un pacto para vivir

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2011 J.G.S. http://ir.pe/servi [UN PACTO PARA VIVIR] Sólo otra cursi historia más, de amor.

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Sólo otra cursi historia más, de amor.

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Page 1: Un pacto para vivir

2011

J.G.S. http://ir.pe/servi

[UN PACTO PARA VIVIR] Sólo otra cursi historia más, de amor.

Page 2: Un pacto para vivir

Para aquellos que saben,

por obra de la experiencia,

que no hay mejor arma

contra la fatalidad

que contar con que

el tiempo nunca para,

y que, pase lo que pase, todo pasa.

Page 3: Un pacto para vivir

“Érase una vez, y era y ya no es, una

historia de amor, y por eso la cuento”

– Aronajuan.

Page 4: Un pacto para vivir

I

– ¿Diana –preguntó, tocándole el

hombro–?

– ¿Perdone? Se está confun-

diendo, caballero –replicó ella,

guardando las formas–.

Cuando le tocaron el hombro,

cuando ella había volteado a con-

testarle, sabía perfectamente quién

era: le acababa de ver hace un mo-

mento fijamente a los ojos, sin saber

bien por qué, antes de doblar la

esquina.

– Te conozco –insistió él–, ¿no

eres Diana?

Page 5: Un pacto para vivir

– No. Me llamo Julieta, y no te

conoz…

– Oh, Julieta. Hola, Julieta; yo

me llamo Ariel. Mucho gusto –y le

soltó la sonrisa del pícaro y le tendió

la mano a modo de saludo–.

Ella arqueó las cejas inclinando

un poco la cabeza hacia adelante

como para mirarlo por encima de

unas gafas que no llevaba puestas, y

sonriendo divertida le estrechó la

mano brevemente.

Ya con esa sonrisa por trofeo,

Ariel le confesó que en verdad no la

conocía, es cierto. Y le confesó tam-

bién que hace un rato, cuando cru-

zaron las miradas, de pronto sintió

que no podía dejarla pasar, que se

Page 6: Un pacto para vivir

acercó a hablarle seguro de que

llegarían a presentarse y agregó

temblando de emoción que ella era

una mujer sumamente hermosa.

Para Julieta, que hace rato ya no

tenía ningún flirt, esto le sonó a una

completa locura, pero estaba bastante

excitada escuchando al muchachito

este, que decía llamarse Ariel y que

de pronto le toma la mano y la invita

a un café.

– No me des un no.

– «En qué me metí.»

Lo miraba buscando en su

mente, desesperada, un escape.

Page 7: Un pacto para vivir

– ¿Vives aquí? –dijo él, to-

mándola por sorpresa–.

– Eh… no, no no. Esta es casa de

una amiga, yo pasaba a visitar.

– Y parece que no está.

– No. Aún no he tocado el tim-

bre.

– «Vamos, no lo toques; vente

conmigo.»

En un momento que a Ariel se le

hizo eterno la vio mirar la puerta,

pensativa, medio sonreír y volver la

vista hacia él.

– Mira, voy a subir a dejar mis

cosas y bajo. Pero espérame en la

panadería.

– Eres una diosa –la celebró–.

Page 8: Un pacto para vivir

– Vete ahora, no quiero que te

vea nadie aquí cuando me abran la

puerta.

El café se prolongó hasta la

noche. Al verlos como iban, en su

charla, uno no se imaginaba nunca

que acabaran de conocerse, se dis-

frutaban como amigos de toda la vida

que se reencuentran y tienen mucho

por decirse. Pagaron y él se ofreció a

dejarla en su casa, pero ella cor-

tésmente se negó. Bueno, lo que tú

digas, pero eso sí, dime que vamos a

volvernos a ver, sentenció confiado.

Ella sonrió y él también un poco,

pero la volvió a mirar más seria-

mente, como esperando una res-

puesta.

Page 9: Un pacto para vivir

Intercambiaron emails y los días

siguientes coincidieron un par de

veces. Y siempre charlando, de café

en café, la atracción que ella contenía

hacia él se hizo laxa… hasta que una

tarde se descubrió bajo las sábanas de

un hotel, mirando a ese muchacho

que no llevaba ni dos semanas en su

vida y que ahora le hacía una mueca

graciosa antes de desaparecerse des-

nudo tras la puerta del baño. Le oyó

tararear algo y abrir el caño, y ella se

miró en el espejo del techo y se

encontró sonriéndose a sí misma.

Debes estar terriblemente loca, o

este muñeco es un demonio, Julieta,

Page 10: Un pacto para vivir

se recriminaba con palabras que ni

ella se creía. Y es que en el fondo se

sentía en excelente condición; hace

rato que el sexo para ella no tenía ese

candor que alcanzaba con Ariel, y

ella sentía que nunca en realidad ha-

bía sentido la confianza que depo-

sitaba en él y…

– Basta, no, ¡Ariel!

Del borde de la cama, tirando de

las sábanas en las que estaba medio

envuelta, estaba él. Sonreía y se

acercaba desnudándola, mientras ella

afectaba, sin efecto, seriedad y

procuraba cubrirse de nuevo, sin

éxito. Se acercó a su carita y le dijo

que era una fantasía, que era una

mujer hermosa y que jamás contaba

Page 11: Un pacto para vivir

él con que pudiera existir lo que vivía

con ella. La beso en la naricita como

despidiéndose y ella entrecerró los

ojos, él inclinó la cabeza mirándole

los senos desnudos y de súbito la

levantó por debajo de las rodillas y la

espalda. Sin mucho por defenderse y

sacudida por las palabras que le aca-

baba de confesar su amante, Julieta se

abrazó a su cuello y se recostó, ri-

sueña, en su hombro, dejándose

llevar a la ducha, plena.

–o–

Page 12: Un pacto para vivir

II

La pasión, leía Julieta por

enésima vez, no es un sentimiento…

Era talvez la cuarta o quinta carta

que Ariel le escribía y cada una era

su favorita. Ella estaba recostada en

el sillón de la sala, con su portátil en

las piernas y en pijamas, cerca de las

diez de la noche. La casa estaba en

penumbras y estaba distraída pen-

sando en Ariel y en que él estuviera

pensando en ella en ese mismo

momento. Su comunicación se redujo

desde un principio sólo a emails. Y

cuando se veían, cada vez más pasa-

Page 13: Un pacto para vivir

ban del café. Él no preguntaba nada

de ella y sin embargo ella de él lo

sabía todo; era como una condición

secreta: ella no tenía que contar nada

si no quisiera, pero podía preguntarlo

todo. Y para Julieta eso estaba muy

bien, aunque a ratos sí se preocupaba

pensando qué pasaría el día en el que

él quiera saber. Suspiró.

La puerta. Una llave atravesaba

la cerradura y Julieta, calmada, cerró

su bandeja de entrada y pasó a un

documento en Word que fingió leer.

– ¿Julieta? ¿Ya no duermes o

qué?

El capitán Márquez y Julieta eran

esposos de hace poco más de dos

años. Y eran de aquellos matrimonios

Page 14: Un pacto para vivir

en los que ella se calla muchas cosas

y a él simplemente no le interesan en

lo más mínimo. Él no pregunta cómo

le ha ido en el día, o si ha ido o ha

venido, pero le paga todas las cuentas

y a cambio, cuando se le antoja, se

acuesta con ella. El capitán, por

último, ya ni eso, ni la toca… la ver-

dad es que tiene más de una amante

regular. Y esas eran cosas que, de

oírlas tanto en habladurías, Julieta

había aprendido a no querer verificar

y a vivir con la idea de que su marido

es de ella y de otras, sin hacerse líos

por ello. Por eso, antes de Ariel,

Julieta como mujer se sentía una puta

con contrato de cama adentro; pero

jamás hubiera pensado en el divorcio.

Page 15: Un pacto para vivir

Para ella, modosita, lo último que

haría en la vida sería considerar di-

vorciarse como una opción, aunque

no amara más al hombre con el que

se casó. Por eso Ariel representaba

para ella algo que jamás hubiera con-

cebido, de no ser porque no contaba

con la atracción natural que sus

cuerpos encontraban –lo mucho que

se deseaban–. Cuando Ariel entró en

su vida, de café en café, se lanzó el

tablero de las virtudes y formas que

ella siempre había conservado, y ella

se sorprendía a sí misma de sus re-

acciones: simplemente no se contra-

riaba por ello; Debe ser que a lo

mejor sí existen las almas gemelas y

yo encontré a la mía, se justificaba

Page 16: Un pacto para vivir

mentalmente cuando pensaba en él,

en el bien y el mal.

– Buenas noches, Adrián. Estaba

a punto de meterme a la cama.

– Ya. Supongo que sí –dijo el

capitán sin ningún tonito en especial,

metiendo la nariz en la refri-

geradora–.

Ella dudó un momento y

finalmente dijo:

– ¿Puedo hacerle una pregunta,

Márquez?

El capitán había dejado su maleta

en la mesita de la cocina y habiendo

sacado una latita de cerveza, se sentó

al lado de su legítima mujer,

observándola, o intentando encon-

trar a la mujer por la que se moría

Page 17: Un pacto para vivir

hace un par de años, buscando res-

puesta a la pregunta que le acababa

de plantear.

Julieta era sin duda una mujer

hermosa. El capitán Márquez se

enamoró perdidamente de ella en

cuanto se la presentaron. Primero fue

el cortejo, al que accedió medio des-

ganado porque no era lo suyo, pero

una amiga de ella le contó que eso la

pondría a sus pies. Y en efecto, así

fue. Él se deshacía en detalles, cada

vez que salía con ella. Al poco tiempo

se hicieron novios y pasó de ser

Julieta a July, y de ahí a Julietica y el

matrimonio en pocos meses; después

de eso volvió, así nomás, antes del

medio año, a “Julieta” a secas.

Page 18: Un pacto para vivir

Márquez no recordaba muchas cosas

de la época bonita de la relación

como para contrastar el ahora con el

pasado y contestarle la pregunta a

Julieta, la verdad es que todos esos

detalles se los sugerían sus amigos y

no eran cosas que para él repre-

sentaran tanto como para ella, él era

feliz viéndola sonreír. (O eso solía

hacerse creer.) Ahora, casados y

teniéndola a su lado en el sillón, la

miraba y se preguntaba, aburrido, si

no sería mejor cambiar de tema,

evadir la pregunta. Si fuera honesto

consigo mismo, debería haber con-

testado que se casó con ella por

capricho: que si ella quería primero

el matrimonio para darle sexo, él

Page 19: Un pacto para vivir

estaba dispuesto a casarse para ob-

tenerlo; ésa era su verdad.

– Mira, Julieta… estas conver-

saciones nunca acaban bien. Y sólo

quiero descansar ahora. ¿Sabes?,

desde la próxima semana vamos a to-

mar un curso de legislación, proba-

blemente en la universidad San

Marcos o en la Católica. Talvez venga

a casa más temprano porque parece

que vamos a tener nuevos horarios.

Escucha, mujer, vamos a hacer cosas,

¿sí?, digamos que… podremos salir a

cenar juntos o ir por ahí de paseo en

la noche. ¿Qué dices?

– ¿San Marcos –pronunció ella

lentamente, catatónica-?

– ¿Qué…?

Page 20: Un pacto para vivir

– ¿Dijiste… “San Marcos”?

– También dije Católica. ¿Qué te

pasa?

Él no notó nada, a ella el mundo

se le partió en dos. Ariel estudiaba en

San Marcos. Fingiendo que no pasaba

nada, y por dentro rogando que fuera

en la Católica donde llevara sus cur-

sos su marido, cerró la conversación

hablándole de ponerse a buscar qué

cosas habría para la próxima semana

por la noche. Él se acercó y le dio un

beso en la cabecita, a lo mejor com-

padeciéndose de ella, mal inter-

pretando su poco entusiasmo mani-

fiesto por salir con él, y anunció que

se daría una ducha y luego iría a la

cama.

Page 21: Un pacto para vivir

Las primeras noches salieron a

cenar al mar, al centro de la ciudad y

a todo sitio interesante que se

antojara aparecer el primero en las

búsquedas de Google. Él, cansado, o

más bien aburrido, de intentar coin-

cidir con su mujer en algún tema

interesante, decidía cuándo se ter-

minaba la velada y ella no presentaba

protestas. Subía al coche y volvían a

casa sin novedad. La cuarta o quinta

noche, Adrián Márquez desistió de

salir con su mujer a cenar y no volvió

a casa hasta muy tarde; tal como se la

esperaba, a Julieta la encontró dor-

mida y por la mañana, ni le tocó el

Page 22: Un pacto para vivir

tema. Esa actitud obsecuente de ella,

que debiera preocuparlo, a él le daba

comodidad. Ésa era, en buena ima-

gen, la relación conyugal a la que

estaban atados los dos: sin novedad.

Por ende, su marido no se

enteraba nunca de los correos que se

cruzaban en sus narices un tal Ariel y

ella. Era su secreto, era por fin algo

que le aceleraba el corazón después

de mucho tiempo.

Julieta escribía enamorada y

recibía respuestas igual o más

apasionadas que la ponían por los

cielos. Tenía 28 años pero se sentía

de 16. Enviaba emails, recibía, sus-

piraba y cerraba todo en cuanto lle-

Page 23: Un pacto para vivir

gara su marido, y adoptaba su

posición habitual de esposa sumisa.

Lo único que le pesaba era

acostarse con su marido. No era muy

a menudo, pero cada vez le costaba

más fingir, o ya no tenía ganas de

tener que hacerlo. Pero también

consideraba que era legítimamente

suya y que debía cumplir con él; esto

era una curiosa contradicción que se

le presentaba momentos antes del

acto y con la que nunca arribaba a

nada. Sus pensamientos se volvían

remolinos mientras en la cama su

marido la poseía, y ella volaba como

dejando en piloto automático a una

Julieta que sabía de memoria cómo y

de qué lado ponerse en las ya

Page 24: Un pacto para vivir

bastante conocidas, embestidas de

Márquez. De vez en cuando volvía

en sí y se encontraba trepada en su

marido; lo reconocía dentro de ella e

inmediatamente, en un acto reflejo,

casi natural, rememoraba a Ariel y

entonces apretaba contra su pecho a

su legítimo marido y lo sentía des-

hacerse en ella, pero soñando

inconscientemente que era a su

amante a quien sentía.

–o–

Page 25: Un pacto para vivir

III

Una tarde, como a las seis y

media, llamó Adrián a casa y le pidió

que preparase una cena ligera, que

iría a casa con unos amigos de la

universidad. Ella salió de compras,

volvió a casa y con mucho esmero

preparó una cena para seis, como le

ordenó su marido. Cerca de las

nueve, cuando acababa de ponerse

un vestido que finalmente le gustó y

se miraba en el espejo las formas que

mantenía como si tuviera 20, escuchó

en la primera planta a su marido

llegar y llamarla a gritos.

Page 26: Un pacto para vivir

Por algún extraño instinto,

Julieta ya sabía a quién encontraría

en la sala al bajar.

Estaba de espaldas a ella,

descorchando un champán. Cuando

se volteó para verla bajar la escalera,

Ariel casi se pega con el corcho en la

cara y ella le sonrió disimulando sus

nervios, cuando todos empezaron a

reír del espectáculo que era él empa-

pándose de espuma la camisa. Y él le

entendió perfectamente el juego

cuando ella le ofreció una servilleta y

le indicó el baño tratándolo de “jo-

vencito”. Durante toda la velada todo

se sucedió como si, efectivamente,

recién todos se acabaran de conocer.

Page 27: Un pacto para vivir

De rato en rato, ella o él,

echaban miradas subrepticias al

capitán Márquez que seguía

brindando y bebiendo y charlando,

animoso y en exceso. Era ya sábado

como a las 2 de la mañana cuando

empezaron a irse y al capitán lo

dejaron entre todos en su recámara,

inconsciente.

Ariel se había ido con los demás

amigos, todos más ebrios que él, pero

en cuestión de minutos, cuando ella

recogía la mesa y pretendía dejar

todo en el lavadero, escuchó los

golpecitos en su puerta, que sabía

muy bien de quien eran. Apagó las

Page 28: Un pacto para vivir

luces y le abrió. No le dio tiempo de

preguntar nada: lo atrajo hacia ella y

allí mismo, tras la puerta, y después

en los sillones de la sala, y en la

cocina y en la escalera, allí mismo,

bajo la habitación donde yacía el

capitán, hicieron el amor sin reparos,

sin ocuparse de no hacer ruido, como

queriendo despertar a todo el

vecindario, como queriendo con eso

explicarse que no haber hecho

preguntas había sido su primera y

maldita bendición. Sentados des-

nudos en la ventana, mirando a la

luna llena, al fin Ariel le preguntó si

era feliz. (La misma pregunta que ella

le había hecho a su marido un tiempo

atrás.)

Page 29: Un pacto para vivir

– Contigo, sí.

– Conmigo, no; con él, ¿eres fe-

liz?

– No importa. Eso ya no me

importa.

– A mí sí me importa, Julieta. Yo

quiero saber si soy sólo un amante

más o si acaso por mí, serías capaz

de…

– Cállate. Sólo cállate. Por favor

–terminó, pareciendo verdadera-

mente incómoda–.

Por unos momentos, Ariel tragó

saliva amargamente, sin entender

bien nada. Ella miraba a la luna,

impasible.

La siguiente conversación fue

muy lenta, pausada.

Page 30: Un pacto para vivir

– No. Dime, Julieta, ¿qué es lo

que somos tú y yo?

– Lo que hacemos.

– Cómo se llama eso.

– No lo sé. ¿No te lo explicas tú?;

yo tampoco sé lo que somos tú y yo.

Nuevamente se hizo un silencio

y Ariel se puso de pie. Ella no lo

miró, adivinó que se estaba vistiendo

y no hizo nada, sólo mirar por la

ventana la noche sin fin.

– ¿Por qué quieres un nombre

para esto –dijo mirando siempre por

la ventana–, qué ha cambiado entre

nosotros?

– Debiera decir que eres casada,

que eso lo cambia todo. Pero aquí nos

tienes debajo de su propia cama,

Page 31: Un pacto para vivir

como animales en celo. …espera: eso

es lo que somos.

– Animales.

– A lo mejor sí.

– Yo no soy un animal, Ariel –

dijo ella, repentinamente y sin saber

por qué, con la voz quebrada–.

La miró esconderle el rostro y se

acercó en la penumbra hasta ponerse

detrás de ella. Se quitó la camisa y se

la puso en la espalda, abrigándola,

luego la abrazó, acomodándose para

sentarse detrás de ella. Julieta se hizo

a un lado y la luz de la luna iluminó a

través del cristal a dos gatitos

enrollados él uno al otro, como

animales complicados.

– No me dejes, Ariel.

Page 32: Un pacto para vivir

– No es lo que quiero hacer.

El alba los encontró todavía

tumbados en el sillón, dormidos. La

luz del sol, tibia sobre su carita, la

despertó. Se descubrió pequeña y

feliz, todavía entre sus brazos. Se giró

y le besó en el pecho; lo despertó. Él

la miró a los ojos, le dedicó una

sonrisa y la observó desnuda, pre-

ciosa a contraluz; y se sintió com-

pleto, sin nada más qué hacer para

siempre, infinito. Ella le hizo una

seña y miró la hora en su reloj.

Entendía todo: se debía marchar.

Después de aquella noche, sus

encuentros, con descaro, se daban en

Page 33: Un pacto para vivir

la mismísima casa de ella. Era vivir

con el amante de día, y por las

noches recibir al marido. Ahora su

actitud hacia él en la cama, también

había cambiado. Las pocas veces que

su marido la requería, ella le rehuía

reclamándole alguna tontería –que le

sobraban motivos para hacerle un

desplante–. Y al capitán lo único que

le pareció es que eso debía de suceder

algún día; así que la dejó, y para el

sexo ocupó de lleno a sus amantes.

Lo malo vino de parte de Ariel,

una tarde cuando salieron de la

ducha y estaban en la sala esperando

el delivery que habían ordenado, a

medio vestir, mirando la tele.

Page 34: Un pacto para vivir

– He pensado que te quiero más

que sólo para esto, ¿sabes?

Y ella siguió mirando la tele,

como si no le hubiera escuchado. Por

primera vez, Ariel la trató brus-

camente: en un impulso apagó el

monitor, la tomó por los hombros y

la miró directamente a los ojos.

– Esto no es lo que quiero para ti

–espetó–.

– Qué cosa –preguntó ella, pare-

ciendo verdaderamente no enten-

derle–.

– Esto, esta situación no es la que

yo quiero para ti.

Julieta se quedó un momento

mirándolo. Luego contestó pausada:

Page 35: Un pacto para vivir

– Pero si yo no me he quejado,

Ariel.

Y él no supo qué más decir. Era

verdad. Era él quien no se sentía a

gusto y lo disfrazaba de no querer

esto para ella. Esa patética actitud

típica masculina, la de proteger

siendo que ella no necesitaba nin-

guna protección en ese momento.

Ella lo miraba esperando que dijera

algo, o a lo mejor que simplemente

encendiera la tele. Y él se paró y se

marchó poniéndose la camisa todavía

andando.

Días después, por email, un aver-

gonzado Ariel intentaba disculpar su

Page 36: Un pacto para vivir

actitud y quería verla. Por la tarde

estaba en el mismo sillón de la sala,

sentado frente a ella con la tv apa-

gada y Julieta que lo miraba atenta.

– No sé qué decir, o por dónde

empezar.

– Empezar qué.

Ariel tenía 20 recién cumplidos

en ese entonces, y ella estaba a punto

de los 29. Pero viéndolo así como lo

tenía ahora, Julieta sentía que estaba

frente a un nene de 13. Lo esperó.

– No sé, no entiendo nada…

Silencio.

Y Julieta empezó:

– Me gusta estar contigo, me gus-

ta pasarlo contigo. No hemos tenido

mayores problemas antes porque esto

Page 37: Un pacto para vivir

es todo lo que hay que saber. Deja de

querer encontrar algo más aquí: sólo

somos tú y yo, y lo que nos hacemos,

que nos gusta.

Se quedaron en silencio después

de eso. Y él pregunto qué es lo que

debía hacer ahora. Julieta subió los

pies al sillón, se le acercó al pecho y

encendió la tv; él la abrazó y así

pasaron el resto de la tarde.

Las cosas parecían haber vuelto a

la normalidad, o por lo menos a

alguna normalidad. Los amantes se

seguían disfrutando cada vez que se

encontraban. Y en la universidad,

Márquez y Ariel eran compañeros de

Page 38: Un pacto para vivir

clase de lo más normal, aunque el

capitán le llevara 13 años o él se co-

giera a su mujer.

–o–

Page 39: Un pacto para vivir

IV

Pasó a lo mejor un trece o

dieciséis de enero, cuando llevaban

casi un año de relación, que Ariel

recibió la noticia, y se la comunicó a

Julieta por email.

Quedaron en verse para almorzar

y así fue.

– Debes tomarlo, querido –soltó

ella, segura de lo que decía–.

Ariel miraba el fondo de su vaso

y luego, por la ventana del res-

taurant, a la playa, una y otra vez.

Page 40: Un pacto para vivir

– ¿Eso es lo que quieres –pre-

guntó tristísimo–?

– Sí –dijo sin pensarlo dos veces,

Julieta–.

Él, otra vez desconcertado, se-

guía mirando a todos lados con tal de

evitar la mirada de ella. Al fin puso el

vaso en la mesa, apoyó los dos ante-

brazos al borde de la misma y la miró

de frente:

– Dímelo una vez más.

– Es lo mejor para ti, Ariel –se

explicaba Julieta–. Difícilmente se te

presentará otra oportunidad así, y yo

no quiero llevar ningún cargo de

conciencia. Toma ese intercambio y

vete a Europa a estudiar.

Page 41: Un pacto para vivir

– Pensé que te importaba más –

dijo él por toda respuesta–.

– Qué dices. Si es porque me

importas que te pido que escojas lo

mejor para ti.

– Pues no es lo que yo quiero,

¡yo te quiero a ti –sentenció final-

mente, clavando en ella una mirada

ambivalente, insondable como el

mar–!

Ella aguardó un momento,

agachó la mirada y después de eso

sólo le pidió irse. No quiero tener

esta conversación, le dijo. Y, acto

seguido, fue a los servicios higiénicos.

Para Ariel, que nunca entendía

nada cuando ella se ponía así, y que

se dejaba llevar por la cólera, el único

Page 42: Un pacto para vivir

pensamiento que tenía en mente

rezaba furioso: ¿Eso es lo que qui-

eres? Entonces eso es exactamente lo

que haré.

No hubo una despedida, nadie

pidió explicación. De un día para

otro, veloz, Ariel le escribía a Julieta

que esa tarde partía. Y le daba todos

los datos del vuelo, aunque sin invi-

tarla a asistir.

En el aeropuerto, él la buscó

entre la gente hasta el último

minuto; pero no la encontró. La

encontró recién en Francia, cuando

llegó y abrió su email. Julieta estaba

destrozada.

Page 43: Un pacto para vivir

Querido Ariel

Sé que no vas a entender nada de lo que diré, porque tú no tienes que entenderme: soy una tonta.

Desde que te conocí fue que empecé a creer otra vez en el amor. Pero, lástima, yo ya tenía un compromiso. Y he sido siempre educada en que lo peor que podría pasarme en la vida sería ser una divorciada. Es muy mal visto. Me enseñaron que eso es lo peor. Pero ahora sé que no. Lo peor es quedarme sin ti.

Page 44: Un pacto para vivir

No quise admitirlo nunca, pero estás muy dentro de mí. Y ahora simplemente te perdí. Esa última noche, cuando dije que irte era lo mejor para ti, debí decirte que también era la mismísima muerte para mí. No sabes cómo me dolió que me contestaras “eso no es lo que yo quiero, yo te quiero a ti”. Jamás olvidaré esas palabras. Pero ahora estás allá y yo, con todo lo que te quiero, tengo que pedirte que no volvamos a intercambiar correos nunca más. Quiero que seas muy feliz, y quiero que lo seas con otra persona que no sea yo. Yo no soy una mujer digna de ti. Mírame: ni siquiera

Page 45: Un pacto para vivir

puedo dejar a mi marido. Y no lo haré. Quiero que seas muy feliz y que me olvides para siempre. Yo haré lo mismo. E intentaré ser otra vez sólo una mujer casada con un hombre que la engaña. Pienso que Márquez puede cambiar, voy a intentarlo otra vez con él. Ariel, querido, perdóname pero no quieras saber nunca nada más de mí.

Julieta.

Page 46: Un pacto para vivir

Ariel estuvo muy furioso al prin-

cipio, leyó y releyó infinitas veces el

correo, hasta que de la rabia pasó al

llanto. Intentó contestar y la cuenta

de ella había sido cerrada. Llamó a

Lima pero no supo ni por dónde em-

pezar: jamás le había pedido su

número telefónico y no podía llamar

al capitán a pedirle que le comunique

con su mujer, obviamente. Se deva-

naba los pensamientos y al final se

resignó. Julieta debía pasar al pasado;

y él, caminar la vida de nuevo –o eso

es, en teoría, lo que sabía que debía

hacer–.

–o–

Page 47: Un pacto para vivir

V

Sentada en su ventana, Julieta

mira las nubes transformarse en

dibujitos que intenta reconocer, de rato en rato se le empañan los ojos y

se seca las lágrimas y se sopla la

nariz. Se imagina a Ariel leyendo el

email y piensa si fue lo mejor cerrar

la cuenta o mejor esperaba una

respuesta de él. Pero ya no hay

marcha a atrás, lo sabe bien. Él va a

estar allá y ella acá y además era

verdad lo que escribió: pensaba

volver a Márquez como lo que era:

Su legítima mujer.

Page 48: Un pacto para vivir

No contaba, por supuesto, con

que él nunca en realidad la amó.

Pronto, la vida de ella se volvió

un infierno. Por quererlo “recuperar”

lo solicitaba “demasiado” –en

palabras del capitán–. Al principio, él

accedió porque se sentía bien que ella

lo atienda y lo complazca. Pero

después, ella empezaba a hacer de-

masiadas preguntas, y a Márquez

nadita le gustaba tener que dar

explicaciones. Menos a una mujer.

Aunque fuera su esposa.

De pronto Julieta empezó a

aparecerse por la base militar y hasta

en la mismísima oficina del capitán,

cosa que desconcertó a la secretaria y

Page 49: Un pacto para vivir

a todo el cuerpo. Y al capitán lo en-

fureció.

Julieta, en su afán de recuperarlo

contó con, necesariamente, tenerse

que deshacer de las amantes que

sabía que él tenía. Para ello pretendía

no darle espacio para verlas. Pero

hizo mal. Muy mal. El capitán se

sintió asfixiado y un día, sin de-

masiado remordimiento la llevó a

casa y la dejó allí violentamente,

encerrada. Julieta no entendía bien

qué es lo que debía hacer. Cuando

Márquez volvió, y ella retomó el

hostigamiento, recibió de su marido

un manotazo en la espalda, que la

dejó muy adolorida y tumbada a un

lado de la cama, además de una sarta

Page 50: Un pacto para vivir

de lisuras respecto a qué es lo que él

quería de ella, que era poco: que no

lo joda nada más –en sus palabras–.

Julieta no entendía muy bien por

qué, pero se volvió más obstinada en

cuanto peor trato recibía. Y Márquez

se convirtió pronto en un abusón

redomado y brutal. La violencia cada

vez más iba en aumento, y ella no

recurría a nadie porque otra cosa

muy mal vista era que la sociedad se

enterara de cosas que suceden a

puerta cerrada. Así la habían edu-

cado: los trapitos sucios se lavan en

casa. Y no se daba cuenta que

aquellos no eran trapitos sucios sino

todo un atentado. Lo aguantó: boba.

Page 51: Un pacto para vivir

Pasó la época en que ella lo

esperaba llena de ideas y cositas para

hacer juntos, y él a todo decía no y

que lo deje de joder. Pasó la época en

la que ella lo esperaba con una cena,

y él le decía que ya había comido y

que no quería nada y que si quería lo

podía tirar todo a la basura, que le

daba igual. La época en que ella le

entregaba su cuerpo y él la rechazaba

como a un perro, también pasó. Y

pasó todo y ella seguía allí, al lado de

él: verdaderamente como un animal

fiel, imbécil y fiel.

Llegaron en algún momento a lo

que se podría llamar una isla, un

“algo” donde todo parecía volver a la

tranquilidad. Márquez llegaba a casa

Page 52: Un pacto para vivir

y ella ya no preguntaba nada, se

quedaba cerca de él nada más,

solícita, esperando a que la necesite.

Y él la ignoraba por completo. Se iba

a la cama y ella lo seguía. Él se

aburría y de una cachetada la

regresaba a la sala mientras se iba al

cuarto a descansar. Más tarde, ella se

metía a la cama y él se movía para

hacerle espacio, evidenciándole el

fastidio que le generaba que ella

llegara. Se levantaba temprano y, con

o sin mesa servida, se iba de casa sin

desayunar. Las veces que ella pre-

paraba algo para desayunar juntos y

lo esperaba, esperaba en vano. El

capitán pasaba de largo, ya ni los

buenos días le daba.

Page 53: Un pacto para vivir

Una noche, Julieta se fue de casa

y pasó la noche frente al mar. Volvió

al siguiente día, cuando ya su marido

había salido de casa. Estaba en

evidente mal estado y sin embargo,

cuando él volvió y la encontró así, él

no preguntó dónde había pasado la

noche o si acaso se sentía mal. Desde

esa vez, Julieta entendió finalmente

que todo lo que quería rescatar entre

los dos nunca existió ni existiría.

Pero aún viéndolo con claridad, no

supo qué hacer.

Parece lógico lo que le sucedió

después. Una de esas noches que se

largaba de casa como gata perdida y

deambulaba sin rumbo, acabó en un

antro bailando como loca en medio

Page 54: Un pacto para vivir

de otros locos que le habían dado

drogas; por la mañana despertó

desnuda y adolorida en medio de

otros hombres y mujeres también

desnudos, y empezó a reír des-

controlada. Los demás empezaron a

despertar y a reírse con ella, estú-

pidos. Y se volvieron a violar entre

todos, antes de irse cada quien sin

despedirse, sin siquiera presentarse.

Otras noches terminaba en un

hotel con un desconocido que des-

pués de usarla la abandonaba a su

suerte, quién sabe dónde fuera que

amaneciera.

Aunque seguía siendo una mujer

hermosa, había tanto por delante de

Page 55: Un pacto para vivir

su belleza, opacándola, que parecía

ella misma haberse olvidado de sí.

Pero eso sí, siempre volvía a su

casa sola. A casa vacía, verda-

deramente vacía, aunque no tanto

como su corazón. Y empezaba en ella

un círculo vicioso de ducharse y dor-

mir, despertarse hambrienta, vestirse,

comer y escapar otra vez, antes de

que vuelva el capitán.

¿Para qué lo quiero ver –se

decía–?, no quiero verlo nunca más.

–o–

Page 56: Un pacto para vivir

VI

«Seis años atrás, en esta misma

cama, ella ocupaba la mayor parte de

mis pensamientos. ¿Qué edad tendrá

ahora?, ¿35, 36?... ¡Y a mí qué me

importa! Fue muy clara con su

último email; de “nosotros” ya no

queda nada. …sin embargo, todavía

me preguntó Qué será de ti, Julieta.»

Había vuelto a Lima por primera

vez. Y estaba hecho todo un hombre

de mundo, de costumbres sofís-

ticadas, con un buen trabajo y que

hablaba con soltura Francés, Inglés,

Alemán y Sueco. La noche que llegó

Page 57: Un pacto para vivir

estaba muy cansado, y, por la hora,

llegó directo a descansar a casa de sus

padres, a su vieja cama de uni-

versitario. No fue sino hasta el

siguiente día que recién salió a pasear

con su familia y a buscar a las

amistades.

Contaba de las cosas que había

vivido como estudiante, de las

costumbres que había tenido que

aprender y desaprender y mil y un

cosas más. Pero no habló de ninguna

mujer.

Fue por la noche, cuando estaba

celebrando con los viejos amigos de

San Marcos en una disco, que salió el

tema. Y él no les ocultó nada. La

verdad era que en Francia se había

Page 58: Un pacto para vivir

dedicado al estudio con toda su

atención, y las mujeres que habían

pasado por su vida habían pasado por

su cama nada más, ninguna por su

corazón. No tenía mucho qué contar

al respecto. Sólo había tenido espo-

rádicas compañeras de cama, nada

importante.

– ¿Ustedes se acuerdan del

capitán Márquez –se atrevió de pron-

to, con varias copas encima–?

Al principio les costó un rato

recordarlo, pero después sí dieron

con él. No obtuvo mucho con ellos

porque la verdad era que le perdieron

el rastro. Pero llegaron a la con-

clusión de que sin duda seguiría

viviendo donde siempre.

Page 59: Un pacto para vivir

De pronto, como una epifanía

maldita, sonó en el antro una canción

asesina que de a pocos, mataba a un

risueño Ariel, hasta ponerlo a llorar

como niño.

«Los restos de un amor… con un camino recto a la desesperación… desenlace de un cuento de terror.»

Y sin saberlo ninguno, en ese

mismo lugar, ebria, escuchaba

también por primera vez esa canción,

Julieta.

«Seis años así… buscando otro cuerpo, otra voz… fui consumiendo

Page 60: Un pacto para vivir

infiernos para salir de vos, intoxicado, loco y sin humor.»

Cada cual por su lado, perdidos y

encontrados, sin darse por enterados.

Llorando sin nadie que los mirase.

«Si hoy te tuviera aquí… me sentirías raro.»

Huyó Julieta hacia el baño, a

buscar si en la última jeringa que usó,

todavía tenía sustancia. Y por la

puerta de entrada, en ese mismo

momento, decidido, escapaba Ariel.

–o–

Page 61: Un pacto para vivir

VII

«Si para tenerte aquí, había que maltratarte: no puedo hacerlo; sos mi Dios: Te veo, me sonrojo y tiemblo.

¿Qué idiota te hace el amor? »

Eran otros. Ella no era ya nunca

más la mujer de principios, y hasta

tierna, que consideraba indecoroso el

divorcio. Y él ya había dejado de ser

el muchacho propenso a la ira, de

sentimientos plagiados de vidas que

no eran la suya, que solía escribir con

facilidad sus emociones en un email

y hacerla vibrar de pasión.

Page 62: Un pacto para vivir

El encuentro, a decir verdad, fue

tristísimo.

Ariel fue hasta su casa, confiando

en que siempre el capitán no

estuviese. Se equivocó.

Al acercarse lo escuchó gri-

tándola, o en realidad escuchó los

gritos de ambos.

Las groserías hubieran espantado

a cualquiera; pero él se quedó ahí,

petrificado en un segundo, sin saber

si huir o intervenir. No es que

tuviera miedo, es que de pronto

sintió que le faltaban fuerzas –tanto

para irse, como para quedarse–.

Sintió que no reconocía a nadie allí

adentro, en especial a ella –No puede

ser ella, le suplicaba su mente–.

Page 63: Un pacto para vivir

– Claro. Si por ti fuera, que me

muera para quedarte con todo, perra

–era la voz del capitán, pro-

bablemente borracho y furibundo–.

– Sí –una Julieta increíble–. Sí, y

qué. Soy perra, tú perra, ¡la perra que

te corona!

Ariel había puesto la mano sobre

el timbre y estuvo a punto de tocarlo

un momento antes de escuchar

aquello. Pero al oírlo se desarmó por

dentro, eso jamás lo hubiera ima-

ginado. Suspiró un suspiro amargo

(¿un bufido suspirado?, ¿un suspiro

bufado?). Y apoyó la frente en la

puerta y la palma entera sobre el bo-

tón del timbre, sin presionarlo, con

los ojos apretadísimos.

Page 64: Un pacto para vivir

De repente se hizo el silencio, al

que le siguió un llantito mezclado

con risa, indescifrable. Y sin poder

creerlo la escuchó de pronto afectada

pero convincentemente cariñosa y

hasta suplicante, una gata en celo,

repugnante. Márquez medio se reía y

le decía porquerías a las que ella

contestaba con risas y gemidos

grotescos, esto no parecía estar

ocurriendo por vez primera. No se

imaginaba ni hubiese querido saber

qué pasaba allí dentro, y ahora sí ya

no quería ni quedarse ni intervenir.

Estaba horrorizado. Se separó de la

puerta y dio marcha a atrás para

siempre.

Page 65: Un pacto para vivir

Después de eso, alistó sus maletas

y se fue a visitar el interior del país

en los días que le quedaban aún. La

pasó bien y se distrajo bastante; la

verdad es que, aunque a ratos

pensaba en ella, ya había decidido

dejarla en su lugar: una mujer del

pasado. Se fue a Cusco y a la Selva

que nunca antes había podido

conocer. Y volvió a Lima cargado de

recuerdos para sus amistades en

Europa y sobre todo, feliz.

Ya en Lima, planeó su viaje de

retorno para esa misma semana, y

sentía que ya nada aquí podría

hacerle daño, como siempre temió: y

Page 66: Un pacto para vivir

respiró aliviado, capaz de todo por sí

mismo.

En su caso, como suele pasar, el

golpe lo hizo más fuerte.

Había superado.

–o–

Page 67: Un pacto para vivir

Epílogo

Eran las once de la noche y a

pesar de que su vuelo estaba previsto

para el siguiente día a la una de la

tarde, estaba Ariel con un par de

amigos en un pub tomando algo.

Había mucho ambiente y su idea era

volverse a casa temprano y tranquilo,

sin más acontecimientos. – No puedes ser tú –le dijo una

voz inconfundible, tirándole suave-

mente del hombro–.

Antes de regresar a mirarla, Ariel

sabía bien quién era ella.

Page 68: Un pacto para vivir

– ¿No puedo?, ¿quién dice que no

puedo –contestó girándose–?

Y de súbito tenía colgada a su

cuello a una Julieta maltrecha, o una

versión de Julieta que parecía sacada

más bien de un malhadado reparto de

payasos callejeros desalojados de una

casona antigua por los serenos, a

media noche, con perros y a palos, a la carrera. Se sintió tentado a alejarla,

pero encontró su mirada justo

cuando la tomaba por debajo de las

costillas, y aunque era ésta una

Julieta impresentable, encontró en el

brillo de sus ojos la misma emoción

de aquella mujer que una vez le dijo

–y le volvieron a sonar las palabras

en la cabeza– “No me dejes, Ariel”.

Page 69: Un pacto para vivir

Se sintió entonces movido por una

extraña misericordia a preguntarle

qué le había pasado, pero en ese

momento ella ocultó nuevamente el

rostro.

La mujer se abrazó a su cintura y

con todas sus fuerzas, como el que

busca echar abajo un muro con su

humanidad sola con esperanza de

hallar del otro lado un mejor lugar,

apretó su cabeza contra el pecho

fornido de un Ariel sin concierto.

Allí la tenía, pareciendo querer

atravesarlo y esconderse dentro de él.

Allí la tenía, otra vez entre sus

brazos, como hubiera anhelado hace

tiempo atrás.

Page 70: Un pacto para vivir

Con mucho esfuerzo consiguió

sacarla de la multitud que bailaba

toda compacta como una sola masa, y

recién afuera pudo separarla final-

mente de sí.

– Por favor, Ariel, por favor…

no me juzgues fácilmente; soy una

tonta, soy una tonta…

Ariel, sin atinar a mucho, sólo

calló, esperando que se calmara sola.

Y así fue. Poco a poco ella empezó a

respirar más tranquila, sin levantar la

vista de sus zapatos, con las manos

apoyadas a la altura de los riñones y

de cuando en cuando suspirando.

Repentinamente se volvió a abrazar a

él, aunque ya más decentemente.

Page 71: Un pacto para vivir

Y él se dejó llevar y la envolvió en

sus brazos.

– No me dejaste saber nunca

nada más de ti –empezó, serio y triste

a una vez–.

– Soy una tonta, solamente. Era

fácil, Ariel, hubiera sido tu mujer

desde el momento en que me ena-

moré de ti; hubiera sido todo tan

fácil… ¡pero tenía que ser una tonta!

Era fácil, Ariel… era fácil entonces…

– No me dejaste saber nunca

nada más de ti –repitió con la voz

quebrada, un Ariel insólito–.

Ella alzó la mirada y le encontró

los ojitos humedecidos. Y se acordó

de la primera vez que lo tuvo des-

nudo en aquel hotel, jugueteando

Page 72: Un pacto para vivir

con ella antes de meterse a la ducha,

tierno.

– Vámonos de aquí, vámonos a

donde nadie nos vuelva a encontrar.

Vamos a empezar otra vez –le dijo

besándolo en la boca y los pómulos y

las mejillas–.

Nada más entrados en la

habitación, se quedaron inmóviles.

Parecían dos bestias heridas, a punto

de devorarse para sobrevivir, la una a

la otra. Parecían.

Ariel tomó la iniciativa y la

condujo a la cama, no muy deli-

cadamente. Ella omitió el trato y se

Page 73: Un pacto para vivir

trepó de inmediato a la cama con las

piernas cruzadas, esperándolo.

Ariel acercó una silla y sentado

en ella se quedó a mirarla unos

segundos.

Parecía una verdadera gatita. Un

animalito recogido de la calle; nada que ver con la mujer que había

amado, seis años atrás. Y al fin

preguntó la pregunta que le

atormentaba:

– Qué te pasó.

Como respuesta obtuvo un “Te

fuiste” y a ese animalito besándole el

cuello y aferrándose a su espalda.

Page 74: Un pacto para vivir

Hicieron el amor como había

sido siempre, como si ayer mismo

hubieran pasado la tarde en casa del

capitán Márquez, follando bajo su

techo, casi diríase con su auspicio.

Hicieron el amor una y otra vez

como si hubieran llevado una cuenta

secreta y estuvieran poniendo al día

las deudas. Y siempre de una manera

animal: devorándose.

Por la mañana, con los primeros

rayos de sol que entibiaron la piel

desnuda de Julieta, Ariel empezó a

descubrirle las marcas que a su

cuerpo, antes hermoso, ahora ma-

gullaban. Recordaba esa piel muy di-

Page 75: Un pacto para vivir

ferente, menos desgastada. Recor-

daba esa piel… Se dio cuenta que no

recordaba esa piel. Se dio cuenta que

había imaginado alguna piel, la

mejor, y se la había obsequiado en su

fantasía, y le había obsequiado tam-

bién una figura divina, que en la

realidad no existía.

La dejó dormir, contemplándola

en absoluto silencio.

Fue al baño cerca de las nueve de

la mañana y cuando salió la encontró

en la cama, cubierta, como siempre

había hecho, con la sábana. La miró

en el espejo del techo y ella le sonrió.

Él no le devolvió la sonrisa. Terminó

de ponerse el reloj y le pidió que se

incorporara.

Page 76: Un pacto para vivir

– No me reclames nada, por fa-

vor, Ariel –empezó ella, con una

timidez que parecía pánico y que a él

le producía tremenda tristeza–.

– No te voy a reclamar nada…

– Dime.

– Te voy a pedir perdón.

Le dijo que al mediodía se iba de

regreso a Europa. Y ella escuchó

callada, sin emitir ni un sonido, pero

con los ojos henchidos de lloro.

– Pasé mucho tiempo contigo

pero sin ti. Sé que sabes de lo que

hablo porque supongo que has ex-

perimentado lo mismo. Y ahora sólo

he confirmado lo que me temía. Tu

vida y la mía se separaron para siem-

pre, cuando dejé que callarás, cuando

Page 77: Un pacto para vivir

te permití que te guardaras todas las

cosas que debías decirme. Te di mi

amor sincero y me lastimé por no

aprenderte. Ahora, ya mucho tiempo

después, te pido perdón por ello.

Porque no debí aparecer jamás en tu

vida. Y sin embargo también te doy

gracias, porque eres parte de lo que

soy. Soy algo de lo que tú eres, o

fuiste, pero soy a la vez diferente. Y

nuestra diferencia ahora es irre-

conciliable. Probablemente te quiero,

y he vuelto a sentirme como hace

seis años al encontrar tu mirada… tu

mirada… pero no quiero más de ti.

Me voy porque ya he muerto y he

resucitado, aquí. Me voy porque mi

Page 78: Un pacto para vivir

vida, mi vida, continúa pero lejos de

acá.

Julieta, que se había llevado las

manos al rostro y con ellas intentaba

cubrirse la atroz abertura que dibujó,

incontrolable, su boca, no paraba de

respirar espasmódica y emitía un

agudísimo chillido piano.

– Supongo que ahora eres tú

quien no me entiende. Este es el

pacto para vivir, Julieta: Odiarnos sin

tregua; yo te odio y así está bien, así

que ódiame a mí tú también. Ése será

nuestro pacto secreto: Odiarnos para

poder vivir. Y olvidarnos de a pocos,

como a las cosas que se odian; ódiame

de sol a sol, con todas tus fuerzas,

para sobrevivir sin enloquecer.

Page 79: Un pacto para vivir

La miró por última vez, como a

un bicho, luego hizo puño en sus

manos y al fin giró sobre sus talones,

y respetuosamente y en silencio,

cerró la puerta al salir, un Ariel de

metal.

–o–