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TODA LA HISTORIA QUE CONVENGA Martin Pawley T odos los movimientos arquitectónicos, al igual que los movimientos artísticos, literarios y políticos, están creados por teóricos en lugar de por prosionales dedicados a la práctica. Inevitablemente, para ta- les personas el presente aparece complicado y multivalente; el pasado, cil de ser tratado con amplias generalizaciones. Esto es así porque po- cos movimientos son exhumados de rma re- trospectiva, pero muchos de ellos se encuentran en el presente e incluso más en el turo inme- diato. En realidad, los teóricos situados de hoy, que examinan el campo desde sus estudios dise- ñados de acuerdo con los libros y ubicados en las politécnicas y universidades, están obligados a inventar movimientos porque sus carreras -no menos que las de los mineros y los pescadores- dependen de ello. A cuantos más movimientos puedan darles nombres, más éxitos tendrán. Y los estándares de productividad son ya al- tos. Sir Banister Fletcher, en su mosa Historia6 de6la6Arquitectura,6 un tomo monstruoso publica- do por primera vez en 1896 y que ahora va por su edición número 18, descubre cuarenta estilos direntes desde los tiempos de los raones hasta lo últimos años de la Reina Victoria. El más riguroso historiador de la arquitectura, Fritz Baumgart, que escribía setenta años después, detectaba sólo trece estilos en los seis mil años trancurridos desde la antigua Mesopotamia. Mucho más artunado e el crítico arquitectó- nico anglo-estadounidense Charles Jencks, quien, en un libro de 1973 titulado Movimientos6 modernos6 en6 la6arquitectura,6 encontraba no me- nos de seis estilos en los cuarenta años transcu- rridos desde el final de la Gran Guerra. Todos esos autores -incluido Jencks, quien posteriormente promovió de manera agresiva este estilo- escribían antes de que la existencia del posmodernismo en la arquitectura era ge- neralmente aceptada. Con la excepción de Banister Fletcher, que utilizó el término «arquitectura estadouniden- se», todos podían haber sido inducidos a des- cender a un mínimo debate distendido de sólo tres estilos para los últimos mil años: gótico, re- nacimiento y moderno. Frente a este triunvira- to, los quince años de posmodernismo parecen particularmente insubstanciales. lEs únicamen- te el estilo número 41, con probabilidades de \entrar en un nuevo encuadramiento académico la semana que viene, o es realmente el estilo número cuatro? Presentada en su máxima simpleza, la arqui- 47 tectura posmoderna es una rma nueva de construir que parece como si era vieja. En un extremo, se presenta como el desartunado Fa- ro de Winstanley de 1698, en las aeras de Ply- mouth, cubierto con balaustradas y balcones, ojos de buey y rústicas esquinas donde uno es- peraría encontrar algo pulido y a escuadra; en el otro, flirtea con el Art6Deco6 de la década de los años treinta. Entre esos dos puntos, recoge toda la historia que puede caberle en las manos, de manera que su última apariencia es más teatral que históricamente correcta. Proyecto de Jeremy Dixon. T r afalgar Square. La cha de comienzos del posmodernismo en la arquitectura es característicamente oscura. Algunos ven sus orígenes en las cariátides clási- cas que soportan el parche de entrada del edifi- cio de apartamentos «Highpoint II», en el norte de Londres, construido en 1938 por Berthold Lubetkin, que sin ellos sería inhumanamente moderna. El propio Jencks pretendía en 1977 que comenzó con la demolición de parte de un moso y moderno proyecto de viviendas en vertical en St. Louis -el Pruitt Igoe- «el 15 de julio de 1972, a las 3.32 p.m.». Desgraciadamen- te, con posterioridad se vio obligado a admitir que la cha era incorrecta (o «simbólica», como él prería decir). Otro contendiente, el historiador Nicolaus Pevsner, reivindicaba en 1966 que el Real Cole- gio de Médicos situado en el lado sur de Re- gents Park y construido en 1960 por Denys Las- dun era el primer edificio «posmoderno». A pesar de esta incertidumbre radical -algo parecido a las ocasionales dudas sobre la auten- ticidad que rondan las grandes pinturas del mundo- el posmodernismo en arquitetura no es menos importante que el SDP (Partido Social Demócrata) en política. Además de la promesa de ma y éxito que oece a los que lo practi- can, para los burócratas y los empresarios del medio ambiente edificado, en sus interminables batallas para reconciliar lo irreconciliable, repre- senta una nueva clase de navaja suiza (algo que sirve para todo).

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Page 1: TODA LA HISTORIA QUE CONVENGA - CVC. Centro Virtual … · 2019. 6. 24. · cio de apartamentos «Highpoint II», en el norte de Londres, construido en 1938 por Berthold Lubetkin,

TODA LA HISTORIA QUE CONVENGA

Martin Pawley

Todos los movimientos arquitectónicos, al igual que los movimientos artísticos, literarios y políticos, están creados por teóricos en lugar de por profesionales

dedicados a la práctica. Inevitablemente, para ta­les personas el presente aparece complicado y multivalente; el pasado, fácil de ser tratado con amplias generalizaciones. Esto es así porque po­cos movimientos son exhumados de forma re­trospectiva, pero muchos de ellos se encuentran en el presente e incluso más en el futuro inme­diato. En realidad, los teóricos situados de hoy, que examinan el campo desde sus estudios dise­ñados de acuerdo con los libros y ubicados en las politécnicas y universidades, están obligados a inventar movimientos porque sus carreras -no menos que las de los mineros y los pescadores­dependen de ello. A cuantos más movimientos puedan darles nombres, más éxitos tendrán.

Y los estándares de productividad son ya al­tos. Sir Banister Fletcher, en su famosa Historiade la Arquitectura, un tomo monstruoso publica­do por primera vez en 1896 y que ahora va por su edición número 18, descubre cuarenta estilos diferentes desde los tiempos de los faraones hasta lo últimos años de la Reina Victoria. El más riguroso historiador de la arquitectura, Fritz Baumgart, que escribía setenta años después, detectaba sólo trece estilos en los seis mil años trancurridos desde la antigua Mesopotamia. Mucho más afortunado fue el crítico arquitectó­nico anglo-estadounidense Charles Jencks, quien, en un libro de 1973 titulado Movimientosmodernos en la arquitectura, encontraba no me­nos de seis estilos en los cuarenta años transcu­rridos desde el final de la Gran Guerra.

Todos esos autores -incluido Jencks, quien posteriormente promovió de manera agresiva este estilo- escribían antes de que la existencia del posmodernismo en la arquitectura fuera ge­neralmente aceptada.

Con la excepción de Banister Fletcher, que utilizó el término «arquitectura estadouniden­se», todos podían haber sido inducidos a des­cender a un mínimo debate distendido de sólo tres estilos para los últimos mil años: gótico, re­nacimiento y moderno. Frente a este triunvira­to, los quince años de posmodernismo parecen particularmente insubstanciales. lEs únicamen­te el estilo número 41, con probabilidades de

\entrar en un nuevo encuadramiento académico la semana que viene, o es realmente el estilo número cuatro?

Presentada en su máxima simpleza, la arqui-

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tectura posmoderna es una forma nueva de construir que parece como si fuera vieja. En un extremo, se presenta como el desafortunado Fa­ro de Winstanley de 1698, en las afueras de Ply­mouth, cubierto con balaustradas y balcones, ojos de buey y rústicas esquinas donde uno es­peraría encontrar algo pulido y a escuadra; en el otro, flirtea con el Art Deco de la década de los años treinta. Entre esos dos puntos, recoge toda la historia que puede caberle en las manos, de manera que su última apariencia es más teatral que históricamente correcta.

Proyecto de Jeremy Dixon. Trafalgar Square.

La fecha de comienzos del posmodernismo en la arquitectura es característicamente oscura. Algunos ven sus orígenes en las cariátides clási­cas que soportan el parche de entrada del edifi­cio de apartamentos «Highpoint II», en el norte de Londres, construido en 1938 por Berthold Lubetkin, que sin ellos sería inhumanamente moderna. El propio Jencks pretendía en 1977 que comenzó con la demolición de parte de un famoso y moderno proyecto de viviendas en vertical en St. Louis -el Pruitt Igoe- «el 15 de julio de 1972, a las 3.32 p.m.». Desgraciadamen­te, con posterioridad se vio obligado a admitir que la fecha era incorrecta (o «simbólica», como él prefería decir).

Otro contendiente, el historiador Nicolaus Pevsner, reivindicaba en 1966 que el Real Cole­gio de Médicos situado en el lado sur de Re­gents Park y construido en 1960 por Denys Las­dun era el primer edificio «posmoderno».

A pesar de esta incertidumbre radical -algo parecido a las ocasionales dudas sobre la auten­ticidad que rondan las grandes pinturas del mundo- el posmodernismo en arquite¡;:tura no es menos importante que el SDP (Partido Social Demócrata) en política. Además de la promesa de fama y éxito que ofrece a los que lo practi­can, para los burócratas y los empresarios del medio ambiente edificado, en sus interminables batallas para reconciliar lo irreconciliable, repre­senta una nueva clase de navaja suiza (algo que sirve para todo).

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PAR,4 ACAB,4.R Cozv LA POSMODERNTnA n

Como muy bien entienden los golpeados y machacados caballeros del viejo Movimiento Moderno, el posmodernismo -particularmente en la Gran Bretaña de hoy- es la pica o aguijón de la privatización conservadora en el mundo de la arquitectura. El venerable modernista Bert­hold Lubetkin puede (a pesar de sus enigmáti­cas cariátides) despachar la obra de James Stir­ling, Terry Farrell y Jeremy Dixon como «Hep­plewhite y Chippendale travestidos», pero a la edad de 85 años ha dejado de adular en busca de futuros encargos -si es que realmente lo hizo alguna vez.

Por el otro lado, los arquitectos más jóvenes, con hipotecas y letras en descubierto, contem­plan con una mezcla de temor y ansiedad los lo­gros de los «nuevos forjadores» post-modernos, como Ron Sidell y Paul Gibson -quienes gana­ron el concurso de Grandes Edificios de Trafal­gar Square con algo casi idéntico al tipo de cons­trucción que ya existía en el lugar-. lQué im­porta -se preguntan sombríamente- si están o no equivocados?

Aquí el posmodernismo presenta otra incerti­dumbre. Uno se acuerda de Napoleón, quien, cuando se le informó del poder del Vaticano, re­plicó con una pregunta sardónica: l«Cuántas di­visiones tiene el Papa?» La respuesta, por su­puesto, era «Ninguna» -pero el Vaticano sobre­vivió ciertamente al Primer Imperio-. Por eso, debemos tener cuidado de no rechazar el pos­modernismo por el evidentísimo motivo de que carece de objetivo económico a largo plazo.

de cada uno de ellos: de Foster, el Hongkong and Shanghai Bank, de alta tecnología, que ha costado 600 millones de libras esterlinas; de Ro­gers, el Lloyd's of Londres, también de alta tec­nología, con un coste de 160 millones de libras; y de Stirling, el Museo Stuttgart Staatsgalerie, dedicado al arte posmoderno, con un coste de 30 millones de libras. La diferencia en los costes de construcción es significativa, porque incluso si una de las pocas generalizaciones que pueden hacerse sobre el posmodernismo es que resulta sorprendentemente barato, hay que admitir también que la despreciable cantidad de 30 mi­llones le sitúa a uno realmente en muy sólida compañía.

La forma en que el posmodernismo consiguió su merecida reputación de baratura constituye en sí mismo una interesante historia -particu­larmente porque los arquitectos modernos ha­bían venido atribuyendo durante años la ausen­cia de decoración en sus edificios a los baratos métodos mecánicos y a la decadencia del apren­dizaje artesanal durante la guerra-. Una de las primeras cosas a retener es que mucho más que los modernos, los edificios posmodernos no son en absoluto construcciones nuevas, sino caras restauraciones de viejas estructuras.

Terry Farrel, que es, con James Stirling, el más conocido de los posmodernistas británicos, fue uno de los primeros que explotaron este producto de la crisis económica de la década de los sesenta, haciendo un uso franco de ello -en forma de gigante huevera de fibra de vidrio so-

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Proyecto de James Stirling, Michael Wilford y Asociados para Trafa/gar Square.

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Una prueba perfecta de esto es la actual expo­sición «Nueva Arquitectura» en la Royal Acade­my, que ha costado 500.000 libras esterlinas. De­dicada a la obra de los tres arquitectos británicos internacionalmente más famosos -Norman Foster, Richard Rogers y James Stirling- la muestra se centra en el edificio mejor conocido

bre el tejado de TV-AM- como substituto de la decoración artesanal; pero, lo que es más impor­tante, engañando a la mayor parte del mundo al hacerle creer que el edificio de TV-AM era un edificio nuevo y no una fachada como una del­gada oblea puesta delante de un viejo garage de varios pisos.

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PAR,4 ACAB ir "

•.,-¡CON LA POSMODERNTnA n

Pero el posmodernismo no es únicamente al­go relacionado con experimentos baratos y vis­tosos para dar un poco de lustre a los locales. Tiene también una utilidad política. Algunos planificadores obsesionados por la simple y ex­tremadamente ahistórica noción de que los edi­ficios próximos entre sí deben «fundirse unos con otros», han encontrado mucho que reco­mendar en el tratamiento posmoderno de la res­tauración a voleo y del relleno de los espacios.

Unas cuantas ventanas divertidas y algo de fá­brica de ladrillo son más populares que el hor­migón prefabricado y el vidrio, tanto en los su­burbios como en la High Street. Además, re­mendar con diseños posmodernos de encargo es más divertido que exigir la conservación de las fachadas existentes, o que aventurarse por el área, con frecuencia costosa, de la esmerada re­construcción según los más cultos estándares de Heritage.

Al final, es en la obscura zona en la que la ar­quitectura encuentra dinero donde, en última instancia, se decidirá el destino del posmoder­nismo. A pesar de la muy anunciada «muerte del modernismo», los arquitectos de la alta tec­nología son capaces aún, como hemos visto, de poner sus manos en encargos espectacularmen­te caros siempre que lo que realmente está en juego sea el prestigio y la calidad. Y aunque los posmodernistas se han mostrado adeptos a mo­verse a través de los campos de minas del pla­neamiento, como lo atestiguan Sidell y Gibson en los Grandes Edificios, parecen incapaces de dar satisfacción a los más distinguidos y podero­sos líderes del lobby de la conservación.

Estos individuos -un puñado de los cuales dio el alto al proyecto de Mies van der Rohe pa­ra la plaza de Mansion House- muestran una

El Banco de China en Hongkong. Arquitecto Norman Foster.

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Centro Pompidou. París. Piano y Rogers, arquitectos.

creciente preferencia por el resurgimiento de la arquitectura clásica y parecen determinados a hacérselo pasar mal a James Stirling junto con los sucesores posmodernos del proyecto que ha diseñado para Peter Palumbo. «Si se quieren motivos históricos y una planificación urbana axial -dicen- lpor qué entonces no tenerlo de verdad, diseñado a partir de los modelos del si­glo XVIII y edificado con buenos materiales, a la antigua usanza?

Este argumento, inconcebible hace una gene­ración, gana ahora fuerza año tras año, impulsa­do por el alza del valor de los bienes inmuebles. Detrás de él se encuentra la mano de los 6 billo­nes de libras esterlinas de la industria turística, así como el corazón del verdadero amante de la antigüedad. Para ambos, Inglaterra como un museo de edificios georgianos entrelazado con los parques científicos de alta tecnología es un género vendible, pero Inglaterra como una co­lección de baratas bromas arquitectónicas no lo es.

En Gran Bretaña, el mayor enemigo del pos­modernismo no es el futuro sino el pasado, por­que en la forma de construir, como en tantas otras muchas formas de hacer, hemos llegado a ser una cultura de herencias, y lo que mejor hacemos es reelaborar un tanto e el pasado.