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2 5 10 15 20 25 30 35 40 45 50 55 The Big Sleep by Raymond Chandler 1 It was about eleven o’clock in the morning, mid October, with the sun not shining and a look of hard wet rain in the clearness of the foothills. I was wearing my powder-blue suit, with dark blue shirt, tie and display handkerchief, black brogues, black wool socks with dark blue clock, on them. I was neat, clean, shaved and sober, and I didn’t care who knew it. I was everything the well-dressed private detective ought to be. I was calling on four million dollars. The main hallway of the Sternwood place was two stories high. Over the entrance doors, which would have let in a troop of Indian elephants, there was a broad stained-glass panel showing a knight in dark armour rescuing a lady who was tied to a tree and didn’t have any clothes on but some very long and convenient hair. The knight had pushed the vizor of his helmet back to be sociable, and he was fiddling with the knots of the ropes that tied the lady to the tree and not getting anywhere. I stood there and thought that if I lived in the house, I would sooner or later have to climb up there and help him. He didn’t seem to be really trying. There were french doors at the back of the hall, beyond them a wide sweep of emerald grass to a white garage, in front of which a slim dark young chauffeur in shiny black leggings was dusting a maroon Packard convertible. Beyond the garage were some decorative trees trimmed as carefully as poodle dogs. Beyond them a large greenhouse with a domed roof. Then more trees and beyond everything the solid, un- even, comfortable line of the foothills. El sueño eterno (1939) by R. Chandler Trad. de José Luis López Muñoz, 2001 Alianza Editorial, S.A., Madrid, 2001 Uno Eran más o menos las once de un día nu- blado de mediados de octubre, y se tenía la sensación de que podía empezar a llover con fuerza pese a la limpidez del cielo en las estribaciones de la sierra. Me había puesto el traje azul añil, con camisa azul marino, cor- bata y pañuelo a juego en el bolsillo del pe- cho, zapatos negros, calcetines negros de lana con dibujos laterales de color azul marino. Iba bien arreglado, limpio, afeitado y sobrio y no me importaba nada que lo notase todo el mun- do. Era sin duda lo que debe ser un detective privado bien vestido. Me disponía a visitar a cuatro millones de dólares. El vestíbulo principal de la residencia Sternwood tenía una altura de dos pisos. Sobre la doble puerta principal, que hu- biera permitido el paso de una manada de elefantes indios, había una amplia vidrie- ra que mostraba a un caballero de oscura armadura rescatando a una dama atada a un árbol y sin otra ropa que una cabellera muy larga y conveniente. El adalid había levantado la visera del casco para mostrar- se sociable, y estaba tratando de deshacer los nudos que aprisionaban [7] a la dama, pero sin conseguir ningún resultado prác- tico. Me quedé allí parado y pensé que, si viviera en la casa, antes o después tendría que trepar allí arriba para ayudarle. No daba la impresión de esforzarse mucho. Había puertas—ventanas al fondo del vestíbulo y, más allá, una amplia exten- sión de césped color esmeralda que llega- ba hasta un garaje muy blanco, delante del cual un joven chófer, esbelto y moreno, con relu- cientes polainas negras, limpiaba un Packard descapotable de color granate. Más allá del garaje se alzaban algunos árboles ornamen- tales, arreglados con tanto cuidado como si fueran caniches. Y todavía quedaba sitio para un invernadero de grandes dimensio- nes con techo abovedado. Finalmente más árboles y, al fondo de todo, la línea sólida, desigual y cómoda de las últimas estribaciones de la sierra. El Sueño Eterno de R.Chandler trad. de J.A.Lara revisada en parte antes de aparecer la de J.L.L.M. I Eran cerca de las once de la ma- ñana, a mediados de octubre. El sol no brillaba y en la claridad de las faldas de las colinas se apreciaba que había llovido. Vestía mi traje azul plomizo con camisa azul oscuro, cor- bata y vistoso pañuelo fuera del bol- sillo, zapatos negros y calcetines de lana del mismo color adornados con ri- betes azul oscuro. Estaba aseado, lim- pio, afeitado y sereno, y no me impor- taba que se notase. Era todo lo que un detective privado debe ser. Iba a visitar cuatro millones de dólares. El recibidor del chalet de los Sternwood tenía dos desniveles. Encima de las puertas de entrada, capaces de per- mitir el paso de un rebaño de elefantes indios, había un vitral en el que figuraba un caballero con armadura antigua resca- tando una dama que se hallaba atada a un árbol, sin más encima que una larga y muy oportuna cabellera. Tenía levantada la vi- sera de su casco, como muestra de so- ciabilidad, y manipulaba con las cuer- das que ataban a la dama, al parecer sin resultado alguno. Me detuve un mo- mento y pensé que de vivir yo en esta casa, tarde o temprano tendría que su- bir allí y ayudarle, ya que parecía que él, realmente, no lo intentaba. La parte trasera del vestíbulo tenía puertaventanas; tras ellas, un gran tapiz de césped esmeralda se extendía delan- te de un garaje blanco, ante el cual el chófer, joven, moreno y esbelto, con bri- llantes polainas negras, limpiaba un Packard descapotable, color castaño. De- trás del garaje había árboles recortados tan cuidadosamente como el pelaje de los perros de lanas, y después de ellos, un inmenso invernadero con techo en forma de cúpula. A continuación había más árboles y, completamente al fondo, se veían las líneas sólidas, desiguales y apaci- bles de las faldas de las colinas. maroon : castaño, marrón, reddish

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Chandler’s Sleep tr. de J. L. López Muñoz tr. de J. A. Lara con alguna revisión

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The Big Sleepby Raymond Chandler

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It was about eleven o’clockin the morning, mid October, withthe sun not shining and a look ofhard wet rain in the clearness ofthe foothills. I was wearing mypowder-blue suit, with dark blueshirt, tie and display handkerchief,black brogues, black wool sockswith dark blue clock, on them. Iwas neat, clean, shaved and sober,and I didn’t care who knew it. I waseverything the well-dressed privatedetective ought to be. I was callingon four million dollars.

The main hallway of theSternwood place was two stories high.Over the entrance doors, which wouldhave let in a troop of Indian elephants,there was a broad stained-glass panelshowing a knight in dark armourrescuing a lady who was tied to a treeand didn’t have any clothes on but somevery long and convenient hair. Theknight had pushed the vizor of hishelmet back to be sociable, and he wasfiddling with the knots of the ropes thattied the lady to the tree and not gettinganywhere. I stood there and thought thatif I lived in the house, I would sooneror later have to climb up there and helphim. He didn’t seem to be really trying.

There were french doors atthe back of the hall, beyond thema wide sweep of emerald grass toa white garage, in front of whicha slim dark young chauffeur inshiny black leggings was dustinga maroon Packard convertible.Beyond the garage were somedecorative trees trimmed ascarefully as poodle dogs. Beyondthem a large greenhouse with adomed roof. Then more trees andbeyond everything the solid, un-even, comfortable line of thefoothills.

El sueño eterno (1939) by R. ChandlerTrad. de José Luis López Muñoz, 2001Alianza Editorial, S.A., Madrid, 2001

Uno

Eran más o menos las once de un día nu-blado de mediados de octubre, y se tenía lasensación de que podía empezar a llover confuerza pese a la limpidez del cielo en lasestribaciones de la sierra. Me había puesto eltraje azul añil, con camisa azul marino, cor-bata y pañuelo a juego en el bolsillo del pe-cho, zapatos negros, calcetines negros de lanacon dibujos laterales de color azul marino. Ibabien arreglado, limpio, afeitado y sobrio y nome importaba nada que lo notase todo el mun-do. Era sin duda lo que debe ser un detectiveprivado bien vestido. Me disponía a visitar acuatro millones de dólares.

El vestíbulo principal de la residenciaSternwood tenía una altura de dos pisos.Sobre la doble puerta principal, que hu-biera permitido el paso de una manada deelefantes indios, había una amplia vidrie-ra que mostraba a un caballero de oscuraarmadura rescatando a una dama atada aun árbol y sin otra ropa que una cabelleramuy larga y conveniente. El adalid habíalevantado la visera del casco para mostrar-se sociable, y estaba tratando de deshacerlos nudos que aprisionaban [7] a la dama,pero sin conseguir ningún resultado prác-tico. Me quedé allí parado y pensé que, siviviera en la casa, antes o después tendríaque trepar allí arriba para ayudarle. Nodaba la impresión de esforzarse mucho.

Había puertas—ventanas al fondo delvestíbulo y, más allá, una amplia exten-sión de césped color esmeralda que llega-ba hasta un garaje muy blanco, delante del cualun joven chófer, esbelto y moreno, con relu-cientes polainas negras, limpiaba un Packarddescapotable de color granate. Más allá delgaraje se alzaban algunos árboles ornamen-tales, arreglados con tanto cuidado como sifueran caniches. Y todavía quedaba sitiopara un invernadero de grandes dimensio-nes con techo abovedado. Finalmente másárboles y, al fondo de todo, la línea sólida,desigual y cómoda de las últimasestribaciones de la sierra.

El Sueño Eterno de R.Chandlertrad. de J.A.Lara revisada en parteantes de aparecer la de J.L.L.M.

I

Eran cerca de las once de la ma-ñana, a mediados de octubre. El solno brillaba y en la claridad de lasfaldas de las colinas se apreciaba quehabía llovido. Vestía mi traje azulplomizo con camisa azul oscuro, cor-bata y vistoso pañuelo fuera del bol-sillo, zapatos negros y calcetines delana del mismo color adornados con ri-betes azul oscuro. Estaba aseado, lim-pio, afeitado y sereno, y no me impor-taba que se notase. Era todo lo que undetective privado debe ser. Iba a visitarcuatro millones de dólares.

El recibidor del chalet de losSternwood tenía dos desniveles. Encimade las puertas de entrada, capaces de per-mitir el paso de un rebaño de elefantesindios, había un vitral en el que figurabaun caballero con armadura antigua resca-tando una dama que se hallaba atada a unárbol, sin más encima que una larga y muyoportuna cabellera. Tenía levantada la vi-sera de su casco, como muestra de so-ciabilidad, y manipulaba con las cuer-das que ataban a la dama, al parecer sinresultado alguno. Me detuve un mo-mento y pensé que de vivir yo en estacasa, tarde o temprano tendría que su-bir allí y ayudarle, ya que parecía queél, realmente, no lo intentaba.

La parte trasera del vestíbulo teníapuertaventanas; tras ellas, un gran tapizde césped esmeralda se extendía delan-te de un garaje blanco, ante el cual elchófer, joven, moreno y esbelto, con bri-llantes polainas negras, limpiaba unPackard descapotable, color castaño. De-trás del garaje había árboles recortadostan cuidadosamente como el pelaje delos perros de lanas, y después de ellos,un inmenso invernadero con techo enforma de cúpula. A continuación habíamás árboles y, completamente al fondo, seveían las líneas sólidas, desiguales y apaci-bles de las faldas de las colinas.

maroon : castaño, marrón, reddish

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On the east side of the hall afree staircase, tile-paved, rose to agallery with a wrought-iron railingand another piece of stained-glassromance. Large hard chairs withrounded red plush seats were backedinto the vacant spaces of the wallround about. They didn’t look as ifanybody had ever sat in them. In themiddle of the west wall there was abig empty fireplace with a brassscreen in four hinged panels, and overthe fireplace a marble mantel withcupids at the corners. Above themantel there was a large oil portrait,and above the portrait two bullet-tornor moth-eaten cavalry pennantscrossed in a glass frame. The portraitwas a stiffly posed job of an officer infull regimentals of about the time ofthe Mexican War. The officer had aneat black imperial, black mustachios,hot hard coal-black eyes, and thegeneral look of a man it would pay toget along with. I thought this mightbe General Sternwood’s grandfather.It could hardly be the General him-self, even though I had heard he waspretty far gone in years to have acouple of daughters still in thedangerous twenties.

I was still staring at the hotblack eyes when a door opened farback under the stairs. It wasn’t thebutler coming back. It was a girl.

She was twenty or so, smalland delicately put together, but shelooked durable. She wore pale blueslacks and they looked well on her.She walked as if she were floating.Her hair was a fine tawny wave cutmuch shorter than the current fashionof pageboy tresses curled in at thebottom. Her eyes were slate-grey, andhad almost no expression when theylooked at me. She came over near meand smiled with her mouth and shehad little sharp predatory teeth, aswhite as fresh orange pith and as shinyas porcelain. They glistened betweenher thin too taut lips. Her face lackedcolour and didn’t look too healthy.

‘Tall, aren’t you?’ she said.

En el lado este del vestíbulo una escaleraexenta, con suelo de azulejos, se alzaba hastauna galería con una barandilla de hierro for-jado y otra historia caballeresca recogida envidriera. Por todo el perímetro, grandes si-llas de respaldo recto con asientos redondosde felpa roja ocupaban espacios vacíos a lolargo de las paredes. No parecía que nadiese hubiera sentado nunca en ellas. En el cen-tro de la pared orientada hacia el oeste ha-bía una gran chimenea vacía con una panta-lla de latón dividida en cuatro paneles pormedio de bisagras y, encima de la chime-nea, una repisa de mármol con cupidos enlos extremos. Sobre la repisa colgaba un re-trato al óleo de grandes dimensiones y, encimadel cuadro, cruzados en el interior de un mar-co de cristal, dos gallardetes de caballería agu-jereados por las balas o comidos por la polilla.El retrato era de un oficial en una postura muyrígida y con uniforme de gala, aproximada-mente de la época de la guerra entre México yEstados Unidos. El militar tenía bigote y mos-ca negros, ojos duros y ardientes también ne-gros como el carbón y todo el aspecto de al-guien a quien no sería conveniente contrariar.Pensé que quizá fuera el abuelo del generalSternwood. Difícilmente podía tratarse del ge-neral en persona, incluso aunque me hubie-ran informado de que, pese a tener dos hijasveinteañeras, era un hombre muy mayor.

Todavía contemplaba los ardientes ojosnegros del militar cuando se abrió una puer-ta, muy atrás, por debajo de la escalera. Noera el mayordomo que volvía.

Era una jovencita como de unos veinteaños, pequeña y delicadamente proporcio-nada, pero con aspecto resistente. Lleva-ba unos pantalones de color azul pálidoque a ella le sentaban bien. Caminabacomo si flotase. Su cabello —mucho máscorto de lo que reclama la moda actual depeinado a lo paje— era una magníficaonda leonada. Los ojos, gris pizarra, casicarecían de expresión cuando me miraron.Se me acercó y al sonreír abrió la boca,mostrándome afilados dientecitos de de-predador —tan blancos como médula fres-ca de naranja y tan relucientes como por-celana—, que brillaban entre sus labios fi-nos, demasiado tensos. A su cara le falta-ba color y reflejaba cierta falta de salud.

—Más bien alto, ¿no es cierto? —dijo.

En el lado este del edificio, una es-calera pavimentada con baldosinesdaba a un balcón corrido con baran-dilla de hierro forjado y un vitral, conotra escena romántica. Enormes si-llas, con asiento redondo de felparoja, adosadas a la pared, en los es-pacios vacíos, daban la sensación deque nunca se hubiese sentado nadieen ellas. En medio de la pared oestehabía una enorme chimenea con pan-talla de cobre formada por cuatro pa-neles unidos con bisagras, y en aqué-lla una repisa de mármol en cuyas es-quinas había cupidos. En la repisa ha-bía un gran retrato al óleo, y encimade éste dos gallardetes de caballería,agujereados con bala o comidos porla polilla, cruzados dentro de un mar-co de cristal. El retrato era el de unrígido oficial con uniforme de la épo-ca de la guerra contra México. Elhombre del retrato tenía perilla y bi-gotes negros y, en conjunto, el aspec-to de un hombre con el que conveníaestar a bien. Pensé que debía ser elabuelo del general Sternwood. No podíaser el propio general, aunque había oídoque éste era demasiado viejo para un parde hijas que rondaban la peligrosa edadde los veintitantos.

Estaba contemplando aún losojos negros y ardientes cuando seabrió una puerta debajo de la esca-

lera. No era el mayordomo quevolvía. Era una muchacha. //XTendría alrededor de veinte años; era

pequeña y delicadamente formada, aun-que parecía fuerte. Vestía pantalonesazul pálido, que le sentaban muy bien.Andaba como flotando. Su pelo tostadoera fino y ondulado y lo llevaba más cor-to de lo que se estilaba entonces: a lo pajecon puntas vueltas hacia dentro. Sus ojoseran azul pizarra y no tenían expresión nin-guna cuando miraron hacia mí. Se me acer-có y sonrió; tenía afilados dientes pequeños yrapaces, tan blancos como el interior de lapiel de la naranja fresca y tan nítidos como laporcelana. Brillaban entre los labios delga-dos, demasiado tirantes. Su rostro carecía decolor y no parecía muy saludable.

—Es usted muy alto —me dijo.

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‘I didn’t mean to be.’

Her eyes rounded. She waspuzzled. She was thinking. I couldsee, even on that short acquaintance,that thinking was always going to bea bother to her.

‘Handsome too,’ she said.‘And I bet you know it.’

I grunted.

‘What’s your name?’

‘Reilly,’ I said. ‘Doghouse Reilly.’

‘That’s a funny name.’ She bither lip and turned her head a little andlooked at me along her eyes. Then shelowered her lashes until they almostcuddled her checks and slowly raisedthem again, like a theatre curtain. Iwas to get to know that trick. That wassupposed to make me roll over on myback with all four paws in the air.

‘Are you a prizefighter?’ sheasked, when I didn’t.

‘Not exactly. I’m a sleuth.’

‘A-a-’ She tossed her headangrily, and the rich colour of itglistened in the rather dim light of thebig hall. ‘You’re making fun of me.’

‘Uh-uh.’

‘What?’

‘Get on with you,’ I said. ‘Youheard me.’

‘You didn’t say anything.You’re just a big tease.’ She put athumb up and bit it. It was a curiouslyshaped thumb, thin and narrow likean extra finger, with no curve in thefirst joint. She bit it and sucked itslowly, turning it around in her mouthlike a baby with a comforter.

—No era ésa mi intención.

Se le abrieron mucho los ojos, sor-prendida. Estaba pensando. Compren-dí, pese a lo breve de nuestra relación,que pensar sería siempre una cosa másbien molesta para ella.

—Además de bien parecido —añadió—.Seguro que lo sabe. Dejé escapar un gruñi-do.

—¿Cómo se llama?

—Reilly—dije—. Chucho Reilly.

—Un nombre curioso.Se mordió el labio, torció la cabeza

un poco y me miró de reojo. Bajó lospárpados hasta que las pestañas casi leacariciaron las mejillas y luego los alzómuy despacio, como si fueran un telónteatral: un truco con el que llegaría afamiliarizarme, destinado a lograr queme tumbara patas arriba.

—¿Boxeador profesional? —me pre-guntó cuando no lo hice.

—No exactamente. Soy sabueso.[10]

—Ah... —Enfadada, agitó la cabeza, y elcálido color de sus cabellos resplandeció enla luz más bien escasa del enorme vestíbu-lo—. Me está tomando el pelo.

—Ajá.

—¿Cómo?

—No pierda el tiempo —dije—. Yame ha oído.

—No ha dicho nada. No es más queun bromista. —Alzó un pulgar y se lomordió. Era un pulgar con una formacuriosa, delgado y estrecho como undedo corriente, sin curva en la segundafalange. Se lo mordió y lo chupó des-pacio, girándolo lentamente dentro dela boca, como un bebé con un chupete.

—Ha sido sin querer.

Sus ojos se agrandaron. Estabaconfundida. Pensaba. Y pude dar-me cuenta en el poco tiempo que laconocía que pensar iba a ser siem-pre un fastidio para ella.

—Y buen mozo. Además, apuesto aque usted ya lo sabe.

Gruñí.

—¿Cómo se llama?

—Reilly —dije—. Doghouse Reilly.

—Es un nombre muy raro —comentó.Se mordió el labio y volvió la cabe-

za un poco mirando hacia mí de sosla-yo. Entonces bajó las pestañas, que casiacariciaron sus mejillas, y las levantóde nuevo lentamente, como un telón.Llegaría a conocer bien este truco, quetenía como finalidad hacerme caer de es-paldas, patas arriba.

— ¿Es usted luchador? —preguntóal ver que no me caía.

—No exactamente. Soy un sabueso.

—¿Un qué ... ? —preguntó, ladeando lacabeza con enfado, y su hermoso color bri-lló en la luz, más bien tenue, del gran vestí-bulo— Se está usted burlando de mí.

—¡Hum ... hum!

—¿Qué?

—Prosiga —dije—, ya me oyó.

—No ha dicho nada. Es usted un gran-dísimo bromista —dijo, y levantó un pulgary se lo mordió. Era un pulgar extrañamenteformado, delgado y estrecho como un dedosuplementario, sin curva alguna en la pri-mera articulación. Se lo mordió y lo chupólentamente, dándole vueltas en la boca,como haría un niño con el chupete.

sleuth: detective, a dog used for tracking or pursuing, such as a bloodhound, sabueso

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‘You’re awfully tall,’ she said.Then she giggled with secret merri-ment. Then she turned her bodyslowly and lithely, without lifting herfeet. Her hands dropped limp at hersides. She tilted herself towards meon her toes. She fell straight back intomy arms. I had to catch her or let hercrack her head on the tessellated floor.I caught her under her arms and shewent rubber-legged on me instantly. Ihad to hold her close to hold her up.When her head was against my chestshe screwed it around and giggled at me.

‘You’re cute,’ she giggled.‘I’m cute too.’

I didn’t say anything. So thebutler chose that convenient momentto come back through the french doorsand see me holding her.

It didn’t seem to bother him.He was a tall thin silver man, sixty orclose to it or a little past it. He hadblue eyes as remote as eyes could be.His skin was smooth and bright andhe moved like a man with very soundmuscles. He walked slowly across thefloor towards us and the girl jerkedaway from me. She flashed across theroom to the foot of the stairs and wentup them like a deer. She was gonebefore I could draw a long breath andlet it out.

The butler said tonelessly:‘The General will see you now, MrMarlowe.’

I pushed my lower jaw offmy chest and nodded at him.‘Who was that?’

‘Miss Carmen Sternwood,sit.’

‘You ought to wean her. Shelooks old enough.’

He looked at me with gravepoliteness and repeated what he had said.

—Es usted terriblemente alto —dijo.Luego dejó escapar una risita, secreta-mente regocijada. A continuación giróel cuerpo lenta y ágilmente, sin levan-tar los pies del suelo. Las manos le col-garon sin vida. Después se inclinó ha-cia mí hasta caer de espaldas sobre misbrazos. La sujeté para impedir que serompiera la cabeza contra el suelo de mo-saico, agarrándola por los sobacos, perolas piernas se le doblaron de inmediato.Tuve que hacer fuerza para no se cayera.Ya con la cabeza sobre mi pecho, la girópara mirarme y lanzó otra risita.

—Es usted muy atractivo —rió—.Yo también.

No dije nada. De manera que el ma-yordomo eligió aquel momento tan con-veniente para regresar por la puerta quedaba al jardín y verme con ella en brazos.

No pareció preocuparle. Era un hom-bre alto, delgado y de pelo cano, de unossesenta años, más o menos. Sus ojos azu-les eran todo lo remotos que pueden serunos ojos. Tenía piel suave y reluciente yse movía como una persona con excelen-tes músculos. Atravesó lentamente el ves-tíbulo en dirección nuestra y la chica seapartó de mí precipitadamente. Luegocorrió hasta el principio de la escalera yla subió como un gamo. Había desapare-cido antes de que yo pudiera respirar hon-do y soltar el aire.

El mayordomo dijo con voz totalmente neutra:—El general le recibirá ahora, señor

Marlowe.

Alcé discretamente la barbilla hundida enel pecho e hice un gesto de asentimiento.

—¿Quién es? —pregunté.

—La señorita Carmen Sternwood, se-ñor.

—Deberían ustedes destetarla. Pareceque ya tiene edad suficiente.

Me miró con cortés seriedad y repitióel anuncio que acababa de hacerme.

—Es usted terriblemente alto —dijoy soltó una risita divertida. Se volviócon lentitud, sin levantar los pies.Sus manos estaban caídas a los cos-tados. Se inclino hacia mí de punti-llas. Se precipitó en mis brazos. Te-nía que cogerla o dejar que se es-trellase en el suelo embaldosado. Lasostuve por las axilas y, como unmuñeco desarticulado, cayó sobremí. Tuve casi que abrazarme a ellapara levantarla. Cuando su cabezaestuvo sobre mi pecho, la levanté yme miró riéndose:

—Es usted listo —dijo, divertida—,yo también lo soy.

No contesté nada. El mayordomoeligió —tan oportuno momento paravolver a través de las puertaventanas yverme sujetándola.

Esto no pareció preocuparle.Era un hombre alto, delgado ycon el pelo blanco, de unos se-senta años. Tenía ojos azules, demirada completamente abstraída.Su piel era suave y brillante, yse movía como un hombre de fir-mes músculos. Atravesó la habi-tación despacio hacia nosotros yla muchacha se separó de mí deun salto y desapareció antes deque yo pudiera dejar escapar unsuspiro.

El mayordomo dijo sin entonación:—El general le recibirá ahora mis-

mo, señor Marlowe.

Levanté la barbilla y señalandocon la cabeza pregunté:

—¿Quién es?

—La señorita Carmen Sternwood,señor.

—Deberían destetarla. Ya tieneedad suficiente.

Miró hacia mí con grave cortesíay repitió lo que él había dicho.

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2We w e n t o u t a t t h e

french doors and along a smoothred-flagged path that skirted the farside of the lawn from the garage. Theboyishlooking chauffeur had a big blackand chromium sedan out now and wasdusting that. The path took us along tothe side of the greenhouse and the butleropened a door for me and stood aside.It opened into a sort of vestibule thatwas about as warm as a slow oven. Hecame in after me, shut the outer door,opened an inner door and we wentthrough that . Then i t was reallyh o t . T h e a i r w a s t h i c k , w e t ,s t e a m y a n d l a r d e d w i t h t h ecloying smell of tropical orchidsin bloom. The glass walls and roof wereheavily misted and big drops ofmoisture splashed down on the plants.The light had an unreal greenish colour,like light filtered through an aquariumtank. The plants filled the place, a forestof them, with nasty meaty leaves andstalks like the newly washed fingers ofdead men. They smelled as overpoweringas boiling alcohol under a blanket.

The butler did his best to getme through without being smacked inthe face by the sodden leaves, andafter a while we came to a clearing inthe middle of the jungle, under thedomed roof. Here, in a space ofhexagonal flags, an old red Turkishrug was laid down and on the rug wasa wheel chair, and in the wheel chairan old and obviously dying manwatched us come with black eyesfrom which all fire had died long ago,but which still had the coal-blackdirectness of the eyes in the portraitthat hung above the mantel in the hall.The rest of his face was a leadenmask, with the bloodless lips and thesharp nose and the sunken templesand the outward-turning earlobes ofapproaching dissolution. His longnarrow body was wrapped - in thatheat - in a travelling rug and a fadedred bathrobe. His thin clawlike handswere folded loosely on the rug, purple-nailed. A few locks of dry white hairclung to his scalp, like wild flowersfighting for life on a bare rock.

DosSalimos por la puerta doble que daba al

jardín y avanzamos por un sendero muy uni-forme de baldosas rojas que bordeaba ellado del césped más alejado del garaje. Elchófer de aspecto juvenil había sacado unmajestuoso sedán, negro y con cromados, yestaba limpiándole el polvo. El sendero nosllevó hasta un lateral del invernadero, don-de el mayordomo abrió una puerta y se hizoa un lado. Me encontré con un vestíbulodonde hacía un calor de horno. El mayordo-mo entró detrás de mí, cerró la puerta exte-rior, abrió la interior y también atravesamosla segunda. Entonces empezó a hacer calorde verdad. El aire era denso, húmedo, llenode vapor y perfumado con el empalagosoolor de orquídeas tropicales en plena flora-ción. Las paredes y el techo de cristal esta-ban muy empañados, y grandes gotas dehumedad caían ruidosamente sobre las plan-tas. La luz tenía un color verdoso irreal, comoluz filtrada a través de un acuario. Las plan-tas lo llenaban todo, un verdadero bosque,con desagradables hojas carnosas y talloscomo dedos de muertos recién lavados. Yolían de manera tan agobiante como alco-hol en ebullición debajo de una manta.

El mayordomo se esforzó al máximo porguiarme sin que las hojas empapadas me gol-pearan la cara y, al cabo de [12] un rato, llega-mos a un claro en el centro de la jungla, bajo eltecho abovedado. Allí, en una zona de baldo-sas exagonales, habían extendido una vieja al-fombra turca de color rojo; sobre la alfombrase hallaba una silla de ruedas y, desde la sillade ruedas, nos veía venir un anciano a todasluces agonizante con unos ojos muy negros delos que hacía ya tiempo que había desapareci-do todo el fuego, pero que conservaban aún lafranqueza de los del retrato que colgaba sobrela repisa de la chimenea en el gran vestíbulo.El resto de la cara era una máscara plomiza, delabios exangües, nariz afilada, sienes hundi-das y el giro hacia el exterior de los lóbulos delas orejas que marca la cercanía de la desinte-gración. El cuerpo, largo y flaco, estaba envuel-to —pese al calor sofocante— en una mantade viaje y un albornoz de un rojo desvaído.Las manos, semejantes a garras, de uñas mo-radas, estaban apenas cruzadas sobre la mantade viaje. Algunos mechones de lacio pelo canose aferraban a su cráneo, como flores silves-tres luchando por la supervivencia sobre unaroca desnuda.

IIEl mayordomo me condujo a través de

las puertaventanas y recorrimos un sen-dero de baldosas rojas que orlaba el ladodel césped más alejado del garaje. El chó-fer con aspecto de muchacho se hallabaahora limpiando un sedán negro ycromado. El camino nos llevó a un inver-nadero, y el mayordomo abrió la puerta yse hizo a un lado. Ésta daba a una especiede pequeño vestíbulo, tan cálido como unhorno alimentado con cenizas. Mi acom-pañante me siguió, cerró la puerta exte-rior, abrió otra interior y pasamos por ella.Aquí hacía realmente calor. El aire eraespeso, húmedo, cargado de vapor e im-pregnado del perfume empalagoso de lasorquídeas tropicales. Las paredes de vi-drio y el techo estaban saturados de va-por, y grandes gotas de agua salpicabanlas plantas. La luz tenía un color verdosoirreal, como la filtrada a través del depó-sito de un acuario. Las plantas llenabanel lugar formando un bosque, con feashojas carnosas y tallos como los dedos delos cadáveres recién lavados. Su perfumeera tan irresistible como el alcohol hir-viente debajo de una manta.

El mayordomo se las arregló lo mejorque pudo para guiarme sin que las húmedashojas le golpearan la cara. Al cabo de un ratollegamos a un claro, en medio de aquellaselva bajo la cúpula del techo. Aquí, en unespacio de baldosas hexagonales, había ex-tendido un viejo tapiz turco y sobre él unasilla de ruedas y en ésta un anciano, visible-mente moribundo, nos miraba llegar conojos negros en los que el fuego había muer-to hacía mucho tiempo, aunque conserva-ban todavía algo de los ojos del retrato quese hallaba colgado encima de la chimeneadel recibidor. El resto de su cuerpo era unamáscara de cuero, con labios sin sangre,nariz puntiaguda, sienes hundidas y los ló-bulos de las orejas curvados hacia afuera,anunciando su próximo fin. El cuerpo, lar-go y estrecho, estaba envuelto, a pesar deaquel calor, en una manta de viaje y un al-bornoz rojo descolorido. Las delgadas ma-nos, semejantes a garras, descansaban blan-damente en la manta de lunares rojos. Algu-nos mechones de cabello blanco y pajizo lecolgaban del cuero cabelludo como floressilvestres luchando por la vida sobre la rocapelada.

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The butler stood in front of himand said: ‘This is Mr Marlowe, General.’

The old man didn’t moveor speak, or even nod. He justlooked at me l i felessly. Thebutler pushed a damp wickerchair against the backs of mylegs and I sat down. He took myhat with a deft scoop.

Then the old man dragged hisvoice up from the bottom of a welland said: ‘Brandy, Norris. How doyou like your brandy, sit?’

‘Any way at all,’ I said.

The butler went away amongthe abominable plants. The Generalspoke again, slowly, using his strengthas carefully as an out-of-workshowgirl uses her last good pair ofstockings.

‘I used to like mine withchampagne. The champagne as coldas Valley Forge and about a third of aglass of brandy beneath it. You maytake your coat off, sir. It’s too hot inhere for a man with blood in hisveins.’

I stood up and peeled off my coatand got a handkerchief out and moppedmy face and neck and the backs of mywrists. St Louis in August had nothingon that place. I sat down again and feltautomatically for a cigarette and thenstopped. The old man caught the gestureand smiled faintly.

‘You may smoke, sit. I like thesmell of tobacco.’

I lit the cigarette and blewa lungful at him and he sniffedat it like a terrier at a rat-hole.The faint smile pulled at theshadowed corners of his mouth.

El mayordomo se colocó delante de él y dijo:—El señor Marlowe, mi general.

El anciano no se movió ni habló; no hizo si-quiera un gesto de asentimiento. Se limitó a mirar-me sin dar signo alguno de vida. El mayordomoempujó una húmeda silla de mimbre contra la par-te posterior de mis piernas, obligándome a sentar-me. Luego, con un hábil movimiento, se apoderóde mi sombrero.

El anciano sacó la voz del fondo de unpozo y dijo:

—Brandy, Norris. ¿Cómo le gusta elbrandy, señor Marlowe?

—De cualquier manera —dije.

El mayordomo se alejó entre las abo-minables plantas. El general habló denuevo, despacio, utilizando sus fuerzascon el mismo cuidado con que una coris-ta sin trabajo usa las últimas mediaspresentables que le quedan.

—A mí me gustaba tomarlo con champán.El champán ha de estar tan frío como el invier-no en Valley Forge antes de añadirlo a la terce-ra parte de una copa de brandy. Se puede qui-tar la chaqueta, señor Marlowe. Aquí hace de-masiado calor para cualquier hombre que ten-ga sangre en las venas.

Me puse en pie, me desprendí de laamericana, saqué un pañuelo del bolsilloy me sequé la cara, el cuello y las muñe-cas. Saint Louis en agosto no era nadacomparado con aquel invernadero. Volvía sentarme, busqué maquinalmente un ci-garrillo y luego me detuve. El ancianoadvirtió mi gesto y sonrió débilmente.

—Puede fumar. Me gusta el olor a ta-baco.

Encendí el cigarrillo y arrojé una buenabocanada en dirección al anciano, que loolisqueó como un terrier la madriguera deuna rata. La débil sonrisa le distendió un pocolas comisuras en sombra de la boca.

El mayordomo se detuvo ante él y dijo:—Este es el señor Marlowe, general.

El anciano no se movió ni habló;ni siquiera hizo una inclinación de ca-beza. Dirigió hacia mí sus ojos sinvida. El sirviente empujó una húme-da silla de mimbre a mi espalda y mesenté. Cogió mi sombrero con un há-bil movimiento.

Entonces, el anciano sacó la vozcomo del fondo de un pozo y dijo:

—Coñac, Norris. ¿Cómo quiereusted el coñac?

—Solo —contesté.

El mayordomo se alejó de lasabominables plantas. El generalvolvió a hablar utilizando su ener-gía tan cuidadosamente como unacorista sin trabajo cuida su últimopar de medias.

—Antes me gustaba tomarlo conchampaña. El champaña tan frío como elvalle de Forge, y aproximadamente el ter-cio de una copa de coñac dentro delchampaña. Puede usted quitarse el abri-go. Hace demasiado calor aquí para unhombre que tenga sangre en las venas.

Me levanté, me quité el abrigo y sa-qué el pañuelo para enjugarme el sudordel rostro, cuello y dorso de las muñecas.Esto era peor que San Luis en agosto.Volví a sentarme, y automáticamente echémano al bolsillo para coger un cigarrillo;pero no llegué a cogerlo. El anciano se diocuenta del movimiento y sonrió.

—Puede usted fumar. Me gusta elolor del tabaco.

Encendí un cigarrillo y eché unabocanada de humo, que él olfateócomo un terrier el agujero de una ra-tonera. Una sonrisa levantó lascomisuras de sus labios.

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‘A nice state of affairs whena man has to indulge his vices byproxy ,’ he said dryly. ‘You arelooking at a very dull survival of arather gaudy life, a cripple paralysedin both legs and with only half of hislower belly. There’s very little that Ican eat and my sleep is so close towaking that it is hardly worth thename. I seem to exist largely on heat,like a newborn spider, and the orchidsare an excuse for the heat. Do you likeorchids?’

‘Not particularly,’ I said.

The General half closed hiseyes. ‘They are nasty things. Theirflesh is too much like the flesh ofmen. And their perfume has the rottensweetness of a prostitute.’

I stared at him with my mouthopen. The soft wet heat was like a pallaround us. The old man nodded, as ifhis neck was afraid of the weight ofhis head. Then the butler camepushing back through the jungle witha tea-wagon, mixed me a brandy andsoda, swathed the copper ice bucketwith a damp napkin, and went softlyaway among the orchids. A dooropened and shut behind the jungle.

I sipped the drink. The oldman licked his lips watching me, overand over again, drawing one lipslowly across the other with afunereal absorption, l ike anundertaker dry-washing his hands.

‘Tell me about yourself, MrMarlowe. I suppose I have a right to ask?’

‘Sure, but there’s very little totell. I’m thirty-three years old, wentto college once and can still speakEnglish if there’s any demand for it.There isn’t much in my trade. Iworked for Mr Wilde, the DistrictAttorney, as an investigator once. Hischief investigator, a man namedBernie OhIs, called me and told meyou wanted to see me. I’m unmarriedbecause I don’t like policemen’swives.’

—Triste situación la de un hombreobligado a satisfacer sus vicios por ter-cero interpuesto —dijo con sequedad—,.Contempla usted una reliquia muy descolorida deuna existencia bastante llamativa; un inválidoparalizado de ambas piernas y con sólo mediovientre. Son muy escasas las cosas que puedocomer y mi sueño está tan cerca de la vigiliaque apenas merece la pena darle ese nombre.Se diría que me nutro sobre todo de calor, comouna araña recién nacida, y las orquídeas sonuna excusa para el calor. ¿Le gustan las orquí-deas?

—No demasiado —dije.

El general cerró los ojos a medias.—Son muy desagradables. Su carne se

parece demasiado a la de los hombres. Ysu perfume tiene la podredumbre dulzo-na del de una prostituta.

Me quedé mirándolo con la boca abierta. Elcalor húmedo y pegajoso era como un sudario anuestro alrededor. El anciano hacía unos gestosde asentimiento tan medidos como si su cuellotuviera miedo del peso de la cabeza. Luego apare-ció el mayordomo, que salió de entre la jungla conel carrito de las bebidas, me preparó un brandycon soda, envolvió el cubo del hielo con una ser-villeta húmeda y volvió a desaparecer [14] entrelas orquídeas sin hacer ruido. Más allá de la junglauna puerta se abrió y se cerró.

Tomé un sorbo de brandy. Una y otra vez elanciano se pasó la lengua por las labios mientrasme contemplaba, moviéndolos lentamente, unosobre otro, con fúnebre concentración, como unempresario de pompas fúnebres secándose lasmanos después de habérselas lavado.

—Hábleme de usted, señor Marlowe.Supongo que tengo derecho a preguntar.

—Por supuesto, pero no hay muchoque contar. Tengo treinta y tres años, fuia la universidad una temporada y todavíasé hablar inglés si alguien me lo pide, cosaque no sucede con mucha frecuencia enmi oficio. Trabajé en una ocasión comoinvestigador para el señor Wilde, el fis-cal del distrito. Su investigador jefe, unindividuo llamado Bernie Ohls, me lla-mó y me dijo que quería usted verme. Sigosoltero porque no me gustan las mujeresde los policías.

—Arreglados estamos cuando un hom-bre tiene que gozar de sus vicios indirecta-mente —dijo con sequedad—. Está ustedcontemplando al triste sobreviviente de unavida bastante brillante. Ahora un impedi-do, paralítico de ambas piernas y con sólomedio estómago. Hay muy pocas cosas quepueda comer y mi sueño está tan cerca deldespertar que apenas merece ese nombre.Parece que existo sobre todo por el calor,como una araña recién nacida; las orquídeasson una excusa para el calor. ¿Le gustan austed las orquídeas?

—No demasiado —contesté.

El general entornó los ojos.—Son asquerosas. Su tejido es de-

masiado parecido a la carne de loshombres, y su perfume tiene la podri-da dulzura de una prostituta.

Le miré con la boca abierta. El calor sua-ve y húmedo era como un paño mortuorio anuestro alrededor. El anciano inclinó la ca-beza como si el cuello se hubiese asustadodel peso de ésta. En aquel momento llegó elmayordomo empujando a través de la selvaun carrito de ruedas; Me preparó la bebida,envolvió el cubo de cobre que contenía elhielo con una servilleta húmeda y desapare-ció entre las orquídeas. Una puerta se abrióy se cerró tras la selva.

Saboreé la bebida. El anciano sepasé la lengua por los labios una y otravez mientras me contemplaba, pasán-dola de un lado a otro con arrobamien-to funeral, como un empleado de fu-neraria que se frotase las manos.

—Hábleme de usted, señor Marlowe.Supongo que puedo preguntarle.

—¡Claro! Pero hay poco que de-cir. Tengo treinta y tres años; fui alcolegio y, si es necesario, aún puedohablar inglés. Y no hay gran cosa encuanto a mi profesión. Trabajé parael señor Wilde, el fiscal del distrito,como investigador. Su investigadorprincipal, un hombre que se llamaBernie Ohls, me telefoneó y me dijoque usted quería verme. Soy solteroporque no me gustan las mujeres delos policías.

gaudy 1 tastelessly or extravagantly bright or showy. Chillón, chabacano, llamativo

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‘And a little bit of a cynic,’the old man smiled. ‘You didn’t likeworking for Wilde?’

‘I was fired. Forinsubordination. I test very high oninsubordination, General.’

‘I always did myself, sir. I’m glad tohear it. What do you know about my family?’

‘I’m told you are a widowerand have two young daughters, bothpretty and both wild. One of them hasbeen married three times, the last timeto an ex-bootlegger, who went in thetrade by the name of Rusty Regan.That’s all I heard, General.’

‘Did any of it strike you aspeculiar?’

‘The Rusty Regan part,maybe. But I always got along withbootleggers myself.’

He smiled his fainteconomical smile. ‘It seems I do too.I’m very fond of Rusty. A big curly-headed Irishman from Clonmel, withsad eyes and a smile as wide asWilshire Boulevard. The first time Isaw him I thought he might be whatyou are probably thinking he was, anadventurer who happened to gethimself wrapped up in some velvet.’

‘You must have liked him,’ I said.‘You learned to talk the language.’

He put his thin bloodless handsunder the edge of the rug. I put mycigarette stub out and finished my drink.

‘He was the breath of life tome while he lasted. He spent hourswith me, sweating like a pig, drinkingbrandy by the quart, and telling me sto-ries of the Irish revolution. He hadbeen an officer in the I.R.A. He wasn’teven legally in the United States. It wasa ridiculous marriage of course, and itprobably didn’t last a month, as a mar-riage. I’m telling you the family se-crets, Mr Marlowe.’

—Y cultiva una veta de cinismo —son-rió el anciano—. ¿No le gustó trabajarpara Wilde?

—Me despidieron. Por insubordina-ción. Consigo notas muy altas en materiade insubordinación, mi general.

—A mí me sucedía lo mismo. Me ale-gra oírlo. ¿Qué sabe de mi familia?

—Se me ha dicho que es usted viudo yque tiene dos hijas jóvenes, las dos boni-tas y alocadas. Una de ellas se ha casadoen tres ocasiones, la última con un anti-guo contrabandista, al que conocían ensu círculo con el nombre de Rusty Regan.Eso es todo lo que he oído, mi general.

—¿Hay algo que le haya parecido pe-culiar?

—Quizá el capítulo de Rusty Regan.Pero siempre me he llevado bien con loscontrabandistas.

Mi interlocutor me obsequió con otro desus conatos de sonrisa, tan económicos.

—Parece que a mí me sucede lo mismo. Sien-to gran afecto por Rusty. Un irlandés grandotecon el pelo rizado, natural de [15]Clonmel, deojos tristes y una sonrisa tan amplia como elbulevar Wilshire. La primera vez que lo vi pen-sé lo mismo que probablemente piensa usted:que se trataba de un aventurero que había teni-do la suerte de dar el braguetazo.

—Debe de haberle caído muy bien —dije—.Aprendió a expresarse como lo hubiera hecho él.

Escondió las afiladas manos exangüesbajo el borde de la manta de viaje. Yo aplas-té la colilla del pitillo y terminé mi copa.

—Fue un soplo de vida para mí...,mientras duró. Pasaba horas conmigo,sudando como un chancho, bebiendobrandy a litros y contándome historiassobre la revolución irlandesa. Había sidooficial del IRA. Ni siquiera estaba legal-mente en Estados Unidos. Su boda fueuna cosa ridícula, por supuesto, y es pro-bable que no durase ni un mes como talmatrimonio. Le estoy contando los secre-tos de la familia, señor Marlowe.

—Y un poco cínico —dijo el an-ciano, sonriendo—. ¿No le gustabatrabajar para Wilde?

—Fui despedido por indisciplina.Tengo un alto índice de indisciplina,general.

—Yo siempre lo tuve también, y me agradaoírlo de otros. ¿Qué sabe usted de mi familia?

—Me han dicho que es usted viudo yque tiene dos hijas bonitas y alocadas. Unade ellas ha estado casada tres veces, laúltima con un ex contrabandista de alco-hol, que era conocido en el negocio conel nombre de Rusty Regan. Esto es todolo que he oído, general.

—¿Y no encontró en ello algo ex-traño?

—La parte de Rusty Regan, qui-zá. Pero yo siempre me llevo bien conlos contrabandistas de alcohol.

Volvió a producirse en su rostro laleve sonrisa.

—Yo también, según parece. Aprecioa Rusty. Un irlandés grandote de Clonmel,de pelo rizado, con ojos tristes y una son-risa tan amplia como el bulevar Wilshire.La primera vez que le vi creí que podríaser lo que usted probablemente piensa quefue: un aventurero que se vio envuelto ennegocios de fáciles ganancias.

—Debía usted quererle —dije—.Ha aprendido su lenguaje.

Puso sus delgadas manos bajo elborde de la manta. Tiré la colilla yacabé la bebida.

—Fue un soplo de vida para mí,mientras duró. Pasaba horas enterasconmigo, sudando como un cerdo, be-biendo coñac por jarros y contándo-me historias de la revolución irlande-sa. Había sido oficial del IRA. Ni si-quiera había entrado legalmente enEstados Unidos. Fue un matrimonioridículo y no duró ni un mes como talmatrimonio. Estoy contándole secre-tos de familia, señor Marlowe.

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‘They’re still secrets,’ I said.‘What happened to him?’

The old man looked at me woodenly.‘He went away, a month ago.Abruptly, without a word to anyone.Without saying good-bye to me. Thathurt a little, but he had been raised ina rough school. I’ll hear from him oneof these days. Meantime I am beingblackmailed again.’

I said: ‘Again?’

He brought his hands fromunder the rug with a brown envelopein them. ‘I should have been verysorry for anybody who tried toblackmail me while Rusty wasaround. A few months before he came- that is to say about nine or tenmonths ago - I paid a man named JoeBrody five thousand dollars to let myyounger daughter Carmen alone.’

‘Ah,’ I said.He moved his thin white

eyebrows. ‘That means what?’‘Nothing,’ I said.He went on staring at me,

half frowning. Then he said:‘Take this envelope and examine it.And help yourself to the brandy.’

I took the envelope off hisknees and sat down with it again. Iwiped off the palms of my hands andturned it around. It was addressed toGeneral Guy Sternwood, 3765 AltaBrea Crescent, West Hollywood,California. The address was in ink, inthe slanting printing engineers use.The envelope was slit. I opened it upand took out a brown card and threeslips of stiff paper. The card was ofthin brown linen, printed in gold: ‘MrArthur Gwynn Geiger.’ No address.Very small in the lower lefthandcorner: ‘Rare Books and De LuxeEditions.’ I turned the card over. Moreof the slanted printing on the back.‘Dear Sir: In spite of the legaluncollectibility of the enclosed, whichfrankly represent gambling debts, Iassume you might wish them honoured.Respectfully, A. G. Geiger.’

—Siguen siendo secretos —dije—.¿Qué ha sido de él?

El anciano me miró con rostro inexpresivo.—Se marchó, hace un mes. Brusca-

mente, sin decir una palabra a nadie. Sindespedirse de mí. Eso me dolió un poco,pero estaba educado en una escuela muydura. Tendré noticias suyas cualquier díade estos. Mientras tanto vuelven a quererchantajearme.

—¿Vuelven? —dije yo.

Sacó las manos de debajo de la mantacon un sobre marrón.

—Me habría compadecido sincera-mente de cualquiera que hubiese tratadode chantajearme cuando Rusty andaba poraquí. No mucho antes de que él aparecie-ra (es decir, hace nueve o diez meses)pagué cinco mil dólares a un individuollamado Joe Brody para que dejara en paza mi hija Carmen.

—Ah —dije.El general alzó las finas cejas canas.—¿Qué significa eso? [16]—Nada —respondí.Siguió mirándome fijamente, fruncien-

do a medias el ceño.—Coja este sobre y examine lo que hay dentro

—dijo al cabo de un rato—. Y sírvase otro brandy.

Recogí el sobre de sus rodillas y volvía sentarme. Me sequé las palmas de lasmanos y le di la vuelta. Estaba dirigido algeneral Guy Sternwood, 3765 Alta BreaCrescent, West Hollywood, California.Habían escrito la dirección con tinta, uti-lizando el tipo de letra de imprenta incli-nada que usan los ingenieros. El sobrehabía sido abierto. Saqué de dentro unatarjeta marrón y tres hojas de un papelmuy poco flexible. La tarjeta era de finacartulina marrón, impresa en oro: « ArthurGwynn Geiger». Sin dirección. Y con le-tra muy pequeña en la esquina inferiorizquierda: «Libros raros y ediciones de lujo».Le di la vuelta a la tarjeta. Más letra de imprenta,esta vez inclinada hacia el otro lado. «Muy señormío: Pese a la imposibilidad de reclamar legal-mente lo que aquí le incluyo (reconozco con todasinceridad que se trata de deudas de juego) doypor sentado que preferirá usted pagarlas. Respe-tuosamente, A. G. Geiger.»

—Son secretos todavía —repli-qué—. ¿Qué le sucedió a él?

El anciano me miró sin expresión y prosiguió.—Se marchó hace un mes. De re-

pente, sin decirle una palabra a na-die. Sin decirme adiós. Esto resultaun poco doloroso, pero él se educóen una dura escuela. Sabré de él undía de éstos. Entre tanto soy de nue-vo víctima de un chantaje.

—¿De nuevo? —pregunté.

Sacó las manos de debajo de lamanta con un sobre pardo entre ellas.

—Lo hubiera sentido por cualquie-ra que hubiera intentado chantajear-me mientras Rusty estaba aquí. Unmes antes que él viniese... es decir,hace nueve meses... le pagué a un in-dividuo llamado Joe Brody cinco mildólares para que dejase en paz a mihija menor, Carmen.

—¡Ah! —exclamé.Levantó sus finas cejas blancas.—¿Qué significa eso?—Nada —contesté.Siguió mirándome, medio frun-

ciendo las cejas. Después prosiguió:—Coja este sobre y examínelo. Y

sírvase coñac.

Cogí el sobre de sus rodillas y mesenté de nuevo. Me limpié las palmasde las manos y lo miré. Iba dirigidoal general Guy Sternwood, 3765 AltaBrea Crescent, Hollywood Oeste,California. La dirección estaba escri-ta con tinta, en el tipo de letra impre-sa oblicua que utilizan los ingenieros.El sobre estaba abierto. Saqué de éluna tarjeta color castaño y tres tirasde papel rígido. La tarjeta era de finacartulina, impresa en oro: ArthurGwynn Geiger. Ninguna dirección. Yen letra muy pequeña, en el ángulo inferiorizquierdo, Libros raros y Ediciones de lujo.Volví la tarjeta, que contenía al dorso más le-tras oblicuas: Muy señor mío: A pesar de quelos recibos adjuntos —que francamente, re-presentan deudas de juego— son legalmenteincobrables, estoy seguro de que su deseo esque sean cancelados. Respetuosamente suyo,A. G. Geiger.

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I looked at the slips of stiffishwhite paper. They were promissory notesfilled out in ink, dated on several datesearly in the month before, September. ‘OnDemand I promise to pay to Arthur GwynnGeiger or Order the sum of One ThousandDollars ($1.000.000) without interest.Value Received. Carmen Sternwood.’

The written part was in asprawling moronic handwriting witha lot of fat curlicues and circles fordots. I mixed myself another drink andsipped it and put the exhibit aside.

‘Your conclusions?’ theGeneral asked.

‘I haven’t any yet. Who is thisArthur Gwynn Geiger?’

‘I haven’t the faintest idea.’‘What does Carmen say?’

‘I haven’t asked her. I don’tintend to. If I did, she would suck herthumb and look coy.’

I said: ‘I met her in the hall.She did that to me. Then she tried tosit in my lap.’

Nothing changed in hisexpression. His clasped hands restedpeacefully on the edge of the rug, andthe heat, which made me feel like aNew England boiled dinner, didn’tseem to make him even warm.

‘Do I have to be polite?’ Iasked. ‘Or can I just be natural?’

‘I haven’t noticed that you sufferfrom many inhibitions, Mr Marlowe.’

‘Do the two girls run around together?’

‘I think not. I think they gotheir separate and slightly divergentroads to perdition. Vivian is spoiled,exacting, smart and quite ruthless.Carmen is a child who likes to pullwings off flies. Neither of them hasany more moral sense than a cat.Neither have I. No Sternwood everhad. Proceed.’

Examiné las tiesas hojas de papel blan-co. Se trataba de pagarés impresos, com-pletados con tinta, con distintas fechas decomienzos de septiembre, un mes antes.«Me comprometo a pagar a ArthurGwynn Geiger, cuando lo solicite, la sumade Mil dólares ($1.000,00) sin intereses,por valor recibido. Carmen Sternwood.»

La letra de la parte escrita a manoera desordenada e infantil, con muchas____ florituras y con círculos en lugar depuntos. Me preparé otro brandy, tomé un sorboy dejé a un lado el sobre con su contenido.

—¿Sus conclusiones? —preguntó elgeneral.

—Todavía no las tengo. ¿Quién es esetal Arthur Gwynn Geiger?

—No tengo ni la más remota idea.—¿Qué dice Carmen?

—No se lo he preguntado. Y no tengointención de hacerlo. Si se lo preguntara, sechuparía el pulgar y se haría la inocente.

—Me encontré con ella en el vestíbu-lo. Y fue eso lo que hizo conmigo. Luegotrató de sentárseme en el regazo.

Nada cambió en la expresión del general. Susmanos entrelazadas siguieron descansando, tran-quilas, sobre el borde de la manta de viaje, y elcalor, que a mí me hacía borbotear como un gui-so puesto al fuego, no parecía proporcionarlesiquiera un poco de tibieza.

—¿Tengo que mostrarme cortés? —pregunté—. ¿O basta que me comporte con naturalidad?

—No he advertido que le atenacen mu-chas inhibiciones, señor Marlowe.

—¿Salen juntas sus dos hijas?

—Creo que no. Me parece que las dossiguen caminos de perdición separados yun tanto divergentes. Vivian es una cria-tura malcriada, exigente, lista e implaca-ble. Carmen es una niña a la que le gustaarrancarle las alas a las moscas. Ningunade las dos tiene más sentido moral que ungato. Yo tampoco. Ningún Sternwood loha tenido nunca. Siga.

Miré las tiras de papel blanco.Eran recibos de acreedores, escritoscon tinta y fechados en varios días delmes anterior, septiembre: A solicitud,prometo pagar a Arthur GwynnGeiger o a su orden la suma de mildólares ($ 1.000) sin intereses. Valorrecibido. Carmen Sternwood.

La parte en tinta estaba escritacon letra estúpida , con muchosganchitos y círculos en lugar de puntos.Me preparé otro coñac, bebí algunos sor-bos y puse a un lado los documentos.

—¿Qué opina usted? —preguntóel general.

—No me he formado ninguna opi-nión. ¿Quién es Arthur Gwynn

—No tengo la menor idea.—¿Y qué dice Carmen?

—No le he preguntado nada, ni tengointención de hacerlo. Si lo hiciera, se chu-paría el pulgar y me miraría con timidez.

—La encontré en el vestíbulo y secondujo de ese modo. Luego, intentósentarse en mis rodillas.

Nada cambió en la expresión delgeneral. Sus manos descansaban plá-cidamente sobre la manta, y el calor,que hacía que me sintiese como des-pués de una cena en Nueva Inglate-rra, no parecía hacerle mella.

—Tengo que ser bien educado o puedoconducirme con naturalidad? —pregunté.

—No he podido apreciar que padeciese ustedinhibición alguna, señor Marlowe.

—¿Acostumbran a ir las dos muchachas juntas por ahí?

—Creo que no. Me parece que siguencaminos separados y ligeramente divergen-tes hacia la perdición. Vivian es mal educa-da, exigente, lista y bastante despiadada.Carmen es una muchacha que disfruta arran-cándoles las alas a las moscas. Ninguna delas dos tiene más sentido moral que un gato.Yo tampoco lo tengo. Ningún Sternwood loha tenido nunca. Prosiga.

Xa decorative curl or twist, volutas, adornos volutas, adornos

moron stupid person

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‘They’re well educated, Isuppose. They know what they’re doing.’

‘Vivian went to good schoolsof the snob type and to college.Carmen went to half a dozen schoolsof greater and greater liberality, andended up where she started. I presumethey both had, and still have, all theusual vices. If I sound a little sinisteras a parent, Mr Marlowe, it is becausemy hold on life is too slight to includeany Victorian hypocrisy.’ He leanedhis head back and closed his eyes,then opened them again suddenly. ‘Ineed not add that a man who indulgesin parenthood for the first time at theage of fifty-four deserves all he gets.’

I s ipped my dr ink andnodded. The pulse in his lean greythroat throbbed visibly and yet soslowly that it was hardly a pulse atall. An old man two-thirds dead andstill determined to believe he couldtake it.

‘Your conclusions?’ he askedsuddenly.

‘I’d pay him.’‘Why?’‘It’s a question of a little money

against a lot of annoyance. There has to besomething behind it. But nobody’s going tobreak your heart, if it hasn’t been donealready. And it would take an awful lot ofchisellers an awful lot of time to rob you ofenough so that you’d even notice it.’

‘I have pride, sit,’ he saidcoldly.

‘Somebody’s counting on that.It’s the easiest way to fool them. Thator the police. Geiger can collect onthese notes, unless you can show fraud.Instead of that he makes you a presentof them and admits they are gamblingdebts, which gives you a defence, evenif he had kept the notes. If he’s a crook,he knows his onions, and if he’s anhonest man doing a little loan businesson the side, he ought to have his money.Who was this Joe Brody you paid thefive thousand dollars to?’

—Imagino que se las ha educado bien.Las dos saben lo que hacen.

—A Vivian se la envió a buenos colegiospara las clases altas y luego a la universidad.Carmen fue a media docena de centros cadavez más liberales, y acabó donde había em-pezado. Supongo que ambas tenían, y toda-vía tienen, los vicios usuales. Si le resulto untanto siniestro como progenitor, señorMarlowe, se debe a que mi control sobre lavida es demasiado reducido para dedicar es-pacio alguno a la hipocresía victoriana. —Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos,que luego volvió a abrir con brusquedad—.No necesito añadir que el varón que se per-mite ser padre a los cincuenta y cuatro añosse merece todo lo que le sucede.

Bebí otro sorbo de mi brandy e hice un gesto deasentimiento. El pulso le latía visiblemente en lagris garganta des[108]carnada, pero era tan lento,al mismo tiempo, que apenas se le podía calificarde pulso. Un anciano muerto en dos terceras par-tes, pero todavía decidido a creer que podía man-tener el rumbo.

—¿Sus conclusiones? —preguntó derepente.

—Yo pagaría.—¿Por qué?—Es cues t i ón de e l eg i r en t r e muy

p o c o d i n e r o o m u c h a s m o l e s t i a s . H ade haber a lgo de t rás . Pero nad ie l e vaa romper e l corazón s i no lo han he-cho ya an tes . Y un número enorme deestafadores tendrían que robarle durante muchísi-mo tiempo para que llegara a darse cuenta.

—Me queda un poco de orgullo, señorMarlowe —respondió con frialdad.

—Alguien está contando con eso. Es la ma-nera más fácil de engañarlos. Eso o la policía.Geiger podría cobrar esos pagarés, a no ser queusted demostrara que se trata de una estafa. Enlugar de eso se los ofrece como regalo y reco-noce que son deudas de juego, lo que le permi-te a usted defenderse, incluso aunque Geigerse hubiera quedado con los pagarés. Si se tratade un sinvergüenza, sabe lo que hace, y si esun tipo honrado con un pequeño negocio depréstamos para ayudarse, es normal que re-cupere su dinero. ¿Quién era ese Joe Brodyal que pagó cinco mil dólares?

—Están bien educadas, supongo.Saben lo que están haciendo.

—Vivian fue a colegios buenosy elegantes. Carmen asis t ió a me-d ia docena de escue las , cada vezmás liberales en la admisión, y terminó don-de había empezado. Sospecho que ambas te-nían, y siguen teniendo, los vicios propios desus edades. Si le parezco siniestro como pa-dre, señor Marlowe, es porque el hilo que meata a la vida es demasiado débil para albergarhipocresías victorianas —dijo. Echó la cabe-za hacia atrás y cerró los ojos, abriéndolos derepente al cabo de un rato— No es precisoañadir que el hombre que es padre por pri-mera vez a los cincuenta y cuatro años mere-ce todo lo que le cae encima.

Bebí un trago y asentí. El cue-llo gris y delgado del anciano la-tía visiblemente y con tanta lenti-tud que apenas era latido. Un an-ciano medio muerto y aún decidi-do a creer que podía asimilar lascontrariedades.

—¿Sus conclusiones? —preguntóde repente.

—Yo pagaría.—¿Por qué?—Sólo se trata de un poco de dinero con-

tra un montón de molestias. Debe de haber algodetrás de esto. Pero nadie le va a partir a ustedel corazón, si no lo han hecho ya.

—Tengo mi orgullo —dijo fría-mente el anciano.

—Ya cuentan con eso. Es la mejor manerade engañarlos. Eso o la policía. Geiger puedecobrar esos recibos, a menos que usted puedademostrar que es una estafa. En lugar de esto,se los regala a usted admitiendo que son deu-das de juego, lo que le permite a usted defen-derse, incluso en el caso de que él hubiera con-servado los recibos. Si es un estafador, conocela cuestión a fondo, y si es un hombre honradoque hace de pasada un pequeño negocio depréstamo, tiene derecho a recuperar su dinero.¿Quién era ese Joe Brody a quien le pagó us-ted los cinco mil dólares?

sl. cheater, swindler.

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‘Some kind of gambler. Ihardly recall. Norris would know. Mybutler.’

‘Your daughters have moneyin their own right, General?’

‘Vivian has, but not a greatdeal. Carmen is still a minor under hermother ’s will. I give them bothgenerous allowances.’

I said: ‘I can take this Geigeroff your back, General, if that’s whatyou want. Whoever he is andwhatever he has. It may cost you alittle money, besides what you payme. And, of course it won’t get youanything. Sugaring them never does.You’re already listed on their book ofnice names.’

‘I see.’ He shrugged his widesharp shoulders in the faded redbathrobe. ‘A moment ago you saidpay him. Now you say it won’t getme anything.’

‘I mean it might be cheaperand easier to stand for a certainamount of squeeze. That’s all.’

‘I’m afraid I’m rather animpatient man, Mr Marlowe. Whatare your charges?’

‘I get twenty-five a day andexpenses - when I’m lucky.’

‘I see. It seems reasonableenough for removing morbid growthsfrom people’s backs. Quite a delicateoperation. You realize that, I hope.You’ll make your operation as littleof a shock to the patient as possible?There might be several of them, MrMarlowe.’

I finished my second drinkand wiped my lips and my face. Theheat didn’t get any less hot with thebrandy in me. The General blinked atme and plucked at the edge of his rug.

‘Can I make a deal with thisguy, if I think he’s within hootingdistance of being on the level?’

—Creo que un jugador de ventaja.Apenas lo recuerdo. Norris lo sabrá. Mimayordomo.

—Sus hijas disponen de dinero pro-pio, ¿no es eso, mi general?

—Vivian sí, pero no demasiado. Carmen estodavía menor, de acuerdo con las disposicio-nes del testamento de su madre. Las dos reci-ben una generosa asignación mía.

—Estoy en condiciones de quitarle deencima a ese tal Geiger, mi general, si eseso lo que quiere —dije—. Sea quien seay tenga lo que tenga. Puede que le cuestealgo de dinero, aparte de lo que me pa-gue a mí. Y, por supuesto, no le servirá degran cosa. Nunca se consigue nada dán-doles dinero. Está usted en su lista denombres productivos.

—Me hago cargo. —Bajo la descolorida bataroja, sus hombros, anchos pero descarnados, es-bozaron un gesto de indiferencia—. Hace un mo-mento ha hablado usted de pagar a ese Geiger.Ahora dice que no me servirá de nada.

—Quiero decir que quizá sea más ba-rato y más fácil aceptar cierto grado depresión. Eso es todo.

—Mucho me temo que soy más bienuna persona impaciente, señor Marlowe.¿Cuáles son sus honorarios?

—Veinticinco dólares diarios más gas-tos..., cuando tengo suerte.

—Entiendo. Parece razonable tratán-dose de extirpar bultos patológicos de lasespaldas ajenas. Una operación muy de-licada. Espero que se dé cuenta de ello yque realice la intervenciónconmocionando lo menos posible al pa-ciente. Quizá resulten ser varios, señorMarlowe.

Terminé el segundo brandy y me se-qué los labios y la cara. El calor no resul-taba menos intenso después de una bebi-da alcohólica. El general parpadeó y tiródel borde de la manta de viaje.

—¿Puedo llegar a un acuerdo con eseindividuo s i m e p a r e c e r e m o t a -m e n t e s i n c e r o ?

—Una especie de jugador. Apenasrecuerdo. Norris, mi mayordomo, losabrá.

—¿Tienen sus hijas dinero pro-pio? _______________

—Vivian lo tiene, pero no en can-tidad; Carmen es aún menor. Les ten-go asignadas a ambas cantidades muygenerosas.

—Puedo quitarle de encima a eseGeiger, general, si es eso lo que us-ted desea. Quienquiera que sea ytenga lo que tenga. Puede costarlealgún dinero, aparte de lo que mepague a mí. Y, naturalmente, estono le llevará a ninguna parte. Yaestá usted apuntado en su lista denombres provechosos.

—Ya veo —dijo, y encogió sus pi-cudos hombros dentro de la bata des-colorida—. Hace un momento meaconsejó que pagase. Ahora dice queeso no me llevará a ninguna parte.

—Quise decir que podría resultarlemás barato y más sencillo aceptar que lesacaran un poco de dinero. Eso es todo.

—Me temo que sea usted bastanteimpaciente, señor Marlowe. ¿Cuálesson sus honorarios?

—Cobro veinticinco dólares y gas-tos, cuando tengo suerte.

—Bien. Me parece muy razonablepor sacar mórbidas excrecencias dela espalda de la gente. Una operaciónbastante delicada. Se da usted cuentade ello, supongo. Haga la operacióncon la mínima molestia para el pa-ciente. Podrá hacerla de varias mane-ras, señor Marlowe.

Terminé el coñac y me limpié loslabios y el rostro. El licor nodisminula gran cosa el calor que sen-tía. El general parpadeó y se ajustó lamanta a las piernas. Pregunté:

— ¿ P u e d o l l e g a r a u n a c u e r-d o c o n e s e i n d i v i d u o s i s u a c -t i t u d e s r a z o n a b l e ?

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‘Yes. The matter is now inyour hands. I never do things byhalves.’

‘I’ll take him out,’ I said.‘He’ll think a bridge fell on him.’

‘I’m sure you will. And nowI must excuse myself. I am tired.’ Hereached out and touched the bell onthe arm of his chair. The cord wasplugged into a black cable that woundalong the side of the deep dark greenboxes in which the orchids grew andfestered. He closed his eyes, openedthem again in a brief bright stare, andsettled back among his cushions. Thelids dropped again and he didn’t payany more attention to me.

I stood up and lifted my coatoff the back of the damp wicker chairand went off with it among theorchids, opened the two doors andstood outside in the brisk October airgetting myself some oxygen. Thechauffeur over by the garage had goneaway. The butler came along the redpath with smooth light steps and hisback as straight as an ironing board. Ishrugged into my coat and watchedhim come.

He stopped about twofeet from me and said gravely:‘Mrs Regan would like to see youbefore you leave, sit. And in thematter of money the General hasinstructed me to give you a cheque forwhatever seems desirable.’

‘Instructed you how?’

He looked puzzled, then he smiled.‘Ah, I see, sit. You are, of course, adetective. By the way he rang hisbell.’

‘You write his cheques?’

‘I have that privilege.’

‘That ought to save you froma pauper’s grave. No money now,thanks. What does Mrs Regan wantto see me about?’

—Sí. El asunto está por completo ensus manos. Nunca hago las cosas a me-dias.

—Le libraré de ese individuo —dije—. Tendrá laimpresión de que se le ha caído un puente encima.

—Estoy seguro de ello. Y ahora debe-rá disculparme. Estoy cansado. —Se in-clinó y tocó un timbre en el brazo de susillón de ruedas. El hilo estaba enchufa-do a un cable negro que se perdía entrelas amplias cajas de color verde oscurodonde las orquídeas crecían y se pudrían.El general cerró los ojos, volvió a abrir-los en una breve mirada penetrante, y seacomodó entre sus cojines. Los párpadosbajaron de nuevo y ya no volvió a intere-sarse por mí. [20]

Me puse en pie, recogí la chaqueta dela húmeda silla de mimbre, salí con ellaentre las orquídeas, abrí las dos puertasdel invernadero y, al encontrarme con elaire fresco de octubre, me llené los pul-mones de oxígeno. El chófer que trabaja-ba junto al garaje había desaparecido. Elmayordomo se acercó a buen paso por elcamino de baldosas rojas con la espaldatan recta como una tabla de planchar. Mepuse la chaqueta y lo contemplé mientrasse acercaba.

Se detuvo a medio metro y me dijo conaire circunspecto:

—A la señora Regan le gustaría hablar conusted antes de que se marche. Y, por lo querespecta al dinero, el general me ha dado ins-trucciones para que le entregue un cheque porla cantidad que usted considere conveniente.

—¿Cómo le ha dado esas instrucciones?

Pareció sorprendido, pero luego sonrió.—Ah, ya entiendo. Es usted detective,

por supuesto. Por la manera de tocar eltimbre.

—¿Es usted quien firma los cheques?

—Es mi privilegio.

—Eso debería evitarle la fosa común.No tiene que darme ahora ningún dinero,gracias. ¿Por qué desea verme la señoraRegan?

—Sí. El asunto está ahora en susmanos. Yo nunca hago las cosas a me-dias.

—Le buscaré. Va a sorprendersebastante.

—Estoy convencido de que usted puede hacerlo.Y ahora le ruego me disculpe. Estoy cansado.

Tocó el timbre que tenía sobre unbrazo de la silla. El cordón iba meti-do en un cable negro que rodeaba lasprofundas cajas verde oscuro en lasque crecían y morían las orquídeas.El anciano cerró los ojos, volvió aabrirlos y después de una breve ojea-da se recostó en los cojines. Bajó lospárpados definitivamente y no volvióa ocuparse de mí.

Me levanté; cogí mi abrigo del res-paldo de la húmeda silla y me dirigí a lasalida por entre las orquídeas. Abrí lasdos puertas y me quedé un momento enel umbral aspirando el aire fresco de oc-tubre y haciendo acopio de oxígeno. Elchófer ya no se encontraba delante delgaraje. Por el camino rojo venía el ma-yordomo, con paso suave y la espalda tanderecha como una tabla de planchar. Mepuse el abrigo y le esperé.

Se paró ante mí y dijo convoz grave:

—La señora Regan desea verle an-tes de que se marche, señor. En cuan-to al dinero, tengo instrucciones delgeneral para darle un cheque por elimporte que usted desee.

—¿Y cómo le ha dado instrucciones?

Pareció sorprendido; luego sonrió.—¡Ah! Ya comprendo. Es usted

detective, naturalmente. Es la formade tocar el timbre.

—¿Extiende usted cheques ennombre del general?

—Tengo ese privilegio, señor.

—Eso debería librarlo de la fosacomún. No, no quiero dinero ahora,gracias. ¿Y qué desea de mí la señoraRegan?

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His blue eyes gave me asmooth level look. ‘She has amisconception of the purpose of yourvisit, sir.’

‘Who told her anything aboutmy visit?’

‘Her windows command thegreenhouse. She saw us go in. I wasobliged to tell her who you were.’

‘I don’t like that,’ I said.

His blue eyes frosted.‘Are you attempting to tell me myduties, sit?’

‘No. But I’m having a lotof fun trying to guess what theyare.’

We stared at each other for amoment. He gave me a blue glare andturned away.

3

This room was too big, theceiling was too high, the doors weretoo tall, and the white carpet that wentfrom wall to wall looked like a freshfall of snow at Lake Arrowhead.There were full-length mirrors andcrystal doodads all over the place.The ivory furniture had chromium onit, and the enormous ivory drapes laytumbled on the white carpet a yardfrom the windows. The white madethe ivory look dirty and the ivorymade the white look bled out. Thewindows stared towards thedarkening foothills. It was going torain soon. There was pressure in theair already.

Sus ojos azules, honestos, me miraroncalmosamente.

—Tiene una idea equivocada sobre elmotivo de su visita, señor Marlowe.

—¿Quién la ha informado de mi visi-ta?

—Las ventanas de la señora Regan danal invernadero. Nos vio entrar. He tenidoque decirle quién era usted.

—No me gusta eso —dije.

Sus ojos azules se helaron.—¿Trata de decirme cuáles son mis de-

beres, señor Marlowe?

—No. Pero me estoy divirtiendo mu-cho tratando de adivinar en qué consis-ten.

Nos miramos durante unos instantes.Norris con ferocidad antes de darse lavuelta.

Tres

La habitación era demasiado gran-de, el techo y las puertas demasiadoaltas, y la alfombra blanca que cubríatodo el suelo parecía nieve recién caí-da sobre el lago Arrowhead. Había es-pejos de cuerpo entero y chismes decristal por todas partes. Los muebles decolor marfil tenían adornos cromados,y las enormes cortinas del mismo colorse derramaban sobre la alfombra blan-ca a un metro de las ventanas. El blan-co hacía que el marfil pareciera sucio yel marfil hacía que el blanco resultaraexangüe. Las ventanas daban a las os-curecidas estribaciones de la sierra. Llo-vería pronto. Ya se notaba la presión enel aire.

—Tiene un concepto equivocadodel objeto de su visita.

—¿Quién le dijo que estabaaquí?

—Su ventana da sobre el inverna-dero. Nos vio cuando entrábamos, y mevi obligado a decirle quién es usted.

—No me gusta eso —dije.

Sus ojos azules se endurecieron.—¿Pretende usted decirme cuáles

son mis obligaciones, señor?

—No. Pero me divierto mucho tra-tando de adivinar cuáles son, realmen-te.

Nos miramos un momento y el ma-yordomo inició la marcha.

III

La habitación era demasiado am-plia, el techo demasiado alto, las puer-tas demasiado grandes y la blanca alfom-bra, que llegaba de una pared a otra, teníael aspecto de una nevada en el lagoArrowhead. Había, por todas partes, gran-des espejos y cachivaches de cristal. Losmuebles, de color marfil, estaban ador-nados con cromo, y los pliegues de lascortinas, también de color marfil, caíansobre la blanca alfombra a medio metrode las ventanas. El blanco hacía que elmarfil pareciese sucio, y el marfilhacía parecer al blanco desvaído. Lasventanas daban a las oscuras colinas.Iba a llover y la atmósfera estaba pe-sada.

frosted 1 frosted glass, cristal esmerilado,-a 2 US Culin glaseado. 3 vidrioso

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I sat down on the edge of adeep soft chair and looked at MrsRegan. She was worth a stare. Shewas trouble. She was stretched outon a modernistic chaise-longuewith her slippers off, so I staredat her legs in the sheerest s i lks tock ings . They seemed to bearranged to stare at. They werevis ible to the knee and one ofthem well beyond. The knees weredimpled, not bony and sharp. Thecalves were beautiful, the ankleslong and slim and with enoughmelodic line for a tone poem. Shewas tall and rangy and strong-looking.Her head was against an ivory satin cushion.Her hair was black and wiry and parted inthe middle and she had the hot black eyesof the portrait in the hall. She had a goodmouth and a good chin. There was asulky droop to her lips a n d t h el o w e r l i p w a s f u l l .

She had a drink. She took aswallow from it and gave me a coollevel stare over the rim of the glass.

‘So you’re a privatedetective,’ she said. ‘I didn’t knowthey really existed, except in books.Or else they were greasy little mensnooping around hotels.’

There was nothing in that for me,so I let it drift with the current. She puther glass down on the flat arm of thechaise-longue and flashed an emeraldand touched her hair. She said slowly:‘How did you like Dad?’

‘I liked him,’ I said.

‘He liked Rusty. I supposeyou know who Rusty is?’

‘Uh-huh.’

‘Rusty was earthy and vulgarat times, but he was very real. And hewas a lot of fun for Dad. Rustyshouldn’t have gone off like that. Dadfeels very badly about it, although hewon’t say so. Or did he?’

‘He said something about it.’

Me senté en el borde de un sillón muyblando y profundo y miré a la señora Regan,que era merecedora de atención, además depeligrosa. Estaba tumbada en una chaise—longue modernista, sin zapatos, de maneraque contemplé sus piernas, con las mediasde seda más transparentes que quepa imagi-nar. Parecían colocadas para que se las mi-rase. Eran visibles hasta la rodilla y una deellas bastante más allá. Las rodillas eran re-dondas, ni huesudas ni angulosas. Las pan-torrillas merecían el calificativo de her-mosas, y los tobillos eran esbeltos y consuficiente línea melódica para un poe-ma sinfónico. Se trataba de una mujeralta, delgada y en apariencia fuerte. Apo-yaba la cabeza en un almohadón de saténde color marfil. Cabello negro y fuertecon raya al medio y los ojos negros ar-dientes del retrato del vestíbulo. Boca ybarbilla bien dibujadas. Aunque los la-bios, algo caídos, denotaban una actitudmalhumorada, el inferior era sensual.

Tenía una copa en la mano. Despuésde beber me miró fríamente por encimadel borde de cristal.

—De manera que es usted detective privado —dijo—. Ignoraba que existieran, excepto en los li-bros. O, en caso contrario, creía que se trataba dehombrecillos grasientos que espiaban en los vestí-bulos de los hoteles. [22]

No me concernía nada de todo aquello, de maneraque dejé que se lo llevara la corriente. La señora Reganabandonó la copa sobre el brazo plano de la chaise-longue, hizo brillar una esmeralda y se tocó el pelo.

—¿Le ha gustado mi padre? —pregun-tó, hablando muy despacio.

—Me ha gustado —respondí.

—A mi padre le gustaba Rusty. Supon-go que sabe quién es Rusty.

—Ajá.

—Rusty era campechano y vulgar a ve-ces, pero muy de carne y hueso, y papá sedivertía mucho con él. No debería haberdesaparecido como lo hizo. Papá está muydolido, aunque no lo diga. ¿O sí se lo hadicho?

—Dijo algo acerca de eso.

Me senté en el borde de una mu-llida silla y miré a la señora Regan.Valía la pena mirarla. Era dinamita.Se hallaba tendida, descalza, en unachaise longue moderna, lo que mepermitía contemplar sus piernas en-vueltas en medias transparentes. Es-taban allí para ser contempladas,eran visibles hasta la rodilla, y unade ellas, hasta bastante más arriba.Las rodillas no eran huesudas y te-nían hoyuelos. Las pantorrillas,magníficas, y los tobillos, largos yesbeltos, de línea capaz de inspirarun poema. La señora Regan era alta,llena y parecía muy fuerte. Su cabezareposaba en un cojín de raso color mar-fil. Su pelo era negro y liso, peinado conraya al medio. Tenía los ardientes ojosnegros del retrato del vestíbulo. Laboca era carnosa y en aquelmomento estaba fruncida congesto arisco.

Sujetaba en la mano una copa, de laque bebió un sorbo antes de dirigirme unamirada fría por encima del borde.

—Así que usted es un detective —dijo—. No sabía que existiesen real-mente, excepto en los libros; o bienque eran grasientos hombrecitos es-piando alrededor de los hoteles.

Nada de eso iba por mí, así que lopasé sin comentarios. Dejó la copa enel brazo de la chaise longue, y al mo-ver la mano para tocar su cabello unaesmeralda centelleó. Preguntó pausa-damente:

—¿Qué le parece papá?—Me gustó —contesté.—Quería a Rusty. Supongo que

sabe usted quién es Rusty.

—¡Pchs!...

—Rusty era ordinario y vulgar aveces, pero era muy sincero. Resul-taba muy divertido para papá. Rustyno debía haberse marchado así. Papáestá muy dolido, aunque no lo diga.¿O se lo dijo?

—Algo de eso dijo.

X

rangy tall and slim, skinny, (larguirucho), gangling, gangly, lanky, rangy tall and thin and having long slender limbs;

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‘You’re not much of a gusher,are you, Mr Marlowe? But he wantsto find him, doesn’t he?’

I stared at her politely througha pause. ‘Yes and no,’ I said.

‘That’s hardly an answer. Doyou think you can find him?’

‘I didn’t say I was going to try.Why not try the Missing PersonsBureau? They have the organization.It’s not a one-man job.’

‘Oh, Dad wouldn’t hear ofthe police being brought into it.’She looked at me smoothly acrossher glass again, emptied it, and ranga bell. A maid came into the roomby a s ide door. She was amiddleaged woman with a longyellow gentle face, a long nose, nochin, large wet eyes. She lookedlike a nice old horse that had beenturned out to pasture after longservice . Mrs Regan waved theempty glass at her and she mixedanother drink and handed it to herand left the room, without a word,without a glance in my direction.

When the door shut MrsRegan said: ‘Well, how will you goabout it then?’

‘How and when did he skip out?’‘Didn’t Dad tell you?’

I grinned at her with my head onone side. She flushed. Her hot black eyeslooked mad. ‘I don’t see what there is tobe cagey about,’ she snapped. ‘And I don’tlike your manners.’

‘I’m not crazy about yours,’ Isaid. ‘I didn’t ask to see you. You sentfor me. I don’t mind your ritzing me ordrinking your lunch out of a Scotchbottle. I don’t mind your showing meyour legs. They’re very swell legs andit’s a pleasure to make theiracquaintance. I don’t mind if you don’tlike my manners. They’re pretty bad. Igrieve over them during the long winterevenings. But don’t waste your timetrying to cross-examine me.’

—A usted no se le va la fuerza por laboca, ¿verdad señor Marlowe? Pero papáquiere que se le encuentre, ¿no es cierto?

Me quedé mirándola cortésmente du-rante una pausa.

—Sí y no —respondí.—No se puede decir que eso sea una

respuesta. ¿Cree que lo podrá encontrar?

—No he dicho que fuese a intentarlo. ¿Porqué no probar con la Oficina de Personas Des-aparecidas? Cuentan con una organización. Noes tarea para un solo individuo.

—No, no; papá no querría por nada delmundo que interviniera la policía. —Desde elotro lado de la copa me miró de nuevo, muysegura de sí, antes de vaciarla y de tocar el tim-bre. Una doncella entró en la habitación poruna puerta lateral. Era una mujer de medianaedad, de rostro largo y amable, algo amarillen-to, nariz larga, ausencia de barbilla y grandesojos húmedos. Parecía un simpático caballoviejo al que hubieran soltado en un prado paraque pastara después de muchos años de servi-cio. La señora Regan agitó la copa vacía en sudirección y la doncella le sirvió otra, se la en-tregó y salió de la habitación sin pronunciaruna sola palabra, ni mirar una sola vez en midirección. [23]

Cuando la puerta se hubo cerrado, laseñora Regan dijo:

—Y bien, ¿qué es lo que se propone hacer?—¿Cómo y cuándo se largó?—¿Papá no se lo ha contado?

Le sonreí con la cabeza inclinada hacia unlado. La señora Regan enrojeció. Sus cálidosojos negros manifestaron enfado.

—No entiendo qué razones puede tener paraser tan reservado —dijo con tono cortante—.Y no me gustan sus modales.

—Tampoco a mí me entusiasman los su-yos —dije—. No he sido yo quien ha pedidoverla. Me ha mandado usted a buscar. No meimporta que se dé aires conmigo, ni que se sa-que el almuerzo de una botella de scotch. Tam-poco me parece mal que me enseñe las pier-nas. Son unas piernas estupendas y es un pla-cer contemplarlas. Como tampoco me impor-ta que no le gusten mis modales. Son detesta-bles. Sufro pensando en ellos durante las lar-gas veladas del invierno. Pero no pierda eltiempo tratando de sonsacarme.

—No es usted muy hablador, se-ñor Marlowe. Pero quiere encontrar-le, ¿no es eso?

La miré cortésmente un momentoy dije, después de una pausa:

—Pues sí y no.—Eso no es una contestación.

¿Cree que puede encontrarle?

—Yo no dije que lo iba a intentar. ¿Porqué no se dirige a la Oficina de Personas Des-aparecidas? Tienen una organización eficien-te. Eso no es tarea para una persona sola.

—¡Oh! Papá no querría que la po-licía se mezclara en el asunto.

Me miró nuevamente por encimade la copa, la vació y tocó el timbre.Una criada entró en la habitación poruna puerta lateral. Era una mujer demediana edad, con cara amarillenta yalargada, nariz larga, sin barbilla, ytenía grandes ojos húmedos. Parecíaun simpático caballo viejo que des-cansa, pastando, de sus largos años deservicio. La señora Regan le señalóla copa vacía y la criada le preparóotra bebida; se la dio y salió de lahabitación, sin una palabra ni una solamirada hacia mí.

Cuando la puerta se cerró, la se-ñora Regan preguntó:

—Bien, entonces, ¿cómo va usted a enfocar el asunto?—¿Cómo y cuándo desapareció?—¿No se lo ha dicho papá?

Ladeé la cabeza y sonreí. Se rubo-rizó. Sus ardientes ojos negros echa-ron chispas.

—No veo que haya motivos paraandar con tapujos —saltó—, y no megustan sus modales.

—Los suyos tampoco me entusias-man demasiado —dije—. Yo no desea-ba venir aquí; usted me llamó. Me tie-ne sin cuidado que se haga la elegantedelante de mí o que desayune con whis-ky. Tampoco me importa que enseñe laspiernas. Son piernas preciosas y da gus-to contemplarlas. Me importa un bledoque no le gusten mis modales. Son bas-tante detestables y lo lamento durantelas largas veladas de invierno. Pero nointente sonsacarme nada.

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She slammed her glass downso hard that it slopped over on anivory cushion. She swung her legs tothe floor and stood up with her eyessparking fire and her nostrils wide,Her mouth was open and her brightteeth glared at me. Her knuckles werewhite.

‘People don’t talk like that tome,’ she said thickly.

I sat there and grinned at her.Very slowly she closed her mouth andlooked down at the spilled liquor. Shesat down on the edge of the chaise-longue and cupped her chin in onehand.

‘My God, you big darkhandsome brute! I ought to throw aBuick at you.’

I snicked a match on mythumbnail and for once it lit. I puffedsmoke into the air and waited.

‘I loathe masterful men,’ shesaid. ‘I simply loathe them.’

‘Just what is it you’re afraidof, Mrs Regan?’

Her eyes whitened. Thenthey darkened until they seemed tobe all pupil. Her nostrils lookedpinched.

‘That wasn’t what he wanted withyou at all,’ she said in a strained voice thatst i l l had shreds of anger clinging to it.‘About Rusty. Was it?’

‘Better ask him.’

She flared up again. ‘Get out!Damn you, get out!’

I stood up. ‘Sit down!’she snapped. I sat down. Iflicked a finger at my palmand waited.

‘Please,’ she said. ‘Please.You could find Rusty if Dad wantedyou to.’

Dejó la copa con tanta violencia que el con-tenido se derramó sobre uno de los cojines decolor marfil. Bajó las piernas al suelo y se pusoen pie echando fuego por los ojos y con lasventanas de la nariz dilatadas. Tenía la bocaabierta y vi cómo le brillaban los dientes. Apre-tó tanto los puños que los nudillos perdieronpor completo el color.

—No consiento que nadie me hable deesa manera —dijo con la voz velada.

Seguí donde estaba y le sonreí.Muy despacio, la señora Regan cerróla boca y contempló la bebida derra-mada. Luego se sentó en el borde dela chaise-longue y apoyó la barbillaen una mano.

—¡Vaya! ¡Qué hombre tan sombrío,tan guapo y tan bruto! Debiera tirarle unBuick a la cabeza.

Froté una cerilla contra la uña del dedo gor-do y, de manera excepcional, se encendió. Lan-cé al aire una nube de humo y esperé. [24]

—Detesto a los hombres autoritarios—dijo—. No los soporto.

—¿De qué es de lo que tiene miedoexactamente, señora Regan?

Abrió mucho los ojos. Luego se le os-curecieron, hasta dar la impresión de queeran todo pupila. Incluso pareció que sele arrugaba la nariz.

—Mi padre no le ha mandado llamar poresa razón —dijo con voz crispada, de la queaún colgaban retazos de indignación—. Nose trataba de Rusty, ¿no es cierto?

—Será mejor que se lo pregunte usted.

Estalló de nuevo.—¡Salga! ¡Váyase al infierno!

Me puse en pie.—¡Siéntese! —me gritó. Volví a sen-

tarme. Tamborileé con los dedos de unamano en la palma de la otra y esperé.

—Por favor —dijo—. Se lo ruego.Usted podría encontrar a Rusty..., si papáquisiera que lo hiciese.

Dejó la copa violentamente, y elcontenido se derramó sobre un cojíncolor marfil. Se puso en pie de un sal-to y quedó echando chispas, con lasaletas de la nariz dilatadas. A travésde la boca abierta, sus brillantes dien-tes resplandecían. Sus nudillos esta-ban blancos.

—No estoy acostumbrada a queme hablen así —dijo con voz ronca.

No me moví y le sonreí con iro-nía. Muy lentamente, la señora Regancerró la boca y miró hacia el licorderramado. Se sentó en el borde de lachaise longue y apoyó la barbilla enla palma de su mano.

—¡Dios mío! Grandísimo y bellobruto. Debería atropellarle con miBuick.

Froté una cerilla con la uña de mi pul-gar y, por una vez al menos, se encendió.Eché una bocanada de humo y esperé.

—Odio a los hombres dominantes—dijo—; los odio.

—¿Y qué es lo que usted teme, se-ñora Regan?

Sus ojos parecieron aclararse. Después se os-curecieron de nuevo hasta dar la sensación de queno tenían más que pupila. Parecía que le estuvie-ran pellizcando las ventanas de la nariz.

—Papá no le llamó a usted para hablarde Rusty en absoluto —dijo con voz forzadaen la que todavía quedaban huellas de ira. No setrataba de Tusty ¿no era para eso?

—Mejor es que se lo pregunte a su padre.Se enfadó de nuevo.— ¿O era—¡Márchese, estúpido, márchese!

Me levanté.—¡Siéntese! —gritó. Me senté y

esperé. ____________ __________________ ________ _____

—Por favor —dijo—. Por favor.Usted podría encontrar a Rusty sipapá quisiera encargárselo.

Xmirar todos los «pinche», hay contradicciones

X

flick strike or move with a flick (flicked the ash off his cigar; flicked away the dust). 2 tr. give a flick with (a whip, towel, etc.). 3intr. make a flicking movement orsound. Dar un golpecito (interruptor), sacudir (cigarrillo), rozar (látigo), pasar rápidamente (páginas), arrojar, sacar (lengua), apagar (luz)

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That didn’t work either. Inodded and asked: ‘When did he go?’

‘One afternoon a month back.He just drove away in his car withoutsaying a word. They found the car ina private garage somewhere.’

‘They?’

She got cunning. Herwhole body seemed to go lax.Then she smiled at me winningly.‘He didn’t tell you then.’ Her voicewas almost gleeful, as if she hadoutsmarted me. Maybe she had.

‘He told me about Mr Regan,yes. That’s not what he wanted to seeme about. Is that what you’ve beentrying to get me to say?’

‘I’m sure I don’t care whatyou say.’

I stood up again. ‘ThenI’ll be running along.’ Shedidn’t speak. I went over to thetall white door I had come in at.When I looked back she had herlip between her teeth and wasworrying it like a puppy at thefringe of a rug.

I went out, down the tilestaircase to the hall, and the butterdrifted out of somewhere with my hatin his hand. I put it on while he openedthe door for me.

‘You made a mistake,’ I said.‘Mrs Regan didn’t want to see me.’

He inclined his silverhead and said politely: ‘I’msorry, sit. I make manymistakes.’ He closed the dooragainst my back.

Tampoco aquello funcionó. Asentí conla cabeza y pregunté:

—¿Cuándo se marchó?

—Una tarde, hace un mes. Se marchósin decir una palabra. Encontraron el au-tomóvil en un garaje privado en algún si-tio.

—¿Quiénes lo encontraron?

Apareció en su rostro una expresión astuta y dio laimpresión de que todo el cuerpo se le relajaba. Luegome sonrió cautivadoramente.

—Entonces es que no se lo ha contado. —Suvoz sonaba casi exultante, como si se hubieraapuntado un tanto a mi costa. Quizá sí.

—Me ha hablado del señor Regan, escierto. Pero no me ha llamado para tratarde esa cuestión. ¿Era eso lo que queríaoír?

—Le aseguro que me tiene sin cuida-do lo que diga.

Volví a ponerme en pie. [25]—En ese caso me iré.La señora Regan no dijo nada. Fui has-

ta la puerta blanca, muy alta, por la quehabía entrado. Cuando me volví para mi-rar, tenía el labio inferior entre los dien-tes y jugueteaba con él como un perrillocon los flecos de una alfombra.

Descendí por la escalera de azulejoshasta el vestíbulo, y el mayordomo, comosin quererlo, surgió de algún sitio con misombrero en la mano. Me lo encasquetémientras él me abría la puerta principal.

—Se equivocó usted —dije—. La se-ñora Regan no quería verme.

El mayordomo inclinó la plateada ca-beza y dijo cortésmente:

—Lo siento, señor. Me equivoco confrecuencia. —Luego cerró la puerta a misespaldas.

Esto no dio resultado tampoco.Asentí, y pregunté:

—¿Cuándo se fue?

—Una tarde, hace ya un mes. Semarchó en su coche sin decir una pa-labra. Encontraron el coche no sé dón-de, en un garaje privado.

—¿Encontraron?

La señora Regan se volvió encan-tadora. Todo su cuerpo pareció aflo-jarse. Sonrió triunfante.

—Entonces no se lo ha dicho.

—Sí, me habló del señor Regan.Pero no era de lo que quería hablar-me. ¿Es esto lo que ha estado ustedtratando de hacerme decir?

—No me importa lo que usteddiga.

Me levanté de nuevo.—Entonces me marcho.Me dirigí hacia la blanca alta

puerta por donde había entrado.Cuando me volví a mirar, la se-ñora Regan tenía un labio entrelos dientes y estaba visiblemen-te fastidiada.

Bajé por la escalera de baldosas alvestíbulo y el mayordomo surgió dealguna parte con mi sombrero en lamano. Me lo puse mientras él meabría la puerta.

—Se equivocó usted —dije—. Laseñora Regan no quería verme.

Inclinó su plateada cabeza y dijocortésmente:

—Lo siento, señor. Me equivocomuy a menudo.

Cerró la puerta detrás de mí.

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I stood on the step breathing mycigarette smoke and looking down asuccession of terraces with flowerbedsand trimmed trees to the high iron fencewith gilt spears that hemmed in theestate. A winding driveway droppeddown between retaining walls to theopen iron gates. Beyond the fence thehill sloped for several miles. On thislower level faint and far off I could justbarely see some of the old woodenderricks of the oilfield from which theSternwoods had made their money.Most of the field was public park now,cleaned up and donated to the city byGeneral Sternwood. But a little of it wasstill producing it) groups of wellspumping five or six barrels a day. TheSternwoods, having moved up the hill,could no longer smell the stale sumpwater or the oil, but they could still lookout of their front windows and see whathad made them rich. If they wanted to.I don’t suppose they would want to.

I walked down a brick path fromterrace to terrace, followed along insidethe fence and so out of the gates to whereI had left my car under a pepper tree onthe street. Thunder was crackling in thefoothills now and the sky above them waspurple-black. It was going to rain hard.The air had the damp foretaste of rain. Iput the top up on my convertible before Istarted down-town.

She had lovely legs. I wouldsay that for her. They were a coupleof pretty smooth citizens, she and herfather. He was probably just trying meout; the job he had given me was alawyer’s job. Even if Mr ArthurGwynn Geiger, Rare Books and DeLuxe Editions, turned out to be ablackmailer, it was still a lawyer’sjob. Unless there was a lot more to itthan met the eye. At a casual glance Ithought I might have a lot of funfinding out.

I drove down to theHollywood public library and did alittle superficial research in a stuffyvolume called Famous First Editions.Half an hour of it made me need mylunch.

Desde el escalón de la entrada, mientras aspi-raba el humo del cigarrillo, contemplé una suce-sión de terrazas con parterres y árboles cuidadosamen-te podados hasta la alta verja de hierro con rematesdorados en forma de hoja de lanza que rodeaba la fin-ca. Una sinuosa avenida descendía entre taludes hastalas puertas abiertas de la entrada. Más allá de la verja,la colina descendía suavemente por espacio de varioskilómetros. En la parte más baja, lejanas y casi invisi-bles, apenas se distinguían algunas de las viejas torresde perforación —esqueletos de madera— de los ya-cimientos petrolíferos con los que los Sternwoodhabían amasado su fortuna. La mayoría de los an-tiguos yacimientos eran ya parques públicos,adecentados por el general Sternwood y donadosa la ciudad. Pero en una pequeña parte aún seguíala producción, gracias a grupos de pozos que bom-beaban cinco o seis barriles al día. Los Sternwood,después de mudarse colina arriba, no tenían yaque oler el aroma de los sumideros ni el del petró-leo, pero aún podían mirar desde las ventanas dela fachada de su casa y ver lo que los había enri-quecido. Si es que querían hacerlo. Supongo queno querían. [26]

Descendí, de parterre en parterre, por un cami-no de ladrillos que me fue llevando, cerca de laverja, hasta las puertas de hierro y hasta donde habíadejado mi coche en la calle, bajo un turbinto. Lostruenos empezaban a crepitar por las estribacionesde la sierra y el cielo, sobre ellas, había adquiridoun color morado cercano al negro. Llovería confuerza. El aire tenía el húmedo sabor anticipado dela lluvia. Levanté la capota de mi coche antes deponerme en camino hacia el centro.

La señora Regan tenía unas piernas en-cantadoras. Eso había que reconocérse-lo. Y ella y su padre eran una pareja demucho cuidado. Él, probablemente, sóloestaba probándome; el trabajo que mehabía encargado era una tarea de aboga-do. Incluso aunque Arthur Gwynn Geiger,Libros raros y ediciones de lujo, resulta-ra ser un chantajista, seguía siendo tareapara un abogado. A no ser que fuese todomucho más complicado. A primera vistame pareció que podría divertirme averi-guándolo.

Fui en coche hasta la biblioteca pública deHollywood e hice una primera investigaciónde poca monta en un libro muy pomposo titu-lado Primeras ediciones célebres. Media horade aquel ejercicio me obligó a salir en buscadel almuerzo.

Me quedé en la puerta fumando y con-templando a mis pies una serie de terra-zas con macizos y árboles recortados has-ta la altura de la verja de hierro, coronadacon picos dorados, que rodeaba la finca. Uncamino serpenteante descendía entre los mu-ros de contención hasta las altas puertas dehierro. Tras el muro, la colina descendía sua-vemente varios kilómetros. En la parte baja,allá a lo lejos, apenas se veía alguna de lasviejas torres de madera del campo de petró-leo con el que los Sternwood habían hechosu fortuna. La mayor parte de ese campo eraahora un parque público, que el generalSternwood había donado a la ciudad. Unapequeña parte de él se explotaba; algunospozos producían aún cinco o seis barrilesdiarios. Los Sternwood, que habían ido avivir a la parte más alta de la colina, yano percibían el olor rancio del petróleo odel agua de los sumideros; pero todavíapodían asomarse a sus ventanas y contem-plar lo que les había enriquecido, si que-rían verlo. No creo que quisieran.

Fui descendiendo por un senderode ladrillos, de terraza en terraza, has-ta el camino que conducía a la puer-ta, donde habían dejado mi coche bajoun árbol. Se oían los estampidos deltrueno sobre las colinas y el cielo es-taba rojinegro. Iba a llover bastante.En el aire ya flotaba el anuncio de lalluvia. Levanté la capota de mi cocheantes de bajar a la ciudad.

La señora Regan tenía preciosas pier-nas; había que reconocerlo. Ella y su pa-dre eran ciudadanos sin escrúpulos. Él,quizá, estaba solamente poniéndome aprueba. El trabajo que me había encarga-do era más bien tarea de un abogado. Eincluso si Arthur Gwynn Geiger, Librosraros y Ediciones de lujo, resultaba serun chantajista, seguía siendo tarea de un aboga-do, a menos que hubiese en el asunto mucho másde lo que se apreciaba a simple vista. Como pri-mera providencia, pensé que podría divertirmemucho investigando sobre el particular.

Bajé a la biblioteca públicaHollywood e hice una investigaciónsuperficial en un grueso volumen ti-tulado Primeras ediciones famosas. Ala media hora, sentí necesidad de al-morzar.

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A. G. Geiger’s place was a storefrontage on the north side of theboulevard near Las Palmas. Theentrance door was set far back in themiddle and there was a copper trim onthe windows, which were backed withChinese screens, so I couldn’t see intothe store. There was a lot of orientaljunk in the windows. I didn’t knowwhether it was any good, not being acollector of antiques, except unpaidbills. The entrance door was plate glass,but I couldn’t see much through thateither, because the store was very dim.A building entrance adjoined it on oneside and on the other was a glitteringcredit jewellery establishment. Thejeweller stood in his entrance, teeteringon his heels and looking bored, a tallhandsome white-haired Jew in lean darkclothes, with about nine carats ofdiamond on his right hand. A faintknowing smile curved his lips when Iturned into Geiger’s store. I let the doorclose softly behind me and walked ona thick blue rug that paved the floorfrom wall to wall. There were blueleather easy chairs with smoke standsbeside them. A few sets of ‘tooledleather bindings were set out on narrowpolished tables, between book ends.There were more tooled bindings inglass cases on the walls. Nice-lookingmerchandise, the kind a rich promoterwould buy by the yard and havesomebody paste his book-plate in. Atthe back there was a grained wood par-tition with a door in the middle of it,shut. In the corner made by the parti-tion and one wall a woman sat behind asmall desk with a carved wooden lan-tern on it.

She got up slowly and swayedtowards me in a tight black dress that didn’treflect any light. She had long thighs andshe walked with a certain something I hadn’toften seen in bookstores. She was an ashblonde with greenish eyes, beaded lashes,hair waved smoothly back from ears inwhich large jet buttons glittered. Herfingernails were silvered. In spite of her get-up she looked as if she would have a hallbedroom accent.

Cuatro

El establecimiento de A. G. Geiger estaba enla parte norte de Hollywood Boulevard, cercade Las Palmas. La puerta de entrada quedabamuy hundida con respecto a los escaparates,con molduras de cobre y cerrados por detráscon biombos chinos, de manera que no me per-mitían ver el interior. En los escaparates vimuchos cachivaches orientales. No estaba encondiciones de decir si se trataba de objetosde calidad, dado que no colecciono antigüeda-des, a excepción de facturas sin pagar. La puertade entrada era de cristal, pero tampoco se po-día ver mucho a través de ella porque apenashabía luz en el interior. La tienda estabaflanqueada por el portal de un edificio y poruna resplandeciente joyería especializada enla venta a plazos. El joyero había salido a lacalle, y se balanceaba sobre los talones concara de aburrimiento. Era un judío alto y debuena presencia, de pelo blanco, ropa os-cura muy ajustada y unos nueve quilatesde brillantes en la mano derecha. Una son-risa de complicidad casi imperceptible aparecióen sus labios al verme entrar en la tienda deGeiger. Dejé que la puerta se cerrase despacio ami espalda y avancé sobre una gruesa alfombraazul que cubría todo el suelo. Me encontré consillones tapizados de cuero azul flanqueados poraltos ceniceros. Sobre estrechas mesitas barniza-das descansaban, entre sujetalibros, grupos de vo-lúmenes encuadernados en piel. En distintas vi-trinas había más volúmenes encuadernados de lamisma manera. Mercancías con muy buen aspec-to, del tipo que un rico empresario adquiriría pormetros y luego contrataría a alguien para que lespegase su ex libris. Al fondo había una mampa-ra de madera veteada con una puerta en elcentro, cerrada. En la esquina que forma-ban la mampara y una de las paredes, unamujer, sentada detrás de un pequeño es-critorio con una lámpara de madera talla-da encima,

se levantó despacio y se dirigió hacia mí balan-ceándose dentro de un ajustado vestido negroque no reflejaba la luz. Tenía largas las piernasy [28] caminaba con un cierto no sé qué que yono había visto con frecuencia en librerías. Ru-bia de ojos verdosos y pestañas maquilladas, serecogía el cabello, suavemente ondulado, detrásde las orejas, en las que brillaban grandes pen-dientes de azabache. Llevaba las uñas platea-das. A pesar de su apariencia anticipé que ten-dría un acento más bien plebeyo.

IV

El establecimiento de A. G. Geiger esta-ba situado en la fachada norte del bulevar,cerca de Las Palmas. La puerta de entradase hallaba en el centro, y los escaparates,adornados con cobre, tenían al fondo biom-bos chinos, que impedían ver el interior dela tienda. En los escaparates se exhibía unmontón de trastos orientales, que no pudeapreciar si eran auténticos porque no soycoleccionista de antigüedades; yo colec-ciono facturas pendientes de pago. La en-trada tenía cristalera; pero tampoco a tra-vés de ella pude ver mucho porque ellocal era muy oscuro. A un lado de la tien-da se veía la entrada de un edificio y alotro un resplandeciente comercio de jo-yería a plazos. El joyero estaba en lapuerta, balanceándose con aire aburrido.Era un judío alto y apuesto, con pelo blan-co, vestido de oscuro y con un brillantede nueve quilates en la mano derecha. Unaleve sonrisa burlona curvó sus labioscuando vio que me disponía a entrar en elestablecimiento de Geiger. Dejé que lapuerta se cerrase suavemente a mi espal-da y avancé sobre una mullida alfombraazul que cubría el suelo de pared a pared.Había butacones de cuero azul con mesitasde fumar a su lado. Algunas colecciones deencuadernaciones fileteadas, sujetas entresoportes, estaban expuestas en estrechas me-sitas pulidas. Había más encuadernacionesde lujo en pequeñas vitrinas adosadas a lasparedes. Mercancía de hermoso aspecto quelos ricos comprarían por metros para man-dar poner en ella sus exlibris. Al fondo ha-bía un tabique de madera veteada, con unapuerta en medio, que en ese momento esta-ba cerrada. En el ángulo que formaba el ta-bique con una de las paredes, una mujer sehallaba sentada tras un escritorio en el quehabía una lamparita de madera tallada.

Se levantó despacio y vino hacia mí con-toneándose. Llevaba un vestido negro mate.Sus muslos eran largos y andaba con un vai-vén que no había visto nunca en librerías. Elpelo, rubio ceniza, suavemente ondulado,dejaba ver las orejas en las que lucían gran-des pendientes de azabache. Sus ojos verdesestaban orlados por largas pestañas. Llevabalas uñas plateadas. A pesar de su atuendo,tenía aspecto equívoco y no propio ni fre-cuente en el personal de una librería.

teeter v. intr. 1 totter; stand or move unsteadily. 2 hesitate; be indecisive. Bambolearse; tambalearse (= hesitate) vacilar; titubear

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She approached me withenough sex appeal to stampede abusiness men’s lunch and tilted herhead to finger a stray, but not verystray, tendril of softly glowing hair.Her smile was tentative, but could bepersuaded to be nice.

‘Was it something?’ she inquired.

I had my horn-rimmed sunglasseson. I put my voice high and let a bird twitterin it. ‘Would you happen to have a BenHur 1860?’

She didn’t say: ‘Hub?’ butshe wanted to. She smiled bleakly.‘A first edition?’

‘Third,’ I said. ‘The one withthe erratum on page 16.’

‘I’m afraid not - at the moment.’‘How about a Chevalier

Audubon 1840 - the full set, ofcourse?’

‘Er - not at the moment,’ she saidharshly. Her smile was now hanging byits teeth and eyebrows and wonderingwhat it would hit when it dropped.

‘You do sell books?’ I said inmy polite falsetto.

She looked me over. No smilenow. Eyes medium to hard. Pose verystraight and stiff. She waved silverfinger-nails at the glassed-in shelves.‘What do they look like - grapeftuit?’she inquired tartly.

‘Oh, that sort of thing hardlyinterests me, you know. Probably hasduplicate sets of steel engravings,tuppence coloured and a penny plain.The usual vulgarity. No. I’m sorry.No.’

‘I see.’ She tried to jack thesmile back upon her face. She was assore as an alderman with the mumps.‘Perhaps Mr Geiger - but he’s not inat the moment.’ Her eyes studied mecarefully. She knew as much aboutrare books as I knew about handlinga flea circus.

Se me acercó con suficiente sex—appeal parahacer salir de estampida a todos los participantesen una comida de negocios e inclinó la cabeza paracolocarse un mechón descarriado, aunque no de-masiado, de cabellos suavemente luminosos. Susonrisa era indecisa, pero se la podía convencerpara que resultara decididamente amable.

—¿En qué puedo ayudarle? —me preguntó.

Yo me había puesto las gafas de sol con montura deconcha. Aflauté la voz y le añadí un trémolo de pájaro.

—¿Tendría usted por casualidad unBen Hur de 1860?

No dijo «¿eh?», pero era eso lo que leapetecía. Sonrió desoladamente.

—¿Una primera edición?

—Tercera —dije—. La que tiene laerrata en la página 116.

—Mucho me temo que no..., por el momento.—¿Qué me dice de un Chevalier

Audobon 1840..., la colección completa,por supuesto?

—No..., no de momento —dijo con as-pereza. La sonrisa le colgaba ya de losdientes y las cejas y se preguntaba dóndeiría a estrellarse cuando cayera.

—¿De verdad venden ustedes libros?—pregunté con mi cortés falsete.

Me miró de arriba abajo. La sonrisa des-aparecida. Ojos entre desconfiados y duros.Postura muy recta y tiesa. Agitó dedos de uñasplateadas en dirección a las vitrinas.

—¿Qué le parece que son, pomelos?—me respondió, cortante.

—No, no, ese tipo de cosas no me in-teresa nada, compréndalo. Probablemen-te tienen grabados de segunda mano, dedos centavos los de colores y de uno losque estén en blanco y negro. La vulgari-dad de siempre. No. Lo siento, pero no.

—Comprendo. —Trató de colocarse otravez la sonrisa en la cara. Pero estaba tan mo-lesta como un concejal con paperas.

—Quizá el señor Geiger..., aunque noestá aquí en este momento. —Sus ojosme estudiaron cuidadosamente. Sabía tan-to de libros raros como yo de dirigir uncirco de pulgas.

Se acercó a mí con aire seductor yamable que podría embobecer a ¡OSMás sesudos hombres de negocios, einclinó la cabeza para arreglarse unrizo rebelde de suave y sedoso pelo.Su sonrisa era falsa, de circunstan-cias, y podía mejorarse bastante.

—¿En qué puedo servirle? —preguntó.

Yo llevaba puestas mis gafas os-curas. Hablé con voz ______aguda.

—Tendrían por casualidad un BenHur mil ochocientos sesenta?

No preguntó «¿Cómo?», pero se quedócon ganas de hacerlo. Sonrió fríamente.

—¿Una primera edición?

—Tercera —dije—, la que tiene unaerrata en la página ciento dieciséis.

—Lo siento, señor. En este momento, no.—¿Y un Caballero Audubon, mil

ochocientos cuarenta? La coleccióncompleta, naturalmente.

—Pues tampoco —dijo con aspe-reza. Su sonrisa, sostenida ahora sólopor los dientes y las cejas, estabapróxima a desvanecerse.

—¿Venden ustedes libros? —dijecon mi voz de falsete más cortés.

Me miró de arriba abajo. Ahora nosonreía. Sus ojos se habían endurecido yestaba muy rígida. Señaló con un ademánlas encuadernaciones de las vitrinas.

—Pues ¿qué es eso?, ¿naranjas? —Inquirió mordaz.

—¡Oh! Ese tipo de libro apenas meinteresa, ¿sabe usted? Seguramentetienen grabados en metal baratos yvulgares. Lo corriente. No me intere-sa, gracias.

—Ah —trató de sonreír de nuevo.Estaba tan dolida como un concejalcon paperas— Quizá el señorGeiger..., pero no está aquí en estemomento —añadió; sus ojos me es-tudiaban cuidadosamente. Sabía tan-to de libros como yo de manejar pul-gas amaestradas en un circo.

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‘He might be in later?’‘I’m afraid not until late.’

‘Too bad,’ I said. ‘Ah, toobad. I’ll sit down and smoke acigarette in one of these charmingchairs. I have rather a blankafternoon. Nothing to think about butmy trigonometry lesson.’

‘Yes,’ she said. ‘Ye-es, of course.’

I stretched out in one and lit acigarette with the round nickel lighteron the smoking stand. She still stood,holding her lower lip with her teeth,her eyes vaguely troubled. Shenodded at last, turned slowly andwalked back to her little desk in thecorner. From behind the lamp shestared at me. I crossed my ankles andyawned. Her silver nails went out tothe cradle phone on the desk, didn’ttouch it, dropped and began to tap onthe desk.

Silence for about fiveminutes. The door opened and a tallhungrylooking bird with a cane and abig nose came in neatly, shut the doorbehind him against the pressure of thedoor closer, marched over to the deskand placed a wrapped parcel on thedesk. He took a pin-seal wallet withgold corners from his pocket andshowed the blonde something. Shepressed a button on the desk. The tallbird went to the door in the panelledpartition and opened it barely enoughto slip through.

I finished my cigarette and litanother. The minutes dragged by.Horns tooted and grunted on the bou-levard. A big red interurban cargrumbled past. A traffic light gonged.The blonde leaned on her elbow andcupped a hand over her eyes and staredat me behind it. The partition dooropened and the tall bird with the caneslid out. He had another wrapped par-cel, the shape of a large book. He wentover to the desk and paid money. Heleft as he had come, walking on the ballsof his feet, breathing with his mouthopen, giving me a sharp side glance ashe passed.

—¿Quizá llegue un poco más tarde?—Mucho me temo que será bastante

más tarde.—Qué lástima —dije—. Sí, una ver-

dadera lástima. Me sentaré y fumaré uncigarrillo en uno de estos sillones tan có-modos. Tengo la tarde más bien vacía.Nada en que pensar excepto mi lecciónde trigonometría.

—Sí —dijo ella—. Sí..., claro.

Estiré las piernas en uno de los sillones yencendí un cigarrillo con el encendedor re-dondo de níquel vecino al cenicero. La chi-ca de la tienda se quedó inmóvil, mordién-dose el labio inferior y con una expresiónincómoda en los ojos. Asintió finalmentecon la cabeza, se dio la vuelta despacio yregresó a su mesita en el rincón. Desde de-trás de la lámpara se me quedó mirando. Cru-cé las piernas y bostecé. Sus uñas plateadasse movieron hacia el teléfono de mesa, nollegaron a tocarlo, descendieron y empeza-ron a tamborilear sobre el escritorio.

Silencio durante cerca de cinco minutos.Luego se abrió la puerta de la calle y entrócon gran desparpajo un pájaro alto y de as-pecto hambriento con bastón y una enormenariz, cerró la puerta sin esperar a que lohiciera el mecanismo, se llegó hasta el escri-torio y dejó un paquete bien envuelto. Lue-go se sacó del bolsillo un billetero de piel defoca con adornos dorados en las esquinas ymostró algo a la rubia, que presionó un bo-tón situado sobre la mesa. El pájaro alto sedirigió hacia la puerta situada en la mampa-ra y la abrió apenas lo justo para deslizarsedentro. [30]

Terminé mi primer cigarrillo y encendíotro. Los minutos siguieron arrastrándose. Enel bulevar los claxons pitaban y gruñían. Ungran autobús rojo interurbano pasó por de-lante refunfuñando. Un semáforo sonó comoun gong antes de cambiar de luz. La rubia seapoyó en un codo, se tapó los ojos con una manoy me observó disimuladamente. La puerta de lamampara se abrió de nuevo y el pájaro alto conel bastón salió deslizándose. Llevaba otro pa-quete bien envuelto, del tamaño de un libro gran-de. Se llegó hasta el escritorio y pagó en efecti-vo. Se marchó como había llegado, caminandocasi de puntillas, respirando con la boca abiertay lanzándome una mirada penetrante de reojoal pasar a mi lado.

—¿Vendrá más tarde?—Temo que no venga hasta últi-

ma hora.—¡Qué lástima! —dije— ¡Qué

lástima! Me sentaré y fumaré un ci-garrillo en uno de esos encantadoressillones. Tengo la tarde libre. Nada enqué pensar, excepto en mi clase de tri-gonometría.

—Sí..., por supuesto.

Me dejé caer en uno de los sillones yencendí un cigarrillo con el encendedorredondo de níquel que estaba en la mesitacercana. La joven permaneció en pie,mordiéndose los labios y con los ojos li-geramente inquietos. Por fin dio mediavuelta y se dirigió a su pequeño escrito-rio. De cuando en cuando me echaba mi-radas por encima de la lamparita. Crucélas piernas y bostecé. Sus uñas plateadasse dirigieron al teléfono que había sobreel escritorio pero no llegó a cogerlo; co-menzó a golpear la mesa con los dedos.

Durante cinco minutos hubo un si-lencio absoluto. Se abrió la puerta yentró un individuo alto, de aspecto fa-mélico, con bastón y enorme nariz. Sedirigió al escritorio y colocó en él unenvoltorio. Sacó del bolsillo una car-tera con cantos dorados y le mostróalgo a la rubia. Ésta tocó un timbre.El individuo en cuestión fue a la puer-ta del tabique y la entreabrió lo sufi-ciente para poder pasar.

Terminé mi cigarrillo y encendí otro.Los minutos transcurrían lentamente. Seoía el ruido de los automóviles y las boci-nas en el bulevar. Pasó un enormedescapotable rojo. Sonó el timbre queanunciaba el cambio en el semáforo de lacalle. La rubia apoyó el codo en el escri-torio y, haciendo visera con la mano, miróhacia mí. Se abrió la puerta del tabique yse deslizó fuera el tipo del bastón. Lleva-ba otro envoltorio del tamaño de un librogrande. Fue al escritorio y entregó dine-ro. Se marchó como había venido, andan-do silenciosamente y respirando con laboca abierta; al pasar por mi lado me diri-gió una mirada penetrante.

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I got to my feet, tipped myhat to the blonde and went out afterhim. He walked west, swinging hiscane in a small tight arc just abovehis r ight shoe. He was easy tofollow. His coat was cut from arather loud piece of horse robe withshoulders so wide that his neckstuck up out of it like a celery stalkand his head wobbled on it as hewalked. We went a block and a half.At the Highland Avenue trafficsignal I pulled up beside him and lethim see me. He gave me a casual,then a suddenly sharpened sideglance, and quickly turned away. Wecrossed Highland with the greenlight and made another block. Hestretched his long legs and hadtwenty yards on me at the corner. Heturned right. A hundred feet up thehill he stopped and hooked his caneover his arm and fumbled a leathercigarette-case out of an inner pocket.He put a cigarette in his mouth,dropped his match, looked backwhen he picked i t up, saw mewatching him from the corner, andstraightened up as if somebody hadbooted him from behind. He almostraised dust going up the block,walking with long gawky* stridesand j abb ing h i s cane i n to t hepavement. He turned left again.He had at least half a block on mewhen I reached the place whereh e had tu rned . He had mewheez ing . Th i s was a na r rowtreelined street with a retainingwall on one side and three bunga-low courts on the other.

He was gone. I loafed alongthe block peering this way and that.At the second bungalow court I sawsomething. It was called The LaBaba, a quiet dim place with adouble row of t ree-shadedbungalows. The central walk wasl ined wi th I ta l ian cypressestrimmed short and chunky, some-thing the shape of the oil jars in AliBaba and the Forty Thieves. Behindthe third jar a loud-patterned sleeveedge moved.

Me puse en pie, dediqué un sombrerazo a larubia y salí detrás del tipo alto, que se dirigió haciael oeste, describiendo con el bastón, al caminar,un breve arco, tan sólo un poco por encima del zapatoderecho. No era difícil seguirlo. La chaqueta estabacortada de una pieza de tela estilo manta decaballo bastante llamativa, de hombros tananchos que el cuello de su propietario aso-maba por encima como si fuera un tallo deapio, con la cabeza bamboleándose mien-tras caminaba. Recorrimos manzana y me-dia. En el semáforo de Highland Avenueme puse a su lado para que me viera. Memiró de reojo, primero con despreocu-pación, pero enseguida con alarma, y se apartórápidamente de mí . C ruzamos High landc o n l a l u z v e r d e y r e c o r r i m o s o t r amanzana . Luego es t i ró l as l a rgas p ie r-nas y ya me sacaba t re in ta met ros a ll l egar a l a esqu ina . Torc ió a l a de re -cha . A unos t re in ta met ros co l ina a r r i -ba s e de tuvo , s e co lgó e l ba s tón de lbrazo y sacó una p i t i l l e ra de cuero deun bo ls i l lo in te r io r. Después de co lo-c a r s e u n c i g a r r i l l o e n l a b o c a , d e j ócaer l a ce r i l l a , mi ró para a t rás a l aga-charse pa ra recoger la , me v io mi rán-do lo desde l a e squ ina , y se enderezócomo s i a lgu ien le hubie ra p rop inadouna pa tada en e l t r ase ro . Cas i l evan tópolvo sub iendo ca l le a r r iba , a l cami-nar co n l a r g a s z a n c a d a s y c l a v a r e lb a s t ó n e n l a a c e r a . D e n u e v o t o r -c i ó a l a i z q u i e r d a . M e l l e v a b a p o rl o m e n o s m e d i a m a n z a n a c u a n d o l l e -g u é a l s i t i o e n d o n d e h a b í a c a m b i a -d o d e d i r e c c i ó n . M e h a b í a q u e d a d ocasi sin aliento. Nos encontrábamos enuna calle estrecha con árboles en las ace-ras, un muro de contención a un lado ytres patios de bungalows al otro.

El tipo alto había desaparecido. Reco-rrí con calma toda la manzana, mirando aizquierda y derecha. En el segundo patiovi algo. Se llamaba La Baba, un sitio tran-quilo y poco iluminado con una doble hi-lera de bungalows bajo la sombra de losárboles. El camino central tenía a amboslados cipreses italianos muy recortados ymacizos, semejantes por su forma a lastinajas de aceite de «Alí Babá y los cua-renta ladrones». Detrás de la tercera ti-naja se movió el borde de una manga conun dibujo bastante llamativo.

M e l e v a n t é , s a l u d é a l a r u -b i a y s a l í t r a s é l . S e d i r i g i ór u m b o a l o e s t e , h a c i e n d om o l i n e t e s c o n e l b a s t ó n . E r am u y f á c i l s e g u i r l e . S u a b r i g op a r e c í a h e c h o d e l a m a n t a d eu n c a b a l l o y t e n í a l o s h o m b r o st a n a n c h o s q u e s u c u e l l o e m e rg í ad e é l c o m o u n t a l l o d e a p i o ; s ucabeza se balanceaba a l andar. An-duvo manzana y media. Al l legar alsemáforo de la avenida Highland,me puse a su lado y dejé que me vie-ra. Me echó una mirada casual, des-pués otra temerosa y se volvió rápida-mente. Cruzamos la avenida Highlandy anduvimos ot ra manzana.Como el individuo tenía las pier-nas largas, cuando llegamos a laesquina me había sacado unaventaja de veinte metros. Giró ala derecha. Anduvo unos cienpasos y se paró. Se puso al bra-zo el bastón y sacó una pitillerade piel de un bolsillo interior.Cogió un cigarrillo y cuando ibaa tirar la cerilla me vio vigilán-dole desde la esquina y se sobre-saltó como si le hubieran dadoun puntapié. Casi levantaba pol-vo al recorrer otra manzana agrandes zancadas y golpean-do el suelo con el bastón. Tor-ció de nuevo hacia la izquier-d a . C a s i m e l l e v a b a m e d i amanzana de venta ja cuandollegué al s i t io donde había dadola vuel ta . Yo iba jadeando. Era unacalle estrecha y bordeada de árboles,con un muro de contención a un ladoy tres grupos de chalets en el otro.

El individuo había desaparecido.Anduve de un lado para otro. Al lle-gar al segundo chalet, vi algo. Era elllamado El Babá, un sitio oscuro ytranquilo con una doble fila dehotelitos sombreados por árboles. Elpaseo central estaba adornado concipreses italianos recortados muy cor-tos y gruesos, algo que recordaba lastinajas de aceite de Alí Babá y loscuarenta ladrones. Detrás de la terce-ra tinaja se movía una manga de teji-do llamativo.

awkward, ungainly, desgarbadas

XXresollando

chunky 1 containing or consisting of chunks. 2 short and thick; small and sturdy. 3 (of clothes) made of a thick material. Rechonco (=grueso y de poca altura),voluminoso, maciza, fornido (=robusto y de mucho hueso)

* ungainly : 1 awkward, clumsy, gawky, graceless, torpe, desgarbado 2 unwieldy (rígida, dificil de manejar), hard to handle 3 ugly, having an awkward appearance, soso

tipped inclinaron tocando ligeramente

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I leaned against a pepper treein the parkway and waited. Thethunder in the footh i l l s wasrumbl ing aga in . The g la re oflightning was reflected on piled-upblack clouds off to the south. A fewtentative raindrops splashed downon the pavement and made spots aslarge as nickels. The air was as stillas the air in General Sternwood’sorchid house.

The sleeve behind the treeshowed again, then a big nose andone eye and some sandy ha i rwithout a hat on it. The eye staredat me. I t disappeared. I ts matereappeared like a woodpecker onthe other side of the tree. Fiveminutes went by. It got him. Histype are half nerves. I heard a matchstrike and then whistling started.Then a dim shadow slipped alongthe grass to the next tree. Then hewas out on the walk coming straighttowards me, swinging the cane andwhist l ing. A sour whist le withjitters in it. I stared vaguely up atthe dark sky. He passed within tenfeet of me and didn’t give me aglance. He was safe now. He hadditched it.

I watched him out of sight andwent up the central walk of The La Babaand parted the branches of the thirdcypress. I drew out a wrapped book andput it under my arm and went away fromthere. Nobody yelled at me.

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Back on the boulevard Iwent into a drugstore phone boothand looked up Mr Arthur GwynnGeiger ’s residence. He lived onLaverne Terrace, a hillside streetoff Laurel Canyon Boulevard. Idropped my nickel and dialled hisnumber jus t for fun . Nobodyanswered. I turned to the classifiedsec t ion and noted a couple ofbookstores within blocks of whereI was.

M e r e c o s t é e n u n t u r b i n t odel paseo y esperé. En las estribacionesde las montañas volvían a gruñir los true-nos. El resplandor de los relámpagos sereflejaba sobre negras nubes apiladas,procedentes del sur. Algunas gotas vaci-lantes golpearon el suelo, dejando man-chas del tamaño de monedas de dólar. Elaire estaba tan quieto como el aire del in-vernadero donde el general Sternwoodcultivaba sus orquídeas.

La manga tras el árbol reapareció y, acontinuación, lo hizo una nariz monumen-tal y un ojo y algo de pelo de color arena,sin un sombrero que lo cubriera. El ojome miró y desapareció. Su compañeroreapareció como un pájaro carpintero alotro lado del árbol. Pasaron cinco minu-tos. No pudo resistirlo. Las personas comoél son mitad nervios. Oí rascar una ceri-lla y luego alguien empezó a silbar. A con-tinuación una tenue sombra se deslizó porla hierba hasta el árbol siguiente. Luegosalió de nuevo al camino, viniendo direc-tamente hacia mí mientras agitaba el bas-tón y silbaba. Un silbido agrio lleno denervios. Miré vagamente hacia el cielooscurecido. El del bastón pasó a menosde tres metros de mí y no me miró unasola vez. Estaba a salvo. Se había des-prendido del paquete. [32]

Seguí mirándolo hasta que se perdióde vista, avancé por el camino central deLa Baba y separé las ramas del tercer ci-prés. Saqué un libro bien envuelto, me lopuse debajo del brazo y me marché deallí. Nadie me dijo nada.

Cinco

De nuevo en el bulevar, entré en la ca-bina telefónica de un drugstore y busquéel número de teléfono del señor ArthurGwynn Geiger. Vivía en Laverne Terrace,una calle muy en cuesta que salía del bu-levar Laurel Canyon. Puse mi moneda decinco centavos en la ranura y marqué suteléfono sólo para darme ese gusto. Na-die contestó. Pasé a las páginas amarillasy anoté la dirección de un par de libreríasa poca distancia de donde me encontra-ba.

Me recosté en un árbol y es-peré. Se oía el ruido del truenoen las colinas. El brillo de los re-lámpagos iluminaba las nubesnegras que se amontonaban ha-cia el sur. Algunas gotas comen-zaron a caer en el pavimento,dejando huellas del tamaño deuna moneda. El aire era pesadocomo el del invernadero del ge-neral Sternwood.

La manga se mostró de nuevo de-trás del árbol; después asomaron unalarga nariz y un ojo y el pelo amarillosin el sombrero que lo cubriera. El ojome miró y desapareció. El compañeroreapareció como un pájaro carpintero,por el otro lado del árbol. Transcurrie-ron cinco minutos. Se puso nervioso. Loshombres de este tipo son un manojo denervios. Oí el chasquido de una cerilla yentonces empezó a silbar. Vi una sombraoscura deslizándose sobre la hierba ha-cia el árbol siguiente. Entonces el indi-viduo salió al paseo, andando derechohacia mí, dándole vueltas al bastón ysilbando. Un silbido desabrido y agita-do. Miró hacia el cielo oscuro y pasómuy cerca de mí. No me dirigió ni unasola mirada. Iba seguro. Se había des-hecho de lo que le estorbaba.

Le seguí con la mirada hasta quedesapareció y me dirigí al paseo cen-tral de El Babá y separé las ramas deltercer ciprés. Encontré un libro en-vuelto, me lo eché bajo el brazo y mefui de allí. Nadie me llamó.

V

Cuando volví al bulevar, entré en lacabina telefónica de unas galerías comer-ciales y busqué el teléfono de la residen-cia de Arthur Gwynn Geiger. Vivía enLaverne Terrace, una calle situada en lafalda de una colina, al lado del bulevarLaurel Canyon. Por gusto, metí un níquelen la ranura y marqué el número. Nadiecontestó. Busqué en la sección de direc-ciones clasificadas y anoté las de un parde librerías próximas al lugar donde yo meencontraba.

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The first I came to was onthe north side, a large lower floordevoted to stationery and officesupplies, a mass of books on themezzanine. It didn’t look the rightplace. I crossed the street andwalked two blocks east to the otherone. This was more like it, anarrowed cluttered little shopstacked with books from floor toceiling and four or five browserstaking their time putting thumbmarks on the new jackets. Nobodypaid any attention to them. Ishoved on back into the store,passed through a partition andfound a small dark woman read-ing a law book at a desk.

I flipped my wallet open onher desk and let her look at the buzzerpinned to the flap. She looked at it,took her glasses off and leaned backin her chair. I put the wallet away. Shehad the fine-drawn face of anintelligent Jewess. She stared at meand said nothing.

I said: ‘Would you do me afavour, a very small favour?’

‘I don’t know. What is it?’She had a smoothly husky voice.

‘You know Geiger’s storeacross the street, two blocks west?’

‘I think I may have passed it.’

‘It’s a bookstore,’ I said. ‘Notyour kind of bookstore. You knowdarn well.’

She curled her lips slightlyand said nothing. ‘You know Geigerby sight?’ I asked.

‘I’m sorry. I don’t know MrGeiger.’

‘Then you couldn’t tell mewhat he looks like?’

Her lip curled some more.‘Why should I?’

La primera a la que llegué estabaen el lado norte, un amplio piso bajodedicado a artículos de escritorio y ma-terial de oficina, y libros abundantes enel entresuelo. No me pareció el sitio ade-cuado. Crucé la calle y recorrí dos manza-nas en dirección este para llegar a la otra,que se parecía más a lo que yo necesitaba:una tiendecita estrecha y abarrotada, conlibros desde el suelo hasta el techo y cuatroo cinco fisgones que se dedicabancalmosamente a dejar las huellas de sus pul-gares en las sobrecubiertas nuevas. Nadieles hacía el menor caso. Me abrí caminohasta el fondo del establecimiento, paséal otro lado de una mampara y encontré,detrás de una mesa, a una mujer morenay pequeña que leía un libro de derecho.

Coloqué mi billetero abierto encima dela mesa y le permití ver la placa de poli-cía que estaba sujeta dentro. La mujer lamiró, se quitó las gafas y se recostó en lasilla. Me guardé el billetero. Miinterlocutora tenía el rostro, delicadamen-te dibujado, de una judía inteligente. Seme quedó mirando y no dijo nada.

—¿Me haría usted un favor, un favorinsignificante? —le pregunté.

—No lo sé. ¿De qué se trata? —Teníauna voz suave pero un poco ronca.

—¿Conoce usted la tienda de Geiger, en la acerade enfrente, dos manzanas hacia el oeste?

—Creo que he pasado por delante al-guna vez.

—Es una librería —dije—. Aunque nose parece a la suya. Eso no hace falta quese lo diga.

Torció la boca un poco y no respondió.—¿Conoce usted a Geiger de vista? —

pregunté.

—Lo siento. No conozco al señorGeiger.

—En ese caso no me puede decir quéaspecto tiene.

Torció la boca un poco más.—¿Por qué tendría que hacerlo?

La primera de ellas se hallaba en laparte norte, en un amplio piso bajodedicado a papelería y material de ofici-na; en el entresuelo sólo se veía un montónde libros. No me pareció el lugar adecuado.Crucé la calle y anduve dos manzanas ha-cia el este, en busca de la otra librería. Éstase acercaba más a lo que yo buscaba; unapequeña tienda estrecha, llena de li-bros________ desde el suelo hastael techo y cuatro o cinco personasojeándolos ociosamente y mano-seando las novedades. Nadie sefi jaba en los demá s . M e fui a lfondo de la t iend a ; a t r a v e -s é u n t a b i que y hallé a una mu-jer pequeña y morena que estaba leyen-do un libro de derecho en un escritorio.

Puse mi cartera abierta sobre lamesa y dejé que viese la licencia pren-dida en su revés. La miró, se quitó lasgafas y se recostó contra el respaldode la silla. Me guardé la cartera.Aquella mujer tenía el rostro finamen-te dibujado de una judía inteligente.Se me quedó mirando y no dijo nada.

—¿Podría usted hacerme un favor,un pequeño favor? —dije.

—No sé. ¿De qué se trata? —ha-blaba con voz un poco ronca.

—¿Conoce la tienda de Geiger, cru-zando la calle, dos manzanas al oeste?

—Creo que he pasado por delantealguna vez.

—Es una librería —dije—, no deltipo de la de ustedes; lo sabe ustedmuy bien.

Hizo una pequeña mueca con laboca y no respondió. Yo pregunté:

—¿Conoce usted de vista a Geiger?

—Lo siento. No le conozco.

—Entonces ¿no puede decirmequé aspecto tiene?

Sus labios se curvaron aún más.—¿Y por qué había de hacerlo?

mampara 1. f. Cancel (4. Armazón vertical de madera u otra materia, que divide espacios en una sala o habitación) movible hechocon un bastidor de madera cubierto de piel o tela, y que sirve para atajar una habitación, para cubrir las puertas y para otros usos

X

Xcrowded untidily, amontonada, atestada desordenadamente

lips curled sus labios (o su boca) se arrugaron, se toriceron, tomaron una expresión o se fruncieron en señal de desabrimiento, disgusto o desazón

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‘No reason at all. If you don’twant to, I can’t make you.’

She looked out through thepartition door and leaned back again.‘That was a sheriff’s star, wasn’t it?’

‘Honorary deputy. Doesn’tmean a thing. It’s worth a dime cigar.’

‘I see.’ She reached for a packof cigarettes and shook one loose andreached for it with her lips. I held amatch for her. She thanked me, leanedback again and regarded me throughsmoke. She said carefully:

‘You wish to know what helooks like and you don’t want tointerview him?’

‘He’s not there,’ I said.

‘I presume he will be. Afterall, it’s his store.’

‘I don’t want to interview himjust yet,’ I said.

She looked out through theopen doorway again. I said: ‘Knowanything about rare books?’

‘You could try me.’

‘Would you have a Ben Hur,1860, third edition, the one with theduplicated line on page 16?’

She pushed her yellow lawbook to one side and reached a fatvolume up on the desk, leafed itthrough, found her page, and studiedit. ‘Nobody would,’ she said withoutlooking up. ‘There isn’t one.’

‘Right.’

‘What in the world are youdriving at?’

‘The girl in Geiger’s storedidn’t know that.’

She looked up. ‘I see. Youinterest me. Rather vaguely.’

—Ninguna razón. Si no quiere, no lavoy a obligar.

Mi interlocutora miró hacia el exterior por lapuerta abierta y volvió a recostarse en la silla.

—Era una estrella de sheriff, ¿no es cierto?

—Ayudante honorario. No significa nada.Vale lo que un puro de diez centavos.

—Entiendo. —Alcanzó el paquete decigarrillos, lo agitó hasta soltar uno y locogió directamente con los labios. Le ofre-cí una cerilla encendida. Me dio las gra-cias, volvió a recostarse en el asiento yme miró a través del humo. Luego dijo,midiendo muy bien las palabras—: ¿Quie-re usted saber el aspecto que tiene, perono desea entrevistarse con él?

—No está —dije.

—Supongo que aparecerá más pronto o mástarde. Después de todo es su librería.

—No deseo entrevistarme con él eneste momento —dije.

Mi interlocutora miró de nuevo haciael exterior.

—¿Sabe usted algo sobre libros raros?—le pregunté. [34]

—Haga la prueba.

—¿Tendría usted un Ben Hur de 1860,tercera edición, con una línea repetida enla página 116?

Apartó a un lado el libro amarillo dederecho, se apoderó de un grueso volu-men que tenía encima de la mesa, buscóuna página y la estudió.

—No lo tiene nadie —dijo, sin alzarlos ojos—. No existe.

—Efectivamente.

—¿Qué demonios es lo que intenta de-mostrar?

—La dependienta de Geiger no lo sa-bía.

Mi interlocutora alzó la vista.—Entiendo. Me interesa usted. De ma-

nera más bien vaga.

—Por ningún motivo. Si usted noquiere hacerlo, no puedo obligarla aello.

Miró a través de la puerta diviso-ria y se recostó de nuevo en la silla.—Es una insignia de la policía, ¿no?

—Agente honorario. No significanada. No vale una perra chica.

—Ya.Sacó un cigarrillo y se lo puso en

la boca. Se lo encendí. Me dio las gra-cias, volvió a colocarse como estabay me miró a través del humo. Despuésdijo discretamente:

—¿Quiere saber qué aspecto tieney no quiere visitarle?

—No se encuentra allí en este momento.

—Presumo que estará. Después detodo, es su tienda.

—No quiero visitarle precisamen-te ahora —contesté.

Volvió a mirar hacia la puerta.Pregunté:—¿Sabe usted de libros raros?

—Puede ponerme a prueba.

—¿Tiene usted un Ben Hur mil ochocientossesenta, tercera edición, que tiene una línea dupli-cada en la página ciento dieciséis?

Puso a un lado el libro de derechoy alcanzó un grueso volumen que es-taba en el escritorio; buscó una pági-na y la estudió.

—Eso no puede tenerlo nadie —contestó sinlevantar la vista—. Esa edición no existe.

—Exacto.

—¿Qué se propone con eso?

—La dependienta de la tienda deGeiger ignoraba que no existía esaedición.

Levantó la mirada.—Ya. Está usted empezando a in-

teresarme, aunque no demasiado.

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‘I’m a private dick on a case.Perhaps I ask too much. It didn’t seemmuch to me somehow.’

She blew a soft grey smokering and poked her finger through.It came to pieces to frail wisps. Shespoke smoothly, indifferently. ‘Inhis early forties, I should judge.Medium height , fa t t ish . Wouldweigh about a hundred and sixtypounds. Fat face, Charlie Chanmoustache, thick soft neck. Soft allover. Well dressed, goes without aha t , a f fec t s a knowledge o fantiques and hasn’t any. Oh yes.His left eye is glass.’

‘You’d make a good cop,’ I said.

She put the reference book back onan open shelf at the end of her desk, andopened the law book in front of her again.‘I hope not,’ she said. She put herglasses on.

I thanked her and left. Therain had started. I ran for it, with thewrapped book under my arm. My carwas on a side street pointing at theboulevard almost opposite Geiger’sstore. I was well sprinkled before Igot there. I tumbled into the car andran both windows up and wiped myparcel off with my handkerchief.Then I opened it up.

I knew about what it wouldbe, of course. A heavy book, wellbound , handsomely p r in ted inhandset type on fine paper. Lardedwith full-page arty photographs.Photos and letterpress were alike ofan indescribable filth. The bookwas not new. Dates were stampedon the front endpaper, in and outda tes . A ren t book . A l end inglibrary of elaborate smut.

I rewrapped the book andlocked it up behind the seat. Aracket like that, out in the open onthe boulevard, seemed to meanplenty of protection. I sat there andpoisoned myself with cigaret tesmoke and listened to the rain andthought about it.

—Soy detective privado y estoy trabajan-do en un caso. Quizá pregunto demasiado. Amí no me parece mucho de todos modos.

Lanzó al aire un blando anillo de humogris y lo atravesó con el dedo. El anillo sedeshizo en frágiles hilachas.

—Poco más de cuarenta, en mi opi-nión. Estatura media, tirando a gordo.Debe de pesar algo más de setenta kilos.Cara redonda, bigote a lo Charlie Chan,cuello ancho y blando. Blando todo él.Bien vestido, no usa sombrero, pretendeser experto en antigüedades, pero no sabenada. Sí, claro, se me olvidaba. El ojo iz-quierdo es de cristal —dijo con voz sua-ve y tono indiferente.

—Serviría usted para policía.

Volvió a dejar el catálogo de libros en una es-tantería abierta al extremo de la mesa y se interesóde nuevo por el libro de derecho.

—Espero que no —dijo, poniéndoselas gafas.

Le di las gracias y salí. Había empeza-do a llover. Eché a correr, con el libroenvuelto debajo del brazo. Mi coche sehallaba en una bocacalle, mirando haciael bulevar, casi frente a la librería deGeiger. Cuando llegué me había mojadoa conciencia. Me metí a trompicones enel coche, subí los cristales de las ventani-llas y sequé el paquete con el pañuelo. Acontinuación lo abrí.

Sabía lo que iba a encontrar dentro, como eslógico. Un libro pesado, bien encuadernado, im-preso con cuidado, el texto compuesto a mano y enpapel excelente. Y salpicado de fotografías artísti-cas a toda página. Fotos y textos tenían en comúnla indescriptible audacia de su pornografía. El li-bro no era nuevo. Había fechas, impresas con unsello de goma, en la guarda delantera, fechas deentrada y de salida. Era un ejemplar de una biblio-teca circulante. Una biblioteca que prestaba librosde refinada indecencia.

Envolví de nuevo el volumen y lo es-condí debajo del asiento. Un negociocomo aquél, a plena luz del día enHollywood Boulevard, parecía estar ne-cesitado de muchísima protección. Mequedé allí, envenenándome con humo detabaco mientras escuchaba el ruido de lalluvia y pensaba sobre todo aquello.

—Soy detective privado e investi-go un caso. Quizá pido demasiado. Amí, sin embargo, no me lo parece.

Dio una chupada al cigarrillo y loapretó contra el cenicero. Habló convoz suave, con indiferencia:

—Creo que tiene cuarenta y tan-tos años, estatura media, grueso. Pe-sará unos ochenta kilos. De cara an-cha; bigote a lo —Charlie Chan; cue-llo grueso y blando. Blando todo él.Bien vestido; va siempre sin sombre-ro. Presume de entender de antigüe-dades y no es cierto. ¡Ah, su ojo iz-quierdo es de cristal!

—Sería usted un buen policía —dije.

Colocó en su sitio el libro de refe-rencias y volvió a abrir el libro de de-recho delante de ella.

—Espero que no —dijo, y se pusode nuevo las gafas.

Le di las gracias y me marché. Ha-bía empezado a llover y tuve que co-rrer con el paquete bajo el brazo. Micoche estaba en una bocacalle delbulevar, casi frente a la tienda deGeiger. Antes de llegar ya estaba com-pletamente empapado. Me metí en elcoche, subí ambas ventanillas y se-qué el paquete con mi pañuelo. Lue-go lo abrí.

Ya me figuraba lo que era, claro. Unpesado libro, bien encuadernado, mag-níficamente impreso en papel fino, re-pleto de fotografías, de las llamadas ar-tísticas, a toda plana. Tanto las fotoscomo el texto eran de una indecenciaindescriptible. El libro no era nuevo.Había fechas estampadas en una hojaen blanco, fechas de entrada y salida.Un libro de préstamo. Una bibliotecacirculante de _______ obscenidades.

Envolví de nuevo el libro y loguardé detrás del asiento. Un nego-cio como ése, en pleno bulevar, pa-recía significar una buena tapade-ra. Permanecí allí sentado, envene-nándome con el humo del tabaco,escuchando la lluvia y pensando enel asunto.

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Rain filled the gutters andsplashed knee-h igh off thepavement. Big cops in slickers thatshone like gun barrels had a lot offun carrying giggling girls acrossthe bad places. The rain drummedhard on the roof of the car and theburbank top began to leak. A poolof water formed on the floorboardsfor me to keep my feet in. It wastoo early in the fall for that kind ofrain. I struggled into a trench coatand made a dash for the nearestdrugstore and bought myself a pintof whisky. Back in the car I usedenough of i t to keep warm andinterested. I was long overparked,but the cops were too busy carryinggirls and blowing whistles to botherabout that.

In spite of the rain, or perhapseven because of it, there was businessdone at Geiger ’s. Very nice carsstopped in front and very nice-lookingpeople went in and out with wrappedparcels. They were not all men.

He showed about four o’clock. Acream-coloured coupe stopped in front ofthe store and I caught a glimpse of the fatface and the Charlie Chan moustache ashe dodged out of it and into the store. Hewas hatless and wore a belted greenleather raincoat. I couldn’t see his glasseye at that distance. A tall and very good-looking kid in a jerkin came out of thestore and rode the coupé off around thecorner and came back walking, his glis-tening black hair plastered with rain.

Another hour went by. It gotdark and the rain-clouded lights of thestores were soaked up by the black street.Street-car bells jangled crossly. Ataround five-fifteen the tall boy in thejerkin came out of Geiger’s with anumbrella and went after the cream-coloured coupé. When he had it infront Geiger came out and the tall boyheld the umbrella over Geiger’s barehead. He folded it, shook it off andhanded it into the car. He dashed backinto the store. I started my motor.

Seis

La lluvia llenaba las alcantarillas y salpica-ba a los peatones hasta la altura de las rodillasal caer sobre la calzada. Fornidos policías conimpermeables que brillaban como cañones depistola se divertían mucho transportando en bra-zos a chicas con ataques de risa para evitar lossitios inundados. La lluvia tamborileaba confuerza sobre el techo del automóvil y la capotaempezó a tener goteras. En el suelo se formó uncharco de agua que me permitía tener los piesen remojo. El otoño era aún demasiado jovenpara que lloviese de aquella manera. Me enfundécomo pude en un impermeable y salí corriendoen busca del drugstore más cercano para com-prarme medio litro de whisky. Al regresar alcoche utilicé la bebida para conservar el calor yel interés. Llevaba estacionado mucho más tiem-po del permitido, pero los policías estaban de-masiado ocupados transportando a las chicas ytocando el silbato para darse cuenta. [36]

Pese a la lluvia, o quizá incluso a causa deella, a la tienda de Geiger no le faltaban clien-tes. Coches de muy buena calidad se parabandelante y personas de aspecto acomodado en-traban y salían con paquetes muy bien envuel-tos. No todos varones.

El dueño apareció a eso de las cuatro. Un cupécolor crema se detuvo delante de la librería y vis-lumbré apenas el rostro redondo y el bigote estiloCharlie Chan mientras el señor Geiger tardaba el me-nor tiempo posible en trasladarse al interior del esta-blecimiento. Iba sin sombrero y llevaba un impermea-ble verde de cuero provisto de cinturón. Desde tanlejos no logré verle el ojo de cristal. Un muchachomuy joven, alto y bien parecido, con una chaquetasin mangas, salió de la librería y desapareció con elcupé por la primera esquina. Después regresó a pie,brillándole el pelo negro, aplastado por la lluvia.

Pasó otra hora. Se hizo de noche y las lucesde las tiendas, enturbiadas por la lluvia, fueronabsorbidas por la negrura de la calle. Las cam-panas de los tranvías resonaban enfadadas. Aeso de las cinco y cuarto el chico alto de la cha-queta sin mangas salió de la librería con un pa-raguas y fue en busca del cupé color crema. Des-pués de situarlo delante de la puerta salió Geiger yel chico alto sostuvo el paraguas sobre la cabezadescubierta del dueño. Luego lo cerró, lo sa-cudió y se lo entregó al ocupante del coche.Acto seguido corrió a refugiarse en la tien-da. Yo puse en marcha el motor de mi coche.

VI

La lluvia llenaba las cunetas y enel pavimento salpicaba hasta la altu-ra de la rodilla. Corpulentos policías,protegidos con impermeables relu-cientes, se divertían de lo lindo cru-zando en brazos, a través de los sitiosdonde los charcos eran mayores, aalgunas muchachas que reían alboro-zadas. La lluvia golpeaba el techo demi coche, que empezó a calarse. Amis pies se fue formando un charco.Era mucha lluvia para esta época. Mepuse el impermeable y corrí al bar máspróximo para tomarme un whisky.Cuando volví, sentía menos frío y meencontraba más animado. Habíaaparcado en sitio prohibido, pero lospolicías estaban demasiado atareados,transportando muchachas y tocandoel silbato, para preocuparse por eso.

A pesar de la lluvia, o quizá a causade ella, había bastante movimiento en elcomercio de Geiger. Hermosos cochesparaban frente a la puerta, y gente, conmuy buena pinta, entraba y salía conpaquetitos. Y no todos eran hombres.

Geiger apareció a eso de las cuatro. Uncupé color crema paró frente a la tienda ytuve una rápida visión del ancho rostro ydel bigote a lo Charlie Chan cuando seapeó y entró en el establecimiento. Iba sinsombrero y llevaba un impermeable decuero verde con cinturón. Debido a la dis-tancia no pude apreciar el ojo de cristal.Un muchacho alto y muy bien parecidosalió de la tienda y llevó el coche a la vuel-ta de la esquina, regresando a pie, con elpelo brillante por la lluvia.

Transcurrió otra hora. Oscureció y nubes delluvia envolvieron las luces de los comercios, queparecían perderse en la negrura de la calle. Lasbocinas de los coches sonaban es t r iden temente.A las c inco y cuar to , e l muchacho a l toy b ien parec ido , con chaqueta de cue-ro , sa l ió de la t ienda con e l paraguasy f u e e n b u s c a d e l c u p é d e G e i g e r .C u a n d o e l c o c h e e s t u v o f r e n t e a l ap u e r t a , s a l i ó G e i g e r y e l m u c h a c h os o s t u v o e l p a r a g u a s , l o s a c u d i ó , l ode jó en e l coche y cor r ió de nuevo ala t ienda . Puse mi coche en marcha .

jangle 1 : to talk idly 2 : to quarrel verbally 3 : to make a harsh or discordant often ringing sound <keys jangling in my pocket> 1 : to utter or sound in a discordant, babbling,or chattering way 2 a : to cause to sound harshly or inharmoniously b : to excite to tense irritation <jangled nerves>

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The coupe went west on theboulevard, which forced me to makea left turn and a lot of enemies,including a motorman who stuck hishead out into the rain to bawl me out.I was two blocks behind the coupébefore I got in the groove. I hopedGeiger was on his way home. I caughtsight of him two or three times andthen made him turning north intoLaurel Canyon Drive. Half-way upthe grade he turned left and took acurving ribbon of wet concrete whichwas called Laverne Terrace. It was anarrow street with a high bank on oneside and a scattering of cabin-likehouses built down the slope on theother side, so that their roofs were notvery much above road level. Theirfront windows were masked byhedges and shrubs. Sodden treesdripped all over the landscape.

Geiger had his lights on and I hadn’t.I speeded up and passed him on a curve,picked a number off a house as I went by andturned at the end of the block. He had alreadystopped. His car lights were tilted in at thegarage of a small house with a square boxhedge so arranged that it masked the frontdoor completely. I watched him come out ofthe garage with his umbrella up and go inthrough the hedge. He didn’t act as if heexpected anybody to be tailing him. Lightwent on in the house. I drifted down to thenext house above it, which seemed empty buthad no signs out. I parked, aired out theconvertible, had a drink from my bottle, andsat. I didn’t know what I was waiting for, butsomething told me to wait. Another army ofsluggish minutes dragged by.

Two cars came up the hill andwent over the crest. It seemed to be avery quiet street. At a little after sixmore bright lights bobbed through thedriving rain. It was pitch-black bythen. A car dragged to a stop in frontof Geiger’s house. The filaments ofits lights glowed dimly and died. Thedoor opened and a woman got out. Asmall slim woman in a vagabond hatand a transparent raincoat. She wentin through the box maze. A bell rangfaintly, light through the rain, aclosing door, silence.

El cupé se dirigió hacia el oeste por elbulevar, lo que me forzó a hacer un giro ala izquierda y muchos enemigos, incluidoun conductor de tranvía que, a pesar de lalluvia, sacó la cabeza fuera para chillarme.Iba ya con dos manzanas de retraso cuan-do empecé de verdad a seguir a Geiger.Tenía la esperanza de que se dirigiera ha-cia su domicilio. Divisé el coche a lo lejosen dos o tres ocasiones y volví a descubrir-lo cuando torció hacia el norte por LaurelCanyon Drive. A mitad de la cuesta torcióa la izquierda y tomó una sinuosa cinta decemento húmedo llamada Laverne Terrace.[37]

Era una calle estrecha con un terraplén a unlado y al otro unas cuantas casas, con aspectode cabañas, construidas en pendiente de ma-nera que los tejados no quedaban muy por en-cima del nivel de la calzada. Setos y arbustosocultaban las ventanas de las fachadas. Árbo-les empapados goteaban sobre todo el paisaje.

Geiger había encendido los faros y yo no. Acele-ré y le adelanté en una curva, me fijé en el númerode una casa mientras pasaba, seguí adelante y torcíal final de la manzana. Geiger se había detenido.Sus faros iluminaban ya el garaje de una casita pro-vista de un seto de boj cuadrado que ocultaba porcompleto la puerta principal. Le vi salir del garajecon el paraguas abierto y entrar por una abertura delseto. No actuaba como si temiera que alguien pu-diese seguirlo. Se encendieron luces dentro de lacasa. Descendí con el coche, por el procedimientode quitar el freno de mano, hasta la casa contigua,que parecía desocupada, aunque sin cartel algunoindicando que estuviera en venta. Detuve el auto-móvil, lo aireé, bebí un trago de whisky y esperé.No sabía qué era lo que estaba esperando, pero algome dijo que me convenía hacerlo. Otro ejército delentísimos minutos pasó arrastrándose.

Dos coches subieron por la colina y pasarondel otro lado del cambio de rasante. Poco despuésde las seis las luces brillantes de otros faros apare-cieron a través de la lluvia torrencial. Para enton-ces la noche era oscura como boca de lobo. Uncoche se arrastró hasta detenerse delante de la casade Geiger. Los filamentos de sus luces brillarondébilmente antes de apagarse. Se abrió la porte-zuela y salió una mujer del coche. Una mujer pe-queña y esbelta con un sombrero de ala ancha y unimpermeable transparente. Después de que atra-vesara el seto se oyó sonar un timbre débilmente,una luz entre la lluvia, una puerta que se cerraba ymás silencio.

El cupé se dirigió hacia el este, lo queme obligó a virar hacia la izquierda y ha-cerme un montón de enemigos; inclusoun chófer sacó la cabeza por la ventani-lla para gritarme. El cupé me llevaba dosmanzanas de ventaja antes de que yo con-siguiera ponerme en su misma dirección.Esperaba que Geiger fuera camino de sucasa. Le vi de lejos un par de veces yobservé que giraba al norte, hacia el bu-levar Laurel Canyon. Subiendo la cues-ta, y hacia la mitad, viró a la izquierda ytomó un tramo asfaltado de hormigón lla-mado Laverne Terrace. Era una calle es-trecha, con acera alta a un lado y al otroun pequeño núcleo de casitas, parecidasa cabañas, construidas cuesta abajo demodo que los tejados no sobresalíanmucho del nivel de la calle. Las venta-nas de las fachadas se ocultaban tras setosy arbustos. Los árboles de todo el con-torno escurrían su mojado follaje.

Geiger llevaba encendidas las luces del coche;yo las llevaba apagadas. Aceleré y lo pasé en unacurva; me fijé en el número de una casa y di lavuelta al final de la manzana. Él ya había parado.Las luces de su coche se hallaban dirigidas haciael garaje de una casita que tenía un seto recortadoen forma de caja cuadrada y dispuesto de formaque tapaba completamente la puerta de entrada.Le vi salir del garaje con el paraguas y atravesar elseto. No se condujo como si sospechara que al-guien iba siguiéndole. Las luces de la casa se en-cendieron. Fui hacia la casa de al lado, situada enun plano inferior y que parecía estar vacía aunqueningún signo lo precisara. Aparqué el coche, loaireé, bebí un trago de mi botella y me senté. Nosabía, en realidad, qué era lo que estaba esperandoaunque algo me aconsejaba que esperase. Trans-currió bastante tiempo.

Dos coches subieron por la colina y pasaronde largo. Aquella parecía ser una calle muy tran-quila. Poco después de las seis surgieron más lu-ces a través del fuerte aguacero. Ya era noche ce-rrada. Un coche paró ante la puerta de Geiger. Susfaros se apagaron, la portezuela se abrió y se apeóuna mujer con sombrero e impermeable transpa-rente. Pasó por el laberinto del seto. Un timbre sonódébilmente y la luz indicó que se había abierto unapuerta; se oyó el ruido de ésta al cerrarse y se hizode nuevo el silencio. Cogí de mi coche una linter-na y bajé a observar el otro automóvil. Era unPackard, descapotable, color castaño. La ventani-lla izquierda estaba bajada.

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I reached a flash out of my carpocket and went downgrade and looked atthe car. It was a Packard convertible, maroonor dark brown. The left window was down. Ifelt for the licence holder and poked light atit. The registration read: Carmen Sternwood,3765 Alta Brea Crescent, West Hollywood. Iwent back to my car again and sat and sat.The top dripped on my knees and my stomachburned from the whisky. No more cars cameup the hill. No lights went on in the housebefore which I was parked. It seemed like anice neighbourhood to have bad habits in.

At seven-twenty a single flash of hardwhite light shot out of Geiger’s house like awave of summer lightning. As the darknessfolded back on it and ate it up a thin tinklingscream echoed out and lost itself among therain-drenched trees. I was out of the car andon my way before the echoes died.

There was no fear in the scream. Ithad a sound of half-pleasurable shock, anaccent of drunkenness, an overtone of pureidiocy. It was a nasty sound. It made me thinkof men in white and barred windows and hardnarrow cots with leather wrist and ankle strapsfastened to them. The Geiger hideaway wasperfectly silent again when I hit the gap in thehedge and dodged around the angle thatmasked the front door. There was an iron ringin a lion’s mouth for a knocker. I reached forit, I had hold of it. At that exact instant, as ifsomebody had been waiting for the cue, threeshots boomed in the house. There was a soundthat might have been a long harsh sigh. Then asoft messy thump. And then rapid footsteps inthe house - going away.

The door fronted on a narrow run,like a footbridge over a gully, that filledthe gap between the house wall and theedge of the bank. There was no porch, nosolid ground, no way to get around to theback. The back entrance was at the top ofa flight of wooden steps that rose from thealley-like street below. I knew this becauseI heard a clatter of feet on the steps, go-ing down. Then I heard the sudden roarof a starting car. It faded swiftly into thedistance. I thought the sound was echoedby another car, but I wasn’t sure. Thehouse in front of me was as silent as avault. There wasn’t any hurry. What wasin there was in there.

Saqué una linterna de la guantera, descendí la cuestay examiné el coche de la recién llegada. Era un Packarddescapotable, granate o marrón oscuro. El cristal de laventanilla [38] izquierda estaba bajado. Busqué a tien-tas el permiso de circulación y lo enfoqué con la linter-na. La propietaria era Carmen Sternwood, 3765 AltaBrea Crescent, West Hollywood. Regresé a mi coche yseguí esperando. La capota me goteaba sobre las rodi-llas y el whisky me había dado ardor de estómago. Nosubieron más coches colina arriba. Tampoco se encen-dió ninguna luz en la casa donde yo estaba aparcado.Parecía un barrio muy conveniente para dedicarse a lasmalas costumbres.

A las siete y veinte un único fogonazo de vio-lenta luz blanca salió de casa de Geiger como unrelámpago veraniego. Mientras la oscuridad se ce-rraba de nuevo, devorándolo, resonó un grito agu-do, tintineante, que se perdió entre los árbolesempapados por la lluvia. Yo ya había salido delcoche antes de que muriese el eco.

No había miedo en aquel grito. Parecía expresaruna emoción casi placentera, a la que se añadía unacento de embriaguez, e incluso un toque de puro cre-tinismo. Un sonido muy desagradable. Me hizo pensaren individuos vestidos de blanco, en ventanas con ba-rrotes y en estrechos catres duros con correas de cueropara las muñecas y los tobillos. El silencio era otra vezcompleto en el escondite de Geiger cuando alcancé laabertura del seto y superé el ángulo que ocultaba lapuerta principal. El llamador era un anillo de hierroque colgaba de la boca de un león. En el instante mis-mo de empuñarlo, como si alguien estuviera esperan-do aquella señal, retumbaron en la casa tres disparos.Se oyó después algo que podría haber sido un largosuspiro áspero y, a continuación, el golpe poco precisode un objeto blando al caer. Finalmente pasos rápidosdentro de la casa; pasos que se alejaban.

A la puerta principal se llegaba por un caminoestrecho, como un puentecito sobre un cauce, quellenaba el hueco entre la pared de la casa y el lími-te del talud. No había porche, ni tierra firme; nadaque permitiera dar la vuelta hasta la parte poste-rior. La puerta trasera estaba en lo alto de una es-calera de madera que ascendía desde la calle infe-rior, semejante a un callejón. Me di cuenta porqueoí ruido de pasos en los escalones, descendiendo.Luego me llegó el rugido inesperado de un cocheque se ponía en marcha. Rápidamente se perdió enla distancia. Me pareció que a aquel ruido le se-guía el eco de otro coche, pero no podría asegurar-lo. La casa que tenía delante estaba tan en silenciocomo un panteón. No había ninguna prisa. Lo queallí estuviera, allí seguía.

Busqué a tientas la tarjeta con la li-cencia y enfoqué con la linterna. Estabaextendida a nombre de CarmenSternwood, 3765 Alta Brea Crescent,Hollywood Oeste. Volví a mi coche ypermanecí sentado durante largo tiem-po. El agua me caía sobre las rodillas yel whisky me había producido ardor deestómago. No volvieron a pasar más co-ches. No se encendió ninguna luz en lacasa frente a la cual yo había aparcado.Parecía un barrio demasiado bueno paraque en él existieran malos modales.

A las siete y veinte un fuerte fogonazosalió de la casa de Geiger, como un relám-pago de primavera. Al hacerse de nuevo laoscuridad, sonó un ligero grito que se per-dió entre los húmedos árboles. Antes de queel grito se apagase del todo salí del coche yme dirigí a la casa.

No había temor en el grito. Más bien sonó asorpresa un tanto agradable, con acento de em-briaguez y tono de idiotez. Fue un sonido des-agradable. Me hizo pensar en hombres vestidosde blanco, una ventana con barrotes y camasestrechas con correas de cuero para atar lasmuñecas y los tobillos. La casa de Geiger esta-ba de nuevo en silencio cuando llegué al seto yavancé por el ángulo que tapaba la puerta. Comoaldaba había un aro de hierro en la boca de unleón. Lo cogí y me dispuse a llamar. En ese pre-ciso instante, como si alguien hubiera estadoesperando la señal, tres disparos retumbaron enla casa. Se oyó después un sonido que podía serun suspiro largo y áspero. En aquel instante oíun pesado golpe y, después, pasos rápidos quese alejaban de la casa.

La puerta principal estaba situada frente auna escalera estrecha parecida a una pasarelasobre una zanja, que llenaba el hueco entre lapared de la casa y el borde de la carretera. Nohabía portal, ni suelo firme, ni tampoco por dón-de ir a la parte posterior de la casa. La puertatrasera se hallaba al final de una escalerita demadera que subía desde el callejón de atrás. Yome figuré todo esto porque oí ruido de pasos quebajaban. Entonces advertí el súbito arranque delmotor de un coche que se perdió rápidamente enla distancia. Me pareció que ese sonido fue se-guido por el de otro coche, pero no estaba segu-ro. La casa que había frente a mí estaba silencio-sa como un panteón. No había ninguna prisa. Loque hubiera allí, allí estaba.

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I straddled the fence at theside of the runway and leaned far outto the draped but unscreened frenchwindow and tried to look in at thecrack where the drapes came together.I saw lamplight on a wall and one endof a bookcase. I got back on therunway and took all of it and some ofthe hedge and gave the front door theheavy shoulder. This was foolish.About the only part of a Californiahouse you can’t put your foot throughis the front door. All it did was hurtmy shoulder and make me mad. Iclimbed over the railing again andkicked the french window in, usedmy hat for a glove and pulled out mostof the lower small pane of glass. Icould now reach in and draw a boltthat fastened the window to the sill.The rest was easy. There was no topbolt. The catch gave. I climbed in andpulled the drapes off my face.

Neither of the two people in theroom paid any attention to the way I camein, although only one of them was dead.

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It was a wide room, the wholewidth of the house. It had a low beamedceiling and brown plaster walls decked outwith strips of Chinese embroidery, andChinese and Japanese prints in grained woodframes. There were low bookshelves, therewas a thick pinkish Chinese rug in which agopher could have spent a week withoutshowing his nose above the nap. There werefloor cushions, bits of odd silk tossedaround, as if whoever lived there had to havea piece he could reach out and thumb. Therewas a broad low divan of old rose tapestry.It had a wad of clothes on it, including lilac-coloured silk underwear. There was a bigcarved lamp on a pedestal, two otherstanding lamps with jade-green shades andlong tassels. There was a black desk withcarved gargoyles at the corners and behindit a yellow satin cushion on a polished blackchair with carved arms and back. The roomcontained an odd assortment of odours, ofwhich the most emphatic at the momentseemed to be the pungent aftermath ofcordite and the sickish aroma of ether.

Me senté a horcajadas sobre la vallalateral del caminito de la entrada y meincliné todo lo que pude hacia la ampliaventana con cortinas pero sin contraven-tana y traté de mirar por donde las corti-nas se unían. Vi luz sobre una pared y elextremo de una estantería para libros.Volví al camino, retrocedí hasta metermeun poco en el seto y luego corrí hasta gol-pear la puerta con el hombro. Una tonte-ría. En una casa de California, casi el úni-co sitio que no se puede romper de unapatada es la puerta principal. Todo lo queconseguí fue hacerme daño en el hombroy enfadarme. Volví a pasar por encima dela barandilla y di una patada a la ventana;después usé el sombrero a modo de guantey retiré la mayor parte del vidrio inferior.Ya me era posible meter la mano y correrel pasador que fijaba la ventana al suelo.El resto fue fácil. No había otro pasadorarriba. El pestillo cedió. Trepé y me apartéla cortina de la cara.

Ninguno de los dos ocupantes de la ha-bitación repararon en mi manera de en-trar, aunque sólo uno estaba muerto. [40]

Siete

Era una habitación amplia, que ocupaba todoel ancho de la casa. Tenía un techo bajo con vigas enrelieve y paredes de estuco marrón, adornadascon tiras de bordados chinos, además de grabadoschinos y japoneses en marcos de madera veteada.Había estanterías bajas para libros, y una gruesa al-fombra china de color rosado en la que una rata podríahaberse pasado una semana sin necesidad de enseñarnunca el hocico______. En el suelo abundaban los co-jines y trozos de extrañas sedas, arrojados por todas par-tes, como si quienquiera que viviese allí siempre nece-sitara tener a mano un fragmento para poder manosear-lo. Había también un amplio diván de poca alturatapizado de color rosa viejo, sobre el que descansa-ba un montón de ropa, incluidas prendas interioresde seda de color lila. Vi, sobre un pedestal, una granlámpara tallada, y otras dos lámparas de pie con panta-llas verde jade y largos flecos, así como un escritorionegro con gárgolas talladas en las esquinas y detrás uncojín amarillo de satén sobre un sillón negro barnizadoy con los brazos y el respaldo tallados. La habita-ción albergaba además una extraña mezcla de olo-res, de los cuales el más sobresaliente en aquelmomento parecía ser un acre resto de pólvora que-mada y el aroma mareante del éter.

Pasé por encima de la cerca y me in-cliné hacia una ventana que no teníapersiana, sino solamente unas cortinas,y traté de mirar por el hueco donde sejuntaban éstas. Vi una lámpara en lapared y el extremo de una estantería.Fui por la pasarela que estaba frente ala puerta y, precipitándome contra ésta,traté de abrirla con el hombro. Fue unatontería. El único sitio por donde no sepuede entrar a la fuerza, en una casa deCalifornia, es por la puerta principal.Todo lo que conseguí fue lastimarme elhombro y ponerme de mal humor. Vol-ví a saltar por encima de la cerca y uti-lizando mi sombrero como guante, ledi un puñetazo a la ventana, con lo quehice saltar todo el cristal inferior. Asípude alcanzar un pestillo que cerrabala ventana. El resto fue fácil. No habíapestillo en la parte superior y pudeabrir. Me subí a la ventana y aparté lascortinas de mi rostro.

Ninguna de las dos personas que había en lahabitación se inquietó por la forma en que entré,aunque solamente una de ellas estaba muerta.

VII

Era una habitación amplia, del ancho de todala casa. El techo era bajo y con vigas; las pare-des, de escayola marrón, estaban adornadas contiras de bordado chino y estampas chinas yjaponesas en marcos de madera veteada. Ha-bía estanterías bajas para libros y una grue-sa alfombra china de color rosa, en la cualuna ardilla podría pasar una semana sin sa-car la nariz por encima de la lana. Se veíancojines por el suelo y trozos de seda despa-rramados como para que quien allí viviesepudiera tener siempre un trozo a su alcancepara manosearlo. Había también un amplio ychato diván de vieja tapicería rosa, con un mon-tón de ropa encima, entre la que se veían pren-das interiores de seda color lila; una enormelámpara tallada en un pedestal y otras dos conpantallas verde jade, adornadas con largas bor-las; un escritorio negro con gárgolas talladasen las esquinas, y detrás, un sillón negro puli-do, con los brazos y el respaldo tallados, y uncojín amarillo. La habitación estaba impreg-nada de una extraña mezcolanza de oloresentre los que destacaban el picante de lacordita y el aroma enfermizo del éter.

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On a sort of low dais at one endof the room there was a highbackedteakwood chair in which Miss CarmenSternwood was sitting on a fringed orangeshawl. She was sitting very straight, withher hands on the arms of the chair, herknees close together, her body stiffly erectin the pose of an Egyptian goddess, herchin level, her small bright teeth shiningbetween her parted lips. Her eyes werewide open. The dark slate colour of theiris had devoured the pupil. They weremad eyes. She seemed to be unconscious,but she didn’t have the pose of uncon-sciousness. She looked as if, in her mind,she was doing something very importantand making a fine job of it. Out of hermouth came a tinny chuckling noisewhich didn’t change her expression oreven move her lips.

She was wearing a pair of longjade earrings. They were nice earrings andhad probably cost a couple of hundreddollars. She wasn’t wearing anything else.

She had a beautiful body, small,lithe, compact, firm, rounded. Her skin inthe lamplight had the shimmering lustreof a pearl. Her legs didn’t quite have theraffish grace of Mrs Regan’s legs, but theywere very nice. I looked her over withouteither embarrassment or ruttishness. As anaked girt she was not there in that roomat all. She was just a dope. To me she wasalways just a dope.

I stopped looking at her, andlooked at Geiger. He was on his back onthe floor, beyond the fringe of the Chineserug, in front of a thing that looked like atotem pole. It had a profile like an eagleand its wide round eye was a camera lens.The lens was aimed at the naked girl inthe chair. There was a blackened flashbulb clipped to the side of the totem pole.Geiger was wearing Chinese slippers withthick felt soles, and his legs were in blacksatin pyjamas and the upper part of himwore a Chinese embroidered coat, thefront of which was mostly blood. His glasseye shone brightly up at me and was byfar the most lifelike thing about him. At aglance none of the three shots I heard hadmissed. He was very dead.

En un extremo de la habitación, sobre algo pa-recido a un estrado de poca altura, había un sillónde madera de teca y de respaldo recto en el queestaba sentada la señorita Carmen Sternwood so-bre un chal naranja con flecos. Permanecía muyerguida, con las manos sobre los brazos del sillón,las rodillas muy juntas, el cuerpo rígido, en la pos-tura de una diosa egipcia, la barbilla horizontal,los resplandecientes dientecitos brillando entre loslabios, ligeramente separados. Tenía los ojos com-pletamente abiertos. El color pizarra del iris habíadevorado por completo la pupila. Eran ojos de loca.Parecía haber perdido el conocimiento, pero supostura no era la de una persona inconsciente. Dabala sensación de estar pensando que hacía algo muyimportante y de que lo que fuera que hacía lo esta-ba haciendo muy bien. De la boca le brotaba unsonido apenas audible como de regocijo que nole cambiaba la expresión de la cara ni le hacíamover los labios.

Lucía unos largos pendientes de jade,muy bonitos, que probablemente habíancostado un par de cientos de dólares. Nollevaba nada más.

El cuerpo de Carmen Sternwood era hermo-so, pequeño, compacto, firme, redondeado. Ala luz de la lámpara, su piel tenía el brillo cáli-do de una perla. Las piernas no igualaban elencanto picante de las de su hermana, pero es-taban muy bien. La contemplé de arriba abajosin vergüenza ni salacidad. No estaba allí encalidad de chica desnuda. Era sencillamente unadrogada. Para mí nunca fue otra cosa que unadrogada.

Dejé de mirarla y examiné a Geiger. Estabade espaldas en el suelo, más allá del fleco de laalfombra china, delante de algo que parecía untótem, con un perfil muy semejante al de unáguila: su ojo redondo muy abierto era la lentede una cámara, orientada hacia la chica desnu-da del sillón. Había una bombilla de flash en-negrecida sujeta al lateral del tótem. Geiger cal-zaba zapatillas chinas con gruesas suelas de fiel-tro, llevaba un pantalón de pijama de satén ne-gro y una chaqueta china con bordados, cuyaparte delantera estaba ensangrentada casi en sutotalidad. Su ojo de cristal me lanzaba brillan-tes destellos y era —con diferencia— lo másvivo de toda su persona. Me bastó una primerainspección para comprobar que los tres dispa-ros habían dado en el blanco. Geiger estaba fran-camente muerto.

En una especie de estrado, situado enun extremo de la habitación, había un si-llón de madera de teca con respaldo altoen el que se hallaba sentada, sobre un chalanaranjado con flecos, Carmen Sternwood.Estaba muy erguida en su asiento, con lasmanos sobre los brazos del sillón, las ro-dillas muy juntas y el cuerpo rígido, en laposición de una diosa egipcia; sus peque-ños dientes brillaban a través de los labiosentreabiertos. Tenía los ojos muy abiertos.El color pizarra del iris había devorado laspupilas. Eran ojos de loca. Parecía estarinconsciente, pero su postura no lo con-firmaba. Daba la sensación de que estu-viera pensando en algo muy importante yque eso le produjera una gran placidez. Desu boca salió un ligero sonido, semejantea una risita ahogada, que no cambió su ex-presión, pues apenas movió los labios.

Llevaba pendientes de jade. Eran muybonitos y probablemente habían costado unpar de cientos de dólares. No llevaba otracosa encima.

Tenía un hermoso cuerpo, pequeño, ma-cizo, compacto, firme y redondeado. Su piel,a la luz de la lámpara, tenía el brillo trému-lo de una perla. Sus piernas no poseían lagracia provocativa de las de la señora Regan,pero eran muy bonitas. La miré sin ningúndeseo. Aunque desnuda, era como si no estu-viese en la habitación. Para mí era solamenteuna estampa de la estupidez. Siempre fue tansólo una estúpida.

Dejé de contemplarla y miré a Geiger. Es-taba en el suelo, caído de espaldas, fuera dela alfombra china, frente a una cosa que pa-recía un pilar totémico con perfil de águila ycuyo ojo, grande y redondo, era la lente deuna cámara fotográfica. Esta lente estaba en-focada hacia la muchacha desnuda en la si-lla. Había un flash unido a un ángulo del pi-lar totémico. Geiger llevaba zapatillas chi-nas de gruesa suela de fieltro. Sus piernas seperdían bajo un pijama de raso negro y suchaqueta era una túnica china bordada, cuyapechera estaba ensangrentada. El ojo de cris-tal relucía y parecía mirarme fijamente y eralo único en Geiger que daba la sensación devida. A primera vista, ninguno de los tres ti-ros había fallado. Estaba más muerto que unapiedra.

tinny from tin, metálico, enlatado, de poco valor, de pacotilla (voz), de carraca, de hojala (coche), a lata (sabor) tinny 1 of or like tin. 2 (of a metal object) flimsy,insubstantial. 3 a sounding like struck tin. b (of reproduced sound) thin and metallic, lacking low frequencies. tiny very small

shimmer shine with a tremulous or faint diffused light. Reluciente, centelleante, radiante,

raffish disipado, disoluto, licencioso A adjective 1 devil-may-care, raffish, rakish 2 dapper, dashing, jaunty, natty, raffish, rakish, smart, spiffy, snappy, spruce

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The flash bulb was thesheet lightning I had seen. Thecrazy scream was the doped andnaked girl’s reaction to it. Thethree shots had been somebodyelse’s idea of how the proceed-ings might be given a new twist.The idea of the lad who had gonedown the back s teps andslammed into a car and racedaway. I could see merit in hispoint of view.

A couple of fragile gold-veined glasses rested on a red lacquertray on the end of the black desk,beside a pot-bellied flagon of brownliquid. I took the stopper out andsniffed at it. It smelled of ether andsomething else, possibly laudanum. Ihad never tried the mixture but itseemed to go pretty well with theGeiger ménage.

I listened to the rain hittingthe roof and the north windows.Beyond was no other sound, nocars, no siren, just the rain beating.I went over to the divan and peeledoff my t rench coat and pawedthrough the girl’s clothes. Therewas a pale green rough wool dressof the pul l -on type , wi th ha l fsleeves. I thought I might be ableto handle it. I decided to pass up herunderclothes, not from feelings ofdelicacy, but because I couldn’t seemyself putting her pants on andsnapping her brassiere. I took thedress over to the teak chair on thedais. Miss Sternwood smelled ofether also, at a distance of severalfeet. The tinny chuckling noise wasstill coming from her and a littlef ro th oozed down her ch in . Islapped her face. She blinked andstopped chuckling. I slapped heragain.

‘Come on,’ I said brightly.‘Let’s be nice. Let’s get dressed.’

She peered at me, her slatyeyes as empty as holes in a mask.‘Gugugoterell,’ she said.

La bombilla de flash explicaba el fo-gonazo que yo había visto. El grito enlo-quecido fue la reacción de la muchachadrogada y desnuda. Los tres disparos ha-bían sido, en cambio, la iniciativa de otrapersona para dar un nuevo giro a la re-unión. La iniciativa del fulano que habíaescapado por la escalera de atrás, habíacerrado con fuerza la portezuela de uncoche y se había alejado a toda veloci-dad. No era difícil entender las ventajasde su punto de vista. [42]

Un par de frágiles copas veteadasde oro descansaban sobre una bande-ja de laca roja en un extremo del es-critorio negro, junto a una panzudabotella de líquido marrón. Retiré eltapón y olí el contenido. Olía a éter ya algo más, posiblemente láudano. Yono había probado nunca aquella mez-cla pero parecía estar muy de acuer-do con el ambiente de la casa.

Escuché el ruido de la lluvia que caíacon fuerza sobre el tejado y las ventanasdel lado norte. Más allá no había ningúnotro ruido: ni coches, ni sirenas, tan sóloel repiquetear de la lluvia. Me acerqué aldiván, me quité la trinchera y revisé laropa de la señorita Sternwood. Una de lasprendas era un vestido de lana basta y decolor verde pálido de los que se metenpor la cabeza, con manga corta, y me pa-reció que podía estar en condiciones deutilizarlo con éxito. Decidí prescindir dela ropa interior, no por un sentimiento dedelicadeza, sino porque no me veía po-niéndole las bragas o abrochándole elsujetador. Llevé el vestido hasta el sillónde madera de teca sobre el estrado. Tam-bién la señorita Sternwood olía a éter, in-cluso a más de un metro de distancia. Elsonido casi metálico y apenas audiblecomo de regocijo seguía saliendo de suboca y un poquito de espuma le caía porla barbilla. La abofeteé. Parpadeó y dejóde hacer ruido. Volví a abofetearla.

—Vamos —le dije alegremente—. Aho-ra hay que portarse bien. Vistámonos.

Se me quedó mirando, los ojos de color pizarratan vacíos como los agujeros de una máscara.

—An..., an..., anda y que te... —dijo.

El flash había producido el ra-malazo de luz que yo había vis-to y el grito fue la reacción de lamuchacha. Los tres tiros habíansido idea de alguna otra personadispuesta a dar un nuevo giro alos acontecimientos. Idea delmuchacho que había bajado lasescaleras de la puerta trasera yhabía huido en un coche. Reco-nocí el mérito, desde su punto devista.

En el escritorio, un par de vasosfrágiles con rebordes dorados descan-saban en una bandeja de laca junto aun frasco panzudo lleno de líquidopardo. Quité el tapón y olfateé el lí-quido. Olía a éter y a algo más, pro-bablemente láudano. Nunca habíaprobado la mezcla, pero parecía aso-ciarse bastante bien con un tipo comoGeiger.

Escuché la lluvia golpeandocontra el techo y las ventanas delnorte. Aparte de esto no habíaningún ruido. Ningún coche, nin-guna sirena; sólo el sonido de lalluvia. Fui hacia el diván y mequité el impermeable. Miré lasropas de la muchacha. Había unvestido de lanilla rojo pálido,sencillo, de media manga. Penséque podría arreglármelas. Deci-dí darle la ropa interior, no pordelicadeza, sino porque no po-día imaginarme poniéndole lasbragas y abrochándole el sostén.Acerqué el vestido a la silla deteca. Carmen Sternwood tambiénolía a éter desde unos metros dedistancia. Seguía soltando risitasahogadas y un poco de espumase le escurría de la boca. Le diunas palmadas en la cara. Parpa-deó y dejó de re í r. Volví apalmotearle la cara.

—Vamos —dije—, hágame caso yvístase.

Me miró sin expresión; sus ojos grises estabantan vacíos como los agujeros de un antifaz.

—???????

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I slapped her around a littlemore. She didn’t mind the slaps. Theydidn’t bring her out of it. I set to workwith the dress. She didn’t mind thateither. She let me hold her arms upand she spread her fingers out wide,as if that was cute. I got her handsthrough the sleeves, pulled the dressdown over her back, and stood her up.She fell into my arms giggling. I sether back in the chair and got herstockings and shoes on her.

‘Let’s take a little walk,’ Isaid. ‘Let’s take a nice little walk.’

We took a little walk. Part of thetime her earrings banged against my chestand part of the time we did the splits inunison, like adagio dancers. We walked overto Geiger’s body and back. I had her look athim. She thought he was cute. She giggledand tried to tell me so, but she just bubbled.I walked her over to the divan and spreadher out on it. She hiccuped twice, giggled alittle and went to sleep. I stuffed herbelongings into my pockets and went overbehind the totem pole thing. The camera wasthere all right, set inside it, but there was noplateholder in the camera. I looked aroundon the floor, thinking he might have got itout before he was shot. No plateholder. Itook hold of his limp chilling hand and rolledhim a little. No plateholder. I didn’t like thisdevelopment.

I went into a hall at the backof the room and investigated the house.There was a bathroom on the right anda locked door, a kitchen at the back.The kitchen window had been jimmied.The screen was gone and the placewhere the hook had pulled out showedon the sill . The back door was un-locked. I left it unlocked and looked intoa bedroom on the left side of the hall. Itwas neat, fussy, womanish. The bed hada flounced cover. There was perfume on thetriple-mirrored dressing-table, beside ahandkerchief, some loose money, a man’sbrushes, a keyholder. A man’s clothes werein the closet and a man’s slippers under theflounced edge of the bed cover. Mr Geiger’sroom. I took the keyholder back to the liv-ing-room and went through the desk. Therewas a locked steel box in the deep drawer Iused one of the keys on it.

La abofeteé un poco más. No le im-portó. Las bofetadas no conseguían sa-carla a flote. Me puse a trabajar con elvestido. Tampoco aquello le importó. Mepermitió alzarle los brazos y luego exten-dió los dedos, como quien hace un gestoseductor. Conseguí meterle las manos porlas mangas, tiré del vestido hacia abajopor la espalda y luego la obligué a levan-tarse. Entonces se echó en mis brazos en-tre risitas. La volví a colocar en el sillóny conseguí ponerle medias y zapatos.

—Vamos a darnos un paseíto —dije—.Un agradable paseíto.

Nos dimos el paseíto. Unas veces sus pen-dientes me chocaban contra el pecho y otras se-parábamos las piernas al mismo tiempo, comobailarines a cámara lenta. Fuimos hasta el ca-dáver de Geiger, ida y vuelta. Hice que lo mira-se. Le pareció que estaba muy bien. Lanzó unarisita y trató de decírmelo, pero sólo consiguiómascullar. La llevé hasta el diván y la obligué atumbarse. Le dio hipo un par de veces, lanzó unpar de risitas y se quedó dormida. Me metí to-das sus cosas en los bolsillos y me fui detrás deltótem. La cámara estaba allí, desde luego, colo-cada en el interior, pero faltaba el bastidor de laplaca. Miré por el suelo, pensando que quizásGeiger lo hubiera sacado antes de los disparos.No lo encontré. Cogí al cadáver por una manofláccida y helada y moví un poco el cuerpo. Elbastidor tampoco estaba debajo. No me gustó elcariz que tomaba aquello.

Salí al vestíbulo, situado al fondo de la ha-bitación, e investigué el resto de la casa. Habíaun baño a la derecha y una puerta cerrada conllave; una cocina en la parte de atrás. La ventanade la cocina había sido apalancada. Faltaba la pan-talla exterior y en el alféizar se veía el sitio dedonde había desaparecido el gancho. La puertatrasera no estaba cerrada con llave. La dejé talcual y entré en un dormitorio en el lado izquierdodel vestíbulo. Estaba muy limpio, muy cuidado,con un toque de afeminamiento. La cama teníauna colcha con volantes. Sobre el tocador, conespejo triple, había perfume al lado de un pa-ñuelo, algún dinero suelto, varios cepillos de hom-bre y un llavero. En el armario, ropa de hombre yunas zapatillas masculinas bajo el borde de la col-cha con volantes. La habitación del señor Geiger.Volví con el llavero al cuarto de estar y exa-miné el contenido del escritorio. Encontréuna caja fuerte en el cajón más profundo. Uti-licé una de las llaves para abrirla.

Volví a darle palmadas en lacara pero no reaccionó ni se es-pabiló. Empecé a maniobrar conel vestido. Esto no le importó tam-poco. Dejó que le levantara losbrazos y separó los dedos, comosi eso fuera encantador. Pude me-ter sus brazos en las mangas, pa-sarle el vestido y ponerla en pie.Cayó en mis brazos riéndose. Vol-ví a sentaría en la silla y le puselas medias y los zapatos.

—Vamos a dar un paseo —dije—,un pequeño paseo.

Así lo hicimos. Unas veces sus pen-dientes me golpeaban el pecho y otras nostambaleábamos, al mismo tiempo, comobailarines profesionales. Pasamos por en-cima del cuerpo de Geiger. La obligué amirarle. Lo encontró encantador. Se echóa reír e intentó decírmelo, pero no lo con-siguió. La llevé al diván y la acosté. Hipódos veces, rió y se volvió a dormir. Memetí todas sus pertenencias en los bolsi-llos y pasé detrás del pilar totémico. Lacámara estaba efectivamente allí, pero nohabía placa alguna. Miré alrededor, por elsuelo, pensando que Geiger podía haberlasacado antes de que le disparasen. No seveía ninguna placa. Cogí la mano del ca-dáver y la volví. Tampoco la tenía él. Nome gustaba cómo se iban desarrollando lascosas.

Fui al vest íbulo, a l fondo, y regis-tré la casa. Había un cuarto de baño ala derecha y una puerta cerrada con l la-ve; la cocina estaba detrás. La ventanahabía sido forzada y se veía en el mar-co e l hueco donde habían apoyado e lg a n c h o p a r a a b r i r . L a p u e r t a t r a s e r aestaba abier ta . La dejé así y eché unaojeada a un dormitorio si tuado a la iz-quierda del vest íbulo. Estaba aseado ycon muchos adornos; era afeminado. Enla cama había una colcha arrugada . Enun tocador con triple espejo había perfumes,además de un pañuelo, dinero suelto, cepillosde caballero y un llavero. En un armario ha-bía ropa de hombre y unas zapatillas debajo delborde de la colcha arrugada. Sin duda, aquel era eldormitorio de Geiger. Llevé el llavero a la habita-ción de la entrada y registré el escritorio. En-contré una caja de acero en uno de los cajo-nes. La abrí con una de las llaves.

X

flounce 1 (often foll. by away, about, off, out) go or move with an agitated, violent, or impatient motion (flounced out in a huff [annoyed and offended]). a flouncing movement.flounce 2 a wide ornamental strip of material gathered and sewn to a skirt, dress, etc.; a frill. trim with a flounce or flounces (volantes).

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There was nothing in it but ablue leather book with an index and alot of writing in code, in the sameslanting printing that had written toGeneral Sternwood. I put thenotebook in my pocket, wiped thesteel box where I had touched it,locked the desk up, pocketed the keys,turned the gas logs off in the fireplace,wrapped myself in my coat and triedto rouse Miss Sternwood. It couldn’tbe done. I crammed her vagabond haton her head and swathed her in her coatand carried her out to her car. I wentback and put all the lights out and shutthe front door, dug her keys out of herbag and started the Packard. We wentoff down the hill without lights. It wasless than ten minutes’ drive to AltaBrea Crescent. Carmen spent themsnoring and breathing ether in myface. I couldn’t keep her head off myshoulder. It was all I could do to keepit out of my lap.

8

There was dim light behindnarrow leaded panes in the sidedoor, of the Sternwood mansion. Istopped the Packard under the porte-cochère and emptied my pockets outon the seat. The girl snored in thecorner, her hat tilted rakishly overher nose, her hands hanginglimp in the folds of the raincoat.I got out and rang the bell. Stepscame slowly, as if from a longdrea ry d i s t ance . The dooropened and the straight, silverybutler looked out at me. Thelight from the hall made a haloof his hair.

He said: ‘Good evening, sit’politely and looked past me at thePackard. His eyes came back to lookat my eyes.

‘Is Mrs Regan in?’‘No, sir.’‘The General is asleep, I hope?’‘Yes. The evening is his best time

for sleeping.’ ‘How about Mrs Regan’smaid?’

Dentro sólo había una libreta encuadernadaen piel azul con un índice y muchas cosasescritas en clave; la letra inclinada era lamisma de la nota enviada al general [44]Sternwood. Me guardé la libreta en el bolsi-llo, limpié los sitios donde había tocado conlos dedos la caja fuerte, cerré los cajones delescritorio, me guardé las llaves, apagué el gasque daba realismo a los falsos troncos de lachimenea, me puse la trinchera y traté de des-pertar a la señorita Sternwood. No hubo mane-ra. Le encasqueté el sombrero de ala ancha, laenvolví en su abrigo y la saqué hasta su coche.Luego volví a la casa, apagué todas las luces,cerré la puerta principal, encontré las llaves quemi dormida acompañante llevaba en el bolsoy puse en marcha el Packard. Descendimoscolina abajo sin encender los faros. El tra-yecto hasta Alta Brea Crescent fueron me-nos de diez minutos. Carmen los empleó enroncar y en echarme éter a la cara. Imposibleque me quitase la cabeza del hombro. Era laúnica solución para evitar que acabara en miregazo.

Ocho

Había una luz muy tenue detrás de losvidrios emplomados en la puerta de ser-vicio de la mansión Sternwood. Detuveel Packard junto a la porte—cochére y mevacié los bolsillos en el asiento. Carmenroncaba en el rincón, el sombrerodesenfadadamente inclinado sobre la na-riz y las manos, sin vida, entre los plie-gues del impermeable. Salí del coche ytoqué el timbre. Oí pasos que se acerca-ban lentamente, como si vinieran de muylejos. La puerta se abrió y el mayordomode cabellos plateados y tan tieso como unuso se me quedó mirando. La luz del ves-tíbulo hacía que su cabeza se adornara conun halo.

—Buenas noches, señor —dijo cortés-mente antes de dirigir la mirada hacia elPackard. Luego sus ojos volvieron a en-contrarse con los míos.

—¿Está en casa la señora Regan?—No, señor.—El general descansa, espero.—Así es. De noche es cuando mejor duerme.—¿Qué tal la doncella de la señora

Regan?

Había en ella solamente una li-breta con tapas de piel azul, con ín-dice y mucha escritura en cifra, conla misma letra oblicua de la notadirigida al general Sternwood. Meguardé la libreta en el bolsillo, lim-pié la caja de acero para quitarlelas huellas, cerré el escritorio, meguardé las llaves, me puse el im-permeable e intenté despertar aCarmen Sternwood. No fue posible.Le encasqueté el sombrero, la envolvícomo pude en el impermeable y la llevéal coche. Volví para apagar las luces dela casa y cerrar la puerta. Busqué las lla-ves en un bolsillo y puse en marcha elPackard. Bajamos la colina sin encen-der las luces. Llegamos a Alta BreaCrescent en diez minutos. Carmen pasóel tiempo roncando y echándome a lacara su aliento que olía a éter. No pudequitar su cabeza de mi hombro. Lo úni-co que pude conseguir es que no me lapusiera en las rodillas.

VIII

Había luz en la puerta de unode los lados de la mansiónSternwood. Detuve el Packardante la puerta y vacié mis bolsi-llos en el asiento. La muchacharoncaba en un rincón del coche,con el sombrero echado sobre lanariz y las manos caídas entre lospliegues del impermeable. Salí delcoche y toqué el timbre. Se oye-ron pasos lentos, como si vinierande una remota distancia. La puer-ta se abrió y el mayordomo alto,de cabeza plateada, me miró. Laluz del vestíbulo parecía poner unhalo a su cabeza.

—Buenas noches, señor —dijo cortésmente. Miró elPackard y volvió a mirarme.

—¿Está la señora Regan en casa?—No, señor.—El general estará durmiendo, supongo.—Sí. Al anochecer es cuando mejor duerme.—¿Y la criada de la señora Regan?

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‘Mathilda? She’s here, sir.’

‘Better get her down here.The job needs the woman’s touch.Take a look in the car and you’ll seewhy.’

He took a look in the car. Hecame back. ‘I see,’ he said. ‘I’ll getMathilda.’

‘Mathilda will do right byher,’ I said.

‘We all try to do right by her,’he said.

‘I guess you’ll have hadpractice,’ I said.

He let that one go. ‘Well,good-night,’ I said. ‘I’m leaving it inyour hands.’

‘Very good, sir. May I call youa cab?’

‘Positively not,’ I said. ‘As amatter of fact I’m not here. You’rejust seeing things.’

He smiled then. He gave me aduck of his head and I turned andwalked down the driveway and out ofthe gates.

Ten blocks of that ,winding down curved rainsweptstreets, under the steady drip oftrees, past lighted windows inbig houses in ghostly enormousgrounds, vague clusters of eavesand gables and lighted windowshigh on the hillside, remote andinaccessible, like witch housesin a forest. I came out at a servicesta t ion glaring wi th wastedlight, where a bored attendant ina white cap and a dark bluewindbreaker sat hunched on astool, inside the steamed glass,reading a paper. I started in, thenkept going. I was as wet as Icould get already. And on a nightlike that you can grow a beardwait ing for a taxi . And taxidrivers remember.

—¿Mathilda? Está en casa, señor.

—Más valdrá que baje. La tarea quehay que hacer requiere un toque femeni-no. Eche una ojeada al coche y entenderáel porqué.

El mayordomo fue hasta el automóvil.—Ya veo —dijo al regresar—. Voy a

buscar a Mathilda.

—Mathilda sabrá cómo hacer las co-sas —dije.

—Todos nos esforzamos por hacerlobien —me respondió.

—Imagino que tienen ustedes prácti-ca —observé.

Hizo caso omiso de aquel comentario mío.—Buenas noches —continué—. La

dejo en sus manos.

—Buenas noches, señor. ¿Quiere quellame a un taxi?

—En absoluto —dije—. En realidadno estoy aquí. Sufre usted una alucina-ción.

Esta vez sonrió. Hizo una inclinaciónde cabeza, me di la vuelta, recorrí en sen-tido contrario la avenida para los cochesy salí de la finca.

Recorrí diez manzanas de calles encurva y cuesta abajo, azotadas por la llu-via, bajo árboles que goteaban sin cesar,entre las ventanas iluminadas de gran-des casas con enormes jardinesfantasmales, conjuntos imprecisos dealeros y gabletes y ventanas ilumina-das en lo más alto de la colina, remo-tas e inaccesibles, como casas de bru-jas en un bosque. Llegué por fin a unagasolinera deslumbrante de luz inne-cesaria, donde un aburrido empleado con unagorra blanca y una cazadora impermeable decolor azul marino leía un periódico, encorva-do sobre un taburete, en el interior de una jaulade cristal empañado. Iba a pararme, pero de-cidí seguir adelante. Era imposible que memojase más de lo que estaba. Y en una nocheasí se podía conseguir que a uno le creciera labarba esperando un taxi. Los taxistas, ade-más, tienen buena memoria. [46]

—¿Matilde? Está aquí, señor.

—Mejor será que le diga que sal-ga. Es cosa que necesita mano feme-nina. Eche una ojeada dentro del co-che y verá por qué.

Lo hizo y volvió.—Ya veo. Voy a buscar a Matilde.

—Matilde la tratará bien, espero.

—Todos hacemos cuanto nos esposible por tratarla bien.

—Me figuro que tendrán práctica.

El mayordomo dejó pasar la indirecta.—Bien, buenas noches —dije—;

la dejo en sus manos.

—Muy bien, señor. ¿Quiere queavise a un taxi?

—De ningún modo. En realidad,yo no estoy aquí. Está usted viendovisiones.

Sonrió e hizo una inclinación decabeza. Salí del chalet.

Anduve diez manzanas por callesencharcadas, bajo el constante goteo de losárboles. Pasé ante las ventanas ilumina-das de grandes chalets que parecían per-didos en enormes terrenos fantasmales____ ______ _____ _____________ ____ __ __________ ____ . En lo alto de lacolina se veían ventanas iluminadas, remo-tas e inaccesibles como casas embrujadasen medio de un bosque. Llegué a una ga-solinera, resplandeciente de luz innecesa-ria, donde un aburrido mecánico con gorrablanca y abrigo azul se hallaba sentado enun banco, detrás del cristal empañado, le-yendo el periódico. Estuve a punto de en-trar, pero continué mi camino.

No podía mojarme ya más de loque estaba y en una noche comoésta le crece a uno la barba espe-rando un taxi. Además, los taxistastienen buena memoria.

X

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I made it back to Geiger’s housein something over half an hour of nimblewalking. There was nobody there, no caron the street except my own car in frontof the next house. It looked as dismal as alost dog. I dug my bottle of rye out of itand poured half of what was left downmy throat and got inside to light acigarette. I smoked half of it, threw itaway, got out again and went down toGeiger’s. I unlocked the door and steppedinto the still warm darkness and stoodthere, dripping quietly on the floor andlistening to the rain. I groped to a lampand lit it.

The first thing I noticed wasthat a couple of strips of embroideredsilk were gone from the wall. I hadn’tcounted them, but the spaces of brownplaster stood out naked and obvious.I went a little farther and put anotherlamp on. I looked at the totem pole.At its foot, beyond the margin of theChinese rug, on the bare floor anotherrug had been spread. It hadn’t beenthere before. Geiger’s body had.Geiger’s body was gone.

That froze me. I pulled my lipsback against my teeth and leered at the glasseye in the totem pole. I went through thehouse again. Everything was exactly as it hadbeen. Geiger wasn’t in his flounced bed orunder it or in his closet. He wasn’t in thekitchen or the bathroom. That left the lockeddoor on the right of the hall. One of Geiger’skeys fitted the lock. The room inside was in-teresting, but Geiger wasn’t in it. It wasinteresting because it was so different fromGeiger’s room. It was a hard bare masculinebedroom with a polished wood floor a coupleof small throw rugs in an Indian design, twostraight chairs, a bureau in dark grained woodwith a man’s toilet set and two black candlesin foot-high brass candlesticks. The bed wasnarrow and looked hard and had a maroon batikcover. The room felt cold. I locked it up again,wiped the knob off with my handkerchief, andwent back to the totem pole. I knelt down andsquinted along the nap of the rug to the frontdoor. I thought I could see two parallelgrooves pointing that way, as though heelshad dragged. Whoever had done it had meantbusiness. Dead men are heavier than brokenhearts.

Volví a casa de Geiger en poco más demedia hora de caminar a buen paso. Nohabía nadie: ningún coche en la calle a ex-cepción del mío, estacionado una casa másallá y que resultaba tan melancólico comoun perro perdido. Saqué mi botella de whis-ky, me eché al coleto la mitad de lo que que-daba y entré en el coche para encender uncigarrillo. Fumé la mitad, tiré lo que queda-ba, salí de nuevo y bajé hasta la casa deGeiger. Abrí la puerta, di un paso en la oscu-ridad, aún tibia, y me quedé allí, dejandoque el agua goteara sobre el suelo mientrasescuchaba el ruido de la lluvia. Luego bus-qué a tientas una lámpara y la encendí.

Lo primero que noté fue la desapari-ción de la pared de un par de tiras de sedabordada. No había contado cuántas ha-bía, pero las franjas de enlucido marróndestacaban con una desnudez demasiadoevidente. Avancé un poco más y encendíotra luz. Examiné el tótem. Debajo, másallá del borde de la alfombra china, al-guien había extendido otra alfombra so-bre el suelo desnudo. Aquella alfombrano estaba allí antes; sí, en cambio, el cuer-po de Geiger, ahora desaparecido.

Aquello me dejó helado. Apreté los labios con-tra los dientes y miré con desconfianza el ojo decristal del tótem. Recorrí de nuevo la casa. Todo se-guía exactamente como antes. Geiger no estaba ni ensu cama con la colcha de volantes, ni debajo de la cama,ni en el armario. Tampoco estaba en la cocina ni en elcuarto de baño. Sólo quedaba la puerta cerrada conllave a la derecha del vestíbulo. Una de las llaves deGeiger encajaba en la cerradura. El dormitorio queencontré era interesante, pero tampoco estaba allí elcadáver. El interés radicaba en que era muy masculino,completamente distinto del otro, sin apenas mobilia-rio, con suelo de madera barnizada, un par de alfom-britas con dibujos indios, dos sillas de respaldo recto,un buró de madera oscura veteada con un juego detocador para hombre y dos velas negras en candelabrosde bronce de treinta centímetros de altura. La cama,estrecha, parecía dura y tenía un batik marrón a modode colcha. La habitación daba sensación de frío. Volvía cerrarla con llave, limpié el pomo de la puerta con elpañuelo y regresé junto al tótem. Me arrodillé y exami-né la superficie de la alfombra hasta la puerta prin-cipal. Me pareció advertir dos surcos paralelos,como de talones arrastrados, que apuntaban enaquella dirección. Quienquiera que lo hubiera he-cho era una persona decidida. Un muerto es máspesado que un corazón roto.

Tardé más de media hora en volvera casa de Geiger. No había nadie en lacalle, ni coches tampoco, excepto elmío, que estaba donde lo dejé y teníaun aspecto tan desgraciado como unperro perdido. Saqué de él mi botellade whisky y me tragué la mitad de loque quedaba. Me metí en el coche yencendí un cigarrillo. Fumé la mitad ylo tiré; salí otra vez, dirigiéndome acasa de Geiger. Abrí la puerta y entréen aquella atmósfera tibia y oscura ypermanecí allí, chorreando y escuchan-do la lluvia. Busqué a tientas una lám-para y la encendí.

Lo primero que noté es que falta-ba en la pared un par de tiras de sedabordada. Yo no las había cortado perose veía claramente el espacio desnu-do en donde habían estado. Encendíotra lámpara y miré al pilar totémico.A sus pies, al borde de la alfombrachina, sobre el suelo desnudo, habíasido extendida otra alfombra. No es-taba allí antes. En cambio, el cuerpode Geiger, que sí había estado, ahorano estaba. Había desaparecido.

Esto me dejó helado. Volví a buscar portoda la casa. Todo seguía como antes. Pero elcuerpo de Geiger no se encontraba en la camade colcha arrugada, ni debajo de ella, ni elarmario. Tampoco estaba en la cocina, ni enel cuarto de baño. únicamente quedaba porver la habitación cerrada de la derecha delvestíbulo. Una de las llaves de Geiger laabría. Era una habitación curiosa por ser to-talmente diferente de la habitación de Geiger:una estancia sobria y varonil, con el suelo demadera pulida, un par de alfombrillas peque-ñas de estilo indio, dos sillas rectas, un es-critorio de madera oscura veteada, un nece-ser masculino y dos velas negras en candela-bros de cobre de pie largo. La cama, estrechay al parecer no muy blanda, tenía una colchade batik. La habitación estaba fría. Volví acerrar, limpié el picaporte con un pañuelo yregresé hasta el pilar totémico. Me arrodilléy examiné el suelo desde el borde de la al-fombra hasta la puerta. Creí distinguir doshuellas paralelas que llevaban esa dirección,como si los talones hubieran sido arrastra-dos. Quienquiera que lo hubiese hecho, ha-bía sido por puro interés. Los cadáveres pe-san más que los corazones destrozados.

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It wasn’t the law. They wouldhave been there still, just about gettingwarmed up with their pieces of string andchalk and their cameras and dustingpowders and their nickel cigars. Theywould have been very much there. Itwasn’t the killer. He had left too fast. Hemust have seen the girl. He couldn’t besure she was too batty to see him. Hewould be on his way to distant places. Icouldn’t guess the answer, but it was allright with me if somebody wanted Geigermissing instead of just murdered. It gaveme a chance to find out if I could tell itleaving Carmen Sternwood out. I lockedup again, choked my car to life and rodeoff home to a shower, dry clothes and alate dinner. After that I sat around in theapartment and drank too much hot toddytrying to crack the code in Geiger’s blueindexed notebook. All I could be sure ofwas that it was a list of names andaddresses probably of the customers.There were over four hundred of them.That made it a nice racket, not to mentionany blackmail angles, and there wereprobably plenty of those. Any name onthe list might be a prospect as the killer. Ididn’t envy the police their job when itwas handed to them.

I went to bed full of whiskyand frustration and dreamed about aman in a bloody Chinese coat whochased a naked girl with long jadeearrings while I ran after them andtried to take a photograph with anempty camera.

9

The next morning wasbright, clear and sunny. I wokeup with a motorman’s glove inmy mouth, drank two cups ofcoffee and went through themorning papers. I didn’t find anyreference to Mr Arthur GwynnGeiger in either of them. I wasshaking the wrinkles out of mydamp suit when the phone rang.It was Bernie Ohls, the D.A.’schief investigator, who had givenme the lead to GeneralSternwood.

No se trataba de las fuerzas del orden. Aúnestarían allí, y no habrían hecho más que em-pezar a entonarse con sus cintas métricas, sustrozos de tiza, sus cámaras, sus polvos de talco ysus tagarninas. Habrían estado por toda la casa.Tampoco se trataba del asesino, que se había mar-chado a toda velocidad. Sin duda había visto a lachica. Nada le garantizaba que estuviera tan groguicomo para no enterarse. Iría de camino hacia elsitio más lejano posible. No adivinaba el motivoexacto, pero no me costaba trabajo imaginar quealguien prefiriese un Geiger desaparecido a unGeiger simplemente asesinado. Y a mí me daba laoportunidad de averiguar si podía contarlo sin men-cionar a Carmen Sternwood. Cerré la casa de nue-vo, puse mi coche en marcha y volví a mi aparta-mento en busca de una ducha, ropa seca y unacena tardía. Después me senté y bebí demasia-dos ponches calientes mientras trataba de des-cifrar la clave de la libreta azul de Geiger. Sólotuve la certeza de que se trataba de una lista denombres y direcciones, clientes suyos proba-blemente. Había más de cuatrocientos. Eso loconvertía en un tinglado muy productivo, sinmencionar las posibilidades de chantaje, queprobablemente abundaban. Cualquier nombrede aquella lista podía ser un candidato a asesi-no. Me compadecí de la policía al pensar en eltrabajo que les esperaba cuando llegase a susmanos la libreta.

Me acosté lleno de whisky y de frus-tración y soñé con un individuo que lle-vaba una chaqueta oriental ensangrenta-da y perseguía a una chica desnuda conlargos pendientes de jade [48] mientrasyo corría tras ellos y trataba de hacer unafotografía con una cámara sin película.

Nueve

A la mañana siguiente el tiempo eraluminoso, claro y soleado. Me desper-té con sabor a guante de motorista enla boca, bebí un par de tazas de caféy repasé los periódicos de la mañana.No encontré ninguna referencia alseñor Arthur Gwynn Geiger en nin-guno de ellos. Estaba intentando qui-tar las arrugas de mi traje húmedocuando sonó el teléfono. Era BernieOhls, el investigador jefe del fiscaldel distrito, la persona que me habíapuesto en contacto con el generalSternwood.

No había sido la justicia. En ese casoestarían allí, manejando ya las cintas paramedir y la tiza, las cámaras fotográficas,buscando huellas y fumando puros baratos.Alguien había estado allí, desde luego.Tampoco era el asesino. Se había ido condemasiada prisa. Debió de ver a la chica yno estaba seguro de que ésta estuviese su-ficientemente loca como Para no verlo. Yono podía ni tenía que averiguar el porqué,pero estaba de acuerdo en que quien fuereprefería a Geiger desaparecido que simple-mente asesinado. Esto me daba oportuni-dad de ver si podía contarlo todo sin men-cionar a Carmen Sternwood. Volví a cerrarla casa, puse el coche en marcha y me fui ala mía en busca de una buena ducha, ropaseca y una cena a deshora. Después de todoesto, me senté y bebí bastante ponche ca-liente, mientras intentaba descifrar la cla-ve de la libreta azul de Geiger. De lo únicoque podía estar seguro es de que se tratabade una lista de nombres y direcciones, proba-blemente de clientes. Había más de cuatro-cientos, lo que hacía que fuese un negociointeresante, sin mencionar las posibilidadesde chantaje. Eran montones. Cualquier nom-bre de la lista podía ser el presunto asesino.Desde luego, no envidiaba la labor de la po-licía cuando recibiera la libreta.

Me fui a la cama lleno de whiskyy desazón y soñé que un hombre contúnica china ensangrentada perseguíaa una muchacha desnuda que llevabalargos pendientes de jade, mientras yocorría tras ellos e intentaba sacarlesuna foto con una cámara vacía.

IX

La mañana siguiente eraclara y soleada. Me desperté conla boca pastosa; bebí dos tazasde café y leí los diarios de lamañana. En ninguno » encontréreferencia a Arthur GwynnGeiger. Me hallaba sacudiendomi traje húmedo para tratar dequitarle las arrugas, cuando sonóel teléfono. Era Bernie Ohls, in-vestigador principal del fiscaldel distrito, el que me había re-comendado a l generalSternwood.

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‘Well, how’s the boy?’ he be-gan. He sounded like a man who hadslept well and didn’t owe too muchmoney.

‘I’ve got a hangover,’ I said.

‘Tsk, tsk.’ He laughedabsently and then his voice became ashade too casual, a cagey cop voice.‘Seen General Sternwood yet?’

‘Uh-huh.’‘Done anything for him?’

‘Too much rain,’ I answered,if that was an answer.

‘They seem to be a familythings happen to. A big Buickbelonging to one of them is washingabout in the surf off Lido fish pier.’

I held the telephone tightenough to crack it. I also held mybreath.

‘Yeah,’ OhIs said cheerfully.‘A nice new Buick sedan all messedup with sand and sea water ... Oh, Ialmost forgot. There’s a guy inside it.’

I let my breath out soslowly that it hung on my lips.‘Regan?’ I asked.

‘Huh? Who? Oh, you meanthe ex-legger the eldest girl picked upand went and married. I never sawhim. What would he be doing downthere?’

‘Quit stalling. What wouldanybody be doing down there?’

‘I don’t know, pal. I’m droppingdown to look-see. Want to go along?’

‘Yes.’

‘Snap it up,’ he said. ‘I’ll bein my hutch.’

—Bueno, ¿cómo te va la vida? —empezó. Tenía voz de persona queha dormido bien y que no debe de-masiado dinero.

—Intentando que se me pase la resaca—le respondí.

—Vaya, vaya. —Rió distraídamente y luegosu tono se hizo demasiado despreocupado, de-masiado parecido al de un policía cauteloso—.¿Has visto ya al general Sternwood?

—Sí.—¿Has hecho algo para él?

—Demasiada lluvia —contesté, si esque aquello era una respuesta.

—Parece ser una familia a la que le pasan co-sas. Un Buick muy grande que les pertenece haaparecido esta mañana, arrastrado por la marea,no muy lejos del muelle pesquero de Lido.

Apreté el teléfono lo suficiente pararomperlo. Y además contuve la respira-ción.

—Sí —dijo Ohls alegremente—. Un bo-nito Buick sedán muy nuevo, estropeado porla arena y el agua de mar... Ah, casi se meolvidaba. Hay un fiambre dentro.

Dejé que el aliento saliera tan despacio quese me quedó colgando de los labios.

—¿Regan? —pregunté.

—¿Cómo? ¿Quién? Ah; te refieres alex contrabandista del que la chica mayorse encaprichó y fue y se casó con él. Nollegué a verlo nunca. ¿Qué se le podíahaber perdido en medio del mar?

—Deja de marear la perdiz. ¿Qué se le podíahaber perdido a nadie en medio del mar?

—No lo sé, muchacho. Voy a pasarme por allípara echar una ojeada. ¿Quieres venir conmigo?

—Sí.

—Pon la directa —dijo—. Estaré enmi guarida.

—Bien. ¿Cómo está el muchacho?—empezó. Su voz era la de un hom-bre que ha dormido bien y que no sue-le beberse su dinero.

—Bajo los efectos de la resaca —contesté.

—¡Hum! —rió distraídamente y suvoz se tornó demasiado indiferente;era la astuta voz de un policía.

—¿Ha visto ya al general Sternwood?

—¡Hum!—¿Ha hecho algo por él?

—Demasiada lluvia —contesté, sia esto se le puede llamar contestación.

—Esa parece ser una familia a laque le ocurren muchas cosas. Unenorme Buick, que les pertenece, hacaído al agua en el muelle del Lido.

Apreté el auricular y contuve elaliento.

—Sí —dijo Ohls alegremente—,un precioso Buick nuevo, todo suciode arena y agua de mar... ¡Ah, casi seme olvidaba! Había un tipo dentro.

—¿Regan? —pregunté.

—¿Cómo? ¿Quién? ¡Ah, sí! Quieredecir el ex contrabandista que la mucha-cha conoció y con el que se casó más tar-de. No le he visto. Además, ¿qué diablosiba a estar haciendo allí?

—Déjese de decir tonterías. ¿Quéiba a hacer nadie en semejante lugar?

—No sé, chico. Voy a verlo.¿Quiere venir?

—Sí.

—Pues dése prisa. Estaré en miguarida.

cagey colloq. cautious and uncommunicative; wary.

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Shaved, dressed andlightly breakfasted I was at theHall of justice in less than anhour. I rode UP to the seventhfloor and went along to the groupof small offices used by theD.A.’s men. OhIs’s was no largerthan the others, but he had it tohimself. There was nothing onhis desk but a blotter, a cheappen set, his hat and one of hisfeet. He was a medium-sizedblondish man with stiff whiteeyebrows, calm eyes and well-kept tee th . He looked l ikeanybody you would pass on thestreet. I happened to know hehad killed nine men - three ofthem when he was covered, orsomebody thought he was.

He stood up and pocketed aflat tin of toy cigars called Entractes,jiggled the one in his mouth up anddown and looked at me carefullyalong his nose, with his head thrownback.

‘It’s not Regan,’ be said. ‘Ichecked. Regan’s a big guy, as tall asyou and a shade heavier. This is ayoung kid

I didn’t say anything.‘What made Regan skip out?’

Ohls asked. ‘You interested in that?’‘I don’t think so,’ I said.

‘When a guy out of theliquor traffic marries into a richfamily and then waves good-bye toa pretty dame and a couple millionlegitimate bucks that’s enough tomake even me think. I guess youthought that was a secret.’

‘Uh-huh.’

‘Okey, keep buttoned, kid. Nohard feelings.’ He came around thedesk tapping his pockets and reachingfor his hat.

‘I’m not looking for Regan,’I said.

Afeitado, vestido y casi sin desayu-nar, me presenté en el palacio de justi-cia en menos de una hora. Subí al sép-timo piso y me dirigí hacia el grupo dediminutas oficinas utilizado por los su-bordinados del fiscal del distrito. La deOhls no era mayor que las demás, perono la compartía con nadie. Sobre lamesa sólo había un secante, un juegobarato de pluma y lapicero, el sombre-ro y uno de sus pies. Ohls era un indi-viduo de tamaño medio, tirando a ru-bio, de cejas hirsutas completamenteblancas, ojos calmosos y dientes biencuidados. No era distinto de cualquierpersona que uno se pueda cruzar por lacalle. Aunque yo sabía que había ma-tado a nueve delincuentes..., tres cuan-do lo tenían encañonado, o alguien creíaque lo tenían encañonado.

Ohls se puso en pie, se metió en el bol-sillo una lata muy plana de puros minia-tura llamados Entreactos, movió arriba yabajo el que tenía en la boca y, con la ca-beza echada hacia atrás, me miró deteni-damente nariz abajo.

—No es Regan —dijo—. Lo he com-probado. Regan es un tipo grande. Tanalto como tú y con un poco más de peso.Se trata de un chico joven.

No dije nada.—¿Por qué se largó Regan? —pregun-

tó Ohls—. ¿Te interesa ese asunto? [50]—Me parece que no —respondí.

—Cuando un tipo salido del contraban-do de bebidas se casa con la hija de unafamilia rica ‘y luego dice adiós a una chi-ca guapa y a un par de millones de dóla-res legales..., da que pensar incluso a al-guien como yo. Supongo que creías queera un secreto.

—Más bien.

—De acuerdo, punto en boca, chico.Tan amigos como siempre. —Rodeó lamesa dándose golpecitos en los bolsillosy echando mano del sombrero.

—No estoy buscando a Regan —dije.

En menos de una hora, despuésde afeitarme, vestirme y desayunar,llegué al Palacio de justicia. Subíal séptimo piso y me dirigí a dondese hallan los pequeños despachos delos hombres del fiscal del distrito.El de Ohls no era mayor que losdemás, pero lo ocupaba él solo. Nohabía nada en su mesa, excepto unsecante, un juego barato de escri-torio, su sombrero y uno de suspies. Era un hombre rubio, de me-diana estatura, de cejas blancas yrectas, ojos tranquilos y dientesbien cuidados. Tenía el aspecto deun hombre común y corriente. Yosabía que había matado a nuevehombres; tres de ellos le estabanapuntando con una pistola, o se su-pone que le apuntaban.

Se levantó y se guardó en el bolsi-llo una caja metálica de puros cortosllamados Entractes; movió el que te-nía en la boca, echó la cabeza haciaatrás y me dirigió una mirada astutapor encima de la nariz.

—No es Regan —dijo—. Lo com-probé. Regan es corpulento, tan altocomo usted y un poco más grueso.Este es un muchacho. —

No hizo comentario alguno.— ¿Por qué se ha largado Regan?

—preguntó—. ¿Estará metido en esto?—No lo creo —dije.

—Cuando un tipo que ha estado en elnegocio de los licores se casa con una ricaheredera y después les dice adiós a la be-lla dama y a un par de millones de bille-tes legítimos, eso ya es suficiente para darque pensar, incluso a mí. Supongo quecreía que esto era un secreto.

—¡Hum...!

—¡De acuerdo! Siga así, chico. Nole guardo rencor.

Se levantó, vino hacia mí golpeán-dose los bolsillos y alcanzó su som-brero.

—No estoy buscando a Regan —dije.

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He fixed the lock on hisdoor and we went down to theofficial parking lot and got into asmall blue sedan. We drove outSunset, using the siren once in awhile to beat a signal. It was a crispmorning, with just enough snap inthe air to make life seem simple andsweet, if you didn’t have too muchon your mind. I had

It was thirty miles to Lido onthe coast highway, the first ten ofthem through traffic. Ohls made therun in three-quarters of an hour. Atthe end of that time we skidded to astop in front of a faded stucco archand I took my feet out of thefloorboards and we got out. A longpier railed with white two-by-foursstretched seaward from the arch. Aknot of people leaned out at the farend and a motor-cycle officer stoodunder the arch keeping another groupof people from going out on the pier, Carswere parked on both sides of the high-way, the usual ghouls, of both sexes. Ohlsshowed the motor-cycle officer his badgeand we went out on the pier, into a loudfish smell which one night’s hard rainhadn’t even dented.

‘There she is - on the powerbarge,’ Ohls said, pointing with oneof his toy cigars.

A low black barge with awheelhouse like a tug’s was crouchagainst the pilings at the end of thepier. Something that glittered themorning sunlight was on its deck,with hoist chains still around it, alarge black and chromium car. Thearm of the hoist had be swung backinto position and lowered to decklevel. Men stood around the car. Wewent down slippery steps to the deck.

Olhs said hello to a deputy ingreen khaki and a man in plainclothes. The barge crew of three menleaned against the front of thewheelhouse and chewed tobacco. Oneof them was rubbing at his wet hairwith a dirty bath-towel. That wouldbe the man who had gone down intothe water to put the chains on.

Cerró con llave la puerta del despacho,bajamos al aparcamiento para funciona-rios y subimos a un pequeño sedán azul.Salimos por Sunset, utilizando de cuan-do en cuando la sirena para evitarnos unsemáforo. Era una mañana tersa, y habíaen el aire el vigor suficiente para lograrque la vida pareciera sencilla y agradablesi no tenías demasiadas cosas en la cabe-za. Pero yo las tenía.

Eran casi cincuenta kilómetros hastaLido por la carretera de la costa, losquince primeros con mucho tráfico.Ohls hizo el viaje en tres cuartos de hora.Al cabo de ese tiempo nos detuvimosderrapando delante de un descoloridoarco de escayola, despegué los pies delsuelo y nos apeamos. Desde el arco seextendía hacia el mar un muelle muy lar-go con un pretil blanco de poca altura.Un puñado de personas se había reunido enel extremo más distante y un policía motoriza-do, debajo del arco, impedía que otro grupo degente avanzara por el muelle. Había cochesaparcados —los habituales morbosos de am-bos sexos— a ambos lados de la carretera. Ohlsmostró su placa al agente motorizado y pasa-mos al muelle, entre un fuerte olor a pescadoque la intensa lluvia de una noche no había con-seguido suavizar en lo más mínimo.

—Allí está..., en la gabarra de motor—dijo Ohls, apuntando con uno de susdiminutos cigarros.

Una gabarra baja y negra con una timoneracomo la de un remolcador estaba agazapadajunto a los pilares al final del muelle. Sobre sucubierta había algo que brillaba al sol de la ma-ñana: un automóvil negro y cromado de grantamaño, rodeado aún por las cadenas con lasque lo habían izado a bordo. El brazo de lagrúa estaba otra vez en su posición de repososobre cubierta. Había varias personas alrede-dor del coche. Ohls y yo descendimos hasta lagabarra por unos peldaños resbaladizos.

Mi acompañante saludó a un ayudante delsheriff uniformado en marrón verdoso y a otroindividuo vestido de paisano. Los tres tripu-lantes de la gabarra contemplaban la escenarecostados en la timonera mientras mascabantabaco. Uno de ellos se frotaba el pelo, todavíahúmedo, con una sucia toalla de baño. Debíade ser el que se había lanzado al agua paraponerle las cadenas al automóvil.

Ohls cerró la puerta y nos fuimosal aparcamiento oficial, donde cogi-mos un sedán azul. Nos dirigimos albulevar Sunset, utilizando la sirena decuando en cuando para no tener que pa-rar ante las señales. Era una hermosamañana, de esas que hacen que lavida parezca sencilla y agradable sino se tuvieran demasiadas preocu-paciones. Yo las tenía.

H a b í a s e s e n t a k i l ó m e t r o shas t a e l L ido po r l a ca r r e t e r aq u e b o r d e a b a l a c o s t a , l o sv e i n t e p r i m e r o s c o n b a s t a n t et r á f i co . Ta rdamos t r e s cua r to sd e h o r a e n l l e g a r h a s t a a l l í .P a r a m o s f r e n t e a u n a r c o d ees tuco desco lo r ido y nos apea -m o s . U n l a r g o m u e l l e p a r t í ade l a rco en d i recc ión a l mar. Seveía un montón de gente al final del muelle.Un motorista se hallaba situado en el arco, paraimpedir que otro grupo de gente se acercase almuelle también. Había coches aparcados a am-bos lados de la carretera, sin duda los aficiona-dos, de uno y otro sexo, a los sucesos. Ohlsmostró al motorista su insignia y pasa-mos al muelle, donde se percibía un fuer-te olor a pescado, que una noche de llu-via no había suavizado nada.

—Ahí está, en la gabarra —dijoOhls, señalando con el puro.

Una gabarra negra, baja, con una timoneracomo la de un remolcador, se hallaba junto alos pilares del final del muelle. Había en sucubierta algo que brillaba al sol de la mañana yque todavía estaba rodeado con las cadenas dela grúa que lo había izado a bordo: un gran co-che negro y cromado. El brazo de la grúa habíasido llevado a su posición normal y bajado alnivel de la cubierta. Algunos hombres rodeabanel coche. Bajamos a la cubierta por unas esca-leras resbaladizas.

Ohls saludó a un teniente con unifor-me caqui y a un hombre con traje de pai-sano. Los tres hombres que formaban latripulación de la gabarra estaban recosta-dos contra la timonera, mascando taba-co. Uno de ellos frotaba su pelo húmedocon una toalla sucia. Debía de ser el quese había tirado al agua para enganchar lascadenas al coche.

4 (in full cold snap) a sudden brief spell of cold weather

two-by-four adj. Measuring two units by four units, especially inches. Slang. Small in size; boxed in or cramped: a two-by-four apartment. n. A length of lumber that is 2 inches thick and 4 inches wide, or that is trimmed to slightly smaller dimensions.

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We looked the car over. Thefront bumper was bent, one headlightsmashed, the other bent up but the glassstill unbroken. The radiator shell had abig dent in it, and the paint and nickelwere scratched up all over the car. Theupholstery was sodden and black. Noneof the tyres seemed to be damaged.

The driver was still drapedaround the steering post with hisheaddull at an unnatural angle to hisshoulders. He was a slim dark-haired kid who had been good-looking not so long ago. Now his facewas bluish white and his eyes were afaint dull gleam under the lowered lidsand his open mouth bad sand in it. Onthe left side of his forehead there was adull bruise that stood out against thewhiteness of the skin.

Ohls backed away,made a noise in his throat andput a match to his little cigar.‘What’s the story?’

The uniformed man pointedup at the rubbernecks on the end ofthe pier. One of them was fingering aplace where the white two-byfourshad been broken through in a widespace. The splintered wood showedyellow and clean, like fresh-cut pine.

‘Went through there .Must have hit pretty hard. Therain stopped early down here,around 9 p .m. The brokenwood’s dry inside. That puts itafter the rain stopped. She fell inplenty of water not to be bangedup worse, not more than half tideor she’d have drifted farther, andnot more than half tide going outor she’d have crowded the piless. That makes it around ten lastnight. Maybe nine-thirty, notearlier. She shows under thewater when the boys come downto fish this morning, so we getthe barge to hoist her out and wefind the dead guy.’

Examinamos el coche. Tenía dobladoel parachoques delantero, destrozado unode los faros y torcido el otro, pero el cris-tal seguía intacto. La rejilla del radiadorestaba abollada y arañados por todo elcoche la pintura y los cromados. La tapi-cería, empapada y negra. Ninguno de losneumáticos parecía tener desperfectos.

El conductor aún estaba caído sobreel volante, con la cabeza en un ángulopoco natural en relación al cuerpo. Unchico esbelto de cabellos oscuros quesin duda resultaba apuesto muy pocosdías antes. Ahora su rostro tenía un colorblanco azulado, en los ojos subsistía untenue brillo opaco por debajo de los pár-pados medio cerrados y se le había meti-do arena en la boca abierta. Sobre lablancura de la piel destacaba un hema-toma en el lado izquierdo de la frente.

Ohls retrocedió, hizo un ruido con lagarganta y acercó una cerilla encendida asu purito de juguete.

—¿Cómo ha sido?

El policía de uniforme señaló a loscuriosos al final del embarcadero.Uno de ellos estaba tocando el sitiodonde faltaba [52] un trozo bastantegrande de pretil. Se veía el color ama-rillo y limpio de la madera astillada,como de pino recién cortado.

—Cayó por ahí. El golpe debió deser bastante violento. Aquí dejó prontode llover, a eso de las nueve de la no-che. La madera rota está seca por den-tro. Eso sitúa el accidente después deque cesara la lluvia. El automóvil cayósobre agua abundante porque de lo con-trario habría salido peor librado, aun-que no más de media marea porque sehubiera alejado más de la costa, ni másde media marea descendente porque es-taría pegado a los pilares del muelle. Loque sitúa la caída a eso de las diez. Quizánueve y media, pero no antes. Cuando loschicos llegaron a pescar esta mañana lovieron bajo el agua, de manera que tra-jimos la gabarra para que lo sacase, yentonces descubrimos al muerto.

Examinamos el coche. El parachoquesdelantero estaba doblado; uno de los farosroto y el otro doblado, pero con el cristalintacto. El radiador tenía una enorme abolla-dura y la pintura y el niquelado de todo elcoche estaban arañados. La tapicería estabaempapada y negra. Ninguno de los neumá-ticos parecía haber sufrido daño alguno.

El chófer estaba aún contra elvolante, con la cabeza caída sobreel hombro en una posición anormal.Era un muchacho delgado, de pelooscuro, bien parecido hasta hacíapoco. Ahora, su rostro tenía un co-lor blanco azulado; los ojos eran unapagado reflejo bajo los párpadoscaídos; la boca abierta tenía arenay en la sien izquierda se veía unamagulladura que se destacaba con-tra la blancura de su piel.

Ohls se apartó del coche, hizoun ruido con la boca y encendióun puro.

—¿Qué ha ocurrido?

El hombre de uniforme señaló a loscuriosos que había al final del mue-lle. Uno de ellos estaba tanteando ellugar donde la barandilla había sidoderribada en un ancho espacio. Lamadera partida estaba amarilla y lim-pia como pino recién cortado.

—Cayó por allí. Debió de cho-car fuerte. La lluvia cayó de prontopor aquí, alrededor de las nueve. Lamadera partida está seca por den-tro. Ocurrió después que cesó la llu-via. Cayó en medio del agua, por loque no pudo golpearse más de loque estaba; no habría más de mediamarea, pues si no, lo habría arras-trado más lejos o se habría golpea-do contra los pilares. Puede calcu-larse alrededor de las diez. Quizálas nueve y media, pero no antes.Como se veía el coche bajo el agua,cuando unos muchachos vinieron apescar esta mañana, hicimos que lagabarra lo sacase y nos encontra-mos con el muerto.

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The plain-clothes man scuffed atthe deck with the toe of his shoe. Ohlslooked sideways along his eyes at me, andtwitched his little cigar like a cigarette.

‘Drunk?’ he asked, of nobodyin particular.

The man who had beentowelling his head went over to therail and cleared his throat in a loudhawk that made everyone look at him.‘Got some sand,’ he said, and spat.‘Not as much as the boyfriend got -but some.’

The uniformed man said:‘Could have been drunk. Showing offall alone in the rain. Drunks will doanything.’

‘Drunk, hell ,’ the plain-clothes man said. ‘The hand throttle’sset half-way down and the guy’s beensapped on the side of the head. Askme and I’ll call it murder.’

Ohls looked at the man with the towel.‘What do you think, buddy?’

The man with the towellooked flattered. He grinned. ‘Isay suicide, Mac. None of mybusiness, but you ask me, I saysuic ide . Fi rs t off the guyploughed an awful straight fur-row down that pier. You can readhis t read marks a l l the waynearly. That puts it after the rainlike the Sheriff said. Then he hitthe pier hard and clean or hedon’t go through and land rightside up. More likely turned overa couple of times. So he hadplenty of speed and hit the railsquare. That’s more than half-throttle. He could have done thatwith his hand falling and he couldhave hurt his head falling too.’

Ohls said: ‘You got eyes,buddy. Frisked him?’ he asked thedeputy. The deputy looked at me,then a t the c rew aga ins t thewheelhouse. ‘Okey, save that,’ Ohlssaid.

El policía de paisano frotaba la cubier-ta con la punta del zapato. Ohls me miróde reojo y sacudió el purito como si fueraun cigarrillo.

—¿Borracho? —preguntó, sin dirigir-se a nadie en particular.

El tripulante de la gabarra que se había es-tado secando el pelo con la toalla se acercó a laborda y se aclaró la garganta con un ruido tanfuerte que todo el mundo se le quedó mirando.

—He tragado un poco de arena —dijo,antes de escupir—. No tanto como esemuchacho, pero sí algo.

—Puede que estuviera borracho —dijo el poli-cía uniformado—. No es normal aparecer por aquícompletamente solo cuando llueve. Y ya se sabeque los borrachos hacen cualquier cosa.

—Nada de borracho —dijo el que iba depaisano—. El acelerador de mano estaba amitad de recorrido y al muerto le dieron conuna cachiporra en la cabeza. Si alguien mepregunta, yo a eso lo llamo asesinato.

Ohls miró al tipo con la toalla.—¿Qué piensa usted, amigo?

A1 de la toalla pareció gustarle que lepreguntaran.

—Para mí es un suicidio. —Sonrió—. No es asunto mío, pero ya que me pregun-ta, yo digo suicidio. En primer lugar ese su-jeto ha dejado un surco bien recto en el mue-lle. Se reconocen las huellas de los neumáti-cos por todo el recorrido. Eso lo sitúa des-pués de terminada la lluvia, como ha dichoel ayudante del sheriff. Luego golpeó el pre-til con mucha fuerza: de lo contrario no lohubiera atravesado ni caído de lado. Lo másprobable es que diera un par de vueltas decampana. De manera que tenía que venir abuena velocidad y golpear el pretil de fren-te. Y se necesitaba algo más que el acelera-dor a medio gas. Podría haberlo tocado alcaer y cabe que el golpe en la cabeza selo diera entonces.

—Tiene usted buen ojo, amigo —dijoOhls—. ¿Lo han registrado? —le pregun-tó al ayudante del sheriff, que procedió amirarme a mí y luego a la tripulación, jun-to a la timonera—. De acuerdo, lo deja-mos para después.

El hombre sin uniforme restregó lapunta del zapato en la cubierta. Ohlsme miró de reojo.

—¿Estaría borracho? —preguntósin dirigirse a nadie en particular.

El hombre que se había estado se-cando con la toalla carraspeó de for-ma tan violenta que todo el mundomiró hacia él.

—He tragado arena —dijo y escu-pió—. No tanto como el amigo del co-che pero sí un poco.

El hombre uniformado añadió:—Podía estar bebido y alardeando

solo bajo la lluvia. Los borrachos soncapaces de cualquier cosa.

— ¡Borracho, demonio! —exclamóel del traje de paisano—. La palancadel acelerador estaba medio bajada yel tipo ha sido golpeado en la sien. Estopara mí se llama asesinato.

Ohls miró al hombre de la toalla.—¿Usted qué opina?

El hombre pareció halagado. Son-rió.

—A mí me parece suicidio. No esasunto que me atañe pero como me pre-gunta, digo que es suicidio. En primerlugar, el individuo hizo en el muelle unsurco completamente derecho. Se venperfectamente las huellas de los neu-máticos. Eso demuestra que fue despuésde cesar la lluvia, como dijo el policía.Luego golpeó el parapeto con fuerza, ono hubiera podido atraversarlo, y cayócon el lado derecho hacia arriba. Pro-bablemente dio un par de vueltas y,como iba a mucha velocidad, golpeó delleno la barandilla. Eso es más de me-dio acelerador. Pudo haberlo hecho conla mano mientras caía y herirse en lacabeza al caer.

Ohls dijo:—Vaya vista, amigo. ¿Le han

registrado? —preguntó al policía.El policía, entonces, me miró a mí,después a la tripulación, que seguíarecostada contra la timonera—. Bue-no, déjelo.

scuff 1 tr. graze or brush against. 2 tr. mark or wear down (shoes) in this way. 3 intr. walk with dragging feet; shuffle.

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A small man with glassesand a tired face and a black bagcame down the steps from the pier.He picked out a fairly clean spot onthe deck and put the bag down.Then he took his hat off and rubbedthe back of his neck and stared outto sea, as if he didn’t know wherehe was or what he had come for.

Ohls said: ‘There’s yourcustomer, Doc. Dived off the pier lastnight. Around nine to ten. That’s allwe know.’

The small man looked in atthe dead man morosely. He fingeredthe head, peered at the bruise on thetemple, moved the head around withboth hands, felt the man’s ribs. Helifted a lax dead hand and stared atthe fingernails. He let it fall andwatched it fall. He stepped back andopened his bag and took out a printedpad of DOA forms and began to writeover a carbon.

‘Broken neck’s theapparent cause of death,’ he said,writing. ‘Which means there won’tbe much water in him. Whichmeans he’s due to start getting stiffpretty quick now he’s out in theair. Better get him out of the carbefore he does. You won’t likedoing it after.’

Ohls nodded. ‘How longdead, Doc?’

‘I wouldn’t know.’

Ohls looked at him sharplyand took the little cigar out of hismouth and looked at that sharply.‘Pleased to know you, Doc. Acoroner’s man that can’t guess withinfive minutes has me beat.’

The little man grinned sourlyand put his pad in his bag and clippedhis pencil back on his waistcoat. ‘Ifhe ate dinner last night, I’ll tell you -if I know what time he ate it. But notwithin five minutes.’

Un individuo pequeño, con gafas, carade cansancio y un maletín negro descen-dió desde el muelle por los peldaños dela escalera. Luego eligió un sitio relativa-mente seco de la cubierta y dejó allí elmaletín. A continuación se quitó el som-brero, se frotó el cogote y se quedó mi-rando al mar, como si no supiera dóndeestaba o qué era lo que tenía que hacer.

—Ahí está su cliente, doctor —dijoOhls—. Se tiró desde el muelle anoche.Entre las nueve y las diez. Es todo lo quesabemos.

El hombrecillo contempló al muerto conaire taciturno. Le tocó la cabeza, se la movióen todas las direcciones con ambas manos,examinó el hematoma de la sien, le palpó lascostillas. Alzó una mano muerta, totalmenterelajada, y examinó las uñas. La dejó caer ysiguió la trayectoria con la vista. A continua-ción dio un paso atrás, abrió el maletín, sacóun bloc de formularios para muertes por trau-matismo y empezó a escribir poniendo debajoun papel carbón.

—La causa de la muerte es, a prime-ra vista, la rotura del cuello —dijo, altiempo que escribía—. Lo que quiere de-cir que [54] no habrá tragado mucha agua.También significa que el rigor mortis notardará en presentarse una vez que estáen contacto con el aire. Será mejor sacar-lo del automóvil antes de que eso suceda.No les gustará tener que hacerlo después.

Ohls asintió con un gesto.—¿Cuánto tiempo lleva muerto, doctor?

—No sabría decirlo.

Ohls lo miró con severidad; luego sesacó el purito de la boca y también lo con-templó indignado.

—Encantado de conocerle, doctor. Unforense incapaz de establecer la hora dela muerte con un margen de cinco minu-tos es algo que no entiendo.

El hombrecillo sonrió amargamente, vol-vió a meter el bloc en el maletín y se engan-chó el lápiz en el bolsillo del chaleco.

—Si cenó anoche, se lo podré decir...,si sé a qué hora cenó. Pero no con unmargen de cinco minutos.

Un hombre bajito, con gafasy expresión cansada, bajó las es-caleras del muelle. Eligió un si-tio limpio en la cubierta y colo-có allí un maletín negro. Enton-ces se quitó el sombrero y se fro-tó el cuello mirando al mar, comosi no supiera dónde estaba o paraqué había ido allí.

—Ahí tiene usted a su cliente, doc-tor —dijo Ohls—. Cayó del muellela noche pasada, entre las nueve y lasdiez. Eso es todo lo que sabemos.

El hombrecillo miró con des-gana hacia el cadáver. Le tocó lacabeza, miró la magulladura dela sien y movió la cabeza conambas manos. Palpó las costi-llas. Levantó una de las manos yexaminó las uñas, luego la dejócaer. Se dirigió al maletín y sacóde él un talonario de impresos dela oficina fiscal y empezó a es-cribir.

—La fractura del cuello es la causaaparente de la muerte —dijo mientrasescribía—, lo que significa que no habrátragado mucha agua y que va a empezara adquirir rigidez rápidamente, ahora queestá en contacto con el aire. Mejor serásacarle del coche en seguida. Supongo queno les gustará sacarlo cuando haya adqui-rido la rigidez cadavérica.

Ohls aprobó con la cabeza.—¿Cuánto tiempo lleva muerto?

—No puedo decirlo.

Ohls le dirigió una miradainquisidora y se quitó el puro de laboca.

—Encantado de conocerle, doctor.Un hombre del juzgado de guardiaque no puede averiguarlo en cincominutos, me confunde usted.

El hombrecillo sonrió agriamente,guardó el talonario en su maletín y semetió el lápiz en el bolsillo.

—Si cenó anoche, se lo diré, cuan-do averigüe a qué hora comió. Perono en cinco minutos.

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‘How would he get that bruise- falling?’

The little man looked at thebruise again. ‘I don’t think so. Thatblow came from something covered.And it had already bledsubcutaneously while he was alive.’

‘Blackjack, huh?’

‘Very likely.’The l i t t le ME’s man

nodded, picked his bag off thedeck and went back up thesteps to the pier. Anambulance was backing intoposition outside the stuccoarch. Ohls looked at me andsaid: ‘Let’s go. Hardly worththe ride, was it

We went back along the pierand got into OhIs’s sedan again. Hewrestled it around on the highway anddrove back towards town along athree-lane highway washed clean bythe rain, past low rolling hills ofyellow-white sand terraced with pinkmoss. Seaward a few gulls wheeledand swooped over something in thesurf and far out a white yacht lookedas if it was hanging in the sky.

Ohls cocked his chin at meand said: ‘Know him?’

‘Sure. The Sternwoodchauffeur. I saw him dusting that verycar out there yesterday.’

‘I don’t want to crowd you,Marlowe. just tell me, did the job haveanything to do with him?’

‘No. I don’t even know hisname.’

—¿Cómo se hizo ese cardenal? ¿Pudoser al caer?

El hombrecillo examinó de nuevo elmoratón.

—Creo que no. Ese golpe procede de algoque estaba cubierto. Y la hemorragia subcutá-nea se produjo mientras aún vivía.

—¿Cachiporra, eh?

—Muy probablemente. —A1 tiempo queasentía con la cabeza. Luego recogió el male-tín y regresó al muelle por la escalerilla.

Una ambulancia estaba avan-zando marcha atrás para colocar-se en posición al otro lado delarco de escayola. Ohls se me que-dó mirando y dijo:

—Vayámonos. No merecía la penavenir hasta aquí, ¿no es cierto?

Regresamos por el muelle y subimosde nuevo al sedán. Ohls se las apañó parahacer un giro de 180 grados y regresa-mos a la ciudad por una autovía de trescarriles, reluciente gracias a la lluvia, de-jando atrás una sucesión de insignifican-tes dunas coronadas de musgo rosado. Dellado del mar algunas gaviotas revolotea-ban y se dejaban caer sobre algo que arras-traban las olas. Muy a lo lejos, un yateblanco parecía colgado del cielo.

Ohls me apuntó con la barbilla y dijo:—¿Lo conocías?

—Claro. El chófer de los Sternwood.Lo vi ayer en la casa del general limpian-do ese mismo coche.

—No quisiera presionarte, Marlowe,pero dime, ¿tenía algo que ver con el chó-fer el encargo que te han hecho?

—No. Ni siquiera sé cómo se lla-ma.

—¿Cómo cree que se dio en lasien? ¿Al caer?

El hombrecillo miró de nuevo lamagulladura.

—No lo creo. El golpe se lo dieron conalgo cubierto. Y había sangrado, subcutá-neamente, estando vivo aún.

—Cachiporra, ¿eh?

—Posiblemente.El médico se despidió con

una i nc l i nac ión de cabeza ;cogió su maletín y se fue ha-cia las escaleri l las del mue-lle. Una ambulancia esperabaen el arco de estuco. Ohls memiró y dijo:

—Marchémonos. El paseo no havalido la pena, ¿verdad?

Volvimos al muelle y nos meti-mos en el coche de Ohls. Dio lavuelta y nos dirigimos de nuevo ala ciudad por la carretera, lavadapor la lluvia, entre colinas redon-das de arena blanca y amarillentacon terrazas de musgo. Hacia elmar, algunas gaviotas revolotea-ban y se posaban sobre algo en eloleaje. A lo lejos, un yate blancoparecía estar colgado del cielo.

Ohls levantó la barbilla y preguntó:—¿Le conoce?

—Claro; es el chófer de losSternwood. Le vi ayer limpiando esemismo coche.

—No quiero agobiarle, Marlowe.Dígame solamente si el encargo quele dieron tiene algo que ver con él.

—No. Ni siquiera sé cómo se lla-ma.

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‘Owen Taylor. How do Iknow? Funny about that. About ayear or so back we had him in thecooler on a Mann Act rap. It seemshe run Sternwood’s hotchadaughter, the young one, off toYuma. The sister ran after themand brought them back and hadOwen heaved into the icebox.Then next day she comes down tothe D.A. and gets him to beg thekid off with the US ‘cutor. Shesays the kid meant to marry hersister and wanted to, only the sistercan’t see it. All she wanted was tokick a few high ones off the barand have herself a party. So we letthe kid go and then darned if theydon’t have him come back towork. And a little later we get theroutine report on his prints fromWashington, and he’s got a priorback in Indiana, attempted hold-up six years ago. He got off with asix months in the county jail, thevery one Dillinger bust out of. Wehand that to the Sternwoods andthey keep him on just the same.What do you think of that?’

‘They seem to be a screwy family,’I said. ‘Do they know about last night?’

‘No. I gotta go up againstthem now.’

‘Leave the old man out of it,if you can.’

‘Why?’

‘He has enough troubles andhe’s sick.’

‘You mean Regan?’

I scowled. ‘I don’t know any-thing about Regan, I told you. I’m notlooking for Regan. Regan hasn’t both-ered anybody that I know of.’

—Owen Taylor. ¿Cómo lo sé? Esuna historia curiosa. Hace cosa de unaño lo pusimos a la sombra por unainfracción de la ley Mann. Parece quese escapó a Yuma con la hija deSternwood que es un bombón, la másjoven. La hermana mayor salió co-rriendo tras ellos, los trajo de vueltae hizo meter a Owen en la fresquera.Al día siguiente se presenta ante elfiscal del distrito para suplicarle queretiren los cargos. Dice que el mucha-cho quería casarse con su hermana yestaba dispuesto a hacerlo, pero quesu hermana lo ve de otra manera. Lapequeña sólo deseaba echar una canaal aire y correrse una juerga. De ma-nera que soltamos al chico y que measpen si no lo ponen otra vez a traba-jar para ellos. Poco después recibimosel informe habitual de Washingtonsobre sus huellas, y resulta que ya lohabían detenido en Indiana, un inten-to de atraco seis años antes. Sólo lecayeron seis meses en la cárcel deldistrito, la misma de donde se escapóDillinger. Les pasamos el informe alos Sternwood, pero siguen con él detodos modos. ¿Lo encuentras normal?

—Parecen una familia de chiflados —dije—. ¿Saben algo de lo de anoche?

—No. Tengo que ir ahora a contárse-lo.

—No le digas nada al viejo, si puedesevitarlo.

—¿Por qué?

—Ya tiene suficientes problemas yademás está enfermo.

—¿Te refieres a Regan? [56]

Puse cara de pocos amigos.—No sé nada de Regan, ya te lo he dicho

antes. No estoy buscando a Regan. Reganno ha molestado a nadie, que yo sepa.

—Owen Taylor. ¿Qué cómo le co-nozco? Es curioso; hace un añoaproximadamente lo tuvimos a lasombra por rapto. Parece ser que seescapó a Yuma con una de las hijas deSternwood, la más joven. La hermanales siguió y los trajo aquí nuevamentee hizo que metieran en chirona aOwen. Al día siguiente volvió para en-trevistarse con el fiscal del distrito ysolicitó que le pusieran en libertad.Dijo que el muchacho tenía intenciónde casarse con su hermana y deseabahacerlo pero que su hermana no que-ría. Ella sólo deseaba divertirse unpoco. Así pues, soltamos al mucha-cho y, ¡santo Dios!, continuó traba-jando con los Sternwood. Poco des-pués recibimos los informes y las hue-llas dactilares, que por puro trámitehabíamos pedido a Washington, y re-sultó que tiene antecedentes en India-na por intento de atraco a mano ar-mada, hace seis años. Estuvo conde-nado a seis meses de prisión que cum-plió en la misma cárcel de donde sefugó Dillinger. Pasamos esta informa-ción a los Sternwood, pero no le des-pidieron. ¿Qué opina de esto?

—Parece una familia de locos —dije—. ¿Saben algo de anoche?

—No. Tengo que ir ahora allí a in-formarles.

—Que no se entere el viejo, si esposible.

—¿Por qué?

—Tiene bastantes preocupacionesya, y está enfermo.

—¿Se refiere a lo de Regan?

Fruncí las cejas.—No sé nada de Regan. Ya se lo

dije. No le estoy buscando. Que yosepa, no se ha metido con nadie.

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Ohls said: ‘Oh,’ and staredthoughtfully out to sea and the sedannearly went off the road. For the restof the drive back to town he hardlyspoke. He dropped me off inHollywood near the Chinese Theatreand turned back west to Alta BreaCrescent. I ate lunch at a counter andlooked at an afternoon paper and couldn’tfind anything about Geiger in it.

After lunch I walked east onthe boulevard to have another look atGeiger’s store.

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The lean black-eyed creditjeweller was standing in his entrancein the same position as the afternoonbefore. He gave me the same knowinglook as I turned in. The store lookedjust the same. The same lamp [36]glowed on the small desk in the cornerand the same ash blonde in the sameblack suède-like dress got up frombehind it and came towards me withthe same tentative smile on her face.

‘Was it -?’ she said andstopped. Her silver nails twitched ather side. There was an overtone ofstrain in her smile. It wasn’t a smileat all. It was a grimace. She justthought it was a smile.

‘Back again,’ I said airily, andwaved a cigarette. ‘Mr Geiger intoday?’

‘I’m - I’m afraid not. No - I’mafraid not. Let me see- you wanted -?’

I took my dark glasses off andtapped them delicately on the insideof my left wrist. if you can weigh ahundred and ninety pounds and looklike a fairy, I was doing my best.

‘That was just a stall aboutthose first editions,’ I whispered. ‘Ihave to be careful. I’ve got somethinghe’ll want. Something he’s wanted fora long time.’

—Ah —dijo Ohls, que se puso a mi-rar al mar pensativamente y estuvo apunto de salirse de la carretera. Duran-te el resto del viaje de vuelta apenasdijo nada. Me dejó en Hollywood, cer-ca del Teatro chino, y se volvió haciaAlta Brea Crescent. Almorcé en el mos-trador de una cafetería y estuve viendoel periódico de la tarde, pero tampocoencontré nada sobre Geiger.

Después de almorzar caminé hacia eleste por el bulevar para echar otra ojeadaa su librería.

Diez

El joyero judío —un hombre esbelto de ojosnegros— estaba a la entrada de su estableci-miento en la misma postura que la tarde ante-rior, y me lanzó la misma mirada de complici-dad cuando me vio entrar. La tienda de Geigerseguía exactamente igual. La misma lámparabrillaba en el mismo escritorio del rincón y lamisma chica con el pelo color rubio ceniza yel mismo vestido negro imitación de ante selevantó y se acercó a mí con la misma sonrisaprovisional en los labios.

—¿Era...? —empezó a decir antes deenmudecer. Le temblaron un poco losdedos de uñas plateadas. También habíatensión en su sonrisa. No era una sonrisa,sino una mueca. Pero ella creía que erauna sonrisa.

—Otra vez aquí —dije con despreo-cupación, agitando un cigarrillo—. ¿Havenido hoy el señor Geiger?

—Me... me temo que no. No, mucho metemo que no. Veamos..., ¿qué era lo que...?

Me quité las gafas de sol y las utilicé paradarme delicados golpecitos en la parte interiorde la muñeca izquierda. Aunque es difícil pe-sar noventa kilos y parecer un mariquita, loestaba haciendo lo mejor que podía.

—Aquello de las ediciones príncipe era sólouna cortina de humo —susurré—. He de tenercuidado. Dispongo de algo que el señor Geigerquerrá con toda seguridad. Algo que quieredesde hace mucho tiempo.

Ohls exclamó «¡Oh!» y mirópensativamente hacia el mar.

Durante el resto del trayecto,apenas hablamos. Me dejó enHollywood, cerca del teatro Chi-no y se fue hacia Alta BreaCrescent. Almorcé en un bar yhojeé un periódico de la tarde.No encontré nada referente aGeiger.

Después de almorzar me fui haciael bulevar para echarle una ojeada asu establecimiento.

X

El vendedor de joyas se encontra-ba a la puerta de su establecimiento,en igual postura que la tarde anterior.Me dirigió la misma mirada irónicacuando me vio entrar en la librería deGeiger. La tienda tenía el mismo as-pecto. La misma lámpara brillaba enel pequeño escritorio del rincón y lamisma rubia, con el mismo traje, sa-lió de detrás de él y vino a mi encuen-tro con la misma sonrisa.

—¿En qué ... ? —dijo y enmudeció.Movía los dedos con nerviosismo

y se notaba cierto esfuerzo en su son-risa. No era lo que se llama una son-risa. Más bien era una mueca, peroella creía que sonreía.

—Aquí estoy de vuelta —dije ale-gremente e hice un ademán con el ci-garrillo—. ¿Está hoy el señor Geiger?

—Lo siento, me temo que no.¿Qué deseaba?

Me quité las gafas oscuras y megolpeé delicadamente la muñeca conellas. Si se puede parecer un hada ypesar ochenta y cinco kilos, me esta-ba saliendo estupendamente.

—Lo de esas ediciones era sola-mente un pretexto —cuchicheé—.Debo andar con cuidado. Tengo algoque le interesará, algo que ha desea-do durante largo tiempo.

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The silver finger-nailstouched the blonde hair over onesmall jetbuttoned ear. ‘Oh, asalesman,’ she said. ‘Well - you mightcome in tomorrow. I think he’ll behere tomorrow.’

‘Drop the veil,’ I said. ‘I’m inthe business too.’

Her eyes narrowed until theywere a faint greenish glitter, like aforest pool far back in the shadow oftrees. Her fingers clawed at her palm.She stared at me and chopped off abreath.

‘Is he sick? I could go up tothe house,’ I said impatiently. ‘Ihaven’t got for ever.’

‘You - a - you - a -’ her throatjammed. I thought she was going tofall on her nose. Her whole bodyshivered and her face fell apart like abride’s pie crust. She put it togetheragain slowly, as if lifting a greatweight, by sheer will power. Thesmile came back, with a couple ofcorners badly bent.

‘No,’ she said. ‘No. He’s outof town. That - wouldn’t be any use.Can’t you - come in - tomorrow?’

I had my mouth open to saysomething when the partition dooropened a foot. The tall darkhandsome boy in the jerkin lookedout, pale-faced and tight-lipped,saw me, shut the door quicklyagain, but not before I had seen onthe floor behind him a lot ofwooden boxes lined withnewspapers and packed looselywith books. A man in very newoveralls was fussing with them.Some of Geiger’s stock was beingmoved out.

When the door shut I put mydark glasses on again and touched myhat. ‘Tomorrow, then. I’d like to giveyou a card but you know how it is.’

Las uñas plateadas tocaron cabellos ru-bios sobre una orejita adornada con unpendiente de azabache.

—Ah, agente de ventas —dijo—.Bien..., venga mañana, creo que el señorGeiger estará aquí mañana.

—Déjese de circunloquios —respondí—.Yo también trabajo en este negocio.

Entornó los ojos hasta dejarlos reduci-dos a un débil resplandor verdoso, comoun estanque en un bosque, muy lejos en-tre la sombra de los árboles. Se clavó lasuñas en la palma de la mano. Me mirófijamente y contuvo un suspiro.

—¿Acaso está enfermo? Podría ir a sucasa —dije con tono impaciente—. Nome voy a pasar la vida esperando.

—Me... me... —se le obstruyó la gar-ganta. Tuve la impresión de que se iba acaer de bruces. Le tembló todo el cuerpoy se le desmoronó la cara como un bizco-cho mal cocido. Luego la recompuso pocoa poco, como si levantara un peso enor-me sólo a fuerza de voluntad. Recuperóla sonrisa, aunque le quedaron abolladu-ras en un par de sitios.

—No —dijo—. No. Se ha marchadode la ciudad. Eso... no serviría de nada.¿No puede... volver... mañana?

Tenía ya la boca abierta para decir algocuando la puerta de la mampara se abriótreinta centímetros. El chico alto, more-no y bien parecido con el chaleco sinmangas se asomó, pálido y con cara depocos amigos; al verme volvió a cerrar lapuerta precipitadamente, pero no antes deque yo hubiera visto tras él, en el suelo,un buen número de cajas de madera fo-rradas con periódicos y llenas de libros.Un individuo con [58] un mono reciénestrenado las estaba manipulando. Partede las existencias de Geiger iban caminode otro sitio.

Cuando la puerta se cerró volví a ponermelas gafas de sol y me toqué el sombrero.

—Mañana, entonces. Me gustaría darleuna tarjeta, pero usted ya sabe lo que pasa.

Las uñas plateadas acariciaron laoreja adornada con jade.

—¡Ah, un vendedor! —dijo—.Bien, puede usted volver mañana.Creo que estará aquí.

—No disimule —dije—, tambiénsoy del oficio.

Sus ojos se achicaron hasta quequedaron reducidos a un leve reflejoverde, como un lejano lago entre lasombra de los árboles. Sus uñas seclavaron en las palmas de las manos.Me miró con temor.

—¿Está enfermo? Podría acercarmea su casa —dije con impaciencia—. Novoy a pasarme la vida detrás de él.

—Usted... pues..., usted... —seatragantó. Pensé que iba a caerse debruces. Todo su cuerpo temblaba y pa-recía que la cara se le deshacía enpedazos como el merengue de un pas-tel de boda. Se rehizo lentamente,como si levantara un gran peso, conenorme esfuerzo de voluntad. La son-risa intentó aparecer de nuevo.

—No —dijo por fin la muchacha—. No,no está en la ciudad. Ir a su casa no le servi-ría de nada. ¿No podría... volver mañana?

Abría yo la boca para decir algocuando la puerta del tabique se entre-abrió. El muchacho alto y bien pare-cido que había despedido a Geiger eldía anterior, pálido y con los labiosapretados, me vio y volvió a cerrar rá-pidamente pero no antes de que yopudiera ver, tras él, un montón de ca-jas de madera envueltas en papel deperiódico y llenas de libros. Las ma-nipulaba un hombre vestido con unmono completamente nuevo. Estabantrasladando a otro lugar las existen-cias de Geiger.

Cuando la puerta se cerró volví a poner-me las gafas oscuras y me toqué el sombrero.

—Hasta mañana, entonces. Me gustaría dejarleuna tarjeta, pero ya sabe usted de qué se trata.

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‘Ye-es. I know how it is.’She shivered a little more and madea faint sucking noise between herbright lips. I went out of the storeand west on the boulevard to thecorner and north on the street to thealley which ran behind the stores.A small black truck with wire sidesand no lettering on it was backedup to Geiger’s place. The man in thevery new overalls was just heavinga box up on the tailboard. I wentback to the boulevard and along theblock next to Geiger’s and found ataxi standing at a fireplug. A fresh-faced kid was reading a horrormagazine behind the wheel . Ileaned in and showed him a dollar:‘Tail job?’

He looked me over. ‘Cop?’

‘Private.’

He grinned. ‘My meat,Jack.’ He tucked the magazine overhis rear-view mirror and I got into thecab. We went around the block andpulled up across from Geiger’s alley,beside another fireplug.

There were about a dozen boxeson the truck when the man in overallsclosed the screened doors and hooked thetailboard up and got in behind the wheel.

‘Take him,’ I told my driver.

The man in overalls gunned hismotor, shot a glance up and down thealley and ran away fast in the other di-rection. He turned left out of the alley.We did the same. I caught a glimpse ofthe truck turning east on Franklin andtold my driver to close in a little. Hedidn’t or couldn’t do it. I saw the trucktwo blocks away when we got toFranklin. We had it in sight to Vineand across Vine and all the way toWestern. We saw it twice afterWestern. There was a lot of traffic andthe fresh-faced kid tailed from too farback. I was telling him about thatwithout mincing* words when thetruck, now far ahead, turned northagain. The street at which it turned wascalled Britanny Place. When we got toBritanny Place the truck had vanished.

—Sí. Sé lo que pasa. —Se estremecióun poco más e hizo un ligero ruido comode succión con los labios, de un rojo in-tenso. Salí de la tienda, caminé hasta laesquina del bulevar en dirección este yluego hacia el norte por la calle que dabaal callejón situado detrás de las tiendas.Una camioneta negra con laterales de telametálica y sin letreros de ninguna clasese hallaba delante del edificio de Geiger.El individuo del mono recién estrenado al-zaba una caja para meterla dentro. Regreséal bulevar y, en la manzana inmediata a latienda de Geiger, encontré un taxi estacio-nado delante de una boca de incendios. Unmuchacho de aspecto sano leía una revistade terror detrás del volante. Me incliné ha-cia él y le enseñé un billete de dólar:

—¿Qué tal se te da seguir a otro coche?

Me miró de arriba abajo:—¿Policía?—Detective privado.

Sonrió.—Eso es pan comido.El chico metió la revista detrás del espejo

retrovisor y me subí al taxi. Dimos la vuelta ala manzana y fue a pararse frente al callejón deGeiger, delante de otra boca de incendios.

Había cargado una docena de cajas más omenos cuando el tipo del mono cerró las puer-tas metálicas, enganchó la pared trasera de lacamioneta y se colocó detrás del volante.

—No lo pierdas de vista —le dije a mi muchacho.

El tipo del mono lanzó una ojeada a izquier-da y derecha, apretó a fondo el acelerador, y sealejó a toda velocidad. Al salir del callejón tor-ció a la izquierda. Nosotros hicimos lo mis-mo. Sólo vi un instante la camioneta cuandogiraba en Franklin hacia el este, y le dije a mitaxista que se acercara un poco más. No lo hizoo no pudo hacerlo. La camioneta nos llevabados manzanas de ventaja cuando llegamos aFranklin. Seguimos viéndola hasta que llegó aVine, la cruzó y también durante todo el cami-no hasta Western. Después de Western la vi-mos dos veces. Había mucho tráfico y mijoven taxista de aspecto sano la seguía des-de demasiado lejos. Se lo estaba diciendosin muchos miramientos cuando la camioneta,que nos sacaba ya mucha ventaja, torció una vezmás hacia el norte. La calle por la que entró sellamaba Britanny Place. Cuando llegamos aBritanny Place había desaparecido.

—Sí, ya lo sé.Salí de la tienda y me fui ha-

cia el callejón que hay detrás delos comercios de¡ bulevar. Unacamioneta negra, con los latera-les de alambre y sin nombre al-guno, se hallaba frente a la tien-da de Geiger. El hombre delmono completamente nuevo co-locaba en ella una caja. Volví albulevar y, frente a la manzanasiguiente a la del local de Geiger,encontré un taxi libre delante deuna boca de riego. El taxista, unmuchacho de aspecto lozano, es-taba leyendo una revista de su-cesos sangrientos. Me incliné yle enseñé un dólar.

—¿Seguimos un rastro?Me miró de arriba abajo.—¿Poli?—Privado.

Sonrió.—Soy su hombre.Guardó la revista y entré en

el taxi. Dimos la vuelta a la man-zana y paramos enfrente del calle-jón, ante otra boca de riego.

Había ya en la camioneta una do-cena de cajas cuando el hombre delmono subió la trampilla trasera y sepuso al volante.

—Sígalo —le dije al taxista.

El de la camioneta puso en marchael motor, miró a un lado y a otro delcallejón y salió rápidamente. Giró a laizquierda. Nosotros hicimos lo mismo.A lo lejos vi la camioneta tomando ladirección oeste y le dije al taxista que seaproximara un poco. No lo hizo o nopudo conseguirlo. Vi la camioneta dosmanzanas más allá cuando llegamos ala calle Franklin. Aún la divisábamoscuando llegamos a Vine; cruzamos esacalle para meternos en la de Oeste. Lavimos un par de veces después de Oeste.Había mucho tráfico y el taxista la seguíamuy de lejos. Le estaba hablando de eso,en términos poco diplomáticos, cuan-do la camioneta, ya muy alejada, vol-vió a torcer hacia el norte. Giró enBritanny Place. Cuando llegamos allí,la camioneta se había esfumado.

*without affected delicacy, sin melindres, remilgados, afectación

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The fresh-faced kid madecomforting sounds at me throughthe panel and we went up the hill atfour miles an hour looking for thetruck behind bushes. Two blocksup, Britanny Place swung to the eastand met Randall Place in a tongue ofland on which there was a whiteapartment house with its front onRandall Place and its basement garageopening on Britanny. We were goingpast that and the freshfaced kid wastelling me the truck couldn’t be faraway when I looked through thearched entrance of the garage andsaw it back in the dimness with itsrear doors open again.

We went around to the frontof the apartment house and I got out.There was nobody in the lobby, noswitchboard. A wooden desk waspushed back against the wall beside apanel of gilt mailboxes. I looked thenames over. A man named JosephBrody had Apartment 405. A mannamed Joe Brody had received fivethousand dollars from GeneralSternwood to stop playing withCarmen and find some other little girlto play with. It could be the same JoeBrody. I felt like giving odds on it.

I went around an elbow ofwall to the foot of tiled stairs and theshaft of the automatic elevator. Thetop of the elevator was level with thefloor. There was a door beside theshaft lettered ‘Garage’. I opened itand went down narrow steps to thebasement. The automatic elevator waspropped open and the man in newoveralls was grunting hard as hestacked heavy boxes in it. I stoodbeside him and lit a cigarette andwatched him. He didn’t like mywatching him.

After a while I said: ‘Watchthe weight, bud. She’s only tested forhalf a ton. Where’s the stuff going?’

‘Brody, four-o-five,’ he said.‘Manager?’

Mi taxista me obsequió con ruidos con-soladores desde el asiento delantero y, aseis kilómetros por hora, seguimos coli-na arriba buscando a la camioneta detrásde los setos. Dos manzanas más tardeBritanny Place giró hacia el este y se re-unió con Randall Place en una lengua detierra en la que se alzaba un edificio deapartamentos pintado de blanco, cuya fa-chada daba a Randall Place y el garajetenía salida hacia Britanny. Estábamos pa-sando por delante y el chico de la carasimpática me decía que la camioneta nopodía estar lejos cuando, al mirar por losarcos de la entrada al garaje, volví de nue-vo a verla en la penumbra interior con laspuertas traseras abiertas.

Nos dirigimos a la entrada principal deledificio de apartamentos y me apeé. Nohabía nadie en el vestíbulo, tampoco unacentralita. Un escritorio de madera esta-ba pegado a la pared, junto a un panelcon casilleros dorados. Repasé los nom-bres. El apartamento 405 lo ocupaba unindividuo llamado Joseph Brody. Tal vezel mismo Joe Brody que había recibidocinco mil dólares del general Sternwoodpara que dejara de jugar con Carmen ybuscara alguna otra niñita con quien dis-traerse. Me sentí inclinado a apostar enfavor de aquella posibilidad.

El vestíbulo torcía para llegar al pie deunas escaleras embaldosadas y al huecodel ascensor. La parte superior del ascen-sor se hallaba a la altura del suelo. En unapuerta junto al hueco del ascensor se leía«Garaje». La abrí y descendí por unosescalones muy estrechos hasta el sótano.El ascensor tenía las puertas abiertas y elindividuo del mono recién estrenado re-soplaba con fuerza mientras amontonabaen su interior pesadas cajas de madera.Me puse a su lado, encendí un cigarrilloy me dediqué a verlo trabajar. No le gus-tó que lo estuviese mirando.

A1 cabo de un rato dije:—Cuidado con el peso, socio. Sólo está calculado

para media tonelada. ¿Adónde van esas cajas?

—Brody, cuatro—cero—cinco —merespondió—. ¿Encargado?

El chófer del taxi me hacía señaspara tranquilizarme, a través del cris-tal, y subimos la colina a gran veloci-dad, buscando la camioneta detrás delos árboles. Dos manzanas más arri-ba, Britanny Place torcía al este e ibaa desembocar en Randall Place poruna franja de terreno en la que habíaun edificio blanco, cuya fachada dabaa Randall Place, con un garaje en elsótano que tenía salida a BritannyPlace. Pasamos por delante. El taxis-ta me iba diciendo que la camionetano podía estar muy lejos cuando miréa través de los arcos de entrada algaraje y la vi en la penumbra, con laspuertas traseras abiertas.

Fuimos a la entrada del edificio y meapeé. No había nadie en e’¡ vestíbulo ytampoco la lista con los nombres de losinquilinos. Había un escritorio de maderacontra la pared, debajo de un panel conbuzones dorados. Leí los nombres. Unindividuo llamado Joseph Brody tenía elapartamento 405. Un tal Joe Brody habíarecibido cinco mil dólares del generalSternwood por dejar de jugar con Carmeny encontrar alguna otra muchachita comocompañera de juego. Podía ser el mismoJoe Brody. Me sentí inclinado a pensar quehabía muchas posibilidades de ello.

Me situé al pie de la escalera, allado de la cual estaba el hueco delascensor automático. La parte supe-rior de éste se hallaba a nivel del sue-lo. Al lado de la puerta del hueco delascensor había otra en la que se leíaGaraje. La abrí y bajé por unas esca-leras estrechas que conducían al só-tano. La puerta del ascensor estabaabierta y el hombre del mono nuevogruñía como un loco, mientras colo-caba en él las pesadas cajas. Me plan-té a su lado, encendí un cigarrillo y lecontemplé durante un momento.

Después dije:—Vigila el peso, muchacho. Sólo resiste

una tonelada. ¿Adónde van estas cajas?

—Brody, cuatrocientos cinco —contestó—. ¿Administrador?

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‘Yeah. Looks like a nice lotof loot.’

He glared at me with palewhite-rimmed eyes. ‘Books,’ hesnarled. ‘A hundred pounds a box,easy, and me with a seventy-fivepound back.’

‘Well, watch the weight,’ Isaid.

He got into the elevator withsix boxes and shut the doors. I wentback up the steps to the lobby and outto the street and the cab took me down-town again to my office building. Igave the fresh-faced kid too muchmoney and he gave me a dog-earedbusiness card which for once I didn’tdrop in to the m a j o l i c a j a r o fsand beside the elevator bank.

I had a room and a half on theseventh floor at the back. Thehalfroom was an office split in two tomake reception-rooms. Mine had myname on it and nothing else, and thatonly on the reception-room. I alwaysleft this unlocked, in case I had aclient, and the client cared to sit downand wait.

I had a client.

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She wore brownish speckledtweeds, a mannish shirt and tie,hardcarved walking shoes. Herstockings were just as sheer as the daybefore, but she wasn’t showing asmuch of her legs. Her black hair wasglossy under a brown Robin Hood hatthat might have cost fifty dollars andlooked as if you could have made itwith one hand out of a desk blotter.

‘Well, you do get up,’ shesaid, wrinkling her nose at the fadedred settee, the two odd semi-easychairs, the net curtains that neededlaundering and the boy’s size librarytable with the venerable magazines onit to give the place a professionaltouch. ‘I was beginning to thinkperhaps you worked in bed, likeMarcel Proust.’

—Sí. Buena cosecha, por lo que pare-ce...

Unos ojos claros rodeados de piel muypálida me miraron indignados.

—Libros —gruñó—. Cincuenta kiloscada caja, seguro, y mi espalda sólo estácalculada para treinta.

—De acuerdo; tenga cuidado con elpeso —le respondí.

Se metió en el ascensor con seis cajasy cerró las puertas. Regresé al vestíbulopor la escalera, salí a la calle y el taxi medevolvió al centro de la ciudad y a midespacho. A1 chico de la cara simpática ledi demasiado dinero y él me correspondiócon una tarjeta comercial bastante usadade la que por una vez no me desprendí de-jándola caer en la vasija de cerámica llenade arena al lado del ascensor.

Yo alquilaba habitación y media en laparte trasera del séptimo piso. La mediahabitación era parte de un despacho quese había dividido para conseguir dos pe-queñas salas de espera. En la puerta de lamía, que nunca cerraba con llave, por siacaso llegaba un cliente y estaba dispuestoa sentarse y a esperar, sólo estaba escritomi nombre.

En aquella ocasión tenía una cliente.[61]

Once

La señora Regan llevaba un traje de tweed decolor marrón claro con motitas, camisa y corbatade aspecto masculino y zapatos deportivos cosidosa mano. Las medias eran tan transparentes comoel día anterior, pero la hija del general no enseñabatanto las piernas. Sus cabellos negros brillaban bajoun sombrero marrón estilo Robin Hood que quizále hubiera costado cincuenta dólares aunque dierala impresión de que cualquiera lo podía hacer sinel menor esfuerzo con un secante.

—Vaya, pero si resulta que también ustedse levanta de la cama —dijo arrugando la na-riz ante el sofá rojo descolorido, las dos ex-trañas aspirantes a butacas, las cortinas estilored que necesitaban un buen lavado y la mesacon material de lectura, tamaño infantil, conalgunas venerables revistas para dar al des-pacho el toque profesional—. Empezaba apensar que quizá trabajaba en la cama, comoMarcel Proust.

—Sí. Tiene trazas de ser un buenbotín.

Se me quedó mirando con ojosinexpresivos.

—Libros —gruñó—. Cincuentakilos largos cada caja, y yo no resistomás de cuarenta.

—Bueno, vigila el peso.

Se metió en el ascensor con seis cajasy cerró la puerta. Regresé al vestíbulo ysalí a la calle. Volví a subir al taxi, queme llevó a la ciudad, al edificio donde ten-go mi oficina. Le di al taxista una buenapropina y él me entregó una tarjeta comer-cial con las puntas dobladas, que poruna vez no dejé caer en el jarrón de ma-yólica lleno de serrín que hay al lado delasiento del ascensor.

Tenía habitación y media enla parte trasera del séptimo piso.La media habitación era una ofi-cina dividida en dos salas pararecibir. La otra tenía únicamen-te mi nombre. Siempre dejaba larecepción sin cerrar por si veníaalgún cliente y quería sentare yesperar.

Había un cliente.

XI

Llevaba un traje de tweed oscuro, ca-misa de hombre y corbata y zapatos fuer-tes de deporte. Las medias eran transpa-rentes, como las del día anterior, pero nolas lucía demasiado. Su pelo negro bri-llaba debajo de un sombrerito marrón, alo Robin Hood, que debía haber costadocincuenta dólares y tenía el aspecto depoderse hacer con un rodillo y emplean-do una sola mano.

—¡Vaya, se levanta usted de lacama! —dijo, arrugando la nariz ymirando el sofá descolorido y las dosbutacas desiguales, las cortinas quenecesitaban un lavado y la minúsculamesa de lectura con venerables revis-tas para dar un aire profesional— Es-taba empezando a pensar que quizátrabajaba usted en la cama, comoMarcel Proust.

dog-eared (of a book etc.) with the corners worn or battered [maltrecho] with use. Worn, shabby, disfigured, manoseado,

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‘Who’s he?’ I put a cigarettein my mouth and stared at her. Shelooked a little pale and strained, butshe looked like a girl who couldfunction under a strain.

‘A French writer, aconnoisseur in degenerates. Youwouldn’t know him.’

‘Tut, tut,’ I said. ‘Come intomy boudoir.’

S h e s t o o d u p a n ds a i d : ‘ W e d i d n ’ t g e ta lon g very wel l yesterday.Perhaps I was rude.’

‘We were both rude,’ Isaid. I unlocked the communicat-ing door and held it for her. Wewent into the rest of my suite,which conta ined a rus t - redcarpet , not very young, f ivegreen filing cases, three of themfull of California climate, anadvertising calendar showing theQuins rolling around on a sky-blue floor, in pink dresses, withsea-brown hair and sharp blackeyes as large as mammothprunes. There were three near-walnut chairs, the usual deskwith the usual blotter, pen set,ashtray and telephone, and theusual squeaky swivel chai rbehind it.

‘You don’t put on much of afront,’ she said, sitting down at thecustomer’s side of the desk.

I went over to the mail slotand picked up six envelopes, twoletters and four pieces of advertisingmatter. I hung my hat on the telephoneand sat down.

‘Nei ther do thePinkertons,’ I said. ‘You can’tmake much money at this trade,if you’re honest. If you have afront, you’re making money - orexpect to.’

—¿Quién es ése? —Me puse un ciga-rrillo en la boca y me quedé mirándola.Parecía un poco pálida y tensa, pero dabala sensación de ser una mujer capaz defuncionar bien bajo presión.

—Un escritor francés, experto endegenerados. No es probable que loconozca.

Chasqueé la lengua desaprobadoramente.—Pase a mi boudoir —dije.

La señora Regan se puso en pie.— Ay e r n o n o s e n t e n d i m o s

d e m a s i a d o b i e n — d i j o — .Quizá me mostré descortés .

—Los dos fuimos descorteses —res-pondí. Saqué la llave para abrir la puertade comunicación y la mantuve abiertapara que pasase. Entramos en el resto demi despacho, que contenía una alfombrarojo ladrillo, no demasiado nueva, cincoarchivadores verdes de metal, tres de ellosllenos únicamente del clima de California,un calendario de anuncio que mostraba[62]a los Quin revolcándose sobre un sue-lo azul cielo, vestidos de rosa, con pelode color marrón foca y penetrantes ojosnegros tan grandes como ciruelas gigan-tes. También había tres sillas casi de no-gal, la mesa de despacho habitual con elhabitual secante, juego de pluma y lapi-cero, cenicero y teléfono, y detrás la acos-tumbrada silla giratoria que gime cuandose la mueve.

—No se preocupa demasiado de suimagen —dijo ella, sentándose en el ladode la mesa reservado a los clientes.

Fui hasta el buzón del co-rreo y recogí seis sobres: doscartas y cuatro anuncios. Puseel sombrero encima del telé-fono y me senté.

—Tampoco lo hacen losPinkerton —dije—. No se ganamucho dinero en este oficio si sees honrado. Cuidan las aparienciasquienes hacen dinero..., o esperanhacerlo.

—¿Y quién es ese señor? —me puseun cigarrillo en los labios y me quedé mi-rándola. Parecía un poco pálida y en ten-sión, pero tenía el aspecto de una chicaque puede aguantar ese estado.

—Un escritor francés; un entendi-do en degenerados. Era de suponerque no le conocería.

—¡Bah... . bah .. . !_____ Pasea mi of ic ina .

Se levantó diciendo:—No estuvimos muy de acuerdo

ayer; quizá estuve grosera.—Estuvimos groseros los dos —repliqué.

Abrí la puerta y la sostuvepara que ella pasase. Penetramosen el resto de mi suite, amuebla-da con una alfombra castaño ro-jizo, no muy nueva; cinco fiche-ros verdes, tres de ellos llenos depuro aire de California; un calen-dario de anuncio, que represen-taba a unas bailarinas deslizán-dose por un suelo azul celeste,con trajes de color de rosa, pelocastaño y ojos tan grandes comociruelas gigantes; tres sillas demadera, imitación castaño; elescritorio de rigor, con secante,juego de plumas y lápices, ceni-cero; el teléfono de costumbre,y el sillón giratorio, también decostumbre.

—No tiene preparado el escenario conmucho lujo —dijo, sentándose en el ladodel escritorio destinado a los clientes.

Me dirigí al buzón del correoy cogí seis sobres: dos cartas ycuatro anuncios. Colgué misombrero en el teléfono y mesenté.

—No lo tenemos los detectives pri-vados —contesté—. No se puede ha-cer mucho dinero en este negocio, si sees honrado. Si se monta un escenariode lujo es porque se está ganando dine-ro o se tienen esperanzas de ganarlo.

X X

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‘Oh - are you honest?’ sheasked and opened her bag. Shepicked a cigarette out of a Frenchenamel case, lit it with a pocketlighter, dropped case and lighterback into the bag and left the bagopen.

‘Painfully.’

‘How did you ever get intothis slimy kind of business then?’

‘How did you come to marrya bootlegger?’

‘My God, let’s not startquarrelling again. I’ve been trying toget you on the phone all morning.Here and at your apartment.’

‘About Owen?’Her face tightened sharply.

Her voice was soft. ‘Poor Owen,’ shesaid. ‘So you know about that.’

‘A D.A.’s man took me downto Lido. He thought I might knowsomething about it. But he knew muchmore than I did. He knew Owenwanted to marry your sister - once.’

She puffed silently at hercigarette and considered me withsteady black eyes. ‘Perhaps itwouldn’t have been a bad idea,’ shesaid quietly. ‘He was in love with her.We don’t find much of that in ourcircle.’

‘He had a police record.’She shrugged. She said

negligently: ‘He didn’t know the rightpeople. That’s all a police recordmeans in this rotten crime-riddencountry.’

‘I wouldn’t go that far.’

She peeled her right glove offand bit her index finger at the firstjoint, looking at me with steady eyes.‘I didn’t come to see you about Owen.Do you feel yet that you can tell mewhat my father wanted to see youabout?’

—Ah, ¿de manera que es usted honra-do? —me preguntó mientras abría el bol-so. Sacó un cigarrillo de una pitillera fran-cesa de esmalte, lo encendió con un me-chero y luego dejó caer pitillera y meche-ro en el interior del bolso sin molestarseen cerrarlo.

—Dolorosamente.

—¿Cómo es que se metió entonces eneste negocio tan desagradable?

—¿Cómo es que usted se casó con uncontrabandista?

—¡Dios santo, vamos a no pelearnosotra vez! Llevo toda la mañana al teléfo-no intentando hablar con usted. Aquí yen su apartamento.

—¿Acerca de Owen?Se le contrajeron las facciones de manera muy

brusca, pero su voz era dulce cuando habló:—Pobre Owen. De manera que está enterado.

—Alguien de la oficina del fiscal del dis-trito me llevó a Lido. Pensaba que quizá yosupiera algo sobre el asunto. Pero era él quiensabía más. Que Owen, por ejemplo, quisocasarse en una ocasión con su hermana.

La señora Regan exhaló en silencio elhumo del cigarrillo y me examinó, sin in-mutarse, desde la negrura de sus ojos.

—Quizá no hubiese sido tan mala idea—dijo sin alzar la voz—. Estaba enamo-rado de Carmen. No encontramos muchode eso en nuestro círculo.

—Owen tenía antecedentes penales.Se encogió de hombros.—No conocía a las personas adecuadas —

dijo con desenfado—. Eso es todo lo que quieredecir tener antecedentes penales en este paíspodrido, infestado de delincuentes.

—Yo no iría tan lejos.

Se quitó el guante derecho y se mor-dió el índice a la altura de la primera arti-culación, mirándome fijamente.

—No he venido a hablar con ustedde Owen. ¿Le parece que me puedecontar ya para qué quería verle mi pa-dre?

—¡Oh! ¿Es usted honrado? —pre-guntó al tiempo que abría el bolso.Sacó un cigarrillo de una pitillera es-maltada, lo encendió con un mecherode bolsillo y volvió a guardar pitilleray mechero en el bolso, que dejó abier-to.

—Desgraciadamente.

—Entonces, ¿por qué se metió enesta clase de negocios?

—¿Por qué se casó usted con uncontrabandista?

—¡Dios mío, no empecemos denuevo a pelearnos! He estado tratan-do de telefonearle toda la mañana.Aquí y a su apartamento.

—¿Para hablarme de Owen?Su cara adquirió una expresión seria. Su

voz era dulce.—¡Pobre Owen! ¿Así que está usted en-

terado de todo?

—Un hombre de la oficina del fiscalme llevó al Lido. Creyó que quizá yo sa-bría algo; pero él sabía mucho más queyo. Está al tanto de que Owen quiso ca-sarse con su hermana hace tiempo.

Dio una chupada al cigarri-llo y sus ojos negros me mira-ron fijamente.

—Posiblemente no hubiera sidouna mala idea; la quería y no es fre-cuente encontrar eso en nuestro cír-culo.

—Tenía antecedentes penales.Se encogió de hombros y contestó

sin darle Importancia:—No tenía las amistades adecuadas. Eso

es todo lo que los antecedentes penales sig-nifican en este país podrido de crímenes —

Se quitó el guante derechoy se mordió el dedo índice,mirándome fijamente—. Novine a hablar le de Owen.¿Cree que puede usted decir-me por qué quería verle mipadre?

XXslimy viscoso, enfangado, baboso, resbaladizo, zalamero, untuoso, pelota

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‘Not without his permission.’

‘Was it about Carmen?’

‘I can’t even say that.’ Ifinished filling a pipe and put a matchto it. She watched the smoke for amoment. Then her hand went into heropen bag and came out with a thickwhite envelope. She tossed it acrossthe desk.

‘You’d better look at i tanyway,’ she said.

I picked it up. The addresswas typewritten to Mrs Vivian Regan,3765 Alta Brea Crescent, WestHollywood. Delivery had been bymessenger service and the officestamp showed 8.3 5 a.m. as the timeout. I opened the envelope and drewout the shiny 4 1/4 by 3 1/4 photo thatwas all there was inside.

I t was Carmen si t t ing inGeiger ’s high-backed teakwoodchair on the dais, in her earrings andher birthday suit. Her eyes lookedeven a l i t t l e c raz ie r than as Iremembered them. The back of thephoto was blank. I put it back in theenvelope.

‘How much do they want?’ I asked.

‘Five thousand - for thenegative and the rest of the prints.The deal has to be closed tonight,or they give the s tuff to somescandal sheet.’

‘The demand came how?’

‘A woman telephoned me,about half an hour after this thing wasdelivered.’

‘There’s nothing in thescandal sheet angle. juries convictwithout leaving the box on that stuffnowadays. What else is there?’

‘Does there have to be something else?’

‘Yes.’

—No sin el permiso del general.

—¿Relacionado con Carmen?

—Ni siquiera le puedo decir eso. —Terminé de llenar la pipa y acerqué unacerilla. La señora Regan me contemplódurante un momento mientras fumaba.Luego metió la mano en el bolso y la sacócon un sobre blanco que procedió a arro-jar sobre el escritorio.

—Será mejor que lo mire de todosmodos —dijo.

Lo recogí. La dirección, a máquina,decía «Señora Regan, 3765 Alta BreaCrescent, West Hollywood». Un servi-cio de mensajería había realizado laentrega y el sello de la empresa dabalas 8.35 de la mañana como hora de sa-lida. Lo abrí y saqué una lustrosa foto-grafía de doce por nueve que era todolo que había dentro.

Se trataba de Carmen en casa de Geiger, sen-tada —sobre el estrado— en el sillón de ma-dera de teca y respaldo recto, tan desnuda comoDios la trajo al mundo, a excepción de los pen-dientes de jade. Los ojos, incluso, parecían des-variar un poco más de lo que recordaba. Nohabía nada escrito en el revés de la foto. Volvía meterla en el sobre. [64]

—¿Cuánto piden? —pregunté.

—Cinco mil por el negativo y por elresto de las copias. El trato hay que ce-rrarlo esta noche misma, de lo contrariopasarán el material a algún periódico sen-sacionalista.

—¿Quién le ha hecho la petición?

—Me ha telefoneado una mujer, cosade media hora después de que llegase lafotografía.

—Lo del periódico sensacionalista esmentira. Los jurados condenan ya ese tipode chantaje sin molestarse en abandonarla sala del tribunal. ¿Qué más han dicho?

—¿Tiene que haber algo más?

—Sí.

—Sin permiso de él, no.

—¿Era acerca de Carmen?

—Ni siquiera a eso puedo contestarle.Terminé de llenar mi pipa y la

encendí. Contempló el humo unmomento y metió la mano en elbolso, del que sacó un gruesosobre blanco. Lo puso encima dela mesa y dijo:

—Mejor será que le eche una ojea-da a eso.

Lo cogí. Estaba dirigido a VivianRegan, 3765 Alta Brea Crescent,Hollywood Oeste. Había sido entre-gado por un servicio de mensajeros,y el sello de la oficina marcaba las8.35 de la mañana como hora de sali-da. Abrí el sobre y saqué de él unafoto de 4,25 por 3,25, que era todo loque contenía.

Era Carmen, sentada en el sillónde teca de alto respaldo, en casa deGeiger, con sus pendientes de jade yel traje con el que vino al mundo. Susojos estaban aún más extraviados delo que yo recordaba. El dorso de lafotografía estaba en blanco. Volví ameterla en el sobre.

—¿Cuánto quieren? —pregunté.

—Cinco mil por el negativo y lasrestantes copias. El trato tiene que ce-rrarse esta noche o entregarán el asun-to a la sección de escándalos de al-gún periódico.

—¿Cómo le llegó la petición?

—Una mujer me telefoneó mediahora después de haberme sido entre-gada la foto.

—No hay que preocuparse por elperiódico. Hoy día los jefes de redac-ción censuran estos chismes sin mover-se de su asiento. ¿De qué más se trata?

—¿Tiene que tratarse de algo más?

—Naturalmente.

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She stared at me, a little puzzled.‘There is. The woman said therewas a police jam connected withit and I’d better lay it on the linefast, or I’d be talking to my littlesister through a wire screen.’

‘Better,’ I said. ‘What kind ofjam?’

‘I don’t know.’‘Where is Carmen now?’‘She’s at home. She was sick

last night. She’s still in bed, I think.’‘Did she go out last night?’

‘No. I was out, but theservants say she wasn’t. I was downat Las Olindas, playing roulette atEddie Mar’s Cypress Club. I lost myshirt.’

‘So you like roulette. Youwould.’

She crossed her legs andlit another cigarette. ‘Yes. I likeroulette. All the Sternwoods likelosing games, like roulette andmarrying men that walk out onthem and riding steeplechases atfifty-eight years old and beingrolled on by a jumper andcrippled for life. The Sternwoodshave money. All it has boughtthem is a rain cheque.’

‘What was Owen doing lastnight with your car?’

‘Nobody knows. He took itwithout permission. We always lethim take a car on his night off, but lastnight wasn’t his night off.’ She made awry mouth. ‘Do you think -?’

‘He knew about this nudephotograph? How would I be able tosay? I don’t rule him out. Can you getfive thousand in cash right away?’

‘Not unless I tell Dad - orborrow i t . I could probablyborrow it from Eddie Mars. Heought to be generous with me,Heaven knows.’

Se me quedó mirando, un poco sorprendida.—Lo hay. La mujer que llamó dijo que la poli-

cía estaba interesada en un problema relacionadocon la foto y que más me valía pagar, porque de locontrario dentro de poco tendría que hablar con mihermana pequeña a través de una reja.

—Eso ya está mejor —dije—. ¿Quéclase de problema?

—No lo sé.—¿Dónde está Carmen?—En casa. Se puso mala ayer. Creo

que no se ha levantado.—¿Salió anoche?

—No. Yo sí salí, pero los criadosdicen que ella no. Estuve en LasOlindas, jugando a la ruleta en el clubCypress de Eddie Mars. Perdí hastala camisa.

—De manera que le gusta la ruleta. Nome sorprende.

Cruzó las piernas y encendió otro cigarrillo.—Me gusta la ruleta, sí. A toda la fa-

milia Sternwood le gustan los juegos enlos que pierde, como la ruleta, o casarsecon hombres que desaparecen o partici-par en carreras de obstáculos a los cin-cuenta y ocho años para que les pisoteeun caballo y quedar inválidos de por vida.Los Sternwood tienen dinero. Pero todolo que el dinero les ha comprado ha sidola posibilidad de volver a intentarlo.

—¿Qué hacía Owen anoche con un au-tomóvil de la familia?

—Nadie lo sabe. Se lo llevó sin pe-dir permiso. Siempre le dejamos que selleve uno de los automóviles la nocheque libra, pero anoche no era su día. —Torció el gesto—. ¿Cree que...?

—¿Estaba al tanto de la fotografía?¿Cómo quiere que lo sepa? No lo descar-to. ¿Puede usted conseguir a tiempo cin-co mil dólares en efectivo?

—Tendría que contárselo apapá..., o pedirlos prestados. Esprobable que Eddie Mars me losdeje. Bien sabe Dios que deberíaser generoso conmigo.

Se quedó mirándome un poco perpleja.—Sí, hay algo más. La mujer dijo que existe

un asunto policíaco relacionado con esto y que se-ría conveniente que les enviase pronto esa suma por-que, en caso contrario, tendría que hablarle a mi her-manita a través de rejas.

—Mejor. ¿Qué clase de lío es ése?

—No lo sé.—¿Dónde está Carmen ahora?—En casa. Se sentía mal anoche.

Está aún en la cama.—¿Salió anoche?

—No. Yo no estuve en casa perolos criados dicen que no salió. Yo es-tuve en Las Olindas jugando a la ru-leta en el club Ciprés, de Eddie Mars.Perdí hasta la camisa.

—Así que le gusta la ruleta. Debífigurármelo.

Cruzó las piernas y encendió otro cigarrillo.—Sí, me gusta la ruleta. A todos los

Sternwood les gustan los juegos de azarcomo la ruleta; a unas, casarse con hom-bres que las abandonan, y a otro, tomarparte en las carreras de obstáculos a loscuarenta y ocho años, ser derribado porun caballo y quedar baldado para siem-pre. Los Sternwood tienen dinero. Y todolo que han conseguido con él es repe-tir las mismas tonterías.

—¿Qué hacía anoche Owen con elcoche de usted?

—Nadie lo sabe. Lo cogió sin per-miso. Siempre le dejábamos llevar-se un coche en su noche libre, peroanoche no estaba libre —hizo unamueca y añadió—: ¿Cree usted ... ?

—¿Que Owen conociera la existencia de estafotografía? ¿Cómo Podría decirlo? Él no estaba ami servicio. ¿Puede usted conseguir cinco mil dó-lares en billetes inmediatamente?

—No, a menos que se lo diga a mipadre o los pida prestados. Probable-mente podría pedírselos a EddieMars. Tiene motivos para ser genero-so conmigo. Bien lo sabe Dios.

wry adj.1 distorted or turned to one side. 2 (of a face or smile etc.) contorted in disgust, disappointment, or mockery. 3 (of humour) dry and mocking. Torcido, pervertido, raro, irónico, forzado, agria,amarga (of a face or smile etc.) contorted in disgust, disappointment, or mockery. 3 (of humour) dry and mocking. Astuto, sagaz, ladino, taimado. de reojo grimaces: making wry faces, muecas

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‘Better try that. You may needit in a hurry.’

She leaned back and hung anarm over the back of the chair. ‘Howabout telling the police?’

‘It’s a good idea. But youwon’t do it.’

‘Won’t I?’

‘No. You have to protect yourfather and your sister. You don’t knowwhat the police might turn up. It mightbe something they couldn’t sit on.Though they usually try in blackmailcases.’

‘Can you do anything?’‘I think I can. But I can’t tell

you why or how.’

‘I like you,’ she said suddenly.‘You believe in miracles. Would youhave a drink in the office?’

I unlocked my deep drawer and gotout my office bottle and two pony glasses. Ifilled them and we drank. She snapped her bagshut and pushed her chair back.

‘I’ll get the five grand,’ shesaid. ‘I’ve been a good customer ofEddie Mars. There’s another reasonwhy he should be nice to me, whichyou may not know.’ She gave me oneof those smiles the lips have forgottenbefore they reach the eyes. ‘Eddie’sblonde wife is the lad), Rusty ranaway with.’

I didn’t say anything. Shestared tightly at me and added: ‘Thatdoesn’t interest you?’

‘It ought to make it easier tofind him - if I was looking for him.You don’t think he’s in this mess, doyou?’

She pushed her empty glass atme. ‘Give me another drink. You’rethe hardest guy to get anything out of.You don’t even move your ears.’

I fil led the li t t le glass.

—Más vale que lo intente. Quizá losnecesite enseguida.

Se recostó en el asiento y pasó un bra-zo por detrás del respaldo.

—¿Qué tal contárselo a la policía?

—Es una buena idea. Pero usted no lova a hacer.

—¿No lo voy a hacer?

—No. Tiene que proteger a su pa-dre y a su hermana. No sabe lo que lapolicía puede sacar a relucir. Tal vezalgo que no sea posible ocultar. Aun-que de ordinario lo intentan en casosde chantaje.

—¿Puede usted hacer algo?—Creo que sí. Pero no estoy en condi-

ciones de decirle por qué ni cómo.

—Me gusta usted —dijo, de repente—. Cree en los milagros. ¿No tendrá algode beber?

Abrí el último cajón de la mesa y sa-qué la botella del despacho y dos vasitos.Los llené y bebimos. La señora Regancerró el bolso y corrió la silla para atrás.

—Conseguiré los cinco grandes —dijo—. He sido una buena cliente deEddie Mars. Hay otra razón por la quedebería tratarme bien que quizá usted noconozca. —Me obsequió con una de esassonrisas que los labios han olvidado an-tes de que lleguen a los ojos—. La mujerde Eddie, una rubia, es la señora con laque Rusty se escapó.

No dije nada. La señora Regan me mirófijamente y añadió:

—¿Eso no le interesa? [66]

—Debería hacer más fácil encontrar-lo..., si lo estuviera buscando. Usted nocree que se haya metido en un lío, ¿no escierto?

Empujó hacia mí el vaso vacío.—Sírvame otro whisky. Nunca he co-

nocido a una persona a la que costara tantosonsacar. Ni siquiera mueve las orejas.

Le llené el vaso.

—Mejor es que intente eso. Puedeusted necesitarlos con urgencia.

Se recostó en la silla.—¿Y si lo pusiéramos en conoci-

miento de la policía?

—Es una buena idea, pero ustedno lo hará.

—¿No?

—No. Tiene usted que proteger a supadre y a su hermana. Usted no sabe loque la policía podría descubrir. Podría seralgo que no pudieran pasar por alto. Ha-bitualmente lo intentan averiguar en loscasos de chantaje.

—¿Puede usted hacer algo?—Creo que sí; pero no puedo de-

cirle por qué o cómo.

—Me gusta usted —dijo—. Creeusted en los milagros. ¿Tiene algo debeber en el despacho?

Abrí mi cajón secreto y saqué unabotella y dos vasos. Los llené y bebi-mos. Cerró el bolso y separó su silladel escritorio.

—Voy a conseguir cinco de los gran-des —dijo—. He sido una buena clientede Eddie Mars y existe además otra ra-zón por la cual debería complacerme yque usted quizá ignore —me lanzó unade esas sonrisas que se disipan antes dellegar a los ojos, y añadió—: La esposade Eddie Mars es la dama rubia con quienRusty se fugó.

—No hice ningún comentario. Seencaró conmigo y añadió—: ¿No leInteresa?

—Eso debiera hacer más fácil elhallazgo, si yo estuviera buscándolo.Usted no cree que esté metido en esteasunto, ¿verdad?

Empujó su vaso vacío hacia mí.—Déme otro trago. Es usted un

tipo al que resulta dificilísimo sacarlealgo. Ni siquiera se inmuta.

Le llené el vaso.

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‘You’ve got all you wanted out of me- a pretty good idea I’m not lookingfor your husband.’

She put the drink down veryquickly. It made her gasp - or gaveher an opportunity to gasp. She let abreath out slowly.

‘Rusty was no crook. If he hadbeen, it wouldn’t have been fornickels. He carried fifteen thousanddollars, in bills. He called it his madmoney. He had it when I married himand he had it when he left me. No -Rusty’s not in on any cheap blackmailracket.’

She reached for the envelopeand stood up. ‘I’ll keep in touch withyou,’ I said. ‘If you want to leave mea message, the phone girl at myapartment house will take care of it.’

We walked over to thedoor. Tapping the whiteenvelope against her knuckles,she said: ‘You still feel youcan’t tell me what Dad

‘I’d have to see him first.’

She took the photo out andstood looking at it, just inside thedoor. ‘She has a beautiful little body,hasn’t she?’

‘Uh-huh.’

She leaned a little towardsme. ‘You ought to see mine,’ she saidgravely.

‘Can it be arranged?’

She laughed suddenly andsharply and went half-way throughthe door, then turned her head to saycoolly: ‘You’re as cold-blooded abeast as I ever met, Marlowe. Or canI call you Phil?’

‘Sure.’‘You can call me Vivian.’‘Thanks, Mrs Regan.’

—Ya ha conseguido todo lo que que-ría de mí... Estar casi segura de que novoy a buscar a su marido.

Al retirarse muy deprisa el vaso dela boca se atragantó o fingió que seatragantaba. Luego respiró muy des-pacio.

—Rusty no era un sinvergüenza. Y,desde luego, no se hubiera comprometi-do por unos céntimos. Llevaba encimaquince mil dólares en efectivo. Lo llama-ba su dinero loco. Los tenía cuando mecasé con él y seguía teniéndolos cuandome dejó. No.... Rusty no está metido enun chantaje de tres al cuarto.

Recogió el sobre y se puso en pie.—Seguiré en contacto con usted —

dije—. Si quiere dejarme un mensaje, latelefonista del edificio donde vivo se en-cargará de ello.

Fuimos juntos hasta la puerta. Dandogolpecitos en el sobre blanco con los nu-dillos, volvió a repetir:

—Todavía cree que no me puede de-cir lo que papá...

—He de hablar antes con él.

Sacó la foto del sobre y se la quedómirando, junto a la puerta.

—Tiene un cuerpo precioso, ¿no escierto?

—No está mal.

Se inclinó un poco en mi dirección.—Tendría que ver el mío —dijo con

mucha seriedad.

—¿Podríamos arreglarlo?

Se echó a reír bruscamente y con fuer-za, cruzó a medias la puerta y luego vol-vió la cabeza antes de decir con descaro:

—Es usted el tipo con más sangre fríaque he conocido nunca, Marlowe. ¿Opuedo llamarte Phil?

—Claro.—Llámame Vivian.—Gracias, señora Regan.

—Ha conseguido de mí todo lo quequería; se ha convencido de que noestoy buscando a su esposo.

Dejó rápidamente el vaso sobre lamesa y contuvo la respiración o setomó esa oportunidad para hacerlo.Suspiró.

—Rusty no era un estafador. Si lohubiera sido, no sería por calderilla.Llevaba quince mil dólares en efecti-vo. Decía que era su dinero loco. Lotenía cuando se casó conmigo y lotenía cuando me dejó. No, Rusty noestaba metido en ningún negocio dechantaje.

Alcanzó el sobre y se levantó.—Permaneceré en contacto con

usted —me dijo—. Si quiere dejar mealgún recado, la muchacha que atien-de el teléfono lo tomará.

Ambos fuimos hacia la puerta.Golpeándose con el sobre en los nu-dillos, dijo—: Sigue usted conside-rando que no puede decirme lo quepapá.

—Tendré que verle primero.

Ya en el umbral, sacó la fotografíay se quedó mirándola.

—Tiene un bonito cuerpo, ¿ver-dad?

—¡Pchs!

Se inclinó un poco hacia mí.—Debería usted ver el mío —dijo

con voz grave.

—¿No podríamos cambiar de tema?

Se echó a reír de repente, cruzó lapuerta y volvió la cabeza para decir-me fríamente:

—Es usted el animal más insensi-ble que he conocido, Marlowe. ¿Opuedo llamarle Phil?

—Claro.—Usted puede llamarme Vivian.—Gracias, señora Regan.

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‘Oh, go to hell, Marlowe.’ Shewent on out and didn’t look back.

I let the door shut and stoodwith my hand on it, staring at thehand. My face felt a little hot. I wentback to the desk and put the whiskyaway and rinsed out the two ponyglasses and put them away.

I took my hat off the phoneand called the D.A.’s office, andasked for Bernie Ohls.

He was back in his cubby-hole. ‘Well, I let the old manalone,’ he said. ‘The butler saidhe or one of the girls would tellhim. This Owen Taylor livedover the garage and I wentthrough his stuff. Parents atDubuque, Iowa. I wired the Chiefof Police there to find out what theywant done. The Sternwood familywill pay for it.’

‘Suicide?’ I asked.

‘No can tell. He didn’tleave any notes. He had no leave,to take the car. Everybody washome last night but Mrs Regan.She was down at Las Olindas witha playboy named Larry Cobb. Ichecked on that. I know a lad onone of the tables.’

‘You ought to stop some ofthat flash gambling,’ I said.

‘With the syndicate we got inthis county? Be your age, Marlowe.That sap mark on the boy’s headbothers me. Sure you can’t help meon this?’

I liked his putting it that way.It let me say no without actually lying.We said good-bye -and I left theoffice, bought all three afternoonpapers and rode a taxi down to theHall of justice to get my car out ofthe lot . There was nothing in any ofthe papers about Geiger. I tookanother look at his blue notebook, butthe code was just as stubborn as it hadbeen the night before.

—Váyase al infierno, Marlowe. —Ter-minó de salir sin volver la cabeza.

Dejé que la puerta se cerrase y seguímirándomela mano, todavía en el tirador.Me ardía un poco la cara. Volví a la mesadel despacho, guardé la botella de whis-ky, lavé los dos vasos y los guardé tam-bién.

Retiré el sombrero del teléfono, llaméal despacho del fiscal del distrito y pre-gunté por Bernie Ohls.

Estaba otra vez en su minúscula guarida.—Bueno, he dejado en paz al viejo —

dijo—. El mayordomo me aseguró queél o una de las chicas se lo contaría. El talOwen Taylor vivía encima del garaje yhe estado viendo sus cosas. Padres enDubuque, Iowa. He mandado un telegra-ma al jefe de policía de allí para que seentere de qué es lo que quieren hacer conel cadáver. La familia Sternwood pagarálos gastos.

—¿Suicidio? —pregunté.

—Imposible decirlo. No ha dejado nin-guna nota. No tenía permiso para llevar-se el automóvil. Anoche todo el mundoestaba en casa a excepción de la señoraRegan, que fue a Las Olindas con unplayboy llamado Larry Cobb. Hice lacomprobación. Conozco a un muchachoque trabaja en una de las mesas.

—Deberíais acabar con algunas de esastimbas elegantes —dije.

—¿Con lo bien organizadas que estánen nuestro distrito? No seas ingenuo,Marlowe. Esa señal de cachiporra en lacabeza del chico me preocupa. ¿Estás se-guro de que no me puedes ayudar?

Me gustó que me lo preguntase de aquelmodo. Me permitía decir que no sin mentirde manera descarada. Nos despedimos, salídel despacho, compré los tres periódicos dela tarde [68] y fui en taxi hasta el palacio dejusticia para recoger mi coche, que se habíaquedado en el aparcamiento. Ninguno de losperiódicos publicaba nada sobre Geiger.Eché otra ojeada a su bloc azul, pero el có-digo —igual que la noche anterior— se meseguía resistiendo.

—¡Váyase al diablo, Marlowe!Se alejó sin volver la cabeza.

Cerré la puerta y me quedé pensa-tivo, fijándome en mi mano todavíaapoyada en la puerta. Sentía el caloren la cara. Volví al escritorio y guar-dé el whisky; enjuagué los vasos y losguardé también.

Quité mi sombrero de encima delteléfono y llamé a la oficina del fis-cal preguntando por Bernie Ohls, queya había regresado a su cuchitril.

—Bien, dejé en paz al viejo —dijo—. El mayordomo me comunicóque él mismo o alguna de las mucha-chas se lo comunicaría. Ese OwenTaylor vivía encima del garaje y regis-tré sus efectos personales. Sus padresestán en Dubuque, Iowa. Telegrafié aljefe de la policía de allí para que averi-güe qué desean que se haga. La familiaSternwood pagará los gastos.

—¿Suicidio?

—No podría decirlo. No ha deja-do ninguna nota. No tenía permisopara llevarse el coche. Todo el mun-do estaba en la casa anoche, menos laseñora Regan. Estaba en Las Olindas,con un niño bonito llamado LarryCobb. Lo comprobé. Conozco al en-cargado de una de las mesas.

—Debería acabar prohibiendo esecondenado juego.

—¿Con el sindicato que tenemosen el país? No sea ingenuo, Marlowe.La magulladura en la sien del mucha-cho me preocupa. ¿De veras no pue-de ayudarme en esto?

Me gustó que me lo pidiera deesa forma. Me permitió decir queno, sin mentir. Nos despedimos ydejé mi oficina; leí los periódicosde la tarde y tomé un taxi hasta elPalacio de justicia para sacar micoche del aparcamiento. Ningúnperiódico mencionaba a Geiger.Volví a estudiar la libreta azul, perola clave seguía tan confusa como lanoche anterior.

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The trees on the upper side ofLaverne Terrace had fresh greenleaves after the rain. In the coolafternoon sunlight I could see thesteep drop of the hill and the flight ofsteps down which the killer had runafter his three shots in the darkness.Two small houses fronted on thestreet below. They might or might nothave heard the shots.

There was no activity infront of Geiger’s house or any-where along the block. The boxhedge looked green and peacefuland the shingles on the roof werestill damp. I drove past slowly,gnawing at an idea. I hadn’t lookedin the garage the night before.Once Geiger’s body slipped awayI hadn’t really wanted to find it. Itwould force my hand. Butdragging him to the garage, to hisown car and driving that off intoone of the hundred-odd lonelycanyons around Los Angeleswould be a good way to disposeof him for days or even for weeks.That supposed two things: a keyto his car and two in the party. Itwould narrow the sector of searchquite a lot, especially as I had hadhis personal keys in my pocketwhen it happened.

I didn’t get a chance to lookat the garage. The doors were shutand pad locked and someth ingmoved behind the hedge as I drewlevel. A woman in a green andwhi t e check coa t and a sma l lbutton of a hat on soft blonde hairstepped out of the maze and stoodlooking wild-eyed at my car, as ifshe hadn’t heard it come up the hill.Then she turned swiftly and dodgedback out of sight. It was CarmenSternwood, of course.

I went on up the street andparked and walked back. In thedaylight it seemed an exposed anddangerous thing to do. I went inthrough the hedge. She stood there

Doce

Los árboles en la parte más alta deLaverne Terrace tenían nuevas hojas ver-des después de la lluvia. A la fría luz delatardecer pude ver la marcada pendientede la colina y la escalera exterior por laque el asesino había escapado a todo co-rrer después de disparar tres veces en laoscuridad. En la calle de más abajo habíados casitas casi enfrente. Sus ocupantespodían haber oído los disparos.

No se advertía actividad alguna de-lante de la casa de Geiger ni en ningúnotro sitio a lo largo de la manzana. Elseto de boj parecía muy verde y llenode paz y las tejas aún estaban húmedas.Pasé despacio con el coche por delan-te, mientras daba vueltas a una idea. Lanoche anterior no había mirado en elgaraje. Al ver que el cuerpo de Geigerhabía desaparecido, no tuve en realidaddeseos de encontrarlo. Hacerlo me hu-biera comprometido. Pero arrastrarlohasta el garaje, meterlo en su propio co-che y llevarlo hasta alguna de las másde cien gargantas que rodean Los Án-geles sería una manera excelente de li-brarse de él durante días e incluso me-ses. Aquello suponía dos cosas: las lla-ves del coche y dos personas en el fes-tejo, lo que facilitaba mucho la búsque-da, sobre todo teniendo en cuenta quelas llaves de Geiger estaban en mi bol-sillo cuando sucedió todo aquello.

No tuve oportunidad de echar una ojea-da al garaje. Las puertas estaban cerradasy con el candado puesto, y algo se moviódetrás del seto cuando pasé a su altura.Una mujer con un abrigo a cuadros ver-des y blancos y un sombrero diminuto so-bre suaves cabellos rubios salió de entrelas plantas de boj y se quedó mirando micoche con ojos desorbitados, como si nohubiera oído el ruido del motor subiendola cuesta. Luego se dio la vuelta y des-apareció haciendo un rápido quiebro. EraCarmen Sternwood, por supuesto.

Seguí calle arriba, aparqué el coche yregresé a pie. A la luz del día daba la sen-sación de ser una iniciativa expuesta ypeligrosa. Pasé del otro lado del seto.Encontré a la hija menor del general, er-

XII

Los árboles de la parte alta deLaverne Terrace tenían las hojas verdesy lozanas después de la lluvia. Ilumina-dos por el sol de la tarde, podía ver lacuesta empinada de la colina y los esca-lones que el asesino había descendidodespués de los tres disparos en la oscu-ridad. Enfrente, en la calle de más aba-jo, había dos casitas desde donde po-dían haber oído los tiros.

No había la menor actividad frentea la casa de Geiger, ni en ninguna delas de esa manzana. El cerco de boj apa-recía verde y tranquilo y las tejas deltejado aún estaban húmedas. Dándolevueltas a una idea, pasé muy despaciocon el coche por delante de la casa. Nohabía mirado en el garaje la noche an-terior. Una vez desaparecido el cuerpode Geiger, en realidad no intenté encon-trarlo, pues eso me hubiera comprome-tido. Pero arrastrarlo hasta el garaje,meterlo en su propio coche y llevarlo auno de aquellos cañones solitarios quehay alrededor de Los Ángeles sería unabuena manera de deshacerse de él du-rante días e incluso durante semanas.Esto suponía dos cosas: una llave de suautomóvil y dos personas en el asunto.Lo cual reducía bastante el sector debúsqueda, dado que yo tenía las llavespersonales de Geiger cuando desapare-ció su cadáver.

No tuve oportunidad de mirar enel garaje. Las puertas estaban cerra-das con candado y algo se movió de-trás del boj cuando estuve cerca de lacasa. Una mujer, con abrigo a cuadrosblancos y verdes y un sombrerito di-minuto ocultando el cabello dorado,salió del laberinto y se quedó miran-do mi coche con ojos extraviados,como si no lo hubiera oído subir lacolina. Dio media vuelta rápidamen-te y se perdió de vista. Era CarmenSternwood, naturalmente.

Fui hasta el final de la calle,aparqué y volví. A la luz del díaparecía expuesto y peligroso.Atravesé el boj. Allí estaba ella,erguida y silenciosa, contra la

X

wild-eyed 1 : having a wild expression in the eyes, furious, (frenético) 2 : consisting of or favoring extreme or visionary ideas <wild-eyed schemes> Mirada feroz ojos desorbitados [2. adj. fig. Dícese de los ojos que expresan tanto dolor o asombro que parecen salirse de las órbitas.]

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straight and silent against the lockedfront door. One hand went slowly upto her teeth and her teeth bit at herfunny thumb. There were purplesmears under her eyes and her facewas gnawed white by nerves.

She half smiled at me. Shesaid: ‘Hello,’ in a thin, brittle voice.‘What what -?’ That tailed off and shewent back to the thumb.

‘Remember me?’ I said.‘Doghouse Reilly, the man that grewtoo tall. Remember?’

She nodded and a quick jerkysmile played across her face.

‘Let’s go in,’ I said. ‘I’ve gota key. Swell, huh?’

‘Wha - wha -?’I pushed her to one side and

put the key in the door and opened itand pushed her in through it. I shutthe door again and stood theresniffing. The place was horrible bydaylight. The Chinese junk on thewalls, the rug, the fussy lamps, theteakwood stuff, the sticky riot ofcolours, the totem pole, the flagon ofether and laudanum - all this in thedaytime had a stealthy nastiness, likea fag party.

The girl and I stood lookingat each other. She tried to keep a cutelittle smile on her face but her facewas too tired to be bothered. It keptgoing blank on her. The smile wouldwash off like water off sand and herpale skin had a harsh granular textureunder the stunned and stupidblankness of her eyes. A whitishtongue licked at the-, corners of hermouth. A pretty, spoiled and not verybright little girl who had gone very,very wrong, and nobody was doinganything about it. To hell with therich. They made me sick. I rolled acigarette. in my fingers and pushedsome books out of the way and sat onthe end of the black desk. I lit mycigarette, puffed a plume of smokeand watched the thumb and tooth actfor a while in silence. Carmen stoodin front of me, like a bad girl in theprincipal’s office.

guida y silenciosa, de espaldas a la puer-ta principal, que estaba cerrada. Alzó unamano lentamente hacia la boca para mor-derse el curioso pulgar, delgado y estre-cho. Tenía ojeras considerables y el ros-tro marcado por una palidez nerviosa.

Me sonrió a medias.—Hola —dijo con un frágil hilo de voz—. ¿Qué...?No terminó nunca la frase y, al cabo de un

momento, volvió a ocuparse del pulgar.—¿No se acuerda de mí? —dije—.

Chucho Reilly, el hombre que creció de-masiado. ¿Me sitúa?

Asintió con la cabeza y una sonrisa un tanto desco-yuntada le atravesó el rostro por un momento.

—Vamos a entrar —dije—. Tengo unallave. ¿No es estupendo?

—¿Qué...?La aparté, metí la llave en la cerradu-

ra, abrí la puerta y empujé a Carmen paraque entrase. Volví a cerrar y me quedéallí olfateando. A la luz del día la casatenía un aspecto horrible. Las tiras de sedaen las paredes, la alfombra, las lámparasrecargadas, los muebles de teca, el vio-lento contraste de colores, el tótem, el fras-co con éter y láudano...; todo aquello, ala luz del día, resultaba de una obsceni-dad vergonzante, como una fiesta demariquitas.

Mi acompañante y yo nos miramos. Laseñorita Sternwood trató de mantener unasonrisita simpática, pero su [70] cara esta-ba demasiado cansada para perseverar. Unay otra vez se le borró. La sonrisa le desapa-recía como el agua sobre la arena y su pielpálida tenía una áspera textura granular de-bajo de la estúpida vacuidad aturdida delos ojos. Con una lengua blanquecina selamió las comisuras de la boca. Una guapamuchachita, mimada y no muy lista, quehabía seguido un pésimo camino sin quenadie hiciera gran cosa por evitarlo. A1 in-fierno con los ricos. Me daban ganas devomitar. Di vueltas a un cigarrillo entre losdedos, aparté unos cuantos libros y me sen-té en un extremo de la mesa de color negro.Encendí el pitillo, lancé una nube de humoy durante un rato contemplé en silencio elritual del pulgar que los dientesmordisqueaban. Carmen seguía inmóvil de-lante de mí, como una alumna revoltosa enel despacho del director.

puerta de entrada, que seguía ce-rrada. Lentamente acercó unamano a los dientes y se mordió elextraño pulgar. Tenía ojeras y surostro estaba blanco a causa de laexcitación nerviosa.

Casi me sonrió.—¡Hola! —me dijo con voz

atiplada y quebradiza—. Que... que...No dijo más y volvió a morderse el pulgar.—¿Me recuerda? Doghouse

Reilly, el hombre que creció demasia-do. ¿Recuerda?

Asintió con la cabeza y una rápidasonrisa iluminó su cara.

—Entremos —dije—; tengo unallave. Estupendo, ¿eh?

????La aparté a un lado, metí

la l lave en la cerradura yabrí. Entramos y volví a ce-rrar. Me puse a husmear porallí. El lugar era horrible ala luz del día: los objetoschinos en las paredes, la al-fombra, las remilgadas lám-paras , e l f rasco de é ter yláudano; todo ello, a la cru-da luz del día, tenía un as-pecto sórdido.

Nos quedamos mirándonos. Car-men intentó mantener en su rostro unaagradable sonrisa pero estaba dema-siado cansada para molestarse, y lasonrisa se borraba de su rostro comoel agua desaparece en la arena. Supálida piel tenía un aspecto granulo-so bajo la rígida y estúpida expresiónde los ojos. Una lengua blancuzcaacariciaba las comisuras de sus labios.Una muchacha bonita y mimada, nodemasiado lista, que había tomadomuy mal camino y nadie hacía nadapara impedirlo. ¡Al diablo los ricos!No los puedo aguantar. Lié un ciga-rrillo, empujé algunos libros y mesenté en un extremo del escritorio.Encendí el cigarrillo, di una chupaday miré en silencio durante un momen-to la operación de morderse el pul-gar. Carmen estaba frente a mí comouna muchacha traviesa en el despa-cho del jefe.

plume (= feather) pluma f (on helmet) penacho m (figurative) [of smoke etc] columna f; hilo m

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‘What are you doing here,’ Iasked her finally.

She picked at the cloth of hercoat and didn’t answer.

‘How much do you remember of last night?’

She answered that - with afoxy glitter rising at the back of hereyes. ‘Remember what? I was sicklast night. I was home.’ Her voice wasa cautious throaty sound that justreached my ears.

‘Like hell you were.’Her eyes flicked up and down

very swiftly.‘Before you went home,’ I

said. ‘Before I took you home. Here.In that chair’ - I pointed to it - ‘onthat orange shawl. You remember allright.’

A slow flush crept up herthroat. That was something. She couldblush. A glint of white showed underthe clogged grey irises. She chewedhard on her thumb.

‘You - were the one?’ shewhispered.

‘Me. How much of it stayswith you?’

She said vaguely: ‘Are youthe police?’

‘No. I’m a friend of your father’s.’‘You’re not the police?’‘No.’She let out a thin sigh. ‘Wha

- what do you want?’‘Who killed him?’Her shoulders jerked, but

nothing more moved in her face.‘Who else knows?’

‘About Geiger? I don’t know.Not the police, or they’d be campinghere. Maybe Joe Brody.’

It was a stab in the dark but itgot her. ‘Joe Brody! Him!’

Then we were both silent. Idragged at my cigarette and she ateher thumb.

‘Don’t get clever, for God’ssake,’ I urged her. ‘This is a spot fora little old-fashioned simplicity. DidBrody kill him?’

—¿Qué hace aquí? —le pregunté fi-nalmente.

Dio un pellizco a la tela del abrigo yno respondió.

—¿Qué es lo que recuerda de anoche?

Aquella pregunta sí la contestó..., con el destello deastucia que le apareció en el fondo de los ojos.

—¿Qué quiere que recuerde? Anoche no meencontraba bien y me quedé en casa. —Hablabacon un hilo de voz, ronco y cauteloso, que apenasme llegaba a los oídos.

—Y un cuerno.Los ojos le bailaron arriba y abajo muy

deprisa.—Antes de que volviera a casa —

dije—. Antes de que yo la llevara. Ahí.En ese sillón —se lo señalé con el dedo—, sentada sobre el chal de color naranja.Eso lo recuerda perfectamente.

Una lenta ola de rubor le trepó por lagarganta. Ya era algo. Todavía se sonro-jaba. Un destello blanco apareció bajo losatascados iris grises. Se mordió el pulgarcon fuerza.

—¿Fue usted el que...? —susurró.

—Yo. ¿Qué es lo que recuerda?

—¿Es usted de la policía? —preguntódistraídamente.

—No. Soy un amigo de su padre.—¿No es de la policía?—No.Dejó escapar un débil suspiro.—¿Qué... qué es lo que quiere?—¿Quién mató a Geiger?Los hombros se estremecieron, pero no

hubo movimiento alguno en el rostro.—¿Quién más... lo sabe?—¿Que Geiger está muerto? Lo igno-

ro. La policía desde luego no, de lo contrarioestarían acampados aquí. Puede que Joe Brody.

Era un palo de ciego, pero dio en el blanco.—¡Joe Brody!Los dos nos callamos. Yo aspiré el

humo del cigarrillo y Carmen siguió co-miéndose el pulgar.

—No se pase de lista, por el amor delcielo —le supliqué—. Es un momentopara dedicarse a la sencillez a la antiguausanza. ¿Fue Brody quien lo mató?

—¿Qué hace usted aquí? —pre-gunté finalmente.

Se cogió una punta del abrigo yno contestó.

—¿Qué recuerda de anoche?

Con un brillo animal en los ojos,contestó:

—¿Recordar qué? Anoche estuveen casa, enferma.

Su voz era tan sigilosa que apenasllegaba a mis oídos.

—No me venga con cuentos...—Sus ojos parpadeaban con rapi-dez—. Antes de que volviese a sucasa —continué—; mejor dicho, an-tes de que yo la llevara. Aquí, en esasilla —señalé—, sobre ese chal ana-ranjado. Lo recuerda usted perfecta-mente.

Un leve rubor se esparció por sucuello. Ya era algo: podía ruborizar-se. Un destello blanco apareció de-bajo de sus embotados iris grises.Mordía con entusiasmo su pulgar.

—Entonces, ¿era usted? —susu-rró.

—Yo. ¿Qué es lo que recuerda?

Dijo vagamente:—¿Es usted de la policía?—No; soy un amigo de su padre.—¿No es usted de la policía?—No.Dejó escapar un suspiro.—¿Qué..., qué es lo que quiere?—¿Quién lo mató?Se encogió de hombros, pero no

movió un músculo de su rostro.—¿Quién más lo sabe?—¿Lo de Geiger? No sé. Desde

luego, la policía no; si lo supiera ya esta-ría acampada aquí. Quizá Joe Brody.

Fue un tiro a ciegas, pero dio en el blanco.—Joe Brody! ¡Él!Ambos nos quedamos silen-

ciosos. Yo fumaba y ella semordía el pulgar.

—¡No ponga esa cara pensadora,por amor de Dios! —rugí—. Este esun asunto sumamente elemental. ¿Lomató Brody?

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‘Kill who?’‘Oh, Christ,’ I said.She looked hurt. Her chin

came down an inch. ‘Yes,’ she saidsolemnly. ‘Joe did it.’

‘Why?’‘I don’t know.’ She shook her

head, persuading herself that shedidn’t know.

‘Seen much of him lately?’

Her hands went down andmade small white knots. ‘Just once ortwice. I hate him.’

‘Then you know where he lives.’‘Yes.’‘And you don’t like him any more?’‘I hate him!’‘Then you’d like him for the

spot.’

A little blank again. I wasgoing too fast for her. It washard not to. ‘Are you willing totell the police it was JoeBrody?’ I probed.

Sudden panic flamed allover her face. ‘If I can kill thenude photo angle, of course,’ Iadded soothingly.

She giggled. That gaveme a nasty feeling. If she hadscreeched or wept or even nose-dived to the floor in a dead faint,that would have been all right.She just giggled. It was suddenlya lot of fun. She had had herphoto taken as Is is andsomebody had swiped i t andsomebody had bumped Geigeroff in front of her and she wasdrunker than a Legionconvention, and it was suddenlya lot of nice clean fun. So shegiggled. Very cute. The gigglesgot louder and ran around thecorners of the room like ratsbehind the wainscoting. Shestarted to go hysterical. I slid offthe desk and stepped up close toher and gave her a smack on theside of the face.

—¿A quién?—Cielo santo —dije. Pareció dolida.

Inclinó la barbilla un par de centímetros.—Sí —dijo con tono solemne—. Fue

Joe.—¿Por qué?—No lo sé. —Agitó la cabeza,

convenciéndose de que no lo sa-bía.

—¿Lo ha visto con frecuencia última-mente?

Sus manos descendieron y formaronpequeños nudos blancos.

—Sólo una o dos veces. Es un ser abo-rrecible.

—Entonces sabe dónde vive. —Sí.—¿Y ya ha dejado de gustarle?—¡Lo aborrezco! —Entonces no le importará que le

aprieten las clavijas. [72]

Otro breve instante de descon-cierto. Iba demasiado deprisa para ella.Era difícil ir a su velocidad.

—¿Está dispuesta a decirle a la policíaque fue Joe Brody? —investigué.

Un pánico repentino se apoderó de su rostro.—Si consigo eliminar el problema de

la foto sin ropa —añadí con voztranquilizadora.

Carmen dejó escapar una risita. Aquellome produjo una sensación muy desagrada-ble. Si hubiera lanzado un alarido o se hubie-se echado a llorar o hubiera caído al suelo,presa de un desmayo, me habría parecido lomás natural del mundo. Pero se limitó a reírtontamente. De repente se trataba de una cosamuy divertida. La habían fotografiado enpose de Isis, alguien había birlado lafoto, alguien había liquidado a Geigerdelante de ella, que estaba más borra-cha que una convención deexcombatientes y, de repente, todo erauna cosa muy divertida y simpática. Demanera que reaccionaba con risitas. En-cantador. Las risitas crecieron en volu-men y empezaron a correr por los rin-cones de la habitación como ratas pordetrás del revestimiento de madera. Laseñorita Sternwood estaba a punto detener una crisis histérica. Me bajé de lamesa y le di un cachete.

—¿Mató a quién?—¡Dios mío! —exclamé.Parecía dolida. Bajó un poco la cabeza.—Sí —dijo solemnemente—; fue

Joe.—¿Por qué?—No lo sé.Movió la cabeza persuadiéndose a

sí misma de que no lo sabía.

—¿Le ha visto a menudo última-mente?

Bajó las manos, que parecían pe-queños nudos blancos.

—Una o dos veces solamente.. Leodio.

—Entonces, ¿sabe usted dónde vive?—Sí.—¿Y ya no le quiere?—¡Le odio!—Entonces no le quiere por el

aprieto en que la puso.

Se quedó otra vez sin expresión.Iba demasiado deprisa para ella. Eradifícil no hacerlo así.

—¿Está usted dispuesta a decirle a lapolicía que fue Brody? —pregunté.

Un pánico súbito se manifestó en su rostro.—Si puedo ocultar la cuestión del

desnudo, naturalmente —añadí paracalmarla.

Soltó una risita. Esto me diomala espina. Si hubiese chilladoo sollozado, o incluso si se hu-biera tirado al suelo, entoncestodo habría ido bien. Solamenterió. De repente, el asunto se con-vertía en una gran diversión. Lahabían retratado como Isis y al-guien se había llevado la placa,y a lguien había l iquidado aGeiger delante de ella, mientrasestaba más borracha que un ba-tallón de legionarios, y de pron-to todo se convertía en una bro-ma divertida. Y por eso reía.Muy mona. Las risitas fueron su-biendo de tono y corrían por losrincones de la habitación comoratas detrás del entarimado. Em-pezó a ponerse histérica. Me re-tiré del escritorio, me acerqué aella y le di una bofetada.

1 hit hard and recklessly. 2 steal.

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‘Just like last night,’ I said.‘We’re a scream together. Reilly aridSternwood, two stooges in search ofa comedian.’

The giggles stopped dead, butshe didn’t mind the slap any morethan last night. Probably all herboyfriends got around to slapping hersooner or later. I could understandhow they might. I sat down on the endof the black desk again.

‘Your name isn’t Reilly,’ shesaid seriously. ‘It’s Philip Marlowe.You’re a private detective. Viv toldme. She showed me your card.’ Shesmoothed the cheek I had slapped.She smiled at me, as if I was nice tobe with.

‘Well, you do remember,’ Isaid. ‘And you came back to look forthat photo and you couldn’t get intothe house. Didn’t you?’

Her chin ducked down and up.She worked the smile. I was havingthe eye put on me. I was being broughtinto camp. I was going to yell‘Yippee!’ in a minute and ask her togo to Yuma.

‘The photo’s gone,’ I said. ‘Ilooked last night, before I took you home.Probably Brody took it with him. You’renot kidding me about Brody?’

She shook her head earnestly.

‘It’s a pushover,’ I said. ‘Youdon’t have to give it another thought.Don’t tell a soul you were here, last nightor today. Not even Vivian. just forget youwere here. Leave it to Reilly.’

‘Your name isn’t -’ she began,and then stopped and shook her headvigorously in agreement with what Ihad said or with what she had justthought of. Her eyes became narrowand almost black and as shallow asenamel on a cafeteria tray. She hadhad an idea. ‘I have to, go home now,’she said, as if we had been having acup of tea.

—Lo mismo que anoche —dije—.Somos de lo más divertido los dos jun-tos. Reilly y Sternwood, dos comparsasen busca de un buen cómico.

Las risitas cesaron al instante, pero labofetada le importó tan poco como la dela noche anterior. Probablemente todossus novios acababan abofeteándola anteso después. No era difícil entender el por-qué. Volví a sentarme en el extremo de lamesa.

—No se llama usted Reilly —dijo conmucha seriedad—, sino Philip Marlowe.Es detective privado. Me lo dijo Viv yme enseñó su tarjeta. —Se pasó la manopor la mejilla abofeteada y me sonrió,como si yo fuera una compañía muy agra-dable.

—Bueno, ya veo que se acuerda —dije—. Y ha vuelto aquí buscando la fotoy no ha podido entrar en la casa. ¿No eseso?

La barbilla subió y bajó. Siguió trabajandocon la sonrisa. Me estaba convirtiendo en elobjeto de todas sus atenciones. Pronto iba apasarme a su bando. En menos de un minutoempezaría a dar gritos de júbilo y a proponerleque nos fuésemos a Yuma.

—La foto ha desaparecido —le dije—. Yala busqué anoche, antes de acompañarla a casa.Probablemente Brody se la llevó. ¿No me es-tará engañando respecto a Brody?

Negó con la cabeza enérgicamente.

—Eso es pan comido —le dije—. No tieneque volver a preocuparse. Pero no le diga anadie que ha estado aquí, ni anoche ni hoy. Nisiquiera a Vivian. Olvídese de que ha estadoaquí. Déjelo en manos de Reilly.

—Usted no se... —empezó a decir antes dedetenerse y de mover la cabeza vigorosamentepara manifestar su acuerdo con lo que yo ha-bía dicho o con lo que ella acababa de pensar.Sus ojos, entre los párpados semicerrados, sehicieron casi negros y tan inexpresivos comoel esmalte de una bandeja de cafetería. Se lehabía ocurrido una idea—. Ahora tengo queirme a casa —afirmó, como si nos hubiése-mos estado tomando una taza de té.

—Lo mismo que anoche —dije—; formamos una pareja muy diverti-da. Reilly y Sternwood. Dos sociosen busca de un autor.

Las risitas cesaron de repente, perono le importó la bofetada más que lanoche anterior. Probablemente todossus amigos, tarde o temprano, termi-naban abofeteándola. Y puedo com-prender que lo hicieran. Me volví asentar en el escritorio.

—Su nombre no es Reilly —dijomuy seria—, es Philip Marlowe. Us-ted es detective privado. Vivian melo dijo. Me enseñó su tarjeta. Se pasóla mano por la mejilla que yo habíaabofeteado. Me sonrió como si fuerauna delicia estar conmigo.

—Vaya, lo recuerda —dije—.Volvió usted para buscar esa foto-grafía y no pudo entrar en la casa.¿No es eso?

Levantaba y bajaba la barbilla. In-tentaba sonreír. Ya se había dadocuenta de mi presencia. Yo estaba apunto de dar un grito de júbilo de unmomento a otro y pedirle que fuera aYuma.

—La foto ha desaparecido —dije—. Labusqué anoche antes de llevarla a usted a sucasa. Probablemente se la llevó Brody. ¿Nobromea acerca de Brody?

Sacudió la cabeza con mucha seriedad.

—Es cosa fácil —dije—; no vuel-va a pensar en ello. No le diga a na-die que estuvo usted aquí anoche yhoy. Ni siquiera a Vivian. Olvide queestuvo aquí. Déjele eso a Reilly.

—Su nombre no es... —empezó, pero ca-lló y sacudió la cabeza con fuerza, como paradar conformidad a lo que yo había dicho o alo que ella acababa de pensar. Sus ojos seachicaron y se tornaron casi negros y tan pocoprofundos como el esmalte en la bandeja deuna cafetería. Le vino una idea.

—Tengo que ir a casa ahora —dijocomo si estuviera tomando una tazade té.

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‘Sure.’

I didn’t move. She gave meanother cute glance and went ontowards the front door. She had herhand on the knob when we bothheard a car coming. She looked atme with questions in her eyes Ishrugged. The car stopped, right infront of the house. Terror twistedher face. There were steps and thebell rang. Carmen stared back at meover hcr shoulder, her handclutching the door knob, almostdrooling with fear. The bell kept onringing. Then the ringing stopped. Akey tickled at the door and Carmenjumped away from it and stood fro-zen. The door swung open. A manstepped through it briskly andstopped dead, staring at us quietly,with complete composure.

13

He was a grey man, allgrey, except for his polishedblack shoes and two scarlet dia-monds in his grey satin tie thatlooked like the diamonds on rou-lette layouts. His shirt was greyand his double-breasted suit ofsoft, beautifully cut flannel. See-ing Carmen he took a grey hat offand his hair underneath it wasgrey and as fine as if it had beensifted through gauze. His thick greyeyebrows had that indefinablysporty look. He had a long chin, anose with a hook to it, thoughtfulgrey eyes that had a slanted lookbecause the fold of skin over hisupper lid came down over the cor-ner of the lid itself.

He stood there politely, onehand touching the door at his back,the other holding the grey hat andflapping it gently against his thigh.He looked hard, not the hardness ofthe tough guy. More l ike thehardness of a wel l -weatheredhorseman. But he was no horseman.He was Eddie Mars.

—Claro.

No me moví. La señorita Sternwoodme obsequió con otra mirada seducto-ra y se dirigió hacia la puerta. Ya teníala mano en el picaporte cuando los dosoímos un automóvil que se acercaba.Carmen me miró con ojosinterrogadores. Yo me encogí dehombros. El coche se detuvo delan-te de la casa. El terror le deformó lacara. Se oyeron pasos y sonó el tim-bre. Carmen me miró por encima delhombro, la mano en el picaporte, casibabeando de miedo. El timbre dejó desonar. Una llave rozó la puerta y Car-men se apartó de un salto,inmovilizándose después por completo.La puerta se abrió. Un individuo entrócon paso decidido y se detuvo en [74]seco, mirándonos calmosamente, sin per-der en absoluto la compostura.

Trece

Era un individuo todo gris, de la cabe-za a los pies, con la excepción de los re-lucientes zapatos negros y de dos piedraspreciosas de color rojo escarlata —en lacorbata gris de satén— que parecían losrombos del tapete de una mesa de ruleta.La camisa era gris y la chaqueta cruzada,de un corte muy elegante y de suave fra-nela. Al ver a Carmen se quitó el sombre-ro gris; debajo, sus cabellos también erangrises y tan finos como si los hubierancolado a través de una gasa. Las espesascejas grises poseían un indefinibleaire deportivo. El recién llegado contabaademás con una barbilla pronunciada, unanariz ganchuda y unos pensativos ojos gri-ses de mirar sesgado, porque el plieguede piel sobre el párpado superior bajabahasta el rabillo mismo del ojo.

Nada más entrar se inmovilizó cortés-mente, tocando con una mano la puertaque tenía a su espalda y sosteniendo conla otra el sombrero gris, al tiempo que segolpeaba suavemente el muslo. Parecíaun tipo duro, pero no con la dureza de losmatones, sino, más bien, con la dureza deun jinete muy curtido. Pero no era un ji-nete. Era Eddie Mars.

—Naturalmente —le contesté.

No me moví. Me dirigió otragraciosa mirada y se fue hacia lapuerta de entrada. Ya tenía unamano en el picaporte, cuando losdos oímos llegar un coche. Me miróinterrogándome con los ojos. Meencogí de hombros. El automóvilparó frente a la casa. El horror des-componía la cara de la muchacha.Se oyeron pasos y sonó el timbre dela puerta. Carmen volvió a mirarme,con la mano en el picaporte, casibabeando de miedo. El timbre seguíasonando. Cesó el sonido y se oyó el rui-do de una llave en la cerradura. Carmense separó de la puerta de un salto y sequedó inmóvil. La puerta se abrió de paren par. Un hombre entró con rapidez yse paró en seco, contemplándonos silen-ciosamente y con absoluta calma.

XIII

Era un hombre gris. Todo enél era gris, excepto sus pulidoszapatos negros y dos diamantesrojizos que brillaban en su cor-bata gris y que se parecían a losdiamantes del trazado de las ru-letas. Llevaba camisa gris, trajegris de franela suave y muy biencortado. Al ver a Carmen se qui-tó el sombrero gris, y su pelo,también gris, era tan fino que pa-recía tamizado. Sus gruesas ce-jas grises tenían cierto indefinibleaspecto elegante. Su barbilla eralarga, su nariz ganchuda, sus ojosgrises y pensativos, de miradasesgada porque la piel del párpa-do superior caía sobre el extremodel propio párpado.

Se quedó cortésmente en la puerta,tocándola con una mano; con la otrasostenía el sombrero que golpeaba sua-vemente contra el muslo. Parecía fuer-te, pero no con la fortaleza de un hom-bre endurecido, sino más bien con lade un jinete que ha pasado parte de suvida al aire libre. Pero no era un jinete:se trataba de Eddie Mars.

sporty fond of sport. 2 rakish, showy.

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He pushed the door shutbehind him and put that hand inthe lapseamed pocket of his coatand left the thumb outside toglisten in the rather dim light ofthe room. He smiled at Carmen.He had a nice easy smile. Shelicked her lips and stared at him.The fear went out of her face. Shesmiled back.

‘Excuse the casual entrance,’he said. ‘The bell didn’t seem to rouseanybody. Is Mr Geiger around?’

I said: ‘No. We don’t knowjust where he is. We found the door alittle open. We stepped inside.’

He nodded and touched hislong chin with the brim of his hat.‘You’re friends of his, of course?’

‘Just business acquaintances.We dropped by for a book.’

‘A book, eh?’ He said thatquickly and brightly and, I thought, alittle slyly, as if he knew all aboutGeiger’s books. Then he looked atCarmen again and shrugged.

I moved towards the door.‘We’ll trot along now,’ I said. I took,hold of her arm. She was staring atEddie Mars. She liked him.

‘Any message - if Geigercomes back?’ Eddie Mars askedgently.

‘We won’t bother you.’

‘That’s too bad,’ he said, withtoo much meaning. His greyeyestwinkled and then hardened as Iwent past him to open the door. Headded in a casual tone: ‘The girl candust. I’d like to talk to you a: little,soldier.’

I let go of her arm. I gave hima blank stare. ‘Kidder, eh?’ he said,nicely. ‘Don’t waste it. I’ve got twoboys outside in a car that always dojust what I want them to.’

A continuación cerró la puerta y pusola mano —libre yaen el bolsillo de la cha-queta, de solapa cosida, dejando fuera elpulgar, brillante a la luz más bien escasade la habitación. Luego sonrió a Carmencon una sonrisa llena de naturalidad y muyagradable. Carmen se pasó la lengua porlos labios y lo miró fijamente. El miedodesapareció de su rostro y procedió a de-volverle la sonrisa.

—Perdonen que haya entrado así —dijo—. He pensado que no había nadie.¿Podría hablar con el señor Geiger?

—No —respondí—. No sabemos dón-de está exactamente. Hemos encontradola puerta entreabierta.

Eddie Mars hizo un gesto de asenti-miento y se tocó la prominente barbillacon el ala del sombrero.

—Son amigos suyos, como es lógico.

—Sólo conocidos por motivos comer-ciales. Veníamos a por un libro.

—Un libro, ¿eh? —Lo dijo deprisa y alegremente, y tam-bién me pareció que con cierta picardía, como si estuviera altanto del peculiar negocio de Geiger. Luego miró de nuevo aCarmen y se encogió de hombros.

Me dirigí hacia la puerta.—Nos íbamos ya —dije, cogiendo del brazo a

la señorita Sternwood, que se había quedado mi-rando a Eddie Mars. Era evidente que le gustaba.

—¿Algún recado..., si Geiger regresa?—preguntó amablemente el recién llega-do.

—No hace falta que se moleste.

—Es una lástima —respondió él, cargando laspalabras de sentido. Sus ojos grises brillaron pri-mero y luego se endurecieron mientras yo pasabaa su lado para abrir la puerta. Enseguida añadiócon tono despreocupado—: La chica se puede ir.Pero me gustaría hablar un momento con usted,capitán.

Solté el brazo de la señorita Sternwoody le contemplé con expresión perpleja.

—¿Le parece que bromeo? —dijo con tono cordial—. No se confunda. Ahí fuera tengo un coche con dos mu-chachos que siempre hacen exactamente lo que les digo.

Empujó la puerta, la cerró tras desí y se metió la mano en el bolsillo dela chaqueta, dejando fuera el pulgar,cuya uña brillaba en la poca luz de lahabitación. Sonrió a Carmen con son-risa fácil y agradable. La muchachase pasó la lengua por los labios y sequedó mirándole. El temor se borróde su rostro y correspondió a la son-risa de Mars.

—Perdonen que haya entrado así —dijo—, pero el timbre no parecía desper-tar a nadie. ¿Está aquí el señor Geiger?

—No —contesté—. No sabemosdónde se encuentra. Hallamos la puer-ta abierta y entramos.

Asintió con la cabeza y se acari-ció la larga barbilla con el ala del som-brero.

—Son ustedes amigos suyos, na-turalmente.

—Conocidos por asunto de nego-cios. Vinimos por un libro.

—Un libro, ¿eh?Dijo esto muy rápido y con mucha claridad y a mí me pare-

ció que con algo de ironía, como si supiera lo de los libros deGeiger. Miró a Carmen y se encogió de hombros.

Me dirigí a la puerta.—Bueno, nos marchamos —dije

cogiendo a Carmen del brazo. Ella mi-raba a Eddie Mars. Le gustaba.

— ¿Algún recado por si vuelveGeiger? —preguntó suavementeEddie Mars.

—No queremos molestarle.

—Es una pena —dijo sin demasiada convicción.Sus ojos grises parpadearon y se endure-

cieron cuando pasé delante de él para abrirla puerta. Como sin darle importancia, aña-dió:

—La muchacha puede largarse. Me gus-taría hablar un poco más con usted, soldado.

Solté el brazo de Carmen y le miré sinpestañear.

—Chistoso, ¿eh? —dijo con amabilidad—; no semoleste con cuentos. Tengo dos muchachos afuera, en elcoche, que siempre hacen lo que les mando.

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Carmen made a sound at myside and bolted through the door. Hersteps faded rapidly downhill. I hadn’tseen her car, so she must have left itdown below. I started to say: ‘Whatthe hell -!’

‘Oh, skip it,’ Eddie Marssighed. ‘There’s somethingwrong aroundhere. I’m going tofind out what it is. If you wantto pick lead out of your belly,get in my way.’

‘Well, well,’ I said, ‘a toughguy.’

‘Only when necessary, soldier.’He wasn’t looking at me any more. Hewas walking around the room, frowning,not paying any attention to me. I lookedout above the broken pane of the frontwindow. The top of a car showed overthe hedge. Its motor idled.

Eddie Mars found the purpleflagon and the two gold-veined.glasses on the desk. He sniffed at oneof the glasses, then at the. flagon. Adisgusted smile wrinkled his lips.‘The lousy pimp,’ he said, tonelessly.

He looked at a couple ofbooks, grunted, went on around thedesk and stood in front of the littletotem pole with the camera eye. Hestudied it, dropped his glance to thefloor in front of it. He moved thesmall rug with his foot, then bentswiftly, his body tense. He wentdown on the floor with one greyknee. The desk hid him from mepar t ly. . There was a sharpexclamation and he came up again.His arm flashed under his coat anda black Luger appeared in his hand.He held it in long brown fingers, notpointing it at me, not pointing it atanything.

‘Blood,’ he said. ‘Blood onthe floor there, under the rug. Quite alot of blood.’

‘Is that so?’ I said, lookinginterested.

Carmen emitió un sonido entrecorta-do y abandonó la casa a toda velocidad.Sus pasos se perdieron enseguida pen-diente abajo. Yo no había visto su coche,de manera que debía de estar mucho másabajo.

—¡Qué demonios...! —empecé a decir.—No me venga con ésas —suspiró

Eddie Mars—. Aquí hay algo que no cua-dra y voy a descubrir qué es. Si quiere[76] tener que sacarse plomo de la tripa,interpóngase en mi camino.

—Vaya, vaya —dije—, un tipo duro.

—Sólo cuando hace falta, capitán. —Había dejado de mirarme. Caminaba porla habitación, el ceño fruncido, sin hacer-me el menor caso. Miré hacia la calle porencima del cristal roto de la ventana. Eltecho de un automóvil asomaba por en-cima del seto, con el motor al ralentí.

Eddie Mars encontró sobre la mesa elfrasco morado y las dos copas con vetasdoradas. Olió una de las copas y luego elfrasco. Una sonrisa de desaprobación letorció los labios.

—Condenado chulo —dijo sin pasión.

Examinó un par de libros, gruñó,dio la vuelta alrededor de la mesa yse detuvo delante del pequeño tótemcon su objetivo. Lo estudió y luegobajó los ojos al trozo de suelo que te-nía delante. Movió con el pie la al-fombra pequeña y luego se inclinó rá-pidamente, el cuerpo en tensión, has-ta apoyar una rodilla gris. Desde don-de yo estaba, la mesa lo ocultaba enparte. Una seca exclamación se le es-capó antes de incorporarse. Un brazodesapareció bajo la chaqueta para re-aparecer con una Luger empuñada porlargos dedos morenos, y con la queno me apuntaba a mí ni a nada en par-ticular.

—Sangre —dijo—. Sangre ahí en elsuelo, debajo de la alfombra. Mucha san-gre.

—¡Qué me dice! —me asombré, conaire interesado.

Carmen dejó escapar un gemido yse precipitó a través de la puerta. Suspasos desaparecieron rápidamentecuesta abajo. Yo no había visto sucoche pero debía de haberlo dejadoabajo. Empecé a decir:

—¡Qué demonio...!—¡Oh!, deje eso —musitó Eddie

Mars—; hay algo raro por aquí y voya averiguar lo que es. Si no quiereusted plomo en la tripa, póngase demi parte.

—Bueno, bueno..., es usted unpoco rudo, ¿no? —dije.

—Sólo cuando es preciso, soldado.Ya no miraba hacia mí. Daba vueltas

por la habitación, arrugando el entrecejo,sin hacerme ningún caso. Miré por el cris-tal roto de la ventana de la fachada. Porencima del seto se veía la parte superiorde un coche. El motor estaba parado.

Eddie Mars encontró el frasco rojoy los dos vasos dorados sobre el es-critorio. Olió uno de los vasos y des-pués el frasco. Una sonrisa de repug-nancia curvó sus labios.

—¡El cochino alcahuete ... ! —dijo con voz ronca.

Miró un par de libros, gruñó,dio la vuelta al escritorio y se que-dó frente al pequeño pilar totémicocon el ojo de la cámara. Lo estu-dió y echó una ojeada al suelo,delante de él. Corrió con el pie lapequeña alfombra y se agachó rá-pidamente, con el cuerpo tenso.Puso una de las rodillas en el sue-lo. El escritorio me lo ocultabatotalmente. Sonó una aguda excla-mación y se levantó. Se llevó lamano a un bolsillo y la sacó em-puñando una Luger negra. La sos-tenía entre sus dedos morenos, sinapuntar hacia mí ni a ningún sitiodeterminado.

—¡Sangre! —exclamó—, sangreen el suelo, debajo de la alfombra;¡bastante sangre!

—¿De veras? —pregunté con cu-riosidad.

lousy 1 icky, crappy, lousy, rotten, shitty, stinking, stinky, very bad; “a lousy play”; “it’s a stinking world” 2 lousy infested with lice; “burned their lousy clothes” 3dirty, filthy, lousy vile; despicable; “a dirty (or lousy) trick”; “a filthy traitor” X usually ropey, slang : extremely unsatisfactory : LOUSY

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He slid into the chair behind thedesk and hooked the mulberrycolouredphone towards him and shifted the Lugerto his left hand. He frowned sharply atthe telephone, bringing his thick greyeyebrows close together and making ahard crease in the weathered skin at thetop of his hooked nose. ‘I think we’ll havesome law,’ he said.

I went over and kicked atthe rug that lay where Geigerhad lain. ‘It’s old blood,’ I said.‘Dried blood.’

‘Just the same we’ll havesome law.’

‘Why not?’ I said.

His eyes went narrow. Theveneer had flaked off him, leaving awell-dressed hard boy with a Luger.He didn’t like my agreeing with him.

‘Just who the hell are you,soldier?’

‘Marlowe is the name. I’m asleuth.’

‘Never heard of you. Who’sthe girl?’

‘Client. Geiger was trying tothrow a loop on her with some blackmail.We came to talk it over. He wasn’t here.The door being open we walked in to wait.Or did I tell you that?’

‘Convenient,’ he said. ‘Thedoor being open. When you didn’thave a key.’

‘Yes. How come you had akey?’

‘Is that any of your business,soldier?’

‘I could make it my business.’

He smiled tightly andpushed his hat back on hisgrey hair. ‘And I could makeyour business my business.’

‘You wouldn’t like it. Thepay’s too small.’

Se sentó en la silla de detrás de la mesa,se acercó el teléfono de color morado y sepasó la Luger a la mano izquierda. Fruncióel ceño en dirección al teléfono, juntandomucho las espesas cejas grises y haciendoun pliegue muy hondo en la curtida piel porencima de la ganchuda nariz.

—Creo que vamos a pedir ayuda a lapolicía —dijo.

Me acerqué a donde había estado el cuerpode Geiger y empujé la alfombra con el pie.

—Es sangre antigua —dije—. Sangreseca.

—De todos modos vamos a pedir ayu-da a la policía.

—¿Por qué no? —dije yo.

Entornó los ojos. Se le habíacaído el barniz y lo que quedaba era un tipoduro, bien vestido, con una Luger. No le gustóque estuviese de acuerdo con él.

—Exactamente, ¿quién demonios esusted, capitán?

—Me llamo Marlowe. Detective pri-vado.

—No le conozco de nada. ¿Quién esla chica?

—Una cliente. Geiger trataba de echarle ellazo con un poquito de chantaje. Veníamos ahablar del asunto, pero no le hemos encontra-do. Al ver la puerta abierta, hemos entrado paraesperar. ¿O eso ya se lo he dicho?

—Muy conveniente —respondió él—. Dado que la puerta estaba abierta y queno tiene llave.

—Sí. ¿Cómo es que usted sí la tiene?

—Me parece que eso no es de su com-petencia, capitán.

—Podría conseguir que lo fuera.

Me obsequió con una sonrisa tensa y se echó elsombrero para atrás sobre los cabellos también grises.

—Y yo que sus asuntos fuesen losmíos.

—No creo que le gustara. Se gana muypoco dinero.

Se dejó caer en la silla que habíadetrás del escritorio. Se acercó al te-léfono morado y se quedó mirándolofijamente, por lo que sus espesas ce-jas grises casi se unían, marcando unaprofunda arruga en su curtida piel, porencima de la nariz ganchuda.

—Creo que aquí hace falta la po-licía —dijo.

Fui hacia la pequeña alfombra quehabía donde yaciera Geiger y la apar-té con el pie.

—Es sangre vieja —dije—, seca.

—Es lo mismo; vendrá la justicia.

—¿Y por qué no? —pregunté.

Sus ojos se achicaron. Su antigua aparienciale había abandonado y ahora sólo era un hombrerudo y bien vestido, con una Luger en la mano. No legustó que yo estuviera de acuerdo con él.

—¿Quién demonios es usted, sol-dado?

—Me llamo Marlowe. Soy detec-tive.

—Nunca le he oído nombrar.¿Quién es la muchacha?

—Cliente. Geiger estaba intentan-do enredarla en un chantaje. Vinimosa discutir el asunto, pero no estabaaquí. Como la puerta estaba abierta,entramos. ¿No se lo había dicho?

—No está mal pensado —dijo—La puerta está abierta cuando no setiene llave.

—Sí. ¿Cómo es que tiene usteduna llave?

—¿Es asunto suyo, soldado?

—Podría ser asunto mío también.

Sonrió forzadamente y se echó elsombrero hacia atrás.

—Y yo podría hacer que sus asun-tos fuesen los míos.

—No le gustaría. La paga no seríasuficiente.

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‘All right, bright eyes. I ownthis house. Geiger is my tenant. Nowwhat do you think of that?’

‘You know such lovelypeople.’

‘I take them as they come.They come all kinds.’ He glanceddown at the Luger, shrugged andtucked it back under his arm. ‘Got anygood ideas, soldier?’

‘Lots of them. Somebody gunnedGeiger. Somebody got gunned by Geiger,who ran away. Or it was two otherfellows. Or Geiger was running a cult andmade blood sacrifices in front of thattotem pole. Or he had chicken for dinnerand liked to kill his chickens in the frontparlour.’

The grey man scowled at me.‘I give up,’ I said. ‘Better call

your friends down-town.’

‘I don’t get it,’ he said. ‘Idon’t get your game here.’

‘Go ahead, call the buttons.You’ll get a big reaction from it.’

He thought that over withoutmoving. His lips went back against histeeth. ‘I don’t get that, either,’ he saidtightly.

‘Maybe it just isn’t your day.I know you, Mr Mars. The CypressClub at Las Olindas. Flash gamblingfor flash people. The local law in yourpocket and a well-greased line intoL.A. In other words, protection.Geiger was in a racket that neededthat too. Perhaps you spared him alittle now and then, seeing he’s yourtenant.’

His mouth became a hardwhite grimace. ‘Geiger was in whatracket?’

‘The smut book racket.’

—De acuerdo, tío listo. Soy el dueñode esta casa. Geiger es mi inquilino. Dí-game ahora qué piensa de eso.

—Que trata usted con gente encanta-dora.

—Tomo lo que me viene. Y vienen detodas clases. —Bajó la vista hacia la Luger,se encogió de hombros y volvió a guardárselaen la funda sobaquera—. ¿Tiene alguna ideaque merezca la pena, capitán?

—Montones. Alguien se cargó aGeiger. Geiger se cargó a alguien y luegosalió corriendo. O se trata de otras dospersonas. O Geiger dirigía una secta yhacía sacrificios con derramamiento desangre delante de ese tótem. O solía ce-nar pollo y le gustaba matarlos en el cuartode estar.

El hombre de gris hizo una mueca.—Renuncio —dije—. Será mejor que

llame a sus amigos de la ciudad. [78]

—No lo entiendo —dijo Eddie Mars—. No entiendo a qué está jugando.

—Vamos, a qué espera, llame a lospolis. Armarán una buena.

Se lo estuvo pensando sin moverse delsitio. Apretó los labios contra los dientes.

—Tampoco entiendo eso —dijo consequedad.

—Quizá no sea hoy su día. Le conozco, se-ñor Mars. El Club Cypress en Las Olindas.Juego llamativo para personas ostentosas. Tie-ne a la policía local en el bolsillo y una comu-nicación con Los Ángeles que funciona comola seda. En pocas palabras, protección. Geigerestaba metido en un tinglado en el que tam-bién se necesita. Quizá le echaba usted unamano de cuando en cuando, dado que era suinquilino.

Su boca se convirtió en una dura líneablanca.

—¿En qué tinglado estaba Geiger?—En el de la pornografía.

—Está bien, lince. Soy propieta-rio de esta casa. Geiger es mi inquili-no. ¿Qué le parece eso?

—Conoce usted a muy buena gen-te.

—Los tomo como vienen. Vienende todas clases.

Miró la pistola, se encogió de hom-bros y se la puso bajo el brazo.

— ¿Tiene alguna idea, soldado?

—Montones. Alguien disparó so-bre Geiger. Alguien resultó herido porGeiger, que huyó. O fueron dos indi-viduos diferentes. O Geiger rendíaalgún culto e hizo sacrificios cruen-tos frente a este pilar totémico. O tuvopollo para cenar y le gustaba matarlos pollos en el gabinete.

El hombre gris me miró ceñudo—.Me doy por vencido —dije—. Mejor esque llame a sus amigos de la ciudad.

—No acabo de entenderle —dijo—; nosé lo que está usted haciendo aquí.

—Adelante. Llame a la policía. Esole producirá una gran satisfacción.

Reflexionó sobre eso sin moverse.____ ____ ______________ ________

—No entiendo eso tampoco —dijo_______ .

—Quizá porque no es su día. Leconozco, señor Mars. El club Ciprésen Las Olindas. juego de categoríapara gente de categoría. La policíamunicipal en su bolsillo y un cablebien engrasado en Los Ángeles. Enotras palabras: protección. Geiger es-taba necesitaba eso. Quizá le prote-gía usted de cuenta que se trataba desu inquilino.

En su boca se dibujó una mueca.—¿En qué negocio estaba Geiger?

—Negocio de libros obscenos.

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He stared at me for long levelminute. ‘Somebody got to him,’ hesaid softly. ‘You know somethingabout it. He didn’t show at the storetoday. They don’t know where he is.He didn’t answer thephone here. Icame up to see about it. I find bloodon the floor, under a rug. And you anda girl here.’

‘A little weak,’ I said. ‘Butmaybe you can sell the story to awilling, buyer. You missed a littlesomething, though. Somebody movedhis books out of the store today - thenice books he rented out.’

He snapped his fingerssharply and said: ‘I should havethought of that, soldier. You seem toget around. How do you figure it?’

‘I think Geiger was rubbed. Ithink that is his blood. And the booksbeing moved out gives a motive forhiding the body for a while.Somebody is taking over the racketand wants a little time to organize.’

‘They can’t get away with it,’Eddie Mars said grimly.

‘Who says so? You and acouple of gunmen in your car outside?This is a big town now, Eddie. Somevery tough people have checked inhere lately. The penalty of growth.’

‘You ta lk too damnedmuch,’ Eddie Mars said. He baredhis tee th and whis t led twice ,sharp ly. A car door s lammedoutside and running steps camethrough the hedge. Mars flicked theLuger out again and pointed it at mychest. ‘Open the door.’

The knob rattled and avoice called out. I didn’t move.The muzzled, of the Luger lookedlike the mouth of the Second Streettunnel, but I didn’t move. Notbeing bullet-proof is an idea I hadhad to get, used to.

Se me quedó mirando fijamente duran-te más de un minuto.

—Alguien le ha dado un repaso —dijo consuavidad—. Y usted sabe algo. Hoy no ha apare-cido por la librería. No saben dónde está. No hacontestado al teléfono cuando le han llamadoaquí. He venido a ver qué pasaba. Encuentrosangre en el suelo, debajo de una alfombra. Y austed y a una chica aquí.

—Poca cosa —dije—. Pero quizá lepueda vender esa historia a un compra-dor bien dispuesto. Se le ha escapado unpequeño detalle, sin embargo. Alguien seha llevado hoy los libros de Geiger, lossimpáticos volúmenes que alquilaba.

Chasqueó los dedos con fuerza y dijo:—Debería de haber pensado en eso,

capitán. Parece que tiene usted buenoscontactos. ¿Cómo lo interpreta?

—Creo que han acabado con Geiger.Y que eso de ahí es su sangre. Y el hechode que se hayan llevado los libros es unbuen motivo para ocultar el cadáver. Al-guien se va a quedar con el negocio ynecesita algún tiempo para organizarse.

—No se van a salir con la suya —co-mentó Eddie Mars con aire decidido.

—¿Quién dice eso? ¿Usted y un par de pis-toleros en su coche ahí fuera? Vivimos en unaciudad que se ha hecho ya muy grande, Eddie.Últimamente se han apuntado algunos tiposmuy duros. Es el castigo por crecer.

—Habla usted más de la cuenta —dijoEddie Mars. Luego me enseñó los dien-tes y silbó un par de veces con fuerza. Laportezuela del coche se cerró con violen-cia y se oyeron pasos apresurados quecruzaban el seto. Mars sacó de nuevo laLuger y me apuntó al pecho.

—Abra esa puerta.

El picaporte hizo ruido y se oyó unavoz que llamaba. No me moví. La bocade la Luger parecía la entrada del túnelde la Segunda Avenida, pero no me moví.Hacía ya tiempo que me había acostum-brado a la idea de que no era invulnera-ble.

Me miró fijamente durante un mi-nuto.

—Algo ha ocurrido —dijo despa-cio— y usted está enterado. No estu-vo en la tienda hoy; allí no saben dón-de está; aquí no contestó al teléfono.Vine a averiguar. Encuentro sangre enel suelo, debajo de la alfombra, y austed y a una muchacha aquí.

—Un poco flojo —dije—; pero qui-zá pueda vender esa historia a algún com-prador dispuesto. Algo se le ha pasadoinadvertido, sin embargo. Alguien se hallevado hoy de la tienda los libros, esospreciosos libros que alquilaba.

Castañeteó los dedos y contestó:—Debí haber pensado en eso, sol-

dado. Usted parece estar bien entera-do. ¿Qué se figura que ha ocurrido?

—Creo que han liquidado a Geiger.Creo que esa sangre es suya. Y el trasladode los libros es el motivo de tener escon-dido el cadáver durante algún tiempo. Al-guien está tomando a su cargo el negocioy necesita tiempo para organizarse.

—No podrán salirse con la suya —dijo Eddie Mars con voz fiera.

—¿Quién lo dice? ¿Usted y un parde pistoleros ahí fuera, en el coche? Estoes ahora una gran ciudad, Eddie. Algu-nos matones han caído aquí últimamen-te. Inconvenientes de¡ desarrollo.

—Habla usted demasiado —re-plicó Eddie Mars, y silbó con fuer-za dos veces. Afuera sonaron laportezuela de un coche y pasos dealguien que corría a través del seto.Mars volvió a coger la pistola yapuntó a mi pecho.

—Abra la puerta.

El picaporte golpeó y una voz gri-tó. No me moví. El cañón de la Lugerme parecía la salida del túnel de lacalle Segunda, pero no me moví. Queyo no estaba hecho a prueba de balasera una idea a la que había tenido queacostumbrarme.

Xgrim 1 of a stern or forbidding appearance. 2 harsh, merciless, severe. 3 ghastly, joyless, sinister (has a grim truth in it). 4 unpleasant, unattractive. Torvo, sombrío, severely, con expresión grave, ceñudo

flick 1 a a light, sharp, quickly retracted blow with a whip etc. b the sudden release of a bent finger or thumb, esp. to propel a small object. 2 a sudden movement or jerk. 3 a quickturn of the wrist in playing games, esp. in throwing or striking a ball. 4 a slight, sharp sound. 5 Brit. colloq. a a cinema film. b (in pl.; prec. by the) the cinema.

1 tr. (often foll. by away, off) strike or move with a flick (flicked the ash off his cigar; flicked away the dust). 2 tr. give a flick with (a whip, towel, etc.). 3 intr. make a flicking movement or sound.

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‘Open it yourself, Eddie. Whothe hell are you to give me orders?Be nice and I might help you out.’

He came to his feet rigidlyand moved around the end of the deskand over to the door. He opened itwithout taking his eyes off me. Twomen tumbled into the room, reachingbusily under their arms. One was anobvious pug, a good-looking pale-faced boy with a bad nose and one earlike a club steak. The other man wasslim, blond, deadpan, with close-seteyes and no colour in them.

Eddie Mars said: ‘See if thisbird is wearing any iron.’

The blond flicked a short-barrelled gun out and stood pointing it atme. The pug s id l ed over f l a t -footed and felt my pockets with care. Iturned around for him like a bored beautymodelling an evening gown.

‘No gun,’ he said in a burryvoice.

‘Find out who he is.’

The pug slipped a hand intomy breast pocket and drew out mywallet. He flipped it open and studiedthe contents. ‘Name’s PhilipMarlowe, Eddie. Lives at the HobartArms on Franklin. Private licence,deputy’s badge and all. A shamus.’ Heslipped the wallet back in my pocket,slapped my face lightly and turnedaway.

‘Beat it,’ Eddie Mars said.

The two gunmen went outagain and closed the door. There wasthe sound of them getting back intothe car. They started its motor andkept it idling once more.

‘All right. Talk,’ Eddie Marssaid. The peaks of his eyebrows madesharp angles against his forehead.

—Ábrala usted, Eddie. ¿Quién demoniosse cree que es para darme órdenes? Sea ama-ble conmigo y quizá le eche una mano.

Se puso en pie como un autómata, bor-deó la mesa y llegó hasta la puerta. Laabrió sin quitarme los ojos de encima. Dosindividuos entraron de golpe en la habi-tación, y se echaron mano al sobaco deinmediato. Uno de ellos era sin dudaboxeador, un chico pálido y bien pareci-do con la nariz en mal estado y una orejacomo un medallón de solomillo. El otroera esbelto, rubio, con cara de póquer yojos muy juntos e incoloros.

—Comprobad si lleva armas —dijoEddie Mars.

El rubio sacó rápidamente una pistolade cañón corto y se inmovilizó apuntán-dome. ________________________________________________________________________________________

___________________________

_______________

El de la nariz torcida me metió la mano enel bolsillo interior de la chaqueta y me sacó elbilletero. Lo abrió y estudió su contenido.

—Se llama Philip Marlowe, Eddie.Vive en Hobart Arms, en la calle Franklin.Licencia de detective privado, placa deayudante y todo lo demás. Un sabueso.—Volvió a meterme la cartera en el bol-sillo, me abofeteó sin ensañarse y se diola vuelta. [80]

—Fuera —dijo Eddie Mars.

Los dos pistoleros salieron de nuevo ycerraron la puerta. Se les oyó cuando vol-vieron a entrar en el automóvil. Pusieronel motor en marcha y lo mantuvieron unavez más al ralentí.

—De acuerdo. Hable —dijo EddieMars. Las cejas, al alzarse, formaron án-gulos muy agudos contra la frente.

—Abra usted, Eddie. ¿Quién dia-blos es usted para darme órdenes? Seausted bueno y quizá le ayude.

Se levantó tenso, dio la vuelta al escri-torio y fue hacia la puerta. La abrió sinquitarme los ojos de encima. Dos hombresentraron en la habitación e inmediatamen-te se metieron la mano debajo del brazo.Uno era, sin lugar a dudas, un boxeador;un hombre pálido y bien parecido, con unanariz desastrosa y una oreja como un so-lomillo. El otro hombre era delgado, ru-bio, con la cara inexpresiva y los ojos des-coloridos y muy juntos.

—Comprobad si este pájaro llevahierros.

El rubio había sacado una pistola decañón corto y se quedó apuntándome. Elboxeador se me acercó muy despacio yme cacheó cuidadosamente. Fui dan-do la vuelta como una modelo queexhibe un traje de noche.

—No lleva pistola —dijo con vozbronca.

El boxeador metió la mano en elbolsillo interior de mi chaqueta y sacómi cartera. La abrió y examinó su con-tenido.

—Se llama Philip Marlowe. Viveen el Hobart Arms, en la calleFranklin; licencia privada, insignia ydemás. Un asco.

Volvió a meterme la cartera en elbolsillo, me dio una palmada en lacara y se alejó de mí.

—¡Largáos!

Los dos pistoleros salieron y ce-rraron la puerta. Se les oyó entrarde nuevo en el coche. Pusieron enmarcha el motor y lo pararon denuevo.

—Bueno, hable —dijo EddieMars. Las puntas de sus cejas forma-ban ángulos agudos contra su frente.

Xsidle : (along, up) walk in a timid, furtive, stealthy, or cringing manner. Walked down cautiously. To go or move with one side foremost especially in a furtive advance,

avanzar furtivamente

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‘I’m not ready to give out.Killing Geiger to grab his racketwould be a dumb trick and I’m notsure it happened that way, assuminghe has been killed. But I’m sure thatwhoever got the books knows what’swhat, and I’m sure that the blondelady down at his store is scared battyabout something or other. And I havea guess who got the books.’

‘Who?’‘That’s the part I’m not ready to

give out. I’ve got a client, you know.’He wrinkled his nose. ‘That -

’ he chopped it off quickly.‘I expected you would know

the girl,’ I said.‘Who got the books, soldier?’‘Not ready to talk, Eddie.

Why should I?’He put the Luger down on the

desk and slapped it with his openpalm. ‘This,’ he said. ‘And I mightmake it worth your while.’

‘That’s the spirit. Leave thegun out of it. I can always hear thesound of money. How much are youclinking at me?’

‘For doing what?’‘What did you want done?’He slammed the desk hard.

‘Listen, soldier. I ask you a questionand you ask me another. We’re notgetting anywhere. I want to knowwhere Geiger is, for my own personalreasons. I didn’t like his racket and Ididn’t protect him. I happen to ownthis house. I’m not so crazy about thatright now. I can believe that whateveryou know about all this is under glass,or there would be a flock of johnssqueaking sole leather around thisdump. You haven’t got anything tosell. My guess is you need a littleprotection yourself. So cough up.’

It was a good guess, but I wasn’tgoing to let him know it. I lit a cigaretteand blew the match out and flicked itat the glass eye of the totem pole.‘You’re right,’ I said. ‘If anything hashappened to Geiger, I’ll have to givewhat I have to the law. Which puts itin the public domain and doesn’tleave me anything to sell. So withyour permission I’ll just drift.’

—Todavía no estoy preparado. Matara Geiger para quedarse con su tingladosería una cosa muy tonta y no estoy segu-ro de que haya sucedido así, suponiendoque hayan acabado con él. Pero estoy se-guro de que quien se llevó los libros sabede qué va, y también estoy seguro de quela rubia de la tienda está muerta de miedopor alguna razón. Y no me faltan ideassobre quién se ha llevado los libros.

—¿Quién?—Eso es parte de lo que no estoy dispuesto

a contar. Tengo un cliente, compréndalo.Eddie Mars arrugó la nariz.—Esa... —pero se detuvo muy deprisa.—Yo pensaba que conocería usted a

la chica —dije.—¿Quién se ha llevado los libros, capitán?—No estoy en disposición de hablar,

Eddie. ¿Por qué tendría que hacerlo?Dejó la Luger sobre la mesa y la gol-

peó con la palma de la mano.—Ésta —dijo—. Y quizá pueda hacer

que le merezca la pena.—Eso ya me gusta más. Deje fuera la

artillería. El sonido del dinero siempre meparece agradable. ¿Cuánto me está ofre-ciendo?

—¿Por hacer qué?—¿Qué quiere que haga?Eddie Mars golpeó la mesa con fuerza.—Escuche, capitán. Le hago una pregunta

y me responde con otra. No estamos llegandoa ningún sitio. Por razones personales quierosaber dónde está Geiger. No me gustaba su tin-glado y no lo protegía. Sucede que soy propie-tario de esta casa. No es algo que me haga muyfeliz en este momento. Estoy dispuesto a creerque lo que usted sabe acerca de todo esto estodavía confidencial, porque de lo contrario ha-bría un rebaño de polizontes gastando suelapor los alrededores de esta madriguera. Perono tiene nada que vender. Mi impresión es quetambién necesita protección. De manera queescupa.

Eddie Mars tenía razón, pero no estaba dis-puesto a confesárselo. Encendí un cigarrillo,soplé la cerilla para apagarla y la arrojécontra el ojo de cristal del tótem.

—No le falta razón —dije—. Si aGeiger le ha pasado algo, lo que sé he decontárselo a la policía. Y eso hará quepase a ser de dominio público y me que-de sin nada que vender. De manera que,con su permiso, me voy a marchar.

—No estoy dispuesto a hablar.Matar a Geiger para quedarse con sunegocio sería una idiotez y no estoyseguro de si ocurrió así, suponiendoque le hayan matado. Pero de lo queestoy seguro es de que quien tiene loslibros sabe lo que pasa. Y no me equi-voco al suponer que la rubia de la tien-da está muy asustada por algo y hastame figuro quién se llevó los libros.

—¿Quién?—Esa es la parte que no estoy dispues-

to a decir. Tengo un cliente, ¿sabe?Arrugó la nariz.—Esa... —se interrumpió rápidamente.—Pensé que conocía a la mucha-

cha.—¿Quién tiene los libros, soldado?—No estoy dispuesto a hablar,

Eddie. ¿Por qué iba a hacerlo?Dejó la pistola sobre el escritorio

y la golpeó con la mano abierta.—Esto —dijo—. Y yo podría ha-

cer que le resultara provechoso.—Ya, eso suena mejor. No meta la pis-

tola en este asunto. Yo siempre estoy dis-puesto a escuchar el sonido del dinero.¿Cuánto, contante y sonante?

—¿Por hacer qué?—¿Qué quiere que haga?Dio un puñetazo en la mesa.—Escuche, soldado. Le hago una pregun-

ta y usted me responde con otra. Así no va-mos a ninguna parte. Yo quiero saber, porrazones personales, dónde está Geiger. No megustaba su negocio y no le protegía. Da lacasualidad de que soy el dueño de esta casa.No estoy tan ansioso de saberlo en este mo-mento; yo creo que, sepa usted lo que sepa,lo sabe clandestinamente, porque de otra for-ma habría un montón de tipos danzando alre-dedor de este basurero. Usted no tiene nadaque vender. Y me imagino que usted mismonecesita un poco de protección. Así quedesembuche.

Tenía razón de sobra, pero no ibaa dejárselo saber. Encendí un cigarri-llo y lancé la cerilla, después de apa-garla, al ojo del pilar totémico.

—Tiene usted razón —dije—. Sialgo le ha ocurrido a Geiger, tendré queinformar de lo que sepa a la policía. Porlo que pasará a ser de dominio públicoy me dejará sin nada que vender. Asíque, con su permiso, me largo.

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His face whitened under the tan.He looked mean, fast and tough for amoment. He made a movement to lift thegun. I added casually: ‘By the way, howis Mrs Mars these days?’

I thought for a momentI had kidded him a little toofar. His hand jerked at the gun,shaking. His face wasstretched out by hard muscles.‘Beat it,’ he said quite softly.‘I don’t give a damn whereyou go or what you do whenyou get there. Only take aword of advice, soldier. Leaveme out of your plans or you’llwish your name was Murphyand you lived in Limerick.’

‘Well, that’s not so far fromClonmel,’ I said. ‘I hear you had a palcame from there.’

He leaned down on the desk,frozen-eyed, unmoving. I went overto the door and opened it and lookedback at him. His eyes had followedme, but his lean grey body had notmoved. There was hate in his eyes. Iwent out and through the hedge andup the hill to my car and got into it. Iturned it around and drove up over thecrest. Nobody shot at me. After a fewblocks I turned off, cut the motor andsat for a few moments. Nobodyfollowed me either. I drove back intoHollywood.

14

It was ten minutes to fivewhen I parked near the lobbyentrance of the apartment house onRandall Place. A few windowswere lit and radios were bleatingat the dusk. I rode the automaticelevator up to the fourth floor andwent along a wide hall carpeted ingreen and panelled in ivory. A coolbreeze blew down the hall from theopen screened door to the fireescape.

Su rostro palideció debajo del broncea-do. Por un instante me pareció amenaza-dor, duro y capaz de tomar decisiones enuna fracción de segundo. Hizo un movi-miento para alzar la pistola.

—Por cierto —añadí con tono despreocupado—, ¿qué tal está la señora Mars últimamente?

Por un instante pensé que me había pa-sado de la raya. Su mano, temblorosa, secrispó sobre el arma y se le acentuó latensión en los músculos de la cara.

—Lárguese —dijo con considerablesuavidad—. Me tiene sin cuidado dóndevaya o lo que haga cuando llegue allí. Perodéjeme darle un consejo, capitán. No hagaplanes contando conmigo o acabará de-seando llamarse Murphy y vivir enLimerick.

—Bueno; eso no está demasiado lejosde Clonmel —respondí—. Según he oídouno de sus compinches procede de ahí.

Eddie Mars se inclinó sobre la mesa, losojos helados, indiferente. Fui hacia la puer-ta, la abrí y me volví para mirarlo. Me habíaseguido con los ojos, pero su cuerpo —gris,esbelto— seguía inmóvil. Su mirada estaballena de odio. Salí de la casa, atravesé el seto,subí calle arriba hasta mi automóvil y me[82] metí dentro. Hice un giro de cientoochenta grados y subí hasta lo más alto de lacolina. Nadie disparó contra mí. Algunasmanzanas después apagué el motor y espe-ré unos instantes. Nadie me había seguido,de manera que emprendí el regreso haciaHollywood.

Catorce

Eran las cinco menos diez cuando es-tacioné el coche cerca del edificio de apar-tamentos de Randall Place. Había luzdetrás de algunas ventanas y radios quese lamentaban a grandes voces de quecayera la tarde. Subí en el ascensor hastael cuarto piso y caminé por un ampliovestíbulo alfombrado de moqueta verdey con las paredes de color marfil. Unabrisa fresca recorría el vestíbulo, proce-dente de la escalera de incendios, cuyapuerta de acceso estaba abierta.

Su rostro se puso blanco. Me pa-reció ordinario y vulgar por un mo-mento. Hizo un movimiento para le-vantar la pistola y añadí descuidada-mente:

—A propósito. ¿Cómo se sienteestos días la señora Mars?

Inmediatamente pensé que habíaido demasiado lejos. Su mano se di-rigió temblorosa hacia la pistola. Te-nía el rostro tenso.

—Lárguese —dijo con ciertasuavidad—. Me importa un bledodonde vaya o lo que haga cuandollegue. Un consejo tan sólo, sol-dado: bórreme de sus planes o aca-bará deseando haber nacido nomás cerca de Limerick.

—Bueno, eso no está muy lejos deClonmel —contesté—; he oído decir quetiene usted un amigo que es de allí.

Se inclinó sobre el escritorio,los ojos fijos, inmóvil. Fui haciala puerta, la abrí y me volví a mi-rarle. Sus ojos me habían segui-do pero su cuerpo gris y delga-do seguía inmóvil. Sentí odio ensus ojos. Salí, atravesé el seto yme dirigí a mi coche, entré en ély lo puse en marcha. Nadie medisparó. Después de algunasmanzanas, me metí en una boca-calle y esperé unos segundos.Tampoco me seguía nadie. Vol-ví a Hollywood.

XIV

Eran ya las cinco menos diezcuando aparqué cerca de la entradade la casa de apar tamentos deRandall Place. Se veía luz en algu-nas ventanas y se oían varias radios.Subí en el ascensor al cuarto piso yseguí por un amplio pasillo alfom-brado de verde y con paneles colormarfil. Una brisa fresca, que entra-ba por la puerta abierta de la esca-lera de incendios, soplaba en el pa-sillo.

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There was a small ivorypushbutton beside the door marked‘405’. I pushed it and waited whatseemed a long time. Then the dooropened noiselessly about a foot.There was a steady, furtive air in theway it opened. The man was long-legged , long-wais ted ,highshouldered and he had darkbrown eyes in a brownexpressionless face that had learnedto control its expressions long ago.Hair like steel wool grew far backon his head and gave him a greatdeal of domed brown forehead thatmight at a careless glance haveseemed a dwelling-place for brains.His sombre eyes probed at meimpersonally. His long thin brownfingers held the edge of the door.He said nothing.

I said: ‘Geiger?’

Nothing in the man’s facechanged that I could see. He brought acigarette from behind the door and tuckedit between his lips and drew a little smokefrom it. The smoke came towards me in alazy, contemptuous puff and behind itwords in a cool, unhurried voice that hadno more inflection than the voice of a farodealer.

‘You said what?’

‘Geiger. Arthur GwynnGeiger. The guy that has the books.’

The man considered that withoutany haste. He glanced down at the tip ofhis cigarette. His other hand, the one thathad been holding the door, dropped outof sight. His shoulder had a look as thoughhis hidden hand might be making motions.

‘Don’t know anybody by thatname,’ he said. ‘Does he live around here?’

I smiled. He didn’t like thesmile. His eyes got nasty. I said:‘You’re Joe Brody?’

The brown face hardened. ‘Sowhat? Got a grift, brother - or justamusing yourself?’

Había un pequeño timbre, también decolor marfil, junto a la puerta con el nú-mero «405». Llamé y esperé un tiempoque se me antojó larguísimo. Luego lapuerta se abrió en silencio unos treintacentímetros, de manera un tanto cautelo-sa y furtiva. El individuo que lo hizo erauna persona de piernas y torso largos,hombros atléticos y ojos de color marrónoscuro en el rostro moreno e inexpresivode quien ha aprendido hace mucho tiem-po a controlar sus emociones. El pelo,semejante a lana de acero, que le empe-zaba muy atrás, dejaba al descubierto unagran extensión de bronceada frente que,en apariencia, podría albergar un cerebrode considerables proporciones. Sus ojososcuros me examinaron de manera im-personal. Sus largos dedos, delgados ymorenos, sujetaban el borde de la puerta.No dijo nada.

—¿Geiger? —pregunté yo.

En su rostro no se produjo ningún cam-bio que yo pudiera advertir. Desde detrásde la puerta hizo aparecer un cigarrillodel que extrajo, al aspirar, una reducidacantidad de humo que dirigió hacia mí enuna bocanada perezosa y despreciativa ala que siguieron palabras pronunciadascon voz fría, reposada, sin más entona-ción que la voz de un crupier.

—¿Qué es lo que ha dicho?

—Geiger. Arthur Gwynn Geiger. Eltipo de los libros.

Mi interlocutor dio vueltas a aquellas pala-bras sin apresuramiento. Bajó la vista para con-templar el extremo del cigarrillo. La otra mano,con la que había estado sujetando la puerta, dejóde verse. Su hombro dio la impresión de que lamano escondida podría estar moviéndose.

—No conozco a nadie que se llame así—dijo—. ¿Vive cerca de aquí?

Sonreí. No le gustó mi sonrisa. Apare-ció en sus ojos un brillo desagradable.

—¿Es usted Joe Brody? —pregunté.

El rostro moreno se tensó.—¿Y qué? ¿Tiene algo que contarme,

hermano, o sólo se está divirtiendo?

Había un timbre color marfil jun-to a la puerta marcada con el 405.Apreté el botón y esperé. Me parecióque transcurría un tiempo larguísimo.La puerta se abrió silenciosamente,apenas unos centímetros. Había algode furtivo en la forma en que fueabierta. El hombre era de piernas lar-gas, cintura ancha, hombros altos yojos castaños en un rostro moreno einexpresivo, habituado desde hacíatiempo a dominar sus gestos. El ca-bello, como lana de acero, crecía bas-tante apartado de la frente, lo que ha-cía que ésta, de un tamaño desmesu-rado, pareciese, al mirarla de pronto,una habitación para el cerebro. Susojos oscuros me examinaron de for-ma impersonal. Unos dedos largos ydelgados sostenían el borde de lapuerta. No dijo nada.

—¿Geiger? —pregunté.

Ningún cambio perceptible se ope-ró en la expresión del hombre. Sacóun cigarrillo de detrás de la puerta,se lo puso en los labios y le dio unachupada. El humo vino hacia mí enlentas y despectivas bocanadas, y trasél, palabras pronunciadas con voz fríay lenta, sin mayor inflexión que la delguardián de un faro.

—¿Cómo ha dicho?

—Geiger, Arthur Gwynn Geiger.El tipo que tiene lo de los libros.

Me examinó de arriba abajo, sinprisa. Miró la punta del cigarrillo yla mano, que había estado sostenien-do la puerta, se perdió de vista. Porla posición parecía como si la manooculta estuviera moviéndose.

—No conozco a nadie con esenombre. ¿Vive por aquí?

Sonreí. No le gustó mi sonrisa ysus ojos se tornaron desagradables.

—¿Es usted Joe Brody? —pregunté.

El moreno rostro pareció enmudecer.—¿Y qué? ¿Lo hace por puro capri-

cho, hermano, o sólo por entretenerse?

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‘So you’re Joe Brody,’ I said.‘And you don’t know anybody namedGeiger. That’s very funny.’

‘Yeah? You got a funny senseof humour maybe. Take it away andplay on it somewhere else.’

I leaned against the doorand gave him a dreamy smile.‘You got the books, Joe. I got thesucker list. We ought to talk thingsover.’

He didn’t shift his eyes frommy face. There was a faint sound inthe room behind him, as though ametal curtain ring clicked lightly ona metal rod. He glanced sideways intothe room. He opened the door wider.

‘Why not - if you think you’vegot something?’ he said coolly. Hestood aside from the door. I went pasthim into the room.

It was a cheerful room withgood furniture and not too much ofit. French windows in the end wallopened on a stone porch and lookedacross the dusk at the foothills. Nearthe windows a closed door in the westwall and near the entrance dooranother door in the same wall. Thislast had a plush curtain drawn acrossit on a thin brass rod below the lintel.

That left the east wall, inwhich there were no doors. There wasa davenport backed against the middleof it, so I sat down on the davenport.Brody shut the door and walked crab-fashion to a tall oak desk studded withsquare nails. A cedar-wood box withgilt hinges lay on the lower leaf ofthe desk. He carried the box to an easychair midway between the other twodoors and sat down. I dropped my haton the davenport and waited.

‘Well, I’m listening,’ Brodysaid. He opened the cigar box anddropped his cigarette stub into a dishat his side. He put a long thin cigar inhis mouth. ‘Cigar?’ He tossed one atme through the air.

—De manera que es usted Joe Brody—dije—. Y no conoce a nadie llamadoGeiger. Eso es muy divertido.

—¿Sí? Quizá sea usted quien tiene uncurioso sentido del humor. Lléveselo yjuegue con él en otro sitio.

Me apoyé en la puerta y le obsequiécon una sonrisa soñadora.

—Usted tiene los libros, Joe. Y yo lalista de pardillos. Creo que deberíamoshablar.

No apartó los ojos de mi cara. Se oía un dé-bil ruido procedente de la habitación que teníadetrás, como si el anillo de una cortina metálicagolpease apenas una varilla también de metal.Brody miró de reojo hacia el interior de la habi-tación. Luego abrió más la puerta.

—¿Por qué no..., si cree que tie-ne algo? —dijo con frialdad. Seapartó dejando la puerta libre y en-tré en la habitación. [84]

Era un cuarto alegre con muebles buenos ysin ningún exceso. En la pared del fondo, dospuertas-ventanas daban a una terraza de pie-dra y al atardecer sobre las estribaciones de lasierra. Cerca de las ventanas había una puertacerrada en la pared oeste y otra más en la mis-ma pared, cerca de la puerta de entrada. Estaúltima estaba cubierta por una cortina de felpasuspendida, por debajo del dintel, de una del-gada varilla de bronce.

Sólo quedaba la pared este, donde nohabía ninguna puerta, pero sí un sofá si-tuado en el centro, de manera que me sen-té en él. Brody cerró la puerta y caminóestilo cangrejo hasta una alta mesa demadera de roble decorada con tachuelasde cabeza cuadrada. Una caja de maderade cedro con goznes dorados descansabasobre la mesa. Brody llevó la caja hastaun sillón a mitad de camino entre las otrasdos puertas y se sentó. Dejé el sombrerosobre el sofá y esperé.

—Bien, le escucho —dijo Brody.Abrió la caja para cigarros y dejó caer lacolilla del pitillo en un cenicero que teníaal lado. Luego se colocó en la boca unpuro delgado y largo—. ¿Un cigarro? —Acto seguido arrojó uno en mi dirección.

—Así que es usted Joe Brody —dije— y no conoce a nadie llamadoGeiger. Eso resulta muy gracioso.

—¿Sí? Tiene un sentido muy espe-cial del humor. A ver si lo emplea enotro sitio.

Me recosté contra la puerta y le di-rigí una sonrisa soñadora.

—Usted tiene los libros, Joe, y yotengo la lista de los candidatos. De-beríamos ponernos de acuerdo.

No apartó los ojos de mi rostro.Percibí un débil ruido en la habita-ción, detrás de él, como si las anillasmetálicas de una cortina tintinearanen una barra de metal. Miró de reojohacia el interior.

—¿Por qué no? Si usted cree quetenemos algo de que hablar —contes-tó fríamente. Se apartó a un lado yentré.

Era una habitación alegre, con buenos mue-bles, aunque no muy abundantes. Las ventanasde la pared del fondo daban a un porche de pie-dra y por ellas se veía, a través del crepúsculo,el pie de las colinas. Cerca de la ventana, en lapared del oeste, había una puerta cerrada y,próxima a la puerta de entrada, otra en la mis-ma pared. Esta última estaba cubierta por unacortina de felpa que colgaba de una barra demetal debajo del dintel.

Eso dejaba libre la pared este, que notenía ninguna puerta. Apoyado contra ellahabía un sofá—cama en el que me senté.Brody cerró la puerta y fue andando comoun cangrejo hacia un alto escritorio deroble adornado con clavos cuadrados.Una caja de madera de cedro con bisa-gras doradas descansaba en la parte bajadel escritorio. Llevó la caja a una butacaque había entre las dos puertas y se dejócaer en ella. Yo dejé mi sombrero en elsofá y esperé.

—Bien, escucho —dijo Joe Brody.Abrió la caja de puros; dejó caer

la colilla en un cenicero que había asu lado y se puso en la boca un purolargo y delgado.

—¿Un purito? —preguntó y me tiró uno.

sucker 2 sl. a a gullible or easily deceived person. b (foll. by for) a person especially susceptible to.

French window a glazed door in an outside wall, serving as a window and door; puerta acristalada o puerta-ventana normalmente acristalada

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I reached for it. Brody took agun out of the cigar box and pointedit at my nose. I looked at the gun. Itwas a black Police -38. I had noargument against it at the moment.

‘Neat, huh?’ Brody said. ‘Justkind of stand up a minute. Come forwardjust about two yards. You might grab alittle air while you’re doing that.’ Hisvoice was the elaborately casual voiceof the tough guy in pictures. Pictureshave made them all like that.

‘Tsk, t sk , ’ I sa id , notmoving at all. ‘Such a lot of gunsaround town and so few brains.You’re the second guy I’ve metwithin hours who seems to thinka gat in the hand means a worldby the tail. Put it down and don’tbe silly, Joe.’

His eyebrows came togetherand he pushed his chin at me. His eyeswere mean.

‘The other guy’s name is EddieMars,’ I said. ‘Ever heard of him?’

‘No.’ Brody kept the gunpointed at me.

‘If he ever gets wise towhere you were last night inthe rain, he’ll wipe you off theway a check raiser wipes acheck.’

‘What would I be to EddieMars?’ Brody asked coldly. But helowered the gun to his knee.

‘Not even a memory,’ I said.

We stared at each other. Ididn’t look at the pointed blackslipper that showed under the plushcurtain on the doorway to my left.

Brody said quietly: ‘Don’t getme wrong. I’m not a tough guy justcareful. I don’t know hell’s firstwhisper about you. You might be alifetaker for all I know.’

Al recogerlo yo, Brody sacó un revólverde la caja de cigarros y me apuntó con él a lanariz. Me quedé mirándolo. Era negro, de ca-libre 38, como los que usa la policía. En aquelmomento me faltaban argumentos en contra.

—¿No ha estado mal, eh? —dijoBrody—. Bastará con que se levante unminuto. Avance unos dos metros. Puede lle-narse los pulmones de aire mientras tanto.—Su voz era la voz exageradamente des-preocupada de los tipos duros de las pelí-culas. El cine los ha hecho a todos así.

—Vaya, vaya —dije, sin moverme enabsoluto—. Tanta artillería por toda laciudad y tan pocos cerebros. En el espa-cio de muy pocas horas es usted el se-gundo personaje convencido de que unrevólver en la mano es lo mismo que te-ner al mundo sujeto por el rabo. Baje elarma y no haga el tonto, Joe.

Se le juntaron las cejas y adelantó labarbilla en mi dirección. Me miraba otravez desagradablemente.

—El otro personaje es Eddie Mars —dije—. ¿No ha oído hablar de él?

—No. —Seguía apuntándome con lapistola.

—Si alguna vez llega a enterarse dedónde estaba usted anoche durante elaguacero, lo borraría con la facilidad conque un falsificador cambia el importe deun cheque.

—¿Qué represento yo para EddieMars? —preguntó Brody fríamente. Perobajó el revólver hasta la rodilla.

—Ni siquiera un recuerdo —dije.

Nos miramos el uno al otro. Procuréno ver el puntiagudo zapato negro queasomaba bajo la cortina de felpa a mi iz-quierda.

—No se equivoque conmigo —dijoBrody sin alzar la voz—. No soy un tipoduro, tan sólo procuro tener cuidado. Notengo ni la más remota idea de quién esusted. Podría ser un asesino.

Lo cogí en el aire. Brody cogió una pis-tola de la caja y apuntó hacia mi nariz. Miréel revólver. Era un calibre 38, pertenecien-te a la policía. Por el momento, yo no teníaningún argumento que oponerle.

—Limpio, ¿eh? —me dijo—. Ten-ga la amabilidad de levantarse unminuto y acérquese un poco. Puedeusted tomar un poco de aire, mientras.

Su voz era la que suelen tener losmatones de las películas. En el cinesiempre son así.

—¡Pchs, pchs ... ! —musité sin mover-me—. Tantas armas rodando por la ciu-dad y tan pocos cerebros. Es usted el se-gundo individuo que he encontrado, encuestión de unas horas, que parece creerque un revólver en la mano significa te-ner el mundo agarrado por el cuello. Dé-jelo y no sea tonto, Joe.

Frunció el entrecejo y levantóla barbilla. Su mirada se tornó sór-dida.

—El nombre del otro individuo es EddieMars —dije—. ¿Ha oído hablar de él?

Brody seguía apuntándome con elrevólver.

—Pues si se entera dónde estuvousted anoche, bajo la lluvia, le quita-rá de en medio con la misma facili-dad con que un potentado extiende uncheque.

—¿Y qué sería yo para EddieMars? —preguntó Brody fríamente altiempo que bajaba el revólver.

—Ni siquiera un recuerdo.

Nos mirábamos a la cara, por lo que nopodía dirigir mis ojos hacia la picuda babu-cha negra que asomaba por debajo de la cor-tina de la puerta que había a mi izquierda.

Brody dijo pausadamente:—No me tenga en mal concepto.

No soy un matón; tan sólo un pococauteloso. No sé quién diablos es us-ted. Podría ser un pistolero.

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‘You’re not careful enough,’I said. ‘That play with Geiger’s bookswas terrible.’

He drew a long slowbreath and let it out silently. Thenhe leaned back and crossed hislong legs and held the Colt on hisknee.

‘Don’t kid yourself Iwon’t use this heat, if I haveto,’ he said. ‘What’s yourstory?’

‘Have your friend with thepointed slippers come on in. She getstired of holding her breath.’

Brody called out withoutmoving his eyes off my stomach.‘Come on in, Agnes.’

The curtain swung aside andthe green-eyed, thigh-swinging ash blondefrom Geiger’s store joined us in the room.She looked at me with a kind of mangledhatred. Her nostrils were pinched and hereyes had darkened a couple of shades. Shelooked very unhappy.

‘I knew damn well you weretrouble,’ she snapped at me. ‘I toldJoe to watch his step.’

‘It’s not his step, it’s the backof his lap he ought to watch,’ I said.

‘I suppose that’s funny,’ theblonde said.

‘It has been,’ I said. ‘But itprobably isn’t any more.’

‘Save the gags,’ Brodyadvised me. ‘Joe’s watchin’ his stepplenty. Put some light on so I can seeto pop this guy, if it works out thatway.’

The blonde snicked on a lightin a big square standing lamp. Shesank down into a chair beside thelamp and sat stiffly, as if her girdlewas too tight. I put my cigar in mymouth and bit the end off.

—No es usted lo bastante cuidadoso—dije—. El jueguecito con los libros deGeiger fue terrible.

Aspiró aire muy despacio durante mu-cho tiempo y luego lo dejó salir en silen-cio. A continuación se recostó en el asien-to, cruzó las piernas y se colocó el Coltsobre la rodilla.

—No cometa el error de pensar queno voy a usar la artillería si tengo quehacerlo —dijo—. ¿Qué es lo que quierecontarme?

—Haga que su amiguita de zapatospuntiagudos salga de ahí detrás. Se cansade contener la respiración.

Brody se dirigió a ella sin apartar losojos de mi estómago.

—Sal, Agnes.

La cortina se corrió, y la rubia de ojosverdes y andares sinuosos que ya había en-contrado en la tienda de Geiger se reunió connosotros. Me miró con odio impotente. Te-nía dilatadas las ventanas de la nariz ybastante acentuada la negrura de las pu-pilas. Parecía muy desgraciada.

—Supe desde el primer momento que iba atraernos problemas —me ladró con odio—. Le dijea Joe que se fijase en dónde ponía los pies. [86]

—No se trata de los pies, sino del sitiodonde la espalda deja de serlo —respondí.

—Imagino que eso le parece gracioso—contraatacó la rubia.

—Lo fue —dije—. Pero probablemen-te ya no.

—Ahórrese los chistes —me advirtióBrody—. Joe sabe muy bien dónde ponelos pies. Enciende alguna luz para quepueda liquidar a este tipo si es eso lo quehay que hacer.

La rubia encendió una gran lámparacuadrada de pie. Luego se dejó caer enuna silla junto a la lámpara y se quedómuy rígida, como si la faja le apretarademasiado. Me puse el cigarro en la bocay mordí el extremo.

—No es usted bastante cauteloso—dije—; esa jugada con los libros deGeiger fue terrible.

Hizo una lenta y honda aspiracióny expulsó el aire silenciosamente. Seechó hacia atrás y cruzó sus largaspiernas, poniendo el revólver en susrodillas.

—No se imagine que no usaré estecachivache si me veo obligado a ello—dijo—. ¿Qué tiene usted que con-tar?

—Dígale a su amiga, la de las babu-chas picudas, que salga. Ya debe de estarcansada de aguantar la respiración.

Brody, sin quitar sus ojos de mi es-tómago, dijo:

—Agnes, ven aquí.

La cortina se hizo a un lado y laondulante rubia de ojos verdes dela tienda de Geiger se unió a noso-tros. Me miró con ________odio.Tenía las aletas de la nariz contraí-das y sus ojos se habían oscureci-do. Parecía muy disgustada.

—Estaba endemoniadamente segura deque era usted un estorbo —Me dijo irritada—. Le advertí a Joe que vigilara sus pasos.

—Y usted... no son sus pasos lo que debería vigi-lar, sino la parte inferior de su espalda —dije.

—Supongo que eso es muy gracio-so —dijo la rubia.

—Lo ha sido —dije—, pero pro-bablemente ya no lo es.

—Ahórrese sus chistes —meadvirtió Joe—. Ande con muchocuidado. Enciende una luz paraque pueda echarle un vistazo a estetipo.

La rubia encendió una gran lámparacuadrada y se dejó caer en una butaca quehabía junto a ella, quedándose erguidacomo si la faja le apretase demasiado. Memetí el puro en la boca y le quité la puntacon los dientes.

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mangle, mutilate, cut up destroy or injure severely; destrozador, mutilador

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Brody’s Colt took a close in-terest in me while I got matches outand lit the cigar. I tasted the smokeand said:

‘The sucker list I spoke ofis in code. I haven’t cracked it yet,but there are about five hundrednames. You got twelve boxes ofbooks that I know of. You shouldhave at least five hundred books.There’ll be a bunch more out onloan, but say five hundred is the fullcrop, just to be cautious. If it’s agood active list and you could runit even fifty per cent down the line,that would be one hundred andtwentyfive thousand rentals. Yourgirlfriend knows all about that. I’monly guessing. Put the averagerental as low as you like, but itwon’t be less than a dollar. Thatmerchandise costs money. At adollar a rental you take one hundredand twenty-five grand and you stillhave your capital. I mean, you stillhave Geiger ’s cap i ta l . Tha t ’senough to spot a guy for.’

The blonde said: ‘You’recrazy, you goddam egg-headed

Brody put his teeth sidewaysat her and snarled: ‘Pipe down, forChrissake. Pipe down!’

She subsided into an outragedmixture of slow anguish and bottled fury.Her silvery nails scraped on her knees.

‘It’s no racket for bums,’ Itold Brody almost affectionately. ‘Ittakes a smooth worker like you, Joe.You’ve got to get confidence and keepit. People who spend their money forsecond-hand sex jags are as nervousas dowagers who can’t find the rest-room. Personally I think the blackmailangles are a big mistake. I’m forshedding all that and sticking tolegitimate sales and rentals.’

Brody’s dark brown staremoved up and down my face. His Coltwent on hungering for my vital organs.‘You’re a funny guy,’ he said tonelessly.‘Who has this lovely racket?’

El Colt de Brody me vigiló muy decerca mientras sacaba las cerillas y loencendía. Saboreé el humo y dije:

—La lista de pardillos de la que ha-blaba está en clave. Todavía no la he des-cifrado, pero hay alrededor de quinientosnombres. Por lo que yo sé, tiene usteddoce cajones de libros. En total, unosquinientos como mínimo. Habrá un buenmontón más en préstamo, pero suponga-mos que quinientos es toda la cosecha,para que nadie nos acuse de exagerar. Sise trata de una lista activa que funcionabien e incluso aunque sólo se la puedahacer funcionar al cincuenta por ciento,aún nos situaríamos en ciento veinticin-co mil préstamos. Su amiguita está al co-rriente de todo eso; yo no paso de hacersuposiciones. Pongamos el precio mediodel alquiler todo lo bajo que se quiera,pero no será menos de un dólar. Esa mer-cancía cuesta dinero. A dólar el alquiler,se recogen ciento veinticinco grandes yel capital sigue íntegro. Me refiero al ca-pital de Geiger. Eso es suficiente para li-quidar a un tipo.

—¡Está loco! —dijo la rubia—. ¡Mal-dito sabelotodo!

Brody torció la boca y le gritó:

—¡Cierra el pico, hazme el favor!

La rubia se hundió en una indignada mezcla de an-gustia desconcertada e indignación reprimida al tiempoque se arañaba las rodillas con las uñas plateadas.

—No es un tinglado para muertos de ham-bre —le dije a Brody casi con afecto—. Senecesita un tipo como usted, Joe, con muchamano izquierda. Hay que inspirar confianza yconservarla. La gente que gasta dinero enexperiencias sexuales de segunda mano está tannerviosa como señoras de edad que no encuentranun aseo. Personalmente me parece que mezclarlocon el chantaje es una terrible equivocación. Soypartidario de prescindir de todo eso y dedicarseexclusivamente a las ventas y a los alquileres.

Los ojos sombríos de Brody examinabanmi cara, rasgo a rasgo. Su Colt seguía inte-resándose por mis órganos vitales.

—Es usted un tipo curioso —dijo, sin expresión en la voz—. ¿Quién es el propietario de ese tinglado tan productivo?

El Colt de Brody me siguió cuida-dosamente mientras cogí las cerillas.Encendí el puro, di unas cuantas chu-padas y dije:

—La lista de candidatos de que lehablé está en clave, y aún no la he des-cifrado; pero hay unos quinientos nom-bres. Usted tiene doce cajas de libros,que yo sepa. Debe de tener usted, porlo menos, quinientos libros. Habrá unmontón más en préstamos, alquilados,pero digamos que quinientos es la can-tidad total, para no pillarnos los dedos.Si la lista está al día y se puede aprove-char de ella por lo menos el cincuentapor ciento, eso haría ciento veinticincomil alquileres. Su amiga está bien en-terada de todo esto. Es sólo una supo-sición, claro está. Ponga usted el pre-cio de alquiler todo lo bajo que quiera,pero no será menos de un dólar. Estamercancía cuesta dinero. A un dólar dealquiler, usted coge ciento veinticincode los grandes y aún le queda el capi-tal. Es decir, usted tiene el capital deGeiger, lo cual ya es una buena razónpara despachar a un tipo.

La rubia intervino.—¡Está usted loco, superhombre!

Brody le enseñó los dientes de sos-layo y gritó:

—¡Cállate, por amor de Dios, cállate!

Ella se hundió en una mezcla deangustia y rabia contenida. Sus uñasplateadas rascaban sus rodillas.

—Este no es negocio para pobretones—le dije a Brody casi afectuosamente—.Hace falta una técnica como la de usted,Joe. Debe tener confianza y conservarla.Los individuos que gastan su dinero enplaceres sexuales de segunda mano seponen nerviosos como viejas que no en-cuentran el baño. Personalmente, creo quelos chantajes son una gran equivocación.Soy partidario de dejar todo eso y concen-trarnos en ventas y alquileres legales.

La mirada de Brody estudiaba mi ros-tro de arriba abajo y su revólver seguíaamenazando mis órganos vitales.

—Es usted un tipo raro —dijo sin cambiar detono—. ¿Quién tiene ese precioso negocio?

jags juergas

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‘You have,’ I said. ‘Almost.’

The blonde choked andclawed her ear. Brody didn’t sayanything. He just looked at me.

‘What?’ the blonde called.‘You sit there and try to tell us MrGeiger ran that kind of businessright down on the main drag?You’re nuts!’

I leered at her politely.‘Sure I do. Everybody knows theracket exists. Hollywood’s madeto order for it. If a thing like thathas to exist, then right out on thestreet is where all practical copperswant it to exist. For the samereason they favour red-lightdistricts. They know where to flushthe game when they want to.’

‘My God,’ the blonde said.‘You let this cheese-head sit there andinsult me, Joe? You with a gun in yourhand and him holding nothing but acigar and his thumb?’

‘I like it,’ Brody said. ‘The guy’sgot good ideas. Shut your trap and keepit shut, or I’ll shut it for you with this.’He flicked the gun around in anincreasingly negligent manner.

The blonde gasped andturned her face to the wall. Brodylooked at me and said cunningly:‘ H o w h a v e I g o t t h a tl o v e l y r a c k e t ? ’

‘You shot Geiger to get it.Last night in the rain. It wasdandy shooting weather. Thetrouble is he wasn’t alone whenyou whiffed him. Either youdidn’t notice that, which seemsunlikely, or you got the wind upand lammed. But you had nerveenough to take the plate out of hiscamera and you had nerve enoughto come back later on and hide hiscorpse, so you could tidy up onthe books before the law knew ithad a murder to investigate.’

—Usted —dije—. Casi.

La rubia se atragantó y se echómano a una oreja. Brody no dijo nada.Se limitó a seguir mirándome.

—¿Qué dice? —intervino la rubia—. ¿Sesienta ahí tan campante y nos quiere hacercreer que el señor Geiger llevaba un negocioasí en la calle más importante de la ciudad?¡Está como una cabra!

La miré de reojo cortésmente:—Sin duda. Todo el mundo sabe que

el negocio existe. Hollywood está hechoa la medida. Si una cosa así tiene que fun-cionar, todos los polizontes con sentidopráctico quieren que funcione precisa-mente donde mejor se vea. Por la mismarazón que están a favor de los barrios detolerancia. Saben dónde levantar laliebre cuando quieren hacerlo.

—Dios del cielo —dijo la rubia—. ¿Dejas que ese anormal se siente ahíy me insulte? ¿Tú con una pistolaen la mano y él sólo con un puroy el pulgar?

—Me gusta —dijo Brody—. Tienebuenas ideas. Cierra el pico y no lo vuel-vas a abrir o te lo cerraré con esto. —Agitó la pistola de una manera que cadavez era más descuidada.

La rubia, muda de indignación, vol-vió la cara hacia la pared. Brody memiró y dijo, con tono malicioso: [88]

—¿Cómo he logrado hacerme conese tinglado tan apetitoso?

—Mató a Geiger para conseguirlo.Anoche, mientras llovía. Un tiempo in-mejorable para pegar unos cuantos ti-ros. El problema es que no estaba solocuando mandó a Geiger al otro barrio.O no se dio cuenta, lo que parece pocoprobable, o le silbaron los oídos y saliópor pies. Pero tuvo la presencia de áni-mo suficiente para sacar la placa de lacámara y para regresar, más tarde, yesconder el cadáver, de manera quepudiera hacer limpiamente el trasla-do de los libros antes de que la policíaencontrase el fiambre.

—Usted casi lo tiene.

La rubia se atragantó y empezó arascarse la oreja. Brody no dijo naday siguió mirándome,

—¿Qué? —saltó la rubia—. ¿Estáahí sentado y tratando de decirnos queGeiger tenía esa clase de negocios enla mismísima calle principal? ¡Estáusted como una cabra!

La miré de reojo.—Claro que lo digo. Todo el mundo

sabe que el negocio existe. Hollywoodestá hecho a la medida para eso, Si unacosa así debe existir, pues se pone preci-samente en la calle donde los polis prác-ticos quieren que se ponga. Por el mismomotivo favorecen las zonas con luzroja. Y cuando quieren, saben dóndelevantar la presa.

—¡Dios mío! —exclamó la ru-bia—. Pero, ¿permites que este indi-viduo se siente ahí y me insulte, Joe?¿Tú con un revólver en la mano y élsin otra cosa que un puro?

—Me gusta —dijo Brody—. Es untipo con buenas ideas. Cierra el pico ydéjalo cerradito o te lo cerraré yo con esto.Y dio con desenfado una vuelta alrevólver.

La rubia dio un respingo y volvióla cara hacia la pared. Brody me miróastutamente y preguntó:

—¿Y cómo he conseguido yoeste bonito negocio?

—Despachó a Geiger para conse-guirlo. Fue anoche, bajo la lluvia.Hacía un tiempo ideal para eso. Lomalo es que él no estaba solo cuan-do descargó la metralla. O bien ni sedio usted cuenta de ello, lo que noes probable, o bien tuvo que salirpitando. Pero tuvo valor suficientepara volver después, coger la placade la cámara fotográfica y esconderel cadáver, dándose tiempo para po-ner los libros a buen recaudo antesde que la policía supiera que tenía unasesinato entre manos.

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‘Yah,’ Brody said contemp-tuously. The Colt wobbled on hisknee. His brown face was as hardas a piece of carved wood. ‘You takechances , mis ter. I t ’s k ind ofgoddamned lucky for you I didn’tbop Geiger.’

‘You can step off for it just thesame,’ I told him cheerfully. ‘You’remade to order for the rap.’

Brody’s voice went rough.‘Think you got me framed for it?’

‘Positive.’‘How come?’‘There’s somebody who’ll tell

it that way. I told you there was awitness. Don’t go simple on me, Joe.’

He exploded then. ‘Thatgoddamned little hot pants!’ heshouted. ‘She would, goddamn her!She would - just that!’

I leaned back and grinned athim. ‘Swell. I thought you had thosenude photos of her.’

He didn’t say anything. Theblonde didn’t say anything. I let themchew on it. Brody’s face cleared slowly,with a sort of greyish relief. He put hisColt down on the end table beside hischair but kept his right hand close to it.He knocked ash from his cigar on thecarpet and stared at me with eyes that werea tight shine between narrowed lids.

‘I guess you think I’m dumb,’Brody said.

‘Just average, for a grifter.Get the pictures.’

‘What pictures?’

I shook my head. ‘Wrongplay, Joe. Innocence gets younowhere. You were either there lastnight, or you got the nude photo fromsomebody that was there. You knowshe was there because you had yourgirlfriend threaten Mrs Regan with apolice rap. The only, ways you couldknow enough to do that would be byseeing what happened or by holdingthe photo and knowing where andwhen it was taken. Cough up and besensible.’

—Claro —dijo Brody lleno de despre-cio. El Colt le tembló sobre la rodilla. Surostro moreno tenía la rigidez de una ta-lla de madera—. Le gusta jugar con fue-go, amigo. Tiene más suerte de la que semerece, porque no fui yo quien acabó conGeiger.

—Puede dar un paso al frente de todosmodos —le dije alegremente—. Esa acu-sación le viene que ni pintada.

La voz de Brody se volvió agresiva.—¿Cree que me tiene entre la espada y la pared?—Del todo.—¿Cómo así?—Hay alguien que no tendría inconve-

niente en afirmarlo. Ya le dije que había untestigo. No se haga el ingenuo conmigo, Joe.

Aquello le hizo explotar.—¡Esa condenada perra en celo! —gri-

tó—. ¡Claro que sí, maldita sea! ¡Por su-puesto que sí!

Me recosté en el asiento y le sonreí.—Estupendo. Pensaba que era ustéd quien

tenía las fotos en las que está desnuda.No respondió. La rubia tampoco. Les dejé

que lo rumiaran. El rostro de Brody se fue se-renando poco a poco, con una expresión dealivio un tanto gris. Dejó el Colt sobre la mesi-ta que tenía al lado, pero mantuvo cerca la manoderecha. Quitó la ceniza del puro sin importar-le que cayera en la alfombra y me escudriñócon ojos que no eran más que una línea bri-llante entre párpados casi cerrados.

—Imagino que le parezco idiota —dijo.

—Sólo lo normal, tratándose de un es-tafador. Páseme las fotos.

—¿Qué fotos?

Hice un gesto negativo con la cabeza.—Jugada en falso, Joe. La pretensión

de inocencia no le llevará a ningún sitio.O usted estaba allí anoche, o alguien queestuvo allí le dio las fotos. Sabe que laseñorita Sternwood estaba allí porque hahecho que su amiguita amenace a la se-ñora Regan con informar a la policía. Sólohay dos maneras de que sepa lo suficien-te para hacer eso: o presenció lo sucedi-do o ha podido, con la foto en la mano,saber dónde y cuándo se hizo. Sea sensa-to y entregue lo que tiene.

—Sí —dijo Brody despectivamen-te. El Colt se tambaleó en sus rodi-llas. Su cara morena estaba rígidacomo un trozo de madera tallada—.Está usted corriendo un riesgo. Y tie-ne la condenada suerte de que yo nodespaché a Geiger.

—Bueno, es un papel que le va a usted muybien —dije alegremente—. Está usted hecho a lamedida para sufrir las consecuencias.

La voz de Brody se endureció.—¿Y cree usted que puede colocarme ese asesinato?—Desde luego.—¿Cómo?—Hay alguien que lo declarará así.

Ya le dije que había un testigo. No sigahaciéndose el tonto conmigo, Joe.

Entonces estalló:—¡Esa pequeña... zorra! —gritó—

, Tenía que ser ella. ¡Maldita sea! ¡Te-nía que ser ella!

Me recosté en el respaldo y sonreí.—Estupendo. Ya sabía yo que us-

ted tenía esa foto de ella en cueros.Ni él ni la rubia contestaron nada.

Dejé que lo digiriesen. La cara deBrody se fue aclarando, con una es-pecie de alivio grisáceo. Dejó el Colten la mesa, pero mantuvo su mano de-recha cerca de él. Sacudió la cenizade su puro sobre la alfombra y memiró con ojos que eran un simple bri-llo entre los párpados casi juntos.

—Me imagino que cree usted quesoy tonto.

—Lo normal para un estafador.Busque las fotografías.

—¿Qué fotografías?

Moví la cabeza.—Mala táctica, Joe. La ingenuidad no

le lleva a ninguna parte. Estaba usted allíanoche o consiguió las fotografías por al-guien que se encontraba allí. Usted sabeque era ella porque hizo que su amigaamenazara a la señora Regan con una de-nuncia a la policía. La única manera deque usted supiese lo suficiente para ha-cerlo sería viendo lo que ocurrió o con-servando la fotografía con conocimientode dónde y cómo se hizo. Sea sensato ydesembuche.

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‘I’d have to have a littledough,’ Brody said. He turned hishead a little to look at the green-eyed blonde. Not now green-eyedand only superficially a blonde.She was as limp as a fresh-killedrabbit.

‘No dough,’ I said.He scowled bitterly. ‘How

d’you get to me?’

I flicked my wallet out and lethim look at my buzzer. ‘I was,working on Geiger - for a client. I wasoutside last night, in the rain. I heardthe shots. I crashed in. I didn’t seethe killer. I saw everything else.’

‘And kept your lip buttoned,’Brody sneered.

I put my wallet away. ‘Yes,’ Iadmitted. ‘Up till now. Do I get thephotos or not?’

‘About these books,’ Brodysaid. ‘I don’t get that.’

‘I tailed them here fromGeiger’s store. I have a witness.’

‘That punk kid?’‘What punk kid?’He scowled again. ‘The kid

that works at the store. He skipped outafter the truck left. Agnes don’t evenknow where he flops.’

‘That helps,’ I said, grinningat him. ‘That angle worried me a little.Either of you ever been in Geiger’shouse - before last night?’

‘Not even last night,’ Brodysaid sharply. ‘So she says I gunnedhim, eh?’

‘With the photos in hand I might beable to convince her she was wrong. Therewas a little drinking being done.’

Brody sighed. ‘She hatesmy guts. I bounced her out. I gotpaid, sure, but I’d have had todo it anyway. She’s too screwyfor a simple guy like me.’ Hecleared his throat. ‘How abouta little dough? I’m down tonickels. Agnes and me gottamove on.’

—Necesitaría algún dinero —dijoBrody. Volvió un poco la cabeza paramirar a la rubia de ojos verdes, queya no tenía los ojos verdes y sólo erarubia en apariencia. Se había queda-do tan mustia como un conejo reciénmuerto.

—Nada de dinero —dije.Brody torció el gesto con amargura.—¿Cómo me ha localizado?

Saqué el billetero y le mostré la placa.—Me interesa Geiger.., encargo de

un cliente. Anoche estaba allí fuera,mojándome bajo la lluvia. Oí los dis-paros. Entré como pude. No vi al asesi-no pero sí todo lo demás.

—Y ha tenido la boca bien cerrada —dijo Brody con sorna.

Me guardé la cartera.—Así es —reconocí—. Hasta ahora.

¿Me entrega las fotos?

—Quedan los libros —dijo Brody—.Eso no lo entiendo.

—Los seguí hasta aquí desde la tiendade Geiger. Tengo un testigo.

—¿Ese mocoso?—¿Qué mocoso? [90]Torció otra vez el gesto.—El chico que trabaja en la tienda. Des-

apareció después de que saliera el camión.Agnes ni siquiera sabe dónde duerme.

—Interesante —dije, sonriéndole—.Ese detalle me tenía un poco preocupa-do. ¿Han visitado, cualquiera de los dos,la casa de Geiger antes de anoche?

—Ni siquiera anoche —dijo Brody con tonocortante—. De manera que la chica dice que yodisparé contra Geiger, ¿no es eso?

—Con las fotos en la mano quizá pue-da convencerla de que se equivoca. Be-bieron con cierto entusiasmo.

Brody lanzó un suspiro.—No me puede ver. Tuve que quitár-

mela de encima. Me pagaron, es cierto,pero hubiera tenido que hacerlo de todosmodos. Está demasiado chiflada para untipo corriente como yo. —Se aclaró lagarganta—. ¿Qué tal un poco de pasta?Estoy en las últimas. Agnes y yo tenemosque marcharnos.

—Tendría que darme un poco depasta —dijo Brody.

Volvió la cabeza un poquito paramirar a la rubia de ojos verdes queahora ya no los tenía verdes y sólo erarubia artificial. Estaba tan blandacomo un conejo muerto.

—No hay pasta —dije.Gruñó amargamente.—¿Y por qué motivo?

Saqué la cartera y le invité a contemplar mi licencia.—Estaba vigilando a Geiger... por

encargo de un cliente. Me hallabaafuera anoche, bajo la lluvia. Oí tirosy entré en la casa. No vi al asesino,pero vi todo lo demás.

—Y no soltó prenda —dijo Brodyde mal talante.

Me guardé la cartera.—Sí —admití—, hasta ahora. Qué,

¿me da las fotos?

—¿Y los libros? —dijo Brody—.No comprendo...

—Los seguí desde la tienda deGeiger. Tengo un testigo.

—¿El muchacho de la cazadora de cuero?—¿Qué muchacho de la cazadora de cuero?Gruñó un poco.—El muchacho que trabaja en la tienda. Se

escurrió después de que se marchó el camión yAgnes no sabe siquiera por dónde anda.

—Eso ayuda —dije sonriéndole—. Ese punto me estaba preocupandoun poquito. ¿Alguno de ustedes estu-vo en casa de Geiger anteanoche?

—Ni siquiera anoche —contestócon vehemencia Brody—. Así queella dice que le agujereé la piel, ¿eh?

—Con las fotos en la mano podríaconvencerla de que está equivocada.Había bebido un poco.

Brody suspiró.—No me puede ver. La mandé a pa-

seo una vez. Me pagaron por ello, claro;pero hubiera tenido que hacerlo de todosmodos. Es demasiado retorcida para unindividuo sencillo como yo —aclaró suvoz—. Qué, ¿hay un poco de pasta? Es-toy sin una gorda y Agnes y yo tenemosque mudarnos.

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‘Not from my client.’‘Listen -’‘Get the pictures, Brody.’‘Oh, hell,’ he said. ‘You win.’

He stood up and slipped theColt into his side pocket. Hisleft hand went up inside his coatholding it there, his face twistedwith disgust, when the do rangand kept on ringing.

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He didn’t like that. His lowerlip went in under his teeth, and hiseyebrows drew down sharply at thecorners. His whole face became sharpand foxy and mean.

The buzzer kept up its song. Ididn’t like it either. If the visitorsshould happen to be Eddie Mars andhis boys, I might get chilled off justfor being there. If it was the police, Iwas caught with nothing to give thembut a smile and a promise. And if itwas some of Brody’s friends -supposing he had any - they mightturn out to be tougher than he was.

The blonde didn’t like it. Shestood up in a surge* and chipped atthe air with one hand. Nerve tensionmade her face old and ugly.

Watching me, Brody jerked asmall drawer in the desk and pickeda bone-handled automatic out of it. Heheld it at the blonde. She slid over tohim and took it, shaking.

‘Sit down next to him,’ Brodysaid. ‘Hold it on him low down, awayfrom the door. If he gets funny useyour own judgement. We ain’t lickedyet, baby.’

‘Oh, Joe,’ the blonde wailed.She came over and sat next to me onthe davenport and pointed the gun atmy leg artery. I didn’t like the jerkylook in her eyes.

—No de mi cliente.—Escuche...—Las fotos, Brody.—Maldita sea —dijo—. Usted gana.Se puso en pie y se metió el Colt en el

bolsillo. Con la mano izquierda se buscódentro de la chaqueta. Aún la tenía allí, lacara torcida por la indignación, cuandoel timbre de la puerta empezó a sonar ysiguió sonando durante un rato.

Quince

A Brody no le gustó. El labio inferiorle desapareció debajo de los dientes y sele cayeron los extremos de las cejas. To-dos sus rasgos se afilaron y adquirieronuna expresión de astucia y de maldad.

El timbre siguió sonando. Tampoco amí me gustó. Si la visita resultara serEddie Mars y sus muchachos, quizáacabasen conmigo por el simple hechode estar allí. Si era la policía, me pillabansin nada que darles a excepción de unasonrisa y una promesa. Y si era algunode los amigos de Brody —suponiendo quetuviera alguno— podían resultar más du-ros de pelar que él.

Y menos que a nadie, a la rubia. Sepuso en pie de un salto y golpeó el airecon una mano. La tensión nerviosa hacíaque pareciese vieja y fea.

Sin dejar de vigilarme, Brody abrió degolpe un cajoncito de la mesa y sacó unapistola automática con cachas de hueso quele ofreció a la rubia. Ella se deslizó hastadonde él estaba y la tomó, temblando.

—Siéntate a su lado —dijo Brody—.Tenlo encañonado, pero sin que se te veadesde la puerta. Si hace alguna tonteríausa tu buen juicio. Todavía no hemos di-cho la última palabra, cariño.

—Oh, Joe —gimió la rubia. Luego seacercó a donde yo estaba, se sentó en elsofá y me apuntó con la pistola a lafemoral. No me gustó nada la expresiónde descontrol en sus ojos.

—De mi cliente, nada.—Escuche...—Consiga las fotos, Brody.—¡Demonios! —dijo— Me doy por vencido.Se levantó y guardó el Colt en el

bolsillo. Metió la mano izquierda enla parte interior de la chaqueta y cuan-do estaba así, con el rostro torcido porel disgusto, empezó a sonar el timbrede la puerta.

XV

Eso no le agradó a Brody. Se mor-dió el labio inferior y los extremos desus cejas bajaron bruscamente. Todosu rostro tomó un aspecto zorruno ymezquino.

El timbre seguía sonando. A mítampoco me gustaba aquello. Si losvisitantes resultaban ser Eddie Marsy sus muchachos, me podían dejar fríosólo por el hecho de estar allí. Si erala policía, me cogería sin nada queofrecerles, excepto una sonrisa y unapromesa. Y si eran amigos de Brody,suponiendo que tuviera alguno, po-dían resultar más brutos que él.

A la rubia tampoco le gustaba aquello.Se había puesto de pie ____ y parecía ara-ñar el aire con una mano. La tensión hacíaque su rostro pareciese viejo y feo.

Vigilándome, Brody abrió un pe-queño cajón del escritorio y sacó deél una pistola automática con la em-puñadura de hueso. Se la tendió a larubia, que la cogió temblando.

—Siéntate a su lado —dijoBrody— y apúntale bajo, para que nose acerque a la puerta. Si se pone pe-sado, obra de acuerdo con tu propiocriterio. Aún no estamos vencidos.

—¡Oh, Joe! —gruñó la rubia.Se sentó a mi lado en el sofá y

me apuntó a las piernas. No megustaba el aire de sus ojos en esemomento.

* surge 1 [of sea] oleaje m; oleada [of people, sympathy] oleada 2 a power surge (electricity) una subida repentina de tensión 3 [water of sea] swell, levantarse; hincharse,encresparse, agitarse 4 [people, crowd] to surge in/out entrar/salir en tropel 5 the blood surged to her cheeks se le subió la sangre a las mejillas. Sudden forward move,tirón, acometida, arranque, puja, sweeping forward suddenly, sobrevoltaje, subida, incremento, sudden pull forward, arremetida

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The door buzzer stoppedhumming and a quick impatient rap-ping on the wood followed it. Brodyput his hand in his pocket, on his gun,and walked over to the door andopened it with his left hand. CarmenSternwood pushed him back into theroom by putting a little revolveragainst his lean brown lips.

Brody backed away from her withhis mouth working and an expression of panicon his face. Carmen shut the door behind herand looked neither at me nor at Agnes.She stalked Brody carefully, hertongue sticking out a little betweenher teeth. Brody took both hands outof his pockets and gesturedplacatingly at her. His eyebrows de-signed themselves into an odd assort-ment of curves and angles. Agnesturned the gun away from me andswung it at Carmen. I shot my handout and closed my fingers down hardover her hand and jammed mythumb on the safety catch. It wasalready on. I kept it on. There wasa short silent tussle, to which nei-ther Brody nor Carmen paid anyattention whatever. I had the gun.Agnes breathed deeply and shiveredthe whole length of her body.Carmen’s face had a bony scrapedlook and her breath hissed. Hervoice said without tone:

‘I want my pictures, Joe.’

Brody swallowed and tried togrin. ‘Sure, kid, sure.’ He said it in asmall flat voice that was as much likethe voice he had used to me as ascooter is like a ten-ton truck.

Carmen said: ‘You shotArthur Geiger. I saw you. I want mypictures.’ Brody turned green.

‘Hey, wait a minute, Carmen,’I called.

Blonde Agnes came to lifewith a rush. She ducked her head andsank her teeth in my right hand. Imade more noises and shook her off.

El timbre dejó de sonar y le siguió ungolpeteo rápido e impaciente sobre la ma-dera de la puerta. Brody metió la mano en elbolsillo y, con la pistola bien sujeta, se diri-gió hacia la puerta y la abrió con la manoizquierda. Carmen Sternwood lo empujó ha-cia el interior de la habitación por el proce-dimiento de ponerle un revólver pequeñosobre la morena boca enjuta.

Brody retrocedió moviendo laboca y con expresión de pánico enel rostro. Carmen cerró la puertasin mirarnos ni a Agnes ni a mí.Se acompasó cuidadosamente al rit-mo de [92]retroceso de Brody, mos-trando apenas la lengua entre los dien-tes. Brody se sacó las dos manos delos bolsillos e hizo un gesto apacigua-dor. Sus cejas dibujaron una extrañasucesión de curvas y ángulos. Agriesdejó de apuntarme y dirigió el armacontra Carmen. Intervine sujetándo-le la mano y metiendo el pulgar en elseguro. Comprobé que estaba puestoy lo dejé como estaba. Hubo un bre-ve forcejeo silencioso, al que ni Brodyni Carmen prestaron la menor atención.La pistola con cachas de hueso pasó ami poder. Agnes respiró hondo y todosu cuerpo se estremeció. El rostro deCarmen había adquirido un aspecto hue-sudo, de calavera, y su boca hacía unruido silbante al respirar. Cuando ha-bló, lo hizo sin entonación:

—Quiero las fotos, Joe.

Brody tragó saliva e intentó sonreír.—Claro, chiquilla, claro. —Lo dijo con una

vocecita inocua que se parecía tanto a la quehabía utilizado conmigo como un patinete aun camión de diez toneladas.

—Disparaste contra Arthur Geiger. Tevi. Quiero las fotos.

El rostro de Brody adquirió una tonalidad verdosa.

—Eh, Carmen, espere un minuto —exclamé.

La rubia Agnes entró en acción congran rapidez. Bajó la cabeza y me clavólos dientes en la mano derecha. Yo hiceun poco de ruido y conseguí soltarme.

El timbre dejó de sonar pero losustituyó un impaciente golpeteo denudillos en la madera. Brody se me-tió la mano en el bolsillo y, ponién-dola sobre el revólver, abrió la puertacon la mano izquierda. CarmenSternwood la empujó al mismo tiem-po que le ponía un pequeño revólverante los delgados labios morenos.

Brody se separó de ella movien-do la boca y con expresión de páni-co en el rostro. Carmen cerró la puer-ta tras ella y no miró a Agnes ni a mí.Acechaba a Brody cuidadosamente,con la lengua asomando un pocopor entre los dientes. Brody sacóambas manos de los bolsillos yempezó a hacer gestosapaciguadores. Agnes dejó deapuntarme para dirigir la pistolahacia Carmen. Estiré la mano conrapidez y cogí la de Agnes confuerza, introduciendo al propiotiempo el pulgar en el resorte delseguro. Estaba ya puesto y lo man-tuve así. Hubo un silencioso for-cejeo al cual ni Carmen ni Brodyle prestaron ni la menor atención.Yo ya tenía la pistola. Agnes res-piró hondamente y se estremeció.El rostro de Carmen tenía el as-pecto de un hueso pelado y su res-piración era silbante. Con vozinexpresiva, dijo:

—Quiero mis fotos, Joe.

Brody tragó saliva e intentó sonreír.—Claro, muchacha, claro.Habló con una vocecita desafina-

da que se parecía a la voz que utilizóconmigo

Carmen continuó:—Tú mataste a Geiger. Yo te vi.

Quiero mis fotos.Brody se puso verde.

—¡Eh, espere un minuto, Carmen!—grité.

La rubia Agnes volvió a la vida derepente. Bajó la cabeza y clavó susdientes en mi mano derecha, pero con-seguí sacudírmela.

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stalk 2 1 a tr. pursue or approach (game or an enemy) stealthily. b intr. steal up to game under cover. 2 intr. stride, walk in a stately or haughty manner. andar con paso airado [away, out], majestuoso, arrogante, pavoneándose (along), ofendido (off)

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‘Listen, kid,’ Brody said. ‘Lis-ten a minute

The blonde spat at me and threwherself on my leg and tried to bite that. Icracked her on the head with the gun, notvery hard, and tried to stand up. She rolleddown my legs and wrapped her armsaround them. I fell back on the davenport.The blonde was strong with the madnessof love or fear, or a mixture of both, ormaybe she was just strong.

Brody grabbed for the littlerevolver that was so close to his face.He missed. The gun made a sharprapping noise that was not very loud.The bullet broke glass in a folded-back french window. Brody groanedhorribly and fell down on the floorand jerked Carmen’s feet from underher. She landed in a heap and the littlerevolver went skidding off into acorner. Brody jumped up on his kneesand reached for his pocket.

I hit Agnes on the head withless delicacy than before, kicked heroff my feet, and stood up. Brodyflicked his eyes at me. I showed himthe automatic. He stopped trying toget his hand into his pocket.

‘Christ!’ he whined. ‘Don’tlet her kill me!’

I began to laugh. I laughed likean idiot, without control. Blonde Agneswas sitting up on the floor with her handsflat on the carpet and her mouth wide openand a wick of metallic blonde hair downover her right eye. Carmen was crawlingon her hands and knees, still hissing. Themetal of her little revolver glistenedagainst the baseboard over in the corner.She crawled towards it relentlessly.

I waved my share of theguns at Brody and said: ‘Stayput. You’re all right.’

I stepped past the crawlinggirl and picked the gun up. She lookedat me and began to giggle. I put hergun in my pocket and patted her onthe back. ‘Get up, angel. You look likea Pekinese.’

—Escucha, chiquilla —dijo Brody—.Escucha un momento...

La rubia me escupió, se lanzó sobremi pierna y trató de morderme. Le di enla cabeza con la pistola, no demasiadofuerte, y traté de ponerme en pie. Ella seabrazó a mis piernas y me desequilibró.Caí hacia atrás sobre el sofá. La furia delamor o del miedo, o una mezcla de lasdos cosas, le dio alas; aunque puede quefuera una mujer fuerte.

Brody trató de apoderarse del peque-ño revólver tan cercano a su cara, perofalló. El arma hizo un ruido seco, comoel de un martillazo, no muy intenso. Elproyectil rompió un panel de una ven-tana que estaba abierta. Brody gimióhorriblemente y, al derrumbarse, seabrazó a los pies de Carmen, que cayóhecha un ovillo, mientras el revólver sa-lía disparado hacia una esquina. Brodylogró ponerse de rodillas y echó manoal bolsillo.

Volví a golpear a Agnes en la cabezacon menos cuidado que la vez anterior, laaparté de una patada y me puse en pie.Brody me miró de reojo. Le enseñé la pis-tola automática y renunció a meterse lamano en el bolsillo.

—¡Jesús! —gimió—. ¡No deje que memate!

Me eché a reír. Reí como un idiota, inca-paz de controlarme. Agnes estaba sentadaen el suelo con las palmas de las manos so-bre la alfombra, la boca completamenteabierta y un mechón de cabellos de colorrubio platino sobre el ojo derecho. Carmencaminaba a cuatro patas y seguía haciendoun ruido silbante. El metal de su diminutorevólver brillaba contra el rodapié del rin-cón y hacia allí se dirigía ella sin desfallecer.

Agité mi parte de la artillería en direc-ción a Brody y le dije:

—No se mueva. No corre ningún peligro.

Pasé por encima de Carmen, que seguía arrastrán-dose, y recogí el revólver. La señorita Sternwood memiró y empezó a reír tontamente. Me guardé su armaen el bolsillo y le di unos golpecitos en la espalda.

—Levántese, cariño. Parece usted unperro pequinés.

—¡Escucha, niña —dijo Brody—,escucha un momento...

La rubia se tiró sobre mi pierna eintentó morderme. Le di con la pisto-la un golpe no muy fuerte en la cabe-za e intenté levantarme. Rodó a mispies y se me abrazó a las piernas. Caíde espaldas en el sofá. La rubia teníafuerza: sería por locura de amor, pormiedo, por una mezcla de ambos oquizá simplemente porque era fuerte.

Brody alargó la zarpa para apoderar-se del pequeño revólver que tenía tan cer-ca de la cara pero no lo consiguió. El re-vólver produjo un sonido agudo y seco,no muy fuerte. La bala rompió el cristalde una de las ventanas. Brody aulló terri-blemente, cayó al suelo y empujó los piesde Carmen con tanta violencia que la hizocaer como un fardo, mientras el revólverresbalaba hacia un rincón. Brody saltósobre sus rodillas y fue a meter la manoen el bolsillo.

Golpeé la cabeza de Agnes con menosdelicadeza que antes, la aparté de un pun-tapié y me incorporé. Brody se quedó mi-rándome y yo le mostré la pistola auto-mática e inmediatamente cesó en su in-tento de meter la mano en el bolsillo.

—¡Cristo! —chilló—. ¡No la dejeque me mate!

Me empecé a reír. Reía sin freno,como un idiota. La rubia Agnes estabasentada en el suelo con las palmas delas manos sobre la alfombra, la bocaabierta y un mechón de pelo rubio me-tálico caído sobre el ojo derecho. Car-men andaba a gatas, silbando entredientes. El metal de su revólver brilla-ba contra el rodapié del rincón y ella searrastraba con tesón hacia él.

Agité mi botín de pistolas y le ad-vertí a Brody:

—Estése tranquilo. Así está usted perfectamente.

Me adelanté a Carmen y cogíel revólver. Me miró y empezó asoltar risitas. Me lo guardé en el bolsilloy le di unas palmaditas en la espalda.

—Levántese, preciosa; parece us-ted un pequinés.

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I went over to Brody and putthe automatic against his midriff andreached his Colt out of his sidepocket. I now had all the guns that hadbeen exposed to view. I stuffed theminto my pockets and held my hand outto him.

‘Give.’

He nodded, licking his lips,his eyes still scared. He took a fatenvelope out of his breast pocket andgave it to me. There was a developedplate in the envelope and five glossyprints.

‘Sure these are all?’

He nodded again. I put theenvelope in my own breast pocket andturned away. Agnes was back on thedavenport, straightening her hair. Hereyes ate Carmen with a green distil-lation of hate. Carmen was up on herfeet too, coming towards me with herhand out, still giggling and hissing.There was a little froth at the cornersof her mouth. Her small white teethglinted close to her lips.

‘Can I have them now?’ sheasked me with a coy smile.

‘I’ll take care of them for you. Go on home.’‘Home?’

I went to the door and lookedout. The cool night breeze wasblowing peacefully down the hall. Noexcited neighbours hung out ofdoorways. A small gun had gone offand broken a pane of glass, but noiseslike that don’t mean much any more.I held the door open and jerked myhead at Carmen. She came towardsme, smiling uncertainly.

‘Go on home and wait forme,’ I said soothingly.

She put her thumb up. Thenshe nodded and slipped past me intothe hall. She touched my cheek withher fingers as she went by. ‘You’lltake care of Carmen, won’t you?’she said.

‘Check.’

Fui hasta Brody, le puse la au-tomática en la tripa y le saquéel Colt del bolsillo. Había reuni-do ya todas las armas esgrimi-das por los contendientes. Me lasguardé en los bolsillos y extendíla mano.

—Démelas.

Asintió con la cabeza y se pasó la len-gua por los labios, todavía con miedo enlos ojos. Luego sacó un voluminoso so-bre del bolsillo interior del pecho y me loentregó. Dentro había una placa reveladay cinco copias en papel brillante.

—¿Seguro que están todas?

Asintió de nuevo con la cabeza. Me guardéel sobre en el bolsillo del pecho y me di la vuel-ta. Agnes había vuelto al sofá y se arreglaba elpelo. Sus ojos devoraban a Carmen con [94]un verde destilado de odio. La señoritaSternwood también había recobrado la verti-calidad y se dirigía hacia mí con la mano ex-tendida, todavía entre risitas y ruidos silbantes.Tenía las comisuras de la boca ligeramentemanchadas de espuma. Y le brillaban los dien-tes, pequeños y muy blancos, entre los labios.

—¿No me las da? —me preguntó conuna sonrisa tímida.

—Las guardaré yo por usted. Váyase a casa.—¿A casa?

Fui hasta la puerta y miré fuera. El airefresco de la noche soplaba suavementepor el vestíbulo. No había ningún vecinoinquisitivo asomado a la puerta de su apar-tamento. Un arma de poco calibre se ha-bía disparado y había roto un cristal, peroruidos como ése no significan ya grancosa. Mantuve la puerta abierta e hice ungesto con la cabeza a Carmen, que vinohacia mí, sonriendo insegura.

—Vuelva a casa y espéreme —dije contono tranquilizador.

La señorita Sternwood recurrió una vezmás al pulgar. Luego asintió y pasó a milado para salir al vestíbulo. Pero me rozóla mejilla con los dedos al hacerlo.

—Cuidará usted de Carmen, ¿no escierto? —dijo.

—Claro.

Me acerqué a Brody y, poniéndole lapistola automática en el estómago, sa-qué el Colt de su bolsillo. Tenía aho-ra en mi poder todo el armamento quese había exhibido. Me metí en los bol-sillos todas las pistolas y le tendí lamano a Brody.

—Venga —le dije.

Asintió con la cabeza y todavía asus-tado se humedeció los labios con la len-gua. Cogió un grueso sobre de¡ bolsillointerior de su chaqueta y me lo dio. En elsobre había un negativo revelado y cincocopias en papel brillante.

—¿Seguro que están todas aquí?

De nuevo asintió con la cabeza.Me guardé el sobre y me volví paramarcharme. Agnes estaba en elsofá, arreglándose el cabello. Susojos, destilando odio, miraban aCarmen, que ya se había levantadoy venía hacia mí con la mano ex-tendida y riéndose aún con respira-ción silbante. Tenía un poco de es-puma en las comisuras de los labiosy sus pequeños dientes brillaban.

—¿Va a dármelas ahora? —preguntó, almismo tiempo que iniciaba una tímida sonrisa.

—Yo las cuidaré. Váyase a su casa.—¿A mi casa?

Abrí la puerta y miré. La brisafresca de la noche soplaba plácida-mente por el pasillo. No había na-die en las puertas. Un revólver pe-queño se había disparado y habíaroto un cristal, pero ruidos comoése ya no significaban nada. Dejéla puerta abierta y llamé con unaseña a Carmen, que vino hacia mícon sonrisa insegura.

—Váyase a casa y espéreme allí—dije, tratando de calmarla.

Levantó el pulgar, asintió con lacabeza y pasó delante de mí haciael pasillo. Al pasar, tocó mi mejillacon los dedos.

—Cuidará usted de Carmen, ¿ver-dad? —me dijo.

—¡Pues claro!

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‘You’re cute.’

‘What you see is nothing,’ Isaid. ‘I’ve got a Bali dancing girltattooed on my right thigh.’

Her eyes rounded. She said:‘Naughty,’ and wagged a finger at me.Then she whispered: ‘Can I have mygun?’

‘Not now. Later. I’ll bring itto you.’

She grabbed me suddenly aroundthe neck and kissed me on the mouth. ‘Ilike you,’ she said. ‘Carmen likes youa lot.’ She ran off down the hall asgay as a thrush, waved at me from thestairs and ran down the stairs out ofmy sight.

I went back into Brody’sapartment.

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I went over to the folded-backfrench window and looked at thesmall broken pane in the upper partof it. The bullet from Carmen’s gunhad smashed the glass like a blow. Ithad not made a hole. There was asmall hole in the plaster which a keeneye would find quickly enough. Ipulled the drapes over the broken pane andtook Carmen’s gun out of my pocket. It wasa Banker’s Special, 22 calibre, hollowpoint cartridges. It had a pearl grip,and a small round silver plate seti n t o t h e b u t t w a s e n g r a v e d :‘ C a r m e n f r o m O w e n ’ . S h em a d e s a p s o f a l l o ft h e m .

I put the gun back in mypocket and sat down close toBrody and stared into his bleakbrown eyes. A minute passed. Theblonde adjusted her face by the aidof a pocket mirror. Brody fumbledaround with a cigarette and jerked:‘Satisfied?’

—Es usted un encanto.

—Pues lo que se ve no es nada —res-pondí—. Llevo una bailarina de Bali ta-tuada en el muslo derecho.

Abrió mucho los ojos.—¡Qué pillo! —dijo, agitando un dedo

en mi dirección. Luego susurró—: ¿Meda el revólver?

—Ahora no. Más tarde. Se lo llevaré acasa.

De repente me sujetó por el cuello yme besó en la boca.

—Me gusta —dijo—. A Carmen le gusta usted muchísimo.Echó a correr vestíbulo adelante, tan

alegre como una alondra, me saludó alllegar a la escalera y empezó a bajarla atoda prisa.

Cuando dejé de verla regresé al apar-tamento de Brody.

Dieciséis

Me acerqué a la puerta—venta-na y examiné el pequeño panel decristal que se había roto en la partealta. El proyectil del revólver deCarmen no lo había agujereado sinohecho añicos. Había un agujerito enel yeso que un ojo perspicaz nota rda r í a en descubr ir. Corrí lascortinas sobre el cristal roto y saqué delbolsillo el revólver de Carmen. Era unBanker’s Special de calibre 22, con pro-yectiles de punta hueca. Tenía las cachasde nácar y en una plaquita redonda deplata en la culata estaba grabado: «ParaCarmen de Owen». La hija pequeña del ge-neral conseguía poner en ridículo a todos loshombres de su vida.

Después de guardarme el revólverme senté junto a Brody y le miré a losojos, llenos de desolación. Pasó un mi-nuto. La rubia se arregló el maquillajecon ayuda de un espejo de bolsillo.Brody jugueteó con un pitillo y final-mente preguntó con brusquedad:

—¿Satisfecho?

—Es usted encantador.

—Lo que usted ve no es nada —contesté—. Tengo una bailarina deBali tatuada en el muslo derecho.

Sus ojos se agrandaron.—¡Malo! —me dijo y agitó un dedo

hacia mí. A continuación murmuró—:¿Puedo llevarme mi revólver?

—Ahora, no; más tarde. Yo se lollevaré.

De repente me cogió del cuello yme besó en la boca.

—Me gusta usted; le gusta usted muchísimo a Carmen.Corrió por el pasillo más alegre

que un tordo; me dijo adiós con lamano al llegar a la escalera. La em-pezó a bajar corriendo y se perdió devista.

Volví al apartamento de Brody.

XVI

Me acerqué a la ventana y miréel cristal roto en la parte superior.La bala del pequeño revólver deCarmen lo había roto sin aguje-rearlo, como de un golpe. Había unpequeño agujero en la escayola,que cualquier vista aguda descu-briría rápidamente. Corrí las corti-nas sobre el cristal roto y saqué elrevólver de Carmen de mi bolsillo.Era un Banker especial, calibre 22,con balas de punta hueca. La cula-ta era de nácar y una plaquita deplata incrustada ten í a g r a b a d o :« C a r m e n , d e O w e n . » L o sv o l v í a l o c o s a t o -d o s .

Volví a guardarme el revól-ver y me senté junto a Brody,mirándole a los ojos. Pasó unminuto. La rubia se arreglabala cara con ayuda de un espe-jito de mano. Brody buscó uncigarrillo y grunó:

—¿Satisfecho?

X

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‘So far. Why did you put the biteon Mrs Regan instead of the old man?’

‘Tapped the old man once.About six, seven months ago. I figuremaybe he gets sore enough to call insome law.’

‘What made you think MrsRegan wouldn’t tell him about it?’

He considered that with somecare, smoking his cigarette andkeeping his eyes on my face. Finallyhe said: ‘How well you know her?’

‘I’ve met her twice. You mustknow her a lot better to take a chanceon that squeeze with the photo.’

‘She skates around plenty.I figure maybe she has a couple ofsoft spots she don’t want the oldman to know about. I figure shecan raise five grand easy.’

‘A little weak,’ I said. ‘Butpass it. You’re broke, eh?’

‘I been shaking two nickelstogether for a month, trying to getthem to mate.’

‘What you do for a living?’‘Insurance. I got desk rooms

in Puss Walgreen’s office, FulwiderBuilding, Western and Santa Monica.’

‘When you open up, you openup. The books here in yourapartment?’

He snapped his teeth and waved abrown hand. Confidence was oozing backinto his manner. ‘Hell, no. In storage.’

‘You had a man bring themhere and then you had a storage outfitcome and take them away again rightafterwards?’

‘Sure. I don’t want themmoved direct from Geiger’s place, doI?’

—De momento. ¿Por qué le enseñó el ceboa la señora Regan en lugar de al general?

—A él ya le pedí dinero en una oca-sión. Hará unos seis o siete meses. Temíque se enfadara lo bastante como para lla-mar a la policía.

—¿Qué le hizo pensar que la señoraRegan no acudiría a su padre?

Se lo pensó con cierto cuidado, fuman-do el cigarrillo y sin quitarme los ojos deencima.

—¿La ha tratado mucho? —preguntó finalmente.

—La he visto dos veces. Usted debeconocerla mucho mejor que yo paraarriesgarse a chantajearla con esa foto.

—Anda bastante de picos pardos. Seme ocurrió que quizá tenga un par de pun-tos débiles de los que no quiere que seentere el viejo. Imagino que puede con-seguir cinco grandes sin despeinarse. [96]

—No muy convincente —dije—. Perolo dejaremos pasar. Está usted sin blanca, ¿no es eso?

—Llevo un mes meneando un par demonedas para ver si consigo que se re-produzcan.

—¿Cómo se gana la vida?—Seguros. Tengo un despacho en las

oficinas de Puss Walgreen, edificioFulwider, Western y Santa Mónica.

—Cuando se decide a hablar, ha-bla. ¿Los libros están en el apartamen-to?

Chasqueó los dientes y agitó una mano more-na. Volvía a sentirse lleno de confianza.

—Ni hablar. En el almacén.

—¿Hizo que un tipo se los trajera aquíe inmediatamente después llamó a unaempresa de almacenaje para que se losllevaran?

—Claro. No quería que desde el localde Geiger fueran directamente allí, ¿nole parece?

—Hasta ahora, sí. ¿Por qué le echó el anzuelo ala señora Regan en lugar de echárselo al viejo?

—Ya le di el sablazo una vez, haceseis o siete meses; me figuré que po-dría llegar a molestarse bastante y lla-mar a la poli.

—¿Y qué le hizo pensar que la se-ñora Regan no lo haría?

Me examinó con cuidado, fuman-do el cigarrillo sin quitarme los ojosde encima. Finalmente, preguntó:

—¿La conoce usted mucho?

—He hablado con ella dos veces. Sin embargo,usted debe de conocerla bastante mejor para correrel riesgo de ese chantaje con las fotos.

—Anda bastante por ahí, y me fi-guro que tiene un par de puntos fla-cos de los que no quiere que se ente-re el viejo. Creo que hubiera podidoconseguir fácilmente cinco grandes.

—Un poco flojo el argumento —dije—, peropase... Está usted en quiebra, ¿eh?

—Me he pasado un mes enteroagitando dos monedas a ver si cria-ban.

—¿Y de qué vive?—Seguros. Tengo despachos en la

oficina de Puss Walgreen, en el edifi-cio Fulwider, Oeste y Santa Mónica.

—Vaya, cuando se mete en nego-cios lo hace de lleno. ¿Tiene los li-bros aquí en la casa?

Hizo sonar los dientes y ejecutó un amplio ademán con lamano. La confianza renacía de nuevo en sus movimientos.

—¡Diablos, no! En un almacén.

—¿Hizo que un hombre los traje-ra aquí y luego que viniera un equipode una empresa de almacenaje paraque se los llevaran inmediatamente?

—Por supuesto. No quería que lostransportaran directamente del localde Geiger.

ooze 1 1 intr. (of fluid) pass slowly through the pores of a body. 2 intr. trickle or leak slowly out. 3 intr. (of a substance) exude moisture. 4 tr. exude or exhibit (afeeling) liberally (oozed sympathy). 1 a sluggish flow or exudation. 2 an infusion of oak-bark or other vegetable matter, used in tanning.

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‘You’re smart,’ I saidadmiringly. ‘Anything incriminatingin the joint right now?’

He looked worried again. Heshook his head sharply.

‘That’s fine,’ I told him. I lookedacross at Agnes. She had finished fixingher face and was staring at the wall, blank-eyed, hardly listening. Her face had thedrowsiness which strain and shock induce,after their first incidence.

Brody flicked his eyes warily.‘Well?’

‘How’d you come by the photo?’

He scowled. ‘Listen, you gotwhat you came after, got it plentycheap. You done a nice neat job. Nowgo peddle it to your top man. I’mclean. I don’t know nothing about anyphoto, do I, Agnes?’

The blonde opened her eyesand looked at him with vague butuncomplimentary speculation. ‘Ahalf-smart guy,’ she said with a tiredsniff. ‘That’s all I ever draw. Neveronce a guy that’s smart all the wayaround the course. Never once.’

I grinned at her. ‘Did Ihurt your head much?’

‘You and every other man Iever met.’

I looked back at Brody. Hewas pinching his cigarette betweenhis fingers, with a sort of twitch. Hishand seemed to be shaking a little. Hisbrown poker face was still smooth.

‘We’ve got to agree on astory,’ I said. ‘For instance, Carmenwasn’t here. That’s very important.She wasn’t here. That was a visionyou saw.’

‘Huh!’ Brody sneered. ‘If yousay so, pal, and if -’ he put his handout palm up and cupped the fingersand rolled the thumb gently againstthe index and middle fingers.

—Es usted listo —dije con tonoadmirativo—. ¿Algo comprometedoraquí ahora mismo?

Volvió a tener aire preocupado, peronegó enérgicamente con la cabeza.

—Eso está bien —le dije. Me volvípara mirar a Agnes. Había terminado dearreglarse la cara y miraba hacia la pa-red, los ojos vacíos, sin escuchar apenas.Su rostro tenía el aire de estupor que pro-vocan la tensión y el shock nervioso.

Brody parpadeó indeciso.—¿Qué más quiere saber?—¿Cómo tiene esa foto en su poder?

Hizo una mueca.—Escuche: ha conseguido lo que vino a buscar

y le ha salido muy barato. Ha hecho un buen traba-jo. Ahora vaya a vendérselo a su jefe. Yo estoylimpio. No sé nada acerca de ninguna foto, ¿no escierto, Agnes?

La rubia abrió los ojos y lo miró ha-ciendo unos cálculos poco precisos peroque nada tenían de admirativos.

—Tipos que sólo son listos a medias —dijocon un cansado resoplido—. Eso es lo únicoque consigo. Nunca un tipo que sea listo deprincipio a fin. Ni una sola vez.

La obsequié con una sonrisa.—¿Le he hecho mucho daño?

—Usted y todos los hombres que heconocido.

Me volví a mirar a Brody. Su manerade apretar el cigarrillo tenía algo de ticnervioso. Parecía que le temblaba un pocola mano. Pero su rostro moreno de juga-dor de póquer se mantenía sereno.

—Hemos de ponernos de acuerdo acer-ca de la historia que vamos a contar —dije—. Carmen, por ejemplo, no ha esta-do aquí. Eso es muy importante. No haestado aquí. Usted ha tenido una visión.

—¡Vaya! —dijo Brody con tono des-pectivo—. Si usted lo dice, amigo, y si...—extendió la mano con la palma haciaarriba y procedió a frotar suavemente elpulgar contra los dedos índice y corazón.

—Es usted listo —dije con admi-ración—. ¿Alguna complicación has-ta este momento?

Parecía preocupado de nuevo peronegó con la cabeza.

—¡Estupendo! —dije.Miré a Agnes. Había terminado de

arreglarse y miraba la pared, escu-chando apenas. Su rostro tenía la som-nolencia que dejan la tensión y el so-bresalto, pasado el primer momento.

Brody parpadeó cautelosamente.—¿Y bien?—¿Cómo se hizo con la foto?

Puso mala cara.—Escuche... ha conseguido lo que venía bus-

cando y, además, barato; así que ha hecho un boni-to trabajo. Ahora vaya y véndaselo a su jefe. Estoylimpio. No sé nada de ninguna foto, ¿verdad,Agnes?

La rubia abrió los ojos y le mirócon vaga pero descortés condescen-dencia.

—Un tipo listo... a medias —dijo, suspi-rando con cansancio—. Esto es siempre lo queconsigo. No hay uno solo que sea listo hastael final. Ni una sola vez sucede.

Le sonreí.—¿Le hice daño en la cabeza?

—Usted y todos los hombres conquienes me he tropezado.

Volví a mirar a Brody. Estabapellizcando nerviosamente el ci-garrillo. Su mano Parecía tem-blar ligeramente. Su cara more-na seguía impasible.

—Tenemos que ponernos deacuerdo sobre un testimonio —dije—. Por ejemplo: Carmen no estuvo aquí.Esto es muy importante. No estuvoaquí. Fue un sueño que usted tuvo.

—¡Huy .. . ! —gruñó Brodyburlonamente—. Si usted lo dice,amigo, y si... —extendió la mano yfrotó elocuentemente el pulgar con elíndice____________ .

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I nodded. ‘We’ll see. Theremight be a small contribution. Youwon’t count it in grands, though. Nowwhere did you get the picture?’

‘A guy slipped it to me.’

‘Uh-huh. A guy you just passedin the street. You wouldn’t know himagain. You never saw him before.’

Brody yawned. ‘It droppedout of his pocket,’ he said.

‘Uh-huh. Got an alibi for lastnight, poker pan?’

‘Sure. I was right here. Agneswas with me. Okey, Agnes?’

‘I’m beginning to feel sorryfor you again,’ I said.

His eyes flicked wide and hismouth hung loose, the cigarettebalanced on his lower lip.

‘You think you’re smart andyou’re so goddamned dumb,’ I toldhim. ‘Even if you don’t dance off upin Quentin, you have such a bleaklong lonely time ahead of you.’

His cigarette jerked anddropped ash on his waistcoat.

‘Thinking about how smartyou are,’ I said.

‘Take the air,’ he growledsuddenly. ‘Dust. I got enoughchinning with you. Beat it.’

‘Okey.’ I stood up and wentover to the tall oak desk and tookhis two guns out of my pockets, laidthem side by side on the blotter sotha t the bar re l s were exac t lyparallel. I reached my hat off thefloor beside the davenport andstarted for the door.

Brody called: ‘Hey!’I turned and waited. His

cigarette was jiggling like a doll on acoiled spring. ‘Everything’s smooth,ain’t it?’ he asked.

Asentí con la cabeza.—Veremos. Quizá haya una pequeña re-

compensa. Pero no piense en contarla por mi-les. Ahora dígame, ¿cómo consiguió la foto?

—Me la pasó un tipo.

—Claro. Un tipo con el que se cruzócasualmente por la calle. No sería capazde reconocerlo. No lo había visto nunca.

Brody bostezó.—Se le cayó del bolsillo —dijo.

—Ya. ¿Dispone de una coartada paraayer por la noche, cara de póquer?

—Claro. Estuve aquí. Y Agnes con-migo. ¿No es cierto, Agnes?

—Está empezando a darme pena otravez —dije.

Se le dilataron mucho los ojos y se leabrió la boca, el pitillo en equilibrio so-bre el labio inferior.

—Se cree listo cuando en realidad esmás tonto que mandado a hacer de encar-go —le dije—. Incluso aunque no lleguena colgarlo en San Quintín, le esperan unosaños muy largos y muy solitarios.

El cigarrillo sufrió una sacudida y partede la ceniza se le cayó sobre el chaleco.

—En los que tendrá tiempo para pen-sar en lo listo que es —dije.

—Váyase al diablo —gruñó de repente—.Con la música a otra parte. Ya hemos habladomás que suficiente. Ahueque el ala.

—De acuerdo. —Me puse en pie, fuihasta la mesa de roble, saqué del bolsillolas dos pistolas que le pertenecían y lascoloqué una al lado de otra sobre el se-cante, de manera que los dos cañones es-tuvieran perfectamente paralelos. Reco-gí mi sombrero del suelo, al lado del sofá,y me dirigí hacia la puerta.

—¡Eh! —me llamó Brody.Me volví hacia él y esperé. Su pitillo se movía

como una marioneta al extremo de un muelle.—Todo en orden, ¿no es cierto? —pre-

guntó.

Asentí con la cabeza.—Veremos. Puede haber una pequeña retri-

bución, aunque no la contará en grandes. Ahora,dígame: ¿dónde consiguió la fotografía?

—Un fulano me la pasó.

—¡Pchs, pchs ... ! Un fulano que secruzó con usted en la calle. No lo cono-cería si lo viera. Nunca lo vio antes.

Brody bostezó.—Se le cayó del bolsillo —apuntó.

—Sí, sí, eso es. ¿Tiene usted una coar-tada para lo de anoche, cara de palo?

—Claro. Estuve aquí mismo. Agnesestaba conmigo. ¿De acuerdo, Agnes?

—Estoy empezando otra vez a sen-tir lástima de usted.

Abrió los ojos y se quedó con laboca abierta y el cigarrillo colgandodel labio inferior.

— Se cree listo y es de lo másidiota —continué—. Si no loahorcan en San Quintín, tendráuna larga temporada de sombríasoledad por delante.

El cigarrillo dio una sacudida y la ce-niza se le derramó sobre el chaleco.

—Pensando en lo listo que es us-ted...

—Vaya a tomar vientos —gruñóBrody de repente—. ¡Largo! Ya he-mos hablado bastante. ¡Lárguese!

—¡De acuerdo!Me levanté y me dirigí al escrito-

rio; saqué del bolsillo las dos armasde Brody y las puse sobre el secante,una al lado de la otra, de modo quelos cañones estuvieran paralelos. Cogími sombrero del suelo, al lado delsofá, y me dirigí hacia la puerta.

Brody llamó:—¡Eh!Me volví y esperé. Su cigarrillo se

movía como una muñeca de muelles.—Todo está bien, ¿no? —preguntó.

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‘Why, sure. This is a freecountry. You don’t have to stay outof jail, if you don’t want to. That is,if you’re a citizen. Are you a citizen?’

He just stared at me, jigglingthe cigarette. The blonde Agnes turnedher head slowly and stared at me alongthe same level. Their glancescontained almost the exact same blendof foxiness, doubt and frustrated anger.Agnes reached her silvery nails upabruptly and yanked a hair out of herhead and broke it between her fingerswith a bitter jerk.

B r o d y s a i d t i g h t l y :‘You’re not going to any cops,brother. Not if i t’s the Sternwoodsyou’re working for. I’ve got too muchstuff on that family. You got yourpictures and you got your hush. Goand peddle your papers.’

‘Make your mind up,’ I said.‘You told me to dust, I was on my wayout, you hollered at me and I stopped,and now I’m on my way out again. Isthat what you want?’

‘You ain’t got anything onme,’ Brody said.

‘Just a couple of murders.Small change in your circle.’

He didn’t jump more than aninch, but it looked like a foot. Thewhite cornea showed all around thetobacco-coloured iris of his eyes. Thebrown skin of his face took on agreenish tinge in the lamplight.

Blonde Agnes let out a lowanimal wail and buried her head in acushion on the end of the davenport.I stood there and admired the long lineof her thighs.

Brody moistened his lipsslowly and said: ‘Sit down, pal.Maybe I have a little more for you.What’s that crack about two murdersmean?’

I leaned against the door.‘Where were you last night aboutseven thirty, Joe?’

—Sí, claro. Estamos en un país libre.No tiene por qué seguir fuera de la cárcelsi no quiere. Es decir, si tiene la naciona-lidad. ¿La tiene?

Se me quedó mirando, moviendoel pitillo. La rubia Agnes volvió lacabeza y también me miró de lamisma manera. Sus ojos albergabancasi exactamente la misma mezclade astucia, duda y cólera conteni-da. Alzó bruscamente las uñas pla-teadas, se arrancó un cabello y lorompió entre los dedos con un ti-rón brutal.

—No va a ir con el cuento a lospolis, hermano. No lo va a hacer siestá trabajando para los Sternwood.Sé demasiadas cosas de esa familia.Ya tiene las fotos y la promesa deque no vamos a hablar. Vaya a ven-der lo que ha conseguido.

—Aclárese de una vez —dije—. Meha dicho que me vaya y ya estaba salien-do cuando me ha llamado; y ahora estoyotra vez camino de la calle. ¿Es eso loque quiere?

—No tiene nada contra mí —dijoBrody. [99]

—Sólo un par de asesinatos. Nada im-portante en su círculo.

No saltó más allá de dos centímetros,pero parecieron treinta. El blanco de lacórnea apareció ampliamente en torno alos iris de color tabaco. La piel morenade su rostro adquirió una tonalidad ver-dosa a la luz de la lámpara.

La rubia Agnes dejó escapar un roncogemido animal y enterró la cabeza en uncojín al extremo del sofá. Por mi parteseguí donde estaba y admiré la larga si-lueta de sus muslos.

Brody se humedeció lentamente los la-bios y dijo:

—Siéntese, amigo. Quizá tenga un po-quito más que ofrecer. ¿Qué significa esechiste sobre dos asesinatos?

Me apoyé contra la puerta.—¿Dónde estaba anoche hacia las sie-

te y media, Joe?

—Pues claro. Este es un país libre.Usted no tiene por qué permanecer fuerade la cárcel si no quiere. Es decir, si esusted un ciudadano. ¿Es ciudadano?

Se quedó mirándome y mo-viendo el cigarrillo. La rubiaAgnes volvió la cabeza lenta-mente y me dirigió una mirada.Los ojos de ambos contenían unamezcla de astucia, duda y rabiacontenida. Bruscamente, Agnesse arrancó un cabello con lasuñas plateadas y lo partió conuna amarga sacudida.

Brody dijo por fin:—No va a ir a la poli, hermano.

No lo hará si es para los Sternwoodpara quienes está trabajando. Sé de-masiado de esa familia y usted ha con-seguido las fotos y el silencio. Lár-guese y venda sus papeles.

—Decídase —dije—. Me dijo queme largase y estaba a punto de hacer-lo; me chilló y me paré. Ahora estoyde nuevo camino de la puerta. ¿Es esolo que quiere?

—Nada tiene usted contra mí —me contestó.

—Sólo un par de asesinatos. Pocacosa en sus círculos.

No saltó más de dos centímetros, perofue como si hubiera dado un salto demedio metro. La córnea blanca asomó porcompleto alrededor del iris color tabacode sus ojos. Su cutis moreno tomó un tin-te verdoso bajo la lámpara.

La rubia Agnes dejó escapar un ge-mido brutal y escondió la cara en uncojín que había en un extremo delsofá. Me mantuve quieto y admiré lalínea alargada de sus muslos.

Brody humedeció sus labios len-tamente y me dijo:

—Siéntese, amigo. Quizá tengaalgo más para usted. ¿Qué significaese chiste de los dos asesinatos?

Me recosté contra la puerta y le pregunté:—¿Dónde estaba anoche a las sie-

te y media?

yank pull with a jerk, tirar de; they yanked her bag out of her hand, la arrancaron el bolso de la mano; (diente) arrancar

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His mouth drooped sulkilyand he stared down at the floor. ‘I waswatching a guy, a guy who had a niceracket I figured he needed a partnerin. Geiger. I was watching him nowand then to see had he any toughconnections. I figure he has friendsor he don’t work the racket as openas he does. But they don’t go to hishouse. Only dames.’

‘You didn’t watch hardenough,’ I said. ‘Go on.’

‘I’m there last night on thestreet below Geiger’s house. It’s raininghard and I’m buttoned up in my coupéand I don’t see anything. There’s a carin front of Geiger’s and another car alittle way up the hill. That’s why I staydown below. There’s a big Buick parkeddown where I am and after a while I goover and take a gander into it. It’sregistered to Vivian Regan. Nothinghappens, so I scram. That’s all.’ Hewaved his cigarette. His eyes crawledup and down my face.

‘Could be,’ I said. ‘Knowwhere that Buick is now?’

‘Why would I?’‘In the Sheriff’s garage. It

was lifted out of twelve feet ofwater off Lido fish pier thismorning. There was a dead manin it. He had been sapped and thecar pointed out the pier and thehand throttle pulled down.’

Brody was breathing hard.One of his feet tapped restlessly.‘Jesus, guy, you can’t pin that one onme,’ he said thickly.

‘Why not? This Buick was downback of Geiger’s according to you. Well,Mrs Regan didn’t have it out. Her chauf-feur, a lad named Owen Taylor, had it out.He went over to Geiger’s place to havewords with him, because Owen Taylor wassweet on Carmen, and he didn’t like thekind of games Geiger was playing with her.He let himself in the back way with a jimmyand a gun and he caught Geiger taking aphoto of Carmen without any clothes on.So his gun went off, as guns will, andGeiger fell down dead and Owen ran away,but not without the photo negative Geigerhad just taken. So you ran after him andtook the photo from him. How else wouldyou have got hold of it?’

Se le cayó la boca, incapaz de ocultarel mal humor, y se puso a mirar al suelo.

—Estaba vigilando a un tipo; un tipo con untinglado muy apetitoso y que, en mi opinión, nece-sitaba un socio. Geiger. Lo vigilaba de cuando encuando para ver si tenía relaciones con algún pezgordo. Supuse que no le faltaban amigos porque,de lo contrario, no llevaría el negocio de una ma-nera tan pública. Pero esos amigos no aparecíanpor su casa. Sólo iban prójimas.

—No le vigiló lo bastante —comen-té—. Siga.

—Estuve allí anoche, una calle por de-bajo de la casa de Geiger. Diluviaba, mepuse a cubierto en mi cupé y no veía nada.Había un coche delante de la casa deGeiger y otro un poco más arriba. Por esome quedé abajo. También había un Buickde gran tamaño estacionado en el mismositio que yo, y al cabo de un rato fui aecharle una ojeada. Matrícula a nombrede Vivian Regan. No pasó nada, de ma-nera que me largué. Eso es todo. —Agitóel cigarrillo. Sus ojos se arrastraron arri-ba y abajo por mi cara.

—Podría ser —dije—. ¿Sabe dónde seencuentra ahora ese Buick?

—¿Por qué tendría que saberlo? [100]—En el garaje del sheriff Lo sacaron

esta mañana del agua; estaba cerca delmuelle de pesca de Lido a cuatro metrosde profundidad. Dentro había un muerto.Le atizaron con una cachiporra, coloca-ron el coche para que saltara al agua ybloquearon el acelerador de mano.

Brody empezó a respirar mal. Con unpie golpeó el suelo nerviosamente.

—Dios santo, hermano, no me puedecolgar eso a mí —dijo con dificultad.

—¿Por qué no? Ese Buick estaba muy cerca dela casa de Geiger según su propio testimonio. Locierto es que no lo sacó la señora Regan. Lo hizosu chófer, un muchacho llamado Owen Taylor, quese acercó al domicilio de Geiger para tener unaspalabras con él, porque Owen Taylor estaba cola-do por Carmen y no le gustaba la clase de pasa-tiempos a los que Geiger jugaba con ella. Graciasa una ganzúa consiguió entrar por la puerta traseracon una pistola en la mano y sorprendió a Geigerhaciendo una foto de Carmen en cueros. De mane-ra que se le disparó el arma, como suele sucederen esos casos, Geiger cayó muerto y Owen saliócorriendo, pero no sin llevarse antes el negativo dela foto que Geiger acababa de hacer. De maneraque usted corrió tras él y le quitó la foto. ¿Cómo,si no, pudo llegar a su poder?

Hizo una mueca con la boca y sequedó mirando fijamente el suelo.

—Estaba vigilando a un fulano, un tipoque tenía un bonito negocio y yo me figuré quenecesitaba un socio: a Geiger. Le vigilaba devez en cuando para averiguar si tenía algunaconexión firme. Pensaba: tendrá amigos, por-que si no, no explotaría el negocio tan abierta-mente como lo hace. Pero éstos no van a su casa;sólo van señoras.

—No vigiló lo suficiente —dije—. Siga.

—Estaba anoche allí, en la calle que haydetrás de la casa de Geiger. Estaba lloviendofuerte y permanecí encerrado en mi cupé yno veía nada. Había un coche frente a la casade Geiger y otro un poco más arriba y, porello, me quedé abajo. También había un Buickgrande aparcado cerca del mío y al que fui aecharle un vistazo después de un rato. Esta-ba registrado a nombre de Vivian Regan.Como nada de particular ocurría, me largué.Eso es todo. Hizo un ademán con el cigarri-llo al tiempo que sus ojos recorrían mi rostrode arriba abajo.

—Es posible —dije—. ¿Sabe dón-de está el Buick ahora?

—¿Por qué iba a saberlo?—En el garaje del sheriff. Esta ma-

ñana lo sacaron del dique del Lido,donde se hallaba bajo unos cuatrometros de agua. Había un hombremuerto dentro. Fue golpeado y el co-che estaba mirando al dique y con lapalanca del freno bajada.

La respiración de Brody se hizo más fuerte. Unode sus pies golpeaba el suelo incesantemente.

—Jesús! No puede colocarme esoa mí —dijo con voz ronca.

—¿Por qué no? El Buick, según usted, es-taba en la parte trasera de la casa de Geiger;pues bien, la señora Regan no lo llevaba, sinosu chófer , un muchacho llamado OwenTaylor, que fue a casa de Geiger para hablarunas palabras con él, porque Owen Taylor lehacía la corte a Carmen y no le gustaba eljuego que Geiger se traía con ella. Entró porla puerta trasera con una llave inglesa y unapistola y sorprendió a Geiger sacándole unafoto a Carmen sin ninguna ropa encima. Supistola funcionó como es usual en toda pis-tola, y Geiger cayó muerto. Owen huyó, perono sin llevarse el negocio de la foto que aca-baba de tomar Geiger. Usted corrió tras él yle quitó el negativo. ¿Cómo, si no, se hubie-ra apoderado de él?

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Brody licked his lips. ‘Yeah,’he said. ‘But that don’t make meknock him off. Sure, I heard the shotsand saw this killer come slammingdown the back steps into the Buickand off. I took out after him. He hitthe bottom of the canyon and wentwest on Sunset. Beyond Beverly Hillshe skidded off the road and had to stopand I came up and played copper. Hehad a gun but his nerve was bad and Isapped him down. So I went throughhis clothes and found out who he wasand I lifted the platcholder, just out ofcuriosity. I was wondering what it wasall about and getting my neck wet whenhe came out of it all of a sudden andknocked me off the car. He was out ofsight when I picked myself up. That’sthe last I saw of him.’

‘How did you know it wasGeiger he shot?’ I asked gruffly.

Brody shrugged. ‘I figure itwas, but I can be wrong. When I hadthe plate developed and saw what wason it, I was pretty damn sure. Andwhen Geiger didn’t come down to thestore this morning and didn’t answerhis phone I was plenty sure. So Ifigure it’s a good time to move hisbooks out and make a quick touch onthe Sternwoods for travel money andblow for a while.’

I nodded. ‘That seemsreasonable. Maybe you didn’t murderanybody at that. Where did you hideGeiger’s body?’

He lifted his eyebrows. Thenhe grinned. ‘Nix, nix. Skip it. Youthink I’d go back there and handlehim, not knowing when a couplecarloads of law would come tearingaround the corner? Nix.’

‘Somebody hid the body,’ I said.

Brody shrugged. The grinstayed on his face. He didn’t believeme. While he was still not believingme the door buzzer started to ringagain. Brody stood up sharply, hard-eyed. He glanced over at his guns onthe desk.

Brody se humedeció los labios.—Sí —dijo—. Pero eso no quiere decir

que lo mandara al otro barrio. Es cierto; oílos disparos y vi al asesino que bajaba co-rriendo las escaleras, se metía en el Buick yarrancaba. De manera que lo seguí. Fue atoda velocidad hasta el final de la pendientey siguió hacia el oeste por Sunset. Más alláde Beverly Hills se salió de la carretera ytuvo que pararse; yo me acerqué e hice depolizonte. El chico tenía un arma, pero esta-ba muy nervioso, de manera que lo puse fue-ra de combate. Lo registré, me enteré dequién era y le quité el bastidor con la placafotográfica por pura curiosidad. Estaba pre-guntándome a qué venía todo aquello yponiéndome como una sopa cuando re-vivió de repente y me tiró del coche.Ya había desaparecido cuando me le-vanté. No volví a verlo.

—¿Cómo supo que había disparado contraGeiger? —le pregunté, poco convencido.

Brody se encogió de hombros.—Fue lo que pensé, aunque podría haber-

me equivocado. Cuando hice revelar la placay vi de quién era la fotografía, no me quedaronmuchas dudas. Y al no presentarse Geiger enla tienda por la mañana, ni responder al teléfo-no, tuve la seguridad total. De manera que mepareció un buen momento para llevarme loslibros, dar un toque rápido a los Sternwoodpara el dinero del viaje y desaparecer duranteuna temporada.

Asentí con la cabeza.—Parece razonable. Quizá no asesina-

ra usted a nadie después de todo. ¿Dóndeescondió el cuerpo de Geiger?

Brody alzó las cejas. Luego sonrió.—Nada de nada. ¡Olvídelo! ¿Le parece que iba

a volver allí para hacerme cargo del cadáver, sinsaber cuándo un par de coches llenos de polizon-tes iban a aparecer dando la vuelta a la esquina atoda velocidad? Ni hablar.

—Alguien escondió el cuerpo —dije.

Brody se encogió de hombros. No sele borró la sonrisa de la cara. No me creía.Aún seguía sin creerme cuando el timbrede la puerta empezó otra vez a sonar.Brody se puso en pie al instante, el gestoendurecido. Lanzó una mirada a las pis-tolas, encima de la mesa.

Brody humedeció sus labios.—Sí —contestó—, pero eso no

quiere decir que lo despachara. Oí lostiros y vi al asesino bajar por la esca-lera trasera, meterse en el Buick y lar-garse. Le seguí. Cuando llegó al fon-do del cañón, giró al oeste, haciaSunset. Detrás de Beverly Hillsse deslizó fuera de la carretera y tuvoque parar. Yo me acerqué entonces,fingiéndome policía. Él tenía pisto la,pero estaba nervioso y le golpeé en lacabeza. Le registré, averigüé quiénera y, por pura curiosidad, le hurté elnegativo. Me estaba preguntando dequé se trataría y calándome el pescue-zo, cuando volvió en sí y me apartódel coche de un puñetazo. Cuando melevanté, había desaparecido. No levolví a ver más.

—¿Y cómo sabía que había matado aGeiger? —pregunté ásperamente.

Brody se encogió de hombros.—Me figuré que había sido él, pero pude

haberme equivocado. Cuando revelé el nega-tivo y vi lo que había allí, estuve bastanteseguro; al no acudir Geiger a la oficina estamañana ni contestar al teléfono, ya no tuvela menor duda. Por eso calculé que era el mo-mento más oportuno para trasladar los librosy establecer un rápido contacto con losSternwood, a fin de obtener pasta para unviaje y desaparecer una temporada.

Asentí.—Eso parece razonable. Quizá no

haya asesinado a nadie. ¿Dónde es-condió el cuerpo de Geiger?

Levantó las cejas; después sonrió.—Ni hablar de eso, hombre. A otra cosa.

¿Cree usted que iba a volver allí y moverlosin saber si de un momento a otro iban a apa-recer por la esquina dos coches llenos de po-licías? Ni pensarlo.

—Alguien escondió el cadáver —afirmé.

Brody se encogió de hombros. La son-risa seguía en su rostro. No me creía.Mientras se hallaba así, el timbre de lapuerta empezó a sonar. Brody se levantóbruscamente. Los ojos se le endurecieron.Echó una mirada a sus armas que seguíansobre el escritorio.

skidded escurrirse, derrapar, rebalar, patinar

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‘So she’s back again,’ he growled.‘If she is, she doesn’t have her

gun,’ I comforted him. ‘Don’t youhave any other friends?’

‘Just about one,’ he growled. ‘Igot enough of this puss-in-the-cornergame.’ He marched to the desk and tookthe Colt. He held it down at his side andwent to the door. He put his left hand tothe knob and twisted it and opened thedoor a foot and leaned into the opening,holding the gun tight against his thigh.

A voice said: ‘Brody?’

Brody said something I didn’thear. The two quick reports weremuffled. The gun must have beenpressed tight against Brody’s body.He tilted forward against the door andthe weight of his body pushed it shutwith a bang. He slid down the wood.His feet pushed the carpet awaybehind him. His left hand dropped offthe knob and the arm slapped the floorwith a thud. His head was wedgedagainst the door. He didn’t move. TheColt clung to his right hand.

I jumped across the roomand rolled him enough to get thedoor open and crowd through. Awoman peered out of a door almostopposite. Her face was full of frightand she pointed along the hall witha clawlike hand.

I raced down the hall andheard thumping feet going down thetile steps and went down after thesound. At the lobby level the frontdoor was closing itself quietly andrunning feet slapped the pavementoutside. I made the door before it wasshut, clawed it open again andcharged out.

A tall hatless figure in aleather jerkin was running diagonallyacross the street between the parkedcars. The figure turned and flamespurted from it. Two heavy hammershit the stucco wall beside me. Thefigure ran on, dodged between twocars, vanished.

—De manera que ha vuelto —gruñó.—Si es la señorita Sternwood está sin

revólver —le consolé¿No podría ser al-gún otro amigo suyo?

—Sólo uno que yo sepa —gruñó—. Ya está bien de jugar al escondite. —Se dirigió al escritorio y se apoderó delColt. Se lo pegó al costado y fue haciala puerta. Puso la mano izquierda enel pomo, lo giró, abrió unos treinta cen-tímetros y se asomó, manteniendo elarma pegada al muslo.

—¿Brody? —dijo una voz. [102]

El aludido dijo algo que no oí. Las dosrápidas detonaciones quedaron ahogadas.El arma debía de presionar con fuerza elcuerpo de Brody al hacer los disparos. Lavíctima se inclinó hacia adelante contra lapuerta; el cuerpo, con su peso, la cerró degolpe, deslizándose luego hasta el suelo demadera. Los pies empujaron la alfombra,apartándola. La mano izquierda soltó elpomo y el brazo golpeó el suelo con unruido sordo. La cabeza permaneció erguida con-tra la puerta. No hizo ningún otro movimiento.El Colt le colgaba de la mano derecha.

Salté, atravesando la habitación, y apar-té el cuerpo lo suficiente para poder abrirla puerta y salir con dificultad al vestíbulo.Una mujer estaba asomada casi enfrente.Su rostro reflejaba un miedo muy inten-so y —con una mano que tenía algo degarra— señaló el extremo del vestíbulo.

Corrí hacia la escalera, oí un fuerte ruidode pasos que descendían los escalones debaldosines y me lancé en su persecución.Cuando llegué al piso bajo la puerta princi-pal se estaba cerrando sin ruido y en el exte-rior resonaba sobre la acera un ruido de pies.Llegué a la puerta antes de que terminara decerrarse, la abrí de nuevo como pude y salí apaso de carga.

Una figura alta y sin sombrero, con unachaqueta de cuero sin mangas, corría endiagonal por la calle entre los coches es-tacionados. La figura se volvió y escupiófuego. Dos pesados martillos golpearonla pared de estuco a mi lado. La figuracorrió de nuevo, se deslizó entre dos co-ches y desapareció.

—¡Vaya, ya está ésa aquí otra vez! —gruñó.—Si es ella, ya no tiene su revól-

ver —le tranquilicé—. ¿No tiene us-ted otros amigos?

—Alguno —gruñó—. Ya estoy harto deeste juego de las cuatro esquinas.

Fue al escritorio, cogió el Colt, se lo co-locó junto a la pierna, sujetó con la mano iz-quierda el picaporte de la puerta y le dio lavuelta, abriendo solamente lo suficiente paraasomar la cabeza sin dejar de mantener el re-vólver en la misma posición.

Una voz preguntó:—¿Brody?

Brody contestó algo que no pudeentender a causa de dos súbitas deto-naciones que, por lo apagadas, demos-traron que la pistola que las había pro-ducido estaba apoyada en su cuerpo.Éste cayó contra la puerta y su pesola cerró de golpe. Se deslizó por lamadera y sus pies empujaron la alfom-bra; su mano izquierda soltó el pica-porte y el brazo golpeó el suelo conun ruido sordo. La cabeza quedó apo-yada contra la puerta. No se movió.El Colt seguía en su mano derecha.

Salté a través de la habitación y lemoví lo suficiente como para abrir lapuerta y pasar por ella. Una mujer aso-mó la cabeza por la puerta que había casienfrente. Su cara expresaba gran temor,y con una mano, que parecía una garra,señaló hacia el pasillo.

Me precipité pasillo abajo y oí pa-sos rápidos por las escaleras de bal-dosas. Seguí los pasos por el ruido.Al llegar a la altura del portal, la puer-ta principal se estaba cerrando y pudepercibir pasos que corrían afuera, enel pavimento. Alcancé la puerta an-tes de que llegara a cerrarse del todo,la abrí y salí disparado.

Una figura alta sin sombrero, conchaqueta de cuero, corría en diago-nal, a través de la calle, por entre co-ches aparcados. El tipo se volvió ybrilló un fogonazo. Dos disparos die-ron en la pared de estuco que habíadetrás de mí. Siguió corriendo y, sor-teando los coches, se esfumó.

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A man came up beside me andasked: ‘What happened?’

‘Shooting going on,’ I said.

‘Jesus!’ He scuttled into theapartment house.

I walked quickly down thepavement to my car and got in andstarted it. I pulled out from the kerband drove down the hill, not fast. Noother car started up on the other sideof the street. I thought I heard steps,but I wasn’t sure about that. I rodedown the hill a block and a half,turned at the intersection and startedto back up. The sound of a mutedwhistling came to me faintly along thepavement. Then steps. I doubleparked and slid between two cars andwent down low. I took Carmen’s littlerevolver out of my pocket.

The sound of the stepsgrew louder, and the whistlingwent on cheerfully. In a momentthe jerkin showed. I stepped outbetween the two cars and said:‘Got a match, buddy?’

The boy spun towards meand his right hand darted up togo inside the jerkin. His eyeswere a wet shine in the glow ofthe round electroliers. Moistdark eyes shaped like almonds,and a pallid handsome face withwavy black hair growing low onthe forehead in two points. Avery handsome boy indeed, theboy from Geiger’s store.

He stood there looking at mesilently, his right hand on the edge ofthe jerkin, but not inside it yet. I heldthe little revolver down at my side.

‘You must have thought a lotof that queen,’ I said.

‘Go - yourself,’ the boy saidsoftly, motionless between the parkedcars and the five-foot retaining wallon the inside of the pavement.

Un individuo se me acercó y preguntó:—¿Qué ha sucedido?

—Están disparando —respondí.

—¡Dios santo! —Se escabulló de inmediato,refugiándose en el edificio de apartamentos.

Me dirigí rápidamente por la acerahasta mi automóvil, lo puse en marchay empecé a descender colina abajo, sinapresurarme. No arrancó ningún vehí-culo más al otro lado de la calle. Mepareció oír pasos, pero no podría ase-gurarlo. Descendí manzana y mediacolina abajo, di la vuelta al llegar al cru-ce y volví a subir. Desde la acera mellegó débilmente la melodía de alguienque silbaba. Luego un ruido de pasos.Aparqué en doble fila, me deslicé entredos coches, me agaché todo lo que pudey saqué del bolsillo el diminuto revól-ver de Carmen.

El ruido de los pasos se hizo más in-tenso y los silbidos continuaron alegre-mente. A1 cabo de un momento aparecióla chaqueta sin mangas. Salí de entre losdos coches y dije:

—¿Me da fuego, amigo?

El muchacho se volvió hacia mí y sumano derecha se alzó rápidamente haciael interior de la chaqueta. Sus ojos teníanun brillo acuoso bajo el resplandor de lasredondas lámparas eléctricas. Húmedosojos oscuros y almendrados, un rostropálido y bien parecido y pelo negro on-dulado que crecía desde muy abajo en lafrente, sobre todo en dos puntos. Un chi-co muy apuesto, desde luego, el depen-diente de la tienda de Geiger.

Se inmovilizó, mirándome en silencio,la mano derecha en el borde de la cha-queta, pero sin ir más allá. Yo manteníapegado al costado el revólver de Carmen.

—Debías de tener muy buena opiniónde esa loca —dije.

—Váyase a tomar por el... —dijo el mu-chacho sin alzar la voz, inmóvil entre los co-ches aparcados y el muro de metro y mediode altura que cerraba la acera por el otro lado.

Un hombre se acercó a mí y preguntó:—¿Qué ha ocurrido?

—Que ha habido tiroteo.

—Jesús! —exclamó y echó a correrhacia la casa.

Fui rápidamente a mi coche ylo puse en marcha. Me separé delbordillo y marché cuesta abajo,no muy deprisa. Ningún cochede los aparcados al otro lado semovió. Me pareció oír pasos,pero no estaba seguro. Seguí ba-jando la colina y al cabo de man-zana y media di la vuelta en elcruce y empecé a retroceder. Oíun silbido ahogado que llegabadébi lmente ; luego, pasos;aparqué y me deslicé entre doscoches. Saqué de mi bolsillo elrevólver de Carmen.

El ruido de los pasos subió de tonoy los silbidos continuaron con más en-tusiasmo. Al cabo de un rato asomóla chaqueta de cuero. Salí de entre loscoches y le pregunté:

—¿Tiene una cerilla, amigo?

El muchacho se volvió hacia mí yse llevó la mano derecha al interiorde la chaqueta. Tenía en la mirada unbrillo húmedo bajo la luz de los re-dondos faroles. Sus ojos eran oscu-ros y almendrados; la cara, pálida; elpelo, negro ondulado, le crecía muybajo en dos puntos de la frente. Eraun joven muy bien parecido; se trata-ba realmente del muchacho de la tien-da de Geiger.

Se quedó mirándome silenciosa-mente, con la mano en el borde de lachaqueta, sin ocultarla todavía deltodo. Yo tenía el revólver preparado.

—Debe de haber pensado muchoen ese amigo —dije.

—¡Váyase al diablo! —me contes-tó, aunque con suavidad, inmóvil en-tre los dos coches y el muro de con-tención ______________________.

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A siren wailed distantly com-ing up the long hill. The boy’s headjerked towards the sound. I steppedin close and put my gun into his jer-kin.

‘Me or the cops?’ I asked him.

His head rolled a li t t lesideways as if I had slapped his face.‘Who are you?’ he said.

‘Friend of Geiger’s.’‘Get away from me, you son of a bitch.’

‘This is a small gun, kid.I’ll give it you through the naveland it will take three months toget you well enough to walk.But you’ll get well. So you canwalk to the nice new gaschamber up in Quentin.’

He said: ‘Go - yourself.’ Hishand moved inside the jerkin. I pressedharder on his stomach. He let out a longsoft sigh, took his hand away from thejerkin and let it fall limp at his side. Hiswide shoulders sagged. ‘What youwant?’ he whispered.

I reached inside the jerkinand plucked out the automatic.‘Get into my car, kid.’

He stepped past me and I crowdedhim from behind. He got into the car.

‘Under the wheel, kid. You drive.’

He slid under the wheel andI got into the car beside him. I said:‘L e t t h e p r o w l c a r p a s s u pt h e h i l l . T hey’ll think we movedover when we heard the siren. Then turnher downhill and we’ll go home.’

I put Carmen’s gun awayand leaned the automatic againstthe boy’s ribs. I looked backthrough the window. The whineof the siren was very loud now.Two red lights swelled in themiddle of the street. They grewlarger and blended into one andthe car rushed by in a wi ldflurry of sound.

Una sirena ululó a lo lejos mientrassubía la prolongada cuesta de la colina.La cabeza del chico se volvió bruscamen-te hacia el ruido. Me acerqué más y apo-yé el revólver en su chaqueta sin mangas.

—¿Los polis o yo? —le pregunté.

La cabeza se le torció un poco, comosi le hubiera dado una bofetada.

—¿Quién es usted? —preguntó.—Un amigo de Geiger.—Apártese de mí, hijo de puta.

—Lo que tengo en la mano es un re-vólver pequeño, hijo mío. Si te meto unabala en la tripa tardarás tres meses en[104] recuperarte lo bastante para poderandar. Pero te curarás. De manera quepodrás ir andando a la nueva cámara degas que han instalado en San Quintín.

—Váyase a tomar por el... —Metió lamano dentro de la chaqueta. Aumenté lapresión del revólver contra su estómago.Dejó escapar un larguísimo suspiro, reti-ró la mano y la dejó caer sin vida. Tam-bién se le cayeron los hombros.

—¿Qué es lo que quiere? —susurró.

Con un movimiento rápido le quité lapistola automática.

—Entra en el coche, hijo.

Pasó delante de mí y lo empujé desdedetrás hasta meterlo en el automóvil.

—Ponte al volante. Conduces tú.

Hizo lo que le decía y me situé a sulado.

—Vamos a esperar a que el coche pa-trulla suba colina arriba. Pensarán quenos hemos apartado al oír la sirena. Lue-go darás la vuelta para irnos a casa.

Guardé el revólver de Carmen yapoyé la pistola automática en lascostillas del chico. Después miré porla ventanilla. El ulular de la sirenaera muy fuerte ya. En el centro de lacalle dos luces rojas se hicieron cadavez mayores hasta fundirse en una, yel automóvil de la policía pasó a todavelocidad envuelto en una desenfre-nada catarata de sonidos.

Una sirena sonó en la distancia,hacia la parte alta de la colina. Vol-vió la cabeza en esa dirección. Meacerqué a él y le incrusté el revólveren la chaqueta de cuero.

—¿Yo o la poli? —le pregunté.

Volvió un poco la cabeza como sile hubiese golpeado en ella.

—¿Quién es usted? —dijo.—Amigo de Geiger.—¡Déjeme en paz, hijo de puta!

—Esto es un pequeño revólver,chico. Lo dispararé contra tu om-bligo y necesitarás tres meses paravolver a andar, pero te curarás parapoder ir por tus propios pies a lacámara de gas nuevecita del penalde San Quintín.

—¡Váyase al diablo! —me respondió.Movió la mano en el interior de la chaqueta de

cuero y yo apreté el revólver contra su estómago.Dejó escapar un largo suspiro y sacó la mano de lachaqueta, dejándola caer con lentitud. Sus anchoshombros estaban caídos.

—¿Qué quiere usted? —murmuró.

Metí la mano en su chaqueta y lequité la pistola.

—Métete en mi coche, anda.

Pasó delante de mí y yo le empu-jé, metiéndole en mi coche.

—Tú al timón. Vas a conducir.

Siguió mis indicaciones y yo me senté a su lado.Al ir a ponernos en marcha, le advertí:

—Deja pasar el coche de la poli-cía. Creerían que hemos arrancado aloír la sirena, Da la vuelta por debajode la colina e iremos a una casa.

Me guardé el revólver de Carmeny puse la pistola automática contralas costillas del muchacho. Miré através de la ventanilla. El gemido dela sirena se oía muy fuerte ahora.Dos luces rojas aparecieron en me-dio de la calle. Se fueron agrandan-do hasta fundirse en una sola y elcoche pasó de largo envuelto en unaráfaga de ruidos.

1. intr. Dar gritos o alaridos.2. fig. Producir sonido el viento.gañido, gemido

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‘Let’s go,’ I said.

The boy swung the car andstarted off down the hill.

‘Let’s go home,’ I said. ‘To Laverne Terrace.’

His smooth lips twitched. Heswung the car west on Franklin.

‘You’re a simple-minded lad.What’s your name?’

‘Carol Lundgren,’ he saidlifelessly.

‘You shot the wrong guy,Carol. Joe Brody didn’t kill yourqueen.’

He spoke three words to meand kept on driving.

17

A moon half gone from thefull glowed through a ring of mistamong the high branches of theeucalyptus trees on Laverne Terrace.A radio sounded loudly from a houselow down the hill. The boy swung thecar over to the box hedge in front ofGeiger’s house, killed the motor andsat looking straight before him withboth hands on the wheel. No lightshowed through Geiger’s hedge.

I said: ‘Anybody home, son?’‘You ought to know.’

‘How would I know?’‘Go - yourself.’

‘That’s how people getfalse teeth.’

He showed me his in a tightgrin. Then kicked the door open andgot out. I scuttled out after him. Hestood with his fists on his hips,looking silently at the house above thetop of the hedge.

‘All right,’ I said. ‘You havea key. Let’s go on in.’

‘Who said I had a key?’

—En marcha —dije.

El chico dio la vuelta con el coche ydescendimos colina abajo.

—A casa —dije—. A Laverne Terrace.

Se le crisparon los labios. En Franklintorció hacia el oeste.

—Eres demasiado ingenuo, muchacho.¿Cómo te llamas?

—Carol Lundgren —dijo con voz apa-gada.

—Te has equivocado de blanco, Carol.Joe Brody no mató a tu loca.

Repitió la misma frase con la que ya me habíaobsequiado dos veces y siguió conduciendo.

Diecisiete

La luna, en cuarto menguante,brillaba a través de un halo deneblina entre las ramas más al-tas de los eucaliptos de LaverneTerrace. En una casa al pie de lacolina sonaba con fuerza una ra-dio. El chico acercó el coche alseto de boj delante de la casa deGeiger, apagó el motor y se que-dó inmóvil, mirando al frente, lasdos manos sobre el volante.

—¿Hay alguien en casa, hijo? —pregunté.—Usted debería saberlo.

—¿Por qué?—Váyase a tomar por el...

—Hay personas que consiguen dien-tes postizos de ese modo.

Me enseñó los suyos en una tensa sonrisa.Luego abrió la puerta de un empellón y saliófuera. Le seguí lo más deprisa que pude. CarolLundgren se quedó con los puños apoyados enlas caderas, mirando en silencio la casa por en-cima del borde del seto.

—De acuerdo —dije—. Tienes unallave. Entremos.

—¿Quién ha dicho que tuviera una lla-ve?

—Vámonos —ordené.

El muchacho obedeció y nos des-lizamos cuesta abajo.

—A la casa de Laverne Terrace —le dije.

Haciendo una mueca, torció los labios. Dirigióel coche en dirección oeste, hacia la calle Franklin.

—Eres un muchacho muy ingenuo.¿Cómo te llamas?

—Carol Lundgren —me contestócon voz apagada.

—Te has equivocado de tipo; JoeBrody no mató a tu amiguito.

Masculló tres palabras y continuóconduciendo.

XVII

La luna brillaba a través de un ani-llo de niebla entre las altas ramas delos eucaliptos de Laverne Terrace. Laradio de una casa de la parte baja dela colina sonaba muy fuerte. El mu-chacho detuvo el coche delante delseto frente a la casa de Geiger, paróel motor y permaneció sentado miran-do al frente y con las manos sobre elvolante. No se veía luz alguna porencima del seto. Pregunté:

—¿Alguien en la casa, hijo?—Debería usted saberlo.

—¿Cómo voy a saberlo?—¡Váyase al diablo!

—Así es como la gente consiguedientes postizos —le contesté; élme enseñó los suyos con una mueca.

Entonces abrió la portezuela de unpuntapié y salió del coche. Bajé trasél. Se quedó con los puños en las ca-deras, mirando silenciosamente lacasa por encima del seto.

—Muy bien —dije—. Tú tienesuna llave. Entremos.

—¿Quién dijo que yo tenía una lla-ve?

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‘Don’t kid me, son. Thefag gave you one. You’ve got anice clean manly little room inthere. He shooed you out andlocked it up when he had ladyvisitors. He was like Caesar, ahusband to women and a wife tomen. Think I can’t figure peoplelike him and you out?’

I still held his automaticmore or less pointed at him, buthe swung on me just the same. Itcaught me flush on the chin. Ibackstepped fast enough to keepfrom falling, but I took plenty ofthe punch. It was meant to be ahard one, but a pansy has no ironin his bones, whatever he lookslike.

I threw the gun down at thekid’s feet and said: ‘Maybe you needthis.’

He stooped for it like a flash.There was nothing slow about hismovements. I sank a fist in the sideof his neck. He toppled oversideways, clawing for the gun and notreaching it. I picked it up again andthrew it in the car. The boy came upon all fours, leering with his eyes toowide open. He coughed and shook hishead.

‘You don’t want to fight,’ Itold him. ‘You’re giving away toomuch weight.’

He wanted to fight. He shotat me like a plane from a catapult,reaching for my knees in a divingtackle. I sidestepped and reachedfor his neck and took it intochancery. He scraped the dirt hardand got his feet under him enoughto use his hands on me where ithurt. I twisted him around andheaved him a little higher. I tookhold of my right wrist with my lefthand and turned my right hipboneinto him and for a moment it was abalance of weights. We seemed tohang there in the misty moonlight,two grotesque creatures whose feetscraped on the road and whose breathpanted with effort.

—No me tomes el pelo, hijo. El mariquitate dio una llave. Ahí dentro dispones de unahabitacioncita muy limpia y muy masculina.Cuando recibía visitas de señoras, Geiger teechaba de casa y cerraba con llave la puerta detu habitación. Era como César, un marido paralas mujeres y una esposa para los hombres.¿Piensas que no soy capaz de entenderos apersonas como él y como tú?

Aunque más o menos seguía apun-tándole con su automática, me lanzóun puñetazo que me alcanzó en la bar-billa. Retrocedí con la rapidez sufi-ciente para no llegar a caerme, peroencajé buena parte del golpe. Aun-que la intención era hacerme daño,un invertido no tiene hierro en loshuesos, cualquiera que sea su aspec-to.

Le tiré la pistola a los pies y dije:—Quizá sea esto lo que necesitas.

[106]

Se agachó a por ella con la veloci-dad del rayo. No había lentitud en susmovimientos. Le golpeé con un puñoen el cuello y cayó de lado, todavíaintentando alcanzar la automáticapero sin conseguirlo. La recogí y lalancé dentro del coche. El chico seacercó a cuatro patas, llenos de odiolos ojos muy abiertos. Tosió y sacu-dió la cabeza.

—No quieres luchar —le dije—. Tesobran demasiados kilos.

Pero sí quería luchar. Se lanzó en midirección como un avión proyectadopor una catapulta, tratando de sujetar-me por las rodillas. Me hice a un lado yconseguí sujetarlo por el cuello. El chi-co resistió como pudo y logró recupe-rar el equilibrio lo suficiente para usarlas manos contra mí en sitios donde ha-cía daño. Le hice girar y conseguí le-vantarlo del suelo un poco más. Le su-jeté la muñeca derecha con la mano iz-quierda, lo empujé con la cadera dere-cha y por un momento el peso de losdos se equilibró. Nos inmovilizamosbajo la neblinosa luz de la luna, con-vertidos en dos criaturas grotescas cu-yos pies raspaban el asfalto y cuya res-piración entrecortaba el esfuerzo.

—No trates de engañarme, hijo.Geiger te dio una. Tienes aquí un pre-cioso cuartito, muy masculino. Teechaba fuera y lo cerraba con llavecuando tenía visitas femeninas. Era,como—no César, el marido de todaslas mujeres y la mujer de todos losmaridos. ¿Crees que no puedo imagi-narme a la gente como tú y como él?

Yo seguía aún apuntándole conla pistola; pero a pesar de ello, seme echó encima y me golpeó en lamisma barbilla. Pude haberme echa-do hacia atrás con rapidez suficien-te para no caerme, pero asimilé elPuñetazo; pudo ser un golpe duro,pero un afeminado no tiene hierroen los huesos, sea cual fuere su as-pecto.

Tiré la pistola a sus pies, dicién-dole:

—Quizá necesites esto.

Se agachó a cogerla como un rayo.No era lento en sus movimientos. Ledi un puñetazo en un lado del cuello.Cayó de costado intentando alcanzarla pistola, pero sin conseguirlo. Vol-ví a coger la pistola y la arrojé dentrodel coche. El muchacho vino hacia mía cuatro patas, mirándome con losojos abiertos de forma desmesurada.Tosió y movió la cabeza.

—Tú no quieres pelear —le dije—: estás echando demasiada grasa.

Pero no era así. Se lanzó sobre mícomo un avión disparado con catapultay, en una embestida, intentó cogerme porlas rodillas. Me eché a un lado y busquésu cuello, cogiéndole la cabeza debajo demi brazo. Arañó el suelo fuertemente conlos pies, sobre los que se mantuvo el tiem-po suficiente como para utilizar sus ma-nos en sitios que podían dolerme. Le dila vuelta y lo levanté un poco más. Mesujeté la muñeca derecha con la manoizquierda e hice girar mi cadera derechacontra el cuerpo del muchacho; por unmomento hubo un equilibrio de pesos.Parecíamos estar colgados allí, bajo la ne-bulosa luz de la luna, dos criaturas gro-tescas cuyos pies rascaban el suelo y cuyoaliento jadeaba penosamente.

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I had my right forearm againsthis windpipe now and all the strengthof both arms in it. His feet began afrenetic shuffle and he wasn’t pantingany more. He was ironbound. His leftfoot sprawled off to one side and theknee went slack. I held on half aminute longer. He sagged on my arm,an enormous weight I could hardlyhold up. Then I let go. He sprawledat my feet, out cold. I went to the carand got a pair of handcuffs out of theglove compartment and twisted hiswrists behind him and snapped themon. I lifted him by the armpits andmanaged to drag him in behind thehedge, out of sight from the street. Iwent back to the car and moved it ahundred feet up the hill and locked it.

He was still out when I gotback. I unlocked the door, draggedhim into the house, shut the door. Hewas beginning to gasp now. I switcheda lamp on. His eyes fluttered open andfocused on me slowly.

I bent down, keeping out ofthe way of his knees and said: ‘Keepquiet or you’ll get the same and moreof it. just lie quiet and hold yourbreath. Hold it until you can’t hold itany longer and then tell yourself thatyou have to breathe, that you’re blackin the face, that your eyeballs arepopping out, and that you’re going tobreathe right now, but that you’resitting strapped in the chair in theclean little gas chamber up in SanQuentin and when you take thatbreath you’re fighting with all yoursoul not to take it, it won’t be airyou’ll get, it will be cyanide fumes.And that’s what they call humaneexecution in our state now.’

‘Go - yourself,’ he said witha soft stricken sigh.

‘You’re going to cop a plea,brother, don’t ever think you’re not.And you’re going to say just what wewant you to say and nothing we don’twant you to say.’

‘Go - yourself.’‘Say that again and I’ll put a

pillow under your head.’

Yo tenía el antebrazo derecho apoya-do en su tráquea, junto con toda la fuerzade mis dos brazos. Los pies del mucha-cho iniciaron una frenética agitación ydejó de jadear. No se podía mover. Ex-tendió hacia un lado la pierna izquierda yse le aflojó la rodilla. Aún lo retuve unminuto más. Se desmoronó sobre mi bra-zo, un peso enorme que a duras penas con-seguía sostener. Luego lo solté. Cayó amis pies cuan largo era, inconsciente. Fuial coche, saqué unas esposas de laguantera y se las coloqué, juntándole lasmuñecas a la espalda. Luego lo alcé porlas axilas y logré arrastrarlo hasta detrásdel seto, de manera que no fuese visibledesde la calle. Regresé al coche, lo movíunos treinta metros colina arriba y volvía cerrarlo con llave.

Aún estaba sin sentido cuando regresé. Abríla puerta de la casa, lo arrastré dentro y volví acerrar. El chico empezaba a respirarentrecortadamente. Encendí una lámpara. Par-padeó varias veces antes de abrir los ojos y defijarlos lentamente en mí.

Me incliné, manteniéndome fuera delalcance de sus rodillas, y dije:

—No te muevas o tendrás una repeti-ción del mismo tratamiento y un pocomás. Quédate quieto y no respires. Siguesin respirar hasta que no puedas más yreconoce entonces que no tienes otro re-medio, que se te ha puesto morada la cara,que se te están saliendo los ojos de lasórbitas y que vas a respirar ya, aunqueestás bien atado en el sillón de la cámarade gas de San Quintín, bien limpia, esoasí, y que, cuando te llenes los pulmones,aunque estás luchando con toda tu almapara no hacerlo, no será aire lo que entre,sino cianógeno. Y que eso es lo que ennuestro Estado llaman ahora una ejecu-ción humanitaria.

—Váyase a tomar por el... —dijo, acompañan-do sus palabras con un suave suspiro de aflicción.

—Te vas a declarar culpable de un delitomenos grave, hermanito, y ni se te ocurrapensar que está en tu mano evitarlo. Dirásexactamente lo que queramos que digas ynada que no queramos que digas.

—Váyase a tomar por el...—Repite eso y te pondré una almoha-

da debajo de la cabeza.

Ahora tenía mi antebrazo derechocontra su tráquea y toda la fuerza deambos brazos contra él. El muchachopataleaba frenéticamente y ya no ja-deaba. Estaba preso en un círculo dehierro. Su pie izquierdo se fue de ladoy la rodilla se le aflojó. Lo sostuvemedio minuto más. Cayó como unfardo sobre mi brazo, un peso enor-me que yo apenas podía sostener. Lodejé caer y se desplomó a mis pies,sin conocimiento. Fui al coche y sa-qué de la guantera unas esposas quele puse después de colocarle las ma-nos a la espalda. Lo levanté por lasaxilas y lo arrastré detrás del seto paraque no le vieran desde la calle. Volvíal coche y llevé éste unos cien me-tros hacia lo alto de la colina.

El gallo estaba todavía sin conoci-miento cuando volví. Abrí la puerta de lacasa, lo arrastré hacia el interior y cerré.Empezaba a volver en sí. Encendí unalámpara. Sus ojos comenzaron a parpadeary los fijó poco a poco en mí.

Me incliné, procurando no poner-me al alcance de sus rodillas.

—Quédate quieto o volveré adarte. No te muevas y contén la res-piración hasta que no puedas más;entonces te dices a ti mismo que tie-nes que respirar, que tienes la caranegra, que los ojos se te salen delas órbitas y que vas a respirar enseguida, pero que estás amarrado ala silla en esa preciosa y limpia cá-mara de gas de San Quintín y que,cuando quieras tomar esa bocanadaque has luchado con toda tu almapor no tomar, no será aire lo que as-pirarás, sino vapores de cianuro.Eso es lo que ahora llaman ejecu-ción humanitaria en este estado.

—¡Váyase al diablo! —dijo con unsuspiro entrecortado.

—Vas a tener que enfrentarte conun juicio; no creas que vas a escapar-te. Y vas a decir exactamente lo quequeramos que digas y nada que noqueramos que digas.

—¡Váyase al diablo!—Repítelo y te pondré una almo-

hadita debajo de la cabeza.

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His mouth twitched. I left himlying on the floor with his wrists shack-led behind him and his cheek pressed intothe rug and an animal brightness in hisvisible eye. I put on another lamp andstepped into the hallway at the back ofthe living-room. Geiger’s bedroom didn’tseem to have been touched. I opened thedoor, not locked now, of the bedroomacross the hall from it. There was a dimflickering light in the room and a smell ofsandalwood. Two cones of incense ashstood side by side on a small brass trayon the bureau. The light came from thetwo tall black candles in the foot-highcandlesticks. They were standing onstraight-backed chairs, one on either sideof the bed.

Geiger lay on the bed. Thetwo missing strips of Chinese

tapestry made a St Andrew’s Crossover the middle of his body, hidingthe blood-smeared front of hisChinese coat. Below the cross hisblackpyjama’d legs lay stiff andstraight. His feet were in the slipperswith thick white felt soles. Above thecross his arms were crossed at thewrists and his hands lay flat againsthis shoulders, palms down, fingersclose together and stretched outevenly. His mouth was closed and hisCharlie Chan moustache was asunreal as a toupee. His broad nose waspinched and white. His eyes were al-most closed, but not entirely. Thefaint glitter of his glass eye caught thelight and winked at me.

I didn’t touch him. I didn’t govery near him. He would be as coldas ice and as stiff as a board.

The black candles guttered inthe draught from the open door. Dropsof black wax crawled down theirsides. The air of the room waspoisonous and unreal. I went out andshut the door again and went back tothe living-room. The boy hadn’tmoved. I stood still, listening forsirens. It was all a question of howsoon Agnes talked and what she said.If she talked about Geiger, the policewould be there any minute. But shemight not talk for hours. She mighteven have got away.

Le tembló la boca. Lo dejé tumbadoen el suelo con las muñecas esposadas ala espalda, la mejilla sobre la alfombra yun brillo animal en el ojo visible. Encen-dí otra lámpara y salí al vestíbulo situadodetrás de la sala de estar. No parecía quenadie hubiera tocado el dormitorio deGeiger. Abrí la puerta, que ya no estabacerrada con llave, del dormitorio situadofrente al suyo. Había una débil luzparpadeante y olor a sándalo. Dos conosde cenizas de incienso descansaban, unojunto a otro, sobre una bandejita de bron-ce en la mesa. La luz procedía de dos al-tas velas negras encajadas en los cande-leros de treinta centímetros, colocados ensillas de respaldo recto, una a cada ladode la cama.

Geiger estaba tumbado en el lecho. Las dostiras de bordados chinos desaparecidas forma-ban una cruz de san Andrés sobre el centro desu cuerpo, ocultando la pechera manchada[108] de sangre de la chaqueta china. Debajode la cruz, las perneras del pijama negro apa-recían rígidas y perfectamente rectas. El cadá-ver llevaba unas zapatillas con gruesas suelasde fieltro blanco. Por encima de las tiras debordados los brazos estaban cruzados a la al-tura de las muñecas y las manos descansabanabiertas sobre los hombros, las palmas haciaabajo, los dedos muy juntos y ordenadamenteextendidos. Tenía la boca cerrada y su bigote alos Charlie Chan resultaba tan irreal como untupé. La nariz, ancha, había perdido color alcontraerse. Los ojos estaban casi cerrados,pero no por completo. El de cristal emitió undébil resplandor al reflejar la luz y tuve la im-presión de que me hacía un guiño.

No lo toqué. Ni siquiera me acerquémucho. Tendría la frialdad del hielo yestaría tan tieso como una tabla.

La corriente provocada por la puertaabierta hizo que parpadearan las velasnegras. Gotas de cera igualmente ne-gra se deslizaron por sus costados. Elaire del cuarto era venenoso e irreal.Salí, cerré la puerta de nuevo y volví ala sala de estar. El chico no se habíamovido. Me quedé quieto, tratando deoír las sirenas. Todo dependía de lopronto que Agnes hablara y de lo quedijese. Si hablaba de Geiger, la policíaaparecería en cualquier momento. Peropodía tardar horas en hacerlo. Podíaincluso haber escapado.

Torció la boca. Le dejé tirado en elsuelo, con las muñecas esposadas a laespalda, la mejilla contra la alfombra yun brillo animal en su ojo visible. Encendíotra lámpara y me fui al vestíbulo, detrásde la sala. El dormitorio de Geiger pare-cía no haber sido tocado. Abrí la puerta,que ahora no estaba cerrada con llave, deldormitorio que había en el vestíbulo, frenteal de Geiger. Había una luz vacilante enla habitación y olor a sándalo. Dos conosde incienso estaban uno junto al otro enun pequeño cenicero de cobre en el escri-torio. La luz era la de dos altas velas ne-gras colocadas en candelabros de un piede alto. Los candelabros estaban en dossillas de respaldo alto, una a cada lado dela cama.

Geiger se hallaba tendido enla cama. Las dos tiras de borda-do chino que faltaban en la pa-red formaban una cruz de sanAndrés en la mitad de su cuer-po, ocultando la pechera man-chada de sangre de su chaqueti-lla china. Debajo de la cruz, laspiernas, derechas y rígidas. Sus piesseguían calzados y sus manos yacíancontra el cuerpo, con las palmas ha-cia abajo y los dedos juntos y esti-rados ligeramente. Tenía la bocacerrada, el bigote a lo CharlieChan resultaba tan falso comoun tupé. Su ancha nariz estabacontraída y pálida, y los ojos,casi cerrados. El débil brillo desu ojo de cristal, herido por laluz, me hacía un guiño.

No lo toqué ni me acerqué muchoa él. Debía de estar frío como el hieloy tieso como un palo.

Las velas negras goteaban en mediode la corriente de aire proveniente dela puerta abierta. Gotas de cera negraserpenteaban por los lados. El aire dela habitación era venenoso e irreal. Salí,cerré la puerta y volví a la sala. El mu-chacho no se había movido. Me quedéinmóvil, esperando oír el sonido de lassirenas. Todo dependía de lo que Agnestardara en hablar y de lo que dijese. Sihablaba de Geiger, la policía llegaría deun momento a otro, pero también po-día tardar horas en hablar. Incluso po-día haber huido.

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I looked down at the boy.‘Want to sit up, son?’

He closed his eyes and pretendedto go to sleep. I went over to the desk -and scooped up the mulberry-colouredphone and dialled Bernie OhIs’s office. Hehad left to go home at six o’clock. I dialledthe number of his home. He was there.

‘This is Marlowe,’ I said.‘Did your boys find a revolver onOwen Taylor this morning?’

I could hear him clearing histhroat and then I could hear him tryingto keep the surprise out of his voice.‘That would come under the headingof police business,’ he said.

‘If they did, it had three emptyshells in it.’

‘How the hell did you knowthat?’ Ohls asked quietly.

‘Come over to 7244 LaverneTerrace, off Laurel CanyonBoulevard. I’ll show you where theslugs went.’

‘Just like that, huh?’‘Just like that.’

OhIs said: ‘Look out thewindow and you’ll see me cominground the corner. I thought you acteda little cagey on that one.’

‘Cagey is no word for it,’ Isaid.

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Ohls stood looking downat the boy. The boy sat on thecouch leaning sideways againstthe wall. OhIs looked at him si-lently, his pale eyebrowsbristling and stiff and round likethe little vegetable brushes theFuller Brush man gives away.

He asked the boy: ‘Do youadmit shooting Brody?’

The boy said his favouritethree words in a muffled voice.

OhIs sighed and looked at me.I said: ‘He doesn’t have to admit that.I have his gun.’

Miré al chico.—¿Quieres sentarte, hijo?Cerró los ojos y fingió estar dormido.

Me llegué hasta la mesa, cogí el teléfonode color morado y marqué el número dela oficina de Bernie Ohls. Se había mar-chado a las seis a su casa. Marqué el nú-mero de su casa y allí estaba.

—Marlowe al habla —dije—. ¿Encon-traron tus muchachos esta mañana un re-vólver en el cadáver de Owen Taylor?

Le oí aclararse la garganta y tambiénadvertí cómo trataba de que no se le no-tara la sorpresa en la voz.

—Eso entraría en el capítulo de infor-mación reservada a la policía —dijo.

—Si lo encontraron, tenía tres cartu-chos vacíos.

—¿Cómo demonios lo sabes? —pre-guntó Ohls sin alzar la voz.

—Ven al 7244 de LaverneTerrace, una bocacalle del bulevarLaurel Canyon. Te enseñaré dóndefueron a parar los proyectiles.

—Así de sencillo, ¿eh?—Así de sencillo.

—Si miras por la ventana me verástorcer la esquina de la calle. Ya me pare-ció que estabas siendo un tanto cautelosocon este asunto.

—Cauteloso no es la palabra adecua-da —dije.

Dieciocho

Ohls se quedó mirando al muchacho,que estaba recostado en el diván y vueltomás bien hacia la pared. Lo contemplóen silencio, con las cejas —de un colormuy claro— tan hirsutas, despeinadas yredondas como los cepillitos para limpiarpatatas y zanahorias que regala el repre-sentante de la casa Fuller.

—¿Reconoces haber disparado contraBrody? —le preguntó.

El chico, con voz apagada, utilizó unavez más su frase favorita.

Ohls suspiró y me miró.—No hace falta que lo reconozca. Ten-

go su pistola.

Miré al muchacho.—¿Quiere sentarse, jovencito?Cerró los ojos y fingió dormir.

Fui al escritorio, descolgué el auri-cular del teléfono morado y llamé ala oficina de Ohls. Se había marcha-do a su casa a las seis. Llamé a lacasa y allí estaba.

—Soy Marlowe —dije—. ¿Le en-contraron sus chicos un revólver aOwen Taylor esta mañana?

Pude oír cómo se aclaraba la gar-ganta y me di cuenta de que intenta-ba no mostrar sorpresa.

—Eso es cosa de la policía —dijo.

—Si no me equivoco, había en éltres cápsulas vacías.

—¿Cómo demonios sabe eso? —preguntó Ohls.

—Venga al siete mil doscientos cua-renta y cuatro de Laverne Terrace, despuésdel bulevar Laurel Canyon, y le enseñaréadónde fueron a parar las balas.

—Así, sin más, ¿eh?—Así, sin más.Ohls me contestó:—Asómese a la ventana y me verá

doblando la esquina. Creo que se hapasado de astuto en este asunto —dijoOhls.

—Astuto no es la palabra adecua-da.

XVIII

Ohls se quedó mirando al jovenque se encontraba en un sofá, apoya-do de medio lado en la pared. Le exa-minó silenciosamente; tenía sus páli-das cejas erizadas y redondas, comolos pequeños cepillos para limpiarverduras que se ven en los anunciosde la fábrica Fuller.

—¿Confiesas haber matado aBrody? —le preguntó.

El muchacho, con voz sorda, soltócomo respuesta sus tres palabras fa-voritas. Ohls suspiró y me miró.

—No tiene que confesarlo; tengosu pistola —dije.

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Ohls said: ‘I wish to Christ I hada dollar for every time I’ve had that saidto me. What’s funny about it?’

‘It’s not meant to be funny,’ Isaid.

‘Well, that’s something,’ Ohls said.He turned away. ‘I’ve called Wilde. We’ll goover and see him and take this punk. He canride with me and you can follow on behind incase he tries to kick me in the face.’

‘How do you like what’s inthe bedroom?’

‘I like it fine,’ OhIs said. ‘I’mkind of glad that Taylor kid went offthe pier. I’d hate to have to help sendhim to the death-house for rubbingthat skunk.’

I went back into the smallbedroom and blew out the blackcandles and let them smoke. When Igot back to the living-room OhIs hadthe boy up on his feet. The boy stoodglaring at him with sharp black eyesin a face as hard and white as coldmutton fat.

‘Let’s go,’ OhIs said, andtook him by the arms as if he didn’tlike touching him. I put the lampsout and followed them out of thehouse. We got into our cars and Ifollowed Ohls’s twin tail-lightsdown the long curving hill. I hopedthis would be my last trip toLaverne Terrace.

Taggart Wilde, the DistrictAttorney, lived at the corner of Fourthand Lafayette Park, in a white framehouse the size of a carbarn, with redsand-stone porte-cochère built on toone side and a couple of acres of softrolling lawn in front. It was one ofthose solid old-fashioned houseswhich it used to be the thing to movebodily to new locations as the citygrew westward. Wilde came of an oldLos Angeles family and had probablybeen born in the house when it wason West Adams or Figueroa or StJames’s Park.

—¡Si me hubieran dado un dólar porcada vez que me han dicho eso! —dijoOhls—. ¿Qué tiene de divertido?

—No pretende ser divertido —respon-dí.

—Bien, eso ya es algo —dijo Ohls.Luego se volvió—: He llamado a Wilde.Iremos a verlo y le llevaremos a ese niña-to. Vendrá conmigo, pero tú nos sigues,no sea que intente patearme.

—¿Qué te ha parecido lo que hay enel dormitorio?

—Me ha parecido muy bien —dijo Ohls—.Hasta cierto punto, me alegro de que Taylor se ca-yera al mar desde el muelle. No me hubiera gusta-do nada contribuir a mandarlo a la cámara de gaspor cargarse a esa mofeta.

Volví al dormitorio pequeño, apaguélas velas de color negro y las dejé quehumearan. Cuando regresé a la sala deestar Ohls había puesto en pie al mucha-cho, que se esforzaba por fulminarlo conunos penetrantes ojos negros en el inte-rior de un rostro tan duro y tan blancocomo sebo frío de cordero.

—Vamos —dijo Ohls, cogiéndolo porlos brazos como si le desagradara muchotocarlo. Apagué las lámparas y salí trasellos de la casa. Subimos a nuestros auto-móviles respectivos y seguí las luces tra-seras de Ohls mientras descendíamos lalarga colina en curva. Deseé no tener queaparecer nunca más por la casa de LaverneTerrace.

Taggart Wilde, el fiscal del distrito, vivíaen la esquina de la Cuarta Avenida conLafayette Park, en una casa blanca de madera,del tamaño de un garaje de grandes dimensiones,con una porte—cochére de piedra arenisca rojaconstruida en uno de los laterales y una hectáreade suave césped delante de la casa. Era una deesas sólidas construcciones antiguas que, si-guiendo la moda de una determinada época,se trasladó entera a un nuevo emplazamientocuando la ciudad creció hacia el oeste. Wildepertenecía a una destacada familia de Los Án-geles y probablemente había nacido en aque-lla casa cuando aún se alzaba en West Adams,Figueroa o Saint James’s Park.

—Quisiera tener un dólar por cada unade las veces que me han dicho eso —dijoOhls— ¿Qué tiene de gracioso?

—Por mi parte, no tenía intenciónde ser gracioso —contesté.

—Bueno, eso ya es algo. —Ohls dio me-dia vuelta—. He llamado a Wilde. Vamos a ira verle y le llevaremos a este mariconcete. Quevenga conmigo y usted síganos por si intentadarme un golpe en la cara.

—¿Le gusta lo que hay en el dor-mitorio?

—Muchísimo —dijo Ohls—. Mealegra, en cierto modo, que Taylor ca-yese al mar. No me hubiese gustadoayudar a meterlo en capilla por asesi-nar a ese cerdo.

Volví al dormitorio pequeño, apa-gué las velas negras y las dejé echan-do humo. Cuando regresé a la sala,Ohls tenía al chico en pie. Éste lomiraba con sus penetrantes ojos ne-gros; su rostro estaba tan rígido yblanco como la grasa de cordero cuan-do se enfría.

—Vámonos —ordenó Ohls, y locogió por el brazo como si no le gus-tase mucho tocarlo.

Apagué las lámparas y les se-guí. Entramos en los coches y yoseguí las luces traseras del auto deOhls colina abajo. Confiaba en queésta sería mi última visita aLaverne Terrace.

Taggart Wilde, el fiscal del distrito,vivía en la esquina de Cuarta y parqueLafayette, en una casa de madera blan-ca del tamaño de una termina¡ de tran-vías, con una puerta cochera de piedraroja construida a un costado y unoscuantos metros de ondulante césped alfrente. Era una de esas casas sólidas quesolían trasladarse en bloque a nuevosbarrios cuando la ciudad crecía hacia eloeste. Wilde venía de un vieja familiade Los Ángeles y probablemente habíanacido en la casa cuando ésta se en-contraba en Adams Oeste o Figueroa,o en el parque Saint James.

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There were two cars in thedriveway already, a big private sedanand a police car with a uniformedchauffeur who leaned smokingagainst his rear fender and admiringthe moon. OhIs went over and spoketo him and the chauffeur looked in atthe boy in Ohls’s car.

We went up to the house andrang the bell. A slick-haired blondman opened the door and led us downthe hall and through a huge sunkenliving-room crowded with heavy darkfurniture and along another hall on thefar side of it. He knocked at a doorand stepped inside, then held the doorwide and we went into a panelledstudy with an open french door at theend and a view of dark garden andmysterious trees. A smell of wet earthand flowers came in at the window.There were large dim oils on thewalls, easy chairs, books, a smell ofgood cigar smoke which blended withthe smell of wet earth and flowers.

Taggart Wilde sat behind adesk, a middle-aged plump man withclear blue eyes that managed to havea friendly expression without reallyhaving any expression at all. He hada cup of black coffee in front of himand he held a dappled* thin cigarbetween the neat careful fingers of hisleft hand. Another man sat at thecorner of the desk in a blue leatherchair, a cold-eyed hatchet-faced man,as lean as a rake and as hard as themanager of a loan office. His neatwell-kept face looked as if it had beenshaved within the hour. He wore awell-pressed brown suit and there wasa black pearl in his tie. He had thelong nervous fingers of a man with aquick brain. He looked ready for afight.

Ohls pulled a chair up andsat down and said: ‘Evening,Cronjager. Meet Phil Marlowe,a private eye who’s in a jam.’Ohls grinned.

Había ya dos automóviles estaciona-dos delante de la casa. Un sedán muygrande de un particular y un coche de lapolicía cuyo chófer uniformado habíasalido a fumar y contemplaba la luna apo-yado en el guardabarros posterior. Ohlsse acercó a hablar con él para que vigila-ra al chico.

Nos llegamos hasta la casa y tocamos el tim-bre. Un individuo rubio muy peinado nos abrióla puerta y, después de atravesar el vestíbulo,nos hizo cruzar una enorme sala de estar, situa-da a un nivel más bajo que el resto de la casa yllena de pesados muebles oscuros, hasta un nue-vo vestíbulo. Nuestro acompañante llamó a unapuerta y entró, luego mantuvo la puerta abiertay nos hizo pasar a un estudio con revestimientode madera, una puerta-ventana al fondo,abierta, que daba a un jardín oscuro y a árbo-les misteriosos. También llegaba olor a tierrahúmeda y a flores. Las paredes estaban adorna-das con grandes cuadros al óleo de temas apenasdiscernibles, y había además sillones, libros y elaroma de un buen habano que se mezclaba conel olor a tierra húmeda y a flores.

Taggart Wilde, sentado detrás de su es-critorio, era una persona rolliza de me-diana edad y ojos de color azul claro queconseguían una expresión amistosa sintener en realidad expresión alguna. Teníadelante una taza de café solo, y sosteníaun delgado cigarro veteado entre los cui-dados dedos de la mano izquierda. Otroindividuo estaba sentado en una esquinade la mesa en un sillón de cuero azul, unsujeto de ojos fríos, rostro muy estrechoy rasgos muy acusados, tan flaco comouna ganzúa y tan duro como el gerente deuna casa de empeño. Su rostro, impeca-ble, se diría recién afeitado. Llevaba untraje marrón muy bien planchado y unaperla negra en el alfiler de la corbata. Te-nía los dedos largos y nerviosos de alguiencon una inteligencia rápida. Y parecíapreparado para pelear.

Ohls tomó una silla, se sentó y dijo:—Buenas noches, Cronjager. Le pre-

sento a Philip Marlowe, un detective pri-vado con un problema. —A continua-ción sonrió.

Había dos coches frente a la en-trada: un enorme sedán particular yun coche de la policía con chófer uni-formado. Éste se hallaba fumando re-costado contra el parachoques trase-ro y contemplando la luna. Ohls fue aél y le habló, y el chófer miró al chi-co que seguía en el coche de Ohls.

Fuimos a la casa y tocamos el tim-bre. Un hombre con pelo rubio brillanteabrió la puerta y nos condujo a través deun zaguán abarrotado de pesados mue-bles oscuros y de otro enorme vestíbuloen el extremo opuesto. Golpeó en unapuerta y entró, sosteniéndola despuéspara que pasáramos. Entramos en un des-pacho de techo artesonado, que tenía unapuerta de cristal abierta en un extre-mo y un paisaje de jardines oscuros ymisteriosos árboles. Un olor a tierramojada entraba por la ventana. Habíacuadros grandes y oscuros en las pare-des, butacas, libros y aroma de buentabaco, que se mezclaba con el de latierra mojada y el de las flores.

Taggart Wilde estaba sentado detrásde su escritorio. Era un hombre grue-so, de mediana edad, con ojos azulesque daban la sensación de poseer unaexpresión amistosa, aunque en realidadcarecían de expresión. Tenía ante sí unataza de café y sostenía un puro delgadoentre los cuidados dedos de su manoizquierda. Le acompañaba, sentado enuna butaca de cuero azul, un hombrede ojos fríos con cara de cuchillo, tanflaco como una calavera y tan durocomo el director de una casa de empe-ños. Su bien cuidado rostro parecíacomo acabado de afeitar. Llevaba untraje color castaño bien planchado y unaperla negra en la corbata. Tenía los de-dos largos y nerviosos de los hombresde mente ágil. Parecía estar listo parauna pelea.

Ohls cogió una silla y se sentó, altiempo que decía:

—Buenas noches, Cronjager. Le presento aPhilip Marlowe, un detective privado que está me-tido en un lío —dijo Ohls sonriendo.

* dapple 1 to mark or become marked with spots or patches of a different colour; mottle 2 mottled or spotted markings Motear 3 a dappled horse, etc 1. Dícese delcaballo o yegua que tiene manchas, ordinariamente redondas, más oscuras que el color general de su pelo.. 4 marked with dapples or spots.

French window a glazed door in an outside wall, serving as a window and door; puerta acristalada o puerta-ventana normalmente acristalada

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Cronjager looked at me with-out nodding. He looked me over as ifhe was looking at a photograph. Thenhe nodded his chin about an inch.Wilde said: ‘Sit down, Marlowe. I’lltry to handle Captain Cronjager,but you know how it is. This isa big city now.’

I sat down and lit a cigarette.OhIs looked at Cronjager and asked:‘What did you get on the RandallPlace killing?’

The hatchet-faced man pulledone of his fingers until the knucklecracked. He spoke without lookingup. ‘A stiff, two slugs in him.Two guns that hadn’t been fired.Down on the street we got ablonde trying to start a car thatdidn’t belong to her. Hers wasright next to it, the same model.She acted rattled so the boysbrought her in and she spilled.She was in there when this guyBrody got it. Claims she didn’t see the killer.’

‘That all?’ Ohls asked.

Cronjager raised his eyebrowsa little. ‘Only happened about an hourago. What did you expect - movingpictures of the killing?’

‘Maybe a description of thekiller,’ Ohls said.

‘A tall guy in a leather jerkin- if you call that a description.’

‘He’s outside in my heap,’Ohls said. ‘Handcuffed. Marlowe putthe arm on him for you. Here’s hisgun.’ Ohls took the boy’s automaticout of his pocket and laid it on a cornerof Wild’s desk. Cronjager looked at thegun but didn’t reach for it.

Wilde chuckled. He wasleaning back and puffing his dappledcigar without letting go of it. He bentforward to sip from his coffee cup.He took a silk handkerchief from thebreast pocket of the dinnerjacket hewas wearing and touched his lips withit and tucked it away again.

Cronjager me miró sin hacer gesto al-guno de saludo, como si estuviera con-templando una fotografía. Luego bajó labarbilla un par de centímetros.

—Siéntese, Marlowe —dijo Wilde—.Trataré de que el capitán Cronjager se muestre con-siderado, pero ya sabe las dificultades con que tro-pezamos. La ciudad ha crecido mucho. [112]

Me senté y encendí un cigarrillo. Ohlsmiró a Cronjager y preguntó:

—¿Qué hay de nuevo sobre el homici-dio de Randall Place?

Cronjager se tiró de un dedohasta que le crujieron los nudi-llos. Habló sin levantar los ojos.

—Un muerto con dos heridas de bala.Dos pistolas que nadie había utiliza-do. En la calle encontramos a una ru-bia intentando poner en marcha un au-tomóvil que no le pertenecía. El suyoestaba al lado y era del mismo modelo.Parecía muy nerviosa, de manera que los mu-chachos la trajeron a la comisaría y lo contótodo. Estaba presente cuando dispararon con-tra Brody. Asegura que no vio al asesino.

—¿Es eso todo? —preguntó Ohls.

Cronjager alzó levemente una ceja.—Sólo ha transcurrido una hora des-

de los hechos. Qué esperaba, ¿una pelí-cula del asesinato?

—Quizá una descripción del asesino—dijo Ohls.

—Un tipo alto con una chaqueta de cuero sinmangas..., si a eso le llama usted una descripción.

—Lo tengo ahí fuera en mi tartana —dijo Ohls—. Esposado. Aquí está la pistolaque utilizó. Marlowe les ha hecho el traba-jo. —Se sacó del bolsillo la automática delchico y la depositó en un rincón de la mesade Wilde. Cronjager contempló el arma perono hizo ademán de cogerla.

Wilde rió entre dientes. Se había re-costado en el asiento y lanzaba bocana-das de humo sin sacarse el cigarro de laboca. Luego se inclinó para beber un sor-bo de la taza de café. A continuación sesacó un pañuelo de seda del bolsillo delesmoquin, se lo pasó por la boca y volvióa guardarlo.

Cronjager me miró sin saludar. Me ob-servó de arriba abajo como si estuvieracontemplando una foto e inclinó la bar-billa no más de un centímetro.

Wilde dijo:—Siéntese, Marlowe. Trataré de manejar

a Cronjager pero ya sabe cómo están las co-sas. Esta es una gran ciudad ahora.

Me senté y encendí un cigarrillo.Ohls miró a Cronjager y le preguntó:

—¿Qué ha averiguado del asesina-to de Randall Place?

El hombre con cara de cuchillo se es-tiró uno de los dedos hasta que la articu-lación crujió. Habló sin levantar la vista.

—Un tipo con dos balas dentro.Dos armas que no habían sido dispa-radas. En la calle encontramos a unarubia que intentaba poner en marchaun coche que no le pertenecía. El suyoera el siguiente, del mismo modelo.Parecía atontada y los muchachos sela llevaron y confesó. Estaba allícuando despacharon a Brody, peroafirma que no vio al asesino.

—¿Eso es todo? —preguntó Ohls.

Cronjager levantó las cejas ligeramente.—Ocurrió hace apenas una hora.

¿Qué esperaba? ¿Una película del ase-sinato?

—Quizá una descripción del ase-sino.

—Un individuo alto con chaqueta de cue-ro, si a eso se le puede llamar descripción.

—Está ahí afuera, en mi coche —dijoOhls—, esposado. Marlowe le echó elguante para usted. Aquí está su pistola.

Ohls sacó de su bolsillo la automática deljovencito y la dejó en una esquina del escri-torio de Wilde. Cronjager miró la pistola, perono hizo ademán de cogerla.

Wilde soltó una risita ahoga-da. Estaba recostado en un si-llón, dando chupadas a su puro.Se echó hacia adelante para sor-ber el café. Sacó después un pa-ñuelo de seda del bolsillo delesmoquin, se limpió los labios ylo volvió a guardar.

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‘There’s a couple more deathsinvolved,’ Ohls said, pinching the softflesh at the end of his chin.

Cronjager stiffened visibly.His surly eyes became points ofsteely light.

Ohls said: ‘You heard about acar being lifted out of the PacificOcean off Lido pier this morning witha dead guy in it?’

Cronjager said: ‘No,’ andkept on looking nasty.

‘The dead guy in the car waschauffeur to a rich family,’ Ohls said.‘The family was being blackmailed onaccount of one of the daughters. MrWilde recommended Marlowe to thefamily, through me. Marlowe playedit kind of close to the waistcoat.’

‘I love private dicks that playmurders close to the waistcoat,’Cronjager said. ‘You don’t have to beso goddamned coy about it.’

‘Yeah,’ OhIs said. ‘I don’thave to be so goddamned coy aboutit. It’s not so goddamned often I get achance to be coy with a city copper. Ispend most of my time telling themwhere to put their feet so they won’tbreak an ankle.’

Cronjager whitened aroundthe corners of his sharp nose. Hisbreath made a soft hissing sound inthe quiet room. He said very quietly:‘You haven’t had to tell any of mymen where to put their feet, smartguy.’

‘We’ll see about that,’ Ohlssaid. ‘This chauffeur I spoke of that’sdrowned off Lido shot a guy last nightin your territory. A guy named Geigerwho ran a dirty-book racket in a storeon Hollywood Boulevard. Geiger wasliving with the punk I got outside inmy car. I mean living with him, if youget the idea.’

Cronjager was staring at himlevelly now. ‘That sounds like it mightgrow up to be a dirty story,’ he said.

—Hay otras dos muertes que están re-lacionadas con esa última —dijo Ohls,pellizcándose la barbilla.

Cronjager se tensó visiblemente. Susojos hoscos se convirtieron en puntos deluz acerada.

—¿Están enterados de que esta maña-na hemos sacado un coche del mar, cercadel muelle de Lido, con un muerto den-tro? —preguntó Ohls.

—No —dijo Cronjager, con la mismaexpresión desagradable.

—El muerto era chófer de una familia rica—dijo Ohls—. Una familia a la que se estabahaciendo chantaje en relación con una de lashijas. El señor Wilde recomendó a Marlowe ala familia por mediación mía. Y se puede de-cir que Marlowe ha seguido el asunto muy decerca.

—Me encantan los sabuesos que si-guen asesinatos muy de cerca —dijoCronjager—. No tiene por qué ser tancondenadamente circunspecto.

—Claro —dijo Ohls—. No tengo porqué ser tan condenadamente circunspecto. Esun privilegio del que no disfruto con demasia-da frecuencia cuando trato con policías de ciu-dad. Me paso la mayor parte del tiempo di-ciéndoles dónde poner los pies para que no serompan los tobillos.

Cronjager palideció alrededor de lasventanillas de su afilada nariz. Su respi-ración hizo un suave ruido silbante en lahabitación en silencio.

—A mis hombres no ha tenido que de-cirles nunca dónde poner los pies, tío lis-to —dijo Cronjager sin levantar la voz.

—Eso ya lo veremos —dijo Ohls—. El chó-fer del que he hablado y que hemos sacado delmar frente a Lido mató a un tipo anoche en elterritorio de ustedes. Un individuo llamadoGeiger que llevaba un tinglado de libros por-nográficos en un establecimiento deHollywood Boulevard. Geiger vivía con elmocoso que tengo en el coche. Hablo de vivircon él, no sé si capta usted la idea.

Cronjager lo miraba ahora de hito en hito.—Todo eso parece que podría llegar a con-

vertirse en una historia muy sucia —dijo.

—Hay un par de muertes más re-lacionadas con este asunto —conti-nuó Ohls, pellizcándose la barbilla.

Cronjager se puso visiblemente rí-gido. Sus ojos hoscos se volvierondos chispas.

Ohls prosiguió: —¿Ha oído algo acer-ca de un coche que han sacado del océa-no por el muelle del Lido esta mañana,con un hombre muerto dentro?

—No —contestó Cronjager, ymantuvo su cara de pocos amigos.

—El individuo muerto era el chó-fer de una familia rica —dijo Ohls—. Esa familia era víctima de un chan-taje a causa de una de las hijas. Elseñor Wilde recomendó a Marlowe ala familia y Marlowe siguió el asuntode cerca.

—Me gustan los detectives privadosque siguen de cerca los asesinatos —dijoCronjager—; no tiene usted que ser tancondenadamente reservado sobre eso.

—Sí —dijo Ohls—, no tengo queser tan condenadamente reservado so-bre eso. No es tan condenadamente frecuente quetenga la oportunidad de ser reservado con un poli-cía de la ciudad. Me paso la mayor parte del tiem-po diciéndoles dónde tienen que poner los pies parano romperse un tobillo.

La picuda nariz de Cronjager se puso blan-ca alrededor de las aletas. Su aliento hizo unligero ruido silbante que se oyó en la silencio-sa habitación. Por fin, dijo pausadamente:

—A ninguno de mis hombres hatenido usted que decirle dónde debíaponer los pies, señor profesor.

—Ya lo veremos —dijo Ohls— Este chó-fer de que hablé, que se ha ahogado en elLido, mató anoche a un individuo en su área.Un tipo llamado Geiger, que tenía un nego-cio de libros pornográficos en una tienda delbulevar Hollywood. El tal Geiger vivía conel invertido que tengo afuera, en mi coche.Se comprende lo que quiero expresar al de-cir que vivía con él.

Ahora Cronjager le estaba mirando a los ojos.—Eso suena como el principio de

una historia sucia —dijo.

surly adj. 1 obsolete : ARROGANT, IMPERIOUS 2 : bad-tempered and unfriendly, malhumorado, irritably sullen and churlish [mean, hosco, arisco,huraño] in mood or manner : CRABBED 3 : menacing or threatening in appearance <surly weather>

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‘It’s my experience mostpolice stories are,’ Ohls growledand turned to me, his eyebrows bris-tling. ‘You’re on the air, Marlowe.Give it to him.’

I gave it to him.I left out two things, not

knowing just why, at the moment, Ileft out one of them. I left outCarmen’s visit to Brody’s apartmentand Eddie Mars’s visit to Geiger’s inthe afternoon. I told the rest of it Justas it happened.

Cronjager never took hiseyes off my face and no expres-sion of any kind crossed his as Italked. At the end of it he wasperfectly silent for a long minute.Wilde was silent, sipping hiscoffee, puffing gently at hisdappled cigar. Ohls stared at oneof his thumbs.

Cronjager leaned slowly backin his chair and crossed one ankleover his knee and rubbed the ankle-bone with his thin nervous hand. Hislean face wore a harsh frown. He saidwith deadly politeness:

‘So a l l you d id was notreport a murder that happened lastnight and then spend today foxingaround so that this kid of Geiger’scould commit a second murder thisevening.’

‘That’s all,’ I said. ‘I wasin a pretty tough spot. I guess I didwrong, but I wanted to protect myclient and I hadn’t any reason tothink the boy would go gunningfor Brody.’

‘That kind of thinking ispol ice bus iness , Mar lowe. I fGeiger’s death had been reportedlast night, the books could neverhave been moved from the store toBrody’s apar tment . The k idwouldn’t have been led to Brodyand wouldn’t have killed him. SayBrody was living on borrowed time.His kind usually are. But a life is alife.’

—Según mi experiencia, eso es lo que suce-de con la mayoría de las historias policiacas —gruñó Ohls, antes de volverse hacia mí, las ce-jas más hirsutas que nunca—. Estás en directo,Marlowe. Cuéntaselo.

Se lo conté.Me callé dos cosas, aunque sin saber

exactamente, en aquel momento, por quédejaba fuera la segunda. No hablé de lavisita de Carmen al apartamento de Brody,pero tampoco de la visita de Eddie Marsa la casa de Geiger. Conté todo lo demáscomo había sucedido.

Cronjager nunca apartó los ojos de micara, y su rostro no se inmutó en lo másmínimo durante todo el relato. Cuandohube terminado, permaneció en comple-to silencio más de un minuto. TampocoWilde dijo nada, bebiendo sorbos de caféy lanzando suaves bocanadas de humo desu cigarro veteado. Ohls, mientras tanto,se contemplaba uno de los pulgares.

Cronjager se recostó despacio enel asiento, cruzó un tobillo sobre larodilla y se frotó el hueso del tobi-llo con una mano delgada y nervio-sa. El ceño muy fruncido, dijo concortesía glacial:

—De manera que todo lo que ha he-cho ha sido no comunicar un asesinatocometido anoche y luego emplear el díade hoy en husmear, permitiendo que elchico de Geiger cometiera un segundoasesinato.

—Eso ha sido todo lo que he hecho —dije—. Me hallaba en una situación bastan-te apurada. Imagino que hice mal, pero que-ría proteger a mi cliente y no tenía ningúnmotivo para pensar que al chico le diera pordeshacerse de Brody a balazos.

—Ese tipo de cálculo es privilegiode la policía, Marlowe. Si hubiera in-formado anoche de la muerte deGeiger, nadie se habría llevado lasexistencias de la librería al apartamen-to de Brody. El chico no habría teni-do esa pista y no hubiera matado aBrody. Digamos que Brody estaba vi-viendo con tiempo prestado. Los desu especie siempre lo están. Pero unavida es una vida.

—Sé por experiencia que la ma-yoría de las historias policíacas lo son—gruñó Ohls, volviéndose hacia mícon las cejas erizadas—. Le toca austed, Marlowe. Cuénteselo.

Así lo hice.Sólo omití dos cosas, sin sa-

ber en aquel momento por qué lohacía: la visita de Carmen a lacasa de Brody y la visita deEddie Mars a la casa de Geiger.El resto lo conté tal como habíasucedido.

Cronjager no apartó de mi ros-tro su mirada, cuya expresión fueinmutable durante todo el relato.Cuando terminé, se quedó silen-cioso durante un largo minuto.Wilde permanecía callado, sor-biendo el café y fumando su purocon suavidad. Ohls se miraba unode los pulgares.

Cronjager se recostó en el respaldo dela silla, cruzó las piernas, poniendo el to-billo sobre la rodilla de la otra pierna yfrotándoselo con su mano delgada y ner-viosa. Frunció el entrecejo y, con abru-madora cortesía, dijo:

—Así que todo lo que hizo fue nodar cuenta de un asesinato que ocu-rrió anoche, pasándose luego todo eldía husmeando por ahí para que estemuchacho de Geiger pudiera come-ter hoy un segundo crimen.

—Eso es todo —dije—; me encon-traba en una situación bastante apu-rada. Presumo que hice mal, pero que-ría proteger a mi cliente y no teníarazón alguna para pensar que ese ga-llito mataría a Brody.

—Esas conjeturas son cosa de lapolicía, Marlowe. Si la muerte deGeiger hubiera sido denunciada ano-che, los libros no podrían haber sidotrasladados del almacén a la casa deBrody. El muchacho no se hubieralanzado contra Brody y éste no habríasido asesinado. Digamos que Brodyvivía de prestado, pues la gente de sucalaña vive así habitualmente, perouna vida es una vida.

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‘Right,’ I said. ‘Tell that toyour coppers next time they shootdown some scared petty larceny crookrunning away up an alley with a stolenspare.’

Wilde put both his handsdown on his desk with a solidsmack. ‘That’s enough of that,’he snapped. ‘What makes you sosure, Marlowe, that this Taylorboy shot Geiger? Even if the gunthat killed Geiger was found onTaylor’s body or in the car, itdoesn’t absolutely follow that hewas the killer. The gun might havebeen planted - say by Brody, theactual killer.’

‘It’s physically possible,’ Isaid, ‘but morally impossible. Itassumes too much coincidence andtoo much that’s out of character forBrody -and his girl , and out ofcharacter for what he was trying todo. I talked to Brody for a long time.He was a crook, but not a killer type.He had two guns, but he wasn’twearing either of them. He was tryingto find a way to cut in on Geiger’sracket, which naturally he knew allabout from the girl. He says he waswatching Geiger off and on to see ifhe had any tough backers. I believehim. To suppose he killed Geiger inorder to get his books, then scrammedwith the nude photo Geiger had justtaken of Carmen Sternwood, thenplanted the gun on Owen Taylor andpushed Taylor into the ocean off Lido,is to suppose a hell of a lot too much.Taylor had the motive, jealous rage,and the opportunity to kill Geiger. Hewas out in one of the family carswithout permission. He killed Geigerright in front of the girl, which Brodywould never have done, even if he hadbeen a killer. I ,can’t see anybody witha purely commercial interest inGeiger doing that. But Taylor wouldhave done it. The nude photo businesswas just what would have made himdo it.’

—De acuerdo —dije—. Dígaselo a susmuchachos la próxima vez que acaben atiros con algún ladronzuelo de poca montaque escapa por un callejón después derobar una rueda de repuesto.

Wilde puso las dos manos sobre el es-critorio dando una fuerte palmada.

—Ya es más que suficiente —dijo convoz cortante—. ¿Qué le hace estar tanseguro, Marlowe, de que Taylor, el chó-fer, fue quien disparó contra Geiger?Aunque el arma que mató a Geiger la lle-vara Taylor encima y estuviera en el co-che, no se sigue necesariamente que fue-ra el asesino. Alguien habría podido co-locarle la pistola para inculparlo .... Brody,por ejemplo, el verdadero asesino.

—Es posible físicamente —dije—,pero no moralmente. Sería aceptar dema-siadas coincidencias y demasiadas cosasque no concuerdan con la manera de serde Brody y de su chica, y que tampocoestán de acuerdo con lo que se proponíanhacer. Estuve hablando con Brody duranteun buen rato. Era un sinvergüenza, perono encaja como asesino. Tenía dos armas,pero no llevaba encima ninguna de lasdos. Buscaba un modo de meter la cu-chara en el tinglado de Geiger, del que,como es lógico, estaba informado por lachica. Me dijo que vigilaba a Geiger paraver si tenía apoyos importantes. Creo quedecía la verdad. Suponer que mató aGeiger para quedarse con sus libros, queluego se escabulló con la foto de CarmenSternwood desnuda hecha por Geiger yque finalmente colocó la pistola para com-prometer a Owen Taylor antes de tirarloal mar cerca de Lido es suponer muchísi-mas más cosas de las necesarias. Taylortenía el motivo, rabia provocada por loscelos, y la oportunidad de matar a Geiger.Sacó sin permiso uno de los coches de lafamilia. Mató a Geiger delante de la chi-ca, cosa que Brody nunca hubiera hecho,incluso aunque fuera un asesino. No veopor qué alguien con un interés puramen-te comercial en Geiger haría una cosa así.Pero Taylor sí. La foto de la chica desnu-da es exactamente lo que le habría lleva-do a hacerlo.

—Exacto —contesté—; dígaleseso a sus hombres la próxima vez quedisparen sobre algún raterito que hayapor un callejón con una baratija en losbolsillos.

Wilde dio un puñetazo en la mesacon ambas manos.

—Ya está bien —dijo—. ¿Por quéestá tan seguro, Marlowe, de que esemuchacho, Taylor, mató a Geiger?Aun cuando el revólver con el queGeiger fue asesinado apareciera so-bre el cuerpo de Taylor, o en el co-che, no se puede decir que fuera elasesino. El arma quizá pudo habersido puesta por Brody, el verdaderoasesino.

—Es pos ib le , por lóg ica —dije—; pero moralmente imposible.Supone demasiadas coincidencias ydemasiados hechos que no encajanen el carácter de Brody y su amiga,y desentonan con lo que intentabanhacer. Hablé con Brody un largorato. Era un marrullero, pero no unasesino, Tenía dos armas, pero nollevaba ninguna encima. Estababuscando la manera de participar enel negocio de Geiger, del que teníaconocimiento por la chica. Dijo quehabía estado vigilando a Geigerpara conseguir sus libros. Suponerque salió huyendo con la foto queGeiger acababa de hacerle a Car-men y que luego pusiera el revól-ver sobre Taylor y lo arrojase al marpor el Lido, es suponer demasiado.Taylor tenía, como motivo, unoscelos rabiosos y la oportunidad dematar a Geiger. Había salido sinpermiso con uno de los coches dela familia a cuyo servicio estaba.Mató a Geiger delante de la chica,lo que Brody no habría hecho nun-ca, aunque fuera un asesino. Nopuedo imaginarme a nadie hacien-do esto por un interés puramente co-mercial. Pero Taylor lo habría he-cho; la foto de Carmen desnuda esprecisamente lo que le impulsaríaa hacerlo.

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Wilde chuckled and lookedalong his eyes at Cronjager. Cronjager,cleared his throat with a snort. Wildeasked: ‘What’s this business abouthiding the body? I don’t see the pointof that.’

I said: ‘The kid hasn’t told us,but he must have done it. Brodywouldn’t have gone into the houseafter Geiger was shot. The boy musthave got home when I was awaytaking Carmen to her house. He wasafraid of the police, of course, beingwhat he is, and he probably thoughtit a good idea to have the body hiddenuntil he had removed his effects fromthe house. He dragged it out of thefront door, judging by the marks onthe rug, and very likely put it in thegarage. Then he packed up whateverbelongings he had there and tookthem away. And later on, sometimein the night and before the bodystiffened, he had a revulsion of feelingand thought he hadn’t treated his deadfriend very nicely. So he went backand laid him out on the bed. That’sall guessing of course.’

Wilde nodded. ‘Then thismorning he goes down to the store asif nothing had happened and keeps hiseyes open. And when Brody movedthe books out he found out where theywere going and assumed that whoevergot them had killed Geiger just forthat purpose. He may even haveknown more about Brody and the girlthan they suspected. What do youthink, OhIs?’

Ohls said: ‘We’ll find out -but that doesn’t help Cronjager’stroubles. What’s eating him is all thishappened last night and he’s only justbeen rung in on it.’

Cronjager said sourly: ‘I thinkI can find some way to deal with thatangle too.’ He looked at me sharplyand immediately looked away again.

Wilde waved his cigarand said: ‘Let’s see the exhibits,Marlowe.’

Wilde rió entre dientes y miró de reojoa Cronjager. El policía se aclaró la gar-ganta con un resoplido.

—¿Por qué molestarse en esconder elcadáver? —preguntó Wilde—. No le veoningún sentido. [116]

—El chico no lo ha confesado, perodebió de hacerlo él —respondí—. Brodyno hubiera vuelto a la casa después de lamuerte de Geiger. El chico debió llegardespués de que yo saliera con la señoritaSternwood. Se asustó al pensar en la po-licía, por supuesto, siendo lo que es, y pro-bablemente le pareció una buena idea es-conder el cuerpo hasta que se hubiera lle-vado sus efectos personales de la casa.Luego lo sacó a rastras por la puerta prin-cipal, a juzgar por las señales en la al-fombra, y lo más probable es que lo me-tiera en el garaje. A continuación recogiósus pertenencias y se las llevó a otro si-tio. Y más adelante, en algún momentode la noche y antes del rigor mortis, ledominó el sentimiento de culpabilidad alpensar que no había tratado nada bien asu amigo muerto. De manera que volvióy lo llevó a la cama. Todo esto no sonmás que suposiciones, como es lógico.

Wilde asintió.—Hoy por la mañana ha ido a la libre-

ría como si nada hubiera sucedido y conlos ojos bien abiertos. Al llevarse Brodylos libros se entera de dónde van y con-cluye que la persona que se dispone aquedárselos ha matado a Geiger precisa-mente con ese fin. Cabe incluso que su-piera más sobre Brody y la chica de loque ellos sospechaban. ¿Qué te parece ati, Ohls?

—Nos enteraremos —dijo Ohls—,pero eso no disminuye los problemas deCronjager. Lo que le parece mal es todolo que sucedió anoche y que sólo se lehaya informado ahora.

—Creo que también yo conseguiréacostumbrarme a la idea —dijo Cronjagercon acritud. Luego me miró con dureza yapartó la vista de inmediato.

Wilde agitó su cigarro y dijo:

—Veamos las pruebas, Marlowe.

Wilde rió ahogadamente y miró aCronjager. Éste aclaró su garganta conun bufido. Aquél preguntó:

—¿Y por qué eso de esconder elcadáver? No veo motivo para eso.

—El muchacho no nos lo ha di-cho —contesté—, pero debe dehaber sido él. Brody no hubiera idoa la casa después de la muerte deGeiger. El muchacho llegaríamientras yo llevaba a Carmen a sucasa. Temía a la policía, y le pare-ció buena idea esconder el cadá-ver hasta que se hubiese llevadosus cosas de la casa. Le arrastrópor la puerta principal, a juzgar porlas señales que dejó en la alfom-bra, y probablemente lo escondióen el garaje. Después recogió todolo que le pertenecía y se lo llevóde allí; más tarde, durante la no-che, se operó un cambio en sussentimientos y pensó que no ha-bía tratado muy bien a su amigomuerto. Así que volvió y le pusoen la cama. Todo esto me lo ima-gino, claro está.

Wilde asintió—. Entonces, estamañana volvió a la tienda como sinada hubiera ocurrido y abrió bien losojos. Y cuando Brody trasladó los li-bros, y averiguó adónde los llevaban,dio por sentado que el que se los lle-vaba era el que había matado a Geigercon ese propósito. Puede que inclusosupiera sobre Brody y la chica másde lo que ellos imaginaron. ¿Qué creeusted, Ohls?

Éste contestó:—Ya lo averiguaremos, pero eso

no resuelve las preocupaciones deCronjager. Lo que le revienta es quetodo esto ocurriera anoche y que élacabe de enterarse ahora.

Cronjager dijo con voz agria:—Creo que puedo encontrar algún

modo de resolver esta cuestión.Me miró con ojos penetrantes y al

instante desvié la mirada.Wilde hizo un ademán con el puro

y dijo:—Veamos las pruebas, Marlowe.

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I emptied my pockets and putthe catch on his desk: the three notesand Geiger ’s card to GeneralSternwood, Carmen’s photos, and theblue notebook with the code list ofnames and addresses. I had alreadygiven Geiger’s keys to Ohls.

Wilde looked at what I gavehim, puffing gently at his cigar. Ohlslit one of his own toy cigars and blewsmoke peacefully at the ceiling.Cronjager leaned on the desk andlooked at what I had given Wilde.

Wilde tapped the three notessigned by Carmen and said: ‘I guessthese were just a come-on. If GeneralSternwood paid them, it would bethrough fear of something worse.Then Geiger would have tightened thescrews. Do you know what he wasafraid of?’ He was looking at me.

I shook my head.‘Have you told your story

complete in all relevant details?’

‘I left out a couple of personalmatters. I intend to keep on leavingthem out, Mr’ Wilde.’

Cronjager said: ‘Hah!’ andsnorted with deep feeling.

‘Why?’ Wilde askedquietly.

‘Because my client is entitledto that protection, short of anythingbut a Grand jury. I have a licence tooperate as a private detective. Isuppose that word «private» has somemeaning. The Hollywood Divisionhas two murders on its hands, bothsolved. They have both killers. Theyhave the motive, the instrument ineach case. The blackmail angle hasgot to be suppressed, as far as thenames of the parties are concerned.’

‘Why?’ Wilde asked again.

‘That’s okey,’Cronjager said dryly. ‘We’reglad to stooge for a shamus ofhis standing.’

Me vacié los bolsillos y coloqué los obje-tos sobre la mesa: los tres pagarés y la tarjetade Geiger dirigida al general Sternwood, lasfotos de Carmen y la libreta de pastas azulescon la lista de nombres y direcciones en clave.Ya le había dado a Ohls las llaves del aparta-mento de Geiger.

Wilde lo examinó todo entre suaves bo-canadas de humo. Ohls encendió uno desus diminutos puros y lanzó tranquila-mente el humo hacia el techo. Cronjagerse inclinó sobre la mesa y contempló laspruebas.

El fiscal del distrito dio unos golpecitos sobrelos tres recibos firmados por Carmen y dijo:

—Imagino que esto no era más que unseñuelo. Si el general Sternwood pagó,fue por miedo a algo peor. Llegado elmomento Geiger le hubiera apretado lostornillos. ¿Sabe de qué tenía miedo? —Me estaba mirando.

Negué con la cabeza.—¿Nos ha contado la historia completa

con todos los detalles pertinentes?

—He omitido un par de cuestiones per-sonales. Y tengo intención de seguir ha-ciéndolo, señor Wilde.

—¡Ajá! —dijo Cronjager, lanzando al mismotiempo un resoplido lleno de sentimiento.

—¿Por qué? —preguntó Wilde sin al-zar la voz.

—Porque mi cliente tiene derecho aesa protección, siempre que no se enfrentecon un jurado de acusación. Dispongo deuna licencia para trabajar como detectiveprivado. Imagino que la palabra «priva-do» significa algo. Aunque la policía deHollywood se enfrenta con dos asesina-tos, los dos están resueltos. Tiene ademása los dos asesinos. Y motivo y arma enambos casos. Hay que eliminar el aspec-to del chantaje, al menos en lo referente alos nombres de las víctimas.

—¿Por qué? —preguntó Wilde de nuevo.

—No hay nada que objetar —dijoCronjager secamente—. Es una satisfac-ción hacer de comparsa cuando se tratade un sabueso de tanta categoría.

Me vacié los bolsillos y puse el bo-tín sobre la mesa: los tres recibos y latarjeta de Geiger al generalSternwood, las fotos de Carmen y lalibreta con la lista de direcciones enclave. Ya le había entregado las lla-ves de Geiger a Ohls.

Wilde miró lo que le entregaba, dandosuaves chupadas al puro. Ohls encendióuno de los suyos y empezó a echar pláci-das bocanadas de humo hacia el techo.Cronjager se reclinó en el escritorio y con-templó lo que yo le entregaba a Wilde

Wilde golpeó con la mano los tres recibos fir-mados por Carmen, al tiempo que decía:

—Me imagino que éstos serían sólopara entrar en materia. Si el general lospagaba, sería por temor a algo. EntoncesGeiger habría apretado las clavijas. ¿Sabeusted qué era lo que temía? —preguntó,mirándome.

Negué con la cabeza.—¿Ha hecho usted un relato completo en

cuanto a todos los detalles importantes?

—Omití un par de cuestiones per-sonales. Y quiero seguir omitiéndo-las, señor Wilde.

—¡Ah! —bufó con fuerzaCronjager.

—¿Por qué? —preguntó Wilde contranquilidad.

—Porque mi cliente tiene derechoa esa protección ante todo, exceptoante un jurado de acusación. Tengolicencia para operar como detectiveprivado. Supongo que la palabra pri-vado tiene algún significado. La po-licía de Hollywood tiene en las ma-nos dos asesinatos resueltos. Posee elmotivo y el instrumento en cada caso.Considero que la cuestión del chantajedebe suprimirse en lo que concierne alnombre de las partes implicadas.—¿Por qué? —volvió a preguntar Wilde.

—Sí, perfectamente —dijoCronjager con sequedad—. Estamosencantados de ser cómplices de un de-tective de su condición.

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I said: ‘I’ll show you.’ I gotup and went back out of the house tomy car and got the book from Geiger’sstore out of it. The uniformed policedriver was standing beside Ohls’s car.The boy was inside it, leaning backsideways in the corner.

‘Has he said anything?’ I asked.

‘He made a suggestion,’ thecopper said and spat. ‘I’m letting itride.’

I went back into the house, putthe book on Wilde’s desk and opened upthe wrappings. Cronjager was using atelephone on the end of the desk. He hungup and sat down as I came in.

Wilde looked through thebook, wooden-faced, closed it andpushed it towards Cronjager.Cronjager opened it, looked at a pageor two, shut it quickly. A couple ofred spots the size of half-dollarsshowed on his cheek-bones.

I said: ‘Look at the stampeddates on the front end-paper.’

Cronjager opened the bookagain and looked at them. ‘W’ell?’

‘If necessary,’ I said, ‘I’lltestify under oath that that bookcame from Geiger’s store. Theblonde, Agnes, will admit whatkind of business the store did.It’s obvious to anybody witheyes that that store is just a frontfor something. But the Holly-wood police allowed it tooperate, for their own reasons.I dare say the Grand jury wouldlike to know what those reasonsare.’

Wilde grinned. He said:‘Grand juries do ask those em-barrassing questions some-times - in a rather vain effortto find out just why cities arerun as they are run.’

—Se lo voy a enseñar —dije yo. Melevanté, salí de la casa, fui hasta mi co-che y saqué el libro procedente de la tien-da de Geiger. El chófer uniformado sehallaba junto al coche de Ohls. El mu-chacho seguía dentro, recostado de ladoen un rincón.

—¿Ha dicho algo? —pregunté. [118]

—Me ha hecho una sugerencia —dijoel policía, escupiendo a continuación—.Pero la voy a ignorar.

Volví a la casa y puse el libro sobre elescritorio de Wilde después de desenvol-verlo. Cronjager estaba usando un telé-fono en el extremo de la mesa. Colgó yse sentó cuando entré yo.

W i l d e h o j e ó e l l i b r oc o n cara de palo, lo cerró y le em-pujó en dirección a Cronjager. El ca-pitán lo abrió, miró una o dos pági-nas y lo cerró rápidamente. Un par demanchas rojas del tamaño de mone-das le aparecieron en las mejillas.

—Mire las fechas impresas en la guar-da delantera.

Cronjager abrió de nuevo el libro y lasexaminó.

—¿Y bien?

—Si es necesario —dije—, testifi-caré bajo juramento que ese libro pro-cede del establecimiento de Geiger.Agnes, la rubia, reconocerá qué clasede negocio se hacía allí. Resulta evi-dente para cualquiera que tenga ojosen la cara que esa librería no era másque una fachada para otra cosa. Perola policía de Hollywood le permitíatrabajar, por razones que ellos sabrán.Me atrevo a decir que el jurado deacusación estará interesado en cono-cer esas razones.

Wilde sonrió.—Los jurados de acusación —dijo—

hacen a veces preguntas muyembarazosas..., en un esfuerzo bastante in-eficaz para descubrir precisamente por quélas ciudades funcionan como lo hacen.

—Van ustedes a ver algo —dije.Me levanté y salí de la casa. Me

dirigí a mi coche y cogí el libro deGeiger. El chófer del coche de policíaestaba de pie junto al coche de Ohls.El chico estaba dentro, recostado enun rincón.

—¿Ha dicho algo? —pregunté.

—Hizo una insinuación —dijo elpolicía, y escupió.

Volví, puse el libro sobre la mesade Wilde y lo desenvolví. Cronjagerestaba utilizando el teléfono en unextremo del escritorio. Colgó y vol-vió a sentarse cuando entré.

Wilde hojeó el libro sin mover unmúsculo de su rostro; lo cerró y lo em-pujó hacia Cronjager. Éste lo abrió,miró un par de páginas y lo cerró conrapidez. Se veían en sus mejillas unasmanchas rojas del tamaño de las mo-nedas de medio dólar.

—Mire las fechas que figuran enla página del frente —dije.

Cronjager volvió a abrir el libro ylas examinó.

—¿Y bien?

—Si es necesario —dije—, estoydispuesto a declarar bajo juramentoque este libro salió de la tienda deGeiger. La rubia, Agnes, reconocerála clase de negocios que hacía el es-tablecimiento. Es evidente, para cual-quiera que tenga ojos, que esa libre-ría era sólo una pantalla para algo.Pero la policía de Hollywood, por lasrazones que tuviera, permitía que ope-rase. Me atrevo a decir que al juradode acusación le agradaría conocercuáles son esas razones.

Wilde sonrió y dijo:—Los jurados de acusación hacen

a veces esas preguntas embarazosasen un vano intento por averiguar porqué las ciudades están gobernadascomo lo están.

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Cronjager stood up sud-denly and put his hat on. ‘I’m oneagainst three here,’ he snapped.‘I’m a homicide man. If this Gei-ger was running indecent litera-ture, that’s no skin off my nose.But I’m ready to admit it won’thelp my division any to have itwashed over in the papers. Whatdo you birds want?’

Wilde looked at OhIs. Ohlssaid calmly: ‘I want to turn a prisonerover to you. Let’s go.’

He stood up. Cronjagerlooked at him fiercely and stalked outof the room. Ohls went after him. Thedoor closed again. Wilde tapped onhis desk and stared at me with hisclear blue eyes.

‘You ought to understandhow any copper would feel about acover-up like this,’ he said. ‘You’llhave to make statements of all of it- at least for the files. I think it maybe possible to keep the two killingssepara te and to keep Genera lSternwood’s name out of both ofthem. Do you know why I’m nottearing your ear off?’

‘No. I expected to get bothears torn off.’

‘What are you getting for itall?’

‘Twenty-five dollars a dayand expenses.’

‘That would make fiftydollars and a little gasolene so far.’

‘About that.’

He put his head on one sideand rubbed the back of his left littlefinger along the lower edge of hischin.

‘And for that amount of moneyyou’re willing to get yourself in Dutch withhalf the law enforcement of this country?’

Cronjager se puso en pie de repente yse encajó el sombrero.

—Estoy en minoría de uno contra tres —dijo con voz cortante—. Soy miembro de laBrigada Criminal. Si ese tal Geiger prestaba ovendía libros pornográficos es algo que me tie-ne sin cuidado. Pero estoy dispuesto a recono-cer que no sería de ninguna ayuda para nues-tro trabajo que saliera a relucir en los periódi-cos. ¿Qué es lo que quieren, señores?

Wilde miró a Ohls, que dijo con lamayor calma:

—Lo que yo quiero es hacerle entregadel detenido. Vamos.

Se puso en pie. Cronjager lo miró conferocidad y salió a grandes zancadas delestudio. Ohls lo siguió y la puerta se ce-rró de nuevo. Wilde tamborileó con losdedos sobre la mesa y me miró con susojos de color azul claro.

—Debería comprender los sentimien-tos de cualquier policía acerca de unamaniobra de encubrimiento como ésta —dijo—. Tendrá usted que redactar infor-mes acerca de todo ello..., al menos paralos archivos. Creo que quizá sea posiblemantener separados los dos asesinatos yno mezclar el apellido del general conninguno de los dos. ¿Sabe por qué no leestoy arrancando una oreja?

—No. Temía que fuera a arrancarmelas dos.

—¿Qué es lo que saca en limpio detodo esto?

—Veinticinco dólares al día más gas-tos.

—Lo que, hasta el momento, suponecincuenta dólares y un poco de gasolina.

—Más o menos.

Inclinó la cabeza hacia un lado y sepasó el dedo meñique de la mano izquier-da por el borde de la barbilla.

—¿Y por esa cantidad de dinero estádispuesto a enemistarse con la mitad delas fuerzas de policía de este país?

Cronjager se levantó de repente yse puso el sombrero.

—Soy uno contra tres —dijo—.Los homicidas son mi especialidad. SiGeiger traficaba con literatura inde-cente, eso no es cosa que me importe.Pero estoy dispuesto a admitir que amis hombres no les servirá de muchoaparecer en los periódicos. ¿Qué es loque ustedes quieren?

Wilde miró a Ohls, que dijo conserenidad:

—Quiero entregarle un preso. Va-mos.

Se levantó. Cronjager le echóuna mirada fiera y salió de la ha-bitación. Ohls fue tras él y la puer-ta se cerró. Wilde golpeó su mesay me miró con sus claros ojos azu-les.

—Debería usted comprender loque siente un policía con un arreglocomo éste —dijo—. Tendrá usted quehacer declaraciones de todo, al me-nos para los ficheros. Creo que seráposible que los dos asesinatos perma-nezcan separados y que el nombre delgeneral Sternwood no aparezca enninguno de ellos. ¿Sabe usted por quéno le arranco una oreja?

—No. Creía que me arrancaría lasdos.

—¿Qué saca usted de todo esto?

—Veinticinco dólares diarios y losgastos.

—Como mucho, eso vendrá a su-mar cincuenta dólares y un poco degasolina.

—Más o menos.

Ladeó la cabeza y se frotó el dor-so del meñique en el borde de la bar-billa.

— ¿Y por ese importe está usteddispuesto a buscarse problemas conla mitad de la policía de este país?

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‘I don’t like it,’ I said. ‘Butwhat the hell am I to do? I’m on acase. I’m selling what I have to sellto make a living. What little gutsand intelligence the Lord gave meand a willingness to get pushedaround in order to protect a client.It’s against my principles to tell asmuch as I’ve told tonight, withoutconsulting the General. As for thecover-up, I’ve been in police busi-ness myself, as you know. Theycome a dime a dozen in any bigcity. Cops get very large and em-phatic when an outsider tries tohide anything, but they do thesame things themselves everyother day, to oblige their friendsor anybody with a little pull. AndI’m not through. I’m still on thecase. I’d do the same thing again,if I had to.’

‘Providing Cronjager doesn’tget your licence,’ Wilde grinned. ‘Yousaid you held back a couple ofpersonal matters. Of what import?’

‘I’m still on the case,’ I said,and stared straight into his eyes.

Wilde smiled at me. He hadthe frank daring smile of an Irishman.‘Let me tell you something, son. Myfather was a close friend of oldSternwood. I’ve done all my officepermits - and maybe a good deal more- to save the old man from grief. Butin the long run it can’t be done. Thosegirls of his are bound certain to hookup with something that can’t behushed, especially that little blondebrat. They ought not to be runningaround loose. I blame the old man forthat. I guess he doesn’t realize whatthe world is today. And there’sanother thing I might mention whilewe’re talking man to man and I don’thave to growl at you. I’ll bet a dollarto a Canadian dime that the General’safraid his son-in-law, the ex-bootlegger, is mixed up in thissomewhere, and what he really hopedyou would find out is that he isn’t.What do you think of that?’

—No me gusta nada —dije—. Pero¿qué demonios voy a hacer si no? Traba-jo en un caso. Vendo lo que tengo quevender para ganarme la vida. Las agallasy la inteligencia que Dios me ha dado yla disponibilidad para dejarme maltratarsi con ello protejo a mis clientes. Va con-tra mis principios contar todo lo que hecontado esta noche sin consultar antes algeneral. Por lo que respecta aencubrimientos, también yo he trabajadopara la policía, como usted sabe. Se en-cubre sin descanso en cualquier ciudadimportante. Los polizontes se ponen muysolemnes y virtuosos cuando alguien defuera trata de ocultar cualquier cosa, peroellos hacen lo mismo un día sí y otro tam-bién para contentar a sus amigos o a cual-quier persona con un poco de influencia.Y todavía [120] no he terminado. Sigo enel caso. Y volveré a hacer lo mismo sitengo que hacerlo.

—Con tal de que Cronjager no le reti-re la licencia —sonrió Wilde—. Ha di-cho que había omitido un par de cuestio-nes personales. ¿De qué trascendencia?

—Todavía sigo en el caso —dije, mi-rándole directamente a los ojos.

Wilde me sonrió. Tenía la sonrisa fran-ca y audaz de los irlandeses.

—Déjeme contarle algo, hijo. Mi pa-dre era amigo íntimo del viejo Sternwood.He hecho todo lo que me permite mi car-go (y tal vez bastante más) para evitaramarguras al general. Pero a la larga re-sulta imposible. Esas hijas suyas estándestinadas a tropezar con algo que nohabrá manera de silenciar, sobre todo larubita malcriada. No deberían andar porahí tan descontroladas, y de eso creo quetiene la culpa el viejo. Imagino que no seda cuenta de cómo es el mundo en la ac-tualidad. Y aún hay otra cosa que quizáno esté de más mencionar ahora que ha-blamos de hombre a hombre y que no ten-go que reñirle. Me apostaría un dólar con-tra diez centavos canadienses a que elgeneral teme que su yerno, el antiguo con-trabandista, esté mezclado en todo estode algún modo y que lo que en realidadesperaba era que usted descubriera queeso no es cierto. ¿Cuál es su opinión?

—No es que me guste —dije—.Pero, ¿qué diablos voy a hacer? Ten-go un caso. Vendo lo que tengo quevender para vivir: el valor y la inteli-gencia que Dios me ha dado y buenavoluntad para aguantar empujonescon el fin de proteger a un cliente. Vacontra mis principios el contar todolo que he contado esta noche sin con-sultar con el general. En cuanto a arre-glos, yo he estado en la policía, comousted sabe. Salen a diez centavos ladocena en cualquier gran ciudad. Lospolicías se ponen muy dignos y so-lemnes cuando un extraño trata deocultar algo, pero ellos lo hacen acada momento para complacer a unamigo o a cualquiera que tenga unpoco de influencia. Además, aún nohe terminado; todavía estoy en elcaso. Volvería a hacer lo mismo si sepresentara la oportunidad.

—Con tal de que Cronjager no lequite la licencia... —sonrió Wilde—.Usted dijo que ocultó un par de co-sas. ¿De qué importancia?

—Estoy todavía en el caso —dije,mirándole a los ojos.

Wilde me sonrió. Tenía la sonrisafranca y atrevida de un irlandés.

—Permítame que le diga algo,hijo. Mi padre era amigo íntimo delviejo Sternwood. He hecho todo loque mi cargo me permite, y quizá bas-tante más, para evitarle preocupacio-nes al anciano. Pero a la larga no po-drán evitarse. Esas hijas suyas estándestinadas a tropezar con algo que nopueda pasarse por alto, especialmen-te la rubia. No deberían dejarlas suel-tas por ahí. Yo culpo al viejo de eso.Me imagino que no se da cuenta decómo está el mundo ahora. Y hay otracosa más que quisiera mencionarmientras hablamos de hombre a hom-bre, y no le voy a gruñir. Apostaríaun dólar contra un real canadiense aque el general teme que su yerno, elex contrabandista, esté mezclado eneste asunto y lo que realmente deseaes que usted averigüe que no lo está.¿Qué opina de esto?

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‘Regan didn’t sound like ablackmailer, what I heard of him. Hehad a soft spot where he was and hewalked out on it.’

Wilde snorted. ‘The softnessof that spot neither you nor I couldjudge. If he was a certain sort of man,it would not have been so very soft.Did the General tell you he waslooking for Regan?’

‘He told me he wished heknew where he was and that he wasall right. He liked Regan and was hurtthe way he bounced off withouttelling the old man good-bye.’

Wilde leaned back andfrowned. ‘I see,’ he said in achanged voice. His hand movedthe stuff on his desk around,laid Geiger’s blue notebook toone side and pushed the otherexhibits towards me. ‘You mayas well take these,’ he said.‘I’ve no further use for them.’

19

It was close to eleven when Iput my car away and walked aroundto the front of the Hobart Arms. Theplate-glass door was put on the lockat ten, so I had to get my keys out.Inside, in the square barren lobby, aman put a green evening paper downbeside a potted palm and flicked acigarette butt into the tub the palmgrew in. He stood up and waved hishat at me and said: ‘The boss wantsto talk to you. You sure keep yourfriends waiting, pal.’

I stood still and looked at hisflattened nose and club steak ear.

‘What about?’

‘What do you care? just keep yournose clean and everything will be jake.’His hand hovered near the upper but-tonhole of his open coat.

—No me parece que Regan fuese unchantajista, por lo que he oído de él. Po-día llevar una vida regalada con la fami-lia Sternwood, y sin embargo se marchó.

Wilde resopló.—Ni usted ni yo estamos en condiciones de

juzgar sobre lo regalado de esa vida. Si Regan te-nía una determinada manera de ser, quizá no leresultase tan regalada. ¿Le ha dicho el general queestaba buscando a Regan?

—Me dijo que le gustaría saber dóndese encuentra y tener la seguridad de queno le van mal las cosas. Regan le caía bieny le dolió la manera que tuvo de dar laespantada sin despedirse.

Wilde se recostó en el asiento y frun-ció el ceño.

—Entiendo —dijo con una voz distin-ta. Luego procedió a cambiar de sitio lascosas que tenía sobre la mesa, colocandoa un lado la libreta azul de Geiger y em-pujando en mi dirección las otras prue-bas—. Más valdrá que se quede con ésas—dijo—. Ya no las necesito.

Diecinueve

Eran cerca de las once cuando dejé elcoche y me dirigí hacia el portal delHobart Arms. La puerta de cristal se ce-rraba a las diez, de manera que tuve quesacar mis llaves. Dentro, en el imperso-nal vestíbulo cuadrado, un individuo dejóun periódico de la tarde en el suelo, juntoa una maceta con una palmera, y tiró unacolilla dentro. Luego se levantó, me sa-ludó quitándose el sombrero y dijo:

—El jefe quiere hablar con us-ted. Desde luego sabe hacer espe-rar a los amigos, socio.

Me quedé quieto y contemplé la nariz hundiday la oreja como un medallón de solomillo.

—¿Sobre qué?

—¿Qué más le da? Pórtese comoun buen chico y todo irá de perlas. —Mantenía la mano cerca de la parte alta dela chaqueta, que llevaba sin abrochar.

—Regan no me parece un chanta-jista, por lo que he oído decir de él.Tenía un punto débil y se marchó poreso.

Wilde dio un bufido.—La debilidad de ese punto, ni us-

ted ni yo podemos juzgarla. Si era esetipo de hombre, débil no es la pala-bra. ¿Le pidió el general que buscaraa Regan?

—Me dijo que le gustaría saberdónde estaba y si se encontraba bien.Quería a Regan y estaba dolido porla forma en que desapareció, sin des-pedirse de él.

Wilde se recostó en la butaca yfrunció el ceño.

—Comprendo —dijo, con la vozcambiada. Su mano se movió sobrelas pruebas que estaban encima del es-critorio. Apartó a un lado la libretaazul de Geiger y empujó lo demáshacia mí.

—Puede llevárselo —dijo—, ya no lo necesito.

XIX

Eran aproximadamente las once cuan-do guardé mi coche y me dirigí al HobartArms. La puerta de entrada se cerraba conllave a las diez, así que tuve que abrir conmis llaves. Dentro, en el vestíbulo cuadra-do, un hombre dejó un periódico verde, edi-ción de la noche, al lado de una maceta quetenía una palmera, y tiró una colilla en eltiesto. Se levantó y me hizo una señal con elsombrero, al tiempo que me decía:

—El patrón quiere hablarle.Hace usted esperar a los ami-gos, compadre.

Me quedé inmóvil y me fijé en sunariz aplastada y su oreja de filete.

—¿Sobre qué?

—¿Y qué le importa? No se ensucie lanariz y todo marchará sobre ruedas.

Acercó la mano al primer ojal desu chaqueta, que llevaba abierta.

hover 1 (of a bird, helicopter, etc.) remain in one place in the air. 2 (often foll. by about, round) wait close at hand, linger. 3 remain undecided. Cernirse

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‘I smell of policemen,’ Isaid. ‘I’m too tired to talk, too tiredto eat, too tired to think. But if youthink I’m not too tired to takeorders from Eddie Mars - trygetting your gat out before I shootyour good ear off.’

‘Nuts. You ain’t got no gun.’He stared at me levelly. His dark wirybrows closed in together and hismouth made a downward curve.

‘That was then,’ I told him.‘I’m not always naked.’

He waved his left hand.‘Okey. You win. I wasn’t toldto blast anybody. You’ll hearfrom him.’

‘Too late will be too soon,’ Isaid, and turned slowly as he passedme on his way to the door. He openedit and went out without looking back.I grinned at my own foolishness, wentalong to the elevator and upstairs tothe apartment. I took Carmen’s littlegun out of my pocket and laughed atit. Then I cleaned it thoroughly, oiledit, wrapped it in a piece of cantonflannel and locked it up. I mademyself a drink and was drinking itwhen the phone rang. I sat downbeside the table on which it stood.

‘So you’re tough tonight,’Eddie Mars’s voice said.

‘Big, fast, tough and full ofprickles. What can I do for you?’

‘Cops over there - you knowwhere. You keep me out of it?’

‘Why should I?’

‘I’m nice to be nice to, soldier.I’m not nice not to be nice to.’

‘Listen hard and you’ll hearmy teeth chattering.’

He laughed dryly. ‘Did you -or did you?’

—Me huele la ropa a policías —dije—.Estoy demasiado cansado para hablar, de-masiado cansado para comer, demasiadocansado para pensar. Pero si cree que no loestoy para aceptar órdenes de Eddie Mars,trate de sacar la artillería antes de que le arran-que la oreja buena de un disparo.

—Y un cuerno. No va armado. —Memiró desapasionadamente. Sus hirsutas cejasoscuras formularon una interrogación y la bocase le curvó hacia abajo. [122]

—Eso fue entonces —le dije—. Nosiempre estoy en cueros.

Agitó la mano izquierda.—De acuerdo. Usted gana. No me han

dicho que me líe a tiros con nadie. Ya ten-drá noticias suyas.

—Demasiado tarde será demasiadopronto —dije, y me volví lentamentemientras él se cruzaba conmigo de cami-no hacia la puerta. Luego la abrió y saliósin mirar atrás. Sonreí ante mi propia in-sensatez, llegué hasta el ascensor y subí ami apartamento. Saqué del bolsillo el di-minuto revólver de Carmen y me eché areír. Luego lo limpié concienzudamente,lo engrasé, lo envolví en un trozo de fra-nela y lo guardé bajo llave. Preparé unwhisky y me lo estaba bebiendo cuandosonó el teléfono. Me senté junto a la mesadonde lo tenía instalado.

—De manera que esta noche hace deduro —dijo la voz de Eddie Mars.

—Grande, rápido, duro y lleno de es-pinas. ¿En qué puedo ayudarle?

—Polizontes en aquella casa..., ya sabe dónde.¿Ha tenido a bien no mezclarme en el asunto?

—¿Por qué tendría que mostrarme tan considerado?

—Da buenos resultados ser amable conmigo,capitán. Y lo contrario también es cierto.

—Escuche con atención y oirá cómome castañetean los dientes.

Rió sin ganas.—¿Lo ha hecho o no lo ha hecho?

—Me huele a policía —dije— Es-toy demasiado cansado para hablar,para comer y para pensar; pero si creeque no estoy demasiado cansado parahablar con Eddie Mars, intente sacarsu pistola antes de que le arranque suoreja normal de un tiro.

—Tonterías, no lleva usted pistola.Me miró a los ojos. Sus cejas os-

curas se juntaron y su boca se curvóhacia abajo.

—Eso era entonces —le dije—; nosiempre estoy desnudo.

Hizo un ademán con la mano iz-quierda.

—¡De acuerdo! Usted gana. No mehan dicho que liquidase a nadie. Yatendrá usted noticias de él.

—Demasiado tarde puede ser de-masiado pronto —contesté, volvién-dome lentamente cuando pasó por milado para dirigirse a la puerta. Laabrió y salió sin mirar hacia atrás. Mereí de mi propia necedad y subí a miapartamento. Saqué del bolsillo elrevólver de Carmen y me reí mirán-dolo. Después lo limpié concienzuda-mente, lo engrasé, y envolviéndolo enuna franela, lo guardé. Me preparé untrago y estaba tomándolo cuando sonóel teléfono. Me senté al lado de lamesa donde estaba colocado.

—Así que está usted retozón estanoche —dijo la voz de Eddie Mars.

—Sí. Grande, rápido, duro y llenode púas. ¿En qué puedo servirle?

—Hay policías allá. Ya sabe dón-de. ¿Me dejó fuera del asunto?

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Soy hombre con el que conviene ser amable, soldado. Yno resulta muy conveniente el no tratarme con amabilidad.

—Escuche con atención y oirácómo me castañetean los dientes.

Se rió sordamente.—¿Lo hizo o no?

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‘I did. I’m damned if I knowwhy. I guess it was just complicatedenough without you.’

‘Thanks, soldier. Who gunnedhim?’

‘Read it in the papertomorrow - maybe.’

‘I want to know now.’‘Do you get everything you want?’

‘No. Is that an answer, soldier?’

‘Somebody you never heardof gunned him. Let it go at that.’

‘If that’s on the level, someday I may be able to do you a favour.’

‘Hang up and let me go to bed.’He laughed again. ‘You’re

looking for Rusty Regan, aren’t you?’

‘A lot of people seem to thinkI am, but I’m not.’

‘If you were, I could give youan idea. Drop in and see me down atthe beach. Any time. Glad to see you.’

‘Maybe.’

‘Be seeing you then.’ Thephone clicked and I sat holding itwith a savage patience. Then Idialled the Sternwoods’ numberand heard it ring four or five timesand then the butler’s suave voicesaying: ‘General Sternwood’sresidence.’

‘This is Marlowe. Rememberme? I met you about a hundred yearsago -or was it yesterday?’

‘Yes, Mr Marlowe. Iremember, of course.’

‘Is Mrs Regan home?’‘Yes, I believe so. Would you

I cut in on him with asudden change of mind. ‘No.You give her the message. Tell herI have the pictures, all of them, andthat everything is all right.’

—Lo he hecho. Que me aspen si sépor qué. Imagino que ya era bastante com-plicado sin necesidad de usted.

—Gracias, capitán. ¿Quién lo mandóal otro barrio?

—Léalo mañana en los periódicos...,quizá.

—Quiero saberlo ahora.—¿Consigue todo lo que quiere?

—No. ¿Es eso una respuesta, capitán?

—Alguien de quien usted no ha oídohablar nunca acabó con él. Dejémoslo así.

—Si eso es verdad, quizá algún día estéen condiciones de hacerle un favor.

—Cuelgue y deje que me acueste.Se rió de nuevo.—Está buscando a Rusty Regan, ¿no

es cierto?—Mucha gente lo piensa, pero no es

cierto.

—En el caso de que lo estuviera bus-cando, podría darle alguna idea. Pásese averme por la playa. A la hora que quiera.Me alegraré de saludarlo.

—Quizá.

—Hasta pronto, entonces. —Se cortóla comunicación y seguí sosteniendo elauricular con una paciencia que tenía algode salvaje. Luego marqué el número deSternwood, que sonó cuatro o cinco ve-ces antes de que se oyera la impecablevoz del mayordomo diciendo: «Residen-cia del general Sternwood».

—Aquí Marlowe. ¿Se acuerda de mi?Nos conocimos hace unos cien años..., ¿ofue ayer?

—Sí, señor Marlowe. Me acuerdo deusted, por supuesto.

—¿Está en casa la señora Regan?—Sí, creo que sí. Le importa...

Le interrumpí porque había cambiadorepentinamente de idea.

—No. Basta con que le dé un recado.Dígale que tengo todas las fotos y quetodo lo demás está en orden.

—Lo hice. Que me cuelguen si sé por qué.Me figuro que fue porque la cosa ya resulta-ba bastante complicada sin usted.

—Gracias, soldado. ¿Quién lo li-quidó?

—Léalo en los periódicos maña-na; quizá lo averigüe.

—Quiero saberlo ahora. .—¿Consigue siempre lo que quiere?

—No. ¿Es esa una contestación, soldado?

—Alguien que usted no conoce lodespachó. Dejémoslo así.

—Si eso es cierto, algún día quizápueda hacerle un favor.

—Cuelgue y deje que me vaya a acostar.Volvió a reír.—Está usted buscando a Rusty

Regan, ¿verdad?—Un montón de gente lo cree así,

pero no le estoy buscando.

—Si le buscase, yo podría darle al-guna idea. Pase por aquí y venga averme a la playa. En cualquier mo-mento. Estaré encantado de verle.

—Puede.

—Entonces le veré allí.El teléfono dio un chasquido y me

senté, sujetándolo con paciencia.Marqué el número de los Sternwood;oí el timbre tres o cuatro veces y des-pués la suave voz del mayordomo.

—Residencia del generalSternwood.

—Le habla Marlowe. ¿Me recuer-da? Nos vimos hace cien años, ¿o fueayer?

—Sí, señor Marlowe, claro que lerecuerdo.

—¿Está la señora Regan?—Creo que sí. ¿Quiere usted ... ?

Le interrumpí con un repentinocambio de idea:

—No. Déle usted este recado. Dí-gale que tengo las fotos, todas ellas,y que todo está arreglado.

suave (En) adj.1 (of a person, esp. a man) smooth; polite; sophisticated. Afable, amable fino, cortés, diplomático / zalamero. 2 (of a wine etc.) bland, smooth.suave (Sp) 1. adj. Liso y blando al tacto, en contraposición a tosco y áspero. 2. Blando, dulce, grato a los sentidos. 3. V. espíritu, manjar suave. 4. fig. Tranquilo,

quieto, manso. 5. fig. Lento, moderado. 6. fig. Dócil, manejable o apacible. Aplícase, por lo común, al genio o natural.

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‘Yes ... yes . . .’ The voiceseemed to shake a little. ‘You havethe pictures -all of them - and every-thing is all right ... Yes, sit. I may say- thank you very much, sit.’

The phone rang back infive minutes. I had finished mydrink and it made me feel as if Icould eat the dinner I had forgot-ten all about; I went out leavingthe telephone ringing. It wasringing when I came back. It rangat intervals until half-past twelve.At that time I put my lights out andopened the windows up andmuffled the phone bell with a pieceof paper and went to bed. I had abellyful of the Sternwood family.

I read al l three of themorning papers over my eggsand bacon the next morning.Their accounts of the affair cameas close to the truth as newspaperstories usually come - as closeas Mars is to Saturn. None of thethree connected Owen Taylor,driver of the Lido Pier SuicideCar, with the Laurel CanyonExotic Bungalow Slaying. Noneof them ment ioned theSternwoods, Bernie Ohls or me.Owen Taylor was ‘chauffeur toa weal thy family’ . Capta inCronjager of the Holly woodDivision got all the credit forsolving the two slayings in hisdistrict, which were supposed toarise out of a dispute over theproceeds from a wire servicemaintained by one Geiger in theback of the bookstore onHollywood Boulevard. Brodyhad shot Geiger and CarolLundgren had shot Brody inrevenge. Police were holdingCarol Lundgren in custody. Hehad confessed. He had a badrecord probably in high school.Police were also holding oneAgnes Lozelle, Geiger’s secretary,as a material witness.

—Sí, sí... —La voz pareció temblar unpoco—. Tiene las fotos..., y todo lo de-más está en orden... Sí, señor. ¿Me per-mite decirle que... muchísimas gracias,señor Marlowe?

El teléfono volvió a sonar cinco mi-nutos después. Para entonces había ter-minado mi whisky, lo que hizo que re-cordara la cena que había olvidado casipor completo; salí del apartamento de-jando sonar el teléfono. Seguía sonan-do cuando regresé. Volvió a sonar derato en rato hasta las doce y media. Aesa hora apagué las luces, abrí la ven-tana y amortigüé el timbre del teléfonocon un trozo de papel antes de meter-me en la cama. Estaba hasta la coroni-lla de la familia Sternwood. [124]

Al día siguiente leí los tres perió-dicos de la mañana mientras me to-maba unos huevos con beicon. Lostres relatos de lo sucedido estaban tancerca de la verdad como cabe esperarde la prensa: tan cerca como Martede Saturno. Ninguno de los tres rela-cionaba a Owen Taylor, chófer delcoche suicida del muelle de Lido, conel Asesinato en el Exótico Bungalowde Laurel Canyon. Ninguno de ellosmencionaba ni a los Sternwood, ni aBernie Ohls ni a mí. Owen Taylor erael «chófer de una familia acaudala-da». El capitán Cronjager, de la poli-cía de Hollywood, se apuntaba unéxito por haber resuelto dos muer-tes ocurridas en su distrito, conse-cuencia de conflictos surgidos, alparecer, acerca de las recaudacio-nes de un servicio de teletipo insta-lado por un tal Geiger en la trastien-da de su librería en HollywoodBoulevard. Brody había disparadocontra Geiger y Carol Lundgren,para vengarse, había acabado conBrody. Carol Lundgren estaba de-tenido y había confesado. Teníaantecedentes penales (probablemen-te de cuando estudiaba secundaria). Lapolicía había detenido también a unatal Agnes Lozelle, secretaria de Geiger,como testigo presencial.

—Bien, bien —la voz parecíatemblar un poco—. Tiene usted lasfotos, todas ellas, y todo está arre-glado. Sí, señor. Muchas gracias,señor.

A los cinco minutos volvió asonar el teléfono. Había termi-nado la bebida y me sentía conánimos para comer, de lo cual mehabía olvidado. Me fui, dejandoque sonara. Aún sonaba cuandovolví. Estuvo sonando a interva-los hasta las doce y media. A esahora apagué la luz, abrí las ven-tanas, amordacé el teléfono conun rollo de papel y me fui a lacama. Estaba hasta la coronillade la familia Sternwood.

Al día siguiente leí los tres pe-riódicos de la mañana mientrascomía huevos con jamón. El rela-to de lo sucedido se parecía a larealidad tanto como suelen pare-cerse las historias periodísticas:como un huevo a una castaña.Ninguno de los tres diarios rela-cionaba a Owen Taylor, chófer delcoche suicida del Lido, con el ase-sinato del exótico chalet de Lau-rel Canyon. Tampoco ninguno deellos mencionaba a los Sternwood,a Bernie Ohls o a mí. Owen Taylorera «chófer de una acaudalada fa-milia», El capitán Cronjager, de lapolicía de Hollywood, se llevabatodo el mérito por resolver los dosasesinatos en su distrito, que sesuponía surgieron de una disputasobre los beneficios de una agen-cia telegráfica mantenida por un talGeiger en la trastienda de la libre-ría del bulevar Hollywood. Brodyhabía matado a Geiger y CarolLundgren había matado a Brodypor venganza. La policía tenía aCarol Lundgren detenido y había con-fesado. Tenía malos antecedentes que da-taban probablemente de la escuela secun-daria. La policía tenía también detenidacomo testigo a una tal Agnes Lozelle, se-cretaria de Geiger.

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It was a nice write-up. It gavethe impression that Geiger had beenkilled the night before, that Brody hadbeen killed about an hour later, andthat Captain Cronjager had solvedboth murders while lighting acigarette. The suicide of Taylor madePage One of Section 11. There was aphoto of the sedan on the deck of thepower lighter, with the licence plateblacked out, and something coveredwith a cloth lying on the deck besidethe running board. Owen Taylor hadbeen despondent and in poor health.His family lived in Dubuque, and hisbody would be shipped there. Therewould be no inquest.

20

Captain Gregory of theMissing Persons Bureau laid my carddown on his wide flat desk andarranged it so that its edges exactlyparalleled the edges of the desk. Hestudied it with his head on one side,grunted, swung around in his swivelchair and looked out of his windowat the barred top floor of the Hall ofjustice half a block away. He was aburly man with tired eyes and the slowdeliberate movements of a nightwatchman. His voice was toneless,flat and uninterested.

‘Private dick, eh?’ he said, notlooking at me at all, but looking outof his window. Smoke wisped fromthe blackened bowl of a briar thathung on his eye tooth. ‘What can I dofor you?’

‘I’m working for General GuySternwood, 3 76 5 Alta Brea Crescent,West Hollywood.’

Captain Gregory blew a littlesmoke from the corner of his mouthwithout removing the pipe. ‘Onwhat?’

‘Not exactly on whatyou’re working on, but I’m inter-ested. I thought you could helpme.’

Era un reportaje bien escrito. Daba laimpresión de que Geiger había sido ase-sinado la noche anterior, de que Brodyhabía muerto —más o menos— una horadespués y de que el capitán Cronjagerhabía resuelto los dos asesinatos en eltiempo que se necesita para encender uncigarrillo. El suicidio de Taylor aparecíaen la primera página de la Sección II. Ha-bía una foto del sedán en la gabarra, conla placa de la matrícula oscurecida, y unbulto sobre cubierta, cerca de la barandi-lla, tapado con una sábana. Owen Taylorestaba deprimido y mal de salud. Su fa-milia vivía en Dubuque, adonde se pro-cedería a enviar sus restos mortales. Nose llevarían a cabo pesquisas judiciales.

Veinte

El capitán Gregory, de la Oficina dePersonas Desaparecidas, puso mi tarjetasobre su amplia mesa y la colocó de talmanera que sus bordes quedaran exacta-mente paralelos a los lados del escritorio.La estudió con la cabeza inclinada haciaun lado, resopló, se dio la vuelta en lasilla giratoria y contempló las ventanasenrejadas del último piso del Palacio dejusticia, que estaba a media manzana dedistancia. Era un hombre fornido de ojoscansados y con los movimientos lentos yprecisos de un vigilante nocturno. Su vozresultaba monótona y desinteresada.

—Detective privado, ¿eh? —dijo, sin mi-rarme en absoluto, absorto en el panorama quese veía desde la ventana. Un hilo de humo sealzó de la ennegrecida cazoleta de la pipa debrezo que le colgaba del colmillo—. ¿Qué pue-do hacer por usted?

—Trabajo para el general GuySternwood, de 3765 Alta Brea Crescent,West Hollywood.

El capitán Gregory expulsó un pocode humo por una comisura, sin quitarsepor ello la pipa de la boca.

—¿Sobre qué?—No se trata exactamente de lo mis-

mo que hacen ustedes, pero su trabajo meinteresa. He pensado que podrían ayudar-me.

Era un bonito arreglo. Daba laimpresión de que Geiger había sidoasesinado la noche anterior, queBrody había muerto una hora mástarde y que el capitán Cronjagerhabía resuelto los dos asesinatosmientras encendía un cigarrillo. Elsuicidio de Taylor estaba en la pri-mera página de la sección segunda.Había una foto del coche en el mue-lle, con la matrícula borrada y unbulto tapado con una tela junto alestribo. Owen Taylor gozaba depoca salud y estaba desalentado.Su familia vivía en Dubuque y allísería enviado el cadáver. No habríainvestigación.

XX

El capitán Gregory, de la Oficina dePersonas Desaparecidas, puso mi tar-jeta sobre su amplia mesa y la arreglóde modo que sus bordes estuvieranexactamente paralelos al borde de lamesa. La contempló ladeando la cabe-za, gruñó y se balanceó en su silla gira-toria, mirando por la ventana hacia elúltimo piso del Palacio de justicia, queestaba media manzana más allá. Era unhombre fornido, con ojos cansados ylos movimientos deliberadamente len-tos de un guarda nocturno. Su voz eramonótona, plana e indiferente.

—Detective privado, ¿eh? —dijo sinmirarme en absoluto y sin dejar de mirarpor la ventana. El humo salía de la cazo-leta renegrida de una pipa hecha de ma-dera de brezo que pendía de su colmillo—. ¿En qué puedo servirle?

—Estoy trabajando para el general GuySternwood, Alta Brea Crescent, número 3765,Hollywood Oeste.

El capitán Gregory echó un pocode humo por la comisura de los la-bios, sin quitarse la pipa.

—¿Sobre qué?—Sobre nada de lo que usted se

ocupa exactamente, pero estoy inte-resado. Pensé que usted podría ayu-darme.

despondent adj. in low spirits, dejected. Abatido,

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‘Help you on what?’

‘General Sternwood’s arich man,’ I said. ‘He’s an oldfriend of the D.A.’s father. If hewants to hire a full-time boy torun errands for him, that’s noreflection on the police. It’s justa luxury he is able to affordhimself.’

‘What makes you think I’mdoing anything for him?’

I didn’t answer that . Heswung round slowly and heavily inhis swivel chair and put his largefeet flat on the bare linoleum thatcovered his floor. His office had themusty smell of years of routine. Hestared at me bleakly.

‘I don’t want to waste yourtime, Captain,’ I said and pushed my,chair back - about four inches.

He didn’t move. He kept onstaring at me out of his washed-outtired eyes. ‘You know the D.A.?’

‘I’ve met him. I worked forhim once. I know Bernie Ohls, hischief investigator, pretty well.’

Captain Gregory reachedfor a phone and mumbled into it:‘Get me OhIs at the D.A.’s office.’

He sat holding the phone downon its cradle. Moments passed. Smokedrifted from his pipe. His eyes were heavyand motionless like his hand. The belltinkled and he reached for my card withhis left. hand. ‘OhIs? ... Al Gregory atheadquarters. A guy named PhilipMarlowe is in my office. His card sayshe’s a private investigator. He wantsinformation from me ... Yeah? What doeshe look like? ... Okey, thanks.’

He dropped the phone andtook his pipe out of his mouth and’tamped the tobacco with the brass capof a heavy pencil. He did it carefullyand solemnly, as if that was asimportant as anything he would haveto do that day. He leaned back andstared at me some more.

—¿Ayudarle acerca de qué?

—El general Sternwood es un hombrerico —dije—.Amigo fraternal del padredel fiscal del distrito. El hecho de quedecida contratar para los recados a unapersona con dedicación exclusiva no sig-nifica que le haga ningún reproche a lapolicía. Se trata tan sólo de un lujo que sepuede permitir.

—¿Qué le hace pensar que estoy ha-ciendo algo por él?

No contesté a su pregunta. Gregory sedio la vuelta en su sillón giratorio lenta ypesadamente y apoyó los pies —que erangrandes— en el linóleo que cubría el sue-lo. Aquel despacho [126] tenía el olormohoso de muchos años de rutina. El ca-pitán me miró sombríamente.

—No quiero hacerle perder el tiempo—dije, echando un poco para atrás la si-lla..., unos diez centímetros.

Gregory no se movió. Siguió mirán-dome con ojos descoloridos y cansados.

—¿Conoce al fiscal del distrito?—He hablado con él varias veces y en

otro tiempo trabajé para él. Conozco biena Bernie Ohls, su investigador jefe.

El capitán Gregory descolgó un telé-fono y murmuró:

—Póngame con Ohls en el despacho del fiscal del distrito.

Dejó el teléfono en su soporte sin soltarlo. Pa-saron los segundos. Siguió saliendo humo de la pipa.Los ojos permanecieron tan cansinos e inmóviles comola mano. Sonó el teléfono y el capitán echó manode mi tarjeta con la mano izquierda.

—¿Ohls? A1 Gregory, de jefatura. Ten-go en mi despacho a un individuo llama-do Philip Marlowe. Su tarjeta dice que esinvestigador privado. Quiere que le déinformación... ¿Sí? ¿Qué aspecto tiene?...De acuerdo, gracias.

Dejó el teléfono, se sacó la pipa de la bocay apretó el tabaco con la contera de latón deun grueso lápiz. Lo hizo con mucho cuida-do y de manera solemne, como si fuera unaoperación tan importante o más que cual-quier otra cosa que tuviera que hacer a lolargo del día. Luego se recostó en el sillón ysiguió mirándome algún tiempo más.

—¿Ayudarle en qué?

—El general Sternwood es unhombre rico —dije—, viejo ami-go del padre del fiscal del distri-to. Si quiere contratar, por todo eldía, un chico para que le haga losrecados, eso no es cosa de la poli-cía. Es sólo un lujo que él puedepermitirse.

—¿Y qué le hace pensar que estoyhaciendo algo por él?

No contesté a eso. Gregory sevolvió despacio en su silla girato-ria y puso sus anchos pies en ellinóleo que cubría el suelo. Su des-pacho tenía el mohoso olor de añosde rutina. Se quedó mirándomecon frialdad.

—No quiero hacerle perder tiem-po, capitán —dije y empujé mi sillahacia atrás unos centímetros.

No se movió. Siguió contemplán-dome con ojos cansados.

—¿Conoce al fiscal del distrito?—Le he visto algunas veces. Trabajé en

ocasiones con él. Conozco bastante bien a suinvestigador principal, Bernie Ohls.

El capitán Gregory descolgó el au-ricular y gruñó:

—Póngame con Ohls, en la oficina del fiscal del distrito.

Volvió a dejar el teléfono en lahorquilla. Sus ojos, como sus ma-nos, estaban inmóviles. Sonó el tim-bre y cogió mi tarjeta con la manoizquierda.

— ¿Ohls ... ? Soy Al Gregory, desdemi oficina. Un tipo llamado Marlowe estáen mi despacho. Su tarjeta dice que es de-tective privado. Quiere que le dé algunainformación. ¿Sí? ¿Qué aspecto tiene? Deacuerdo, gracias.

Colgó el teléfono; se quitó la pipade la boca y aplastó el tabaco con elcasquillo metálico de un lápiz pesa-do. Lo hizo con cuidado y solemni-dad, como si fuera una de las cosasmás importantes que tuviera que ha-cer ese día. Se repantigó y me con-templó un poco más.

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‘What you want?’‘An idea of what progress

you’re making, if any.’He thought that over.

‘Regan?’ he asked finally.‘Sure.’‘Know him?’‘I never saw him. I hear he’s

a good-looking Irishman in his latethirties, that he was once in the liquorracket, that he married GeneralSternwood’s older daughter and thatthey didn’t click. I’m told he’disappeared about a month back.’

‘Sternwood oughta thinkhimself lucky instead of hiring privatetalent to beat around in the tall grass.’

‘The General took a big fancyto him. Such things happen. The oldman is crippled and lonely. Reganused to sit around with him and keephim company.’

‘What you think you can dothat we can’t do?’

‘Nothing at all, in so far asfinding Regan goes. But there’s arather mysterious blackmail angle. Iwant to make sure Regan isn’tinvolved. Knowing where he is orisn’t might help.’

‘Brother, I’d like to help you,but I don’t know where he is. He pulleddown the curtain and that’s that.’

‘Pretty hard to do against yourorganization, isn’t it, Captain?’

‘Yeah - but it can bedone - for a whi le . ’ Hetouched a bell button on theside of his desk. A middle-aged woman put her head inat a side door. ‘Get me the fileon Terence Regan, Abba.’

The door closed. CaptainGregory and I looked at each other insome more heavy silence. The dooropened again and the woman put atabbed green file on his desk. CaptainGregory nodded her out, put a pair ofheavy. horn-rimmed glasses on hisveined nose and turned the papers inthe file over slowly. I rolled acigarette around in my fingers.

—¿Qué es lo que quiere?—Tener una idea de los progresos que

han hecho, si los ha habido.Estuvo pensándoselo.—¿Regan? —preguntó por fin.—Efectivamente.—¿Lo conoce?—No lo he visto nunca. Según he oído es

un irlandés bien parecido, con menos de cua-renta años, que se dedicó en otro tiempo al con-trabando de bebidas, que se casó con la hija[127] mayor del general Sternwood y que elmatrimonio no funcionó. También se me hadicho que desapareció hace cosa de un mes.

—Sternwood debería considerarse afor-tunado, en lugar de contratar a un hombretan capaz como usted como ojeador.

—El general le tomó mucho ca-riño. Son cosas que pasan. El gene-ral es un inválido y está muy solo.Regan se sentaba con él y le hacíacompañía.

—¿Qué cree usted que va a conseguirque nosotros no Podamos?

—Nada en absoluto, por lo que se refiere aencontrar a Regan. Pero también existe un com-ponente más bien misterioso de chantaje. Qui-siera tener la seguridad de que Regan no estámezclado en eso. Saber dónde está, o dóndeno está, podría ayudar.

—Hermano, me gustaría ayudarle,pero no sé dónde está. Regan bajó el te-lón y de ahí no hemos pasado.

—Resulta muy difícil hacer eso cuan-do se tiene enfrente a una organizacióncomo la suya, ¿no es cierto, capitán?

—Cierto..., pero se puede ha-cer..., durante una temporada. —Tocó un timbre situado a un lado del es-critorio. Una mujer de mediana edad aso-mó la cabeza por una puerta lateral.

—Tráigame el expediente sobreTerence Regan, Abba.

La puerta se cerró. El capitán y yo nos mira-mos, inmersos en un silencio todavía más den-so. La puerta se abrió de nuevo y la mujer dejósobre la mesa una carpeta verde con una eti-queta. Gregory hizo un gesto con la cabeza paradespedirla, se puso unas pesadas gafas conmontura de concha sobre una nariz en la que semarcaban las venas y fue pasando lentamentelos papeles del expediente. Yo me dediqué a darvueltas entre los dedos a un pitillo.

—¿Qué desea?—Una idea de los progresos que está us-

ted haciendo, si es que ha hecho alguno.Estuvo un rato pensando.—¿Regan? —preguntó finalmente.—Desde luego.—¿Le conoce?—Nunca le vi. He oído decir que

era un irlandés bien parecido, de trein-ta y tantos años, que había estado enel negocio de los licores, que se casócon la hija mayor del generalSternwood y que no se llevaban bien.Me han dicho que desapareció haceun mes.

—Sternwood debería considerarseafortunado, en vez de contratar un talentoprivado para rastrear entre la hierba.

—El general le tomó gran cariño.Esas cosas ocurren a veces. El viejoestá inválido y se siente muy solo.Regan solía sentarse con él y hacerlecompañía.

—¿Qué cree usted que podemoshacer?

—Nada en absoluto en lo que respectaa hallar a Regan. Pero hay una cuestiónde chantaje bastante misteriosa y quieroasegurarme de que Regan no está envuel-to en ella. El saber dónde se encuentrapudiera ser una ayuda.

—Hermano, me gustaría ayudarle;pero no sé dónde está. Hizo mutis yeso es todo.

—Poco halagador para su organi-zación, ¿verdad, capitán?

—Sí, pero así es, al menos de momento.Oprimió un timbre que había a un

lado de su mesa. Una mujer de me-diana edad asomó la cabeza por unapuerta lateral.

—Abba, déme el expediente deTerence Regan —ordenó.

La puerta se cerró. El capitánGregory y yo nos miramos en silen-cio. La puerta se abrió de nuevo y lamujer colocó una carpeta verde conpestaña sobre la mesa. El capitán ladespidió con una inclinación de ca-beza, se colocó unas gafas de conchasobre la nariz y volvió lentamente lospapeles de la carpeta. Yo daba vuel-tas a un cigarrillo entre mis dedos.

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‘He blew on the 16th of Septem-ber,’ he said. ‘The only thing importantabout that is it was the chauffeur’s dayoff and nobody saw Regan take his carout. It was late afternoon, though. Wefound the car four days later in a garagebelonging to a ritzy bungalow courtplace near the Sunset Towers. A ga-rage man reported it to the stolen cardetail, said it didn’t belong there.The place is called the Casa de Oro.There’s an angle to that I’ll tell youabout in a minute. We couldn’t findout anything about who put the carin the re . We pr in t the ca r bu tdon’t f ind any prints that are onthe f i l e anywhere . The ca r i nthat garage don’t j ibe with foulplay, although there’s a reason tosuspect foul play. It jibes [agrees]with something else IT tell youabout in a minute.’

I said: ‘That jibes withEddie Mars’s wife being on themissing list.’

He looked annoyed. ‘Yeah.We investigate the tenants and findshe’s living there. Left about the timeRegan did, within two days anyway.A guy who sounds a bit like Reganhad been seen with her, but we don’tget a positive identification. It’sgoddamned funny in this police rackethow an old woman can look out of awindow and see a guy running and pickhim out of a line-up six months later,but we can show hotel help a clear photoand they just can’t be sure.’

‘That’s one of the qualificationsfor good hotel help,’ I said.

‘Yeah. Eddie Mars and his wifedidn’t live together, but they were friendly,Eddie says. Here’s some of thepossibilities. First off Regan carriedfifteen grand, packed it in his clothes allthe time. Real money, they tell me. Notjust a top card and a bunch of hay. That’sa lot of jack but this Regan might be theboy to have it around so he could take itout and look at it when somebody waslooking at him. Then again maybe hewouldn’t give a damn. His wife says henever made a nickel off old manSternwood except room and board and aPackard 120 his wife gave him. Tie thatfor an ex-legger in the rich gravy.’

—Se esfumó el 16 de septiembre —dijo—. Lo único importante es que erael día libre del chófer y nadie vio aRegan sacar su coche. Fue a última horade la tarde, de todos modos. Encontra-mos el automóvil cuatro días despuésen el garaje de [128] una lujosa urbani-zación de bungalows cercana a SunsetTowers. Uno de los empleados llamó aldestacamento de coches robados, explican-do que no era de allí. El sitio se llama laCasa de Oro. Hay un detalle curioso delque le hablaré dentro de un momento. Noconseguimos averiguar nada sobre quiénhabía dejado allí el coche. Buscamos hue-llas, pero no encontramos ninguna que es-tuviera fichada en ningún sitio. El auto enel garaje no cuadra con la posibilidad deactos delictivos, aunque sí hay un motivopara sospechar juego sucio. Cuadra, encambio, con otra posibilidad de la que lehablaré dentro de un momento.

—Cuadra con el hecho de que la espo-sa de Eddie Mars figure en la lista de per-sonas desaparecidas.

Gregory pareció contrariado.—Sí. Investigamos a los inquilinos, descubrimos que

la señora Mars vivía allí y que se marchó más o menos almismo tiempo que Regan, una diferencia de dos días comomáximo. Se la había visto con un tipo cuya descripcióncasi coincide con la de Regan, aunque nunca logramos unaidentificación positiva. Quizá lo más curioso en este con-denado negocio de la policía es comprobar cómo una an-ciana puede asomarse a una ventana, ver a un individuocorriendo y reconocerlo en una rueda de identificación seismeses después, y cómo nosotros, en cambio, aunque mos-tremos a cualquier empleado de hostelería una fotografíanítida nunca llega a estar seguro.

—Es uno de los requisitos para ser unbuen empleado de hostelería —dije yo.

—Sí, claro. Eddie Mars y su mujer no vivíanjuntos, pero mantenían una relación amistosa, diceEddie. Le enumero algunas de las posibilidades.La primera es que Regan siempre llevaba encimaquince de los grandes. Dinero en efectivo, me di-cen. No sólo un billete de muestra y algo decalderilla. Es mucha pasta junta, pero quizá eltal Regan lo tenía para sacarlo y contemplarlocuando alguien le estaba mirando.

Aunque quizá, por otra parte, le tuviera comple-tamente al fresco. Su mujer dice que nunca le sacóun centavo al viejo Sternwood, si se excep-túa la comida y el alojamiento y un Packard120 que le regaló su mujer. ¿Cómo secompagina todo eso con un antiguo contraban-dista metido en una salsa tan apetitosa?

—Desapareció el dieciséis de sep-tiembre —dijo— La única cosa im-portante sobre eso es que era el díalibre del chófer y nadie vio a Regansacar el coche. Fue al caer la tarde.Encontramos el coche cuatro días des-pués en un garaje que hay en una ca-llecita de chalets, cerca de las torresSunset. Uno de los hombres del gara-je lo denunció a la oficina de cochesrobados y dijo que no era de allí. Elsitio se llama La Casa de Oro. En estohay un aspecto del que le hablaré enseguida. No hemos podido averiguarnada acerca de quién dejó allí el co-che. Hallamos huellas en él, pero nopudimos encontrar en ninguna parte lasque tenemos en el expediente. El co-che en el garaje no hace pensar en unjuego sucio; más bien se re l a c i o n ac o n a l g o d e l o q u e l e h a b l a r ée n s e g u i d a .

—Esto —dije— coincide con quela mujer de Eddie Mars figure en lalista de personas desaparecidas.

Parecía fastidiado.—Sí. Realizamos una investigación sobre todos

los inquilinos y averiguamos que vivía allí. Se marchócasi al mismo tiempo que Regan. En todo caso, con unpar de días de diferencia. Un individuo cuyo aspectoconcuerda con Regan fue visto con ella, pero no he-mos conseguido una identificación definitiva. Es pin-toresco en los asuntos policíacos observar cómo unavieja que mira por una ventana puede ver a un indivi-duo corriendo e identificarlo, entre varios, seis mesesmás tarde. Sin embargo, enseñamos a los empleadosde un hotel una buena fotografía y no estaban segurosal pedirles que lo identificaran.

—Ese es uno de los requisitos imprescindiblespara los buenos empleados de hotel —contesté.

—Cierto. Eddie Mars y su mujer no vi-vían juntos pero eran amigos, según dice él.He aquí una de las posibilidades. Primero,Regan siempre llevaba quince de los grandesguardados en su bolsillo. Dinero auténtico,según me dicen; no un billete gordo encimay los demás pequeñitos. Una suma importan-te; pero este Regan puede que sea un indivi-duo a quien le gusta llevar siempre ese dine-ro para poder sacarlo y mirarlo cuando hayalguien delante, o quizá le importa un bledo.Su mujer afirma que nunca le sacó un cénti-mo al viejo Sternwood, excepto casa y comi-da y un Packard ciento veinte que ella le dio.Tome nota de eso en un ex contrabandista quenada en la abundancia.

ritzy high-class, luxurious, ostentatiously smart, chic

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‘It beats me,’ I said.

‘Well, here we are with aguy who ducks out and has fifteengrand in his pants and folks knowit. Well, that’s money. I might duckout myself, if I had fifteen grand,and me with two kids in highschool. So the first thought issomebody rolls him for it and rollshim too hard, so they have to takehim out in the desert and plant himamong the cactuses. But I don’tlike that too well. Regan carried agat and had plenty of experienceusing it, and not just in a greasy-faced liquor mob. I understand hecommanded a whole brigade in theIrish troubles back in 1922 orwhenever it was. A guy like thatwouldn’t be white meat to aheister. Then, his car being in thatgarage makes whoever rolled himknow he was sweet on EddieMars’s wife, which he was, Iguess, but it ain’t something everypoolroom bum would know.’

‘Got a photo?’ I asked.

‘Him, not her. That’s funnytoo. There’s a lot of funny anglesto this case. Here.’ He pushed ashiny print across the desk and Ilooked at an Irish face that wasmore sad than merry and morereserved than brash. Not the faceof a tough guy and not the face ofa man who could be pushed aroundmuch by anybody. Straight darkbrows with strong bone underthem. A forehead wide rather thanhigh, a mat of dark clustering hair,a thin short nose, a wide mouth. Achin that had strong lines but wassmall for the mouth. A face thatlooked a little taut, the face of aman who would move fast andplay for keeps. I passed the printback. I would know that face, if Isaw it.

Captain Gregory knocked hispipe out and refilled it and tamped thetobacco down with his thumb. He lit it,blew smoke and began to talk again.

—No logro entenderlo —dije.

—Bien; de manera que nos encontra-mos con un tipo que se esfuma, lleva quin-ce grandes encima y la gente lo sabe. Esmucho dinero. Tampoco a mí me impor-taría desaparecer con quince grandes, yeso que tengo un par de chavales en se-cundaria. De manera que la primera ideaes que alguien le roba, pero le atiza unpoco más de la cuenta y tienen que lle-várselo al desierto y plantarlo entre loscactos. Pero esa hipótesis no me gusta de-masiado. Regan llevaba un arma y teníaexperiencia más que suficiente sobrecómo usarla, y no sólo con la gente detres al cuarto de la mafia de las bebidas.Según me han contado mandó toda unabrigada durante el conflicto irlandés de1922 o cuando quiera que fuese. Un tipoasí no sería presa fácil para un atracador.Por otra parte, el que su coche estuvieraen ese garaje demuestra que quien le robósabía que estaba a partir un piñón con lamujer de Eddie Mars, cosa cierta, creoyo, pero no algo que pudiera saber cual-quier muerto de hambre de sala de billar.

—¿Tiene una foto? —pregunté.

—De él, no de ella. También eso escurioso. Hay muchas cosas curiosas eneste caso. Aquí lo tiene. —Empujó haciamí una fotografía brillante desde el otrolado de la mesa, y pude contemplar unrostro irlandés que me pareció más tristeque alegre y más reservado que excesi-vamente desenvuelto. No era la cara deun tipo duro ni tampoco la de una perso-na que se dejara avasallar por nadie sinoponer resistencia. Cejas rectas y oscu-ras con huesos sólidos debajo. Un frentemás ancha que alta, una copiosa mata depelo oscuro, nariz delgada y breve, bocaancha. Una barbilla con líneas muy defi-nidas pero [130] pequeña para la boca.Un rostro que parecía un poco en tensión,el rostro de un hombre que se mueve de-prisa y hace las cosas en serio. Sin dudareconocería aquella cara si alguna vez lle-gaba a verla.

El capitán Gregory vació la pipa, vol-vió a llenarla y prensó el tabaco con el pul-gar. Luego la encendió, lanzó una bocana-da de humo y tomó de nuevo la palabra.

—Eso me desconcierta —dije.

—Bien. Así que tenemos un indivi-duo que desaparece y que lleva quince delos grandes en los bolsillos y la gente losabe. Bien; eso es dinero. Podría desapa-recer yo mismo si tuviera quince de losgrandes; yo con dos muchachas de die-ciocho años. Así pues, lo primero que unopiensa es que alguien le envolvió por eldinero, y, al envolverlo demasiado, ha te-nido que llevárselo al desierto y sembrar-lo entre los cactos. No obstante, eso nome satisface mucho. Regan llevaba pis-tola y tenía muchísima experiencia en sumanejo, adquirida no precisamente en ba-rullos de contrabandistas. Creo que man-dó una brigada en los disturbios de Irlan-da, en mil novecientos veintidós o cuan-do quiera que fuese. Un tipo como él noes presa fácil. Por consiguiente, estandosu coche de por medio hay que pensarque el que le envolviera estaría al tantode que le hacía la corte a la mujer de EddieMars, lo que era cierto, según creo, perono es algo que cualquier aprovechado pu-diera saber.

—¿Alguna foto? —pregunté.

—De él; de ella, no. Y es extraño.Hay un montón de cosas raras en estecaso. Mire aquí

Empujó a través de la mesauna foto brillante y contemplé unrostro irlandés más triste que ale-gre y más reservado que temera-rio. No era el rostro de un hom-bre rudo, ni el de un hombre alque cualquiera pudiera avasallar:cejas rectas y oscuras, frente am-plia muy alta, pelo oscuro y abun-dante, nariz corta y delgada, bocaancha, barbilla de líneas fuertes,que resultaba pequeña para laboca. Un rostro de aspecto algotenso; el rostro de un hombre ca-paz de actuar rápidamente y derealizar jugadas definitivas. De-volví la foto. Reconocería aquelrostro si lo viera.

El capitán Gregory golpeó su pipa paravaciarla y la volvió a llenar, aplastando el ta-baco con el pulgar. La encendió, dio unas chu-padas y empezó a hablar de nuevo.

for keeps permanently, indefinitely

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‘Well, there could be peoplewho would know he was sweet onEddie Mars’s frau. Besides Eddiehimself. For a wonder be knew it. Buthe don’t seem to give a damn. Wecheck him pretty thoroughly aroundthat time. Of course Eddie wouldn’thave knocked him off out of jealousy.The set-up would point to him tooobvious.’

‘It depends how smart he is,’I said. ‘He might try the double bluff.’

Captain Gregory shookhis head. ‘If he’s smart enoughto get by in his racket, he’s toosmart for that. I get your idea.He pulls the dumb act becausehe thinks we wouldn’t expecthim to pull the dumb play.From a police angle that’swrong. Because he’d have usin his hair so much it wouldinterfere with his business.You might think a dumb playwould be smart. I might thinkso. The rank and file wouldn’t.They’d make his l i femiserable. I’ve ruled it out. IfI’m wrong, you can prove iton me and I’ll eat my chaircushion. Till then I’m leavingEddie in the clear. jealousy isa bad motive for his type. Top-flight racketeers have businessbrains. They learn to do thingsthat are good policy and lettheir personal feelings takecare of themselves . I ’mleaving that out.’

‘What are you leaving in?’

‘The dame and Reganhimself. Nobody else. She was ablonde then, but she won’t be now.We don’t find her car, so theyprobably left in it. They had a longstart on us - fourteen days. Except forthat car of Regan’s I don’t figure we’dhave got the case at all. Of course I’mused to them that way, especially ingood-class families. And of courseeverything I’ve done has had to beunder the hat.’

—Quizá otras gentes supieran queRegan se entendía con la frau de EddieMars. Además del mismo Eddie Mars.Porque lo sorprendente es que él lo sa-bía. Pero no parecía importarle lo másmínimo. Lo investigamos muy a fondopor aquel entonces. Por supuesto, Eddieno lo habría eliminado por celos. Las cir-cunstancias hubieran estado demasiadoen contra de él.

—Depende de lo listo que sea —dije—. Podría intentar un doble farol.

El capitán Gregory negó con la cabeza.—Si es lo bastante listo para llevar ade-

lante su tinglado, quiere decirse que esdemasiado listo para una cosa así. No creaque no entiendo lo que quiere usted de-cir. Hace la tontería porque piensa quenosotros no esperamos que haga una ton-tería. Desde el punto de vista de la poli-cía eso no funciona. Porque estaríamostan encima de él que resultaría perjudi-cial para su negocio. Quizá usted pienseque hacerse el tonto puede tomarse comouna demostración de astucia. Quizá lopiense también yo. Pero el policía corrien-te y moliente, no. Le haría la vida impo-sible. He descartado esa hipótesis. Si meequivoco y puede usted demostrar lo con-trario, le prometo comerme el cojín demi sillón. Hasta entonces seguiré pen-sando que Eddie está libre de sospechas.Los celos son una razón desastrosa parapersonas como él. Los mafiosos de altonivel tienen cabeza para los negocios.Aprenden a hacer las cosas que son bue-na política económica y dejan que sus sen-timientos personales se las apañen comopuedan. No contemplo esa posibilidad.

—¿Quién le queda entonces?

—La esposa de Eddie y el mismo Regan.Nadie más. La señora Mars era rubia por en-tonces, aunque no lo será ya. No encontramossu coche, de manera que lo más probable seaque se marcharan en él. Nos sacaron una ven-taja considerable: catorce días. De no ser porel coche de Regan, no creo que nos hubieranasignado el caso. Por supuesto estoy acostum-brado a que las cosas sean así, sobre todocuando se trata de buenas familias. Y por su-puesto todo lo que he hecho ha sido estricta-mente confidencial.

—Bien; podía haber bastante gen-te que supiera que le hacía la corte ala mujer de Eddie Mars, además delpropio Eddie Mars. Por un milagro,él lo sabía. Pero no parece que le im-portara un bledo. Le vigilábamos bas-tante de cerca en esa época. Claro queEddie Mars no le habría despachadopor celos. Eso le delataría en segui-da.

—Eso depende de lo inteligente que sea —dije—, pues podría intentar el doble engaño.

El capitán Gregory movió la cabeza.—Si es bastante listo para

mantener su negocio en marcha,lo será también para eso. Acep-to su razonamiento. Hace el pa-pel de tonto porque nosotros noesperaríamos que él representa-se ese papel. Desde el punto devista de la policía, eso sería unfallo, porque nos tendría encimatan a menudo que entorpecería sunegocio. Usted puede pensar quehacerse el bobo es inteligente yyo podría pensarlo también, perola gente, no. Le harían la vidaimposible. Yo lo he descartado.Si estoy equivocado y me lo pue-de usted demostrar, me lo traga-ré todo. Así Pues, Eddie estádescartado. Los celos son malmotivo para gente de su clase.Los bandidos de categoría tienenespíritu comercial. Aprenden ahacer las cosas con espíritu prác-tico y dejan los sentimientos parala almohada. Eso lo dejo a unlado.

—¿Y qué es lo que no deja a un lado?

—A la dama y al propio Regan. Nadamás. Era rubia entonces, pero ya no debeserlo. No encontramos su coche, así queprobablemente se marcharon con él. Nosllevaban gran ventaja, catorce días. Si nofuera por el coche de Regan, no creo quehubiéramos tenido noticia del asunto. Cla-ro que estoy acostumbrado a que estoscasos se presenten de esta forma, especial-mente en las familias distinguidas y, na-turalmente, todo lo que hago ha de serpor lo bajo.

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He leaned back and thumpedthe arms of his chair with the heels ofhis large heavy hands.

‘I don’t see nothing to dobut wait,’ he said. ‘We’ve gotreaders out, but it’s too soon tolook for results. Regan had fif-teen grand we know of. The girlhad some, maybe a lot in rocks.But they’ll run out of doughsome day. Regan will cash acheque, drop a marker, write aletter. They’re in a strange townand they’ve got new names, butthey’ve got the same oldappetites. They got to get backin the fiscal system.’

‘What did the girl do beforeshe married Eddie Mars?’

‘Torcher.’

‘Can’t you get any oldprofessional photos?’

‘No. Eddie must have hadsome, but he won’t loosen up. Hewants her let alone. I can’t make him.He’s got friends in town, or hewouldn’t be what he is.’ He grunted.‘Any of this do you any good?’

I said: ‘You’ll never findeither of them. The Pacific Ocean istoo close.’

‘What I said about my chaircushion still goes. We’ll find him. Itmay take time. It could take a year ortwo.’

‘General Sternwood may notlive that long,’ I said.

‘We’ve done all we could,brother. If he wants to put out areward and spend some money, wemight get results. The city don’t giveme, the kind of money it takes.’ Hislarge eyes peered at me and his,scratchy eyebrows moved. ‘Youserious about thinking Eddie Put themboth down?’

Se recostó en el asiento y golpeó losbrazos del sillón con los pulpejos de lasmanos, grandes y pesadas.

—No veo que se pueda hacer otra cosaque esperar —dijo—. Hemos desplega-do las antenas, pero es demasiado prontopara pensar en resultados. Sabemos queRegan tenía quince grandes. La chica tam-bién contaba con algo, quizá bastante, enpiedras preciosas. Pero algún día se lesacabará el dinero. Regan cobrará un ta-lón, dejará una señal, escribirá una carta.Están en una ciudad nueva para ellos y sehan cambiado de nombre, pero siguen te-niendo los mismos apetitos de siempre.Acabarán por volver a entrar en el siste-ma financiero.

—¿Qué hacía la chica antes de casar-se con Eddie Mars?

—Cantante.

—¿No puede usted conseguir algunafoto profesional?

—No. Eddie debe de haber tenido al-guna, pero no las suelta. Quiere que ladejen tranquila. No le puedo obligar.Cuenta con buenos amigos en la ciudad;de lo contrario no sería lo que es. —Re-sopló—. ¿Le resulta útil algo de esto?

—No los encontrarán nunca a ningu-no de los dos —dije—. El océano Pacífi-co está demasiado cerca.

—Lo que he dicho sobre el cojín demi silla sigue en pie. A él lo encontrare-mos. Puede que lleve tiempo. Tal vez in-cluso un año o dos.

—Es posible que el general Sternwoodno viva tanto tiempo —dije. [132]

—Hemos hecho todo lo que hemos po-dido, hermano. Si está dispuesto a ofre-cer una recompensa y a gastar dinero,quizá obtengamos resultados. Pero la ciu-dad no me da la cantidad de dinero queharía falta. —Se me quedó mirando conmucha fijeza y alzó las cejas hirsutas—.¿De verdad cree que Eddie Mars acabócon los dos?

Se recostó en el sillón y golpeó losbrazos de éste con las palmas de susmanos grandes y pesadas.

—No veo que se pueda hacer nada,excepto esperar —dijo—. Hemosdado órdenes de detención, pero esdemasiado pronto para obtener resul-tados. Regan llevaba quince de losgrandes, que sepamos. La muchachatenía algún dinero, quizá bastante, enjoyas. Pero se les acabarán los centa-vos algún día y Regan cobrará un che-que, dejará alguna huella o escribiráuna carta. Están en una ciudad extra-ña y tendrán nombres nuevos, perosienten los mismos viejos deseos. Hande volver al sistema fiscal.

—¿Y qué hacía la muchacha an-tes de casarse con Eddie Mars?

—Era cantante.

—¿Puede conseguirme alguna vie-ja foto profesional?

—No. Eddie debe de tener algu-na, pero no las suelta. Quiere que ladejen en paz y no puedo obligarle.Tiene amigos en la ciudad o no seríalo que es —gruñó—. ¿Le es de utili-dad algo de esto?

—Nunca encontrará a ninguno delos dos. El océano Pacífico está de-masiado cerca.

—Lo que dije de tragarme mis pa-labras sigue en pie. Le encontraremos.Llevará tiempo; podría necesitarse unaño, o dos.

—El general Sternwood quizá noviva tanto tiempo —dije.

—Hemos hecho todo lo que hemospodido, hermano. Si quiere ofreceruna recompensa y gastarse algún di-nero, podríamos obtener más resulta-dos. La ciudad no me da el dinero queabsorbe —sus ojos grandes me mira-ron y sus cejas se movieron—. ¿Creeusted seriamente que Eddie los des-pachó a los dos?

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I laughed. ‘No. I was justkidding. I think what you think,Captain. That Regan ran awaywith a woman who meant more tohim than a, rich wife he didn’t getalong with. Besides, she isn’t richyet.’

‘You met her, I suppose?’

‘Yes. She’d make a jazzyweek-end, but she’d be wearing for asteady diet.’

He grunted and I thanked himfor his time and information and,-,left. A grey Plymouth sedan tailed meaway from the City Hall. I gave it achance to catch up with me on a quietstreet. It refused the offer, so I shookit off and went about my business.

21

I d idn’t go near theSternwood family. I went back tothe office and sat in my swivel chairand tried to catch up on my foot-dangling., There was a gusty windblowing in at the windows and thesoot from the oil burners of thehote l next door was down-draughted into the, room and rollingacross the top of the desk l iketumbleweed dr i f t ing , across avacant lot. I was thinking aboutgoing out to lunch and that life waspre t ty f la t and tha t i t wouldprobably be just as flat if I took adrink and that taking a drink allalone at that time of day wouldn’tbe any fun anyway. I was thinkingthis when Norris called up. In hiscarefully polite manner he said thatGeneral Sternwood was not feelingvery well and that certain items inthe newspaper had been read to himand he assumed tha t myinvestigation was now completed.

‘Yes, as regards Geiger,’ Isaid. ‘I didn’t shoot him, you know.’

Me eché a reír.—No. Sólo bromeaba. Creo lo mismo

que usted, capitán. Que Regan se escapócon una mujer que significaba para él másque una esposa rica con la que no se lle-vaba bien. Además su mujer todavía noes rica.

—¿La ha conocido, supongo?

—Sí. Estupenda para un fin de sema-na con mucho ritmo, pero un poco cansa-da como dieta estable.

El capitán lanzó un gruñido. Le di las graciaspor su tiempo y la información que me había pro-porcionado y me marché. Un Plymouth sedán decolor gris me siguió cuando dejé el ayuntamiento.Le di la posibilidad de alcanzarme en una calletranquila. Como rechazó el ofrecimiento me lo quitéde encima y me dediqué a mis asuntos.

Veintiuno

Me mantuve a distancia de la fami-lia Sternwood. Regresé a mi despacho,me senté en la silla giratoria y traté derecuperar todo el atraso acumulado enmateria de balanceo de pies. Había unviento racheado que entraba por lasventanas y las carbonillas de losquemadores de gasoil del hotel vecinovenían a parar a mi despacho y corríanpor encima de la mesa como plantasrodadoras moviéndose sin rumbo porun solar vacío. Estaba pensando en sa-lir a almorzar y en que la vida tenía muypocos alicientes y en que probablemen-te no mejoraría si me tomaba un whis-ky y en que tomarme un whisky com-pletamente solo a aquella hora del díano me iba a resultar, en cualquier caso,nada divertido, cuando llamó Norris. Consu habitual tono cortés y cuidadoso dijoque el general Sternwood no se sentíamuy bien, que se le habían leído deter-minados artículos de la prensa diaria yque había llegado a la conclusión de quemi investigación estaba terminada.

—Sí, por lo que se refiere a Geiger —respondí—. No sé si hace falta decirlo,pero no fui yo quien disparó contra él.

Me eché a reír.—No. Estaba bromeando. Creo lo

mismo que usted, capitán. Que Reganse fugó con la mujer que significabapara él más que una esposa rica conla que no congeniaba. Además, ellano es rica todavía.

—La conoce, supongo.

—Sí. Estupenda para un fin de se-mana, pero pesada para más tiempo.

Gruñó. Le di las gracias por la in-formación y me marché. Un Plymouthgris me siguió desde el Ayuntamien-to. Le di la oportunidad de ponerse ami altura en una calle tranquila, perono aceptó mi ofrecimiento. Así quele di el esquinazo y me fui a mis asun-tos.

XXI

No me acerqué a la casa de lafamilia Sternwood. Volví a laoficina, me senté en la silla gira-toria y traté de distraerme balan-ceando los pies. Por la ventanaentraban ráfagas de viento; elhollín de las chimeneas del hotelde al lado era arrastrado por lacorriente a la estancia y vagabapor el escritorio como una plan-ta sin raíces en un solar. Estabapensando en irme a almorzar yen que la vida es bastante insípi-da y en que seguramente tambiénsería insípida si me tomaba untrago y en que tomar un trago aesa hora del día no sería diverti-do. Pensaba en eso cuando Norrisme telefoneó. Con su cortés ycuidadosa forma de hablar, medijo que el general Sternwood nose encontraba bien y que le ha-bían leído algunos artículos delperiódico y suponía que mi in-vestigación estaba terminada.

—Sí, en lo que se refiere a Geiger—dije— No le maté, ¿sabe?

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‘The General didn’t supposeyou did, Mr Marlowe.’

‘Does the General knowanything about those photographsMrs Regan was worrying about?’

‘No, sir. Decidedly not.’‘Did you know what the

General gave me?’‘Yes, sit. Three notes and a

card, I believe.’

‘Right. I’ll return them. As tothe photos I think I’d better justdestroy them.’

‘Very good, sit. Mrs Regantried to reach you a number of timeslast night -’

‘I was out getting drunk,’ I said.

‘Yes. Very necessary, sir,I’m sure. The General has in-structed me to send you a chequefor five hundred dollars. Will thatbe satisfactory?’

‘More than generous,’ I said.‘And I presume we may now

consider the incident closed?’‘Oh, sure. Tight as a vault

with a busted time lock.’[estropeado, reventado,roto] [liquidado, ni chitón,zanjado, finiquitado]‘Thank you, sit. I am sure we

all appreciate it. When the General isfeeling a little better - possiblytomorrow - he would like to thank youin person.’

‘Fine,’ I said. ‘I’ll come outand drink some more of his brandy,maybe with champagne.’

‘I shall see that some isproperly iced,’ the old boy said,almost with a smirk in his voice.

That was that. We said good-bye and hung up. The coffee shopsmell from next door came in at thewindows with the soot but failed tomake me hungry. So I got out myoffice bottle and took the drink andlet my self-respect ride its own race.

—El general nunca ha supuesto que lohaya hecho usted, señor Marlowe.

—¿Sabe el general algo acerca de lasfotografías que preocupaban a la señoraRegan?

—No, señor. Nada en absoluto.—¿Está usted al corriente de lo que el

general me entregó?—Sí, señor. Tres pagarés y una tarjeta,

creo recordar.

—Exacto. Se las devolveré. En cuantoa las fotos, creo que será mejor que melimite a destruirlas.

—Muy bien, señor. La señora Regantrató en varias ocasiones de hablar conusted anoche...

—Había salido a emborracharme —dije.

—Sí. Muy necesario, señor, no mecabe la menor duda. El general me hadado instrucciones para que le envíe untalón por valor de quinientos dólares. ¿Leparece adecuado?

—Más que generoso.—¿Y puedo aventurarme a pensar que

consideramos cerrado el incidente?—Sí, claro. Seré tan hermético como

una cámara acorazada a la que se le haestropeado el mecanismo de relojería quesirve para abrirla.

—Muchas gracias, señor. Todos se loagradecemos mucho. Cuando el generalse sienta un poco mejor, mañana, posi-blemente, querrá darle las gracias perso-nalmente.

—Estupendo —dije—. Aprovecharéla ocasión para beber un poco más de subrandy, tal vez con champán. [134]

—Me ocuparé de poner a enfriar unabotella —dijo el bueno del mayordomocon la sombra de una sonrisita en la voz.

Eso fue todo. Nos despedimos y colga-mos. El olor de la vecina cafetería me llegópor las ventanas junto con las carbonillaspero no consiguió despertarme el apetito.De manera que eché mano de la botella deldespacho, me bebí un whisky y dejé quemi conciencia se ocupara de sus problemas.

—El general no supone que lo hizousted, señor Marlowe.

—¿Sabe algo el general sobre lasfotos que preocupaban a la señoraRegan?

—No, señor. Rotundamente, no.—¿Sabe usted lo que me dio el

general?—Sí, señor. Tres recibos y una tar-

jeta.

—Exacto. Los devolveré. En cuan-to a las fotos, creo que lo mejor seráque las destruya.

—Muy bien, señor. La señoraRegan intentó varias veces hablar porteléfono con usted anoche.

—Estaba emborrachándome fuera de casa.

—Sí. Muy necesario, señor, estoyseguro. El general me ha dado instruc-ciones para que le envíe un chequede quinientos dólares. ¿Será satisfac-torio?

—Más que generoso —dije.—Y supongo que podemos consi-

derar el asunto terminado.—¡Oh, claro! Cerrado como un pan-

teón con la cerradura estropeada.[bloqueada]

—Gracias, señor. Estoy seguro de quetodos lo tendremos en Cuenta. Cuando elgeneral se encuentre mejor, posiblementemañana, le gustaría darle las gracias a us-ted personalmente.

Estupendo —dije—; iré y beberéun poco más de su coñac, quizá conchampaña.

—Me ocuparé de que esté bien frío—dijo el mayordomo, quizá con unaleve sonrisa en la voz.

Eso fue todo. Nos despedimosy colgamos. El olor de la cafete-ría de al lado entraba por la ven-tana junto con el apetito. Saquémi botella, bebí un trago y dejéque mi dignidad se las arreglarasola.

[nohablanasí los

gánsters]

smirk I n. 1 sonrisa llena de suficiencia o afectación n. an affected, conceited, or silly smile. v.intr. put on or wear a smirk.

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I counted it up on my fin-gers. Rusty Regan had run awayfrom a lot of money and a handsomewife to go wandering with a vagueblonde who was more or lessmarried to a racketeer named EddieMars . He had gone suddenlywithout good-byes and there mightbe any number of reasons for that.The General had been too proud, or,at the first interview he gave me,too careful, to tell me the MissingPersons Bureau had the matter inhand. The Missing Persons peoplewere dead on their feet on it andevidently didn’t think i t worthbothering over. Regan had donewhat he had done and that was hisbusiness. I agreed with CaptainGregory that Eddie Mars wouldhave been very unlikely to involvehimself in a double murder justbecause another man had gone totown with the blonde he was noteven living with. It might have an-noyed him, but business is business,and you have to hold your teethclamped around Hollywood to keepfrom chewing on stray blondes. Ifthere had been a lot of moneyinvolved, that would be different.But fifteen grand wouldn’t be a lotof money to Eddie Mars. He was notwo-bit chiseller like Brody.

Geiger was dead and Carmenwould have to find some other shadycharacter to drink exotic blends ofhooch with. I didn’t suppose she wouldhave any trouble. All she would haveto do would be to stand on the cornerfor five minutes and look coy. I hopedthat the next grifter who dropped thehook on her would play her a little moresmoothly, a little more for the long haulrather than the quick touch.

Mrs Regan knew EddieMars well enough to borrow moneyfrom him. That was natural, if sheplayed roulette and was a goodloser. Any gambling-house ownerwould lend a good client money in apinch. Apart from this they had anadded bond of interest in Regan. Hewas her husband and he had gone offwith Eddie Mars’s wife.

Luego empecé a hacer cuentas con losdedos. Rusty Regan había abandonadodinero a espuertas y una guapa esposapara irse a vagabundear con una rubiaimprecisa que estaba más o menos casa-da con un mafioso llamado Eddie Mars.Se había marchado de repente, sin deciradiós a nadie, y podía haber varias razo-nes distintas para ello. O al general lehabía pesado demasiado el orgullo o sehabía pasado de prudente en nuestra pri-mera entrevista, y no me había dicho queel Departamento de Personas Desapare-cidas se estaba ocupando del asunto. Lagente del Departamento había llegado aun punto muerto y, a todas luces, no pen-saba que mereciese la pena molestarsemás. Regan había hecho lo que había he-cho y era asunto suyo. Yo coincidía conel capitán Gregory en que era muy pocoprobable que Eddie Mars hubiera parti-cipado en un doble asesinato sólo porqueotro hombre se había marchado con unarubia con la que él ni siquiera vivía ya.Puede que le hubiese molestado, pero losnegocios son los negocios y, en un sitiocomo Hollywood, hay que llevar los dien-tes bien apretados para evitar que se lecuelen a uno por el gaznate las rubias sindueño. Con mucho dinero de por medioquizá las cosas hubieran sido diferentes.Pero quince grandes no serían muchodinero para Eddie Mars. No era unestafador de tres al cuarto como Brody.

Geiger había muerto y Carmen tendríaque encontrar algún otro personaje tur-bio con quien beber exóticas mezclas delicores. No me parecía que fuera aresultarle difícil. Le bastaría con quedar-se parada cinco minutos en una esquina yadoptar aire tímido. Esperaba que elpróximo sinvergüenza que le echara elanzuelo lo hiciera con un poco más desuavidad y para un recorrido más largo yno cuestión de pocos momentos.

La señora Regan conocía a EddieMars lo bastante bien como para pe-dirle dinero prestado. Lógico, dadoque jugaba a la ruleta y era buena per-dedora. Cualquier propietario de ca-sino prestaría dinero a un buen clien-te en apuros. Tenían además un inte-rés común en Regan, el marido deVivian que se había escapado con laesposa de Eddie Mars.

Empecé a repasar con los dedos.Rusty Regan había dejado atrás unmontón de dinero y una hermosa mu-jer para irse a vagabundear con unamisteriosa rubia que estaba más omenos casada con un bandido llama-do Eddie Mars. Se había ido de re-pente, sin despedirse, y podía haberun buen número de razones para ello.El general había sido demasiado or-gulloso o, en la primera entrevista quetuve con él, demasiado discreto paradecirme que la Oficina de PersonasDesaparecidas se ocupaba del asun-to. Los de la Oficina estaban en unpunto muerto y no creían que valiesela pena preocuparse. Regan había he-cho lo que había hecho y eso era asun-to suyo. Yo estaba de acuerdo con elcapitán Gregory en que no era proba-ble que Eddie Mars se complicase enun doble asesinato simplemente por-que otro hombre se había marchadocon la rubia con la que ni siquieraestaba viviendo. Podía haberle fasti-diado, pero los negocios son los ne-gocios y había que mantener los dien-tes clavados en Hollywood para noponerse melancólico por rubias extra-viadas. Si hubiera habido de por me-dio un montón de dinero, habría sidodistinto; pero quince de los grandesno era dinero para Eddie Mars, no eraun timador barato como Brody.

Geiger estaba muerto y Carmen ten-dría que encontrar algún otro tipo de malafama para beber con él mezclas exóticasde licores. No creo que tuviera dificultadalguna en encontrarlo. Todo lo que ten-dría que hacer sería pararse cinco minu-tos en una esquina, con aspecto recatado.Yo confiaba en que el siguiente timadorque le echase el anzuelo jugaría con ellaun poco más suavemente y más a largoplazo, sin precipitaciones.

La señora Regan conocía bien aEddie Mars, como para pedirle dine-ro prestado. Esto era natural si juga-ba a la ruleta y era buena perdedora.Cualquier propietario de casa de jue-go prestaría dinero a un buen clienteen aprietos. Aparte de esto, tenían enRegan un motivo más de interés: élera su esposo y se había fugado conla mujer de Eddie Mars.

two-bit 1. Informal Costing or worth 25 cents: a two-bit cigar. 2. Slang Worth very little; petty or insignificant: a two-bit thief. De tres al cuarto, de pacotilla,

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Carol Lundgren, the boy killer withthe limited vocabulary, was out of circula-tion for a long, long time, even if they didn’tstrap him in a chair over a bucket of acid.They wouldn’t, because he would take a pleaand save the country money. They all dowhen they don’t have the price of a big law-yer. Agnes Lozelle was in custody as a ma-terial witness. They wouldn’t need her forthat, if Carol took a plea, and if he pleadedguilty on arraignment, they would turn herloose. They wouldn’t want to open up anyangles on Geiger ’s business, apart fromwhich they had nothing on her.

That left me. I had concealed amurder and suppressed evidence for twenty-four hours, but I was still at large and had afive-hundred-dollar cheque coming. Thesmart thing for me to do was to take anotherdrink and forget the whole mess.

That being the obviously smart thing todo, I called Eddie Mars and told him I was comingdown to Las Olindas that evening to talk to him.That was how smart I was.

I got down there about nine, undera hard high October moon that lost itself inthe top layers of a beach fog. The CypressClub was at the far end of the town, a ram-bling frame mansion that had once been thesummer residence of a rich man named DeCazens, and later had been a hotel. It was nowa big dark outwardly shabby place in a thickgrove of wind-twisted Monterey cypresses,which gave it its name. It had enormousscrolled porches, turrets all over the place,stainedglass trims around the big windows,big empty stables at the back, a general airof nostalgic decay. Eddie Mars had left theoutside much as he had found it, instead ofmaking it over to look like an MGM set. Ileft my car on a street with sputtering arc lightsand walked into the grounds along a dampgravel path to the main entrance. A doormanin a double-breasted guards coat let me into ahuge dim silent lobby from which a white oakstaircase curved majestically up to the dark-ness of an upper floor. I checked my hat andcoat and waited, listening to music and con-fused voices behind heavy double doors. Theyseemed a long way off, and not quite of thesame world as the building itself. Then the slimpasty-faced blond man who had been withEddie Mars and the pug at Geiger’s place camethrough a door under the staircase, smiled atme bleakly and took me back with him along acarpeted hall to the boss’s office.

Carol Lundgren, el homicida de pocos años y conun vocabulario muy limitado, iba a quedar fuera decirculación para una larga, larguísima temporada, in-cluso aunque no lo ataran a una silla en la cámara degas. No lo harían, porque se declararía culpable de undelito menos grave, ahorrándole dinero al país. Todoslo hacen cuando no pueden pagar a un abogado de pres-tigio. Agnes Lozelle estaba detenida como testigo fun-damental. No iban a necesitarla si se llegaba a un acuer-do y Carol se declaraba culpable en la primera compa-recencia ante el juez, momento en que dejarían en li-bertad a mi rubia amiga. La justicia tampoco querríaexplorar otras posibilidades del negocio de Geiger,único campo en el que podían tener algo contra ella.

Sólo quedaba yo, que había ocultado, durante veinti-cuatro horas, un asesinato y las pruebas con él relaciona-das, pero nadie me había detenido y estaba a punto de reci-bir un talón por valor de quinientos dólares. Lo más sensa-to por mi parte habría sido tomarme otro whisky y olvidar-me de todo aquel lío.

Como eso era con toda claridad lo más sen-sato, llamé a Eddie Mars y le dije que iría aLas Olindas por la noche para hablar con él.Así de sensato fui.

Me presenté allí hacia las nueve, bajo una luna de octu-bre brillante y muy alta que acabó perdiéndose en las capassuperiores de una niebla costera. El club Cypress, situadoen el extremo más alejado de la ciudad, era una laberínticamansión [136] de madera, en otro tiempo residencia deverano de un creso llamado De Cazens, convertida des-pués en hotel. En la actualidad era un lugar grande, oscuro,exteriormente destartalado y rodeado por un denso bos-quecillo de cipreses de Monterrey, retorcidos por el viento,que eran los que le daban nombre. Tenía amplios porchesdecorados con volutas, torrecillas por todas partes, ador-nos de vidrios de colores alrededor de los amplios venta-nales, grandes establos vacíos en la parte de atrás, y un airegeneral de nostálgica decadencia. Eddie Mars había deja-do el exterior casi como lo había encontrado, en lugar deremodelarlo para que pareciese un decorado a la MetroGoldwyn Mayer. Dejé el coche en una calle conchisporroteantes lámparas de arco y penetré en el recinto si-guiendo un húmedo camino de grava que me llevó hasta la en-trada principal: Un portero ataviado con un abrigo cruzado deaspecto militar me hizo pasar a un enorme vestíbulo silen-cioso y con poca luz del que nacía, curvándose, una majes-tuosa escalera blanca de roble hasta perderse en la oscuri-dad del piso superior. Me desprendí del sombrero y delabrigo y esperé, escuchado música y voces indistintas queme llegaban desde detrás de pesadas puertas dobles. Todoaquello parecía estar lejísimos y no pertenecer del todo almismo mundo que el edificio. Luego el individuo rubio, esbeltoy pálido, que había estado en casa de Geiger con Eddie Mars ycon el boxeador, apareció por una puerta debajo de la esca-lera, me sonrió sombríamente y me llevó con él a lo largo deun pasillo alfombrado hasta el despacho del jefe.

Carol Lundgren, el muchacho ase-sino de vocabulario limitado, quedaríafuera de circulación por mucho tiempo,si no le amarraban antes a una silla so-bre un cubo de ácido. No habrían de ha-cerlo, porque confesaría y así se le aho-rraría dinero al país. Todos lo hacencuando no pueden pagarse un buen abo-gado. Agnes Lozelle estaba custodiadacomo testigo presencial. No la necesita-rán si Carol confiesa y se declara culpa-ble. La soltarán. No creo que quieran ai-rear el negocio de Geiger, aparte de locual nada tienen contra ella.

Quedaba yo. Había ocultado un asesinato y es-camoteado pruebas durante veinticuatro horas, peroaún estaba en la calle y tenía en perspectiva un che-que de quinientos dólares. Lo más inteligente quepodía hacer era beberme otro trago y olvidarme detodo el barullo.

Siendo esto sin duda lo más inteligente quepodía hacer, telefoneé a Eddie Mars y le dije queiba a ir a Las Olindas esa tarde para hablar con él.¡Sin duda yo era inteligente!

Llegué allí alrededor de las nueve, bajo unaclara luna de octubre, que se perdía entre las capassuperiores de una niebla marina. El club Ciprés es-taba al otro extremo de la ciudad, en un ruinosocaserón que había sido en otros tiempos residenciade verano de un ricachón llamado De Cazens y pos-teriormente convertido en hotel. Ahora era un enor-me edificio destartalado por fuera, situado en unbosquecillo de cipreses de Monterrey, retorcidos porel viento, que le daban su nombre. Tenía unos enor-mes portales con volutas y torrecillas por todaspartes, adornos de vitrales alrededor de las ampliasventanas, grandes establos vacíos en la parte trase-ra y, en general, un aspecto de nostálgica decaden-cia. Eddie Mars había dejado la parte exterior comola encontró, en lugar de modificarla, para que pare-ciese un estudio de la Metro-Golwyn-Mayer. Dejé micoche en una calle con chisporroteantes arcos de luz y en-tré en los jardines por un húmedo paseo de arena que ibahasta la entrada principal. Un portero con abrigo de doblehilera de botones me hizo entrar en un enorme vestíbulooscuro y silencioso, del cual partía una majestuosa escale-ra de roble que se perdía en la oscuridad del piso superior.Dejé mi sombrero y mi abrigo en el guardarropa yesperé escuchando música y voces confusas, detrásde las pesadas puertas, que parecían muy lejanas yque no pertenecían al mismo mundo que el edificio.Entonces, el rubio de cara pesada, que había estadocon Eddie Mars y con el boxeador en casa de Geiger,salió por una puerta que había debajo de la escalera,me sonrió fríamente y me condujo, por un pasilloalfombrado, al despacho del jefe.

patsy 1 adj If you are pasty or if you have a pasty face, you look pale and unhealthy, demacrado.

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This was a square roomwith a deep old bay window anda stone fireplace in which a fireof juniper logs burned lazily. It waswainscoted in walnut and had afrieze of faded damask above thepanelling. The ceiling was high and remote.There was a smell of cold sea.

Eddie Mars’s darksheenless desk didn’t belong inthe room, but neither didanything made after 1900. Hiscarpet had a Florida suntan.There was a bartop radio in thecorner and a Sèvres china tea seton a copper tray beside asamovar. I wondered who thatwas for. There was a door in thecorner that had a time lock onit.

Eddie Mars grinned atme sociably and shook handsand moved his chin at the vault.‘I’m a pushover for a heist mobhere except for that thing,’ hesaid cheerfully. ‘The local johnsdrop in every morning andwatch me open it. I have anarrangement with them.’

‘You hinted you hadsomething for me,’ I said. ‘What isit?’

‘What’s your hurry? Have adrink and sit down.’

‘No hurry at all. You and Ihaven’t anything to talk about butbusiness.’

‘You’ll have the drink andlike it,’ he said. He mixed a coupleand put mine down beside a redleather chair and stood crossleggedagainst the desk himself, one handin the side pocket of his midnight-b lue d inner jacke t , the thumboutside and the nail glistening. Indinner clothes he looked a littleharder than in grey flannel, but hestill looked like a horseman. Wedrank and nodded at each other.

Entramos en una habitación cuadrada conuna antigua ventana en saliente muy profunday una chimenea de piedra en la que ardía pere-zosamente un fuego de madera de enebro. Elrevestimiento de las paredes era de maderade nogal, con un friso por encima de damas-co desvaído. El techo más que alto era remo-to. Y había olor a frialdad marina.

El escritorio de Eddie Mars, oscuro ysin brillo, no encajaba en la habitación,pero lo mismo sucedía con todos los ob-jetos posteriores a 1900. La alfombramostraba un bronceado propio de Flori-da. Había una combinación de radio y baren un rincón y un juego de té de porcela-na de Sévres sobre una bandeja de cobreal lado de un samovar. Me pregunté quiénlo usaría. En otro rincón se distinguía lapuerta de una caja fuerte que tenía co-nectado un mecanismo de relojería.

Eddie Mars me sonrió amablemente, nosestrechamos la mano y enseguida me señaló lacámara acorazada con un gesto de la barbilla.

—Resultaría pan comido para cual-quier banda de atracadores si no fuera porese artilugio —dijo alegremente—. Lapolicía local se presenta todas las maña-nas y vigilan mientras lo abro. Tengo unacuerdo con ellos.

—Me dio usted a entender que dispo-nía de algo que estaba dispuesto a ofre-cerme —dije—. ¿De qué se trata?

—¿Por qué tanta prisa? Siéntese y tó-mese una copa.

—Ninguna prisa. Pero usted y yo notenemos nada de que hablar, excepto ne-gocios.

—Se tomará la copa y además le gus-tará —dijo. Mezcló un par de whiskis,puso el mío junto a un sillón de cuero rojoy él se quedó de pie, las piernas cruzadas,recostado en el borde de la mesa, y unamano en el bolsillo lateral de su esmoquinazul marino, con el pulgar fuera y la uñareluciente. Vestido de etiqueta parecía unpoco más duro que con el traje gris defranela, pero seguía teniendo aspecto dedeportista. Bebimos y nos hicimos mu-tuas inclinaciones de cabeza.

Era una habitación cuadrada, conuna amplia ventana y una chimeneade piedra en la que ardían perezosa-mente troncos de enebro. Estabarecubierta de nogal y tenía frisos dedamasco descolorido en los tableros.El techo era alto y remoto. Se perci-bía olor a mar.

El escritorio oscuro y sin bri-llo no hacía juego con la habi-tación, pero tampoco lo hacíacon nada que hubiese sido fa-bricado después de 1900. La al-fombra tenía un bronceado deFlorida. Había una radio en unaesquina, un juego de té deSévres en una bandeja de cobrejunto a un samovar y, en otraesquina, una puerta con cerra-dura.

Eddie Mars me sonrió amablemen-te, me estrechó la mano y me señalócon la barbilla la caja fuerte.

—Soy una persona fácil de dominarpor la gente, excepto en lo que respecta aeso —dijo con alegría—. La policía localse deja caer todas las mañanas por aquí yme vigila mientras la abro. Tengo un con-venio con ellos.

—Dio usted a entender que teníaalgo para mí. ¿Qué era?

—¿Por qué esa prisa? Beba un tra-go y siéntese.

—Ninguna prisa. Usted y yo no te-nemos nada de que hablar, si no es denegocios.

—Se tomará un trago y le gustará —dijo.Hizo la mezcla, puso mi vaso junto

a un sillón de cuero rojo y se quedó,con las piernas cruzadas, recostado enel escritorio, con una mano en el bol-sillo de su esmoquin azul oscuro, conel pulgar fuera y la uña reluciente. Conel traje de etiqueta parecía un poco másrudo que con el de franela gris, peroseguía pareciendo un jinete. Bebimosy nos hicimos una inclinación de ca-beza el uno al otro.

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‘Ever been here before?’ he asked.‘During prohibition. I don’t

get any kick out of gambling.’

‘Not with money,’ he smiled.‘You ought to look in tonight. One ofyour friends is outside betting thewheels. I hear she’s doing pretty well.Vivian Regan.’

I sipped my drink and tookone of his monogrammed cigarettes.

‘I kind of liked the way youhandled that yesterday,’ he said. ‘Youmade me sore at the time but I couldsee afterwards how right you were.You and I ought to get along. Howmuch do I owe you?’

‘For doing what?’

‘Still careful, eh? I have mypipe-line into headquarters, or Iwouldn’t be here. I get them the waythey happen, not the way you readthem in the papers.’ He showed mehis large white teeth.

‘How much have you got?’ I asked.‘You’re not talking money?’‘Information was the way I

understood it.’‘Information about what?’‘You have a short memory.

Regan.’

‘Oh, that.’ He waved hisglistening nails in the quiet light fromone of those bronze lamps that shoota beam at the ceiling. ‘I hear you gotthe information already. I felt I owedyou a fee. I’m used to paying for nicetreatment.’

‘I didn’t drive down here tomake a touch. I get paid for what Ido. Not much by your standards, butI make out. One customer at a time isa good rule. You didn’t bump Reganoff, did you?’

‘No. Did you think I did?’‘I wouldn’t put it past you.’He laughed. ‘You’re kidding.’

—¿Ha estado alguna vez aquí? —me preguntó.—Durante la prohibición. No me di-

vierte nada jugar.

—No es lo mismo cuando se dispone dedinero —sonrió—. Tendría que echar una ojea-da en este momento. Una de sus amigas estáahí fuera apostando a la ruleta. Me han dichoque hoy se le da muy bien. Vivian Regan.

Bebí otro sorbo de mi whisky y encen-dí uno de los cigarrillos con monogramaque Eddie me ofrecía. [138]

—Me gustó bastante su manera demaniobrar ayer —dijoEn aquel mo-mento consiguió irritarme, pero des-pués he podido ver cuánta razón te-nía. Usted y yo deberíamos llevarnosbien. ¿Qué le debo?

—¿Por hacer qué?

—Todavía cauteloso, ¿eh? Tengo miscontactos con jefatura; de lo contrario noseguiría aquí. Me entero de las cosas talcomo suceden, no como luego se leen enlos periódicos. —Me mostró los dientes,grandes y muy blancos.

—¿Qué es lo que me ofrece?—¿No se refiere a dinero?—He entendido que nos referíamos a

información.—¿Información acerca de qué?—Tiene usted muy mala memoria.

Acerca de Regan.

—Ah, eso. —Agitó las uñas resplan-decientes ante la luz discreta de una delas lámparas de bronce que lanzaban susrayos hacia el techo—. Me han dicho queya la tiene. Y considero que le debo unarecompensa. Estoy acostumbrado a pa-gar cuando me tratan bien.

—No he venido hasta aquí para darleun sablazo. Me pagan por lo que hago.No mucho, según las tarifas de usted, perome defiendo. Un único cliente en cadamomento es una buena norma. No liqui-dó usted a Regan, ¿verdad?

—No. ¿Es eso lo que pensaba?—No lo consideraría imposible.Se echó a reír.—Bromea.

—¿Había estado aquí alguna vez?—Durante la prohibición. No me

entusiasma el juego.

—Con dinero, no —dijo sonrien-do—. Debería echarle un vistazo estanoche. Una amiga suya está ahí fuerajugándose hasta las pestañas. He oídoque le va bastante bien: Vivian Regan.

Sorbí la bebida y cogí uno de suscigarrillos con monograma.

—En cierto modo me gustó la for-ma en que arregló eso ayer. Hubo unmomento en que me puse furioso,pero vi después cuánta razón tenía.Usted y yo deberíamos entendernos.¿Cuánto le debo?

—¿Por hacer qué?

—Todavía prudente, ¿eh? Tengoenchufes en las altas esferas, o no es-taría aquí. Los cojo como vienen, noen la forma que usted lo lee en losperiódicos —me contestó, mostrándo-me sus anchos dientes blancos.

—¿Cuánto ha logrado usted ... ?—¿No estará hablando de dinero?—Información fue lo que yo en-

tendí.—¿Información sobre qué?—Tiene usted poca memoria:

Regan.

—¡Ah, eso! —hizo un ademán con susbrillantes uñas a la luz tranquila de unade esas lámparas de bronce que lanzan luzal techo—. He oído decir que ha conse-guido información. Me hacía a la idea deque le debo honorarios. Estoy acostum-brado a pagar por el buen trato.

—No he venido aquí para pedir di-nero. Me pagan por lo que hago. Nomucho, según su concepto, pero melas arreglo. Un solo cliente a la vezes una buena regla. No despachó us-ted a Regan, ¿verdad?

—No. ¿Cree que lo hice?—No me sorprendería.Se echó a reír.—¿Está usted bromeando?

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I laughed. ‘Sure, I’m kid-ding. I never saw Regan, but Isaw his photo. You haven’t gotmen for the work. And whilewe’re on that subject don’t sendme any more gun punks with or-ders. I might get hysterical andblow one down.’

He looked through his glassat the fire, set it down on the end ofthe desk and wiped his lips with asheer lawn handkerchief.

‘You talk a good game,’ hesaid. ‘But I dare say you can break ahundred and ten. You’re not reallyinterested in Regan are you?’

‘No, not professionally. Ihaven’t been asked to be. But I knowsomebody who would like to knowwhere he is.’

‘She doesn’t give a damn,’ hesaid.

‘I mean her father.’He wiped his lips again and

looked at the handkerchief almost asif he expected to find blood on it. Hedrew his thick grey eyebrows closetogether and fingered the side of hisweatherbeaten nose.

‘Geiger was trying toblackmail the General,’ I said. ‘TheGeneral wouldn’t say so, but I figurehe was at least half scared Reganmight be behind it.’

Eddie Mars laughed. ‘Uh-uh. Geiger worked that one oneverybody. It was strictly his ownidea. He’d get notes from peoplethat looked legal -were legal, I daresay, except that he wouldn’t havedared sue on them. He’d presentnotes, with a nice flourish, leavinghimself empty-handed. If he drewan ace, he had a prospect that scaredand he went to work. If he didn’tdraw an ace, he just dropped thewhole thing.’

‘Clever guy,’ I said. ‘Hedropped it all right. Dropped it andfell on it. How come you know allthis?’

Reí yo también.—Claro que bromeo. No he visto nun-

ca a Regan, pero sí su foto. No tiene us-ted gente para un trabajo así. Y ya queestamos hablando de ese tema, no mevuelva a mandar a sus matones para dar-me órdenes. Podría darme un ataque dehisteria y acabar con alguno.

Miró al fuego a través de la copa, ladejó al borde de la mesa y se limpió loslabios con un pañuelo transparente debatista.

—Sabe usted hablar —dijo—. Pero se-guro que también podría batir cualquiermarca. Regan en realidad no le interesa,¿no es cierto?

—No; al menos de manera profesio-nal. Nadie me ha pedido que lo haga. Perosé de alguien a quien le gustaría saber dón-de está.

—A su mujer le tiene sin cuidado —dijo Eddie Mars.

—Me refiero al padre de su mujer.Volvió a limpiarse los labios y contem-

pló el pañuelo casi como si esperase en-contrar una mancha de sangre. Unió lasespesas cejas grises en un gesto de inte-rrogación y se pasó un dedo por un ladode la curtida nariz.

—Geiger trataba de chantajear al ge-neral —dije—. El general no me lo con-fesó, pero mi impresión fue que le asus-taba la posibilidad de que Regan estuvie-se metido en ello.

Eddie Mars se echó a reír de nuevo.—Claro. Geiger intentaba ese truco

con todo el mundo. Era estrictamente ideasuya. Conseguía de la gente pagarés queparecían legales..., que eran legales, meatrevería a decir, aunque nunca se hubie-ra arriesgado a presentarse con ellos anteun tribunal. Lo que hacía era enviarlos,con un toque amable para mejor efecto,quedándose con las manos vacías. Si larespuesta era positiva, había conseguidoasustar a alguien y se ponía a trabajar. Sino le hacían caso, dejaba el asunto.

—Un tipo listo —dije—. En este casoestá bien claro que lo dejó. Lo dejó y dioun buen traspiés. ¿Cómo es que está us-ted enterado de todo eso?

Me eché a reír también.—Claro que estoy bromeando.

Nunca vi a Regan, pero vi una fotode él. No tiene usted hombres para esetrabajito. Y ya que tratamos este ter-na: no me mande ningún pistolero adarme órdenes. Podría ponerme his-térico y despachar a alguno.

Miró el fuego a través de su vaso,dejó éste en un extremo del escrito-rio y se limpió los labios con un pa-ñuelo.

—Habla usted muy bien —dijo—, pero me atrevo a decir que ya no tan-to. No está realmente interesado enRegan, ¿verdad?

—No. Profesionalmente, no. Nome han pedido que lo esté. Pero sé dealguien que querría saber dónde se en-cuentra.

—A ella le importa un bledo.

—Me refería a su padre.Se volvió a limpiar los la-

bios y miró el pañuelo comosi esperase encontrar sangreen él. juntó sus cejas anchas yse tocó un lado de la curtidanariz.

—Geiger estaba intentando hacer-le un chantaje al general —dije. Ésteno lo admitiría, pero me figuro queteme un poco que Regan pueda estardetrás de ese asunto.

Eddie Mars rió:—¡Hum ... ! Geiger empleaba ese

truco con todo el mundo. Era una ideatotalmente suya. Conseguía recibos queparecían legales y que en realidad loeran, me atrevo a decir, aunque Geigerno se hubiese atrevido a demandar anadie con ellos. Presentaba los reciboscon un florido escrito, quedándose élcon las manos vacías. Si sacaba un as,tenía una perspectiva que asustaba yempezaba a trabajar. Si no sacaba unas, lo abandonaba todo.

—Inteligente muchacho —dije—Lo abandonó todo, desde luego. Loabandonó y se desplomó sobre ello.¿Cómo sabe todo eso?

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He shrugged impatiently.‘I wish to Christ I didn’t know halfthe stuff that’s brought to me.Knowing other people’s businessis the worst investment a man canmake in my circle. Then if it wasjust Geiger you were after, you’rewashed up on that angle.’

‘Washed up and paid off.’

‘I’m sorry about that. I wishold Sternwood would hire himself asoldier like you on a straight salary,to keep those girls of his home at leasta few nights a week.’

‘Why?’His mouth looked sulky.

‘They’re plain trouble. Take the darkone. She’s a pain in the neck aroundhere. If she loses, she plunges and Iend up with a fistful of paper whichnobody will discount at any price. Shehas no money of her own except anallowance and what’s in the old man’swill is a secret. If she wins, she takesmy money home with her.’

‘You get it back the nextnight,’ I said.

‘I get some of it back. Butover a period of time I’m loser.’

He looked earnestly at me, asif that was important to me. Iwondered why he thought it necessaryto tell me at all. I yawned and finishedmy drink.

‘I’m going out and look thejoint over,’ I said.

‘Yes, do.’ He pointed to adoor near the vault door. ‘That leadsto a door behind the tables.’

‘I’d rather go in the way thesuckers enter.’

‘Okey. As you please. We’refriends, aren’t we, soldier?’

‘Sure.’ I stood up and weshook hands.

‘Maybe I can do you a realfavour some day,’ he said. ‘You got itall from Gregory this time.’

‘So you own a piece of himtoo.’

‘Oh not that bad. We’re just friends.’I stared at him for a moment,

then went over to the door I had comein at. I looked back at him when I hadit open.

Se encogió de hombros en un gesto de impaciencia.—Ya me gustaría no estar enterado de

la mitad de los asuntos que llegan a mismanos. Conocer los negocios de otraspersonas es la peor inversión que puedehacer una persona en mi posición. En esecaso, si era únicamente Geiger quien leinteresaba, ha liquidado el asunto.

—Liquidado y sin recibos pendientes.[140]

—Lo siento. Me gustaría que el viejoSternwood contratase a un experto comousted y le pusiera un sueldo fijo para ocu-parse de esas chicas suyas al menos unascuantas noches a la semana.

—¿Por qué?Su boca hizo una mueca hosca.—No causan más que problemas. La

morena, por ejemplo. Aquí no hace másque dar la tabarra. Si pierde, se hunde, yyo acabo con un puñado de pagarés quenadie descuenta a ningún precio. No dis-pone de dinero propio, si se exceptúa unaasignación, y el testamento del viejo esun secreto. Pero si gana, se lleva a casami dinero.

—Lo recupera usted a la noche si-guiente.

—Algo sí recupero. Pero a la larga sal-go perdiendo.

Me miró con mucha seriedad, como silo que decía tuviera que importarme mu-cho. Me pregunté por qué considerabasiquiera necesario contármelo. Bostecé yme terminé el whisky.

—Voy a salir a echar una ojeada al lo-cal —dije.

—Hágalo, por favor. —Señaló una puertacercana a la de la cámara acorazada—. Porahí se sale muy cerca de las mesas.

—Prefiero entrar por donde lo hacenlos que se dejan aquí la camisa.

—De acuerdo. Como prefiera. Ami-gos, ano es cierto, capitán?

—Claro. —Me puse en pie y nos di-mos la mano.

—Quizá le pueda hacer un verdaderofavor algún día —dijo—. Gregory le dijotodo lo que sabe.

—De manera que también lo tiene us-ted bajo control.

—No hasta ese punto. Sólo somos amigos.Me quedé mirándolo un momento y

luego me dirigí hacia la puerta por dondehabía entrado. Me volví para mirarlocuando la hube abierto.

Alzó los párpados con impaciencia.—Quisiera no conocer la mi-

tad de las cosas que me traen.Saber los asuntos de los demáses la peor inversión que un hom-bre puede hacer en mi círculo.Así que, si era a Geiger al quebuscaba, ha fracasado.

—Estoy fracasado, pagado y des-pedido.

—Lo siento. Me gustaría que el viejoSternwood contratara un soldado comousted, con un buen salario, para hacer queesas muchachas se quedaran en casa porlo menos un par de noches a la semana.

—¿Por qué????—Son molestas. La morena, por

ejemplo, es una lata aquí. Si pierde,se entrega al juego y yo termino conun puñado de papel que nadie me ne-gociará a ningún precio. No tiene di-nero propio, excepto una asignación,y lo que hay en el testamento del vie-jo es un secreto. Si gana, se lleva midinero.

—Lo recuperará usted a la nochesiguiente —afirmé.

—Recupero parte de él, pero du-rante algún tiempo pierdo.

Me miró seriamente, como si todoesto fuera muy importante para mí.Me preguntaba por qué creía necesa-rio decirme todo eso. Bostecé y ter-miné mi bebida.

—Voy a echarle un vistazo al lo-cal —dije.

—Sí, hágalo —replicó y señaló unapuerta cerca de la caja fuerte—. Ésa llevaa una puerta que hay detrás de las mesas.

—Preferiría entrar por donde en-tran los «primos».

—¡De acuerdo! Como quiera. So-mos amigos, ¿verdad?

—Claro.Me levanté y nos estrechamos la mano.—Quizá pueda hacerle un verda-

dero favor algún día —dijo—. Estavez lo ha conseguido todo de Gregory.

— ¿Así que también le perteneceparte de él?

—¡Oh! No tanto, sólo somos amigos.Me quedé mirándole un momento

y después me dirigí a la puerta pordonde había entrado. Volví a mirarlemientras estuvo abierta.

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‘You don’t have anybody tail-ing me around in a grey Plymouthsedan, do you?’

His eyes widenedsharply. He looked jarred.‘Hell, no. Why should I?’

‘I couldn’t imagine,’ I said,and went on out. I thought his surpriselooked genuine enough to bebelieved. I thought he even looked alittle worried. I couldn’t think of anyreason for that.

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It was about ten-thirty when thelittle yellow-sashed Mexican orchestra gottired of playing a low-voiced prettied-uprhumba that nobody was dancing to. Thegourd player rubbed his finger tips togetheras if they were sore and got a cigarette intohis mouth almost with the same movement.The other four, with a timed simultaneousstoop, reached under their chairs for glassesfrom which they sipped, smacking their lipsand flashing their eyes. Tequila, their mannersaid. It was probably mineral water. Thepretence was as wasted as the music.Nobody was looking at them. The room hadbeen a ballroom once and Eddie Mars hadchanged it only as much as his businesscompelled him. No chromium glitter, noindirect lighting from behind angularcornices, no fused glass pictures, or chairsin violent leather and polished metal tubing,none of the pseudo-modernistic circus of thetypical Hollywood night trap. The light wasfrom heavy crystal chandeliers and the rose-damask panels of the wall were still the samerose damask, a little faded by time anddarkened by dust, that had been matchedlong ago against the parquetry floor, ofwhich only a small glass-smooth space infront of the little Mexican orchestra showedbare. The rest was covered by a heavy old-rose carpeting that must have cost plenty.The parquetry was made of a dozen kindsof hardwood, from Burma teak through halfa dozen shades of oak and ruddy wood thatlooked like mahogany, and fading out to thehard pale wild lilac of the California hills,all laid in elaborate patterns, with the accu-racy of a transit.

—¿No tiene por casualidad a alguiensiguiéndome en un Plymouth sedán decolor gris?

Se le abrieron mucho los ojos. Dio laimpresión de haber recibido un golpe.

—Caramba, no. ¿Por qué tendría que hacerlo?

—No sabría decírselo —le respondíantes de salir. Me pareció que su sorpre-sa era lo bastante espontánea para serauténtica. Pensé incluso que estaba unpoquito preocupado, pero no se me ocu-rrieron razones que lo justificaran.

Veintidós

Eran más o menos las diez y media cuando la orquestinamexicana que lucía llamativas fajas amarillas se cansó deinterpretar en voz baja una rumba excesivamenteamericanizada con la que nadie bailaba. El músico que to-caba los tambores hechos con calabazas se frotó las puntasde los dedos como si le dolieran y, casi con el mismomovimiento, se puso un pitillo en la boca. Los otroscuatro, agachándose simultáneamente con un gesto quepareció cronometrado, sacaron de debajo de las sillasvasos de los que —con chasquidos de lengua y un bri-llo repentino en los ojos— procedieron a beber. Tequila,parecía decir su actitud. Probablemente se trataba de aguamineral. La simulación era tan innecesaria como la músi-ca. Nadie los estaba mirando.

La habitación fue en otro tiempo sala de baile yEddie Mars sólo la había cambiado hasta donde lo exi-gían las necesidades de su negocio. Nada de cromados,nada de luces indirectas desde detrás de cornisas angu-lares, nada de cuadros hechos con vidrio fundido, nisillas de cuero de colores violentos y armazón de tubosde metal reluciente, nada del circo pseudo modernistadel típico antro nocturno de Hollywood. La luz proce-día de pesadas arañas de cristal y los paneles de da-masco rosa de las paredes eran todavía del damascorosa original —un poco desvaído por el tiempo u oscu-recido por el polvo— que se colocara hacía muchotiempo para combinar [142] lo con el suelo de par-qué, del que únicamente quedaba al descubierto unpequeño espacio, tan pulido como cristal, delantede la orquestina mexicana. El resto lo cubría unapesada moqueta de color rosa oscuro que debía dehaber costado mucho dinero. Formaban el parquéuna docena de maderas nobles diferentes, desde lateca de Birmania hasta la palidez del filo silvestrede las colinas de California, pasando por media doce-na de tonalidades de roble y madera rojiza que pare-cía caoba, todas mezcladas en complicados dibujosde regularidad matemática.

—¿Tiene usted a alguien siguién-dome en un Plymouth gris?

Sus ojos se abrieron de forma des-mesurada. Parecía sorprendido.

—¡Diablos, no! ¿Por qué iba a hacerlo?

—No puedo imaginármelo —repliqué.Su sorpresa me pareció bastante

auténtica y digna de crédito. Creo queincluso estaba un poco preocupado.No pude explicarme la causa de supreocupación.

XXII

Eran aproximadamente las diez y mediacuando la pequeña orquesta mexicana se cansóde tocar una rumba en sordina que nadie baila-ba. El que manejaba las maracas frotó los de-dos entre sí como si le doliesen y se metió uncigarrillo en la boca casi con el mismo movi-miento. Los demás, casi simultáneamente, al-canzaron los vasos que tenían debajo de sus si-llas y comenzaron a sorber chasqueando los la-bios y poniendo los ojos en blanco. Por su acti-tud parecía tequila lo que bebían, pero proba-blemente era agua mineral, por lo que la simu-lación resultaba tan inútil como la música, pues-to que nadie les miraba. La estancia había sidoen otros tiempos un salón de baile, en el queEddie Mars había realizado solamente los cam-bios impuestos por su negocio. No se veía elbrillo de los cromados, ni tampoco luz indirec-ta detrás de cornisas angulares; carecía de mar-cos lustrosos, de sillas de cuero de colores vi-vos y de tubos de metal brillante: no había allínada de esa pacotilla moderna que es típica enlos cabarets de Hollywood. Estaba alumbradapor grandes candelabros. Los paneles de las pa-redes eran de damasco rosa un poco descolori-do por el tiempo y oscurecido por el polvo, yque hacía mucho habían hecho juego con elsuelo entarimado, del que sólo era visible unpequeño espacio frente a la orquesta mexi-cana, pues el resto estaba cubierto por unagran alfombra que debía de haber costadoun montón de dinero. El entarimado estabahecho de varias clases de madera, desde tecade Birmania, pasando por una docena de ma-tices de roble y madera roja que semejabacaoba, hasta el pálido malva de la lila delas colinas de California, todo ello arre-glado en rebuscados arabescos.

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It was still a beautiful roomand now there was roulette in it in-stead of measured, old-fashioneddancing. There were three tables closeto the far wall. A low bronze railingjoined them and made a fence aroundthe croupiers. All three tables wereworking, but the crowd was at themiddle one. I could see VivianRegan’s black head close to it, fromacross the room where I was leaningagainst the bar and turning a smallglass of bacardi around on themahogany.

The bartender leaned besideme watching the cluster of well-dressed people at the middle table.‘She’s pickin’ ‘em tonight, right on the nose,’he said. ‘That tall black-headed frail.’

‘Who is she?’‘I wouldn’t know her name.

She comes here a lot though.‘The hell you wuldn’t know

her narne.’‘I just work here, mister,’ he

said without any animosity. ‘She’s allalone too. The guy was with herpassed out. They took him out to hiscar.’

‘I’ll take her home,’ I said.‘The hell you will. Well, I

wish you luck anyways. Should Igentle up that bacardi or do you likeit the way it is?’

‘I like it the way it is as wellas I like it at all,’ I said.

‘Me, I’d just as leave drinkcroup medicine,’ he said.

The crowd parted and twomen in evening clothes pushed theirway out and I saw the back of herneck and her bare shoulders in theopening. She wore a low-cut dressof dull green velvet. It looked toodressy for the occasion. The crowdclosed and hid all but her blackhead. The two men came across theroom and leaned against the bar andasked for Scotch and soda. One ofthem was flushed and excited. Hewas mopping his face with a black-bordered handkerchief. The doublesatin stripes down the side of histrousers were wide enough for tyretracks.

Seguía siendo un hermoso salón aun-que ahora se jugase a la ruleta en lugar debailar reposadamente a la antigua usan-za. Junto a la pared más alejada había tresmesas. Una barandilla baja de bronce lasseparaba del resto del salón y formaba unavalla alrededor de los crupieres. Las tresmesas funcionaban, pero la gente seamontonaba en la del centro. Desde miposición al otro lado de la sala, donde es-taba apoyado contra la barra y daba vuel-tas sobre el mostrador de caoba a un vasitode ron, veía los cabellos oscuros de VivianRegan muy cerca de la mesa.

El barman se inclinó hacia mí, contem-plando el grupo de gente bien vestida dela mesa central.

—Hoy se lo lleva todo, no falla ni una—dijo—. Esa tipa alta y morena.

—¿Quién es?—No sé cómo se llama. Pero viene mu-

cho.—No me creo que no sepa cómo se

llama.—Sólo trabajo aquí, caballero —me

respondió sin enfadarse—. Además se haquedado sola. El individuo que la acompa-ñaba se desmayó y lo sacaron hasta sucoche.

—La llevaré a casa —dije.—No creo que pueda. Pero le deseo

buena suerte de todos modos. ¿Quiere quele rebaje el ron o le gusta como está?

—Me gusta como está, dentro de queno me gusta demasiado —dije.

—Yo preferiría irme antes que beberesa medicina contra la difteria —dijo él.

El grupo compacto se abrió para darpaso a dos individuos vestidos de etique-ta y tuve ocasión de ver la nuca y los hom-bros descubiertos de la señora Regan.Llevaba un vestido escotado de terciope-lo de color verde apagado que parecía de-masiado de vestir para aquel momento.La multitud se volvió a cerrar ocultándo-lo todo excepto su cabeza morena. Losdos hombres cruzaron la sala, se apoya-ron contra el bar y pidieron whiskis consoda. Uno de ellos tenía el rostro encen-dido y estaba entusiasmado y para secar-se el sudor utilizó un pañuelo con una orlanegra. Las dobles tiras de satén a los la-dos de su pantalón eran tan anchas comohuellas de neumáticos.

Era todavía una hermosa estanciaen la que ahora había ruleta en lugarde baile rítmico y anticuado. Habíatres mesas junto a la pared más aleja-da. Una barandilla de bronce las uníay formaba una valla alrededor de loscrupieres. Todas las mesas estabanfuncionando, pero la más concurridaera la del medio. Cerca de ella pudever el pelo negro de Vivian Regan,aunque yo me encontraba en el extre-mo de la estancia, apoyado en el bary dando vueltas a una copita deBacardi.

El encargado del bar, junto a mí, con-templaba el grupo de gente bien vestidaque había en la mesa del centro.

—Esta noche los está pelando —medijo—. Esa muñeca alta con el pelo negro.

—¿Quién es?—No conozco su nombre. Viene

mucho por aquí.—Cuéntele a otro eso de que no

sabe su nombre.—Yo sólo trabajo aquí —dijo, sin

animosidad alguna—. Está completa-mente sola. El tipo que la acompaña-ba perdió el conocimiento y se lo lle-varon a su coche.

—Yo la llevaré a su casa —dije.—¡Que se cree usted eso! Bueno;

en cualquier caso, le deseo suerte.¿Quiere que le suavice el Bacardi ole gusta como está?

—Me gusta como está, si se pue-de decir que me gusta.

—A mí me cae como medicinapara la difteria.

La gente se separó un poco y doshombres vestidos de etiqueta se abrie-ron paso a través del grupo. Entoncesvi la nuca y los brazos desnudos deVivian Regan. Llevaba un vestido deterciopelo verde oscuro, con escotebajo, que parecía demasiado vistosoen este día. La gente volvió a acer-carse y la ocultaron completamente,excepto la cabeza. Los dos hombresatravesaron el lugar, llegaron hasta elbar y pidieron un whisky con soda.Uno de ellos se veía sonrojado y ten-so. Se limpiaba el rostro con un pa-ñuelo ribeteado de negro. Las tiras deraso de sus pantalones eran anchascomo raíles.

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‘Boy, I never saw such a run,’he said in a jittery voice. ‘Eight winsand two stand-offs in a row on thatred. That’s roulette, boy, that’s rou-lette.’

‘It gives me the itch,’ theother one said. ‘She’s betting a grandat a crack. She can’t lose.’ They puttheir beaks in their drinks, gurgledswiftly and went back.

‘So wise the little men are,’the barkeeper said. ‘A grand a crack,huh. I saw an old horseface in Havanaonce -’

The noise swelled over atthe middle table and a chiselledforeign voice rose above it saying:‘If you will just be patient amoment, madam. The table cannotcover your bet. Mr Mars will behere in a moment.’

I left my bacardi and paddedacross the carpet. The little orchestrastarted to play a tango, rather loud.No one was dancing or intending todance. I moved through a scatteringof people in dinner clothes and full eveningdress and sports clothes and business suits tothe end table at the left. It had gone dead. Twocroupiers stood behind it with their headstogether and their eyes sideways. One moveda rake back and forth aimlessly over the emptylayout. They were both staring atVivian Regan.

Her long lashes twitched andher face looked unnaturally white.She was at the middle table, exactlyopposite the wheel. There was adisordered pile of money and chipsin front of her. It looked like a lot ofmoney. She spoke to the croupier witha cool, insolent, ill-tempered drawl.

‘What kind of a cheapoutfit is this, I’d like to know. Getbusy and spin that wheel,highpockets. I want one more playand I’m playing table stakes. Youtake it away fast enough I’venoticed, but when it comes to dish-ing it out you start to whine.’

—Chico, no he visto nunca una seriecomo ésa —dijo con voz llena de nervio-sismo—. Ocho aciertos y dos empates se-guidos con el rojo. Eso es la ruleta, mu-chacho, precisamente eso.

—Me pone a cien —dijo el otro—. Está apostando un billete grandecada vez. No puede perder. —Se apli-caron a beberse lo que habían pedidoy regresaron junto a la mesa.

—Los que no se juegan nada siempretan sabios —dijo el barman—. Mil dóla-res cada vez, vaya. Una vez, en La Haba-na, vi a un viejo con cara de caballo...

El ruido se hizo más intenso en la mesacentral y una voz extranjera, bien modu-lada, se alzó para decir:

—Tenga la amabilidad de esperar unosinstantes, señora. La mesa no puede igua-lar su apuesta. El señor Mars estará aquídentro de un momento.

Dejé el ron y atravesé la sala. Laorquestina empezó a tocar un tango conmás fuerza de la necesaria. Nadie bailabani tenía intención de hacerlo. Avancé entrediversas personas vestidas con esmoquin,o totalmente de etiqueta, o con ropa de-portiva o traje de calle, reunidas alrededorde la última mesa de la izquierda. Nadiejugaba ya. Detrás, dos crupieres, con lascabezas juntas, miraban de reojo. Unomovía el rastrillo [144] adelante y atrás sinobjeto alguno. Los dos estaban pendientesde Vivian Regan.

A la hija del general Sternwoodle temblaban las pestañas y su ros-tro estaba increíblemente pálido.Se hallaba en la mesa central, fren-te a la rueda de la ruleta. Tenía de-lante un desordenado montón dedinero y de fichas que parecía seruna cantidad importante.

—Me gustaría saber qué clase de local eséste —le dijo al crupier con tono insolente, fríoy malhumorado—. Póngase a trabajar y hágaledar vueltas a la rueda, larguirucho. Quiero ju-gar una vez más y apostar todo lo que hay enla mesa. Ya me he fijado en lo deprisa querecoge el dinero cuando perdemos los de-más, pero si se trata de pagar, lloriquea.

—Chico, nunca vi semejante racha—dijo con voz agitada—: ocho vecesha ganado el rojo, y dos no, todo se-guido. Eso es ruleta, chico, eso es ru-leta.

—Esto me da mala espina —dijo el otro—. Está apostando un billete. de los grandes acada jugada. No puede perder.

Metieron el pico en los vasos, sorbieron rápida-mente y volvieron de nuevo a las mesas.

—Así son de listos estos hombrecitos—comentó el encargado del bar—; un bi-llete de los grandes... ¡Pchs ... ! Vi a unocon cara de caballo en La Habana...

Se oyó un barullo en la mesa cen-tral y una voz extranjera y cortantese elevó sobre todas, diciendo:

—Le ruego que tenga paciencia,señora. La mesa no puede cubrir suapuesta. El señor Mars estará aquí enseguida.

Dejé mi Bacardi y avancé a travésde la alfombra. La pequeña orquestaempezó a tocar bastante alto un tan-go. Nadie bailaba ni tenía intenciónde hacerlo. Fui serpenteando entregente vestida de etiqueta, con ropa depor-tiva y de trabajo, hasta la mesa de la iz-quierda, que estaba vacía. Había doscrupieres tras ella con las cabezas juntasy mirando de costado. Uno de ellos mo-vía el rastrillo hacia adelante y haciaatrás sobre la mesa vacía. Ambos mi-raban a Vivian Regan.

Sus pestañas largas temblaban unpoco y su rostro tenía un color blan-co poco natural. Estaba en la mesa delcentro, exactamente al lado opuesto de laruleta. Había un montón de dinero y defichas frente a ella. Parecía ser una canti-dad enorme. Le habló al crupier en tonofrío, insolente y colérico:

—¿Qué clase de garito es éste?Me gustaría saberlo. Muévase, hagagirar esa rueda, idiota. Quiero unajugada más; estoy haciendo apues-tas en la mesa. He notado que co-gen el dinero muy deprisa, perocuando les llega el momento de sol-tarlo, empiezan a lloriquear.

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The croupier smiled a coldpolite smile that had looked at thou-sands of boors and millions of fools.His tall dark disinterested manner wasflawless. He said gravely: ‘The tablecannot cover your bet, madam. ‘Youhave over sixteen thousand dollarsthere.’

‘It’s your money,’ the girljeered. ‘Don’t you want it backs?’

A man beside her tried to tellher something. She turned swiftly andspat something at him and he fadedback into the crowd red faced. A dooropened in the panelling at the far endof the enclosed place made by thebronze ra i l ing . Eddie Mars camethrough the door with a set indifferentsmile on his face, his hands thrust intothe pockets of his dinner jacket, boththumb-nails glistening outside. He seemedto like that pose. He strolled behind thecroupiers and stopped at the corner of themiddle table. He spoke with lazy calm,less politely than the croupier.

‘Something the matter, Mrs Regan?’She turned her face to him

with a sort of lunge. I saw the curveof her cheek stiffen, as if with analmost unbearable inner tautness. Shedidn’t answer him.

Eddie Mars said gravely: ‘Ifyou’re not playing any more, youmust let me send someone home withyou.’

The girl flushed. Her cheekbonesstood out white in her face. Then shelaughed off-key. She said bitterly:

‘One more play, Eddie.Everything I have on the red. I likered. It’s the colour of blood.’

Eddie Mars smiled faintly,then nodded and reached into hisinner breast pocket. He drew out ala rge p insea l wal le t wi th goldcorners and tossed it carelesslyalong the table to the croupier.‘Cover her bet in even thousands,’ hesaid, ‘if no one objects to this turn ofthe wheel being just for the lady.’

El crupier le respondió con una sonrisafría y cortés, muchas veces utilizada contramiles de pelmazos y millones de tontos.Reforzado por su estatura, su comportamien-to indiferente resultaba impecable.

—La mesa no puede igualar su apues-ta, señora. Tiene usted más de dieciséismil dólares.

—Es dinero suyo —se burló Vivían—. ¿No quiere recuperarlo?

Un individuo que estaba a su lado trató dedecirle algo. Ella se volvió con rabia y le soltóalgo que le sonrojó y le obligó a desaparecerentre los espectadores. En el extremo más dis-tante del espacio acotado por la barandilla debronce se abrió una puerta, en la pared tapi-zada de damasco, por la que salió Eddie Marscon una estudiada sonrisa indiferente y lasmanos en los bolsillos del esmoquin, a ex-cepción de los pulgares, con sus uñas relu-cientes. Parecía gustarle aquella pose. Avan-zó por detrás de los crupieres y se detuvo enla esquina de la mesa central. Habló con tran-quilidad casi indolente y de manera menoscortés que su subordinado.

—¿Algún problema, señora Regan?La hija del general volvió el rostro en su

dirección como si se dispusiera a arremetercontra él. Vi cómo se tensaba la curva de sumejilla, resultado de una tirantez interior casiinsoportable. No le contestó.

—Si no va a jugar más —dijo EddieMars con tono más serio—, tendrá quepermitirme que busque a una persona paraacompañarla a casa.

La muchacha se ruborizó, aunque sinperder la palidez de los pómulos. Luegorió desafinadamente.

—Una apuesta más, Eddie —dijo con tonoglacial—. Lo he colocado todo al rojo. Megusta el rojo. Es el color de la sangre.

Eddie Mars esbozó una sonrisa, hizo ungesto de asentimiento, metió la mano en elbolsillo interior del pecho y extrajo un volu-minoso billetero de piel de foca con cantosdorados que lanzó descuidadamente a lo lar-go de la mesa en dirección al crupier.

—Iguale su apuesta con billetes de mil—dijo—, si nadie se opone a que estejuego sea sólo para la señora.

El crupier le dirigió una fría son-risa, que miles de millones de tontoshabían contemplado ya. Sus modaleseran impecables. Contestó con vozgrave:

—La mesa no puede cubrir suapuesta, señora. Tiene usted ahí másde dieciséis mil dólares.

—Se trata de su dinero —dijo ellaburlonamente— y no lo quiere recuperar.

Un hombre que se hallaba a su ladointentó hablarle. Ella se volvió conrapidez, le dijo algo y él se esfumóen el grupo que contemplaba el in-cidente. Una puerta se abrió en lospaneles del extremo opuesto al lugarque cerraba la barandilla de bronce yEddie Mars entró en la estancia consonrisa indiferente en el rostro, las ma-nos metidas en los bolsillos de su cha-queta, con ambos pulgares fuera. Pasópor detrás de los crupieres y se paró enla esquina de la mesa del centro. Hablócon calma y con menos cortesía que elcrupier.

—¿Ocurre algo, señora Regan? —Ella volvió su rostro hacia él con unaespecie de embestida. Vi la curva desu mejilla ponerse tensa, con un ges-to casi intolerable de burla, y no lecontestó.

—Si no juega usted más —dijoEddie Mars gravemente—, debe per-mitirme que mande a alguien para quela acompañe a su casa.

Ella se ruborizó. Sus mejillas perma-necieron blancas. Se rió desafinadamentey dijo con amargura:

—Una jugada más, Eddie. Todo loque tengo, al rojo. Me gusta el rojo.Es el Color de la sangre.

Eddie Mars sonrió levemente,asintió y metió la mano en el bolsillointerior de la chaqueta. Sacó una car-tera ancha de piel de foca con esqui-nas de oro y se la arrojó, a través dela mesa, al crupier.

—Cubre su apuesta en millares a la par —dispuso—, si nadie se opone a que esta vuelta deruleta sea exclusivamente para la señora.

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No one objected. Vivian Reganleaned down and pushed all her winningssavagely with both hands on to the largered diamond on the layout.

The croupier leaned over thetable without haste. He counted andstacked her money and chips, placedall but a few chips and bills in a neatpile and pushed the rest back off thelayout with his rake. He opened EddieMars’s wallet and drew out two flatpackets of thousand-dollar bills. Hebroke one, counted six bills out, addedthem to the unbroken packet, put thefour loose bills in the wallet and laidit aside as carelessly as if it had beena packet of matches. Eddie Marsdidn’t touch the wallet. Nobodymoved except the croupier. He spunthe wheel lefthanded and sent theivory ball skittering along the upperedge with a casual flirt of his wrist.Then he drew his hands back andfolded his arms.

Vivian’s lips parted slowlyuntil her teeth caught the light andglittered like knives. The ball driftedlazily down the slope of the wheel andbounced on the chromium ridges abovethe numbers. After a long time and thenvery suddenly motion left it with adry c l ick . The wheel s lowed,carrying the ball around with it. Thecroupier didn’t unfold his armsuntil the wheel had entirely ceasedto revolve.

‘The red wins,’ he saidformally, without interest. The littleivory ball lay in Red 25, the thirdnumber from the Double Zero. VivianRegan put her head back and laughedtriumphantly.

The croupier lifted his rake andslowly pushed the stack of thousand-dollar bills across the layout, added themto the stake, pushed everything slowly outof the field of play.

Eddie Mars smiled, put hiswallet back in his pocket, turned onhis heel and left the room through thedoor in the panelling.

Nadie se opuso. Vivian Regan se inclinóy, casi con ferocidad y con las dos manos,empujó todas sus ganancias hasta colocarlassobre el gran rombo rojo del tapete.

El crupier se inclinó sin prisa sobre lamesa. Contó y apiló el dinero y las fichas dela señora Regan, hasta colocarlo todo, menosuna pequeña cantidad, en un montón muy pul-cro; luego, con el rastrillo, sacó el resto deltapete. A continuación abrió el billeterode Eddie Mars y extrajo dos paquetes con bi-lletes de mil dólares. Rompió uno, contóseis billetes, los añadió al otro paqueteintacto, puso los cuatro restantes que ha-bían quedado sueltos en el billetero, quea continuación procedió a apartar tan des-cuidadamente como si se tratara de unacaja de cerillas. Eddie Mars no tocó elbilletero. Nadie se movió a excepción delcrupier, que hizo girar la rueda con lamano izquierda y lanzó la bola de marfilpor el borde superior con un tranquilomovimiento de muñeca. Luego retiró lasmanos y cruzó los brazos.

Los labios de Vivian se separaron len-tamente hasta que sus dientes reflejaronla luz y brillaron como cuchillos. La bolase [146] deslizó perezosamente pendien-te abajo y rebotó en los resaltes cromadospor encima de los números. Después demucho tiempo, pero con una trayectoriafinal muy rápida, cayó definitivamentecon un seco clic. La rueda perdió veloci-dad, llevándose la bola consigo. El crupierno extendió los brazos hasta que la ruedase detuvo por completo.

—El rojo gana —dijo ceremoniosa-mente, sin interés. La bolita de marfildescansaba sobre el 25 rojo, el tercer nú-mero desde el doble cero. Vivian Reganechó la cabeza hacia atrás y rió triunfal-mente.

El crupier alzó el rastrillo, empujó len-tamente el montón de billetes de mil dó-lares, los añadió a la apuesta, y lo empujótodo con la misma lentitud hasta sacarlode la zona de juego.

Eddie Mars sonrió, se guardó el bi-lletero en el bolsillo, giró en redon-do y desapareció por la puerta de lapared del fondo.

Nadie se opuso. Vivian Regan seinclinó y empujó con brutalidad, conambas manos, todas sus ganancias alrojo diamante.

El crupier se inclinó sin prisa.Contó el dinero y las fichas de ella;lo Puso todo, excepto unas pocas fi-chas y billetes, en ordenados monto-nes y empujó el resto con el rastrillofuera del trazado. Abrió la cartera deEddie Mars y sacó dos paquetes 1aplastados de billetes de mil. Rasgóuno, contó seis billetes y los añadióal paquete entero, volvió a dejar loscuatro billetes sueltos en la cartera yla apartó tan descuidadamente comosi hubiera sido una caja de cerillas.Eddie Mars no tocó la cartera. Nadiese movió, excepto el crupier. Puso enmarcha la ruleta con la mano izquier-da y envió la bola rodando por el bor-de superior con un descuidado golpede muñeca. Entonces retiró las manosy se cruzó de brazos.

Los labios de Vivian se separaronlentamente hasta que sus dientes re-flejaron la luz y brillaron como cu-chillos. La bola bajó despacio la pen-diente de la ruleta y saltó sobre loscromados caballetes por encima delos números. Después de un largo ratoy muy de repente, se paró con unruidito seco. La ruleta fue aminoran-do su marcha, arrastrando la bola. Elcrupier no se movió hasta que la ru-leta se paró completamente.

—El rojo gana —dijo formalmen-te, sin interés.

La bolita de marfil descansaba en el25 rojo, el tercer número a partir del do-ble cero. Vivian Regan echó la cabezahacia atrás y rió triunfalmente.

El crupier levantó el rastrillo y em-pujó los montones de billetes de mila través del trazado, los añadió a laapuesta y lo impulsó todo lentamentefuera del campo de juego.

E d d i e M a r s s o n r i ó , s eguardó la car te ra y se fuede l sa lón por la puer ta delos pane les .

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A dozen people let theirbreath out at the same time and brokefor the bar. I broke with them and gotto the far end of the room beforeVivian had gathered up her winningsand turned away from the table. Iwent out into the large quiet lobby,got my hat and coat from the checkgirl, dropped a quarter in her trayand went out on the porch. Thedoorman loomed up beside me andsaid: ‘Can I get your car for you, sir?’

I said: ‘I’m just going for a walk.’

The scrollwork along the edgeof the porch roof was wet with the fog.The fog dripped from the Montereycypresses that shadowed off intonothing towards the cliff above theocean. You could see a scant dozenfeet in any direction. I went down theporch steps and drifted off through thetrees, following an indistinct pathuntil I could hear the wash of the surflicking at the fog, low down at thebottom of the cliff. There wasn’t agleam of light anywhere. I could seea dozen trees clearly at one time,another dozen dimly, then nothing atall but the fog. I circled to the left anddrifted back towards the gravel paththat went around to the stables wherethey parked the cars. When I couldmake out the outlines of the house Istopped. A little in front of me I hadheard a man cough.

My steps hadn’t made anysound on the soft moist turf. The mancoughed again, then stifled the coughwith a handkerchief or a sleeve. Whilehe was still doing that I movedforward closer to him. I made him out,a vague shadow close to the path.Something made me step behind a treeand crouch down. The man turned hishead. His face should have been awhite blur when he did that. It wasn’t.It remained dark. There was a maskover it.

I waited, behind the tree.

Una docena de personas respiró simultá-neamente y se dirigió hacia el bar. Me puseen movimiento con ellos y llegué al otro ex-tremo del salón antes de que Vivian hubierarecogido sus ganancias y se diera la vueltapara separarse de la mesa. Pasé al ampliovestíbulo tranquilo, recogí el sombrero y elabrigo de manos de la encargada del guar-darropa, dejé una moneda de veinticinco cen-tavos en la bandeja y salí al porche. El por-tero se me acercó y dijo:

—¿Desea que le traiga el coche?

—Sólo voy a dar un paseo —le respondí.

Las volutas a lo largo del borde delporche estaban humedecidas por la nie-bla, una niebla que goteaba de los cipre-ses de Monterrey, que se perdían en lanada en dirección al acantilado suspen-dido sobre el océano. No se veía más alláde tres o cuatro metros en cualquier di-rección. Bajé los escalones del porche yme perdí entre los árboles, siguiendo unsendero apenas marcado hasta que oí elruido de la marea lamiendo la niebla, muyabajo, al pie del acantilado. No brillabaninguna luz. Desde cualquier sitio se veíauna docena de árboles con claridad, otradocena de manera muy borrosa y luegonada en absoluto, a excepción de la nie-bla. Dila vuelta hacia la izquierda yretomé la senda de grava que rodeaba losestablos donde se estacionaban los co-ches. Cuando empecé a distinguir la si-lueta de la casa me detuve. Por delantede mí había oído toser a alguien.

Mis pasos no habían hecho el menorruido sobre el suave césped húmedo. Lamisma persona volvió a toser y luego so-focó la tos con un pañuelo o una manga.Mientras estaba así ocupado me acerqué másy pude distinguirlo ya, una vaga sombra cer-ca del sendero. Algo me hizo escondermedetrás de un árbol y agacharme. El indivi-duo de las toses volvió la cabeza. Su rostrodebería de habérseme presentado como unamancha blanca. Pero no fue así. Vi una man-cha oscura. Llevaba la cara cubierta por unamáscara.

Esperé detrás del árbol.

Una docena de personas solta-ron un suspiro al mismo tiempo yse dirigieron al bar. Yo me fui conellos, encaminándome hacia el ex-tremo opuesto de la estancia antesde que Vivian Regan recogiera susganancias y se alejara de la mesa.Me fui al tranquilo vestíbulo yrecogí mi sombrero y mi abrigoen el guardarropa. El porterovino hacia mí y me preguntó:

—¿Le traigo su coche, señor?

—Sólo voy a dar un paseo.

Las volutas que bordeaban el te-cho del portal estaban húmedas porla niebla que chorreaba de los ci-preses de Monterrey y se perdíahacia las rocas de la orilla del océa-no. Apenas se distinguía más alláde unos pocos metros en cualquierdirección. Bajé las escaleras M por-tal y me metí entre los árboles, si-guiendo un camino, hasta que pudeoír el ruido de las olas abajo, al piede las rocas. No se veía el brillo deuna luz por ninguna parte. Podíadistinguir una docena de árboles ala vez, otra docena borrosa y des-pués nada, sino la niebla. Torcí a laizquierda y volví al sendero de are-na que pasaba delante de los esta-blos donde aparcaban los automó-viles. Cuando distinguí el contornode la casa, me detuve. Casi frente amí, oí toser a un hombre.

Mis pies no habían hecho ningúnruido en el suelo húmedo. El hombrevolvió a toser y ahogó la tos con unpañuelo o con la manga. Mientras lohacía, me fui acercando a él. Distin-guí una sombra junto al sendero. Algome hizo refugiarme detrás de un ár-bol y esconderme. El hombre volvióla cabeza. Al hacer este movimiento,su cara hubiese debido parecer unamancha blanca, confusa; pero no fueasí. Su rostro permaneció oscuro. Ibacubierto con una máscara.

Esperé detrás del árbol.

fuzz n. 1 fluff. 2 fluffy or frizzled hair. 3 sl. a the police. b a policeman. Tamo, pelusa, borra, vello.tamo 1. m. Pelusa que se desprende del lino, algodón o lana. 2. Polvo o paja muy menuda de varias semillas trilladas;

como trigo, lino, etc. 3. Pelusilla que se cría debajo de las camas y otros muebles por falta de aseo.

scant adj. barely sufficient; deficient (with scant regard for the truth; scant of breath). escaso, ligero (ropas)

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Light steps, the steps of awoman, came along the invisiblepathway and the man in front of memoved forward and seemed to leanagainst the fog. I couldn’t see thewoman, then I could see herindistinctly. The arrogant carriage ofher head seemed familiar. The manstepped out very quickly. The twofigures blended in the fog, seemed tobe part of the fog. There was deadsilence for a moment. The man said:

‘This is a gun, lady. Gentlenow. Sound carries in the fog. justhand me the bag.’

The girl didn’t make a sound.I moved forward a step. Quitesuddenly I could see the foggy fuzzon the man’s hat brim. The girl stoodmotionless. Then her breathing beganto make a rasping sound, like a smallfile on soft wood.

‘Yell,’ the man said, ‘and I’llcut you in half.’

She didn’t yell. She didn’tmove. There was a movement fromhim, and a dry chuckle. ‘It better bein here,’ he said. A catch clicked anda fumbling sound came to me. Theman turned and came towards mytree. When he had taken three or foursteps he chuckled again. The chucklewas something out of my own memo-ries. I reached a pipe out of my pocketand held it like a gun.

I called out softly: ‘Hi,Lanny.’

The man stopped dead andstarted to bring his hand up. I said:‘No. I told you never to do that,Lanny. You’re covered.’

Nothing moved. The girl backon the path didn’t move. I didn’tmove. Lanny didn’t move.

‘Put the bag down between yourfeet, kid,’ I told him. ‘Slow and easy.

Veintitrés

Pasos ligeros, los pasos de una mujer,se acercaban por el camino invisible. Elindividuo delante de mí avanzó y parecióapoyarse en la niebla. En un primer mo-mento yo no veía a la mujer, luego empe-cé a distinguir su silueta. La manera arro-gante de mover la cabeza me pareció fa-miliar. El enmascarado avanzó muy de-prisa. Las dos figuras se fundieron, dan-do la impresión de formar parte de la nie-bla. El silencio fue total durante un mo-mento. Luego el enmascarado dijo:

—Lo que tengo en la mano es una pistola,señora. No haga ruido. Las voces llegan lejoscon la niebla. Limítese a pasarme el bolso.

La señora Regan no hizo el menor rui-do. Di un paso adelante. De repente vipelusa húmeda en el ala del sombrero delatracador. Su víctima permanecía inmó-vil. Luego su respiración [148]empezó aproducir un sonido rasposo, como unalima pequeña sobre madera blanda.

—Grite —dijo el enmascarado— y lahago picadillo.

Vivian ni gritó ni se movió. El atracador ac-tuó y dejó escapar después una risita seca.

—Más le valdrá que el dinero esté aquí—dijo. El cierre del bolso hizo clic y lle-gó hasta mí el ruido de alguien que bus-caba a tientas. El enmascarado se dio lavuelta y se dirigió hacia mi árbol. Des-pués de dar tres o cuatro pasos dejó escaparotra risita. Una risita que formaba parte demis recuerdos. Me saqué una pipa del bolsi-llo y la empuñé a modo de pistola.

—Hola, Lanny —dije sin alzar muchola voz.

El otro se detuvo en seco y empezó aalzar la mano que no sujetaba el bolso.

—No —exclamé—. Te dije que no hi-cieras nunca eso. Te tengo encañonado.

Nada se movió. Vivian, un poco másallá, en el camino, no se movió. Lannytampoco.

—Deja el bolso entre los pies, mucha-cho —le dije—. Despacio y tranquilo.

XXIII

Pasos ligeros, pasos propios demujer, sonaron en el invisble senderoy el hombre, frente a mí, se adelantó yparecía apoyarse en la niebla. No po-día ver a la mujer, y de pronto la dis-tinguí confusament e. El arrogante porte dela cabeza me pareció familiar. El hombresalió de su escondrijo rápidamente. Las dosfiguras se mezclaron en la niebla, parecien-do formar parte de ella. Por un momentohubo un silencio completo. Luego, el hom-bre dijo:

—Esto es una pistola, señora. Ca-lladita. El sonido se oye mejor con laniebla. Déme el bolso.

La mujer no hizo ningún ruido. Avan-cé un paso. Casi de repente pude ver labrumosa pelusa en el ala del sombrerodel hombre. La muchacha estaba inmó-vil. Entonces su respiración empezó a ha-cer un ruido áspero, como el de una pe-queña sierra en la madera blanda.

—Grite —dijo el hombre— y laparto por la mitad.

No gritó ni se movió. Hubo un movimientopor parte del hombre y una seca risa ahogada.

—Mejor se estará ahí —dijo.Sonó un broche y después llegó

hasta mí el ruido de la búsqueda. Elhombre se volvió y vino hacia mi ár-bol. Cuando había dado tres o cuatropasos, oí otra risita ahogada. Esa risame recordó algo. Cogí la pipa de mibolsillo y la sostuve como una pisto-la. Llamé suavemente:

—¡Eh, Lanny!

El hombre se paró en seco y em-pezó a levantar las manos.

—Te dije que nunca hicieras eso,Lanny. Te estoy apuntando.

Nada se movió: ni la muchacha enel sendero, ni yo, ni Lanny.

—Pon el bolso en el suelo, entre tus pies,chico —dije—. Despacito y con cuidado.

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He bent down. I jumped outand reached him still bent over. Hestraightened up against me breathinghard. His hands were empty.

‘Tell me I can’t get away with it,’I said. I leaned against him and took thegun out of his overcoat pocket.‘Somebody’s always giving me guns,’ Itold him. ‘I’m weighted down with themtill I walk all crooked. Beat it.’

Our breaths met andmingled, our eyes were like theeyes of two tomcats on a wall. Istepped back.

‘On your way, Lanny. No hardfeelings. You keep it quiet and I keepit quiet. Okey?’

‘Okey,’ he said thickly.

The fog swallowed him. Thefaint sound of his steps and thennothing. I picked the bag up and feltin it and went towards the path. Shestill stood there motionless, a grey furcoat held tight around her throat withan ungloved hand on which a ringmade a faint glitter. She wore no hat.Her dark parted hair was part of thedarkness of the night. Her eyes too.

‘Nice work, Marlowe. Areyou my bodyguard now?’ Her voicehad a harsh note.

‘Looks that way. Here’s thebag.’

She took it. I said: ‘Have youa car with you?’

She laughed. ‘I came with aman. What are you doing here?’

‘Eddie Mars wanted to see me.’‘I didn’t know you knew him.

Why?’‘I don’t mind telling you. He

thought I was looking for somebody hethought had run away with his wife.’

‘Were you?’‘No.’

‘Then what did you come for?’

Lanny se agachó. Salté y le alcancécuando todavía estaba agachado. Se in-corporó junto a mí y respirando con fuer-za. Tenía las manos vacías.

—Di que no me saldrá bien. —Me in-cliné y le quité la pistola que llevaba enel bolsillo del abrigo—. Siempre hay al-guien dispuesto a darme un arma —ledije—. Acaban pesándome tanto que ca-mino torcido. Lárgate.

Nuestros alientos se encontraron y semezclaron y nuestros ojos eran como losojos de dos gatos encima de un muro. Diun paso atrás.

—Sigue tu camino, Lanny. Sin rencor.Si tú no dices nada tampoco lo haré yo.¿De acuerdo?

—De acuerdo —dijo él con dificultad.

La niebla se lo tragó. El sonido cadavez más débil de sus pasos y luego nada.Recogí el bolso, palpé el interior y me di

rigí hacia el sendero. La señora Regan se-guía sin moverse, el abrigo gris de piel muycerrado en torno a la garganta por una manodesenguantada en la que brillaba débilmenteuna sortija. No llevaba sombrero. Sus cabellososcuros con raya en el centro eran parte de lanegrura de la noche. También sus ojos.

—Buen trabajo, Marlowe. ¿Se ha con-vertido en mi guardaespaldas? —Habíaen su voz una nota discordante.

—Eso es lo que parece. Tome el bol-so.

La señora Regan lo recogió.—¿Tiene coche? —le pregunté.Se echó a reír.—He venido con acompañante. ¿Qué

hace usted aquí?—Eddie Mars quería verme.—No sabía que lo conociera. ¿Para

qué?—No me importa decírselo. Creía que

buscaba a alguien que, según pensaba él,se había escapado con su mujer.

—¿Es eso cierto?—No.

—En ese caso, ¿por qué ha venido?

Se agachó. Salté y lo alcancé to-davía agachado. Se revolvió contramí, respirando fuerte. Tenía las ma-nos vacías.

—Dime que no puedo conseguir-lo —dije. Me incliné y le saqué lapistola del bolsillo del abrigo—.Siempre hay alguien dándome pisto-las. Estoy ya tan cargado de ellas quetengo que andar inclinado. Lárgate.

Nuestros alientos se encontraron yse mezclaron. Nuestros ojos erancomo los de dos gatos vagabundos enun tejado. Retrocedí un paso.

—En marcha, Lanny, sin replicar.Estáte quieto y yo también te dejarétranquilo. ¿De acuerdo?

—¡De acuerdo! —contestó.

La niebla se lo tragó. El ruido de suspasos dejó de percibirse y después no seoyó nada más. Recogí el bolso, lo palpé ysalí al sendero. La mujer todavía estabaallí, inmóvil, con un abrigo de piel grissujeto con fuerza a la garganta con unamano, en la cual brillaba una sortija. Nollevaba sombrero. Su pelo oscuro era par-te de la oscuridad de la noche, lo mismoque sus ojos.

—Bonito trabajo, Marlowe. ¿Esusted ahora mi guardaespaldas? —suvoz tenía cierto tono áspero.

—Eso es lo que parece. Aquí estáel bolso.

Lo cogió y yo pregunté:—¿Ha traído coche?Se echó a reír.—Vine con un hombre. ¿Qué está

haciendo aquí?—Eddie Mars quería verme.—No sabía que le conociera. ¿Por

qué?—No me importa decírselo. Cre-

yó que estaba buscando a alguien quese había fugado con su mujer.

—¿Y es cierto?—No.

—Entonces, ¿para qué vino?

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‘To find out why he thought Iwas looking for somebody he thoughthad run away with his wife.’

‘Did you find out?’‘No.’

‘You leak information like aradio announcer,’ she said. ‘I suppose,it’s none of my business - even if theman was my husband. I thought youweren’t interested in that.’

‘People keep throwing it atme.’

She clicked her teeth inannoyance. The incident of themasked man with the gun seemed tohave made no impression on her at all.‘Well, take me to the garage,’ shesaid. ‘I have to look in at my escort.’

We walked along the path andaround a corner of the building andthere was light ahead, then aroundanother corner and came to a brightenclosed stable yard lit with twofloodlights. It was still paved withbrick and still sloped down to agrating in the middle. Cars glistenedand a man in a brown smock got upoff a stool and came forward.

‘Is my boyfriend still biotic?’. Vivian asked him carelessly.

‘I’m afraid he is, miss. I put arug over him and run the windows up.He’s okey, I guess. just kind ofresting.’

We went over to a bigCadillac and the man in the smockpulled the rear door open. On thewide back seat, loosely arranged,covered to the chin with a plaidrobe, a man lay snoring with hismouth open. He seemed to be a bigblond man who would hold a lotof liquor.

‘Meet Mr Larry Cobb,’Vivian said. ‘Mister Cobb - MisterMarlowe.’

—Para averiguar por qué creía que yobuscaba a alguien que, en opinión suya,se había escapado con su mujer.

—¿Lo ha averiguado?—No.

—Da usted información con la mismaparsimonia que un locutor de radio —dijo—. Supongo que no es cosa mía, in-cluso aunque esa persona fuese mi mari-do. Creía que no le interesaba.

—La gente no se cansa de hablarmede Rusty Regan.

La señora Regan hizo ruido con losdientes para manifestar su desagrado. Elincidente del atracador no parecía haber-le hecho la menor impresión.

—Lléveme al garaje —dijo—. He debuscar a mi acompañante.

Caminamos por el sendero, torcimos poruna esquina del edificio y vimos claridad de-lante de nosotros; luego volvimos [150] a tor-cer otra esquina y llegamos al patio cerrado deun establo, muy bien iluminado por dos reflec-tores. Seguía pavimentado con los ladrillosprimitivos y el suelo descendía hasta una reji-lla en el centro. Los automóviles brillaban yun individuo con un guardapolvo marrón selevantó de un taburete y vino hacia nosotros.

—¿Todavía no se le ha pasado la bo-rrachera a mi amigo? —preguntó Viviandespreocupadamente.

—Mucho me temo que no, señorita.Le eché encima una manta de viaje y subílos cristales de las ventanillas. Imaginoque está bien. Descansando un poco.

Nos dirigimos hacia un Cadillac y elindividuo del guardapolvo marrón abrióuna de las portezuelas traseras. Sobre elamplio asiento, más o menos tumbado, ycubierto hasta la barbilla por una manta acuadros, había un hombre joven que ron-caba con la boca abierta. Rubio, alto yfuerte, parecía capaz de aguantar grandescantidades de bebidas alcohólicas.

—Le presento al señor Larry Cobb —dijo Vivian—. Señor Cobb, el señorMarlowe.

—Para averiguar por qué suponíaque estaba buscando a alguien que sehabía fugado con su mujer.

—¿Lo averiguó?—No.

—Vaya, va soltando informacióncomo un locutor de radio —dijo—.Supongo que no es cosa mía, a pesarde que el hombre fuera mi esposo.Creí que no estaba interesado en eso.

—La gente no hace más que repe-tírmelo.

Hizo un chasquido con los dientesen señal de fastidio. El incidente delhombre con la pistola no parecía ha-berle impresionado en absoluto.

—Bueno, acompáñeme al garaje —dijo—, tengo que echarle un vistazo a mi pareja.

Seguimos el sendero y dimos lavuelta a una esquina del edificio; másadelante había una luz; doblamos otraesquina y llegamos a un establo ilumi-nado con dos faroles. El suelo aún es-taba cubierto de ladrillos Inclinados ha-cia un enrejado que había en medio. Loscoches brillaban; un hombre con unguardapolvo pardo se levantó de un ta-burete y avanzó hacia nosotros.

— ¿Mi acompañante está todavíacomo una esponja? —preguntóVivian sin darle mucha importancia.

—Me temo que sí. Le puse unamanta encima y cerré las ventanillas.Está bien, supongo. Algo así comodescansando.

Nos acercamos al enorme Cadillacy el hombre del guardapolvo abrió lapuerta trasera. En el amplio asiento,despatarrado y cubierto hasta la bar-billa por una manta a cuadros, habíaun hombre que roncaba con la bocaabierta. Parecía ser un hombrón ru-bio que podía tragar inmensas canti-dades de licor.

—Le presento al señor Larry Cobb—dijo Vivian—. Señor Cobb, señorMarlowe.

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I grunted.

‘Mr Cobb was my escort,’ shesaid. ‘Such a nice escort, Mr Cobb.So attentive. You should see himsober. I should see him sober.Somebody should see him sober. Imean, just for the record. So it couldbecome a part of history, that briefflashing moment, soon buried in time,but never forgotten - when LarryCobb was sober.’

‘Yeah,’ I said.

‘I’ve even thought ofmarrying him,’ she went on in a highstrained voice, as if the shock of thestick-up was just beginning to get toher. ‘At odd times when nothingpleasant would come into my mind.We all have those spells. Lots ofmoney, you know. A yacht, a placeon Long Island, a place at Newport, aplace at Bermuda, places dotted hereand the re a l l over the wor ldprobably - just a good Scotch bottleapart. And to Mr Cobb a bottle ofScotch is not very far.’

‘Yeah,’ I said. ‘Does he havea driver to take him home?’

‘Don’t say «yeah». It’scommon.’ She looked at me witharched eyebrows. The man in thesmock was chewing his lower liphard. ‘Oh, undoubtedly a wholeplatoon of drivers. They probably dosquads right in front of the garageevery morning, buttons shining,harness gleaming, white glovesimmaculate - a sort of West Pointelegance about them.’

‘Well, where the hell is thisdriver?’ I asked.

‘He drove hisself tonight,’ theman in the smock said, almosta p o l o g e t i c a l l y . ‘I could call hishome and have somebody come downfor him.’

Dejé escapar un gruñido.

—El señor Cobb era mi acompañante.Un acompañante muy agradable el señorCobb. Muy atento. Debería verlo cuandono ha bebido. Alguien debiera verlo cuan-do está sereno. Sólo para poner las cosasen su sitio. De manera que pueda pasar ala historia el breve momento deslumbran-te, pronto enterrado por el tiempo, peronunca olvidado, en el que Larry Cobb noestaba bebido.

—Claro —dije yo.

—Llegué incluso a pensar en casarmecon él —continuó la señora Regan con vozmuy alta y teñsa, como si el sobresalto delatraco empezara ya a dejarse sentir—. Enmomentos peculiares en los que nada agra-dable se me pasaba por la cabeza. Todostenemos esos malos ratos. Significa muchodinero, compréndalo. Un yate, casa enLong Island, casa en Newport, casa en lasBermudas, fincas repartidas aquí y allá, pro-bablemente por todo el mundo..., a la distancia,unas de otras, de una botella de buen whisky. Ypara el señor Cobb una botella de whisky nun-ca supone una gran distancia.

—Claro —dije yo—. ¿Tiene un chó-fer que lo lleve a casa?

—No diga «claro» de esa maneratan despectiva. —Me miró arquean-do las cejas. El tipo de la bata marrónse estaba mordiendo con fuerza el la-bio inferior—. Sin duda dispone detodo un pelotón de chóferes. Proba-blemente pasan revista delante delgaraje todas las mañanas, botones re-lucientes, correajes brillantes, guan-tes blancos inmaculados..., con unaelegancia a lo West Point.

—De acuerdo, ¿dónde demonios estáese chófer? —pregunté.

—Esta noche conducía el señor Cobb—dijo el individuo de la bata marrón, casicomo si se disculpara—. Se podría lla-mar a su casa y conseguir que alguien vi-niera a buscarlo.

Gruñí.

—Larry Cobb era mi pareja —dijo—, una pareja encantadora, muyatento. Debería usted verle sereno. Yodebería verle sereno. Alguien debe-ría verle sereno alguna vez, sólo comorecuerdo y para que formase parte dela historia ese momento fugaz, pron-to hundido en el tiempo pero nuncaolvidado: cuando Larry Cobb estuvosereno.

—Sí —contesté.

—Incluso pensé en casarme con él—continuó ella con voz cansada,como si empezara a hacerle efecto latensión del atraco—. Fue en un mo-mento de ocio, cuando nada agrada-ble venía a mi mente. Todos tenemosesos ataques. Montones de dinero,¿sabe? Un yate, una finca en LongIsland, otra en Newport, otra en lasBermudas. Fincas _____ aquí y allá,por todo el mundo probablemente,sólo separadas por una buena botellade whisky. Y para el señor Cobb unabotella de whisky nunca está lejos.

—Sí —repuse—. ¿Tiene un chó-fer para llevarle a su casa?

—No diga sí con ese tono tan or-dinario —me miró con las cejas frun-cidas. El hombre del guardapolvo semordía el labio inferior—. ¡Oh, sinduda! Un pelotón completo de chófe-res. Probablemente patrullan frente algaraje todas las mañanas, con los bo-tones brillantes, los correajes bienlustrados e inmaculados guantes blan-cos, con una especie de elegancia alestilo de West Point.

—Bien, ¿dónde demonios está esechófer?

—Conducía él mismo esta noche—me respondió el hombre del guar-dapolvo casi en tono de excusa—Podría llamar a su casa y pedir quealguien viniese a recogerle.

dotted esparcido, puntuado, diseminado motear. 1. tr. Salpicar de motas una tela, para darle variedad y hermosura.

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Vivian turned around andsmiled at him as if he had just pre-sented her with a diamond tiara. ‘Thatwould be lovely,’ she said. ‘Wouldyou do that? I really wouldn’t wantMr Cobb to die like that - with hismouth open. Someone might think hehad died of thirst.’

The man in the smock said:‘Not if they sniffed him, miss.’

She opened her bag and grabbed ahandful of paper money and pushed it at him.‘You’ll take care of him, I’m sure.’

‘Jeeze,’ the man said, pop-eyed. ‘I sure will, miss.’

‘Regan is the name,’ she saidsweetly. ‘Mrs Regan. You’ll probablysee me again. Haven’t been here long,have you?’

‘No’m.’ His hands were doing franticthings with the fistful of money he was holding.

‘You’ll get to love it here,’ shesaid. She took hold of my arm. ‘Let’sride in your car, Marlowe.’

‘It’s outside on the street.’

‘Quite all right with me,Marlowe. I love a nice walk in the fog.You meet such interesting people.’

‘Oh, nuts,’ I said.

She held on to my arm andbegan to shake. She held me hard allthe way to the car. She had stoppedshaking by the time we reached it. Idrove down a curving lane of trees onthe blind side of the house. The laneopened on De Cazens Boulevard, themain drag of Las Olindas. We passedunder the ancient sputtering arc lightsand after a while there was a town,buildings, dead-looking stores, aservice station with a light over anight bell, and at last a drugstore thatwas still open.

‘You better have a drink,’ Isaid.

Vivian se volvió y le sonriócomo si acabara de regalarle unatiara de diamantes.

—Eso sería estupendo —dijo—. ¿Leimportaría hacerlo? No me gustaría nadaque el señor Cobb muriese así..., con laboca abierta. Quizá alguien podría pen-sar que había muerto de sed.

—No si le olían, señorita —dijo el dela bata.

Vivian abrió el bolso, sacó un puñadode billetes y se los puso en la mano.

—Estoy segura de que cuidará de él.

—¡Caray! —dijo el otro, abriendomucho los ojos—. Claro que sí, señorita.

—Mi apellido es Regan —dijo Vivian conmucha dulzura—. Señora Regan. Es probableque me vuelva a ver. No lleva mucho tiempoaquí, ¿verdad?

—No, se... —Sus manos no sabían quéhacer con el puñado de billetes.

—Le gustará mucho este sitio —dijoella. Luego me cogió del brazo—. Vaya-mos en su coche, Marlowe.

—Está fuera, en la calle. [152]

—Me parece perfecto. Me encantanlos paseos entre la niebla. Se tropieza unacon gente muy interesante.

—¡Ya vale! —dije.

La señora Regan se agarró con fuerza a mibrazo y empezó a temblar. Se apretó contra mídurante todo el trayecto, pero había dejado detemblar cuando subimos al automóvil. Con-duje por una calle en curva bordeada de árbo-les, por detrás de la casa, que desembocaba enel bulevar De Cazens, la arteria principal deLas Olindas. Pasamos bajo unas antiquísimasy chisporroteantes lámparas de arco y despuésde algún tiempo apareció una pequeña ciudad,edificios, tiendas cerradas, una gasolinera conuna luz sobre un timbre para llamar al en-cargado del turno de noche y, finalmente, undrugstore que todavía estaba abierto.

—Será mejor que se tome una copa—dije.

Vivian se volvió y le sonrió comosi acabase de regalarle una diademade brillantes.

—Eso sería magnífico —dijo—.¿Quiere usted hacerlo? Realmente, noquiero que el señor Cobb fallezca así,con la boca abierta. Alguien podríapensar que había muerto de sed.

El hombre del guardapolvo replicó:—Si lo huelen, desde luego que no, señorita.

Ella abrió el bolso, sacó un puña-do de billetes y se lo entregó.

—Usted cuidará de él, estoy segura.

—Desde luego, señorita.

—Mi nombre es Regan —dijo dul-cemente—, señora Regan. Me verápor estos lugares, probablemente.¿Hace mucho que está usted aquí?

—No, señora.Sus manos apretaban nerviosa-

mente el puñado de dinero.

—Esto le gustará mucho —dijo, yme cogió del brazo— Vayamos en suCoche, Marlowe.

—Está fuera, en la calle.

—Por mí, no está mal. Me gustanlos paseítos en la niebla. Se encuen-tra una a gente tan interesante...

—¡Oh, diablos! —exclamé.

Seguía colgada de mi brazo y empezóa tiritar. Permaneció agarrada con fuerzaa mí durante todo el trayecto hasta el co-che. Cuando llegamos, ya no tiritaba. Fui-mos por un camino curvo, con árboles, quepasaba por un lado de la casa y salía albulevar De Cazens, la calle principal deLas Olindas. Pasamos bajo los antiguos ychisporroteantes arcos de luz y, al cabo deun rato, nos encontramos ante los edifi-cios de una ciudad, comercios con aspec-to muerto, una gasolinera con una luz enun timbre de guardia y, por último, undrugstore que aún estaba abierto.

—Mejor será que beba usted algo—dije.

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She moved her chin, a point ofpaleness in the corner of the seat. I turneddiagonally into the kerb and parked. ‘Alittle black coffee and a smatteringof rye would go well,’ I said.

‘I could get as drunk as twosailors and love it.’

I held the door for her and shegot out close to me, brushing mycheek with her hair. We went into thedrugstore. I bought a pint of rye at theliquor counter and carried it over tothe stools and set it down on thecracked marble counter.

‘Two coffees,’ I said. ‘Black,strong and made this year.’

‘You can’t drink liquor inhere,’ the clerk said. He had awashedout blue smock, was thin ontop as to hair, had fairly honest eyesand his chin would never hit a wallbefore he saw it.

Vivian Regan reached into herbag for a packet of cigarettes andshook a couple loose just like a man.She held them towards me.

‘It’s against the law to drinkliquor in here,’ the clerk said.

I lit the cigarettes and didn’tpay any attention to him. He drew twocups of coffee from a tarnished*nickel urn and set them in front of us.He looked at the bottle of rye, mut-tered under his breath an said wea-rily: ‘Okey, I’ll watch the street whileyou pour it.’

He went and stood at thedisplay window with his back to usan his ears hanging out.

‘My heart’s in my mouthdoing this,’ I said, and unscrewed theto[ of the whisky bottle and loadedthe coffee. ‘The law enforcement itthis town is terrific. All throughprohibition Eddie Mars’s place was anight club and they had twouniformed men in the lobby everynight - to see that the guests didn’tbring their own liquor instead of buy-ing it from the house.’

Movió la barbilla, un punto de palidezen el rincón del asiento. Torcí en diago-nal hacia el bordillo de la acera y aparqué.

—Un café con una pizca de whisky lesentará bien —dije.

—Podría emborracharme como dosmarineros y disfrutar muchísimo.

Le abrí la portezuela y se apeó pasando muycerca de mí y rozándome la mejilla con el pelo.Entramos en el drugstore. Compré medio litro dewhisky de centeno en el mostrador de las bebidasalcohólicas, lo llevé hasta donde estaban los tabu-retes y dejé la botella sobre el agrietado mostradorde mármol.

—Dos cafés —dije—. Solos, cargadosy hechos este año.

—No se puede beber licor aquí —dijoel camarero. Llevaba una bata azul des-colorida, le clareaba el pelo, tenía ojos depersona honrada y su barbilla nunca setropezaría con una pared antes de que élla viera.

Vivian Regan sacó un paquete de ci-garrillos del bolso y lo zarandeó hastadejar suelto un par, igual que habría he-cho un varón. Luego me los ofreció.

—Es ilegal beber licores aquí —repi-tió el camarero.

Encendí los cigarrillos y no le hice ningúncaso. El de la bata azul llenó dos tazas con elcontenido de una deslustrada cafetera de ní-quel y nos las puso delante. Contempló la bote-lla de whisky, murmuró algo de manerainaudible y dijo finalmente con voz cansada:

—De acuerdo; miraré hacia la callemientras se lo sirven.

Fue a colocarse delante del escapara-te, de espaldas a nosotros y con las orejasmás bien gachas.

—Tengo el corazón en un puño —dije, al destapar la botella y añadirwhisky al café—. Es fantástico comose cumplen las leyes en esta ciudad.Durante la prohibición el local deEddie Mars era un club nocturno ytodas las noches dos individuosuniformados se aseguraban en el ves-tíbulo de que los clientes no trajeransus propias bebidas y tuvieran quecomprar las de la casa.

Movió la barbilla, era un punto páli-do en el rincón del asiento. Doblé en dia-gonal hacia el bordillo y aparqué.

—Un poco de café y un chorrito de whis-ky de centeno vendrían muy bien —dije.

—Podría emborracharme como losmarineros y me quedaría tan campante.

Sostuve la puerta para que pasara,y lo hizo tan junto a mí que su pelome acarició la mejilla. Entramos enel drugstore. Compré una petaca dewhisky de centeno, la llevé donde es-taban los taburetes y la dejé en elmostrador de mármol.

—Dos cafés solos, fuertes y deeste año —pedí.

—No puede usted beber licor aquí—dijo el dependiente, que llevaba unguardapolvo azul descolorido, pocopelo y ojos azules de mirada honra-da; su barbilla nunca tropezaría conla pared por andar distraído.

Vivian Regan sacó del bolsillo unpaquete de cigarrillos y lo sacudiópara hacer salir un par de ellos, igualque un hombre. Me los tendió.

—Va contra la ley beber licor aquí—repitió el dependiente.

Encendí los cigarrillos y no lehice ningún caso. Sacó dos tazas decafé de una cafetera deslucida y laspuso delante de nosotros. Miró labotella de whisky, gruñó y dijo conresignación:

—¡De acuerdo! Vigilaré la callemientras lo echa.

Se marchó y quedó detrás del es-caparate, dándonos la espalda.

—Siento el corazón en la gargantacuando hago esto —dije y destapé la bo-tella, cargando generosamente el café—.El cumplimiento de la ley en esta ciudades algo tremendo. Durante toda la épocade prohibición, el local de Eddie Mars eraun club nocturno, y tenía todas lasnoches dos hombres uniformados enel vestíbulo para vigilar que los clien-tes no trajeran su propio licor, en lu-gar de comprar el de la casa.

* tarnish 1 a a loss of lustre. b a film of colour formed on an exposed surface of a mineral or metal. 2 a blemish; a stain.

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The clerk turned suddenly andwalked back behind the counter andwent in behind the little glass windowof the prescription room.

We sipped our loaded coffee.I looked at Vivian’s face in the mirrorback of the coffee urn. It was taut,pale, beautiful and wild. Her lips werered and harsh.

‘You have wicked eyes, ‘Isaid. ‘What’s Eddie Mars got onyou?’

She looked at me in themirror. ‘I took plenty away from himtonight at roulette - starting with fivegrand I borrowed from him yesterdayand didn’t have to use.’

‘That might make him sore.You think he sent that loogan afteryou?’

‘What’s a loogan?’‘A guy with a gun.’‘Are you a loogan?’

‘Sure,’ I laughed. ‘But strictlyspeaking a loogan is on the wrong sideof the fence.’

‘I often wonder if there is awrong side.’

‘We’re losing the subject.What has Eddie Mars got on you?’

‘You mean a hold on me ofsome sort?’

‘Yes.’H e r l i p c u r l e d .

‘Wittier, please, Marlowe.Much wittier.’

‘How’s the General? I don’tpretend to be witty.’

‘Not too well. He didn’t getup today. You could at least stopquestioning me.’

‘I remember a time when Ithought the same about you. Howmuch does the General know?’

‘He probably knows everything.’

El camarero se volvió de repente, regresódetrás del mostrador y luego cruzó la puertade cristal que lo separaba del sitio donde sedespachaban las medicinas.

Bebimos nuestro café reforzado conwhisky. Contemplé el rostro de Vivian enel espejo situado detrás de la cafetera. Es-taba tenso y pálido y era hermoso y unpoco salvaje, con labios rojos y crueles.

—Hay algo perverso en esos ojos su-yos —dije—. ¿Con qué le aprieta las cla-vijas Eddie Mars?

No me miró a mí, sino a mi imagen en el espejo.—Esta noche he ganado mucho a la

ruleta..., y empecé con cinco grandes quele pedí prestados ayer y que no henecesitado utilizar.

—Quizá eso le haya molestado.¿Cree que Eddie le ha mandado albuchantero?

—¿Qué es un buchantero?—Un tipo con una pistola.—¿Es usted buchantero?

—Claro —reí—. Pero estrictamentehablando un buchantero está en el ladoequivocado de la valla.

—Con frecuencia me pregunto si exis-te un lado equivocado. [154]

—Nos estamos apartando del tema. ¿Conqué le aprieta las clavijas Eddie Mars?

—¿Quiere decir que tiene sobre mípoder de algún tipo?

—Sí.Sus labios esbozaron una mueca de desprecio.—Tiene que ser más ingenioso,

Marlowe. Mucho más ingenioso.—¿Qué tal está el general? No preten-

do ser ingenioso.

—No demasiado bien. Hoy no se halevantado. Podría al menos dejar de inte-rrogarme.

—Recuerdo una ocasión en la que pen-sé lo mismo de usted. ¿Hasta qué puntoestá enterado el general?

—Probablemente lo sabe todo.

El dependiente se volvió brusca-mente y, pasando por detrás del mos-trador, se metió en la trastienda.

Empezamos a sorber nuestro cargadocafé. Miré el rostro de Vivan en el espejo quehabía detrás de la cafetera. Aquel rostro erahermoso y salvaje, y estaba pálido. Sus la-bios eran rojos y de expresión cruel.

—Tiene usted ojos perversos —dije—. ¿Qué tiene Eddie Mars contrausted?

Me miró por el espejo.—Me llevé un montón de dinero suyo

esta noche, empezando por cinco de losgrandes que le pedí prestados ayer y queno tuve que emplear.

—Eso podría haberle puesto furio-so. ¿Cree usted que mandó a ese pró-cer armado tras usted?

—¿Qué es un prócer armado?—Un pistolero.—¿Es usted un pistolero?

—Claro —reí—; pero, si vamos aser claros, un prócer está siempre enel lado malo de la raya.

—Me pregunto muchas veces siexiste un lado malo.

—Nos estamos alejando del tema.¿Qué tiene Eddie Mars contra usted?

—¿Quiere usted decir si ejerce so-bre mí alguna clase de influencia?

—Sí.____________________________________—Más ingen ioso , Mar lowe ,

más ingenioso. . .—No pretendía ser ingenioso.

¿Cómo está el general?

—No muy bien. Hoy no se levan-tó. Podría, por lo menos, dejar de ha-cerme preguntas.

—Recuerdo una época en que pen-saba lo mismo de usted. ¿Qué es loque sabe el general?

—Probablemente lo sabe todo.

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‘Norris would tell him?’

‘No. Wilde, the District Attorney, wasout to see him. Did you burn those pictures?’

‘Sure. You worry about your littlesister, don’t you - from time to time.’

‘I think she’s all I do worryabout. I worry about Dad in a way, tokeep things from him.’

‘He hasn’t many illusions,’ Isaid, ‘but I suppose he still has pride.’

‘We’re his blood. That’s thehell of it.’ She stared at me in themirror with deep, distant eyes. ‘I don’twant him to die despising his ownblood. It was always wild blood, butit wasn’t always rotten blood.’

‘Is it now?’‘I guess you think so.’‘Not yours. You’re just

playing the part.’

She looked down. I sippedsome more coffee and lit anothercigarette for us. ‘So you shootpeople,’ she said quietly. ‘You’re akiller.’

‘Me? How?’

‘The papers and the policefixed it up nicely. But I don’t believeeverything I read.’

‘Oh, you think I accounted forGeiger - or Brody - or both of them.’

She didn’t say anything. ‘Ididn’t have to,’ I said. ‘I might have,I suppose, and got away with it.Neither of them would have hesitatedto throw lead at me.’

‘That makes you just a killerat heart, like all cops.’

‘Oh, nuts.’‘One of those dark deadly

quie t men who have no morefeelings than a butcher has forslaughtered meat. I knew it the firsttime I saw you.’

—¿Se lo ha contado Norris?

—No. Ha venido a verlo Wilde, el fis-cal del distrito. ¿Quemó usted esas fotos?

—Claro. A usted le preocupa su hermana me-nor, ¿no es cierto? De cuando en cuando.

—Creo que es lo único que me preocupa.También me preocupa papá en cierta manera,tratar de que sepa lo menos posible.

—El general no se hace muchas ilu-siones —dije—. Pero imagino que toda-vía le queda algo de orgullo.

—Somos de su sangre. Eso es lo peor.—Me miró en el espejo con ojos distan-tes, sin fondo—. No quiero que se mueradespreciando a su propia sangre. Siem-pre ha sido sangre sin freno, pero no ne-cesariamente podrida.

—¿Es eso lo que sucede ahora?—¿No es eso lo que piensa usted?—La suya no. Usted sólo representa

su papel.

Bajó los ojos. Bebí un poco más decafé y encendí otro cigarrillo para los dos.

—De manera que dispara contra lagente —dijo con mucha calma—. Es unhomicida.

—¿Yo? ¿Cómo es eso?

—Los periódicos y la policía lo arre-glaron de manera muy conveniente. Perono me creo todo lo que leo.

—Ah. Cree que acabé con Geiger, ocon Brody, o quizá con los dos.

No respondió.—No fue necesario —dije—. Podría haber te-

nido que hacerlo, supongo, sin consecuencias des-agradables. Ninguno de los dos hubiera vacilado ala hora de llenarme de plomo.

—Eso le hace ser asesino por vocación,como todos los polis.

—¡Ya vale!—Una de esas criaturas oscuras, mor-

talmente tranquilas, sin más sentimien-tos que los que tiene un carnicero por lasreses que despedaza. Lo supe la primeravez que lo vi.

—Se lo habrá dicho Norris.

—No; Wilde, el fiscal del distrito,le visitó. ¿Quemó usted las fotos?

—Claro. Usted se preocupa de suhermanita de vez en cuando, ¿verdad?

—Creo que ella es lo único que me pre-ocupa. En cierto modo, también me pre-ocupo por papá, para ocultarle cosas.

—No se hace muchas ilusiones —dije—, pero supongo que aún tiene suorgullo.

—Somos su propia sangre; eso eslo malo —me miró por el espejo, conojos profundos y distantes—. Noquiero que muera despreciando supropia sangre. Siempre ha sido san-gre indómita, pero no despreciable.

— ¿Y lo es ahora?—Me imagino que usted lo cree así.—No la de usted. Está solamente

representando un papel.

Bajó los ojos. Sorbí un trago de café yencendí sendos cigarrillos para ambos.

—Así que dispara sobre la gente—dijo reposadamente—. Es usted unasesino.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Los periódicos y la policía loarreglaron muy bien, pero yo no mecreo todo lo que leo.

—¡Ah! Usted cree que le ajusté lascuentas a Geiger, a Brody, o a los dos.

No respondió.—No necesité hacerlo —continué—. Su-

pongo que podría haberlo hecho y quedar sincastigo. Ninguno de ellos habría dudado enllenarme de plomo.

—Eso, en el fondo, le convierte enun asesino, como todos los policías.

—¡Oh, caramba!—Uno de esos hombres oscuros y

terriblemente tranquilos que no tienenmás sentimientos que los que experi-menta un carnicero por la carne. Loadiviné la primera vez que le vi.

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‘You’ve got enough shadyfriends to know different.’

‘They’re all soft compared toyou.’

‘Thanks, lady. You’re noEnglish muffin yourself.’

‘Let’s get out of this rottenlittle town.’

I paid the check, put the bottleof rye in my pocket, and we left. Theclerk still didn’t like me.

We drove away from LasOlindas through a series of little dankbeach towns with shack-like housesbuilt down on the sand close to therumble of the surf and larger housesbuilt back on the slopes behind. Ayellow window shone here and there,but most of the houses were dark. Asmell of kelp came in off the waterand lay on the fog. The tyres sang onthe moist concrete of the boulevard.The world was a wet emptiness.

We were close to Del Reybefore she spoke to me for the first timesince we left the drugstore. Her voicehad a muffled sound, as if somethingwas throbbing deep under it.

‘Drive down by the Del Reybeach club. I want to look at the water.It’s next street on the left.’

There was a winking yellowlight at the intersection. I turned thecar and slid down a slope with a highbluff on one side, interurban tracks tothe right, a low straggle of lights faroff beyond the tracks, and then veryfar off a glitter of pier lights and ahaze in the sky over a city. That waythe fog was almost gone. The roadcrossed the tracks where they turnedto run under the bluff, then reached apaved strip of waterfront highway thatbordered an open and unclutteredbeach. Cars were parked along thepavement, facing out to sea, dark. Thelights of the beach club were a fewhundred yards away.

—Tiene usted suficientes amigos poco re-comendables para saber que eso no es cierto.

—Son unos blandos comparados conusted.

—Gracias, duquesa. Tampoco usted esuna perita en dulce.

—Salgamos de este poblachón podri-do.

Pagué la cuenta, me metí la botella dewhisky en el bolsillo y nos fuimos. A1camarero no acababa de caerle en gracia.

Nos alejamos de Las Olindas pasando poruna serie de fríos y húmedos pueblecitosplayeros; había casas, con aspecto de chozas,construidas sobre la arena, cerca del ruido sor-do de la marea, y otras de mayor tamaño, edi-ficadas sobre las laderas de detrás. En algunaventana brillaba una luz de cuando en cuando,pero la mayoría estaban a oscuras. El olor aalgas llegaba desde el mar y se pegaba a la nie-bla. Los neumáticos cantaban sobre el cemen-to del bulevar. El mundo no era más que unahúmeda desolación.

Estábamos ya cerca de Del Rey cuan-do Vivian Regan habló por primera vezdesde que salimos del drugstore. Su voztenía una extraña resonancia, como si, pordebajo, algo palpitara muy en lo hondo.

—Siga hasta el club náutico en DelRey. Quiero contemplar el mar. Tome lapróxima calle a la izquierda. [156]

En el cruce había una luz amarilla intermi-tente. Torcí con el coche y me deslicé por unacuesta con un risco a un lado, vías férreas inter-urbanas a la derecha, una acumulación de lucesa poca altura mucho más lejos, al otro lado delas vías, y luego, todavía más lejos, el brillo delas luces del muelle y una neblina en el cielopor encima de los edificios. En aquella direc-ción la niebla había desaparecido casi por com-pleto. La carretera cruzó las vías en el sitio dondetorcían para pasar por debajo del risco; luegopenetró en un segmento pavimentado de paseomarítimo que bordeaba una playa abierta y despejada.Había automóviles aparcados a lo largo de laacera, mirando hacia el mar, oscuro. Las lucesdel club náutico quedaban a unos cientos demetros de distancia.

—Tiene usted bastantes amigos de malafama como para pensar de otro modo.

—Todos son suaves comparadoscon usted.

—Gracias, señora. Usted no es unamosquita muerta que digamos.

—Vayámonos de este rincón po-drido.

Pagué la cuenta, me guardé en el bolsillola botella de whisky y nos marchamos. Seguísin caerle simpático al dependiente.

Nos alejamos de Las Olindas atravesan-do pueblecitos con playa y casitas como cho-zas construidas en la arena, cerca del mar, ycasas más grandes edificadas más atrás, enlas faldas de las colinas del fondo. Algunaventana amarilla brillaba aquí y allá, pero lamayoría de las casas estaban a oscuras. Unolor a algas venía del mar y se quedaba pren-dido en la niebla. Los neumáticos cantabansobre el hormigón húmedo del bulevar. Elmundo era en aquellos momentos un lugarhúmedo y vacío.

Estábamos cerca de Del Rey cuan-do volvió a hablar; era la primera vezque lo hacía desde que dejamos eldrugstore. Su voz era ahogada,COMO si algo latiese en su interior.

—Vaya hacia el club Del Rey, enla playa. Quiero mirar el mar. Está enla próxima calle, a la izquierda.

Había una luz amarilla parpadeanteen el cruce. Di la vuelta y bajé por unacuesta que tenía, a un lado, un riscoalto, caminos interurbanos a la derecha,luces bajas extraviadas al fondo de loscaminos y, a lo lejos, un brillo de lucesdel muelle y neblina en el cielo, sobreel poblado. Por aquella parte, la nieblacasi se había disipado. La carretera cru-zaba los caminos donde éstos torcían paraseguir por debajo del risco; luego, llega-ba a un trozo de carretera pavimentadaque bordeaba una playa abierta_______ .Había automóviles aparcados a lo lar-go de la calzada, mirando al mar. Lasluces del club estaban a unos cuantosmetros.

Xuncluttered : neat, having nothing extrenuous or unneccessary, not cluttered; austere, simple.

X

dank disagreeably damp and cold.

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I braked the car against thekerb and switched the headlights offand sat with my hands on the wheel.Under the thinning fog the surf curledand creamed, almost without sound,like a thought trying to form itself onthe edge of consciousness.

‘Move closer,’ she saidalmost thickly.

I moved out from under thewheel into the middle of the seat. Sheturned her body a little away from meas if to peer out of the window. Thenshe let herself fall backwards, withouta sound, into my arms. Her headalmost struck the wheel. Her eyeswere closed, her face was dim. ThenI saw that her eyes opened andflickered, the shine of them visibleeven in the darkness.

‘Hold me close, you beast,’she said.

I put my arms around herloosely at first. Her hair had a harshfeeling against my face. I tightenedmy arms and lifted her up. I broughther face slowly up to my face. Hereyelids were flickering rapidly, likemoth wings.

I kissed her tightly andquickly. Then a long slow clingingkiss. Her lips opened under mine. Herbody began to shake in my arms.

‘Killer,’ she said softly, herbreath going into my mouth.

I strained her against meuntil the shivering of her body wasalmost shaking mine. I kept onkissing her. After a long time shepulled her head away enough tosay: ‘Where do you live?’

‘Hobart Arms. Franklin nearKenmore.’

‘I’ve never seen it.’‘Want to?’‘Yes.’‘What has Eddie Mars got on

you?’

Detuve el automóvil pegándolo al bordillo, apa-gué las luces y me quedé quieto con las manossobre el volante. Bajo la niebla, cada vez menosespesa, las olas se ondulaban y se llenaban de es-puma, casi sin hacer ruido, como una idea que tra-tara de tomar forma de manera independiente enel límite de la conciencia.

—Acérquese más a mí —dijo ella convoz casi pastosa.

Me aparté del volante para situarme enel centro del asiento. Vivian giró un pocoel cuerpo en la dirección contraria a mí,como para mirar por la ventanilla. Acontinuación se dejó caer hacia atrás, enmis brazos, sin emitir sonido alguno. Casise golpeó la cabeza con el volante. Surostro quedaba a oscuras y había cerradolos ojos. Luego vi que los abría y parpa-deaba, su brillo bien visible incluso en laoscuridad.

—Estrécheme en sus brazos, bruto —dijo.

Al principio la abracé sin apretar enabsoluto. Sus cabellos tenían un tacto ás-pero contra mi cara. Luego la estreché deverdad y la levanté. Lentamente coloquésu rostro a la altura del mío. Sus párpa-dos se abrían y cerraban muy deprisa,como alas de mariposas nocturnas.

Primero la besé con fuerza y deprisa. Des-pués le di un beso largo y despacioso. Sus la-bios se abrieron bajo los míos. Su cuerpo em-pezó a temblar entre mis brazos.

—Asesino —dijo con suavidad, sualiento entrándome en la boca.

La apreté contra mí hasta que los es-tremecimientos de su cuerpo casi me hi-cieron temblar a mí. Seguí besándola.Después de mucho tiempo apartó la ca-beza lo suficiente para preguntar:

—¿Dónde vives?

—Hobart Arms. Franklin cerca deKenmore.

—No he visto nunca tu casa.—¿Quieres verla?—Sí.—¿Con qué te aprieta las clavijas

Eddie Mars?

Paré el coche junto a la acera,apagué los faros y me quedé con lasmanos en el volante. Bajo la niebla,las olas se curvaban y formaban es-puma casi sin ruido, como un pen-samiento tratando de aflorar al bor-de de la conciencia.

—Acérquese —dijo, con voz ron-ca.

Pasé del volante al centro delasiento. Volvió un poco el cuerpocomo para mirar por la ventanilla yluego, sin emitir ningún sonido, sedejó caer hacia atrás, en mis bra-zos. Casi se dio de cabeza contra elvolante. Tenía los ojos cerrados yel rostro sin color. Un momentodespués vi que sus ojos se abrían yparpadeaban, brillando a pesar dela oscuridad.

—Abrázame fuerte, so animal —dijo.

La rodeé con mis brazos, al prin-cipio sin apretar. Su pelo me raspabala cara. Apreté más el abrazo y la le-vanté. Poco a poco fui acercando sucara a la mía. Sus párpados aleteabanrápidamente, como las alas de tinapolilla.

La besé con fuerza. Primero, un beso cor-to, luego un beso largo y pegajoso. Sus la-bios se abrieron al contacto con los míos. Sucuerpo empezó a estremecerse en mis brazos.

—Asesino —dijo en voz baja,echándome el aliento en la boca.

La estreché más contra mí, hastaque sus estremecimientos me hicie-ron temblar a mí también. Seguí be-sándola. Al cabo de un rato, separó lacabeza lo suficiente para preguntar:

—¿Dónde vive?

—Hobart Arms, en la calleFranklin, cerca de Kenmore.

—Nunca he pasado por ahí.—¿Le gustaría?—Sí.—¿Qué tiene Eddie Mars contra

usted?

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Her body stiffened in my armsand her breath made a harsh sound.Her head pulled back until her eyes,wide open, ringed with white, werestaring at me.

‘So that’s the way it is,’ shesaid in a soft dull voice.

‘That’s the way it is. Kissingis nice, but your father didn’t hire meto sleep with you.’

‘You son of a bitch,’ she saidcalmly, without moving.

I laughed in her face.‘Don’t think I’m an icicle,’ Isaid. ‘I’m not blind or withoutsenses. I have warm blood likethe next guy. You’re easy to take-too damned easy. What hasEddie Mars got on you?’

‘If you say that again, I’ll scream.’‘Go ahead and scream.’She jerked away and pulled

herself upright, far back in the cornerof the car.

‘Men have been shot for littlethings like that, Marlowe.’

‘Men have been shot forpractically nothing. The first time wemet I told you I was a detective. Getit through your lovely head. I work atit, lady. I don’t play at it.’

She fumbled in her bag and got ahandkerchief out and bit on it, her headturned away from me. The tearing soundof the handkerchief came to me. She toreit with her teeth, slowly, time after time.

‘What makes you think he hasanything on me?’ she whispered, hervoice muffled by the handkerchief.

‘He lets you win a lot of moneyand sends a gunpoke around to take it backfor him. You’re not more than mildly sur-prised. You didn’t even thank me forsaving it for you. I think the whole thingwas just some kind of an act. If I wantedto flatter myself, I’d say it was at leastpartly for my benefit.’

Su cuerpo se tensó en mis brazos y surespiración hizo un ruido áspero. Apartóla cabeza hasta que sus ojos, muy abier-tos, mostrando una gran cantidad de cór-nea, me miraron fijamente.

—De manera que así es como están las co-sas —dijo con voz suave y apagada.

—Así es como están. Besarte es muyagradable, pero tu padre no me contratópara que me acostara contigo.

—Hijo de puta —dijo tranquilamen-te, sin moverse.

Me reí en sus narices.—No creas que soy un témpano —repli-

qué—. No estoy ciego ni privado de sentidos.Tengo la sangre tan caliente como cualquierhijo de vecino. Eres fácil de conseguir..., de-masiado fácil, si quieres saber la verdad. ¿Conqué te aprieta las clavijas Eddie Mars?

—Si dices eso otra vez, gritaré.—Por mí no lo dejes.Se apartó bruscamente, enderezándo-

se, hasta situarse lo más lejos que pudoen el asiento del coche.

—Hay hombres que han muerto porpequeñeces como ésa, Marlowe. [158]

—Hay hombres que han muerto práctica-mente por nada. La primera vez que nos vi-mos te dije que era detective. Métetelo de unavez en esa cabeza tuya tan encantadora. Traba-jo en eso, encanto. No me dedico a jugar.

Vivian buscó en el bolso, sacó un pa-ñuelo y empezó a morderlo, la cabezavuelta hacia la ventanilla. Me llegó elsonido de la tela al rasgarse. Lo estabarompiendo con los dientes, una y otra vez.

—¿Qué te hace pensar que Eddie Marstiene algo para presionarme? —susurró,la voz ahogada por el pañuelo.

—Te deja ganar un montón de dineroy luego manda un sicario para recuperar-lo. Y tú apenas te sorprendes. Ni siquierame has dado las gracias por impedirlo.Creo que todo el asunto no ha sido másque una representación. Y si quisierahacerme ilusiones diría que, al menos enparte, la comedia me estaba destinada.

Su cuerpo se puso rígido y sualiento hizo un ruido ronco. Se mequedó mirando con sus grandes ojosnegros. _________________________ _ ___ ______________

—¿Esas tenemos...? —me dijo convoz suave y triste.

—Esas tenemos. Besarse está bien,pero su padre no me contrató para queme acostara con usted.

—¡Hijo de puta! —dijo tranquilay sin moverse.

Me reí en su cara.—No crea que soy un témpano —le

advertí—. No soy ciego ni carezco desentidos. Tengo la sangre tan calientecomo cualquier hijo de vecino. Y ustedes fácil... demasiado fácil, joder. ¿Qué tie-ne Eddie Mars contra usted?

—Si vuelve a repetir eso, gritaré.—Pues vamos, grite.Se separó violentamente de mí y

se sentó muy tiesa en un rincón delcoche.

—Muchos hombres han muerto por pe-queñas cosas como ésta, Marlowe.

—Muchos hombres mueren prác-ticamente por nada. La primera vezque la vi le dije que era un detective.Métase eso en su hermosa cabecita.Trabajo en eso, no juego a eso.

Buscó en el bolso, sacó un pañue-lo y lo mordió con la cabeza vuelta.El sonido del pañuelo rasgándose lle-gó hasta mí. Lo rasgaba con los dien-tes una y otra vez.

—¿Qué le hace creer que tienealgo contra mí? —murmuró con lavoz ahogada por el pañuelo.

—Le deja ganar un montón de di-nero y luego manda a un tipo con pis-tola para que se lo quite. No está us-ted demasiado sorprendida. Ni siquie-ra me ha dado las gracias por salvar-la. Creo que todo ha sido una come-dia. Si quisiera halagarme, diría queen mi honor.

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‘You think he can win or loseas he pleases.’

‘Sure. On even money bets,four times out of five.

‘Do I have to tell you I loatheyour guts, Mister Detective?’

‘You don’t owe me anything.I’m paid off.’

She tossed the shreddedhandkerchief out of the car window.‘You have a lovely way withwomen.’

‘I like kissing you.’

‘You kept your headbeautifully. That’s so flattering.Should I congratulate you, or myfather?’

‘I liked kissing you.’Her voice became an icy

drawl. ‘Take me away from here, ifyou will be so kind. I’m quite sure I’dlike to go home.’

‘You won’t be a sister to me?’

‘If I had a razor, I’d cut yourthroat - just to see what ran out of it.’

‘Caterpillar blood,’ I said.

I started the car and turned itand drove back across the interurbantracks to the highway and so on intotown and up to West Hollywood. Shedidn’t speak to me. She hardly movedall the way back. I drove through thegates and up the sunken driveway tothe porte-cochère of the big house.She jerked the car door open and wasout of it before it had quite stopped.She didn’t speak even then. I watchedher back as she stood against the doorafter ringing the bell. The dooropened and Norris looked out. Shepushed past him quickly and wasgone. The door banged shut and I wassitting there looking at it.

I turned back down thedriveway and home.

—Crees que Eddie gana o pierde se-gún le apetece.

—Claro. En apuestas iguales, cuatrode cada cinco veces.

—Tengo que decirte que me inspiras unaprofunda repugnancia, señor detective?

—No me debes nada. Ya me han pa-gado lo que me correspondía.

La hija del general arrojó el pañuelo destrozadopor la ventanilla del coche.

—Tienes una manera encantadora detratar a las mujeres.

—He disfrutado besándote.

—No pierdes la cabeza por nada delmundo. Eso es muy de agradecer. ¿Debofelicitarte yo o será mejor que lo haga mipadre?

—He disfrutado besándote.Su voz se hizo glacial:—Haz el favor de sacarme de aquí, si

eres tan amable. Estoy completamentesegura de que me gustaría volver a casa.

—¿No vas a ser una hermana para mí?

—Si tuviera una navaja de afeitar terebanaría el cuello..., sólo para ver lo que sale.

—Sangre de oruga —dije.

Puse el coche en marcha, di la vuelta, crucéde nuevo las vías interurbanas para regresar ala carretera principal, y luego seguí adelantehasta nuestra ciudad y West Hollywood. Vivianno me dirigió la palabra ni una sola vez. Apenasse movió durante todo el camino. Atravesé las puer-tas de la verja principal y ascendí por la avenidapara los automóviles hasta llegar a la porte—cochére de la casa grande. Vivian abrió con ungesto brusco la portezuela y estaba fuera del co-che antes de que se detuviera por completo. Tam-poco habló entonces. Contemplé su espalda mien-tras permanecía inmóvil después de tocar el tim-bre. La puerta se abrió y fue Norris quien seasomó. Vivian lo empujó para apartarlo ydesapareció. La puerta se cerró de golpe y yome quedé allí mirándola.

Di la vuelta para recorrer en sentidoinverso la avenida y regresar a casa.

—Usted cree que él puede perdero ganar según desee.

—Claro. En apuestas de dinero,pierde cuatro veces y gana cinco.

—Tengo que decirle que detesto susuficiencia, señor detective.

—No me debe usted nada. Estoypagado y despedido.

Lanzó el destrozado pañuelo porla ventanilla ____________.

—Tiene usted una preciosa mane-ra de tratar a las mujeres.

—Me gusta besarlas.

—Conserva su sangre fría maravi-llosamente. Eso es muy halagador.¿Debo felicitarle a usted, o a mi pa-dre?

—Me gusta besarlas. Su voz se tornó helada.—Marchémonos de aquí, si es us-

ted tan amable. Me gustaría estar yaen casa.

¿No será como una hermana para mí?

—Si tuviera una navaja, le cortaría elcuello sólo para ver qué salía de él.

—Sangre de horchata —dije.

Puse en marcha el coche y di lavuelta, rumbo a Hollywood Oeste.Ella no me habló. Apenas se moviódurante todo el camino de regreso.Pasé las puertas de entrada y por el ca-mino de arena llegué a la puerta coche-ra de la mansión. Ella abrió la porte-zuela y se lanzó fuera del coche antesde que hubiera parado del todo. Ni si-quiera entonces me habló. Me quedécontemplando su espalda mientraspermanecía contra la puerta despuésde tocar el timbre. La puerta se abrióy apareció Norris. Vivian Regan pasórápidamente delante de él y desapa-reció. La puerta se cerró de golpe yyo me quedé sentado allí, mirándola.

Di la vuelta y tomé el camino decasa.

shred 1 a scrap, fragment, or strip of esp. cloth, paper, etc. 2 the least amount, remnant (not a shred of evidence). tear or cut into shreds. hacer trizas o tiras.

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The apartment house lobby wasempty this time. No gunman waiting underthe potted palm to give me orders. I tookthe automatic elevator up to my floor andwalked along the hallway to the tune of amuted radio behind a door. I needed adrink and was in a hurry to get one. I didn’tswitch the light on inside the door. I madestraight for the kitchenette and brought upshort in three or four feet. Something waswrong. Something on the air, a scent. Theshades were down at the windows and thestreet light leaking in at the sides made a dimlight in the room. I stood still and listened.The scent on the air was a perfume, a heavy,cloying perfume.

There was no sound, no sound at all.Then my eyes adjusted themselves more to thedarkness and I saw there was something acrossthe floor in front of me that shouldn’t have beenthere. I backed, reached the wall switch withmy thumb and flicked the light on.

The bed was down. Somethingin it giggled. A blonde head was pressedinto my pillow. Two bare arms curvedup and the hands belonging to themwere clasped on top of the blonde head.Carmen Sternwood lay on her back, inmy bed, giggling at me. The tawnywave of her hair was spread out on thepillow as if by a careful and artificialhand. Her slaty eyes peered at me andhad the effect, as usual, of peering frombehind a barrel. She smiled. Her smallsharp teeth glinted.

‘Cute, aren’t I?’ she said.

I said harshly: ‘Cute as aFilipino on Saturday night.’

I went over to a floor lamp andpulled the switch, went back to put offthe ceiling light, and went across theroom again to the chessboard on a cardtable under the lamp. There was aproblem laid out on the board, a six-mover. I couldn’t solve it, like a lot ofmy problems. I reached down andmoved a knight, then pulled my hat andcoat off and threw them somewhere. Allthis time the soft giggling went on fromthe bed, that sound that made me thinkof rats behind a wainscoting in an oldhouse.

Veinticuatro

Esta vez el vestíbulo del edificio estaba va-cío. Junto a la maceta con su palmera no me es-peraba ningún pistolero para transmitirme órde-nes. Tomé el ascensor hasta mi piso y avancé porel pasillo al ritmo de una radio que tocaba ensordina detrás de una puerta. Necesitaba una copay me faltaba tiempo para servírmela. No encendíla primera luz al entrar en el apartamento. Medirigí directamente a la cocina, pero me detuve alos tres o cuatro pasos. Había algo que no cua-draba. Algo en el aire, un olor. Las persianas es-taban echadas y la luz de la calle que lograbaentrar por las rendijas apenas diluía la [160] os-curidad. Me inmovilicé y escuché. El olor quehabía en el aire era un perfume; un perfume den-so, empalagoso.

No se oía ningún ruido, ninguno en abso-luto. Luego mis ojos se fueron acostumbran-do a la oscuridad y vi que, en el suelo, delan-te de mí, había algo que no debería estar allí.Retrocedí, busqué el interruptor de la paredcon el pulgar y encendí la luz.

La cama plegable estaba bajada. Lo que habíadentro dejó escapar una risita. Una cabeza rubiadescansaba sobre la almohada. Vi alzados unosbrazos desnudos y unidas, en lo más alto de la ru-bia cabeza, las manos en las que terminaban. Car-men Sternwood ocupaba mi cama y dejaba esca-par risitas tontas en beneficio mío. La onda leonadade su cabello se extendía sobre la almohada demanera muy cuidadosa y nada natural. Sus ojoscolor pizarra me miraban y conseguían dar la im-presión, como de ordinario, de mirar desde detrásdel cañón de un arma de fuego. Sonrió y le brilla-ron los puntiagudos dientecitos.

—Soy muy atractiva, ¿no es cierto? —preguntó.

—Tan atractiva como una filipina en-domingada —dije con aspereza.

Me llegué hasta la lámpara de pie y la encendí;volví para apagar la luz del techo y atravesé unavez más la habitación hasta el tablero de ajedrezcolocado sobre una mesita debajo de la lámpara.Las piezas estaban colocadas para tratar de resol-ver un problema en seis jugadas. Aún no había sidocapaz de encontrar la solución, como me sucedecon otros muchos de mis problemas. Extendí lamano y moví un caballo, luego me quité el som-brero y el abrigo y los dejé caer en algún sitio.Durante todo aquel tiempo me seguían llegandode la cama suaves risitas, un sonido que me hacíapensar en ratas detrás del revestimiento de maderaen una casa vieja.

XXIV

El vestíbulo estaba vacío esta vez.Ningún pistolero me esperaba debajo dela palmera para darme órdenes. Tornéel ascensor hasta mi piso y atravesé elpasillo al compás de la música de unaradio que se oía tras una puerta No en-cendí la luz de la entrada; necesitabaun trago, por lo que fui directamente ala cocina, pero me paré en seco a lostres pasos. Algo no estaba en regla.Noté algo en el ambiente: un olor. Laspersianas estaban bajadas y la luz de lacalle que entraba por las rendijas dabaa la habitación cierta claridad. Me que-dé inmóvil y escuché. El olor era de unperfume pesado y empalagoso.

No se oía el menor ruido. Cuandomis ojos se acostumbraron a la oscu-ridad percibí algo frente a mí que notenía que haber estado allí. Fui hastala pared, busqué el interruptor con elpulgar y encendí la luz.

La cama estaba bajada. En ella, alguiense reía. Una cabeza rubia estaba recostada enmi almohada. Dos brazos desnudos estabanlevantados y las manos pertenecientes a losmismos se unían en la cabeza rubia. CarmenSternwood se encontraba echada de espaldasen mi cama, riéndose de mí. Las ondas de sucabello flotaban, extendidas en la almohada,como por obra de una cuidadosa mano artifi-cial. Sus ojos color pizarra miraban hacia míy daban la sensación, como de costumbre, deque miraban desde el otro lado de un barril.Sonrió. Sus agudos dientes brillaron.

—Soy mona, ¿verdad?Repuse con voz áspera:—Monísima, como un filipino una

noche de sábado.Me dirigí a una lámpara de pie y la en-

cendí, apagando después la del techo. Cru-cé la habitación y fui hasta el tablero deajedrez que había en una mesita de juego,bajo la lámpara. Tenía un problema plan-teado en el tablero para resolver en seisjugadas. No podía resolverlo, como la ma-yoría de mis problemas. Moví un caballo;me quité el sombrero y el abrigo y los arro-jé sin mirar dónde caían. Durante todo estetiempo proseguían las risitas desde lacama, y ese sonido me hacía pensar enratas bajo el entarimado de una casa vie-ja.

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‘I bet you can’t even guesshow I got in.’

I dug a cigarette out andlooked at her with bleak eyes. ‘Ibet I can. You came through thekeyhole, just like Peter Pan.’

‘Who’s he?’‘Oh, a fellow I used to know

around the poolroom.’She giggled. ‘You’re cute,

aren’t you?’ she said.

I began to say: ‘About thatthumb -’ but she was ahead of me. Ididn’t have to remind her. She tookher right hand from behind her headand started sucking the thumb andeyeing me with very round andnaughty eyes.

‘I’m all undressed,’ shesaid, after I had smoked andstared at her for a minute.

‘By God,’ I said, ‘it was rightat the back of my mind. I was gropingfor it. I almost had it, when you spoke.In another minute I’d have said, «I betyou’re all undressed.» I always wearmy rubbers in bed myself, in case Iwake up with a bad conscience andhave to sneak away from it.’

‘You’re cute.’ She rolled herhead a little, kittenishly. Then shetook her left hand from under herhead, and took hold of the covers,paused dramatically, and swept themaside. She was undressed all right.She lay there on the bed in thelamplight, as naked and glistening asa pearl. The Sternwood girls weregiving me both barrels that night.

I pulled a shred of tobacco offthe edge of my lower lip.

‘That’s nice,’ I said. ‘But I’vealready seen it all. Remember? I’m heguy that keeps finding you withoutany clothes on.’

—Apuesto a que ni siquiera se imagi-na cómo he conseguido entrar.

Saqué un cigarrillo y la miré sombría-mente.

—Ya lo creo que sí. Ha entrado por elojo de la cerradura, igual que Peter Pan.

—¿Quién es ése?—Bah. Un tipo con el que solía coin-

cidir en una sala de billar.Carmen Sternwood dejó escapar otra risita.—Es usted muy atractivo, ¿no es cierto? —comentó.

Empecé a decir: «En cuanto a esepulgar...». Pero se me adelantó. Notuve que recordárselo. Retiró la manoderecha de detrás de la cabeza y em-pezó a chupárselo mientras me mira-ba con ojos muy abiertos y llenos depicardía.

—Estoy completamente desnuda —dijo, después de que yo dejara pasar unpar de minutos fumando y mirándola confijeza.

—Vaya —dije—; la idea me estabarondando por la cabeza y quería atrapar-la. Casi lo había conseguido. Un minutomás y hubiera dicho: «Apuesto a que estácompletamente desnuda». Yo no me qui-to nunca los chanclos para meterme en lacama, por si acaso me despierto con malaconciencia y tengo que salir por piernas.

—Es usted muy atractivo. —Torció unpoco la cabeza, juguetonamente. Luegoretiró la mano izquierda de detrás de la ca-beza, la puso sobre las sábanas, hizo unapausa dramática y procedió a apartarlas. Eraverdad que estaba desnuda. Tumbada en lacama a la luz de la lámpara, tan desnuda yresplandeciente como una perla. Las chi-cas Sternwood estaban dándome lo me-jor de sí mismas aquella noche.

Me quité una hebra de tabaco del la-bio inferior.

—Encantador —dije—. Pero ya lohabía visto todo. ¿Se acuerda? Soy el tipoque insiste en encontrarla sin ropa enci-ma.

—Apuesto a que no puede adivi-nar cómo entré.

Busqué un cigarrillo y la miré conojos fríos.

—Apuesto a que sí. Entró a travésde la cerradura, como Peter Pan.

—¿Quién es ese Peter Pan?—Un muchacho que conocí en un

salón de billar.

—Es usted encantador, ¿no le parece?

Empecé a decir:—En cuanto a ese pulgar...— Pero

se me adelantó. No tuve que recor-dárselo. Quitó la mano derecha deencima de su cabeza y empezó a chu-parse el pulgar mirándome con ojosredondos y traviesos.

—Estoy completamente desnuda—me dijo, después que di una chu-pada al cigarrillo y la hube miradodurante un minuto.

—¡Por Dios! —dije—. Lo tenía en elpensamiento y estaba como buscándoloa tientas. Casi lo había encontrado cuan-do usted habló. Un minuto más y hubieradicho: «Apuesto a que está desnuda.» Yosiempre me pongo las zapatillas al acos-tarme, por si me despierto con mala con-ciencia y tengo que salir huyendo.

—Es usted encantador.Ladeó la cabeza un poco, como un

felino. Entonces bajó la mano izquier-da, cogió las ropas de la cama, hizouna pausa dramática y las apartó degolpe. ¡Pues sí que estaba desnuda!Yacía allí en la cama, a la luz de lalámpara, desnuda y brillante comouna perla. Las Sternwood me estabanponiendo a prueba esta noche.

Me quité una hebra de tabaco dellabio inferior.

—Muy bonito —dije—, pero ya lohe visto todo. ¿Recuerda? Soy el tipoque la encuentra siempre sin ningunaropa encima.

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She giggled some moreand covered herself up again.‘Well, how did you get in?’ I askedher.

‘The manager let me in. Ishowed him your card. I’d stolen itfrom Vivian. I told him you told meto come here and wait for you. I was- I was mysterious.’ She glowed withdelight.

‘Neat,’ I said. ‘Managers arelike that. Now I know how you got intell me how you’re going to go out.’

She giggled. ‘Not going - notfor a long time ... I like it here. You’recute.’

‘Listen,’ I pointed mycigarette at her. ‘Don’t make me dressyou again. I’m tired. I appreciate allyou’re offering me. It’s just more thanI could possibly take. DoghouseReilly never let a pal down that way.I’m your friend. I won’t let you down- in spite of yourself. You and I haveto keep on being friends, and this isn’tthe way to do it. Now will you dresslike a nice little girl?’

She shook her head from sideto side.

‘Listen,’ I ploughed on, ‘youdon’t really care anything about me.You’re just showing how naughty youcan be. But you don’t have to showme. I knew it already. I’m the guy thatfound.

‘Put the light out,’ she giggled.I threw my cigarette on the

floor and stamped on it. I took ahandkerchief out and wiped the palmsof my hands. I tried it once more.

‘It isn’t on account of theneighbours,’ I told her. ‘They don’treally care a lot. There’s a lot of straybroads in any apartment house andone more won’t make the buildingrock. It’s a question of professionalpride. You know -professional pride.I’m working for your father. He’s asick man, very frail, very helpless. Hesort of trusts me not to pull any stunts.Won’t you please get dressed,Carmen?’

Carmen dejó escapar algunas risitasmás y volvió a taparse.

—Bien, ¿cómo ha conseguido entrar?—le pregunté.

—Me dejó pasar el encargado. Le enseñésu tarjeta. Se la había robado a Vivian. Le hecontado que me había dicho que [162] vinieray que le esperase. Me he comportado... muymisteriosamente. —Se la veía encantada con-sigo misma.

—Perfecto —dije—. Los encargadosson así. Ahora que ya sé cómo ha entra-do, dígame cómo se va a marchar.

Otra risita.—Me voy a quedar mucho tiempo... Me

gusta este sitio. Y usted es muy atractivo.

—Escuche —dije, apuntándola con elcigarrillo—. No me obligue a vestirla.Estoy cansado. Valoro todo lo que me estáofreciendo. Pero sucede que es más de loque puedo aceptar. Chucho Reilly nuncaha traicionado a un amigo de esa manera.Y yo soy su amigo. No voy a traicionar-la..., a pesar suyo. Usted y yo tenemosque seguir siendo amigos, y ésa no es lamanera. ¿Me hará el favor de vestirsecomo una niñita buena?

Carmen movió la cabeza negativamen-te.

—Escuche —volví a la carga—; yo,en realidad, no le intereso lo más míni-mo. Sólo está haciendo una demostraciónde lo atrevida que puede ser. Pero no melo tiene que demostrar. Ya lo sabía. Soyel individuo que...

—Apague la luz —dijo con otra risita.Tiré el pitillo al suelo y lo pisé

con fuerza. Saqué el pañuelo y mesequé las palmas de las manos. Lointenté una vez más.

—No se trata de los vecinos —le ex-pliqué—. A decir verdad no les importademasiado. Hay un montón de prójimasdescarriadas en cualquier edificio de apar-tamentos y una más no hará que la casase tambalee. Es una cuestión de orgulloprofesional. ¿Sabe lo que es orgullo pro-fesional? Trabajo para su padre. Es unhombre enfermo, muy frágil, muy inde-fenso. Puede decirse que cuenta con queyo no le gaste bromas pesadas. ¿Me haráel favor de vestirse, Carmen?

Lanzó unas risitas más y se tapóde nuevo.

—Bien, ¿cómo entró aquí? —lepregunté.

—El administrador me dejó entrar.Le enseñé su tarjeta, que le quité aVivian, y le dije que usted me habíadicho que viniera aquí y le esperase.Estuve... misteriosa —resplandecíade gozo.

—Buen golpe —dije—. Los administra-dores son así. Ahora que sé cómo entró, díga-me cómo se las va a arreglar para salir.

—No voy a salir —lanzó nuevasrisitas gusta estar aquí. Es usted en-cantador.

—Escuche —la apunté con el cigarri-llo—: no me obligue a vestirla de nuevo.Estoy cansado. Aprecio todo lo que meestá ofreciendo. Es posiblemente muchomás de lo que podría tomar. DoghouseReilly nunca deja caer a un amigo de esemodo, y ahora soy amigo de usted. No ladejaré caer a pesar de usted misma. Ustedy yo tenemos que seguir siendo amigos, yesa no es la forma de conseguirlo. ¿Se ves-tirá ahora como una buena chica?

Movió la cabeza de un lado paraotro.

—Óigame —proseguí—, usted nome quiere realmente. Sólo me está de-mostrando lo traviesa que puede ser.Pero no necesita demostrármelo. Yalo sabía. Soy el chico que encontró...

—Apague la luz —murmuró.Tiré el cigarri l lo al suelo y lo

pisé. Saqué un pañuelo y me lim-pié las palmas de las manos. Lointenté una vez más.

—No es por los vecinos —dije— Hay un montón de inde-centes descarriados en cualquieredificio de apartamentos y unomás no va a romper los cimien-tos. Es cuestión de orgullo pro-fesional. Estoy trabajando parasu padre. Es un hombre enfermo,muy débil e indefenso, que con-fía en que no le jugaré ningunamala pasada. ¿No va usted a ves-tirse, Carmen?

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‘Your name isn’t DoghouseReilly,’ she said. ‘It’s Philip Marlowe.You can’t fool me.’

I looked down at thechessboard. The move with the knightwas wrong. I put it back where I hadmoved it from. Knights had nomeaning in this game. It wasn’t agame for knights.

I looked at her again. She lay stillnow, her face pale against the pillow, hereyes large and dark ‘and empty as rainbarrels in a drought. One of her small five-fingered thumbless hands picked at thecover restlessly. There was a vagueglimmer of doubt starting to get born inher somewhere. She didn’t know about ityet. It’s so hard for women - even nicewomen - to realize that their bodies arenot irresistible.

I said: ‘I’m going out in thekitchen and mix a drink. Want one?’

‘ U h - h u h . ’ D a r k s i l e n tmystified eyes stared at me sol-emnly, the doubt growing larger inthem, creeping into them noiselessly,like a cat in long grass stalking ayoung blackbird.

‘If you’re dressed when I getback, you’ll get the drink., Okey?’

Her teeth parted and a fainthissing noise came out of her mouth.She didn’t answer me. I went out tothe kitchenette and got out someScotch and fizzwater and mixed acouple of highballs. I didn’t haveanything really exciting to drink, likenitro-glycerine or distilled tiger’sbreath. She hadn’t moved when I gotback with the glasses. The hissing hadstopped. Her eyes were dead again.Her lips started to smile at me. Thenshe sat up suddenly and threw all thecovers off her body and reached.

‘Gimme.’

‘When you’re dressed. Notuntil you’re dressed.’

—Usted no se llama Chucho Reilly —dijo—, sino Philip Marlowe. A mí no mepuede engañar.

Miré el tablero del ajedrez. La jugadacon el caballo no era la correcta. Volví aponerlo donde estaba antes. Ni los caba-llos [163] ni los caballeros tenían ningúnvalor en aquel momento. No era un jue-go para caballeros.

La contemplé de nuevo. Se había que-dado quieta, la palidez del rostro sobre laalmohada, los ojos grandes y oscuros yvacíos como barriles para lluvia en épo-ca de sequía. Una de sus manitas de cin-co dedos sin pulgares pellizcaba inquietala sábana. Un vago atisbo de duda empe-zaba a nacerle en algún lugar. Aún no losabía. Es difícil para las mujeres —inclu-so las prudentes— darse cuenta de quesu cuerpo no es irresistible.

—Voy a la cocina a prepararme unacopa. ¿Me quiere acompañar? —dije.

—Bueno. —Oscuros ojos silenciososy desconcertados me miraban solemne-mente, la duda creciendo en ellos sin ce-sar, introduciéndoseles sin ruido, comoun gato acechando a un mirlo joven entrehierbas altas.

—Si se ha vestido cuando vuelva, ledaré su whisky. ¿De acuerdo?

Abrió la boca y un leve sonidosilbante brotó de su interior. No mecontestó. Fui a la cocina y preparédos whiskis con soda. No teníanada realmente emocionante parabeber, ni nitroglicerina ni alientode tigre destilado. Carmen no sehabía movido cuando regresé conlos vasos. Había cesado el ruidoque hacía con la boca. Sus ojos es-taban otra vez muertos. Sus labiosempezaron a sonreírme. Luego seincorporó de repente, apartó las sá-banas y extendió un brazo.

—Deme.

—Cuando se haya vestido. Sólo cuan-do se haya vestido.

—Su nombre no es DoghouseReilly —dijo—, es Philip Marlowe.No puede engañarme.

Miré el tablero de ajedrez. La ju-gada con el caballo estaba equivo-cada. Lo volví a colocar donde es-taba. Los caballos no tenían signi-ficado en este juego. No era un jue-go de caballos.

La miré de nuevo. Ahora estaba inmó-vil, con su pálido rostro sobre la almohaday sus grandes ojos oscuros vacíos como losbarriles para recoger la lluvia durante unasequía. Una de sus pequeñas manos jugue-teaba incansablemente con las ropas de lacama. Había un vago asomo de duda queestaba empezando a surgir en ella. No sehabía dado cuenta todavía. Es duro para lasmujeres, incluso bien parecidas, el darsecuenta de que su cuerpo no es irresistible.

—Voy a la cocina —dije— a pre-parar un trago. ¿Quiere algo?

—Uh... uh...Un par de ojos asombrados me

miraron solemnemente, creciendo enellos la duda que se estaba introducien-do sin ruido, como un gato en la hier-ba espiando un mirlo.

—Si está vestida cuando vuelva,le daré el trago.

Sus labios se separaron y un levesonido silbante salió de su boca. Nome contestó. Me fui a la cocina. En-contré whisky y sifón y preparé un parde vasos grandes. No tenía para be-ber nada realmente excitante, comonitroglicerina o aliento de tigre des-tilado. Cuando volví con los vasos, nose había movido. El ruido silbantehabía cesado. Sus ojos estaban denuevo sin expresión. Sus labios em-pezaron a sonreírme. Entonces se sen-tó, apartó las ropas de golpe y exten-dió el brazo.

—Déme.

—Cuando esté vestida. Mientrasno esté vestida, no.

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I put the two glasses down onthe card table and sat down myselfand lit another cigarette. ‘Go ahead. Iwon’t watch you.’

I looked away. Then I wasaware of the hissing noise very suddenand sharp. It startled me into looking ather again. She sat there naked, proppedon her hands, her mouth open a little,her face like scraped bone. The hissingnoise came tearing out of her mouth asif she had nothing to do with it. Therewas something behind her eyes, blankas they were, that I had never seen in awoman’s eyes.

Then her lips moved veryslowly and carefully, as if they wereartificial l ips and had to bemanipulated with springs.

She called me a filthy name.

I didn’t mind that. I didn’tmind what she called me, whatanybody called me. But this was theroom I had to live in. It was all I hadin the way of a home. In it waseverything that was mine, that had anyassociation for me, any past, anythingthat took the place of a family. Notmuch; a few books, pictures, radio,chessmen, old letters, stuff like that.Nothing. Such as they were they hadall my memories.

I couldn’t stand her in thatroom any longer. What she called meonly reminded me of that.

I said carefully: ‘I’ll give youthree minutes to get dressed and outof here. If you’re not out by then, I’llthrow you out - by force. just the wayyou are, naked. And I’ll throw yourclothes after you into the hall. Now -get started.’

Her teeth chattered and thehissing noise was sharp and animal. Sheswung her feet to the floor and reachedfor her clothes on a chair beside the bed.She dressed. I watched her. She dressedwith stiff awkward fingers - for a woman- but quickly at that. She was dressed in alittle over two minutes. I timed it.

Dejé los dos vasos en la mesa de jue-go, me senté y encendí otro cigarrillo.

—Adelante. No voy a mirar.

Aparté los ojos. Pero enseguida toméconciencia del ruido silbante que habíaempezado a hacer. Me sorprendió tantoque la miré de nuevo. Seguía desnuda enla cama, apoyada en las manos, la bocaun poco abierta, la cara como un cráneodescarnado. El ruido silbante le brotabade la boca como si no [164] tuviera nadaque ver con ella. Había algo detrás de susojos, a pesar del vacío, que yo no habíavisto nunca en los ojos de una mujer.

Luego sus labios se movieron muydespacio y con mucho cuidado, como si fue-ran labios artificiales y hubiera que mane-jarlos con muelles, y me obsequió con elinsulto más indecente que se le ocurrió.

No me importó. No me importaba lo queme llamase, ni lo que nadie pudiera llamarme.Porque aquélla era la habitación en la que yovivía. No tenía otra cosa que pudiera llamarsehogar. Allí estaba todo lo que era mío, todo loque tenía alguna relación conmigo, todo lo quepodía recibir el nombre de pasado, todo lo quepodía hacer las veces de familia. No era mu-cho; unos cuantos libros, fotografías, radio,piezas de ajedrez, cartas viejas, cosas así. Nada.Pero tales como eran contenían todos mis re-cuerdos.

No podía soportarla por más tiempoen aquella habitación. Lo que me llamósólo sirvió para recordármelo.

—Le doy tres minutos para vestirse ysalir de aquí —dije pronunciando conmucho cuidado todas las palabras—. Sino se ha marchado para entonces, la echa-ré..., por la fuerza. Tal como esté, desnu-da si hace falta. Y después le tiraré la ropaal corredor. Ahora, empiece.

Los dientes le castañetearon y el ruido sil-bante adquirió fuerza y animalidad. Bajó lospies al suelo y alcanzó su ropa, en una sillajunto a la cama. Se vistió. La estuve mirando.Se vistió con dedos rígidos y torpes —paratratarse de una mujer— pero deprisa de to-dos modos. Tardó poco más de dos minutos.Los cronometré.

Puse los dos vasos en la mesa dejuego y me senté, encendiendo otrocigarrillo.

—Adelante, no la miro.

Dirigí mis ojos a otra parte. Entoncespercibí el ruido silbante, muy alto y agu-do. Me sorprendió y miré hacia ella. Se-guía allá sentada, desnuda, apoyada en lasmanos, la boca entreabierta, el rostrocomo un hueso pelado. El silbido salía desu boca como si ella no tuviera nada quever con él. Había algo en el fondo de susojos, inexpresivos como estaban, que yono había visto nunca en los ojos de unamujer.

Entonces sus labios se mo-vieron lentamente, como si fue-ran labios artificiales acciona-dos por muelles.

Me gritó algo sucio.

Eso no me importó. No me impor-tó lo que me llamaba, lo que cualquie-ra me llamara. Pero ésta era la habi-tación en que tenía que vivir. Era todolo que tenía en calidad de hogar. Enella estaba todo lo que era mío, lo quetenía alguna significación para mí, mipasado, lo que ha cía de familia. Nomucho, algunos libros, fotografías,radio, un ajedrez, viejas cartas, cosasasí; nada. Pero tal como estaban, en-cerraban todos mis recuerdos.

No podía aguantarla más tiempoen la habitación. El insulto que medirigió sólo me recordó eso.

Le dije con tranquilidad:—Le doy tres minutos para que se

vista y se vaya. Si en ese plazo no loha hecho, la sacaré por la fuerza, talcomo está, desnuda, y después le ti-raré las ropas al pasillo. Ahora, em-piece.

Sus dientes rechinaron y el silbi-do se hizo agudo y como de animal.Saltó de la cama y alcanzó su ropa queestaba en una silla. Se vistió mientrasla contemplaba. Lo hizo con dedos rí-gidos y torpes para una mujer, perocon rapidez. Se vistió en poco más dedos minutos. _______

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S h e s t o o d t h e r e b e -s i d e t h e b e d , h o l d i n g ag r e e n b a g t i g h t a g a i n s t a f u r -t r i m m e d c o a t . S h e w o r e arakish green hat crooked on her head. She stoodthere for a moment and hissed at me, her facestill like scraped bone, her eyes stillempty and yet full of some jungle emo-tion. Then she walked quickly to thedoor and opened it and went out, with-out speaking, without looking back. Iheard the elevator lurch into motionand move in the shaft.

I walked to the windows andpulled the shades up and opened thewindows wide. The night air camedrifting in with a kind of stale sweetnessthat still remembered automobile ex-hausts and the streets of the city. Ireached for my drink and drank itslowly. The apartment house doorclosed itself down below me. Stepstinkled on the quiet pavement. A carstarted up not far away. It rushed offinto the night with a rough clashing ofgears. I went back to the bed and lookeddown at it. The imprint of her head wasstill in the pillow, of her small corruptbody still on the sheets.

I put my empty glass down andtore the bed to pieces savagely.

25

It was raining again thenext morning, a slanting greyrain l ike a swung curtain ofcrystal beads. I got up feelingsluggish and tired and stoodlooking out of the windows, witha dark harsh taste of Sternwoodsstill in my mouth. I was as emptyof life as a scarecrow’s pockets.I went out to the kitchenette anddrank two cups of black coffee.You can have a hangover fromother things than alcohol. I adone from women. Women mademe sick.

Luego se quedó quieta junto a lacama, el bolso verde muy apretado con-tra el abrigo con adornos de piel. Lle-vaba además, torcido, un sombrero ver-de bastante desenfadado. Estuvo allí unmomento, lanzándome el sonido silbante,el rostro todavía como un cráneo descarna-do, los ojos siempre vacíos, pero llenos, sinembargo, de alguna emoción de la jungla.Luego se dirigió rápidamente hacia la puer-ta, la abrió y salió sin hablar, sin mirar atrás.Oí la sacudida del ascensor al ponerse enmarcha y el ruido mientras descendía.

Fui hasta las ventanas y, después de alzarlas persianas, las abrí todo lo que pude. Entróen el apartamento el aire de la noche, arras-trando consigo algo así como un dulzor añejoque todavía traía el recuerdo de los tubos deescape y de las calles de la ciudad. Busqué miwhisky con soda y empecé a bebérmelo des-pacio. Debajo de mí se cerró la puerta princi-pal del edificio y se oyó un tintineo de pasossobre la tranquilidad de la acera. Un automó-vil se puso en marcha no muy lejos, lanzán-dose a la noche con un áspero entrechocar demarchas. Volví junto a la cama y la contem-plé. Aún quedaba la marca de su cabeza sobrela almohada y de su corrompido cuerpecitosobre las sábanas.

Me desprendí del vaso vacío y rasguéla ropa de la cama con ensañamiento.

Veinticinco

Volvió a llover a la mañana si-guiente, en grises ráfagas inclina-das, semejantes a cortinas de cuen-tas de cristal en movimiento. Melevanté sintiéndome deprimido ycansado y me quedé un rato miran-do por la ventana, con el áspero sa-bor amargo de los Sternwood toda-vía en la boca. Estaba tan vacío devida como los bolsillos de un espan-tapájaros. En la cocina me bebí dostazas de café solo. Se puede tenerresaca con cosas distintas del alco-hol. Resaca de mujeres. Las muje-res me ponían enfermo.

Permaneció erguida junto a lacama, sujetando un bolso verdecontra el abrigo adornado conpiel. Llevaba un sombrero ver-de ladeado. Siguió erguida unosmomentos y me siseó, su rostrotodavía pálido, sus ojos aún va-cíos y llenos de alguna emociónanimal. Después, avanzó rápida-mente hacia la puerta, la abrió ysalió sin hablar. Oí cómo el as-censor se ponía en marcha _____________________.

Fui a la ventana, levanté las per-sianas y la abrí de par en par. El airede la noche entró a raudales con unaespecie de dulzura añeja que recor-daba todavía los tubos de escape delos automóviles y las calles de la ciu-dad. Alcancé mi vaso y bebí despa-cio. La puerta del edificio se cerró,se oyeron pasos en la calle tranquila.Un coche se puso en marcha no muylejos. Arrancó velozmente con un ás-pero rugido en la noche. Volví a lacama y la miré. La huella de su cabe-za permanecía todavía en la almoha-da, y la de su cuerpo corrompido, enlas sábanas.

Dejé el vaso vacío y deshice lacama con furia salvaje.

XXV

Llovía de nuevo a la ma-ñana siguiente; una l luviagr is como una cor t ina decuentas de cristal. Me levan-té ______ cansado y me quedémirando por la ventana, todavíacon un sabor oscuro y áspero aSternwood en mi boca. Estabavacío como el bolsillo de un es-pantapájaros. Fui a la cocina y mebebí dos tazas de café puro. Sepuede tener resaca de otras cosasque no son el alcohol. Yo la teníade mujeres. Las mujeres hacíanque me sintiese mal.

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I shaved and showered anddressed and got my raincoat out andwent downstairs and looked out of thefront door. Across the street, a hun-dred feet up, a grey Plymouth sedanwas parked. It was the same one thathad tried to trail me around the daybefore, the same one that I had askedEddie Mars about. There might be acop in it, if a cop had that much timeon his hands and wanted to waste itfollowing me around. Or it might bea smoothie in the detective businesstrying to get a noseful of somebodyelse’s case in order to chisel a wayinto it. Or it might be the Bishop ofBermuda disapproving of my nightlife.

I went out back and got myconvertible from the garage anddrove it around front past the greyPlymouth. There was a small manin it, alone. He started up after me.He worked better in the rain. Hes tayed c lose enough so tha t Icouldn’t make a short block andleave that before he entered it, andhe stayed back far enough so thatother cars were between us most ofthe t ime. I d rove down to theboulevard and parked in the lot nextto my building and came out ofthere with my raincoat collar up andmy hat brim low and the raindropstapping icily at my face in between.The Plymouth was across the wayat a fireplug. I walked down to theintersection and crossed with thegreen light and walked back, closeto the edge of the pavement and theparked cars. The Plymouth hadn’tmoved. Nobody got out of it . Ireached it and jerked open the dooron the kerb side.

A small bright-eyed man waspressed back into the corner behindthe wheel. I stood and looked in athim, the rain thumping my back. Hiseyes blinked behind the swirlingsmoke of a cigarette. His handstapped restlessly on the thin wheel.

I said: ‘Can’t you make yourmind up?’

Me afeité, me duché y me vestí, sa-qué el impermeable, bajé al portal ymiré fuera. A1 otro lado de la calle, unostreinta metros más arriba, estabaaparcado un Plymouth sedán de [166]color gris. Era el mismo que había tra-tado de seguirme el día anterior, el mis-mo que había motivado mi pregunta aEddie Mars. Quizá hubiera dentro unpolicía, si es que había policías contantísimo tiempo disponible y dispues-tos a perderlo siguiéndome. O un tipocon labia y buenas maneras, detectivede profesión, que procuraba meter la na-riz en el caso de un colega para tratarde apropiárselo. O tal vez el obispo delas Bermudas, en desacuerdo con mivida nocturna.

Salí por la puerta de atrás, recogí midescapotable en el garaje y di la vueltaa la casa hasta pasar por delante delPlymouth gris. Dentro había un hom-brecillo, solo, que puso su coche enmarcha para seguirme. Trabajaba me-jor con lluvia. Se mantuvo lo bastantecerca como para evitar perderme en unamanzana corta y lo bastante lejos paraque casi siempre hubiera otros automó-viles entre los dos. Bajé por el bulevar,aparqué en el solar vecino a mi edificioy salí de allí con el cuello del imper-meable levantado, el ala del sombrerobaja y, entre ambas cosas, las gotas delluvia, heladas, golpeándomela cara. ElPlymouth estaba al otro lado de la ca-lle, delante de una boca de incendios.Fui andando hasta el cruce, atravesé elpaso de peatones con la luz verde y lue-go regresé por el mismo camino, pega-do al borde de la acera y a los cochesestacionados. El Plymouth no se habíamovido. No salió nadie de él. Extendíla mano y abrí de golpe la portezuelaque daba al bordillo de la acera.

Un hombrecillo de ojos brillantes estabamuy arremetido en el rincón de detrás delvolante. Me quedé quieto y lo miré, con lalluvia golpeándomela espalda. Sus ojos par-padearon detrás de la espiral del humo deun cigarrillo y las manos tamborilearon in-quietas sobre el volante.

—¿No es capaz de decidirse? —dije.

Me afeité y me di una ducha. Sa-qué mi impermeable y me fui escale-ras abajo. Al llegar a la puerta princi-pal miré en todas direcciones. Al otrolado de la calle, a unos veinte metros,había un Plymouth gris aparcado. Erael mismo que había intentado seguir-me el día anterior y sobre el cual pre-gunté a Eddie Mars. Podía haber enese coche un policía que tuviese tiem-po de sobra y quería malgastarlo si-guiéndome, o bien un vividor metidoen negocios detectivescos que inten-taba meter las narices en un caso aje-no para buscar la manera de mezclar-se en él. También podía ser el obispode Bermudas, que desaprobaba mivida nocturna.

Saqué mi descapotable del garajey adelanté al Plymouth gris. En él sólohabía un hombrecillo. Arrancó encuanto yo pasé. Trabajaba mejor bajola lluvia. Se mantenía bastante cerca,de forma que yo no podía pasar unamanzana sin que él hubiese entradoya en ese trecho y, sin embargo, sequedaba lo bastante retrasado comopara permitir que hubiera otros cochesentre nosotros, la mayoría de las ve-ces. Bajé al bulevar y aparqué en lamanzana más cercana a mi oficina.Salí del coche con el cuello del im-permeable levantado y el ala del som-brero bajada, mientras la lluvia hela-da me daba en la parte del rostro quequedaba descubierta. El Plymouth es-taba atravesado en un callejón quedesembocaba en un puente. Fui al cru-ce y pasé aprovechando la luz verde,volviendo hacia atrás por el borde dela acera, cerca de los cochesaparcados. El Plymouth no se habíamovido. Nadie salió de él. Me acer-qué y abrí la Portezuela de golpe.

Un hombrecillo de ojos brillantes se halla-ba sentado en un rincón, detrás del volante. Mele quedé mirando un momento mientras la llu-via me golpeaba la espalda. Sus ojos parpa-dearon detrás del humo de su cigarrillo. Susmanos golpeaban incesantemente el volante.

—¿No puede usted decidirse? —dije.

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He swallowed and the ciga-rette bobbed between his lips, ‘I don’tthink I know you,’ he said, in a tightlittle voice.

‘Marlowe’s the name. Theguy you’ve been trying to followaround for a couple of days.’

‘I ain’t following anybody, doc.’‘This jaloppy is. Maybe you

can’t control it. Have it your own way.I’m now going to eat breakfast in thecoffee shop across the street, orange juice,bacon and eggs, toast, honey, three or fourcups of coffee, and a toothpick. I am thengoing up to my office, which is on theseventh floor of the building right oppo-site you. If you have anything that’sworrying you beyond endurance, drop upand chew it over. I’ll only be oiling mymachine-gun.’

I le f t h im bl inkj ing andwalked away. Twenty minutes laterI was airing the scrubrubwoman’sSoirée d’Amour out of my officeand opening up a th ick roughenvelope addressed in a fine old-fashion pointed handwriting. Theenvelope contained a brief formalnote and a large mauve cheque forfive hundred dollars, payable toPhilip Marlowe and signed, Guy deBr isay Sternwood, by VincentNorr ies . That made i t a n icemorning. I was making out a bancks l ip when the buzzer to ld mesomebody had entered my two byfour reception-room. It was thelittle man from the Plymouth.

‘Fine,’ I said. ‘Come in andshed your coat.’

He slid past me carefully as I heldthe door, as carefully as though he fearedI might plant a kick in his minute buttocks.We sat down and faced each other acrossthe desk. He was a very small man, notmore than five feet three and would hardlyweigh as much as a butcher’s thumb. Hehad tight brilliant eyes that wanted to lookhard, and looked as hard as oysters on thehalf-shell. He wore a doublebreasted darkgrey suit that was too wide in theshoulders and had too much lapel. Overthis, open, an Irish tweed coat with somebadly worn spots. A lot of foulard tiebulged out and was rain-spotted above hiscrossed lapels.

T r a g ó s a l i v a y l etembló el cigarrillo entre los labios.

—Creo que no le conozco —dijocon una tensa vocecita.

—Me apellido Marlowe y soy el tipoal que intenta seguir desde hace un par dedías.

—No estoy siguiendo a nadie, caballero.—Pues este cacharro sí. Quizá no pue-

da controlarlo. Como mejor le parezca.Me voy a desayunar a la cafetería del otrolado de la calle, zumo de naranja, huevoscon beicon, tostada, miel, tres o cuatrotazas de café y un palillo. Luego subiré ami despacho, que está en el piso séptimodel edificio que tiene usted enfrente. Sihay algo que le preocupa por encima desu capacidad de resistencia, pase a vermey cuéntemelo. Sólo estaré engrasando laametralladora.

Lo dejé parpadeando y me marché.Veinte minutos más tarde empecé a ai-rear mi despacho para eliminar el aromaa Soirée d’Amour de la mujer de la lim-pieza y abrí un grueso sobre, áspero altacto, con la dirección escrita en una agra-dable letra picuda pasada de moda, encuyo interior había una breve nota proto-colaria y un talón de color malva por unimporte de quinientos dólares, pagaderosa Philip Marlowe, y firmado Guy deBrisay Sternwood, por Vincent Norris.Aquello dio un tono muy agradable a lamañana. Estaba rellenando el impresopara ingresarlo en el banco cuando el tim-bre me hizo saber que alguien había en-trado en mi diminuta sala de recepción.Se trataba del hombrecillo del Plymouth.

—Estupendo —dije—. Pase y quíteseel abrigo.

Se deslizó junto a mí mientras le sostenía lapuerta, y lo hizo con tantas precauciones como sitemiera un puntapié en su diminuto trasero. Nossentamos frente a frente, a los dos lados de la mesa.Era un individuo muy pequeño, que medía menosde un metro sesenta y dificilmente pesaría tantocomo el proverbial pulgar del carnicero. Tenía ojosmuy juntos y brillantes, que querían mirar con du-reza, pero que resultaban tan duros como ostrassobre su media concha. Llevaba un traje gris oscu-ro cruzado, con hombros excesivamente anchos ysolapas demasiado grandes. Encima, y sin abro-char, un abrigo de tweed irlandés demasiado gas-tado en algunos sitios. Una gran cantidad de cor-bata de seda, mojada por la lluvia, se desbordabade las solapas cruzadas. [168]

Tragó aire y el cigarrillo estuvo apunto de caérsele de los labios.

—No creo conocerle —dijo conuna vocecita.

—Me llamo Marlowe. Soy el indi-viduo que usted está tratando de se-guir desde hace un par de días.

—No estoy siguiendo a nadie, amigo.—Pues este cacharro está siguiéndo-

me. Quizá no puede usted dominarlo.Como usted quiera. Voy ahora a desayu-nar en la cafetería que hay en la acera deenfrente: zumo de naranja, huevos contocino, tostada, miel, tres o cuatro tazasde café y un palillo. Después subiré a mioficina, que está en el séptimo piso de eseedificio que está justamente frente a us-ted. Si tiene algo que le preocupa, déjesecaer por allí y cuéntemelo. No voy a ha-cer otra cosa que engrasar mi pistola.

Le dejé parpadeando y me fui.Veinte minutos más tarde me encon-traba aireando la oficina para que sedisipara el ambientador que habíadejado la mujer de la limpieza, yabriendo un grueso sobre cuya direc-ción estaba escrita con una bonita le-tra picuda y anticuada. El sobre con-tenía una breve nota y un cheque mal-va por quinientos dólares, a la ordende Philip Marlowe, y firmado Guy deBrisay Sternwood, p.o., VincentNorris. Eso hacía que la mañana fue-ra estupenda. Estaba haciendo unanota para el banco cuando la campa-nilla me indicó que alguien había en-trado en mi sala de espera: era el hom-bre del Plymouth.

—Magnífico —dije—, entre y quí-tese el abrigo.

Pasó con cuidado delante de mí mientrassostenía la puerta, como si temiese que le die-ra un puntapié. Nos sentamos frente a frente,separados por la mesa de despacho. Era unhombre muy pequeño, no mayor de metro ymedio, y pasaría apenas lo que el pulgar deun carnicero. Tenía ojos brillantes que que-rían parecer duros y que parecían tan duroscomo los de una vaca viendo pasar el tren.Llevaba un traje gris oscuro que resultaba de-masiado ancho en los hombros y con dema-siada solapa. Se cubría con un abrigo detweed irlandés bastante desgastado en algu-nos sitios. Un enorme trozo de corbata deseda le sobresalía, bastante manchada por lalluvia.

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‘Maybe you know me,’ hesaid. ‘I’m Harry Jones.’

I said I didn’t know him.I pushed a flat tin of cigarettesat him. His small neat fingersspeared one like a trout takingthe fly. He lit it with the desklighter and waved his hand.

‘I been around,’ he said.‘Know the boys and such. Usedto do a little liquor-runningdown from Hueneme Point. Atough racket, brother. Ridingthe scout car with a gun in yourlap and a wad on your hip thatwould choke a coal chute.Plenty of times we paid off foursets of law before we hitBeverly Hills. A tough racket.’

‘Terrible,’ I said.

He leaned back and blewsmoke at the ceiling from the smalltight corner of his small tight mouth.

‘Maybe you don’t believe me,’ he said.

‘Maybe I don’t,’ I said. ‘Andmaybe I do. And then again maybe Ihaven’t bothered to make my mind up.just what is the build-up supposed todo to me?’

‘Nothing,’ he said tartly.

‘You’ve been following mearound for a couple of days,’ I said.‘Like a fellow trying to pick up a girland lacking the last inch of nerve.Maybe you’re selling insurance.Maybe you knew a fellow called JoeBrody. That’s a lot of maybes, but Ihave a lot on hand in my business.’

His eyes bulged and hislower lip almost fell in his lap.‘Christ, how’d you know that?’ hesaid.

‘I’m psychic. Shake yourbusiness up and pour it. I haven’t gotall day.’

—Tal vez me conozca —dijo—. SoyHarry Jones.

Dije que no lo conocía. Empujé en su di-rección una lata plana de cigarrillos. Sus de-dos, pequeños y cuidados, se apoderaron deuno como lo haría una trucha mordiendo elanzuelo. Lo encendió con el encendedor demesa y agitó la mano con la que lo sostenía.

—He visto bastante mundo —dijo—.Conozco a los muchachos y todo lo de-más. Hice un poco de contrabando debebidas desde Hueneme Point. Un tingla-do muy duro, hermano. Ir en el coche dereconocimiento con un arma en las rodillasy en la cintura un fajo de billetes que basta-ría para atascar el desagüe de una presa.Muchas veces teníamos que sobornar a cua-tro retenes de polizontes antes de llegar aBeverly Hills. Un trabajo muy duro.

—Terrible —dije.

Se recostó en el asiento y lanzó humohacia el cielo por la estrecha comisura deuna boca igualmente mínima.

—Quizá no me cree —dijo.

—Tal vez no —dije—. O quizá sí. Omás bien puede que no me haya molesta-do en decidirlo. Exactamente, ¿qué es loque trata de conseguir con toda esta pre-paración?

—Nada —dijo Harry Jones con aspereza.

—Me ha estado siguiendo por espaciode dos días —dijeComo un individuo quequiere ligar con una chica pero le faltavalor para dar el último paso. Quizá ven-de usted seguros. Tal vez conocía a unsujeto llamado Joe Brody. Son muchísi-mos «tal vez», pero es una moneda queabunda mucho en mi profesión.

Mi visitante abrió mucho los ojos y ellabio inferior casi se le cayó en el regazo.

—Dios santo, ¿cómo sabe eso? —dijo.

—Soy adivino. Abra el saco y enséñe-melo que lleva dentro. No dispongo detodo el día.

—Quizá me conoce —dijo—. SoyHarry Jones.

Le contesté en sentido negativo. Empu-jé una caja chata de cigarrillos hacia él. Suspequeños y pulcros dedos sacaron uno,como una trucha picando el cebo. Lo pren-dió con el encendedor de la mesa e hizo ungesto con la mano.

—He corrido mundo —dijo—.Conozco a los muchachos y eso,costumbraba hacer un poco de con-trabando de licores desde HuenemePoint. Un negocio duro, hermano. Iren el coche con una pistola en las ro-dillas, y en la cadera un peine capazde atascar un vertedero de carbón.Montones de veces hemos tenido quevérnoslas con la policía antes de lle-gar a Beverly Hills. Un negocio duro.

—Terrible —asentí.

Se recostó en la silla y echó humohacia el techo.

—Quizá no me cree —continuó.

—Quizá no —dije— y quizá sí. Oposiblemente no me he molestado endecidirme. ¿Qué es lo que pretendede mí?

—Nada —repuso con voz agria.

—Me ha estado siguiendo duran-te un par de días, como un tipo quesigue a una mujer y le falta valor enel último momento. Quizá hace segu-ros. Quizá conocía usted a un indivi-duo llamado Joe Brody. Hay un mon-tón de quizás, pero tengo bastanteentre manos con mi negocio.

Sus ojos se desorbitaron y su labio in-ferior por poco se le cae en las rodillas.

—¡Santo Dios! ¿Cómo sabe ustedtodo eso? —dijo.

—Soy psicólogo. Desembucherápido, que no tengo todo el díalibre.

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The brightness of his eyesalmost disappeared between thesuddenly narrowed lids. There wassilence. The rain pounded down onthe flat tarred roof over theMansion House lobby below mywindows. His eyes opened a little,shined again, and his voice wasfull of thought.

‘I was trying to get a line ofyou, sure,’ he said. ‘I’ve gotsomething to sell -cheap, for a coupleof C notes. How’d you tie me to Joe?’

I opened a letter and read it.It offered me a six months’correspondence course in fingerprintingat a special professional discount. Idropped it into the waste basket andlooked at the little man again. ‘Don’tmind me. I was just guessing. You’renot a cop. You don’t belong to EddieMars’s outfit. I asked him last night.I couldn’t think of anybody else butJoe Brody’s friends who would bethat much interested in me.’

‘Jesus,’ he said and lickedhis lower lip. His face had turnedwhite as paper when I mentionedEddie Mars. His mouth droopedopen and his cigarette hung to thecorner of it by some magic, as if ithad grown there. ‘Aw, you’rekidding me,’ he said at last, withthe sort of smile the operating-room sees.

‘All right. I’m kidding you.’ Iopened another letter. This onewanted to send me a daily news-letterfrom Washington, all inside stuff,straight from the cook-house. ‘Isuppose Agnes is loose,’ I added.

‘Yeah. She sent me. You interested?’‘Well - she’s a blonde.’

‘Nuts. You made a crack whenyou were up there that night - thenight Joe got squibbed off. Somethingabout Brody must have knownsomething good about the Sternwoodsor he wouldn’t have taken the chanceon that picture he sent them.’

El brillo de sus ojos casi desapareció en-tre los párpados repentinamente entornados.Se produjo un silencio. La lluvia golpeabacon fuerza el tejado plano alquitranado so-bre el vestíbulo de Mansion House, situadodebajo de mis ventanas. Los ojos de HarryJones se abrieron un poco, brillaron de nue-vo, y cuando me habló, lo hizo con tono pen-sativo:

—Trataba de hacerme una idea sobreusted, es cierto —dijoTengo algo quevender..., barato, por un par de cientos.¿Cómo me ha relacionado con Joe?

Abrí una carta y la leí. Me ofrecía uncurso por correspondencia de seis mesessobre todo lo relacionado con la recogidade huellas dactilares, con un descuentoespecial para profesionales. La tiré a lapapelera y miré de nuevo al hombrecillo.

—No me haga caso. Sólo ha sido unasuposición. No es usted de la policía. Nopertenece al equipo de Eddie Mars. Se lopregunté anoche. No se me ocurría nadiemás que pudiera interesarse por mí hasta esepunto, excepto algún amigo de Joe Brody.

—Dios del cielo —dijo, antes de pa-sarse la lengua por el labio inferior. Sehabía quedado tan pálido como el papelal oírme mencionar a Eddie Mars. La bocase le abrió y el pitillo se le quedó colgan-do de la comisura como por arte de ma-gia, como si le hubiera crecido allí—.Vaya, se está quedando conmigo —dijopor fin, con una sonrisa como las que seven en los quirófanos.

—De acuerdo. Me estoy quedando con us-ted. —Abrí otra carta. Alguien se ofrecía aenviarme un boletín diario desde Washington,todo información privilegiada, directamentedesde donde se cocía—. Supongo que hanpuesto en libertad a Agnes —añadí.

—Sí. Me envía ella. ¿Está interesado?—Bueno..., es rubia.

—¡Ya vale! Hizo usted un comentariocuando estuvo en el piso aquella noche,la noche que se cargaron a Joe. Dijo queBrody tenía que saber algo importantesobre los Sternwood, porque de lo con-trario no se habría atrevido a mandarlesla fotografía. [170]

El brillo de sus ojos casi desapa-reció entre los párpados, repentina-mente estrechos. Permanecíamos si-lenciosos. La lluvia golpeaba en eltecho plano del recibidor del edifi-cio Mansion, bajo mi ventana. Susojos se abrieron un poco, brillaronde nuevo y su voz se tornó reflexi-va.

—Estaba tratando de identificar-le, claro —dijo—. Tengo algo quevender, barato, por un par de cientos.¿Cómo me relacionó con Joe?

Abrí una carta y la leí. Me ofre-cían un curso de seis meses sobrehuellas dactilares, con descuentoespecial. La arrojé al cesto de lospapeles y miré de nuevo al hom-brecillo.

—No me haga caso. Estaba tansólo adivinando. Usted no es polizon-te, ni pertenece a la banda de EddieMars. Se lo pregunté a él anoche. Sólopodían ser los amigos de Joe Brodylos que se interesasen tanto por mí.

—Jesús! —exclamó y se pasó lalengua por el labio inferior.

Su rostro se puso blanco como elpapel cuando mencioné a Eddie Mars.Su boca quedó abierta y el cigarrillocolgando de la comisura como por mi-lagro, como si hubiera crecido allí.______________________________________________________________________

—De acuerdo, le estoy tomando elpelo —abrí otra carta. Ésta queríamandarme noticias diarias desde Was-hington; todo cosas secretas y direc-tamente del lugar de origen—. Supon-go que Agnes está libre.

—Sí. Ella me envía. ¿Interesado?—Bueno, es una rubia.

—Joder!, hizo usted una buena ju-gada cuando estuvo allí la nocheaquella en que despacharon a Joe. ¿tedebía de saber algo muy serio sobrelos Sternwood, o no hubiera corridoel riesgo de mandarles la foto que lesmandó.

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‘Uh-huh. So he had? Whatwas it?’

‘That’s what the two hundredbucks pays for.’

I dropped some more fan mail intothe basket and lit myself a fresh cigarette.

‘We gotta get out of town,’ hesaid. ‘Agnes is a nice girl. You can’thold that stuff on her. It’s not so easyfor a dame to get by these days.’

— She’s too big for you,’ I said.‘She’ll roll on you and smother you.’

‘That’s kind of a dirty crack,brother,’ he said with something thatwas near enough to dignity to makeme stare at him.

I said: ‘You’re right. I’ve beenmeeting the wrong kind of peoplelately. Let’s cut out the gabble andget down to cases. What have you gotfor the money?’

‘Would you pay it?’‘If it does what?’‘If it helps you find Rusty

Regan.’‘I’m not looking for Rusty

Regan.’‘Says you. Want to hear it or not?’

‘Go ahead and chirp. I’ll payfor anything I use. Two C notes buysa lot of information in my circle.’

‘Eddie Mars had Reganbumped off,’ he said calmly, andleaned back as if he had just beenmade a vice-president.

I waved a hand in thedirection of the door. ‘I wouldn’teven argue with you,’ I said. ‘Iwouldn’t waste the oxygen. On yourway, small size.’

He leaned across the desk,white lines at the corners of hismouth. He snubbed his cigaretteout carefully, over and over again,without looking at it. From behinda communicating door came thesound of a typewriter clackingmonotonously to the bell, to theshift, line after line.

—Uh—hum. ¿Así que era cierto? ¿Dequé se trataba?

—Eso es lo que compran los doscien-tos machacantes.

Dejé caer en la papelera más correo deadmiradores y encendí otro cigarrillo.

—Agnes y yo tenemos que marcharnos —dijo miinterlocutor—. Es una buena chica. No le podían echarla culpa de lo que ha pasado. No es fácil para una pró-jima salir adelante en los tiempos que corren.

—Demasiado grande para usted —dije—.Si le rueda encima podría asfixiarlo.

—Eso es un golpe bajo, hermano —dijo con algo que estaba lo bastante cercade la dignidad como para obligarme amirarlo.

—Tiene razón —reconocí—. He tra-tado con gente muy poco recomendableúltimamente. Dejémonos de palique yvayamos al grano. ¿Qué es lo que me ofre-ce por ese dinero?

—¿Está dispuesto a pagarlo?—¿Si me proporciona qué?—Si le ayuda a encontrar a Rusty

Regan.—No estoy buscando a Rusty Regan.

—Eso es lo que dice. ¿Quiere oírlo, sí o no?

—Adelante, póngase a piar. Pagaré por loque utilice. Dos billetes de cien sirven paracomprar mucha información en mi círculo.

—Eddie Mars hizo que liquidaran aRegan —dijo muy despacio; luego se re-costó en el asiento como si acabaran dehacerlo vicepresidente.

Agité una mano en dirección a la puer-ta.

—No tengo intención de discutir con usted—dije—. No voy a malgastar oxígeno. Por lapuerta se va a la calle, pequeñín.

Se inclinó sobre el escritorio, líneasde palidez en las comisuras de la boca.Aplastó el cigarrillo con cuidado, unay otra vez, sin mirarlo. Desde detrás deuna puerta de comunicación llegó elruido de una máquina de escribir,tableteando monótonamente hasta lle-gar a la campana y al movimiento delcarro, línea tras línea.

—¡Pchs, pchs ... ! ¿Algo? ¿Y quépuede ser?

Eso es lo que vale doscientosbilletes.

Eché más cartas de admiradoras al cestode los papeles y encendí otro cigarrillo.

—Tenemos que largarnos de la ciudad —dijo—. Agnes es una buena chica. Nada puedetener usted contra ella. No es fácil para unamuchacha ganarse la vida en estos tiempos.

—Es demasiado alta para usted —dije—, le va a aplastar.

—Eso es un chiste pesado, herma-no —dijo con algo tan parecido a ladignidad que hizo que me quedaramirándolo.

—Tiene razón —contesté—. He esta-do tropezándome últimamente con gentepoco recomendable. Cortemos la charlay vayamos al grano. ¿Qué tiene us-ted que ofrecer?

—¿Lo pagaría usted?—¿Si me sirve para qué?—Si le ayuda a encontrar a Rusty

Regan.—No estoy buscando a Rusty

Regan.—Eso dice. ¿Quiere oírlo o no?

—Vamos, cante. Pagaré por lo quepueda utilizar. doscientos billetescompran un montón de noticias.

—Eddie Mars mandó liquidar aRusty Regan —dijo con calma y serecostó como si lo acabaran de nom-brar vicepresidente.

Señalé la puerta con un ademán.—Ni siquiera me molestaría en

discutir con usted —dije—. Nodesperdiciaría el oxígeno. Lárgue-se, enano.

Se reclinó sobre el escritorio yunas líneas blancas se marcaron en lascomisuras de sus labios. Apagó el ci-garrillo aplastándolo a conciencia,una y otra vez, sin mirarlo. Del otrolado de una puerta intermedia llega-ba el tecleo de una máquina de escri-bir que iba monótona hacia el timbrey hacia el tope, línea tras línea.

* clack 1 : CHATTER, PRATTLE 2 : to make an abrupt striking sound or series of sounds 3 of fowl : CACKLE, CLUCK transitive senses 1 : to cause to make a clatter 2 : to produce with a chattering sound; specifically : BLAB clack 1 to make or cause to make a sound like that of two pieces of wood hitting each other 2 [intransitive] to jabber 3 a less common word for cluck // chismorrear, charlar, traquetear, tabletear

gabble : farfullo, chapurreo, charloteo, fast unintelligible talk.

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‘I’m not kidding,’ he said.

‘Beat it. Don’t bother me. Ihave work to do.’

‘No you don’t,’ he saidsharply. ‘I ain’t that easy. I camehere to speak my piece and I’mspeaking it. I knew Rusty myself.Not well, well enough to say«How’s a boy?» and he’d answerme or he wouldn’t, according tohow he felt. A nice guy though. Ialways liked him. He was sweeton a singer named Mona Grant.Then she changed her name toMars. Rusty got sore and marrieda rich dame that hung around thejoints like she couldn’t sleep wellat home. You know all about her,tall, dark, enough looks for aDerby winner, but the type wouldput a lot of pressure on a guy.High-strung. Rusty wouldn’t getalong with her. But Jesus, he’d getalong with her old man’s dough,wouldn’t he? That’s what youthink. This Regan was a cockeyedsort of buzzard. He had long-rangeeyes. He was looking over into thenext valley all the time. He wasn’tscarcely around where he was. Idon’t think he gave a damn aboutdough. And coming from me,brother, that’s a compliment.’

The little man wasn’t sodumb after all. A three for aquarter grifter wouldn’t even thinksuch thoughts, much less knowhow to express them.

I said: ‘So he ran away.’

‘He started to run away,maybe. With this girl Mona. Shewasn’t living with Eddie Mars,didn’t like his rackets. Especiallythe side lines, like blackmail, bentcars, hideouts for hot boys fromthe east, and so on. The talk wasRegan told Eddie one night, rightout in the open, that if he evermessed Mona up in any criminalrap, he’d be around to see him.’

—No bromeo —dijo.

—Lárguese. No me moleste. Tengocosas que hacer.

—No, no es cierto —dijo con tono cor-tante—. No es tan fácil librarse de mí. Hevenido aquí a decir lo que tengo que de-cir y no me iré sin hacerlo. Conocí a Rusty.No bien, pero sí lo bastante para decir«¿Cómo te va, muchacho?» y él me con-testaba o no, según de qué humor estu-viera. Un buen tipo de todos modos. Siem-pre me cayó bien. Tenía debilidad por unacantante llamada Mona Grant. Luego esachica cambió de apellido; ahora se llamaMars. A Rusty no le hizo ninguna graciay se casó con una prójima con mucho di-nero que andaba siempre rondando porlos garitos como si no durmiera bien ensu casa. Usted la conoce perfectamente,alta, morena, tan vistosa como un gana-dor del Derby, pero del tipo que hace di-fícil la vida de un hombre. Un manojo denervios. Rusty no se llevaba bien con ella.Aunque, cielo santo, ¿qué trabajo le cos-taba llevarse bien con la pasta del viejo?Eso es lo que pensaría cualquiera. Peroel tal Regan era un pájaro peculiar y unpoco disparatado. Veía muy lejos. Todoel tiempo mirando más allá, al valle si-guiente. Casi nunca estaba donde estaba.Creo que el dinero le traía al fresco. Yeso es todo un elogio viniendo de mí, her-mano.

El hombrecillo no era tan tonto des-pués de todo. A un estafador de tres alcuarto nunca se le hubieran ocurrido se-mejantes ideas, y aún menos habría sidocapaz de expresarlas.

—De manera que se escapó —dije.

—Empezó a escaparse, quizá. Con esachica, Mona, que ya no vivía con EddieMars porque no le gustaban sus tingla-dos. Especialmente las actividades com-plementarias, como el chantaje, los co-ches robados, los refugios para fugitivosprocedentes del este, y todo lo demás. Loque se cuenta es que Regan le dijo unanoche a Eddie, delante de otras personas,que si mezclaba a Mona en algún proce-so criminal se las tendría que ver con él.[172]

—No estoy bromeando —dijo por fin.

—Lárguese. No me moleste. Ten-go trabajo que hacer.

—No es verdad —dijo mordaz—.No estoy dispuesto a irme de aquí sincontar lo que sé. Y lo contaré. Yo co-nocía a Rusty Regan, aunque no muybien, pero sí lo suficiente como paradecirle: «¿Cómo estás, chico?», y él mecontestaba, o no, según como se sintie-ra. Un buen muchacho, sin embargo.Siempre le estimé. Le hizo la corte a unacantante llamada Mona Grant. Después,ella cambió su nombre por el de Mars.Rusty quedó dolido y se casó con unadama rica que se pasaba el tiempo en loscabarets como si no pudiera dormir bienen su casa. Ya la conoce usted. Alta, mo-rena y con el aspecto de un ganador delDerby, pero mujer enérgica que somete-ría a un individuo a alta tensión nerviosa.Excitante. Rusty no se llevaba bien conella. En cambio, se llevaba muy bien conlos billetes del padre de ella; ¿cómo iba aser de otro modo? Usted también lo con-sidera así. Pero Rusty era una especiede halcón borracho. Tenía vista de lar-go alcance. Estaba siempre mirando lasiguiente colina. No estaba solamenteen el lugar donde se encontraba. Y nocreo que el dinero le importase un co-mino. Y viniendo de mí, hermano, estoes un cumplido.

El hombrecillo no era bobo, des-pués de todo. A tres de cada cuatromañaneros ni siquiera se les hubieranocurrido esas ideas, y mucho menoshabrían sabido expresarlas.

—De modo que se marchó —dije.

—Tuvo intención de marcharse,quizá con Mona, su amiga. Ella novivía con Eddie Mars porque no legustaban sus negocios. Especialmen-te los complementarios, como chan-taje, coches robados, escondites parafogosos muchachos del Este y demás.La cuestión fue que Regan le dijo aEddie una noche, en público, que simezclaba a Mona en algún lío suciose las tendría que ver con él.

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‘Most of this is on the record,Harry,’ I said. ‘You can’t expectmoney for that.’

‘I’m coming to what isn’t.So Regan blew. I used to see himevery afternoon in Vardi’sdrinking Irish whisky and staringat the wall. He don’t talk much anymore. He’d give me a bet now andthen, which was what I was therefor, to pick up bets for PussWalgreen.’

‘I thought he was in theinsurance business.’

‘That’s what it says on thedoor. I guess he’d sell you insuranceat that, if you tramped on him. Well,about the middle of September I don’tsee Regan any more. I don’t notice itright away. You know how it is. Aguy’s there and you see him and thenhe ain’t there and you don’t see himuntil something makes you think ofit. What makes me think about it is Ihear a guy say laughing that EddieMars’s woman lammed out withRusty Regan and Mars is acting likehe was best man, instead of beingsore. So I tell Joe Brody and Joe wassmart.’

‘Like hell he was,’ I said.

‘Not copper smart, but stillsmart. He’s out for the dough. He getsto figuring could he get a linesomehow on the two lovebirds hecould maybe collect twice - once fromEddie Mars and once from Regan’swife. Joe knew the family a little.’

‘Five grand worth,’ I said. ‘Henicked them for that a while back.’

‘Yeah?’ Harry Jones lookedmildly surprised. ‘Agnes ought tohave told me that. There’s a frail foryou. Always holding out. Well, Joeand me watch the papers and we don’tsee anything, so we know oldSternwood has a blanket on it. Thenone day, I see Lash Canino in Vardi’s.Know him?’

I shook my head.

—La mayor parte de lo que me cuentaes información conocida, Harry —dijeyo—. No espere que le pague por eso.

—Estoy llegando a lo que sí vale dine-ro. De manera que Regan desapareció. Yosolía verlo todas las tardes en Vardi’s be-biendo whisky irlandés y mirando a lapared. No hablaba mucho ya. Me dabadinero para alguna apuesta de cuando encuando, que era por lo que estaba yo allí;iba a recoger apuestas para PussWalgreen.

—Creía que Walgreen trabajaba en elnegocio de los seguros.

—Eso es lo que dice en la puerta.Aunque imagino que le vendería se-guros si le presiona usted mucho.Bien, hacia mediados de septiembredejé de ver a Regan. Al principio nome di cuenta. Ya sabe cómo es. Untipo está allí y lo ves y luego no está yno lo notas hasta que algo hace quepienses en ello. Lo que me hizo pen-sar fue que oí decir riendo a un fula-no que la mujer de Eddie Mars se lashabía pirado con Rusty Regan y queMars se comportaba como si fuese elpadrino, en lugar de cabrearse. Demanera que se lo conté a Joe Brody,que era un tipo listo.

—Y un cuerno —dije yo.

—No listo a la manera de los polis,pero listo de todos modos. Sabía dóndebuscar pasta. A Joe se le ocurre que sidescubre dónde están los dos tortolitos,quizá pueda cobrar dos veces, una deEddie Mars y otra de la mujer de Regan.Joe conocía un poco a la familia.

—Por valor de cinco grandes —dije—. Consi-guió sacarles ese dinero hace algún tiempo.

—¿Sí? —Harry Jones pareció sorprender-se, pero no demasiado—. Agnes me lo tendríaque haber contado. Las mujeres. Siempre ca-llándose algo. Bueno, Joe y yo estamos aten-tos a los papeles y no vemos nada, de maneraque comprendemos que el viejo Sternwood haechado encima un tupido velo. Y luego, unbuen día, veo a Lash Canino en Vardi’s. ¿Loconoce?

Negué con la cabeza.

—Casi todo eso está en los archi-vos de la policía, Harry —dije—, nopuede esperar dinero por eso.

—Ahora voy a lo que no está ahí.Así es que Regan desapareció. Yoacostumbraba a verle todas las tardesen Vardi, bebiendo whisky irlandés ymirando a la pared. Ya no hablaba mu-cho. Me daba alguna apuesta de cuan-do en cuando, que era para lo que yoestaba allí, para tomar apuestas porcuenta de Puss Walgreen.

—Yo creía que se ocupaba de ha-cer seguros.

—Eso es lo que pone en la puerta.Me imagino que le hará un seguro sile da ocasión para ello. Bien; a partirde mediados de septiembre ya no vol-ví a ver a Regan. No me di cuenta enseguida. Ya sabe usted cómo es eso.Un tipo está ahí y usted lo ve y ya noestá y usted no lo ve, hasta que al-guien le hace caer en la cuenta. Loque me hizo darme cuenta fue que oía un individuo decir, riéndose, que lamujer de Eddie Mars se había fugadocon Rusty Regan y que Eddie Marsse conducía como si fuera el padrino,en lugar de estar furioso. Se lo dije aJoe Brody y éste fue listo.

— ¡Que se creía él eso! —comenté.

—No como un policía, pero listo,sin embargo. Estaba buscando pasta.Empezó a pensar que si conseguía in-formación sobre los dos tórtolos, po-dría cobrar dos veces: una de EddieMars y otra de la mujer de Regan. Joeconocía un poco a la familia.

—Por valor de cinco de los grandes —dije—. Les fastidió por ello hace algún tiempo.

—¿Sí? —Harry Jones parecía un pocosorprendido—. Agnes debiera haberme dichoeso. Siempre hay una mujer para uno y siem-pre está ocultando algo. Bien, Joe y yo bus-camos en los periódicos y no encontramosnada, por lo que nos dimos cuenta de que elviejo Sternwood le había echado tierra alasunto. Hasta que un día vi a Lash Canino enVardi. ¿Le conoce?

Moví la cabeza.

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‘There’s a boy that is toughlike some guys think they are tough.He does a job for Eddie Mars whenMars needs him - troubleshooting.He’d bump a guy off between drinks.When Mars don’t need him he don’tgo near him. And he don’t stay in L.A.Well it might be something and itmight not. Maybe they got a line onRegan and Mars has just been sittingback with a smile on his puss, waitingfor the chance. Then again it mightbe something else entirely. Anyway Itell Joe and Joe gets on Canino’s tail.He can tail. Me, I’m no good at it. I’mgiving that one away. No charge. AndJoe tails Canino out to the Sternwoodplace and Canino parks outside theestate and a car comes up beside himwith a girl in it. They talk for a whileand Joe thinks the girl passessomething over, like maybe dough.The girl beats it. It’s Regan’s wife.Okey, she knows Canino and Caninoknows Mars. So Joe figures Caninoknows something about Regan and istrying to squeeze a little on the sidefor himself. Canino blows and Joeloses him. End of Act One.’

‘What does this Canino look like?’

‘Short, heavy set, brown hair,brown eyes, and always wears brownclothes and a brown hat. Even wearsa brown suède raincoat. Drives abrown coupé. Everything brown forMr Canino.’

‘Let’s have Act Two,’ I said.‘Without some dough that’s all.’

‘I don’t see two hundredbucks in it. Mrs Regan married anexbootlegger out of the joints. She’dknow other people of his sort. Sheknows Eddie Mars well. If shethought anything had happened toRegan, Eddie would be the very manshe’d go to, and Canino might be theman Eddie would pick to handle theassignment. Is that all you have?’

‘Would you give the twohundred to know where Eddie’s wifeis?’ the little man asked calmly.

—Canino es todo lo duro que otroscreen ser. Hace trabajos para Eddie Marscuando Mars lo necesita..., es el que leresuelve los problemas. Puede eliminar aquien sea mientras se toma unas copas.Cuando Mars no lo necesita lo mantienelejos. Y no se queda en Los Ángeles.Bien; puede ser algo y puede no serlo.Quizá hayan descubierto dónde estáRegan y lo que hacía Mars mientras tan-to, con su sonrisa de oreja a oreja, era es-perar su oportunidad. Aunque tambiénpodría ser algo completamente distinto.De todos modos yo se lo digo a Joe y Joese pone a seguir a Canino. Es una cosaque sabe hacer. Yo no. Esa informaciónla doy gratis. No cobro nada. Joe sigue aCanino hasta la casa de los Sternwood.Canino aparca fuera. Sale un coche quese pone a su lado con una chica dentro.Hablan durante un rato y Joe piensa quela chica entrega algo a Canino, quizá pas-ta. La chica se marcha. Es la mujer deRegan. De acuerdo, conoce a Canino y Ca-nino conoce a Mars. De manera que Joe de-duce que Canino sabe algo de Regan y queestá tratando de exprimir a la familia por sucuenta y riesgo. Canino se marcha y Joe lopierde. Fin del primer acto.

—¿Qué aspecto tiene ese tal Canino?

—Bajo, fornido, pelo castaño y ojosmarrones. Y siempre, siempre, lleva tra-je y sombrero marrones. Incluso usa unimpermeable de ante marrón. Conduce uncupé marrón. Todo marrón para el señorCanino.

—Pasemos al segundo acto.—Sin algo de pasta eso es todo.

—No veo que eso valga dos bille-tes de cien. La señora Regan se casacon un antiguo contrabandista salidode la cárcel. Conoce a otra gente pa-recida. Trata bastante con Eddie Mars.Si creyera que a Regan le había suce-dido algo, Eddie sería la persona a laque acudiría, y Canino el enlace queEddie elegiría para ocuparse del en-cargo. ¿Es todo lo que tiene?

—¿Daría los doscientos por saber dón-de está la mujer de Eddie? —preguntócalmosamente el hombrecillo. [174]

—Es un tipo duro como algunoscreen serlo. Hace trabajitos paraEddie Mars cuando éste le necesita—apuntó con el dedo—. Despacha aun tipo entre dos tragos. Cuando Marsno lo necesita, no se le acerca y nopermanece en Los Ángeles. Bien,puede haber algo y puede que no.Quizá había averiguado algo sobreRegan y Mars y se mantuvo con unasonrisa en los labios esperando su opor-tunidad. O puede ser algo totalmentediferente. En cualquier caso, se lo dijea Joe y Joe se puso a seguir a Canino.Él podía seguirle. A mí me sale muymal. Esta información se la doy gratis.Joe siguió a Canino hasta la residenciade los Sternwood, Canino aparcó fuerade la finca y un coche que conducía unachica se acercó. Hablaron un momentoy Joe creyó que la muchacha le dio algoa Canino, algo así como dinero. La mu-chacha se largó, era la mujer de Regan.De acuerdo, conoce a Canino y ésteconoce a Mars. Así que Joe se figuróque Canino sabía algo de Regan yestaba tratando de sacar algo para él.Canino desapareció y Joe le perdió devista. Fin del primer acto.

—¿Qué aspecto tiene ese Canino?

—Bajo, grueso, pelo castaño, ojospardos y siempre usa ropa marrón ysombrero también marrón. Inclusolleva impermeable marrón. Conduceun cupé también de color marrón.Todo marrón para Canino.

—Pasemos al segundo acto —dije.—Sin la pasta por delante, eso es todo.

—No creo que eso valga doscientosbilletes. La señora Regan se casó con unex contrabandista que conoció en los ca-barets. Conocía a otra gente de la mismacalaña. Sabe bien quién es Eddie Mars.Si creyera que algo le había ocurrido aRegan, Eddie sería precisamente el hom-bre al que se dirigiría y Canino podría serel hombre que Eddie escogiera para cum-plir el encargo. ¿Eso es todo lo que tiene?

—¿Daría usted esos doscientos porsaber dónde está la mujer de Eddie Mars?—preguntó con calma el hombrecillo.

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He had all my attention now.I almost cracked the arms of my chairleaning on them.

‘Even if she was alone?’Harry Jones added in a soft, rathersinister tone. ‘Even if she never runaway with Regan at all, and was beingkept now about forty miles from L.A.in a hideout - so the law would keepon thinking she had dusted with him?Would you pay two hundred bucks forthat, shamus?’

I licked my lips. Theytasted dry and salty. ‘I think Iwould,’ I said. ‘Where?’

‘Agnes found her,’ he saidgrimly. ‘Just by a lucky break. Saw her outriding and managed to tail her home.Agnes will tell you where that is - whenshe’s holding the money in her hand.’

I made a hard face at him.‘You could tell the coppers fornothing, Harry. They have some goodwreckers, down at Central these days.If they killed you trying, they stillhave Agnes.’

‘Let ‘em try,’ he said. ‘I ain’tso brittle.’

‘Agnes must have somethingI didn’t notice.’

‘She’s a grifter, shamus. I’ma grifter. We’re all grifters. So we selleach other out for a nickel. Okey. Seecan you make me.’ He reached foranother of my cigarettes, placed itneatly between his lips and lit it witha match the way I do myself, missingtwice on his thumb-nail and thenusing his foot. He puffed evenly andstared at me level-eyed, a funny littlehard guy I could have thrown fromhome plate to second base. A smallman in a big man’s world. There wassomething I liked about him.

‘I haven’t pulled anything inhere,’ he said steadily. ‘I came intalking two C’s. That’s still the price.I come because I thought I’d get a takeit or leave it, one right gee to another.Now you’re waving cops at me. Yououghta be ashamed of yourself.’

Había conseguido que le prestara todami atención. Casi rompí los brazos delsillón al apoyarme en ellos.

—¿Incluso aunque estuviera sola? —añadió Harry Jones con un tono confi-dencial más bien siniestro—. ¿Inclusoaunque nunca llegara a escaparse conRegan, y la tuvieran ahora escondida asesenta kilómetros de Los Ángeles, demanera que la bofia siguiera pensando quehabía volado con él? ¿Pagaría usted dos-cientos dólares por esa noticia, sabueso?

Me pasé la lengua por los labios, se-cos y con sabor a sal.

—Creo que sí —dije—. ¿Dónde?

—Agnes la encontró —dijo HarryJones con tono sombrío—. Pura suerte.La vio en un coche y consiguió seguirlahasta su casa. Agnes le dirá dónde es...,cuando le ponga el dinero en la mano.

Endurecí el gesto.—Quizá se lo tenga que contar a los

polis por nada, Harry. En jefatura no fal-tan buenos expertos en conseguirconfesiones. Y si acabaran con usted enel intento, aún les quedaría Agnes.

—Que lo hagan —dijo—. No soy tanfrágil.

—Agnes debe de tener algo en lo queno me fijé.

—Es estafadora, sabueso. Yo también lo soy.Y como todos somos estafadores nos vendemosunos a otros por unas monedas, ¿no es eso? Deacuerdo. Pruebe a ver si lo consigue conmigo.—Alcanzó otro de mis cigarrillos, se lo pusocuidadosamente entre los labios e intentó en-cenderlo como lo hago yo, pero falló dos vecescon la uña del pulgar y tuvo que recurrir final-mente a la suela del zapato. Aspiró el humo contranquilidad y me miró seguro de sí mismo, uncurioso hombrecillo que apenas me serviría deaperitivo si llegáramos a un enfrentamiento. Unhombre pequeño en un mundo de grandullones.Había algo en él que me gustaba.

«No me he tirado ningún farol —dijo convoz firme—. He empezado hablando de dosbilletes de cien y el precio sigue siendo el mis-mo. He venido porque pensaba que iba a con-seguir, de hombre a hombre, un «lo tomo olo dejo». Pero ahora me amenaza con lospolis. Debería darle vergüenza.

Había captado ahora toda mi aten-ción. Casi rompí los brazos de mi si-llón, apoyándome en ellos.

—¿Incluso si está sola? —añadióHarry Jones en tono suave, pero si-niestro— ¿Aunque nunca se haya fu-gado con Regan y esté oculta ahora aunos setenta kilómetros de Los Án-geles, en un escondrijo, para que lapolicía siga pensando que se largó conél? ¿Pagaría usted doscientos billetespor esto, detective?

Me pasé la lengua por los labios.Estaban secos y salados.

—Creo que los pagaría —dije— ¿Dónde?

—Agnes la encontró —dijo en tono bona-chón—. Sencillamente por una feliz casualidad.La vio conduciendo un coche y se las arregló paraseguírla hasta la casa. Agnes le dirá dónde estácuando tenga el dinero en la mano.

Me puse serio.—Podría usted decírselo a la poli

gratis, Harry. Tiene ahora algunos for-zudos tremendos en comasaría. Si lematan a usted en el intento, siempreles quedaría Agnes.

—Déjelos que lo intenten —dijo—, no soy tan frágil.

—Agnes debe de tener algo que nologré apreciar.

—Es una tramposa, detective, y yo soyun tramposo. Todos somos tramposos y nosvendemos los unos a los otros por unas mo-nedas????—. Cogió otro de mis cigarrillos,lo colocó con agilidad entre sus labios lo en-cendió con una cerilla de la forma en que yolo hago, frotando dos veces la uña del pul-gar y utilizando después el pie. Dio suaveschupadas y me miró a los ojos. Un graciosoy duro hombrecito que yo podía haber lan-zado con facilidad desde mi despacho al otrolado de la ciudad. Un hombrecito en unmundo para hombrones. Había algo en él queme agradaba.

—No he aumentado nada —dijo muyserio—. Vine aquí hablando de doscien-tos billetes y ése sigue siendo el pre-cio. Vine porque creí que conseguiríaun sí o un no, hablando de hombre ahombre, y usted me amenaza con lapolicía. Debería darle vergüenza.

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I said: ‘You’ll get the twohundred - for that information. I haveto get the money myself first.’

He stood up and noddedand pulled his worn little Irishtweed coat tight around his chest.‘That’s okey. After dark isbetter anyway. It’s a leery jobbuckin’ guys like Eddie Mars.But a guy has to cat. The book’sbeen pretty dull lately. I think thebig boys have told Puss Walgreento move on. Suppose you comeover there to the office, FulwiderBuilding, Western and SantaMonica, four-twenty-eight at theback. You bring the money, I’lltake you to Agnes.’

‘Can’t you tell me yourself?I’ve seen Agnes.’

‘I promised her,’ he saidsimply. He buttoned his overcoat,cocked his hat jauntily*, noddedagain and strolled to the door. He wentout. His steps died along the hall.

I went down to the bank anddeposited my five-hundred-dollarcheque and drew out two hundred incurrency. I went upstairs again and satin my chair thinking about HarryJones and his story. It seemed a littletoo pat. It had the austere simplicityof fiction rather than the tangled woofof fact. Captain Gregory ought to havebeen able to find Mona Mars, if shewas that close to his beat. Supposing,that is, he had tried.

I thought about it most of theday. Nobody came into the office.Nobody called me on the phone. Itkept on raining.

—Le daré los dos billetes por esa in-formación —dije—. Pero primero tengoque conseguir el dinero.

Harry Jones se puso en pie, asintió conla cabeza y se apretó contra el pecho elgastado abrigo de tweed irlandés.

—Eso no es problema. Y, en cualquier caso, mejorhacerlo después de anochecer. No es buena ideacontrariar a tipos como Eddie Mars.Pero la gente tiene que comer. Las apues-tas han producido muy poco últimamen-te. Creo que los peces gordos le han di-cho a Puss Walgreen que vaya pensandoen retirarse. Supongamos que viene us-ted mañana al edificio Fulwider, Westerny Santa Mónica, oficina 428, por la par-te de atrás. Traiga el dinero y yo le lle-varé a donde está Agnes.

—¿No me lo puede decir usted mis-mo? A Agnes la he visto ya.

—Se lo he prometido —dijo con sen-cillez. Se abrochó el abrigo, se colocócon gracia el sombrero, hizo un gesto conla cabeza y se dirigió hacia la puerta. Salió ysus pasos se perdieron por el corredor.

Bajé al banco, deposité mi talón dequinientos dólares y retiré doscientosen efectivo. Subí otra vez al despachoy me senté a pensar en Harry Jones yen su historia. Parecía demasiado fácil.Poseía la austera sencillez de la ficciónen lugar de la retorcida complejidad dela realidad. El capitán Gregory tendríaque haber sido capaz de encontrar aMona Mars si es que estaba tan cercade su territorio. Suponiendo, claro está,que lo hubiera intentado.

Pensé sobre aquel asunto casi todo eldía. Nadie apareció por el despacho. Na-die me llamó por teléfono. Y siguió llo-viendo. [176]

—Obtendrá usted los doscientospor esa información. Pero primerotengo que conseguir la pasta.

Se levantó y asintió, tensando so-bre su estómago su gastado abrigo.

—¡De acuerdo! De todas formas,es mejor después de que haya oscu-recido. Es un trabajo arriesgado eloponerse a tipos como Eddie Mars.Pero uno tiene que comer. Las apues-tas han estado bastante flojas última-mente y la gente influyente le ha di-cho a Puss Walgreen que se largue.Podría venir a la oficina, el cuatro-cientos veintiocho del edificioFulwider, Oeste y Santa Mónica, porla parte trasera. Traiga el dinero y yole llevaré hasta Agnes.

—¿No me lo puede decir ustedmismo? Ya he visto a Agnes.

—Se lo prometí a ella —dijo sencillamen-te. Se abrochó el abrigo, ladeó su sombrero_______ , dijo adiós de nuevo con la cabezay se fue hacia la puerta. Salió y sus pasos seperdieron en el pasillo.

Bajé al banco a depositar el che-que de quinientos dólares y saqué dos-cientos en billetes. Subí de nuevo ala oficina y me senté en mi sillón,pensando en Harry Jones y su relato.Me parecía demasiado bueno. Teníala austera sencillez de la ficción másque la enrevesada trama de los he-chos. El capitán Gregory debiera ha-ber encontrado a Mona Mars si esta-ba tan cerca de su zona, suponiendo,claro está, que lo hubiera intentado.

Estuve pensando en eso la mayorparte del día. Nadie vino a la oficina.Nadie me llamó por teléfono. Seguíalloviendo.

* jaunt a short excursion or outing for enjoyment. jaunty adj. 1 cheerful and self-confident. 2 sprightly. garboso, airoso, alegre, confiado, satisfechojauntily 1 archaic a : GENTEEL b : STYLISH 2 : sprightly in manner or appearance : LIVELY

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At seven the rain had stoppedfor a breathing spell, but the gutterswere still flooded. On Santa Monica thewater was level with the pavement anda thin film of it washed over the top ofthe kerbing. A traffic cop in shiningblack rubber from boots to cap sloshedthrough the flood on his way from theshelter of a sodden awning. My rubberheels slithered on the pavement as Iturned into the narrow lobby of theFulwider Building. A single drop lightburned far back, beyond an open, once-gilt elevator. There was a tarnished andwell-missed spittoon on a gnawedrubber mat. A case of false teethhung on the mustard-coloured walllike a fuse box in a screen porch. Ishook the ra in off my hat andlooked at the building directorybeside the case of teeth. Numberswith names and numbers withoutnames . P lenty of vacancies orplenty of tenants who wished to re-main anonymous. Painless dentists,shyster detective agencies, smallsick businesses that had crawledthere to die, mail order schools thatwould teach you how to become arailway clerk or a radio technicianor a screen writer - if the postalinspectors didn’t catch up with themfirst. A nasty building. A building inwhich the smell of stale cigar buttswould be the cleanest odour.

An old man dozed in the elevator, ona ramshackle stool, with a burst-out cushionunder him. His mouth was open, his veinedtemples glistened in the weak light. He wore ablue uniform coat that fitted him the way astall fits a horse. Under that grey trousers withfrayed cuffs, white cotton socks and black kidshoes, one of which was slit across a bunion.On the stool he slept miserably, waiting for acustomer. I went past him softly, theclandestine air of the building prompting me,found the fire door and pulled it open. Thefire stairs hadn’t been swept in a month. Bumshad slept on them, eaten on them, left crustsand fragments of greasy newspaper, matches,a gutted imitation-leather pocket-book. In ashadowy angle against the scribbled wall apouched ring of pale rubber had fallen and

Veintiséis

A las siete la lluvia nos había dado unrespiro, pero los sumideros seguían desbor-dados. En Santa Mónica el agua cubría lacalzada y una delgada lámina había supe-rado el bordillo de la acera. Un policía detráfico, cubierto de lustroso caucho negrode pies a cabeza, chapoteó al abandonar elrefugio de un alero empapado. Mis taconesde goma resbalaron sobre la acera cuandoentré en el estrecho vestíbulo del edificioFulwider. Una única bombilla —colgada deltecholucía muy al fondo, más allá de un as-censor abierto, dorado en otro tiempo. Vi unaescupidera deslustrada —en la que muchos usua-rios no conseguían acertarsobre una alfombrillade goma bastante desgastada. Una vitrina conmuestras de dentaduras postizas colgaba de lapared color mostaza, semejante a una caja defusibles en un porche cerrado. Sacudí el aguade lluvia del sombrero y consulté el directoriodel edificio, junto a la vitrina de las dentadu-ras postizas. Números con nombre y númerossin nombre. Muchos apartamentos vacíos ymuchos inquilinos que preferían el anonima-to. Dentistas que garantizaban las extracciones sindolor, agencias de detectives sin escrúpulos, pe-queños negocios enfermos que se habían arras-trado hasta allí para morir, academias de cur-sos por correspondencia que enseñaban cómollegar a ser empleado de ferrocarriles o técnicode radio o escritor de guiones cinematográfi-cos..., si los inspectores de correos no les cerra-ban antes el negocio. Un edificio muy desagrada-ble. Un edificio donde el olor a viejas colillas depuros sería siempre el aroma menos ofensivo.

Un anciano dormitaba en el ascensor, en un taburetedesvencijado, sobre un cojín con el relleno medio salido.Tenía la boca abierta y sus sienes de venas prominentesbrillaban bajo la débil luz. Llevaba una chaqueta azul deuniforme, en la que encajaba como un caballo encaja enla casilla de una cuadra, y, debajo, unos pantalones grisescon los dobladillos deshilachados, calcetines blancos dealgodón y zapatos negros de cabritilla, uno de ellos conun corte sobre el correspondiente juanete. En su asiento,el viejo ascensorista dormía inquieto, esperando clientes.Pasé de largo sin hacer ruido, inspirado por el aire clandes-tino del edificio. A1 encontrar la puerta de la salida contraincendios procedí a abrirla. Hacía un mes que nadie barríala escalera. En sus escalones habían comido y dormido va-gabundos, dejando un rastro de cortezas y trozos de periódi-cos grasientos, cerillas, una cartera destripada de imita-ción a cuero. En un ángulo oscuro, junto a la pared llena degarabatos, descansaba un preservativo usado que nadie se

XXVI

A las siete, la lluvia cesó como para tomarse undescanso, pero las cunetas estaban todavía rebosan-tes de agua. En Santa Mónica el agua llegaba a laaltura de¡ pavimento de las aceras, y una fina pelícu-la acuosa cubría la superficie del bordillo. Un guar-dia de tráfico, embutido en un impermeable negrobrillante que le cubría de la cabeza a los pies, chapo-teaba por el agua del camino que lo llevaba hasta elrefugio de un toldo mojado. Mis tacones de gomase deslizaban en el pavimento cuando entré en elvestíbulo del edificio Fulwider. Había sólo una bom-billa encendida al fondo, detrás de un ascensor queen otros tiempos supo ser dorado. En una esteraapolillada había una escupidera des luc ida ,alrededor de la cual se veían los resultadosde la poca puntería de los que habían preten-dido usarla. Un estuche de dientes postizosestaba colgado en la pared color mostaza,como una caja de fusibles en un portal. Sa-cudí mi sombrero mojado y miré la lista deinquilinos, situada al lado del estuche dedientes. Números con nombres y números sinellos. Multitud de casas vacías o muchosinqui l inos que deseaban quedar en e lanonimat o . D e n t i s t a s s i n d o l o r , a g e n -c i a s d e d e t e c t i v e s , p e q u e ñ o s n e g o -c i o s , e n f e r m o s q u e s e h a b í a n a r r a s -t r a d o h a s t a a l l í p a r a m o r i r , e s c u e l a sp o r c o r r e s p o n d e n c i a q u e e n s e ñ a b a nc ó m o s e r e m p l e a d o d e f e r r o c a r r i l e s ,t é c n i c o d e r a d i o o e s c r i t o r d e g u i o -n e s , s i l o s i n s p e c t o r e s p o s t a l e s n ol o s c o g í a n p r i m e r o . U n e d i f i c i o s u -c i o , e n e l c u a l e l o l o r a c o l i l l a s p o -d í a s e r e l m á s a g r a d a b l e .

Un viejo dormitaba en el ascensor, sentadoen un taburete desvencijado, en el que había uncojín desgarrado. Tenía la boca abierta y le bri-llaban las sienes con aquella luz débil. Llevabaun abrigo azul de uniforme que le sentaba comoun establo le sienta a un caballo. Debajo, unos pantalonesgrises con los bordes deshilachados, calcetines blancos de al-godón y zapatos negros de cabritilla, uno de los cuales estabacortado por encima de un juanete. En el taburete dormitaba demala manera, mientras esperaba un cliente. Pasé delante concuidado, impulsado por el clandestino aire del edificio; encon-tré la puerta para caso de incendio y la abrí. La escalera deincendios no había sido barrida por lo menos en un mes. Ha-bían dormido vagabundos en ella y también habían comido,dejando migas y trozos de periódicos grasientos, cerillas, unlibro de bolsillo encuadernado en imitación piel, destrozado.Total: un edificio precioso.________________ ______________ ______________________ ___ _ ___

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had not been disturbed. A very nice building.I came out at the fourth

floor sniffing for air. The hallwayhad the same dirty, spittoon andfrayed mat, the same mustardwalls, the same memories of lowtide. I went down the line andturned a corner. The name: ‘L. D.Walgreen - Insurance’, showed ona dark pebbled glass door, on asecond dark door, on a thirdbehind which there was a light.One of the dark doors said: ‘En-trance.’

A glass transom was openabove the lighted door. Through it thesharp birdlike voice of Harry Jonesspoke, saying:

‘Canino? ... Yeah, I’ve seenyou around somewhere. Sure.’

I froze. The other voicespoke. It had a heavy purr, like asmall dynamo behind a brick wall.It said: ‘I thought you would.’There was a vaguely sinister notein that voice.

A chair scraped on linoleum,steps sounded, the transom above mesqueaked shut. A shadow melted frombehind the pebbled glass.

I went back to the first of thethree doors marked with the nameWalgreen. I tried it cautiously. It waslocked. It moved in a loose frame, anold door fitted many years past, madeof half-seasoned wood and shrunkennow. I reached my wallet out andslipped the thick hard window ofcelluloid from over my driver’s licence.A burglar’s tool the law had forgottento proscribe. I put my gloves on, leanedsoftly and lovingly against the door andpushed the knob hard away from theframe. I pushed the celluloid plate intothe wide crack and felt for the slope ofthe spring lock. There was a dry click,like a small icicle breaking. I hung theremotionless, like a lazy fish in the water.Nothing happened inside. I turned theknob and pushed the door back intodarkness. I shut it behind me as care-

había molestado en retirar. Un edificio encantador.Llegué jadeante al cuarto piso. El des-

cansillo tenía las mismas sucia escupide-ra y alfombrilla desgastada, las mismasparedes color mostaza, los mismos recuer-dos abandonados por alguna marea baja.Seguí hasta el fondo del corredor y torcí.El nombre «L. D. Walgreen: Seguros» seleía sobre una puerta de cristal esmerila-do que estaba a oscuras, luego sobre unasegunda también a oscuras, y sobre otratercera detrás de la cual había una luz.Una de las puertas que estaban a oscurasdecía: «Entrada».

Encima de la puerta iluminada habíaun montante de cristal abierto. A travésde él me llegó la aguda voz pajaril deHarry Jones, que decía:

—¿Canino?... Sí, le he visto a usted porahí en algún sitio. Claro que sí.

Me inmovilicé. Habló la otra voz,que producía un fuerte ronroneo,como una dinamo pequeña detrás deuna pared de ladrillo. «Pensé que seacordaría», dijo la otra voz, con unanota vagamente siniestra.

Una silla chirrió sobre el linóleo, se oye-ron pasos, el montante situado encima demí se cerró con un crujido y una sombra sedisolvió detrás del cristal esmerilado.

Regresé hasta la primera puerta en laque se leía « Walgreen» . Probé a abrirlacautelosamente. Estaba cerrada con llave,pero el marco le venía un poco ancho; erauna puerta [178] con muchos años, demadera curada sólo a medias, que habíaencogido con el tiempo. Saqué el billetero yretiré, del permiso de conducir, el duro pro-tector de celuloide donde lo guardaba. Unaherramienta de ladrón que la ley se habíaolvidado de prohibir. Me puse los guantes,me apoyé suave y amorosamente contra lapuerta y empujé el pomo lo más que pudepara separarla del marco. Introduje la fundade celuloide en la amplia abertura y busquéel bisel del pestillo de resorte. Se oyó un clicmuy seco, como la rotura de un pequeño ca-rámbano. Me inmovilicé, como un pezperezoso dentro del agua. Dentro no sucediónada. Giré el pomo y empujé la puerta haciala oscuridad. Después de entrar, la cerré con

_ __ ___________________________Llegué falto de aire al cuarto

piso. El pasillo tenía la misma su-cia escupidera y la misma esteradeshilachada, las mismas paredescolor mostaza, las mismas reminis-cencias de deterioro. Seguí el pasi-llo y viré en un recodo. El nombrede L. D. Walgreen, Seguros, se leíaen una puerta oscura de cristal, enuna segunda puerta y en otra másalejada, en la cual había una luz. Enuna de las puertas oscuras se leíaEntrada.

Se hallaba abierto un montante de cristalen la puerta iluminada. A través de él se oíala aguda voz, parecida al gorjeo de un pája-ro, de Harry Jones, que decía:

—¿Canino? Sí. Lo he visto por ahí,claro.

Me quedé helado. La otra voz ha-bló. Tenía un pesado ronroneo, comouna pequeña dinamo detrás de una pa-red de ladrillo. Decía:

—Sabía que me conocería.Había algo siniestro en esa voz.

Una silla se arrastró en el linóleo,sonaron pasos y el montante se cerróde golpe y se desvaneció la sombradetrás del cristal de la puerta.

Volví a la primera de las tres puertasmarcadas con el nombre de Walgreen. In-tenté abrirla cautelosamente, pero estabacerrada. Se movía en un marco suelto y erauna vieja puerta colocada hacía muchosanos, hecha de madera verde y bastante en-cogida ahora. Saqué de mi cartera el trozode celuloide grueso y fuerte que cubría milicencia, una herramienta de ladrón que lapolicía había olvidado proscribir. Me puselos guantes, me recosté con cuidado y sua-vidad en la puerta y empujé con fuerza elpicaporte en dirección contraria al marco.Metí la placa de celuloide en el hueco quequedaba y busqué el declive de la cerradurade muelle. Hubo un crujido seco, como elde un carámbano pequeño que se quiebra.Me quedé inmóvil, como un pez perezosoen el agua. Nada ocurrió dentro. Di la vueltaal picaporte, empujé la puerta y la cerré ami espalda con el mismo cuidado con que

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fully as I had opened it.The lighted oblong of an

uncurtained window faced me, cutby the angle of a desk. On the deska hooded typewriter took form,the n t h e m e t a l k n o b o f acommunicating door. This wasunlocked . I passed in to thesecond of the three off ices .Rain rattled suddenly against theclosed window. Under its noise Icrossed the room. A tight fan oflight spread from an inch openingof the door into the lighted office.Everything very convenient. Iwalked like a cat on a mantel andreached the hinged side of thedoor, put an eye to the crack andsaw nothing but light against theangle of the wood.

The purring voice was nowsaying quite pleasantly: ‘Sure, aguy could sit on his fanny and crabwhat another guy done if he knowswhat it’s all about. So you go tosee this peeper. Well, that was yourmistake. Eddie don’t like it. Thepeeper told Eddie some guy in agrey Plymouth was tailing him.Eddie naturally wants to knowwho and why, see.’

Harry Jones laughed lightly.‘What makes it his business?’

‘That don’t get you no place.’

‘You know why I went to thepeeper. I already told you. Accountof Joe Brody’s girl. She has to blowand she’s shatting on her uppers. Shefigures the peeper can get her somedough. I don’t have any.’

The purring voice said gently:‘Dough for what? Peepers don’t givethat stuff out to punks.’

‘He could raise it. He knowsrich people.’ Harry Jones laughed, abrave little laugh.

‘Don’t fuss with me,little man.’ The purring voicehad an edge, like sand in the

tanto cuidado como la había abierto.Tenía enfrente el rectángulo iluminado

de una ventana sin visillos, interrumpidapor la esquina de una mesa. Sobre la mesatomó forma una máquina de escribir cu-bierta con una funda, luego distinguí tam-bién el pomo metálico de una puerta decomunicación. Esta última estaba abierta.Pasé al segundo de los tres despachos. Lalluvia golpeteó de repente la ventana ce-rrada. A1 amparo de aquel ruido crucé lahabitación. Una abertura de un par de cen-tímetros en la puerta que daba al despachoiluminado creaba un delgado abanico deluz. Todo muy conveniente. Caminé —como un gato sobre la repisa de unachimeneahasta situarme detrás de las bisa-gras de la puerta, miré por la abertura y novi más que una superficie de madera quereflejaba la luz de una lámpara.

La voz que era como un ronroneo de-cía con gran cordialidad:

—Aunque un tipo no haga más que ca-lentar el asiento, puede estropear lo queotro fulano ha hecho si sabe de qué va elasunto. De manera que fuiste a ver a esesabueso. Bien, ésa ha sido tu equivoca-ción. A Eddie no le gusta. El sabueso ledijo a Eddie que alguien con un Plymouthgris lo estaba siguiendo. Eddie, como eslógico, quiere saber quién y por qué.

Harry Jones rió sin demasiado entusiasmo.—¿Qué más le da a él?

—Esa actitud no te llevará a ningún sitio.

—Usted ya sabe por qué fui a ver alsabueso. Ya se lo he dicho. Se trata de lachica de Joe Brody. Tiene que pirárselasy está sin blanca. Calcula que el tipo esepodría conseguirle algo de pasta. Yo notengo un céntimo.

La voz que era como un ronroneo dijo amablemente:—¿Pasta a cambio de qué? Los sabue-

sos no regalan dinero a inútiles.

—Marlowe podía conseguirlo. Cono-ce a gente de posibles. —Harry Jones rió,con una risa breve llena de valor.

—No me busques las cosquillas,hombrecito. —En el ronroneo había sur-gido un chirrido, como arena en un coji-

la había abierto.Ante mí había una ventana sin

cortina, cortada por el ángulo deun escritorio. Sobre éste, una má-quina de escribir tapada con unafunda, y más allá el picaporte me-tálico de una puerta intermedia,que no estaba cerrada. Pasé al se-gundo despacho. De repente, lalluvia empezó a golpear en la ven-tana cerrada. Protegido por ese rui-do crucé la habitación. Un abanicode luz salía por una rendija de uncentímetro que había en la puertadel despacho Iluminado. Todo meresultaba muy conveniente. Andu-ve como un gato sobre la repisa deuna chimenea y me coloqué en larendija; no vi más que la luz contrael ángulo de la madera.

La ronroneante voz decía ahoracon satisfacción:

—Claro, un tipo puede estar sen-tado en su trasero y censurar lo queotro ha hecho, si sabe de qué se trata.Así que fuiste a ver a ese pendencie-ro. Ese fue tu error. A Eddie no legusta. El pendenciero le dijo que untipo en un Plymouth gris estaba si-guiendo, y Eddie, naturalmente, quie-re saber quién y por qué.

Harry Jones rió un poco.—¿Y a él qué le importa?

—Eso no te lleva a ninguna parte.

—Ya sabes por qué fui al penden-ciero ése. Te lo dije: por encargo de laamiguita de Joe Brody, que tiene quelargarse y está sin un centavo. Ha pen-sado que el pendenciero puede soltaralguna pasta. Yo no tengo ni cinco.

La voz ronroneante dijo con suavidad:—Dinero, ¿por qué? Los pendencieros no

dan dinero a los tipos con cara de ratón.

—Puede conseguirlo. Conoce a gen-te rica tono valiente—.Harry Jones se rió,con unasonrisista intrépida

—No trates de engañarme,hombrecito —la voz ronroneante chi-rriaba ahora como la arena en un co-

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bearings.‘Okey, okey. You know the

dope on Brody’s bump-off. Thatscrewy kid done it all right, but thenight it happened this Marlowe wasright there in the room.’

‘That’s known, little man. Hetold it to the law.’

‘Yeah - here’s what isn’t.Brody was trying to peddle anudist photo of the youngSternwood girl. Marlowe got wiseto him. While they were arguingabout it the young Sternwood girldropped around herself - with agat. She took a shot at Brody. Shelets one fly and breaks a window.Only the peeper didn’t tell thecoppers about that. And Agnesdidn’t neither. She figures it’srailway fare for her not to.’

‘This ain’t got anything to dowith Eddie?’

‘Show me how.’‘Where’s this Agnes at?’‘Nothing doing.’

‘You’ll tell me, little man.Here, or in the back room where theboys pitch dimes against the wall.’

‘She’s my girl now, Canino. Idon’t put my girl in the middle foranybody.’

A silence followed. I listenedto the rain lashing the windows. Thesmell of cigarette smoke camethrough the crack of the door. Iwanted to cough. I bit hard on ahandkerchief.

The purring voice said,still gentle: ‘From what I hear thisblonde broad was just a shill forGeiger. I’ll talk it over with Eddie.How much you tap the peeper for?’

‘Two centuries.’‘Get it?’Harry Jones laughed again.

‘I’m seeing him tomorrow. I havehopes.’

nete.—De acuerdo. Ya sabe lo que pasó

cuando liquidaron a Brody. Es cierto quelo hizo ese chico al que le falta un torni-llo, pero la noche que sucedió el talMarlowe estaba en el apartamento.

—Eso se sabe, hombrecito. Se lo con-tó él mismo a la policía.

—Claro, pero hay algo que nose sabe. Brody trataba de venderuna foto con la pequeña de lasSternwood desnuda. Marlowe seenteró. Mientras discutían sepresentó la chica Sternwood enpersona..., con un arma. Dispa-ró contra Brody. Falló y rompióuna ventana. Pero el sabueso nole dijo nada a la policía. Agnestampoco. Y ahora piensa quepuede sacar de ahí su billete deferrocarril.

—¿Y eso no tiene nada que ver conEddie?

—Dígame cómo.—¿Dónde está la tal Agnes?—Eso es harina de otro costal.

—Me lo vas a decir, hombrecito.Aquí o en la trastienda donde cantanlos canarios flauta.

—Ahora es mi chica, Canino. Y a michica no la pongo en peligro por nada nipor nadie.

Se produjo un silencio. Oí el azo-tar de la lluvia contra las ventanas. Elolor a humo de cigarrillo me llegó porla abertura [180] de la puerta. Tuveganas de toser. Mordí con fuerza elpañuelo.

La voz que era como un ronroneo dijo,todavía amable:

—Por lo que he oído esa rubia no era másque un señuelo para Geiger. Lo hablaré conEddie. ¿Cuánto le has pedido al sabueso?

—Dos de cien.—¿Te los ha dado?Harry Jones rió de nuevo.—Voy a verlo mañana. Tengo esperan-

zas.

jinete.—¡De acuerdo, de acuerdo! Ya sabes el

cuento de la muerte de Brody. El muchacho es-trafalario lo hizo, desde luego, pero la noche enque ocurrió esto, Marlowe estaba en lamismísima habitación.

—Eso ya se sabe, hombrecito. Selo dijo a la poli.

—Sí, pero hay algo más. Brody es-taba intentando sacar dinero de unasfotos de la más joven de las hijas deSternwood, desnuda. Y Marlowe des-cubrió el juego. Mientras estaban dis-cutiendo, la más joven de lasSternwood se dejó caer por allí conun revólver y disparó una vez contraBrody. Hizo un disparo y rompió uncristal, sólo que Marlowe no le dijonada de esto a la poli. Y Agnes tam-poco. Se figura que son como gastosde viaje para ella el no haberlo dicho.

—¿Y eso no tiene nada que ver conEddie?

—Demuéstrame por qué.—¿Dónde está Agnes?—No, ni hablar.

—Me lo dirás, hombrecito. Aquí o en lahabitación de atrás, donde los muchachosjuegan a arrojar monedas contra la pared.

—Es mi amiga ahora, Canino. Pornada del mundo meto a mi amiga enesto.

Siguió un momento de silencio.Escuché la lluvia golpeando en la ven-tana. El humo de los cigarrillos en-traba por la rendija de la puerta. Sen-tí ganas de toser y mordí con fuerzael pañuelo.

Volvió a oírse la voz ronroneante,suave todavía:

—Por lo que he oído, esa rubia prostituta erasólo un gancho de Geiger. Hablaré de eso conEddie. ¿Cuánto pretendes sacarle al pendenciero?

—Doscientos.—¿Conseguidos ya?Harry Jones volvió a reír.—Voy a verle mañana. Tengo es-

peranzas.

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‘Where’s Agnes?’‘Listen -’‘Where’s Agnes?’Silence.‘Look at it, little man.’

I didn’t move. I wasn’twearing a gun. I didn’t have to seethrough the crack of the door to knowthat a gun was what the purring voicewas inviting Harry Jones to look at.But I didn’t think Mr Canino woulddo anything with his gun beyondshowing it. I waited.

‘I’m looking at it,’ HarryJones said, his voice squeezed tightas if it could hardly get past his teeth.‘And I don’t see anything I didn’t seebefore. Go ahead and blast and seewhat it gets you.’

‘A Chicago overcoat is whatit would get you, little man.’

Silence.‘Where’s Agnes?’

Harry Jones s ighed.‘Okey,’ he said wearily. ‘She’sin an apartment house at 28Court Street, up on Bunker Hill.Apar tment 301 I guess I ’myellow all right. Why should Ifront for that twist?’

‘No reason. You got goodsense. You and me’ll go out and talkto her. All I want is to find out is shedummying up on you, kid. If it’s theway you say it is, everything isjakeloo. You can put the bite on thepeeper and be on your way. No hardfeelings?’

‘No,’ Harry Jones said. ‘Nohard feelings, Canino.’

‘Fine. Let’s dip the bill. Gota glass?’ The purring voice was nowas false as an usherette’s eyelashesand as slippery as a watermelonseed. A drawer was pulled open.Something jarred on wood. A chairsqueaked. A scuffing sound on thefloor. ‘This is bond stuff,’ the purr-

—¿Dónde está Agnes?—Escuche...—¿Dónde está Agnes?Silencio.—Mírala, hombrecito.

No me moví. No llevaba pis-tola. No me hacía falta utilizar larendija de la puerta para saberque era un arma lo que HarryJones tenía que mirar. Pero nocreía que el señor Canino fuesea hacer nada con el arma apartede mostrarla. Esperé.

—La estoy mirando —dijo HarryJones, con voz muy tensa, como si a du-ras penas lograra que le atravesase losdientes—. Y no veo nada que no hayavisto antes. Siga adelante y dispare, a verqué es lo que consigue.

—Un abrigo de los que hacen en Chicago es loque vas a conseguir tú, hombrecito.

Silencio.—¿Dónde está Agnes?

Harry Jones suspiró.—De acuerdo —dijo cansinamente—. Está

en un edificio de apartamentos en el 28 de lacalle Court, Bunker Hill arriba. Apartamento301. Supongo que soy tan cobarde como el quemás. ¿Por qué tendría que hacer de pantallapara esa prójima?

—Ningún motivo. No te falta sen-tido común. Tú y yo vamos a ir a ha-blar con ella. Sólo quiero saber si teestá tomando el pelo, hombrecito. Silas cosas son como dices, todo irásobre ruedas. Puedes echar el anzue-lo para el sabueso y ponerte en cami-no. ¿Sin rencor?

—Claro —dijo Harry Jones—. Sinrencor, Canino.

—Estupendo. Vamos a mojarlo.¿Tienes un vaso? —La voz ronroneanteera ya tan falsa como las pestañas deuna corista y tan resbaladiza como unapipa de sandía. Se oyó tirar de un cajónpara abrirlo. Un roce sobre madera.Chirrió una silla. Arrastraron algo porel suelo—. De la mejor calidad —dijo

—¿Dónde está Agnes?—Oye...—¿Dónde está Agnes?Silencio.—Mira esto, hombrecito.

No me moví. Yo no llevabapistola. No tenía que mirar a tra-vés de la rendija de la puerta parasaber lo que la ronroneante vozinvitaba a Harry Jones a mirar.No creí que Canino hiciera nadacon su pistola, aparte de mostrar-la. Esperé.

—Estoy mirándola —dijo HarryJones. Su voz era tensa, como si ape-nas pudiera pasar de los dientes—, yno veo nada que no haya visto antes.Adelante, dispara y mira a ver quéganas con eso.

—Un «chaleco de Chicago» es loque tú te ganarías, hombrecito.

Silencio.—¿Dónde está Agnes?

Harry suspiró.—¡De acuerdo! —respondió con voz can-

sada—. Está en la calle Court, veintiocho,arriba, en Bunker Hill, apartamento trescien-tos uno. Me imagino que me he puesto com-pletamente amarillo. ¿Por qué he de sacar lacara por esa individua?

—No hay ninguna razón. Tienessentido común. Tú y yo iremos y lehablaremos. Lo que quiero averiguares para qué te está utilizando de se-ñuelo, muchacho. Si es como tú di-ces, todo va estupendamente. Puedesecharle el guante al pendenciero y quete aproveche. ¿En paz y amigos?

—Bien —contestó Harry Jones—. En paz y amigos, Canino.

—Estupendo. Vamos a mojarnos lagarganta. ¿Tienes un vaso por ahí? —La ronroneante voz era falsa como laspestañas de una acomodadora y tanresbaladiza como las semillas de me-lón. Se abrió un cajón. Algo chocócon madera. Una silla chirrió—. Estoes como prueba de amistad —dijo la

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ing voice said.There was a gurgling sound.

‘Moths in your ermine, as theladies say.’

Harry Jones said softly: ‘Suc-cess.’

I heard a short sharpcough. Then a violent retching.There was a small thud on thefloor, as if a thick glass hadfallen. My fingers curledagainst my raincoat.

The purring voice said gently:‘You ain’t sick from just one drink,are you, pal?’

Harry Jones didn’t answer.There was laboured breathing for ashort moment. Then thick silencefolded down. Then a chair scraped.

‘So long, little man,’ said MrCanino.

Steps, a click, the wedge oflight died at my feet, a door openedand closed quietly. The steps faded,leisurely and assured.

I stirred around the edge of thedoor and pulled it wide and looked intoblackness relieved by the dim shine ofa window. The corner of a desk glitteredfaintly. A hunched shape took form ina chair behind it. In the close air therewas a heavy clogged smell, almost aperfume. I went across to the corridorand listened. I heard the distant clangof the elevator.

I found the light switch andlight glowed in a dusty glass bowlhanging from the ceiling by threebrass chains. Harry Jones lookedat me across the desk, his eyeswide open, his face frozen in atight spasm, the skin bluish. Hissmall dark head was tilted to oneside. He sat upright against theback of the chair.

A tramcar bell clanged at analmost infinite distance and thesound came buffeted by innumerablewalls. A brown half-pint of whiskystood on the desk with the cap off.Harry Jones’s glass glinted againsta castor of the desk. The second

la voz ronroneante.Se oyó un gorgoteo.—A la salud de las polillas en la estola

de visón, como dicen las señoras.—Suerte —respondió Harry Jones en

voz baja.Oí una breve tos muy aguda. Luego

violentas arcadas y un impacto de pocaimportancia contra el suelo, como si hu-biera caído un recipiente de cristal grue-so. Los dedos se me agarrotaron sobre elimpermeable.

La voz ronroneante dijo con suavidad:—¿No irás a decir que te ha sentado

mal un solo trago?Harry Jones no contestó. Se oyó una

respiración estertorosa durante algunossegundos. Un denso silencio se apoderóde todo hasta que chirrió una silla.

—Con Dios, hombrecito —dijo el se-ñor Canino.

Pasos, un clic, la cuña de luz desapa-recida a mis pies y una puerta abierta ycerrada en silencio. Los pasos se aleja-ron, sin prisa, seguros de sí.

Abrí por completo la puerta de comu-nicación y contemplé la oscuridad, unpoco menos intensa por el tenue resplan-dor de una ventana. La esquina de unamesa brillaba débilmente. Detrás, en unasilla, tomó forma una silueta encorvada.En el aire inmóvil había un olor denso,pegajoso, que era casi un perfume. Lle-gué hasta el pasillo y escuché. Oí el dis-tante ruido metálico del ascensor.

Encontré el interruptor junto a la puer-ta y brilló la luz en [182] una polvorientapantalla de cristal que colgaba del techopor tres cadenas de latón. Harry Jones memiraba desde el otro lado de la mesa, losojos completamente abiertos, el rostro he-lado en un tenso espasmo, la piel azulada.Tenía la cabeza —pequeña, oscura— tor-cida hacia un lado. Mantenía el tronco er-guido, apoyado en el respaldo de la silla.

La campana de un tranvía resonó a unadistancia casi infinita: un sonido amorti-guado por innumerables paredes. Sobreel escritorio descansaba, destapada, unabotella marrón de cuarto de litro de whis-ky. El vaso de Harry Jones brillaba juntoa una de las patas de la mesa. El segundo

voz ronroneante.Se oyó el ruido de un líquido al verterse.—Polillas en tu armiño, como di-

cen las damas.—Exito —dijo Harry Jones con

voz suave.Oí una tos aguda y corta. Después,

un violento esfuerzo para vomitar.Hubo un pequeño ruido sordo, comosi un cristal grueso hubiese caído. Misdedos se doblaban contra mi imper-meable.

La voz ronroneante dijo tranquilamente:—No estarás enfermo por un solo

trago, ¿eh, amigo?Harry Jones no contestó. Se oyó

una respiración trabajosa. Después,un silencio completo. Una silla arañóel suelo.

—Hasta la vista, hombrecito —dijo Canino.

Pasos. Un ruidito seco. El rayo dela luz murió a mis pies. Una puerta seabrió y se cerró. Los pasos se apaga-ron lentos y seguros.

Abrí la puerta intermedia de paren par y miré en la oscuridad, alivia-da por el débil brillo de una ventana.La esquina de un escritorio tenía unbrillo tenue. Detrás de él se veía unbulto caído en un sillón. En el aireflotaba un fuerte olor empalagoso,acaso un perfume. Fui al pasillo y es-cuché. Oí el ruido lejano de la puertadel ascensor al cerrarse.

Encontré el interruptor de la luz yse encendió una polvorienta lámparade cristal colgada del techo por trescadenas de cobre. Harry Jones memiraba desde el escritorio, con losojos completamente abiertos. Su caracontraída en un fuerte espasmo, la pielazulada. Su cabeza pequeña y oscuraestaba ladeada. Estaba sentado con-tra el respaldo.

La campana de un tranvía sonó a unadistancia casi infinita, y el sonido llegóamortiguado por innumerables paredes.Había en el escritorio media botella dewhisky destapada. El vaso de Harry Jonesbrillaba contra la rueda de una de las pa-tas del escritorio. El segundo vaso había

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glass was gone.I breathed shallowly, from the

top of my lungs, and bent above thebottle. Behind the charred smell of thebourbon another odour lurked, faintly,the odour of bitter almonds. HarryJones dying had vomited on his coat.That made it cyanide.

I walked around him carefullyand lifted a phone book from a hookon the wooden frame of the window.I let i t fall again, reached thetelephone as far as it would go fromthe lit t le dead man. I dialledinformation. The voice answered.

‘Can you give me the phonenumber of Apartment 301, 28 CourtStreet?’

‘One moment, please.’ Thevoice came to me borne on the smellof bitter almonds. A silence. ‘Thenumber is Wentworth 2528. It is listedunder Glendower Apartments.’

I thanked the voice anddialled the number. The bell rangthree times, then the line opened. Aradio blared along the wire and wasmuted. A burly male voice said:‘Hello.’

‘Is Agnes there?’‘No Agnes here, buddy. What

number you want?’‘Wentworth two-five-two-

eight.’‘Right number, wrong gal.

Ain’ t that a shame?’ The voicecackled .

I hung up and reached for thephone book again and looked up theWentworth Apartments. I dialled themanager’s number. I had a blurredvision of Mr Canino driving fastthrough rain to another appointmentwith death.

‘Glendower Apartments. Mr Schiff speaking.’

‘This is Wallis, PoliceIdentification Bureau. Is there a girlnamed Agnes Lozelle registered in your

vaso había desaparecido.Respirando de manera superficial, sólo

con la parte alta de los pulmones, me in-cliné sobre la botella. Detrás del olor awhisky se ocultaba otro, apenas percep-tible, a almendras amargas. Harry Jones,agonizante, había vomitado sobre su cha-queta. Se trataba sin duda de cianuro.

Dila vuelta a su alrededor cuidadosa-mente y retiré el listín de teléfonos de ungancho en el marco de madera de la venta-na. Pero lo dejé caer de nuevo y procedí aapartar el teléfono lo más lejos que pudedel hombrecillo muerto. Marqué infor-mación.

—¿Puede darme el número del apar-tamento 301, en el 28 de la calle Court?—pregunté cuando me respondieron.

—Un momento, por favor. —La vozme llegaba envuelta en el olor a almen-dras amargas. Silencio—. El número esWentworth 2528. En la guía figura comoApartamentos Glendower.

Dilas gracias a mi informadora y mar-qué. El teléfono sonó tres veces y luegoalguien lo descolgó. Una radio atronó lalínea y fue reducida al silencio.

—¿Sí? —preguntó una voz masculinay robusta.

—¿Está Agnes ahí?—Aquí no hay ninguna Agnes, ami-

go. ¿A qué número llama?—Wentworth dos—cinco—dos—

ocho.—Número correcto, chica equivocada.

¿No es una lás t ima? —La vozrió socarronamente.

Colgué, cogí de nuevo la guía de telé-fonos y busqué los ApartamentosWentworth. Marqué el número delencargado. Tenía una imagen borrosa delseñor Canino conduciendo a toda veloci-dad a través de la lluvia hacia otra citacon la muerte.

—Apartamentos Glendower. Schiff al habla.

—Aquí Wallis, del Servicio deIdentificación de la Policía. ¿Vive ensu edificio una joven llamada Agnes

desaparecido.Hice una aspiración poco profunda y

me incliné sobre la botella. A través delolor quemado del aguardiente se perci-bía, débilmente, otro olor, propio de lasalmendras amargas. Mientras agonizaba,Harry Jones había vomitado en su abrigo.Había señales de cianuro.

Anduve con cuidado alrededor de él y le-vanté una guía telefónica que estaba colgadade un gancho en el marco de madera de la ven-tana. La dejé caer nuevamente, alcancé el telé-fono y me lo llevé tan lejos del hombrecitocomo pude. Marqué el número de Información.Una voz contestó.

—¿Puede usted darme el teléfonodel apartamento trescientos uno, ca-lle Court número veintiocho?

—Un momento, por favor.La voz me llegó entre el olor de

almendras amargas. Silencio.—El número es Weritworth, dos, cinco, dos,

ocho. Está en la guía como pisos Glendower.

Di las gracias y marqué el número quese me había indicado. Sonó el timbre tresveces y se estableció la comunicación. Seoyó primero una radio, a toda voz, que fueapagada. Una voz masculina dijo:

—Dígame.

—¿Está Agnes ahí?—No hay ninguna Agnes aquí.

¿Qué número quiere?—Weritworth, dos, cinco, dos,

ocho.—Número exacto, pero muchacha

equivocada. ¿No es una lástima?La voz rió secamente.

Colgué y cogí de nuevo la guía te-lefónica, buscando pisos Glendower.Marqué el número del administrador.Tuve una borrosa visión de Caninoconduciendo a toda velocidad el co-che bajo la lluvia a otra cita con lamuerte.

—Pisos Glendower. Habla Schiff.

—Soy Wallis. Oficina de Identificaciónde la Policía. ¿Tiene usted alguna muchachallamada Agnes Lozelle registrada en ese edi-

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place?’‘Who did you say you were?’I told him again.‘If you’ll give me your num-

ber I’ll‘Cut the comedy,’ I said

sharply, ‘I’m in a hurry. Is there orisn’t there?’

‘No. There isn’t.’ The voicewas as stiff as a breadstick.

‘Is there a tall blonde withgreen eyes registered in the flop?’

‘Say, this isn’t any flop -’

‘Oh, can it, can it!’ I rappedat him in a police voice. ‘You wantme to send the vice squad over thereand shake the joint down? I know allabout Bunker Hill apartment houses,mister. Especially the ones that havephone numbers listed for each apart-ment.’

‘Hey, take it easy, officer. I’llcooperate. There’s a couple ofblondes here, sure. Where isn’t there?I hadn’t noticed their eyes much.Would yours be alone?’

‘Alone, or with a little chapabout five feet three, a hundred andten, sharp black eyes, wears double-breasted dark grey suit and Irishtweed overcoat, grey hat. Myinformation is Apartment 301, but allI get there is the big razzoo.’

‘Oh, she ain’t there. There’sa couple of car salesmen living inthree-o-one.’

‘Thanks, I’ll drop around.’

‘Make it quiet, won’t you?Come to my place, direct?’

‘Much obliged, Mr Schiff.’ Ihung up.

I wiped sweat off my face. Iwalked to the far corner of the officeand stood with my face to the wall,patted it with a hand. I turned aroundslowly and looked across at littleHarry Jones grimacing in his chair.

Lozelle?—¿Quién ha dicho usted que era?Se lo repetí.—Si me dice dónde llamarle, ensegui-

da...—No me haga el numerito —respon-

dí con tono cortanteTengo prisa. ¿Vive ono vive ahí?

—No. No vive aquí. —La voz era tantiesa como un colín.

—¿No vive en ese antro de mala muer-te una rubia alta, de ojos verdes?

—Oiga, esto no es un...

—¡No me dé la matraca! —le reprendícon voz de policía—. ¿Quiere que man-de a la Brigada Antivicio y les den unbuen repaso? Sé todo lo que pasa en lascasas de apartamentos de Bunker Hill,señor mío. Sobre todo las que tienen enla guía un número de teléfono para cadaapartamento.

—Escuche, agente, no es para tanto.Estoy dispuesto a cooperar. Aquí hay unpar de rubias, desde luego. ¿Dónde no?Apenas me he fijado en sus ojos. ¿La suyaestá sola?

—Sola, o con un hombrecillo que nollega al metro sesenta, cincuenta kilos,ojos oscuros penetrantes, traje gris oscu-ro con chaqueta cruzada y un abrigo detweed irlandés, sombrero gris. Según misdatos se trata del apartamento 301, peroallí sólo consigo que se burlen de mí.

—No, no; esa chica no está ahí. En eltres—cero—uno viven unos vendedoresde automóviles.

—Gracias, me daré una vuelta por ahí. [184]

—Venga sin alborotar, ¿me hará el fa-vor? ¿Directamente a mi despacho?

—Muy agradecido, señor Schiff —ledije antes de colgar.

Me sequé el sudor de la frente. Fuihasta la esquina más distante del des-pacho y, con la cara hacia la pared,le di unas palmadas. Luego me volvídespacio y miré a Harry Jones, quehacía muecas en su silla.

ficio?—¿Quién dijo usted?Repetí mi pregunta.—Si me da usted el número, yo

le...—Déjese de comedias —dije con

sequedad—. Tengo prisa. ¿Está o noestá?

—No, no está.La voz era tiesa como un palo.

—¿Hay una rubia alta con ojosverdes registrada en esa posada?

—Oiga, esto no es una posada...

—Déjese de cuentos —dije convoz de policía—. ¿Quiere que mandeuna patrulla de moralidad y que re-vuelva el edificio de arriba abajo? Sétodo lo de las casas de apartamentosde Bunker Hill. Especialmente de lasque tienen en la lista un teléfono encada piso...

—¡Eh, no se ponga así, oficial! Leayudaré. Hay aquí un par de rubias,claro. ¿Dónde no las hay? No me hefijado en los ojos. ¿Vive sola la queusted busca?

—Sola o con un tipo pequeñito de unmetro cincuenta y cincuenta kilos, ojosnegros perspicaces, lleva traje gris de cha-queta cruzada y un abrigo de tweed irlan-dés, sombrero gris. Mi información esapartamento trescientos uno, pero todo loque he obtenido allí ha sido una bromita.

—¡Oh!, allí no está. En el tres-cientos uno viven un par de viajan-tes.

—Gracias. Me dejaré caer por allí.

—Hágalo sin ruido. Venga direc-tamente a mi oficina.

—Muy agradecido, señor Schiff—. Colgué.

Me limpié el sudor del rostro. Me fuial rincón más apartado del despacho y mequedé un momento de cara a la pared.Me volví lentamente y miré hacia el pe-queño Harry Jones, que parecía haberquedado haciendo visajes en su silla.

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‘Well, you fooled him, Harry,’I said out loud, in a voice that soundedqueer to me. ‘You lied to him and youdrank your cyanide like a little gentle-man. You died like a poisoned rat,Harry, but you’re no rat to me.’

I had to search him. It was anasty job. His pockets yielded nothingabout Agnes, nothing that I wanted atall. I didn’t think they would, but Ihad to be sure. Mr Canino might beback. Mr Canino would be the kindof self-confident gentleman whowould not mind returning to the sceneof his crime.

I put the light out and started to openthe door. The phone bell rang jarringly downon the base-board. I listened to it, my jawmuscles drawn into a knot, aching. Then Ishut the door and put the light on again andwent across to it.

‘Yeah?’A woman’s voice. Her voice.

‘Is Harry around?’‘Not for a minute, Agnes.’

She waited a while on that.Then she said slowly: ‘Who’stalking?’

‘Marlowe, the guy that’strouble to you.’

‘Where is he?’ sharply.

‘I came over to give him twohundred bucks in return for certaininformation. The offer holds. I havethe money. Where are you?’

‘Didn’t he tell you?’‘No.’‘Perhaps you’d better ask

him. Where is he?’‘I can’t ask him. Do you know

a man named Canino?’

Her gasp came as clearly asthough she had been beside me.

‘Do you want the two C’s ornot?’ I asked.

‘I - I want it pretty bad, mister.’

‘All right then. Tell me where

—Bien, Harry, conseguiste engañarlo —dije hablando alto, con una voz que me sonóbien extraña—. Le contaste un cuento y te be-biste el cianuro como un perfecto caballero.Has muerto envenenado como una rata, Harry,pero para mí no tienes nada de rata.

Había que registrarle. Una tarea muypoco agradable. Sus bolsillos no me dije-ron nada acerca de Agnes, nada de lo queyo quería. No tenía muchas esperanzas,pero había que asegurarse. Quizá volvie-ra el señor Canino, una persona con elaplomo suficiente para no importarle enlo más mínimo regresar a la escena delcrimen.

Apagué la luz y me dispuse a abrir lapuerta. El timbre del teléfono empezó asonar de manera discordante junto al zó-calo. Lo estuve escuchando, apretando lasmandíbulas hasta que me dolieron. Final-mente cerré la puerta y encendí la luz.

—¿Sí?Una voz de mujer. Su voz.—¿Está Harry ahí?—No en este momento, Agnes.

Eso hizo que tardara un poco en vol-ver a hablar. Luego preguntó despacio:

—¿Con quién hablo?—Marlowe, el tipo que sólo le causa

problemas.—¿Dónde está Harry? —preguntó con voz cortante.

—He venido a darle doscientos dóla-res a cambio de cierta información. Elofrecimiento sigue en pie. Tengo el dine-ro. ¿Dónde está usted?

—¿Harry no se lo ha dicho?—No.—Será mejor que se lo pregunte a él.

¿Dónde está?—No se lo puedo preguntar. ¿Conoce

a un sujeto llamado Canino?

Su exclamación me llegó con tanta cla-ridad como si estuviera a mi lado.

—¿Quiere los dos billetes de cien o no?—le pregunté.

—Me... me hacen muchísima falta.

—Entonces estamos de acuerdo. Dí-

—Bien que le engañaste, Harry —dije en voz alta, con un tono que mesonó raro a mí mismo—. Le mentiste ybebiste tu cianuro como un caballerito.Has muerto como una rata envenena-da, pero para mí no eres una rata.

Tuve que registrarle. Una tarea pocoagradable. Sus bolsillos no me procura-ron ninguna información acerca de Agnes;nada de lo que yo quería. No creía quepudiese encontrarla, pero tenía que estarseguro. Canino podía volver. Debía de serde esa clase de personaje seguro de sí mis-mo a quien no le importa volver al lugardonde ha cometido un crimen.

Apagué la luz y comencé a abrirla puerta. El timbre del teléfono em-pezó a sonar. Me quedé escuchando,los músculos de la mandíbula hechosun nudo, doloridos. Cerré la puerta,encendí de nuevo y fui al teléfono.

—¿Sí?Una voz de mujer. Su voz.—¿Está ahí Harry?—No, no está, Agnes.

Esperó un momento. Por fin, dijodespacio:

—¿Quién habla?—Marlowe, el tipo que le compli-

ca la vida.—¿Dónde está?

—Vine aquí a darle los doscientosbilletes a cambio de cierta informa-ción. La oferta sigue en pie. Tengo eldinero. ¿Dónde está usted?

—¿No se lo dijo él?—No.—Quizá sea mejor que se lo pre-

gunte a él. ¿Dónde está?—No puedo preguntárselo. ¿Cono-

ce a un hombre llamado Canino?

El salto que dio se percibió tan clara-mente como si la hubiera tenido a mi lado.

—¿Quiere usted los doscientos ono? —pregunté.

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to bring it.’‘I - I -’ Her voice trailed off

and came back with a panic rush.‘Where’s Harry?’

‘Got scared and blew. Meetme somewhere - anywhere at all - Ihave the money.’

‘I don’t believe you - aboutHarry. It’s a trap.’

‘Oh stuff. I could have hadHarry hauled in long ago. There isn’tanything to make a trap for. Caninogot a line on Harry somehow and heblew. I want quiet, you want quiet,Harry wants quiet.’ Harry already hadit. Nobody could take it away fromhim. ‘You don’t think I’d stooge forEddie Mars, do you, angel?’

‘No-o, I guess not. Not that.I’ll meet you in half an hour. BesideBullocks Wilshire, the east entranceto the parking lot.’

‘Right,’ I said.

I dropped the phone in itscradle. The wave of almond odourflooded me again, and the sour smellof vomit. The little dead man sat silentin his chair, beyond fear, beyondchange.

I left the office. Nothing movedin the dingy corridor. No pebbled glassdoor had light behind it. I went downthe fire stairs to the second floor andfrom there looked down at the lightedroof of the elevator cage. I pressed thebutton. Slowly the car lurched intomotion*. I ran down the stairs again.The car was above me when I walkedout of the building.

It was raining hard again. Iwalked into it with the heavy dropsslapping my face. When one of themtouched my tongue I knew that mymouth was open and the ache at theside of my jaws told me it was openwide and strained back, mimickingthe rictus of death carved upon theface of Harry Jones.

game dónde tengo que llevarlos.—No..., no... —se le fue la voz y, cuan-

do la recobró, estaba dominada por elpánico—. ¿Dónde está Harry?

—Se asustó y puso pies en polvorosa.Reúnase conmigo en algún sitio..., cual-quier sitio... Tengo el dinero.

—No le creo... lo que me dice de Harry.Es una trampa.

—No diga tonterías. A Harry podría haber-le echado el guante hace mucho tiempo. Nohay ninguna razón para una trampa. Canino seenteró de lo que Harry iba a hacer y su amigosalió por pies. Yo quiero tranquilidad, ustedquiere tranquilidad y lo mismo le pasa a Harry.—Harry la tenía ya. Nadie se la podía quitar—. No irá a creer que hago de soplón para EddieMars, ¿verdad, encanto?

—No..., supongo que no. Eso no. Mereuniré con usted dentro de media hora.Junto a Bullocks Wilshire, en la entradaeste del aparcamiento.

—De acuerdo —dije.

Colgué el teléfono. El olor a almen-dras amargas y el agrio del vómito seapoderaron otra vez de mí. El hombre-cillo muerto seguía silencioso en su si-lla, más allá del miedo, más allá delcambio.

Salí del despacho. Nada se movía enel deprimente corredor. Ninguna puertacon cristal esmerilado estaba iluminada.Bajé por la escalera de incendios hasta elprimer piso y desde allí vi el techo ilumi-nado del ascensor. Apreté el botón. Muydespacio, el aparato se puso en mar-cha______. Corrí de nuevo escaleras[186] abajo. El ascensor estaba por enci-ma de mí cuando salí del edificio.

Seguía lloviendo con fuerza. Al echara andar, gruesas gotas me golpearon lacara. Cuando una de ellas me acertó en lalengua supe que tenía la boca abierta; yel dolor a los lados de la mandíbula medijo que la llevaba bien abierta y tensadahacia atrás, imitando el rictus que la muer-te había esculpido en las facciones deHarry Jones.

________________________—Yo... yo... —la voz se arrastró

un momento y volvió con pánico—.¿Dónde está Harry?

—Se asustó y huyó. Nos encontrare-mos en alguna parte o no nos encontrare-mos en absoluto. Tengo el dinero.

—No creo lo que dice sobre Harry.Es una trampa.

—Tonterías. Podía haber pescadoa Harry hace tiempo. No hay razónpara una trampa. Canino se enteró dealgún modo del juego de Harry y éstehuyó. Yo quiero silencio, usted quie-re silencio y Harry también lo quiere—Harry ya lo tenía, nadie se lo podíaarrebatar—. No creerá que trabajopara Eddie Mars, ¿verdad, preciosa?

—No; creo que no. Eso no. Nosveremos dentro de media hora. Delan-te de Bullocks Wilshire, la entradaeste de la zona de aparcamiento.

—Muy bien —contesté.

Dejé el teléfono en su horquilla. La boca-nada de olor a almendras amargas y el agrioolor a vómito me ahogó de nuevo. Elhombrecito muerto estaba silencioso en su si-lla, más allá del temor, más allá de los cam-bios.

Dejé la oficina. Nada se movió en eldestartalado corredor. Ninguna puertade cristal esmerilado tenía luz tras ella.Bajé al segundo piso por la escalera deincendios y desde allí miré al techo ilu-minado de la caja del ascensor. Oprimíel botón y el ascensor se puso en mar-cha despacio. Bajé corriendo las es-caleras. El ascensor estaba arribacuando salí del edificio.

Llovía fuerte de nuevo. Anduvebajo la lluvia, con la cara azotada porgruesas gotas. Cuando una de ellasalcanzó mi lengua, me di cuenta deque llevaba la boca semiabierta, y eldolor en las mandíbulas me indicó quela llevaba completamente abierta,remedando el rictus de la muerte enel rostro de Harry Jones.

Xdingy dirty-looking, drab, dull-coloured.

X X

* lurch 1 A ) noun sacudida f; tumbo m (nautical) bandazo m to give a lurch dar una sacudida or un tumbo B) intransitive verb[person] tambalearse [vehicle] (continually) dar sacudidas; dartumbos (once) dar una sacudida; dar un tumbo (nautical) dar un bandazo he lurched in/out entró/salió tambaleándose the bus lurched forward el autobús avanzó dando tumbos

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‘Give me the money.’The motor of the grey Plymouth

throbbed under her voice and the rainpounded above it. The violet light at the topof Bullocks greentinged tower was far aboveus, serene and withdrawn from the dark,dripping city. Her black-gloved hand reachedout and I put the bills in it. She bent over tocount them under the dim light of the dash.A bag clicked open, clicked shut. She let aspent breath die on her lips. She leanedtowards me.

‘I’m leaving, copper. I’m on myway. This is a get-away stake and Godhow I need it. What happened to Harry?’

‘I told you he ran away. Caninogot wise to him somehow. Forget Harry.I’ve paid and I want my information.’

‘You’ll get it. Joe and I were outriding Foothill Boulevard Sunday beforelast. It was late and the lights coming upand the usual mess of cars. We passed abrown coupé and I saw the girl who wasdriving it. There was a man beside her, adark short man. The girl was a blonde.I’d seen her before. She was EddieMars’s wife. The guy was Canino. Youwouldn’t forget either of them, if youever saw them. Joe tailed the coupé fromin front. He was good at that. Canino, thewatch-dog, was taking her out for air. Amile or so east of Realito a road turnstowards the foothills. That’s orangecountry to the south but to the north it’sas bare as hell’s back yard and smack upagainst the hills there’s a cyanide plantwhere they make the stuff for fumigation.just off the highway there’s a smallgarage and paint-shop run by a geenamed Art Huck. Hot car drop, likely.There’s a frame house beyond this, andbeyond the house nothing but the foothillsand the bare stone outcrop and the cyanideplant a couple of miles on. That’s the place whereshe’s holed up. They turned off on this road andJoe swung around and went back and we saw thecar turn off the road where the frame house was.We sat there half an hour looking through the carsgoing by. Nobody came back out. When it wasquite dark Joe sneaked up there and took a look.He said there were lights in the house and a radiowas going and just the one car out in front, the

Veintisiete

—Deme el dinero.El motor del Plymouth gris vibraba en contrapunto

con la voz de Agnes. La lluvia golpeaba con fuerza eltecho. La luz violeta, en lo alto de la torre verde deBullocks, quedaba muy por encima de nosotros, sere-na y apartada de la ciudad, oscura y empapada. Agnesextendió una mano enguantada en negro y cuando leentregué los billetes se inclinó para contarlos bajo latenue luz del salpicadero. Su bolso hizo clic al abrirsee inmediatamente volvió a cerrarse. Después dejó queun suspiro se le muriera en los labios antes de inclinar-se hacia mí.

—Me marcho, sabueso. Ya estoy de camino. Me hadado el dinero para irme. Sólo Dios sabe lo mucho que lonecesitaba. ¿Qué le ha pasado a Harry?

—Ya le he dicho que se fue. Canino se enteró,no sé cómo, de lo que se traía entre manos. Olvíde-se de Harry. He pagado y quiero mi información.

—La va a tener. Hace dos domingos Joe y yopaseábamos en coche por Foothill Boulevard. Eratarde, se estaban encendiendo las luces y los co-ches se amontonaban como de costumbre. Adelan-tamos a un cupé marrón y vi quién era la chica quelo conducía. A su lado iba un hombre, un individuobajo y moreno. A la chica, una rubia, la había vistoantes. Era la mujer de Eddie Mars y Canino el tipoque la acompañaba. Tampoco usted se olvidaría deninguno de los dos si los hubiera visto. Joe siguióal cupé precediéndolo. Eso lo sabía hacer bien. Ca-nino, el perro guardián, la había sacado a que lediera el aire. A kilómetro y medio al este de Realito,poco más o menos, una carretera tuerce hacia lasestribaciones de la sierra. Hacia el sur es país denaranjos, pero hacia el norte la tierra está tan yer-ma como el patio trasero del infierno; pegada a lascolinas hay una fábrica de cianuro donde hacen pro-ductos para fumigaciones. Nada más salir de la ca-rretera principal se tropieza uno con un pequeño ga-raje y taller de chapa que lleva un tipo llamado ArtHuck. Probablemente un sitio donde compran co-ches robados. Detrás del garaje hay una casa demadera y más allá de la casa sólo quedan lasestribaciones de la sierra, las rocas que afloran yla fábrica de cianuro tres kilómetros más allá. Ésees el sitio donde la tienen escondida. Canino y lachica se metieron por esa carretera, Joe dio la vuel-ta y vimos cómo se dirigían hacia la casa de made-ra. Nos quedamos allí media hora viendo pasar loscoches. Nadie salió de la casa. Cuando fue com-pletamente de noche Joe se acercó sin ser visto yechó una ojeada. Dijo que había luces y una radioencendida y sólo un coche delante, el cupé. De ma-

XXVII

—Déme el dinero.El motor del Plymouth gris latía bajo

su voz y el ruido de la lluvia golpeaba so-bre ella. La luz violeta de la cúspide de latorre de Bullocks brillaba en todo lo alto,muy por encima de nosotros, serena y ale-jada de la oscura y empapada ciudad. Sacóla mano enguantada de negro y puse en ellalos billetes. Se inclinó a contarlos bajo lamacilenta luz del tablero de instrumentos.Un bolso se abrió y se cerró. Lanzó un sus-piro y se inclinó hacia mí:

—Me marcho, poli. Me pongo en camino. Es-tos son fondos para la huida, y Dios sabe cuántolos necesitaba. ¿Qué le ha ocurrido a Harry?

—Ya le dije que se largó. Canino descu-brió el juego de algún modo. Olvide a Harry.He pagado y quiero mi información.

—La tendrá. El domingo pasado hizo ochodías... Joe y yo estábamos paseando por el bu-levar Foothill. Ya era tarde, se encendían lasluces y había el tráfico acostumbrado. Adelan-tamos un cupé marrón y vi a la chica que lo con-ducía. A su lado iba un hombre bajo y moreno.La muchacha era rubia. Yo la había visto ante-riormente. Era la mujer de Eddie Mars. El fula-no que la acompañaba era Canino. No olvidaríausted a ninguno de los dos si los viera. Joe si-guió al cupé, sabía hacerlo muy bien. Canino,el perro guardián, la sacaba a tomar el aire. Unkilómetro y medio, poco más o menos al estede Realito, una carretera dobla hacia la faldade la colina. El sur es una región de naranja-les , pero el norte es tá todo pelado como elpatio del infierno. Justamente frente a las co-linas hay una fábrica de cianuro, donde ela-boran productos para fumigación. Al lado dela carretera hay un garaje pequeño y t iendade p in turas que d i r ige un t ipo l lamado ArtHuck. Probablemente, los que acaban allí soncoches robados. Hay una casa de madera másallá y detrás de la casa nada más que las coli-nas, las piedras peladas y la fábrica de cia-nuro un poco más allá. En este lugar es dondeestá escondida. Se metieron en esa carretera y Joedio la vuelta, retrocedió y vio cómo el coche semetía en la carretera donde está la casa de madera.Estuvimos allí sentados media hora, observando loscoches que pasaban. Nadie regresó. Cuando oscu-reció lo suficiente, Joe fue allí con cuidado y echóuna ojeada. Dijo que había luz en la casa y que seoía la radio, y que el único coche que había frente a

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coupé. So we beat it.’She stopped talking and I lis-

tened to the swish of tyres onWilshire. I said: ‘They might haveshifted quarters since then but that’swhat you have to sell - that’s what youhave to sell. Sure you knew her?’

‘If you ever see her, you won’tmake a mistake the second time.Good-bye, copper, and wish me luck.I got a raw deal.’

‘Like hell you did,’ I said, andwalked away across the street to my own car.

The grey Plymouth movedforward, gathered speed, and dartedaround the corner on to Sunset Place.The sound of its motor died, and withit blonde Agnes wiped herself off theslate for good, so far as I was concerned.Three men dead, Geiger, Brody, andHarry Jones, and the woman wentriding off in the rain with my twohundred in her bag and not a mark onher. I kicked my starter and drove ondown-town to eat. I ate a good dinner.Forty miles in the rain is a hike, and Ihoped to make it a round trip.

I drove north across the river,on into Pasadena, through Pasadenaand almost at once I was in orangegroves. The tumbling rain was solidwhite spray in the headlights. Thewindshield wiper could hardly keepthe glass clear enough to see through.But not even the drenched darknesscould hide the flawless lines of theorange trees wheeling away likeendless spokes into the night.

Cars passed with a tearinghiss and a wave of dirty spray. Thehighway jerked through a little townthat was all packing houses and sheds,and railway sidings nuzzling them.The groves thinned out and droppedaway to the south and the road climbedand it was cold and to the north theblack foothills crouched closer and senta bitter wind whipping down theirflanks. Then faintly out of the dark twoyellow vapour lights glowed high up inthe air and a neon sign between them

nera que nos marchamos.Agnes dejó de hablar y yo escuché el

rumor de los neumáticos sobre el bulevar.—Puede que se hayan mudado de sitio

mientras tanto —dije—, pero lo que ustedtiene para vender es eso y no hay más. ¿Estásegura de haberla reconocido?

—Si llega a verla tampoco usted seequivocará la segunda vez. Hasta siem-pre, sabueso; deséeme suerte. La vida hasido muy injusta conmigo.

—Y un cuerno —dije antes de cruzarla calle para volver a mi automóvil. [188]

El Plymouth gris se puso en movimiento,fue ganando velocidad, y torció muy deprisapor Sunset Place. Pronto dejó de oírse el ruidodel motor, y con él la rubia Agnes desapareciópara siempre de la escena, al menos por lo quea mí se refería. A pesar de tres muertos —Geiger, Brody y Harry Jones—, la mujer quehabía tenido que ver con los tres se alejaba bajola lluvia con mis doscientos dólares en el bol-so y sin un rasguño. Apreté a fondo el acelera-dor y me dirigí hacia el centro para cenar. Comíbien. Más de sesenta kilómetros bajo la lluviaes toda una excursión y yo esperaba hacer deun tirón el viaje de ida y vuelta.

Me dirigí hacia el norte cruzando el río, lle-gué hasta Pasadena, la atravesé, y casi de in-mediato me encontré entre naranjales. La llu-via incansable era sólido polvo blanco delantede los faros. El limpiaparabrisas apenas eracapaz de mantener el cristal lo bastante limpiopara ver. Pero ni siquiera la oscuridad saturadade agua podía esconder la línea impecable delos naranjos, que se alejaban en la noche gi-rando como una interminable sucesión de ra-dios en una rueda.

Los coches pasaban emitiendo un silbidodesgarrador y lanzando en oleadas agua suciapulverizada. La carretera atravesó un pueblo queera todo fábricas de conservas y cobertizos, ro-deados de instalaciones ferroviarias. Los naranja-les se hicieron más escasos y terminaron por des-aparecer hacia el sur; luego la carretera empezó atrepar y descendió la temperatura; hacia el nortese agazapaban cercanas las oscurasestribaciones de la sierra, y un viento cortantedescendía por sus laderas. Por fin, saliendo de laoscuridad, dos luces amarillas de vapor de sodiobrillaron en lo alto y entre ellas un cartel en neón

ella era el cupé. Así que nos largamos.Dejó de hablar y escuché e l

ruido de los neumáticos en Willshire.—Pueden haber cambiado de cuar-

tel desde entonces —dije—, pero estodo lo que tiene usted que vender.¿Seguro que la reconoció?

—Si alguna vez la ve, no se equi-vocará cuando la vea de nuevo. Adiós,poli, deséeme suerte. Me jugaron unamala pasada.

—¡Que se cree usted eso! —dije, y crucéla calle para meterme en mi coche.

El Plymouth gris se puso en marcha,tomó velocidad y giró hacia Sunset Pla-ce. El sonido del motor se desvaneció ycon él la rubia Agnes desapareció de es-cena, en lo que a mí me tocaba. Tres hom-bres muertos, Geiger, Brody y HarryJones, y la mujer viajaba bajo la lluviacon mis doscientos billetes en el bolso ysin la más mínima señal en ella. Puse micoche en marcha y bajé a la ciudad paracomer. Fue una buena comida. Sesentakilómetros bajo la lluvia es todo un lo-gro, y yo esperaba que fuese viaje de iday vuelta.

Viajé hacia el norte y crucé el río; en-tré en Pasadena, la crucé, y casi inmedia-tamente me encontré entre bosques denaranjos. El batir de la lluvia era una ro-ciada sólida en los faros. El limpiapara-brisas apenas podía conservar el cristalclaro y permitirme ver a través de él. Peroni siquiera la húmeda oscuridad podíaesconder la línea impecable de losnaranjos, perdiéndose en la distanciacomo rayos sin fin en la noche.

Pasaban coches con un chirrido agudo ysalpicando barro. La carretera cruzaba unapequeña ciudad formada en su totalidad porestablecimientos que envasaban conservas ypoblada, también, por cobertizos y vía férreajunto a ellos. Los bosques de naranjos fueronclareando y se quedaron atrás, hacia el sur;la carretera subía. Hacía frío. En direcciónnorte, las negras faldas de las colinas se halla-ban más próximas y enviaban un viento amar-go que les lamía los flancos. Entonces vi brillardébilmente en la oscuridad dos luces amari-llas a bastante altura, y entre ellas un cartel

silbido

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said: ‘Welcome to Realito.’Frame houses were spaced

far back from a wide main street,then a sudden knot of stores, thelights of a drugstore behind foggedglass, the fly-cluster of cars in frontof a movie theatre, a dark bank ona corner with a clock sticking outover the pavement and a group ofpeople standing in the rain lookingat its windows, as if they were somekind of a show. I went on. Emptyfields closed in again.

Fa te s tage-managed thewhole thing. Beyond Realito, justabout a mile beyond, the highwaytook a curve and the rain fooled meand I went too close to the shoulder.My right front tyre let go with anangry hiss. Before I could stop theright rear went with it. I jammed thecar to a stop, half on the pavement,half on the shoulder, got out andflashed a spotlight around. I hadtwo flats and one spare. The flatbutt of a heavy galvanized tackstared at me from the front tyre. Theedge of the pavement was litteredwith them. They had been sweptoff, but not far enough off.

I snapped the flash off andstood there breathing ra in andlooking up a side road at a yellowlight. It seemed to come from askylight. The skylight could belongto a garage, the garage could be runby a man named Art Huck, and therecould be a frame house next doorto it. I tucked my chin down in mycollar and started towards it, thenwent back to unstrap the licenceholder from the steering post andput it in my pocket. I leaned lowerunder the wheel. Behind a weightedflap, directly under my right leg asI sat in the car, there» was a hiddencompartment. There were two gunsin it. One belonged to Eddie Mars’sboy Lanny and one belonged to me.I took Lanny’s. It would have hadmore practice than mine. I stuck itnose down in an inside pocket andstarted up the side road.

que anunciaba: «Bienvenido a Realito».Casas de madera edificadas a considera-

ble distancia de la amplia calle principal, lue-go un inesperado puñado de tiendas, las lu-ces de un drugstore detrás de cristales em-pañados, la acumulación de coches delantede un cine, un banco a oscuras en una esqui-na con un reloj que sobresalía por encimade la acera y un grupo de personas bajo lalluvia que contemplaban sus ventanalescomo si ofrecieran algún espectáculo. Se-guí adelante. Campos vacíos volvieron a do-minar el paisaje.

El destino lo orquestó todo. Más allá deRealito, a menos de dos kilómetros, al des-cribir la carretera una curva, la lluvia me en-gañó y me acerqué demasiado al arcén. Larueda delantera derecha se empezó a des-hinchar con un enojado silbido. Antes deque pudiera detenerme la trasera del mis-mo lado decidió acompañarla. Frené elcoche con fuerza para detenerlo, la mitaden la calzada y la otra mitad en el arcén;me apeé y encendí la linterna. Tenía dospinchazos y un solo neumático de repuesto.La cabeza plana de una recia tachuelagalvanizada me miraba fijamente desde larueda delantera. El límite de la calzada esta-ba sembrado de tachuelas. Las habían apar-tado, pero no lo suficiente.

Apagué la linterna y me quedé allí, tra-gando lluvia, mientras contemplaba, enuna carretera secundaria, una luz amari-lla que parecía proceder de un tragaluz.El tragaluz podía pertenecer a un garaje,el garaje podía estar regentado por un in-dividuo llamado Art Huck y quizá hubie-ra muy cerca una casa de madera. Metí labarbilla en el pecho y eché a andar enaquella dirección, pero regresé para reti-rar el permiso de circulación del árbol delvolante y guardármelo en el bolsillo. Lue-go me agaché aún más por debajo del vo-lante. Detrás de una solapa de cuero, di-rectamente debajo de la portezuela dere-cha cuando me sentaba en el asiento delconductor, había un compartimento ocul-to que contenía dos armas. Una pertene-cía a Lanny, el chico de Eddie Mars, y laotra era mía. Escogí la de Lanny. Hubierasido más práctica que la mía. Con el cañónhacia abajo la metí en un bolsillo interior yempecé a subir por la carretera secundaria.

de neón que decía: Bienvenido a Realito.Había casas de madera a bastante

distancia de la calle principal. De re-pente, un núcleo de comercios; la luzde un drugstore detrás de cristales em-pañados, muchos coches aparcadosfrente a un cine. Un banco oscuro enuna esquina, con un reloj que sobre-salía de la fachada y un grupo de genteparada bajo la lluvia mirando los es-caparates como si fueran un espectá-culo. Seguí mi camino y me encontréde nuevo entre campos vacíos.

El destino lo preparó todo. PasadoRealito, a dos kilómetros de distancia,la carretera tenía una curva y la lluviame engañó, e hizo que me acercase de-masiado a la cuneta. La rueda derechadelantera se salió de la carretera conun chirrido, y, antes de que pudieraparar, la trasera la siguió. Paré en seco,medio en la carretera, medio en la cu-neta. Me apeé e inspeccioné con unalinterna. Tenía dos ruedas pinchadasy sólo una de repuesto. La chata ca-beza de una tachuela me miraba des-de el neumático delantero. El bordede la carretera estaba lleno de ellas.Habían sido barridas, pero no lo sufi-cientemente lejos.

Apagué la linterna y me quedébajo la lluvia mirando hacia un ca-mino lateral donde brillaba una luzamarilla que parecía provenir de untragaluz; éste podía pertenecer a ungaraje y el garaje podía llevarlo unhombre llamado Art Huck, y podíahaber una casa de madera junto aél. Me levanté el cuello del imper-meable y me dirigí hacia allí, perovolví para recoger el permiso, queguardé en mi bolsillo. Me inclinébajo el volante. Detrás de una tram-pilla, exactamente debajo de dondecolocaba mi pierna derecha cuandoiba sentado en el coche, había uncompartimento escondido y, en él,dos pistolas. Una era de Lanny, elmuchacho de la pandilla de EddieMars, y la otra me pertenecía. Cogíla de Lanny, pues estaría más fogueadaque la mía. Me la metí en el bolsillo yme dirigí al camino lateral.

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The garage was a hundredyards from the highway. It showed thehighway a blank side wall. I played theflash on it quickly. ‘Art Huck - MotorRepairs and Painting.’ I chuckled, thenHarry Jones’s face rose up in front ofme, and I stopped chuckling. The ga-rage doors were shut, but there was anedge of light under them and a threadof light where the halves met. I wenton past. The frame house was there,light in two front windows, shadesdown. It was set well back from theroad, behind a thin clump of trees. Acar stood on the gravel drive in front.It was dark, indistinct, but it wouldbe a brown coupé and it would be-long to Mr Canino. It squatted therepeacefully in front of the narrowwooden porch.

He would let her take it outfor a spin once in a while, and sitbeside her, probably with a gun handy.The girl Rusty Regan ought to havemarried, that Eddie Mars couldn’tkeep, the girl that hadn’t run awaywith Regan. Nice Mr Canino.

I trudged back to the garage andbanged on the wooden door with the butt ofmy flash. There was a hung instant ofsilence, as heavy as thunder. The lightinside went out. I stood there grinningand licking the rain off my lip. I clickedthe spot on the middle of the doors. Igrinned at the circle of white. I waswhere I wanted to be.

A voice spoke throughthe door, a surly voice: ‘Whatyou want?’

‘Open up. I’ve got two flatsback on the highway and only onespare. I need help.’

‘Sorry, mister. We’reclosed up. Realito’s a mile west.Better try there.’

I didn’t like that. I kicked thedoor hard. I kept on kicking it.Another voice made itself heard, apurring voice, like a small dynamobehind a wall. I liked this voice. It said:

El garaje se hallaba a unos cien metros dela vía principal, dirección en la que sólo mos-traba una pared lateral ciega. La recorrí rápi-damente con la linterna: « Art Huck — Re-paración de motores y pintura». Reí entredientes; luego el rostro de [190] Harry Jonesse alzó delante de mí y dejé inmediatamentede reír. Las puertas del garaje estaban cerra-das, pero rayos de luz se filtraban por debajoy también en el lugar donde las dos hojas seunían. Seguí adelante. La casa de madera —luz en dos ventanas de la fachada y persianasechadas— estaba a considerable distancia dela carretera, detrás de un reducido grupo deárboles. Delante, en el camino de grava, ha-bía un automóvil aparcado. Dada la oscuri-dad era difícil reconocerlo, pero se trataba sinduda del cupé marrón propiedad del señorCanino, descansando pacíficamente delantedel estrecho porche de madera.

El señor Canino dejaría que la chica lo utiliza-se para dar una vuelta de cuando en cuando; él sesentaría junto a la chica, probablemente con una pis-tola a mano. La chica con la que Rusty Regan deberíahaberse casado, la que Eddie Mars no había sidocapaz de conservar, la chica que no se había esca-pado con Regan. Encantador señor Canino.

Regresé como pude al garaje y golpeéla puerta de madera con el extremo de milinterna. Se produjo un prolongado instante desilencio, tan ominoso como un trueno. La luz de den-tro se apagó. Me quedé allí, sonriendo y apartandocon la lengua la lluvia que me caía encima del labiosuperior. Dirigí la luz de la linterna al centro de laspuertas. Sonreí al ver el círculo blanco que acababade crear. Estaba donde quería estar.

Una voz habló a través de la puerta,una voz malhumorada:

—¿Qué es lo que quiere?

—Abran. Me he quedado tirado en lacarretera con dos pinchazos y sólo unarueda de repuesto. Necesito ayuda.

—Lo siento, caballero. Estamos cerrados.Realito queda a kilómetro y medio hacia eleste. Será mejor que lo intente allí.

Aquello no me gustó. Me dediqué a dar vio-lentas patadas a la puerta. Y seguí haciéndolodurante un rato. Otra voz se hizo oír, una vozronroneante, como una dinamo pequeña detrásde una pared. La segunda voz sí me gustó.

El garaje estaba a unos cien metros dela carretera. Mostraba una pared desnudadel lado de la carretera. Pasé rápidamentemi linterna sobre ella y pude leer: Art Huck— Reparaciones y pintura de coches. Lan-cé una risita ahogada, pero ante el recuer-do de la cara de Harry Jones dejé de reír.Las puertas del garaje estaban cerradas,pero se veía un ribete de luz por debajode ellas y por las junturas de las puertas.Pasé el garaje. La casa de madera estabaallí, con luz en dos ventanas y las persia-nas bajadas a medias. Estaba muy alejadade la carretera, tras un pequeño grupo deárboles. Delante, en el sendero de arena,había un coche. Estaba oscuro y no se lodistinguía bien, pero sería un cupé marróny pertenecería a Canino. Estaba allí, plá-cidamente situado frente al estrecho por-tal de madera.

Dejaría que ella lo cogiera para dar una vueltade vez en cuando y se sentaría a su lado, probable-mente con una pistola al alcance de la mano. Lamuchacha con la que Rusty Regan debía habersecasado, la que Eddie Mars no había podido conser-var, la joven que no se había escapado con Regan.Muy bonito, señor Canino.

Volví al garaje y llamé a la puertade madera con el cabo de la linterna.Hubo un momento de silencio, pesa-do como el trueno. La luz del interiorse apagó. Me quedé allí, sonriendo yquitándome con la lengua la lluvia delos labios. Contemplé el círculo blan-co de la luz de la linterna. Al fin esta-ba donde quería estar.

Una voz me habló a través de lapuerta, una voz áspera.

—¿Qué desea?

—Abra. Se me han pinchado dosruedas ahí, en la carretera, y sólo ten-go una de recambio. Necesito ayuda.

—Lo siento. Ya hemos cerrado.Realito está a un kilómetro al oeste.Mejor es que pruebe allí.

Eso no me gustó. Empecé a dar pa-tadas a la puerta. Segui golpeando.Sonó otra voz, una voz ronroneantecomo una pequeña dinamo detrás deuna pared. Me gustó esa voz. Decía:

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‘A wise guy, huh? Open up, Art.’A bolt squealed and half of the

door bent inward. My flash burnedbriefly on a gaunt face. Then some-thing that glittered swept down andknocked the flash out of my hand. Agun had peeked at me. I dropped lowwhere the flash burned on the wetground and picked it up.

The surly voice said: ‘Killthat spot, bo. Folks get hurt that way.’

I snapped the flash off andstraightened. Light went on inside thegarage, outlined a tall man in overalls.He backed away from the open doorand kept a gun levelled at me.

‘Step inside and shut the door,stranger. We’ll see what we can do.’

I stepped inside, and shut thedoor behind my back. I looked at thegaunt man, but not at the other manwho was shadowy over by aworkbench, silent. The breath of thegarage was sweet and sinister with thesmell of hot pyroxylin paint.

‘Ain’t you got no sense?’ thegaunt man chided me. ‘A bank jobwas pulled at Realito this noon.’

‘Pardon,’ I said, rememberingthe people staring at the bank in therain. ‘I didn’t pull it. I’m a strangerhere.’

‘Well, there was,’ he saidmorosely. ‘Some say it was a couplepunk kids and they got ‘em corneredback here in the hills.’

‘ I t ’s a n ice n ight forhiding,’ I said. ‘I suppose theythrew tacks out. I got some ofthem. I thought you just neededthe business.’

‘You didn’t ever get sockedi n t h e k i s s e r , d i d y o u ? ’ t h egaunt man asked me briefly.

‘Not by anybody yourweight.’

—Un tipo que se las sabe todas, ¿eh? —dijo—. Abre, Art.Chilló un pestillo y la mitad de la puerta

se dobló hacia dentro. Mi linterna ilumi-nó brevemente un rostro descarnado. Lue-go cayó un objeto que brillaba, quitándo-mela linterna de la mano. Alguien me te-nía encañonado con una pistola. Me aga-ché hasta donde la linterna seguía brillan-do sobre la tierra húmeda y la recogí.

—Fuera esa luz, jefe —dijo la voz malhumorada—. Aveces la gente se puede hacer daño si no tiene cuidado.

Apagué la linterna y recuperé la verti-cal. Dentro del garaje se encendió una luz,recortando la figura de un individuo alto, ves-tido con mono, que se alejó de la puerta abiertay siguió apuntándome con la pistola.

—Pase y cierre la puerta, forastero. Ve-remos lo que se puede hacer.

Entré en el garaje y cerré la puerta.Miré al tipo del rostro demacrado, perono al otro, que permanecía silencioso enla sombra, junto a un banco de trabajo.El aliento del garaje resultaba dulce y si-niestro al mismo tiempo por el olor a pin-tura caliente con piroxilina.

—¿Ha perdido la cabeza? —me riñóel individuo demacrado—. Hoy al medio-día han atracado un banco en Realito.

—Lo siento —dije, recordando al gru-po que contemplaba bajo la lluvia los es-caparates de un banco—. No he sido yo.Voy de paso.

—Pues sí, eso es lo que ha sucedido —dijo miinterlocutor, con aire taciturno—. Hay quien diceque no eran más que un par de gamberros y que lostienen acorralados en las colinas por aquí cerca.

—Buena noche para esconderse —dije—. Supongo que han sido ellos losque han esparcido las tachuelas. A mí mehan tocado algunas. Pensé que a usted nole vendría mal un poco de trabajo.

—Nunca le han partido la cara, ¿noes cierto? —me preguntó sin más rodeosel tipo demacrado.

—De su peso, nadie, desde luego.[192]

—Un tipo listo, ¿eh? Abre, Art.Sonó un cerrojo y la puerta se abrió

hacia adentro. Mi linterna iluminó duran-te un segundo un rostro sombrío. Enton-ces, algo que brillaba pasó rápidamente ygolpeó la linterna que se me escapó de lamano. Una pistola me estaba apuntando.Me agaché y recogí la linterna, que se-guía iluminando en el húmedo suelo.

La voz áspera dijo:—Apague eso. Hace daño.

Apagué la linterna y me levanté.La luz se encendió dentro del garajey pude distinguir a un hombre vestido conun mono. Se apartó para que entrase ysiguió apuntándome con la pistola.

—Entre y cierre la puerta, foras-tero. Veremos lo que podemos hacer.

Entré y cerré la puerta a mi espal-da. Miré al hombre sombrío, pero noal otro, pues no se le distinguía bien;estaba recostado en un banco de ta-ller, silencioso. El aire del garaje erasuave y siniestro debido al olor a pin-tura de piroxilina caliente.

—Pero ¿se ha vuelto loco? —me re-prochó el hombre sombrío—; han limpia-do un banco en Realito hoy al mediodía.

—Perdone —dije, recordando a lagente que miraba al banco bajo la llu-via—, yo no lo limpié. Soy forasteroaquí.

—Bien, pues lo hicieron —dijomalhumorado—; algunos dicen quefueron un par de mataperros y que lostienen acorralados aquí, en las colinas.

—Es una noche estupenda para es-conderse —dije—, supongo que des-parramaron tachuelas ustedes y hepescado algunas. Creí que necesita-ban hacer negocio.

—¿Le han dado alguna vez un pu-ñetazo en la jeta? —preguntó seca-mente el hombre sombrío.

—De su peso, nadie.

peek v.intr. (usu. foll. by in, out, at) look quickly or slyly; peep; looked furtively, mirar a hurtadillas, echar miraditas. n. a quick or sly look

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The purring voice from overin the shadows said: ‘Cut out theheavy menace, Art. This guy’s in ajam. You run a garage, don’t you?’

‘Thanks,’ I said, and didn’tlook at him even then.

‘Okey, okey,’ the man in theoveralls grumbled. He tucked hisgun through a flap in his clothes andbit a knuckle, staring at me moodilyover it. The smell of the pyroxylinpaint was as sickening as ether.Over in the corner, under a droplight, there was a big new-lookingsedan with a paint gun lying on itsfender.

I looked at the man by theworkbench now. He was short andthick-bodied with strong shoulders.He had a cool face and cool dark eyes.He wore a belted brown suèderaincoat that was heavily spotted withrain. His brown hat was til tedrakishly. He leaned his back againstthe workbench and looked me overwithout haste, without interest, as ifhe was looking at a slab of cold meat.Perhaps he thought of people thatway.

He moved his dark eyes upand down slowly and then glanced athis finger-nails one by one, holdingthem up against the light and studyingthem with care, as Hollywood hastaught it should be done. He spokearound a cigarette.

‘Got two flats, huh? That’stough. They swept them tacks, Ithought.’

‘I skidded a little on the curve.’‘Stranger in town you said?’‘Travelling through. On the

way to L.A. How far is it?’‘Forty miles. Seems longer

this weather. Where from, stranger?’‘Santa Rosa.’‘Come the long way, eh?

Tahoe and Lone Pine?’‘Not Tahoe. Reno and Carson City.’‘Still the long way.’ A fleet-

—Deja de amenazar, Art —intervinola voz ronroneante desde la sombra—.Este señor está en un aprieto. Lo tuyo sonlos coches, ¿no es cierto?

—Gracias —dije, y ni siquiera enton-ces lo miré.

—De acuerdo —refunfuñó el delmono. Se guardó la pistola entre la ropa yprocedió a morderse un nudillo, sin dejarde mirarme con gesto malhumorado. Elolor a pintura con piroxilina resultaba tanmareante como el éter. En una esquina, bajouna luz colgada del techo, había un sedán degrandes dimensiones y aspecto nuevo; so-bre el guardabarros delantero descansaba unapistola para aplicar pintura.

Miré al individuo junto al banco detrabajo. Era bajo, robusto y de hombrospoderosos. Tenía un rostro impasible yfríos ojos oscuros. Vestía un impermea-ble marrón de ante —sujeto por un cin-turón— con signos evidentes de haber-se mojado. El sombrero marrón lo lle-vaba inclinado con desenvoltura. Apo-yó la espalda en el banco de trabajo yme examinó sin prisa, sin interés, comosi estuviera viendo un trozo de carneya frío. Quizá era ésa su opinión de lagente.

Movió los ojos arriba y abajo lenta-mente y luego se examinó las uñas de losdedos una a una, colocándolas a contra-luz y estudiándolas con cuidado, comoHollywood ha enseñado que se debe ha-cer. No se quitó el cigarrillo de la bocapara hablar.

—Dos pinchazos, ¿no es eso? Malasuerte. Creía que habían barrido las ta-chuelas.

—Derrapé un poco en la curva.—¿Forastero?—Voy de paso. Camino de Los Ánge-

les. ¿Me queda mucho?—Sesenta kilómetros. Se le harán más largos

con este tiempo. ¿De dónde viene, forastero?—Santa Rosa.—Dando un rodeo, ¿eh? ¿Tahoe y

Lone Pine?—Tahoe no. Reno y Carson City.—Dando un rodeo de todos modos. —

De las sombras llegó la vozronroneante.

—Corta las amenazas, Art. Este tipo estáen un apuro. Tú tienes un garaje, ¿no?

—Gracias —dije y ni siquiera miréhacia él.

—¡De acuerdo, de acuerdo! —gru-ñó el hombre del mono. Se guardó lapistola por una abertura de su ropa yse mordió un nudillo, mirándome pen-sativo. El olor a pintura de piroxilinaera tan mareante como el éter. En unrincón, bajo una lámpara colgante, ha-bía un sedán enorme que parecía nue-vo y en cuyo estribo se veía una pis-tola de pintor.

Miré entonces al hombre que es-taba junto al banco de trabajo. Erabajo y fuerte, de hombros anchos.Tenía un rostro frío y ojos oscuros yfríos también. Llevaba un abrigo decuero marrón con cinturón, muy man-chado por la lluvia. Su sombrero, tam-bién marrón, iba ladeado airosamente.Recostó su espalda en el banco y memiró de arriba abajo, sin prisa, sininterés, como si estuviera mirando untrozo de carne fría. Quizá ese era elconcepto que le merecía la gente.

Movió sus ojos oscurosdisplicentemente, con lentitud, y semiró las uñas, una por una, levan-tándolas a la luz con cuidado, comoHollywood ha enseñado que debe ha-cerse. Habló sin quitarse el cigarrillode la boca.

—Dos ruedas pinchadas, ¿eh? Esoes malo. Me parece que echaron ta-chuelas.

—Patiné un poco en la curva.—¿Dijo que era forastero?—Voy de paso. De camino a Los

Ángeles. ¿A qué distancia está?—A sesenta kilómetros. Con este tiempo pare-

ce estar más lejos. ¿De dónde viene, forastero?—De Santa Rosa.—Viene por el camino más largo,

¿eh? ¿Tahoe y Lone Pine?—No, Reno y Carson City.—También es un camino largo—.

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ing smile curved his lips.‘Any law against it?, I asked

him.

‘Hub? No, sure not. Guessyou think we’re nosey. just on accountof that heist back there. Take a jackand get his flats, Art.’

‘I’m busy,’ the gaunt mangrowled. ‘I’ve got work to do. I gotthis spray job. And it’s raining, youmight have noticed.’

The man in brown saidpleasantly: ‘Too damp for a goodspray job, Art. Get moving.’

I said: ‘They’re front and rear,on the right side. You could use thespare for one spot, if you’re busy.’

‘Take two jacks, Art,’ thebrown man said.

‘Now, listen -’ Art began to bluster.

T h e b r o w n m a n m o v e dhis eyes , looked a t Ar t wi th as o f t q u i e t e y e d s t a r e , l o w e r e dt h e m a g a i n a l m o s t s h y l y. H edidn’ t speak. Art rocked as i f agust of wind had hit him. He stampedover to the corner and put a rubbercoat over his overalls, a sou’westeron his head. He grabbed a socketwrench and a hand jack and wheeleda dolly jack over to the doors.

He went out silently, leavingthe door yawning. The rain blusteredin. The man in brown strolled overand shut it and strolled back to theworkbench and put his hips exactlywhere they had been before. I couldhave taken him then. We were alone.He didn’t know who I was. He lookedat me lightly and threw his cigaretteon the cement floor and stamped onit without looking down.

‘I bet you could use a drink,’he said. ‘Wet the inside and even up.’He reached a bottle from theworkbench behind him and set it onthe edge and set two glasses besideit. He poured a stiff jolt into each and

Una fugaz sonrisa le curvó los labios.—¿Alguna ley en contra? —le pregun-

té.

—¿Cómo? No, claro que no. Supongoque le parecemos entrometidos. Pero es acausa del atraco. Coge un gato y ocúpatede los pinchazos, Art.

—Estoy ocupado —gruñó el delmono—. Tengo trabajo que hacer. Pintarese coche. Y además está lloviendo, nosé si te has dado cuenta.

—Demasiada humedad para trabajar biencon la pintura —dijo con tono jovial el indi-viduo vestido de marrón—. Muévete, Art.

—Son las dos ruedas de la derecha, delantey detrás. Podría usar la rueda de repuesto parauno de los cambios si está muy ocupado.

—Llévate dos gatos, Art —dijo elhombre de marrón.

—Escucha... —Art adoptó un tono bravucón.

El tipo de marrón movió los ojos, miróa Art con una suave mirada tranquila yluego volvió a bajar los ojos casi con ti-midez. No llegó a hablar. Art se estreme-ció como si lo hubiera zarandeado unaráfaga de viento. Fue hasta el rincón pi-sando con fuerza, se puso un abrigo decaucho sobre el mono y un sueste en lacabeza. Agarró una llave de tubo y un gatode mano y empujó otro sobre ruedas has-ta la puerta.

Salió en silencio, dejando la puerta en-treabierta. La lluvia empezó a metersedentro y el individuo de marrón la cerró,regresó junto al banco de trabajo y pusolas caderas exactamente en el mismo si-tio donde habían estado antes. Podría ha-berme hecho con él entonces. Estábamossolos. Canino no sabía quién era yo. Memiró despreocupadamente, tiró el pitillosobre el suelo de cemento y lo aplastó sinmirar.

—Seguro que no le vendría mal un tra-go —dijo—. Mojar el interior e igualarlas cosas un poco. —Alcanzó una botellaque estaba tras él en el banco de trabajo,la colocó cerca del borde y puso dos va-sos al lado. Sirvió una respetable canti-

Una sonrisa fugaz curvó sus labios.—¿Alguna ley que lo prohíba? —

pregunté.

—¿Eh? No, claro que no. Seguro queusted cree que somos curiosos. Es sola-mente para tranquilizar a Art. Coge un gatoy trae las ruedas pinchadas, Art.

—Estoy ocupado —gruñó el hom-bre sombrío—. Tengo trabajo que ha-cer. Tengo que pintar este coche y estálloviendo, como habrás notado.

El hombre del abrigo marrón dijo con naturalidad:—Demasiada humedad para hacer un

buen trabajo de pintura, Art. marcha.

—Son las ruedas delantera y trasera dellado derecho —dije—. Puede utilizar la de re-puesto para una de ellas si tiene prisa.

—Coge dos gatos, Art —dijo elhombre de marrón.

—Oye... —empezó a bramar Art.

El hombre del abrigo marrón mo-vió los ojos, miró a Art con miradasuave y tranquila y los bajó casi contimidez. No habló. Art se estremeciócomo si le hubiera golpeado una rá-faga de aire. Fue rápidamente a unrincón y se puso un impermeable degoma encima del mono y un suéter enla cabeza. Cogió una llave inglesa yun gato de mano y arrastró otro ro-dando hacia las puertas.

Se marchó silenciosamente y dejólas puertas abiertas. La lluvia salpi-caba hacia dentro. El hombre del abri-go marrón fue hacia ellas, las cerró,volvió al banco y apoyó las caderasexactamente en el sitio donde las te-nía antes. Podía haberlo liquidadoentonces. Estábamos solos. No sabíaquién era. Me miró por encima y arro-jó el cigarrillo al suelo, pisándolo sinmirar.

—Apuesto a que le gustaría un tra-go —dijo— para remojar el interiory ponerse a tono—. Alcanzó una bo-tella que había en el banco y la pusoen el borde, colocando dos vasos jun-to a ella. Echó un buen chorro en cada

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held one out.

Walking like a dummy I wentover and took it. The memory of therain was still cold on my face. Thesmell of hot paint drugged the closeair of the garage.

‘That Art,’ the brown mansaid. ‘He’s like all mechanics. Alwaysgot his face in a job he ought to havedone last week. Business trip?’

I sniffed my drink delicately.It had the right smell. I watched himdrink some of his before I swallowedmine. I rolled it around on my tongue.There was no cyanide in it. I emptiedthe little glass and put it down besidehim and moved away.

‘Partly,’ I said. I walkedover to the half-painted sedanwith the big metal paint gunlying along its fender. The rainhit the flat roof hard. Art wasout in it, cursing.

The brown man looked at thebig car. ‘Just a panel job, to startwith,’ he said casually, his purringvoice still softer from the drink. ‘Butthe guy had dough and his driverneeded a few bucks. You know theracket.’

I said: ‘There’s only onethat’s older.’ My lips felt dry. Ididn’t want to talk. I lit a cigarette.I wanted my tyres fixed. Theminutes passed on tiptoe. Thebrown man and I were two strang-ers chancemet, looking at eachother across a little dead mannamed Harry Jones. Only thebrown man didn’t know that yet.

Feet crunched outside and thedoor was pushed open. The light hitpencils of rain and made silver wiresof them. Art trundled* two muddyflats in sullenly, kicked the door shut,let one of the flats fall over on its side.He looked at me savagely.

‘You sure pick spots for a jack

dad en ambos y me ofreció uno. [194]

Caminando como un sonámbulo meacerqué y acepté el whisky. El recuerdode la lluvia aún me enfriaba el rostro. Elolor a pintura caliente dominaba el aireinmóvil del garaje.

—Ese Art —dijo el hombre de marrón—. To-dos los mecánicos son iguales. Siempre agobiadopor un encargo que tendría que haber acabado lasemana pasada. ¿Viaje de negocios?

Olí con cuidado el vaso. El aromaera normal. Esperé a que mi interlo-cutor bebiera del suyo antes de tomarel primer sorbo. Me paseé el whiskypor la boca. No contenía cianuro.Vacié el vasito, lo dejé sobre el bancoy me alejé.

—En parte —dije. Me llegué hasta elsedán pintado a medias, con la voluminosapistola descansando sobre el guardabarros.La lluvia golpeaba con violencia el tejadoplano del garaje. Art la padecía en el exte-rior, sin duda lanzando maldiciones.

El individuo de marrón contempló el automóvil.—En principio sólo había que pintar

un trozo —dijo con desenvoltura, la vozronroneante suavizada aún más por la be-bida—. Pero el dueño es un tipo con di-nero y el chófer necesitaba unos pavos.Ya conoce el tinglado.

—Sólo hay uno más antiguo —dije.Tenía los labios secos. No deseaba ha-blar. Encendí un cigarrillo. Quería que mearreglaran los neumáticos. Los minutospasaron de puntillas. El individuo de ma-rrón y yo éramos dos desconocidos quese habían encontrado por casualidad y quese miraban por encima de un hombreci-llo muerto llamado Harry Jones. Si bienel de marrón no lo sabía aún.

Se oyó el crujido de unos pasos fuera y lapuerta se abrió. La luz iluminó hilos de llu-via t ransformándolos en a lambres de p la ta .Ar t m e t i ó malhumoradamente dentro del gara-je dos ruedas embarradas, cerró la puerta de unapatada y dejó que uno de los neumáticos pincha-dos cayera de lado. Me miró con ferocidad.

—Elige bien los sitios para mantener

uno y me tendió uno de los vasos.

Andando como un autómata, fuihacia él y lo cogí. El recuerdo de lalluvia estaba aún en mi rostro frío. Elolor a pintura caliente llenaba el ga-raje.

—Ese Art —dijo— es como todoslos mecánicos. Siempre está hacien-do algo que debía haber hecho la se-mana pasada. ¿Viaje de negocios?

Olfateé con disimulo mi vaso. Te-nía el olor adecuado. Esperé a que élbebiese antes de hacerlo yo. Retuveel licor un momento en la boca antesde tragarlo. No había cianuro en él.Vacié el vaso, lo dejé en el banco yme alejé un poco.

—En parte —dije.Fui hacia el sedán medio pintado,

con la gran pistola de pintor en el es-tribo. La lluvia golpeaba con fuerzael tejado. Art estaba fuera, soltandomaldiciones.

El hombre del abrigo marrón miró el coche.—Un simple trabajo de paneles para

empezar —dijo sin entusiasmo. Su vozronroneante había sonado aún más suavea causa de la bebida—. Pero el fulano tie-ne dinero y su conductor necesita unoscuantos billetes. Ya conoce el negocio.

—Sólo hay uno que sea más anti-guo —comenté.

Mis labios estaban resecos. No quería hablar.Encendí un cigarrillo. Quería mis neumáticos arre-glados. Los minutos transcurrían lentamente. Elhombre del abrigo marrón y yo éramos dos extrañosque se habían encontrado por casualidad y que se mi-raban por encima del cadáver de un hombrecillo muer-to llamado Harry Jones. Sólo que el hombre del abrigomarrón no estaba todavía enterado de ello.

Se oyeron pasos afuera y la puertase abrió. La luz hirió los hilos de llu-via que parecían alambres de plata.Art arrastró _________ dos ruedasllenas de fango, cerró la puerta de unapatada y las dejó caer en el suelo. Meechó una mirada salvaje.

—¡Pues sí que escoge sitios para

* trundle empujar, rodar 1 a : to propel by causing to rotate : ROLL b archaic : to cause to revolve : SPIN 2 : to transport in or as if in awheeled vehicle : HAUL, WHEEL intransitive senses 1 : to progress by revolving 2 : to move on or as if on wheels : ROLL

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to stand on,’ he snarled.The brown man laughed and

took a rolled cylinder of nickels outof his pocket and tossed it up anddown on the palm of his hand.

‘Don’t crab so much,’ he saiddryly. ‘Fix those flats.’

‘I’m fixin’ them, ain’t I?’‘Well, don’t make a song about it.’

‘Yah!’ Art peeled his rubber coat andsou’wester off and threw them away from him.He heaved one tyre up on a spreader andtore the rim loose viciously. He had thetube out and cold-patched in nothingflat. Still scowling, he strode over tothe wall beside me and grabbed an airhose, put enough air into the tube togive it body and let the nozzle of theair hose smack against the white-washed wall.

I s tood wa tch ing the ro l l o fwrapped coins dance in Canino’s hand.The moment of crouched intensity had leftme. I turned my head and watched thegaunt mechanic beside me toss the air-st iffened tube up and catch i t with hishands wide, one on each side of the tube.He looked it over sourly, glanced at a biggalvanized tub of dirty water in the cornerand grunted.

The teamwork must havebeen very nice. I saw no signal, noglance of meaning, no gesture thatmight have a special import. Thegaunt man had the stiffened tube highin the air, staring at it. He half turnedhis body, took one long quick step,and slammed it down over my headand shoulders, a perfect ringer.

He jumped behind me and leanedhard on the rubber. His weight dragged onmy chest, pinned my upper arms tight to mysides. I could move my hands, but I couldn’treach the gun in my pocket.

The brown man came almostdancing towards me across the floor. Hishand tightened over the roll of nickels.He came up to me without sound, withoutexpression, I bent forward and tried toheave Art off his feet.

derecho un gato —rugió.El de marrón se echó a reír, se sacó del

bolsillo un cilindro de monedas envuel-tas en papel y empezó a tirarlo al aire conla palma de la mano.

—No rezongues tanto —dijo con se-quedad—. Arregla esos pinchazos.

—¿No es eso lo que estoy haciendo?—Bien, pero no le eches tanto teatro.

—¡Claro! —Art se quitó el impermeable decaucho y el sueste y los tiró lejos. Levantó uno delos neumáticos hasta colocarlo sobre un separadory soltó el borde con extraordinaria violencia. Lue-go sacó la cámara y le puso un parche en un ins-tante. Todavía con cara de pocos amigos, se acer-có a la pared más cercana a donde yo estaba, echómano del tubo del aire comprimido, puso en lacámara el suficiente para que adquiriese cuerpo ydejó que la boquilla del aire fuera a estrellarse con-tra la pared encalada.

Yo estaba viendo cómo el rollo de monedasenvueltas en papel bailaba en la mano de Canino.El momento de tensión expectante había pasadoya para mí. Volví la cabeza y contemplé como elmecánico, a mi lado, lanzaba al aire la cámara hin-chada y la recogía con las manos bien abiertas,una a cada lado de la cámara. La contemplómalhumoradamente, miró hacia un gran barreñode hierro galvanizado lleno de agua sucia y situa-do en un rincón y dejó escapar un gruñido.

El trabajo en equipo fue, sin duda, ex-celente. No advertí ninguna señal, ni mi-rada significativa, ni gesto de especialtrascendencia. Art tenía la cámara hincha-da por encima de la cabeza y la estabamirando. Giró a medias el cuerpo, dio unazancada con rapidez, y me embutió lacámara sobre la cabeza y los hombros,un acierto total en el juego del herrón.

Luego saltó detrás de mí y tiró con fuer-za de la goma, presionándome el pecho ysujetándome los brazos a los costados.Podía mover las manos, pero no alcanzarla pistola que llevaba en el bolsillo. [196]

Canino se acercó casi con paso de bai-larín. Su mano se tensó sobre el rollo demonedas. Vino hacia mí sin ruido algunoy también sin expresión en el rostro. Meincliné hacia adelante, tratando de levan-tar a Art del suelo.

pinchar las ruedas! —rugió.El hombre de marrón se echó a

reír y sacó de su bolsillo un mo-nedero y empezó a jugar con él enla mano.

—No gruñas tanto —dijo secamen-te— y arregla esas ruedas.

—Estoy arreglándolas, ¿no?—Bueno, pues no te pongas dramático.

—¡Bien! —Art se quitó el imper-meable y el casco y los arrojó lejos desí. Cogió una rueda y separó el bordedel neumático de mala manera. Sacóla cámara y le puso un parche en unsantiamén. Gruñendo todavía, fue ala pared junto a la que yo me encon-traba, cogió una manguera e infló lacámara para darle cuerpo. Dejó laboca de la manguera chasqueandocontra la pared encalada.

Yo me quedé contemplando elmonedero que bailaba en la manode Canino. La tensión me habíaabandonado. Volví la cabeza y mirécómo el mecánico sombrío cogía lacámara, ya llena de aire, con am-bas manos. La contempló con ges-to agr io , miró una pa langanagalvanizada llena de agua sucia quehabía en una esquina y gruñó.

El acuerdo debió de ser estupendo. Novi señal alguna, ni ninguna ojeada signifi-cativa, ni tampoco gesto alguno que pu-diera tener un signif icado especial . Elhombre sombrío tenía la cámara hinchadaen el aire y la estaba mirando. Volvió amedias su cuerpo, dio un paso rápido y mela encajó por encima de la cabeza y de loshombros: una jugada perfecta.

Saltó detrás de mí y se apoyó con fuerzaen la goma. Su peso me oprimía el pecho ysujetaba mis brazos a los costados. Podíamover las manos, pero no pude alcanzar lapistola que llevaba en el bolsillo.

El hombre del abrigo marrón seacercó, casi bailando, su mano opri-mía el monedero. Vino hacia mí sinruido, sin expresión. Me incliné ha-cia adelante e intenté levantar a Arten vilo.

ringer n. sl. 1 a esp. US an athlete or horse entered in a competition by fraudulent means, esp. as a substitute. b a person’s double, esp. an imposter. 2 Austral. a thefastest shearer in a shed. b a stockman or station hand. 3 a person who rings, esp. a bell-ringer. be a ringer (or dead ringer) for resemble (a person) exactly.

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The fist with the weightedtube inside it went through my spreadhands like a stone through a cloud ofdust. I had the stunned moment ofshock when the lights danced and thevisible world went out of focus butwas still there. He hit me again. Therewas no sensation in my head. Thebright glare got brighter. There wasnothing but hard aching white light.Then there was darkness in whichsomething red wriggled like a germunder a microscope. Then there wasnothing bright or wriggling, just dark-ness and emptiness and a rushingwind and a falling as of great trees.

28

I t seemed there was awoman and she was sitting near alamp, which was where shebelonged, in a good light. Anotherlight shone hard on my face, so Iclosed my eyes again and tried tolook at her through the lashes. Shewas so platinumed that her hairshone like a silver fruit bowl. Shewore a green knitted dress with abroad white collar turned over it.There was a sharp-angled glossybag at her feet. She was smokingand a glass of amber fluid was talland pale at her elbow.

I moved my head a little,carefully. It hurt, but not more thanI expected. I was trussed like aturkey ready for the oven.Handcuffs held my wrists behindme and a rope went from them tomy ankles and then over the endof the brown davenport on whichI was sprawled. The rope droppedout of sight over the davenport. Imoved enough to make sure it wastied down.

I stopped these furtivemovements and opened my eyes againand said: ‘Hello.’

El puño con el peso añadido del metalpasó entre mis manos extendidas comouna piedra a través de una nube de polvo.Recuerdo el momento inmóvil del impac-to cuando las luces bailaron y el mundovisible se desdibujó, aunque siguiera pre-sente. Canino volvió a golpearme. La ca-beza no recogió sensación alguna. El bri-llante resplandor se hizo más intenso. Sóloquedó una violenta y dolorosa luz blan-ca. Luego oscuridad en la que algo rojose retorcía como un microorganismo bajola lente del microscopio. Luego nada bri-llante ni nada que se retorciera; tan sólo os-curidad y vacío, un viento huracanado y underrumbarse como de grandes árboles.

Veintiocho

Parecía que había una mujer y queestaba sentada cerca de una lámpa-ra: sin duda donde le correspondíaestar, bien iluminada. Otra luz medaba con fuerza en la cara, de ma-nera que cerré los ojos y traté deverla a través de las pestañas. Eratan rubia platino que su cabello bri-llaba como un frutero de plata.Llevaba un vestido verde de puntocon un ancho cuello blanco. A suspies descansaba un bolso relucientelleno de aristas puntiagudas. Fumabay, cerca del codo, tenía un vaso —alto y pálido— de líquido ambarino.

Moví la cabeza un poco, con cui-dado. Dolía, pero no más de lo queesperaba. Me habían atado como a unpavo listo para el horno. Unas espo-sas me sujetaban las muñecas a laespalda y una cuerda iba desde losbrazos a los tobillos y luego al extre-mo del sofá marrón en el que estabatumbado. La cuerda se perdía de vis-ta por encima del sofá. Me moví losuficiente para comprobar que esta-ba bien sujeta.

Abandoné aquellos movimientosfurtivos, abrí de nuevo los ojos y dije:

—Hola.

El puño con el pesado monedero megolpeó entre las manos extendidascomo una piedra a través de una nubede polvo. Experimenté el momento bru-tal del golpe cuando las luces bailan yel mundo visible se desenfoca, pero es-taba aún allí. Me golpeó de nuevo. Notenía sensación alguna en mi cabeza. Elbrillante fulgor se hizo más deslumbran-te. No había nada, sino una dolorosa luzblanca. Después, oscuridad, en la cualalgo rojo se retorcía como un germenbajo el microscopio. A continuación,nada brillante ni sinuoso: sólo oscuri-dad y vacío y una caída como desde lacúspide de un árbol alto.

XXVIII

Parecía que había una mujer yque estaba sentada junto a unalámpara con buena luz, a la cualmanipulaba. Otra fuerte luz brilla-ba en mi rostro, por lo que tuveque cerrar los ojos de nuevo, in-tentando mirarla a través de laspestañas. Su pelo era tan rubio pla-tino que brillaba como un fruterode plata. Llevaba un traje de pun-to verde, con un ancho cuello blan-co vuelto. A sus pies tenía un bol-sito brillante de agudos ángulos y,a su lado, un vaso lleno de líquidocolor ámbar.

Moví la cabeza un poco, con cui-dado. Me dolía pero no más de lo queyo había esperado. Estaba atado comoun pavo listo para el horno. Unas espo-sas mantenían mis muñecas a la espal-da y una cuerda iba desde ellas a mistobillos y, después, al extremo del sofácolor castaño en el que estaba tumba-do. La cuerda se perdía de vista en elextremo de este sofá. Me moví lo sufi-ciente como para asegurarme de queestaba sujeta a alguna parte.

Cesé en estos movimientosfurtivos, abrí de nuevo los ojos y dije:

—¡Hola!

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The woman withdrew hergaze from some distant mountainpeak. Her small firm chin turnedslowly. Her eyes were the blue ofmountain lakes. Overhead the rainstill pounded, with a remote sound,as if it was somebody else’s rain.

‘How do Von feel?’ It wasa smooth silvery voice thatmatched her hair. It had a tinytinkle in it, like bells in a doll’shouse. I thought that was silly assoon as I thought of it.

‘Great,’ I said. ‘Somebodybuilt a filling station on my jaw.’

‘What did you expect, MrMarlowe - orchids?’

‘Just a plain pine box,’ Isaid. ‘Don’t bother with bronze orsilver handles. And don’t scattermy ashes over the blue Pacific. Ilike the worms better. Did youknow that worms are of both sexesand that any worm can love anyother worm?’

‘You’re a little light-headed,’she said, with a grave stare.

‘Would you mind moving this light?’

She got up and went behindthe davenport. The light went off.,The dimness was a benison.

‘I don’t think you’re sodangerous,’ she said. She was tallrather than short, but no bean-pole.She was slim, but not a dried crust.She went back to her chair.

‘So you know my name.’

‘You slept well. They hadplenty of time to go through yourpockets. They did everything butembalm you. So you’re a detective.’

‘Is that all they have on me?’

She was s i len t . Smokefloated dimly from the cigarette.She moved it in the air. Her handwas small and had shape, not theusual bony garden tool you see on

La joven apartó la vista de alguna lejanacumbre montañosa. Volvió despacio la barbi-lla, pequeña pero decidida. El azul de sus ojosera de lagos de montaña. La lluvia aún seguíacayendo con fuerza por encima de nuestras ca-bezas, aunque con un sonido remoto, como sifuese la lluvia de otras personas.

—¿Qué tal se siente? —Era una sua-ve voz plateada que hacía juego con elpelo. Había en ella un pequeño tinti-neo, como de campanas en una casa demuñecas. Pero me pareció una tonteríatan pronto como lo pensé.

—Genial —dije—. Alguien ha cons-truido una gasolinera en mi mandíbula

—¿Qué esperaba, señor Marlowe, or-quídeas?

—Sólo una sencilla caja de pino —dije—. No se molesten en ponerle asas nide bronce ni de plata. Y no esparzan miscenizas sobre el azul del Pacífico. Prefie-ro los gusanos. ¿Sabía usted que los gu-sanos son hermafroditas y que cualquiergusano puede amar a cualquier otro gu-sano?

—Me parece que está usted un poco ido —dijo, mirándome con mucha seriedad.

—¿Le importaría mover esa luz?

Se levantó y pasó detrás del sofá. Laluz se apagó. La penumbra me parecióuna bendición.

—No creo que sea usted tan peligroso—dijo. Era más alta que baja, pero sin elmenor parecido con un espárrago. Esbel-ta, pero no una corteza seca. Volvió a sen-tarse en la silla.

—De manera que sabe cómo me llamo.

—Dormía usted a pierna suelta. Hantenido tiempo para registrarle los bolsi-llos. Han hecho de todo menosembalsamarlo. Así que es detective.

—¿No saben nada más de mí? [198]

La mujer guardó silencio. Un hilo dehumo se le escapó del cigarrillo al agitar-lo en el aire. Su mano, pequeña, teníacurvas delicadas, y no era la habitual he-rramienta huesuda de jardín que hoy en

La mujer dejó de mirar un puntolejano de las colinas. Su firme y pe-queña barbilla se volvió lentamente.Sus ojos tenían el color azul de loslagos de las montañas. Se oía el rui-do de la lluvia como algo remoto,como si no cayera allí.

—¿Cómo se encuentra?Era una voz plateada que hacía juego

con el pelo. Había en ella un pequeño tin-tineo, como las campanitas de una casade muñecas. Esto me pareció una tonteríaen cuanto lo hube pensado.

—Estupendamente —dije— Alguien haconstruido una gasolinera en mi mandíbula.

—¿Qué esperaba usted, señorMarlowe? ¿Orquídeas?

—Solamente una sencilla caja depino —dije—. No se molesten en bus-carla con asas de bronce y plata y noesparzan mis cenizas en el azul delPacífico. Prefiero los gusanos. ¿Sa-bía usted que hay gusanos de uno yotro sexo y que un gusano puede amara cualquier otro gusano?

—Está usted un poco mareado —me dijo con mirada grave.

—¿Le importaría apagar esa luz?

Se levantó y vino detrás del sofá.La luz se apagó. La oscuridad fue unabendición.

—No creo que sea usted tan peli-groso —dijo.

Era más bien alta, pero tampocoun poste de telégrafo. Era esbelta,aunque no delgada. Volvió a su silla.

—Así que sabe usted mi nombre.

—Durmió usted bien. Tuvieron tiem-po de sobra para trastearle los bolsillos.Hicieron de todo menos embalsamarlo.¿Así que es un detective?

— ¿Es eso lo que tiene contra mí?

Se quedó silenciosa. El humo fluíadébilmente de¡ cigarrillo. Lo movióen el aire. Su mano era pequeña y bienformada y no era el huesudo utensi-lio que normalmente se ve en las mu-

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women nowadays.‘What time is it?’ I asked.

She looked sideways at her wrist,beyond the spiral of smoke, at the edge ofthe grave lustre of the lamplight. ‘Ten-seventeen. You have a date?’

‘I wouldn’t be surprised. Is thisthe house next to Art Huck’s garage?’

‘Yes.’‘What are the boys doing -

digging a grave?’‘They had to go somewhere.’‘You mean they left you here

alone?’Her head turned slowly again.

She smiled. ‘You don’t look dangerous.’‘I thought they were keeping you a prisoner.’It didn’t seem to startle her. It

even slightly amused her. ‘What madeyou think that?’

‘I know who you are.’

Her very blue eyes flashed sosharply that I could almost see thesweep of their glance, like the sweepof a sword. Her mouth tightened. Buther voice didn’t change.

‘Then I’m afraid you’re in abad spot. And I hate killing.’

‘And you Eddie Mars’s wife?Shame on you.’

She didn’t l ike that. Sheglared at me. I grinned. ‘Unless youcan unlock these bracelets, which I’dadvise you not to do, you might spareme a lit t le of that drink you’reneglecting.’

She brought the glass over.Bubbles rose in it like false hopes.She bent over me. Her breath was asdelicate as the eyes of a fawn. I gulpedfrom the glass. She took it away frommy mouth and watched some of theliquid run down my neck.

She bent over me again.Blood began to move around in me,like a prospective tenant looking overa house.

‘Your face looks like a colli-sion mat,’ she said.

día se ve en tantas mujeres.—¿Qué hora es? —pregunté.

Se miró de reojo la muñeca, más alláde la espiral de humo, en el límite del bri-llo tranquilo de la lámpara.

—Diez y diecisiete. ¿Tiene una cita?

—No me sorprendería. ¿Es ésta la casacercana al garaje de Art Huck?

—Sí.—¿Qué hacen los muchachos? ¿Cavar

una tumba?—Tenían que ir a algún sitio.—¿Me está diciendo que la han deja-

do sola?Giró otra vez despacio la cabeza. Sonrió.—No tiene usted aspecto peligroso.—La creía prisionera.No pareció sorprendida; más bien un

tanto divertida.—¿Qué le hace pensar eso?—Sé quién es usted.

Sus ojos, muy azules, brillaron contanta fuerza que casi capté el movi-miento de su mirada, semejante a unaestocada. Su boca se tensó. Pero lavoz no cambió.

—En ese caso me temo que está en una situación muypoco conveniente. Y aborrezco los asesinatos.

—¿Siendo la esposa de Eddie Mars?Debería avergonzarse.

Aquello no le gustó. Me miró indigna-da. Sonreí.

—A no ser que esté dispuesta a quitarme estaspulseras, cosa que no le recomiendo, quizá no leimporte cederme un poco de ese líquido del quehace tan poco uso.

Acercó el vaso a donde yo estaba y deél brotaron burbujas semejantes a falsasesperanzas. La joven se inclinó sobre mí.Su aliento era tan delicado como los ojosde un cervatillo. Bebí con ansia del vaso.Luego lo apartó de mi boca y vio cómoparte del líquido me caía por el cuello.

________________________________________________________________________________________________ .

—Tiene la cara como un felpudo —dijo.

jeres de hoy en día.—¿Qué hora es? —pregunté.

Miró de soslayo su muñeca a tra-vés de la espiral de humo y bajo elbrillo de la lámpara.

—Las diez y diecisiete. ¿Tiene una cita?

—No me sorprendería. ¿Es esta lacasa que hay junto al garaje de Art?

—Sí.—¿Qué están haciendo los mucha-

chos? ¿Cavando una tumba?—Tenían que ir a otro sitio.—¿Quiere decir que la han dejado

sola?Su cara se volvió de nuevo, lentamente. Sonrió.—No parece usted peligroso.—Creí que la tenían a usted prisionera.Esto no pareció conmoverla. Inclu-

so le divirtió un poco.—¿Qué le hizo pensar eso?—Sé quién es usted.

Sus ojos azules relampaguearon deforma tan aguda que casi pude ver elpaso de su mirada, casi como el pasode un sable. Su boca se apretó, perosu voz no cambió.

—Entonces me temo que esté enun terrible aprieto. Odio el asesinato.

—¿Y es usted la mujer deEddie Mars? ¡Qué vergüenza! —Esto no le gustó. Se me quedómirando. Yo sonreí—. A menosque pueda abrir estas pulseras,lo que no le aconsejo que haga,podría darme un poco de la be-bida que usted deja.

Trajo el vaso. Tenía burbujascomo falsas esperanzas. Se inclinósobre mí. Su aliento era delicadocomo los ojos de un cervatillo. Bebídel vaso. Lo retiró de mis labios ycontempló cómo un poco de líqui-do me chorreaba por el cuello.

Se inclinó de nuevo sobre mí. Lasangre empezó a circular con más vi-gor, como un nuevo inquilino visitan-do una casa.

—Su cara parece una almohadilla—dijo.

X

prospective 1 (= likely, possible) [customer, candidate] posible 2 (= future) [son-in-law, home] futuro. Previsible, en expectativa, en perspectiva. Prospectivo Que se refiere al futuro

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‘Make the most of it. It won’tlast long even this good.’

She swung her head sharplyand listened. For an instant her facewas pale. The sounds were only therain drifting against the walls. Shewent back across the room and stoodwith her side to me, bent forward alittle, looking down at the floor.

‘Why did you come here andstick your neck out?’ she askedquietly. ‘Eddie wasn’t doing you anyharm. You know perfectly well thatif I hadn’t hid out here, the policewould have been certain Eddiemurdered Rusty Regan.’

‘He did,’ I said.

She didn’t move, didn’tchange position an inch. Her breathmade a harsh quick sound. I lookedaround the room. Two doors, both inthe same wall, one half open. A carpetof red and tan squares, blue curtainsat the windows, a wallpaper withbright green pine trees on it. Thefurniture looked as if it had comefrom one of those places thatadvertise on bus benches. Gay, butfull of resistance.

She said softly: ‘Eddie didn’tdo anything to him. I haven’t seenRusty in months. Eddie’s not that sortof man.’

‘You left his bed and board.You were living alone. People at theplace where you lived identifiedRegan’s photo.’

‘That’s a lie,’ she said coldly.I tried to remember whether

Captain Gregory had said that or not.My head was too fuzzy. I couldn’t besure.

‘And it’s none of yourbusiness,’ she added.

‘The whole thing is mybusiness. I’m hired to find out.’

‘Eddie’s not that sort of man.’

—Pues aprovéchela al máximo. No va adurar mucho en tan buenas condiciones.

Giró bruscamente la cabeza para es-cuchar. Durante un instante su rostro pa-lideció. El ruido que se oía era sólo el dela lluvia deslizándose por las paredes.Cruzó otra vez la habitación y se colocóa mi lado, un poco inclinada hacia ade-lante, mirando al suelo.

—¿Por qué ha venido aquí a meterlas narices? —preguntó sin alzar lavoz—. Eddie no le estaba haciendoningún daño. Sabe perfectamente quesi no me hubiera escondido aquí, lapolicía habría creído a pies juntillasque asesinó a Rusty Regan.

—Lo hizo —dije.

No se movió; no cambió de posiciónni un centímetro, pero produjo un ruidoáspero al respirar. Recorrí la habitacióncon la vista. Dos puertas, las dos en lamisma pared, una de ellas abierta a me-dias. Una alfombra a cuadros rojos y par-dos, visillos azules en las ventanas y enlas paredes papel pintado con brillantespinos verdes. Los muebles parecían sali-dos de uno de esos almacenes que seanuncian en las paradas de autobús. Ale-gres, pero muy resistentes.

—Eddie no le tocó un pelo de la ropa—dijo con suavidad la señora Mars—.Hace meses que no he visto a Rusty. Eddieno es un asesino.

—Usted abandonó su lecho y sucasa. Vivía sola. Inquilinos del sitiodonde se alojaba identificaron la fotode Regan.

—Eso es mentira —dijo con frialdad.Intenté recordar si era el capitán

Gregory quien había dicho aquello. Esta-ba demasiado atontado y era incapaz desacar conclusiones.

—Además no es asunto suyo —aña-dió.

—Toda esta historia es asunto mío. Me hancontratado para descubrir lo que pasó realmente.

—Eddie no va por ahí asesinando.

—Saqué el mejor partido de ello.Ni aun así durará mucho.

Volvió la cabeza de repente y sequedó como escuchando. Por un mo-mento palideció su rostro. Sólo se oíael ruido de la lluvia golpeando las pa-redes. Cruzó la habitación y perma-neció vuelta hacia mí; se inclinó unpoco mirando al suelo’

—¿Por qué vino hasta aquí y se ex-puso al peligro? —preguntó tranqui-la—. Eddie no iba a hacerle ningúndaño. Usted sabe perfectamente quesi no me hubiera escondido aquí, lapolicía hubiera estado segura de queEddie asesinó a Rusty Regan.

—Lo hizo —dije.

No se movió, ni cambió de posi-ción un centímetro. Su respiraciónproducía un ruido áspero y rápido.Miré alrededor de la habitación. Dospuertas en la misma pared. Una, abier-ta a medias. Una alfombra a cuadrosrojos y tostados, cortinas azules en laventana, el papel en las paredes conpinos verdes, brillantes’ Los mueblesparecían provenir de esos sitios queanuncian en los autobuses. Alegres,pero resistentes.

—Eddie no le hizo nada —dijosuavemente—. Hace meses que no hevisto a Rusty. Eddie no es de esa cla-se de hombres.

—Usted abandonó el lecho conyu-gal. Estaba viviendo sola. Gente dela casa donde usted vivía identificóla foto de Rusty Regan.

—Eso es mentira —dijo con frial-dad. Traté de recordar si el capitánGregory había dicho eso o no. Mi ca-beza estaba demasiado trastornada.No podía estar seguro—.

—Y además, eso no le importa —añadió.

—Todo eso me importa. Estoycontratado para averiguarlo.

—Eddie no es de esa clase de hom-

fuzzy velloso, muy rizado, borroso, confuso, nada claro

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‘Oh, you like racketeers.’‘As long as people will gamble

there will be places for them to gamble.’

‘That ’s jus t p ro tec t ivethinking. Once outside the lawyou’re all the way outside. Youthink he’s just a gambler. I thinkhe’s a pornographer, a blackmailer,a hot car broker, a killer by remotecontrol, and a suborner of crookedcops. lie’s whatever looks good tohim, whatever has the cabbagepinned to it. Don’t try to sell me onany high-souled racketeers. Theydon’t come in that pattern.’

‘He’s not a killer.’ She frowned.

‘Not personally. He hasCanino. Canino killed a man tonight,a harmless little guy who was tryingto help somebody out. I almost sawhim killed.’

She laughed wearily.‘All right,’ I growled. ‘Don’t

believe it. If Eddie is such a nice guy,I’d like to get to talk to him withoutCanino around. You know whatCanino will do -beat my teeth out andthen kick me in the stomach formumbling.’

She put her head back andstood there thoughtful and withdrawn,thinking something out.

‘I thought platinum hair wasout of style,’ I went on, just to keepsound alive in the room, just to keepfrom listening.

‘It’s a wig, silly. While minegrows out.’ She reached up andyanked it off . Her own hair wasclipped short all over, like a boy’s.She put the wig back on.

‘Who did that to you?’She looked surprised. ‘I

had it done. Why?’‘Yes. Why?’

‘Why, to show Eddie I waswilling to do what he wanted me todo - hide out. That he didn’t need tohave me guarded. I wouldn’t let him

[200]—Ah, a usted le encantan los mafiosos.—Mientras la gente quiera jugarse las

pestañas habrá sitios para hacerlo.

—Eso no pasa de ser una disculpa sinsentido. Cuando se sale uno de la ley,queda completamente fuera. Cree queEddie no es más que jugador. Pues yoestoy convencido de que es pornógrafo,chantajista, traficante de coches robados,asesino por control remoto y sobornadorde policías corruptos. Eddie es cualquiercosa que le produzca beneficios, cualquiercosa que tenga un billete colgado. No tratede venderme a ningún mafioso de almagrande. No los fabrican en ese modelo.

—No es un asesino. —Frunció el ceño.

—No lo es en persona. Tiene a Cani-no. Canino ha matado hoy a un hombre,un hombrecillo inofensivo que trataba deayudar a alguien. Casi vi cómo lo mata-ba.

La señora Mars rió cansinamente.—De acuerdo —gruñí—. No me crea.

Si Eddie es una persona tan estupenda,me gustaría hablar con él sin que esté pre-sente Canino. Ya sabe lo que va a hacersu guardián: dejarme sin dientes a puñe-tazos y luego patearme el estómago porfarfullar.

Echó la cabeza para atrás y se quedóquieta, pensativa y retraída, dando vuel-tas a alguna idea.

—Creía que el pelo rubio platino esta-ba pasado de moda —proseguí, sólo paramantener un sonido vivo en la habitación,sólo para no tener que escuchar.

—Es una peluca, tonto. Hasta que mecrezca el pelo. —Se llevó la mano a lacabeza y se la quitó. Llevaba el cabellomuy corto, como un muchacho. Ensegui-da se la volvió a colocar.

—¿Quién le ha hecho eso?Pareció sorprendida.—Fue idea mía. ¿Por qué?—Eso. ¿Por qué?

—Pues para demostrar a Eddie queestaba dispuesta a hacer lo que que-ría que hiciese, esconderme. Que nonecesitaba vigilarme. Que no le falla-

bres.—¡Oh! Le gustan los bandidos.—Mientras haya gente que juegue,

habrá casas de juego.

—Esas no son más que justifica-ciones. Una vez fuera de la ley, se si-gue fuera de ella. Usted cree que essólo un jugador. Yo creo que es unpornógrafo, un chantajista, un inter-mediario de coches robados, un ase-sino y un sobornador de policías co-rrompidos. Esto es lo que a él le pa-rece bien con tal de conseguir dine-ro. No intente convencerme de quehay estafadores con grandeza de alma.No caben en ese molde.

—No es un asesino —dijo, y frunció el ceño.

—Personalmente, no. Tiene a Ca-nino. Canino mató a un hombre estamisma noche, un hombrecito inofen-sivo y que estaba tratando de ayudara alguien.

Rió con cansancio.—Muy bien —gruñí—. No lo crea.

Si Eddie es tan buen chico, me gusta-ría hablar con él sin Canino cerca.Usted sabe lo que Canino hará: rom-perme los dientes y después darmepuntapiés en el estómago si no quie-ro hablar claro.

Echó la cabeza hacia atrás y sequedó pensativa y ensimismada, dán-dole vueltas a algo.

—Creí que el pelo platinado esta-ba pasado de moda —proseguí, sóloporque hubiese algún sonido en la ha-bitación, sólo por escuchar algo.

—Es una peluca, estúpido, mien-tras el mío crece.

Se quitó la peluca. Su pelo estaba re-cortado muy corto, como el de un mu-chacho. Volvió a ponerse la peluca.

—¿Quién le hizo eso?Pareció sorprendida.—Yo lo mandé hacer. ¿Por qué?—Sí, ¿por qué?

—Pues para demostrarle a Eddieque estaba dispuesta a hacer lo quequería: esconderme. Que no necesi-taba tenerme vigilada. Yo no le trai-

yank pull with a jerk, tirar de; they yanked her bag out of her hand, la arrancaron el bolso de la mano; (diente) arrancar; n. a sudden hard pull; tirón

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down. I love him.’‘Good grief,’ I groaned. ‘And

you have me right here in the room!with you.’

She turned a hand over and staredat it. Then abruptly she walked out of theroom. She came back with a kitchen knife.She bent and’ sawed at my rope.

‘Canino has the key to the handcuffs,’she said. ‘I can’t do anything about those.’

She stepped back, breathingrapidly. She had cut the rope at every knot.

‘You’re a kick,’ she said.‘Kidding with every breath - the spotyou’re in.’

‘I thought Eddie wasn’t akiller.’

She turned away quickly andwent back to her chair by the lampand sat down and put her face in herhands. I swung my feet to the floorand stood up. I tottered around, stiff-legged. The nerve on the left side ofmy face was jumping in all i tsbranches. I took a step. I could stillwalk. I could run, if I had to.

‘I guess you mean me to go,’ I said.She nodded without lifting her head.‘You’d better go with me - if

you want to keep on living.’‘Don’t waste time. He’ll be

back any minute.’‘Light a cigarette for me.’

I stood beside her, touchingher knees. She came to her feet witha sudden lurch. Our eyes were onlyinches apart.

‘Hello, Silver-Wig,’ I said softly.

She stepped back, aroundthe chair, and swept a package ofcigarettes up off the table. Shejabbed one loose and pushed itroughly into my mouth. Her hand wasshaking. She snapped a small greenleather lighter and held it to thecigarette. I drew in the smoke, star-ing into her lake-blue eyes. While

ría. Le quiero.—Dios del cielo —gemí—. Y me

tiene aquí, en la misma habitación queusted.

Dio la vuelta a una mano y se la quedó mi-rando. Luego salió bruscamente de la habita-ción y regresó con un cuchillo de cocina. Seinclinó y cortó la cuerda que me sujetaba.

—Canino tiene la llave de las esposas—dijo—. Ahí no puedo hacer nada.

Dio un paso atrás, respirando con fuer-za. Había cortado todos los nudos.

—Es usted increíble —dijo—. Bro-meando cada vez que respira..., a pesardel aprieto en que se encuentra.

—Creía que Eddie no era un asesino—dije.

Se dio la vuelta muy deprisa, regresó asu silla junto a la lámpara, se sentó y es-condió la cara entre las manos. Bajé lospies al suelo y me puse en pie. Me tam-baleé de inmediato, las piernas entume-cidas. El nervio del lado izquierdo de lacara se estremecía en todas sus ramifica-ciones. Di un paso. Aún era capaz de an-dar. Podría correr, si resultaba necesario.

—Supongo que quiere que me vaya —dije.La chica asintió sin levantar la cabeza.—Será mejor que venga conmigo..., si

quiere seguir viva.—No pierda tiempo. Canino volverá

en cualquier momento.—Enciéndame un cigarrillo.

Me puse a su lado, tocándole las rodi-llas. Se incorporó con una brusca sacudi-da. Nuestros ojos quedaron a pocos cen-tímetros.

—Qué tal, Peluca de Plata —dije en voz baja.

Retrocedió un paso, luego dio la vueltaalrededor de la silla, y se apoderó de un pa-quete de cigarrillos que estaba sobre la mesa.Consiguió separar uno y me lo puso en laboca casi [202] con violencia. Le temblabala mano. Con un ruido seco encendió un me-chero verde de cuero y lo acercó al cigarri-llo. Aspiré el humo contemplando sus ojoscolor azul lago. Mientras aún estaba muy

cionaría. Le quiero.—¡Santo Dios! —gemí—. Y me

tiene usted aquí, en la misma habita-ción.

Volvió una mano y se quedó contemplán-dola. De repente, salió de la habitación. Volviócon un cuchillo de cocina. Se inclinó y cortó lacuerda que me inmovilizaba.

—Canino tiene la llave de las esposas—dijo—. No se las puedo quitar.

Se incorporó, respirando aceleradamente. Ha-bía cortado la cuerda por todos los nudos.

—Es usted un estímulo —dijo—.Bromeando sin parar, con el lío en queestá metido.

—Creí que Eddie no era un asesi-no.

Se volvió rápidamente y fue a sen-tarse en su silla, junto a la lámpara, conel rostro entre las manos. Dejé caer mispies al suelo y me levanté del sofá. An-duve un poco con las piernas entume-cidas. El nervio del lado izquierdo demi cara saltaba en todas sus ramifica-ciones. Di un paso. Aún podía andar.Podía correr, si tenía que hacerlo.

—Supongo que desea que me marche —dije.Asintió sin levantar la cabeza.—Sería mejor que viniese conmi-

go, si quiere seguir viviendo.—No pierda tiempo. Volverá de un

momento a otro.—Enciéndame un cigarrillo.

Me quedé junto a ella, tocando susrodillas. Se levantó de repente; nues-tros ojos estaban separados por unoscentímetros.

—Hola, Peluca de Plata —dije suavemente.

Se separó de mí, dio la vuelta ala silla y alcanzó un paquete de ci-garrillos de la mesa. Cogió uno yme lo metió bruscamente en la boca.Su mano temblaba. Sacó un encen-dedor pequeño de piel verde y loacercó al cigarrillo. Di una chupa-da, mirándome en sus ojos colorazul de lago. Mientras estaba toda-

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she was still close to me I said:‘A little bird named Harry

Jones led me to you. A little bird thatused to hop in and out of cocktail barspicking up horse bets for crumbs.Picking up information too. This littlebird picked up an idea about Canino.One way and another he and hisfriends found out where you were. Hecame to me to sell the informationbecause he knew how he knew is along story - that I was working forGeneral Sternwood. I got hisinformation, but Canino got the littlebird. He’s dead little bird now, withhis feathers ruffled and his necklimp and pearl of blood on his beak.Canino killed him. But Eddie Marswouldn’t do that, would he, Silver-Wig? He never killed anybody. Hejust hires it done.’

‘Get out,’ she said harshly.‘Get out of here quick.’

Her hand clutched in midair onthe green lighter. The fingers strained. Theknuckles were as white as snow.

‘But Canino doesn’t know Iknow that,’ I said. ‘About the little bird.All he knows is I’m nosing around.’

Then she laughed. It wasalmost a racking laugh. It shook heras the wind shakes a tree. I thoughtthere was puzzlement in it, not exactlysurprise, but as if a new idea had beenadded to something already knownand it didn’t fit. Then I thought thatwas too much to get out of a laugh.

‘It’s very funny,’ she saidbreathlessly. ‘Very funny, because,you see - I still love him. Women -’She began to laugh again.

I l istened hard, my headthrobbing. ‘Let’s go,’ I said. ‘Fast.’

She took two steps back andher face set hard. ‘Get out, you! Getout! You can walk to Realito. You canmake it - and you can keep yourmouth shut - for an hour or two atleast. You owe me that much.’

‘Let’s go,’ I said. ‘Got a gun,Silver-Wig?’

‘You know I’m not going. Youknow that. Please, please get out of

cerca de mí, le dije:—Un pajarillo llamado Harry Jones

me trajo hasta usted. Un pajarillo que ibade bar en bar recogiendo por unos cén-timos apuestas para las carreras de caba-llos. También recogía información. Y esepajarillo se enteró de algo acerca de Ca-nino. De una forma o de otra él y susamigos descubrieron dónde estaba la mu-jer de Eddie Mars. Vino a mí para ven-derme la información porque sabía(cómo, es una larga historia) que yo tra-bajaba para el general Sternwood. Con-seguí la información, pero Canino se ocu-pó del pajarillo. Ahora está muerto, conlas plumas alborotadas, el cuello roto yuna perla de sangre en el pico. Canino loha matado. Pero Eddie Mars no haría unacosa así, ¿no es cierto, Peluca de Plata?Nunca ha matado a nadie. Sólo contrataa otro para que lo haga.

—Váyase —dijo con brusquedad—.Salga de aquí cuanto antes.

Su mano apretó en el aire el mecheroverde. Tensos los dedos y los nudillosblancos como la nieve.

—Pero Canino ignora —dije— queestoy enterado de la historia del pajarillo.Sólo sabe que he venido a husmear.

En aquel momento se echó a reír. Unarisa casi incontrolable, que la sacudiócomo el viento agita un árbol. Me pare-ció que había desconcierto en la risa, másque sorpresa, como si una nueva idea sehubiera añadido a algo ya conocido y noencajara. Luego pensé que era demasia-do deducir de una risa.

—Es muy divertido —dijo, casi sinaliento—. Muy divertido, porque, ¿sabe?Todavía le quiero. Las mujeres... —Em-pezó otra vez a reír.

Agucé el oído, el corazón saltándomedentro del pecho.

—Vayámonos —dije—. Deprisa.Retrocedió dos pasos y su expresión

se endureció.—¡Váyase usted! ¡Salga! Llegará an-

dando a Realito. Lo conseguirá..., y, comomínimo, mantenga la boca cerrada una odos horas. Me debe eso por lo menos.

—Vayámonos —dije—. ¿Tiene unapistola, Peluca de Plata?

—Sabe que no me voy a ir. Lo sabeperfectamente. Por favor, márchese de

vía junto a mí, dije:—Un pajarito llamado Harry Jones

me guió hacia usted. Un pajarito queentraba y salía en los bares recogien-do apuestas por migajas y recogien-do información también. Este pajari-to captó una sobre Canino. De unmodo o de otro, él y sus amigos des-cubrieron dónde estaba usted. Vino avenderme la información porque sa-bía (cómo lo averiguó es una largahistoria) que estaba trabajando parael general Sternwood. Obtuve estainformación, pero Canino despachó alpajarito. Ahora es un pajarito muer-to, con las plumas erizadas, el cuelloflojo y una gotita de sangre en el pico.Canino le mató. Pero Eddie Mars noharía eso, ¿verdad, Peluca de Plata?Nunca mata a nadie. Contrata paraque otros lo hagan.

—Salga —dijo fríamente—, salgade aquí, deprisa.

Su mano oprimía el encendedor,tenía los dedos tensos, los nudillosblancos como la nieve.

—Pero Canino no sabe que yo séesto —dije—, lo del pajarito. Todo loque sabe es que ando husmeando.

Entonces se echó a reír. Era casi unarisa atormentada. La sacudía como el airesacude un árbol. Pensé que había en ellaperplejidad, no exactamente sorpresa, másbien como si una nueva idea hubiera ve-nido a sumarse a algo ya conocido y queno encajaba. Después me pareció que erasacar demasiado de una sonrisa.

—Es muy gracioso —dijo sinaliento—, usted.. . todavía lequiero. Las mujeres... —Empe-zó a reírse de nuevo.

Escuché intensamente; mi cabezapalpitaba con fuerza.

—Vámonos —dije—, deprisa.Se separó de mí dos pasos, con el

rostro muy serio.—¡Salga usted! ¡Salga! Puede ir an-

dando a Realito. Puede hacerlo y mante-ner la boca cerrada, por lo menos una horao dos. Es lo menos que me debe.

—Marchémonos —dije— ¿Tieneuna pistola, Peluca de Plata?

—Sabe usted que no me marcha-ré. Lo sabe. Por favor, por favor, vá-

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here quickly.’I stepped up close to her,

almost pressing against her.‘You’re going to stay here afterturning me loose? Wait for thatkiller to come back so you can sayso sorry? A man who kills l ikeswatting* a fly. Not much. You’regoing with me, Silver-Wig.’

‘No.’‘Suppose,’ I said, ‘your

handsome husband did kill Regan? Orsuppose Canino did, without Eddie’sknowing it. just suppose. How longwill you last, after turning me loose?’

‘I’m not afraid of Canino. I’mstill his boss’s wife.’

‘Eddie’s a handful of mush,’I snarled. ‘Canino would take himwith a teaspoon. He’ll take him theway the cat took the canary. A handfulof mush. The only time a girl like yougoes for a wrong gee is when he’s ahandful of mush.’

‘Get out!’ she almost spat at me.

‘Okey.’ I turned away fromher and moved out through the half-open door into a dark hallway. Thenshe rushed after me and pushed pastto the front door and opened it. Shepeered out into the wet blackness andlistened. She motioned me forward.

‘Good-bye,’ she said under herbreath. ‘Good luck in everything but onething. Eddie didn’t kill Rusty Regan.You’ll find him alive and well somewhere,when he wants to be found.’

I leaned against her andpressed her against the wall with mybody. I pushed my mouth against herface. I talked to her that way.

‘There’s no hurry. All this wasarranged in advance, rehearsed to thelast detail, timed to the split second.just like a radio programme. No hurryat all. Kiss me, Silver-Wig.’

Her face under my mouth waslike ice. She put her hands up and tookhold of my head and kissed me hard

aquí cuanto antes.Me acerqué más, casi apretándome

contra ella.—¿Se va a quedar aquí después de de-

jarme en libertad? ¿Va a esperar a quevuelva ese asesino para decirle que losiente mucho? ¿Un individuo que matacomo quien aplasta a una mosca? Ni ha-blar. Se viene conmigo, Peluca de Plata.

—No.—Imagínese —dije— que su apuesto ma-

rido liquidó a Regan. O suponga que lo hizoCanino, sin que Eddie lo supiera. Basta conque se imagine eso. ¿Cuánto tiempo va usteda durar, después de dejarme ir?

—Canino no me da miedo. Sigo sien-do la mujer de su jefe.

—Eddie es un blandengue —rugí—.Canino no necesitaría ni una cucharillapara acabar con él. Se lo comería comoel gato al canario. Un completo blanden-gue. Una mujer como usted sólo se cuelapor un tipo como él cuando es un blan-dengue.

—¡Váyase! —me escupió casi.

—De acuerdo. —Giré en redondo, ale-jándome de ella y, por la puerta abierta amedias, llegué a un vestíbulo a oscuras.La chica vino detrás de mí corriendo yme abrió la puerta principal. Miró fuera,a la húmeda oscuridad, y escuchó. Luegome hizo gestos para que saliera.

—Adiós —dijo en voz muy baja—.Buena suerte en todo, pero no olvide unacosa. Eddie no mató a Rusty Regan. Loencontrará vivo y con buena salud cuan-do decida reaparecer.

Me incliné sobre ella y la em-pujé contra la pared con mi cuer-po. Con la boca le tocaba la cara.Le hablé en esa posición.

—No hay prisa. Todo esto se preparó de an-temano, se ensayó hasta el último detalle, secronometró hasta la fracción de [204] segun-do. Igual que un programa de radio. No hayninguna prisa. Béseme, Peluca de Plata.

Su rostro, junto a mi boca, era comohielo. Alzó las manos, me tomó la cabezay me besó con fuerza en los labios. Tam-

yase de aquí, deprisa.Me acerqué a ella, casi tocándo-

la.— ¿Va a quedarse aquí después de

soltarme? ¿Esperar a que vuelva eseasesino para poder decirle que lo la-menta> Un hombre que mata como seaplasta una mosca. Usted se vieneconmigo, Peluca de Plata.

—No.—Suponga —dije— que su apues-

to marido mató a Regan. O supongaque Canino lo hizo sin que Eddie losupiera. Supóngalo tan sólo. ¿Cuántodurará usted después de soltarme?

—No le temo a Canino. Soy toda-vía la mujer de su jefe.

—Eddie es un montoncito de papilla —gruñí—. Canino lo cogería con una cuchara.Le cazará como el gato cazó al canario. Unmontoncito de papilla. La única vez que unamuchacha como usted escoge al hombre queno le conviene es cuando ya él es unmontoncito de papilla.

—¡Márchese! —dijo, y casi me escupió.

Me separé de ella y pasé porla puerta entreabierta a un pasi-llo oscuro. Se precipitó detrás demí, me apartó, se dirigió a lapuerta de la calle y la abrió. Seasomó a la húmeda oscuridad yescuchó. Luego me empujó.

—Adiós —dijo—. Buena suerte entodo, excepto en una cosa: Eddie nomató a Rusty Regan. Lo encontraráusted vivo y bien en alguna parte,cuando él lo desee.

Me incliné sobre ella y laoprimí con mi cuerpo contra lapared. Puse mi boca junto a surostro y le hablé:

—No hay prisa. Todo estaba arre-glado por anticipado, medido al se-gundo. Igual que un programa de ra-dio. No hay prisa en absoluto. Bésa-me, Peluca de plata.

Su rostro, bajo mis labios, era comoel hielo. Levantó los brazos, cogió mi ca-beza y me besó fuerte en los labios, que

*swat — v.tr.1 crush (a fly etc.) with a sharp blow. 2 hit hard and abruptly. — n. a swatting blow.

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on the lips. Her lips were like ice, too.I went out through the door

and it closed behind me, withoutsound, and the rain blew in under theporch, not as cold as her lips.

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The garage next door wasdark. I crossed the gravel drive and apatch of sodden lawn. The road ranwith small rivulets of water. It gurgleddown a ditch on the far side. I had nohat. That must have fallen in thegarage. Canino hadn’t bothered togive it back to me. He hadn’t thoughtI would need it any more. I imaginedhim driving back jauntily through therain, alone, having left the gaunt andsulky Art and the probably stolensedan in a safe place. She loved EddieMars and she was hiding to protecthim. So he would find her there whenhe came back, calm beside the lightand the untasted drink, and me tiedup on the davenport. He would carryher stuff out to the car and go throughthe house carefully to make surenothing incriminating was left. Hewould tell her to go out and wait. Shewouldn’t hear a shot. A blackjack isjust as effective at short range. Hewould tell her he had left me tied upand I would get loose after a while.He would think she was that dumb.Nice Mr Canino.

The raincoat was open infront and I couldn’t button it, beinghandcuffed. The skirts flapped againstmy legs like the wings of a large andtired bird. I came to the highway. Carswent by in a wide swirl of waterilluminated by headlights. The tearingnoise of their tyres died swiftly. Ifound my convertible where I had leftit, both tyres fixed and mounted, so itcould be driven away, if necessary.They thought of everything. I got intoit and leaned down sideways underthe wheel and fumbled aside the flapof leather that covered the pocket. Igot the other gun, stuffed it up undermy coat and started back. The worldwas small, shut in, black. A private

bién sus labios eran como hielo.Crucé la puerta, que se cerró detrás de

mí sin ruido alguno. La lluvia entraba enel porche empujada por el viento, perono estaba tan fría como sus labios.

Veintinueve

El garaje vecino se hallaba a oscuras. Cru-cé el camino de grava y un trozo de céspedempapado. Por la carretera corrían riachuelosque iban a desaguar en la cuneta del otro lado.Me había quedado sin sombrero. Debió decaérseme en el garaje. Canino no se habíamolestado en devolvérmelo. No pensaba quefuese a necesitarlo. Me lo imaginé conducien-do con desenvoltura bajo la lluvia, de regresoa la casa, solo ya, después de haber dejado alflaco y malhumorado Art y al sedán, probable-mente robado, en algún sitio seguro. Peluca dePlata quería a Eddie Mars y estaba escondi-da para protegerlo. De manera que contabacon encontrarla allí cuando regresase, espe-rando tranquilamente junto a la lámpara, elwhisky intacto y a mí atado al sofá. Lleva-ría las cosas de la chica al automóvil y reco-rrería cuidadosamente toda la casa para ase-gurarse de que no dejaba nada comprome-tedor. Luego le diría que saliera y que leesperase. La chica no oiría ningún disparo.A poca distancia una cachiporra puede sertan eficaz como un arma de fuego. Después lecontaría que me había dejado atado, pero queterminaría por soltarme al cabo de algún tiem-po. Pensaría que la chica era así de estúpida.Encantador, el señor Canino.

Llevaba abierto el impermeable por delan-te y no me lo podía abrochar, debido a las es-posas. Los faldones aleteaban contra mis pier-nas como las alas de un pájaro grande y muycansado. Llegué a la carretera principal. Losautomóviles pasaban envueltos en remolinosde agua iluminados por los faros. El ruido ás-pero de los neumáticos se desvanecía rápida-mente. Encontré mi descapotable donde lohabía dejado, los dos neumáticos reparados ymontados, para poder llevárselo si era necesa-rio. Pensaban en todo. Entré y me incliné delado por debajo del volante y aparté la solapade cuero que ocultaba el compartimento. Re-cogí la otra pistola, me la guardé en un bolsi-llo del impermeable y emprendí el caminode vuelta. Habitaba en un mundo pequeño,cerrado, negro. Un mundo privado, sólo para

también estaban fríos como el hielo.Salí y cerré la puerta tras de mí,

sin ruido, La lluvia, que penetraba enel portal, no era tan fría como sus la-bios.

XIX

El garaje vecino estaba oscuro. Crucéel camino de arena y un trozo de empapa-do césped. En la carretera se habían for-mado riachuelos, que corrían por una zan-ja que había en el lado más alejado. No lle-vaba sombrero. Debía de haberse caído enel garaje y Canino no se había preocupadode devolvérmelo. No había pensado que lovolvería a necesitar. Me lo imaginé de re-greso, conduciendo orgullosamente bajo lalluvia, habiendo dejado a Art enfurruñadoy sombrío, y al sedán, probablemente ro-bado, en un sitio más seguro. Ella amaba aEddie Mars y estaba escondida para prote-gerle. Así que la encontraría allí cuandovolviese, tranquila, al lado de la lámpara yla bebida sin tocar, y a mí atado en el sofá.Se llevaría todo lo de ella al coche y revi-saría la casa cuidadosamente para asegu-rarse de que no dejaba nada comprome-tedor. Le diría a ella que saliese de lacasa y esperase fuera. Ella no oiría nin-gún disparo. Una cachiporra es i g u a l -m e n t e ef icaz a cor to a lcance . Ledir ía que me había dejado atado yq u e p o d r í a s o l t a r m e p a s a d o u nr a t o . C r e e r í a q u e e l l a e r a t o n t a .Simpát ico, señor Canino.

Mi impermeable estaba abierto yyo no podía abrocharlo porque iba es-posado. Los faldones me golpeaban laspiernas como las alas de un enorme ycansado pájaro. Volví a la carreteraprincipal. Los coches pasaban en unamplio remolino de agua iluminado porlos faros. El ruido de sus neumáticosse apagaba rápidamente. Encontré micoche donde lo había dejado, con losneumáticos arreglados y montados, parapoder utilizarlo si fuese necesario. Ha-bían pensado en todo. Subí a él, me in-cliné debajo del volante y hurgué bajola solapa que cubría la trampilla. Cogíla otra pistola y me la metí debajo delimpermeable. El mundo era pequeño,cerrado, negro. Un mundo privado

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world for Canino and me.Half-way there the head-

l ights near ly caught me. Theyturned swiftly off the highway andI slid down the bank into the wetditch and flopped there breathingwater. The car hummed by withoutslowing. I lifted my head, heard therasp of its tyres as it left the roadand took the gravel of the driveway.The motor died, the lights died, adoor slammed. I didn’t hear thehouse door shut, but a fringe oflight trickled through the clump oftrees, as though a shade had beenmoved aside from a window, or thelight had been put on in the hall.

I came back to the soggy grassplot and sloshed across it. The car wasbetween me and the house, the gunwas down at my side, pulled as fararound as I could get it, withoutpulling my left arm out by the roots.The car was dark, empty, warm. Watergurgled pleasantly in the radiator. Ipeered in at the door. The keys hungon the dash. Canino was very sure ofhimself. I went around the car andwalked carefully across the gravel tothe window and listened. I couldn’thear any voices, any sound but theswift bong-bong of the raindropshitting the metal elbows at the bottomof the rain gutters.

I kept on listening. No loudvoices , every th ing quie t andrefined. He would be purring at herand she would be telling him shehad let me go and I had promisedto let them get away. He wouldn’tbelieve me, as I wouldn’t believehim. So he wouldn’t be in therelong. He would be on his way andtake her with him. All I had to dowas wait for him to come out.

I couldn’t do it. I shifted thegun to my left hand and leaned downto scoop up a handful of gravel. Itossed it against the screen of thewindow. It was a feeble effort. Verylittle of it reached the glass above thescreen, but the loose rattle of that littlewas like a dam bursting.

Canino y para mí.Los faros de su coche casi estuvieron

a punto de descubrirme antes de que al-canzase el garaje. Canino abandonó a todavelocidad la carretera principal y tuve quedeslizarme por el talud hasta la cuneta em-papada y ocultarme allí respirando agua.El coche pasó a mi lado sin disminuir lavelocidad. Alcé la cabeza, oí el raspar delos neumáticos al meterse por el caminode grava. El motor se apagó, luego lasluces y una portezuela se cerró de golpe.No oí cerrarse la puerta de la casa, perounos flecos de luz se filtraron por entreel grupo de árboles, como si se hubieralevantado la persiana de una ventana oencendido la lámpara del vestíbulo.

Regresé a la empapada zona de hierbay la crucé como pude, chapoteando. Elcoche estaba entre la casa y yo, y la pisto-la la llevaba lo más hacia el lado derechoque me era posible sin arrancarme de raízel brazo izquierdo. El coche estaba a os-curas, vacío, tibio. El agua gorgoteabaagradablemente en el radiador. Miré porla ventanilla. Las llaves colgaban del sal-picadero. Canino estaba muy seguro desí. Dila vuelta alrededor del coche, avan-cé con cuidado por la grava hasta la ven-tana más cercana y escuché. No se oíavoz alguna, ningún sonido a excepcióndel rápido retumbar de [206] las gotas delluvia que golpeaban los codos de metalal extremo de los canalones.

Seguí escuchando. Nada de gritos, todomuy tranquilo y refinado. Canino le estaríahablando con su ronroneo habitual y ella leestaría contando que me había dejado mar-char y que yo había prometido darles tiem-po para desaparecer. Canino no creería enmi palabra, como tampoco creía yo en lasuya. De manera que no seguiría allí muchotiempo. Se pondría de inmediato en caminoy se llevaría a la chica. Todo lo que teníaque hacer era esperar a que saliera.

Pero eso era lo que no podía hacer. Mecambié la pistola a la mano izquierda yme incliné para recoger un puñado de gra-va que arrojé contra el enrejado de la ven-tana. Lo hice francamente mal. Fueronmuy pocas las piedras que llegaron hastael cristal, pero su impacto resultó tan au-dible como el estallido de una presa.

para Canino y para mí.A medio camino casi me alcan-

zaron los faros. Giraron rápidamen-te en la carretera y yo me salí deella, refugiándome en una zanjamojada donde me quedé respirandola lluvia. El coche pasó delante demí sin aminorar la marcha. Levantéla cabeza, oí el rechinar de los neu-máticos cuando dejó la carretera y semetió en el camino de arena. Se apa-garon los faros, se oyó un portazo. Nooí la puerta de la casa, pero un rayode luz se deslizó entre el grupo deárboles como si se hubiera aparta-do una persiana o se hubiera encen-dido la luz del recibidor.

Volví al césped empapado y cha-poteé. El coche estaba entre la casay yo; la pistola, en mi costado, sos-tenida todo lo lejos que podía sinarrancarme el brazo izquierdo. Elcoche estaba oscuro, vacío, calien-te. El agua hacía gluglú en el radia-dor. Me asomé por la portezuela.Las llaves colgaban del tablero deinstrumentos. Canino estaba muyseguro de sí mismo. Rodeé el co-che con cuidado y crucé el caminode arena hacia la ventana y escu-ché. No oí ninguna voz, ningún rui-do, solamente el fuerte golpeteo dela lluvia en el codo de metal, al fon-do de los canalones.

Seguía escuchando. Ninguna voz,todo tranquilo y pacífico. Estaríaronroneándole y ella le estaría dicien-do que me había dejado marchar y queyo había prometido dejarles escapar.No creería en mis palabras, lo mismoque yo tampoco le creería a él. Asíque no estaría dentro mucho tiempo.Volvería a marcharse y se la llevaríacon él. Todo lo que tenía que hacerera esperar a que saliese.

No podía hacerlo. Me pasé lapistola al lado izquierdo y meagaché a coger un puñado de are-na. La arrojé contra la ventana.Fue un débil esfuerzo. Muy pocaarena llegó al cristal, pero el rui-do de ese poco fue como el esta-llido de un dique.

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I ran back to the car and goton the running board behind it. Thehouse had already gone dark. Thatwas all. I dropped quietly on the run-ning board and waited. No soap.Canino was too cagey.

I straightened up and got intothe car backwards, fumbled aroundfor the ignition key and turned it. Ireached with my foot, but the starterbutton had to be on the dash. I foundit at last, pulled it and the starterground. The warm motor caught atonce. It purred softly, contentedly. Igot out of the car again and croucheddown by the rear wheels.

I was shivering now but Iknew Canino wouldn’t like thatlast effect. He needed that carbadly. A darkened window sliddown inch by inch, only someshifting of light on the glassshowing i t moved. Flamespouted from it abruptly, theblended roar of three swift shots.Glass starred in the coupé. Iyelled with agony. The yell wentoff into a wailing groan. Thegroan became a wet gurgle,choked with blood. I let the gurgledie sickeningly, on a chokedgasp. It was nice work. I likedit. Canino liked it very much. Iheard him laugh. It was a largebooming laugh, not at all like thepurr of his speaking voice.

Then silence for a littlewhile, except for the rain and thequietly throbbing motor of thecar. Then the house door crawledopen, a deeper blackness in theblack night. A figure showed init cautiously, something whitearound the neck. I t was hercollar. She came out on the porchst i ff ly, a wooden woman. Icaught the pale shine of hers i lver wig. Canino camecrouched methodically behindher. I t was so deadly i t wasalmost funny.

Corrí hacia el coche y me situé sobreel estribo a cubierto de vistas desde lacasa. Todas las luces se apagaron al ins-tante. Nada más. Me agazapé sin hacerruido en el estribo y esperé. Nada de nada.Canino era demasiado cauteloso.

Me enderecé y entré en el coche de es-paldas; busqué a tientas la llave de con-tacto y la giré. Luego busqué con el pie,pero el mando del arranque tenía que es-tar en el salpicadero. Lo encontré final-mente, tiré de él y empezó a girar. Elmotor, todavía caliente, prendió al instantecon un ronroneo suavemente satisfecho.Salí y me agazapé de nuevo junto a lasruedas traseras.

Tiritaba ya, pero sabía que a Caninono le habría gustado aquella última ini-ciativa mía. Necesitaba el coche más queninguna otra cosa. Una ventana a oscurasfue abriéndose centímetro a centímetro:tan sólo algún cambio de luz sobre el cris-tal me permitió advertir que se estabamoviendo. Llamas brotaron de allí brus-camente, junto con los rugidos casi simul-táneos de tres disparos. Se rompieron al-gunos cristales del cupé. Lancé un gritode dolor. El grito se transformó en gemi-do quejumbroso. El gemido pasó a hú-medo gorgoteo, ahogado por la sangre.Hice que el gorgoteo terminara de mane-ra escalofriante, con un jadeo entrecorta-do. Fue un trabajo de profesional. A míme gustó. A Canino mucho más. Le oíreír, lanzar una sonora carcajada, algomuy distinto de sus habituales ronroneos.

Luego silencio durante unos momen-tos, a excepción del ruido de la lluvia yde la tranquila vibración del motor del co-che. Finalmente se abrió muy despacio lapuerta de la casa, creando una oscuridadmás profunda que la negrura de la noche.Una figura apareció en ella cautelosamen-te, con algo blanco alrededor de la gar-ganta. Era el cuello del vestido de la chi-ca. Salió al porche rígida, convertida enmujer de madera. Advertí el fulgor páli-do de su peluca plateada. Canino salióagazapándose metódicamente detrás deella. Lo hacía con una perfección tal quecasi resultaba divertido.

Corrí al coche y me situé enla parte trasera. La casa se ha-bía oscurecido. Eso fue todo.Me dejé caer en el parachoques.Ningún desliz. Canino era de-masiado zorro.

Me levanté y me metí en el co-che, busqué a tientas la llave decontacto y la giré. Busqué con elpie, pero el botón de arranque de-bía de estar en el tablero. Lo en-contré por fin, tiré de él. El motor,caliente, se puso en marcha en se-guida: ronroneaba alegremente.Salí del coche y me agaché juntoa las ruedas traseras.

Estaba tiritando ahora, pero sabíaque a Canino no le gustaría ese últi-mo toque. Necesitaba el coche deses-peradamente. Una ventana oscureci-da se abrió centímetro a centímetro.Sólo por un mínimo cambio de luz enel cristal podía apreciarse que se mo-vía. Una llamarada salió por ella, almismo tiempo que el bramido de tresrápidos disparos. Estallaron cristalesen el cupé. Grité con agonía. El gritose tornó en un largo gemido. El ge-mido se transformó en un gluglú hú-medo, ahogado con sangre. Dejé apa-gar el gluglú con angustia y sonidossofocados. Fue un trabajo estupendo.Me gustó. A Canino le gustó muchí-simo más. Le oí reír. Fue una risa so-nora, no demasiado, parecida alronroneo de su voz al hablar.

Todo estuvo silencioso porun momento, excepto el ruidode la lluvia y el del motor delcoche. Después se abrió la puer-ta, una negrura más profunda enla negra noche. Una figura seasomó con cautela con algoblanco alrededor del cuello. Erael cuello del vestido de ella.Salió al portal bien erguida: unamujer de madera. Vi el brillopálido de su peluca plateada.Canino venía completamenteella. Era tan abrumador que casiresultaba divertido.

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She came down the steps.Now I could see the white stiffnessof her face. She started towards thecar. A bulwark of defence for Canino,in case I could still spit in his eye.Her voice spoke through thelisp [ceceo] of the rain, sayings l o w l y, w i t h o u t a n y t o n e :‘I can’t see a thing, Lash. Thewindows are misted.’

He grunted something andthe girl’s body jerked hard, asthough he had jammed a gun intoher back. She came on again anddrew near the lightless car. Icould see him behind her now,his hat, a side of his face, thebulk of his shoulder. The girlstopped rigid and screamed. Abeautiful thin tearing scream thatrocked me like a left hook.

‘ I can see h im!’ shescreamed. ‘Through the window.Behind the wheel, Lash!’

He fell for it like a bucketof lead. He knocked her roughlyto one side and jumped forward,throwing his hand up. Threemore spurts of flame cut thedarkness. More glass scarred.One bullet went on through andsmacked into a tree on my side.A ricochet whined off into thedistance. But the motor wentquietly on.

H e w a s l o w d o w n ,crouched against the gloom,his face a greyness wi thoutf o r m t h a t s e e m e d t o c o m eback slowly after the glare ofthe shots. If it was a revolverhe had, it might be empty. Itmight not . He had f i red s ixtimes, but he might have re-l o a d e d i n s i d e t h e h o u s e . Ihoped he had. I didn’t wanthim with an empty gun. But itmight be an automatic.

I said: ‘Finished?’

La chica bajó los escalones y pude verla pálida rigidez de su rostro. Se dirigióhacia el coche. Todo un baluarte paradefender a Canino, en el caso de que yoestuviera todavía en condiciones de ha-cerle frente. Oí su voz que hablaba entreel susurro de la lluvia, diciendo despa-cio, sin entonación alguna:

—No veo nada, Lash. Los cristalesestán empañados.

Canino lanzó un gruñido ininteligibley el cuerpo de la muchacha se contrajobruscamente, como si él la hubiera em-pujado con el cañón de la pistola. Avan-zó de nuevo, acercándose al coche sinluces. Detrás vi ya a Canino: su sombre-ro, un lado de la cara, la silueta del hom-bro. La muchacha se paró en seco y gritó.Un hermoso alarido, agudo y penetrante,que me sacudió como un gancho de iz-quierda.

—¡Ya lo veo! —gritó—. A travésde la ventanilla. ¡Detrás del volante,Lash!

Canino se tragó el anzuelo con todala energía de que era capaz. La apartócon violencia y saltó hacia adelante,alzando la mano. Tres nuevas llama-radas rasgaron la oscuridad. Nuevasroturas de cristales. Un proyectil atra-vesó el coche y se estrelló en un árbolcerca de donde estaba yo. Una balarebotada [208] se perdió, gimiendo, enla distancia. Pero el motor siguió fun-cionando tranquilamente.

Canino estaba casi en el suelo, aga-zapado en la oscuridad, su rostro unainforme masa gris que parecía recom-ponerse lentamente después de la luzdeslumbrante de los disparos. Si eraun revólver lo que había usado, quizáestuviera vacío. Pero tal vez no. Aun-que había disparado seis veces no sepodía descartar que hubiese recarga-do el arma dentro de la casa. Deseé quelo hubiera hecho. No lo quería con unapistola vacía. Pero podía tratarse deuna automática.

—¿Terminado? —dije.

Ella bajó la escalinata. Ahorapodía ver la rigidez blanca de surostro. Se encaminó al coche. Unbaluarte defensivo para Caninoen caso de que aún pudiese dis-pararle. La voz de ella se oyóentre______ ____ la lluvia di-ciendo despacio, sin tono:

—No puedo ver nada, Lash. Lasventanillas están empapadas.

Él gruñó algo y el cuerpo de la mu-chacha se estremeció con fuerza,como si le hubieran apoyado una pis-tola en la espalda. Siguió acercándo-se y llegó al oscuro automóvil. Aho-ra podía verle detrás de ella, su som-brero, un lado de su cara y el bulto desu hombro. La chica se paró en secoy gritó. Un hermoso grito desgarra-dor que me hizo tambalear como uncorchete.

—¡Ya lo veo —gritó—, porla ventanilla, detrás del volan-te, Lash!

Picó como un imbécil. Laapartó bruscamente a un lado ysaltó hacia adelante con su manolevantada. Tres llamaradas atra-vesaron la oscuridad. Más crista-les rotos. Una bala rebotó y fue aestrellarse en un árbol a milado____ _______ . Ot rorebote se perdió ________ _en la distancia. Pero el motorseguía funcionando.

Estaba agazapado en la oscu-ridad, su rostro era una manchagris, sin forma, que se empeza-ba a distinguir después del bri-llo de los disparos. Si era unrevólver lo que tenía, podía es-tar vacío. Pero podía no estarlo.Había disparado seis veces peropodía haberlo cargado de nue-vo en la casa. Esperaba que lohubiese hecho. No lo quería conun arma vacía. Pero podía seruna automática.

—¿Ha acabado? —pregunté.

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estriado, escarificado, XX

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He whirled at me. Perhapsit would have been nice to allowhim another shot or two, just like agentleman of the old school. But hisgun was still up and I couldn’t waitany longer. Not long enough to bea gentleman of the old school. I shothim four times, the Colt strainingagainst my ribs. The gun jumpedout of his hand as if it had beenkicked. He reached both his handsfor his stomach. I could hear themsmack hard against his body. He felllike that, straight forward, holdinghimself together with his broadhands. He fell face down in the wetgravel. And -after that there wasn’ta sound from him.

Silver-Wig didn’t make asound either. She stood rigid, withthe rain swirling at her. I walkedaround Canino and kicked his gun,without any purpose. Then I walkedafter it and bent over sideways andpicked it up. That put me closebeside her. She spoke moodily, asif she was talking to herself.

‘I - I was afraid you’d come back.’

I said: ‘We had a date. Itold you it was all arranged.’ Ibegan to laugh like a loon.

Then she was bending downover him, touching him. And after alittle while she stood up with a smallkey on a thin chain.

She said bitterly: ‘Did youhave to kill him?’

I stopped laughing as suddenly asI had started. She went behind me andunlocked the handcuffs.

‘Yes,’ she said softly. ‘Isuppose you did.’

Se volvió hacia mí como un torbelli-no. Quizá hubiera estado bien permitirledisparar una o dos veces más, exacta-mente como lo hubiese hecho un caba-llero de la vieja escuela. Pero aún tenía elarma levantada y yo no podía esperar más.No lo bastante para comportarme comoun caballero de la antigua escuela. Dis-paré cuatro veces contra él, el Colt gol-peándome las costillas. A él le saltó elarma de la mano como si alguien le hu-biera dado una patada. Se llevó las dosmanos al estómago y oí el ruido que hi-cieron al chocar contra el cuerpo. Cayóasí, directamente hacia adelante, suje-tándose el vientre con sus manos podero-sas. Cayó de bruces sobre la grava húme-da. Y ya no salió de él ningún otro ruido.

Peluca de Plata tampoco emitió soni-do alguno. Permaneció completamenteinmóvil, con la lluvia arremolinándose asu alrededor. Sin que hiciera ninguna fal-ta, pegué una patada a la pistola de Cani-no. Luego fui a buscarla, me incliné delado y la recogí. Eso me dejó muy cercade la chica, que me dirigió la palabra conaire taciturno, como si hablara sola:

—Temía que hubiera decidido volver.

—No suelo faltar a mis citas —dije—. Ya leexpliqué que todo estaba preparado de antemano.

Empecé a reír como un poseso.

Luego la chica se inclinó sobre Cani-no, tocándolo. Y al cabo de un momentose incorporó con una llavecita que col-gaba de una cadena muy fina.

—¿Era necesario matarlo? —pregun-tó con amargura.

Dejé de reír tan bruscamente comohabía empezado. La chica se colocó de-trás de mí y abrió las esposas.

—Sí —dijo con voz suave—. Supon-go que sí.

Se volvió rápidamente hacia mí.Quizá hubiera sido elegante permi-tirle un disparo o dos, como un ca-ballero de la vieja escuela, pero surevólver estaba todavía levantado yno podía esperar más, ni siquiera losuficiente como para ser un caba-llero de la vieja escuela. Le dispa-ré cuatro veces, con el Colt entremis rodillas. El revólver saltó desus manos como si hubiera sido gol-peado. Se llevó ambas manos al es-tómago. Pude oírlas golpeando con-tra su cuerpo. Cayó así, hacia ade-lante, sujetándose el cuerpo con susanchas manos. Su cara dio contrala arena húmeda. Y después de eso,ya no hizo ningún ruido.

Peluca de Plata tampoco hizoningún ruido. Se quedó rígida,bajo la lluvia. Me fui hacia Ca-nino y le di un puntapié a surevólver sin razón alguna. Des-pués me agaché y lo recogí.Esto hizo que me acercara aella. Habló con voz triste, comoconsigo misma:

—Me..., me temía que volvería.

—Teníamos una cita —dije—. Yale dije que estaba todo arreglado.

Empecé a reírme como un bobo.

Ella se inclinó sobre Canino, to-cándole. Después de un momento selevantó con una llavecita colgadade una cadena.

—¿Tenía que matarle? —dijo conamargura.

Dejé de reírme tan repentinamen-te como había empezado. Se puso amis espaldas y abrió las esposas.

—Sí —dijo con voz suave—, su-pongo que tenía que hacerlo.

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This was another day and thesun was shining again.

Capta in Gregory of theMissing Persons Bureau lookedheavily out of his office window atthe barred upper floor of the Hallof justice, white and clean after therain. Then he turned ponderouslyin his swivel chair and tamped hispipe with a heat-scarred thumband stared at me bleakly.

‘So you got yourself inanother jam.’

‘Oh, you heard about it.’

‘Brother, I sit here all day onmy fanny and I don’t look as if I hada brain in my head. But you’d besurprised what I hear. Shooting thisCanino was all right I guess, but Idon’t figure the homicide boys pinnedany medals on you.’

‘There’s been a lot of killingsgoing on around me,’ I said. ‘I haven’tbeen getting my share of it.’

He smiled patiently. ‘Whotold you this girl out there was EddieMars’s wife?’

I told him. He listenedcareful ly and yawned. Hetapped his gold studded mouthwith a palm like a tray. ‘I guessyou figure I ought to have foundher.’

‘That’s a fair deduction.’

‘Maybe I knew,’ he said.‘Maybe I thought if Eddie and hiswoman wanted to play a little gamelike that, it would be smart - or as smartas I ever get - to let them think theywere getting away with it. And thenagain maybe you think I was lettingEddie get away with it for morepersonal reasons.’ He held his big handout and revolved the thumb against theindex and second fingers.

‘No,’ I said. ‘I didn’t reallythink that. Not even when Eddieseemed to know all about our talk

Treinta

Era otro día y el sol brillaba de nue-vo.

El capitán Gregory, de la Oficina dePersonas Desaparecidas, contempló conaire fatigado, por la ventana de su despa-cho, el piso superior del Palacio de Justi-cia, blanco y limpio después de la lluvia.Luego se volvió pesadamente en su si-llón giratorio, aplastó el tabaco de la pipacon un pulgar chamuscado por el fuegoy me contempló sombríamente.

—De manera que se ha metido en otrolío.

—Ah, ya está enterado.

—Es cierto que me paso aquí todo el díaengordando el trasero y no doy la impresiónde tener dos dedos de frente, pero le sorpren-dería enterarse de todo lo que oigo. Supongoque acabar con el tal Canino estuvo bien, perono creo que los chicos de la Brigada Criminalle den una medalla.

—Ha muerto mucha gente a mi alre-dedor —dije—. Antes o después tenía quellegarme el turno.

Sonrió con paciencia.—¿Quién le dijo que la chica que es-

taba allí era la mujer de Eddie Mars?

Se lo expliqué. Escuchó con atencióny bostezó, tapándose una boca llena dedientes de oro con la palma de una manotan grande como una bandeja. [210]

—Como es lógico, opina que debería-mos haberla encontrado.

—Es una deducción acertada.

—Quizá lo sabía —dijo—. Quizápensaba que si Eddie y su prójima que-rían jugar a un jueguecito como ése,sería inteligente (o al menos todo lointeligente que soy capaz de ser) dejar-les creer que se estaban saliendo con lasuya. Aunque quizá opine usted que leshe dejado campar por sus respetos porrazones más personales. —Extendió sumano gigantesca y frotó el pulgar con-tra el índice y el corazón.

—No —dije—. Realmente no penséeso. Ni siquiera cuando Eddie dio la im-presión de estar al corriente de nuestra

XXX

Era otro día; el sol brillaba de nue-vo.

El capitán Gregory, de la Ofici-na de Personas Desaparecidas, mi-raba por la ventana de su despachoal piso superior del Palacio de jus-ticia, blanco y limpio después de la lluvia.Se volvió con cansancio en su silla gi-ratoria, apretó ____ ________ __ __ _____ _ _____ la picadura de calory me miró con frialdad.

—Así que se ha metido en otrolío.

—¡Oh! ¿Ya se ha enterado?

—Hermano, estoy aquí sentado todo eldía sobre mi trasero y no parece que tengasesos en la cabeza. Pero le sorprendería sa-ber de lo que me entero. Matar a ese Caninoestuvo bien, supongo, pero me parece quelos chicos de la Brigada de Homicidios nole pondrán una medalla.

—Ha habido un montón de muer-tes a mi alrededor, —dije— y no heconseguido mi parte de ellas.

Sonrió pacientemente.—¿Quién le dijo que esa mucha-

cha era la mujer de Eddie Mars?

Se lo expliqué. Me escuchó atentamen-te y bostezó. Se dio una palmada en suboca, en la que brillaban dientes de oro,con una mano como una bandeja.

—Supongo que cree que yo debe-ría haberla encontrado.

—Esa es una deducción lógica.

—Quizá yo lo supiese —contestó—También puede que su mujer pensaraque ella y Eddie querían jugar unapartidita como sea; sería inteligente, omás o menos inteligente, hacerles creerque se habían salido con la suya. Y ade-más, quizá piense usted que yo estabadejando que Eddie Mars se saliera conla suya por razones más personales.Estiró su enorme mano y restregó elpulgar contra el índice.

—No —dije—, en realidad nopensé eso. Ni siquiera cuando vi queEddie parecía saber todo lo que ha-

XX estriado, escarificado,

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here the other day.’He raised his eyebrows as

if raising them was an effort, atrick he was out of practice on.It furrowed his whole foreheadand when it smoothed out it wasfull of white lines that turnedreddish as I watched them.

‘I’m a copper,’ he said. ‘Justa plain ordinary copper. Reasonablyhonest. As honest as you couldexpect a man to be in a world whereit’s out of style. That’s mainly whyI asked you to come in this morning.I’d like you to believe that. Being acopper I like to see the law win. I’dlike to see the flashy well-dressedmugs like Eddie Mars spoiling theirmanicures in the rock quarry atFolsom, alongside of the poor littleslum-bred hard guys that got knockedover on their first caper and never hada break since. That’s what I’d like.You and me both lived too long tothink I’m likely to see it happen. Notin this town, not in any town halfthis size, in any part of this wide,green and beautiful U. S.A. We justdon’t run our country that way.’

I didn’t say anything. He blewsmoke with a backward jerk of hishead, looked at the mouthpiece of hispipe and went on:

‘But that don’t mean I thinkEddie Mars bumped off Regan or hadany reason to or would have done itif he had. I just figured maybe heknows something about i t , andmaybe sooner or later somethingwill sneak out into the open. Hidinghis wife out at Realito was childish,but it’s the kind of childishness asmart monkey thinks is smart. I hadhim in here last night, after the D.A.got through with him. He admitted thewhole thing. He said he knew Caninoas a reliable protection guy and that’swhat he had him for. He didn’t knowanything about his hobbies or wantto. He didn’t know Harry Jones. Hedidn’t know Joe Brody. He did knowGeiger, of course, but claims he didn’tknow about his racket. I guess you

conversación del otro día.Gregory alzó las cejas como si alzarlas le

supusiera un esfuerzo, como si fuera un trucoque había practicado poco en los últimos tiem-pos. La frente se le llenó de surcos y, cuandovolvió a bajar las cejas, los surcos se transfor-maron en líneas blancas que luego fueron en-rojeciendo mientras yo las contemplaba.

—Soy policía —dijo—. Un policía corrien-te y moliente. Razonablemente honesto. Todolo honesto que cabe esperar de un hombre quevive en un mundo donde eso ya no se lleva.Ésa es la razón fundamental de que le hayapedido que viniera hoy a verme. Me gustaríaque lo creyera. Dado que soy policía me gustaque triunfe la justicia. No me importaría quetipos ostentosos y bien vestidos como EddieMars se estropearan esas manos tan bien cui-dadas en la cantera de Folsom, junto a los po-bres desgraciados de los barrios bajos a los queecharon el guante en su primer golpe y no hanvuelto a tener una oportunidad desde entonces.No me importaría nada. Usted y yo hemos vividodemasiado para creer que llegue a verlo. No enesta ciudad, ni en ninguna ciudad que sea la mitadde grande que ésta, ni en ninguna parte de nues-tros Estados Unidos, tan grandes, tan verdes y tanhermosos. Sencillamente no es ésa la manera quetenemos de gobernar este país.

No dije nada. El capitán Gregory lan-zó una nube de humo con un brusco mo-vimiento hacia atrás de la cabeza, con-templó la boquilla de su pipa y continuó:

—Pero eso no quiere decir que yo pienseque Eddie Mars acabara con Regan ni quetuviera razones para hacerlo ni que lo hu-biera hecho aunque las tuviera. Supuse, sen-cillamente, que quizá sabía algo, y que qui-zá antes o después ese algo acabaría por sa-lir a la luz. Esconder a su mujer en Realitofue una cosa infantil, pero es la clase de re-acción infantil que los monos listos consi-deran que es una manifestación de inteligen-cia. A Eddie lo tuve aquí anoche, despuésde que el fiscal del distrito terminara con él.Lo reconoció todo. Dijo que sabía que Ca-nino era un tipo solvente en materia de pro-tección y que lo había contratado para eso.Ni sabía ni quería saber nada de sus aficio-nes. No conocía a Harry Jones. No cono-cía a Joe Brody. Conocía a Geiger, claroestá, pero asegura que no estaba al tantode su tinglado. Imagino que usted ya ha

blamos aquí el otro día.Levantó las cejas como si el levan-

tarlas fuese un esfuerzo para el cualestaba falto de práctica esta mañana.Toda su frente se llenó de arrugas, ycuando se alisó, quedó llena de líneasblancas que se tornaron rojizas mien-tras las contemplaba.

—Soy un poli —me replicó—. Nada másque un simple poli. Razonablemente honrado.Tan honrado como se puede esperar de un hom-bre que vive en un mundo donde eso está pa-sado de moda. Esa es la causa principal por laque le pedí que viniese esta mañana. Me gus-taría que lo creyera. Siendo un policía, me agra-da contemplar el triunfo de la ley. Me gustaríaver a todos los canallas____ bien vestidos,como Eddie Mars, estropeándose suscuidadas manos en las canteras deFolsom, junto a los pobres tipos de losbarrios bajos, a quienes se les pesca enla primera travesura y no vuelven a tenerninguna oportunidad desde ese momen-to. Esto es lo que me gustaría. Usted y yoya hemos vivido demasiado para creer quesea probable que esto ocurra. Ni en estaciudad, ni en ninguna otra de la mitad deltamaño de ésta. No gobernamos nuestropaís de ese modo.

No dije nada. Gregory aspiró humocon un movimiento brusco de la ca-beza, miró la cazoleta de la pipa y dijoa continuación:

—Pero esto no significa que yocrea que Eddie Mars liquidó a Regan,que tuviera alguna razón para hacer-lo o que lo hubiera hecho si la tuvie-se. Yo sólo me figuré que quizá su-piera algo sobre eso y posiblementemás tarde o más temprano quedaríaal descubierto. Ocultar a su mujer enRealito fue infantil, pero es la clasede infantilismo que un mono sabiocree que es algo brillante. Lo tuveaquí anoche después de que el fiscalde distrito terminara con él. Lo admi-tió todo. Dice que Canino era dignode confianza y que por eso era por loque lo tenía. No sabía nada sobre susaficiones ni quería saberlo. No cono-cía a Harry Jones, ni tampoco a JoeBrody. Conocía a Geiger, claro, perojura que no sabía nada de su negocio.

flashy showy; gaudy; cheaply attractive, ostentatious.

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heard all that.’

‘Yes.’

‘You played it smart downthere at Realito, brother. Not tryingto cover up. We keep a file onunidentified bullets nowadays. Someday you might use that gun again.Then you’d be over a barrel.’

‘I played it smart,’ I said, andleered at him.

He knocked his pipe outand stared down at it broodingly.‘What happened to the girl?’ heasked, not looking up.

‘I don’t know. They didn’thold her. We made statements, threesets of them, for Wilde, for theSheriff ’s office, for the HomicideBureau. They turned her loose. I haven’tseen her since. I don’t, expect to.’

‘Kind of a nice girl, they say.Wouldn’t be one to play dirty games.’

‘Kind of a nice girl,’ I said.

Captain Gregory sighedand rumpled his mousy hair.‘There’s just one more thing,’ he saidalmost gently. ‘You look like a niceguy, but you play too rough. If youreally want to help the Sternwoodfamily - leave ‘em alone.’

‘I think you’re right, Captain.’

‘How you feel?’

‘Swell ,’ I said. ‘I wasstanding on various pieces ofcarpet most of the night, beingbawled out. Before that I gotsoaked to the skin and beaten up.I’m in perfect condition.’

‘What the hell did you expect, brother?’

oído todo eso.

—Sí.

—Actuó de manera muy inteligente enRealito, Marlowe. Hizo bien al no intentarocultar lo sucedido. Ahora ya contamos conun archivo de proyectiles no identificados.Algún día quizá use usted otra vez esa arma.Y entonces tendrá problemas.

—Pero actué de manera inteligente —dije, mirándolo socarronamente.

Vació la pipa golpeándola y se quedómirándola, pensativo.

—¿Qué ha pasado con la chica? —pre-guntó, sin alzar la vista.

—No lo sé. La dejaron marchar. Hi-cimos nuestras declaraciones, tres ve-ces, para Wilde, para el despacho delsheriff y para la Brigada Criminal. Ydespués se fue. No la he visto desde en-tonces, ni creo que la vuelva a ver.

—Parece una buena chica, dicen. No es pro-bable que esté metida en asuntos sucios.

—Parece una buena chica —repetí yo.

El capi tán Gregory suspiró yse despeinó el pelo ratonil. [212]

—Una cosa más —dijo, casi con ama-bilidad—. Usted también parece buenapersona, pero es demasiado violento. Sirealmente quiere ayudar a la familiaSternwood..., déjelos en paz.

—Creo que tiene razón, capitán.

—¿Qué tal se encuentra?

—Estupendamente —dije—. Me hepasado casi toda la noche de pie en dis-tintos trozos de alfombra, permitiendo queme gritaran. Antes de eso me zurraronde lo lindo y acabé empapado hasta loshuesos. Estoy en perfectas condiciones.

—¿Qué demonios esperaba, hermano?

Supongo que ya oyó todo eso.

—Sí —repuse.

—Se condujo hábilmente enRealito, hermano. No trató de tapar-lo. Conservamos ahora un archivo debalas sin identificar. Alguien podríausar otra vez esa pistola y entoncesse encontraría sobre un cañón.

—Lo hice con habilidad —dije, yle miré de reojo.

Golpeó la mesa con la pipa y sequedó mirándola con melancolía.

—¿Qué fue de la chica? —pregun-tó sin levantar los ojos.

—No lo sé. No la retuvieron. Hi-cimos declaraciones, por triplicado:para Wilde, para la oficina del sheriffy para la Brigada de Homicidios. Lasoltaron. No la he vuelto a ver desdeentonces, ni espero verla.

—Una buena muchacha, dicen. Deésas que no juegan sucio.

—Una buena muchacha —afirmé.

El capitán Gregory suspiró yse alborotó el pelo.

—Hay algo más —dijo casi dul-cemente—. Parece usted un buen mu-chacho, pero juega con demasiadarudeza. Si realmente quiere ayudar ala familia Sternwood, déjelos en paz.

—Creo que tiene razón, capitán.

—¿Cómo se encuentra?

—Estupendamente —contesté—E s t u v e d e u n l a d o p a r a o t r o l am a y o r p a r t e d e l a n o c h e ,aguantando broncas. Antes de eso memojé hasta los huesos y fui vapuleado. Ahorame encuentro en perfectas condiciones.

—¿Y qué esperaba usted, hermano?

bawl v.1 tr. speak or call out noisily. 2 intr. weep loudly. vociferar, gritar, desgañitarse

rumple 1 to make or become wrinkled, crumpled, ruffled, or dishevelled, make (esp. the hair) untidy, unkempt, tousle 2 a wrinkle, fold, or crease, CRUMPLE

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‘Nothing else.’ I stood up andgrinned at him and started for the’ door.When I had almost reached it he clearedhis throat suddenly, and said in a harshvoice: ‘I’m wasting my breath,huh? You still think you canfind Regan.’

I turned round and looked himstraight in the eyes. ‘No, I don’t thinkI can find Regan. I’m not even goingto try. Does that suit you?,

He nodded slowly. Thenhe shrugged. ‘I don’t knowwhat the hell I even said that for.Good luck, Marlowe. Droparound any time.’

‘Thanks, Captain.’

I went down out of the CityHall and got my car from theparking lot and drove home to theHobart Arms. I lay down on thebed with my coat off and stared atthe ceiling and listened to thetraffic sounds on the street outsideand watched the sun move slowlyacross a corner of the ceiling. Itried to go to sleep, but sleep didn’tcome. I got up and took a drink,although it was the wrong time ofday, and lay down again. I stillcouldn’t go to sleep. My brainticked like a clock. I sat up on theside of the bed and stuffed a pipeand said out loud:

‘That old buzzard knowssomething.’

—Nada. —Me puse en pie, le sonreí yme dirigí hacia la puerta. Cuando casi habíallegado, Gregory se aclaró la garganta de re-pente y dijo, con aspereza en la voz:

—No he hecho más que malgastaraliento, ¿no es cierto? Todavía sigue pen-sando que puede encontrar a Regan.

Me volví y lo miré de hito en hito.—No, no creo que pueda encontrar a

Regan. Ni siquiera lo voy a intentar. ¿Leparece bien?

Hizo un lento gesto de asentimiento con lacabeza. Luego se encogió de hombros.

—No sé por qué demonios he dichoeso. Buena suerte, Marlowe. Venga a ver-me cuando quiera.

—Gracias, capitán.

Salí del ayuntamiento, recogí micoche en el aparcamiento y mevolví a casa, al Hobart Arms. Metumbé en la cama después de qui-tarme la chaqueta, miré al techo,escuché el ruido del tráfico en lacalle y observé cómo el sol avan-zaba lentamente por lo alto de lapared. Intenté dormir, pero el sue-ño no acudió a la cita. Me levanté,me tomé un whisky, aunque no erael momento de hacerlo, y volví atumbarme. Seguía sin poder dor-mir. El cerebro me hacía tic—taccomo un reloj. Me senté en el bor-de de la cama, llené una pipa y dijeen voz alta:

— E s e v i e j o p a j a r r a c o s a b ea lgo .

—Nada más que eso.Me levanté, le sonreí y me encaminé a la

puerta. Cuando casi la había alcanzado,carraspeó de repente y dijo con voz áspera:

—Estoy malgastando energías,¿eh? Está todavía convencido de quepuede encontrar a Regan.

Me volví y le miré a los ojos.—No, no creo que pueda encon-

trar a Regan. Ni voy a intentarlo si-quiera. ¿Está conforme?

Asintió lentamente con la cabeza.Después se encogió de hombros.

—No sé para qué diablos he dichoeso. Buena suerte, Marlowe. Déjesecaer por aquí cuando quiera.

—Gracias, capitán.

Salí del Ayuntamiento, saquémi coche del aparcamiento y medirigí al Hobart Arms. Me eché enla cama con el abrigo puesto y, mequedé mirando al techo y escu-chando los ruidos del tráfico en lacalle. Estuve mirando al sol mo-verse poco a poco a través de unaesquina del techo. Intenté dormir,pero no lo conseguí. Me levanté ybebí un trago, aunque no era el mo-mento adecuado, y me volví aacostar. Tampoco ahora pude dor-mir. Mi cerebro latía como un re-loj. Me senté en el borde de lacama, llené la pipa de tabaco y dijeen voz alta:

— E s t e v i e j o z o r r o s a b ea l g o .

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The pipe tasted as bitter as lye.I put it aside and lay down again. Mymind drifted through waves of falsememory, in which I seemed to do thesame thing over and over again, go tothe same places, meet the same people,say the same words to them, over andover again, and yet each time it seemedreal, like something actually happening,and for the first time. I was driving hardalong the highway through the rain,with Silver-Wig in the corner of the car,saying nothing, so that by the time wereached Los Angeles we seemed to beutter strangers again. I was getting outat an all-night drugstore and phoningBernie Ohls that I had killed a man atRealito and was on my way over toWilde’s house with Eddie Mars’s wife,who had seen me do it. I was pushingthe car along the silent, rain-polishedstreets of Lafayette Park and up underthe porte-cochère of Wilde’s big framehouse and the porch light was alreadyon, Ohls having telephoned ahead thatI was coming. I was in Wilde’s studyand he was behind his desk in aflowered dressing-gown and a tighthard face and a dappled cigar movedin his fingers and up to the bitter smileon his lips. Ohls was there and a slimgrey scholarly man from the Sheriff’soffice who looked and talked more likea professor of economics than a cop. Iwas telling the story and they werelistening quietly and Silver-Wig sat ina shadow with her hands folded in herlap, looking at nobody. There was a lotof telephoning. There were two menfrom the Homicide Bureau who lookedat me as if I was some kind of strangebeast escaped from a travelling circus.I was driving again, with one of thembeside me, to the Fulwider Building. Wewere there in the room where HarryJones was still in the chair behind thedesk, the twisted stiffness of his deadface and the sour-sweet smell in theroom. There was a medical examiner,very young and husky, with red bristleson his neck. There was a fingerprintman fussing around and I was tellinghim not to forget the latch of thetransom. (He found Canino’s thumbprint on it, the only print the brown man

La pipa me supo a lejía. Prescindí de ellay volví a tumbarme. Mi cabeza empezó adejarse invadir por oleadas de falsos recuer-dos, en los que me parecía hacer lo mismouna y otra vez, ir a los mismos sitios, encon-trarme con las mismas personas, decirles lasmismas frases, una y otra vez, y sin embar-go todo era siempre igual de real, como algoque sucediera de verdad y por vez primera.Conducía a mucha velocidad bajo la lluvia,con Peluca de Plata en un rincón del coche,sin decir nada, de manera que cuando llegá-bamos a Los Ángeles parecíamos de nuevocompletos desconocidos. Me apeaba en undrugstore abierto las veinticuatro horas deldía y telefoneaba a Bernie Ohls para decirleque había matado a un individuo en Realito yque iba camino de la casa de Wilde con la mujerde Eddie Mars, que me había visto hacerlo.Conducía el coche por las calles silenciosas,abrillantadas por la lluvia, de Lafayette Park,hasta llegar a la porte-cochére de la gran casade madera de Wilde, y la luz del porche yaestaba encendida, porque Ohls había telefo-neado para decir que íbamos de camino. Mehallaba en el estudio de Wilde y el fiscal esta-ba detrás de su escritorio con un batín floreadoy una expresión dura y tensa, mientras uncigarro veteado iba y venía de los dedos ala glacial sonrisa de los labios. También in-tervenían Ohls y un individuo del despa-cho del sheriff, delgado y gris y con aireacadémico, cuyo aspecto y palabras eranmás de profesor de ciencias económicasque de policía. Yo les contaba la historia,ellos escuchaban en silencio y Peluca de Pla-ta permanecía en la sombra, las manos cru-zadas sobre el regazo, sin mirar a nadie. Sehacían abundantes llamadas telefónicas. Ha-bía dos funcionarios de la Brigada Criminalque me miraban como si fuese un animal ex-traño que se hubiera escapado de un circo am-bulante. Volvía a conducir, con uno de ellos ami lado, al edificio Fulwider. Estábamos enla habitación donde Harry Jones seguía en lasilla, detrás de la mesa, mostrando la retorci-da rigidez de su rostro y donde aún era per-ceptible un olor agridulce. Había un forense,muy joven y fornido, con hirsutos pelos ro-jos en el cuello. Y un encargado de tomarhuellas dactilares que iba de [214] aquí paraallá y al que yo le decía que no se olvidaradel pestillo del montante. (Encontró en él lahuella del pulgar de Canino, la única que ha-bía dejado, para apoyar mi relato, el asesino

La pipa tenía un sabor amargo de le-jía. La dejé y me recosté de nuevo. Mimente empezó a dar vueltas una y otravez y, con todo, cada vez parecía ser cier-to, como algo que ocurre siempre porvez primera. Estaba conduciendo micoche por la carretera, bajo la lluvia, conPeluca de Plata sentada en un rincón, sindecir nada, así que cuando llegamos aLos Ángeles éramos de nuevo como ex-traños. Telefoneé a Bernie Ohls desdeun bar abierto toda la noche para decirleque había matado a un hombre en Realitoy que estaba camino de la casa de Wildeacompañado de la mujer de Eddie Mars,que me había visto hacerlo. Conducía elcoche por las calles silenciosas de par-que Lafayette, pálidas por la lluvia, ypasaba la puerta cochera de la enormecasa de madera de Wilde, cuya luz delportal estaba encendida porque Ohls yahabía telefoneado que iba a venir. Mehallaba en el despacho de Wilde y éldetrás de la mesa vestido con un ba-tín floreado, el rostro serio; un purose movía entre sus dedos y una amar-ga sonrisa curvaba sus labios. Ohlstambién estaba allí, y además un hom-bre gris, con aspecto de erudito, de laoficina del sheriff, que tenía el porteLe de un profesor de economía y ha-blaba más como tal que como un po-licía. Yo estaba relatando lo sucedi-do y me escuchaban en silencio. Pe-luca de Plata permanecía sentada enun rincón, con las manos en su rega-zo, sin mirar a nadie. Hubo un mon-tón de conversaciones telefónicas.Había dos hombres de la Brigada de Ho-micidios que me miraban como si yo fueraun bicho extraño escapado de un circo. Mehallaba conduciendo de nuevo, con uno deellos sentado a mi lado, hacia el edificioFulwider. Nos encontrábamos en la habita-ción donde Harry Jones estaba aún en la si-lla, detrás de la mesa, con el rostro rígidoy el olor dulce—amargo flotando en elaire. Había un médico forense, muy joveny fornido, con la piel rojiza en el cuello.Había un hombre dando vueltas por allí ybuscando huellas dactilares por todas par-tes, y yo le decía que no olvidase el cie-rre del montante. ( Encontró en él la hue-lla del pulgar de Canino, la misma huellaque el hombre del abrigo marrón había de-

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had left to back up my story.)I was back again at Wilde’s

house, signing a typewrittenstatement his secretary had run off inanother room. Then the door openedand Eddie Mars came in and an abruptsmile flashed to his face when he sawSilver-Wig, and he said: ‘Hello,sugar’, and she didn’t look at him oranswer him. Eddie Mars fresh andcheerful, in a dark business suit, witha fringed white scarf hanging outsidehis tweed overcoat. Then they weregone, everybody was gone out of theroom but myself and Wilde, andWilde was saying in a cold, angryvoice: ‘This is the last time,Marlowe. The next fast one youpull I’ll throw you to the lions, nomatter whose heart it breaks.’

It was like that, over and overagain, lying on the bed and watchingthe patch of sunlight slide down thecorner of the wall. Then the phone rang,and it was Norris, the Sternwood but-ler, with his usual untouchable voice.

‘Mr Marlowe? I telephoned youroffice without success, so I took the libertyof trying to reach you at home.’

‘I was out most of the night,’I said. ‘I haven’t been down.’

‘Yes, sir. The General wouldlike to see you this morning, MrMarlowe, if it’s convenient.’

‘Half an hour or so,’ I said.‘How is he?’

‘He’s in bed, sir, but not doing badly.’‘Wait till he sees me,’ I said,

and hung up.

I shaved, changed clothes andstarted for the door. Then I went backand got Carmen’s little pearl-handledrevolver and dropped it into my pocket.The sunlight was so bright that itdanced. I got to the Sternwood place intwenty minutes and drove up under thearch at the side door. It was eleven-fifteen. The birds in the ornamentaltrees were crazy with song after the rain,the terraced lawns were as green as theIrish flag, and the whole estate lookedas though it had been made about tenminutes before. I rang the bell. It wasfive days since I had rung it for the first

vestido de marrón.)Después volvía a casa de Wilde, y fir-

maba una declaración escrita a máquinaque su secretaria había preparado en otrahabitación. Luego se abría la puerta, en-traba Eddie Mars y en su rostro aparecíade repente una sonrisa al ver a Peluca dePlata, y decía «Hola, cielo», aunque ellano lo miraba ni respondía a su saludo. UnEddie Mars descansado y alegre, con tra-je oscuro y bufanda blanca con flecos col-gando por fuera del abrigo de tweed. Lue-go ya se habían ido, se había marchadotodo el mundo de la habitación, exceptoWilde y yo, y el fiscal estaba diciendocon frialdad y enojo en la voz:

—Ésta es la última vez, Marlowe. Lapróxima vez que nos haga una jugarretalo echaré a los leones, y me dará lo mis-mo que se le rompa a alguien el corazón.

Así se repetía todo, una y otra vez, tum-bado en la cama, mientras veía cómo lamancha de sol bajaba por la esquina de lapared. Luego sonó el teléfono, y eraNorris, el mayordomo de los Sternwood,con su habitual voz distante.

—¿Señor Marlowe? Después de telefonearsin éxito a su despacho, me he tomado la liber-tad de intentar localizarlo en su domicilio.

—Estuve fuera casi toda la noche —dije—. No he pasado por el despacho.

—Comprendo, señor. El general qui-siera verlo hoy por la mañana, si le resul-ta conveniente.

—Dentro de media hora, más o menos—dije—. ¿Qué tal está?

—En cama, señor, pero no demasiado mal.—Espere hasta que me vea —dije an-

tes de colgar.

Me afeité y me cambié de ropa; cuando yaestaba abriendo la puerta volví sobre mis pa-sos, busqué el pequeño revólver de Carmencon cachas de nácar y me lo metí en el bolsi-llo. La luz del sol era tan brillante que parecíabailar. Llegué a casa de los Sternwood en veinteminutos y me situé con el coche bajo el arcoen la puerta lateral. El reloj marcaba las once ycuarto. En los árboles ornamentales, los pája-ros cantaban como locos después de la lluvia,y las terrazas donde crecía el césped estabantan verdes como la bandera de Irlanda. Todala finca daba la impresión de que acababande terminarla diez minutos antes. Toqué eltimbre. Tan sólo cinco días desde que lo to-

jado allí para confirmar mi historia. )Estaba de nuevo en casa de

Wilde, firmando una declaraciónescrita a máquina que su secretariohabía pasado en limpio en otra ha-bitación. Entonces se abrió la puer-ta y entró Eddie Mars; una sonrisarápida iluminó su rostro cuando vioa Peluca de Plata, y dijo: «Hola,preciosa.» Ella no lo miró ni le con-testó. Eddie Mars, fresco y animo-so, llevaba un traje oscuro y una bu-fanda blanca con flecos asomandopor su abrigo de tweed. Después sefueron todos, excepto Wilde y yo;éste me decía con voz fría y coléri-ca : «Esta es la ú l t ima vez ,Marlowe. La próxima lo echaréa los leones, sin importarme aquién se le parta el corazón.»

Ahora estaba contemplando elrayo de sol que se desplazaba haciauna esquina de la pared. Entoncessonó el teléfono; era Norris, el ma-yordomo de los Sternwood, con suhabitual voz intocable.

—¿Señor Marlowe? Telefoneé asu oficina sin éxito y por ello me toméla libertad de telefonearle a su casa.

—Estuve fuera la mayor parte dela noche. No he estado aquí.

—Sí, señor. El general querría ver-le hoy por la mañana, señor Marlowe,si no tiene inconveniente.

—Dentro de una media hora, pocomás menos. ¿Cómo está?

—En cama, señor; pero no se encuentra peor.—Espere hasta que me vea —dije

y colgué.

Me afeité, me cambié de ropa y me diri-gí a la puerta. Pero entonces volví, cogí elrevólver de Carmen con puño de nácar y melo metí en el bolsillo. La luz del sol era tanviva que danzaba. Llegué a la mansiónSternwood en veinte minutos y aparqué de-bajo del arco que había en la puerta lateral.Eran las once y cuarto. Los pájaros, en losárboles que adornaban el parque, cantabanlocamente después de la lluvia; las terrazasde césped estaban verdes como la banderairlandesa y todo el chalet parecía como silo hubieran hecho unos diez minutos an-tes. Toqué el timbre. Habían transcurridocinco días desde que lo había tocado por

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time. It felt like a year.A maid opened the door and

led me along a side hall to the mainhallway and left me there, saying MrNorris would be down in a moment.The main hallway looked just thesame. The portrait over the mantelhad the same hot black eyes and theknight in the stained-glass windowstill wasn’t getting anywhere untyingthe naked damsel from the tree.

In a few minutes Norrisappeared, and he hadn’t changedeither. His acid-blue eyes were asremote as ever, his greyish-pink skinlooked healthy and rested, and hemoved as if he was twenty yearsyounger than he really was. I was theone who felt the weight of the years.

We went up the t i l edstaircase and turned the oppositeway from Vivian’s room. With eachstep the house seemed to growlarger and more silent. We reacheda massive old door that looked as ifit had come out of a church. Norrisopened it softly and looked in. Thenhe stood aside and I went in pasthim across what seemed to be abouta quarter of a mile of carpet to ahuge canopied bed like the oneHenry the Eighth died in.

General Sternwood waspropped up on pillows. His bloodlesshands were clasped on top of thesheet. They looked grey against it. Hisblack eyes were still full of fight andthe rest of his face still looked likethe face of a corpse.

‘Sit down, Mr Marlowe.’ Hisvoice sounded weary and a little stiff.

I pulled a chair close to him andsat down. All the windows were shuttight. The room was sunless at that hour.Awnings cut off what glare there mightbe from the sky. The air had the faintsweetish smell of old age.

He stared at me silently for along minute. He moved a hand as ifto prove to himself that he could stillmove it, then folded it back over the

cara por primera vez. A mí me parecía un año.Me abrió una doncella que me con-

dujo por un pasillo al vestíbulo princi-pal y me dejó allí, diciendo que el se-ñor Norris bajaría enseguida. El granvestíbulo tenía el mismo aspecto desiempre. El retrato sobre la repisa de lachimenea conservaba los mismos ne-gros ojos ardientes y el caballero de lavidriera seguía sin desatar del árbol ala doncella desnuda.

A1 cabo de unos minutos aparecióNorris, y tampoco él había cambiado. Losojos intensamente azules eran tan distan-tes como siempre, la piel entre gris y ro-sada tenía aspecto saludable y descansa-do, y todo él se movía como si fuera veinteaños más joven. Era yo el que sentía elpaso del tiempo.

Subimos por la escalera con suelo deazulejos y torcimos en dirección opuestaa las habitaciones de Vivian. A cada pasoque dábamos la casa parecía hacerse másgrande y silenciosa. Llegamos a una sóli-da puerta antigua que parecía sacada deuna iglesia. Norris la abrió suavemente ymiró dentro. Luego se hizo a un lado yentré y me dispuse a atravesar lo que mepareció algo así como medio kilómetrode alfombra hasta una enorme cama condosel, semejante al lecho mortuorio deEnrique VIII.

El general Sternwood estaba recostadosobre varias almohadas, las manos exangüescruzadas por encima del blancor de la sába-na y grises en contraste con ella. Los ojosnegros seguían tan poco dispuestos a ren-dirse como siempre, pero el resto de la caraparecía la de un cadáver.

—Siéntese, señor Marlowe. —Su vozsonaba cansada y un poco incómoda.[216]

Acerqué una silla a la cama y me senté.Todas las ventanas estaban herméticamentecerradas. A aquella hora el sol no daba en lahabitación. Los toldos impedían que entraradesde el cielo cualquier resplandor. El airetenía el ligero olor dulzón de la vejez.

El general me contempló en silenciodurante más de un minuto. Luego movióuna mano como para demostrarse que aúnpodía hacerlo y a continuación volvió a

primera vez y me parecía que hacía un año.Una criada abrió la puerta y me con-

dujo a través de un pasillo lateral hacia elvestíbulo central, anunciándome que elseñor Norris vendría en seguida. El vestí-bulo principal tenía el mismo aspecto desiempre. El retrato sobre la repisa de lachimenea tenía los mismos ojos ardientesy negros y el caballero del vitral aún nohabía avanzado nada en su tarea de des-atar del árbol a la desnuda dama.

Al cabo de pocos minutos aparecióNorris, que tampoco había cambiado. Susácidos ojos azules parecían tan remotoscomo siempre, su piel gris rosada parecíasaludable y descansada y se movía comosi tuviese veinte años menos de los queen realidad tenía. Era yo quien sentía elpeso de los años.

Subimos la escalera de baldosas ytorcimos en sentido contrario a la ha-bitación de Vivian. A cada paso, lacasa parecía más grande y más silen-ciosa. Llegamos a una maciza puertaantigua que parecía de iglesia, Norrisla abrió suavemente y se asomó. Des-pués se hizo a un lado para que yoentrase y recorriese lo que me pare-ció un cuarto de kilómetro de alfom-bra hasta una cama enorme, con do-sel, que semejaba a aquella en la quemuriera Enrique VIII.

El general Sternwood estaba sos-tenido por cojines. Tenía sus manosexangües cruzadas encima de la sá-bana. Parecían grises en ella. Susojos negros estaban aún llenos deafán y el resto de su rostro parecíael de un cadáver.

—Siéntese, señor Marlowe—. Suvoz sonaba cansada y un poco seca.

Arrastré una silla junto a él y mesenté. Todas las ventanas estaban her-méticamente cerradas. No había solen la habitación a esa hora. Los tol-dos cortaban el paso al poco resplan-dor que pudiera llegar del cielo.

El aire tenía ese débil olor dulzón de lavejez. Me contempló en silencio durante unlargo minuto. Movió una mano como para con-vencerse de que aún podía moverla, luego la

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other. He said lifelessly:‘I didn’t ask you to look for

my son-in-law, Mr Marlowe.’

‘You wanted me to, though.’

‘I didn’t ask you to. Youassume a great deal. I usually ask forwhat I want.’

I didn’t say anything.

‘You have been paid,’ he wenton coldly. ‘The money is of noconsequence one way or the other. Imerely feel that you have, no doubtunintentionally, betrayed a trust.’

He closed his eyes on that. Isaid: ‘Is that all you wanted to see meabout?’

He opened his eyes again,very slowly, as though the lids weremade of lead. ‘I suppose you are angryat that remark,’ he said.

I shook my head. ‘You havean advantage over me, General. It’san advantage I wouldn’t want to takeaway from you, not a hair of it. It’snot much, considering what you haveto put up with. You can say anythingyou like to me and I wouldn’t thinkof getting angry. I’d like to offer youyour money back. It may meannothing to you. It might meansomething to me.’

‘What does it mean to you?’‘It means I have refused

payment for an unsatisfactory job.That’s all.’

‘Do you do many unsatisfactoryjobs?’

‘A few. Everyone does.’

‘Why did you go to seeCaptain Gregory?’

I leaned back and hung anarm over the back of the chair. Istudied his face. It told me nothing.I didn’t know the answer to hisquestion - no satisfactory answer.

ponerla sobre la otra.—No le pedí que buscara a mi yerno,

señor Marlowe —dijo con voz apagada.

—Pero quería que lo hiciera.

—No se lo pedí. Supone usted de-masiado. De ordinario pido lo quequiero.

No dije nada.

—Se le ha pagado —continuó fríamen-te—. El dinero carece de importancia detodos modos. Me parece, sencillamente,que ha traicionado mi confianza, de ma-nera involuntaria, sin duda.

A continuación cerró los ojos.—¿Era ése el único motivo de que qui-

siera verme? —pregunté.

Abrió los ojos de nuevo, muy despacio, comosi los párpados estuvieran hechos de plomo.

—Supongo que le ha disgustado mi ob-servación —dijo.

Negué con la cabeza.—Tiene usted una ventaja sobre mí,

general. Una ventaja de la que no quisie-ra en absoluto privarle, ni en su más mí-nima parte. No es mucho, considerandolo que tiene que aguantar. A mí me puededecir lo que se le antoje y jamás se meocurrirá enfadarme. Me gustaría que mepermitiera devolverle el dinero. Quizá nosignifique nada para usted. Pero puedesignificar algo para mí.

—¿Qué significa para usted?—Significa que no acepto que se me

pague por un trabajo poco satisfactorio.Eso es todo.

—¿Hace usted muchos trabajos pocosatisfactorios?

—Algunos. Es algo que le pasa a todoel mundo.

—¿Por qué fue a ver al capitánGregory?

Me recosté y pasé un brazo por detrásdel respaldo. Estudié el rostro de mi in-terlocutor. No me reveló nada. Y yo care-cía de respuesta para su pregunta; al me-nos, de respuesta satisfactoria.

volvió a dejar sobre la otra y dijo sin ánimo:—No le dije que buscase a mi yer-

no, señor Marlowe.

—Usted quería que lo hiciera, sin embargo.

—No le encargué que lo hiciera.Supuso usted demasiado. Normal-mente pido lo que deseo.

No contesté.

—Ha sido usted pagado —prosiguiócon frialdad—. El dinero no tiene sig-nificado en ningún caso. Estimo sim-plemente que usted, seguramente sin in-tención, ha traicionado mi confianza.

Cerró los ojos.—¿Es por eso por lo que me man-

dó llamar?

Volvió a abrir los ojos, muy despacio, comosi sus párpados estuvieran hechos de plomo.

—Supongo que se ha molestadopor esta observación —dijo.

Moví la cabeza.—Tiene usted una ventaja sobre

mí, general. Es una ventaja que yonunca desearía quitarle, en absoluto.No es mucho, considerando lo que tie-ne que sufrir. Puede usted decirmetodo lo que quiera y no puedo ni pen-sar en molestarme. Me gustaría ofre-cerle la devolución de su dinero. Pue-de no significar nada para usted. Sig-nificaría algo para mí.

—¿Qué puede significar para usted?—Significa que rechazo el

pago por trato no satisfactorio.Eso es todo.

—¿Hace usted muchos trabajosque no le agradan?

—Unos pocos. Eso le ocurre a todoel mundo.

—¿Por qué fue a visitar al capitánGregory?

Me eché hacia atrás y puse un bra-zo en el respaldo de la silla. Estudiésu cara. No me dijo nada. No encon-traba contestación a su pregunta, almenos respuesta satisfactoria.

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I said: ‘I was convinced you putthose Geiger notes up to me chiefly as atest, and that you were a little afraid Reganmight somehow be involved in an attemptto blackmail you. I didn’t know anythingabout Regan then. It wasn’t until I talkedto Captain Gregory that I realized Reganwasn’t that sort of guy in all probability.’

‘That is scarcely answeringmy question.’

I nodded. ‘No. That isscarcely answering your question. Iguess I just don’t like to admit that Iplayed a hunch. The morning I washere, after I left you out in the orchidhouse, Mrs Regan sent for me. Sheseemed to assume I was hired to lookfor her husband and she didn’t seemto like it. She let drop however that«they» had found his car in a certaingarage. The «they» could only be thepolice. Consequently the police mustknow something about it. If they did,the Missing Persons Bureau would bethe department that would have thecase. I didn’t know whether you hadreported it, of course, or somebodyelse, or whether they had found thecar through somebody reporting itabandoned in a garage. But I knowcops, and I knew that if they got thatmuch, they would get a little more -especially as your driver happened tohave a police record. I didn’t knowhow much more they would get. Thatstarted me thinking about the MissingPersons Bureau. What convinced mewas something in Mr Wilde’s mannerthe night we had the conference overat his house about Geiger and so on.We were alone for a minute and heasked me whether you had told meyou were looking for Regan. I saidyou had told me you wished you knewwhere he was and that he was all right.Wilde pulled his lip in and lookedfunny. I knew just as plainly as thoughhe had said it that by «looking forRegan» he meant using the I somachinery of the law to look for him.Even then I tried to go up againstCaptain Gregory in such a way that Iwouldn’t tell him anything he didn’t

—Estaba convencido —dije— de queme entregó usted los pagarés de Geiger amanera de prueba, y de que temía que Reganhubiera participado en el intento de chanta-je. No sabía nada de Regan en aquel mo-mento. Sólo al hablar con el capitán Gregoryme di cuenta de que, con toda probabilidad,Regan no era ese tipo de persona.

—Eso no es ni mucho menos una res-puesta a mi pregunta.

Hice un gesto de asentimiento.—No. Ni mucho menos. Supongo que

no me gusta admitir que me fié de una co-razonada. El día que estuve aquí, despuésde dejarle a usted en el invernadero de lasorquídeas, la señora Regan me hizo lla-mar. Pareció dar por supuesto que se mecontrataba para buscar a su marido y dioa entender que no le gustaba la idea. Meinformó, sin embargo, de que «ciertas per-sonas habían encontrado» su coche en ungaraje privado. Aquellas «personas» sólopodía ser la policía. De manera que lapolicía debía de saber algo. Y la Oficinade Personas Desaparecidas el departamen-to que se ocupara del caso. No sabía siusted había presentado una denuncia, porsupuesto, ni si lo había hecho alguna otrapersona, o si habían encontrado el cocheal denunciar alguien que estaba abando-nado en un garaje. Pero conozco a los poli-cías, y sé que si sabían todo eso, irían unpoco más lejos, dado sobre todo que el chó-fer de ustedes tenía antecedentes penales. Ig-noraba hasta dónde serían capaces de llegar.Eso hizo que empezase a pensar en la Ofici-na de Personas Desaparecidas. Y lo que meconvenció fue el comportamiento del se-ñor Wilde la noche que tuvimos una reuniónen su casa relacionada con Geiger y todo lodemás. Nos quedamos solos durante un mi-nuto y me preguntó si usted me había conta-do que buscaba a Regan. Respondí [218]que usted me había dicho que le gusta-ría saber dónde estaba y si se encontra-ba bien. Wilde se mordió el labio y cam-bió de expresión. Supe entonces contanta claridad como si lo hubiera dichoque con «buscando a Regan» se refe-ría a utilizar la maquinaria de la poli-cía para hacerlo. Incluso entonces tra-té de enf ren ta rme con e l cap i tánGregory de manera que yo no tuviera

—Estaba convencido —dije— de que me diousted esos recibos de Geiger principalmente comoprueba, y de que se hallaba un poco asustado deque Regan pudiera estar complicado de algún modoen un intento de chantaje. No sabía nada sobreRegan entonces. No me di cuenta, hasta que hablécon el capitán Gregory, de que con toda seguridadRegan no era esa clase de individuo.

—Eso es contestar poco a mi pre-gunta.

Asentí.—Cierto; esto es contestar apenas su

pregunta. Me imagino que no le gusta-rá admitir que seguí un presentimien-to. La mañana que estuve aquí, despuésde dejarle en el invernadero de las or-quídeas, la señora Regan me mandó lla-mar. Parecía dar por sentado que me ha-bían contratado para buscar a su espo-so y eso no parecía gustarle. Dejó caer,sin embargo, «que habían encontrado sucoche en cierto garaje». Eso sólo pudohacerlo la policía. Por tanto, la policíadebía saber algo acerca de eso. Si losabía la Oficina de Personas Desapare-cidas, sería el departamento que tendríael caso. No sabía, naturalmente, si us-ted había dado parte a otra persona o sihabían encontrado el coche a través dealguien que hubiese informado que es-taba abandonado en un garaje. Pero co-nozco a los policías y sé que, si sabíaneso, averiguarían un poco más, espe-cialmente porque su chófer tenía ante-cedentes penales. Ignoraba qué era loque habían averiguado. Esto me hizopensar en la Oficina de Personas Des-aparecidas. Lo que me convenció fuealgo en la manera de conducirse delseñor Wilde la noche que estuvimos ensu casa para discutir el asunto de Geigery demás. Estuvimos solos unos minu-tos y me preguntó si usted me había di-cho que estaba buscando a Regan. Yole contesté que usted me había mani-festado que le gustaría saber dónde es-taba y si se encontraba bien. Wilde arru-gó el labio y se mostró un poco raro.Entonces me di cuenta, tan claramentecomo si lo hubiera dicho, que por«buscar a Regan» quería decir utilizarla maquinaria de la ley para buscarlo.Incluso entonces intenté abordar alcapitán Gregory de tal forma que no

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know already.’‘And you allowed Captain

Gregory to think I had employed youto find Rusty?’

‘Yeah. I guess I did - when Iwas sure he had the case.’

He closed his eyes. They twitcheda little. He spoke with them closed. ‘Anddo you consider that ethical?’

‘Yes,’ I said. ‘I do.’

The eyes opened again. Thepiercing blackness of them was startlingcoming suddenly out of that dead face.‘Perhaps I don’t understand,’ he said.

‘Maybe you don’t. Thehead of a Missing Persons Bu-reau isn’t a talker. He wouldn’tbe in that office if he was. Thisone is a very smart cagey guywho tries, with a lot of successat first, to give the impressionhe’s a middle-aged hack fed upwith his job. The game I play isnot spillikins. There’s always alarge element of bluff connectedwith it. Whatever I might say toa cop, he would be apt todiscount it. And to that cop itwouldn’t make much differencewhat I said. When you hire a boyin my line of work it isn’t likehir ing a windowwasher andshowing him eight windows andsaying: «Wash those and you’rethrough.» You don’t know whatI have to go through or over orunder to do your job for you. Ido it my way. I do my best toprotect you and I may break afew rules, but I break them inyour favour. The client comesfirst, unless he’s crooked. Eventhen all I do is hand the job backto him and keep my mouth shut.After all you didn’t tell me notto go to Captain Gregory.’

‘That would have been ratherdifficult,’ he said with a faint smile.

que decirle nada que él no supiera ya.—¿Y permitió que el capitán Gregory

pensara que yo le había contratado paraencontrar a Rusty?

—Sí. Imagino que lo hice..., cuandoestuve seguro de que el caso era suyo.

El general cerró los ojos. Los párpados letemblaron un poco. No los abrió para hablar.

—¿Y eso lo considera usted ético?

—Sí —dije—. Desde luego.

Los ojos se abrieron de nuevo. Su penetrantenegrura, de manera sorprendente, destacaba derepente en aquel rostro muerto.

—Quizá no lo entiendo —dijo.

—Puede que no. El jefe de la Ofi-cina de Personas Desaparecidas noes hablador. No estaría en ese des-pacho si lo fuera. Es un tipo muylisto y cauteloso que procura, congran éxito en un primer momento,dar la impresión de que sólo es otroinfeliz más de mediana edad, completa-mente harto de lo que hace. Yo, cuando tra-bajo, no juego a los palillos chinos. Siem-pre interviene un elemento importante defarol. Le diga lo que le diga a un policía, lomás probable es que el policía no lo tengaen cuenta. Y en el caso de este policía parti-cular iba a dar más o menos lo mismo loque yo le dijera. Cuando se contrata a unfulano de mi profesión no se está contra-tando a alguien para limpiar ventanas; al-guien a quien se le enseñan ocho y se ledice: «Cuando hayas acabado con ésas ha-brás terminado». Usted no sabe por dóndevoy a tener que pasar ni por encima o pordebajo de qué para hacer el trabajo que meha encargado Hago las cosas a mi manera.Y las hago lo mejor que sé para protegerloa usted; puede que me salte unas cuantasreglas, pero me las salto en favor suyo. Elcliente es lo más importante, a no ser quesea deshonesto. Incluso en ese caso lo úni-co que hago es renunciar al trabajo y cerrarla boca. Después de todo usted no me dijoque no fuese a ver al capitán Gregory.

—Eso hubiera sido bastante difícil —dijo el general con una débil sonrisa.

le dijera nada que él no supiese ya.—Y permitió que el capitán

Gregory pensara que yo le había con-tratado para buscar a Rusty.

—Me figuro que lo hice, cuando estu-ve seguro de que se ocupaba del asunto.

Cerró los ojos. Los apretó un poco.Habló con ellos cerrados:

—¿Y consideró eso de buena ley?

—Sí, desde luego.

Abrió los ojos de nuevo. La aguda negrurade ellos resultaba sorprendente, al aparecerrepentinamente en su rostro muerto.

—Quizá no entiendo —dijo.

—Quizá no. El jefe de la Oficinade Personas Desaparecidas no es ha-blador. No estaría en esa oficina si lofuera. Es un tipo zorruno, muy listo,que con mucho éxito al principio in-tenta dar la impresión de que es unpolicía de mediana edad harto de sutrabajo. La labor que yo realizo no esun juego de niños. Hay siempre unagran cantidad de farol relacionado conél. Lo que yo le diga a un policía siem-pre estará en disposición de conside-rarlo exagerado, y a ese policía lo quele comuniqué no suponía mucha di-ferencia. Contratar a alguien de mioficio no es lo mismo que contratar aalguien para limpiar cristales, al quese le muestran ocho ventanas y se ledice: «Límpielas y ha terminado.»Usted no se imagina por cuántas co-sas tengo que pasar para realizar suencargo. Lo hago a mi modo. Hagotodo lo posible por protegerle y pue-do infringir algunas reglas, pero lasinfrinjo en favor de usted. El clientees lo primero, a menos que no seahonrado. E incluso entonces, todo loque hago es decirle que no acepto suencargo. Y mantener la boca cerrada.Después de todo, usted no me dijo queno fuera a entrevistarme con el capi-tán Gregory.

—Eso hubiera sido bastante difí-cil —dijo con una sonrisa.

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‘Well, what have I donewrong? Your man Norris seemedto think when Geiger was elimi-nated the case was over. I don’t seeit that way. Geiger’s method ofapproach puzzled me and stilldoes. I’m not Sherlock Holmes orPhilo Vance. I don’t expect to goover ground the police have cov-ered and pick up a broken penpoint and build a case from it. Ifyou think there is anybody in thedetective business making a livingdoing that sort of thing, you don’tknow much about cops. It’s notthings like that they overlook ifthey overlook anything. I’m notsaying they often overlook any-thing when they’re really allowedto work. But if they do, it’s apt tobe something looser and vaguer,like a man of Geiger’s type send-ing you his evidence of debt andasking you to pay like a gentleman- Geiger, a man in a shady racket,in a vulnerable position, protectedby a racketeer and having at leastsome negative protection fromsome of the police. Why did he dothat? Because he wanted to findout if there was anything puttingpressure on you. If there was, youwould pay him. If not, you wouldignore him and wait for his nextmove. But there was somethingputting a pressure on you. Regan.You were afraid he was not whathe had appeared to be, that he hadstayed around and had been niceto you just long enough to find outhow to play games with your bankaccount.’

He started to say somethingbut I interrupted him. ‘Even at that itwasn’t your money you cared about.It wasn’t even your daughters. You’vemore or less written them off. It’s thatyou’re still too proud to be played fora sucker - and you really liked Regan.’

There was a silence.Then the General said quietly:‘You talk too damn much, Marlowe.Am I to understand you are still try-

—Bien, ¿qué es lo que he hecho mal?Norris, su mayordomo, parecía pensarque con Geiger eliminado el caso esta-ba cerrado. Yo no lo veo así. La mane-ra de actuar de Geiger me pareció des-concertante y todavía me lo sigue pare-ciendo. No soy Sherlock Holmes niPhilo Vance. No es lo mío repetir in-vestigaciones que la policía ha hechoya, ni encontrar una plumilla rota yconstruir un caso a partir de ahí. Si creeusted que hay alguien trabajando comodetective que se gana la vida haciendoeso, no sabe mucho de la policía. Noson cosas como ésa las que pasan poralto si es que hay algo que pasan poralto. Estoy más bien diciendo que confrecuencia no pasan nada por alto si ver-daderamente se les permite trabajar. Peroen el caso de que algo se les escape, esprobable que se trate de algo menos pre-ciso y más vago, como el hecho de queuna persona como Geiger mande las prue-bas que tiene de una deuda y pida a al-guien que pague como un caballero;Geiger, un individuo metido en un tingla-do muy turbio, en una situación vulnera-ble, protegido por un mafioso y disfru-tando al menos de una protección queconsiste en no ser molestado por algunosmiembros de la policía. ¿Por qué hizo loque hizo? Porque quería descubrir si ha-bía algo que le creaba a usted dificulta-des. Si era cierto, le pagaría. Si no, no leharía caso y esperaría nuevas iniciativas.Pero sí había algo que le creaba a usteddificultades. Regan. Tenía miedo de queno fuera lo que parecía ser, que se hu-biera quedado en su casa una tempora-da y se hubiera mostrado amable conusted sólo para descubrir cómo jugarventajosamente con su dinero. [220]

El general empezó a decir algo pero le interrumpí.—Incluso aunque a usted no le impor-

tase el dinero. Ni sus hijas. Más o menoslas ha dado por perdidas. El verdaderoproblema es que todavía tiene demasia-do orgullo para dejar que lo tomen portonto..., y Regan le caía realmente bien.

Se produjo un silencio. Luego el gene-ral dijo con voz pausada:

—Habla demasiado, Marlowe. ¿He deentender que todavía está tratando de re-

—Bien, ¿qué he hecho mal, en-tonces? Norris parecía creer, cuan-do Geiger fue eliminado, que elasunto estaba terminado. Yo no loveo de ese modo. La forma de esta-blecer Geiger sus contactos me ex-trañó y me extraña todavía. No soySherlock Holmes o Philo Vance. Noespero ir a un terreno que ha sidoya cubierto por la policía, recogerla punta de una pluma rota y con-vertir eso en un caso. Si usted creeque alguien vive en esta profesiónde detective haciendo eso, no sabemucho sobre los policías. No soncosas así las que ellos pasan poralto, si es que pasan por alto algo.No estoy diciendo que hagan confrecuencia caso omiso de algo,cuando se les permite realmente tra-bajar. Pero si lo hacen, suele sercosa suelta y vaga, como un hom-bre de la calaña de Geiger mandán-dole a usted sus recibos de deudasy rogándole que pague como un ca-ballero; Geiger era hombre de ne-gocio sórdido, de posición vulnera-ble, protegido por un gángster y te-niendo, por lo menos, algo de protec-ción negativa de parte de la policía.¿Por qué hizo aquello? Porque que-ría averiguar si había algo que ejer-cía presión sobre usted. Si lo había,usted le pagaría. Si no, lo ignoraría yesperaría el próximo paso. Pero ha-bía algo que ejercía presión sobre us-ted: Regan. Temía usted que no fueselo que aparentaba, que hubiera per-manecido aquí y hubiera sido ama-ble con usted el tiempo suficientepara averiguar cómo jugar con sucuenta de banco.

Empezó a decir algo, pero le interrumpí:—Aun así, no era el dinero lo que le

importaba a usted. Ni siquiera sus hijas.Usted, poco más o menos, ha renunciadoa ellas. Es que es usted muy orgullosotodavía para dejar que le tomen por bobo,y quería realmente a Regan.

Hubo un silencio. Después, el ge-neral dijo tranquilo:

—Habla usted demasiado, Marlowe.¿Debo entender que está usted todavía inten-

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ing to solve that puzzle?’‘No. I’ve quit. I’ve been

warned off. The boys think I playtoo rough. That’s why I thoughtI should give you back yourmoney because it isn’t a com-pleted job by my standards.’

He smiled. ‘Quit nothing,’he said. ‘I’ll pay you anotherthousand dollars to find Rusty. Hedoesn’t have to come back. I don’teven have to know where he is. Aman has a right to live his own life.I don’t blame him for walking outon my daughter, nor even for goingso abruptly. It was probably asudden impulse. I want to knowthat he is all right wherever he is.I want to know it from himdirectly, and if he should happento need money, I should want himto have that also. Am I clear?’

I said: ‘Yes, General.’

He rested a little while, lax onthe bed, his eyes closed anddarklidded, his mouth tight andbloodless. He was used up. He waspretty nearly licked. He opened hiseyes again and tried to grin at me.

‘I guess I’m a sentimentalold goat,’ he said. ‘And nosoldier at all. I took a fancy tothat boy. He seemed pretty cleanto me. I must be a little too vainabout my judgement of character.Find him for me, Marlowe.just find him.’

‘I’ll try,’ I said. ‘You’dbetter rest now. I’ve talked yourarm off.’

I got up quickly and walkedacross the wide floor and out. Hehad his eyes shut again before Iopened, the door. His hands laylimp on the sheet. He looked a lotmore like a dead man than mostdead men look. I shut the doorquietly and went back along theupper hall and down the stairs.

solver ese rompecabezas?—No. He abandonado. Personas con au-

toridad me han sugerido que lo deje. Loschicos de la policía piensan que soy dema-siado bruto. Por eso pienso que debo devol-verle el dinero, porque, según mi criterio,no he terminado el trabajo que me encargó.

El general sonrió.—No abandone nada —dijo—. Le pa-

garé mil dólares más para encontrar aRusty. No hace falta que vuelva. Ni si-quiera necesito saber dónde está. Todo elmundo tiene derecho a vivir su propiavida. No le reprocho que dejara plantadaa mi hija, ni siquiera que se marchase tande repente. Es probable que fuera un im-pulso repentino. Sólo quiero saber si estáa gusto dondequiera que esté. Quiero sa-berlo de él directamente, y en el casode que necesitara dinero, también es-toy dispuesto a proporcionárselo. ¿Soysuficientemente claro?

—Sí, mi general —dije.

Descansó durante unos momentos, re-lajado sobre la cama, los ojos cerradoscon párpados oscurecidos, la boca tensay exangüe. Estaba cansado. Prácticamenteagotado. Abrió los ojos de nuevo y tratóde sonreírme.

—Supongo que soy un pobreviejo sentimental —dijo—. Lo menosparecido a un soldado. Le tomé cariño aese muchacho. Me parecía una buena per-sona. Supongo que me envanezco dema-siado de mi capacidad para juzgar al pró-jimo. Encuéntremelo, Marlowe. Sólo tie-ne que encontrarlo.

—Lo intentaré —dije—. Ahora serámejor que descanse usted un poco. Le hepuesto la cabeza como un bombo.

Me levanté rápidamente, atravesé laamplia habitación y salí. El anciano ha-bía vuelto a cerrar los ojos antes de queyo abriera la puerta. Las manos descan-saban sin vida sobre la sábana. Teníamás aspecto de muerto que la mayoríade los difuntos. Cerré la puerta sin ha-cer ruido, recorrí el pasillo y descendílas escaleras.

tando resolver este rompecabezas?—No. Lo he abandonado. He sido

advertido. Los muchachos creen quejuego demasiado a lo bruto. Por esoes por lo que pensé que debería de-volverle su dinero, porque no es unatarea terminada, según mis normas.

Sonrió.—No abandone nada —dijo—. Le

pagaré mil dólares más para que en-cuentre a Regan. No necesito que élvuelva. Ni siquiera deseo averiguardónde se encuentra exactamente. Unhombre tiene derecho a vivir su propiavida. Yo no le censuro porque abandonasea mi hija, ni siquiera por marcharse tande repente. Fue, sin duda, un impulso re-pentino. Quiero saber que se encuentrabien donde está, donde quiera que sea.Quiero saberlo de él directamente, y sisucediese que necesitara dinero, megustaría proporcionárselo también. ¿Meexplico con claridad?

—Sí, general —repliqué.

Descansó un poco, con los ojoscerrados, los párpados oscuros yla boca apretada y exangüe. Esta-ba agotado, casi vencido. Abrió denuevo los ojos e intentó sonreír-me.

— C r e o q u e s o y u nv iejo sentimental —dijo— y que notengo nada de soldado. Le cogí cari-ño a ese muchacho. Me pareció hon-rado. Debo de ser un poco superficialen cuanto a mis juicios sobre el ca-rácter. Encuéntrelo e infórmeme,Marlowe. Encuéntrelo tan sólo.

—Lo intentaré —dije—. Mejor esque descanse ahora. Ha hablado de-masiado.

Me levanté rápidamente, atra-vesé la amplia habitación y salí.Tenía los ojos cerrados antes deque yo abriese la puerta. Sus ma-nos yacían laxas sobre la sábana.Parecía más muerto que muchoscadáveres. Cerré la puerta suave-mente, crucé el vestíbulo superiory bajé las escaleras.

old goat : viejo verde, cabrón, carcamal, bicho

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The butler appeared withmy hat. I put it on and said:‘What do you think of him?’

‘He’s not as weak as he looks, sir.’

‘If he was, he’d be ready forburial. What did this Regan fellowhave that bored into him so?’

The butler looked at me levellyand yet with a queer lack of expression.‘Youth, sir,’ he said. ‘And thesoldier’s eye.’

‘Like yours,’ I said.‘If I may say so, sir, not unlike

yours.’‘Thanks. How are the ladies

this morning?’He shrugged politely.‘Just what I thought,’ I said,

and he opened the door for me.

I stood outside on the step andlooked down the vistas of grassed terracesand trimmed trees and flowerbeds to thetall metal railing at the bottom of thegardens. I saw Carmen about half-waydown, sitting on a stone bench, with herhead between her hands, looking forlornand alone.

I went down the red bricksteps that led from terrace toterrace. I was quite close beforeshe heard me. She jumped up andwhirled like a cat. She wore thelight blue slacks she had worn thefirst time I saw her. Her blondehair was the same loose tawnywave. Her face was white. Redspots flared in her cheeks as shelooked at me. Her eyes were slaty.

‘Bored?’ I said.

She smiled slowly, rather shyly,then nodded quickly. Then she whispered:‘You’re not mad at me?’

‘I thought you were mad atme.’

Treinta y uno

El mayordomo se presentó con misombrero. Me lo puse y dije:

—¿Cómo cree usted que se encuentra?—No tan débil como parece, señor.

—Si lo estuviera, habría que pensar enpreparar el funeral. ¿Qué tenía ese talRegan que le hizo tanta impresión?

El mayordomo me miró desapasionadamentey, sin embargo, con una extraña falta de expresión.

—Juventud, señor —dijo—. Y la fi-bra del militar.

—Como en su caso —dije.—Si se me permite decirlo, señor, tam-

poco a usted le falta esa fibra.—Gracias. ¿Qué tal están las señoras

esta mañana?Se encogió de hombros cortésmente.—Exactamente lo que yo pensaba —dije, y

Norris procedió a abrirme la puerta.

Me detuve en el escalón de la entraday contemplé el panorama de terrazas concésped, árboles recortados y arriates quellegaban hasta las altas verjas de metal alfondo de los jardines. Vi a Carmen a mi-tad de la pendiente, sentada en un bancode piedra, con la cabeza entre las manosy aspecto triste y solitario.

Descendí por las escaleras de ladrillo rojoque llevaban de terraza en terraza. La hijamenor del general no me oyó hasta [222]que estuve casi a su lado. Se puso en pie deun salto y se dio la vuelta como un felino.Llevaba los mismos pantalones de color azulpálido que cuando la vi por primera vez. Suscabellos rubios formaban la misma ondaleonada. Estaba muy pálida. Al mirarme leaparecieron manchas rojas en las mejillas.Sus ojos tenían el color de la pizarra.

—¿Aburrida? —pregunté.

Sonrió despacio, con bastante timidez;luego asintió rápidamente.

—¿No está enfadado conmigo? —su-surró a continuación.

—Creía que era usted la que estaba en-fadada conmigo.

XXXI

El mayordomo apareció con misombrero. Me lo puse y pregunté:

—¿Qué opina usted de él?—No es tan débil como parece, señor.

—Si lo fuera, estaría listo para elsepelio. ¿Qué tenía ese chico, Regan,para tomarle tanto afecto?

El mayordomo me miró a los ojos,pero con extraña falta de expresión.

—Juventud —contestó— y ojos desoldado.

—Como los suyos —dije.—Si me permite decirlo, señor, no

muy distintos a los de usted.—Gracias. ¿Cómo están las seño-

ras esta mañana?Se encogió de hombros cortésmente.—Lo que me figuraba —dije, y el

mayordomo me abrió la puerta.

Me quedé en el umbral y admirélas terrazas, los árboles cuidados y losmacizos de flores hasta las altas ver-jas de metal, al fondo de los jardines.Vi a Carmen a la mitad del camino,sentada en un banco de piedra con lacabeza entre las manos y aspecto desoledad y desamparo.

Bajé los escalones de ladrillorojo que iban de una terraza a otra.Estaba bastante cerca cuando meoyó. Saltó y se volvió como ungato. Llevaba los pantalones azu-les que vestía la primera vez que lavi. Su pelo tenía las mismas ondassuaves y doradas. Su rostro estabablanco. Manchas rojas aparecieronen sus mejillas cuando me vio. Susojos tenían el color de la pizarra.

—¿Aburrida? —pregunté.

Sonrió con timidez, y asintió rápi-damente.

—¿No está molesto conmigo?

—Creo que es usted quien lo estáconmigo.

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She put her thumb up andgiggled. ‘I’m not.’ When shegiggled I didn’t like her any more.I looked around. A target hung ona tree about thirty feet away, withsome darts sticking to it. There werethree or four more on the stone benchwhere she had been sitting.

‘For people with money youand your sister don’t seem to havemuch fun,’ I said.

She looked at me under herlong lashes. This was the look thatwas supposed to make me roll overon my back. I said: ‘You like throwingthose darts?’

‘Uh-huh.’

‘That reminds me ofsomething.’ I looked back towards thehouse. By moving about three feet Imade a tree hide me from it. I tookher little pearl-handled gun out of mypocket. ‘I brought you back yourartillery. I cleaned it and loaded it up.Take my tip - don’t shoot it at people,unless you get to be a better shot.Remember?’

Her face went paler and herthin thumb dropped. She looked atme, then at the gun I was holding.There was a fascination in her eyes.‘Yes,’ she said, and nodded. Thensuddenly: ‘Teach me to shoot.’

‘Huh?’‘Teach me how to shoot. I’d

like that.’‘Here? It’s against the law.’

She came close to me andtook the gun out of my hand, cuddledher hand around the butt. Then shetucked it quickly inside her slacks,almost with a furtive movement, andlooked around.

‘I know where,’ she said in asecret voice. ‘Down by some of theold wells.’ She pointed off down thehill. ‘Teach me?’

Alzó el pulgar y dejó escapar una risita.—No lo estoy.Cuando reía tontamente dejaba de gus-

tarme. Miré alrededor. Un blanco colga-ba de un árbol a unos diez metros de dis-tancia, con varios dardos clavados. Y treso cuatro más en el banco de piedra dondehabía estado sentada.

—Tratándose de personas con tanto di-nero, usted y su hermana no parecen di-vertirse demasiado —dije.

Me miró desde debajo de sus largaspestañas. Era la mirada destinada a lograrque me pusiera patas arriba.

—¿Le gusta lanzar dardos? —pregun-té.

—Sí.

—Eso me recuerda algo. —Miré hacia la casa. Avanzandounos pasos conseguí quedar ocul-to detrás de un árbol. Saqué delbolsillo el pequeño revólver concachas de nácar—. Le he traído suartillería. Limpia y cargada. Hágamecaso y no dispare contra nadie a noser que consiga afinar más la punte-ría. ¿Recuerda?

Palideció y se le cayó de la boca aquelpulgar que parecía un dedo más. Primerome miró a mí y luego al arma que teníaen la mano. Había fascinación en sus ojos.

—Sí —dijo, asintiendo además con la cabeza.Luego, de repente—: Enséñeme a disparar.

—¿Cómo?—Enséñeme a disparar. Me gustaría

mucho.—¿Aquí? Es ilegal.

Se acercó a mí, me quitó el revól-ver de la mano y acarició la culata.Luego se lo guardó rápidamente enun bolsillo del pantalón, con un mo-vimiento que tuvo algo de furtivo, ymiró a su alrededor.

—Ya sé dónde —me informó confiden-cialmente—. Abajo, junto a uno de los anti-guos pozos de petróleo. —Señaló con el dedocolina abajo—. ¿Me enseñará?

Levantó el pulgar y soltó unarisita. —No lo estoy—. Cuandose reía ya no me gustaba. Miréalrededor. Un blanco colgaba deun árbol con algunos dardos cla-vados en él. Había tres o cuatromás de éstos en el banco de pie-dra donde estaba sentada.

—Para ser gente de dinero, ustedy su hermana parecen divertirse de-masiado —dije.

Me miró por debajo de sus largaspestañas. Esta era la mirada que de-bía hacerme caer de espaldas.

—¿Le gusta lanzar esos dardos? —pregunté.

—¡Pchs, pchs ... !

—Esto me recuerda algo —miréhacia la casa. Moviéndome un metrohice que un árbol me ocultase a suvista. Saqué de mi bolsillo su revól-ver con puño de nácar.

—Le traje su artillería. Lolimpié y lo cargué. Siga mi con-sejo. No dispare sobre la gente,a menos que lo haga con máspuntería. ¿Recuerda?

Su cara se puso aún más pálida ysu delgado pulgar bajó. Me miró, ydespués miró el revólver que yo sos-tenía. Había fascinación en sus ojos.—Sí —contestó, y asintió con la cabeza. Derepente me dijo: —Enséñeme a disparar.

—¿Qué?—Enséñeme a disparar. Me gus-

tará—¿Aquí? Eso va contra la ley.

Se acercó a mí, cogió el revólverde la mano _______________________________________________ se lo guardó rápidamente en el pan-talón, casi con un movimiento furti-vo, y miró alrededor.

—Yo sé dónde —dijo con voz mis-teriosa—: abajo, en alguno de los an-tiguos pozos situados al pie de la co-lina. ¿Me va a enseñar?

cuddle 1 tr. hug, embrace, fondle. 2 intr. nestle together, lie close and snug. Acariciar, abrazar, estrechar, abrazarse

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I looked into her slaty blueeyes. I might as well have lookedat a couple of bottle-tops. ‘Allright. Give me back the gun until Isee if the place looks all right.’

She smiled and made a mouth,then handed it back with a secretnaughty air, as if she was giving me akey to her room. We walked up thesteps and around to my car. Thegardens seemed deserted. Thesunshine was as empty as a headwaiter’s smile. We got into the car andI drove down the sunken drivewayand out through the gates.

‘Where’s Vivian?’ I asked.‘Not up yet.’ She

giggled.I drove on down the hill

through the quiet, opulent streets withtheir faces washed by the rain, boreeast to La Brea, then south. Wereached the place she meant in aboutten minutes.

‘In there.’ She leaned out ofthe window and pointed.

It was a narrow dirt road, notmuch more than a track, like theentrance to some foothill ranch. Awide five-barred gate was folded backagainst a stump and looked as if ithadn’t been shut in years. The roadwas fringed with tall eucalyptus treesand deeply rutted. Trucks had usedit. It was empty and sunny now, butnot yet dusty. The rain had been toohard and too recent. I followed theruts along and the noise of city traf-fic grew curiously and quickly faint,as if this were not in the city at all,but far away in a daydream land. Thenthe oil-stained, motionless walking-beam of a squat wooden derrick stuckup over a branch. I could see the rustyold steel cable that connected thiswalking-beam with half a dozenothers. The beams didn’t move,probably hadn’t moved for a year. Thewells were no longer pumping. Therewas a pile of rusted pipe, a loadingplatform that sagged at one end, halfa dozen empty oil drums lying in aragged pile. There was the stagnant,oil-scummed water of an old sump

Escudriñé sus ojos azul pizarra. Hu-biera conseguido lo mismo estudiandodos tapones de botella.

—De acuerdo. Devuélvame el revól-ver hasta que vea si el sitio es adecuado.

La pequeña de las Sternwood sonrió, hizo unmohín, y luego me devolvió el arma con aire píca-ro, como si me estuviera dando la llave de su dor-mitorio. Subimos por los escalones de ladrillo ydimos la vuelta a la casa para llegar hasta mi co-che. Los jardines parecían desiertos. La luz del solresultaba tan vacua como la sonrisa de un jefe decamareros. Subimos al automóvil y por la avenidaque quedaba un poco hundida entre los jardinesabandonamos la propiedad.

—¿Dónde está Vivian? —pregunté.—No se ha levantado aún —me res-

pondió con otra risita.Descendimos por la colina a través de ca-

lles tranquilas, opulentas, con la cara reciénlavada por la lluvia, después torcimos hacia eleste hasta La Brea y finalmente hacia el sur.Tardamos unos diez minutos en llegar al sitioque Carmen buscaba.

—Aquí. —Se asomó por la ventanillay señaló con el dedo.

Era una estrecha pista de tierra, no muchomás que un camino, semejante a la entrada dealgún rancho en las estribaciones de la sierra.Una barrera ancha, dividida en cinco seccio-nes, estaba recogida junto a un tocón, y pare-cía llevar años sin que nadie la desplegara.Eucaliptos muy altos bordeaban el camino,marcado por profundas rodadas. Lo habíanutilizado [224] camiones. Ahora estaba vacíoy soleado, pero todavía sin polvo. La lluviahabía sido demasiado intensa y reciente. Fuisiguiendo las rodadas y, curiosamente, el rui-do del tráfico ciudadano se hizo muy prontocasi remoto, como si ya no estuviésemos en laciudad, sino muy lejos, en una tierra de en-sueño. Finalmente divisamos el balancín in-móvil, manchado de petróleo, de una rechon-cha torre de taladrar, asomando por encima deuna rama. Vi el viejo cable de hierro oxidadoque unía aquel balancín con otra media doce-na. Los balancines no se movían; probablemen-te llevaban más de un año sin trabajar. Lospozos ya no bombeaban petróleo. Había unmontón de tubos oxidados, una plataformade carga —caída por un extremo— y mediadocena de barriles vacíos en desordenada con-fusión. Y el agua estancada, manchada depetróleo, de un antiguo sumidero, que lanza-

La miré a los ojos de color piza-rra. Lo mismo me hubiera dado mirardos chapas de botella.

—Muy bien. Devuélvame el revól-ver hasta que vea si el sitio es ade-cuado.

Sonrió y me hizo un mohín, pero luegome lo devolvió con un aire misterioso y tra-vieso, como si estuviera dándome la llavede su cuarto. Bajamos los escalones y pa-samos al lado de mi coche. Los jardinesparecían desiertos. La claridad del sol es-taba tan vacía como la sonrisa de un cama-rero. Nos metimos en el coche y lo condujepor el declive del camino hasta pasar lapuerta de la mansión.

—¿Dónde está Vivian? —pregunté.—No se ha levantado todavía —

soltó una risita.Bajamos la colina a través de las

tranquilas y opulentas calles lavadaspor la lluvia, primero al este, haciaLa Brea, y luego al sur. En diez mi-nutos alcanzamos el lugar al que ellase refería.

Se asomó a la ventanilla y señaló:—Allí dentro.Era un camino estrecho y sucio, no

mucho mayor que una senda, como la en-trada de un rancho al pie de la colina. Unapuerta ancha con cinco barrotes se recos-taba contra un tocón y tenía aspecto de nohaber sido cerrada en años. El camino es-taba orlado por altos eucaliptos y profun-dos surcos. Los camiones lo habían utili-zado. Se hallaba vacío y soleado ahora,pero no estaba aún polvoriento. La lluviahabía sido demasiado fuerte y reciente.Seguí los surcos y el ruido del tránsito dela ciudad se tornó de pronto extrañamen-te débil, como si no perteneciera a la ciu-dad en absoluto y fuera muy lejano en unatierra de ensueño. En aquel momento elbalancín inmóvil, manchado de petróleo,de una rechoncha torre de perforar, apa-reció por encima de una rama. Podía verel viejo cable oxidado que conectaba esebalancín con otra media docena. Los ba-lancines no se movían, probablemente nose habían movido en un año. Los pozosestaban secos. Había un montón de tu-bos oxidados, una plataforma de embar-que combada en un extremo, media do-cena de bidones de petróleo vacíos en unmontón desigual. El agua estaba estan-

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iridescent in the sunlight.‘Are they going to make a

park of all this?’ I asked.

She dipped her chin down andgleamed at me.

‘It’s about time. The smell ofthat sump would poison a herd of goats.This the place you had in mind?’

‘Uh-huh. Like it?’

‘It’s beautiful.’ I pulled upbeside the loading platform. We gotout. I l istened. The hum of thetraffic was a distant web of sound,like the buzzing of bees. The placewas as lonely as a churchyard. Evenafter the rain the tall eucalyptust rees s t i l l looked dus ty. Theyalways look dusty. A branch brokenoff by the wind had fallen over theedge of the sump and the f la tlea thery leaves dangled in thewater.

I walked around the sump andlooked into the pump-house. Therewas some junk in it, nothing thatlooked like recent activity. Outside abig wooden bull wheel was tiltedagainst the wall. It looked like a goodplace all right.

I went back to the car. The girlstood beside it preening her hair andholding it out in the sun. ‘Gimme,’she said, and held her hand out.

I took the gun out and put itin her palm. I bent down and pickedup a rusty can.

‘Take it easy now,’ I said.‘It’s loaded in all five. I’ll go overand set this can in that squareopening in the middle of that bigwooden wheel. See?’ I pointed.She ducked her head, delighted.‘That’s about thirty feet. Don’tstart shooting until I get backbeside you. Okey?’

‘Okey,’ she giggled.

ba reflejos irisados bajo la luz del sol.—¿Van a hacer un parque con todo

esto? —pregunté.

Carmen bajó la barbilla y me miró conojos brillantes.

—Ya va siendo hora. El olor de esesumidero envenenaría a un rebaño de ca-bras. ¿Es éste el sitio que usted decía?

—Sí. ¿Le gusta?

—Precioso. —Aparqué el coche jun-to a la plataforma de carga. Nos apeamos.Me detuve a escuchar. El ruido del tráfi-co era una remota telaraña de sonidos,como un zumbido de abejas. Aquel lugarera tan solitario como un cementerio. In-cluso después de la lluvia los altos euca-liptos seguían pareciendo polvorientos.La verdad es que siempre parecen pol-vorientos. Una rama rota por el vientohabía ido a caer sobre el borde del sumi-dero y las hojas planas, semejantes a cue-ro, se balanceaban en el agua.

Dila vuelta alrededor del sumidero ymiré dentro de la cabina de bombeo. Ha-bía algunos trastos dentro, pero nada quediese idea de actividad reciente. En el exte-rior, una gran rueda de giro hecha de made-ra estaba apoyada contra la pared. Daba laimpresión de ser el sitio adecuado.

Regresé al coche. Carmen seguía jun-to a él, arreglándose el pelo y alzándolopara que le diera el sol.

—Deme —dijo, y extendió la mano.

Saqué el revólver y se lo entregué.Luego me incliné y recogí una lata oxi-dada.

—Ahora tómeselo con calma —dije—. Dispone de cinco proyectiles. Voy a co-locar esta lata en la abertura cuadrada quehay en el centro de la gran rueda de ma-dera. ¿Lo ve? —Se lo indiqué con el dedo.Carmen inclinó la cabeza, encantada—.Son unos diez metros. No empiece a dis-parar hasta que vuelva junto a usted. ¿Deacuerdo?

—De acuerdo —respondió ella conuna risita.

cada, manchada del sol.—¿Van a hacer un parque de todo

esto? —pregunté.

La muchacha bajó la barbilla y meechó una mirada casi inteligente.

—Ya era hora. El olor de ese sumi-dero envenenaría un rebaño de cabras.¿Es éste el sitio al que se refería?

—Sí. ¿Le gusta?

—Es hermoso.Paré junto a la plataforma de em-

barque. Nos apeamos. Percibía el rui-do del tránsito en una mañana de rui-dos distantes, como el zumbido de lasabejas. El sitio era solitario como elpatio de una iglesia. Incluso despuésde la lluvia los eucaliptos aún pare-cían polvorientos. Siempre tienen as-pecto polvoriento. Una rama rota porel viento había caído al borde del su-midero y las hojas aplastadas, correo-sas, colgaban sobre el agua.

Di la vuelta al sumidero y mirédentro de la casa de bombas. Había enella algunos trastos, nada que demos-trara una actividad reciente. Afuera, unaenorme polea maestra de madera seencontraba apoyada a la pared. Des-de luego, parecía un buen sitio.

Volví al coche. La chica estabaallí, al sol, arreglándose el cabello.____________________________

—Déme —dijo, y alargó la mano.

Saqué el revólver del bolsillo y selo puse en la palma de la mano. Meagaché y cogí una lata oxidada.

—Ahora, tome la cosa con calma.Eso está cargado con cinco balas.Voy a colocar esto allí, en esa aber-tura cuadrada que hay en medio deesa enorme rueda. ¿Ve? —señalé.Agachó rápidamente la cabeza, encanta-da—. Son, aproximadamente, once me-tros. No empiece a tirar hasta que vuel-va a su lado. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —dijo riéndose.

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I went back around the sumpand set the can up in the middle ofthe bull wheel. It made a swell target.If she missed the can, which she wascertain to do, she would probably hitthe wheel. That would stop a smallslug completely. However, she wasn’tgoing to hit even that.

I went back towards heraround the sump. When I was aboutten feet from her, at the edge of thesump, she showed me all her sharplittle teeth and brought the gun up andstarted to hiss.

I stopped dead, the sumpwater stagnant and stinking at myback.

‘Stand there, you son of abitch,’ she said.

The gun pointed at mychest. Her hand seemed to be quitesteady. The hissing sound grewlouder and her face had thescraped bone look. Aged,deteriorated, become animal, andnot a nice animal.

I laughed at her. I started towalk towards her. I saw her smallfinger tighten on the trigger and growwhite at the tip. I was about six feetaway from her when she started toshoot.

The sound of the gun made asharp slap, without body, a brittle crackin the sunlight. I didn’t see any smoke.I stopped again and grinned at her.

She fired twice more,very quickly. I don’t think anyof the shots would have missed.There were five in the little gun.She had fired four. I rushed her.

I didn’t want the last onein my face, so I swerved to oneside. She gave it to me quitecarefully, not worried at all. Ithink I felt the hot breath of thepowder blast a little.

Dila vuelta en torno al sumidero y co-loqué la lata en el centro de la rueda demadera. Era un blanco perfecto. Si noacertaba con la lata, que era lo más pro-bable, daría al menos en la rueda. Esobastaría para frenar por completo unproyectil pequeño. Pero no acertaría nisiquiera con eso.

Regresé hacia ella evitando el agua es-tancada. Cuando me hallaba a unos tresmetros, al borde del sumidero, memostró todos sus afilados dientecitos,sacó la pistola y empezó a emitir unsonido silbante.

Me detuve en seco, con el agua del su-midero, estancada y maloliente, a la es-palda.

—Quédate ahí, hijo de puta —me con-minó.

El revólver me apuntaba al pecho. Lamano de Carmen parecía muy segura. Elsonido que emitía su boca se hizo mássilbante, y su rostro volvió a tener aspec-to de calavera. Avejentada, deteriorada,transformada en animal, y en un animalmuy poco agradable.

Me reí de ella y eché a andar endirección suya. Vi cómo su dedo ín-dice se tensaba sobre el gatillo y cómola última falange palidecía. Estaba aunos dos metros cuando empezó adisparar.

El sonido del revólver fue como unapalmada violenta, pero sin cuerpo, un frá-gil chasquido bajo la luz del sol. Me de-tuve de nuevo y le sonreí. [226]

Disparó dos veces más, muy deprisa. Nocreo que ninguno de los disparos hubierafallado el blanco. En el pequeño revólversólo había sitio para cinco proyectiles. Ha-bía disparado cuatro. Corrí hacia ella.

No deseaba recibir el último fogonazoen la cara, de manera que me incliné brus-camente hacia un lado. Siguió apuntán-dome con todo cuidado, sin perder la cal-ma. Creo que sentí un poco el cálido alien-to de la pólvora al estallar.

Volvía de nuevo a su lado, rodean-do el sumidero. ____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

_______________________________ . Cuando estaba a unos tres me-tros de ella, al borde del sumidero, memostró sus pequeños dientes agudos,levantó el revólver y empezó a hacerun ruido silbante.

Me paré en seco, con el agua es-tancada y pegajosa del sumidero de-trás de mí.

—¡Quieto ahí, hijo de puta! —dijo.

El revólver apuntaba a mi pecho.Su mano parecía estar bastante firme.El ruido silbante se hizo más alto ysu cara tomó el aspecto de un huesopelado. Envejecida, estropeada, trans-formada en la de un animal, y no unanimal bonito precisamente.

Me eché a reír y empecé a andarhacia ella. Vi sus pequeños dedosapretando el gatillo y poniéndoseblancos en sus extremos. Estaba aunos dos metros de ella cuando em-pezó a disparar.

El ruido del revólver hizo un agu-do chasquido, sin consistencia, uncrujido quebradizo a la luz del sol. Novi humo alguno. Me paré y le sonreí.

Disparó dos veces más, rápida-mente. No creo que ninguno de lostiros hubiese fallado. Había cinco enel pequeño revólver y había dispara-do cuatro. Me precipité hacia ella.

No quería el último en la cara,así que me desvié rápidamente aun lado. Me disparó tranquila, sinninguna preocupación. Creo quesentí un poco el calor de la ex-plosión de pólvora.

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I s t raightened up.‘My, but you’re cute,’ I said.

Her hand holding the emptygun began to shake violently. Thegun fell out of it. Her mouth beganto shake. Her whole face went topieces. Then her head screwed uptowards her left ear and froth showedon her l ips. Her breath made awhining sound. She swayed.

I caught her as she fell. Shewas already unconscious. I prised herteeth open with both hands andstuffed a wadded handkerchief inbetween them. It took all my strengthto do it. I lifted her up and got herinto the car, then went back for thegun and dropped it into my pocket. Iclimbed in under the wheel, backedthe car and drove back the way wehad come along the rutted road, outof the gateway, back up the hill andso home.

Carmen lay crumpled in thecorner of the car, without motion.I was half-way up the drive to thehouse before she stirred. Then hereyes suddenly opened wide andwild., She sat up.

‘What happened?’ she gasped.‘Nothing. Why?’‘Oh, yes it did,’ she giggled.

‘I wet myself’‘They always do,’ I said.She looked at me with a sudden

sick speculation and began to moan.

32

The gentle-eyed, horse-faced maid let me into the long greyand white upstairs sitting-room withthe ivory drapes tumbledextravagantly on the floor and thewhite carpet from wall to wall. Ascreen star’s boudoir, a place ofcharm and seduction, artificial as awooden leg. It was empty at themoment. The door closed behind mewith the unnatural softness of ahospital door. A breakfast table onwheels stood by the chaise-longue.Its silver glittered. There were ciga-rette ashes in the coffee cup. I sat

Me enderecé.—Vaya —dije—. De todos modos es usted encantadora.La mano que sostenía el revólver vacío

empezó a temblar violentamente. El armase le cayó. También la boca empezó atemblarle. Todo el rostro se le descompuso.Luego la cabeza se le torció hacia la orejaizquierda y le apareció espuma en los la-bios. Su respiración se transformó en ungemido. Vaciló.

La sujeté cuando ya caía. Había perdi-do el conocimiento. Conseguí separarlelos dientes y le introduje un pañuelo he-cho un rebujo. Necesité de toda mi fuer-za para conseguirlo. La cogí en brazos yla llevé al coche. Luego regresé a por elrevólver y me lo guardé en el bolsillo. Mecoloqué detrás del volante, retrocedí paradar la vuelta y regresé por donde había-mos venido: el camino de tierra con lasrodadas, la barrera recogida junto al to-cón, y después colina arriba hasta la resi-dencia de los Sternwood.

Carmen permaneció inmóvil, acurru-cada en un rincón del coche. Estábamosya dentro de la propiedad cuando empe-zó a dar señales de vida. Luego se le abrie-ron los ojos de repente, dilatados y enlo-quecidos. Se irguió por completo.

—¿Qué ha sucedido? —jadeó.—Nada. ¿Por qué?—Sí que ha sucedido algo —dijo con

una risita—. Me lo he hecho encima.—Es lo que les pasa siempre —respondí.Me miró con repentina perplejidad de

enferma y empezó a gemir.

Treinta y dos

La doncella de ojos amables y cara decaballo me llevó hasta el salón gris y blan-co del piso alto con cortinas de colormarfil que se derramaban desmesurada-mente sobre el suelo y una alfombra blan-ca que cubría toda la habitación. Boudoirde estrella de la pantalla o lugar de en-canto y seducción, resultaba tan artificialcomo una pata de palo. En aquel momen-to estaba vacío. La puerta se cerró detrásde mí con la forzada suavidad de una puer-ta de hospital. Junto a la chaise—longuehabía una mesa de desayuno con ruedas.La vajilla de plata resplandecía. Habíacenizas de cigarrillo en la taza de café.

Seguí avanzando hacia ella.—¡Vaya, pero qué simpática es usted! —dije.Su mano, que sostenía aún el re-

vólver vacío, empezó a temblar vio-lentamente. Se le cayó el arma. Suboca empezó a temblar. Todo su ros-tro se descompuso. Entonces su cabe-za giró hacia la izquierda y asomó es-puma en sus labios. Su respiración sehizo ronca y se desplomó.

La recogí mientras caía. Es-taba ya inconsciente. Le abrí lasmandíbulas con ambas manos yle metí un pañuelo enrollado en-tre los dientes. Tuve que empleartoda mi fuerza para hacerlo. Lalevanté y la metí en el coche,volví por el revólver y me loguardé en el bolsillo. Me metí enel coche, di la vuelta y regresépor el mismo camino lleno de ba-ches, fuera del portón y colinaarriba hasta la casa.

Carmen se encontraba en un rin-cón del coche, sin moverse. Estába-mos a mitad de camino de la casacuando empezó a dar señales de vida.Sus ojos se abrieron, grandes y extra-viados. Se sentó.

—¿Qué ocurrió? —preguntó.—Nada. ¿Por qué?—¡Oh, sí! Algo ocurrió —dijo con

una risita—, me hice pipí.—Siempre ocurre así —repliqué.Me miró con repentina curiosidad

enfermiza y comenzó a gemir.

XXXII

La criada de cara caballuna y ojosazules me condujo a la amplia salagris y blanca de la parte superior, conlos pliegues de las cortinasextravagantemente caídos en el sueloy la blanca alfombra de una pared ala otra. Era el tocador de una estrellade la pantalla; un lugar de encanto yseducción, artificial como una pata depalo. En aquel momento estaba vacío.La puerta se cerró detrás de mí con lasuavidad artificial de una puerta dehospital. Una mesita rodante se en-contraba junto a la tumbona. Su platabrillaba. Había ceniza en la taza de

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down and waited.It seemed a long time be-

fore the door opened again andVivian came in. She was in oys-ter -whi te lounging pyjamastrimmed with white fur, cut asf lowingly as a summer seafrothing on the beach of somesmall and exclusive island.

She went past me in long smoothstrides and sat down on the edge of thechaise-longue. There was a cigarette in herlips, at the corner of her mouth. Her nailstoday were copper red from quick to tip,without half-moons.

‘So you’re just a bruteaf ter a l l , ’ she sa id quie t ly,staring at me. ‘An utter callousbrute. You kil led a man lastnight. Never mind how I heardit. I heard it. And now you haveto come out here and frighten mykid sister into a fit.’

I didn’t say a word. She beganto fidget. She moved over to a slipperchair and put her head back against awhite cushion that lay along the backof the chair against the wall. She blewpale grey smoke upwards andwatched it float towards the ceilingand come apart in wisps that were fora little while distinguishable from theair and then melted and were nothing.Then very slowly she lowered hereyes and gave me a cool hard glance.

‘I don’t understand you,’ shesaid. ‘I’m thankful as hell one of uskept his head the night before last. It’sbad enough to have a bootlegger inmy past. Why don’t you for Christ’ssake say something?’

‘How is she?’

‘Oh, she’s all right, I suppose.Fast asleep. She always goes to sleep.What did you do to her?’

Me senté y esperé.Me pareció que pasaba mucho tiempo

hasta que la puerta se abrió de nuevo yentró Vivian. Llevaba un pijama para an-dar por casa de color blanco ostra, ador-nado con tiras de piel blanca, y tan am-plio y suelto como la espuma de un marde verano sobre la playa de alguna islatan pequeña como selecta.

Pasó a mi lado con largas zancadaselásticas y fue a sentarse en el borde de lachaise—longue, con un cigarrillo en lacomisura de la boca. Se había pintado decolor rojo cobre las uñas enteras, sin de-jar medias lunas.

—De manera que no eres más que una bes-tia —dijo con mucha tranquilidad, mirándo-me fijamente—. Una bestia sin conciencia yde la peor calaña. Anoche mataste a un hom-bre. Da lo mismo cómo me he enterado. El casoes que me he enterado. Y ahora tienes que ve-nir aquí y asustar a mi hermana hasta el puntode provocarle un ataque.

No respondí. Vivian empezó a sentirseincómoda. Se trasladó a un sillón de pocaaltura y apoyó la cabeza en un cojín blan-co colocado en el respaldo y también con-tra la pared. Luego lanzó hacia lo alto unabocanada de humo gris pálido y observócómo flotaba en dirección al techo y sedeshacía en volutas que se distinguían delaire durante unos instantes [228] pero queenseguida se desvanecían y no eran nada.A continuación, muy despacio, bajó losojos y me miró con frialdad y dureza.

—No te entiendo —dijo—. Estoy másque contenta de que uno de los dos noperdiera la cabeza la otra noche. Ya esbastante cruz tener a un contrabandistaen mi pasado. ¿Por qué no dices algo, porel amor del cielo?

—¿Qué tal está?

—¿Carmen? Perfectamente, supongo.Dormida como un tronco. Siempre seduerme. ¿Qué le has hecho?

café. Me senté y esperé.Pareció transcurrir un largo espa-

cio de tiempo antes de que la puertase abriera de nuevo y entrara Vivian.Llevaba un pijama de color blancoostra, adornado con piel blanca, cor-tado tan suelto como el mar de veranobordeando con espuma la playa de al-guna pequeña isla privada.

Pasó delante de mí con pasos sua-ves y largos y se sentó en el borde dela tumbona. Llevaba un cigarrillo enla comisura de los labios. Ahora susuñas eran de un rojo cobrizo y no te-nían media luna.

—Así que, después de todo, esusted una bestia endurecida —dijotranquila y mirándome—, una bestiaendurecida por completo. Anochemató a un hombre. No le Importecómo me he enterado, pero lo sé. Yahora tiene que venir aquí y asustar ami hermana para que le dé un ataque.

No contesté una palabra. Empezóa agitarse. Se levantó y fue a sentarseen un canapé, poniendo la cabeza enun cojín blanco que había detrás delmismo, contra la pared. Echó el humogrisáceo hacia arriba; se quedó mirán-dolo mientras se elevaba hacia el techoy luego se dividía en porciones que sedistinguían un momento, hasta desva-necerse en la nada. Entonces, muydespacio, bajó los ojos y me dirigióuna mirada dura y fría.

—No le entiendo —dijo—. Doygracias de que uno de los dos conser-vara la cabeza bien puesta anteanoche.Ya es bastante malo que haya un con-trabandista en mi pasado. Pero, poramor de Dios, ¿por qué no dice algo?

—¿Cómo se encuentra ella?

—¡Oh, se encuentra bien, supon-go! Dormida profundamente. Siemprese duerme. ¿Qué le hizo?

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‘Not a thing. I came out of thehouse after seeing your father and she wasout in front. She had been throwing dartsat a target on a tree. I went down to speakto her because I had something thatbelonged to her. A little revolver OwenTaylor gave her once. She took it over toBrody’s place the other evening, theevening he was killed. I had to take it awayfrom her there. I didn’t mention it, soperhaps you didn’t know it.’

The black Sternwood eyes gotlarge and empty. It was her turn notto say anything.

‘She was pleased to get herlittle gun back and she wanted me toteach her how to shoot and she wantedto show me the old oil wells down thehill where your family made some ofits money. So we went down there andthe place was pretty creepy, all rustedmetal and old wood and silent wellsand greasy scummy sumps. Maybethat upset her. I guess you’ve beenthere yourself. It was kind of eerie.’

‘Yes - it is.’ It was a smallbreathless voice now.

‘So we went in there and Istuck a can up in a bull wheel forher to pop at. She threw awingding. Looked like a mild epi-leptic fit to me.’

‘Yes.’ The same minute voice.‘She has them once in a while. Is thatall you wanted to see me about?’

‘I guess you stillwouldn’t tell me what EddieMars has on you.’

‘Nothing at all . And I’mgetting a little tired of that question,’she said coldly.

‘Do you know a man named Canino?’She drew her fine black brows together

in thought. ‘Vaguely. I seem to remember the name.’‘Eddie Mars’s trigger man. A

tough hombre, they said. I guess hewas. Without a little help from a ladyI’d be where he is - in the morgue.’

‘The ladies seem to -’ Shestopped dead and whitened. ‘I can’tjoke about it,’ she said simply.

‘I’m not joking, and if I seemto talk in circles, it just seems thatway. It all ties together - everything.Geiger and his cute little blackmail

—Nada en absoluto. Salí de la casa des-pués de hablar con tu padre y vi a Carmenen el jardín. Había estado tirando dardoscontra un blanco en un árbol. Bajé a reunir-me con ella porque tenía algo que le perte-necía. Un revólver casi de juguete que OwenTaylor le regaló en una ocasión. Tu herma-na se presentó con él en el apartamento deBrody la otra noche, cuando lo mataron.Tuve que quitárselo. No lo había menciona-do, de manera que quizá no lo sabías.

Los ojos negros de los Sternwood sedilataron, vaciándose. Le había llegado aVivian el turno de no decir nada.

—Se puso muy contenta al recuperarel revólver y me pidió que le enseñara adisparar; de paso me enseñaría los anti-guos pozos de petróleo, colina abajo, conlos que tu familia hizo parte de su dinero.Así que fuimos allí; el sitio era bastanterepulsivo, todo metal oxidado, maderasviejas, pozos silenciosos y sumideros gra-sientos llenos de desechos. Quizá eso laafectó. Supongo que tú también has esta-do allí. Es un sitio inquietante.

—Sí..., sí que lo es. —Su voz era ape-nas audible y le faltaba el aliento.

—Fuimos allí y coloqué una lata enuna rueda de madera para que disparasecontra ella. Pero lo que tuvo fue una cri-sis. A mí me pareció un ataque epilépticode poca importancia.

—Sí. —La misma voz inaudible—.Los padece de vez en cuando. ¿Era ésa laúnica razón para hablar conmigo?

—Imagino que no querrás decirmequé es lo que utiliza Eddie Mars parapresionarte.

—Nada en absoluto. Y estoy empezan-do a cansarme un poco de esa pregunta—dijo con frialdad.

—¿Conoces a un sujeto llamado Canino?Pensativa, frunció las delicadas cejas negras.—Vagamente. Me parece recordar ese apellido.—Es el matarife de Eddie Mars. Un tipo de

mucho cuidado, decían. Supongo que sí. Sin el poqui-to de ayuda que me prestó cierta señora, yo estaríaahora donde él..., en el depósito de cadáveres.

—Se diría que las señoras... —Se detuvoen seco y palidecióNo soy capaz de bromearacerca de eso —añadió con sencillez.

—No estoy bromeando, y si parece quehablo sin llegar a ningún sitio, sólo lo parece,porque no es cierto. Todo encaja..., absoluta-mente todo. Geiger y sus inteligentes trucos

—Nada en absoluto. Salí de ver asu padre y ella estaba delante de lacasa. Había estado arrojando dardosa un blanco colgado de un árbol. Fuia hablarle porque tenía algo que lepertenecía, un pequeño revólver queOwen Taylor le regaló. Lo llevó al pisode Brody la otra tarde, la tarde en quefue asesinado. Allí tuve que quitárse-lo. No lo mencioné, por lo que es pro-bable que usted no lo sepa.

Los ojos negros de la Sternwoodse tornaron grandes y vacíos. Ahoraera ella la que no decía nada.

—Se alegró de recuperar el revólver.Tenía interés en que le enseñara a dispa-rar y quería mostrarme los viejos pozosde petróleo al pie de la colina, donde sufamilia hizo parte de su fortuna. Así quefuimos allí, a un lugar que ponía la carnede gallina, lleno de metal oxidado, made-ra vieja, pozos silenciosos y sumiderosgrasientos. Quizá eso la trastornó. Me fi-guro que usted ha estado allí. En ciertomodo, inspira temor.

—Sí, es verdad.Era ahora la suya una voz baja y

sin aliento.—Fuimos allá y yo coloqué una

lata en una polea maestra para quedisparase sobre ella. Le dio un ata-que, que a mí me pareció epiléptico.

—Sí. —La misma voz apagada—.Le dan de cuando en cuando. ¿Es paralo que quería verme?

—Me imagino que todavía noquiere decirme qué es lo que EddieMars tiene contra usted.

—De ningún modo, y estoy empe-zando a cansarme de esa pregunta —repuso fríamente.

—¿Conoce a un hombre llamado Canino?Juntó sus finas cejas negras, pensando.—Vagamente. Me suena ese nombre.—Es un pistolero de Eddie Mars. Un hom-

bre duro, dicen. Supongo lo era. Sin la pequeñaayuda de una dama, yo estaría donde se que en-cuentra él ahora: en el depósito de cadáveres.

—Las damas parecen... —calló de repentey se puso pálida—. No puede bromear acer-ca de ello —dijo sencillamente.

—No estoy bromeando, y si parece quehablo de forma enrevesada, es porque sen-cillamente es así. Todo coincide, absoluta-mente todo: Geiger y sus pequeños trucos

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tricks, Brody and his pictures, EddieMars and his roulette tables, Caninoand the girl Rusty Regan didn’t runaway with. It all ties together.’

‘I’m afraid I don’t even knowwhat you’re talking about.’

‘Suppose you did - it wouldbe something like this. Geiger got hishooks into your sister, which isn’tvery difficult, and got some notesfrom her and tried to blackmail yourfather with them, in a nice way. EddieMars was behind Geiger, protectinghim and using him for a cat’s-paw.Your father sent for me instead ofpaying up, which showed he wasn’tscared about anything. Eddie Marswanted to know that. He hadsomething on you and he wanted toknow if he had it on the General too.If he had, he could collect a lot ofmoney in a hurry. If not, he wouldhave to wait until you got your shareof the family fortune, and in themeantime be satisfied with whateverspare cash he could take away fromyou across the roulette table. Geigerwas killed by Owen Taylor, who wasin love with your silly little sister anddidn’t like the kind of games Geigerplayed with her. That didn’t meananything to Eddie. He was playing adeeper game than Geiger knewanything about, or than Brody knewanything about, or anybody exceptyou and Eddie and a tough guy namedCanino. Your husband disappearedand Eddie, knowing everybody knewthere had been bad blood between himand Regan, hid his wife out at Realitoand put Canino to guard her, so thatit would look as if she had run awaywith Regan. He even got Regan’s carinto the garage of the place whereMona Mars had been living. But thatsounds a little silly taken merely asan attempt to divert suspicion thatEddie had killed your husband or hadhim killed. It isn’t so silly, really. Hehad another motive. He was playingfor a million or so. He knew whereRegan had gone and why and hedidn’t want the police to have to findout. He wanted them to have anexplanation of the disappearance thatwould keep them satisfied. Am I bor-

para hacer chantaje, Brody y sus fotos, EddieMars y sus mesas de ruleta, Canino y la chicacon la que Rusty Regan nunca se escapó.Todo encaja perfectamente.

—Mucho me temo que ni siquiera en-tiendo de qué estás hablando.

—Suponiendo que seas capaz de en-tenderlo..., sería más o menos así. Geigerenganchó a tu hermana, cosa no dema-siado difícil, consiguió algunos pagaréssuyos y trató de chantajear amablementea tu padre con ellos. Eddie Mars estabadetrás de Geiger, protegiéndolo y utilizán-dolo. Tu padre, en lugar de pagar, memandó llamar, lo que demostró que notenía miedo. Eso era lo que Eddie Marsquería saber. Disponía de algo con quepresionarte y quería saber si también le ibaa servir con el general. De ser así, podía re-coger una buena cantidad de dinero en pocotiempo. Si no, tendría que esperar a que he-redaras tu parte de la fortuna familiar, y con-formarse mientras tanto con el dinero sueltoque pudiera quitarte en la ruleta. A Geigerlo mató Owen Taylor, que estaba enamora-do de la tonta de tu hermanita y no le gusta-ban los juegos a los que Geiger se dedicaba[230]con ella. Eso no tenía ningún valor paraEddie, que andaba metido en otro juego demás envergadura, del que Geiger no sabíanada, ni tampoco Brody, ni nadie, exceptoEddie y tú y un tipo de mucho cuidadollamado Canino. Tu marido desapa-reció y Eddie, sabedor de que todo elmundo estaba al tanto de sus malasrelaciones con Regan, escondió a sumujer en Realito y contrató a Caninopara que cuidara de ella, dando así laimpresión de que se había fugado conRegan. Incluso llevó el coche de tumarido al garaje de la casa dondeMona Mars había estado viviendo.Aunque todo eso parece un poco ton-to si sólo se trataba de impedir queEddie se hiciera sospechoso de habermatado a tu marido o de haber con-tratado a alguien para hacerlo. PeroEddie no es tan tonto, ni mucho me-nos. Tenía otro motivo, en realidad.Estaba apostando por un millón dedólares, céntimo más o menos. Sabíaadónde había ido a parar Regan y elporqué, y no quería que la policía lodescubriese. Quería que dispusierande una razón para la desaparición deRegan que les resultase satisfactoria.

de chantaje, Brody y sus fotografías, EddieMars y sus mesas de juego, Canino y lamuchacha con la que Rusty Regan no sefugó. Todo, en fin, coincide.

—En realidad, no sé de qué estáhablando.

—Suponga que sí lo sabe; sería algoasí: Geiger le tiró el anzuelo a su her-mana, lo que no es muy difícil; consi-guió de ella algunos recibos e intentócon ellos, graciosamente, hacerle unchantaje a su padre. Eddie Mars estabadetrás de Geiger, protegiéndole y utili-zándole como prenda de cambio. Supadre, en lugar de pagar, me llamó amí, lo que demuestra que no estabaasustado de nada. Eddie Mars quería sa-berlo. Tenía una carta contra usted y de-seaba saber si le serviría también con-tra el general. Si era así, podía cobrarun montón de dinero en breve plazo.En caso contrario, tendría que esperara que usted obtuviera su parte del dine-ro de la familia, y darse por satisfe-cho entre tanto con las pequeñas can-tidades que pudiera sacarle en la ru-leta. Geiger fue asesinado por OwenTaylor, que estaba enamorado de latonta de su hermanita, a quien no leagradaba el juego que Geiger se traíacon ella. Eso a Eddie le tenía sin cui-dado. Estaba jugando una partidamucho más importante de lo queGeiger y Brody se figuraban, de lo quenadie podría imaginarse, excepto us-ted y Eddie y un matón llamado Ca-nino. Su marido desapareció, y Eddie,sabiendo que todo el mundo estaba en-terado de que él y Regan estaban ene-mistados, escondió a su mujer enRealito y puso a Canino para vigilarla,de modo que pareciese que ella se ha-bía fugado con Regan. Incluso dejó elcoche de Regan en el garaje de la casadonde Mona Mars había estado vivien-do. Pero esto resulta un poco estúpidosi se considera como un mero intentode desviar la sospecha de que EddieMars había matado a su esposa. Perono es realmente tan estúpido, pues te-nía otro motivo. Detrás había un millóno algo así. Sabía a dónde había idoRegan y por qué, y no le interesaba quela policía lo averiguase. Quería queencontraran un motivo para su desapa-rición y que quedaran satisfechos. ¿La

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ing you?’‘You tire me,’ she said in a

dead, exhausted voice. ‘God, how youtire me!’

‘I’m sorry. I’m not justfooling around trying to be clever.Your father offered me a thousanddollars this morning to find Regan.That’s a lot of money to me, but Ican’t do it.’

Her mouth jumped open.Her breath was suddenlystrained and harsh. ‘Give me acigarette,’ she said thickly.‘Why?’ The pulse in her throathad began to throb.

I gave her a cigarette and lit amatch and held it for her. She drew ina lungful of smoke and let it outraggedly and then the cigaretteseemed to be forgotten between herfingers. She never drew on it again.

‘Well, the MissingPersons Bureau can’t find him,’I said. ‘It’s not so easy. Whatthey can’t do it’s not likely thatI can do.’

‘Oh.’ There was a shade ofrelief in her voice.

‘That’s one reason. TheMissing Persons people think he justdisappeared on purpose, pulled downthe curtain, as they call it. They don’tthink Eddie Mars did away with him.’

‘Who said anybody did awaywith him?’

‘We’re coming to it,’ I said.

For a brief instant her faceseemed to come to pieces, to becomemerely a set of features without formor control. Her mouth looked like theprelude to a scream. But only for aninstant. The Sternwood blood had tobe good for something more than herblack eyes and her recklessness.

¿Te estoy aburriendo?—Me cansas —dijo Vivian con una

voz sin vida, exhausta—. ¡No sabes has-ta qué punto me cansas!

—Lo siento. No estoy diciendotonterías para parecer inteligente. Estamañana tu padre me ha ofrecido mildólares por encontrar a Regan. Esoes mucho dinero para mí, pero no lopuedo hacer.

La boca se le abrió de golpe. Su respi-ración se hizo tensa y difícil.

—Dame un cigarrillo —dijo con difi-cultad—. ¿Por qué?

En la garganta se le notaba el latido deuna vena.

Le di un pitillo, encendí una ceri-lla y se la sostuve. Se llenó los pul-mones de humo, lo expulsó a retazosy luego pareció que el cigarrillo se leolvidaba entre los dedos. Nunca lle-gó a darle otra chupada.

—Resulta que la Oficina de PersonasDesaparecidas no ha sido capaz de en-contrarlo —dije—. No debe de ser tanfácil. Lo que ellos no han podido hacerno es fácil que lo haga yo.

—Ah. —Hubo una sombra de alivioen su voz.

—Ésa es una razón. Los responsablesde Personas Desaparecidas piensan quese esfumó porque quiso, que bajó el te-lón, que es como ellos lo dicen. No creenque Eddie Mars acabara con él.

—¿Quién ha dicho que alguien hayaacabado con él?

—A eso es a lo que vamos a llegar —dije.

Por un momento su rostro pareciódesintegrarse, convertirse en un conjun-to de rasgos sin forma ni control. Suboca parecía el preludio de un grito.Pero sólo durante un instante. La san-gre de los Sternwood tenía que haberleproporcionado algo más que ojos ne-gros y temeridad.

aburro?—Me cansa —dijo con voz apa-

gada y fatigada—. ¡Dios mío,cómo me cansa!

—Lo siento. Pero no estoy diva-gando e intentando pasarme de listo.Su padre me ofreció mil dólares estamañana por encontrar a Regan. Esmucho dinero para mí, pero no puedohacerlo.

Se quedó con la boca abierta. Surespiración se había vuelto de repen-te fatigosa y ronca.

—¿Por qué? Déme un cigarrillo —dijo espesamente—. La vena de sucuello había empezado a latir.

Le di un cigarrillo, encendí una ceri-lla y la sostuve ante ella. Dio una largachupada al cigarrillo, echó el humo des-ordenadamente y después pareció olvidar-se del cigarrillo que tenía entre los dedos.Ya no volvió a ponérselo en la boca.

—Bien; la Oficina de PersonasDesaparecidas no puede encontrarle—proseguí—. No es tan fácil. Lo queellos no pueden hacer no es probableque yo pueda lograrlo.

—¡Oh! —había algo de alivio ensu voz.

—Ese es un motivo. En la Oficinade Personas Desaparecidas creen quedesapareció a propósito, que corrió lacortina, como. suele decirse. No creenque Eddie Mars lo hiciese desaparecer.

—¿Quién supone que alguien lehizo desaparecer?

—Llegaremos a eso —contesté.

Por un breve instante, su rostro pa-reció descomponerse, tornarse en unaserie de fragmentos sin forma defini-da. Su boca parecía el preludio de ungrito. Pero sólo un instante. La san-gre de los Sternwood tenía que valerpara algo más que sus ojos negros ysu desconsideración.

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I stood up and took the smok-ing cigarette from between her fingersand killed it in an ashtray. Then I tookCarmen’s little gun out of my pocketand laid it carefully, with exaggeratedcare, on her white satin knee. I bal-anced it there, and stepped back withmy head on one side like a window-dresser getting the effect of a newtwist of a scarf around a dummy’sneck.

I sat down again. She didn’tmove. Her eyes came down millimetre bymillimetre and looked at the gun.

‘It’s harmless,’ I said. ‘Allfive chambers empty. She fired themall. She fired them all at me.’

The pulse jumped wildly in herthroat. Her voice tried to say somethingand couldn’t. She swallowed.

‘From a distance of fiveor six feet,’ I said. ‘Cute littlething, isn’t she? Too bad I hadloaded the gun with blanks.’ Igrinned nastily. ‘I had a hunchabout what she would do - if shegot the chance.’

She brought her voice backfrom a long way off. ‘You’re ahorrible man,’ she said. ‘Horrible.’

‘Yeah. You’re her big sister.What are you going to do about it?’

‘You can’t prove a word of it.’

‘Can’t prove what?’

‘That she fired at you. Yousaid you were down there around thewells with her, alone. You can’t prove,a word of what you say.’

‘Oh that,’ I said. ‘I wasn’tthinking of trying. I was thinking ofanother time - when the shells in thelittle gun had bullets in them.’

Her eyes were pools of dark-ness, much emptier than darkness.

Me puse en pie, le quité el pitillo quetenía entre los dedos y lo aplasté en uncenicero. Luego me saqué del bolsillo elrevólver de Carmen y lo coloqué cuida-dosamente, con exagerada delicadeza,sobre su rodilla, cubierta de satén blan-co. Lo dejé allí en equilibrio y retrocedícon la cabeza inclinada hacia un lado,como un escaparatista que valora el efec-to de otra vuelta más de la bufanda alre-dedor del cuello de un maniquí.

Me volví a sentar. Vivian no se movió.Sus ojos descendieron milímetro a milí-metro hasta tropezarse con el revólver.

—Es inofensivo —dije—. No hay nin-gún proyectil en el tambor. Tu hermanadisparó todos los proyectiles. Contra mí.

El latido de la garganta se le desbocó.Trató de decir algo pero no encontró lavoz. Tragó con dificultad.

—Desde una distancia de metro y medio odos metros —dije—. Una criaturita encanta-dora, ¿no es cierto? Lástima que el revólversólo estuviera cargado con cartuchos de fogueo.—Sonreí desagradablemente—. Tenía un pre-sentimiento sobre lo que haría..., si se le pre-sentaba la oportunidad.

Consiguió que le volviera la voz, aun-que de muy lejos.

—Eres un ser horrible —dijo—. Espantoso.

—Claro. Tú eres su hermana mayor.¿Qué es lo que vas a hacer?

—No puedes probar nada. [232]

—¿No puedo probar nada de qué?

—De que disparó contra ti. Has dichoque estabas con ella en los pozos, los dossolos. No puedes probar una sola palabrade lo que dices.

—Ah, eso —dije—. Ni se me había ocu-rrido intentarlo. Estaba pensando en otra oca-sión..., cuando los cartuchos de ese revólversí tenían proyectiles de verdad.

Sus ojos eran pozos de oscuridad, mu-cho más vacíos que la oscuridad.

Me levanté, le quité el cigarrillode entre los dedos y lo apagué enun cenicero. Después saqué del bol-sillo el revólver de Carmen y lodeposité cuidadosamente, con exa-gerado cuidado, en sus rodillas. Lodejé en equilibrio y retrocedí con lacabeza ladeada, como un decoradorde escaparates buscando un nuevoefecto a una bufanda en el cuello deun maniquí.

Volví a sentarme. No se movió.Sus ojos bajaron milímetro a milíme-tro y miraron el revólver.

—Es inofensivo —dije—. El tam-bor está vacío. Disparó los cinco. Losdisparó contra mí.

La vena saltó alborotada en su cue-llo. Intentó decir algo y no pudo. Tra-gó saliva.

— Desde una distancia de unosdos metros —dije—. Qué monada,¿eh? Mala suerte que yo hubiese car-gado el revólver con cartuchos defogueo —sonreí con desagrado—. Te-nía el presentimiento de lo que haría...si tenía oportunidad para ello.

Su voz pareció venir de le-jos.

—Es usted un hombre terrible, terrible.

—Sí; usted es su hermana mayor. ¿Quéva usted a hacer en relación con todo esto?

—Usted no puede probar una palabra de nada.

—¿Que no puedo probar qué?

—Que ella disparó sobre usted.Usted dijo únicamente que estuvo enlos pozos con ella. No puede probaruna palabra de lo que dice.

—Cierto —repuse—, pero no pen-saba intentarlo. Yo estaba pensandoen otra. ocasión en que el revólver sehallaba cargado con balas.

Sus ojos eran como charcos de oscuridad,mucho. más vacíos que la oscuridad misma.

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‘I was thinking of the dayRegan disappeared,’ I said. ‘Late inthe afternoon. When he took herdown to those old wells to teach herto shoot and put up a cansomewhere and told her to pop at itand stood near her while she shot.And she didn’t shoot at the can. Sheturned the gun and shot him, justthe way she tried to shoot me today,and for the same reason.’

She moved a little and the gunslid off her knee and fell to the floor.It was one of the loudest sounds I everheard. Her eyes were riveted on myface. Her voice was a stretchedwhisper of agony. ‘Carmen . . .Merciful God, Carmen! ... Why?’

‘Do I really have to tell youwhy she shot at me?’

‘Yes.’ Her eyes were stillterrible. ‘I’m - I’m afraid you do.’

‘Night before last when I gothome she was in my apartment. She’dkidded the manager into letting her into wait for me. She was in my bed -naked. I threw her out on her ear. Iguess maybe Regan did the samething to her some time. But you can’tdo that to Carmen.’

She drew her lips back andmade a half-hearted attempt to lickthem. It made her, for a briefinstant, look like a frightenedchild. The lines of her cheekssharpened and her hand went upslowly like an artificial handworked by wires and its fingersclosed slowly and stiffly aroundthe white fur at her collar. Theydrew the fur tight against herthroat. After that she just satstaring.

‘Money,’ she croaked. ‘Isuppose you want money.’

‘How much money?’ I triednot to sneer.

—Estaba pensando en el día en queRegan desapareció —dije—. A últimahora de la tarde. Cuando bajó con Car-men a esos viejos pozos para enseñarle adisparar y puso una lata en algún sitio yle dijo que probara y se quedó a su ladomientras tu hermana disparaba. Pero Car-men no disparó contra la lata. Giró el re-vólver y disparó contra Regan, de la mis-ma manera que hoy ha tratado de dispa-rar contra mí y por la misma razón.

Vivian se movió un poco y el revólver se lecayó de la rodilla al suelo. Fue uno de los ruidosmás fuertes que he oído nunca. Los ojos de miinterlocutora no se apartaron de mi rostro.

—¡Carmen! ¡Dios misericordioso,Carmen!... ¿Por qué? —Su voz era un pro-longado susurro de dolor.

—¿De verdad tengo que explicarte porqué disparó contra mi?

—Sí. —Sus ojos eran todavía terri-bles—. Mucho me temo que sí.

—Anteanoche, cuando llegué a micasa, me la encontré allí. Había engatu-sado al encargado para que la dejase es-perarme. Estaba en la cama, desnuda. Laeché tirándole de la oreja. Imagino quequizá Regan hizo lo rriismo en algunaocasión. Pero a Carmen no se le puedehacer eso.

Vivian apretó los labios e hizo un in-tento desganado de humedecérselos,lo que, durante un breve instante, laconvirtió en una niña asustada. Des-pués endureció la curva de las meji-llas y alzó lentamente una mano comosi fuera un instrumento artificial,movido por alambres, y los dedos secerraron lenta y rígidamente alrededorde la piel blanca del cuello del pijama,tensándola contra la garganta. Finalmen-te se quedó inmóvil, mirándome confijeza.

—Dinero —dijo con voz ronca—. Su-pongo que quieres dinero.

—¿Cuánto dinero? —Me esforcé porno hablar desdeñosamente.

—Pensaba —continué— en eldía en que Regan desapareció, alcaer la tarde, cuando la llevó a esosviejos pozos para enseñarle a dis-parar y puso una lata en algún sitiodiciéndole que disparase y se que-dó junto a ella m ‘entras apretabael gatillo, pero sin disparar a la lata.Volvió el revólver y le disparó a él,del mismo modo que lo hizo hoyconmigo y por el mismo motivo.

Se movió un poco y el revólver resbalóde sus rodillas y cayó al suelo. Fue uno delos sonidos más fuertes que hubiese podidooír jamás. Sus ojos estaban clavados en mirostro. Su voz fue un murmullo de agonía.

—¡Carmen ... ! ¡Dios misericor-dioso, Carmen ... ! ¿Por qué?

—¿Tengo que decirle realmentepor qué disparó contra mí?

—Sí —sus ojos eran aún terri-bles—, creo que debe hacerlo.

—Anteanoche, cuando llegué a micasa, la encontré en mi apartamento. Ha-bía convencido al administrador para quele permitiera esperarme allí. Estaba en micama, desnuda. La despedí sin contempla-ciones. Me imagino que quizá Regan lehizo lo mismo alguna vez. Y eso no se lepuede hacer a Carmen.

Abrió la boca e intentó pasarsela lengua por los labios, lo cual hizoque, por un breve instante, parecie-se un niño asustado. Las líneas desus mejillas se hicieron más agudasy su mano se alzó lentamente comoun miembro artificial movido poralambres; sus dedos se cerraronpoco a poco y con rigidez alrede-dor de la piel blanca del cuello delpijama, apretando con fuerza la pielcontra su garganta. Después se que-dó mirándome.

—Dinero —aulló—. Supongo quequiere dinero.

—¿Cuánto? —intenté no decirlocon desprecio.

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‘Fifteen thousand dollars?’I nodded. ‘That would be

about right. That would be theestablished fee. That was what he hadin his pockets when she shot him.That would be what Mr Canino gotfor disposing of the body when youwent to Eddie Mars for help. But thatwould be small change to what Eddieexpects to collect one of these days,wouldn’t it?’

‘You son of a bitch!’ she said.

‘Uh-huh. I’m a very smartguy. I haven’t a feeling or a scruplein the world. All I have the itch for ismoney. I am so money greedy that fortwenty-five bucks a day and expenses,mostly gasolene and whisky, I do mythinking myself, what there is of it: Irisk my whole future, the hatred ofthe cops and of Eddie Mars and hispals, I dodge bullets and eat saps, andsay thank you very much, if you haveany more trouble, I hope you’ll thinkof me, I’ll just leave one of my cardsin case anything comes up. I do allthis for twenty-five bucks a day - andmaybe just a little to protect whatlittle pride a broken and sick old manhas left in his blood, in the thoughtthat his blood is not poison, and thatalthough his two little girls are a triflewild, as many nice girls are thesedays, they are not perverts or killers.And that makes me a son of a bitch.All right. I don’t care anything aboutthat. I’ve been called that by peopleof all sizes and shapes, including yourlittle sister. She called me worse thanthat for not getting into bed with her.I got five hundred dollars from yourfather, which I didn’t ask for, but hecan afford to give it to me. I can getanother thousand for finding MrRusty Regan, if I could find him. Nowyou offer me fifteen grand. Thatmakes me a big shot. With fifteengrand I could own a home and a newcar and four suits of clothes. I mighteven take a vacation without worryingabout losing a case. That’s fine. Whatare you offering it to me for? Can I go onbeing a son of a bitch, or do I have to be-come a gentleman, like that lush that

—¿Quince mil dólares?Asentí con la cabeza.—Eso sería más o menos lo adecuado.

La suma habitual. Lo que Regan tenía enel bolsillo cuando Carmen disparó con-tra él. Lo que probablemente recibió Ca-nino por deshacerse del cadáver cuandofuiste a pedir ayuda a Eddie Mars. Aun-que poco más que calderilla comparadocon lo que Eddie espera recibir cualquierdía de éstos, ¿no es cierto?

—¡Hijo de puta! —dijo ella.

—Claro. Soy un tipo muy listo. Carez-co de sentimientos y de escrúpulos. Loúnico que me mueve es el ansia de dine-ro. Soy tan avaricioso que por veinticin-co dólares al día y gastos, sobre todo ga-solina y whisky, pienso por mi cuenta, enla medida de mis posibilidades, arriesgomi futuro, me expongo al odio de la poli-cía y de Eddie Mars y de sus compinches,esquivo balas, encajo cachiporrazos y acontinuación digo «muchísimas gracias,si tiene usted algún otro problema esperoque se acuerde de mí, le voy a dejar unade mis tarjetas por si acaso surgiera algo».Hago todo eso por veinticinco pavos aldía..., y tal vez también para proteger elpoco orgullo que le queda a un ancianoenfermo cuando piensa que su sangre noes un veneno y que, aunque sus dos hiji-tas sean un poco alocadas, como sucedecon tantas chicas de buena familia en losdías que corren, no son ni unas perverti-das ni unas asesinas. Y eso me convierteen hijo de puta. De acuerdo. Me tiene sincuidado. Eso me lo ha llamado gente delas características y de los tamaños másdiversos, incluida tu hermanita. Inclusome llamó cosas peores por no metermeen la cama con ella. [234] He recibidoquinientos dólares de tu padre, que yo nole pedí, pero que puede permitirse dar-me. Conseguiría otros mil por encontraral señor Rusty Regan, si fuese capaz.Ahora tú me ofreces quince mil. Eso meconvierte en pez gordo. Con quince milpodría ser propietario de una casa, tenercoche nuevo y cuatro trajes. Podría in-cluso irme de vacaciones sin preocuparmepor perder algún caso. Eso está muy bien.Pero ¿para qué me ofreces esa cantidad? ¿Pue-do seguir siendo hijo de puta o debo convertir-me en caballero, como ese borrachín que esta-

—¿Quince mil dólares?Asentí:—Estaría bastante bien. Ese sería

el precio establecido. Eso era lo queRegan llevaba en el bolsillo cuandoella lo mató y sería lo que obtuvoCanino por disponer del cuerpo cuan-do fue usted a Eddie Mars en buscade ayuda. Pero sería poco comparadocon lo que espera cobrar Eddie Marsun día de éstos, ¿no?

—¡Hijo de puta! —me gritó.

—¡Bah, bah! Soy un tipo muy des-pierto. Carezco de sentimientos y es-crúpulos. Todo lo que tengo es el pru-rito del dinero. Soy tan interesado quepor veinticinco billetes diarios y gas-tos, principalmente gasolina y whis-ky, pienso por mi cuenta lo que hayque pensar; arriesgo todo mi futuro,el odio de los policías y de Eddie Marsy sus compinches, hurto el cuerpo alas balas y aguanto impertinencias, ydigo: «Muchísimas gracias.» Si tieneusted más dificultades confío en quese acuerde de mí; le dejaré una de mistarjetas por si surge algo. Hago todoesto por veinticinco billetes diarios yquizá en parte por proteger el pocoorgullo que un anciano debilitado yenfermo tiene aún en sus venas, pen-sando que su sangre no es veneno, yque, aunque sus hijas son un poco lo-cas, como muchas buenas muchachasde hoy, no son perversas ni crimina-les. Por eso soy un hijo de puta. Muybien, no me importa. Eso me lo hadicho gente de todos los tamaños yformas, incluyendo a su hermanita.Me dijo cosas peores por despreciar-la en mi cuarto. He recibido quinien-tos dólares. Puedo conseguir otros milpor hallar a Rusty Regan, si pudieraencontrarle. Ahora me ofrece ustedquince de los grandes. Esto me con-vierte en una persona importante. Conquince de los grandes podría tener unpiso, un nuevo coche y cuatro trajes,e incluso tomarme unas vacacionessin preocuparme de si perdía un caso.Resulta estupendo. ¿Para qué me lo ofre-ce usted? ¿Puedo seguir siendo un hijo deputa, o tengo que transformarme en un ca-ballero como el borracho que estaba in-

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passed out in his car the other night?’She was as silent as a stone

woman.

‘All right,’ I went on heavily.‘Will you take her away? Somewherefar off from here where they canhandle her type, where they will keepguns and knives and fancy drinksaway from her? Hell, she might evenget herself cured, you know. It’s beendone.’

She got up and walked slowlyto the windows. The drapes lay inheavy ivory folds beside her feet. Shestood among the folds and looked out,towards the quiet darkish foothills.She stood motionless, almostblending into the drapes. Her handshung loose at her sides. Utterlymotionless hands. She turned andcame back along the room and walkedpast me blindly. When she was behindme she caught her breath sharply andspoke.

‘He’s in the sump,’ she said.‘A horrible decayed thing. I did it.I did just what you said. I went toEddie Mars. She came home andtold me about it, just like a child.She’s not normal. I knew the policewould get it all out of her. In a littlewhile she would even brag aboutit. And if dad knew, he would callthem instantly and tell them thewhole story. And some t ime inthat night he would die. It’s nothis dying - it’s what he would bet h i n k i n g j u s t b e f o r e h e d i e d .R u s t y w a s n ’ t a b a d f e l l o w. Ididn’t love him. He was all right,I guess. He just didn’t mean any-thing to me, one way or another,a l i ve o r dead , compared w i thkeeping it from dad.’

‘So you let her run aroundloose,’ I said, ‘getting into otherjams.’

ba inconsciente en su automóvil la otra noche?Vivian permaneció tan silenciosa como

una estatua.

—De acuerdo —continué sin gran en-tusiasmo—. ¿Harás el favor de llevárte-la? ¿A algún sitio muy lejos de aquí don-de sepan tratar a gente como ella y man-tengan fuera de su alcance pistolas y cu-chillos y bebedizos extraños? Quién sabe,¡hasta es posible que consiga curarse! Nosería la primera vez.

La señora Regan se levantó y se diri-gió despacio hacia las ventanas. Las cor-tinas descansaban a sus pies en pesadospliegues de color marfil. Se detuvo entreellos y miró hacia el exterior, hacia lastranquilas estribaciones de la sierra. In-móvil, fundiéndose casi con las cortinas.Brazos caídos a lo largo del cuerpo. Ma-nos completamente inmóviles. Luego sevolvió, cruzó la habitación y pasó a milado a ciegas. Cuando estaba detrás demí, respiró con dificultad y empezó a ha-blar.

—Está en el sumidero —dijo—. Unahorrible cosa en descomposición. Hiceexactamente lo que has dicho. Fui a ver aEddie Mars. Carmen volvió a casa y me locontó, como una niñita. No es una perso-na normal. Me di cuenta de que la policíase lo sacaría todo. Y de que al cabo depoco tiempo incluso ella presumiría delo que había hecho. Y si papá se en-teraba, llamaría al instante a la poli-cía y les contaría todo. Y esa mismanoche se moriría. No era porque sefuese a morir, sino por lo que iba aestar pensando antes. Rusty no eramala persona, más bien todo lo con-trario, supongo, pero yo no le quería.Sencillamente no significaba nadapara mí, en cualquier sentido, ni vivoni muerto, comparado con evitar quepapá se enterase.

—De manera que has dejado que sigacampando a sus anchas —dije—, y me-tiéndose en líos.

consciente en su coche la otra noche?Estaba silenciosa como una mujer

de piedra.

—Muy bien —proseguí convoz ronca—. ¿Se la llevará usted?¿A un sitio lejos de aquí, dondepueda manejarla y no tenga revól-veres, cuchillos y bebidas exóti-cas a su alcance? ¡Demonios! Po-dría incluso curarse, ¿sabe usted?Es posible.

Se levantó y se dirigió lenta-mente hacia la ventana. Las corti-nas caían en pesados pliegues co-lor marfil a sus pies. Se quedó en-tre los pliegues y miró por la ven-tana hacia la tranquila y oscurafalda de las colinas. Permanecióinmóvil, casi mezclándose con lascortinas. Sus manos colgabanlaxas, totalmente inmóviles. Dio lavuelta y pasó por delante de mí,absorta, situándose luego detrás;tomó aliento y habló:

—Está en el sumidero —dijo—.Una cosa descompuesta y horrible.Yo se lo acepté. Fue exactamentecomo usted dijo. Fui a ver a EddieMars. Ella vino a casa y me lo con-tó, como un niño. No es normal. Sa-bía que la policía se lo sonsacaría. Enpoco tiempo, incluso alardearía deello. Si papá llegaba a saberlo, losllamaría inmediatamente y les con-taría toda la historia. Y esa noche sedejaría morir. No me preocupa sólosu muerte, sino también lo que pen-saría antes de morir. Rusty no era malchico. Yo no le amaba. Le conside-raba un tipo magnífico. Pero no sig-nificaba nada para mí, de un modou otro, vivo o muerto, comparadocon el valor necesario para ocul-társelo a mi padre.

—Y la dejó usted suelta —dije—,metiéndose en otros líos.

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‘I was playing for time. justfor time. I played the wrong way, ofcourse. I thought she might even for-get it herself. I’ve heard they do for-get what happens in those fits. Maybeshe has forgotten it. I knew EddieMars would bleed me white, but Ididn’t care. I had to have help and Icould only get it from somebody likehim ... There have been times when Ihardly believed it all myself. Andother times when I had to get drunkquickly - whatever time of day it was.Awfully damn quickly.’

‘You’ll take her away,’ I said.‘And do that awfully damn quickly.’

She still had her back to me.She said softly now: ‘What aboutyou?’

‘Nothing about me. I’mleaving. I’ll give you three days. Ifyou’re gone by then - okey. If you’renot, out it comes. And don’t think Idon’t mean that.’

She turned suddenly. ‘Idon’t know what to say to you. I don’tknow how to begin.’

‘Yeah. Get her out of here andsee that she’s watched every minute.Promise?’

‘I promise. Eddie

‘Forget Eddie. I’ll go see himafter I get some rest. I’ll handleEddie.’

‘He’ll try to kill you.’

‘Yeah,’ I said. ‘His best boycouldn’t. I’ll take a chance on theothers. Does Norris know?’

‘He’ll never tell.’

‘I thought he knew.’

—Intentaba ganar tiempo. Sólo ganartiempo. Me equivoqué, por supuesto. Pen-sé que quizá era posible que olvidara. Heoído que olvidan lo que sucede cuandotienen esos ataques. Quizá lo haya olvi-dado. Sabía que Eddie Mars iba a chu-parme hasta la última gota de sangre, perome daba igual. Necesitaba ayuda y sólopodía conseguirla de alguien como él...Ha habido ocasiones en las que apenaslograba creérmelo yo misma. Y otras enlas que tenía que emborracharme lo másdeprisa posible, a cualquier hora del día.Emborracharme a velocidad de vértigo.

—Te vas a llevar a Carmen —dije—.Y lo vas a hacer a velocidad de vértigo.

Aún estaba de espaldas a mí.—¿Y tú? —preguntó, amablemen-

te ya.

—¿Yo? Nada. Me marcho. Te doy tresdías. Si te has ido para entonces, de acuer-do. En caso contrario, lo sacaré todo arelucir. Y no pienses que no tengo inten-ción de hacerlo.

Se volvió de repente.—No sé qué decirte. No sé por dónde

empezar.

—Ya. Sácala de aquí y asegúrate deque no la pierdes de vista ni un minuto.¿Lo prometes?

—Prometido. Eddie...

—Olvídate de Eddie. Iré a verlo cuan-do haya descansado un poco. De Eddieme ocupo yo.

—Tratará de matarte.

—Bien —dije—. Su mejor esbirro nopudo. Me arriesgaré con los demás. ¿Losabe Norris?

—No lo dirá nunca.

—Tenía la impresión de que estaba al tanto.

—Estaba tratando de ganar tiem-po, sólo tiempo. Pero adopté un ca-mino equivocado, claro. Pensé queincluso ella podría olvidarle. He oídodecir que olvidan lo que sucede du-rante esos ataques. Quizá lo haya ol-vidado. Sabía que Eddie Mars se apro-vecharía, pero no me importaba. Te-nía que conseguir ayuda y sólo podía ob-tenerla de alguien como él... Ha habi-do momentos en que apenas lo he creídoyo misma, y otras veces tenía que embo-rracharme deprisa, en cualquier momen-to del día, endemoniadamente deprisa.

—Se la llevará usted —dije—, yhágalo endemoniadamente deprisa.

Estaba aún a mis espaldas. Ahoradijo con suavidad:

—¿Y usted?

—Nada. Me marcho. Le doytres días. Si se ha ido en ese pla-zo, de acuerdo. Si no lo ha hecho,daré parte. Y no crea que no habloen serio.

Me enfrentó de repente.—No sé qué decirle. No sé cómo

empezar.

—Sí. Llévesela de aquí y procureque no la pierdan de vista ni un se-gundo. ¿Prometido?

—Lo prometo. Eddie...

—Olvídese de Eddie. Ya le busca-ré una vez que haya descansado. Melas entenderé con él.

—Intentará matarle.

—Si su mano derecha no lo consi-guió —dije—, les daré una oportuni-dad a los demás. ¿Lo sabe Norris?

—Nunca lo dirá.

—Pensé que lo sabía.

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I went quickly away from herdown the room and out and down thetiled staircase to the front hall. I didn’tsee anybody when I left. I found myhat alone this time. Outside the brightgardens had a haunted look, as thoughsmall wild eyes were watching mefrom behind the bushes, as though thesunshine itself had a mysterioussomething in its light. I got into mycar and drove off down the hill.

What did it matter whereyou lay once you were dead? In adirty sump or in a marble toweron top of a high hill? You weredead, you were sleeping the bigsleep, you were not bothered bythings like that. Oil and water werethe same as wind and air to you.You just slept the big sleep, notcaring about the nastiness of howyou died or where you fell. Me, Iwas part of the nastiness now. Farmore a part of it than Rusty Reganwas. But the old man didn’t haveto be. He could lie quiet in hiscanopied bed, with his bloodlesshands folded on the sheet, waiting.His heart was a brief, uncertainmurmur. His thoughts were as greyas ashes. And in a little while hetoo, like Rusty Regan, would besleeping the big sleep.

On the way downtown Istopped at a bar and had a couple ofdouble Scotches. They didn’t do meany good. All they did was make methink of Silver-Wig, and I never sawher again.

Me alejé de ella lo más deprisa quepude y bajé por la escalera de azulejosal vestíbulo principal. No vi a nadie alsalir. [ 236] Encontré mi sombrero yosolo. En el exterior, los jardines llenosde sol tenían un no sé qué de embruja-dos, como si ojos enloquecidos me ob-servaran desde detrás de los arbustos,como si la luz misma del sol tuviera unalgo misterioso. Entré en mi coche ydescendí colina abajo.

¿Qué más te daba dónde hubieras idoa dar con tus huesos una vez muerto?¿Qué más te daba si era en un sucio su-midero o en una torre de mármol o en lacima de una montaña? Estabas muerto,dormías el sueño eterno y esas cosas note molestaban ya. Petróleo y agua te da-ban lo mismo que viento y aire. Dormíassencillamente el sueño eterno sin que teimportara la manera cruel que tuviste demorir ni el que cayeras entre desechos.Yo mismo era parte ya de aquellos dese-chos. Mucho más que Rusty Regan. Peroen el caso del anciano no tenía por quéser así. Podía descansar tranquilo en sucama con dosel, con las manos exangüescruzadas sobre la sábana, esperando. Sucorazón no era ya más que un vago mur-mullo incierto. Y sus pensamientos tangrises como cenizas. Y al cabo de nomucho tiempo también él, como RustyRegan, pasaría a dormir el sueño eterno.

De camino hacia el centro entré enun bar y me tomé dos whiskis dobles.No me hicieron ningún bien. Sólo sir-vieron para que me pusiera a pensaren Peluca de Plata, a quien nunca vol-ví a ver.

Me alejé rápidamente de ella y salíde la habitación. Bajé la escalera de bal-dosas del vestíbulo principal. No vi anadie cuando me marchaba. Esta vezencontré solo mi sombrero. Afuera, losjardines tenían un aire embrujado, comosi pequeños ojos salvajes me estuvieranvigilando desde más allá de los arbus-tos, como si el mismo sol tuviera algomisterioso en su luz. Me metí en el co-che y avancé colina abajo.

¿Qué importaba dónde uno ya-ciera una vez muerto? ¿En un suciosumidero o en una torre de mármolen lo alto de una colina? Muerto,uno dormía el sueño eterno y esascosas no importaban. Petróleo yagua eran lo mismo que aire y vien-to para uno. Sólo se dormía el sue-ño eterno, y no importaba la sucie-dad donde uno hubiera muerto odonde cayera. Ahora, yo era partede esa suciedad. Mucho más queRusty Regan. Pero el anciano notenía que serlo. Podía yacer tranqui-lo en su cama con dosel, con susmanos cruzadas encima de la sába-na, esperando. Su corazón era unbreve e inseguro murmullo. Suspensamientos eran tan grises comola ceniza. Y dentro de poco él tam-bién, como Rusty Regan, estaríadurmiendo el sueño eterno.

En el camino hacia la ciudad paréen un bar y me tomé un par dewhiskies dobles. No me hicieron nin-gún bien. Todo lo que hicieron fuerecordarme a Peluca de Plata. Nuncamás volví a verla.