un hombres sin palabras. susan schaller

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Page 1: Un Hombres sin Palabras. Susan Schaller

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-Mesa- le dije, hacicnrkr lrr scri¿r cor'r'cspon-diente.

Posó la palma en el librr.-Libro- contesté y, aLul(luc lcrrí¿r llr r:iu-¿r cu-

bierta de lágrimas, seguí ol-lctlicrrlc srrs tlcdos ysus manos, haciéndole l¿rs scrlrrs tle "¡)ucrta","reloj", "silla". Pero con la rrrisrrrir bnrsc¡ucdadcon que habíapreguntado los rro¡rrbrcs, ¡xrlide-ció, se demrmbó y rulmpiti ¿r lkx'lu'. ('r'uzri losbrazos sobre la mesa y ¿rpoy(i ll clbe z¿r enellos. Me vi los dedos hl¿urcos tlc ¿r¡r'ctar elborde metálico de la mcs¿r, (prc cru,jílr,lr:rio su_

aflicción más fuerte quc sLrs sollt,rr,r.( "rnAü

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Primera Persona ,llljll

Page 2: Un Hombres sin Palabras. Susan Schaller

Susan Schaller

q0t, Is{4homDiscño de cubierta: Mario Muchnik

En cubierta:In:; tttttttt¡s dc Georgia O'Keefe (detalle),

lir(O de Alfred Stieglitz (1918)

ljoto de contracubierta:Leisa Alvarado

No rc ¡x'r'rrrilc la reproducción total o parcial de este libro, ni suirrt'or'¡xrltcir'rn a un sistema informático, ni su transmisión ent'rrulr¡rrie r' lonna o por cualquier medio, sea éste electrónico,

rrrcr'¡furico, r'e¡rlogr'áfico, gramofónico u otro, sin el permiso previo y

¡xrr csclito de los titulares del COPYRIGHT:@ 1991 by Susan Schaller

O 1993 by Grupo Anaya S. A.Arriryl & Mario Muchnik, Milán, 38,28043 Madrid.

ISBN: 84-7979-051-2Depósito legal: M-1070-1993

'l'ítulo original'. A Man Without Words

Esta edición deUn hombre sin palabras

c()nrl)ucsl¡r ctt 1i¡xrs Times de 12 puntos en el ordenador de la editorialsc terminó de imprimir en los talleres de

Vía Gráfica, S. A.el25 de enero de 1993.

Irnpreso en España - Printed in Spain

[Jn hombre sin palabras

Prólogo de Oliver Sacks

Traducido del inglés porJosé Manuel Álvar ez Flórez

VJ

Angela Pérez

s"ü;")

*3#/*N/*Y/r & Mario Muchnik

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Un hombre sin palabras

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NOTA DE AGRADECIMIENTO

No habría escrito este libro si no hubiera contado conla inspiración y la ayuda de Ildefonso y el estímulo yapoyo del doctor Oliver Sacks. También estoy endeuda con Robin Natwick, Jane Curtan, Don Brei-denthal, Holly Elliott, Dennis Galvan y sus alumnossin lenguaje. Quiero expresar mi especial agradeci-miento a André Bohn, Geneviéve Duss y KathrynJohnson, que me proporcionaron generosamente reti-ros para escribir, y a mis editores Anne Freedgood yJim Silberman por sus sugerencias, preguntas y tena-cidad. Deseo también dar las gracias a Andrea Thach,Greg Castillo, Gregg DeMesa, Carol Harte, Ken,Don, Roger y amigos, Christine Marchant, Tim Ba-ker, Emily Esner, Le Bateau Ivre, La Farine y eI CaféButtercup. Reconozco, por último, mi deuda con Mi-chael Bloxham, por sus críticas y su generosidad ypor cuidar a los niños.

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A lldefonso,que no cejó en Ia búsqueda

del significado y el final de la soledad.

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NOTA DE LA AUTORA

Dada la imposibilidad de traducir las expresiones fa-ciales, movimientos corporales y empleo del espacio(que dan sentido, profundidad y poesía a la seña), lasexpresiones de señas traducidas palabra por palabrason a menudo un lenguaje hablado pobre y torpe. Laverdadera expresión de señas es mucho más elocuen-te y compleja que la traducción de las mismas.

Se han cambiado casi todos los nombres de laspersonas que aparecen en el libro para garuntizar suintimidad.

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PRÓLOGO

En cierto modo, todos consideramos que el lenguajees un fenómeno prácticamente natural. ¿Por qué nohabríamos de verlo así, siendo como es algo queaprendemos de niños, al comienzo de nuestra vida?Lo aprendemos hablando con nuestros padres, sin lamenor dificultad y sin necesidad de instrucción ex-plícita. Todos los seres humanos aprenden a hablarde la misma forma automática; es decir, todos menoslos que son sordos. En el caso de las personas quenacen con sordera total, aprender el lenguaje es qui-zá algo mucho más complicado e incierto, porque nopueden hablar con sus padres de la forma habitual:no pueden asimilar el lenguaje de oído, aunque sison capaces de asimilarlo de vista sin el menor es-f\erzo, siempre que tengan la suerte de estar en con-tacto con un lenguaje visual, un lenguaje de señas,cuando lo necesitan. Pero imaginemos un niño queno sólo es sordo sino que nace en un país o un lugaren el que no es obligatoria la enseñanza; suponga-mos que nunca conoce a otra persona sorda, quenunca tiene contacto con un lenguaje de señas pro-piamente dicho; ¿qué pasará entonces? Talvezlle-gue a la adolescencia, e incluso a la edad adtlta, sinningún lenguaje; será un ser humano, quizá un serhumano inteligente, privado de lo que todos los de-más damos por supuesto, carecerá del derecho natu-ral esencialmente humano del leguaje.

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¿Cómo será la vida de un ser humano así, sin len-guaje? ¿Qué clasc clc scntimientos y pensamientostendrá? ¿Hasta quó punto podrá entender la cultura yla sociedad hurnan¿rs y f ormar parte de ellas? ¿Seríaposible quc cr't la crlacl adulta (y en condiciones idea-les) aprendicra lo clr.rc no aprendió de niño? Muy po-cas persolr¿rs, incluitlos los educadores y psicólogosmás sel'ios, sc ll¿rn planteado estas preguntas. Y sinemberrgo sol) I)t'c!luntas absolutamente esenciales,que poclríun ltn'ojar una luz potente e insólita sobreinnumcr¿rl"rlcs ¿lspcctos de la naturaleza humana.

Los f ilrisolirs fl'anceses del siglo xvru, que se en-treglron l t'onlinu¿rs especulaciones sobre hasta quépunl() lrr rlrlur.llcza humana es algo dado y natural yhirstir t¡rrri l)unto tlcpende de la lenguay la cultura, seplanlctrr.on ¡rrccisamente estas preguntas. Les fas-cin¿rblut los inlirrmes sobre los seres humanos que,por unit rrztilr rr otr¿1, se habían visto privados de unacduc¿rcirin rronnul. sin lenguaje y a veces también sinconl¿rclo llulll¿rno. Uno de esos informes fue el deVíctor', t'l "rrirlo salvaje" cle Aveyron, que encontra-ron ¿r los rlocc ¿rños vagando por el bosque; otro fuecl rlc Krrs¡r:r Illuser, que había permanecido desdeIos ll'es luros e lrc¿tdenado en un sótano, sin ningúnt'orrllr'lo llunlulo. Pero éstos eran casos extremos,nriis o nr('n()s ¡rlrtológicos, de personas privadas deIorlo t'orrlrrclo lluntano. ¿Habría seres humanos queIrulrit'r:ur t rt't'itkl en medios humanos normales, pero(¡rc n() lrr¡lrie nur podido aprender a hablar'/ El gramá-tico Sicrrrtl lrizo cll 1198la descripción de un ser hu-nr¿u)o rlt'r'slr'ti¡lo, es el informe de su encuentro conurr nirlo sonkr irrtcligente pero sin lenguaje, Massieu,clc c<inro corrsiguiti enseñarle un lenguaje y de cómo,en cor)s('r'nt'ncirr, Massieu adquirió "una nueva exis-tenci¿r".

Yo lrlrlrílr le ítlo algunos de esos informes, que mesubyuglrnrt: y n)L: había asombrado descubrir poste-rionncnlc t¡ rrc cstu literatura no tenía "continua-

ción"; al parecer, durante casi doscientos años nadiehabía investigado tales asuntos. Tal vez fueran máscorrientes esos casos en el siglo xvnI, en que noexistía la escolarización obligatoria. y fue precisa-mente por entonces, en noviembre de 1987, cuandorecibí por casualidad una carta de Susan Schaller enla que me explicaba parte de sus experiencias con Lrnhombre de veintisiete años, procedente de una zonarural de México, sordo y sin lenguaje, a quien habíaconocido hacía poco en Califbrnia. Me asombró sucarta, pues allí, como caído del cielo, estaba un con_tinuador de los grandes antecedentes del siglo xvrrrsobre los que yo había leído y cuya falta de suceso-res lamentaba. Schaller planteaba todas las vie.jaspreguntas, pero 1o hacía de una fbrma fiesca, perso-nal, nueva y estimulante.

Un hombre sin palabra^s es el estudio bello y mi-nucioso de este hombre sin lenguaje, Ildefonso, y delos esfuerzos pacientes, meticulosos e inteligente-mente concebidos por Schaller para establecer con-tacto con él y enseñarle el len-quaje. Resulta dilícilcomprender la magnitud de esta empresa; es literal-mente inconcebible, pues Ildefonso no sólo carecíade lenguaje sino de |a itlea misma cle lenguaje; alprincipio no tenía la míninia noción de io que se pro-ponía Susan Schaller, ni clc lo clue tan misteriosa-mente "hacían" entre sí las otr¿rs personas. Era evi-dente que deseaba con toclas sus fuerzas establecercontacto, comunicarse, pcro. salvo con gestos y mí-mica, no tenía forma dc haccrlo ni ninguna nociónde las posibilidades generalcs y abstractas del len-guaje.

Schaller hace una extraordinaria descripción de lavisión que Ildefonso tuvo por primera yez del len-guaje (de la primera vez que comprendió el signil-i-cado de una seña -y las señas son abstractas, al con-trario que los gestos y la mímica-); su descripción separece muchísimo a la que hizo Ann Sullivan del

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momento de la revelación del lenguaje a Helen Ke-lle¡, sorda y cicga, y de cómo llegó ella a compren-der su primera palabra: "agua". La primera palabra,la primera scña cn cl caso de Ildefbnso ("gato"), fueuna gran procz¿I, r-rna rcvolución, que transformó sumundo:

Se incorponj ,stíltilttnrcnte, erguido y rígido, ech(¡ hct-cia u.tnís ltt t ttl¡r:.tt .t,udelantó el menlón. Se le ttgran-clri el. blttttt'tt tlt' lt¡,t r¡ios, c:omo si estuviera ctterrado1...1 Sa ltttl¡út ttl¡icrto paso. Comprendía. Había vct-

dttttlt¡ al nti,sttto rftt que Helen Keller en la bomba de(t,qu(t ('rt(tn(lt¡ n'lttt'ionó súbitcunente el ag,ua que co-rrítt t'n ,\tt nt(trt() t'on la palabrct deletreada en ella1... I llrrltút t'tttnttlt¡ en el universo de l.a hwmaniclad,ltttl¡fut tlt'st ttl¡it't'ttt lu comunión de las mentes. Ahora.sttltítt t¡trt' t;l t' tttt guto ,y la mesa tenían nombres [...]('ortr¡ttt'tttlr'(t (ltt( habíuvivido solo en ttnct prisi(tn, se-

¡ttt t'trtltt tlt' lrr r,t¡tccie humana duranle veintisielettñt t,s'.

Lo nurs rlif'ícil fue dar este inconcebible primerl)lls(): unil \,('z cirptada la idea de lenguaje, el aprendi-z:rit' rlt'l rnisnro siguió de forma constante en la in-It'ns;r inl('r'ir('('i(in y el contacto de alumno y profe-solr. Ill lrvlurcc de Ildefbnso fue, con frecuencia, delrr;r lr'rrtiturl y laboriosidad enloquecedoras y, aunlrsi. t lrurulrcrrlc scguro y gozoso. "Su mente era el

l)luius() tlt' un ¡.rrol-csor", escribe Schaller, y uno seirrurr.'inir il vcccs a lldefonso como un Adán sordoc¡rrt' rt'tlt'scrrbr.c cl rtrundo entero gracias al lenguaje ylt str ¡trolt'sot'lr.

Sir';utl t'orrr¡lrraba a su alumno Massieu conAtliirr. rrrr Arllin r¡Lre descubre un mundo y accede aLnl¿r nu('vir t'xislcncia gracias al lenguaje. La mismacorrr¡rirnrcirin e slri irnplícita en Un hombre sin pct-Irtbrtt,s'.1)('sc ir t¡uc lldcflonso, aunque lleno de grati-tucl y dc usolrrbrrr. cs tantbién un Adán airado, qLle se

enfurece al comprender lo que ha perclido; al com_prender que, en cierto sentido, le han privado de suinfancia. Un hombre sin ¡tulabras, al iontrario quelos casos "filosóficos" sentimentalmente rentotos delsiglo xvlrr, está cargado de pasión y emoción y refle_ja plenamente los sentimientos conflictivos. l¿rs con-tradicciones, con toda su intensictad hurnana.

Schaller describe de un modo apasionante latranstbrmación de los procesos mentales cle Ilclcfbn_so, de sus perspectivas y de su misma iclentidadcuando aprende el lenguaje y cuanto éste comporta.Schaller siente un gran respeto por su alumno y ac_túa con gran delicadeza y tacto; en realiclad, a vecesni siquiera sabe a ciencia cierta si lo que está hacien-do es lo debido. Se pregunta si Ildefbnso no poseeráuna inocencia propia, una espccial identidad pura nocorrompida por los prejuicios y el lenguaje. y aunasí ha de seguir adelante, ha de hacerlo. Una vez jnt_ciado el aprendizaje, no hay vuelta atrás.

Susan Schaller resucita la irnportante tradición dclas historias clínicas filosóficas y lingüísticas, unatradición casi olvidada y desaparecida, pero que plan-tea muchos problemas fundanlentales. lJn hombie ,rinltuluhru.r es un in[ornrc lrplrsion¿tnte e importante:pero es algo más... es tambión e I informe personal deun encuentro extraordinario, la aproximación de dospersonas separadas por una gran barrera. Es la histo_ria de un encuentro raro y clelicado; tiene aspectos dela relación alumno-prof'esor, ¡"raciente-médico, hijo-padre, sujeto-investigador, pcro cs, en definitiva, di_ferente de todas ellas, porquc las dos personas, a unoy otro lado del lenguaje, son escncialmente iguales, ylo que exploran, lo que logran, cs una relación únici.una colaboración entre ambos.

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Oliver Sacks

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rNTRqDUcctóN

Siempre le digo a la gente que conocer a Ildefonso,el protagonista de este libro, ha sido el suceso másemocionante de mi vida. Hasta que no lo conocí,nunca se me había ocurrido que una persona pudieravivir sin lenguaje. Pero allí estaba é1, un hombre se-parado de todos los demás, que ni siquiera sabía queexistiera algo como el lenguaje. Estaba sentado soloen el rincón de una clase en la que supuestamente yotenía que hacer de intérprete para los alumnos sor-dos. Una clase en la que no me necesitaban porquetodos los estudiantes eran sordos y sabían el lenguajede señas. Todos excepto los que, como Ildefonso, ha-bían nacido sordos y no lo habían aprendido.

Yo no soy sorda ni lingüista, pero a los diecisieteaños me enamoré del Lenguaje de Señas Estadouni-dense (ameslán) y del rico mundo visual de los sor-dos. Abunida de la escuela secundaria, visité el depar-tamento dramático de la cercana Universidad estatalde California, en Northridge, y entré por casualidad enun aula en la que casi la mitad de los estudiantes ha-blaban ameslán. La asignatura se llamaba "poesía vi-sual", nombre que me atrajo de inmediato, y la impar-tía Lou Fant, actor y profesor de arte dramático oyenteque, como hijo de padres sordos, había hablado siem-pre el lenguaje de señas.

Me senté en la clase cuando él entró para empezarsu primera lección. La dio en lenguaje de señas, con

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un intérprete simultáneo qlle le hacía de voz y tradu-cía sus señas al inglés. Observé cómo llenaba silen-ciosamente el ¿rire clc irnágenes y me sentí asombra-da y complacicla con aquel primer contacto con unlenguaje artíslico cornpleto que empleaba los ojos, elrostro y el cuor'¡-ro dc una forma nueva. Yo no decidíaprender el lcngLra jc dc señas, 1o mismo que no deci-dí nunca clisl'r'r¡t¿rr dc un poema; sencillamente mecautivó.

Fant cx¡rlicri a los estudiantes de arte drarnáticoquc las l)crs()n¿ls sordas aventajaban a las oyentescuando sc lnrl¿rba de expresarse con la cara, las ma-nos y cl ('ur'r'l)(). l,a asignatura no consistía en apren-tlcr' lcnr,ulrjt' tlc scñas sino en explorar la comunica-cirin visurrl ¡riu'u alcanzar el dominio de la expresiónvisuirl. lrl le rrgrraic de señas del prof'esor me hipnoti-zri. Nrurt';r llirbí¿r irlaginado que dos manos y unacullr ¡lrrlit'r'iur scr sernejante espectáculo. Mientras élsc cx¡rrcsrrlxr cn señas, parecía un bailarín, un escul-tot', un ¡rirrlor'. un poeta y un actor, todo junto. Yo nopoclírr rr¡xrrtru' los crjos de él y de su afie tridimensio-n¿rl. lrir rrrt'jol que todo lo que me podía ofrecer elt,'olesio rlt' sccundaria, así que decidí asistir a todassus r'lrrst's. lirrlt¿rba al colegio los martes y los juevesy rt'r'or r írr rultlundo los tres kilómetros hasta el aulat'rr lrr r¡rrt'lrrrllía descubierto mi cara y mis manos yrkrrtlt' lricc llris primeros amigos sordos. Tenía la im-prcsiorr tle t¡rrc lrasta entonces nunca había visto real-rrrt'rrlr'. o tlc t¡trc, como mucho, había observado elnruntkr srilo ir lucdias.

Irl curso siuuicnte seguí estudiando con Lou Fant,stilo ¡xrnr tlisll'Lrtar de aquel nuevo mundo visual.Nunt'lr lrrrlríl ¡rcnsado ser intérprete, pero en cuantoalclrncri cir'r'llr l'luridez conversacional me pidieronc¡uc lricit'rrr tlc intérprete. Me gustaba tener amigossoltkrs rrlis t¡rrcr haccr de intérprete para ellos, perol¿uubi('rr rrc gusl¿rb¿r cl ¿rmeslán y cuando me casécon .lolur sicntlo uún ambos estudiantes universita-

nos, esa tarea se convirtió en un medio de colaboraren la subsistencia de ambos. Los trabajos cle intér-prete me han proporcionado además algunas t:x-periencias interesantes, como clases de subm¿rrinis-mo, laboratorios de disección de animales. bodas vexposiciones de animales salvajes; una vez trabajLincluso en un quirófano, desinfectada y con atuendoquirúrgico.

John y yo llegamos a Los Ángeles, doncle él iba aempezar Medicina, a finales de la década de 1970.después de años trasladándonos continuamentc ¿r

donde la universidad de uno iba acompañada de cm-pleo para el otro. Yo había estudiado educación de sa-lud pública y trabajado como voluntaria en progra-mas de salud mental y abuso de alcohol, pero alparecer allí no había empleos de jornada completa enmi campo. Mientras buscaba trabajo, me encontrópor casualidad con Cal, un antiguo profesor y amigosordo que me instó a inscribirme en la zrgencia localde intérpretes. Por indicación suya, fui al centrocomunitario y de información para sordos, donde mchicieron una entrevista y me pusieron en una lista cleintérpretes para casos urgentes o de media jornada. yasí conocí a Ildefbnso.

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c¿,piraro t

Al día siguiente de haberme inscrito en la agencia lo-cal de intérpretes para sordos, me llamaron por la ma-ñana para que hiciera mi primer trabajo. El distrito deenseñanza universitaria de primer ciclo había solicita-do otro intérprete para su nuevo campus. No me die-ron el nombre de la clase, sólo me dijeron que me pre-sentara en el Aula 6, edificio D.

Tomé pronto el autobús para poder localizar al es-tudiante o estudiantes sordos, antes de que empezarala clase y disponer de un minuto para recoger el voca-bulario técnico que pudiera necesitar en caso de noestar familianzada con el tema. Pero antes de cruzaÍla puerta del aula 6 supe que aquella no era una clasenormal. En vez de hileras de sillas de cara al encera-do, había tabiques de uno ochenta que dividían elaula, en la que reinaba la más absoluta confusión. Unpequeño grupo conversaba acaloradamente por señasen un rincón. Un poco más allá, otro grupo más nu-meroso hacía 1o mismo y al fondo de la habitación ha-bía otra persona que hablaba también por señas. Unamujer de mediana edad hacía dibujos en una mesa,otra más joven leía una agenda. Un hombre se balan-ceaba sin cesar en el asiento con la mirada clavada enel tablero de la mesa. De pronto comprendí que casitodos eran sordos.

Llegué a la conclusión de que la mujer de aire de-sesperado rodeada de gente que hablaba por señas sin

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parar debía ser la prclesora. Estaba ruborizada y pasa-ba continuamente clc un estudiante a otro, girándose yhablando en señas. Intentó acercarme a ella pero unindividuo alto clc pcinado afro atrajo su atención, cor-tando el airc colt los lalgos brazos y gritando silencio-samente por scñus. Dccidí ver qué podía hacer paraayudar y mc sc:nló fi'cnte a una mujer rnadura de ojoscastaño clalrr. Lc clcletreé dactilarmente mi nombre,despacio; lucgo lc clijc la seña de mi nombre (que esuna seña cs¡rc:cilrl crc¿rda para cada persona y que nocorrespot-rclc: rrl nonrbre real). Ella se me quedó miran-do, res¡-rirt'r ¡l'olirltclantente y asintió. Esperé que seprcscnlur-lr. l'cro clr vez de eso, hizo un ademán ininte-ligibf c r:n r'l lir.c y baló lacabezacon las cejas alzadas,un sigrro tlt' intcrrrrgación facial corriente. Movía losl¿rbios ('()nr() si cstuviera hablando pero sin hacer nin-gurru lirr rrrir irrtcligible. "¿Cómo?", le pregunté por se-llus, ¿rlz:urrl() ur)1r ccja para indicarle que no entendía.Mc corrleslri !.csticulando incoheremtemente y conl-nás nrovinrie rrtos labiales, chasquidos y sonidos sibi-l¿rntcs sin voz. Ill uno de cada cinco de sus gestos re-cor.locílr urlr scñ¿r. Me retrepé en el asiento y la obser-vó scsticrrllr-, r'crnedar y hacer señas explicando unahistolirr ircolrcrcnte que incluía sexualidad, sangre yviolcnt'ilr. l,rrcso me enseñó un cuaderno de aritméti-('ir y s(' l)us() lr cscribir en él; rne alejé en silencio.

( )í t'rrlolrccs Llna voz clara y la seguí. Pertenecía arrrur jtrvt'n lrrbia que [evaba un vestido a,zuly blancotlc vt'lur() y c¿rlcetines cortos. Hablaba en voz altanlovie lrtkr t'xugcradamente la boca y haciendo señas¿r llr vt'2, ;run(luo las señas contenían menos de la mi-tarl tlt' lo t¡rrr' estaba diciendo. Observándola advertíquc n() ulilizrrba nada de ameslán, sólo señas ingle-s¿rs y urr oltlcll sintáctico inglés.* Andaba por 1a cla-sc silt I'r¡lnlro, ¡lrrírndose en todas las mesas o abor-

'r' lrl Le rr¡lrrrr jt' tkr Scñ¿rs Estadounidensc (ameslán), no sc re-lacionlr con t'l inslús y cl orden de sus señas no corresponde alingf ós. l'o ( ont() lt(rtt ltnlt¡,s los rlítts,por ejemplo, en alncsliin se

dando a los alumnos para aconsejarles o preguntarlesqué hacían.

*Disculpa- dije en voz alta y en señas para llamarsu atención. Pero como ella hablaba tan alto no po-día oírme. Alzaba sin darse cllenta la voz para diri-girse a los sordos, como hacen muchas personas.

-Disculpa- repetí, -¿qué clase es ésta?- Me contestórápidamente en señas y se volvió a otra persona.Aquel desbarajuste lamentable se llamaba, según elnombre que le habían dado las autoridades qlre nun-ca lo verían, "Clase de técnicas de lectura".

Sorprendida e intrigada, pasé a ayudar ¿r otroalumno. Me acerqué vacilando al hombre que se ba-lanccaba. Inclinaba tanto los hombros que tenía ellargo cuello casi paralelo a la mesa. Cuando le toquésLlavemente el hombro para llamar su atención, ace-leró de inmediato el balanceo. Era imposible estable-cer contacto ocular con é1. Con una sensación dedesvalimiento e inutilidad, decidí volver a casa y te-lefonear a la agencia. Me pregunté cuánto tiempotendría que esperar el autobús. Antes de salir, me de-tuve junto a la puerta y comtemplé aquella insólitacolección de personas. Y entonces le vi. Cambié deidea inmediatamente y decidí quedarme. Estaba sen-tado solo al fondo del aula y él también estaba obser-vando. Tenía la espalda apoyada en la pared, el hom-bro derecho en un tabique tapizado de color naranja.

dice Todos Los día,s pan como.yo. Debido a que las gramáticnsson completamcnte distintas en los dos lcnguajes es imposiblehablar inglés y ameslán simultáneanlente, a no ser en fiases ocxpresiones cortas memorizadas. El inglés de señas es el uso deseñas de ameslán en el orden sintírctico inglés, nonnalmente sinlas formas gramaticales del amcslhn. Es fiecuente que sc inven-ten señas (lo hacen nonnalmente las pcrsonas oyentes) para rc-present¿lr un término inglés específlco o una estruetura gramati-cal. Los que utilizan ameslán pueden no saber nada de inglés,saber sólo un poco, o dominarlo bastante bien. Algunas personas sordas y muchos oyentes que se comunican por señas lo ha-cen sólo en inglés.

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Tenía los brazos cnrzados sobre el pecho y estudiabatodo y a todos.

Su rostro parecía una pintura de un mural mexica-no, ojos negros indórnitos sobre los altos pómulos ynanz recta y ancha. Había perplejidad y miedo en suexpresión; y algo ntás: viveza, vehemencia y ansiedad.No sólo escrutaha cl aula, volviendo a uno y otro ladosus ojos negros; buscaba con la mirada.

La ayuclantc r-ubia se acercó a él a grandes zancadasy le plantti Lrrr libro de e-jercicios delante, señaló unapágina con ilustt'uciones y palabras y le dio un lápiz.Era evidcntc r¡Lrc ól no tenía idea de lo que quería ella,aunquo ¡'rrrso cornplacientemente el lápiz en la parte dela págirr:r t¡rrt'e lla señalaba. Ella le movió impaciente lamano clr.rc srrjctaba el lápiz por la página, trazando unalínea clcstlc ll l'igLrra de un gato a las enormes letras delnonrbrc tlc sato cn inglés, C-A-T. Luego le dio una pal-maclit¿r crr cl holnbro, mostrándose inmensamenteconrplrrcitlir. nxrvió la cabeza arriba y abajo enérgica-mentc, le tlijo cn seias "Sí, sí, bien, bien", y corrió jun-to ¿r olnr rrlrunno. El se quedó mirando fijamente el li-bro tur nrollror.lto, dejó el l6piz y volvió a cruzar losbrazos, rrrris ¡rc:rplejo y menos atento que antes.

La ¡rrrrli'sora reclamó atención fustigando el airecon cl [rr':rzo. Algunos se volvieron a mirarla.

l)uuslr tli.io en señas. *Descanso, comida, caf-ete-r-ílr. Iiucllt, lockls. vamos.

Su tirstro er':r inexpresivo.Mc uní rr los que salían y apreté el paso para alcan-

zlrr lr l;r ;ryrrrltrrrlc rubia.- l)iscul¡lr. llola, soy Susan* le dije, haciendo señas

sinru Illinclu I lcnte.

-llollr. Soy I.LrAnn- me contestó sin señas.

¿,('urinto huce que trabajas aquí?- le pregunté,tambiórl ot'allucntc y en señas, muy consciente de lamultitLrrl rlc sorclos quc nos rodeaba.

-Ernpccó aycr. ¿,Y tú? ¿Eres una nueva ayudantetambión'?

-No- le expliqué.-Soy intérprete. Me he fijado enque trabajabas con el mexicano que estaba sentadoapoyado en el tabique. ¿Cómo se llama?

-No lo sé. Ya te he dicho que empecé a trabajaraquí ayer.

-¿Habla en señas?

-No lo sé- dijo, frunciendo el entrecejo.

-¿No le has visto decir algo en ameslán o quizá enlenguaje de señas mexicano?

*No. He pasado muy poco tien-rpo con é1.*Vi que le enseñabas vocabulario inglés. O sea

que ya sabe el alfabeto. ¿,Conoce las palabras?

-No lo sé. Mira, yo no soy la prof-esora. Habla conElena. Yo sólo ayudo.

LuAnn se volvió a otra oyente, hablando sin señasy por lo tanto excluyendo a los estudiantes.

La situación era completamente absurda. ¿Por quéme habían contratado a mí, una intérprete de ames-lán, para una clase de sordos cnya profesora hablabaen señas?

Corrí al edificio principal para un breve descanso.

Quería volver pronto y hablar con la profesora. Tomérápidamente un café, tiré el vaso a la papelera y alvolverme para irme casi me doy de narices con un es-tudiante sordo, un adolescente de aire travieso. Medijo que no necesitaba enseñanza pero que sentía cu-riosidad por el lugar y había decidido ver cómo era.Sus airosas señas y su risueño rostro negro, lleno deguiños, me reanimó y me alcgró. Le contesté una pre-gunta burlona simulando qlre no entendía ameslán.

-Sólo leo los labios- le dije en señas. -Encantadade conocefte.- Y volví corriendo al aula.

Llegué demasiado tarde. La profesora ya estabaacosada. El mexicano que parecía maya seguía en ac-titud defensiva en su rincón, con los brazos cruzadoscomo si se abrazara. Sus ojos saltaban de un lado a

otro igual que los de un gato, sin perderse detalle. Meacerqué.

2B

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Se irguió al verme avanzan Le saludé con un ses-to y le dije mi nombre cn seña. Ét imitO mis móvi-mientos y copió incorrectamente la seña.

-¿Tu nombrc'?- lc pregunté en señas. Volvió a co-piar mis movirtricntos. No apartaba los ojos de mi;su rostro y sus bnrzr)s tensos indicaban su disposi-ción favorablc ¿r rcsponder. Me senté frente a él yalcé las manos para iniciar otra comunicación. Élalzó las nt¿lnos también inmediatamente. Baié lasmanos y rrtkr¡rtt: tlrr pos[ura atenta. El bajó lai ma-nos y rnc observti. Inicié un número de mímica queme rccrrrtl¿rbrr "Yo .l¿ne, tú Tarzán". Él repetía todosmis nlovinrie nlos y cxpresiones faciales pidiéndomea Ia vcz lr¡rlrrbur.ir'lr-r con la mirada. Le sujeté las ma-lros ct) llr lrrcslr y l'cpetí el número tarzanesco con unanl¿ut(). llt'tirr,. llr nlano con la que le sujetaba las suyasc irrrIrt'rlirrtrrIrtcn[c siguió imitando mis ademanes.

llrlcrrlri olr.lr vcz enseñarle sin lenguaje que existíacl lcrrgrrrrjr'. cx¡rlicarle sin nombres que todo teníanolrrlll'r'. No lo conseguí; su gesto expresaba que sa_bía t¡uc rrre lurbía decepcionado. Nos separaban sólor-uros c('nlíltrclros, pero podríamos haber estado endi I r'r'crrtes ¡rlrrrrctas; parecía imposible encontrarse.

Lleguti tr rni irpartamento y vi las paredes vacías, unntollltin rlt' c'lrjus y ni un mueble, recordatorio de que.lolrrr y -yo lto teníamos hogar. Otra ciudad, nuevolup:rrlrurrcnto. la misma historia de siempre. Aquelrl)ilrl:llt('r)lo, ult pequeño rectángulo largo y oscuro,cllr cuiurlo ¡rodíurnos permitirnos. Al inspeccionar elb¿rtibrrrrillo tlc ca.ias me invadió la misma sensaciónclc tlcsvrrlirnicnto que había sentido en la clase de téc-nicrrs tk' lcctur'¿r. ¿,Qué podía hacer yo? ¿Serviría dealgo'? Abr'í tlc lnala gana la caja rnás próxima, colo-quó cn l¿r brrlrl¿r una bolsa de aroz, diez libros en elsuclo y ullos crrantos calcetines desparejados en elarmario.

Mientras vaciaba las cajas, no podía dejar de pen-sar en la inteligencia atrapada de aquel hombre cla-ramente inteligente e interesado, tan deseoso de rela-c:ionarse. Las preguntas se agolpaban en mi menLc.

¿,Quién sería? ¿Cómo se las habría arreglado hastacntonces? ¿Cómo podría entender alguien qué era ellcnguaje y la comunicación abstracta después de dé-cadas de silencio y vacío sin sentido? ¿Podría salirdc su confinamiento solitario?

John llegó a casa, agotado de su segundo día en laIlscuela de Medicina. Estábamos los dos demasiaclcrcansados para ser buena compañía, pero intercarn-biamos breves inforntes de nuestras respectivas acti-vidades durante la jornaclrr. Él no podía imaginar unar-rla llena de estudiantes sordos ni concebir la aliena-c:ión de una vida sin lenguaje. Nos acostamos pronto,pero yo no pude dormir. Seguí preguntándome dequé manera podría explorar aquella misteriosa lnentcnraya. ¿Cómo pensaría el hombre sin lenguaje'?¿,Cómo interpretaría las interacciones, en aparienciaabsurdas, que veía en torno suyo? ¿Podríamos cono-ccrnos alguna vez?

A la mañana siguiente, en el autobús, intenté pla-near estrategias de enseñanza. ¿Cómo debía empe-zar? Seguía tratando de imaginar lo que sería vivirsin lenguaje, tener que inventarse el mundo y darlescntido sin información ni claves, sin ningún dato.Aquel hombre nunca había rccibido ninguna expli-c:ación. Hasta un niño de un año clebía tener una ideatlol mundo más coherente quc ó1.

Recordé el pasillo oscuro dcl Ohlone College delu zona de la Bahía de S¿rn Francisco, en el que unlrombre alto, enjuto, con Ltn mechón de pelo rebeldecayéndole sobre la fiente, me había saludado con unsirnple gesto, diciéndome en señas "Mi nombre B-o-b".

-Buenos días- le había contestado vo. -Me lla-It)o...

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-Mi nombre B-o-b* me interumpió é1. -Mi nom-bre B-o-b.

Y había seguido repitiendo la fiase hasta que memarché. Después rne dijeron que era sordo de naci-miento y quc la única tentativa de enseñarle el len-guaje había dackr como resultado aquella repeticiónsin sentido. tllr arnigo rnío estaba ayudando a un ase-sor de rehabilit¿rcir'rn a buscarle un puesto, pero todosle decían cluc r)o había nada que hacer; era un casoperdido.

Yo mc rrcgaba a aceptar la idea de lo irremedia-ble. El nrlryr hlbía sobrevivido. Tenía que haberpracticutlo ulgunu lbrma de comunicación, por pri-lr-ritiv¿r r¡ur fircrra. Para entenderle y empezar a comu-nic¿rnrrc con ó1, clebía hacerlo sin lenguaje. É1 actua-b¿r c illlcl'rrclrr¿rba con objetos sin nombre (formas,olol'rts, lr.lrr¡rclaturas y texturas). Para expresar unanccc:sitllrtl o lcacción frente a algo, era necesario in-vcnl¿lt' ull lrrlclll/rn o hacer un gesto. Yo tendría quecx¡rclirrrcrrt¿u. con él nuestro entorno visible, concre-Io. innrctlirrto. 'l'endríamos que observar juntos algotirrrgible . cxtcnto a nosotros, para poder hablar decllo. ('orrr¡r'cndí lo inútil que había sido mi primeralc:r:citin sobrc los nombres. El había vivido décaclassin rrornbrcs, y pese a no tener nombre poseía unscntitlo tlc irlcntidad. Tarzán no había necesitadollornbrc cn su sclva. La alternativa era enfocarlo todotlc olr':r lil'rn¿r. Cuando el autobús llegó a mi parada,rrrt' lr¡reci tlis¡trrcsta a encontrar un eslabón entre lostkrs lllulrtlos cxtraños.

(,APITUI,O 2

llnpccé a perder confianza en cuanto crucé la zonaverde que rodea los edificios. ¿,Qué dimensiones te-rríu el abismo que nos separaba'/ ¿,podríamos tcnderrrrr puente? Me detuve delanlc del edificio D, alcé lalista hacia el cielo azulísimo y respiré a fbndo. En elrrtcrior empezaban a llegar los esturjiantes y, por unavcz, la prof-esora estaba sola.

Buenos días. Soy Susan Schallcr.Hola. Soy Elena Johnson* rne dijo, con una son-

r isa alentadoramente fianca.Me han contratado como intérprete de tus alum-

n()s. pero me parece que no es eso lo quc necesitas., (]uó puedo hacer? ¿Hay ejercicios o tareas concre-lrs clt que pueda ayudarte?

Sc encogió de hombros, sonrió y señaló algunoslrlrnrs de texto y hojas mirneografiaclas dispersos.

Mira- dijo, con una risilla irlpropia. -No tene-rrros Iibros, ni material, ni progratna, ni guías. yor¡risrn¿t he comprado o prcpar¿ldo todo esto. No exis-t(' ntucho material bueno para la enseñanza del in-r'ltrs u estudiantes sordos. y todavía [renos de nivelr'lt'ruontrl. Aún estoy buscando. Mientras tanto. uti-lrzo lo clue se lrle ocurre o lo que puedo encontrar. La\ ('r'(llcl es que no sé quó decirte. Tendrás que impro-r rsrrr'.h¿rst¿l que pueda examinarlos a todos y organi-/iil lllgullos grupos.

Aycr hablé, o intenté hablar, con la muier cle

)1J-)

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pelo castaño dc.junlo a la puerta. 6Sabes cuáles sonsus conocimicntos'/ ¿',Conoce algunas señas?

-¡Ah!, ¿,Mary Ann'/ Sabe algunas señas y estiraprencliendo cl ¿rll'lbcto d¿rctilar; tiene un nivel muybajo. Creo clr.rL: sLr criri en el campo y que vivió siem-pre en casa. No llahía visto mucho hasta que alguienpasó por rrllí ¡ sr't'rrsri con clla. Ésta cs la pt'irnera es-cue la c¡uc ¡-tisrr.

-¿,Y cl llonllrrc alto que se sient¿r a la mesa delcentro'/

-Ésc .,r 'l'onl. [-o encontraron en Llna instituciónparu rcllrsrrtlos nrcnt¿rles. Le hicieron un diagnílsticocrrrirrt:o tlc lrt'bó y ha vivido cuarenta años con retar-rl¿rclos nrt'nlrlcs, hasta que alguien descubrió quc t:rasoltlo y lt'rrílr rrrrl inteligencia normal.

lrlcnlr lllrlrllba sin emoción. mirando la rncsa conlu crrl¡t'zrr lxrirr. Yo no podía dar cabicla a aquclla tra-gctlirr t'n rrris rcl'lcxiones precisulnente entonces, así(luc s('.r u í |rrrcitlndole prcguntas.

¡.Y t¡rrt: nrc dices cle aquel horlbre dc ¿rllí, cl qr-rc

sc sie ntrr jrrrrto ul tabique'/ ¿Sabes algo de él?I'ls lltlt'lixrso. Tiene veintisiete años y cs un resi-

rlcrrtc ilegirl tlcl sLrr de México. Estoy colaborando en

cl ¡lr¡rr'lco l)rrril que pueda qucdarse en el país y asis-tir l lrr t'¡;crrcl¿r. Sc crió en el campo y no ha teniclocorrtlrclo t'on la cnscñanza ni con el lengua.je de se-nlrs. lllr t'rrr¡rczaclo a :rprender números, pero no en-I rt'ntlt' ninl'tntt scñlt.

¡,Y crirrro s¿rbes su nombre y su origen si no pue-tlt' t'r ¡rle sru'sc cn señas'/

ll;rlllti c:ol) Ln.r tío suycl que vive en la zona cuan-rlo virro lr inscribirlc en cl cLlrso.

lrlcnrr tli.jo la última f-r¿rse sincronizando señas yvoz. l)()r1luc los alulnnos h¿rbían empezado a rodear-nos y ir llcrr:u'la pucrta dcl dcspacho. El hombre altoclc pcirrlrlo ¿rllu sc ablió paso ¿t codazos y se puso de-lunlc tle nrí. insistienclo en que Elena ie ayudara a rc-solvcr urr nronttir.l de problernas, ninguno de ellos re-

llcionado con el inglés, la cscuela ni I¿rs técnic¿rs cleIcctur¿r. Mientras él Ie presentaba en señas su Lrltinrá_Iurn, exigiéndole una explicación o una solución, salítlcl cubículo y me dirigí a donde estaba llclefbnso.

-Eh, Susan- rne gritó Elcna, -necesitamos intér_¡rrcte los martcs y los jueves por la tarde en la claserlc'Iécnicas de vida independiente.

Asentí y le di.fe en señas qr_re de acuerdo."lldefbnso". Me sorprendió la seguriclacl cluc rne

rl¿rba saber su nombre. Mi mente, al contrario quc lasuya, veía la realiclad más real, más concreta. cuanclosc lc daba un nombre. Yo no podía concebir un mun_tlo sin nombres, sin la información que me propor.cio_rurban un millón de nombres y palabras, y deseaba(luc fuera posible explorar cl interior de su cerebrosrn nornbres.

Cuando era pequeña, en Wyorling, quería ser ex_¡rloradora y tcrnía que lo descubrieran todo antes derluc )o creciera. Y prccisamcltte L'ntonces, por pri_rrcrA vez en mi vida, podía estar como el héroe denri inlhncia, John Muir, cn la fiontera de un mundorrnoto. Entraría y exploraría la vida y la extrañanrtrtte de un hombrc sin palabras.

(luando me separaban solamcnte tres sillas cle.r(luclla frontera. una mexicana cxuberante de cabellorr¿rrclo me cortó el paso muy resuelta, me hizo aguan-t,u lc cl Iibro de ejercicios abierlo para pocler utilizar.unb¿rs manos y ernpezó a lanzal.me preguntas comounrr lostadora de palornitas dc ntaí2. Nunca había vis_t, r rr nadie hablar ameslán a ac¡uella velocidad.

Iluenos días- le dije en scñas, con cara soñolien-t.r y l¿r esperanza de qr-re se c¿rlmara. Me presenté y le¡,r'rlí c¡ue ine repitiera las preguntas. Me deletreó en_t,¡¡¡.'¡'5 con los dedos su nombre y me clijo en señasr.r¡ritlurnentc "Encantada-de-conocerte." Sólo pLrcler t'r .l u-r-n-'?-t-a, pero cleduje acertadamente que eralurrnilu. Ella rcpitió entonces a tod¿l velocidacl la se_r, tlc prcgllntas y quejas sobre el inglés. Su fbgosi_

-)+ -t5

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dad y su tr-rpido cabello hací¿rn juego. Deletreaba conlos dedos y l-racía scñ¿rs tan deprisa que no me atrevíaa pestañcar por tlicdo a perdenne una liase o unaseña entera. Dcscó no tcner que hacerle nunc¿t de vozcomo intérprctc. porquc no podría hablar a aquellaveiocidad. T¿rrrló r¡cinte minutos en explicarle todo loque quería s¿rbcr sobre el tiernpo verbal pasado yrlás dc lo c¡trcr nr.lnL:¿r necesitalía saber sobre los vcr-bos irregr-rlllcs. Lucgo conseguí pasar l:rs tres sillascluc me lirll¿rb¿rn y aterricé en la que estaba fiente aIldefirnso, u t¡rricn saludé con una sonrisa. Él cabe-ccó lcvclltclltc cu¿rndo nLlestras miradas se encontra-ron y rlcscluzri los brazos. apoyándolos en l¿r mes¿I.fluanrlo rrrc vi al f in mirando sus ojos inteligentes,no sul)c t¡rr[' llrccr-a continuación.

lltlcfirrrso tcrrí¿r dclante un libro de ejercicios, asírluc sc Io irrrliguó y enalqué las cejas con expresiónilltcl'loslttttt'. lll sc irguió, copió mi cxpresión enar-crurrlo lls cc jus y ttlzó una punta del cuaderno. Asen-tícon lrr c'rrbcz¿r y le hice la seña de "libro"" Err lugarrlc inritru'lrr scña, abrió el libro como si le hubieranr¿ultlirtlo lnccr'lo. No veía la seña como un símbolctsino nlis lricn colno un gesto de orden, "abre el li-blo". "l.ibro" cs una de las pocas señas pictográfi-crrs: llrs tlos lll¿rnos unidas por las palmas se abrenrlcstlc los ¡ruluares rnantenicnclo unidos los meñi-t¡rrcs. lltlclirrso abrió el libro por la página de la ilus-tlat'irirr tlcl suto y las letras de la palabra gato en in-slcs. (' A-'l', Lrnidas con una línea a lápiz. Recordé a'l'ru'zrin, ccn'ó cl libro e indiqué a lldefbnso con ungcsto r¡rrc ntc siguicra fuera, a un mundo que le eranl¿is l¿ulrililrr qr,re el aula y los libros.

lirrcll, rlos aceras enmarcaban un pradillo rectan-gr-rlar crr crryo ccntro se alzaba Lln arce de tres me-tros. Mc rrccl'c¡uó al árbol, le di una.s palmadas, mevolví ¿r Ilrlclirnso y señalé el árbol. El rniró el árbol,luego rnc rrrixi y scñaló el árbol. Ya éramos iguales.No ncccsitírb¿rnros sírnbolos. Podíamos compartir sin

nr¿is el árbol que teníamos delante. Intenté discr-rrrirr¡Lró se podía hacer con un árbol. Volví a clarle unas¡ralmetdas con expresión cornplacida, arranqué unalroja, la palpé, la olí, le dí vueltas y eché una miraclar'hpida a Ildefbnso. El me estaba observando, perotranquilo. La hoja de arce cayó al suelo con un zig-zaglleo y yo hice la seña dc "árbol". La exageré mo-viendo el antebrazo y cxtendí la mano abierta lo rnásrrlto y lo más separada del torso posible hacia cl írr-lrol. Y asentí alternativamente a la seña y al árbol.Vrlví a hacer la seña de "árbol" y él me irnitó. Vrlviórr dibujarse en su cara Ia expresión de ¿es-csto-lo-t

¡ rrc-quieres-que-haga?

I-a lección terminó bruscantente cuando nos clistra-jcron ruidos y movimientos detrás de nosotros. Losr'studiantes se iLpretujaban en las puertas. Remeclé larrcción de comer y beber, señalé a Ilciefonso el eclificicr¡rrincipal del recinto y nos unimos a los demás.

Me senté en una silla azul claro del salón con unvrrso de café en la mano y disfruté de ocho dif'erentesconversaciones en señas. El lenguaje de scñas es es-Irr¡rcndo para enterarte de lo que sc dicen otros y, a lallvefsa, es casi imposible compartir un secreto cntrer¡na ntultitud de hablantes por señas. [Jna vez vi atlos hombres sordos fbrmar una bamera entre las mi_rrrtlas del público y sus señers colocándose hombror on hombro de espaldas a los dcrnás y hacienclo las,.t'ñas y deletreando con los dcdos muy por debajo delrr b¿rrbilla. Pero el reflejo de la vcntana les traiciona-lrrr. Allí los estudiantes se explicaban abiertamentelrrs lcs¿rcas del domingo por la mañana, peleas f-ami-lurr.cs, problemas con la ley, desahucios y vanos in_t('nlos de encontrar trabajo. Harta ya de tantas cles_lrrciaii, me volví a mi café en busca de alivio. Al;rlzlr la vista, vi a Ildefonso apoyado rígido en la pa-rt'rl tlcl fondo; parecía un príncipe maya broncíneo a(lu¡cn {uvieran cautivo con los brazos trabados por

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una camisa de fucrza. Sólo movía los ojos negros cleobsidiana, en un¿I vibración constante de asombro.

Volví a pregunt¿rrntc cómo habría sobrevivido.¿Habría hered¿iclo cl vigor de los antiguos reyes, sacer-dotes y agricultorcs de Arnérica Central? Los mayassobrevivieron clcsprrós cle siglos de conquista. E Ilde-fbnso había soblcvi vido.

Al volvcl' l Ia clase, nos sentamos una vez másfiente a f-rcrrtc. llicc la seña de "árbol". Él la hizoluego. Con unu súbita inspiración, salté de la silla,busqiró unu lrojrr ¡l¡: papel y se la puse delante. Hicela seña clc "rilbol". remedé la acción de dibuiar v ca-bcccó ¿urinrirrtlolc. Él hizo la seña de "árboli', ,á^.-dti l¿r ¿rccirin tlc clibujar con slr lápiz en el papel, mehizo ull crrlrt.t'co tlc cstímulo y dejó el lapicero. Volví¿r lurccr'l¿r scllrr rlc "árbol". El me imitó otra vez,y en-lonccs ¡rcrtlí lrr ¡raciencia y dije en señas: "No, fíja-to". Scrlrrlic('/r'cntcdé una hoja cayendo de un irrbolcluc yo r.r'r'ogírr y le ofrecía. El repitió lnis movimien-tos. I)csrutinl¿rrla, no lrte atreví a arriesgarnte a inten-tarlo ¡rol lcttct'¿r vcz.

lrlcrrrr nlc hubía mencionado los números. Cosí lal.ro.jrr tlc ¡xr¡rcl y cscribí I 2 3. Só1o tenía dos ce*nta-vos. ¿rsí t¡uc tlclctreé con los dedos J-u-a-n-i-lc a unacstutliurrtt' tlrrc hablaba en señas con fluidez y que es-Ílb¿r llririilltlolllc en aquel momento desde el otrolatlo rlcl rrrrla. y le pedí c¡ue llamara a Juanita. Juanitalrcutliri con'icuckt y me dio inmediatamente el centa-v() (luc rro só ¡ror qué yo sabía que tendría. Conté lasnlonctlrrs rrccl'cinclolas hacia mí unos centímetros yscilul:ultlo cl núrncro correspondiente. E hice tam-biórr lirs scrllrs cle "uno, dos, tres" con la otra mano.Lucgo crrr¡rrr.jó la hoja de papel, los números y lasnr( )nc(lits llrrt'irr I ltlefonso.

-Alrolrr tti cli.fe en voz alta, gesticulando para in-vitarlc ¿r lrclrr¿rr. ¡Contcl las monedas con una mano ehizo llrs scrllrs dc "llno, dos, tres" con la otra! parecíacprc sabíu lo c¡rrc cst¿rba haciendo y que le interesaba

y no estaba concentrado cn complacerme a mi. Son-reíamos los dos y pasamos la última hora contandonronedas, escribiendo números y contando con losdedos. Ildefonso se animó, se emocionó incluso: do-nrinaba del uno al nueve sin problema, aunque escri-bía mal y conf-undía el seis y el nucve.

Sólo eran las docc y rnedia pero me sentía agota-rla. De vuelta a casa en el autobús 3, no paraba debostezar y decidí dejar para otro día la búsc¡Lreda deun trabajo de jornada completa en yez de hacerlorrc¡uella tarde como había planeado. Por errscñar ylracer de intérprete en la clase de Elena me pagabant.20 dólares la hora, y eran menos de veinte horas alrr semana. En Santa Mónica la vida era car¿I. Y los¡r'ccios de los libros y dcl material de la Escucla dt:Mcclicina eran escandalosos. No podría pasar ntucholicrnpo con Ildefonso. Proltto me vería obligada a('onseguir un trabajo qr-re cubricra los gastos.

lloras más tarde, mientras tomábamos un plato de('sl)¿rguetis, John y yo hablamos de lldefbnso. Johnsc liabía pasado todo el día con un cadáver y le erno-t'ionaba c[ estudio de una persona viva. Como pensa-llr cledicarse a la psiquiatría, sentía especiul curiosi-rllcl por la salud mental aparentemente buena delltlcfbnso, que se ntanif'estaba en su constante interés¡rol los demás y en sus deseos de relacionarse. A lostlos llos parecía increíble: Ildefonso estaba cuerdoilt's¡ruóS de vcintisiete años dc un aislarniento mentallx'ol-que el aislamiento penal, incomunicado en una, rilccl. Su celda tenía las vent¿rnas abiertas: podía ex-¡rt'r'irncntar iodas las cosas, tocarlas, sentirlas, pro-lxrr'lls, mirarlas, pero en el mírs absoluto aislamiento.

N¿rclie había estado nunca de acuerdo ni en desa-( u('r'(lo con é1, nadie había reflcjado, conflnnado ni,lrst'rrtido sus impresiones. Sólo disponía de sr-r propian rr'nlc pala relacionar experiencias, hallar pautas, iln;.r-lrrru sisnificados y ordenar rompccabezas semírnti-( ()s. Ir)clLrso con significados cornpartidos, retroali-

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--mentación y ayuda par¿l intcrpretar el mundo, muchaspersonas tienen problcmas con la realidad. ¿Cómo semantiene uno cucrdo cuando sólo el propio yo generatodas las interpretaciorlcs'?

Bob, Mary Ann y Tom no lo habían conseguido.Tom se había aisl¿rdo completamente. Los otros dossólo habían aprcncliclo a copiar o a simular la comu-nicación, pcro no poclían establecer las conexionessernántic¿rs prccisas p¿lra comprender el mundo. SóloIldef-onso pat'ccía conservar la cordura, el interés y lacuriosidacl. ¿,|)oclría sentir de algún modo que habíaun sentickr'/ ¿,1)odría percibir sin palabras ni señas loqr-re la gclttc nornlal recibe a través del lenguaje desus madr-cs. ¡llrrlrcs y arnigos?

Ilclcfillso rrrc ¡mrcció menos tímido al día siguientecrr¿urclo cntr'í' cn cl aula 6 y le saludé. El éxito con laleccirin tlc ¿u'itrnótica nos había animado a los dos.Dcsplcuti cllloltces ante mí un papel arrugado llenode núnrcl'os. H¿rbía practicado para hacer los trazosl'irmcs y rlilcrcnciar el seis y el nueve. Me preguntépor c¡uó tcllrlrían sentido para él los números mien-tras c¡uc l¿rs scñ¿rs sólo le provocaban miedo y confu-sirir-r o lc irrrlLlcían a imitarlas. ¿,Contar sería más in-tLritivo y brisico que nombrar? Me imaginé a Adáncon(¿urclo y lrerupando animales durante varios me-scs ¿rnlcs rlc ¡-lonerlcs nombres.

I'ru'rr ulivi¿rr la fatiga de aquella mutua búsquedadc ullr clrtt'lrcl¿r a la mente del otro, mirándonos con-tinu¿ullclllc lr los o.jos, me senté a su lado a hacer conól cof urnn¿rs clc cifias en hileras cada vez más pul-cras. [jscribí un signo de suma entre dos unos y colo-c¡uó dcbajo un clos. Escribí I + I + I y un 3 debajo;luego cscrihí cl¡atro unos, y así sucesivamente. Leexplic¡uó ltr sunl¿r colocando el correspondiente nú-mcro rlc lu¡-riccros junto a cada cifra. Ildefonso seanintír nrrrchísil'no y le enseñé un signo de igual para

cornpletar las ecuaciones. A los tres minutos, ya nohacían f-alta los lapiceros. Lo había entendic1o. Le re-galó una hoja de sulnas y se puso tan contcnto comorrri sobrino con un nuevo libro para colorear.

Mientras Ildefonso jugaba con sus nueve nuevosrrmigos, trabajé con Mary Ann. Sus ojos castaño cla-11) rne observaban desde detrás de las gaf'as de grue-sos cristales. Emocionada por mi interés, agarró un-cuaderno de ejercicios preescolar y lo abrió por¡xrlabras sencillas e imágenes coloreadas. Deletrcó('on gran concentración g-, agitó la mano y sacudiólu cabeza, que significa "hurra", luego lo intentó otr¿rvcz: c-a-s-e; volvió a agitar la mano y a sacudir Iar'irbeza, -a. Sacudía la mano la cabeza rítmicamenter ()n cada letra como si estampara la palabra perma-rrcntemente en el aire.

-Bien -le dije en señas y le hice la seña de casa.Parecía confusa.

-C-a-s-a- deletreé con los dedos muy despercio.C-a-s-a* le dije en señ¿rs. Luego señalé la ilustración

tlr:l libro junto a la palabra casa.Ella señaló la ilustra-t'irin y empezó a gesticular sin sentido con la boca y alurccr ademanes casi idénticos a los del día anterior.

Pasé las hojas del libro, pensando cómo empezartlc nuevo. Alguien le había enseñado el alf-abeto dac-rrlrrr, pero, ¿significaba algo para ella? Al contrario,¡rrc Ildefonso, que 1o repetía todo sin entender (eco-lrrlia visual), Mary Ann sirnulaba la comunicaciónt orr gcstos y habla sin ningún sentido. Parecía querro sc inmutaba por la falta cle sentido rnientras ac-rurrra colno las dernás personas. Nunca la vi utilizarl('nru¿úe, pero su comunicación no era completa-!n('ntc absurda. El día antes había hecho la seña cle'r;rulgl'e" y descrito con gestos el coito sexual. Había¡r:rr.lcs significittivas sin ninguna coherencia, una se-r,'tlc cf ementos lanzados al azar.TaI vez pudiera ex-lrlolirr Ias partes inteligibles y empezar a añadir es-lr u('tUl-lt.

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Cerré el libro, se lo puse delante e hice la seña de"libro". Ella inició entonces sus ejercicios labiales.

-Libro- repetí.Hizola seña de libro.-Mesa- seguí el contorno de la mesa con las ma-

nos y la golpeó con las palmas abiertas, repitiendoluego: -Mesa.

-Mesa* di.io clla, con la seña. Señalé entonces ellibro, enarc¡ué las ccjas e incliné la cabezahacia ella,el gesto de "¿,Quó es eso?"

Ella hizo illltcdiatamente la seña de libro.Tal vet, s<ilo r-ne hiciera falta captar su atención.

Me avcntul'ó urr ¡-raso más.

-Libro ¿rnr¿rrillo- (en ameslán, como en las len-gu¿ls rontancc. los adjetivos van después del sustan-tivo).

Ell¿r hizo la scña de "amarillo", frunciendo el en-trecc.jo.

-Anrarillt> di.je yo en señas otÍa vez, indicandoun sol arn¿rrillo en su libro de ilustraciones. -Amari-llo* rcpctí, y scñalé las flores de su blusa.

*¿,Antarillo?- preguntó ella en señas, con expre-sión intcrrogante, y localizó un impermeable amari-llo en la ho.ia.

-Sí. arlr¿rrillo- dije yo, alentándola, en señas, aun-c¡r.rc tonía la intpresión de que aquello era algo trilla-clo puru cll¿r. Le enseñé o repasamos algunos otroscolorcs y los cntendió todos. Cuando llegamos alnr.io, sc puso nerviosa y empezó a gesticular y a par-Iotc¿u' tlc ac¡Lrclla forma extraña, antes de volver aen.lpcz¿u'con su historia de sangre y sexo.

l-¿r ilttcl'r'ulnpí después de otro "sangre".-¿,I)rirrrlc'/- le pregunté con un gesto. Señaló bajo

la cintula, clcscribió el coito sexual y se señaló lazoner pólvica.

-¿,Ahora'/ ¿,Sangre? ¿Ahora?- le pregunté.Como rcspuesta, me sujetó la mano, me asió el

dedo llltrlur y tli.lo cn señas:

-¿Hombre? ¿Tú?- y, alzando su alianza de boda,añadió: -Hombre yo.

Fue un alivio que llegara la hora de descanso.Sólo podía elucubrar sobre el sentido de su comuni-cación. Tal vez tuviera problemas físicos relaciona-clos con el coito, aunque no daba la menor muestratle malestar ni dolor y las pocas señas y gestos quehacía no aportaban contexto.

Mientras yo buscaba sentido a sus gestos, ella pa-rccía absolutamente satisfecha. Nunca había conoci-tlo la comunicación sin vaguedad y conjetura, asít¡ue al parecer contaba con la falta de sentido y eralcliz simplemente interactuando. Podía practicar conscñas como ejercicio, pero me daba la impresión de(f Lre era incapaz de concebir las señas como instru-nrentos permanentes. Al día siguiente, las mismasscñas podrían significar otra cosa o absolutamenterrada, como todos aquellos movimientos bucales quevcía a diario.

Caminé hasta el centro del pradillo, sintiéndometlcrrotada. O me faltaban los instrumentos o aquellasnrcntes sin lenguaje eran verdaderamente inaccesi-blcs. Lo que parecía locura (la presentación de discorlyado de Bob, el autismo de Tom, la obsesión deMary Ann y la imitación de Ildefonso) eran respues-trrs razonables a vidas que no proporcionaban razo-rrcs ni explicaciones. ¿Podría liberarse alguno det'llos de su aislamiento?

Cuando volví con Ildefonso, inicié la tercera lec-t'irin de "árbol". Señalar y nombrar los objetos nor'onlunicaba realmente nada. Yo guiaba, él me se-luía. Yo señalaba, él señalaba. Yo hacía una seña, éllrr hacía también. Teníamos un ritmo perfecto perosin rnúsica. ¿Qué hacer? Surgió una seña en mi men-It': I)os pájaros gorjeantes mirando un rostro lleno de

¡rt'r'¡rlcjidad que traducida literalmente es sólo un sig-rro rfc interrogación: ¿,? ¿? ¿? ¿''! ¿? ¿?

('ogí el libro de ejercicios esperando que Ias ilus-

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traciones transmitieran lo que no conseguía transmi_tirle con la mímica. Encontré lapáginade G_A_T_O yeltrazo alápiz hasta la figura. ¿Sería posible qu" étsubconsciente de Ildefonso hubiera establecidó unaasociación entre el G-A-T-O, sin sentido, y la ima_gen? Señalé desesperadamente la figura. Su dedo ca_lloso aterrizó en la cabeza del gatJ. Señalando aúncon una mano, hice con la otra la seña de ,,gato". Élme imitó obediente e hizo con torpeza la seña de"gato". Le sonreí y moví la cabeza arriba y abajopara demostrarle mi satisfacción. Él pareció iambiánsatisfecho, o quizá aliviado, mientras sus anchas ma_nos desaparecían nuevamente baio las axilas.

Repetí la se ña de "gato" y él ?epitió su imprecisaversión de la misma. Me quité la mano de la óara (laseña se fbrma como si te frotaras los bigotes sobrelas mejillas) y le enseñé la posición de la mano. Élme imitó. Le cogí entonces la mano y le abrí todoslos dedos mcnos el índice, que pe.-ánecía sobre elpulgar. Entonces volví a hacer la seña. Él la repitió,correctamente esta vez. Le aplaudí con cabeceos ysonrisas, volviendo a señalar el dibuio mientras ha_cía la seña de gato. Él reaccionaba"visualmente acuanto hacía yo, como el niño de cuatro años queprocura obedecer las órdenes incomprensibles queharán feliz, a mamá. Estoy segura de que la palaüraescrita "gato" no le transmitíala clave del significa_do de la seña, pero creía que esta asociación mecáni_ca podría ser su único escalón hacia el universo delos símbolos.

La r-¡re¡rte consciente es siempre limitada y se es_fuerza por asimilar, acomodarse, asociar y recordar.La mentc inconsciente, por su parte con una capaci_dad aparentemente ilimitada, no tiene el menoipro_blema con los millones de asociaciones y coneiio_nes. Leí,un¿r vez que ei cerebro humano es único enla familia primate no por lo grande que es ni porquehaya desarrollado determinadas paries

"rp"iialiiu_

das, sino por su vasto sistema de conexiones (innu-merables circuitos e intercambios). Yo abrigaba laesperanza de que las conexiones inconscientes de I1-defonso entre la seña "gato", la palabra gato, el dlbu-jo del gato y el gato real pudieran iniciar asociacio-nes que acabaran aflorando.

Creyendo que a cierto nivel teníamos una seña encomún, inicié una nueva lección en mímica. Simuléque veía un gato. Hice la seña de "gato" e insté a lainvisible criatura a que se acercara,la cogí, la acari-cié y la aguanté en un brazo, haciendo con el otro lascña de "gato".

Ildefonso me imitaba en la medida que podía y nosc paraba a observarme. Sentí un súbito dolor del'rustración en la espalda y el cuello, mientras poníauna vez más las manos de Ildefonso en la mesa. Lasiiz6 de inmendiato en cuanto volví a iniciar el núme-nr del gato imaginario. Parecíamos un dúo conjunta-tkr. Mis intentos de comunicación hacían girar larrranivela, y sus manos se disparaban inmediatamen-to, como la cabeza de un muñeco de resorte que oyesiempre la misma melodía absurda y salta, sonrientey absorlo.

El arrastrar de sillas en el linóleo y los estudianteslcvantándose señalaron el inicio del descanso de lanrañana. Me llegó el olor del café desde tres edifi-t'ios de distancia e inmediatamente dejé a lldefonso.l.os dos estábamos agotados de intentar interpretar alolro. El descanso fue demasiado breve. Estaba obse-sionada y no podía evitar volver a intentarlo una y()lr'¿r vez. Llamé a mi gato imaginario a mi regazo yle acaricié antes de hacer la seña de "gato". Ildefon-so f lamó a su regazo al gato ehizo la seña de "gato".liscondí al gato imaginario detrás de mf y preguntér'on mímica a Ildefondo dónde estaba. El hizo exac-ltrnronte lo mismo.

l)urante cuatro días, frente a frente, fracasamos('n nLrestros intentos de establecer contacto. Mi de-

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pendencia de los nombres me impedía penetrar en sumente sin nombres. Su estrategia de supervivencia,basada en la mímiczl, le impedía escuchar, es decir,prestar atención a Ltna conversación. ¿Sería demasia_do tarde para que aprendiera un lenguaje? ¿Seríasimplemente añadir ntás confusión y frustración a suvida?

El fin de scnlana me permitió descansar de estasdudas y el luncs volví dispuesta a intentarlo una vezmás. Era nucstro qr-rinto día de trabajo juntos. Ét pa_recía intercsaclo cn todo lo que hacía yo y yo c.éíaque él tral¿rba clc comunicarse. Así que seguí inten_tándolo talltbiólt.

La scñ¿r rlc gato, gato, el dibujo de un gato y elgato irnugilr¿rrio danzaron juntos en diversas asocia-cior-lcs. lnsistí cn la misma lección, con una varia-ciírn tras otll. Él seguía copiando cuanto yo hacía.No s¿rbí¿r cirl)tar. Podía actuar y reaccionar, pero nopodía urturtlcr la idea de conversar sin hacer. Me da_ban ganus tlc gritarle: ¡No quiero que hagas nada!

Dccitlí ignorarle. Había sido su mirada penetrantelo quc nrc había llamado la atención priméro. Teníaquc corrl'iur cr.t clue me observara y me estudiara. Asíquc volví ¿r iniciar la lección del gato, pero sin mirar-le a f os o.jos. En vez de mirarle a él miraba a un estu_cliantc irrurgirrario al que enseñaba las conexiones deg¿tto.

Mc ¡-rusc clc pie junto al encerado de cara a una sillav¿rcía, lricc la scña de "gato" y escribí gato. Acancié arur girto inraginario y leí la palabra gato del encerado.Mc scntó lucgo cr-r la silla y me convertí en un Ildefon_so irnuginirrio. Estudié la palabra y fruncí el entrecejo.LLrcgo ochó la cal¡eza erguida hacia atrás, entreabrílaboca y nroví la cabeza como si diiera',Ah. uu entien-do. Es un F¿tt()". Intcrpretando a cóntinuación el papelde Ildefirnso, nrc acerqué al encerado y empecé a ica_riciar la palabra galo. Naturalmente latiza.se borraba.Mostré asonlbro. ¿,Qué había pasado? ¿No era aquello

trn gato? Volví al puesto del profesor y expliqué conrnímica que la palabra gato no es un gato real sino que

¡xrne la idea de gato en mi cabeza. Después de señalar',ú gato, hice como que me sacaba algo de la cabezaykr metía en la cabeza del Ildefonso invisible. Volví ar'onvertirme en Ildefonso, y me concentré pensativanrientras señalaba la palabra, señalaba mi cabeza,l|lrazaba y acariciaba al gato imaginario y luego vol-vía a apuntar mi cabeza.Procuraba eludir su mirada,irunque sabía que me estaba observando. La visión pe-r ilérica me indicaba que tenía los brazos cruzados y(lue no repetía mis movimientos. Repetí el número

¡rlofesora-alumno una y otra vez, variándolo todo lo

¡rosible sin olvidar la idea central de que gato o "gato"

l)r1)vocara una imagen en la mente. Escribí, borré, vol-ví a escribir gato en el encerado hasta que tuve todosIos dedos blancos.

Cuando llegó la hora de irnos, Ildefonso me miróI ijamente. Le devolví la mirada y me senté. Mientraslotlcrs los demás crLrzaban la puerta cansinamente,rrcnnanecimos sentados mirándonos. Me levanté y le,ti,'igí un cabeceo de clespedida. Él s. quedó sent;donrirando fijamente el espacio que yo había ocupado.I'rrr primera vez, tuve la sensación de que al día si-I'ilicnte no se presentaría.

El martes me sorprendió de veras encontrarle sen-t;rtlo en su sitio habitual del rincón. Le saludé con unt rrbcceo y abrí su libro por el dibujo del gato. Lo se-

rrrrló y le hice un gesto de "¿qué?". Ildefonso imitó lal)r('slrnta y señaló el dibujo. Cansada, volví a lo que

¡rrrccía ser nuestra única esperanza: el número del Il-,lt'lilrso imaginario. Coloqué la silla vacía, me dirigí.rl r'ncerado y repetí la lección del día anterior. Trans-r rrn'ií) el tiempo. Miré a Ildefonso. Se incorporó en',u silla y titubeó. Me acerqué al encerado, pregun-t:urtlorne si sería posible alguna variación. Probé unar t'rsirin en cámara lenta. En la tentativa siguiente lolrrt c igual, pero poniendo mentalmente acento de Te-

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xas. Empecé a dudar de mi cordura. Por suerte, eraya hora del descanso de quince minutos.

En cuanto terminó, Ildefonso volvió a su asientoy yo a mi escenario. "Una vez más", me dije. Mien-tras corregía al Ildefonso imaginario, el Ildefonsoreal se movió en la silla. Me detuve.

De pronto sc irguió, estirado y rígido, la cabezahacia atrás y la barbilla adelantada. Se le dilató elblanco de los o.jos, como si estuviera aterrado. pare-cía un caballo salvaje sofrenándose, probando todoslos músculos ¿llltcs de saltar por el borde de un ca-ñón. Sentí ol cr-rcrpo y los brazos paralizados en ladanza de mímica y seña que había estado represen-tando una y otra vez durante toda una eternidad. Mequedé inm(rvil delante del gato rayado, acariciadosin reconocimiento por vigésimo quinta vez y pre-sencié la emancipación de Ildefonso.

Se había abierto paso. Comprendía. Vadeaba elmismo río que Helen Keller en la bomba de aguacuando relacionó súbitamente el agua que corría porsu mano con la palabra deletreada en ella. Sí, a-g-u-ay g-a-t-o signil'ican algo. Y el significado gato de lamente de uno puede unirse al significado gato de lamente de otro simplemente soltando ün gafo.

La emoción inundó el rostro de Ildefonso mien-tras considcraba lentamente esta revelación. Volvióla cabeza a la izquierda y luego muy despacio a laderccha. Lcntamente al principio, luego con avidez,lo observó todo como si no 1o hubiera visto nunca: lapuerta, cl tablero de anuncios, las sillas, a los estu-diantes, cl rcloj, el encerado verde y amí.

Dio un golpe en la mesa con las palmas de las ma-nos y alzti la vista hacia mí, pidiendo una respuesta.

-Mes¿r- lc dije, haciendo la seña correspondiente.Posó la palma en el libro.-Libro- contesté y, aunque tenía la cara cubierta

de lágrimas, seguí obediente sus dedos y sus manos,haciéndole las señas de "puerta", "reloj", "silla".

Pero con la misma brusquedad con que había pre-guntado los nombres, palideció, se derrumbó y rom-pió a llorar. Cruzó los brazos sobre la mesa y apoyól¿ cabeza en ellos. Me vi los dedos blancos de apre-tar el borde metálico de la mesa, que crujía bajo suaflicción más fuerte que sus sollozos.

Ildefonso había accedido al universo de la huma-nidad, había descubierto la comunión de las mentes.Ahora sabía que é1 y un gato y la mesa tenían nom-bres y el fruto de este conocimiento le había abiertoIos ojos al mal. Comprendía la prisión en la que ha-bía vivido solo, separado de la especie humana du-r ante veintisiete años.

Bienvenido a mi mundo, Ildefonso, me dije. Per-rníteme mostrarte todos los milagros que se hacencon los símbolos, todos los vínculos y lazos entre losscres humanos, jóvenes y viejos e incluso con losnruertos hace siglos. Vamos, Ildefonso, come mi"gato" y prueba la dulzura de los contactos huma-rros. Te enseñaré a bañarte en el prodigioso río remo-lineante llamado Lenguaje. Puedes nadar en cual-t¡uier sitio, conocerlo todo y a todos, o simplementel'lotar en uno de esos preciosos nombres. Déjamerrbrirte la puerta de este mundo que se negaba a de-jru'te entrar. Déjame presentarte a los captores que teIuvieron encerrado en un negro infierno de absuro yso I edad incomprensible.

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CAPITALO 3

Al volver a casa en el autobús número 3, todo me pa-recía irreal. La gente actuaba como si no hubiera pa-sado nada. Yo creía que las calles debían estar llenasde multitudes vitoreantes. Un hombre inocente aca-baba de ser liberado de una vida de prisión. Ya en elapartamento, esperé con impaciencia que llegaraJohn para darle a gritos la noticia: Ildefonso habíaescapado. Ya no estaba solo.

John llegó agotado y agobiado con libros de Me-dicina de ocho kilos.

-¡Lo ha conseguido!- le grité. -Ildefonso enten-dió hoy. Comprendió el lenguaje.

John, que se había echado en el sofá, se alegró deverme contenta, pero estaba demasiado cansado paraapreciar el significado de laproeza.

Me sentí de pronto impaciente por ver a Ildefon-so. Comprendí que había sido mi contacto humanomás constante desde que me había trasladado. Meobsesionaba el desafío que significaba llegar a éI,descubrir sus pensamientos sin palabras ni señas.Aquel <lía agarró la cuerda que había estado lanzán-dole. El puente estaba tendido, habíamos establecidocontacto. Ya podíamos cruzar el abismo y vernosfrente a f'rente, compartir nuestro nuevo don de laconversación.

El miércoles, en el fresco aire matinal, fui casi deun salto del autobús al aula, pero en cuanto crucé la

puerta vacilé. Esperaba ver alguna diferencia física.En vez de esto, me encontré a un Ildefonso tímido,con los brazos rígidamente cruzados. Le dije "Bue-nos días" en señas; naturalmente, é1 no tenía idea delo que le había dicho.

Pero cuando me senté frente a é1, cabeceó lenta-rnente y se aproximó, con los ojos negros anhelantes.Durante la última semana se habia sentado siemprecrguido, observándome con ávido interés pero distan-lc, como un extraño. Aquel día,bajóla cabezaleve-rnente al inclinarse sobre la mesa, con los hombros¿rdelantados. Su mirada parecía decir: "Tenemos unsccreto, ¿verdad?" Se acercó incluso más, con un¡rrofundo suspiro. "¿Es cierto o he soñado esta extra-ña idea?", preguntaban sus ojos oscuros. Mi rostrotlcsbordaba alegría cuando hice la seña de "gato" y¿rbrí el libro por el dibujo del gato.

-Gato- dijo é1 en señas, sin el menor cambio decxpresión. Aguardé, pero él no hizo nada.

-Ildefonso- drje en señas, la seña de su nombre(lue yo había aprendido de la profesora. Probable-nrente Elena se la hubiera inventado. Le señalé.

É1 se señaló.

-¿Yo?-Tú, Ildefonso- repetí, cabeceando.

-Ildefonso-hizo la seña mirando la pared detrástlc mí. Veintisiete años sin nombre. Me pregunté sisignificaría algo para é1 ahora.

*Yo, Susan- hice la seña y sonreí. Él la repitiónraquinalmente.

Antes de que pudiera empezat a preocuparme sulrrlta de entusiasmo, vi a Juanita agitando elbrazolrircia mí, impaciente. En cuanto nuestras miradas set'rrcontraron, Juanita me lanzó una andanada de se-rtlrs; quería aprender inglés, "ya".

-Un momento- contesté.l)ejé a Ildefonso con sus buenos amigos los nú-

nrcrr)s del uno al nueve. ¿Cómo podía negarme? Un

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aula llena de personas sordas que habían esperadohoras y días, años incluso, la orientación, asesora-miento o apoyo dc ojos que pudieran leer sus ma-nos. Ildefonso sólo cra uno entre muchos. No podíajustificar el pasarntc todo el tiempo con un solo es-tudiante.

-Sí, Ju¿rnit¿r, y¿t voy- escribí apresuradamente al-gunas slrm¿rs scncillas a Ildefonso.

Juanita c¡ucr'íu una lección sobre los verbos ingle-ses: cuírnckr sc utiliza la forma verbal de gerundio ycuándo no. Ilr'¿r ¿rsuda y rápida como un mago. Suúnico problcrrur cra la lentitud del mundo. La imagi-né dc bcbó, iulivinando que se estaba perdiendo algoy pinchanrlo a sLls padres para que le enseñaran todo,incluso a oíl'. Mientras veía a Juanita practicar ora-cioncs cn inslós. pedir aclaración, insistir en que lee xplicara las rcglas, pensé en todas las personas sot-das tírnicl¿rs c¡uc hzrbía conocido a quienes les habíanenscñaclo a no pcdir nada, a mantenerse en segundoplano, a acoptar Lrna posición inferior. Ojalá hubieramuchas Juanitas, me dije.

Volví enscgr-rida con Ildefonso. Sumaba pefecta-mentc, poro sLls números eran retorcidos e irregula-rcs. Cacla uno era de un tamaño distinto. El lapicerovacilab¿r cucla pocos milímetros, esperando que elprcocupuclo cstudiante se detuviera a estudiar el mo-dclo y volvicra a su hoja. Lu Ann me interrumpiópara pcclirrnc qLle trabajara con Mary Ann que nece-sit¿rba ¿rtcllcit'tn. Acababa de volver con Ildefonso.Ac¡Lrcl hollrbrc había esperado tanto... Deseé gritar:"Es¡-rcnr, cspcr¿r, este hombre necesita el lenguaje.Espcra. tcnclros que celebrar su primera palabra.¡Espcra!" ¿,Ctirno podía explicarle a Lu Ann lo quehabía rrcun'irlo'? Lu Ann parecía molesta por el tiem-po que clcrlicaba yo a Ildefonso. Ella personalmenteprelería nr¿lntonerse ocupada yendo de un estudiantea otro. I-as cxplicaciones eran inútiles y ya nos ha-bían intcrnrrnpiclo. Fui a ver qué hacía Mary Ann.

Le hice la seña de amarillo, como si amarillo pararní significara hola, un saludo personal, nuestro víncu-Io. Hablamos un rato de colores. "Libro verde, blusalrzul". Evité cuidadosamente el 'orojo". Ella simulabarrnirnadamente hablar y hacer señas, pero sin darlerringún sentido. Comprendí que necesitaba el contactoIrLrmano, aun cuando la única comunicación fuera elrrhsurdo. La gente con lenguaje hace a menudo lo mis-nro, hablan por hablar. La necesidad de atención, de

¡xrsar el rato con otra persona, tiene más importanciat¡rre el contenido inteligente.

Dejando a Mary Ann algo más contenta, volví conlltlcfbnso. Señalé a la profesora e hice la seña de Ele-rr,r. É1 la repitió. Sus movimientos contenidos forma-lr:ul señas quedas, no señas plenas y completas, sinorrluo parecido a las semiseñas de una persona sordat¡rrc habla consigo misma. Se inclinaba hacia adelan-le rnientras señalaba con la mano e inquiría con losojos, pero tenía una expresión dura. Repitió la señarlcl nombre de Elena con un cabeceo casi impercepti-lrlc que no pude descifrar.

Había dejado corriendo a Mary Ann con la espe-rrnza de expresar mi emoción por aquel nuevo cono-t inricnto que Ildefonso había adquirido de los nom-lrlcs propios, sobre todo el suyo. Sus señas deformesI' su ensimismamiento me frenaron. Me dio un poco.lt' rniedo aquel hombre sombrío y tenso mientras,rbscrvaba sus repeticiones mecánicas. No me veía,t'sl¿rb¿t escrutando algún rincón privado.

¿,Cómo podía apoyarme en el avance del día ante-rror''/ ¿,Qué significaba la experiencia de Ildefonso?Yrr nt-r estaba segura. ¿Qué entendía él exactamente?, t)rró debía hacer yo a continuación?

.Susan yo/mi nombre (señalándome). Susan. Il-,lt'lirnso nombre tú. Ildefonso- dije en señas, instinti-\ ltlt)onte.

lllcna rne llamó desde el otro lado del tabique (el

¡rolcsor del aula contigua necesitaba un intérprete).

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Me volví a mirar al salir. Ildefonso se había hundidoen el asiento otra vez.

Regresé corriendo al Aula 6, tras interpretar enuna clase de cocina del curso de "Técnicas de vidaindependiente", otro apeadero para los perdidos yhallados. Sólo quedaban diez minutos de la clase dóIldefonso. Empecé una vez más, aunque sin con-fianza.

-Nombre tú Ildefbnso; nombre yo Susan; nombreella Elena. ¿,'l'u nombre?- le pregunté, con las pal-mas de las ntanos hacia arriba. Ninguna respuesta.

Recordó sus lirgrimas y sus hombros vencidos deldía anterior. Su reacción a los nombres y a nuestromundo dc no¡-nbres contenía más pesar que gozo. yel gozo no había llegado con el descubrimiento dellengua.jc sino sirnplemente de los nombres. En reali-dad, ni siquiora de los nombres, sino sólo de la ideade Ia existoncia de los nombres. eué estúpida habíasido aquclla mañana. Por supuesto que no podíamosconversar. Mi fantasía había brotado del conocimien_to de lo que es posible con el lenguaje, que aún nopod íamos compartir. Mis esperanzas retrocedieron.

Al segurrdo día de la revelación de Ildefonso vol-ví a empczar.

-llde f'onso- dije en seña con una sonrisa. v mesenté.

-lldelirnso- dijo él en señas.

-Bien. Sí, tu nombre Ildefonso, mi nombre Susan.Aqr-rella era la novena mañana que pasaba con él y

allí estaba yo enseñándole la presentación ,,yo Jané,

túTarz,in" que había desechado la semana anterior.Inclinado sobre la mesa, Ildefonso parecía un

gato obsorvando a una araña, pero no dispuesto asaltar todavía. Esperó hasta que sólo nos separaronunos centírnetros, dispuesto a compartir algún secre-to, pero su único mensaje fue un rápido enarcamien_to de cejas.

-¿Tu nombre?* empecé.

-¿.Nombre?-,repitió a la defensiva. No entendíala nueva seña. El sólo había entendido que existíanlos nombres, y yo le estaba pidiendo que entendieraol nombre de los nombres. Comprendí mi error yrurrinconé aquella seña.

-Tú Ildefonso, Ildefonso, hombre. Yo Susan, mu-.jcr. É1, hombre,Ildefonso, ¿qué?

Señalé a todos los hombres del aula: El. hombre:ó1, hombre; é1, hombre; y luego a todas las mujerescon la seña de mujer (la seña del pronombre personalcs la misma que la de señalar así que erafácil que Il-tlcfbnso entendiera).

-¿Ildefonso , qué?- el gesto para qué es las manosrrbiertas hacia arrlba, girando ligeramente, apuntan-tlo hacia el mundo. Se echa hacia atrás la cabeza conla boca un poco entreabierta. Ésta es una petición detrxplicación casi universal. He visto variaciones de lanrisma a expresivos europeos orientales, parisinos,griegos, italianos y mexicanos. Incluso algunos an-¡¡losajones alzan las manos de forma similar cuandouna pregunta verbal falla.

*¿Yo?... Ildefonso.

-Sí. Ildefonso. Ildefonso, hombre; Susan, mujer;til, hombre, Ildefonso, ¿qué?

-¿Yo? Yo, hombre.Habíamos hablado. Había sido una verdadera con-

vcrsación, una conversación brevísima, por supuesto,l)('ro una conversación. Habíamos utilizado el len-¡lrrir je sin mímica por primeravez pana transmitir unarrlca. Repasamos luego las señas de la semana, que Il-tlcfirnso había visto y seguramente entendido pero(luc no había utilizado nunca: "silla", 'omesa", "1i-Irtrr", "puerta",'opapel", "lapicero". Añadí "hombre"y "rnujer". Ildefonso pareció captar las señas de gé-rtt'rr más fácilmente que los nombres Susan, Ildefon-rr r y Elena. Encajaban mejor en su nueva lista.

l{emedó algo que no entendí. Cuando gesticulé,nroví la cabeza, fruncí el entreceio y alcé los hom-

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bros (un "¿eb?" visLral) simuló escribir moviendo sulapicero arriba y abajo sobre el papel. Luego gesticu-ló como si me hablara en señas. Desorbitó los ojos,arqueó las cejas y se miró las manos y luego rápida-mente la imaginaria cscritura. Repitió la última par_te, se encogió clc hombros y alzó las manos; 1o inter-preté como "¿,|)c qLré va todo esto?" No entendía loque quería, así c¡uc repetí mi "¿eh?", procurando de-mostrarle b¿rst¿rntc interés para animarle a probar denuevo. Volviri ¿r sirnular que hacía señas, se inclinósobre el papcl c hizo unos garabatos. Miró lo que ha-bía señalaclo, su.jcró el papel, estudió los garábatos,volvió a rnir'¿u'cl cspacio de la seña y luego a mí conexpresirin inr¡uisitiva. Era evidente que comparabalas scñ¿rs y las palabras, pero yo no sabía lo que mepregunlaba. l)l-cguntar por la relación entre las señasy las palabr¿rs nte parecía demasiado abstracto paraalguicn quc srilo conocía una palabra y menoi d"docc scñas. ¿,QLre explicación quería?

Trató dc aclarar su comparación escribiendo gatoa mi izc¡uicrcla, pasando a la derecha y haciendo lascña de "ga1r)". El cabeceó, agarró el papel, hizo Iaseña de "gato", apuntó a gato, apuntó la puerta ehizo ¿r mcclias Ia seña de "puerta". señaló la mesa yla clcscribíti con una seña propia inventada y volvió ala ho.f a dc parpel, guiando el lapicero en una columnaimarginariu debajo de gato. Quería ias palabras. Unapcrsona sorda que pedía las palabras en vez de lasseñas. Qucría que le enseñara primero a escribir losnombrcs, los sírnbolos que representaban los sonidosque ól no ¡rodía oír.

Para asogurarme de que le había entendido, hicela seña clc "gato", luego remedé la acción de escribirdirigiéndornc a la vez a éI con expresión interrogan-te. Asintiti con un cabeceo. Reconocía gato por laforma gcncral o, quiz/a, por un rasgo que hubieracaptado. No sabía nada del alfabeto ni que las letrasrepresentaban sonidos. Vacilé. Aquellas explicacio-

nes serían inútiles, pero podía enseñarle las palabras.Había esperado veintisiete años por el lenguaje. Me-recía que le permitieran dirigir su propio aprendiza-je. Empecé a darle las palabras que quería.

Escribí gato más grande y más claro y le pasé lahoja de papel. Bajó la cabeza para estudiar la pala-bra, tensó la mandíbula, inclinándose rígido hacialdelante y descruzando los tobillos para asentar bienIos pies en el suelo. Se preparaba para su nueva tareacomo el corredor de velocidad en la línea de salida.lntentó copiar gato, pero hizo un garabato ilegible.Me coloqué detrás de é1 para guiarle la mano al es-cribir su segundo gato. Aganaba el lápiz con el puñolpretado y su mano parecía una piedra. Al apretar

¡rara hacer el rabo dela a se rompió la punta. Aceptóotro lapicero y siguió sin alzar la vista siquiera.

Le toqué el hombro para que me prestara aten-ción, pero no me sintió. Estaba poseído por la pala-lrra escrita. Seguramente ya había comprendido an-tos que las palabras tenían slgnificado, pero nopodía descifrar la clave. Quizá asociara la formairrinteligible de una señal de tráfico con la reaccióncspecífica de los conductores en la calle. Tenía quelr¿rber advertido las súbitas reacciones de la gente a

los garabatos de una nota o una carta. Debía ser unat'specie de enigma: ¿cómo podían aquellas marcas

l)l'ovocar risa, lágrimas o cólera? Había visto siem-l)r'o que aquellos trazos misteriosos hacían que la1'trnte descolgara los teléfonos, arrugara el papel,rrsintiera o moviera Ia cabeza. ¿Estaría recordandolrrs preguntas que se había hecho siempre sobre las

lurlrrbras? Cuánto me hubiera gustado abrirle el crá-n('o y examinar el tumulto de pensamientos que leIt'rrían cautivo.

"Nombres, más nombres", pidió, palmeando lanr('s¿r. señalando la puerta y dándome el papel. Añadírronlbres a la columna. Ildefonso me señaló a mí, se..t'rirrlti é1, señaló a Elena; quería nuestros nombres.

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Escribí S-U-S-A-N con grandes letras de molde. Cla-vó la vista en el nombre, tratando de descubrir la fór-mula secreta que le permitiera descifrar el códieo.¿En qué era gato distinto de mesa, distinto de Susán?Alzó súbitamente la vista.

-¿Susan?- preguntó en señas con la mano iz-quierda mientras bajaba el índice de la mano derechahacia Susan.

-Sí, Susan.Escribí Elena y él estudió el nombre.De pronto la clase había terminado; los estudian-

tes echaban las sillas hacia atrás, se levantaban y pa-saban a nuestro lerdo, pero Ildefonso siguió estuáián-do los nombrcs, completamente absorto.

-¿Yo?- proguntó. Añadí I-L-D-E-F-O-N-S-O a lalista. Abrió mucho los ojos y repitió la pregunta.

-¿Yo?-Sí, Ildcfi)nso* contesté en señas apuntando la

palabra. Su nombre era más largo que todas las otraspalabras. Como él sólo podía apreciar las formas ge_nerales, únicamente podía dar importancia a iasdiferencias mirs evidentes, como la loneitud. Also ledistrajo de su nombre escrito y volvió almío. Hízoimseña de o'Susan" para sí, mirando fijamente el nom-bre. No sabía ningunaletra individual, ni que pudie-ran traducirse en habla. El sólo sabía y sentía el po-der de los nomb¡es y las palabras. Contenían la clávepara entender su vida, los comportamientos extrañosque veía a su alrededor y el mundo. No podía com_prender su significado ni captar su sentido mejor delo que podía entender E=mc2, pero ambos sabíamosque aqLrellos símbolos influían en nuestras vidas, lascontrolaban, incluso. Dobló el papel meticulosa yceremonialmente y se 1o guardó en el bolsillo deatrás con el mismo cuidado que si fuera un billete decien dólares.

Se despidió con un cabeceo casi extasiado.El viernes por la mañana llegué pronto, pero Ilde-

fbnso ya estaba allí y había sacado cuidadosamenteel papel amrgado del bolsillo de atrás de los pantalo-nes y 1o había alisado sobre la mesa. Pedía palabras,

todas las palabras, con el lápiz en la mano. Queríaque le escribiera las palabras corespondientes a to-dos y cada uno de los objetos que le rodeaban y a las

señas que había aprendido. Miré el papel y vi que

había intentado copiar las formas de cada palabra.Añadí más palabras. La lista aumentaba. Yo estaba

cleseosa de enseñarle algo más que nombres, pero noqr-rería desanimarle con noticias sobre las reglas. Lagramática podía esperar hasta que dejara de estar tanhipnotizado con los nombres. Practicamos escrituratle palabras y letras hasta el descanso.

Cuando volvimos, Ildefonso me hizo una pregunta

con gestos: algo referente a su tezy alas palabras. Re-

¡ritió la pregunta y cambió los gestos, pero yo no con-

scguía entender lo que me preguntaba. Lo intentó portorcera vez. Señaló a toda la gente de piel morena que

había en el aula, se señaló a sí mismo, remedó a niños

lrcqueños o chiquillos que comían y dormían juntos,

Iuego señaló las palabras, adoptando una expresiónirrterrogante. Yo supuse cuál podía ser la pregunta

f)cro no podía creerle capaz de preguntar 1o que yo es-

llba pensando: "¿Son éstas las palabras que empleanli familia?" El no sabía distinguir una letra de otra.

I'ara él cualquier palabra, menos 7ato, en inglés o en

cualquier otro idioma, era extranjera. ¿Qué dato podía

loner é1, aparte de que existía una serie de nombres?Escribí en una columna paralela a la de las pala-

lrras en inglés los equivalentes de las mismas en es-

¡rirñol: table =mesa, chair = silla, etc. Seguí con eltlcdo la columna de palabras en inglés hasta el pie de

lir página, me señalé, señalé mitez y luego me remitírrl inglés. A continuación seguí igualmente la colum-rrlr de palabras en español, señalé a Ildefonso y a losotros mexicanos del aula y señalé su tez. El alzó el

¡rir¡rol, aguantándolo a medio camino entre la mesa y

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su cara, y se quedó así examinando las dos listas depalabras.

*¿Mesa?- preguntó en inglés señalando table yluego mi tez-. ¿Mesa?- repitió, señalando mesa yseñalándose.

-Sí- contesté, de mala gana, advirtiendo que aflo-raba su frustración. Guardó lo que me pareció un lar-go silencio; luego me preguntó las otras palabras enespañol. Añadí un¿r o dos más y me encogí de hom-bros, señalando un par de líneas en blanco para indi-carle que ignoraba aquellas palabras en español. Sesorprendió y scñaló los espacios en blanco, pregun,tando: "¿De vcrdad'?", con la expresión y la postura.Volví a encogcrme de hombros y asentí con la cabe-za. Se perdió cn las dos listas de palabras durante unrato, luego prlso el papel amrgado en la mesa y em-pezó a copiar las palabras.

Le observó, preguntándome, como siempre, quéhabría en su mente. ¿Cómo iba a asimilar la idea dedos idiomas si aún no conocía uno? (Alguien me su-girió después que seguramente le había enseñado asu tío la lista de palabras inglesas y su tío no las ha-bía entendido.) Dejó de escribir pero sin soltar el la-picero, y siguió inclinado sobre el papel. Le toqué eldorso de la mano izquierda, que descansaba cercadel centro dc la mesa. Se derrumbó sobre el papel,con un suspiro súbito y, como la otra vez, empezó asollozar en silencio con la cabeza apoyada en el bra-zo.La mesa temblaba con sus sollozos. Era demasia-do: en rlctlos de una semana se había enterado deque había nombres en ameslán, en inglés y en espa-ñol. ¿Córno iba a poder concebir o aceptar más de unidioma cuando la sola noción de cualquier lenguajeera un sueño vago y nuevo? Su pregunta había sidocomo la piedra lanzada inocentemente en la monta-ña, y había desencadenado una avalancha tan enor-me que no podía soportarla.

¿Qué había hecho yo? ¿Llevar a Ildefonso al bor-

de del lenguaje y mostrarle una visión de su tragedia,darle a conocer su enf'ermedad pero ninguna espe-ranzade alivio ni de cura? ¿Eraya demasiado tardepara que ingresara en este mundo de nombres, dondehay que saber una serie para hablar con las personas

blancas y otra para hablar con los morenos? No sólotcnía que aprender los nombres, sino también cuálescran los que servirían para hablar con sus sert:s que-

liclos. Ildefonso estaba en la cofradía de los poetas,

cornprendí, recordando versos de La salida del sol y('untos de Czeslaw Milosz:

Todo seríct perfecto si el lenguaje no nos

[engañara dandodistintos nombres aI mismo obietoen tiempos y lugares distintos...Cada obieto debería contener wna palabra sólo,pero no es así.

Que no resplandeciera un signfficado en la largafnoche insomne

me afligía, me desesperaba luego,

¡tero las palctbras no emitirían ninguna luz..

Puse mi mano en su hombro un largo instante, a

rrrodo de adiós. Y me fui, preguntándome una vezrnhs si podría volver el lunes, si volvería Ildefonso.

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capÍruro q

Ildefonso y yo int.cntamos durante diez días saltar elmuro que le había mantenido separado del resto delmundo casi trcs décadas. A pesar del primer paso, nohabía llegado al lenguaje. Empecé a preguniarme sisería posiblc c¡uc un adulto llegara, desde la ausenciade lenguajc, a todas las normas para manejar lossímbolos y las complejas estructuras de las lenguas.¿,Nos estirb¿unos engañando los dos? Tal vez hubieraabierto la pucrta sólo lo justo para entrar en su pri_sión, en la quc cstábamos atrapados ambos.

El llanto clc Ildefonso me obsesionó aquel viernespor la noche. Si era demasiado tarde para que apren_diera el lcnguaje, yo no había hecho más que tortu_r¿rrle ofiecióndole 7o inalcanzable. Mis esfuerzos lehabían despojado de su única protección: la ignoran_cia. Recorcló a Charlie, el retardado de Flores paraAlgernon, y cl experimento para hacerle inteligbnte.Al final, cuando Charlie retrocedía a su estadobrisi_nal, solarncnte había conseguido darse cuenta de q-ueera dil'ercntc y tonto. ¿Estaba yo ayudando a Ildefón_so a aprcndcr un lenguaje o arrastrándole a un expe_rimento liLrstrante?

El fin dc scmana busqué ayuda. Tenía que haberalguien que hubiera enseñado el lenguaje anterior_mente a un adulto. Llamé aLaura,la coordinadora deintérpretes del centro que me había contratado. Co-nocía a todas las personas de la localidad que trabaja_

ban en el campo de la sordera. Me remitió a una pro-lbsora de adultos que llevaba ya años en la enseñanzarlc adultos sordos. Lallamé y averigüé que nunca ha-bía dado clases a adultos prelingüísticos. Me remitióll señor Karpf, especialista en aprendizaje tardío dellcnguaje en niños sordos. Msité al señor Karpf, querrre explicó historias de niños sordos con incapaci-tlades múltiples y de desarrollo que habían aprendidot'l lenguaje tarde. El niño mayor al que había enseña-tlo tenía once años. No sabía de nadie que hubiera en-scñado a un adulto la primera lengua, pero creía quel:r señora Johnson de Orange County podría conocerrr alguien. La señora Johnson me contó bastantes his-Iorias, más o menos parecidas: "Fulano de tal me ha-lrlt'r de alguien que hizo esto o aquello". Y me sugiriótprc visitara el hospital mental del Estado. Tenía en-tcndido que allí hacían algo con el ameslán y pacien-les catatónicos. Quizá pudieran aclarar mis dudas. Yorro lo creía así y deseché la sugerencia.

Volví a llamar a Laura para ver si ella tenía algunaotla pista. Recordó de pronto a Ursula Bellugi. Todot'l que aprende lenguaje de señas ha oído hablar deIos grandes intérpretes, cantantes, actores sordos ytlc la lingüista Ursula Bellugi. Como el ameslán nosc ha considerado igual a otros idiomas hasta épocarrruy reciente, su estudio difiere del de cualquier otro51:gundo idioma. Cuando estudias alemán, por ejem-¡rlo, no aprendes que Martín Lutero tradujo la Bioliav normalizó el idioma alemán ni estudias a los poe-trrs rnás elocuentes de la moderna Alemania antes derr¡rrcnder a conjugar algunos verbos irregulares. Enr'runbio los estudiantes del lenguaje de señas, antestlt' lprendgr a expresarse con fluidez a nivel de con-vt'r'sación, aprenden anécdotas sobre la historia delrrnrcslán,los nombres de los actores teatrales preferi-rlos y de los grandes intérpretes, y sobre las muchasl('.ycr)clas y verdades en torno a la sordera y las se-rirs... y cosas sobre Ursula Bellugi.

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Ursula Bellugi es una lingüista del Salk Institutede La Jolla, donde se estudian entre otras cosas lasbases biológicas del lenguaje. Bellugi estudia ames_lán trabajando con personas que lo saben e hijos depersonas que lo saben. Su especialidad básica es laadquisición del lenguaje. En cuanto me sugirieron sunombre, tuve la certeza de que ella tendría las re_ferencias y la infbrmación que yo necesitaba. Telefo_neé a su secretaria y concerté una entrevista. Hastaentonces, tendría que seguir sola.

Tanto Ildefonso como yo hicimos acto de presenciael lunes por la mañana. El aceptó mi lección elemen_tal de señas sin protestas. Ambos convinimos tácita_mente que las palabras tendrían que esperar. Ildefon_so contestaba de forma maquinal. No tomó ningunainiciativa. Después de repasar los pocos nombresque sabía, decidí que una clase de aritmética nos cal_maría.

Ildefonso podía sumar y restar utilizando númerosdel uno al nueve; estaba preparado para aprender eldiez. ¿Podría enseñarle operaciones aritméticas máscomplejas sin lenguaje? Yo no sabía cómo enseñarleeI diez, ni aunque hubiera sabido ya el lenguaje. Eraalgo tan automático para mí que no recordaba cómolo había aprendido. Tracé nueve rayas y, rras unapausa, añadí una décima rayay dibujé un círculo a sualrededor. Escribí 10 sobre el círculo. Ildefonso sequedó mirándolo inexpresivamente. Me recordé en_tonces a los cinco años en una escuela de una solaaula, en Wyoming. La profesora me enseñaba un ma-nojo de lapiceros y un lapicero solo sobre dos ¿¿¡zosen mi papel. Conté nueve lapiceros delante de Ilde_fonso, añadí uno, los sujeté con una cinta elástica ylo coloqué en una hoja de papel. Escribí debajo 10.Luego escribí del uno al diez y señalé el manojó paradiez. Seguí con Il, 12,13,14,15, añadiendoiaplce-

lrs. Repetí la lección. Mientras Ildefonso observabalos lapiceros y el papel, yo seguí repitiendo. Hice dosrrranojos, los puse juntos y escribí 20 debajo. Escribírrrrry despacio del I al 20 y coloqué los lapicerosr'orrespondientes debajo de cada cifra. Ildefbnso exa-rrrinó lo que yo había escrito; y lo entendió sin más;ryuda. Los símbolos de los números le resultaban fá-t'ilcs comparados con las señas y las palabras. Al pa_rccer, la aritmética ya residía en su mente.

Fuimos a almorzarjuntos y yo le indiqué nombres(lcche, café, emparedado). Él respondíá con torpesrnritaciones, mirando todo el rato a otra parte. LLrógorros quedamos callados. Él comía y observaba a los,¡rrc hablaban y se comunicaban por señas en la salarr;rr':rnja. Cuando acabó de come¡ cruzó los brazos y;rrkrptó la misma expresión que cuando le había vistó¡rol primera vez. ¿Qué entendería exactamente? ¿Con_, t'biría el lenguaje sólo como una serie de nombresrruis. permanente que sus gestos, o captaría de algúnrrrotlo que era un sistema más complejo?

Irn el viaje de vuelta a casa en autobús, llegué a lat onclusión de que nunca podríamos encontrarnosrt':rllnente. Sus preguntas y las mías nunca hallaríanr('sl)uestas. El siempre se preguntaría cómo descifrar,'l t'tidigo y descubrir sentido y normas. yo siemprerrrt'preguntarialarazón de sus lágrimas y, concreta_ilr('lttc, de su trance, al enfrentarse a los nombres es_( illos.

A la mañana siguiente perdí el autobús y lleguél,u rlc.

. Lo_ siento -le dije en señas, esperando que capta_

r;r tlc algún modo el significado por mi aire excuipa_t,ri1¡ t eljadeo. Me hizo el habitual cabeceo de reco_rrrrt'inliento y nada más. Utilizando mi retraso, hicel.r :ir'rl¿r de "reloj" y empecé a hablar del tiempo. Ilde_l,'rrr1¡ ¡ls¡¡naneció sentado con la mirada fija.

Ar¡uclla semana intenté enseñarle el significado del,', ¡¡¡i¡¡1".ns del reloj varias veces. parecía compren_

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der que correspondían a un hecho como la clase o eldescanso del almuerzo, pefo lo mismo podrían habersido dibujos de flores. El movimiento o la posición delas manecillas negras no le decía absolutamente nada.

Pasé a nociones más generales de tiempo. comomañana, tarde, y el concepto de día basado en la sali-da y la puesta del sol. Finalmente Ildetbnso aprendiólas señas de sol, salida del sol, puesta de sol, pero nolas del día y la noche. Representé los actos de traba-jar, almorzar y volver a trabajar; irse luego a casa,descansar y volver a comer cuando desaparecía el sol.Le hice las señas de "mañana", "mediodía" y'onoche"tras las correspondientes explicaciones mímicas; 1o

repetí todo e hice la seña de 'odía", que parece todaslas señas anteriores juntas. Su rostro permanecía im-pasible.

Estábamos estancados en el presente. Olvidé laidea del tiempo y probé a añadir adjetivos a los nom-bres que ya sabía: "mesa dura, libro duro, pelo blan-do, ropa blanda". Ildefonso no sabía qué hacer con lamesa y el libro y parecía preocuparle que hubiera al-gún problema con su pelo o su ropa.

Tras su primer conocimiento de los nombres, elavance se hizo penosamente lento. Compartíamossólo la idea del lenguaje, no el lenguaje mismo.Teníamos que avanzar vadeando la lóbrega vaguedadde la mímica y los símbolos provisionales. Ildefonsose debatía con nuevas señas horas o días, tratando dedescifrar sus formas y usos. A veces encontraba losnichos correctos para ellas en su cerebro y su vocabu-lario iba ampliándose lentamente.

Sólo expresaba en señas los nombres. Para él ellenguaje seguía significando únicamente nombres.Sintaxis, verbos y cualquier otro símbolo, aparte delnombre, seguían siendo desconocidos e inconcebi-bles. Ya era bastante prodigioso para él un nombreque se pudiera emplear con muchas personas o escri-birse para que lo entendiera alguien en otro tiempo y

otro lugar. Quería más y más nombres. yo sabía queIos nombres solos nunca serían lenguaje, pero él no.

Todas mis lecciones sobre los verbos fiacasaron.f if sentido común me llevó a empezar con accionesvisuales fáciles de entender, como levantarse, sentar_st', escribir. El sentido común se equivocaba. Levan_l;rrse, sentarse, escribir, cuando entendió su sisnifi_( ir(lo, significaron todos ellos órdenes, pero no fodía('irl)tar su significado de símbolos de la acción con_( rcl¿r que describían. Se quedaba desconcertado, no('ntondía por qué le daba órdenes absurdas.

Volví a probar con los adjetivos. Una mañana¡rt'rrsé en los colores como introducción a los adieti_vos calificativos. Coloqué un montón de libros dis_trrlos e hice las señas de "libro azul, libro roio. librorrrlrrrrja, libro marrón, mesa marrón, pared naranja.'.,,\ | vcr dos nombres para un mismo o6¡eto, Ildefonso',(' nrostró confuso. Utilicé entonces los lapiceros, se_rr¡rlrurdo la ropa y los dibujos y el mayor ñúmero po_',rlrlc de objetos del mismo color. Esto rojo,

"ro,ó¡o,,r(luol.lo rojo, repetí hasta que el color rojo quedó ie_p;urrclo de lo que era rojo. Después de haber vistoutrlizar los colores con muchos objetos no relaciona_rlos ultos ocho veces diferentes, Ildefonso entendió.\rulros recuperamos parte del entusiasmo de la se_

r r r r n lr anterior. Ildefonso procuraba asegurarse:l,ibro azul, ¿mesa marrón?Sí, sí, bien- le contestaba yo en señas, sonriendo

¡ror lu primera comunicación auténtica en varios,lr,rs l)racticamos algunas señas de colores y añadí,rl¡irrrurs más. La lección terminó bruscamente cuan_'h lricc la seña de "verde". En cuanto vió a qué se re_lr r:r ('l color verde, se encogió, inclinó los hombrosr rt'rncclít esconderse. Miraba con expresión temero_,;r ;r ur)o y otro lado, sin dejar de hacer la seña der,'rtkr, verde". yo no tenía la menor idea de lo que

' lilr.t ti t (lccir.

,,Vcrde qué?- le pregunté en señas y gesticulan_

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do. Simuló esconderse otravez con expresión atera-da. reaccionando a su "verde" como si se tratara de

una culebra. Muchas señas de colores pasan de Ia iz-quierda a la derecha con un movimiento culebreante,como una culebra o una lagartlja que se escabulle,pero quizá Ildefonso estuviera describiendo real-mente una culebra. Quizá habría tenido unaexperiencia aterradora con una. Eso era lo único quese me ocurría, así que remedé a una culebra desli-zándose hacia mí e intenté esconderme.

-Verde- le dije en señas con la mano derecha,convirtiendo la mano izquierda en una culebra. Mirémis dos brazos y luego miré a Ildefonso. Se retrepóen la silla y dejó el tema.

La historia del verde no me desanimó; había en-tendido los primeros adjetivos. Quizá fueran másfáciles que los verbos porque diferenciaban un libroo una camisa de otros, lo mismo que los nombresdiferenciaban un objeto de otro. Utilizando el nuevovocabulario, introduje el verbo gustar. Coloqué se-

parados tres lapiceros y luego los observé mientrashacía la señas de "rojo", "aztJl" y "anaranjado". Loscontemplé un buen rato y luego elegí el rojo, di-ciendo:

-Me gusta rojo, azul bien, anaranjado bien, pero-y cambié la postura y la posición del cuerpo para ex-presar una diferencia -me gusta rojo.

Coloqué en una hilera los lapiceros de todos loscolores que Ildefonso se sabía ya en señas,los enu-meré señalándolos uno por uno y, con una pasada dela mano pedí a Ildefonso que me dijera cuál prefería.Repetí la pregunta después de establecer diversasposibilidades, pero Ildefonso no contestó.

Seguía torturándome la duda de qué habría en su

mente. Sus experiencias como individuo aislado te-nían que diferir espectacularmente de las de las per-sonas que vivían en comunidad. Cuanto más abstrac-ta era la noción que le planteaba, más dudaba yo de

srl interpretación. Si, tal como parecía probable, na-tlic f e había preguntado nunca qué prefería, si nuncalrrrbía practicado la afirmación de gustos y aversio-n('s. ¿cómo iba a poder formular mentalmente "rneI'usta"? La vida le había obligado a ser pasivo y air( cl)tar lo que le tocaba por casualidad. ¿Aprendería;rlgtrna vezlo suficiente de nuestro lenguaje y nues-tro pcnsamiento para poder explicarme sus ideas y,,rrs cxperiencias?

I lt'rti al fin el día de mi entrevista con Ursula Bellu-¡,r 'l'odo se solucionaría, creía yo. La doctora Belluginrt' hizo sentirme cómoda inmediatamente con su ac-trtutl informal y su atuendo sencillo, y escuchó conl';rt'icncia mis explicaciones sobre mi situación y mirrt't'csidad de ayuda especializada. Me hizo unas

' uiultas preguntas y me dio una lista de artículos y li-lrros sobre el aprendizaje del lenguaje. Todos se refe-riur l niños, me explicó; no sabía de nadie que hu-l,rr'r'¿r investigado sobre la adquisición del primerl,'rrguaje en adultos. Había estudios sobre personas',;rlvajes", que aparecían de vez en cuando, pero

' r('rir que no me serían de utilidad, puesto que el,r¡,rt'ndizaje del lenguaje difiere muchísimo en elr ,r'io (le niños sordos, salvajes o normales y en el de,rrlrrltos. El cerebro humano cambia espectacular-nr('ntc de la infancia a la pos-pubertad, por lo que,rl'rt'ncler el lenguaje es una tarea completamente dis-lnrtir on el caso de personas adultas. Se disculpó porlr') l)o(ler prestarme más ayuda y me deseó suerte.l\ lc sr:lltí desvalida y sola.

Al tlía siguiente me enfrenté a Ildefonso pregun-l,lr(lon)c qué habíamos conseguido. No era ningún' .rrsuclo el hecho de que Ildefonso supiera sumar yt,",liu y contar más de veinte. Sabía poco más de\ { rrt(' llombres y solo siete adjetivos, colores todos, ll,r:.. No conocía los verbos, ni los tiempos verbales

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y nunca hacía más de dos señas seguidas sin empe-zar a remedar e inventar gestos. No se parecía ni re-motamente al lenguaje. Nos comunicábamos con mí-mica, enarcando las cejas y con la palabra gato. Y loúnico que sabíamos el uno del otro era el nombre,nada más.

Paul Austen inventó en The city of glass ("La ciu-dad de cristal") un personaje sin lenguaje que notuvo nombre hasta la edad adulta, como Ildefonso.Este hombre de ficción explica a un visitante: "SoyPedro Alambiquero. Ese no es mi verdadero nombre.Mi verdadero nombre es Pedro Conejo. En el invier-no soy el señor Blanco, en el verano soy el señorVerde. Es extraño, ¿verdad?" Yo me preguntaba si elnombre Ildefonso sería algo más real para su propie-tario.

('APITULO 5

-lldefonso, tú estudiante.-¿,Ildefonso, yo?-Sí, tú, Ildefonso, estudiante- repetí, y remedé

frt't' ult libro enarcando a la vez las cejas, como siIr:rf ¿rra de descifrar algo. -Estudiante (literalmentert¡tn,ndiz) tú.

¿,Yo? Ildefonso.Sí. Ildefonso, tú.

Y eso fue todo. El aula 6 parecía una prisión, sin\'('ntanas y con sus reclusos itinerantes. pero Ildefon_\(l y yo preferíamos permanecer juntos. compartien_rkr e I mismo aire viciado. Hacíamos gestos, visajes ylr¡urlomima más que señas. Malinterpretábamos losnr('ns¿úes, representábamos charadas durante horas y¡rt'rrsírbamos, pensábamos y pensábamos. Normal-rncn(c yo iniciaba el juego mostrándole una nuevar¡'n¡r, utilizándola en tres o cuatro contextos distintosr'r¡rlicados con mímica para definirla. Ildefonso ca_lrr't'c¿rba despacio, bien para indicar un posible en_l¡'ntlirniento o para incitarme a que siguiera inten-liirrtkrlo; nunca supe cuál de las dos cosas. Luego lolrtt'ntaba é1. Amrgaba la frente enarcando las Jejas,rtt si¡¡lro de interrogación. Yo observaba su preguntagr'strrirl y probaba con una posibilidad tras el cuartoInt('nto, y con otra tras el quinto. Sabía que mi supo_rit rrirr cra emónea cuando él se retrepaba en el asién_ll, lrirjaba levemente los párpados y cruzaba brazos.

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La hora siguiente, o el día siguiente, volvíamos a

empezar.Sin embargo él seguía. Incluso después de inter-

acciones sin sentido o de dos horas de trabajo parauna idea completa, seguía intentándolo. El no cono-cía una comunicación mejor, así que tal vez creyeraque todo era así de difícil. Aunque sólo captara unfragmento de idea, prefería el trabajo duro que elaislamiento y el vacío anteriores. Bertrand Russellescribió una vez que incluso los medios más arduosson gozosos "si el fin se desea ardientemente... Unchico se afanará lorna arriba con un trineo por unospocos breves momentos de dicha durante el descen-so. Nadie tiene que instarle a ser diligente; por mu-cho que jadee y resuelle, es feliz". Los pocos mo-mentos de comprensión compartida procuraban a

Ildefonso el incentivo suficiente para hacerle seguiresforzándose cuesta arriba.

Su perseverancia me estimulaba a mí a seguir in-tentándolo. Aunque pasáramos horas sin entender-nos 1o más mínimo o todo un día sin avanzar nada,no podía renunciar. La animación de Ildefonso desdeque había tomado conciencia de los nombres trans-mitía su deseo. La mayor viveza de su postura, sus

movimientos y su expresión me animaban. Además,habría sido doloroso admitir el fracaso. Me habríadespreciado a mí misma si me hubiera limitado atentarle con lo inalcanzable. Tenía que poder accederal lenguaje. Me negaba a creer que fuera un caso sinesperanza. Daba la impresión de sentir el lenguaje yquerer asir lo que no entendía. Había aprendido yacasi treinta señas. Aunque el gorila (Koko) y loschimpancés que se comunican por señas habían lle-gado más lejos, aquellas treinta señas demostrabanal menos que Ildefonso comprendía la idea de lossímbolos. Tenía que ser capaz de progresar, me decíayo, de aprender más señas, de unir realmente dos, ylueso tres.

Los dos nos negábamos a renunciar. John habíar'onseguido una beca, así que yo pude posponer lalrrisqueda de trabajo y seguir con Ildefonso. Todaslos días a las ocho en punto de la mañana entraba en,'l aula 6 del edificio D y todas las mañanas encon-lrrba a Ildefonso en el mismo asiento esperándome.Itcflejamos durante días y días las expresiones mu-luirs ávidas e interrogantes, creyendo que la comuni-t rrción podía mejorar.

Yo ya no esperaba otra revelación súbita. Aceptá-lr;urros los dos nuestras laboriosas conversacionest uersta arriba y siempre nos animaba que un día pare-r r('r'il algo mejor que el anterior. A veces costaba se-ntiut¿rs sustituir algunos gestos y ademanes por una orlos señas;y no siempre lo conseguíamos. Entre nues-lr;rs pantomimas y remedos empezaron a aparecerIrrlbucientes frases de dos señas. Aunque Ildefonso.u¡n cra un niño pequeño, un infante (según el térmi-rro l¿rtino parala persona sin habla),lo era sólo en lor r'lt'rcnte al lenguaje. Su charla infantil tenía el peso y,'l t'rrerpo de un contenido adulto. Nuestros diálogos,'r;ur tlemasiado complejos para expresiones de una orlrrs señas y causaban más frustración que mutuo en-tr'¡rtlimiento.

l,it seña o la palabra nueva que aprende un niño,rt'¡rlcsenta una cosa o una experiencia igualmentenu('vl. La experiencia del agua sigue inmediatamente;r lrr ¡rcrcepción del sonido o la visión de la seña del;r¡,rrrr. lldefbnso no pudo darse ese lujo ni dispuso deltr{'nrlx) de que dispone un niño para ver desvelarse el¡uurrtlo. Su mente contenía veintisiete años de visio-rr':; y olores, sensaciones táctiles y sentimientos, así, r'¡¡¡1¡ ¡¡ilss deincidentes no explicados. Cuando en-t{'r(líil por fin una seña o una palabra, ese hecho solía,l(',,('nc¿rdenar preguntas e historias, la mayoría de lasr r,rlt's yo no podía descifrar. Ildefonso quería el mun-,lrr t'r¡rlicodo en el equivalente a"mamá", "perrito', y

r lt lt'l,t:2O".

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*j;,,i;:-'i;:

Aunque ya no estaba en una situación de carenciatotal de lenguaje, no sabía símbolos suficientes paratransmitir una idea completa. La mímica y los gestosno bastaban para describir cómo había sobrevividoni quién era. Tampoco le permitían sus representa-ciones y señales primitivas formular los problemasque le habían desconcertado toda la vida. Desde supunto de vista, sin embargo, había pasado a poseer elgran secreto, la fiirmula mágica que le había eludidosiempre, y descaba utilizarla. Empezó a hacer pre-guntas y a veccs intentaba desesperadamente decir-me algo, pero aún seguía transmitiéndome mímica-mente el 98 por ciento del mensaje. Pese a toda miconcentración c irnaginación, yo no era capaz de en-tender más que un mensaje de cada diez.

Aunque me desanimaba a menudo, seguí inten-tando formular preguntas para saber cómo había so-brevivido o cómo se había criado. Creo que, aunquenunca me entendía del todo, percibía mi deseo de

saber de su vida. A veces intentaba responder a loque suponía que le había preguntado. Yo nunca en-tendí sus respuestas, bien por carecer de contextoque cohesionara su serie de gestos o bien porque su

vida había sido demasiado extraña para que yo lacomprendiera.

Sólo captaba indicios. El principal era su insis-tencia en hacerme entender su historia "verde".Cada vez qure le hacía la seña de "verde", se inclina-ba hacia delante, me miraba sin pestañear a los ojosy repetía la seña "verde, verde". Y a continuaciónexplicaba la misma historia con mímica vehementey vigorosa, salpicada de "verdes". Me explicaba quealguien o algo agarraba a alguien; luego, algo sobrebrazos; luego "verde" y viaje o movimiento y otroso los mismos que agarraban y "verde". Repitió esta

misma historia cinco, seis, quizá doce veces. Nuncaconseguí entenderla. Ninguna otra comunicaciónsuya transmitía tanta emoción ni producía tanta ex-

r'itación como la historia del "verde". Deduje de lavt'hcmencia y reiteración que cuando entcndiera elr.igníficado de aquella historia empezaría, a conocer;r llclefonso.

l)urante días, semanas, y finalmente mescs, Ilde-Iorrso y yo jugamos a los escaladores. Trenzamos,lrrrrziimos, recogimos y probamos cuerdas de signifi-, rrtlo. Había que lanzarlas una y otra vez hasta quer¡rrcclaran realmente fijadas y seguras. Poco ¿r poco, a\'('('cs con angustiosa lentitud, atábamos nuclos, esta-lrlt'cíamos una pauta y añadíamos profundidacl, altu-r;r y anchura a nuestro puente tambaleantc. Fuinros, ()r)siguiendo comunicarnos lentamente, dc lbrmat;rrr irnperceptible como el crecimiento de un árbol.

Ildefonso, estudiante; é1, é1, ella (apuntando) es-trrrliaute, estudiante, estudiante* probaba yo otra vez,('nrl)lcando la útil lección hombre/mujer como mo-,lt'lrl.

Susan, profesora; Elena, profesora; Lu Ann, pro-lrsorur- proseguía, con descripciones mímicas. La',r'¡ur "estudiante" se hacía recogiendo con una mano.rlruccada algo de la otra mano y apretándolo en lalr('nte, comunicando la idea de transferir cono-' rnicnto de un libro al cerebro.

¿,Yo?- preguntaba Ildefbnso, e interpretaba annir l)orsona vacilante y confusa, señalando el papel,Irrt'lo a alguien que hablaba en señas, volviéndoseIr¡t'r',o ¿l mí con las palmas abiertas para que le dierarrrr;r erxplicación. Actuaba gesticulando y haciendo',( u(foscñas, terminando con su ademán de ¿Me ex-I'lt,,t,t esto? -¿Yo?- repetía entonces, y me mirabal.r', rnlutos para ver una nueva seña.

lrslr-ldiante tú- replicaba yo.Yo. Ildefonso, estudiante. Profesora tú-. Lo ha-

l,¡,r t rrlltado.Sí. Bien- le dije en señas.

N4icntr¿ls él practicaba sus nuevos nombres, com-l'rt'rrrlí la oportunidad que se me presentaba de ense-

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ñarle verbos. Las señas "profesor" y "estudiante" lle-van implícitos los verbos enseñar y aprender. Prt-mero, practicamos escribiendo letras. Ildefonso 1o

hacía escribiendo a mano y diferenciando letras si-milares. Parecía satisfecho escribiendo. Pese a su

crisis por las palabras, de vez en cuando pedía Iafta-ducción de una seña y añadía minuciosamente lanueva palabra a su lista, la misma hoja de papel, raí-daya, con la que había empezado. La llevaba comoun documento valiosísimo, doblada con cuidado en

el bolsillo de atrás. Aproveché la lección de escriturapara explicarle que yo "enseño" letras y é1 "aprende"letras. Tras algunas variaciones de este mismo tema,Ildefonso empleó sus primeras señas verbales, ense-

ñar y aprender; los verbos registrados definitivamen-te como verbos, es decir, como símbolos permanen-tes de acciones específicas, eran 1o que no podíaexpresar fácilmente con mímica. Eran las señas quenecesitaba.

Me pregunté si volvería a utllizarlos por su cuen-ta. Seguía respondiendo a las lecciones sobre losverbos como si fueran órdenes y cuando parecía que

entendía, al añadir un verbo a su vocabulario, lo uti-lizaba sólo cuando le impulsaba a hacerlo. Nuncacombinaba un verbo con un nombre. Parecía que elverbo más el nombre no fuera tan natural o automáti-co en él como los nombres. Le hice practicar frasesverbales y añadí nuevos verbos, siempre con la espe-

tanza de mejorar nuestro intercambio de preguntas yrespuestas.

Muchas veces me excedía. Una vez qeé dos in-mensas columnas en el espacio a mis dos lados. Enla columna de la izquierda, expresé con mímica yluego con la seña correspondiente: "ver", "caminar","sentarse", "levantarse" r "leer" r "comer", "correr" y"enseñar". A la derecha enumeré el vocabulario de

Ildefonso: "puerta", "mesa", "libro", etc, y, por su-

puesto,'ogato".

-Nombres, aquí* dije en señas sobre la lista ya in-visible de mi derecha. -Acciones, aquí* y señalé arrri izquierda. De pronto Ildefonso parecía soñolien-Io. En vez de expresar desconcierto o incompren-sitin, sencillamente se quedó en blanco.

Me topé con la misma expresión vacíay la miradasoñolienta todas las veces que intenté enseñarle al-¡lrrna de nuestras convenciones sobre el tiempo. pro-lrrl rnás lecciones de reloj. Él bostezaba. yo describía¡xrrtes del día y practicaba saludos, como "Buenostlías" o "Buenas tardes". Él reaccionaba frotándosef os ojos. La (tnica seña que al parecer le interesabat'r'rr la que indicaba el pasado. Podría traducirse portutt(s o hace tiempo o una ye¿. No estaba segura der¡rrc cntendiera. El nunca la utilizaba, pero cuando yorlt'r'íaooen el pasado" y describía su significado, Ilde-Ionso permanecía atento con los ojos abiertos.

Mientras cualquier lección que implicara la idearfc ticmpo lehacía abstraerse inmediatamente, el es-tr¡tlio de la aritmética seguía progresando. Siemprer¡rrc tenía que trabajar como intérprete o con otros es-Iu(li¿tntes, le ponía ejercicios de aritmética. Aprendiólorr bastante facilidad a multiplicar; dividir le costóurl lx)co más. Pese a que había utilizado el dinero,nf f nc¿l había entendido la relación que existía entreurlr nroneday otra o entre un billete y otro. Aprendió¡'rr scrguida a aplicar sus conocimientos aritméticos aIrrs rrronedas y billetes. Empezaba a asignar sentido ytr'¡ilrrs a algunas de sus experiencias vitales. En arit-ilr('lrc¿r, pronto sobró el profesor. Yo esperaba quelh'¡l:rsc el día en que se independizase también dellrroli'sor de lengua.

\ir trunca había pensado hacerme profesora. Creíarlrrr' lils cscuelas y las instituciones pedagógicas teníanllrry l)oco que ver con la enseñanza. Trabajando conf lrlr'firnso empecé a darme cuenta de que lo que hacía-f rfrrs cil y yo se parecía mucho más a lo que hacía Só-r t¡tl('s colt sns compañeros que a lo que suele ocurrir

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i;:j:::

en un aula. En un diálogo, el maestro es indiferencia-ble del discípulo. Las lecciones que le daba a lldefon-so nunca fomentaban el entendimiento ni creabannuevas vías; nuestros diálogos, por el contrario, nuncafueron experimentos inútiles, ni siquiera cuando deja-ban de transmitir el mensaje propuesto. Cada sesiónsuponía un avance, aunque fuera muy pequeño. Mien-tras Ildefonso memorizaba poco a poco el vocabula-rio. yo aprendía a cnseñar.

Ildefonso se rccuperó del trauma de las palabras yreapareció su curiosidad, aflorando en preguntas. Su

mente, rápida y receptiva, se abrió a los significadosocultos tras las nuevas señas que aprendía y pedía de-talles y explicaciones con mímica. Resultaba obvioque su mente no era una tabula rasa; mlles de expe-riencias y sensaciones habían grabado en ella impre-siones y estimulado el pensamiento. Pero carecía de

la información que necesita como conducto el len-guaje. No importaba lo listo que fuera. Nadie puede

aprender historia aislado, a menos que pueda vivir en

todos los tiempos y lugares. Ildefonso tampoco podíaaprender geografía sin recorrer todos y cada uno de

los kilómetros del mundo. Seguía siendo un extraño.Memorizaba pacientemente el vocabulario pese a que

el sentido pareciese oscuro. vago y ajeno. Percibíaque aquellos bloques de construcción podrían poco a

poco construir ventanas desde las que podría ver alfin nuestro mundo.

La mente ágll y abierta de Ildefonso era el paraíso

de un profesor. Me producía una satisfacción inmen-sa su modo de engullir todo lo que le daba y pedirmás. Sus comidas intelectuales exigían a veces se-

manas de preparación, pero nuestro esfuerzo sólo au-

mentaba nuestra común sensación de triunfo cuandopor fin él captaba un mensaje de mi mundo. Me adu-laba, sin poderlo evitar, que me considerara unaespecialista en todos los temas. Gracias a Ildefonsocomprendí la inmensa riqueza que supone incluso la

('nseñanza primaria. En sexto grado, yo había acu_rrrulado más información y medios de los que lleganrr lrcumular muchas personas de todo el planeta en suv irl¿r.

lldefonso era un estudiante perfecto y, como tal,u¡r rnaestro esclarecedor. Pero su confianza e inocen-t irr cran el infierno del profesor. Confiaba ¿rbsoluta-nr('nte en mí. Parecía aceptar cuanto le decía como lalr'r'dad absoluta intachable. Su fe en mi mc asustaba.Sr rro conocía la respuesta a algo o no podía explicar_It' rrlguna cosa, se mostraba dolido como si creyerar¡rrr' la única razón posible de que no le contestaralut'r'a que le consideraba demasiado torpe p¿lra en_t('n(lcr. A mí me resultaba insoportable que reaccio_rrulr así, pero como no tenía medios de argumentarrro ¡xrdía rebatir su acusación implícita. Tampoco so-¡roltaba explicarle cosas horribles del mundo, comolx )r ciemplo por qué Anita, una de las alumnas, llora-I'rr cn el hombro de Elena porque que su marido lelr,rlría pegado. Me sentía culpable por asociación. Merrrr;rginaba a Ildefonso mirándome y exigiéndome'lu(' ¿rctuara; era como si me dijera: "Tú tienes mu_r lr() l)oder; tú comprendes las circunstancias y pue_,1,'s influir en ellas con la magia de las palabras y las'.('rls. ¿Por qué no haces algo? Es tu mundo y tur,l'rf t('. Haz algo." Comparada con Ildefonso, yo eralrros. lldefonso, como el marciano que traba amistad, r ¡rr t'l primer terrícola que encuentra, me tomaba por, l , rrudillo de mi planeta. No podía entender que casirnrlo nri lenguaje y mi información eran algo comúnr , ontpartido.

N{¡: preocupaba su reacción a toda la informaciónr¡r(' it('otnpaña al lenguaje, todas las manchas negras,1, l¡r lrt¡manidad que la ignorancia le había oculta-,lr' l{ccordé a Caliban en La tempestacl; Caliban, ull)ir it su maestro Próspero, que le había enseñado'r lr;rlrlrrr y explicado el mundo, de enseñarle a mal_rl¡ r rr. Yo esperaba que Ildefonso no aprendiera a

.',,

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maldecir debido a mis informaciones, nl me acusaraamí,la portadora de las malas nuevas. De todosmodos, había aprendido tan poco lenguaje que aúnno tenía por qué preocuparme.

(,APITULO 6

l)rrrante muchos días desalentadores me preguntét¡rró nos hacía seguir adelante. En las primeras sema-nrs que trabajamos juntos, el progreso de Ildefonsorro l'ue tan grande como para alentarle a él como¡rlr¡mno ni a mí como profesora. ¿eué nos empujaba¡r lx)nernos cada mañana uno frente al otro? Es obviolroy, si lo miramos retrospectivamente. Cuando re_t'rtordo, no veo al alumno Ildefonso, sino a mi amisolltlofbnso. Nos alentábamos el uno al otro a exploiarr'orno amigos. Sin comprender la dirección ni los ob-l('llvos concretos, sabíamos que nos habíamos em_lr¡u'cado juntos en una aventura. Nuestra tarea incluía¡'l tlcscubrimiento del yo, del otro, y de las posibili-r|rtlcs: el material básico de toda amistad. Sé volvíarr iuralizar y repasar la vida y resultaba novedosa.l,os pensamientos y sentimientos íntimos, que aflo-f ¡rf f on una atmósfera de confianza, crean combina_r'r()r)os diferentes y alteran percepciones. A veceslurir nlleva amistad puede hacernos sentir que la vidaertii ocurriendo por primera vez. Ildefonso y yo vivi-tttos .¡untos esa experiencia y el reto de repensarlolurlo.

Ar¡torizados por el mutuo interés, podíamos vertrrt¡uicios y agujeros en los muros que antes parecíanlltr¡trcbrantables e impenetrables. yo no habría podidofurz,rrr' la imaginación, para captar ideas que transfor-nlnriln conceptos en imágenes en el aire, sin los mús_

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culos tensos de su frente y su posturarígida y alerta.Ildefonso investigaba y estudiaba mi extraño compor-tamiento hasta que vislumbraba el significado. Sin elapoyo de sus ávidos ojos negros, mi mímica improvi-sada y mis gestos de troglodita habrían fracasado. Yohabría renunciado el primer día. Pero en vez de eso,incluso aquel breve primer día, empecé a interesarmepor aquel hombre que a pesar de vivir solo y pensarpor su cuenta, buscaba la comunicación.

Habíamos empezado como profesora y alumno.Lógicamente los primeros términos que aprendió te-nían que ver con nuestra aula y nuestra relación ini-cial: papel, libro, profesora, estudiante. Pero la rela-ción profesora-estudiante pasó a segundo plano a lasdos semanas de conocernos, una semana después deque Ildefonso descubriera los nombres; aquella ma-ñana, cuando me sorprendió con una seña que yo nole había enseñado.

-Yo tonto- me dijo. Luego me apuntó y describíómi cabeza como grande (llena). Se encogió, abrió laboca y dejó la mandíbula colgando, hizo minúsculosgestos absurdos y volvió a decir en señas: -Yo tonto.

-¡No! No (negué con la cabeza) tonto- repliqué.

¿Dónde habría aprendido aquella seña? Me encanta-ba que aprendiera señas por su cuenta, ¡pero "tonto"!Qué primera seña horrorosa para compartirla conmi-go. Lamentaba mucho que hubiera aprendido un in-sulto y que lo empleara contra sí mismo.

-Yo tonto- repitió, y bajó la cabeza como si se

avefgonzafa.

-¡No, no, no!- le grité con ambas manos. Intentéexplicarle por primera vez la diferencia entre audi-ción y sordera. Mi descripción del sonido y la audi-ción mostraba básicamente que mis oídos absorbíanlos nombres, mientras que los suyos estabanbloqueados. Los nombres no podían penetrar. Se leapagó un poco el brillo de los ojos y cruzó los bra-zos, prueba evidente de que la comunicación empe-

nrbay acababa en monólogo. Algunas personas sor_tlas, incluso con lenguaje, nuncJllegan a compren_tlr:r la audición. para una persona sorda de naci_nriento es absurda la idea de que por el sonido¡rucda transmitirse,significado. ¿poi qué creía yot¡rrc la.mímica y los gestos sencillos podríánlllrnsmitir una idea tan extraña, demenciai incluso¡r:rra muchas personas sordas?

Pasé enseguida a otra explicación:-Bebé tú (allá), bebé yo (aquí)_ lo expresé exage_

lurdo bebé, que es una de las señas más icónicas,"esrlccir, una seña descriptiva que puede transmitir elrr¡¡nificado incluso a una persona que no sepa ames_l;rrr. Dejé a los dos bebés en el suélo y, .on las pal_rnirs extendidas sobre sus respectivas cabezas, f-ui al_¡rndo lentamente las manos para indicar que loslrt'bós crecían hasta ser ya niños mayorcitos.

.Este niño- dije, señalando a r.ró d. ellos y apun_l¡rr¡rlome luego yo, -éste, Susan. Ella fue a la esiue_l¡r. ir un aula como ésta.

Itcmedé y gesticulé. Alcé un poco más la manolorr Ia palma abierta sobre la cabeza del niño, pararrr I icar crecimiento. E interpreté:

llste niño siguió yendo a la escuela. Este otrolurlo, no escuela. Este niño, tú, Ildefonso. yo, escue_l¡r: trÍ, no escuela- remedé y gesticulé: _Tú no tonto;Iu listo, listo- dije, enseñándole una seña nueva.

lltlcfonso seguía todos mis movimientos con unInlt'r'ús que interpreté como indicio de que entendíaol¡1o. Había descruzado los brazos. Repetí toda laIu\tori¿r. Esta lección era mucho más importante quelrr t¡rrc tenía preparada sobre los verbós. Sesuiiíarrr¡rt'lr¿rcando en el aire la comparación hasta {ue lor rrrvr'nciera de nuestra igualdad esencial. Cüandotel¡rrt.5g¡11o6a toda la escena por tercera vez, no sólor I lrr ocasión de comprobar hasta qué punto me en-Ir'trrlrr, sino también la de hacerle lá primera pregun_ht rnlrlc su vida:

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-Este niño, yo, escuela. Este (el otro) niño, tú,

¿qté?Esperaba que entendiera exactamente la pregunta

y describiera lo que había hecho de niño.

-¿Niño así alto yo?- respondió Ildefonso.

-Sí. ¿Qué hace ese niño?- remedé, aparentandoque me costaba trabajo ver al niño y describiendo al-gunas actividades en el marco de una pregunta.

Ildefonso extendió eTbrazo y mantuvo la mano unpoco ahuecada abierta con la palma hacia arriba.Luego movió la mano abierta a un lado y otro, comosi se la pusiera delante a personas imaginarias. Pedíalimosna. La altura del niño correspondería a los cua-tro o cinco años. Mientras yo hacía tres comidas dia-rias e iba a la escuela todas las semanas durante años,

aquel niño mendigaba. Estoy segura de que algunosdías se quedaba con la palma abierta vacía y é1 y su

familia pasaban hambre. La lección de los verbos po-día esperar.

Traté de explicar que los dos niños, Susan e Ilde-fonso, eran iguales, indicando que tenían la cabezadel mismo tamaño y haciéndolos igual de altos. Lue-go le enseñé la seña de "amigo", una de mis señaspreferidas. Se hace entrelazando los índices. La ideaabstracta de vínculo. unión. se convierte en vínculoliteral cuando se ofrece el dedo índice y el compañe-ro lo acepta ofreciendo también el suyo y enlazandoel primero.

-Ildefonso, Susan: amigo- concluí. Ildefonso y younimos los dedos formando la seña "amigo". Creoque lo entendió. Los papeles de profesora-alumno pa-saron a un segundo plano. Eramos amigos.

Ildefonso nunca habría aprendido el lenguaje sinuna relación humana. El lenguaje está tan entrelaza'do con el comportamiento humano que es como unorganismo vivo. Hay quienes afirman que la apari-ción del lenguaje reemplazó la evolución humana, se

convirtió no sólo en un aspecto integral de la huma'

nidad sino en el factor más importante del desarrollolrumano. Es imposible aprender una lengua en con_rliciones de aislamiento. Los ordenadorei, los librosy la televisión pueden proporcionar prácticas, expli-t'irciones, algunas reglas y terminología, pero soloIos seres humanos pueden añadir los elemóntos queIr:rcen del lenguaje algo más que un código estanóa_tkr y limitado. Aun sabiendo ya un idiomá, es impo_srble aprender otro sólo de un libro a menos que seItlrtc de una lengua muerta.

I)os semanas después de aprender .,amigo',, Ilde_

lonso estaba sentado en su lugar habitual, de espal-rlrrs a_la puerta, y se giraba y volvía la cabeza para\ ('r' a los que llegaban en cuanto aparecían en el um_lrirl. Cuando yo abrí la puerta y nuestros oios se en_r'orrtraron, se volvió inmediatamente, se acómodó enr'l irsiento y se inclinó sobre un papel como si estu_vrcra leyendo. Supe que tenía algo que decirme. Si_¡irrrri estudiando el alfabeto y algunas palabras de su¡rrr¡rcl hasta que me senté y le miré. Alzó entonces lavrst¿r hacia mí, miró luego a derecha e izquierda pararr\('gurarse de que nadie nos estaba mirando. Luesorrrt' cnseñó su nueva seña:

'fe-amo- dijo en señas, abrazándose suavementer'l ¡rccho con la seña del amor. Alzó los ojos tímida_nrt'rrtc. Al recordarlo ahora, me avergüenza mi rcac-lrorr. Dediqué los treinta minutos siguientes a expli_¡ ¿rrlt' la diferencia entre amar y agradar:

llclefonso, amigo Susan. Me ágradas.M¿is tarde comprendí que rara vezlte tenido una

¡rlrstad tan intensa y conmovedora. Hoy lamentoIr¡rlrt'r'sido tan mojigata. Ildefonso me habia comuni-¡ rrrlo slrs sentimientos sobre nuestra amistad y el ca_r¡rlt('l'cspecial de la misma y yo me había distancia_rlrr rlt' úl como una maestra de escuela dándole unar rrttf s'¡ctala sobre "agradar" y ,,amat,,. Muchos idio_n!¿ts ni siquiera establecen esa diferenciación.

l,le vhbamos cuatro meses trabajando iuntos" ex_

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plorando recíprocamente el lenguaje y la falta de é1.

Se había establecido entre nosotros un vínculo, launión especial que establecen dos personas cuandosuperan o presenci¿ln el mismo trauma. si compartenel mismo desastre, se crea entre ellos una intimidadúnica, aun en el caso de que uno de ellos haya elegi-do experimentar lo que el destino ha reservado alotro. El nadador quc se está ahogando y el socorristason indiferenciables mientras luchan contra la co-rriente, ambos corren peligro de morir. Ildefonso yyo éramos igualcs desde el momento en que decidíintentar comunicanne con é1 y me senté frente a élysu mundo. Mi conocimiento del inglés y el ameslánera inútil. Afrontábamos juntos la falta de lenguaje.

Estábamos scntados en la misma celda, contem-plábamos los nrismos muros carcelarios y luchába-mos por escapar. Naturalmente yo podía haber renun-ciado y haber vuelto al lenguaje, pero una parte de míse habría quedado en la cárcel con mi amigo. Decidívolver al lenguaje con el preso que me invitaba a po-ner fin a su confinamiento solitario. Cuando los seres

humanos establecen un vínculo de unión, sea comopadres e hijos, como amantes o amigos. la separaciónnunca es posible sin pérdida. Compartir el encierro,la guerra, la enl'ermedad o las catástrofes naturales,

nos enfrenta a nuestras necesidades humanas más

esenciales, nos obliga a confiar unos en otros franca-mente y como iguales. El vínculo resultante es muyfuerte, aun cuando se trate de extraños y sólo por un

tiempo breve.Jacobo Timmerman describe en Preso sin nombre,

celda sin núrnero cómo sobrevivió a la tortura y a la

cárcel. Somctido a un tratamiento inhumano/deshu-manizante, Timmerman desesperó, como 1o habría-mos hecho todos. Pegaba el ojo a la mirilla de Iapuerta de sr"r celda de confinamiento en solitario y mi-raba. Desde el otro lado de Ia galería, enmarcados porotra puerta carcelaria, otros ojos miraban. Ninguntr

rlc los dos presos podía saber el colo¡ la edad, ni si_t¡uiera el género del otro. Sin nombres ni comunica_cirin, ambos reconocieron el valor personal del otro ysu humanidad común. Ambos sabían que el otrót'omprendía su sufrimiento. Cada ojo proyectaba es_pcranza, recordaba al otro que nunca est¿rmos absolu_llrrnente solos.

Cuando Ildefonso y yo nos sentíamos tensos v;reotados por nuestros intercambios fallidos. sabía_nros que soportábamos juntos la frustración. Los()los atentos de Ildefonso me aportaban el irnpulsout'cesario para continuar con mis esfuerzos. Lrn gestotrirs otro. Y nada de lo que yo hacía ayuclaba ñá, ullrlcfbnso a entender el lenguaje que el que concen_Irrr'¿r mi mirada en é1, hora tras hora, inJistiendo ent¡rrc había algo que entender.

I)ese a todo, a veces me sentí sola. Él mostraba mu_, lur rnás satisfacción que yo por el hecho de compren_rlt'r. ur& conversación simple que a veces nos costabal¡r rirs. A él le parccía excelente. Creía que aquello erar'l lcnguaje. Yo sabía cuáles eran las dimensiones rea_It's cle lo que habíamos logrado, pero no podía expli_( iu'lc que los pensamientos podían viajar mucho me_¡r,r y más deprisa. Ildefonso me recordaba al bebé que',t' ircerc& impulsado por la curiosidad a una serpienter sc sienta encantado a contempl n la danzade espira_l,'s y anillos. No sabe que la serpiente puede hacer'rtritri cosas. Ignora que puede perder la vida si se que_tl;r t¡uieto mirándola. Alguien tiene que gritar at UeOe¡';rrr salvarle. Mi constante insistencia en la atención,1,' Iltlcfbnso era un grito. Tenía que moverse.

l,us comparaciones no son buenas. El peligro que, 'r r íu lldefonso no era el del nadador que só ahógarrr r'l rlcl bebé que se queda mirando a una serpienie.\ n ¡ro cra su socorrista ni su guardián. y él noistaba,r 'rnt'(iclo a un encarcelamiento físico. No había nada' ,,nr() sll vida sin lenguaje. Nadie podía describir laLrllrr tlc lenguaje salvo el mismo Ildefbnso. Las imá_

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genes sólo me ayudaban a intentar comprender loque ocurría entre nosotros, entre seres humanos quelograban superar circunstancias insoportables. Yo nole comprendía a él ni comprendía su vida. Yo no sa-

bía 1o que estaba haciendo, pero me era útil conside-rarla falta de lenguaje como una prisión. Sabía quetenía que entrar en su celda, sentarme en el suelo coné1 e intentar descubrir, desde su punto de vista, dón-de se abría la puerta que llevaba al lenguaje. Sólo en-tonces podría yo indicarle la dirección correcta sal-tando.

CAPíTULO 7

lln día se llevaron la mesa que ocupábamos siemprecrr el aula, así que Ildefonso se senté en la esquina derrrra mesa junto a la puerta. La claridad súbita del ex_Ir:rior cuando abrían la puerta y los golpes que nosrl¿rban en los hombros los estudiantés át puiu, no.rlistraían continuamente. No podíamos concentrar_nos con la intensidad habitual y el diálogo iba saltan_tkr despacio de uno a otro.

De pronto se abrió la puerta de par en par y la cla_titlad del día nos cegó momentáneamente. Cúando la¡rrrorta se cerró, una figura oscura y borrosa se defi_rriri con colores y rasgos. A unos centímetros de no_sotros estaba mi viejo amigo Cal, que me había con_vcncido de que trabajara como intérprete mientraslrrrscaba un trabajo de jornada completa. Sonreíabirjo.su-tupido bigote gris y buscaba láprimera opor_Irrrridad de hacer una travesura. Nos abñzamos y nost'x¡llicamos en señas lo mucho que nos complacíant¡rrol encuentro inesperado.

(lal había sido el profesor de un curso de AspectosStrciológicos de la Sordera que yo habíahecho cuan_rlo cstudiaba ameslán en la universidad estatal deNorthridge. Tenía la tez morena de italiano y bigote aIrrr'go con el espeso cabello blanco y las cejas blancasy tr¡l)idas. Daba impresión de inocencia iuvenil. hastar¡rrt' guiñaba un ojo. Ese guiño

"tu aroñ.,brosamente

r¡'rluctor. Cuando empecé a estudiar ameslán y sabía

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poco más que presentarrne y saludar, Cal había desci-frado siempre pacientemente mis torpes señas, miirregular deletreo dactilar y las muecas habituales. Se

pasó meses entreteniéndonos a mí y a los demásalumnos con sus historias sobre la experiencia de ser

sordo. La última vez que lo había visto, antes de tras-ladarme a Los Ángeles, estaba en el hospital convale-ciente de un ataque cardíaco. Cuando lo volví a vertres años después, una semana antes de conocer a Il-defonso, me alegró inmensamente comprobar que se-

guía con vida. Estaba contento al ver que yo sabíahablar ya en señas claramente y al comprobar conalivio que ya no me dedicaba a formar compulsiva-mente palabras con los labios (costumbre que laspersonas sordas llaman "acento de oyente"). Se aca-

riciaba el mentón y las puntas del bigote vueltas ha-cia arriba, sonriendo con los ojos, cuando yoempleaba una expresión de ameslán muy anti-inglés.Y me había instado a que me inscribiera como intér-prete. Le expliqué que la traducción simultánea mehacía sentirme como una máquina lingüística que en-

chufaban para que tradujera y desenchufaban al finalde la entrevista o conferencia. Casi nunca llegaba aconocer al cliente sordo y solía sentirme incómoda en

las sesiones de trabajo. Aunque los intérpretes deameslán se atienen a un código ético basado en Ia tra-ducción oral simultánea internacional, no son comolos de Naciones Unidas. En Naciones Unidas el intér-prete es solamente un conducto entre dos culturas y

dos lenguas del mismo estatus. Por desgracia, las per-

sonas sordas y las personas oyentes no se consideraniguales y hasta hace muy poco los lenguajes de señas

ni siquiera eran vistos como idiomas diferenciados. Ysuele clasificarse a las personas sordas como oyentescuyos oídos no funcionan en vez de miembros de una

minoría lingüística. Le había explicado a Cal que pre-

fería enseñar ameslán y participar de otras tareas quc

Iomentaran un mejor entendimiento de la comunidadsorda.

Cal no había dejado de frotarse la barbilla y cabe-ccar durante mi prédica. Le dije que estaba buscandotlabajo en el campo de la sanidad. ¿No le parecía im-¡xrrtante que los que hablaban ameslán, tanto sordos('omo oyentes, fueran profesionales de divcrsos cam-lx)s para que la población sorda pudiera tener accesorlirecto a los servicios sin depender siempre de losrntérpretes?

-Por supuesto que sí. Tienes toda la razón delntundo- me había dicho Cal. -Pero qué tal si, mien-Inrs tanto, te apuntas en la oficina local de intérpre-It's. Haz de intérprete media jornada mientras buscasrrr empleo de jornada completa.

Le había dicho que sí, naturalmente; hizo r-rn gui-rro y ahora podía comprobar personalmente a dónderrrc había llevado su consejo.

Cal, éste es mi amigo Ildefonso.Ildefonso cruzó los brazos y se fundió en la pared.

l,c miré a los ojos y le dije en señas:

-Mi amigo C.Cal le estrechó la mano con cordialidad entusiasta

y lc saludó con un "Buenos días. ¿Qué tal?"Me apresuré a explicarle que Ildefonso no entendía

..i lc hablaba de prisa y que estaba empezando a apren-rlt'r'ameslán como primera lengua. Entonces se volviórlt' inmediato a Ildefonso, me ignoró, y siguió dirigién-r h rsc a él como si yo solamente le hubiera hecho unr onlentario de pasada sobre cómo nos habíamos cono-,'rtlo. Gesticulaba y remedaba, sin utilizar ninguna'.('n¿r normal. Ildefonso se le quedó mirando al princi-¡rro y reaccionó con su rigidez habitual, abriendo mu-, lro los ojos a la defensiva. Pero a los sesenta segun-rlos cmpezó a contestar también con sus propiast'r¡rrosiones mímicas y gestuales. Cal, mediante unar;r¡ritla sucesión de expresiones faciales y ademanes,

¡rrcguntó a Ildefonso por su vida, su escuela y sus pla-

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-'

rnes. Sus preguntas cran b¿,lsicamente similares a algu-nas mías. ¿Había asislido alguna vez a clase? ¿Cómohabía llegado a nucstt'o país? ¿Cómo se mantenía? Loque me asombró, no. realmente me conmocionó, fuela velocidad y soltLrra de la gesticulación. Salvo por laabundancia y variecllcl de los movimientos de las cejasy los labios, Cal no rclnedó ni inventó un solo gestoque no se me pudicra haber ocurrido a mí, pero sus ex-presiones volaban dc sus manos a una velocidad diezveces mayor que clc las mías. Él nunca tenía que parar-se a pensar.

En cinco mil.rr.rtos, Cal preguntó e lldefbnso con-testó más preguntas que Ildefonso y yo en toda unamañana. Aquellas dos personas sordas veían el mun-do, visualizaban las abstracciones y pensaban conlos ojos a un¿r vcrlocidad y con una claridad que micerebro oyentc no podía alcanzar. Mis ademanes yexpresiones laciales eran traducciones de mi pensa-miento, dependicnte innato del sonido, a técnicas ex-tranjeras reciententente aprendidas. Tenía que apren-der a dar a mi rostro intencionalidad sutil en vez detransmitirla cn las inflexiones vocales. Cal no com-parfía una lengua con lldefonso, como no la compar-tía yo, pero ellos tenían en común el pensamiento vi-sual, el punto de vista del sordo.

Cal tenía que discutir algo con Elena y se discul-pó. Nos despedirnos con un abrazo y me volví a llde-fbnso, sintiéndome claramente inf'erior. El hecho deser oyente era un impedimento.

Yo había cornprendido que las personas sordasson mucho más hábiles visualmente la primera vezque había ido en coche, muy nerviosa, con un con-ductor sordo. Había aceptado que me acompañara acasa, disimulando mi sorpresa al enterarme de que sepermitía conducir a los sordos. En realidad nunca seme había ocurrido pensar si era o no necesario oírpara conducir. Mi amigo, que hablaba por señas, mi-raba lo qlre yo le decía en señas y observaba la calle

llestada simultáneamente, se desvió de pronto a larlerecha y paró.

-i.Qué pasa?* le pregr"rnté. Y entonces oí la sire-na. Pese a que nuestra conversación visual exigía surLtención, había visto la luz roja de Ia ambulancizr yactuado en consecuencia antes de que los conducto-l'cs oyentes y yo oyérarnos la sirena.

Las mentes sordas no sólo desarrollan las clotcs vi-suales y el pensamiento visual por encirna dc la capa-cidad normal de la mente oyentc, sino que crc¿ut co-lectivamente una cultura visual asombrosalnt'ntc l'ica,que se refleja sobre todo en su lenguaje dc scñas. Arní, como a la mayoría de l¿rs personas oyentes, nLlncase me había ocurrido la idea de una cultura única crea-da por el pueblo sordo. Comprendí que la sordera eramucho más que la imposibilidacl de oír cuanclo conocía Aaron Matthews en el curso elemental de alneslírn.Aaron, un individuo de edad r.nadura, ligerarnente en-corvado y muy retraído, cra la única persona sorda dela clase. Se había quedado así a los treinta y muchosaños y posteriormente sin trabajo y sin esposa, sin hi-jos y sin amigos. Y entonces había decidido aprenderameslán e iniciar una nueva vida. Aunque asistía a dia-rio a clase y participaba en todos los ejercicios, parecíaque siempre se estuviera escondiendo. Se sentaba enla última fila, en un rincón, con los ojos ocultos trasunas gruesas gafas oscuras.

Cuando se quedó sordo, Aaron vivía en una so-ciedad oyente, tenía una esposa oyente, hijos oyentesy amigos oyentes; pero de pronto se había quedadosolo. Ya no podía oír ni entender a su familia, ni lasconversaciones telefbnicas, ni a los amigos ni a na-die. No podía comunicarse con las personas sordasni con la sociedad oyente que había sido la suya. Po-dría haber luchado por mantenerse en su mundooyente, sin duda, utilizando lipiz y papel y apren-diendo a leer los labios; pero prefirió integrarse enuna nueva cultura y aprender un nuevo lenguaje con

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Fcl que pudiera participar plenamente. La primcra vezque lo vi, me pareciri vicjo y solitario.

Yo acababa dc t'onocer a mis primeros amigossordos en la clasc rlc Poesía Visual de Lou Fant. Aveces, les llevaba ¿r clsa conmigo, y mis padres in-tentaban alternar con ellos sin saber ameslán y con-tando solamentc con unA principiante como intérpre-te. Una noche, cu:rnclo uno de mis amigos sordos semarchó, mi paclrc crnpezó a comentar sus impre-siones de la velacl¿r. Nunca se le había ocurrido pen-sar que la sordcr¿r l'ucra una condición semejante deaislamiento, espccialmente en el caso de las personassordas de nacinticnto. Él siempre había temido la ce-guera más que lu sordera, pero aquella noche cambióde idea.

"Si te quedaras ciega de pronto* me dijo, -podríasexplicármelo y yo podría consolarte inmediatamentey tomar medidas. los dos hablaríamos de las posiblessoluciones y haríamos planes. La ceguera no obstacu-lizaría nuestra comunicación habitual ni nuestra rela-ción. Pero suponte que te quedaras de pronto sorda.Acudirías en soguida a explicármelo y yo te consola-ría y te aconsc.iaría, pero tú no captarías nada, o muypoco. La comunicación es lo que nos hace humanos.Esta noche me he sentido impotente intentando co-municarme con Tom. No podía decirle nada ni enten-der nada de kr que él me decía. Ha siclo espantoso.,'

La idea dc mi padre de un ser humano completa-mente aislado sin acceso al lenguaje me rccordó locluc el ncurtilogo soviético A. R. Luria escribió des-pués cle habcr sido testigo de las luchas de un pacien-tc con lesitin cerebral. En El hombre con Ltn munclotle.slrr¡z,udr¡, llegaba a esta conclusión: "Aparte de serun medio de comunicación, el lenguaje es funda-mental para... el pensamiento y la conducta t...1 Él[el pacientc j había perdido lo que es distintivamentehumano, la facultad de emplear el lenguaje."

Escuchar los comentarios de mi padre y conocer a

Auron me habían permitido comprender lo cluc expc-rirnenté posteriormente, de forma indireeta, grucias ulrrs historias de muchas pcrsonas sordas c¡uc conocí yrr los informes personalcs cle niños y aclultos sordos(lue aparecen en Deqf in America, de Carol paclden y'lirm Humphries. Estos prcsentan un cuaclr-o claro dcl¿r diferencia entre sg¡dera auditiva y sorclcra cultural.l.a sordera auditiva es una condicit'rn f'ísica. c¡r_rc

consiste en la falta de audici<in, mientras quc la sor-rlcra cultural designa a la colnunidad lingiiística clelas personas que hablan en scñas. Tiencn historia. tr¿i-tliciones y lenguaje propios y no se consiclcraranirnpedidos. Una práctica habitual es establoccr.csla cli-l'crenciación escribiendo sorclcra con minúsculu cu¿ul-clo se trata de sordera física y con mayúscul¿r cu¿rnclose trata de sordera cultural. Entendí mucho ntcjor elcambio operado en la propia intagen de Aaron cuandoaprendió ameslán, después clc leer el estuclio dc pad-den y Humphries sobre inclividuos, sordos y oycntes,que luchaban por la deflnicirin personal y la idcntidadcntre ideas conflictivas y conf uszrs de sordera y sorde-ra. En su libro, un niño sordo. hijo de padres sordos,pregunta qué terrible impedintcnto aqueja a un veci-no. Aprende la palabra oyenl( y luego, con gr¿ut sor-presa, descubre que es a él a qLricn se considera impe-dido. Se cuenta también la historia de un niño oyentede una familia sorda que nunc¿l supo que era oyentesino que suponía que era igual que sus padres.

Conocí hace poco en San Francisco a una mujersorda, afable y animosa, que amplió mis conocimien-tos. Había oído hasta los diecinueve años, pero lleva-ba décadas hablando ameslán y participando en la co-munidad sorda. No obstante, ntt: conjeió cuando merelerÍ a ella como sorda. diciéndollre qr. tu. umigossordos se reían de su acento de oyentc y de su puntode vista de oyente. Trasladaban la seña "oyente", quese hace en los labios, haciéndola en la frente, para in-dicar irónicamente que su mente oyente era mucho

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T

más notoria que el hcc:ho de que no oyera los sonidos.Cuando se sometió a una operación para que le hicie-ran un injerlo coclcar, una operación de oído que per-

mite recuperar la auclición, sus amigos sordos se mos-traron perplejos. No l-tacían más que preguntar paraqué. A la persona (luc se identifica con la cultura sor-da le resulta extr¿rño y absurdo querer oír.

Yo no podía entcttcler esto cttando empecé a cono-cer a personas sorclas. Mi ignorancia de la culturasorda me impeclía comprender casi todos los chistesen señas que veíit. No me ayudaba nada traducir delameslán al inglós porque seguía considerando a las

personas sord¿rs L:ollo personas privadas de la audi-ción y todas sus bromas aludían a dif'erenci¿ts cultu-rales. Empecé a ctttenderlo al fin cuando alguien iro-nizó sobre el ulrtrimonio de una oyente y un sordo.En cambio naclic se flió en una formada por un negroy una blanca, porque los dos eran sordos.

Comprendí c¡uc el lenguaje es una tarjeta de iden-tificación quc inclica la pertenencia a una tribu con-creta. La tribu sc define por el lenguaje, así que am-bos son inseparables. En la tribu, sus miembrosadvierten y cxageran diferencias entre lamilias y ba-rrios, como rasgos físicos, variaciones dialectales y

cambios de vocabulario. Olvidan que tienen muchasmás similitudes que dif'erencias hasta que conocen a

alguien ajeno a la tribu que no puede dif'erenciarlos a

cllos. En un viaie reciente, estuve en Basilea, en lapartc gcnn¿tnohablante de Suiza, y un día se me acer-

c(r cn la callc un vie.iecillo con pasos melindrosos. Ntrnrc había l'i.iado en él hasta que me volví y casi nos

tropcz¿rnr()s clc fi'ente. Me preguntó en inglés, con Lln

poco dc accnto europeo, dónde quedaba la catedral.Cuanclo lc l'lcilité la escasa infbrmación que tenía,me dio las gracias y me preguntó si era inglesa. "No.soy americilna", exclamó, sorprendida. "Es lo nris-mo", resp{)ndió éi agitando la mano como si me rc-

¡rrcrrcliera por hacerle pcrder el tienrpo con clistincio_nt's triviales.

Irn el mismo viaje, me alo.jé en un hotcl cn parísrluc rile había recomendado ur-t amigo inglés. I)uran_t( nri estancia en el mismo pude oíitoclo,s los clialcc_t,,s ingleses imaginables. personas de todos los l.in_i r)r)cS del Reino Unido, de Estaclos Unickrs. Australi¿rr Nueva Zelanda llegaban y se iban o pr.cguntaban,rllo ett recepción. Casi no había represcnlatrtcs clc, ,tr;rs nacionalidades. La comulticación oral vi¿ri¿rba aIr;rvcis de un lenguaje tribal específlco y nlclri t,,-nírr ¡ilt' VCr con la geografía. Estas dos expericnciils colt_lr ru¿rhan lo que Aaron y otros clespuéi nte hln cnsc_rr:rlo.sobre el lenguaje y cl lurgar qu" un,, ocr-rll¿r cnu llibu.

lll el caso de las personas sorclas, surgc Lnt¿r conr_l'lrt'.cicin adicional cuando existen crif'erencias curtr-r,rlt's o tribales en la mism¿i lamilia. profesorcs. usc_,rres.. médicos y padres suclen clar por sllpucsto clLlc

lr,., niños sordos son hablantes naturales dél lcngLrir¡e,l, sL¡ lhmilia y su país. Casi tocl¿rs las person¿ls quc notr,tlt'lrlos concebir la sordera congéñita h¿rcenlos l¿rIru\n)a suposición inconscientcmente. ¿,puecle inragi_,r,u rcalmente alguien la sorclera? poclemos cerrar los, 't(,:, y comprender a los ciegos, pero no podemos ce_¡¡,u los oídos. No podemos desaprencler nuestro iclio_,,r.r l.a vida de Aaron es sin ducla clistinta cle la dell', lr1'51¡¡¡16, pero sin emb;rrgo su sordera creó una ba_,, rir (,n el seno de su f-amilia, una barrera tan grande, ,nrt) l)iu'ál hacerle decidir cambiar de tribu.

l't'¡rr Ildefbnso (el hombre sin tr"ibu) en realidad,r,, l¡;¡l1f¿¡ tenido elección. Él no compartía una lenguairr urir cttltura con nadie.

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lF

CAPÍTULO 8

Mi preocupaciórt ¡'ror seguir encontrando ideas' ma-

teriáles y éstratcgias pedagógicas para Ildefonso re-

sultó innecesnrirt. Él mismo me pedía el tan espera-

do f'estín. Estaba hambriento de toda la infbrmación

que podía proyrorcionarle el lenguaje' Su cerebro'

tienó ¿e veintc años de experiencias y estímulos'

había procurado afanosamente dar al mundo todo el

sentidb que potlía clarle una mente aislada' Tenía los

instruméntcis clcl científico: observación y deduc-

ción. Habíet rccogido información con los sentidos'

como un cicntíl'ico y especulado mucho' pero, como

el primer cictltíf ico, carecía de datos previos y dc

infbrmación y no tenía más fuentes que sus percep-

ciones sensoriales. Y ahora veía un acceso a Io quc

no había pocliclo descubrir solo. Lo dejé guiar, ini-

ciar y preguntar. Estaba sobradamente dispuesto it

aprendcr.Lo misltto que había revisado el aula cuandtr

ccrrnprcncliti el sentido del símbolo gato, tcnía qttc

habcr rcvisado toclo lo que había pasado ante él' E's

taba cn concliciones de reestructurar su vida dotáll

clola clc scnticlo y explicaciones a través de su marli;r

recién hallacla, el lenguaje. Mientras aprendía el lcrt

guaje, podía revisar sus recuerdos como vídeocinlirs

! süstiiuir todos aquellos absurdos movimientos lir

üiul"t, garabtrtos, téxtos escritos y señas con signili

cado. Tónía muchísimas preguntas que hacer y ncc('

',rlrrba explicaciones a miles de inciclclrtcs coltl'usos.\sí clue le dejé trazar el curso.

'l'rabajamos en el vocabulario neccslu.io plra res_¡rorrcler a las preguntas quc él planteaba con lnílnicai .vo intentaba descifiar. Había algunus scñrs que, ;r¡rtaba e incluía fácilmente en su rc¡-rcr.torio. oóro,,rr;rs exigían varius o rnuchas leccion..r,le cxpiica_, rrirr. Seguía pareciendo imposible clLrc aprcricliera',t'illiu1o, mes y año. Además dcl vocabulario clclnen_t,rl ¡rccesitábamos algo nrás que listas. Scguí intcn_t.¡¡rrlo fiases, combinando señas. Así, por c.jcntplo,'rtrlicé "hierba", una seña nueva, con Lt n acl lciivor r, rr llr más enseñársela.

tlierba verde* le repetí.¿,Verde?- Ildefonso inició inmecliatatlcntc l¿r

l¡r',lol'i¿l verde, pero entonces ya sabía algr_utas scñ¿rsrlrrt' ll)c ayudaron a interpretar las partes qLlc tltc cx_l,lrt'lrba con mímica. -Honlbres corren, asuslaclo yo,t¡,rlo cSCO[derme, brazos agarraban, hombrcs buscanrr lrolsillos, amigos bolsillos busca papel.

lrrtlicó con gestos conducir, vagar o busc¿rr y algo,,'lre correr. Me despistó otra vez. Entonces cntcn_,l¡,r rrlsunas partcs, pero seguíamos confuncliéndonos, I uuo al otro. Volvió a empezar, prirnero remcclanclol r .rt'ciírn de trabajar. Parecía que estuviera recogie n_,1. ;rloo y metiéndolo en un recipiente. Luego repitió1,, rlt' cofref y esconderse y .,hombrcs verdis,' y to,l','llillss y la búsquedar y el ,,papel". Describió unt,' ilr('ño rectángulo con los índices, del tamaño derr l)('t'miso de conducir. Siguici a esto,,vercle', y repi_rr'r l;¡ ssgs¡a de terror y de csconclerse. Hombies, " r l in¿lrios Ie registraban los bolsillos y buscaban el

¡' r¡r,'1. llombres verdes, furgoneta vcrdó... y ¡la Car_r¡ \t'r'tlc! ¡Pues claro! La patrulla clc Frontera. con','rlrllncs verdes, coches verdcs y rcmolques y l.ur_

, ,tl('\ VCfdes.l'l t'r'¿r un residente ilegal. Debía haberle pillado

,"' ,lr:r tlocena de veces la patrulla de lionteras como

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aifwlr'

peón agrícola. Por ac¡uel entonces, Ildefonso no sabía

nada de l'ronteras polílicas, inmigración ni ley. Aún no

sabía nada, aparte clc lo que hubiera deducido por su

cuenta. Había visto a gcnte eludir la captura mostran-

do una hoja de papcl cr-rbieÍa de trazos verdes a hom-

bres vestidos de vcrdc que conducían coches verdes'

La señal y el símbolo "verde" no podían significar un

color genérico para Ildefonso: los hombres verdes

eran demasiado intportantes en su vida, tenían el po-

der de transportarlc a un lugar en el que había menos

cornida y menos trabajo. Ildefonso sabía que no tener

la carta verde poclía suponer morirse de hambre' aun-

que no supiera el c(rmo ni el porqué.

Poco tiempo dcspués paré en la autopista, si-guiendo un impr-rlso, en un puesto de control de lapat.ullu de frontcra. No tenía la menor idea del pro-

cedimiento por el que arrestaban a las personas,

determinaban su situación de residentes ilegales y

las deportaban. Sentía curiosidad. Quería saber qué

relaciones había tenido lldefbnso con aquellos hom-

bres verdes. Si había sido el procedimiento habitual

de interrogatorio y detención, tendría una idea de al-

gunas de las cxperiencias previas de Ildefonso corl

p".ronus quc habían intentado comunicarse con é1,

Quizá obtuviera otra clave de lo que le parecía el

mundo. Entró en el remolque del borde de la autopis-

ta y vi a un lrluchacho rubio, de ojos azules, con uni-

forme azul, bien retrepado en su silla y con las largas

piernas sobrc el escritorio. Aparentaba unos diecisóis

años. Sc eltderczó, Lrn poco tenso en su asiento, pcl'tl

no bajci los pies del escritorio. Me preguntó, nervio-

so, en qr-ró podía ayudarme'Le cxpliqué que había conocido a un hombt'r':

mudo quc nte había explicado sus encuentros con los

hombres vercles; que estaba escribiendo sobre aqtrt'l

hombre, y que saber cómo funcionaba la patrulla tle

frontera rnc ayudaría a entender más sobre su vida'

-¿Cómo sabes que ese hombre tuvo algo que vct

( on los funcionarios de inrnigracjón,?_ rnc prcguntcit'l lnuchacho.

Le repetí la historia ..verde" que rne había conta_,kr Ildefonso, mientras me preguntaba quó le habría¡rrlccido a Ildefonso aquel ário alto.

-¿Cómo sabes que ese hombre es un rcsiclente ile_lrrl - insistió. -La verclad, nosotros telte lnos que ir alrr cscuela para aprender a saber si algr-ricn cs Lirl resi_, k'lrte ilegal.

-Bueno, yo simplemente lo supuse, por.clL¡c la his_t()ru que intentaba explicarme daba a cntcnclcr qucIr' lr¿bían detenido, pero t:n realidarl no só lo que.r'rrrió. Por eso me he parado. Tal vezpucclas .*iti_r ;rr n]e cómo es vues_tro trabajo, cómó hacc, para,lcscubrir, detener y deportar ilos peon"s agrícolasrlr'rlales. Así podré interpretar mejoi su histol.ia.

('omo me miraba con recelo,le expliquó que norrrt' interesaba realmente la patrulla de iiontcr.¿icn sí,,,,1o la vida de aquel hombre.

l)ices que estás escribiendo un libro sobre eselr, rrnbre, pero, ¿cómo sé yo que no eres una perioclis_t, r ' Yo no estoy autorizado a hablar con nadió. Ticnes,¡rr,' lrablar con mi superior. Te indicaré dónde quecla, | ( ulrrtel general local.

Su superior me sometió a preguntas cle detectorilr' ntr:ntiras durante casi una hoia, tras lo cual melrzrr rl f in una descripción del procedimiento habi_irr,rl rlc captura, detención e inv-estigación de la na_, r,,¡¡;¡li{¿¡d de los sospechosos de residir ilegalmente, rr ,'l ¡xrís. Si Ildefonso había pasado por un procesornr¡lirr', alguien vestido de verde debía habeile inte_

rr'1'.¡111¡ personalmente varias veces, y haber proba_,1,' l¡¡1.o1¡ con un intérprete. Legahnenie no se puede,li ¡rr¡t;¡¡-a nadie basándose en información obienida,1, .l¡¡¡ persona. Ildefonso tenía que responder a lasl,r, I'r¡nllts él mismo.

l'r¡r.sto que eso era imposible, ¿cuál sería el paso|,, | | r(.r tIc /- pregunté.

100 I0l

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-Primero nos aseguramos de si es cierto que está

sordo o que no puede comprender. Nos hemos topa-

do con personas que se hacen los sordos. Una vez

llevé a un hombre sordo a la Escuela de sordos Ri-

verside para ver si alguien podía hacer de intérprete.

Me dijeron que no conocía ningún lenguaje y no en-

tendía ninguna de mis preguntas. Trabajamos con las

autoridades mexicanas hasta que lo reclamó un pa-

riente. En realidad tenemos que vérnoslas con perso-

nas sin lenguaje continuamente y tenemos que anun-

ciarlo a ambos lados de la frontera hasta que aparece

un amigo o un Purienle.-¿Cuántas personas sin lenguaje encuentran?- le

pregunté asombrada.- -Niños peqr.reños. Encontramos a menudo niños

pequeños, separados de sus padres- explicó con indi-ieréncia, y siguió, explicándome que hasta que no lo-

calizaban a un pariente que aclarara la cuestión de la

nacionalidad, el bebé o la persona incapacitada per-

manecía retenida, a veces varias semanas. La vida de

Ildefonso tenía que haber sido muy desconcertante.

Ildefonso nunca me había indicado que pensara

que sus arrestos y deportaciones fueran injustos ni

que la mísera situación de su familia fuera injusta'Parecía suponer que existía algún sistema o plan, al-

guna razón, que él era incapaz de entendet, como

tantas otras cosas de su vida. Creía que la vida era

desconcertante sólo porque él no entendía las reglas,

Quería aprenderlo todo, para poder saber cómo vivirmejor. Si conseguía saber lo necesario para eludir alos hombres verdes, podría ttabajat y ganar dinero y

mantenerse.Esta seña y sus asociaciones eran tan importantes,

formaban hasta tal punto parte de su vida, que no po'

día comprender que yo no captafa su historia "ver'de" y su problema "verde". Yo insistía en cambio cn

tratarlo como un simple color más. Le asombraba,

Aquellos nuevos símbolos funcionaban muy bien u

vcces. Podía hacer la seña de ,,escuela" y el símbolot'onjuraba mágicamente toda el aula, todo el recinto,Ios alumnos, profesores y lo que él estaba aprenclien_rfo. ¿Por qué no tramitía,,verde', la misma cantidadrlc información a mi cabeza? Recordé de pronto querrri sobrino, cuando estaba aprendiendo a hablar, in_It'lrL¿rba comunicar un suceso completo con una pala_lrr'¿r. A veces funcionaba. pronunciar un nombre pro_¡rro o señalar un coche podía describir las actividiclesrlt'l día anterior. Hasta un adulto con lenguaje puede(luodarse empantanado con las asociaciones

" hirto_

r¡lrs relacionadas con un nombre, por ejernplo con elrornbre del lugar en que has nacido. Tocloi sabemos¡r;rlubras tan poderosas por sí solas como para trasla_rlru'llos a otros tiempos y otros lugares.

lldefonso había tenido la espéranza cle qr-rc todaslrrs ¡ralabras pudieran ser así de poderosas, cple no',olo contuvieran el objeto nombrado sino toclo lo re_l;rt'ionado con é1. Apenas distinguía un nombre cle un,rrljetivo. "Verde" era verdor y todas las cosas rela_r rorradas con su experiencia personal con verde. ¿Nor"'trrban los hombres verdes y las experiencias u"i.r.srrrr¡rlícitos en el símbolo? Él podía repetir mis señas\ (l('r)tostrar cierta comprensién del significado, pero, r¡rrtí había en su cabeza? euizá interpretara mi,.li_lrro vorde" como libro y verdor y

"ornb lo que signi_

lrr';rlr¿rn las experiencias verdes. euizá el libro trltara,lc succsos "verdes". pero mis especulaciones no po_,lt,rrr :ryudarme a comprender el p-ensamiento de Ilde_l , tllso.

I r' t'nscñé el nombre de los colores, ,,color,,, y merL'rlit¡uó unos cuantos días a indicar el color de iodasl¡r', t'osits. Le preguntaba rutinariamente de qué colortsr.rt (livcrsos objetos y él me contestaba con sus pri_ur'r;rs ll'ases de dos señas. Al cabo de tres o cuatrorlt¡r,,, t.lllcndió el significado de ,,color',. Hizo la seña

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de "color" por vez primera, luego puso la muñeca y

la mano junto a la mía. Señaló primero una y luego

la otra y gesticuló.

-¿Y esto qué?- volviendo a hacer la seña de "color".

Miré impotente su rostro expectante. Ildefonso no

tenía idea de 1o importante que era su pregunta.

¿Cómo podía explicarle las etnias y el racismo con

mímica y con el vocabulario de una persona de dos

años? Repitió la prcgunta señalando a un estudiante

negro y volviendo a hacer la seña dg'ocolor".

¿Por dónde podía empezar? Si empezaba por lageografía, tendría que enseñarle 1o que era un mapa.

Su mundo tridimcnsional nunca había sido represen-

tado en dos dimensiones. Saqué una hoja de papel, di

un suspiro y empecé. Dibujé la mesa, a Ildefonso, a

Susan y el aula.

-Aula- le expliqué, haciendo la seña muy grande

y luego cada vez más pequeña, hasta que era del ta-

maño del aula del papel. Saqué otra hoja de papel y

dibujé la escuela.

-Escuela, cafetería, aula, hierba- señalé en mimapa.

En otra hoja de papel hice más pequeña la escuela

y añadí la parada de autobús y las calles más próxi-

mas y los cruces. E,n el mapa siguiente aparecían

otros lugares conocidos, el centro y algunas colinas.

En el siguiente figuraban casas de campo más allá dc

las colinas a un lado y el océano al otro. Llevé foto-grafías que nos ayudaran a indicar los dif'erentes lu-g"r".. Dibu.ié mapa tras mapa durante dos días, ro-

presentando en ellos zonas cada vez más extensas

hasta que pude incluir México.Suponiendo que le habían deportado al menos

una vez de California, describí Tijuana, la populosit

ciudad en que le habían detenido los hombres vol''

des. Ildefonso empezó entonces a aprender que habíit

fronteras trazadas por los seres humanos y no stiltlpor la Naturaleza. El océano y las montañas no erttll

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lrrs únicas barreras que separaban a los pueblos.Aprendió que había una tierra de los de piel blanca yolla_de los de piel morena; las entidades políticas lla_nradas países que se denominaban Estados Unidosrlc América y Estados Unidos de México.

Al fin tuvo datos suficientes y pudo iclentificar lar('l)resentación de una zona lo bastante amplia para,¡rrc estudiiáramos un mapa real de América ¿'et Nórte.(.'on Ia ayuda de postales de California y México, Il_rk'f onso aprendió geografía. Le pedí que Ine clescri_l,icra lo que hacía en las haciendai. Enténdió inmedia_lilrf fonte la pregunta por primera vez. Supuso que yorlrrr a intentar descubrir por clónde había viaiado. Éorlrrs rlescripciones mímicas que me hizo, AeOii¡c cuáles,'ur¡r. Ias cosechas y a dónde podía haber via.jarlo: reco_lt't'ción de manzanas, a Washington; de patatas, a Icla_lro. ysndlmia, recogida de tomates y algodón, a Cali_l()ur¡a. Emparejé las imágenes de lás di-versas plantas, r'n los lugeres respectivos. Ildefbnso estaba lascina_rlo ) rlerrlonzaba toda la información en cuanto se la, l;rlllt.

Nos pasamos una semana haciendo mapas y estu_,lr:rntktlos, hasta que estuvo en condiciones de enten_'L't n)/rs de un continente. Le mostré enormes mapas, rrlJ',rrdos de un rodillo del techo. Empezamo, poi lo,

',,11¡ ¿¡¡ns¡icana occidental, que ya Conocía bien. v¡' l)irs¿ullos los nombres nuevos que había aprendido:rrr t'ilt)o. montaña, río, ciudad, nación, Estados Uni_,l',,, ('¿li¡ornia, México, Los Ángeles. Ildefonso mi_i,rlr;¡ y rnemorizaba. Lo repetía todo con una pregun_t,r r'n el rostro:

,,('alifornia? ¿Ciudad de México?,sí respondía yo. podía al fin empezar a contes_

t,r¡ ,r lrr pregunta que me había hechó hacía una se_rrr,rrir (loloqué el dorso de mi mano junto al dorso,1, l.r srry:.t.

,'\r¡lcricanos nativos (en ameslán, la seña no ser, l,r, rr)na con el nombre ambiguo de indío, sino que

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alude únicamente a los nativos de América)- le dijeen señas, y le apunté a é1. -Blanco- dije en seña,apuntándome a mí. -Hace mucho mucho tiempo- diénfasis a la única seña temporal que él entendíá repi-tiéndola, alargándola y pausándola -los blancos aquí(apunté Europa); hace mucho mucho tiempo, ameri-canos nativos aquí- y pasé la mano extendida sobretodas las Américas. Apunté a un hombre negro quehabía en el aula y luego apunté África. -Hace muchomucho tiempo, negros aquí-. Señalé a un estudianteasiático y luego señalé China en el mapa. Ildefonsovolvió a Europa, luego a America del Norte; parecíaconfuso, y dijo en señas:

-¿Blancos?Vaya una pregunta.Con la mano derecha extendida a modo de pala

sobre Europa, hice la seña de "blanco" con la manoizquierda. Alcé la mano derecha manteniéndola rígi-da como si hubiera recogido una gran multitud, ycrucé el océano Atlántico. La multitud aterrizó enNueva Inglaterra. Pasé la mano izquierda sobre lasAméricas haciendo con la izquierda la seña de ..nati-

vos". Indiqué con mímica lucha entre blancos e indí-genas y con la mano extendida formé un muro que seapoderó lentamente de América del Norte empujan-do a los indígenas hacia el sur.

-Ahora Estados Unidos, blancos; México, nati-vos- resumí burdamente. No podía darle un informemuy preciso e incluso con mi simplificación ya Ilde-fonso se perdía muchos detalles, pero era un pasopara explicarle su pregunta.

Abrió muchísimo los ojos. Tuve que repetirle lahistoria varias veces. Le repetí que había sido hacíamuchísimo tiempo cuando los nativos poblaban elcontinente y no había allí blancos. pasó la mano porlas Américas.

-¿Nativos?- preguntó, señalándose la muñeca.-Sí- contesté. -Hace mucho tiempo.

Volvió al mapa. Estudiaba las nuevas fbrmas ex-trañas con los músculos faciales tensos. No dijo nadarnás. Se quedó allí plantado, mirando y rnirando fija-rnente.

Ildefonso me contó meses después que sLl activi-dad de ocio en los ratos libres era observar a la gen-te. Buscaba lugares concurridos, se sentaba en unaposición central junto a una fuente o un¿l estatua yrniraba a los transeúntes, observando cónrcl vestían,caminaban, hablaban y se tocaban. Veía a la gentereírse, besarse, jugar y pelear, juegos hurranos en losque él no podía participar. Su prirnera leccit'rn de his-toria y y el resto de nuestros diálogos habían empe-zado a disipar parte del misterio de las intenrccioneshumanas que le gustaba observar. Me habría gr-rstadoque sus primeras lecciones trataran de los icleales dela democracia ateniense o de la tribu hopi amante delapaz o los grandes inventos y descubrimientos his-tóricos, no sobre los hombres verdes y el lamentablesignificado del color de la piel de las personas.

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CAPíTULO g

Las preguntas de una seña de Ildefonso me dieron unindicio de la capaciclad de una mente humana indivi_dual que había pcnsado siempre en condiciones deaislamiento. Yo sabía que jamás podría imaginaraquel tipo de aislarniento, y deseaba diariamenté qo"él pudiera aprender más deprisa el lengua.le para queyo pudiese aprender más sobre sus impreiionei yconclusiones únicas.

Seguí intentando desentrañar cómo había sido supensamiento sin lenguaje, tratando de imaginar susoledacl. Cuanto más me acercara a la comprensiónde su mundo, más fácil me resultaría explicarle elmío. Me preguntaba dónde podría encontrar clavesque me ayudaran a conseguirlo. Tenía que haber al_guien rnás que hubiera experimentado la misma sole_dad. Mientras intentaba dar con ese alguien, recordéla historia de Ishi, el últirno indio salvaie de Américadel Norte. Ishi, el último hablante de su idioma. viviósolo dos o tres años después de que mataran a los de_más miembros de la tribu yahi. En agosto cle 1911,movido por la desesperación, el hambre v la soledaci.salió del territorio tribal y llegó al corral de un mata_dero de las inmediaciones de Oroville (Califbrnia).Lo mismo que Ildetonso, había preferido explorarterritorio desconocido en vez de secuir solo.

Theodora Kroeber, espos¿r clel aitropólogo que seconvirtió en el amigo y cuidador de Ishi. escribió su

biografía. Describe en ella la naturalcza de los seresllumanos como "social, entremezclacla y generali-/.ada" y comenta que "sin oít el habla humuta ni ex-perimentar la relación y la expresión clnotiva nor-rnal", los niños morirían pronto o no clcs¿rrrollaríanatributos humanos distintivos como cl h¿rbla. Y aña-cle: "Tampoco los adultos prosperan en solcclad." Esindudable que tanto Ishi como Ildefonso no poclíanprosperar en sus aisl¿rmientos respectivt)s, l)cl'o, ¿,nohabía desarrollado Ildefbnso atributos hulllanos sinlenguaje y sin expresión norm¿rl?

Luria escribe en EI hontbre con un ntuttrlt¡ tle ,:tn¡-7,udo: "Lo que es distintivamcnte humano lcsl la fa-cultad de utilizar el lenguaje." Puede altcrarsc f icil-mente esta verdad, de modo qLle en vez. clc clcf inir ellenguaje como un atributo humano diltrcnci¿rclor, loconsideremos Llna deflnición de humaniclad. Yo nopr-redo concebir la vida humana sin lenguujc y. portanto, no puedo imaginar humanidad sin longua.je.No obstante, desde la primera vez que vi a Ilclcfirnso,no duclé nunca de su naturaleza humana. Aunque susintentos de comunicarse me rccordaban los clc unchimpancé gesticulante y podía expresar poco másque un gato o un perro, yo sabía que tenía inteligen-cia humana, personalidad hunrana y concicncia dc símismo como humano. Pueckr entender a Ishi ntcjorque a Ildefonso, pero mi falta cle comprensión noresta humanidad a Ildefonso.

Algunas personas juzgarían a Ishi primitivo o bár-baro, pero sólo los más f¿rnltticos lo considerarían nohumano. Por otra parte, mucha gente ha clasificado alos individuos sin lengr-rajc extraños a Ia especie hu-rlan¿l. Los antiguos griegos llamaban a los no -erie-gos bor-bnrs, el origen del térnrino bórbaros, porquelas palabras extranjeras les sonab¿rn a sílabas sin sen-tido. Pero reconocían que los bur-bu.rs no solamenteeran humanos sino que podían acccder a la civiliza-ción y [a cultura aprendiendo griego. Empleaban la

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frase hellenísthenai ten glossan, que significa literal_mente helenizarse mecliante la lengua griega. Los an_tiguos sabían lo que a mí me enseñó ilcleionso. queel lenguaje no define la especie; define la tribu. '-."--

Comparando mentalmente a Ishi con lldefbnso,descubrí que sus sintilitudes revelaban su naturalezahumana y sus dif-ercncias demostraban la importan_cia del lenguaje y dc la pertenencia a una tribu. Am_bos habían vivido solos y f'uera de la sociedacl y po_dríamos describirlr)s como hombres salvaies. iosdos sentían la ncccsidad humana de que lei acepta_ran, de relacionarsc con otros seres humanos. v am_bos encontraron Lrl mundo nuevo y misleriosó por_que buscaban el cont¿rcto humano. para Ishi, dada sumentalidad, esto suponía incluso el riesgo de que lemataran: "¡É11 espéraba en aquellos primeros díasque le dieran mucrte. Lo único que sab?a de los blan_cos era que habíarr asesinado a su pueblo. Era lógicoque esperara quc, teniéndole ya en su poder, le pega_ran un tiro, le ahorcaran o le mataran envenenándo_le", explica Kroeber. Ishi no comió, bebió ni durmiódurante los primeros días que estuvo en manos de losblancos.

Ildefonso e Ishi no eran solamente extranjeros queviajaban a nuevas culturas. Eran alienígenas que ex_perimentaban la imposibilidad del viaje en el tiempo.Muchos personajes de obras de ficción científica úandado un salto hacia delante o hacia atrás. hasta un si_glo o milenio distinto. Y ahora, en este siglo, aunquepor medios dif-erentes, dos hombres de carre y huésollegaban súbitamente al mundo moderno como habi_tantes de otra era. Ishi venía de una cultura antigua.de la era olvidada de los cazadores-recolectores: tt¿e_fonso, de un mundo parecido al clel cavernícola pre_lingüístico. Kroeber escribe sobre el viaje de tshl:"Ishi había completado un viaje desde la Edad dePiedra a la estruendosa y resplandeciente Edad cleHierro: un lugar de relojes, horarios y calendario: cle

clinero, trabajo y salario; de gobierno y ar_rtoridad; clc¡reriódicos y empresas." Podríamos aplicar tarnbiénsu descripción a Ildefonso, porque ¿llrnque él habíaobservado la vida moderna, no había podido inter-pretar lo que veía.

Al contrario que Ildefonso, que carccía cle las cla-ves para interpretar lo que veía, Ishi corn¡rrendía losconceptos de cultura, estructuras socialcs y sistemasconectivos. Por extraña quc le parecier-a la culturarnoderna, sabía que tenían que existir en clla sentidoy orden y que podía explicarse. Aun cuando el len-guaje y la cultura de Ishi correspondieran a un mun-clo primitivo, él había vivido como parlc cle un¿r co-rnunidad. Aunque había pasado años sir-r cl menorcontacto con otro ser humano, disponía clc las herra-mientas y la ayuda de la mente de su pr-reblo. Conta-ba en su vida con los recuerdos de toda su gente. Suspalabras, información y consejos alimcntaban suspensamientos y sus percepciones. El lenguaje pro-porciona una especie de inmortalidad. El pueblo deIshi, aunque estuviese ya muerto, seguía ayudándolea sobrevivir y a interpretar la vida. El tenía, a dif'e-rencia de Ildefbnso, un sistema de creencias, ideas. vsupuestos que podía utllizar para procesar la nr.uoinformación del extraño mundo que le rodeaba. po-día establecer analogías y comparaciones, manejartodos los símbolos e ideas que le aportaba su lengua.

Ishi poseía lo que Luria denomina vida interior."Por muy primitivo o lirnitado que sea -escribe Lu-ria-, el lenguaje es esencial a la cognición; con él de-signamos los números, hacemos operaciones mate-máticas, cálculos, analizamos nuestras percepciones,distinguimos lo esencial de lo no esencial y estable-cemos categorías de diferentes impresiones. Ademásde ser un medio de comunicación, el lenguaje es fun-damental para la percepción y la memoria, el pensa-miento y la conducta. Organiza nuestra vida inte-rior." Ildefonso había tenido cierto tipo de vida

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interior, pero sin el lenguaje, la información, los pen-samientos y las ideas cle los demás, no podía habersido completa. Hast¿r cl último hablante solitario deuna lengua se relacionaba con los demás como nopodía hacerlo Ildefonso sin lenguaje. Éste podía rela-cionarse individualmente con la naturaleza, los ami-gos y la familia, pero no entendía casi ninguna de lasrelaciones funcionalcs y de grupo, sobre todo las queacompañan a la tecnología moderna, la política y lalibre movilidad.

Una persóna sin lenguaje permanece en estadoprimitivo en algunos aspectos. Ildefonso no disponíade los instrumentos. los símbolos, de la abstracción ysu única alternativa era tocar o mover los objetosconcretos. Sus facultades para incluir lo abstracto es-taban coartadas y tenía que limitarse a lo funcional.Ishi y otras personas primitivas, aunque capacitadaspara abarcar lo abstracto, optaron por no hacerlo. yome preguntaba si lldefonso se mantendría como Ishidespués de aprender el lenguaje o si aumentaría su in-terés por los juegos y ejercicios abstractos. Segura-mente sería más sensible que Ishi a la presión paraadaptarse, porque estaba solo. Ishi tenía creencias yhábitos compartidos durante siglos por muchas per-sonas. Se enorgullecía de sus peculiaridades y sentíauna lealtad permanente a su pueblo y sus costumbres.

Incluso la falta de nombre de Ildefonso se pare-cía más a Ishi y a la costumbre de poner nombres delas antiguas culturas, incluidas las tribus nativas deCalifornia, que a la vida moderna. Como explicaKroeber:

La China precomunal siguió en el siglo xx con unsistema mós antiguo y cliJúndido que el nuestro, el deidentiJicación de clan, por el que un niño nace en elclun del pctdre. EsÍe clan será su clan toda la vida,con un tabíí estricto que prohíbe el mcttrimonio en elseno del propio clan, ¡tor muy numerosos que sean

stt.s miembros y muy diseminados que e,stén. TrLrde ot(il7prano, algún míembro de Ia.lhn.iliu pondró alniño un nombre o apodo personal ¡trivutlo, ntiis cle

rtno quiTá. Esta era, tctmbién, Ia costuntbre -vona.El extranjero [...] que estaba junto ul maladero

tto tenía nombre.EI hombre sttlvaje [...] dijo que hubítr a,;tudr¡ sr¡lr¡

lunÍo tiempo qLte no hobía tenido a nudit quc le die-.\e un nombre; una mentira o.mabl.e, prtr ,su¡tu.e,sto.

I tn inditt da Culifornia ctt.ti ttunc(t l,t't,nttnt'itt tunc¡ mb re, ut il izdndol o s tí k¡ e n c onladís i nt t t,t t t t t t,t io n e s

ton los que ya Io suben, y nunca lo huríu r(,rpon-d.iendo a una pregunll direcltt.

Se le conocería como Ishi, que en yana signil'icasimplemente hombre. Nunca reveló su nornhrc propio.

Mi satisf'acción al oír el nombre de Ildclirnso y misuposición de que todo el mundo tiene o ncccsita unnombre propio, se basaba en una costumbre occiden-tal muy reciente. La práctica, hoy limitadr al Con-greso. de referirse a un compunero congrcsis(a corno"el caballero de New Hampshire" o "mi arnigo deGeorgia", en vez de llamarle por su nomLrre, fuepráctica corriente en otros tiempos.

La falta de nombre de Ishi y de Ildefonso eran di-ferentes, claro, pero la fbrma de pensar de lshi mehizo comprender que lii habilidad de Ildefbnso paradescribir a una persona en vez de citarla por su nom-bre qtizá f'uese bastante normal en algunas culturas.En realidad la comunicación cntre tribus pudo habersido bastante parecida a los gcstos e imitaciones delldefonso.

No sólo los nombres propios sino también los nom-bres en general podrían haber sido una invención pos-terior a otras paftes del habla, si es que el lenguaje se

desarrolló en esas etapas. Me imagino a nuestros ante-pasados remedando un animal gigantesco, peludo y

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colmilludo antes de descubrir [a expresión o seña re_sumidas para designar ¿rl mamut.

Los nombres y el lcnguaje organizan algo niásque nuestra vida interior. El lenguaje influye y deter_mina hasta cierto punto nuestra percepción e inter_pretación del mundo. El desconcierto que producíael mundo moderno a Ishi no se debía a ignoranciasino a su diferente irnagen del mundo y deiómo de-bían ser las cosas. Pcro al rnenos él tenía un cuaclrocompleto. Ildefonso no podía haber organizado unaimagen coherente clcl mundo ni haberla imasinado.E. F. Schum¿rcher cscribe en Small is beautifil:

Primero existe el lenguaje. Cada palabra es unaideo. Si eI lengrutjt, que asimilamc.¡s en la Eclacl Os_cura Iinfnncia] es el inglés, nuestra mente estaró enconsecLtencia provisÍa rle wna serie de ideas signifi_calivamente distitttu de la serie represenlacla por elchino, ruso, alenttín r¡ íncluso el ingtés americano.

No conocemos las ideas ni los puntos de vista delos pueblos chino o yahi, pero sabemos que existeuna serie de ideas. La primera vcz que Ildefbnso yyo nos encontr¿rmos, él no tenía noción de ideascompartidas. No podía expresar sus pensamientos,ni podía tampoco escuchar (o sea, prever algún sig_nificado en las expresiones de los demás). pn .u._bio Ishi, que no podía entender ninguna lengua quele hablaran, sabía lo que era convetsar y preguntar."Ishi escuchaba pacienternente pero sin éntender',,dice Kroeber, describiendo las primeras entrevistasde Ishi en Oroville. Posteriormente, un antropólogoleyó una li,sta de palabras en yana clel norte y

-"t ."n_

tro, suponienclo que si Ishi era de la tribu yana delsur entendería algo. Ishi escuchó atentamente, pesea que la prin.rera.palabra que entendió era de las últi_mas de la lista. El sabía que era posible intercambiarideas y esperaba clue dieran con la clave para conse_

guirlo. Ildefonso nunca había tenido unn rclaciónasí. El actuaba, imitaba y suponía Io qLrc yo quería,l)ero no tenía indicios de que escuchar pudiera servalioso.

El que imitase era el obstáculo nt/rs l-rustrante detodos los que impedían la comunicacir'xr, y mc hizocxclamar bruscamentc: "¡No, fíjatc!" t-o lamenténada más decirlo. Estaba impacientc por iniciar eldiálogo y no supe entender lo que podría parccerle¿rbsolutamente imposible.

Seguía manteniéndose aislado y ensinrisrnado, in-cluso cuando ya sabía los rudimentos clcl lcrrgLrajc.Aún aislado y solo, observaba cómo se conlunicabanlos demás, pero él no lo hacía. M¿rnif-eslaba un clcseoclc integración, pero tambic<n miedo al rcchazo. Yomeditaba sobre su sentido de la identidad y sobrc si lal'rontera entre el yo y los demás no sería nrírs ¿rnchasin lenguaje. Aun sabiendo ya lo que era la colnll-nicación, no podía entender lo que se comunicaba. l-eanimé a saludar a otros estudiantes y le enscñó algu-nas f-órnlulas sociales ("¿Córno estás?" y "Bicn"),pero era demasiado tímido para utilizarlas. A¡rarte deCal, que había tomado la iniciativa, no intentti con-versar con nadie más quc conrnigo.

Remedó a una persona que hablaba amcslán rírpi-do y fluido, luego se giró, convirtiéndose en otropersonaje, y remedó a un interlocutor lento y torpe.Adoptó una expresión estúpida. con la boca entrea-bierta y Ia lengua asomanclo flircida entre los dientes.Luego se señaló. Y concluyó en señas:

-Avergonzado yo- emplcando una seña nueva deuna lección rcciente-

Le indiqué que desaprobaba la expresión estúpida,arrugando la frente y movienclo l¿r cabeza. Le expli-qué, prácticamente con mírnica, la diferencia entreestupidez e ignorancia, una lección que repetiríamosdurante varios meses. Le dije que algunas personasestarían muy contentas de comunicarse con él y que

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comprendían que era Lrn estudiante y un principiante.EI no estaba preparado y quería aprender y practicarconmigo primero.

Aunque no participaba en las conversaciones. lefascinaban y observaba constantemente a los que ha-blaban ameslán. Empczó a fijarse en una o doi señasal día y luego las hacía en clase pidiéndome que selas descifrara. A veccs deducía el significado de unaseña y me soprendía Lrtilizándola en nuestras conver-saciones en señas y mímica. Una mañana, por ejern-plo, hizo de pasada la seña de "escuela" en una des-cripción prácticanrente en mímica. Había visto aalguien emplearla y había deducido coffecramentesu significado. Otras veces necesitaba días o sema-nas de lecciones para obtener la información básicay el lenguaje adicional que le permitiera llegar acomprender una scña o una frase. Una vez me hizola seña de "mensllal" y me pidió explicación. Tuveque arrinconar l¿r pregLlnta. Todavía no entendía queel tiernpo se miclc y no había podido comprencler rniprimera lección sobre el reloj. Tampoco podía enten-der nada sobre política, sociología o ciencia; su len-guaje era demasiado rudimentario y no sabía prácti-camente nada dcl mundo.

Muchas vcces seguíamos con las "lecciones"(nuestros diálogos y el estudio del mundo del otro) enlos descansos. Solíamos almorzar iuntos. con otrosestudiantes o solos. Empezamos a aáquirir la costum-bre de pasear hasta un puesto próximo de ,.burritos,'

cuando clueríarnos estar solos durante el almuerzct c-r

continuar una charla especialmente delicada o pro-funda. Fuera del confinamiento del aula podíarnoi sermenos formales, dejar de lado los papeles de prof'eso_ra-alumno y actuar más como amigos. Además, lastareas prácticas de pedir el almuerzo eran leccionesde vocabul¿rric¡ más sencill¿rs. por ejemplo, le pregun-taba con gestos si quería pollo, ternera o alubiás en su

"burrito", y, cuando me entendía, sustituía Ia mímicay los gestos por señas.

Sólo tres semanas después de qr,rc Ildcfbnso hu-biera conectado con el lenguaje peclí ckrs "burritos"de pollo en el puesto, y cuando saqué cl dinero parapagarlos me retiró la mano y nie dijo la ¡rrirncra ora-ción completa en ameslán de más de trcs scñas:

-No, burito pago yo.

-No, (eso) bien, burrito pago yo- lc cli.jc. Y le ex-pliqué en señas y mímica que yo traba.jaba y ganabadinero y que él estaba en la escuela, así quc yo podíapaggr.

El remedó la acción de segar céspecl y lucgo la derecibir dinero y repitió:

-Burrito pago yo.

-Guárdate el dinero en cl bolsillo para clcspués-le dije en señas y mímica y cornprendí quc no cnten-día "después". Insistí: -"Burrito" pago yo.

-¡No!- chasqueó los dedos. -¡Dios, anrigal BLrrri-to pago yo.

¿Lo habría visto bien? ¿No sóIo había cxprcsadoen señas su pensamiento más complejo hasta cl mo-rnento, sin gestos ni mímica, sino que había dichotambién "Dios"? ¿De dónde había sacado aqucllaseña y cómo había llegado a la insólita suposición dccómo utilizarla? Había relacionado Dicls y arniga yhabía antepuesto ambas señas a pagar el "burrito".Su cólera era la de un instructor leligioso. Me re-prendía debidamente por prcocuparse tanto por elmundo material. Poco intportaba quión tuviera ntás omenos dinero. Pagar el ¿rlnrucrzo era sólo irnportantecomo acto de amistad.

Luego me preguntó quó signif icaba en concreto laseña "Dios". Había supuesto accrtadamente que rc-presentaba grandeza invisiblc. distinta y más impor-tante que la materia tangible c¡uc teníamos delante.Nada podía añadir yo a su empleo dc "Dios", porqueno teníamos suficicnte vocabulario cn común para

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analizar la diferencia cntre religión y física o entrecreencias personales c hipótesis generales.

Sin lenguaje y sin rccibir información de otra. lamente aislada de Ilclefonso inventaba/imasina_ba/comprendía/percibía (¿curál es el verbo .orr..to?;dos reinos diferentes. Sin formación de ningún tipo,expresaba un tema bírsico que se encuentra en todaslas religiones y en l¿r literatura de toclas las épocas ylugares.

¿Qué hay en nucstra mente antes de que el len_guaje integre en la conciencia humana colectivanuestros pensamicrrtos personales? ¿En qué se dife-renciaba la contraposición de Ildefonso cle la distin_ción de los griegos lntiguos enÍe zoú lvida psíquica)y psique (vida es¡riritual), del doble senticlo cle Siónde los antiguos hcbreos, o de las comparaciones dedos reinos de Jesús'/

¿Podía su atribución de significado a la seña"Dios" ser verdadcramente un pensamiento indepen_diente? Empecé ¿r darme cuenta entonces cle quetodo Io que expresara Ildefonso podía ser una res_puesta a algunas preguntas: ¿eué puede crear unamente individual'/ ¿Cuánta cultura e incluso pensa_m]enlg abstracto puede comunicarse sin lenguaje?¿Qué le habían enseñado su madre, su paclre o elcura, con imágcnes y gestos? ¿Hasta qué punto cle_pende del lengLraje la capacidacl de adquirir cultura yhasta qué punto cs independiente'/ A todos no. .nr"_ñan contacto visual y respetos sociales y muchasotras normas específicas de comportamiento, visuale inconscientemente. Seguro que Ildefonso habíaaprendido esas normas. ¿eué más habría aprendidosin símbolos'/

La mente de Ildefonso guardaba las respuestas atodas estas preguntas. Todo lo que hubiera en su men_te y él no hubiera invenrado había llegado allí por ob-servación o comunicación no oral. Si ól no había nen_sado en una entidad superior o inmaterial llamada

l)ios, ¿habría aprendido la idea en las iglesias católi-cas mexicanas? Debía haber visto a la gente en la igle-sia arrodillarse y rezar mir¿rndo a las imírgenes y a loalto. Habría visto muchas veces en México :.r la gentesantiguarse y alzar la vista, quizá incluso lo hubier¿ivisto hacer regularmente en su hogar. ¿,Criuro ¿rlmace-naba aquella mente activa los millones clc ¡-rit-zrs inco-nexas de información y qué pensaba dc las cosus visi-bles e invisibles? ¿En qué podía dil-crcncilrsc Lrna

creencia religiosa de la mayoría de sus irlcas'/ En sucaso, el mundo entero estaba control¿rckr 1-ror f'uerzasrnisteriosas. ¿Era la iglesia más extraña clLrc las inte-racciones que tienen lugar en r-rn banco? ¿,QLró scntidoclaría a lo que había visto en las bodas, los f uncralcs, ocl día de los difuntos, una f'estividad anual cn cl sur cle

México, en que la gente se disf raza de csc¡Lrclctos yrepresentaciones de la muerte'?

La primera frase de Ildefbnso me hizo scntir nr/rs

curiosidad por su vida sin lenguaje de la c¡r-rc nrc ha-bía producido todo su silencio.

Pagó él el almuerzo.

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CAPITULO IO

Una mañana, Ildcfbnso me interrumpió cuando yorealizaba un ejercicio para practicar las señas de laspreposiciones sobre, en y bajo. Se puso a gesticulary hacer señas en el aire, las borró luego agitando lasmanos rápidamente a un lado y a otro, ceñudo. Meseñaló un papel, se lo puso delante, alzó un lapiceroy se quedó mirándome. Quería practicar palabras denuevo. Empezamos a elaborar otra lista. Por supues-to, la encabezaba gato;le enseñé las palabras coffes-pondientes a las señas que acababa de hacer. Sobre yen eran breves y Iáciles, pero Ildefonso seguía come-tiendo errores. Pensé que era un problema de cali-grafía; necesitaba practicar más.

Al día siguiente interpretó mal una palabra sencillaque le deletreé dactilarmente. Se la repetí y sustituyó la¿ por una a. Le indiqué el erro¡ pero él siguió confun-diendo las vocales. Le pedí la nueva lista de palabrasque se había llevado a casa para practicar. Estudié loserrores. Confundía sistemáticamente las letras a, o y e;no las diferenciaba. Pensé que quizá tuviera algún tras-torno de lectura, pero entonces recordé otros errores dedeletreo que parecía que no guardaban ninguna rela-ción con su confusión de las vocales. Advertí, porejemplo, que confundíala I y la Y,Ia G y la 11 (parejasde letras que tiene respectivamente tbrmas manualessimilares). Como yo soy muy miope, se me ocurrióque quizá Ildefbnso tuviera algún problema de visión.

Elena le pidió hora con el oculista, que confirmón'ris sospechas; pero el diagnóstico no sirvió de grancosa. Ildefonso sólo tenía unos dólarcs y, dada sucondición de residente ilegal, no podía acogerse alos servicios sociales. Podía aprender señas y pala-bras pese a la miopía, pero esto era un obstírculo quelo retrasaba. Averigüé quc las gafas costaban veinti-cuatro dólares. Pero entre Ildefonso y yo podríamosreunir como mucho unos seis o siete.

Veinticuatro dólares no eran ningún capital. Sinembargo John y yo estábamos endeudackrs. Vr habíapodido permitirme posponer la búsqueda clc un trab¿r-jo de jornada completa para enseñar a lldclirnsot pcroel préstamo de John para estudios ya se h¿rbí¿r ¿rcaba-

do. Aquella noche no pude dejar de pensar cn las ga-fas de Ildefonso. ¿Qué podríamos vender'/ Echó unaojeada a nuestras tres piezas de mobiliario dc scgr-rn-

da mano. No había nada de valor. Consiclcró Lrn rno-mento la posibilidad de ir de puerta en puerta expli-cando la situación y pidiendo aportacioncs y ladescarlé porque llegué en seguida a la conclusitin deque nadie se iba a creer mi historia ni a preocuparsepor un residente ilegal sordomudo sin lengr-raje. Nome quedaba otro remedio que seguir con un obstácu-lo más y la moral mermada.

Los problemas visuales de Ildefonso teníern quehaber dificultado más su vida y disminuido su capa-cidad; le admiré todavía más por ello, por todo loque había sido capaz de hacer para aprender y saliradelante. Cada vez me angustiaba más el final delcurso, que se acercaba a pasos agigantados, pues nopodía permitirme seguir posponiendo el trabajo dejornada completa. Además lamentaba no poder com-prar las gafas a Ildefonso, pero sentía más no podersesuir con él tantas semanas.

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CAPÍTALO il

Mientras que yo era demasiado consciente del pasodel tiempo, Ildelbnso no mostraba la menor preocupa_ción, como si nuestr'¿rs conversaciones y nuestras ma_ñanas juntos fueran a prolongeLrse eternamente. No te_nía noción del tierlpo como la apren<1emos nosotros.

El tema había sirrgido por primera vez durantenuestra segunda scmana juntos, la prirnera semanade lenguaje de lldcfonso. Su voc¿rbulario. con la ex_cepción de gato, se componía del nombre cle los ob_jetos que estaban a la vista: silla, mesa, libro, puertay reloj. Sin pensarlo, hice la seña de ,.reloi,, (úteral_mente cron(¡ntet.rrL) junto con las de los nórnbres delos muebles y las partes del aula. La semana que 11_

defbnso aprendió los primeros nombres no había es-t¿rdo demasiado abrumada para pensar en lo que leresultaba más extraño. Los rclojes de pared y de pul_sera eran hasta tal punto parte de mi vida cotidianaque los consideraba tan f'amiliares como las sillas vlas puertas.

Una mañana, Ildefbnso vio a Elena señalar el reloimientras reñía a un estudiante que llegaba sistelnáti_camente tarde. Entonces señaló tarnbién él el reloi. seencogió de hombros y alzó las manos, picliéndórneque le explicara por qué aquel mueble atraía tantaatención. Aún no sabía el número diez, ni distinguíalos minutos de las horas y de los años. ¿Cómo pódiaexplicarle el tiempo? Me quedé mirándole fiiamente

lnientras él melcloj.

esperando lr lccción sobre el

En aquellos breves segundos paralizantes, com-prendí hasta qué punto es realmente abstracto el con-ccpto de tiempo. Filósofos, físicos y poctas dedicantoda la vida a estudiarlo. Las unidades de medidaaceptadas son casi tolalmente arbitrarias y la mayo-ría de la gente, yo incluida, ¿rcepta lo que se basa enla razón entendiéndolo sólo a medias. ¿Qué podíaexplicarle yo a una persona qLle no tenía lenguaje nila menor idea de que la ticrra gira alrededor del sol?

Decidí volver a empez¿lr con el día y la noche, re-petir las actividades del día, extenderme sobre ellas yacabar con el sueño de la noche. Recordaba a mi so-brino de tres años tratanclo cle entender qué signifi-caba mañana. Cuando intentamos explicárselo, sequedó mirando el vacío, con el cerebro tictaqueándo-le casi audiblemente por el esfuerzo de asimilaraquella nueva idea. La única forma de que empezaraa entender el tierrrpo fue conectando la acción dedespertar con la vuelta de la luz del sol: un nLlevodía. A todos los niños les cuesta aprender a medir eltiempo; no es una idea natural. Con la misma explica-ción que acabó resultando eficaz en el caso de mi so-brino, empecé una nueva lección sobre el tiempo.Como tantas otras veces, la pregunta inmediata de Il-defonso tendría que esperar que una serie de leccio-nes proporcionaran la base y el vocabulario suficien-tes para explicar el significado y la razón del reloj.

Le hice la seña del tiempo.

-Tiempo- dije, que es a la vez la primera parte dela seña de reloj. Ildefonso esperó el significado.También yo.

-Sol- le dije en señas, describiendo una bolaamarilla en el cielo. Confuso, buscó algo redondo enel techo. Le llevé fr"rera y señalé el sol. -Sol.

Repetí acto seguido la descripción anterior de díay noche, añadiendo algunas de las nuevas señas que

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Page 62: Un Hombres sin Palabras. Susan Schaller

él ya conocía. Siguiír esperando pacientemente elsignificado, con los brazos cruzados.

Volví a intentarlo, representando clespertarse y co_mer, trabajar y pararse a comer de nuevo. Indiquécon mímica que el sol volvía a desaparecer, y reme-dé otra vez la acción de comer y la de disponerme aacostarme. Por fortuna, las señas de ,.mañanu". ,,me_

diodía" y "tarde" o "noche" se relacionan con la ideadel cambio de posicitin del sol: un brazo es el hori_zonte y una mano representa al sol y se desplaza adistintas alturas sobre el horizonte. Lamentablemen_te, no funcionó. Los brazos y el rostro de Ildefbnsopermanecieron mudos.

Recordé mi inútil lección anterior con clos colum_nas: una para las acciones, otra para los nombres. Il_defonso no compartía ninguna de nuestras categoríaslingüísticas, ni partes de la oración ni divisionestemporales. Su incapacidad para comprender mislecciones sobre los verbos y los sustantivos, y enton_ces sobre el tiempo, no se debían simplemente a ig_norancia sino a una visión de la realidad completá_mente distinta. Sc me ocurrió que su punto de vistapodría ser tan válido como el mío. Beniamin Whorf.uno de los primeros lingüistas moderños. creía queel lenguaje creaba ilusiones y categorías falsas, entreellas mi idea de palabras de acción. Según él: ..Se

considera exactamente igual en ese sentido <yo losostengo> que <Yo Io golpeo>, .,yo lo rompo> [...]Sin embargo <<sostengo>> no es en realidaduna ac-ción, sino un estado de posiciones relativas.', Mi di_visión entre sustantivos y verbos no era tan lógica yobvia como había creído. Me pareció aún más áudo_so poder enseñar algo razonable sobre el tiempo.

Ildefonso era como el hombre hipotético afque serefiere Whorf en Language, Thought ancl Riality("Lenguaje, pensamiento y realidad,,).

Consideremos lo que le purece el mundo a un hom-

bre que, üunque sttbio y con experiencia en la vitktlrumana, no sepa urut pctlttbra de lo que la ciencia hadescubiertc¡ sobre el cosrnos. Para é1, la tierra. es

¡tLona; el sc¡l y la luna son ob.jeto,E brillantes de pe-queño tamaño que brotcrn diariantente del bordeoriental, atraviesan la parte superior del aire y se

hunden en el borde oc:r:iden.tttl; evidentemente pasanlcL noche bajo tierra. EL cielo es Lrn cLtenco invertidode un materictl azwl. Las estrellas, objetos diminutosI bctstan,te próximos, porece que pwedan estar dt¡ttt-dc¡s d.e vidu, puesto qaLe "salen" del cielo por la no-c:he como Los crí¡talos y los conejos de las mctdrigue-ras, y vuelven cL esconderse ul amanecer "Sistemasolar" carecerít de sentido y el concepto "ley de lagravedad" es completomente incomprensible... no,absurdo incluso. Pctra é1, Los cuerpos no caen debidoa lu ley de ln gravedad sino "porque no hay nctdaqtte los sostenga", es decir, porcIue él no ¡tuede ima-ginar que hctgan otra cosa. No puede concebir el es-

pacio sin un "ctrribct" y u,n "ctbajo", ni siquiera sin"e,\te" y "oeste" en é1. Pctra él La sangre no circula;ni eL cr¡rctzón bombea la sangre [...] Enfriantientono es eliminación de calor sino adición de "fi'ío":Las hojas no sonverdes por la sustancia química lla-mada clorofila que contienen, si.no por su "verdor".Serd imposible persuadirle de la irracionalidctd deestas creencias.

Desde luego Whorf nunc¿l imaginó que su des-cripción pudiera coresponder a una persona real. Noes que Ildefcrnso no entendiera Ia aparición y desapa-rición de la luz y la oscuridad o el hábito de desper-tarse; es que no veía por qué tenía que interesarleaquello.

Pese a mis dudas y especulaciones, seguí con laslecciones del ticmpo. Ildefonso empezó a decir enseñas "Buenos días" y "comida del rnediodía". Tra-bajó haciendo ejercicios sobre el reloj y pronto podía

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Page 63: Un Hombres sin Palabras. Susan Schaller

asociar algunas horas con las dif'erentes actividades,pero cuando quise pasar de las partes (mañana, me-diodía, y noche) al día como entidad, perdió todo in-terés. Parecía que le rcpugnara la idea de contar eltiempo como se cuentan piedras o lapiceros. Demos-traba muchísimo mírs interés y mucha más curiosi-dad por otros temas. Pcse a todo esto, Ia comunica-ción mejoraba a mcclida que iba aceptando l¿rs señasmás generales para cl pasado, el presente y el futuro;pero renuncié a intcntar enseñarle a contar los días.

Una semana dcs¡"rués de haber renunciado a laslecciones del tienrpo, averigüé que Ildefonso cLrm-plía años a mecliaclos cle diciembre. Faltaba menoscle un mes p¿rra c¡uc cumpliera veintiocho años. To-dos aquellos años suyos no estaban señalados ni di-ferenciados, pcro yo esperaba que concretamenteaquél se numer¿rr¿l y se celebrara. Los cumpleaños ylas fiestas nLrnc¿l habían tenido sentido para él y nlrn-ca lo tendrían sin cl conocimiento de las estaciones ylos años. Por primcra y única vez, ignoré su deseo dcpasar a otros tenras e insistí en explicarle el tiempo.

Empccé por intcntar explicarle los cambios de es-tación hasta que c¿rí en la cuenta de que tal explica-ción era inútil cn cl c¿rso de una persona que se habíacriado en el sur de México. Tenía quc haber adverti-do periodos de lluvia, épocas de calor y sequía extre-mos y temporaclas de tiempo más fresco, pero no te-nía por qué habcr entendido fbrzosamente que er¿rn

periódicos o cíclicos. Los carnbios no habrían sidodrásticos y súbitos corno lo son en Nueva Inglaterruo en el Medio Ocste, por ejemplo. Remedé para él cllaboreo del campo y la recolección de los dif'erentcscultivos. tcrminando con Ia recogida de las manz¿r-nas en el otoño. Incluí observaciones sobre el canrbio de clirna y cl alargamicnto y acortamiento de losdías, mientras rccogía mis diversos fiutos y hortalizas. Hice descripciones de los campos vacíos, dc lrr

siembra y el riego de aquellos campos y de cónro

r'olvían a la vida con los nuevos brofes. Ildcfbnso se-guía las descripciones, pero no conseguía vcr a dón-tlc pretendía llevarle con aquellas escenas lamiliares.Itcpetí el ciclo agrícola pero estableciendo clarastlistinciones entre cada serie de actividades y situán-tlolas en una hilera conto si f-ueran cajas, dc izquier-tlrr a derecha. Luego, como si alzara cuatl'o bloqurcstlc ur.l extremo a otro, convertí las manos en dos nlu-ros. describiendo las series de actividades agrícolas('()rno una unidad.

-Año uno* le dije en scñas, y añadí riipidantenteo(r'a serie de actividades idénticzts y continué con:

Año dos... año tres.llclefbnso me mirab¿r impasible. Me rccordaba al

l)ry¿rso de La duodécimu nr¡che de Shakespcaro, qLre

tlt'spués de describir su vida canta: "Con ch, oh, elr icnLo y la lluvia; porque llover llovía todos los,lírrs." Esto pasaba una y otra vez y, por lo delnás, nct, rr digno de mención. lldefonso reconocía c¡uc elr ie nto y la lluvia cran dignos de consideración, perorrrr lc interesaba lo más mínirno ctttíndt¡ llcgaban.

Volví al númcro de mímic¿t de los niños (la pe-,¡ucña Susan y el pequeño Ilclefbnso) que había utili-z;rtlo después de su afinnación "l'onto yo". Rccu-r it'ndo a la seña general de pasado, invertí el tientpor ltri haciendo más pequeños a Susan y a Ildefonso,lr,rsta que eran bebés. Repetí l¿r scña de pasado y se-,'uí r-etrocediendo en el tiernpo, hasta llegar a sus dosrrr:rtlres encinta. Entonces volví a ¿lv¿lnzar temporal-rnt'r)te hacia adel¿inte con la seña general de futuro.| :rs rnadres fueron haciéndose cada vez más volu-lnln()s¿rs, hasta que daban aluz a los dos bebés. Merrrtr'r'r'r.llnpí, señaló el relo.l y el calendario y le dije en.i llilS.

lrdad cero.Irl ticmpo volvió a avanz¿rr con la seña de futuro y

l, ', lrcbéq a alargarse.lrdad. un año.

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Page 64: Un Hombres sin Palabras. Susan Schaller

Los bebés se convirtieron en niños que camina-ban torpemente:

-Edad, dos años.Añadí años y los niños crecieron hasta alcanzar la

altura de adultos: me detuve a la edad de veinte años.Me señalé a mí misma y le diie en señas:

-Edad, veinticuatnr años; Ildefonso, edad tú,veintisiete.

Volví a hacer correl"el tiempo, y Susan e Ildefon-so se hicieron mayores, más cansados y, por último,encorv¿rdos y arrugados.

-Edad, cincuenta años; sesenta años; setentaaños: ochenta años- le iba diciendo en señas a medi-da que declinábamos.

Ildefonso sc mostró interesado. No entendía 1o

quc significaba "año" ni "edad", pero creo que com-prendía que había un medio por el cual medí¿rmos elcrecimiento y los cambios de una persona.

Decidí que practicar con medidas podría ayudar aampliar su comprensión. Dejamos cl tiempo y traba-jamos unos cuantos días con una regla y una cint¿rmétrica. Medimos cuanto estaba a la vist¿r, incluidanuestra estatura. Ildefonso disfrutaba haciéndolo, yaque podía combinarlo con la suma y la resta, que se-guían siendo sus ejercicios preferidos. La regla lcpermitía también practicar equivalencias como, porejemplo, diez centímetros igual a un decímetro. Ytrtenía la esperanza de que esto le ayudara con losconceptos temporales mucho más complejos (sietcdías igual a una semana, cuatro semanas igual a urr

mes y así sucesivamente).Cuando reanudamos las lecciones del tiempo, nos

conccntramos en "mañana" y "ayef". Le hice practicar actividades y conversaciones que habían transcurrido el día antes. Empezaba preguntándole qr"ré habílalmorzado "ayer" y si había practicado las señas nucv¿rs de "ayer". Acababa cada iección con un "H¿tsl¿r

mañana". Funcionó. A los pocos días lldefonso habírr

rrceptaclo "ilyer'" y "mañana", sus primeras ref.eren-cilis a los días como unidadaes temporales.

Siguieron a esto los nombres de los días cle la se-nllura, una lección que había lracasado rotundamentelrircía solo tres semanas. Ildef-onso aprendió cle me-nroria todos los nombres pero seguía cometiendo fal-lrrs. Los fines de semana siempre le confundían.('r'eo que debió presentarse en la escuela una o dosvcces en sábado o en clomingo. Poco a poco, acepfót ¡rrc el descanso de dos días llegaba sistemáticamente{'nlr-e lo que yo llamaba viernes y lunes.

El que siete días fueran igual a una semana le pa-rt'cía bastante inútil, sobre todo porque scgr-ría lu-, lurnclo por dominar los nombres de los siete días.l'r'r't) tl ir empleando "semana-pasada" y "semana-¡'rrixilrla" lo mismo que "ayer" y "ntañana", elnpezí),r rrccptar poco a poco la idea cle sem¿lna. No creo que, rrtcndiera la idea de los siete días, porque utilizab¿rst'nrill-lÍl" casi como sinónimo de viernes y lunes, es

,['cir, algo que precedía y seguía al f-in de semana.No demostró el menor interés por "mes" y empe-

zo ¡¡ i1¡p¿gientarse conmigo. Le repetí la historia clel, rs bebés que crecían hasta hacerse adultos, añaclién-,lolc la pregunta ¿Cómo se puede contar de un año ar,'irrte años? Con el calendario, le cnseñé un año, ()nrllllesto de días, sem¿rnas y rnescs. Volví a recu-,r¡ ¿¡ los bebés, descontando días, scrnanas y años.

", intercsó ntás, pcro el calcndario seguía sin pare-, r'rlr' ni la mitad de intcresante o útil que los centí_rrrt lt'os y los decímetros.

.lrrsto después de haberle explicado los calenda-,¡,':. la clase ct:lebró el cumpleaños de alguien. ilde-l,,nso debía haber visto muchas fiest¿rs antes, aunquerr,r l¡¡¡[is¡¿ sabido nunc¿l qué eran. Le expliqué que, u,rrrlt) nacía una persona se anotaban el día, el mes

, l rrrio y todos los años dc la vida de una persona se, , l, lr.uha aquel día. Era, le cnseñé, el "día del n¿rci-r¡r('nt() '. el cumplezrños. Lo entendió y al fin aceptó

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Page 65: Un Hombres sin Palabras. Susan Schaller

la costumbre de calcular el tiempo, al menos por morde las fiestas de cumpleaños.

Empezamos a calcular los días que faltaban para

su cumpleaños. Parecía más nervioso a medida que

se aproximaba. Dos días antes se le veía preocupadí-simo y preguntó si lo sabía alguien m¿is. Tenía miedode que no hubiera ninguna celebración. Le asegurc<

que la gente lo sabía y que no lo olvidarían.Cuando llegó cl día, Ildefbnso entró en la clase

esperando un gr¿ln espectáculo pintoresco. Pero el

aula estaba igual que sietnpre. Sin decir nada, reco-rría cada poco el ¿rula con la mirada. Estaba algo ali-caído cuando nos dirigimos con la clase a la zona dc

la cafetería y el salón. Lo paré intencionadamentcpara hacerle una pregunta mientras la clase desapa-

recía por una puerta de cristal. En el momento en

que entró en l¿r caf'etería lo detuve.

-Hoy vamos a comer en el patio al aire libre* lcexpliqué, y me sigr-rió fucra.

Se encontró entonces con los grittls cn señas dc

"Feliz cumpleaños", banderolas y su primera fiestade cumpleaños. Una amplia sonrisa iluminó su ros-

tro; dio tímidamente las gracias a todos. El pastcltenía veintiocho velas. Ildefonso las contó cuidado-samente antes de apagarlas. Examinó soiícito todaslas tarjetas, abrió los regalos y fue dando meticulo-samente las gracias a cada cual después de abrir'cada tarjeta o regalo.

De pie frente a sus compañeros. el pastel y los

adornos, parecía satisfecho de sí mismo y de la ficsta. Mientras sus Inanos viajaban con la seña de "grlcias" dirigida a sus compañeros de clase, los rayos

del sol centelleaban en el regalo de cumpleaños cltrt'

le habían hecho Elena y la clase, su primer relo.i tlcpulsera, que lucía orgulloso en la muñeca.

('APITULO T2

| ,l cdificio de estuco era tan achaparrado y f'eo como',r('lTrpre y el cielo de Los Angeles. despejado y azulr ()nlo siempre, no mostraba indicio alguno de la es-t,rt'itin en que estábamos. Sin embargo, en el Aula 6,l':urderolas rojas, copos de nieve gigantescos, bom-I'rllas de alurninio azules y plateadas, tarjetas navi-,lr'¡lls y un árbol de Navidad habían reemplazado al,rs libros y cuadernos y a una de las mesas grandes.| | lrornbre de pelo afro y otros dos alumnos lucha-l',rn por colocar el árbol junto al despacho de Elena.\l;rry Ann sonreía y guiaba a la gente con indicacio-r¡('\. ¿rdemanes y su parloteo disparatado. Todos pa-r( ( nut felices y contentos del carnbio de planes me-rr, ,s Ilclefonso.

l'.1 estaba sentado en su rincón como la primerar nriurál que nos conocimos, aunqlte ahora parecía

,',.rs conf-uso que asustado. Había visto adornos navi-Ir'n()S y fiestas antes, lo mismo que había visto fies-

t,r', tlc cumpleaños, pero para él todo ello fbrmaba¡,.rrtt'cle la inexplicable Iocura del rnundo. Aún no,¡l'rr lo que significaban, aunque ya tenía acceso a la

r r¡on y cl sentido. Respuestas y explicaciones es_

t,, r.rlxll't ser descifradas con su nucva lista de claves:,l,,tt,lt,. r¡ué, quién, c()mo, por qué y su adquisiciónlr,r', rcciente, cuándo. Al venne, alzó las manos y sel, rltuninó la cara. F.mpezó a hacerme preguntas in-' lu.,tr rrntcs cle que cruzara del todo el umbral.

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Page 66: Un Hombres sin Palabras. Susan Schaller

Verle así me habr'ía ¿rnimado muchísirno tres me-

ses antes, pero entonces ff)e preocupó. Dependía de-

masiaclo cle mí para aclarar las cosas. Conf iaba en

mí y en mis explicaciclnes rnás que en tlinguna otra

persona y era conrlrigtl con quien mcjor se comuni-caba. Conocí¿rmos ya nuestros respeclivos aclerna-

nes y estilos lo bastante para podcr completnentarnuestra rudimentat'i¿t ctll'l-lltnicaci<in en señas con un

clialccto gestual p¿u'ticular. Yo podía leer la mímicay la exprcsión dc lldefonso más rápido que los de-

ir¿is. SiUia que ól aprendería mucho más si hablaba

con otras personas, pero era dcmasiado tírnido' Sus

conversaciones f-rustradas con qr"lienes hablaban en

señas aumentaban sus dudas sobre la universalidad

de los símbolos. Seguía cxtrañ¿indole que alguienemplcara la rnisma seña que yo acababa de e nseñar-

le. Ño sólo neccsitaba arnpliar el poctl lenguaie quc

s¿rbía conversando más. sino descublir qLle sus pre-

guntas funcion¿rb¿rn con todos los que habl¿iban

¿rmeslán.Aclvertir su clepcndencia de mí y su tensión con

los dernás me recordaba mi propia incomodidaclcuando aprendí el lenguaje de señas. Después dc

unos mt:ses en la clase de Lou Fant, adqr'rirí confianza

suficiente en mi expresión y complensión de las se-

ñas y empecé a creer que clominaba la conversacióll

inlbrmal. Y entonces. un día se dirigió a mí un sordtr

rlesconocido y sólo entendí un movimiento. Me quc-

cló pasmada. Ni siqr-riera pude hacer una conjelttra vii

licla cle lo que había dicho. Comprendí que Lou Fanl.

actor y prof-esor, se ex¡lresab¿r en señas de lbrma sLr-

mur-t't.nie precisa, clara e inteligible, incluso en llconversación infbrmal. Además, me había acostulll

brado a su estilo y a sus cxpresiones faciales. En rclt

Iidad, yo no sabía ameslán; sabía el lcnguaje cle señ¿ts

elemental de l-ou Fant. Tenía que conocer la comttni

clad cle sclrclos y aprender cómo enriquecen y catnbirtrt

su lenguaje los distintos pares de manos. Del mistrtrr

rnock), Ildcfbnso tenía quc an-rpliar su c¿lmpo dt: inter-l()cutores para aprender el lenguaje. De lo contrario,',('(lLredaría estancado en el sistema simplificado y es-trlizaclo que nos habíantos visto obligados a crear.

-Arbol, colores por todas partes, ¿qué significa?-I'rt'guntó Ildefbnso en señas, escrutando el aula conr'r¡rlcsión ceñuda y los brazos extendidos, una peti-, irirr irnplícita de que no pasara por alto ningún detalle.

Navidad- le dije. Y 1o repctí. Ildefbnso hizo ia,( nu de "Navidad", seguida de "¿,Signil'ica qué'?"runu fl-¿lse pert-ecta en ameslán para "¿Quó significai\:rviclad'?" )

Yo sonreía para mí c¿rda vez que él se cxpresarba{ rrl)lcando tres o más señas; tociavía no hacía cuatrtrrr('scs que Ildefbnso utilizaba el lengua.ie. Le expli-, ¡ur' rlr.ls Navidad era una fiesta de cumpleaños ccl-noI,r srrya de hacía una semana, pero que en este casot, rtlo cl mundo intercalnbiaba regalos. Empleé instin-rr\;rrlente su cumpleaños colno un punto de partidal,r, il para describir la Navidad, pero como aún teníarlu(' ntterpretar gran parte de las explicaciones y uti-lr¡;rl cl tiempo presente, en seguida advertí los pro-lrlr'illlrS que planteaba aquel enl'oque.

,,Quién? ¿,Cumpleaños quién?- preguntci llde-lr rll\().

Lrrrpecé a explicarle los orígenes de la Navidad,I', r( ) nle scntí incómoda al mirarle a los ojos desor-bita-,1,'', lrl no sabía suficiente lcnguajc para comprenderI r ,lrlr'renci& entre creencias religiosas y hechos sobreI'i,r¡r1¡g¿gló¡ o fronteras políticas. Como no podía ex-¡'lr, rrr'lc la diferencia entre un hecho y una creenciA,

rr¡ r,rrtlr-ía que la idea de que Jesús es el hijo de Dios ser,, ¡rl;¡ slg fbrmatan universal como "esto se llama si-ll r -'los negros vinieron de África."

I't'nsó cxplicarle que muchas personas celebrabani , l'.,1;rvicl¿rd por tradición y costumbre, pero me pare-, r,' riur illútil como intentar explicar con mímica lasr,( n('iirs. Si hay algo qLre necesite lenguaje para su

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rlfif.rfl' F-

descripción son precisamente las tradiciones y mitoscolectivos de cientos y miles de años. Ildefonso aca-

baba de aprencler que existían los símbolos y casinunca empleaba más de uno o dos seguidos. Ahorafenía que explicarlc una serie anual de rituales y cos-tumbres que inclr-rían símbolos inexplicables: un ár-bol adornado en la sala de estar, postales y regalos,Santa Claus y villancicos, por citar sólo algunos.

Pero él no me permitiría escabullirme.

-¿Quién? ¿,Cumpleaños quién?- repitió.Le expliqué que hacía mucho mucho mucho tiem-

po, había nacido un niño en un pesebre. Cuando en-

tendió mis gestos y ademanes para describirle dondccomen y duermen las vacas, se le iluminó la cara yrne indicó que lo siguiera. En la mesa junto al árbolde Navidad habían puesto un nacimiento. Ildefbnsoseñaló el pescbre y preguntó con gestos:

-¿,Te refiercs a ése?

-Sí, hacc niuchísimo tiempo. Se llama Jesús- con-

testé. Sin darme tiernpo a continuar'. Ildefonso sc

puso ¿1 describir en el aire la imagen de una cruz in-mensa, que h-rego se echó al hombro. Volvió a hacer'

lacruz en el aire y laalzó sobre é1. Entonces señaló la

cruz, luego el pesebre y me preguntó en señls:

-¿Mismo'?Me sentí anonadada. ¿Cómo había hecho aquella

asociación? No clejaba de pensar cómo se habría co-municado con sus padres y con la gente de su puc-

blo. Seguro que habría ido a la iglesia todos los dtr

mingos. Qué pensaría dc las imágenes y las pinturas,el ¿rltar, cl incienso y las vestiduras sacerdotales, cl

cíúiz dc plata alzado y las hostias blancas que le cllban a la gente que sc acercaba en fila a tomarlas'/

¿,Le habría cxtrañ¿rdo más que ver a la gente clrtl

cuerda a los relo-jes o discutir en la televisión?Tenía que aprender a no hacer nunca sttposicio

nes. Era evidente que su cerebro procesaba más irlfbrmación de la que yo había creído posible sin Icrr

J'uirie . Cómo deseaba que nuestros días juntos pudie-r;ur prolongarse indefinidamente, sobrc todo pudien-,lo cornunicarnos ya un poco más deprisa. Teníamos¡rruclrísimo que aprender el uno del otro. Se me hací¿run nudo en la garganta todas las mañan¿rs al recordar,'l ¡xrco tiempo que nos quedaba. ¿,Cuál clebía ser laIt'r'cirin siguiente '? ¿Cómo podía yo establecer priori-,l;rtllrdes de temas, un vocabulario esencial y estruc-tur;rs útilcs? Todo era itnportanle.

'l'¿rmbién me desanimaba la nriopía de lldefonso,{1il(' t'etrasaba su avance. Procuraba no pens¿lr en, llo. Lo único que podía hacer era escribir l¿rs letras,'r;rrrdes y deletrear con Ios dedos 1o rnás despacio y, l;rro posible. Mc fiié en que el asesor de rehabilita_, rorr lt)c&l p¿rra personas sordas visitó a Elena varios,lr:rs seguidos. Me pregunté qué alumno cstaría pa-,,urtlo por una crisis, pero no le presté más atcnción.t urrnclo llegué a clase unos días después vi, con gr.un,,rl)r'cSo y satisfacción, a Ildefonso sentado con Lln¿,r

r )nlis¿l jactanciosit en la cara y un par c1e galas en la,,ttt. L,& montura metálica dorada le daba un aire,1,r'to QUe rne pareció muy apropiado.

l'r'ontct olvidé mis preocupaciotres por las priori-,l,rrlt's. Ildefonso siguió ntarcando el curso a seguir, ,)nr() había hecho siempru- colt sus pt.cguntas. Tam-lr¡r'n orrpeZó a ser más abierto. QLrería hablarme derr virl¿r. sns planes y de lo que aprendía fuera del,,rl.r. l)or las tardes asistía ¿l un curso de soldardura yrri ¡)r'ctutltó sobre el tema. Le complació muchísi_'rr, ' rlescLrtrrir que yo no tenía idea de soldadura e in-,,, tllllatnente me explicó distintas técnicas; y men_,rrr¡¡1¡ las partes de un barco y las técnicas quet,r, ( rslrl)¿ln cada una. Tras asegurarse de que lo en_r, rr,lr;t lodo, se retrepó orgulloso en la silla.

l'rr'os días después me comunicó que le habían,,rrtr;rtnrclo para hacer un traba.jo de soldadura en unr rrllt'r'o. Tenía que dejar la escue[a, pero me asegu_!¡, rlil(\ !trnarí¿r dinero suficicnte para volver. eueríar

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seguir aprendiendo. Necesitaba aprender las pala-bras inglesas, al menos las suficientes para sacarse

el permiso de conducir. El final que ambos intuía-mos, había llegado. Su nrotivo para irse 1o hizo un

poco más fácil. Yo había temido el día en que tuvie-ra que dejarlo. Por suerte para mi conciencia, se fueél primero.

La última semana, Ildefbnso habló de sí mismo yde su nueva visión del mundo. La nueva informacióny las nuevas oportunidades le habían dado nuevosobjetivos. Quería saber cómo podía conseguir el per-

miso de residencia. Ya no sólo sabía describir una

carta verde, sino que comprendía lo que decía y qué

significaba. Con una carta verde conseguiría un tra-bajo legal y más permanente. Ganaría dinero sufi-ciente para la comicla y la vivienda y luego ahorraríapara comprarse una casita propia. Seguía empleandola mímica para gran parte de lo que me explicaba,pero explicaba en señas al menos una tercera parte'

lo cual me ayudaba muchísimo a entenderle. Hizouna pausa, se puso ceñudo y me preguntó:

-¿Por qué tiene la gente casas tan grandes?

Remedó entonces a la gente agarrando cosas y

af'errándose a ellas, acaparando grandes posesiones.

luego describió la opulencia que nos rodeaba. Ltrcomparó con la pobreza de México y se quedó tristcy pensativo. El lenguaje no ayudaba a cxplicar algu-

nas cosas del mundo.

En las vacaciones de invierno invité a Elena y a lldt:lbnso a cenar para celebrar el fin de curso. Ildefonstrhabía completado con éxito su primer y único curso

de enscñanza. Las presentaciones y los saludos irliciales transcurrieron sin problemas, dejando apat'lt'

la sorpresa que mostró Ildefonso al conocer a .Tollll,

No tenía la menor idea de que yo estuviera casatllt

Recordé que se 1o había dicho contestándole a lo t¡trt'

{ rcí que era una pregunta sobre mi f-amilia, pero evi-tlt'rrtemente no me había entendido.

Aún se perdía la mayor parte de la conversación yvolvía a su antigua actitud retraída. Había recorridorrrr cquivalente a años luz, pero le quedaba un largor iul)ino por recorrer si quería ponerse al día, sobreIotlo er-r la interacción social. Mi tristeza por nuestra,('l)ar¿rción aumentó al verle concentrarse en su plato¡rrlr evitar el contacto visual y la turbación.

Me despedí con un abraz<l de mis dos invitados yr() sLlpe nada de Ildefonso durante más de seis me-',('s. Luego, un día, me topé con él en la esquina derrnrr calle en la parada del autobús. Se me hizo unrrutlo en la garganta al verle hablar en señas. Su sin-t,rris y su vocabulario seguían siendo elementales,i ( )il)o los de un niño, pero sus brazos, sus manos y sllr{)slt'o actuaban armónicamente en nuevos esquemaslluitkrs que parecían lenguaje adulto. Hablaba en se-r;rs con seguridad y ritmo decidido. Todo su porte,rrr, ltryendo la forma de llevar ia fiambrera metálica,lcl rrlmuerzo y el casco, indicaban lo orgulloso que.( scntía de su nueva vida.

l.a lrreve conversación de autobús renovó nuestrarrrrist¿rd. [,o invité a una comida sin ccrelnonias querlr;¡ 1¡ ¡l-r al mes siguicnte y le di l¿r dirección y la fe-, Iur. No se presentó y yo no tenía medio de ponerme,¡r contacto con él para saber lo que había pasado.I',r'o después me trasladé a miles de kilómetros, at ,uolina del Norte, donde John tenía que hacer las¡'r , rt licirs de Medicina y yo asistir a la escuela de gra-,lr;rtlos. Dudaba que volviera a saber algo de Ilde-loll\( ).

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CAPITULO 13

Aunque nunca lo olvidé, Ildefonso se fue convirtien-do poco a poco, durante las rutinarias tareas cotidia-nas, en una especie de sueño que cobraba vida du-rante una conversación vespertina y desaparecía en

el embotellamiento de tráfico del día siguiente.Transcurrieron más de siete años; mi matrimonio se

acabó y regresé a Califbrnia; pero nunca perdí el in-terés ni la curiosidad por las personas sin lenguaje.Siempre que tenía tiempo y ocasión, ojeaba un librttsobre enseñanza del lenguaje o preguntaba a alguienque trabajara en el campo de la lingüística, la psico-logía o la enseñanza de adultos si alguien había es-

crito sobre ¿rdultos sin lenguaje o hecho algún estu-dio del tema. No descubrí nada. Nadie tenía noticiade ningún adulto sin lenguaje que no padeciera tam-bién graves lesiones mentales o psíquicas. Mis pre-guntas al respecto permanecieron arrinconadas en mimente mientras me concentraba en otras asuntos.

A veces leía u oía debates sobre pensamiento ylenguaje. Una vez oí a alguien preguntar: "¿,Poclc-

mos pensar sin lenguaje?" Y otra persona contestti:"No, por supuesto que no." Todo cuanto leía u tlí¿r

era completamente abstracto, hipotético y especulittivo. Supuse que estaba leyendo y escuchando lquien no debía y acabé decidiendo no investigar has

ta que no encontrara a personas que supieran más dcltema.

Un día estaba esperando a un amigo en la Univer-'.itlad de California en Riverside. Como no tení¿rnrrrla que hacer, di una vuelta por la biblioteca. Re-r ordé por fin a ildefonso cuando me hallaba en el lu-lru-adecuado. Miré el catálogo de libros buscando,rlso que puciiera comesponder: lenguaje, aprendizaje,lt'l Ienguaje, adquisición del lenguaje, alingüístico,¡rrclingüístico, sordera. Solamente cinco o scis entra-,lrrs parecían prometedoras. Las comprobé, pero,r¡xrrte de títulos como Pensamiento sin lenguu.je. no( ilcontré nada. Los autores mencionab¿rn solamenterrirros prelingüísticos o sin lenguaje, y no hacían re-l('rcncia a adultos. Había algunas opiniones realmen-I i' l)irsrrosos. En Ps_r,'chol ingui,stics ctnd Deufnes.sr 'l'sicolingiiística y sordera"), de Donald Moore, leílo sio¡ign¡s'

Lr ltrr:ultad e,specíficct deL clesurroLlo del lenguujelt(tt((e alcanzar el momentct culminunle apro.tinttt-,ltutt(nte entre lo,s treri y Los t:ualro oñ)s, edatl a por-ttt tlc lu cual tiende ct disminuir ,sistemáticumenle.t )tti,ú cualquier programa de lenguoje iniciudo tles-I'tt,;,s' de los cinco añt¡,s, sean cuaLes seun lo,s mélr¡dos, rtt¡tlaudos, esté crtrulenado al .t'rcu:uso en Lo ntur-orín,l, lo,s n,iños sordos.

l;n Anterican Annuls of'tlte Dt:af. Edward L.',r ()ilten escribía:

"t ltt ,rinlaxis no es un.factrtr.funcional del Lenguaje

, r¡tt1',eiyt¡¡ del niño sordc¡ preLingüístico a ¡tartir de.rrs ¡r¡'i¡1.¿v6s c:inco años de esc:r¡larizuc:ión, es proba-!,1, t¡ttt' no lo sea nunca.

( )lrrr investigador afinnab¿r clue el enorme retr¿lso, rr ,'l tlcs¿trrollo del lenguaje que sufren los jóvenes,'r,l()s no ticne solución. Es probable que nunca hu-

r'¡, rr irrtcltt¿ldo enseñar a Ildefonso si hubiera leído so-

*I/J8 139

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bre el aprendizaje del lenguaje y la actitud o'condena-

do al fracáso" de los especialistas antes de conocerle.Puesto que seguía negándome a aceptar la posibi-

lidad de que Ildefonso fuera unataneza decidí pro-seguir mi investigación hasta que encontrara a algu-na otra persona que hubiera aprendido el lenguaje en

la edad adulta o a alguien que hubiera enseñado a unadulto prelingüístico. Hice unas cuantas llamadas te-lefónicas, recorrí cientos de kilómetros en coche, ha-blé con profesores dedicados a la enseñanza de adul-tos, de lingüística, psicología, visité más bibliotecas.

Las entrevistas no me sirvieron de nada. La histo-ria de Ildefonso se desechaba con preguntas como:"¿Se ha documentado el caso?" y o'¿Eres lingüista?"Después de escuchar mis preguntas, una mujer megritó: "¿Quién eres tú?" Un estudiante de una escuelauniversitaria de graduados me dijo: "Ese tema ya no

le interesa a nadie; estuvo de moda el siglo pasado";y me aconsejó buscar otro tema si me proponía ingre-sar en un programapara graduados de lingüística.

Me hablaron finalmente de dos lingüistas que es-

taban investigando y documentando el progreso de

un adulto sordo prelingüístico que estaba aprendien-do su primera lengua. No pude conseguir una entre-vista con ninguno de los investigadores, pero fui a

ver a un estudiante graduado que trabajaba con unode ellos. Me habló muy emocionado del insólito des-

cubrimiento, "único en la vida", de un adulto pre-lingüístico. Yo sabía que encontrar a un adulto pre-lingüístico no era un caso que se diera una vez enlavida. De haberlo sido, no habría conocido a tres en lamisma aula. Era evidente que no estaba buscando en

los sitios adecuados.Las comunidades sordas que hablan en señas

comparten prácticamente todos y cada uno de los da'tos más abierta y frecuentemente que la comunidadoyente, como todas las culturas que emplean la co-municación personal parala información en vez de

la televisión, la radio y la palabra impresa. Yo habíapodido comprobar personalmente el nivel de partici-pación y repetición años antes, al presentarme a ungrupo de seis o siete personas sordas que conocí enLrna excursión. Aunque en la presentación todos vie-ron mi nombre y de dónde era yo, el deletreo de mirrombre inglés, mi seña de identidad y la seña de Ca-lifbrnia pasó de uno a otro hasta que todos y cadauno de ellos estuvieron seguros de que todos habíanvisto la misma información exacta.

Si una persona sorda sabía una historia de un adul-Io sin lenguaje, seguro que casi toda la comunidadsrrrda la habría incluido en su repeftorio colectivo. Se

¡ruede averiguar prácticamente cualquier cosa sobrells personas sordas mediante esta red de comunica-ción manual. Además, muchas personas sordas hansufiido la privación del lenguaje en la infancia; paracllos no es precisamente un tema tan original.

Recordé a uno de mis primeros amigos sordos,( ireg Castillo, que me había explicado que sus profe-sores 1o castigaban por no hablar ni leer los labios.llabía sacado una puntuación altísima en un test nooral para determinar el índice de inteligencia y espe-lirhan que fuera un alumno brillante; pero él nuncaeornprendía lo que se hacía en la clase ni por qué lo¿rrr¿rndeaban los profesores irritados y movían los la-lrios exageradamente delante de é1. Empezó a apren-rlc:r'el primer lenguaje a los doce años, cuando sus

¡rrlres lo cambiaron de la escuela oral (donde esta-lrrrrr prohibidos el lenguaje de señas y la comunica-cirin manual) a un internado para sordos. Allí vio auros r-riños hablar en señas en el patio de recreo y éselrrc su primer contacto con el ameslán. No entendíalo rlue se estaban diciendo, pero comprendió querrt¡rrcllos movimientos tenían sentido y que podíanrlt'scrifrarse, al contrario que las minúsculas formaslirlrilles que empleaban sus padres y los profesores.l)io cl primer paso hacia el lenguaje e, increíblemen-

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te, alcanzó a sus compañeros. Hoy día es licenciadoen matemáticas por la universidad estatal de Califor-nia en Northridge.

Inicié mi tarea de detective en la universidad en laque había aprendido ameslán y en la que había cono-cido a Greg. Después de preguntar a varias personas

sin ningún resultado, me tropecé con un conocidosordo que trabajaba en el Centro de Sordera. Me pre-guntó si recordaba al abogado sordo de Chicago quehabía defendido a un sordo sin lenguaje en un juiciopor homicidio. Yo había leído sobre el caso pero lohabía olvidado. Ni siquiera recordaba el nombre delabogado, que posteriormente había escrito un librosobre el tema. Mi amigo buscó el nombre en su fiche-ro, pero cuando iba por la mitad se detuvo:

-Oh, vaya, aquí hay alguien... Virginia McKin-ney. Me había olvidado de ella. Trabajó con un indi-viduo que se presentó un día en su escuela. No sabía

identificarse ni comunicarse, así que no podía recibirayuda ni servicios. Virginia lo adoptó y le enseñó ellenguaje. Le puso de nombre Joe. La historia apare-ció en Los Angeles Times, pero no recuerdo cuántotiempo hace. Virginia da clases a adultos sordos en elcentro. Es la persona con quien tienes que hablar.

Telefoneé a Virginia McKinney y le pregunté porel hombre sin lenguaje al que ella había enseñado.Me dijo que en aquel preciso momento estaba muyocupada, pero que me recibiría si iba al Centro para

Desarrollo Comunicativo que dirigía. Quedamos ci-tadas y cuando llegué el vestíbulo estaba lleno de

gente que hablaba en señas. En el aula principal ha-bía ordenadores y algunas mesas, un árbol de Navi-dad y unas doce personas sordas. No había clase por-que era víspera de vacaciones y todos se estabanpreparando parala fiesta de Navidad. Hablé con al-gunas personas, alumnos y profesores, y le informéal ayudante de la doctora McKinney que la estabaesperando. Mientras hablaba en señas con otros estu-

diantes, me fijé en unos individuos que estaban sen-tados y lo observaban todo sin intervenir. Me pre-gunté si serían principiantes que iban a aprender suprimer lenguaje. Antes de que pudiera acercarme aninguno de ellos, el ayudante me hizo una seña.

Le seguí a un despacho lleno de archivos, libros,cajas, ordenadores, teletipos, cordones, equipo y ac-cesorios informáticos diversos, gráficos, desbordan-los estanterías de libros; y allí estaba también la doc-Iora McKinney, sentada tras un gran escritorio llenorlc papeles, cuadernos, un enorme cenicero lleno yrrna caja de bombones abierta. Me indicó con larnano izquierda que me sentara en la única silla vacíarrrientras lanzaba bocanadas de humo de un cigarillot¡ue sostenía con la mano derecha, ordenó a su ayu-tlante que verificara algo, le hizo una pregunta, apa-g(r el cigarrillo en el cenicero de vidrio, encendióotro, agitó una mano delante de la cara para retirar elIrumo, y se volvió a mí:

-¿En qué puedo ayudarte? Como ves- añadió rá-

¡lidamente examinando el escritorio, -estoy ocupa-rla, pero puedo contestar algunas preguntas.

Hablaba y bacía señas simultáneamente, pero lasscñas eran bastante imprecisas y a veces las olvida-lrir. El sonido de su yoz efa completamente normal.Srrpuse que hablaba en señas por hábito. Me presen-l(' de viva voz, sin emplear las señas.

-¿Qué?- me preguntó, y gesticuló: -Háblame ensciias, soy sorda.

-Lo siento, no lo sabía- me disculpé. -Me hanlr¿rblado de Joe y me emociona conocer a alguien quelr¿r cnseñado a un adulto sin lenguaje.

A continuación le expliqué brevemente mi expe-rrcncia con Ildefonso y concluí:

-Eres la única persona que conozco que ha ense-ttrrtlo lenguaje a un adulto. ¿Cómo se comunicaba.lorr cuando le conociste?

Scguí haciéndole las preguntas en señas, a medi-

142 143

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da que ella me contestaba. Me habló de Joe, a quienvi luego cuando entró en el despacho mientras con-versábamos. Me emocioné muchísimo al vcr a al-guien como Ildefonso; deseaba hablar con él y ha-cerle todas las preguntas que esperaba poder hacerlea Ildefonso. Pero tras una breve presentación, la doc-tora McKinney lo mandó irse. Al menos había teni-do la oportunidad de verlo hablar en señas y el placerde advertir en él la misma curiosidad y el mismo in-terés que había demostrado Ildefonso. Antes de irse,preguntó quién era yo, qué era lo que pasaba y dedónde era.

La doctora McKinney respondió a algunas pre-guntas más y me dijo que leyera su tesis, en la que se

explicaba la introducción de Joe al lenguaje. Yo to-maba notas todo lo deprisa que podía entre preguntay pregunta sin interrumpir el contacto visual. Cuan-do comenté lo valiosa que era su información, suspi-ró, agitó el cigarrillo y exclamó que la mayoría de lagente se mostraba escéptica. Me explicó que el pro-blema no era que los niños mayores y adultos sordosno pudieran aprender un lenguaje o mejorar sus co-nocimientos lingüísticos, sino que el sistema peda-gógico f'allaba; y me mostró algunas estadísticas so-bre capacidad de lectura de sordos que acababansecundaria.

-¿Has publicado algo sobre el programa de estu-dios del centro?- le pregunté.

Parecía cansada.

-Nadie escucha. Tengo demasiado trabajo aquí,corno puedes ver* suspiró y agitó el cigarrillo sobrclos montones de papeles del escritorio.

-¿,Cuántos estudiantes como Joe han pasado polla escuela?

En lugar dc contestar con una cifra, empezó a cxplicar historias de muchos estudiantes sordos sin lcrtguaje que lo habían aprendido en su centro. Una mu'jer de veintiún años de la India, sorda y legahnerttt'

t'icga, había llegado al centro sin saber ningún len-lrraje. Cinco años después, se scntía tan dichosa de

¡xrdcr interpretar lo que apenas veía en el cielo quet'scribió un comentario espontáneo que la doctoraMcKinney había impreso en un cartel:

Il¿r yi el arcoiris. Tenía ocho cok¡res. Estaba en el, it'lo ayer por kt tarde. Sonreí al arcoiris. Tenía co-Iru'c.t y- era hermoso. Me sentí muy.feliz porque vi elI t t' t'nt.)s0 arcoiris.

Nos interrumpió un estudiante sordo que reclama-lrrr la presencia de la doctora McKinney en la fiesta,lt' Navidad. Acordamos provisionalmente que nosvt'r'í¿unos después de Año Nuevo, y que entonces po-,lríu presenciar las clases y continuar con la entrevis-t,r. l-e dije que le escribiría cuando empezaran las, l;rscs después de las vacacioncs.

Estoy demasiado ocupada para contestar tu car-t:r. l)cro sí, vuelve a verme cuando no tengamos tanta,rt'tividad- me dijo mitad en señas mitad oralmente,r rlrc invitó a pasar el día entonces presenciando las, lrrscs. *Pero tienes que leer mi tesis antes de volver.'i('ría una pérdida de tiempo repetírtelo y explicárte-l, 11¡61¡¡. Ven a verme cuando hayas leído la tesis.

l.c di las gracias y salí del centro para zambullir-rr('cn el tráflco de la hora pllnta del centro de Los\rrgcles. Quer:ía ir inmediatamente en coche a la Es-

i u('lir de Graduados Claremont y buscar la tesis de la,l,1'[1¡1'¿ McKinney. El lunes me parecía lejanísimo.

Al fin llegué; casi me pusieron una multa por ex-, , lo de velocidad en la interestatal 10, debido a mist,rsirs por leer la historia de Joe que confirmaría mi, \l)('r'iencia cctn Ildefonso y demostraría lo que yo,rlrír¡ ir'r1uir'vamente, que Ildefonso no era una rare-',1 f rncontré en los estantes First Language Lectr-,tttn: in Deal Persons Beyoncl the Critical Perir¡d, \¡rrcndizaje del primer lenguaje de personas sor-

*,g

t44 I.t <

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das después del período crítico"). La tesis, con su

sencilla tapa negra, parecía igual que cualquier otrade la estantería, pero me la llevé hasta la mesa más

próxima con sumo cuidado, como si se tratara de unaBiblia Gutenberg. Abrí despacio la tapa, jadeandoaún por los dos tramos de escaleras que había subidocorriendo hasta los estantes. Tras ojear por encimados tercios del texto, encontré a Joe.

Cuando Joe había iniciado su aprendizaje aproxi-madamente a los dieciocho años, no se comunicabacon señas ni gestos de ningún tipo. Se encogía de

hombros y mostraba las palmas de las manos comorespuesta a todos los gestos, señas o habla que le di-rigieran. Lo mismo que Ildefonso, Joe parecía obser-var atentamente cuanto ocurría en torno suyo, aun-que ignoraba cómo podía participar en ello y cómointerpretarlo.

Tanto Joe como Ildefonso habían deducido lo su-

ficiente del rnundo para valerse por sí mismos. Am-bos habían vivido al margen de la sociedad, si bienJoe. a diferencia de lldefonso, no había contado si-quiera con un mínimo apoyo f-amiliar. No tenía nin-gún tío que aportara su nombre, fecha de nacimienttry alguna historia. Cuando aprendió alguno gestos y

señas, Joe había conseguido pedir ayuda explicandtrcon ademanes que no trabajaba y que no tenía dinertrni dónde vivir. Siempte que veía a alguien durmien-do en la calle, se señalaba a sí mismo y cabeceaba.

Ét nabía estado más solo incluso que Ildefbnso y cl

mundo le había tratado como si fuera menos que htr-

mano. No tenía datos personales suficientes para qLrc

pudieran identificarle. Y como no tenía nombre llilengr"raje para explicar dónde había nacido, no se lcreconocía ningún derecho a existir en el lugar donclc

fue hallado.Joe no solamente ignoraba de dónde era sino clue ,

como Ildefonso, no sabía nada de geografía ni tlt'fronteras políticas. Un mapa no le decía nada y rcac

r'ionaba ante él con su encogimiento de hombros pe-t uliar. McKinney describe cómo se enfadó una vez¡xrr los papeles y su importancia. Después de señalarr¡rros cuantos, hizo colrlo que escribía en uno y lolrurzó al otro lado de Ia mesa.

Joe e Ildefbnso habían reaccionado de forma dis-tinta a su primer empleo del lenguaje. lldefonso ha-lrÍu manifestado un gran deseo de que le explicarantotlo y había hecho preguntas con más frecuencia delo clLre había intentado expresar sus propios pensa-rrricntos; en cambio Joe, en cuanto aprendió algunas,('rl¿rs, quiso hablar de sí mismo y explicarse. Aparterlt' cst¿l diferencia de carácter, la experiencia de,r¡r'cndizaje del lenguaje era notablemente similar en;rnrIlos.

.loe, io mismo que lldefbnso con su "verde", espe-r;rbu una sola seña que transntitiera mágiczrmentet,rtlo lo que él asociaba con el nuevo símbolo. Mc-l..irrney describe sus intentos de transmitir algunarrrlirrmación importante utilizando primero un gesto yrrstituyéndolo luego por la seña comespondiente. Al

¡'rirrcipio, solía señalar la nevera, temblaba y espera-l)ir r,lna respuesta. Frustrado al no recibil a continua-{ r()n ninguna explicación simple sobre frialdad o co-,,rs ll'ías, se ponía ceñudo, alzaba las manos y daba¡r,r tcrminzda la comunicación. Cuando aprendió la'.('nir correspondiente a fiío, la ernpleó con la misma, r¡rresión expectante, mientras hacía el gesto. Trasl,('ns¿rr un rato, volvió a hacer Ia seña de "fiío" y re-

'rr,'tlti las acciones de ponerse abrigos, pantalones yI',tlrs altas, tras lo cual repitió la seña de "frío".

,\ rnedida que Joe aprendía lenguaje, la doctora\lt Iiinney fue entendiendo que "fiío" significaba elIrr r,',lu' de Joe o su lugar de origen. Le enseñaron foto-

',r:rlíus de iugares fríos. En las fotografías de lasrrrrrrIirii¿rs de California clijo que los árboles eran de-,',,rsilclo pequeños o que les pasaba alguna cosa. Enl,r', lotografías de Alaska, los árboles tenían el tana-

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ño aclecuado. y Joc se mostr(l satisf'echo, moviendola cabeza y señalanclo kr que parecía probable qucfucra. su hogar.

Para aqucllos dos hombres sin lenguaje, "verde"y "lrío" no cxplicab¿rn sóio simples histol'ias sino au-tobiografías cornpletas. llclelbnso y Joe descilban ynecesitaban expres¿lr qLriénes cran. Aun sin entcnder.lils prcguntas, ¿tilbos etomprendían que la gcnte lespedía infbrntación sobre ellos. Sin medios parra alu-ctrir al pasado. se lo guardabiin clcntro cle sí mismos.Cuando dispusicron al f in de algunos instruunentosbásicos, cntpez¿lron il cont¿tr ansiosarnente sus histo-rias personales. Practicab¿rn emocion¿rdcls el nucvométr¡do r-nás rirpido cle indicar (una seña o una palu-bra) y los dos se scntíaii ll'ustrados cu¿indo l¿l nuevirrnagia no transrnití¿r sus historias.

Conocer y estudiar a Joc nte hizo planl"e;-rnne cicnnuev¿is prcguntas. Y tanrbién despcrtó en nrí Lln grancleseo de encontr¿rr a Ilclefbnso. Cuando nos habíamosseparado, sólo hacía cuatro lneses clr-re Ildcfbnso conocía el lengua.je; la última vez quc le había visto, lirrgüísticamentc tenía rnenos clc un año" Pero cn el tiellpo transcunickr clescle entonces debía haber aprenclickrlo suficiente par¿r ¡rocler responder cletallad¿rmentc rr

iilgunas de mis antiguas y de rlis nllcv¿ts progunlas.irr-ri a la agencia cle intórpretes cn que había traba.jarkry prcgunté si ;rlguien conocía a Ildcfbnso. L¿rs c¿rn¡seran nllevas ll¿lra mi y no conocían a nadie con ac¡trt.lnonrbre. Prcguntó luego por lllena, Lu Ann, Juanit¿r vlocios los cstLtdiantes quo tecordatla, pero l'Lle eu valroSi llilcfirnso h¿rbía vuelto a México. no lo encontlurirnunca. Vi ¿r cuantas pcrson¿ls pude y y recogí Ltn nl()ntón clc ilolltbrcs v tcléfbnos de inlórpretes y profcsor.t.:,antes clc volvcr a c¿rs¿l.

I-a seguncla serlrillt¿i cie enero escribí a la cktclol;rMcKinney cllLnclole nuevamcl'rte las gr;rcias pol' lr:r

bcrme rccibiclo v proponiénclole una I'cch¿l p¿rnr nIlseguncla vislta. Eln una llalnad¿t releliinic¿l Lloste r ior

rrccptó verlne en aquella fecha e insinuó v¿rgalnentct¡uc podría consultar algunos cJe sus archivos. Cuandc'rlli--gué, habl¿irnos unos minutos antes cle ir a prescn-,'i¿rr las clases durante un par cle horas. Fui primero irlrr clase cle principiantes, cloncle vi a una prof-esora jo-vcn, Erika. ayudando a cinco alumnos a cumplimen-t;u'Lln imprcso. Tenían quc ser cap¿lces de escribir susrt()nrbrcs, fcchas dc nacimiento, clirecciones y el clía('n los lu-{ales correspondientes. Mientras ios ¿ilurn-rros seguían traba.jando solos unos nrinutos, Erika met'rplicó sus respectiv¿rs histori¿rs"

Cluatro de los cinco cr¿rn extranjcros y habían lle-lrrrlo a la edad adulta sin lengua"je. José, de América( cntral, se comunicaba con su f¿rnrilia mediante una:.t'r'ic elentental de gestos. Sabía el alfabeto pero ig-r¡or'¿rba las palabras. De octubre a rrlarzo de aclr-rel,uro había copiado se ñas y palabras sin ca¡rtrrr cn, llus el menor sentido. Hací¿r sólo clos seman¿ls que,,n ntcnte se h¿lbía ahierto. El rnontento de conrpren-',irin, cle revelación. había llegado súbitarnentc y ha-lrírr comprendicio que cl sírnbolo, fucse seña o pala-lrur. crontenía erlgo rnds grandc que él mismo. Igual(luc en el caso de Ildetonsci, lo había entcnclido cn Llnr,.'llunpagueo colno una visión.

-¿,Por qué crees qLle Josó tardó t¿rnto e n compren-,lt'r cl lcnguaJe'l - pregunló a Erika.

(lrcía qLre podría haber influido cn ello cl númcro,lt' rrluntnos de l¿r clasc. 'lhl vcz la enseñ¿rnza ir-rclivi-,lu;rl lrabría aceleraclo su aprcnclizajc. Adcnlás, ell¿rlrrrlrírr empezaclo a dar las cl¿rses en inglés por señas,

' ni¡rleanclo l¿r voz mie nti"as sc expresaba tanrbién en,r'nus. Y se había dado cuenta clc c¡ue José conf-undía, I irrglés y el arrleslírn. F{¿rcía señ¿is absurdas. I-c habíar ¡ ,[o l-lacet' la señ¿i del verbo inglés r/o (como auxi-lr.rr')" que en ¿rnresl¿in significa accirin o ut'tiviclutl.,, u;rrrrlo sc lc pedía c¡ue irusiera una frasc aflrrn¿rtiva, rr firrnt¿r interrogativa. Había arprencliclo la scña de ¿/¿r

,l,' lris prcgLrnlas del inglés de señas (por cjemplo. Ilo

t4B t49

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you want the bor¡k? "¿Quieres el libro?"). Y siempreque veía el signo de interrogación en el encerado ha-cía la seña de do. Ertka le había corregido el error yhabía empezado a usar las señas de ameslán sin voca-lizar ninguna palabra. Las señas de José empezaronentonces a tener más sentido y pronto comprendió el

lenguaje.Erika me habló luego de los otros alumnos ex-

tranjeros, que habían empezado sin lenguaje. Todosexperimentaron la revelación del lenguaje seis meses

después de la primera clase, a excepción del cuartcr

alumno, que seguía copiando y ntemorizando sincomprender. Erika 1o catalogaba como "retardadtlambiental". Carecía de las expcriencias e interaccio-nes que habían tenido Joe, Ildefonso y los otrosalumnos de Erika. Su familia había pensado por é1,

para protegerle.En cuatro años de enseñanza, Erika había conoci-

do a unos quince alumnos adultos sin lenguaje. Casi

todos habían trabajado por lo menos unos seis mescs

antes de tomar conciencia del significado, antes dc

que se encendiera la luz.Volví a sentir el deseo irresistible de encontrar ¿t

lldefonso y hacerle preguntas sobre su pasado, in-cluida la de si había tenido algún contacto con la en-

señanza del lenguaje antes de conocerme. Yo me h¿t-

bía concentrado solo en él durante nuestras clases y

habíamos trabajado intensamente la primera sem¿lnil.

mientras qr-re Erika nunca había podido permitirse cl

lujo cle enseñar a un solo alumno. Aun así, compar¿l

da con seis meses, una sola semana parecía realmcltte un plazo inverosímil para descubrir el sentido clcl

lenguaje.E,rnpecó ¿l anotar todas las preguntas que tenía c¡trt'

haccr a lldt:fonso si le enconlraba. No bastaría vcr'lt'hablar en señas para aclarar mis dudas sobre sus ptrr

gresos desde que me había ido, me decía mienlr'ltsobservaba a uno de los estudiantes anteriormctltt'

¡rrelingüísticos formular en señas una frase comple-ja. Me volví para salir tras grabar firmemente la es-

cona de aquella clase en mi cabeza: cuatro alumnostlue hablaban en señas y que uno o dos años antesllabrían permanecido sentados como estatuas mudasc inmóviles.

La clase de Don Brieddenthal era el nivel al que

¡rasarían después los alumnos de Erika. Fue mi visitasiguiente, porque los alumnos seguían siendo princi-l)iantes y quizá algunos conocieran el lenguaje desdelurcía poco. Los alumnos de Don procedían de mu-t'lras partes del globo: Camboya, Nigeria, Irán, Líba-no, Ecuador y México. Parecían muy animosos e in-tcrrumpían con frecuencia al profesor para hacer

¡r'cguntas o comentarios. Algunos se expresaban enscriias bastante bien y uno de ellos con torpeza perosin timidez. Don utilizó la ironía y toda una serie det'xplicaciones y ejemplos para enseñar el inglés.lb-//ovus (sigue) en el contexto de "enero sigr-re a (vatlcspués o a continuación de) diciembre". A mí no se

nlc había ocurrido nunca, pero realmente induce acouf-usión. Cuando aquellos alumnos de pensatnien-Io visual miraban el calendario, veían que enero in-,luclablemente va después ¿/¿ diciembre, no que lo

'.rsa en el sentido de perseguirlo. Los alumnos dis-

lrutaron riéndose de los anglohablantes, pero final-nrcnte aceptaron la idea y practicaron algunas frases.lra evidente que 1o pasaban muy bien en clase y que

lror ello aprendían muchísimo.Mientras los alumnos escribían frases, Don me ha-

l'lri de su cul'so y me contó algunas experiencias. Los, studiantes que tenían más problemas con las señaslrrrbían sido hasta hacía poco personas sin lenguaje y,'\llrban empezando entonces a aprender inglés ade-rn;is de ameslán. Un día había hecho una prueba para,lt'tcrminar el nivel de comprensión de los estudiantes,1,' l¿rs últimas señas que les había explicado. Casit,tllr la cl¿rse dominaba el vocabulario inslés elemen-

150 151

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tal necesario para escribir cn inglés la descripción dc

la seña. El estudiante de nivel rnás bajo no sabía in-glós. Éste le entregó la hoja de examen con una sericde dibujos que dcscribían el signif icado de las señas.

El dibujo más inteligentc era el que respondía a laseña "recientelnente"'. En la primera viñeta aparecíitun accidente de cochc y un tcstigo al lado. En la si-guient.c se veía al testigo corriendo a decírselo a al-guien, seguido de la persona que describía el acciden-te, que señal¿rba por encima del hombro y hacía laseña de "recientemente". Todos los dibujos demostra-ban que entendía la seña correspondiente.

A1 final de la clase cle Don empezaba el descanstr

matinal. Le segr"rí a ia cocina, qlle era tarnbién sala clc

prof'esores, donde conocí y entrevisté infbrmalrnentca otros prof'esores. C¿rsi todos tenían historias sobrcla enseñanza a adultos prelingüísticos. Los que da-ban las clases dc nivel superior no trabajaban en clcontacto printario con el lengr"raje sino en el segundtry tercer año.

¿,Cómo podía existir un abismo tan inmcnso entrcla universidad y la c¿illc? ¿,Cómo podía considerar url

investigaclor Lln caso que ocun ía tlna vez en la vida,un caso entre un millón, que un adulto sordo sin len-guaje lo aprendiera cuando a pocos kilometros st:

sentaban cualro a la misma mesa? Recuerdo a un:lasistente social que explicab¿r una vez su fiustracitilrpor las víctimas infantiles de malos tratos. Había visto durante clécadas ull caso tras otro, incluido un asc

sinato, antes de qr-rc la sociedad aclmitiera que exislílel problen-ra. En nuestro mundo nloderno de comunicación rírpida sigue habienclo eslabones vitales pcr'

clidos. Por desgracia, la torre de marfll no es un¿i tllctáfbra anticuada.

El ayuclantc de la doctora McKinney entré ctl l;rcocina, me miró a rní, pero proclarnó para todos:

-La doctora McKinney quiere verla en su dcspacho.

t-o scguí. Cuando entré en aquella habitación lle-n¡r de humo, Ia doctora McKinney me indicó mo-viendo la mano izquierda cl único asiento vacío.

-Yo creía que estabas haciendo una tesis- nle diiorlrnediatamente, explicándome ncto seguido que nolcnía la menor idea de que estuviera escribicndo pornri cuenta, si bien era cierto quc yo nunc¿t le habíatlicho lo contrario en nuestros cuatro meses cle co-nrunicaciones.

l-e expliqué quc l-rabía dccidido escribir algo. alnrcrlos uno o dos artículcls, al comprobar lo poco qLle

sc había escrito sobre el tema. Como la gentc c'lel

rncdio universitario parecía desconocer el telrta cle lalllta de lenguaje, rne había parecido mucho máslluctílcro mantcnerme al margen de los círcltlos ¿lca-

rlórnicos. Est¿rba de acucrdo contnigo en cuanto al

l)irnorama académico. pero me aconsejó que entr¿tr¿t

('n el sisterna para cantbiarlo. Y añadió que, pLresto(ruc no estaba relacionada con la universidad. no mLl

;ryudaría.

-¿,Por qué habría de ayr-rdarte en 1u proyccto c<l-

r rrcrcial?- me preguntó.Me quedó estupefactat, sin lograr compreniler

, tirno podía haber interpretaclo mi interés coltto ttn1r'oyecto comercial. Le expliquó det¿lllad¿rmente clue

rni interés y mi curiosidad habían surgiclo durante lnitrrbajo con Ildcfonso y despLrés dc ó1. I-e rcpetí cuán-t() rne había alegrado conoccrla y poder estudiar su

l)ro-srama. Quizít ella fuese la persona con más infbr-nr;rción sobre el aprcndizaje del lengr-raje de adtlltos'.()r'Llos en Estados LInidos. A.luzgar por los ficherosl,ilrliográficos y las personas que yo había visto, elnrrrriclo desconocía ala ver. que necesitaba aquellarrrlirrmaciírn. Ella tenía much¿r más prírctica y expc-rit'nciír que yo y yo e staría contentísirna de pocler.rlurlarla. Par¿r ella sería mucho tnejor qr"rc la infbr-r r rrcirln se publicara.

No tengc'r tiempo. Aquí hay demasiado qtte ha-

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cer- me dijo en señas, encendiendo otro cigarrillo.Me explicó lo difícil que era conseguir ayudas yaportaciones para que el centro siguiera funcionando.Seguramente tendría que despedir a parte del profe-sorado en el otoño. Le reiteré una vez más mi ofertade ayuda. Podía ordenar la información de sus archi-vos, contabilizar eI número de personas que habíanaprendido su primer lenguaje siguiendo el programadel centro y explicar sus progresgs. Ella podría super-visarlo todo y publicarlo.

Creo que ni siquiera me estaba escuchando. Noquería enseñarme ninguno de sus archivos; y con-cluyó:

-Si estuvieras haciendo una tesis de doctorado, teayudaría porque entonces sabría que serías una futu-ra colega.

Tenía trabajo que hacer; mi presencia ya no eragrata allí. Me quedé mirando fijamente el archivadorque guardaba claves sobre muchas mentes, que habí-an carecido de lenguaje, cerradas bajo llave, y guar-dadas por aquella mujer y sus nubes de humo.

CAPITULO 14

[)espués de que me echara la doctora McKinney, to-talmente desanimada, decidí escribir mis recuerdos delldefonso, recuperar todas nuestras primeras conver-saciones y revivir la experiencia. Llevaba escritossólo dos folios cuando un amigo me enseñó un aftícu-lo periodístico que explicaba que el doctor OliverSacks había pasado a interesarse por la comunidadsorda que hablaba en señas. Yo había leído hacía pococl libro del doctor Sacks EI hombre que confundió asu mujer con un sombrero y me habían impresionadosu estimulante curiosidad y su interés humano por lagente. Me recordaba al científico que percibimos en elniño de cinco años que siente curiosidad por todo (to-rlos los detalles) y que lo cuestiona absolutamentetodo, incluidos su conocimiento y sus supuestos pre-vios. Me encantaba que aquel hombre hubiera centra-tlo su atención en el lenguaje de señas y en las perso-nas sordas. Le escribí inmediatamente y le ofrecí misscrvicios de intérprete en caso de que quisiera conocerl algunas personas sordas interesantes que yo cono-r'ía. Le mencioné también a Ildefonso y mi trabajo conttl. El doctor Sacks me contestó. Quería saber más so-lrre Ildefonso. Se lo expliqué y me dio la misma res-

¡ruesta que Ildefonso después de la primera lección dellistoria: "La gente necesita saberlo".

Con nuevos ánimos, decidí investigar en otra bi-lrlioteca y hacer una visita al siglo pasado, en el

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qLre, scgúu nre había dicho el estudi¿rnte del cllrsodc gracluados, la gente se hatría interesatlo por lal'alta de lengua.je. No encontré nada sobre adultossordos sin lengua.je. pero sí en cambio muchísimashistt¡rias de niños salvajes ), referencias de mírs.Eran historias de niños ciue hzrbían sobrevivido so-los en el bosque, niños adoptados por animales i, ni-ños maltrataclos y encerrados. Un autor añadía a

Helen Keller a la lista porque se había vuelto tansalvajc al qucdalse ciega y sorda que sus padres noha[-¡ían podido comunicarse con clla lo suficientcpara educarla o controlarla.

Dccidí estudiar las historias de niños salva.jes yverif icar lzr posible rel¿rción entre aquellos seres hu-illanos sin lenguaje con llclefonso y los adultos sor-dos sin lengua-ie que había conociclo. Muchas cle lasconclusiones y opiniones que yo había leírlo sobre laimposibilidacl de aprender un lenguaje en la edacladulta se basaban en el estudio de los niños salvajes.

Un muchacho de Alernania, Kasper Hauser. habí¿r

vivido en LlnLl habitación a oscuras desde la niñezhasta los cliecisiete años. Durante todo aqr-rel tiemp<rle había daclo la cornida r-rn individuo que nunca so

colnunic(r con é1, ni siqLriera se dejaba ver. Kasparapareció cn Nurcmberg cn 1828, y aprcndió un pocode lenguaie. h¿rbla y normas socialt:s. Ernpezó a ex-plorar el nrundil, y allrlque pernraneció ernotivamen-te atrol'iado, superó pronto su estado infantil. Empc-zó ¿r recordar su vida en la oscuridad. Esto dcbitiasustar a quien lo había mantenido encerrado, plrcsKaspar í'ue asesinacio cinco años después de qr-re loliLreraran de su prisión.

Un reciente infbrme técnico sobre una niña aso-cial, Genie: A Psy-r:holirtguistic Stttdy ctf a MoclertrDq) "Wild Child" ("Genie: Estudio psicolingüísticode una <<niñ¿r salvajct> actual"), trata cle una niñlrcuyo paclrc psicritico la. mantuvo atada a una sillrrdcsdc la tcnrprana infanci¿r a la ¿rdolcscencia. Sus¿ul

[]t¡rtiss. antol'a dcl infbnne. describe los oscasos pro-,lre sos de la niña durante la rchabilit¿rción. Gcnicrr¡-rrendió algo de lenguaje. pero no pasó del nivel deIos curlro o ciltco ltños.

Quizá la historia mírs conocid¿r se¿t la que rr"rás lla-rri(r la atención durantc la época de los grandes deba-lc:s y discusiones sobret la n¿rturaleza del honrbre y el

lrucn salvajc. A ese niño c¡uc despertci el nláxinlo in-icrés. cn la época y hasta el dí¿r de hoy, se le conociór'()rno el niño salvaje dc Aveyron. I-a película deiirirngois Truflaut L'Ent'Ltnt sdL:oge es un doculllcn-l¿rl conmovedor sobre esc niiitt de cloce años qtte apu-

rcció en una aiclca fiance sa en eilcro de 1800, proce-,lcnte del bosquc.

Ftogcr Shattuck, en su n¿lrr¿lción sobre el nlismorriiio, a cluien se conoccría postcrionnellte como Víc-tor, describe la agitación que sc vivía en París ante lartlca de un sujeto que podía acl¿rrar los lluchos inte-r rogantes sobre la vcrdaciera natur¿rlcz¿t de los seres

Irr¡rnanos. Es imposible estudi¿rr el estado natural ylriológico cle un ser humano, por la infltretrcil itlmt'-rliata clc la socialización y la educacicin. El único rne-,lio dc separar a la criatura biológica de la c:riatur¿l so-,. ial sct'ía separar al niño clc la socicclatl ctl ctlillltouircc o poco después. Esto plantcaría eviclcntes pro-lrlcrnas morales quc hacen inconecbible la posibili-,lrrd: pct"o los padres de Víctor. al abandonar a su hijo,lrlbían realizado el expcrimento prohibido (fiasc quetorna Shattuck cotlut título cle su libro). La nueva Re-

¡rriblica fiancesa y la recién fundada Socicdacl cle Ob-,('t'vadorcs del Hornbre aprovecharon la oportunidacll Víctor pasó a ser propiedad del Estado.

Víctor no s¿rbía hablar. no rcaccionaba ¿rl habla hu-nliul¿I, no controlaba ninguna de sus f'unciotlcs corpo-rrrlcs yl prefbría estar clesnudo ¿l estar vestirlo, inclusc'r( rl invierno. De hecho parecía insensible a las tetnpc-rrlLrr¿rs extremas. Caminaba descalzo por la nievc y( ( )gía p¿rtatas con las manos direct¿rmente dc l¿rs brasas

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y se las comía sin esperar que se enfriaran. Intentó es-

capar muchas veces de sus capturadores humanos.A1 principio, se consagraron al estudio y educa-

ción de Víctor muchas personas, pero con el tiemposu cuidado y educación quedó en manos del doctorJean-Marc Itard, un médico ambicioso, y de MadameGuérin, administradora de la Institución Nacional de

Sordomudos de París. Shattuck no sólo se ocupa en

su libro del ingreso de Víctor en la sociedad, sino dela actitud de diversas personas respecto a é1. Algunos1o consideraron útil como sujeto científico y lo aban-

donaron cuando dejó de servirles. Otros reaccionarona su salvajismo con inmediatas tentativas educadoraspara socializarle, para hacerle "humano". Otros loconsideraron un caso perdido y propusieron cadenaperpetua en una institución para deficientes y enfer-mos mentales. Só1o unas cuantas personas, entre lasque destaca madame Guérin, lo aceptaron y le ofre-cieron calor humano. Víctor vivió veintidós años conmadame Guérin, después de que Itard y otros pasarona interesarse por otros asuntos y experimentos. Shat-tuck incluye en sus comentarios reacciones de perso-nas actuales. Dice:

Cuando los adultos oyen hablar del caso del NiñoSalvaje, suelen preguntar cómo acabó. Quieren sa-ber [...] si creció y llegó a vivir algún tipo de vidaútil y feliz. Cuando a los niños les hablctn del chicopregunían cómo era realmente y, sobre todo, cómohabía conseguido vivir en el bosque solo [...] Perosuelen hacer también otra pregunta más aguda:

¿Qué derecho tenía nadie a capturarle?

Estas distintas reacciones me recordaron mis reac-ciones contradictorias cuando conocí a Ildefonso y su

mundo sin lenguaje. Por un lado, sentí inmediatamenteel deseo de enseñarle el lenguaje y hacerlo parte de mimundo, dando por supuesto que aquel era el camino

para una "vida útil y feliz". Por otro lado 1o admirabapor su capacidad para sobrevivir y crearse una vidapropia, reconocía la singularidad de su perspectiva ysus pensamientos sin lenguaje y me preguntaba si ten-dría derecho a intentar cambiarlo para que fuera másparecido a mí, sobre todo si fracasaba y sólo le comu-nicaba que era deficiente en un aspecto. La educaciónquizá incluya siempre el mensaje implícito de que elalumno ha de llegar a ser más como es el profesor y,

por tanto, que el alumno o su pensamiento es inferior.Shattuck reconoce el dilema moral y la posibilidad

de destruir el espíritu de Víctor con la educación. Se

pregunta a lo largo del libro por la perspectiva y lasreacciones de Víctor. En cambio Harlan Lane y Ri-chard Pillard muestran una actitud completamentedistinta cuando escriben sobre un niño salvaje poste-rior en The WiId Boy of Burundi ("El niño salvaje delSurundi"). Respondiendo a cartas que preguntan porlos aspectos morales de la captura y clllización delsupuesto niño salvaje, el doctor Lane dice:

Me entristecen las cartas. ¡Qué lúgubre comentariosr¡bre nuestras vidas! ¿Tan penosa es la vida en elhogar dulce hogar que preferimos vivir aislados, es't'arbando para buscar eI alimento, huyendo de los¡tredatores, sin dar ni recibir amor? [...] Con Ia ade-t'uada observación, John [el niño de Burundi], igualt¡ue Víctor, puede aclarar qué es lo característicotlel hombre [...] Rómulo y Remo, los sátiros de lattntigüedad Breco-romana y la Edad Media, los ni-ños salvajes del Renacimiento, Robinson Crusoe,Mowgli, Tarzán (en realidad, King Kong), necesitanttdos explicación. ¡Quizó John pueda ayudarnos atlasvelar ese misterio también!

El doctor Pillard describe luego algunas interac-ciones entre ellos y John:

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':

El cuarto cavernoso está muy poco ilwminado [.'.]La atmós.fera es opresivamente caliente y pesada

[...] Hemos sedado a John inyectóndole 10 miligra-mos de valium, pero no estó dispuesto a deiar que

hagamos una radiografía, Se retlrcrce, grita y pro-testa cuando intentctmos colocarlo en la mesa [...]¡La pierna izquierda! Suiétale. Vosotros dos Ia dere'cha. Vosotros dos sujetadle por los hombros (Harlany yo le aguantamos la cabeza). ¡Vamos! Tomamosrópidamente seis placas. Es posible dominar a un

chico de diez años; es cuestión de número.

t...1 Me habría gustado mucho [dejarle incons-cientel. Me habría ahorrado la lwcha de todo el día.

Y más adelante, explica al lector:

No nos resultó nada fócil decir adiós a Deo [uno de

sus huéspedesl; [...] y tardaríamos en ver a Alan [uncolegal un año [...] Por último, estaba [John]. Pero

en aquel momento no pensóbamos en é1. Si te parece

extraño o cruel, intenta comprender la diferencia en-

tre preocuparse por un amigo y preocuparse por un

paciente [...] Se requieren dos actitudes bósicamente

distintas, subietiva la una y obietiva la otra. Deo yAIan eran ya nuestros amigos y lamentdbamos sepa-

rarnos; nos hacía sentirnos incompletos. pohnl era

nuestro paciente y nuestro rompecabezas; habíamos

hecho lo que habíamos podido por él y con él; nos

senlíamos completos.

Itard, el maestro de Víctor, reaccionó al enigmaque planteaba un niño salvaje y se interesó por lainstrucción de Víctor como experimento científico,pero también demostró afecto por el muchacho.Shattuck escribe:

A su modo, Itard el científico estaba "enamorado"de aqwella criatura tosca, a la que quería dar una

.f'orma de hombre a su imagen y semejanza [...] Hayalgo tan conmovedor y atroT como el ruego de Pig-malión y el deseo de Narciso de ver su imagen, algotan audaz como el robo del fuego de Prometeo, sím-bolo de la creación. Pues ltard presumía de otorgar,si no vida, sí al menos inteligencia y humanidad.

Prescindiendo de la reacción concreta que susci-tan los niños salvajes, sea empática, curiosa o pura-mente científica, ésta siempre es intensa. Toda Fran-cia se interesó por Víctor cuando salió del bosque.Peter, un niño salvaje de Hanóver, se convirtió en eltema de conversación de Londres cuando Jorge I se

interesó por é1, e inspiró a Jonathan Swift los Yaho-os de Viajes de Gulliver.Y la gente se ha sentidosubyugada, tanto en este siglo como en el pasado,por el Viernes de Defoe, elTarzán de Burroughs y elMowgli de Kipling, que han inspirado todos ellospelículas.

Pero nos atraen y repugnan a la vez. Envidiamosla libertad y a la vez tememos el salvajismo. Nues-tros rasgos animales nos asustan y todas las culturashacen considerables esfuerzos por negar y ocultardeterminados aspectos de nuestra naturaleza. La an-tropóloga Mary Douglas denomina norma de purezaa nuestra forma de separar natttaleza y cultura. Lasconvenciones sociales, la comunicación y el uso dellcnguaje están determinados y reforzados por la nor-rna de p\reza. Los procesos fisiológicos, comunes a

lodos los animales, se consideran sucios. Mary Dou-glas señala: "Domesticar a un animal significa ense-ñarle a mantener bajo control las funciones orgáni-cas. Socializar a un niño significa exactamente lon)ismo." Un niño salvaje pone en tela de juicio nues-tras ideas más sagradas de humanidad. Así, suele tra-t¿rrse horriblemente a los niños salvajes capturados,con la intención de hacerlos "más humanos".

Las personas sordas han de afrontar actitudes si-

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milares del mundo oyente. La gente siente repulsiónpor los sonidos que parecen más animales que huma-nos. A veces, incluso entre los padres, se asocia la in-capacidad de hablar con retraso mental. Ildefonsonunca emitió un sonido. Sólo meses después de cono-cerle percibí un levísimo sonido, un suave tono agu-do cuando se reía. Estoy segura de que podía emitiruna amplia escala de sonidos vocales; pero que habíaaprendido, como casi todas las personas sordas, a evi-tar las miradas reprobatorias e incluso despectivas dequienes le rodeaban. La gente suele describir la voca-lización de los sordos como algo bestial, pavoroso,inhumano. Los frecuentes malos tratos a sordos quizáse deban al mismo temor que provocan los niños sal-

vajes. Si los niños o adultos sordos carecen además

de lenguaje, correrán mucho mayor peligro de que se

les niegue su humanidad.Los seres humanos cobran confianza en sí mis-

mos, por falsa que sea, mediante la uniformidad, laausencia de diferencias alarmantes que nos obligaríana cuestionarnos quiénes somos realmente. Como lamadrastra de Blancanieves, no queremos mirar al es-pejo que nos diga toda la verdad. Pero la persona quees capaz de ver más allá de los gritos, el salvajismo o

los gestos extraños y reconocer las facultades y el po-tencial de otro ser humano se ve recompensada. Itard,madame Guérin y Anna Sullivan, la maestra de He-len Keller, aprendieron todos ellos gracias a sus niñossalvajes. Como escribe Shattuck: "Casi todos vivi-mos en la escala media de la experiencia humana,pero necesitamos un cierto conocimiento de nuevoslímites. Estos casos, sobre todo los de aislamiento yprivación extremos, son como espejos especiales quemuestran las partes ocultas de nuestra humanidad yanimalidad."

Itard y Anna Sullivan experimentaron su propiodespertar o revelación al ser testigos del nacimientode Víctor y Helen Keller al lenguaje: "En aquel mo-

mento -escribe Shattuck-, se reveló algo especí-ficamente humano, algo que nos vincula a todos, mássúbita y espectacular de lo que ocuffe nunca con unniño de dos años. Helen captó simultáneamente la po-sibilidad de un código que expresa nuestra noción delas cosas del mundo y el significado del signo especí-fico que Anna estaba escribiéndole en la palma de lamano: ag\a." Acceder al lenguaje es ingresar en la fa-milia humana. Nadie es plenamente humano solo.

Ildefonso compartía con Víctor, Kaspar y Geniela experiencia de haber vivido sin lenguaje y la sub-siguiente exclusión de la comunidad humana; peroesta similitud, importantísima sin duda, es la única.Ser sordo no es ser salvaje, y el aislamiento de la ca-rencia de lenguaje no es el del bosque, el sótano o elde estar atado a una silla. Las diferencias entre Víc-tor e Ildefonso, o Genie y Joe, son más importantesque su común carencia de lenguaje.

Casi completamente aislados de todo contactohumano, no sólo del lenguaje, el salvaje Víctor, larnaltratada Genie y el prisionero Kaspar tuvieronexperiencias gravemente limitadas que retrasaron sudesarrollo mental, espiritual y emotivo. Son muydistintos de los adultos sordos sin lenguaje y no sonválidos como ejemplos de adquisición tardía dellenguaje. Atribuimos al lenguaje un papel enormecn el desarrollo moral y en la personalidad, la saludmental y la inteligencia, pero las diferencias entreIldefonso y los niños salvajes nos llevan a replante-arnos qué es lo que nos otorga nuestros atributos hu-tnanos.

Ildefonso tenía un sentido de moral y expresabaideas y creencias sobre cómo debería vivir la gente ytratar a los demás, mientras que Víctor parccía no te-nt:r noción alguna de bien y mal. Tomaba lo que lerupetecía, ajeno a toda noción de propiedad. Ildefon-so me había preguntado por la avaricia antes de co-nocer la seña, y consideraba la avaricia humana un

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comportamiento aberrante. Nunca dio muestras delegoísmo observado en Víctor.

Los niños abandonados o maltratados parecen ca-

,r recer en muchos aspectos de una conciencia de iden-i tidad y de relación con los demás. Shattuck describe

así a Víctor: "Había existido sin estar vivo, sin con-ciencia del hecho y el milagro de su propia vida [...]Había sido sordo de la peor forma. No podía oírse a

rsí mismo; no podía oírse vivir." Ildefonso sabía que

iera humano, pese a que no siempre le hubieran trata-,do como tal; tenía sentido del yo, conciencia de laipropia identidad. Uno de los primeros rasgos suyos

que me atrajeron fue su deseo intenso de relacionar-se con los demás, de comunicarse aunque no dispu-siera de medios para hacerlo.

.¡,

CAPÍTULO 15

Mientras leía la historia de Víctor, sentía cada vezmás deseos de encontrar a Ildefonso. Tenía que com-probar si había seguido progresando. Llené el VWRabbit y recorrí más de seiscientos kilómetros desdela Bahía de San Francisco al sur de California. Bus-qué intérpretes, amigos sordos, profesores, posiblesinformantes, y les pregunté a todos si conocían algúnprograma de enseñanza de lenguaje, asesores derehabilitación o programas de formación profesionalpara adultos sordos sin lenguaje. Tuve que explicarsistemáticamente que "carencia de lenguaje" signi-ficaba no sólo no saber lenguajes hablados, sino nosaber hablar en señas. Muchas personas sordas dedu-cen de las preguntas de personas oyentes que su len-guaje de señas no se considera un lenguaje. En losinformes escolares de niños sordos, con un buen do-minio del ameslán, que pertenecen generalmente def'amilias sordas, suele indicarse que tienen aptitudeslingüísticas funcionales pobres. Quiere decir estoque el profesor no sabe leer con fluidez las señas.También pregunté a todas las personas relacionadascon la comunidad sorda con quienes hablé si conocíana Ildefonso, a Elena o a Juanita. Después de muchascntrevistas y de recorrer cientos de kilómetros, Ilde-fbnso seguía eludiéndome; de todos modos, el viajel'ue sumamente provechoso.

Conocí a Robyn Natwick, que había hecho un es-

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tudio comparado de dos adultos que aprendieronameslán como primera lengua. Les había filmado yanahzado sus peculiaridades lingüísticas comunes e

individuales. Conocí a algunos estudiantes que habí-an accedido al lenguaje e ingresado en la comunidadhumana hacía poco.*

Las llamadas telefónicas y entrevistas siguientesme llevaron a un centro de enseñanza para adultoscon un programa amplio para alumnos sordos. Qtizáhubiera allí alguien que supiera dónde podía localizara Ildefonso. Nadie sabía nada de é1, pero estuve en

una clase que me recordó la otra en que le había co-nocido. No había cambiado nada en los diez añostranscurridos. Tenía ante mí a otro grupo de adultossordos incultos, prácticamente analfabetos; casi todosse habían pasado la vida en un programa educativo.

Yo entendía muy bien lo difícil e incluso imposi-ble que es para las personas sin lenguaje recibir in-formación, pero seguía sorprendiéndome conocer aadultos sordos que hablaban ameslán y seguían igno-rando hechos básicos. Después de conocer a algunospadres y tutores de niños sordos, comprendí que elproblema se debía en parte a una excesiva protec-ción. Padres, maestros y profesionales asumen unaresponsabilidad excesiva e impiden a los sordos in-dependizarse. Recordé a un intérprete de un cursouniversitario a quien vi ocultar a los estudiantes sor-dos las palabras y comentarios subidos de tono delprofesor; cambiaba y suprimía las palabras que éste

empleaba para suavizar la irreverencia.Jane Curtan, la profesora de la clase que visité,

me explicó que los alumnos sordos carecían de laformación informal que suele adquirirse en el hogardebido a la barrera comunicativa que había entreellos y sus padres. Habíadescubierto que a sus alum-nos les abumían los libros porque no entendían cuálera el objeto de la escritura (nadie les había contado

* Se explican algunas de sus historias en el Epílogo.

cuentos nunca, excepto en ameslán). Empezó a con-tarles cuentos de los libros, sólo para que disfrutarande ellos, sin relacionarlos directamente con ningunalección, y les llevó a la biblioteca. Ella y la bibliote-caria les explicaron los temas e historias que hay enlos libros y Jane les remitió a los textos en los quepodían encontrar solución a sus dudas. Se asombra-ron al comprobar que las explicaciones estaban real-mente en los libros y algunos habían empezado a ir ala biblioteca por su cuenta.

Bernard Bragg, actor y narador sordo, indica enLessons in Laughter otrarazón de la falta de instruc-ción de las personas sordas:

...1o triste es que se haya dedicado y se siga dedi-cando una cantidad tan enorme de tiempo a enseñara los niños sordos a hablar y leer tos tábios correc-tamente y que su habla siga siendo tan bronca y óto-na para el oído de los oyentes. Podría haberse em-pleado casi todo ese tiempo mós provechosamenteen enseñarles a leer y escribir bien. Ésa es una delas razones por las que muchos niños sordos son me-nos cultos que los niños oyentes de su misma edad.

Después de pasar una mañana con Jane y susalumnos, entre ellos cinco que no tenían la menoridea del lenguaje, telefoneé y localicé a algunosotros conocidos que hablaban ameslán. Ninguno deellos sabía nada de Ildefonso. Pero alguien me dijo:"Hay un hombre sordo, L. Timmons, que da clasesde lenguaje de señas en el Ejército de Salvación. Talvez él sepa algo. Conoce a todo el mundo."

Fui en coche al centro en el que trabajaba el señorTimmons. No conocía a Ildefonso, pero sí a Elena ysabía dónde enseñaba ella entonces. Le di las graciasy telefoneé inmediatamente a la escuela de Elena.Era demasiado tarde; ya se habían ido todos los pro-

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fesores. Tenía que regresar al norte de California,pero al menos había dado ya con una pista posible.

Afronté de mala gana las ocho horas de coche.Me disgustabala idea de alejarme cientos de kilóme-tros de Ildefonso cuando creía estar ya a punto de en-contrarle. En la zona de San Francisco seguí reco-giendo información sobre personas sin lenguaje ysobre sus profesores. Alguien me habló de un pro-grama de San Francisco dedicado específicamente aadultos sordos atrasados sin lenguaje. Algunas otrasllamadas telefónicas me pusieron en comunicacióncon Alice Nemon y Holly Elliott, dos administrado-res del laboratorio de técnicas de vida independientede la universidad estatal de San Francisco. Duranteel poco tiempo que llevaba funcionando, el progra-ma había ayudado como mínimo a veinte alumnos aaprender su primer lenguaje normal. Podría habermepasado varios días oyendo sus historias sobre apren-dizaje del lenguaje, pero antes tenía que encontrar aIldefonso.

Al fin localicé por teléfono a Elena. Se sorprendiómuchísimo al oírme y me preguntó dónde había esta-do y qué había hecho. Le hice un breve y rápido re-sumen de mi vida en los últimos siete años, le pre-gunté cómo le había ido, la escuché y, por último, lehablé de Ildefonso. Ella se había mantenido en conc-tacto con é1, sabía dónde vivía y dónde trabajaba.Erajardinero, pero no tenía teléfono, así que accedióa hacer de intermediaria y averiguar cuándo y cómopodía verlo. Establecimos una posible fecha parareunirnos cuando ella averiguara el horario de Ilde-fonso. Entretanto, le pedí que le hiciera un regalo eldía de su cumpleaños, que era la semana siguiente, yque le diera recuerdos y le transmitiera también mideseo de verlo pronto. Colgué el teléfono y me paséla hora siguiente paseando nerviosa, tratando deimaginarme al nuevo Ildefonso. Al fin le había en-contrado. Quería telefonearle inmediatamente, pero

aun en el caso de que hubiera tenido teléfono, notendría teletipo que permitiera una conversación. Mepregunté si sabría ya bastante inglés para leer y es_cribir mensajes en teletipo.

Unos amigos de Inglaterra me habían invitado apasar con ellos la Navidad en una casa que habían al_quilado en un precioso huerto antiguo del sur de Ca_lifornia, no muy lejos de donde vivía Ildefonso. Te-lefoneé a Elena y le propuse que nos viéramos allí.Aceptó en seguida y fijamos la fecha.

Por fin llegó el día; me preparé muy nerviosa parala visita. Di a mis amigos un curso intensivo de ames_lánpara que pudieran presentarse todos, saludar a losinvitados y ofrecerles más de lo que estuvieran to_mando. Michael, el anfitrión, experto en preguntasvisuales, arqueaba las cejas formando enormes inte_nogantes que punteaba con sus grandes ojos redon_dos. Pero su madre Violet, profesora retirada, se llevóel premio de las Mejores Expresiones Faciales. Másde la mitad de las dificultades de los principiantes deameslán se centran en armonizar el mensaje de su ex_presión facial y las señas.

Me levanté de un salto al oír el coche en el senderode la casa y corrí a la puerta principal en el momentoen que Ildefonso doblaba la esquina y entraba en eljardín. Ambos aminoramos entonces el paso y nosacercamos con timidez. Nuestros saludos parecíantorpes y retraídos hasta que nos abrazamos. Los abra_zos tienen una forma prodigiosa de fundir los años. Apartir de aquel momento, no pudimos dejar de sonreíren todo el día.

Mis amigos se pusieron en fila como niños inter_pretando versos navideños ensayados, se presentarony deletrearon dactilarmente sus nombres: A-n-n_a,J-a-n, M-i-c-h-a-e-l y V-i-o-l-e-t. No creo que hayanaprendido ninguna letra más del alfabeto dactilolósi-co. Antes de llegar todos a la sala, Ildefonso ," uól-vió y me reprendió por haberle hecho un regalo de

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cumpleaños. Me dijo que no debía haberlo hecho yme dio un regalo.

-De Navidad- dijo.Recordé, inevitablemente, la primera vez que me

regafó por insistir en pagar yo el almuerzo. No debía

darle a él más que él a mí. Quiso que abriera el rega-

lo y me observó precupado mientras lo hacía. Erauna caja de jabón de olor inglés, con aroma de frutas.Comenté lo bonitos que eran los colores y los aro-mas y le di las gracias. Desbordaba alegtía.

No podía identificar mis sentimientos al ver a Il-defonso expresarse en señas con movimientos flui-dos y seguros. Pensé al principio que qtizá la exalta-ción y la tensión que sentía estuviesen emparentadascon lo que sienten los padres por los hijos, pero no'no era eso. Habíamos luchado demasiado juntos,conspirando contra algo grande y desconocido. Tam-bién él parccía inseguro respecto a nuestra relación.De vez en cuando iniciaba una historia como parafanfarronear o alardear con su profesora, pero siem-pre se contenía y el comentario se volvía despreocu-pado, como es propio y adecuado entre amigos. Asíque ninguno de los dos cedimos a efusiones senti-mentales ni adoptamos actitudes de inferioridad nide superioridad respecto al otro. Queríamos sobre

todo ser amigos.Ildefonso preguntó por Inglatena y mis amigos y

yo contesté con algunos comentarios hasta que Elenase hizo cargo de la conversación y se puso a descri-bir su viaje a aquel país. Como todos estaban escu-

chándola, Ildefonso inició nuestra primera conversa-

ción privada así:

-Estoy decepcionado. Cuando supe que tus ami-gos eran de Inglaterra, de tan lejos, creí que serían

distintos, pero son como cualquiera de vosotros.Entonces, como si hubiera deducido súbitamente

el porqué, dijo:

-¿La lección de historia. . . ?

Asentí rápidamente. Ildefonso no necesitaba decirmás.

-Lo recuerdo- continuó. -Siempre que puedobusco un intérprete que me traduzca las noticias dela televisión. Es importante saber lo que pasa en elmundo. No entiendo por qué hay tantas matanzas,guenas y robos, por qué riñe la gente continuamentesobre lo que es de cada cual. Creo que es porque al-gunas personas son avariciosas y desean más de loque necesitan. Yo quiero tener un poco de tierra y unsitio donde vivir, pero un sitio pequeño y un terrenopequeño, para poder tener mi propio huerto. Hay su-ficiente en el mundo para que todos tengan unhuertecito. Podían estar todos contentos. Pero algu-nas personas quieren casas gigantescas y huertos gi-gantescos, así que luchan y roban y acaparan toda latierra y otros no pueden tener nada.

Yo estaba pasmada. Acababa de explicarme enmenos de dos minutos lo que yo no había sido capazde hacerle entender en cuatro meses. Traté de com-parar al individuo sin lenguaje y sin nombre, cruza-do de brazos, con aquel conversador seguro. Le indi-qué asintiendo con la cabeza que estaba de acuerdocon é1, pero el único comentario que podía hacer eraque se expresaba mejor que yo en señas.

Me miró con emoción y dijo en señas:

-Tú... tú me conociste antes-. Remedó nuestroprimer encuentro, describiéndose como un tonto ig-norante y desvalido, que ponía las manos delante dela cara, hacía minúsculas señas sin sentido y las mi-raba como si fueran culebras misteriosas. Se irguió yañadió: -¿Y ahora?- Y remedó a un individuo deporte sereno e inteligente que hablaba en señas. Tuveque apurar de un trago la copa y esconderme tras lasgafas un minuto para controlar la emoción que meembargaba.

-Te expresas de maravilla- conseguí decirle.*Todavía estoy aprendiendo- contestó. -Quiero

,:

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V

aprender más, pero por las tardes después del trabajoestoy cansado. Naturalmente he aprendido algunaspalabras más: á-r-b-o-I, c-o-c-h-e, t-r-a-b-a-j-o...-miró a nuestro alrededor, apuntó y deletreó con losdedos p-u-e-r-t-a. -Tengo que seguir estudiando.

Me divertía y me conmovía que se esforzara tantopor mostrarse indiferente pero que tuviera que indi-carme algunas palabras más como prueba de sus es-

tudios.

-¿Recuerdas cuando me preguntaste por la reco-gida de la manzanas?- me preguntó. -Fue en NuevaYork.

Así que había entendido mi pregunta, o la habíadeducido después, pero como no conocía los topóni-mos no había podido contestar a mi "dónde". Yo ha-

bía supuesto entonces que habría sido en el estado de

Washington y él lo había aceptado. Pero no sólo re-cordaba todavía la pregunta, sino también mi erró-nea deducción, pese a que en aquel entonces él nodiferenciaba Washington de la India.

Nos intem¡mpió Michael para ofrecerle una copa,que rehusó, explicando que cuando había trabajadocon la cuadrilla de recogedores de manzanas, habíaaprendido a relacionar beber alcohol con el com-portamiento violento y problemas con la policía. Asíque había decidido entonces no probar nunca la be-bida y sólo una vezlo habían convencido sus amigospara que bebiera. Había sido hacía unos años. Habíaaceptado beber su primer margarita, pero no le habíagustado la sensación de aturdimiento que le habíaproducido.

-¿Otra vez? ¿Beber alcohol otravez? Nunca, nun-ca- concluyó.

Seguimos conversando; Ildefonso se mostrabamuy satisfecho de su vida y me explicó todos losacontecimientos importantes ocurridos desde la últi-mavez que nos habíamos visto.

Habíaconseguido el permiso de residencia y tenía

un trabajo estupendo en una preciosa clínica privada,donde no solamente cuidaba los jardines sino que loscultivaba. Empezó a hablarme de una de sus prime-ras y mejores obras y se interrumpió tímidamentemirando a Elena.

Ella,captó la señal y describió el jardín de Ilde-fonso. El mismo había buscado los cantos, las made-ras y las conchas perfectas y lo había llevado todo altrabajo y lo había colocado meticulosamente en tor-no a una palmera, unos cuantos arbustos y un relojde sol. Mientras Elena describía la creación de Ilde-fonso en ameslán, él no podía reprimir una sonrisade orgullo.

Su jardín no era solamente una obra de arte y untrabajo bien hecho erala prueba de su aceptación.Había ingresado en el mundo como un nuevo miem-bro de la tribu. No solamente tenía un rango legal yun trabajo autorizado, sino que sabía 1o que signifi-caba legal y lo que significaba su permiso de trabajo.No sólo sabía crear un jardín sino que podía nom-brarlo y nombrar la ciudad, el país y el planeta enque estaba.

Luché para contener el llanto, luego felicité a Il-defonso por su jardín y le prometí que pronto iría averlo. Me dijo que le encantaría enseñármelo y repi-tió que le gustaba mucho su trabajo. Tras una pausaafadió:

-Sólo que es solitario. Nadie habla en señas.

;

li.

.1

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CAPITULO 16

Dos meses después, volví a cÍuzar media Californiapara visitar a Ildefonso. Además de ver su jardín,quería hacerle más preguntas sobre su vida pasada ysu pensamiento sin lenguaje. Lo encontré trabajandoafanosamente, y al principio no me vio. Estaba cu-briendo con mucho cuidado las raíces de una planta.Agité un brazo intentando llamar su atención, peroni siquiera advirtió mi presencia en visión periférica.Tuve que pasar por encima de un banco pequeño ytocarle el hombro. Se me quedó mirando asombrado.

-¿De dónde vienes? ¿De dónde? ¿De dónde?

-Tenía que venir a ver tu jardín ornamental. Toda-vía no lo he visto. ¿Dónde está?

-Ve al patio interior por esas dobles puertas. Loverás-. Aún parecía asombrado.

-Volveré- le dije rápidamente y seguí sus indica-ciones. El jardín original tenía una gran palmera, al-gunos helechos, arbustos y un reloj de sol. Había co-locado meticulosamente piedras blancas y pardasalrededor del reloj de sol y desde éste hasta el bordedel jardín, donde había más piedras colocadas for-mando una especie de barrera. Al otro lado de laspiedras había colocado conchas de abulón y trozosde madera de playa. Me sotprendieron el orden y lasimetría. Todos los ángulos eran rectos, tanto dondese encontraban los senderos de piedra como dondehabía colocado maderas sobre las piedras. Las con-

chas estaban colocadas a intervalos regulares entreotras conchas o entre la madera.

Recordé algo que había leído en la tesis de la doc-tora McKinney; John había manifestado casi apasio-namiento por lo que consideraba correcto y ordena-do. Una vez que estaba en su apartamento preparandocafé para unos periodistas, se mostró muy contraria-do al ver que no había platillos para las tazas. Habíapuesto la mesa meticulosamente y todo parecía per-fecto, pero insistió en que sin platillos no podía servirel café. Al fin encontró unos cuencos para colocarlosdebajo de las tazas y se dio por satisfecho. HarlanLane describe también en The Wild Boy of Aveyron,que, una vez socializado, Víctor necesitaba un ordenceremonial.

Cuando apenas entendían o no entendían en abso-luto su entorno, aquellos seres aislados ni siquierapodían concebir el orden. Pero después de establecercontacto con la información y las explicaciones, elorden se convertía para ellos en una posibilidad.Debe dar una gran sensación de poder personal em-pezar a organizar y controlar algunos aspectos delmedio después de sentir durante tanto tiempo el caos.

En cuanto volví por las puertas dobles, Ildefonsose puso de pie y me miró.

-Admirable- le dije en señas desde bastante lejos.-Es precioso.

Sonrió tímidamente y me respondió con un escue-to'ogracias".

Empecé a hacerle la primera pregunta, pero meinterrumpió preguntándome él:

-¿Dónde, dónde fuiste?Al principio no le entendí y creí que estaba repi-

tiéndome la pregunta de antes, de dónde sales, cuan-do había aparecido tan súbitamente. Así que empecéa explicarle que no había podido llamar su atención,pero volvió a intemrmpirme preguntándome:

-¿Dónde fuiste? Te vi un díahace mucho mucho

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ticmpo y luego de saparcciste. Luego aparece s. cle

pt,,nin y volvemos a encontrarnos" ¿Dónde estuviste

todo ese tiempo'?Me habían ocurrido tantas cosas desde que nos

habíamos encontrado en la parada de autobús, que

no sabía qué decirle.

-EI verano clespués cle verte- empecé la breve his-

toria, -John y yo nos trasladanlos a la otra punta clel

país, cloncle él tenía que hacer las prácticas médicas y

yo asistir a la escuela de gracluados. En los dos años

siguicntes perdí a mi pacLe y a mi mariclo. Volví a la

costa Oeste e inicié una vida nueva. Pensab¿t a menu-

do en ti y al fin tuve la oportr-rnidad de buscarte'

-¿Tu padre'?- Preguntó Ildefbnso.

-Sf. NIi paclre murió- contesté. Vi que se quedaba

miranclo un nlomcnto la seña de "ttluerto" c) "morir"'Luego asintió, como el amigc'r comprensivo o la per-

s,rná may.rr qr-re ha oído historias parecidas muchas

veces.

-¿,Y ahora? ¿,Qué haces ahora? ¿,Dónde vives'?-preguntó Ildefbnso.' i" contesté que me había trasladado a la zona de

San Francisco y que estaba escribic'nclo la historia de

su maravilloso viaje hacia el lenguaje y su nucva

vicla. Había que contarlo, y me gustaría seguir escri-

biénclolo, pero sería emocionante que pudiera hacer-

lo él personalmente. Con una gran sonrisa, empez(l it

explicarme que tenía que ahorrar dinero sulicientepaia pocler volver a la escuela (llclefbnso y su cultura

no consicleran sul'it:iertte vivir solos con holgura,sino quc h¿r cle vivir holgadamente toda su famiiiaampliacla; micntras rtn hcrmano, pritno o alnigo ínti-mo necesite ayuda, trabajará). Quería seguir apren-

clienclo inglés y quería aprender a escribir, pero tar-

daría mucho tietnpo. Así que debía escribir yo lahistoria. Sc nlostró muy complaciclo, aullque le cos-

tatr¿l creer que sus experiencias putlieran figurar en

un libro. Poclía leer cientos , quizá miles de palabras

aislaclas, pero su gramática de ameslán no lc aporta-b¿r las claves para unir las palabras inglesas. E,l r-nun-do de la palabra escrita seguía siendo un rnistclitrpara é1.

Le expliqué que cuerndo ac¿rbara de escribir la his-toria, no podría controlar a dónde iba ni quién la leía.Podría leerla cualqr"riera, incluso en otra parte delmundo, y saber de é1. Y le expliqr"ré tarnbién que measeguraría de que perrnanecier¿r en el anonimato yconservara su intimidad. Le agradó la idea aunqlleparecía asombrarle que pudiera ser de otra forma. Ledeletreé dactilarmente el seudónimo de su nombreque estaba empleando y me pidió que se lo repitierer.

-Es corriente en la región en que naciste- le in-formé.

Cornentó ceñudo:

-Es un nombre rnuy ridículo.Tenía gracia. Aquel hombre había ignorado du-

rante casi toda su vida incluso la existencia de losnombres. Recordé su crara de sorpresa cuando le ha-bía dicho cómo se llarnaba. Y ahora fruncía el entre-cejo y se reía de otro nombre. Me pregunté si no se-guirían pareciéndole un poco extraños toclos losnclmbres.

-¿Puedes ayudarme, Ildefonso?- le pregunté.¿,Qué pensabas antes del lenguaje'? ¿,Cémo era tu

vida?Me contestó sin vacilar, empezando como si estu-

vicra esperando una señal:Rccuerdo que siendo muy pequeño empecé a fi-

iurme en l¿rs palabras escritas y en los libros. No sa-lría lo que eran, pero me producía curiosidad. Un díavi a los niños que iban calle aba.jo con libros. Eranniños de mi edad y yo sabía que iban a aprender lor¡rc había en los libros. Señalé a los niños y pedí a

ruis padres que me dejaran ir con ellos, que trle fll¿rn-,lrrlan a donde iban ellos- Ildefonso expresó con rní-nricu la última fiase. imitando la fbrma clue tenía clc

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comunicarse con sus padres. Se puso de rodillas yalzó las manos en ademán suplicante, una escenaque debía haber visto muchas veces en la iglesia ca-tólica. Dijo primero en señas

oopor favor", pero en su

número de mímica 1o cambió por una mueca implo-rante.

-Por favor, por favor, quiero estudiar los libros,

Quiero ir a la escuela. Por favor- me decía en señas

lo que no podía haberle dicho con palabras ni con se-

ñas a sus padres. -Con palabras podría aprender loque hay en los libros, aprender a conducir, aprendermatemáticas y ciencia- explicó, suplicándome comosi practicase para una segunda oportunidad con sus

padres, ahora que podía formular su deseo. -Mis pa-

dres se negaron y no me enviaron a la escuela. Medijeron que era oomudito" (seña despectiva para refe-rirse a las personas sordas) y que no podía aprender.

No manifestaba rabia ni resentimiento; me expli-có que sus padres eran muy pobres y necesitaban que

él trabajara. Recordé que su trabajo había incluidopedir limosna cuando era muy pequeño.

En realidad no respondió a la pregunta de qué o

cómo había pensado, sino que necesitaba contarmeaquella historia. Quería explicarme a mí y después alos lectores de mi libro que aunque era ignorantesiempre había deseado aprender. Le repetí la pregun-ta de cómo o qué había pensado muchas veces, en-tonces y después, pero siempre me respondió ex-plicándome 1o que le había ocurrido y por qué había

seguido siendo inculto. Yo percibía ciefta turbacióno la misma sensación de culpa personal que habíaexpresado años antes con'oyo, tonto". Considerabamás importante transmitir la frustración y oscuridadde su vida que lo que había pensado. Y también es

probable que no pudiera concebir que su estado pre-lingüístico le interesara a alguien.

Cuando había suplicado que le dejaran ir a la es-

cuela no tenía idea de lo que había en los libros, pero

ahora que ya 1o sabía, habían elegido las matemáticasy la ciencia como ejemplo de lo que podría haberaprendido. Me pregunté si lo poco que había aprendi-do de la ciencia correspondería a su imagen infantil delas claves que aguardaban en las palabras y los libros,claves que podrían desvelar todos los misterios que lerodeaban. Si hubiera nacido más próximo al lenguajey con más recursos, aquel niño inteligente y curiosomuy bien podría ser hoy científico envez de jardinero.

Ildefonso me dio noticias de nuestra única amigacomún, Elena.

-¿Cuándo ocurrió eso?- le pregunté en determi-nado punto, deseando comprobar cómo hablaba deltiempo. Alzó la vista por encima de mi oreja dere-cha, pensando. Insistí: -¿Cuándo? ¿Hace semanas?

¿Hace meses?

-Hace tiempo- dijo, empleando la seña generalde pasado. -Espera... Navidad, sí, unas tres semanasdespués de Navidad, después de que nos viéramos-recordó de pronto.

Así que lldefonso sabía cómo hablar del tiempo,pero contarlo aún era una idea extraña. Siempre te-nía que dar un salto cultural.

-No quiero impedirte trabajar, pero, ¿podríaha-certe otra pregunta rápida?- Ildefonso asintió. -An-tes de conocerme a mí ¿te había enseñado alguien?

-Asistí a una clase justo antes de conocerte, peronunca supe qué hacían. Me quedaba sentado viendoa los demás trabajar y hablar en señas.

Yo sabía que la mente observadora de Ildefonsotenía que haber asimilado mucho y sospechaba quesu inconsciente había incubado información quecontribuyó a su posterior revelación del lenguaje.

-Podríamos cenar juntos un día de esta semana yhablar más, ¿de acuerdo?- propuse.

-Sí. A mí me va bien el martes- me dijo en señascon fluidez. -Mi dirección es ésta. Podemos encon-

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trarnos allí. Veré si puede ir mi hermano Mario. Está

en la ciudad y ha encontrado trabajo esta semana.

-Por supuesto, bien. ¿A qué hora?- pregunté,muy consciente de lo rápido y lo bien que podíamos

comunicarnos ahora.Ildefonso soltó una bocanada de aire entre los la-

bios y se encogió de hombros'

-Da igual- dijo.

-¿Qué te parece a las seis?

VótviO a éncogerse de hombros. Me pregúnté si

aquella indiferencia horaria se debería a su antigua

ignorancia o si estaría limitándose a repetir un típicodiálogo anglo-mexicano. Recordé que me había pre-

guntado si Ildefonso se qu€daría como Ishi o cam-

biaría después de aprender el lenguaje. Me alegraba

que no se hubiera amoldado del todo.Me explicó detalladamente que no podía oírme

llamar a la puerta.

-Soy sordo, no oigo- dijo muy serio, y me expli-có que dejaúa la puerta abierta, que entrara sin más

cuando llegara. Me extrañó al principio que me diera

tantos detalles, pero luego comprendí 1o poco que

hacía que se había enterado de qué era exactamente

lo que le hacía distinto de los demás. Cuando había-

moi trabajado juntos era aún imposible explicar los

conceptos sordera y audición.Le dije adiós, tras disculparme por algunas de mis

señas oxidadas.

-No, hablas bien en señas- me contestó. -Te en-

tiendo mejor que a algunos de mis amigos sordos.

Ellos emplean demasiado inglés y deletreo dactilar yno les entiendo.

Me dio las gracias por haber ido a verle, discul-pándose por no poder abrazarme, señalando su ropa

llena de tierra, y volvió a su planta.Aquella noche me sentí cada vez más nerviosa

pensando en mis conversaciones recientes con Ilde-fonso. Podíamos dialogar fác1l y rápidamente, pero

nuestros dos encuentros habían sido demasiado bre-ves para que pudiera contestar la mayoría de mispreguntas. Estaba cansada de contener mi curiosi-dad. Telefoneé a Elena, que era amiga de Ildefonsodesde hacía tiempo, y le hice algunas preguntas so-bre el pasado de é1.

A partir de los cinco o los seis años, Ildefonso ha-bía ayudado a cuidar ovejas y cabras, a plantar y co-sechar caña de azúcar y, como me había dicho élmismo con mímica, había pedido limosna. Aproxi-madamente a los diez años, sus padres lo habían en-viado a Ciudad de México a vivir con sus abuelos.Allí había trabajado en lo que había podido y cuandono encontraba ningún trabajo, pedía limosna. Losdos mejores trabajos que había hecho habían sidomatar pollos y trabajar en un taller de piezas deavión.

Le pregunté si conocía al hermano de lldefonso.Lo conocía. Mario también era sordo de nacimiento,me dijo Elena, y no había aprendido el lenguaje. Em-pleaba aún un primitivo sistema gestual. Esto fueuna revelación. Yo no sabía que Ildefonso hubieratenido un compañero sordo en la infancia. Debíanhaber inventado señas propias. Conocer a Mario se-

ría como conocer a dos Ildefonsos (antes y despuésdel lenguaje). Invité a Elena a cenar con nosotros.Aceptó y propuso un sitio para encontrarnos mejorque el apartamento de Ildefonso. Ella se lo diría a I1-

defonso y a Mario y se reuniría conmigo el martes ala seis y media.

El martes esperé nerviosa en el bullicioso cruce,preguntándome si estaría soñando. La sagacidad y lapersonalidad integrada de Ildefonso ya no me parecíantan milagrosas. El hecho de que hubiera compartidocierto tipo de comunicación y amistad con una personacomo él podía suponer la diferencia entre entregarse ala desesperación y albergar la esperanza.

Elena salió de un coche en el aparcamiento próxi-

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mo. Hablamos de la carencia de lenguaje y de cómohabía cambiado la vida de Ildefonso mientras le es-

perábamos a él y a su hermano Mario. Le pregunté si

Ildefonso olvidaba con frecuencia el vocabulario que

no empleaba habitualmente y le comenté cómo se

había quedado mirando la seña "morir/muerto".

-Olvida señas de vez en cuando y hay que recor-

darle su significado, pero quiz6 no identificara inme-diatamente "muerto" o "morir" porque prefiere su

propio gesto.Me lo enseñó y tuve que reconocer que era una

creación perfecta, muy poética. Empezó a explicar-me el sistema gestual, pero entonces vio el coche de

Ildefonso doblar la esquina. Caminamos hacia allí.Los dos hombres vinieron a nuesffo encuentro,

ambos sonriendo. Mientras que Ildefonso caminabaresuelta y lentamente, Mario lo hacía con ligereza ydesenvoltura. Se veía claramente que era el hermanomenor, e importun aba a Ildefonso con su frecuentesonrisa pícara. Saludó a Elena con un abrazo y me

miró tímidamente. Ildefonso y yo nos dimos unabrazo y Elena me presentó a Mario, utilizando una

seña extraña que no entendí. Deduje luego que se

trataba de una seña para amiga. No se intercam-biaron nombres. Nos dimos la mano'

Los nombres no significaban nada para Mario, lomismo que para Ildefonso cuando yo 1o había conoci-do. Ildefonso leyó mis pensamientos y decidió ense-

ñar a Mario su nombre en señas. A Mario pareciódesconcertarle y se volvió a Elena. Ella hizo la seña

del nombre de cada uno de nosotros, incluido é1,

apuntándonos de uno en uno. Ella se hizo su propiaseña sobre las mejillas, como yo la mía, pero con unmovimiento y una forma distintos. Luego enseñó aMario la seña de su nombre y la de Ildefonso. Repitióuna vez las señas y Mario asintió. Ildefonso se volvióa su hermano y le preguntó si entendía alzando elmentón y las manos y atrugando la frente. Mario ca-

bcceó afirmativamente, pero lldefonso quería prue-has. Nos señaló por turnos, se volvió a Mario y le exi-gió una respuesta. Mario señaló a Ildefonso y lo lla-rnó "Mario", luego se encogió de hombros, dando acntender que había olvidado los demás nombres.

-No, no- dijo Ildefonso, empleando el gesto me-xicano de mover a derecha y a izquierda el dedo ín-dice. -Mario, tú.

Ildefonso insistió en repetir la lección, pero Mariose limitó a sonreír a su exigente hermano y a enco-gerse de hombros unas cuantas veces.

Elena preguntó entonces a Mario por su nuevo tra-bajo, empleando mímica y algunas señas extrañas. yoentendía casi toda la conversación porque el ochentapor ciento de la misma, por lo menos, era mímica.Mario describió la acción de abrir una puerta, se frotólas manos como si las tuviera heladas y remedó la ac-ción de colocar cajas o tartas o algo plano en estantesmientras tiritaba. Ildefonso lo miraba a él y luego a míy cada vez que se encontraban nuestras miradas mepreguntaba con una sonrisa complacida si lo entendía.

Elena preguntó a Ildefonso si quería que fuéra-mos a un un restaurante mexicano, chino o italiano.Él se encogió de hombros y dijo que le daba igual.Mario parecía confuso. El no entendía las señas. Ele-na empezó entonces a describir los distintos tipos decomida pero Ildefonso la interrumpió. Se daba cuen-ta de que Mario no entendía las descripciones. Ledijo el tipo de comida que le gustaba a Mario. Deci-dieron que podría gustarle probar la comida vietna-rnita. Elena se señaló la boca, y luego calle abajo, yMario y los demás la seguimos.

El restaurante era exótico y elegante, con mante-lcrías de hilo blanco, paredes de espejo, enredaderascolgantes y flores frescas por todas partes. Un cama-lcro de chaqueta blanca almidonada nos acomodó yrros entregó una gran carta a cada uno. Mario e Ilde-firnso se quedaron mirando fijamente las suyas, si-

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:1;,¿jtsiwwwfflt

mlllando leer, hast¿t que el catnarero se l'ue. Elena ledescribió los distintos platos a Mario coll gestos, con

ayudas esporádicas de llclcfonso. Mario le indicóque decidiera ella.

lldefbnso que se sentó fiente a mí y jLrnto ¿r Ma-rio, me dijo en señas:

-Frjate en esto; cs realmente distinto.Se volviír a Mario y lc orclenó clue hiciera gestos

par¿r que yo pudiera verlo. Mario no entendió que tl-clefonso quería iniciar una convcl'sación. Intentó acli-

vinar a qué sc ref'cría la conversación de lldefbnso.

-Luego, ya veriis- mc aseguró lldclbnso.Llegó la cornida. Cuanclo Mario se sirvié y empe-

zó a comer, Ildefonso mc dijo que era la printera ve-z

que su hermano totnaba comida vietnamit¿r.

-Nunca ha probado este tipo de comida, nLrnca-

explicó.La frase me encanttl, porqLle yo había rcnunciado

una vez a intentar enseñarle el significitdo de nuncay a emplearlo. Parecía un concepto inconccbible.

-Mi hermano no tenía trabajo- prosiguió lldelon-so,- así quc no está acostumbrado a estos placeres.

Parecía orgulloso y fehz, dc que su hennano estu-

viera en la ciud¿rd, para poder mostrarle aquellos"placeres" y su nueva vida.

Me volví a Elen¿r y a Mario. Mientras yo observa-

ba su conversación gestual, sabía que Ildefbnso nle

observaba a mí. Él observaba la conversación de ellosy a mí, cornprobando continuamentc si necesitabaque nrc tradujera algo. Mario estaba explicando que

un¿r vcz alguien le había dado rnarihuana. Para expli-car los ef'cctos, se aprctó la cabeza bizqueando y sa-

cando la lcngua. Luego retiró las manos, aún con lafbrn-ra dc l¿r cabeza, y aplastó ia cabeza imaginariamicnlras sucuclíit la propia.

Cambiaron dc tema y entendí algo tle un niño.Creí ver a Mario colocar anillos imaginarios. Estaba

explicando quc estaba casado ct qutzá refiriéndose a

sr,r csposa. Interrurnpí y pregunté con mímic¿r si lení¿rhi.ios. Me respondió con un¿r arnplia sonrisa, o corn-placido por la ocasión de cornpartir su buena nLlev¿l of'eliz de haber ontendido mi pregunta en seña/rnírni-ca, Alzó tres declos y amplió Ia sonrisa. Elena teníatuna fbtografía dcl mayor. Era igualito que Ildelbnso.Hasta Mario estaba de acuerdo en esto. Eran unos ni-ños guapos y yo hice la seña de "hermosos", queMario parecía entender. Asintió entusiasmado. Le¡rlegunté si podía clarme uno. Sacudió la cabeza conrrn definitivo "No". Hice la seña de "corrpartir".Miró rápidamente a Ildefbnso. así que expliqué lascña alzando tres dedos de la mano izquierda. Di unniño-dedo a Elena, otro a él y rne quedaba uno yo.

-Compartir- repetí. Rio y lo rechazó. Poniéndosel¿rs manos sobre el corazón, se inclinó con expresióntriste y apenada. Rió acto seguido, volviendo a sll son-risa orgullosa.

lldefbnso parecía un director, pendiente de cadaactor, estudiando la expresión cle todos. Me Io tradu-cía todo y se 1o explicaba a su hermano. Me pregunta-ba cada dos minutos si había entendido Lln gesto ocaptado una seña. También querízr que viera la dife-rencia enÍe nuestra comunicación y la de su hcrn"lano.

Mario estaba contando un chiste. No cntendí mu-cho, pero él concluyó con Lln soniclo c¿rsi coherente.Mario había estado admirando a Ildefonso durantetoda la cena por sus habilicladcs de comunicación.pero ahora lldefonso observaba respetuos¿unente asu hermano, despue<s cle cornprr-'ndei lo que Elcna yyo habíamos oído. Ildefbnso explicó que Mario sa-bía emitir sonidos copiando los movimientos de loslabios y haciendo vibraciones. Ildefonso había prac-ticado un tiempo, pero nunca había conseguido emi-til rnás de un par de sonidos.

-Mario lo hace muy bien- dijo orgulloso Ildefbn-so. Para ellos dos, sobre todo para Mario, este talen-Io s(rlo significaba un buen truco de salón.

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Elena preguntó a Mario si quería azítcar en el té. Nola entendió. Ildefonso se colocó el puño a un lado de laboca, como si aguantara un palo, haciendo a la vezcomo si mascara algo. Mario asintió inmediatamente ymiró el azicar.Ildefonso explicó que habían trabajadojuntos recogiendo caña de jóvenes y que solían mascar-

la en los descansos. Su forma de comer caña de azúcar

se había convertido en su seña común para el azúcar.

Ildefonso le comentó a Elena quejoso que yo noestaba haciéndome una idea clara y completa de su

forma habitual de comunicarse.

-Esto no está bien- dijo. -Ella no lo ve.El camarero nos presentó la nota y Elena insistió

en invitartos.-Gracias- le dijo Ildefonso en señas, dio un leve

codazo a Mario y repitió a Elena, lentamente, pero

mirando a Mario: -Gracias.Mario se quedó mirando confuso a Ildefonso. Yo

recordaba muy bien aquella mirada. Ildefonso volvióa intentarlo. Mario se señaló la cabeza, indicandoque sólo tenía en ella un cubito. Agrandó un poco elcubo, haciendo el gesto de alejarlo y separarlo de él(¿querría decir "quizá en el futuro"?) y amplió el pe-

queño cerebro un poco más. Por último, se encogióde hombros y alzó las manos hacia Ildefonso discul-pándose. Ildefonso le puso ceño de hermano mayor,pero aceptó de momento su excusa.

Se volvió luego a Elena y repitió su queja ante-

rior. Quería realmente que yo viera el equivalente a

un vídeo de Mario y é1 creciendo. Se volvió a mí y se

disculpó, explicándome que ya no podía comuni-carse con su hermano con gestos y mímica como an-

tes. Sabía demasiado ameslán. El lenguaje le había

cambiado a él y había cambiado su pensamiento.

-¿Podrías llevarnos a ver . .....?- preguntó Ilde-fonso a Elena. No vi la última seña, pero antes de

que me diera cuenta estábamos en la cafietera e íba'mos a ver a alguien, o algo, no sabía qué.

Elena nos llevó en el coche por detrás de un res_taurante y seguimos a Ildefonso hasta la puerta trase_ra, pasandojunto a cubos de basura. Él entró y noso-tros esperamos. Volvió en seguida acompañado deun joven con delantal que nos saludó agitando lamano.

-Fíjate, mira esto- me dijo Ildefonso y empezó ahacer gestos al joven. El joven miró a Ildefonsó, lue-go a Mario y luego otravez a Ildefonso.

-Vamos, di algo- ordenó Ildefonso, algo bastantedifícil en mímica. El joven no entendió e Ildefonsole hizo un gesto de despedida, cabeceando, y se diri-gió rápidamente al coche. Quería que yo viera la co-municación sin lenguaje. Era muy importante para élmostrarme su antiguo estado gestual.

En el coche, Ildefonso le dijo a Elena algo en se-ñas desde el asiento de atrás por el espejo retrovisor.Como yo iba delante, no pude verlo. Un minuto des-pués, vi que nos alejábamos del restaurante en queesperaban nuestros coches. Paramos y caminamospor un barrio de casitas muy pequeñas y muy juntas.Ildefonso me explicó que quería ver si unos amigossuyos estaban en casa. Quería que yo los conociera.Le seguí dando la vuelta a una de las casas hasta untorrente de luz que salía de una puerta abierta. Unhombre que nos había visto acercarnos salió a lapuerta. Reconoció a Ildefonso y se volvió sonriendoal interior mientras señalaba la puerta. Aparecierontres rostros, que nos escudriñaron y nos dieron labienvenida. Conocían a todos menos a mí, y me exa-rninaron recelosos. Elena me presentó como amiga,crnpleando la misma seña que había visto yo en elaparcamiento. Nos amontonamos todos en la peque-ña habitación, en la que había tres camas individuales.Cuando me senté en la cama del centro junto a Elena,cstaba aturdida. Me encontraba en una habitación lle-na de personas sin lenguaje.

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c¿,piruro tz

E,stuve varias horas hipnotizada observándolos co-municarse con mímica. A la derecha de Elena se

sentaba un individuo de mediana edad, flaco y de

brazos nervudos debido a los años de trabajo físico;tenía la piel curtida por las décadas al sol y al viento.Los demás parecían delegar en él y el hecho de que

se sentara en la única silla parecía una prueba evi-dente del respeto de todos. En la cama de junto a lapuerta se sentaba el más joven, que debía tener vein-titantos años, aunque parecía un adolescente. Teníaun rostro suave de muchacho y ojos luminosos. A su

lado estaba Mario, con sLI sonrisa casi permanente"Entre Mario y yo estaba lldefbnso, que parecía unárbitro pendiente de todos los jugadores y observan-do rneticulosamente los movimientos de cada uno.

Con alguna ayuda de Elena e Ildefonso pude en-tendcr las pocas señas generales que habían elaboradolos individuos de la habitación. En el transcurso de

aquclla velada solamente emplearon una docena de

señas conruncs" Todos los demás gestos eran invcn-ción es¡rontírnea o los ernpleaba solamente un indivi-cluo. L¿rs scñas clue habían adoptado todos tení¿rn que

scr repctid¿rs y probadas en much¿rs historias distintasy utilizacias por todos. Si no conseguían la aceptacióngeneral, la scña se clcsechaba o se limitaba a ser pro-piedacl dc una sola persona. No aprecié gramática niestructur¿I, percl los individuos desarrollaban sistemas

propios para la comunicación de ideas. Aunqr.rc clgrupo pudiese habcr entendido una idea tt Lul¿r scñ¿r.nunca Io copiaban los demás. El joven emple(r unaseña de avanzar hacia adelante y luego el mismo l-l-lo-vimiento y la misrna lbrma hacia atrás, que supuseque podría indicar futuro y pasado, pero mi traducciónno encajaba del todo. Después comprendí que no alu-día directamente al tiernpo sino que actuaba comoseña de avance o retroceso dentro del relato. No esta-ba diciendo: "un poco clespués" sino "continuandocon la historia".

Tenía tanto miedo de perderme algo que no merutrevía a pestañear. Mc daba la impresiírn de habervia.iado en una mácluina del tiempo a la era rJe Nean-tlerthal y tener el privilegio de estar presenciando lainvcnción del lenguaje. Almacenaba conscientementecadii gesto e interc¿rrnbio en la memoria. Cada movi-rrriento era un experintento. ¿Sobreviviría y se conver-tiría en un sírnbolo permanente o moriría con aquella"conversación"? ¿Se convertiría aquel gesttt ondulan-te cn el principio del tiempo verbal? Brotaban ante míIos inicios de la mente humana colectiva.

Ninguno de ellos tenía nombre. L¿rs presentacio-rrcs consistieron en descripciones. El hombre mayor¡rresentó al más joven explicando la historia de que surnadre había muerto cuando él aúrn era un bebé. Encsencia, su nombre era la descripción de el que notiene. madre. Me rccordó la llioclo. Los nombres sonsccundarios o se incorporan a la descripción. Hera nosc llama Hera sino "Hera la de los níveos brazos".

Explicaron muchas historias del paso de la fi-onte-rrr y la patrulla frontcriza. La aventura más asombro-srr trataba de una persecución a cab¿rllo. El hombrenr¿ryor no solamente interpretaba que corría y suda-lrr. sino también al funcionario mont¿rdo y al caballo.,,\r¡Llellas personas vivían al borde del dcsastrc. con,.'l nriedo permanente al hambre. Su rnáximo dcs¿rf'ío.nrtlividual y colectivo. ela descubrir cónto scsrrir rr

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este lado de la misteriosa frontera, donde había tra-bajo y alimento para sus familias. Todas las historiascontenían alguna información sobre cómo entrar enla tierra del hombre blanco o evitar la deportación.Ninguno de ellos podía decirle al otro: "Adivina loque he descubierto. Para pasar o quedarme legal-mente...". Tenían que explicar una y otravez algunahistoria que contuviera un dato hasta que algún otroentendía el significado o se enteraba de que el narra-dor sabía algo importante. Todos habían comprendi-do que las tarjetas servían para rechazar a los hom-bres verdes. Me enseñaron su colección. Creo que

solamente una o dos tenían alguna validez. Las otraseran inadecuadas o habían caducado. Pero ellos lastrataban como si fueran piezas de oro.

Durante una historia de arresto y deportación, elnarrador se volvió al más joven, que escribió en elantebrazo: 1986. Ninguno de ellos, ni siquiera élmismo, sabía lo que significaba aquello, pero él ha-bía deducido que servía como respuesta a ciertaspreguntas. Tenía tres años distintos asociados contres sucesos diferentes relacionados con cruces defronteras o detenciones y mostraba orgullosamenteelbrazo como unapizana cuando el momento le pa-

recía oportuno. Todos mosffaron gran respeto y ad-miración por su habilidad.

El mismo individuo parecía ser el que tenía más

conocimientos aritméticos. Había deducido la suma.

Todos sabían contar pero ninguno tanto ni tan rápidocomo el más joven. Contaban alzando las palmascon los dedos extendidos y adelantaban luego unpoco las manos para indicar diez. Luego giraban lasmanos, con las palmas hacia sí y después volvían aadelantarlas para veinte, y así sucesivamente hastaque el que contabaperdía la cuenta. Pregunté al másjoven qué edad tenía.Ildefonso le tradujo mi pregun-tay él me respondió:

-Diez-veintiuno.

-No, no, no- le corrigió Ildefonso. -Vuelve a in-tentarlo- le dijo gesticulando.

-Diez-veinticuatro, no, no, diez-veinticinco- afir-mó no muy convencido. Ildefonso le hizo la seña debien. Me pregunté si también le habría enseñado larespuesta y si tendría idea de lo que contaba.

Describían todos además los cambios del relojcon dos pares de números: diez-uno, seis. Esto eralas 11,30. Ninguno de ellos sabía lo que eran las ho-ras ni los minutos ni por qué marcaba el reloj dos ve-ces al día 11,30 pero habían conseguido descubrircuándo tenían que estar en el trabajo, memorizandola correspondiente posición de las agujas en la esfe-ra. Un amigo comentó después de oír esta historia,que los números deben ser más fáciles que otrasideas, ya que todos nacemos con un diccionario paracontar en las manos,

Luego empezaron a explicar cómo era la vida ensus aldeas de Oaxaca e interpretaban distintos acon-tecimientos y personajes. Uno de ellos empezaba adescribir a una persona o un suceso como un mediode decir "os acordáis de cuando..." Otro tendría querepetir la historia, añadiendo algunos detalles parademostrar que había entendido la referencia correcta.Se lamentaron de los trabajos peores que habían he-cho en México. Al mayor no le gustaba nada arar yempezó a describir los bueyes. Ildefonso lo inte-rrumpió, haciendo una descripción mejor de los bue-yes y el yugo y dejándole luego que terminaralasuya.

-Aquí, bueno- dijo en señas, señalando hacia elsuelo y haciendo luego la seña que emplean losoyentes parade acuerdo. Se señaló a la espalda, ago-biado bajo el arado, y repitió luego que era mejor decste lado de la frontera.

Pregunté a Ildefonso cuántos eran del mismo pue-blo y cuántos de aquel círculo de parientes y amigosoran sordos. Todos miraban a Ildefonso con una es-

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pecie de temor reverente. Su salto al lenguaje lesapabullaba. Ellos no entendían el lenguaje, claro,pero veían que él podía comunicarse con extraños,incluso con personas que podían hablar sin moverlas manos, como Elena y yo. Le consideraban un ge-nio y le trataban con mucho respeto. Era el jefe deaquel clan sin lenguaje. Preguntó, dirigiéndose atodo el grupo, cuántas personas como ellos había enel pueblo. Lo preguntó describiendo a todas las per-sonas que recordaba, ellos incluidos, hasta que al-guien le entendió y añadió uno o dos. Calcularonunas nueve personas, que vivían en el mismo puebloo cerca.

Se habían conocido a distintas edades y, debido ala pobreza y a la constante necesidad de trabajar o debuscar trabajo, no podían verse con regularidad nicon frecuencia. Hasta Ildefonso y su hermano habí-an estado separados, primero por la diferencia deedad, unos siete años, y luego por los diversos traba-jos de Ildefonso. Así que nunca habían tenido oca-sión de desarrrollar un sistema de comunicacióngestual hasta el grado que lo hacen algunos niños yhermanos sordos. Pero procuraban compensar la fal-ta de vocabulario normal y de estructura con una in-mensa variedad de expresiones faciales y técnicas deinterpretación. Su repertorio de historias mímicasparccía interminable.

El más joven ocupó su turno en el escenario y em-pezó a describir su experiencia de un viaje en avión.Todos siguieron su historia del viaje con gran inte-rés. Dado que hasta conseguir alimentarse regular-mente es un problema para el grupo, un viaje enavión es realmente una aventura insólita. El joven,con los brazos extendidos, se convirtió primero en elavión despegando, con vibraciones bruscas y golpe-teantes. Luego indicó con la mano al avión empe-queñeciéndose y perdiéndose en el cielo. Después se

sentó cómodamente en un asiento. como pasajero.

viendo achicarse el mundo y sus habitantes hasta eltamaño de juguetes. Acto seguido levantó la vista yvio a una mujer de pie a su lado esperando para ser-virle. Disfrutaba de los lujos de un rey; el mundo asus pies y servicio al lado. Pese a las muchas repe-ticiones y detalles que añadió a la historia, no perdióa su fascinado público ni un instante. Me di cuentade que lo aplaudirían por contar aquella historia ex-traordinaria durante muchos años.

El hombre mayor explicó luego que su esposasólo daba a luz niñas. El rezaba y rezabapidiendo unchico, pero el hijo siguiente volvía a ser una niña.Remedó a un individuo alicaído y triste que salía aconsolarse con sus compañeros de trago. Remedó laacción de beber sin parar hasta emborracharse. Alacabar la historia, se irguió, sonrió con picardía y serio. No necesitaba lenguaje para captar determinadasactitudes y conductas de su cultura, desde el acto dearrodillarse con las manos unidas y suplicar hasta elde ahogar las penas en un bar.

Alguien describió un viaje a las montañas a ver lanieve fría y blanca, una sustancia inconcebible paraun mexicano sureño. Otro, dirigiéndose concreta-mente a mí, describió la vez que Elena había tomadoempanada de maíz sazonada con sus pimientos pi-cantes preferidos. Había tenido que beber dos litrosde agua. Todos rieron complacidísimos al recordar-lo. Las historias se sucedían sin parar, sobre sus di-versos trabajos, sobre un asesinato que habían pre-senciado, sobre sus parientes más divertidos ysiempre surgía otro incidente fronterizo más.

Me asombraba aquella capacidad para comuni-carse sin lenguaje. Contar historias de sus existen-ci¿rs similares y recordarse unos a otros experienciascompartidas no era un pasatiempo trivial. Sus repre-scntaciones les hacían humanos, les proporcionabancl único sentido comunitario que podían experimen-t¿rr. Sus narraciones eran su principal entretenimiento

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y enseñanza. Igual que los antiguos griegos contabany recontaban la historia de la guerra de Troya paraconservar vivas su lengua y su historia, los amigosde Ildefonso repetían todas sus historias para crearsu historia y su identidad.

Para una tribu sin lenguaje, la repetición y la parti-cipación del público son aún más importantes de loque lo fueron para los griegos y de 1o que son para lascomunidades actuales que hablan en señas que inten-tan conservar su lenguaje. Aquel grupo no estabatransmitiendo 1o que había heredado; estaba creandoun lenguaje propio. Para entenderse unos a otros, de-ben recordar casi todos los detalles, especialmente lacronología, ya que solamente pueden actuar en presen-te. Cada frase o expresión individual es tan importantecomo la información que contiene, y la examinan aten-tamente el narrador y el público juntos. Aquellos oaxa-queños condenados al ostracismo, sin educación y sinestímulo, se encontraron y empezaron a crear sus his-torias colectivas e individuales, sin ningún pasado an-terior al inicio de su vida consciente. Eran una primerageneración, creaban su propia cultura y su propia len-gua, como tuvieron que hacer nuestros antepasadosprehistóricos. Su repertorio de historias cubría déca-das, miles de kilómetros, incluía un enorme reparto depersonajes, y contenía las claves de su supervivencia.Yo estaba allí sentada, perpleja, contemplando la evo-lución del lenguaje.

Mi respeto sobrecogido aumentaba con cada nue-va historia, a medida que captaba el tremendo deta-lle contenido en una expresión, el giro de tres dedoso un cambio de posición perfectamente cronometra-do. Cada hombre ocupó su turno en el escenario (elcentro de la habitación) y representó acontecimien-tos de su vida: una corrida de toros en Ciudad deMéxico, una sequía trágica que había arruinado lagranja familiar, las repetidas detenciones a manosde la patrulla de la frontera. Podría haberme pasado

la noche entera contemplado sus conversaciones es-cenificadas.

Ildefonso estaba orgulloso de sus amigos sin len-guaje y complacidísimo de ver mi evidente asombro.Estaba a mi lado, y observaba las actuaciones y meobservaba a mí y mis expresiones alternativamente.Cada poco, me daba con el codo y me preguntaba:

-¿Entiendes? ¿Puedes entender los gestos?Miraba a su hermano y a sus amigos, veía dónde

había estado é1, y luego volvía a mirarme. Su actitudera seria y práctica. El era el maestro de ceremonias,marcaba el ritmo, hacía que prosiguiera el espectácu-lo. Sus ojos saltaban de un lado a otro, de mis ojos alos narradores, valorando mi reacción y la actuaciónde ellos.

-¿Ves? ¿Ves? ¿Has visto eso? ¡Mira!Guiaba continuamente mi vista para asegurarse

de que no me perdía ningún gesto. Tenía que contes-tar todas aquellas preguntas sin respuesta que yo ha-bía formulado años atrás. Quería que yo supieraquién había sido é1, cómo había vivido, y s} únicaexperiencia de vida tribal, de comunidad. El sabíaquién era ahora y sabía que no se podría apreciar loque había aprendido sin saber db dónde había parti-do, dónde había empezado.

-¡Mira! ¡Mira! ¿Ves? ¿Lo ves? Es tan distinto, tandistinto, completamente distinto- me decía una yottavez en señas. Miraba a sus amigos, que le mira-ban a su vez desde el otro lado del misterioso abismoque había conseguido saltar. Estaba con los brazosalzados en la seña de "distinto". Apuntaba con unamano mi cabeza, el mundo del lenguaje: con la otra,la habitación, a sus amigos. Ildefonso, el director, sealzaba entre la cacofonía de la puesta a punto de losinstrumentos y el comienzo de la música. Sus dosmanos seguían en su seña, un eco visual, un susurrode asombro: -distinto.

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EPILOGO

Ildefonso no está solo. Si bien son pocos los niñossalvajes o maltratados que se han encontrado, haycientos de adultos sordos sin lenguaje, la mayoría delos cuales reciben muy poca atención o ninguna. Heaquí las historias de otras personas que pasaron delmundo sin nombres al mundo del lenguaje, y los lú-cidos comentarios de algunos de sus maestros.

Mientras en las bibliotecas de Estados Unidos nopuede encontrarse información sobre adultos sordossin lenguaje, el Cuerpo de la Paz envió a un hombrea buscarlos a ultramar. Don Breidenthal, uno de losprofesores que conocí en Los Ángeles, fue a Filipi-nas con la misión de localizar e instruir a personassordas incultas que permanecían aisladas en distintasislas. Encontró personas sin lenguaje y sin ningúnsistema gestual ni la menor esperanza de aprender.De sus quince alumnos de más de dieciocho añosaprendieron el lenguaje todos menos un cortador decocos que creía que la gente le compraba los cocosporque era diferente. No quería cambiar; hacerlo po-dría perjudicar su negocio.

-El aprendizaje del lenguaje o de cualquier otracosa ha de atenerse a las necesidades y deseos huma-nos y a los objetivos de los estudiantes- me dijo Doncn señas. -La gente aprende 1o que necesita aprender.

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El requisito más importante para el éxito, conclu-yó Don, es conseguir que los estudiantes cobren con-ciencia de que pueden aprender el lenguaje.

Necesitan intimidad. intimidad física. con contactovisual, y ocasiones en las que puedan emplear ellen-guaje. En la escuela de Los Angeles, durante el al-muerzo y los recreos, me sentaba con ellos flosalumnos] envez de irme a la sala de profesores. En-tonces éramos como una familia, empleábamos unlenguaje no limitado a los papeles de estudiante y alentorno del aula. Podía decirles, "soy sordo, igualque vosotros". Confiaban en mí y veían a un igualempleando el lenguaje. Los estudiantes adelantancuando los profesores se relacionan con ellos fuerade las aulas.

Unavez llamaron a un estudiante al despacho deldirector y le preguntaron:

-¿Por qué no aprendes [en el sentido de hacer] loque te manda la profesora?

-Porque la profesora me odia- contestó con pres-teza el estudiante.

-¿Cómo? ¿Por qué dices eso?

-¡Mírele la cara!Sabía bien 1o que decía. No veía lo que la profe-

sora decía con las manos. Veía sus expresiones durasy acusadoras. Para poder ver algún sentido en el len-guaje necesitan contacto e intimidad.

Posteriormente, todavía como miembro del Cuerpode la Paz, Don fue a Jamaica a trabajar con adultossordos analfabetos, a dar cursos de formación profe-sional y de técnicas de comunicación. En vez de losindividuos aislados que habían crecido en islas dis-tintas, se encontró con una comunidad que se comu-nicaba con fluidez en un lenguaje de señas propio.

Aunque casi todos habían asistido a la escuela desdela primera infancia hasta los dieciocho años, casininguno sabía leer, ni escribir ni aritmética elemen-tal. Jamaicababía heredado un internado para sordosfundado por los británicos, que creían en la enseñan-za oral estricta. El lenguaje gestual y de señas estabaprohibido, porque los profesores creían que las señasobstaculizaban el aprendizaje del habla y la lecturade los labios. Los alumnos que oían algo o los que sehabían quedado sordos a los pocos años, lograbanaprender. Pero los que eran sordos de nacimiento,salvo alguna afortunada excepción, seguían siendovirtualmente ignorantes y habían aprendido poco oningún lenguaje en la clase.

-¿Cómo crearon el lenguaje mientras que ningu-no de tus alumnos filipinos lo había hecho?- le pre-gunté.

-La mujer de la lavandería- me contestó. Por laescuela habían pasado generaciones de alumnos sor-dos y había algunos de cada generación que trabaja-ban como conserjes, cocineros y ayudantes. Los ni-ños aprendían señas y gramática de aquellos adultosque se comunicaban en señas y cada generación aña-día luego vocabulario y giros propios. El grupo queél encontró allí había aprendido de la mujer de la la-vandería, que les había hecho de profesora de señas,salvándoles de la falta del lenguaje.

Don reflexionó sobre sus experiencias en los Es-tados Unidos y en el extranjero y sobre sus dotes pe-dagógicas.

-Yo no sabía teorías- me dijo, -sencillamente em-pecé a enseñar y aprendí de los estudiantes. Tienesque saber lo que hay en sus cabezas.IJnavez, descri-bí el estómago y empecé a explicar anatomía. Los es-tudiantes se disgustaron y preguntaron "cuerpo, divi-dir, ¿por qué?" Sólo veían desmembramiento.

Su talento para intuir qué era lo más importantepara sus alumnos le sirvió cuando conoció después a

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una adolescente vietnamita sorda que había perdidoa casi toda la familia en un bote al escapar de su país.No sabía ningún lenguaje y todos los intentos de co-municación con ella fracasaron hasta que Don le pre-guntó, empleando para ello fotografías y mímica,por la experiencia del barco. Entonces le contestócon un detallado informe gesticulado. Partiendo deesta comunicación, pudo finalmente aprender su pri-mer lenguaje.

Jane Curtan era la profesora que conocí cuando bus-caba a Ildefonso, en un aula muy parecida a la claseen que lo había descubierto a é1. Además de a veintealumnos que sabían lenguaje de señas, enseñaba ados hombres sordos y ciegos y a cinco adultos sinlenguaje. Una ayudante de la profesora que llevabacinco años trabajando en el mismo centro de ense-franza de adultos me dijo que había visto de cinco a

diez alumnos sin lenguaje en cada curso. Aunqueesto se repetía año tras año, nadie había elaboradonunca un programa específico para ellos ni se habíacreado material pedagógico. Como los alumnos sinlenguaje se consideraban casos perdidos, solían de-jarse al cuidado de los ayudantes. Pero Jane habíadecidido enseñar a aquellos cinco ella misma.

Cuando le expliqué brevemente mi experienciacon Ildefonso y mis planes de escribir sobre é1, ex-clamó inmediatamente:

-Alguien tendrá que interesarse al fin. No haynada para esta gente.

El primer día de clase se asustó al descubrir a loscinco estudiantes sin lenguaje, pues no tenía la me-nor idea de cómo iba a poder arreglárselas con ungrupo así. Pero estaba mejor preparada de lo que ha-bía estado yo. Había estudiado sobre aprendizaje tar-dío del lenguaje en niños sordos y había enseñado a

niños mayores. Empezó a enseñar a sus cinco estu-

diantes sordos ateniéndose a lo que había aprendidosobre los niños y de los propios niños. Pero tuvo quecambiar inmediatamente de métodos y buscar otrosmateriales. Ninguno de sus recursos servía para lasmentes de los adultos, que tenía necesidades y pro-blemas completametne distintos.

Sin referencias ni programas pedagógicos que lesirvieran de guía, había empezado a enseñarles lasseñas elementales mientras observaba, atendía y es-peraba progresos. En los descansos, todos los estu-diantes menos aquellos cinco salían en fila a los di-versos vestíbulos e iban a la cafetería. Ellos solíanseguir a los otros estudiantes sólo hasta el primervestíbulo, donde se sentaban en un banco en fila in-dia y se quedaban mirando fijamente al frente hastaque se reanudaba la clase. Cuando Jane vio al princi-pio que ni siquiera se comunicaban con gestos, sepreguntó si podrían dar el salto al lenguaje. En clase,imitaban las señas que les enseñaba, pero nunca lasempleaban espontáneamente. No les veían ningúnsentido. "Silla", "mesa" y "papel" solamente eranrespuestas rutinarias cuando la profesora señalabalos objetos. Y no veían ningún sentido en los nom-bres. Jane no encontraba la forma de poder transmi-tir el significado de los símbolos que practicaban.

-Por fin, después de unas dos semanas- me dijo,-vi que Adam se sentaba junto a Katy y Lee junto aMaría. Les vi echarse miraditas a hurtadillas. Luegoempezaron a pasarse 'onotas" con dibujos. Creo quecmpezó Adam y que a Lee le pareció buena idea.Nunca miré qué eran los dibujos, porque lo considera-l-ra algo personal, pero me di cuenta que eran dibujos.

Poco después, empezaron a hacerse señas entrecllos. Pese a ser señas simples, representaban comu-nicación formal.

-Los descansos se convirtieron en auténticas ter-tulias, y tenía que obligarles a volver a la clase... Allrarecer, el amor puede ser una fuetza impulsora para

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que los adultos aprendan a comunicarse -observóJane.

-¿No fue emocionante abrirles el mundo despuésde tantos años?- le pregunté.

-No- contestó Jane, para mi gran sorpresa. -Tardéuna eternidad en conseguir que hicieran preguntas.

Le expliqué lo impaciente que se había mostradoIldefonso por saberlo todo y le pregunté por qué ha-bían sido tan pasivos sus alumnos.

-Experiencia- fue su respuesta inmediata. Losque habían estado protegidos y habían crecido enmedios seguros no hacían preguntas. Los que habíantenido que afrontar las frustraciones y problemas dela vida, como Ildefonso, hacían preguntas. El estu-diante de más edad y con más experiencia de la ca-lle, en cuanto empezó a aprender el primer lenguajea los cincuenta y cuatro años llevaba a clase regular-mente artículos periodísticos y pedía que se los tra-dujera y se los explicara. Su independencia y curio-sidad destacaban llamativamente en el grupo, por lodemás pasivo. Me acordé de la primera clase de geo-grafía de Ildefonso y su interés por el mundo, conse-cuencia directa de su constante necesidad de econ-trar trabajo y sus viajes.

Jane añadió que su alumno de más edad habíaaprendido los números y aritmética con una rapidezpasmosa, antes incluso de aprender el lenguaje. Lomismo que Ildefonso, había captado casi intuitiva-mente el sistema numérico y sólo había necesitadoun impulso. Alguien le dio un libro de aritmética yhabía deducido muchas operaciones sin poder leer niuna palabra de las explicaciones.

Conocí al estudiante de cincuenta y cuatro años,que me deletreó en seguida "C-a-s-a-d-a", señalán-dome luego con un interrogante en la cara. Alguienle había enseñado a deletrear dactilarmente esta pa-labra y le habría explicado que si la mujer le contes-taba que sí, la dejara en paz. Había ignorado durante

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muchas décadas su propio nombre, había ignorado elalfabeto, no había recibido ninguna enseñanza for-mal, pero deletreaba obedientemente aquella únicapalabra a todas las mujeres que conocía antes de pa-sar a ninguna otra interacción.

Jane había tenido también una alumna, una niñamayor sin lenguaje, que no era capaz de entenderninguna lección sobre el tiempo. La llevaban al in-ternado de niños sordos todos los domingos por latarde y la iban a buscar los viernes por la tarde. Llo-raba casi todos los días y era imposible convencerlade que volvería a ver a su madre incluso después desemanas de repetirse la misma pauta. Jane probó conella muchas de las explicaciones gestuales y gráficasque yo había probado con Ildefonso, sin conseguirhacerle entender la idea de horas, días y semanas. Alfinal, ella misma se había dado cuenta de que su ma-dre aparecía cuando ella se ponía la última ropa lim-pia que le quedaba en el armario. Empezó a contar elnúmero de mudas, lo relacionó con despertar y al fincomprendió la idea de día.

Dennis Galvan, hijo oyente de padres sordos cuyalengua materna es el ameslán, se interesó por la ad-quisición del lenguaje después de haber trabajadocon un filipino sordo de veinte años sin lenguaje.Esta experiencia estimuló el interés de Dennis, quedecidió matricularse en un curso de doctorado. Enprincipio había pensado hacer la tesis sobre la adqui-sición del lenguaje en la edad adulta y hacer un estu-dio sobre un grupo de adultos sordos sin lenguaje in-cluidos en un programa en San Francisco. Pero losfondos del programa se acabaron antes de que Den-nis pudiera empezar. La reserva de sujetos potencia-les se dispersó y no tenía a quién estudiar, así quehizo su tesis doctoral sobre la adquisición tardía dellenguaje en niños sordos.

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A Dennis le contrataron en principio no para en-señar lenguaje sino simplemente para informar a sualumno de cómo podía viajar en los autobuses y eltren locales, para ir a formación profesional. Por su-puesto Dennis intentó enseñarle los nombres, pero elestudiante no dio la menor muestra de captar la ideade que un nombre o seña fuera general y pudiera em-plearse con otra persona además de con Dennis.Aprendió un par de señas (un nombre para padre yuno para hielo) pero sólo los empleaba con uno o dosmiembros de la familia. Quizá supusiera que habíaque inventarse nombres nuevos con cada nuevo ami-go. Había sobrevivido observando y copiando, comoIldefonso. Sus habilidades espacio-visuales asom-braron a Dennis. Podía desmontar completamenteuna cerradura o una bicicleta, arreglarla y volverla amontar sin el menor problema. Había aprendido con-ductas sociales no orales y adaptaba sus reacciones yemociones a las reacciones que veía en los demás.Un día, por ejemplo, el tren se paró y permaneció enla estación mucho más tiempo del normal. Él se pusomuy nervioso. Dennis no podía explicarle por qué sehabía parado el tren y no podía decirle que no habíaproblema; así que se limitó a cabecear, se relajó, seretrepó cómodamente en el asiento, y, según sus pro-pias palabras, "simuló calma". Su alumno compren-dió que no pasaba nada y se tranquilizó.

El filipino ignoraba, también como Ildefonso, 1o

que eran la sordera y la audición y no sabía lo que lepasaba a é1. Le extrañaba que la gente le tratara deforma distinta. Había querido, concretamente, saberpor qué lo mandaban ala cocina con las mujeres ylos niños ppqueños enyez de dejarlo sentarse con loshombres. El se identificaba con los hombres y queríaestar con ellos; no entendía por qué no le pedían quelo hiciera. Lo mismo que Mary Ann, la de la clase deIldefonso, había remedado los actos de conversaciónvisual que no significaban absolutamente nada para

é1, lo cual era un indicio más de su deseo de que leaceptaran.

Dennis le había enseñado los números para quepudiera leer los horarios del tren y del autobús. Ha-bían empezado por contar, primero en señas, luegocon rayas, luego con números escritos. El alumnomanifestó un gran interés por el dinero y por las car-tas, convirtiéndose uno y otras en los dos medios deenseñanza más eficaces. Se pasaron horas y días ju-gando a la Guerra, juego de cartas en el que hay quecontar para saber quién ha ganado. El muchachoaprendió a contar números sencillos bastante bien,pero cuando jugaban al rummy nunca entendía lasseries. Sólo podía entender los tríos.

Lo más difícil, como siempre, habían sido los ho-rarios y el tiempo. Para el estudiante sólo existía elpresente. No podía entender el reloj y las horas co-rrespondientes. Dennis intentó enseñarle el transcur-so del tiempo indicándole el paso regular de los tre-nes. Se sentaba con él en la estacióny veíanpasar untren tras otro. Dennis le indicaba el 3 y el 10 del ho-rario y el 3 y el 10 del reloj cuando llegaba el tren."A la hora", le decía gestualmente. Le mostraba lasiguiente serie de números del horario, luego el reloj,y esperaba, contando los minutos. "Tarde", le decíaen señas, o "pronto", o "a la hora", un tren tras otro.Muchos trenes después, el estudiante pudo decir yasi los trenes llegaban puntuales o no. Me pregunto sino pensaría que los relojes formaban parte de los sis-temas de transporte.

Aunque el estudiante filipino de Dennis aprendióalgunas señas y qurzá comprendiera posteriormenteque podía emplearlas con otros que hablasen en se-ñas, nunca captó la idea de lenguaje, de un sistema.La seña "bicicleta" representaba algo y todo sobrelas bicicletas. No establecía distinciones entre verbosy nombres, ni entre plural y singular. Utilizaba unaseña para tren, para todos los trenes y para todo lo

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relacionado con un tren, con una única excepción:tenía una seña distinta pana la estación central.

Como Dennis poseía excelentes dotes y técnicasde comunicación visual y gestual, su alumno le plan-teó las dudas que llevaba muchos años planteándose.Casi todas estaban relacionadas con los comporta-mientos sociales que veía sin entenderlos. Casi todaseran sobre sexualidad, mujeres y relaciones que eranmisterios para é1. Jane Curtan me había mencionadotambién lo ignorantes que eran en temas sexuales susalumnos sordos, incluidos algunos que hablaban enseñas, y lo mucho que les desconcertaba la sexuali-dad. Como casi todo el material de trabajo que en-contró Jane era para niños, no tenía nada que la ayu-dara a explicar temas de adultos como las relacionessexuales, la paternidad y la maternidad, el racismo yla política.

Dennis conoció posteriormente a otro adulto sor-do sin lenguaje en una renunión de sordos. Aunqueel lenguaje de señas recién aprendido del individuoera inconexo, carecía de inflexiones, y se interrum-pía con esporádicos lapsos de mímica, se comunica-ba adecuadamente. La comunidad sorda local 1o ha-bía descubierto y lo había acogido en el redil.

-Le enseñamos señas y ahora tiene coche y traba-jo- le habían dicho orgullosos a Dennis.

Cuando Ildefonso me explicó cómo había suplicadoa sus padres que le enseñaran, recordé a Jean Mas-sieu, un hombre sordo nacido en Francia a finalesdel siglo xvIII. É1 también había deseado aprendercon todas sus fuerzas y había intentando convencer asus padres de que lo mandaran a la escuela. Pero, alcontrario que Ildefonso, a é1 le habían enseñado mu-chos años, desde una edad relativamente temprana.Había aprendido francés y el lenguaje de señas fran-cés, convirtiéndose en el primer maestro sordo. En-

señó al reverendo Thomas Gallaudet, un estadouni-dense que fue a Europa a aprender a educar a los sor-dos y que a su regreso fundó la primera escuela pú-blica para sordos de Estados Unidos. Su hijo menor,Edward Gallaudet, fundó una escuela para sordomu-dos en Washington, D.C., que sería posteriormentela Universidad Gallaudet, la única universidad parasordos del mundo.

En 1800, Massieu explicó a la Sociedad de Ob-servadores del Hombre su experiencia, que incluíauna historia, traducida al inglés por Harlan Lane en

When the Mind Hears que se parece mucho a la de

Ildefonso:

Antes de que se iniciara mi educación, cuando erapequeño, no sabía leer ni escribir. Deseaba leer y es-

cribir Muchas veces veía a los niños y a las niñas iraI colegio; quería ir con ellos, me daban muchísimaenvidia. Pedí a mi padre permiso para ir al colegio,con légrimas en los ojos. Cogí un libro y lo abrí, alrevés para demostrar mi ignorancia; me Io coloquébajo el brazo como si fuera a irme al colegio, peromi padre se negó a darme permiso, diciéndome en

señas Igestos y señcts exclusivos de la familia, queno formaban parte de ningún lengucle de señasl queyo nunca podría aprender nada, porque era sordo'mudo. Entonces, me eché a llorar [...] Me pwse losdedos en los oídr¡s, desesperado, y pedí con impa-ciencia a mi padre que me los destaponara. Me con-testó qwe no tenía remedio. Me sentí desolado.

Por suerte, la situación de Massieu llegó a conoci-miento del abate Sicard, uno de los fundadores de laInstituto Nacional de Sordos de París, y no solamen-te aprendió lenguaje sino que se 1o enseñó a muchosotros.

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Pueden encontrarse fuera de las bibliotecas muchosotros casos como éstos. UNICEF tiene un programaespecial para adolescentes sin estudios en el que fi-gura el aprendizaje del lenguaje por adolescentessordos. En París se enseña regularmente a adolescen-tes sordos africanos su primer lenguaje en eI Institutnational des jeunes sourds (Instituto Nacional de Jó-venes Sordos). Es de esperar que 1o mismo que se re-conoce y ayuda a este grupo, en el futuro se den mu-chos más casos tan exitosos como éste.

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