sociologia de las identidades

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La problemática teórica de la identidad desde una sociología de la cultura materialista.

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  • Sociologa de las identidades Conceptos para el estudio de la reproduccin y la

    transformacin cultural

  • La responsabilidad por las opiniones expresadas en los libros, artculos, estudios y otras colaboraciones publicadas por EDUVIM incumbe exclusivamente a los autores firmantes y su publicacin no necesariamente refleja los puntos de vista ni del Director Editorial, ni del Consejo Editor u otra autoridad de la UNVM.No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informtico, ni su transmisin en cualquier forma o por cualquier medio electrnico, mecnico, fotocopia u otros mtodos, sin el permiso previo y expreso del Editor.

    Queda hecho el Depsito que establece la Ley 11.723

    Kaliman, Ricardo J.Sociologa de las identidades: conceptos para el estudio de la reproduccin y la transformacin cultural. - 1a ed. - Villa Mara: Eduvim, 2013.200 p.; 198x139 cm.-(Poliedros)ISBN 978-987-699-083-71. Identidad. 2. Cultura. I. TtuloCDD 306

    Editor: Ingrid Salinas RovasioDiseo de tapa y maquetacin: Silvina Gribaudo

  • Sociologa de las identidadesConceptos para el estudio de la reproduccin y la transformacin cultural

    Compilador Ricardo J. Kaliman

    Textos elaborados por Ricardo J. Kaliman y Diego J. Chein

  • ndice

    Presentacin 11

    Primera Parte La razn transformadora. Una introduccin a la sociologa de las identidades 13

    Introduccin 13

    Epistemologa y epistemes 14

    El materialismo, segn Birmingham 20

    Los esencialismos 27

    Las preguntas de una epistemologa materialista 34

    El materialismo de las subjetividades sintonizadas 38

    segunda Parte Sociologa y cultura. Propuestas conceptuales para el estudio del discurso y la reproduccin cultural 51

    Introduccin 51

    Saber prctico y conciencia 54

    Discurso 72

    Dinmica de la reproduccin y la transformacin social 86

    tercera Parte Identidad. Propuestas conceptuales en el marco de una sociologa de la cultura 115

    Presentacin 115

    Introduccin 116

    Una definicin inicial de identidad 119

  • Confrontacin con otros conceptos de identidad colectiva 131

    El sentido amplio de identidad y las identidades socialmente relevantes 139

    Multiplicidad y variedad de las identidades 145

    Identidad prctica e identidad consciente 151

    Discurso y experiencia en la reproduccin de identidades 158

    Discursos identitarios 161

    Identidad concreta e identidad imaginada 164

    Alteridad 169

    colofn 185

    BiBliografa 197

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    Presentacin

    En este volumen se recogen y fundamentan propuestas concep-tuales instrumentales para el estudio de la reproduccin y la trans-formacin cultural que han sido generadas en discusin colectiva por un equipo de investigacin de la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad Nacional de Tucumn a lo largo de poco menos de quince aos.

    Sus principales destinatarios son estudiosas y estudiosos de las culturas, que pueden encontrar provechosas estas propuestas conceptuales para sus propias indagaciones y, al mismo tiempo, incorporarlas al debate permanente que constituye el trabajo aca-dmico. Sin duda, le resultarn ms inmediatamente atractivas a aquellos que comparten, aunque sea parcialmente, los presupues-tos epistemolgicos y polticos que subyacen a este emprendimien-to intelectual. Sin embargo, la experiencia nos ha demostrado que resultan igualmente fructferas las discusiones con quienes abre-van en fuentes diferentes.

    Se incluyen aqu dos documentos publicados originalmente en 2001 y 2006, respectivamente. El primero de ellos (Sociologa y cul-tura. Propuestas conceptuales para el estudio de la reproduccin y la transformacin cultural) enfoca cuestiones generales de teora sociolgica y el concepto de discurso dentro de ella. El segundo (Identidad. Propuestas conceptuales en el marco de una sociologa de la cultura) se concentra, dentro de ese marco, en el concepto de identidad. Ambos documentos se reproducen casi exactamen-te en la versin originalmente publicada. Slo hemos modificado levemente las mutuas referencias de uno al otro, en aras de cierta

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    consistencia editorial, y hemos actualizado la bibliografa, agre-gando los datos de publicacin de trabajos que estaban inditos en el momento de la preparacin de los documentos.

    Estn precedidos, adems, por una introduccin escrita espe-cialmente para esta reedicin, en la que damos cuenta y argumen-tamos algunos presupuestos epistemolgicos y polticos y presen-tamos con ms detalle el contenido de los documentos. Hemos unificado la bibliografa de las tres partes, para evitar redundancias innecesarias y facilitar el manejo de este volumen.

    Al comienzo de cada una de estas tres partes, se proporciona la informacin sobre la responsabilidad de las respectivas redac-ciones, as como los nombres de los miembros del equipo de in-vestigacin que participaron, en su momento, de las discusiones colectivas que dieron lugar a la elaboracin conceptual (y en la que se aprovecharon, adems, sus respectivas investigaciones de casos particulares) as como a la revisin y ajuste de los propios textos aqu ofrecidos.

    A lo largo de los aos, el equipo se ha beneficiado de diversos apoyos econmicos, de entre los cuales corresponde destacar los subsidios del Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacio-nal de Tucumn, que han sido renovados continuadamente desde 1998 en adelante. Por otra parte, varios de los miembros del equipo son miembros de la Carrera del Investigador del Conicet y/o han sido o son beneficiarios de Becas de postgrado acordadas por ese organismo.

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    Primera parteLa razn transformadoraUna introduccin a la sociologa de las identidades1

    Ricardo J. Kaliman

    IntroduccinDesde que comenz a funcionar en 1998, los miembros del

    equipo de investigacin Identidad y reproduccin cultural en los Andes Centromeridionales, reunidos con el objetivo comn de indagar sobre la reproduccin y transformacin de prcticas culturales en contextos de estructuras de poder, hemos mantenido una dinmica de trabajo en la que el desarrollo de las investiga-ciones individuales de los miembros del equipo, informadas desde el principio por un marco terico comn, han servido al mismo tiempo para poner a prueba, precisar, cuestionar y volver a precisar ese mismo marco.

    Las reflexiones recogidas en este volumen son el resultado de esas discusiones. Publicadas originalmente (en 2001 y 2006) en sendos documentos de circulacin relativamente restringida, el eco favorable que han tenido entre colegas investigadores y el enri-quecedor intercambio que han suscitado, nos han alentado a acep-tar la propuesta de esta reedicin orientada hacia una difusin de

    1 Miembros del Programa: Mara Eugenia Bestani, Lorena Cabrera, Mar-cela Canelada, Mariana Carls, Jorgelina Chaya, Diego J. Chein (Director de proyecto), Graciela Colombres Garmendia, Josefina Doz Costa, Ricardo J. Kaliman (Director del programa y de proyecto), Carla Mora Augier, Denisse Oliszewski, Mariana Paterlini, Fulvio A. Rivero Sierra, Lisa Scanavino, Julia Stella, Paula Storni.

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    mayor alcance, con la expectativa de extender el dilogo y los de-bates implcitos hacia un contexto acadmico ms amplio todava. No entendemos ninguna de las propuestas aqu contenidas como definitivas, sino como un momento de un transcurso en el que, so-bre la base de algunos postulados en los que hace pie la produccin de conocimiento, los avances y vacilaciones se suceden continua-mente, alimentndose de la experiencia de la investigacin propia y ajena, as como de las observaciones, sugerencias y crticas de otros investigadores embarcados en inquietudes afines. Entende-mos que esta dialctica est en la naturaleza del trabajo intelectual productivamente comprometido, y que una publicacin como la presente no es sino un momento en esa continua trayectoria.

    En esta introduccin, preparada especialmente para esta edi-cin,2 damos cuenta de las posiciones epistemolgicas y polticas que subyacen a nuestra reflexin conceptual. A la vez que cifra al-gunos de nuestros postulados fundamentales dentro de la com-pleja gama de las alternativas vigentes en el circuito intelectual, creemos que tambin aporta a la claridad de la exposicin, en la medida en que a travs de ella pueden avizorarse los derroteros por los que han avanzado nuestras reflexiones as como la exposicin de sus resultados desarrollada a lo largo de este volumen.

    Epistemologa y epistemesLa objetividad del conocimiento es, por cierto, filosficamente

    dudosa. Por eso, preferimos decir que el conocimiento que produ-cimos aspira a ser intersubjetivamente convalidable, en el sentido de que se apoya en criterios de verdad y justicia consensuales den-tro de la comunidad humana ms amplia posible, o por lo menos

    2 Algunos pasajes han sido retomados de Kaliman, R., La razn trans-formadora. Reflexiones sobre la posicin de saber de los estudios culturales, en Tabula Rasa. Revista de Humanidades, Vol. 12, enero-junio, 2010, Bogot, Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, pg. 53-272. (disponible en: http://www.revistatabularasa.org/numero_doce/15Kaliman.pdf).

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    en el contexto, todava bastante amplio por cierto, de la sociedad en que se articulan nuestras interacciones.

    El justificable nfasis en el respeto a la diferencia y la recurren-temente imprescindible relativizacin o incluso cuestionamiento de muchos axiomas ideolgicamente sostenidos como indisputa-bles, a veces parecen provocar un cierto olvido de este principio medular del intercambio intelectual, como en las aproximaciones que defienden un muy postmoderno, radical y general relativismo. Por eso es que nos parece importante recordar, o al menos subra-yar, que, para nosotros, la produccin acadmica de conocimiento aspira a la obtencin de verdades que puedan ser legitimadas como tales por todos los miembros de la sociedad humana, y no slo por aquellos que ya estn de acuerdo de antemano con nosotros en lo poltico o en lo religioso o quiz en intereses y conveniencias menos abstractas.

    Ciertamente, entendemos que la bsqueda de conocimiento, sobre todo cuando se refiere a las sociedades humanas, implica to-mas de posiciones y compromisos polticos, aunque ms no sea en la eleccin de temas de estudio, pero a menudo en mucho ms que eso. Por eso, no ocultamos nuestra voluntad de contribuir a la lucha de sectores discriminados, silenciados, avasallados. Sin embargo, no entendemos que este apoyo consiste en impulsar una arbitraria imposicin de sus reclamos, sino en mostrar que, contra las falaces legitimaciones del poder, les asiste una razn que no se sustenta simplemente en sus intereses sectoriales, sino que se sigue, en ltima instancia, de los mismos principios a los que los propios sectores dominantes se supone que deberan asentir y a los que muchas veces recurren incluso, retricamente al menos, cuando les es afn a sus conveniencias, pero que ocultan bajo com-plejos malabarismos argumentativos en caso contrario. La razn transformadora que nos orienta no es una razn aparte de la razn humana en general, sino esta misma razn puesta al servicio de la reparacin de las injusticias que las sociedades humanas tienden a reproducir sistemticamente.

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    Ahora bien, cuando hablamos de razn humana, hablamos de una propiedad de nuestra especie, que le permite, a partir de los datos de la experiencia, la abstraccin y la reflexin, producir ge-neralizaciones sobre el mundo; capturar, en la forma de hiptesis o de convicciones ms o menos fundadas, regularidades a travs de las cuales, incluso, orientar su conducta en funcin de un cierto grado de previsibilidad sobre los acontecimientos que lo rodean o que ocurren en su propio interior. Hablamos de una constante antropolgica que atraviesa, y en verdad subyace, a la innumerable diversidad de formas culturales en las que se instancian sus poten-cialidades. La razn humana no es, o no tiene por qu ser, o por lo menos no la entendemos como, una cualidad metafsica, sino una capacidad implicada en la constitucin genticamente determina-da de nuestro organismo.

    No estamos implicando aqu ningn juicio de valor que sobre-estimara la razn por encima de otras propiedades psquicas de la especie humana, con las que, por cierto, se entrecruza perma-nentemente y que incluso muchas veces enriquecen y nutren su actividad. La razn no es particularmente ms importante que la emocin, que la imaginacin, que el deseo. Simplemente nos inte-resa subrayar una de las virtudes particulares de la razn humana: que el consuno que la alienta convierte a la humanidad toda en una comunidad, dentro de la cual es posible el dilogo, el razonamiento interactivo, el acuerdo por encima de las diferencias y es, en conse-cuencia, lo que hace posible imaginar y soar con sociedades que convivan en entendimiento mutuo y garantizando la dignidad de todos sus miembros.

    Lo que suele conocerse como pensamiento postmoderno tien-de a desestimar esta valoracin de la razn como un anticuado re-sabio emancipatorio. Abierta o implcitamente, se arguye que esta concepcin de la razn no es sino un instrumento ideolgico del imperialismo occidental, lo cual encierra la presuposicin que, bien mirada, no deja de ser curiosa de que la razn es un rasgo cultural europeo y no una propiedad constitutiva de la condicin humana. Una serie de paradojas se derivan de estas concepciones,

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    no la menor de ellas la de que termina abonando una cierta moda-lidad de racismo a travs de la postulacin de ciertas epistemolo-gas locales, modos de conocimiento tnicamente modulados, en las que no deja de latir el mito del buen salvaje, cuya funcionali-dad colonialista es en verdad mucho ms fcil de argir.3

    Cundo fue, se pregunta Alan Sokal, que razn y revolucin, que haban marchado hermanadamente hasta bien pasada la mi-tad del siglo xx, comenzaron a considerarse como posiciones an-tagnicas?4 El argumento postmoderno, en efecto, puede volverse contra sus propios autores: es casual, acaso, que sus revelacio-nes, alumbradas por cierto en los mismos espacios geopolticos, las mismas metrpolis que supuestamente estaban denunciando, hayan surgido precisamente en el momento histrico en que desde las posiciones perifricas (coloniales o ex coloniales, pero tambin de gnero, de clase, de etnia, etc.) estaba comenzando a emerger trabajo intelectual propio, desafiando as la hegemona occidental, blanca, burguesa y patriarcal? Por qu, de pronto, se propone que este debate cada vez ms plural y democrtico deje de apelar al arbitraje de la razn entendida como una constante antropolgica? No favorece eso en realidad que bajo la apariencia de una liberada dispersin de voces, la verdad acabe siendo propiedad de quien pueda pagar mejor por ella?5 Bajo su ilusoria crtica libertaria, de slo aparente progresismo, el postmodernismo, con su oferta de relativismos y multiplicadas epistemologas de validez puramente local, no parece ser sino una forma sofisticada de neoliberalismo intelectual.

    Qu es entonces, o por lo menos, qu estamos entendiendo aqu que es, la epistemologa? Entendemos que el conocimiento cientfico, en principio, no es, o por lo menos no debera ser, sino

    3 Cfr. en Grimson, una argumentacin ms desarrollada sobre estas con-tradicciones del pensamiento postmoderno. Grimson, A., Los lmites de la cultura. Crtica de las teoras de la identidad, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.4 Cfr. Sokal, A., A Physicist Experiments With Cultural Studies, en Lin-gua Franca, mayo-junio, 1996, pg. 62-64.5 La frase es de Lyotard, J., La condicin postmoderna, Madrid, Ctedra, 1era. Edicin 1979, 1987.

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    una proyeccin de esta capacidad de la razn humana, aprove-chada sistemticamente y, tambin en principio, advertida contra los muchos otros factores de la psique humana que inciden en su puesta en accin y que afectan sus potencialidades especficas: li-mitaciones de la percepcin, incoherencias lgicas, interpretacio-nes parcializadas, prejuicios, condicionamientos ideolgicos, etc. Una de las funciones fundantes de la disciplina de la epistemologa es, precisamente, la reflexin sobre la naturaleza de estos lmites de la razn, as como de las perturbaciones que se presentan a cada paso en el intercambio dialgico de su ejercicio por distintos indi-viduos y por distintas culturas. Hablamos, por supuesto, de aspi-raciones y tendencias. Es claro que la epistemologa es ella misma, como todos los ejercicios de conocimiento sobre los que echa su mirada, pasible de los mismos riesgos y limitaciones que estudia. Pero esto no es necesariamente un crculo vicioso, sino un peren-torio llamado a la constante autocrtica de la propia epistemologa.

    Es precisamente la reflexin epistemolgica la que ha llegado a descubrir, por ejemplo, que las comunidades cientficas (que son, por supuesto, comunidades formadas por seres humanos y que, por lo tanto, estn sujetas a los mismos condicionamientos que in-ciden en todo proceso de reproduccin y transformacin social) tienden a abroquelarse en torno a ciertas convicciones, que a veces ni siquiera llegan a formularse explcitamente; que perduran en su seno durante cierto tiempo; y que se dan por sentadas en la forma de postulados o presuposiciones, a pesar de que son por lo me-nos discutibles desde un punto de vista rigurosamente cientfico. La persistencia de estos axiomas puede intentar explicarse porque los cientficos entienden que por el momento no hay alternativas ms convincentes, como en algunos ejemplos de los paradigmas de Kuhn; o por razones ms oscuras, por ejemplo ideolgicas, como el racismo que legitimara colonialismos; o derivadas de la dinmi-ca regulatoria de las estructuras de poder, como las que Foucault denominara epistemes, que, segn este autor, definen lo que es posible pensar en una determinada poca, o para decirlo con ms

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    precisin, en una determinada comunidad intelectual en un pero-do histrico dado.6

    Es entonces la reflexin epistemolgica, realizada con un cierto grado de responsabilidad tica y poltica, la que permite desmon-tar y cuestionar las formaciones que Foucault llamara epistemes. Es esto paradjico? No lo es, si es que subrayamos que la raz episteme se usa en cada caso en un sentido diferente. En la pa-labra epistemologa (nombre de una prctica cognoscitiva con un objetivo y aspiraciones especficas), la raz episteme apunta al sentido ms general, a la constante antropolgica de la razn humana, a partir de la cual es posible canalizar una produccin de conocimiento intersubjetivamente convalidable. El concepto de episteme de Foucault, en cambio, alude a un conjunto de con-vicciones histricamente localizables en una comunidad cientfica dada, cuya aparente solidez puede ser desmantelada precisamente tomando como punto de referencia la episteme en el otro sentido. Foucault hace epistemologa, usando episteme en su sentido ms general, al sentar las bases para las crticas de las epistemes en el sentido particular que propone.

    La posibilidad misma de la crtica de estas formaciones intelec-tuales (epistemes, paradigmas, y, en fin, ideologas) est siempre dada por el fundamento independiente de la razn humana como propiedad de la especie, una propiedad que, naturalmente, atravie-sa toda la historia de la especie misma, en la medida en que acepte-mos que es parte de su dotacin como tal. Es siempre la referencia a ese rbitro constitutivo de la condicin humana la que permite denunciar las desapercibidas arbitrariedades que en un momento dado se han consolidado como verdades ilusoriamente inconmo-vibles, un riesgo del que nunca estamos totalmente a salvo y por el cual se hace necesario hacer de la explicitacin y la revisin de los

    6 Kuhn, T., La estructura de las revoluciones cientficas, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1971; Said, E., Orientalism, Nueva York, Vintage Books, 1979; Foucault, M., Las palabras y las cosas. Una arqueologa de las ciencias humanas, Buenos Aires, Siglo XXI, 1968.

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    fundamentos epistemolgicos una prctica regular, permanente y metdica.

    El materialismo segn BirminghamHay una epistemologa posible, que tome como punto de re-

    ferencia a la razn humana como condicin de la especie, con las correspondientes consecuencias polticas a la que hemos hecho referencia? A nuestro entender, s la hay, y creemos que uno de los esclarecimientos ms iluminadores en esa direccin fueron las propuestas intelectuales que giraron, durante la dcada de los 60, alrededor del Centro de Estudios Culturales Contemporneos, de Birmingham, Inglaterra. Seguramente no son los nicos ni los pri-meros, ni es que tampoco pueda dejar de reconocerse que, como todas las empresas intelectuales, muchas de sus afirmaciones y de-rroteros son revisables. Sin embargo, sirve sin duda como punto de referencia, dada la amplia difusin que alcanzaron en mbitos acadmicos internacionales, para dar cuenta de los fundamentos de nuestras reflexiones, emprendidas en un espacio tan alejado de los grandes faros del trabajo intelectual de Occidente.

    Cuando se traza la historia de los estudios culturales como campo de estudios, es usual, por supuesto, la referencia al Cen-tro fundado por Richard Hoggart en 1964.7 Sin embargo, es igual-mente usual limitarse a mencionar los temas y el enfoque poltico que cristalizaron en el Centro, tanto bajo la direccin de Hoggart, como la de su sucesor, Stuart Hall. Rara vez se incluyen asimismo las reivindicaciones epistemolgicas, intrnsecamente vinculadas a sus banderas polticas, que Hoggart, sin ser l mismo un vocero sistemtico, comparta, no obstante, con sus contemporneos Ray-

    7 Cfr. During, S., Introduction, The Cultural Studies Reader, Londres, Routledge, 1993, pg. 1-25; Mattelart, A. & Neveu, E., Los Cultural Stu-dies. Hacia una domesticacin del pensamiento salvaje, La Plata, Facultad de Periodismo y Comunicacin Social, Universidad Nacional de La Plata, 2002; Irwin, R. & Szurmuk, M., Presentacin, Diccionario de Estudios Culturales Latinoamericanos, Mxico, Siglo XXI e Instituto Mora, 2009, pp. 9-42.

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    mond Williams y Edward Thompson, y por los cuales estos dos au-tores se asocian indisolublemente con el Centro de Birmingham.

    En la historia intelectual de los estudios culturales, es cierto que bajo la conduccin de Stuart Hall, aunque el mpetu polti-co y hasta cierto punto el enfoque metodolgico mantuvo la lnea original, las negociaciones, por as llamarlas, con el postestructu-ralismo y el marxismo althusseriano, hoy ya incorporados como corrientes confluyentes en las descripciones clsicas de la gnesis de los estudios culturales, contribuyeron a desdibujar las lneas epistemolgicas de la primera generacin.8 De hecho, es en razn de esta dispersin epistemolgica de los estudios culturales que hemos desechado desde hace aos declarar nuestra inscripcin en ese campo (aunque, claro est, con parte del cual seguimos man-teniendo importantes afinidades) y nos hemos inclinado por usar la ms descriptivamente adecuada referencia a la sociologa de la cultura.

    En nuestra interpretacin, la eficacia epistemolgica y, al mis-mo tiempo, poltica, de los estudios culturales y la sociologa de la cultura depende crucialmente de la puesta en relieve y la conside-racin detenida de algunos que fueron postulados fundacionales del Centro de Birmingham.

    Un criterio definitorio de esa aproximacin, en el que por eso nos detenemos aqu, es el materialismo, entendiendo por tal el n-fasis en un criterio bsico con el que definieron esta postura filo-sfica Marx y Engels en La ideologa alemana: la atencin puesta en los seres humanos concretos y las relaciones concretas estable-cidas entre ellos,9 para slo sobre esa base sustentar cualquier abs-traccin cognoscitivamente operativa, y aun la subordinacin de

    8 Mattelart y Neveu ofrecen una detallada crnica y anlisis de las princi-pales lneas y propuestas del Centro de Estudios Culturales de Birmingham. Mattelart, A. & Neveu, E., Los Cultural Studies..., Op. Cit.9 Esta definicin de Marx y Engels fue retomada por Lenin para abonar su caracterizacin del materialismo histrico, y por eso a menudo se tiende a vincularla ms con el dirigente sovitico que con sus enunciadores originales. Como se ver un poco ms abajo, nuestra interpretacin de las consecuencias de este punto de partida no son equivalentes a la de Lenin, y por eso preferi-mos reducir la referencia a la de Marx y Engels.

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    cualquiera de esas propuestas conceptuales nuevamente a los seres humanos concretos en sus relaciones concretas para su desarrollo y aplicacin.10

    Muchas veces se entiende bajo el nombre de materialismo mucho ms que esto, en particular otras propuestas tericas y po-lticas de Marx, o al menos interpretadas como suyas, como por ejemplo la determinacin de la superestructura por la base o la lu-cha de clases como motor de la historia. En los hechos, sin embar-go, Marx y Engels propusieron el materialismo en oposicin expl-cita a la prctica caracterstica del idealismo, que parta de postular categoras abstractas, como el Espritu Absoluto o las categoras trascendentales, para, a partir de ellas, interpretar o discurrir sobre la historia humana o el anlisis de las relaciones sociales. En lugar de ir del cielo a la tierra, siguiendo esa modalidad idealista, Marx y Engels propugnaban un ir de la tierra al cielo. Precisamente sobre la base de la adhesin a este dictado, Williams impugn el principio de la determinacin de la superestructura por la base del marxismo ortodoxo, en la medida en que se sustenta en la presu-posicin (abstracta, apriorstica, arbitraria incluso) de dos esferas deslindables una de otra; y Thompson cuestion el uso indiscri-minado del concepto de clase social para interpretar cualquier poca histrica, ya que en muchos momentos este concepto no se corresponde con ninguna realidad empricamente distinguible.11 En estos casos, tanto Williams como Thompson encontraban pro-puestas supuestamente marxistas, es decir inspiradas en los escri-tos de Marx, que caan en el mismo vicio que el propio Marx haba denunciado en el idealismo: la imposicin intelectual de categoras abstractas sobre la realidad concreta histrica y experimentable.

    Estas observaciones se vuelven relevantes porque, aunque, puesto negro sobre blanco, muchos parecen dispuestos a acep-tar el principio materialista casi como una verdad de perogrullo

    10 Marx, K. & Engels, F., La ideologa alemana, Grijalbo, Barcelona, 1era. Edicin 1845, 1974.11 Williams, R., Marxismo y literatura, Barcelona, Pennsula, 1era. Edicin 1977, 1980; Thompson, E., Tradicin, revuelta y conciencia de clase, Barcelo-na, Crtica, 1984.

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    (obviamente, dirn, partimos de las relaciones concretas entre los hombres y volvemos siempre a ellas al hablar sobre las sociedades humanas), contradicciones como las que Williams y Thompson sealan en los propios sucesores de Marx nos resultan difciles de notar a todos los seres humanos en nuestra propia prctica cog-noscitiva. Tales contradicciones se vuelven escurridizas porque hasta tal punto naturalizamos las categoras que bullen en nuestras subjetividades y con las que ordenamos la realidad que nos cuesta separarlas de lo propiamente percibido. Vivimos muy fcilmente la ilusin de que estamos aplicando rigurosamente el principio ma-terialista, aunque en los hechos estemos agregando sobre lo que la experiencia concreta realmente ofrece categoras que la estructu-ran y la semantizan, provocando que pongamos nfasis o sobredi-mensionemos o incluso deformemos ciertos aspectos, desdeando o silenciando otros que podran ser ms pertinentes para su com-prensin, cuando no les agregamos propiedades que simplemente no estn all.

    Muchsimos ejemplos podran traerse a colacin para ilustrar, en el estudio de casos concretos, estas afirmaciones. Tomemos, slo por citar uno, la cuestin de la identidad cultural de los habi-tantes del Valle Calchaqu, en el noroeste argentino, un caso en el que se reproducen, mutatis mutandi, situaciones estructuralmen-te comparables a las de otras culturas indoamericanas. Sometidos por los discursos disponibles hegemnicamente, tanto en lo pol-tico como en lo acadmico, a la opcin entre criollo e indio, los vallistos encontraban obstaculizada radicalmente la posibilidad de una autoevaluacin de sus propiedades y capacidades como colec-tivo, inducidos a la adopcin de signos y prcticas que permitieran un reconocimiento desde afuera en una u otra de esas categoras. Mientras tanto, los rasgos que de una manera ms genuina podra decirse que surgen de sus propias prcticas y autoconcepciones aparecan teidos de ambigedad para quienes los miraban con la ptica de esa dicotoma excluyente. Y esto ocurra, hasta no hace mucho, en buena parte de los estudios acadmicos sobre el tema, cuando no ocurra que se los considerara poco interesantes como

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    objeto de investigacin precisamente por esa indefinible cate-gorizacin.12 De manera semejante, para simplemente agregar un ejemplo ms, al estudiar las prcticas de consolidacin identitaria de los migrantes bolivianos en Lules (a veinte minutos de la capital de Tucumn), Rivero Sierra acab reconociendo que las expresio-nes del folklore andino ms arquetpico con las que se los suele identificar en diversos mbitos pblicos (entre los que se cuentan algunos estudios acadmicos) no son sino un instrumento al que recurren precisamente en virtud del estereotipo difundido en la sociedad local. Mientras tanto, donde verdaderamente alienta una definicin comunitaria de identidad boliviana e incluso la reedi-cin de prcticas y concepciones espaciales de sus lugares de origen es en los campeonatos de ftbol, acompaados siempre de bandas de sikuris que, a la vez que alientan a sus equipos, realizan sus pro-pias competencias paralelas a los partidos ms importantes.13

    La academia es por supuesto tambin una cultura, aunque a muchos acadmicos nos cueste asumir todas las consecuencias de esta relativizacin. Como tal, conlleva sus propios valores e inter-pretaciones, reflejo, eco, amalgama de las de los grupos sociales que la han dominado y la dominan, de las contradictorias pers-pectivas ideolgicas que bullen en su seno, y tambin, claro, de

    12 Sigo aqu mis propios anlisis, desarrollados en Ser indio donde no hay indios. Discursos identitarios en el noroeste argentino. Ver en una lnea coincidente el anlisis de Isla. En comunicacin electrnica, Isla nos sugiere remitir, como reflexiones que apuntan en esta misma direccin, a Clifford, J., The predicament of culture: twentieth-century ethnography, literature, and art, Cambridge, Harvard University Press, 1988 y Kondo, D., Crafting sel-ves: Power, gender, and discourses of identity in a Japanese workplace, Chicago, University of Chicago Press, 1990. Kaliman, R., Ser indio donde no hay indios. Discursos identitarios en el noroeste argentino, en Moraa, M. (ed.) Indigenismo hacia el fin del milenio. Homenaje a Antonio Cornejo Polar, Pitts-burgh, Estados Unidos, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 1998, pg. 285-297; Isla, A., Los usos polticos de la identidad. Criollos, indge-nas y Estado, Buenos Aires, Ediciones de la Araucaria, 2009.13 Rivero Sierra, F., Procesos identitarios y reproduccin cultural en los migrantes bolivianos del departamento de Lules Tucumn, Tesis de Docto-rado, Facultad de Filosofa y Letras, Universidad Nacional de Tucumn, 2008 publicado en Rivero Sierra, F., Los bolivianos en Tucumn. Migracin, cul-tura e identidad, Tucumn, 2008b.

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    los logros obtenidos a partir de su aspiracin, cuando genuina, a un conocimiento intersubjetivamente convalidable. La aplicacin del principio materialista, segn nos ha mostrado la experiencia, lleva constantemente a una revisin sustancial de todas las prime-ras aproximaciones a cualquier fenmeno cultural bajo estudio, usualmente porque los estudiosos llegamos munidos de los prejui-cios, las interpretaciones, las dicotomas y los nfasis de nuestros propios habitus profesionales (o, eventualmente, incluso de clase), y de los ordenamientos e inquietudes dominantes en el mundo acadmico.

    La experiencia con los practicantes mismos de la cultura, su tes-timonio, la observacin y participacin en sus prcticas, cuando se realiza con un concienzudo y sistemtico respeto por el principio de que la realidad manda sobre las categoras, reorienta en efecto no slo las hiptesis mismas de trabajo, sino a menudo el recono-cimiento de qu es lo verdaderamente relevante para comprender la dinmica cultural correspondiente. Las categoras cuentos del zorro y cuentos de animales, que se estudiaban como gneros en ciertas zonas de los Andes del norte argentino, resultaron ser, al menos en la investigacin de Chein en Amaicha, en el norte de Argentina, no reconocibles como tales por sus propios practican-tes, que articulan esas formas textuales as categorizadas acadmi-camente en un complejo de prcticas ligadas con una identidad altamente vulnerable a la presin de la Modernidad.14 Los jvenes que delinquen, por lo menos los de las villas de Tucumn, segn los estudios de Lorena Cabrera (en lo cual coincide, por cierto, con otros estudiosos que han desarrollado su trabajo en otras ciudades argentinas), consideran lo que se categoriza como delitos desde el punto de vista legal y, por lo tanto, transitivamente, acadmi-co, como una opcin entre muchas otras para salir adelante en un contexto de graves carencias y no como un tipo de conducta regu-

    14 Cfr. Chein, D., Reproduccin de las prcticas discursivas orales: los cuentos de animales en el Valle Calchaqu, Tesis de Doctorado, Facultad de Filosofa y Letras, Universidad Nacional de Tucumn, 2004.

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    lar aislable de sus otras prcticas cotidianas.15 Los estudios sobre el curanderismo que toman como punto de partida, para enaltecerlo o denigrarlo, una supuesta y definitiva oposicin contra la biome-dicina hegemnica en las sociedades occidentales, sern estriles para encarar una comprensin de su dinmica social, ya que, como ha quedado en claro en las investigaciones de Denisse Oliszewski en Tilcara (Jujuy) y Tucumn (en consonancia con las conclusio-nes de otros estudiosos en otros contextos sociales), en las concep-ciones de la salud, la enfermedad y la terapia de los actores sociales, se entretejen rasgos de ambas perspectivas de maneras variadas y complejas, al punto que la diferencia entre ambas (y las eventuales jerarquizaciones entre ellas) es antes una muy mediada influencia de las instituciones educativas y legales que una concepcin defini-tivamente orientadora de sus conductas.16

    Hemos escogido ejemplos de investigaciones desarrolladas en el seno de nuestro proyecto, pero podran multiplicarse al infinito, empezando por las investigaciones de los propios miembros del Centro de Birmingham. The Uses of Literacy, del propio Hoggart, implic una revisin radical de las categoras con las que se anali-zaban las pautas culturales de la clase obrera. El trabajo de Brund-son y Morley sobre la recepcin del programa Nationwide, uno de los logros inaugurales de lo que Mattelart y Neveu llaman el giro etnogrfico de Birmingham, transform sustancialmente el an-

    15 Cabrera, L., La identidad de grupos marginales: narrativa de delito en villas tucumanas, Tesis de Licenciatura, Facultad de Filosofa y Letras, Universidad Nacional de Tucumn, 2006. Cabrera, L., De los trabajos a los laburos ilegales y sus estructuras de sentimiento: pensando los procesos de socializacin delictiva entre los villeros. Una aproximacin etnogrfica, en Cid Ferreira, L. y Arenas, P. (comps.), Pensar Tucumn. Reflexiones sobre Delito, Pobreza y Derechos Humanos, Tucumn: Edunt, 2012; Cfr. Kessler, G., Sociologa del delito amateur, Buenos Aires, Paids, 2004; Mguez, D., Delito y cultura. Los cdigos de la ilegalidad en la juventud marginal urbana, Buenos Aires, Biblos, 2008.16 Oliszewski, D., Mdicos, curanderos y pacientes: las dolencias fsicas en Tilcara, en Humanitas 35, Tucumn, Facultad de Filosofa y Letras UNT, en prensa, 2009b.; Cfr. Menndez, E., La enfermedad y la curacin qu es medicina tradicional?, Alteridades 4 (7), 1994, pg. 71-83; Arru, W. & Ka-linsky, B., Claves antropolgicas de la salud. El conocimiento de una realidad intercultural, Buenos Aires, Mio y Dvila, 1996.

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    lisis de las audiencias televisivas, a partir de la observacin de lo que realmente ocurre en ellas.17 Tales revisiones ocurren sistemti-camente en relacin con aspectos ms o menos fundamentales de las culturas que se intentan comprender. Metodolgicamente, la aplicacin cuidadosa y alerta del principio materialista, contra la tendencia natural ya mencionada a confundir nuestras categoras e interpretaciones con la realidad misma, es esencial no slo para la reformulacin de las hiptesis iniciales, sino tambin para la lectu-ra crtica de muchos de los trabajos anteriores sobre el tema y sigue siendo un imperativo a todo lo largo de cualquier investigacin, y aun debe estar presente, como una advertencia incorporada, en la propia exposicin de los resultados.

    Los esencialismosEsto no quiere decir que los propios practicantes de la cultura,

    por el solo hecho de serlo, cuenten (contemos) con explicaciones coherentes y con las categoras ms acertadas para comprender nuestras propias prcticas. Todos los seres humanos primariamen-te vivimos nuestras culturas, las diversas culturas de las que par-ticipamos, y tenemos una imagen formada de nuestras prcticas y nuestras identidades, apta para participar en ellas, pero no para explicarlas, ya que slo ocasionalmente reflexionamos sobre ellas. Muy pocos, a menudo es casi una labor especializada, lo hacen de manera regular, y en muchos casos esto es secundario para la prctica cultural misma. Las reflexiones sistemticas, con afn ex-plicativo y argumentado, que caracterizan la bsqueda acadmi-ca, son para cualquiera de nosotros cuando nos movemos como simples practicantes de la cultura, ms bien irrelevantes. Salimos a bailar para divertirnos y compartir esa diversin con amigos o hacer nuevos amigos. Vamos a un partido de ftbol a disfrutar del juego o a cinchar por el equipo de nuestras aficiones. Asistimos a

    17 Hoggart, R., The Uses of Literacy, Londres, Chatto & Windus, 1957; Brundson, C. & Morley, D., Everyday Televisin: Nationwide, Londres, Bri-tish Film Institute, 1978.

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    un concierto para gozar de un cierto placer esttico y encontrarnos con gente de gustos afines. Sin duda, muchos podemos tener con-ciencia, e incluso activar estrategias correspondientes, del capital social que se pone en juego en la participacin en estas prcticas. Sin embargo, no nos preocupan, en principio (no necesitamos pre-ocuparnos para participar de estas prcticas y hasta puede resultar contraproducente para involucrarnos efectivamente en ellas), otras motivaciones sociolgicamente informadas que nos guan hacia y durante esas prcticas, ni mucho menos los condicionamientos es-tructurales que las hacen posibles y que explican sus derroteros y transformaciones.

    Ciertamente, en muchas prcticas culturales, en particular las que estn ligadas con identidades socialmente activas y sobre todo cuando hay intereses significativos que movilizan los esfuerzos por consolidar esas identidades, se suscita algn grado de reflexin entre al menos parte de los miembros de los grupos humanos in-volucrados. No obstante, buena parte de esas reflexiones son en realidad parte de la prctica cultural misma, y se mueven ms en direccin a consolidar la prctica, o la identidad en la que la prc-tica cobra sentido, que a un esclarecimiento coherente y detenido de su dinmica.

    Tales manifestaciones inicialmente discursivas proponen, por cierto, generalizaciones relevantes sobre las prcticas cultura-les o sobre los grupos que se reconocen en ellas, pero, a los fines de una investigacin acadmica, sirven ms como datos sobre esas culturas antes que como hiptesis sobre su verdadera dinmica: sealan la imagen que de s mismos y del grupo al que se autoads-criben dan algunos de sus miembros; sugieren caminos sobre los que a ellos les parece relevante, cuyas pertinencias y silenciamien-tos pueden comprobarse o revisarse al contrastar con las prcticas mismas y con las perspectivas de otros miembros de la comuni-dad; proporcionan pistas, en fin, sobre lo que a estos voceros o al menos erigidos como tales les interesa enfatizar sobre su grupo y sobre su propio papel dentro de ellos, as como el modo en que prefieren que eso sea considerado por otros.

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    La cultura, en efecto, fluye de maneras ms inconscientes que conscientes. La incidencia de las identidades realmente activas y no simplemente discursivamente pretendidas en los actores so-ciales, un motivo que nos ha preocupado particularmente en nues-tras indagaciones empricas y conceptuales, se pone de manifiesto de manera mucho ms indirecta que lo que tales discursos preten-den reflejar. En sus investigaciones sobre la recepcin de la tele-novela en Tucumn, Mariana Carls logr distinguir dos tipos de espectadores (seguramente entre muchos otros), cada uno de ellos caracterizado por ciertos rasgos de socializacin reconocibles que convergan, a la vez, para explicar sus respectivas formulaciones del meditico gnero. Sus entrevistados, claro est, no hablaban en tanto que miembros de tales grupos y, de hecho, su gusto por la telenovela poda considerarse relativamente reido con los valores supuestamente predominantes en esos grupos (en frmulas bre-ves, se trataba de catlicos de familias tradicionales, por un lado, y de intelectuales ilustrados de clase media, con formacin universi-taria, por otro). Su inscripcin identitaria se pona de manifiesto, en consecuencia, no por la prctica misma de la que estaban ha-blando, sino sobre la modalidad de sus apreciaciones sobre ella.18

    En aras de un anlisis ms fidedigno, es necesario situar todos los discursos, y las prcticas, dentro de marcos conceptuales ms amplios, en los que emerjan, subyacentes a las tensiones y con-tradicciones que surgen del anlisis y la contrastacin entre las diversas perspectivas y performances, las generalizaciones sobre los factores efectivamente activos en un nivel ms profundo. Si un investigador aspira a concentrarse en una prctica o un grupo hu-mano en el que l o ella misma est involucrado, goza sin duda de una posicin de privilegio para capturar matices ocultos e incluso variables insospechadas por un extrao. Sin embargo, al mismo

    18 Carls, M., Lo deseado y lo vivido. La recepcin de la telenovela en Tu-cumn, Tesis de Licenciatura, Facultad de Filosofa y Letras UNT, Tucumn, 2006; Carls, M., La telenovela en Tucumn: La incidencia de los discursos identitarios en la decodificacin de productos culturales, en Espculo. Revista de estudios literarios 39, 2008. Disponible en http://www.ucm.es/info/especu-lo/numero39/tvtucu.html. Universidad Complutense de Madrid.

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    tiempo, le es necesario una suerte de desdoblamiento que permita el reconocimiento, por ejemplo, de motivaciones menos nobles o caracterizaciones menos apologticas y condicionamientos hist-ricos ms fuertes que los que uno tiende a reconocer para s mismo y las comunidades de las que se siente integrante. Un marco con-ceptual slido, afincado, insistimos una vez ms, en el principio materialista, genera las condiciones de posibilidad para ese fruct-fero desdoblamiento.

    Podemos ir ms lejos en las consecuencias epistemolgicas y polticas de este aspecto de la aproximacin materialista conside-rando el tpico del esencialismo, un rasgo tpico de muchos dis-cursos de autorepresentacin, que proponen generalizaciones eventualmente productivas, en el sentido arriba mencionado, pero tambin en gran medida engaosas. Entendemos por esencialistas aquellos discursos que apelan a una suerte de entidad inalcanzable a la percepcin directa, casi metafsica, a veces incluso ahistrica, que constituira la fuerza subyacente a las conductas colectivas y que se expresara en las manifestaciones de los actores sociales in-volucrados. Esta naturaleza espiritual del grupo cultural, se en-tiende, est ms all de la conciencia de los actores, y obra en ellos mismos a pesar de esa inconsciencia. El esencialismo es un fcil recurso de los discursos discriminadores contra la alteridad: las mujeres son as y as, los bolivianos son de tal y cual manera, los hinchas de Boca siempre hacen tal o cual cosa. Pero, como generalizaciones, no son menos cuestionables cuando apuntan no a alteridades, sino a identidades, es decir a la caracterizacin no de los otros, sino del propio grupo al que pertenece el autor del discurso esencialista.

    El esencialismo, en efecto, otorga un cierto poder a quien al-canza a erigirse como vocero e intrprete aceptado de la esencia supuesta para un grupo dado, ya que, a travs de esta posicin, alcanza una fuerte capacidad de influencia sobre la conducta de los miembros del grupo que le asignan esa capacidad, y en la medida en que se la asignan, ya que los discursos esencialistas, usualmen-te, se acompaan del imperativo moral de la lealtad incondicional

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    de los actores sociales a esa supuesta naturaleza que precedera y gobernara su propia historia personal.

    Los esencialismos han sido funcionales a grupos socialmente dominantes, por ejemplo para construir una supuesta unidad por encima de las diferencias de la clase y legitimar, al mismo tiem-po, la posicin de privilegio de esos sectores, como en el caso de la definicin del gaucho como emblema de la identidad nacional argentina, instrumentada por intelectuales ligados a la oligarqua terrateniente en ese pas a comienzos del siglo xx, equiparndose con, y al mismo tiempo subordinando a, los sectores populares que se venan reconociendo a s mismos en el criollismo.19

    Sin embargo, los esencialismos tambin son operativos en po-siciones contrahegemnicas. Vistos desde el lado positivo, sirven para abroquelar solidariamente voluntades cuyos esfuerzos de otra manera podran dispersarse por la accin de los intereses indivi-dualistas, a la vez que instalan un punto de referencia, por simb-lico e imaginario que sea, desde el cual contrarrestar los discursos hegemnicos instrumentales para la sumisin de la subalternidad. Las identidades indias surgidas en territorio argentino, sobre todo luego de la reforma de la Constitucin de 1995 que dictamin los derechos de las poblaciones originarias sobre las tierras de sus an-cestros, proporcionan ejemplos de este costado relativamente po-sitivo del esencialismo. En el noroeste argentino, muchos de estos grupos adoptaron, ante la falta de una tradicin propia suficiente-mente aeja sobre la base de la cual organizar sus reclamos, signos tomados de un incario que probablemente no slo no fueron nun-ca propios de las poblaciones originarias cuya herencia reclama-ban, sino que incluso en algunos casos haban sido interpretados por ellas como emblemas de un amenazante imperialismo. A pesar

    19 Cfr. En Alhajita es tu canto. El capital simblico de Atahualpa Yupanqui y bibliografa all citada. (Kaliman, R., Alhajita es tu canto. El capital simblico de Atahualpa Yupanqui, 2 edicin, Comunic-Arte, Crdoba, 2004.) Chein en La invencin literaria del folklore. Joaqun V. Gonzlez y la otra modernidad reconstruye el proceso previo y que prepara el camino al criollismo del Cen-tenario. Chein, D., La invencin literaria del folklore. Joaqun V. Gonzlez y la otra modernidad, Tucumn, 2007.

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    de estas contradicciones, que no eran sino la consecuencia de una importante desconexin histrica provocada por la colonizacin y consecuente estigmatizacin de las culturas originarias ms vulne-rables, la estrategia en conjunto puede considerarse legtima desde un punto de vista poltico, frente a la necesidad prctica de la con-solidacin de una identidad que s est realmente vigente, a pesar de haber sido vctima de un avasallamiento secular.

    Los esencialismos en el seno de grupos contrahegemnicos en-traan, no obstante, el riesgo poltico de todos los esencialismos: la configuracin de un grupo de poder dentro del propio grupo subalterno, vehiculizado a travs de la supuesta autoridad en la definicin de la esencia, que en ltima instancia se erige como el definidor de lo que ha de ser el bien comn e incluso como rbitro de los problemas que han de preocupar al colectivo y de las con-ductas que ha de seguir en relacin con ellos. El caso de Domitila Chungara reclamando no sentirse representada por las intelectua-les feministas de clase media y alta, de sociedades occidentales, que conducan un gran congreso internacional al que haba sido invita-da, es slo un ejemplo que fue particularmente resonante de estos avasallamientos en el interior de grupos movidos, por otra parte, en primera instancia, por reivindicaciones legtimas. Los debates en torno al testimonio de la dirigente minera boliviana, publicado bajo el ttulo de Si me permiten hablar, (debates que se referan a quin y cmo fue que finalmente le permiti hablar a Domitila Chungara) dan cuenta de las complejas vas en que las estructuras de poder siguen afectando en el interior mismo de grupos que se alzan legtimamente en contra de la dominacin.20

    Estos riesgos polticos pueden interpretarse, en verdad, como una consecuencia del vicio epistemolgico de los esencialismos, su contradiccin definitiva con el principio que hemos llamado ma-terialista: se trata de una (y usualmente, ms de una) categora abs-tracta desde la cual se interpreta la realidad de las subjetividades

    20 Barrios de Chungara, D. & Wiezzer, M., Si me permiten hablar. Tes-timonio de Domitila, una mujer de las minas de Bolivia, Mxico, Siglo XXI, 1977.

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    humanas concretas y las concretas relaciones entre ellas. Spivak ha barajado con detenimiento en varias ocasiones las complejas impli-caciones de lo que ella llama precisamente el esencialismo estra-tgico. Sus reflexiones retrotraen a las de Gramsci sobre la relativa utilidad poltica que ciertas interpretaciones mesinicas de un su-puesto determinismo de la historia podan tener en momentos de desaliento, pero con la advertencia de que semejantes operaciones compensatorias de los vaivenes de la lucha no deban trasladarse ms all de esa nica, e incluso para l no del todo convincente, finalidad.21 Estas referencias muestran la larga tradicin de este di-lema de los estudios culturales con sensibilidad poltica, un dilema que puede formularse de la siguiente manera: corresponde que subordinemos nuestras prcticas de produccin de conocimiento a las conveniencias de los grupos que juzgamos vctimas injustas de las estructuras de poder, defendiendo a ultranza las interpreta-ciones que mejor se avienen con los intereses de stos?

    Sin duda, el dilema seguir en pie por mucho tiempo y cada uno lo resolver de diferentes maneras, en diferentes circunstan-cias. Sin entrar a considerar las mltiples variables que habran de tenerse en cuenta en cada caso particular, creemos importante, sin embargo, subrayar que cualquiera sea la opcin que se tome, la produccin de conocimiento fidedigno sigue siendo la funcin so-cial que nos cabe. Completando el ejemplo citado de Gramsci, ste enfatizaba que aun si optamos por el uso estratgico de una inter-pretacin mesinica del determinismo, en el caso de una derrota momentnea o parcial en la larga batalla por una sociedad justa, eso no debe hacernos olvidar que los mesianismos son ilusorios, que la historia depende de la accin o inaccin de los seres hu-manos y no est pre-determinada por ningn factor ajeno a ellos, sea la Divina Providencia, el Espritu Absoluto o unas supuestas fuerzas que conducen indefectiblemente a la sociedad sin clases, por encima o independientemente de lo que piensen, quieran y

    21 Spivak, G., The Postcolonial Critic. Interviews, Strategies, Dialogues, Nue-va York y Londres, Routledge, 1990; Gramsci, A., Seleccin, traduccin y notas de Manuel Sacristn, Mxico, Siglo XXI, 1970.

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    hagan los actores sociales concretos. De la misma manera, aun si, en razn de la conveniencia de un grupo humano que considera-mos vctima de una injusta desigualdad estructural, optamos por avalar, por accin u omisin, por ejemplo, la validez de un discur-so esencialista, eso no puede hacernos olvidar que el esencialismo no es una categora cientfica, sino en todo caso un hecho de fe y, por esta razn, vlido nicamente para la cultura en la que se ha difundido, y por lo tanto all mismo, incluso, pasible de crtica ideolgica. El esencialismo es un rasgo, en todo caso, de la cultura que se estudia, y no una categora desde la cual analizarla en pos de un conocimiento de validez intersubjetiva, por lo mismo que esas esencias, sin duda, no se siguen del principio materialista.

    Las preguntas de una epistemologa materialistaCreemos que ha quedado claro por qu entendemos que buena

    parte de las categoras y modelos implcitos que usamos en los es-tudios culturales y en sociologa de la cultura tienen una historia independiente de la consideracin estrictamente materialista: no han surgido como abstracciones provisorias de la consideracin detenida de los seres humanos concretos y sus relaciones concre-tas. Y las que s, tienden muchas veces a usarse de maneras que cobran independencia: se cristalizan como categoras con vida propia, para aplicarse a priori sobre distintas realidades, y en gene-ral, para que pueda darse ese proceso, se flexibilizan en su alcance y se vuelven imprecisas, como ocurre a menudo por ejemplo con categoras como habitus o capital simblico, para cuya acuacin Bourdieu, pese a ciertos tics estructuralistas, apel a la observacin minuciosa y detenida de muchas conductas humanas.22

    De nuestra experiencia en investigacin y en la docencia de so-ciologa de la cultura, un aprendizaje particularmente interesante

    22 Como puede apreciarse, por ejemplo, en las argumentaciones con las que sostuvo sus primeras propuestas de estos conceptos. Cfr. Bourdieu, P., Es-quisse dune theorie de la pratique, prced de trois tudes dethnologie kabyle, Suiza, Librairie Droz, 1972.

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    ha sido el de reconocer cierto conjunto de preguntas con las cuales no slo comenzar las indagaciones, sino tambin profundizar dis-tintos aspectos que se van presentando a lo largo de la investiga-cin misma. Son preguntas referidas a categoras centrales para el tema que se pretende estudiar o para las hiptesis que se barajan en torno a l: cmo existen en la realidad? cmo hacemos para dis-tinguir los fenmenos de la realidad concreta que son instancias de esas categoras de los que no lo son? Y la que todava es ms com-pleja, pero igualmente interesante: qu nos hace pensar que habr muchas instancias de aplicacin de esa categora?, equivalente a preguntarse: por qu pensamos que es operativa para producir generalizaciones? Vinculadas con stas, hay otras preguntas, ya no referidas a las categoras, sino a las proposiciones en las que s-tas entran y a travs de las cuales formulamos hiptesis o dejamos sentadas presuposiciones o, incluso, postulados, como la de cmo podemos proceder para saber si esa proposicin es verdadera o no en la realidad concreta?

    Es curioso que usualmente damos por sentadas las respuestas a preguntas tan bsicas como stas y, como puede verse, barmetros del grado de materialismo de nuestras aproximaciones. Pero slo al tratar de formular explcitamente estas preguntas y dar forma lo ms precisa posible a las respuestas, descubrimos complejidades, imprecisiones, prejuicios, descubrimientos que por s solos nos permiten reorientar adecuadamente cualquier proyecto de investi-gacin. No es el menor beneficio de estas operaciones el descubrir que usamos una categora o suponemos la verdad de una propo-sicin slo porque es moneda corriente en el discurso acadmico, que no nos proporciona sin embargo, complementariamente, ar-gumentos incontestables para seguirlas sosteniendo y aplicando. A lo largo de los aos, los miembros del proyecto en el que han surgi-do los documentos aqu publicados, nos hemos esmerado por des-brozar todo el terreno conceptual y terico en el que trabajamos, slo para descubrir las dificultades que entraa el hacerlo y todo lo que queda por seguir haciendo al respecto. Fruto de este esfuerzo son los dos documentos de trabajo que se recogen en el presente

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    volumen. Desde 2006, estamos embarcados en una tarea semejan-te en relacin con el concepto de poder. Es sorprendente, a pesar de la importancia poltica y epistemolgica de este concepto, cmo se usa en una cantidad de sentidos diferentes, pasndose inadver-tidamente de uno al otro, muchas veces de manera imprecisa; y muy espordicamente, slo muy espordicamente, puede decirse que es posible reconocer sin asomo de duda cules son los hechos concretos a los que se est refiriendo, y sobre los cuales entonces est proponiendo generalizaciones.

    Es demasiado comn que se pase por alto la importancia de este tipo de preguntas, as como el problema epistemolgico que ellas plantean. Cuando se hacen, estas interrogaciones suelen des-pacharse con un no disimulado apuro, como cumpliendo una mera formalidad, ya que parece suponerse que no puede ponerse en duda la instrumentalidad cognoscitiva de las categoras y pro-posiciones que todo el mundo acepta, o por lo menos todos los que estn polticamente de acuerdo conmigo. Sin embargo, aun para las categoras que ms nos convencen, este tipo de examen las vuelve ms productivas, si se las mira, claro, con el imperativo materialista en mente. Y hay muchas otras que revelan sus falen-cias, desde limitaciones hasta presupuestos ideolgicamente sos-pechosos, pasando por vaguedades o usos impropios, en las cuales corremos el riesgo de caer sin este tipo de anlisis.

    Es muy comn, por ejemplo, en estudios culturales y en otros campos disciplinarios nutridos o no por el postestructuralismo, la apelacin a metforas, cuyas connotaciones impropias no se expli-citan y que por lo tanto pueden seguir resonando indebidamente ms all de la mera rotulacin. Seducen ms como hallazgos lite-rarios que como categoras explicativas sustentadas en el estudio de la realidad.

    Tomemos, slo por dar un ejemplo, el caso de la expresin le-gado colonial. Est claro que no nos referimos a que el perodo colonial (que no es ni siquiera un sujeto, claro est) ha dejado un testamento en el que otorga al perodo contemporneo la propie-dad de determinada prctica o determinadas relaciones sociales.

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    Legado no se usa en el sentido literal. Es una metfora. Qu que-remos decir entonces con esa palabra? La ausencia de explicitacin (la sensacin de que ni siquiera es necesario hacerla) obstaculiza cualquier discusin productiva. Parece esperarse que cada uno se haga cargo de las connotaciones vlidas y de las conclusiones o sugerencias que de ellas se derivan. Pero no podemos estar seguros de que estamos todos hablando de lo mismo, ni mucho menos de si nuestros respectivos grados de precisin y dispersin con res-pecto a lo que est en juego al usar la expresin coinciden o no con los de nuestros interlocutores.

    Supongamos que queremos decir algo as como que esa prc-tica o esa estructura de relaciones sociales, existente en el perodo colonial, y propia de la estructura social e ideolgica de esa poca, ha seguido reproducindose hasta nuestros das. Se tratara, bsi-camente, de una analoga: esto de hoy se parece a lo de ayer. Pero claro est, entendemos ms que eso. Entendemos, por ejemplo, que eso no debera haber sucedido as, porque esas estructuras ya no corresponden a estos tiempos de descolonizacin. Esto implica una serie de presuposiciones que habra que explicitar, ya que por cierto no todo lo que es hoy igual que ayer es igualmente critica-ble. Por otra parte, este concepto subraya la analoga, por lo cual parecera que si pudiramos encontrar que a lo largo del tiempo la estructura se ha modificado en algunos aspectos, como segu-ramente ha ocurrido, la categora ya no sera apropiada, cosa que, obviamente, no es lo que queremos. Habra que explicitar enton-ces cules son los rasgos que hacen de determinado fenmeno un legado colonial y cules, en cambio, no son relevantes para tal denominacin.

    Por otra parte, un problema con esta categora que no es inme-diatamente visible tiene que ver con el modo en que se reprodu-cen las estructuras sociales. La metfora del legado sugiere que hay algo que simplemente nos ha sido otorgado por el pasado (por quin exactamente?) sin que lo pidamos, claro est. De modo que bastara entonces con rechazarlo. Pero ocurre que las estructuras sociales se reproducen de maneras mucho ms complejas que las

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    de simplemente dar y recibir o rechazar, complejidad que es cru-cial escudriar y tratar de comprender profundamente si es que se pretende producir transformaciones sociales sustentables, y que, sin embargo, est ausente en muchas de las ocasiones en que se usa el trmino. Por cierto, esto no ocurre en todas las ocasiones, pero s en muchas, y creemos que eso se debe a que tendemos a conten-tarnos con una metfora y sus sugerencias y no con las preguntas cruciales sobre cmo esas rotulaciones se vinculan con la realidad experimentable.

    El materialismo de las subjetividades sintonizadasEn vez de insistir con metforas, entonces, deberamos tratar

    de contestar a preguntas tales como sa: cmo se reproducen las estructuras sociales? De hecho, si aspiramos a colaborar con trans-formaciones efectivas y polticamente productivas en nuestras sociedades, son ese tipo de preguntas las que deberamos poder contestar cada vez ms claramente. Los documentos incluidos en este volumen son una contribucin a ese esfuerzo.

    Para nosotros, de hecho, la pregunta sobre la reproduccin y transformacin de las estructuras sociales fue desde el principio y sigue siendo una pregunta fundamental. Lo que llamamos cultura no puede entenderse sino como un recorte operativo dentro del complejo proceso de la reproduccin social. Lcida y orientadora es, en efecto, para nosotros, una de las caracterizaciones de Ray-mond Williams, cuando sostiene que la cultura incluye los aspec-tos manifiestamente significantes implicados en prcticas que, de todos modos, estn imbricadas en otros sistemas de intercambio social.23 As, en prcticas usualmente entendidas como parte de la cultura, como la msica llamada clsica (indiscutiblemente cultura dentro de su acepcin de alta cultura), o, para el caso, tambin la msica popular (que es cultura dentro de una com-

    23 Williams, R., Sociologa de la cultura, Barcelona, Paids, 1era. Edicin 1981, 1994.

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    prensin ms antropolgica del trmino), los aspectos significan-tes cobran un relieve sobresaliente (es una prctica, en trminos de Williams, manifiestamente significante), aunque, por cierto, la prctica implica otros aspectos (tecnolgicos, econmicos, socia-les en general), que no pueden dejar de considerarse en su estudio. Siguiendo esta lnea de pensamiento, sin embargo, tambin resul-tan culturales los aspectos significantes de prcticas en las que se presentan en mayor grado de disolucin dentro de otros aspectos que cobran mayor importancia. Williams menciona como ejemplo el sistema monetario, cuyos obvios aspectos significantes quedan usualmente al margen frente a la preponderancia de su papel como instrumento de intercambio econmico. Oliszewski, por ejemplo, al estudiar el curanderismo como prctica cultural, no olvida que los aspectos significantes que la hacen cultural estn subordina-dos, incluso tal vez en las propias subjetividades de los actores so-ciales involucrados, dentro del objetivo de recuperar o mantener la salud.24

    Por ese motivo, preguntarse cmo se reproduce la cultura es o al menos implica en un nivel ms bsico preguntarse cmo se reproducen las estructuras sociales. Lo que llamamos cultura ser resultado de acotaciones operativas sobre esos procesos ms gene-rales, que incluyen otros aspectos, muchos de los cuales, a su vez, no son irrelevantes para dar cuenta de los procesos que llamamos especficamente cultura.

    Resulta consistente, entonces, que lancemos, sobre la reproduc-cin de las prcticas sociales, las preguntas materialistas: en qu realidad concreta podemos poner nuestra mirada para proponer generalizaciones?

    Est claro que ha habido y hay muchas respuestas a lo largo de la historia de los estudios sobre la sociedad y la cultura. Se ha apelado muchas veces a las esencias (nacionales, tnicas, de g-

    24 Oliszewski, D., Los aspectos significantes disueltos en las prcticas teraputicas de los curanderos, en Bulacio, C. (Comp.). Cruce de Saberes, Tucumn, Instituto de Estudios Antropolgicos y Filosofa de la Religin de la Facultad de Filosofa y Letras, UNT, en prensa, 2009a.

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    nero, etc.), sobre cuya insostenibilidad material ya hemos elabora-do arriba. Ms convincente parecera concentrarse en los objetos producidos por una cultura, accesibles a la percepcin directa, o, incluso, los rituales, en el sentido amplio y no nicamente sagrado, en los que se involucran, jugando papeles establecidos de maneras ms o menos estandarizadas, los practicantes. Sin embargo, tanto los objetos como los rituales son subsidiarios de otra realidad ma-terial que es la que realmente les da el sentido cultural y que son las asociaciones entre esa realidad directamente perceptible y elemen-tos psquicos (significados, valores, emociones, etc.), asociaciones que existen, o funcionan si se quiere, en las subjetividades de los propios practicantes. Una bandera, por ejemplo, por s misma no significa nada: slo significa en la subjetividad que la asocia con una identidad nacional o una identidad tnica o una identidad de gnero. Una determinada secuencia rtmica reiterada innumera-blemente no expresa nada en particular como realidad fsica, sino en el seno de una subjetividad en la cual est asociada con ciertos movimientos particulares del cuerpo, y a travs de ello, con deter-minados contenidos comunitariamente compartidos.

    Estas reflexiones argumentan a favor de lo que nosotros con-sideramos el asiento material de la cultura, as como, en conse-cuencia, de la reproduccin cultural e, incluso, de la reproduccin social en general: las subjetividades de los actores sociales que pue-den comunicarse entre ellos en virtud de, y en la medida en que, compartan las respectivas asociaciones. Es un sentido muy restrin-gido de materialidad (vinculado a lo que a menudo se conoce como gnoseologa positivista, que, ciertamente, a veces parece que se confunde con el materialismo) el que niega la materialidad (la existencia concreta) de las subjetividades, por no ser directamente accesibles a la percepcin. Es cierto que esa inaccesibilidad vuelve ms difcil su conceptualizacin, ms escurridiza su localizacin, ms ardua la empresa de conocimiento materialista, pero est cla-ro que las dificultades no se solucionan esquivndolas y tomando un camino que, si ms fcil, es en realidad errado. Si la realidad material son las subjetividades, no queda otro camino que buscar

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    los modos, aunque indirectos, de acceder a ellas, reflexionando a partir de lo que s es directamente accesible a la percepcin.

    No estamos negando, por supuesto, la importancia que tienen, en cualquier estudio cultural, los soportes materiales de los sig-nos (los significantes, en el sentido ms crasamente saussuriano), sino tomando conciencia de que esos soportes son signos slo en la subjetividad de quien los asocia con contenidos psquicos (con-ceptual, emocional o incluso motriz, como en el baile que sigue un ritmo musical). La posibilidad de significacin, de comunicacin, de cultura, est dada por el grado en que los otros actores sociales involucrados compartan esas asociaciones. Estas consideraciones, guiadas por una aplicacin indeclinable del principio materialis-ta, mina la eficacia de muchos modelos semiticos que imaginan cdigos abstractos, con leyes autnomas de funcionamiento que los actores sociales se limitaran a poner en funcionamiento. Ta-les cdigos no son sino una generalizacin sobre lo que realmente ocurre en un conjunto de subjetividades, y por lo tanto no pueden explicarse sino como un epifenmeno de esa abigarrada realidad material que son la suma de las dinmicas e historias de cada una de esas subjetividades. No es de extraar, si se lo mira as, que, con el correr del tiempo, los estructuralistas franceses fueron descu-briendo que los cdigos son inestables y estn transformndose continuamente. Slo esa operacin idealista (y, evidentemente, no materialista) de pretender otorgarles una autonoma de funcio-namiento con respecto a las subjetividades en las que realmente existen haba podido crear la ilusin de que su dinmica poda ca-racterizarse y describirse por s misma.

    De esta manera, el dictado epistemolgico del materialismo nos conduce al principio general de que ninguna explicacin de fenmenos culturales puede dejar de incluir, de alguna manera, lo que ocurre en el nivel de las subjetividades, porque stas son la nica realidad concreta en la que estos fenmenos ocurren.

    Notemos que lo que interesa socialmente (y, por lo tanto, cultu-ralmente) no son los hechos individuales, sino las generalizaciones que podamos hacer sobre esos sucesos individuales. La conside-

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    racin de rasgos psicolgicos en el primero de los documentos incluidos en este volumen no aspira simplemente a dar cuenta de algunos elementos operativamente productivos para dar cuenta de la psique humana, sino a encontrar en las propiedades de esta psique aquellos factores que expliquen cmo se vuelven posibles las interacciones, y de all, las generalizaciones relevantes para un estudio cultural.

    Somos conscientes de que la densidad del primer documento y tal vez en algunos momentos del segundo puede parecer poco usual en las aproximaciones acadmicas a la cultura. Nos gustara, por eso, justificar un poco esta modalidad de nuestra exposicin, aunque algunas de las justificaciones estn implcitas en lo que ve-nimos argumentando. En efecto, estamos particularmente intere-sados, como queda dicho, en no dar por sentada ninguna afirma-cin por el solo hecho de que es moneda corriente en la literatura sobre el tema, o es un dictum aceptado de alguno de los principales referentes tericos. Tal aceptacin incondicional (los argumentos de autoridad y de sentido comn) ira en contra del criterio ma-terialista. As, muchas de nuestras reflexiones intentan dejar en claro los fundamentos de afirmaciones que en otros contextos se dan por sentadas, y a menudo, como suele ocurrir, su revisin mi-nuciosa nos ha llevado incluso a adoptar versiones diferentes a las que circulan sin mayor discusin en la literatura (tal, por ejemplo, nuestra distincin entre saber prctico y conciencia, que acaba ale-jndose de las concepciones del consciente y el inconsciente como especies de estratos en comunicacin mutua).

    Pero, por otro lado, es importante destacar que, aunque parez-ca curioso, muchas aproximaciones sociolgicas a la cultura, en particular las que provienen del campo de los estudios literarios, pero tambin muchas de las que corren bajo la denominacin de estudios culturales o sociosemitica, no suelen tomar mayormente en cuenta los desarrollos tericos de la propia disciplina de la so-ciologa.25 Las discusiones en el primer documento, en realidad,

    25 Por cierto, eso no ocurre en muchas lneas de trabajo activas, general-mente las que aceptan precisamente el nombre de sociologa de la cultura.

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    toman posicin sobre uno de los debates ms significativos en el seno de ese campo disciplinario: la relacin entre agente y estruc-tura (entre interpretativismo y funcionalismo, en los trminos de Giddens, o entre subjetivismo y objetivismo, en los de Bourdieu). Durante la segunda mitad del siglo xx, en efecto, las crticas al es-tructuralismo, que intentaba proponer leyes de nivel general que regulan la accin social, por encima de la conciencia y voluntad de los actores sociales, llevaron a la bsqueda de modos de postu-lar las evidentes restricciones que pesan sobre la conducta de los sujetos sociales (restricciones que son precisamente las que abo-naran una concepcin estructuralista) con modelos que al mis-mo tiempo incorporaran la agencia relativamente autnoma de los individuos que interactan en la sociedad. Conceptos como los de habitus, rutinizacin, accin comunicativa, son resultado pro-ductivo y sugerente de esos esfuerzos tericos.26 En buena medida, la densidad aparente de nuestro primer documento resulta de un cierto grado de falta de familiaridad, en el mbito de los estudios culturales, con este tipo de discusiones, corrientes y hasta senti-das como necesarias, en cambio, en el mbito de la sociologa. Sin embargo, nos parece que si hemos de intentar una aproximacin de ambiciones explicativas, no podemos dejar de aprovechar esos logros conceptuales, saltando las barreras de los campos discipli-narios institucionalizados. Esto implic, claro est, un esfuerzo de familiarizacin con modalidades y tpicos de reflexin a los que

    Cfr. por ejemplo Margulis, M., Sociologa de la cultura. Conceptos y proble-mas, Buenos Aires, Biblos, 2009 y Grimson, A., Los lmites de la cultura, Op. Cit.26 Cfr. Bourdieu, P., Cosas dichas, Barcelona, Gedisa, 1996; Giddens, A., La constitucin de la sociedad. Bases para la teora de la estructuracin, Bue-nos Aires, Amorrortu, 1995; y Habermas, J., Teora de la accin comunicati-va, vols. I y II, Madrid, Taurus, 1981. En realidad, muchas de las discusiones de Raymond Williams apuntan en una direccin semejante, sobre todo en Williams. (Williams, R., Marxismo y literatura, Op. Cit.) Por ejemplo, su concepto de estructuras de sentimiento propone una notable e iluminadora articulacin entre agencia y estructura. Sin embargo, esta riqueza se hace ms visible, precisamente cuando se la pone en dilogo con el debate propiamente sociolgico, ms que con los usos ms laxos que se hacen del trmino en sus aplicaciones, por ejemplo, en estudios literarios.

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    no estbamos acostumbrados, pero, adems de que este esfuerzo se sigue de la responsabilidad intelectual propia del trabajo acad-mico, tambin nos cabe particularmente, en tanto que estudiosos de las culturas, un imperativo profesional a abrirnos al dilogo y la comprensin de tradiciones distintas de las de nuestras socializa-ciones originales.

    En el contexto de este debate de la sociologa, nuestro postu-lado de que las subjetividades de los actores sociales son nuestra base material para el estudio de las culturas cobra nuevos sentidos, y se articula, de hecho, en una aceptacin ms generalizada den-tro del mbito acadmico, aunque no siempre est expresado de la misma manera e, incluso, tal vez, no siempre conlleven las mismas implicaciones que en nuestro caso. Claro est, sin embargo, que los desacuerdos, en el trabajo intelectual honesto y comprometido, son parte del enriquecimiento y no de la confrontacin estril.

    En nuestro caso, lo relevante es que una propiedad de esas sub-jetividades es que tienden a sintonizarse, en el sentido de que tienden a establecer lazos con otras subjetividades, generando signos (asociaciones subjetivamente vigentes) y sistemas de sig-nificacin con sus congneres (o, como ocurre en lo que se suele llamar socializacin, intentando aprehender las asociaciones que sus congneres llevan ya incorporadas en sus subjetividades). En-tendemos que esta propiedad de las subjetividades humanas, una propiedad de su funcionamiento psicolgico, si se quiere, es la que explica la posibilidad de generalizar sobre ellas y genera, en consecuencia, lo que puede entenderse como propiedades estruc-turales. Es en virtud de ese esfuerzo de las subjetividades humanas por buscar coincidencias con otras subjetividades humanas que se vuelven posibles las generalizaciones sociolgicas, como las que recogemos bajo el nombre de reproduccin y transformacin cul-tural. Esa es la base material para las generalizaciones sociolgicas, pero tambin, al mismo tiempo, su lmite y dispersin. Las histo-rias de las innumerables subjetividades humanas son enormemen-te diversas, por lo que tales generalizaciones, por provechosas que pueden ser como conocimiento, son apenas un epifenmeno de lo

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    que realmente est ocurriendo. Y las transformaciones y variantes, a su vez, de esas generalizaciones, dependen de lo que ocurre en las subjetividades, lo que invalida cualquier intento de asignarles a esos epifenmenos una dinmica autnoma que no sea ella misma explicable en trminos de las subjetividades.

    Por supuesto, estos procesos no son, en su mayor parte, cons-cientes. Y el grado en que lo son ni siquiera esa conciencia los re-fleja necesariamente tal cual son. ste es precisamente uno de los problemas que discutimos con cierto detalle en el primer docu-mento, y a l remitimos para mayor desarrollo de lo que hemos alcanzado a dejarnos en claro al respecto. Nos interesa particular-mente adelantar aqu que estas consideraciones nos han condu-cido a una reformulacin del concepto de discurso, o, dicho ms adecuadamente, a una distincin de diferentes acepciones de la palabra discurso, cada una sealando conceptos diferentes, y a una reevaluacin de la posible operatividad del anlisis del dis-curso como metodologa de investigacin. Este esclarecimiento result particularmente productivo para los miembros del equipo, la mayor parte de los cuales nos habamos formado disciplinaria-mente en literatura y lingstica, campos en los que la tradicin estructuralista y postestructuralista (sin descontar, claro, las con-veniencias profesionales) haban generalizado una perspectiva que sobredimensionaba la autonoma del discurso, ya no slo como idealizacin cientfica, sino como sustento de la realidad misma, o al menos de la experiencia de la realidad.27

    El segundo documento se concentra en el concepto de identi-dad y presupone el marco sociolgico desarrollado en el prime-ro, al punto que este podra perfectamente entenderse como su introduccin terica. De all que estos dos documentos, aunque

    27 Ver en Discurso y saber prctico. Aproximacin desde una sociologa de la cultura una discusin especfica de nuestro concepto de discurso en con-traste con otras aproximaciones al anlisis del discurso. Kaliman, R., Dis-curso y saber prctico. Aproximacin desde una sociologa de la cultura, en Actas del IV Coloquio de Investigadores en Estudios del Discurso, Asociacin Latinoamericana de Estudios del Discurso (ALED), Crdoba, 2009, Dispo-nible en http://www.lenguas.unc.edu.ar/aledar/hosted/actas2009/panelistas/Kaliman,%20Ricardo.pdf

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    publicados originalmente por separado, conforman una unidad apropiada para ser reunidas en este libro.

    Sin embargo, rememorando genealogas, es probable que nues-tra historia conceptual haya ocurrido en el orden inverso. El con-cepto de identidad, en efecto, cuenta entre nuestras primeras pre-ocupaciones conceptuales. Fue tal vez la bsqueda y los esfuerzos de fundamentacin de una nocin materialista, en el sentido que hemos definido al principio de esta introduccin, de identidad los que no fueron llevando por los derroteros que acabaron cobrando cuerpo en las conceptualizaciones sociolgicas recin reseadas y que ocupan el primer documento aqu incluido.

    La identidad (colectiva)28 apareca a cada paso en nuestros es-tudios sobre las prcticas culturales que, en distintas dimensiones comunitarias y en distintos mbitos, dentro de los grupos huma-nos de los Andes Centromeridionales y, en particular, el noroeste argentino, estimulaban nuestros proyectos de produccin de cono-cimiento. En la medida en que la identidad implica un sentimiento de pertenencia a un grupo, establece, por definicin, una relacin entre el individuo y la comunidad en la que se socializa; e instancia, en consecuencia, la dinmica sociolgica por excelencia, la de las subjetividades sintonizadas. Nos resultaban inadecuadas tanto las aproximaciones esencialistas, que hipostasiaban esa comunidad en algn metafsico espritu, como las constructivistas, que menosca-baban su validez terica, en aras de defender un individualismo raigal (que, paradjicamente, sirvi durante mucho tiempo como

    28 La aclaracin de colectiva resulta pertinente si se considera que existe asimismo el problema de la identidad individual, tanto en relacin con el pro-blema general del sentimiento de unicidad de cada uno de nosotros frente a los aspectos dispersivos que tambin nos constituyen o el de la vocacin del afianzamiento de nuestra singularidad; como en la situacin, ms particular, de aquellos que, por sus historias personales, desconocen total o parcialmen-te las condiciones de su origen biolgico, como en los casos de los hijos de desaparecidos apropiados por los represores durante la dictadura militar. A nuestro entender, es conveniente distinguir operativamente esta identidad in-dividual de la identidad colectiva, directamente relevante para los estudios de la cultura. Esto no implica desconocer que existen relaciones complejas entre las realidades que cubren ambos conceptos, que pueden volverse particular-mente relevantes en determinados contextos.

  • signo identitario para el mutuo reconocimiento entre ciertos inte-lectuales).29

    Nuestra exposicin parte de una definicin de identidad como una autoadscripcin a un grupo, compartida por los miembros de ese grupo. Sobre la base de esa definicin (y precisiones tales como las de que la autoadscripcin no es necesariamente consciente), se derivan varias consecuencias, algunas de las cuales intentamos pro-fundizar a lo largo del documento. Por ejemplo, queda claro que conviven en nuestras subjetividades muchas identidades, algunas de las cuales pueden entrar en contradiccin entre s o pueden ac-tivarse independientemente una de otra en distintos contextos. O que los colectivos a los que nos adscribimosy nos sentimos per-tenecer vienen en distintas dimensiones, desde un pequeo gru-po de amigos hasta todo el conjunto de ciudadanos de un estado (e incluso sin duda conjuntos mucho ms grandes todava, como la especie humana), lo cual, a su vez, suscita reflexiones sobre los modos diferenciados de socializacin de las distintas identidades, y el papel que desempean la experiencia misma, por un lado, y los discursos identitarios, por el otro, en ese proceso. O que existe una enorme variabilidad en los individuos que se autoinscriben en un grupo en cuanto a la incidencia que tal autoadscripcin tiene sobre sus cursos de conducta, en trminos, por ejemplo, de lealtad o indiferencia. Por cierto, esta definicin, que proporciona una base materialista al concepto, al mismo tiempo acaba por cubrir todo un conjunto de agrupaciones humanas que raramente llamaramos identidad. Tambin nos preocupa deslindar cules son las identi-dades que pueden considerarse relevantes para una sociologa de la cultura, as como cules son las que, en ltima instancia, elegimos estudiar por motivaciones de orden poltico y no estrictamente so-ciolgico.

    Algunos de los conceptos aqu propuestos son distinciones ope-rativas; otros se limitan a dar el nombre del problema, aunque eso a

    29 Cfr. la lcida argumentacin de Grimson en Los lmites de la cultura contra las concepciones constructivistas de la identidad cultural. Grimson, A., Los lmites de la cultura, Op. Cit.

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    veces ha significado precisamente desmontar esquemas tradicional-mente mantenidos que no vean el problema o crean haberlo solu-cionado; otros son postulados sobre el funcionamiento de la socie-dad, que tratan de mantenerse leales al principio materialista como lo hemos definido arriba; hay, finalmente, los que tienen voluntad explicativa, aunque, en estos documentos, slo en un nivel general relativamente abstracto y orientador, atendiendo a nuestra concep-cin segn la cual la explicacin de dinmicas culturales concretas y localizadas, histricamente situadas y, por lo tanto, mltiplemente sobredeterminadas, los casos que cada uno de nosotros estudia en sus investigaciones particulares, tienen una especificidad condicio-nada por sus propias coordenadas sociales, de las que no cabe ex-traer leyes universales, a riesgo de repetir, precisamente, los errores del idealismo. Esta concepcin situacional, que tambin se defien-de en Grimson,30 puede rastrearse hasta los propios estudiosos de la Escuela de Birmingham y es probablemente una consistencia ms con el principio materialista.

    De hecho, todas las reflexiones que estn detrs de esta exposi-cin, en la que no hemos hecho sino tratar de ordenarlas, fundamen-tarlas e ilustrarlas, han surgido a partir de la consideracin colec-tiva de las propias investigaciones particulares de los miembros, lo cual se revela en que a menudo recurramos a ejemplos tomados de ellas con el fin de no dejar en un nivel tan abstracto las discusiones tericas y las propuestas conceptuales. La diversidad de casos y de problemas que cada uno de ellos plantea tiene la virtud de prevenir la linealidad en el razonamiento conceptual. Lo que en un momen-to pudo parecer una correlacin necesaria se revela ms inestable al considerar una situacin histrica o un contexto social diferente o a veces una perspectiva de sectores sociales distinguibles dentro de una misma situacin histrica o un mismo contexto social. En esta dinmica, de la que, por cierto, tambin se beneficia el estudio del propio caso particular, surgen a cada paso matices, precisiones, distinciones, que coadyuvan en la formulacin terica y al mismo tiempo crean un campo propicio para el sealamiento de nuevos

    30 Ibdem.

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    problemas y la inspiracin para nuevas soluciones. Ciertamente, de mucho de lo aqu propuesto estamos, al menos momentneamente, muy convencidos, sobre todo en muchos de los presupuestos epis-temolgicos y seguramente en algunos de los lineamientos genera-les sobre las variables relevantes para el estudio de la reproduccin y la transformacin social. Pero aun estas convicciones anhelan consolidacin, precisin y, sabemos, guardan nuevas preguntas. En realidad, no parece que hoy en da pueda ser otra la naturaleza del trabajo intelectual responsable y comprometido.

    En consonancia con esta dinmica, apenas publicado cada uno de los documentos, organizamos sendos textos, en los que los pu-simos a consideracin de estudiosos con los que tenamos vincula-ciones acadmicas y personales y cuya opinin, por su trayectoria e intereses, nos interesaba particularmente.31 A ellos, muchos enro-lados en tradiciones de trabajo intelectual diferente de la nuestra, les debemos, en virtud tanto de los acuerdos parciales como de los cuestionamientos, tanto de las afinidades como de las perspectivas novedosas sobre nuestras propuestas, un enriquecimiento que si-gue abriendo huellas en nuestras reflexiones y, esperamos, tambin en las de ellos. Como insistimos al comienzo de cada uno de los documentos aqu contenidos, el sentido de esta nueva publicacin sigue persiguiendo ese doble fin: ofrecer los resultados de nuestras reflexiones por lo mismo que a nosotros nos han resultado prove-chosas, y arrojarlas al campo del debate, que es la sustancia que las hace, precisamente, provechosas.

    31 En el coloquio sobre el primer documento, llevado a cabo en 2001, parti-ciparon Alicia Ugarte, Hctor Caldelari, Victoria Cohen Imach, Pedro Arturo Gmez, Alejandra Cebrelli, Zulma Palermo y Neil Larsen. En el segundo, en noviembre de 2006, Alicia Ugarte, Hctor Caldelari, Ana Mara Dupey, Ga-briela Karasik, Zulma Palermo, Alejandra Cebrelli, Vctor Arancibia y Silvia Barey. A riesgo de olvidar otras aportaciones valiosas, agregamos a esta lista slo los nombres de Flora Losada, quien prepar una medulosa resea del primer documento para la Revista de investigaciones folklricas, y Martha Bla-che, con quien mantuvimos una jugosa discusin epistolar electrnica luego de que nos enviara sus comentarios sobre el segundo documento.

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    Segunda parteSociologa y culturaPropuestas conceptuales para el estudio del discurso y la reproduccin cultural1

    Ricardo J. Kaliman

    IntroduccinLas discusiones que exponemos en este documento son resul-

    tado de un esfuerzo colectivo por desarrollar instrumentos con-ceptuales capaces de dar cuenta de los procesos de reproduccin y transformacin de las identidades culturales en un marco de rela-ciones de poder, tarea que hemos venido desarrollando durante tres aos en el seno del proyecto Identidad y reproduccin cultural en los Andes Centromeridionales. Las propuestas que ofrecemos son, por supuesto, decidida y voluntariamente provisorias. De he-cho, son la emergencia parcial de una dialctica inacabada (y quiz inacabable): el modelo general que estos instrumentos construyen, y en el que al mismo tiempo cobran sentido, ha sido y es aplicado por cada uno de los miembros del proyecto en el estudio de casos empricos puntuales, los cuales, a su vez, generan cuestionamien-tos que han orientado y orientan el desarrollo, la precisin o la revisin de los instrumentos y del modelo mismo.

    La presente publicacin no constituye sino un movimiento ms dentro de esta dialctica. En la medida en que entendemos que

    1 Miembros del Proyecto: Andrea Paola Campisi, Jorgelina Chaya, Diego J. Chein, Leila Gmez, Celina Ibazeta, Virginia Ibazeta, Ricardo J. Kaliman (Di-rector), Luca Reyes de Deu, Fulvio A. Rivero Sierra, Paula Storni.

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