sol negro
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Sol Negro. Depresión y melancolía. Julia Kristeva (Monte Ávila Editores, Caracas,
1991)
I. Un contradepresivo: el psicoanálisis.
En este primer capítulo Kristeva describe la melancolía, todavía de manera indistinta
a la depresión, como un estado en el cual el agobio es testigo del sin sentido del ser. Las
causas, variadas, responden todas a una privación, a una falta que trae consigo la
pérdida del propio ser. “En las fronteras de la vida y de la muerte, a veces siento el
orgullo de ser testigo del sin sentido del Ser, de revelar lo absurdo de los nexos y los
seres”.
LA MELANCOLÍA: DOBLE SOMBRÍO DE LA PASIÓN AMOROSA
“(...) La depresión es el rostro oculto de Narciso, el que lo llevará a la muerte,
pero que él ignora cuando se mira en un espejo. (...)
En vez de buscarle sentido a la desesperación (sea esta evidente o metafísica),
confesemos que no existe otro sentido que el de la desesperación. (...) La semiología,
que se interesa por el grado cero de la simbología, se interroga inevitablemente, no sólo
por el estado amoroso, sino también sobre su deslucido corolario: la melancolía, para así
constatar de golpe que si toda escritura es amorosa, toda imaginación es, abierta o
secretamente, melancólica.”
PENSAMIENTO-CRISIS-MELANCOLÍA
“(...) Esta visión de la melancolía como estado límite y como excepción
reveladora de la verdadera naturaleza del ser [Problemata, atribuido a Aristóteles:
melancólicos son personalidades excepcionales] sufre una profunda mutación durante la
Edad Media. Por una parte, el pensamiento medieval regresa a las cosmologías de la
Antigüedad tardía y liga la melancolía con Saturno, planeta del espíritu y del
pensamiento. (...) La teología cristiana, por otra parte, hace de la tristeza un pecado. (...)
[En el Infierno de Dante] A quienes la desesperación convierte en violentos contra sí
mismos, suicidas y despilfarradores, a ellos les son ahorrados los disgustos: están
condenados a transformarse en árboles. Con todo, los monjes de la Edad Media
cultivaban la tristeza: ascetismo místico (acedia) que se impondrá como fuente de
conocimiento paradójico de la verdad divina y constituirá la mayor prueba de fe.
Variable según los climas religiosos, se puede decir que la melancolía se afianza
en la duda religiosa. (...) Las épocas que ven derribarse ídolos religiosos y políticos,
épocas de crisis, son particularmente propicias para el humor negro. (...) en tiempo de
crisis, la melancolía se impone, se dice, construye su arqueología, produce sus
representaciones y su saber. (..) [Resulta paradojal que] El artista que se consume de
melancolía es, a la vez, el más encarnizado guerrero cuando combate la renuncia
simbólica que lo envuelve...Hasta que la muerte lo toca o el suicidio se le impone como
triunfo final sobre el vacío del objeto pedido...”
MELANCOLÍA/DEPRESIÓN
“(...) Siempre dispuesta a reconocer la diferencia entre melancolía y depresión,
la teoría freudiana descubre por todas partes el duelo imposible del objeto materno. (...)
La melancolía posee el formidable privilegio de situar la pregunta del analista en la
encrucijada de lo biológico y lo simbólico.
Los dos términos, melancolía y depresión, designan un conjunto que podría
denominarse melancólico-depresivo cuyas fronteras están en verdad difuminadas, y del
cual la psiquiatría se reserva el concepto de “melancolía” para la enfermedad
espontáneamente irreversible (que solo cede con la administración de antidepresivos).
(...) Nos situaremos en una perspectiva freudiana. A partir de aquí procuraremos
entonces desligar lo que, en el conjunto melancólico-depresivo, por más indeterminadas
que sean sus fronteras, realza una experiencia común en cuanto a la pérdida del objeto
así como a la modificación de las relaciones significantes. Estas últimas, y en particular
el lenguaje, resultan incapaces de asegurar en este conjunto la autoestimulación
necesaria para iniciar ciertas respuestas. En lugar de operar como un sistema de
recompensa el lenguaje al contrario hiperactiva la pareja ansiedad-castigo, insertándose
así en la lentitud del comportamiento y en la lentitud ideatoria características de la
depresión. Si por una parte la tristeza pasajera o el duelo y por la otra, el estupor
melancólico difieren clínica y nosológicamente, sin embargo se apuntalan con una
intolerancia a la pérdida del objeto y el desfallecimiento del significante para asegurar
una salida compensatoria a los estados de retraimiento en los cuales el sujeto se refugia
en la inacción, hasta hacerse el muerto o hasta la muerte misma De esta forma se
hablará de depresión y de melancolía sin distinguir siempre las particularidades de las
dos afecciones pero sin perder de vista su estructura común.”
Acá entonces se plantea la perspectiva, el objeto de estudio y, en cierta manera,
la hipótesis. Por esto mismo es que todo el libro, después de los primeros dos capítulos,
se centrará en el análisis de las representaciones de la melancolía con una perspectiva
psicoanalista freudiana: primero con la descripción de tres casos clínicos, con tres
pacientes femeninos en los que se hará énfasis en su discurso y en la pérdida de la Cosa.
Luego con los capítulos restantes en los que analiza la melancolía desde el sistema de
signos pictórico (cap. 5) y desde el sistema lingüístico literario (Nerval –cap. 6-,
Dostoievski –cap. 7- y Duras –cap. 8), previo una introducción de estos discursos como
belleza.
EL DEPRESIVO: LLENO DE ODIO O HERIDO.
EL «OBJETO» Y LA «COSA» DEL DUELO.
“Según la teoría psicoanalítica clásica (Abraham, Freud, M. Klein) la depresión,
como el duelo, oculta una agresividad contra el objeto perdido y revela así la
ambivalencia del depresivo cara a cara con el objeto de su duelo. (..) La queja contra el
sí mismo es, pues, una queja contra el otro y la ejecución es un disfraz trágico de la
masacre del otro. (...)
Sin embargo, gracias al tratamiento de las personalidades narcisistas los analistas
modernos han comprendido otra modalidad de la depresión. Lejos de ser un ataque
oculto contra el otro imaginado hostil por frustrante, la tristeza quizá sea la señal de un
yo primitivo herido, incompleto, vacío. (...) afectado por una falta fundamental, por una
carencia congénita. (...) su tristeza es la expresión másnarcaica de una herida narcisista
no simbolizable, infalible, tan precoz que no puede atribuírsele a ningún agente exterior
(sujeto u objeto). Para este tipo de depresivo narcisista, en realidad la tristeza es el único
objeto: es, más exactamente, un sucedáneo de objeto al que se fija, domestica y ama a
falta de otro. En este caso el suicidio no es un acto de guerra camuflado sino una
reunión con la tristeza y, más allá de esta, con ese amor imposible, jamás tocado,
siempre lejano, como las promesas del Vacío, de la muerte.”
COSA Y OBJETO
El depresivo narcisista está de duelo no por un Objeto sino por la Cosa.
Denominamos de esta forma lo real rebelde a la significación, polo de atracción y
repulsión, morada de la sexualidad de la cual se extrae el objeto de deseo. [O sea, la
cosa sería un preobjeto, algo innombrable y primitivo que es necesario elaborar y
transformar en Objeto. Nota 10: hablaremos de Cosa entendida como cualquier cosa
que, visto a contrapelo por el sujeto ya constituido, aparece como lo indeterminado, lo
inseparable, lo inaprehensible hasta en su misma determinación de cosa sexual. Le
reservamos el término Objeto a la constancia espacio-temporal que verifica una
proposición enunciada por un sujeto dueño de su decir] Nerval ofrece una metáfora (....)
sugiriendo una insistencia sin presencia, una luz sin representación: la Cosa es un sol
soñado, claro y negro a la vez [porque en los sueños nunca se ve el sol]
Desde esta fijación arcaica el depresivo posee la impresión de haber sido
desheredado de un bien supremo innombrable, de algo irrepresentable, que solo un
devoramiento podría representar, una invocación podría indicar pero que ninguna
palabra es capaz de significar. (...)
En el melancólico la identificación primaria resulta frágil e insuficiente para
asegurar el resto de las identificaciones simbólicas a partir de las cuales la Cosa erótica
es susceptible de convertirse en un Objeto de deseo cautivando y asegurando la
continuidad de una metonimia del placer. La Cosa melancólica interrumpe la metonimia
deseante tanto como se opone a la elaboración intrapsíquica de la pérdida. ¿Cómo
abordar ese lugar? La sublimación lo intenta en ese sentido: melodías, ritmos,
polivalencias semánticas y la forma llamada poética –que descompone y rehace los
signos- es el único continente que parece asegurar un dominio incierto –pero adecuado
de la Cosa. (...)
Incrédulo del lenguaje, el depresivo es un cariñoso, herido sí, pero cautivo del
afecto. El afecto es su cosa. (...)
Jamás la ambivalencia pulsional es más temible que en este esbozo de la alteridad en el
cual, sin el filtro del lenguaje, no puedo inscribir mi violencia el el “no” ni en ningún
otro signo. No puedo sino expulsarla por gestos, espasmos, gritos. La arrojo, la
proyecto. (...)
El melancólico que conmemora este límite en el cual su yo se desliga, pero
también se hunde en la desvalorización, no alcanza a movilizar su analidad para hacerla
una constructora de separaciones y fronteras como actúa normalmente o, de primero, en
el obsesivo. Al contrario, todo el yo del depresivo se sepulta en una analidad
deserotizada –aunque jubilosa- porque ha llegado a ser el vector de un goce unificado
con la Cosa arcaica percibida no como objeto significativo, sino más bien como
elemento fronterizo del yo. Para el depresivo, la Cosa y el yo son las caídas que lo
conducen hacia lo invisible y lo innombrable.
LA PULSIÓN DE MUERTE COMO INSCRIPCIÓN PRIMARIA DE LA
DISCONTINUIDAD (TRAUMA O PÉRDIDA)
Tomando y siguiendo la idea freudiana de pulsión de muerte como algo que
habita al ser vivo como tendencia de regreso a lo no orgánico (y que se manifiesta como
unido al principio del placer en los comportamientos de sadismo o masoquismo), y que
convive con una pulsión de vida, Kristeva se pregunta si en el melancólico –en el que
prevalece la pulsión de muerte- la deserotización es opuesta al principio del placer. M.
Klein introduce la definición de escisión,
II. Vida y muerte de la palabra.
III. Rostros de la depresión femenina.
IV. La belleza: el otro mundo del depresivo.
V. El Cristo muerto de Holbein.
VI. Nerval, El Desdichado.
VII. Dostoyevski, la escritura del sufrimiento y el perdón
VIII. La enfermedad del dolor. Duras.