acto de oración de

arrepentimiento, se requería una actitud del corazón que estaba por encima del acto formal de presentar sacrificios. El

salmista entendía que para el Señor era más importante la intención de santidad constante de un corazón, que la manera

religiosa de expresar el pesar por un pecado. Para Dios siempre es más importante lo que somos que lo que hacemos.

“… Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el

espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. Salmo 51: 16-17

Si queremos descubrir los tesoros espirituales de Dios tenemos que aprender a navegar en otras aguas. Quienes nadan

en las orillas jamás disfrutarán las bendiciones de las profundidades. “…Los que descienden al mar en naves, Y

hacen negocio en las muchas aguas, Ellos han visto las obras de Jehová, Y sus maravillas en las

profundidades. Salmo 107: 23-24

Parece un contrasentido, pero orar es como correr con paciencia. Dios es muy respetuoso con nosotros, sabe todo lo

que somos, pero actúa solamente sobre aquello que confesamos. Ábrale su corazón sin miedo y permítale cambiar todo

lo que Él quiera cambiar. ¡Sea su nombre bendito!

Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas,

en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien

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asimismo hizo el universo”. Hebreos 1:1. El maravilloso contenido de esta porción de la Palabra de Dios nos dice

algo muy hermoso acerca de su programa para la humanidad: Dios siempre ha querido comunicarse con el hombre,

porque quiere tener relación contigo.

La Biblia es la historia de Dios y su trato con nosotros. En cada una de sus páginas aparece de alguna manera las

condiciones de esa relación y las consecuencias que se derivan de nuestra desobediencia. Es evidente que no nacemos

nada más que para vivir. Esa relación deseada por Dios se concreta en lo que llamamos “vida devocional”; que no es

otra cosa permitir que Dios reine en todas las áreas de nuestra vida. Es decir, que debe haber momentos en los cuales

nos apartamos del ruido de la vida para estar en su presencia quietos; no en un tiempo que nos “sobre”, sino en actitud

de dedicación expresa, en el entendido de que no es Dios quien necesita de nosotros, sino nosotros quienes vivimos en

su mundo, que, por cierto, es prestado.

La oración es, con absoluta seguridad, la manifestación más elocuente de una devoción. Partamos de la base de que al

orar está descontado que amamos, respetamos y obedecemos al Dios a quien dirigimos nuestras plegarias.

En el proceso de aprender a orar debemos comenzar por separar, justamente, las peticiones particulares de la devoción.

La oración pública y las rogativas tienen un formato que todo el mundo conoce porque pedir es algo normal; pero

tenemos que ir más allá y llegar a la entrega, a la humillación, al reconocimiento, a la alabanza, a la adoración. No es una

actitud espiritual entrar abruptamente a la presencia de Dios vociferando una lista de necesidades.

Si no comprendes o no sabes algunas cosas de la oración, de Dios, de la Biblia, de la gente, no importa, No Te

Angusties; pero igual ven porque cuando oras te estás relacionando con tu Dios, quien es además tu padre.

Si en tu vida hay situaciones de pecado, no dejes por eso de venir a Dios; de eso se trata la oración "Ciertamente no

hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque”. Eclesiastés 7:20. Seguramente te sentirás

incómodo porque hay personas que lo hacen mejor que tú. No estás en un concurso. Al Señor sólo le importa la pureza

de tu corazón.

Para orar no estás obligado a seguir un modelo al caletre. No son necesarias palabras “mágicas”, ni ningún tipo de

postura. Dirígete a Dios con toda naturalidad. “… Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que

piensan que por su palabrería serán oídos”. Mateo 6:7

Tampoco debes permitir que tu sentir esté por encima de tu creer. El sentimiento está mediatizado por nuestro estado de

ánimo. La tristeza, el desánimo, la angustia, la falta de fe; todas ellas son variables normales en la vida de cada uno de

nosotros. Dios, en cambio, es inmutable. Nada de lo que suceda a su alrededor disminuye el profundo amor que profesa

por nosotros. Sientas lo que sientas ven a su altar. “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí

viene, no le echo fuera. Juan 6:37

Disfruta en descubrir la maravilla de su presencia en oración. Dios no nos bendice porque nosotros somos buenos, sino

porque Él es bueno. ¡Entra!

Una actitud honesta, cuando hablamos de oración es reconocer cuántas de nuestras plegarias son realmente peticiones

personales que no tienen que ver con nuestra vida espiritual. Es claro que tenemos un sinnúmero de necesidades

materiales que sólo el poder de Dios puede resolver. Pero queremos advertir que debemos ser cuidadosos de que lo

que llamamos oración sea utilizado básicamente para pedir sin estar dispuestos a “darnos”. Hay tres verbos bien

significativos que usó Jesús en una ocasión en la cual habló de orar “…Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y

hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Lucas 11:9

Creo que esas palabras del Maestro nos invitan a tener una visión menos utilitaria de nuestros clamores. Es triste que lo

que llamamos éxito al orar sea solamente una contabilidad de “las oraciones contestadas”. Buscar tiene que estar en el

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primer lugar de nuestra prioridad. Nosotros podemos hacerlo a nuestra manera; pero el Reino de Dios tiene sus leyes

y han de ser obedecidas. La vida de oración supone un proceso. Generalmente el pedir domina la infancia de nuestra

vida, mas cuando vamos creciendo nos damos cuenta de que no somos el centro del universo y aprendemos también a

dar.

Cuando comience a orar Ud. va a experimentar el nacimiento de una nueva persona dentro de sí mismo. La oración

sostenida produce un quebrantamiento que nos retrata el alma, de tal manera que comenzamos a conocernos y a

asombrarnos. “…Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, Porque a ti oraré. Oh Jehová, de

mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré.” Salmo 5:2-3

Esa cercanía con Dios trae una sensibilidad para percibir nuestros pecados “evangélicos” y una iluminación del espíritu

para entender la Palabra de Dios. ¡Todo eso ocurre sin pedir nada! Es sólo el producto de estar en el altar.

Aunque oigas de personas que oran durante horas, no caigas jamás en la tentación de orar contra reloj. Cuando la

oración va siendo fluida experimentarás progresivamente la gloria de su presencia y eso te hará olvidar el tiempo. No

hagas esfuerzo para orar “largo”; no es así como funciona, simplemente ora y espera; así aprenderás.

Si a pesar de tu decisión de orar, fallas, no te angusties por eso. Los obstáculos para orar tienen que estar en tu

presupuesto. Levántate de todas las caídas porque esa lucha sólo indica que están en el camino correcto. El enemigo

sólo ataca ferozmente a quienes le hacen guerra. Cuando tú oras, ¡entérate!, satanás tiembla.

La práctica de la vida de oración incorporará cambios en tu vida que tú ni siquiera imaginas. Cuando estás en la

presencia de Dios orando te pareces a la mantequilla cuando se acerca al fuego; ella cede sus condiciones intrínsecas

para que el fuego le imponga las suyas; ella sabe que con el fuego no tiene opciones. ¡Tiene que cambiar y cambia!.

Cuando entres en la dimensión de la oración te vas a derretir porque cuando te acercas a Dios no puedes permanecer

como eres. Su presencia te cambia. Escríbelo.

No esperes más, busca tu propio momento; y cuando se apague el ruido de la gente póstrate en su presencia. Si no

tienes palabras, no hables. Tu silencio también es oración. Si sólo salen lágrimas, deja que ese llanto exprese los latidos

de un corazón que se quebranta en la augusta presencia del Altísimo. No esperes más y ven. Él te espera para

bendecirte.

Esforzarse es un verbo complicado por dos razones: primero porque pone de relieve la voluntad humana y no la del Dios

que me ayuda (lo cual nos gusta tanto), y segundo, porque es un verbo reflexivo, en el cual, quien ejecuta la acción

también la recibe. El éxito que han de tener en nuestra experiencia personal la oración y la vida de oración, pasan

justamente por esforzarnos.

Observe con cuidado que Dios le dice a Josué que nunca lo va a abandonar, pero que tiene que esforzarse. Es decir, yo

te ayudo, y tú pones de tu parte. “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré

contigo; no te dejaré, ni te desampararé. Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual

juré a sus padres que la daría a ellos”. Josué 1:5-6

La práctica de la oración tienes varias aristas, una de ellas es el contenido en sí, otra es la forma corporal que tanto

preocupa a la gente; otra es el tiempo de duración o la frecuencia de la plegaria, etc. Sin embargo, todo eso está

supeditado a una variable de capital importancia y es la de esforzarse para orar. Por eso hemos repetido y lo haremos

hasta la saciedad que orar es una decisión. La esencia de la práctica de la oración está reñida con la naturaleza humana.

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Nosotros vivimos escondiéndonos de Dios y para eso usamos el trabajo, los estudios, las diversiones y hasta la

religión que se caracteriza por falta de oración.

No le podemos pedir a Dios que nos ayude a esforzarnos, porque Él respeta nuestra voluntad. Ud. Le puede pedir al

Señor que lo ayude porque va a presentar un examen; pero le aseguro que el Señor NO va a estudiar por usted. Ahora

bien, ¿Cómo podemos poner, en términos sencillos eso de esforzarnos?. Bueno, tome decisiones razonables y

respételas. Por ejemplo: Prométase que en el próximo mes va a dedicar 15 minutos diarios a la oración. Tenga en cuenta

que no es para beneficiar a Dios (Él no necesita eso). ¡Se lo está prometiendo a usted mismo!.Ubique esa devoción en el

mejor momento de sus 24 horas.

No espere milagros, no espere transformaciones inmediatas. Tenga en cuenta, eso sí, que Ud. se está acercando a Dios

y Él siempre aprecia eso de la gente. Además esa actitud suya generará por fuerza una actitud de Dios. La Biblia dice

sentenciosa: “…Acercaos a Dios y Dios se acercará a vosotros”. Santiago 4:8. Cuando Dios se nos acerca como producto

de que nosotros nos acercamos primero, suceden cosas como en la experiencia de Isaías. El profeta experimentó una

visión de la gloria del Señor llenando el templo. Los serafines magnificaban la santidad del Altísimo. La Biblia dice que los

quiciales de las puertas del templo se estremecieron y la casa se llenó de humo. Fue en ese instante en el cual el profeta

tuvo conciencia de su pecaminosidad residual y la reconoció en un grito angustioso. La respuesta fue inmediata y

certera: Sí había pecado en su vida, pero el carbón encendido tocando sus labios lo quitaría.

Isaías se estaba acercando a Dios y Dios se estaba acercando a él. El Dios que te está esperando en tu altar personal es

el mismo del profeta. ¿Te atreves a entrar? Es tu decisión.

Es interesante saber que en el idioma hebreo, que es la lengua dominante en el Antiguo Testamento, el verbo orar es

reflexivo. Por la naturaleza de nuestra gramática no se puede traducir como tal, pero al ser reflexivo en la lengua original

significa que quien ejecuta la acción de orar es forzosamente afectado por el hecho mismo de orar. La oración es, pues,

una calle de doble vía donde Dios se encuentra con el hombre y el hombre se encuentra con Dios. ¿No es maravilloso?

Descubrir esta realidad lingûistica fue fascinante para nosotros porque en la práctica la creíamos desde tiempo atrás. Es

la obra del Espíritu Santo que nos revela la naturaleza de su Palabra. Lamentablemente nuestro desconocimiento de la

vida de oración y el afán utilitario de las plegarias dificulta la percepción de la inmensa bendición que significa el que

podamos orar. “…Mas tú mirarás a la oración de tu siervo, y a su ruego, oh Jehová Dios mío, para oír el clamor y la oración con

que tu siervo ora delante de ti. Que tus ojos estén abiertos sobre esta casa de día y de noche, sobre el lugar del cual dijiste: Mi

nombre estará allí; que oigas la oración con que tu siervo ora en este lugar. Asimismo que oigas el ruego de tu siervo, y de tu pueblo

Israel, cuando en este lugar hicieren oración, que tú oirás desde los cielos, desde el lugar de tu morada; que oigas y perdones”. 2º

Crón. 6:19-21

Jamás debemos olvidar que las dificultades que tiene la práctica de la oración, se derivan de que la oración misma es

una verdadera fuente de poder en contra del mundo espiritual que se opone a Dios. Siempre seremos cambiados cuando

oramos aunque esos cambios no sean percibidos con la inmediatez que nos gusta. De manera que, jamás termine su

tiempo de oración con sensación de derrota ¡aunque eso sea justamente lo que sienta!. Dios no es lo que Ud. siente que

es; Él es quien es a pesar de lo que Ud. crea o sienta.

Estamos inmersos en una realidad espiritual dinámica que la Biblia llama “mundo”, con la idea de “sistema que se opone

a Dios”: 15 No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16

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Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del

Padre, sino del mundo. 17 Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Pues bien, la oración en esencia se opone a todo “eso” que Dios rechaza y por esa razón ese mundo presidido por

Satanás se defiende de su enemigo natural. Es allí entonces, donde surge la estrategia de la disciplina para madrugar a

nuestro enemigo.

El mismo Jesús tuvo que apelar a ella. Cuando las horas del día se le complicaban porque la gente lo acosaba debido al

éxito de su ministerio, el Maestro sencillamente corría la arruga del día. ¿Qué hacía? Se levantaba de madrugada.

¿Cómo se llama eso?, pues se llama disciplina. Es una práctica que se opone a nuestra naturaleza. Nosotros

quemamos demasiado tiempo útil en cosas baladíes. Se nos olvida que Dios nos pedirá cuenta de todo lo que nos dio.

El tiempo es un recurso no renovable y hay que usarlo con inteligencia.

Comience a comprometerse a pasar breves momentos de intimidad con Dios en oración a cualquier hora del día. Notará

que independientemente de cualquier petición que hiciere, lo más importante es que la presencia de Dios lo invadirá

lentamente. Aprenda a estar de rodilla ante Dios para estar de pie ante los hombres. Hágase esa promesa ¡Ahora

mismo!

Ese gigante espiritual que fue el pastor escocés de finales del siglo XIX, Oswald Chambers nos regaló entre otras

muchas, esta hermosa reflexión: “La oración me cambia, cambia a otros, y cambia las circunstancias a través

de mí. El propósito de la oración es que se revele la presencia de Dios en tu vida”

Cuando las personas no oran suelen teorizar mucho acerca de la oración. De manera que, cuando las oímos hablar,

sabemos, por el contenido de su discurso, que no acostumbran estar en el altar de Dios, precisamente por eso que

afirmaba Chambers; porque la oración cambia. ¿Saben qué es lo primero que es transformado al orar? ¡Pues nosotros

mismos!. Tenemos una gran dificultad para entender eso. Le pedimos a Dios que cambie a media humanidad y Él no

tiene problema en hacer eso; pero está más interesado en cambiarnos a nosotros para que cambie nuestra visión de lo

que nos rodea; pues cuando somos cambiados nuestra percepción del mundo comienza a ser real, porque “traemos a

nuestra vida la santidad, los propósitos y las prioridades de Dios”

Mucho de eso que llamamos oración en nuestra vida no es efectivo porque hay un desconocimiento esencial de esta

hermosa categoría. Ya el apóstol Santiago lo trajo a colación: “ Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar

en vuestros deleites” Santiago 4:3.

En el sentido más sencillo, la oración es un encuentro de dos mundos, el de Dios y el suyo. De manera que es

sumamente importante que entendamos qué es lo que hacemos al orar. Sería insensato que siguiéramos pensando que

la oración se agota en una actividad en la cual el todopoderoso Dios de los cielos está a mi disposición para darme todo

que yo quiero. Puede ser que, al contrario de lo que tú piensas, eso que tú pides, es precisamente lo que Él No quiere

para ti; y jamás te lo va a conceder PORQUE es tu padre y te ama profundamente.

Antes de desplegar tu lista de peticiones y anhelos, guarda silencio reverente ante el Señor y deja que su Espíritu te

hable en la quietud de su presencia, en el entendido de que orar es estar en consonancia y armonía con la voluntad de

Dios. “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos

oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones

que le hayamos hecho.” Iª de Juan 5: 14,15

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Hay un dominio soberano del Señor sobre nosotros. Eso se llama la voluntad de Dios. No es su capricho, es su mejor

plan. Son impresionantes las equivocaciones que ocurren cuando no entendemos esto.

Vayamos a un caso real que relata la Biblia: Ezequías fue el duodécimo rey de Judá. Era un buen hombre. Realizó un

gobierno justo y agradó a Dios. Un día El Señor decidió llevárselo, ¡y se lo anunció!. Por boca de Isaías le permitió que

¡arreglara su vida! Porque se lo iba a llevar.¡Qué privilegio! Ezequias armó una lloradera porque quería seguir viviendo.

Pues el Señor lo complació y le regaló 15 años más. En ese periodo nació su hijo Manasés, quien fue su heredero y uno

de los peores reyes de la nación, el cual, por añadidura, gobernó por ¡55 años!. Si Ezequías hubiera aceptado el plan de

Dios, Manasés jamás hubiera nacido.

No le des órdenes a Dios, pregúntale cuál es su voluntad, por que ella es agradable y perfecta.

Edward Mckendrie Bounds, (1835-1913), mejor conocido como E.M. Bounds, es un nombre que Ud. no debe olvidar.

Escribió 9 libros, de los cuales 7 fueron acerca de la oración. No pierda de vista su trayectoria, fue un varón de Dios que

vivió para orar. De él se ha dicho: “…No hay hombre, de los que han vivido desde el tiempo de los apóstoles que le haya

sobrepasado en las profundidades de su maravillosa búsqueda dentro de la vida de oración”

La primera vez que un libro suyo cayó en nuestras manos percibimos de inmediato que estábamos delante de un

apóstol, un especialista de la oración; porque cuando un hombre ha estado en la presencia de Dios, forzosamente la

transmite, así como sucedía con Moisés: “Y cuando acabó Moisés de hablar con ellos, puso un velo sobre su rostro. Cuando

venía Moisés delante de Jehová para hablar con él, se quitaba el velo hasta que salía; y saliendo, decía a los hijos de Israel lo que le

era mandado. Y al mirar los hijos de Israel el rostro de Moisés, veían que la piel de su rostro era resplandeciente; y volvía Moisés a

poner el velo sobre su rostro, hasta que entraba a hablar con Dios”. Éxodo 34: 33-35

En los escarceos de los viajes ministeriales, mientras curioseábamos algunos libros de la biblioteca de un pastor anfitrión

en el norte de México, nos encontramos con una de las joyas de Bounds; “El Predicador y la Oración”, La sensación de

estar delante de un hombre excepcional fue sumamente grata. ¡Qué maravilloso es que la obra de los hombres de Dios

produzcan la presencia de Dios aun después de muertos, como pasó con el profeta Eliseo!.

En las páginas amarillentas de aquel librito, que finalmente me obsequió el pastor, leí estupefacto: “Lo que la iglesia

necesita hoy día, no es más o mejor mecanismo, no nuevas organizaciones o más y modernos métodos;

sino hombres a quienes el Espíritu Santo pueda usar; hombres de oración, hombres poderosos en oración.

El espíritu Santo no fluye a través de los métodos, sino a través de los hombres. Él no desciende sobre los

mecanismos, sino sobre los hombres. Él no unge planes, sino hombres. Hombres de oración”.

La honestidad nos empujó hacia la humillación. Las palabras ungidas de Bounds, un hombre que dejó este mundo hace

97, años estaban volviendo polvo toda nuestra teología. Dios se complace en transformarnos a su manera. Estábamos

allí, ¡en silencio!, asistiendo al funeral obligado de esquemas estereotipados que impresionan al intelecto, pero que dejan

ileso al corazón de las multitudes. Teníamos que entender, aunque fuese con lágrimas, que, ante que oradores, éramos

predicadores del Evangelio de Jesucristo.

Continúa Bounds: “La oración es una obra humillante. Abate el intelecto y el orgullo; crucifica la vanagloria y

señala nuestra bancarrota espiritual. Todo esto es, para la carne, duro de soportar. Es más fácil no orar

que soportar la humillación”.

Este hombre singular pudo percibir por el Espíritu Santo y con meridiana claridad, que cuando decidimos orar nos

estamos abandonando en las manos de nuestro Sumo Sacerdote. ¡Tenemos que poner las cosas en orden!. El Reino

de Dios tiene que ser nuestra prioridad. Seremos vencedores sobre las tinieblas de nuestra vida cuando aprendamos -

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como lo hizo Bounds- que Dios no debe estar en otro lugar que no sea el primero. Lo demás, dice la Palabra de Dios,

será añadido. (Mateo. 6:33).

La Editorial Clie nos ha regalado la bendición de publicar en un sólo volumen toda la obra literaria de este santo de Dios,

en la serie Grandes Autores de la Fe, con el título de Lo Mejor de Edward M. Bounds. Saludamos agradecidos este

trabajo que rescata para la iglesia la palabra de Dios revelada a un hombre que vivió para estar en su presencia y que

nos bendice a través del tiempo y del espacio, traído por las ondas frescas del Espíritu Santo. Las ondas de la oración.

¡Sea bendito el Dios Altísimo!

La oración ha sido la partera de los avivamientos. Si estudiamos con seriedad la historia de todos los movimientos que

han sacudido a la iglesia para sacarla de situaciones de inercia, desde Pentecostés hasta hoy; descubriremos, para

satisfacción de nuestra alma, que ha sido a través de movimientos intensos de oración. Los avivamientos personales de

figuras extraordinarias que marcaron el rumbo de la iglesia también experimentaron que la oración era la vía de su propia

transformación. Entendieron que no podían cambiar las cosas de su entorno si ellos no cambiaban primero. Una verdad

del tamaño de una catedral es que sin oración no hay cambios y cuando hay cambios es porque ha habido oración. Hace

casi tres milenios Dios se le apareció de noche a Salomón y le entregó esta poderosa verdad: “…si se humillare mi pueblo,

sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde

los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. 2ª Cron. 7:14.

Esta verdad funciona con independencia de quién es el que busca. Si un pueblo busca a Dios, lo va a encontrar; si un

visionario espiritual lo busca, aunque su entorno se halle comprometido espiritualmente, igualmente lo encontrará.

Hoy vamos a hablar del pastor David Yonggi Cho, de Corea del Sur; un hombre contemporáneo que es referencia

obligada en el mundo del iglecrecimiento, pues dirige la mayor congregación evangélica del planeta. Cho es conocido

por su perseverancia y persistencia en el campo de la oración. Por sus libros sabemos que ora de tres a

cuatro horas diarias. La vida de oración ha caracterizado su iglesia, cuya asistencia está cercana al millón

de personas. Una práctica de la gente del pastor Cho, y en general, de las iglesias coreanas, es que muy

temprano, los templos se llenan de creyentes que van a orar ANTES de irse a sus trabajos.

Siempre debemos recordar que la naciente iglesia de Jerusalén vio la luz cuando el Espíritu Santo

descendió durante un período concentrado de oración.“…Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con

las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” Hechos 1:14..

La vida de oración ha marcado la experiencia de este hombre de Dios y de su iglesia; oigámoslo: “El tiempo

de oración, no sólo en nuestra iglesia, sino en la mayoría de las iglesias coreanas comienza a las cinco de la madrugada.

Normalmente oramos durante una o dos horas; y después de ese período en comunión con Dios, empezamos las tareas normales del

día. Ya que lo más importante de nuestra vida es la oración, hemos aprendido a retirarnos pronto a descansar. Sin embargo, los

viernes pasamos la noche entera orando. Muchos visitantes se asombran al ver a nuestra iglesia atestada de gente para una vigilia

de oración.”

Asombra que el mayor movimiento de crecimiento y avivamiento esté ocurriendo en un país de extracción

budista y ubicado dentro del área que los misionólogos llaman la ventana 10-70. (pueblos menos

alcanzados y con grandes problemas para la evangelización). Nos asombra porque nos cuesta entender

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que el método de Dios es la oración. La oración desencadena la realización de un poderoso principio

espiritual: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” Mateo 6:33

Debemos aprender a respetar a Dios y a sus principios. Si queremos seguir con nuestros métodos vacíos; es nuestra

elección y hasta Dios la respeta. Pero, si -por el contrario- deseamos salir de nuestra postración como creyentes o como

iglesia; es bueno entonces que sepamos que tenemos una cita en el altar donde nuestro amante Señor está

esperándonos para transformarnos. ¡Entra!. El cambio está en tus rodillas.

Un avivamiento es un fenómeno social que “revitaliza, trae autoridad, alista, entrena, llena de poder de Dios, trae

arrepentimiento, hambre por su presencia; trae fuego al corazón, pasión, convicción, y disposición para ser usado por

Dios”. Cuando esa noción llega a nuestros sentidos, enseguida la relacionamos con muchas personas comprometidas en

eventos históricos que sacuden a una nación en un tiempo determinado para producir grandes cambios espirituales a

través del poder de Dios. Pentecostés, la Reforma, Gales, Azusa, Corea, Pensacola etc.; fueron sin duda alguna,

avivamientos. Sin embargo, sigue siendo una idea lejana a nosotros porque estamos esperando pasivamente que este

avivamiento “corporativo” nos llegue de alguna parte por alguna ignota razón.

Nos asombraríamos al saber que cada uno de nosotros puede producir su propio avivamiento. En la palabra de Dios

leemos: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus

malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos mis ojos y

atentos mis oídos a la oración en este lugar.” 2º de Crónicas, 7: 14-15. Con alguna frecuencia eso que llamamos

avivamiento ha sido una llamita solitaria que encendió un bosque.

Usted no tiene que esperar que ese milagro llegue; usted puede comenzar a producir ese milagro en su vida, ¡ahora

mismo!; porque el ingrediente principal de la visitación de Dios siempre ha sido y será la oración. Cuando comenzamos a

incorporar la vida de oración a nuestra cotidianidad, los cambios comienzan a suceder. Esas transformaciones afectan

nuestro entorno íntimo y obviamente, como ha sucedido muchas veces, se pueden extender a una nación entera.

El gran apóstol Pablo lo resume así: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias,

por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda

piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean

salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” 1ª de Timoteo 2: 1-4.

El historiador Orlando Boyer resume así la experiencia de Jonathan Edwards (1703-1758) “Era un hombre de casi dos

metros de altura, su rostro tenía un aspecto juvenil y su cuerpo estaba enflaquecido, según se decía, de tanto ayunar y orar.

“Cuando predicó el sermón que lo inmortalizó, Pecadores en manos de un Dios Airado, el resultado fue como si Dios hubiese

arrancado un velo de la multitud para que contemplaran la realidad y el horror en que se encontraban… en ese punto el sermón fue

interrumpido por los gemidos de los hombres y los gritos de las mujeres que se ponían de pie o caían al suelo como si un huracán

soplara y destruyese un bosque. Durante la noche entera la ciudad de Enfield estuvo como una fortaleza sitiada. Se oía en casi todas

las casas el clamor de las almas que hasta aquella hora habían confiado en su propia justicia. Esperaban que en cualquier momento

Cristo fuese a descender de los cielos rodeados de ángeles y apóstoles.

“Tales victorias contra el reino de las tinieblas se ganaron de rodillas. Edwards no había abandonado los privilegios de la oración,

una costumbre que tenía desde niño. Frecuentaba parajes solitarios del bosque donde podía tener comunión con Dios. Fue así como

en 1870 comenzó uno de los mayores avivamientos de los tiempos modernos. No fueron solamente los sermones elocuentes y eruditos

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los que lo produjeron, sino la obra del Espíritu Santo en el corazón de los que estaban muertos espiritualmente y así se esparció

por toda Inglaterra hasta América”. Un antiguo coro que cantábamos en el Templo Evangélico de Catia en los 50, decía:

“///Comiénzalo en mí///, Señor”. No esperes que el avivamiento “llegue”; tráelo tú mismo. ¡Puedes empezar ya!

Hay una tendencia algo perniciosa que hemos percibido entre los cristianos de hoy; nos referimos a “declarar”, en

oración, situaciones que nos favorecen, como si el hecho de hacerlo así fuese una garantía suprema de que, en efecto,

va a ocurrir. El problema con esa actitud es que refleja un desconocimiento supino de cómo es que Dios hace las cosas.

Son modas tendenciosas que se ponen en boga por los pasillos de las iglesias, acicateadas por la influencia de alguien

“importante” que lo dijo. Son ideas graciosas que invitan a la gente a creer que tienen un poder ilimitado de obtener

cosas y favores de Dios, por el sólo hecho de expresarlo oralmente; como si la palabra humana tuviera per se, un poder

mágico capaz de producir cualquier milagro, ignorando la voluntad, y la soberanía de Dios.

Vamos a comenzar por el principio para no confundirnos: Dios es soberano. Dios es amor. Dios quiere bendecirnos. Dios

quiere que le pidamos, y Dios también quiere que hagamos su voluntad revelada en su Santa Palabra y confirmada a

través de su Santo Espíritu. Absolutamente no es verdad que el Señor me va a conceder todo lo que le pido, a menos

que esa petición satisfaga lo que Él, quiere para mí. Oigamos cómo lo dice la Sagrada Escritura: “Y esta es la confianza

que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”. Iª de Juan 5: 14. Es necesario que

reconozcamos con honestidad que tenemos problemas con nuestras peticiones. Ya nos lo dijo el Señor: “Pedís, y no

recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.” Santiago 4:3. Comprendamos que todas nuestras peticiones

tienen una motivación que puede no ser sana; que puede no convenirnos y, en consecuencia, el Señor no nos la

concede, justamente, porque Él es bueno.

La voluntad soberana de Dios va a estar siempre por encima de nuestros gustos, deseos, anhelos, e incluso de nuestra

fe. En el Getsemaní, Jesús le pidió al Padre algo de tal naturaleza, que si el Dios se lo hubiese concedido, nosotros no

fuésemos salvos. “Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si

quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” Lucas 22: 41-42. La voluntad de Dios, en este

caso, pasaba por el indescriptible sufrimiento moral de Jesús para que nosotros pudiésemos entrar a su Reino. Cristo no

declaró nada. Él simplemente se sometió a la voluntad del Padre, porque eso era lo mejor.

Es curioso que los cristianos hayamos convertido a la oración en un ejercicio casi exclusivamente para pedir. Casi todas

nuestra plegarias están teñidas de un tono inmediato y utilitario. Parece que percibimos a Dios como un ser que está a

nuestra disposición para darnos cualqier cosa que le solicitemos, sin condiciones. La Biblia dice algo distinto: “Y yo os

digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.” Lucas 11: 9. Es decir, el Señor espera que nosotros

hagamos preguntas en nuestra plegarias, Él desea que consideremos qué es lo que Él, como nuestro Padre desea

darnos; porque podríamos estar pidiendo algo que nos gusta, pero no nos conviene. Podríamos estar haciendo

peticiones pueriles, y Él, como el amante Dios que es, interviene para evitarnos un dolor que nosotros, por nuestra

miopía espiritual, no vemos venir.

El Apóstol Santiago, con esa pluma punzante y aguda nos advierte: “¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal

ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida?

Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor

quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Santiago 4: 13-15.

Lo que Dios tiene para ti es mucho mejor de lo que tú te imaginas, porque el Señor te ama más de lo que tú mismo te

amas. Sí, ya sabemos que es fácil poner en nuestros oídos lo que queremos oír. Eso puede ser “bueno”, pero Dios es tu

Padre, siempre quiere lo mejor. No te angusties, reposa, confía, espera, adora. Jamás alguien te amará como te ama el

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Señor. Bien, volveremos, hay más. Que la gracia del Altísimo te cubra y que la Gloria de su presencia inunde tu

corazón.

A veces la iglesia de Jesucristo es invadida por oleadas de filosofías extrañas que pretenden dictarle pautas. El

fenómeno es viejo y repetitivo. Pablo, el gran Apóstol lo registra al escribirle a los griegos de Colosas en el año 60 DC: “

Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los

rudimentos del mundo, y no según Cristo”. Colosenses 2:8. En la última entrega hablábamos en ese sentido y hoy

queremos completar la idea.

No hay que confundir con el hecho de que un Dios soberano es un Dios caprichoso. Dios no juega con su poder; pero sí

es cierto que lo usa de la mejor manera para bendecirnos, aunque a veces nos cueste un poco comprenderlo. Nos ha

tocado asistir, con angustia, a un escenario grotesco, en el cual algunos personeros que mal representan al Evangelio

nos ofrecen un escenario que se caracteriza por “declarar, atar, desatar, decretar e invocar” cualquier cosa que se les

ocurra, sin respetar los principios de Reino de Dios, como si las bendiciones del Señor estuvieran en oferta de fin de

mes.

Revisemos con cuidado el panorama de la Palabra de Dios: Moisés, el gran legislador y profeta de Israel le pidió al Señor

que lo dejara pasar par ver “aquella tierra Buena que está más allá del Jordán…” La respuesta del Altísimo fue terminante:

“Basta, no me hables más de ese asunto”. (Deuteronomio 3: 25-26) Moisés no trató de torcerle el brazo a Dios; no ató, no

desató, no declaró, ni decretó nada. Simplemente obedeció la voluntad de Dios.

Pablo le contó a los corintios que había un “aguijón en su carne” que lo molestaba sobremanera. Como era de esperarse,

le rogó tres veces al Señor que se lo quitara. El apóstol, al igual que Moisés, no usó este insolente lenguaje moderno que

ignora la voluntad de Dios para imponer la nuestra. El Señor simplemente le respondió “bástate mi gracia”; (2ª Cor. 12. 8-

9). Era una manera de decirle. No sigas pidiendo eso. No te lo voy a conceder, porque lo que te conviene es desarrollar

un carácter que te permita recordar siempre que las grandes revelaciones que has recibido no te deben envanecer. Ese

aguijón te va a avisar siempre cuánto dependes de mí. El apóstol de los gentiles, solamente obedeció, sin declarar, atar,

o desatar nada.

En una ocasion Jesús le dijo a Pedro que satanás había hecho una petición curiosa; quería zarandear como a trigo a los

discípulos; (Lucas 22: 31:32). Ante esa amenaza del mundo de las tinieblas, Cristo, ni mucho menos Pedro, se pusieron

a declarar, o atar, o desatar nada. El Señor le calmó: “yo he rogado por ti para que tu fe no falte”.

Los cristianos sí podemos hacer declaraciones obvias del poder de Dios. ¡Podemos declarar con absoluta seguridad que

satanás está vencido!; ¡que, pase lo que pase, Jesucristo es y será el Señor de Venezuela!. ¡Que la sangre de Jesucristo

nos limpia de todo pecado!; ¡Que nada ni nadie nos arrebatará de las manos del Cristo! ¡Que si respetamos la vida de

oración seremos vencedores ante los embates de la tentación!.

Los cristianos podemos declarar las verdades gloriosas del Evangelio reveladas a nosotros como lo hizo Pedro en

Pentecostés cuando se puso de pie y alzando la voz exclamó: “Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y

les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no

están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los

postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; Vuestros jóvenes

verán visiones, Y vuestros ancianos soñarán sueños;” Hechos 22: 14-17

No pongamos en boca de Dios lo que Dios no ha dicho. Jamás nuestra oración ni nuestros deseos caprichosos y

carnales tendrán el poder de alterar los designios del Señor. El “no” que a veces recibimos del cielo como respuesta

debe ser recibido sin altivez. Tenemos el derecho de decirle al Señor que no entendemos lo que nos está pasando, tal

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como se registra muchas veces en los Salmos. Su respuesta será siempre paciente y dulce. La historia ha

demostrado que la opinion de Dios es la mejor.

Oigamos orar a David en el salmo 40: “Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del

pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo,

alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos, y temerán, Y confiarán en Jehová”. No hay en esta oración altivez, ni deseos de

que Dios haga lo que yo quiero; sólo hay humillación; el único lenguaje con el que podemos acercarcos al Altísimo. ¡El

Reino de Dios no está en oferta!

Hemos estado insistiendo con acuciosidad acerca de la naturaleza de nuestras oraciones para que entendamos que, al

orar, estamos pisando un terreno donde surgen inmensas posibilidades de bendiciones celestiales, ¡Todas ellas de

acuerdo a la voluntad soberana de Dios!; en el entendido de que el Señor nos concederá, no siempre lo que pedimos,

sino lo que Él sabe que necesitamos. Cuando Pablo, escribiendo a los filipenses (4:19) afirma: “Mi Dios, pues, suplirá todo

lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”; NO está extendiéndonos un cheque en blanco para pedir sin

límites, como muchas personas creen. En su soberanía e inmenso amor, el Señor responderá de la mejor manera, que,

de acuerdo a su juicio, podamos ser bendecidos, aunque no lo entendamos así.

Es hora de que aprendamos que la oración es fundamentalmente un medio de relación con Dios, más que un medio para

pedir a Dios. Nuestra relación con el Altísimo determinará nuestras peticiones, porque todo lo que hacemos como hijos

de Dios debe responder al respeto que se supone que tenemos por los principios que rigen su Reino.

En ese Reino, por cierto, debe hacerse su voluntad, antes que la nuestra. Eso es lo que expresa elocuentemente el

padrenuestro: hágase tu voluntad. Pero además de eso, Jesús nos exhorta: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué

comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que

tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.

Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”. Mateo

6:31-34.

¿Acaso nos hemos preocupado por entender qué es eso de “El Reino de Dios?. Por alguna razón siento que en nuestra

mente esa es una frase hueca que sabe más a composiciones litúrgicas de rezos distraídos. Suenan como palabras casi

mágicas que repetimos sin cesar, sin ahondar en el corazón de quien originalmente las expresó.

El Señor nos está diciendo muy seriamente que toda nuestra búsqueda debe estar dirigida al establecimiento de su

Reino y su justicia, y que sólo entonces “estas cosas”; las otras cosas, las demás cosas, las que nos hacen llorar, las que

nos hacen sufrir, las que nos desesperan, las que nos angustian, las que nos deprimen, finalmente serán añadidas.

Hay mucha gente en la iglesia que viene buscando las “cosas de Dios”, pero no les interesa el “Dios de las cosas”.

Confunden al Creador del Universo con el genio del sastre de La lámpara de Aladino, en el cuento de Las Mil y Una

Noches. Dios nos protege revisando nuestras peticiones, porque aunque pedir es muy fácil, la verdad verdadera es que

nosotros no sabemos ni siquiera pedir, y por eso, muchas veces no recibimos. No recibimos porque Él, amablemente

corrige la “orden”.

Esta verdad nos lleva entonces a revisar con gran honestidad nuestras motivaciones. Estemos claros en algo: Todo lo

que hacemos tiene una razón. Esa razón casi siempre está oculta; por eso la gente no nos conoce. Podemos esconder

nuestras intenciones ante toda la humanidad. Podemos adornar con frases floridas las expresiones más aviesas de

nuestra alma y nadie lo notará. Pero cuando pretendemos acercarnos al Señor en oración nunca debemos olvidar ante

quién estamos. Él, no sólo es nuestro Padre amante, también es nuestro Señor. Un Señor es un dueño; un Señor es

alguien a quien jamás se le puede decir NO; un Señor es aquel cuya voluntad debo obedecer sin condiciones. Un Señor

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es aquel que es dueño absoluto, no solamente del universo donde vivo, sino dueño de mí también, en su totalidad. De

manera que hay que tener sumo cuidado de no darle órdenes a una persona con esas credenciales. Afortunadamente

para nosotros, Él también es amor.

La oración no nos ha sido concedida para hacer peticiones unilaterales que desconozcan la naturaleza de Dios. La

oración no fue diseñada por Dios para que creamos que la satisfacción de “todas “nuestras necesidades son un derecho

adquirido. Es, más bien como lo dijo Betty Constance: “La oración no es una actividad, sino una relación que tiene que

ser cultivada, porque es la vida misma del Hijo de Dios”.

La oración es un privilegio que nos permite tener una especial comunión con Dios. Siempre hemos insistido

cuidadosamente en que comprendamos su naturaleza, porque la práctica diaria tiende a convertirla en un ejercicio que

desconoce su razón de ser. Los discípulos originales pudieron entender lo lejos que estaban de saber orar, justamente

cuando fueron capaces de apreciar una honda diferencia entre sus plegarias controladas por la sociedad religiosa y los

encuentros con el Padre que Jesús experimentaba cuando se apartaba a orar, en una experiencia de suprema devoción.

Todo el mundo tiene ese problema con la oración, pero casi nadie lo expresa como lo hicieron los primigenios

seguidores. La dificultad que comporta la disciplina de la oración se debe básicamente a que nos exponemos

espiritualmente en una batalla espiritual que forma parte de una guerra muy antigua. Cuando oramos, las fuerzas

espirituales, a cuyo mando está Satanás, reaccionan porque sienten que estamos invadiendo su reino, ¡lo cual es

verdad!. Sin embargo, lo que el grueso de la gente expresa como dificultad para orar tiene más que ver con la cantidad

de palabras que ellos creen que tienen que decir “obligatoriamente”, que con los verdaderos problemas de la oración.

Por eso el Señor atajó a tiempo esa desviación cuando alertó: “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que

piensan que por su palabrería serán oídos” Mateo 6:7. De manera pues, que es el mismo Señor quien nos corrige,

enseñándonos que la efectividad de nuestra oración no depende de nuestra facilidad o dificultad para expresar nuestros

sentimientos con palabras. La oración es mucho más que palabras. De hecho, el acto devocional de la oración a veces

no permite ¡ni siquiera hablar!. Durante la oración, ciertamente podemos hablar con Dios, pero adicionalmente a eso,

Dios habla con nosotros, adoramos, alabamos, evocamos su palabra, nos humillamos, confesamos, pedimos perdón,

intercedemos, revisamos nuestra relación con Dios y con los demás, pedimos cosas, nos santificamos, buscamos su

santa voluntad; en otras palabras, cuando oramos interactuamos con Dios. Entonces nadie debe angustiarse cuando “se

le acaban las palabras y no sabe qué decir”, pues si no hay más palabras, es porque llegó el momento de callar y

permanecer en silencio delante de Dios, sin dudar por eso de que estamos orando, pues nuestro Dios sabe escuchar,

interpretar y apreciar el silencio de nuestra alma. El silencio siempre es una voz elocuente.

Los enemigos más serios de la oración, para los que Ud. debe prepararse tienen que ver con una colección de dardos

del maligno que están diseñados para que Ud. no ore, ni hablando, ni en silencio, ni de ninguna otra forma. Son todas

esas tretas diseñadas en el laboratorio más viejo del mundo que funcionan efectivamente para que aplacemos la oración

para “más tarde”; son las que hacen sonar los teléfonos, los timbres de las puertas; son los que traen visitas inesperadas,

dolores inexplicables, niños llorando, mares de ideas que desconcentran, pensamientos que descontrolan, sueños,

flojera; en fin, una lista interminable de lo que puede hacer el enemigo PARA QUE UD. NO ORE; ¿Sabe por qué?,

porque cuando oramos, todo el infierno tiembla, y tiembla de miedo.

Tenemos que aprender a asaltar nuestro tiempo devocional. Si no lo hacemos, perderemos la batalla en el primer round.

Tenemos que tener un tiempo de oración ¡aunque el mundo se queme!. Si nos distraemos en las trampas evasivas, la

oración perderá la competencia.

También debemos aprender que la lucha que experimentamos cuando venimos a nuestro altar íntimo no debe

desanimarnos creyendo que porque “no sentimos la presencia de Dios”, es porque Dios no está con nosotros. Dios está

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con nosotros siempre, no porque Ud. lo sienta sino porque ÉL lo dice: “…he aquí yo estoy con vosotros todos los días,

hasta el fin del mundo. Amén. Mateo 18:20. De manera pues, que como están de moda las “declaraciones”, ese es un

buen momento para hacer una que sí sea legítima: “Declaro que el Señor está conmigo aquí y ahora porque Él lo dice”. Y

punto.

En las últimas entregas hemos estado insistiendo con acuciosidad acerca del lugar que tiene el pedir en el ámbito de

nuestra oración devocional privada. La razón de esa postura obedece a que la acción de pedir algo a Dios ha dominado

el escenario de la oración; lo cual, a nuestro juicio, no es sano, porque desfigura sensiblemente su razón de ser.

En el panorama de la Palabra de Dios, la oración ocupa un lugar de eminencia. Las páginas de la Sagrada Escritura

están saturadas, no solamente de oración, sino de interesantes enseñanzas para su mejor provecho. Para millones de

personas, tener un Dios a quien pedirle algo parece ser la finalidad de la oración. Obviamente la Biblia nos enseña a

pedir; pero sería, por lo menos deshonesto que no descorriéramos el velo completo a fin de participar de la sublime

grandeza que permite a la oración convertirse en el mayor acto de comunión con Dios al que algún mortal pueda aspirar.

La parábola de la viuda y el juez injusto del evangelio de Lucas 18, se ha convertido en una punta de lanza para quienes,

en desconocimiento de una sana -y sencilla- hermenéutica, ven en esta perícopa a la figura de la insistencia como un

elemento de presión para que Dios nos dé lo que pedimos. Tenemos que aprender a leer y a estudiar la Palabra de Dios,

para que percibamos lo que Dios nos dice en ella; mas no lo que nosotros queremos que nos diga.

Dejemos, pues que sea el pasaje quien hable por sí mismo: “También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de

orar siempre, y no desmayar,2 diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. 3 Había también

en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. 4 Y él no quiso por algún tiempo; pero

después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, 5 sin embargo, porque esta viuda me es molesta,

le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. 6 Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. 7 Y acaso

Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?”

Lo primero que debemos considerar es que estamos ante una parábola (que no es otra cosa que una comparación). La

parábola es un símil bastante elaborado, en el cual el relato, a pesar de ser ficticio, es absolutamente posible de ocurrir,

lo cual no pasa con las fábulas. Las encontramos en el Antiguo Testamento y sabemos que Jesús las usaba con

frecuencia como una estrategia pedagógica para dar a entender verdades espirituales en un lenguaje comprensible por

su auditorio.

Es evidente que el valor supremo de esta enseñanza de Cristo no pudo ser la insistencia achacosa como herramienta

para conseguir algo de Dios; porque es claro que la enseñanza allí es por contraste y no por analogía. ¡Cuidado!. El

Juez de la parábola NO REPRESENTA A DIOS. ¿Por qué?, porque Dios No es un juez injusto. La justicia es uno de sus

atributos. De hecho el juez ni siquiera temía a Dios, y, además, tampoco respetaba a los hombres.

Este juez impío accedió a cumplir con su deber porque la viuda le era “molesta”. La verdadera naturaleza de Dios ante

nuestras oraciones se pone de manifiesto en la parábola con dos preguntas retóricas: “¿Y acaso Dios no hará justicia a sus

escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?”

Por fuerza tenemos la obligación de responder: Dios siempre hace justicia y sus respuestas siempre son oportunas. Eso

no significa que satisfagan siempre nuestro particular deseo de lo que entendemos por justicia, ni de lo que entendemos

por respuesta oportuna. Él siempre nos da lo que a su juicio necesitamos; no necesariamente lo que esperamos. El

pueblo de Israel pidió un rey porque querían ser como las demás naciones. Esa no era la voluntad de Dios para ellos, Él

tenía un plan mejor; sin embargo, ellos insistieron. El Señor les advirtió cuáles serían las consecuencias, pero en su

voluntad permisiva accedió, porque tampoco era pecado que tuvieran un rey. La historia demostró la equivocación del

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escogido. Con honrosas excepciones, la mayoría de sus reyes indujo a la nación a pecar; con las dolorosas

consecuencias que eso les trajo.

La razón de ser de la parábola fue “sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar”; no fue la de intentar torcerle el brazo

a Dios para que, de tanto insistir, nos dé lo que le pedimos. Lo que Dios nos concede siempre es lo mejor porque nos

ama profundamente. Seguiremos.

Por supuesto que no estamos desestimando el hecho de que en nuestras oraciones le podamos pedir al Señor

bendiciones materiales, espirituales, o de cualquier otro orden. Lo que sí estamos haciendo es ubicar el contenido de la

oración en su perspectiva correcta; porque cuando se trata de oración, la tendencia de los creyentes es a igualarla a una

petición, lo cual es teológicamente incorrecto y espiritualmente inaceptable, porque desconoce su esencia natural.

Siempre insistiremos en enseñar que cuando la idea de pedir a secas, preside nuestra oración, nos estamos perdiendo

de recibir el milagro de transformación que está implícito en el acto de orar. Toda persona que viene a la presencia de

Dios en oración es cambiada por el sólo hecho de venir. De manera que, si hacemos eso con intensidad; en esa misma

medida seremos bendecidos, ¡aunque no hayamos pedido algo específico!

La oración es un servicio solemne que rendimos ante la presencia de Dios. La oración es el ofrecimiento de las

emociones y deseos del alma hecho a Dios en el nombre y por la mediación de nuestro Señor Jesucristo. (Juan 16:23-

27). Es la comunicación del corazón con Dios mediante el auxilio del Espíritu Santo, “…Y de igual manera el Espíritu

nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu

mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la

intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.” Rom. 8:26-27: Y la

oración es, además, para el creyente, la verdadera vida del Espíritu, pues sin esta relación filial, nadie puede ser

verdaderamente cristiano. Toda petición en oración va a estar absolutamente condicionada por Dios en su Palabra: “…Si

permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá”. Juan

15:7. La presencia o ausencia de oración en un cristiano va a determinar su crecimiento espiritual. Las personas que oran

deben querer todo lo que Dios tiene para ellos

No deben conformarse con una vida religiosa inferior, superficial, imprecisa e indefinida. A través de la oración pueden

ser libres de pecados; su carácter es afectado por la santidad de Dios.

Tenemos que superar la actitud materialista de acercarnos a Dios para recibir sólo lo que nos interesa en el orden

humano. Nuestro corazón debe estar dispuesto a una rendición, a un quebrantamiento, a una humillación. A Dios no le

interesan los formatos religiosos con los que tratamos de arrinconarlo. De hecho tampoco le interesa una religión que no

produce cambios. Es tan hermoso el Señor que sólo por venir a su presencia, ya nos garantiza una bendición.

Nuestros sentimientos no deben determinar nuestros hábitos de oración. Si oramos únicamente cuando sentimos

deseos, tendremos una relación precaria con Dios. Cultivar la voluntad es cultivar el deseo. Mientras más venimos a su

presencia, a pesar de ir a contrapelo del deseo, más fácil será hacerlo cada día.

La falta de pasión por la vida de oración está haciendo estragos en la gente de la iglesia. Nos hemos llenado de

actividades y de programas espectaculares que nos entretienen como si estuviéramos asistiendo a un circo espiritual.

Muchísimos creyentes deambulan por las playas de la iglesia sin conocer verdaderamente a Dios. Su relación con Él se

circunscribe a una práctica superficial en la cual sobresalen peticiones pueriles.

Dios nos está esperando en su presencia; no para divertirnos, sino para cambiarnos. Nuestro culto a Dios debe ser

mucho más que expresiones efectistas. El salmista David lo comprendió cuando oraba arrepentido después de haber

ofendido a Dios con su pecado: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los

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sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh

Dios. Salmo 51: 16-17. Él había comprendido que la religión tiene formas de expresarse que pueden ser superficiales y

rutinarias. Sabía que Dios nunca despreciará un corazón humillado. A Dios no le molesta nuestra simpleza. Jamás

olvidemos que tenemos que ser como los niños; quienes, por su pureza son los dueños del Reino.

Hace un año comenzamos esta serie con la idea de apuntalar la formación de la iglesia en un área tan sensible como la

vida de oración. Como todos los lectores no tienen la información desde el principio, hemos decidido repetir todas las

entregas, comenzando con la primera, desde la próxima semana. El punto de partida de nuestro análisis fue una

asombrosa petición que le hicieron a Jesús un número desconocido de sus discípulos: “Aconteció que estaba Jesús orando

en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos.”

Lucas 11:1

Esa petición implicaba el reconocimiento de que, a pesar de su rígida formación religiosa que como adultos judíos tenían

que tener, sintieron que no sabían orar. Es interesante observar que ellos llegaron a esa conclusión, sólo, cuando vieron

a Jesús orando. Es oportuno, pues, destacar, que el Señor practicó la oración privada como algo fundamental en su vida.

Los evangelios nos informan con detalles que el Maestro buscaba la soledad y la quietud para dedicarse con devoción a

sus plegarias personales.

Insistimos también que Jesús oraba como hombre y no como Dios, pues al venir a la tierra se despojó de su gloria a fin

de igualarse a los hombres en sus enfrentamientos con la tentación. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en

Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí

mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,

haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” Filipenses 2: 5-8.

El Señor les hizo tres observaciones a los peticionarios; veamos: 1º. “Cuando oren no sean como los hipócritas.” Es decir,

quería que ellos revisaran sus motivaciones al orar. Nuestras motivaciones pueden alterar la pureza de la oración. 2º.

“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te

recompensará en público”. Es claro que Jesús establece así la diferencia entre la oración, a secas, y la vida de oración. El

mensaje es: Necesitamos separar tiempo para estar en su presencia. Hay un nivel religioso y tradicional de la oración, el

cual hay que superar para entrar en su presencia. Eso era justamente lo que Jesús respetaba y el observer esa práctica

suya fue lo que impulsó a sus discípulos a pedirle que los enseñara a orar. 3º. “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como

los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.”. La enseñanza es que la efectividad de la oración no depende de

la elaboración de nuestras palabras. Cuando oramos, Dios está más pendiente de nuestro corazón que de nuestra boca.

El ejemplo del las oraciones del publicano y el fariseo así lo demuestran. Lucas 18: 10-14

Hechas estas tres observaciones pedagógicas, el Señor ordena: “Vosotros, pues, oraréis así”: Lo que sigue es una

estructura sin igual que la tradición Cristiana ha llamado “el padrenuestro”; que, más que un modelo para repetir es un

bosquejo para orar. El Padrenuestro contiene una serie de elementos que contribuyen a revisar la vida de quien ora. Por

eso no está diseñado para repetirlo en diez segundos. Eso carece de sentido. El modelo de Jesús nos invita a considerar

nuestra relación con Dios como Padre; lo cual nos habla de la confianza, -no del miedo- que debemos tener al orar. Por

otra parte, el “nuestro” nos conduce a considerar la relación con el prójimo; lo cual no siempre es cómodo. No podemos

tener una buena comunión con Dios si no la tenemos con los demás. El “santificado sea tu nombre” nos habla del

reesultado obligado de la condición de ser cristiano. Un cristiano debe ser santo; porque “… si alguno está en Cristo, nueva

criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”.2ª Cor. 5:17.

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Page 48: Una cita en el altar para imprimir(1)

De manera, pues, que un estudio enjundioso y obediente de la enseñanza de oración de Jesús cambiará

fundamentalmente nuestra vida. Orar no es fácil porque el enemigo de la iglesia ataca la oración porque ella es una

fuente de poder que amenaza su reino: Cuando las Sagradas Escrituras nos advierten: “Velad y orad, para que no entréis en

tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo 26:41); lo que nos está diciendo es que en la

oración tenemos la única herramienta que, al usarla nos permite resistir la tentación.

La vida de oración requiere disciplina. Sin ella solamente oraremos para satisfacer la tradición religiosa de nuestra fe.

Entonces oraremos puntualmente para comer, dormir, despertar, viajar, etc. El Señor nos está esperando en el altar.

Puedes comenzar con un breve tiempo; después te enamorarás y lo disfrutarás. ¡Te invitamos!

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