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Somos un pueblo especial Producido por Hispanic Word para el Ejército de Salvación, West Nyack NY. USA 1º Edición, 2007 - 2º Edición, 2008. Editado por Enrique Lalut ¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes, como fuego abrasador de fundiciones, fuego que hace hervir las aguas, para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia! Contiene el texto Se desvivió por los desdichados publicado por Reader's Digest en su edición de febrero de 1965. Dicho artículo era una traducción y condensación del libro The General Next to God de Richard Collier. Usado con autorización de Reader's Digest y de Curtis Brown Group Ltd. Isaías 64:1-2 !"#$%&'(!!!)*"%"+,'-$&./" 1123245 13)63 -78& 1

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Somos un pueblo especial

Producido por Hispanic Word para el Ejército de Salvación, West Nyack NY. USA1º Edición, 2007 - 2º Edición, 2008.

Editado por Enrique Lalut

¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tupresencia se escurriesen los montes, como fuegoabrasador de fundiciones, fuego que hace hervirlas aguas, para que hicieras notorio tu nombrea tus enemigos, y las naciones temblasen a tupresencia!

Contiene el texto Se desvivió por los desdichados publicado por Reader's Digest en su edición de febrero de 1965. Dichoartículo era una traducción y condensación del libro The General Next to God de Richard Collier.

Usado con autorización de Reader's Digest y de Curtis Brown Group Ltd.

Isaías 64:1-2

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Contenido

Quiero que cada soldado tenga claro lo siguiente: no debemos depositar nuestra confianza en elEjército de Salvación; debemos confiar en el Dios Todopoderoso, que lo levantó. Nuestra fortaleza noradica en nuestros estandartes, ni nuestras banderas, ni nuestros camaradas, sino en el poder delTodopoderoso Dios, el Espíritu Santo. William Booth.

Predicar es la labor principal del Ejército. No es sentarse detrás de un escritorio, no es delegar la autori-dad; es predicar, se tiene que predicar. Evangeline Booth.

La viña de Nabot .............................................. iLos primeros salvacionistas ......................... iiEse llamado ..................................................... iiiSomos un pueblo con un llamado .......... ivSe desvivió por los desdichados ................ 1Sopa, jabón y salvación ................................. 3Aquí comenzó todo ........................................ 7El enemigo reacciona .................................. 10Mis mejores hombres son mujeres ........ 14Cuando el diablo perdió su isla ............... 20Una familia usada por Dios ....................... 24Señales y pródigos ....................................... 29Las palabras de un apóstol ........................ 31Dios hace originales ..................................... 32Costumbres y vocabulario .......................... 34Eso dijeron ................................ contraportada

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Y Acab habló a Nabot, diciendo: Dame tu viña para un huerto de legumbres, porqueestá cercana a mi casa, y yo te daré por ella otra viña mejor que ésta; o si mejor tepareciere, te pagaré su valor en dinero. Y Nabot respondió a Acab: “Guárdeme Jehováde que yo te dé a ti la heredad de mis padres”.

El fervor, la visión y el amor por las almas que presenciamos en losprimeros salvacionistas, constituyen nuestro legado y nuestra posesión.Debemos atesorarlo; jamás debemos olvidarlo. Ellos son…

La viña de Nabot

…una viña que no está a la venta

1 Reyes 21:2-3

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Nuestro Ejército se formó al calor de innova-ciones que muchas veces escandalizaron alpúblico de la época. Eran extremas. Muchasveces descabelladas. Nunca aburridas.Imagínese...¿A quién se le hubiese ocurrido permitir queuna mujer predicara en pleno siglo XIX desdeun púlpito? ¿O alquilar un salón de baile,donde se bebía y blasfemaba durante la sema-na, para hacer un culto religioso el domingo enla mañana?¿Y qué piensa de la música que entonaban ensus servicios religiosos (que ellos llamabanreuniones)? ¡En lugar de un órgano, tenían unabanda de bronce, de aquellas que la genteacostumbraba a escuchar en los hipódromos!Sus himnarios, que ellos llamaban can-cioneros, contenían las palabras cristianas que

sus apasionados convertidos habían ajustado atonadas totalmente populares, de esas que lagente cantaba en las tabernas cuando el ambi-ente se tornaba alegre. Algo así como cantar¡Santo, Santo, Santo! con la melodía de Se vael caimán… Terrible, ¿verdad? Cuando le pre-guntaban la razón al Fundador, decía: “¿Porqué le vamos a dejar al diablo las mejoresmelodías?“ ¡Nunca le hemos temido a lo quees nuevo! Ni le hemos prestado atención a loque la gente dice de nosotros. Catherine Boothagregaba: “No se puede mejorar el futuro sinimportunar al presente”. Y el Ejército supoimportunar a la adormecida iglesia de la época.¡Sí, somos innovadores pero no debemos con-fundirnos!.El Ejército no creció porque hicimos las cosasde manera diferente. Se hizo grande porquelos primeros salvacionistas habían escuchadoclaramente el llamado que Dios hace a cadacristiano, “id y haced discípulos” las innova-ciones y los métodos que usaron eran soloinstrumentos para cumplir con mayor rapidezesta comisión.

Los primeros salvacionistaseran gente innovadora

Todas las innovaciones y métodos que usaroneran sólo instrumentos para conseguir conmayor rapidez lo que ya estaban desesperadospor conseguir, que era: cumplir el llamado deDios. Cada salvacionista llevaba ese llamadocomo una fogata en el corazón y ¿quién sepuede estar quieto con esa clase de fuego en suinterior?

Este manual es una invitacióna buscar la visión, la unción yel fuego que poseían losprimeros salvacionistas.

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Mirad a la piedra de donde fuisteiscortados y al hueco de la canterade donde fuisteis arrancados(Isaías 51:1)

Debemos visitarel pasadoEs nuestro deseo que hoy el soldado tenga la oportu-nidad de entrar en contacto con el fuego vivificador queconsumía a los primeros salvacionistas.¿Cómo se consigue ese fuego? Dejando que Dios noshable. Cuando Él nos dirige la Palabra sentimos el calorde lo eterno. “¿No ardía nuestro corazón en nosotros,mientras nos hablaba en el camino?” (Lucas 24:32).Para oír Su voz debemos preparar nuestros oídos, esaes una labor que se realiza de rodillas en peticiónurgente y vehemente de recibir unción. “Me buscaréis yhallaréis, porque me buscaréis de todo vuestrocorazón” (Jeremías 29:13).Es importante que los actuales salvacionistas sientan elcalor de nuestros comienzos y capten la luz de nuestrosprincipios. De esta manera, y sólo así, tendremos lasabiduría para distinguir lo que se puede usar y lo quese debe descartar y saber cómo innovar y quedarnoscon aquello que constituye nuestra herencia sagradaque no debemos abandonar jamás.

Somos el Ejército deSalvación, no el ejército dela cama, de la banda, ni dela olla de Navidad, no elejército del centro comunal,ni de los servicios de emer-gencia. Estos son solamentelos campos de batalla, lasarmas y la logística de lo quees la verdadera batalla.Ted PalmerMarching on!

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Nada detuvo a William Booth, fundador y primer “general” del Ejércitode Salvación. Ni la furia de los dueños de burdeles y taberneros, ni la moji-gatería de los caballeros victorianos. Con inflamadas palabras y fe militante,continuó su marcha al toque de trombones, cornetas y panderetas, llegando alas más miserables barriadas de las ciudades inglesas... y al corazón de susmás infelices ciudadanos. “Id por almas e id por las peores”, era el lema delGeneral Booth. Y alcohólicos, prostitutas, despreciados, miserables, encon-traron la esperanza bajo los estandartes de su Ejército.

Tan vibrante era su energía, tan contagioso su ideal que 130 años despuésde su fundación, el Ejército de Salvación cuenta con 15.000 oficiales que lededican todo su tiempo, libran su justa guerra en 71 países y difunden sumensaje de esperanza en 147 idiomas.

Somos un pueblocon un llamadode DiosPorque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial...

Deuteronomio 7:6

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Se desvivió por los desdichadosRichard Collier

Un buen día se presentó en Mile End Road,arrabal del Este de Londres. Era alto, de barba,vestido de levita y sombrero de alas anchas. Sedetuvo frente a la fachada de ladrillo de la taber-na The Blind Beggar y sacó un libro que traíabajo el brazo.

-Hay un cielo para todos en el Este deLondres -dijo-. Para todo aquel que se detengaa pensar y mire a Jesucristo como su Salvador.

De la taberna salió una salva de denuestos y

juramentos, pero los desarrapados que se habíanapretujado contra él lo escuchaban con agrado.El reverendo William Booth hablaba con elacento poco familiar de la gente del interior, massu palabra era convincente y sus ojos grisesrelampagueaban dominantes.

De entre la multitud salió disparado un huevoque, al dar en el blanco, rompió el hechizo sutil.Con la yema chorreándole por las mejillas,Booth hizo una pausa, oró y siguió andando a

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Somos un pueblo especial

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grandes trancos por las calles malolientes delbarrio.

El evangelista ambulante, que tenía 36 años,había llegado recientemente a la ciudad. Corríajulio de 1865. Gran Bretaña, bajo la ReinaVictoria, era entonces la nación más rica ypoderosa de la tierra y, no obstante, su capitalestaba increíblemente plagada de barrios bajos,de gente escuálida y disoluta. El Este de Londresera uno de los peores, un repugnante laberintode medio millón de almas donde vivía la genteapretujada a razón de 720 almas por hectárea,“un enorme estercolera” decía un mendigo,“donde los ricos cultivan sus hongos”.

Con la cabeza gacha y oscilando sus largosbrazos, marchaba Booth en medio de aquelpopulacho esquivo y desaseado. Enfrente de lasincontables tabernas vio hombres sombríos deaspecto tétrico que reñían y se golpeaban unos aotros; vendedoras de fósforos y naranjas le corta-ban el paso; floristas irlandesas con los piesdescalzos jaspeados de lodo gitaneaban prego-nando su mercancía; y el arroyo, chiquillosdesarrapados y famélicos recorrían el vecindarioen busca de algo que llevarse a la boca.

Vio niños de cinco años completamenteborrachos en las puertas de las vinaterías. Decada cinco tiendas, una era de licores y las demástenían escalones especiales para facilitar la llega-da de los pequeños hasta el mostrador. Todoshacían gala de vender copas de ginebra que sólocostaba un penique. La ciudad apestaba a cuerosde res, humo de chimeneas, agua estancada, fil-traciones de gas y estiércol. Al mismo Támesis loapodaban “el gran hediondo”. Más de 350alcantarillas descargaban su inmundicia entre susaguas amarillas grisáceas, y por más de treskilómetros, entre Westminster y el Puente deLondres, un banco negro y pegajoso de depósi-tos de albañal, de casi dos metros de profundi-dad, se alargaba 30 metros hasta el canal princi-pal. Las enfermedades brotaban por todas partesy la gente vivía familiarizada con la muerte: elcólera había azotado ya tres veces desde 1832.

La precaria situación de los pobres había pesa-

do siempre sobre la conciencia de Booth. Yahora, mientras transitaba por este infiernohumano, llegó a convencerse de que su paso porla horrible maraña de este lugar obedecía a unpropósito. Su esposa, Catherine, recordaba queera ya medianoche cuando rechinó su llavín en lacerradura de la puerta de la casa donde se aloja-ban, en el oeste de la ciudad. Entró luego en elaposento con los ojos encendidos y que, con loshorrores de Mile End Road dándole vueltas aúnen el pensamiento, le habló así: “¡Mi amor, heencontrado mi destino!”

Un hom bre tes ta ru do

Al oír estas palabras, Catherine Booth debiósentirse tocada por la fría mano de la incer-tidumbre. En los cuartos de arriba dormían seisniños y, como si no fueran bastantes, ella estabaesperando al séptimo. Ya era difícil pasar con loque tenían y si su esposo se proponía ahora gas-tar la vida entre los menesterosos del East End,el porvenir se tornaría precario en verdad. PeroCatherine era tan dedicada como William yanhelante compartió con él su sueño.

-Siempre hemos confiado en el Señor -le dijo-y podemos seguir confiando en él.

Hacía tiempo que ambos jóvenes seguían detodo corazón el ejemplo de John Wesley, fun-dador del metodismo, que un siglo antes habíapredicado en las calles a los pobres y a losdegradados. “Id no solamente donde aquellosque os necesitan”, había dicho Wesley a susseguidores, “sino donde aquellos que más osnecesitan”.

El consejo excitó a Booth que, habiendo tra-bajado en su niñez como aprendiz de unprestamista de Nottingham, conoció desde tem-prana edad la degradación y la miseria. A los 15años se hizo metodista y comenzó a predicar alos perdidos y holgazanes de la localidad. Dosaños después reunió un buen número de zarra-pastrosos en “The Bottoms”, el barrio más bajode Nottingham, y escandalizó a la congregaciónde la capilla wesleyana de Broad Street, llevándo-los a los servicios matutinos.

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Somos un pueblo especial

Los primeros salvacionistas llevaron laPalabra a donde estaba la gente, sinesperar que la gente fuera a donde esta-ban ellos. El Evangelio se predicó en las calles,plazas, tabernas y playas. La gente que noera bien recibida en una iglesia (pobres,desamparados, pordioseros) tenían laoportunidad de escuchar el Evangelio. William Booth y sus seguidores se dieroncuenta de que una persona que no habíarecibido una comida caliente durante losúltimos tres días no podía tener oídospara escuchar, sólo oía el clamor de suestómago. Se hacía necesario entonces propor-cionarle un plato de sopa, una prenda deropa o un pedazo de jabón, que ledevolvieran su dignidad y su capacidad deatender.

Sopa, jabóny salvación

“No se le puede predicarel Evangelio a un hombre

con hambre”. William Booth

(Continúa página 4)

Y si un hermano o una her-mana están desnudos, ytienen necesidad del man-tenimiento de cada día y

alguno de vosotros les dice: Id enpaz, calentaos y saciaos, pero no lesdais las cosas que son necesariaspara el cuerpo, ¿de qué aprovecha?(Santiago 2:14-16)

Se acostumbraba que cuando los pobres iban ala capilla, si acaso iban, entraban por la puerta lat-eral y se sentaban en los duros bancos que habíadetrás de la partición, donde no eran vistos por elresto de los fieles. Mas ahora, ante los ojos atóni-tos de los administradores de las fábri-cas, de lostenderos y de sus bien vestidas consortes, el “tes-tarudo Will”, como llamaban a Booth, hacía sen-tar a sus protegidos en los mejores sitios.

A los 20 años se estableció en el barrio sur deLondres y trabajó en su oficio de prendero, peropasaba la mayor parte del tiempo predicando.Vivía de sus escasos ahorros y vendía sus mueblespara mantenerse. Fue allí donde conoció aCatherine Mumford, grácil y trigueña, y se enam-oró de ella. Era hija de un carrocero de la vecin-dad, ocasional predicador metodista laico. Detemperamento emotivo, propenso a los desbor-damientos de alegría y a los negros abatimientos,Booth encontró en esta chica, dulce y discreta, lacompañera perfecta.

Animado por Catherine se enroló como estudi-ante de teología en un seminario regentado poruna secta disidente de la iglesia metodista llamadala Nueva Conexión. El mismo día de su ingresopredicó en una capilla cercana e hizo 15 conver-siones. Sus sermones estaban cargados de tro-nante fervor; una vez que pintaba a los pecadoresde este mundo como a náufragos de un barco aquienes sólo Jesucristo puede salvar, saltaba sobreel asiento del púlpito batiendo en la mano unpañuelo como señal de socorro.

Muy pronto su celo evangelizador llegó a pare-cerles excesivo aun a los de la Nueva Conexión.Como predicador itinerante había efectuado1.700 conversiones en el espacio de unos pocosmeses, pero sus métodos tenían más de la vehe-mencia norteamericana que de la parsimoniainglesa victoriana. Los de la Conexión sus-pendieron sus viajes y le asignaron un puesto fijo.

En 1858, cuando no había cumplido aún 30años, fue ordenado ministro, pero nuevamentequedaron defraudadas sus esperanzas al recibirotro empleo rutinario. Por fin, en 1861, vencidopor la atracción que las masas infieles de grandes

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William Booth dijo que todohombre y mujer que transita-ba por las calles de Londrestenía los mismos derechoslegales que la ley proveíapara un caballo de tiro: alo-jamiento y comida. En la foto,salvacionistas recolectan ropay comida en una carreta de laépoca, para repartirlas entrelos más necesitados.

… Sopa, jabón y salvación

(Arriba) William Booth predica en una cárcel de mujeres.

Catherine Booth predica desde el púlpito, igno-rando las formalidades de la época.

“Sopa, jabón y salvación” llegó a ser el lema que, junto a“Id por almas e id por las peores”, movilizó a los primerossalvacionistas a proclamar que el Señor había llamado alEjército de Salvación a ser un pueblo que ministraría alhombre y a la mujer en su totalidad. Esta visión se ha tra-ducido en programas concretos que hoy día son parteintegral de nuestro movimiento.Los salvacionistas entendemos claramente que el jabón yla sopa no salvan. Ellas, al igual que Juan el Bautista, sólopreparan el camino para que el Señor sea recibido y hagala obra.

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Esta foto se usó para una campaña de publici-dad en Inglaterra solicitando fondos para elministerio de alojamiento. Cada noche elEjército provee alojamiento a miles de personasalrededor del mundo. Este servicio consiste enuna cama limpia, un lugar seguro, un plato desopa y una oportunidad de escuchar elEvangelio.

Una pareja que fue lanzada a lacalle recibe asistencia del Ejércitode Salvación y una ancianarecibe carbón para protegersedel frío del invierno. Para ellos,como para muchos que recibenayuda de nuestro ministerio,estas acciones son un testimonioque glorifica al Señor.

En la foto, cuatro salvacionistas llamadas “slum sis-ters” (hermanas del arrabal) que se dedicaban a visi-tar las casas pobres en las que hacían laboresdomésticas cuando había una persona enferma o deedad avanzada.

En la época de la depresión económicade Estados Unidos, nuestro ministerio dedistribución y alimentación fue muy apre-ciado.

Entonces el Rey dirá a los de su derecha:Venid, benditos de mi Padre, heredad elreino preparado para vosotros desde la fun-dación del mundo. Porque tuve hambre, y

me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber;fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y mecubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, yvinisteis a mí.Entonces los justos le responderán diciendo: Señor,¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, osediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimosforastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimosa ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo queen cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanosmás pequeños, a mí lo hicisteis (Mateo 25:34-40).

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ciudades ejercían sobre su corazón y su mente,renunció al ministerio que le asignara su secta yemprendió el camino que habría de llevarloshasta las callejuelas de Mile End Road.

Co mien za la ba ta lla

Ningún hombre de menos empeño hubierapodido aguantar esos primeros años en el Estede Londres. Mucho tiempo después, recordan-do aquella época, Catherine contaría cómo lle-gaba William noche tras noche a la casa, tam-baleante y muy fatigado. Con frecuencia traía suindumentaria rasgada y la cabeza envuelta envendajes sanguinolentos que cubrían la heridacausada por una pedrada o un empujón contra elborde de la acera mientras predicaba.

Como le habían negado el acceso los domin-gos a las capillas, alquilaba un salón de baile yhacía llevar sillas a las cuatro de la mañana, ape-nas los músicos terminaban de tocar. Lasreuniones nocturnas durante los días de trabajose celebraban en un antiguo depósito donde losgranujas arrojaban piedras, lodo y petardos porlas altas ventanas. Por un tiempo predicó en unpajar, tan reducido que su sombrero de copa casitocaba el techo.

Para contar con ayudantes en la MisiónCristiana, que así llamaba Booth a su obra,recurrió a sus hijos. Y fue William BramwellBooth, el mayor, quien soportó inicialmente lomás duro de la carga. Era un muchacho alto ypálido que se había tornado solitario y retraídodebido a una sordera parcial. En la escuela, loschicos lo ridiculizaban llamándolo “el SantoWillie”. En una ocasión algunos de los mástruhanes lo aporrearon contra el tronco de unárbol “para sacarle del cuerpo la religiosidad”.Pero desde temprana edad, Bramwell parecíapresentir su vocación y, adolescente aún, trabaja-ba incansablemente desde la mañana hasta lanoche llevando las cuentas de lo que él y supadre llamaban “La empresa”.

Poco a poco, la Misión comenzó a crecer. Sefundaron sucursales en otros sectores y con el

tiempo logró atraer un pequeño núcleo deseguidores. Con todo, aquellos años fueron dedesconcierto ... pasaron doce sin que se vieranresultados halagadores. La Misión Cristianacarecía de la magia que llama la atención delmundo. Existían ya en el barrio del este más de500 sociedades que distribuían limosnas entrelos pobres. El grupo de Booth no era más queuno de tantos.

Una mañana del mes de mayo de 1878,Booth hizo subir a su alcoba a Bramwell y aGeorge Railton, otro colaborador infatigable dela Misión. Booth, que estaba convaleciendo de lainfluenza, se paseaba por el cuarto, envuelto enuna larga bata amarilla, dando las instruccionesdel día. Railton lo escuchaba sin dejar de exami-nar las pruebas de imprenta del informe anual dela Misión, que estaba a punto de imprimirse. Yleyó en voz alta la declaración preliminar, queera audaz y concisa:

-“La Misión Cristiana es un ejército de volun-tarios reclutados entre las multitudes sin Dios ysin esperanza que hay en el mundo”.

Por entonces un grupo de ciudadanos llama-dos los “voluntarios” habían formado un ejérci-to. La prensa les había tomado el pelo yBramwell, que tenía 22 años, sintiéndose direc-tamente ofendido por la alusión, exclamó:

-¿Voluntario yo? ¡Nunca! ¡Yo soy soldado deprimera línea, o nada!

Booth se paró en seco y durante un buen ratose quedó mirando con ojos inexpresivos a suhijo. Bruscamente tomó la pluma y por unmomento la detuvo sobre la frase “ejército devoluntarios”. Luego tachó de un rasgo la palabra“voluntario” y escribió encima “salvación”.

Así, inopinadamente, nació el Ejército deSalvación. Tenía entonces exactamente 88 solda-dos.

El Ejér ci to se po ne en mar cha

El nuevo nombre cuadraba muy bien con susmiembros, que en años recientes se habían vuel-to cada vez más militantes. Se propaló el espíritumilitar: el periódico del Ejército de Salvación se

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Somos un pueblo especial

llamó Grito de Guerra; el “soldado” de salvaciónya no se arrodillaba para orar, hacía un “ejerciciode rodillas”; una orden de “descarga cerrada” erala señal para entonar en voz alta el “¡Aleluya!”;como el cielo era su última meta, los salvacionistasno morían, eran “ascendidos a la gloria”. Algunosconversos se llamaban a sí mismos “tenientes” o“capitanes” de Booth, y uno de sus fervientesseguidores lo proclamó “general”.

La asociación, sin embargo, seguía aún regidapor un comité de 34 individuos, sistema engorro-so y antimilitar que frustraba por completo todainiciativa de un hombre con dotes de mando.

-Si hubiera habido comités en los tiempos deMoisés -tronaba Booth-, los israelitas no hubierancruzado nunca el Mar Rojo.

El creciente militarismo triunfó por fin en1878. En la conferencia anual, llamada“Congreso de Guerra”, la Misión abolió el sis-tema de comités y confirió a Booth el poder abso-luto, haciéndolo general de hecho tanto como denombre.

Muy pronto los métodos del Ejército pro-movieron comentarios en toda la nación. Boothera el primer predicador que se atrevía a repartircirculares que decían: “Venga, borracho o en susano juicio”. En realidad, muchos de sus primerosseguidores fueron borrachines y su trabajo conellos fue el presagio de los métodos que más tardeperfeccionaría la Sociedad de AlcohólicosAnónimos.

El fervor de sus sermones y las vividas imágenescon que trasmitía sus ideas parecían hipnotizar asus oyentes: “Mirad a ese hombre que va ríoabajo”, ordenaba; “va aguas abajo en un bote y elNiágara lo espera. Ya llega al borde de la catarata... los rápidos hacen presa del bote ... se va, se va,¡Dios mío ... cayó en el precipicio ... y no fuecapaz de mover un remo! Así es como los hom-bres se condenan; siguen adelante; no tienentiempo; no piensan; descuidan la salvación ... y sepierden”.

Cuando lo abandonaba la inspiración acudía aotros medios para ganarse las multitudes. Ciertavez, exasperado con un auditorio distraído e

Aquí comenzó

todo

En 1865, William Booth, 26 años, casadocon cinco hijos, era un evangelista quepredicaba en las cercanías de Londres, lacapital de Gran Bretaña.Al mismo tiempo, su esposa Catherine,que recibía invitaciones de diferentes igle-sias para predicar, ahora comenzaba arecibir invitaciones de Londres. Fue asícomo la joven pareja decidió trasladarse aesa ciudad para continuar sus laboresevangelísticas.Londres se dividía drásticamente en unsector pudiente y desahogado y uno total-mente desprovisto de todo lo que serequiere para una vida decente. Fue eneste último sector donde Booth se encon-tró con un grupo que había instalado unacarpa en un antiguo cementerio, parapredicar el Evangelio. Pronto el grupo sedio cuenta del liderazgo de Booth y lodejaron predicar. El pequeño movimientocomenzó a llamarse Misión Cristiana delEste de Londres y luego por un períodocorto, Misión Cristiana, nombre que en1878 sería cambiado por el de Ejército deSalvación.

Y dejaré en medio de ti unpueblo humilde y pobre, elcual confiará en el nombre

de Jehová (Sofonías 3:12).

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William Booth predicaba con palabras simples quellegaban al corazón de una audiencia sencilla y depoca instrucción. Sentía gran fervor por las cosas delSeñor, y eso se hacía notar en su manera animada yentusiasta. “Id por almas e id por las peores” era unade sus consignas, y sus seguidores fueron a los peo-res lugares de los bajos fondos de Londres a buscarlo despreciado por la sociedad, para traerlos a loscaminos del Evangelio.

El Señor hizo prosperarla obra de la MisiónCristiana y cada veztuvieron quetrasladarse a lugaresmás amplios. En la ilus-tración se ve unaantigua taberna quefue adquirida para lasoficinas de la Misión

Más tarde en nuestra historia, cuando se usó elbombo, este sirvió como un altar en el que laspersonas se arrodillaban para hacer acto de fe.Muchos se encontraron con Dios de esta manera.

La predicación al aire libre fue unmétodo que los primeros salva-cionistas usaron con gran éxito.William Booth procedía de la iglesiametodista, en donde John Wesleyhabía predicado de esta manera. ElComisionado George Railton llamó alaire libre, la catedral del Ejército.

El padre de familia dijo asu siervo: Ve pronto porlas plazas y las calles dela ciudad, y trae acá a los

pobres, los mancos, los cojos y losciegos.Y dijo el siervo: Señor, se ha hechocomo mandaste, y aún hay lugar.Dijo el señor al siervo: Ve por loscaminos y por los vallados, y fuérza-los a entrar, para que se llene micasa (Lucas 14:21-23).

Aquí comenzó todo

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Somos un pueblo especial

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indiferente, llamó a un gitano viejo recién con-vertido para que relatara su conversión. Desdeque el hombre comenzó su relación, vacilante eingenua, se produjo un silencio profundo,Booth comprendió que había acertado y le dijoa Bramwell:

-Voy a tener que quemar todos mis sermonesy aprender los del gitano.

Tenía Booth el propósito inicial de distribuir asus convertidos entre las iglesias establecidas,pero la mayoría se resistía a ello. Los pobresveían las viejas catedrales de piedra como SanPaul y la Abadía Westminster, como propiedadprivada de la gente acomodada. Muchos sacris-tanes miraban de soslayo a los fieles que no sepresentaban con vestidos domingueros. Y en lacongregación de Booth sólo uno de cada 30usaba corbata. Por eso resolvió no seguir tratan-do de enviar a sus nuevos conversos a las capillasque los consideraban indeseables. Él mismo losescoltaría por la senda de la redención dentro desu propia clase.

No obstante, al Ejército le faltaba algo, unmagnetismo esencial que él mismo no sabíadefinir. Mas sucedió que vino a encontrar lasolución del problema, por una pura casualidad,en la tranquila ciudad episcopal de Salisbury.Incomodado por el mal tratamiento que daban alos salvacionistas los rufianes de la localidad, elconstructor Charles Fry ofreció a Booth sus ser-vicios y los de sus tres hijos para protegerlos. Elhecho de que Fry tocará la corneta y sus hijosotros instrumentos de viento, fue al principiopuramente incidental. Pero se les ocurrió mástarde llevar los instrumentos para acompañar loscantos y así, sin quererlo, nació la primera bandasalvacionista.

A Booth le gustó el efecto y pronto se for-maron otras bandas. Cada cual escogió el instru-mento más de su gusto y, mal que bien,aprendían a tocarlo. Las concertinas y las pan-deretas hacían furor. Bramwell aprendió a tocarel acordeón; otros tañían cencerros, soplabancuernos de caza o arañaban banjos. Todo podíafaltarles a aquellos músicos primitivos menos

entusiasmo. Marchaban sin descanso soplandosus cornetas y batiendo sus tambores comoposeídos.Enseguida Fred, el mayor de los hermanos Fry,y Herbert Booth, el tercero de los hijos delevangelista, comenzaron a poner nueva letra acantos y tonadas populares. El que supiera lamelodía de la marsellesa podía aprender rápida-mente el “Hijos de Dios, despertad a la gloria”,y así convirtieron en himnos sagrados muchascanciones populares.

Piadosos y atrevidos

Los críticos le echaban en cara a Booth querebajaba la religión al nivel del café cantante,pero sus músicos combatían al diablo en su pro-pio terreno. El Ejército de Salvación no tardó entener 400 bandas con un repertorio de 88 piezasde gran éxito.

Fue como si hubiera sonado una clarinada.Hombres y mujeres acudían a enrolarse bajo elestandarte de Booth. Y no era gente que seguiríadespués por el camino ancho de la vida. Precisoera, si, empezar por convertirse, mas cuandoesto sucedía los conversos renunciaban almundo y abrazaban la cruz de Jesucristo, listospara luchar por Él en todo tiempo y lugar. Todosprestaban juramento de dedicarse a un propósi-to inquebrantable: la redención de lahumanidad. Y si los espíritus superiores hacíanburla por su vulgaridad e ignorancia, su mismafalta de erudición combinada con su gran sin-ceridad, les daba cierto toque de sencillez que elpúblico adoraba.

En la primavera de 1880, los prosélitos deBooth comenzaron a vestir uniforme, privilegioque ganaban a fuerza de espartana disciplina.Hoy día, los cadetes del Ejército de Salvación, segradúan después de un curso de dos años encualquiera de sus 42 escuelas de cadetes, llevanuna vida dura y metódica, pero todo palideceante los rigores de aquellos primeros tiempos.Aprendían al dedillo la ciencia de la “fre-gología”... levantándose al rayar el alba a fregar

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y a restregar los escalones de piedra de sus cuarte-les, a dejar brillantes las botas y los cristales de lasventanas. El curso era práctico desde el principiohasta el fin. Aprendían a hacer frente a las sátirasy a los huevos podridos con que podría recibirlosun auditorio adverso en campo abierto y las pal-abras soeces de un cantinero en su propia taber-na. “Os sentencio a todos a trabajos forzados depor vida”, dijo Booth con amarga ironía al des-pedir a una clase que se graduaba.

Cuando había dinero disponible, se pagabanmodestos salarios, pero en el histórico “Congresode Guerra” que confirió a Booth poderes supre-mos, el General decretó que todos los gastos delEjército se atenderían antes que el pago de suel-dos. El reglamento era riguroso en verdad perogarantizaba a Booth una unidad de combatecapaz de triunfar sobre toda oposición: Un bata-llón de entusiastas decididos a rescatar almas per-didas en los abismos de la bebida y de los vicios ycapaces de hacer sentir su presencia. Booth quería“gente piadosa, atrevida y emprendedora” y esofue precisamente lo que consiguió.

“Con tal de salvar almas”, confesaba CatherineBooth, “con mucho gusto paso por tonta ante losojos del mundo”. Los soldados tomaron a pechoese ejemplo.

El Teniente Theodore Kitching, cuáquero decarácter apacible, había comenzado como maes-tro de escuela, mas para llamar la atención de lasmasas entró en Scarborough montado en unpollino enjaezado de rojo; y para vender sus ejem-plares del Grito de Guerra consiguió prestada unacampanilla y con ella fue repiqueteando por lascalles. Otro predicador subía a la improvisada tri-buna enfundado en un suéter rojo que tenía pordelante el escudo del Ejército de Salvación y pordetrás un letrero que decía “El diablo es un men-tiroso”. Las chicas del Este de Londres atraíanmultitudes nunca vistas desfilando, por consejode Booth, con las camisas de dormir puestas sobrelos uniformes.

Hasta el mismo Bramwell, venciendo sucortedad de genio, solía llamar la atención de lagente y formarse un auditorio predicándole a su

Los primeros salvacionistas buscaban lavoluntad del Señor, y Él les respondía conbendiciones y crecimiento. Junto con labendición se cumplieron las advertenciasque el Evangelio expone. “En el mundosufriréis aflicción, pero confiad; yo he ven-cido al mundo”. Pronto empezó la perse-cución.

El enemigo r

La gente comenzó a oír el Evangelio yrespondió. Grandes cantidades comen-zaron a sumarse a las filas del Señor. Lamayoría de ellos eran hombres y mujeresque antes acostumbraban gastar todo susalario en las numerosas tabernas de laciudad. Ahora se paraban en las calles yproclamaban que el Evangelio los habíaseparado de la bebida. Los dueños de lastabernas no veían con buenos ojos quesus parroquianos de ayer asistieran a unculto religioso en vez de gastar su dineroen sus negocios. Pronto organizaron unachusma de maleantes con el nombre de“ejército de los esqueletos” que aparecíanen las reuniones y atacaban violenta-mente a los asistentes.

Por lo cual por amor aCristo me gozo en lasdebilidades, en afrentas,en necesidades, en perse-

cuciones, en angustias; porquecuando soy débil, entonces soyfuerte (2 Corintios 12:10).

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Los ataques se incrementa-ban con el paso del tiempo.En 1888, el “ejército de losesqueletos” irrumpió en lasinstalaciones del CuerpoWorthing en Sussex, ataqueque fue muy comentado enla prensa del país.

Los salvacionistas usaban las perse-cuciones como motivo de regocijo y alabanza. En la foto podemosobservar un grupo de 4.000 salva-cionistas que espera la llegada delCapitán Anker Deans y el TenienteRalph Morris, quienes habían pasado15 días en la cárcel de Aylesburg portocar el bombo en un área pública.En el inserto, la Capitana Myra Daviesy la Tenienta Mary Fairhurst de 19años posan para una foto después dehaber estado por siete días en la cár-cel de Eckington. ¿Los cargos?Predicar el Evangelio en la calle.

El ataque no solamente venía de los dueños de las tabernas. Lasociedad inglesa en general no pudo entender la motivación de unoscristianos bulliciosos que se vestían en uniforme y salían a predicaren forma que les parecía indigna de religiosos. La ilustración mues-tra una caricatura de William Booth en que se insinúa que no eracuidadoso con el dinero del Ejército; acusación que los años pro-baron totalmente falsa, cuando la opinión del país se volcó en sufavor.

o reacciona

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sombrero en forma de pantomima, o levantán-dose de un ataúd conducido por seis hombrespara pronunciar las palabras de San Pablo: “¡Ohmuerte! ¿Dónde está tu aguijón?”

No eran meros sensacionalistas que hacíanalharaca por el gusto de hacerla. Una vez logra-do su propósito de reunir con sus tácticas decirco un auditorio, se tornaban en apasionadospaladines del Evangelio y de la reconciliacióncon Dios.

Mi sio nes en la In dia

El celo misionero de Booth llevó al Ejércitode Salvación allende los mares. Se establecieronavanzadas en Estados Unidos, Canadá yAustralia. Y Kate, su hija mayor personalmente“abrió el fuego” en Francia, donde la diferenciade cultura y concepto de la vida ofrecían muchospeligros. Ansiosa de lanzar una edición francesasimilar al Grito de Guerra, Katy pensó que elamor del Ejército de Salvación hacia los pobrespodría muy bien resumirse en el título del pe-riódico llamándolo Amour. Mas hubo quien ladisuadiera a tiempo. Una chica tan linda comoella voceando “Amour un sou” por los bule-vares, era algo que podía provocar malas inter-pretaciones. Apresuradamente se cambió elnombre del periódico por En Avant.

Con el tiempo se estableció el Ejército en casitodas las naciones de Europa y el HemisferioOccidental ... mas, esas tierras eran ya cristianas.La verdadera prueba de su efectividad se hizo en1882, cuando se resolvió emprender la guerra desalvación entre los musulmanes, los brahmanes ylos budistas de la India.

“Recordad que es muy posible que os encon-tréis absolutamente solos”, reza un memorandoque repartió entre los voluntarios que iban a laIndia. “En las aldeas adonde vais no tendréismuebles. Tendréis que aprender a cocinar comolos indios y a lavar la ropa en el río, como ellos.Es preciso dejar para siempre todas vuestras ideasy vuestras costumbres inglesas”.

Booth fue aun más conciso en las instruc-ciones finales que dio al mayor Frederik Tucker,

jefe de la misión india: “Hay que meterse dentrode su pellejo, Tucker”, le dijo con firmeza.

Mas no fueron los indios los primeros enrechazar a Booth, el gobernador inglés deBombay se opuso fanáticamente a que losmisioneros vivieran como indios. Temía que laconfusión de casta entorpeciera la dominaciónbritánica y juró hostilizar a Tucker hasta queabandonara la ciudad.

Se prohibieron las procesiones y las reunionespúblicas y cuando Tucker desobedeció la ordenfue arrestado. Durante cinco meses hubo unestado de guerra civil entre el gobierno y los sal-vacionistas. Finalmente intervino el departamen-to encargado de los asuntos de la India enLondres y ordenó suspender la persecución.

Para los soldados de Tucker, que pronto reci-bieron refuerzos de Londres, cualquier sacrificioera aceptable con tal de salvar almas. “¡Aleluya¡”,escribía a su casa un recién llegado. “No me heacostado en una cama desde que llegue aquí. Hedormido a campo raso. Se me han hinchado yulcerado los pies en las primeras semanas de tra-bajo, pero todo eso se compensa con sólo ver losrostros alegres de los convertidos”.

Vestían túnicas color de azafrán al estilo indio,en señal de renuncia, y usaban sandalias. Para lle-gar hasta los tamiles del sur se afeitaban lascabezas dejándose en la coronilla un mechónque trenzaban en forma de coleta; en la frente sepintaban la marca de casta del Ejército deSalvación con rojo, amarillo y azul. Cuando tra-bajaban entre los “intocables” se volvían intoca-bles entre ellos mismos, sometiéndose volunta-riamente al oprobio y al ostracismo.Conquistaban y triunfaban con el solo ejemplocristiano. Como caso típico puede citarse el deElizabeth Geikie, hermosa chica de ojos azules,natural de Dundee. A su choza diminuta enmedio de la selva, cuyo único recuerdo de lapatria eran unas láminas recortadas del Grito deGuerra y pegadas en las paredes de barro, losaldeanos llevaron a un hombre medio enloque-cido de dolor. Elizabeth se agachó y vio que sele había clavado una enorme espina en la planta

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del pie, solamente asomaba la punta. Ella notenía instrumentos de cirugía, pero sí una den-tadura muy fuerte. Se arrodilló y con los dientesextrajo la espina de un tirón. Al día siguienteaquel hombre y su esposa se hicieron salva-cionistas. Aunque nunca llegaron a comprenderlos sermones de Elizabeth, entendieron en cam-bio lo que significaba el hecho de que una mujerblanca, para curar una herida pusiera sus labios,la parte más sagrada del cuerpo, sobre un pie lamás innoble.

Este trabajo inicial le sirvió de base para con-seguir un triunfo sensacional más adelante. Lanoche en que iba a celebrarse la fiesta anual deGanes, la deidad de cabeza de elefante,Elizabeth se ocultó atrevidamente en el templo.Desde su escondite oía el batir de los tantanes yla algarabía del villorrio; a poco llegó al claro delbosque alumbrado por la luna una multitudbulliciosa de hombres y mujeres cargados deofrendas. Todos se quedaron asombrados alverla sentada en la cúpula del altar. Vestía un lla-mativo sarí color salmón y tenía los brazosextendidos.

— -Ahora ya sois seguidores del Dios vivo, lesincrepó, poneos de rodillas, porque vamos aorar. Entre la multitud había muchos a quienesatendió durante la epidemia de cólera o en lospartos; muchos infelices a quienes proporcionóalimento y consuelo; gente que no la había vistobuscar otra cosa que el bienestar de ellos mis-mos... Pusieron, pues, las ofrendas a un lado y searrodillaron a orar. Fueron los primeros demuchos que hicieron eso en aquel sitio, dondetodavía existe un edificio del Ejército deSalvación.

¿Por qué razón aceptan de buen grado los sal-vacionistas el peligro, la pobreza y ladegradación? Cuando le preguntaron esto aBooth, él respondió:

-No puedo impedírselo. Lo hace de todosmodos.

Fruto de esa dedicación son los siete hospi-tales y los 1.090 Cuerpos que hoy dirige elEjército de Salvación en India, además de otros

centros de ayuda.

Do lo res del cre ci mien to

Con el buen éxito y su creciente influencia segranjeó el Ejército encarnizados enemigos. Lostaberneros y dueños de lupanares fueron los másresentidos por la brecha que Booth estabaabriendo, con menoscabo de sus ganancias, y amediados de la década de 1880 tomaron parteen el contraataque que se desató entonces.

En toda Inglaterra, los soldados del Ejércitode Salvación sufrían violentos ataques por partede la plebe. Los rufianes arrojaban brea y azufrehirviendo sobre las tropas en marcha. EnWhitechapel, un grupo de muchachas fueronatadas unas con otras y apedreadas luego concarbones encendidos. En Hucknall le dieron aun cadete una paliza tan salvaje que estuvoinconsciente durante tres días. En Plymouth, 40malhechores armados de orinales repletosasaltaron el edificio del Ejército e hicieron de lassuyas. Una y otra vez se suspendían las reunionesen medio de la mayor confusión.

Temiendo por la seguridad de sus adeptos yespecialmente por el peligro a que se exponíanlas mujeres, Booth les aconsejó al principio queprocedieran con cautela. Todas las reunionesdebían celebrarse dentro de un edificio, dejandola calle para los rufianes. Mas las tradiciones delEjército no estaban arraigadas en la prudencia, eldeseo de predicar el evangelio en las calles erairresistible. “Si el demonio no nos ataca, ten-dremos que atacarlo nosotros”, declaró laCapitana Ada Smith, la más pequeñita de lasgraduadas de la Escuela de Cadetes.

Triunfaron sus fogosas palabras y Booth con-vino en que afrontara la oposición de frente. Esodio lugar a interminables y angustiosas luchas,pero a la postre, después de muchos meses lafuerza de la opinión pública obligó a la policía aprestar protección al Ejército, y cuando estoocurrió la oposición despiadada fue desapare-ciendo.

Tales contratiempos, y otros apremios de un

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“Mis mejores hDios nos llamó a ser un pueblo queacepta y agradece el aporte de lamujer en Sus filas. Dios ha bendecidoel trabajo y el ministerio de nuestrashermanas salvacionistas. La mayorparte de la persecución que experi-mentamos en el principio de nuestroministerio fue producto del realce quele dimos a la mujer en labores ministe-riales que hasta el momento habíansido consideradas como territorioexclusivo de los hombres. El Señor nosdio y nos sigue dando múltiples prue-bas de que Él se place en el servicio yliderazgo de nuestras hermanas.En el transcurso de nuestra historia,dos mujeres han sido nombradascomo líderes máximos de nuestroMovimiento (Generalas).

La Generala Eva Booth (izquierda), hija delFundador, fue una predicadora de gran poder queademás poseía dotes administrativos y amor porlas almas. La Generala Eva Burrows (derecha) sedesempeñó en el cargo desde 1986 hasta 1993.

Desde el principio, nuestro movimiento tuvola influencia femenina en la persona deCatherine Booth, una mujer tímida,humilde, pero de muchos talentos. Ademásde criar seis hijos (cinco de los cualesfueron predicadores) dejó un legado litera-rio que todavía es de bendición al que loquiere leer.

Un término que llegó a ser muy conocido fue“slum sisters” (hermanas del arrabal). Ellas seadentraban en los barrios más pobres de la ciu-dad e iban de casa en casa, ofreciendo sus ser-vicios y su ministerio evangelizador.

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s hombres son mujeres”

Las mujeres no sólo han prestado un servicio excelenteen el púlpito; también lo han hecho en el trabajo prácticoy las labores que llevan el mensaje del amor de Dios.Las ilustraciones muestran a nuestras hermanas salva-cionistas que durante la Primera Guerra Mundial sirvierona las tropas aliadas con mucha dedicación. Se llegaron aconocer como las “Doughnut Girls”, que se podría traducir“las niñas de las donas”, porque gratuitamente ofrecíancafé y esta clase de bizcocho a los soldados. Al final de laguerra fuimos reconocidos por los gobiernos aliados porla gran ayuda que estas hermanas brindaron a riesgo desus vidas en el campo de batalla llevando apoyo espiritu-al y ayuda práctica. Se les podía ver en los hospitales mil-itares recibiendo dictado de los soldados demasiado heri-dos para escribir a casa.

La Mayora Emma Westbrook desarrolló una larga carre-ra en este país. Fue siempre querida por haber sido unade las “siete muchachas aleluyas”. Este nombre se le dioa las siete salvacionistas que acompañaron alComisionado Railton cuando “invadió” Estados Unidos.

William Booth

Una de las primeras bandasmusicales, compuesta sólo demujeres.

En las famosas trincheras de la Primera GuerraMundial.

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Por la dignidad humana

Muchas familias de la Inglaterra del sigloXIX subsistían empaquetando fósforos ensus hogares. Hacían eso a pesar de que losfósforos contenían un componente quedesfiguraba las mandíbulas horriblemente.La industria de fósforos no se había pre-ocupado por la salud de los obreros. ElEjército de Salvación entró en batalla conellos, proclamando que no era justo en unpaís cristiano despreocuparse por una per-sona para beneficio económico de unospocos. Los primeros salvacionistasaveriguaron que existía una manera nodañina de elaborar este producto.Instalaron una fábrica y comenzaron a pro-ducir fósforos sin menoscabar la salud delos obreros hasta que la industria cambiósus métodos; cuando eso ocurrió, los salva-cionistas cerraron la fábrica.

Una caja de fós-foros hecha enla fábrica delEjército sin elcomponente

perjudicial.

Una familia, niños incluidos, trabajapara la industria del fósforo, en la pri-vacidad del hogar.

organismo creciente, fueron minando la salud deBooth. Rara vez estaba libre de las molestias de ladispepsia y sus ayudantes lo encontraban irritabley aun de mal genio. Desayunaba sobriamente: unhuevo cocido, una tostada y una taza de té sinazúcar, y solía gritar en tono fulminante que legustaba su té, lo mismo que la religión: ¡biencaliente¡ Comía de prisa y con el estómago siem-pre adolorido.

Catherine era su consuelo. Al volver a casa,excesivamente cansado le tomaba la mano alentrar y le decía: “Kate, oremos juntos”, despuésde una breve oración se levantaba armado denuevos bríos.

Theodore Kitching, el cuáquero ex-maestro deescuela, recordaría siempre una tarde en quetomaba el té en compañía de Catherine, mientrasella placidamente zurcía los calcetines delGeneral. De pronto sintieron un coche que sedetuvo en la calle, y Catherine se incorporó de unsalto y corrió presurosa a la puerta.

-¡Oh, William -le oyó decir Kitching-, que ale-gría siento al verte!

Él se sentó a su lado, ella le pasó las pantuflasde lana tejidas con sus propias manos y lo colmóde tiernas caricias. Profundamente conmovido,Kitching se alejó de puntillas; estos amantestenían ya 55 años y muy pronto iban a cumplir eltrigésimo aniversario de sus bodas.

Ambos hallaban consuelo en sus hijos, quetambién habían entregado sus vidas a Dios. Élnunca dejaba de emocionarse al verlos reunidosen la cocina después de una reunión vespertina,hablando con entusiasmo de nuevas conversionesy nuevos reclutas. Bramwell, que tenía 28 años,seguía siendo el Jefe de Estado Mayor de supadre; los otros tenían también puestos de impor-tancia. Kate y Herbert trabajaban en Francia,Emma se disponía a viajar a la India, Ballingtondirigía la Escuela de Cadetes para hombres, yEvangeline, con su fulgurante melena roja y suoratoria más fulgurante aun, prometía grandescosas. Lucy, nacida tres años después de queBooth comenzara su cruzada en el Este deLondres, la menor y la octava de la prole tenía ya

Defended al débil y alhuérfano: Haced justiciaal afligido y al menes-teroso (Salmos 82:3).

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Un mal repugnante

Los esfuerzos de los primeros salvacionistasayudados por William Stead, culminaron conla presentación de 393.000 firmas al gobier-no de Inglaterra pidiéndole que la edad deconsentimiento para una mujer subieradesde 13 a 16 años. En la ilustración seobserva el momento en el que los salva-cionistas entran con el inmenso rollo de fir-mas a la Cámara de los Comunes.

William Stead, director delperiódico Gazette, fue uncristiano que cooperóampliamente con losesfuerzos del Ejército. En eltranscurso de su investi-gación, y para probar larepugnancia del mal, él yBramwell Booth,“ordenaron los servicios”de una muchacha de 13

años quien prontamente fue puesta en unlugar de cuidado del Ejército. Con esto,quedó ampliamente demostrado frente a unpúblico incrédulo que en la “civilizada”Inglaterra, existía el tráfico de blancas.Aprovechándose de este incidente, losnumerosos enemigos de Stead hicieron quese le condenara por violar la misma ley quecon tanto esfuerzo habían hecho implantar.Cada año en el cumpleaños de su condena,se vestía orgulloso con el uniforme de pri-sionero, con el cual se le ve en la foto.

16 años y en esa década saldría para la India.Solamente Mariam, de 20, era demasiado delica-da de salud para tomar parte activa en la batalla dela salvación.

En 1884, el Ejército se componía de 900Cuerpos, de los cuales más de 260 funcionabanallende los mares. De los 500 oficiales que habíaen el extranjero sólo 90 procedían de GranBretaña; los restantes se habían reclutado en suspaíses nativos. El Cuartel general se hallaba enuna casa de seis pisos, antiguo salón de billares dela calle Queen Victoria, donde un ajetreado per-sonal de 80 empleados despachaba cerca de dosmil comunicaciones diarias. El Ejército deSalvación era ya un movimiento que manejaba unpresupuesto de 30.000 libras esterlinas anual-mente.

Otros clérigos comenzaban ya a hacer la cortea Booth. Había gente, confesaba el arzobispo deNew York, que la iglesia de Inglaterra no eracapaz de atraer. Al practicar un reconocimientonocturno un día de trabajo en Londres seaveriguó que a los Cuerpos del Ejército concu-rrían 17.000 devotos mientras que a las iglesiasregulares sólo asistían 11.000. El Arzobispo hastallegó a proponer la incorporación del Ejército deSalvación a la iglesia de Inglaterra. Pero Booth noquiso ni siquiera oír hablar de eso, pues no estabadispuesto a ceder ni un ápice de su férreodominio. El Ejército se había extendido sobre elglobo terráqueo precisamente porque era móvil,porque se concentraba en un solo propósito yporque despreciaba los convencionalismos.-Como bien lo ven -explicaba Booth-, nosotrosno tenemos reputación que perder.

“Un mal re pug nan te”

Ninguna batalla de las que libró el Ejército fuetan dramática como su lucha para redimir a lasprostitutas de Gran Bretaña y acabar con la inno-ble trata de muchachas menores de 20 años.Desde 1881, Booth había mantenido en Londresun refugio para mujeres de la calle que buscabancambiar de vida, y en un período de tres añosVosotros sois

la sal de la tierra(Mateo 5:13).

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unas 800 muchachas habían pasado por él. Noobstante, esto por sí solo era casi nada para con-trarrestar el enorme tráfico de esclavas blancas.

Más tarde, en la primavera de 1885, AnnieSwan, una joven de 17 años, llamó a las puertasdel centro. Vestía un traje de subido color escar-lata, símbolo de su degradante profesión, llevabaen su mano un libro de himnos del Ejército deSalvación, y pidió ver al General.

Bramwell, como lugarteniente de su padre,fue quien escuchó su historia. Annie era unachica pueblerina que había ido a Londres desdeSussex para trabajar en el servicio doméstico... yhabía caído en una trampa ingeniosamente pues-ta. El servicio no exigía toca ni delantal, sinotraje rojo de seda, y la “casa” era un burdelcuyos residentes eran otras chicas cautivas, de suedad poco más o menos.

Después de comprobar la veracidad de la his-toria, Bramwell resolvió buscar un aliado deinfluencia y lo halló en William Stead, directorde la Gazette. Stead se mostró incrédulo hastaque oyó contar a otras tres macilentas pupilas,todas menores de 16 años, las angustias yremordimientos de sus vidas. Eso fue suficiente.Al punto formó una comisión secreta que inicióuna intensiva investigación sobre la trata deblancas. De cien casos consecutivos investigados,la tercera parte resultaron ser chicas menores de16 años que habían sido inducidas con engañosa la prostitución. Se supo también que sola-mente en Inglaterra había 80.000 prostitutas yque el negocio producía ocho millones de librasesterlinas al año.

Se descubrió que gran parte de las utilidadesse obtenían con las “doncellas novatas”, como selas llamaba en el argot del negocio. El cebo máscomún para atraerlas era el mismo con que habíacaído Annie Swan: Anuncios en los periódicossolicitando muchachas campesinas para el servi-cio doméstico en Londres. Pero cualquiera quefuese el ardid, la suerte de la chica era siempre lamisma: la narcotizaban, la violaban y la teníanpresa en el lupanar hasta que cumpliera con losdeseos de la dueña.

De acuerdo con la ley, las jóvenes mayores de13 años, edad de consentimiento, no teníanrecurso jurídico. Pero con menores aún se hacíanegocio, porque sin un auto de habeas corpus, lapolicía no podía entrar a un burdel a buscarlas yesos autos eran difíciles de obtener. Miles de chi-cas se despachaban como ganado a las casasreglamentadas por el Estado que existían enBruselas y Amberes. A las más recalcitrantes lasnarcotizaban y las empacaban en cajas de maderaa las que abrían respiraderos para que entrara elaire. ¡Cuántas veces la víctima despertó enmedio del viaje para encontrarse con el indeciblehorror de sentirse enterrada en vida!

La in ves ti ga ción de Stead du ró seis se ma nas.El 6 de ju lio de 1885 apa re ció su pri mer ar tí cu -lo. La edi ción se ago tó in me dia ta men te y ca danú me ro del pe rió di co ya leí do se ven día en me -dia co ro na. Geor ge Ber nard Shaw, uno de loscrí ti cos del dia rio lle vó per so nal men te un fa jo deGa zet tes a un kiosco y las ven dió to das. La reac -ción fue vio len ta; mu cha gen te creía que Steadno era más que un por nó gra fo y, en res pues ta alcla mor del pú bli co, el Mi nis te rio del In te rior or -de nó que sus pen die ra las pu bli ca cio nes.

Stead no lo hi zo; mas al ter cer día de la se rieel éxi to de su cru za da se vio en pe li gro. Unenor me gen tío se agol pó a la puer ta de la Ga zet -te; no eran hom bres se dien tos de jus ti cia si nouna chus ma re clu ta da por los tra tan tes de blan -cas, que que ría en trar a sa quear el edi fi cio. Llo -vie ron sobre él piedras y trozos de ladrillo y laspolvorientas vidrieras quedaron hechas añicosantes que la policía pudiera dispersar a los amoti-nados.

Stead creía que la situación era desesperada.Esa misma tarde se había presentado unamoción en la Cámara de los Comunes para con-tinuar el debate de la ley que debía elevar la edadlegal del consentimiento. Era preciso que la ter-cera entrega de sus publicaciones llegara a manosdel público. “Enviaré un mensaje al GeneralBooth”, pensó. “Él es el único capaz de ayu-darnos”.

El mensajero llegó rápidamente a la calle de

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En el pequeño país de Guyana en Sudamérica, Francia mantenía una colonia penal que hacía temblar acualquiera que hubiese sido sentenciado a aquel lugar. Se conocía como la “Isla del diablo”. Era el medio porel cual Francia se deshacía de sus criminales más feroces. La disciplina era terrible y si alguien recibía una con-dena de cinco años, podía esperar con seguridad que al cabo de este tiempo, debía pasar otros cinco añosmás como “liberto”. Un “liberto” era un prisionero que había cumplido su condena, pero que ahora, fuera dela cárcel, debía permanecer en la isla por un tiempo igual al de su condena. Su situación era peor, porqueahora no tenía alimento ni techo donde cobijarse.El Ejército de Salvación mandó al joven Capitán Charles Pean para que hiciera algo. Pean invirtió los primeroscinco meses de su estadía en investigar el sistema a cabalidad. Cuando volvió a París, tenía un reporte com-pleto para presentarle al gobierno. La Segunda Guerra Mundial paralizó todo, y no fue hasta 1947 que Peanpudo reanudar sus esfuerzos. De vuelta en la isla, comenzó a organizar albergues en los cuales los “libertos”podían pasar la noche.Abrió fuentes de trabajo para hacer que los prisioneros pudieran ganarse el pasaje de vuelta a Francia con lalabor de sus manos. Todo eso mientras mantenía la presión frente al gobierno de Francia y de la opinión públi-ca para que el penal fuera eliminado por completo. Por fin el éxito coronó sus esfuerzos. En los primeros díasde 1946, Pean fue invitado por el gobierno de Francia a la ceremonia oficial con la cual el penal se cerraba.

Charles Pean llegó a ser un líder en lasfilas del Ejército de Salvación y con elgrado de Comisionado sirvió como jefeterritorial en su país.

En la foto, el entoncesCapitán Pean posa delantedel edificio donde se predica-ba el Evangelio y se dabaalojamiento a los “libertos”.

El lugar era penoso y plagadode malaria. Los “libertos”andaban por la isla en unadesesperada carrera por con-seguir alimentos.

Pean trabajó duramente para ganarsela confianza de los residentes deGuyana. Le fue necesario trabajar conlo que tenía, y en sus notas comentaque hubo un tiempo en el que debióencargar las finanzas a un nuevo con-vertido que había sido condenado pormalversación de fondos. Sus propioshijos tuvo que dejarlos al cuidado de unnuevo convertido que había sido conde-nado por abuso sexual. Gracias a Dios,todo salió bien.

Cuando el diabloperdió su isla

Así alumbre vuestra luzdelante de los hombres,para que vean vuestrasobras buenas, y glori-

fiquen a vuestro Padre que está enlos cielos (San Mateo 5:16).

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Queen Victoria y sin obstáculo alguno hasta lapresencia del General. Booth lo escuchó ensilencio, dio media vuelta en su silla giratoria yluego dijo: “Dígale al señor Stead que haremostodo lo humanamente posible para ayudarlo”.

Y de su puño y letra escribió: “¡Siga adelante,todo golpe cuenta. Hay multitud de gentehorrorizada que implora con ahínco esa ley. Estavez conseguiremos que los legisladores reparenen la repugnante enfermedad”.

En toda Inglaterra trabajó el Ejército deBooth por mantener ardiente la indignación delpúblico; el General en persona capitaneó mani-festaciones populares en varias ciudades. En 17días de continuo afán el Ejército de Salvaciónrecogió 393.000 firmas en una petición para ele-var la edad legal del consentimiento ... era unenorme rollo de papel que al desenvolversemedía casi cuatro kilómetros de largo. Lo pre-sentaron al Parlamento a fines de julio y, en cosade pocos días, fue nombrada una comisión que,después de estudiar cuidadosamente las denun-cias de Stead, informó que eran “sustancial-mente ciertas”.

El gobierno no podía hacer más que actuar.La ley que elevaba la edad del consentimiento alos 16 años y autorizaba a la policía a registrarlos burdeles sospechosos obtuvo una mayoríaabrumadora.

“Demos gracias a Dios”, escribió Booth en elGrito de Guerra por el éxito con que Él ha coro-nado el primer esfuerzo del Ejército de Salvaciónpara mejorar las leyes del país”.

En verdad, el prestigio del Ejército deSalvación se remontó a las más altas cumbres.Uno de sus antiguos benefactores puso en lasmanos de Catherine Booth 2.000 libras esterli-nas para el rescate de muchachas descarriadas.En el espacio de cinco años Booth tenía 13 casasque albergaban 300 jóvenes, solamente en elReino Unido, y 17 más en el extranjero ... pre-cursoras de los 119 albergues donde a mediadosdel siglo XX se acogerían 4.000 muchachasanualmente.

En me dio de la vi da…

Una noche de invierno de 1887, el generalBooth abrió un nuevo cuartel en Kent y no saliópara su casa hasta después de las doce. Al pasartraqueteando su coche de alquiler sobre elpuente de Londres, que cruza el Támesis, vioalgo que lo llenó de congoja. Centenares dehombres, sin casa ni hogar, acurrucados en lasconcavidades del puente se protegían del vientoy del frío tan sólo con sus andrajosos vestidos y

hojas de periódicos. Aquel espectáculo lo pertur-bó y, cuando Bramwell se le presentó la mañanasiguiente, el General le preguntó:

-¿Sabías tú que hay hombres que pasan lanoche en los puentes?

Aunque a Bramwell no le caía eso de sorpresa,se sintió herido en el cargo velado que le hacíasu padre de que sabiéndolo no le pusiera reme-dio. Después de todo, dijo, el Ejército deSalvación no podía remediar todos los malessociales.

Con un movimiento brusco de la mano,Booth desdeñó tal argumento y dio una ordenque iba a cambiar el rumbo de la institución.

-Anda y haz algo -le dijo-. Toma un almacénde depósito desocupado y ponle calefacción.Busca algo con qué abrigarlos. ¡Pero, escuchaBramwell, nada de juegos, esto va en serio!

Por los informes de sus lugartenientes dise-minados por todas partes se supo que la escenadel puente de Londres no era un caso aislado.

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Había casi tres millones de personas en GranBretaña que arrastraban una vida de extremaindigencia y para ellos pedía Booth el “privilegiode los caballos de coche”, el mismo derecho quegozaba cualquier animal de carga londinense detener comida, abrigo y trabajo.

El almacén de depósito que consiguióBramwell para los desheredados no fue más queel paso inicial. En 1888, estableció el Ejército suprimer restaurante de comida barata. No era unade esas cocinas de caridad que reparten sopaaguada, de las que Booth desconfiaba, sino uncomedor en donde se vendían los alimentos aprecios increíblemente bajos: Pastelillos de carney patatas por tres peniques, un pastel de dulcepor medio penique. También se ofrecía alo-jamiento. Con cuatro peniques se conseguíajabón, toallas, comodidades higiénicas y cama enun dormitorio con calefacción.

Esos primeros esfuerzos, que embargabancada vez más el tiempo de Booth, se hicieron encircunstancias penosísimas. A principios de1888, cuando apenas comenzaban las activi-dades de asistencia social, se descubrió queCatherine tenía cáncer. Fue sometida a unaoperación quirúrgica, pero el progreso de laenfermedad no pudo contenerse.

Booth, a quien afectaba profundamente elsufrimiento de la humanidad, sentía los doloresde Catherine como si fueran propios. Sin embar-go, ninguna inquietud personal era capaz dehacerle olvidar los problemas de los demás. Y así,para que toda Inglaterra conociera las espantosascondiciones de los barrios bajos, se ocupaba enpreparar una revelación basada en sus propiasnotas y en los informes de sus subalternos. Confrecuencia, al salir del cuarto de Catherine sesentía completamente abatido pero, de un modoo de otro, lograba siempre reanudar sus labores.Día y noche escribía y corregía, interrumpiendoel trabajo solamente para dirigir a Dios unasúplica por la salud de su bien amada esposa.

Catherine solía quejarse tristemente de que seestaba muriendo en una casa que era como una“estación de ferrocarril”, pero ella sabía más que

nadie que no era posible eludir el trabajo de lasalvación. A todas horas entraban y salían fun-cionarios: los mensajeros golpeaban a la puertallevando telegramas urgentes y su misma alcobase convirtió en salón de sesiones donde se dis-cutían y tomaban forma los planes de acción delEjército.

Sus sufrimientos se prolongaron aún por dosaños, pero su fe continuó inamovible. “No ospreocupéis de la muerte”, escribía a sus amigos.“Procurad vivir bien, y la muerte será buena”.Su única inquietud, le confesó a William, era lade “no poder estar contigo para asistirte en tusúltimos momentos”.

El 2 de octubre de 1890 comenzó el final.William se sentó a su lado, le tomó las manos ysintió que ella se quitaba del dedo el anillomatrimonial de oro y lo deslizaba en uno de lossuyos.

-Con esta prenda se unieron para siemprenuestras vidas -le dijo- y con ella nos unimos enla eternidad.

Booth asintió silenciosamente. No amaría aninguna otra mujer de este lado del paraíso.

Dos días después Catherine moría en sus bra-zos, con su nombre en los labios. En losfunerales flotaron blancos gallardetes en las astasde las banderas y los soldados lucieron al brazocintas blancas en señal de duelo; porque en elEjército de Salvación no se lleva el luto de negro.Catherine estaba en el cielo y el blanco era señalde regocijo, símbolo de su Promoción a laGloria.

En la Os cu ra In gla te rra

Poco después de la muerte de Catherine pu-blicó Booth un volumen sobre los barrios bajosingleses al que llamó En la Os cu ra In gla te rra,remedo irónico del título del reciente y famosolibro del explorador Henry Morton Stanley: Enla os cu ra Afri ca. La obra, que fue editada porWilliam Stead, su antiguo aliado en la guerracontra la trata de blancas, proponía el plan deaplicar la ética cristiana a la civilización indus-trial. Por primera vez la gente que había tenido

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a Booth sencillamente como un evangelistaexcéntrico, se enteraba de su obra en los barriosbajos, de sus tiendas de comestibles, de sus asi-los, y supieron que tales cosas eran apenas losprimeros elementos de un amplio programa.

Como los obreros y las empresas carecían deun campo común, Booth abrió la primera “ofici-na de trabajo” en el Reino Unido, la cual con eltiempo iba a proporcionar empleo a incontablenúmero de desocupados. Al enterarse de queuna 9.000 personas se perdían anualmente enLondres, fundó la agencia para buscar personasextraviadas con sus diez mil funcionarios comoposibles investigadores. Soñaba con una grancolonia campestre en donde los holgazanesdepravados pudieran regenerarse con el trabajohonrado en un medio placentero. Quería fundarun banco para los pobres; prestaba ayuda legal alos destituidos; y columbraba un proyecto deemigración para fundar allende los mares unanueva colonia poblada por familias que quisieranempezar una vida nueva.

Para llevar adelante su obra solicitaba unfondo de 10.000 libras al año para sostener elprograma.

Su atrevida concepción lo hacía el hombremás polémico de Gran Bretaña. En el términode un mes se vendieron 90.000 ejemplares de sulibro y al cabo de un año 200.000. Hervía lamarmita de la controversia.

Los críticos se burlaban de su plan calificándo-lo de “utopía pueril e irrealizable”. Argüían quehasta entonces nadie había sido capaz de trans-formar a un vagabundo en hombre útil a lasociedad. Según ellos, Booth hacía caso omisode la fluctuación de los negocios, estorbaba ellibre desarrollo de la clase obrera, mutilaba losderechos individuales e introducía el socialismo.No se contentaban sus detractores con criticar ellibro: de él personalmente decían que era “uncharlatán, un pícaro piadoso, un santurrón sen-sual y deshonesto”.

Bramwell se enfurecía con esos ataques per-sonales, pero su padre los despreciaba. “Dentrode cinco años”, solía decir, “no tendrá impor-

tancia el modo como esa gente nos trató. Encambio será de suma importancia la maneracomo llevamos a cabo la obra de Dios”. Nuncapensó que su programa era la única solución delproblema, pero había que empezar a resolverloen alguna forma.

“Cuando se venga abajo el cielo”, contestabaa sus críticos, “indudablemente atraparemosgolondrinas. Pero, ¿qué haremos mientrastanto?”

En toda la década del noventa fue preciso bus-car trabajo para los desocupados, y el Ejército,con el fin de crear empleos, se aventuró enempresas comerciales. Booth exploró muchoscampos: manufactura de ladrillos, distribuciónde periódicos, una fábrica de muebles.

Cuando había abusos contra los trabajadores,Booth los combatía. Supo por ejemplo, quemuchos fabricantes de fósforos trataban a susempleados como esclavos. Conoció el Ejércitode Salvación un caso en que una madre trabaja-ba con sus dos hijos, menores de nueve años, 16horas al día para llevar a casa algo más de doschelines. Como no les daban tiempo para comer,engullían un pedazo de pan sin dejar el trabajo.

Peor aún, la mayoría de los fabricantes usabanfósforo amarillo para hacer las cabezas de lascerillas. Tan tóxicos eran los gases de este pro-ducto químico que el Ejército encontró muchasmujeres sufriendo de terribles dolores de mue-las. Ellas no sabían que el fósforo atacaba lasmandíbulas. Primero se les ponía verde todo unlado de la cara, luego negro y enseguida venía lasupuración. Era el fosforismo de la mandíbulaque producía necrosis del hueso y esto lamuerte.

Para combatir esos males el Ejército deSalvación abrió su propia fábrica de cerillas en unlocal claro y bien ventilado donde se usaba unfósforo rojo inofensivo y donde se llegó a pro-ducir seis millones de cajas anualmente. Al cabode una campaña de diez años la industria de ceri-llas se vio forzada a suspender el uso de fósforoamarillo y el Ejército cerró su fábrica, después dehaber cumplido su misión.

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Una familia usada por DiosDios se mueve a veces a través de una familia. Tenemos el ejemplo de Abraham, Isaac, Jacob y Esaú. Aunqueestaban muy lejos de ser perfectos, ni mucho menos santos, Dios los usó para la obra que Él quería hacer enIsrael; tanto es así que la historia de Israel en sus comienzos es la historia de la familia de Abraham. Dios lev-antó el Ejército de Salvación a través de la familia Booth, sus hijos llevaron la obra a Europa, Asia, India yEstados Unidos y su esposa Catherine tuvo gran influencia en la organización y la forma que el mismo tomó.De los siete hijos que William y Catherine tuvieron, todos se plegaron a las filas del Ejército como oficiales.Marianne fue la única que permaneció en casa porque sufría de retardación mental. Algunos de ellos poseíanla mente independiente del padre y terminaron abriendo sus propias brechas. Uno de ellos (Ballington), formóuna organización similar al Ejército que todavía existe en Estados Unidos, con el nombre de los Voluntarios deAmérica. Todos fueron predicadores del Evangelio.

La familia Booth en 1862. De izquierda a derecha: Catherine, William, Emma,Bramwell, su esposa Catherine, Herbert y Ballington.

Bramwell, el hijo mayor, era fiel y dedicado y se convirtió en el asistente de supadre. Carecía del carisma de este pero era dueño de una mente organizadora,y ocupó un lugar importante, cuando llegó el tiempo de solidificar y plasmar unaorganización que había surgido de la nada en cortos años. Estuvo en lastrincheras desde los primeros días, mientras sus hermanos todavía jugaban conmuñecas. Fue a él a quien William llamó para que hiciera algo por la gente quevivía bajo los puentes de Londres. A la muerte de su padre se convirtió en elsegundo General. Bramwell padecía de problemas de sordera desde pequeño.En la foto se le ve con un audífono de la época.

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Catherine, esposa del Fundador, Madre del Ejército deSalvación. Cada día su influencia se reconoce con mayorintensidad. Niña pródiga, se dice que había leído laBiblia de tapa a tapa tres veces antes de cumplir losdoce años. Sus lecturas eran amplias, su espiritualidadera profunda. A los 13 años observó un grupo de niñosque se burlaban de un ebrio que caminaba torpementepor la calle. Catherine se acercó al hombre y caminó allado de él como para acompañarlo y participar de laindignidad que el hombre sufría.Tímida, hija de su época, no participaba en las activi-dades de la iglesia, hasta el día tan recontado en el quesúbitamente, se paró después de la predicación de suesposo, se acercó al púlpito y dijo: “Quiero decir unapalabra”. Su esposo galantemente dijo: “Mi esposa va a

decir unas palabras”. Desde ese día, las palabras de Catherine Booth han influenciado y moldeado a numerosas per-sonas. Sus libros aún circulan y algunos están traducidos al español.

Evangeline Booth, la más brillante de todos, poseía el intelectode su madre. Hizo un magnífico trabajo en Canadá y EstadosUnidos. Poseía una visión amplia que iba más allá de loslímites familiares. Cuando los salvacionistas debieron decidir siel General elegiría su sucesor, haciendo del Ejército unmovimiento familiar, o si el Consejo Supremo sería el que haríala elección, Evangeline apoyó los intereses del ConsejoSupremo.

Catherine, la hija mayor de los Booth, fueconocida como la “Marichale” en París. Supadre la envió a Francia, cuando era casi unaniña, a abrir la obra y su predicación tuvomucho éxito. Un día, un millonario que ibacamino al río Senna para suicidarse, se paró aescucharla predicar en la calle y llegó a cono-cer al Señor. Pasado unos días, invitó a laMarichale a su mansión. Cuando esta llegó,encontró la puerta abierta, y adentrándose lo

vio en la biblioteca danzando suavemente. “¿Dónde está lamúsica?”, le preguntó. “Está en mi corazón”, fue la respuesta.

Ballington Booth, el hermano que se fue... Su padre lo envió aEstados Unidos, en donde tuvo diferencias con el CuartelInternacional de Londres, representado por su hermanoBramwell, Jefe del Estado Mayor, y terminó por alejarse delEjército. Comenzó un nuevo grupo, los Voluntarios de América,que todavía existe y que se ve en Navidad al lado de nuestrasollas con una chimenea en la que un “Santa Claus” solicita fon-dos. Hacen obra social, pero han terminado con su obra espiri-tual.

Herbert era el cuarto hijo yél que más se asemejó a supadre. Era creativo y notemía experimentar connuevos métodos. Fue elprimero que usó la “linternamágica” en el Congress Hallcuando exhibió una serie dediapositivas con las que pre-sentó el Evangelio en formamuy poderosa. Fue autor de

muchas canciones que todavía cantamos. Dejó eloficialato para predicar en forma independiente.

Lucy Booth, la hija menor delFundador. Sirvió en el Ejército todasu vida. Se casó con un oficialsueco y juntos dirigieron la obradel Ejército en Ceilán, hoy SriLanka.

Marianne, la últi-ma hija delFundador, desha-bilitada mental-mente, per-maneció en elhogar hasta elfinal de sus días.

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Emma Booth murió joven en un accidentede trenes en Missouri, Estados Unidos. Esocausó una de las peores decepciones en elanciano padre en Inglaterra.

El General se lava las manos en un balde delimpieza en el Congress Hall, lugar que habíapasado a inspeccionar en su camino aBuckingham Palace, donde el Rey lo habíacitado. Fue en esa ocasión que escribió en ellibro de visitas del palacio: “La pasión dealgunos hombres es la riqueza; la pasión deotros es la fama; mi pasión es el alma de loshombres”.La pasión de William Booth siempre fue laevangelización. Todos sus planes sociales y susesfuerzos por el bien material de los hombres,eran sólo una preparación para hacerlosescuchar las demandas de un Dios que siem-pre está buscando al hombre donde quieraque sus insensateces y sus locuras lo hayan lle-vado. En esto sólo seguía los caminos delSeñor que se aventuró al país lejano, que salióen busca de una oveja perdida, que se alegrópor una moneda reencontrada, que siempreestaba en busca de lo perdido. William noesperó que la gente fuera a la iglesia; él trajola iglesia al mercado y desparramó elEvangelio donde el Evangelio no acostumbraballegar.

“Lu cha ré has ta el fin”

El hombre cuya parroquia fue una vez un arra-bal del Este de Londres viajaba ahora alrededordel mundo siguiendo las sendas que sus soldadosle habían abierto. Visitó los Estados Unidos,Alemania, sólo sentía no poder ir a inspeccionarlos trabajos de exploración que hacía su Ejércitoen Alaska y Java. “Id a buscar almas”, dijo a susreclutas, y ningún país había sido para ellosdemasiado remoto

Ningún pueblo demasiado bárbaro. Estadistas y reyes competían ahora por honrar a

Booth. En 1898 pronunció la oración de apertu-ra del Senado de Estados Unidos. En 1904, el reyEduardo VII le estrechaba la mano en el palaciode Buckingham y le decía: “Está haciendo usteduna gran obra, una obra enorme, GeneralBooth”. El rey también quería saber cuál era laactitud de las iglesias hacia el Ejército.

-Señor -le respondió Booth-, ahora ellas nosimitan.

El rey le pidió que escribiera algo en su libro deautógrafos y Booth anotó lo siguiente:

La ambición de algunos hombres es el arte; La ambición de otros, el oro; La ambición de otros, la fama; Mi ambición es el alma de los hombres.En octubre de 1905, cuando Londres le

entregó las llaves de la ciudad, no quiso ocupar lacarroza triunfal que había de conducirlo alParlamento a través de las calles donde él y susayudantes habían socorrido a los pobres. Prefirióir a pie. Un grupo de sus soldados marchaban a sulado hasta que Bramwell, impresionado por elsimbolismo del acto, or de nó: “¡Atrás, atrás! ¡De -jad lo an dar so lo!”

De pron to Booth se qui tó su som bre ro de co -pa y la mul ti tud que lo veía pa sar con tem pló suher mo so ca be llo blan co re vuel to por la bri sa oto -ñal. Hu bo mu chos que a la vis ta de aque lla fi gu -ra im po nen te y ve ne ra ble llo ra ron sin tra tar deocul tar sus lá gri mas.

A los 75 años tra ba ja ba to da vía Booth in can sa -ble men te. Pa ra él em pe za ban las la bo res del día a

Un padre llora su hija

Recibido por el rey

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William Booth rodeado de algunos de sus nietos.

las seis de la ma ña na y no ter mi na ban has ta des -pués de me dia no che. Nun ca dis po nía de to do eltiem po que hu bie ra que ri do. So lía des per tar asus ayu dan tes, pa ra que lle va ran al gún re ca do opa ra dic tar les, a las cua tro de la ma ña na.

In te re sa do con las po si bi li da des del au to mó vilsa lió en una ex cur sión de 29 días por la GranBre ta ña, y en es pa cio de ocho años efec tuó sie tere co rri dos de esa cla se, pre di can do el Evan ge lioen cen te na res de reu nio nes pú bli cas. Con un ga -bán de mo to ris ta ver de os cu ro, que le lle ga ba alos to bi llos, y una go rra pi cu da con que ha bíareem pla za do su fa mo so som bre ro de pe lo, se hi -zo una fi gu ra co no ci dí si ma en to do el país. Ento das las ciu da des de In gla te rra la gen te se agol -pa ba al ver lo en trar en su Na pier blan co de rue -das ro jas.

Le ob se sio na ba to do el tra ba jo que es ta ba aúnpor ha cer. Bram well lo en con tra ba a ve ces pa -sean do agi ta da men te por la no che, con los bra -zos cru za dos y una toa lla hú me da en vol vién do lela ca be za, preo cu pa do por la suer te de los po -bres, los en fer mos y los pe ca do res.

—Quie ro ha cer más por los que no tie nen ho -

gar —ma ni fes ta ba con ve he men cia a su hi jo re -pe ti das ve ces, no so la men te en es te país si no ento das par tes. Cui da de los des he re da dos, Bram -well. Pro mé te me lo.

Aun que Bram well se lo pro me tía, Booth te níaque de cir la úl ti ma pa la bra:

—Cui da di to co mo no lo ha gas... Si no cum -ples tu pro me sa vol ve ré del otro mun do a exi gir -te su cum pli mien to.

Dis pues to a pe lear has ta el fin, se opo nía tes -ta ru da men te a dar por ter mi na da su mi sión. Unavez, en Ale ma nia, cum pli dos ya los 81, re cha zócon des dén una có mo da si lla de bra zos que leofre cían, di cien do:

—Eso es pa ra los vie jos.Pe ro ya en ton ces su sa lud des me jo ra ba rá pi da -

men te. Su fría de ca ta ra tas y es ta ba ca si cie go.Cier to día de fi nes de ene ro de 1912, Bram wellse que dó ho rro ri za do al ver lo tro pe zar y caer deca be za es ca le ras aba jo. Mi la gro sa men te no se hi -zo da ño, pe ro en ma yo del mis mo año con fe sóan te un au di to rio de 7.000 sal va cio nis tas quelle na ban el Al bert Hall que iba a en trar en el “di -que se co pa ra que lo re pa ra ran”.

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Somos un pueblo especial

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“Mien tras ha ya mu je res que llo ran, co mo llo -ran aho ra”, di jo a sus oyen tes, “yo lu cha ré;mien tras ha ya ni ños con ham bre, co mo los hayaho ra, yo lu cha ré; mien tras ha ya pre sos en lascár ce les, yo lu cha ré; mien tras que de en el mun -do una so la al ma en la os cu ri dad, sin la luz deDios, yo lu cha ré ... lu cha ré has ta el fin”.

Fue aquel su úl ti mo ser món, qui zá el me jor.Tres me ses des pués, el 20 de agos to de 1912,mo ría a la edad de 83 años. Los ofi cia les de sues ta do ma yor que lle ga ron al día si guien te alCuar tel Ge ne ral In ter na cio nal vie ron es ta sen ci -lla no ta en la ven ta na: “El Ge ne ral ha en tre ga dosu es pa da”.

Se des vi vió por los des di cha dos

En 60 años de la bor evan ge lís ti ca Booth ha bíare co rri do ocho mi llo nes de ki ló me tros y pro -nun cia do cer ca de 60.000 ser mo nes. Su es pí ri tuhip nó ti co ha bía in du ci do a 16.000 ofi cia les a se -guir su ban de ra en 58 paí ses y a pre di car el evan -ge lio en 34 len guas. Su muer te se llo ró en to doslos rin co nes del mun do.

Du ran te los tres días en que su cuer po fue ve -la do, 15.000 per so nas des fi la ron an te el fé re trodel vie jo gue rre ro, y el día de sus fu ne ra les la ciu -

dad de Lon dres ce rró sus ofi ci nas; las ban de rasde to das las na cio nes se in cli na ron pa ra sa lu dar -lo; cir cun da ron su tum ba co ro nas de flo res en -via das por el rey y la rei na y por los man da ta riosde to do el mun do.

Los ser vi cios fú ne bres se ce le bra ron en un am -plí si mo sa lón de Lon dres al que con cu rrie ron40.000 per so nas. Ofi cia les del Ejér ci to de Sal va -ción ve ni dos de to das par tes del mun do en usode li cen cia, en tre ellos su hi ja Evan ge li ne, quelle gó apre su ra da men te de Nue va York, se arro di -lla ron al la do del fe re tro pa ra re no var los vo toshe chos a Dios y al Ejér ci to. Jun to con ellos searro di lla ron la dro nes, va ga bun dos, pros ti tu tas...los per di dos y los pa rias a quie nes Booth ha -bía en tre ga do el co ra zón.

Aun que po cos lo sa bían, tam bién es ta ba allípre sen te la rea le za. Me dio ocul ta, en el fon dodel sa lón se sen ta ba la rei na Ma ría de In gla te rra,fiel ad mi ra do ra de Booth. A úl ti ma ho ra ha bíare suel to ir sin anun ciar lo.

Cer ca de ella ha bía una mu jer, ves ti da po bre -men te pe ro aseada, que le con fe só su se cre to a larei na. En un tiem po ha bía si do de la vi da ai ra day el mi nis te rio del Ejér ci to de Sal va ción la ha bíatraí do a los ca mi nos del Se ñor. Años des pués, elGe ne ral Booth es cu chó su his to ria y le di jo condul zu ra: “Hi ja mía, cuan do va yas al cie lo Ma ríaMag da le na te da rá uno de los me jo res si tios”.

La mu jer ha bía lle ga do tem pra no pa ra to marun lu gar jun to al pa si llo por don de ha bría de pa -sar el fé re tro. Y cuan do pa só pu do co lo car sinque na die se lo im pi die ra tres mus tios cla ve lesso bre la ta pa... úni cas flo res que ador na ron elataúd du ran te el ser vi cio.

La rei na Ma ría se con mo vió pro fun da men tecuan do la mu jer se vol vió a ella y le di jo es tassen ci llas pa la bras que po drían ser vir de epi ta fio aWi lliam Booth: “Se des vi vió por los des di cha dosco mo no so tros”.

El funeral de William Booth

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Desde que tengo uso de razón he sentido interéspor lo que a veces se llaman manifestaciones físicas,aunque siempre con muchas reservas… He sido de laopinión que cualquier cosa que pretenda procederde lo sobrenatural debe presentar credenciales deautenticidad que la pongan por encima de todaduda. A pesar de esto siento que estas demostra-ciones externas tienen su lugar, especialmente en loque respecta al Ejército. Nosotros hemos sido testi-gos de ellas, de esto no cabe duda y ellas se hanmanifestado en diferentes períodos de la historia dela Iglesia.

Los primeros ejemplos que me tocó presenciarfueron casos de personas que vivían alejadas de Diosy que experimentaban un quebrantamiento extraor-dinario ante la presencia del Espíritu de Dios. Hevisto hombres en nuestras reuniones, que maldecíany blasfemaban al comienzo del programa y que derepente se quebrantaban como si algún poder físicose hubiese derrumbado sobre ellos postrándolos en

el piso. Luego, después de unos momentos de silen-cio, comenzaban a gemir en penitencia, confesabansus pecados e imploraban la misericordia de Dios. Enmuchos de esos casos la vida de esas personas dabaun cambio total de manera que nadie que los hubieseconocido antes podía dudar de que la experienciahabía sido real…

El siguiente es un caso registrado en mi diario enenero de 1878, acaeció en una reunión enWhitechapel cuando casi todas nuestras evangelistasse encontraban en la audiencia.

Por la noche, Corbridge dirigió una reunión dealabanza hasta las diez. Entonces comenzábamos lareunión de oración de toda la noche. Doscientos cin-cuenta personas se quedaron hasta la una de lamadrugada y luego permanecieron como unasdoscientas. Un tiempo increíble, desde que se hizopresente, escudriñando, ablandando y sometiendocada corazón. El poder del Espíritu Santo cayó sobreRobinson y le hizo postrarse. Estuvo a punto de

Para leer: Hechos 9:3, 4, 8, 9, y 2 Corintios 12:2-4

Señales y pródigos

¿Cuán cómodo se sentiría usted en una reunión de losprimeros salvacionistas? Le advertimos, las cosas nosiempre eran tranquilas. Como podemos observar enlos recuerdos de Bramwell Booth, había orden y pro-gramación, pero cuando el Espíritu tomaba control,las cosas se tornaban sorprendentes.

Bramwell Booth, hijo mayor delFundador, y su mano derecha.Muchos le acreditan el haber sidousado por Dios para dar forma y con-sistencia a lo que se había levantadotan efervecentemente.

Traducido del libro Echoes and MemoriesPublicado por el Ejército de Salvación,Londres.

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perder el conocimiento en dos ocasiones. El her-mano Blandys entró con plena libertad y comenzó agemir, llorar y aplaudir para luego danzar en mediode una escena del más glorioso y celestial entusiasmo.Mientras tanto, otros estaban tendidos y postradosen el piso; algunos gemían pidiendo liberación com-pleta.

Mi política, y la que adoptaron la mayoría de loslíderes en la presencia de estas influencias, fue la denunca oponerse o rechazarlas y cuidar que los sujetosfueran removidos de la reunión lo más pronto posi-ble. Generalmente eran transportados a cuartosadyacentes, los hombres separados de las mujeres yquietamente eran acostados. Cuando nos era posible,especialmente en los comienzos cuando noestábamos acostumbrados a lo que luego se convirtióen algo más usual, teníamos un doctor al quepodíamos llamar en caso que surgieran efectos nega-tivos después de esas experiencias, tal vez con la pers-pectiva de confirmar la autenticidad del caso.

El hecho de sacarlos rápidamente de la reunión erasabio. Evitaba que cualquier vano o neurótico bus-cara atención sobre sí mismo…

¿Cuál era el resultado final? Bueno, la gran ma-yoría de los que no habían sido salvos buscaban elperdón de Dios y comenzaban a vivir vidas nuevas yel hecho de que sus nuevas vidas venían de uncomienzo tan extraordinario sin duda alguna ayuda-ba su fe. En lo que respecta a los que ya eran partede nuestra gente o eran cristianos que estaban devisita en nuestras reuniones, los efectos posteriorescomo es de esperar variaban. En la mayoría de loscasos se manifestaba un deseo inmediato de darse porentero a la voluntad de Dios.

En otros casos tuvimos sorprendentes descrip-ciones de visiones o revelaciones que habían ocurri-do durante el período de inconsciencia. Sin embargo,estas eran relativamente pocas en número, porqueaunque escuché de muchos que fueron conscientesde cosas notables, por regla general, no parecíanansiosos de hablar de ello. La impresión que dabanera como la que expresaba el apóstol Pablo cuandohabló de haber llegado al tercer cielo, y no estarseguro de si estaba en el cuerpo o fuera de él… y dehaber oído palabras que no le era posible repetir.

Una típica reunión de los primeros salvacionistas.

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Las palabras de un apóstol

Tendremos el nombre con el cual funcionar, pero seremoscadáveres. Continuaremos ofreciendo alojamiento al desam-parado, repartiremos comida al hambriento, permaneceremosminuciosamente fieles a nuestra rutina diaria, pero el ministeriodel Espíritu habrá dejado de ser nuestra gloria. Nuestros músi-cos tocarán meticulosamente bien, nuestros cantores nosdeleitarán con el arte musical que halaga el oído, pero todo estodejará el corazón frío y endurecido. Samuel L. Brengle.

“Una vara casi recta es una vara torcida”.

“No leas la Biblia para sabersino para hacer”.

Si permitimos que el amor se nosevapore, perderemos la corona.“

Samuel Brengle es considerado como un apóstol de nues-tro movimiento. Venía de una familia unida y aunque perdiósu padre a temprana edad, logró hacerse de una educaciónsólida. Estudió para el ministerio en una prestigiosa universi-dad de Boston, Estados Unidos. Cuando el Fundador pasópor la ciudad, Brengle fue a verlo en una de sus reuniones.Tal fue su impresión que comenzó a pensar en adherirse alEjército. “Usted pertenece a la clase peligrosa”, le dijo elGeneral. “Ha sido su propio jefe por tanto tiempo que noestá capacitado para someterse a la disciplina militar”. Elentusiasmo del joven prevaleció y unos meses después seencontraba en un barco con dirección a Londres, dondeentraría a la Escuela de Cadetes.

Fueron tiempos difíciles. Su primera asignación fuelimpiar un montón de botines que pertenecían al resto de loscadetes de su brigada. Su humildad venció y de esa maneracomenzó un ministerio que lo llevó de hacer brillar calzadosa iluminar un Ejército. Brengle se convirtió con el tiempo enun destacado exponente de la doctrina de la santidad. Fuenombrado evangelista internacional y recorrió el mundo lle-vando avivamiento y renovación a los salvacionistas de innu-merables países. Escribió una centena de libros, de unaenseñanza sencilla pero profunda (la mayoría traducidos alespañol, el principal de ellos: El secreto del ganador de almas).

¿Quién fue Samuel Brengle?

En sus últimos años como evangelista,Brengle pasaba la mayor parte de su tiempolejos de sus seres queridos.

“Soy un hombre solitariopero no me siento solo. Através de la Biblia, vivocon profetas, sacerdotes yreyes. Camino y compartocon apóstoles, con santos,con mártires y con Jesús ymis ojos han visto al Rey”.

Samuel Brengle recibe la Orden delFundador de manos de EvangelineBooth.

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George Railton

Dios hace originales

“¿Nuestra catedral?El aire libre.¿Nuestra universidad?El cuarto de oración.¿Nuestra biblioteca?La Biblia.

Cuando Dios entra en la vida de un hombre o una mujer, saca a relucir su originalidad. Quien tiene a Dios enel corazón, tiene la libertad para llegar a ser aquello para lo cual fue creado. Es el diablo el que insta al hom-bre a imitar, a copiar, a ser como otros. ¡Dios hace originales! Aquí presentamos tres “modelos exclusivos” deellos, con diferentes personalidades, talentos y diferente niveles de educación. Pero todos ellos obsesionadoscon servir al Señor que los había convertido en algo especial.

Fue el primer Comisionado que tuvo el Ejército. Entusiasta,sacrificado y con instrucción. Hablaba varios idiomasincluyendo el español, el cual manejaba con bastante flui-dez. Al visitar la ciudad de Rosario en Argentina dijo: Elespañol “se adapta muy bien al uso religioso. Una de lasmejores lenguas conocidas por el hombre. Posee dig-nidad, altura y contiene recursos ilimitados para laelocuencia”. Railton podía ser excéntrico y tenía opinionesmuy marcadas. Para mostrar su oposición a la política deBooth de vender seguros para costear la obra social, sevistió a la usanza de los profetas del Antiguo Testamento ydio “su testimonio” en el auditórium más grande deLondres, condenando las nuevas políticas.

El primer amor de Railton era la predicación de la Palabra. Hablaba del Señor dondequiera que iba. Siempre viajó en tercera clase, porque era el “lugar donde seencuentra la gente más receptiva al Evangelio”. Viajó por el mundo entero predican-do. El último año de su vida hizo campañas en Canadá, Holanda, Suiza y Alemania.De paso por la ciudad de Colonia fue a ver unos amigos oficiales con los cuales cenóy después de caminar a la estación para tomar un tren nocturno se sentó en unbanco. El conductor lo vio y quiso ayudarlo a subir pero ya se había ido con el Señor.

Railton “invade” a EstadosUnidos con un grupo de seisjóvenes salvacionistas y unaoficiala a cargo de ellas. Enla ilustración, él desembarcaen Nueva York, ciudad en laque se estableció. Cuandosintió que el alcalde noprestaba suficiente atencióna sus demandas, le envió unultimátum por la prensa ytrasladó el cuartel aFiladelfia.

En la ilustración Railton yMarianne, su esposa, a quienconoció en un viaje en tren,en una de sus campañas. Ellavenía de una familia pu-diente. Para su luna de mielhabían planeado pasar diezdías en un área tranquila enmedio del invierno, peroalguien vino y le preguntó:¿Podría dirigir una reuniónmañana? Él, por su puesto,accedió y esa llegó a ser unaexperiencia normal paraMarianne, ella cuidando losniños en la casa y él viajandopor el mundo predicando.

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Estuvo preso 53 veces por atentar contra la paz pública. Tenía prontuario policial en innu-merables ciudades de Estados Unidos y vestía escandalosamente. Pero pregúntele a unsalvacionista norteamericano quién hizo más por lograr que el Ejército de Salvación fuerapermitido en las calles del país y la respuesta será: Joe, el Turco.

Acostumbraba llevar un timbre de goma con el que estampaba las palabras JESÚS SALVAdonde quiera que tenía oportunidad. En Los Ángeles, durante una de sus campañas, fuearrestado. Durante siete días predicó a todos sus compañeros y llevó más de 30 vagabun-dos y ebrios a los pies del Señor. Finalmente, un abogado se apareció para defenderlo. “Porfavor, permite que te defienda”, le dijo. “No he podido dormir desde que te pusieron en lacárcel. Cada vez que intento cerrar los ojos te veo marchando a través de mi casa y cuandotrato de trabajar oigo una voz que me insta: ‘¡Saca a ese hombre de la cárcel!’

Con una corneta o un saxofón Joe, el Turco, separaba en la plaza del pueblo y comenzaba atocar y predicar el Evangelio. Llegó a convertirseen un experto en apelaciones a la corte y de estamanera hizo más que nadie por conseguir liber-tad de culto. En Portland, Oregon, lo llevaron aprisión por soplar la corneta, y al recibir una sen-tencia de diez días, el juez le agregó otros 15.Nadie había gritado nunca ¡Alabado sea el Señor!en su corte al momento de recibir la sentencia.

Joe, el Turco

Palací es considerado el mejor predicador salvacionista de habla hispana. Nació en Perú yconoció al Señor por medio de un misionero norteamerican, que volvía a su tierra con un sen-timiento de fracaso, porque en siete años de lucha constante, sólo había logrado llevar a estemuchachito de 14 años a los pies del Señor. Desde un principio Palací sintió el fervor de evan-gelizar y se dedicó al trabajo de colportor (persona que distribuye Biblias), labor que lo llevó amuchos países. En Panamá, vio dos muchachas jóvenes con un extraño uniforme, que tratabande predicar en español con mucho esfuerzo. Palací se ofreció para traducirles (era uno de susmejores talentos), y así ingresó a las filas del Ejército de Salvación, donde Dios usó amplia-mente sus talentos para evangelizar. El Coronel Eduardo Palací predicó en cada rincón deAmérica Latina y llegó a los lugares más apartados.Tradujo el cancionero del Ejército a un español elegante y espiritual y fue el instrumento paraque muchos salvacionistas latinos pudieran leer a William Booth, Catherine Booth y SamuelBrengle.

Eduardo Palací

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Una boda a la antiguaLos primeros salvacionistas estaban tan empeñados en salvar almas que toda ocasión era propiciapara predicar el Evangelio. Eso incluía los funerales y las bodas. La pareja que presentamos a laizquierda no tuvo una boda como las conocemos; no hubo entrada de la novia, padrinos, damasde honor ni caballeros. Ellos fueron casados en una reunión de salvación, en la cual se sentaronen la plataforma, hasta que llegó el momento de que el dirigente los casara. Fue una ceremoniasimple y corta, y luego la reunión prosiguió incluyendo la predicación y el llamado. A menudo sepodía ver al novio o a la novia orando como un nuevo convertido en el banco de penitentes.

Junto con adquirir una formación militar, los primeros salvacionistas adoptaron una terminología que mostra-ba la combatividad y el fuego que sentían por las cosas del Señor. Algunos vocablos se tradujeron al españoly permanecieron, otros fueron descartados. Aquí hay una lista de los más conocidos.

Promoción a la Gloria.Cuando un salvacionista fallece, se dice que fuePromovido a la Gloria. Esta es la última y la másimportante promoción que un cristiano puederecibir.

CartuchoCartucho es el nombre que se le da en un ejército regulara las municiones. Con ese nombre conocían los primerossalvacionistas el diezmo, indicando así que cada vez quecumplían este mandato estaban aportando municionespara la guerra de salvación.

Órdenes de marchaLe llegan a todo oficial sal-vacionista. Es la carta delCuartel que le avisa quedebe marcharse a otroministerio (nombramiento,como se le conoce entrenosotros).

Trofeo de graciaCon este nombre se conoce a aquellas personas que dramáticamente han pasado del mundo de

las tinieblas, al mundo de luz. Toda conversión es hermosa, pero esta tiene un elemento dedrama que le da un toque especial. El Enviado Luis Orellana se puede considerar como un “trofeode gracia”. Cada vez que se pagaba al personal en la Municipalidad de Santiago de Chile, Luis nollegaba a casa. Su señora sabía muy bien la razón: su esposo se estaba gastando el dinero de lafamilia con sus amigotes. No era que Luis estaba contento con su conducta; trataba de cambiarpero se sentía encadenado a su mal hábito. En medio de su desesperación decidió terminar consu aprisionada existencia, y con ese fin se fue a la línea del tren. Se recostó en un árbol cuyotronco torcido lo hacía confortable y se quedó dormido. Cuando despertó el tren había pasado,

sin que él lograra su cometido. Fue entonces que escuchó una música y luego una voz, que gritaba: “Levántate tú queduermes y Cristo alumbrará tu camino”. Eran unos jóvenes de uniformes azules que lo invitaron a la iglesia. Aquel díasu vida fue alumbrada y nunca más una gota de alcohol cruzaría su garganta. Comenzó un Cuerpo en su casa en elcual predicaba todos los días. Después de numerosos años de servicio, recibió la medalla del Fundador; pero lo másimportante para la vida del Enviado Orellana siempre fue que Cristo había alumbrado su camino.

Costumbres y vocabulario

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