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TODO EL QUE QUIERA, PUEDE VENIR Herman Hoeksema TU REINO Edición Especial

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Page 1: TODO EL QUE QUIERA, PUEDE VENIR Herman Hoeksema TU

TODO EL QUE QUIERA, PUEDE VENIR

Herman Hoeksema

TU REINOEdición Especial

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© W.B. Eerdmans Publishing Company (Homer C. Hoeksema) 1945. Todos los dere-chos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida en cualquier forma sin permiso de los editores, excepto breves citas en relación con algún artículo o reseña.

Información:Reformed Free Publishing Association

Box 2006, Grand Rapids, Michigan, 49501, USA.

Titulo original: “WHOSOEVER WILL”Traducción: Emilio Monjo.

Segunda edición en español: 1998.Iglecia Presbiteriana ReformadaHuesca, 13. 41006 SEVILLA

Edición electrónica con permiso de Emilio Monjo, 2002.

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Edición Castellana

Sólo por algunas referencias al contexto de la segunda guerra mundial notamos que este libro se editó por primera vez en al año 1945. el contenido sigue de plena actuali-dad. Sus advertencias cobran mayor fuerza por el tiempo transcurrido. El falso evange-lio que ya entonces se extendía por doquier, ahora se ha multiplicado.Agradecimos el permiso para esta edición, que ponemos en manos del pueblo evangé-lico con la esperanza de que sirva como un instrumento de reflexión respecto a la clase de evangelio que hoy se está predicando. Al tiempo que pedimos a nuestro soberano Señor que despierte a su Iglesia para que esté vigilante sobre tantas herejías destructo-ras que se han introducido encubiertamente.Yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún pro-vecho hicieron a este pueblo, dice Yahvéh.Jer. 23:32

Sevilla, junio de 1989.

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EDICIÓN DE 1998

La probada utilidad para la explicación y defensa de la fe que aporta esta obra, nos impone su publicación–aunque sea en el formato de la revista–.El buen camino y la acción correcta de la Iglecia depended en medida principalísima de su adecuada comprensión de quién es el Señor de la salvación. Los capítulos de este libro constituyen un campo idóneo para afirmar nuestra convicciones sobre la obra de Cristo, o para iniciar –arrepentidos– su confesión.Los reiterados pormenores introductorios de cada capítulo reflejan que estos sermones fueron escritos para ser emitidos por radio –no para ser editados. Su presencia en el texto, sin embargo, presta un buen servicio cuando se leen los sermones aislados.

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TODO EL QUE QUIERA PUEDE VENIR

TU REINOEdición Especial

PREFACIO vi

1 TODO EL QUE QUIERA, PUEDE VENIR 1

2 AL DIOS DE NUESTRA SALVACIÓN 6

3 A DESCANSAR 11

4 AL AGUA VIVA 16

5 AL PAN DE VIDA 21

6 AL LIBERTADOR 26

7 A LA LUZ 31

8 A LA RESURRECCIÓN 36

9 EL ACTO DE VENIR 41

10 SI EL PADRE NO LE TRAJERE 46

12 SOBERANÍA DE DIOS Y REPONSABILIDAD HUMANA 51

11 EL VENIR Y LA PREDICACIÓN 56

13 CADA VEZ MÁS CERCA 61

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TODO EL QUE QUIERA

6 TU REINO

Prefacio

Como el título de este libro puede sugerir a los que conocen el tema, sus páginasprocuran establecer la conexión inseparable que existe entre la certeza de que “todo elque quiera, puede venir” y la verdad de la soberana gracia de Dios: lo primero se sus-tenta y tiene sus raíces en lo segundo.

La oración del autor es que plazca al dios de nuestra salvación usar este librocomo un medio para confortar al que viene a Jesús, fortalecer al débil, instruir al simpley establecer a los que son sacudidos de un lado a otro por tantos vientos de doctrina.

H. Hoeksema

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TODO EL QUE QUIERA

1 TU REINO

Todos conocemos muchos himnosde invitación. El coro de uno de ellos diceasí: (versión libre)

“Todo el que quiera, puede venir.Todo el que quiera;Proclamadlo al salir:El Padre amoroso invita a su casa.Todo el que quiera, puede venir;Todo el que quiera”

Podrán adivinar que he elegido eltema general de los siguientes capítuloscon este himno en mente. Tengo razonesmuy concretas y un propósito específicopara tratar sobre este asunto.

En primer lugar, ha sido mi expe-riencia en más de una ocasión que, al pre-dicar la pura verdad de la gracia soberana,la buena noticia de que la salvación es delSeñor y en ningún sentido del hombre,hay algunos que, al igual que los mucha-chos sentados en la plaza de los que hablanuestro Señor, me tocan este himno, pre-tendiendo que les baile una danza armi-niana al son de sus flautas, convencidosde que sus palabras contradicen y echanpor tierra la doctrina de que Dios salvasoberanamente a quien él quiere, y que lavoluntad del hombre no coopera en abso-luto en su salvación. Ahora bien, es evi-dente que yo aborrezco la música

arminiana en su totalidad: esa que exaltaorgullosa el libre albedrío del pecador; yme es imposible bailar a su son. Por otrolado, es mi deseo sincero prevenir a loscreyentes sobre el peligro que supone elerror de atribuir la salvación a la decisiónde la voluntad del pecador, y, al mismotiempo, instruirles en la salvación por lagracia soberana de Dios; en tal sentido,creo que puede ser muy educativo ybeneficioso tomar el tema de ese himno yexponerlo a la luz de la Escritura.

Hay que advertir que esto no ten-dría mayor sentido si el tema no fuesebíblico. Mal nos iría si tomásemos laspalabras de un himno escrito por loshombres, como base de una discusión ypresentación positivas del evangelio.Muchos himnos han servido, y sirventodavía, como un medio para instalar einculcar falsas doctrinas en el corazón y lamente de los que los cantan. Pero res-pecto al que nos referimos, puede decirseque sus palabras son tomadas casi literal-mente de la Escritura y, por lo tanto, nin-gún cristiano podrá objetarle nada,siempre que sea bien entendido e inter-pretado en conexión con el resto de ladoctrina de la salvación por gracia. Suspalabras estarán tomadas, en parte, deApocalipsis 22:17, donde leemos: “Y elEspíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que

1TODO EL QUE QUIERA, PUEDE VENIR

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tiene sed, venga; y el que quiera, tomedel agua de la vida gratuitamente”. Detodas maneras, la misma verdad seexpresa de forma repetida y variada en laEscritura. En Isaías 55:13, se declara: “Atodos los sedientos: Venid a las aguas; y alos que no tienen dinero, venid, comprady comed. Venid, comprad sin dinero y sinprecio, vino y leche. ¿Por qué gastáis eldinero en lo que no es pan, y vuestro tra-bajo en lo que no sacia? Oídme atenta-mente, y comed del bien, y se deleitarávuestra alma con grosura. Inclinad vues-tro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vues-tra alma; y haré con vosotros pactoeterno, las misericordias firmes a David”.A los que se quejen de que sus pecadoslos condenarán y, por tanto, no hay espe-ranza para ellos, el Señor les declara:“Vivo yo, dice Yahvéh el Señor, que noquiero la muerte del impío, sino que sevuelva el impío de su camino, y que viva.Volveos, volveos de vuestros malos cami-nos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?”(Ez. 33:11). El Señor nos asegura: “Pedid,y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, yse os abrirá. Porque todo el que pide,recibe; y el que busca, halla; y al quellama, se le abrirá” (Mt. 7:7,8). Su llama-miento es sin distinción: “Venid a mítodos los que estáis trabajados y cargados,y yo os haré descansar” (Mt. 11:28);“Porque de tal manera amó Dios almundo, que ha dado a su Hijo unigénito,para que todo aquel que en él cree, no sepierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).Y en el gran día de la fiesta de los taber-náculos en Jerusalén, clamó: “Si algunotiene sed, venga a mí y beba”.

Ciertamente, pues, el tema de esehimno es bíblico. Todo el que estésediento, puede beber; el hambriento,comer; el necesitado puede pedir, y reci-birá; todo el que desee salvación puedebuscarla, y la encontrará; el que esté tra-

bajado y cargado, puede venir a Jesúspara encontrar descanso. Sí, “todo el quequiera, puede venir”.

Sin embargo, tengo que rechazarenérgicamente que este himno se cantecon el propósito, oculto o manifiesto, decontradecir y echar por tierra la doctrinade la salvación por la sola gracia soberana.Ni las palabras del himno, ni, menos aún,el texto de Apocalipsis 22:17, ni ningunode los otros pasajes citados, pueden serusados con ese propósito. Pues eso signi-ficaría la posibilidad de apelar a una partede la Escritura para refutar otra, lo cualno puede admitirse en modo alguno. Por-que la Biblia es la revelación del Dios vivoa través de Jesucristo nuestro Señorpuesta por escrito. Y como Dios es uno, yCristo es uno, así también la Escritura esuna y no puede contradecirse a sí misma.Y si alguien canta o predica sobre el tema“todo el que quiera, puede venir”, usandoesas palabras para negar la verdad de lasoberana gracia de Dios, entonces estádistorsionando su verdadero significado.

Conviene recordar brevemente loque implica la verdad de la salvación porla libre y soberana gracia de Dios. Estosignifica, en general, que Dios es tambiénel soberano en la materia de la salvación.La salvación es desde el principio al finuna obra poderosa y prodigiosa de Dios,no menos prodigiosa, y, por tanto, nomenos divina, que la obra de la creación.Es esa portentosa obra del Todopoderosopor la cual saca la luz de las tinieblas, lajusticia de la injusticia, la gloria eterna dela más profunda miseria y vergüenza, lainmortalidad de la muerte; en fin, ¡elcielo del infierno! Es la maravilla de lagracia por la que Dios levanta a un mundocondenado, desde la profundidad de sumiseria a la gloria de su alianza y reinocelestial. Tal obra es absolutamente

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divina. El hombre no tiene parte algunaen ella, y no puede, de ninguna manera,cooperar con Dios en su propia salvación.En ningún sentido de la palabra, ni en nin-gún momento de la obra, depende la sal-vación de la acción o voluntad delhombre. De hecho, el pecador por símismo no tiene capacidad, ni quiere reci-bir esa salvación. Al contrario, todo lo quepuede y quiere hacer es oponerse, resis-tirse a su propia salvación con toda ladeterminación de su pecaminoso corazón.Pero Dios ordenó y preparó esta salvacióncon absoluta soberana libertad para lossuyos, sólo sus elegidos, y a ellos laotorgó. No porque la buscaran y desea-ran, sino a pesar de que nunca la quisie-ron. Él es más fuerte que el hombre yvence al más duro de los corazones y a lavoluntad más rebelde. Dios reconciliaconsigo al pecador, lo justifica y le da la feen Cristo; lo libra del poder y del domi-nio del pecado y lo santifica, preserván-dolo hasta el fin. Todo esto pertenece a lamaravillosa salvación, la cual se lleva acabo por medio de la gracia soberana sola-mente.

No quede ninguna duda sobre elhecho de que la misma Biblia que enfatizarepetidamente y de muchas formas que“todo el que quiera, puede venir”, tam-bién enseña enfáticamente que la salva-ción del pecador nunca, y en ningúnsentido, depende de la voluntad de éstepara venir, sino exclusivamente de lasoberana voluntad de Dios que es elSeñor. “Porque a los que antes conoció,también los predestinó para que fuesenhechos conforme a la imagen de su Hijo,para que él sea el primogénito entremuchos hermanos. Y a los que predes-tinó, a éstos también llamó; y a los quellamó, a éstos también justificó; y a losque justificó, a éstos también glorificó”(Ro. 8:2930). Obsérvese bien que esos

versículos presentan la salvación de losque antes conoció y ordenó, como unhecho ya cumplido: son justificados, lla-mados y glorificados. En su consejo, Diosconoce a los suyos como pecadores salva-dos y glorificados. De esta manera, pues,somos bendecidos con toda bendiciónespiritual en los lugares celestiales enCristo, “según nos escogió en él antes dela fundación del mundo” (Ef. 1:34).“(Pues no habían aún nacido, ni habíanhecho aún ni bien ni mal, para que el pro-pósito de Dios conforme a la elecciónpermaneciese, no por las obras sino por elque llama), se le dijo: El mayor servirá almenor. Como está escrito: A Jacob amé,mas a Esaú aborrecí” (Ro. 9:1113). “Asíque no depende del que quiere, ni delque corre, sino de Dios que tiene miseri-cordia” (Ro. 9:16). Sí, “de quien quiere,tiene misericordia, y al que quiere endu-recer, endurece” (Ro. 9:18). Sí, con plenaseguridad, “todo el que quiera, puedevenir”; pero también es verdad que “nin-guno puede venir a mi, si el Padre que meenvió no le trajere; y yo le resucitaré en eldía postrero”. Y otra vez se declara: “Poreso os he dicho que ninguno puede venira mí, si no le fuere dado del Padre” (Jn.6:4465). ¿Acaso no hemos leído nuncaque “el que no naciere de nuevo, nopuede ver el reino de Dios”? ¿Y cómobuscará alguien lo que ni tan siquierapuede ver?

Que nadie se confunda, predicar ocantar que “todo el que quiera, puedevenir” es algo correcto, y no tenemosnada que objetar. Cualquiera puede ir aCristo y será recibido con toda seguridad.Nadie podrá jamás aparecer en el día dela revelación del justo juicio de Dios,diciendo que él anheló, deseó, quiso yprocuró ardientemente venir a Cristo,pero fue rechazado. Eso no puede ocurrir.Ahora bien, si alguien canta o predica

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4 TU REINO

solamente esto, estará faltando en la pre-sentación de la verdad completa del evan-gelio como es en Cristo Jesús y estárevelada en la Escritura. Estaría hablandosólo una verdad a medias, lo que, por sunaturaleza, es mucho más peligroso queuna falsedad directa y específica. La partemayor de esa verdad, la más básica eimportante, la estaría olvidando u omi-tiendo intencionadamente. Uno puedeproclamar con toda libertad que “todo elque quiera, puede venir”, pero será infiela su ministerio si no añade que “ningunopuede venir, si el Padre no lo trae”, y “queno es del que quiere, ni del que corre,sino de Dios que tiene misericordia”.

Este énfasis tan parcial sobre lo queel hombre puede y debe hacer para sersalvo, sin mencionar la verdad de que nopuede hacer nada, a menos que Dios obrelas maravillas de su gracia sobre él, es pre-cisamente una característica de la mayo-ría de los himnarios, en significativocontraste con la belleza y la fuerza de losSalmos. De igual manera, también la pre-dicación moderna está rendida a esa par-cialidad a la hora de presentar lasalvación. No es extraño, pues, que este-mos sufriendo esa caricatura de predica-ción, la cual consiste fundamentalmenteen mendigarle al pecador para que vengaa Jesús antes de que sea demasiado tarde;dejándole la falsa impresión de que estáen su poder el venir hoy o mañana, ocuando más le convenga. Y presentandoal mismo tiempo a un deseoso, peroimpotente Jesús, que estaría siempre gus-toso de salvar al pecador, pero que esincapaz de hacerlo a menos que el peca-dor dé su consentimiento. El “todo el quequiera, puede venir”, se presenta comoqueriendo decir: “Todos los hombres pue-den querer venir cuando lo deseen”. Y enlugar de la verdad del evangelio: que nin-guno puede venir a Cristo si el Padre no

lo trae, ahora oímos: “¡Cristo no puedevenir al pecador, a menos que éste se lopermita!” La cantinela de tal proclama-ción es: “Dios está dispuesto, Dios quierey está anhelante, Dios está ansioso y abo-gando para que se le conceda el privilegiode lavar los pecados de cada alma con lapreciosa sangre de su Hijo y heredero.Pero sus manos están atadas, su poderestá limitado y su gracia frenada por elhombre. Si quieres ser salvo, Dios querrásalvarte. Si no quieres, entonces no haynada que Dios pueda hacer para resca-tarte del infierno”. En eso se convierte lapredicación del evangelio cuando la ver-dad de la gracia soberana de Dios es olvi-dada o negada. Si alguien quiere llamarevangelio a eso, allá él; ¡para mí no es másque blasfemia en nombre del Dios vivo!Un Dios ansioso e implorante, cuyopoder está limitado y cuyas manos pue-den ser atadas por el soberbio y rebeldepecador, que es menos que el polvo de labalanza, ¡ese no es Dios, sino un ídolomiserable!

Por lo tanto, repito, que se pro-clame a los cuatro vientos que “todo elque quiera, puede venir”, pero que no sehaga como si eso fuese todo el evangelio,sino, como es en verdad, sólo una partedel mismo; y que no se falle en enfatizarla otra parte: que no es del que quiere, nidel que corre, sino de Dios que tienemisericordia. Dios es Dios; y es el Señortambién en el asunto de la salvación delpecador. En los próximos capítulos pro-curaremos establecer la relación queexiste entre la voluntad soberana y la gra-cia de Dios con la voluntad de venir porparte del pecador. Esto envuelve variascuestiones que tienen que responderse:cualquiera puede venir, sí, pero ¿a quién oa qué? ¿Con qué propósito, a buscar orecibir qué cosa vienen? ¿Qué significa

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venir? ¿Cómo es posible venir para elpecador? Etcétera.

Es necesario, sin embargo, indicarahora de forma general, cuál es esa rela-ción entre la voluntad soberana de Diospara salvar y la voluntad del hombre paravenir. Es evidente en toda la Escritura, yse deduce claramente de la simple, perofundamental, verdad de que Dios es elSeñor, que esa relación no puede ser talque la voluntad de Dios quede depen-diente de la del hombre, y que si ésta noconsiente, la de Dios es impotente parasalvar. Tampoco puede plantearse esarelación como si fuese una simple coope-ración, en la que el hombre sería unaparte y su voluntad se juntase con la deDios para obrar la salvación. ¡No! Dios esDios. El hombre nunca es una parte enrelación con él. Hablar de cooperaciónentre el hombre y Dios, es igual quehablar de cooperación entre el alfarero yel barro en la formación de una vasija. Larelación verdadera es esa en la que lavoluntad de Dios, de gracia y por miseri-cordia, es siempre primero y opera pode-rosa, eficaz e irresistiblemente sobre lavoluntad del pecador, de tal manera queéste desea, anhela y determina venir. Lavoluntad para venir por parte del pecadores el fruto de la gracia salvadora de Diosque obra poderosamente en él. ¡Nadiepuede venir a Cristo, si el Padre no lotrae!

Por eso podemos decir que el quequiera venir esté seguro de que puedehacerlo, y será recibido; Cristo no loechará fuera. El hecho de querer venir esprecisamente una manifestación seguradel propósito eterno de Dios para salva-ción con respecto a él, y un testimoniodel poder de la gracia. ¿Quieres venir aCristo? ¿Es tu deseo venir a él como lafuente de agua viva, para que puedas

beber? ¿Anhelas venir a él como el pan devida, para que puedas comerlo? ¡Nodudes, pues! No te quedes lejos, mirandomil razones en ti mismo por las que noserías recibido. Porque “todo el quequiere” puede venir ciertamente y tomardel agua de la vida libremente, porque “elque quiere” ¡está ya dirigido por el Padre!Oye la voz del que es la Verdad: “Todo loque el Padre me da, vendrá a mí; y el quea mí viene, no le echo fuera”.

***

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6 TU REINO

Seguimos tratando el tema: “Todoel que quiera, puede venir”. Sin embargo,antes de continuar, sería conveniente queconsiderásemos esas palabras más literal-mente. Ya hemos dicho que están deacuerdo con las Escrituras, siempre quese entiendan en conformidad con ellas yse les dé el sentido bíblico preciso.Teniendo en cuenta, además, que no sonuna expresión literal completa, aunque serefieran posiblemente a Apocalipsis22:17. Esto es algo común a muchos him-nos de invitación: que usan declaracionesque sólo se encuentran parcialmente en laEscritura, o son presentadas fuera de sucontexto, lo cual puede inducir a graveserrores.

¿Qué se entiende por “todo el quequiera, puede venir”?

La implicación natural de esas pala-bras es, evidentemente, que todo el quequiera está autorizado y tiene el derechoa venir, no teniendo por qué temer a quesea rechazado. Con este significado esta-mos plenamente de acuerdo. Sin duda,nadie buscará sin encontrar, ni pedirá sinrecibir, ni llamará en vano. Nadie quevenga a Jesús encontrará el caminocerrado. No obstante, hay que pregun-tarse algo más: ¿por qué es esto así?,¿cómo se puede explicar que todo el que

quiera tiene el derecho a venir, y quepuede estar seguro de que no será echadofuera?

La respuesta que dan muchos, y querefleja el significado atribuido general-mente a los himnos de invitación, es algoasí como “que todos los hombres, sinexcepción, tienen el derecho a venir, si lousan y persisten en ello. Cristo murió portodos los hombres, en lo que se refiere ala intención de Dios, y, por lo tanto,obtuvo el derecho de venir a él para todosy cada uno. Además, todos tienen elpoder para querer ir a Cristo, sólo necesi-tan usarlo correctamente. En su manoestá el rechazar o aceptar a Cristo. Preci-samente esto es lo que se les debe procla-mar. Hay que decirles a todos que tienenel derecho y el poder de venir a Cristo,persuadiéndoles para que hagan la deci-sión correcta. Cristo ya hizo todo lo queestaba en su poder; ahora se encuentra ala puerta del corazón del hombre lla-mando; y ruega y pordiosea al pecadorpara que le deje entrar. La llave está den-tro: Cristo no puede entrar, a menos queel pecador se lo conceda. La salvación espara todos, pero es el hombre quien tieneque tomarla”.

Espero demostrar claramente queesa interpretación constituye un error

2AL DIOS DE NUESTRA SALVACIÓN

Inclinad vuestro oído, y venid a mí. (Is. 55:3)

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7 TU REINO

pernicioso. Pernicioso y muy grave, por-que con un tal Cristo que haya merecidola salvación para todos los hombres, sinexcepción, pero que no pueda salvar real-mente a ninguno, a menos que el pecadorse lo permita, la salvación es, sencilla-mente, imposible. En contra de esa falsadoctrina, mantenemos que la gracia deDios, cambiando el corazón del pecador,precede siempre al querer venir a Cristo.Ese querer es el fruto de dicha gracia. Lavoluntad perversa del pecador sólo puedequerer venir a Cristo cuando la gracia efi-caz e irresistible de Dios la cambia y lavuelve de raíz. Nadie dispone de esavoluntad en sí mismo. Es necesario pues,investigar lo que implica ese querer, ypara ello, antes que nada, hay que saber aquién tiene que ir el pecador.

Alguno puede pensar que eso esmuy simple: debemos ir a Jesús. Lo cuales correcto. Pero de ninguna manera serásuperfluo que se pregunte: ¿Y quién eseste Jesús a quien se debe venir? Si tene-mos en cuenta la impresión que dejanmuchos predicadores en nuestros días,Jesús tendría que ser la persona máspopular del mundo. Qué otra cosa sería elque ofrece salvación de la muerte y lastorturas del infierno, y llevarte a un cielohermoso después de esta vida. Venir a éles lo más rentable: nadie paga un salariomás alto. Además, no te obliga a nada:deja a tu solo criterio el que lo aceptes ono. En tu poder está el hacer una cosa uotra. Por si eso fuese poco, tienes la posi-bilidad de hacer tu decisión cuando teconvenga, sólo te es necesario hacerlaantes de morir. Realmente, ¿qué podríaser más atractivo para el hombre, que unJesús así?, ¿qué adularía más al orgullo delpecador, que un Cristo que se encuentrea su merced para ser tomado o dejado?Sin duda, el pecador sentiría que le estáhaciendo un gran favor a Cristo por acep-

tarlo, y que es un hombre singularmentebueno al dejar que entre en su corazón;mucho más si se considera que otroshombres lo han rechazado. Por otro lado,pensaría que ha hecho el negocio de suvida, pues ha cambiado los servicios queobtenía del diablo por los del maravillosonuevo contratado. Si fuese sólo un pococongruente, diría en su oración: “¡Oh!Dios, qué buena cosa es que yo no seacomo los demás hombres, sino bueno enextremo, a tal punto de hacer posible quetú, por Cristo, me salves”.

A simple vista, está claro que hayalgo fundamentalmente falso en esta pre-sentación de Jesús. Porque, en lo que serefiere a los hombres en su estado natu-ral, no habrá para ellos alguien más impo-pular que el Cristo de la Biblia. Desdeque Caín mató a Abel, hasta nuestrosdías, todo el mundo, como “mundo”,siempre le ha aborrecido. Por eso mata-ron en la antigua dispensación a sus profe-tas y apedrearon a los que les fueronenviados de Dios para anunciarles aCristo. Y cuando él mismo habitó entrenosotros, en los días de su carne, en sólotres años de ministerio público levantó lasiras y el rechazo contra su persona y obra,hasta el punto de echarlo como el más vilcriminal y clavarlo en la cruz. Él mismonos declara que el mundo le aborrece yaborrecerá también a los suyos, y que suiglesia será siempre una manada pequeña.Ante esto, es evidente que algo falla radi-calmente en la presentación de un Jesúsque le sea atractivo al hombre natural, y aquien cada uno tenga el poder de aceptar.

Entonces ¿qué? ¿A quién debemosir?

La respuesta clave a esta preguntaes: ¡Tenemos que ir a DIOS!

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TODO EL QUE QUIERA

8 TU REINO

Esta es la enseñanza de la Palabra deDios. “Mirad a mí, y sed salvos, todos lostérminos de la tierra, porque yo soy Dios,y no hay más. Por mí mismo hice jura-mento, de mi boca salió palabra en justi-cia, y no será revocada: Que a mí sedoblará toda rodilla, y jurará toda lengua.Y se dirá de mí: Ciertamente en Yahvéhestá la justicia y la fuerza; a él vendrán, ytodos los que contra él se enardecen seránavergonzados” (Is. 45:2224). “Inclinadvuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirávuestra alma;

haré con vosotros pacto eterno, lasmisericordias firmes a David” (Is. 55:3).“Deje el impío su camino, y el hombreinicuo sus pensamientos, y vuélvase aYahvéh, el cual tendrá de él misericordia,y al Dios nuestro, el cual será amplio enperdonar” (Is. 55:7). “Vuelve, oh Israel aYahvéh tu Dios; porque por tu pecadohas caído llevad con vosotros palabras desúplica, y volved a Yahvéh, y decidle:Quita toda iniquidad, y acepta el bien, yte ofreceremos ofrenda de nuestroslabios” (Os 14:1,2). “Por eso pues, ahora,dice Yahvéh, convertíos a mí con todovuestro corazón, con ayuno y lloro ylamento” (Jl. 2:12). “Pero así dice Yahvéha la casa de Israel: Buscadme, y viviréis.Buscad a Yahvéh, y vivid” (Am. 5:4,6). ElSeñor Jesús nos enseña que él es elcamino hacia la casa del Padre, y que nin-guno va al Padre, sino por él (Jn. 14:6); yes plenamente capaz de salvar al que seacerca a Dios por medio de él (He. 7:25).

Sí, tenemos que ir a Dios. “Todo elque quiera, puede venir”, significa que“todo el que quiera ir a DIOS, puedehacerlo”. Y tenemos que ir, no como unmedio para obtener un fin, sino que el ir aél ES salvación; vamos al Dios que esDIOS, es decir, no un dios cualquiera denuestra imaginación (que siempre sería

un ídolo) sino al Dios vivo y verdaderocomo se nos revela en su Palabra. Tene-mos que ir al Dios que mora en luz inac-cesible; que es luz, y no hay tinieblas enél; que es bueno, es decir, que es la pleni-tud de toda infinita perfección, justicia,gracia y verdad, y en cuya presencia hayplenitud de gozo y alegría para siempre.Al que es demasiado puro de ojos paramirar la iniquidad, que ama la justicia yaborrece al impío cada momento; al quees fuego consumidor. Al grande, al glo-rioso, al terrible DIOS. Tenemos queentrar en su bendita compañía, en lossecretos de su amistad, en su más íntimacomunión, para que moremos en su casacomo amigos del Amigo, gustemos que éles bueno, le conozcamos como fuimosconocidos; verle cara a cara; caminar yhablar con él; amarle como fuimos ama-dos; tener nuestro deleite en su voluntady glorificar su nombre para siempre.Cierto que ser salvo es ser librado delinfierno, pero que se entienda bien que latortura del infierno es sentir la ira de Diosy estar dejados y separados de él paratoda la eternidad. Ser salvo es, cierta-mente, ir al cielo; y el cielo es un lugarhermoso, una casa gloriosa con muchasmoradas, una nueva creación y una nuevaJerusalén, con calles de oro y puertas deperlas; pero nada de esto tiene valor si noentendemos que el corazón y la esenciade todo ello es que Dios, el Padre, estáallí, y que caminaremos por siempre bajola luz de su gloria que llena la ciudad. Por-que la vida eterna es conocerle (Jn. 17:3).“La vida sin Dios es muerte; buscar surostro es el bien”.

La situación de separación quesupone el tener que “ir” a Dios, no era asíen el principio. El hombre fue creado ori-ginalmente de tal manera que el verda-dero conocimiento y la perfectacomunión con el Dios vivo eran su propia

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TODO EL QUE QUIERA

9 TU REINO

vida, y carecer de esa bendita comuniónera no tener nada: sólo infierno y muerte.Su ser fue constituido de tal forma que sunaturaleza estaba adaptada para llevar laimagen de Dios; para ser, en un sentido ymedida de criatura, igual que Dios. Y nosólo eso, sino que fue investido con laimagen de Dios. Fue creado, pues, segúnla imagen de Dios: en verdadero conoci-miento de él, en perfecta justicia, y santi-dad inmaculada. Por eso era capaz deconocer a Dios, tener comunión, amarle yser amado, y servirle en libertad con todosu corazón, con toda su mente y contodas sus fuerzas. En eso consistía la viday la gloria del hombre.

Pero el hombre no consideró queesto fuese su gloria, y se apartó del Diosvivo. Desacreditó su Palabra y siguió ladel diablo. Violó el pacto de Dios y que-brantó su mandamiento. Se propuso bus-car su vida y gloria fuera del Dios vivo.Por ello se hizo culpable, objeto de lajusta ira de Dios, condenado y sujeto a lamuerte. La sentencia de muerte se cum-plió sobre él: se convirtió en tinieblas,corrupto de mente y corazón, esclavo delpecado y del diablo, y enemigo de Dios.Esa es su miseria. Por eso ahora tiene quevolver a Dios, al Dios vivo, y el venir a éles su salvación.

Ahora bien, ¿cómo iremos a Dios?No es posible. Porque somos culpables acausa de nuestro pecado, y sólo podemosincrementar nuestra culpa con las obrasdiarias, y hemos perdido todo derecho amorar en la casa del Padre. Estamos des-terrados de su hogar y no tenemos dere-cho a regresar. No vamos a él porque estáterriblemente airado con el pecado y contodos los que hacen iniquidad. ¿Cómonos atreveremos a acercarnos al que esfuego consumidor? No podemos ir por-que somos corruptos por naturaleza, y el

hombre natural es enemistad contra Dios.Con Dios está la luz eterna, y nosotrosamamos más las tinieblas que la luz. Acausa de nuestra necedad y aborreci-miento de Dios, no iremos a él porquebuscamos la felicidad fuera suya en elcamino de impiedad. ¿Cómo, pues,podremos acercarnos al Dios vivo y sersalvos? Esta es la respuesta: ¡Dios se harevelado a sí mismo como el Dios de sal-vación a través de Jesucristo nuestroSeñor! De manera que la respuesta a lapregunta de a quién tenemos que ir, noha cambiado: tenemos que ir al Dios vivo;pero ahora toma nueva forma: tenemosque ir a través de Jesucristo, porque escapaz de salvar plenamente a todos losque se llegan a Dios por él. ¡Hay quevenir a Jesús para ir a Dios! porque Jesúses la revelación del Dios de nuestra salva-ción.

Permítanme enfatizar que es alJesús de la Escritura al que tenemos queacudir, y no a cualquier otro Cristo denuestra imaginación. Son muchos losmodernos “Jesús” de fabricación humana:todos ellos caracterizados por el dato deque el pecador puede ir a los tales sintener que renunciar al orgullo de su peca-minoso corazón. A uno de estos lo pode-mos llamar “el Gran Maestro”; cuando sepredica a este Jesús se dice que sus ense-ñanzas son excelentes, especialmente lasdel sermón del monte, y que nosotrostenemos la bondad suficiente como pararecibirlas y cumplirlas. Otro de esos Jesúspodría ser “el Buen Ejemplo”: que caminóiluminando para que los demás le siguie-ran; de ahí que debamos vivir siemprecon esta interrogante: ¿qué haría él ennuestro lugar? Tal vez nos topemos con“la Consciencia de Dios”: este Jesús des-cubrió que el hombre es hijo de Dios y asílo reveló a sus hermanos. Por eso tene-mos que creer en la fraternidad de Dios y

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establecer la fraternidad humana en elmundo. Hay que procurar un estilo devida cristiano para todos. De tal índole esel reino que tenemos que construir en latierra. Todos estos Jesús nos muestran lobuenos que somos, y qué poder tangrande tenemos para hacer el bien, ycómo está en nosotros el obrar por sí mis-mos en el favor y amor de Dios. (Todaesta zurrapa moderna, que alimenta elorgullo del pecador, nada tiene que vercon el Cristo de la Escritura!

Tenemos que acudir a Jesús, y ésteno deja en nosotros nada excepto la con-fesión de que somos pecadores, culpablesy corruptos; pecadores que deben y pue-den ser salvos sólo por la gracia pura ysoberana. El Cristo de la Biblia es el quevino al mundo, el Hijo de Dios, que nacióde la virgen María como niño indefensoen el pesebre de Belén: la segunda per-sona de la Trinidad, carne de nuestracarne, hueso de nuestros huesos. Él esquien habitó entre nosotros, y por supalabra y obra nos reveló al Padre, el Diosde nuestra salvación. El Cristo de la Escri-tura es el que murió en la cruz del Calva-rio, no por sus principios morales osociales, no como un noble ejemplo paraque le imitásemos, sino porque había sidoentregado por nuestras transgresiones.Puso ante Dios el perfecto sacrificio porel pecado en nuestro lugar, y dio plenasatisfacción a la justicia divina por todasnuestras transgresiones. Él es quien resu-citó al tercer día para nuestra justifica-ción, levantándose a una vida gloriosa,trascendente y victoriosa; la muerte ya notiene más dominio sobre él. Ascendió a loalto, y fue exaltado a la diestra de Dios, yrecibió todo poder en el cielo y sobre latierra, recibiendo la promesa del Espíritu.Él es el Espíritu vivificante, el Salvador, elSeñor Todopoderoso, que tiene la prerro-gativa y el poder de salvar a los pecadores,

es decir, de llevarlos al Dios vivo, deintroducirlos en la casa del Padre paraque tengan vida, y la tengan más abun-dante que nunca. En él contemplamos alReconciliador, al Justificador del impío,que no nos imputa iniquidad. Él es el Pande vida que necesitamos comer; la Fuentede agua viva de la que tenemos quebeber; Él es el Camino al Padre, ¡ir aCristo es ir a Dios a través de él!

Mas, ¿quién quiere ir a Dios?

¿Lo hará el hombre natural?, ese delque la Escritura dice que está muerto ensus delitos y pecados (Ef. 2:1); que es yama las tinieblas más que la luz, a la cualaborrece y no quiere venir a ella (Ef. 5:8.Jn. 3:19,20); que no busca a Dios ni haytemor de Dios delante de sus ojos, y cuyamente es enemistad contra Dios (Rom3:11,18; 8:7). ¿Tendrá ese tal hombre elquerer para ir a Dios por Jesucristo?¡Jamás! Nunca irá al Dios vivo por símismo.

Sin embargo, eso no quita que seaplenamente cierto y seguro que “todo elque quiera, puede venir”. Porque el quetiene sed del Dios vivo, ya ha sido guiadopor el Padre. Y si alguno quiere ir a Dios através de Cristo, es porque su mente yaha sido iluminada y su voluntad cambiadade forma maravillosa por la poderosa gra-cia de Dios, el cual llama a las cosas queno son como si fuesen, y da vida a losmuertos. Que nadie dude de ser recibido,porque Cristo mismo lo asegura: “Todo loque el Padre me da, vendrá a mí, y al quea mí viene, no le echo fuera”.

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Para ser salvos tenemos que ir aDios. Pero no podemos hacerlo tal comosomos: culpables y corrompidos con elpecado; por eso debemos ir a Jesús para, através suyo, llegar a Dios. Porque Jesús esla revelación del Dios de nuestra salva-ción, y puede salvar plenamente a los quese acercan a Dios por él. Y todo el quequiera venir, puede hacerlo, teniendo laseguridad de que no será echado fuera.

Ahora bien, ¿quiénes son los quequieren venir a este Jesús, el Cristo de laBiblia? Con independencia de cómo seexplique el hecho en sí, es evidente queno todos tienen el deseo de hacerlo, puessi lo tuvieran, vendrían. Sin embargo, laEscritura y la experiencia enseñan que notodos son salvos. Y cuando se les predicael evangelio sin distinción, de inmediatose percibe que muchos rechazan a Cristo,no quieren tener nada con él, y lo aborre-cen y crucifican de nuevo; mientras queotros, por el contrario, lo reciben y se lesda potestad de ser hechos hijos de Dios.Cristo está puesto para caída y levanta-miento de muchos, no sólo en Israel, sinoen todos los tiempos y entre todas lasnaciones (Lc. 2:34). Es una señal que serácontradicha, y los pensamientos demuchos corazones serán revelados por él(Lc. 2:34,35). La palabra de la cruz eslocura para unos, y poder de Dios para

otros (la Co. 1:18). El Cristo crucificadoes piedra de tropiezo para muchos, mien-tras que para otros es sabiduría de Dios(la Co. 1:23,24). Y los que predican elevangelio son olor de vida para vida aalgunos, y a otros olor de muerte paramuerte (2a Co. 2:15,16). El es la princi-pal piedra del ángulo, escogida, preciosa;sobre la que muchos son edificados comocasa espiritual y sacerdocio santo, paraofrecer sacrificios espirituales aceptablesa Dios por medio de Jesucristo; mas paraotros es piedra de tropiezo y roca quehace caer (la P. 2:58). Así fue cuando élmismo predicó el evangelio del reino en latierra, y la misma separación entre loshombres sigue causando el evangeliohasta hoy.

¿Cómo se explica esta diferencia?¿Qué hay en Jesús, el Cristo de la Escri-tura, para que unos estimen como estiér-col todas las cosas en comparación con elconocimiento de su Señor, mientras otrosle desprecian y rechazan y aborrecen másque a nada en el mundo? ¿Qué hay en loshombres para que expresen valoracionestan radicalmente distintas, y asumanposiciones tan diametralmente opuestas?Todo el que quiera, puede venir. Seguro.Pero no todos quieren. ¿Por qué unos sí yotros no?

3A DESCANSAR

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.(Mt. 11:28)

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Para contestar a estas cuestionesnecesitamos mirar más de cerca al Cristode la Escritura, y examinar a los hombresen relación con él. ¿Quién es? ¿quién pro-clama ser este Jesús? ¿Qué promete a losque van a él, y qué deben realmente bus-car, desear y amar?

Prestemos atención especial a esospasajes en los que el Señor llama a lospecadores a venir a él. Uno de estos es elbien conocido de Mateo 11:28: “Venid amí todos los que estáis trabajados y carga-dos, y yo os haré descansar”.

Es evidente que el Salvador se pre-senta aquí a sí mismo como el Dador-de-descanso. Nótese, además, que estadeclaración es positiva e ilimitada. Espositiva en su promesa: Os haré descan-sar. Precisamente por afirmaciones comoesta se distingue Cristo de todos losdemás: él habla con autoridad, no comolos escribas. Cristo no dice: Os instruiréen el arte de garantizaros descanso porvosotros mismos; o, yo os enseñaré dóndepodéis encontrarlo. No. Él dice positiva-mente: Os haré descansar. Además, esuna declaración no limitada por el tiempoo el espacio, pues aún hoy sigue con noso-tros. Fue pronunciada hace casi dos milaños en el pequeño Canaán, pero perma-nece oyéndose en todo el mundo. Es laúnica palabra con autoridad y poder quese oye en medio de un mundo lleno deintranquilidad, guerras, aborrecimientos,derramamientos de sangre y destrucción.(Venid a mí, y os haré descansar!

Puede que alguien piense que todoel mundo, especialmente en una situacióncomo la actual, con el desgarro y el hastíode la guerra, atenderá esta llamada y sevolverá a Cristo por descanso. Es ciertoque estamos en guerra, la peor y más san-grienta de cuantas se han librado; pero

¿no luchamos por la paz, para que la pazmundial venga cuando termine el enfren-tamiento? ¿No estamos buscando,hablando y planificando una paz real,justa y duradera para el mundo? Bien,entonces la solución parece fácil. Tene-mos la voz que con autoridad proclamahasta los fines del mundo: “Venid a mí, yos daré descanso”. En una situación tandolorosa, ¡seguramente todos irán paraque les cumpla su promesa! No. No estan simple.

¿Es esta paz, este descanso humano,lo que Cristo promete?

La Escritura habla frecuentementedel reposo; y la idea es siempre la mismaen esencia. En seis días creó Dios elmundo y el séptimo reposó. Ese es elreposo de Dios, su sabbat, su entrar en elgozo de su obra terminada. Y santificó esedía para el hombre, para que él tambiénpudiera entrar en el reposo de Dios. Latierra de Canaán en la cual Yahvéh intro-dujo a su pueblo Israel era el reposo: allíviviría el pueblo en la comunión del pactocon el Señor su Dios. Y les ordenó guar-dar el sábado, el reposo de Dios. Sinembargo, también ha jurado que noentrarán en su reposo y están bajo su ira,todos los que divagan de corazón y noconocen sus caminos (Sal. 95:10-11). Elpueblo hallará descanso para su alma en elcamino de los mandamientos de Yahvéh(Jer. 6:16). La primera parte del capítulocuarto de la carta a los Hebreos está dedi-cada enteramente a la cuestión delreposo. Allí aprendemos que ni el reposode la creación en el día séptimo, ni el deCanaán, fueron terminantes y perfectos.Dios ha preparado otro mejor, más rico ypermanente para su pueblo: el reposo enCristo, el sábado eterno que queda paralos redimidos. Ahora es el tiempo de pro-curar entrar en ese reposo (He. 4:111).

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De ese descanso habla la voz desde elcielo en Apocalipsis 14:13: “Bienaventu-rados de aquí en adelante los muertos quemueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu,descansarán de sus trabajos, porque susobras con ellos siguen”. Es el estadoopuesto al del impío que adora a la bestiay su imagen, el humo de cuyo tormento“sube por los siglos de los siglos. Y no tie-nen reposo de día ni de noche” (Ap.14:11). Desde el principio la Escriturahabla de este reposo como la realizaciónde la promesa de Dios a su pueblo; y esdel que habla el Salvador cuando dice:Venid a mí, y descansad.

¿Qué, pues, es el reposo, y cuál eseen particular que se nos presenta en laEscritura como el objeto final de la salva-ción?

Reposo no es lo mismo que ociosi-dad o mera inactividad. Porque, por unlado, un estado de estricta inactividad esimposible para el hombre, pues su espí-ritu siempre está ocupado, y es fácil quese recueste perezosamente en la cama sinobtener el descanso apetecido. Por otraparte, un estado de plena e intensa activi-dad es compatible con el reposo perfecto.En esa imagen tan bella y simbólica delestado de gloria presentada en Apocalip-sis 4, leemos que los cuatro seres vivien-tes que están alrededor del trono de Diosy del Cordero “no cesaban día y noche dedecir: Santo, santo, santo es el SeñorDios Todopoderoso, el que era, el que es,y el que ha de venir” (vs. 8). ¿Quién noentiende que en esta glorificación cons-tante del Altísimo se encuentra el dis-frute del verdadero reposo? Aun elmismo descanso de nuestro día de repososemanal no consiste en la mera cesaciónde todo trabajo, sino más bien en llenar eldía hasta rebosar con la actividad de bus-car el reino de Dios. Por lo tanto, el hol-

gazán que pierde su tiempo el primer díade la semana, es más profanador delsábado que quien emplea el día en vendero labrar.

El reposo implica que una ciertatarea ha concluido, que la obra está com-pleta y terminada, que el propósito se hacumplido y se ha obtenido el fin apete-cido, y ahora se entra en el disfrute de laobra acabada. Es ese estado de alma ycuerpo, de mente y corazón, en el que lamás intensa actividad es, al mismotiempo, perfecto reposo, y el trabajo esgozo perfecto.

Para el hombre este reposo consisteen la adecuada comunión con Dios.Como dijo Agustín: “Nuestro corazónestá sin reposo, hasta que no descansa enti”. Porque el hombre fue creado a ima-gen de Dios, en verdadero conocimientoy santidad, dotado con el conocimientode Dios que es vida, para que en estasemejanza pudiera ser el amigo de Dios,entrar en su más íntima comunión, dis-frutar su favor y gustar que el Señor esbueno. Esta comunión suponía constanteactividad, amando al Señor su Dios contodo su corazón, con toda su mente, contoda su alma y con todas sus fuerzas, yservir al Altísimo con todo su ser engozosa y voluntaria obediencia. En eseestado puso Dios al hombre en el primerparaíso; un estado de rectitud, reposo eintensa actividad, de gozo y de paz, devida y gloria, en el que continuamenteprocuraba el fin de tener comunión conDios en el camino de la plena obedienciade amor. El ciclo semanal de seis días yuno, era un símbolo y sello para el hom-bre de esa perfecta relación de trabajo yreposo.

Pero el hombre no quiso a Dios.Cayó de su reposo y se precipitó en el

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desasosiego incurable del diablo. Rechazóla Palabra de su Dios y siguió la mentirade la serpiente. Rehusó caminar en lasenda de la obediencia, sólo en la cual eraposible obtener y gustar la bendita comu-nión con Dios, y se convirtió en deste-rrado, culpable y digno de muerte, objetode la ira de Dios, bajo la cual pereció, consu entendimiento entenebrecido,corrupto de corazón y perverso de volun-tad, enemigo de Dios, buscando reposodonde sólo se puede encontrar iniquidad,paz donde sólo hay guerra, y vida dondeestá la muerte. Atrayendo sobre sí talcarga de culpa que nunca la podrá expiar,sino que la incrementará cada día. Fueencadenado con grilletes de pecado ycorrupción que nunca podrá romper, yquedó sometido al poder de la muerte, dela que nunca se podrá librar. Extraviado,inquieto, sin Dios en el mundo, es “comola mar en tempestad, que no puedeestarse quieto, y sus aguas arrojan cieno ylodo. No hay paz, dijo Dios, para elimpío” (Is. 57:20,21).

Dios ha provisto, no obstante, unmejor descanso para su pueblo: el reposode su pacto y reino eterno, en el que ten-drá su tabernáculo con ellos para siempreen gloria celestial. Esa obra de Dios por lacual nos saca de nuestra senda de iniqui-dad a la gloria de su sábado eterno, es lamaravilla de la gracia y la salvación. Por-que este reposo final y eterno sólo sepuede obtener por medio de una obe-diencia tal que sea capaz de vencer yborrar el pecado. La justicia de Dios debeser satisfecha, el pecado expiado y esta-blecido un fundamento de justicia. Elpecador tiene que ser redimido, liberadodel poder y dominio del pecado y lamuerte, y revestido con una nueva justi-cia y una nueva vida para que tenga elderecho y el poder de comer del árbol dela vida que está en medio del paraíso de

Dios. El reposo verdadero es, pues, cesedel pecado: ese estado en el que el poderdel pecado y de la muerte ha sido derro-tado para siempre, y se ha logrado la justi-cia perfecta y la vida eterna en eltabernáculo celestial de Dios.

Ese reposo está en Cristo. Nuncapodríamos cumplir la tarea de expiarnuestros pecados ni liberarnos del yugode corrupción y del dominio de lamuerte. Estamos aplastados por elpecado y no podernos movernos, y aun-que intentásemos expiarlo, todo sería envano. La obra es de Dios. Suyo es elreposo. El cumplió la obra en Cristo, suunigénito Hijo. Cristo es el reposo en símismo porque él es Enmanuel: Dios connosotros; la naturaleza humana y la divinaunidas para siempre en su bendita per-sona. Él mereció el reposo porque tomótodos nuestros pecados sobre sus podero-sos hombros y cargó con el castigo en elmadero maldito. La obra fue realizada:“Consumado es”. Quitó toda nuestraculpa, venció el poder de la muerte y noscolocó en la gloria de su Resurrección.Subió a lo alto y recibió la promesa delEspíritu; así que él es el Espíritu vivifi-cante, capaz de sacarnos del pecado a lajusticia, de la muerte a la vida eterna. Ydesde lo alto dice: “venid a mí todos losque estáis trabajados y cargados, y yo osharé descansar”.

¿Irán a Cristo? ¿Tiene alguien eldeseo y la voluntad para entrar en sureposo? De sí mismo ¡nadie! Porque elquerer ir está motivado por el anhelo devolver a Dios, y el hombre es su enemigo;implica la consciencia y el reconoci-miento de que se está trabajado y cargadocon un yugo de pecado que nunca puedequitarse. Querer ir supone reconocer queestamos aplastados y desesperados por elpecado y la muerte, y que todo nuestro

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esfuerzo es en vano. Significa reconocerque por nosotros mismos es imposibleentrar en el reposo; implica que nuestrosojos estén puestos en Jesús como elDador de descanso, y que le anhelemosesperando que nos lleve a Dios y sureposo. Que deseamos estar a bien conDios, y no sabemos cómo; queremosdejar el pecado, y no podemos; queremosir a la casa del Padre, y no sabemos. Sola-mente Cristo sabe y es capaz, ¡él es nues-tra única esperanza! Todo eso significaquerer ir a Cristo.

Pero el hombre natural no tiene desí mismo este querer. Está trabajado ycargado, cierto, mas no del pecado comotal. Su conflicto es con la inquietud, laguerra, la destrucción, el derramamientode sangre, la enfermedad, la angustia y lamuerte. Y su esfuerzo está enfocado a eli-minar esas trabas que fastidian su bienes-tar. Quiere establecer la paz y la felicidady hacer un mundo mejor, pero no reco-noce que su problema es su pecado, y quesu inquietud y falta de reposo está cau-sada por haber despreciado a Dios. Noquiere cesar del pecado ni buscar a Dios.Busca el reposo y la paz precisamente enla esfera del pecado. Hace la guerrahablando bellas palabras de paz; presu-miendo de justicia, aborrece la de Dios, ydestruye el mundo, mientras proclamauno mejor. Realmente no quiere entrar enel reposo de Dios, ni venir a Cristo.

Mas ahora Cristo dice: ¡Ven! Ycuando él habla, ¿quién puede resistirse?Si hablo yo, si habla un simple hombre, siun predicador ruega, invita y persuade,eso no tiene ningún valor. Lo oyes con tuoído natural, lo ves con tus ojos naturales,y comprendes el significado, pero tu cora-zón está lejos, y rechazas a Cristo. Conello demuestras que eres ciego, sordo ycorrupto, agravando así tu culpabilidad.

Pero no, no es la voz de un pecador, ¡esCristo el que habla! El que una vez dijoante la tumba de Lázaro: ¡Ven fuera!,también habla hoy por su Palabra y suEspíritu. Y por el poder de su Palabrarecibes ojos para ver, oídos para oír y unamente iluminada para comprender tumiseria, el anhelo de ser libre y entrar enel reposo de Dios, y la voluntad para ir aCristo. Y todo el que quiere puede ir sintemor. La promesa es tuya y nuncafallará: “Ven, y yo te haré descansar”.

***

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Las palabras “todo el que quiera,puede venir”, se interpretan general-mente como queriendo decir que la salva-ción es un asunto dejado a la voluntad ydecisión del pecador. Se reconoce que notodos son salvos, pues no todos quieren ira Cristo, pero eso no sería debido a cual-quier incapacidad de la voluntad oceguera espiritual del entendimiento,sino simplemente a un mal uso del poderde la voluntad, de la que el hombre esdueño y señor. Aunque pueda admitirseque está inclinado por naturaleza a recha-zar la salvación en Cristo, sin embargo,mantiene el poder para volverse y acep-tarle: puede querer lo que le plazca, ydesear todo lo que estime oportuno. Suvoluntad es libre: soberana y arbitraria-mente libre; por eso puede aceptar orechazar a Cristo. Y esa facultad la con-servará hasta la muerte. Lo que aceptahoy, puede dejarlo mañana. De ahí quesea salvo sólo si acepta a Cristo en elmismo instante de morir, o si mantienehasta el final la decisión por Cristo queun día hizo. Si la aceptación ha duradotoda una vida, pero al final se abandona,entonces estaría perdido.

Este planteamiento supone que esesencial para la libertad de la voluntad sucondición de indiferencia o arbitrariedad,es decir, que puede escoger una cosa o su

contrario sin ningún condicionante. Sinembargo, en esta postura no se explicapor qué, si la voluntad es así, no siguensiempre en el peligro de elegir lo opuesto,y caer en la condenación, aquellos quegozan ya de la presencia de Cristo en elcielo. Mal encaja este tipo de libertad conla permanencia en la salvación para siem-pre.

En cualquier caso, es evidente queno podemos admitir ese planteamiento,pues es absurdo y opuesto a la experien-cia, y contrario a todo lo que enseña laEscritura sobre el estado del hombrenatural y sobre la gracia soberana de Diospara salvación. Una tal voluntad del hom-bre que sea indiferente y arbitraria, quepueda elegir una cosa o su opuesto, senci-llamente no existe. La voluntad siempreestá motivada para sus elecciones, nuncaes neutral. Así ocurre en el mundo mate-rial; ¿por qué quieres comer o beber?porque tienes hambre o sed. Cuandoquedas satisfecho entonces ya no quieres.Lo mismo ocurre en el plano espiritual. Elquerer ir a Cristo tiene unos motivosespecíficos. A él se va porque se estáanhelante del Dios vivo; porque se estácansado del pecado y se busca reposo, elreposo del perdón, de la justicia eterna yde la comunión con Dios; se va a Cristoporque se sabe que él es el único camino;

4AL AGUA VIVA

Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. (Jn. 7:37)

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porque se está sediento del agua viva, y laFuente está abierta sólo en él. Y todo estode ninguna manera es del pecador mismo,sino el fruto de la gracia.

Cristo es la fuente del agua de vida.En el paraíso de Dios el río del agua devida fluye del trono de Dios y del Cor-dero, lo que significa que procede deDios a través de Cristo. En el último día,el gran día de la fiesta de los tabernáculos,cuando la jarra de oro se llenaba con aguadel estanque de Siloé, Jesús se puso enpie y alzó la voz, diciendo: “Si algunotiene sed, venga a mí y beba” (Jn. 7:37).A la samaritana en el pozo, le dijo: “Siconocieras el don de Dios, y quién es elque te dice: Dame de beber, tú le pedi-rías, y él te daría agua viva”. Y luego:“Cualquiera que bebiere de esta agua,volverá a tener sed; mas el que bebieredel agua que yo le daré, no tendrá sedjamás; sino que el agua que yo le daré seráen él una fuente de agua que salte paravida eterna” (Jn. 4:10,13,14). La aperturade esta fuente de agua viva en Cristo yafue tipificada y predicha siglos antes en laantigua dispensación. La sed de los hijosde Israel fue maravillosamente apagadacon agua de la roca, y el apóstol Pablorefiriéndose a ese milagro de la gracia,escribe que “todos bebieron de la mismabebida espiritual, porque bebían de laroca espiritual que los seguía, y la roca eraCristo” (la Co. 10:4). Cristo los seguía enel peregrinar en el desierto, y se reveló así mismo al suplirles con agua de la roca.Es con la mirada puesta en su venida queclama Isaías: “A todos los sedientos:Venid a las aguas; y los que no tienendinero, venid, comprad y comed. Venid,comprad sin dinero y sin precio vino yleche” (Is. 55:1). Y también pudo procla-mar la bendita promesa: “Porque yoderramaré aguas sobre el sequedal, y ríossobre la tierra árida” (Is. 44:3). Y el Señor

promete por medio de su profeta Zaca-rías: “En aquel tiempo habrá un manantialabierto para la casa de David y para loshabitantes de Jerusalén, para la purifica-ción del pecado y la inmundicia”. Y acon-tecerá en ese día de salvación “quesaldrán de Jerusalén aguas vivas” (Zac.13:1; 14:8). Ese manantial está abierto enCristo, y de él fluyen los ríos de agua viva.

¿Qué significado tiene ese símbolo?

El agua tiene en la Biblia un signifi-cado simbólico muy rico. Algunas veceshace referencia a la aflicción profundaque anega nuestra alma y las olas que nosabaten. Como un signo de realidadesespirituales indica tres cosas principal-mente: separación, limpieza y vivificaciónespiritual, y renovación. El agua del bau-tismo es un signo y sello de la separaciónespiritual del mundo en la comunión conCristo, así como de la limpieza delpecado para la justicia eterna. Por eso lasaguas del diluvio fueron un tipo del bau-tismo en Cristo, pues por el agua (no porel arca) fue limpiada la iglesia y separadadel mundo impío que pereció bajo lasaguas del juicio (la P. 3:20,21). En elmismo sentido tipificaron el bautismo lasaguas del Mar Rojo, porque por ellas elpueblo de Israel quedó separado paraDios frente a Faraón y su ejército, y lacasa de servidumbre en Egipto. Y por elbautismo el viejo hombre de pecado estragado y surge el nuevo en Cristo, sepa-rado del pecado y del mundo impío, resu-citado con Cristo a una nueva vida decomunión con Dios.

Es evidente, sin embargo, que el sig-nificado es algo diferente cuando serefiere a Cristo como la fuente de aguaviva. En este caso indica vivificación,renovación, y satisfacción completa.Puede decirse, en primer lugar, que el

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agua viva (o de vida) representa principal-mente, y en su sentido más profundo, alEspíritu Santo como el Espíritu deCristo, por quien todas las bendicionesespirituales de salvación son concedidas ala Iglesia como un todo, y a cada creyenteen particular. Ese Espíritu es el río deagua de vida que fluye constantementede Dios a través de Cristo en la Iglesia.Esto queda señalado en Isaías 44:3, por-que después de decir “derramaré aguassobre el sequedal”, explica el símboloañadiendo: “Y derramaré mi Espíritusobre tu generación”. Así lo afirma igual-mente Juan 7:3739, pues la promesa delagua viva la explica el apóstol diciendo:“Esto dijo del Espíritu que habían de reci-bir los que creyesen en él”. Y la imagendel río de agua de vida en Apocalipsis 22muestra la misma idea, pues el río se pre-senta como saliendo del trono de Dios ydel Cordero. Con la exaltación del Salva-dor y el derramamiento del EspírituSanto poco después, en el día de Pente-costés, fue cumplida la promesa: el río deagua de vida comienza a fluir y se abrió lafuente de agua viva.

El río de agua viva representa alEspíritu Santo precisamente como elautor de nuestra salvación, que lleva acabo en nosotros todas las bendicionesespirituales en los lugares celestiales enCristo; bendiciones que él obtuvo paranosotros por medio de su perfecta obe-diencia, y su Espíritu las toma de él paraconcederlas a su pueblo. A este Espírituse le llama Espíritu de vida; Espíritu deadopción, por el cual clamamos Abba,Padre; Espíritu de verdad, que nos guía atoda verdad; Espíritu vivificante; de santi-dad y santificación; de sabiduría, conoci-miento y revelación; en fin, el Espíritu deCristo.

Según esto, él es quien nos regeneray nos hace nacer de nuevo: partícipes dela resurrección de Cristo. Nos da com-prensión y discernimiento de las cosasespirituales, ojos para ver, oídos para oír,corazones renovados para entender losmisterios del reino de los cielos. Por élsomos llamados de las tinieblas a la luz,del pecado a la justicia, de la corrupción ala santidad, de la muerte a la vida. Todaslas bendiciones espirituales de conoci-miento y sabiduría, de vida y gloria, dejusticia y santidad, y todas las riquezas dela gracia, fluyen constantemente deCristo en el Espíritu a toda la Iglesia y acada creyente. Por esa gracia abundantesomos renovados continuamente paravida eterna. Y este raudal de bendiciónespiritual queda simbolizado por el aguaviva, o el río de agua de vida.

La multitud de bendiciones espiri-tuales de salvación tienen su base y fun-damento en una: la justicia perfecta. Lajusticia y la salvación están ligadas yconectadas de forma tan inseparable, quea veces la propia Escritura las intercam-bia. Tal como la esencia real de nuestramiseria es el pecado, así la justicia lo es dela salvación. Sin ella no hay vida, ni favorde Dios, ni comunión con él. Tenemos,por consiguiente, que ser hechos justos, yeso tanto en el sentido jurídico-legalcomo en el ético-espiritual. Necesitamosser justificados. Nuestros pecados han deser borrados y perdonados, y se nos tieneque imputar la justicia de Cristo, demanera que, aunque vivamos en mediodel pecado y la muerte, nos podamos glo-riar en nuestra justificación, con la cer-teza de ser justos ante los ojos de Dios.Mas también tenemos que ser santifica-dos, vivificados a una nueva vida delantede Dios en santidad, libres de las tinie-blas, la corrupción y toda mancha. Todoesto lo abarca la justicia, por eso en ella

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consiste nuestra salvación. Por lo cualpuede decirse realmente que el agua devida que fluye del trono de Dios y delCordero, es un manantial constante dejusticia, perdón, luz, santidad, amor aDios, y vida eterna. ¡Benditos los que tie-nen hambre y sed de justicia, porque ellosserán saciados!

Hay que ir, pues, a Cristo parabeber el agua de la vida, esto es, recibirde él y apropiarnos todas las bendicionesespirituales de la gracia para obtener jus-ticia y vida. Cristo dice: “Ven a mí ybebe”. Entendamos bien esto. Es elCristo de la Biblia, el Hijo de Dios encar-nado, el que habitó con nosotros, que nosha revelado al Padre y habla palabras devida eterna, el que fue ordenado paramorir en la cruz por nuestras transgresio-nes y fue resucitado al tercer día paranuestra justificación, el que fue exaltadoen los cielos y recibió la promesa delEspíritu Santo, el que, finalmente,derramó su Espíritu en la Iglesia el día dePentecostés: ese Cristo, y no otro, es lafuente abierta del agua de vida; él esnuestra justicia y nuestra redención com-pleta, y se nos da a sí mismo y todas susbendiciones de salvación por medio de suEspíritu. Y todo esto se realiza de unamanera tal, que nos apropiamos y recibi-mos todas esas bendiciones espiritualesde salvación por un acto consciente yvoluntario de nuestra parte, con el quecorrespondemos al acto de Cristo dedarse a nosotros. Este acto nuestro seexpresa por las palabras “venir” y“beber”. El agua de la vida, si se me per-mite usar la comparación, no es introdu-cida en nuestra garganta por un tubo, sinque hagamos nada o en contra de nuestravoluntad. Aunque eso fuera posible, deese modo nunca podríamos gustar supureza y dulzura renovadoras. Y Diosquiere precisamente que la gustemos.

Quiere que gustemos la gracia para cuyagloria hemos sido salvados, y que cons-cientemente experimentemos sus maravi-llas. ¡Hay que venir y beber!

¿Qué significa venir y beber de laFuente de agua viva? Significa que esta-mos sedientos: “Si alguno tiene sed,venga a mí y beba”; “a todos los sedien-tos: ¡Venid a las aguas!” Esta sed formaparte del querer venir. A menos que elpecador tenga sed del agua de vida, esdecir, de justicia, nunca vendrá a Cristo,ni querrá beber en absoluto. Y esta sedimplica, en primer lugar, que su almatiene una profunda consciencia de suestado de pecado, de su condición per-dida, de su carencia de toda justicia y deestar lleno de todo pecado y corrupciónque le hace culpable delante de Dios.Implica que deplora su pecado en verda-dero arrepentimiento y anhela el perdón,y la liberación de su poder y dominio, ybusca ser revestido con las ropas de justi-cia. Significa, igualmente, que reconoceque Cristo, como la plenitud de la justi-cia, es la única Fuente de agua de vida dela que tiene que beber. Significa que elpecador suspira por Cristo y todas susbendiciones de salvación. Pero es necesa-rio más: tiene que oír y atender la palabrade Cristo: “Ven a mí y bebe”. No se tratasolamente de reconocer su miseria y lagrandeza de Cristo, sino que debe vol-verse a él, recibirle, creer en él y por feobtener perdón y justicia, sabiduría yconocimiento, luz y vida eterna. Enton-ces, y sólo entonces, beberá y su almaquedará saciada.

“A todos los sedientos: ¡Venid a lasaguas!”; “Y el que tiene sed, venga; y elque quiera, tome del agua de la vida gra-tuitamente”. No os quepa duda, todo elque quiera puede venir a Cristo y beberdel agua de vida.

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¿Quién vendrá? ¿Cuál es la relaciónentre Cristo como la Fuente de agua vivay el pecador? ¿Se trata simplemente deque Cristo es la Fuente que brota y brota,y envía a sus predicadores para que lla-men la atención de la gente respecto a esemanantial, limitándose a esperar quealguien decida venir y beber? ¡No! Sifuera así, nadie vendría; todos desprecia-rían esa fuente. Porque todos los hombresson por naturaleza hijos de ira, muertosen delitos y pecados, siguiendo lacorriente de este mundo, haciendo lavoluntad de la carne y de los pensamien-tos. Tienen sed, pero no de justicia. Sused es para las cosas del mundo, de losdeseos de la carne, de los deseos de losojos y de la vanagloria de la vida. El hom-bre natural siempre se gloría de su propiajusticia y desprecia con el pie la de Dios.Si el venir depende de su voluntad, jamásvendrá. Ni el más formidable ejército deatrayentes y hábiles predicadores podránunca persuadir a un solo pecador paraque venga y beba. Nadie tiene de símismo este querer.

Mas Cristo está en primer lugar. Ynuestro querer ir y tomar del agua de vidagratuitamente es sólo la reacción de suacto de gracia por el que se da a sí mismoa nosotros. Él se nos da, y nosotros lerecibimos. Nos da ojos espirituales paraver nuestra propia miseria y desdichaespiritual, y vemos las riquezas de su ple-nitud; entonces le miramos como nuncaantes lo habíamos hecho. El nos lleva, ynosotros vamos. Nos da sed, y bebemos.Cambia nuestro corazón, nuestra mente,y nuestra voluntad por su Espíritu y suPalabra, y le encontramos más preciosoque todas las riquezas del mundo, y todolo consideramos estiércol ante la excelen-cia de su conocimiento.

¡Que nadie se gloríe en sí mismo!

Si no tienes sed del Cristo vivo, sedebe a que eres ciego, muerto, desnudo ymiserable; enemigo de Dios, aborre-ciendo toda justicia aunque presumas debondad; amas más las tinieblas que la luz,y te glorías en tu propia vergüenza. No tellenes de soberbia delante de Dios, comosi tuvieras el poder de decidir venir a élcuando te plazca. Cristo es el Señor.¡Nadie va a él, si el Padre no lo trae!

Por otra parte, si tienes sed y vienesa Cristo para beber, no te ensalces, puesno has venido de ti mismo. Fue su graciala que te dio la sed. Fue él quien dijo:¡Ven! y tú fuiste. Fue él quien se dio a símismo a ti, y tú bebiste, y continúasbebiendo para vida eterna. ¡El que se glo-ría, gloríese en el Señor!

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21 TU REINO

Uno de los milagros más asombro-sos de la antigua dispensación fue la ali-mentación del pueblo de Israel,diariamente, con el pan llovido del cielo:el maravilloso maná. ¡Qué misterioso,qué inexplicable era este pan del cielo! Suapariencia era como una cosa menuda,redondo, como semilla de culantro,semejante a la escarcha. Caía cadamañana, y nunca faltó; mas el sábado eraen vano ir a recogerlo. Suplía a los hijosde Israel día a día; si pretendían guardarlode un día para otro, se les corrompía ensus despensas. Sin embargo, lo que reco-gían el día sexto para el sábado nunca seestropeó. Tenía que ser recogido al ama-necer, pues saliendo el sol se derretía; aunasí, era tan sólido como para ser majadoen el mortero y cocido en el fuego. Sudestinatario era exclusivamente el pue-blo de Israel, pues caía sólo alrededor delcampamento; y su duración fue sola-mente durante el tiempo de la travesíadel desierto. Jamás antes, ni después, sevio algo parecido. En términos actuales, elmaná debió ser una comida muy sabrosa ysaludable, con todas las vitaminas necesa-rias, pues fue capaz de mantener vivas yfuertes, durante cuarenta años, a más deun millón de personas. Sin duda, el manállovido del cielo ha sido una de las señalesmás extraordinarias que la tierra ha con-templado.

De manera similar, una de las mara-villas más ilustrativas de las que realizónuestro Salvador durante su ministeriopúblico, fue la alimentación de los cincomil a orillas del mar de Tiberias. Cincopanes y dos pececillos fueron multiplica-dos en sus manos hasta que hubo sufi-ciente comida para cinco mil hambrientaspersonas, y los discípulos aun llenarondoce cestas con lo sobrante. No esextraño que la multitud, llena de entu-siasmo por lo que vieron sus ojos, quisieracoronarle rey a la fuerza. Habían oído porMoisés del maná en el desierto, pero estemilagro sobrepasaba en gloria, porqueaquí sólo tuvieron que sentarse y recibirel alimento ya listo para comerlo.

Sin embargo, tales signos del podermaravilloso de Dios, que tienen lugar enla esfera de lo natural y terreno, fueronsólo indicadores de la suprema y más mis-teriosa maravilla de la gracia en la esferade lo espiritual y celestial. Pues con refe-rencia al maná en el desierto, el apóstolPablo escribe en 1ª Corintios 10:3, que“todos comieron del mismo alimentoespiritual”. Y “el maná escondido” es lapromesa para los santos victoriosos (Ap.2:17). Al día siguiente de la multiplica-ción de los panes, al encontrarse Jesúscon los que se habían saciado, les recri-minó que sólo lo seguían por el pan

5AL PAN DE VIDA

Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. (Jn. 6:33)

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terreno, pero no vieron la realidad deaquella señal; y les explicó su significado,presentándose él mismo como el pan devida. “Porque el pan de Dios es aquel quedescendió del cielo y da vida al mundo ...Yo soy el pan de vida; el que a mí viene,nunca tendrá hambre ... Yo soy el panvivo que descendió del cielo ... El quecree en mí tiene vida eterna” (Jn.6:3351).

Es evidente, por tanto, que quienvaya a Jesús tiene que ir a él como el pande vida. Y está claro que el querer venir ycomer de ese pan presupone e implicaque se tiene hambre, hambre espiritual.Los muertos no comen. Los que estánsaciados no buscan pan. Para venir aCristo hay que tener apetito espiritual.En ese sentido es verdad que “todo el quequiera, puede venir”. Debemos investigar,pues, qué significa que Jesús sea el pan devida; cómo se puede comer ese pan, yquién tiene la voluntad para venir acomerlo.

Para comprender el sentido figuradode la expresión “pan de vida”, debemosrecordar que “no sólo de pan vivirá elhombre, sino de toda palabra que sale dela boca de Dios” (Dt. 8:3; Mt. 4:4). Locual no significa que el pan no nos sus-tente a menos que Dios lo bendiga, sinoque el hombre es más que las bestias, quetiene una vida más excelsa, y que su ali-mento no puede limitarse al simple panmaterial, sino que depende de la Palabrade la gracia de Dios. El animal es pura-mente terrenal y físico: puede vivir sólode pan. Pero el hombre es una criaturaadaptada a una vida superior: la vida espi-ritual en comunión con Dios.

El dicho “comamos y bebamos, quemañana moriremos” (que parece el lemade nuestro carnal y desquiciado siglo),

representa la negación de la naturalezahumana y la necesidad más profunda delhombre, colocándolo a un nivel inferior alde las bestias. El hombre tiene una vidasuperior que no la puede satisfacer ni conel pan material, ni con todas las cosas deeste mundo, ni con todos los productosde la cultura y la civilización: esa vida sólopuede quedar satisfecha y sustentada porel favor de Dios.

Que este es el significado del textoque hemos citado, se demuestra por sucontexto original en Deuteronomio 8:3,así como por el uso que hace nuestroSeñor en réplica a la primera tentacióndel diablo. En Deuteronomio 8:3 leemos:“Y te afligió, y te hizo tener hambre, y tesustentó con maná, comida que no cono-cías tú, ni tus padres la habían conocido,para hacerte saber que no sólo de panvivirá el hombre, mas de todo lo que salede la boca de Yahvéh vivirá el hombre”. Elmaná era un signo del favor de Dios sobresu pueblo, y en ese sentido, era comidaespiritual (1ª Co. 10:3). El Señor cita estepasaje cuando el demonio le tentó a quedemostrara su poder al convertir las pie-dras en pan, dejando así el camino delsufrimiento, desobedeciendo al Padre, yperdiendo su favor. Cristo prefiere másbien sufrir el hambre que perder la comu-nión con Dios, porque el hombre no vivesólo de pan.

¡Qué verdad es para el hombre labella expresión del Salmo 63!

“Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela,

En tierra seca y árida donde no hay aguas”.

Y luego:

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“Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán. Así te bendeciré en mi vida; En tu nombre alzaré mis manos. Como de meollo y de grosura será saciada mi alma, Y con labios de júbilo te alabará mi boca. Cuando me acuerde de ti en mi lecho, Cuando medite de ti en las vigilias de la noche”.

Esto no sería así si el hombre fueracomo las bestias. No. El hombre es unacriatura adaptada para llevar la imagen deDios. Los dedos de su Creador lo forma-ron y le infundió en su nariz el aliento devida. En parte, es verdad, correspondía ala tierra y a las cosas terrenas, pero tam-bién a Dios. Fue creado con un corazónde donde mana su vida, y se le invistióoriginalmente con la imagen de Dios. Sele dotó con el verdadero conocimientopara que pudiera conocer a su Creador enamor; fue formado en perfecta justiciapara que pudiera querer la voluntad deDios; y en santidad inmaculada para quepudiera consagrarse a sí mismo y todas lascosas al Altísimo. Tenía sed de Dios, perosiempre satisfecha. Todas las cosas lemostraban a Dios; vivió en su comunión,gustó su gracia, y le amó con todo sucorazón, con toda su mente, con toda sualma, y con todas sus fuerzas. La gracia deDios era para él el pan de vida. Tal era suexistencia. Esta es la vida verdadera.

Toda la vida del hombre, sin estacomunión con Dios, apartado de él y bajosu ira, no es más que muerte. Podrácomer y beber, podrá trabajar y disfrutarcon todas las cosas de este mundo, podrámejorar su existencia terrena con loslogros de la cultura, el arte y la ciencia;pero si no tiene nada más que esto,entonces está realmente muerto.

Y no más que muerte es por natura-leza el hombre sin Cristo.

No creyó que su vida dependiera dela Palabra que sale de la boca de Dios: larechazó y se volvió a la mentira y al dia-blo. En contradicción con esa Palabra, vioque el árbol era bueno para comer y dar lasabiduría. Dejó la verdad y siguió la men-tira. Lo que obtuvo fue la muerte: perdiósus derechos y el favor de Dios, y pasó aser objeto de su ira, bajo la cual perecepara siempre. La imagen de Dios se letornó en lo opuesto. En lugar de su cono-cimiento original de Dios, ahora tiene lamente entenebrecida, amando ysiguiendo la mentira y la vanidad. Dondetenía justicia, ahora opera la iniquidad,por lo que su voluntad se ha corrompidoy está motivada por la enemistad contraDios. Donde había santidad, ahora tienecorrupción en toda su naturaleza, demanera que en vez de consagración,levanta su puño altivo contra el Todopo-deroso. Se convirtió en hijo de su padre,el diablo. Esto es lo que ha quedado. Estoes el hombre por naturaleza. Y cualquieraque lo niegue, y proclame que todos loshombres son por naturaleza hijos de Dios,estará engañando a la gente y apartándolade Cristo. A tal grado llega su muerte pornaturaleza, que el hombre no tiene, nipuede querer tener, hambre y sed delDios vivo. Tan realmente muerto seencuentra, que tiene que ser resucitado.¡Tiene que nacer otra vez para que puedavivir!

Ahora bien, Cristo es el pan de vidaprecisamente para esos pecadores queestán muertos en sus delitos y pecados.Es el pan que Dios ha preparado para quelos que coman de él tengan vida eterna. Yesta vida no es meramente algo que notiene término, sino vida en comunión yamistad con Dios en el grado más alto

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24 TU REINO

posible, esto es, en gloria celestial. A esavida hemos sido renovados por el Dios denuestra salvación, vida eterna de inmorta-lidad e incorrupción en el tabernáculo deDios, donde le veremos cara a cara, y leconoceremos como fuimos conocidos; ytodo ello a través de Jesucristo. El es elverdadero maná que descendió del cielo,el pan de vida: el Hijo de Dios que se hizocarne y fue crucificado, que resucitó delos muertos al tercer día y fue glorificadoen las alturas, el Espíritu vivificante.Cristo es el pan de vida porque en él hayplenitud de gracia, la gracia que los peca-dores necesitan para tener vida. En él hayjusticia, justicia perfecta y eterna, para lospecadores que en sí mismos son culpablesy dignos de muerte eterna; una justiciaque es suficiente para vencer y borrartodos los pecados de los que son en símismos hijos de ira, y hacerlos dignos dela gloria de la vida eterna, la cual ni aunAdán en el estado de rectitud conoció, nipodía haber obtenido. En él está el poderpara librar completamente del yugo y lascadenas del pecado y la corrupción, y darla perfecta libertad del amor de Dios. Enél hay perfecta paz, conocimiento deDios, sabiduría, luz y vida. El Cristo de laBiblia es el pan de vida, del cual, el quecomiere, no tendrá hambre jamás. Este esel verdadero maná que sustenta al peca-dor que ha pasado de la culpabilidad a laperfecta justicia; de la corrupción a lasantidad; de la ignorancia espiritual al ver-dadero conocimiento de Dios; de la nece-dad a la sabiduría; de las tinieblas a la luz;de la muerte a la vida eterna.

No hay salvación, pues, sin venir aCristo y comer. Jesús no se limita a dar elpan, sino que él ES el pan de vida. Por esocomer el pan es comer a Cristo. Igual queen el sentido natural comemos el pan, esdecir, que lo cogemos, lo gustamos, lopaladeamos y lo asimilamos haciéndolo

parte integral de nuestra existencia física,carne de nuestra carne, sangre de nuestrasangre, hueso de nuestros huesos; delmismo modo, en un sentido espiritual,tenemos que comer al Cristo de la Escri-tura, apropiarnos de él, gustar que esbueno, absorberlo y asimilarlo en nuestranaturaleza espiritual. Pero tenemos quecomerlo no como el Cristo moderno,fruto de la invención humana. No comoun gran maestro que nos enseña cómo serbuenos; ni como un buen ejemplo quedebamos copiar, o algo parecido. No. Hayque comerlo como el Crucificado queresucitó de los muertos. Por eso dijo a lamultitud asombrada que murmuraba enCapernaum: “Y el pan que yo daré es micarne, la cual yo daré por la vida delmundo”. Y luego: “De cierto, de cierto osdigo: Si no coméis la carne del Hijo delHombre, y bebéis su sangre, no tenéisvida en vosotros. El que come mi carne ybebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo leresucitaré en el día postrero. Porque micarne es verdadera comida, y mi sangre esverdadera bebida. El que come mi carne ybebe mi sangre, en mí permanece, y yo enél” (Jn. 6:5156). Así, apropiándonos yasimilando en nuestra realidad espiritual aJesús, recibimos de su plenitud graciasobre gracia. Su justicia llega a ser nuestratambién, y su conocimiento nuestroconocimiento. Su amor vence nuestraenemistad, su vida vence a nuestramuerte, ¡pasamos de muerte a vida!

Ese acto de comer el pan de vida noes una obra cumplida y terminada de unasola vez. No puedes decir: “Yo acepté aCristo hace un año, o diez, y a causa deese acto aislado y cerrado soy salvo y vivoen el día de hoy”. Así como para sostenertu existencia física tienes que comer dia-riamente, del mismo modo debes asimilary apropiarte constantemente de Cristopara tener su vida. Nuestra vida no está

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25 TU REINO

en nosotros, sino en él, y siempre tene-mos que estar recibiendo gracia sobre gra-cia. Y aquí, en este mundo, ese comer elpan de vida tiene lugar por medio de lapredicación de la Palabra como se nosrevela en la Escritura, y por la administra-ción de los sacramentos que Cristomismo instituyó con ese propósito.

¡Todo el que quiera, puede venir ycomer del pan de vida! Esto es cierto. Nohay excepción a este “todo el que quiera”.Pero ¿quién vendrá? ¿Quién quiere venir?.Seguramente dirás: sólo lo hará el quetenga hambre de ese pan de vida. El que-rer está motivado por el hambre; y estehambre consiste en una profunda cons-ciencia de pecado, de nuestro propiovacío y de la plenitud de Cristo, de nues-tra miseria y de su justicia, de nuestramuerte y de su vida, y en un anhelo pro-fundo de poseer a Cristo.

Pero tendrás que admitir que elmuerto no tiene hambre. Y el hombrenatural está precisamente muerto, ciego ydesnudo; es un miserable, enemigo deDios, amador del pecado y de las tinie-blas. Su condición es tal, que por natura-leza no sólo no quiere el pan de vida, sinoque le produce náuseas y lo rechaza conrepugnancia. Siempre asumirá la mismaactitud de la multitud carnal en Capern-aum, que al final estimó las palabras devida de Jesús como algo duro que nadiepodía oír, y le dejaron y ya no le seguían.

El querer venir a comer el pan devida es el querer de la fe, Solamente porla fe tenemos hambre de justicia y vida.Sólo por ella reconocemos a Cristo comoel pan vivo. Por fe anhelamos, por fe veni-mos, por fe nos unimos a él y recibimosgracia sobre gracia, y lo comemos paravida eterna. Mas la fe no es de nosotrosmismos: es el don de Dios. El querer

venir y comer es, por lo tanto, fruto de lagracia. Y si es así que, por la maravillosagracia de Dios, se nos ha dado hambre, yhemos gustado la bondad del pan de vida,entonces podemos afrontar con seguridadla pregunta que el Señor hizo a su discí-pulos cuando la multitud de Capernaumse había alejado: “¿Queréis acaso irostambién vosotros?”; y decir con Pedro:“Señor, ¿a quién iremos?, tú tienes pala-bras de vida eterna. Y nosotros hemoscreído y conocemos que tú eres el Cristo,el Hijo del Dios viviente” (Jn. 6:6769).

***

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26 TU REINO

En la discusión del tema que veni-mos tratando surgía la pregunta de aquién tenemos que ir, cuya respuesta era:a Jesús. Lo cual suscitaba otra cuestión:¿Quién es este Jesús?; a la que ya hemosdado varias respuestas, con el fin de mos-trar si el hombre por naturaleza tendría elquerer para ir a él. Jesús, hemos dicho, esla revelación del Dios de nuestra salva-ción y es capaz de salvar plenamente a losque se acercan a Dios por él. El querer ira Jesús, por lo tanto, estará motivado porel anhelo de ir a Dios. Cristo es el Dador-de-descanso, y ha prometido reposoeterno en el tabernáculo de Dios, esto es,perfecta comunión y amistad con Dios, atodos los que vienen a él, lo cual presu-pone que realmente se busca esa clase dereposo. Cristo es también el pan y el aguade vida, por lo que venir a él significa quese tiene hambre y sed de justicia. En estecapítulo vamos a considerar desde otroaspecto a este Jesús al que tenemos queacudir: lo veremos como el Libertador,que promete libertad a todos los que vie-nen a él.

La Escritura declara en más de unaocasión que Cristo es el Libertador y quela verdadera libertad se encuentra en él.Ya en la antigua dispensación se anuncia así mismo, a través del profeta Isaías,como aquel a quien el Señor había ungido

para predicar buenas nuevas a los abati-dos, para vendar a los quebrantados decorazón, para publicar libertad a los cauti-vos, y a los presos apertura de cárcel (Is.61:1). Concretamente fue este pasaje elque leyó en la sinagoga de Nazaret apli-cándose estas palabras a sí mismo: “Hoyse ha cumplido esta Escritura delante devosotros” (Lc. 4:1621). Y luego, en lafiesta de los tabernáculos, dijo a los judíosde Jerusalén: “Si vosotros permaneciéreisen mi palabra, seréis verdaderamente misdiscípulos; y conoceréis la verdad, y laverdad os hará libres ... Si el Hijo os liber-tare, seréis verdaderamente libres” (Jn.8:3136). Por consiguiente, es la ley delEspíritu de vida en Cristo Jesús la quenos libra de la ley del pecado y de lamuerte (Ro. 8:2). Y la misma creaciónserá liberada de la esclavitud de corrup-ción, a la libertad gloriosa de los hijos deDios (Ro. 8:21). Donde está el Espíritudel Señor, allí hay libertad (2ª Co. 3:17);y a los que han venido a él se les amo-nesta para que permanezcan firmes en lalibertad con que Cristo les hizo libres(Gá. 5:1). Sin ninguna duda, en Cristohay libertad, ¡él es el verdadero Liberta-dor!.

Según esto, podría parecer que esta-mos ante un tema realmente atractivopara los corazones de los hombres, y todo

6AL LIBERTADOR

Me ha enviado ... a publicar libertad a los cautivos. (Is. 61:1)

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27 TU REINO

haría esperar que, unánimes, fueran conavidez a este Libertador para recibir lalibertad. ¿No se nos dice que el hombresuspira por libertad, y que la libertad esmás valiosa que la vida? ¿No está toda lahistoria caracterizada por una luchadeterminada y fiera por la libertad? ¿Nobuscamos esperanzados las llamadas cua-tro libertades básicas: del temor; de lapobreza; de expresión; y de religión yadoración? ¿No estamos soportando todala penuria, destrucción y sangría del pre-sente conflicto mundial con el propósitode obtener y asegurarnos la tan preciadalibertad? Muy bien, pues todo eso es loque promete Cristo. El se anuncia a símismo como el perfecto Libertador. Sí,te promete libertad de la pobreza, caren-cias y miserias, y esto en un sentido abso-luto: tanto del cuerpo como del alma. Tepromete libertad del temor, incluyendosu causa más profunda y universal: lamuerte y el infierno. Promete libertad deexpresión en el verdadero y más sublimesentido del término. Y libertad de reli-gión, culto y adoración de tal naturalezaque jamás puede ser reducida o encade-nada. Además, tenlo muy en cuenta, nosólo te promete libertad “de” algo, negati-vamente, sino la libertad verdadera ypositiva: de las cadenas de la pobreza, a lasatisfacción eterna y la plenitud; deltemor, a la confianza y la paz; de la opre-sión a la verdadera libertad de conciencia;de la más honda miseria, a la más excelsagloria; de la muerte horrible a la vidaeterna. Y propone esta libertad como undon gratuito. No tienes nada que sacrifi-car por ella; no necesitas trabajar o pelearpara conseguirla; no tienes que pasar porla agonía de la guerra para obtenerla.¡Cristo la ha realizado completamentesolo! ¡Si el Hijo os libertare, seréis verda-deramente libres!.

No obstante, por muy paradójicoque parezca, los que luchan hasta lamuerte por la libertad, sin embargo, noquieren la libertad verdadera, y no vienena Jesús. En las dos ocasiones antes men-cionadas, en las que Jesús se proclamócomo el Libertador, los judíos le rechaza-ron, se llenaron de ira y quisieronmatarle. En Nazaret, aunque admitieronque era alguien que hablaba cosasextraordinarias, aun así, tenían en sucorazón el decirle: “Médico, cúrate a timismo”. Y cuando el Señor insistió, enco-lerizados, lo hubieran despeñado si no seva de ellos milagrosamente. Y en Jerusa-lén, negando los judíos que fuesen escla-vos de alguien, le llamaron samaritano yque tenía demonio, cogiendo piedras paraapedrearlo; pero otra vez el Señor escapósaliendo por en medio de ellos (Jn.8:4859). En nuestros días no es diferente.Los hombres prefieren más bien lucharhasta la muerte por sus propias conviccio-nes de lo que es la libertad (algo carnal eimposible), que venir para recibir la liber-tad de Cristo.

¿Por qué ocurre esto?

¿Qué condujo a los que tan orgullo-samente ostentaban su libertad a recha-zar, perseguir, y, finalmente, crucificar alque proclamaba libertad para los cauti-vos? ¿Qué lleva a los que dicen tener a lalibertad como la cosa de más valor, y porella luchan hasta la muerte, a seguir cruci-ficando a este Libertador? ¿Qué clase delibertad es la suya que todos la rechazan?

Debemos entender que la libertadno es en primer término, y en su más pro-fundo sentido, una relación entre hombrey hombre, sino entre el hombre y Dios.Tampoco se trata de una mera relación,estado o condición externa, sino algo delcorazón. Además, la libertad no consiste

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en un estado en el cual el hombre puedahacer lo que le plazca, sino en una virtudespiritual por la que al hombre le agradahacer la voluntad de Dios. La libertad decualquier criatura consiste en vivir ymoverse, de acuerdo al impulso de sunaturaleza, dentro de los límites de la leyque Dios ordenó para ella. El águila seremonta en el cielo en armonía con sunaturaleza y con la ley de Dios para talcriatura. Poned al rey de las aves en unajaula, o cortadle sus alas, y ya no serálibre. Pero ved el árbol; florece en el sueloy es libre precisamente cuando está plan-tado firmemente y es capaz de asentarsus raíces en la tierra. Arrancadlo, y ya noserá libre nunca. Ahora bien, el hombrees una criatura moral, con una naturalezaracional. Y la ley de Dios, la voluntad vivade Dios, que está en armonía con la natu-raleza del hombre, es que ame al Señor suDios con todo su corazón, con toda sumente, con toda su alma y con todas susfuerzas, y así vivir en la esfera de la comu-nión del pacto de Dios. Ese es el hombrelibre: que tiene el derecho, es capaz, yquiere vivir en la esfera de ese amor.

Para el pecador esto significa queesa libertad consiste nada menos que ¡enlibertad del pecado! Esta y no otra es lalibertad que Cristo proclamó. Efectiva-mente, siempre fue radical en esteasunto, insistiendo en que ninguna liber-tad es posible si no se es libre del pecado.No existe verdadera liberación de lapobreza o del temor, ni verdadera liber-tad de expresión o de religión, a menosque el pecador sea librado de las cadenasdel pecado; porque “todo el que hacepecado, esclavo es del pecado” (Jn. 8:34).Y Cristo negó rotundamente que el hom-bre sea capaz de liberarse por sí mismo.Sólo lo será verdaderamente cuando él, elHijo del Hombre, lo libere. Donde está elEspíritu del Señor hay libertad. Ahí es

únicamente donde existe. Fuera de laesfera de ese Espíritu sólo hay esclavitud.

Comprendamos esto claramente. Elpecador es esclavo del pecado. lo cualsupone, en primer lugar, que es culpabley está sentenciado a muerte espiritual dela que no tiene derecho a ser librado. Porconsecuencia, toda su naturaleza se hacorrompido. Su mente se ha hecho tinie-blas, su voluntad pervertida, y todas susinclinaciones y deseos están degeneradospor el pecado. Su motivación es la ene-mistad contra Dios, porque “los designiosde la carne son enemistad contra Dios;porque no se sujetan a la ley de Dios, nitampoco pueden” (Ro. 8:7). Esa es lamiseria del hombre. Es esclavo delpecado no en el sentido de que el pecadosea una fuerza compulsiva de la que nopuede librarse, de tal manera que pequeen contra de su voluntad. Al contrario, eslibre para pecar; y se deleita en el pecado.Está encadenado internamente; su volun-tad está esclavizada. No quiere amar aDios, no puede querer, es incapaz dedesear y buscar lo que es bueno. Elpecado es el poder que lo dirige desdedentro. Lo tiene entronizado en el cora-zón, de donde manan todos los aspectosde la vida. ¡Y bajo su dominio es acosadopor el temor de la muerte todos sus días!

¿Qué, pues, hay que hacer para libe-rar a ese pecador? En primer lugar, es evi-dente que tiene que ser redimido. Siendoun esclavo legal del pecado, estando con-denado a su yugo, es necesario pagar unprecio por su libertad. Esto significa quesu culpa tiene que ser expiada y comple-tamente borrada, y debe ser declaradojusto, digno de la libertad y la vida, en eltribunal de la justicia divina. La justiciade Dios contra el pecado tiene que que-dar satisfecha por completo. El quepueda liberar al hombre, por lo tanto,

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tiene que ser capaz de traer el perfectosacrificio por el pecado, soportar la ira deDios, y gustar todas las miserias de lamuerte y el infierno, con perfecto amorde Dios. Tiene que entrar en la más pro-funda aflicción por causa de la justiciadivina, y desde lo más hondo del infiernopoder decir: “¡Te amo, oh mi Dios! ¡Hevenido para hacer tu voluntad! ¡Tu ley esmi delicia aun aquí!” Por tal acto deexpiación obtendrá el derecho de liberaral pecador. Mas también tiene que libe-rarlo en la realidad práctica. Tiene que sercapaz de entrar en el mismísimo corazóndel hombre, destronar el poder delpecado, sentarse él en el trono, cortar lascadenas del pecado, quitar la enemistadcontra Dios, y llenar el corazón con unnuevo amor de Dios para que el pecadorse arrepienta, aborrezca todo pecado ytenga nuevo deleite en la voluntad deDios. Redimido de esta manera, y libe-rado de la esclavitud del pecado, enton-ces, y sólo entonces, el pecador esverdaderamente libre. Es libre su cora-zón, su voluntad y su mente; es libre detodo temor, de la pobreza y miseria, ypuede en verdadera libertad adorar denuevo al Señor su Dios y servirle sola-mente a él. ¡Cristo es ese Libertador! Elno se limita a “proclamar” libertad; nimeramente nos “instruye” en el conoci-miento de la misma; ni se queda sólo en“mostrar” el camino a ella. No. El, elCristo de la Biblia, el hijo de Dios quevino en semejanza de carne de pecado,pero sin pecado, que murió en el Calvarioy resucitó al tercer día, que ascendió a loscielos llevando cautiva la cautividad, yque tiene todo poder en el cielo y en latierra, el Ungido, el Espíritu vivificante,tiene la prerrogativa de liberarnos y tam-bién el poder para hacerlo; y nos liberarealmente del dominio del pecado y noshace partícipes de la gloriosa libertad delos hijos de Dios.

El puede pagar el precio de nuestraredención porque él mismo es eterna-mente libre. Es el verdadero Hijo deDios, y el Hijo es libre incluso en nuestracarne. No tiene pecado ni mancha alguna.Ni siquiera había la posibilidad de quepecase, pues es libre en el más pleno sen-tido de la palabra. Amó al Padre con todosu ser; y libremente, por un acto de obe-diencia perfecta, motivado por el amor deDios, descendió a las partes más bajas dela tierra, a lo más hondo del infierno, y sehumilló hasta la muerte, y muerte decruz. Y en todos sus sufrimientos, agoníasdel infierno, desprecio y vergüenza, jamásestuvo en esclavitud. Siempre libre; siem-pre amando al Padre. Fue el siervo per-fecto. Aun cuando se arrastraba en elpolvo del huerto; aun cuando en el mástenebroso momento de su humillación,clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué mehas desamparado?”, ¡aun entonces eralibre y quería cumplir voluntariamentetoda justicia y satisfacer la justicia deDios contra el pecado!

¡Ese es el misterio de la cruz!

¡Por eso la palabra de la cruz eslocura a los que se pierden! ¡Oh, quédiferente a los esfuerzos humanos paraobtener la libertad es el plan de Cristo! Elhombre busca poder, señales, sabiduríahumana. Forma ejércitos poderosos,inventa instrumentos de destrucción, ydesafía a la muerte para conseguir ydefender su libertad. ¡Cristo peleó toda labatalla él solo! ¡Y cuán duramente luchó!.Vedle en el huerto consternado por lamuerte. Ved al Libertador atado, rehu-sando el poder de la espada en su lucha.No protestó cuando lo maltrataban; nodefendió su causa cuando lo acusaron; noabrió su boca cuando le condenaron amuerte; dio su espalda a los que azotaban;curó las heridas del enemigo. Se dejó cla-

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var en la cruz. Cuando fue retado a que selibrara a sí mismo y descendiera de lacruz, no replicó. ¡Oh grandeza! ¡UnLibertador que está atado y entregado alpoder del enemigo!

Así tenía que ser. Su lucha no eracontra carne y sangre, sino contra lospoderes del demonio, el pecado y lamuerte. La victoria solamente era posiblepor un acto perfecto de obediencia; laobediencia de amor y libertad verdadera,aun hasta la muerte. Y por esa obraobtuvo Cristo para nosotros el derecho ala perfecta libertad: libertad del pecado,de la ira de Dios y de la maldición de laley; libertad para la justicia, vida y gloriaeternas en la esfera del perfecto amor deDios. Y habiendo obtenido la remisión delos pecados, la justicia perfecta y la pre-rrogativa para liberarnos, fue resucitadoen gloria y exaltado a la diestra de Dios,investido con todo poder para llevar acabo nuestra liberación del dominio deltemor, de la miseria, del pecado y de lamuerte.

¿Cómo participaremos de esa liber-tad que Cristo compró para nosotros? Sí,tenemos que ir a él como nuestro Liberta-dor. ¡Todo el que quiera, puede venir!Nadie irá en vano. Los que acudan seránciertamente liberados. Pero ¿cómo seráesto? ¿Quiénes querrán ir para ser libera-dos por su gracia? ¿Será, quizás, que esteCristo está a la puerta de nuestra prisiónde pecado y muerte, y desde ahí nos pro-clama que él tiene la prerrogativa y elpoder de liberarnos, y que realmentequiere hacerlo, con tal que nosotros úni-camente le abramos la puerta y le deje-mos pasar? ¡De ninguna manera! ¿Yahemos olvidado que la voluntad y el cora-zón del pecador son esclavos del pecado?Además, el pecador es un esclavo quequiere y se deleita en esa esclavitud. Por

nada quiere ser arrancado de ella. Jamásvendrá a Cristo para que lo libere. ¡SiCristo tiene que esperar a que alguien leabra, entonces nadie será salvo nunca!

Mas ¡gracias a Dios! ¡Cristo es elprimero! ¡El es el Espíritu que da vida! Ypor ese Espíritu entra en nuestros corazo-nes, y de una forma demasiado maravi-llosa para comprenderla, corta las cadenasde corrupción y libera el corazón, lavoluntad y la mente por el poder de sugracia. Entonces llama. Llama a través delevangelio, es cierto, pero siempre es élmismo el que lo hace, y apela al corazón,la mente y la voluntad que han sido rege-nerados por su gracia. Entonces es cuandooyes su voz: “Ven a mí, y te haré libre”.Entonces es cuando ves tu esclavitud talcomo es, y te arrepientes de tu pecado, ysuspiras por liberación, y clamas: “¡Señor,sé propicio a mí, pecador!” ¡Ese es el gritode la libertad! Y corres a tu Libertador, yél te recibe y te hace partícipe, por la fe,de su justicia perfecta, y derrama en tucorazón el amor de Dios. Y desciende pazdonde antes había temor; esperanzadonde había terror; la enemistad se tornaamor, la muerte en vida, el infierno engloria celestial. ¡Has sido liberado parasiempre! Y ahora miras en el gozo de laesperanza la consumación final de lalibertad gloriosa de los hijos de Dios.

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En la misma fiesta de los tabernácu-los en Jerusalén, donde nuestro Salvadorse presentó a sí mismo como el agua devida, invitando a los hombres a venir a ély beber; donde se proclamó como el Hijoque haría a los hombres verdaderamentelibres; allí también se presentó como laluz del mundo. “Otra vez Jesús les habló,diciendo: Yo soy la luz del mundo; el queme sigue, no andará en tinieblas, sino quetendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12).¡Osada declaración, sin duda! No esextraño que la gente quedara asombradade su doctrina y confesaran que él nohablaba como los escribas y fariseos, sinocon autoridad. Una persona muy atrevidapodrá decir, a lo sumo, que es capaz detraer alguna luz en la oscuridad de estemundo, o que puede indicar dónde está laluz. Pero el Señor no dice que puede daralguna luz, o que puede instruir a la gentepara que se ilumine a sí misma, sino queél ES la luz. Y no proclama que él sea“una” luz entre otras, sino que él es LAluz, la única luz, fuera de la cual sólo haytinieblas. Insistió, además, que no era laluz solamente para algunos departamen-tos o esferas de la vida, sino la luz delmundo en su totalidad. Y promete incon-dicionalmente a los que le sigan que noandarán en tinieblas, mas tendrán la luzde la vida. Es claro, pues, que cualquieraque pudiese venir a Jesús, tendría que lle-

gar a él y seguirle como la luz del mundo.Así que la voluntad para venir al Salvadorestá motivada por el fuerte deseo yanhelo de venir a la luz.

La Escritura habla a menudo deCristo como la luz. En Juan 1:49, leemos:“En él estaba la vida, y la vida era la luz delos hombres. La luz en las tinieblas res-plandece, y las tinieblas no prevalecieroncontra ella. Hubo un hombre enviado deDios, el cual se llamaba Juan. Este vinopor testimonio, para que diese testimoniode la luz, a fin de que todos creyesen porél. No era él la luz, sino para que diesetestimonio de la luz. Aquella luz verda-dera que alumbra a todo hombre venía aeste mundo”. Y en Juan 3:1921, se dice:“Y esta es la condenación: que la luz vinoal mundo, y los hombres amaron más lastinieblas que la luz, porque sus obras eranmalas. Porque todo aquel que hace lomalo, aborrece la luz y no viene a la luz,para que sus obras no sean reprendidas.Mas el que practica la verdad viene a laluz, para que sea manifiesto que sus obrasson hechas en Dios”. Y otra vez: “Yo, laluz, he venido al mundo, para que todoaquel que cree en mí no permanezca entinieblas” (Jn. 12:46).

Varios elementos llaman nuestraatención en esos pasajes. Primero, es evi-

7A LA LUZ

Yo soy la luz del mundo. (Jn. 8:12)

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dente que enseñan que el mundo está entinieblas, con independencia del signifi-cado que pueda tener esa palabra figura-tiva. Segundo, insisten en que Cristo es laúnica luz capaz de disipar esas tinieblasdel mundo. En tercer lugar, representan alos hombres en sí mismos amando más lastinieblas que la luz, por lo cual no quierenvenir a Cristo como la luz. Cuarto, estemismo hecho, el que la luz haya venido almundo y los hombres amen más las tinie-blas que esa luz, es su condenación, que-dando expuestos y juzgados por la luzcomo amadores de las tinieblas. Y, final-mente, nos enseñan que sólo los hacedo-res de la verdad vienen a la luz.

Tenemos, por lo tanto, que intentarcomprender lo que implica la “luz” comofigura bíblica y “tinieblas” como su antíte-sis. Pues entendemos que cuando elSeñor se anuncia como la luz del mundo,está usando un lenguaje figurado. Unafigura bella y rica, sin duda. En la natura-leza la luz física, que Dios trajo a la exis-tencia el primer día de la creación, es sinduda la condición indispensable para laexistencia, el movimiento y la vida detodo lo que vino después. La luz es movi-miento, vibración, calor, comunión, reve-lación, y vida en sí misma. Cuando en laEscritura se usa en sentido espiritual,tiene un significado muy rico. Denotaperfección ética, espiritual y vida. Queesto es así lo demuestran los pasajesdonde la figura es empleada, al igual quepor el uso de las “tinieblas” como figuraopuesta. Cuando el apóstol Juan escribeque “Dios es luz, y no hay tinieblas en él”,no expresa simplemente que en Dios hayconocimiento; y que se conoce a sí propiocon un conocimiento perfecto e infinito,sin quedar nada suyo oculto, sino que nosestá diciendo que Dios es la presuposi-ción necesaria de todas las perfecciones.Es bondad infinita, y no hay mal en él. Es

Santo, y no puede tener corrupción enabsoluto. Es rectitud, justicia, verdad,sabiduría, conocimiento, amor y vida. Yen la perfección de esta luz, el Dios Trinovive una vida perfecta de amistad ycomunión, del Padre, por el Hijo, en elEspíritu Santo. La luz, pues, denota todaslas perfecciones éticas de la bondad, lasantidad, la justicia, la sabiduría y el cono-cimiento; mientras que las tinieblasimplican precisamente lo opuesto:corrupción, impureza, iniquidad, mal,injusticia, mentira, pecado y muerte. “Sidecimos que tenemos comunión con él, yandamos en tinieblas, mentimos y nopracticamos la verdad; pero si andamosen luz, como él está en luz, tenemoscomunión unos con otros, y la sangre deJesucristo su Hijo nos limpia de todopecado” (lª Jn. 1:6,7). La luz es la verdad,las tinieblas son la mentira; la una es amorde Dios, la otra es enemistad contra él; laluz es rectitud, pureza, santidad y consa-gración a Dios; las tinieblas son corrup-ción, profanación y rebeldía; una essabiduría, la otra necedad; la luz es vidaen comunión con Dios, las tinieblas son lamuerte, la desolación del ser que estáabandonado en la ira de Dios.

Cuando nuestro Señor se anunciacomo la luz del mundo, es evidente queestá hablando del mundo de los hombres,de la raza humana en su totalidad. Y estáclaro que define a este mundo comoestando en tinieblas fuera de él. Lo cualqueda confirmado por otros muchospasajes de la Escritura. El apóstol Pabloescribe que nosotros en otro tiempo éra-mos tinieblas, pero ahora somos luz en elSeñor (Ef. 5:8); también habla de los“gobernadores de las tinieblas de estemundo” (Ef. 6:12). Los que han sido tras-ladados al reino del Hijo de Dios, hansido liberados del poder de las tinieblas

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(Col. 1:13); y han sido llamados de lastinieblas a su luz admirable (lª P. 2:9).

Es cierto que esto no supone unaevaluación muy elogiosa del mundo y delo que son los hombres por naturaleza. Ylos que proclamen de una forma consis-tente esta verdad, deben esperar muchaoposición. Mirándolo superficialmentepodría parecer, incluso, un juicio dema-siado riguroso y radical afirmar que elmundo en su totalidad está en tinieblas.¿Dónde se dejan sus civilizaciones, susinventos y progresos, su ciencia, su filoso-fía, su cultura y su arte? ¿Lo condenare-mos todo como tinieblas? ¿Cómo explicarlas grandes obras del hombre, si todo estábajo el dominio de las tinieblas, la men-tira y la corrupción? ¿No existe en estemundo suficiente rectitud y justicia,amor y caridad, nobleza y autosacrificio,verdad y honor? Aun cuando se esté deacuerdo en que algo anda mal, y que haybastante corrupción y tinieblas entre loshombres, ¿no es un juicio demasiado duroy radical decir que los hombres sólo sontinieblas, y que, aparte de Cristo, no hayluz en absoluto? ¿No es eso un juiciodemasiado severo sobre nuestro mundomoderno?

Sin embargo, tal es exactamente elveredicto de la Escritura. Y, a menos quelo aceptemos, nunca iremos al Cristo dela Biblia.

Tenemos que intentar comprenderesta verdad. Dios creó al hombre en la luzy lo revistió con muchos dones excelen-tes. Recibió la luz de la visión de los ojospara que pudiera percibir el mundo a sualrededor. Se le dio la luz del entendi-miento para poder comprenderse y cono-cerse a sí mismo como la obra de Dios.Fue creado con la luz espiritual del amorde Dios para que pudiera conocerle

correctamente, consagrarse con todo suser, caminar delante de él en justicia, yvivir en la comunión de la amistad con suCreador: el siempre bendito Dios. Teníala luz de la vida; creado a imagen de Dios.Sirviéndole, caminaba en la luz. Pero élmismo se precipitó en las tinieblas. Endesobediencia voluntaria, rechazó la Pala-bra de Dios y aceptó y siguió la mentiradel diablo. Por lo cual se convirtió en cul-pable, digno de muerte, y objeto de la irade Dios. Al haberse separado de la comu-nión con Dios, su entendimiento se con-virtió en tinieblas, y así amó la mentira; suvoluntad se pervirtió; ahora el hombre esrebelde y con el corazón endurecido,corrupto y depravado en todos susdeseos. Esas son sus tinieblas. Se extin-guió la luz de la imagen de Dios, y en sulugar toda su naturaleza se desarrolló enlas tinieblas de la ignorancia y la necedad,la injusticia y la falta de santidad. Suamor a Dios se tornó en enemistad. Yconvertido así en tinieblas, en ellascaminó para siempre.

Es verdad que en el hombre aúnqueda el remanente de la luz natural;todavía es una criatura moral y racional.Por esta luz se llevan a cabo esas grandesobras de cultura y civilización que realizael hombre natural. En esa luz tambiénconoce que hay Dios y que se le debeadorar, glorificar y servir. Por ella dis-cierne la diferencia entre el bien y el mal,y comprende que la ley de Dios es buenapara él y que violarla significa perdición ymuerte. De ahí que trate de adaptarexternamente su vida a esa ley, y hable derectitud y justicia, de verdad y honesti-dad. Pero, aun así, ama las tinieblas y enellas camina. “Pues habiendo conocido aDios, no le glorificaron como a Dios, ni ledieron gracias, sino que se envanecieronen sus razonamientos, y su necio corazónfue entenebrecido. Profesando ser sabios,

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se hicieron necios, y cambiaron la gloriadel Dios incorruptible en semejanza deimagen de hombre corruptible, de aves,de cuadrúpedos y de reptiles” (Ro.1:2123). “Todos están bajo pecado.Como está escrito: No hay justo, ni aununo; no hay quien entienda, no hay quienbusque a Dios. Todos se desviaron, a unase hicieron inútiles; no hay quien haga lobueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcroabierto es su garganta; con su lenguaengañan. Veneno de áspides hay debajode sus labios; su boca está llena de maldi-ción y de amargura. Sus pies se apresuranpara derramar sangre; quebranto y des-ventura hay en sus caminos; y no conocie-ron camino de paz. No hay temor de Diosdelante de sus ojos” (Ro. 3: 918). Eso esel hombre ahora; y esto es verdad de cadauno en particular. Verdad que se hacepatente en nuestro mundo moderno demuerte y destrucción, de aborrecimientoy codicia, de adulterio y concupiscencia.En lo que respecta al hombre, esta situa-ción no tiene salida en absoluto. Ni laeducación y las reformas, ni la cultura y lacivilización, ni la filosofía o la ciencia,pueden sacar de las tinieblas al hombre.Todas estas cosas se mueven precisa-mente dentro de la esfera de las tinieblasy están al servicio del pecado y la corrup-ción. Su fin inevitable es la muerte ydesolación eternas.

Cristo es la luz capaz de vencer ydisipar las tinieblas. El es la luz delmundo, no porque sea el más grandereformador, educador, moralista, creadorde carácter, científico o filósofo quejamás haya existido; ni porque hicieramás que ningún otro por salvar nuestracivilización; ni porque fuera un gran genioreligioso con la más profunda conscienciade Dios. Todas estas modernas distorsio-nes de Cristo lo que hacen es ponerlo alnivel de nuestras tinieblas. Pero él es de

arriba. Es el Hijo de Dios, coeterno con elPadre y el Espíritu Santo, Dios de Dios,Luz de Luz, que vino en carne, Emanuel,Dios con nosotros. Él tiene luz en símismo, y como tal entró en nuestromundo de tinieblas, penetrando aun ensus partes más profundas. Porque él tomónuestros pecados sobre sí y sufrió ennuestro lugar la ira de Dios; y con la cargade nuestros pecados sobre sus poderososhombros, descendió a la oscura moradade la muerte y el infierno, y en la perfectaobediencia de amor, ofreció el sacrificioque logró la justicia eterna para nosotros.Y así rompió las tinieblas de la muerte enla luz de su gloriosa resurrección. Y, comola luz del mundo, ascendió a lo alto, yrecibió la promesa del Espíritu para, porél, disipar las tinieblas del pecado y de lamuerte, y traer la luz del glorioso evange-lio de Dios, la luz de la justicia y la vida,de la esperanza y el gozo eterno, a brillaren nuestros corazones. De este modo secumplió lo profetizado en días antiguos:“El pueblo asentado en tinieblas vio granluz; y a los asentados en región de sombrade muerte, luz les resplandeció” (Mt.4:16).

Cuando la luz del mundo brilla ennuestros corazones, entonces somos libra-dos del poder de las tinieblas, somos lla-mados de las tinieblas a la luz admirablede Dios, y se cumple en nosotros lo queel apóstol escribe en Efesios 5:8: “Porqueen otro tiempo erais tinieblas, mas ahorasois luz en el Señor”. Ahora el creyente esen esencia una nueva criatura, un hijo deluz. Las cosas viejas del pecado y de lamuerte, de la iniquidad, la corrupción, laenemistad contra Dios y el aborreci-miento de unos contra otros, han pasado;he aquí todo es hecho nuevo. Guiado porla luz, la sigue y camina en ella; se arre-piente del pecado, anhela la justicia, tieneun nuevo gozo en Dios y encuentra que

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35 TU REINO

en guardar sus preceptos hay gran galar-dón. Pelea la buena batalla de la fe, yrepresenta la causa del Hijo de Dios eneste mundo. Echa de sí continuamente alviejo hombre y se reviste del nuevo,creado según Dios en la justicia y verda-dera santidad. Reflejando la luz del Hijode Dios, también él es luz del mundo, ybrilla para que los hombres vean sus bue-nas obras y glorifiquen a su Padre que estáen los cielos. ¡Y mira hacia el día per-fecto, cuando sea completamente libe-rado de todos los restos de tinieblas ycamine en la luz de Dios y del Corderopara siempre!

Todo el que quiera, puede venir aCristo como la luz del mundo, puedeseguirle, y con toda seguridad experimen-tará la verdad de su Palabra: “El que mesigue, no caminará en tinieblas, sino quetendrá la luz de la vida”.

Pero ¿cómo vendrá a la luz alguienque está en tinieblas? ¿Cómo vendrá aCristo y le seguirá el pecador que amamás las tinieblas que la luz? Esto es impo-sible; nunca ocurrirá. Sin embargo, esa esexactamente la distorsión del evangelioque hoy están anunciando muchos. Segúnellos, las tinieblas tienen que venir a la luzpara ser disipadas. Muchos predicadoresexhiben a Cristo, la luz del mundo,delante de los pecadores que están entinieblas, como si Cristo quisiera ilumi-narlos con la luz de la vida, con tal, única-mente, que le dejen brillar en suscorazones. Mas si ellos no quieren, enton-ces la luz del mundo no puede penetrarpara disipar sus tinieblas. ¡Han dado lavuelta al evangelio! ¡Están predicandounas tinieblas que son poderosas y preva-lecen; y una luz que no sirve para nada!

Pero, gracias a Dios, la luz delmundo no depende para brillar de la con-

descendencia y buena disposición de lastinieblas. Es una luz soberana. Nodepende de la voluntad del pecador. Esirresistible. No está sujeta al pordioseo,estrategias, distorsiones y chalanerías delos modernos vendedores de Jesús, sinoque envía sus penetrantes rayos allí dondele place. Las tinieblas no vienen a la luz,pero la luz brilla en las tinieblas por elEspíritu de gracia; las descubre y expone,convence de pecado y atrae al pecador ala luz de la vida. Entonces el pecadorviene, y sigue; y nunca más vuelve alpoder de las tinieblas. La luz continúa porsiempre brillando y guiándole, hasta que,finalmente, entra en la ciudad que estáiluminada por la gloria de Dios, y cuya luzes el Cordero. ¡Allí verá cara a cara yconocerá como es conocido!

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36 TU REINO

La salvación es resurrección deentre los muertos. Esta declaración nodebe entenderse como referida sólo a lapostrera resurrección del cuerpo en glo-ria, a la que miramos los creyentes comola consumación final de nuestra espe-ranza, sino a la salvación en su totalidad.La salvación, que es la herencia de loscreyentes por la fe en Cristo aquí en elmundo, es también realmente una resu-rrección de los muertos. Quien es salvopor la fe, es levantado de la muerte, yesta resurrección será completada en eldía de Cristo, cuando esto mortal se vistade inmortalidad y sea destruido el últimoenemigo.

Que esto es verdad se puededemostrar fácilmente por la Escritura.Cristo Jesús es la revelación del Dios denuestra salvación que da vida a los muer-tos. En la creación se revela a sí mismocomo aquel que llama a las cosas que noson como si fueran. Dios es conocido enCristo como aquel que resucita a losmuertos (Ro. 4:17). Así que “si confesa-res con tu boca que Jesús es el Señor, ycreyeres en tu corazón que Dios lelevantó de los muertos, serás salvo” (Ro.10:9). Dios resucitó a Cristo de los muer-tos, sentándole a su diestra en los lugarescelestiales, y mostró la supereminentegrandeza de su poder para con nosotros

los que creemos (Ef. 1:19,20). Tambiénahora es verdad que “Dios, que es rico enmisericordia, por su gran amor con quenos amó, aun estando nosotros muertosen pecados, nos dio vida juntamente conCristo” (Ef. 5:4-6). “Por lo cual dice:Despiértate, tú que duermes, y levántatede los muertos, y te alumbrará Cristo”(Ef. 5:14). Y el Señor declara: “De cierto,de cierto os digo: Viene la hora, y ahoraes, cuando los muertos oirán la voz delHijo de Dios; y los que la oyeren vivirán”(Jn. 5:25).

Cristo se nos presenta en los evan-gelios como la resurrección. Como tal serevela a través de todas las grandes seña-les y maravillas que realizó, curando a losenfermos, abriendo los ojos de los ciegos,dando oídos a los sordos, haciendo saltarde gozo a los cojos, y, de manera muyespecial, por las resurrecciones que llevóa cabo, particularmente la de Lázaro. Noobstante, esas acciones fueron sólo signos,y tuvieron pleno cumplimiento cuandoCristo rompió los lazos de la muerte y elinfierno, y apareció en gloria, victoriososobre todos los poderes del sepulcro y lacorrupción. Entonces se cumplió la pala-bra que le dijo a Marta, la hermana deLázaro: “Yo soy la resurrección y la vida;el que cree en mí, aunque esté muerto,

8A LA RESURRECCIÓN

Yo soy la resurrección y la vida. (Jn. 11:25)

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37 TU REINO

vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí,no morirá eternamente” (Jn. 11:25,26).

Esta verdad de que la salvación esresurrección de los muertos, y esto a tra-vés de Cristo que es la Resurrección-,tiene una gran importancia para la ade-cuada comprensión del tema general“todo el que quiera, puede venir”, queestamos tratando. Nos será de gran ayudapara encontrar la respuesta correcta a lacuestión de si el pecador tiene de élmismo el querer para venir a Jesús. Puesesta verdad nos muestra una triple impli-cación que debemos señalar brevemente.En primer lugar, si la salvación es precisa-mente resurrección de la muerte, es evi-dente que el pecador antes de ser salvoestá realmente bajo el poder de lamuerte. Segundo, deberemos considerarqué significa el que Cristo sea la resurrec-ción. Y, finalmente, está claro que elpecador muerto tiene que ser puesto encontacto con el Cristo vivo, la resurrec-ción, para que pueda ser salvo.

Ya hemos dicho que el pecador sinCristo está muerto. Lo cual no es sólo lapresuposición lógica del hecho de que lasalvación sea resurrección de la muerte,sino también la enseñanza expresa detoda la Escritura. La sentencia de Diossobre el pecador es: “El día que comieres,ciertamente morirás” (Gn. 2:17). Sen-tencia que se cumplió literalmente en elacto, de manera que ahora el hombrenatural está muerto en delitos y pecados(Ef.2:1).

¿Qué significa que el pecador estámuerto? ¿Cuál es esa muerte bajo cuyopoder está sujeto, y de la que, por símismo, nunca podrá librarse? La muerteno significa aniquilación. Ni es un estadode vida inconsciente. Más bien es unestado de corrupción, sufrimiento y mise-

ria bajo la justicia vindicativa y la ira terri-ble de Dios. Es algo que afecta a todonuestro ser. En un sentido espiritual, lamuerte es la corrupción del alma y delespíritu, de tal manera que todos suspoderes obran en oposición a Dios. En esamuerte el entendimiento del hombre estáentenebrecido, por lo que realmente noconoce lo que es bueno, sino que ama lamentira, estando totalmente privado dela verdadera sabidurías. Su voluntad estápervertida, por lo cual no desea, ni puededesear, ni elegir la verdadera justicia ysantidad en el amor de Dios. Todas susinclinaciones son impuras y profanas,codiciando solamente la iniquidad. En lamuerte, el corazón del hombre, de dondemanan todas las expresiones de la vida, envez de estar lleno con el amor de Dios,está motivado por la enemistad contra él.Tal es, y no otro, el estado del hombrenatural fuera de Cristo. El hombre es car-nal. Su naturaleza es según la carne; y “losque son de la carne piensan en las cosasde la carne ... porque el ocuparse de lacarne es muerte ... por cuanto los desig-nios de la carne son enemistad contraDios; porque no se sujetan a la ley deDios, ni tampoco pueden” (Ro. 8:57) Enel sentido físico, la muerte es la corrup-ción y desintegración del organismo cor-poral. También a esta clase de muerte fueentregado el hombre inmediatamente a lacaída. El poder de la muerte opera en susmiembros, mostrándose en muchasenfermedades y defectos del cuerpo, lle-vándolo, finalmente, al lugar de la corrup-ción completa. Con idéntica certeza sesumergió en la muerte eterna: ese estadode desolación total del alma y del cuerpoen el infierno, porque allí lo redujo inexo-rablemente la ira de Dios, y jamás saldrá.

Es importante que tengamos encuenta que ese estado de muerte en elque se sumergió el hombre a sí mismo

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38 TU REINO

por su desobediencia voluntaria es unestado legal, es decir, es una retribución,un castigo, y supone la ejecución de unasentencia divina de muerte. Para el hom-bre no es algo “natural” estar muerto.Tampoco se trata de un simple resultadonatural y mecánico del pecado. Es ciertoque la paga del pecado es la muerte, perosólo porque la justicia divina así lo haestablecido. Es Dios quien da la muerte.El pecado es transgresión de su ley. Esrebelión. Es un mal ético. Es rebelióncontra el Dios vivo. Y este Dios es buenoy justo. No puede tolerar que una criaturaniegue su bondad impunemente. Frenteal pecador que se aparta y le levanta supuño rebelde, él se mantiene en toda lagloria de su bondad, su perfección divina,su rectitud y justicia, su verdad y santi-dad. Le demuestra al pecador su perfec-ción inmutable haciéndole miserable engrado indecible al experimentar que nohay vida ni gozo fuera de Dios. Persigue alpecador en todo lugar, hasta hundirlo enla desolación eterna. Dios es el terror deltransgresor. Dios está contra él, y le haceexperimentar su terrible y santa ira. Sí;ese Dios del cual el pecador jamás puedeescapar, del que no puede ocultarse entoda la creación, con el que, aunque en sunecedad niegue su existencia, se encuen-tra a cada paso, y con el que tendrá quevérselas por los siglos de los siglos.

¡Eso es la muerte!

Mas ¡Cristo es la resurrección! Loque significa que tiene el poder de vencery destruir por completo nuestra muerte.Y como la causa de nuestra muerte es laira santa y justa de Dios, esto implica queCristo es el poder por el cual somos saca-dos fuera del estado del furor divino y laira consumidora, bajo el que perecíamos,a un estado de favor y gracia con el Diosvivo. Y así como la base de la ira de Dios,

que está contra nosotros y nos persiguehasta la muerte, es nuestro pecado ynuestra culpabilidad, así la verdad de queCristo es la resurrección significa que éles quien borra nuestra transgresión y can-cela el registro de nuestro pecado, y quees nuestra perfecta y eterna justicia conDios. Cristo es nuestra resurrección por-que quita la causa de nuestra miseria ymuerte eterna, esto es, el pecado. Y vis-tiéndonos con una justicia perfecta, noshace objetos adecuados del bendito favorde Dios. ¡Y así como la ira de Dios esmuerte, su favor es vida!

Que Cristo es la resurrección signi-fica aún más que esto. Significa que es elpoder vivificante, y que en él hay vidafrente a la muerte. La vida es la acción yoperación de todo nuestro ser: del cuerpoy el alma, del corazón y la mente, lavoluntad y todos nuestros deseos, enarmonía con Dios. Justo como la muertees enemistad contra Dios, la vida consisteen amarle con todo nuestro corazón,mente y alma, y todas nuestras fuerzas.La muerte es tinieblas; la vida es luz. Lamuerte es necedad, ignorancia y mentira;la vida es verdadera sabiduría, conoci-miento de Dios y verdad. La muerte esperversión de la voluntad; la vida esarmonía de la voluntad humana con la deDios. La muerte es corrupción, impurezay contaminación de todos nuestrosdeseos; la vida es pureza de corazón yanhelo del Dios vivo. La muerte es estarabandonado de Dios en su ira; la vida es lamás íntima comunión con él en su ben-dito favor. La muerte es miseria y desola-ción indecibles; la vida es el más purogozo y felicidad. “Esta es la vida eterna:que te conozcan a ti, el único Dios verda-dero, y a Jesucristo, a quien has enviado”(Jn. 17:3). ¡Cristo es esa vida de entre lamuerte! Él es la luz de entre las tinieblas,justicia de entre la injusticia, verdad

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frente a la mentira, conocimiento de Diosfrente a ignorancia, sabiduría frente anecedad, gloria frente a la vergüenza,esperanza frente a la desesperación, gozofrente a la miseria, cielo frente alinfierno. ¡El es la resurrección y la vida!

Todavía es necesario hacer unaobservación más en conexión con Cristocomo la Resurrección. La resurrección noes la simple vuelta a un estado anterior,sino pasar a través de la muerte a una vidamucho más abundante que jamás antes sehaya conocido. Es, en primer lugar, entraren una vida totalmente victoriosa, dondese está para siempre libre de la muerte.En el primer Adán había una vida quepodía perderse. El era mortal. En elúltimo Adán hay una vida que es la victo-ria sobre la muerte y no puede perdersenunca. La muerte ya no tiene más domi-nio sobre él. El que es la Resurrección y laVida no será afectado jamás por la sombrade la muerte. Y, en segundo lugar, la vidade la resurrección es celestial: la más altarealización posible de la bendita comu-nión con Dios, un verle cara a cara, yconocer como somos conocidos en eltabernáculo celestial de Dios. ¡QueCristo es la resurrección significa que élnos saca de lo profundo del infierno a lagloria celestial!

Pero tengamos mucho cuidado. Sóloel Cristo de la Escritura es la resurrec-ción. ¡Ningún otro! ¡Qué miserables sus-titutos ofrece el modernismo! ¡Quéabsolutamente privados de poder estánpara salvar de la muerte! ¿De qué le valeal que está muerto un Cristo tambiénmuerto? ¡De qué le sirve al pecador queestá muerto, un excelente maestro, unbuen ejemplo, un hombre de principios,en fin, un “Cristo” por el cual poder cons-truir un mundo mejor para vivir? ¡ElCristo de la Escritura es la resurrección!

Es el primero en todo porque es el verda-dero Hijo de Dios, coeterno con el Padrey el Espíritu Santo. Desde la eternidadhasta la eternidad, él es Dios. Y como talHijo eterno, es vida, y tiene vida en símismo. A Marta le dijo: “Yo soy la resu-rrección y la vida”. Y a los judíos en Jeru-salén les dijo en otra ocasión: “Porquecomo el Padre tiene vida en sí mismo, asítambién ha dado al Hijo el tener vida ensí mismo” (Jn. 5:26). Exactamente por-que él es la vida y tiene vida en sí mismo,puede ser la resurrección. Y lo es real-mente; pues entró en nuestra más pro-funda muerte y la destruyó para siempre.Porque fue ordenado desde antes de lafundación del mundo para ser Cabeza desu Iglesia; y como tal se hizo carne, y seunió con nosotros, para gustar la muerteen nuestro lugar. Tomó nuestros pecadossobre sí mismo. Llevó todo el peso denuestra iniquidad, y con la carga de nues-tros pecados sobre sus hombros podero-sos, descendió a las tinieblas de lamuerte, soportó la ira de Dios en perfectaobediencia, borró nuestra culpa y nosobtuvo justicia eterna. Así peleó la batallacontra la muerte y venció al enemigo.Siendo la vida, y teniéndola en sí mismoera imposible que la muerte lo retuviera.Rompió sus cadenas y se levantó a la vidainmortal. Pero aún hay más. Porque élascendió a lo alto y recibió la promesa delEspíritu Santo, hecho de esta manera elEspíritu vivificante para que pudiera serla resurrección para todos los suyos. Asíel Hijo de Dios, que era vida en sí mismo,vino en semejanza de carne de pecado,quitó la causa de nuestra muerte y mise-ria eternas, fue entregado por nuestrospecados y resucitado para nuestra justifi-cación; por todo ello es la verdadera resu-rrección ¡por quien podemos servivificados y pasar de la muerte a la vidaeterna!

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Queda claro, pues, que tenemosque ir a Jesús, que es la resurrección y lavida. Fuera de él sólo hay muerte. En élse encuentra la vida de entre los muertos.Es evidente, por lo tanto, que para ser sal-vos debemos tener contacto, un contactovivo, con Cristo, para que el poder de suvida gloriosa destruya en nosotros eldominio de la muerte, y pasemos demuerte a vida. Porque, como le dijo aMarta cuando iba a llamar a Lázaro delsepulcro: “El que cree en mí, aunque estémuerto, vivirá. Y todo el que vive y creeen mí, no morirá eternamente”. Sí, paraobtener vida eterna, tenemos que ir aJesús.

También ahora “todo el que quiera,puede venir”. Así es. Ya lo hemos dicho;no hay excepción. Si vienes a Cristocomo la resurrección y la vida, nuncaserás avergonzado. ¡Nadie viene, o ven-drá, a él, que no reciba justificación yvida!

Pero otra vez tenemos que pregun-tarnos: ¿Cómo iremos a Jesús? ¿Cómoiremos a la resurrección? ¿Cómo buscarány establecerán contacto con ese poder devida los pecadores que están muertos ensí mismos? ¿Enviaremos predicadores queles proclamen que Cristo es la resurrec-ción, y que está deseando impartirles suvida, y que los está esperando rogándolesencarecidamente que vengan a él, y quese encuentra sumamente atento para verla mínima señal por parte del pecador queposibilite a Cristo acudir y darle vida?¿Les diremos que Cristo no puede hacernada más, y que si los muertos no van aél, la Resurrección nunca podrá acudir aellos? ¿Persuadiremos al muerto para queactúe antes de que sea demasiado tarde?Pues ese es sustancialmente el evangelio,o más bien la corrupción del evangelio,que se anuncia por todas partes en nues-

tros días. ¿Habrá algo más absurdo? ¡Esepretendido evangelio es una imposibili-dad total! ¡Eso es como decir que en eldía de la resurrección final, Cristo enviaráa algunos de estos llamados “evangelistas”para que convenzan y persuadan a losmuertos para que salgan de sus tumbas yasí puedan ser glorificados! En el fondo,esta perversión del verdadero evangelio loque hace es negar que el hombre estérealmente muerto y que Cristo sea laresurrección. Le están predicando almuerto que él tiene más poder que laresurrección, que la muerte es más pode-rosa que la vida, ¡pues es una resurrecciónque no sirve a menos que el muerto dé suconsentimiento!

Mas ¡gracias a Dios otra vez!, laacción vivificadora procede libre y sobe-ranamente de la resurrección. ¡Cristo esprimero! ¡”Viene la hora, y ahora es,cuando los muertos oirán la voz del Hijode Dios; y los que la oyeren vivirán”!Recuérdalo bien; es la voz poderosa delHijo de Dios la que habla. Él llama, y¿quién se resistirá? Su poderosa Palabra esvivificadora, que resucita a los muertos.La resurrección viene al muerto antes queel muerto a la resurrección. Y cuandoéste ha sido vivificado, despertado de susueño de muerte, entonces viene,humilde y voluntariamente, por la accióndel don de la fe que le ha dado Dios, yconscientemente toma de Cristo la justi-cia y la vida eterna. ¡Y ahora espera el díacuando oirá de nuevo su voz, llamándoledel polvo de la tierra a la gloria de la resu-rrección final!

***

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41 TU REINO

Respecto a que todo el que quiera,puede venir, ya hemos contestado a lapregunta de ¿a quién tenemos que ir?,diciendo que es a Jesús. Analizando lasimplicaciones de esta respuesta, encon-tramos que las Escrituras nos presentan aJesús como la revelación del Dios denuestra salvación; como el Dador-de-des-canso; el Agua y el Pan de vida; el Liber-tador; la Luz del mundo; y laResurrección y la vida. Querer venir a él,por lo tanto, tendría que estar motivadopor el deseo de llegar a Dios, el anhelo deencontrar reposo, el hambre y la sed dejusticia, el suspirar por la verdadera liber-tad, el amor a la luz, y el deseo másardiente de ser liberados de la muerte yvivificados a una nueva vida.

Con todo esto, ¿qué significa venira Jesús? Estamos tan acostumbrados a oíresa frase que seguramente se considerarásuperfluo ocuparse en aclarar su signifi-cado. Sin embargo, es de la mayor impor-tancia que tratemos esta cuestión. Antesque una persona pueda prestar oído al lla-mamiento de venir a Jesús, y para quepueda estar segura de que realmente haobedecido, primero se requiere que tengael suficiente conocimiento de lo que elloimplica. Está claro que la frase “venir aJesús” es algo figurativo. En un sentidofísico, nadie puede ir a Cristo. Cuando

estuvo en la tierra y predicaba en las ciu-dades y pueblos de Canaán, entonces erafactible cumplir literalmente el llama-miento de venir a él; se le podía hablar,acercarse y tocarle. Pero, incluso enton-ces, si alguien hubiera entendido el llama-miento en ese sentido material, esevidente que el Señor le habría enseñadoque tal acción no tenía valor, pues se tra-taba de ir a él en sentido espiritual; loque, para poder cumplirse plenamente,requería primero que él pasase por lamuerte y la resurrección para así volveren el Espíritu y ser el pan de vida paratodos los que vengan a él. A la multitudque sólo buscaba el pan terreno y mur-muraba ante las palabras de Cristo: quedebían comer su carne y beber su sangrepara tener vida verdadera; le dijo: “¿Estoos ofende? ¿Pues qué, si viéreis al Hijo delHombre subir adonde estaba primero? ElEspíritu es el que da vida; la carne paranada aprovecha” (Jn. 6:61-63). Demanera que venir a Jesús es un acercarseespiritual a Cristo, el Hijo de Dios hechocarne, crucificado y muerto, resucitado altercer día, y exaltado en los cielos, talcomo está revelado en el evangelio.

Bien podemos, pues, pararnos unmomento para considerar lo que suponeeste acto de venir a Jesús. ¿Qué implicaeste acercarse espiritual al Cristo de la

9EL ACTO DE VENIR

Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y el que a mí viene, no le echo fuera. (Jn. 6:37)

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Escritura? ¿Qué hacemos cuando vamos aJesús? ¿Cómo es posible para un pecadorir a Cristo?

Investigar lo que significa venir aCristo se hace doblemente urgente,debido a que el Jesús que anuncianmuchos de los modernos autotituladosevangelistas y avivacionistas no es másque un abominable travestido. Y ya estiempo de que la Iglesia, que tiene la cus-todia del evangelio, y a la única que se leha encargado la predicación de la Palabra,levante su voz contra esta venta de Jesúsy su presentación como un artículo reli-gioso de saldo y rebajado, que puede seradquirido o dejado por decisión del peca-dor. Venir a Jesús es, según una frase muycomún, “aceptarlo como nuestro salvadorpersonal”. A la que nada tendríamos queoponer, si no fuera por las tergiversacio-nes conectadas a dicha frase. Todo elénfasis recae sobre la palabra aceptar.Hay que aceptar a Jesús, eso es todo; ycada pecador tiene el poder para hacerlo.Todo depende de esa aceptación. El Sal-vador está obligado a esperar este actopor parte del pecador. La aceptación es laseñal que se le tiene que dar a Cristo paraque pueda ir al pecador y salvarle. Es elacto por el cual el pecador abre la puertade su corazón a un Cristo -que está fuerallamando-, pero que es incapaz de entrara menos que el pecador se lo permita.¡Oh! Sí. Se dice que la salvación es porgracia; incluso algunos de estos mercachi-fles de la salvación se atreven a parlotearsobre la gracia soberana. Pero la presentancomo una gracia tan desvirtuada y paralí-tica que no sirve para nada si el pecadorno consiente su acción salvadora.

Esto da lugar a todos los errores queel arminianismo ostenta diariamente enlos púlpitos y en la calle. Todo el énfasislo recibe el poder del pecador para acep-

tar o rechazar a Cristo, y el resultado esque el acto mismo de venir a Cristo sepresenta como algo simple y natural.Todo lo que se requiere del pecador esque levante la mano, o que pase al frente,o que se ponga de rodillas y repita laspalabras que el predicador recita por laradio: “Acepto a Jesús como mi salvadorpersonal”, y el asunto queda despachado.Con hacer eso solamente, entonces elEspíritu Santo vendrá al corazón delpecador y lo hará un hijo de Dios nacidode nuevo. Y, claro está, al ver que la cosaes tan natural, y que se encuentra en elpoder de cada pecador el aceptar aCristo, es lógico que se empleen métodostambién muy naturales para persuadirle aque dé el paso de dejar entrar a Cristo ensu corazón. De ahí los llamamientos sen-sacionalistas a pasar al frente con los queconcluyen los sermones de estos predica-dores que, ausentes de una predicaciónexpositiva, pueden decir lo que mejor lesparece. Se pone en juego todo lo que estácalculado para levantar las emocioneshumanas. El sentimentalismo ocupa ellugar de la sana predicación de la Palabra.Se le pide a la asamblea que incline lacabeza en oración silenciosa; el órganosuena plácido; el coro puede entonar sua-vemente: “Cuán tiernamente nos está lla-mando”, o: “Tal como soy, sin una solaexcusa”. Mientras tanto, el predicadorinvita y ruega, y con su voz llena de emo-ción pide a los pecadores que levanten lamano, que pasen al frente, que dejenentrar a Jesús en sus corazones y lo acep-ten como su Salvador personal. Les hablade un Dios que está suplicando el privile-gio de entrar en sus corazones, y de unEspíritu Santo que está deseoso de hacer-los hijos de Dios; y, por contra, presentaal pecador como el sujeto de quiendepende la vida y la muerte, el cielo y elinfierno, y todo lo que tenga que ver conla salvación, ¡hasta la propia gloria de

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43 TU REINO

Dios en Cristo! No debe sorprendernosque el resultado sea tan “natural” comolos métodos empleados. En lugar delnuevo nacimiento, sólo se suscitan emo-ciones; alguna que otra lágrima de auto-compasión sustituye al verdaderoarrepentimiento, ¡y a una mera excitacióndel ánimo se le llama gozo en Cristo!

El resultado de esto es que las igle-sias construidas sobre ese inestable fun-damento del emocionalismo, necesitanconstantemente más y más incitaciónemocional para sostenerse y mantenerllenos sus locales. Los predicadores anun-cian los temas de predicación más extra-vagantes y pintorescos para atraer a lagente. Además, ocurre que tienen necesi-dad de avivamientos periódicos; para locual contratan algún “evangelista” sensa-cionalista, hombre o mujer, al que anun-cian en los medios de comunicaciónprometiendo especiales emociones y estí-mulos extraordinarios. Luego se dice quetales campañas han sido un éxito, y quecientos y miles de almas se han conver-tido por estos evangelistas. Lo que, porotra parte, es muy cierto, como los frutoslo demuestran con el tiempo, pues real-mente fueron convertidos por el predica-dor pero no por el Espíritu de Cristo.

Yo levanto mi más completa y enér-gica protesta contra este mal del senti-mentalismo y el decisionismo. Nada deeso se ve en la predicación de Cristo y delos apóstoles. Y emplazo a la Iglesia a vol-ver a una sana predicación y doctrina, ainstruir a los jóvenes y a los mayores en laverdad del evangelio, y a predicar unCristo poderoso y un pobre e inútil peca-dor, un pecador que puede venir a Cristosólo por el poder de su Espíritu y su gra-cia. Por esa predicación reunirá Cristo asu Iglesia, y los pecadores serán salvos y

crecerán en el conocimiento y la gracia denuestro Señor Jesucristo.

¿Qué es, pues, venir a Cristo? Setrata de algo espiritual; no consiste en unmero acto natural. Es un acto que pro-cede del corazón -de donde mana la vida-, no de las emociones superficiales y cam-biantes. Es un acto del hombre completo:corazón, mente, voluntad, deseos y fuer-zas. A Cristo se viene con todo esto, enplenitud. Y no es el acto del hombrenatural, sino del espiritual; del que estácargado y trabajado con el pecado y buscadescanso; del que tiene hambre y sed dejusticia y busca el pan que no perece y elagua de vida; del que deplora sus tinieblasy busca la luz; del que clama por resurrec-ción desde las profundidades de lamuerte. Por ser un acto espiritual, ejecu-tado por el hombre espiritual, nuncapuede ser considerado como una condi-ción para la gracia, sino el fruto de ellapor el Espíritu Santo. Además, es un actoque, en última instancia, nunca está con-cluido (como si alguien pudiera decir quehace tal fecha que fue a Cristo, y con esoterminó todo); antes bien, el ir a Cristo esla diaria necesidad y deleite de todo elque ha nacido de nuevo. Ahora quisieracentrar vuestra atención en varios aspec-tos de este venir a Cristo.

¿Qué hace una persona cuandoviene al Cristo de la Biblia? Creo quepodemos distinguir cuatro elementos opasos en ese acto espiritual, a los que titu-laré: contrición, reconocimiento, aspira-ción o anhelo, y apropiación.

Tenemos en primer lugar el ele-mento de la contrición. Consiste en undolor y tristeza según Dios producido porel hecho de que el hombre ha obtenidoun verdadero conocimiento espiritual delpecado como pecado, y de sí mismo

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44 TU REINO

como pecador delante de Dios. Lo que nosignifica meramente que sepa y reconozcaque hay algo malo en él; ni tiene nada quever esto con el dolor y pesar que produ-cen los resultados negativos y amargos delpecado; ni se refiere a un lamentarse porla persistencia de algún hábito malo. No.Este pesar de la verdadera contrición va ala raíz del asunto. Significa que el pecadorestá conscientemente delante del tribunalde la justicia divina; que la luz pura ypenetrante de la justicia de Dios le descu-bre su verdadera condición y valor comopecador; y bajo la luz inexorable de esajusticia se ve a sí mismo, su naturaleza,sus obras, su bondad imaginaria, su pie-dad y religión, y descubre que no haynada bueno en él, que todo es corrupción,contaminación, iniquidad, rebelión y vio-lación de la ley de Dios; significa que oyeel veredicto divino declarando su culpabi-lidad y la sentencia de su condenación.Pero hay más. También significa, ¡oh pro-

fundidad de la gracia!, que ahora es élmismo quien toma el lugar de Dios en esejuicio contra sí propio y su condenación;ahora aborrece su pecado, reconoce lajusticia de la sentencia de Dios, y se pos-tra en polvo y ceniza ante el tribunaldivino. Ve que como pecador no puedeentrar en la comunión con Dios, y con-fiesa que en lo que dependa de él, no hayninguna posibilidad. ¡Ahora está lleno delverdadero dolor y tristeza según Dios!

El segundo elemento que encontra-mos en el acto de venir a Cristo es elreconocimiento. Con esto quiero decir unconocimiento espiritual y verdadero deJesucristo como la revelación del Dios denuestra salvación. Digo conocimientoespiritual, para distinguirlo del meroconocimiento natural e intelectual. Setrata de un conocimiento más del corazónque de la cabeza. Es un conocimiento delDios de nuestra salvación en Cristo más

experimental que teórico; personal másque abstracto. Y hago esta distinción nopara rebajar el conocimiento doctrinal deCristo, ni mucho menos; al contrario, sinun conocimiento intelectual de lo queDios nos ha revelado, es imposible elconocimiento espiritual. Lo que quieroseñalar es que la mera teología no es sufi-ciente para la salvación. Alguien puedeconocer todo sobre Cristo sin conocerle aél realmente. El conocimiento salvífico deJesús supone que lo contemplamos comola plenitud que llena nuestro vacío, comoel verdadero pan y agua de vida que nece-sitamos, como la luz que disipa nuestrastinieblas, como la resurrección que vencenuestra muerte. Es un conocimiento per-sonal de Cristo como aquel que nos hasido hecho por Dios sabiduría, justifica-ción, santificación, y redención. Esteconocimiento es el que nos hace tener encuenta que Cristo nos atañe profunda-mente y que poseerle es una cuestión devida o muerte.

De esta contrición, esta tristezasegún Dios, este reconocimiento de nues-tra condenación por el juicio de Dios, yeste verdadero conocimiento del Salvadorcomo la revelación del Dios de nuestrasalvación, surge el tercer elemento quehemos mencionado: la aspiración oanhelo.

Viendo a Jesús como la plenitudque llena nuestro vacío, como la justiciade Dios que es capaz de borrar nuestrainjusticia, como la luz que disipa nuestrastinieblas, como la resurrección y la vidaque vence a nuestra muerte, como el panque sacia nuestra hambre y el agua queapaga nuestra sed, entonces le anhelamosa él y a todos sus beneficios: el perdón, laadopción como hijos de Dios, el conoci-miento de Dios, la justicia y la santidad.Tenemos hambre y sed de él. Pedimos,

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buscamos, llamamos porque anhelamosser liberados de la culpa y del dominio delpecado para tener paz con Dios y entraren su bendita comunión. ¡Como el ciervobrama por las corrientes de aguas, asíclama por Dios nuestra alma, por el Diosvivo según se ha revelado en las riquezasde su gracia en Jesús nuestro Señor!

Y esto nos lleva al último paso: laapropiación de Cristo y todos sus benefi-cios y bendiciones de la gracia. Lo cualimplica que yo sé, con un conocimientosuficiente, que él es mío y yo le perte-nezco por la insondable gracia de Diossobre mí. Significa que confío en que élmurió por mí, y que ahora por la fe lavomis vestiduras en su preciosa sangre,aferrándome al perdón de pecados y a la

justicia de Dios en él. Significa que por lafe vivo en él, y él vive en mí; y de él tomogracia sobre gracia; que lo como y bebo, yque por él me acerco a Dios y entro en lacomunión de su pacto. Ahora “estimotodas las cosas como pérdida por la exce-lencia del conocimiento de Cristo Jesús,mi Señor, por amor del cual lo he perdidotodo, y lo tengo por basura, para ganar aCristo” (Fil. 3:8).

Esas son las implicaciones del actoespiritual de venir a Cristo. La manera ylas circunstancias en las que cada uno lolleva a cabo no son siempre iguales. Aveces existe un llamamiento repentino asalir de las tinieblas, y se tiene una cons-ciencia más viva del cambio por el cual sees llevado a arrojarse a las misericordiasdel Señor. Así fue con Pablo en el caminode Damasco. En un instante se tornó deperseguidor de la Iglesia a reconocer alJesús que perseguía como su Salvador ySeñor. En muchos casos ocurre que se esinstruido e inducido gradualmente en elconocimiento de Cristo desde la infancia,y luego no se recuerda en qué momento

particular se fue a Cristo. Así debió suce-der con Timoteo. Esto es lo más normalcon los que nacen y se crían en la Iglesia.Pero sea de una manera u otra, el acto devenir a Cristo siempre contiene los ele-mentos de contrición, conocimiento espi-ritual, anhelo, y apropiación. Acto,además, nunca concluido; pues continua-mente vamos a Cristo en el dolor y tris-teza según Dios; en el reconocimiento desu plenitud; en anhelo y sed de nuestrasalmas por el Dios de nuestra salvación,para beber gratuitamente cada día delagua de la vida.

¡Todo el que quiera, puede venir!Cómo vendrá el pecador, es algo que setratará en otro capítulo. Por ahora quedeclaro que el querer venir a Jesús estámotivado por un verdadero arrepenti-miento y dolor del pecado, que la volun-tad es iluminada y dirigida por elverdadero conocimiento espiritual deCristo como el Dios de nuestra salvación,está empujada por el fuerte anhelo delDios vivo y de su gracia, y se expresa enapropiarse a Cristo y todas sus bendicio-nes espirituales. El que así viene a Cristo,nunca será avergonzado; pues estáincluido en las palabras del Señor: “Todolo que el Padre me da, vendrá a mí; y alque a mí viene no le echo fuera” (Jn.6:37).

***

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Que “todo el que quiera, puedevenir” es absolutamente cierto. Igual quees también seguro que todo el que vayaserá recibido. Nadie que ha ido a Cristopor salvación ha sido rechazado. Nuncanadie se acercó al río de agua de vida,sediento y abatido, y se le negó beber. Elque viene a comer el pan de vida no se iráde vacío. El que quiere venir a Cristo notiene por qué dudar; no debe temer serdefraudado o avergonzado. Todo el quepide, recibe. El que busca, halla. Al quellama, se le abrirá. De esta base ciertapodemos depender; esto es el evangelio.Y el evangelio es la promesa de aquel queno puede fallar jamás. Y esta promesa estan indubitable y segura para todo el queviene a Cristo, porque ese venir suponeque, antes incluso de querer, la gracia deDios ya ha obrado en el corazón y ha dis-puesto la voluntad para hacerlo. La graciasiempre es primero. El venir del pecadores fruto de ser traído por Dios.

Esto es algo que experimenta todoel que es salvo por gracia. El que va aJesús experimenta en ese acto la direc-ción maravillosa y la gracia eficaz de Dios,y eso en tal forma que la dirección y lagracia es antes y produce el ir a Cristosubsiguiente. El que es salvo reconocerácon toda seguridad que esto es así. Unhijo regenerado de Dios nunca presentará

su salvación como el resultado de su pro-pia iniciativa. Nunca dirá que hubo algode su parte que precedió a la acción de lagracia de Dios; que primero quiso ir yluego la gracia lo capacitó; que primeroaceptó a Cristo y por eso Cristo le reci-bió; o que primero abrió su corazón y poreso Cristo pudo entrar. Ved las oracionesde los que son salvos, y tendréis laprueba de lo que digo. Todo arminianismoy toda arrogancia del libre albedrío que-dan silenciados, pues en tal oración seestá hablando con Dios. Uno puede pre-sumir en presencia de los demás sobre elpoder del pecador para ir o no a Cristo;pero todo es muy distinto cuando se estádelante de Dios, Entonces todo se tieneque atribuir a la gracia divina. Delante dela presencia de Dios desaparece el armi-niano. ¿Podrá oírse delante de Dios unaoración arminiana como esta: “Te doy gra-cias porque has esperado hasta que a míme pareció bien acudir, y has llamadorepetidamente hasta que decidí abrir elcorazón; y también porque me has dadola gracia cuando estimé oportuno reci-birla”? ¿Se mostrará ante Dios la mismaaltanería que delante de los hombres? No.En la presencia de Dios es inútil mentir;por lo tanto, el pecador siempre atribuyeen su oración todo a Dios y nada a símismo. Entonces dejará de pregonar ellibre albedrío, y dirá: “Gracias mi Dios,

10SI EL PADRE NO LE TRAJERE

Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere. (Jn. 6:44)

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porque tu gracia irresistible venció todami oposición; y porque abriste y entrasteen mi corazón; y tú me llevaste para queyo pudiera ir”. Esta es precisamente larazón de la seguridad y el ánimo del peca-dor cuando va a Jesús. El mismo hecho deexperimentar que está siendo llevado porel Padre, es su garantía de que será reci-bido con toda seguridad.

Esta es la clara enseñanza de laSagrada Escritura.

A través del profeta Jeremías, diceel Señor a su pueblo: “Con amor eternote he amado; por tanto, te prolongué mimisericordia”. La misericordia es primeroy esta es, a la vez, manifestación del amoreterno de Dios. El fruto de esto es que“clamarán los guardas en el monte deEfraín: levantaos, y subamos a Sión, aYahvéh nuestro Dios” (Jer. 31:3,6). Elquerer ir al Dios de nuestra salvación es elresultado de ser atraídos por él mismo.Con unas bien conocidas palabras se lodice Cristo a los de Capernaum: “Nin-guno puede venir a mí, si el Padre que meenvió no le trajere; y yo le resucitaré en eldía postrero. Escrito está en los profetas:Y serán todos enseñados por Dios. Asíque, todo el que oyó al Padre, y aprendióde él, viene a mí” (Jn. 6:44,45). Parémo-nos un momento a considerar este impor-tante pasaje. Nos enseña, en primer lugar,que para que el pecador pueda ir es indis-pensable que sea llevado por la gracia deDios. Si el Padre no lo lleva, es imposibleque el pecador vaya. Nadie PUEDE,excepto que el Padre lo lleve. Lo cual nodebe entenderse como si pudiera darse elcaso de un pecador que realmente quierey anhela ir a Jesús, pero que se encuentraimpedido por algún poder constrictivo.Ese caso no existe. Lo que ocurre es queel pecador no tiene poder, ni lo quiere,para ir a Cristo. Tanto el querer como el ir

dependen completamente de la acción dellevar que por gracia realiza el Padre. Ensegundo lugar, este pasaje explica elhecho de ser llevados por el Padre comoun ser enseñado por Dios, lo que da comoresultado que el hombre oye y aprendedel Padre. Puede comprenderse de inme-diato que esto no se refiere a la predica-ción externa de la Palabra que hacen loshombres. La simple predicación externadel evangelio no puede lograr de ningunamanera que toda la audiencia oiga yaprenda del Padre; mucho menos puedelograr que alguien vaya a Cristo. Mas elSeñor habla aquí de ser enseñados porDios, de una iluminación espiritual queresulta en un conocimiento espiritual delpecado, de Dios, de Cristo y de las cosasque afectan a la salvación; lo que da comoresultado el acto espiritual de ir a Cristo.Y, finalmente, notemos también que elfruto de este llevar y esta enseñanzadivina es seguro e infalible, porque “todoaquel que oyó al Padre, y aprendió de él,viene a mí”.

¡Todo el que quiera, puede venir!Porque el que quiere ya ha sido enseñadopara querer y venir por el poder eficaz dela gracia. Y será recibido.

La misma verdad se repite de otraforma en Juan 6:65: “Por eso os he dichoque ninguno puede venir a mí, si no lefuere dado del Padre”. Igual que el versí-culo 44, éste expresa la misma imposibili-dad, la más completa incapacidad delhombre natural para venir a Jesús. ¿Cómoirá a Cristo el pecador? ¿Logrará persua-dirle la mera predicación del evangelio?La predicación de la cruz concierne acosas espirituales; y el hombre natural“no percibe las cosas que son del Espíritude Dios, porque para él son locura, y nolas puede entender, porque se han de dis-cernir espiritualmente” (1ª Co. 2:14). Por

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lo tanto, esto le tiene que ser dado por elPadre. La voluntad y el poder para venir aJesús son dones de la gracia. Por esa razónpuede decir triunfante el Señor en mediode la oposición y abandono de la multituden Capernaum: “Todo lo que el Padre meda, vendrá a mí; y el que a mí viene, no leecho fuera” (Jn. 6:37).

¿Qué es este llevar por el cual lospecadores van a Cristo?

Permitidme contestar, en primerlugar, y en un sentido general, que setrata de una operación espiritual de lagracia de Dios, a través de Jesucristo ypor el Espíritu de Cristo, por medio delevangelio, en lo más profundo de nuestrocorazón -de donde manan todos losaspectos de la vida- afectando al hombretotal: con su mente y voluntad y todas susemociones y deseos. Somos llevados porel Padre, pero esto no se hace sin Cristocomo mediador de nuestra salvación; talcomo lo declaró nuestro Señor antes desu muerte: “Y yo, si fuere levantado de latierra, a todos atraeré a mí mismo” (Jn.12:32). A través de la cruz el Señor fuelevantado a la gloria de la resurrección yla posición más excelsa a la diestra deDios. Y en cuanto Cabeza de la Iglesia,recibió la promesa del Espíritu, para lle-var por él a todos los suyos consigo a lagloria. El Padre nos lleva, y tambiénCristo, no como si fueran dos accionesseparadas, sino de tal manera que elPadre lo hace a través del Hijo como elMediador de nuestra Salvación.

En este acto de ser llevados, lomismo que en el de ir a Jesús, puedendistinguirse cuatro elementos. El primerpaso en el proceso de ir a Jesús es el de lacontrición: el verdadero dolor segúnDios. Y a este verdadero dolor por elpecado en el pecador, corresponde el acto

divino de la convicción de pecado, que esla causa de ese dolor. Sólo el que ha sidopuesto bajo la convicción de pecado porel Espíritu de Cristo, puede tener unaverdadera contrición. El Padre lleva; elpecador va: lo que significa, por lo tanto,básicamente que el Padre convence depecado y que el pecador se arrepiente.Esta obra, sin embargo, no debe confun-dirse con esa otra operación de Dios en laconciencia de cada pecador, por la que lesinscribe la sentencia de su culpa y conde-nación y les hace asumir su responsabili-dad. Cada hombre siente que esresponsable delante de Dios por supecado. No puede desembarazarse ni porun momento de ese sentido de responsa-bilidad. Cada pecador siente que estácondenado delante de Dios. Y esto tam-bién es una obra de Dios por medio de suEspíritu. Incluso los gentiles tienen laobra de la ley escrita en sus corazones, demanera que sus conciencias les sirven detestigos (Ro. 2:15); y el Espíritu convenceal mundo de pecado porque no creen enCristo (Jn. 16:9). Pero esta es una cons-ciencia de pecado que se caracteriza sólopor el miedo y el terror, y que provoca lahuida del pecador ante la presencia delque está sentado en el trono, pidiendo alas montañas y rocas que le cubran. Laconvicción de pecado para salvación essustancialmente diferente. Es una convic-ción de amor. Es cierto que también éstahace que el pecador tema y tiembledelante de la majestad de un Dios justo,pero, no obstante, no intenta huir ni ocul-tarse, sino, más bien, se acerca a él en ver-dadero dolor porque ha ofendido a esteDios santo, y une su voz a la de Diosreconociendo su condenación; y ora en elamor de Dios, aunque sea con temor ytemblor: “Examíname, oh Dios, y conocemi corazón; pruébame y conoce mis pen-samientos; y ve si hay en mí camino deperversidad” (Sal. 139:23,24). Esta con-

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vicción de pecado no puede ser la obra deun predicador, ni tampoco del pecadormismo; es solamente la obra de la graciasoberana. Y sin ella jamás podrá el peca-dor dar el primer paso hacia Jesús. ¡Nadiepuede ir a Jesús, si el Padre no lo lleva!

El segundo paso es el reconoci-miento; por éste el pecador contempla aCristo como el Dios de su salvación,como la plenitud que llena su propiovacío, como la justicia que borra su injus-ticia; como la vida que vence a su muerte.En correspondencia con este acto dereconocimiento espiritual en el pecador,está la iluminación espiritual por la queDios le revela a su Hijo. Cuando Diosconvence de pecado a una persona, no ladeja en la desesperación de su condena-ción, sino que le muestra a Jesús en todasu plenitud salvadora. Esta iluminaciónespiritual no es lo mismo que la luz natu-ral por la que el pecador puede conocertodo acerca de Cristo y, hasta ciertopunto, reconocer y admitir su bellezacomo el mejor de los hombres, como unoque fue profundamente consciente de laDivinidad, como un gran maestro o unejemplo excepcional; pero no lo contem-pla nunca como la justicia de Dios, y lacruz le es locura. El Cristo de la Escritura,igual que antes, también ahora es crucifi-cado por el pecador. Una buena muestrade esto la tenemos en el modernismo,cualquiera que sea su manifestación. Elhombre natural no comprende las cosasdel Espíritu, “para él son locura, y no laspuede entender, porque se han de discer-nir espiritualmente” (lª Co. 2:14). Y estediscernimiento no puede producirlo lamera predicación del evangelio. El SeñorJesús, contemplando el resultado de supropia predicación, le da gracias al Padreporque escondió esas cosas de los sabios ylos entendidos y las reveló a los niños(Mt. 11:25); y también enfatiza que

nadie conoce al Padre, sino el Hijo, yaquel a quien el Hijo lo quiera revelar(Mt.11:27). Cuando el Padre nos lleva,nos revela a Jesús en todo su poder salva-dor; e ilumina de tal manera nuestroentendimiento que lo contemplamoscomo el Deseado sobre todas las cosas,como el Redentor y Libertador delpecado y de la muerte que necesitamos.Nos abre los ojos para que veamos enJesús todas las riquezas de su gracia en laplenitud de su justicia y vida. Abre nues-tros oídos para que podamos oír la Pala-bra de la cruz como el poder de Dios parasalvación, el poder de Dios con el que noslleva y nos hace buscar a Cristo como elprecioso Salvador, el Dios de nuestra sal-vación.

Sin embargo, el Padre, a través delEspíritu de Cristo, no sólo afecta a nues-tro entendimiento para que conozcamosal Salvador espiritualmente, sino quetambién opera, por el mismo Espíritu,sobre nuestra voluntad y deseos para queanhelemos y deseemos poseerle. Esteanhelo o aspiración, ya dijimos en otrolugar, es el tercer paso en el ir a Cristo. Alo cual corresponde el tercer elemento enla obra de llevar que realiza el Padre, yque podemos llamar seducción o atrac-ción. El hombre natural no ve ningúnatractivo en Cristo y su justicia. Es carnaly, por tanto, piensa en las cosas de lacarne. Y la mente carnal es enemistadcontra Dios. Su voluntad está corrom-pida, y todos sus deseos son impuros. Notiene hambre ni sed de justicia. Y la merapredicación del evangelio no puede pro-ducir esos deseos de justicia y perdón depecados. Pero cuando el Padre lleva, y porel poder de su gracia obra sobre la volun-tad del pecador, entonces la cambia y lavuelve por completo, instalando en elcorazón nuevos deseos para que el peca-dor anhele la justicia y la remisión de los

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pecados para tener comunión con el Diosvivo por su amor y misericordia. Y con-templando a Cristo como el único caminoal Padre, suspira con fuertes deseos deposeerle y poder decir: “¡Mi Jesús, teamo; yo sé que eres mío!”

Y así, debido también al poderdirectivo del Padre, a través del Espíritude Cristo, el pecador, finalmente, da elúltimo paso en el ir a Jesús: el de la apro-piación. A este acto del pecador corres-ponde la operación de la gracia de Dios ala que la Escritura llama sellar. Porquehemos sido “sellados con el EspírituSanto de la promesa” (Ef. 1:13). Es por elEspíritu de Cristo, el Espíritu de la pro-mesa, que se nos da personalmente lapromesa de Dios, esa promesa de reden-ción, reposo, satisfacción, perdón, justi-cia, y vida; de manera que tenemos plenacerteza de que la promesa de Dios es paranosotros. Y por este Espíritu, el amor deDios, es decir, no nuestro amor a él, sinosu amor a nosotros, revelado en la muertede su Hijo, es derramado en nuestroscorazones para que tengamos confianzade que Cristo murió por nosotros, y que,no sólo a otros, sino a nosotros también,

personalmente, nos da remisión de peca-dos y vida eterna. Así estamos aseguradosde que Cristo es nuestro, y de que nosapropiamos de él y de todos sus benefi-cios; y con determinación y ánimo confe-samos con el Catecismo de Heidelberg,en su pregunta 1ª, que nuestro único con-suelo tanto en la vida como en la muertees que no somos nuestros, sino que ¡per-tenecemos a nuestro fiel Jesucristo!

Esto nos demuestra por qué es tanabsolutamente seguro que “todo el quequiera, puede venir”. En el querer ir y enel ir mismo el pecador experimenta elpoder de la gracia de Dios llevándole.Dios le convence de pecado, y él se arre-

piente; Dios lo ilumina por su Espíritu, yél ve a Cristo en toda su belleza salvadora;Dios lo atrae y seduce, y él suspira por elDios de su salvación; Dios lo sella, y él seapropia de Cristo y de todos sus benefi-cios. ¿Cómo podrá ser echado fuerajamás? ¡El que va a Cristo de esta manera,nunca será avergonzado!

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Ya se ha enfatizado la verdad de ladeclaración “todo el que quiera, puedevenir”, y repetidamente se ha subrayadoque nunca ha habido, ni habrá, un peca-dor que quiera ir a Cristo y encuentre elcamino cerrado; o que se sienta frenadode acercarse y apropiarse de Cristo ytodos sus beneficios de salvación. Por otraparte, también se ha dado el énfasis nece-sario a la verdad de que nadie tiene de símismo el querer para ir a Cristo y queninguna persona humana puede producirese querer en el alma. Muchos himnos deinvitación dejan la impresión de que cadacual tiene el poder de aceptar a Cristo, loque, ya hemos señalado, es falso; estoshimnos están calculados para introduciren el corazón y la mente de los hombresel veneno del pelagianismo. La salvaciónno depende del que quiere, ni del quecorre, sino de Dios que tiene misericordia(Ro. 9:16). La voluntad para ir es el frutode la obra de llevar que el Padre realiza. Yel número de este "todo el que quiera"está limitado a los que el Padre ha que-rido dar a Cristo, concederles un nuevocorazón, y llamarlos de las tinieblas a suluz admirable. No hay ninguna actividadpor parte del pecador que preceda a estellevar que ejecuta el Padre, que le valgaen algún sentido para su salvación.

Lo cual, como se puede compren-der, coloca la salvación por entero fuerade las manos del pecador y la deja sola-mente en las de Dios. La salvación es unaobra divina desde el principio al fin. Estan propia de Dios como lo fue la de lacreación; el hombre no coopera enmanera alguna. Sólo Dios determinaquién será salvo, y solamente él lleva acabo la obra de la salvación; la salvación esdel Señor. En el sentido fundamental dela palabra, pues, la voluntad para ir aCristo tiene su raíz y es el resultado de laelección incondicional, libre y soberanade Dios, que ha escogido a los suyos paravida eterna.

Que Dios determina soberana-mente quién será salvo y quién no; la doc-trina de que Dios es DIOS; que es elSoberano Señor también en la cuestiónde la salvación y condenación del hom-bre, es una verdad que de ningunamanera se amolda a la carne, y no recibeprecisamente una aprobación general.¿Cómo podría ser bien recibida ante losojos del hombre pecador, si humilla todosu orgullo? Esta verdad arroja al hombreal polvo y, en relación a Dios, lo hacemenos que la vanidad. Lo presenta comoes realmente: menos que una gota en elcubo, o el polvo de la balanza. No le dejaningún poder, bondad, sabiduría o gloria.

12SOBERANÍA DE DIOS

Y REPONSABILIDAD HUMANAMas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? (Rom. 9:20)

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Y Dios es exaltado como el único Sobe-rano Señor, que está en los cielos y hacetodo lo que quiere: que forma la luz ycrea las tinieblas, que hace la paz y crea elmal (Is. 45:7). Él, que es el Alfarero,mientras nosotros sólo barro; y que formasegún su buena voluntad vasos para honray vasos para deshonra (Ro. 9:21), y puededecirle a Faraón: "Para esto mismo te helevantado, para mostrar en ti mi poder, ypara que mi nombre sea anunciado portoda la tierra" (Ro. 9:17). ¿Quién puedeesperar que esta doctrina, que exalta aDios y derriba al orgullo humano,encuentre favor ante los pecadores quesiempre se ensalzan frente al Dios vivo?

No vamos a discutir las muchasobjeciones que siempre se han presen-tado contra esta verdad. Sin embargo,existe una que es tan antigua como estaverdad misma, y que pretende presentarla doctrina de que la salvación es delSeñor como algo horrible y absurdo. Aésta sí le dedicaremos atención. Se tratadel bien conocido argumento que diceque la doctrina de la infalible soberaníade Dios en la materia de la salvaciónsupone una negación de la responsabili-dad humana. Si la salvación es la obra deDios de manera tan absoluta que sólo éldetermina y puede decidir, y el hombreno puede hacer nada de sí mismo pararedimirse y liberarse del pecado, enton-ces, dice la objeción, el hombre no es unagente moral, y Dios no puede en justiciaconsiderarle responsable en el día del jui-cio. La doctrina de la soberanía de Dios yla responsabilidad humana están en oposi-ción; envuelven una contradicción y, poreso, no pueden ser verdad.

¿Qué responderemos a tal objeción?

En primer lugar, quiero insistir enque esta objeción es muy antigua, siem-

pre levantada contra el proceder soberanode Dios en el asunto de la salvación. Siestudias la historia de la Iglesia y su doc-trina, verás que la principal objeción delos oponentes a la doctrina de la graciainfalible y soberana ha sido siempre lamisma. Siempre han acusado a los queproclaman fielmente esta verdad funda-mental de hacer con ella a Dios el autordel pecado y destruir la responsabilidadhumana. Podemos sentirnos confortadossi recibimos los mismos ataques, pues esodemuestra que estamos predicando laverdad. Y esto es especialmente impor-tante si tenemos en cuenta que las mis-mas acusaciones le fueron hechas alapóstol Pablo y, por lo tanto, se trata deuna objeción puesta directamente contrala verdad revelada en la Escritura. En elcapítulo noveno de Romanos, el apóstolPablo establece esta misma verdad de lasoberanía de Dios en la salvación y conde-nación de los pecadores; y anticipa dosobjeciones que sabe le harán, y se hanhecho, contra tal doctrina. La primera seexpresa por la pregunta: "¿Hay injusticiaen Dios?"; y la segunda, negando la res-ponsabilidad humana, con las palabras:"¿Por qué, pues, condena? porque ¿quiénha resistido a su voluntad?" Por lo cual, siuno predica un evangelio contra el que nose susciten esas objeciones, puede conacierto pensarse que existe algo falso ental predicación; mientras que, por otrolado, esos cuya predicación provoquetales objeciones, pueden consolarsesabiendo que están en el lado bueno.

Segundo, quiero llamar la atenciónal hecho de que el apóstol Pablo no se dis-culpa ante esas objeciones, ni se retractade una sola palabra de lo que ha escritocon relación a la soberanía de Dios en lasalvación. No responde diciendo que eloponente no había interpretado su verda-dero significado, y que su objeción era

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debida a un error de comprensión de suenseñanza. No; en el plantemiento delapóstol está claro que el objetanteentiende perfectamente que se ha ense-ñado la predestinación incondicional deDios. Sólo así tendrían sentido las obje-ciones citadas. Un predicador arminiano,uno que presente la salvación depen-diente del libre albedrío de los pecadores,nunca se encontrará con esas objeciones.Pero el apóstol ha estado enseñando quela salvación no es del que quiere ni delque corre, sino de Dios que tiene miseri-cordia; y que Dios, según su buena volun-tad, muestra misericordia a quien élquiere, y al que quiere endurecer, endu-rece. Es a esta doctrina a la que se le pre-senta la doble objeción: entonces Dios esinjusto; y el hombre no es responsable,porque nadie puede resistir la voluntadde Dios. Es evidente que si la objeción sehubiera debido a una mala interpretación,el apóstol habría solucionado el problemacon sólo modificar y explicar sus declara-ciones. En tal caso ahora tendríamos en elcapítulo noveno de Romanos algo asícomo: "Bien, señores, ustedes no me hancomprendido, no han interpretado bienmis palabras. Ciertamente no era miintención dejar la idea de que Dios seasoberano hasta el extremo de estar porencima de la voluntad humana; al contra-rio, su soberanía está limitada por esavoluntad. Él endurece sólo a los que resis-ten sus sinceros esfuerzos para salvarles; ysalva a todos los que lo desean". Con todaseguridad tales explicaciones del apóstolhubieran quitado toda base a la objeciónde los oponentes. Pero dado que él nodice nada de eso, es evidente que admiteque los objetantes han entendido correc-tamente sus palabras. En Romanos 9 seenseña la predestinación incondicional, yno hay lugar para la posición arminiana.La salvación es toda del Señor; y a estonos aferramos y mantenemos sobre la

base de la Escritura, a pesar de cualquierposible objeción que presenten los que seoponen.

Tercero, quisiera indicar que elapóstol ni por un momento modifica suenseñanza apelando a la "otra cara" de ladoctrina. Él no se apunta a la "otra vía".Eso queda para muchos que proclamancreer en la infalible gracia soberana deDios, exactamente esa que recibe lasobjeciones de Romanos 9, pero que luegointentan mantener una teología de doscaras. Profesan creer en la predestinacióninfalible y la soberanía de Dios en la salva-ción; pero si les argumentan que con elloestán violando la libertad del hombre ydestruyendo su responsabilidad, entoncesse ponen en otra vía de razonamiento.Dicen que aunque Dios elige a los queserán salvos antes de la fundación delmundo, y que ciertamente los salvará, noobstante, también es verdad que quieresinceramente la salvación de todos y cadauno de los hombres. Profesan creer que laexpiación es limitada, y que Cristo muriósólo por los elegidos, mas, por otro lado,también insisten en que Dios ofrece consincera y buena intención la salvación atodos los hombres. Admiten que el peca-dor está muerto en el pecado y que de símismo no puede ir a Cristo, sin embargo,predican que Dios sinceramente, es decir,con el propósito de salvarlos, invita a lospecadores a que vayan a él, aunque no lesda el don indispensable de la gracia quedebe capacitarlos para acudir. Y si alguienles dice que esto es una contradicción cla-rísima, y que es imposible para un cre-yente admitir ambos elementos de lacontradicción, responden que eso es unmisterio profundo, y que nadie debeinquirir curiosamente más allá de estaprofunda verdad.

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Ahora bien, me gustaría enfatizarque para el creyente cristiano no seríadificultad alguna el aceptar misterios.Dios es grande, y nunca lo comprendere-mos aunque podamos conocerle por supropia revelación. Él es el Eterno y noso-tros somos hijos del tiempo. Él es infinitoy nosotros no. Él es el creador del cielo yde la tierra y nosotros simples criaturassacadas del polvo. Él es el Incomparableque mora en luz inaccesible. Cuanto máslo contemplamos, más profundo es elmisterio. No admitir esto sería negar aDios. Por lo tanto, el creyente no pre-tende que pueda resolver todos los pro-blemas, y menos aún los que se refieren ala relación de Dios con sus criaturas. Elcreyente no niega los misterios; al contra-rio, su contemplación hace que caiga alsuelo y adore. Sin embargo, insistimoscon igual énfasis en que los misterios noson lo mismo que contradicciones eviden-tes; éstas no son misterios, sino muy cla-ras insensateces. Una de dos: o Diosquiere que todos y cada uno de los hom-bres sean salvos, o no lo quiere. Ambascosas no pueden ser verdad. O Diosofrece sinceramente a Cristo que muriópor todos los hombres a cada pecador, ono lo hace. Mantener ambas cosas es sen-cillamente imposible. O el hombre tieneuna voluntad que está libre para aceptar orechazar a Cristo, o depende absoluta-mente de la gracia soberana. Decir queambas cosas son verdad es un necio des-propósito. Por otra parte, si esto pudieraser así, si esta teología de la doble víafuese la respuesta adecuada a los objetan-tes de la soberanía de Dios en la salva-ción, seguramente la encontraríamos enel capítulo noveno de Romanos, ese seríael lugar más idóneo, pues es el lugardonde el apóstol enseña en los términosmás fuertes la verdad de la infalible pre-destinación y soberanía de Dios para sal-var a quien él quiere. Y es contra esa

doctrina que se levanta la objeción de queentonces Dios tiene que ser culpable deinjusticia y el hombre carente de respon-sabilidad. Sin embargo, el apóstol no saca"otra cara" de esta verdad. No pide discul-pas; ni se cambia a otra vía de razona-miento. Deja la verdad tal como la hadeclarado, con todas sus implicaciones.

En cuarto lugar, se debe señalar quela objeción de que la doctrina de la sobe-ranía infalible de Dios destruye la respon-sabilidad humana es algo que sólo puedesostenerse de manera artificial. Esas dosrealidades no se contradicen. La objeciónno se basa en una dificultad lógica, sinoque procede de una actitud pecaminosa yradicalmente mala contra Dios. El obje-tante no conoce el lugar en que seencuentra. Está motivado por el deseo dedestronar a Dios y ocupar su puesto. Lamentira del diablo: "Seréis como Dios",ciega sus ojos, distorsiona su juicio y per-vierte su voluntad. Es el pecado, la ene-mistad contra quien es DIOS, lo que lehace argumentar que no se puede ser res-ponsable ante un Dios que sea soberano.Que esto es así lo demuestra la respuestade la Palabra de Dios al oponente:"¿Quién eres tú, oh hombre, para quealterques con Dios?". Cuando la Escrituradice que Dios es soberano incluso en eldestino eterno del hombre, que tendrámisericordia con el que quiera tenerla, esDios mismo el que está hablando. Ycuando tú o yo objetamos que si eso es asíentonces no puede condenar, que nopuede juzgarnos, y que no somos respon-sables delante de él, estamos altercando yreplicándole. Pero si el hombre altercacontra Dios se debe a que es rebelde. Alhombre hay que recordarle cuál es sulugar. Es una mera criatura y ¡Dios esDIOS! El hombre es como una mota depolvo en la balanza, una simple gota deagua que cae del cubo. Bueno, realmente

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es menos que eso. Y si comprendiera suverdadera posición y la asumiera, enton-ces no altercaría contra Dios, ni argumen-taría insensatamente diciendo que lasoberanía de Dios elimina su responsabili-dad. Antes bien, comprendería quecuanto mayor sea Dios, más responsableserá el hombre ante el soberano Señor delcielo y de la tierra. La responsabilidadhumana en relación al proceder infaliblesoberano de Dios es un misterio; eso escierto. Yo no puedo penetrar en él; esdemasiado profundo. Pero no es una con-tradicción; y la objeción es una insensa-tez, no tiene sentido.

Hemos hablado de responsabilidad,¿qué es eso?: es ese estado en el cual yoestoy bajo obligación respecto a Dios. Yel hombre está por siempre bajo la obliga-ción de amar al Señor su Dios con todo sucorazón, con toda su alma y con todas susfuerzas. Es ese estado en el cual el hom-bre permanece en juicio delante de Diosy es responsable de sus obras delante deél. Dios nunca destruye esa responsabili-dad. Tanto si endurece a un hombre,como si lo atrae irresistiblemente por sugracia y lo salva, Dios siempre lo tratacomo un ser racional y moral. Cuando elhombre está en juicio delante de Dios yes llamado a cuentas por su pecado, aúnel más endurecido pecador tendrá queadmitir que él pecó porque amó la iniqui-dad y aborreció a Dios y su justicia, y que,por tanto, es digno de condenación.Cuando, a través del evangelio, fue lla-mado al arrepentimiento, rehusó. Al ser,por el mismo evangelio, puesto en con-tacto con Cristo, no quiso nada con él y levolvió a crucificar. Y aun así, con todo supecado y rebelión contra Dios, no tieneotra alternativa que la de estar subordi-nado al soberano consejo de Dios. ElSeñor es Dios, no el hombre. Tampoco esel caso de que el pecador no sea cons-

ciente de este señorío absoluto de Dios.Tanto su propia responsabilidad, como lainfalible soberanía de Dios están inscritasindelebles en su conciencia. En el mismoinfierno todos los diablos y los impíostendrán que admitir siempre que jamásprevalecieron contra la voluntad de Dios,que él es el Señor absoluto que hace todolo que quiere, y que es justo cuandojuzga. La voz rebelde será entonces silen-ciada para siempre.

Por otra parte, tampoco destruyeDios el sentido moral del hombre cuandopor su gracia irresistible lo lleva a Cristo yle hace heredero de la salvación eterna.Pregunta a un creyente por qué fue aCristo, y te responderá: "Porque estoyperdido en el pecado, y lo sé; porqueestoy arrepentido y anhelo el perdón;porque tengo hambre y sed de justicia, yveo y conozco a Cristo como mi únicajusticia delante de Dios; porque deseovivir en comunión con Dios según susmandamientos, y sé que eso es posiblesólo por la gracia de Cristo. ¡Sí, por todoeso quiero ir a él!". Preguntadle a estemismo creyente cómo llegó a saber yreconocer todo esto, y responderá sindudarlo: "Sólo a través de la soberana eirresistible gracia de Dios en Cristo; esome guió, me dio ojos para ver y oídos paraoír, y un corazón para suspirar por él. ¡Sí,mi salvación es del Señor!". Y en el cielolos hijos de Dios redimidos caminaránpor siempre en la suprema y más perfectalibertad reconociendo, sin embargo, queno es del que quiere, ni del que corre,sino de Dios que tiene misericordia. ¡Nin-guna carne se gloriará en su presencia!

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El venir a Jesús, que implica tam-bién la voluntad para hacerlo, es el frutode esa obra de gracia que el Padre realizaen el corazón, mente, voluntad y todoslos afectos del pecador, y que la Escrituradesigna con la palabra traer. Por ese actodel Padre el pecador es convencido depecado, iluminado con entendimientoespiritual, atraído a Cristo y sellado conel Espíritu Santo de la promesa. Estamaravillosa operación se lleva a cabo porel Espíritu Santo, como el Espíritu deCristo, de manera tal que rebasa nuestroentendimiento.

No obstante, este acto de atraer alpecador, por el que se le capacita para iral Salvador, abrazarle y apropiarse detodos sus beneficios salvadores, se realizapor medio de la predicación del evange-lio. Sin el evangelio nadie puede ir aCristo. Porque, en primer lugar, precisa-mente el Cristo al que tiene que acudir elpecador para salvación, está revelado ypresentado en el evangelio según seencuentra contenido y preservado en laEscritura. No hay otro Cristo. Sin elevangelio, por lo tanto, no existe conoci-miento de él; y sin conocimiento del Sal-vador no puede contactar con él elpecador. Poco importa lo demás; lariqueza del cristiano se mide por el cono-cimiento que tenga del Cristo de la Escri-

tura. Crecer en la gracia, igualmente, noes otra cosa que crecer en ese conoci-miento. Por lo tanto, la predicación delevangelio es el medio por el cual el Padrenos lleva a Cristo. Así lo reconocen laspalabras de Cristo en Juan 6:44,45: “Nin-guno puede venir a mí, si el Padre que meenvió no le trajere... Escrito está en losprofetas: Y serán todos enseñados porDios. Así que, todo aquel que oyó alPadre, y aprendió de él, viene a mí”. Esteoír, ser enseñados, y aprender, tiene lugarpor medio de la predicación del evange-lio. Como lo expresa claramente Roma-nos 10:14: “¿Cómo, pues, invocarán aaquel en el cual no han creído? ¿Y cómocreerán en aquel de quien no han oído?¿Y cómo oirán sin haber quien les predi-que?”

Además, la acción de la gracia tienetal carácter que no viola la naturalezaracional y moral del pecador que es lle-vado a Cristo. No se trata de una accióncompulsiva. Al pecador no se le fuerza air a Cristo en contra de su voluntad y sincomprender nada. Al contrario, la graciahace que el pecador obre voluntaria-mente; de manera tal es vencido por lagracia irresistible de Dios, que se torna enalguien realmente dispuesto, y él mismohace la elección, consciente y voluntaria,de volverse al Dios de su salvación. La

11EL VENIR Y LA PREDICACIÓN

¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? (Ro. 10:14)

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gracia no destruye la voluntad, sólo lacambia. La mente no es desplazada, sinoiluminada espiritualmente. El pecador esenseñado por Dios; pero precisamentepor ello, la predicación del evangelio esun medio indispensable. Mientras Diosatrae al pecador por el Espíritu, lo llamapor el evangelio; y de esta manera elpecador realiza consciente y voluntaria-mente el acto de ir al Salvador.

De esto se deriva lo tremendamenteimportante que es para la Iglesia deCristo en el mundo que comprenda y seafiel a su único y sagrado llamamiento:¡predicar la Palabra! Pues ese es el medioinstituido por Dios con el que le ha pla-cido, en Cristo, atraer a los pecadores.Para ser llevado a Cristo, el pecador tieneque oír su voz, la propia voz de Cristodicha a él personalmente. Ninguna otracosa, excepto la palabra de Cristo, puedeobrar para salvación. La palabra de unhombre, aunque saque su contenido de laEscritura, no es suficiente; el pecadortiene que oír la palabra de DIOS. La pala-bra humana no tiene poder alguno, sólo lade Dios es poderosa. Solamente ella es“viva y eficaz, y más cortante que todaespada de dos filos; y penetra hasta partirel alma y el espíritu; las coyunturas y lostuétanos, y discierne los pensamientos ylas intenciones del corazón” (He. 4:12).Sólo la Palabra de Dios es eficaz: producelo que declara. Dios es el único que llamaa las cosas que no son como si fueran.Sólo su poderosa palabra resucita a losmuertos. Cuando dice: “Sea la luz”, es laluz. Cuando Cristo le dice a Lázaro: “¡Venfuera!”, el muerto sale de su tumba (Jn.11:43,44). Cuando el mismo Cristo dice:“Ven a mí”, el pecador va con toda seguri-dad. Esa palabra solamente la puedehablar Cristo. Nadie puede ocupar sulugar; y es absolutamente necesario que elpecador la oiga. Así lo dice el Señor:

“Viene la hora, y ahora es, cuando losmuertos oirán la voz del Hijo de Dios; ylos que la oyeren vivirán” (Jn. 5:25). Yotra vez: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo lasconozco, y me siguen” (Jn. 10:27). Y elapóstol Pablo escribe en Romanos 10:14:“¿Y cómo creerán a aquel a quien (no: dequien) no han oído?”

¿Podría realmente ser de otramanera? ¿Cómo podría la palabra de unhombre; cómo los ruegos de un predica-dor, ocupar el lugar de la poderosa Pala-bra de Cristo para la salvación de unpecador? ¿Cómo creerá alguien en elSeñor Jesucristo, si no es por medio de supropia Palabra? Ir a Jesús es creer en él; ycreer en él es el acto de un conocimientoespiritual positivo y absolutamentecierto, junto con la más perfecta e implí-cita confianza en que él es la base y elsupuesto necesarios de mi justicia y salva-ción. Por la fe me sostengo en él para lavida y la muerte; para el presente y laeternidad. Por fe vivo en medio de lamuerte; por fe tengo esperanza en mediode la desesperanza. Por la fe soy indeci-blemente feliz en medio de la miseria;por ella desmiento y salgo victorioso con-tra todas las indicaciones de mi experien-cia actual: culpa, condenación, muerte,ira divina, el infierno y el diablo; y memantengo en la confianza de que soy jus-tificado, que vivo, que soy objeto delfavor de Dios, y heredero de la vida y glo-ria eternas. ¡Y todo ello es verdad porquecreo en Cristo!

¿Pero cómo podrá realizar un peca-dor tal acto de fe? ¿Descansará esa fe enla palabra de un simple hombre, aunqueéste hable sobre Jesús? ¿Podrá la merapalabra humana crear esa maravillosa feen el corazón del pecador que estámuerto espiritualmente, con la voluntadpervertida, corrupto de corazón y con el

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entendimiento entenebrecido? ¡Te digoque es imposible! Para la fe salvadoranada puede servir de base, excepto la cer-teza de que estoy oyendo a Cristo, almismo Hijo de Dios, hablarme personal-mente. ¡Esa fe sólo puede ser traída porsu propia Palabra, hablada por él mismo!¡Tengo que oír la Palabra de Dios; nece-sito oír la voz del Buen Pastor! Tengo queoír la voz de Jesús diciéndome: “Ven a míy descansa”. Su propia Palabra tiene quellegar hasta mí, y oírle decir: “Ven a mí ybebe”. Él mismo tiene que clamar delantede mi sepulcro espiritual: “¡Sal fuera, yresucita de los muertos!” Entonces, y sóloentonces, podré confiar realmente en él,descansar en él y a él acudir, apoyarme ensu pecho y encontrar el reposo prome-tido.

Ahora bien, ha placido a Cristohablar esta poderosa Palabra, con la queatrae a los hombres, por medio de la pre-dicación. La Palabra de Cristo no nosviene a través de una voz interna que laintroduzca inmediata, directa y mística-mente en nuestros corazones. Al contra-rio, el apóstol escribe: “¿Y cómo oirán sinhaber quien les predique?” (Ro. 10:14).Cristo instituyó la predicación del evan-gelio como un medio por el cual quisoatraer a sí propio a los suyos y hablarles suPalabra. De esta verdad surgen variospuntos muy importantes respecto a lapredicación en cuanto tal, a los quevamos a prestar atención brevemente.

Primero, es necesario enfatizar quepredicar es ministrar la Palabra de Diosen Cristo. Lo cual quiere decir que estátotalmente al servicio de esa Palabra. Es,y quiere ser, un medio para que la pode-rosa e irresistible Palabra de Cristomismo sea anunciada. Si tienes en cuentaesto, concluirás de inmediato que escu-char la predicación de la Palabra es un

asunto extremadamente serio. A la iglesiano vas para oír un “bonito sermón”, ni aentretenerte con una espléndida oratoria,ni a descubrir las opiniones de algún eru-dito respecto a un determinado tema,sino a oír la Palabra de Cristo que élmismo te dirige. Se trata, pues, de unasunto de vida o muerte. Esto es lo esen-cial en la predicación verdadera: queCristo mismo te habla a través de laspalabras del predicador; y eso es lo que ladistingue de una mera conferencia. SiCristo no habla no hay predicación. Todala sabiduría del mundo, la oratoria másbrillante del más atractivo y fluido de lospredicadores, todo el sentimentalismodel moderno avivacionista, todas las his-torias conmovedoras que pueda contar,todos sus ruegos y súplicas emocionales,son en vano. Cuando oímos la predicaciónverdadera de la Palabra, lo que ocurre esque estamos oyendo la voz de Jesús quedice: “Ven a mí y descansa”; le oímos pro-clamar: “Arrepiéntete y cree”; oímos quenos asegura: “Tus pecados te son perdona-dos, ve en paz”. Para este preciso fin,pues, la predicación es un medio.

Segundo, de ello se sigue que unpredicador, en lo que concierne al conte-nido de su mensaje, está limitado en sucomisión según el contenido de las SantasEscrituras. El predicador no tiene unmensaje suyo para proclamarlo. Es unembajador de Cristo, y como tal debedeclarar el mensaje que le ha encargadoquien le envió. El que ocupe el puesto depredicador, y pretenda ser un ministro dela Palabra, pero que no tenga en cuentaese mandato y proclame su propia filoso-fía respecto a temas de este mundo, el tales un falso profeta. Y la iglesia que esinfiel a su vocación y que, en lugar de pre-dicar la pura Palabra de Dios según lasEscrituras, pone su púlpito al servicio delmundo y su filosofía humanista, es una

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abominación a Yahvéh. Es igual que laJerusalén de antiguo, que mataba a losprofetas, y eso cuando precisamente através de ellos Cristo quería juntar a sushijos como la gallina junta a sus polluelosbajo sus alas; sin embargo, se opusieron aél y devoraron sin piedad al pueblo deDios. ¡Ah, pero Cristo juntará a su pueblocon toda certeza! Los hijos de Jerusalénno perecerán. Mas el juicio sobre la Jeru-salén inicua, que los esparce bajo la apa-riencia de estar juntándolos, será terrible.Y la iglesia moderna, que proclama la filo-sofía del mundo en lugar de la Palabra deDios y el evangelio de Jesucristo crucifi-cado, y da a sus miembros piedras en vezde pan, ¡esa iglesia es la culminación delfalso profeta, el siervo del Anticristo, queserá echado al lago de fuego y azufrejunto con el diablo y la bestia!

Cuando uno considera la condiciónde lo que se conoce como Iglesia en elmundo de hoy, ésta presenta un espectá-culo realmente lamentable. Parece que ensu mayor parte ha olvidado la verdad delevangelio. Si uno se encuentra fuera de suiglesia local y, hambriento del pan devida, entra en alguno de esos edificios quepor su estilo arquitectónico sugiere queestá dedicado al ministerio de la Palabra;en la mayoría de los casos se verá defrau-dado. En lugar de pan dan piedras. Escierto que la Biblia aún está en el púlpito;y allí sale un hombre que por su atuendoparece un ministro de la Palabra, pero encuanto abre la boca se hace evidente quees un engañador que ignora completa-mente su vocación, y corrompe la Palabrade Dios. Y, encima, da la impresión de serun asno mentecato, pues, generalmente,ni siquiera tiene el dominio adecuado dela filosofía humanista que presenta conaire de erudición. La iglesia que despreciasu llamamiento de predicar la Palabra de

Dios, es igual que la sal que ha perdido susabor: sólo sirve para el estercolero.

Ante semejante situación existenrazones más que suficientes para que laIglesia de Cristo fuese fiel, y velase vigi-lando con diligencia para predicar y apli-car la pura Palabra de Dios en suplenitud: todo el consejo de Dios, tantoen su adoración como por los que predi-can la Palabra. La Iglesia tiene el deber depredicar el evangelio; y el evangelio es lapromesa, la promesa cierta de Dios. Esapromesa no es otra cosa que Cristomismo en su plenitud salvadora. Cristo,el Hijo de Dios encarnado, la revelacióndel Dios de nuestra salvación, que fueentregado por nuestras transgresiones yresucitado para nuestra justificación; elCristo de Dios, a través del cual Dios nosha reconciliado consigo mismo, y por elque nos ha regenerado, justificado, per-donado nuestros pecados, adoptado comohijos; nos ha preservado para el fin, y nosglorificará juntamente con Cristo en laresurrección final. Cristo, quien recibe atodos los que van a él, no por ellos mis-mos, sino por la gracia del Padre que loslleva; y que sin duda dará agua alsediento, pan al hambriento, descanso altrabajado; que cambia la ceniza porbelleza, la vergüenza por gloria, la muertepor vida. Ese Cristo es el contenido delEvangelio. Y esa Palabra de Cristo res-pecto a sí mismo es la que debe predicarel ministro. Cristo no la presenta comoun simple ofrecimiento a todos los hom-bres, cuya recepción dependa del antojode la voluntad humana; él no puede pre-dicar una mera posibilidad de salvación: lapromesa del evangelio es la promesa delDios vivo, firme y segura. La salvación noes una posibilidad, sino una certeza. Diosmismo la lleva a cabo, no por voluntad delpecador, sino a pesar de su indisposición.El predicador debe proclamar que Cristo

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y la promesa del evangelio es algo seguropara todo el que se arrepiente y cree, parael que está hambriento y sediento, para eltrabajado y cargado. El fruto puede ydebe dejarlo en las manos de Dios, que esel único que puede salvar, y que tienemisericordia de quien él quiere y al quequiere endurecer, endurece.

A todo esto debemos añadir, final-mente, que el predicador tiene que serenviado. Porque “¿cómo predicarán si nofueren enviados?” Sobre este llama-miento y misión del predicador no haynada oculto o misterioso, pues, en losapóstoles, Cristo comisionó a su Iglesia enel mundo para predicar el evangelio. “Idpor todo el mundo y predicad el evange-lio a toda criatura” es una comisión, no acada individuo, sino a los apóstoles, y, enellos, a la Iglesia que representaban. LaIglesia es “columna y baluarte de la ver-dad”; ella recibe la promesa de que elEspíritu la guiará a toda verdad. A ella leconfió el Señor su Palabra. La Iglesia debepreservar, interpretar, confesar y predicarla Palabra de vida. Por esto mismo, ya quela Iglesia cumple su ministerio por mediode la predicación, el predicador tiene queser enviado por la Iglesia. Ningún cre-yente individual puede constituirse enpredicador por su propia cuenta; tieneque ser enviado. Ninguna clase de grupo,escuela, sociedad, comité o secta, quefuncionan a menudo al margen de la Igle-sia y hablan de ella en tono despectivo, harecibido la comisión de predicar; sólo laIglesia tiene tal comisión, y ella sola-mente puede llamar y enviar al predica-dor. Precisamente por esta razón, elpredicador no se gloriará de ser “adeno-minacional”, ni pretenderá introducirtoda suerte de doctrinas nuevas y extra-ñas. Al contrario, se sentirá llamado por laIglesia y, conectado con la Iglesia de todoslos tiempos, proclamará el evangelio de

Cristo tal como lo ha confesado esa Igle-sia que ha sido guiada por el Espíritu atoda verdad.

A través de la predicación Cristohablará su propia Palabra de poder, yatraerá a los suyos. Digo: a los suyos; por-que no todos los que oyen externamenteel evangelio son guiados por el Padre. Noes del que quiere ni del que corre, sino deDios que tiene misericordia. Siemprehabrá los que serán endurecidos, paraquienes la preciosa piedra del ángulo espiedra de tropiezo y roca que hace caer.Mas a los suyos los llamará con toda segu-ridad, y con esa misma seguridad irán a ély serán recibidos. Porque sus ovejas oyensu voz, y le siguen, y les da vida eterna, yjamás perecerán. ¡Nadie las arrebatará desus manos!

***

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En un sentido puede decirse que elacto espiritual de ir a Cristo se cumple ytermina de una vez por todas en elmomento que nos apropiamos de él ytodos sus beneficios salvadores por una feviva y verdadera. A Cristo no se le aceptaa trozos; como si se pudieran recibir susriquezas una ahora, luego otra, y así suce-sivamente, hasta llegar a ser totalmentesalvos. El que viene a Cristo lo recibe ytoma en toda su plenitud, y le son dadastodas las bendiciones espirituales de lagracia. En Cristo tiene redención total; norecibe perdón de algún pecado mientrasotros aún le quedan en su cuenta, sinoque al ir a Cristo obtiene el perdón delpecado como tal, y está asegurado de queningún pecado le será imputado ya más.Está totalmente justificado delante deDios, de tal manera que aunque su con-ciencia le acuse de haber violado, y seguirviolando todavía, los mandamientos deDios, no obstante, delante de Dios enCristo es contado tan justo que no podríaserlo más perfectamente si nunca hubierapecado. Cuando el pecador va a Cristo norecibe sólo un poco de vida, sino que esresucitado en verdad de los muertos yhecho heredero de la vida eterna. Porqueel que cree en el Hijo tiene vida eterna(Jn. 3:36). De la muerte pasó a la vida; delas tinieblas fue llamado a la luz; y de serun pecador corrupto y culpable ha pasado

a ser un hijo de Dios justo y santo. Quienestá en Cristo es una nueva criatura; lascosas viejas pasaron, he aquí todas sonhechas nuevas (2ª Co. 5:17).

En lo que concierne al principio dela nueva vida que está en el creyente, noes posible que pueda de manera perma-nente y completa volver atrás y apartarsede Cristo. La vida de un cristiano no con-siste en una serie de actos separados porlos que se está apartando y volviendo otravez al Salvador. A veces puede parecerque este es el caso. En su vida conscienteno siempre vive en estrecha comunióncon el Señor. Además, puede caer en elpecado, y durante un tiempo parecerleque su relación con Jesús ha quedadototalmente rota. Sin embargo, a causa delprincipio de la nueva vida que está en elcreyente, tal cosa no puede ocurrir nunca.Puede que, más aún, seguro que ocurriría,cayese del contacto con Cristo si, aunquefuera por un solo instante, permanecer enél dependiese del poder y la voluntad delhombre. Mas así como el ir a Cristo es elfruto de la acción de llevar que el Padrerealiza por el Espíritu de Cristo, de lamisma manera permanecer en él es resul-tado de estar mantenidos en la poderosamano de Cristo y del Padre. El Salvadormismo lo declara: "Y yo les doy vidaeterna; y no perecerán jamás, ni nadie lasarrebatará de mi mano. Mi Padre que me

13CADA VEZ MÁS CERCA

Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. (2ª P. 3:18 )

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las dio, es mayor que todos, y nadie laspuede arrebatar de la mano de mi Padre"(Jn. 10:28-30).

Con todo y ser verdad lo anterior,no quita, sin embargo, que pueda decirseen otro sentido que el acto de ir a Cristo,hasta el día de nuestra muerte, nunca estácumplido y terminado. Cuando unovuelve al hogar después de un largo viaje,el acto de venir termina tan pronto comose llega a casa. No es lo mismo en el actoespiritual de ir a Cristo. Lo cual se debe aque aunque el cristiano es por principiocompletamente salvo en cuanto se apro-pia a Cristo, no obstante, aún sigue en lacarne, en su vieja naturaleza y, además, enmedio de este mundo. Y todo lo que esde la carne y del mundo tiende continua-mente a apartarle de Jesús y de las cosasespirituales del reino de Dios. Según elprincipio de salvación que está en él porgracia, es perfectamente justo delante deDios, justificado en Cristo; pero según elviejo hombre, es corrupto, vendido alpecado. El nuevo hombre en él es celes-tial, pero su antigua naturaleza es terre-nal. Por ello podemos decir con todacerteza, que su acto de ir a Jesús nuncaestá concluido. Se trata de un acto cons-tante de fe. Continuamente se aparta delpecado, se arrepiente, va a Cristo y buscarefugio en él como el Dios de su salva-ción.

De manera que, aunque el creyenteva a Cristo de una vez por todas cuandolo recibe y se apropia de él, no obstante,también es verdad que, en un desarrollosano y normal, se acerca a él más y máscada vez. Su conocimiento del pecado ysu dolor se hacen más profundos, su apre-hensión y reconocimiento de las riquezasde Cristo aparecen más claros y plenos;su necesidad y anhelo del Salvador sonmás fervientes; su apropiación de Cristo y

todos sus beneficios llega a ser más seguray completa. Sí, más cerca, siempre máscerca, hacia la plenitud y riqueza deCristo como está revelado en el evange-lio; y de esta manera Cristo es más y másformado en el creyente.

La necesidad del crecimiento en lagracia, y que el creyente tenga una apro-piación constante de Cristo es enfatizadacon fuerza en la Escritura. Se nos amo-nesta a que no nos conformemos a estemundo, sino que seamos transformadospor la renovación de nuestro entendi-miento, para que comprobemos la buenavoluntad de Dios, agradable y perfecta(Ro. 12:2). Y mirando a cara descubierta,como en un espejo, la gloria del Señor,somos transformados de gloria en gloriaen la misma imagen, como por el Espíritudel Señor (2ª Co. 3:18). En Efesios 4:11-16 se nos enseña que Cristo "constituyó aunos, apóstoles; a otros, profetas; a otros,evangelistas; a otros, pastores y maestros,a fin de perfeccionar a los santos para laobra del ministerio, para la edificación delcuerpo de Cristo, hasta que todos llegue-mos a la unidad de la fe y del conoci-miento del Hijo de Dios, a un varónperfecto, a la medida de la estatura de laplenitud de Cristo; para que ya no sea-mos niños fluctuantes, llevados pordoquiera de todo viento de doctrina, porestratagema de hombres que para engañaremplean con astucia las artimañas delerror, sino que siguiendo la verdad enamor, crezcamos en todo en aquel que esla cabeza, esto es, Cristo, de quien todo elcuerpo, bien concertado y unido entre sípor todas las coyunturas que se ayudanmutuamente, según la actividad propia decada miembro, recibe su crecimiento parair edificándose en amor". El apóstol ruegapor los santos de Filipos para que su amor"abunde más y más en ciencia y en todoconocimiento, para que aprobéis lo

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63 TU REINO

mejor, a fin de que seáis sinceros e irre-prensibles para el día de Cristo" (Fil.1:9,10). Y a la iglesia de Colosas escribeque deben estar arraigados y sobreedifica-dos en Cristo, así como han sido enseña-dos, abundando en acciones de gracias; yque deben estar vigilantes, no sea quealguien les engañe por medio de filosofíasy huecas sutilezas, porque sólo en Cristohabita corporalmente toda la plenitud dela Deidad (Col. 2:7-9). Los creyentesdeben, como niños recién nacidos, desearla leche verdadera de la Palabra para quepor ella crezcan (1ª P. 2:2); y deben cre-cer en la gracia y en el conocimiento denuestro Señor y Salvador Jesucristo (2ª P.3:18).

Este crecimiento en la gracia con-siste exactamente en un apropiarse másestrechamente cada vez al Cristo de laEscritura. Tenemos que acercarnos cadavez más. Él es la Cabeza; en él habita todala plenitud; fuera de Cristo no tenemosnada. Somos salvos sólo porque él habitaen nosotros. Crecer en la gracia, por lotanto, solamente puede significar queCristo se forma más y más en nosotros, ynos hacemos cada vez más semejantes aél. Tenemos que estar arraigados ysobreedificados en él; ser cambiados a suimagen y llegar a la unidad de la fe y delconocimiento del Hijo de Dios; y tene-mos que adelantar más conforme a lamedida de la estatura de la plenitud deCristo, y crecer en él, que es la Cabeza.Este llegar cada vez más cerca no es unamera experiencia sentimental, un gozomístico de salvación, o un asunto de bea-tos sentimientos y emociones. Al contra-rio, significa, por un lado, que en nosotrosmismos estamos más completamenteperdidos y deshechos, y a Cristo se le veen mayor riqueza y grandeza como elobjeto y base de nuestra fe y esperanza; yal mismo tiempo, por otra parte, Cristo

se refleja cada vez más en la belleza de susvirtudes espirituales en todo nuestrocaminar y manera de vivir.

Es verdad que cuando al principiocreemos en Cristo, conocemos y confesa-mos que somos pecadores, perdidos ycondenados delante de Dios. Pero todauna vida no sería suficiente para mostrar-nos lo realmente miserables, corruptos yprofundamente pecaminosos que somos.Es al crecer en la gracia y acercarnos mása Cristo cuando reconocemos con mayorplenitud y profundidad que en verdadvivimos en la muerte, y que todas nues-tras justicias no son sino trapos de inmun-dicia. Nos volvemos más sensiblesespiritualmente; de manera que pecadosque antes nunca habíamos percibido,ahora son vigorosamente resaltados. Loque antes ni siquiera considerábamoscomo pecado, ahora es motivo de arre-pentimiento y aborrecimiento. Nuestropesar y dolor según Dios se hace más real;y al crecer en el conocimiento y tristezapor el pecado, Cristo nos parece aún másprecioso cada día. Le contemplamos conmayor claridad en toda la riqueza y pleni-tud de su gracia. Le reconocemos másintensamente como el único que puedecubrir nuestras necesidades; como nues-tro Pan y Agua de Vida; como nuestraVida y Resurrección. Suspiramos y tene-mos hambre y sed de él con más fervor. Ylas bendiciones de su gracia, la justicia yel perdón de pecados, la adopción comohijos y herederos, la sabiduría y el conoci-miento, la santificación y redención, y laesperanza de la vida y gloria eternas, senos hacen aún más preciosas. Es verdadque cuando creímos al principio enCristo, ya nos apropiamos y tomamos node una parte, sino de él mismo, pleno ycompleto; pero también es verdad que noalcanzamos a comprender las gloriosasriquezas de salvación que habían llegado a

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64 TU REINO

ser nuestras. Todos los años de nuestravida presente no serían suficientes parahacernos poseedores conscientes de tan-tas bendiciones de la gracia. Por eso esnecesario estar cada vez más cerca deCristo, que es la Cabeza, en el único quehabita toda la plenitud.

Como fuimos a Cristo, así nos acer-camos más cada vez. Cuanto más plena-mente perdidos en sí mismos nos veamos,como tiene que ser para que Cristo vivaen nosotros por la fe, mayor será el creci-miento en virtudes espirituales y refleja-remos más a Cristo en todo nuestrocaminar y manera de vivir en el mundo.Será formado en nosotros y se manifes-tará a través nuestro en las virtudes espi-rituales de santidad, amor, mansedumbre,humildad, paciencia, longanimidad, tem-planza en todas las cosas, oración y acciónde gracias. Nos ocuparemos en nuestrasalvación con temor y temblor sabiendoque es Dios quien produce en nosotrosasí el querer como el hacer según subuena voluntad. Amaremos la justicia yaborreceremos el pecado, al cual rehuire-mos, y buscaremos el bien; mantendre-mos nuestras ropas limpias en medio deun mundo de tinieblas y corrupción, yviviremos en firme antítesis y en separa-ción espiritual del mundo y sus obrasinfructuosas de tinieblas, representandola causa del Hijo de Dios, caminandocomo hijos de luz, sufriendo con él paraque también seamos con él glorificados.

De esta manera nos acercamos cadavez más a Cristo.

Lo mismo que nuestra primeraapropiación de Cristo, este constante ir aél es también el fruto de su propia acciónpor la cual nos atrae por medio del Espí-ritu a través del evangelio. En ese evange-lio se revela la plenitud de Cristo; si

queremos, pues, acercarnos a él y creceren la gracia, tenemos que crecer en suconocimiento espiritual; y para ello debe-mos crecer constantemente en el conoci-miento del evangelio, esto es, de lasSagradas Escrituras. En conexión con locual, conviene hacer una o dos observa-ciones que son de mucha importancia,especialmente en nuestros días.

En primer lugar, si para el creci-miento espiritual es indispensable que loscreyentes crezcan en el conocimiento delevangelio tal como está revelado en laEscritura, es evidente que en ese respectola Iglesia (me refiero a la Iglesia consti-tuida con su principal vocación en elministerio de la Palabra) tiene unaenorme responsabilidad. Se trata de laresponsabilidad de predicar el evangelioen toda su plenitud e implicaciones, puroy sin adulteración: todo el consejo deDios. La Iglesia no debe consentir que seproclame desde el púlpito la filosofíahumana; no le es lícito tener pacienciacon las falsas doctrinas; tiene que insistiren la predicación de la pura Palabra deDios, y nada más. No puede escapar anuestra consideración que dondequieraque las Escrituras hablan del crecimientode los creyentes en Cristo, también se lesadvierte contra los falsos maestros y con-tra la filosofía del mundo. Las falsas doc-trinas no pueden hacer crecer a lossantos, pues éstas no son pan, sino pie-dras. En la medida que una iglesiacomienza a mezclar la predicación de laPalabra con la filosofía carnal de los hom-bres, sus miembros serán débiles y frági-les, anémicos espiritualmente; mientrasque, por otro lado, en la medida que pro-clame el puro evangelio y sea vigilantecontra la intrusión de falsos enseñadores,sus miembros serán espiritualmente sanosy fuertes, y crecerán en la gracia y el

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conocimiento de nuestro Señor y Salva-dor Jesucristo.

No obstante, incluso esto no es sufi-ciente.

La predicación de la Palabra debeser no sólo pura y sin adulteración; tam-bién debe ser rica y completa: tiene quecontener todo el consejo de Dios. El bebéno puede crecer fuerte y robusto si siem-pre le estás dando leche. Viene el tiempocuando necesita alimento sólido. Lomismo ocurre espiritualmente. La procla-mación de un evangelio que puedas escri-birlo en la uña de un dedo, seguro que nopodrá dar crecimiento espiritual a los san-tos en Cristo. La predicación de la Pala-bra debe proclamar a Cristo completocomo la revelación del Dios de nuestrasalvación: todos los misterios del evange-lio. La predicación tiene que ser exposi-tiva y adoctrinante. Tengamos muchocuidado con el falso lema: "La doctrina noimporta, con tal que se predique el evan-gelio". Eso es lo que dice el demonio. LaIglesia tiene que crecer en Cristo y estarfundada en la verdad; debe crecer enconocimiento. Y eso significa que nece-sita doctrina. Por lo tanto, a través delministerio de la Palabra, tiene la obliga-ción de adoctrinar a sus miembros entodo el conocimiento de la plenitud deCristo.

Esto también implica que cada cre-yente está llamado a buscar con diligenciay atender ese ministerio de la Palabra. Essu sagrado llamamiento unirse a esa igle-sia aquí en la tierra en la que se prediquecon más pureza la Palabra de Dios, ysepararse de toda manifestación de laiglesia falsa. Nunca debe hablar con des-precio de la Iglesia, ni tener en poco elministerio de la Palabra, o imaginar quepuede crecer en la gracia igual edificán-

dose a sí mismo en su casa. Pues es preci-samente por medio del ministerio de laPalabra que Cristo habla y edifica a suIglesia; y, a través de ese ministerio, en lacomunión de los santos, él atrae a lossuyos y ellos le siguen y vienen más cercacada día.

Tal es el camino del crecimientoespiritual y del crecimiento en la gracia.Camino que ha sido abandonado y casiolvidado por la mayor parte de lo que sellama Iglesia en nuestros días, acarreandocon ello su propia destrucción. Es uncamino despreciado por miles de los queprofesan ser cristianos. Mas, a pesar detodo, es el único camino que existe. Ynosotros convocamos a la Iglesia y a cadacreyente particular a que vuelva a él, paraque ya no seamos como niños, fluctuan-tes y llevados por todo viento de doc-trina, sino que crezcamos en aquel que esla Cabeza, esto es, nuestro Señor Jesu-cristo.

Está claro, pues, que nuestro ir aCristo nunca queda terminado en estavida. Siempre será sólo un pequeño prin-cipio de la nueva vida lo que tendremosen tanto que estemos en el cuerpo de estamuerte; siempre conocemos en parte,hasta que veamos cara a cara. El paso finalde nuestro ir a Jesús no lo daremos hastaque la casa terrenal de este tabernáculosea deshecha y entremos en nuestra casade Dios, no hecha a mano, eternal en loscielos. Al otro lado de la muerte y delsepulcro nos espera el perfecto conoci-miento y la semejanza de Cristo, en eldominio de la resurrección, donde él haránuestros cuerpos mortales semejantes alsuyo glorioso, y nos atraerá a sí mismo eneterna perfección por su Palabra final:"¡Venid, benditos de mi Padre, heredad elreino preparado para vosotros desde antesde la fundación del mundo!" ¡Entonces

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TODO EL QUE QUIERA

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seremos semejantes a él y le veremos caraa cara!

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