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UN YANQUI EN LA CORTE DEL REY ARTURO MARK TWAIN

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  • U N Y A N Q U I E N L A C O R T ED E L R E Y A R T U R O

    M A R K T W A I N

    Diego Ruiz
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    UNAS PALABRAS DE EXPLICACIN

    Fue en el castillo de Warwick donde conoc al curiosoextranjero del cual me propongo hablar.

    Me atrajo por tres motivos: por su cndida simplicidad,por lo maravillosamente familiarizado que estaba con las ar-maduras antiguas y por lo descansado que era hacerle com-paa, ya que l llevaba toda la conversacin.

    Nos encontramos juntos, como nos sucede siempre a lagente modesta, en la cola de la manada de turistas que visi-taba el castillo, e inmediatamente comenz a decir cosas queme interesaron en extremo. Mientras hablaba, en voz baja,aladamente, agradablemente, pareca irse desprendiendo enforma imperceptible de este tiempo y de este mundo, paraposarse en alguna era remota y en algn olvidado pas. Merode gradualmente de una atmsfera extraa, tanto, queme pareca moverme entre fantasmas y espectros, y polvo ysombras de una antigedad, vetusta a ms no poder, de lacual hablaba como si fuera una reliquia. Del mismo modoque yo hubiera hablado de mis amigos o enemigos persona-les, o de los ms familiares de mis vecinos, hablaba l de sirLanzarote del Lago, de sir Bors de Ganis, de sir Galaad y de

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    los dems grandes hombres de la Tabla Redonda... Y cunviejo, indeciblemente viejo, y arrugado, y seco, y pol-voriento, fue hacindose, a medida que segua hablando!...

    Se volvi hacia m y me dijo, igual que si hablase deltiempo o de cualquier otro vulgar asunto:

    -Usted habr odo hablar de la transmigracin de las al-mas, verdad? Y de la transposicin de las pocas y de loscuerpos?...

    Le contest que jams haba odo tratar de ello. Le inte-resaba tan poco nuestra conversacin -igual que ocurre atodo el mundo cuando se habla del tiempo o de otro temapor el estilo- que ni se fij en mi respuesta. Hubo un cortoinstante de silencio, inmediatamente interrumpido por lavoz zumbadora del cicerone:

    -Esto es un antiguo plaqun del siglo VI, del tiempo delrey Arturo y de la Tabla Redonda. Se dice que perteneci alcaballero sir Sagramor el Deseoso. Observen ustedes elagujero redondo a nivel de la tetilla izquierda. No se puedeatribuir a ninguna arma de la poca. Se supone que se debe auna bala, quiz disparada por un soldado del tiempo deCromwell.

    Mi reciente amigo sonri... no con una sonrisa moderna,sino como deba de sonrerse la gente hace centenares ycentenares de aos, y murmur, aparentemente, para smismo:

    -Bendito sea Dios! Yo vi cmo le hacan ese agujero...Despus de una pausa, aadi:-Lo hice yo mismo.

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    Cuando me repuse de la sorpresa elctrica de esta obser-vacin, el que la hizo ya se haba ido.

    Durante toda la tarde permanec sentado al lado de lachimenea, en, la sala de armas del castillo, sumido en un en-sueo sobre los tiempos antiguos, mientras el agua de la llu-via daba contra las ventanas, y el viento silbaba por losaleros y los recodos. De vez en cuando, abra el maravillosolibro de sir Thomas Malory y lea algn fragmento de susprodigios y aventuras, aspirando la fragancia de aquellosnombres olvidados, y me suma de nuevo en mi ensueo.Cuando ya estaba cerca de la medianoche, le la historia quecopio a continuacin, como testimonio de que cuento laverdad.

    DE CMO SIR LANZAROTE MAT A DOSGIGANTES Y LIBERT UN CASTILLO

    A poco llegaron a l dos grandes gigantes bien armados,protegidas sus cabezas con fuertes cascos y esgrimiendo dosterribles porras. Si Lanzarote se cubri con su escudo, des-vi el golpe de uno de los gigantes y, con un tajo de su espa-da, le hendi la cabeza partindosela en dos pedazos. Cuan-do el otro vio esto ech a correr como un loco, atemorizadopor tan horrible golpe, y, sir Lanzarote lo persigui hirin-dolo en la espalda y partindolo por la mitad. Entonces sedirigi a la entrada del castillo y salieron seis decenas de da-mas y doncellas que se arrodillaron ante l y dieron gracias aDios y al caballero por su liberacin. Porque, segn le dije-ron, la mayor parte de aquellas damas haban permanecido

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    siete aos en el castillo cautivas de los gigantes, trabajandopara poder comer, tejiendo seda, a pesar de ser todas ellasde alta cuna. "Bendita sea, caballero, la hora en que naciste-exclamaron-, pues has realizado la hazaa ms extraordina-ria que jams ha llevado a fin caballero alguno en el mundo,de la que quedar imperecedero recuerdo. Te rogamos nosdigas tu nombre para que podamos decir a nuestros amigosquin nos ha libertado de nuestro cautiverio." "Hermosasdoncellas -contest l-, mi nombre es Lanzarote del Lago."Y se despidi de ellas encomendndolas a Dios. Mont ensu corcel y cabalg por extraos y dilatados pases atrave-sando ros y valles, siempre mal alojado, hasta que una no-che tuvo la suerte de ir a parar a la casa de una anciana damaque lo recibi muy bien y donde encontr mucho agasajopara l y su caballo. Y cuando lleg la hora de dormir suhuspeda lo llev a una cmoda buharda, que caa sobre lapuerta, en donde encontr cama. Sir Lanzarote despojsede sus armas, se, acost y se durmi en seguida. Pero pocodespus lleg alguien a caballo y llam, con gran prisa, a lapuerta. Cuando sir Lanzarote lo oy, se levant, mir por laventana y vio, a la luz de la luna, a tres caballeros que cabal-gaban persiguiendo a otro, sobre el cual se abalanzaron lostres con las espadas desenvainadas; pero el caballero se vol-vi valientemente contra los atacantes, para defenderse. "Afe ma -se dijo sir Lanzarote-, he ah un caballero a quiendebo ayudar, pues sera una vergenza para m ver tres caba-lleros contra uno, y, si lo mataran, tendra que considerarmecmplice de su muerte." Tom sus armas y, descolgndosepor la ventana con ayuda de una sbana, les dijo a los cuatro

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    caballeros con voz recia: "Venid contra m, caballeros, y de-jad de combatir contra ese caballero". Y entonces los tresdejaron de acosar a sir Kay y se volvieron contra sir Lanza-rote, con el cual comenzaron una terrible pelea, asaltndolopor todos los lados. Entonces sir Kay ofreci su ayuda a sirLanzarote. "No -le dijo-, no la necesito; pero si queris te-ner la ma, dejadme solo con ellos." Sir Kay, para dar satis-faccin al caballero, consinti en cumplir su deseo y seapart a un lado. Y a poco, con seis mandobles, sir Lanza-rote derrib a los tres caballeros. Y entonces los tres grita-ron: "Caballero, nos rendimos a tu valor sin igual." A lo querespondi sir Lanzarote: "No es a m a quien tenis que ren-diros, sino a sir Kay el Senescal; slo con esta condicin osperdonar la vida." "Valeroso caballero -dijeron ellos-, nosdisgusta hacerlo as, pues a sir Kay lo habamos perseguidohasta aqu y lo habramos vencido de no ser t; por consi-guiente, rendirnos a l no sera justo." "Pensadlo bien -dijosir Lanzarote-, porque vuestra vida o vuestra muerte est enmanos de sir Kay." Varemos lo que t mandes." "Entonces-dijo sir Lanzarote-, el prximo domingo de Pentecosts ospresentaris en la corte del rey Arturo, os rendiris a la reinaGinebra y os pondris los tres a su gracia y merced, y decidque sir Kay os enva como cautivos suyos." Por la maana,sir Lanzarote se levant temprano y dej a sir Kay durmien-do. Y sin Lanzarote tom la armadura y el escudo de sir Kayy se arm con ellos; y se fue a la caballeriza, cogi el caballode aqul, se despidi de la huspeda y se fue. Poco despusse levant sir Kay y, al echar de menos a Lanzarote, se diocuenta que le haba dejado su armadura y su caballo. "Por mi

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    fe que ahora comprendo -se dijo- que quiere chasquear aalguno de la corte del rey Arturo, porque con l los caballe-ros se creern valientes, pensando que soy yo, y se engaa-rn; y gracias a su armadura y a su escudo yo estar seguro ycabalgar tranquilo." Y poco despus, sir Kay se despidi dela huspeda y parti.

    Apenas acababa de leer esto cuando se abri la puerta yentr mi amigo, el de las armaduras. Le di la bienvenida, leacerqu una silla y le alargu la petaca. Le confort, adems,con un viejo whisky escocs, que volv a servirle as que echla primera copa. A la segunda sigui otra... que le llen con laesperanza de que se decidiese a contarme su historia.

    Despus de una cuarta tentativa de persuasin, empez ahablar con estas sencillas y naturales frases:

    LA HISTORIA DEL EXTRANJERO

    Soy americano. Nac y me eduqu en Hartford, en el es-tado de Connecticut, al lado mismo del ro, en el campo. Ases que soy yanqui por los cuatro costados. Adems, soy muyprctico y no me detengo nunca por motivos sentimenta-les...o poticos. Mi padre era herrero y mi to veterinario. Yofui ambas cosas, por lo menos al principio. Luego entr atrabajar en una fbrica de armas y aprend mi verdadero ofi-cio... Aprend todo lo que haba que aprender: a hacer ca-ones, revlveres, calderas, fusiles, gras y toda clase de m-quinas de esas que ahorran trabajo al hombre, sea lo quefuere; y si no se conoce la manera de realizarlo, me compro-meto a inventar un procedimiento a propsito y convertir

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    cualquier asunto, por complicado que sea, en una cosa tanfcil como hacer rodar un tronco por una ladera. As fuecomo llegu a ser nombrado superintendente jefe, con unpar de millares de hombres a mis rdenes.

    Un hombre as, con ese cargo, tiene que estar luchandocontinuamente, ni que decir tiene. La gente se peleaba confrecuencia, y una vez, al intentar separar a un par de indi-viduos que se daban de puetazos con mucha aficin, recibyo tambin mi dosis. Se trataba de un buen sujeto al quellamaban Hrcules. Me dej tendido de un trompazo en lacabeza que hizo crujir mi crneo, como si fuese a abrirse y aesparcir el cerebro por el suelo. El mundo se oscurecicompletamente y ya no sent ni supe nada ms, por lo me-nos durante un rato.

    Cuando volv en m me hall sentado debajo de un roble,en la hierba, ante un hermoso y extenso paisaje para m so-lo... Digo mal; no en absoluto para mi uso particular, pueshaba un individuo montado a caballo, mirndome fijamen-te... Un sujeto que pareca recin salido de un libro de es-tampas.

    Iba vestido con una antigua armadura de hierro y llevabaen la cabeza un yelmo en forma de alfiletero, con hendi-duras en la parte delantera. Llevaba tambin un escudo, unaespada y una prodigiosa lanza. Su caballo iba, asimismo, pro-tegido por una armadura, en la parte de la frente y del pe-cho, con riendas encarnadas y gualdrapa verde en la grupa,que casi tocaba el suelo y que haca pensar en la colcha deuna cama.

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    -Noble caballero -me dijo el individuo de la armadura-.Queris justar conmigo?

    -Si quiero qu...?-Probar vuestras armas por una dama, por un pas, o por

    cualquier otra cosa parecida...-Qu broma es sa? -repliqu-. Vulvase usted a su cir-

    co o le har detener!Como respuesta, aquel hombre retrocedi unas dos-

    cientas yardas y luego, inclinando la cabeza hasta que suyelmo toc el cuello del caballo, se dirigi a todo galoperectamente contra m, lanza en ristre. Comprend que venadecidido a ensartarme, as fue que, cuando lleg, ya me habaencaramado al rbol.

    Enojado por mi conducta, asegur que yo le perteneca yque era cautivo de su lanza.

    No cesaba de argumentar, apoyado en el supremo razo-namiento de su fuerza, de manera que cre que lo ms sen-sato sera seguirle la corriente. Llegamos a un acuerdo: yoira con l, y l, a su vez, no me causara ningn dao.

    Descend del rbol y emprend el camino, andando al la-do del caballo a travs de caadas y de arroyuelos que yo norecordaba haber visto antes, lo cual me dejaba perplejo ymaravillado. Es ms; no llegamos a ningn circo ni a nadaque se le pareciese. Dej de lado, pues, la idea de un circo, ysupuse que el tal sujeto deba de haberse fugado de algnmanicomio.

    Pero tampoco llegamos a ningn manicomio, as es quecomenc a inquietarme. Le pregunt a cunto nos hallba-mos de Hartford, a lo cual l me respondi que nunca haba

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    odo aquel nombre. Pens que menta, pero hice como queno me daba cuenta.

    Al cabo de una hora divisamos a lo lejos una ciudad en elfondo de un valle, a la orilla de un ro, y detrs, en una coli-na, una vasta fortaleza gris, con torres y torreones, la prime-ra que vea fuera de los libros.

    -Bridgeport? - pregunt, sealando hacia el valle.-Camelot - me contest.El narrador comenz a dar seales de sueo. Hizo un

    movimiento con la cabeza y con una sonrisa muy suya, muypattica y anticuada, dijo:

    -No puedo continuar... Pero venga conmigo... Lo tengotodo escrito y podr leerlo si le interesa.

    Una vez en su cuarto, aadi:-Al principio redact un diario, pero despus, en el trans-

    curso de los aos, lo convert en un libro. Cunto hace deeso!

    Me entreg el manuscrito y me seal el sitio donde te-na que leer.

    -Empiece por aqu indic-, porque lo anterior ya se lohe contado.

    El extranjero acab por dormirse. Le o murmurar:-Que Dios os conceda un buen refugio, caballero!...Me sent al lado de la chimenea y examin mi tesoro. La

    primera parte del libro, la ms extensa, en realidad, estabaescrita sobre pergamino, amarillento ya por la accin de lossiglos. Examin atentamente una hoja y vi que era un pa-limpsesto. Debajo de la escritura del historiador yanqui apa-recan trazas de la escritura de otro manuscrito..., palabras y

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    medias frases en latn, que, evidentemente, formaban partede antiguas leyendas monacales.

    Busqu el sitio que me seal el extranjero y comenc aleer lo que sigue.

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    CAPITULO I

    CAMELOT

    "Camelot? -me dije-. Camelot...? No recuerdo estenombre... Debe de ser el del manicomio, probablemente."

    Era un paisaje solitario, luminoso, apacible y lindo comode ensueo. El aire estaba lleno del aroma de las flores, delrunruneo de los insectos y del trinar de los pjaros. No sevea a nadie; ni gente, ni carretas... nada.

    El camino era ms bien un sendero tortuoso en el cual senotaban huellas de herraduras y de ruedas que deban detener las llantas tan anchas como la mano.

    Una linda muchacha se present; tendra a lo sumo diezaos. Luca una gran cabellera rubia, que le caa en cataratapor las espaldas, ceida por una corona de amapolas. An-daba lentamente. En su rostro se reflejaba la ms absolutatranquilidad. El hombre del circo no se fij en ella o hizocomo que no se fijaba. La muchacha, por su parte, no dio lamenor muestra de sorpresa al verle vestido de aquella ex-traa manera, como si siempre lo hubiese visto igual. Paspor nuestro lado tan indiferente como si pasase al lado de

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    una pareja de vacas... Pero cuando se fij en m, entonces sque demostr sorpresa. Se llev las manos a la cara y sequed inmvil, como petrificada, con la boca abierta y losojos redondos, temerosos y asustados, como la imagen de lacuriosidad, sorprendida y atemorizada. Se detuvo mirndo-me con una especie de estupefacta fascinacin, hasta quedimos la vuelta a un recodo del camino y la perdimos devista.

    El hecho de que fuese yo quien la sorprendiese, en vezdel hombre del circo, me dej perplejo. No encontraba nipies ni cabeza en todo aquello. Y la circunstancia de que meconsiderase un espectculo, olvidndose de sus propios m-ritos a este respecto, resultaba de no menor confusin param. Adems, constitua una muestra de sorprendente gene-rosidad en una persona tan joven. Haba tema para pensarlargo rato. Segu andando como en sueos.

    A medida que nos acercbamos a.la ciudad, comenzarona aparecer seales de vida. De vez en cuando veamos unacabaa medio derruda, con el techo de paja y un huerto enlamentable estado de abandono. Vimos tambin algunaspersonas: hombres morenos con la cabellera muy larga y sinpeinar, que les colgaba por delante de la cara y los haca se-mejar animales. Vestan, igual que las mujeres, un traje degrosero tejido de estopa, que les llegaba hasta cosa de mediapierna, algo ms abajo de la rodilla; se caIzaban con una es-pecie de sandalias muy bastas, y algunos llevaban un collarde hierro. Nios y nias iban desnudos, y nadie pareca pa-rar mientes en ello.

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    Toda esta gente me miraba; hablaba de m, sealndome,y corra a sus chozas para avisar a la familia mi presencia.Pero nadie prest gran atencin a mi compaero, exceptopara saludarle humildemente, sin que recibieran respuestaalguna de su parte.

    En la ciudad haba algunas casas de piedra, sin ventanas,esparcidas en medio de un sinfn de cabaas cubiertas deblago. Las calles eran simples senderos tortuosos y sin pa-vimentar. Multitud de perros y de desnudos chiquillos ju-gaban al sol, haciendo ruido y chillando. Los cerdos circula-ban libremente por aquellas calles. Una marrana daba de ma-mar, en el centro del arroyo, a toda su familia.

    Omos los distantes acordes de una banda militar, que sefue acercando, hasta que una brillante cabalgata de imponen-tes caballeros apareci por un extremo. Los jinetes ostenta-ban grandes plumeros en los yelmos, centelleantes cotas demalla y doradas puntas de lanza entre banderas desplegadas.Los caballos lucan magnficas gualdrapas. Por entre la chi-quillera, los puercos, el estircol y los perros que no cesabande ladrar, avanz el intrpido cortejo. Nosotros le seguimos.

    Le seguimos a travs de un serpenteante camino y luegoa lo largo de otro, siempre subiendo, subiendo, hasta quepor fin llegamos a la aireada cumbre donde se levantaba elenorme castillo.

    Hubo un intercambio de toques de clarn; luego dedicseun rato a parlamentar desde lo alto de las murallas, en lascuales hacan guardia soldados con morriones en la cabeza yalabardas al hombro, debajo de las flotantes banderas en lasque campaba la tosca figura de un dragn.

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    Se abrieron las puertas, se baj el puente levadizo y lacabeza de la cabalgata penetr en el castillo por el oscuroarco de entrada. Nosotros, siguiendo detrs, nos hallamospronto en un gran patio enlosado, con torres que elevabansus almenas en el aire azul de la maana.

    Mientras desmontaban los caballeros, muchos saludos yceremonias, muchas idas y venidas, y un gayo despliegue deagradables y entremezclados colores; en conjunto, un alegrebullicio, ruido y confusin.

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    CAPTULO II

    LA CORTE DEL REY ARTURO

    Apenas encontr ocasin, me escabull y me acerqu aun anciano de aspecto vulgar. Le toqu en el hombro y ledije en tono confidencial e insinuante;

    -Amigo, dgame usted, por favor.., Pertenece usted almanicomio, o est de visita aqu, o algo por el estilo?

    Me mir con mirada estpida y contest:-A fe ma, noble caballero, me parece que...-Basta!... Comprendo... Ya me doy cuenta de que es us-

    ted un paciente.Me apart, pensativo, pero sin dejar de mirar a mi alre-

    dedor, por si vea pasar alguna persona, con aspecto de estaren sus cabales, que pudiera aclarar mi situacin. Cre encon-trar una; me acerqu a ella y le dije al odo:

    -Por favor, Podra ver al director, un momento..., sola-mente un momento ... ?

    -Os ruego no me estorbis...-Estorbar?-Pues no me detengis, si prefers esta palabra.

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    Aadi que era un marmitn y que no poda perdertiempo charlando, aunque en cualquier otra circunstancia lehubiera agradado hacerlo, porque sera para l un gran con-suelo saber dnde diablos haba encontrado yo mi vestido.

    Al irse, me inclic que all -y seal- haba alguien bas-tante desocupado para atenderme, y que hasta pareca ir enmi busca. Se trataba de un muchacho desgarbado, cenceo,con unos tirantes de un rojo langostino que le hacan pare-cer una zanahoria a medio cortar. El resto de su atavo erade seda azul, con lacitos y cintas. Por debajo de un sombre-ro de satn rosa con una gran pluma, que le caa sobre laoreja, asomaban dorados rizos. Pareca de buen carcter ydaba la sensacin de estar satisfecho de s mismo. Era lobastante lindo para ponerlo en un marco. Se me acerc, memir con impertinente y sonriente curiosidad, me informde que era un paje y que haba venido a mi encuentro.

    -No te necesito - le dije.Me mostr severo, pues me hallaba muy irritado. l, sin

    embargo, no pareci darse cuenta de mi actitud. Empez ahablar y a rer de una manera infantil, feliz y despreocupada,y me trat como si me conociera de toda la vida. Me hizotoda clase de preguntas sobre mi persona y mis vestidos,pero sin esperar que le contestase ni una sola vez, siemprecharlando, como si no se acordara de que me haba hechouna pregunta y ni esperase una respuesta, hasta que al finmencion que haba nacido a comienzos del ao 513.

    Un escalofro recorri todo mi cuerpo, al escuchar esto.Le interrump y le dije un poco desmayadamente:

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    -Me parece que no te he odo bien. Reptelo, por favor...Despacio... En qu ao has dicho que naciste?

    -En el 513.-En el 513!... Nadie lo dira!.. Mira, muchacho, yo soy

    un forastero y no tengo amigos aqu. S sincero conmigo,sin bromas... sts cuerdo? Completamente cuerdo?

    Me contest que s.-Todos sos, estn en su juicio?Me respondi que s.-Es un manicomio este edificio? Quiero decir si es un

    sitio donde se cura a la gente que est algo... algo loca...Me contest que no.-Bien -le dije-, entonces es que yo me he vuelto loco o

    que en el mundo ha sucedido algo terrible. Ahora, dime...con sinceridad, eh? Dnde estoy?

    -En la corte del rey Arturo.Esper un momento, para dejar que esta idea se aduea-

    se de mi cabeza; luego le pregunt:-Y, segn tus clculos, en qu ao estamos?-En el ao 528..., a 19 de junio.Sent que el corazn me lata desesperadamente, y mur-

    mur:-Nunca ms volver a ver a mis amigos!... Nunca, nun-

    ca ms! Todava faltan mil trescientos aos para que naz-can!...

    Me pareci que crea lo que el paje me haba dicho, sinsaber yo por qu. Algo en m, pareca creerle...; mi concien-cia, si queris llamarlo as. Pero mi corazn se resista. Mirazn empez a clamar, a protestar, como es natural. Y yo

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    no saba cmo satisfacerla porque estaba convencido de queel testimonio de los hombres no serva... Mi razn dira queestaban locos y no hara caso de sus declaraciones. Pero derepente, por pura casualidad, di con el procedimiento acer-tado.

    Yo saba que el nico eclipse total de sol en la primeramitad del siglo VI ocurri el 21 de junio del ao 528 y em-pez tres minutos despus del medioda. Saba, adems, queno habra ningn eclipse total de sol en lo que para m erael ao actual, es decir, el 1879. As es que, si poda dominarmi curiosidad y mi ansiedad durante cuarenta y ocho horas,lograra comprobar si el paje deca verdad o mentira.

    Como soy un hombre prctico -no en balde he nacidoen Connecticut-, decid apartar por completo aquel proble-ma de mi espritu, de manera que me encontrase con las fa-cultades bien despiertas, para poder prestar toda mi atencina las circunstancias del momento, y estar alerta para sacar deellas todo el partido posible.

    Me met bien hondo en la cabeza estas dos cosas: si es-tbamos en el siglo, XIX y me hallaba entre locos, en unmanicomio, y no haba manera de salir de l, tena que ha-cerme enseguida con el mando del asilo; y si realmente nosencontrbamos en el siglo VI, no aspirarla a menos: antes detres meses dominara todo el pas, porque me consideraba elhombre ms culto del reino, con una ventaja de mil tres-cientos aos sobre los dems. No soy hombre capaz deperder el tiempo, pensando, cuando hay trabajo a mano. Ases que le dije al paje:

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    -Clarence, amigo mo (porque bien podra ser que te lla-mases as), me convienen unos cuantos informes, que t po-drs darme; no tendrs inconveniente, verdad?... Cmo sellama el hombre que me trajo aqu?

    -Mi dueo y el tuyo? Pues es sir Kay el Senescal, elhermano de leche de nuestro seor el Rey.

    -Muy bien. Sigue contando...En efecto, me cont, una larga historia, de la cual sola-

    mente, por el momento, me interes lo que sigue: que yoera prisionero de sir Kay y que, segn la costumbre, seraarrojado a un calabozo donde me consumira hasta que misamigos pagaran el oportuno rescate, a no ser que me pu-driera antes. Comprend que la ltima circunstancia era lams probable, pero no quise malgastar energas pensando enello, porque el tiempo era demasiado precioso. El paje meenter de que la comida ya deba de estar terminndose yque cuando los comensales hubieran acabado de beber y sesintieran sociables de nuevo, el caballero me presentara alrey Arturo y a sus ilustres acompaantes, sentados alrededorde la Tabla Redonda, y se vanagloriara de su hazaa, quedon seguridad exagerara, aunque no seria de buen tono queyo le enmendara la plana, ni tampoco muy conveniente parami salud. Una vez presentado, me encerraran en el calabo-zo; pero l, Clarence, encontrara la manera de ir a verme devez en cuando para alegrarme con su charla y transmitir no-ticias mas a mis amigos.

    Mis amigos?... Le di las gracias, porque no poda pormenos de hacerlo. En esto vino un lacayo a avisar que que-

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    ran verme en la sala. Clarence me gui y me hizo sentar enun extremo y l le sent a mi lado.

    Era un espectculo curioso e interesante. El saln, in-menso, apareca casi desamueblado y lleno de contrastes.Era muy alto de techo, altsimo, tanto, que las banderas quecolgaban de los arcos flotaban en una semioscuridad. En losextremos haba unas galeras de piedra, ocupada una por losmsicos y la otra por un grupo de mujeres con trajes de co-lores detonantes. El suelo era de, baldosas de piedra, for-mando cuadros blancos y negros, tan desgastados por eltiempo y el uso, que reclamaban urgentes reparaciones. Encuanto a adornos, si he de hablar con propiedad, no se veaninguno. De las paredes colgaban enormes tapices que, pro-bablemente, deban de estar calificados como obras de arte,representando batallas con caballos parecidos a los que dibu-jan los nios. Los caballos estaban montados por hombrescon armaduras de escamas y las escamas eran representadaspor pequeos crculos, de manera que las armaduras pare-can hechas con un colador. Haba tambin una chimeneabastante grande para poder acampar en su interior; el marcode piedra labrada que rodeaba su boca, pareca la puerta deuna catedral. A lo largo de las paredes estaban los guerreros,con peto y casco, con alabardas como nica arma, ms rgi-dos que estatuas. De hecho, parecan estatuas.

    En el centro de esta especie de plaza pblica abovedada,haba una enorme mesa de madera de roble, que llamaban laTabla Redonda. Era tan grande como la pista de un circo, y,a su alrededor se sentaban gran nmero de hombres vesti-dos de tal modo y con tan variados y esplndidos colores,

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    que al mirarlos heran la vista. Llevaban puestos sus emplu-mados sombreros, que nicamente se quitaban cuando sedirigan al Rey, pero slo por unos instantes, y apartndoloescasamente unos dedos de su posicin habitual.

    La mayora estaba bebiendo, muchos de ellos en cuernosde buey, pero unos pocos seguan an mondando los huesoso comiendo pan. Haba en aquel comedor un promedio dedos perros por hombre, sentados en atenta expectativa,hasta que un hueso volaba en medio de ellos; entonces selanzaban encima del hueso por brigadas y divisiones, congran ruido, y se peleaban, llenando el vasto recinto con untumultuoso caos de cabezas, cuerpos y colas, y con sus la-dridos y gruidos obligaban a callar a todo el mundo. Noimportaba, sin embargo, porque una pelea de perros era msinteresante que cualquier conversacin. Los hombres se le-vantaban, a veces, para seguir mejor la lucha y apostar, y losmsicos y las damas se apretaban contra las balaustradas,con el mismo fin. De las gargantas de los espectadores esca-paban frecuentes exclamaciones de placer. Finalmente, elperro vencedor se tenda cmodamente en un lado, con elhueso fuertemente sujeto entre sus patas delanteras, y pro-ceda a escarbarlo, roerlo y lamerlo, y a engrasar el suelo conl, igual que estaban haciendo otros cincuenta ya. El resto dela corte volva a sus anteriores ocupaciones y entreteni-mientos.

    En general, la conversacin y la conducta de aquellaspersonas resultaba corts y amable. Me di cuenta de queeran unos oyentes serios y atentos, cuando alguien relatabaalgo..., quiero decir en los intervalos entre las batallas de pe-

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    rros. Daban la impresin de tipos muy infantiles e inocentesque contaban las ms enormes mentiras con una gran inge-nuidad, y que escuchaban pacientemente las mentiras quelos otros les espetaban, creyndoselas, adems. Era difcilasociar la imagen de aquellos hombres a actitudes crueles oterribles. Sin embargo, en todas las historias haba sangre,muertos y sufrimientos, y las escuchaban con tanta candidezque casi me olvid de estremecerme.

    Yo no era el nico prisionero all presente. Entre todos,ramos ms de veinte. Muchos de ellos haban sido acuchi-llados o mutilados de manera espantosa; sus cabellos, sustrajes, sus rostros aparecan ennegrecidos y manchados desangre. Sufran agudas penas corporales; debilidad, hambre ysed, sin duda. Nadie les daba el consuelo de lavarles sus he-ridas o de acercarles a los labios una copa de agua. No se lesoa gemir, ni murmurar, ni daban ninguna seal de sufri-miento, ni demostraban ninguna disposicin para la queja.Esto me oblig a pensar de otro modo:

    "Los pillos! -me dije-, con seguridad que han tratado aotras personas de la misma manera que hoy los tratan aellos. Ahora les ha llegado el turno y no esperan que nadapueda mejorar su suerte. Su resignacin filosfica no es sig-no de entereza, de dominio espiritual, de razonamiento. Essimplemente una actitud de resignacin animal. Son indiosblancos.

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    CAPTULO III

    LOS CABALLEROS DE LA TABLA REDONDA

    La mayora de las conversaciones de la Tabla Redondaeran monlogos..., narraciones de las aventuras en las cualeslos prisioneros fueron capturados, y de las luchas en que susamigos y aliados fueron muertos y arrancados de sus cor-celes. En general, por lo que pude ver, estas cruentas aven-turas no eran correras emprendidas para vengar injurias opara saldar cuentas antiguas o nuevas, sino que eran simplesduelos entre desconocidos...; duelos entre personas quenunca haban sido presentadas una a otra y que no tenanningn motivo de ofensa para pelearse. Ms de una vez hevisto un par de muchachos encontrarse por casualidad y de-cirse simultneamente: "Yo puedo ms que t." Y lanzarse,sin miedo, el uno contra el otro y propinarse mutuamenteuna gran paliza. Pero hasta entonces, siempre haba pensadoque se trataba de cosas que slo ocurran entre muchachos,y que eran signos de muchachez. Pero ahora vea hombreshechos y derechos que se enorgullecan, como nios gran-des, de semejantes acciones.

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    Sin embargo, haba cierto atractivo en estas criaturasenormes y de corazn sencillo: algo que seduca y haca quese las quisiese. No pareca que en toda la reunin en juntohubiera bastante masa enceflica para cebar un anzuelo; pe-ro a uno no le importaba eso, al cabo de un rato, porque sedaba cuenta que no se precisaba tener seso para vivir en se-mejante ambiente, y que una "persona con gran desarrollocerebral' estropeara el efecto, echara a perder la simetra,apagara el encanto de aquella sociedad... y hasta quiz la hi-ciera imposible.

    En todos los rostros se poda observar una agradable vi-rilidad, y, en algunos, hasta una suavidad de lneas y unagrandeza que deshacan toda crtica antes de ser formulada.Una noble benevolencia y una gran dignidad aparecan enlos rasgos del caballero que ellos llamaban sir Galaad y tam-bin en los del Rey; y haba majestad y grandeza en el portey la figura de sir Lanzarote del Lago.

    La atencin general se concentr en sir Lanzarote. A unsigno de una especie de maestro de ceremonias, seis u ochoprisioneros se levantaron, se adelantaron y se arrodillaron,elevando sus manos en direccin a la galera de las damas,solicitando la gracia de dirigir unas palabras a la Reina. Lams conspicua de las seoras de aquel ramillete hizo un lige-ro movimiento con la cabeza, asintiendo, y el portavoz delos prisioneros habl. Dijo que l y sus compaeros se en-tregaban en manos de la Reina, para que ella dispusiese desus respectivos destinos, ya se tratara del perdn, del cauti-verio, del rescate o de la muerte. Y esto, aadi, lo hacan

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    por orden de sir Nay el Senescal, que los haba hecho pri-sioneros, despus de vencerlos en singular combate.

    En todos los rostros se grab la sorpresa y el asombro.La sonrisa de la Reina se musti al or el nombre de sir Kayy me pareci hasta algo decepcionada. El paje murmur ami odo, con una voz que dejaba transparentar claramente laburla:

    -Sir Kay, eh? En dos mil aos no se ver cosa se-mejante...

    Todos los ojos estaban fijos en sir Kay, con severa inte-rrogacin. El caballero se levant, extendi una mano, co-mo un director de orquesta, y despleg todos los trucos quela solemnidad del momento aconsejaba. Dijo que explicarael caso de acuerdo con los hechos, que narrara la historiasin aadir ningn comentario por su cuenta, y que entonces,si hallaba gloria y honor, la depositara en manos del que erael hombre ms grande que visti cota de mallas y que luchcon la espada en las filas de la cristiandad... all sentado, yseal a sir Lanzarote.

    Es ms; se le acerc. Fue un golpe de efecto muy hbil.Y sigui contando que sir Lanzarote, al dirigirse en busca deaventuras, mat a siete gigantes con su espada y dio libertada ciento cuarenta y dos doncellas, despus de lo cual conti-nu su camino en busca de nuevos lances, y que en esto leencontr a l (a sir Kay) luchando desesperadamente contranueve caballeros desconocidos, y que se lanz al combate,derribando a los nueve atacantes. Aquella noche, sir Lanza-rote se levant silenciosamente, se visti con las armas de sirKay, subi a su caballo y se dirigi a lejanas tierras, vencien-

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    do en una sola batalla a diecisis caballeros y, en otra, atreinta y cuatro. Y que a todos ellos, igual que a los nueveprimeros, les hizo jurar que por Pentecosts se presentaranen la corte del rey Arturo y se entregaran en manos de lareina Ginebra, de orden de sir Kay el Senescal, como mues-tra de sus proezas caballerescas. Por esto ahora se presenta-ba aquella media docena de prisioneros, pues los dems nopodan hacerlo hasta estar curados de sus gravsimas heridas.

    Conmova ver a la Reina sonrojarse y sonrer. Se la adi-vinaba vacilante y feliz y vi que lanzaba a sir Lanzarote unasmiradas furtivas que en Arkansas habran motivado que fue-ra muerta a tiros.

    Todo el mundo alab el valor y la magnanimidad de sirLanzarote. En cuanto a m, me senta completamente asom-brado de que un hombre solo, sin ayuda, hubiera podidoderrotar y capturar un batalln como aqul, formado porluchadores hbiles y esforzados. Se lo dije a Clarence; peroaquella cabeza de chorlito, burlona y charlatana, solamentecontest:

    -Si sir Kay hubiera tenido tiempo de echarse al coletootro pellejo de vino, habra doblado la cuenta.

    Mir al muchacho; en su rostro se reflejaba un hondodecaimiento. Segu su mirada y vi que se fijaba en un ancianode blanca barba, vestido con una amplia hopalanda negra,que se haba levantado y que estaba ahora de pie sobre susvacilantes piernas, mirando con sus hmedos y mortecinosojos a todos los presentes y meneando continuamente la ca-beza... En todos los ojos vi el mismo gesto de desaliento que

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    en el paje...: el gesto de los que saben que han de soportarlotodo sin quejarse.

    -Por mi santiguada -exclam el paje- que otra vez ten-dremos la misma aburrida historia que ya le hemos odo cienveces y que seguir repitindonos hasta que muera!... S; co-mo cada vez que se ha llenado la panza de vino y ha puestoen movimiento su molino de exageraciones... Quiera Diosque se muera pronto o que me muera yo!

    -Quin es?-Merln, el mentiroso ms grande del mundo, y mago

    por aadidura. Que la perdicin le alcance, para vengarnosdel aburrimiento que nos depara con su nica historia, siem-pre repetida! Pero se hace temer porque tiene en sus manoslos truenos y los rayos y las tempestades del cielo; y si nofuera porque tiene todos los diablos del infierno de su parte,ya le habran sacado las entraas para hacerle callar y que norepitiera ese maldito cuento... Siempre lo narra en tercerapersona, con el fin de hacer creer que es demasiado mo-desto para hablar de s mismo. Que las maldiciones le al-cancen y que la desgracia le domine!... Amigo, cuandotermine, despertadme...

    El muchacho apoy su cabeza en mi hombro y se puso adormir.

    El anciano comenz su historia. El paje, en realidad, sehaba quedado dormido, y los perros tambin, igual que loscaballeros, y los lacayos, y los hombres de armas. La vozronroneante del viejo segua mosconeando, y apagados ron-quidos, que salan de todos los rincones del saln, la acom-paaban como un hondo y disciplinado acompaamiento de

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    instrumentos de viento. Algunas cabezas se apoyaban en losbrazos plegados, otras caan para atrs, con la ancha bocaabierta, dejando salir los ms extraos sonidos; las moscaspicaban sin que nadie las molestara; los ratones se deslizabansilenciosamente por cien agujeros y se establecan en todaspartes. Uno de ellos se sent en la cabeza del Rey, igual queuna ardilla, despus de coger un pedazo de queso que SuMajestad tena en la mano; el roedor iba echando las migasal rostro del monarca, con ingenua e irrespetuosa irreveren-cia. Era una escena apacible, que proporcionaba calma alespritu agitado y descanso a los fatigados ojos.

    El viejo contaba su historia. Deca lo siguiente:"El Rey y Merln hablaron y luego se fueron a ver a un

    ermitao, que era un buen hombre y un gran mdico. Elermitao examin todas las heridas y aplic los oportunosremedios. Al cabo de tres das, el Rey se sinti tan bien, queya pudo montar a caballo. Entonces partieron. Mientras ca-balgaba, Arturo dijo que no tena espada. -No importa- lecontest Merln-. Aqu cerca hay una espada que puede servuestra y que yo conseguir.- Llegaron a un ancho lago, enmedio del cual Arturo vio un brazo que se alzaba sostenien-do una magnfica espada. -Mirad -le dijo Merln-, all est laespada de que os habl.- En esto vieron una doncella en ellago. -Quin es esa doncella? -pregunt Arturo. -Es la damadel lago -dijo Merln-. Dentro del agua hay una gran roca,que es el palacio ms maravilloso del mundo. Ahora se acer-car la dama y os preguntar qu queris. Le diris que de-seis la espada-. Lleg, en efecto, la joven y salud al Rey, yel Rey la salud a ella.-Doncella -le dijo el Rey-, qu espada

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    es aquella que un brazo sostiene fuera del agua? Quisiera te-nerla. -Esta espada es ma, rey Arturo -repuso la dama-. Pe-ro os la dar si me prometis concederme un don cuando oslo pida. -Por mi honor -contest el Rey-, que os otorgar eldon que queris. -Coged aquella barca, id a buscarla y que-daos tambin con la vaina, que yo ya os pedir el don cuan-do llegue mi hora.- Merln y el Rey ataron sus caballos a unrbol y se metieron en la barca. Se acercaron a la espada, lacogi Arturo y regresaron a la orilla. El brazo y la mano quesostenan el arma se hundieron en el agua. En la orilla, elRey vio un pabelln riqusimo. -De quin es ese pabelln?-Pertenece a uno de los caballeros con quien habis luchado-le explic Merln-: sir Pellinore; pero ahora no est aqu,pues se halla combatiendo contra uno de vuestros hombres,el alto Egglame. ste ha muerto... -Bueno -dijo Arturo-,ahora que ya tengo espada, podr vengarle. -No hagis eso-indic Merln-, ya que el caballero est cansado de luchar yno tendra ningn mrito combatir con l. Mi consejo esque le dejis tranquilo, porque no ha de pasar mucho tiemposin que os rinda un gran servicio, y su hijo despus que l.Os aconsejara que le dierais vuestra hermana en matrimo-nio... -Cuando le vea lo har- prometi el Rey. Arturo con-templ la espada y la encontr a su gusto. -Qu os agradams? -le pregunt Merln-. La espada o la vaina? -Me agra-da ms la espada - respondi Arturo. -Pues opinis mal, se-or -djole Merln-; porque mientras llevis la vaina encimano seris herido ni perderis una gota de sangre. Guardadsiempre la vaina.- Se cruzaron por el camino con sir Pellino-re, pero Merln haba hecho de manera que Arturo fuese

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    invisible y pasaron de largo sin decir palabra. -Me maravilla-dijo Arturo- que el caballero no me haya dicho nada! -Esque no os ha visto - le explic Merln. Llegaron a Carlion,donde los caballeros los recibieron alegremente y, cuandoles contaron sus aventuras, se maravillaron de que hubieraarriesgado su persona, marchando solo por el mundo. Perotodos los hombres de valor dijeron que estaban muy con-tentos de hallarse bajo las rdenes de un jefe que sala a bus-car aventuras como cualquier otro caballero."

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    CAPITULO IV

    SIR DINADAN EL BROMISTA

    Me pareci que aquella delicada mentira haba sido na-rrada sencilla y bellamente; pero es que yo slo la haba odouna vez, y esto era lo que motivaba que la encontrase encan-tadora. A los dems, cuando el relato fue nuevo para ellos,no hay duda que tambin debi de gustarles.

    Sir Dinadan el Bromista fue el primero en abrir los ojos,y despert a los dems por medio de una gracia de poca ca-lidad. At varios cacharros de metal a la cola de un perro ysolt el can, que empez a dar vueltas, muy asustado. Losdems perros lo seguan, aullando, ladrando y armando uncaos tal y un ruido tan ensordecedor, que todos los presen-tes se echaron a rer, una vez despiertos, muy divertidos porla broma, hasta que las lgrimas asomaron a sus ojos y algu-nos cayeron epilpticos. Hacan igual que yo haba visto ha-cer a muchos chiquillos.

    Sir Dinadan se sinti tan orgulloso de su hazaa que nopudo resistir al deseo de relatarla una y otra vez, hasta elaburrimiento. Cont, adems, cmo se le haba ocurrido

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    aquella genial idea y, como suele suceder con todos los bro-mistas, l era el primero en rerse de su ocurrencia, y seguarindose an cuando los otros ya estaban serios. Se hallabatan exaltado que pronunci un verdadero discurso, un dis-curso en broma, claro est. Creo que en mi vida he vistousar uno detrs de otro tantos trucos conocidos. Era peorque los trovadores, peor que los payasos de circo. Me pare-ca particularmente triste hallarme all sentado, mil trescien-tos aos antes de haber nacido, escuchando las pobres,gastadas y aburridas frases que me haban hecho estallar derisa cuando era un muchacho, mil trescientos aos ms tar-de. Casi me convenci de que no es posible encontrar unafrase cmica nueva. Todo el mundo rea al escuchar aquellasantiguallas, pero siempre ocurre igual, segn pude compro-bar siglos despus. El nico que no rea era el muchacho,quiero decir yo mil trescientos aos antes, porque compren-da que aquellos juegos de palabras eran verdaderas momias.Casi dira que momias petrificadas, pues para clasificar aque-llas frases era preciso recurrir a las ms antiguas edades geo-lgicas. Esta idea desconcert al muchacho, porqueentonces no haba sido inventada an la geologa. Tomnota de la comparacin, con la idea de que sirviera de lec-cin a mis paisanos, si alguna vez volva a verlos. No es unaconducta provechosa desdear una buena mercanca por elsimple hecho de que el mercado todava no est en forma.

    Se levant, finalmente, sir Kay y comenz a hacer fun-cionar su molino de historias, tenindome a m como carbu-rante. Haba llegado el momento de pensar seriamente enmi situacin, y as lo hice.

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    Sir Kay cont que me haba encontrado en una lejanatierra de brbaros, que llevaban todos el mismo ridculo trajeque yo vesta...: un traje que era obra de encantamiento yque, segn l, protega al que lo usaba contra todo dao cau-sado por manos humanas. Sin embargo, l, sir Kay, habaanulado la fuerza del encantamiento por medio de oracio-nes, y despus de matar a mis trece compaeros en menosde tres horas, me haba cogido prisionero, dejndome convida a causa de mi extrao aspecto, tan singular, que pensexhibirme para maravilla del Rey y de su corte. Habl de msiempre con gran correccin, como del "prodigioso gigan-te, del "monstruo alto como el cielo", del "colmilludo ogrodevorador de hombres" y todo el mundo acept la explica-cin como buena, de la manera ms sencilla e ingenua, sinsonrer jams, sin que parecieran darse cuenta de que hubie-se la menor discrepancia entre esta descripcin y mi aspectoreal.

    Cont que al pretender yo escapar, me haba encarama-do de un solo brinco en lo alto de un rbol de doscientoscodos de altura; pero que me hizo caer arrojndome unapiedra del tamao de una vaca, que me quebr la mayora delos huesos, y me hizo jurar que comparecera ante la cortedel rey Arturo para que me sentenciaran. Termin conde-nndome a morir a las doce del da del prximo 21. Y lodijo tan sin darle importancia, que, despus de pronunciar lafecha, se detuvo un momento para bostezar.

    Yo me encontraba verdaderamente aturdido, tanto, queapenas pude seguir la discusin que se produjo sobre la me-jor manera de matarme, en vista de la posibilidad de que mi

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    muerte fuese fingida a causa del encantamiento de mis vesti-dos, que no eran, en realidad, ms que un vulgar trajo deconfeccin, comprado por quince dlares en una tienda deropa hecha.

    Sin embargo, conservaba bastante lucidez de espritu pa-ra darme cuenta de que los trminos que usaban corrien-temente aquellos caballeros habran hecho sonrojar a un ca-rretero. Indelicadeza es una palabra demasiado suave paracalificar su manera de expresarse. No obstante, yo haba le-do el Tom Jones, el Roderick Random y otros libros por elestilo, y saba que las damas y caballeros de Inglaterra nuncase haban preocupado de depurar su lxico, ni la conducta yla moral que toda forma grosera de hablar implica, hasta ha-ce apenas un centenar de aos, es decir, hacia el siglo XIX,en el cual, hablando con franqueza, han aparecido los prime-ros ejemplares de damas y caballeros autnticos, tanto enInglaterra como en el resto de Europa. Supngase que sirWalter Scott, en vez de poner la conversacin en boca desus personajes, hubiera dejado que sus personajes hubiesenhablado por s mismos... Ivanhoe, y Raquel y la dulce ladyRowena habran hecho sonrojar, al abrir la boca, a cualquiergranuja de nuestros das. No obstante, cuando no se tieneconciencia de la indelicadeza, todo resulta delicado. La gentede la corte del rey Arturo no saba qu era indecente, y yotuve bastante dominio sobre mi espritu para no hacer refe-rencia a ello.

    Estaban tan preocupados por las extraordinarias propie-dades que atribuan a mi traje, que se sintieron muy aliviadoscuando el viejo Merln se levant y apart la dificultad con

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    una sugerencia de simple buen sentido. Les pregunt a quobedeca semejante preocupacin, puesto que podan des-pojarme de mis ropas.

    En menos de dos minutos me vi ms desnudo que unpar de tenazas. Y... queris creerlo?... Yo era la nica per-sona que se senta turbada en el saln. Todo el mundo dis-cuta acerca de m, de manera tan indiferente, que no parecaque ya fuese un hombre, sino una simple berza.

    La reina Ginebra estaba tan ingenuamente interesadacomo los dems, y dijo que nunca haba visto a nadie conunas piernas como las mas. Fue el nico cumplido que mehicieron..., si a esto puede llamrsele un cumplido.

    Finalmente, se me llevaron en una direccin, mientrasmis peligrosas ropas salan por la parte opuesta. Me arro-jaron en una oscura y estrecha celda, con algunos escasosrestos de comida para mi uso particular, unas cuantas pajashmedas por cama y un sinfn de ratas por compaa.

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    CAPTULO V

    UNA INSPIRACIN

    Estaba tan cansado, que ni siquiera mis temores lograronmantenerme despierto por espacio de mucho rato.

    Cuando despert, me pareci que haba estado durmien-do largo tiempo. Mi primer pensamiento fue:

    Qu extrao sueo has tenido! Creo que me he des-pertado justo, justo para evitar que me colgaran, o decapita-ran, o me quemaran vivo, o algo as... Me dormir de nuevohasta que suene la sirena de la fbrica, y entonces me lasentender con ese Hrcules."

    Pero en esto escuch el spero ruido de las cadenas y unaluz sbita me deslumbr; aquella mariposilla vestida de paje,Clarence se me present. Carraspe sorprendido y casi perdel aliento:

    -Cmo? Todava aqu? Fuera, fuera; vete con el restode los personajes de mi sueo!

    Pero l se limit a rer, a su manera despreocupada, y seburl de mi apuro.

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    -Bueno! -suspir resignado-. Dejemos que el sueocontine. No tengo prisa.

    -Por favor, decidme, qu sueo?-Qu sueo? Pues este segn el cual me hallo en la corte

    del rey Arturo..., un tipo que nunca ha existido..., y hablandocontigo, que no eres ms que una ficcin de mi fantasa.

    -Ah! Y es un sueo, tambin, que maana seris que-mado vivo? Ja, ja! Contestadme a eso...

    Me pareci que todo se hunda a mi alrededor. Empec acomprender que me hallaba en un instante de mucha grave-dad, fuera o no fuera sueo lo que me estaba ocurriendo,porque yo saba que ser quemado vivo en sueos no era co-sa de juego, y precisaba evitarlo por cualquier medio que pu-diera cavilar. Por esto dije, suplicante:

    -Clarence, mi nico amigo... Porque t eres amigo mo,verdad? No me abandones, aydame a buscar la manera deescapar de este aprieto.

    -Escapar? Los corredores estn guardados por hombresde armas.

    -Sin duda; pero espero que no sern muchos... Cuntosson, Clarence?

    -Ms de veinte. No hay esperanza de huir, por este lado-despus de una pausa, aadi, vacilante-: Adems, hay otrasrazones de mucho peso.

    -Otras razones? Cules?-Pues dicen que... no, no me atrevo; realmente no me

    atrevo a comunicroslo...-Pobre muchacho, de qu se trata?... Por qu callas?

    Por qu tiemblas de ese modo?

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    -Es que... Quisiera explicarlo, pero...-Vamos, vamos..., s un hombre valiente... Explcate... S

    buen muchacho...Vacil, impulsado a la vez por el deseo de hablar y por el

    temor de hacerlo. Se dirigi a la puerta, escuch y mir alexterior. Finalmente volvi a mi lado, peg sus labios a mioreja y me comunic la terrible noticia, en un susurro, y conla aprensin de uno que se ha aventurado en un terreno in-seguro o que habla de cosas cuya simple mencin puedeproducir la muerte.

    -Merln, en su malicia, ha lanzado un hechizo contra estecalabozo, en virtud del cual prohibe a cualquier hombre delreino traspasar su puerta junto con el prisionero. Ahora yaos lo he dicho. Que Dios se apiade de m! Sed bueno con-migo; tened compasin de un pobre muchacho que os quie-re bien y pensad que si traicionis mi secreto causaris miprdida...

    Re con risa fresca y alegre, por primera vez desde queme hallaba en aquella situacin, y dije:

    -Merln ha lanzado un hechizo... ! El viejo asno rega-n...! El viejo pillastre! Eso es una fanfarronada; la mayorfanfarronada del mundo y nada ms... Pero si parecen chi-quilladas, idioteces, supersticiones propias de cabezas dechorlito! Condenado Merln!...

    Pero Clarence se haba arrodillado a mis pies, presa delms loco terror, antes de que yo acabara de pronunciar laltima frase.

    -Cuidado! Estas palabras son terribles. Las paredes pue-den derrumbarse sobre nuestra cabeza, en cualquier mo-

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    mento, si continuis hablando as ... Retiradlas, retiradlaspor favor, antes de que sea tarde!...

    El terror del muchacho me sugiri una buena idea. Si to-do el mundo era tan sincero e ingenuamente respetuoso conla pretendida magia de Merln como lo era Clarence, unhombre superior como yo deba de ser lo bastante sagazpara encontrar alguna manera de aprovechar aquel estado deespritu. Me puse a reflexionar y trac un plan. Luego dije:

    -Levntate. Sernate y mrame a los ojos. Sabes por qurea?

    -No, pero por la Virgen Santsima, no lo hagis ms...-Pues voy a decirte por qu he redo... Porque yo tam-

    bin soy mago.-Vos?El muchacho retrocedi asombrado, porque, natural-

    mente, mi declaracin le cogi de sorpresa. Pero su aspectoera muy respetuoso. Tom nota de esto. La actitud de Cla-rence me indicaba que un charlatn no necesitaba tener unareputacin, en aquel manicomio, para que le hicieran caso.La gente que vea, estaba ms dispuesta a creer en su palabrasin necesidad de ms requisitos. Y afirm:

    -Conoc a Merln hace setecientos aos y l...- Setecientos a...!-No me interrumpas. Ese viejo ha muerto y resucitado

    unas trescientas veces, cada vez con nombre distinto: Smith,Jones, Robinson, Jackson, Peters, Haskins, Merln... Usanuevo mote cada vez que reaparece. Le conoc en Egiptohace trescientos aos... Y en la India hace quinientos. Siem-pre se cruza en mi camino, vaya donde vaya... Ya me est

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    fastidiando!... No tiene ninguna importancia como mago:conoce algunos trucos de los ms antiguos y vulgares, peronunca ha pasado ni pasar de los rudimentos de la magia.Puede pasar por provincias... Una noche y basta, sabes?Pero, amigo mo, no hay que tomarlo en serio; no debe con-siderrsele como un perito en la materia, porque no es unverdadero artista... Escucha bien, Clarence: yo ser tu amigoy a cambio de eso t tienes que serlo mo. Para empezar,debes hacerme un favor; quiero que hagas llegar a odos delRey la noticia de que yo tambin soy mago...; el Supremojefe Muckamuck, y cabeza de la tribu, adems; quiero que ledes a entender que estoy preparando una pequea catstrofeque conmover todo el reino, si el proyecto de sir Kay selleva adelante y me sucede algo desagradable... Le dirs estoal Rey, de mi parte?

    El pobre muchacho se hallaba en tal estado que apenaspoda contestarme. Daba lstima ver a una criatura tan ate-rrorizada, tan enervada, tan desmoralizada. Me prometitodo lo que quise. Yo, por mi parte, le renov mi promesade ser amigo suyo y de no lanzar jams ningn encanta-miento contra l.

    Se fue apoyando una mano contra el muro, como unapersona enferma.

    Qu atolondrado haba sido! Cuando el muchacho seserenase, no dejara de preguntarse cmo era que un granmago haba solicitado de un simple paje que le ayudase aescapar. Eso se me ocurri apenas Clarence hubo salido.Acabara por comprender que yo no era ms que un vulgarcharlatn.

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    Estuve preocupado por este atolondramiento durantems de una hora y me dirig infinidad de adjetivos injuriosos.Finalmente, se me ocurri que aquellos animales no razona-ban; que nunca relacionaban los hechos con las palabras;que todos sus relatos demostraban que jams se dabancuenta de una contradiccin. Y entonces me tranquilic.

    Pero en este mundo ocurre que apenas est uno tran-quilo, aparece alguna nueva razn que da al traste con susosiego. Advert que haba hecho otro disparate: haba en-viado al paje a alarmar a sus semejantes con una amenaza, lade inventar una calamidad por mi cuenta. Pues sucede que lagente que con ms facilidad se traga las bolas y cree los he-chizos y encantamientos, es tambin la que ms ganas tienede presenciarlos. Supongamos que me pidieran una muestrade la calamidad que les preparaba; que me rogaran que lesdiera el nombre de esta nueva forma de catstrofe... Quhara? S, haba cometido un gran desatino, pues antes tenaque haber inventado de verdad una hecatombe...

    -Qu puedo hacer? Qu puedo hacer para ganar tiem-po?

    Volva a estar preocupado, hondamente preocupado...O ruido. Alguien se acercaba... Si por lo menos me que-

    dara un momento para pensar, para inventar...-Dios Salvador! Ya est! Ya lo tengo! ...El eclipse! Record, como en un relmpago, que Coln,

    o Corts, o algn otro utiliz esto del eclipse para salir de unapuro, una vez, y asustar a los salvajes. Yo, poda tambinutilizarlo, ahora, sin riesgo de que me acusaran de plagiario,

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    pues lo haca cerca de mil aos antes que el que lo hizo porvez primera.

    Clarence entr, manso y aterrado, y dijo:-Hice llegar vuestro mensaje a mi seor el Rey y ste me

    llam enseguida a su presencia. Se asust de tal modo, queya iba a dar orden de poneros en libertad y de entregarossuntuosos trajes y un cmodo alojamiento, como co-rresponde a un personaje tan grande como vos. Pero llegMerln y lo ech todo a perder, porque logr persuadir alRey de que estis loco y que no sabis lo que os decs. Ade-ms, aadi que vuestra amenaza no es ms que locura ytontera. Discutieron largo rato; pero, finalmente, Merlndijo burlonamente: "Ni siquiera ha dicho de qu calamidadse trata. Y no lo ha dicho, por la sencilla razn de que noexiste." Esto cerr la boca del Rey, que se qued sin saberqu contestar. Pero, temiendo que tomis a mal su descorte-sa, os ruega que consideris su situacin, su perplejidad, yque expliquis cul es el desastre que preparis.... si es que yahabis determinado cul ha de ser y cundo ha de tener lu-gar. Por favor, no demoris vuestra respuesta... Una demora,en este caso, doblara, triplicara los peligros que os ace-chan... Sed prudente y nombrad esa calamidad...

    Dej que el silencio se acumulase, para aumentar la so-lemnidad de mi respuesta, y finalmente pregunt:

    -Cunto tiempo he estado encerrado en esta mazmorra?-Os encerraron cuando el da de ayer se estaba termi-

    nando. Y ahora son ya las nueve de la maana.

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    -De verdad? Entonces he dormido mucho-. Las nuevede la maana!... Y todava parece de noche... Hoy estamos aveinte, verdad?

    -S, a veinte.-Y maana por la maana me han de quemar vivo, no

    es esto ?El muchacho asinti.-A qu hora?-A medioda.-Bien... Ahora te dir lo que has de comunicarle al Rey...Call y dej que transcurriera sobre el pobre paje un mi-

    nuto entero de horrible silencio. Luego, con voz lenta, me-surada, profunda, cargada de amenaza, empec a hablar, ele-vndome por grados hasta un hondo dramatismo, que creoque alcanz una fuerza de la que siempre me cre incapaz:

    -Ve y dile a tu seor el Rey que a esa hora hundir elmundo entero en la oscuridad mortal de medianoche. Cor-tar los rayos del sol y nunca ms los veris lucir sobre latierra. Los frutos de los rboles y de los campos se morirnpor falta de luz y de calor, y los hombres de este mundo pe-recern de hambre, uno a uno, hasta el ltimo...

    Tuve que sacar al pobre muchacho del calabozo, pues sehaba desmayado.

    Lo entregu a los soldados de la guardia y regres a mimazmorra.

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    CAPTULO VI

    EL ECLIPSE

    En el silencio y la oscuridad, la realizacin de lo imagi-nado empieza a convertirse en complemento de la fantasa.El simple conocimiento de un hecho resulta plido; perocuando se empieza a realizar este hecho, toma color. Es ladiferencia que hay entre or decir que a un hombre le handado una pualada en el corazn y ver cmo se la dan.

    En el silencio y la oscuridad, la conciencia de que yo mehallaba en peligro de muerte tom cada vez ms hondo sen-tido, y cuando comenc a considerar lo que esto significabaen realidad, se me hel la sangre en las venas.

    Pero hay una bendita previsin en la naturaleza que haceque tan pronto como el mercurio del termmetro baja y al-canza cierto punto, se produce una reaccin y vuelve a subir.Renace la esperanza y la alegra acompaa este renacer; en-tonces es el momento oportuno para hacer algo en favor deuno mismo, si es que existe la posibilidad de hacer algo. Elinstante de mi renacer lleg de un salto; me dije que el eclip-se me salvara, convirtindome, adems, en el hombre ms

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    importante del reino. Esto hizo subir mi mercurio hasta loalto del tubo y se desvanecieron todas mis inquietudes. Mesenta el hombre ms feliz del mundo. Esperaba con impa-ciencia la llegada del da siguiente para recoger los frutos demi triunfo y convertirme en el centro de la admiracin y re-verencia de toda la nacin. Por otra parte, desde el punto devista de los negocios, aqulla sera mi gran oportunidad; es-taba seguro de ello.

    Entretanto, algo se haba adueado completamente de latrastienda de mi espritu. Era la semiconviccin de que cuan-do la naturaleza de mi calamidad fuera transmitida a aquellagente supersticiosa, les hara tal efecto que estaran deseososde entrar en tratos conmigo en seguida.

    As, en cuanto o el ruido de unos pasos que se acerca-ban, acudi nuevamente a mi espritu este pensamiento, yme dije: "Ah estn los que vienen a tratar conmigo. Si traenbuenas proposiciones aceptar; pero si no me convienen,me mantendr firme y jugar mi mano hasta el final."

    Se abri la puerta y aparecieron varios hombres de ar-mas. El jefe orden:

    -La pira est preparada. Vamos...La pira! La sorpresa casi me dej sin sentido. Es difcil

    recobrar la respiracin en esos casos, pues se forma un nudoen la garganta y no hay manera de alentar. Cuando pude ha-blar, dije:

    -Os equivocis. La ejecucin es para maana...-Cambio de rdenes. Se ha adelantado un da. Date

    prisa...

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    Estaba perdido. No haba esperanza para m. Me sentperplejo, estupefacto. No poda dominarme ni evitar hacer-me preguntas sin sentido, sin utilidad, igual que uno que estfuera de s. Los soldados me agarraron, me empujaron fuerade la celda, a lo largo de los corredores subterrneos, y, fi-nalmente, me hall a la luz del da en el mundo superior.

    Al llegar al patio enlosado tuve un susto, porque lo pri-mero que vi fue la pira, con su estaca, en el centro del patio,y al lado de la lea un monje. En los cuatro lados del patio,la muchedumbre se alineaba, apretujada, fila tras fila, for-mando gradera y ofreciendo un pintoresco espectculo dericos colores. El Rey y la Reina se sentaron en su trono, ro-deados de las figuras ms conspicuas de la corte.

    Para fijarme en todo esto no emple ms que un segun-do. El segundo siguiente lo dediqu a Clarence, que se habadeslizado desde algn escondrijo y murmuraba las ltimasnoticias en mi odo. Con los ojos brillantes de triunfo y ale-gra, me dijo:

    -Cunto me ha costado lograr este adelanto! Cuando re-vel la calamidad que preparabais, vi el terror retratado en elrostro de todos y comprend que era el momento oportunopara apretar las clavijas. Por esto, valindome de varios ar-gumentos, los convenc de que vuestro poder sobre el solno poda alcanzar su plenitud hasta maana, y que si querasalvarse al sol y al mundo, tenais que ser muerto hoy,puesto que vuestro encantamiento no tena an fuerza. Noera ms que una mentira, una invencin ma; pero habrastenido que ver cmo se la tragaban en pleno terror, como sifuera una salvacin enviada por el cielo mismo. Yo me rea

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    por dentro, al ver cun fcilmente los engaaba y cmo ala-baban a Dios y le daban gracias por haberles mandado lams vil de sus criaturas para salvarlos. Cun felizmente seha desarrollado todo! No precisar que causis al sol un da-o verdadero... Sobre todo, no os olvidis de esto, porvuestra alma, no lo olvidis. Bastar que provoquis una lige-ra oscuridad, una oscuridad pasajera, y nada ms. Esto sersuficiente. Comprendern que dije una mentira, a causa demi ignorancia, y cuando caiga la primera sombra los verisenloquecer de pavor... Y os pondrn- en libertad y os harngrande y poderoso... Id hacia el triunfo! Pero acordaos, porfavor, acordaos de mi splica, amigo mo; acordaos de nocausar ningn dao al sol... Hacedlo por m, por vuestroamigo...

    Dej or algunas palabras a travs de mi pena y de mi de-sesperacin, para darle a entender que respetara al sol. Losojos del muchacho me las agradecieron con una mirada degratitud tan honda que no tuve valor para decirle que sufantstica tontera me llevaba a la muerte.

    Mientras los soldados me conducan a travs del patio, elsilencio era tan absoluto que, si hubiera estado ciego, habrapensado hallarme en la ms completa soledad, en medio deun valle, y no entre cuatro mil personas. En aquella masa degente no se perciba ni un movimiento. Estaban plidos yrgidos como estatuas, y la muerte se reflejaba en todos losrostros.

    Este silencio dur mientras me ataban a la estaca, mien-tras los haces de lea eran cuidadosamente amontonadosalrededor de mis tobillos, mis piernas y mi cintura. Hubo

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    una pausa luego, y esto habra aumentado el silencio si ellohubiese sido posible. Un hombre se arrodill a mis pies, sos-teniendo en la mano una antorcha encendida. La multitud,inconsciente, hizo un movimiento de avance para ver mejor,saliendo, sin saberlo, de sus asientos. El monje levant lasmanos y los ojos en direccin al cielo azul, y pronunci unaspalabras en latn; en esta actitud estuvo un rato murmu-rando, y luego se detuvo. Esper unos momentos a que em-pezara de nuevo, pero ante su silencio, alc los ojos y le mi-r, Estaba petrificado.

    La muchedumbre, como obedeciendo a un impulso co-mn, se puso en pie y mir al cielo. Segu su mirada. Tancierto como que estoy vivo, que empezaba mi eclipse. Lasangre volvi a hervir en mis venas. Me senta como unhombre nuevo. El cerco de oscuridad iba invadiendo el dis-co solar, lentamente, y mi corazn lata cada vez ms fuerte,ms aprisa, mientras la gente y el monje permanecan ancomo petrificados. Dentro de poco aquellas miradas inm-viles se fijaran en m. Pero yo estaba preparado. Me sentadispuesto a todo y adopt una de las actitudes ms grandio-sas que se puede imaginar: extend mi brazo, sealando alsol. Deb de, causar una impresin terrible.

    Se poda ver el estremecimiento de terror que se apoderde los circunstantes. Dos gritos simultneos salieron del tro-no ocupado por Arturo y sus cortesanos:

    -Aplicad la antorcha!-Lo prohibo!

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    El primero era de Merln, el segundo del Rey. Merlnabandon su sitio, imagino que para aplicar por si mismo laantorcha. Yo dije, solemnemente:

    -Permanece donde ests. Si se mueve alguien, incluso elRey, antes de que yo os d permiso, el trueno se lo llevar, elrayo lo consumir...

    La muchedumbre se sent mansamente, que era lo queyo esperaba que hara. Merln vacil durante un instante, quea m me pareci eterno. Por fin, se sent. Y yo respir an-chamente, porque ya era dueo de la situacin. El Rey dijo:

    -S misericordioso, poderoso caballero, y no hagas otraprueba de sas; no sea que resulte peligrosa y ocurra algndesastre. Nos comunicaron que tus poderes no podan ejer-cerse hasta maana, pero...

    -No piensa Vuestra Majestad que este informe pudo seruna mentira? Era una mentira, de hecho.

    Esto caus un efecto inmenso. De todas partes se levan-taron manos suplicantes y el Rey se vio asaltado por unatempestad de ruegos para que me perdonara la vida y seevitara la calamidad. El Rey, que estaba deseoso de compla-cerlos, dijo:

    -Dinos tus condiciones, poderoso caballero, sean las quefueren, incluso la de quedarte con mi corona; pero evita estacalamidad. Salva al sol!...

    Mi fortuna estaba hecha. Hubiera podido cogerla enaquel mismo minuto; pero yo no poda detener un eclipse.Afortunadamente, ellos no lo saban. Ped algn tiempo parareflexionar. Y el Rey pregunt:

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    -Cunto tiempo, por favor, cunto tiempo, poderososeor? Ten piedad de nosotros... Mira, cada vez es ms yms oscuro... Cunto tiempo?

    No mucho. Media hora... Quiz una.Se alzaron mil protestas patticas, lastimeras; pero yo no

    poda rebajar nada, porque no recordaba cunto duraba uneclipse total. Me senta perplejo y deseaba pensar. Algo po-da ir mal con aquel eclipse y esto me turbaba. Si aqul noera el que yo esperaba, cmo iba a saber si me encontrabaen el siglo VI o en pleno sueo ? Pobre de m! Si por lomenos pudiera demostrar que era un sueo!... Esta espe-ranza me alegr. Si el paje me haba dado la fecha bien y es-tbamos a veinte, no me encontraba en el siglo VI. Sacuduna manga del hbito del monje, muy excitado, y le pregunten qu da del mes nos hallbamos.

    Maldito sea! Me dijo que estbamos a veintiuno. Al es-cuchar esto, me qued helado. Le rogu que se fijara, que nose equivocase. Pero no; estaba seguro de que era el da vein-tiuno. As es que el cabeza de chorlito del paje se haba ar-mado un lo. La hora era la apropiada para el eclipse, segnhaba visto en el cuadrante que estaba cerca de m. S, nohaba duda, me encontraba en la corte del rey Arturo y lonico que caba hacer era sacar todo el provecho posible dela situacin. La oscuridad aumentaba y con ella aumentaba ladesesperacin de la multitud. Yo dije:

    He reflexionado, seor Rey. Como leccin, dejar que laoscuridad sea mayor y que la noche se extienda por todo elmundo. Pero en cuanto a si he de hacer desaparecer defini-tivamente el sol o si lo he de hacer reaparecer, es cosa que

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    hemos de tratar entre los dos. Mis condiciones son las si-guientes: continuaris siendo rey en todo vuestro reino yrecibiendo todos los honores que pertenecen a la realeza.Pero me nombraris vuestro ministro perpetuo, y me con-cederis, en pago de mis servicios, el uno por ciento de losingresos actuales del Estado y de todos los que en lo futuropueda yo establecer en vuestro nombre. Si esto no me bas-tare para vivir, os prometo que no le pedir nada a nadie.Estis de acuerdo?

    Se oy un prodigioso tronar de aplausos y en medio deellos alzse la voz del Rey diciendo:

    -Quitadle las ligaduras y dejadle libre! Rendidle home-naje todos, ricos y pobres, altos y humildes, porque desdehoy ser la mano derecha del rey; se revestir de poder yautoridad y se sentar a mi lado, junto a mi trono. Y ahora,poderoso caballero, haz retroceder la noche y danos el dade nuevo, para que nos alegremos y para que todo el mundote bendiga...

    Pero yo respond:-Que un hombre cualquiera sufra vergenza delante del

    mundo, es cosa sin importancia. Pero sera una deshonrapara el Rey si los que han visto desnudo y avergonzado a suministro no le vieran, luego, libre de su vergenza. Si misvestidos...

    -No los hemos encontrado -interrumpi, rpido, el Rey-.Traedle trajes de todas, clases. Vestidle como a un prncipe.

    Mi idea daba resultado. Lo que me interesaba era man-tener las cosas tal como estaban hasta que el eclipse fueratotal, pues de lo contrario haba el peligro de que insistiesen

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    de nuevo en que hiciera desaparecer la oscuridad, cosa que,por supuesto, me era imposible. Con la estratagema de en-viar a buscar mis vestidos gan un poco de tiempo; pero aunno haba bastante. Necesitaba otra excusa. Dije que seramuy bien visto que el Rey reflexionase y se arrepintiera de loque haba hecho y ordenado bajo el Imperio de la excita-cin. Por esto dejara yo que aumentara la oscuridad, y si alcabo de un tiempo razonable el Rey se arrepenta, ordenaraal sol que fuera reapareciendo. Ni el Rey ni nadie se mostrsatisfecho con esta condicin, pero yo me mantuve firme enella.

    Cada vez se haca ms oscuro, ms negro, mientras yoluchaba y me debata con aquellos vestidos del siglo VI. Laoscuridad lleg a ser total y la multitud aull de terror, alsentir las heladas rfagas del viento pasar por el patio y verlas estrellas aparecer y titilar en el cielo. Finalmente, el eclip-se era ya total y esto me alegr mucho, aunque a los demslos sumi en la desesperacin, cosa sta, a fin de cuentas,muy natural.

    -El Rey, con su silencio -dije-, demuestra su arrepen-timiento.

    Levant los brazos; permanec con ellos en alto duranteun largo rato, y pronunci, con la ms terrible solemnidad,estas palabras:

    -Que cese el encantamiento, y que la oscuridad se di-suelva sin dao para nadie!

    No hubo respuesta, durante un instante, en aquella oscu-ridad profunda y en aquel silencio de muerte. Pero cuando elcrculo de plata del sol reapareci poco a poco, unos mo-

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    mentos despus, la multitud estall en gritos de alegra y selanz como un torrente desbordado a bendecirme y a elo-giarme. Clarence no era el ltimo, con seguridad, en el corode alabanzas.

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    CAPTULO VII

    LA TORRE DE MERLN

    En vista de que yo era el segundo personaje del reino, enlo que a poder poltico y autoridad se refiere, se hizo muchopor m. Mi ropa era de seda y terciopelo, con galones de oroy, en consecuencia, muy vistosa e incmoda. La costumbre,no obstante, me reconcili pronto con los vestidos.

    Me destinaron los mejores departamentos del castillo,despus de los del rey. Estaban adornados con colgadurasde seda de subidos colores, pero el suelo de piedra no tena,como alfombra, ms que una estera de juncos, todos malentallados, porque no provenan de la misma planta. Encuanto a comodidades, propiamente hablando, no habaninguna. Quiero decir pequeas comodidades, que son lasque hacen agradable la vida. Las grandes sillas de madera deroble groseramente labrada, eran bastante aceptables; peroaqu paraba todo; no haba jabn, ni cerillas, ni espejo... ex-cepto uno de metal, tan til, ms o menos, como un cubolleno de agua. Tampoco se vea un cuadro en ningn sitio.Haca aos que estaba acostumbrado a ver cromos en las

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    paredes y ahora me daba cuenta de que, sin sospecharlo, lapasin del arte haba arraigado en lo ms hondo de mi ser yse haba convertido en una parte de m mismo.

    Me haca sentir aoranza mirar aquellas paredes desnudasy recordar que en nuestra casa de Hartford, a pesar de suspocas pretensiones, no se poda entrar en ninguna habi-tacin sin encontrar un cromo de la compaa de seguros o,por lo menos, un "Ave Mara" encima de la puerta, sin con-tar los nueve que haba en el saln. Pero aqu, ni siquiera enmi cuarto de trabajo haba nada parecido a un cuadro, ex-cepto una cosa del tamao de una colcha, que no era ni teji-da ni de punto (hasta haba sitios en que estaba zurcida), ysin que nada tuviera en ella el color o la forma apropiados. Yen cuanto a sus proporciones, ni Rafael en persona habrapodido imaginar algo mejor, a pesar de toda su prctica enesta clase de pesadillas que se llaman "los famosos bocetosde Hampton Court". Rafael era un pjaro de cuenta. Tene-mos en casa la reproduccin de varias de sus obras: una essu "Pesca milagrosa", en la que l mismo hace un verdaderomilagro, al poner tres hombres en una barca que no es capazde sostener a un perro sin volcarse. Siempre admir el artede Rafael, por lo fresco y convencional que es.

    En todo el castillo no haba ni un timbre ni un tubo parahablar. Tena gran nmero de sirvientes, eso s: mas los queestaban de servicio zanganeaban en la antecmara, y cuandonecesitaba a uno de ellos, tena que asomar la cabeza por lapuerta y llamarle. No haba gas ni velas. Una vasija de bron-ce, llena de una maldita grasa en la cual flotaba una cuerda,formaba el extrao artefacto que produca lo que all llama-

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    ban luz. Una serie de esas vasijas estaban colgadas por lasparedes y modificaban la oscuridad lo suficiente para con-vertirla en lgubre.

    Si tenais que salir de noche, los criados llevaban antor-chas. No haba libros ni papel, ni plumas, ni cristales en lasaberturas que ellos crean que eran ventanas. El cristal es unacosa sin importancia, que, cuando falta, adquiere una tras-cendencia enorme. Pero quiz lo peor de todo era que no sehallaba en todo el castillo ni una chispa de azcar, caf, t otabaco.

    Me consider como un nuevo Robinson Crusoe, en unaisla inhabitada, sin otra sociedad que la de unos animalesms o menos domesticados. Si quera lograr que la vida fuerasoportable, tena que hacer lo que hice: inventar, crear, inge-niarme, reorganizar, poner manos a la obra y no desfallecer.Esto era precisamente lo ms a propsito para mi manerade ser.

    Una cosa me molestaba mucho, al principio: el inmensointers que la gente me demostraba. Todos los habitantesdel reino queran conocerme. Pronto ech de ver que eleclipse haba aterrorizado a todo el mundo britnico; quemientras dur, el pas entero, de norte a sur, se encontr enun lamentable estado de desesperacin, y que las iglesias,ermitas y monasterios se vieron atestados de miserablescriaturas que rezaban, lloraban y pensaban que haba llegadoel fin del mundo.

    Luego se extendi la noticia de que quien haba produ-cido aquella calamidad era un forastero, un poderoso magode la corte de Arturo, que poda apagar el sol igual que si

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    fuera una vela (iba ya a hacerlo cuando se le concedi la gra-cia de la vida), y ahora se le honraba como al hombre quesin ayuda de nadie haba salvado al mundo de la destruccin.

    Si consideramos que todos en el pas crean esta historia,y que no solamente la crean, sino que ni siquiera soabanque pudiera dudarse de ella, se comprender fcilmente queno haba ni una persona en el reino que no hiciera a gustocincuenta millas a pie para echar un vistazo sobre el podero-so mago, sobre m. Por supuesto, yo haca el gasto de todaslas conversaciones, pues los dems temas haban quedadoolvidados, y hasta el Rey se convirti, de sbito, en un ob-jeto de menor inters y notoriedad.

    Veinticuatro horas despus del eclipse empezaron a lle-gar delegaciones y estuvieron viniendo durante una quince-na. El pueblo se hallaba abarrotado y sus alrededores eranun continuo hervidero.

    Me vea obligado a mostrarme una docena de veces porda a aquella reverente y atemorizada multitud. Esto acabpor constituir un fastidio y una prdida de tiempo y deenerga; pero tena su compensacin, pues no dejaba de seragradable sentirse el centro de tantos homenajes y alabanzas.Merln palideca de envidia y despecho, lo cual era para mun nuevo motivo de gran satisfaccin. Sin embargo, habauna cosa que no pude comprender: nadie me pidi un aut-grafo. Habl de esto con Clarence. Y tuve que explicarlequ era un autgrafo! Entonces me dijo que nadie, en todoel reino, saba, leer ni escribir, aparte de una docena demonjes.

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    Haba otro aspecto de mi vida cortesana que tambin meturbaba. Aquellas muchedumbres comenzaron a solicitarnuevos milagros. Era natural. Regresar a sus casas con la po-sibilidad de jactarse de haber visto al hombre que apag elsol les dara mucha importancia a los ojos de sus conve-cinos, que los envidiaran hasta la muerte; pero poder decirque haban visto un milagro, que lo haban visto con suspropios ojos..., para esto s que vala la pena de desollarse lospies en el camino.

    La presin popular comenz a ser muy fuerte. Yo sabala fecha y la hora del prximo eclipse de luna. Pero quedabamuy lejos: dos aos. Hubiera dado cualquier cosa por obte-ner el permiso de adelantarlo y usar de l ahora que el mer-cado lo solicitaba. Era una lstima malgastar aquella ocasinlamentablemente y tener que esperar a un momento en queya no tendra ninguna utilidad. Pero como no haba ms re-medio!...

    Clarence descubri que el viejo Merln se mezclaba conla multitud y la incitaba a pedir ms milagros. Extenda laespecie de que yo era un charlatn y que no daba satisfac-cin al pueblo con un nuevo encantamiento, porque no po-da hacerlo. Comprend que era necesario realizar algo yforj un plan.

    Como mi autoridad era ejecutiva, encerr a Merln en lacrcel, en la misma celda que yo haba ocupado. Entonceshice anunciar por los heraldos, al son de las trompetas, queme hallara ocupado, en asuntos de Estado, durante unaquincena; pero que al cabo de este tiempo me tomara unligero descanso y hara estallar la torre de piedra de Merln,

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    hasta que quedara reducida a chispas. Que los que habanprestado odos a las insinuaciones en contra ma estuvieranprevenidos! Adems, aqul sera el nico milagro que realiza-ra en lo futuro. El ltimo. Y si alguien murmuraba por noestar conforme, le prevena que me hallaba dispuesto atransformar a los murmuradores en caballos para que fuerantiles al reino.

    La tranquilidad renaci inmediatamente.Admit a Clarence, hasta cierto grado, en mi confianza, y

    comenzamos a poner manos a la obra secretamente. Le dijeque aqul sera uno de los encantamientos que requieren unpoco de preparacin, y que el que hablase de esta prepara-cin con alguien morira repentinamente. Esto asegurabapor completo su silencio. Hicimos, sin que nadie lo supiera,varias libras de plvora, y yo mismo vigil a mis herreroscuando forjaron una barra de pararrayos y varios largosalambres. Aquella torre de Merln era maciza y algo ruinosa,adems, porque databa del tiempo de los romanos, cuatro-cientos aos antes... Tratbase de un edificio hermoso en suestilo rudo y spero, vestido de los pies a la cima de hiedra,como con un traje de cota de mallas. Estaba situada en loalto de un otero, con buena vista sobre el castillo y a cosa demedia milla de l.

    Trabajando de noche, transportamos la plvora a la torrey la metimos en los muros, que tenan quince pies de anchoen la base. Pusimos plvora en doce sitios distintos. Conaquellas cargas habramos podido volar la propia Torre deLondres. Cuando lleg la noche decimotercera, colocamos

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    el pararrayos, unindolo con las cargas de plvora por me-dio de alambres.

    A partir del da de mi proclama, todo el mundo habahuido de las aldeas de los alrededores, pero de todas mane-ras cre prudente avisar al pueblo. La maana del decimo-cuarto da los heraldos anunciaron a la gente la convenienciade alejarse un cuarto de milla de la torre. Aadieron que du-rante las veinticuatro horas siguientes yo realizara el en-cantamiento, pero que antes lo anunciara por medio debanderas en las torres del castillo, si era de da, y con antor-chas en el mismo sitio, en el supuesto de que el hecho coin-cidiese con las horas de la noche.

    Los truenos y los relmpagos, seguidos de ligeros chu-bascos, haban sido frecuentes ltimamente, y no tema queme fallaran ahora. Adems, un da o dos de retraso no im-portaban, pues ste poda explicarse por mis ocupaciones enlos asuntos del reino, y la gente esperara...

    Desde luego, aquel da el sol brill con todo su esplen-dor, por primera vez desde haca tres semanas. Las cosassiempre ocurren as. Me encerr en mi departamento y espe-r, vigilando el tiempo. Clarence vena de vez en cuando adecirme que la excitacin del pueblo aumentaba y que todoslos habitantes del reino llegaban en oleadas, segn podaverse desde las almenas. Por fin se levant un poco deviento y apareci una nube poco antes de caer el da. Era elmomento preciso. Durante un rato examin la nube, que ibaaumentando y volvindose negra, y juzgu llegado el mo-mento de aparecer ante el pueblo.

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    Orden que fueran encendidas las antorchas de las to-rres, que Merln fuese puesto en libertad y enviado a mi pre-sencia. Al cabo de un cuarto de hora, sub a las murallas yall encontr el Rey y a su corte, examinando la torre deMerln a travs de la creciente oscuridad. La noche era tanlbrega que apenas se vea a dos pasos. La gente y las torres,en parte sumidas en la sombra ms profunda y en parte enel rojo resplandor de las antorchas, causaban la impresin deun cuadro. Merln lleg con rostro ttrico. Yo le dije:

    -Quisisteis, quemarme vivo cuando no os haba hechoningn dao, y luego habis intentado denigrar mi reputa-cin profesional. Por esto llamar al fuego y har que vues-tra torre estalle; pero antes quiero daros una oportunidadpara que demostris vuestro poder. Si consideris factibleromper mi encantamiento y detener su accin, intentadlo.

    -Puedo hacerlo, caballero, y no dudis que lo har...Dibuj un crculo imaginario sobre las piedras de la mu-

    ralla, en el suelo, y quem una pulgada de polvo en l, quedesprendi un aromtico olor que pareci desagradable a to-dos y nos hizo retroceder. Luego empez a murmurar y adar pases en el aire con sus brazos. Trabajaba lentamente,con una especie de frenes contenido, moviendo los brazoscomo los de un molino de viento.

    La tempestad se acercaba. Las rfagas hacan temblar lasllamas de las antorchas y, de repente, se puso a llover. Todoa nuestro alrededor estaba negro como la brea, y los rayoscomenzaron a destellar en el cielo. Ahora se estaba cargandomi pararrayos. La cosa empezaba bien.

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    -Os he concedido tiempo suficiente, Merln -anunci-.Os he dado todas las ventajas y no me he interpuesto avuestras manipulaciones. Vuestra magia es dbil, ya lo veris.Ahora comenzar yo.

    Hice tres pases con las manos. En esto se oy un terribletrueno y la vieja torre salt por el aire como vomitada porun gran volcn que hizo por unos minutos de la noche da ynos mostr millares de personas arrastrndose por el suelo,en un movimiento colectivo de consternacin. Durante elresto de la semana estuvo lloviendo cascajos y piedras... Estoes lo que se dijo, pero probablemente los hechos modifica-ran esta afirmacin popular.

    Fue un milagro eficaz. La enorme y fastidiosa multituddesapareci de los alrededores del castillo. En la tierra h-meda, a la maana siguiente, se vean muchas huellas, pero lagente se haba ido. Si hubiera anunciado un milagro no ha-bra encontrado pblico ni con la ayuda de un "sheriff".

    La situacin de Merln era grave. El Rey quiso quitarle susalario y hasta desterrarlo, pero yo me opuse. Dije que seriatil para ocuparse del tiempo y de otras minucias por el es-tilo, y que yo le echara una mano cuando su pobre magia nole bastase. No quedaba ni una piedra de su torre; as es quela hice reconstruir a cargo del Gobierno, se la entregu y leaconsej que tomara huspedes. Pero era demasiado or-gulloso para seguir mi consejo. Y en cuanto a agradecido...,aun espero que me d las gracias. Era un tipo muy especialel tal Merln... De todos modos, no caba esperar que fueseamable y sonriente un hombre que haba sido derrotado deaquel modo.

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    CAPTULO VIII

    EL JEFE

    Estar investido de enorme autoridad es una cosa muyagradable. Pero tener a todo el mundo de acuerdo con uno,todava lo es ms. El episodio de la torre consolid mi po-der y lo hizo inquebrantable. Si alguien estuvo tentado antesa tenerme envidia y a criticarme, ahora haba experimentadoun hondo cambio en sus sentimientos. No haba nadie en elreino que no hubiera tachado de loco al que se hubiese atre-vido a interponerse en mi camino.

    Logr adaptarme bien a mi situacin y mis circunstan-cias. Durante un tiempo sola despertarme por las maanassonrindome de mi sueo" y esperando or sonar las sire-nas de la fbrica de Colt. Pero poco a poco desapareci estacostumbre y me di plenamente cuenta de que viva en el si-glo VI y en la corte del rey Arturo y no en un manicomio.Despus de todo, me encontraba tan en mi casa en aquelsiglo como en otro cualquiera, y, puesto a escoger, puedodecir que no lo habra cambiado por el veinte.

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    Considrense las oportunidades que aquel siglo ofrecapara un hombre de saber y entendimiento claro, con inicia-tiva, para ocupar una situacin preeminente. No tena ni uncompetidor; no conoca a nadie que, comparado conmigo,no resultara un nio en conocimientos y capacidad. En cam-bio, qu sera yo, qu posicin ocupara en el siglo XX? Se-ra capataz o hasta director de una fbrica, y nada ms, y ha-bra docenas de hombres mejores que yo.

    Qu salto haba dado! No poda mirar atrs y contem-plar la diferencia entre mi situacin actual y la anterior, sinsentirme orgulloso al reconocer que no exista nadie que hu-biera cambiado tanto, en el curso de la Historia, excepto,quiz, Jos, el del faran; y aun ste solamente se aproxi-maba a mi caso, no lo igualaba. Porque aparece claro quecomo el talento hacendstico de Jos no favoreca a nadiems que al rey, debi de ser mirado de soslayo por todos sussb