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CRITICÓN, 119, 2013, pp. 35-49. Torres Villarroel, editor de Gabriel Álvarez de Toledo. Nuevas notas sobre la poesía de uno de los fundadores de la Real Academia Jaume Garau Universidad de las Islas Baleares Hace ya unos años, en un artículo que publicamos 1 dedicado a estudiar la poesía de tono serio de Gabriel Álvarez de Toledo Pellicer y Tovar (1662-1714), lamentábamos el descuido que había sufrido el estudio de su obra, al igual que la del resto de autores que escriben sus versos entre el último tercio del siglo xvii y la primera mitad del xviii. Del poema barroco más esplendoroso que podemos leer en un Quevedo o Góngora a la aparición, ya en la segunda mitad del Setecientos, de las primeras muestras de la poesía neoclásica mediaba un tiempo del que prácticamente se desconocía en qué consistía su discurso poético y cuáles eran las claves necesarias para su interpretación y, también, de qué modo la poesía escrita en casi una centuria podía ir prefigurando la nueva estética neoclásica. Afortunadamente, de un tiempo a esta parte, esta grave laguna en el conocimiento de casi un siglo de poesía española se ha ido cubriendo con importantes aportaciones que nos han hecho comprender la diferencia que existe entre la consideración de una poesía juzgada como fruto de un barroquismo decadente, a aquella en cuyas entrañas se va gestando el nuevo modo de poetizar, con un lenguaje presidido por la tendencia a la sencillez y en el que prima la naturaleza sobre el arte. En efecto, en las últimas décadas del siglo xvii el ansia de renovación de los llamados peyorativamente novatores, que fijan su mirada crítica en los nuevos modos del 1 Garau, 1991. En aquel momento, contábamos con muy escasos estudios de conjunto. Partíamos, como todavía debemos hacerlo ahora, del estudio de Cueto, publicado en 1869, al que citaremos por la edición de 1952 (pp. IV-CCXXXVII); del artículo de Glendinning (1961), cuyas conclusiones sobre la influencia de Góngora se han visto reformuladas en una aportación posterior (1995), rebatida por Pérez Magallón (2008); Orozco (1968); Lázaro Carreter (1968); Alborg (1972) y Vallejo (1992), además de los epígrafes correspondientes de la obra de Arce (1981).

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CRITICÓN, 119, 2013, pp. 35-49.

Torres Villarroel, editor de Gabriel Álvarezde Toledo. Nuevas notas sobre la poesía

de uno de los fundadores de la Real Academia

Jaume GarauUniversidad de las Islas Baleares

Hace ya unos años, en un artículo que publicamos1 dedicado a estudiar la poesía detono serio de Gabriel Álvarez de Toledo Pellicer y Tovar (1662-1714), lamentábamos eldescuido que había sufrido el estudio de su obra, al igual que la del resto de autores queescriben sus versos entre el último tercio del siglo xvii y la primera mitad del xviii. Delpoema barroco más esplendoroso que podemos leer en un Quevedo o Góngora a laaparición, ya en la segunda mitad del Setecientos, de las primeras muestras de la poesíaneoclásica mediaba un tiempo del que prácticamente se desconocía en qué consistía sudiscurso poético y cuáles eran las claves necesarias para su interpretación y, también, dequé modo la poesía escrita en casi una centuria podía ir prefigurando la nueva estéticaneoclásica. Afortunadamente, de un tiempo a esta parte, esta grave laguna en elconocimiento de casi un siglo de poesía española se ha ido cubriendo con importantesaportaciones que nos han hecho comprender la diferencia que existe entre laconsideración de una poesía juzgada como fruto de un barroquismo decadente, aaquella en cuyas entrañas se va gestando el nuevo modo de poetizar, con un lenguajepresidido por la tendencia a la sencillez y en el que prima la naturaleza sobre el arte. Enefecto, en las últimas décadas del siglo xvii el ansia de renovación de los llamadospeyorativamente novatores, que fijan su mirada crítica en los nuevos modos del

1 Garau, 1991. En aquel momento, contábamos con muy escasos estudios de conjunto. Partíamos, comotodavía debemos hacerlo ahora, del estudio de Cueto, publicado en 1869, al que citaremos por la edición de1952 (pp. IV-CCXXXVII); del artículo de Glendinning (1961), cuyas conclusiones sobre la influencia deGóngora se han visto reformuladas en una aportación posterior (1995), rebatida por Pérez Magallón (2008);Orozco (1968); Lázaro Carreter (1968); Alborg (1972) y Vallejo (1992), además de los epígrafescorrespondientes de la obra de Arce (1981).

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conocimiento, trasciende hacia otras maneras de escribir la poesía, como handemostrado algunos de sus estudiosos más recientes2.

La poesía de Toledo ha sido objeto de varios estudios monográficos que han paliadoel escaso conocimiento que se tenía acerca de su obra3. Mucho menos se sabe acerca desu vida, distinguida por una personalidad de gran cultura y por el desempeño de altoscargos en la monarquía, como el de bibliotecario mayor del rey. Es conocido tambiénque en 1713 fue uno de los fundadores de la Real Academia, en la que ocupó el sillón C,siendo el tercero de los miembros inscritos y el primer académico en fallecer4.Considerado afín a los intelectuales renovadores que, tras la Guerra de Sucesión, sereúnen en torno a la Real Academia y a la Librería Real, instituciones de gran influjocultural en las que ocupó un destacado papel, publicó su Historia de la Iglesia y delmundo, que contiene los sucesos desde su creación hasta el diluvio (1713), obra en laque plantea una teología de la historia que provocó una gran polémica y de la que notrataremos al no ser objeto de este estudio5. Fue también de los primeros en España enpreocuparse por conocer el pensamiento de Descartes, de Spinoza o Francis Bacon6.

A Diego de Torres Villarroel debemos la primera edición extensa de sus poemas acomienzos de los años cuarenta (Obras póstumas poéticas con la Burromaquia7,Madrid, Imprenta del convento de la Merced, 1744), aunque no fue el primero en laedición de sus versos ya que se ha conservado un opúsculo, editado por Manuel deAnero Puente, titulado Afectos de un moribundo hablando con Cristo crucificado(Francisco de Leedfdael, Sevilla [s.a.]) del que contamos con una edición madrileña de

2 De entre esta bibliografía hay que destacar aquí a Aguilar Piñal (1996); Bègue (2006; 2008, 2010a,2010b) y Pérez Magallón (2001, 2002 y 2008). Volveremos sobre este punto más adelante.

3 Aparte de las páginas que le dedica Cueto en su antología de 1869, las de Lázaro Carreter (1968),Alborg (1972), Vallejo (1992) o las referencias dispersas de Arce (1981) y algunos otros, únicamente Seboldhabía dedicado un artículo a uno de sus sonetos más famosos, «A Roma destruida» (1972); Garau al análisisde su poesía solemne (1991) y a la parodia de la épica culta que podemos ver en su poema la Burromaquia(1994); Hill al estudio de su obra no poética, juntamente con la de sor Juana Inés de la Cruz, Pedro de PeraltaBarnuevo y Francisco Botello de Moraes (2000); Galbarro a la dipositio textus de la edición de Torres quetratamos aquí (2009), artículo sobre el que volveremos en su momento, y Pérez Magallón (2001).

4 Debemos al académico Antonio Ferrer del Río esta información de sus «Noticias biográficas y juicioscríticos», escritas en 1862, y donde explica su labor en la Academia: «Su plaza fue la primera vacante en laAcademia Española, para la cual hizo la planta de los Estatutos, y se ocupaba en el examen de las crónicas delos reyes de Castilla desde san Fernando hasta Fernando V, a fin de autorizar la buena acepción de las voces»(Cueto, 1952, p. 3). Para su biografía, hay que partir, con ciertas reservas, del «Prólogo al lector» de Torres enla edición de la que trataremos aquí: Obras póstumas poéticas, con la Burromaquia, Imprenta del Conventode la Merced, Madrid, 1744, y del estudio que Cueto le dedica al comentar su biografía, ampliando lasnoticias aportadas por Torres (1952, pp. xxxii-xxxvi). Estas deben ser complementadas también con las delpropio Cueto y Antonio Ferrer del Río, editadas en la misma obra (Cueto, 1952, pp. 1-5).

5 Sobre la polémica que generó esta obra, véase el útil resumen de Mestre, 1996, pp. 835-836.6 Véanse Hill, 2000, y Israel, 2001. Agradezco esta información a mi colega el Dr. Miquel Beltrán, de la

Universidad de las Islas Baleares.7 Como nota curiosa, debemos señalar que, pocos años antes, se habían publicado las Obras poéticas

póstumas del cronista de Castilla y miembro de la Academia Española Pedro Scotti de Agoiz (Madrid, LorenzoFrancisco Mojados, 1735). No deja de llamar la atención la similitud de este título con el de la obra que nosocupa. No es difícil aventurar que Torres pudiera haber tenido noticia de esta edición.

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1701 (Francisco de Villadiego, Madrid, 17018). Además de estos textos, se estamparonotros dos poemas de circunstancias en vida del autor que, por lo exiguo con querepresentan su obra, demuestran el escaso interés de Toledo por la difusión de susversos, como recientemente se ha apuntado9.

No fue, pues, Torres el primer editor de su obra aunque sí el que la recoge en sumayor extensión. A él, le sucederá, ya en 1869, la antología de Leopoldo AugustoCueto, quien edita sus poemas a partir de la de Torres, aunque en menor número10. Aella, le siguen en el tiempo breves muestras de su producción en antologías como laelaborada por Higinio Capote, en 196211; la de John R. Polt, de 198212 y la de RogelioReyes, de 199313. En todas ellas, la nómina de autores representados la abre GabrielÁlvarez de Toledo.

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Jaime Galbarro, al estudiar la dispositio textus de la edición, explica que Torresprofesaba una estrecha relación de amistad con la duquesa de Alba, María TeresaÁlvarez de Toledo, familiar de don Gabriel y a quien un año antes, en 1743, habíadedicado su Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del doctor don Diego deTorres Villarroel. El objetivo de Torres al editar esta obra poética es, en el parecer deeste investigador, conseguir el mecenazgo de la Casa de Alba, como así fue14. En estaaportación, se describen los distintos grupos de textos en los que se organiza la edición,deduciéndose que fue el mismo criterio métrico-temático con el que publicó su obrapoética posteriormente, en 1752, en los tomos VII y VIII de su Obra Completa15.Concluye su estudio cotejando la edición de Torres con el manuscrito número 1581,conservado en la Biblioteca Nacional de España. A modo de anexo, se ofrece la relaciónde las composiciones existente en la edición príncipe, con sus correspondencias delmanuscrito de la Biblioteca Nacional16.

8 Galbarro cita la edición sevillana y la sitúa a partir de 1714 (2009, p. 218). Bègue cita ambas ediciones(2010b, pp. 451 y 455).

9 Galbarro menciona entre estos poemas el titulado Exhórtase a España a que deje el llanto de la muertedel rey D. Carlos Segundo…y celébrese la venida de su sucesor el rey … don Felipe Quinto (Madrid [s.i.],1701) y «Depón Iberia el fúnebre aparato…». Señala, además, su colaboración en los preliminares de variasobras, la mayoría de ellas reeditadas después en la edición de Torres (2009, pp. 218-219).

10 Cueto, 1952, pp. 5-18.11 Capote, 1962, p. 58,12 Polt, 1982, pp. 45-46.13 Reyes, 1993, pp. 55-58.14 Galbarro, 2009, p. 220.15 «El criterio que siguió para organizar los poemas de Gabriel Álvarez de Toledo fue fundamentalmente

métrico-temático. Las composiciones se estructuran en cinco grupos: sonetos, romances heroicos, octavasreales (para la Burromaquia), romances (octosilábicos), y un cajón de sastre final de metros varios».(Galbarro, 2009, pp. 220-221).

16 Galbarro, 2009, pp. 225-229. Debemos advertir que, pese a su evidente utilidad, la lista decomposiciones que se citan no se corresponden con la paginación del ejemplar de la edición que hemosutilizado. Señalamos algunas diferencias que no desmerecen en absoluto el trabajo expuesto en esta lista: Así,el primer texto en verso, el romance «En alabanza de las obras de don Gabriel Álvarez de Toledo», estáimpreso en nuestra edición entre las páginas [XX] y [XXII], frente a las [XIII-XIV] que se mencionan en elartículo de Galbarro. El texto nuestro tiene [XXII] + 132 pp. y se cierra con las décimas tituladas «Implora las

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Independientemente de la certeza de que Torres pretendiera congraciarse con la Casade Alba, debemos recordar que la admiración por la obra de nuestro autor ya la habíamanifestado en la primera edición de sus Visiones y visitas de Torres con don Franciscode Quevedo por la Corte, al dedicar el libro al que también fuera académico de laEspañola, ocupando el sillón X, Manuel Pellicer de Velasco. En 1728, pues, Torres yaescribía elogiosamente de Álvarez de Toledo al tiempo que le defendía de los ataquesque había sufrido su Historia de la Iglesia y del mundo, al entroncar por su apellidoPellicer, con la ilustre prosapia del personaje al que dedica el libro:

quise encomendar la última porción de la obra, poniendo en su frente aquel apellido tantasveces ilustre que acuerda las glorias de la esclarecida casa de vueseñoría y las obligaciones quehan constituido a la república de los estudiosos de España tantos héroes, que se hicierondignos con sus plumas del más constante agradecimiento de la posteridad. El último que honrólos moldes con sus bien logradas fatigas fue el señor don Gabriel Álvarez de Toledo y Pellicer,cuyo recuerdo entre los eruditos no se atreve a ser memoria sin ser veneración. Y aunque hapoco que cierto autor, por otra parte ingenioso y abundantemente instruido, lo sacó a suteatro para exponerlo al silbo de los mosqueteros, todos los hombres de erudición y juicio hancalificado en esta parte al dicho autor de haber incurrido en la nota de una menos ingenua queinteresal condescendencia. Todos aseguran que temiendo el autor el que desluciesen su obra lassátiras de un vivo, le compró a este la aprobación o la seguridad con ayudarles a roer laestatua que en el Capitolio de Minerva es glorioso monumento a un difunto. Este errorafectado o ceguedad voluntaria manifiesta cuántos desaires pueden padecer las verdades en lasplumas de aquellos que proceden a escribir sin tener corregida la voluntad, y que en orden adesviar a los escritores del acierto no son dos cosas la pasión y la ignorancia17.

La estructura de la obra responde al siguiente esquema:

I) Textos preliminares, sin paginar (pp. [I-XXII])

I. 1 Dedicatoria a don Alonso Vicente de Solís (pp. [I-IV]).I. 2 Censura de fray Juan de la Concepción (pp. [V-VI]).I.3 Licencia del inquisidor Miguel Gómez de Escobar (p. [VII]).I.4 Censura de José Joaquín Benegasi (p. [VIII]).I.5 Licencia del Consejo de Castilla por Miguel Fernández Munilla (p. [IX]).I.6 Fe de erratas y suma de tasa (p. [X]).I.7 «Prólogo al lector del doctor don Diego de Torres, y en él una breve noticia del nacimiento,vida y virtudes de don Gabriel Álvarez de Toledo Pellicer y Tovar» (pp. [XI-XVIII]).I.8 Índice de las poesías que contiene este libro (pp. [XVIII-XX]).

armas del viejo capitán, el viejo Saturno». En la lista de textos publicada por Galbarro, este último poemaaparece en la página 128. Debemos advertir que modernizamos las grafías de los textos y títulos antiguos,salvo en todos aquellos casos que tuvieran relevancia fonética. Citamos por la fotocopia de la ediciónconservada en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca, sig. 1-33348. La referencia de página queaparecerá a continuación de la cita remite a esta edición.

17 Torres, Visiones y visitas, pp. 261-263. El editor Sebold, siguiendo las averiguaciones de Cueto, explicaquién fue el aludido como «cierto autor»: Vicente Bacallar y Sanna, marqués de San Felipe (p. 262n.). Comoya hemos apuntado anteriormente, sobre esta polémica ver Mestre, 1996, pp. 835-836.

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I.9 «En alabanza de las obras de las Obras de don Gabriel Álvarez de Toledo, escribió unaficionado este romance endecasílabo» (pp. [XX-XXII]).

II) Edición de los poemas (pp. 1-13218).

L o s p r e l i m i n a r e s

De entre estos preliminares hay que resaltar la censura del poeta y dramaturgo JoséJoaquín Benegasi19 cuando, no sin cierto gracejo, manifiesta que «debe admirarse queun caballero tan agudo, discreto y erudito se pudiera divertir con burros. No los quisopintar enamorados porque discurrió, y con razón, que no era el enamorarse parabrutos» (p. [VIII]). Mayor interés presenta la censura del que también fuera miembro dela Real Academia, el carmelita fray Juan de la Concepción20, donde se evidencia suapuesta por la renovación del estilo que reclamaban los nuevos tiempos, en favor de laclaridad del lenguaje poético que anuncia el neoclasicismo21, al tiempo que homenajeabaa Góngora en unos años, hace sólo seis que se ha publicado La poética de Ignacio deLuzán, en el que pese a los avances de la nueva estética la influencia barroca, enprogresiva transformación, sigue estando presente22:

El estilo de don Gabriel es casi preciso parezca mal en una era donde todo estilo es extremado,o por lo neciamente culto, que a hurtos del día quiere volver a introducirse, o por lovillanamente bajo que intenta se celebren por claridades las groserías. Más de una vez heinformado al público de mi aborrecimiento al estilo obscuro. Fundar en las tinieblas lasdivinidades aún se hacía duro en los bosques que veneraban los gentiles. Con todo, más meopongo a los que dicen no está inteligible todo aquello que ellos no entienden. Estoypersuadido a que ningún discreto dejó de entender, en un sentido suficiente, las obras denuestro insigne Góngora, hasta que no sé quién infundió a dos o tres el cizañoso espíritu decomentarle (pp. [V-VI]).

Pese al carácter circunstancial que es común en muchas de estas censuras, elcarmelita sostiene que, de los numerosos romances devotos que aparecen en la ediciónde Torres, «se conoce deben más al influjo de las lágrimas que al de las musas» (p. [VI]).

Aunque la parte más interesante de estas páginas de introducción la constituye el«Prólogo al lector» del propio Torres, donde presenta en tonos hagiográficos la vida yobra de don Gabriel. De hecho así lo indica el subtítulo que le acompaña: «Vida yvirtudes de don Gabriel Álvarez de Toledo Pellicer y Tovar», de acuerdo con laconcepción de la época de la biografía como homenaje y panegírico del biografiado.

18 Por razones de espacio, no transcribimos el índice de estas poesías que pueden consultarse en la «Listade composiciones de la editio princeps (1744) y su correspondencia con BNE, ms. 1581» de Galbarro, 2009,pp. 225-229, con las advertencias expresadas en una nota anterior.

19 José Joaquín Benegasi fue autor de un volumen de Poesías líricas y jocoserias (Madrid, 1744), de unahagiografía en verso titulada Vida del portentoso negro san Benito de Palermo (Madrid, 1750), y de diversascomedias y entremeses que cita la Barrera (1860, pp. 36-37). Parece que perteneció al círculo de amigos deTorres Villarroel, al igual que su amigo, también censor de esta edición, fray Juan de la Concepción de quienescribió su Fama póstuma.

20 Fue predicador y famoso repentista, al punto de escribir su discurso de ingreso en la Academia en verso.21 Véase sobre esta idea fundamental de la “claridad”, Bègue, 2008, entre otros.22 Véase, Aguilar Piñal, 1996, p. 57.

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Uno de los grandes conocedores de la obra de Torres, Guy Mercadier, ya señaló estecarácter, al relacionarlo con el hecho de que Torres Villarroel siempre había acariciadola idea de ser miembro de la Academia23, de modo que podríamos pensar que en lagénesis de su edición tanto confluye su interés por el mecenazgo de la Casa de Alba,según ya hemos visto, como el acercarse de algún modo a la docta institución, con lapublicación de la obra poética de uno sus primeros académicos, presentándolo comovirtuoso y hombre de fe que daba lustre a su noble familia, y a la corporación que habíacontribuido a fundar.

El tono hagiográfico, que domina las páginas de presentación del poeta, no suponeun rasgo singular en la obra del Gran Piscator de Salamanca, ya que está presente enparte de su producción de aquellos años. Así, cuando en 1744 publica sus Obraspóstumas hacía siete años que había impreso la Vida ejemplar de Gregoria Francisca deSanta Teresa (1737). Cinco años después, aparecerá su Vida ejemplar de JerónimoAbarrategui24 (1749).

Torres explica que el cultivo de la poesía en Gabriel Álvarez de Toledo fue fruto desu juventud. Sin embargo, con el correr de los años y en torno a los treinta: «seaprovechó tan de veras de los tremendos avisos de unas misiones que oyó en Sevilla que,desde aquel punto, empezó a tratar de su muerte y su salvación con increíbleperseverancia (p. [XII])». Tras su conversión relata su abandono del mundo y sudedicación al estudio, al igual que el rechazo hacia su creación poética anterior al puntoque

quemó cuantos papeles había trabajado hasta esta edad, y sólo se escondieron de su devotafuria los pocos que contiene este tomo, porque siempre ignoró el paradero de sus originales yla extensión que habían cogido sus copias y traslados. En la librería del excelentísimo señorduque de Montellano y en la del excelentísimo señor duque de Sotomayor tomaron puerto deseguridad los más de estos papeles, y habiendo yo logrado la honra y el contento de juntarlos,los he querido dar al público para que los vea, se admire y se aproveche (p. [XII]).

Diego de Torres nos presenta al poeta dominado por el ascetismo:

La vista no la levantó de la tierra en veinte y cinco años que vivió después de su dichosamudanza, ni persona alguna de las infinitas que lo trataron pudo jamás decir cuál era el colorde sus ojos. Escogió por maestro y director de su espíritu a un venerable carmelita descalzo,hombre penitente, sabio y de ejemplar retiro. […] La calle solo la paseaba cuando era tránsitopara comunicar a su confesor. Al campo salió rara vez; su esparcimiento, su ejercicio y susdiversiones las reducía a su cuarto y a sus libros. En leer y en orar empleaba las más horas del

23 «En ce printemps 1744, il offre au comte de Saldueña, parent d’un académicien, les œuvres posthumesde Gabriel Álvarez de Toledo, l’un des fondateurs de la Real Academia, mort trente ans plus tôt, et lesaccompagne d’une courte biographie. Éloge soigneusement poli, dont le style ne se distingue en rien de celuid’une hagiographie. Revoici donc Diego rôdant à nouveau sous les murs de l’Académie…» (1981, p. 135).Este interés por la Academia fue objeto de las pullas de Domingo Máximo Zacarias Abec, presidente de laacademia poética de Sevilla, en los siguientes versos que transcribe Mercadier: «Eres allá en tus monadas / tanamigo de monedas, / que la Academia, sólo / porque es real la deseas. / ¿Tu pequeña pequeñez / entre tangrande grandeza? / ¿metida entre tanto cisne, / que el que menos corre, vuela?» (1981, p. 120n.).

24 Mercadier, 1981, pp. 274-275.

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día y de la noche. La lección más frecuente, y más porfiada, la hacía en los libros devotos(p. [XVI]).

Esta visión idealizada de la vida del poeta contrasta con la realidad de su existencia,en tanto que esta estuvo determinada, en buena medida, por los importantes cargos quedesempeñó al servicio de la monarquía, según hemos visto. Especialmente en losprimeros años de la nueva dinastía, con la que se hallaba plenamente identificado.Torres también resalta la preeminencia e intensidad de su vida cortesana, en evidentecontradicción con el alejamiento del siglo antes descrito:

Tuvo mucha parte su dictamen en las máximas y resoluciones de la monarquía en los primerosaños del reinado de su majestad el señor don Felipe V, que Dios guarde. Fue secretario de laPresidencia de Castilla todo el tiempo que fue su Excmo. Señor Presidente de aquel consejo, enla que trabajó con piadosa e incansable fatiga los arduos negocios de aquel tiempo. FueSecretario del rey y su bibliotecario mayor, y en estos empleos y en otros encargos, que fiabanel rey y el duque a sus discretas y bien intencionadas resoluciones, manifestó el celo y el amor aDios, al rey y a la patria, y el desinterés con que vivía a los honores y riquezas del mundo (pp.[XVII-XVIII]).

Se cierra esta sección preliminar, con un poema que «En alabanza de las obras dedon Gabriel Álvarez de Toledo, escribió un aficionado este romance endecasílabo».Probablemente bajo este «aficionado» se esconde el propio Torres, quien siguiendo lacostumbre de adornar los preliminares con composiciones de otros ingenios quisoconcluir su discurso laudatorio con este romance.

B a j o e l s i g n o d e G ó n g o r a

Con el mismo metro, y a modo de prólogo, se abre la segunda parte del libro con laedición de los poemas. El romance con el que comienza la edición, que presuponemosdel propio Torres, se titula «En alabanza del autor» (pp. 1-2), y de él diversosestudiosos25 han destacado que al ser de Toledo nieto por línea materna del famosocomentarista gongorino José Pellicer de Tovar, este parentesco condicionaría la estéticade su poesía. Fundamentan este juicio en los siguientes versos que resaltan el esplendorde su prosapia, determinada por una significativa conjunción de armas y letras:

Para colmo de glorias tan solemneslo Pellicer sus plumas voladoras,lo Toledo sus bélicos arneses (p. 2).

Entre los poetas que escriben en tiempo de los novatores, es común la admiraciónpor la obra de Luis de Góngora tanto que, en palabras de uno de sus mejoresconocedores, Antonio Carreira, puede decirse que los cultivadores de la lírica posterior a1627 son, en su mayoría, sus epígonos. No menor interés y voluntad de imitación

25 Lázaro Carreter, 1968, p. 34; Alborg, 1972, p. 369; Garau. 1994, 385. Pérez Magallón menciona estaascendencia al comentar el análisis de Alborg de la obra de Gabriel Álvarez de Toledo (2001, p. 471).

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despertó Quevedo26. Sin embargo, y como ha demostrado Pérez Magallón27 en unestudio fundamental, debemos trascender estas influencias para valorar en estosimitadores de Góngora y de Quevedo el hecho de que, en la mayoría de los casos,pretendían formular un nuevo modo de crear poesía, partiendo de la percepción de queel lenguaje poético de su tiempo presentaba un evidente desgaste y demandabarenovados modos de expresión, en la búsqueda de una mayor claridad, que dierancabida a las inquietudes intelectuales de los nuevos tiempos. De hecho, es sabido que elconocido lema de la Academia responde, en buena medida, a esta ansia de renovación.

El editor de los poemas de Álvarez de Toledo no constituye una excepción en estavaloración de su época por estas grandes figuras de la poesía barroca. De hecho en unade sus mejores obras, Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por laCorte, rinde un homenaje a Quevedo, sin dejar de repetirlo en algunos pasajes a favor deGóngora, como veremos en la cita que sigue, en la que hay que destacar las alusiones ala decadencia de la poesía, en pendiente hacia el vulgarismo tabernario en su expresiónmás degradada:

mal consideras —le dije a Quevedo—, porque eso de poetas grandes no es fruta de este siglo.En lo lírico se ha perdido ya la elegante cultura y hermosa locución del Góngora. […] Handado en decir algunos que el delito de la poesía en España fue tener comercio con eldesengaño, haber comprado algunas verdades en la tienda de la filosofía moral, transportarlasa la Corte; y aunque las aconfitaron los poetas, con todo esto se ofendieron de la amargura, ycayó la poética de los solios. Pasó a tratar con pajes, luego bajó a barrer los zaguanes de losseñores, después anduvo de taberna en taberna, y vino a depositar sus huesos en el carnero deun hospital28.

También sabemos que el propio Torres Villarroel no fue ajeno a esas influenciasestéticas ya que escribió un poema de circunstancias, de clara inspiración neogongorina,titulado Conquista del Reino de Nápoles por su rey don Carlos de Borbón (ImprentaReal, Madrid, [1735])29.

En este marco de decadencia de la poesía barroca, en su transición hacia una poéticade la claridad neoclásica, se inscribe la poesía editada por Torres en sus Obraspóstumas, como intentaremos demostrar en el espacio breve que nos imponen lasrazonables limitaciones de este volumen monográfico.

Á l v a r e z d e T o l e d o , p o e t a n o v a t o r

Cuando en otros estudios dedicados a nuestro autor dividíamos su poesía en funciónde la dualidad de tonos, grave y festivo que advertíamos en su producción conservada,señalábamos que, al no conocer la fecha exacta de redacción de sus poemas, nopodíamos trazar un esquema cronológico de su trayectoria literaria30. Tambiénindicábamos un grupo de composiciones que se distinguían por su dificultad

26 Véanse Carreira, 1998, p. 372; Aguilar Piñal, 1996, pp. 117-118 y Bègue, 2008 y 2010.27 Pérez Magallón, 2001.28 Torres, Visiones y visitas, pp. 82-83.29 Véase López Molina, 1971.30 Garau, 1991, p. 148.

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interpretativa frente a otros que apostaban decididamente por la claridad y, en algunoscasos, por la convivencia en el marco de un mismo poema del alambicamiento con lasencillez, rasgo este último que consideramos de suma importancia ya que señala el pasodel poeta hacia la estética clasicista, como explicaremos al comentar algunos textosrepresentativos de esa evolución, tan propia de un poeta novator31 como fue GabrielÁlvarez de Toledo.

Aguilar Piñal, refiriéndose a su extenso poema la Burromaquia, indicaba que en deToledo «sus múltiples referencias eruditas y mitológicas pueden dificultar su lectura,pero le sirven para mantener la opinión de escritor culto32». En efecto, esta opiniónpodemos extrapolarla a parte del resto de su obra aunque sin olvidar su coexistencia conaquella que tiende a la claridad, como veremos más adelante. Es fácil encontrar poemascon esa dificultad que exigen una importante labor interpretativa, como ya explicamosen otras aportaciones33. A título de ejemplo, podemos mencionar aquí que en el«Romance endecasílabo al martirio de san Lorenzo» (pp. 15-24) asistimos al desarrollode un discurso poético que refleja los dos tipos de dificultad que hemos señalado. Así, enlo que denominamos la parte introductoria, formada por los primeros 52 versos,podemos ver la dificultad que puede llegar a entrañar la poesía del bibliotecario real conversos como los que siguen, escogidos casi al azar, y con los que comienza lacomposición:

Convoca, ¡oh Roma!, de tu luz antigualos astros que, con fúlgidos ardores,del vano firmamento de diez siglos,disipan claros la prolija noche.El que robado a la severa Curiadel fuego sacro en fulminantes orbes,al obsequio negó de sus quiritesde su polvo supremo los honores (pp. 15-16).

En su segunda parte, que abarca desde el verso 53 hasta el final, por el contrario, elverso adquiere un mayor grado de sencillez que contrasta vivamente con la parteprimera del texto. Fijémonos en la presentación de san Lorenzo, al que describe débil einsignificante ante el poderío y el belicismo de Roma:

Un hombre solo, desarmado, herido,desde la liza de inflamado bronce,

31 Pérez Magallón es el primer estudioso que lo califica de «intelectual novator» (2001, p. 474).32 Aguilar Piñal, 1996, p. 58. Vallejo, haciéndose eco de las opiniones del marqués de Valmar, únicamente

reconoce en su poesía esta vertiente barroquizante que raya en lo incomprensible: «La obra poética de Álvarezde Toledo es exponente de la vigente estética barroca. Predomina en ella la complejidad y la oscuridadexpresiva. Cueto, que le estimaba como a «uno de los poetas más importantes y menos conocidos del primertercio del siglo xviii», reconoce que su estilo «es casi siempre conceptuoso hasta rayar en incomprensible»»(1992, p. 75).

33 Véase, como estudio de su poesía de tono grave y, en especial para el análisis del «Romanceendecasílabo al martirio de san Lorenzo», Garau, 1991, pp. 153-167. Para la parodia de la épica culta quesupone la Burromaquia, del mismo autor su artículo de 1994.

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con plácido semblante menospreciael armado furor de tus legiones (p. 17).

Representativos de este modo de escritura que tiende a la claridad, son también losromances «Habla con su pensamiento a quien pretende reducir34» (pp. 127-132) o «ACristo crucificado35» (p. 98) donde vemos un lenguaje en evidente progresión hacia lanaturalidad, alejado de la hinchazón pomposa que podemos encontrar en otros de susversos. En el primero de ellos, Álvarez de Toledo consigue elevar la inspiración religiosaa su lugar más alto. En esta composición no debemos buscar el virtuosismo al que, comose ha visto, es capaz de llegar, en la estela del barroquismo agonizante, sino la sencillezdel asceta que vierte su sentimiento en la poesía. Este poema muestra su faceta dehombre inquieto intelectualmente, como podemos leer en una de las primeras cuartetasdel poema, al mostrar una actitud escéptica en relación con la capacidad que puedantener los sentidos para poder conocer la realidad, lo que supone una apuesta en favor dela razón y un planteamiento gnoseológico que recuerda al Descartes del Discurso delmétodo, todo ello expresado en un lenguaje alejado del alambicamiento gratuito quehemos señalado en otras lugares de su obra:

No a los sentidos oigas,que es pretensión erradaque conozca el sentido,lo que al entendimiento se recata (p. 128).

Pero es en la vertiente humorística de los versos de Álvarez de Toledo, dondehallamos su visión negativa acerca de la poesía alambicada de su tiempo, según se haapuntado en otros autores del tiempo de los novatores, como en un romance de 1689 dePérez de Montoro36. En este sentido, es sumamente curioso el poema titulado «Romancea un romance en latín de don Martín de Corta y Lugo», en el que reflexiona en clavesatírica sobre el abuso del cultismo, en la tradición anticulterana de Quevedo y otros. Setrata de un romance crítico en el que satiriza esta poesía cultivada tanto por otrosingenios como por él mismo. En sus versos late, como idea que vertebra toda lacomposición, la denuncia de la ininteligibilidad de los poemas escritos bajo este exceso:

Señor don Blas yo no entiendoel romance a vuestro santo,por falta de culto, nadiepodrá decir que está errado.[…]Confieso mi insuficienciaen el punto de explicarlo,pues dice eso gran coturno,

34 Cueto lo titula «A mi pensamiento» (1952, p. 15). Puede verse nuestro análisis del poema, 1991, pp.167-174.

35 También analizado en 1991, pp. 174-178.36 Bègue, 2006, pp. 161 y ss..

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y yo humilde ramplón calzo.Mas ya en la mano la plumabueno será decir algo,de unas doctrinillas claras,en un tiempo tan nublado (p. 116).

Más adelante el rechazo a la oscuridad del verso neocultista, al que en muchas de suscomposiciones había sido tan dado, se manifiesta mediante la comicidad que supone lamención de voces, o incluso de expresiones latinas o de algún verso bimembre, al tiempoque se recurre al neologismo «pellerizar», en clara alusión a su abuelo materno, al queya nos hemos referido, el importante comentarista de Góngora, José Pellicer de Tovar:

Hombre hay que, por no decirno lo entiendo, está tragandopectines, coreas, bicornes,Joves, estigios, u diablos37.Aumento venusto llamande nuestra lengua el estrago,al exterminio: id est ruina,musa diabla, verbos claros.Mira por mis coplas, mira,

que voy pellerizando,y creo quod in hoc verbolateat implicitum pacium.

Como vemos, se advierte en este romance, y bajo el disfraz de la sátira, la denunciade Toledo hacia una estética de la oscuridad que había cultivado y que ahora aborrece,al punto de escribir que

Yo he de asegurar mi queja,y a Apolo, juez soberano,he de cantar de las musaslo que pasa y lo que paso.Yo, que al Parnaso el caminole tengo muy bien trillado,aunque, en cualquier era mía,ha habido muy poco grano.Allá llegué brevementela novedad extrañando,de un tumulto tenebroso,que insultaba sus espacios.¿Qué es luz? Tinieblas egipcias,y las sendas que bañaronclaras dulzuras ahorason precipicios amargos.

El horror de tanta noche

37 En cursiva en la ed. de Torres que seguimos.

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prisiones puso a mis pasos,siendo norte a mis oídos,voces que los alumbraron (p. 117).

Al abuso del cultismo, se une el de la erudición que complementa la dificultad decomprensión de esta poesía:

Las coplas despeñaderos,que es menester ir tentando,cada verso con gran pulso,para no hacerse pedazos.Coplas que, en vez de consuelos,le dan al lector cuidado,que anda tras los calepinos,casi como a calepalos (p. 117).

En algunos momentos incluso, el lamento del poeta, en contra de un lenguaje poéticoque él mismo había cultivado, se explicita mediante la mención en el texto de sintagmasya escritos en su «Romance endecasílabo al martirio de san Lorenzo», como son, conalguna variante —«mortal ecúleo» o «viperino azote»—, mediante los cuales describe eltormento al que fue sometido san Lorenzo. Veamos su presencia, subrayada, en elromance dedicado a san Lorenzo para después contrastar su uso en el que nos ocupa:

Peso felice del mortal ecúleo,del torno intentan las volubles orbes,que a la violencia inútil crezca el cuerpo,porque el gigante espíritu se acorte.Ya al duro corazón del juez inicuode Alecto agita el viperino azote,y corre sediciosa por su pechola líquida ponzoña de Aqueronte. (p. 18)

El poeta abjurará ahora de aquellos usos, en evidente evolución hacia la claridad.Obsérvese, de nuevo, el manejo de estas expresiones de tormento, en el presenteromance crítico:

Ni del ecúleo feral,ni de otras mil voces hagoaprecio y, al viperinoazote38 enfada en la mano. (p. 118)

A modo de conclusión, debemos deducir que la poesía de Gabriel Álvarez de Toledono constituye una excepción en el panorama, cada vez mejor conocido de la poesía deltiempo de los novatores, en el sentido de que, en la mayor parte de los textosconservados en la edición de Torres Villarroel, se observa la convivencia de doslenguajes opuestos, divididos entre la hinchazón barroca y la claridad, entre el

38 De nuevo, estas expresiones aparecen en cursiva en nuestra edición.

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alambicamiento y el ideal de sencillez que anuncia al verso neoclásico y que, en nuestrocaso, certifica a un poeta novator que ha ido evolucionando al compás de los nuevostiempos.

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Resumen. Diego de Torres Villarroel publicó en 1744 las Obras póstumas poéticas de Gabriel Álvarez deToledo, edición que, hasta el momento, es la más completa de este escritor, uno de los fundadores en 1713 dela Real Academia. En este artículo, se estudia la génesis de este libro, pocos años posterior a la publicación deLa poética de Ignacio de Luzán, al tiempo que se analiza parte de su poesía, en el sentido de ver en ella laprefiguración de la estética de la claridad que anuncia ya la poesía neoclásica, en la línea de interpretacionescríticas recientes que abordan la creación poética del tiempo de los novatores.

Résumé. En 1744, Diego de Torres Villarroel publie les Obras póstumas poéticas de Gabriel Álvarez deToledo, édition qui reste la plus complète des œuvres de cet auteur, un des fondateurs de la Real Academia, en1713. Étude de la genèse dudit ouvrage, qui suit de près la publication de La poética d’Ignacio de Luzán;analyse d’une partie des poèmes du recueil, vus comme annonçant la future esthétique de la clartécaractéristique de la poésie néo-classique, selon l’interprétation récente de la création poétique à l’époque desnovatores.

Summary. In 1744, Diego de Torres Villarroel published the Obras póstumas poéticas of Gabriel Álvarez deToledo in an edition that is, to date, the most complete one available of the works of this writer, one of thefounders of the Real Academia, in 1713. This article studies the genesis of this book, a few years after thepublication of La poética by Ignacio de Luzán, and at the same time it analyzes a part of his poetry. I arguethat his poetry foreshadows the aesthetics of clarity announced by neoclassical poetry, following the trend ofrecent critical interpretations that study the poetic creation of the period of the novatores, a term coined by theadversaries of those radical innovators of the early eighteenth century whose views were originally deemeddangerous, but which has since come to be one of praise.

Palabras clave. Torres Villarroel, Diego de. Obras póstumas poéticas. Álvarez de Toledo, Gabriel.Tiempo de los novatores.