tu hijo está procrastinando

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¡Tu hijo está procrastinando! Por: Carlos Arroyo | 11 de marzo de 2013 “¿Pro… proqué? Oye tú, a mí no me sueltes esas cosas así como así. Mi hijo es un chico estupendo y estoy seguro de que nunca haría eso, que no sé lo que es, pero me suena fatal”. Bueno, mantengamos la calma. Estamos ante un problemón de campeonato, pero no hay que alarmarse. Lo que hay que hacer es actuar para mejorar. Porque procrastinar, lo que se dice procrastinar, alguna vez lo hacemos todos: tú, yo, él, ella y ese de al lado. Eso sí, unos bastante más que otros, y algunos, con una dedicación digna de mejor causa. Los jóvenes lo hacen más que los mayores, y las personas impulsivas o muy emocionales más que las racionales. De donde se desprende que los jóvenes muy emocionales son maestros entre los maestros en esa conducta. Ver a algunos de ellos procrastinando a lo loco hasta podría producir gracia, si no causara preocupación. Pero aclaremos, antes de profundizar en ella, que la palabra procrastinación no es demasiado empleada en español (de hecho, la definición que hace la Real Academia es totalmente insuficiente), pero su

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Interesante articulo sobre la procrastinación y el tiempo perdido. Para jóvenes y adultos.

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¡Tu hijo está procrastinando!

Por: Carlos Arroyo | 11 de marzo de 2013

“¿Pro… proqué? Oye tú, a mí no me sueltes esas cosas así como así. Mi hijo es un chico estupendo y estoy seguro de que nunca haría eso, que no sé lo que es, pero me suena fatal”.

Bueno, mantengamos la calma. Estamos ante un problemón de campeonato, pero no hay que alarmarse. Lo que hay que hacer es actuar para mejorar. Porque procrastinar, lo que se dice procrastinar, alguna vez lo hacemos todos: tú, yo, él, ella y ese de al lado. Eso sí, unos bastante más

que otros, y algunos, con una dedicación digna de mejor causa. Los jóvenes lo hacen más que los mayores, y las personas impulsivas o muy emocionales más que las racionales. De donde se desprende que los jóvenes muy emocionales son maestros entre los maestros en esa conducta. Ver a algunos de ellos procrastinando a lo loco hasta podría producir gracia, si no causara preocupación.

Pero aclaremos, antes de profundizar en ella, que la palabra procrastinación no es demasiado empleada en español (de hecho, la definición que hace la Real Academia es totalmente insuficiente), pero su equivalente es bastante común en inglés (procastination). Es un término que proviene del latín (pro, hacia, y cras, mañana, por oposición a hoy) y es realmente un concepto con historia: Cicerón dejó dicho que "in rebus gerendis tarditas et procrastinatio odiosae sunt" (“En la ejecución de los asuntos, la lentitud y la procrastinación son odiosas”).

Y ahora ya, bajo el amparo de esa luminaria del Imperio Romano, podemos sumergirnos en el gran problema de la procrastinación, una de las

principales causas de ineficiencia en el trabajo del género humano, lo que incluye, obviamente, a estudiantes y a quienes no lo son, al margen de que se dediquen a la política, la literatura, la educación, las energías renovables o la industria pesquera. E incluso a la consultoría sobre procrastinación.

Procrastinar es retrasar irracionalmente. Es dejar de hacer lo que realmente tenemos que hacer y, en su lugar, hacer lo que no habría por qué hacer precisamente ahora. Es decir, es dedicarnos a lo secundario, a lo irrelevante o a pasar el rato, rompiendo así, a sabiendas, el orden de nuestras prioridades reales. Y, de camino, causándonos a nosotros mismos perjuicios evidentes: retrasos, incumplimientos, agobios, estrés, oportunidades perdidas, metas no alcanzadas, etc.

Evitemos confusiones recalcando que no es sinónimo perfecto de diferir o aplazar como indica el Diccionario de la Real Academia. Si lo fuera, retrasar algo por causas razonables sería procrastinar, y lo cierto es que no lo es. Tampoco es sinónimo de incumplir, porque algunos incumplimientos pueden tener una causa objetiva y bien razonable. Se refiere a la demora o postergación, pero solo cuando es irracional o injustificada.

Como en tantas otras cosas, en la procrastinación hay grados y ámbitos. Hay procrastinadores extremos o graduales, y los hay generales o limitados a ciertos ámbitos de la vida (pero no en otros, según los intereses).

¿Cuál es la principal causa de procrastinación? Respuesta simple y directa, en dos palabras: la impulsividad. Los impulsivos extremos son aquellos que se dejan arrastrar por el deseo inmediato, lo quieren todo cuanto antes y no controlan sus impulsos. Por así decir, solo viven el momento. Rara vez se muestran metódicos, ordenados y concienzudos, aunque, como dilatan tanto las tareas, y a veces saben disimular, parezca justo lo contrario. Les cuesta esforzarse a corto plazo en pos de un beneficio a largo plazo; es decir, se conforman con recibir menos ahora que más después. En general son distraídos, poco previsores y no autocontrolados.

Pero los procrastinadores no tienen por qué ser vagos que no quieran hacer nada. Los hay vagos y los hay que no lo son en absoluto. En el fondo, a estos últimos les gustaría hacer lo que deben, pero no lo hacen en el momento adecuado: alteran sus órdenes de prioridad y se desvían con minucias,

porque cualquier cosa es una poderosa tentación. Dejan que el entorno, y no ellos, marque su ritmo personal y altere sus metas.

Uno de sus principales problemas operativos es que carecen de tracción de arranque. Cuando empiezan a trabajar, experimentan el síndrome del sacapuntas. Se ponen a sacarle punta al lápiz, y a veinte lápices que tuvieran, antes de entrar en faena. Si intentan empezar algo no demasiado motivante sienten ansiedad, como si buscaran desesperadamente que algo les desvíe de sus débiles intentos de actuar. El reloj avanza, el tiempo se agota y el agobio hace aún más duro arrancar, por lo que alivian la presión haciendo

como que hacen, ocupándose de cosas insignificantes o refugiándose en el entretenimiento para anestesiar su malestar difuso, siempre con la promesa ficticia de que “en cuanto acabe esto, ya me pongo en serio”.

¿Os suena de algo? El autoengaño justificativo es habitual en los procrastinadores, especialistas en echarle la culpa al calendario, a la complejidad o mala definición de la tarea, y a cualquier tipo de incidente sobrevenido. Y es que nadie sufre más imprevistos que los procrastinadores. Son los reyes de los imprevistos. Si vuestros hijos son propensos a este tipo de excusas, son claros candidatos. Cualquier justificación cabe en la ambigua zona de sombras entre no querer y no poder. Los hay incluso que se convencen de que, si no han hecho

algo, es solo porque no era conveniente: disfrazan la procrastinación de decisión positiva.

Los procrastinadores son vulnerables y se meten frecuentemente en situaciones complicadas, porque dejar todo para más adelante reduce

dramáticamente el margen de error (por ejemplo, al estimar el tiempo necesario o la dificultad de la tarea) y anula la capacidad de torear los incidentes sobrevenidos. Con tiempo, cualquier problema es abordable; sin él, cualquier minucia es una catástrofe potencial. Que dejen las cosas para más adelante puede interpretarse erróneamente como un exceso de confianza, cuando en el fondo lo que les sucede es exactamente lo contrario.

El rendimiento promedio de los procrastinadores extremos es inferior al de los no procrastinadores por dos motivos: porque reducen su tiempo de trabajo efectivo y porque ese tiempo es bastante menos productivo y más expuesto a nervios, incidentes o retrasos.

Al final, suelen acabar reduciendo la tarea a su esqueleto, a lo básico, y se convencen de que solo hacen progresos fabulosos en el mismísimo borde de la línea roja. También son los reyes de la deadline. Por lo general no es así, pero se sienten compensados por el gran alivio de haber cumplido, mal que bien, cuando ya habían perdido las esperanzas. Ese último respiro les genera su pizca de orgullo y una frecuente sobrevaloración de la calidad de su trabajo.

Pero muchos procrastinadores extremos se ven sometidos a frecuentes episodios de fuerte estrés, como consecuencia de las dificultades para llevar adelante sus tareas, y también por los sentimientos de culpa que generan las continuas dilaciones. De hecho, como dicen los expertos, el miedo a hacer una tarea les consume más energía que hacerla. Una de las consecuencias de esta situación es que, a menudo, tienden a concebir de una manera agónica sus responsabilidades y, además, a exagerar artificialmente la magnitud de sus tareas.

Como ha quedado dicho, hay procrastinadores extremos, medianos y ocasionales, y también es perfectamente posible que una persona sea procrastinadora en general, o en determinados ámbitos que no le atraigan, y no lo sea en otros en los que se sienta motivada. La motivación y la procrastinación son inversamente proporcionales, por lo que, depende del ámbito en cuestión, una persona puede ser a la vez procrastinadora en esto y previsora, cumplidora y eficiente en aquello otro.

La procrastinación está en el cerebro

Uno de los principales problemas de la procrastinación para nuestros hijos es su práctica invisibilidad en el momento en que está ocurriendo. Suele estar camuflada bajo un montón de malas excusas. Y lo cierto es que, para combatirla, el primer paso es evidente: reconocerla. Pero hay procrastinadores que no

lo reconocerían ni a rastras. Prefieren refugiarse en la cantilena de problemas e inconvenientes de todo tipo, y luego buscar pseudoargumentos que enmascaren su problema. Veamos algunos de los más frecuentes:

1. “Soy más creativo bajo presión y así me va bien”. Es indudable que toda la creatividad que surja en estas personas será bajo presión, porque no tienen alternativa. Esta creatividad podrá consolar, pero, en términos generales, no aguanta la comparación con la que nace libre de coacción temporal. Las buenas ideas necesitan reflexión, preparación e incluso su largo periodo de incubación, y eso no suele ocurrir bajo presión.

2. “Soy más eficiente en el último minuto y así me va bien”. ¿Qué alternativa queda? ¿Optimizar esa supuesta eficiencia apurando plazos, pero arriesgándose a no llegar a tiempo? ¿Cuál es el límite: el último día, la última hora, el último minuto? ¿Es esa una opción o habría que convenir en que la acumulación gradual y temprana de trabajo ofrece una seguridad que jamás podrá ofrecer el último minuto?

3. “Soy muy perfeccionista, por eso tardo en acabar, y así me va bien”. Los estudios han demostrado que el perfeccionismo apenas produce una dosis significativa de procrastinación. Por el contrario, los auténticos perfeccionistas, esmerados, ordenados y eficientes, no tienden a desviarse de sus objetivos ni a distraerse así como así. Es decir, la mayoría de las veces esa es una mentira piadosa.

No cabe duda de que quienes así hablan suelan ser grandes aficionados al último minuto, y encuentran estímulos y alicientes en ello, no son simples masoquistas. Quizá sienten algo parecido al vértigo y la emoción del directo de los periodistas audiovisuales. Ahora bien, esa defensa del último minuto suena generalmente muy lastrada por sus propias inclinaciones personales, no está basada precisamente en razones objetivas.

Pero además de prever estos argumentos defensivos, para entender mejor a los jóvenes procrastinadores es muy importante analizar las causas del problema. La procrastinación tiene un origen genético y evolutivo. La evolución es descendencia con cambios. Las modificaciones de mayor éxito adaptativo prosperan y prevalecen. Entonces se produce un desfase, porque la adaptación se ciñe a lo que existía antes. Ni anticipa ni predice, sino que mira al pasado. Es decir, las pautas adaptativas que triunfan, lo hacen con un desfase temporal.

Pues bien, la procrastinación es una pauta comportamental anclada en un pasado inmemorial, cuando el ser humano aún no se procuraba el sustento con la agricultura y la ganadería. El medio o largo plazo eran entelequias sin sentido. Todo era aquí y ahora. El ser humano necesitaba impulsos primarios para sobrevivir, la planificación era inútil. La procrastinación es la expresión

de nuestro desfase genético respecto al entorno actual. En definitiva, la procrastinación es la expresión organizativa de nuestra impulsividad atávica.

Nuestro entorno ha cambiado. Si la impulsividad era entonces un salvavidas, ahora ya no lo es tanto, porque la vida, los planes y los proyectos son más a

largo plazo. Para añadir complicaciones, la vida moderna dificulta la lucha contra la procrastinación, con su enorme cantidad de estímulos, y su tendencia al individualismo, al hedonismo y al deseo inmediato y consumista.

¿Dónde está la sede biológica de la procrastinación? En el cerebro, por supuesto. Perfilemos los dos sistemas cerebrales que están en lucha permanente dentro de nosotros. Es como si hablaran distinto idioma, nunca van al unísono, sino siempre el uno contra el otro. Según el equilibrio de poder que se establezca, actuaremos de manera más impulsiva y visceral, o más planificada y racional. O con determinada combinación de pautas.

El sistema límbico es el evolutivamente anterior o, si se quiere, inferior. Es una zona del cerebro que regula emociones, instintos, impulsos, automatismos y conductas intuitivas y viscerales. Toma decisiones rápidas, casi instantáneas, incita a la acción. No reacciona ante el medio plazo, solo lo hace ante lo inmediato. Es nuestro cerebro animal. Está condicionado por factores ambientales y sensoriales. Carece de poder de abstracción y nos predispone a lo que sea sin que nos demos cuenta. Genera la personalidad básica. Es la parte del cerebro que nos lanza hacia la procrastinación.

La corteza pre frontal es evolutivamente posterior o, si se quiere, superior. En ella radica la percepción sensorial, la capacidad racional, la cognición, la reflexión, el control, la atención, la planificación, la secuenciación y la reorientación de la conducta. Es la única zona cerebral capaz de manejar ideas a largo plazo, más lenta en la toma de decisiones, pero mucho más flexible. Gestiona bien las visiones generales, los conceptos abstractos, las metas distantes. Es la parte del cerebro que se opone a la procrastinación. Es la directora de orquesta, la que armoniza racionalmente nuestras decisiones. Sin ella, el cerebro sería una orquesta cuyo director dejara la batuta en manos de una persona del público sin conocimientos musicales: el concierto sería un desconcierto.

El sistema límbico se impone a la corteza pre frontal con más frecuencia en los impulsivos que en aquellos que no lo son. El sistema límbico consigue vetar, demorar o condicionar los planes a largo plazo de la corteza pre frontal y se inclina por lo inmediato, por la tentación del momento.

Para entender bien la situación de nuestros hijos adolescentes, hay que tener en cuenta que aún están recibiendo retoques a su corteza pre frontal, por lo que están muy expuestos a la procrastinación, aunque eso no quiere decir que no puedan hacer nada para reconducirla.

El antídoto de la procrastinación

La procrastinación es un problema mundial. La grandilocuencia de la frase no le resta veracidad. Un estudio sobre la jornada laboral en Estados Unidos ha estimado que el 25% de la jornada es prácticamente improductiva por esta causa. Hagamos una extrapolación intuitiva y comprenderemos la magnitud del problema, tanto en nuestra vida como en la de nuestros hijos. En nuestro ámbito personal, la procrastinación extrema puede dar lugar a una vida con más sueños que realidades, más frustraciones y tareas pendientes que logros. Por ello hay que combatirla, con realismo y sabiendo que sus causas hacen difícil la erradicación, sobre todo en los casos agudos, pero que se puede mejorar sustancialmente si uno se esfuerza día a día.

Hay tres claves esenciales para atajarla:

1. Saber que uno procrastina, reconocerlo, querer dejar de hacerlo y estar vigilante para evitarla allá donde se presente.

2. Tener un modelo ágil y eficaz de asignación de prioridades a las tareas.3. Manejar adecuadamente los factores que influyen en la motivación

para elevarla, ya que a más motivación, menos riesgo de procrastinación. Y a la inversa. Esta es una idea esencial: motivación y procrastinación son conceptos contradictorios; una crece cuando la otra disminuye.

La primera necesita pocas aclaraciones. Si no se reconoce o no se quiere cambiar, lo demás sobra. Sobre la segunda hablaré probablemente en un futuro post. Pasemos a la tercera: la motivación. Para analizarla y saber cómo gestionarla, los expertos han partido de las ecuaciones de los economistas sobre la toma de decisiones.

Como no es cosa de incluir fórmulas, os pido un esfuerzo de imaginación espacial. O, casi mejor, un lápiz y un papel. Podemos decir que la motivación equivale a una fracción en cuyo numerador está la expectativa y la valoración. La expectativa es la probabilidad de conseguir algo o la confianza en ello. La valoración alude a lo que se estima o desagrada el resultado de lo que se hace. Cuando suben estos dos factores, expectativa y valoración, se incrementa la motivación. Y a la inversa cuando bajan.

En el denominador, tenemos otros dos aspectos: impulsividad personal y demora de la satisfacción (o tiempo que tardaría la retribución). Cuando suben estos dos factores, impulsividad y demora, la motivación baja. Y a la inversa.

Traducido a un lenguaje más simple, la motivación será mayor cuantas más expectativas reales tengamos de conseguir algo y más valioso sea. Por el contrario, disminuirá cuanto más alejada en el tiempo esté la posibilidad de conseguirlo y más impulsivos seamos.

Como la procrastinación se mueve de forma inversa a la motivación, hagamos también su traducción. Tenemos más peligro de procrastinar y desviarnos de nuestro camino razonable cuanto más impulsivos seamos y más lejana en el tiempo esté la posibilidad de culminar o conseguir algo. Evitaremos el riesgo cuando tengamos más expectativas reales de conseguir algo y más valioso sea.

Hay personas con un alto poder de automotivación que, consecuentemente, apenas tienen riesgo de procrastinar y padecer sus negativas consecuencias. Eso es algo que debemos tener en cuenta para aconsejar a nuestros hijos: si elevan su motivación hacia lo importante, alejan el riesgo de la procrastinación. O, por detallar más, si elevan la confianza en sí mismos, la expectativa de éxito, y también la valoración de la tarea y de sus resultados, elevarán su motivación.

Si aplicamos igualmente la fórmula en la parte del denominador, también elevarán la motivación si controlan poco a poco su nivel de impulsividad y si consiguen acortar el tiempo de demora en la obtención de resultados (cabría añadir que también se consigue si alargan la demora de satisfacción de las tentaciones alternativas).

¿Cuáles son las situaciones críticas en las que todos, procrastinadores extremos y quienes no lo son, podemos vernos enfrentados a situaciones de alto riesgo de procrastinación que conllevan?

Son estas:

1. Las tareas que no disfrutamos.

2. Las tareas para las que no tenemos habilidad.3. Las tareas que no compensan por su gran dificultad.4. Las tareas que no compensan por el escaso reconocimiento previsible.5. Las tareas no previstas en nuestras agendas o planes.6. Las tareas que no comprendemos bien.7. Las tareas referidas a situaciones confusas y mal definidas.

Identificar bien que nos encontramos ante una de estas tareas envenenadas también nos puede ayudar a estar atentos y superar el riesgo de procrastinación.

Hay también factores externos a la tarea en cuestión que pueden ser dañinos por su tremenda atracción procrastinadora. No hay otro peor que la pantalla lúdica, cuya tentación se ha convertido en un gigantesco obstáculo para que las personas desarrollen sus tareas de forma puntual y eficiente. En eso coinciden todos los estudios: sea en forma de televisión (también a través de ordenador u otros terminales), teléfono móvil, correo electrónico, redes sociales, videojuegos o cualquier otra modalidad, nuestros hijos y no pocos

de los adultos, entregan media vida a la diosa pantalla. Obviamente, dejamos aparte los casos en los que la pantalla es justamente un instrumento de trabajo (al menos, durante el tiempo en que lo es).

Se han realizado estudios sobre la parte de jornada laboral degradada o inutilizada por el correo electrónico. La conclusión es que casi la tercera parte de ella resulta afectada. Se habla a menudo del spam (mensajes basura), en un sentido agresivo, pero a veces olvidamos la enorme cantidad de spam amigo con el que nuestros propios círculos nos castigan a diario. Además, el mail como factor de procrastinación presenta un problema añadido: nos engaña haciéndonos creer que realmente estamos trabajando, algo que no siempre es así.

10 formas de luchar contra la procrastinación

En los tres posts precedentes he pretendido dejar sentada la enorme importancia que tiene la lucha contra la procrastinación simplemente para hacer bien el trabajo o, por decirlo a la antigua usanza, para hacer lo que debemos hacer, teniendo bien claro que lo primero es lo primero (y lo demás

no). Conocer la tipología del procrastinador, las causas biológicas de esta conducta y cuál es nuestra principal arma contra ella, la motivación, es imprescindible.

Pero ahora trataré de ser más concreto al hablar de cómo afrontarla: ¿Qué podemos hacer en el día a día para controlar poco a poco la procrastinación? No vale la respuesta humorística: que pase el tiempo y el joven se convierta en adulto. No, porque la relación entre jóvenes y procrastinación es

indudable, pero no es una ley de hierro: ni todos los jóvenes procrastinan por igual, ni todos los adultos han dejado de hacerlo (en realidad, lo siguen haciendo la mayoría).

Lo que podemos hacer lo resumiré en 1+10 pautas. La pauta que va suelta, es la madre de todas las pautas (en esta vida moderna). Suprimir las tentaciones electrónicas es la técnica antiprocrastinación más eficaz, por encima de cualquier discurso sobre la importancia de la motivación. El sonido de las llamadas telefónicas, los mensajes, el correo, las redes, etc., nos han convertido en una especie de perros de Pavlov, que reaccionan ante estos estímulos como si interrumpir el trabajo decenas de veces no tuviera la menor importancia. O como si estuviéramos bien dispuestos a pagar el precio de esas interrupciones a cambio de la sensación de conexión permanente.

Una vez establecido esto, veamos la otra docena de pautas, que considero pueden ser de utilidad para ayudar a nuestros hijos:

1. Establecer metas. Las metas generan espirales de éxito muy eficaces. ¿Cómo deben ser? Específicas (no tan genéricas que no muevan a la acción), secuenciadas (parciales, pero dentro de una senda global), accesibles (pero no tan ínfimas que no supongan progresos) y temporalmente realistas. Además, mejor de acercamiento que de evitación o negativas.

2. Tomar decisiones y comunicarlas. Las decisiones formales y explícitas ayudan a doblegar el sistema límbico: la parte planificadora de nuestro cerebro se impone así a la impulsiva. El compromiso es más difícil de incumplir cuando hay una resolución solemne y pública.

3. Apoyarse en rutinas positivas para automatizar el trabajo y alejar tentaciones. Las rutinas son apoyos esenciales de los objetivos a largo plazo, porque, al automatizar el trabajo, alejan tentaciones y distractores. Cualquier procrastinador puede rendir tanto como quien no lo sea, siempre que se agarre a las rutinas. Evitar las excepciones impide que se conviertan en reglas, porque la primera dilación es un camino abierto a la segunda.

4. Romper la barrera del minuto -1. La verdadera barrera que hay que romper es el minuto anterior a comenzar a trabajar. Ese es el gran obstáculo. Si se supera esa gran barrera inicial, todo resultará más llevadero y se habrá evitado el mayor riesgo de procrastinación.

5. Evitar las tentaciones para evitar los peligros. Distanciar las tentaciones (tareas o distracciones alternativas) multiplica su demora de satisfacción y reduce su poder motivador. Siempre es bueno interponer obstáculos entre el trabajo y la tentación. La técnica del envoltorio consiste en pensar en la tentación como algo lejano, abstracto, incierto, indefinido, sin dejarse atrapar por sus detalles más atractivos (como si en lugar del sabor y la textura del chocolate fuéramos capaces de visualizar solo una caja de bombones envuelta en papel opaco).

6. Anotar ideas para expulsarlas de la mente. Anotar las ideas ajenas al tema en el que se trabaja evita un gran riesgo de desconcentración y de procrastinación. Como es difícil suprimir los pensamientos a pura fuerza de voluntad (si nos obligamos a no pensar en algo, probablemente acabemos pensando en ello más aún), necesitamos la ayuda del taco de notas, que los echa de la cabeza y evita que se nos queden flotando.

7. Buscar la cara agradable de lo desagradable. Así se eleva la valoración de las tareas duras y, por lo tanto, su escaso poder motivador. Manipular mentalmente la tarea y asociarla a algo que nos resulte agradable eleva la motivación. Además, autopremiarse y autohalagarse potencia la autosatisfacción.

8. Visualizar los logros deseados para vivirlos por anticipado. Recrear situaciones de forma intensa hace que nuestra mente se active y genere una especie de imagen como si se hubieran producido tales logros. Si somos optimistas y visualizamos activamente las metas, habremos dado un paso hacia ellas. Por el contrario, tener miedo a fallar incrementa las posibilidades de fallo.

9. Evitar los argumentos autoabsolutorios o autopermisivos. Si decimos “no pasa nada por un día que me retrase, tengo tiempo”; “miro Facebook, pero solo cinco minutos”; “ya empiezo mañana, que es lunes”, no nos miramos en un espejo real ni daremos pasos hacia el cambio correcto.

10.Combatir el aburrimiento. El aburrimiento empuja de cabeza hacia la procrastinación. Hay pautas para inflar artificialmente el interés de las tareas: cambiando la manera de abordarlas, marcando pequeños hitos, recortando los tiempos de las tareas parciales como en una autocompetición, conectando mentalmente la tarea pequeña en un todo mucho más importante. Enganchar las tareas en otras de superior rango y de mayor importancia es eficaz. Y, desde luego, el cansancio es un factor que multiplica el desinterés y reduce la capacidad de esfuerzo.

Todas estas pautas son eficaces, lo que no quiere decir que sean sencillas de implementar o manejar con maestría. Lo que interesa es que nuestros hijos

las conozcan y que, para su puesta en práctica, reciban nuestra ayuda. El tema no es simple, porque la tendencia a la procrastinación está muy arraigada en nuestro cerebro; de hecho, podríamos decir que es natural. Pero es una batalla que merece la pena emprender.

El premio es mejorar sustancialmente la forma de trabajar. Y sufrir mucho menos, para qué negarlo.