t1. la crisis del antiguo régimen

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Hª Comtemporánea de Europa Centro Oriental Carlos Basté López Tema 1 1º Cuatrimestre 1 T1. La crisis del Antiguo Régimen Introducción El término de Europa Centro-Oriental fue propuesto por el historiador polaco Oskar Halecki en los años treinta del siglo XX y hace referencia a un vasto cuadrilátero limitado al norte por el Mar Báltico, el oeste por el río Oder, los Montes Metálicos y la selva de Bohemia, al sur por los Alpes Dináricos y el valle del bajo Danubio y al este por las tierras vecinas a los ríos Niemen, Bug y Dniéster. En esta gran zona habitan varios pueblos eslavos (polacos, checos, eslovacos, eslovenos, croatas y serbios), germanos (en Austria, Banato y Transilvania), húngaros y rumanos, además de etnias sin tierra como gitanos y hebreos. Durante años, aquí se registró una pugna constante entre Austria y Prusia, empeñadas en extender la Mitteleuropa hacia el este del continente, y Rusia, necesitada de nuevas salidas al mar libres de hielos y deseosa de influir sobre los pueblos eslavos occidentales. Podemos distinguir dos zonas diferencias, separadas por los Cárpatos, por un lado el espacio carpático-báltico, es decir, la gran llanura polaca que une las tierras bajas del norte de Alemania con los países bálticos y la llanura central rusa y por el otro el espacio danubiano, zona vertebrada por el río Danubio y delimitada por los montes de Bohemia, los Montes Tatra y la cordillera de los Cárpatos, con su proyección exterior en Valaquia y Moldavia, además de las estribaciones de los Alpes Dináricos y Cárnicos. En ambos espacios se ha desarrollado, a lo largo de los dos últimos siglos, la azarosa vida de numerosos pueblos, primero entre las fronteras de cuatro grandes imperios – Rusia, Prusia, Austria y Turquía – y después en diez estados independientes, basculando entre breves períodos de paz y traumáticas transformaciones políticas y económicas, todo ello jalonado por una rica vida cultural y unas complejas relaciones sociales. Europa a mediados del siglo XVIII

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Page 1: T1. La crisis del Antiguo Régimen

Hª Comtemporánea de Europa Centro Oriental Carlos Basté López Tema 1 1º Cuatrimestre

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T1. La crisis del Antiguo Régimen

Introducción

El término de Europa Centro-Oriental fue propuesto por el historiador polaco Oskar Halecki en los años treinta del siglo XX y hace referencia a un vasto cuadrilátero limitado al norte por el Mar Báltico, el oeste por el río Oder, los Montes Metálicos y la selva de Bohemia, al sur por los Alpes Dináricos y el valle del bajo Danubio y al este por las tierras vecinas a los ríos Niemen, Bug y Dniéster. En esta gran zona habitan varios pueblos eslavos (polacos, checos, eslovacos, eslovenos, croatas y serbios), germanos (en Austria, Banato y Transilvania), húngaros y rumanos, además de etnias sin tierra como gitanos y hebreos. Durante años, aquí se registró una pugna constante entre Austria y Prusia, empeñadas en extender la Mitteleuropa hacia el este del continente, y Rusia, necesitada de nuevas salidas al mar libres de hielos y deseosa de influir sobre los pueblos eslavos occidentales. Podemos distinguir dos zonas diferencias, separadas por los Cárpatos, por un lado el espacio carpático-báltico, es decir, la gran llanura polaca que une las tierras bajas del norte de Alemania con los países bálticos y la llanura central rusa y por el otro el espacio danubiano, zona vertebrada por el río Danubio y delimitada por los montes de Bohemia, los Montes Tatra y la cordillera de los Cárpatos, con su proyección exterior en Valaquia y Moldavia, además de las estribaciones de los Alpes Dináricos y Cárnicos. En ambos espacios se ha desarrollado, a lo largo de los dos últimos siglos, la azarosa vida de numerosos pueblos, primero entre las fronteras de cuatro grandes imperios – Rusia, Prusia, Austria y Turquía – y después en diez estados independientes, basculando entre breves períodos de paz y traumáticas transformaciones políticas y económicas, todo ello jalonado por una rica vida cultural y unas complejas relaciones sociales.

Europa a mediados del siglo XVIII

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En el momento en que se iniciaba la Revolución Francesa, cuatro sistemas políticos evolucionaban en la Europa Centro-Oriental. La cuenca cárpato-báltica estaba ocupada por el reino de Polonia, cuyo particular sistema político facilitaba su desmembramiento en manos de rusos, austríacos y prusianos. Por su parte, Austria, formada por diversos territorios y pueblos gobernados por los Habsburgo, se encontraba en pleno proceso de expansión desde el interior de la cuenca danubiana. Al sur y al este de los Cárpatos, Valaquia y Moldavia vivían sometidos al vasallaje del Imperio Otomano y al sur del río Sava, los serbios luchaban por mantener su identidad dentro del mismo imperio.

El final de la unión polaco-lituana La Polonia del siglo XVIII tenía 12 millones de habitantes y ocupaba las regiones de Pomerania Oriental, Gran Polonia, Pequeña Polonia, Mazovia, Galitzia, Podolia, Volinia, Lituania, Curlandia y Livonia meridional, más las Marcas del Este, territorios de las actuales Bielorrusia y Ucrania al oeste del Dniéper. Formalmente estaba formada por la confederación del Reino de Polonia y del Gran Ducado de Lituania, unidos a partir de la Unión de Lublin (1569) en una monarquía electiva denominada Rzeczpospolita (República).

El inestable modelo político polaco-lituano se veía constantemente asediado por dos problemas acuciantes:

a) Desde mediados del siglo XVII, Polonia había cedido terreno a sus vecinos y el acoso continuaba. Rusia había conquistado el ducado báltico de Livonia y las

SEMGALLIA

LIVONIA

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Marcas al este del Dniéper, además de Kiev. Por su parte, los Hohenzollern se adueñaron del ducado polaco de Prusia en 1618 que, tras la aparición del Reino de Prusia, pasó a denominarse Prusia Oriental.

b) El dominio político de la nobleza y el clero derivaban en una constante crisis interna, en un creciente desgobierno y en la parálisis de las estructuras sociales y económicas.

El sistema social La sociedad polaca del siglo XVIII tenía una organización básicamente feudal, con una nobleza (szlatcha) que ostentaba poderes absolutos y una masa de campesinos sometidos a la servidumbre de la gleba. En general, los nobles no pagaban impuestos y no podían ser arrestados o juzgados por tribunales ordinarios, aunque si situación personal era muy variable pues la pequeña nobleza rural y la nobleza media habían ido perdiendo progresivamente parte de sus propiedades a favor de la alta nobleza, constituida por una escasa oligarquía de familias – Potocki, Sapihea, etc. – poseedoras de los feudos más grandes de Europa, con centenares de aldeas y villas de su propiedad. La Rzeczpospolita contenía gran variedad de etnias. Por una lado los polacos eslavos y los lituanos baltos, que hablaban lenguas distintas y poseían rasgos culturales diferenciados. La szlatcha gozaba de derechos feudales sobre pueblos eslavos como los bielorrusos y los rutenos (ucranianos occidentales), que trabajaban sin derechos políticos o culturales como siervos de la gleba. Había también kuros, semgallios y livones (letones), pueblos baltos cristianizados súbditos de los reyes polacos. Kuros y semgallios habitaban en el Ducado autónomo de Curlandia y Semgallia, gobernado por la aristocracia feudal germana (júnkers). Era importante la minoría germana concentrada en el litoral y en la Gran Polonia debido al impulso colonizador medieval germano, que había creado ciudades con leyes propias como Danzig (Gdansk) o Posen (Poznan). A pesar de todo, la derrota de la Orden teutónica y la decadencia de las ciudades habían reducido el peso de los júnkers y de los comerciantes alemanes. Unos 800.000 judíos marcaban una distancia cultural - tenían su propia lengua (yiddish) y cultura (asquenazí) -, racial y religiosa con el resto. Se habían establecido en el Gran Ducado de Lituania y en las tierras orientales de Polonia. La mayoría vivía pobremente como campesinos y en las ciudades se hacinaban en ghettos donde practicaban el comercio y la artesanía y asistían libremente a la sinagoga, alejados del antisemitismo de las comunidades cristianas. En Polonia convivían entre continuos conflictos varias confesiones. Polacos y lituanos profesaban el catolicismo, religión oficial del Estado. En Galitzia oriental, Volinia, Podolia, Ucrania y Bielorrusia, mientras los terratenientes eran católicos, los campesinos y los habitantes de las pocas ciudades eran ortodoxos. En Galitzia ganaba terreno la Iglesia Uniata, de fe ortodoxa pero cuyos fieles obedecían al Papa y a sus obispos. Por su parte, la Reforma protestante se había extendido por el Báltico en el siglo XVI pero en el XVII la Contrarreforma encabezada por los jesuitas austriacos, redujo el protestantismo a la Pomerania Oriental y a ciudades cercanas a Brandemburgo y Silesia, donde residía una amplia comunidad luterana cuya nobleza y burguesía controlaban la vida económica y los empleaos públicos, al tiempo que administraban las tierras de la Corona. Ortodoxos, protestantes y judíos (llamados disidentes) eran constantemente presionados por la comunidad católica, aunque sus ritos estaban permitidos.

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Una economía en decadencia La base del sistema económico polaco era la explotación de la tierra a través de una enorme masa de campesinos que, bajo condición servil, empleaban medios primitivos en las propiedades de la Corona, la Iglesia y la nobleza. Las fortunas nobiliarias se hicieron así mediante la exportación de trigo y madera a la Europa Occidental a través de Gdansk y el abastecimiento de avena, cebada y centeno al mercado interior. Los campesinos entregaban el exceso de producción respecto a sus necesidades de subsistencia al señor feudal y, además, prestaban la corveé, impuesto convertido en trabajo forzoso durante un período concreto en el feudo señorial. En estas circunstancias, la circulación de monedas era escasa aunque los magnates y el alto clero mantenían rentas en metálico como herramienta de proyección social y política. Por otro lado, mantenían un estrecho lazo con las corrientes culturales de la Europa Occidental y Central y ejercían constante mecenazgo con artistas, filósofos y arquitectos que construían sus palacios inspirados en Versalles. Las ciudades, propiedad de la nobleza o la Corona, carecían de derechos políticos o autonomía legal y, a falta de grandes urbes, la burguesía de Cracovia, Gdansk o Lvov apenas era un motor económico. La mayoría de burgueses, hebreos o alemanes, eran simples agentes de la nobleza que exportaba materias primas y alimentos e importaba manufacturas y objetos de lujo. A lo largo del siglo XVIII el sistema socio-económico entró en decadencia debido a las continuas guerras que absorbían las rentas de la Corona y la nobleza y a la disminución de las exportaciones de cereales – especialmente trigo – provocada por el avance de la agricultura en Europa Occidental y por el aumento de los derechos aduaneros en Dinamarca y Prusia. Incapaz de modernizar las técnicas agrícolas, la alta nobleza comenzó a acaparar nuevas propiedades dispersas que, lejos de aumentar la producción, la redujo y provocó un aumento de los costes de administración. La servidumbre de la gleba era un sistema inadecuado pues los siervos no tenían estímulos para aumentar su producción y, además, huían de las tierras señoriales cansados de la explotación para ofrecerse como proletariado agrícola itinerante de temporada en ciudades y aldeas. En Polonia la industria era casi inexistente y la artesanía estaba asociada a las labores agrícolas e integrada en el sistema servil. En las ciudades existían talleres de artículos de lujo pero que no podían competir, ni internamente, con los tejidos de Bohemia y Silesia o con los artículos suntuarios de Sajonia o Europa Occidental. La ausencia de una monarquía absoluta impidió el desarrollo de talleres reales que en otros lugares constituyeron la base de una industria nacional, aunque también contribuyó el desinterés de los nobles que preferían importar manufacturas del extranjero para venderlas después en el exiguo mercado interior. El Estado y las instituciones En la confederación de Polonia y el Gran Ducado de Lituania ambos estados conservaban sus leyes y administraciones y compartían la Monarquía, la Dieta (Sejm) y la política exterior, sin embargo, el concepto de Estado estaba cuestionado. La alta nobleza – pues la baja y media nobleza fueron perdiendo su influencia a lo largo del siglo XVIII - dominaba la Sejm, parlamento estamental formado por representantes de las Dietinas provinciales.

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La Dieta elegía al rey, elaboraba las leyes, aprobaba nuevos impuestos y acordaba las levas militares pues Polonia no tenía ejército permanente. El monarca solía ser elegido entre los miembros de una de las grandes casas o de una dinastía real extranjera. Al acceder al trono, juraba respetar las libertades tradicionales de la nobleza lo que lo convertía en una figura casi decorativa que sólo gobernaba el patrimonio de la Corona y designaba a los altos funcionarios para sus puestos vitalicios. En el siglo XVI la dieta había establecido el derecho de veto de cualquiera de sus miembros (liberum veto) para evitar el absolutismo real, así que un solo individuo podía bloquear cualquier medida y obligar así a la finalización de la sesión en curso, lo que la empujaba a una constante inoperancia. En la imagen, escena en el Sejm pintada en 1806 por Kazimierz Wojniakowski. Polonia era, por tanto, una agregación de territorios sin un poder centralizado en el que los importantes parlamentos provinciales (Dietinas) estaban dominados por la nobleza local que imponía sus intereses a otros estamentos. Las familias de magnates ostentaban su poder a través del Sejm, de las Dietinas y del gobierno de sus estados feudales, en los que su administración no tenía límites, ejercían su justicia, cobraban impuestos y levantaban ejércitos. Así, cuando sus intereses se veían amenazados, los magnates encabezaban confederaciones que llevaban el nombre de la ciudad donde se formaban para enfrentarse al rey o a las facciones rivales de la Dieta en auténticas guerras civiles. La crisis de la Monarquía La debilidad del Ejecutivo, los bandos enfrentados de la nobleza y la diversidad étnica y religiosa de Polonia era terreno abonado en el que las potencias vecinas podían obtener sus propios beneficios. En 1697 fue coronado rey Augusto II de Sajonia gracias al apoyo del zar Pedro I, aunque no contaba con el apoyo mayoritario de la Dieta. El nuevo rey, aliado de rusos, sajones y daneses, atacó al débil monarca sueco Carlos XII para asegurar su supremacía conjunta en el Báltico, sin embargo, las iniciales derrotas de esta coalición provocaron la huida de Augusto II y la entronización en su lugar de Estanislao Leszynski (1704) con apoyo de la pequeña y mediana nobleza polaca y del monarca sueco. La guerra entre estos países continuó hasta la total derrota de las tropas suecas en Poltava (1709), lo que precipitó el retorno de Augusto II gracias al apoyo por el zar y los magnates polacos (en la imagen, la batalla de Poltava pintada por Denis Martens el Joven en 1726).

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Augusto II intentó entonces reforzar la Monarquía frente al poder de la Dieta y formar un ejército profesional permanente, lo que empujó a la nobleza a establecer la confederación de Tarnogród y pedir la ayuda al zar ante la llegada de tropas sajonas para apoyar el rey. Los rusos entraron entonces en territorio polaco y convocaron a la Dieta para revocar las medidas del monarca. En presencia del embajador ruso, la llamada “Dieta muda” estableció que las tropas sajonas evacuarían Polonia, que el ejército polaco se limitaría a 24.000 hombres, que el rey mantendría su poder matizado por la Dieta y que los rusos serían reconocidos como “garantes de su gobierno y de sus reyes”, lo que de hecho convertía Polonia en un protectorado ruso. Tras la muerte en 1733 de Augusto II existía una cierta unanimidad interna sobre Estanislao Leszynski, descendiente de una dinastía nacional y suegro del rey de Francia1, sin embargo, Rusia y Austria no querían un rey relacionado con la corona francesa por lo que presionaron para mantener en el trono a los Wettin sajones y ese mismo año la Dieta se vio forzada a elegir a Augusto III. La elección provocó el estallido de la Guerra de Sucesión de Polonia que se extendió hasta 1738 y enfrentó a los estados borbónicos de Francia y España con Austria por su manifiesta intención de extender sus intereses en el este de Europa. El Tratado de Viena, que puso fin al conflicto, cedió el Ducado de Lorraine a Leszynski y confirmó en el trono polaco a Augusto III. Se inició entonces un reinado (1733 – 1763) en el que Polonia estuvo paralizada políticamente debido a la indiferencia del rey por los asuntos públicos y al uso continuo de liberum veto. Además, las injerencias zaristas empujaron a Polonia a colaborar con Rusia en sus conflictos con Turquía y Prusia, sufriendo sus consecuencias, en especial la Guerra de los Siete Años.

Esta situación provocó una reacción nacionalista que se manifestó de diversas formas:

- Reforzó entre un sector de la nobleza la ideología tradicional sarmatista que buscaba la reivindicación de un supuesto pasado de “libertades doradas” para el pueblo polaco y el rechazo a las pautas culturales francesas entre nobles y burgueses.

- Fortaleció la identificación entre la szlatcha y la Iglesia católica y animó a la persecución de las demás confesiones, acusadas de colaborar con rusos y prusianos.

1 Su hija María fue la esposa-consorte del rey Luis XV de Francia.

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- Promovió una corriente de reforma constitucional que proponía la eliminación del liberum veto y un debate entre los favorables a una constitución aristocrática y los que deseaban una monarquía más potente.

Esta última corriente, entroncada con la del Despotismo Ilustrado, encontró un importante aliado en el sucesor de Augusto III, el rey Estanislao II Augusto Poniatowski (1764 – 1795). El nuevo monarca creía firmemente en la regeneración de Polonia a través de la implantación de una Monarquía absoluta así que en 1764 logró la supresión de liberum veto, el aumento de los impuestos estatales y la fundación de una Escuela Militar como base del futuro ejército. En la imagen, Estanislao II Poniatowski pintado en 1764 por Marcello Bacciarelli. Estas medidas reformistas encontraron, sin embargo, serios oponentes. En 1766, la nobleza y el clero establecieron la Confederación de Radom que entró en contacto con Rusia para que influyera en el rey evitando las reformas. A este descontento se sumaron las luchas entre católicos y protestantes que fueron deteriorando la convivencia civil e incluso provocando grandes estallidos de violencia. En 1767, protestantes y ortodoxos formaron sendas confederaciones y solicitaron también la ayuda a Rusia. Catalina II de Rusia aprovechó esta turbulenta situación para entrar con sus tropas en Polonia e imponer el llamado Tratado Perpetuo (febrero de 1768) según el cual se garantizaba la libertad de cultos en Polonia y se anulaban las reformas de Estanislao II, especialmente cualquier restricción al liberum veto. Esta situación provocó una nueva rebelión protagonizada por nobles nacionalistas que organizaron la Confederación de Bar (1768) contra el rey y contra los magnates pro-rusos. Esta confederación buscó el apoyo de Francia y Turquía frente a los intereses rusos, sin embargo, a pesar de algunos éxitos iniciales, cuatro años después de su formación acabó derrotada por las tropas zaristas. El deterioro de la situación sirvió de pretexto a rusos y prusianos para proceder al reparto de suelo polaco - sobre el que ya venían negociando - e invitaron a María Teresa de Austria a participar para reconciliar así a las tres cortes. De esta manera, en julio de 1772, representantes de las tres potencias acordaron en San Petersburgo anexionarse el territorio polaco próximo a sus respectivas fronteras y dejar el resto de Polonia como un protectorado ruso. Según el acuerdo, Prusia se instalaba en el área situada entre la Pomerania y la Prusia oriental en el Oeste, y más hacia Oriente, en Ermeland, pudiendo al fin unir sus territorios al haber obtenido la Prusia polaca, a excepción de Torun y Danzig, y la Gran Polonia. Austria ocuparía la Galitzia, una tierra muy rica económicamente que prolongaba sus dominios hasta los Cárpatos, Cracovia y Lvov. Por su parte, Rusia obtuvo las regiones situadas alrededor de los ríos Dwina, Druc y Dnieper, que constituían la llamada Rusia blanca. Polonia perdió de este modo dos quintos de su territorio y un 35 % de su población. Las pérdidas territoriales supusieron también un

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desastre económico y el rey y la Dieta quedaron mediatizados por un Consejo Permanente dirigido por el embajador ruso. Tras esta amputación, Estanislao II se dedicó con frenesí a las reformas, aunque esta vez con el apoyo en la mayoría de la szlachta. Su gobierno se caracterizó entonces por la profusión de medidas innovadoras con el objetivo de conseguir la regeneración social, económica e intelectual que la sociedad necesitaba. De este modo, se terminó con las persecuciones religiosas y se suprimió la recalcitrante Compañía de Jesús. Una comisión de educación introdujo la filosofía de la Ilustración en la enseñanza. Se abolió la tortura judicial, se eliminaron las aduanas interiores, se reforzó el fisco y se impulsó una red de comunicaciones para la mejora del comercio. La creación de sociedades científicas y económicas fue otro importante impulso para la modernización social y política del país. Gracias al desconcierto creado por la Revolución Francesa entre las grandes potencias, entre 1788 y 1792, el Partido de la Reforma de Potocki y Czartoryski tomó el control de la llamada Dieta de los Cuatro Años de modo que aumentó la representación de las ciudades en el Sejm, disolvió el Consejo Permanente y aumentó el número de efectivos del ejército. En ese ambiente, surgieron numerosas sociedades inspiradas en los revolucionarios franceses y americanos a través de las cuales la burguesía y la pequeña nobleza exigían su cuota de poder. Por su parte, el campesinado clamaba contra el fin de la servidumbre. El 3 de mayo de 1791 los reformistas aprobaron una Constitución de corte liberal que terminaba con el liberum veto y con el derecho de la nobleza de organizar confederaciones, además se establecía la libertad de culto, la unificación administrativa de Polonia y Lituania, la conversión de la monarquía en hereditaria y la creación de un régimen parlamentario con una Dieta bicameral y un Gobierno presidido por el rey. La burguesía obtuvo también reconocimiento político al tener acceso al Sejm a través de la representación de las ciudades y el campesinado mejoró su condición al verse más protegido por el Estado. A continuación, Proclamación de la Constitución del 3º de Mayo pintado por Jan Mateijko. Esta Constitución jacobina, anterior incluso a la francesa, fue algo que los rusos no pudieron tolerar. Apoyando a la Confederación de Targowica, formada por la nobleza anticonstitucional, tropas rusas invadieron Lituania y, poco después, Prusia ocupó las

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zonas fronterizas del noroeste. El ejército polaco, con generales destacados como el príncipe Jozef Poniatowski o el liberal Tadeusz Kosciuszko, intentó resistir pero Estanislao II claudicó. La Constitución de 1791 fue abolida y, en enero de 1793, Rusia y Prusia se repartieron de nuevo parte del territorio polaco. Bielorrusia, las tierras cerealistas de Podolia y la Ucrania polaca pasaron a San Petersburgo mientras que Berlín extendió su frontera por la región de Posnania - Gran Polonia -, hasta las proximidades de Varsovia. Los confederados de Targowica iniciaron entonces un programa contrarrevolucionario en una Polonia reducida a su mínima expresión, sin embargo, en 1794, los reformistas, encabezados por Kosciuszko, llamaron a la insurrección y proclamaron la República. Con Estanislao II exiliado del país, Kosciuszko se proclamó dictador y se puso al frente de un Consejo Nacional que emancipó a los siervos e intentó obtener ayuda de los revolucionarios franceses. Alarmados por los acontecimientos, rusos, prusianos y austríacos invadieron de nuevo el país y en pocos meses vencieron a los revolucionarios. Mediante un acuerdo austro-ruso (enero de 1795) y otro ruso-prusiano (octubre de 1795), los vencedores se repartieron los despojos de Polonia. Curlandia, Lituania y Volinia pasaron a Rusia, Austria incorporó la Pequeña Polonia, convertida en Galitzia Occidental y la región comprendida entre el Vístula y el Nieman pasó a ser la nueva Prusia Oriental. En 1795, Polonia desapareció a consecuencia del tercer y último reparto.

Los estados de los Habsburgo A finales del siglo XVIII, la gran mayoría de la enorme extensión de tierras que integraban la cuenca cárpato-danubiana estaban integradas en un imperio familiar levantado a lo largo de medio milenio por la dinastía de los Habsburgo. Un imperio patrimonial Los Habsburgo partieron de un modesto feudo en el sudoeste de Alemania para, desde el siglo X, ir añadiendo territorios hasta que en el siglo XIII, Rodolfo de Habsburgo fue nombrado emperador de Alemania, incluyendo entonces los ducados de Austria y de Estiria. A partir de entonces, mediante una sabia política de matrimonios y herencias, durante el siglo XIV adquirieron Carintia, Carniola y el Tirol. La pérdida de su solar original redirigió la base de apoyo de la dinastía hacia Austria, con Viena en su centro político. En 1440 los Habsburgo recuperaron el trono imperial y ya no lo abandonaron hasta la desaparición del Sacro Imperio Romano-Germánico en 1806. Con la intención de dominar la zona del Bajo Rin, el emperador Maximiliano se casó con María, heredera del ducado de Borgoña, incorporando así las actuales Holanda, Bélgica, Luxemburgo y el Franco Condado. El hijo de Maximiliano, Felipe el Hermoso, contrajo matrimonio con Juana, heredera de las coronas de Castilla y Aragón, de modo que Carlos, nieto del emperador, recibió un imperio enorme. Aunque Carlos V fue el mayor monarca de su tiempo, entendió que sus territorios eran demasiado extensos por lo que en 1522 cedió los territorios danubianos a su hermano Fernando, aunque no perdió su control sobre la política en esa región. En 1526, el rey Luis II de Hungría y Bohemia falleció en la batalla de Mohács frente a los turcos, que

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abrieron una brecha en Europa Central. En estas circunstancias, los nobles magiares y checos ofrecieron la corona a Fernando de Habsburgo, casado con la hermana de Luis II. Para acceder al trono, Fernando se enfrentó a otro candidato a la corona húngara, Juan Szapolyai (Juan I), que buscó apoyo en el sultán otomano y sólo consiguió que, al final de la contienda, Hungría quedase dividida en tres partes y los Habsburgo obtuviesen su parte occidental, entre el Adriático y los Cárpatos (Croacia y la Hungría Real), además de Bohemia, Silesia, Moravia y Lusacia. Durante el siglo y medio siguiente, los Habsburgo defendieron sus posiciones en el Imperio Germánico con la ayuda de sus aliados españoles y, junto a los jesuitas, encabezaron la Contrarreforma y se embarcaron en la Guerra de los Treinta Años contra los protestantes alemanes y sus aliados escandinavos y franceses. Por su parte, los turcos presionaban desde sus posiciones en el recodo del Danubio al norte de Buda para extender sus territorios y en varias ocasiones llegaron a las puertas de Viena, la última de las cuales, en 1683, fueron detenidos por las tropas habsbúrgicas y las del rey de Polonia, Juan Sobieski. A partir de finales del siglo XVII, aliados con polacos y venecianos y con el Papa proclamando la Cruzada contra los turcos, los austríacos emprendieron una victoriosa campaña contra el Imperio Otomano. En 1686 cayeron Buda y Pest y 10 años después, tras la victoria de Zenta, José I se convirtió en duque de Transilvania. Los austríacos ocuparon también Serbia y parte de Macedonia. A pesar de todo, los extensos territorios recién conquistados eran difíciles de gobernar por lo que la Paz de Karlowitz de 1699 fijó la frontera austro-otomana a lo largo de la cadena de los Cárpatos y del río Save, una larga línea que se extendía desde Polonia a la Dalmacia veneciana. Durante el siglo XVIII, una nueva guerra con Turquía (1715 – 1717) permitió a Austria la incorporación del Banato de Temesvar, el norte de Serbia y la región válaca de Oltenia, aunque estas dos últimas se devolvieron en 1739. La Paz de Belgrado, adversa

1) Núcleo originario de las posesiones de los Austrias; 2) Ampliación en la Baja Edad Media; 3) Extensión en Época de Fernando I; 4) Anexiones en 1699; 5) Anexiones en 1718; 6) Anexión de Galitzia (1772); 7) Rectificación de fronteras en 1779; 8) Incorporación de Istria y Dalmacia (1797); 9) Incorporación de Trento y Salzburgo en 1803 y 1805 incorporados definitivamente en 1814.

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para Viena, fijó las fronteras por un siglo y medio, aunque en 1775 se añadió Bucovina, arrebatada al reino de Moldavia. La Guerra de Sucesión Española dio a Austria los territorios de Flandes, Luxemburgo, Milán y Nápoles, perdido éste después a favor de los Borbones españoles a cambio de la Toscana. En 1742 se perdió Silesia en manos de Prusia y en 1772 se ganó Galitzia y parte de la Pequeña Polonia. En 1797, la pérdida de los Países Bajos austríacos se compensó mediante el Tratado de Campo Formio con la adquisición del noroeste de Italia y de Dalmacia. Población y territorio A finales del siglo XVIII, el emperador austríaco regía un complejo conglomerado de reinos y tierras cada uno de los cuales tenía su propia estructura constitucional, su sistema legal y administrativo y unos Estados o Dietas en los que las aristocracias locales y el clero defendían sus intereses nacionales A grandes rasgos, los distintos pueblos del imperio austríaco se repartían del siguiente modo:

- Alemanes o germanos. Representaban el 25 % de la población, siendo la minoría más numerosa. Ocupaban el actual territorio austríacos y las comarcas exteriores de Bohemia, especialmente los Sudetes y la Silesia austríaca. Los germanos formaban grandes comunidades de sajones en Transilvania y de suabos en el sur de Hungría y más pequeñas en Bucovina y Galitzia.

- Húngaros o magiares. Constituían la segunda etnia dominante del imperio. Su área de población coincidía con las actuales Hungría y sur de Eslovaquia, aunque también los había en Vojvodina y en Transilvania.

- Eslavos. La gran población eslava se dividía entre los eslavos occidentales y los eslavos meridionales o sudeslavos. Los primeros estaban formados por los checos de Bohemia, Moravia y Alta Silesia, los eslovacos del norte del reino de Hungría, los polacos de Galitzia y los rutenos de la Rusia Carpática, de Bucovina y Galitzia. Al sur del imperio estaban los eslovenos de Carniola, campesinos sometidos a nobles y burgueses alemanes, los croatas del rieno de Croacia – integrado en del reino de Hungría – de Istria y de Dalmacia y los serbios de Eslavonia, Vojvodina y de la la Croacia meridional. Por ser fronterizas con los turcos, estas zonas se conocían como confines militares o krajinas.

- Pueblos latinos. Las comunidades italianas habitaban en Lombardía, el Véneto, en Istria y Dalmacia. Los valones, de habla francesa, vivían en los Países Bajos austríacos. Por su parte, los rumanos eran mayoría en Transilvania y en los confines que lindaban con Valaquia y Moldavia, mientras que en Bucovina y en el este del Banato formaban comunidades más pequeñas.

- Judíos. Los judíos asquenazís se repartían por todo el territorio del imperio y aunque su situación era mejor que la de los hebreos rusos o polacos, también sufrían marginación social y restricciones al acceso a los empleos públicos, además verse obligados a vivir en ghettos donde fortalecían su hermetismo cultural.

Una gran mayoría de la población, sobre todo en Austria y Croacia, era católica y defendía la Contrarreforma mientras que los disidentes, como los hebreos, sufrían fuertes limitaciones sociales. A pesar de ello, en los países checos, Hungría y Transilvania había también muchos luteranos y calvinistas mientras que serbios, rumanos y rutenos profesaban el cristianismo ortodoxo.

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El sistema político La Monarquía absoluta de los Habsburgo constituía un Estado muy invertebrado. En Viena se encontraba la administración central – Cancillería del Imperio, Corte de Justicia, Consejo de la Guerra y Cámara de Cuentas – pero junto a ella existían las Cancillerías de Austria y Bohemia en Viena y la de Hungría en Bratislava. Fuera del control imperial estaban las Dietas regionales (Landtag), de carácter estamental y escasas competencias, aunque las Dietas austríacas controlaban del régimen fiscal y la recaudación de impuestos. Los mayores problemas para los Habsburgo provenían de la Corona de San Esteban – Hungría, Croacia, Eslavonia y Transilvania – donde la tradición histórica, el poder de la nobleza magiar, la resistencia a la germanización y la división religiosa se combinaban para evitar la construcción de un Estado absolutista. Allí el monarca era escogido por la Dieta, capaz también de legislar. Los gobernadores de los 55 comitates (condados), que actuaban con independencia de la corte vienesa, pertenecían a grandes familias que defendían un sistema feudal que les eximía de pagar impuestos y les permitía controlar Dietas y comitates. La dependencia de la Administración vienesa de la caballería húngara le impedía buscar apoyo en un campesinado magiar que también recelaba de los Habsburgo. Los monarcas de este imperio estaban obligados a mantener un escrupuloso equilibrio siempre inestable. Así, la imposición de una administración centralizada en los territorios arrebatados a los turcos y la persecución de los protestantes desató una cruenta rebelión en Hungría entre 1703 y 1711, al final de la cual Carlos VI fue reconocido como emperador de los húngaros a cambio de garantizar los privilegios de su aristocracia. En 1713, promulgó la Pragmática Sanción para garantizar el acceso al trono de su hija María Teresa. La ley fue común para todas las zonas del imperio y se decretó como un intento de lograr la integración de los territorios, sin embargo, el proyecto unificador tuvo un éxito relativo pues a cambio de la indivisibilidad del imperio y la lealtad dinástica se preservó la autonomía de algunos territorios históricos lo que, paradójicamente, cerró el pasó a la creación de un estado unitario. A pesar de todo, María Teresa (1740 – 1780) dio un nuevo impulso al ideal absolutista mediante medidas que disminuyesen las tendencias centrífugas y reforzasen el Estado. De este modo, la Cancillería imperial tomó ciertas competencias fiscales de las Dietas provinciales y se unificó el sistema impositivo. Bohemia vio reducida su autonomía y Hungría asistió a la suspensión de su Dieta mientras la reina legislaba por decreto. Los confines se administraron directamente por el Consejo de la Guerra y repoblados con serbios, rumanos y alemanes, ajenos a la nobleza magiar. También se avanzó en el establecimiento de una administración estatal, se profesionalizó y fortaleció la burocracia central, se unificó la política exterior mediante un Ministerio de Asuntos Exteriores y se creó un Consejo de Estado, cámara consultiva de representación estamental para todo el Imperio. Una sociedad en cambio La organización social del imperio respondía a criterios estamentales: nobleza alta y baja, claro, burguesía y una masa de campesinos en calidad de siervos. Dentro de la nobleza podía variar el estatus, aunque unos centenares de familias, mayoritariamente

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alemanes y magiares, poseían inmensas propiedades y una gran masa de siervos. Muchos debían sus fortunas a las concesiones de los Habsburgo pero estaban poco identificados con el Estado y no dudaban en sublevarse cuando sus intereses se veían amenazados. La Monarquía se apoyaba cada vez más en altos funcionarios al servicio militar o civil de la corona, casi todos pertenecientes a la baja nobleza o a la burguesía urbana austríaca, aunque también había nobles húngaros germanizados. El latifundio en manos de la Corona, la Iglesia o la aristocracia era la forma habitual de explotación agrícola, trabajada por una servidumbre campesina cuya situación era especialmente dura en Bohemia, Hungría y Transilvania. En Austria, los campesinos no eran formalmente siervos aunque estaban bajo la jurisdicción legal de su señor, al que pagaban unas rentas. Una de las formas de pago más abusivas era el robot, es decir, trabajo personal gratuito de hasta 104 días en la reserva señorial, por lo que la Corona limitó su aplicación en Bohemia y Hungría, aunque en Transilvania una rebelión de campesinos en 1784 fue brutalmente reprimida. En la zona austríaca del imperio las ciudades eran numerosas y, aunque sólo Viena era una gran urbe, lugares como Graz, Praga o Innsbruck crecían como centros artesanales y comerciales empujados por la burguesía. Debido al pasado acoso turco, en Hungría Real y Croacia las ciudades (Budapest, Zagreb o Bratislava) eran más escasas. Al este del Danubio las ciudades todavía eran menos abundantes y eran más pequeñas, además de estar pésimamente comunicadas (a continuación, reconstrucción de la ciudad de Kronstadt - actual Brasov, Rumania – a mediados del siglo XVIII). Allí, la principal actividad comercial era la exportación de ganado. Las ciudades estaban gobernadas por una burguesía de habla alemana por lo que solían conocerse por su nombre germano. Muchas tenían sus propias leyes municipales que les evitaban las injerencias de nobles o eclesiásticos del entorno. El Imperio tenía un modesto tejido industrial concentrado principalmente en Austria y Bohemia, donde las manufacturas textiles y el cristal se vieron favorecidos por la unión aduanera de 1755 y por políticas liberalizadoras adoptadas en 1781. En el norte de Hungría y en Transilvania también destacaban la producción minero-siderúrgica. El

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comercio exterior se basaba, por tanto, en los productos de estas industrias, además de en la ganadería extensiva húngara bovina y caballar. Tanto Carlos VI como María Teresa promovieron la creación de talleres reales y la creación de una Compañía de Indias que acabó fracasando. José II impuso altos aranceles para productos extranjeros con el objetivo de defender la industria local. José II y el Despotismo Ilustrado La supervivencia de Austria dependía de la consolidación de un estado absolutista e ilustrado, labor en la que destacó el canciller Wenzel Anton Kaunitz, que defendía un estado centralizado en el que los intereses particulares de los estamentos privilegiados y las regiones se sometiesen a los generales mediante una eficaz burocracia y en el que la Iglesia católica acatara la autoridad del rey. José II, modelo de déspota ilustrado, forjó un programa reformador destinado a unificar el Estado y a mejorar la situación de los más desfavorecidos. Con este objetivo se apoyó en un selecto grupo de funcionarios, nobles y burgueses que lo acompañaron en este experimento de reforma social y administrativa.

Consiguió someter a la Iglesia católica al poder del Estado, independizarla del Para excepto en cuestiones doctrinales y limitar los privilegios de la nobleza. En 1781 publicó la Petente de Tolerancia que, aunque mantenía el catolicismo como religión oficial, concedía la libertad de culto y permitía el acceso de los no católicos a las funciones públicas, con excepción de los judíos. Se suprimieron las órdenes contemplativas y la Inquisición, se cerraron establecimientos religiosos y se obligó a los obispos a jurar lealtad al emperador, mientras el clero y los seminarios pasaron a depender del Estado.

También en 1781, mediante el Principio de Emancipación, se acabó con la servidumbre personal en los países checos y en la Corona de San Esteban. A partir de entonces, los siervos podrían casarse y desplazarse libremente, tener un oficio e incluso convertirse en propietarios. Se eliminaron el robot y el trabajo infantil obligatorio y se limitaron los castigos de los señores a sus trabajadores. Se impidió que la nobleza desalojara a los arrendatarios de sus tierras o que comprara las tierras de campesinos modestos. También se promocionó el desarrollo industrial mediante facilidades para crear industrias o ejercer el comercio y la eliminación de los gremios. En 1789 se proclamó el Privilegio de Tributación según el cual el campesinado sólo debía pagar al propietario de la tierra una modesta renta y un 12 % del valor catastral de la finca al Estado. A nivel administrativo, el emperador unificó la legislación y las instituciones políticas limitando la autonomía de las asambleas provinciales y municipales y, a través de ellas, los privilegios de las oligarquías regionales. Viena se convirtió en el centro político y sus

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delegados aumentaron su poder frente a las autoridades locales. José II acabó con la autonomía de Hungría, Croacia y Transilvania al no convocar a las Dietas y sustituir los tradicionales condados feudales por provincias administradas por funcionarios imperiales que hablaban alemán como lengua común de la administración. Desgraciadamente, el josefismo carecía del apoyo de una clase media culta que impulsara las reformas, que sólo dependieron de la adhesión de un grupo de tecnócratas vieneses ajenos a las particularidades de cada país. El clero, junto a Pío VI, se lanzaron a movilizar a los católicos contra las reformas, que también encontró serios detractores entre la nobleza de Bohemia y Flandes. Los siervos emancipados, descontentos con la velocidad y el alcance de las reformas, se levantaron en Transilvania, Moravia y Austria y la nobleza de Hungría y Transilvania, aprovechando una nueva guerra de Austria contra Turquía en 1788, amagaron con un levantamiento para evitar la germanización de la administración y la emancipación de los siervos. Gravemente enfermo, José II acabó cediendo ante los revoltosos y un mes antes de morir firmó un decreto retirando las reformas administrativas. Su sucesor, Leopoldo II (1790 – 1792), todavía dio más marcha atrás en las reformas. Mantuvo la Patente de Tolerancia pero devolvió la independencia a la Iglesia y repuso el diezmo eclesiástico en el campo. Restauró el robot, aunque limitado. A nivel político, devolvió el poder a las administraciones regionales. El josefismo había fracasado, aunque había trazado unas líneas modernizadoras inaplazables que para desarrollarse deberían contar con el apoyo de la nobleza y el alto clero.