un hombre muerto a puntapies - pablo palacio

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  • Un hombre muerto a puntapis

    los ros profundosClsicos

  • Pablo P a l a c i o

    Un hombre muerto a puntapis

  • Casa de las Amricas, La Habana, Cuba, 1982

    Pablo Palacio

    Fundacin Editorial el perro y la rana, 2006

    Av. Panten, Foro Libertador, Edif. Archivo General

    de la Nacin, P.B. Caracas-Venezuela 1010

    telefs.: (58-0212) 5642469 - telefax: 5641411

    correo electrnico:

    mcu@ministerio de lacultura.gov.ve

    [email protected]

    Diseo de portada

    Carlos Zerpa

    Imagen de portada

    Hermetic philosopher and surveyor of two worlds.

    Robert Fludd. Boulder, 1979.

    isbn 980-396-247-7

    lf 40220068002806

  • La Coleccin Los Ros Profundos, haciendo

    homenaje a la emblemtica obra del peruano

    Jos Mara Arguedas, supone un viaje hacia

    lo mtico, se concentra en esa fuerza mgica

    que lleva al hombre a perpetuar sus historias

    y dejar huella de su imaginario, compartin-

    dolo con sus iguales. Detrs de toda narracin

    est un misterio que se nos revela y que per-

    mite ahondar en la bsqueda de arquetipos

    que definen nuestra naturaleza. Esta coleccin

    abre su espacio a los grandes representantes

    de la palabra latinoamericana y universal,

    al canto que nos resume. Cada cultura es un

    ro navegable a travs de la memoria, sus

    aguas arrastran las voces que suenan como

    piedras ancestrales, y vienen contando cosas,

    susurrando hechos que el olvido jams podr

    tocar. Esta coleccin se bifurca en dos cauces:

    la serie Clsicos concentra las obras que al

    pasar del tiempo se han mantenido como

    conos claros de la narrativa universal, y

    Contemporneos rene las propuestas ms

    frescas, textos de escritores que apuntan hacia

    visiones diferentes del mundo y que precisan

    los ltimos siglos desde ngulos diversos.

    e lpe r r o y l a r a n a

    F u n d a c i n E d i t o r i a l

  • Un hombre muerto a puntapis

    Cmo echar al canasto los palpitantes acontecimientos callejeros?

    Esclarecer la verdad es accin moralizadora.El comercio, de Quito

    Anoche, a las doce y media aproximadamente, el Celador de Polica N 451, que haca el servicio de esa zona, encontr, entre las calles Escobedo y Garca, a un individuo de apellido Ramrez casi en completo estado de postracin. El desgraciado sangraba abundantemente por la nariz, e interrogado que fue por el seor Celador dijo haber sido vctima de una agresin de parte de unos individuos a quienes no conoca, slo por haberles pedido un cigarrillo. El Celador invit al agredido a que le acompaara a la Comisara de turno con el objeto de que prestara las declaraciones necesarias para el esclarecimiento del hecho, a lo que Ramrez se neg rotundamente. Entonces, el primero, en cumplimiento de su deber, solicit ayuda de uno de los chaufferes de la estacin ms cercana de autos y condujo al herido a la Polica, donde, a pesar de las atenciones del mdico, doctor Ciro Benavides, falleci despus de pocas horas.

    Esta maana, el seor Comisario de la 6 ha practicado las diligencias convenientes; pero no ha logrado descubrirse nada acerca de los asesinos ni de la procedencia de Ramrez. Lo nico que pudo saberse, por un dato accidental, es que el difunto era vicioso.

    Procuraremos tener a nuestros lectores al corriente de cuanto se sepa a propsito de este misterio hecho.

  • 10

    s Un hombre muerto a puntapis

    coleccin los ros profundos

    No deca ms la crnica roja del Diario de la Tarde. Yo no s en qu estado de nimo me encontraba entonces.

    Lo cierto es que re a satisfaccin. Un hombre muerto a punta-pis! Era lo ms gracioso, lo ms hilarante de cuanto para m poda suceder.

    Esper hasta el otro da en que hoje anhelosamente el Diario, pero acerca de mi hombre no haba una sola lnea. Al siguiente tampoco. Creo que despus de diez das nadie se acor-daba de lo ocurrido entre Escobedo y Garca.

    Pero a m lleg a obsesionarme. Me persegua por todas partes la frase hilarante: Un hombre muerto a puntapis! Y todas las letras danzaban ante mis ojos tan alegremente que resolv al fin reconstruir la escena callejera o penetrar, por lo menos, en el misterio de por qu se mataba a un ciudadano de manera tan ridcula.

    Caramba, yo hubiera querido hacer un estudio experi-mental; pero he visto en los libros que tales estudios tratan slo de investigar el cmo de las cosas; y entre mi primera idea, que era sta, de reconstruccin, y la que averigua las razones que movieron a unos individuos a atacar a otro a puntapis, mas ori-ginal y beneficiosa para la especie humana me pareci la segunda. Bueno, el porqu de las cosas dicen que es algo incumbente a la filosofa, y en verdad nunca supe qu de filosfico iban a tener mis investigaciones, adems de que todo lo que lleva humos de aquella palabra me anonada. Con todo esto, entre miedoso y desalen-tado, encend mi pipa. Esto es esencial, muy esencial.

    La primera cuestin que surge ante los que se enlodan en estos trabajitos es la del mtodo. Esto lo saben al dedillo los estu-diantes de la Universidad, los de los Normales, los de los Cole-gios y en general todos los que van para personas de provecho. Hay dos mtodos: la deduccin y la induccin (Vase Aristteles y Bacon).

    El primero, la deduccin me pareci que no me interesara. Me han dicho que la deduccin es un modo de investigar que parte de lo ms conocido a lo menos conocido. Buen mtodo: lo con-fieso. Pero yo saba muy poco del asunto y haba que pasar la hoja.

  • 11

    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    La induccin es algo maravilloso. Parte de lo menos cono-cido a lo ms conocido (Cmo es? No lo recuerdo bien En fin, quin es el que sabe de estas cosas?). Si he dicho bien, ste es el mtodo por excelencia. Cuando se sabe poco, hay que inducir. Induzca, joven.

    Ya resuelto, encendida la pipa y con la formidable arma de la induccin en la mano, me qued irresoluto sin saber qu hacer.

    Bueno, y cmo aplico este mtodo maravilloso? me pregunt.

    Lo que tiene no haber estudiado a fondo la lgica! Me iba a quedar ignorante en el famoso asunto de las calles Escobedo y Garca slo por la maldita ociosidad de los primeros aos.

    Desalentado, tom el Diario de la Tarde, de fecha 13 de enero no haba apartado nunca de mi mesa el aciago Diario y dando vigorosos chupetones a mi encendida y bien culotada pipa, volv a leer la crnica roja arriba copiada. Hube de fruncir el ceo como todo hombre de estudio una honda lnea en el entrecejo es seal inequvoca de atencin!

    Leyendo, leyendo, hubo un momento en que me qued casi deslumbrado.

    Especialmente en el penltimo prrafo, aquello de Esta maana, el seor Comisario de la 6 fue lo que ms me mara-vill. La frase ltima hizo brillar mis ojos: Lo nico que pudo saberse, por un dato accidental, es que el difunto era vicioso. Y yo, por una fuerza secreta de intuicin que usted no puede comprender, le as: ERA VICIOSO, con letras prodigiosamente grandes.

    Creo que fue una revelacin Astartea. El nico punto que me import desde entonces fue comprobar qu clase de vicio tena el difunto Ramrez. Intuitivamente haba descubierto que era No, no lo digo para no enemistar su memoria con las seoras

    Y lo que saba intuitivamente era preciso lo verificara con razonamientos, y si era posible, con pruebas.

    Para esto, me dirig donde el seor Comisario de la 6 quien poda darme los datos reveladores. La autoridad policial no

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    s Un hombre muerto a puntapis

    coleccin los ros profundos

    haba logrado aclarar nada. Casi no acierta a comprender lo que yo quera. Despus de largas explicaciones me dijo, rascndose la frente:

    Ah!, s El asunto ese de un tal Ramrez Mire que ya nos habamos desalentado Estaba tan oscura la cosa! Pero, tome asiento; por qu no se sienta seor Como usted tal vez sepa ya, lo trajeron a eso de la una y despus de unas dos horas falleci el pobre. Se le hizo tomar dos fotografas, por un caso algn deudo Es usted pariente del seor Ramrez? Le doy el psame mi ms sincero

    No, seor dije yo indignado, ni siquiera lo he conocido. Soy un hombre que se interesa por la justicia y nada ms

    Y me sonre por lo bajo. Qu frase tan intencionada! Ah? Soy un hombre que se interesa por la justicia Cmo se ator-mentara el seor Comisario! Para no cohibirle ms, apresureme:

    Ha dicho usted que tena dos fotografas. Si pudiera verlas

    El digno funcionario tir de un cajn de su escritorio y revolvi algunos papeles. Luego abri otro, y revolvi otros papeles.

    En un tercero, ya muy acalorado, encontr al fin.Y se port muy culto:Usted se interesa por el asunto. Llveselas no ms caba-

    llero Eso s, con cargo de devolucin me dijo, moviendo de arriba a abajo la cabeza al pronunciar las ltimas palabras y ensendome gozosamente sus dientes amarillos.

    Agradec infinitamente, guardndome las fotografas.Y dgame usted, seor Comisario, No podra recordar

    alguna sea particular del difunto, algn dato que pudiera revelar algo?

    Una sea particular un dato No, no. Pues, era un hombre completamente vulgar. As ms o menos de mi estatura el Comisario era un poco alto; grueso y de carnes flojas. Pero una sea particular no al menos que yo recuerde

    Como el seor Comisario no saba decirme ms, sal, agra-decindole de nuevo.

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    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    Me dirig presuroso a mi casa; me encerr en el estudio; encend mi pipa y saqu las fotografas, que con aquel dato del peridico eran preciosos documentos.

    Estaba seguro de no poder conseguir otros y mi resolucin fue trabajar con lo que la fortuna haba puesto a mi alcance.

    Lo primero es estudiar al hombre, me dije. Y puse manos a la obra.

    Mir y remir las fotografas, una por una, haciendo de ellas un estudio completo. Las acercaba a mis ojos; las separaba, alargando la mano; procuraba descubrir sus misterios.

    Hasta que al fin, tanto tenerlas ante m, llegu a aprenderme de memoria el ms escondido rasgo.

    Esa protuberancia fuera de la frente; esa larga y extraa nariz que se parece tanto a un tapn de cristal que cubre la poma de agua de mi fonda!, esos bigotes largos y cados, esa barbilla en punta; ese cabello lacio y alborotado.

    Cog un papel, trac las lneas que componen la cara del difunto Ramrez. Luego, cuando el dibujo estuvo concluido, not que faltaba algo; que lo que tena ante mis ojos no era l; que se me haba ido un detalle complementario e indispensable Ya! Tom de nuevo la pluma y complet el busto, un magnfico busto que de ser de yeso figurara sin desentono en alguna Academia. Busto cuyo pecho tiene algo de mujer.

    Despus despus me ensa contra l. Le puse una aureola! Aureola que se pega al crneo con un clavito, as como en las iglesias se las pegan a las efigies de los santos.

    Magnfica figura haca el difunto Ramrez!Mas, a qu viene esto? Yo trataba trataba de saber por

    qu lo mataron; si, por qu lo mataronEntonces confeccion las siguientes lgicas conclusiones.El difunto Ramrez se llamaba Octavio Ramrez (un indi-

    viduo con la nariz del difunto no puede llamarse de otra manera);Octavio Ramrez tena cuarenta y dos aos;Octavio Ramrez andaba escaso de dinero;Octavio Ramrez iba mal vestido; y por ltimo, nuestro

    difunto era extranjero.

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    s Un hombre muerto a puntapis

    coleccin los ros profundos

    Con estos preciosos datos, quedaba reconstruida totalmente su personalidad.

    Slo faltaba, pues, aquello del motivo que para m iba teniendo cada vez ms caracteres de evidencia. La intuicin me lo revelaba todo. Lo nico que tena que hacer era, por un puntillo de honradez, descartar todas las dems posibilidades. Lo primero, lo declarado por l, la cuestin del cigarrillo, no se deba siquiera meditar. Es absolutamente absurdo que se vic-time de manera tan infame a un individuo por una futileza tal. Haba mentido, haba disfrazado la verdad; ms an, asesinado la verdad, y lo haba dicho porque lo otro no quera, no poda decirlo.

    Estara beodo el difunto Ramrez? No, esto no puede ser, porque lo habran advertido enseguida en la Polica y el dato del peridico habra sido terminante, como para no tener dudas, o, si no const por descuido del reprter, el seor Comisario me lo habra revelado, sin vacilacin alguna.

    Qu otro vicio poda tener el infeliz victimado? Porque de ser vicioso, lo fue; esto nadie podr negrmelo. Lo prueba su empecinamiento en no querer declarar las razones de la agre-sin. Cualquier otra causa podra ser expuesta sin sonrojo. Por ejemplo, qu de vergonzoso tendran estas confesiones:

    Un individuo engao a mi hija; lo encontr esta noche en la calle; me cegu de ira; le trat de canalla, me le lanc al cuello, y l, ayudado pos sus amigos, me ha puesto en este estado o

    Mi mujer me traicion con un hombre a quien trat de matar, pero l, ms fuerte que yo, la emprendi a furiosos punta-pis contra m o

    Tuve unos los con una comadre y su marido, por ven-ganza, me atac cobardemente con sus amigos?

    Si algo de esto hubiera dicho a nadie extraara el suceso.Tambin era muy fcil declarar:Tuvimos una reyerta.Pero estoy perdiendo el tiempo, que estas hiptesis las tengo

    por insostenibles: en los dos primeros casos, hubieran dicho algo ya los deudos del desgraciado; en el tercero su confesin habra

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    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    sido inevitable, porque aquello resultaba demasiado honroso; en el cuarto, tambin lo habramos sabido ya, pues animado por la venganza habra delatado hasta los nombres de los agresores.

    Nada, que lo que a m se me haba metido por la honda lnea del entrecejo era lo evidente. Ya no caben ms razonamientos. En consecuencia, reuniendo todas las conclusiones hechas, he reconstruido, en resumen, la aventura trgica ocurrida entre Escobedo y Garca, en estos trminos:

    Octavio Ramrez, un individuo de nacionalidad descono-cida, de cuarenta y dos aos de edad y apariencia mediocre, habi-taba en un modesto hotel de arrabal hasta el da 12 de enero de este ao.

    Parece que el tal Ramrez viva de sus rentas, muy escasas por cierto, no permitindose gastos excesivos, ni aun extraordi-narios, especialmente con mujeres. Haba tenido desde pequeo una desviacin de sus instintos, que lo depravaron en lo sucesivo, hasta que, por un impulso fatal, hubo de terminar con el trgico fin que lamentamos.

    Para mayor claridad se hace constar que este individuo haba llegado slo unos das antes a la ciudad teatro del suceso.

    La noche del 12 de enero mientras coma en una oscura fon-ducha, sinti una ya conocida desazn que fue molestndolo ms y ms. A las ocho, cuando sala, le agitaban todos los tormentos del deseo. En una ciudad extraa para l, la dificultad de satisfa-cerlo, por el desconocimiento que de ella tena, le azuzaba pode-rosamente. Anduvo casi desesperado, durante dos horas, por las calles cntricas, fijando anhelosamente sus ojos brillantes sobre las espaldas de los hombres que encontraba; los segua de cerca, procurando aprovechar cualquier oportunidad, aunque receloso de sufrir un desaire.

    Hacia las once sinti una inmensa tortura. Le temblaba el cuerpo y senta en los ojos un vaco doloroso.

    Considerando intil el trotar por las calles concurridas, se desvi lentamente hacia los arrabales, siempre regresando a ver a los transentes, saludando con voz temblorosa, detenindose a trechos sin saber qu hacer, como los mendigos.

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    s Un hombre muerto a puntapis

    coleccin los ros profundos

    Al llegar a la calle Escobedo ya no poda ms. Le daban deseos de arrojarse sobre el primer hombre que pasara. Llori-quear, quejarse lastimeramente, hablarle de sus torturas

    Oy, a lo lejos, pasos acompasados: el corazn le palpit con violencia; arrimse al muro de una casa y esper. A los pocos instantes el recio cuerpo de un obrero llenaba casi la acera. Ramrez se haba puesto plido; con todo, cuando aqul estuvo cerca, extendi el brazo y le toc el codo. El obrero se regres bruscamente y lo mir. Ramrez intent una sonrisa melosa, de proxeneta hambrienta abandonada en el arroyo. El otro solt una carcajada y una palabra sucia; despus sigui andando lentamente, haciendo sonar fuerte sobre las piedras los tacos anchos de sus zapatos. Despus de una media hora apareci otro hombre. El desgraciado, todo tembloroso, se atrevi a dirigirle una galantera que contest el transente con un vigoroso empe-lln. Ramrez tuvo miedo y se alej rpidamente.

    Entonces, despus de andar dos cuadras, se encontr en la calle Garca. Desfalleciente, con la boca seca, mir a uno y otro lado. A poca distancia y con paso apresurado iba un muchacho de catorce aos. Lo sigui.

    Pst! Pst!El muchacho se detuvo.Hola rico Qu haces por aqu a estas horas?Me voy a mi casa Qu quiere?Nada, nada Pero no te vayas tan pronto, hermosoY lo cogi del brazo.El muchacho hizo un esfuerzo para separarse.Djeme! Ya le digo que me voy a mi casa.Y quiso correr. Pero Ramrez dio un salto y lo abraz.

    Entonces el galopn, asustado, llam gritando:Pap! Pap!Casi en el mismo instante, y a pocos metros de distancia,

    se abri bruscamente una claridad sobre la calle. Apareci un hombre de alta estatura. Era el obrero que haba pasado antes por Escobedo.

  • 17

    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    Al ver a Ramrez se arroj sobre l. Nuestro pobre hombre se qued mirndolo, con ojos tan grandes y fijos como platos, tembloroso y mudo.

    Qu quiere usted, so sucio?Y le asest un furioso puntapi en el estmago. Octavio

    Ramrez se desplom, con un largo hipo doloroso.Epaminondas, as debi llamarse el obrero, al ver en tierra

    a aquel pcaro, consider que era muy poco castigo un puntapi, y le propin dos ms, esplndidos y maravillosos en el gnero, sobre la larga nariz que le provocaba como una salchicha.

    Cmo debieron sonar esos maravillosos puntapis!Como el aplastarse de una naranja, arrojada vigorosamente

    sobre un muro, como el caer de un paraguas cuyas varillas chocan estremecindose; como el romperse de una nuez entre los dedos; o mejor como el encuentro de otra recia suela de zapato contra otra nariz!

    As:

    Chaf! con un gran espacio sabroso

    Chaf!

    Y despus: Cmo se encarnizara Epaminondas, agitado por el instinto de perversidad que hace que los asesinos acribillen sus vctimas a pualadas! Ese instinto que presiona algunos dedos inocentes cada vez ms, por puro juego, sobre los cuellos de los amigos hasta que quedan amoratados y con los ojos encendidos!

    Cmo batira la suela del zapato de Epaminondas sobre la nariz de Octavio Ramrez!

    Chaf! Chaf! vertiginosamente,Chaf!

    en tanto que mil lucecitas, como agujas cosan las tinieblas.

    {

    {

  • 1El antropfago

    All est, en la Penitenciara, asomado por entre las rejas su cabeza grande y oscilante, el antropfago.

    Todos lo conocen. Las gentes caen all como llovidas por ver el antropfago. Dicen que en estos tiempos es un fenmeno. Le tienen recelo. Van de tres en tres por lo menos, armados de cuchi-llas, y cuando divisan su cabeza grande se quedan temblando, estremecindose al sentir el imaginario mordisco que les hace poner carne de gallina. Despus le van teniendo confianza; los ms valientes han llegado hasta provocarle, introduciendo por un instante un dedo tembloroso por entre los hierros. As repetidas veces como se hace con las aves enjauladas que dan picotazos.

    Pero el antropfago se est quieto, mirando con sus ojos vacos.

    Algunos creen que se ha vuelto un perfecto idiota; que aquello fue slo un momento de locura.

    Pero no les oiga; tenga mucho cuidado frente al antrop-fago: estar esperando un momento oportuno para saltar contra un curioso y arrebatarle la nariz de una sola dentellada.

    Medite usted en la figura que hara si el antropfago se almorzaba su nariz.

    Ya lo veo con su aspecto de calavera!Ya lo veo con su miserable cara de Lzaro, de sifiltico o de

    canceroso! Con el unguis asomando por entre la mucosa amo-ratada! Con los pliegues de la boca hondos, cerrados como un ngulo!

    Va usted a dar un magnfico espectculo.

  • 20

    s El antropfago

    coleccin los ros profundos

    Vea que hasta los mismos carceleros, hombres siniestros, le tienen miedo.

    La comida se la arrojan desde lejos. El antropfago se inclina, husmea, escoge la carne que se

    la dan cruda, y la masca sabrosamente, lleno de placer, mien-tras la sanguaza le chorrea por los labios.

    Al principio le prescribieron dieta: legumbres y nada ms que legumbres; pero haba sido de ver la gresca armada. Los vigilantes creyeron que iba a romper los hierros y comrselos a toditos. Y se lo merecan los muy crueles! Ponrseles en la cabeza el martirizar de tal manera a un hombre habituado a servirse de viandas sabrosas! No, esto no le cabe a nadie. Carne haban de darle, sin remedio, y cruda.

    No ha comido usted alguna vez carne cruda? Por qu no ensaya?

    Pero no, que pudiera habituarse, y esto no estara bien. No estara bien porque los peridicos, cuando usted menos lo piense, le van a llamar fiera, y no teniendo nada de fiera, molesta.

    No comprenderan los pobres que el suyo sera un placer como cualquier otro; como comer la fruta en el mismo rbol, alar-gando los labios y mordiendo hasta que la miel corra por la barba.

    Pero qu cosas! No creis en la sinceridad de mis disquisi-ciones. No quiero que nadie se forme de m un mal concepto; de m, una persona tan inofensiva.

    Lo del antropfago s es cierto, inevitablemente cierto.El lunes ltimo estuvimos a verle los estudiantes de Crimi-

    nologa.Lo tienen encerrado en una jaula como de guardar fieras.Y qu cara de tipo! Bien me lo he dicho siempre: no hay

    como los pcaros para disfrazar lo que son.Los estudiantes reamos de buena gana y nos acercamos

    mucho para mirarlo. Creo que ni yo ni ellos lo olvidaremos. Est-bamos admirados, y cmo gozbamos al mismo tiempo de su aspecto casi infantil y del fracaso completo de las doctrinas de nuestro profesor!

    Vanlo, vanlo como parece un nio dijo uno.

  • 21

    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    S, un nio visto con una lente.Ha de tener las piernas llenas de roscas.Y debern ponerle talco en las axilas para evitar las escal-

    daduras.Y lo baarn con jabn de Reuter.Ha de vomitar blanco.Y ha de oler a senos.As se burlaban los infames de aquel pobre hombre que

    miraba vagamente y cuya gran cabeza oscilaba como una aguja imantada.

    Yo le tena compasin. A la verdad, la culpa no era de l. Qu culpa va a tener un antropfago! Menos si es hijo de un carnicero y una comadrona, como quien dice del escultor Sofro-nisco y de la partera Fenareta. Eso de ser antropfago es como ser fumador, o pederasta, o sabio.

    Pero los jueces le van a condenar irremediablemente, sin hacerse estas consideraciones. Van a castigar una inclinacin naturalsima: esto me rebela. Yo no quiero que se proceda de nin-guna manera en mengua de la justicia. Por esto quiero dejar aqu constancia, en unas pocas lneas, de mi adhesin al antropfago. Y creo que sostengo una causa justa. Me refiero a la irresponsa-bilidad que existe de parte de un ciudadano cualquiera, al dar satisfaccin a un deseo que desequilibra atormentadoramente su organismo.

    Hay que olvidar por completo toda palabra hiriente que yo haya escrito en contra de ese pobre irresponsable. Yo, arrepen-tido, le pido perdn.

    S, s, creo sinceramente que el antropfago est en lo justo; que no hay razn para que los jueces, representantes de la vin-dicta pblica

    Pero qu trance tan duro Bueno lo que voy a hacer es referir con sencillez lo ocurrido No quiero que ningn malin-tencionado diga despus que yo soy pariente de mi defendido, como ya me lo dijo un Comisario a propsito de aquel asunto de Octavio Ramrez.

    As sucedi la cosa, con antecedentes y todo:

  • 22

    s El antropfago

    coleccin los ros profundos

    En un pequeo pueblo del Sur, hace ms o menos treinta aos, contrajeron matrimonio dos conocidos habitantes de la localidad: Nicanor Tiberio, dado al oficio de matarife, y Dolores Orellana, comadrona y abacera.

    A los once meses justos de casados les naci un muchacho, Nico, el pequeo Nico, que despus se hizo grande y ha dado tanto que hacer.

    La seora de Tiberio tena razones indiscutibles para creer que el nio era oncemesino, cosa rara y de peligros. De peligros porque quien se nutre por tanto tiempo de sustancias humanas es lgico que sienta ms tarde la necesidad de ellas.

    Yo deseara que los lectores fijen bien su atencin en este detalle, que es a mi ver justificativo para Nicanor Tiberio y para m, que he tomado cartas en el asunto.

    Bien. La primera lucha que suscit el chico en el seno del matrimonio fue a los cinco aos, cuando ya vagabundeaba y comenz a tomrsele en serio. Era a propsito de la profesin. Una divergencia tan vulgar y usual entre los padres, que casi, al parecer, no vale la pena darle ningn valor. Sin embargo, para m lo tiene.

    Nicanor quera que el muchacho fuera carnicero, como l. Dolores opinaba que deba seguir una carrera honrosa, la Medi-cina. Deca que Nico era inteligente y que no haba que desperdi-ciarlo. Alegaba con lo de las aspiraciones las mujeres son espe-cialistas en lo de las aspiraciones.

    Discutieron el asunto tan acremente y tan largo que a los diez aos no lo resolvan todava. El uno: que carnicero ha de ser; la otra: que ha de llegar a mdico. A los diez aos Nico tena el mismo aspecto de un nio; aspecto que creo olvid de describir. Tena el pobre muchacho una carne tan suave que le daba ter-nura a su madre, carne de pan mojado con leche, como que haba pasado tanto tiempo curtindose en las entraas de Dolores.

    Pero pasa que el infeliz haba tomdole serias aficiones a la carne. Tan serias que ya no hubo qu discutir: era un excelente carnicero. Venda y despostaba que era de admirarlo.

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    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    Dolores, despechada, muri el 15 de mayo de 906 (ser tambin este un dato esencial?). Tiberio, Nicanor Tiberio, crey conveniente emborracharse seis das seguidos y el sptimo, que en rigor era de descanso, descans eternamente (Uf, esta va resul-tando tragedia de cepa).

    Tenemos, pues al pequeo Nico en absoluta libertad para vivir a su manera, slo a la edad de diez aos.

    Aqu hay un lago en la vida de nuestro hombre. Por ms que he hecho, no he podido recoger los datos suficientes para recons-truirla. Parece, sin embargo, que no sucedi en ella circunstancia alguna capaz de llamar la atencin de sus compatriotas.

    Una que otra aventurilla y nada ms.Lo que se sabe a punto fijo es que se cas, a los veinticinco,

    con una muchacha de regulares proporciones y medio simp-tica. Vivieron ms o menos bien. A los dos aos les naci un hijo, Nico, de nuevo Nico.

    De este nio se dice que creci tanto en saber y en virtudes, que a los tres aos, por esta poca, lea, escriba, y era un tipo correcto: uno de esos nios seriotes y plidos en cuyas caras apa-rece congelado el espanto.

    La seora de Nico Tiberio (del padre, no vaya a creerse que del nio) le haba echado ya el ojo a la abogaca, carrera magn-fica para el chiquitn. Y algunas veces haba intentado decrselo a su marido. Pero este no daba odos, refunfuando. Esas mujeres que andan siempre metidas en lo que no les importa!

    Bueno, esto no le interesa a usted, sigamos con la historia:La noche del 23 de marzo, Nico Tiberio, que vino a esta-

    blecerse en la capital tres aos atrs con la mujer y el pequeo dato que he olvidado de referir a su tiempo, se qued hasta bien tarde en un fign de San Roque, bebiendo y charlando.

    Estaba con Daniel Cruz y Juan Albn, personas bastante conocidas que prestaron, con oportunidad, sus declaraciones ante el Juez competente. Segn ellos, el tantas veces nombrado Nico Tiberio no dio manifestaciones extraordinarias que pudieran hacer luz en su decisin. Se habl de mujeres y de platos sabrosos.

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    s El antropfago

    coleccin los ros profundos

    Se jug un poco a los dados. Cerca de la una de la maana, cada cual tom por su lado.

    (Hasta aqu las declaraciones de los amigos del criminal. Despus viene su confesin, hecha impdicamente para el pblico).

    Al encontrarse solo, sin saber cmo ni por qu, un penetrante olor a carne fresca empez a obsesionarlo. El alcohol le calentaba el cuerpo y el recuerdo de la conversacin le produca abundante saliveo. A pesar de lo primero, estaba en sus cabales.

    Segn l, no lleg a precisar sus sensaciones. Sin embargo, aparece bien claro lo siguiente:

    Al principio le atac un irresistible deseo de mujer. Despus le dieron ganas de comer algo bien sazonado; pero, duro, cosa de dar trabajo a las mandbulas. Luego le agitaron temblores sdicos: pensaba en una rabiosa cpula, entre lamentos, sangre y heridas abiertas a cuchilladas.

    Se me figura que andara tambaleando, congestionado.A un tipo que encontr en el camino casi le asalta a pue-

    tazos, sin haber motivo.A su casa lleg furioso. Abri la puerta de una patada. Su

    pobre mujercita despert con sobresalto y se sent en la cama. Despus de encender la luz se qued mirndolo temblorosa, como presintiendo algo en sus ojos colorados y saltones.

    Extraada le pregunt:Pero qu te pasa, hombre?Y l, mucho ms borracho de lo que deba estar, grito:Nada animal; a ti qu te importa? A echarse!Mas, en vez de hacerlo, se levant del lecho y fue a pararse en

    medio de la pieza. Quin saba qu le iran a mentir a ese bruto?La seora de Nico Tiberio, Natalia, es morena y delgada.Salido del amplio escote de la camisa de dormir, le colgaba

    un seno duro y grande. Tiberio, abrazndola furiosamente, se lo mordi con fuerza. Natalia lanz un grito.

    Nico Tiberio, pasndose la lengua por los labios, advirti que nunca haba probado manjar tan sabroso.

    Pero no haber reparado nunca en eso! Qu estpido!

  • 25

    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    Tena que dejar a sus amigotes con la boca abierta!Estaba como loco, sin saber lo que pasaba y con un justifi-

    cable deseo de seguir mordiendo.Por fortuna suya oy los lamentos del chiquitn, de su hijo,

    que se frotaba los ojos con las manos.Se abalanz gozoso sobre l; lo levant en sus brazos, y,

    abriendo mucho la boca, empez a morderle la cara, arrancn-dole regulares trozos a cada dentellada riendo, bufando, entu-siasmndose cada vez ms.

    El nio se esquivaba y l se lo coma por el lado ms cer-cano, sin dignarse a escoger.

    Los cartlagos sonaban dulcemente entre los molares del padre. Se chupaba los dientes y lama los labios.

    El placer que debi sentir Nico Tiberio!Y como no hay en la vida cosa cabal, vinieron los vecinos a

    arrancarle de su abstrado entretenimiento. Le dieron de garro-tazos, con una crueldad sin lmites; le ataron, cuando le vieron tendido y sin conocimiento; le entregaron a la Polica

    Ahora se vengarn de l!Pero Tiberio (hijo), se qued sin nariz, sin orejas, sin una

    ceja, sin una mejilla.As, con su sangriento y descabado aspecto, pareca llevar

    en la cara todas las ulceraciones de un Hospital.Si yo creyera a los imbciles tendra que decir: Tiberio

    (padre) es como quien se come lo que crea.

  • 26

    coleccin los ros profundos

    Brujeras

    La primera:

    Andaba a caza de un filtro; de un filtro de amor; de uno de esos filtros que ponen en los libros ocultistas

    Para obtener los favores de una damaTmese una onza y media de azcar cande, pulvercese

    groseramente en un mortero nuevo haciendo esta operacin en viernes por la maana, diciendo a medida que machacaris: abraxas abracadabra. Mezclad este azcar con medio cuartillo de vino blanco bueno; guardar esta mezcla en una cueva oscura por espacio de 27 das; cada da tomad la botella que no ha de estar enteramente llena, y la menearis fuerte por espacio de 52 segundos diciendo abraxas. Por la noche haris lo mismo pero durante 53 segundos y tres veces diris abracadabra. Al cabo del 27 da!

    Pero este muchacho no estaba al tanto de los grandes secretos ocultistas y buscaba una bruja que le confeccionara la bebida maravillosa.

    Si yo lo s, lo evito a todo trance.Bastaba con facilitarle los ADMIRABLES SECRETOS

    DE ALBERTO EL GRANDE y el HEPTAMERON compuesto por el famoso mgico Cipriano e impreso en Venecia el ao 1792 por Francisco Succoni. Lo de los filtros es elementario en ciencias mgicas.

    Pero el atolondrado no pregunta; no consultaba con los entendidos; no avisa siquiera a nadie: va en busca de una bruja;

  • 27

    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    da con una, flaca y barriguda como una tripa inflada a la mitad; se lo cuenta todo, y la bruja se enamora de l.

    Ah bruja pcara! Dizque le deca, babosa y arrugada.Mi bonito, le vamos a dar una bebida que le caiga al pelo.Y le mandaba ir todos los das. Y le meta las manos entre

    los sobacos. Y le acercaba mucho a la cara su esplndida nariz; su esplndida nariz borbona, ancha, colorada, ganchuda, acatarrada.

    Yo no s cmo la bruja no hizo una barbaridad, como a darle a beber del filtro

    Para obtener los favores de un hombrey hubiramos tenido la aventura ms divertida. La aventura

    que ofrecera el contraste esttico por excelencia.Pero lo que ms habra gustado sera sin duda esa magn-

    fica elega de las bocas, para usar los trminos de los literatos finados. Figrenselo ustedes al muchacho enamorado de la vieja, besndole vorazmente la boca hedionda acorazada por dos caninos amarillos y extasindose ante sus ojos pitarrosos y encharcados.

    Oigan ustedes los quejidos amorosos de la estantigua, y las palabras dulces, y los reproches, y el crujido de los huesos; y vean las babas que le chorrean por las comisuras, y el desmayo de las pupilas bajo los prpados avejigados. Y vanlo a l! Sobre todo a l! l, que es el divino. Sonriendo, acaricindola el pecho, donde dos manchas como pasas figuran los senos.

    Oh, la magnfica historia que hemos perdido!La bruja se port avara y no quiso brindarnos, segn yo

    creo, con el magnfico espectculo de su dicha.O habr tenido algn motivo cabalstico que le impidiera

    hacer lo que queda dicho.No lo s bien. Pero el hecho es que ya sea por alguna rebelda

    del joven ya por la imposibilidad de la realizacin de sus deseos, resolvi vengarse de una manera original.

    Le dio dos filtros, uno para ella, para la rival de la bruja, y otro para l, el infortunado.

    Ambos deban ser bebidos al mismo tiempo.

  • 28

    s Brujeras

    coleccin los ros profundos

    Y acaeci que habiendo sido cumplidas justamente las indi-caciones, ella en el balcn de su casa y l en la esquina de la calle, empezaron a ser sentidos los efectos.

    La muchacha dio un salto del balcn abajo y se dirigi donde su dueo, quien sinti que unas extraas prolongaciones le brotaban por los poros del cuerpo.

    Completamente loco, ech a correr; la otra tambin corri. Era divertido, l adelante, ella atrs.

    Como esto suceda en un pueblo slo en los pueblos suceden estas cosas, pronto llegaron al campo, frente a la casa de la bruja.

    El desdichado no pudo dar un paso ms: vio que se le despe-dazaban los vestidos y una multitud de hojas frescas le salan del cuerpo. Se le erizaron las arterias inferiores y, taladrndole con furia los pies, desaparecieron en la tierra. Un abrazo se le hundi en el trax y le sali por la cuenca de un ojo, cargado de ramas. Se estir sobre una sola pierna, se abomb, cruji bajo el viento; ech races fuertes, dio un gran grito.

    Y la muchacha, como estpida, agrand los ojos y se qued mirando el rbol.

    El naranjo, este naranjo sentimental, bajo la luna quera llorar las noches como los remos al ser levantados sobre el agua: exquisita y romntica sentimentalidad.

    El naranjo, como todos los naranjos, quera ir a darse un paseo por el pueblo y estirar las piernas en alguna velada de seoras y limpiarse cmodamente la nariz con un amplio moquero de lino.

    La bruja abra todas las maanas una ventana y estornu-daba sobre el naranjo, entonces sus hojas se estremecan, se achi-caban como sensitivas. Para justificar el estremecimiento del naranjo, figrese usted que una vieja como esa le refresca la cara con su catarro.

    Una tarde hubo tempestad y cay un rayo sobre el naranjo. Al otro da, la bruja gozosa, fue a escarbar los escombros y sac unas entraas podridas.

  • 29

    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    Estas entraas, bien pulverizadas, disueltas en sangre de abubilla, sirven para repetir la operacin infinidad de veces.

    Aunque no es preciso que sean las mismas; pueden servir cualesquiera, siempre que sean arrancadas con las uas, en domingo y a la hora de Marte.

    Pero, para todo, es preciso que usted lea velozmente y en todos los sentidos posibles este arreglo cabalstico que consta en todos los libros mgicos:

    AAB

    ABRABRA

    ABRACABRACA

    ABRACADABRACADA

    ABRACADABABRACADABR

    ABRACADABRA

    La segunda:

    Es indiscutible la superioridad numrica, entre gente enten-dida en achaques ocultistas, de las hembras sobre los varones. La minuciosa estadstica de Marbarieli arroja el siguiente porcentaje:

    Brujas 87Brujos 13

    incluyndose en este ltimo tanto un 5% de nios que han resul-tado verdaderos prodigios. Algunos, especialmente en el gnero adivinatario, han sobresalido con mucho de sus mayores.

    Lo dicho con respecto a la cantidad es casi ms evidente cuando se trata de la calidad. Las acciones de las primeras son

  • 30

    s Brujeras

    coleccin los ros profundos

    notablemente superiores por la intencin, delicadeza y seguridad en los resultados.

    Aunque no quiere decirse con esto que los hombres carezcan de cualidades misteriosas, en veces, cuando ponen inters, son verdaderos artistas.

    Para comprobarlo le recordar a usted el caso ocurrido hace cinco aos, a propsito de una vulgar infidelidad con-yugal. Actu el famosos Bernab, victimado ltimamente por sus enemigos, para lo que fue necesario incendiar un bosque de una legua por lado, donde, por desgracia, tuvo que ocultarse sin haber tomado previa precauciones.

    El pobre Bernab! Un brujo largo de nariz chata, ojos viscosos y boca prominente; de cabello enmaraado y nuca forunculosa.

    A Bernab debiera erigrsele una estatua.Yo lo tengo por el maestro insuperable de los maridos bur-

    lados. Es acaso el nico que hasta ahora haya pretendido una verdadera revolucin en el sentido de transformar, por sus bases, la rutina establecida en los casos de venganza por traiciones de ndole amorosa.

    Cuando usted obtenga pruebas irrefutables o cometa el des-acierto de sorprender infraganti a su seora en una de sus aventuras, y creyendo obrar como un caballero saque su ridculo revlver y dispare 3 4 veces sobre la infiel, estese convencido de que su situa-cin ser completamente risible, desde todo punto de vista.

    Hoy ya no se mata al cnyuge adltero: la prctica de Ber-nab est enormemente generalizada.

    Parece que el inocentn entr de improvisto en su alcoba, a altas horas de la noche, de regreso de una misa negra. Su esposa no tuvo tiempo de ocultar al otro y fueron sorprendidos en cir-cunstancias visiblemente comprometedoras.

    Y como si tal, Bernab dio media vuelta.Algn marido burlado va a rerse de Bernab. Pero no tiene

    derecho Juro que no tiene derecho!Bernab busc en su gabinete 3 onzas justas de cera negra,

    aadiola parte igual de cabellos arrancados con sigilo a los traidores y empapados previamente en lgrimas de nio recin

  • 31

    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    nacido: molde en la mezcla dos figuras de perro y soplando en el aire polvo de higo seco, plumas verdes de papagayo y sal marina empez a dar solemnes vueltas en torno a la mesa, al mismo tiempo que evocaba los nombres augustos de Yayn, Sadedali, Sachiel y Thanir.

    A la doceava vuelta empez la cera a animarse y girar en el mismo sentido que Bernab.

    El de la traicin, que haba saltado por una ventana baja y corra con direccin a lugar seguro, bajo el poder del encanta-miento se detuvo sin saber por qu, y pensando que era ms agra-dable estar un momento con la del carnudo que desbocarse ato-londradamente por esas calles, volvi sobre sus pasos, escal de nuevo la ventana y empez a hacer morisquetas a la mujer riendo y bobeando. Ambos se hacan morisquetas.A gatas, como si fueran nios.

    A todo esto, Bernab daba vueltas en torno a la mesa. Cuando lleg a la vigsimo cuarta dijo, crispando las manos:

    Dahi! Dahi!y los de la alcoba saltaron dos veces sobre sus manos y sus pies, as en las posturas inocentes en que estaban.

    Bernab segua, con creciente velocidad. Las figuras de cera apresuraban tambin.

    En los de la alcoba: a cada uno una punzada en el coxis y vehemente deseo de mirarse el coxis, de lamerse el coxis. Una contorsin del cuello y el seguir vertiginoso de la cabeza a la curva del cuerpo, sobre manos y pies, en movimiento centrpeto, mientras los vestidos se esfumaban y una curiosa prolongacin, arqueada y mvil, los haca del coxis. Plegaban los labios, al cre-cimiento de los caninos, y olfateaban, remangando la nariz aplas-tada y negra. El cuero se les cubra de una tupida pelambre gris. Se les saltaban los ojos de las rbitas y daban resoplidos feroces.

    Al fin se empequeecieron, tomando figura de perros, y pararon jadeantes, con la lengua afuera, estremecida la piel.

    Bernab entr, les mir regocijado, les propin dos renco-rosos puntapis: bajaron las ancas y guardando la cola entre las piernas saltaron atropelladamente por la ventana. Y se fueron

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    s Brujeras

    coleccin los ros profundos

    a ladrar a la luna; a dar alaridos en las noches, mordindose las piernas; a atormentarse con la prostitucin obligada de los perros.

    Todos los perros vagabundos han sido gente adltera; todos los perros que lloran, mordidos por los perros domsticos, y que se pasan los das, tendidos, arrinconados, con las mandbulas entre las patas delanteras, comidos por el sol.

    Cuidado, que de repente le cogern a usted por una pierna y le sacudirn con furor hasta arrancarle pedazos.

    Yo tiemblo siempre que me roza uno de esos perros esmi-rriados, huesudos, que tienen prendido en una pupila un destello humano y trgico

    Eh?Pasen una luz!Tengo para m que se han introducido en casa los ladrones.

  • 33Las mujeres miran las estrellas

    Juan Gual, dado a la historia como una querida, ha sufrido que ella le arranque los pelos y le arae la cara.

    Los historiadores, los literatos, los futbolistas, psh!, todos son maniticos, y el manitico es hombre muerto. Van por una lnea, haciendo equilibrios como el que va sobre la cuerda, y se aprisionan al aire con el quitasol de la razn.

    Slo los locos exprimen hasta las glndulas de lo absurdo y estn en el plano ms alto de las categoras intelectuales.

    Los historiadores son ciegos que tactean; los literatos dicen que sienten; los futbolistas son policfalos, guiados por los cu-driceps, gemelos y soleus.

    El historiador Juan Gual. Del gran trapecio de la frente le cuelgan la pirmide de la nariz y el gesto triangular de la boca, comprendido en el cuadriltero de la barbilla.

    Mide 1 m, 63 cm y pesa 120 lb. Este es un dato ms inte-resante que el que podra dar un novelista: Mara Augusta, aban-donando el tibio bao, secose cuidadosamente con una amplia y suave toalla y colocose luego la fina camisa de batista, no sin antes haberse recreado, con la delectacin morbosa, en la con-templacin de sus redondas y voluptuosas formas.

    Juan Gual, sorbiendo el rap de los papeles viejos, descifra lentamente la plida escritura antigua.

    Sor. Capitn Gral.: Enterado de que los Abitantes del pequeo Pueblo de Gallayruc

    El Copista, despus de un momento contesta: de Gallayruc

  • 34

    s Las mujeres miran las estrellas

    coleccin los ros profundos

    estavan mal impresionados con especies que su rusti-cidad

    que su rusticidad.Bueno, y qu le importan al seor Gual los habitantes del

    pequeo pueblo de Gallayruc? Lo que a m el mismo seor Gual.El cuentista es otro manitico. Todos somos maniticos; los

    que no, son animales raros.Hay que salir y gozar del buen tiempo: gargarismos musi-

    cales de los canarios; sombras de las figuras geomtricas de Picasso que ensamblan en los cuerpos como una vida en otra vida; muchacha estilo Chagall que se escarba las narices con el ndice.

    Pero el hombre de estudio no ve estas cosas: o permanece escarbando en las narices del tiempo la porquera de una fecha o hilvanando la inutilidad de una imagen, o abusando inconsidera-damente de los sistemas inductivo y deductivo.

    Y el copista? Ah! El copista, un mozalbete barbilindo: 20 aos, 1 m, 80 cm y 140 lb. Le echaron a perder con el nombre de Temstocles. Ciertas mujeres del seor Wilde no le habran amado nunca.

    A ms de historiador el seor Gual prepara delicioso pes-cado frito. Este pecadillo epicuresta no es extrao. Conozco un ingeniero que guisa admirablemente arroz a la valenciana y un santo sacerdote especialista en el aderezo de legumbres.

    no poda desechar, y siendo casi todos los soldados.todos los soldados.De improviso la puerta deja entrar una ancha lanzada de luz.Las caras se alzan de los papeles.Quin es? Qu es?Temstocles se pone colorado.Entre, seora.El seor Gual endereza su pequeo cuerpo y va a besar en

    la frente a su mujer. Esta mujer, clavando una mirada oblicua en Temstocles, hace de su boca un parntesis.

    Tres datos: el historiador tiene 45 aos; la seora del histo-riador, 23, el historiador se porta un poquito flojo.

  • 35

    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    de los que desertaron, cuando me destin yo. destin yo.El seor Gual se recela de besar en la boca a su seora

    delante del Secretario.

    Los reconstituyentes no producen efecto. Tiene que estarse, el pobre, mansamente esperando horas de horas que la potencia sea mayor que la resistencia.

    Parece que la historia tiene ese defectillo como efecto.Vaya con el hombre! Si al menos fuera ms inocente para

    enviarle en busca de Los mariscos del seor ChabreTodo lo que es ms doloroso que mil poemas a la amada

    muerta y ms artstico que las primaveras que ha visto un hombre.

    Que ni se pueda contar con los mariscos!Seor! Seor!

    Las caras caen de vergenza.Un hijo del seor Gual es un absurdo.Entonces? Los dedos estirados sobre las mejillas o las

    manos bajo las barbillas, en una actitud algo as como Rodi-neana, para evitar que las caras se caigan de vergenza.

    Hay que esperar. La vida es una paralizacin de espera. Siempre estamos mirando, a la ventana, que pase el buen tiempo. Aguardamos que caigan las soluciones del tiempo mismo. Sen-tados en nuestras butacas, contemplamos el cinematgrafo de nuestros hechos. Miramos hacia arriba para encontrar la cla-raboya por donde hemos de salirnos, plidos y azorados, y ser espectadores del propio drama estupefaciente, si es posible, si la vida lo permite.

    Rosala y Temstocles esperan, atados al cordel del destino, con la cabeza gacha como bestias cansadas.

    El seor Gual salta escandalizado.Estaba el seor Gual esperando lo que siempre esperaba:

    que la potencia sea mayor que la resistencia, y pretendiendo

  • 36

    s Las mujeres miran las estrellas

    coleccin los ros profundos

    ayudar a la primera, buscaba la fuerza pasando su mano por la seda del vientre de ella.

    Y cuando sinti el resorte de la vida, el seor Gual levant la mano y el tronco; volvi a sentar la mano para constatar y volvi a levantarla.

    Rosala RosalaElla tambin ha levantado el tronco y se ha defendido con

    las manos.La rabia del seor Gual es la del que ve fructificar lo que

    es suyo y no posey. Tal vez sea igual a la de la madre cuyo hijo se hace soldado e, inversamente, a la de la mujer que pari un muerto.

    La rabia le conifica la cara y le hincha los ojos.Qu has hecho, perra?Ella siente el escupitajo y le clava la mirada como para par-

    tirlo.Y t qu has hecho?Que qu he hecho?S, qu has hecho?El seor Gual se traga la conificacin de la rabia: l no ha

    hecho nada y el pecado est en no hacer nada.El reproche le latiguea el rostro. No ha hecho nada y no

    debe decir nada.Siente la soledad sobre l. La soledad que nos da de pue-

    tazos hasta hacernos caer la cara sobre el pecho.Solo consigo mismo.Y la soledad trae la amargura, de cara estirada, rectangular,

    con un raro mechn de cabellos sobre la frente.Ella tiene razn; pero l tambin la tiene y la reprocha, con

    el eterno reproche, delgado como vrgula: Ah!, RosalaLa amargura cae tambin sobre ella, sacudindola de los

    hombros hasta hacerla llorar.El seor Gual ha tenido que ir a ver a su copista, traerlo por

    delante y hacerlo entrar en la casa tirndole de la oreja, como a los chicos.

  • 37

    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    Aunque Temstocles estaba encogido de vergenza, ha reaccionado como todo un hombre, endureciendo los msculos. Pero bajo la mirada del historiador ha vuelto a sus posiciones, teniendo miedo a la acusacin de los ojos.

    El seor Gual le ha hecho sentar en su silla de siempre. Le ha presentado el papel de copia. Se ha separado, cruzando las manos a la espalda. Ha arrugado el ceo al momento difcil.

    Gran silencio.Vaya, hombre, vaya. Esta maana ha llovido un poco y

    anoche he tenido jaqueca. Estaba algo apurado con eso de Jan y don Jos Ignacio de Checa, pero pude levantarme pronto. Ya me tienen un poco cansado estos papeles viejos.

    Silencio.En fin, caramba! Hay que decirlo francamente y para

    eso has venido!El seor Gual se traga algo tan voluminoso que parece una

    cuartilla de monlogo, y contina, ms difcilmente debido al atragantamiento.

    Eso de la muchacha ya pas. En fin, caramba!, qu vamos a hacer Slo los perros son fieles para con los hom-bres. Slo los perros: los perros.

    Silencio.Bueno, bueno. Vamos con lo del seor Checa. Est-

    bamos aqu.Le tiembla el hilillo de la voz:A fin de prevenir cualquier sorpresa que pudiera perjudicar

    a mi reputacinreputacin.

    Hasta hoy tienen dos hijos.

  • 38

    coleccin los ros profundos

    Luz lateral

    Se ha producido ya en m aquel elegante fenmeno de alar-gamiento de los prpados sobre los ojos como manos curvadas sobre naranjas y que caen con idntica nebulosidad dulce que el tiempo sobre los recuerdos.

    Este elegante fenmeno que, generalmente, corresponde a una poca, me ha asaltado bien pronto debido a ciertas circuns-tancias.

    No soy viejo: tengo treinta aos. Me veo como esos hombres que agotan sus msculos en una hora, frente a otros que trabajan ocho, con sabia y econmica calmosidad.

    Tambin se me han cado un poco las cejas y estoy bastante calvo.

    Se trata ah! Se trata de aquella muchacha, Amelia, que me traa claramente la imagen de la herona de un seor nove-lista, a quien sus padres (o ella misma?) le ordenaban (o se orde-naba?) conservar sus trenzas largas, ya porque le sentaran bien o por mantener su fresco aspecto infantil.

    Hombre! Y era bastante plida. Ahora la veo. Bajo cada ceja debi tener una media luna tinta azul, lo que le haca intere-santsima. Y como los labios tambin eran muy plidos, me ena-mor de ella. Creo que esta es una razn poderosa; las mujeres que tienen los labios colorados por fuerza nos ponen nerviosos; dan la idea de haberse comido media libra de carne de cerdo recin degollado.

    Bueno, pues. Como era una muchacha me estuve esperando que madurara y apenas la vi con las piernas un poco gruesas, me cas.

  • 39

    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    Hola, Mara!Caramba! Me acaban de decir que est servido el almuerzo

    y tengo que irme. No pierda usted su buen humor. Espere usted un momento. Yo me pongo nervioso cuando me dicen que est servido el almuerzo.

    Deca que me cas con Amelia. Bien: estoy seguro de haber vivido con ella durante un ao casi en la ms completa cordia-lidad, casi, porque haba un feroz motivo de entenebrecimiento de mi vida.

    Tena ella una manera petulante de decir, repetir, encajar a todas horas en su conversacin una palabreja que me pone hasta ahora los pelos de punta. Ese claro! que pareca arrojrmelo a la cara, con su risita cnica y que me congestionaba, me templaba las mandbulas.

    Si debamos salir a la calle y se pona malo el tiempo, ella vena a provocarme:

    Sabes que no podremos salir ahora porque claro! parece seguro que va a llover.

    Si salamos de compras y haba un sombrero que me gus-taba para ella, me tiraba de las orejas con su:

    Sabes que a m no me gusta porque claro! estos som-breros estn ya pasados de moda.

    Si iba alguna visita a casa, cuando se le meta alguna estu-pidez en la cabeza, me cortaba el buen humor, como gritndome:

    Sabes que yo no voy a poder salir porque claro!, me siento un poquito indispuesta.

    Pero qu es esa manera de hablar, seores?No parece que a uno estuvieran dicindole bruto o desa-

    findole a duelo? Ya les voy a meter a ustedes el claro! hasta por las narices para ver si no les hierve la sangre, porque Maldi-cin! Si en este momento me dijeran que el almuerzo est servido, me vuelvo loco y los despedazo.

    Este claro!, que al principio me picaba la lengua y me traa ganas de ahogrselo en la boca con un beso de esos que com-primen rabiosamente la mucosa hasta hacerla sangrar, ha sido la nica causa de mis desdichas.

  • 40

    s Luz lateral

    coleccin los ros profundos

    Si ella no hubiera tenido una estpida mana, seguira a su lado, prendido de las medias lunas de tinta azul que tiene bajo las cejas. Porque la amaba estrepitosamente y la amo todava, como se ama el retrato desteido de la madre desconocida o el cachorro roto Qu digo? Ah! Estoy romntico. He recordado la urna de cristal que guarda los pedazos del viejo cacharro, a quien amo con reverencia porque no puede decir: No! No pongo la palabra, escupo la palabra en la escupidera, que son peligrosas las bascas La pongo? No.

    El cacharro roto! Me gusta esta paletada de erres que qui-siera que me cubran hasta las narices para estar as, acurrucado, mirando Oh, el treponema! claro!

    Me lo dijo una noche que estaba entusiasmado bailando sobre una tabla de logaritmos.

    Antoito, sabes que deberamos acostarnos ya?, porqueclaro!, es tardecito y tengo mucho sueo.

    Y la prfida me abrazaba por las caderas. Estaba endemo-niado! Le pegu un puetazo en la cara y sal corriendo.

    No he vuelto ms porque en la primera esquina encontr a Paula, una canalla que fue mi amiga desde que yo era joven.

    La cog fuertemente por una mueca.Oye, t no sabes decir claro!Ella se esquiv, pues deb haberle hecho dao.Pero, qu te pasa, hombre?Ah!, s; no sabes decir.Y le acarici la barbilla.Me sonri, ensendome la falta de un incisivo, y me hizo

    sonar en la oreja, sugestivamente, su voz constipada.Vamos a que conozcas la casa donde vivo; no nos hemos

    visto ms de un ao.Nos fuimos. Y como en la casa me tentaba a besarla, lo hice,

    por lo que me qued con ella unos diez das.Al octavo tuve un sueo especialsimo que me llen de

    inquietudes. Por inherente disposicin creo en lo misterioso y no dudaba ni dudo de la veracidad de ciertos sueos que son para m profticos. En otro tiempo aquel sueo lo habra aceptado con

  • 41

    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    una especie de placer, que su realidad modificara totalmente mi vida, dndome un carcter en esencia nuevo, colocndome en un plano distinto al de los dems hombres; una como especie de superioridad entraada en el peligro que representara para los otros y que les obligara a mirarme se entiende de parte de los que lo supieran con un temblor curioso parecido a la atraccin de los abismos.

    Mientras iba a un mdico, me puse a meditar en la situacin que me colocara, de ser verdad, la innovacin extraa que pre-senta. En aquellas circunstancias, mi deseo no era el anterior-mente apuntado; le haba reemplazado un miedo estpido que me bata los sesos, hacindolos realizar revoluciones rpidas que insinuaban en mi espritu un caos apensante y confuso, que me calentaba la frente y me hinchaba las venas como una invitacin al almuerzo servido; mi amor a Amelia segua respetndola, a pesar de la enormidad de su pecado, y comprenda yo claramente que mi deseo de otro tiempo representaba en estas circunstan-cias una corriente elctrica, establecida entre nosotros, que me impedira llegar a ella a pesar de que el desinfectante del arrepen-timiento la lavara, presentndomela pura para nuestra posterior vida conyugal.

    Eh? Qu cosa? Socorro! Un hombre me rompe la cabeza con una maza de 53 kilos y despus me mete alfileres de 5 dec-metros en el corazn. All se ha escondido, debajo de la cama de Paulina, y me est enseando cuatro navajas de barba, abiertas, que se las pasa por el cuello para hacerme romper los dientes de miedo y paralizarse mis reflejos, temblndome las piernas como si fuera un viejo. Dnde estn los signos de Romberg y de Aquiles y dnde la luz que ha de contraer en una lnea la pupila? Mara! Ve a decir que no como. Por all va el treponema plido, a caballo, rompindome las arterias. Y el pobre cacharro roto que est en mi urna de cristal, traquetea como las cosas vivas y parece que est levantando un dedo ah?

    Veo a mis hijos, adivino a mis hijos ciegos o con los ojos abiertos todo blancos: a mis hijos mutilados o secos e inveros-miles como fsiles; a mis hijos disfrazados bajo las mascarillas

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    s Luz lateral

    coleccin los ros profundos

    de los eritemas; adivino la papilla que se mueve y que alza un dedo y que quiere abrazarme y besarme. Adivino la atetosis tr-gica que se ha de dirigir a mi cuello para arrancarme el cuerpo tiroides, y las piernas ganchudas y temblorosas de Amelia: ha de poner crculos de tinta gris bajo los pmulos salientes.

    En este pueblo me gusta la antigua iglesia que tiene mosaicos verdes en las cpulas achatadas porque da las espaldas al Norte (Qu sera de este pobre pueblo si le voltearan su iglesia?) Tam-bin me gusta porque al centro de la fachada de piedra hay una pequea virgen de piedra.

    Dentro abro la boca ante un cuadro de talla que tiene fina y plida cara; en la esquina inferior izquierda, esta leyenda, ms o menos:

    ESTATURA IFORMAITRAGE DE LA S

    MA VIRGEN SEGUN LO QUEESCRIBIO SAN

    ANSELMO ILO QUE PINTO SAN LUCAS

    y lo que me parece un poco descabellado, aunque de la capilla ancha superpuesta, le sale una hermosa mano afilada. El color del traje es idntico al de mi cacharro roto.

    Ah! Ya es de noche. El cielo est completamente negro; y como en l lucen diminutas cabezas de alfiler de las estrellas, tengo que salir al campo, muy lejos para que no me oigan, y gritar altsimo, aunque me rasgue la laringe, a la cncava soledad:

    Treponema plido! Treponema plido!

  • 43La doble y nica mujer

    (Ha sido preciso que me adapte a una serie de expresiones difciles que slo puedo emplear yo, en mi caso particular. Son necesarias para explicar mis actitudes intelectuales y mis confor-maciones naturales, que se presentan de manera extraordinaria, excepcionalmente, al revs de lo que sucede en la mayora de los animales que ren).

    Mi espalda, mi atrs, es, si nadie se opone, mi pecho de ella. Mi vientre est contrapuesto a mi vientre de ella. Tengo dos cabezas, cuatro brazos, cuatro senos, cuatro piernas, y me han dicho que mis columnas vertebrales, dos hasta la altura de los omplatos, se unen all para seguir robustecidas hasta la regin coxgea.

    Yo-primera soy menor que yo-segunda.(Aqu me permito, insistiendo en la aclaracin hecha previa-

    mente, pedir perdn por todas las incorrecciones que cometer. Incorrecciones que elevo a la consideracin de los gramticos con el objeto de que se sirvan modificar, para los posibles casos en que pueda repetirse el fenmeno, la muletilla de los pronombres personales, la conjugacin de los verbos, los adjetivos posesivos y demostrativos, etc., todo en su parte pertinente. Creo que no est dems, asimismo, hacer extensiva esta peticin a los moralistas, en el sentido de que se molesten alargando un poquito su moral y que me cubran y que me perdonen por el cmulo de inconve-niencias atadas naturalmente a ciertos procedimientos que traen consigo las posiciones caractersticas que ocupo entre los seres nicos).

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    s La doble y nica mujer

    coleccin los ros profundos

    Digo esto porque yo-segunda soy evidentemente ms dbil, de cara y cuerpo ms delgados, por ciertas manifestaciones que no declarar por delicadeza, inherentes al sexo, reveladoras de la afirmacin que acabo de hacer; y porque yo-primera voy para delante, arrastrando a mi atrs, hbil en seguirme, y que me coloca, aunque inversamente, en una situacin algo as como la de ciertas comunidades religiosas que se pasean por los corre-dores de sus conventos, despus de las comidas, en dos filas, y dndose siempre las caras siendo como soy, dos y una.

    Debo explicar el origen de esta direccin que me coloc en adelante a la cabeza de yo-ella: fue la nica divergencia entre mis opiniones que ahora, y slo ahora, creo que me autoriza para hablar de m como de nosotras, porque fue el momento aislado en que cada una, cuando estuvo apta para andar, quiso tomar por su lado. Ella advirtase bien: la que hoy es yo-segunda quera ir, por atavismo sin duda, como todos van, mirando hacia donde van; yo quera hacer lo mismo, ver a dnde iba, de lo que se suscit un enrgico perneo, que tena slidas bases puesto que estbamos en la posicin de los cuadrpedos, y hasta nos ayudbamos con los brazos de manera que, casi sentadas como estbamos, con aquellos al centro, ofrecimos un conjunto oct-podo, con dos voluntades y en equilibrio unos instantes debido a la tensin de fuerzas contrarias. Acab por vencerla, levantn-dome fuertemente y arrastrndola, producindose entre noso-tras, desde mi triunfo, una superioridad inequvoca de mi parte primera sobre mi segunda y formndose la unidad de que he hablado.

    Pero, no; es preciso sentar una modificacin en mis con-ceptos, que, ahora caigo en ello, se han desarrollado as por liviandad en el razonamiento. Indudablemente, la explicacin que he pensado dar a posteriores hechos, puede aplicarse tambin a lo referido; lo que aclarar perfectamente mi empecinamiento en designarme siempre de la manera en que vengo hacindolo: yo, y que desbaratar completamente la clasificacin de los tera-tlogos, que han nominado a casos semejantes como monstruos dobles, y que se empecinan, a su vez, en hablar de estos como

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    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    si en cada caso fueran dos seres distintos, en plural, ellos. Los teratlogos slo han atendido a la parte visible que origina una separacin orgnica, aunque en verdad los puntos de contacto son infinitos; y no slo de contacto, puesto que existen rganos indivisibles que sirven a la vez para la vida de la comunidad apa-rentemente establecida. Acaso la hiptesis de la doble persona-lidad, que me oblig antes a hablar de nosotras, tenga en este caso un valor parcial debido a que era ese el momento inicial en que iba a definirse el cuerpo directivo de esta vida visiblemente doble y complicada; pero en el fondo no lo tiene. Casi slo le doy un inters expresivo, de palabras, que establece un contraste comprensible para los espritus extraos, y que en vez de ir como prueba de que en un momento dado pudo existir en m un doble aspecto volitivo, viene directamente a comprobar que existe dentro de este cuerpo doble un solo motor intelectual que da por resultado una perfecta unicidad en sus actitudes intelectuales.

    En efecto: en el momento en que estaba apta para andar, y que fue precedido por los chispazos cerebrales andar, idea nacida en mis dos cabezas, simultneamente, aunque algo con-fusa por el desconocimiento prctico del hecho y que tenda slo a la imitacin de un fenmeno percibido en los dems, surgi en mi primer cerebro el mandato Ir adelante; Ir adelante se perfil claro tambin en mi segundo cerebro y las partes corres-pondientes de mi cuerpo obedecieron a la sugestin cerebral que tentaba un desprendimiento, una separacin de miembros. Este intento fue anulado por la superioridad fsica de yo-primera sobre yo-segunda y origin el aspecto analizado. He aqu la ver-dadera razn que apoya mi unicidad. Si los mandatos cerebrales hubieran sido: Ir adelante e Ir atrs, entonces s no existira duda alguna acerca de mi dualidad, de la diferencia absoluta entre los procesos formativos de la idea de movimiento; pero esa igualdad anotada me coloca en el justo trmino de aprecia-cin. Cuando a la particularidad de que hayan existido en m dos partes constitutivas que obedecieron a dos rganos indepen-dientes, no le doy sino el valor circunstancial que tiene, puesto que he desdeado ya el criterio superficial que, de acuerdo con

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    otros casos, me da una constitucin plural. Desde ese momento yo-primera, como superior, ordeno los actos, que son cumplidos sin rplica por yo-segunda. En el momento de una determina-cin o de un pensamiento, estos surgen a la vez en mis dos cere-bros; por ejemplo Voy a pasear, y yo-primera soy quien dirige el paseo y recojo con prioridad todas las sensaciones presen-tadas ante m, sensaciones que comunico inmediatamente a yo-segunda. Igual sucede con las sensaciones recibidas por esta otra parte de mi ser. De manera que, al revs de lo que considero que sucede con los dems hombres, siempre tengo yo una compren-sin, una recepcin doble de los objetos. Los veo, casi a la vez, por los lados cuando estoy en movimiento y con respecto a lo inmvil me es fcil darme cuenta perfecta de su inmovilidad con slo apresurar el paso de manera que yo-segunda contemple casi al mismo tiempo el objeto inmvil. Si se trata de un paisaje, lo miro, sin moverme, de uno y otro lado, obteniendo as la ms completa recepcin de l, en todos sus aspectos. Yo no s lo que sera de m de estar constituida como la mayora de los hom-bres; creo que me volvera loca, porque cuando cierro los ojos de yo-segunda o los de yo-primera, tengo la sensacin de que la parte del paisaje que no veo se mueve, salta, se viene contra m y espero que al abrir los ojos lo encontrar totalmente cambiado. Adems, la visin lateral me anonada: ser como ver la vida por un huequito.

    Ya he dicho que mis pensamientos generales y voliciones aparecen simultneamente en mis dos partes; cuando se trata de actos, de ejecucin de mandatos, mi cerebro segundo calla, deja de estar en actividad, esperando la determinacin del pri-mero, de manera que se encuentra en condiciones idnticas a las de la garrafa vaca que hemos de llenar de agua o al papel blanco donde hemos de escribir. Pero en ciertos casos, especialmente cuando se trata de recuerdos, mis cerebros ejercen funciones independientes, la mayor parte alternativas, y que siempre estn determinadas, para la intensidad de aquellos, por la prioridad en la recepcin de las imgenes. En ocasiones estoy meditando acerca de tal o cual punto y llega un momento en que me urge un

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    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    recuerdo, que seguramente, un rincn oscuro en nuestras evo-caciones es lo que ms martiriza nuestra vida intelectiva, y, sin haber evocado mi desequilibrio, slo por mi detenimiento vaci-lante en la asociacin de ideas que sigo, mi boca posterior con-testa en alta voz, iluminando la oscuridad repentina. Si se ha tra-tado de un sujeto borroso, por ejemplo, a quien he visto alguna vez, mi boca de ella contesta, ms o menos: Ah! el seor Miller, aquel alemn con quien me encontr en casa de los Snchez y que explicaba con entusiasmo el paralelogramo de las fuerzas apli-cado a los choques de vehculos.

    Lo que ha hecho afirmar a mis espectadores que existe en m la dualidad que he refutado, ha sido principalmente, la propiedad que tengo de poder mantener conversacin ya sea por uno u otro lado. Les ha engaado eso del lado. Si alguno se dirige a mi parte posterior, le contesto siempre con mi parte posterior, por educa-cin y comodidad; lo mismo sucede con la otra. Y mientras, la parte aparentemente pasiva trabaja igual que la activa, con el pen-samiento. Cuando se dirigen a la vez a mis dos lados, casi nunca hablo por estos a la vez tambin, aunque me es posible debido a mi doble recepcin; me cuido mucho de probables vacilaciones y no podra desarrollar dos pensamientos hondos, simultnea-mente. La posibilidad a que me refiero slo tiene que ver con los casos en que se trate de sensaciones y recuerdos, en los que expe-rimento una especie de separacin de m misma, comparable con la de aquellos hombres que pueden conversar y escribir a la vez cosas distintas. Todo esto no quiere decir, pues, que yo sea dos. Las emociones, las sensaciones, los esfuerzos intelectivos de yo-segunda son los de yo-primera; lo mismo inversamente. Hay entre-m primera vez que se ha escrito entre m un centro a donde afluyen y de donde refluyen todo el cmulo de fenmenos espirituales, o materiales desconocidos, o anmicos, o como se quiera.

    Verdaderamente, no s cmo explicar la existencia de este centro, su posicin en mi organismo, y en general, todo lo relacio-nado con mi psicologa o mi metafsica, aunque esta palabra creo

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    ha sido suprimida completamente, por ahora, del lenguaje filos-fico. Esta dificultad, que de seguro no ser allanada por nadie, s que me va a traer el calificativo de desequilibrada porque a pesar de la distancia domina todava la ingenua filosofa cartesiana, que pretende que para escuchar la verdad basta poner atencin a las ideas claras que cada uno tiene dentro de s, segn ms o menos lo explica cierto caballero francs; pero como me importa poco la opinin errada de los dems, tengo que decir lo que com-prendo y lo que no comprendo de m misma.

    Ahora es necesario que apresure un poco esta narracin, yendo a los hechos y dejando el especular para ms tarde.

    Unos pocos detalles acerca de mis padres, que fueron indi-viduos ricos y por consiguiente nobles, bastar para aclarar el misterio de mi origen: mi madre era muy dada a las lecturas per-niciosas y generalmente novelescas; parece ser que despus de mi concepcin, su marido y mi padre viaj por motivos de salud. En el nterin, un su amigo, mdico, entablo estrechas relaciones con mi madre, claro que de honrada amistad, y como la pobre-cilla estaba tan sola y aburrida, este su amigo tena que distraerla y la distraa con unos cuentos extraos que parece que impre-sionaron la maternidad de mi madre. A los cuentos adese el examen de unas cuantas estampas que el mdico la llevaba; de esas peligrosas estampas que dibujan algunos seores en estos ltimos tiempos, dislocadas, absurdas, y que mientras ellos creen que dan sensacin de movimiento, slo sirven para impresionar a las sencillas seoras que creen que existen en realidad mujeres como las dibujadas, con todo su desequilibrio de msculos, estra-bismo de ojos y ms locuras. No son raros los casos en que los hijos pagan estas inclinaciones de los padres: una seora amiga ma fue madre de un gato. Ventajosamente, procurar que mis relaciones no sean ledas por seoras que puedan estar en peligro de impresionarse y as estar segura de no ser nunca causa de una repeticin humana de mi caso. Pues, sucedi con mi madre que, en cierto modo ayudada por aquel seor mdico, lleg a creer tanto en la existencia de individuos extraos que poco a poco lleg a figurarse un fenmeno del que soy retrato, con el que se

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    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    entretena a veces, mirndolo, y se horrorizaba las ms. En esos momentos gritaba y se le ponan los pelos de punta. (Todo esto se lo he odo despus a ella misma en unos enormes interrogatorios que la hicieron el mdico, el comisario y el obispo, quien natu-ralmente necesitaba conocer los antecedentes del suceso para poder darle la absolucin). Nac ms o menos dentro del perodo normal, aunque no aseguro que fueran normales los sufrimientos por que tuvo que pasar mi pobre madre, no slo durante el trance sino despus, porque apenas me vieron, horrorizados, el mdico y el ayudante, se lo contaron a mi padre, y este, encolerizado, la insult y la peg, tal vez con la misma justicia, ms o menos, que la que asiste a algunos maridos que maltratan a sus mujeres porque le dieron una hija en vez de un varn como queran.

    Madre me tena una cierta compasin insultante para m, que era tan hija suya como poda haberlo sido una tipa igual a todas, de esas que nacen para hacer pucheritos con la boca, zapa-tear y coquetear. Padre, cuando me encontraba sola, me daba de puntapis y corra; yo era capaz de matarlo al ver que, a mis llantos, era de los primeros en ir a mi lado; acaricindome uno de los brazos, me preguntaba, con su voz hipcrita: Qu es lo que te ha pasado, hijita. Yo me callaba, no s bien por qu; pero una vez no pude ya soportarlo y le contest, queriendo latiguearle con mi rabia: T me pateaste en este momento y corriste, hipcrita. Pero como mi padre era un hombre serio y aparentaba delante de todos quererme, y le haban visto entrar sorprendido, y, por ltimo, mereca ms crdito que yo, todos me miraron, abriendo mucho la boca y se vieron despus las caras; un momento des-pus, al retirarse, o que mi padre dijo en voz baja: Tendremos que mandar a esta pobre nia al Hospicio; yo desconfo de que est bien de la cabeza; el doctor me ha manifestado tambin sus dudas. Caramba, caramba, qu desgracia. Al or esto, qued absorta.

    No me daba cuenta de lo que poda ser un Hospicio; pero por el sentido de la frase comprend que se trataba de algn lugar donde se recluira a los locos. La idea de separarme de mis padres no era para m nada dolorosa; la habra aceptado ms bien

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    con placer, ya que contaba con el odio del uno y la compasin de la otra, que tal vez no era lo menos. Pero como no conoca el Hospicio, no saba qu era lo preferible; este se me presentaba algunas veces como amenazador, cuando encontraba en mi casa alguna comodidad o algn cario entre los criados, que hacan que tomara ese ambiente como mo; pero en otras, ante la cara contrada de mi madre o una mirada envenenada de mi padre, deseaba ardientemente salir de aquella casa que me era tan hostil. Habra prevalecido en m este deseo de no haber sorpren-dido una tarde entre los criados una conversacin en la que se me compadeca, dicindome a cada momento pobrecita y en la que descubr adems algunos espantables procedimientos de los guardianes de aquella casa, agrandados, sin duda, extraordina-riamente, por la imaginacin encogida y servil de que hablaban. Los criados siempre estn listos a figurarse las cosas ms invero-smiles e imposibles. Decan que a todos los locos les azotaban, les baaban con agua helada, les colgaban de los dedos de los pies, por tres das, en el vaco; lo que acab por sobrecogerme. Fui lo ms pronto que pude donde mi padre, a quien encontr discutiendo en alta voz con su mujer, y me puse a llorar delante de l, dicindole que seguramente me haba equivocado el otro da y que deba de haber sido otro el que me haba maltratado, que yo le amaba y respetaba mucho y que me perdonase. Si lo habra podido hacer, me hubiera arrodillado de buena gana para pedrselo, porque haba alcanzado a observar que las splicas, los lamentos y alguna que otra tontera, adquieren un carcter ms grave y enternecedor en esa difcil posicin, hombres y mujeres pudieran dar lo que se les pida, si se lo hace arrodillados, porque parece que esta actitud eleva a los concedentes a una altura igual a la de las santas imgenes en los altares, desde donde pueden derrochar favores sin mengua de su hacienda ni de su integridad. Al orme, mi padre, no s por qu me mir de una manera espe-cial, entre furioso y amargado; se par violentamente. Creo que vi humedecerse sus ojos. Al fin dijo, cogindose la cabeza: Este demonio va a acabar por matarme, y sali sin regresar a ver. Pens que era ese el ltimo momento de mi vida en aquella casa.

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    Despus de poco, o un ruido extraordinario, seguido de movi-miento de criados y algunos llantos. Me cogieron, y a pesar de mis pataleos me llevaron a mi dormitorio, donde me encerraron con llave, y no volv a ver ms a mi grande enemigo. Despus de algn tiempo supe que se haba suicidado, noticia que la recib con gran alegra puesto que vino a comprobar una de las hip-tesis dulces que contrapesaban y hacan balancear mi tranqui-lidad, en oposicin a otras amargas anunciadoras de un cambio desgraciado en mi vida.

    Cuando tuve 21 aos me separ de mi madre que era entonces todava una mujer joven. Ella aparent un gran dolor, que tal vez habra tenido algo verdadero, puesto que mi separa-cin representaba una notabilsima disminucin de la fortuna que ella usufructuaba.

    Con lo que me toc en herencia me he instalado muy bien, y como no soy pesimista, de no haberme ocurrido la mortal desgracia que conoceris ms tarde, no habra desesperado de encontrar un buen partido.

    Mi instalacin fue de las ms difciles. Necesito una can-tidad enorme de muebles especiales. Pero de todo lo que tengo, lo que ms me impresiona son las sillas, que tienen algo de inerte y de humano, anchas, sin respaldo porque soy respaldo de m misma, y que deben servir por uno y otro lado. Me impresionan porque yo formo parte del objeto silla; cuando est vaca, cuando no estoy en ella, nadie que la vea puede formarse una idea perfecta del mueblecito aquel, ancho, alargado, con brazos opuestos, y que parece que le faltara algo. Ese algo soy yo que, al sentarme, lleno un vaco que la idea silla tal como est formada vulgarmente haba motivado en mi silla: el respaldo, que se lo he puesto yo y que no poda tenerlo antes porque precisamente, casi siempre, la condicin esencial para que un mueble mo sea mueble en el cerebro de los dems, es que forme yo parte de ese objeto que me sirve y que no puede tener en ningn momento vida ntegra e independiente.

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    Casi lo mismo sucede con las mesas de trabajo. Mis mesas de trabajo dan media vuelta no activamente se entiende, sino pasivamente; as que su lnea mxima es casi una semicircun-ferencia, algo achatada en sus partes opuestas: quiero decir que tiene la forma de una bala, perfilada, cuyo extremo anterior es una semicircunferencia. Una sintetizacin de la mitad del Mar Adritico, hacia el golfo de Venecia, creo que sera tambin suma-mente parecida a la forma exterior de las tablas de mis mesas. El centro est recostado y vaco, en la misma forma que la ya des-crita, de manera que all puedo entrar yo y mi silla, y tener mesa por ambos lados. Claro que poda obviar la dificultad de estas innovaciones con slo tener dos mesas, entre las cuales me colo-cara; pero ha sido un capricho, que tiende a establecer mi unidad exterior magnficamente, ya que nadie puede decir: Trabaja en mesas, sino en una mesa. Y la posibilidad de que yo trabaje por un solo lado me pone en desequilibrio: no podra dejar vaco el frente de mi otro lado. Esto sera la dureza de corazn de una madre que teniendo un pan lo diera entero a uno de sus dos hijos.

    Mi tocador es doble: no tengo necesidad de decir ms, pues su uso en esta forma, es claramente comprensible.

    La diversidad de mis muebles es causa del gran dolor que siento al no poder ir de visita. Slo tengo una amiga que por tenerme con ella algunas veces a mandado a confeccionar una de mis sillas. Mas, prefiriendo estar sola, se me ve por all rara vez. No puedo soportar continuamente la situacin absurda en que debo colocarme, siempre en medio de los visitantes, para que la visita sea de yo-entera. Los otros, para comprender la forma exacta de mi presencia en una reunin, de sentarme como todos, deberan asistir a una de perfil y pensar en la curiosidad moles-tosa de los contertulios.

    Y este dolor es nada frente a otros. En especial mi amor a los nios acaba por hacerme llorar. Quisiera tener a alguno en mis brazos y hacerle rer con mis gracias. Pero ellos, apenas me acerco, gritan asustados y corren. Yo, defraudada, me quedo en ademn trgico. Creo que algunos novelistas han descrito este ademn en las escenas ltimas de sus libros, cuando el protagonista, solo, en

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    la ribera (casi nunca se acuerdan del muelle), contempla la separa-cin del barco que se lleva una persona amiga o de la familia; ms pattico resulta eso cuando quien se va es la novia.

    En casa de mi amiga de la silla conoc a un caballero alto y bien formado. Me miraba con especial atencin. Ese caballero deba ser motivo de la ms aguda de mis crisis.

    Dir pronto que estaba enamorado de l. Y como antes ya he explicado, este amor no poda surgir aisladamente en uno slo de mis yos. Por mi manifiesta unicidad apareci a la vez en mis lados. Todos los fenmenos previos al amor, que aqu ya estaran dems, fueron apareciendo en ellos idnticamente. La lucha que se entabl entre m es con facilidad imaginable. El mismo deseo de verlo y hablar con l era sentido por ambas partes, y como esto no era posible, segn las alternativas, la una tena celos de la otra. No senta solamente celos, sino tambin, de parte de mi yo favorecido, un estado manifiesto de insatisfaccin. Mientras yo-primera hablaba con l, me aguijoneaba el deseo de yo-segunda, y como yo-primera no poda dejarlo, ese placer era un placer a medias con el remordimiento de no haber permitido que hablara con yo-segunda.

    Las cosas no pasaron de eso porque no era posible que fueran a ms. Mi amor con un hombre se presentaba de una manera especial. Pensaba yo en la posibilidad de algo ms avan-zado: un abrazo, un beso, y si era en lo primero vena enseguida a mi imaginacin la manera cmo poda dar ese abrazo, con los brazos de yo-primera, mientras yo-segunda agitara los suyos o los dejara caer con un gesto inexpresable. Si era un beso, senta anticipadamente la amargura de mi boca de ella.

    Todos estos pensamientos, que eran de solidaridad, estn acompaados por un odio invencible a mi segunda parte; pero el mismo odio era sentido por esta contra mi primera. Era una con-fusin, una mezcla absurda, que me daba vueltas por el cerebro y me vaciaba los sesos.

    Pero el punto mximo de mis pensamientos, a este res-pecto, era el ms amargo Por qu no decirlo? Se me ocurri que alguna vez poda llegar a la satisfaccin de mi deseo. Esta

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    coleccin los ros profundos

    sola enunciacin da una idea clara de los razonamientos que me hara. Quin yo deba satisfacer mi deseo, o mejor su parte de mi deseo?En qu forma poda ocurrrseme su satisfaccin?En qu posicin quedara mi otra parte ardiente? Qu hara esa parte, olvidada, congestionada por el mismo ataque de pasin, sentido con la misma intensidad, y con el vago estremecimiento de lo satisfecho en medio de lo enorme insatisfecho? Tal vez se entablara una lucha, como en los comienzos de mi lucha, como en los comienzos de mi vida. Y vencera yo-primera como ms fuerte, pero al mismo tiempo me vencera a m misma. Sera slo un triunfo de prioridad, acompaado por aquella tortura.

    Y no slo deba meditar en eso, sino tambin en la probable actitud de l frente a m, en mi lucha. Primero, era posible para l sentir deseo de satisfacer mi deseo? Segundo, esperara que una de mis partes se brindase, o tendra determinada inclinacin, que hara intil la guerra de mis yos?

    Yo-segunda tengo los ojos azules y la cara fina y blanca. Hay dulces sombras de pestaas.

    Yo-primera tal vez soy menos bella. Las mismas facciones son endurecidas por el entrecejo y por la boca imperiosa.

    Pero de esto no poda deducir quien yo sera la preferida.Mi amor era imposible, mucho ms imposible que los casos

    novelados de un joven pobre y oscuro con una joven rica y noble.Tal vez haba un pequeo resquicio, pero era tan poco

    romntico! Si se pudiera querer a dos!En fin, que no volv a verlo. Pude dominarme haciendo un

    esfuerzo. Como l tampoco ha hecho por verme, he pensado des-pus que todas mis inquietudes eran fantasas intiles. Yo parta del hecho de que l me quisiera, y esto, en mis circunstancias parece un poco absurdo. Nadie puede quererme, porque me han obligado a cargar con este mi fardo, mi sombra; me han obligado a cargarme mi duplicacin.

    No s bien si debo rabiar por ella o si debo elogiarla. Al sen-tirme otra; al ver cosas que los hombres sin duda no pueden ver; al sufrir la influencia y el funcionamiento de un mecanismo com-plicado, que no es posible que alguien conozca fuera de m, creo

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    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    que todo esto es admirable y que soy para los mediocres como un pequeo dios. Pero ciertas exigencias de la vida en comn que irremediablemente tengo que llevar y ciertas pasiones muy humanas que la naturaleza, al organizarse as, debi lgicamente suprimir o modificar, han hecho que ms continuamente piense en lo contrario.

    Naturalmente, esta organizacin distinta, trayndome usos distintos, me ha obligado a aislarme casi por completo. A fuerza de costumbre y de soportar esta contrariedad, no siento absolu-tamente el principio social. Olvidando todas mis inquietudes me he hecho una solitaria.

    Hace ms o menos un mes, he sentido una insistente comezn en mis labios de ella. Luego apareci una manchita blancuzca, en el mismo sitio, que ms tarde se convirti en vio-lcea; se agrand, irritndose y sangrando.

    Ha venido el mdico y me ha hablado de proliferacin de clulas, de neo-formaciones. En fin, algo vago, pero que yo com-prendo. El pobre habr querido no impresionarme. Qu me importa eso a m, con la vida que llevo?

    Si no fuera por esos dolores insistentes que siento en mis labios En mis labios bueno, pero no son mis labios! Mis labios estn aqu, adelante; puedo hablar libremente con ellos Y cmo es que siento los dolores de esos otros labios? Esta dua-lidad y esta unicidad al fin van a matarme. Una de mis partes envenena al todo. Esa llaga que se abre como una rosa y cuya sangre es absorbida por mi otro vientre ir comindose todo mi organismo. Desde que nac he tenido algo especial, he llevado en mi sangre grmenes nocivos.

    Seguramente debo tener una sola alma Pero si despus de muerta, mi alma va a ser as como mi cuerpo? Cmo qui-siera no morir!

    Y este cuerpo inverosmil, estas dos cabezas, estas cuatro piernas, esta proliferacin reventada de los labios?

    Uf!

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    coleccin los ros profundos

    El cuento

    Existen en la actualidad asuntos importantsimos de explo-tacin sociolgica y poltica: lo de Marruecos, los sistemas de colonizacin francesa y espaola, el gran problema de las finanzas, la identidad de la Europa feudal y la Amrica colonial, la difcil cuestin de la procedencia de los primeros habitantes de este continente, y muchsimos ms. Pero creo que brilla sobre todos la eterna nueva y eternamente vieja opinin pblica.

    La opinin pblica, freno de gobernantes y nico timn seguro para conducir con buen xito la nave del Estado! La opi-nin pblica, morigeradora de las costumbres polticas, de las costumbres sociales, de las costumbres religiosas!

    Supongamos que pudiera existir un hombre que participe sincera e idnticamente de estas ideas. Luego este hombre debe llamarse Francisco o Manuel y estar a la media edad, entre gordo y flaco, entre barbudo y no barbudo.

    Este don Francisco o don Manuel, tiene que ser pequeo, de prpados con bolsas, usar jaquet y detestable sombrero.

    Andar lentamente, blandiendo el bastn y moviendo las caderas.

    Soltern y aburrido, deber tener una amiga que fue amiga de todos, conquistada a fuerza de acostumbramiento, y a quien cualquier mequetrefe pudo llamar:

    Pst. Pst (etctera).Esta amiga Laura o Judith tendr cualquier nariz

    pongamos aguilea, cualquier cabello canela, cuales-quiera ojos pardos, y ser larguirucha y voluntariosa.

    Puede vivir al cabo de una calle sucia.

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    pablo palacio Un hombre muerto a puntapis

    Puede tener amigas muy alegres con quienes celebrar sesiones animadas, que salpicarn el cuento como el lodo un ves-tido nuevo, al manotazo de un caballo en una charca.

    El pequeo socilogo, oh maravilla!, tendr que ir dos veces por semana al cabo de la calle conocida y dar vueltas junto a la puerta, mirando a todos lados, azorado, procurando evitar un mal encuentro. Cuando le arroje a la ventana la piedrecilla del silbido, ella har gruir los cristales y le contestar con la rabia de sus ojos.

    Naturalmente, ella debe divertirse a costa de l, aunque con l no le sea posible divertirse.

    Y como el socilogo no tendr mal olfato, y como casi nunca sabr lo que decir, ha de toser un poco enojado.

    Oye, Laura o Judith, yo cre