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Textos de Fernando ChavesFotografías de Julián Lineros

La mecánica de

Ocho historias de esperanza y superaciónlas ilusiones

| Programa Jóvenes para el Cambio Positivo y la Reducción del Conflicto, YCCR |

Proyecto Implementado por:Financiado por:

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EdiciónBernardo González

TextosFernando Chaves

FotografíasJulián Lineros

Traducción deMaría Elvira MarteloHernán Heilbron

Diseño y armada electrónicaFormato Comunicación/Diseño Ltda.

Impreso porOffset Gráfico Editores Ltda.

Impreso en Colombia. Octubre de 2006

© 2006 CHF International

“Esta publicación fue posible gracias al aporte económico del

gobierno de Estados Unidos, a través de su Agencia para el

Desarrollo Internacional (USAID), bajo los términos del Acuerdo

Cooperativo No. 514-A-00-02-00233-00. Las opiniones

expresadas en este material no representan aquellas de la USAID

y/o las del gobierno de Estados Unidos de América”.

“El programa Jóvenes para el Cambio Positivo y la Reducción del Conflicto hace parte de las iniciativas de apoyo a la población desplazada del gobierno de Estados Unidos, a través de su Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID), en el marco de cooperación con Colombia.”

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5Los jóvenes del cambio

13Yarlín Consuelo Mosquera

La locura de enseñar

16John Fredy Claros

La mecánica de las ilusiones

19Ingrid Salazar

Liderazgo para la juventud

22María Aurora, Georgina,

Zoila y María Teresa

El jardín de las profes

25Taison Cortés y sus amigas

Los hilos de una vida mejor

28Sandra Patricia Amaya

Puntadas al futuro

31Johanna Andrea Salazar

Las otras noticias de Cazucá

34José Edwin Quintero, Cusi

Culturizador de la basura

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Cientos de jóvenes de la zona de Altos de Cazucá, en Soacha, y del Distrito de Agua Blanca, en Cali, ven ahora la vida de una forma

distinta. Aprendieron un oficio, tienen ahora un empleo o un proyecto propio de generación de ingresos; aprendieron a reconocer sus dere-chos y sus deberes como ciudadanos; valoran la vida propia y la ajena mucho más que antes; integraron grupos de jóvenes alrededor de acti-vidades culturales, deportivas y recreativas; se organizaron para vivir y se alejaron de los procesos de violencia y delincuencia. Ellos son los protagonistas del programa Cambio para la Juventud y Reducción del Conflicto en Colombia (YCCR, por sus siglas en inglés), ejecutado por CHF entre julio de 2005 y septiembre de 2006.

El programa nació de una convocatoria anual financiada por la Ofi-cina de Manejo y Mitigación del Conflicto, adscrita a la Agencia In-ternacional para el Desarrollo, del Gobierno de los Estados Unidos, USAID. Tenía una duración prevista de doce meses y un presupuesto de 750 mil dólares, pero se extendió a quince meses y superó esta inversión gracias a recursos complementarios gestionados por CHF con aliados locales como la Alcaldía de Soacha, el Sena1 , empresas del sector privado, la Consejería para el Desarrollo, la Seguridad y la Paz (Desepaz), de Cali, y algunas ONG.

De esta forma CHF continuó desarrollando el compromiso que ha ad-quirido con las comunidades colombianas en el mejoramiento efectivo de las condiciones de vida y la reducción de los factores de violencia en las comunidades más pobres, como señala Jonathan Allen, sub-director de Programas: “Decidimos concursar por recursos para este programa por el estado de gravedad que presenta la situación de la juventud en Colombia. CHF venía ejecutando otros programas como los de poblaciones desplazadas y vulnerables, en los cuales han parti-cipado los jóvenes. Particularmente veníamos desarrollando en Altos

1 El Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) es la entidad estatal encargada de ofrecer servicios de formación profesional integral gratuita en todas las regiones de Colombia, dirigidos de manera preferencial pero no excluyente a los sectores más vulnerables de la población.

Los jóvenes del cambio

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de Cazucá el proyecto Construyendo Ciudades Funcionales (MCW, por sus siglas en inglés), orientado a la planeación participativa y el desarrollo comunitario, y mu-chos de los proyectos que se realizaron allí fueron con jóvenes”.

Esa fue una de las razones por las cuales Altos de Cazucá2 fue seleccionada para la ejecución del programa, pues siendo una de las zonas del país con mayores índices de pobreza, vulnerabilidad y conflicto, el nuevo programa se podía articular con el anterior, para consolidar procesos y redes sociales de convivencia que estaban en marcha, obteniendo resultados efectivos en la búsqueda de los objetivos planteado por USAID.

La elección del Distrito de Agua Blanca3, además de la alta vulnerabilidad de sus jóvenes, tomó en cuenta la existencia de una sede regional de CHF en Cali, lo cual significaba una experiencia de trabajo en esa ciudad y la disposición de una infra-estructura administrativa y contactos institucionales que reducían los costos de funcionamiento, liberando recursos para la inversión en los jóvenes.

El objetivo: no a la violencia

El propósito principal del programa YCCR ha sido el de apoyar a los jóvenes de las localidades seleccionadas para consolidar una fuerza positiva de cambio que per-mita reducir el conflicto violento y el reclutamiento de los jóvenes por parte de los actores armados. Este objetivo se basa en la tesis de que la cantidad de jóvenes vin-culados a la fuerza por estos grupos es mínima y que su adhesión se da voluntaria-mente. “Estudios y experiencias propias nos muestran que los jóvenes se vinculan a actividades y servicios delincuenciales porque les pagan y no por reclutamiento forzoso. Ellos necesitan generar ingresos y desarrollar un sentido de pertenencia, y como no tienen otras oportunidades ni otra cosa que hacer, se van involucrando primero en grupos no tan violentos y luego en grupos más violentos”, dice Allen.

El proyecto buscó incidir sobre estos factores y sus causas: la baja presencia de ac-tores gubernamentales en las zonas, especialmente en Cazucá, la falta de oportuni-dades de estudio por la situación de pobreza extrema, la falta de oportunidades de

2 Altos de Cazucá es uno de los asentamientos más deprimidos de Colombia, perteneciente a la comu-na cuatro del municipio de Soacha, departamento de Cundinamarca y colindante con la localidad bogotana de Ciudad Bolívar. Está conformado por cerca de quince barrios ilegales, con problemas de vivienda, servicios públicos y presencia de grupos armados ilegales. Su población está compues-ta en su mayoría por familias inmigrantes, muchas de ellas desplazadas por el conflicto armado.

3 El Distrito de Agua Blanca es la zona más deprimida de la ciudad de Cali, capital del departamento del Valle del Cauca. Se conformó hace varias décadas a partir de la creación de barrios ilegales habitados principalmente por comunidades negras y mestizas inmigrantes de la Costa Pacífica. A lo largo de su historia ha padecido diversos procesos de violencia asociada a pandillas juveniles y bandas de delincuencia común.

Los jóvenes del cambio

Alcances del Programa

Jóvenes entrenados con negocios apropiados y destrezas vocacionales, permitiéndoles así obtener trabajos permanentes o abrir sus propias microempresas

Meta

1,000+Resultados

1,200

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trabajo, la pérdida del padre o la madre y por tanto de la posibilidad de un ejemplo positivo, el estar padeciendo situación de desplazamiento, la carencia de espacios deportivos o culturales y ofertas de ocupación del tiempo libre.

En concordancia con esta causalidad, el programa trabajó en tres com-ponentes específicos, o áreas de acción:

1) Generar oportunidades económicas que les permitan a los jóvenes obtener ingresos propios para el mejoramiento de su calidad de vida y la de sus familias, a la vez que les faciliten el acceso a la educa-ción como instrumento de progreso. Esta área de acción comprendió procesos de capacitación para el trabajo, apoyo para la vinculación laboral y financiación de iniciativas productivas.

2) Apoyo y promoción de grupos juveniles para la convivencia y la paz, en alianza con instituciones locales, mediante actividades de organización y de-sarrollo social como la realización de torneos de fútbol, la promoción de grupos de música, danzas y comunicaciones y los intercambios culturales y sociales entre comunidades.

3) Mejorar la seguridad, la convivencia y la mediación juvenil en la reducción del conflicto en las zonas mediante un trabajo de articulación de las comunidades con la policía comunitaria y el gobierno local, para romper el estereotipo del enfrentamiento entre los jóvenes y la Policía. Este componente comprendió un proceso intercambio entre jóvenes y policías, alrededor de actividades de forma-ción en derechos y deberes, mediación y resolución de conflictos, brigadas de aseo y actividades de vigilancia comunitaria, en el caso de Agua Blanca.

La palabra de los jóvenes

Dos aspectos centrales en el enfoque del programa YCCR lo constituyen la autonomía de los equipos locales en la orientación del programa, de acuerdo con las necesida-des de los jóvenes, y la participación de éstos en la toma de decisiones sobre las ac-tividades a desarrollar. Esta circunstancia permitió fortalecer la relación de CHF con ellos, al sentir que no se les estaba imponiendo un programa prediseñado sino que se tomaban en cuenta sus necesidades reales y su opinión acerca de cómo resolverlas.

En cumplimiento de ese enfoque, durante los primeros días del programa, el coor-dinador regional y los trabajadores sociales designados para cada una de las zo-nas, realizaron un proceso de acercamiento a las comunidades mediante reuniones, talleres y encuestas, en los cuales se establecieron los principales intereses de los jóvenes, especialmente en el campo productivo.

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En Altos de Cazucá, la existencia previa del programa MCW había generado ya un acercamiento suficiente con las comunidades e inclusive la puesta en marcha de proyectos con jóvenes, algunos de los cuales sirvieron como base para las nuevas actividades. De esta forma se retomaron iniciativas ya exploradas, como la crea-ción de un colectivo de radiodifusión o la integración de un grupo significativo de promotores de convivencia.

En Agua Blanca, en cambio, fue necesario iniciar el proceso de cero, con un acer-camiento a las comunidades que tomó varios meses. John Jairo Ríos, coordinador regional explica: “El Distrito siempre ha sido utilizado para obtener recursos por parte de políticos, organizaciones y dirigentes comunitarios, por medio de una re-lación clientelista y perversa. Tuvimos que explicarles que en nuestro caso así no funcionaba la cosa”.

Las diferentes condiciones de las dos zonas también generaron diferencias en la metodología de trabajo y en el abanico de ofertas del programa, si bien se tenía una base semejante, expresada en las tres áreas de acción. Jonathan Allen sostiene que “en las dos ciudades el contexto y la dimensión del conflicto son diferentes y así mismo la forma en que se ejecutó el programa en cada ciudad fue diferente”.

Así, por ejemplo, los controles sobre los horarios de movilización de los habitantes en Cazucá, por parte de los grupos armados ilegales, fueron una dificultad signi-ficativa para la vinculación laboral de los jóvenes a empresas de Bogotá y Soacha, que tienen turnos en la noche, por lo cual se privilegió el apoyo a iniciativas pro-ductivas propias, como la prestación de servicios de belleza, la panadería y las confecciones. Por el contrario, en Cali es mucho más fácil salir y entrar al Distrito de Agua Blanca, por lo cual tuvo más importancia la vinculación laboral de jóvenes a empresas de metalmecánica y confecciones.

Otra diferencia importante la constituyó la presencia dominante de pandillas y bandas en el Distrito de Agua Blanca, lo que obligó a una interlocución directa con los líderes de algunas de ellas en procura de respaldo y respeto por las acciones del programa, e inclusive se vinculó a miembros activos de pandillas y bandas a alter-nativas de generación de ingresos y actividades culturales y recreativas. “Tuvimos que caminar los barrios, reunirnos una y otra vez con los muchachos, temprano con las pandillas y hacia media noche con las bandas, echarles el cuento, dejar que nos interpelaran, tener un reconocimiento mutuo”, dice Edgar Ortiz, trabajador social de CHF.

Alianza por la vida

Otra de las fortalezas del programa YCCR los constituyó su articulación con otros programas y entidades que operan en las zonas de Altos de Cazucá y el Distrito

Los jóvenes del cambio

Alcances del Programa

Jóvenes entrenados en liderazgo, responsabilidad social y mecanismos para reducir el conflicto.

Meta

500Resultados

1,332

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de Agua Blanca. Este proceso se llevó a cabo de manera descentralizada desde la coordinación local del programa “A nivel individual tuvimos alianzas muy favora-bles, en cambio crear alianzas globales en cada zona es muy complejo, entre otras razones porque con un programa a doce o quince meses es muy difícil hacer una coordinación real y sustentable”, afirma Jonathan Allen.

Especial importancia tuvo el Sena en el componente de capacitación para el trabajo en Altos de Cazucá (Soacha), en las áreas de confecciones, panadería y belleza. En estos cursos también se contó con la participación del Liceo Nueva Vida, que a tra-vés de un convenio aportó sus instalaciones y su maquinaria para la enseñanza de confecciones y panadería. La formación en belleza se hizo en la sede de Asociación de Afrocolombianos Desplazados, Afrodes; en tanto que la Casa de los Derechos prestó sus instalaciones para realizar los talleres del grupo de radiodifusión y el montaje de los equipos. La Policía de Soacha también fue fundamental en la for-mación de los jóvenes promotores de convivencia en los temas de derechos y debe-res para la seguridad y la convivencia. Las Juntas Comunales de los once barrios vinculados tuvieron un papel fundamental en las convocatorias a los jóvenes y su acompañamiento en los procesos.

Fabio González, supervisor del Sena, hace un balance positivo de esta alianza. “Es un apoyo complementario: el Sena aporta la capacitación y CHF los recursos para que el proceso no se quede ahí. Además de la capacitación los jóvenes han recibido apoyo económico que les ha permitido empezar a producir y tener alternativas rea-les para mejorar su calidad de vida”.

En el Distrito de Agua Blanca (Cali) el Sena participó en la formación de jóvenes en el reciclaje y procesamiento de residuos sólidos. El Centro de Capacitación Don Bos-co y la Corporación Minuto de Dios hicieron parte del convenio para la formación de jóvenes en diseño gráfico y mecánica industrial, en tanto que empresas como Metalmecánica Lucena y Payandé Ltda. contribuyeron en el enganche de varios de los jóvenes capacitados. La empresa de confecciones Maqui-la Ltda. capacitó mediante convenio a sesenta jóvenes en el tema de con-fecciones y vinculó laboralmente a varias de ellas. Jesús Alberto Mora, supervisor de taller de Metalmecá-nica Lucena opina: “Ha sido una ex-periencia muy agradable porque son muchachos que vienen de una situa-ción muy humilde y valoran mucho la ayuda que se les puede dar”.

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4 La Consejería para el Desarrollo, la Seguridad y la Paz (Desepaz) nació en 1992 como un programa integral para enfrentar la violencia y la inseguridad en la ciudad de Cali, mediante la intervención en las zonas y comunas de mayor incidencia delincuencial, con diversas estrategias en las que se otorga categoría de actor social y político a cada uno de los agentes de la violencia.

En esta ciudad, además, fue clave la participación de Desepaz4, especialmente en el apoyo para el trabajo con la empresa de vigi-lancia comunitaria del barrio El Vergel.

Para jóvenes como John Fredy Claros, el impacto del programa ha sido trascendental en sus vidas. “Lo que ha hecho CHF es una contribución muy importante a jóvenes que están sin hacer nada, viendo televisión o viendo pasar el tiempo y que por el sólo hecho de vivir en estas partes son vistos como ladrones y no se les da empleo en ninguna empresa seria”.

Empezar a producir

El programa YCCR apoyó a muchos de los jóvenes capacitados con el aporte de un capital semilla para el montaje de una iniciativa empresarial en áreas como las confecciones, la panadería, el reci-claje, los servicios de belleza, el baile, la creación de un preesco-lar, el montaje de una emisora comunitaria, el fortalecimiento de una empresa de vigilancia comunitaria y hasta el desarrollo de una escuela de fútbol con perspectivas de formación de jugadores profesionales, en Altos de Cazucá.

En todos lo casos los jóvenes tuvieron libertad y autonomía para decidir sus propuestas. Cada joven o cada grupo elaboró su pro-yecto productivo, con el apoyo de CHF y del proceso de capaci-tación, que incluía módulos sobre plan de negocios y desarrollo microempresarial. Las propuestas fueron revisadas por el equipo técnico del CHF, que formuló ajustes y finalmente aprobó la ma-yoría de ellos, al evaluar positivamente aspectos como el estudio de mercado, la competencia y sus posibilidades de éxito. “Los jó-venes tenían que hacer todo el proyecto y nosotros les ofrecíamos asistencia. Tenían que demostrar interés de organizarlo y hacerlo, para poder recibir los recursos”, señala Jonathan Allen.

Así, por ejemplo, en Altos de Cazucá un grupo de jóvenes reci-bieron aportes en efectivo y en dotación para el montaje de ser-vicios domiciliarios de belleza y dos más para el montaje de su propio salón. Igualmente, dos grupos de cuatro jóvenes cada uno

Los jóvenes del cambio

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CHF InternationalLa mecánica de las ilusiones

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recibieron aportes en maquinaria y materia prima para la creación de sendas mi-croempresas de confecciones; otros dos grupos recibieron equipos y materia prima para el montaje de panaderías, la escuela de fútbol se benefició con la entrega de uniformes y balones y otros jóvenes obtuvieron financiación para iniciar pequeños negocios de comidas rápidas.

En el Distrito de Agua Blanca, dos grupos recibieron aportes en herramientas y ma-teria prima para el desarrollo de iniciativas de reciclaje; un grupo de ocho jóvenes organizados en una empresa de vigilancia comunitaria recibió aportes en efectivo y en elementos de trabajo, como bicicletas y uniformes; otro grupo fue favorecido con dotación y aportes para el montaje de una chatarrería y muchos otros jóvenes se beneficiaron con aportes para el montaje de negocios.

Más allá de la plata

Aunque la creación de alternativas de generación de ingresos es una estrategia eficaz para alejar a los jóvenes del conflicto, no resulta suficiente. Por eso, el pro-grama YCCR dio igual importancia al componente de generación de una cultura de paz y convivencia en las dos zonas

En Altos de Cazucá, el componente se trabajó principalmente con la integración de un grupo de Promotores de Convivencia por medio de un proceso permanente de capacitación con talleristas particulares y de la Policía Comunitaria. Durante el proceso, además de las capacitaciones, los jóvenes participaron en varias con-vivencias fuera del municipio y en actividades como la Feria de las Colonias, el concurso de cometas y una Jornada de Manifiesto por la Paz. “Los promotores se han constituido en una fuerza de cambio y ellos mismo se plantean que si se siguen fortaleciendo y alejando de la guerra esa va a ser su manera de resistencia, pues ellos han desarrollado una conciencia de lo que significa tener actores armados en sus barrios”, dice Martha Lucía Castaño, coordinadora regional del programa.

También fue importante en este componente la integración del colectivo de radio comunitaria juvenil, que tuvo dos fases de capacitación y recibió la donación de los equipos necesarios para la producción radial. La capacitación tuvo un fuerte componente de formación ciudadana y para la convivencia. Además, varios de los jóvenes comunicadores hacían parte también del proyecto de Promotores de Convi-vencia, por lo cual el proyecto radial tiene una clara inclinación hacia el desarrollo comunitario, la promoción de los derechos y deberes y la reivindicación social de los jóvenes de la zona. Igualmente, se apoyaron grupos de danzas y música, mediante dotaciones de vestuario, instrumentos musicales y grabadoras.

En el Distrito de Agua Blanca, el componente de promoción de la convivencia y la paz se desarrolló mediante la organización de un torneo de fútbol en el que partici-

Alcances del Programa

Jóvenes entrenados en procedimientos de seguridad básica que les permitan formar equipos comunales de seguridad.

Meta

50Resultados

238

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paron los diferentes barrios de la zona, la realización de una visita a un proyecto de jóvenes desvinculados de bandas en Medellín, el apoyo a la empresa de vigilancia comunitaria y a distintas iniciativas culturales como el fortalecimiento de grupos de hip hop y salsa. “Ahora lo tratan a uno diferente, es otra persona, antes uno no valía nada para la sociedad”, dice Francisco Antonio Mina, integrante de la empre-sa de vigilancia comunitaria Jóvenes al Servicio de la Comunidad.

El impacto que el programa YCCR ha tenido en las comunidades de la zona se pue-de medir no sólo y no tanto por el éxito de las iniciativas productivas o culturales puestas en marcha, sino también, y sobre todo, por las actitudes y convicciones que ha generado en los jóvenes participantes y en el resto de la comunidad. Gustavo Barreto, líder Comunal de Cazucá, resume así el impacto del programa: “CHF ha contribuido a que el modelo de ídolo de los muchachos haya cambiado de manera radical: ya no es el más vago, el más matón, el que más cosas malas haga, sino el que está en el equipo de fútbol o en la emisora”. Margarita López, líder comunal del Distrito de Agua Blanca, es más escueta: “El apoyo y la colaboración de CHF para sacar a los jóvenes adelante ha sido muy grande”.

Una encuesta de percepción, realizada entre treinta miembros de la comunidad de Altos de Cazucá y del Distrito de Agua Blanca muestra, por ejemplo, que la totalidad de los encuestados piensa que el programa Cambio para la Juventud y Reducción del Conflicto en Colombia, YCCR, contribuyó al mejoramiento de la convivencia en su sector, a la vez que el cien por ciento en Altos de Cazucá y el 91,6 en Agua Blanca sienten que la situación del conflicto y convivencia en su sector ha mejorado. Así mismo, 29 de los 30 encuestados en Agua Blanca y 23 en Altos de Cazucá dicen co-nocer que los jóvenes capacitados por el CHF están realizando actividades sociales comunitarias o productivas empresariales en su sector. Finalmente, 29 personas de Altos de Cazucá y 21 de Agua Blanca creen que hay algún tipo de liderazgo de la juventud perteneciente a la comunidad

CHF espera que estas acciones y estos imaginarios puedan tener continuidad, a pesar de la finalización del programa, como afirma Jonathan Allen: “Estamos en el proceso de buscar recursos para ejecutar una segunda fase, pues reconocemos que es difícil tener logros sostenibles en un plazo tan corto, pero hemos trabajado conjuntamente con líderes de organizaciones locales, gobiernos locales, la Policía, el Sena, buscando la forma de darle sostenibilidad a los proyectos”.

Los jóvenes, a su vez, aunque sienten tristeza por el final del programa, están se-guros de haber iniciado un cambio irreversible, como lo ejemplifica una de las pro-motoras de convivencia de Altos de Cazucá, Ingrid Salazar: “Uno ve a veces como obstáculos, pero así como los ve, tiene que enfrentarlos. Con o sin apoyo vamos a seguir luchando”.

Los jóvenes del cambio

Alcances del Programa

Fuerzas de policía locales en dos barrios, entrenados en el manejo efectivo de grandes conflictos en áreas residenciales.

Meta

2Resultados

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Yarlín Consuelo Mosquera, una chocoana de 25 años, ha llegado a la conclusión de que está loca, más loca aún que su esposo Samuel.

Hace diez años Yarlin y Samuel eran una pareja normal, con un hijo de meses. Él trabajaba en Coldeportes Chocó y trataba de olvidar que pudo llegar a ser defensa central del Independiente Medellín, sueño que su mamá le atajó porque el estudio estaba primero. Pero las amenazas lo pusieron en la larga lista de desplazados que llegan a Bogotá. Yarlín no pudo soportar la incertidumbre y la distancia; después de tres meses se vino y lo encontró trabajando en albañilería. Ella se puso a traba-jar en el servicio doméstico, con la única meta de sobrevivir.

Después de un tiempo, Samuel logró conseguir una plaza como maestro en una es-cuela de Soacha y se fueron a vivir juntos en un lote que compraron en el Luis Car-los Galán, en Cazucá. Pero la dicha fue efímera: el colegio fue privatizado y el costo de las pensiones se elevó a niveles inalcanzables para las familias de muchos niños pobres del sector. Y en ese momento fue cuando la locura de Samuel apareció: “Con otros compañeros creamos un colegio comunitario que ofreciera educación gratuita a los niños”. Yarlín, asombrada, vio cómo su casa se convertía en escuela y tenían que irse a vivir en arriendo en el barrio El Espino, en los límites con Ciudad Bolívar.

Yarlín Consuelo Mosquera

La locura de enseñar “La mayor enseñanza

que me ha dado Samuel es que uno

debe perseverar para alcanzar algo, luchar

mucho porque las cosas no son fáciles”.

Wilmer Pardo, hermano de Samuel.

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Allá también llegó la locura: la casa se convirtió en sede de la Asociación Creando Raíces, fundada por Samuel y sus amigos para gestionar ayudas que permitieran mantener viva la aventura.

“Al principio no le paré ni cinco de bolas porque era una locura muy verraca, sin recursos”, evoca Yarlín. Pero muy pronto los maestros fueron insuficientes y se ne-cesitaba más ayuda. “Me tocó entrar a apoyarlo y a dedicarle más tiempo al colegio que a la casa”. Terminó de maestra, encargada del comedor, secretaria de la Fun-dación y otros cargos más. Su presencia y su tezón han hecho posible que la locura del colegio se mantenga en medio de muchas limitaciones y se amplíe mediante la creación de un comedor comunitario apoyado por el Plan Mundial de Alimentos, que atiende a los 150 estudiantes y a cerca de cincuenta niños más del sector”.

Pero la locura de enseñar gratis no da plata. “A uno le preguntan qué gana y yo solo puedo decir que la satisfacción de hacer algo por la comunidad, sobre todo por los jóvenes, pero uno sí tiene la esperanza de tener algo, un espacio mejor, algo donde uno gane, aunque no sea mucho”. Así que Yarlín y Samuel han tenido que rebus-carse otros trabajos para sostener la economía de un hogar al que se han sumado un segundo hijo, de cuatro años, y otro que viene en camino.

Disparando cámaras y goles

Yarlín conoce de cerca los rostros de los niños. Les ha limpiado el polvo que se les pega en verano y las lágrimas de sus incontables carencias. Y les conoce la risa, que asoma cuando aprenden, cuando agradecen el almuerzo, o ante la dicha de jugar. Aprendió a inmortalizar esos momentos gracias a una beca que obtuvo para estudiar fotografía. Y eso le sirvió también para encontrar una fuente de ingresos: ahora trabaja como tallerista del programa Disparando Cámaras por la Paz, que busca generar procesos de convivencia en los niños y jóvenes de comunidades vul-nerables, a través de la fotografía y las artes visuales.

Entre tanto, Samuel se ha metido en otra locura, la escuela de fútbol Alianza Cho-coana, que además de ofrecer una alternativa de recreación a los niños y jóvenes de la zona, espera convertir en cantera de futbolistas profesionales. Ha vinculado tanto a jóvenes residentes del sector como a una veintena de chocoanos que se trajo de Quibdo porque estaban en riesgo, sin oficio alguno, y que pueden encontrar en el fútbol una alternativa de vida. Yarlín, además de compartir ahora su casa con todo un equipo de fútbol, se ha ganado un cargo más: secretaria del Club. “El trabajo de Yarlín es muy importante, ella es como una segunda mamá, está pendiente de lo que uno necesita y nos colabora al máximo”, dice Jair, uno de los jugadores.

En el sector de Altos de Cazucá no hay canchas de fútbol. Para entrenar los jóvenes de la escuela, encabezados por Samuel y el preparador físico Alexis, su amigo de

“Lo que está haciendo Samuel es muy bacano, tener la escuela y apoyar a los jóvenes, eso no lo hace todo el mundo. Como técnico y como persona es muy bueno”. Jair Mosquera, jugador.

Yarlín Consuelo Mosquera La locura de enseñar

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toda la vida, recorren dos veces por semana, de ida y vuelta, el empinado trayecto de cuarenta minutos que los separa de las canchas de San Mateo. Con esa limitación, sin uniformes, ni balones, ni recursos de financiación, el éxito parecía imposible.

Y una locura más. La Asociación Creando Raíces también busca promover la recu-peración de las tradiciones culturales de los inmigrantes de Soacha, especialmente de la población afrocolombiana. Por eso crearon un grupo de danzas, ligado al colegio, que contaba con mucho entusiasmo pero sin instrumentos ni vestuario, al punto que para hacer sus presentaciones tenían que alquilar los trajes o pedirlos prestados.

Cuatro empujones

La oferta de financiación de proyectos productivos de CHF, a través el programa YCCR, fue un pequeño milagro para la Asociación, que se postuló y obtuvo el apoyo para cuatro proyectos. “Ha sido muy benéfico no solo para uno que está a cargo de los procesos sino para los jóvenes”, dice Yarlín.

La escuela de fútbol recibió una dotación completa de uniformes, balones y suda-deras, con lo cual se han mejorado las condiciones de entrenamiento y las posi-bilidades de desarrollo de los futbolistas. “Eso ha servido porque se ha triplicado la inscripción de niños”, revela Yarlín. Samuel, por su parte, cree que esta es la salvación de todos: “Ya hemos vinculado a prueba dos muchachos al Chicó y hay tres preseleccionados por Patriotas, de la segunda división”.

Además, veinticinco jóvenes vinculados a la escuela fueron capacitados en panade-ría y recibieron un horno y los implementos necesarios para producir. Ellos tienen la perspectiva de montar una panadería, entre tanto atienden pedidos para eventos, generando algunos ingresos para su sostenimiento.

El grupo de danzas se benefició con la entrega de instrumentos musicales, graba-doras para los ensayos y un completo vestuario, lo que les ha permitido mejorar sus posibilidades de obtener reconocimiento y vender sus servicios culturales, tanto en Soacha como en Bogotá.

Finalmente, CHF financió la creación de un taller de fotografía, para el cual les en-tregaron ampliadoras a color y blanco y negro, papel y químicos suficientes para un año. Por supuesto, el taller será dirigido por Yarlín. “La idea es trabajar con niños desde nueve años en adelante, con cinco grupos de diez y por niveles de tres meses: primero con cámara oscura, luego 35 milímetros y luego digital”.

Yarlín sabe que está loca, más loca que su Samuel. Y es una locura de la que no cree poderse zafar: “A veces quisiera tirar la toalla, no levantarme de la cama, pero el día que lo haga vendrán los chicos a tumbarme la puerta porque tengo un com-promiso con ellos, con la comunidad y conmigo misma”.

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John Fredy Claros fue siempre un niño casero y juicioso, quizá porque su madre se esmeró en ponerlo a salvo de los incontables peligros de la calle, desde aquel fatí-

dico día en que durante un juego de niños perdió un ojo a causa de una pedrada.

Tuvo la ventaja adicional de haber vivido en Jamundí durante los años de mayor riesgo para su juventud. Y cuando regresó a Cali ya era un muchacho formado, con noveno de bachillerato, pero sin posibilidades de terminar. Entonces aprendió con un tío los oficios de estucador y pintor. Dicen sus cercanos que hacía unos venecia-nos hermosos, pero un día tenía trabajo y otro no. “En realidad no estaba haciendo nada”, dice.

Por esos días se enamoró de Adriana Valbuena, una morena dulce y trabajadora que a sus 20 años ha vivido sola en ciudades como Bogotá y Popayán, trabajando en almacenes de diez de la mañana a ocho de la noche para sostenerse y terminar el

John Fredy Claros

La mecánica de las ilusiones

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CHF InternationalLa mecánica de las ilusiones

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“Los jóvenes contaron permanentemente

con el apoyo de una trabajadora social y

se les hicieron talleres de sensibilización,

ciudadanía y desarrollo personal”.

Edgar Ortiz, trabajador social de CHF

bachillerato, triunfo que alcanzó el año pasado. “Él es muy especial, muy cariñoso, muy amable, buen amigo y se porta muy bien con la mamá”.

El suyo fue un amor a distancia, alimentado con visitas periódicas. “Cada vez que él podía iba a Popayán o yo venía a Cali”. Y entre visita y visita ella quedó en em-barazo. Con malos trabajos y viviendo en ciudades distintas, el futuro de la nueva familia estaba en el limbo.

¿Mecánica industrial?

Cuando John Fredy supo que CHF, el Centro de Capacitación Don Bosco y el Mi-nuto de Dios iban a dar un curso de mecánica industrial para jóvenes, con po-sibilidades de engancharlos luego en un empleo, corrió a inscribirse. “Yo nece-sitaba un trabajo permanente, en una empresa, donde dijera me ganó tanto mensual”. El único problema era que no sabía qué era mecánica industrial.

Tampoco lo hicieron desistir los tres meses de incertidumbre que pasó sin saber si lo iban a aceptar o no. Y ni siquiera dudó de seguir adelante cuando se encontró en medio de un grupo de aprendices donde el liderazgo se lo peleaban los más bravos.

Silenciosamente se fue enamorando del tema. “Me empezó a gustar”. Sus compa-ñeros y el profesor Didier Velasco se sorprendieron por la habilidad que demostraba en el torno y la facilidad con la que entendía los conceptos. Pronto los líderes del curso no eran los más bravos, sino los más pilos, a los que se le podía consultar y pedir ayuda, entre ellos John Fredy. “Él empezó con un bajo perfil y con el paso del tiempo demostró sus capacidades en el torno y una personalidad caracterizada por la responsabilidad, el cumplimiento y el respeto”, afirma Andrea Maca, la coordi-nadora del programa en Don Bosco.

El curso duró cuatro meses. Los aprendices que mostraron interés y capacidades hicieron dos meses más de profundización. “Los jóvenes que más se destacaron fueron Alejandro, John Fredy y Franklin, un muchacho que ya traía conocimientos porque estudiaba en el Instituto Camacho”, relata el instructor Didier Velasco.

Cuando llegaron al siguiente escalón, una pasantía de un mes en la empresa Me-talmecánica Lucena, John Fredy estuvo seguro de que la vida le iba a dar una recompensa. Y así fue: al cabo de tres semanas era admitido como empleado de la empresa, por seis meses renovables, con el salario fijo que tanto quería. “Yo no era que supiera mucho sino que le metía muchas ganas para demostrar que quería ganarme las cosas”, reconoce John Fredy.

Lo primero que hizo fue pedirle a Adriana que se devolviera a Cali para que forma-ran el hogar que merecía su hija. Tomaron una pieza en arriendo, en un sitio un poco más tranquilo, y las inscribió como beneficiarias en la EPS para que empeza-

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ran a recibir atención médica y tuvieran un parto normal. “Antes no tenía la opor-tunidad de brindarle a la niña lo que va a necesitar; ahora puedo llevarle cositas, pagar el arriendo, hacer un mercado y comprarle algo a mi mamá. Puedo estar con ellas y me siento feliz por eso”.

Más ilusiones, más metas

El ingeniero Jesús Alberto Mora, supervisor de taller en Lucena, se asombra de que John Fredy pueda ser tan preciso en los trabajos que hace, si sólo ve por un ojo. Es más, le ha pedido que se haga un diagnóstico especializado porque le inquieta que lo esté forzando demasiado.

La preocupación del ingeniero es una demostración del aprecio que el joven se ha ganado entre sus jefes, por su buena disposición hacia el trabajo, su responsabilidad y su agilidad. “Él asimila mucho, en poco tiempo tiene ya muchos conocimientos porque se pilla todo muy rápido, pregunta y es muy vivo. Yo ya lo dejo en una má-quina toda una noche y me voy confiado de que es capaz de hacerlo”, afirma Mora.

“Mi trabajo es de auxiliar de tornero, pero también me ponen a manejar la fresadora y a supervisar el funcionamiento de la CNC, que es una máquina que se programa para que haga las piezas sola. Prácticamente estoy teniendo una segunda capaci-tación”, revela John Fredy.

El salario es un 75 por ciento del mínimo, pero él no se siente incómodo por eso. “Me hicieron caer en la cuenta de que no sólo estoy adquiriendo experiencia laboral, sino también aprendizaje, y que en el futuro podría cobrar hasta un millón o más”.

Esa es su realidad de hoy, pero no se conforma. Quiere terminar el bachillerato y estudiar sistemas. “Yo sé que en el futuro voy a poderle brindar mucho más que ahora a mi familia. Voy a seguir luchando para llegar a tener una casa propia y lo que siempre he anhelado”.

“Lo que ha hecho CHF es una contribución muy importante a jóvenes que están sin hacer nada, viendo televisión o viendo pasar el tiempo y que en estas partes pueden llegar hasta a ser ladrones si no tienen empleo ni los toman en serio”. John Fredy Claros

John Fredy Claros La mecánica de las ilusiones

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A sus veinte años, Ingrid Salazar lleva la agitada vida de una veterana dirigente comunitaria. Va de una asamblea a un taller, se reúne con los dirigentes co-

munales, habla con los miembros de los clubes juveniles, recibe y dicta talleres de convivencia, perifonea, multiplica, comparte y saca tiempo para trabajar en un sa-lón de belleza, estudiar los fines de semana y montar un puesto de comidas rápidas apoyado por CHF, con el que no sólo espera valerse por sí misma, sino ayudarle a su madre en el sostenimiento y estudio de su hermana de 15 años y su hermano de 17, que tiene limitaciones cognitivas.

Su agitada vida no es de ahora. A los trece años tuvo que retirarse del colegio para trabajar como niñera interna. A los quince su mamá compró un lote en el barrio La Isla, pero no tuvieron cómo construir y se tuvieron que ir a vivir en arriendo, con sus dos hermanos y un primo.

Desde esa época se empezó a vincular al trabajo comunitario. “A través de unos po-líticos conocí al presidente de la Junta de Acción Comunal y resulté de Secretaría de la Junta”. Desde esa posición conoció el trabajo de CHF y se vinculó a la promoción de clubes juveniles, la realización de talleres de convivencia y de jornadas de aseo. Eso le hizo comprender que debía seguir estudiando. Se retiró del trabajo comuni-

Ingrid Salazar

Liderazgo para la juventud“Ingrid es muy

dedicada a los jóvenes y quisiera aportar más

de su tiempo. Lo que esté a su alcance, ella

lo hace”. Florelia Salazar, madre.

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tario y cursó tres semestres de secretariado ejecutivo, pero no tuvo el dinero para los dos restantes. Entonces decidió terminar el bachillerato, que había abandonado en el grado once.

Solo un hasta luego

Frente a la sede de la biblioteca que CHF construyó en el barrio La Isla se agolpan decenas de jóvenes de todas las edades, de once barrios de la comuna cuatro de Soacha. Algunos vienen a pie desde sectores tan distantes como la Ciudadela Su-cre, a una media hora por entre caminos polvorientos y atajos culebreros. Una de ellas es Jasblidy Murillo, una afrobogotana que llegó invitada por su vecina Elvira, dirigente comunal.

Hay jóvenes de diversas edades y de todos los colores, desde los pelirrojos hasta los negros azabache, lo que habla de la diversidad en una zona de inmigrantes y desplazados, pero también habla de sus motivos para estar aquí: capacitarse como promotores de convivencia, dentro del programa MCW desarrollado por CHF.

Y allí está Ingrid, liderando las convocatorias y laborando codo a codo con las trabajadoras sociales y los talleristas. Tan pronto pudo cuadrar su horarios de es-tudio atendió este nuevo llamado. “Definitivamente me gusta el trabajo social, me encanta ayudarles a las personas”.

El programa de promotores de convivencia arrancó este año y gracias al trabajo de multiplicación de los líderes comunitarios y juveniles llegó a tener más de cien jó-venes vinculados, de los cuales continuaron a 76. Un logró significativo, pues hubo que vencer los temores de muchos jóvenes de vincularse a esta iniciativa por las advertencias de los grupos armados que operan en la zona, y que son responsables de algunos asesinatos selectivos.

Jóvenes líderes como Ingrid y veteranos dirigentes comunitarios como Gustavo Ba-rreto, de la Junta de Acción Comunal del Oasis, tuvieron que explicar de tienda en tienda y de boca en boca los objetivos del programa. “Evitar que los muchachos estén en la calle, con las drogas, en peleas, en la delincuencia, que aprendan de convivencia, de solidaridad”, dice Ingrid. “Brindarles una alternativa de vida y de ocupación del tiempo libre”, agrega Gustavo.

El programa se desarrolla por medio de dos talleres semanales de cuatro horas, orientados por diferentes profesionales contratados por CHF, convivencias fuera de la ciudad y eventos como jornadas de aseo, espacios de juego y recreación y activi-dades de liderazgo, trabajo en equipo e integración comunitaria. “Se les pregunta qué es lo que están viviendo, qué quisieran vivir, se les enseñan sus derechos y su deberes, la manera de resolver los conflictos y la importancia del trabajo social”, afirma Ingrid.

”Este proyecto ha fortalecido mucho a Ingrid, como persona y como líder. Ahora tiene un desenvolvimiento bastante notable, se nota en su puntualidad, su imparcialidad, su carácter y su forma de expresarse”. Gustavo Barreto, líder comunal.

Ingrid Salazar Liderazgo para la juventud

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Camino sin regreso

Anderson Barragán, un joven de 16 años que vive en El Paraíso y estudia grado once, no tenía nada que hacer en las tardes. Llegó a los talleres empujado por su tío, presidente de la Junta Comunal, pues le inquietaban los riesgos de ese tiempo libre. Fue y se quedó: “Me gustó la forma en que nos tratan, nos permiten expre-sarnos, hacer lo que nos gusta. Poco a poco fuimos integrándonos, los presidentes traían a sus hijos, y los hijos a los amigos. Yo traje primos y amigos”.

El proyecto se ha convertido en un espacio de reconocimiento e intercambio entre los jóvenes, un parche de convivencia que ha cambiado a muchos de ellos, como reconoce Jasblidy: “Nos han enseñado muchas cosas para la vida, a vivirla bien y no andar en la calle vagando porque así a uno no le va bien y corre riesgos como el embarazo temprano. Mi forma de pensar y actuar ha cambiado”.

Anderson se siente transformado. “A mí me ha ayudado bastante, me ha cambiado, era muy callado, muy serio, hoy me expreso más fácil, trato a las personas con respeto, me integro con muchas personas. A veces peleaba con los vecinos, ya no. He madurado rápido y mucho”.

En muchos de los jóvenes se empieza a notar un liderazgo que Ingrid no quiere des-perdiciar. “Aparte de que el programa de CHF vaya a finalizar nosotros los líderes vamos a apoyar a los jóvenes lo más que se pueda. A veces quisiera dedicarle más tiempo a mi formación como persona, como mujer, como hija, pero estoy apren-diendo y veo tanta motivación en estos muchachos, que saco tiempo para dárselo a ellos”.

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Los niños corren y gritan por todo el lugar. Las cuatro jóvenes tratan de poner un poco de orden, pero es inútil. Ponerles normas les va llevar tiempo, pero eso no

las afana, lo importante ahora es la felicidad que aflora en sus caritas y se esparce por todo el jardín infantil que ellas acaban de abrir: Laberinto de las Vocales.

María Aurora Angulo se seca una lágrima, mientras recuerda sus primeros escar-ceos de maestra en una escuelita de Barbacoas, Nariño, cuando terminó el bachi-llerato. “Siempre fue mi sueño tener un jardín infantil porque desde niña me gustó la carrera docente”.

Aspira a ser licenciada y por ahora estudia auxiliar de preescolar en el Centro de Formación Don Bosco. Allí conoció a Georgina Quiñónez, Zoila Bermúdez y María Teresa Valencia, que ahora son sus socias. Cuenta Georgina: “Yo alfabetice en un jardín infantil donde los niños me decían profe y me saludaban de beso; eso me emocionó mucho y decidí ser profesora”. En la casa de Zoila siempre han vivido dos o tres niños: “A mi vecinita la cuido desde los tres meses, entonces uno siente la vo-cación de ser maestra”. María Teresa también ha sido cercana a los niños: “Trabajé

María Aurora, Georgina, Zoila y María Teresa

El jardín de las profes

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“Para mí es un triunfo como maestro que

ellas estén abriendo este jardín, es una

de las satisfacciones más grandes que uno

puede tener”. Luis Fernando López,

profesor

como recreacionista y en el programa de animación de clubes con la Corporación Don Bosco y el Bienestar Familiar”.

Cuando los astros se juntan

Mientras el profesor Luis Fernando López explicaba los pasos y requisitos para crear un jardín infantil, María Aurora dejó que su pensamiento volará: abría la puerta de su propio jardín y entraban muchos niños que le iban dando un beso mientras reían como si les acabaran de regalar un juguete. Georgina tuvo que darle un codazo para que despertara.

El montaje de un jardín infantil es un ejercicio teórico que se hace en la asignatura de Administración Educativa durante el año que dura el curso de preescolar en Don Bosco. El profesor López explica: “Se les dan los elementos, ellas hacen visitas y encuestas en sus comunidades, diseñan toda la parte estratégica y metodológica y al final entregan un trabajo escrito”.

A la familia Valencia se le ocurrió que el proyecto de María Teresa y sus compañeras podía ser una de las iniciativas productivas que buscaba financiar CHF, dentro del programa YCCR. “Carmen Helena Rodríguez, una amiga que es administradora de empresas, nos ayudó a cuadrar el proyecto y lo presentamos”, recuerda María Tere-sa. Cuando les dijeron que sí, sintieron que se les había aparecido la Virgen.

CHF financió la compra de todo el mobiliario y de materiales lúdicos y pedagógicos para el trabajo con los niños. Las jóvenes, por su parte, negociaron con la Junta Comunal del barrio El Vergel para que el jardín funcione en una parte del Centro de Desarrollo Comunitario, que estaba abandonada, a cambio de una cuota de arren-damiento que debe ser reinvertida en el mantenimiento del mismo centro.

Desde entonces, las nuevas maestras se dedicaron con devoción admirable a arre-glar el espacio. Lavaron pisos apelmazados de mugre, limpiaron rincones cubiertos de telarañas, clavaron listones sueltos, pintaron paredes, dibujaron, decoraron y pusieron un letrero aquí y un muñeco allá.

Ya con sede, abrieron inscripciones, empapelaron todo el sector con carteles, hi-cieron promoción con megáfono y con una estrategia de visitas y llamadas a los padres. A la vez, establecieron el organigrama con el que van a funcionar. María Aurora es la directora porque, en palabras de sus amigas, “es rígida, muy activa y tiene empuje”. Georgina es la tesorera porque sabe manejar y distribuir recursos, María Teresa es buena con el computador y por eso es la secretaria y Zoila tiene iniciativa y carisma para atender a la gente, luego la nombraron de coordinadora.

Así, todo quedó listo para el gran día en que los niños empezaran a entrar por la puerta, como María Aurora lo había soñado.

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Primero la vocación

Zoila va de pupitre en pupitre con un talonario; algunas de sus compañeras la evaden y otras se ríen, pero al final se le apuntan a la rifa. Las jóvenes saben que por ahora el jardín no va a ser un negocio. “Estamos conscientes de que en este momento no podemos vivir de esto; más bien a nosotras nos toca poner plata de nuestra comida para ir a hacer una vuelta, un papeleo. Por eso nos ha tocado hacer rifas”, explica María Aurora.

Una meta es que en el mediano plazo las cosas cambien, como plantea Georgina: “Ya hablamos de que no va a haber un sueldo fijo o mínimo, pero en un futuro sí debe haberlo; con ganas y esfuerzo vamos a tener algo mejor”. Y hace proyecciones: “No queremos quedarnos como jardín, nuestra meta es llegar a tener un colegio y vamos a trabajar y estudiar para eso”.

El jardín es por ahora una fuente de experiencia y un servicio social que prestarán por vocación a una comunidad con baja capacidad de formación de sus niños y una oferta nula de jardines especializados, como lo destaca María Aurora: “Los niños del distrito de Agua Blanca tienen derecho a recibir una educación como correspon-de. Nosotras sabemos cómo es el distrito y por eso queremos que ellos tengan un mejor nivel educativo”.

“Para mí es muy superimportante, este proyecto ha traído mucha felicidad a mi vida”. María Teresa Valencia

Aurora, Georgina, Zoila y Teresa El jardín de las profes

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Viene casi corriendo loma abajo, por la carretera destapada que comunica a San-to Domingo con Villa Mercedes. Ya es más de la una de la tarde. Va con Patricia,

Adriana y July, sus vecinas y compañeras. Levantan una polvareda porque hace días no llueve, si no, se estarían enterrando en el barro. Le cogió la tarde, no hay almuerzo en la casa. Lleva la máquina de collarín en la mano, parece que levitara para no dejarla caer. Tiene que buscar dónde le fíen el gas, o quizá una sopa para darles algo de comer a dos de sus hermanos.

Tiene apenas 17 años y durante el día está cargo de sus cinco hermanos menores, hijos de la segunda unión de su madre Diana María, que está todo el día fuera trabajando. Les supervisa el arreglo personal, reparte desayunos, lleva a los más pequeños al colegio, les tiene el almuerzo, les ayuda con la tarea. También trabaja, por turnos, voleando granzón en la arenera cercana.

Con una sonrisa eterna en sus labios, Taison llega pasada la una de la tarde a su casa de la comuna cuatro de Soacha, que corta el cerro de este barrio semi-rural con un balcón que da a un atajo y una ventana que mira al cerro de enfrente, a la Ciudadela Sucre, a espaldas de Soacha y de Bogotá. A espaldas del progreso.

Taison Cortés y sus amigas

Los hilos de una vida mejor

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Es jueves, hoy fue la clase de confección. El sábado y el domingo serán las del ba-chillerato, que adelanta en un programa de Colsubsidio. Va en octavo y el horario es perfecto porque le deja la semana libre para los hermanos, la casa, el curso de confecciones y la arenera.

La punta del hilo

Taison Cortés es un inmigrante, un desplazado de la pobreza y la falta de oportuni-dades. Nació en El Rubí, Meta, y anduvo con su familia por Pereira y Cali, antes de llegar a Santa Librada, en el sur de Bogotá. De allí pasó a los cerros de Cazucá.

“Es un muchacho con ánimos y deseos de hacer las cosas y salir adelante. Tiene potencialidades, tiene actitud y aptitud”, dice de él su maestra de confecciones, Deicy Villamil. Y lo corroboran sus amigas Patricia, Adriana y July, con quienes se capacitó dentro del programa YCCR de CHF.

“Yo ya había hecho un curso básico, sobre pantalón, blusa y falda; quería seguir pero era todo el día y yo estaba estudiando”, relata Taison. Su aplazado sueño se le volvió a aparecer el día que un amigo le contó sobre la oferta de CHF para capacitar en el manejo de máquina plana y fileteadora a un grupo de jóvenes de Altos de Cazucá. Allí se encontró con medio centenar de jóvenes más de la comuna cuatro. 25 de ellos eran de su mismo barrio, pero se los fue llevando la falta de fe, la impe-riosa necesidad del rebusque o la prioridad del colegio. Él y sus tres vecinas, que se quedaron, se volvieron amigos y socios.

Las ochenta horas de clase le dejaron a Taison la convicción de que su camino ha-cia el futuro estaba bordeado con hilos y no con cables, ni harinas, ni tijeras, pues también había hecho cursos de electricidad, panadería y belleza. “Esto me dio la oportunidad de aprender más, y como ya sabía algo, se me facilitó”.

Diana Patricia también se había interesado por la confección, pues su tío y sus primas manejan un taller satélite y les había ayudado a cortar y a rematar, pero no sabía ni cómo enhebrar el hilo. “En el primer curso de CHF aprendí a medio manejar la máquina, por lo menos logré que ya no me huya”, bromea esta bachiller y técnica en Secretariado, que a sus 21 años sólo ha podido trabajar por tres meses como dependiente en una cacharrería.

También le sacó provecho a ese primer curso Luz Adriana, una tierna y rubia peco-sa de 21 años, bachiller con cursos de contabilidad y empleada informal de cabinas telefónicas. “Lo importante fue que le perdí el miedo y decidí seguir para por lo menos hacer la ropa de uno mismo”. Y cuando dice “uno mismo”, está pensando en su bebé, pues ya es madre, al igual que la morena y pensativa July, al igual que la trigueña y espontánea Patricia.

“Me interesaron las confecciones porque salen oportunidades de trabajo y si uno no sabe, paila”. Taison Cortés

Taison Cortés y sus amigas Los hilos de una vida mejor

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CHF InternationalLa mecánica de las ilusiones

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“Me parece muy bueno que CHF les

dé esta oportunidad a los jóvenes, y

más a los de estos barrios que somos

tan discriminados a la hora de conseguir un

trabajo”. Diana Patricia Martínez.

Enhebrando el futuro

Entre Villa Mercedes y la Biblioteca de la Isla, construida por CHF, hay veinte minu-tos bien andados, por entre lomas, caseríos, callejones, perros desconfiados, poli-cías a caballo y ojos invisibles de cuya presencia se tiene certeza cada vez que hay un muerto, o cinco, siempre jóvenes. Taison y sus compañeras recorrieron esa ruta como veinte veces de ida y vuelta para ir puntuales a las clases de emprendimiento empresarial que hacían parte de la segunda fase de capacitación. “Nos explicaron cómo organizar una empresa, el papeleo, la contabilidad, los costos, las ventas”, dice Patricia.

También hicieron un nuevo curso de 120 horas de profundización, en el que han aprendido patronaje, bordado y confección de sudaderas y camisetas, bajo la orien-tación de la profesora Deicy Villamil, una experta enviada por el Sena, la institu-ción que ha apoyado el proceso de capacitación.

Esta segunda fase era como un premio por su constancia en la capacitación inicial. Y había más: una dotación completa para que los cuatro monten una microempresa de confecciones: una máquina plana, una de collarín y una fileteadora, además de un millón de pesos en hilos y telas para continuar el aprendizaje.

En la humilde pero acogedora casa de Taison se habilitó una habitación como tal-ller. Allí los cuatro jóvenes han hecho, deshecho y rehecho camisetas y pantalones y le dan las primeras puntadas a lo que será Confecciones Kiss, su empresa. “En un año tenemos que haber comprado otra máquina y organizado un taller más grande. No pensamos quedarnos ahí, sino ver a largo plazo”, afirma Patricia. Y la respalda Adriana. “Cuando terminemos el curso yo dejó las cabinas y me concentró en esto”. Y Taison: “Yo también voy a dejar de volear granzón, para dedicarme a las máquinas”.

Patricia sigue soñando: “Quiero ayudar a mi familia, que la alimentación sea me-jor, que pueda ponerle cosas bonitas a mi hija y después, mirar otros horizontes”. Adriana también: “Yo quiero salir de donde estoy, tener una pieza con mi hijo y poder responder por él”. Taison las mira y se les une: “Primero ayudar a mi familia, después comprar un equipo, un televisor, un lote y un local para la empresa”.

Taison anima todos esos sueños. “Es un líder nato, es muy amable, colaborador, respetuoso y alegre” dice la profesora Deicy. Para las chicas es además el consenti-do del grupo, el que las hace reir y les infunde un optimismo que empieza a florecer: la Administración Municipal de Soacha está negociando con los ocho jóvenes que recibieron capital semilla y capacitación de refuerzo, la confección de mil camisetas para la celebración del Día del Sol y la Luna. Será el primer negocio, el case, pero ellos ya tienen los ojos puestos en otras alternativas, como la celebración de conve-nios y contratos para la confección de sudaderas y uniformes escolares. “Y en poco tiempo, también haremos yines”, promete Taison, con ojos de fascinación.

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Su rostro blanco, sus cabellos claros y su voz apacible contrastan con la mayori-taria población negra y la vida bullanguera que se respira en Mojica, uno de los

barrios más calientes del Distrito de Agua Blanca.

Sandra Amaya tiene una sonrisa hermosa, con la cual matiza las dificultades de una vida que no ha sido fácil. “Yo siempre he vivido con mi abuelita y ella era quien nos colocaba cuidado porque mi mamá mantenía trabajando”. Así que fue una niña juiciosa, dedicada al estudio y al margen de los conflictos que ofrece la vida en las calles del sector. “El barrio puede influir en la vida de uno, pero eso depende del carácter, uno mismo es el que toma sus decisiones”.

Sin embargo, su madre se enfermó, no hubo plata para la pensión y Sandra tuvo que retirarse del colegio para dedicarse a cuidarla. Su bachillerato quedó en sus-penso. Después vivió por un tiempo fuera de la casa con un compañero, pero tuvie-ron problemas y decidió volver.

Fue una de las jóvenes que participaron en la capacitación en confecciones y vin-culación laboral ofrecida por el programa YCCR, ejecutado por CHF en el Distrito de Agua Blanca, mediante un convenio con la empresa Maquila, que gerencia Iván

Sandra Patricia Amaya

Puntadas al futuro

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Montezuma: “Teníamos 101 candidatas, nos quedamos con 60 que se capacitaron y tuvimos la oportunidad de vincular a 48”.

Aprender

Durante incontables días Sandra vio a su madre sentada frente a la máquina de coser, porque es el oficio con el cual ella se ha ganado la vida. Sin embargo, nunca se había interesado en aprenderlo. “Cuando vi la convocatoria no estaba realizando ninguna labor y aprender confecciones era un medio para poder trabajar. En la vida uno debe aprender de todo para poderse desenvolver”.

A lo largo de 81 días, con cuatro horas diarias, las jóvenes aprendieron sobre ma-nejo de maquina plana, fileteadora, collarín y cerradora, filosofía de trabajo en equipo, liderazgo, pertenencia, manejo de conflictos y planes de producción.

El jefe de planta e instructor de Maquila, Alberto Rojas, explica que el aprendizaje práctico tuvo tres pasos: una instrucción general, una profundización en los prin-cipios básicos y una tutoría en la que cada aprendiz era orientada por una operaria antigua en la ejecución de cada acción. “Se veían los detalles: cómo jala, cómo empuja, cómo enhebra. La operaria y la aprendiz se turnaban para hacerlo y la operaria daba instrucciones detalladas”.

Las capacidades de Sandra quedaron en evidencia. “Me fue muy bien tanto en la teoría como en la habilidad para manejar las máquinas”. Un logro que no extraña a su abuelita, María Ofelia Mejía: “Siempre ha sido una niña juiciosa, nunca perdió un año en el colegio y ganó hasta beca. Ha aprendido muy fácil y está muy con-tenta”.

Trabajar

Cuando le dijeron que podía quedarse trabajando en Maquila, Sandra sintió una extraña mezcla de temor y felicidad. Nunca había laborado en una empresa y su único trabajo había sido en un puesto de comidas rápidas con el compañero con el que estuvo viviendo. “Decidí aceptar porque me pagaban el mínimo por haberme destacado y haber aprendido a manejar la cerradora de codo, que es la máquina más difícil”.

Ya como operaria, ha seguido aprendiendo: “Cada rato me cambian de operación, me han puesto a encintar mangas, en recortado, a filetear. Aquí me han dado la oportunidad de dar cada vez más”.

Y le ha ido bien, como lo testimonia su jefe Alberto Rojas: “Es una muchacha que tiene futuro en esta profesión. Es dedicada y concentrada”. Eso lo corrobora

“Los muchachos mantienen en la calle

porque no ven una forma de trabajar.

Estos programas les ayudan a aprender

un arte para desempeñarse y no

asumir riesgos”.Sandra Amaya.

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el mismo gerente de la compañía, Iván Montezuma: “Es muy buena y en la parte profesional puede desarrollarse mucho, aunque tiene conflictos familiares que la han hecho ser inconstante”.

Planear

Y es que cuando habla de su familia, su voz se duele. No pudo seguir viviendo con el hombre que ama y regresó a casa, pero ahora fue su madre la que decidió irse, con su esposo y sus dos hijos pequeños. Sandra y su otro hermano se quedaron con su anciana abuelita. El trabajo en Maquila le ha procurado los ingresos necesarios para responder al nuevo reto de pagar el arriendo, los servicios de la casa y sus estudios”.

Y para seguirlo haciendo, ha decidido continuar en el oficio. “Termino mi bachille-rato en estos días y pienso seguir trabajando en esto para poderme costear otros estudios y mejorar, estudiar secretariado sistematizado o administración de empre-sas, que me gustan y pueden darme más ingresos”.

Ella sabe que así como la vida le ha presentado nuevas condiciones, nuevas difi-cultades, también le ha abierto un horizonte nuevo. “Yo sinceramente le agradezco mucho a CHF porque si uno no tiene herramientas, no tiene posibilidades de tra-bajo. Si no fuera por ellos, estaría buscando un trabajo y sin poderme costear el estudio ni nada”.

Sandra Patricia Amaya Puntadas al futuro

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Llegó con su familia al barrio Buenos Aires de Altos de Cazucá hace siete años, porque la plata no alcanzaba para seguir pagando arriendo y era mejor tener

lo propio. Hace dos años, con solo catorce de edad, Johanna Andrea se vinculó al Grupo Juvenil Raíces de Paz, con el cual participó en un proyecto de la Fundación Fedes. “Hicimos talleres de comunicaciones y montamos tres programas de radio, un libro y dos murales”.

Por la misma época, Mariana Zabala, de 18 años, se derretía escuchando Ce-rros Estéreo y le hacía la segunda a su madre, presidenta de una Junta de Ac-ción Comunal, perifoneando noticias y mensajes de amor a través del parlante.

En esos mismos días, Gerardo Vargas y Catalina López recorrían las calles de Cazu-cá buscando la forma de iniciar su tesis de grado como comunicadores sociales del Politécnico Grancolombiano. Gerardo recuerda: “Vimos que la comuna cuatro tenía una red de perifoneo y decidimos hacer un estudio sobre las necesidades de medios y enseñarles a hacer radio a los jóvenes”.

Contactaron a dirigentes comunales del sector, como Flor Zabala, Gustavo Barreto y Hugo Parra, y a través de ellos llegaron a los jóvenes vinculados a los programas

Johanna Andrea Salazar

Las otras noticias de Cazucá“Sería bacano que la gente escuchara las

cosas de Cazucá por un medio de aquí

mismo y estar en el dial. Sería uffff”.

Johanna Salazar.

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de CHF. “Queríamos trabajar con jóvenes, pero no pensamos que hubiera un grupo tan organizado”, dice Gerardo.

Jugar a la radio

Mariana supo de la propuesta desde el principio, por su madre, y de inmediato se matriculó entre los aprendices. Johanna se enteró por Elvira, una de las líde-res comunales más dinámicas de la zona y amiga suya: “Me pareció una buena propuesta para aprender más y tener más amigos”. Michael Lizcano, que tiene 15 años y estudia noveno grado, se enteró en los talleres de resolución de conflictos de CHF: “Me interesó mucho porque ya me gustaba el área de comunicación social y periodismo, pero había podido colaborar muy poco en la emisora de mi colegio”. A Yefferson Barragán, 17 años y noveno grado le contó su tío, que es presidente de la Junta de Acción Comunal de El Paraíso: “Sólo queríamos saber cómo era eso, fuimos, miramos y nos gustó”. Fabián Dávila, 13 años y séptimo grado, supo por el proyecto de mejoramiento de vivienda de CHF: “Fui para distraerme, porque en las tardes no hacía nada”.

Y así fueron llegando, hasta pasar de veinte. La motivación era tan alta y las pers-pectivas tan buenas que la Universidad aprobó el proyecto y CHF les proporcionó grabadoras, material pedagógico y refrigerios.

En una primera fase aprendieron lo fundamental, dice Johanna: “La historia de la radio, cómo se hace una entrevista, cómo se escribe una nota, cómo se pre-gunta, cómo organizar un magazín”. Hicieron un programa de media hora que les sirvió como carta de presentación para que CHF aprobara la financiación de una capacitación más profunda, dirigida por el mismo Gerardo, así como la compra de equipos de producción: consola, amplificador, micrófonos, colum-nas, mezcladores, teléfono y computador con todo el software necesario. Des-pués de eso han fortalecido mucho los aspectos de la realización radial e hi-cieron paso a paso el magazín Generación activa y el musical Com-una rumba.

Ya con los equipos, el grupo ha tomado la decisión de tener una emisora juve-nil comunitaria, para lo cual están haciendo una capacitación técnica específi-ca: “Una administradora, una publicista y un abogado nos han explicado todo el rollo de la comunicación y lo alto y lo lejos que podemos llegar”, dice Johan-na. Además, un técnico en producción radial les enseñó a manejar los equipos.

Inicialmente trasmitirán los domingos a través de los parlantes comunales, pero tienen la voluntad absoluta de llegar a hacerlo a través del dial, para lo cual ya iniciaron las averiguaciones. “Es como un sueño hecho realidad. Al principio solo queríamos aprender y ahora ya podemos hacerlo, grabar y transmitir”, exclama Mariana.

“Quiero terminar mi bachillerato y estudiar comunicación social. Para eso necesito dinero y el salón de belleza que me financió CHF es el medio para conseguirlo”. Mariana Zabala.

Johanna Andrea Salazar Las otras noticias de Cazucá

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La radio como proyecto de vida

Mientras anda el largo camino de Buenos Aire a La Isla, Johanna patea una piedra con energía y se vuelve a preguntar y a responder para qué quieren una emisora. “Necesitamos un medio de comunicación propio porque la gente solo se informa de lo que pasa en esta comunidad por la radio y la televisión de fuera, que muestran como si aquí sólo fuera muerte y cosas malas. Entonces vamos a poder informar todo lo bueno que tienen Cazucá y estos sectores”.

Sus catorce compañeros hablan con una claridad semejante. La radio ya no es para ellos un juego, sino un proyecto social y un compromiso con su comunidad. “Le va a servir a la comunidad para enseñarles sus derechos y deberes e informarles de los talleres y todo lo que haya”, afirma Mariana.

Los jóvenes comunicadores saben que un propósito central de la emisora tiene que ser la reivindicación de ellos mismos, como propone Johanna: “Vamos a tener el poder de expresar que la juventud no es lo que todos piensan, que no todo lo malo es de los jóvenes, y tendremos la capacidad de ayudar a quitarnos el estigma de jó-venes malos”. Michael está de acuerdo: “Queremos promover la participación de los jóvenes: que hablen, que digan sus opiniones, vamos a tener un espacio de cultura joven y eso sirve”.

El proyecto radial los ha fortalecido en lo personal y ha convertido la comunica-ción en una alternativa de vida para varios de ellos. Johanna es un ejemplo: “Me ha enriquecido mucho en conocimientos, me ha aportado ganas de ayudar y una valentía grande porque era muy tímida y no me gustaba hablar. Abrí los ojos y vi que la comunicación es lo que quiero hacer”. Por eso planea estudiar comunicación social. “Así podría ayudar a mucha gente y sacarlos del error, pues todos creen que lo que dicen los medios es verdad”.

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Sentado en un viejo y raído sofá, de una vieja y raída casa arrendada, frente a un gigantesco televisor de pantalla plana, José Edwin Quintero responde su

celular: “Centro de Culturización de Materiales Reciclables Sembrando Futuro, bue-nas tardes”. Al otro lado, uno de sus amigos bromea. “Dejá de contestar maricadas, Cusi, vos lo que sos es un reciclador y ya”.

Entonces José Edwin Quintero, el Cusi, articula un discurso que explica el sentido ambiental del reciclaje y la estructura empresarial de su negocio. De un oscuro cuarto saca y muestra tres diplomas del Sena y cuatro arrumes de tarjetas de pre-sentación que son a la vez boletas de rifa, carné de fidelización comercial y volante promocional.

José Edwin Quintero, Cusi

Culturizador de la basura

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“El Cusi es un verraco”, es lo único que atina a decir Rubén, un gigantesco negro que hace de socio, de empleado, de amigo y de sable: “Una monedita ahí, Cusi”.

Como Pilar Ternera

Sin saber quién es Pilar Ternera, el Cusi se ha ganado la vida con la misma habili-dad de la macondiana amante de los Buendía: a punta de rifas. “Es un trabajo muy elegante, pero se necesitan recursos, se agota uno físicamente por los recorridos diarios y los horarios son muy duros porque se trabaja hasta los fines de semana y por las noches”.

De modo que sin andarlo buscando, se encontró con que la oferta de capacitación y financiamiento de proyectos productivos del programa YCCR, desarrollado por CHF, podía darle una opción distinta. “A través de un amigo supe que unos manes nos podían ayudar a reciclar, una institución. Fuimos con John Jairo Noguera a unas reuniones, nos dieron los requisitos y nos dijeron que necesitábamos perseverancia. Y eso es lo que tenemos”.

Con perseverancia él y sus amigos asistieron a los talleres dictados por el Sena: Ca-pacitación técnica y empresarial en el área de reciclaje de residuos sólidos con la fi-nalidad de consolidar iniciativas productivas, Curso básico de extrusión de película soplada, Extrusión y peletizado, Recuperación y reciclaje de materiales plásticos.

Cusi ya se había metido con el reciclaje. “Antes de las rifas yo había reciclado harto con el chinga, el finado”, un hermano menor asesinado. Pero en esa época no tenía ni idea de las implicaciones técnicas, ambientales y económicas que podía tener esa actividad. Por eso ahora que las sabe se empeña en que su negocio se rija por esas implicaciones y que su comunidad las entienda.

Culturización de la basura

Después de terminar los cursos con éxito, el Cusi, Noguera y los demás muchachos recibieron el apoyo de CHF para el montaje de microempresas de reciclaje. Les su-ministraron carretas para el transporte del material, balanzas para pesarlo, unifor-mes de trabajo, bolsas de reciclaje y un capital de trabajo representado en material reciclable. Rubén lo resume: “Don Cusi fue a CHF por un proyecto y por ahí lo trajo y ahí vamos”.

Noguera se fue a reciclar con otro compañero en un barrio vecino, donde presta ser-vicios de vigilancia comunitaria, mientras que Cusi empezó trabajar en su barrio El Vergel, con el apoyo de Rubén. “Yo salgo con un megáfono, decimos que somos del Centro de Culturización en Materiales Reciclables Sembrando Futuro, que pueden contribuir al cuidado del medio ambiente y que el viernes recogemos los materiales”.

“Estoy muy agradecido con CHF

porque nosotros vivimos en un barrio

donde no hay muchos recursos de donde echar mano. Que

siembren más pasto por donde pasen”. José Edwin Quintero.

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“Cusi me dijo un día que ya me saliera de vagar por las calles y empezara a pregonar con él”. Rubén Darío Zapata

El sistema de recolección funciona mediante una ingeniosa combinación entre las estrategias comerciales de Pilar Ternera y las técnicas de reciclaje del Sena: Cusi les explica a los residentes que si se comprometen a reciclar, el viernes participan en la rifa de veinte mil pesos y un kid de productos para el aseo. Si aceptan les dejan dos bolsas, una para basura biodegradable y otra para material reciclable, y una tarje-ta-boleta-carné con un número de tres cifras. Entonces los inscriben con nombre, dirección y teléfono en la lista de un amarillento y corcovado cuaderno.

La base de datos ha funcionado bien. “Tenemos como cuatrocientos y pico de clien-tes, de los cuales deben estar dando material trescientos y pico. El que no recicle, esa semana no participa en la rifa”. La empresa empieza a generar ingresos, aun-que no todos los que su propietario quisiera. “En el momento estoy trabajando con Rubén. Estamos sacando para no dejar caer el plante. Estoy esperando a tener otro poquito más de clientela y sostenerme con otro pelado”. Rubén cree que el negocio tiene una gran fortaleza. “Cusi para meterles labia la tiene gruesa, les pide hasta las camas”.

Cadena productiva

José Edwin Quintero, el empresario del reciclaje, ya abrió una cuenta de ahorros para manejar los recursos del negocio, porque dice que hay que ser organizados y ahorrar. Además, sueña y planea: “Queremos tener una bodega para acopiar el material y tener siquiera una máquina para picar el plástico. Dándole un mejor tratamiento y si le hago un proceso para tener el material limpio, va a valer más”. Entonces explica que el plástico se puede vender aglutinado, picado o peletizado.

Está ávido de saber más: “Uno quisiera tener más conocimientos”, y agradece los que adquirió: “Ahora con la capacitación ya puedo proyectarme a un futuro, saber que hay más cosas que me pueden sobresalir la labor para ayudarme a subsistir. Quiero comprarme una máquina elegante, una embaladora, y tener todo separado y que las empresas nos pidan llegar a formar parte de una cadena de beneficio del plástico, el hierro, el cartón. La idea es que varios nos podamos beneficiar del Cen-tro de Culturización de Materiales Reciclables Sembrando Futuro…”. Entonces cae en la cuenta de que tenía una llamada en el celular.

José Edwin Quintero, Cusi Culturizador de la basura