un ensayo historico sobre el baguazo y la nación en el perú

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Un ensayo histórico sobre el Baguazo y la nación en el Perú. Por Maribel Arrelucea Barrantes (*) Fotografías: Cortesía de Shane Greene Mis investigaciones me han centrado en los temas de etnicidad, esclavitud y género pero hoy pretendo responder a una aparentemente simple pregunta que me formuló mi hija Marietta de 7 años mientras veíamos las primeras imágenes del cinco de junio: “¿Por qué matan así a las personas?”, no pude responder en esos momentos porque sentí una mezcla de indignación y vergüenza que fueron creciendo así que decidí escribir sobre el Baguazo, la nación, los sujetos históricos que se suponen forman parte del juego democrático, la discriminación, la violencia estructural y el rol del Estado. Escribir también es una forma de participar, romper el silencio y solidarizarme con todas las víctimas, civiles y policías, porque todos eran peruanos con ilusiones truncadas y pleno derecho de admisión. 1-El Baguazo, los discursos y las imágenes. El cinco de junio todos los medios repetían la misma noticia: “nativos” y policías enfrentados violentamente en la Curva del Diablo, una zona de la carretera Fernando Belaunde en Bagua, algunos anunciaban un genocidio, otros remarcaban el ataque a policías. Por la noche los noticieros televisivos mostraban imágenes del enfrentamiento donde se podía distinguir policías y civiles, helicópteros, machetes, fusiles, lanzas, gritos, sangre, mucha sangre. De hecho en los siguientes días la población fue bombardeada con imágenes de cadáveres con heridas sanguinolentas, cuellos cercenados, tajos abiertos aun rezumando líquidos, rostros descompuestos en rictus de dolor ¿Quiénes eran? Se trataba de los policías muertos en ese cinco de junio. Esas imágenes me recordaron los aciagos días –y aún cercanos- de la violencia terrorista, los coches bombas estallando en cualquier lado, los atentados, la sangre fluyendo de los cuerpos de las víctimas, los cientos de rostros evidenciando dolor y miedo. Pero los peruanos y peruanas también vimos con estupor una guerra de imágenes y discursos donde se evidenció el débil concepto de nación, los sujetos históricos que algunos imaginan como única parte de la nación, los excluidos del baile, las enormes distancias entre Lima y las provincias, entre el Página 1 de 10 El Reportero de la Historia: Se reserva el derecho de admisión08/01/2011 http://www.reporterodelahistoria.com/2009/07/se-reserva-el-derecho-de-admision.html

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Page 1: Un ensayo historico sobre el baguazo y la nación en el Perú

Un ensayo histórico sobre el Baguazo y la nación en el Perú.

Por Maribel Arrelucea Barrantes (*)

Fotografías: Cortesía de Shane Greene

Mis investigaciones me han centrado en los

temas de etnicidad, esclavitud y género pero

hoy pretendo responder a una aparentemente

simple pregunta que me formuló mi hija

Marietta de 7 años mientras veíamos las

primeras imágenes del cinco de junio: “¿Por

qué matan así a las personas?”, no pude

responder en esos momentos porque sentí

una mezcla de indignación y vergüenza que

fueron creciendo así que decidí escribir sobre

el Baguazo, la nación, los sujetos históricos

que se suponen forman parte del juego

democrático, la discriminación, la violencia

estructural y el rol del Estado. Escribir

también es una forma de participar, romper el silencio y solidarizarme con

todas las víctimas, civiles y policías, porque todos eran peruanos con ilusiones

truncadas y pleno derecho de admisión.

1-El Baguazo, los discursos y las imágenes.

El cinco de junio todos los medios repetían la misma noticia: “nativos” y

policías enfrentados violentamente en la Curva del Diablo, una zona de la

carretera Fernando Belaunde en Bagua, algunos anunciaban un genocidio,

otros remarcaban el ataque a policías. Por la noche los noticieros televisivos

mostraban imágenes del enfrentamiento donde se podía distinguir policías y

civiles, helicópteros, machetes, fusiles, lanzas, gritos, sangre, mucha sangre.

De hecho en los siguientes días la población fue bombardeada con imágenes

de cadáveres con heridas sanguinolentas, cuellos cercenados, tajos abiertos

aun rezumando líquidos, rostros descompuestos en rictus de dolor ¿Quiénes

eran? Se trataba de los policías muertos en ese cinco de junio. Esas imágenes

me recordaron los aciagos días –y aún cercanos- de la violencia terrorista, los

coches bombas estallando en cualquier lado, los atentados, la sangre fluyendo

de los cuerpos de las víctimas, los cientos de rostros evidenciando dolor y

miedo.

Pero los peruanos y peruanas también vimos con estupor una guerra de

imágenes y discursos donde se evidenció el débil concepto de nación, los

sujetos históricos que algunos imaginan como única parte de la nación, los

excluidos del baile, las enormes distancias entre Lima y las provincias, entre el

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Estado y las poblaciones peruanas, las nuevas estrategias de negociación y

presión que están surgiendo en medio de esta coyuntura de crisis, la dinámica

de los partidos y movimientos políticos, los acomodos y reacomodos

mediáticos (1).

Pero vayamos por

partes, primero los

discursos con muchas

perlas: después del cinco

de junio Keiko Fujimori y

Rolando Souza rogaron a

los “nativos” que no se

dejen manipular desde

dentro y fuera del país

por políticos

malintencionados, a lo

cual replicó Jorge Bruce

que “es tan grotesca la

subestimación de la

inteligencia de nuestros

compatriotas que cabe

preguntarse si se busca

enardecerlos más para

prolongar la atmósfera

convulsionada o tal vez

su limitación ideológica les impide darse cuenta de que hay un mundo

complejo fuera de la teoría de la conspiración” (2). Esta tesis con algunas

variantes (poder chavista, boliviano, humalista) milagrosamente puso de

acuerdo a los políticos oficialistas y de oposición, una de las más insistentes

fue la Ministra de Comercio Exterior quien reveló que existirían indicios sobre

la presencia de colombianos, venezolanos y bolivianos azuzando la zona antes

del conflicto y que los humalistas estuvieron camuflados entre los

manifestantes (3).

¿Por qué esta tesis del poder externo tuvo tanto éxito? Porque es preferible

suponer que existe un cerebro fuera y no propio, menos aún en los grupos

amazónicos, ¿Se imaginan? Amazónicos organizados, pensantes, presionando

al Estado y exigiendo la derogatoria de las leyes, “el mundo al revés”, un

miedo ancestral rondando en Lima. Pero también hay otro factor inconsciente:

muchos y muchas piensan que los habitantes de la Amazonía no tienen

capacidad mental, no conocen el mundo civilizado, no son capaces de articular

un proyecto propio, leer las leyes, escribir, hablar el castellano, “entender

nuestro mundo”…en suma, una discriminación cultural enorme(4). Además, en

una coyuntura tan delicada y con torpezas políticas tan evidentes era

necesario encontrar chivos expiatorios, canalizar la tensión hacia otro lado y

qué mejor involucrando a los enemigos más peligrosos como los humalistas,

así se cerraba el círculo: humalistas violentos, nativos violentos.

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Los medios de comunicación también pusieron su cuota en el manejo de los

discursos e imágenes, en periódicos, revistas, noticieros, reportes de internet

y blogs se referían a los manifestantes como “nativos” palabra que marca la

diferencia entre el limeño/limeña y los habitantes de la Amazonía, es afirmar

un “nosotros los civilizados” frente “al otro, el diferente” Me parece que fue

más que un conflicto lingüístico en los medios, tiene que ver con la percepción

de quiénes somos los peruanos y peruanas: ¿Cómo referirse al otro, al

distante, alejado de Lima y lo que se entiende por “la civilización”? ¿Los

rostros con plumas en la cabeza son iguales a “nosotros”? ¿En qué somos

iguales?

Pero si

de un

triste

concurso racista se trata, tres candidatos se llevan los premios mayores: la

Ministra del Interior Mercedes Cabanillas, el Presidente de la Sociedad Nacional

de Industrias Eduardo Farah y el Presidente de la República, Alan García.

Mercedes Cabanillas es una experimentada política, ex candidata presidencial

y figura importante del Apra, como Ministra del Interior debió enfrentar tensas

entrevistas y ante la pregunta sobre su responsabilidad política en la muerte

de los policías respondió con otra interrogante: “¿Yo he tenido las plumas en la

cabeza y he aniquilado a los policías? ¡Cómo me pregunta eso, ni siquiera he

estado en el lugar!” No contenta con esa frase, en otra entrevista, esta fue

para Prensa Libre, Rosa María Palacios le recordó que no solo habían muerto

policías pero ella respondió en un tono enfático: “Ellos se lo buscaron!” “Ellos

se lo buscaron!” (5).

En esos momentos, para la Ministra solo era importante la muerte de los

policías, los civiles le eran indiferentes, es más sus referencias a las plumas

tienen que ver con la imagen del salvaje que todos y todas tenemos en el

subconsciente, forma parte del discurso maniqueo sobre “civilización” y

“salvajismo” donde se contraponen símbolos culturales como ropa/desnudez,

cocido/crudo, control/descontrol, paz/violencia, solo faltó aducir al estilo

colonial que se lo buscaron porque son idólatras y antropófagos… (6)

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Los cadáveres de policías y civiles aún estaban recogiéndose cuando un

furibundo Presidente de la Sociedad Nacional de Industrias, Eduardo Farah

expresó “¿Por que cuatro sarnosos quieren cerrar una carretera o quemar un

puente van a dejar de comer miles? Están locos!” (7). Muchos investigadores

del racismo estarían felices porque por fin alguien rompe el silencio ante lo que

Max Hernández llamaba la “Sudáfrica solapa” o simplemente el racismo

hipócrita a lo que muchos peruanos y peruanas son adictos.

Pero dejo para el final al Presidente de la República, el mismo viernes 5 de la

tragedia en Bagua declaró “estos 400 mil nativos no son ciudadanos de

primera clase que pueden decir ‘tú no tienes derecho a venir por aquí’ a 28

millones de peruanos” Desde ese momento las frases se cruzaron hasta en el

Parlamento, el lunes 6 la congresista Janeth Cajahuanca cuestionó las

estrategias policiales y la Ministra del Interior respondió: “¿Qué hace una

vendedora de gas en el Congreso?” triste frase acompañada por un coro de

risitas burlonas aprobatorias (8).

Todas estas frases reseñadas tienen un común denominador: la

discriminación, el rechazo total al otro, marcan una clara diferenciación de

clase, cultura y etnicidad, y un poco detrás de escena el de género. Los

complejos nudos del discurso de la nación y sus sujetos históricos se vuelven

más problemáticos porque en una coyuntura de crisis como esta salen a la luz,

no es que aparecen misteriosamente, afloran del subconsciente colectivo y del

pasado histórico para enrostrarnos que la ciudadanía en el Perú está en

construcción, pero en los últimos tiempos nadie de la esfera pública había

empleado categorías diferenciadoras en forma abierta y desembozada como lo

hizo el Presidente de la República.

Para nadie es novedad decir que en el Perú predomina una discriminación

hipócrita que se vuelve evidente en situaciones nacionales de tensión como la

del Baguazo o situaciones de tensión personal y social como cuando se

“reserva el derecho de admisión” en restaurantes y discotecas, el segundo

caso pasa desapercibido porque lo hemos asimilado como parte de nuestras

relaciones sociales violentas “normales” aceptadas mientras el segundo nos

confronta en tanto rompe el escenario político y social, no pasa desapercibido,

duele, remece a todos y todas.

En palabras del antropólogo Shane Greene debería analizarse “quién cuenta y

quién no cuenta en la arena multicultural contemporánea” Pero como estas

nociones son complejas, implica afinar el análisis y para eso es necesario

entrar al terreno histórico: ¿Quiénes son considerados ciudadanos y

ciudadanas? ¿Cuál fue el difícil proceso de construcción de la ciudadanía? ¿Por

qué en el Perú la Democracia no significa igualdad? (9).

2-Democracia y exclusión: la nación y los sujetos históricos

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Para Jorge Basadre el

punto de inicio es la

república temprana, con

la instalación del Primer

Congreso Constituyente

se institucionalizaron dos

prácticas políticas

fundamentales: primero

la cuestión de la

representación política

nacional (unos cuantos

elegidos a dedo sin

remordimientos por no

consultar ni escuchar a

“los otros”) y en

segundo lugar una

consecuencia natural, la

ciudadanía restringida,

unos cuantos podían

decidir por todos y

todas. A decir de Flores

Galindo el nuevo estado se estableció en una sociedad en la que no existía

vida pública ni ciudadanos (10).

En esa línea también reflexionó Nelson Manrique: “En la fundación de la

República se quería constituir una nación firme y feliz por la unión, y se

pretendía conseguir tales dones para los peruanos, o, más propiamente, para

quienes eran reputados por tales. Por sucesivos recortes éstos eran cada vez

menos. Los esclavos, a quienes se prometió la libertad para sus vástagos,

fueron puestos bajo tutela por 20 años, primero, y por 50, después (es decir,

toda una vida). A los indios, a quienes San Martín decidió que en adelante se

les debía llamar únicamente “peruanos”, volvió a cargárseles con el tributo y

los trabajos forzados coloniales, con apenas un ligero cambio de nombres. Los

peruanos terminaron siendo menos de una décima parte de la población,

mientras que la gran mayoría fue excluida del proyecto nacional. La

cuadratura del círculo, una República sin ciudadanos. El resto es historia: la

agotadora gesta de mantener privilegios coloniales y al mismo tiempo tratar

de ser modernos, según la pauta de Madrid, primero, París, después, y, más

recientemente, Miami. Todo revestido por un majestuoso edificio de leyes y

debates doctrinarios sin mayor significación, porque hablan de una sociedad

ideal que no es el Perú” (11).

La naciente sociedad republicana no construyó ciudadanos y ciudadanas, en

abierta oposición a los discursos democráticos mantuvo las diferencias

estamentales, étnicas y de género que se vinculaban con las oposiciones Lima-

provincias, costa-sierra (en el modelo no existía ni remotamente la selva) y

complejizó más aún el problema de la nación. El siglo XIX también es el del

discurso académico de la “raza” que tanto éxito tendrá para justificar el

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divorcio entre el discurso democrático y la realidad colonial, en ese proceso las

desigualdades que se pretendían raciales también se relacionaron con la clase,

la etnicidad y la cultura, en ese contexto se empalma el discurso colonial con

el decimonónico, tiene algunas variantes pero igual sirve y mucho.

El “indio” sigue siendo

un ser inferior, con las

mismas atribuciones

dadas por Unanue al

comenzar el siglo y se

seguirá repitiendo en el

siguiente (12). Seguirá

invocándose la vieja

tesis lascasiana del indio

como ser incapacitado y

necesitado de tutelaje,

en algunos casos bajo

un modelo patriarcal y

en otros abiertamente

autoritario pero que en

fondo constituyen dos

caras del mismo

problema, el rechazo a

incorporarlo a la nación

como sujeto histórico

pleno. Lo mismo sucede con los afrodescendientes, simplemente no entran al

juego por vincularlos a la imagen del esclavo salvaje e inferior. Las mujeres

afrontan los mismos prejuicios, consideradas como criaturas pasionales y por

tanto necesitadas de tutelaje no fueron invitadas al modelo democrático, nadie

debatió para considerarlas, no hubo ni siquiera alguien que se pregunte si ellas

deberían estar en el baile liberal y la adquisición de la ciudadanía femenina fue

un largo proceso que aún hoy tiene resistencias de allí que sea necesario leyes

de apoyo como la cuota de género en los partidos políticos. Si en algo estaban

de acuerdo los padres de la patria de la república temprana es que las mujeres

debían permanecer en la esfera de los afectos, el matrimonio y la maternidad.

Para Jorge Basadre un campesino del sur, otro de Piura y alguien de Lima

estaban unidos más allá de la geografía, las diferencias culturales, los

enfrentamientos étnicos y la desigualdad de ingresos, lo que tenían en común

era la condición jurídica: ser peruanos bajo la óptica del Estado que construye

la idea de nación, ahora bien su argumento era optimista pues para el viejo

maestro este sentimiento estaba en construcción. Sin embargo, los

convulsionados y dolorosos años 80s hicieron reflexionar a Flores Galindo

como una relación de violencia: “podríamos decir que la nación –si

identificamos esta palabra con los habitantes de un país- se ha constituido en

lucha contra el Estado. Nación contra Estado: en otras palabras, relaciones

conflictivas entre sociedad civil e instituciones políticas. En contra del

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monopolio oligárquico del poder, la sociedad civil recurrió a antiguas y nuevas

organizaciones…el movimiento campesino primero, los movimientos obrero,

estudiantil, de pobladores de barriadas, después, resquebrajan el edificio

aparentemente sólido de la dominación oligárquica” (13).

En el siglo XIX el debate entre conservadores y liberales terminó por restringir

la ciudadanía aludiendo a la discriminación étnica, económica, cultural y de

género. Un tema colateral fue entender el atraso del país culpando a los otros,

los excluidos, en ese entonces el sujeto aludido era el "indio" tildado de ser el

atraso, la carga, el elemento cultural y biológico que impedía el desarrollo y la

modernidad, con las mismas se acusaba al negro y hasta al chino. Ahora se

usan los mismos argumentos en plena época de multiculturalismo, tolerancia,

políticas públicas multiculturales, la idea de nación construida a partir de la

diferencia pero la selva estalló literalmente demostrando que solo hemos

avanzado en discursos pero no en la práctica. El Perú sigue siendo un país

complejo y con acomplejados. Para muestra basta las tristes frases del

Presidente de la Sociedad Nacional de Industrias. Ahora ya no son las mujeres

mal educadas, ni los indios brutos y los negros sensuales, tampoco los chinos

viciosos, ahora son los nativos con plumas violentos…

Pero ese argumento ha sido rebatido por el apu Santiago en Somos: “no

estamos en contra del desarrollo ni de la inversión, los necesitamos. Pero

queremos saber, nunca somos consultados, nunca nos dicen qué quieren hacer

con nosotros y nuestras tierras. No nos dicen cómo va a ser el futuro que se

imaginan para nosotros, cuál va a ser nuestro beneficio, como se asegura que

nuestros hijos sigan viviendo del bosque. Necesitamos una inversión bien

trabajada, un desarrollo pensado desde la selva y a favor de la selva, que

también va a ser lo mejor para el Perú” (14)

La respuesta del apu Santiago contiene varios puntos interesantes: en

principio una forma diferente de relacionarse con el Estado y Lima, la frase

“nunca somos consultados…no nos dicen como va a ser el futuro que se

imaginan para nosotros” indica claramente el cuestionamiento a la política

tradicional que funciona a partir del centralismo y el paternalismo, por otro

lado emerge una identidad autónoma con planteamientos propios sobre el

desarrollo, se podría decir “a la manera de la selva”

Definitivamente después del Baguazo se ha dado una nueva forma de relación

entre el Estado central, muy limeño y distante con los proyectos regionales,

según Manuel Burga es un esquema novedoso porque ahora el Estado envía

un mensajero para plantear el diálogo y llegar a acuerdos con las poblaciones

que reclaman, sería “el triunfo de la descentralización” (15).

Pero el Baguazo no es algo aislado, forma parte de muchísimos e intensos

conflictos sociales que están estallando en el país, según la Defensoría del

Pueblo existen 268 conflictos sociales, de los cuales 212 están activos, 56 en

estado latente y 94 en mesas de diálogo. Según un reporte de La República

(16), los conflictos sociales de mayor presencia en el país son los llamados

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socioambientales (50%) pero dicho así podría llevarnos a pensar que se trata

de conflictos nuevos, de reciente data que estallan por el crecimiento de las

inversiones en las actividades extractivas pero eso no es tan cierto. Son

conflictos que arrastran mucho tiempo atrás, el mapa de los conflictos sociales

coincide con los de pobreza y exclusión: Amazonas, Cerro de Pasco,

Moquegua, Tacna, Andahuaylas, Ancash, Huancavelica…

Sin duda alguna también es un punto critico en la idea de nación que pretende

igualar a todos y todas bajo una raza, idioma, religión, costumbres, Estado y

territorio ¿Qué hemos conseguido hasta ahora con ese concepto? Algunos

siguen repitiendo las frases aprendidas en el colegio, por ejemplo, un

comentarista escribió en la página de La República: “yo soy simplemente un

peruano que ama su raza, su tierra, su pueblo y sus tradiciones y que vive de

su trabajo” (17). Es la interiorización del concepto, el honor basado en la

identidad étnica, regional y nacional.

Pero creo que después del Baguazo muchos se han convencido que el

concepto de nación es viejo y obsoleto, que somos diferentes, somos un país

peculiar conformado por diversas identidades y más aún en estos tiempos

sacudidos por una ola latinoamericana y local de multiculturalismos. Por eso

Manuel Burga exhorta a “entender el momento, saber por dónde caminar.

Abandonar esa tesis del siglo XIX que trata de entender el Perú solo desde el

centro metropolitano. Hay avances, algunos procedentes de universidades

pero es la sociedad civil la que ha hecho los mejores esfuerzos por entender el

país en las últimas décadas” (18).

3- Derecho de admisión en la nación peruana

El Baguazo ha remecido los diferentes planos de la vida pública, por un lado

los escenarios políticos, por otro los individuales y colectivos. En estos

momentos se discute una interpelación al gabinete ministerial en el Congreso,

algunos grupos políticos están esforzándose por encontrar puntos

coincidentes, otros quieren construir alianzas coyunturales mientras la

oposición se relame por una buena faena política que dejaría excelentes

créditos en la próxima campaña electoral. Sin dejar de considerar que en

medio de toda esta coyuntura critica también han surgido proyectos, reclamos

y rostros regionales fuertes que también remecerán la balanza política. En los

planos individuales y colectivos el Baguazo nos ha obligado a mirarnos al

espejo, reflexionar sobre el concepto de nación que nos han machacado

durante once años de escolaridad, preguntarnos ¿Quiénes somos “nosotros y

nosotras”?

Las diferentes investigaciones antropológicas, históricas y sociológicas de los

80s en adelante han revelado la conformación multicultural del Perú pero al

mismo tiempo han formalizado un “esquema tripartito multicultural” de

andinos, amazónicos y afro-peruanos generando un efecto colateral: un

complejo problema cultural que obliga a preguntarse ¿Quiénes son los sujetos

históricos dignos de formar parte de la nación peruana? ¿Quiénes tienen el

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derecho de admisión?

Según Shane Greene “históricamente, los incas (y, más tarde, por extensión,

todos los andinos) han sido valorados como portadores de una ‘cultura’ muy

distintiva e ilustre, cultura con frecuencia representada como una verdadera

‘civilización’ en la apreciación europea y colonial del término. Siguiendo la

misma lógica colonial, sin embargo, los pueblos amazónicos y los

descendientes de africanos están inscritos respectivamente en la historia

colonial de la civilización como ‘salvajes’ y ‘esclavos’, desafortunadamente

representados como la antítesis misma de seres culturales. En la lógica

colonial de la civilización, por definición los pueblos amazónicos no tienen una

cultura porque supuestamente pertenecen más bien a la ‘naturaleza’; y los

afro-peruanos tampoco en virtud a su supuesta sumisión total al sistema

esclavista que los ha desculturalizado totalmente. En este sentido, si bien

puede argumentarse que el reconocimiento multicultural oficial es una

novedad relativa para los pueblos amazónicos y afro-peruanos, no lo es en el

caso de los andinos. Estos han sido representados desde hace tiempo (y en

ocasiones se representan a sí mismos) como los herederos “legítimos” de la

“civilización inca,” un tipo de civilización que los europeos y sus descendientes,

los criollos, no sólo reconocieron históricamente como legitimo sino también la

admiraron, imitaron e incluso trataron de apropiarse constantemente de

ella” (19).

Frente a esto se puede argumentar que el proceso tiene más tiempo y no es

solo a partir de una iniciativa gubernamental pues hay una difundida imagen

del Perú como un país de historia milenaria e ininterrumpida desde el Lítico

hasta nuestros días, desde los primeros pobladores nómades hasta hoy, eso se

ha relacionado con la pretendida concepción cultural de progreso que vincula

territorio-nación-estado en un solo proceso exitoso.

Pero esta percepción nos entrampa con imágenes falsas, nos envuelve en

discursos históricos que involucran emociones y sentimientos de inferioridad,

pongamos dos ejemplos emblemáticos: la conquista del Tahuantinsuyo y la

guerra del Pacífico (20). Son los temas más lacrimógenos, de honda

inferioridad, de desgarro. En contraste los temas de Culturas Prehispánicas e

Incas son de brillo y luminosidad, de éxito (21). Esto no es algo extraño como

aducía Walter Twanama (22), al contrario, obedece a una lógica primaria, la

búsqueda de un pasado grandioso ante un presente incierto. Para Burga se

trata de la “memoria del bien perdido”: lo que perdimos en diferentes etapas

históricas (Tahuantinsuyo, oro, plata, guano, salitre, Tarapacá y Arica)

alimenta la utopía andina y es la trampa mental que nos lanza a la ucronía en

vez de conducirnos a una historia como explicación científica (23).

¿Qué es lo novedoso entonces? Por un lado la llamada “cultura de la

confrontación” que ha abierto nuevos canales de negociación entre el Estado y

las poblaciones peruanas y por el otro la violencia institucional para reprimir al

otro, triste herencia de los años del conflicto terrorista. El Baguazo también ha

roto el esquema de lo que se considera el otro, el subalterno o ciudadano de

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tercera categoría: se supone que no habla, no exige, no pesa en el juego

político sin embargo ellos y ellas han logrado derogar los decretos legislativos

cuestionados desde hace mucho tiempo atrás. El saldo es muy grande: más de

30 muertos, una coyuntura política crispada, nueva ola de movimientos de

protesta social, nuevas voces y rostros interiores…

Como bien afirma Rocío Silva Santisteban, somos una sociedad tan compleja

que la violencia, una vez más, empodera al subalterno (24) pero hasta qué

punto es válida/efectiva esta nueva forma de visibilizarse frente a Lima, el

Estado y los sujetos históricos considerados parte de la nación. ¿Vale la pena

optar por la violencia y la sangre? ¿Vale la pena replantear instituciones y

organizaciones ciudadanas? ¿Vale la pena hacernos un psicoanálisis colectivo

para hurgar en nuestros subconscientes por qué tenemos algo de tanáticos?

Como bien afirma Fernando Tuesta, los lamentables sucesos ocurridos en

Bagua han puesto sobre el tapete el tema de las minorías y sus posibilidades

no sólo de representación, sino de acción ante lo que pudieran considerarse

situaciones peligrosas (25). Claro que hay que preguntarse quién decide quién

es minoría en este país y con qué criterios.

Quiero terminar con las palabras de Nelson Manrique: “Hemos demostrado que

tenemos la capacidad de rebelarnos frente a la iniquidad. Se trata ahora de

aprender a construir la democracia. Vivir, según la precisa fórmula de uno de

los colectivos creados en la lucha contra la dictadura, una ciudadanía activa.

Las promesas alimentan ilusiones. Pero las verdaderamente bellas son

aquellas que nos impulsan a comprometernos y a actuar” (26). En nuestro

Perú post Fujimori-Montesinos-Sendero, la resolución de conflictos en forma

democrática, y más aún, en el marco de una cultura de paz siguen siendo los

retos más grandes pero las imágenes de la marcha del 11 de junio

demuestran que estamos aprendiendo el camino. Esas son algunas de las

dolorosas lecciones del Baguazo.

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