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OTHÓN, ÉPICA VOZ DE LA MONTAÑA. TARSICIO HERRERA ZAPIÉN GOBIERNO DEL ESTADO DE SAN LUIS POTOSÍ EDITORIAL PONCIANO ARRIAGA BIBLIOTECA OTHONIANA —4 OTHÓN, ÉPICA VOZ DE LA MONTAÑA. TARSICIO HERRERA ZAPIÉN BIBLIOTECA OTHONIANA —4

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OTHÓN, ÉPICA VOZ

DE LA MONTAÑA.TARSICIO HERRERA ZAPIÉN

GOBIERNO DEL ESTADO DE SAN LUIS POTOSÍ

EDITORIAL PONCIANO ARRIAGA

BIBLIOTECA OTHONIANA —4OT

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OTHÓN, ÉPICA VOZ DE LA MONTAÑA.

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OTHÓN, ÉPICA VOZ DE LA MONTAÑA.

~ Ensayo estilístico ~ Sus estrofas majestuosas ~ Sus fuentes clásicas latinas ~ Sus fuentes barrocas ~

TARSICIO HERRERA ZAPIÉN

México, 2010

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Fernando Toranzo FernándezGobernador Constitucional del Estado

Fernando Carrillo JiménezSecretario de Cultura

Armando Herrera SilvaDirector General de Desarrollo CulturalJosé Armando Adame DomínguezDirección de Publicaciones y Literatura

Primera edición, 2010

D.R. © 2010 Tarsicio Herrera ZapiénD.R. © 2010 Gobierno del Estado de San Luis Potosí

Secretaría de CulturaDirección de Publicaciones y Literatura

Editorial Ponciano ArriagaVallejo Núm. 300

Barrio de San Miguelito / C.P. 78330Tel: (01 444) 814 07 58

e-mail: [email protected]

Impreso y hecho en México Printed and made in México

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A mi esposa y a mis tres hijas,

a mis tres yernos y a mis cuatro nietos.

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PREÁMBULO

... tienes para tus penas un amigo,

en ese fuego salvador abrigo

y un inmenso palacio: la montaña.

Psalmo del fuego, M.J. Othón

¿Cómo pudo Manuel José Othón capturar la

desafiante majestad de los bosques tropicales y estar

presente en los momentos más gloriosos de la vida de

las selvas y los valles, de los abismos y las cumbres?

Ello se debió ante todo a su amor hacia la

poesía, por el cual no podía presenciar un momento

memorable de la inmensa vida silvestre sin lanzarse

a expresar sus emociones en rotundos sonetos y en

magníficas estrofas.

Se debió, además, a que nunca encontró una

profesión satisfactoria en la cual pudiera obtener

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ingresos suficientes para poder vivir desahogado al

lado de su amada esposa.

Así que la parte más significativa de la vida del

poeta que nació y murió en San Luis Potosí, eran las

horas más felices de cada jornada, aquellas en que

tomaba su rifle al amanecer y salía al campo a practicar

su deporte favorito: la caza. A veces regresaba sin

piezas de cacería en la mochila, pero con memorables

estrofas en la fantasía. El poeta Armando Adame

anota que llegaba a poner en riesgo su precaria salud

ante los rigores del clima a la intemperie.1

Todavía a fines del siglo XIX, lo que el estudioso

conocía de Manuel José Othón eran sus grandes

poemas y románticas leyendas, y se pasmaba de sus

desarrollos emotivos y de sus desenlaces impactantes.

Tales eran los contenidos de poemas othonianos

como Los amores de la tierra y La loca de las olas, de 1880, y

hasta de su Cristóbal Colón, de 1876.

Mas poco a poco el poeta se va trasladando

hacia los austeros prados y las serenas estrofas del

1 Adame, Armando, M.J. Othón. En el desierto. Idilio salvaje. San Luis Potosí, 2006. Introducción, p.4.

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modernismo. Así, sus vivencias líricas se volverán

más mesuradas. Sus producciones, de tres o seis

sonetos cada una, mostrarán un estado de ánimo

sereno y sonriente.

Así sucederá en páginas como el soneto titulado A

Augusto Comte, o como en las décimas A Cervantes, todo

ello publicado en Nuevas poesías de 1883.

Pero, de pronto, el lector se topa con un Othón

renovado: el del volumen Poemas rústicos, de 1902. Allí

surgen revelaciones como el Himno de los bosques, de 1891

y, páginas después, la Noche rústica de Walpurgis, de 1897,

y el Psalmo del fuego, de los mismos años.

Es entonces cuando se vuelve a encontrar el lector

con el narrador poderoso y fulgurante que gusta

de entreverar sus visiones líricas con sus actitudes

dramáticas.

Y así, encontramos a un Manuel José Othón

que ya es modernista en lo atildado de sus imágenes

líricas, pero que todavía recuerda sus juventudes de

dramaturgo y de narrador de leyendas en obras como

su culminante En el desierto. Idilio salvaje, de 1904.

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Todo ello aparece al fin sabiamente coleccionado

en el libro Poesía(s) completa(s) de Manuel José Othón, por

obra de don Joaquín Antonio Peñalosa, en 1974.2

Y así encontramos a un Manuel José Othón que

ya es modernista en lo relevante de sus imágenes

líricas, pero que todavía recuerda sus juventudes de

dramaturgo y de narrador de leyendas.

Por eso Othón, el cantor de las montañas y de los

desiertos, resuena a nuestros oídos con una voz lírica

pero también marcadamente épica. Porque sus ciclos

poéticos tienen una actitud heroica y un mensaje

poderoso. Ellos son los que lo han inmortalizado.

DE LAS SOMBRAS A LA INMORTALIDAD

Porque ha resultado que Othón se catalogaba a sí

mismo como un oscuro cantor de los campos, pero

las generaciones sucesivas lo han exaltado.

Así, Othón cierra su Noche rústica de Walpurgis en

2 Manuel José Othón, Poesía(s) completa(s), recopilación, prólogo y notas de Joaquín Antonio Peñalosa. México, Editorial Jus, 1974. Es un significativo volumen de 512 páginas. Luego, el propio investigador reunió toda la producción del egregio potosino en M.J. Othón,Obras completas, Fondo de Cultura Económica, dos volúmenes, 1997.

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1897 cantándole a José Peón y Contreras, objeto de su

dedicatoria, quien era dramaturgo, médico y senador:

Tú al teatro, a la clínica, al Senado;

yo a vegetar tranquilo y olvidado

en el rincón oscuro de mi aldea.

Mas hoy día, a un siglo de la muerte de Othón,

el encumbrado objeto de la dedicatoria es sólo un

dramaturgo romántico entre tantos, mientras que el

autor de este ciclo rústico y épico se alínea entre los

astros de la poesía mexicana.

Hay que añadir en esta visión inicial de Othón

como poeta, que todavía hoy es motivo de debates

acerca de numerosas estrofas y versos sueltos los

cuales, o él nunca publicó en libro, o los publicó

varias veces en revistas, retocándolos en cada ocasión.

Esto nos recuerda el caso de un pintor francés

que, en una exposición de pintura impresionista, sacó

su caja de pinturas al óleo y comenzó a retocar con

decisión uno de los cuadros expuestos. Cuando un

vigilante le dijo: –¿Quién es usted, y cómo se atreve a

retocar una pintura en exposición?–, él contestó: –Yo

soy Pierre Bonnard, autor de este cuadro.

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El vigilante le prohibió a Bonnard tocar, ni menos

retocar, ningún cuadro allí expuesto. En cambio, nadie

podía impedir a Othón retocar interminablemente sus

sonetos, en busca del más pequeño matiz adicional.

Por ello mismo, aunque Othón siempre vivía

escribiendo, su producción lírica no pasó de dos o tres

álbumes publicados, pese a que dejó manuscritos otros

tantos. Y, además, dejó sólo anunciados los títulos de

otros dos libros líricos: Poemas del odio y Poemas brutales.

Además, su libro que él tituló Páginas internas quedó

disperso, mas don Joaquín Antonio Peñalosa lo tiene

ya incluido en sus Obras completas. Sección «Poesía no

coleccionada».

¡Qué diferencia con muchos otros poetas de hoy,

cuyas obras son conocidas en edición completa, y a

veces casi abrumadoramente completa, hasta en una

media docena de volúmenes!

Por lo demás, mientras Othón llegó a firmar

muchas poesías un tanto débiles, es autor de algunos

de los versos más poderosos del Parnaso mexicano.

Bástenos recordar pasajes como:

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El esqueleto rígido y monstruoso

de un muerto sol pesando sobre el mundo

(Las montañas épicas, I)

Por tal motivo, nos concentraremos en estudiar la

creación lírica de Othón, y dejaremos de lado por ahora

sus cuentos de espantos, novelas rústicas y novelas

cortas, en su mayoría incompletas o extraviadas. Sólo

añadiremos un último capítulo referente a sus seis

dramas escenificados y publicados, impresos casi

todos desde 1877 a 1886 (excepto dos, hoy perdidos), y

su única comedia (La sombra del hogar), que se imprimió

en 1878.

Es cierto que Othón se inicia como dramaturgo

en 1877 con Herida en el corazón. Pero, como anota

acertado don Rafael Montejano y Aguiñaga en su

magistral biografía de Othón, «el poeta acabó por

opacar al dramaturgo»3.

MI PROSPECTO

He decidido estudiar primero los poemas mayores de

Manuel José Othón: Himno de los bosques (1891), Noche

3 Montejano y Aguiñaga, Rafael, Manuel José Othón y su ambiente, San Luis Potosí, Universidad Autónoma de S.L.P., 1984, reimpresión 2001, p. 76.

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rústica de Walpurgis (1897), y En el desierto. Idilio salvaje

(1904). Los llamo «poemas regios».

Analizo luego sus poemas de mediana amplitud,

que denomino «principescos»: Psalmo del fuego, Angelus

Domini, Pastoral, Las montañas épicas, Oda a la inauguración

del Teatro de la Paz y sus varias Elegías.

Completaré luego mi análisis de los Poemas rústicos

menores, así como el de otras poesías de especial

interés, aunque no las haya publicado el poeta durante

su vida. Los llamaré «joyas familiares».

Terminaré añadiendo un breve capítulo referen-

te a sus obras teatrales, las cuales –curiosamente–

fueron las que le dieron celebridad mientras vivía, en

tanto que hoy día ya en su mayoría están olvidadas.

Y lo más lamentable es que Othón ya tenía en la

imprenta potosina de Bruno E. García un segundo

libro ordenado por él, titulado Nuevas poesías. Ya

estaba impreso en 1883. Empero, dentro de la misma

línea de Edgar Allan Poe, no logró reunir un poco

de dinero para completar el pago de un libro suyo

ya impreso. En el caso del norteamericano, como

pasmoso contrapeso, la carta en que Poe lo comunicó

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así al editor, hace pocos años fue subastada en muchos

miles de dólares.

Mas, en el caso de Othón, por fortuna el editor

no cumplió del todo la amenaza que había hecho al

poeta de destruir toda la edición ya terminada. El

licenciado Primo Feliciano Velázquez conservó un

ejemplar, que ya don Joaquín Antonio Peñalosa ha

logrado rescatar para la posteridad en las citadas

Obras completas.

Gracias a esta edición magnífica del poeta y

crítico que las editó en 1997, dos años antes de morir,

hemos podido disfrutar de la poesía completa (hasta

donde cabe) de las 210 poesías que nacieron del

atormentado genio lírico de San Luis Potosí, en cuya

Noche rústica de Walpurgis ha encontrado el suscrito un

extenso reflejo del Primero sueño de Sor Juana Inés de

la Cruz, que parece ser el primero en señalar.

Subraya gallardamente este centenario mortal de

Othón el poderoso MEMORIAL OTHONIANO que

el poblano maestro de poetas Salvador Cruz pone

a los pies del vate potosino para añadir una nueva

corona a dicho centenario. Lo ha tejido con relevante

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habilidad. Son 17 sonetos en bronce mayor, los cuales

llevan al frente el siguiente

OFERTORIO

Dueño y señor de la rural escena:

te traigo mis saudades como pauta,

al tenue son de la silvestre flauta

del dios Pan o de Títiro la avena4

4 Cruz, Salvador, MEMORIAL OTHONIANO, Homenaje en el primer centenario luctuoso del poeta Manuel José Othón. Puebla, diciembre de 2006. Es algo así como la propia Noche rústica de Walpurgis que entreteje don Salvador Cruz en honor de su precursor Othón.

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CAPÍTULO I

SUS ALTIBAJOS VITALES Y EDITORIALES

Manuel José Othón es el escritor más prestigiado

de San Luis Potosí, donde nace el 14 de junio de

1858. Su resonancia tiene eco hasta en la capital de la

literatura española.

Ahora bien, surge una duda ocasionada por la

historia de esa ciudad. Cuando México había tenido

que ceder en 1848 todo Texas y la Alta California

a los Estados Unidos, el estado de San Luis Potosí

quedó situado en el centro estratégico de la república

y se volvió el eje de todas las actividades sociales,

políticas y comerciales del país. Pero justamente por

su importancia, su capital, ocupada políticamente

por conservadores, sufrió un saqueo más terrible que

nunca en junio de 1858.

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Pues bien, si la familia Othón vivía en el número

225 de la calle llamada Diamante, Jiménez, o

bien Sacristía de Catedral, y había provisto a los

conservadores diversos funcionarios, era probable

que ellos anduvieran temerosos a salto de mata

durante ese año en que atacaba a la ciudad un temible

cabecilla liberal, el fronterizo Zuazua. Por ello,

Manuel José pudo haber nacido en pleno monte,

cerca de Ojo Caliente, S.L.P. Empero, la mayoría

sostiene que nació en el domicilio de la familia5.

Es sintomático saber que su padre, José Guadalupe

Othón, fue descendiente de alemán y de andaluza,

cosa que se refleja especialmente en las poesías

juveniles de Manuel José, en las que hay huellas del

romanticismo alemán y español. Por lo que hace a su

madre, Pudenciana Vargas originaria de Coahuila; ella

le infundió al poeta el amor a las cosas de la propia

tierra y del más allá, como se ve en sus poemas mayores.

5 Montejano y Aguiñaga, op. cit. , p 34 s.

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Manuel José cursó en forma regular sus estudios

de bachillerato en el Seminario Guadalupano Josefino

de San Luis Potosí, desde 1869 hasta 1875. Es sabido

que los seminarios eran los centros de educación

media por excelencia en el siglo XIX mexicano. O

sea que muchos jóvenes veían el seminario como un

excelente centro de cultura, y además asimilaban en

él una buena información eclesial. Allí fundamentó

Manuel José su inspiración del todo religiosa, y

descubrió y cultivó su acendrado gusto por la lengua

latina. Por cierto, se dice que desde que terminó la

primaria había comenzado a estudiar latín con un

fraile franciscano.

A su vez, casi todo muchacho que deseaba hacer

una carrera relacionada con la literatura o con la vida

pública, no veía la hora de trasladarse a cursar Leyes.

Así lo hizo Manuel José en el Instituto Científico y

Literario de la capital potosina.

Poseía el talento necesario para ser profesionista,

pero no para ser jurista, pero siempre le entusiasmaron

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más las revistas que trataban de las actividades literarias de la capital del país e inclusive de las de España, que los sesudos estudios jurídicos. Manuel José vivía más en los teatros y salas musicales que en las aulas. Bástenos decir que, durante su cuarto año de jurisprudencia, hay constancia de que acumuló más de ciento treinta faltas de asistencia a clases.

De él se cuenta esa anécdota que a tantos uni-versitarios les ha sucedido. Su novia, Josefa Jiménez Muro, lo enfrentó a un ultimátum: o te apuras a terminar la carrera de abogado y a presentar tu tesis profesional, o no hay boda. Inclusive hablaba Josefa de un plan de irse a España a profesar con las Carmelitas Descalzas. Manuel, ya con cinco años de noviazgo con Josefa, reanudó sus estudios y prometió recibirse en menos de un año..., o bien, de dos.

Finalmente se recibió de abogado en 1881 con una tesis que trataba del principal medio de enriquecimiento que se conocía por entonces en la zona centro norte del país: «De la hipoteca y el registro sobre las acciones mineras. Regulación antigua»

Era ya el momento de casarse con Josefa, si bien

en un plan de absoluta austeridad.

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Se cuenta, para colmo de lo insólito de la boda de

Othón, que cuando sus amigos lo esperaban en casa

de la novia para ir a la ceremonia en el templo de San

Sebastián, él no llegaba. Fueron los amigos a su casa, y

lo encontraron dormido. Valle Arizpe, con su picaresca

fantasía, declara que se había pasado la noche en vela,

leyendo. La realidad fue que, tras las desveladas previas

al examen profesional, el día de la boda Manuel sufrió

una recaída de sus males bronquiales. Y es sabido que

le ocasionan sopor al enfermo.

Fue ése un mal año para Manuel. Su padre, quien

había sido causa de interminables noches de desvelo

para el poeta, falleció un mes después de que éste se

casara. El poeta estaba ya muy enfermo de enfisema

pulmonar y de irregularidad cardíaca. En vez de

viajar en luna de miel, tuvo que guardar cama.

Pero, apenas pudo, procedió a desempeñarse como

abogado. Claro que trabajaba sin dejar su amada vida

bohemia, la cual aumentaba sus afecciones cardíacas

y pleuréticas, bajo las cuales fue marcada su carrera.

Y la enfermedad siempre encuentra la manera de

conectarse con la pobreza.

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Pues Othón fue siempre «poeta por esencia,

abogado por accidente», como ha sido peculiar de va-

rios otros relevantes escritores.

Así, ya recorriera puestos de Juez del Registro

Civil en diversas cabeceras del estado, o ya viajara a

labores administrativas o incluso a declamar en otras

poblaciones sus poesías más sonadas o algunos versos

de ocasión, siempre vivió achacoso.

LA ODISEA PROFESIONAL DE OTHÓN

¡Qué extraño fue el periplo de la vida profesional de

Othón! No por nada se autodenominaba «abogado

de la legua».

Se habló de que, recién casado, le ofrecían el

Registro Público de la Propiedad, empleo jugoso que

nunca le otorgaron. De inmediato la pareja viajó a

Santa María del Río para vivir él como juez de paz.

¿Qué tan incómodo se sentiría allí Manuel José, el

poeta de los inmensos campos, que en un par de años

decide regresar a San Luis, pero cesante? Consigue

entonces un nuevo empleo de juez en Cerritos. Claro

que a los tres años ya se está ahogando el poeta en su

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oficina y renuncia al juzgado. Decide entonces viajar

a Guadalcázar, y lo hace en varias ocasiones, sin duda

buscando algunas oportunidades de hacerse de algún

modesto capital, cosa que no consigue.

Regresa la pareja a San Luis Potosí. Allí Manuel

José vuelve a la vida bohemia, sin empleo alguno.

Téngase en cuenta, como comenta también Montejano

(op. cit, p. 121) que Othón «estaba inadaptado para

el ejercicio de la abogacía por su carácter franco,

bonachón y bohemio. Ni las letras le dieron para vivir

ni la profesión le satisfizo... Ni pudo jamás morar

en un solo lugar, pues si encontraba los corazones

abiertos, en cambio topaba con los bolsillos cerrados.

No le quedaba más remedio que emigrar. Y emigró.

Se convirtió –en frase de él (arriba citada)– en

abogado de la legua»6

Hasta se llegó a hablar de un intento de suicidio

bebiendo arsénico y casi ahogándose con el ácido

carbónico que emanaban numerosos jarrones de

flores. Como es natural, este infundio lo fantaseó

Valle Arizpe.

6 Montejano y Aguiñaga, op. cit., 121.

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Como quiera que haya sido, comenta Montejano,

su inspiración, lejos de las ciudades, tomó la forma

original que le dio valor a su poesía (Ibídem, p. 128).

Por esa época, sabe él de buenas perspectivas para

trabajar como administrador en Tula, Tamps., y allá

van. Sin haber logrado nada, regresan a San Luis

durante tres años, en el 94.

En el 97 vuelve a conseguir Othón un empleo de

juez de paz en Santa María del Río. Mas el ansia de

viajar lo hace salir hacia Saltillo. En busca de algún

buen negocio, Othón decide pasar a Torreón. Y su

odisea continúa hacia Ciudad Lerdo, Dgo., de la cual

salió varias veces hacia los alrededores, en especial a

la Hacienda de Noé, propiedad de los Lavín.

Entonces el poeta se vuelve solo a San Luis, de-

jando a Pepita en Ciudad Lerdo. Y todavía hizo viajes

a diversas ciudades entre 1904 y 1906. Todavía el año

1906, el de su muerte, titubeaba entre quedarse en

Ciudad Lerdo o venir a recitar su Elegía a Rafael Ángel

de la Peña en el teatro del Conservatorio de México.

Aún así, el padre Montejano añade en su clásica

biografía (p. 111) que Manuel José –no habiendo

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tenido hijos propios– supo hacer de padre a tres

sobrinos políticos, hijos de su cuñado Antonio

Jiménez. Él y Josefa firmaron las participaciones de

boda de su sobrina Felícitas.

Eso es lo que se llama vivir desposado con la

pobreza y dar al más pobre lo que a uno mismo

le escasea. Montejano insiste con toda razón en la

paradoja de la vida de Othón:

En nuestro poeta advertimos una contradi-

cción: voluntariamente se encerró en poblados

de segunda categoría, y era feliz en el campo

donde, en el contacto con la naturaleza, enri-

quecía y fortalecía su numen; pero, al mismo

tiempo, padecía una intensa afición por las

grandes ciudades7.

Por su parte, el padre Peñalosa nos da una clave

más de dicho «amargor de mi ostracismo»:

La tensión constante y enfermiza de Othón,

que padecía tuberculosis, hallaba descanso y

alivio en la contemplación de la naturaleza...

por prescripción médica pasó una temporada

7 Montejano, Ibídem, p. 129. Cap. VI «El amargor de mi ostracismo»

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de campo en El Salitre, preciosa quinta a una

legua de Tula8.

Los ingresos de Othón siempre fueron inferiores a

sus necesidades, y cuando intentaba realizar algunos

sencillos negocios entre la gente rica de Torreón y de

Saltillo, el dinero se le iba de entre las manos.

En muy contadas ocasiones llegó a recibir ciertas

cantidades, pero entonces salía a relucir lo que él

mismo llamaba su «carácter derrochador, carente de

facultad retentiva»9. Acaso ese carácter derrochador

haya sido exhibido en las que con buen humor son

llamadas «casas de salud». Llegó a escribir a su

esposa: «Porque en materia de dinero soy, no un

Quijote, sino un... que viene a ser lo mismo»10.

La enfermedad no le daba tregua. Ya en 1898,

tres una excursión por las sierras de Chihuahua, pasó

«un mes de reumas inflamatorias, sin movimiento ni

para comer, pues por manos ajenas yantaba... A un

gustazo, un trancazo»11. Es difícil creer que Othón

8 Peñalosa, J. A., en Montejano, op. cit., p. 132-133. 9 Montejano, loco citato, p. 118.10 M.J. Othón, Epistolario, Glosa, esquema, índices y notas de Jesús Zavala, México, UNAM, 1946, p. 23.11 Montejano, op. cit., p 181.

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haya decidido emprender una excursión por cumbres

heladas, exponiendo a lo peor su punto más frágil:

los pulmones.

Cuando agravó fue en 1900. Le escribía a Pepita

desde México: «Estuve dos días en cama, pero no

por enfermedad, sino por miedo, pues hacía un frío

horrible, y ya sabes que me dan unas bronquitis

horrorosas» (Ibídem).

A esas épocas corresponde la anécdota que refiere

Alfonso Junco en su discurso Manuel José Othón en mi

recuerdo y en mi entraña12.

Allí cuenta que el poeta, cuando iba a participar

en un homenaje a Benito Juárez por invitación del

general Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León, a

quien reconocía como «su primero y único mecenas»,

comentó que se sentía débil de la garganta. Por lo

demás, Othón nunca destacó como recitador. Leía en

el teatro de manera deficiente, aferrando las manos

al papel contra la luz de las candilejas. Entonces don

Bernardo le recomendó hacer gárgaras de coñac.

12 Junco, Alfonso, «Othón en mi recuerdo y en mi entraña». En Memorias de la Academia Mexicana. México, Tomo XVII, 1960. p. 72.

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—¿De qué?—pregunta intencionadamente

Othón.

—De coñac.

—No puedo, porque me las trago.

Estaba presente don Celedonio, padre de don

Alfonso Junco, y de inmediato le improvisó este

epigrama:

Buen Manuel, para que hables

bien mañana en el teatro,

tómate unas tres o cuatro

gárgaras de las potables.

Justamente cuando había acudido a la ciudad

de México en 1906 con el fin de declamar para la

Academia Mexicana de la Lengua, en el Conserva-

torio, su Elegía a la memoria del maestro don Rafael Ángel de

la Peña, Manuel José fue víctima de una crisis tanto

pulmonar como cardíaca.

Así que, cuando apenas contaba 48 años, regresó

grave a San Luis Potosí en 1906. Llegó a la casa de

su hermana María, pues su esposa seguía en Ciudad

Lerdo. La llamó a San Luis, prometiéndole que la

llevaría a Tampico, a un clima cálido. Pero, como

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escribe José López Portillo y Rojas, «permaneció

varios días en su ciudad natal, retenido, quizá, por

un destino misterioso que quiso cavar su fosa al pie

mismo de su cuna»13.

Fue entonces, estando ya grave, cuando le escribió a

su esposa este telegrama: «No tengas cuidado. Quiero

vengas para irnos. Recibirás fondos. Escríbeme».

Montejano escribe: «Lo del viaje fue pretexto:

la llamaba para que estuviera con él en sus últimos

momentos»14.

Allí, el día del cumpleaños de su esposa, acabó

dándole, como trágico obsequio, su propio funeral.

La viuda del poeta, Josefa Jiménez, quedó en total

penuria. Años después obtuvo del gobierno federal

una modesta pensión. En agradecimiento, ella puso

en manos del doctor Pedro de Alba todos los papeles

que conservaba de su esposo.

Esa acumulación de versos y prosa fue publi-

cada en la SEP, en 1928, con el nombre de Obras de

M.J. Othón, en un conjunto del todo desordenado y

13 López Portillo y Rojas, José, Obras, I, XXXIX–IX.14 Montejano, op. cit., p. 185.

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plagado de erratas. Por ello, don Francisco González

Guerrero escribe que es «preferible considerarlo

como inexistente».

Así que nos quedamos con las Poesías completas

que le editó el doctor Peñalosa, y con el libro

complementario de Jesús Zavala, Manuel José Othón,

Epistolario, de 194615.

Ya se ve que la vida del vate supremo de San Luis ha

quedado satisfactoriamente dilucidada por la esmerada

y amorosa labor de don Rafael Montejano y Aguiñaga,

quien, después del concurso del Cincuentenario

de la muerte de Othón (1956), ha sufrido un grave

desaire al participar en el certamen del Centenario

de su nacimiento (1958). Participó en el certamen

«Francisco Estrada», pero fue declarado desierto.

Toda nuestra admiración para don Rafael

Montejano, biógrafo sumo de Othón, y para don

Joaquín Antonio Peñalosa, recopilador de sus Obras

completas en dos volúmenes, los cuales dan así un total de

1134 páginas: el primero, con 573; el segundo con 561.

15 Manuel José Othón, Epistolario. Glosa, esquema, índices y notas de Jesús Zavala. México, UNAM, 1946.

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LOS INFORTUNIOS EDITORIALES

Nos preguntamos por qué motivo Othón, quien

toda su vida la pasó retocando sus propias poesías y

corrigiéndolas de nuevo cada vez que decidía publicar

una de ellas en alguna revista literaria o hasta en algún

diario importante, haya elaborado una colección de

sus primeras creaciones juveniles en un libro cuyo

manuscrito conserva la Universidad Potosina.

En un ejemplar copiado a mano, ese libro inicial

de Othón se denomina Ensayos poéticos, y está fechado

en 1879. Suma 92 páginas numeradas y forma un

libro manuscrito, que se conserva empastado. Un año

después saldría a la luz con el título de Poesías.

Don Joaquín Antonio Peñalosa16 señala que ese

libro inicial se alínea decididamente bajo el rubro

del romanticismo. Era lo que podía esperarse de un

pecho sensitivo y joven sumido en la moda literaria

de finales del siglo XIX.

Los tópicos peculiares de la época eran, como lo

especifica el mismo crítico, fides, amor, Patria. Tanto los

16 Idilio salvaje, de Manuel José Othón. En Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua, Tomo XVII, México, 1960. p. 61 ss.

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asuntos como los desmayos de los vates de la época

giran entre esos tópicos apasionados: el Creador, la

mujer y la patria.

Pues bien, la ocasión para que Othón reuniera su

primer centenar de páginas líricas es la siguiente. Por

ese tiempo, don Victoriano Agüeros buscaba entre la

juventud potosina a algún talento lírico prometedor.

Todos los jóvenes de la bohemia le señalaron a

Manuel José Othón.

Así fue como, a petición de Agüeros, quedó reunido

el librito inicial de Othón, titulado Poesías, y formado

por dos partes contrastantes. La primera parte se

titula Violetas y contiene 35 poemas breves. En cambio,

la segunda, denominada Leyendas y poemas, encierra seis

piezas narrativas, todas de enorme dramatismo, cada

una compuesta por media docena de páginas o pocas

más. Se editó en San Luis Potosí, en 1880.

Muy pronto se declaró insatisfecho Othón con

este su libro de primicias juveniles, en el cual aún no

se manifestaba la originalidad de su talento lírico.

Incluía, en cambio, las narraciones poderosas que

Othón gustaba crear por entonces. Su emotividad

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estremecedora nos recuerda mucho a las Leyendas de

Bécquer.

Por el contrario, cuando ocho años después llevó

a la imprenta su nuevo libro con el nombre de Nuevas

poesías, impreso en 1888, fue el poeta mismo quien no

logró su publicación, pues no pudo reunir el importe

de la impresión.

Además, dejó al nivel de proyecto sus Poemas del

odio, y Poemas brutales. En carta a Juan B. Delgado17

refiere que la primera serie proyectada ya estaba

escrita en parte, y que en cambio la segunda estaba

sólo en proyecto. Bajo esos títulos tengo la impresión

de que se trataba de piezas que seguían la citada

tendencia de las baladas románticas de Bécquer, así

como de los poemas patéticos de Espronceda, Núñez

de Arce y el Duque de Rivas.

Al mismo género pertenece El canto de Lodbrok,

escrito en 1882, que cierra la serie de sus Nuevas poesías

de 1888, al igual que los inéditos cantos El lago de los

muertos (de 1879) y el «poema fantástico» El viaje del alma,

que en los manuscritos de la Universidad Autónoma

17 En el Epistolario citado. Carta del 22 de noviembre de 1901.

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Potosina se titula también «Caminos eternos».

Así que el único libro publicado a su gusto por

Manuel Othón fue el titulado Poemas rústicos, su obra

maestra de 1902, que probablemente le patrocinaron

sus amigos de «la ciudad de Guadalajara», tales como

don José López Portillo y Rojas. A esa ciudad dedica

el volumen. En él concentraremos principalmente los

análisis estilísticos de esta obra.

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CAPÍTULO II

POEMAS «REGIOS»: EL HIMNO DE LOS BOSQUES

Conocíamos ya el gusto de Othón por desplegar escenas

dramáticas en largos poemas, como los de la parte final

de su primer libro de Poesías, editado en 1880.

Después emprendió en sus Nuevas poesías de 1883,

una mesurada depuración del dramatismo romántico

inicial cuando, por ejemplo, crea su balada La noche

buena en un estado de fría depresión, y cuando le dirige

un enérgico soneto A Augusto Comte, donde le espeta:

¡Esa es tu pena!

por un sabio hay mil tontos que a porfía

unen a ti su voz.

Queda subrayado su despertar al modernismo

cuando ha apuntado a la «deshumanización del

arte». Podemos destacar las estrofas y pasajes más

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majestuosos de Othón, como cuando concluye al

entonar su soneto Morituri te salutant:

¡Bien venido y acércate, Progreso!...

La humanidad que muere te saluda.

Pero de pronto vemos que el Othón ya asomado

al modernismo se decide a combinar su entusiasmo

hacia la escena narrativa con el cincel certero del vate

atildado.

Aquí surge la famosa antítesis interna de Othón

que apunta certero Evodio Escalante: «¿No podría

sugerirse, por más que esto pueda rayar en la paradoja,

que Othón se vuelve moderno en la medida en que se

opone al espíritu de su tiempo?»18. Y Evodio continúa

citando a Amado Nervo, quien «declara que el Othón

que prefiere es el parnasiano (entiéndase: el autor de

castigadas composiciones de típico corte bucólico)»19.

Y así nacen tres poemas mayores: el Himno de los

bosques, de 1890-91, la Noche rústica de Walpurgis, de 1897,

y En el desierto. Idilio salvaje, de 1904. Es hora de saborear

las bellezas de cada uno.

18 Escalante, Evodio, El dios en el precipicio. La poesía de M.J. Othón, S.L.P. Biblioteca othoniana, 3. 2006, p. 22.19 Escalante, Evodio, Ibídem, p. 33.

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Comencemos por el Himno de los bosques. Es sabido

que lo dedicó Othón en 1891 al entonces goberna-

dor de San Luis Potosí, don Carlos Díez Gutiérrez.

Le escribe que «el poemita» (así se autodenigra el

genial vate) nació luego de leer a Manuel Puga y

Acal (Brummel), quien anota que «se quejaba de no

encontrar en México un poeta que comprendiera,

amara y describiera la naturaleza»20.

Por lo demás, debe recordarse el famoso ensayo

de Othón titulado «El padre Pagaza»21, donde se

declara un fiel admirador de este poeta mexiquense,

y lo elogia ampliamente: «¡De qué manera la poesía

de Pagaza se ha abierto amplio espacio en el campo

de las hispanas letras... La voz dulce y acariciadora de

esa poesía, cuando llegó por primera vez a acariciar

mis oídos... (Yo) abría el libro de Pagaza... y leía y leía

y leía... Y llegó a tal grado mi entusiasmo y amor por

la bucólica, que despertóse en mí la ya dormida y casi

muerta inspiración, y escribí, escribí versos a los que

intenté dar sabor y colorido campestres».

20 Carta de Othón al gobernador Carlos Díez Gutiérrez, S.L.P., 1891.21 Publicado en La república literaria, México, marzo 1889, pp. 538-542.

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Artemio de Valle Arizpe afirma que el citado

gobernador le había prometido al poeta una copa por

cada diez versos del poema. Es una total deformación

del autor del Anecdotario de M.J. Othón, uno de los libros

más plagados de «trampas» maliciosas. Se debe a

la inquina de un escritor que pretende acrecentar el

dudoso prestigio propio con el ataque soez a otro

escritor mucho más encumbrado que él.

Coincidimos del todo con Marco Antonio

Campos, en que «una cosa es real: entre Valle Arizpe

y Alfonso Toro (estaría de acuerdo Montejano)

parece haber existido una contienda para ver quién

escribía la mejor obra de ficción sobre el amigo»22.

En efecto, es sabido que Othón gustaba de acu-

mular los brindis, pero nunca habría compuesto un

poema de esta calidad si hubiera estado envuelto en

los vapores báquicos. Por lo demás, el poeta llegó

a acumular tal cantidad de correciones para cada

verso, que ello no correspondería a una producción

realizada bajo impulsos simplemente festivos.

22 Campos, Marco Antonio, El San Luis de M.J. Othón, Biblioteca othoniana, 1. 2006, p. 39.

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Y, dato fundamental, Valle Arizpe conoció a un

Othón en los últimos años de su vida, ya cuando el

confesado «vicio del vino» estaba muy menguado en él.

Además, esta composición es una serie de cuadros

que van describiendo «el concierto de un día tropical».

Es demasiado resplandeciente para ser fruto de las

«gárgaras potables».

En un enfoque certero, el poeta Marco Antonio

Campos ha escrito que el Himno de los bosques «es una

de las maravillas rítmicas de la lengua española. Una

maravilla de maravillas... Para conseguir una sinfonía

verbal semejante, el joven director de orquesta escuchó

en minucia cada instrumento que tocan los seres del

orbe vegetal y animal en el ámbito de los bosques a

fin de recobrarlos en endecasílabos armónicos»23.

¡Qué soñador acento horaciano resuena desde la

primera estrofa del soneto inicial de este himno!:

En este sosegado apartamiento,

lejos de cortesanas ambiciones,

libre curso dejando al pensamiento,

quiero escuchar suspiros y canciones.

23 Campos, Marco Antonio, Ibídem, pp. 57–59.

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Este incipit de Othón –con la variante inicial

«vengo a escuchar suspiros y canciones»– es, con toda

seguridad, también el inicio del Épodo II de Horacio:

Beatus ille qui procul negotiis (Dichoso aquel que lejos de

inquietudes).

Es curioso que don Gabriel Méndez Plancarte

no haya señalado en su Horacio en México24 las huellas

horacianas de esta inspirada introducción, mientras que

sí localizó al Horacio del Exegi monumentum aere parennius

(Oda III, 30, 1), en el soneto Al señor general Díaz. Me

refiero al segundo y cuarto versos de esa convencional

poesía Paladín, caballero... de 1906. Allí leemos:

erigiste, señor, un monumento (...)

aere perennius, contra el mar y el viento25.

El ms de la UAP señala una serie de variantes.

En las Poesías completas leemos: «Estrofa ardiente de los

antros brota». Y allí se señala la variante: De los senos. En

el párrafo II del poema, Othón dio dos versiones de

sus versos 3 a 5. La edición publicada dice:

24 Méndez Plancarte, Gabriel, Horacio en México, UNAM, 1937.25 Othón, M.J., Poesía(s) completa(s) citadas, p. 43.

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Los mochuelos ocúltanse medrosos

en las ruinas, y exhalan los alcores

sus primeros alientos deleitosos.

Y en el ms de la UAP se lee:

El mochuelo a sus antros cavernosos

va a esconderse, y derraman los alcores

los primeros perfumes deleitosos.

Es sorprendente que tantas variantes en cada

verso, no cambien la vivencia lírica y la emoción

penumbrosa, sino sólo ciertas minucias de la

inspiración. Y ello se debe a que, para Othón, «el

verso es la música del idioma». Y en cada estrofa «la

rima era su preocupación constante». Así transcribe

Montejano en su magnífico libro citado26.

Luego, al iniciarse el párrafo III, admira el lector

todo el orquestal poderío del Othón de las épocas

en que se complacía en poemas como «La loca de las

olas», de 1879. Ahora, ya en 1891, Othón canta con

un señero entusiasmo:

26 Allí cita unos Recuerdos de M.J. Othón en Tula, por el maestro Manuel Villarreal Ortiz.

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Allá, tras las montañas orientales,

surge de pronto el sol como una roja

llamarada de incendios colosales,

y sobre los abruptos peñascales

ríos de lava incandescente arroja.

Después, en la segunda silva del mismo párrafo

III, nos sorprende por enésima vez el gusto de Othón

por ir variando verso tras verso. Así es un cuarteto

en la versión dada a la revista El Estandarte en 189027:

Bala el ganado que al majuelo llevan

silbando los pastores mansamente,

pacen los bueyes y mugiendo abrevan

en las límpidas ondas de la fuente.

Mas la versión definitiva de 1891 opta por estos

acordes, igualmente polícromos:

Mugen los bueyes que a los pastos llevan

silbando los vaqueros, mansamente,

y perezosos van , y los abrevan

en el remanso de la azul corriente.

27 Redacción inicial en la revista El estandarte, S.L.P., 1890, antes de la definitiva, de 1891, dedicada al gobernador Carlos Díez Gutiérrez.

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Y todavía continúa el bardo potosino variando

algún acento y matizando algún epíteto. Es cierto

que en 1890 había anotado:

Arrojan las campanas de la aldea.

Mas en 1891 asume un humor juguetón y tintinea así:

Forman las campanitas de la aldea...

Surge luego el párrafo IV. Othón sigue compla-

ciéndose en retocar el acorde de algún endecasílabo.

El verso 12 decía primero:

Las áureas puntas de la espiga blonda.

Un año después vibra así:

rozando apenas las espigas blondas.

Los versos 16-17 sonaban así en 1890:

Y sobre la onda de cristal fundido

caen los escarabajos de colores.

Pero al año siguiente ya tiene esta nueva resonancia:

sobre el gélido estanque adormecido

zumba el escarabajo de colores,

Y luego, todavía leemos otra travesura del poeta.

Antes decía en el verso 22:

El manantial palpita y gorgorea.

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Mas ya en 1891 juguetea así:

El limpio manantial gorgoritea

A tal grado era minucioso el vate para bordar los

perfiles de un endecasílabo, que así ha ido formando

aquí una de las más rotundas cosechas de la poesía

bucólica de nuestro continente.

Cuando procedí a revisar el párrafo V, me com-

plació leer un pasaje en que Manuel José aproxima

traviesamente las ríspidas lagartijas a las roncas

cigarras que pasean por la Égloga II de su amado

maestro Virgilio. Othón canta en estos versos:

y las ondas armónicas desgarra,

con desacorde son, el chirrïante

metálico estridor de la cigarra.

Corre por la hojarasca crepitante

la lagartija gris;

Es una de las mismas juguetonas lagartijas de

Virgilio en el pasaje donde canta:

Nunc virides etiam occultant spineta lacertos...

Raucis / sole sub ardenti resonant arbusto cicadis

(Égl. II, 9 y 13).

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(Aún ahora las espinas ocultan a los verdes

lagartos... Bajo ardiente sol resuenan arbustos

con roncas cigarras).

Podemos imaginarnos aquí al sólido compositor

Miguel Bernal Jiménez, cuando componía las osadas

páginas de su cantata El himno de los bosques, creando los

más ríspidos y poderosos pasajes orquestales una vez

que hubo leído el episodio conclusivo de este párrafo V.

Al ser gloriosamente estrenada esta obra en

Morelia, se oyó al actor dramático Narciso Busquets

leer con su magnífica voz de barítono el pasaje

culminante de la partitura de Bernal:

En tanto yo, cabe la margen pura,

del bosque por los sones arrullado,

cedo al sueño embriagante que me enerva

y hallo reposo y plácida frescura

sobre la alfombra de tupida hierba.

AGONÍA SINFÓNICA EN EL BOSQUE

Hasta aquí había llegado la música instrumental de

Bernal Jiménez para este Himno de los bosques de Manuel

José Othón. Por cierto que allí escribió Bernal pasajes

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tan angustiosos, que parecen transparentar el decaído estado de su salud.

El compositor escribía en el acogedor saloncito que le habían preparado en León, Guanajuato los familiares de su esposa Kitty para que estuviera a sus anchas durante las vacaciones veraniegas de la Loyola School of Music en la Universidad de Nueva Orleans, donde él era director.

Era el 28 de julio de 1956. Don Miguel sintió fuerte opresión en el pecho y salió a la calle para golpear a la puerta de sus suegros, que vivían allí enfrente, cruzando la calle.

Cuando el señor Macouzet abrió su puerta, el compositor ya se había desplomado en plena banqueta, víctima de un infarto masivo. Su corazón no resistió que él volviera a México sólo para trabajar jornadas dobles, tanto como maestro cuanto como compositor.

Si había sido un enfisema pulmonar el que había atrapado al poeta Othón a sus 48 años en 1906, fue un infarto cardíaco el que, medio siglo exacto después, ahogó al compositor Bernal Jiménez todavía más joven, a los 46. Paralelos ante el arte, paralelos

ante la muerte.

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EPÍLOGO DECLAMADO

A continuación, el párrafo VI es una especie de scherzo

donde tintinean pasajes como el inicial:

Trepando audaz por la empinada cuesta

y rompiendo los ásperos ramajes,

llego hasta el dorso de la abrupta cresta,

donde forman un himno a toda orquesta,

los gritos de los pájaros salvajes.

Con los temblores del pinar sombrío

mezcla su canto el viento, la hondonada

su salmodia, su alegre carcajada

las cataratas del lejano río.

Y aquí y allá continúa esa inagotable algarabía

musical que pocos vates han hecho resonar mejor

que Othón:

y al mirarle por tierra destrüido,

expresión de su cólera sombría,

aterrador y lúgubre graznido

unen a la tremenda sinfonía.

El creador de aquellos efectistas dramas como

Después de la muerte, hace desarrollar esos mismos

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efectos al huracán y al terremoto, para cerrar el

pasaje VI:

Se desgaja el espléndido follaje

del viejo tronco que al rajarse cruje;

el huracán golpea los peñones,

su última racha entre las grietas zumba

y es su postrer rugido de coraje

el trueno que, alejándose, retumba

sobre el desierto y lóbrego paisaje...

Si analizamos esta sinfonía verbal que es el Himno

de los bosques, encontramos que su conclusivo párrafo

VII, en forma paralela a la introducción musical

del movimiento cumbre de la Novena Sinfonía de

Bethoven (Coral), es una recapitulación de las vivencias

magníficamente sonoras que la obra ha recorrido. Se

puede decir que ya no necesitaba más música que su

propio contenido verbal. Y suena así:

Son las últimas notas del concierto

de un día tropical (...)

Ya empiezan melancólicos los grillos

a preludiar en el solemne coro (...)

y la balada azul, la precursora

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de la noche tristísima y sombría...

Todo ese inmenso y continuado arpegio,

Y Othón todavía tiene aliento para crear un pa-

saje culminante que sin duda el compositor Bernal

Jiménez ansiaba convertir en un coro magnífico

para voces y orquesta. Se lo habrá llevado al Paraíso

dentro de su fantasía:

Y en el instante místico en que al cielo

el Ángelus se eleva, condensando

todas las armonías de la tierra,

el himno de los bosques alza el vuelo

sobre lago, colinas, valle y sierra;

y al par de la expresión que en su agonía

la tarde eleva a la divina altura,

del universo el corazón murmura

esta inmensa oración: ¡Salve, María!

Para el uncioso corazón de Manuel José, nada

mejor para culminar su Himno de los bosques, que un

impulso hacia el más allá.

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CAPÍTULO III

DEL PRIMERO SUEÑO DE SOR JUANA

A LA NOCHE RÚSTICA DE WALPURGIS

Ya veíamos que, en su Himno de los bosques, le nace espontánea a Othón la descripción de todo un día en pleno bosque a través de los siete episodios que acabamos de analizar.

¡Allí brota fluidamente de la fantasía de Othón la sucesión de episodios del pleno día, del atardecer y del anochecer, hasta formar toda una sinfonía de una jornada estival en medio de la hojarasca boscosa!

Ello se insertaba en el decidido gusto de Othón por referir escenas dramáticas en largos poemas. Lo desarrolló desde su libro inicial Poesías, de 1880, cuya segunda parte, titulada «Leyendas y poemas», ya hemos dicho que despliega extensas narraciones de

poderoso ambiente romántico.

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Pues esto mismo esperábamos encontrar en la

Noche rústica de Walpurgis. Inclusive eso sugiere el título

que inicialmente había dado Othón a esta obra: «La

noche de las selvas. Sinfonía dramática».

Empero, en este ciclo cincelado de abril a mayo

de 1897 en la pequeña población de Cerritos, y

–por cierto– sin la necesidad habitual en Othón de

dedicar semanas enteras al cincelado de cada soneto,

sino sólo uno o dos días, no hay ya una sucesión

directamente narrativa.

Es más bien un desfile de miniaturas refinadas

y modernistas. Dice bien Hugo Gutiérrez Vega:

«Othón, enemigo jurado de los “modernismos”,

probó la justicia del refrán que afirma que “más

pronto cae un hablador que un cojo” y, para nuestra

fortuna, dejó que el virus modernista se metiera por

la puerta entreabierta e infectara maravillosamente

algunas de sus obras»28. Lo que aquí nos topamos

es una magistral sucesión de 22 sonetos iridiscentes

y polícromos, que describen la noche de brujas (30

28 Gutiérrez Vega, Hugo, Acercamientos a Manuel José Othón. Biblioteca othoniana, 2. S.L.P., 2006, p. 22.

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de abril), que se menciona en el Fausto de Goethe.

Mas aquí nos acecha un hallazgo absolutamente inesperado.

Othón se ha acordado del Primero Sueño de Sor Juana, en cuanto que es éste un ciclo en que el vate se sumerge en las sombras de la noche para experimentar serenamente sus diversas emociones.

A continuación musita sus temores. Y final-mente se regocija del retorno de la aurora y de las actividades diversas del pleno nuevo día, que lo relaja de los escalofríos de la noche.

Nos encontramos ante una especie de vela de las armas de un caballero que se lanzará días después a la lucha contra las injusticias del mundo. Claro que, con la actitud patética que complace a Othón, desde sus primeros versos convoca a su encumbrado amigo el médico, dramaturgo y senador José Peón Contreras. Así lo proclama calurosamente la inicial «Invitación al poeta»:

Coge la lira de oro y abandona

el tabardo, descálzate la espuela,

deja las armas, que para esta vela

no has menester ni daga ni tizona.

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Así Othón comienza con este primer fragmento magistral del telón de fondo:

Tú que de Pan comprendes el lenguaje,

ven de un drama admirable a ser testigo.

Ya el campo eleva su canción salvaje;

Venus se prende el luminoso broche...

Sube al agrio peñón, y oirás conmigo

lo que dicen las cosas en la noche.

El vate recuerda entonces el misterioso inicio del Primero sueño, donde canta Sor Juana:

Piramidal, funesta, de la tierra

nacida sombra, al Cielo encaminaba

de vanos obeliscos punta altiva,

escalar pretendiendo las Estrellas;29

SURGEN LAS SOMBRAS

Y él no se quiere quedar atrás de los cultismos de

Sor Juana. Ante todo, se acuerda de que ella es una

privilegiada latinista en hexámetros como aquel del

Neptuno alegórico:

29 Sor Juana Inés de la Cruz, Primero sueño, Obras completas, Tomo I, Lírica personal. México, FCE, 1951, p. 335.

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Clarus honor caeli mirantibus additur astris30

(El claro honor del cielo a los astros pasmados

se añade).

Y decide titular a su soneto II Intempesta nox (esto es, en el latín de Virgilio, «Noche desfavorable, avanzada»). Y entonces canta extático:

Media noche. Se inundan las montañas

en la luz de la luna transparente

que vaga por los valles tristemente

y cobija, a lo lejos, las cabañas.

Y, si Juana Inés comenzó a cantar los misterios de la noche evocando una piramidal sombra, Othón a su vez se refiere a otros rústicos misterios, y proclama que lanzas de plata en el maizal las cañas /semejan al temblar. El vate vibra luego a tono con las sutilezas de los pasajes sucesivos de Sor Juana, la cual canta allí:

si bien sus luces bellas

–exentas siempre, siempre rutilantes–

la tenebrosa guerra

que con negros vapores le intimaba

la pavorosa sombra fugitiva (vv. 5 ss.)

30 Idem, Neptuno alegórico, «epigrama I». En Obras completas, Tomo IV, Comedias, Sainetes y prosa, México, FCE, p. 388.

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En su turno, Othón murmura en su soneto III,

«El (h)arpa», o bien «El árbol»:

Cuando, como a través de fino encaje,

el rayo de la luna tremulento

pasa, desde el azul del firmamento,

la verde filigrana del follaje,

desbarátase en haz de vibradores

hilos de luz que tiemblan, cual tañidos

por un plectro que el céfiro menea.

Luego, lo que Sor Juana –invadiendo terrenos

musicales– llama melódicamente «Este, pues, triste

son intercadente», Othón lo denomina con una

intención aún más canora, eligiendo un instrumento:

¡(H)arpa inmensa del campo! Sobrecogedora ha

sonado luego Juana Inés al esbozar este paisaje:

En los del monte senos escondidos,

cóncavos de peñascos mal formados (...)

cuya mansión sombría

ser puede noche en la mitad del día, (vv. 97 ss.)

Othón, a su vez, canta con voz tenue en su soneto

IV, «El bosque»:

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Bajo las frondas trémulas e inquietas

que forman mi basílica sagrada,

ha de escucharse la oración alada,

no el canto celestial de los poetas.

Y volvemos luego hacia el soneto V, «El ruiseñor».Sor Juana cantó acerca de las aves en la noche, con estos versos:

Y en la quietud del nido,

que de brozas y lodo instable hamaca

formó las más opaca

parte del árbol, duerme recogida

la leve turba, descansando el viento

del que le corta, alado movimiento. (vv. 123 ss)

Othón toma aquí una dirección opuesta. Él proclama los muchos acentos del ruiseñor nocturno que llegó inclusive a dar consuelo al dulce Rabí de Galilea:

Todo eso hay en mis cantos. Me enamora

la noche; de los hombres soy delicia

y paz, y, entre los árboles cubierto,

sólo yo alcé mi voz consoladora

con una blanda y celestial caricia

cuando Jesús agonizó en el huerto.

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PAUSA LUMINOSA

El soneto VI, «El río», es, decididamente, junto con

el numerado como VIII, un paréntesis dentro del

paralelo de esta Noche rústica con el Primero Sueño. Othón

desborda aquí una efervescencia de metonimias y

metáforas:

Soy vuestro padre el río. Mis cabellos

son de la luna pálidos destellos,

cristal mis ojos del cerúleo manto.

Es de musgo mi barba transparente,

ópalos desleídos son mi frente

y risas de las Náyades mi canto.

Y, aunque Othón se está alejando un poco del

poema de Sor Juana, todavía en el soneto VII, «Las

estrellas»31, recuerda este pasaje del Sueño:

... aquéllas

que intelectuales claras son Estrellas, (...)

en sí, mañosa, las representaba

y al alma las mostraba.

31 Titulado «Canto de las estrellas» en El estandarte.

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La cual, en tanto, toda convertida

a su inmaterial sér y esencia bella,

aquella contemplaba,

participada de alto Ser, centella

que con similitud en sí gozaba; (vv. 295 ss.)

Othón parece recordar el contenido trascendente

de esta «participada de alto Ser, centella» por ser

Dios, en las mentes humanas, que Juana Inés ha

cantado en este pasaje, y entonces tanto la monja

como el vate deciden subrayar aquí la alta dignidad

del espíritu humano. Y es allí cuando Othón entona

su deslumbrante soneto «Las estrellas»:

¿Quién dice que los hombres nos parecen,

desde la soledad del firmamento,

átomos agitados por el viento,

gusanos que se arrastran y perecen?

¡No! Sus cráneos que se alzan y estremecen,

son el más grande asolador portento:

¡fraguas donde se forja el pensamiento

y que más que nosotras resplandecen!

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Bajo la estrecha cavidad caliza

las ideas en ígnea llamarada

fulguran sin cesar, y es, ante ellas,

toda la creación polvo y ceniza...

Los astros son materia... ¡casi nada!

¡y las humanas frentes son estrellas!

En este soneto la «participada de alto ser centella»

de Sor Juana se ve reflejada en las «fraguas que más

que nosotras resplandecen».

Tan fulgurante soneto merece que lo inter-

pretemos en el latín inmortal del gusto medieval

que Juana Inés cultivaba en varios villancicos, unos

navideños y otros mariológicos, todos ellos medidos

«de oído» y rimados:

Quis dicit viros nobis simulare,

A solitúdine inde firmamenti,

Atomos quos furtivi ágitant venti,

Vermes nati perire atque reptare?

Non! Cranei eriguntur, agitantur,

máximum sunt irradians miráculum,

officina ut forgetur cogitatio

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unde plus vobis lux irradietur!

Subter vacuum cranei subtilis

Ideae, sicut flammae urentes belle

Fúlgurant indefesse, et coram illis

Totus mundus est pulvis et est cinis...

Sídera sunt materia!... Nil fere!

At sublimes humanae frontes stellae.

Una apacible pausa es a continuación el soneto

VIII («El grillo») que es llanamente una tierna

evocación de la infancia:

Luces, flores, perfumes, armonías,

sueños...

EL PAVOR RETORNA

Y vuelve Othón a recordar El sueño en su soneto IX

(«Los fuegos fatuos»). Sor Juana evocaba así las

tétricas sombras nocturnas:

En los del monte senos escondidos,

cóncavos de peñascos mal formados

–de su aspereza menos defendidos

que de su oscuridad asegurados, (vv. 97 ss.)

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Y así lo refleja hoscamente Othón:

Bajo los melancólicos saúces

que sombrean el fétido pantano

y en la desolación del muerto llano

sembrado de cadáveres y cruces,

Llegamos al soneto X («Los muertos») de Othón.

La evocación del Sueño es tenue, pero inconfundible.

Sor Juana cantaba así a la muerte:

El alma, pues, suspensa (...)

no, a los de muerte temporal opresos

lánguidos miembros, sosegados huesos,

los gajes del calor vegetativo,

el cuerpo siendo, en sosegada calma,

un cadáver con alma,

muerto a la vida y a la muerte vivo, (vv. 190 ss.)

Y, por su parte, Othón lo canta como queja de

los muertos mismos dirigida a los propios deudos

supervivientes mientras son roídos por los gusanos:

Si oyerais el roer de los gusanos

en el hondo silencio, cómo espanta,

sintiérais oprimida la garganta

por invisibles y asquerosas manos.

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Y escuchamos luego el murmullo del soneto XI

(«Las aves nocturnas»). Sor Juana ya había cantado

en torno a ellas:

del orbe de la Diosa

que tres veces hermosa

con tres hermosos rostros ser ostenta, (...)

sumisas sólo voces consentía

de las nocturnas aves,

tan oscuras, tan graves,

que aun el silencio no se interrumpía.

(vv. 10-20 ss.)

Con el mismo acento aterrador, dicen las aves

nocturnas del soneto XI de Othón:

¡A seguir a los pájaros perdidos

de la arboleda entre la sombra oscura

y con la garra ensangrentada y dura

a darles muerte y a asolar sus nidos!

Llega aquí el soneto XII, Intermezzo (llamado por

otro nombre «El poeta»). Se refiere al aquelarre.

Las aves y demás fieras nocturnas han seguido

proliferando en El sueño:

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Y aquellas que su casa

campo vieron volver, sus telas hierba, (...)

aves sin pluma aladas:

aquellas tres oficïosas, digo,

atrevidas Hermanas,

que el tremendo castigo

de desnudas les dio pardas membranas.

(vv. 39 ss.)

Y Othón vuelve insistente en su respectivo soneto

sobre ellas y sobre el propio demonio, que la gente

del campo llama desenfadadamente «El Vaquero

Marcial»:

Tras nahuales y brujas el coyote

ulula clamoroso, y aletea,

sobre negro peñón, el tecolote.

La lechuza silbando horrorizante

se junta a la fatídica ralea

¡y el Vaquero Marcial llega triunfante!

El aquelarre se expande en el soneto XIII («Las

brujas»). Ya El sueño contenía vagos antecedentes de

amantes atormentadas:

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Con tardo vuelo y canto, del oído

mal, y aun peor del ánimo admitido,

la avergonzada Nictimene acecha (vv. 25 ss)

y entre ellos, la engañosa encantadora

Alcione, a los que antes

en peces transformó, simples amantes,

transformada también, vengaba ahora,

(vv. 93 ss)

Pero Othón no muestra menos energía al hacer

ganguear a estas mefíticas criaturas:

—Sin ojos, pues así se ve en lo oscuro,

como ven los murciélagos, yo vuelo

hasta escalar del camposanto el muro.

—Trae un cadáver frío como el hielo.

Yo a los hombres daré del vino impuro

que arranca la esperanza y el consuelo.

El soneto XIV («Los nahuales») es uno de los

pocos que no contienen antecedentes en El sueño.

En éste, Sor Juana se eleva desde la tierra hasta el

firmamento, pero no desciende al reino infernal. El

terceto final suena así en Othón:

¡Oh, representación de los mortales!,

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mostrad aquí vuestro asombrado gesto

en la danza infernal de los nahuales.

ESPLENDORES MATUTINOS

Por el contrario, el soneto XV («El gallo»), sí venía ya anunciado en El sueño. Nos parece, incluso, que Othón se enamoró de la metáfora capital del clarín con que Sor Juana personifica el canto del gallo al amanecer. Juana Inés cantaba:

tocando al arma todos los süaves

si bélicos clarines* de las aves

(diestros, aunque sin arte,

trompetas sonorosos), (vv. 920 ss.)

Y Manuel José canta con similar euforia en su soneto XV:

Hombre, descansa. De tu hogar ahuyento

el nocturno terror y estoy en vela.

Sombras de muerte cuyo soplo hiela

con mi agudo clarín* os amedrento. (...)

Ya pondrá fin a su croar la rana,

y yo, con alegrísimo sonido,

entonaré la jubilosa diana.

*Subrayado del autor

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El soneto XVI («La campana») es todo un clamor

de victoria en que Othón vuelve a aludir a Sor Juana.

No bien amanece, la campana proclama:

... La muerte está vencida,

ya en todo se oye palpitar la vida,

ya el surco abierto la simiente espera.

Pero, a renglón seguido, nos evoca la sentencia

medieval de enérgico colorido:

Vivos voco, mortuos plango, fulmina frango.

(A vivos convoco, a muertos sollozo, los rayos

destrozo).

Othón la formula así:

Convoco a la plegaria a los vivientes,

plaño a los muertos con el triste y hondo

son de sollozo en que mi duelo explayo.

Mas esto no es todo. El vate se acuerda aquí de un

poderoso hexámetro de Virgilio, el cual le servirá para

formular el último terceto de este soneto magnífico:

Luctantes ventos tempestatesque sonoras

(Eneida, I, 53; I, 80)

(Luchantes vientos y tempestades sonoras).

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Y entonces Othón canta:Y, al tremendo tronar de los torrentes

en pavorosa tempestad, respondo

con férrea voz que despedaza el rayo.

Llega luego el soneto XVII («La montaña»). Sor Juana hablaba de aquellas montañas en las que se aprendieron voces blasfemas, cuando cantaba:

Estos, pues, Montes dos artificiales

(bien maravillas, bien milagros sean),

y aun aquella blasfema altiva Torre

de quien hoy dolorosas son señales

–no en piedras, sino en lenguas desiguales,

porque voraz el tiempo no las borre–

los idiomas diversos que escasean (vv. 412 ss)

Y, a su vez, Othón canta acerca de esa voz del Génesis:

La piedra tiene acentos. Vibra cada

roca, como una cuerda, intensamente,

que en sus moles quedó perpetuamente

del Génesis la voz petrificada.

Ya desde el soneto XVIII («Un tiro»), Othón

se aleja de Sor Juana y estampa de pronto todo un

desfile fulgurante de sujetos armíferos.

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lo producen lo mismo el caminante

y el guarda, el asesino y el suicida.

Después, «El perro» del soneto XIX tiene la

misma perennidad clásica del soneto Il bove de

Carducci, aquel que contempla

Il divino del pian silenzio verde

(el divino del plan silencio verde)

Toda su apacible magia queda encerrada en este

solo dístico:

Soy compañero fiel en tus fatigas

y celoso guardián junto a tu puerta.

El soneto XX («La sementera») contiene viven-

cias memorables, como esta visión conmovedora del

proceso fecundante:

Oye cuál se hincha el grano rubicundo

que el sol ardiente calentó en la era.

Y luego tenemos el soneto XXI (Lumen). Significa

«el resplandor», muy diverso en latín de lux, que es

llanamente «la luz». (Ya se ve que Othón tenía el

latín clásico entre las uñas). Allí, desde el comienzo

en que «las sombras palidecen», el vate personifica

jubilosamente la llegada de la madrugada, la cual:

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va a empaparse en el agua sonrosada

que ya muy pronto verterá la aurora.

COLOFÓN LÍRICO

En el soneto XXII («Adiós al poeta«), nuestro vate

agradece a la «Santa Naturaleza»:y disipaste con tu soplo intenso

la nube del dolor que me envolvía.

Luego, el terceto final subraya la versatilidad profesional del destinatario de esta corona de veintidós sonetos, el doctor José Peón Contreras:

tú al teatro, a la clínica, al Senado;

yo a vegetar tranquilo y olvidado

en el rincón oscuro de mi aldea.

En efecto, Othón escribió este conciso poema épico lírico en la que entonces –según ya hemos dicho– era una modesta aldea llamada Cerritos. Disponiendo de todo el tiempo del mundo, lo cinceló ágilmente de abril a mayo de 1897.

Desde luego, el vate llamaba así tenuemente la atención del senador José Peón Contreras para

solicitarle algún puesto más relevante que el de simple

juez en un poblado.

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Con toda razón, Manuel José esperaba conseguir

cuando menos alguna triunfadora actuación en la

que pudiera lucir la que llamaban «su voz de trueno».

Y esto, más como poeta que como litigante, que no

era su fuerte.32

Y sabemos bien que es algo más que una hu-

morada del poeta Salvador Cruz cuando le ha cantado

a Othón en su reciente homenaje citado:

La soledad fue tu verdad primera.

Con esta intimidad leve y sonora

de la provincia rancia, que a deshora

tu voz de trueno coaguló en ronquera33.

Ahora bien, si Othón nunca obtuvo nada a cam-

bio de su poema egregio, resulta que hoy día José

Peón Contreras casi está olvidado, pues su género

teatral se centra en dramas del género de conflictos

familiares que Othón abandonó a finales del siglo

XIX. En cambio, este vate entró en el siglo XX con

32 Montejano, op. cit, p. 106.33 Salvador Cruz, Memorial othoniano citado. Puebla, 2006. Cito aquí una estrofa del soneto V de Salvador Cruz. Así resume travieso este poeta la situación ya citada de un Othón que buscaba alivio a su tuberculosis en campos y montañas.

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la publicación de sus Poemas rústicos (1902). Con ellos

se inmortalizó.

Le sucedió ni más ni menos que a Mozart frente

a Salieri, quien (al margen del exagerado drama de

Pushkin Mozart y Salieri) era el músico más admirado

de su generación en Viena, pese a no ser austriaco

como lo era Mozart, el salzburgués.

Era Salieri nada menos que el Director de la

Orquesta de la Corte de Viena, y en cambio Mozart,

aun siendo uno de los creadores musicales de la

historia, vivía sólo de sus honorarios por encargos

ocasionales como compositor.

Pero, al igual que Mozart, Othón, que pasó toda

su vida en extrema pobreza, después de muerto es

rico en prestigio e incluso ha producido beneficios a

sus investigadores.

ENSAYO GENERAL

Un poco conocido manuscrito de la Universidad

Autónoma de San Luis Potosí, bajo el nombre actual

de Noche rústica de Walpurgis, despliega un índice de

doce sonetos, entre los cuales se cuentan cinco que sí

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aparecen en la versión definitiva. Son: Intempesta nox,

«Los fuegos fatuos», «Las campanas», «Las brujas»

y «Amacuzac» (que tal vez sea el que Othón tituló

finalmente Lumen).

Ahora bien, es de gran interés anotar que en ese

índice iban los títulos de otros ocho sonetos que no

se conservan. Son los siguientes: «Las luciérnagas»,

«Los murciélagos», «Los tecolotes», «La violeta»,

«Las sabandijas», «Las ranas», «Los coyotes», «El

rancho».

Ya se ve que predominan en esta lista de sonetos

desconocidos, los títulos referentes a animales muy

mencionados a nivel popular.

Inclusive, muestran un aire ligeramente humo-

rístico, títulos como «Los tecolotes», «Las sabandijas»

y «Los coyotes». O sea que en su admirada Noche rústica

de Walpurgis Othón había descubierto varios rincones

que acabó por dejar en el misterio.

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CAPÍTULO IV

EL IDILIO SALVAJE.

TESTAMENTO SECRETO DE OTHÓN

Ya el Himno de los bosques, de 1891, o la Noche rústica de

Walpurgis, de 1897, habrían bastado para inmortalizar

a Manuel José Othón. Pero todavía nos esperaba otra

hazaña aún más memorable de su pluma: su Idilio salvaje.

Con la maestría que había alcanzado el vate a sus

46 años, sintetizó en un breve ciclo de seis sonetos, más

uno de prólogo y otro de epílogo, una aventura ama-

toria inquietante que muestra todas las características

de ser el único desliz grave sufrido por un poeta que

vivió enamorado de su esposa Josefa Jiménez durante

los 26 años que la vida les concedió convivir.

Es un ciclo poético secreto porque «Othón lo leía

a sus amigos más íntimos con gran sigilo y aún en voz

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baja», escribe Joaquín Antonio Peñalosa con ocasión

del centenario natalicio del mayor vate potosino34.

Es una obra paralela a la Suave Patria de López

Velarde en cuanto que fue el ciclo poético postrero

de la vida del poeta. Luego, tuvo dos o tres versiones

«definitivas», con lo cual comenzó a volverse una

obra legendaria.

Todo comienza por el título mismo. Unos lo llaman

En el desierto. Idilio salvaje. Otros lo llaman concisamente

Idilio salvaje.

Además, en agosto de 1904, Othón transcribió

para su amigo Juan B. Delgado «casi todo» su poema,

sin el prólogo ni el epílogo. Luego, algunos amigos del

poeta presentaron su obra a El mundo ilustrado, revista

que lo dio a conocer el 16 de diciembre de 1906. Por

su parte, el autor había destinado su obra a la Revista

Moderna de México, la cual lo publicó póstumamente en

enero de 1907.

34 Peñalosa, J.A., «El Idilio salvaje de M.J. Othón» citado, en Memorias de la Academia Mexicana. Tomo XVII. México, 1960, p. 61-69. Ya hemos señalado que este estudio fue presentado por Peñalosa en la sesión solemne de homenaje por el centenario natalicio de Othón en que también disertó Alfonso Junco.

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A su vez, el historiador Alfonso Toro, destina-

tario del soneto inicial del poema, hizo después

varias rectificaciones:

1) El mundo ilustrado había publicado la obra sin

permiso del autor;

2) él, como sólido historiador, protestaba

porque habían suprimido el soneto inicial;

3) protestaba también porque habían eliminado

la dedicatoria «A Alfonso Toro», que mucho lo

honraba;

4) señalaba que habían transcrito «brisa» y no

«grisa»35, como había escrito el poeta.

UN POEMA CON VASTEDAD DE IMÁGENES

Emociones intensas e imágenes inéditas caracterizan

a este poema único en su género.

Es una unidad cerrada y clásica por su equili-

brio entre continente y contenido, entre sustancia y

accidentes. Resulta un excelente ejemplo de transición

entre romanticismo y modernismo.

35 El Diccionario de la Real Academia Española anota: grisa: femenino, anticuado, «piel de una especie de ardilla de Siberia»

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Yo he encontrado en este ciclo de Othón toda

clase de marcas virgilianas. La derivación de la

Eneida se perfila hasta en el hecho de que la aventura

amatoria del vate con una «india brava» se consuma

en una caverna.

En efecto, la Eneida refiere que Dido y Eneas han

salido en tumultuosa cacería, pero que de pronto los

sorprende una tempestad. En esa circunstancia

Speluncam Dido dux et Troianus eandem/deveniunt

(En la misma caverna Dido y el jefe troyano/

se refugian. Aen. IV, 165 s).

Con el mismo sentido se lee en el soneto IV de

este Idilio:

Y en el regazo donde sombra eterna,

del peñascal bajo la enorme arruga,

es para nuestro amor nido y caverna,

las lianas de tu cuerpo retorcidas

en el torso viril que te subyuga

con una gran palpitación de vidas.

En el citado ensayo «El Idilio salvaje de M.J.

Othón», Joaquín A. Peñalosa señala como peculiar

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de este ciclo de Othón la atmósfera épicamente

virgiliana.

Para Peñalosa, es virgiliano todo el acento del

Idilio salvaje. Lo demuestran esas:

... águilas serenas,

como clavos que se hunden lentamente.

Y lo muestran también versos como:

La llanada amarguísima y salobre,

Porque son peculiares de Virgilio los superlativos

con fuerte carga lírica: laetíssima Dido, gratíssima tellus.

Son igualmente inseparables de Virgilio vocablos

como «lento», «sereno», «llanto». «profundo». Ese

epíteto «amarguísimo» que pasa del soneto 1 al 4.

Y, ante todo, el vocablo «sombra», que aparece tanto

en los sonetos 4 y 5, como en el «Envío» postrero.

Dicha «sombra» es el máximo acento de la poesía de

Virgilio, pues tan sólo en la Eneida aparece docenas

de veces. Umbra(s) es, ni más ni menos, el vocablo

conclusivo de la Eneida en el hexámetro

Vitaque cum gemitu fugit indignata sub umbras

(Y con gemido la vida indignada escapó so las

sombras).

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Llega a haber pasajes del Idilio salvaje que podrían

haber sido escritos por Virgilio si el español hubiera

sido su lengua. Por ejemplo el citado verso:

es para nuestro amor nido y caverna.

LAS COINCIDENCIAS VIRGILIANAS

El citado terceto de Othón encierra notables coin-

cidencias con pasajes virgilianos como éste:

Ingenti ramorum protegat umbra.

(Con la enorme sombra de sus ramas te guarde.

Geórg. II, 489)

Y todavía encontramos un pasaje del mantuano

que acaso contiene más coincidencias en vocablos y

en emociones:

Sub rupe cavata

Arboribus clausi circum atque horrentibus umbris

(Bajo una roca excavada. En torno envueltos

por árboles y por sombras horrendas.

Eneida III, 229 s.)

Encontramos aquí, en áureo latín, la «sombra», y

«la enorme arruga del peñascal» que nos ha cantado

Othón.

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Y estas «sombras horrendas» de Virgilio son, sin

más ni más, la «aterradora lobreguez» del mismo

soneto IV de Manuel José. Incluso, la propia voz

caverna(s) es inseparable de Virgilio. ¿Quién no

recuerda el penitusque cavernas (Aen. II, 20) y el gemitumque

dedere cavernae (Aen. II, 53).

OTHÓN EN SONETOS LATINOS

De modo que vale la pena versificar en endecasílabos

latinos, ritmados y rimados, cada uno de los sonetos

de este ciclo de Othón. Yo ya los había versificado en

198636. Aquí recapitulo esas versiones mías e –imitando

la costumbre cara al propio Othón– les hago varios

retoques.

(Preámbulo)

A fuerza de pensar en tus historias

y sentir con tu propio sentimiento,

han venido a agolparse al pensamiento

rancios recuerdos de perdidas glorias.

36 Herrera, Z. Tarsicio., «M.J. Othón ante Horacio y Virgilio». II.«Latín virgiliano para el Idilio salvaje», NOVA TELLUS, 1986, p. 147-179.

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Y evocando tristísimas memorias,

porque siempre lo ido es triste, siento

amalgamar el oro de tu cuento

de mi viejo román con las escorias.

¿He interpretado tu pasión? Lo ignoro,

que me apropio al narrar, algunas veces,

el goce extraño y el ajeno lloro.

Sólo sé que, si tú los encareces

con tu ardiente pincel, serán de oro

mis versos, y esplendor sus lobregueces.

Doy ahora cadencias latinas al soneto en estas

estrofas:

Saepe, volvuntur tuae dum historiae

Partemque sumo tuae affectionis,

Meae acervatur cogitationi

Evocatio prisca amissae gloriae.

Dumque évoco tristíssimas memorias,

Nam quod recessit triste est semper, sentio

Commixtum aurum magni tui eventus

Véteris nostri amoris inter scorias.

Tuam flammam percepi? Id ignoratum,

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Nam narrans, aliquando feci lusus

Alíus meos, aliusque planctum.

Agnosco tantum quod, si tu celebras

penicillo flammato, meos versus

Fácies aurum, lucem tum tenebras.

Y vuelve en el soneto I del Idilio salvaje, el superlativo

«amarguísimo» del verso «en el mar amarguísimo y

salobre».

I

¿Por qué a mi helada soledad viniste

cubierta con el último celaje

de un crepúsculo gris?... Mira el paisaje,

árido y triste, inmensamente triste.

Si vienes del dolor y en él nutriste

tu corazón, bien vengas al salvaje

desierto, donde apenas un miraje

de lo que fue mi juventud existe.

Mas si acaso no vienes de tan lejos

y en tu alma aún del placer quedan los dejos,

puedes tornar a tu revuelto mundo.

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Si no, ven a lavar tu ciprio manto

en el mar amarguísimo y profundo

de un triste amor, o de un inmenso llanto.

Cur gélidum eremum advenisti

Cinérei crepúsculi adoperta

Extrema nube? Panorama specta

Áridum, triste, immenso more triste.

Si venis a dolore in quo nutristi

Tuum cor, bene veni usque ad perustum

Desertum ubi vix dispersum frustum

Mea a longinqua juventute exsistit.

Si autem forsan non venis a tam longe

Et adhuc aestus restant tuo in corde,

Verti potes ad tuum sparsum mundum.

Sin, lava tuos Cyprios amictus

Inter mare amarissimum, profundum

Tristis amoris vel immensi fletus.

DENSA SÍNTESIS DRAMÁTICA

Peñalosa sostiene, en el mismo ensayo del centenario

natalicio othoniano, que «en ningún otro poema

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logró Manuel José Othón una síntesis tal, ni sus paisajes jamás, como éste, se transformaron en carne y en espíritu, en amor y odio, en viva humanidad... Como en Virgilio, las cosas tienen un rocío de lágrimas»37.

El estudioso le ha añadido también al carácter virgiliano de Othón en lo bucólico y en lo épico, el rasgo de emotividad propio del mantuano. Alfonso Reyes, por su parte, declara que «un divino pudor de su alma y el deseo de no lastimar a su compañera con versos de aventura –lo oí de sus propios labios– le habían impedido publicarlo antes. Por fin escribió un soneto al frente de los demás, donde aplicó la historia a un amigo, cuyos sentimientos fingió cantar, y los dio a la estampa»38.

Clásicamente humanista es también este rasgo: «De un desierto inmóvil y asordado, surge el dinamismo musculoso, el estrépito del galope, los berrendos salvajes que anticipan el desenfreno de las pasiones»39.

37 Peñalosa, J.A., ensayo citado, p. 66.38 Reyes, A., Conferencia sobre los Poemas rústicos. Recuérdese que Othón era amigo del general Bernardo Reyes, padre de Alfonso Reyes.39 Ibídem. Por el norte de México cruzan los desiertos las manadas de berrendos, o antílopes americanos, comunes también en el oeste de Estados Unidos y de Canadá. Son de vientre blanco y lomo castaño, coloración peculiar del ganado que también llamamos «berrendo».

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Daré mi versión latina del soneto , que así canta:

II

Mira el paisaje: inmensidad abajo,

inmensidad, inmensidad arriba;

y en el hondo perfil, la sierra altiva

al pie minada por horrendo tajo.

Bloques gigantes que arrancó de cuajo

el terremoto, de la roca viva;

y en aquella sabana pensativa

y adusta, ni una senda, ni un atajo.

Asoladora atmósfera candente

do se incrustan las águilas serenas,

como clavos que se hunden lentamente.

Silencio, lobreguez, pavor tremendos

que viene sólo a interrumpir apenas

el galope triunfal de los berrendos.

Panorama specta: infra, immensitatem,

Immensitate(m), immensitatem supra:

In finítima línea, alta juga

Quae subter horrent ob profunditatem.

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Moles radícitus evulsae immanes

A terraemotu ex rupis sinu aperto;

Et in cogitabundo illo deserto

Asperoque, nec sémita nec trames.

Athmósphaera debellans propter aestum,

Ubi figuntur áquilae serenae

Ceu clavi permeantes altum, lentum.

Silentium, tenebrae, horrendus pavor

Quae quandóquidem tantum rumpit aegre

Cervorum víctor agitatus fragor.

LA INDIA BRAVA

Alfonso Toro, a quien fue dirigido el soneto encu-

bridor, testificaba haber visto en Aguascalientes,

durante la Revolución, a la «india brava», llamada

Guadalupe Jiménez40.

Inclusive, algún otro amigo de Othón hasta oyó a

la propia Guadalupe referir su aventura con el poeta,

por lo cual sí hay ciertas pruebas de que la aventura

40 Por cierto que la nota respectiva del editor crítico puede llegar a entenderse en el sentido de que Alfonso Toro no desea que se conserve su nombre y su soneto inicial. En realidad, el historiador protesta por los desaciertos de la edición de El mundo ilustrado, que no estaba autorizada.

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cantada en el Idilio salvaje fue real. Sería inverosímil,

por lo demás, que el más excelso vuelo de Manuel

José hubiera sido un trabajo de encargo, cosa que no

se suele ver ni al alto numen de Sor Juana.

Veamos ahora el soneto sucesivo, con mi latini-

zación. Comienza así:

III

En la estepa maldita, bajo el peso

de sibilante grisa que asesina,

irgues tu talla escultural y fina

como un relieve en el confín impreso.

El viento entre los médanos opreso

canta como una música divina,

y finge, bajo la húmeda neblina,

un infinito y solitario beso.

Vibran en el crepúsculo tus ojos

un dardo negro de pasión y enojos,

que en mi carne y mi espíritu se clava:

y destacada contra el sol muriente,

como un airón, flotando inmensamente,

tu bruna cabellera de india brava.

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Sub póndere, in planitie exsecrata,

Brumae quae síbilans nos interfecit,

Scultórea figura tua stetit

Ut facies in fínibus calcata.

Ventus, quem rétinet harena oppressum,

Cántitat talis ut divina música,

Caliginemque figit subter húmidam

Ósculum quoddam solum, indefessum.

Vibrant óculi tui sub crepúsculum

Aestus et irae tétricum venábulum

In carne in animoque meo immersi;

Et ante solem morientem micant,

Quasi vexillum quod immense vibrat,

Indae saevae capilli tui tetri.

DOS CORRECTORES MORIBUNDOS

El bardo potosino presentó al director de la Revista

Moderna el ciclo inmortal, y alcanzó a corregir las

pruebas de imprenta. En dicha revista aparece la

versión definitiva en enero de 1907, dos meses después

de fallecido el poeta.

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Allí se rectifica la versión incompleta que había

dado a conocer un mes antes, y sin autorización, El

mundo ilustrado.

Sorprende el paralelismo entre el testamento

lírico erótico de Othón, En el desierto. Idilio salvaje, y el

testamento lírico patriótico de López Velarde, La

suave Patria. Uno y otro bardo dieron el visto bueno a

su poema culminante en el lecho de muerte.

La perspectiva clásica de los ocho sonetos que

forman el Idilio salvaje es vista por Peñalosa en varios

sentidos: «Todo, todo es aquí inmenso: inmensa la

serranía, inmensa la llanura, inmenso el desierto,

inmenso el cielo... El paisaje como protagonista,

como agonía, pasión y vida».

Doy aquí mi latinización del soneto sucesivo, que

comienza así:

IV

La llanada amarguísima y salobre,

enjuta cuenca de océano muerto,

y en la gris lontananza, como puerto,

el peñascal, desamparado y pobre.

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Unta la tarde en mi semblante yerto

aterradora lobreguez, y sobre

tu piel, tostada por el sol, el cobre

y el sepia de las rocas del desierto.

Y en el regazo donde sombra eterna,

del peñascal bajo la enorme arruga,

es para nuestro amor nido y caverna,

las lianas de tu cuerpo retorcidas

en el torso viril que te subyuga

con una gran palpitación de vidas.

Planus ille amaríssimus, salober,

Sicca concha ubi exstinctus fuit pontus;

Et in fusca longinquitate, ut portus,

Saxorum massa, derelicta et pauper.

Linit vesper in meo vultu algenti

Perhorrentes tenebras, et perustum

Sólibus super cutim tuum, cuprum

Atque saxorum sépiam deserti.

Et in gremio ubi umbra fere aeterna,

Saxorum massa sub ingenti ruga,

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Nostro est amori nidus et caverna,

Volutum corpus tuum lianarum

Per viri latera quae te subjugant,

In palpitatione alta vitarum.

LA SILUETA A CONTRALUZ

Y no menos clásica es la visión a contraluz de la prota-

gonista, que en el soneto III había sido captada con la

pupila y el cincel: «Irgues tu talla escultural y fina»

El editor crítico cierra su ensayo señalando otros

dos rasgos delicados en Othón: primero, el epita-

lamio es narrado «con ritmo acelerado, no con

morosa delectación».

Y, en fin, Manuel José se duele de la aventura

con «un arrepentimiento tan hondo y tan veraz,

que le conturba el paisaje circundante y le estremece

la conciencia... El campo de amor es campo de

matanza».

Don Octaviano Valdés subraya el recurso de la

reiteración del mismo vocablo: «Esta insistencia, tan

característica de la poesía othoniana, se desenfrena en

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el Idilio, produciendo la sensación de un arco siempre

más y más en tensión»41.

Así comienza el soneto siguiente, que sucesi-

vamente procedo a latinizar:

V

¡Qué enferma y dolorida lontananza!

¡Qué inexorable y hosca la llanura!

Flota en todo el paisaje tal pavura,

como si fuera un campo de matanza.

Y la sombra que avanza, avanza, avanza,

parece, con su trágica envoltura,

el alma ingente, plena de amargura,

de los que han de morir sin esperanza.

Y allí estamos nosotros, oprimidos

por la angustia de todas las pasiones,

bajo el peso de todos los olvidos.

En un cielo de plomo el sol ya muerto,

y en nuestros desgarrados corazones

¡El desierto, el desierto... y el desierto!

41 Valdés, Octaviano, Amado, Manuel José y otros exámenes, ediciones Las hojas del mate, México, 1975.

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Quam aegrotans longínquitas, quam tristis!

Inexorábilis quam fusca vallis!

Vibrat in agro toto terror talis,

Campus si foret plenus ut occisis.

Umbraque quaedam pergens, pergens, pergens,

Videtur, trágico in paludamento,

Anima immanis, quassa sub tormento

In morituris spe privatis degens.

Atque ibi nos versamur tunc, oppressi

Angustia cunctarum passionum

Póndere ómnium sub oblivionum.

In plumbeoque caelo astrum confertum

Inque córdibus nostris jam disjectis

Est desertum, desertum... et desertum!

EL AMOR PROHIBIDO

Don Joaquín Antonio considera que de la misma

hondura del hombre bueno que cantó la armonía

del universo, brotó este canto al episodio de amor

prohibido. Él supo, como Nervo, que «pecar en la

creación es disonancia».

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Muy lejos estaba Othón de la pasión desbordada,

casi satánica de que hablaba el poeta Ramón Gálvez42.

Tal episodio torturado en el himnólogo Othón

nos recuerda el paréntesis que representan en la

producción del organista catedralicio César Franck

su Quinteto y su poema sinfónico El cazador maldito.

Ambas obras han sido vistas por la perspicacia

de Jean Gallois43 como el desahogo estético del

amor prohibido hacia la rubia discípula Augusta

Holmés, quien no recibió del maestro «seráfico» más

confidencias que las musicales.

¿No se dice lo mismo del pintor Dominique Ingres,

quien desahogó sus apetencias extraconyugales,

dejando encerradas en sus lienzos a las mujeres que

lo turbaban?

Veamos ahora el comienzo del soneto penúl-

timo, con mi versión latina:

VI

¡Es mi adiós!... Allá vas, bruna y austera,

por las planicies que el bochorno escalda,

42 Castañeda Batres, O., «M.J. Othón y el modernismo». En Boletín bibliográfico de la Secretaría de Hacienda, México, 1958, p. 7.43 Gallois, Jean, César Franck, Solfêges. Editions du Seuil, Paris, 1966, p. 132 ss.

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al verberar tu ardiente cabellera,

como una maldición, sobre tu espalda.

En mis desolaciones, ¿qué me espera?...

–ya apenas veo tu arrastrante falda–

una deshojazón de primavera

y una eterna nostalgia de esmeralda.

El terremoto humano ha destrüido

mi corazón, y todo en él expira.

¡Mal hayan el recuerdo y el olvido!

Aún te columbro y ya olvidé tu frente;

sólo, ¡ay! tu espalda miro, cual se mira

lo que huye y se aleja eternamente

Vale dico! Illac is, fusca et austera,

In vállibus ardoris solis arsis,

Verberántibus ignis comis sparsis,

Tibi maledicéntibus, in terga.

Quid exspectare possum in moerore?

(jam vix tuam reptantem vestem cerno)

Frondem decerptam témpore sub verno

Amissique smaragdi ampli dolores.

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Jam destruxit humanus terraemotus

Meum cor in quo mundus perit totus.

Memoriae et oblivio sit male!

Adhuc te cerno et frons a mente cedit:

Tergum, heu, tantu(m) intúeor et tale

Ut quod aeterne fugit et recessit.

EL HONDO CATACLISMO

En estos sonetos «que parecen haber sido hechos de

un solo ímpetu, con un dinamismo feroz del principio

al fin» el vate sabe evitar la sobreactuación, y siempre

troquela ceñidamente sus versos. «Y al mismo tiempo

que mantiene en toda su fuerza y pureza el ritmo

poético principal... le queda el poder para sacar

estrofas escultóricas, de entre el desfilar de versos

hoscos, doloridos, sacudidos de pánico»44. Así se abre

el «Envío» conclusivo, con mi conclusiva latinización:

En tus aras quemé mi último incienso

y deshojé mis postrimeras rosas.

Do se alzaban los templos de mis diosas

ya sólo queda el arenal inmenso.

44 Valdés, O., ensayo citado (p. 41 s).

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Quise entrar en tu alma, y ¡qué descenso!

¡Qué andar por entre ruinas y entre fosas!

¡A fuerza de pensar en tales cosas

Me duele el pensamiento cuando pienso!

¡Pasó!... ¿Qué resta ya de tanto y tanto

deliquio? En ti ni la moral dolencia,

ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto.

Y en mí, ¡qué hondo y tremendo cataclismo!

¡Qué sombra y qué pavor en la conciencia

y qué horrible disgusto de mí mismo!

EMISSIO

Tuis in aris ussi últimu(m) incensum

Atque effrondavi últimas rosas meas.

Aras ad meas ubi dabam deas,

Desertum modo nunc restat immensum.

Qui descensus, cum ánimam temptavi!

Qui gressus inter fossas et ruinas!

Cum multum cogitavi inter res illas,

Cogitatio alsit cum cogitavi!

Pertransivit! Quid nunc restat ex tantis

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Affectus? Neque in te ánimae dolentia

Nec turpis dolor neque sapor plancti.

In me, altum quam et atrox cataclismus!

Qualis umbra pavorque in conscientia

Meíque ipsíus quam tetrum fastidium!

Sólo unos poetas tan señeros como Peñalosa,

Octaviano Valdés y Alfonso Reyes han podido

desentrañar los secretos del Idilio salvaje, extrayendo la

miel de la boca de león del bardo potosino. De ellos

aprendemos que la perfección sólo se logra con una

larga paciencia.

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CAPÍTULO V

LOS POEMAS «PRINCIPESCOS»

La producción lírica de Manuel José Othón ha

abarcado muy variados niveles. Los he dividido,

convencionalmente, en «regios», «principescos» y

«familiares».

Ya hemos visto que Othón alcanzó las cumbres

poéticas en tres poemas «regios»: uno surgió cuando

fue desplegando las diversas horas de una jornada en

ambientes tropicales, en su Himno de los bosques, de 1891.

Un segundo poema «regio». Todavía se irguió

más arriba cuando continuó su heroico recorrido a

todo lo largo de la noche. Así supimos que, bajo la

pluma de un mago de la lírica, en las sombras de la

noche es más fecundo el recorrido de las sorpresas y

de las criaturas de los campos, que en pleno esplendor

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del día. Así lo hemos descubierto al ir recorriendo

la Noche rústica de Walpurgis, de 1897, con sus veintidós

sonetos. Tal es su segundo poema «regio».

Para sus últimos años de creación, nos reservó

Othón toda la densidad de su fantasía lírico

dramática para referirnos una estrujante aventura

amatoria con una «india brava». Tal ha sido su tercer

poema «regio»: su Idilio salvaje, editado en 1907, a raíz

del deceso del poeta.

RECORRIDO POR LOS POEMAS «PRINCIPESCOS»

Mas vamos a recorrer ahora el ciclo de sus poemas

de un impulso excelente, pero más cotidiano, aunque

no menos admirable. Son los que llamo «poemas

principescos». Primero aparece su «poema rústico»

de 1899 titulado Pastoral (A). Luego, su panorama

campestre de 1901 titulado Angelus Dómini. (B). Y en

tercer lugar su drama nocturno denominado Psalmo

del fuego, de 1902 (C). Debe incluirse también en

este capítulo su clasicista Oda al Teatro de la Paz, de

1894. (D). Y también debe caber aquí la evocación

horaciana titulada Nostálgica, de 1898 (E). Vendrán

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luego las Elegías a Joaquín García Izcazbalceta, a Gutiérrez

Nájera, a Marcos Vives y a Rafael Ángel de la Peña. (F). Cabe

aquí el pequeño himno a Benito Juárez, titulado clási-

camente Vis et vir (El valor y el varón), de 1906. (G).

Además, como cumbre entre los pequeños grandes

poemas de Othón se cuenta, naturalmente, el tríptico

de Las montañas épicas, de 1898, combinación de poderío

tectónico y de dignidad nacional. (H).

A. El poema Pastoral

Nos encontramos aquí con un ciclo de diez silvas que

despliegan la magistral versificación que Manuel José

Othón llegó a manejar en su madurez.

Estamos ante una bitácora lírica que va siguiendo

a un pastor entre las montañas a lo largo del día.

Este recorrido ya lo ha hecho Othón más de una

vez, tanto en el monte como en el pliego, pero cada

vez nos reserva nuevos hallazgos líricos. Nos llama

la atención leer que Othón anotó en carta a Juan

B. Delgado: «Casi dos años tardé en escribirla». En

realidad fue menos de un año: del 2 de diciembre de

1898 al 18 de septiembre de 1899.

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Ahora bien, es cierto que, como Othón gusta de

escribirlo a sus amigos, él es «premioso» para crear

sus poemas, o sea que compone en forma lenta y

pausada. Esta lentitud yo la percibo en poemas que

están cuajados de imágenes y de primorosos hallazgos.

Pero justamente este poema titulado Pastoral es

lo contrario de una pieza cuajada de vivencias. Sus

imágenes son brillantes, pero espontáneas; sus estrofas

son nutridas, pero diáfanas.

Sin duda lo que Othón anotó sobre haber durado

más de un año para componer este poema sólo indica

que estaba en una etapa en que hacía descansos de

largos días o semanas entre la creación de un pasaje y

de otro. En el episodio I conocemos al protagonista

único de este poema:

Es solo habitador de aquel albergue

un pobre rabadán: mas nunca el día

lo encontró bajo el rústico techado,

pues apenas ha el alba despuntado,

sus perlas derramando en cielo y tierra,

ya la figura del pastor se yergue

sobre el excelso pico de la sierra.

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La audacia de este poema consiste en que sólo

encierra una anécdota abstracta. El pastor es, para

el poeta enamorado de la vida campestre, ni más ni

menos que un héroe que realizará gloriosamente su

jornada rústica:

Como un dios se le mira desde el valle

en la roca granítica tallado,

El episodio II reitera que el pastor solitario «es

el rey y señor de la comarca/solamente habitada por

las fieras». A continuación, el episodio III se prodiga

en describir el paisaje con una magnífica «metáfora

continuada»:

Abajo, la llanura, las vecinas/selvas;

arriba, un océano: el oleaje

de las cimas rocosas y onduladas...

Continúa desplegando el episodio IV el majes-

tuoso panorama:

Y, cuando empieza a modular el viento

los himnos de su agreste sinfonía,

circula de la cima por la espalda

un divino temblor.

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Una nueva incidencia en la vida agreste llena el

episodio V:

el sol canicular su sangre abrasa

que, por las anchas venas, a torrentes

con ritmo libre y vigoroso pasa;

Reaparece en el episodio VI la anécdota del

trabajo creador:

El recio leñador, casi desnudo,

hiende los troncos jadeando.

En el episodio VII, Othón despliega la gloriosa

comparación del campo infinito con la estrecha ciudad.

Y es curiosa esta proclama campirana del poeta, si

tomamos en cuenta que cada vez que acudía a alguna

gran capital, disfrutaba tanto de las tertulias, del

reconocimiento y de los brindis de sus colegas, que

le escribía a su esposa que tanto él como ella habían

nacido para vivir en la capital. Manuel José sabía

exaltar los atractivos de las ciudades, pero aquí el que

canta es un Othón que tiene los ojos abiertos a los

vastos horizontes:

ve el triste solitario de los montes

–a mirar lo infinito acostumbrado

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y a esparcirse en los vastos horizontes–

el ruin y miserable hacinamiento

que forma la ciudad: ¡tapias y muros! (...)

Y divisa el pastor, con la mirada

que hiende, poderosa, los espacios,

las torres muy pequeñas, los palacios

aun más pequeños. ¿Y los hombres?... ¡nada!

¡Atención a las diversas hipérboles de Othón! En la Noche rústica de Walpurgis hace decir psicológicamente a las estrellas:

Sus cráneos ...

fraguas donde se forja el pensamiento...

Los astros son materia... ¡casi nada!

Y en cambio en esta Pastoral, físicamente las torres son pequeñas..., y los hombres ¡nada!

En el episodio VIII: ya el pastor baja a su cabaña y disfruta el esplendor de la noche:

y, cuando para orar alza la frente,

clavan en su pupila transparente

sus dardos de diamante las estrellas;

Ya es media noche de plenitud serena en el episodio IX, desarrollado en medio de la inmensa soledad:

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... Cuando la luna llena

baña la sierra en ondas plateadas,

el pico enhiesto de esplendor se viste

y se incrusta en la atmósfera serena.

Cierra este austero poema Pastoral, el episodio X,

que anuncia ya la aurora:

Repose en calma. La diurnal tarea

ya pronto volverá, pues tras el monte

una indecisa claridad blanquea...

Ya en las cumbres destácase el granito.

Ya se bañan de azul el horizonte

y el alma.

¡Oh infinito! ¡Oh infinito!

Más de algún lector podría decir: Othón es el poeta del infinito, en la medida en que el espacio logra embellecer las tareas del labrador con sus visiones etéreas.

B. El tríptico Angelus DominiNos encontramos aquí con un poema dedicado a Rafael B. Delgado, fechado en Santa María del Río, en julio de 1894.

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Nuestro vate ya había roto sus amarras con los poetas románticos de voz fogosa, y había tomado la senda de la austeridad. Por ello emprende aquí un ciclo de tres pares de sonetos, que en un manuscrito que se encuentra en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí había titulado, con cierto aire simbolista,

Blanco, Rojo y Azul.

Empero, la antorcha de su fantasía era tan cente-

lleante, que le brindaba nuevas sendas de esplendor para

recorrer desde el impresionismo hasta el expresionismo.

Por ejemplo, delicadamente impresionista como

un amanecer de Claude Monet nace el primer par de

sonetos de este ciclo, con el subtítulo Blanco:

Rompe el alba el botón de la mañana

con sus dedos de niebla luminosa

Y culmina con una fogosidad expresionista que

nos remite casi hasta la pintura de Vincent Van Gogh,

porque está trazado directamente con la fuente del

propio tubo denso de pigmento:

Y, de la cima oriente por los flancos,

ríos de luz descienden y chorrean,

hasta petrificarse en los barrancos.

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Este expresionismo de ingentes tornasoles se

proyecta hasta el final del segundo soneto:El ángel toca su clarín de plata

y el sol, que nace, a sus espaldas prende

una clámide roja de escarlata.

Con el número II (y el subtítulo Rojo) nos des-lumbran otros dos sonetos, que se cierran con este estruendo que nos evoca la majestad radiosa de la Gloria de Bernini, enmarcando a la Paloma Sagrada:

¡Oh salmo de las fuerzas, soberana

voz que el clamor universal encierra

y vibra por los ámbitos profundos,

como el gigante son de una campana

fundida en las entrañas de la tierra

o forjada en los yunques de los mundos!

Y llega luego con el número III y el título Azul, el tercer par de sonetos. ¡Qué delicadeza posee la mano de Manuel José Othón para trazar matices de una sutileza digna del pincel de William Turner! Así nos suena el dístico:

y a lo lejos vaguísima se esfuma,

profundamente azul, la serranía.

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Las vivencias más cotidianas pueden prolongarse,

en la pluma de Othón, hacia deliciosas visiones:

Suenan los cantos del labriego; cava

la tarda yunta el surco postrimero.

Y el tríptico de pares de sonetos, que nació con un

botón de rosa y se prolongó con el gigante son de una

campana, se esfuma hasta una visión penumbrosa

digna de Remedios Varo:

Su voz tristezas y consuelos vierte.

Humedecen sus ojos de zafiro

auras de vida y ráfagas de muerte.

C. Psalmo del fuego

Es un poema majestuoso y osado, fruto de los años

culminantes de Othón, hacia 1898. Como es natural,

está en los Poemas rústicos. Está trazado a vigorosas

pinceladas, desde los primeros párrafos.

Noche muy negra. Un paso: la cañada

defendida por ásperos pretiles (...)

el enorme talud de los cantiles.

Tiene hallazgos memorables como la creativa

reiteración encerrada en el párrafo que dice:

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... y hay un reposo

en las cosas, tan lóbrego y medroso,

que hasta el silencio duerme.

Y nuestro poeta sigue desplegando el paisaje

desolado, mortecino, cuajado de cactus y espinas:

... entonces aparece de improviso

allá, sobre la negra cordillera,

el rojo pincelazo de una hoguera,

cuya luz junta, con ardiente broche,

el velo del abismo al de la noche...

Así vemos que, con la hoguera, surge la visión de

un feliz refugio:

Un paso más. La inmensa lontananza

tuvo límite al fin ¡y Dios es bueno!

Ha entrado ya el espíritu en el pleno

triunfo de la esperanza.

Y la vastedad de las soledades la sigue desple-

gando el vate con magníficos latinismos:

Y en tanto que se extiende

por la callada bóveda del cielo

adamantino velo, (...)

se eleva hasta las cumbres misteriosas

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donde llamea ignipotentemente

la eterna zarza ardiente,

el gran clamor del alma de las cosas.

Con el pecho estremecido, se dirige el poeta al antes

desolado caminante y le anuncia el egregio oxímoron

que transforma aquella soledad montaraz. Al estar

iluminada por una hoguera palpitante, la montaña

ha adquirido el inmenso resplandor nacido del fuego

capaz de transformar la montaña en un palacio:

Tienes para tus penas un amigo,

en ese fuego salvador abrigo

y un inmenso palacio: la montaña.

Y el vate proclama luego que el caminante, por

haber encontrado una lumbrera salvadora en medio

de la noche, ya está vivificado:

Pasa la noche. Ya la madrugada

fortalecido encuentra al caminante

que a emprender se apercibe la jornada

por llanuras y montes, siempre errante.

Este último verso parece haberlo trazado Othón

como un epíteto que a él le sienta de maravilla:

«siempre errante».

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Y el poeta proclama de nuevo la presencia

deslumbrante del Creador. Y lo hace nada menos que

con siete proclamas de uno o dos dísticos cada una. La

más perfecta de ellas dice:

Porque en la soledad prestas abrigo,

y calor, y consuelo, te bendigo;

y porque hiciste el sol de fuego y oro.

¡oh Señor! yo te adoro.

D. La Oda a la inauguración del Teatro de la Paz

La más vasta poesía de Othón con carácter horaciano

sólo salió al público hasta que Peñalosa publicó las

citadas Poesías completas de M.J. Othón en 1947.

Es un encargo oficial para el estreno del máximo

teatro potosino en 1894. Para tan resonante ocasión,

Othón rebasa su costumbre inicial de imitar a Bécquer

y a Espronceda.

Ahora se remonta al Carmen saeculare que Horacio

había entonado por encargo de Augusto en los Juegos

Seculares que él presenció en el año 17 antes de Cristo.

Inclusive, evoca también la célebre Égloga IV de Virgilio.

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Si ese clásico canto latino de circunstancias, encargado a Horacio por el emperador Augusto, resultó una poesía perdurable, Manuel José tomará de él la inspiración para que su propia poesía de encargo resulte igualmente duradera.

En efecto, Othón ya había tomado del mismo Carmen saeculare el inicio «¡Oh padre Sol!» para su soneto «Bajo el sol», de 1899. Allí evocaba el Alme Sol, del v. 9 del mismo Carmen.

Si el nombre del protector Mecenas inicia cada uno de los libros de Horacio, a su vez el nombre de su inspirador Horacio aparece en el umbral de esta Oda othoniana, silva de endecasílabos y heptasílabos con consonancias ocasionales:

¡Oh padre Horacio! Si me fuera dable

tañer una vez sola de tu lira

las cuerdas de oro con robusta mano,...

Y viene, a renglón seguido, la referencia al propio Carmen saeculare:

¡Oh, de Venusia orgullo,

gloria y amor de Apolo y de sus hijas!:

tu Canto Secular escuchó Roma

y sus dioses oyeron tu plegaria.

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Entra luego de lleno Othón en la imitación del citado

poema. Allí se leen los tópicos Fertilis frugum... Caererem

corona... Et Iovis aurae (vv. 29 a 32). Y entonces una estrofa

de Manuel José parodia esa estrofa de Horacio:

Para el romano imperio le pedías

paz y prosperidad. A Ceres casta

blandas espigas y rosadas pomas.

A Júpiter el soplo de su aliento,...

Horacio pide luego protección para vírgenes y

matronas, y Othón también pide:

virtud y castidad para los pechos

de tus dulces y tímidas doncellas,

de tus nobles y olímpicas matronas.

También sigue Manuel José a Horacio cuando

continúa pidiendo:

Para el anciano a los sagrados númenes

pedías bienestar, luz para el niño,

valor para los hombres y nobleza...

Así va escalando Manuel Othón los pináculos

de la Poesía. Y de pronto le nacen alas de águila

y se remonta audaz hasta el dístico final donde ve

«abrazada la tierra con el cielo»:

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Y antes que el siglo feneciera, todo

gratos te concedieron: que la tierra

sintió otra vez la celestial pisada

con que la hollara la virtud, tornando

el honor y la fe con la pureza;

y la Abundancia derramó en el suelo

su rebosante cuerno, y vióse en tanto,

a los ecos triunfales de tu canto,

abrazada la tierra con el cielo.

Pero después, el vate potosino se vuelve hacia el

otro Dióscuro latino, Virgilio. Ahora se vuelve hacia

su tan celebrada Égloga IV. Así comienza:

Ya parece volver la edad dorada

con que soñó Virgilio.

Y emprende ahora Manuel José su más vasta

referencia a aquel pasaje de dicha Égloga IV del

Mantuano, a la cual se refería Borges cuando escribía:

«El inocente Virgilio, hará dos mil años, creyó

anunciar el nacimiento de un hombre, y vaticinaba

el de Dios»45. Se trata del dístico que los creyentes

45 Borges, J.L., «La otra muerte», en El Aleph, Buenos Aires, 16ª impresión, 1972

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solemos llamar profético, y el genial Borges nos ha dado la razón:

Iam redit et Virgo, redeunt Saturnia regna,

Iam nova progenies caelo demittitur alto.

(Ya vuelve la Virgen, vuelven los reinos saturnios,

Ya una nueva progenie de lo alto del cielo es

enviada).

Y así canta virgilianamente el clasicista Othón:Los númenes sagrados nos protegen,

que cerca están los tiempos

de que antes nos hablaba la Cumea.

Ya vienen otros siglos y con ellos

baja del cielo la divina Astrea.

Vuelven ya los imperios de Saturno

y a consolar nuestros acerbos males

desciende del Olimpo la gloriosa

generación de dioses inmortales.

Es la más vasta paráfrasis clásica que Othón creó. En ella se han disputado el lugar de honor tanto Horacio como Virgilio.

E. La horaciana oda Nostálgica

Nos encontramos ante la silva que Othón tituló

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Nostálgica. Se inicia con el epígrafe O, ubi campi?, que hemos encontrado –tomado directamente de las virgilianas Geórgicas II, 486. Además, evoca vagamente el hexámetro O rus, quando ego te aspiciam?

(Oh campo: ¿cuándo te contemplaré?)

de la Sátira II, 660, de Horacio.

Y las cinco estancias de esta silva «nostálgica» tienen varias referencias a Horacio. Así, cuando el vate potosino canta: «La tenaza/del odio, de la envidia el corvo diente» nos recuerda el Jam minus dente mordeor ínvido («Ya menos muérdeme el diente envidioso»). (Oda IV, 3, 16 de Horacio).

Enseguida, Othón se refiere enérgicamente al Pállida mors de la Oda I, 4, 13. Lo hace en esta añoranza de la muerte:

¡y yo quiero la muerte triste y pálida!

Esta poesía Nostálgica de Othón subraya su sabor horaciano cuando reelabora con audacia la oda Ille et nefasto (II, 13) de Horacio, en su dístico:

Te, triste lignum, te caducum

In dómini caput immerentis (vv. 11 y ss.)

(¡Oh triste árbol, que a caer ibas

en la testa de tu amo inocente!)

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Horacio maldecía ayer al árbol que casi lo había

asesinado. Hoy, Manuel José desea que otro árbol sea

el que lo asesine:

Quiero morir allá; que me triture

el cráneo un golpe de tus fuertes ramas

que, por el ronco viento retorcidas,

formen, al distenderse, ruda maza.

El horacianismo de Othón es muy flexible. Pri-mero, en una actitud paralela a la de Horacio, Othón rehúye el «diente envidioso» de los ciudadanos, en tanto que añora pasearse por los campos. Mas luego toma una actitud opuesta a la del Venusino. Anhela la muerte, con tal que se la cause la naturaleza: un árbol o una maza, un despeñadero o un pantano.

F. Las elegías: a Icazbalceta, a Gutiérrez Nájera, a Marcos Vives, a Rafael Ángel de la PeñaOthón dedicó a cada uno de sus mejores amigos su respectivo himno mortuorio, y todos resultaron me-morables. Ellos quedarán unidos a su recuerdo para siempre. En 1894 cantó un treno en tercetos a Joaquín García Icazbalceta, donde evoca la sentida Oda I, 24, de Horacio: Quis desiderio? en estrofas como ésta:

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... de la Fama el clarín menos ruidosa

lanza su voz; mas la Verdad austera

se doblega llorando silenciosa.

Al año siguiente falleció el inspirado Manuel

Gutiérrez Nájera. Y para él reelaboró Othón el

mismo tema, pero con otra estrofa memorable:

Pero, ¡ay! tan dolorosa y tan terrible

se hace para nosotros tu partida,

que la resignación es imposible.

Y Othón se lanzó hasta dedicar al mismo colega

incluso una reminiscencia de la Antología griega que decía:

Si Homero es un dios, que entre los dioses se

le honre,

pero si no es un dios, merecería serlo.

Entonces Manuel José comenta ante Gutiérrez

Nájera:

Si el artista es un dios, no fuiste un hombre.

Vivas están tus obras inmortales;

vive en ellas eterno su renombre.

Pero Othón, conmovido al ver que su colega y

tocayo había vivido sólo 35 años (1860-1895), le

cantó anonadado:

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¡Oh pálido poeta! Tu agonía

no fue un triste crepúsculo que muere;

fue un eclipse de sol a medio día.

Ni don Gabriel ni don Alfonso Méndez Plancarte

han señalado este dato innegable: el viril tema de la

Oda III, 3, (vv. 1 a 8), el famoso Justum et tenacem, es

obsesión de Manuel José, igual que lo ha sido de Díaz

Mirón, poeta al cual cita Othón al respecto, según

diremos. En la poesía In terra pax46, a la memoria

de Marcos Vives, ya Othón introduce atenuado el

tópico viril de Horacio:

Yo, como el gran poeta47, ante el despojo

del hombre de virtud sencillo y fuerte,

no estéril grito de piedad arrojo; (...)

Aún me parece verte, el alma llena

de reposo viril, franco el semblante

bajo la ardiente atmósfera serena:

46 En la edición de las Obras de M.J.O., SEP, 1928, In terra pax se lee, sorpresivamente, Interna pax.47 «El gran poeta» es sin duda Díaz Mirón, quien en su oda Requiescat in pace cantaba: Ante el despojo inerte/del hombre de virtud, yo no maldigo/sino aplaudo la muerte. Y, desde luego, también puede ser el propio vate romano Horacio.

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Mas donde Manuel José despliega en toda su

grandeza el tema inicial de la Oda III, 3, es en las

clásicas estrofas de su Elegía a la memoria de Rafael Ángel

de la Peña. La Academia Mexicana de la Lengua había

encargado a Othón entonar un treno por el ilustre gramático. El vate potosino aceptó escribirlo, pese a su salud gravemente dañada, y luego leyó fatigosamente su creación en la sesión solemne del 24 de octubre de 1906, que celebró en México la propia Academia en el Teatro del Conservatorio.

Y esta fue la conmovida paráfrasis horaciana de Othón para don Rafael:

Fue el varón fortunado de alta frente,

nunca sentado en la manchada silla

de pecadora y fementida gente;

que crece en altivez cuando se humilla,

incrustando, con ánimo sereno,

la frente en Dios y en tierra la rodilla,

y desprecia el relámpago y el trueno.

Pero, por desgracia, el poeta que cantaba

«Endulzo el amargor de mi ostracismo en miel de los

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helénicos panales y en la sangrienta flor del cristia-nismo» (en la misma Elegía), encontró demasiado amarga la desaparición de su amigo De la Peña. Dos semanas duró en la capital sin atender los consejos de

moderación que le daba su médico.

La enfermedad no se le separaba. Refiere

Montejano: «(Desde 1904) el trajín del drama (en

honra de Cervantes) El último capítulo, los homenajes,

las idas y venidas, acabaron por arrimarlo a la

sepultura.» (op. cit., p. 181).

Othón parecía sentir, como refiere la tradición

acerca del Réquiem de Mozart, que había compuesto

un canto para su propio funeral. Manuel José tenía la

impresión de que las doloridas quejas ante la tumba

de don Rafael las había escrito para sí mismo.

El potosino, en las largas noches bohemias entre

escritores, solía mezclar «la miel de los helénicos

panales» con los espíritus báquicos, los cuales

agravaban su cardiopatía y su enfisema pulmonar.

El 10 de noviembre regresó el poeta a su natal San

Luis, gravemente enfermo. Y, durante el transcurso

de su enfermedad, telegrafía a su esposa, pidiéndole

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que acuda desde Ciudad Lerdo hasta San Luis Potosí.

Hace coincidir el cumpleaños de Josefa con su propio

funeral.

G. Vis et vir (El vigor y el varón).

El Himno a Juárez.

Es un caso relevante el que Manuel José haya aceptado

la invitación del general Bernardo Reyes, entonces

Gobernador de Nuevo León, para entonar un himno

«Al Benemérito de las Américas, Benito Juárez». Lo

debía recitar en Monterrey, en la velada solemne del

21 de marzo de 1906.

Era cosa sabida entre amigos que Othón tenía

escasa admiración por el Benemérito. Pero era buen

amigo del General Reyes, el padre de Alfonso Reyes.

Entonces echó mano de todos sus recursos lírico

dramáticos, volvió la vista hacia todos los puntos de

la Naturaleza, y se lanzó a crear un peán magnífico

en catorce estrofas de alejandrinos multirrimados,

que suena así:

No el simbólico canto de la lira y la trompa,

para cantar al Indio nacido entre la pompa

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de la naturaleza, que sólo en su alma incrusta

amor, y hará que el canto brote y los aires rompa

de su seno de madre eternamente augusta...

H. Las montañas épicas

El citado general Bernardo Reyes, Gobernador de

Nuevo León, ya había encargado a Othón, hacia 1898,

un ciclo de sonetos que exaltara esa cadena montañosa

que se ve por largos tramos corriendo junto a las vías

férreas que unen a Monterrey con Saltillo.

Othón escribió esta nota para su edición príncipe

de los Poemas rústicos: «Con el nombre de Montañas épicas

designa el autor las formadas por una gran cordillera,

grueso ramal de la Sierra Madre, avanzadas hacia el

Norte de la República».

Les dio un epígrafe que tomó de los sonetos A

las montañas divinas, de los Trofeos de José María de

Heredia. Lo traduzco así:

En estas cumbres claras en que el silencio vibra

en el aire inviolable, puro y vasto, ascendente,

creo escuchar aún la voz del hombre libre.

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Othón creó un memorable trío de sonetos, el primero de los cuales termina así:

Y en la noche, los áridos peñascos,

las vértebras enormes del coloso,

sus empinados riscos y crestones,

semejan, en bosquejo tremebundo,

el esqueleto rígido y monstruoso

de un muerto sol pesando sobre el mundo.

En el segundo soneto surge una nueva alegoría con otra visión poderosa de la cordillera:

Sus arrugas de piedra, sus picachos (...)

aparecen cual hachas formidables,

titánicos puñales y saetas,

lanzas ingentes y ciclópeos sables.

Y el tercer soneto cierra el tríptico con la majes-tad de las águilas que sobrevuelan aquellas montañas:

Y allá, sobre las cumbres de granito,

las águilas indianas siempre alertas,

bajo el dosel azul del infinito

guardando están de nuestro honor las puertas,

al ultraje cerradas y al delito,

a la esperanza y al amor abiertas.

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CAPÍTULO VI

LAS PEQUEÑAS JOYAS FAMILIARES

El poeta Othón, que tan abundantes y sonoros

poemas había elaborado hasta el año 1880, guarda

silencio por cerca de veinte años y, a fines del siglo

XIX, comienza a cincelar y a reunir sus inspiraciones

con una actitud opuesta.

Ahora se inclina hacia los sonetos más austeros y

hacia los poemas de una o dos páginas. Y él, que había

prodigado los adjetivos estruendosos tales como «la

sombra ensangrentada» y los «folios inmortales», ya

hacia fines del siglo XIX opta por los epítetos me-

surados y por los adjetivos espléndidamente latinos:

Frons in mare, Intempesta nox, Angelus Domini.

Ya no impera en él desde entonces el desbor-

damiento, sino la pureza de los tonos y la mesura en

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las emociones, tales como el «fondo gris perla» de las

montañas.

Así es como ha abierto los ojos dentro del Olimpo

mexicano el poeta modernista Manuel José Othón,

compañero de Nervo y Urbina, precursor de López

Velarde y González Martínez. Por algo le había dicho

Díaz Mirón: —¡Vámonos, Manuel! Tú y yo somos los

poetas más grandes de América. Revisemos ahora este

cofre de pequeñas joyas líricas familiares en Othón.

Invocación

Aquí el poeta Othón traza un soneto que invoca a

la «Musa adorada» y le pide que proteja su alma

sufriente que «Abrasa el sol y el desaliento enfría». El

vate culmina dicho soneto con su amor a la Belleza,

al Arte, a Dios y a la Naturaleza.

Súrgite

Así es como comienzan los títulos latinos entre los

Poemas rústicos. Allí estiliza Othón su inspiración con

el «fondo gris perla» de los montes y con la perspicaz

alegoría: «Un alfanje de plata la luna». Luego, las

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sombras cruzan el espacio «tripulando sus góndolas

negras» y Venus vibra «su mirada imperiosa de reina».

Y luego, allí es «el sol, rosa inmensa de fuego». Y el

poema se cierra con «los rayos/en que inunda tu Dios

las esferas». Eso sí: la honda convicción creyente de

Othón no deja de vibrar en tesitura de estremecida

transparencia.

Sonetos paganos

Avanza aquí el poeta clasicista: Primero, «de Citeres

la virgen» surge «del mar de Chipre». Y aparece

una mejilla blanca «como del cisne de Estrimón la

pluma». Y cierran el soneto Pan y Apolo. Este es un

Othón que ya navega en esquife modernista.

En el segundo soneto de este grupo vemos brillar

«de Gliceris la mirada» y fluir «la Castalia fuente».

Luego vemos derramarse «sangre de Pan y leche de

Afrodita».

Othón cerraba este segundo «soneto pagano» con

el verso: La divina alma Genitrix palpita. Así evocaba

el inicio del vasto poema de Lucrecio De natura rerum:

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Aeneadum genitrix, hóminum duvumque voluptas,

alma Venus.

(Madre de los Enéadas, deleite de hombres y

dioses, Amada Venus).

Pero después recibe de su amigo Ambrosio

Ramírez una amplia versión de Odas de Horacio, y

entonces hace cambios en el mismo soneto, y lo dedica

«A Ambrosio Ramírez, después de leer su traducción

de Horacio» (1889).

Entonces introduce al «Venusino» y un pasaje

suyo: Áltera jam téritur, inicio del Épodo XVI. Y termina

así el soneto:

Y de tu lira en vibración sonora

¡el áltera jam téritur se escuche!

Anexo aquí un dato curioso. A la mitad del

soneto «Ya de Gliceris», Othón crea el endecasílabo

que acabará siendo una firma inconfundible de dos

modernistas mexicanos. Othón cincela el verso:

Coronada de pámpanos la frente.

Este endecasílabo viene del asclepiadeo de

Horacio:

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Ornata víridi témpora pámpino (Oda III, 25, in fine)

(Ornada en pámpanos verdes la frente)

Gutiérrez Nájera recuerda luego el endecasílabo

de Othón, y escribe en una «Epístola a Justo Sierra»:

«Y de pámpano y hiedra coronados». González

Martínez lo imitará también así:

Que lleva «coronada de pámpanos la frente»

(«Elogio de la vid»).

Voz interna

Esta melancólica poesía era una de las que Othón

gustaba de editar varias veces. Una vez la presentó en

Tula de Tamaulipas, en 1889. Otra, la dio a la Revista

Azul, en 1895, con el título de «Voz interna». Cincela

allí una página que comienza así:

En las noches tediosas y sombrías

buscan su nido en mi cerebro enfermo,

plegando el ala ensangrentada y rota

mis antiguos recuerdos.

Crepúsculos

Es un par de sonetos, de los cuales sólo el segundo

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alude al atardecer, en tanto que el primero evoca el amanecer. Está fechado en Sierra de Santa Bárbara, Tamps. Tiene dos emotivos finales pietistas. El primero dice casi al terminar: «Y alza a su Dios sus rítmicos acentos».Y el segundo concluye: «Hasta perderse en ti. ¡Gracias, Dios mío!»

PaisajesEstamos ante dos sonetos aceradamente modernistas. Austera inspiración los invade, léxico murmurante y clasicista los nutre, títulos latinos los coronan. Ambos son de 1889. El primero es Meridies y está dedicado a Gutiérrez Nájera.

El vate estaba satisfecho de su soneto, sobre todo del terceto final:

Desierto el robledal, secos los cauces,

y, tendido a la orilla del estero,

abre el lagarto sus enormes fauces.

También el otro soneto, Nóctifer, se cierra con un impagable terceto:

Y Venus, melancólica y tranquila,

desde el perfil del horizonte lanza

la luz primera de su azul pupila.

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Lobreguez, Scherzo trágico.

Es un fragmento de una leyenda inédita, publicado

en 1895. Aquí, Othón recuerda las abundantes

creaciones en que había parafraseado con sin igual

fogosidad las leyendas de Espronceda y Núñez de

Arce. Baste con citar este cuarteto:

Los corrales de piso fangoso

que han hollado pezuñas y cascos,

sobre el cual, por el piso impelidos,

flotan acres y fétidos vahos.

La Brevis descriptio, tarde campestre.

En el más puro estilo europeo, Othón incluye entre

sus obras propias una muy libre versión del poema

bucólico en neolatín Brevis descriptio vésperis verni, del muy

admirado neolatinista potosino, el padre Modesto

Santa Cruz. Lo tenía incluido en su libro Tentámina

poética («Intentos poéticos»), de 1851.

Denominamos neolatín al lenguaje que utiliza

don Modesto, porque cultiva esmeradamente el

lenguaje más clásico de Virgilio (según se comenzó

a practicar desde el Renacimiento), así como su

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versificación cuantitativa, que era propia de la edad

áurea del idioma del Lacio. Así comienza el poema

en hexámetros neolatinos de don Modesto:

Vesper veris erat. Flabat perléniter aura:

Tum Zéphyrus colludebat fontálibus undis

Fróndibus arbóreis, herbis et flóribus arvi.

Y así traduce Othón el pasaje en un castellano

acariciador, dentro de los más clásicos tercetos a la

italiana:

De mayo era una tarde. Mansamente

soplaba el viento y céfiro jugaba

de la fontana con la azul corriente;

en las frondas y hierbas susurraba

y en las flores del campo. Delicioso

era el lugar, y el valle deleitaba.

A Clearco Meonio

Esto es lo que se llama un tríptico clasicista. Lo

dedica Manuel José al obispo académico Joaquín

Arcadio Pagaza un año antes de 1895, en que fue

preconizado obispo de Veracruz en Jalapa. Othón se

lo envía desde Santa María del Río, S.L.P.

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Por cierto que este tríptico de sonetos lo inter-

pretó el obispo de San Luis Potosí, don Ignacio

Montes de Oca y Obregón, Mantenedor de los Juegos

Florales de esa ciudad, como parte de su discurso del

6 de abril de 1913.

En el primer soneto, «La Musa», desfilan el griego

cantor de Dafnis (o sea Simónides), y el latino Virgilio.

Luego, pasan Gracilaso y André Chenier. El soneto se

cierra con este dístico:

¡Anda, pastor! Devuélveme la avena

melificada por tu dulce labio.

Esa «avena» es típíca de Virgilio, pues nos evoca

su Bucólica I, v. 2:

Silvestrem tenui Musam meditaris avena

(Silvestre Musa evocas con tu flauta ligera)

Y, en el tercer soneto del grupo, «Los poetas»,

cuando leemos al final:

Una gota de miel en los oídos,

una gota de miel dentro del alma...

Percibimos un eco de Horacio cuando canta:

Dulce ridentem Lálagen amabo,

Dulce loquentem (Oda I, 22, in fine).

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(Dulce-rïente, a Lálage he de amarla,

Dulce-locuente)

Poema de vida

Es éste un excelente despliegue de virtuosismo poético

que bastaría para dar un lugar de honor a Othón en

nuestro Parnaso. Aquí nuestro vate se ostenta como

un gran señor del fraseo métrico y de la rima.

Estamos ante un tríptico de tres sonetos cada

sección. El primero se titula Idilio. Allí, Manuel José

exalta entusiasta la ubicua floración de la naturaleza:

Doquier la vida su vigor ostenta:

festonea las lilas y los dragos,

hace brotar los mustios jaramagos,

hincha la yema y el botón revienta.

El segundo canto es un Epitalamio, donde las

efusiones del amor son expresadas por Othón con

estrofas tan densas como ésta:

La vida, como el alma de Afrodita,

todo lo enciende: al hongo en el pantano,

al ave y al cuadrúpedo en el llano

y en el huerto a la humilde bellorita.

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Y en los tercetos del soneto final de esta sección, el

vate luce su genio oculto para manifestar los secretos

de una vida amatoria que para él, «errante, siempre

errante», era más una quimera que una realidad:

Tálamo de las tiernas golondrinas

es el aire, del tigre la espelunca,

del triscador ganado las colinas...

Nada tu fuerza poderosa trunca,

pues, renaciendo tú de las rüinas

¡oh fecundante Amor, no mueres nunca!

Y, dentro de la fogosa entraña de Othón, el canto

tercero no podía ser otra cosa que una Elegía, donde

él declama el contraste entre el dolor del clima helado

y la esperanza de la vida que renacerá:

Mas, ¿quién puede escuchar las misteriosas

voces que eleva en místico murmullo

el más oculto seno de las cosas?

Nada sucumbe: el encendido germen,

la crisálida envuelta en su capullo,

la célula y el grano... ¡todos duermen!

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Procul negotiis

Amo y señor del soneto modernista se demuestra Othón en este tríptico de sonetos entonados para tres momentos del día.

Y sucede que en el primero, titulado Matinal,

encierra Othón el soneto más argentadamente neo-

clásico que he detectado en toda su vasta producción.

Estos son sus cuartetos:

Quiero, bajo una bóveda de frondas,

tras muro grácil de temblosa hierba,

hundir los miembros, que el calor enerva,

en el fresco zafiro de las ondas;

columbrar desde ahí las parvas blondas

que el bruno y fuerte labrador acerva

y escuchar a la alígera caterva

que trina oculta en las cañadas hondas;

En seguida, el primer terceto encierra un formal

homenaje al Virgilio que había iniciado sus Églogas

cantando así:

Títere: tu pátulae récubans sub tégmine fagi

(Títiro: tú recostado a la sombra de

un haya extendida)

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Y así lo homenajea Othón:

y luego reposar, sin un quebranto

que en el enfermo corazón se hospede,

bajo el haya de Títiro florida;

Entonces, el corazón del poeta se evapora en

incienso de afectos dirigidos a lo alto:

y alzar a Dios, como oración, un canto,

si tan sólo este goce me concede

por las muchas tristezas de mi vida.

Como broche de oro del soneto, y casi de toda

su creación lírica, Othón proclama que estas rústicas

vivencias son su mayor goce en medio de una vida de

sinsabores. Éstos incluían las para él tediosas rutinas

como juez de paz en los poblados; la escasez de

tiempo para cincelar sus poemas; y la conjunción de

afecciones cardíacas y pulmonares, agravadas por lo

que Othón mismo calificaba como «el vicio del vino».

A este respecto, Marco Antonio Campos declara

que «si Valle Arizpe mira al amigo como un beodo

sin salvación, Montejano, espigando en las cartas a

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Josefa, lo considera un bebedor morigerado y culposo.

Creemos que se encuentra a medio camino»48.

Pero lo que no cabe duda es que el poeta

consideraba la embriaguez como una de «las muchas

tristezas de mi vida».

48 Campos, M.A., op. cit., Capítulo «Quién no llega a la cantina», p. 66.

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CAPÍTULO VII

OTHÓN, EL DRAMATURGO RELEGADO

Manuel José tenía puesta toda su atención en el

teatro, en los años que iban de 1880 a 83, cuando él

era novio de Pepita. Y ya hemos visto que fue famoso

antes por su teatro que por su poesía.

Es propio del teatro de Othón el efectismo, recurso

que siempre estará ante su vista, incluso en todos sus

poemas mayores y en los poemas de la época de Poesías

publicadas en 1880, cuya segunda parte, «Leyendas y

poemas» sigue a sus «Violetas».

Claro que ese efectismo se centra en la mujer, eje

moralista fundamental de todos sus dramas. Y añade

acertado Álvaro Álvarez Delgado que el tercer recurso

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básico de Othón, tras el efectismo y tras la presencia de

la mujer, es la repercusión del pasado en el presente49.

Algunos ejemplos del efectismo de Othón se ven

en páginas como un colofón de la «leyenda marina»

La loca de las olas: «¡Una rival le arrebató sus dichas/y

del martirio le brindó la palma!» (Episodio V).

Otra muestra de efectismo en la misma serie

othoniana está en la Historia de un beso: «Y se queda sin

alma quien da un beso/porque se lleva dos quien lo

recibe» (Episodio X).

Un nuevo ejemplo de efectismo está en el poema

Paolo. Y tiene un final más que efectista, extravagante:

«¡Y desde entonces, con la vista errante!,/del infinito

en la región remota/cree ver una figura deslumbrante/

que le recuerda a la mujer idiota!» (Epílogo).

Y la leyenda La estatua de carne muestra el mismo

efectismo del final de la novela Nötre Dame de Paris, de

Víctor Hugo. «Y allí la halló sobre la tumba, inerte./

Pasó después un día y otro día.../¡y allí está todavía,/

en un diálogo eterno con la muerte!» (En el epílogo).

49 Álvarez Delgado, Álvaro, Introducción al Libro III, «Teatro», en M.J. Othón, OBRAS COMPLETAS, Compilación de J.A. Peñalosa. México, FCE, 1997, Tomo II, p. 209.

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Hay, además, un feroz efectismo en el colofón del

poema Los amores de la tierra: «Atravesó a los dos de una

estocada.../Pero en el acto de morir Paolo,/Viendo

a su hermano por la rabia ciego,/con moribunda voz

le dijo sólo: /–¡Te perdono, Caín!– y expiró luego».

Es una realidad que Othón vivió muchos años

rondando en el teatro. Además de una docena de

proyectos y de fragmentos, Othón cuenta con cinco

o seis dramas (dos de ellos perdidos), una comedia y

dos monólogos.

1. El más apreciado de sus dramas fue Después de la

muerte, de 1883. Argumento levemente dramático de

fondo moralista. El eje es Consuelo, esposa de Carlos,

quien la ve abrazándose con Román. El esposo cree

que la esposa lo engaña, pero se acabará sabiendo

que Román es medio hermano de Consuelo, pues

la madre de ella lo había engendrado en un desliz.

Y esa falta la persigue aún después de la muerte. Es

común señalar que este drama fue inspirado a Othón

por El gran galeoto, del hoy ya olvidado Premio Nobel

hispano José Echegaray. Empero, fue tal su éxito,

primero en San Luis y luego en la capital, que los

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amigos de Othón le pagaron al poeta el viaje a la

ciudad de México para que presenciara una función

en su beneficio.

2. Lo que hay detrás de la dicha. Es un drama creado en

1886, pasados tres años de Después de la muerte.

Se le comparó con el citado drama triunfador

de Othón, y siempre se le consideró inferior. Suele

comentarse que la principal diferencia es el cambio

de verso a prosa. El citado Álvaro Álvarez Delgado

subraya que el personaje de Virginia parece querer salir

del acartonamiento usual en los personajes de Othón.

3. Viniendo de picos pardos, monólogo masculino de

1892. Es un notable ejercicio de versificación humo-

rística. El actor despliega una fácil jocosidad al referir

que viene saliendo de una fiesta de gran sociedad. La

técnica teatral está aquí hábilmente manejada.

4. A las puertas de la vida, es un monólogo femenino

de 1904. Fue estrenado en una reunión familiar del

general Bernardo Reyes. Resultó un tour de force para

el poeta, quien tuvo que componer esta pieza de

aire melodramático, en unos pocos días. La actriz,

Otilia Reyes, realizó la hazaña de aprenderse las

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13 páginas del texto en una sola noche. Su valor es

sólo anecdótico, pues su trama es muy sencilla: una

tarde de felicidad para una joven que tendrá una

fiesta, se oscurece cuando le llega la noticia de que su

hermano, ingeniero de minas, ha caído víctima de un

hundimiento.

5. El último capítulo, es un drama en un acto y en

prosa, de 1905. Este drama fue solicitado por el

gobernador José María Espinosa y Cuevas, dentro

de los festejos del tercer centenario del Quijote, y se

estrenó en el Teatro de la Paz.

Encierra un lirismo relevante, pues Othón amaba

como pocos a Cervantes. Tuvo el acierto de incluir

en sus parlamentos abundantes pasajes del Quijote y,

como anota Álvarez Delgado, encierra un carácter

evanescente tanto en los personajes como en las

situaciones.

La realidad histórica da vida a las diversas escenas.

Allí, Cervantes está indignado contra Avellaneda,

quien ha escrito, como «Segunda parte de Don

Quijote», una novela saturada de extravagancias, la

cual ofende al propio Cervantes.

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Luego, la pobreza proverbial del novelista se

muestra cuando llega un caballero a pagarle mil

maravedís. Pero muy pronto llega otro caballero a

cobrarle una deuda de tres mil. Cervantes apenas

logra calmar al acreedor con los mil recién recibidos.

En otra inspirada y larga escena, Gutierre de

Cetina muestra a Cervantes su admiración personal,

adjudicándole a Dulcinea el célebre Madrigal «Ojos

claros, serenos» (ya sea suyo o de un homónimo).

Mas llega luego el religioso Fray Luis de Aliaga a

solicitarle a Cervantes que no dé a las prensas su Segunda

parte de Don Quijote, pues Avellaneda ya ha publicado

la propia, y este trabajo remediará la pobreza de

Avellaneda, si es que Cervantes no le pone reparos.

Don Miguel protesta indignado por las propuestas

del fraile. Éste le formula primero evasivas promesas

si acepta... luego, amenazas si se opone. Cervantes no

cede. Aliaga se retira, indignado.

Cervantes redacta de inmediato el último capítulo

de Don Quijote, y dice luego a su esposa y a su sobrina:

—¡Ha muerto Don Quijote!... Recobró la

razón... ¡Volvió a la vida!

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—¿Por qué lo habéis tornado cuerdo?

—Porque había perdido la esperanza.—

Es entonces cuando suena el toque de las Ánimas.

—¡Don Quijote ha muerto!... Roguemos a Dios

por la suya.

Con sus convicciones habituales, Othón ha

exhibido la nobleza de Cervantes, y también su

propia alma de creyente.

6. Herida en el corazón, fue un drama en tres actos y

en verso, de 1877. Aunque fue representado con éxito,

no tenemos más datos sobre él.

7. La sombra del hogar, fue un drama en tres actos y

en prosa, de 1878. Tuvo poco éxito.

8. La cadena de flores, es una comedia familiar en un

acto y en verso, publicada en 1878. Obra incompleta,

pero de fluida versificación. Trata del esposo rico e

infiel, que acaba por convencerse de la felicidad en

familia.

9. El maestro Zacarías, drama lírico en verso. Sólo se

conserva poco más de un acto.

Por lo demás, de diez proyectos dramáticos

de Othón que conservamos, el que el autor más

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menciona se titula Victoriosa (proyecto de drama en

cuatro actos y prosa).

Es de notar que el drama más admirado de Othón

ha sido Después de la muerte, el cual llegó a filmarse en la

época inicial del cine mexicano, si bien con poco éxito.

Ahora bien, la obra dramática de Othón que

todavía se suele transcribir en antologías es, sin duda,

su drama cervantino El último capítulo. Por lo demás,

este drama es el último de su vida.

En suma, Othón había entrado en el torbellino

del teatro de la segunda mitad del siglo XIX, pero

acabó por decepcionarse de él, tanto por las premuras

de los estrenos, como por la inexperiencia de los

actores que solía encontrar como colaboradores.

Pronto comprendió Othón que para él no tenía

caso ser un dramaturgo oscuro entre muchos, si

podía ser un poeta lírico brillante como pocos.

A ello se refiere el citado dicho de Díaz Mirón a

Othón: —¡Vámonos, Manuel! Tú y yo somos los más

grandes poetas de América.

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EPÍLOGO

¡VÁMONOS, MANUEL!

Con toda razón, admiradores de Othón como

Alfonso Junco50 se han pasmado ante la honda visión

etérea de un poeta que llevó siempre como símbolo el

sufrimiento. En medio del dolor, ha logrado Manuel

José hacer brotar la belleza lírica, como una flor

delicada en medio del desierto. No es sólo lirismo el

conocido terceto:

Endulzo el amargor de mi ostracismo

en miel de los helénicos panales

y en la sangrienta flor del cristianismo51.

El helenismo clásico (a través de Virgilio y de

Horacio) es para él una miel necesaria para endulzar

50 Junco, Alfonso, «Othón en mi recuerdo y en mi entraña» citado, p. 77.51 En mi latinización, dice: Edulco ruditatem ostracismi / inter favorum mel hellenicorum / et in cruento flore christianismi.

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su ostracismo, junto con «la sangrienta flor del cris-

tianismo», que él supo cultivar siempre con gallardía

de poeta orgulloso de su tradición judeocristiana.

Así hemos encontrado en Manuel José Othón

al poeta que, entre bosques, desiertos y montañas,

buscaba la salud para sus pulmones dañados en

los meses de agonía de su padre, pero que en esas

soledades encontró la inspiración para los poemas

más majestuosos del Parnaso de América.

Si sus estrofas más memorables ameritan una

versión latina, vierto así su más célebre cuarteto:

Remember!

Señor, ¿para qué hiciste la memoria,

la más terrible de las obras tuyas?

¡Mátala por piedad, aunque destruyas

el pasado y la historia!...

Memento!

Dómine, cur fecisti tu memoriam,

Terribilem valde inter gestas tuas?

Illam occide, quaeso, etsi tum ruas

delapsa et tum historiam!

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Bucolicae. Introducción, versión rítmica y notas de R.

Bonifaz N. México, UNAM, BSGRM, 1961.

Eclogae, Introducción, versión rítmica y notas de R.

Bonifaz N. México, UNAM, BSGRM, 1967.

q. Horatii flaCCi, Odes et Épodi, a cura di Giorgio

Vitali, Zanichelli, Bologna, 1968.

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ÍNDICE

Preámbulo

CAPÍTULO I, I9

Sus altibajos vitales y editoriales

La odisea profesional de Othón

Los infortunios editoriales

CAPÍTULO II, 37

Poemas «regios»: El Himno de los bosques

Agonía sinfónica en el bosque

Epílogo declamado

CAPÍTULO III, 52

Del Primero sueño de Sor Juana a la

Noche rústica de Walpurgis

Surgen las sombras

Pausa luminosa

El pavor retorna

Esplendores matutinos

Colofón lírico

Ensayo general

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CAPÍTULO IV, 75

El Idilio salvaje. Testamento secreto de OthónUn poema con vastedad de imágenes

Las coincidencias virgilianasOthón en sonetos latinosDensa síntesis dramática

La india bravaDos correctores moribundos

La silueta a contraluzEl amor prohibido

El hondo cataclismo

CAPÍTULO V, 100Los poemas «principescos»

A. Poema PastoralB. El tríptico Angelus Domini

C. Psalmo del fuegoD. La Oda a la inauguración del Teatro de la Paz

E. Las horaciana oda NostálgicaF. Las elegías: a Icazbalceta, a Gutiérrez Nájera, a

Marcos Vives, a Rafael Ángel de la Peña

G. Vis et vir (El vigor y el varón). El Himno a Juárez

H. Las montañas épicas

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CAPÍTULO VI, 127

Las pequeñas joyas familiares

Invocación

Súrgite

Sonetos paganos

Voz interna

Crepúsculos

Paisajes

Lobreguez, scherzo trágico.

La Brevis descriptio, tarde campestre.

A Clearco Meonio

Poema de vida

Procul negotiis

CAPÍTULO VII, 141

Othón, el dramaturgo relegado

EPÍLOGO, 149

¡Vámonos, Manuel!

Bibliografía

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Impresión

Procesos Gráficos

Av. Salvador Nava Núm 1553

Colonia Constituyentes

San Luis Potosí, S.L.P.

Agosto de 2010

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Vallejo 300

Barrio de San Miguelito

78330 San Luis Potosí

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