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Sociología e historia de la ciudad desconcentrada 307 Raimundo Otero Enríquez

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Page 1: Sociología e historia de la ciudad desconcentrada (307)...Mª Paz Cristina Rodríguez Vela, Directora del Departamento de Publicaciones y Fomento de la Investigación. CIS Otero Enríquez,

Sociología e historia de la ciudad desconcentrada

307 Raimundo Otero Enríquez

Meowth
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Centro de Investigaciones Sociológicas

Madrid, 2017

CIS

307 Raimundo Otero Enríquez

Sociología e historia de la ciudad desconcentrada

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Consejo Editorial de la colección Monografías

DirectorCristóbal Torres Albero, Presidente del CIS

ConsejerosLuis Enrique Alonso Benito, Universidad Autónoma de Madrid; Berta Álvarez-Miranda Navarro, Universidad Complutense de Madrid; Antonio Álvarez Sousa, Universidade da Coruña; Antonio Ariño Villarroya, Universidad de Valencia; Joaquim Brugué Torruella, Universidad Autónoma de Barcelona; Arantxa Elizondo Lopetegui, Universidad del País Vasco; José Ramón Flecha García, Universidad de Barcelona; Margarita Gómez Reino, Universidad Nacional de Educación a Distancia; Carmen González Enríquez, Universidad Nacional de Educación a Distancia; Juan Jesús González Rodríguez, Universidad Nacional de Educación a Distancia; Gonzalo Herranz de Rafael, Universidad de Almería; Antonio López Peláez, Universidad Nacional de Educación a Distancia; Araceli Mateos Díaz, Centro de Investigaciones Sociológicas; Olga Salido Cortés, Universidad Complutense de Madrid; Benjamín Tejerina Montaña, Universidad del País Vasco; Antonio Trinidad Requena, Universidad de Granada

SecretariaMª Paz Cristina Rodríguez Vela, Directora del Departamento de Publicaciones y Fomento de la Investigación. CIS

Otero Enríquez, RaimundoSociología e historia de la ciudad desconcentrada / Raimundo Otero Enríquez. – Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, 2017(Monografías ; 307)1. Sociología urbana 2. Urbanización 3. Dinámica de población316.334.54

Las normas editoriales y las instrucciones para los autores pueden consultarse en: www.cis.es/publicaciones/MO/

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimien-to (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes magnéticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.

Colección MONOGRAFÍAS, NÚM. 307

Catálogo de Publicaciones de la Administración General del Estadohttp://publicacionesoficiales.boe.es Primera edición, diciembre 2017

© CENTRO DE INVESTIGACIONES SOCIOLÓGICAS Montalbán, 8. 28014 Madrid www.cis.es

© Raimundo Otero Enríquez

DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY

Impreso y hecho en EspañaPrinted and made in Spain

NIPO (papel): 788-17-035-3 NIPO (electrónico): 788-17-034-8ISBN (papel): 978-84-7476-746-9 ISBN (electrónico): 978-84-7476-747-6Depósito Legal: M-34424-2017

Gestión editorial: CYAN, S.A.Fuencarral, 70. 28004 Madrid

Esta publicación cumple los criterios medioambientales en contratación pública.

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A mi hija Uxía

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ÍNDICE

1. APUNTES INICIALES: UNA HISTORIA NO CONTADA? ........................................................................... 13

1.1. LA DESCONCENTRACIÓN URBANA: LA NECESIDAD DE CONTAR UNA HISTORIA ..................................... 15

1.2. NIVELES Y FORMAS DE LA DESCONCENTRACIÓNURBANA: UNA DEFINICIÓN DINÁMICA ................... 201.2.1. La suburbanización: el primer nivel ......................... 231.2.2. La rururbanización o exurbanización: el segundo nivel . 241.2.3. La contraurbanización: el tercer nivel ....................... 251.2.4. La forma o la dimensión estática ............................. 261.2.5. Construcción de una definición dinámica problemática 28

1.3. ANÁLISIS COMPARATIVO Y ESTRUCTURA DEL CONTENIDO .................................................................. 32

1.4. UNA VISIÓN SINTÉTICA Y NO HISTORICISTA DE LA DESCONCENTRACIÓN URBANA .............................. 34

2. HUELLAS HISTÓRICAS DE LOS FENÓMENOSDE DESCONCENTRACIÓN URBANA .................... 39

2.1. EL ORIGEN DEL SUBURBIO ....................................... 392.2. PROTOCONTRAURBANIZACIONES? ....................... 43

3. EL SIGLO XIX: MUCHEDUMBRES, UTOPÍAS URBANAS Y RAÍLES ......................................................... 49

3.1. ANTICIPACIONES ...................................................... 493.2. LA ERA DE LAS GRANDES CIUDADES ........................ 50 3.2.1. El primer esbozo de la compleja relación entre el campo

y la ciudad: Von Thünen ...................................... 51

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3.2.2. El crecimiento de la ciudad como designio: Vaughan,Weber y Fletcher ................................................ 52

3.3. LA ERA VICTORIANA, LA NATURALEZA ROMÁNTICA Y LA PRIVACIDAD PROTESTANTE ............................. 56

3.3.1. Slums y la utopía burguesa ..................................... 56 3.3.2. La naturaleza romántica como ideal para las masas ....... 58

3.3.3. Una ciudad y un jardín para las clases medias: Howardy Soria ............................................................. 60

3.3.4. El suburbio: el reino de la privacidad ........................ 653.4. LA REVOLUCIÓN DE LOS TRANSPORTES ..................... 68 3.4.1. El ferri de Brooklyn ............................................. 70 3.4.2. Tranvías en Boston y Filadelfia ................................ 713.5. COMPLEJIDAD Y DESCONCENTRACIÓN DECIMO

NÓNICA: MÁS ALLÁ DEL SUBURBIO? ....................... 743.6. EL DILEMA ENTRE LA IDEA Y LA INFRAESTRUC

TURA ....................................................................... 79

4. COCHES, DEPRESIÓN ECONÓMICA Y PRIMERAS TEORIZACIONES: 19001945 ........................... 83

4.1. LAS ANTICIPACIONES DE WRIGHT ........................... 834.2. Y EL COCHE LLEGÓ A LOS ÁNGELES… ...................... 864.3. PLANIFICACIÓN ESTATAL Y PIEZAS PREFABRICADAS 884.4. LAS TEORÍAS UNIVERSALISTAS ................................. 924.5. PRIMEROS MONOGRÁFICOS SOBRE EL SUBURBIO ... 97 4.5.1. Taylor y los suburbios industriales ............................ 98

4.5.2. Douglas y Harris: el suburbio en clave contemporánea .... 1004.6. LA FRANJA RURURBANA COMO NUEVO HORIZON

TE DE LA PERIFERIA ................................................. 1054.7. DEPRESIÓN ECONÓMICA Y CONTRAURBANIZA

CIÓN? ....................................................................... 1104.8. LA FORMA DE LA DESCONCENTRACIÓN URBANA ... 112

5. LA EDAD DE ORO DEL SUBURBIO: 19451970 .... 117

5.1. LAS INSUFICIENCIAS DEL ÁREA METROPOLITANA .. 117 5.1.1. A vueltas con el concepto de región urbana y otras acep-

ciones .............................................................. 1205.1.2. La megalópolis de Gottmann ................................. 124

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5.2. OTROS ELEMENTOS CONTEXTUALES DE POSGUERRA: PUJANZA Y POBREZA DE LAS MEGALÓPOLIS ... 129

5.3. LA DIMENSIÓN GEOGRÁFICA Y MORAL DE SUBURBIA ........................................................................... 1355.3.1. Nuevas descripciones y tipologías de suburbia ............... 1365.3.2. ¿El suburbanismo como modo de vida alienante? ......... 138

5.3.3. El suburbio como fenómeno complejo y heterogéneo: Gans y Levittown ......................................................... 141

5.4. LA CONCEPTUALIZACIÓN DE EXURBIA ......................... 1465.4.1. Una mejor radiografía de la franja rururbana ................ 1465.4.2. La esquizofrenia del exurbanita ..................................... 150

5.5. AUSENCIA DE DINÁMICAS CONTRAURBANAS Y BALANCE ..................................................................... 152

6. LOS AÑOS DE LA CONTRAURBANIZACIÓN:19701980 ...................................................................... 159

6.1. LA CRISIS URBANA Y LA RURALIDAD POSINDUS-TRIAL ....................................................................... 159

6.2. LA CONTRAURBANIZACIÓN ANTE EL ESCENARIO NO METROPOLITANO: ANÁLISIS PIONEROS ............ 1626.2.1. Beale y el renacimiento poblacional no metropolitano .. 1646.2.2. Berry: la institucionalización de la contraurbanización.. 168

6.3. LA CONTRAURBANIZACIÓN ESTADOUNIDENSE A DEBATE .................................................................... 1726.3.1. Defensores de las tesis contraurbanas ....................... 1726.3.2. El renacimiento del rural: cuestionamientos y matiza-

ciones .............................................................. 1776.4. SUBURBIA Y RURURBIA EN UN SEGUNDO PLANO ..... 179

6.4.1. Dualidad suburbana y pequeñas aportaciones ............ 1806.4.2. La rururbanización desde una perspectiva francesa y

española ........................................................... 1836.5. EL ESCENARIO INTERNACIONAL: ESTUDIOS DE

CASO Y COMPARATIVAS ........................................... 1866.6. PRIMERAS FORMAS DE LA DESCONCENTRACIÓN

URBANA POSINDUSTRIAL Y BALANCE TEÓRICO ..... 193

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7. DESCONCENTRACIÓN URBANA Y GLOBALIZACIÓN INFORMACIONAL: 19802000 ...................... 199

7.1. NUEVAS TECNOLOGÍAS, GLOBALIZACIÓN Y CAMBIOSURBANOS: UNA RELACIÓN CONTRADICTORIA ....... 199

7.1.1. ¿Primera contradicción? La ensoñación contraurbanafrente a las megaciudades ....................................... 201

7.1.2. ¿Segunda contradicción? Declive y descentralización frente al renacimiento de la ciudad compacta ............. 204

7.1.3. Policentrismo y regiones metropolitanas ................... 2137.2. POSTSUBURBIOS Y COMUNIDADES CERRADAS ....... 2197.3. EL MUNDO EXURBANO AMPLÍA SU DINAMISMO ...... 2257.4. CONTRAURBANIZACIÓN: CAOS TEÓRICO Y LA VÍA

RURAL ...................................................................... 2317.5. REPASO DE UN ESCENARIO CONTRADICTORIO,

GLOBAL Y MULTICAUSAL ......................................... 240

8. LA DESCONCENTRACIÓN URBANA EN EL NUEVO MILENIO: 20002015 ............................................ 245

8.1. COMPLEJIDAD Y SISTEMAS DE INFORMACIÓN GEOGRÁFICA .................................................................. 2458.1.1. De la ecumenópolis asiática al área micropolitana esta-

dounidense ....................................................... 248 8.1.2. Dibujando las fronteras de la ciudad difusa................... 2528.2. SUBURBIO RICO Y SUBURBIO POBRE EN EL PRIMER

MUNDO ................................................................... 2568.3. EL ESCENARIO RURURBANO: UNA REALIDAD TRANS

CONTINENTAL ........................................................ 2628.4. LA REALIDAD DE LOS NUEVOS SLUMS SUBURBANOS

Y RURURBANOS: LA CLAVE AGRÍCOLA ..................... 2678.5. PONIENDO ORDEN EN EL ESCENARIO CONTRAUR

BANO: NUEVOS MARCOS TEÓRICOS Y LA VARIABLE INMIGRATORIA ........................................................ 271

8.6. AGOTAMIENTO CAUSAL, GOBERNANZAS E INTERROGANTE FINAL .................................................... 276

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9. TERRITORIO Y DESCONCENTRACIÓN URBA NA: EL CASO ESPAÑOL ............................................. 283

9.1. LA ESPECIFICIDAD DEL CASO ESPAÑOL ................... 2869.2. UNA PROPUESTA TIPOLÓGICA: FORMAS Y NIVELES

EN EL SISTEMA TERRITORIAL ESPAÑOL ................... 2889.2.1. El concepto de «gran área urbana» ........................... 2899.2.2. Suburbios, exurbios y resto del territorio ................... 290

9.3. CICLOS TERRITORIALES: DE LA CONCENTRACIÓN AL REEQUILIBRIO .................................................... 2979.3.1. Criterios para la delimitación de ciclos ..................... 2979.3.2. Concentración urbana y suburbanización fordista ....... 3019.3.3. Desconcentración urbana: la periferia posfordista y

primeros escenarios contraurbanos .......................... 3049.3.4. Reequilibrio territorial y exurbanización ................... 3089.3.5. Reequilibrio territorial y contraurbanización .............. 3129.3.6. Balance del caso español ....................................... 317

10. PARADIGMAS, INCÓGNITAS Y PERSPECTIVAS DE FUTURO DE LA DESCONCENTRACIÓN URBANA ....................................................................... 319

10.1. CAUSALIDADES Y DESCONCENTRACIÓN URBANA .. 31910.1.1. Principales paradigmas de la desconcentración urbana .. 31910.1.2. Más allá de los paradigmas: la importancia de la escala

en el caso europeo ............................................... 32610.2. LAS DIMENSIONES POCO EXPLORADAS DE LA DES

CONCENTRACIÓN URBANA .................................... 33210.3. AUSENCIA Y CONTINUIDAD DE LA DESCONCEN

TRACIÓN URBANA ................................................... 33510.3.1. Problemáticas y retos de la continuidad .................... 33710.3.2. Problemáticas y retos de la ruptura .......................... 340

BIBLIOGRAFÍA .................................................................. 345

ÍNDICE DE PRINCIPALES AUTORES ........................... 405

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ÍNDICE DE PRINCIPALES CONCEPTOS ..................... 415

ÍNDICE DE TABLAS ......................................................... 419

ÍNDICE DE FIGURAS ....................................................... 423

ÍNDICE DE GRÁFICOS .................................................... 425

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1. APUNTES INICIALES: UNA HISTORIA NO CONTADA?

En el año 2005 se publicaba el libro Cidade difusa en Galicia, dirigido por Juan Luis Dalda et al. (2005). Su lectura, sin duda, marcaba el ini-cio de nuestro interés por lo que entendíamos, tempranamente, como procesos de concentración urbana desordenados y, en esencia, por en-focar nuestros esfuerzos académicos hacia el campo de la sociología urbana. En especial, llamó nuestra atención en esta publicación hasta qué punto Galicia, una comunidad autónoma de tardía industriali-zación, había experimentado en muy pocos años un agudo derrama-miento de sus periferias urbanas a lo largo de importantes extensiones de territorio; era este, al fin y al cabo, un genuino fenómeno de urban sprawl, agudizado por una particular e histórica disposición de cientos de pequeños asentamientos minifundistas, que planteaba enormes re-tos de cara a una adecuada planificación territorial de Galicia.

En dicha publicación, sus autores pusieron en práctica una nove-dosa metodología, para acotar las complejas metástasis metropolitanas que se estaban formando, principalmente, gracias a unas ciudades tra-dicionalmente compactas que habían expulsado a miles de personas hacia sus periferias por diversos motivos (el principal, el inalcanzable precio de la vivienda para familias jóvenes con hijos). Utilizando una serie de criterios de masa poblacional y trazando unas continuidades en el espacio edificado, delimitaban Dalda et al. (2005) en el eje atlántico de Galicia unas áreas urbanas configuradas por un núcleo y unas au-reolas periurbanas difusas fruto de una política urbanística deficiente.

Sobre la idoneidad de emplear para nuestros propósitos acadé-micos el concepto de «área urbana», en un principio, no tuvimos ninguna duda; pensábamos que este estaría bastante normalizado en la literatura internacional. Estábamos totalmente equivocados: du-rante los primeros meses de una lectura bastante desorganizada sobre todo tipo de ítems temáticos relacionados con la sociología urbana, empezamos a anotar más y más acepciones sobre la «forma» que las

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urbes de todas las latitudes, en continua expansión, habían adoptado en dispares regiones del mundo.

Pasados unos meses, hicimos una primera selección de tales conceptos (véase tabla 1.1) que, con diferentes intenciones institu-cionales, empíricas y teóricas, trataban de dar nombre a lo que en un principio consideramos como «formas urbanas», esto es, enor-mes conglomerados de edificios, viviendas unifamiliares, polígonos industriales, autopistas, etc., que hace décadas han dejado de ser simples ciudades. Eran más de treinta acepciones diferentes las que teníamos anotadas en un folio; en efecto, la sensación de caos y com-plejidad a la que nos estábamos asomando poco antes de empezar a redactar la tesis doctoral que se acabaría transformando en este libro, era más que considerable.

tabla 1.1. Principales conceptualizaciones de las «formas urbanas» (1915-2011)

Región urbana = Geddes (1915) / Región complementaria = Christaller (1933) / Broadacre city

= Wright (1935) / Distrito metropolitano = Censos estadounidenses (de 1910 a 1940) / Región metropolitana = Bogue (1950) / Área metropolitana estándar + Área estadística metropolitana estándar = Bureau of the Census (1953, 1964) / Área metropolitana extendida = Hawley (1956)

/ Megalópolis = Gottmann (1961) / Ecumenópolis = Doxiadis (1969a, 1969b) / Campo urbano

= Friedmann y Miller (1965) / Complejos metropolitanos multilocacionales = Pred (1977) /

Metrópolis polinuclear = Hirsch (1977) / Región funcional urbana = Drewett (1980) y Van den

Berg et al. (1982) / Regiones metropolitanas entrelazadas = Zhou (1991) / Regiones desakota

= McGee (1991) / Ciudad de las cien millas = Sudjic (1992) / Ciudad galáctica = Lewis (1995)

/ Metápolis = Ascher (1995) / Metrópolis discontinua = Font (1997) / Ciudad difusa = Indovina

(1998) / Postmetrópolis = Soja (1998) / Ciudad postfordista = Lever (2001) / Región urbana policéntrica = Champion (2001a) / Red urbana = Van der Burg y Dieleman (2004) / Áreas

funcionales urbanas europeas = ESPON (2005) / Zonas morfológicas urbanas = European

Environment Agency (2006) / Áreas megapolitanas = Lang y Nelson (2007) / Superregiones =

Walks (2007) / Metroburbia = Knox (2008) / Aglomeraciones urbanas europeas = Carreras et al.

(2009) / Grandes zonas urbanas = Urban Audit …

Fuente: Elaboración propia.

El segundo problema al que nos enfrentábamos, de manera para-lela, nacía al tratar de sistematizar cuáles eran los procesos subyacen-tes —demográficos, económicos y sociales— que habían generado la expansión de las áreas urbanas gallegas. En principio, la diná-mica territorial que podía explicar esta cuestión se vinculaba a los procesos más clásicos de suburbanización. Pronto nos volveríamos a llevar una sorpresa: muchos otros autores hablaban de procesos parecidos, pero desde luego no iguales; palabras —solo en caste-llano— como rururbanización, exurbanización, periurbanización,

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Apuntes iniciales: ¿una historia no contada? 15

contraurbanización, metropolización, urbanización difusa, derrama-miento urbano, descentralización metropolitana, suburbanización, urbanización supramunicipal, etc., configuraban un mosaico muy complicado a la hora de entender y sistematizar la nueva idiosincra-sia territorial de Galicia.

En realidad, era más que flagrante la falta de consenso concep-tual y empírico existente en la literatura sobre las inercias expansivas de la ciudad compacta. Salvo en un caso —que comentaremos a continuación—, no había ningún libro o artículo que nos diese una visión integral de estos procesos, los cuales, sin duda, veíamos como parte de un mismo «todo territorial» con diversidades que se podían sistematizar de algún modo mediante la ejecución de un buen análi-sis comparativo. Precisamente, esta carencia fue la que nos inclinó definitivamente a contar una historia no contada centrada en el aná-lisis histórico y sociológico de los procesos de desconcentración urbana; explicaremos a continuación, el porqué de esta elección conceptual entre otras posibles. Desde ese momento, los objetivos de esta publicación estuvieron claramente definidos; creemos que es interesante narrar el periplo académico que se inicia a partir de en-tonces.

1.1. LA DESCONCENTRACIÓN URBANA: LA NECESIDAD DE CONTAR UNA HISTORIA

En los primeros meses de lectura para la preparación de nuestra tesis doctoral, sin duda, uno de los aspectos más problemáticos de afron-tar era que no teníamos claro cuál era la denominación adecuada de nuestro objeto de estudio. Muchas son las opciones conceptuales posibles y, esperamos, que el criterio electivo que hemos utilizado no sea visto como un proceder axiomático; dichas elecciones nacen de un análisis histórico-comparativo (que describiremos con más detalle en el próximo epígrafe) y, como tal, tienen un componente en parte deductivo, en parte subjetivo.

Sabíamos que, en esencia, queríamos describir la historia de un proceso a través del cual las ciudades tradicionales habían expulsado población hacia sus aureolas cercanas y lejanas, formando enormes conurbaciones. En principio, vista la inabarcable terminología a la que podíamos recurrir, preferimos centrarnos en textos que se habían convertido en clásicos de la sociología urbana y rural, cuya influencia

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teórica había persistido durante décadas, y que podían explicar con-ceptualizaciones de uso universal.

La primera conclusión que extrajimos de esta búsqueda nació de la lectura de un artículo de Hope Tisdale publicado en el año 1942. En él, se narra hasta qué punto el proceso de urbanización, definido como «la multiplicación de los puntos de concentración y el aumento de tamaño de las concentraciones individuales» (Tisdale, 1942: 311-312), había sido un fenómeno omnipresente en la historia y con muy pocos visos futuros de llegar a su final.

Creíamos que narrar la historia de la urbanización o de la con-centración urbana, por tanto, cumplía con claridad nuestro propó-sito; evidentemente, habíamos caído en un error. Este término hace referencia a una constante histórica que describe un proceso migrato-rio de personas, especialmente intenso desde la Primera Revolución Industrial, que, desde las áreas rurales, marchan hacia otras urbanas por motivos laborales y sociales muy diversos. Dicho proceso sí que había provocado aluviones migratorios que habían hecho crecer las periferias inmediatas de la urbe —o suburbios—, pero no parecía que este acontecimiento pudiese explicar la generación de nuevas rea-lidades metropolitanas, sin centros ni límites claramente definidos y de una extensión territorial gigantesca1.

El segundo punto de nuestra búsqueda, por tanto, se centró en identificar conceptos que superasen la noción de una clásica con-centración urbana de índole industrial. La lectura de una obra de Jerome P. Pickard (1959) nos condujo a plantearnos una nueva cuestión: ¿queríamos contar realmente la historia de la «metropoli-zación» internacional? El término empleado por el geógrafo esta-dounidense nos introducía en una dimensión mucho más actual y compleja, la de la metrópolis, ese híbrido territorial en el que se funden diferentes periferias y centros urbanos —y cuyo crecimiento

1 Presentamos una selección de autores y de trabajos, por orden cronológico, en el que se hace uso del concepto de urbanización desde muy diversos puntos de vista: Reisman (1964), Davis (1965), Juillard (1973), Berry (1973; 1980), Bourne y Logan (1976), Conkling y McConnell (1976), Lichtenberger (1976), Soja y Weaver (1976), Bourne (1978), Richards (1978), Rodríguez (1983), Vries (1984; 1995), Tan (1986), Zevelyov (1989), Nystrom (1992), Geyer y Kontuly (1993), Potter (1993), Antrop (2004), Van der Burg y Dieleman (2004), Alig et al. (2004) y Hara et al. (2005).

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Apuntes iniciales: ¿una historia no contada? 17

se autogenera preferentemente de modo centrífugo—2. Este concep-to, a diferencia de otros, se reproducía con éxito en la terminología territorial del censo de Estados Unidos desde los años cincuenta3, y en un número más que considerable de trabajos (Borchert, 1967: 329). Asimismo, Borchert argumentaba que la escala metropolitana «se ilustraba por el abandono parcial de la ciudad central a favor de las zonas periféricas»4 y ese, precisamente, era el proceso que deseá-bamos analizar.

Nuestra inclinación por la eficiencia analítica de la metropoli-zación, según sea el caso, como concepto dinámico, acabó cuando empezamos a introducirnos en la complejidad de un fenómeno acu-ñado como «contraurbanización». En la década de los años setenta, dos geógrafos estadounidenses, Brian J. L. Berry y Calvin L. Beale, detectaban cómo las principales regiones metropolitanas del país ha-bían detenido su crecimiento y, lo que era completamente novedoso, un importante volumen de sus residentes había optado por habitar zonas rurales alejadas de las mismas y fuera de su alcance funcional. Berry (1976) definió esta inversión migratoria, favorecedora de es-pacios rurales que durante décadas habían perdido población y todo tipo de tejido económico, como un proceso de contraurbanización. Dicho concepto geográfico ha generado debates teóricos y empíricos con enormes repercusiones.

La reacción a estas lecturas fue la de intentar conectar los dos tér-minos —metropolización y contraurbanización— sin éxito. Primero,

2 Consúltense, sobre este concepto, la siguiente selección: Hawley (1956), Schnore (1958b), Berry (1960), Hoover (1968), Borchert (1972), Berry y Gillard (1977), Forstall (1981), Fuguitt et al. (1988), Weiher (1991), Zhou (1991) y Frey y Speare (1992).

3 Singular importancia tuvo, en este sentido, la aparición en el censo de Estados Unidos de las Standard Metropolitan Areas, un constructo estadístico destinado a de-limitar la vertiginosa expansión del sistema urbano de este país en la era de posguerra. Como iremos viendo capítulo a capítulo, desde los años cincuenta hasta la actuali-dad, se han venido sucediendo otras conceptualizaciones censales para dar cuenta de los cambios de la realidad metropolitana de Estados Unidos.

4 También Bogue se pronunciaba en términos parecidos al describir el doble pro-ceso que envolvía a la descentralización metropolitana. «Decentralization —argu-menta este autor— is generally regarded as a population movement which involves either one, or both, of the following types of redistribution: Diffusion, or the out-ward flow of population from a central city into adjacent areas, and dispersion, or the scattering of the population more evenly over the entire land area of the nation» (Bogue, 1950: 5).

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la contraurbanización no era una simple urbanización del campo. Segundo, en puridad este fenómeno migratorio trascendía a la reali-dad metropolitana en tanto podía localizarse en zonas de montaña, parques naturales o enclaves no adyacentes a una región o área urba-na. El problema añadido es que ambos términos, la metropolización como concepto útil para describir el nuevo mundo urbano, y la con-traurbanización como concepto indispensable para entender nuevas formas de ruralidad en los países más desarrollados, tenían su razón de ser gracias a un denominador común; ambas acepciones existían gracias al flujo de personas que abandonaban la ciudad central por su decreciente calidad de vida, por los precios excesivos de la vivien-da, por su degradación social, etc.

¿Qué concepto podría unir los significados complejos de la me-tropolización o contraurbanización? Habíamos entrado en una vía muerta que nos impedía, siquiera, partir de un concepto claro y dis-tintivo que pudiese dar cuenta de muchas realidades y procesos de los que queríamos proporcionar una visión holística.

Como no podía ser de otra manera, la consecuente nueva búsque-da de otros referentes teóricos se hizo más que necesaria. Afortunada-mente, tuvimos la suerte de consultar un extraordinario trabajo de Kenneth T. Jackson en el que se analizaban los fenómenos de sprawl metropolitano de Estados Unidos durante el siglo xix, antes de la introducción del tranvía eléctrico. Tales fenómenos respondían a un proceso de desconcentración urbana que este autor describía en tér-minos genéricos del siguiente modo:

La desconcentración urbana es un proceso que se traduce en un aumento de la proporción de personas, de un área determinada, que vive fuera de la ciudad central (Jackson, 1975: 113)5.

Dicha definición6 nos pareció muy sintética y lo suficiente-mente amplia para abrazar conceptos tan escurridizos como el de la contraurbanización. En este sentido, un proceso de desconcen-tración urbana podía estar referido, en líneas generales, a un flujo poblacional con origen en el centro de la ciudad y un destino en una

5 Traducción del original.6 Jackson (1975: 113-140) matiza y enriquece esta definición aportando otras

tres definiciones complementarias, las cuales se exponen con detalle en el siguiente capítulo.

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periferia cercana o remota o, por supuesto, en una zona rural alejada completamente de la metrópolis. Con otras palabras, la aportación de Jackson, habida cuenta de que la complejidad terminológica que estábamos observando era extraordinaria, resultaba muy sencilla: un proceso de desconcentración urbana se activaba en el momento en que se incrementaba la proporción de personas que abandonaba un centro urbano con rumbo a cualquier escenario territorial distinto al de otra ciudad compacta.

La confirmación de que habíamos logrado encontrar una acep-ción adecuada de nuestro objeto de estudio, llegó con la lectura del artículo «Desconcentración urbana, contraurbanización, movilidad residencial: algunas reflexiones para el debate privado», firmado por el geógrafo Antoni Durà. Este texto, de finales de los años noventa, tenía como objetivo fundamental hacer un «ejercicio de clarificación acerca del debate sobre el fenómeno en torno a la desconcentración urbana» (Durà, 1998-1999: 26). Para lograr esta cuestión, Durà rea-liza con éxito, primero, una interesante compilación de términos procedentes de diferentes contextos territoriales e históricos, que hacen referencia a la expansión de las periferias urbanas; segundo, una integración conceptual de la contraurbanización dentro de este debate; tercero, y último, una sistematización de enfoques o teorías internacionales que tratan de explicar los procesos de desconcentra-ción urbana.

Este artículo de Durà constituyó el punto de inflexión a partir del cual tuvimos claro que era posible proporcionar una visión integral de un fenómeno territorial con múltiples caras. La idea de ir más allá de los contenidos de este extraordinario texto, obviamente de una exten-sión limitada, de plantear nuevos marcos teóricos, de intentar mante-ner una filosofía pedagógica que pudiese introducir en un tema tan complejo a cualquier lector, etc., convergían siempre en un mismo punto: la necesidad de contar en este libro la historia, con una óptica eminentemente sociológica, de los procesos globales de desconcentra-ción urbana7.

7 Cabe precisar que el término «desconcentración urbana» ha sido utilizado por otros autores como Ebner (1985), Petsimeris (1989), Ferrás (2000) o Mallarach y Vilagrasa (2002).

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1.2. NIVELES Y FORMAS DE LA DESCONCENTRACIÓN URBANA: UNA DEFINICIÓN DINÁMICA

Tras finalizar la fase de lectura bibliográfica de nuestra tesis, era obli-gado tratar de articular un marco que agregase, de una manera sin-tética y simbólica, la compleja terminología que rodea a nuestra te-mática. Nuestro primer esfuerzo, en este sentido, fue el de hacer una selección de libros, tanto individuales como colectivos, que era un claro reflejo de la institucionalización académica de conceptos que hacían alusión a diferentes niveles de los procesos de desconcentra-ción urbana (véase tabla 1.2).

tabla 1.2. Marco conceptual y símbolos ad hoc de la desconcentración urbana

«La escalera»: los niveles de la desconcentración urbana

«La mancha de aceite»: las formas de la desconcentración urbana

Suburbanización

Rururbanización o exurbanización

Contraurbanización

Dim

ensió

n d

inám

ica

Dim

ensió

n e

stá

tica

Fuente: Elaboración propia.

Por un lado, resultaba evidente la importancia histórica del cre-cimiento de las periferias más cercanas a la ciudad tradicional, acti-vado gracias a un clásico proceso de suburbanización; por el otro, algunas interesantes publicaciones hacían alusión a un tipo de peri-feria distinta a la suburbana y, por tanto, más alejada de la ciudad, en la cual se hacían evidentes usos mixtos —urbanos y rurales— en la ocupación del suelo y que había crecido gracias a un proceso de «rururbanización» (concepto de origen francés) o «exurbani-zación» (concepto de origen anglosajón). Por último, había que dar cabida en este esquema a todas aquellas zonas puramente rurales que, gracias a la población de origen urbano, habían roto con tradi-cionales inercias demográficas de decrecimiento gracias a un proce-so de «contraurbanización».

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En efecto, y como también se puede comprobar en los títulos de las entradas incluidas en la bibliografía de este trabajo, el uso de estos tres conceptos —suburbanización, rururbanización o exur-banización, y contraurbanización— era recurrente y mayoritaria-mente aceptado. Insistimos en esta cuestión, cada uno de ellos, y con una profundidad territorial variable, acota un nivel o peldaño de la desconcentración urbana; de hecho, el símbolo utilizado para representarlos conjuntamente puede ser el de una escalera (véase tabla 1.2).

Por supuesto, para dar una visión integral de la desconcentración urbana, había que entender que sus tres niveles tenían que ser expli-cados de manera entrelazada. De hecho su razón común de ser es la de la existencia de un flujo poblacional con un origen en el centro de la ciudad y un destino en una periferia cercana, remota o en un espacio rural.

El grave problema detectado en la literatura internacional es que cuando se analiza la suburbanización, la exurbanización o la con-traurbanización, se procede como si cada uno de estos niveles fuesen verdaderos «compartimentos estancos» o, en su defecto, formasen un todo confuso y poco preciso (véase tabla 1.3). Había, por tanto, que tratar de romper dicha estanqueidad e intentar aportar un marco conceptual de referencia dinámico que, primero, proporcionase al interesado un asidero sólido y pedagógico para introducirse en esta temática; y que, segundo, se hubiese fraguado tras todo el análisis his-tórico-comparativo realizado. Evidentemente, este esquema no tiene la pretensión de que sea visto como un planteamiento axiomático; otras propuestas podrían ser posibles, desde luego.

Asimismo, y como veíamos en el primer epígrafe de este capí-tulo, diversos autores e instituciones habían tratado de poner dife-rentes calificativos a la forma que, desde un punto de vista estático y durante todo el pasado y presente siglo, generaban los procesos asociados a cada uno de los niveles de la desconcentración urbana en un momento dado. Por ejemplo, es muy habitual que diferentes ins-titutos de estadística durante las últimas décadas traten de delimitar o radiografiar el área que ocupa una metrópolis configurada por un núcleo, una periferia suburbana y una periferia exurbana más distan-te; es decir, la forma que se quiere retratar, en este caso, abarcaría los dos primeros niveles de la desurbanización.

Pensando en el parecido, a vista de pájaro, que las formas de la desconcentración urbana suelen tener con una mancha de aceite,

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este puede ser el símbolo utilizado para representar la dimensión es-tática del marco conceptual propuesto (véase tabla 1.2).

En cualquier caso, nos parece necesario proponer a continuación una definición más precisa tanto de los niveles (o aspecto dinámico) como de las formas (o aspecto estático) de la desconcentración urba-na, que nos ayude a construir una definición de la misma.

tabla 1.3. Los «compartimentos estancos» o niveles de la desconcentración urbana en la literatura: algunos ejemplos iniciales

Suburbanización

TAYLOR, GRAHAM R. 1915. Satellite Cities. A Study of Industrial Suburbs

DOUGLASS, HARLAN PAUL. 1925. The Suburban Trend

MASOTTI, LOUIS H. y HADDEN, JEFREY K. (eds). 1973. The Urbanization of the Suburbs

ROTHBLATT, DONALD N. y GARR, DANIEL. 1986. Suburbia. An International Assessment

HAYDEN, DOLORES. 2003. Building Suburbia. Green Fields and Urban Growth, 1820-2000

HANLON, BERNADETTE et al. 2010. Cities and Suburbs. New Metropolitan Realities in the U.S.

Rururbanización / Exurbanización

MARTIN, WALTER T. 1953. The Rural-Urban Fringe. A Study of Adjustment to Residence Location

SPECTORSKY, A. C. 1955. The Exurbanites

BAUER, GERARD y ROUX, JEAN-MICHEL. 1976. La rurbanisation ou la ville éparpillée

GONZÁLEZ ENCINAR, MARÍA. 1984. La franja rururbana de La Coruña

MCKENZIE, FIONA. 1996. Beyond the Suburbs. Population Change in the Major Exurban Regions of Australia

FURUSETH, OWEN J. y LAPPING, MARK B. (ed). 1999. Contested Countryside: The Rural Urban Fringe in North America

Contraurbanización

BEALE, CALVIN L. 1975. The Revival of Population Growth in Nonmetropolitan America

BERRY, BRIAN J. L. (ed.). 1976. Urbanization and Counter-Urbanization

MCCARTHY, KEVIN F. y MORRISON, PETER A. 1979. The Changing Demographic and Economic Structure of Nonmetropolitan Areas in the United States

BROWN, DAVID L. y WARDWELL, JOHN M. (eds).1980. New Directions in Urban-Rural Migration. The Population Turnaround in Rural America

PERRY, RONALD et al. 1986. Counterurbanization. International Case Studies of Socio-Economic Change in Rural Areas

CHAMPION, ANTHONY G. (ed.). 1989. Counterurbanization. The Changing Pace and Nature of Population Deconcentration

Fuente: Elaboración propia.

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1.2.1. La suburbanización: el primer nivel

Como veremos en el próximo capítulo, la noción de ciudad es casi coe-tánea a la de suburbio. Siempre ha habido a lo largo de la historia casas, centros de culto, industrias, etc., situadas fuera del perímetro —en mu-chos casos amurallados— de la urbe compacta. No cabe duda de que es con la Primera Revolución Industrial, cuando los procesos de suburba-nización empiezan a construir una idiosincrasia que configura un modo de vida distinto al de los parámetros convencionales de la propia ciudad.

En un sentido contemporáneo, como veremos con detalle, la su-burbanización nace, en esencia, de diferentes componentes sociocultu-rales y de la necesidad de ubicar determinadas actividades económi-cas e industriales, para optimizar su rendimiento o producción, fuera de los congestionados y caóticos centros urbanos. Obviamente, la revolución en los transportes de masas y el consecuente uso generali-zado del automóvil privado, son elementos fundamentales a la hora de universalizar la suburbanización.

figura 1.1. Entidades suburbanas de la periferia de A Coruña vistas a diferentes alturas

Fuente: Google maps.

Si tenemos en cuenta diferentes definiciones clásicas, quizá más sugerentes y completas que algunas actuales, el suburbio se define a partir de dos peculiaridades vigentes:

• Primero, el hecho de estar menos densamente poblado que la ciudad compacta o tradicional8.

8 Consúltense Douglass (1925: 6, 7 y 8), Shryock (1956: 156) o Fava (1956: 35).

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• Segundo, el hecho de estar configurado, generalmente, por agrupaciones residenciales de viviendas, contiguas a una ciu-dad, en donde no existen usos del suelo agrícolas o ganaderos9.

La supuesta homogeneidad social de los suburbios, típicamente de clase media-alta, su dependencia funcional respecto de la ciudad central, sus efectos «adormecedores» sobre el ethos urbano, su falta de sostenibilidad económica, su inmensa variedad tipológica, etc., son aspectos difícilmente reductibles en una única definición, y merecen en próximos capítulos un análisis más pormenorizado.

1.2.2. La rururbanización o exurbanización: el segundo nivel

En la primera mitad del siglo xx, algunos autores empezaron a es-tudiar una particular franja de terreno periférica a la gran ciudad occidental, con características distintas a las del suburbio, que se si-tuaba entre «espacios de usos urbanos del suelo bien reconocibles y espacios dedicados a la agricultura» (Wehrwein, 1942: 217-218). Efectivamente, mediante un proceso de rururbanización o exurbani-zación, dicha franja ha visto cómo se produce en ella una conflictiva simbiosis que bascula entre dos circunstancias:

• Primera, la convivencia entre variopintos usos del suelo tanto rurales como urbanos, que explican la presencia desordenada de multitud de granjas, diversos cultivos, viviendas unifami-liares o inmuebles de todo tipo de condición industrial y co-mercial10.

• Segunda, la tensión cultural, económica y social de sus ha-bitantes. Algunos de clase media o alta que buscan nuevos escenarios romántico-burgueses alejados de los atestados su-burbios; otros, campesinos o «trabajadores simbióticos» que están ocupados en la ciudad y mantienen a la vez una activi-dad agrícola o ganadera residual11.

9 Consúltense, entre otros, Kurtz y Eicher (1958: 36), Shryock (1956: 156), Martin (1956: 447) o Wood (1979: 3).

10 Consúltense, entre otros, Andrews (1942: 169), Golledge (1960: 243), Pryor (1968: 202 y 206), Valenzuela (1986: 90), Nelson (1995: 343), Daniels (1999: 10), Goffette-Nagot (2000: 336), Berube et al. (2006: 1) y McKenzie (1996: 67).

11 Consúltense, entre otros, Souto (1981), Nelson (1995: 343), Bryant (1995: 266) y Daniels (1999: XIV).

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Sin duda, el escenario rururbano o exurbano configura un más que interesante laboratorio socioeconómico en donde evaluar aspec-tos clave de la gestión territorial como, por ejemplo, los efectos de la presión especulativa de la metrópolis sobre espacios naturales próxi-mos, las deficiencias en la oferta de servicios y equipamientos básicos, o los serios problemas a la hora de delimitar y ubicar las competencias políticas y administrativas de estas áreas.

figura 1.2. Escenarios rururbanos o exurbanos de la periferia de Vigo vistos a diferentes alturas

Fuente: Google maps.

Además, como veremos, el mantenimiento de la actividad agra-ria y ganadera de exurbia, supone un evidente reto de futuro de cara a garantizar la sostenibilidad medio ambiental de las principales me-gaciudades del mundo. Analizar los programas y estudios que se han presentado en los últimos años para alcanzar este objetivo, sin duda, supone uno de los mayores alicientes a la hora de narrar la historia del segundo nivel de la desconcentración urbana.

1.2.3. La contraurbanización: el tercer nivel

Tendremos ocasión de comprobar en varias ocasiones hasta qué punto es controvertido el concepto de la contraurbanización. Las primeras definiciones que describían este proceso de un modo excesivamente genérico, como «un proceso de desconcentración de la población» (Berry, 1976: 17), o como «una relación significativamente negativa entre la tasa neta de migración y el tamaño de los asentamientos»

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(Fielding, 1986a: 60), no lograron clarificar demasiadas cosas; no es de extrañar, por tanto, que la contraurbanización se haya confundido frecuentemente con otros procesos de segundo nivel como el de la rururbanización o exurbanización.

No será hasta los primeros años del siglo xxi cuando se empiecen a establecer marcos teóricos que nos ayuden a entender con éxito las peculiaridades de la contraurbanización como un nivel más de la desconcentración urbana, que se resumen a través de dos aspectos fundamentales:

• Primero, la contraurbanizacón es un proceso mucho más profundo que el desborde metropolitano de carácter subur-bano o rurubano, y tiene como consecuencia última la recu-peración demográfica, social y económica de zonas puramen-te rurales12.

• Segundo, las corrientes migratorias contraurbanas, que nacen en su mayoría de las metrópolis y de sus áreas de influen-cia inmediatas, obedecen a diversos factores como la peren-ne búsqueda del contacto con la naturaleza o los cambios de la estructura económica de zonas rurales (dotadas de nuevos equipamientos y nuevos nichos laborales desvinculados de las actividades campesinas tradicionales)13.

En resumidas cuentas, hablar de la contraurbanización es hablar del nivel de influencia más lejano que los «tentáculos» de la urbe pueden alcanzar. Paradójicamente si partimos de una óptica «urba-no-céntrica», no entenderemos por qué un nuevo mundo rural pos-productivista ejerce una fuerte atracción sobre más y más personas de procedencia metropolitana.

1.2.4. La forma o la dimensión estática

Si los «niveles», decíamos, representan la dimensión dinámica del desbordamiento de la ciudad compacta como proceso, la «forma» viene a representar una fotografía de los mismos en un momento

12 Consúltense VV. AA. (1989: 77), Ferrás (1995: 861), Daniels et al. (2001: 465) y Bowler (2001: 238).

13 Consúltense, entre otros, Beale (1974: 23 y 25-27), Fuguitt (1980: 219-220), Halfacree y Boyle (1998: 7), Prados (2005: 69) y Nepal (2007: 870-871).

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puntual de su evolución. Dicho con otras palabras, ya sea mediante sofisticadas herramientas SIG o mediante abstracciones teóricas, los múltiples calificativos que hacen alusión a muy diferentes formas de la desconcentración urbana (véase tabla 1.1) responden a la necesi-dad de poner un límite fiable a las gigantescas metástasis metropoli-tanas de nuestro tiempo con el fin de planificarlas mejor14.

figura 1.3. Ejemplo de una forma de desconcentración urbana: delimitación del área urbana de Santiago de Compostela

> 9.000

3.000-9.000

1.500-3.000

Continuidad

Hab/km2

0 10 km

Fuente: Dalda et al., 2005: 76.

Cabe precisar que esta dimensión estática de la desconcentración urbana se puede descomponer en los siguientes subtipos:

• Formas institucionalizadas, las cuales, fundamentalmente, están promovidas y diseñadas por diferentes institutos de estadística, organizaciones políticas y universidades de todo el mundo. La principal vocación de estos subtipos es la de establecer constructos estadísticos y geográficos de carácter nacional (por ejemplo, las Core Based Statistical Areas del último censo estadounidense) o supranacional (las Large Urban Zones de la Unión Europea) que utilizan criterios

14 Por supuesto, el análisis de la «forma» es también fundamental en la disciplina de la historia urbana. Consúltese a este respecto, por ejemplo, la obra de Morris (1979).

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metodológicos que facilitan la mensurabilidad, comparabili-dad y visibilidad de los niveles de la desconcentración urbana en el territorio.

• Formas teóricas, las cuales responden a conceptualizaciones, con respaldos empíricos de calado variable, que diferentes au-tores han promovido desde sus publicaciones. Estas, normal-mente, dan cuenta de realidades adscritas a la desurbanización de un modo más ágil y crítico que el mundo institucional, po-lítico o universitario. La «región urbana» de Geddes (1915), la «megalópolis» de Mumford (1945), la «ciudad difusa» de In-dovina (1998), la «región urbana policéntrica» de Champion (2001a) o el concepto de metroburbia de Knox (2008), han contribuido enormemente, entre otras muchas teorizaciones, a anticipar los retos de planificación y las múltiples idiosincra-sias que envuelven al objeto de estudio que nos ocupa.

• Formas utópicas o modelos metropolitanos revolucionarios en los que el crecimiento centrífugo de las periferias es visto como una oportunidad única para mejorar la calidad de vida del ciudadano (pensemos en la ciudad jardín de Howard o en la ciudad lineal de Soria). También, en las aportaciones clásicas de Wright (1935) y su broadacre city, o de Doxiadis (1969a; 1969b) y su «ecumenópolis», se perfila otra cualidad de las formas utópicas de la desconcentración urbana: la de anticipar el advenimiento futuro de un territorio en el cual la expansión de la ciudad alcanzará tal profundidad que esta acabará por fusionarse con el mundo rural dando lugar a un nuevo e híbrido hábitat.

Por último, al hilo de la descripción de estos subtipos debemos tener en cuenta que el grueso de dichas «formas» —en especial las institucionales y teóricas— tratan normalmente de abarcar en un mismo constructo el nivel de la suburbanización y el de la exurbani-zación o rururbanización. Como se comprobará, muy pocas «formas» —utópicas en esencia— son las que abarcan los tres niveles de la desconcentración urbana en un mismo todo territorial.

1.2.5. Construcción de una definición dinámica problemática

Una vez que distinguimos las dimensiones estáticas y dinámicas de la desconcentración urbana, tuvimos la sensación de ir por el camino

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adecuado: toda la bibliografía que seguíamos leyendo, en principio, encajaba en el marco teórico que habíamos creado y que, en definiti-va, ponía fin a la sensación de desbordamiento conceptual experimen-tado durante meses. Teníamos el convencimiento de que cada nueva palabra, cada nuevo contenido, daba igual de qué parte del mundo proviniese, encajaba en el andamio teórico bidimensional creado (véa-se tabla 1.2). Para redondear nuestra particular aportación, había lle-gado el momento de escribir una definición de la desconcentración urbana como proceso en constante evolución y de alcance global.

La primera definición que esbozamos era la siguiente: la descon-centración urbana es un proceso, adscrito a complejos componentes demográficos, sociales, económicos y geográficos, cuya principal con-secuencia es, principalmente, la pérdida de población de una ciudad compacta que favorece a otros enclaves periféricos o rurales. Evidente-mente, al hablar de «enclaves periféricos» queríamos referirnos a los escenarios suburbanos y rururbanos; al hablar de «enclaves rurales», queríamos mencionar a aquellos que gracias a la contraurbanización estaban alcanzando inéditas cotas de dinamismo socioeconómico.

Grosso modo, la representación gráfica de esta definición que te-níamos en mente (véase figura 1.4) era la de un proceso que discurre, partiendo de un nodo urbano compacto, por cada uno de los tres niveles de la desconcentración urbana hasta desaparecer.

figura 1.4. Representación de los niveles dinámicos de la desconcentración urbana

Suburbanización Exurbanización Contraurbanización

Fuente: Elaboración propia.

El problema de dicha representación se hizo evidente cuando empezamos a consultar, una vez que creíamos finalizada nuestra bús-queda bibliográfica, los actuales —y escasos— trabajos que hablaban de la importancia de los flujos migratorios internacionales a la hora de entender las transformaciones suburbanas y contraurbanas de al-gunos países.

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Por ejemplo, los análisis de Audrey Singer (2004) dejaban claro que las ciudades compactas de Estados Unidos, en el inicio del siglo xxi, estaban dejando de ser los principales puntos de entrada de la po-blación inmigrante extranjera; en este sentido, otras investigaciones apuntaban al hecho de que había más inmigrantes en los suburbios que en las ciudades centrales de las áreas metropolitanas de ese país.

Por otro lado, varios autores también hacían hincapié en la cre-ciente importancia que los flujos migratorios transnacionales tenían a la hora de entender fulgurantes realidades contraurbanas. Países mediterráneos como Grecia o España, gracias a la llegada de un con-tingente enorme de trabajadores extranjeros, habían experimentado una fuerte revitalización de actividades agrícolas intensivas, y, en consecuencia, habían visto cómo escenarios rurales antes deprimidos vivían un auge socioeconómico muy intenso.

En conclusión, nuestra primera representación gráfica no incluía la afectación en los niveles de la desconcentración urbana de flujos mi-gratorios de origen extranjero. Este problema se acrecentó cuando, en el marco de un proyecto de investigación sobre las migraciones residen-ciales de España en el que participábamos15, pudimos comprobar cómo otros flujos de carácter interregional interactuaban con las dimensiones dinámicas de la desconcentración urbana.

Por poner otro ejemplo, era evidente que durante los últimos años las periferias españolas habían experimentado un fuerte crecimiento, no solo explicado por la llegada de población procedente de la ciudad central o del extranjero. Las periferias también crecían, y cada vez más, gracias a la población aportada por otras periferias y por el mundo rural; tardamos en tener en cuenta la importancia que los flujos migratorios interregionales tenían sobre nuestro campo de investigación.

Desde otro punto de vista, resultaba también una incógnita si, una vez alcanzada cierta madurez evolutiva del enclave suburbano, exurba-no o contraurbano, las propias dinámicas vegetativas de cada uno de ellos tendrían algo que ver en su crecimiento ulterior, al margen de sus respectivos saldos migratorios. Por ejemplo, alguna de las obras clási-cas sobre el suburbio de los años cincuenta enfatizaba sus altas tasas de fecundidad frente a las de la ciudad central16; ¿era el saldo vegetativo

15 Este proyecto llevaba por título Análisis y prognosis de las nuevas migraciones residenciales en España, subvencionado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (código CSO2010-16675).

16 Consúltese, por ejemplo, Dobriner (1958: XV).

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una variable más a tener en cuenta en el crecimiento de los niveles de la desconcentración urbana?, ¿hasta qué punto un saldo vegetativo po-sitivo de un suburbio «saturado» no inducía futuras migraciones hacia otras periferias, al igual que había ocurrido antaño con la ciudad central?

Estas importantes lagunas en nuestra noción conceptual de la desconcentración urbana se explicaban por una simple cuestión: la gran escasez de bibliografía que abordase temáticas tan especializadas sobre los fenómenos de desbordamiento metropolitano.

Finalmente, hemos englobado al comportamiento vegetativo y a los flujos migratorios internacionales e interregionales bajo el ca-lificativo de «dimensiones poco exploradas de la desconcentración urbana», esto es, aspectos a los que desde el mundo académico se les ha prestado una modesta —aunque creciente— atención. Por su-puesto, tales dimensiones tenían que ser incorporadas a la recreación simbólica de la desconcentración urbana que habíamos elaborado. No obstante, precisar que la figura resultante no debe ser vista como un simple continuum unidireccional ciudad-campo; de hecho, las di-recciones de los flujos en ella representadas podrían tener, además de las trazadas, variopintas orientaciones (véase figura 1.5).

figura 1.5. Representación de los niveles dinámicos y dimensiones poco exploradas de la desconcentración urbana

Suburbanización

Dimensiones poco exploradas de la d.u.Saldos vegetativos

Flujos migratorios internacionales

Migraciones interregionales

(Ciudad-Periferia-Rural)

Exurbanización Contraurbanización

Fuente: Elaboración propia.

Una vez corregidas estas deficiencias, en nuestra opinión, sí que estábamos en condiciones de proponer una definición sintética, pero completa, del concepto vertebral de este trabajo. Por tanto, podemos explicar la desconcentración urbana como un proceso, adscrito a com-plejos componentes sociales, económicos y geográficos, cuya conse-cuencia es, principalmente, la pérdida de población de una ciudad

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compacta que favorece a otros enclaves periféricos o rurales; dicho proceso, también se puede ver afectado por saldos vegetativos y flujos migratorios de carácter transnacional o regional en un marco territo-rial dado.

1.3. ANÁLISIS COMPARATIVO Y ESTRUCTURA DEL CONTENIDO

Los siguientes siete capítulos de este libro —espaciados por épocas o décadas— pueden ser entendidos como un bloque cohesionado de contenido que intenta narrar, con un enfoque sociológico pre-ponderante, la historia de la desconcentración urbana (véase tabla 1.4). Existe un evidente punto en común entre las disciplinas de la sociología y de la historia que hemos querido, por tanto, optimizar: la utilización del análisis comparativo como base «para entender, ex-plicar e interpretar fenómenos o procesos sociales» (Caïs, 1997: 13) tan complejos como el de la desconcentración urbana.

tabla 1.4. Secuencia histórica de capítulos del libro

Periodos contemplados

Título de los capítulosAspectos históricos clave de la desconcentración urbana

Cap. 2: Antigüedad - Siglo XVIII

«Huellas históricas de los fenómenos de desconcentración urbana»

El suburbio como elemento inseparable de la ciudad y otras manifestaciones tempranas de la desconcentración urbana

Cap. 3: Siglo XIX«El siglo XIX: muchedumbres, utopías urbanas y raíles»

La Revolución Industrial y el nacimiento del suburbio romántico-burgués

Cap. 4: 1900-1945«Coches, depresión económica y primeras teorizaciones»

Nacimiento de la producción en cadena de automóviles y de viviendas

Cap. 5: 1945-1970 «La edad de oro del suburbio»La pujanza económica de posguerra en Estados Unidos y la eclosión de la suburbia de clase media

Cap. 6: 1970-1980«Los años de la contraurbanización»

La «crisis urbana» y el surgimiento de la contraurbanización

Cap. 7: 1980-2000«Desconcentración urbana y globalización informacional»

Globalización, emergencia de la ciudad mundial y de nuevas realidades periféricas (postsuburbios) y contraurbanas

Cap. 8: 2000-2015«La desconcentración urbana en el nuevo milenio»

La universalización de los niveles de la desconcentración urbana: de la ciudad difusa a la era de los nuevos slums

Fuente: Elaboración propia.

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La aplicación de dicha tipología de análisis, basada en la cons-tatación de muy diferentes estudios de caso y en la producción de explicaciones que puedan cubrir tanto generalidades, como singu-laridades de los procesos de desconcentración urbana, ha resultado fundamental para diseñar: primero, el marco conceptual y la propia definición expuesta en los anteriores epígrafes; segundo, para expo-ner los contenidos y datos obtenidos a través de diferentes momentos históricos.

¿Qué criterios estructuran la secuencia temporal trazada y que definen, en su defecto, el alcance histórico de los siguientes siete capí-tulos?: los acontecimientos que han afectado directamente al devenir de nuestro objeto de estudio en sus dimensiones dinámicas y estáticas (véase tabla 1.4). A medida que nos acercamos a nuestro presente y teniendo en cuenta que la generalización y maduración de los fenóme-nos de «estallido urbano» se producen en la segunda mitad del siglo xx, los periodos temporales analizados se hacen más cortos; por ejemplo, si el tercer capítulo narra todo el siglo xix y la gestación del suburbio romántico-burgués que tanta importancia tiene para entender los idea-les asociados a nuestras periferias del siglo xxi, el séptimo tan solo se centra en el devenir de una década crucial en la que, por primera vez, se genera un intenso debate acerca del registro de un proceso sólido de contraurbanización en Estados Unidos. Por otra parte, el enorme intervalo temporal abarcado en el segundo capítulo (desde la Antigüe-dad al siglo xviii), registra alguna de las más relevantes manifestaciones tempranas de la desconcentración urbana que, en cualquier caso, pue-den estar sujetas a futuras reinterpretaciones historiográficas.

Dicho sea de paso, este conjunto de capítulos sigue una pauta recurrente para facilitar la dimensión comparativa y diacrónica de nuestro trabajo; es decir, en cada uno de ellos, aunque no sea de una manera lineal, siempre se van a abordar en diferentes epígrafes los principales hallazgos que, en el momento histórico analizado, rodean tanto a los niveles como a las formas de la desconcentración urbana. Por supuesto, la extensión de dichos epígrafes puede variar en fun-ción de la importancia que se cierne sobre estos dos útimos aspectos en el transcurrir del tiempo.

Igualmente, al final de cada capítulo también decidimos presen-tar de modo sistemático dos apartados: primero, una recopilación de los paradigmas causales que han tratado de explicar los porqués de la desconcentración urbana en un momento dado; segundo, una tabla resumen con la intención de asociar los autores más representativos

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de cada época con los niveles y formas concretas de la expansión metropolitana.

Adelantar que el análisis comparativo e histórico realizado desde la Antigüedad, debería cuestionar el contenido de aquellos trabajos que defienden la idea de que los niveles de la desconcentración ur-bana son producto de las circunstancias económicas y sociales acae-cidas solo durante el siglo xx y, especialmente, a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. Según nuestra opinión, este es un error historiográfico habitual; al contrario, la presencia de la desconcen-tración urbana en variopintos sistemas territoriales, como esperamos mostrar, se expande a través de un largo recorrido temporal que aflo-ra, muy especialmente, a partir del siglo xix —tesis que compartimos plenamente con Jackson (1975) y Schnore (1959)—.

Nos parece pertinente subrayar que podrían ser muchos otros los enfoques sincrónicos y diacrónicos válidos para dar coherencia al libro; sin embargo la secuencia elegida creemos que, a riesgo de reiterar con-ceptos y autores en ocasiones, es la que con mayor didactismo puede acercar al lector a la complejidad de la desconcentración urbana.

1.4. UNA VISIÓN SINTÉTICA Y NO HISTORICISTA DE LA DESCONCENTRACIÓN URBANA

El contenido del capítulo noveno merece una mención aparte. Esta sección del libro busca alcanzar una meta de mayor rango. En el inicio de este proyecto, algunos reportajes periodísticos consultados vaticinaban el advenimiento de «la era de las megaciudades»17; otros reproducían con bastantes años de retraso los discursos utópicos de

17 Estamos hablando del contenido de la interesante entrevista realizada al geógrafo español Jorge Olcina, publicada en marzo de 2008 en la revista semanal de El País. En concreto, reproduzco literalmente un pasaje de dicha entrevista, en la que este destacado geógrafo hablaba de la emergencia de las megaciudades en África o Asia: «Hay que con-seguir —dice Olcina— un equilibrio territorial, la propia estrategia europea del territo-rio dice que no hay que concentrarlo todo en grandes núcleos. En países menos avanza-dos eso es muy difícil, la gran capital sigue creciendo porque la gente emigra a ella para tener mayores oportunidades de empleo o alimentación. En estos países es un proceso sin fin, seguirán creciendo ilimitadamente porque no tienen siquiera legislación para hacer planes urbanos [...] Lo ideal serían ciudades concentradas y de tamaño medio, de millón o millón y medio de personas, que puedan gobernarse». Consúltese http://elpais.com/diario/2008/03/16/eps/1205652412_850215.html (consultado el 24/02/2016).

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Doxiadis o Wright al hablar de un nuevo estadio en el que el mun-do urbano completaría su total hegemonía sobre el mundo rural. Decíamos que la lectura de artículos clásicos reforzó en un primer momento nuestra creencia de que el mundo, si no era totalmente metropolitano, lo sería muy pronto. Asimismo, en otras importantes y destacadas fuentes bibliográficas encontrábamos nuevas evidencias que reforzaban dicha creencia:

En todos los países existen «expectativas metropolitanas». Ya sea en Monterrey o Bombay, Dacca o Dakar, las ciudades tienen más gen-te y cubren más terreno. Ofrecen más y diferentes tipos de empleo y formas de ganarse la vida (UN-HABITAT, 2004: 50)18.

También, los últimos datos recogidos en las últimasWorld Ur-banization Prospects resultaban incontestables: si en el año 1950, el 29,6% de la población mundial vivía en un área urbana, dicho por-centaje se elevaría hasta el 66,4% en el año 2050 (véase gráfico 1.1)19.

gráfico 1.1. Evolución y proyección del porcentaje de la población mundial residente en áreas urbanas (1950-2050)

Fuente: World Urbanization Prospects, the 2014 Revision (United Nations, Department of Econo-mic and Social Affairs, Population Division).

1950

1955

1960

1965

1970

1975

1980

1985

1990

1995

2000

2005

2010

2015

2020

2025

2030

2035

2040

2045

2050

29,6

66,4

20

25

30

35

40

45

50

55

60

65

70

18 Traducción del original.19 Los datos y metodología de las World Urbanization Prospects se pueden con-

sultar en http://esa.un.org/unpd/wup/index.htm (consultado el 24/02/2016).

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Sin embargo, y una vez más, la lectura de otros trabajos ponía seriamente en duda una visión determinista, unidireccional, sobre la evolución imparable de la dimensión dinámica de la desconcentración urbana. En este sentido, las reflexiones de Peter Hall (1983) a la hora de cuestionar una descentralización metropolitana sin final, y, sobre todo, el modelo territorial cíclico de Drewett (1980) y de Leo van den Berg et al. (1982) en el que se esbozaba en Europa la superación de una fase de desurbanización por otra de reurbanización, moldearon otros puntos de vista sobre las dinámicas de la ciudad en expansión.

Volvamos a utilizar como ejemplo los datos de las últimas World Urbanization Prospects. Si simplemente utilizamos el filtro geográfico de la región, obtenemos un panorama mucho más complejo que el que veíamos en el anterior gráfico. En él se hace evidente que en los próximos cuarenta años la población urbana va a seguir incrementan-do su tamaño, pero a un ritmo muy diferente en Europa y América del Norte respecto de África y Asia (véase tabla 1.5)20. En otras palabras, es imposible negar la continuación del «estallido urbano» de las grandes metrópolis localizadas, especialmente, en países no occidentales; lo que sí merece la pena reflexionar, sin embargo, es si este proceso se podrá mantener indefinidamente.

tabla 1.5. Evolución y proyección del porcentaje de la población mundial, según región, residente en áreas urbanas (1950-2050)

Nivel geográfico

1950 1960 1970 1980 1990 2000 2010 2020 2030 2040 2050

Datos mundiales

29,6 33,7 36,6 39,3 42,9 46,6 51,6 56,2 60,0 63,2 66,4

África 14,0 18,6 22,6 26,7 31,3 34,5 38,3 42,6 47,1 51,5 55,9

Asia 17,5 21,1 23,7 27,1 32,3 37,5 44,8 51,2 56,3 60,3 64,2

Europa 51,5 57,2 63,0 67,4 70,0 70,9 72,7 74,7 77,0 79,5 82,0

America Latinay el Caribe

41,3 49,3 57,1 64,3 70,5 75,3 78,4 81,0 83,0 84,7 86,2

América del Norte

63,9 69,9 73,8 73,9 75,4 79,1 80,8 82,5 84,2 85,9 87,4

Oceanía 62,4 67,1 71,3 71,3 70,7 70,5 70,7 70,9 71,3 72,2 73,5

Fuente: World Urbanization Prospects, the 2014 Revision (United Nations, Department of Econo-mic and Social Affairs, Population Division).

20 Es pertinente señalar que hay trabajos que cuestionan la fiabilidad de las fuentes estadísticas de la ONU para medir el ritmo de la urbanización, por ejemplo, africana; en concreto, véase el trabajo de Potts (2011) y su análisis del crecimiento urbano de Nigeria.

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¿De qué manera las suposiciones, a veces acompañadas de un matiz determinista, sobre los imparables procesos de desconcentra-ción metropolitana podían ser cuestionadas? Si la ciudad extiende su influencia sin ningún tipo de barrera aparente, ¿por qué había partes del rural en el mundo desarrollado que se recuperaban, demográfica y económicamente hablando, y poseían unas características nuevas que garantizaban su futuro como hábitat distintivo? ¿Cómo en la era de las megaciudades había autores que hablaban de fenómenos contraurbanos? ¿Por qué en la era de las megaciudades sin confines aparentes, había un número importante de investigaciones que cen-traban sus esfuerzos en estudiar tendencias de reurbanización de la ciudad y desaceleración del crecimiento de las periferias suburbanas y exurbanas de las mismas?

Las respuestas al conjunto de estas preguntas, necesariamente, nos van a llevar a rechazar las visiones historicistas21 sobre los procesos de desconcentración urbana. Es este el objetivo principal del capítu-lo; en este sentido, España presenta una idiosincrasia territorial muy atractiva y compleja para anular dicha visión o perspectiva. En menos de un siglo, nuestro país ha experimentado fortísimas alteraciones demográficas de sus hábitats, perfectamente documentadas, gracias a un intensísimo proceso de éxodo rural hacia las ciudades primero, un fulminante crecimiento de las periferias suburbanas después y, por último, la reactivación de municipios exurbanos y rurales a partir del cambio de milenio.

Por estos motivos, el noveno capítulo busca, partiendo de un modelo denominado de «transición territorial» (García y Otero, 2012): plasmar en un espacio la utilidad teórica de la distinción entre las formas y los niveles de la desconcentración urbana; aportar una serie de evidencias empíricas en las que se muestre que dicho pro-ceso, cuando se convierte en hegemónico, forma parte de un ciclo concreto, con su principio y final, en el transcurrir de la evolución de un sistema territorial. De esta manera se podrá establecer un serio

21 Popper define de la siguiente manera el historicismo: «Un punto de vista sobre las ciencias sociales que supone que la predicción histórica es el fin principal de estas, y que supone que este fin es alcanzable por medio del descubrimiento de los “ritmos” o los “modelos”, de las “leyes” o las “tendencias” que yacen bajo la evolución de la historia» (Popper, 1944: 17). Ante este punto de vista, este filósofo es tajante: «La creencia en un destino histórico es pura superstición y no puede haber predicción del curso de la historia humana por métodos científicos o cualquier otra clase de método racional» (Popper, 1944: 9).

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cuestionamiento acerca de la inevitable emergencia de una ecumenó-polis final.

También, al hilo de las evidencias reunidas y a través de un aná-lisis cuantitativo, se ilustra la sensibilidad de las inercias expansivas de las periferias —suburbanas y exurbanas— a cambios en el nivel de desarrollo socioeconómico alcanzado en una sociedad.

Asimismo resulta muy interesante retratar cómo el final de la fase de desconcentración urbana en España deja paso a una nueva etapa de reequilibrio caracterizada por la tendencia a un intercambio poblacional más equilibrado entre hábitats (que motiva, entre otras cuestiones, un acercamiento macro al fenómeno contraurbano). La exposición de este último ciclo territorial vendrá a corroborar, ade-más, las propuestas pioneras de Wardwell (1977) en el ámbito esta-dounidense y de Camarero (1993: 392) en el español.

Por último, en el décimo capítulo se recoge una síntesis de los principales paradigmas causales de la desconcentración urbana ex-puestos con anterioridad. En segundo término, se abordan sendos aspectos, si se quiere, epistemológicos sobre nuestro objeto de estu-dio: la importancia de la ley de rango-tamaño a la hora de explicar la intensidad del crecimiento de las periferias; y una descripción de las incógnitas que siguen planteando las denominadas como dimensio-nes poco exploradas de la desconcentración urbana.

El libro finaliza con una reflexión abierta, inconclusa, sobre los retos que la planificación territorial de un país debe abordar tanto en un panorama en el que el ciclo de la desconcentración urbana con-tinúa su hegemonía, como en otro escenario en el que esta etapa de metástasis metropolitana es superada.

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2. HUELLAS HISTÓRICAS DE LOS FENÓMENOS DE DESCONCENTRACIÓN URBANA

En el capítulo anterior se ha procedido a explicar el complejo sig-nificado y los tres niveles dinámicos asociados a la idiosincrasia que rodea a la desconcentración urbana. La pregunta que parece de plan-teamiento inexcusable es la siguiente: ¿cuáles han sido los orígenes históricos de estos fenómenos? Cualquier figura geométrica tiene un perímetro; cualquier ciudad, por compleja que sea su planta, tiene un alfoz, una periferia, desde los tiempos más antiguos de la humani-dad. En dicho linde siempre se ha establecido, a su vez, una relación compleja con el mundo rural circundante, casi siempre de carácter centrípeto. Ha sido la ciudad la que, imponiendo progresivamente su dominio funcional sobre el territorio cercano, ha necesitado del cam-po ingentes recursos materiales, alimentos, espacios para un sinfín de equipamientos, aire puro o, simplemente, el ideal de una vida mejor.

Las fronteras de las ciudades, al fin y al cabo, han sido símbolos de la posibilidad de apartarse de los males de las muchedumbres. El resultado de todo ello son, desde hace muchos siglos, síntomas de primitivas formas de desconcentración urbana de las que trataremos de dar cuenta antes de sumergirnos en la complejidad del siglo xix.

2.1. EL ORIGEN DEL SUBURBIO

Dice Mumford (1961: 642) que el suburbio, palabra de origen lati-no1, se hace visible casi al mismo tiempo que la ciudad. Dejando al margen ejemplos excesivamente mitificados y lejanos en la historia2,

1 La palabra suburbium en latín se compone por el prefijo sub (bajo) y el sustan-tivo urbs (ciudad).

2 Por ejemplo, y en nuestra opinión, este es el caso de los suburbios del Gran Ur babilónico, al parecer formados por edificios y templos dispersos situados a seis kilómetros de su centro (Mumford, 1961: 42); o el del Karum de Kanesh (antigua

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la Edad Media impulsa, sin duda, los parámetros sociales y políticos de un proceso de suburbanización de cierta madurez, reconocible en muchas metrópolis europeas. En la descripción morfológica de una ciudad medieval gallega del siglo xv, Pontevedra, se hace una intere-sante precisión:

Es inevitable referirse a un territorio próximo en el que el núcleo urbano se configura como centro, y sobre el que proyecta de forma más intensa su demanda de productos y servicios de primera necesi-dad, especializándose en aquellas producciones y dotándose de los servicios que la ciudad demanda. Se trata de un paisaje suburbano de huertas, viñas, frutales, canteras y molinos sobre los que la villa segrega determinadas actividades y servicios que resultan molestos o desagradables a los vecinos de intramuros (Galán, 2007, 101)3.

Si una villa marinera del noroeste de la Península Ibérica, de pequeñas proporciones, presentaba una periferia muy heterogénea y dinámica, económica y demográficamente hablando, el arrabal de las ciudades europeas más importantes de la época tenía que ser un elemento perfectamente distintivo en la vida urbana medieval4. Suburbs en Inglaterra5, faubourgs en Francia6, die Vorstadt en Alema-nia… Espacios llenos de contradicciones en donde reponerse de las condiciones antihigiénicas que reinaban dentro de las omnipresen-tes murallas de las urbes o, al contrario, el lugar hacia el cual dirigir todos los problemas y actividades indeseables para la mayoría de la ciudadanía.

colonia mercante asiria), que según Kostof (1992: 48) puede ser considerado como uno de los más tempranos suburbios de la historia.

3 Traducción del original.4 Sobre la complejidad morfológica, social y económica de espacios suburbanos

de otras ciudades medievales gallegas, consúltese López (1999: 118-130). 5 Sobre la primera utilización, en lengua inglesa, de este término, Jackson propor-

ciona los siguientes datos: «The term suburb (or burgus, suburbium, or suburbis) is of more recent vintage. John Wycliffe used the word suburbis in 1380, and Geoffrey Chaucer introduced the term in a dialogue in The Canterbury Tales a few years later. By 1500 Fleet Street and the extramural parishes were designated as London suburbs, and by the seventeenth century the adjective suburban was being used in England to mean both the place and the resident» (Jackson, 1985: 12).

6 Esta palabra francesa se deriva de forisburgus o «fuera de la ciudad» (Kostof, 1992: 34).

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¿Cuáles fueron las causas que consolidaron al suburbio en el Medievo? La primera de ellas podría haber sido la recurrente ubi-cación de los monasterios de diferentes órdenes mendicantes en el extrarradio urbano para los que trabajar, a los que abastecer y con los que comerciar7. La segunda causa, quizá mucho más poderosa, fuese el deseo de escapar de los férreos designios estamentales durante la Baja Edad Media. Los suburbios eran, para algunos comerciantes e incipientes gremios, espacios menos controlados y gravados por la autoridad municipal. Para algunos campesinos libres, en busca de nuevos trabajos asalariados, y para una incipiente burguesía y humil-de nobleza urbana ansiosa de enriquecerse, eran los lugares idóneos para minar el orden establecido y progresar en la escala social8. Si «el aire de las ciudades hacía libres a los hombres», tal y como recuerda Max Weber (1921: 94) hablando de las urbes del norte y centro de Europa, el de los suburbios les dio el poder económico necesario para desafiar tímidamente a las jurisdicciones estamentales.

Finalmente, el tercer detonante de un incipiente proceso de su-burbanización medieval, diametralmente opuesto en muchos aspec-tos a los dos anteriores y que ha pervivido hasta la actualidad, radica en la propia exhibición de poder de las clases altas. Dicha demostra-ción de ostentación resulta muy bien ejemplificada en la Florencia del siglo xiii, una ciudad rodeada por un círculo de cinco kilómetros ocupado por amplias fincas y mansiones periurbanas de las familias más poderosas de la ciudad. Las palabras de Mumford a este respecto vuelven a ser esclarecedoras:

7 Sobre la importancia de las órdenes mendicantes a la hora de configurar el extrarradio de las ciudades europeas, reproducimos las palabras de Spiro Kostof: «Finally, there were religious houses that arrived on the scene too late to be lodged in the old walled core. In the 13th century, with the rise of the Mendicant Orders, it is common to find the Franciscans establish themselves on one side of a city just beyond the walls, the Dominicans on the other side, and the lesser orders like the Servites and Augustinians in the intervening spaces of the periphery. Medieval Florence shows the classic distribution of these friaries. In England the Blackfriars (Dominicans) and the Greyfriars (Franciscans) are often on the same side of the city’s edge, in the direction of growth. A Scottish example is St. Andrews in the mid-15th century» (Kostof, 1992: 34).

8 Tesis manejada por Samsonowicz (1981: 319-320) en su estudio sobre la im-portancia económica y social de los suburbios en las ciudades de Europa centro-oriental durante la Baja Edad Media.

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Desde el comienzo, los privilegios y encantos del suburbanismo esta-ban reservados, en gran parte, para la clase superior; de modo que el suburbio podría describirse, poco más o menos, como la forma urba-na colectiva de la casa de campo [...] El modo suburbano de vida es, en muy buena medida, un derivado de la aristocrática vida de descan-so, juegos y consumo que se desarrolló a partir de la existencia tosca, belicosa y tenaz de la fortaleza feudal (Mumford, 1961: 645)9.

Cambiando de línea argumental, si pensamos que los primeros procesos suburbanos de gran alcance se circunscriben al ámbito euro-peo, podemos cometer un error. Durante el largo periodo de la China Imperial Tardía10, las ciudades que crecían más rápidamente, además de convertirse en nodos económicos centrales de amplias regiones, desarrollaron más allá de las puertas de sus murallas espectaculares suburbios (Skinner, 1977a: 25). Ciudades chinas como Cantón o Pekín poseían distritos suburbanos, de marcado carácter comercial y con una heterogeneidad social interna mayor que la de otras urbes preindustriales occidentales (Skinner, 1977b: 537).

Cabe puntualizar que salvo los notables crecimientos de los subur-bios de Londres, Edimburgo11, París, Boston, Filadelfia, Nueva York (Jackson, 1985: 13), o de las ciudades chinas antes mencionadas, hasta finalizado el siglo xviii la realidad de las periferias de las ciudades se fue transformando muy lentamente. No era de extrañar semejante situación: el propio crecimiento demográfico de la población mundial fue mínimo hasta que el descenso de la mortalidad, asociado —entre otras cuestio-nes— al inicio de la Primera Revolución Industrial, se hizo realidad12.

9 Traducción del original realizada por E. L. Revol en la edición argentina de Ediciones Infinito del año 1966.

10 Aunque existen discrepancias, este largo ciclo histórico de China se inicia con el final del dominio mongol en el año 1368 y termina con la instauración de la Re-pública en el año 1912.

11 Los importantes suburbios de la capital de Escocia presentan una trayectoria histórica realmente interesante. Fue tal el dinamismo económico de estos espacios periurbanos durante los siglos XVI y XVII, espoleado por diferentes grupos ocupa-cionales que trataban de evitar los crecientes impuestos del burgo, que los magistra-dos municipales los veían como una verdadera amenaza a sus intereses políticos y jurisdiccionales. La respuesta de la autoridad central no tardó en llegar incrementan-do el poder de los gremios artesanos de la nuez urbana de Edimburgo a costa de sus contrarios suburbanos (Allen, 2011: 435-436).

12 Como comenta Weeks: «La esperanza de vida en los tiempos premodernos rara vez superaba los 30 años [...] Y en esas condiciones cada mujer debía tener por

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Tal y como se muestra en el ya clásico estudio de Conzen (1960: 56) sobre la ciudad de Alnwick, situada en el norte de Inglaterra, se puede apreciar en el plano de esta urbe datado en el año 1774 cómo la franja extramuros de la ciudad era bastante limitada y, en palabras del autor, muy parecida a la de la época medieval.

Nada tienen que ver, en cambio, las rapidísimas transformacio-nes que se producen tan solo siglo y medio después en los suburbios de Alnwick y que tan bien se ven en su plano del año 1897. Las claves de semejante explosión constructiva de viviendas, edificios públicos, parques y, fundamentalmente, una nueva estación de ferrocarril en este espacio concreto de la ciudad (Conzen, 1960: 80-81), residen en los parámetros sociales, económicos y demográficos de un siglo —el xix— que cambiaría la distribución territorial y urbana del mundo para siempre.

2.2. PROTOCONTRAURBANIZACIONES?

¿Hubo movimientos proto-contraurbanos en la Antigüedad? Sabien-do de lo difícil del registro de esta peculiar migración definida en el capítulo anterior, puede localizarse un vestigio de la misma en algunas familias pudientes que trataban de huir de los límites de la conges-tionada e insalubre Roma hacia destinos de temporada y de descan-so como Bayas, Nápoles, Cumas, Sorrento, Puteoli y, especialmente, Herculano y Pompeya antes de su trágica desaparición en el año 79 (Beltrami, 2010: 137). Muchos de estos destinos, verdaderos centros de ocio con diversos baños públicos, gimnasios, hipódromos y an-fiteatros, formaban parte del radio de acción residencial de algunos romanos de clase alta. A modo de especulación, las preferencias resi-denciales por enclaves rurales o de menor tamaño, en contacto directo con el mar y la naturaleza, y distantes en decenas o centenares de ki-lómetros de una gran capital, pudieron ser el detonante de un primer escenario de proto-contraurbanización —de dos milenios de antigüe-dad— en el que se vio envuelto un número residual de personas.

Para avanzar en la historia, cabe hacer unas reflexiones previas. La escasísima población urbana, que en el año 1800 representaba solamente a menos del uno por cien de la población mundial, era

término medio más de cuatro hijos simplemente para asegurarse de que dos llegarían a adultos» (Weeks, 1981: 80).

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tremendamente vulnerable a cualquier tipo de cambio socioeco-nómico y, evidentemente, a las plagas que asolaron y diezmaron a Europa durante siglos (Weeks, 1981: 83). Las ciudades eran eco-sistemas muy débiles con una escasa capacidad de transformación socioeconómica. La migración hacia las mismas siempre comporta-ba grandes costes de oportunidad y, directamente, elevados riesgos de pasar hambre o exponerse a una alta tasa de mortandad (Vries, 1984: 319).

En la mayor parte de la historia de la humanidad, los débiles tramados urbanos del mundo veían alterado su ritmo de crecimien-to con facilidad y, periódicamente, expulsaban población hacia el mundo rural exterior de manera muy violenta. ¿Qué causas había detrás de la inversión del, en inicio, delicado flujo migratorio campo-ciudad? Dos sociólogos clásicos como Pitirim Sorokin y Carle C. Zimmerman (1929: 44-45) tuvieron muy claro que solo grandes ca-tástrofes o cismas civilizatorios, como el fin del Imperio Romano o el inicio de la Edad Media, podían explicar la interrupción puntual del creciente poder centrípeto de la urbe.

Una primera muestra de la debilidad de las redes económicas y urbanas medievales fue la experimentada en la región de la ciudad de Kaifeng, situada en el centro oriental de China. Si entre los siglos viii y xiii este espacio había llegado a alcanzar una enorme pujanza económica, política y comercial y una población de 33 millones de personas, tras las invasiones mongolas y la destrucción de la mayo-ría de las ciudades de la región, esta cifra se reduciría hasta alcanzar los 11 millones. La propia urbe de Kaifeng, por el mismo motivo, pasaría de tener cerca de 900.000 residentes a acoger a solo 90.000 (Skinner, 1977a: 16).

Otro ejemplo de un proceso extremo y dramático de contraur-banización es el relato del abandono de las ciudades y pueblos ocasio-nados por la Gran Peste de 1347. En el siglo xv la población europea había disminuido en más de un tercio con respecto al siglo anterior a causa de esta enfermedad (Livi, 1999: 75). Los efectos de la misma sobre el naciente sistema urbano fueron devastadores, provocando una desbandada de muerte y migraciones espontáneas y masivas de la ciudad al campo, en busca de una poco probable supervivencia13.

13 En su estudio sobre la peste negra, Byrne escribe sobre esta plaga del siglo XIV: «The poet Boccaccio claimed 100.000 dead in Florence, and a Paduan chronicler used the same number for Venice, Robert of Avesbury said over 200 died each day

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El propio Decamerón de Boccaccio tiene como punto de partida la huida precipitada de Florencia, azotada por la peste bubónica, de diez jóvenes que, refugiados en una villa de las afueras, serán los na-rradores de los cien cuentos de los que se compone esta obra.

Durante el siglo xvii y xviii, el historiador Jan de Vries docu-menta también un proceso de desurbanización motivado no por una epidemia o una aguda crisis social, pero sí, paradójicamente, por la consolidación de un sistema cada vez más selectivo y especializado de pocas grandes ciudades en Europa —como París, Londres, Lisboa, Nápoles, Constantinopla y las ciudades hanseáticas de Danzig y Nov-gorod (Antrop, 2004: 12)—. La hegemonía de tales urbes ocasiona-ría que otras muchas de menor rango desapareciesen o expulsasen a un gran número de sus habitantes, al no saber intensificar sus nexos de transporte y comunicaciones con sus áreas de influencia14. Tal fe-nómeno de pérdida de población urbana se vería reforzado por otras dos causas:

a) Por la consolidación de un sector agrícola que tenía que abas-tecer de manera regular y sostenida a estas grandes ciudades en expansión y que, regularmente, requería la presencia es-tacional de una gran cantidad de mano de obra, en muchos casos procedente de urbes pequeñas en decadencia.

b) Por la progresiva transferencia de producción industrial al cam-po y el surgimiento de numerosos pueblos y mercados de ám-bito local y disperso, nacidos de la mejora en las condiciones

in London, Jean Venette stated that 500 died each day in Paris, and one chronicler counted 500 funerals on a single day in Vienna» (Byrne, 2004: 58).

14 Vries también documenta otro proceso de desconcentración urbana en el Ja-pón preindustrial. Dice: «Es fascinante observar el paralelo entre este fenómeno eu-ropeo de los siglos xvii y xviii y la experiencia japonesa del siglo xviii y principios del xix. Thomas Smith, en un sugestivo estudio del crecimiento premoderno en la era Tokugawa, ha llamado la atención sobre la desurbanización japonesa en ese periodo de difusión de la industria rural y ha afirmado que no podría haberse producido crecimiento económico en una sociedad desprovista de comercio exterior y que no experimentara aumento demográfico “sin un grado importante de desurbanización”. Argumenta que: “[...] A medida que la industria y el comercio se difundieron por el campo, la incidencia de nuevos empleos secundarios a domicilio en las mismas ex-plotaciones agrarias empezó a reducir el flujo anual de emigrantes hacia las ciudades, y estas, incapaces de sostenerse con su crecimiento vegetativo, perdieron población”».Traducción del original realizada por Ramón Grau en la edición de Crítica del año 1987 (Vries, 1984: 317).

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y eficiencia de la producción agrícola —y gracias a la cual algunas ciudades aceleraron su despoblación (Vries, 1984: 318)—.

Precisamente, los datos que aporta este autor muestran la insufi-ciencia de un modelo demográfico-histórico hegemónico que defien-de la idea de que la ciudad en la Edad Moderna fue ganando pobla-ción agrícola de manera lineal e inexorable (Vries, 1995: 59-60). Al contrario, teniendo en cuenta la alta movilidad de la población de la Europa preindustrial tanto en el campo como en la ciudad, explicada por motivos tan diversos como la búsqueda de trabajo, la instrucción, la libertad religiosa, la seguridad física o la mera supervivencia, se aprecia lo siguiente: el crecimiento de la población europea urbana durante el periodo 1500-1800 estuvo localizado «en un puñado de ciudades portuarias y capitales en rápida expansión, mientras que la mayoría de las ciudades europeas, tomadas en conjunto, apenas man-tuvo un ritmo paralelo al del crecimiento global de población» (Vries, 1984: 277 y 310). En cifras, los habitantes de las ciudades mayores de 5.000 residentes representaban en 1500 al 8% de la población total europea; en el año 1800 ese porcentaje solo aumentaría hasta el 11%. No es difícil, por tanto, entender que zonas tan amplias como Brabante, Flandes, Alemania meridional y una gran parte de Espa-ña experimentasen durante estos tres siglos un completo proceso de desconcentración urbana por las causas antes apuntadas (Vries, 1984: 309 y 316).

Resulta importante precisar que los acontecimientos descritos hasta el momento son episodios de cierta recurrencia a lo largo de la habitación del territorio, pero no parece que antes del siglo xix nin-gún nivel de la desconcentración urbana fuese dominante (máxime en un contexto en el que el mundo rural tenía un peso fundamental en las estructuras demográficas, económicas y sociales del mundo). En cualquier caso, las reflexiones y datos recogidos en este capítulo, esperamos, deben hacernos ver hasta qué punto nuestro objeto de es-tudio tiene múltiples facetas históricas, visibles a lo largo de muchos siglos y, por tanto, este no responde únicamente a los parámetros del mundo contemporáneo.

Insistimos en la idea. La Revolución Industrial cambiaría com-pletamente este panorama iniciando un complejo proceso de transi-ción urbana, acompasado por otros enormes cambios demográficos y de movilidad. Según los datos manejados por Jan de Vries (1984:

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303), solo en una fecha posterior a 1850 la fuerza de atracción de las ciudades europeas sería generalizada y lo suficientemente importante como para marcar el inicio del fin del crecimiento de la población rural. Solo gracias a la aguda fase de concentración urbana de la se-gunda mitad del siglo xix, las ciudades se verán obligadas a proyectar y dispersar su crecimiento más allá de lo imaginable para las mujeres y hombres de la época. Este acontecimiento, en esencia, es el hilo con-ductor del siguiente capítulo.

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3. EL SIGLO XIX: MUCHEDUMBRES, UTOPÍAS URBANAS Y RAÍLES

3.1. ANTICIPACIONES

Al acabar el siglo xix el afamado escritor de ciencia ficción Herbert G. Wells escribía en 1902 un libro titulado, de manera premonito-ria, Anticipations of the Reaction of Mechanical and Scientific Progress upon Human Life and Thought. En él este autor intuye, apoyando sus razonamientos con datos y unas reflexiones tremendamente su-gerentes, que el proceso de expansión de las ciudades ya era una realidad en el inicio del siglo xx por una clara razón: la utilización de nuevos medios de locomoción (el ómnibus motorizado, por ejem-plo) ampliaban en gran medida el radio de acción asequible de un peatón, además de abaratar el viaje diario a los suburbios de una ciudad. A continuación, Wells se hace una pregunta: ¿por qué una gran ciudad del año 2000 no iba a ampliar su influencia mucho más allá de lo que una imaginación decimonónica convencional podía aventurar?

Más importante, si cabe, es la argumentación que Wells (1902: 55) ofrece para dar por sentado la futura expansión centrípeta de las ciudades: la construcción de suburbios pone de forma inmediata en contacto a sus habitantes, no solo pertenecientes a las clases supe-riores, con el aire puro1. La pasión que la humanidad siente por la

1 Ejemplifica el autor este pensamiento con el siguiente ejemplo: «Will the resul-tant of these forces be, as a rule, centripetal or centrifugal? Will such householders in the greater London of 2000 A.D. still cluster for the most part, as they do today, in a group of suburbs as close to London as is compatible with a certain fashionable maximum of garden space and air; or will they leave the ripened gardens and the no longer brilliant villas of Surbiton and Norwood, Tooting and Beckenham, to other and less independent people? First, let us weigh the centrifugal attractions [...] The first of these is what is known as the passion for nature, that passion for hillside, wind, and sea that is evident in so many people nowadays, either frankly expressed or disguising itself as a passion for golfing, fishing, hunting, yachting, or cycling; and,

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naturaleza, el viento o el mar hará que la compacidad de las ciudades, o el relativo gusto por las multitudes de algunos, se difuminen a lo largo de complejas, en palabras del autor, regiones urbanas perfecta-mente articuladas gracias al tren, al teléfono, a nuevas carreteras, etc. Y por dicha pasión, los servicios médicos y educativos, así como los propios centros de negocios, también se dispersarán por los subur-bios y por saludables small towns.

En efecto, estos pensamientos, además de clarividentes, podrían ser parte del contenido de un estudio actual. No en vano esta obra ha sido fuente de inspiración para entender muchos de los aspectos que giran alrededor de los procesos de desconcentración urbana2. En todo caso, la obra de Wells es heredera de un siglo xix que terminaba y ya anticipaba cuán complejo estaba siendo el crecimiento de las grandes ciudades, azuzado por un imparable proceso de industrialización e ingente éxodo rural. El objetivo, pues, de este capítulo, es ilustrar la riqueza a veces olvidada de este siglo respecto de nuestro escenario temático.

3.2. LA ERA DE LAS GRANDES CIUDADES

La progresiva superación de los muros urbanos del Medievo abrió las puertas a un entendimiento moderno de la ciudad como «centro de iniciación y control de la vida económica, política y cultural que ha atraído a su órbita las más remotas partes del mundo y entrelazado un cosmos de diversas áreas, pueblos y actividades» (Wirth, 1938: 7-8). Precisamente, esa órbita de relaciones cada vez más complicada y extensa se materializó con fuerza en la construcción de nuevos su-burbios, de nuevas periferias que resultaron extraños, conflictivos o esperanzadores lugares de transición entre un mundo urbano y uno rural durante el transcurso del xix. De la importancia de analizar este nexo de unión entre dos universos espaciales ya no tan divergentes

secondly, there is the allied charm of cultivation, and especially of gardening, a charm that is partly also the love of dominion, perhaps, and partly a personal love for the beauty of trees and flowers and natural things» (Wells, 1902: 48-49).

2 Por ejemplo, Peter Hall (2000) admite en uno de sus artículos lo clarividente de las reflexiones de Wells para esbozar la planificación y gestión de la ciudad para una sociedad futura. Brian J. L. Berry (1976), además, las utilizará como punto de partida inspirador para explicar los primeros síntomas de contraurbanización en los Estados Unidos de los años setenta.

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fueron muy conscientes los autores de los que hablaremos a conti-nuación.

3.2.1. El primer esbozo de la compleja relación entre el campo y la ciudad: Von Thünen

En la temprana fecha de 1826 se editaba la primera parte de la obra El Estado aislado en relación con la agricultura y la economía nacional3. Su autor, el reconocido economista Johann H. Von Thünen, trataba de explicar cómo interactuaba el espacio agrícola con las ciudades próxi-mas en función de dos parámetros: la distancia entre ambos —lo que determinaba el tipo de cultivo preeminente— y, en estrecha relación con este aspecto, el coste del transporte —en términos de renta— de la producción agrícola hacia el mercado urbano más próximo. La con-junción de estos dos factores explicaba por qué parcelas con idénticas propiedades para el cultivo, tenían aprovechamientos agrícolas diferen-tes; por ejemplo, el círculo agrícola más próximo a la ciudad produciría fundamentalmente leche y productos de huerta; en cambio, el círculo de tierra más alejado estaría destinado al cultivo extensivo (Hall, 1966: 7-153). Reproduciendo las palabras de Von Thünen al respecto:

La ciudad central, por tanto, debe proporcionar a las zonas rurales todos los productos manufacturados, y, a cambio, obtener toda su provisión de los alrededores [...] Con el aumento de distancia respecto de la ciudad, la tierra no genera, atendiendo a su valor, productos baratos. Solo por esta razón, anillos o cinturones concéntricos bastan-te pronunciados y diferenciados se formarán alrededor de la ciudad, cada uno con su propio y particular producto de primera necesidad4.

En efecto, Von Thünen fue un pionero en la determinación de un modelo teórico de naturaleza deductiva, en forma de zonas con-céntricas, que trataba de ilustrar la influencia urbana sobre las áreas rurales. No cabe duda de que el siglo xix es el punto de partida en donde dicha influencia empieza a alcanzar unas cotas impensables una centuria atrás, y a llamar la atención de muchos pensadores y

3 Traducción del título original Der Isolierte Staat in Beziehung auf Landwirtschaft und Nationalökonomie.

4 Traducción propia a partir de la recopilación de textos originales de Von Thü-nen editada por Peter Hall (1966: 8).

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científicos sociales de la época. Primero, porque las ciudades en Eu-ropa y Estados Unidos son el principal destino de millones de cam-pesinos dispuestos —o forzados— a convertirse en la nueva clase proletaria; segundo, porque el crecimiento desmesurado de estas mis-mas urbes, además de alterar totalmente sus tradicionales relaciones con el rural circundante, plantea retos de una gran escala sociológica.

3.2.2. El crecimiento de la ciudad como designio: Vaughan, Weber y Fletcher

Si Wells ya apuntaba hacia la formación de grandes ecumenópolis, Robert Vaughan, también con muchos años de antelación, calificaba el crecimiento de las grandes ciudades como el fenómeno esencial del siglo xix. De hecho, en una fecha tan temprana como la de 1820, el censo estadounidense incluía al suburbio como realidad estadís-tica definida por el desarrollo de las afueras de las grandes ciudades del país5. Igualmente, en el censo inglés de 1851 se constataba que alrededor del 54% de los 16 millones de habitantes del país eran urbanos, a la par que Londres se convertía en un «gigante» de dos millones y medio de habitantes6. A la luz de estos datos, merece la pena reproducir las propias palabras, muy ilustradoras, de Vaughan:

Nuestra época es, por excelencia, la época de las grandes ciudades. Babilonia y Tebas, Cartago y Roma fueron grandes ciudades, pero el mundo nunca ha estado tan plagado de ciudades como en el mo-mento actual, y la sociedad en general nunca ha estado tan ligada al espíritu natural de las ciudades (Vaughan, 1843: 1)7.

5 En el censo inglés de 1881 también se contemplaba la distinción entre los anillos centrales (inner rings) y periféricos (outer rings) de Londres. Es más, el anillo central se registraría en el año 1888 como el condado (county) administrativo londi-nense (Schwab, 1992: 293; Briggs, 1963: 30-31).

6 Para entender la magnitud del transvase de población rural hacia las ciuda-des inglesas, se recogen los datos de Lawton (1972: 201-202): el 94% del aumento poblacional de este país, localizado entre 1801 y 1911 y cifrado en 27 millones de personas, fue absorbido por las áreas urbanas de Liverpool, Manchester, Londres, etc. Asimismo, a pesar de estas enormes diferencias entre el crecimiento natural de las áreas rurales y urbanas, la diferencia entre ambas vino marcada definitivamente por las migraciones interiores: entre 1841 y 1911, los espacios rurales ingleses perdían tres cuartas partes de su población, mientras las urbanas ganaban un 30%.

7 Traducción propia del original.

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Dicho crecimiento urbano, localizado fundamentalmente en Gran Bretaña y los Estados Unidos durante los primeros compases de la Revolución Industrial, tenía un barniz de designio divino en donde, según Vaughan, se mostraba en toda su extensión «el genio del protestantismo» de carácter pacífico y emprendedor que estaba destinado a alcanzar las mayores cotas de prosperidad comercial y progreso social. Esta afirmación es la primera pista de hasta dónde aspectos superestructurales, como el de la religión, la moral victoria-na y otros valores naturalistas, influirían en la planificación urbana de este siglo.

Más allá de las consideraciones subjetivas de Vaughan, tiene un peso central la obra de Adna F. Weber titulada The Growth of Cities in the Nineteenth Century. A Study in Statistics. Son muchos los puntos que merecen ser comentados de este autor. Primero, remarca que la tendencia hacia la concentración y aglomeración urbana son univer-sales en el mundo occidental (Weber, 1899: 1). Prueba de ello es la comparativa estadística que presenta en el inicio del libro entre la casi idéntica población de Australia en 1891 y la de Estados Unidos en 1789 (véase tabla 3.1). Al margen del siglo de diferencia entre ambas cifras, lo importante era entender lo radicalmente diferente que re-sultaba la proporción de personas que vivían en ciudades de 10.000 o más habitantes: si en Estados Unidos esta ascendía a finales del xviii a un exiguo 3%, en Australia alcanzaba el 33% a finales del xix.

tabla 3.1. Comparativa entre la población estadounidense y australiana del siglo XVIII y XIX

1789

Población de los Estados Unidos 3.929.214

Población de ciudades de 10.000 y más habitantes 123.551

Proporción de población viviendo en ciudades de 10.000 y más habitantes 3,14%

1891

Población de las siete colonias de Australia 3.809.895

Población de ciudades de 10.000 y más habitantes 1.262.283

Proporción de población viviendo en ciudades de 10.000 y más habitantes 33,20%

Fuente: Weber, 1899: 1.

Segundo, anticipándose en más de dos décadas a los pensamien-tos de Sorokin y Zimmerman, Weber admite que los tiempos en los que la distinción entre lo rural y urbano era fácilmente trazada

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habían pasado. Las ciudades de la Antigüedad y de la Edad Media claramente definibles por sus muros y compacidad habían sido redu-cidas al anacronismo gracias a los nuevos elementos de la moderna civilización, que habían abolido el aislamiento del rural8…

Las ciudades han demolido sus fortificaciones, que las separaban del campo abierto; mientras que los ferrocarriles, la impresión de perió-dicos, la libertad de movimientos y residencia, etc., causan la propa-gación de las ideas originarias de las ciudades y anulan el estado de estancamiento mental de la población de los distritos rurales. La industria también se instala fuera de las ciudades, por lo que la dis-tinción medieval entre la ciudad y el rural ha perdido su significado en los países avanzados (Weber, 1899: 9)9.

Tercero, expone también Weber que el proceso de concentración urbana no solo obedecía a cuestiones demográficas, industriales, econó-micas o médicas, sino también al deseo intangible de las personas por mejorar su vida10. Partiendo de esta consideración, esboza la compleji-dad o multicausalidad de los movimientos migratorios que basculan entre polos de atracción y repulsión (de manera más precisa, en nuestra opinión, que las teorías del propio Ravenstein publicadas en 1885).

Cuarto, como punto más relevante de todos, Weber ilumina una realidad crucial para el crecimiento armónico de la ciudad: la propia necesidad, paradójicamente, de su «desconcentración» ante la amenazadora consolidación de las multitudes. Dicha realidad ya era un hecho para algunas fábricas y centros comerciales de grandes ciudades que preferían desplazarse a los suburbios o small towns por

8 El autor quiere acotar esta nueva coyuntura realizando su propia clasificación poblacional de acuerdo con el tamaño del lugar. Así es que distingue: 1) una pobla-ción rural dispersa o aglomerada (formada por aldeas y pueblos de menos de 2.000 habitantes y por pueblos —towns— de 2.000 a 10.000 habitantes); 2) y una población urbana formada por ciudades de más de 10.000 habitantes y grandes ciudades de más de 100.000 habitantes. Dicha clasificación es una de las primeras que trata de hacer una distinción contemporánea entre el mundo rural y urbano, aunando y comparando diferentes estadísticas alemanas, austríacas, francesas, etc. (Weber, 1899: 16).

9 Traducción propia del original.10 Dice: «When the industrial organization demands the presence of laborers will

be found there; the means of attraction will have been “better living” —in other words, an appeal to the motive of self-interest. Economic forces are therefore the principal cause of concentration of population in cities; but there are other motives exhibited in the “Drift to the Cities”, and these will also receive consideration» (Weber, 1899: 158).

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variados —y conservadores— motivos: la búsqueda de nuevos mer-cados o de mejores vías de comunicación y el alejamiento de la mano de obra de las Trade Unions11.

En definitiva, lo que resultaba muy claro para este pensador es que una gran ciudad superpoblada era un detonante de los «demonios» y desórdenes sociales inherentes a la vida urbana. ¿Qué se podría pensar sino de una ciudad como Chicago, en donde la mitad de sus 1.690.000 habitantes vivían en un radio de 3,2 millas en el año 1898? (Cressey, 1938: 59). La mejor solución para este problema era la ascensión y con-solidación de los suburbios, vistos estos como espacios de perfecta co-munión entre las mejores tradiciones rurales y urbanas. Evidentemente, este proceso solo podría ser apuntalado a través de políticas públicas que confluyesen en la consecución de tres metas principales:

a) Una reducción de la jornada de trabajo que permitiese al tra-bajador vivir a cierta distancia de su fábrica.

b) La creación de asociaciones que promoviesen la propiedad de hogares suburbanos entre los trabajadores.

c) Abaratar y mejorar la rapidez de los medios de transporte (Weber, 1899: 474-475).

Por último, no se puede pasar por alto a un autor, Henry Fletcher, que publica en 1891 un artículo bajo el ambicioso título «The Drift of Population to Cities: Remedies». En este texto las dudas sobre la idoneidad de lo que él denomina «movimiento suburbano» no exis-ten12. Este es un proceso universal y positivo —especialmente para Estados Unidos— que va a cambiar las más básicas de las caracte-rísticas de la vida moderna de la ciudad por una simple razón: va a permitir reducir la superpoblación, poner a disposición de los más humildes un suelo más barato y la posibilidad de mejorar la salud y comodidad de este colectivo (Fletcher, 1891: 744-745). Muchos factores en juego estaban cambiando las inercias migratorias unidi-reccionales hacia los centros urbanos.

¿Por qué mostrar una preocupación semejante ante la excesiva concentración de la población en las urbes occidentales?, ¿por qué

11 Esta realidad, considera Weber, era un hecho en Estados Unidos y otras ciuda-des europeas como Manchester, Leeds y Lyon (Weber, 1899: 224 y 474).

12 De la misma opinión es el sociólogo Charles Zueblin al afirmar que «el futuro pertenecía a los suburbios, no a la ciudad» (Zueblin, 1905: 170).

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hace ya más de un siglo se empieza a defender vehementemente la construcción planificada de suburbios, el primer nivel de la descon-centración urbana? Sin duda, las idiosincrasias tanto de la era victo-riana como del romanticismo son las que a continuación nos van a proporcionar algunas claves para resolver estas preguntas.

3.3. LA ERA VICTORIANA, LA NATURALEZA ROMÁNTICA Y LA PRIVACIDAD PROTESTANTE

No hay duda de que una perspectiva romántica del suburbio está su-peditada inicialmente al esfuerzo de las clases altas por buscar un lugar adecuado, sano y teóricamente proclive al desarrollo de sus libertades individuales. En un segundo plano, pero no menos importante, este enfoque depende del encuentro de «una solución privada para la de-presión y el desorden propio de la metrópolis degradada» capaz de consolidar «un ambiente pueril del mundo en el que se sacrifica la realidad al principio del placer» (Mumford, 1961: 652-653 y 656).

Este tipo de aspiraciones, situadas al margen de la pauperización generalizada de las urbes, fueron muy propias de las élites de la era vic-toriana13. Esta época histórica fue crucial para la consolidación y expan-sión mundial de una óptica idealizada del suburbio, que pervive a día de hoy14; pero también lo fue por la impronta que las propuestas de dos urbanistas universales —Howard y Soria— tuvieron a la hora de replan-tear radicalmente la configuración tradicional de la ciudad compacta.

3.3.1. Slums y la utopía burguesa

El hecho de vivir en un suburbio inglés en los primeros años de la era victoriana equivalía a habitar las más insalubres partes de la ciudad, normalmente de un invivible carácter industrial15, y similares en esen-cia a los faubourgs de las ciudades medievales plagados de artesanos

13 Cabe recordar que la era victoriana, cuyo epicentro se localiza en Gran Bretaña, se prolonga desde el año 1837 hasta el 1901 —año del fallecimiento de la reina Vic-toria—. Durante este periodo histórico se produce el máximo apogeo de la Primera Revolución Industrial en el mundo occidental.

14 El estudio clásico de H. J. Dyos (1966) sobre el crecimiento a lo largo del siglo xix del suburbio victoriano de Camberwell, en Londres, es buena prueba de ello.

15 Asa Briggs (1963: 28-29) pone como ejemplo paradigmático de este tipo de suburbios al de Hunslet o Holbeck situados ceca de la ciudad inglesa de Leeds.

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empobrecidos. En medio del humo de las fábricas y de las miserables viviendas hacinadas sobre calles sin pavimentar y sin alcantarillado, la naciente clase obrera inglesa, de un inmediato pasado agrícola cer-cenado por las Enclosure Acts, aprendían en estos temibles alfoces el significado de las crisis y del paro (Droz, 1976: 351). No en vano, estos paisajes urbanos, además de ser una de las principales fuentes de inspiración revolucionaria del naciente socialismo en Gran Bretaña, tuvieron un enorme impacto en la literatura de Dickens16, Charles Kingsley y Elizabeth Barret. Gracias a la misma, las clases sociales superiores descubrían «la cuestión social» y un deseo reformista enca-minado a limpiar la peor cara de la metrópolis victoriana.

En Estados Unidos, las connotaciones de la palabra suburbio (su-burb) en los primeros años del xix eran muy semejantes a las asociadas a las barriadas obreras (slums). En términos simples y maniqueos, el historiador Kenneth T. Jackson (1985: 16) afirma que en la ciudad estadounidense de esta época los pobres solían vivir en duras y estre-chas callejuelas, mientras los ricos lo hacían en opulentas mansiones. Paradigmática podría ser, en este sentido, la situación del primer su-burbio de Filadelfia llamado Southwark. Poblado principalmente por artesanos, carpinteros, sastres y marineros, era descrito en 1799 sin cortapisas por un periódico local de la siguiente forma:

Las personas dispuestas a visitar los alrededores de esta ciudad, y más particularmente en un día caluroso después de un chubasco, se encuentran con una gran variedad de olores fétidos y repugnantes, exhalados de los cuerpos muertos de los animales, de las aguas estan-cadas y de toda especie de suciedad recogida de la ciudad17.

Por si fuera poco, el componente segregacionista del suburbio en Estados Unidos antes de la guerra civil fue muy pronto una cruda realidad en su peor vertiente. Si en un principio los esclavos urbanos negros eran obligados a vivir tras las grandes casas de las élites blan-cas, el crecimiento desmesurado de las ciudades les proporcionaría la oportunidad de ir ubicándose en las afueras, lo más lejos posible de sus dueños. Por lo tanto, los primeros norteamericanos en trasladarse

16 La descripción que hace Dickens en su novela Tiempos difíciles (1854) de la imaginaria ciudad industrial de Coketown es uno de los retratos más oscuros y recor-dados del «victorianismo urbano».

17 Extracto citado por Jackson (1985: 16).

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por razones raciales a esta primera periferia, contrariamente a lo que pasaría en el siglo xx, fue la población negra. Jackson (1985: 18) pone como claros ejemplos de este fenómeno lo acontecido en los «suburbios negros» de Savannah y de Nueva Orleans.

La pregunta a plantear en estos momentos sería la siguiente: ¿por qué el suburbio degradado y degradante de las primeras décadas del siglo xix iba a proporcionar la llave espiritual que solucionase los gra-vísimos desórdenes de las multitudes? Adna F. Weber ya había apor-tado una pista a este respecto: el suburbio podía fusionar lo mejor del campo y de la ciudad. Mumford (1961: 658) también subrayaba el atractivo naciente de la ciudad vista como una «trama entretejida con la del campo». Evidentemente, estas apreciaciones por sí solas no podían haber desencadenado nada, si no fuera porque comenzaron a ser defendidas férreamente por unas pocas familias adineradas del ámbito angloamericano. Estas, viviendo en los centros urbanos más exclusivos, comienzan a construir en el campo casas de veraneo y de fin de semana próximas, para redescubrir «los placeres de la na-turaleza y de la vida contemplativa» (Jackson, 1985: 17-18) que las populosas ciudades anulaban.

Robert Fishman expresa con total rotundidad que suburbia es mucho más que una concentración de casas residenciales, es una creación nacida inicialmente del imaginario colectivo de las élites burguesas de finales del siglo xviii (Fishman, 1987: 9). Como tal, también es una expresión clara de sus valores: ocio, vida familiar y unión con la naturaleza sometidos al principio de la exclusión frente a las masas urbanas y trabajadoras. «El verdor del suburbio frente al gris y contaminado ambiente urbano» (Fishman, 1996: 24).

3.3.2. La naturaleza romántica como ideal para las masas

Al margen de la mentalidad suburbana burguesa, desde el socialismo más utópico de Robert Owen, o desde el sermón de un pastor pro-testante asustado por la anarquía de las masas18, se empieza a entender

18 Según Briggs, no hay actitud más victoriana ante las masas urbanas que la de los médicos y clérigos de la época —y de la cual existe numerosa documentación—. Dice este historiador al respecto: «It was a Leeds clergyman of the 1840s who with great pertinence warned his readers of the dangerous lure of the of the word “masses”. “Our judgements”, he stated, “are distorted by the phrase. We unconsciously glide into a prejudice. We have gained a total without thinking of the parts. It is a heap, but it has strangely become indivisible”» (Briggs, 1963: 61-62).

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la necesidad moral a e higienista de que la ciudad mire al rural como un territorio a integrar ordenada y necesariamente en su seno. Qué mejor sitio para empezar a hacerlo que en sus periferias.

En la década de 1830 se construyen los cementerios suburba-nos, por motivos de salubridad, de Mount Auburn en Cambridge y el de Green-Wood en Brooklyn. Atravesados por impecables paseos de árboles, estanques y arroyos, y para sorpresa de las autoridades locales, estos espacios atraen a cientos de visitantes que, simplemen-te, se dedican a pasear por los mismos dejando de lado su poco festivo cometido (Hayden, 2003: 48). Esta anécdota hace evidente, además de la falta de parques públicos adecuados en las ciudades del momento, la facilidad con la que el suburbio residencial podría ser un lugar atractivo para vivir en pleno siglo xix, siempre y cuando se hiciesen presentes elementos de la naturaleza más pura (y se pudie-sen pagar, claro está, el tipo de residencias propias de estos futuros emplazamientos).

Por ejemplo, en España, país que en esos momentos había ex-perimentado una escasísima industrialización, en la década de 1860 se empieza a promocionar la construcción de una exclusiva colonia suburbana en el sudeste del antiguo municipio de Canilla (a cua-tro kilómetros aproximadamente de la Puerta de Alcalá, la periferia urbana de Madrid por aquel entonces). Pues bien, la propaganda de esta construcción tenía muy clara qué emociones e ideales tocar, prometiendo «dilatados horizontes», «la abundancia de aguas potables de excelente calidad» y cumplir el papel de «esos vistosos pueble-citos, alegres, higiénicos y económicos, donde se halla la tranquili-dad y el bienestar que difícilmente se encuentra en el bullicio de las ciudades»19.

Dejando de un lado los horrores urbanos decimonónicos, ¿qué otros factores había detrás de estas ensoñaciones ruralistas en un momento en donde todavía un porcentaje muy pequeño de la po-blación mundial vivía en ciudades?20. Quizá uno de estos elementos

19 Francisco Quirós (1995: 54-59) matiza que la ubicación de esta colonia, ade-más de buscar las ventajas ambientales del campo, también anticipaba la importancia —mediante las oportunas ayudas financieras— de introducir en el mercado terrenos rústicos de un valor inicial muy inferior al de los centros urbanos próximos.

20 Véase el caso de una Rusia muy poco industrializada y urbana en la que, en las fases finales de su etapa imperial, se promueve la rápida construcción de dachas exur-banas como expresión de la restauración de un modo de vida rural para las todavía muy escasas clases medias (Lovell, 2002: 70-71).

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se encuentre en el movimiento cultural romántico, desarrollado du-rante la primera mitad del siglo xix principalmente en Europa, el cual entendía la naturaleza como símbolo de todo lo verdadero y genuino, antepuesto a una civilización cada vez más materialista y pobre. También, es indudable en Estados Unidos la influencia filo-sófica de los Founding Fathers, especialmente de Thomas Jefferson, en el desarrollo de esta idealización ruralista y pastoral (Ebner, 1985: 372-373).

Es difícil establecer hasta qué punto la emergente suburbia, que quiere alejarse de su esencia fabril y miserable, se alimentó de estos presupuestos románticos. Resulta sencillo, en cambio, intuir la ex-tensión popular de los mismos gracias a los argumentos emanados del protestantismo decimonónico («Dios creó el campo y el hombre la ciudad», decía el poeta inglés del siglo xviii William Cowper)21; y gracias a la literatura campestre de la época, ahora accesible a las clases medias debido a las mejoras tecnológicas introducidas en las imprentas22.

Ante toda esta coyuntura favorable hacia la incorporación de la naturaleza en la ciudad y en el suburbio, solo faltaba el espaldarazo de una planificación urbana conscientemente dirigida a dar forma a este anhelo, por lo menos en el papel, más allá de los deseos y posibles de unos pocos.

3.3.3. Una ciudad y un jardín para las clases medias: Howard y Soria

El célebre urbanista británico Ebenerz Howard tuvo muy claro que la posibilidad de «fundir» el campo y la ciudad suponía un com-plicado pero factible ejercicio de ingeniería social. Este podría verse ampliamente respaldado por la propia y extendida idealización de la naturaleza de las sociedades occidentales, inmersas en una plena

21 Cita recogida en Bunce (1994: 1).22 Gracias a estas mejoras técnicas en la impresión, se abarató enormemente

el precio de los libros y se multiplicaron en muy poco tiempo el número de re-vistas y periódicos existentes, especialmente, en Inglaterra. Desde estas nuevas ediciones, el mensaje pastoral y romántico que envuelve al campo se proclama, por ejemplo, en la lírica de James Thomson o de Robert Browning y en el retra-to del campo escrito por John Knapp en su The Journal of a Naturalist (1829). Sobre esta temática, resulta muy recomendable la consulta del libro de Michael Bunce (1994: 39-36) titulado The Countryside Ideal. Anglo-American Images of Landscape.

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y conflictiva industrialización23. Partiendo de su archiconocida teoría de «los tres imanes», se representa la ciudad y el campo como elemen-tos que atraen variopintas virtudes y defectos. No es difícil anticipar que Howard se muestra totalmente parcial a la hora de juzgar las carencias de la vida urbana:

Es universal y unánimemente aceptado por hombres de todas par-tes, no solo en Inglaterra sino en toda Europa, América y nuestras colonias, que es profundamente deplorable el hecho de que la gente continúe afluyendo a ciudades ya superpobladas. Despoblando así más y más los distritos rurales [...] El imán ciudad ofrece, compara-do con el imán campo, las ventajas de salarios altos, oportunidades de empleo, tentadoras perspectivas de progreso, pero todas ellas tie-nen como penosa contrapartida altos precios y alquileres. [...] Y la atmósfera está tan viciada que los hermosos edificios públicos no tardan en cubrirse de hollín, y hasta las estatuas pierden su belleza. Los palacios y las horripilantes zonas infraurbanas constituyen aspec-tos extraños, complementarios de las ciudades modernas» (Howard, 1898: 131-135)24.

A partir de esta analogía, Howard plantea un tercer imán (de-nominado «campo-ciudad») que fusiona las virtudes de los anteriores y resulta lo suficientemente atractivo como para atraer a personas de diferente condición social:

La realidad no consta solo de dos alternativas, como es admitido —vida ciudadana y vida rural— sino de una tercera alternativa en la que pueden conjugarse en perfecta combinación todas las ventajas de

23 No se deben olvidar, por tener metas semejantes, los ejercicios de planifica-ción precedentes de Claude-Nicolas Ledoux —y su diseño de la salina real de Arc-et-Senans (1774-1779)— y del socialismo romántico —tales como los malogrados falansterios furieristas de Victor Considérant (1808-1893) o el fracasado proyecto de la ciudad New Harmony, en Indiana, de Robert Owen (1771-1858)—. De pretensiones originalmente evangélicas y puritanas, destacar también, entre otros muchos ejemplos posibles, las denominadas Villa Parks construidas en Londres (1823), Leamington (1827), Manchester (1837), Liverpool (1842) o la construc-ción de Llewellyn Park, en New Jersey durante la década de 1850 (Hayden, 2003: 47-48, 54-55).

24 Traducción del original localizada en la compilación de textos titulada Orígenes y desarrollo de la ciudad moderna, realizada por Carlo Aymonino.

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una vida ciudadana decisivamente dinámica y activa con la belleza y el deleite del campo. La certidumbre de que es posible vivir una vida así será un imán que producirá el efecto por el que luchamos todos: el movimiento espontáneo de la gente desde nuestras ciudades abarrota-das al seno de nuestra querida madre tierra, fuente de vida, felicidad, riqueza y poder a un tiempo [...] La sociedad humana y la belleza de la naturaleza son compatibles y pueden ser disfrutadas juntas. De los dos imanes, debe hacerse uno, así como el hombre y la mujer se com-plementan el uno al otro con sus variados dones y facultades, la ciu-dad y el campo deberían unirse (Howard, 1898: 134-135).

Ese tercer imán, la primera forma utópica de la desconcentra-ción urbana a la que hacemos referencia, debería imaginarse como un solar de 6.000 acres de superficie, dedicado exclusivamente a ac-tividades agrícolas, de los cuales 1.000 estarían destinados a la cons-trucción de una ciudad jardín. Sus casas, edificadas sucesivamente en anillos concéntricos, tendrían su fachada orientada hacia las distintas avenidas circulares de esta particular urbe, las cuales, a su vez, esta-rían atravesadas por paseos y carreteras que convergerían en el centro geométrico del espacio edificado25. En el anillo exterior se situarían, bajo el control de una organización local y determinadas empresas privadas, las fábricas, los almacenes, las granjas, los mercados, etc., elementos conectados por una línea férrea intermunicipal con otras localidades próximas26, y que harían de este tipo de ciudades unida-des autosuficientes que «conducirán a la sociedad a un destino muy superior al que nunca hubiere pretendido aspirar» (Howard, 1898: 137-140). Dicho con otras palabras, la clave política de esta propues-ta trataba, mediante una nueva síntesis entre la libertad, cooperación y autosuficiencia de los individuos, superar los fantasmas desigualita-rios tanto de la era victoriana, presa de un capitalismo sin escrúpulos, como de un socialismo excesivamente burocrático y centralista (Hall, 1988: 104).

25 Howard estima que la población ideal de esta ciudad jardín rondaría los 30.000 habitantes, distribuidos en 5.500 viviendas con una superficie media de 20 por 130 pies.

26 Howard tenía previsto que todas las industrias de la ciudad jardín se alimenta-sen de energía eléctrica y, de esta manera, mantener a distancia la presencia del humo omnipresente de las urbes inglesas. Esta idea, por otra parte, muestra una mentalidad ecologista muy avanzada para su tiempo.

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figura 3.1. Los tres imanes de Howard

Lo innovador de estas ideas y su indiscutible y trascendental re-levancia es la extensión popular y mundial de los suburbios, espe-cialmente en el escenario anglosajón y estadounidense27. Por poner dos ejemplos a este respecto: la Garden Cities Association fundada por Howard, construiría —no siendo excesivamente fiel a las propias ideas del urbanista (Ramos, 2008: 98)— la primera ciudad jardín de Letchworth en 1903, situada a treinta y cuatro millas de Londres, a

27 Las enseñanzas de Howard siguen siendo útiles para algunas escuelas urbanís-ticas actuales a la hora de humanizar, con elementos neotradicionales, el gigantismo y la despersonalización del propio suburbio del siglo xx. Consúltese esta apreciación crítica y paradójica sobre el denominado new urbanism en MacLeod y Ward (2002: 159).

Fuente: Howard: 1902: 134.

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la que le seguiría en 1921 la de Welwyn, ubicada en el condado de Hertfordshire, Inglaterra28.

No menos importantes, pero mucho más desconocidos, resul-taron los planteamientos del ingeniero y urbanista español Arturo Soria. A pesar de que fue uno de los primeros en hablar de Howard en España, tratándolo por cierto de forma despectiva29, son nume-rosos los estudios que sitúan las aportaciones de Soria en las mismas sendas urbanísticas que las del británico30. Describe en los siguientes términos su utópico y clasista modelo de ciudad lineal propuesto para Madrid, y que se construiría parcialmente a siete kilómetros del centro capitalino:

Una calle única o principal con doble vía férrea en su centro; calles secundarias transversales perpendiculares a los carriles, que circuns-criben manzanas de 40 a 50.000 metros cuadrados de superficie, y dentro de ellas, viviendas completamente aisladas y separadas unas de otras por una masa de vegetación destinadas a los ricos, en la fa-chada paralela a la vía; a las fortunas modestas en las fachadas de las calles transversales; a las demás clases de la sociedad en la parte más lejana de la vía, quedando reservados los grandes espacios centrales a todos los edificios de carácter colectivo, fábricas, almacenes, mer-cados, cuarteles, iglesias, teatros, establecimientos benéficos, mu-seos, colegios, etc. (Soria, 1894: 10).

Soria era un urbanista preocupado por la mejora de la calidad de vida e higiene de la ciudad. Su propuesta, de hecho, tendría, según sus cálculos, el efecto de reducir en muy poco tiempo «la mortalidad de cuarenta por mil de las grandes capitales de población aglome-rada a la de veinte por mil de las poblaciones rurales o disemina-das» (Soria, 1894: 5). No obstante, sus planteamientos urbanísticos partían de una visión pragmática y economicista muy alejada de cualquier inspiración utópica y romántica de la naturaleza, y mucho menos mostraba un interés tan profundamente reformista como el

28 El mejor análisis sobre la idiosincrasia que rodeó la construcción de estas dos ciudades se presenta en el capítulo cuatro de la indispensable obra Ciudades del ma-ñana, escrita por Peter Hall (1988: 98-145).

29 Estas valoraciones negativas fueron recogidas en su revista La Ciudad Lineal (Ramos, 2008: 112).

30 Revísese, a este respecto, Chueca (1993: 178-179) y Capel (1975: 46).

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de Howard. Al fin y al cabo, la ciudad lineal acabaría por ser «un barrio suburbano de trabajadores que debían utilizar transporte dia-riamente y que había nacido a partir de una especulación comercial» (Hall, 1988: 122). Solo se construirían entre los años 1894 y 1904 en Madrid cinco kilómetros de este proyecto, que una vez concluido debería haber llegado a los cincuenta31.

En cualquier caso, si algo une al pensamiento de estos dos au-tores es su afán por plantear opciones para la adecuada desconges-tión de unas metrópolis en una época de desmesurado crecimiento e improvisación urbanística. Dichos propósitos, a pesar del fuerte organicismo social reflejado en la propuesta de Soria32, no se cir-cunscribían a ninguna élite en concreto; tenían un alcance societario amplio. Su fórmula común «para cada familia una casa, en cada casa una huerta y un jardín»33, supuso un impulso muy destacable para la construcción y morfología del suburbio del siglo xx.

3.3.4. El suburbio: el reino de la privacidad

A lo largo del siglo xix, además de la recreación romántica del campo, los valores de la élite burguesa empiezan a ser adoptados por las emer-gentes clases medias europeas y norteamericanas, nacidas estas de la mejora de los sistemas de educación reglada y la necesidad creciente de aumentar el volumen de todo tipo de profesionales liberales34. El más destacado de entre todos ellos, a la hora de seguir analizando retrospectivamente la desurbanización decimonónica, es el valor de la privacidad del hogar, el valor de la noción de refugio, de insulari-dad frente a los fantasmas urbanos de la pobreza y desórdenes de las clases trabajadoras (Dyos, 1966: 24-25). Una muestra práctica de tales preceptos se encuentra en la construcción en 1866 del exclusivo

31 Este fracaso muestra la incapacidad de aplicar en la España de la época una perspectiva supramunicipal de la gestión del suelo y del transporte, como ya se proponía en el modelo anglosajón del regional planning (Cardesín y Mirás, 2008: 14).

32 Sobre la visión tradicionalista de la estratificación social y la influencia del darwinismo social en el diseño de la ciudad lineal de Soria, consúltese Velez (1983: 136-146).

33 Cita de Arturo Soria recogida en Terán (1968: 81).34 Para Fishman (1987: 24), esta adopción es un claro síntoma de alienación de

esta clase social que pocas décadas antes se reconocía en los valores de un mundo industrial y obrero.

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resort neoyorquino de Tuxedo Park: su perímetro, marcado por vallas y coronado por unas grandes puertas de entrada, estaba vigilado por un cuerpo de seguridad privado que restringía el paso a los no resi-dentes. Estas nuevas fronteras urbanas representaban lo esencial del espíritu localista y aislacionista americano, de la unión perfecta entre hogar y trabajo que las primeras comunidades de pioneros, rumbo hacia el Oeste, representaban (Wood, 1979: 101). Una forma de re-descubrir —o reinventar— la individualidad (Hayden, 2003: 66) se estaba abriendo camino35.

Dando un paso atrás, la expansión de la privacidad, en su con-cepción contemporánea, tiene como primera expresión urbanística la de un nuevo diseño interior de las casas: cada individuo debería tener en ella su propia habitación, a ser posible, separada lo máximo posible de otras en función de su sexo y edad (Jackson, 1985: 48). Pero más allá de la planta interna de una vivienda, nada mejor que vivir en una edificación unifamiliar, a una cierta distancia de otras vecinas, situada en un suburbio. Ese debía ser el deseo al que «toda familia decente debería aspirar» para lograr una óptima autorreali-zación doméstica y, sobre todo, una perfecta crianza de los niños. Tales pretensiones empezaron a reflejarse en escritos arquitectónicos como los de Andrew J. Downing. En su libro Cottage Residences —publicado en 1842— se describían las medidas y parámetros idó-neos de una casa de campo suburbana para una pequeña familia: un terreno de 150 pies por 75 pies (alrededor de un cuarto de acre), siete habitaciones y más de 1.760 pies cuadrados de espacio (con un costo estimado de 1.800 dólares de la época)36.

El contexto decimonónico es único para analizar la maduración de una ideología de carácter evangélico y doméstico, muy propia de la visión pastoral protestante angloamericana, y destinada a que, fun-damentalmente, la mujer se alejase de las tentaciones urbanas en su «sagrado hogar»37. No resultaba difícil: solo el cinco por ciento de las mujeres casadas en Estados Unidos a finales del xix tenían algún tipo

35 Sobre el individualismo como valor fundamental en la génesis de los suburbios angloamericanos, consúltese el estudio de Archer (1988: 231-234).

36 Extracto citado por Hayden (2003: 27-29).37 La influencia del protestantismo americano en la defensa del suburbio es

muy clara, según Wood. Reproduciendo en parte las palabras del reverendo Tru-man B. Douglas, comenta este autor: «Protestant sects find a warm welcome in the middle class suburb because of “the huge prejudice of Protestant leadership in favor of non-urban culture as being more favorable than city life to the growth of

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de trabajo fuera de sus casas —muchas de las cuales, por cierto, eran de extracción trabajadora— (Marsh, 1990: 67).

Los patrones a seguir venían marcados por el best seller de la época, Treatise on Domestic Economy for the Use of Young Ladies at Home and at School, escrito por Catharine Beecher en 1841. Los contenidos de este libro, destinados a glorificar el rol de la mujer como soporte básico del entorno familiar, y a describir instrucciones precisas sobre cómo encarar infinidad de aspectos de la vida hogare-ña, abordan diferentes aspectos del diseño interior y características arquitectónicas de una casa ideal. Estos coinciden plenamente con las recreaciones utópicas de la naciente y más elitista suburbia esta-dounidense. No es de extrañar que el resultado de toda esta ideología de lo doméstico, denominada en ocasiones «familismo suburbano» (suburban familism) (Marsh, 1990: 16), fuese vista como una piedra angular para la correcta —teóricamente hablando— construcción del individuo y de la expresión más íntima de los gustos y apetencias personales. No es sorprendente que el derecho y la tradición anglo-sajona vean justificable el asesinato, en defensa propia, de cualquier persona que entre sin permiso en una residencia privada: «La viola-ción de la casa es casi tan grave como la violación del yo individual» (Jackson, 1985: 14).

¿La privacidad, por lo tanto, es un elemento de honda raíz ascético-protestante en su totalidad? Es difícil precisarlo y no es el cometido de este estudio; sí que es sorprendente que sea un va-lor sobre el que se sostiene también la idoneidad para el desarro-llo personal de las dachas de Moscú o San Petersburgo, ciudades completamente alejadas del escenario británico o estadounidense. Dice un manual de arquitectura ruso de la época acerca de estas edificaciones:

Aquí la gente puede disfrutar de su vida privada, en paz, satisfacien-do sus necesidades e inclinaciones personales, sin preocuparse de ellos mismos o de los otros. Todo adquiere el sello de su individua-lidad, todo adquiere el más cerrado carácter íntimo que es tan valio-so para el trabajo concentrado y productivo, para el desarrollo de la

religion and of human good and therefore as being in some sense more pleasing to God”» (Wood, 1979: 108).

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independencia, la autoconciencia y la fuerza cultural que se des-prende de estos elementos38.

Al fin y al cabo, ¿el anhelo por el disfrute de la naturaleza y por el perfecto hogar suburbano, no podrían ser vistos como imperativos categóricos del mejor ideal de vida posible de las sociedades occiden-tales, en la transición del siglo xix al xx?

3.4. LA REVOLUCIÓN DE LOS TRANSPORTES

No sería, desde un punto de vista analítico, muy equilibrado pasar por alto la vital importancia que muchos de los autores ya citados dieron a las mejoras en las infraestructuras y en los transportes para explicar los primeros procesos de suburbanización masivos. En el tramo final de la Primera Revolución Industrial, Weber (1899: 470-471) entendía que el tranvía y la bicicleta podían contribuir a una adecuada desconcentración de la población en ciudades de tamaño medio; la solución, sin embargo, para las ciudades de un cuarto de mi-llón o más de habitantes pasaría por la construcción de metros de superficie. Howard defendía, en el anillo exterior de su ciudad jardín, la existencia de una línea de ferrocarril. Es más, Soria subordinaba toda la estructura de su urbe lineal, y sus expectativas de crecimien-to, a la existencia del tren39. «La forma de una ciudad —escribe el ingeniero español— debe ser la de un ferrocarril o tranvía, con casas aisladas entre sí a uno y otro lado de los carriles. Por consiguiente, para hacer una ciudad nueva, lo primero que deberemos hacer es trazar un ferrocarril, buscando las pendientes más suaves y las más amplias curvas»40.

38 Extracto citado por Lovell (2002: 81).39 La línea de ferrocarril-tranvía proyectada debería tener una longitud máxima

de 55 kilómetros, uniendo Pozuelo y Fuencarral, y de las cuales solo se construyeron cinco (Ramos, 2008: 114).

40 Es muy curiosa, y clasista, la justificación de Soria sobre la plena utilización del ferrocarril o el tranvía como punta de lanza del diseño urbano: «¿Os conviene vivir cerca o lejos de un tranvía? Cuánto más cerca, mejor —dicen ambos—. El rico, porque su carruaje no le resuelve los problemas de la locomoción de sus criados, clientes, amigos, proveedores, parientes, y de él mismo, sino en una parte de su personal regalo; el pobre, porque el andar a pie 10 o 12 kilómetros para ir y volver desde su casa al punto de trabajo es una labor suplementaria, que le quita,

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Naturaleza, privacidad y revolución en los medios de transporte urbano. ¿Es este el triunvirato que parece explicar la transformación del suburbio de las élites burguesas en el de las masas? Es una discu-sión que se abordará más adelante; lo que sí resulta claro es que entre 1815 y 1875 la ciudad peatonal se fue transformando con rapidez, desde dentro hacia afuera, al dejar paso progresivamente al transbor-dador de vapor, al ómnibus, al ferrocarril de cercanías, al tranvía, al metro elevado y al teleférico (Jackson, 1985: 20). La generalización y extensión por Europa y América de nuevos medios de transporte, por fin, estaba empezando a permitir que no solo las clases altas pu-diesen «escapar» a otras partes de la ciudad imposibles de alcanzar a pie o, incluso, a caballo.

No es casual, desde luego, que Zueblin (1905: 167-174) o Fletcher viesen la importancia de mejorar los medios de transporte que, primero, hiciesen interrelacionar adecuadamente el campo y la ciudad de manera armoniosa y, segundo, tuviesen unos precios asequibles e igualitarios para cualquier ciudadano41. Tampoco lo es la defensa que hace Weber (1899: 472) de las líneas públicas de los tranvías belgas a la hora de remediar la superpoblación urbana; no solo por proporcionar a las clases trabajadoras residentes en los pue-blos suburbanos un servicio de transporte adecuado, sino también por establecer un precio asequible que permitía su uso diario. De hecho, hasta bien entrado el siglo xix, en muchos casos la tarifa de los billetes de los primeros transportes suburbanos era prohibitiva para la clase obrera.

Por fin, la fricción del espacio se estaba suavizando: la progresiva disminución de los costes fijos del transporte, ya sea por innovacio-nes tecnológicas o la mejora de su planificación —de carácter público normalmente—, estaba permitiendo la dispersión de viviendas, fá-bricas y actividades comerciales de todo tipo, y pasando a definir, en

sin necesidad, energía muscular y tiempo para descansar y cultivar su espíritu; porque en menos tiempo puede hacer muchas cosas, y, por último, porque an-dando en tranvía o en ferrocarril ahorra dinero, si el precio del billete vale menos que el gasto de zapatos, de trabajo muscular y de tiempo, que en otro caso haría» (Soria,1894: 9-10).

41 Partiendo de la vital importancia de hacer asequible el acceso a todo medio de transporte para favorecer los beneficiosos procesos de la suburbanización, a Flet-cher (1891: 745) tampoco se le escapa la importancia que tendrá para descentra-lizar la ciudad la existencia de buenas carreteras y de un buen servicio de correos y de teléfono.

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consecuencia, unos nuevos horizontes geográficos para las ciudades más desarrolladas del planeta (Tobin, 1976: 95-96). Por supuesto, estos avances y el acortamiento de las distancias no han sido siem-pre una historia lineal llena de progresos y beneficios inmediatos. Por ejemplo, la construcción por parte de diferentes compañías de ferrocarril de las líneas de tren dirigidas hacia el corazón de Londres, realizada en las últimas décadas del xix: destruyó el cinco por cien de las viviendas de esta ciudad; dejó sin hogar a 100.000 personas a las que no se les garantizó ningún tipo de realojo; y forzó un proceso de suburbanización motivado por los precios alcanzados por las residencias centrales de la capital —inalcanzables para la clase media y obrera— (Wagenaar, 1992: 70-73).

3.4.1. El ferri de Brooklyn

Tal y como dice Borchert (1967: 303), uno de los avances tecnológi-cos que contribuyeron a la consolidación de la «América metropoli-tana» fue el uso de la máquina de vapor en el transporte marítimo. Si en un primer momento la carrera de los barcos con esta tecnología se centró en aumentar su tonelaje de carga para satisfacer las necesida-des industriales de Europa y Norteamérica, poco a poco la creciente densidad de población y peculiar disposición geográfica de algunas ciudades fluviales o marítimas impulsaron el desarrollo de las prime-ras líneas de transbordadores interurbanos. La conexión de Brooklyn con Manhattan, a través del East River neoyorkino en 1811, por lo temprano de su desarrollo y sus hondas consecuencias en la emergen-cia de nuevas configuraciones metropolitanas, es un hito, junto con la conexión de las diferentes orillas de la bahía de San Francisco, en la historia de la suburbia estadounidense42. En las cuatro décadas si-guientes, Brooklyn se convertiría en un espacio de calles sombreadas por árboles, casas agradables y un ambiente general de clase media que huía del bullicio y la congestión de la ciudad central. El propio Walt Whitman describía con detalle el ambiente que giraba alrededor de los commuters que empleaban este servicio de ferri, anticipando el alcance cotidiano que estos movimientos pendulares tendrían en la sociedad del siglo xx:

42 En Europa, cabe citar el efecto que los transbordadores fluviales tuvieron en la new town victoriana de Middlesbrough (Carr, 2003: 133-134).

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Por la mañana hay un flujo incesante de personas —empleadas en los negocios de Nueva York— que marchan hacia el ferri. Esta prisa comienza pronto después de las seis [...] Se precipitan hacia adelan-te como si fueran a salvar la vida, y pobre de la mujer gorda o de la persona impedida que se interponga en su camino43.

En las cifras recogidas en la tabla inferior por Jackson (véase ta bla 3.2), se hace más que notable la influencia de este medio de transporte en el crecimiento suburbano de Brooklyn (un páramo de agricultores hasta el año 1800) frente a la idiosincrasia del pueblo de Flatlands (situado en el borde este del condado y sin unas buenas conexiones con el centro de Nueva York, distante a ocho millas).

tabla 3.2. Evolución poblacional

Año Ciudad de Nueva York Brooklyn Flatlands

1790 33.131 1.603 423

1850 515.547 96.838 1.155

1890 2.515.301 806.343 4.075

Fuente: Jackson, 1985: 27 (datos extraídos de Rosenwaike, 1972).

Partiendo de una población similar en el año 1790, cien años más tarde la diferencia poblacional entre ambas entidades ascendía a los 800.000 residentes.

3.4.2. Tranvías en Boston y Filadelfia

Los ejemplos de la importancia que tuvo la extensión del tren sobre los lindes urbanos son innumerables en muy diferentes y distintos puntos del globo: Estocolmo, Viena, Tokio, Meinz y Varsovia a lo largo del siglo xix inauguraban líneas ferroviarias que auguraban la dirección de sus tramas periféricas44. Las esperanzas puestas en estos nuevos caminos de hierro como puntos de fuga hacia el rural y hacia mejores condiciones de vida para los trabajadores fueron enormes. En definitiva, la migración de las personas desde el centro hacia los

43 Extracto citado por Jackson (1985: 28). 44 Consúltense Kostof (1992: 60-61), Wesolowski (2003: 102-105) y Schott

(2003: 79).

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suburbios, de una impronta cada vez menos elitista, fue totalmente apoyada por el desarrollo del tren.

Pero si hubo un medio de transporte que se dirigía al corazón de la suburbanización, ese fue el tranvía45. El caso de Boston supone un claro ejemplo a este respecto. Esta ciudad estaba perfectamente dividi-da en 1900, según los patrones de renta reconocibles a día de hoy en muchas metrópolis estadounidenses: grosso modo el centro estaba ha-bitado por personas de clase baja; los suburbios, en cambio, eran los hogares de la clase media y alta burguesía. El origen de todo ello nace, según Warner, de la extensión de las líneas del tranvía a las que acom-pañaban, primero, la propagación paralela de nuevos servicios y, se-gundo, una nueva y moderna idiosincrasia urbana plagada de nuevos retos y problemas: por ejemplo, la emergencia de ciudades dormito-rio, la convivencia de áreas urbanas dinámicas con otras sumidas en la decadencia, o la desconcertante superación de los límites políticos y administrativos tradicionales de las urbes (Warner, 1962: 2-3).

En Boston, en el año 1895 se electrificaba el tranvía y se deja-ba atrás la tracción de los caballos. Dicha electrificación, a pesar de aumentar las distancias brutas de las líneas originales, incrementó la velocidad media del recorrido en un cincuenta por ciento. En una década, esta mejora tecnológica conseguía elevar el número anual de usuarios del tranvía desde los 9 millones hasta los 231. Fácilmente comprensible es, en este sentido, el hecho de que si la ciudad y su periferia tenían un radio de tres millas en 1850, solo medio siglo después este aumentaría hasta las diez millas (Bond, 2003: 62-63).

El alcance que el tranvía tenía a la hora de descentralizar y fijar el valor del suelo a su paso, estabilizándolo a lo largo de su recorrido46,

45 Además del tranvía, tampoco se puede subestimar la importancia de la pro-gresiva construcción de nuevas líneas de teléfono sobre la desconcentración urbana. Alan Moyer aclara que esta invención no fue determinante para los inicios de la suburbanización de Boston, pero sí que le otorga una especial relevancia para con-solidar este proceso centrífugo a finales de siglo: «By providing communication to the center with its markets and services, the phone helped small retail-oriented businesses to grow in the suburban area; orders could be placed with wholesalers downtown. While the phone supported this type of decentralization, it allowed the continued centralization and dominance of key urban businesses. Firms doing business with several different suburban manufacturers could remain where they were or move elsewhere without losing clients not in close proximity» (Moyer, 1977: 363-364).

46 De esta opinión era Richard Hurd, autor de Principles of City Land Values (1903). Precisar, al hilo de las argumentaciones manejadas, que para él la principal

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o de dispersar la actividad comercial e industrial de la ciudad, era muy importante. En Filadelfia, a modo de ejemplo ilustrativo, estos «ferrocarriles de barrio» fueron ampliando poco a poco las posibilida-des de las clases medias de la ciudad a la hora de realizar las compras en nodos comerciales situados más allá del centro: Germantown y West Philadelphia eran buena prueba de esta incipiente expansión comercial que se produjo alrededor de 1870 (Hepp, 2003: 242). Ni que decir tiene que estas áreas comerciales, además de ir ganando en sofisticación, constituirían la antesala de los shopping malls, los pala-cios del consumo de nuestros días.

Sin embargo, preguntándose por el fracaso de las líneas ferroviarias metropolitanas de París a la hora de transportar a los obreros hacia el centro, principalmente por lo costoso del trayecto, Capuzzo (2003: 25) llega a una conclusión: los procesos de suburbanización de París en el alba del siglo xx estaban motivados, más que por una verdadera revo-lución en el transporte, por el elevado valor de sus espacios céntricos que obligaban a los más pobres a desplazar su morada hacia la periferia (al contrario de lo que estaba ocurriendo en Estados Unidos). En el año 1900, en la «ciudad de las luces» la suburbanización era, según este autor, una respuesta al incremento de las rentas y no una oportunidad otorgada exclusivamente por la revolución tecnológica de los transpor-tes. Planteando esta aseveración de otra manera: en el cambio de siglo, una vez que el suburbio masificado ya podía ser una realidad para ricos u obreros indistintamente, ¿qué factores iban a determinar los ritmos de crecimiento y composición social de estos espacios en el futuro? ¿La naturaleza? ¿Los trenes o los barcos? ¿Sería la renta la variable final que podría explicar los patrones de la suburbanización del naciente siglo xx?, ¿o lo sería el automóvil?47.

causa de la revaloración del suelo urbano estaba sujeta a dos causas principales: in-cremento de la población —y riqueza— y los cambios tecnológicos en el transporte (Hurd, 1903: 96 y 166).

47 Aunque, como hemos visto, pensamos que determinados valores románti-cos y burgueses, junto a la revolución de los transportes, son elementos causales de primer orden a la hora de explicar los procesos suburbanizadores del siglo xix, no queríamos pasar por alto una de las tesis de Wagenaar (1992: 63-66) sobre di-ferentes estrategias metropolitanas europeas durante el periodo 1850-1914. Según este autor, el impulso de faraónicas reformas urbanas decimonónicas, para ha-cer de algunas capitales europeas símbolos del centralismo y autoritarismo de sus Estados-nación, motivaría la construcción repentina y descontrolada de muchos suburbios. Además de los casos de Bruselas y Roma, el ejemplo de la construcción de

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3.5. COMPLEJIDAD Y DESCONCENTRACIÓN DECIMONÓNICA: MÁS ALLÁ DEL SUBURBIO?

En la década de los setenta de la pasada centuria, en plena expan-sión descontrolada del suburbio en Estados Unidos, dicho proceso era analizado como un hecho totalmente contemporáneo que había eclosionado tras finalizar la Segunda Guerra Mundial o, al menos, a lo largo del siglo xx. Advertíamos en la introducción de esta pu-blicación, que considerábamos este tipo de posturas historiográficas un error. Kenneth Jackson es el que desempolva con más claridad la complejidad del crecimiento de las ciudades decimonónicas para re-chazar estas hipótesis. Primero, recopila cinco definiciones de la des-concentración urbana propias de la literatura especializada; segun-do, analiza cada una de ellas para demostrar que todas las llamadas tendencias suburbanas etiquetadas como «nuevas» tenían un siglo o más de antigüedad. Por ejemplo, la primera de las definiciones que volvemos a reproducir, dice lo siguiente:

La desconcentración urbana es un proceso que se traduce en un aumento de la proporción de personas, de un área determinada, que vive fuera de la ciudad central (Jackson, 1975: 113)48.

Dicha explicación de la desurbanización se refleja en las tasas de crecimiento de unas áreas previamente definidas como «periferias superiores» y otras como «centros» (véase tabla 3.3). Lo que resul-ta indudable para Jackson es que, analizando el comportamiento poblacional de estos dos escenarios, resultan evidentes los procesos de desconcentración —en este caso suburbanos o de primer ni-vel— de Nueva York, Boston o San Luis, entre otros, durante el siglo xix49.

la Grande Croisée y otras operaciones urbanísticas ideadas por el barón Haussmann en el París de Napoleón III, resulta muy claro a este respecto que: su ejecución ocasionó la desaparición de barrios enteros y, en consecuencia, precipitó una ma-siva e improvisada expulsión de ciudadanos pobres hacia el suburbio o banlieue de la capital francesa.

48 Traducción del original.49 En este caso, Jackson presenta los datos del estudio de Schnore, los cuales

apuntan a una clara desconcentración urbana durante el siglo xix de, al menos, diez ciudades estadounidenses: Nueva York, Cincinnati, San Francisco, New

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tabla 3.3. Comparativa de tasas de crecimiento poblacional (1790-1860)

Metrópolis1790-1800

1800-1810

1810-1820

1820-1830

1830-1840

1840-1850

1850-1860

Nueva York

Ciudad 82,7 59,3 28,4 63,8 54,4 64,9 37,8

Suburbios 48,3 35,1 63,0 114,6 135,4 167,3 38,3

Boston

Ciudad 36,1 35,5 28,1 41,8 38,5 61,0 29,9

Suburbios 36,8 34,8 25,7 35,2 44,8 84,7 33,8

San Luis

Ciudad * * 187,4 27,3 181,4 51,8 20,0

Suburbios * * 33,3 52,6 135,9 309,9 100,7

Fuente: Jackson, 1975: 115.

La tesis de Amos H. Hawley50, la cual aseveraba que la dispersión poblacional de las metrópolis estadounidenses comenzaba en los años veinte del siglo xx, quedaba con claridad cuestionada. Utilizando las cuatro definiciones restantes con sus respectivos ejemplos históricos (véase tabla 3.4), Jackson, al igual que Schnore51, legitima perfecta-mente la idea de que la desconcentración urbana tuvo su primer cénit en el siglo xix. Evidentemente, dicha desconcentración para el histo-riador quedaba constreñida, limitada, por el suburbio.

Heaven, Boston, Albany, Baltimore, San Luis, Scranton y Duluth (Schnore, 1959: 202).

50 Tesis expuesta en su libro The Changing Shape of Metropolitan America: Decon-centration since 1920, con las siguientes palabras: «Few phenomena are more repre-sentative of the trend of modern society with its increasing emphasis on large-scale organization than is the emergence and rapid development of the metropolitan com-munity during the past fifty odd years [...] In contrast to the compact city of the ni-neteenth century the radial scope of which seldom exceeded ten miles, the expanded or metropolitan community embraces in a single organization the cities, villages and other minor civil divisions lying within a radial distance of thirty-five miles or more from a central or core city» (Hawley, 1956: 1).

51 Leo F. Schnore (1959: 200) también se mostró muy escéptico a la hora de encuadrar lo que él denomina «descentralización metropolitana» como un patrón de dispersión residencial propio del escenario de la segunda posguerra mundial.

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tabla 3.4. Definiciones y ejemplos sobre la desconcentración urbana (d.u.) del siglo XIX, según Jackson

DEF. 1

«La d.u. es un proceso de redistribución de la población que se traduce en una nivelación de las densidades residenciales dentro de un área urbanizada».

Ejemplo histórico: el proceso de desconcentración iniciado en Filadelfia en 1850. Si en 1820 la relación entre la densidad poblacional de las áreas más pobladas de la ciudad respecto de la de los suburbios era de 70 a 1, en 1860 era de 4 a 1.

DEF. 2

«La d.u. es un proceso de redistribución de la población en la que la zona central experimenta una pérdida absoluta de población y una reducción de su densidad residencial».

Ejemplo histórico: en Filadelfia, los siete distritos de la ciudad vieja situados entre Vine y South Street alcanzan su punto máximo de población en 1830 para comenzar a perderla a partir, sobre todo, de la guerra civil. De la misma manera, ciudades como Nueva York, San Luis y Baltimore verían a lo largo del siglo XIX una clara pérdida de población de sus barrios más céntricos a favor de sus periferias.

DEF. 3

«La d.u. es un proceso de redistribución de la población que da lugar a una correlación positiva y directa entre el estado socioeconómico y la cada vez mayor distancia de la residencia respecto del distrito central —y de negocios— de la ciudad».

Ejemplo histórico: a medida que los medios de transporte mejoraban, y era factible ubicar la residencia más cerca del saneado campo, el estatus de los habitantes de la periferia en ciudades como Filadelfia, Boston, San Francisco, Nueva York también aumentó.

DEF. 4

«La d.u. es un proceso de redistribución de la población que se traduce en aumento de la distancia geográfica entre el lugar de trabajo y lugar de residencia».

Ejemplo histórico: desde que el ómnibus tirado a caballo en Nueva York fuese inaugurado en 1820, con una ruta fija y de acuerdo a un horario regular y a un precio claramente establecido, la separación entre el lugar de trabajo y lugar de residencia ha ido aumentando en gran medida.

Fuente: Jackson, 1975: 113-140 (traducción propia).

¿Hubo desconcentración más allá de los suburbios de las ciu-dades de hace dos siglos? El estudio de Conzen (1977) sobre la evolución metropolitana de Estados Unidos es bastante elocuente a este respecto. Partiendo de la imposibilidad de estudiar con detalle los flujos migratorios inter e intraurbanos del país norteamericano durante el xix y principios del xx, este autor utiliza una curiosa fuente de información secundaria: el análisis de los vínculos e in-teracciones monetarias de la banca52. Teniendo como epicentros las ciudades de Nueva York y Chicago, Conzen (1977: 108) traza un mapa de dichos flujos para determinar que entre 1880 y 1910 el sistema urbano estadounidense ya había madurado, detectando en él la emergencia de nuevos subsistemas regionales y la creciente interdependencia de nuevas metrópolis. Si la sola profundidad de

52 Borchert (1972: 358) también utiliza esta particular fuente de datos en su artículo «America’s Changing Metropolitan Regions».

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estos vínculos financieros ya era tan compleja y de gran alcance geográfico, podemos vaticinar, con cautela, que los flujos migra-torios también lo eran más allá de las inercias «campo-ciudad» o «ciudad-suburbio».

El trabajo histórico de Pooley y Turnbull sobre los movimien-tos migratorios en la Gran Bretaña del siglo xix apunta claramente hacia esta hipótesis, respaldándola con unas contundentes eviden-cias empíricas —de carácter cualitativo— nacidas de la recolección de centenares de historias de vida individuales y familiares53. El pri-mer paso que dan sendos investigadores es el de descartar que la migración rural-urbana fuese el tipo más común de movimiento residencial; al contrario, esta idea preconcebida dejaba de lado el análisis de las migraciones interurbanas hacia emplazamientos más pequeños, que los individuos realizaban durante toda su trayectoria vital. En el intervalo de 1840-1879 calculan que el 75,3% de los habitantes que abandonaban una ciudad de entre 60.000 y 80.000 residentes se mudaban hacia otros emplazamientos residenciales de menos población (véase tabla 3.5). Analizando cada uno de los pe-riodos restantes de la tabla siguiente se llega a conclusiones seme-jantes.

tabla 3.5. Porcentaje de personas que abandonaron pueblos y ciudades de diferentes rangos poblacionales hacia entidades más pequeñas (Gran Bretaña)

Tamaño de la entidad de origen 1750-1839 1840-1879 1880-1919 1920-1994 Todos

5.000 66,7 55,1 42,3 46,4 50,7

10.000-19.999 75,0 60,3 56,4 47,5 56,6

20.000-39.999 76,6 64,6 58,4 57,1 60,2

40.000-59.999 95,0 68,2 63,0 65,5 65,7

60.000-79.999 91,9 75,3 69,3 67,7 72,0

80.000-99.999 71,8 85,4 73,4 70,8 70,3

> 100.000 * 94,0 89,6 92,6 91,8

Total unitario de migraciones registradas hacia entidades más pequeñas

730 2.486 3.641 4.536 11.393

Fuente: Pooley y Turnbull, 1996: 514-516.

53 Los cálculos de estos autores se establecen a partir de nada menos que 16.091 historias de vida migratorias (Pooley y Turnbull, 1996: 514-516).

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Si hubiese alguna tentación de pensar que tales movimientos mi-gratorios responden a un proceso de suburbanización clásico, Pooley y Turnbull tienen mucho cuidado en negarlo:

Se podría sugerir que muchos movimientos de grandes a más pe-queños espacios eran, en efecto, suburbanización, con personas que migran a pueblos y ciudades pequeñas enredadas en la expansión de las aglomeraciones urbanas más grandes. Sin embargo, solo el 8,2 por ciento de tales movimientos se producían a menos de cinco ki-lómetros, y la distancia media de la migración descendente en la jerarquía urbana era de alrededor de 79 kilómetros (Pooley y Turn-bull, 1996: 518 )54.

Por ejemplo, retomando el intervalo anterior de 1840-1879, las personas que se desplazaban hacia entidades de población más pequeñas de media hacían un recorrido de 75,8 kilómetros. Seme-jante distancia es propia de un proceso de contraurbanización —no olvidemos que la escala de dicho desplazamiento en estos años era realmente considerable—. De manera implícita, por lo tanto, esta investigación defiende con solvencia la idea de que en pleno siglo xix ya existieron procesos de desconcentración urbana de tercer nivel. De manera explícita, niega que la contraurbanización —que de manera muy detallada se abordará en capítulos posteriores— tenga su origen en la década de 1970 (Pooley y Turnbull, 1996: 523).

En conclusión, Pooley y Turnbull haciendo una clara —y críti-ca— referencia a los trabajos de Beale (1975, 1977) y Berry (1976, 1980), entre otros, demuestran que los fenómenos contraurbaniza-dores son procesos de largo recorrido histórico que irían ganando un peso mucho mayor en la segunda mitad del siglo xx.

Como trasfondo de esta época, no se deben pasar por alto las le-yes de las migraciones de Ravenstein enunciadas en el año 1885. Una de ellas, probablemente la de mayor calado y aprobación hasta hace pocas décadas en las ciencias sociales, postulaba que las migraciones más importantes son las que van desde las áreas rurales hacia los gran-des centros urbanos, del comercio y de la industria. No obstante, en un resquicio de la explicación científica sobre este flujo migratorio campo-ciudad, resulta bastante claro que este geógrafo deja en su

54 Traducción del original.

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cuarta ley una puerta abierta a la posibilidad de la existencia de movi-mientos de carácter centrífugo ciudad-campo: «los flujos migratorios principales —dice Ravenstein (1885: 199)— generan unas corrientes compensatorias de sentido inverso».

Todas estas cuestiones y matizaciones confluyen en la idea de que el siglo xix, sin duda, fue la centuria que consolidó el subur-bio desde unos parámetros ya contemporáneos; pero también es una época en la que existieron evidencias históricas y hasta modelos teóricos, que prueban y anticipan, respectivamente, la profundi-dad alcanzada por los procesos desurbanizadores. En el estudio de Martí-Henneberg sobre la evolución regional de la población euro-pea, se incluye un mapa de densidades poblacionales del año 1870 en donde se empiezan a definir los hinterlands de muchas urbes europeas, con muchos kilómetros cuadrados de extensión. Este au-tor, además, demuestra que existe una muy alta correlación entre la densidad de una fecha tan distante como la del año 1870 y la del año 2000, puesto que «los factores generales que han determinado la ubicación de la población en Europa y su estructura regional han permanecido básicamente sin cambios» (Martí-Henneberg, 2005: 269 y 276).

Del conjunto de estas evidencias se puede deducir que casi todas las cartas que atañen a los fenómenos de desconcentración urbana, ya estaban sobre la mesa en el siglo xix.

3.6. EL DILEMA ENTRE LA IDEA Y LA INFRAESTRUCTURA

En una recensión escrita por William H. Wilson (1991) se contrasta-ba el contenido de los libros de Margaret Marsh (1990) —Suburban Lives— y de Michael H. Ebner (1988) —Creating Chicago´s North Shore: A Suburban History—. La obra de Marsh, como hemos visto, centra el origen del suburbio estadounidense en aspectos valorativos, intangibles, tales como el de la ideología de lo doméstico o la cons-trucción de la privacidad femenina alejada de los males endémicos de las ciudades. Al contrario, el trabajo de Ebner, en la estela del de Warner y su estudio sobre el crecimiento suburbano de Boston, concede una importancia capital para explicar el mismo fenóme-no, además de a los deseos de habitar una periferia más saludable, a otros elementos sobre los que Marsh no profundiza (Wilson, 1991: 240): políticas urbanas concretas, aspectos geográficos y, sobre todo,

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mejoras tecnológicas del transporte, materializadas en la inaugura-ción en 1855 de la primera línea de tren, gracias a la cual crecieron los suburbios en las orillas del lago Michigan al norte de Chicago.

Dando un paso más, si uno de los objetivos finales de este trabajo es el de la construcción de un mapa teórico que recoja los principales paradigmas causales adscritos a estos fenómenos, habrá que establecer unos primeros criterios clasificatorios para empezar a esbozarlo.

En realidad, al igual que la dicotomía de argumentos empleados por Marsh y Ebner en sus libros, este capítulo bascula entre elemen-tos enraizados en un esquema bipolar y filosófico que encaja en los preceptos del materialismo histórico marxista más clásico. Este, sin más pretensiones que las pedagógicas o ilustrativas, puede ayudarnos a discernir cuál es la razón de ser de la desconcentración urbana. ¿Obedece, pues, el fenómeno a una causalidad estructural nacida de las mejoras técnicas sobre unos medios de producción concretos, que posibilitaron una verdadera revolución de los transportes y muta-ción, a la baja, en la percepción de las distancias cotidianas a recorrer? Al contrario, ¿es la desconcentración urbana una migración azuzada por una causalidad superestructural, esto es, por valores ideológicos como el de la privacidad o una concepción romántica de la naturale-za? ¿Son «las ideas» o «los tranvías» los que encendieron el motor de la suburbanización o de la contraurbanización? Primero, obviando que para la tradición marxista más ortodoxa la relación entre la es-tructura y superestructura que modela la forma y dinámica de las sociedades es completamente unidireccional55 —lo cual es una cues-tión difícilmente comprobable en muchos casos—; y, segundo, sien-do conscientes de la infinidad de críticas recibidas por las versiones más ingenuas del materialismo histórico —empezando por las del propio Weber—56, este esquema conceptual sigue siendo válido a la hora de examinar las interacciones entre los factores tecnológicos, económicos, sociales e ideológicos tan determinantes en el ámbito de la sociología urbana (véase tabla 3.6).

55 La explicación definitiva de este modelo la realiza Marx (1859: 37-38) en el prólogo del libro la Contribución a la crítica de la economía política.

56 Además de las primeras críticas de Weber (1905: 99-100), consúltese el trabajo de Reiss (1996: 52-57) que profundiza en los puntos débiles actuales del materialis-mo histórico, sobre todo en lo que se refiere a su sesgo determinista.

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tabla 3.6. Materialismo histórico y desconcentración urbana (d.u.)

Superestructura

Ámbito de las formas de conciencia (jurídicas, políticas, ideológicas) relacionadas con la desconcentración urbana.

Ejemplo: la aspiración romántica-burguesa de vivir en el campo para las incipientes clases medias a finales del siglo XIX, se hace plausible gracias a la extensión del ferrocarril.

���� ����Estructura

Ámbito de las relaciones de la producción relacionadas con la desconcentración urbana.

Ejemplo: la producción y construcción intensiva de nuevas líneas de ferrocarril.

Fuente: Elaboración propia.

Partiendo de dicha interacción, hoy un lugar común que atesti-gua en cierto sentido el éxito sociológico de Marx (Reiss, 1996: 52), se pueden clasificar todas las propuestas que han tratado de discernir el origen de la desconcentración urbana en el siglo xix con cierta eficiencia, como ya apuntábamos en el capítulo introductorio, de la siguiente manera:

• Primero, identificando dos primeras explicaciones sobre el origen de la desconcentración urbana, centradas exclusiva-mente en el origen del suburbio, y que se han catalogado bajo el nombre de «la importancia de los valores, motivaciones y preferencias residenciales» —de naturaleza superestructu-ral— y «la emergencia de nuevas infraestructuras y medios de transporte» —de naturaleza estructural—. Hay que aclarar, no obstante, que puede haber autores cuyos trabajos ocupen un lugar intermedio entre ambas teorías.

• Segundo, distinguiendo las argumentaciones de los autores decimonónicos de los que, en años posteriores, estudiaron es-tos complejos cien años.

Por supuesto, durante todo el siglo xx y principios del xxi se irán sumando muchas más variables y enfoques dentro de las particulares ramificaciones teóricas de la desconcentración urbana. La tabla infe-rior es un punto de partida (véase tabla 3.7) del que debemos extraer una primera observación: la intrínseca multicausalidad de este fenó-meno a la que apuntan muchos de los autores citados. Por este mo-tivo, resultará muy complicado, en ocasiones, establecer qué factores estructurales priman sobre los superestructurales, y viceversa.

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tabla 3.7. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana

Teorías sobre el origen causal de la d.u. en el siglo XIX

Teoría superestructural

La importancia de los valores, motivaciones y preferencias residenciales

Matizaciones teóricas: la elección de la residencia suburbana se ve fuertemente apoyada por la consolidación de una nueva privacidad doméstica y por la idealización romántica, higienista y popular de la naturaleza

Autores decimonónicos y de inicios del siglo XX: FLETCHER (1891); SORIA (1894); HOWARD (1898); WEBER (1899); WELLS (1902)

Estudios sobre el siglo XIX: EBNER (1988); FISHMAN (1987); MARSH (1990)

Teoría estructural

La emergencia de nuevas infraestructuras y medios de transporte o comunicación

Matizaciones teóricas: el desarrollo del transporte marítimo y ferroviario modifican el transporte inter e intraurbano decimonónico de una manera inédita en la historia de las ciudades

Autores decimonónicos y de inicios del siglo XX: FLETCHER (1891); SORIA (1894); WEBER (1899); WELLS (1902); ZUEBLIN (1905)

Estudios sobre el siglo XIX: WARNER (1962); BORCHERT (1972); EBNER (1988); KOSTOF (1992); WESOLOWSKI (2003); SCHOTT (2003)

Fuente: Elaboración propia.

En cualquier caso, la enseñanza fundamental del siglo xix, a nuestro juicio, es una: los procesos de suburbanización alcanzan una más que notoria presencia en el mundo metropolitano en formación, y suponen una oportunidad única para mejorar la calidad de vida de la ciudadanía —al menos, la de condición burguesa—. ¿Hasta qué punto este primer nivel de la desconcentración urbana podría con-vertirse en un eslabón territorial hegemónico a expensas de la propia ciudad compacta tradicional?

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4. COCHES, DEPRESIÓN ECONÓMICA Y PRIMERAS TEORIZACIONES: 19001945

4.1. LAS ANTICIPACIONES DE WRIGHT

Los primeros compases del siglo xx vieron alumbrar algunos de los dise-ños urbanísticos de mayor repercusión en el imaginario arquitectónico internacional; la cité industrielle de Tony Garnier y el proyecto de la città nuova de Antonio Sant´Elia podrían ser dos de sus máximos exponentes. Sin embargo, la ciudad utópica del arquitecto Frank Lloyd Wright es la que tiene una evidente repercusión en los ritmos y planificación de los fenómenos internacionales de desconcentración urbana, especialmente en Estados Unidos. Su propuesta, acuñada con el nombre de broadacre city, daría un paso definitivo hacia la total aprobación de las formas de vida tanto suburbanas como exurbanas durante todo el siglo xx.

Al igual que Howard y su modelo de ciudad jardín, esta utopía urbana presentada en el libro The Disappearing City (Wright, 1932) estaría configurada por comunidades relativamente autónomas que, en este caso, albergarían a 1.400 familias (Wright, 1935: 348). Cada una de ellas, compuesta por un número medio de cinco personas, disfrutaría, gracias a la ecuánime redistribución del territorio por par-te del Estado, de un acre de superficie coronado por una casa unifa-miliar en propiedad.

Esta propuesta era una clara alternativa a la ciudad congestio-nada propia de la naciente centuria, con un uso del espacio muy limitado y, sobre todo, alienante para un individuo sumido en una masa social contraria al ejercicio de los valores de una sociedad de-mocrática (Wright, 1958: 35). No cabía la menor duda: toda urbe debería volver a mirar hacia el campo, hacia el rural tan idolatrado por los valores de la filosofía jeffersoniana —y de la que Wright fue un claro defensor—1 que tanta importancia tuvo en el imaginario configurador del suburbio decimonónico.

1 Consúltense Wright (1932: 12-14) y Nelson (1995: 339).

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¿Cómo puede hacerse factible una total apuesta por una forma radical de desconcentración urbana, como lo era la «ciudad extensiva» de Wright? A diferencia de Herbert G. Wells en sus «anticipaciones»2, el universal arquitecto había visto en primera persona las posibili-dades que brindaban los adelantos técnicos fraguados durante la eclosión de la Segunda Revolución Industrial (capitaneados por la generalización del uso del automóvil)3. El conjunto de todas estas invenciones podía dejar atrás una anticuada concepción del mundo urbano:

Las tres grandes invenciones que están construyendo las ciudades extensas [...] son: 1. El automóvil: la movilización general del ser humano. 2. Radio, teléfono y telégrafo: la completa intercomuni-cación eléctrica. 3. Producción mecánica estandarizada (Wright, 1935: 348)4.

No obstante, para garantizar el éxito de este modelo de ciudad, sin un centro definido y orgánicamente entrelazado con el campo5, había que garantizar el pleno dominio del tiempo y del espacio para el máximo disfrute de la individualidad en su concepción liberal y deci-monónica más pura6. Había, en definitiva, que recuperar los valores del

2 Hay que matizar, como también lo hace Hall (1988: 287), que Wells llegó a intuir que habría en el futuro importantes compañías de ómnibus a motor que, en competencia directa con los ferrocarriles suburbanos, «tratarían de crear un nuevo tipo de carreteras privadas, en las que pudieran viajar a la máxima velocidad que les permitieran sus vehículos» (Wells, 1902: 17).

3 Esta percepción, indica Hall, no fue una idea única de Wright. Los denomi-nados «desurbanistas soviéticos» de los años veinte, con Moisei Ginzburg y Moisei Okhitovich a la cabeza, pensaban que los nuevos usos tecnológicos de la electri-cidad y, por supuesto, el automóvil acabarían vaciando las ciudades (Hall, 1988: 296).

4 Traducción del original.5 La diferencia básica de la broadacre city con la ciudad jardín de Howard pre-

cisamente estriba en la defensa de una extrema dispersión residencial, esbozada sin ningún tipo de centralidad definida de antemano. El modelo de Howard se centra, al fin y al cabo, en la compacidad, en la simetría y en una más clara vocación urbana (Fishman, 1977: 92).

6 En nuestra opinión, era este el objetivo último que, para Wright, debía satisfa-cer su modelo ideal de ciudad: «The basis of the whole is general decentralization as an applied principle and architectural reintegration of all units into one fabric; free use of the ground held only by use and improvements; public utilities and govern-ment itself owned by the people of broadacre city; privacy on one´s own ground for

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país en donde la libertad del individuo debía alcanzar las mayores cotas de desarrollo (Wright, 1932: 12). Para ello, cada ciudadano debía tener su propio automóvil y, como no podía ser de otra manera, la movilidad de millones de vehículos privados debería ser preservada a través de la construcción de una tupida red de autopistas, de trazados limpios, que comunicasen los extremos de cada «acre unifamiliar» con los extremos del siguiente, y así sucesivamente.

Al problema del tráfico se le ha prestado especial atención, ya que cuanto más cómoda y fácil sea la movilización más pronto llegará la ciudad extensa [...] Autopistas de múltiples carriles consiguen un viaje seguro y agradable. No hay pasos a nivel ni giros a la izquierda bruscos. El sistema de carreteras y su construcción es tal que no hay señales ni farolas que necesiten ser vistas (Wright, 1935: 348)7.

No cabe duda de que, durante las cinco primeras décadas del siglo xx, la idealización utópica de Wright sobre una forma posi-ble de desconcentración urbana se empezó a cumplir de una manera perversa. La progresiva consolidación de una extraña broadacre city, con índices de densidad poblacional cada vez más bajos, y con una ingente cantidad de asfalto mezclada con interminables sucesiones de casas unifamiliares, nace en los años que configuran el contenido de este capítulo8.

all and a fair means of subsistence for all by way of their own laboratory or in com-mon offices serving the life of the whole» (Wright, 1935: 349).

7 Traducción del original.8 Es un debate abierto si el modelo de la Ville Radieuse de Le Corbusier, presen-

tado por primera vez en el año 1922, ha tenido un calado importante a la hora de desconcentrar la ciudad mediante una eficiente separación de sus funciones sociales y económicas, una integración de amplios espacios verdes en su planta y una preo-cupación enorme por la mejora del tráfico. Más bien, como argumenta Hall (1988: 219), la propuesta del arquitecto francés ha sido la de descongestionar los centros urbanos aumentando la densidad de los mismos apoyándose en la edificación en altura y en la construcción de miles de viviendas-celda de máxima funcionalidad destinadas a la habitación de las clases obreras. A diferencia de Wright, que pensaba «de lo urbano hacia el rural», Le Corbusier era un defensor «de lo urbano hacia lo ur-bano» y la concentración planificada de las personas en el menor espacio posible. De hecho, su megalómano y segregacionista, espacial y socialmente hablando, proyecto de «ciudad radiante», estaba destinado a reconstruir el centro de París sextuplicando su población original. Cabe decir que muchos suburbios y polígonos residenciales de las ciudades europeas —especialmente francesas, italianas y españolas— han sido

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4.2. Y EL COCHE LLEGÓ A LOS ÁNGELES…

Nadie pone en cuestión que la chispa de genio que tuvo Henry Ford en la primavera de 1913, a la hora de introducir la cadena de montaje móvil en sus fábricas, fue una verdadera y absoluta revolución en la organización social del trabajo de la humanidad. Los efectos que esta mejora industrial tuvo sobre el abaratamiento de su mítico modelo Ford T son irrefutables9. En este sentido, no hubo un medio de trans-porte de masas que haya transformado tan radicalmente las ciudades y con tanta rapidez como el automóvil. Para muchos autores y ur-banistas (Borchert, 1967; Baldasare, 1992), y evidentemente para el propio Wright, su imparable presencia en las calles de las metrópolis mundiales marcaría una era nueva que se inaugura en la primera mi-tad del siglo xx.

Aunque la eclosión del uso privado del automóvil llegaría tras la Segunda Guerra Mundial, las cifras de producción de Estados Uni-dos en los años veinte son espectaculares: en 1927, nada menos que el 85% de los coches del mundo se construían en el país nortea-mericano —nivel que se mantuvo hasta los años cincuenta— (Hall, 1988: 287). Si en el año 1915 circulaban por las carreteras de esta nación 2 millones y medio de vehículos (Wood, 1979: 57), en 1929 ya circulaban 26 millones y se fabricaban anualmente 4,8 millones de unidades (Ebner, 1985: 376). La necesidad de canalizar semejante transformación en el transporte de las masas pronto llevaría al go-bierno estadounidense a desarrollar un primer y ambicioso programa de construcción de carreteras que, en el año 1925, superaría el billón de dólares de coste anual (Ebner, 1985: 376). Hay que precisar, no obstante, que unos años antes —entre 1913 y 1921— se construía la primera autopista del mundo en Berlín10.

construidos bajo estos patrones arquitectónicos en espacios de fuerte presión especu-ladora o con una escasa dotación de suelo urbano edificable.

9 Según Köhler y Artiles (2007: 389), gracias a la cadena de montaje «el tiempo necesario para la producción del coche se redujo de 12,5 horas —1908— a 93 mi-nutos —1914—, mientras que el precio pasó de 850 US $ —1908— a 290 US $ —1914—».

10 La construcción de un sistema de autopistas alemanas de más de 600 millas de longitud, pergeñado durante la República de Weimar, fue, debido a su magnitud y la cantidad de mano de obra empleada, uno de los puntales propagandísticos empleado por la clase política nazi (Hall, 1988: 290-292).

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Obviamente, el hecho de que en las primeras décadas del siglo xx el automóvil pusiese a tiro de piedra distancias promedio de 25 millas a recorrer en tan solo una hora, y abrir un espacio accesible en una jornada de viaje de varios cientos de millas (Hawley, 1981: 148), iba a tener un claro efecto sobre la configuración de las metrópolis mundiales y el valor del suelo11.

Por primera vez, automóviles y camiones podían moverse en cualquier dirección con total flexibilidad, siguiendo cualquier ruta urbana. Por primera vez, familias o individuos podían romper su de-pendencia con los medios de transporte existentes, totalmente masi-ficados, presos de irregulares y cambiantes disciplinas horarias y una obligación de pago rutinaria de caros billetes. El automóvil podía disociar definitivamente el lugar de trabajo con el de la residencia. Qué mejor lugar para vivir que un suburbio donde morar a varios kilómetros del centro de trabajo, y rozar la promesa cada vez más accesible de una calidad de vida mejor e idéntica, en esencia, a la per-seguida por el «familismo suburbano» del siglo xix (cuyos puntales, recordemos, eran los siguientes: naturaleza12, estabilidad, privacidad, familia y propiedad). Desde las bedrooms communities más humildes hasta los suburbios de una pujante clase media, blanca y de «cuello blanco»13, en Estados Unidos se empiezan a rodear los centros urba-nos de carreteras «como las capas de una cebolla» (Hayden, 2003: 97) recorridas incesantemente por los coches.

La ciudad de los Ángeles es, sin duda, la primera expresión de un agudo fenómeno de desconcentración urbana asociado indisoluble-mente al uso del coche privado y a un transporte público reducido

11 El teléfono ha sido durante esta época otra invención técnica que determinó la diversidad y complejidad de los sistemas metropolitanos de principios y mediados del siglo XX. Sobre la historia del teléfono y su relación con la desconcentración urbana, consúltense Abler (1977) y Gottmann (1977).

12 El hábito de viajar a parques naturales nacionales, la puesta en marcha de motor-camps o conducir, como pasatiempo, hacia las zonas rurales próximas a las grandes ciudades, fueron los usos ociosos más visibles del automóvil en Estados Uni-dos durante las primeras décadas del siglo XX. La naturaleza, para las clases urbanas medias, empezó a ser totalmente accesible. El ambiente híbrido del suburbio era la plataforma perfecta para reproducirla sin apartarse de las ventajas de la ciudad (Bun-ce, 1994: 118-122).

13 Dice Baldassare sobre la composición social y laboral de los suburbios de prin-cipios del siglo XX: «Their social composition was predominantly white, family-oriented, and middle class. Most of the employed residents commuted to white collar jobs in the industrial city» (Baldassare, 1992: 476-477).

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a la mínima expresión. En el año 1930, el condado de los Ángeles concentraba un volumen de 800.000 automóviles, «dos por cada cin-co personas» (Hall, 1988: 294-295). Pronto, el colapso progresivo de su centro urbano fue determinante a la hora de expandir una ne-bulosa de edificaciones y empresas solo conectadas por un verdadero enjambre de autopistas. Semejante paisaje, que alcanzaría temprana-mente su paroxismo en el barrio de Beverly Hills (Clapson, 2003: 26), sería una perfecta anticipación del paisaje suburbano y rururba-no predominante tras la Segunda Guerra Mundial14.

4.3. PLANIFICACIÓN ESTATAL Y PIEZAS PREFABRICADAS

El automóvil, aunque decisivo en muchos aspectos, no fue el único factor que empezó a universalizar el suburbio de clase media. La ma-duración del urbanismo como disciplina y la racionalización estatal de un mercado de la vivienda, dejado tradicionalmente al albur de la mano invisible de Adam Smith, son otros elementos clave que irán ganando un peso decisivo a la hora de orientar los cauces de la descompresión de las ciudades. Estados Unidos e Inglaterra, una vez más, serán los primeros laboratorios de una nueva manera de en-tender la planificación urbana, especialmente en las áreas periféricas que suponían, en su conjunto, un inmediato reto en lo tocante a la ordenación del tráfico, la residencia, el comercio, los servicios y la zoni-ficación del suelo15.

El periodo de entreguerras fue el que obligó a Inglaterra a mover la primera pieza de la regulación estatal de la vivienda. Libros de un fuerte contenido reformista y de gran popularidad, como el del

14 Otro ejemplo de cómo el automóvil tendría una impronta decisiva en la con-figuración de la desconcentración urbana de estos años, es el estudio realizado por Hoffman (1992) sobre la configuración y crecimiento del suburbio de Mt. Lebanon, situado en Pittsburgh, Pensilvania.

15 Sobre una preocupación creciente por la zonificación, recalificación de solares y regulación de los edificios en altura y tamaño, Hall se muestra muy escéptico sobre sus iniciales resultados en las ciudades más importantes de Estados Unidos. «En lugar de ofrecer mayor justicia social a los pobres encerrados en los barrios de Nueva York y Chicago, el sistema de urbanización y zonificación de los años 1920 fue utilizado precisamente para mantener a toda esa gente fuera de los nuevos barrios residenciales suburbanos que habían empezado a ser construidos a lo largo de las líneas de tranvía y metro» (Hall, 1988: 70).

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capitán Richard Leopold Reiss (1919: 6 y 52) titulado The Home I Want y editado en 1919, defendían claramente la importancia de la intervención pública para garantizar la obligación moral de pro-porcionar moradas dignas y asequibles a millones de veteranos de guerra que tenían ante sí una complicada reinserción social y laboral en la vida civil. Sea como fuere, debates como estos y las progresivas reclamaciones de la clase trabajadora, que había alimentado la ma-quinaria bélica de toda Europa, consiguieron que en menos de dos décadas se construyesen en Inglaterra «más de un millón de casas, la mayoría unifamiliares y con sus propios jardines, en ciudades satéli-te que se situaron en la periferia de las grandes urbes» (Hall, 1988: 77). Hall pone como ejemplos de esta iniciativa las construcciones de Wythenshawe en Manchester, de Speke en Liverpool o de Becontree en Londres.

En Estados Unidos, inmediatamente después de su triunfo electoral en 1933, el presidente Franklin D. Roosevelt impulsa enérgicamente un gigantesco paquete de medidas económicas, de-nominado New Deal, para intentar atajar la gigantesca depresión nacida del crack bursátil del veintinueve. Dentro de dicho plan se contempla la creación de dos nuevos órganos administrativos —The Home Owners Loan Corporation (HOLC) y The Federal Housing Administration (FHA)— encargados de regular y reac-tivar, desde el intervencionismo estatal keynesiano más ortodoxo, el mercado de la vivienda y la paralizada iniciativa económica del sector privado de la construcción en Estados Unidos. Ambos apara-tos institucionales ayudarían conjuntamente, en palabras de Ebner (1985: 378), «a exacerbar la compleja y difícil relación entre la ciu-dad y el suburbio».

La HOLC contribuyó, primero, a tratar de cortar de raíz la amenaza de embargo por el impago de millones de hipotecas y, a diferencia de las prácticas bancarias precedentes, amortizar los inte-reses de los préstamos contraídos con uniformes y bajas cuotas de pago en periodos de tiempo que podían contabilizarse en décadas16. Semejante práctica bancaria, además de acabar con el estigma deci-monónico que rodeaba a toda transacción económica que tuviese

16 Para hacerse una idea de la magnitud de la operación económica llevada a cabo por este órgano, entre 1933 y 1935 la HOLC inyectó más de tres mil millones de dólares para sufragar las hipotecas o prestamos de, al menos, la décima parte de los propietarios de Estados Unidos (Jackson, 1985: 24).

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intereses (Jackson, 1985: 196), puso en el punto de mira de millones de estadounidenses la posibilidad de empezar una nueva vida en una casa unifamiliar suburbana.

Por otra parte, la FHA centró su actividad en subsidiar, median-te préstamos de bajo riesgo, al sector de la construcción para orien-tarlo hacia la rehabilitación de viviendas o la construcción de nuevas iniciativas inmobiliarias. Indudablemente, la segunda opción acabó por desbancar a la primera ante las inmensas posibilidades que ofre-cía una emergente clase media, que volvía a tener dinero en los bolsi-llos y que estaba muy predispuesta a privilegiar las periferias como lugar ideal de residencia. En resumen, la FHA no tuvo solo una re-percusión económica directa, sino también en la reafirmación ideo-lógica del credo WASP: «nuevas casas en vez de las existentes, espacios abiertos en vez de solares edificados, “cuello blanco” en vez de clase obrera, blancos en vez de negros, nativos en vez de etnias» (Ebner, 1985: 37).

Otra de las iniciativas más interesantes surgidas bajo el brazo del New Deal fue el Greenbelt Town Program dirigido por Rexford G. Tugwell, un economista agrícola, bajo los auspicios de la Resettlement Administration (RA). Su propuesta, además de reproducir muchos aspectos de las enseñanzas de Howard e identificarse con la visión pastoral de Roosevelt sobre el mejor modo de vida posible para los estadounidenses (Myhra, 1974: 179), abogaba por la construcción planificada de nuevos suburbios satélite que realojasen a miles de familias campesinas errantes que se habían quedado sin un hogar y sin trabajo durante la Gran Depresión17. De esta manera, se brindaba a todo este colectivo nuevas oportunidades laborales, integrándolo racionalmente en la ciudad e impidiendo que pasase a ser víctima del chabolismo y de la habitación de nuevos slums.

Las denominadas Tugwell´s communities, de un máximo de 10.000 personas, se caracterizarían por proveer a sus habitantes de una tupi-da red de servicios sociales y educativos, y estarían rodeadas por un

17 Los factores de esta gigantesca quiebra del sector primario estadounidense se debió, además de al colapso del sistema bancario y financiero, a la conjunción de dos factores preponderantes: un ingente volumen de fuerza de trabajo desplazada por la mecanización del campo y, sobre todo, la sobreproducción agrícola de los años veinte que no se pudo ubicar en los mercados a precios competitivos (Myhra, 1974: 176). No hay mejor retrato de estas familias agrícolas desheredadas de sus posesiones y de su fuerza productiva, que el reflejado en la obra The Grapes of Wrath escrita por John Steinbeck en 1939.

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cinturón de tierra sin construir que evitaría su dispersión incontrolada (Jackson, 1985: 20). Después de un concienzudo estudio en cientos de emplazamientos posibles, solo se llegaron a construir tres de estas comunidades bajo la fórmula del reasentamiento con el sello de la utopía urbana: Greenbelt en Maryland, Greenhills en Ohio y Green-dale en Wisconsin. Finalmente, este ambicioso proyecto de Tugwell, apodado «Red el Rojo» por los sectores políticos más conservadores del país norteamericano, sería apoyado muy poco por el Congreso e interrumpido y declarado inconstitucional por la Corte Suprema de este país (Myhra, 1974: 184-188).

Por si fueran pocos los pistoletazos de salida que la nueva su-burbia escuchaba en forma de regulaciones estatales cada vez más proclives a su causa, hubo un nuevo factor que, sin duda, ayudaría en Estados Unidos a erigir un nuevo imperio de la vivienda unifamiliar. Si al factor del automóvil y al de la política se le une la emergencia del factor constructivo prefabricado, se obtienen todos los ingredien-tes generadores del primer nivel de la desconcentración urbana de la primera mitad del siglo xx.

En principio, la posibilidad de construir viviendas en serie se debe a las grandes reservas madereras de Estados Unidos y al desarro-llo de un método constructivo muy barato, basado en una estructura interna de madera y en los tacos de dos por cuatro pulgadas del mis-mo material, que se hizo realidad en el 90% de todas las casas unifa-miliares de esta nación norteamericana durante el siglo xx (Jackson, 1985: 13).

Semejante tradición constructiva basada en la madera, y no en el ladrillo o el estuco como en Europa, fue aprovechada por decenas de empresas encargadas de vender en varios plazos, por correo, ca-sas prefabricadas. Tal y como narra magistralmente Dolores Hayden, compañías como la Pacific Ready-Cut Home Company, ofertaban como una venta más a domicilio viviendas modulares, de muy di-ferentes tipos, que podían llegar a tener más de veinte mil piezas. Al margen de los indescifrables manuales que acompañaban a esta peculiar venta, al margen de las innumerables campañas publicitarias que ridiculizaban este tipo de bien de consumo, el fenómeno llegó a estar tan extendido que, en la década de 1920, el propio Instituto Americano de Arquitectos vio amenazado el reconocimiento público de la profesión (Hayden, 2003: 110-117).

La emergente ciudadanía de clase media ya sabía que podía construir cómo y dónde quisiera su sueño como propietario. Está

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claro que la materialización de ese anhelo no se iba a localizar, por supuesto, en las zonas más caras, congestionadas o degradadas de la ciudad.

4.4. LAS TEORÍAS UNIVERSALISTAS

Dicen Harris y Ullman (1945: 7) que «cada ciudad es única en sus detalles pero reflejo de otras en sus funciones y parámetros» y, por lo tanto, es posible explicarla sugestivamente bajo alguna generali-zación típico-ideal válida en todo el mundo. En consecuencia, el entendimiento de los patrones universales subyacentes al creci-miento urbano también era una meta posible, la cual se convertiría en uno de los grandes retos teóricos y empíricos que, en la primera mitad del siglo xx, colmaría el pensamiento de los sociólogos, geó-grafos y economistas urbanos más destacados de su tiempo. El con-junto de estos hallazgos son herederos, en mayor o menor medida, del contexto que acabamos de describir, moldeado por una mayor consciencia planificadora del hecho urbano y reforzado por los ra-dicales efectos que el automóvil y otros medios de transporte po-drían acarrear en la efectiva deslocalización de miles de viviendas. En todo caso, estas aportaciones teóricas trascenderían a su época influ-yendo en el abordaje analítico de los tres niveles de la desconcentra-ción urbana desde ópticas que se reflejarán en este y posteriores ca-pítulos.

La primera de las que hemos denominado como «teorías uni-versalistas» planteaba que el crecimiento de la ciudad podía ser ex-plicado por un modelo teórico de expansión circular muy seme-jante al planteado por Von Thünen un siglo antes. Más allá de los criterios de distancia y del coste del transporte esbozados por este último autor alemán, el sociólogo Ernest W. Burgess emplearía el de la renta o valor del suelo como principal factor detonante de la movilidad intraurbana y de la consecuente composición comunita-ria de las diferentes áreas concéntricas de las que se compone una ciudad18.

18 Sobre la importancia de la relación entre movilidad y el valor del suelo, Bur-gess escribe: «In our studies of the city it is found that areas of mobility are also the regions in which are found juvenile delinquency, boys´ gangs, crime, poverty, wife, desertion, divorce, abandoned infants, vice. These concrete situations show why

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Burgess, uno de los principales teóricos de la ecología humana desarrollada por la Escuela de Chicago, ubicaba los valores del suelo en una ciudad vista como un ecosistema vegetal o animal, cuyo me-tabolismo se ciñe por criterios conflictivos de competición, invasión, sucesión y segregación en el uso del espacio por el que pugnan unas comunidades o vecindarios muy heterogéneos en su composición ét-nica, ocupacional, etc. (Burgess, 1925: 61). El modelo teórico resul-tante, inspirado profundamente en la ciudad de Chicago, lo describe en el siguiente pasaje —quizá uno de los más citados en la historia de la sociología urbana—:

Los procesos típicos de la expansión de la ciudad se pueden ilustrar mejor, tal vez, mediante una serie de círculos concéntricos [...]. Una construcción ideal de las tendencias de cualquier pueblo o ciudad es la de expandirse radialmente desde su distrito central de negocios. Rodeando la zona del centro normalmente hay un área de transición, la cual está plagada de negocios e industria ligera. Una tercera área está habitada por los trabajadores de las industrias que han escapado de zonas en deterioro, pero que desean tener un fácil acceso a su trabajo. Más allá de esta zona se sitúa la «zona resi-dencia» de edificios de apartamentos de clase alta, o de los distritos «restringidos» y exclusivos de viviendas unifamiliares. Aún más le-jos, más allá de los límites de la ciudad, se sitúan las zonas de los «commuters» —áreas suburbanas o ciudades satélite— (Burgess, 1925: 50)19.

Al margen de las múltiples críticas recibidas por esta teorización en lo referente al estudio de las fuerzas centrífugas de la ciudad20, esta planteaba una evidente contradicción: el valor del suelo, el substrato principal del modelo, no seguía una pauta concéntrica o lineal res-pecto de la distancia del centro urbano, en especial en los círculos

mobility is perhaps the best index of the state of metabolism of the city. Mobility may be thought of in more than a fanciful sense, as the “pulse of the community” […] Land values, since they reflect movement, afford one of the most sensitive indexes of mobility» (Burgess, 1925: 40-41).

19 Traducción del original.20 La crítica más evidente es que el nivel socioeconómico de las zonas centrales

e históricas de las ciudades europeas en absoluto podían ser consideradas degradadas o de un bajo valor catastral. Sobre este y más cuestionamientos a estas teorías, consúl-tense Leal (1988: 268) y Chueca (1993: 225).

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exteriores de la ciudad que quedaban reservados a las áreas residen-ciales más exclusivas y a zonas suburbanas o ciudades satélite (Hoyt, 1939: 23). Precisamente, las clases sociales de mayor renta tampoco tenían porque ubicarse en una única franja circular de la ciudad; todo lo contrario, estas podían localizarse en diferentes puntos de la ciu-dad. Homer Hoyt, en su ya clásico estudio The Structure and Growth of Residential Neighborhoods in American Cities, alertaba sobre esta circunstancia:

No hay un patrón geométrico que se sobreponga sobre una ciudad para determinar la ubicación de las áreas de rentas altas y bajas. Cada centro urbano tiene un patrón de áreas de renta que es, hasta cierto punto, único. No hay dos ciudades que tengan un área de renta del mismo tamaño o forma, o en la misma ubicación con respecto al centro de la ciudad (Hoyt, 1939: 73)21.

Las 142 ciudades y periferias estadounidenses analizadas por Hoyt, en consecuencia, no se expandían en círculos concéntricos. Este proceso tenía una forma irregular en donde, partiendo de la existencia recurrente de un CBD (central business district)22, se enca-jaban diferentes sectores cuyos valores del suelo y patrones de renta dependían de la topografía, la localización de industrias y líneas de transporte o la presencia de clases sociales superiores (Hoyt, 1939: 73). Curiosamente este economista le otorga un especial papel en el proceso de desurbanización, excesivo para muchos críticos de su propuesta, a los que él denomina «líderes de la sociedad»: tras la po-blación rica que se oculta en grandes mansiones situadas en las peri-ferias más lejanas en busca de una máxima privacidad, se localizaban suburbios de clase media23. El deseo de escapar del mundanal ruido era el leitmotiv de un complejo proceso de filtrado residencial que

21 Traducción del original.22 En todos los mapas que publica Hoyt, y en donde se aprecia la complicada

evolución sectorial de la ciudad según los criterios enunciados de renta, existe un úni-co y constante CBD. Consúltense, a este respecto, los anexos del libro The Structure and Growth of Residential Neighborhoods in American Cities (Hoyt, 1939: 136-169).

23 Una de las mayores críticas recibidas por el modelo sectorial de Hoyt es su excesiva simplificación del concepto de clase social y, sobre todo, de su exagerada vi-sión de la atracción residencial que ejercían los más ricos y poderosos en los patrones residenciales del resto de la población (Rodwin, 1950: 316).

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favorecía la dispersión poblacional de las urbes (Hoyt, 1939: 120-122; 1959: 503-506).

Un punto crítico del modelo sectorial de Hoyt, el de ser poco sensible al creciente uso del automóvil privado24, supuso el punto de partida de otro intento «universalista» de explicar sistemáticamente el crecimiento urbano. Los efectos ya comentados de la revolucionaria fabricación de millones de coches no pasaron desa percibidos a los geógrafos Chauncy D. Harris y Edward L. Ullman. Según estos au-tores, las ciudades no tenían porque estructurarse alrededor de un único CBD —ya fuese a modo de círculo o sector— o seguir linealmente los trazados de las vías de tren (Harris y Ullman, 1945: 10). Todo lo contrario, las grandes áreas metropolitanas que se estaban formando en los años cuarenta eran un cúmulo de varios núcleos con diferentes especializaciones —residenciales, económicas, industriales o comer-ciales— perfectamente comunicados entre sí mediante carreteras o autopistas, y fruto del desarrollo histórico y de fuerzas que varían enormemente de ciudad en ciudad:

En muchas ciudades el patrón de uso del suelo no se construye en torno a un solo centro, sino en torno a varios núcleos individuales. En algunas ciudades estos núcleos han existido desde los orígenes mismos de la ciudad; en otros se han desarrollado cuando el creci-miento de la ciudad estimulaba la migración y la especialización (Harris y Ullman, 1945: 14)25.

Por tanto, y en lo que concierne al estudio de la desconcentra-ción urbana, esta teoría de los «núcleos múltiples» defiende que las motivaciones que podrían estar detrás de la continua consolidación y emergencia de nuevos suburbios y periferias de baja compacidad se hacían mucho más complejas de entender. Coincidimos con Zárate (1992: 113-114) en que, quizá, esta propuesta, a pesar de su directa inspiración en la ciudad norteamericana, haya sido la que mejor ha resistido el paso del tiempo y la que con más acierto puede explicar

24 Cabe matizar, no obstante, que Hoyt (1939: 120) menciona que uno de los más frecuentes motivos del desplazamiento hacia las periferias de las clases altas es la generalización del uso del coche en un sector concreto de la ciudad —y el ruido, contaminación e inseguridad para los niños que este genera—.

25 Traducción del original.

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en origen la configuración polinuclear de las grandes metrópolis de la era posindustrial.

Más de cincuenta años después de la publicación de esta teoría, Harris escribía un artículo conmemorativo en el cual precisamente, y a modo de autocrítica, alertaba de la necesidad de construir un mo-delo único y complementario al «concéntrico», al «sectorial» o al de «núcleos múltiples», que tratase de desentrañar los patrones de locali-zación y especialización de las cada vez más extensas periferias o franjas suburbanas de muy resbaladiza sistematización teórica y empírica (Harris, 1997: 18-19).

Fuente: Elaboración propia a partir de Harris y Ullman (1945: 1).

figura 4.1. La representación gráfica de las tres principales «teorías univer-salistas»

Otro autor, el geógrafo Charles C. Colby (1933: 3), cuyas apor-taciones pasaron mucho más desapercibidas que las precedentes, tuvo un destacable interés en sistematizar lo que él denominaba mo-vimientos centrífugos inherentes a cualquier área urbana. A pesar de sus dudas sobre si sus reflexiones, nacidas únicamente del territorio estadounidense, podrían ser válidas en países europeos como Ingla-terra, Francia o Alemania (Colby, 1933: 19), trató de sistematizar

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las fuerzas constantes de la desconcentración urbana reduciéndolas a cuatro puntos (no siempre de raíz economicista):

a) La presencia de parcelas de terreno vacías y que pueden ser compradas a bajo coste.

b) La existencia de servicios y medios de transporte adecuados que posibiliten flujos migratorios centrífugos.

c) La localización de enclaves que posean cualidades naturales atractivas (tierras llanas, bien drenadas, con caminos forestales en buen estado, etc.).

d) Poseer un control efectivo sobre el área ocupada (aspecto es-pecialmente importante para algunas funciones residenciales —«no preocuparse por el ruido que uno pueda provocar en su residencia»— o industriales —«disponer de agua ilimita-da»—) (Colby, 1933: 7).

A modo de balance, en nuestra opinión, los hallazgos del con-junto de todas estas teorías dejan un sabor agridulce al abordar los fenómenos de desconcentración urbana. Sus planteamientos hablan de manera excesivamente genérica de lindes urbanos en imaginarios círculos concéntricos exteriores o en determinados sectores de emer-gentes áreas urbanas polinucleares. ¿Quiénes vivían en esas perife-rias?, ¿por qué motivo? ¿Todos los suburbios tenían una vocación residencial o no? ¿Cómo denominar a una zona difusa ubicada entre los lindes de los propios suburbios y el rural más profundo? Todas estas preguntas necesitaban de estudios de una mayor concreción y es-pecificidad.

4.5. PRIMEROS MONOGRÁFICOS SOBRE EL SUBURBIO

Las cuatro primeras décadas del siglo xx fueron una época prolija en la publicación de extensos y documentados trabajos monográficos, que trataban de ahondar en el porqué de la composición social y eco-nómica del primer nivel de la desconcentración urbana. Entreverados en el discurso de autores como Taylor, Douglass o Harris, salen a relucir elementos de suburbia que se proyectarán hasta nuestra actua-lidad y que, sobre todo, nos acercan a la complejidad del primer nivel de la desconcentración urbana con mucha mayor cercanía analítica que el de las anteriores teorías universalistas.

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4.5.1. Taylor y los suburbios industriales

Si en un epígrafe anterior se hablaba de una creciente intervención estatal en la planificación urbana, uno de los primeros monográficos centrados en el estudio de diferentes suburbios industriales de Esta-dos Unidos, editado en 1915 y escrito por Graham R. Taylor, hará una llamada de atención sobre la deriva en el diseño de estas conflic-tivas y emergentes zonas periféricas. Bocetos de ciudades industriales —dice Taylor (1915: 263)— que son, al fin y al cabo, «algo más que esporádicos fragmentos de los cosmos municipales».

Los primeros compases del libro más destacado de Taylor, titu-lado Satellite Cities: A Study of Industrial Suburbs, se centran en ana-lizar la extensión de los bordes de la ciudad, que progresa de mes en mes gracias a la eclosión de la Segunda Revolución Industrial. Uti-lizando datos de la oficina censal sobre el crecimiento de doce dis-tritos industriales entre 1899 y 1909, las conclusiones afloran por sí solas: el incremento poblacional de estas zonas suburbanas ronda el 97,7% frente al 40,8% de las ciudades centrales a las que funcional-mente pertenecen las primeras. ¿Cómo viven los trabajadores, los ciudadanos y las familias de estos espacios que están experimentan-do una transformación social y económica tan vertiginosa?26. Esta es la pregunta que intenta responder el autor durante todo su estudio (Taylor, 1915: 1, 6-7).

En primer lugar, Taylor (1915: 42) alerta de lo equivocado de la estrategia de algunas grandes industrias que se trasladan a los subur-bios, en busca de suelo, servicios (agua y gasolina) y nodos comu-nicacionales (ferrocarril) más baratos y eficientes, dejando atrás, en las zonas congestionadas y degradadas de la ciudad, a la masa de sus trabajadores27 (tal y como había sucedido con la fábrica de Procter and Gamble Company en Cincinnati, Ohio). Esta dislocación entre

26 Sobre la idiosincrasia del suburbio industrial cabe también citar los trabajos, menos relevantes en nuestra opinión, de Nolen (1918) y Ford (1916) —autor muy centrado en los beneficios higienistas de la desconcentración industrial—.

27 Este proceder no siempre se reproducía de este modo. En el magnífico estudio sobre los orígenes de la metrópolis de Bilbao, editado por González Portilla, se descri-be cómo los suburbios industriales de la ría de Bilbao (localizados en Sestao, Baracal-do y Erandio) tienen su origen en los barracones construidos, a finales del xix, en el borde de las nuevas fábricas para paliar las demandas de alojamiento más acuciantes. Las condiciones de salubridad y habitabilidad de estas viviendas destinadas a la clase obrera eran muy deficientes (González, 2001: 84-85).

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la zona de residencia y del trabajo era un grave error logístico que presuponía, además, que los trabajadores no estaban tentados a vivir en los tranquilos suburbios de nueva planta28. Todo lo contrario: una política de naturaleza cívica debía procurar a la clase obrera unas condiciones de vida más saludables y estimular, centrífugamente, la construcción de nuevos vecindarios. Las ciudades jardín inglesas construidas, en especial la de Letchworth, eran el ejemplo a seguir por su combinación de bajo coste y alto atractivo residencial (Taylor, 1915: 117 y 121).

En el análisis de Taylor también se analizan otras circunstancias que juegan en contra de los habitantes de los nuevos suburbios indus-triales. Primero, la del excesivo paternalismo de algunas compañías a la hora de planificar privadamente los espacios residenciales de sus trabajadores29. Segundo, la del juego especulativo de empresas que tenía como doble efecto el hacinamiento de las familias obreras y el cobro abusivo por unos alquileres o ventas de viviendas o terrenos que, previamente, habían sido adquiridos a un precio muy bajo por su ubicación periférica. Este es el caso de Gary, un gran suburbio industrial de Chicago erigido por la United States Steel Corporation, en donde vivían hacinadas las familias en barracones de rentas exor-bitantes (Taylor, 1915: 198).

La solución a estos males tenía un claro origen: el excesivo peso de la iniciativa privada a la hora de gestionar los imparables, en creci-miento y extensión, suburbios industriales de Estados Unidos. El pla-neamiento comunitario, fuese estatal o municipal, tenía que tomar el testigo; afortunadamente, partiendo del modelo de la legislación británica (en especial, la British Housing and Town Planning Act de

28 De esta época data una verdadera eclosión de trabajos y estudios que intentan entender cuáles son las claves de la ubicación de las industrias en el territorio, espe-cialmente de raíz fordista, de la que da cuenta el monográfico de Sierra (1989). De los investigadores más destacados de la época, resulta obligado hacer mención del economista y sociólogo Alfred Weber, que en el año 1909 publicaba su Teoría de la localización de las industrias (sustentada en la siempre preferente elección de un emplazamiento que llevase aparejado el menor gasto posible en todo lo referente al transporte de materias primas y costes laborales).

29 Taylor (1915: 32) pone de ejemplo a este respecto la ciudad suburbana de Pullman, en Chicago, construida bajo los auspicios de la United States Steel Com-pany. Bajo su aspecto utópico, se escondían los claros intereses del presidente de la Pullman Company por controlar la propiedad de las tierras y viviendas del subur-bio, así como todos sus servicios (mantenimiento, limpieza de las calles, gestión del hotel, etc.).

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1909), algunas ciudades de Estados Unidos y Canadá empezaban a entender la planificación urbana desde un punto de vista metro-politano, es decir, un enfoque integrador para ligar social y funcio-nalmente hablando, los suburbios de nueva planta con las ciudades próximas30. Las leyes del mercado por sí solas no eran suficientes para regular el gran cambio que las fuerzas de la desconcentración urbana estaban originando31.

4.5.2. Douglas y Harris: el suburbio en clave contemporánea

El primer análisis, en clave contemporánea, de la realidad social y económica del suburbio fue realizado por Harlan P. Douglass en 1925, año de publicación de su libro The Suburban Trend. Douglass reforzaba sus planteamientos de partida haciendo uso de unos con-tundentes datos censales: entre 1910 y 1920 la tasa de crecimiento de los suburbios, de un 29,1%, era superior en cuatro puntos a la de las 68 ciudades centrales de más de 100.000 habitantes que estructura-ban los antiguos distritos metropolitanos de Estados Unidos (vigentes como unidad estadística censal desde 1910 hasta 1940)32. En térmi-nos brutos, por lo tanto, Douglass estimaba que alrededor del 15% de la población total de este país —aproximadamente unos quince millones de personas— ya se podía considerar como «suburbana»

30 Así estaba ocurriendo durante la primera y segunda década del siglo xx en Ontario (mediante la aprobación de una ley de planificación para la ciudad y sus su-burbios), en Massachusetts (al erigirse The Massachusetts Homestead Commission) o en Filadelfia (creándose, para la gestión del territorio situado veinticinco millas más allá de la ciudad compacta, un distrito metropolitano de planificación) (Taylor, 1915: 298-299).

31 Otro estudio histórico destacado, y actual, sobre el origen social de un subur-bio industrial de principios de siglo, es el realizado por Harris y Sendbuehler (1994). Su análisis histórico se centra en desentrañar la configuración y planificación del suburbio obrero East End de Hamilton, en Ontario.

32 Un «distrito metropolitano», según definición censal, se componía de una ciudad de, al menos, 200.000 habitantes y todos los territorios adyacentes a la misma que no presentasen una densidad poblacional menor de 150 habitantes por kilómetro cuadrado. Los «territorios adyacentes», o «áreas satélite» (que podían in-cluir todo tipo de entidades, pueblos, etc.), se considerarían como tal siempre que estuviesen localizados como máximo a 10 millas de la ciudad central (Thompson, 1947: 1-2). Precisamente, Douglass (1925: 40) realiza la estimación de la tasa de crecimiento de los suburbios equiparándolos a las «áreas satélite» o «territorios ad-yacentes» de las ciudades centrales.

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(Douglass, 1925: 52). Sobre el origen de este extraordinario cam-bio metropolitano, mostrándose un claro continuador del credo je-ffersoniano del siglo xix, el autor no alberga ningún tipo de dudas:

La gente de los suburbios residenciales, por lo menos, vive donde vive por causa de una selección natural basada en una peculiar psi-cología y motivación [...] El antiguo deseo de escapar de la ciudad o el deseo de preservar las formas de los pueblos en conexión con las oportunidades urbanas (Douglass, 1925: 34-35)33.

Efectivamente, el suburbio muestra una complejidad como rea-lidad social, económica y psicológica enorme, que había que desen-trañar. Lo primero, por supuesto, era buscar una definición mucho más precisa que la de una ensoñación de vida rural creada por y para la ciudad, o la de un espacio donde la gente iba a dormir después de trabajar. Segundo, estos espacios podían ser definidos estadística-mente de una manera mucho más precisa en función del precio de su suelo y de su densidad residencial (los suburbios tienen menos pobla-ción que la ciudad, pero más que el campo), además de por la cuan-tificación —en términos de distancia y coste— de las facilidades que ofrecen para desplazarse hacia el centro de las ciudades (Douglass, 1925: 8 y 15). Más importante, si cabe, era la determinación de lo que Douglass denominó, tras su análisis de las 68 mayores ciudades de Estados Unidos, las leyes de la suburbanización:

a) La magnitud de tal fenómeno es, por norma general, propor-cional a la congestión del centro de la ciudad.

b) La relación del suburbio con la ciudad tiende a variar direc-tamente en función de la distancia entre ambas entidades34.

En lo que Douglass demostró también una notable precisión analítica fue en establecer, a partir de diferentes estudios de caso, una tipología de los suburbios bastante completa desde distintas

33 Traducción del original.34 Douglass (1925: 30-32) menciona también algunas excepciones al compor-

tamiento general de los procesos de suburbanización. Estas se pueden localizar en algunas pequeñas comunidades dedicadas a la agricultura, en comunidades subur-banas de carácter histórico y en suburbios de «cuello azul» con bajos porcentajes de commuters.

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variables de segmentación (véase tabla 4.1), algunas de ellas excesi-vamente genéricas y de difícil contrastación empírica (como la que hace referencia a la distinción entre suburbios pobres o ricos, exitosos o fracasados).

tabla 4.1. Tipología de suburbios de Douglass

Variables de corte* Tipos

Desconcentración

Sub. residencial (predominancia de la descentralización del consumo)

Sub. industrial (predominancia de la desconcentración de la producción)

RiquezaSub. rico (normalmente, de tipo residencial)

Sub. pobre (normalmente, de tipo industrial)

Procedencia y etniaSub. de población negra (de tipo residencial, en contados casos)

Sub. de población extranjera (normalmente, de tipo industrial)

EdadSub. envejecido (normalmente, de tipo residencial y de clase alta)

Sub. joven (normalmente, de tipo industrial)

* Otras variables de corte: ocupación, tradición comunitaria, grado de éxito, grado de planifica-ción, grado de especialización y clima meteorológico del suburbio.Fuente: Elaboración propia a partir de Douglass (1925: 94-122).

Sin duda, la variable clasificatoria más relevante es la referida a la dimensión de la desconcentración tanto del consumo como de la producción. En el primer caso, lo que da forma al suburbio re-sidencial como tipo ideal distintivo es la posibilidad de consumir todo lo producido en la ciudad central, involucrando a toda la uni-dad familiar (en gastos de automóvil, hipotecas, equipamiento do-méstico, etc.). En el segundo caso, y haciendo referencia al propio Taylor, Douglass (1925: 86) entiende que las fuerzas que moldean al suburbio industrial van unidas a la creciente ubicación periférica de plantas fabriles, que necesitan espacio para la optimización de su producción. Estos espacios industriales, además, se muestran funcio-nalmente mucho más independientes respecto de la ciudad central que los alfoces residenciales.

Otra interesante variable de corte utilizada por Douglass es la de la procedencia y etnia del residente en el suburbio. En las periferias de carácter industrial, con alguna excepción, el porcentaje de residen-tes no nativos es muy alto. Asimismo, en los suburbios residenciales de Chicago, Evanston, Nueva York y Montclair destaca la presencia

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de una colonia subsidiaria de población negra que abastece a estas zonas de personal de servicio doméstico. La descripción de este fenó-meno es muy llamativa no por la profundidad del análisis realizado, pero sí por lo escaso del estudio de la segregación racial en el espacio periurbano hasta ese momento35.

Douglass (1925: 103-105) también hace referencia a una vaga distinción de los suburbios en función de la existencia o no de valo-res comunitarios previos —tal y como ocurría con los suburbios de planta decimonónica—36.

En todo caso, y casi veinte años después, los esfuerzos clasificato-rios de Douglass se verían ampliados y perfeccionados por el propio Chauncy D. Harris (recordemos, uno de los «teóricos universalis-tas» que había esbozado el modelo de crecimiento urbano de núcleos múltiples). Contando con los datos del censo de 1940, este último autor analiza los 140 distritos metropolitanos de Estados Unidos, cuyos habitantes representaban al 17% de la población total del país.

35 Mención aparte merece el concienzudo análisis, durante el intervalo tem-poral de 1898-1930, de los diferentes patrones de la distribución urbana de la población inmigrante de Chicago realizado por Cressey en 1938. De singular interés son sus constataciones de cómo la población negra de esta gran metró-polis estaba siendo desplazada desde su centro hacia enclaves de alta densidad poblacional y, sobre todo, de carácter cada vez más periférico. Dice Cressey al respecto: «Their chief area of settlement has been on the South Side where they now occupy an area approximately four miles long and a mile wide. This “Black Belt” of Negro population increased from 17,000 in 1898 to 91,000 in 1920, and in 1930 amounted to 189,000, a figure which approaches that of New York’s Harlem. Negro settlements are also found in the abandoned Jewish ghetto area on the West Side, and in a few additional localities. Like other groups in the city the Negro population in recent years has moved out from the center of the city, the median for its distribution changing from 2.5 miles in 1898 to 4.5 miles in 1930. The unusual aspect of their history is that as they have moved and as their numbers have increased they have not become more widely dispersed through the city, but rather have come to be more highly concentrated in a few specific areas» (Cressey, 1938: 68).

36 El estudio de caso de Whetten y Mitchell sobre el comportamiento migra-torio de una ciudad suburbana de Connecticut mejoraba la insuficiente y estática concepción tradicionalista de Douglass acerca del primer nivel de la desconcentra-ción urbana. Dicho estudio dejaba claro que este lugar, como puerta de entrada a la ciudad, era un punto de agudo y conflictivo cambio social entre sus antiguos mora-dores (muchos de ellos de procedencia agrícola y ganadera) y sus nuevos residentes (de un perfil ocupacional de «cuello blanco» y con unos intereses, actitudes y valores diferentes) (Whetten y Mitchell, 1939: 178-179).

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A continuación determina la existencia de 352 suburbios de más de 10.000 habitantes que referencia en un mapa de Estados Unidos. La observación de los resultados era muy clara: poco tendría que ver una unidad suburbana que se localizase en el sur de Nueva Inglaterra con aquella que se localizase en el área industrial cercana a los Apalaches. En definitiva, había que entender de antemano que los suburbios son «segmentos altamente diferenciados y especializados» en función de la ubicación y naturaleza del distrito metropolitano de pertenencia (Harris, 1943: 1-2).

Partiendo de la premisa de la diferenciación y especialización, la tipología a construir debería ir más allá de la mera distinción entre el suburbio residencial o industrial o, como le ocurría a Douglass, más allá de criterios utilizados sin excesivo respaldo empírico. Finalmen-te, fueron cinco las clases de suburbio descritas por Harris37:

• Suburbios industriales complementarios, de tipo A, caracteri-zados por su alta densidad de fábricas y por su baja población. Normalmente, el flujo de sus commuters no bascula del subur-bio a la ciudad, sino al revés.

• Suburbios industriales, de tipo B, que contienen no solo un número elevado de fábricas, sino también una gran proporción de personas residentes que trabajan en ellas. Tales suburbios se apoyan fuertemente en los servicios de la ciudad central y son característicos del manufacturing belt estadounidense.

37 Hemos decidido reproducir literalmente los criterios estadísticos que ha uti-lizado el autor para definir cada una de estas clases de suburbio: «The various types have been recognized and separated by a rather complex set of statistical criteria. With a few exceptions the principal types may be recognized, however, by rather simple indices. A-type suburbs are found only in metropolitan districts in which the central city is relatively dominant, having over 75 per cent of the population. The ratio of people employed in industry and trade in the suburbs to the population in the suburbs is at least 0,12 and exceeds the ratio for the central city by at least 0,02. In B-type suburbs the central city is relatively less dominant, and the ratio of people employed in the suburbs is sometimes higher and sometimes lower than in the cen-tral city, but the ratio employed in industry alone is considerably higher. In C-type suburbs the ratio employed in industry and trade in the suburbs is considerably less than in the central city, but the ratio employed in industry alone may be either more or less. In C-1 suburbs the ratio in industry in the suburbs is at least 0,08, and in C-2 suburbs 0,04-0,08. In D-type suburbs the figure is usually considerably below 0,04. In E-type suburbs the employment in both mining and industry is high» (Harris, 1943: 7-8).

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• Suburbios de tipo C, que a su vez se dividen en el subtipo C1 (zonas en las que los suburbios industriales parecen predo-minantes) y en el subtipo C2 (zonas en las que los suburbios residenciales parecen predominantes).

• Suburbios dormitorios o residenciales, de tipo D, en los que las industrias tienen una presencia menor y se localizan en grandes ciudades como Los Ángeles, Washington o Cleveland.

• Suburbios de tipo E ligados a determinadas industrias mine-ras (como las de Pensilvania o las de los Apalaches) (Harris, 1943: 7-11).

Harris no se detuvo en esta propuesta de clasificación. También mostró un claro interés en dilucidar cuáles eran las causas, en las pos-trimerías de la Segunda Guerra Mundial, del imparable proceso de suburbanización, especialmente de carácter residencial. Tres fueron sus principales explicaciones, directamente inspiradas en los postula-dos de Homer Hoyt y Charles C. Colby, y de una mayor concreción que las de Douglass:

a) El uso creciente del automóvil que facilitaba de manera de-cisiva los desplazamientos a suburbios residenciales alejados, pero agradables y, sobre todo, con un precio del suelo y un gravamen impositivo muy ventajoso.

b) La disminución del tamaño medio de la familia y el consi-guiente aumento del número de viviendas necesarias para co-bijar a una población determinada.

c) Las tendencias nacidas de la planificación y expansión de las áreas edificadas de algunas ciudades (Harris, 1943: 11).

4.6. LA FRANJA RURURBANA COMO NUEVO HORIZONTE DE LA PERIFERIA

Pitirim Sorokin y Carle C. Zimmerman, en su monumental obra Principles of Rural-Urban Sociology publicada en 1929, se habían mostrado muy escépticos sobre la idea de delimitar claramente la frontera entre las comunidades de naturaleza rural y urbana. Ocurría lo mismo que en la composición de muchos objetos: esta no podía ser descrita basándose en elementos químicos simples por separa-do (como el oxígeno o el hidrógeno), sino casi siempre partiendo

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de combinaciones mucho más complejas (Sorokin y Zimmerman, 1929: 13-14). Por tanto, las diferencias entre las sociedades rurales y las urbanas solo se podían entender gradualmente, como si se tratase de un continuum, es decir, no existiendo nunca un punto de ruptura entre ambas.

Esta idea del continuum rural y urbano, quizá una de las más discutidas en la historia de la sociología38, dejaba en el aire demasiadas incertidumbres teóricas y analíticas al abordar el punto máximo de fusión entre el escenario rural y urbano: los lindes difusos de los pro-pios suburbios. Efectivamente, la descripción genérica de estas finas franjas de tierra podía ser sencilla: estos son espacios, al fin y al cabo, de una naturaleza cultural, social y económica repartida a partes igua-les entre la idiosincrasia del campo y de la ciudad. ¿Tales lugares, en cambio, no podían ser identificados, parcelados como entidades dis-tintivas del territorio con unas necesidades y características propias?

Como hemos analizado en el primer capítulo, existe un segundo nivel de la desconcentración urbana a medio camino entre el subur-bio y el escenario puramente rural, en donde los espacios agrícolas no juegan un papel completamente residual. Estamos hablando de espacios denominados como rururbanos —o exurbanos pocas déca-das después— que, funcionalmente hablando, siguen estando mucho más vinculados a la ciudad pero que, recordemos, «se inscriben en una matriz agraria aún funcional e incluso ocasionalmente pujante» (Valenzuela, 1986: 90).

Tras la enorme fascinación que generó la expansión centrífuga, lineal y continua de las ciudades, algunos autores durante las prime-ras décadas del siglo xx empiezan a dar cuenta, analítica y concep-tualmente, de una franja territorial a medio camino entre el suburbio y el campo, con entidad propia, que no encajaba excesivamente bien en los parámetros de ningún continuum. En el trabajo de C. J. Galpin sobre la anatomía social de una comunidad agrícola del condado de Dane, en Wisconsin, se introduce en 1915 una inédita descripción de este complicado e inexacto territorio:

Alrededor de cada pueblo o ciudad existe un área o zona de tierra que concentra hogares agrícolas que comercian regularmente con el

38 La noción de continuum fue duramente criticada por Pahl (1966, 1968) y en el artículo escrito por Richard Dewey (1960) bajo el contundente título «The Rural-Urban Continuum: Real but Relatively Unimportant».

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centro. Esta zona tiene una forma irregular, gracias a factores tales como carreteras de trazado irregular, lagos, pantanos y diferentes distancias entre uno y otro centro comercial (Galpin, 1915: 6)39.

Douglass (1925: 6) también entendía que toda área urbana se componía de una ciudad, de un suburbio y de «una zona rural en la cual la realidad del campo era modificada por un número considera-ble de contactos con la urbe». Sería, en cambio, el geógrafo T. Lynn Smith (1937: 26) el que proporcionaría la primera acepción clara y directa a estas particulares zonas denominándolas «márgenes o fran-jas urbanas» (urban fringes), y caracterizándolas por ser «las construi-das justo fuera de los límites administrativos de la ciudad». Unos años más tarde, Wehrwein (1942: 217-218 y 221) añadiría un nuevo adjetivo a este concepto: las franjas que él califica de «rururbanas» (rural-urban fringes) debían ser entendidas como «áreas de transición situadas entre espacios de usos urbanos del suelo bien reconocibles y espacios dedicados a la agricultura» en donde era posible, primero, recrear las condiciones de vida de la ciudad jardín; y, segundo, dar una salida a las muchedumbres urbanas gracias a la utilización del automóvil y una cada vez mejor red de carreteras. Pero, sin duda, sería Richard Andrews el que de manera más detallada estudiaría los elementos configuradores de este escurridizo enclave en Estados Unidos, analizando su composición y las causas de su crecimiento.

En un primer paso, según Andrews (1942: 169-172), se pue-den localizar dichas franjas en aquel lugar en donde se encuentra, no la expansión activa de la ciudad, sino más bien un «área de tran-sición en la cual los patrones del campo comienzan a ser afectados directamente por la economía urbana a través de la introducción de usos de la tierra no estrictamente rurales». Por supuesto, dicho espacio intersticial no coincidía con los límites administrativos y estadísticos trazados por los distritos metropolitanos; su existencia obedecía al mandato orgánico e irregular de los lazos y bordes que proyectaba la ciudad. Es más, la progresiva consolidación de dicha franja suponía un elemento cada vez más difícil de encajar en la propia estructura administrativa de los condados estadounidenses (Andrews, 1942: 183).

En un segundo punto, y con el mismo detalle que Harris es-tudiando los suburbios, establece diferentes causas que están tras el

39 Traducción del original.

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origen de la consolidación de las franjas urbanas y que, a continua-ción, exponemos:

a) La llegada a la ciudad de nuevas industrias y otras fuentes de empleo que demandan grandes cantidades de espacio para su construcción.

b) La expansión de la actividad industrial y gubernamental que trae consigo un gran número de trabajadores de servicios y profesionales con sus familias que, a su vez, generan una in-tensa demanda de propiedades residenciales en la periferia.

c) La llegada de los automóviles y la construcción de nuevas ca-rreteras han sido, también, determinantes para la descentra-lización de la población urbana y la expansión súbita de la circunferencia de las ciudades (Andrews, 1942: 172-174).

Sin embargo, hay una causalidad de mucho mayor interés que las precedentes para Andrews: la conversión de las ciudades en sitios poco deseables para vivir y, por tanto, la activación de la búsqueda de luz, aire fresco y vecindarios tranquilos en el extrarradio40. De nuevo la fuerza de las preferencias residenciales, de aspiraciones románticas y jeffersonianas, se muestra decisiva a la hora de erigir «la frontera de la frontera». Los primeros en experimentar las consecuencias de lo que este autor define como una moda de las clases altas y medias por las franjas rururbanas, son sus habitantes originarios de extracción campesina, abocados a trabajar en la ciudad o a compatibilizar su ac-tividad agraria con ocupaciones urbanas a tiempo parcial (Andrews, 1942: 182).

Sobre los extraordinarios cambios que la agricultura sufre en es-tos lindes exurbanos, mencionar el estudio realizado, desde un enfo-que poco convencional, por Wills (1945: 29) en el área de influencia de Sydney, Australia. Partiendo del hecho de que en esta franja rurur-bana se seguía generando casi la mitad de los vegetales, leche y otros

40 Este autor también realiza una interesante disección de las zonas residenciales de la franja rurubana y los tipos de edificación y emplazamientos predominantes: «Residential areas of the urban fringe fall into fairly well defined categories which may be classified as (1) the “high class”, modern developments, (2) “moderate in-come” or average neighborhood settlements of the Federal Housing Administration type, (3) low income areas, (4) trailer and tourist cabin communities, (5) shacktowns and Hoovervilles, (6) recreation areas in transition, and (7) part-time farms and rural residences» (Andrews, 1942: 174).

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alimentos de primera necesidad de la ciudad, este autor se muestra muy preocupado por conocer las circunstancias económicas que ro-deaban a sus productores. El colectivo de «granjeros rururbanos», en constante amenaza por la permanente presión especulativa sobre sus tierras y el aumento de los costes fijos de su actividad motivados por la cercanía de la metrópolis, seguía jugando un papel muy importan-te en el esquema de la ciudad:

Estos hechos ponen de relieve la importancia agrícola del borde ru-rurbano de Sydney, no menor que la de otros grandes centros urba-nos. Es la fuente de alimentación de una parte esencial de la deman-da diaria de los consumidores urbanos. Proporciona, en gran medida, el cumplimiento de las necesidades de artículos alimenti-cios perecederos y frescos mediante el suministro de un flujo cons-tante de productos en el mercado urbano (Wills, 1945: 29)41.

Frente a las presiones únicamente residencialistas y especulati-vas ejercidas en el enclave rururbano, esta clase de granjeros debería, según Wills, especializarse solo en aquellos cultivos de alto valor aña-dido, y aprovechar su cercanía a la ciudad central para incurrir en el menor gasto en transporte posible (Wills, 1945: 34).

Sobre la dimensión agrícola del espacio rururbano también hace hincapié Helen H. Balk (1945: 108-109) en su estudio de caso sobre la ciudad de Worcester, Massachusetts. Las ventajas de lo que ella describe como proceso de rururbanización (rurbanization) son evi-dentes frente a los espacios que viven en una dinámica estrictamen-te rural. Las causas son las que siguen: la extensión de unas buenas vías de comunicación, la proximidad de un mercado con una fuerte demanda y la localización de diferentes servicios municipales (agua, luz, gas, etc.) a un precio competitivo. Asimismo, y vista la decisiva influencia en la libertad de movimientos individuales proporcionada por el automóvil, la posibilidad para los residentes de estas zonas ru-rurbanas de combinar trabajos agrarios y urbanos es contemplada, a diferencia de la visión de Andrews, como una buena estrategia fami-liar y una garantía de sostenibilidad a largo plazo de la producción de todo tipo de alimentos, que debe seguir abasteciendo a la ciudad (de hecho, más del 45% de los productos comestibles de Worcester eran fruto de la actividad de estos «granjeros simbióticos»).

41 Traducción del original.

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4.7. DEPRESIÓN ECONÓMICA Y CONTRAURBANIZACIÓN?

En el año 1932, S. C. Ratcliffe y Agnes Ratcliffe publicaban un ar-tículo centrado en el análisis de los cambios poblacionales, durante el periodo 1890-1930, de los pueblos y aldeas en Estados Unidos de menos de 2.500 habitantes. Sus reflexiones redundaban en el descen-so continuado del tamaño medio de estas entidades. Dicha tendencia no era sorprendente teniendo en cuenta que en el intervalo censal de 1920-1930, el 46,1% de los pueblos de este país continental per-día población. Por lo tanto, aquellos de menor tamaño, y funcional-mente apartados de las ventajas que ofrecían los nuevos medios de transporte, parecía que estaban condenados a desaparecer (Ratcliffe y Ratcliffe, 1932: 763).

Solo diez años después, y con los datos disponibles de un nue-vo censo, Ratcliffe (1942: 324-327) presentaba un nuevo trabajo en donde se constataba un hecho sorprendente que rompía, además de con sus reflexiones previas, con la inercia demográfica de las villages y hamlets desde finales del siglo xix: solo un 34,2% del conjunto de estos enclaves perdía población en el intervalo censal de 1930-1940, más de diez puntos porcentuales menos que en la década precedente (véase tabla 4.2). La explicación que daba el propio autor sobre estos datos abría varios interrogantes:

Esta inversión de las tendencias plantea la cuestión de si se trata de una consecuencia de las condiciones económicas de la depresión de la última década, o es un producto de fuerzas más permanentes (Rat-cliffe, 1942: 326)42.

Claramente, las principales áreas metropolitanas, incluyendo sus anillos suburbanos, habían desacelerado durante los años de la Gran Depresión estadounidense sus agudas tasas de crecimiento, a excepción de las áreas metropolitanas de Los Ángeles y Washington (Wood, 1979: 61). Para Balk (1945: 109) este sorprendente cambio de tendencia demográfica obedecía a las mínimas posibilidades labo-rales que ofrecían las ciudades en esos momentos, frente a las opor-tunidades puntuales de subsistencia que podía ofrecer la actividad agrícola.

42 Traducción del original.

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tabla 4.2. Entidades estadounidenses de menos de 2.500 habitantes con pérdi-das poblacionales (%)

1890-1900 1900-1910 1910-1920 1920-1930 1930-1940

2.499-1.000 17,8 27,8 28,6 28,0 20,1

999-500 31,5 31,9 36,6 44,2 29,3

Menos de 500 25,2 32,8 40,3 56,8 44,7

Total 25,2 31,3 36,4 46,1 34,2

Fuente: Ratcliffe, 1942: 327.

Para Donald J. Bogue (1950: 2), en la misma línea, una de las principales razones que explicaban la desaceleración del crecimiento de las ciudades entre 1930 y 1940 estaba unida a los avatares del ca-taclismo económico sufrido. Los datos que también aporta Hawley confirman esta tesis al analizar el cambio poblacional de los distri-tos metropolitanos, recordemos, vigentes como unidades estadísticas desde el año 1910 hasta el 1940: si en la década de 1920-1930 las ciudades centrales y las áreas satélite de las mismas crecían, respec-tivamente, a un ritmo del 22,3% y del 44,0%, en 1930-1940 estos porcentajes se desinflarían hasta alcanzar un 5,1% y un 15,1% (véase tabla 4.3).

tabla 4.3. Cambio poblacional de los distritos metropolitanos de Estados Unidos (%)

1900-1910 1910-1920 1920-1930 1930-1940

Total poblacional de Estados Unidos

21,0 14,9 16,1 7,2

Distritos metropolitanos analizados

34,6 26,9 28,3 8,1

Ciudades centrales 33,6 25,2 22,3 5,1

Áreas satélite 38,2 32,0 44,0 15,1

Fuente: Hawley, 1956: 2 (datos extraídos de Thompson, 1947).

Otra cuestión es afirmar si la parálisis económica y el declive de las oportunidades laborales urbanas lograron que muchas perso-nas abandonasen las ciudades para retornar a sus pueblos o aldeas de origen. ¿Semejante movimiento migratorio podía ser catalogado

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como contraurbano? Según las tesis de Ballard y Fuguitt se podría plantear esta cuestión sin excesivas dudas; en el periodo más duro de la Depresión (1930-1940) es donde se localiza por primera vez, desde la consolidación de la Revolución Industrial, un claro fenó-meno de «renacimiento rural» en el país norteamericano (especial-mente localizado en counties en donde no se encontraban ciudades próximas con las que competir, económica y comercialmente ha-blando).

Hay que señalar que las tesis de ambos autores insisten en cata-logar este fenómeno de efímero, es decir, nacido de una coyuntura económica muy concreta, y que no comparte los aspectos estruc-turales de largo recorrido de los movimientos contraurbanizadores que se detectarán en la década de los años setenta —y que serán ampliamente analizados en el capítulo seis—. Prueba de esta excep-cionalidad, que liga claramente las pautas demográficas de un país con determinados ciclos económicos, es que la tasa de crecimiento poblacional de la década de 1930-1940 en Estados Unidos fue solo del 7%; la paralización de la economía mundial y la disminución de los flujos inmigratorios internacionales están detrás de esta circuns-tancia. Solamente diez años más tarde, finalizada la Segunda Guerra Mundial, esta tasa se incrementaría hasta alcanzar el 19% (Ballard y Fuguitt, 1985: 108-109).

Al margen de otras consideraciones, de lo que no cabe duda es de que el automóvil fue un acicate para estos flujos migratorios ciudad-campo y, en su defecto, de una concepción estadística y geográfica de los hinterlands urbanos mucho más amplia. El caso analizado de las Tugwell´s communities, o el de las ciudades satélite que ahora sí podían crecer a 100 o 150 millas de los grandes centros industriales del Rust Belt (Borchert, 1967: 322-323), son buenos ejemplos de la expansión urbana sobre el territorio.

4.8. LA FORMA DE LA DESCONCENTRACIÓN URBANA

Haciendo una recapitulación de los párrafos precedentes, si algo tie-ne de distintivo el periodo analizado es que tanto autores de la época como otros investigadores contemporáneos han localizado, hablado y reflexionado directa o indirectamente de los tres niveles de la des-concentración urbana sin excepción. En efecto, entre el año 1900 y 1945 sigue avanzando el conocimiento sobre la realidad social

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y económica del suburbio en todos sus frentes, nace el concepto de franja rururbana y, en último lugar, aparece la Gran Depresión que, siendo una coyuntura económica totalmente anómala, motiva una cierta revitalización de algunos enclaves rurales en Estados Unidos (lo cual, aunque ninguno de los autores analizados reproduzca lite-ralmente el término, puede ser entendido como un indicio modesto de contraurbanización).

Ahondando en el afán de realizar un mapa teórico de la descon-centración urbana, durante las cuatro décadas contempladas este se amplía tanto por la emergencia de nuevos paradigmas como por el aumento del número de autores (véase tabla 4.4). Siendo más concre-tos, podemos concluir que:

a) Primero, el ámbito de las teorías de causalidad estructural no solo bascula sobre la importancia de «la emergencia de nue-vas infraestructuras y medios de transporte o comunicación» (simbolizada, durante este periodo, en la producción masiva de automóviles y sus revolucionarias consecuencias en la mo-vilidad individual), sino también en el muy relevante papel del «valor del suelo» a la hora de explicar la expansión de las periferias y en la importancia de «la influencia de los ciclos económicos» sobre las pautas de crecimiento urbano de un país.

b) Segundo, el escenario de las teorías de causalidad superestruc-tural también se ve claramente reforzado por nuevos enfo-ques. Si en el siglo xix eran totalmente predominantes las ex-plicaciones sobre «la importancia de los valores, motivaciones y preferencias residenciales» de raíz romántica-burguesa, estas, aún estando muy vigentes, se ven acompañadas por un ele-mento de carácter político surgido de las condiciones estruc-turales del periodo 1900-1945. Estamos hablando del «papel de la planificación territorial» como elemento transformador de una sociedad y controlador de un crecimiento urbano, de naturaleza centrífuga, que amenazaba con aumentar el desor-den existente en la ciudad.

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tabla 4.4. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana

Teorías sobre el origen causal de la d.u. (1940-1945)

Teorías superestructurales

1. La importancia de los valores, motivaciones y preferencias residenciales

Matizaciones teóricas: la elección de la residencia suburbana/rururbana sigue siendo fuertemente apoyada por la idealización romántica, higienista y popular de la naturaleza

Enfoques genéricos de la d.u.: HOYT (1939)

2. El papel de la planificación territorial

Matizaciones teóricas: existe una voluntad de descongestionar la ciudad en lo tocante a la ordenación del tráfico, la residencia, los servicios, etc., que favorecen los procesos de d.u.

Suburbanización: TAYLOR (1915), HARRIS (1943) / Rururbanización-Exurbanización: ANDREWS (1942) / Enfoques genéricos de la d.u.: WRIGHT (1932,1935), HARRIS y ULLMAN (1945), MYHRA (1974), EBNER (1985), JACKSON (1985)

Teorías estructurales

1. La emergencia de nuevas infraestructuras y medios de transporte o comunicación

Matizaciones teóricas: comienza la producción en masa del automóvil y se empiezan a construir las primeras autopistas. Ambos factores permiten ampliar el radio de acción de un commuter en decenas de kilómetros

Suburbanización: TAYLOR (1915), DOUGLASS (1925), HARRIS (1943) / Rururbanización-Exurbanización: WEHRWEIN (1942), ANDREWS (1942), BALK (1945) / Enfoques genéricos de la d.u.: COLBY (1933), WRIGHT (1932,1935), HARRIS y ULLMAN (1945)

2. El valor del suelo y el crecimiento expansivo de la ciudad

Matizaciones teóricas: el valor del suelo, y su especial comportamiento en las periferias, explica el crecimiento expansivo de la ciudad

Suburbanización: DOUGLASS (1925) / Enfoques genéricos de la d.u.: BURGESS (1925)

3. La influencia de los ciclos económicos

Matizaciones teóricas: la influencia de los ciclos económicos y las pautas de crecimiento urbano resulta clara en diferentes estudios centrados en describir los efectos de la Gran Depresión estadounidense

¿Contraurbanización?: BALLARD y FUGUITT (1985), RATCLIFFE (1942)

Fuente: Elaboración propia.

Sin embargo, para otros autores, más que causalidades teóricas adscritas a realidades estancas como las de la suburbanización, rur-urbanización o hipotética contraurbanización, tenía una mayor re-levancia el abarcar los fenómenos de desconcentración urbana en toda su complejidad y en sus múltiples e irregulares formas, tratan-do de entenderlos como nuevas unidades geográficas. Había, por lo tanto, que «poner los pies en la tierra», olvidarse de planteamientos

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excesivamente utópicos, y limitarse a describir los fuertes procesos de desconcentración poblacional, residencial e industrial que habían dejado caduco hasta el concepto mismo de ciudad. La urbe como idea debía de ser integrada en otras formas mucho más amplias que diesen cabida a la expansiva desconcentración urbana desde un punto de vista teórico. Patrick Geddes fue uno de los primeros geógrafos en describir la necesidad de una nueva realidad conceptual:

Este pulpo de Londres, o mejor dicho este pólipo, es algo sumamen-te curioso, un vasto desarrollo irregular sin paralelo anterior en este mundo; y quizá a lo que más se parece es a los desarrollos de un gran arrecife de coral. Como este, tiene un esqueleto pequeño y pólipos vivos; llamémosle, por tanto, «arrecife humano» [...]. Está creciendo otro Gran Londres, por así decirlo: una región urbana cuyo puerto es Liverpool y Manchester su mercado (Geddes, 1915: 45 y 49)43.

Efectivamente, la noción de «región urbana» fue rápidamente retomada por Walter Christaller a la hora de explicar la disposición geográfica de las ciudades del sur de Alemania. Si cada urbe ejercía una clara fuerza gravitatoria o de centralidad sobre sus periferias44, más o menos fuerte según su tamaño, toda esta área de influencia debería ser calificada de «región complementaria» (Christaller, 1933: 18-19).

Lewis Mumford (1945: 433-434), yendo más lejos, se mostra-ba convencido de que la noción de regionalismo superaría las habi-tuales políticas localistas del territorio que quedaban rápidamente desfasadas —y obsoletas— por el crecimiento periférico de las ciu-dades. Es más, el regionalismo podía lograr un desarrollo uniforme, sostenible y diversificado de los recursos de territorios metropoli-tanos con más de sesenta millas de radio. Si fracasase este esfuerzo,

43 Traducción del original realizada por E. L. Revol en la edición argentina de Ediciones Infinito del año 1960.

44 La centralidad e importancia de una ciudad en un sistema urbano, para Chris-taller, se mide en términos de tamaño: «Every place has a certain importance which is usually defined, rather inexactly, as the size of the place. The size of a town is deter-mined by its spatial dimensions in area and height. Following statistical conceptions, we are far more accustomed to using the number of the inhabitants as a measurement of the size of the town. Neither area nor population very precisely expresses the mea-ning of the importance of the town». Traducción del original realizada por Carlisle W. Baskin en la edición inglesa de Prentice-Hall del año 1961 (Christaller, 1933: 17).

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asistiríamos al nacimiento de una «megalópolis»45 decadente guiada solamente por los mecanismos del capitalismo, del poder, de la es-tandarización, de la burocracia y del fracaso de la acción directa (Mumford, 1945: 365).

Al fin y al cabo, cómo no cambiar las unidades geográficas y ad-ministrativas tradicionales, si solo en el área de influencia del Detroit de mediados de los años veinte se localizaban una ciudad, un conda-do, doce aldeas, 21 municipios y 122 distritos escolares de diferentes jurisdicciones; es decir, «un total de 160 gobiernos independientes situados a quince kilómetros de su centro» (Douglass, 1925: 300). Pronto, a la noción de región urbana o a la de megalópolis se le suma-rían otras muchas que, conceptual, administrativa o estadísticamente hablando, tratarían de ir delimitando la ciudad sin confines aparentes.

tabla 4.5. Niveles dinámicos y principales formas estáticas de la desconcentra-ción urbana (1900-1945)

Niveles de la d.u. Formas de la d.u.

Suburbanización: Taylor (1915),

Douglass (1925), Harris (1943)…Región urbana = Geddes (1915)

Región complementaria = Christaller (1933)

Broadacre city = Wright (1935)

Megalópolis = Mumford (1945)

Distrito metropolitano = Censos de Estados

Unidos (de 1910 a 1940)…

Rururbanización: Wehrwein (1942),

Andrews (1942), Balk (1945)…

¿Contraurbanización?: Ratcliffe (1942), Ballard

y Fuguitt (1985)…

Fuente: Elaboración propia.

En definitiva, la primera mitad del siglo xx no solo fue muy rica a la hora de abordar causalmente los tres niveles de la desconcentra-ción urbana, sino que también alumbró una verdadera «carrera aca-démica» por sistematizar, bajo muy distintos nombres, sus diferentes formas desde un punto de vista utópico y teórico. Dicho de otra manera, es durante estos años cuando se materializa con claridad la distinción entre la dimensión estática (forma) y dinámica (niveles) de la desconcentración urbana, la cual iría aumentando su complejidad con el paso de las décadas (véase tabla 4.5).

45 Término que en el periodo de la segunda posguerra mundial, de la mano de Jean Gottmann, tendrá una relevancia especial.

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5. LA EDAD DE ORO DEL SUBURBIO: 19451970

5.1. LAS INSUFICIENCIAS DEL ÁREA METROPOLITANA

La necesidad de abarcar los procesos de continua expansión de las ciudades estadounidenses como un proceso económico y social ho-mogéneo fue una de las primeras preocupaciones a la hora de diseñar el censo de población de 1950, un hito en la historia de las estadís-ticas oficiales y en el diseño de las formas institucionalizadas de la desconcentración urbana. La multiplicidad de figuras que intentaban aprender las dinámicas metropolitanas de este país, tales como las áreas industriales (Census of Manufacturers), las áreas del mercado de trabajo (Bureau of Employment Security) o los distritos metropolita-nos ya mencionados (Census of Population), abordaban variables di-ferentes que, necesariamente, deberían confluir en un solo concepto mucho más rico desde un punto de vista analítico. Para alcanzar este ambicioso objetivo, los esfuerzos de dos agencias gubernamentales (el Bureau of the Census y el Bureau of the Budget) se materializaron al diseñar el «área metropolitana estándar» (Standard Metropolitan Area o, en adelante, SMA), un concepto estadístico radicalmente nuevo y de una compleja composición, con el que se esperaba comprender integralmente el enorme crecimiento del sistema urbano de Estados Unidos con el fin de la Segunda Guerra Mundial y tras el olvido de los fantasmas de la Gran Depresión.

El núcleo de la primera definición censal oficial de una SMA era el siguiente:

Excepto en Nueva Inglaterra, un área metropolitana estándar es un condado, o grupo de condados contiguos, que contiene al me-nos una ciudad de 50.000 habitantes o más. Además del condado, o condados, que contiene una ciudad o ciudades, los condados contiguos se incluyen en un área metropolitana estándar de acuerdo a ciertos criterios que son esencialmente de carácter metropolitano,

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y social y económicamente integrados con la ciudad central (Bureau of the Census, 1953: 27)1.

Efectivamente, la primera diferencia entre el antiguo distrito metropolitano y la SMA era muy clara: si el primero tenía como unidad básica a la propia ciudad, la segunda tomaba como referen-cia territorial básica más amplia al condado (county) (Bogue, 1953: 4-5). Pero el aspecto fundamental del nuevo enfoque estadístico de esta área se sustentaba en dos nuevos criterios de mayor calado: el «criterio de carácter metropolitano», que consistía en incluir a deter-minado condado dentro de una SMA, siempre y cuando tuviese un número mínimo de trabajadores que no perteneciesen al sector pri-mario; y, segundo, el «criterio de integración», que centraba su aten-ción en analizar las relaciones sociales y económicas entre condados (por ejemplo, un condado contiguo al de una gran ciudad pertenecía a una SMA si residían en él al menos entre un 15% y un 25% de los trabajadores de dicha ciudad)2.

Los numerosos e inmediatos análisis de los datos que siguieron a la publicación del censo de 1950 no se hicieron esperar. Los antiguos distritos metropolitanos, establecidos únicamente por las pautas de la densidad poblacional, eran ahora mucho más amplios (véase figura 5.1)

1 Traducción del original.2 Se reproducen literalmente los criterios establecidos en el sumario explicativo

del censo de 1950: «The criteria of metropolitan character relate primarily to the character of the county as a place of work or as a home for concentrations of no-nagricultural workers and their dependents. Specifically, these criteria are: 1. The county must (a) contain 10.000 nonagricultural workers, or (b) contain 10 percent of the nonagricultural workers working in the standard metropolitan area, or (c) have at least one-half of its population residing in minor civil divisions with a popu-lation density of 150 or more per square mile and contiguous to the central city. 2. Nonagricultural workers must constitute at least two-thirds of the total number of employed persons of the county [...] The criteria of integration relate primarily to the extent of economic and social communication between the outlying counties and the central county as indicated by such items as the following. 1. Fifteen percent or more of the workers residing in the contiguous county work in the county containing the largest city in the standard metropolitan area, or 2. Twenty-five percent or more of the persons working in the contiguous county reside in the county containing the largest city in the standard metropolitan area, or 3. The number of telephone calls per month to the county containing the largest city of the standard metropolitan area from the contiguous county is four or more times the number of subscribers in the contiguous county» (Bureau of the Census, 1953: 27-28).

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y, desde luego, las SMA constituían un mejor punto de partida para estudiar la evolución del sistema urbano de Estados Unidos.

figura 5.1. Áreas metropolitanas estándar (SMA) definidas en el censo de 1950 de Estados Unidos

Fuente: Bureau of the Census, 1953: 29.

Prueba de la gran atención que suscitó esta nueva propuesta es-tadística es su fulminante incorporación en los trabajos de corte em-pírico de muchos geógrafos y economistas de la época que llevaban varios años abordando estos temas. La trayectoria de los estudios de Donald L. Bogue es bastante elocuente a este respecto. En 1950 este autor, antes de la difusión de los resultados censales definitivos, in-tentaba verificar que Estados Unidos estaba inmerso en un nuevo es-tado de desarrollo caracterizado «por una literal descentralización de las grandes ciudades» (Bogue, 1950: 2). Agregando los viejos distritos metropolitanos en lo que él denomina «región metropolitana»3, dicha

3 Cada una de las 67 regiones metropolitanas que Bogue (1950: 3-4) determinó en Estados Unidos, además de por otros criterios de distancia y tipo de condado a anexar, debían estar nucleadas por una ciudad de más de 100.000 habitantes en 1930 o 1940.

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descentralización envolvía, primero, un evidente proceso de difusión de la población de las ciudades centrales hacia sus áreas adyacentes (situadas en un radio de 25 millas) y, segundo, un claro movimiento de dispersión o scattering de la población sobre la totalidad del terri-torio de este país (que empezaba a ser notable en un radio de 45-64 millas respecto de las grandes urbes gracias al uso habitual del auto-móvil) (Bogue, 1950: 5).

Muy poco tiempo después, entre 1951 y 1953, tras la presenta-ción del censo, Bogue publicaba con rapidez dos trabajos, teniendo como unidad de análisis fundamental las nuevas SMA y relegando su anterior noción de región metropolitana. El resultado más inme-diato de sus análisis fue el de seguir demostrando la profundidad de la descentralización metropolitana: si a principios del siglo xx eran las ciudades centrales las que presentaban las mayores tasas de creci-miento, en la década de 1940-1950 dichas tasas eran mayores en los condados periféricos de las urbes (Bogue, 1953: 18). La influencia, por tanto, de las SMA estaba expandiéndose a una gran velocidad (Bogue, 1951: 95-96) y su intensidad dependía directamente de su tamaño poblacional, antigüedad, tasas de fertilidad y desarrollo in-dustrial (Bogue, 1951: 95-96; 1953: 27-36). Los datos eran irrefu-tables, puesto que si en 1900 vivían 24,1 millones en el territorio correspondiente a las SMA, en 1950 esta cifra alcanzaba los 84,3 millones (Bogue, 1953: 11-12).

Otros autores, sin embargo, se mostraron bastante más escépti-cos que Bogue a la hora de adoptar con demasiada rapidez las bon-dades analíticas de las SMA. ¿No estaba caduca el área metropolitana estándar del censo de 1950 en el mismo momento de nacer? ¿No era esta categoría censal un intento insuficiente para abrazar los hondos procesos de desconcentración urbana? De este debate en el ámbito de Estados Unidos, una vez más único en su época, nacieron diferentes propuestas analíticas sobre nuevas formas teóricas de la desurbaniza-ción que, a continuación, abordaremos.

5.1.1. A vueltas con el concepto de región urbana y otras acepciones

El denominado «problema londinense», en lo que respecta al inmenso crecimiento de esta gran ciudad, siguió suponiendo un verdadero reto para los urbanistas ingleses de la era de posguerra. Al margen de la febril tarea de reconstrucción de las manzanas arrasadas por los bom-bardeos alemanes sobre la capital del Támesis, la extensión y poder

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centrípeto de esta urbe amenazaba con romper el propio equilibro territorial y la redistribución ecuánime de servicios y oportunidades laborales dentro de Inglaterra. Recogiendo el concepto empleado por Geddes, Christaller y Mumford unos años atrás, diferentes exper-tos compilan sus pareceres, en un libro editado por Derek Senior en 1966, sobre lo necesario de una planificación sustentada en la idea de la región urbana. Este concepto estaba destinado a hacer entender que, más allá de aglomerar ciudades bajo una misma jurisdicción po-lítica o de planeamiento, la vida social y económica de un país se de-cidía en los nuevos y cada vez más amplios ámbitos metropolitanos, espoleados «por tendencias como la creciente movilidad de las per-sonas, la riqueza y el ocio, los avances tecnológicos en la industria, la agricultura, el transporte y las comunicaciones, y por el consiguiente desarrollo de una cultura de masas» (Senior, 1966: 6-9).

Robert Dickinson (1947: 26-27) también defendió la impor-tancia de la región como una unidad ideal desde el punto de vista de la planificación urbanística y de la administración local, al ser un territorio, de difícil identificación, atravesado por procesos eco-nómicos y sociales convergentes. Su tamaño, además, dependía de aspectos tan volubles, contingentes, como el tamaño de la ciudad central, la presencia de industrias y la emergencia de nuevos subcen-tros comerciales y residenciales (Dickinson, 1951: 262). Más impor-tante resultaba, sin embargo, su advertencia sobre la poca utilidad de establecer por decreto o por un simple estatuto, un modelo único de región urbana para que funcionase de manera eficiente (Dickin-son, 1947: 27). Cada uno de estos espacios tenía una rica y variable idiosincrasia.

Evidentemente, las ideas de estos estudiosos del urbanismo for-maron el sustrato a partir del cual otros autores empezaron a vislum-brar con relativa facilidad la estrechez de un constructo estadístico como el del área metropolitana estándar o el del «área estadística metropolitana estándar» (Standard Metropolitan Statistical Area o, en adelante, SMSA). Esta nueva categoría territorial, que se presentaría en el censo de 1960, tendría el objetivo de ser más precisa a la hora de abarcar las cada vez más complejas estructuras urbanas, y en cons-tante expansión, de Estados Unidos4 (véase tabla 5.1).

4 La diferencia fundamental entre la SMA y la SMSA es una más detallada ex-plicación de las condiciones de inclusión en un área metropolitana. Por ejemplo, el hecho de pertenecer a una SMSA no es solo aplicable a ciudades de al menos 50.000

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tabla 5.1. Población estadounidense en intervalos según tamaño de las SMSA* (1940-1960)

Tamaño del área 1940 1950 1960

Total 72.834.468 89.316.903 112.885.178

3.000.000 o más 16.476.197 25.788.967 31.763.499

1.000.000-3.000.000 16.210.026 16.627.603 29.818.571

500.000-1.000.000 11.056.897 14.439.987 19.214.817

250.000-500.000 12.007.871 15.209.376 15.829.087

100.000-250.000 12.077.950 14.045.736 14.497.817

Menos de 100.000 5.005.527 3.205.234 1.761.407

* Datos calculados según los criterios de las SMSA definidas en el censo de 1960.Fuente: Bureau of the Census, 1964: XXV.

Por ejemplo, Amos H. Hawley prestó una gran atención a los resultados del censo de 1950, los cuales no dejaban lugar a dudas: el continuo proceso de desconcentración poblacional de carácter me-tropolitano era, sin duda, el principal hito vertebrador del territorio de Estados Unidos. Una vez más, era indiscutible que todas las áreas satélite de las zonas metropolitanas crecían, desde 1920, a un rit-mo mayor que el de las ciudades centrales (Hawley, 1956: 161-164). Hawley, mostrándose descontento con el alcance territorial de las re-cién diseñadas SMA, decide crear para sus análisis la que él califica como un área metropolitana extendida (extended metropolitan area). Esta, por tanto, estaba concebida para estudiar franjas rururbanas, si se quiere, que sí estaban siendo alteradas por las inercias centrífugas de las ciudades y que, sin embargo, el censo las contemplaba como «no metropolitanas». En palabras de Hawley:

Asumiendo que el ámbito de las áreas metropolitanas estándar no es el adecuado para abarcar todas las gamas de la influencia metropoli-tana [...] se utiliza el concepto de área metropolitana ampliada. Esta es un área que tiene la misma ciudad central que el área metropoli-tana estándar, e incluye todos los condados, o, en Nueva Inglaterra,

habitantes, sino también al de dos ciudades limítrofes que sumen juntas más de 50.000 habitantes. Asimismo, son también considerados como parte de una SMSA común dos o más condados contiguos que posean ciudades mayores de 50.000 habi-tantes y que no estén separadas la una de la otra por más de veinte millas de distancia (Bureau of the Census, 1964: XIII-XIV).

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todas sus divisiones menores, con centros situados a menos de las 35 millas del núcleo interno de la ciudad central (Hawley, 1956: 6)5.

Sin embargo, el enfoque que clara y directamente relega a las SMA censales a una escala de muy pequeña relevancia6 es el de Jero-me Pickard. Este autor crea y emplea, de menor a mayor tamaño, tres unidades territoriales (área metropolitana7, área metropolitana mayor y región) y una última, de enorme tamaño, que califica de «región metropolitana». Esta última, solo localizable en la costa atlántica8 y en los Grandes Lagos del Medio Oeste9 de Estados Unidos, se caracteriza por tener una densidad media de, al menos, cien personas por milla cuadrada. Esta además ocupando solo el 12% del total del territorio y concentrando en su seno a treinta y cinco áreas metropolitanas mayores, da trabajo al 65% de la mano de obra industrial del gigante norteamericano.

Siguiendo la estela de estos autores, el geógrafo Brian J.L. Berry, utilizando el término «sistema urbano rutinario» (daily urban system), muestra cómo la SMSA de Chicago, al igual que en la mayoría de las zonas urbanizadas del país norteamericano, resulta muy limita-da y no abarca el radio de ciento sesenta kilómetros por el cual la población se desplaza pendularmente hacia nuevas áreas industriales descentralizadas, y otros múltiples y emergentes centros de trabajo terciarios (ya no tan dependientes de la ciudad central de los Grandes Lagos)10. En la misma línea, Hoover hace mención a la emergencia de

5 Traducción del original.6 Para que no ocurriesen este tipo de cosas, autores como Henry S. Shryock

(1956: 154-159) se mostraban convencidos de que la oficina censal debía mantener un contacto mucho más estrecho con la universidad, fundaciones y otras agencias pertinentes de Estados Unidos.

7 Pickard (1959: 12), incluso, emplea una noción de «área metropolitana» como unidad menor en su estudio que no respeta los criterios censales del área metropo-litana estándar. Su propuesta de área metropolitana no tenía que estar, por ejemplo, nucleada por una ciudad central de al menos 50.000 personas, pero sí debía acoger a una población mínima de 100.000 o más personas.

8 Esta región metropolitana sigue una franja costera que se extiende desde Portland, Maine, hasta Norfolk, Virginia y tiene una anchura de 175 millas (Pickard, 1959: 25).

9 Esta región metropolitana se extiende desde Saint Lawrence Valley en el norte de Nueva York, hasta el sur de Cincinnati y Louisville; y desde Davenport y San Luis en el oeste, hasta la región metropolitana atlántica en el este (Pickard, 1959: 26).

10 Berry (1970: 24-25; 1973: 76-89) determina la existencia de ciento setenta y un sistemas urbanos diarios en Estados Unidos.

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«áreas urbanas multinucleares», como la de Los Ángeles y la formada por las ciudades de Boston y Washington, atravesadas por una com-pleja estructura territorial y por un dinamismo económico basado en una buena red de autopistas y en una industria orientada hacia la tecnología y electrónica (Hoover, 1968: 262).

La contundencia de los datos y conceptualizaciones que mane-jan Hawley, Berry, Pickard o Hoover podría haber tenido una mayor repercusión en la literatura de la época, de no ser por la aparición del trabajo enciclopédico de Jean Gottmann titulado Megalopolis. The Urbanized Northeastern Seaboard of the United States. El contenido de esta obra merece un análisis más detallado porque, como veremos, tendría un enorme impacto en el pensamiento de urbanistas de todo el mundo.

5.1.2. La megalópolis de Gottmann

Gottmann, a pesar de reconocer que tanto las SMA del censo de 1950 como la SMSA del censo de 1960 habían aclarado aspectos confusos de la «metropolización» de Estados Unidos, entiende que son, una vez más, constructos estadísticos insuficientes para registrar la influencia tentacular de lo urbano sobre amplias extensiones del territorio11. No podía ser de otra manera, teniendo en cuenta que una gran sección de Estados Unidos (un tramo urbano y suburbano de la costa noroeste que se extiende desde el sur de New Hampshire hasta el norte de Vir-ginia, y desde la costa del Atlántico hasta las estribaciones de los Apa-laches), estaba desarrollando «una especie de supremacía, en la políti-ca, en la economía, e incluso en las actividades culturales, pocas veces antes alcanzada por un área de este tamaño» (Gottmann, 1961: 3). Este enorme espacio debía ser abordado con una óptica macro muy diferente a la de cualquier unidad censal precedente.

11 Por ejemplo, este autor pone como ejemplo de la arbitrariedad de las fronteras de las SMA censales, el hecho de haber separado Bridgeport del área de Nueva York. Sobre las SMSA, más pequeñas que las SMA, vuelve Gottman a incidir en aspectos similares a la hora de separar escenarios metropolitanos de la costa noreste de manera artificial. Sin embargo, reconoce que la idea de crear en el censo de 1960 una nueva y mayor unidad estadística para dar cabida a los complejos metropolitanos de Chicago y Nueva York por separado, denominada Standard Consolidated Areas, era un camino acertado (Gottman, 1961: 7). Dicha área consolidada de Nueva York y noreste de New Jersey, al fin y al cabo, no era un mal retrato estadístico de parte de su megaló-polis (Bureau of the Census, 1964, xxiv-xxv).

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Con una gran densidad poblacional, todas las ciudades que con-figuran esta «megalópolis», recuperando Gottmann (1961: 5) el tér-mino empleado por Mumford tres décadas antes, están unidas por una mezcla de paisajes rurales y suburbanos especialmente visibles en las autopistas que unen Nueva York y Filadelfia. En realidad, esta franja de territorio es un verdadero continuum urbano, suburbano y rururbano que muestra en toda su magnitud un descomunal proceso de desconcentración, donde las periferias no tenían un claro inicio ni final. Si las ciudades eran los centros tradicionales de las regiones christallerianas, las reglas del juego eran completamente nuevas en la denominada «principal calle de la nación» por su ingente poder económico, industrial y comercial:

Hoy lo que hemos visto en la megalópolis difícilmente se puede encajar en cualquiera de los patrones ordenados elaborados por los teóricos. Hay demasiados flujos y cambios constantes dentro de la región. Hay demasiadas relaciones que vinculan a cualquier comu-nidad o área de un cierto tamaño con varias de las otras áreas, ciu-dades y centros de actividad. Tal vez la mejor comparación de su estructura, en un momento en el que las comparaciones astronómi-cas están de moda, sería con la estructura de una nebulosa. La expre-sión «estructura de una nebulosa» es apta para transmitir la confu-sión que se extiende delante de nosotros, en lugar de los sistemas organizados más eficientemente a los que estábamos acostumbrados en el pasado. Algunas ciudades centrales están perdiendo rápida-mente su antigua «centralidad» para convertirse en suburbios o saté-lites (Gottmann, 1961: 736-737)12.

Dando cobijo en 1960 a 37 millones de personas, la megaló-polis estadounidense se diferencia de otras zonas muy densamente pobladas de Europa (como el área metropolitana de París o la cuenca industrial del Ruhr), precisamente, por el colosal espacio que ocupa, no constreñido por economías nacionales extendidas por zonas geo-gráficas relativamente pequeñas. De hecho, a pesar de tener varias de sus secciones totalmente urbanizadas, quedan grandes extensiones de bosques, campos y pastos que pueden dar la falsa impresión de que la megalópolis es una gigantesca región suburbana fiel a las mejores tra-diciones de la ciudad jardín de Howard. En realidad, los fantasmas de

12 Traducción del original.

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esta nebulosa territorial tienen una doble y escurridiza cara: la prime-ra, confinar a la mayoría de sus pobladores en barrios superpoblados y deteriorados; la segunda, la continua mejora de la red de carreteras, el imparable número de automóviles privados y el continuo creci-miento de los «suburbios exteriores» también arruinan los bosques y el paisaje, además de desbaratar cualquier desplazamiento libre de enormes atascos de tráfico (Gottmann, 1961: 217-218, 237 y 241).

Al margen de las múltiples críticas posibles que Gottmann es-boza sobre los costes humanos y medioambientales de esta forma ex-trema de desconcentración urbana, la megalópolis es un ejemplo del éxito económico de las colonias septentrionales de Estados Unidos, apuntalado tras la victoria del Norte en la Guerra de Secesión (y cuya primera expresión fue la del impresionante crecimiento —analizado en el tercer capítulo— de las zonas suburbanas de Nueva York, Bos-ton y Filadelfia durante el siglo xix). Sin embargo y desde entonces, esta enorme franja territorial, como si se tratase de un ser animado, ha sabido «absorber con avidez cada nuevo dispositivo aprendido por el pueblo», poniendo a su servicio el desarrollo comercial, indus-trial, mecánico y automatizado para favorecer su propio crecimiento (Gottmann, 1961: 773). No es extraño, por tanto, que sea la mega-lópolis la que en los años sesenta acumulase la mayor proporción de trabajadores de «cuello blanco» situados en la vanguardia económica de una incipiente sociedad posindustrial, que dejaba atrás la histórica importancia de los sectores primario y secundario:

El censo de 1960 mostrará una mayoría de los trabajadores de «cue-llo blanco» en el total del empleo no agrícola de los Estados Unidos. Esto nunca antes se había producido en un recuento detallado de la población, y por esta razón, no por otra, el decimoctavo censo de los Estados Unidos va a ser entendido como un gran hito en la historia [...] En la megalópolis, mejor que en ningún otro lugar, se puede observar el proceso y las consecuencias de este rápido crecimiento del empleo en las ocupaciones terciarias y en puestos de trabajo de «cuello blanco» (Gottmann, 1961: 567)13.

Efectivamente, la megalópolis, además de tener el principal nodo de comunicaciones telefónicas del país, y de multiplicar ad infinitum complejos flujos de tráfico que nacen en el hogar y se dirigen hacia

13 Traducción del original.

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emergentes distritos terciarios de negocios o hacia rutilantes centros comerciales, es el símbolo de un momento prometeico en la historia de Estados Unidos. El nuevo orden a desarrollar ya nunca más estaría basado en la vieja economía rural, sino en un orden enteramente urbano terciarizado en donde las funciones artísticas, educacionales, investigadoras o de gestión pasarían a ocupar el papel «de la arena y del foro de los tiempos romanos» (Gottmann, 1961: 773-774).

Las repercusiones de las investigaciones de Gottmann fueron in-mediatas y, desde luego, menos optimistas. La más contundente de todas es, sin duda, la voz de alarma dada por Mumford a la hora de valorar positivamente el denominado, de manera muy intencionada, Nuevo Plan Regional Norteamericano para impedir la megalópolis14 del estado de Nueva York (que, por cierto, acabaría fracasando). Ante la excesiva importancia que, por exceso o por defecto, se le estaba concediendo a los datos o artificios estadísticos, el eminente historia-dor urbano se muestra convencido de que, para evitar el panorama de absoluta congestión, construcción sin sentido de nuevas carrete-ras y la puesta a punto de ineficaces planes de renovación urbana, era necesario devolver a la ciudad su matriz regional que diese for-ma a la totalidad «de nuestras actividades económicas y culturales» (Mumford, 1965: 9). Las ciudades no podían seguir creciendo como si se tratasen de unidades autónomas que se expanden mediante la construcción descontrolada de suburbios a gran escala (Mumford, 1965: 8-11), acentuando los problemas de la congestión metropo-litana y poniendo el campo al servicio destructivo de una enorme metástasis urbana15.

14 Dicho plan, basado en la planificación a una escala regional de Nueva York defendida por Mumford en obras anteriores, trataba de ser una evolución del Informe sobre un plan para el Estado de Nueva York editado en 1926. El objetivo principal del mismo era conseguir planificar una ciudad-región, no una megalópolis congestiona-da y caótica, activando un crecimiento regulado de tres estadios: «A) Expansión de las pequeñas zonas metropolitanas actuales; B) Enlace y conexión de ciudades y valles; C) Expansión de las comunidades pequeñas y de las zonas más remotas del Estado» (Mumford, 1965: 5).

15 Siguiendo la estela marcada por Mumford, y como antesala de los análisis de la «crisis urbana» de los años setenta, diversos autores e instituciones empiezan a alertar de los riesgos sociales y ambientales de la continua dispersión urbana, tan imprevi-sible como el derramamiento de una mancha de aceite. A este respecto son destaca-bles los análisis de Bogue (1956: 291-292) sobre el continuo descenso de recursos agrícolas en las áreas metropolitanas estadounidenses y la advertencia de la Advisory

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Otro de los rastros evidentes y más inmediatos de la obra de Gott-mann se localizaría en los trabajos del arquitecto y urbanista Constanti-nos A. Doxiadis. Este pensador griego incide en la idea de que los pro-cesos de «megalopolización» no son exclusivos de Estados Unidos. En Inglaterra y Gales, en zonas del Mediterráneo y en Europa Central se pueden encontrar evidencias de esta gigantesca forma de desconcentra-ción urbana (Doxiadis, 1969a: 14). Precisamente, la presencia de mega-lópolis en diferentes partes del mundo conduce a Doxiadis (1969b: 1) a vaticinar la emergencia de una gran «ecumenópolis», esto es, una ciudad universal en donde la naturaleza ocuparía gran parte de sus zonas edifi-cadas y en donde la interconexión de todas sus unidades menores estaría garantizada por vías de alta velocidad. Para garantizar la sostenibilidad y habitabilidad de esta urbe global, Doxiadis (1969a: 18), perfecto cono-cedor de las propuestas de Howard, Wright y Le Corbusier, defiende la idea de que su composición primaria se forme a partir de comunidades humanas o celdas de no más de 50.000 personas, con una dotación de parques interiores adecuada y un acceso restringido de automóviles.

Con unas pretensiones más comedidas que las del autor griego, también resulta interesante la propuesta de Friedmann y Miller (1965: 313-318) de agregar las formas más aparatosas de la desconcentración urbana (megalópolis y ecumenópolis inclusive) bajo la acepción, quizá excesivamente genérica, de «campo urbano» (urban field). El concepto de ciudad compacta había quedado, por tanto, completamente caduco según estos dos autores: el espacio de la vida urbana solo podría ser comprendido mucho más allá de los límites de las áreas metropolitanas gracias a un contexto de continuo perfeccionamiento de las tecnologías del transporte, y a la creciente preocupación de las élites profesionales y empresariales por vivir en periferias que siguiesen garantizando priva-cidad, movilidad y acceso a un entorno ambiental cuidado16. No cabe duda de que esta y todas las aportaciones que acabamos de sintetizar en el periodo 1945-1970 hicieron alcanzar al análisis de las formas de la desconcentración urbana un grado de madurez perfectamente equipa-rable al de nuestro presente17.

Commission on Intergovernmental Relations (1968: 12-13) sobre la conversión de miles de acres en suelo urbano motivada por el sprawling.

16 Friedmann y Miller (1965: 318) también mostraron una notable preocupación por los efectos de un inagotable crecimiento del campo urbano sobre, por ejemplo, las áreas agrícolas más productivas que se albergaban en su área de influencia.

17 En este sentido, cabe destacar la importancia que las obras de Gottmann y Doxiadis tuvieron en destacados urbanistas y geógrafos japoneses durante estos años.

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5.2. OTROS ELEMENTOS CONTEXTUALES DE POSGUERRA: PUJANZA Y POBREZA DE LAS MEGALÓPOLIS

¿Cuáles fueron los principales motivos políticos y económicos que alimentaron el gigantismo suburbano y rururbano de la megalópolis norteamericana? Sin duda, el inicio de la respuesta debe considerar-se desde ópticas contextuales parecidas a las del fin de la Primera Guerra Mundial. Si en Inglaterra tras esta contienda, decíamos, se construyeron más de un millón de viviendas unifamiliares para dar cobijo a los soldados que regresaban a su país, en Estados Unidos se volvía a repetir esta circunstancia treinta años después, solo que a una escala mucho mayor. Los millones de veteranos, que volvían de los escenarios bélicos de Europa y del Pacífico y los millones de trabajadores de la industria militar, que debían ser recolocados en otros nichos laborales tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, no podían seguir teniendo como preocupante alternativa habitacional el vivir en pensiones, coches o tiendas de campaña salpicadas por todo el país (Hayden, 2003: 132). En una época en que se empiezan a dis-parar las tasas de fecundidad en Estados Unidos18, y en donde había ingentes cantidades de dinero ahorrado, listas para ser gastadas tras el conflicto bélico, la demanda de construcción de nuevos hogares era verdaderamente gigantesca y de una proporción mucho mayor que la del periodo de entreguerras.

Al igual que durante la Gran Depresión, la FHA (Federal Hou-sing Administration) estaba llamada a desempeñar un importante papel, esta vez acompañada institucionalmente por la VA (Veterans’ Administration), a la hora de conceder préstamos de bajo interés que facilitasen la construcción entre los años 1946 y 1953 de diez millones de nuevos hogares (Hayden, 2003: 132). Ante semejantes magnitudes, una vez más el sector privado de la construcción se veía

De entre ellos, fue Isomura Eiichi el que, totalmente influenciado por Gottmann, anticipaba el advenimiento de una megalópolis en la región insular de Hokkaido vertebrada por nuevos transportes de alta velocidad. También Tange Kenzô vaticinó la configuración en el archipiélago japonés de una futura ecumenópolis o gran orga-nismo, cuyo metabolismo venía marcado por las nuevas modalidades de transporte y el advenimiento de nuevas tecnologías de la comunicación. Sus predicciones, aten-diendo a la magnitud y complejidad presente de las gigantescas conurbaciones de este país, se cumplieron sin ninguna duda (Hanes, 1993: 56-59 y 68-69).

18 No es casual que esta época fuese denominada por varios demógrafos como la «era del baby boom» (Weeks, 1981: 85).

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apoyado por un órgano administrativo que podía inducir el gasto de millones de ciudadanos19 y dejar expedito el camino para generar unas asombrosas plusvalías.

La periferia, una vez más, era el lugar idóneo en donde construir comprando suelo a bajo precio y, sobre todo, el escenario donde no preocuparse por dotar a estos enormes espacios —con laxas jurisdic-ciones y figuras de planeamiento— de servicios públicos adecuados20. En estrecha conexión con esta circunstancia, las zonas centrales de las ciudades, caras y congestionadas, también dejaban también dejaban de ser espacios históricamente atractivos para la correcta actividad empresarial de un número cada vez más importante de grandes fir-mas (Moses y Williamson, 1967: 215-216).

¿Cómo edificar en tan pocos años una nueva suburbia con unas dimensiones que ni las propias categorías censales eran capaces de acotar? La lección estaba aprendida ya, como hemos visto, desde el inicio del segundo cuarto del siglo xx: no había camino más promete-dor que seguir incorporando los principios de la producción en masa al sector de la construcción. Especialmente, un constructor llamado Abraham Levitt, del cual hablaremos más extensamente en siguientes epígrafes, será un maestro en estas lides, convirtiéndose por ello en una verdadera leyenda del capitalismo de posguerra.

Si la tecnología constructiva de las viviendas había alcanzado unas cotas de rapidez y estandarización muy altas, otra fuerza centrífuga de carácter superestructural hizo que esta fuese aplicada sin tregua durante los años de posguerra. En este sentido, Shryock (1956: 158) sugería

19 Es curioso constatar cómo en el país del libre mercado por antonomasia, el intervencionismo estatal en materia de gestión urbanística e inmobiliaria no solo tuvo un momento álgido durante la Gran Depresión, de manos de Tugwell y su Resettle-ment Administration, sino también bajo la presidencia de Lyndon B. Johnson durante los años sesenta del pasado siglo. Bajo el nombre de Great Society, Johnson quiso impulsar un gigantesco paquete de medidas educacionales, médicas y también urba-nísticas, destinado a erradicar la pobreza y discriminación racial de Estados Unidos. Tratando de retomar una vez más el espíritu de la ciudad jardín, este ambicioso pro-yecto defendía la pertinencia de un amplísimo programa de construcción de nuevas ciudades (Fishman, 1992: 157-160). Los principales objetivos de estas políticas acaba-rían siendo incumplidos por el clima de crisis económica y social que, en el inicio de la década de 1970, ocasionaba la cada vez más sangrienta y compleja guerra de Vietnam.

20 Por supuesto, esta falta de servicios se ve acompañada por un menor cobro de impuestos a industrias y todo tipo de actividades empresariales que ven en las perife-rias unas ventajas económicas y espaciales evidentes (Fishman, 1992: 151; Hayden, 2003: 128).

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que la acelerada explosión constructiva de las metrópolis, además de por el cada vez más hegemónico uso del automóvil, radicaba en elementos socioculturales diversos: una cada vez más alta movilidad intergeneracional, la negativa a seguir viviendo en casas en donde los padres o cónyuges hubiesen fallecido21, la «invasión» de viejos vecin-darios por parte de minorías étnicas y la emergencia de familias que buscaban las mejores condiciones de vida posibles para sus hijos.

Al margen de la importancia de la gestión privada y pública sobre la demanda de vivienda e influyentes factores socioculturales asociados a los modos de habitación norteamericanos, el conjunto de estos elementos para algunos estudiosos no era lo suficientemente destacable como para explicar en toda su magnitud el fenómeno su-burbano que colonizaba miles de kilómetros cuadrados al año. Peter Hall, de hecho, se muestra convencido de que la ambiciosa Ley de Ayuda Federal a las Autopistas de 1956, aprobada bajo el mandato del presidente Eisenhower, fue «la que señaló el verdadero comienzo de los barrios residenciales suburbanos dependientes de este tipo de vías» (Hall, 1988: 323). Independientemente de la utilidad defensiva y militar que tenía un programa de construcción masivo de autopis-tas en plena Guerra Fría, el efecto económico que podría acarrear se-ría inmenso. Efectivamente, la inversión de 41 billones de dólares en asfaltar 41.000 millas de nuevas carreteras (Hall, 1988: 303), además de dejar muy pequeños los planes de construcción viaria anteriores, acarrearía la continuidad de una producción astronómica de auto-móviles. Así fue: si en 1946 la producción había descendido a los dos millones de coches, entre 1953 y 1964 se alcanzaría la fabricación anual de entre 5 y 7 millones de coches (Tobin, 1976: 107-108).

Incontables toneladas métricas de asfalto habían cambiado por completo la jerarquía de asentamientos de los Estados Unidos (Berry, 1960: 113 y 116). Catorce mil grandes centros comerciales suburba-nos construidos hasta 1970 (Ebner, 1985: 380), la emergencia de nuevas áreas rururbanas, la construcción de cientos de ciudades saté-lite, y el establecimiento de una relación con un rural ahora total-mente accesible (Firey et al., 1951: 215) fueron los frutos de «la ciu-dad en la autopista», que diría el propio Peter Hall.

21 Shryock (1956: 158) relaciona esta costumbre con las tradiciones culturales de los indios Navajo, los cuales quemaban su hogan (nombre del hogar tradicional de esta tribu) «después de la muerte de un miembro de su familia».

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No es de extrañar que ante semejantes estímulos políticos y eco-nómicos, las oleadas de la suburbanización de posguerra fuesen gi-gantescas. No obstante, tras semejante cambio territorial se empeza-ba a fraguar una crisis urbana de inmensas proporciones que estallaría en los años setenta. Los grandes olvidados por la planificación urbana en Estados Unidos, los centros metropolitanos, veían descender en el periodo 1950-1960 sus densidades medias de 7.800 a 5.800 personas (Kain, 1967: 223), señal inequívoca del «vuelo hacia los suburbios» de las clases medias plasmado en diferentes investigaciones22.

En los cascos urbanos se empezaban a localizar, primero, concen-traciones de pobres, ancianos y minorías étnicas sospechosamente eleva-das (Dobriner, 1963: 64); segundo, los recursos recaudatorios o imposi-tivos de estos espacios comenzaban a desplomarse (con una consecuente merma en la calidad de sus servicios públicos) (Schwab, 1992: 296). Ante esta situación, el antaño alto valor inmobiliario del centro urbano acaba también por desmoronarse. El auge de las periferias de posguerra, «una amable muestra del principio de la supremacía blanca» (Dobriner, 1963: 64) se traduce, paradójicamente, en una progresiva revaloriza-ción del suelo de potencial vocación residencial a causa de tres factores imparables durante estos años: la mejora de las carreteras y el aumento de la propiedad de automóviles, el alza de los ingresos per cápita y el crecimiento demográfico (Alonso, 1964: 113-114).

Mientras tanto, en Europa, la historia de sus incipientes me-galópolis se estaba configurando de una manera diferente. Con dos décadas de retraso, estalla en el Viejo Continente una verdadera re-volución del automóvil, fabricándose en la etapa 1945-1975 más co-ches que en Estados Unidos (Hall, 1988: 32). Si bien es cierto que las grandes urbes europeas no pudieron liberarse de tamaña cantidad de vehículos, naciones como Gran Bretaña, Francia o la antigua Repú-blica Federal de Alemania siguieron apostando por la convivencia del transporte urbano de masas con el uso privado del coche. Tal y como argumenta Hall, la diferencia fundamental entre el barrio suburbano norteamericano y el europeo era, precisamente, su conexión, además de con la autopista, con el metro.

22 Dicho «vuelo» más bien acabaría siendo durante estos años un sinónimo per-fecto del propio crecimiento de la ciudad y del continuo ensanchamiento de sus lími-tes físicos (Duncan et al., 1962: 428-429). Cabe destacar sobre este particular flujo migratorio, la investigación de la expansión periférica del condado estadounidense de Milwaukee realizada por Richard Dewey (1948).

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Quizá uno de los ejemplos que mejor ilustra este intento de combinación de medios de transporte privados y públicos es el lleva-do a cabo por Sven Markelius en el Plan General de Estocolmo para el periodo 1945-1962 (Hall, 1988: 319). En dicho plan, apoyado por unas autoridades municipales que no creían en las soluciones privadas para el transporte urbano desarrolladas en Estados Unidos (Ekman, 2003: 179), se mostraba una sobresaliente capacidad de previsión de un aumento gigantesco y progresivo del parque móvil de la ciudad23. Para alcanzar este objetivo, se propuso un sistema de transporte que bascularía de manera equilibrada entre dos extremos: el de una red de autopistas o vías de circunvalación y el de una red de metro24, que comunicarían indistintamente el centro urbano con una serie de ciudades suburbanas de nueva planta, para evitar la con-gestión demográfica de la capital sueca25. Europa estaba mostrando una sensibilidad diferente a la estadounidense en la gestión de los procesos de desconcentración urbana de posguerra; al fin y al cabo, las personas que «no podían comprar coches con facilidad, tenían posibilidades de elección» (Hall, 1988: 327).

Antes de finalizar este epígrafe, es conveniente hacer una men-ción a los efectos de una creciente desurbanización en otras zonas del mundo «en vías de desarrollo», utilizando una terminología muy co-mún de la época de posguerra26. Por ejemplo, aunque sumidos toda-vía en una fase de concentración urbana aguda, algunos países centro

23 En 1950, en Estocolmo había 20.000 automóviles; una década después, eran 100.000 (Ekman, 2003: 177).

24 Esta red de metro se empezó a construir en el año 1941, es decir, con anteriori-dad al diseño del plan. Sus principales líneas, acabadas de construir en 1970, tuvieron un efecto claro y decisivo en la construcción de los nuevos suburbios de Estocolmo (Ekman, 2003: 175).

25 Gracias a este tipo de iniciativas, y al creciente gusto por la vida rural, se explica el fuerte proceso de suburbanización que experimentó Suecia en el periodo 1960-1970. Según el estudio de Alexandersson y Falk (1974: 88 y 92), si en 1965 el total de apartamentos construidos suponía el 71% de los inmuebles acabados en Suecia, en 1970 esta cifra caería hasta el 64%, señal inequívoca de la creciente demanda de nuevas viviendas unifamiliares que estaban invadiendo las periferias de Estocolmo, Göteborg o Malmö.

26 Las tasas de crecimiento de población urbana de los países en vías de desarrollo asiáticos, africanos, latinoamericanos y oceánicos —excluyendo a Australia y Nueva Zelanda— fueron mucho mayores que las de los países desarrollados europeos, nor-teamericanos y soviéticos para los periodos de 1950-1955 (4,2% frente a un 2,4%) y 1960-1965 (4,3% frente a un 2,2%) (Zevelyov, 1989: 14).

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y sudamericanos empiezan a padecer en toda su extensión los males del gigantismo metropolitano gestados varias décadas atrás.

A finales de los años sesenta, Buenos Aires tenía una pobla-ción de seis millones de habitantes (en 1910, la ciudad albergaba a 1.200.000 personas); Santiago de Chile, tres millones; Lima, dos millones; Ciudad de México, cinco millones (Sánchez, 1967: 26)… El espectacular proceso de urbanización durante el periodo 1945-1970 genera en América Latina, como en la era victoriana europea más descarnada, una enorme extensión de nuevos slums en los alfoces de estas metrópolis. Los grandes cambios estructurales sufridos por el sector primario del conjunto de estos países (mecanización, mayor competencia de los mercados internacionales, etc.) provocan un ver-dadero aluvión migratorio hacia la ciudad. Como resultado, millones de personas se encuentran con ciudades escasamente industrializadas (Browning, 1967: 125), con un elevado número de actividades tra-dicionales y artesanales de reducida rentabilidad, y un continuo caos circulatorio que les impide desplazarse hacia lugares con más expec-tativas laborales (Higgins, 1967: 164).

Todas estas circunstancias explican el emplazamiento definiti-vo de cientos de miles de inmigrantes en unas franjas periurbanas totalmente empobrecidas y en constante expansión. Las barriadas li-meñas, las favelas de Río de Janeiro, los ranchos de Caracas, las villas miseria de Buenos Aires y los tugurios de Ciudad de México son ti-pologías suburbanas peculiares, pero con el denominador común de la miseria y su total segregación de las bondades económicas, sociales y culturales del centro de la ciudad27.

Por otra parte, en pleno proceso de independencia, los países del este africano, de gran tradición y vocación urbana impulsada desde los inicios del colonialismo europeo (Peil, 1981: 7), presentan características similares a las iberoamericanas en lo que atañe a sus fenómenos de creciente suburbanización. Poniendo como ejemplo el estudio de caso de los suburbios de Nigeria, Gambia y Ghana rea-lizado por Margaret Peil a finales de la década de los sesenta y prin-cipios de los setenta, en este se constata cómo los residentes subur-banos se caracterizan por ser trabajadores de muy baja cualificación, o de extracción agrícola, que no pueden costearse la vivienda en las cada vez más complejas urbes de Lagos, Kaduma, Banjul o Tema

27 Sobre estas peculiares y extremas formas de urbanización latinoamericanas, consúltense los trabajos de Hauser (1961), Germani (1965) y MacEwen (1971).

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(Peil, 1981: 37-38), con el consiguiente empobrecimiento endémico de estos enclaves.

Asimismo, en el trabajo de Gutkind sobre las muchedumbres urbanas en África se detalla con más precisión otros problemas de los lindes metropolitanos de este continente, tales como la ausencia de servicios sanitarios y sociales, densidades de población altísimas y falta de privacidad. Además, en las principales áreas periurbanas africanas se llegan a localizar decenas de tribus diferentes, lo cual contribuye a la generación de pequeños e inestables asentamientos con configuraciones étnicas tan homogéneas como diversas entre sí (Gutkind, 1960: 130-131).

Sin duda, en la era de posguerra, el sueño de clase media de la ciudad en el «jardín megalopolitano» empezaba a ser coto exclusivo del mundo occidental. La historia de la desconcentración urbana en otras áreas continentales empezaba, como progresivamente veremos en otros capítulos, a cobrar un cariz muy distinto y preocupante.

5.3. LA DIMENSIÓN GEOGRÁFICA Y MORAL DE SUBURBIA

Volviendo a las coordenadas de Estados Unidos, el análisis de las formas de la desconcentración urbana durante estos años, a pesar de su calidad y de los interesantes interrogantes que estos planteaban, suscitó un interés secundario, especialmente, en el campo de la so-ciología urbana. La atención estaba puesta en el primer nivel de la desurbanización, algo, por otro lado, comprensible, puesto que en el periodo de posguerra este país se había convertido en una nación suburbana.

Entre 1950 y 1960 los suburbios aumentaron su población de 35 a 84 millones, es decir, experimentaron una tasa de crecimiento del 144% (Baldassare, 1992: 476-477). También acabaron concen-trando el 36% del valor añadido de la producción industrial y alre-dedor del 20% de las ventas comerciales minoristas del país (Wood, 1979: 64)28. Durante los años sesenta se produce, además, un fuerte desplazamiento de la actividad comercial del centro urbano hacia nuevas y pujantes periferias, apoyándose en la infalible combinación autopista-shopping malls (Fishman, 1992: 151-152). Ampliando, por

28 Sobre la intensidad de la actividad comercial minorista en los suburbios esta-dounidenses en el periodo de posguerra, consúltese el trabajo de Tarver (1957).

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cierto, el periodo temporal hasta el año 1970, los residentes suburba-nos superaron en número a la población agrícola por primera vez en la historia de esta nación (Jackson, 1985: 284).

El conjunto de estas cifras consiguió plantear hipótesis de tra-bajo cada vez más sugerentes: ¿qué nuevas tipologías suburbanas es-taban configurándose?, ¿los suburbios conseguirían cambiar social y culturalmente Estados Unidos en un sentido negativo y alienante?, o, simplemente, eran nuevos vecindarios similares en su composición a los de cualquier lugar del mundo. Las respuestas a estas preguntas formaron parte de una impresionante producción académica, de la que trataremos de hacer una síntesis adecuada, destinada a descom-poner la realidad geográfica, moral, social y económica del suburbio.

5.3.1. Nuevas descripciones y tipologías de suburbia

El hecho de que en los censos de 1950 y 1960 no se incluyese una definición explícita de «suburbio» fue la causa que siguió es-poleando la intensa búsqueda de un consenso sobre la descripción geográfica y humana de estos complejos enclaves periféricos. Más que buscar nuevas tipologías suburbanas, como había acontecido durante la primera mitad del siglo xx de mano de los trabajos de Douglass o Harris, había una clara necesidad de identificar los aspectos típico-ideales del suburbio. Dobriner (1958: XVII), por ejemplo, hace un repaso pormenorizado de la literatura del momento para concluir que el suburbio tiene unas características indiscutibles: ser una co-munidad de vocación eminentemente residencial o familiar, localiza-da en las afueras de la ciudad —siendo políticamente independiente de la misma— y que desde un punto de vista cultural y económico depende de la ciudad central. Con mayor detalle y acierto, Kurtz y Eicher definen el suburbio en contraposición con el segundo nivel de la desconcentración urbana —la franja rururbana— otorgándole una serie de peculiaridades propias atendiendo a las siguientes variables:

a) Localización: los suburbios son zonas que se encuentran fuera de la ciudad central, aunque con frecuencia son contiguos a esta.

b) Características de la tierra: las agrupaciones suburbanas po-seen un patrón bastante regular en lo que concierne al uso no agrícola del suelo (aunque puede haber alguno con granjas dispersas, el suburbio no aparenta ser una zona de transición

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rururbana, esto es, tiene que tener la configuración de una zona residencial urbana consolidada).

c) Crecimiento y densidad: suburbia presenta, respecto a estas dos magnitudes demográficas, unos valores intermedios entre la ciudad y la franja rururbana.

d) Ocupación: el suburbio es similar a la ciudad, salvo por una cada vez mayor homogeneidad en las profesiones de sus re-sidentes —de carácter liberal o de «cuello blanco», especial-mente—.

e) Estructura de gobierno: los suburbios agregados o contiguos a una ciudad poseen unos servicios y funciones muy parecidos a los de esta. En cambio, los suburbios no agregados o disper-sos, de facto, reproducen la idiosincrasia política y económica propia de las zonas rururbanas (sobre todo en lo que se refiere a la mala gestión de servicios urbanos básicos, como el de un buen alumbrado público, alcantarillado, correcta pavimenta-ción de las calles, etc.) (Kurtz y Eicher, 1958: 36).

Sobre la aparición de nuevas caracterizaciones tipológicas del su-burbio, la época de posguerra fue poco prolija y, sobre todo, menos innovadora que las de décadas pasadas. Schnore (1956: 458), por ejemplo, ahondaría en la divisoria entre suburbios residenciales (ca-racterizados por ser ciudades dormitorio de renta media o media-alta en donde el comercio minorista era la actividad económica domi-nante) e industriales (definibles por ser verdaderos centros de trabajo y localizarse más frecuentemente en áreas urbanas pequeñas de renta baja)29. En este sentido, Harris publicaría un nuevo trabajo, con datos actualizados de los años sesenta, en el que retomaría su tipología de suburbios presentada en el año 1943. De los 352 suburbios analiza-dos, concluiría al igual que Schnore, son los de carácter residencial o industrial los más destacados en número (Harris, 1964: 548).

Como veremos en el siguiente epígrafe, otros autores buscaron nuevas vías analíticas para lograr hacer una adecuada caracterización de estos enclaves. Más que aspectos físicos, geográficos o funcionales,

29 Schnore (1958b: 119) entendía que algunos de estos suburbios industriales podían ser considerados, más bien, ciudades satélite funcionalmente dependientes de otras ciudades de mayor tamaño. No obstante, argumentaba, no sería operativo empezar a hacer una distinción tan fina de conceptos para los objetivos de una in-vestigación.

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el suburbio debía ser abordado de manera más sutil como un espacio que estaba generando un nuevo modo de vida, con unos claros efec-tos sobre la cultura y psicología de los individuos.

5.3.2. ¿El suburbanismo como modo de vida alienante?

Investigadores del campo de la sociología urbana empezaron a de-finir una realidad suburbana que, sin pretenderlo en muchos casos, comenzaba a alertar a algunos intelectuales por su carácter unidi-mensional. Fava (1956: 34), por ejemplo, definía estos espacios por contener una gran cantidad de matrimonios jóvenes con hijos y, por supuesto, concentrar familias con un estatus típico de clase media. Rossi (1955: 180), en sus clásicos análisis sobre la movilidad residen-cial urbana, argumentaba con contundencia que el suburbio propor-cionaba el hogar idóneo para familias que habían alcanzado su ciclo vital de mayor estabilidad. Es más, teniendo en cuenta algunas ca-racterísticas físicas muy definidas (hegemonía de casas unifamiliares, baja densidad poblacional y espacios abiertos), el «suburbanismo» era un modo de vida sin cabos sueltos, basado en el ejercicio activo de la vecindad. Por supuesto, esa intensa búsqueda de contactos primarios o informales correspondía a grupos sociales de un alto y selectivo nivel socioeconómico.

En la misma línea, Nels Anderson (1965: 17) describía al su-burbio, además de por su carácter «muy urbano en cuanto a su re-finamiento», por la condición de alimentar una vida en comunidad potenciando vecindarios muy parecidos a los de una pequeña aldea agrícola. Matizando estas ideas, Wendell Bell argumentaba que la ca-racterística principal de estos enclaves periféricos era proporcionar a sus habitantes la posibilidad de reproducir «el familismo» como estilo de vida, esto es, elevar a la máxima potencia un conjunto de hábitos destinados a potenciar la felicidad inmediata y los valores comunitarios que hiciesen olvidar el anonimato, el hacinamiento y el nerviosismo inherente a la ciudad tradicional30.

Mumford, sin embargo, no tenía dudas sobre la verdadera na-turaleza del suburbio como unidad vecinal o familiar que intentaba

30 La investigación de Bell (1956: 283) sobre el «familismo suburbano» se apoya-ba en un completo trabajo de campo consistente en la realización de cien entrevistas a residentes que se acababan de mudar a dos suburbios de Chicago —Park Ridge y Des Plaines—.

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reproducir, sin éxito, la participación democrática y la iniciativa lo-cal: «Por desgracia, el mismo suburbio ha perdido las condiciones que conservaban el paisaje a su alrededor y permitían la asociación espontánea y las empresas colectivas» (Mumford, 1961: 665)31.

La fuerte ideología de la vecindad o del «familismo» que alimen-taba una imagen positiva de suburbia, ilustrada en los trabajos de Fava, Anderson y Bell, escondía una falsa armonía e integridad co-munitaria, caricaturizada hasta extremos patológicos (Dennis, 1968: 92). No podía ser de otra manera; el escenario del primer eslabón de la desconcentración urbana era el de una altísima movilidad social y física acompañada por la autosuficiencia de los individuos propie-tarios de uno o varios coches. Ante este panorama, la potenciación de lazos de vecindad tradicionales y saludables parecía una quimera suburbana (Keller, 1968: 76-77).

En lo referente a la descripción típica del «suburbanita», esta persona puede definirse por una rutina marcada por su vocación pro-fesional, desarrollada en el centro de la ciudad, y por su vocación re-sidencial, desarrollada ejerciendo «la jardinería amateur y otras activi-dades pastorales» (National Resources Comittee, 1951: 69-71). Pero esta existencia pendular era, al final, el producto de lo que Mumford (1961: 673) denominaba una «vida en cápsula» desplegada en una gigantesca periferia urbana en donde el control social, el imperio del automóvil y la superespecialización estaban anulando «las complejas formas de cooperación de la ciudad», dejando al individuo disociado y solitario. En este sentido, Jane Jacobs (1961: 284 y 352), en su ya clásico libro The Death and Life of Great American Cities, ahondaba en el tremendo coste de dinero público que ocasionaba la inagotable dispersión suburbana, y el empobrecimiento de la diversidad social y económica de las urbes en aras de una funcionalidad laboral, re-sidencial y comercial estrictamente separadas las unas de las otras por autopistas. Los trabajos de corte más empírico de Leo Schnore (1957: 171) respaldaban este conjunto de argumentos: la comunidad metropolitana avanzaba hacia una completa diferenciación y especia-lización del uso del suelo, materializada en zonas suburbanas con un rango de funciones muy limitada.

El sueño de la barbacoa en el jardín de tu casa, idealizado hasta la saciedad en las primeras décadas de la televisión como medio de

31 Traducción del original realizada por E. L. Revol en la edición argentina de Ediciones Infinito del año 1966.

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comunicación de masas, más que en una posibilidad, se había con-vertido en la única opción habitacional válida para millones de per-sonas de clase media. El triunvirato «casa, coche y televisión» pasaba a ser el prototipo del denominado american way of life, una versión actualizada de los ideales puritanos y románticos decimonónicos, con todas las cotas de insatisfacción y frustración aparente que ello conlle-vaba para cada vez más sectores de esta sociedad crecientemente uni-dimensional. Dicha idiosincrasia se tornaba perversa especialmente para las mujeres; a pesar de su creciente incorporación al mundo laboral, las periferias urbanas seguían perpetuando en su contra «la mística de la femineidad». Los argumentos de Betty Friedan a este respecto eran contundentes:

El ama de casa de los barrios residenciales: imagen soñada de la jo-ven mujer estadounidense y envidia, según se decía, de todas las mujeres del mundo [...] En los quince años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, esta mística de la plenitud femenina se convirtió en el apreciado núcleo que se perpetuaba a sí mismo de la cultura estadounidense contemporánea. Millones de mujeres plasmaban en su vida el modelo de aquellas bonitas imágenes del ama de casa es-tadounidense de los barrios residenciales que despedía a su marido con un beso frente a un gran ventanal, que llevaba a un montón de niños a la escuela en una gran ranchera y que sonreía mientras pasa-ba la nueva enceradora eléctrica por el inmaculado suelo de la coci-na (Friedan, 1963: 54)32.

Otros intelectuales de la época, como Whyte (1956: 441), no albergaban ninguna duda al respecto: el estereotipo del barrio residen-cial suburbano era una realidad peligrosa que amenazaba la riqueza histórica de la cultura urbana, que potenciaba la tiranía individualista, consumista y uniformizadora de la clase media hasta extremos nada recomendables. Riesman (1958: 379), en concreto, calificaba a los suburbios de fenómeno triste destinado a alimentar el hedonismo y la ociosidad de una cada vez más poderosa clase media (que había aca-bado por asimilar completamente los valores de las clases superiores).

¿Eran los suburbios, desde un punto de vista empírico, tan homogéneos atendiendo a criterios de estatus y clase? Los análisis

32 Traducción del original realizada por Magalí Martínez en la edición de Cátedra del año 2009.

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empíricos de Kish (1954: 397-398) concluían que los lindes de las grandes ciudades metropolitanas, utilizando diferentes variables eco-nómicas y sociales, eran unidades cada vez más heterogéneas entre sí, pero, internamente, cada vez más similares. Inclusive, trabajos europeos como el de Goldstein sobre el área metropolitana de Co-penhague dan cuenta de un proceso de suburbanización homogéneo alimentado por personas de altos ingresos (contrarrestado por un flu-jo igualmente grande de personas con bajos ingresos, cuyo destino es la ciudad central)33.

Pero, sin duda, fue la aportación de Farley la que inauguraba una corriente teórica, denominada «el modelo de persistencia», que tendría una evidente continuidad durante la década de los setenta y ochenta34. Según dicho modelo, los iniciales procesos de estratifica-ción de un suburbio en fase de formación poseían una configuración socioeconómica estable y persistente a largo plazo (Schwab, 1992: 315). Empleando otras palabras, era empíricamente demostrable que los suburbios, analizados de forma individual y no como agregados, «conservan sus características socioeconómicas particulares durante largos periodos de tiempo» (Farley, 1964: 38), inclusive durante fases de intenso crecimiento poblacional. El factor que perpetúa esta ho-mogeneidad se debe a una fuerte selectividad migratoria: «La pobla-ción que se mueve en ese suburbio tiende a parecerse a la población que ya vive allí» (Farley, 1964: 47). ¿Era esta propuesta viable desde un punto de vista analítico?

5.3.3. El suburbio como fenómeno complejo y heterogéneo: Gans y Levittown

Una vez más, fue inmediata la aparición de opiniones y análisis total-mente contrapuestos a las reflexiones sobre la inevitable inercia ha-cia la estandarización y uniformización social del primer eslabón de

33 De hecho, según este estudio, el 56,4% de los residentes suburbanos de Co-penhage estaban empleados en ocupaciones liberales, directivas u otras de «cuello blanco» (Goldstein, 1963: 551 y 558).

34 Artículos de Guest (1978: 262) y Stahura (1987: 268-269), que se publicarían en años posteriores, también ratificarían el «modelo de persistencia» para el periodo 1950-1970. Al contrario, Logan y Schneider (1981: 185-186), utilizando como va-riable el ingreso medio de los suburbios de las SMSA estadounidenses, mostrarían que en estas aureolas urbanas se habían producido significativos cambios de estatus para el intervalo 1960-1970.

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la desconcentración urbana. Por ejemplo, la ciudad de Los Ángeles mostraba una concentración anómala de las clases más bajas en varios de sus suburbios, lo cual «era exactamente lo contrario a la caracterís-tica que uno esperaría de las discusiones sobre la selectividad subur-bana» (Schnore, 1964: 164). En el estudio sobre los cambios sociales de la ciudad de Providence, capital de Rhode Island, un casco urbano que perdía población en el periodo 1950-1960, por efecto de la cons-trucción de nuevas autopistas y un consecuente proceso centrífugo de expansión constructiva, se llegaba a una interesante conclusión: el flujo de emigrantes que abandonaban esta urbe para arribar a nuevos emplazamientos suburbanos, no solo estaba compuesto por personas de un alto nivel socioeconómico, sino también por otras con ocupa-ciones manuales o con un estatus mucho más humilde. Parecía, por tanto, que había que ser cautos a la hora de analizar el proceso de su-burbanización norteamericano, porque los nuevos mantos de vivien-das unifamiliares eran mucho más heterogéneos de lo que parecían a simple vista (Goldstein y Mayer, 1964: 49, 53-54).

¿No se estaba, desde el campo de las ciencias sociales, ayudando a construir el mito de una falsa suburbia que se transmitía constante-mente a través de los medios de comunicación de masas (para mayor regocijo del sector de la construcción y otras grandes corporaciones del transporte)? Homogeneidad, una vida social y pastoral intensa, niveles educativos y ocupacionales superiores a la media, predisposi-ción al voto republicano35… Para Berger (1968: 132-133), nada de esta sofisticada descripción se estaba materializando en la realidad, debido a la creciente presencia de suburbios de clase trabajadora —cualificada o semicualificada—, dependientes de la pujante in-dustria pesada estadounidense de la época, con una capacidad ad-quisitiva más que suficiente para afrontar el pago de esplendorosas viviendas unifamiliares. Otro argumento en la misma línea era el manejado por Schnore (1958a: 15), el cual remarcaba que el rápido incremento de la tasa de automóviles en propiedad permitía partici-par a todos los estratos de la sociedad —no solo a los más elevados o poderosos— en el «carrusel» de la suburbanización. Punto y aparte merecen en este ejercicio de realismo, los estudios de Herbert Gans sobre Levittown.

35 Sobre el comportamiento electoral de suburbia como bastiones indiscutibles del Partido Republicano, consúltese el trabajo desmitificador de Frederick Wirt (1965: 665-666).

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Como anticipábamos en epígrafes anteriores, en 1948 Abraham Levitt pudo aplicar en toda su extensión los conocimientos adqui-ridos durante la Segunda Guerra Mundial sobre cómo fabricar ba-rracones y edificaciones modulares para la Marina estadounidense. Siendo, por tanto, un perfecto conocedor de las técnicas de produc-ción en masa aplicadas a la construcción de viviendas prefabricadas (como se ha visto, muy habituales desde el primer cuarto del siglo xx), construyó un barrio residencial en la ciudad de Hempstead, en Long Island, a unas veinte millas del centro de Manhattan. Este en-clave acabaría siendo un ejemplo prototípico del suburbio de posgue-rra gracias al apoyo de la Federal Housing Administration a la hora de conceder préstamos de bajo interés a cientos de veteranos de guerra que, en consecuencia, podían ver realizado su sueño de disponer de una vivienda en propiedad en condiciones hipotecarias razonables36. En pocos años, Levittown alcanzaría la espectacular cifra de 82.000 personas distribuidas en 17.000 construcciones prácticamente simi-lares (Hall, 1988: 90)37. Pronto Abraham Levitt e hijos construirían nuevos e idénticos barrios suburbanos en Pensilvania y New Jersey (Hall, 1988: 306).

¿Cómo no pensar que estos gigantescos suburbios eran el sím-bolo de una pesadilla urbanística monótona, homogeneizadora y cla-sista? Gans pondría en duda este tipo de puntos de vista que muchos sociólogos urbanos habían exagerado en exceso. En 1967 aparecía editado su libro The Levittowners, una obra que, además de gene-rar fuertes controversias, era fruto de un extenso trabajo de campo

36 Gans se muestra convencido de que la construcción de las levittowns sin la in-tervención de la FHA hubiese sido una tarea imposible: «Perhaps the most important outside influences were the federal government, which through FHA insured the mortgages of the purchasers, and the banks who purchased them. Without the FHA, Levittown could not have been built, for the banks would not take the uninsured mortgages of middle-income, young home buyers whose long-term financial status was, at best, unpredictable» (Gans, 1967: 14).

37 Según cuenta Gans (1967: 13), la idea de intercalar distintos modelos de casa en las levittowns fue propuesta por la esposa de Levitt, precisamente tratando de evitar las demoledoras críticas sobre la estética de los suburbios planteadas por urbanistas como Lewis Mumford. Tres eran los principales tipos de vivienda que se podían ele-gir: la Cape Cod —con cuatro dormitorios y un precio de venta inicial de 11.500$—, la Rancher —con tres dormitorios y un precio de 13.000$— y la Colonial —de dos plantas, con tres o cuatro dormitorios y un precio de 14.000 o 14.500$—. Por supuesto, cada uno de estos modelos fue diseñado pensando en que los niños dispu-siesen de habitaciones espaciosas para jugar y con baño propio.

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realizado en el Levittown construido en New Jersey, y destinado a retratar la vida de las 3.000 familias que habían llegado a este subur-bio entre el año 1959 y 1960. En los primeros compases del libro, el autor comienza por cuestionar las descripciones convencionales y predominantes sobre la estructura de clase media-baja o media-alta del suburbio, puesto que «ignoran por el bien de la claridad, muchos matices y peculiaridades de cada individuo en virtud de su educación y experiencia» (Gans, 1967: 24-25). A partir de esta reflexión, Gans expone una serie de argumentos que arrojan una nueva perspectiva de suburbia.

En primer lugar, era un hecho indiscutible que Levittown resul-taba un lugar bastante homogéneo en lo que atañía a la edad e ingre-sos de sus habitantes, pero esto no significaba en absoluto que la vida social de este suburbio —teóricamente mucho más intensa— fuese diferente a la de una ciudad consolidada (si en Levittown, la vecindad funcional de cada hogar rara vez se extendía más allá de tres o cuatro casas de distancia en cada dirección, en una ciudad el círculo social de muchos ciudadanos no superaba los límites de una sección censal) (Gans, 1967: 156 y 165).

En segundo lugar, los habitantes de estos suburbios no estaban endémicamente alienados y aburridos por la homogeneidad social y cultural de su lugar de residencia. Muchos disfrutaban de su casa, de su nueva vida al aire libre y de su vecindario. Las personas que mani-festaban ser infelices, como en cualquier otro lugar, son aquellas de más bajos ingresos y menor educación, con más problemas para man-tener una vida social y que padecen más problemas financieros que influyen en el ánimo de la unidad familiar (Gans, 1967: 408-409).

También, por cierto, era muy poco convincente el argumento de que la vida suburbana estaba criando a una generación de niños y adolescentes uniformados y apartados de la verdadera y dura realidad social. En Levittown, precisaba Gans (1967: 169-170), los estratos de población más jóvenes estaban expuestos a situaciones de todo tipo: alcoholismo, conflictos familiares, violencia sexual o delincuencia.

En definitiva, las ciudades compactas tradicionales y Levittown compartían un número muy importante de semejanzas. Una urbe y un suburbio, por tanto, eran enclaves distintos desde un punto de vista físico, geográfico, pero los procesos ecológicos que en estos dos espacios se producían no tenían unas consecuencias tan marca-das en sus respectivos modos de vida. Los sociólogos, por supues-to, no debían seguir describiendo de manera tan superficial a los

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«suburbanitas» como «unos conformistas apáticos dispuestos a seguir a una élite totalitaria o a una compañía mercantil» (Hall, 1988: 312); ni tampoco debían hablar tan a la ligera de un modo de vida urbano y otro suburbano como si fuesen universos paralelos (Gans, 1968: 114-115). Ambos mundos tenían problemas y retos parecidos (in-eficiencia del transporte público, problemas financieros, etc.) sobre todo en lo concerniente a la dimensión del conflicto social:

Al igual que el resto del país, Levittown está plagado de conflictos: conflicto de clases entre el grupo de clase media baja y pequeños grupos de clase trabajadora o media alta; conflicto generacional en-tre adultos, niños, adolescentes y ancianos. La existencia de conflic-tos no es un inconveniente, pero la forma en que se maneja el con-flicto deja mucho que desear. Los «levittowners», al igual que otros estadounidenses, realmente no aceptan la inevitabilidad del conflic-to. Insistiendo en que el consenso es posible, ellos solo exacerban el conflicto cuando cada grupo exige que el otro se ajuste a sus valores y acepte sus prioridades (Gans, 1967: 412-413)38.

Un aspecto que estaba fuera de discusión y que, en esencia, su-ponía un problema inquietante para Gans era la casi absoluta falta de residentes negros en el Levittown de New Jersey. Salvo las asistentes domésticas —que se desplazaban a trabajar desde la ciudad próxi-ma de Burlington— y unas cincuenta y tres familias de color, esta ciudad suburbana era prácticamente blanca. Semejante desequilibrio se repetía en el Levittown neoyorquino, estudiado por William M. Dobriner (1963: 91), que, con una población de 65.276 personas según datos censales de 1960, solo 220 pertenecían a alguna minoría étnica. Estos datos eran un síntoma más de que, especialmente, la po-blación negra no había formado parte del «vuelo» a la periferia desde las zonas céntricas de la urbe (Glenn, 1973: 65). Al fin y al cabo, las ciudades centrales estadounidenses solo recibían como inmigrantes a blancos y negros pobres, «sobre todo de las zonas deprimidas del sur, como consecuencia de la mecanización de la agricultura» (Castells, 1976: 8).

Conviene anticipar que en la década de 1970 se produciría la emergencia de lo que se conoce como «suburbanización negra». Muy poco tiempo después de la presentación de los estudios de Gans, el

38 Traducción del original.

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análisis de la composición étnica de suburbia será, como veremos en el próximo capítulo, una variable a tener en cuenta igual o más im-portante que las de clase, edad o género.

5.4. LA CONCEPTUALIZACIÓN DE EXURBIA

En un país de una extensión tan pequeña como la de Dinamarca, Goldstein (1965: 277) constataba que el ritmo de la suburbanización de Copenhague había disminuido, mientras que las zonas periféricas situadas más allá de este primer anillo experimentaban un fuerte cre-cimiento. Del mismo modo, la extensa banlieue parisina39 y franjas metropolitanas de Londres —como las ubicadas en Hertfordshire (Pahl, 1965: 41-71)— asistían a una cada vez mayor imbricación del ethos urbano o suburbano con espacios rurales de tradición agraria, que no querían ser ahogados por un manto de hormigón y barrios de nueva planta. Estos ejemplos del escenario europeo son una buena muestra de que en el periodo 1945-1970 los estudios y análisis sobre el ambiguo concepto de rururbanización siguen siendo numerosos, y continúan teniendo como objetivo el tratar de definir estos espacios intersticiales entre el suburbio y el mundo rural con la mayor preci-sión posible. Sin embargo, al igual que había ocurrido con los males sobre la dimensión cultural, social y psicológica de los Levittowns es-tadounidenses, determinadas facetas de este nuevo mundo rururbano eran sometidas al filtro de una ácida crítica intelectual.

5.4.1. Una mejor radiografía de la franja rururbana

Sin duda, la mejor muestra de que la franja rururbana ocupaba un eslabón propio dentro del proceso de expansión centrífuga de las ciu-dades fue la de su representación gráfica recogida, paradójicamente, en el importante libro colectivo The Suburban Community —editado por Dobriner (1958: XIII)—. Esta ilustración ubicaba a dicha franja como un espacio, perfectamente reconocible en un área metropo-litana, situado más allá de los círculos de la ciudad central y de los suburbios (véase figura 5.2).

39 Se deben destacar a este respecto los trabajos de Bastiè (1964: 7-9) y Philippon-neau (1956: 5-12) sobre la banlieue de París, que, con una población de 290.000 ha-bitantes, ocupaba en 1962 una superficie aproximada de 132 kilómetros cuadrados.

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figura 5.2. Modelo de área metropolitana de tres componentes: ciudad central, zona suburbana (CS = comunidades suburbanas compactas) y franja rururbana

Fuente: Elaboración propia a partir de Dobriner (1958: XVIII).

Otro claro síntoma de la importancia de este espacio intersti-cial fue el reconocimiento como categoría territorial, a diferencia, recordemos, del suburbio, de la «franja urbana» (Urban Fringe) en los censos de 1950 y 1960. Se define esta como el territorio situado en las «áreas urbanizadas» (Urbanized Areas)40 y, dentro de las mismas,

40 Al margen de las SMA y SMSA, unidades estadísticas que, como hemos visto, incluían en su composición variables políticas, económicas y funcionales (como el número de llamadas telefónicas realizadas desde un condado a una gran ciudad), en los censos estadounidenses de 1950 y 1960 también se incluía la categoría de área urbanizada. Con la finalidad última y simple de distinguir a la población urbana de la rural, las áreas urbanizadas como tales estaban formadas por, al menos, en el censo de 1950, una ciudad de 50.000 habitantes o más junto con sus respectivas franjas urbanas (definidas a partir de criterios de contigüidad o densidad poblacional y habi-tacional). Cabe decir que estas unidades territoriales generalmente eran menos exten-sas y estaban menos pobladas que las SMA o SMSA (Bureau of the Census, 1953: 9; 1964: xii y xviii-xix).

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como el cinturón de las ciudades centrales o compactas de 50.000 o más habitantes. Diversos autores consideraron totalmente ambi-gua y confusa esta acepción41.

Por ejemplo, para Duncan y Reiss (1956: 118-119; 1958: 45-47) el problema más grave derivado de la definición de área urbani-zada era meter en el mismo cajón de sastre los suburbios y las franjas urbanas sin hacer ningún tipo de distinción o, lo que es lo mismo, mezclar el primer nivel de la desconcentración urbana con el segun-do. Precisamente, para estos autores las franjas urbanas eran aquellas entidades de menos de 2.500 habitantes situadas fuera de la ciudad en las que residía la población no suburbana y, en consecuencia, aquellas que debían tener una idiosincrasia diferente a la del mundo de los levittowns.

Más allá de este debate sobre la necesidad de discriminar cen-salmente la franja urbana del suburbio, otros motivos gracias a los cuales se sigue prestando una atención creciente a esta temática de estudio son, en nuestra opinión, los dos siguientes:

a) Primero, las franjas rururbanas seguían consolidándose «como una zona de transición compleja en la periferia de zonas ur-banas en expansión en los países occidentales» (Pryor, 1968: 202), y un privilegiado campo de estudio en donde la pobla-ción se adapta a un hábitat mediante técnicas que no son ni rurales ni urbanas (Martin, 1953: III).

b) Segundo, las áreas rurales bajo la influencia de la ciudad en expansión estaban alcanzando cotas de diversidad social, cul-tural y económica cada vez más novedosas, fruto de la masiva conversión de la gestión de la tierra hacia usos no agrícolas

41 Reproducimos la primera definición censal de franja urbana de 1950: «The ur-ban fringe of an urbanized area is that part which is outside the central city or cities. The following types of areas are embraced if they are contiguous to the central city or cities or if they are contiguous to any area already included in the urban fringe: 1. Incorporated places with 2.500 or more in 1940 or at a subsequent special census conducted prior to 1950. 2. Incorporated places with fewer than 2.500 inhabitants containing an area with a concentration of 100 dwelling units or more with a density in this concentration of 500 units or more per square mile. This density represents approximately 2.000 persons per square mile. This density represents approximately 2.000 persons per square mile and normally is the minimum found associated with a closely spaced street pattern. 3. Unincorporated territory with at least 500 dwelling units per square mile»… (Bureau of the Census, 1953: 22).

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(Martin, 1957: 176-183). Por supuesto, la construcción de nuevas autopistas y la consecuente construcción y dispersión de nuevas entidades urbanas, comerciales e industriales se si-tuaban detrás de tal conversión (Firey et al., 1951: 215).

El conjunto de estas motivaciones condujeron a recorrer un mis-mo camino: saber qué peculiaridades clave podían lograr una mejor caracterización de la franja rururbana. Retomando algunas variables utilizadas por Kurtz y Eicher (1958) para diferenciar esta del suburbio, podemos seguir comprendiendo mejor la idiosincrasia de rururbia.

Observando en primer lugar los usos del suelo, es evidente, una vez más, que la primera característica fundamental de estos espacios sigue siendo la presencia de suelo con usos tanto urbanos como ru-rales42 (aspecto, por cierto, perfectamente identificado, como hemos visto décadas atrás, por Wehrwein o Wills, entre otros). Desde luego, sus tipologías edificatorias son muy características; en medio de gran-jas y cultivos, se localizaban viviendas residenciales y otros inmuebles dispersos de variopintos usos comerciales y entremezclados con terre-nos baldíos a la espera de ser edificados43. Asimismo, estos espacios perimetropolitanos, como advierte Pryor (1968: 209), son un foco de industrias extractivas o nocivas que la ciudad no quiere, además de dar cabida a una yuxtaposición de usos del suelo presa de una mínima planificación, de la especulación y de caóticos asentamientos dispersos a lo largo de carreteras o nodos ferroviarios que desarticula-ban por completo el paisaje rural tradicional.

En segundo término, en lo referente a la explotación agrícola de la tierra, un nuevo estudio de caso de la franja metropolitana de Syd-ney, realizado por Golledge (1960: 243-246), sigue dando cuenta del colectivo de pequeños agricultores dedicados a la producción inten-siva de cultivos cuya demanda, por un lado, está garantizada gracias a la cercanía de una ciudad central; y, por el otro, está amenazada por

42 Consúltense McKain y Burnight (1953: 108-110), Kurtz y Eicher (1958: 34-35) y Wehrwein (1959: 533).

43 Siendo más precisos, Pryor (1968: 206) diferencia dentro de la franja rurur-bana dos subáreas establecidas según la proximidad de estas a la ciudad: una franja urbana contigua a la urbe en donde la densidad edificatoria y la cantidad de suelo en proceso de conversión son las más altas del ámbito rururbano; una franja rural, de menor densidad edificatoria y menor transformación de los usos del suelo, en la cual no es extraño encontrar un alto porcentaje de granjas.

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la creciente extensión de la metrópolis que provoca una constante mengua en el tamaño de las explotaciones44.

Respecto al tejido social y ocupacional, las franjas rururbanas presentaban una tasa de ocupación femenina, un nivel formativo y económico de la clase trabajadora y unos ingresos per cápita menores que los del suburbio (Duncan y Reiss, 1956: 150). Por supuesto, estamos hablando de un escenario en donde grupos sociales muy he-terogéneos conviven en estrecha conexión: «desde ruralitas que han sido atrapados en la difusión exterior de la ciudad», hasta «habitantes de las ciudades que se han unido al impulso centrífugo de la ciudad» (Queen y Carpenter, 1953: 104). Esta circunstancia motiva la pre-sencia tanto de commuters de «cuello blanco» como de agricultores a tiempo parcial que se convierten en trabajadores de los cinturones industriales de las megalópolis. El resultado es una estructura social híbrida con muy diferentes trayectorias de clase, valores y perspec-tivas vitales que, de manera indiscutible, podía nutrir interesantes trabajos de corte sociológico (McKain, 1953: 111).

Por último, si se habla de rururbia desde el punto de vista de su gobernanza, nos volvemos a encontrar con un panorama caótico y mal planificado por varias cuestiones. Primero, porque los ámbi-tos rururbanos solían coincidir con jurisdicciones locales de espíritu rural, o con poco presupuesto, incapaces de resolver déficits impor-tantes de alcantarillado, iluminación pública o adecuada pavimenta-ción de calles, que demandaban las aglomeraciones de viviendas de vocación urbana propias de estas zonas (Kurtz y Eicher, 1958: 35; Golledge, 1960: 243). Segundo, la presión especulativa de la ciudad y la falta de figuras de planeamiento hacían muy complicada una adecuada gestión del segundo anillo de la desconcentración urbana.

5.4.2. La esquizofrenia del exurbanita

Durante el periodo de posguerra, el escenario calificado de rururbano empieza a ser descrito en Estados Unidos bajo el sinónimo de «exur-bano». El porqué de la igualación semántica de estos dos términos viene dado fundamentalmente por las reflexiones críticas de David

44 Cabe precisar que en Australia, durante la década de los años cincuenta, los planes metropolitanos de Sydney, Melbourne, Perth y Adelaida contenían unos pio-neros y detallados análisis sobre las franjas rururbanas de estas ciudades. El completo estudio de Raymond Bunker (2002) recoge y sistematiza dichos análisis.

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Riesman y A. C. Spectorsky. Es el primero de estos autores el que califica sin rodeos al habitante que se adentra en el segundo nivel de la desconcentración urbana proveniente de la ciudad o del suburbio, de la siguiente manera:

Algunos habitantes de los suburbios se verán tentados a convertirse en exurbanitas [...] con la esperanza de resolver el problema de ser distante con algunas personas e intimar con los demás a través de una superautopista (Riesman, 1958: 397)45.

Efectivamente, determinados habitantes de vocación urbana en un ambiente donde pervivía un genuino mundo rural eran, para Spectorsky, una muestra tanto del fracaso de la ciudad como de una cultura individualista ridícula. Su libro The Exurbanites supuso uno de los más ácidos cuestionamientos de las tensiones sociales, psicoló-gicas y culturales que ocasionaban los flujos migratorios centrífugos de la clase media o media-alta urbana en busca de los valores más puritanos de la sociedad estadounidense (y que, increíblemente, ya no se podían localizar en suburbios excesivamente masificados y atra-vesados por problemas —ruido, poca privacidad, congestión viaria— propios de la urbe central). El retrato que esboza Spectorsky de un exurbanita neoyorquino al uso es contundente:

Las tensiones físicas de su vida comienzan temprano cada día de trabajo. Por término medio se levanta una hora antes que sus com-pañeros urbanos de trabajo, se viste y desayuna más rápidamente, conduce entre media milla y diez millas cara una estación, monta en tren durante al menos media hora [...] Por la noche el proceso se invierte [...] En invierno rara vez puede ver su casa a la luz del día hasta el fin de semana. Disfruta de ciertas ventajas en el verano, pero la mentira continua [...] Ciertamente, su forma de vida es esquizoi-de en extremo (Spectorsky, 1955: 2-3)46.

La vida pendular a la que se ve abocado este nuevo habitante de la periferia lejana, claramente, es el precio a pagar por la búsqueda nostálgica de unas raíces que ya no se podían encontrar en la do-mesticidad aburrida del suburbio. El disfrute extremo del campo,

45 Traducción del original.46 Traducción del original.

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de la actividad física y de un despliegue sin precedentes de nuevos artículos que la sociedad de consumo estadounidense podía fabricar ad nauseam (coches, congeladores, cortadores de césped, muebles de exterior, ropa deportiva, etc.) tenía el único propósito de «esconderse de sí mismos, tan a fondo como sea posible» (Spectorsky, 1955: 273). Más preocupante, si cabe, para la vida metropolitana en su sentido más clásico y enriquecedor, era la tendencia del exurbanita a hacer desaparecer de su cabeza tanto el recuerdo de la ciudad como cual-quier rasgo de la vida cultural o intelectual de la misma (Spectorsky, 1955: 267).

¿Por qué la gente quiere escapar de la ciudad destruyendo, ade-más, la esencia de un mundo rural circundante que cumple una vital función productiva y sociocultural? ¿Qué riesgos podía ocasionar un imparable abandono de la urbe por parte de sus habitantes de mayor dinamismo formativo y profesional? ¿No era una muestra de inac-ción colectiva alimentada por el individualismo de una extensa mi-noría? Quizá esta fuese la moraleja que uno puede extraer del libro de Spectorsky. La década de los años setenta dejaría corta esta pre-dicción: muchos cientos de miles de personas abandonarían la ciu-dad para viajar cientos o miles de kilómetros para satisfacer sus más íntimas preferencias residenciales que la ciudad jardín ya no podía cumplir.

5.5. AUSENCIA DE DINÁMICAS CONTRAURBANAS Y BALANCE

Si en todas las épocas y décadas precedentes que hemos analizado, directa o indirectamente, se hacía una mención a la posibilidad de la existencia de flujos contraurbanizadores, es realmente llamativa la escasa presencia de estudios que de manera, al menos, tangencial, hagan alguna referencia a este tercer nivel de la desconcentración durante el periodo 1945-1970. Esta situación, si cabe, se hace más extraña habida cuenta de la cercanía temporal respecto a la «explo-sión» de trabajos sobre el fenómeno de la contraurbanización, que se produciría a mediados de la década de los años setenta.

Como excepciones, Jones (1965: 32-33) constataba, en su estudio sobre la migración en el centro de Gales, una creciente importancia de un flujo contraurbano —palabra que el autor no menciona— de per-sonas de edad avanzada o jubiladas que retornaban desde Londres —o la conurbación de West Midlands— a sus lugares de origen de carácter

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enteramente rural. También Glenn V. Fuguitt, cuyos trabajos alcan-zarán una enorme relevancia en años posteriores, demuestra que pue-blos de Estados Unidos, alejados de los límites de cualquier SMSA, y con la particularidad de ser cabeceras de un condado y aglutinar un número elevado de servicios, mantenían tasas de crecimiento positi-vas (Fuguitt, 1965: 251; Fuguitt y Thomas, 1966: 526). Es más, y hablando en términos más precisos, este geógrafo argumenta que el 56% de todas las entidades no metropolitanas del país habían crecido en el intervalo 1960-197047, síntoma de una desconcentración urba-na mucho más profunda que otras anteriores y muestra de una honda reestructuración del rural (Fuguitt, 1971: 464).

Pero, sobre todo, fue Marion Clawson la que observó un cambio de enorme trascendencia en las actitudes del mundo rural norteame-ricano. Muchos de los habitantes del campo estaban desarrollando un fuerte sentimiento de arraigo respecto de sus actuales pueblos do-tados de casas confortables y seguras (Clawson, 1966: 291-292). ¿Por qué no procurar vivir en este hábitat antes de trasladarse a ciudades con crecientes tasas de desempleo y delincuencia? ¿Se darían cuenta los urbanitas, suburbanitas y exurbanitas que el rural era un horizon-te residencial e, incluso, laboral, cada vez más apetecible?

En todo caso, estas conjeturas se pueden establecer a partir de un número muy escaso de aportaciones. La balanza académica sobre los estudios de la desconcentración urbana, durante el ciclo 1945-1970, se inclina claramente hacia los análisis de la suburbanización desde puntos de vista no solo geográficos, sino también morales, culturales o, en último término, desde puntos de vista heterodoxos nunca abor-dados (pensemos en la obra de Gans). Por supuesto, en estas décadas se observa un creciente interés sobre el escenario rururbano y exurba-no gracias a un gran número de nuevos estudios de caso y, sobre todo, a la ácida visión de Spectorsky sobre estos lejanos alfoces urbanos. Por tanto, los dos primeros niveles de la desconcentración urbana experimentan un notable avance en lo referente a la sistematización de las causalidades inherentes a estos complejos procesos territoriales.

Haciendo referencia a los grandes paradigmas que tratan de abordar desde diferentes perspectivas las causalidades del fenómeno desurbanizador, asistimos a la emergencia de nuevos planteamientos

47 Cifra que aumentaba hasta el 68% en el caso de espacios no metropolitanos de más de 2.500 residentes —que distaban no más de cincuenta millas respecto de una ciudad central— (Fuguitt, 1971: 460).

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y a la pervivencia —con algunas matizaciones— de otros de largo recorrido temporal (véase tabla 5.2).

tabla 5.2. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana

Teorías sobre el origen causal de la d.u. (1945-1970)

Teorías superestructurales

1. El papel de la planificación

Enfoques genéricos de la d.u.: HALL (1988), FISHMAN (1992), HAYDEN (2003)

2. Preferencias residenciales y nuevas motivaciones socioculturales

Matizaciones teóricas: la ideología del familismo de raíces decimonónicas se extiende desde el suburbio hasta los escenarios rururbanos

Suburbanización: FAVA (1956), BELL (1956), ANDERSON (1965) / Rururbanización-Exurbanización: SPECTORSKY (1955) / Enfoques genéricos de la d.u.: SHRYOCK (1956)

Teorías estructurales

1. Nuevos sistemas de autopistas y hegemonía del automóvil privado

Matizaciones teóricas: los primeros sistemas de autopistas de Estados Unidos son una realidad. Dicha realidad sigue ahondando en la dislocación del lugar de trabajo y de la residencia de millones de nuevos commuters

Suburbanización: HALL (1988) / Rururbanización-Exurbanización: FIREY et al. (1951) / Enfoques genéricos de la d.u.: SHRYOCK (1956), BERRY (1960), GOTTMANN (1961); FRIEDMANN y MILLER (1965), HOOVER (1968)

2. Emergencia del sector terciario y descentralización industrial-empresarial

Matizaciones teóricas: las periferias metropolitanas son ocupadas por una pujante clase trabajadora de «cuello blanco» (las destinatarias de estructuras productivas cada vez más descentralizadas y terciarizadas)

Rururbanización-Exurbanización: FIREY et al. (1951) / Enfoques genéricos de la d.u.: BERRY (1960), GOTTMANN (1961), ALONSO (1964), FRIEDMANN y MILLER (1965), MOSES y WILLIAMSON (1967), HOOVER (1968)

3. El valor del suelo periférico y otras variables económicas

Enfoques genéricos de la d.u.: ALONSO (1964)

4. Cambios macroestructurales en países en vías de desarrollo o de pasado colonial

Enfoques genéricos de la d.u.: BROWNING (1967), HIGGINS (1967), SÁNCHEZ (1967), ZEVELYOV (1989)

Fuente: Elaboración propia.

En todo lo que atañe a las teorías de causalidad superestructu-ral, los dos enfoques predominantes siguen siendo el del «papel de la planificación» (esta vez centrado en la importancia institucional

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a la hora de explicar el crecimiento de la desconcentración ur-bana) y el de las «preferencias residenciales». Este último, con respecto al ubicado en el periodo 1945-1970, incluye una mayor variedad de motivaciones socioculturales que influyen en la cons-trucción del imaginario suburbano y rururbano. Desde los valores tradicionales comunitarios hasta la desconfianza cultural hacia nuevas minorías étnicas, son viejos y nuevos elementos adscritos a la ideología del «familismo» como garante de la era dorada de las megalópolis.

Por otro lado, algunos puntos de vista estructurales siguen po-niendo un claro acento en la importancia de nuevas infraestructuras y medios de transporte, o mejor, en el imparable aumento de «nuevos sistemas de autopistas y de la hegemónica y abrumadora presencia uni-versal del automóvil». En estrecha conexión con esta circunstancia, y otras como el aumento de ingresos per cápita, se siguen considerando las fluctuaciones al alza del «valor del suelo periférico» como un impor-tante elemento explicativo de la pujanza de los cinturones perimetro-politanos.

Sin embargo, en el ámbito estructural emergen dos nuevos para-digmas explicativos diferentes a los de épocas anteriores:

a) El referido a los «cambios macroestructurales en países en vías de desarrollo o de pasado colonial», especialmente focalizados en las mutaciones del sector primario del conjunto de estas naciones, y causantes de un fuerte aluvión migratorio hacia franjas periurbanas de ciudades poco industrializadas, y con pocas expectativas laborales.

b) El paradigma que intenta explicar la impresionante pujanza de la desurbanización haciendo hincapié en la «emergencia del sector terciario y la descentralización industrial-empresa-rial». Esta coyuntura provoca que en los países más desarro-llados, las periferias sean el destino preferido de una cada vez más amplia clase trabajadora de «cuello blanco», y el objetivo de estructuras productivas de alta rentabilidad, cada vez más orientadas hacia la tecnología y electrónica (que necesitan echar mano de un capital humano muy especializado y de unas buenas comunicaciones viarias).

Para finalizar el capítulo, en lo que atañe al balance dinámico de los niveles de la desconcentración urbana de estos veinticinco años, es

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indudable la riqueza de nuevos enfoques y matizaciones tipológicas realizadas. Sin embargo, es todavía más impactante la complejidad alcanzada en estas décadas sobre el estudio de las formas institucio-nalizadas de este fenómeno. Como hemos visto en las páginas an-teriores, la oficialización de las áreas metropolitanas en los censos estadounidenses de 1950 y 1960 motivaron un intenso debate sobre los cada vez más difusos límites de los territorios suburbanos y rur-urbanos, el cual produjo una de las más prolijas producciones acadé-micas sobre esta temática (véase tabla 5.3). Si los trabajos de Bogue, Hawley o Pickard dejaban claro el verdadero alcance de un ethos ur-bano que se diseminaba ocupando grandes parcelas de territorio, los trabajos de Gottmann y Doxiadis abrieron la posibilidad de pensar en lo cerca que podíamos estar de una ciudad sin límites (en la que, incluso, podrían estar comprendidos los débiles escenarios contraur-banos analizados por Jones o Fuguitt en Gales y Estados Unidos, respectivamente).

tabla 5.3. Niveles dinámicos y principales formas estáticas de la desconcentra-ción urbana (1945-1970)

Niveles de la d.u. Formas de la d.u.

Suburbanización: Fava (1956), Farley (1964), Gans (1967)…

Región metropolitana = Bogue (1950)

Región urbana = Dickinson (1947, 1951), Senior (1966)

Área metropolitana estándar + Área Estadística

metropolitana estándar = Bureau of the Census (1953,

1964)

Área metropolitana extendida = Hawley (1956)

Región metropolitana = Pickard (1959)

Megalópolis = Gottmann (1961)

Ecumenópolis = Doxiadis (1969a, 1969b)

Campo urbano = Friedmann y Miller (1965)…

Rururbanización: Duncan y Reiss (1956), Goldstein (1965), Pryor (1968)…

¿Contraurbanización?: Jones (1965), Fuguitt (1966) y Clawson (1966)…

Fuente: Elaboración propia.

En definitiva, es la primera vez en la historia en que la eclosión de suburbia y rururbia es tan fuerte, que existe el convencimiento historicista de que la metropolización supone la culminación de una evolución territorial sobre la que, más tarde o temprano, transitarían todas las regiones del mundo.

No obstante, entre la megalópolis estadounidense de la costa at-lántica, una realidad, y la ecumenópolis, una proyección de futuro, había un eslabón inalterable en la historia de las sociedades huma-nas: el rural como continente de una constante forma de producción

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La edad de oro del suburbio: 1945-1970 157

económica, social y cultural. ¿Serían tan fuertes las fuerzas de la des-concentración urbana como para hacer desaparecer definitivamente la distinción entre el campo y la ciudad? A partir de los resultados del censo de 1970 de Estados Unidos, los datos sobre un inédito flujo contraurbano hicieron concluir a muchos autores que sí era posible semejante fusión, como expresión de un largo ciclo evolutivo territo-rial. Esta es la historia vertebradora del siguiente capítulo.

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6. LOS AÑOS DE LA CONTRAURBANIZACIÓN: 19701980

6.1. LA CRISIS URBANA Y LA RURALIDAD POSINDUSTRIAL

Durante el transcurso de la década de los setenta del siglo xx, se fue fraguando un amplio debate sobre el alcance de la llamada «crisis urbana» iniciado, entre otros, por Jane Jacobs pocos años atrás. A este respecto, uno de los máximos analistas de los males urbanos fue el autor marxista Henry Lefebvre (1968: 138), el cual reclamaba el derecho a volver a la ciudad tradicional abandonada, violentada por un anhelo societario hacia la naturaleza que se había materializado en una perversa e infinita ciudad jardín clasista y desigualitaria.

Manuel Castells, sin embargo, ponía el acento con mucha más precisión en las dispares fuerzas con las que contaban los suburbios y las ciudades tradicionales en el proceso de acumulación y reproduc-ción de la fuerza de trabajo. Mientras los primeros habían conseguido aglutinar los sectores industriales y comerciales de mayor importancia en su órbita de influencia, en las segundas solo los distritos centrales de negocio mantenían, con dificultades, importantes funciones eco-nómicas de dirección, «así como una serie de actividades comerciales de lujo y varias instituciones culturales más importantes y simbólicas» (Castells, 1976: 8). El resto de la vieja ciudad se convertía en el espacio de la población negra1, de las minorías étnicas y de los trabajadores

1 De hecho, el 78% de la población metropolitana negra vivía en 1970 en el centro de la ciudad (frente a solo un 41% de los residentes metropolitanos blancos). Tal y como alertaba la Commission on Population Growth and the American Future (1972: 25 y 34), el fenómeno metropolitano cobraba un cariz muy diferente según la etnia de pertenencia: «To a black person in Harlem, the process of metropolitan growth means discrimination that keeps him in a ghetto area, with crumbling old apartments and abandoned houses. And, it means that it is harder than ever to reach the jobs opening up in the suburbs as companies shift their operations outward». En todo caso, estas contundentes cifras y valoraciones no van a evitar que durante esta década se produzca la emergencia de la «suburbanización negra», esto es, el progresivo

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poco cualificados y mal remunerados que no tenían lugar en las pu-jantes periferias; en definitiva, estos núcleos se transformaban en lu-gares plagados de viviendas de mala calidad, de servicios municipales deficitarios, de ayuntamientos sin capacidad recaudatoria, de distur-bios2 y de contundentes problemas de delincuencia y pobreza.

En el imaginario de millones de estadounidenses, los centros ur-banos comenzaban a ser vistos como sitios completamente indesea-bles para vivir. La historia urbana había dado un giro de trescientos sesenta grados: los nuevos slums ya no se situaban en las periferias, sino, paradójicamente, en el corazón de la urbe del que había que es-capar. Aunque, según Guterbock (1976: 153-154), el incremento de los procesos de desconcentración urbana no estaba estadísticamente relacionado con unas mayores tasas de delincuencia o presencia de minorías étnicas, era poco discutible que en el imaginario de la clase media blanca estos últimos factores constituían una amenaza intan-gible para su completa seguridad personal.

Una nueva ideología «anti-urbana», refundada a partir de los ideales decimonónicos y puritanos varias veces comentados, mol-deaba las preferencias residenciales ideales de millones de estadou-nidenses3. Sin embargo, las miras de este potencial flujo emigratorio ya no tenían como objetivo directo al suburbio, ni siquiera a las franjas rururbanas localizadas en los lindes de las áreas metropoli-tanas… El rural, sus pueblos y pequeñas ciudades, el campo en su concepción simbólica más clara e identificada con lo no metropoli-tano, era el nuevo destino a alcanzar. No iba a ser difícil, puesto que un nuevo estadio del capitalismo, el «posindustrialismo», lo podía hacer posible.

deseo de la ciudadanía de color incorporada a las clases medias y altas estadouni-denses que, también, desean habitar las pujantes periferias urbanas y escapar de la degradación del centro de la ciudad. Dicho fenómeno será analizado en posteriores epígrafes de este capítulo.

2 Sobre la descomposición social de las ciudades, Castells (1976: 15) hace alusión a los graves disturbios, sobre todo de los guetos negros de Harlem y Watts, que se generalizaron en los llamados «veranos calientes» de 1967 y 1968 tras el asesinato de Martin Luther King.

3 Según el estudio de caso de Ilvento y Luloff (1982: 220), la ideología antiurba-na tenía la capacidad de alterar, a finales de la década de los setenta, las preferencias residenciales y la conducta migratoria de la ciudadanía de New Hampshire (Massa-chusetts).

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En 1973 se publicaba el análisis de Daniel Bell (1973: 155-160) que narraba el advenimiento de la sociedad posindustrial, caracteri-zado por una tendencia estructural irreversible hacia una nueva fase evolutiva del capitalismo en donde el conocimiento, la tecnología y la preeminencia de ocupaciones de «cuello blanco» marcarían el prin-cipio axial de los países más avanzados. Efectivamente, este sociólogo ahondaba y desarrollaba las ideas recogidas, entre otros, en el trabajo pretérito de Rostow (1960) que trataba de explicar cómo en la segun-da mitad del siglo xx el crecimiento de los activos en la industria y agricultura aparecía estancado frente a una expansión muy importan-te del sector terciario. ¿Qué consecuencias tenía esta nueva coyuntura del capitalismo sobre el territorio? Hemos anticipado en el capítulo anterior la importancia de algunos análisis que hacen hincapié en la relación existente entre desurbanización y la deslocalización de indus-trias de base tecnológica y electrónica, pero durante el periodo 1970-1980 se escribieron inéditas y decisivas aportaciones sobre los efectos del posindustrialismo en el mundo rural.

Si era cierto que la ruralidad podía seguir definiéndose como un agregado poblacional localizado en entidades geográficas con un tamaño y densidad relativamente bajos, en comparación con el mundo metropolitano, resultaba evidente para Warner (1974: 306 y 313) que la tradicional vocación agrícola de este concepto basculaba hacia otros usos recreacionales, que permitían dar cabida paulatinamente a las segundas viviendas de la ciudadanía urbana más pudiente. Bradshaw y Blakely, asimismo, veían cómo el des-censo ocupacional del sector agrícola se compensaba gracias a la in-tegración de nuevas tecnologías en el procesamiento de alimentos, maquinaria agrícola, hibridación de semillas, uso de nuevos fertili-zantes, etc., que requerían de una nueva generación de ingenieros agrónomos y de nuevos staffs en renovadas industrias primarias. En este sentido, la ruralidad posindustrial, según estos dos autores, había hecho suyos también otros elementos nucleares propios de una sociedad del conocimiento y del bienestar (tales como servicios educativos, comerciales, de vivienda y de ocio plenamente genera-lizados) gracias, además de a nuevas iniciativas gubernamentales en pos del desarrollo local, a la creciente interdependencia social con otras zonas urbanas o metropolitanas (Bradshaw y Blakely, 1979: 2-4 y 16-17).

Volvemos a repetir la misma pregunta formulada en páginas an-teriores: ¿por qué no procurar vivir en el rural antes que trasladarse

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a ciudades e, incluso, suburbios y exurbios con crecientes problemas sociales? Wardwel (1979: 299-303), en este sentido, describe una sociedad en donde las restricciones tradicionales de la ubicación se relajarían de tal manera gracias a los cambios en las tecnologías del transporte y de la comunicación, que era factible pensar en un fuerte crecimiento de un territorio no metropolitano con grandes recursos industriales, recreacionales y laborales por explotar, que se produciría a expensas de las grandes aglomeraciones urbanas (las cuales, induda-blemente, llegarían a un límite en su expansión).

Manejando reflexiones complementarias a esta, Zelinsky (1971: 230-231) también teorizaba sobre la movilidad residencial predomi-nante de este momento histórico y propio de las sociedades avanza-das, caracterizada por una amplia gama de opciones y enorme liber-tad de movimientos, y por la desaceleración del tradicional poder de atracción migratoria de las ciudades sobre el rural.

¿Los análisis de Wardwell y Zelinsky no iban excesivamente por delante de su tiempo y rayaban la mera ficción? ¿Podía tener el po-sindustrialismo algún efecto inmediato sobre la dirección de los flu-jos migratorios internos, al menos, de los países más desarrollados, durante la década 1970-1980? Los datos de un nuevo censo y otras fuentes demográficas estadounidenses tendrían la última palabra a este respecto.

6.2. LA CONTRAURBANIZACIÓN ANTE EL ESCENARIO NO METROPOLITANO: ANÁLISIS PIONEROS

Antes de introducirnos en la vorágine de trabajos que daban cuenta, a comienzos de los años setenta, de una completa desaceleración po-blacional de las Standard Metropolitan Statistical Areas (en adelante, SMSA)4 frente al crecimiento de áreas rurales o rural renaissance, me-rece la pena hacer mención a un artículo escrito en 1978 por Phillips y Brunn y dotado, por tanto, de una mínima distancia temporal ante estos hechos tan sorprendentes.

Según estos dos autores, haciendo referencia al clásico estudio de Borchert (1967) sobre la evolución metropolitana del país nor-teamericano, el sistema urbano de Estados Unidos había transitado

4 Sobre la definición de las SMSA del censo de 1970, con criterios casi idénticos respecto a los del censo de 1960, consúltese Bureau of the Census (1972: XIII-XIV).

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por diferentes etapas dominadas, por ejemplo, por la irrupción de las primeras máquinas de tren, por la construcción de una tupida red ferroviaria después y, en último término, por la irrupción del au-tomóvil y la generalización del transporte aéreo. Sin embargo, en su opinión, en el periodo 1970-1974 Estados Unidos había inaugurado un nuevo ciclo caracterizado, únicamente, por el lento crecimiento de su sistema metropolitano. Las cifras avalaban esta hipótesis: en este corto intervalo temporal las áreas no metropolitanas habían cre-cido a una tasa anual del 1,3%, mientras los espacios metropolitanos lo habían hecho a un ritmo del 0,8%5. Es más, precisaban Phillips y Brun (1978: 275 y 280-281), el crecimiento no metropolitano no se reducía simplemente a un nuevo desbordamiento de las ciudades, puesto que los saldos migratorios positivos también se localizaban en condados rurales que quedaban al margen de la influencia de las SMSA. La causalidad última del cambio migratorio solo podía obe-decer a factores superestructurales enraizados en valores culturales muy profundos reactivados gracias a la crisis urbana:

Quizá el cambio más significativo que afecta el saldo migratorio metropolitano-no metropolitano ha sido la intensificación y la im-plementación de una «mística rural». Mientras que muchos esta-dounidenses ven cada vez más la ciudad congestionada, peligrosa y sucia, el campo y los pueblos pequeños son vistos como despejados, limpios y seguros (Phillips y Brunn, 1978: 22)6.

Semejantes conclusiones no podían ser menos que matizadas, rechazadas o aceptadas muy poco tiempo después de haberse produ-cido el imparable crecimiento de la megalópolis suburbana o rurur-bana en el periodo de posguerra. Al fin y al cabo, si la paralización del crecimiento metropolitano era una tendencia sostenible a largo plazo, eso significaba que la contraurbanización, el tercer y más con-trovertido nivel de la desconcentración urbana, se había convertido por primera vez en un fenómeno de masas.

5 Phillips y Brunn (1978: 280) precisan que hubo otros dos momentos históri-cos en donde se detuvo el continuo crecimiento de la América metropolitana: en la Guerra de 1812 y durante la Gran Depresión de 1930, momento histórico de los fenómenos de desconcentración urbana muy atípico (y analizado con detalle en el capítulo cuatro a través de las obras de Ratcliffe, Balk, Bogue y Hawley, entre otros).

6 Traducción del original.

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6.2.1. Beale y el renacimiento poblacional no metropolitano

En 1974 Calvin L. Beale argumentaba, partiendo de un aná-lisis preliminar del censo, que el hecho de que la fuerza de trabajo del rural hubiese sufrido un declive espectacular7 no significaba que el campo estadounidense estuviese en vías de desaparición. Este in-menso espacio estaba sufriendo una enorme transformación parecida a la del mundo metropolitano, en donde las clásicas doctrinas de las economías de escala y ventajas de la concentración industrial y empresarial habían dejado de explicar sus patrones evolutivos. Es-pecialmente, algunos discursos mediáticos, políticos o académicos habían logrado presentar una imagen distorsionada de la situación general de las pequeñas ciudades o pueblos como espacios moribun-dos. Nada más lejos de la realidad: las entidades no metropolitanas con una población de 1.000 o más personas habían incrementado su población. Dicho crecimiento se sustentaba en commuters que re-corrían mayores distancias para superar los constreñimientos de los mercados laborales locales8 y, a su vez, venía avalado por cambios en las preferencias residenciales, modificaciones en los criterios de ubicación de las empresas e incrementos en la oferta de servicios del rural (Beale, 1974: 23 y 25-27).

Un año más tarde, este demógrafo publicaba un pequeño libro titulado The Revival of Population Growth in Nonmetropolitan Ameri-ca, en donde sin titubeos defendía la idea de la inversión (the reversal) de los flujos migratorios hacia las áreas no metropolitanas de Estados Unidos con la siguiente argumentación9

:

7 De los 9,5 millones de ocupados en la esfera de producción agrícola a principios de los años sesenta, se pasaba a unos 3,5 millones en 1972.

8 En 1960, un octavo de los trabajadores no metropolitanos se desplazaba a un puesto de trabajo fuera de su condado de residencia. En 1970 esta proporción crecía hasta alcanzar un sexto. Otro dato de interés es que solo el 17% de los cabezas de familia que se habían mudado de un área metropolitana a otra no metropolitana en el intervalo 1970-1975, seguía trabajando en un emplazamiento metropolitano (Beale, 1978: 5; Bowles y Beale, 1980: 19).

9 Beale (1975: 6), no obstante, matiza que en la década de 1960 el espacio no me-tropolitano había expulsado 2,2 millones de personas, un flujo migratorio un sesenta por ciento menor que el perteneciente a la década de 1950. Los condados que per-dían población tenían un mercado laboral en donde un tercio o más de su población estaba ocupado en el sector agrícola, minero o, incluso, ferroviario.

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El reciente y notable cambio de las tendencias demográficas a lar-go plazo se demuestra por el crecimiento en los condados de áreas no metropolitanas del 4,2 por ciento entre abril de 1970 y julio de 1973, en comparación con el 2,9 por ciento en los condados me-tropolitanos. Este es el primer periodo de este siglo en el que las áreas no metropolitanas han crecido a un ritmo más rápido que el de las áreas metropolitanas. Incluso durante la depresión de la dé-cada de 1930, hubo algún movimiento neto hacia las ciudades. Todavía en la década de 1960, el crecimiento metropolitano era el doble que el de las tasas en las áreas no metropolitanas» (Beale, 1975: 6)10.

Siendo muy consciente de que esta inversión podía ser, simple-mente, fruto de una mayor influencia de las SMSA sobre territorios próximos considerados no urbanos, Beale tiene la preocupación de diferenciar el comportamiento demográfico de los condados ad-yacentes, o contiguos a las áreas metropolitanas, de los que no lo son. En los primeros, las tasas de crecimiento siguen siendo las más altas (4,7%) y absorben cinco octavos del total del flujo inmi-gratorio con destino al escenario no metropolitano en el intervalo 1970-1973, lo cual seguía mostrando la «fusión de las áreas metro-politanas individuales en los cinturones megalopolitanos» (Beale, 1974: 27).

No obstante, los condados no adyacentes a las SMSA —en el mismo periodo de tiempo— habían crecido a un ritmo mayor (3,7%) que los condados metropolitanos (2,9%), un cambio de ten-dencia demográfica de enorme trascendencia (Brown y Beale, 1981: 52-53) (véase tabla 6.1).

El crecimiento de dichos condados, matizaba Beale, no obedecía al comportamiento de un saldo vegetativo positivo de la población. Este, desde 1970, había sido muy bajo debido a la desproporción entre gente joven y la población de mayor edad o jubilada, fruto de un pasado emigratorio de largo recorrido. No podía haber otra ex-plicación: claramente, el crecimiento detectado en estos counties no metropolitanos se explicaba a partir de un fuerte flujo inmigratorio, materializado en una tasa que duplicaba a la de las ciudades (Beale, 1975: 7-9).

10 Traducción del original.

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tabla 6.1. Cambio poblacional estadounidense según residencia (1970-1973)

Residencia

Población Saldo migratorio

1973 (en miles)

1970 (en miles)

Tasa de crecimiento 1970-1973

1970-1973 (en miles)

1960-1970 (en miles)

Total 209.851 203.301 3,2 1.632 3.001

Metropolitana 153.252 149.002 2,9 486 5.997

No metropolitana 56.599 54.299 4,2 1.146 -2.996

Condados adyacentes a una SMSA

29.165 27.846 4,7 722 -724

Condados no adyacentes a una SMSA

27.434 26.452 3,7 424 -2.273

Fuente: Beale, 1975: 6.

¿Cuáles eran las causas de tamaño giro de timón demográfico? Era esta una pregunta a la que había que dar respuesta de antemano para seguir profundizando en esta nueva coyuntura y, sobre todo, en-tender quiénes eran los que estaban migrando desde lo urbano hacia lo rural a un ritmo acelerado. En este sentido, Beale presenta en di-ferentes trabajos varios factores explicativos sobre este renacimiento rural que, a continuación, exponemos.

De entrada, a pesar de la importancia de las actividades fabriles o de transformación a la hora de retener población, estas no explicaban el fuerte crecimiento de algunos condados rurales11. Por supuesto, el sector agrario, inmerso en una profunda crisis y transformación, tam-poco podía nutrir esta inversión migratoria. Sin ir más lejos, solo el 5% de los inmigrantes que arribaban a estos espacios trabajaban en el sector primario durante el periodo 1969-1973 (Beale, 1978: 2). Es más, los condados no metropolitanos que contaban con un 40% o más de ocupados en la agricultura, al contrario que el resto, perdían en el intervalo 1970-1973 un 0,9% de su población12.

El dinamismo de muchas zonas rurales, pues, obedecía a la con-solidación de nuevos ámbitos comerciales y de servicios que estaban

11 Según Beale (1975: 9), el peso de la ocupación en puestos industriales en los condados no metropolitanos se había contraído un 50% durante el periodo 1962-1969 y otro 18% en el intervalo 1969-1973.

12 Estas cifras también eran negativas para los condados no metropolitanos del sur estadounidense con una población predominantemente negra, de base agrícola y con una industrialización menor que en el resto del país. En concreto, estos condados ha-bían perdido en el periodo 1970-1973 un -0,7% de su población (Beale, 1975: 11).

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pasando a un primer plano en un escenario económico no metropoli-tano mucho más diversificado13 y menos dependiente de la agricultu-ra14. De hecho, un 44% de los recién llegados se encuadraban en este tipo de sectores ocupacionales (Beale, 1978: 2).

En segundo lugar, uno de los grandes cambios sociales en los Es-tados Unidos tras el fin de la Segunda Guerra Mundial fue la creación y expansión de universidades e instituciones superiores de educación, precisamente, localizadas en espacios no metropolitanos15. La ubica-ción de estos centros suponía un claro puntal en el desarrollo de estas localidades, además de incrementar su potencial atractivo migratorio (Beale y Fuguitt, 1975: 169). Manejando cifras, Beale (1975: 10) estimaba que los condados no metropolitanos con una universidad habían crecido en el periodo 1970-1973 un 5,8%, tasa superior a la media nacional.

Como tercer punto a considerar, no era nada desdeñable la im-portancia que había cobrado un creciente flujo de inmigrantes ju-bilados que se sentían cada vez más atraídos por las ofertas de ocio

13 Precisamente, según Beale, el hecho de que los espacios no metropolitanos estadounidenses no dependiesen tanto del sector agrícola y, en definitiva, estuvie-sen económicamente más diversificados, provocaba una mayor vulnerabilidad de su fuerza de trabajo. Al margen de crisis agrícolas pasadas, la menguada ocupación en el sector primario se estabilizada frente a otro tipo de ocupaciones posindustriales que sufrían más directamente los golpes de la crisis del petróleo. Remarca este autor que las tasas de desempleo del periodo 1974-1975 para las áreas metropolitanas subían del 5,7% al 9,1%, y para las áreas no metropolitanas (no computando los trabajado-res agrícolas) subían del 5,5% al 9,6% (Beale, 1980: 48-49).

14 Los estudios de Frisbie y Poston (1976: 362-364), en la misma línea que los de Beale, demuestran que los counties no metropolitanos que ganan población tienden a tener un abanico de actividades económicas agrícolas y no agrícolas más complejas que aquellos que pierden residentes. En concreto, identifican, mediante un análisis factorial, las siguientes funciones de sostenibilidad económica propias de estos condados dinámicos norteamericanos (en todo caso, más numerosas que las adscritas a los condados regresivos): presencia de actividad agrícola —intensiva y extensiva—, de actividades mineras e industriales, de actividad comercial —mi-norista y al por mayor— y localización tanto de servicios administrativos públicos como educativos.

15 También es destacable el efecto poblacional en el espacio no metropolitano, defiende Beale (1975: 171-172), que tuvo la ingente construcción de nuevas bases militares durante la época de posguerra. Sin embargo, desde los años setenta, la im-portante disminución de personal militar en territorio estadounidense motiva que los condados metropolitanos con una población militar importante experimenten un crecimiento negativo.

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y habitacionales del mundo rural16. De hecho, en los condados no metropolitanos no adyacentes a ninguna SMSA (en las cuales el por-centaje de inmigrantes de sesenta o más años equivalía a más del 15% del total), experimentaban una tasa de crecimiento del 3%.

Por último, todo lo que envolvía a esta inversión migratoria te-nía, según Beale, que responder a un cambio de preferencias residen-ciales a gran escala que predisponía a un mayor número de personas a vivir en ciudades pequeñas, pueblos o ámbitos enteramente rurales que se alejaban de las grandes masas urbanas. Yendo un poco más allá, este demógrafo asociaba la creciente migración hacia el mundo no metropolitano con un nada desdeñable movimiento ecologista en ascenso, una juventud cada vez menos materialista o urbana, y unas mejoras comunicacionales y viarias que dejaban atrás las venta-jas económicas y sociales de la ciudad, del suburbio y de las franjas rururbanas (Beale, 1975: 13-14).

6.2.2. Berry: la institucionalización de la contraurbanización

Beale, sin duda, fue un autor pionero a la hora de detectar un sor-prendente cambio de sentido en las migraciones internas de Estados Unidos. Sin embargo, fue el geógrafo Brian J. L. Berry el que acuñó por primera vez el contundente término de «contraurbanización», el cual, además de identificarse plenamente con las coordenadas del re-nacimiento rural de Beale, es el mismo que hemos utilizado como el sinónimo más perfecto del tercer nivel de la desconcentración urba-na. Quizá en uno de los textos más influyentes de la geografía urbana de las últimas décadas, Berry, con un estilo directo y unas ideas muy

16 Estudios como los de Fuguitt y Tordella (1980) o Fuguitt et. al. (1983) analizarían con más detalle este flujo migratorio con destino a centros de va-caciones y grandes resorts residenciales ubicados en espacios rurales y costeros, como los de Florida o los del sudoeste estadounidense. Asumiendo que las áreas no metropolitanas habían incrementado en positivo su saldo migratorio gracias a la llegada de personas jubiladas desde 1970, también era evidente que lo habían conseguido conjuntamente con la arribada de individuos menores de sesenta y cinco años. Más importante, no obstante, era entrecruzar los destinos de ambos colectivos de nuevos residentes para entender la dinámica del crecimiento no me-tropolitano, puesto que era la presencia de jubilados, junto con los ingresos de sus pensiones, los que «proporcionaban indirectamente oportunidades adicionales de trabajo para los jóvenes que también deseaban asentarse en estas zonas» (Fuguitt, 1980: 219-220).

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atrevidas, declaraba sin tapujos que los datos censales de 1970 refle-jaban una nueva era en el ethos urbano estadounidense:

Un punto de inflexión se ha alcanzado en la experiencia urbana de América. La contraurbanización ha sustituido a la urbanización como la fuerza dominante configuradora de los patrones de asenta-miento de la nación [...] «La urbanización es un proceso de concen-tración de la población», escribió Hope Tisdale en 1942. «Implica un movimiento desde un estado de menor concentración a un esta-do de mayor concentración». Pero desde 1970 las regiones metropo-litanas de América han crecido más lentamente que la nación y, en realidad, han perdido población respecto al territorio no metropoli-tano [...] El proceso de contraurbanización por lo tanto tiene como esencia la disminución del tamaño, la disminución de la densidad y la disminución de la heterogeneidad. Parafraseando a Tisdale: la contraurbanización es un proceso de desconcentración de la pobla-ción; implica un movimiento desde un estado de mayor concen-tración a un estado de menor concentración (Berry, 1976: 17)17.

¿Qué datos respaldaban la existencia de un flujo contraurbaniza-dor de tamaña magnitud capaz de marcar un cambio sin precedentes en la historia migratoria estadounidense o, dicho de otra manera, capaz de invertir totalmente el poder centrípeto de las metrópolis? En primer lugar, Berry postulaba que este cambio de tendencia se inicia tímidamente en los años sesenta, cuando importantes regiones no metropolitanas experimentaban un modesto crecimiento demográfi-co y cesaban en gran medida de expulsar ciudadanos hacia las grandes urbes del país (Berry y Dahmann, 1977: 448).

En segundo lugar, este autor manejaba datos similares a los de Beale a la hora de dar cuenta con precisión del crecimiento positivo del Estados Unidos no metropolitano, y alejado de las influencias de las áreas urbanas cercanas (y, por tanto, de sus «tentáculos» subur-banizadores o rururbanizadores que restarían pureza y novedad al fenómeno contraurbano)18.

17 Traducción del original.18 Berry y Dahmann (1977: 452), al igual que Beale, tienen la precaución de

distinguir las tasas de crecimiento de áreas no metropolitanas adyacentes a una SMSA con respecto a otras no adyacentes. También precisan que hay zonas de Estados Uni-dos que no han experimentado ningún atisbo de contraurbanización en el vasto

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Igualmente, por motivos similares, Berry también se mostraba cuidadoso a la hora de discriminar las tasas de crecimiento según el porcentaje de commuters que se desplazan desde entidades no metro-politanas hasta nodos metropolitanos próximos. Las cifras, en este último sentido, eran sorprendentes: en los condados no metropoli-tanos —y claramente rurales— en donde solo un 3% de sus residen-tes encajaban en dicha categoría de commuters, su crecimiento en el intervalo 1970-1974 se cifraba en el 4,8% (frente a solo el 1,6% del periodo 1960-1970) (Berry y Dahmann, 1977: 452-453).

Efectivamente, de las cifras precedentes se puede deducir que son los análisis sobre la movilidad laboral y residencial de Estados Unidos entre diferentes estratos metropolitanos y no metropolitanos, donde Berry muestra con rotundidad y claridad el alcance de sus análisis. Por ejemplo, desmenuzando los flujos migratorios recogidos entre 1970 y 1978, el espacio no metropolitano había recibido una muy destacable inmigración contraurbana (representada por 12,05 millones de personas) procedente de las ciudades centrales y de sus anillos suburbanos. Si bien es cierto que para el mismo periodo, des-de los condados no metropolitanos habían emigrado 9,35 millones de individuos a los núcleos urbanos, el balance migratorio arrojaba un saldo positivo inédito de 2,70 millones de nuevos moradores en entidades rurales del país norteamericano19.

Por lo tanto, un imparable proceso de concentración poblacio-nal o de urbanización estaba tocando a su fin. Las migraciones que tenían lugar con mayor frecuencia a una escala metropolitana o in-trarregional primaban la dispersión de las personas y de sus trabajos mucho más allá de las periferias metropolitanas al uso; al fin y al cabo, las viejas predicciones de Wells, Weber o Wright sobre la prede-cible atenuación del poder centrípeto de las ciudades, que Berry trae a colación en diferentes trabajos, se estaban cumpliendo.

Sobre las causas y alcance del fenómeno contraurbano, Berry avanza una gran cantidad de hipótesis, nuevamente, más atrevidas que las de Beale. Según él, si bien es cierto que no había duda de

y «viejo cinturón del tabaco y del algodón», que se extiende desde Carolina del Norte hasta el delta del río Mississippi. En esta zona se halla una gran concentración de población rural que sigue emigrando a urbes de muy diferentes partes del país, espe-cialmente del norte.

19 Sobre los diferentes datos que maneja este geógrafo sobre cuestiones de movi-lidad laboral y residencial para diferentes periodos de tiempo, consúltense Berry y Gillard (1977: 99-108), Berry y Dahmann (1977: 459) y Berry (1980: 17).

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la mejora en el sistema de autopistas, de la creciente presencia de alternativas de ocio en el rural, de la emergencia de nuevas tecnolo-gías electrónicas que facilitaban el desplazamiento de mercancías o transportes, y de la reducción de las interacciones cara a cara que jus-tificaban las altas densidades de los centros metropolitanos20, existían otros elementos de carácter superestructural muy ligados a la cultura norteamericana que podían impulsar decididamente la contraurba-nización.

Desde 1965 hasta 1975, en Estados Unidos se habían produci-do cambios vertiginosos en su estructura demográfica y laboral. La denominada war baby generation había pasado a engrosar la fuerza laboral incrementando las tasas de formación de los nuevos hogares (Berry, 1978: 32-33); esta, sumida en medio de una profunda crisis urbana y económica, volvía a enarbolar valores y preferencias residen-ciales muy vinculadas con la génesis de los suburbios decimonónicos y con la ideología antiurbana a la que hacíamos mención en el co-mienzo de este capítulo. La violencia percibida en muchas ciudades decadentes —dice Berry—, el amor a la novedad, el eterno deseo de estar próximo a una genuina naturaleza21, la idealización de la libertad de movimiento indispensable para ir ocupando nuevas frontera, y un acerado individualismo, hacen más que probable que la contraur-banización sea un fenómeno de largo recorrido o, mejor, un hecho culturalmente predispuesto a satisfacer las demandas ideológicas de muchos norteamericanos22.

20 Consúltense Berry y Cohen (1973: 450-451), Berry (1977: 299-300) y Berry y Dahman (1977: 452-453).

21 En la segunda mitad de los años setenta, proliferaron los estudios sobre el aná-lisis, a través de encuestas, de las preferencias residenciales y motivaciones migratorias de los estadounidenses, y el grado de intensidad de su tradicional ideología antiur-bana. Algunos de ellos, como los llevados a cabo por Blackwood y Carpenter (1978: 46) y, sobre todo, por Williams y Sofranko (1979: 241-242), siguen avalando la preeminencia, en los migrantes que se dirigen a las áreas no metropolitanas, del deseo de una mejor calidad de vida próxima a la naturaleza frente a la necesidad de buscar nuevas oportunidades laborales. Sin embargo, otros trabajos de esta misma temática (Zuiches y Fuguitt, 1972: 628; Fuguitt y Zuiches, 1975: 501-502) rebajan la impor-tancia de tales anhelos y valores a la hora de explicar el crecimiento del territorio rural de Estados Unidos. En este sentido, si bien es cierto que la idea de vivir en el campo gusta a una mayoría, los ciudadanos de este país mostraban en estos últimos estudios citados que no querían ni renunciar, ni alejarse demasiado de las áreas de influencia de las ciudades y de su idiosincrasia social y económica.

22 Consúltese Berry (1975: 175-178; 1976: 21-28; 1978: 42-47).

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6.3. LA CONTRAURBANIZACIÓN ESTADOUNIDENSE A DEBATE

Las reacciones a los trabajos de Beale y Berry fueron, además de in-mediatas, las causantes de una, por así decirlo, convulsión académica en el ámbito de las ciencias sociales estadounidenses. El fenómeno del crecimiento no metropolitano, y su interpretación más radical bajo el manto conceptual de la contraurbanización, monopolizaron la atención de libros colectivos y de las revistas más prestigiosas del momento, especialmente las de temática demográfica y geográfica. Este epígrafe tiene como objetivo dar una visión completa de los principales puntos de discusión que, durante estos años, se fueron sucediendo sobre este complejo tercer nivel de la desconcentración urbana.

6.3.1. Defensores de las tesis contraurbanas

Quizá, el primer y más importante punto de discordia sobre la con-traurbanización o renacimiento del rural, era el dilucidar si este con-figuraba o no un suceso totalmente nuevo, que rompía abruptamente con la continua e imparable dispersión de las periferias suburbanas y exurbanas. Vining y Strauss (1977: 751) no albergaban ninguna duda a este respecto y defendían, reproduciendo las reflexiones de Beale, que tales acontecimientos no estaban confinados únicamen-te al fenómeno del sprawling, sino también a espacios mucho más grandes y complejos que los estrictamente metropolitanos. De he-cho, utilizando un índice de Hoover23, demostraban que los grados de desconcentración poblacional eran, de manera inédita, tan amplios y universales como para tener la capacidad de ser visibles, en el últi-mo lustro de la década, en varios niveles de desagregación territorial —condados, estados o divisiones geográficas censales— (Vining y Strauss, 1977: 753-754).

A conclusiones muy semejantes a las de Vining y Strauss lle-ga también John F. Long (1981: 3-4), afirmando que la población

23 El índice de Hoover tiene un valor mínimo de 0 y un valor máximo de 100. Supongamos que la mayoría de una población de una SMSA vive en su condado central; si dicho condado es de un tamaño muy pequeño en relación con el tamaño total de la hipotética SMSA, su índice de Hoover tendrá un valor próximo a 100 (que indica una máxima concentración poblacional). Sobre su planteamiento origi-nal, consúltese Hoover (1941: 199-201).

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estadounidense se estaba desconcentrando en todos los niveles te-rritoriales —regional, metropolitano/no metropolitano y local—. En la misma línea, son muchos los artículos e investigaciones que insisten en la novedad y discontinuidad del fenómeno contraurba-no. Por ejemplo, Zelinsky (1977), Morrison y Wheeler (1976: 21), o Johnson y Purdy (1980: 67), se muestran convencidos de que las estrategias explicativas de la expansión metropolitana se derrumba-ban «cuando se confrontaban con los cientos de bucólicos y lejanos condados para cuyo resurgir demográfico no hay una justificación económica racional» (Zelinsky, 1977: 176).

Richards (1978: 556), Lichter y Fuguitt (1982: 7), en cambio, son más tajantes en sus conclusiones afirmando que las áreas metro-politanas habían dejado de ser tan importantes en la integración fun-cional del sistema urbano, al instaurarse una mayor horizontalidad entre las ciudades y los pueblos. Tal fenómeno, primero, era mucho más amplio que el de la propia suburbanización y, segundo, rompía con la preeminencia centrípeta de los nodos centrales en una estruc-tura territorial convencional.

Quizá un defecto recurrente en algunos de estos defensores de las tesis contraurbanas es que, en muchos casos, reproducen, sin más, los datos sistematizados en los trabajos, principalmente, de Beale. Para aportar cifras y perspectivas analíticas diferentes, nos ha pare-cido conveniente reflejar el tratamiento cuantitativo del fenómeno contraurbano realizado por McCarthy y Morrison. En él, se desagre-gan los condados metropolitanos, además de por ser contiguos o no a un área metropolitana, por su grado de urbanización medido según diferentes intervalos poblacionales24.

Lo más sorprendente de esta contribución académica era consta-tar que los condados no metropolitanos no adyacentes a una SMSA menos urbanizados y rurales25 presentaban en el periodo 1970-1974 unas tasas de crecimiento positivas26 (de un 0,89% y un 0,99%, respectivamente) semejantes a las de los condados no metropolitanos

24 Los criterios de clasificación de los condados presentada por McCarthy y Mo-rrison (1979: 21) fueron tomados del USDA Economic Research Service.

25 Los condados no metropolitanos urbanos tenían una población de 20.000 o más residentes; los menos urbanizados, entre 2.500 y 19.000 personas; los rurales, menos de 2.500 individuos (McCarthy y Morrison, 1979: 25).

26 Para el periodo 1960-1970, los condados no metropolitanos menos urbaniza-dos y rurales habían experimentado una tasa de crecimiento negativa del -0,11% y del -0,57%, respectivamente (McCarthy y Morrison, 1979: 25).

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urbanos, tanto contiguos (1,36%) como no contiguos (1,00%) a un área urbana. Es más, para el mismo intervalo temporal, tales conda-dos semirrurales y rurales no estaban tan lejos de alcanzar el ritmo de crecimiento de los grandes (1,81%), medios (1,75%) y pequeños (1,51%) condados metropolitanos27. Sin duda, para este autor, es-tos datos demostraban que el dinamismo demográfico de espacios rurales de tan poca dimensión poblacional no era explicado por las influencias expansivas del primer y segundo nivel de la desconcentra-ción urbana28.

Asimismo, e introduciendo datos del censo estadounidense de 1980 que comentaremos con más detalle en el próximo capítulo, Long actualiza los intervalos porcentuales de commuters no metro-politanos con un puesto de trabajo en un área metropolitana pre-sentados años atrás por Berry (véase tabla 6.2). Hecho esto, era sor-prendente observar que los condados rurales, con una población de más de veintiocho millones de residentes, de los cuales solo el 3% se desplazaba a trabajar a áreas metropolitanas próximas, había crecido entre 1970-1980 un 13,3%.

Desde luego estas cifras indicaban un claro renacimiento rural sin claras continuidades con el pasado, sobre todo teniendo en cuenta que el saldo migratorio de estos espacios (dispersos por las regiones del Pací-fico noroccidental, de los Grandes Lagos, del norte de Nueva Inglaterra, del sur de los Apalaches, etc.) había pasado de un -8,9% en el perio-do 1960-1970 a un 7,1% en la década siguiente (Long, 1981: 22-25)

27 Los condados metropolitanos grandes tenían una población de más de un mi-llón de personas; los medianos, entre 250.000 y 999.000 residentes; los pequeños, entre 50.000 y 249.999 individuos. Estos tres tipos de condado durante el intervalo 1960-1970, respectivamente, habían crecido un 2,61%, un 1,63% y un 1,33% (Mc-Carthy y Morrison, 1979: 25).

28 Con mayor perspectiva histórica, Ballard y Fuguitt se mostraban convencidos de lo excepcional del renacimiento rural estadounidense: «The depression (1930-1940) and the turnaround (1970-1980) decades were the only periods since 1900 in which something like a “rural renaissance” could be said to have occurred. Only in these decades did all nonmetropolitan place categories show a decrease in proportion of pla-ces declining dramatically (20 percent or greater) when compared to the decades im-mediately preceding (1920-1930, 1960-1970), and there was a rough correspondence between more rural status and greater decreases in this proportion for both decades. Correspondingly, in only these two decades is there evidence that the smaller places had higher levels of growth relative to the preceding decade in contrast to larger places, with an upturn that was more pronounced in more rural settings. This was generally true also for growth greater than the national average» (Ballard y Fuguitt, 1985: 109).

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(véase tabla 6.2). Los entornos suburbanos y rururbanos de las grandes metrópolis del país no tenían, por tanto, el suficiente alcance geográfico para explicar esta nueva coyuntura demográfica29.

tabla 6.2. Comparativa de porcentajes de commuters no metropolitanos con un puesto de trabajo en un área metropolitana

Nivel de commuting

Población (en

miles)

Cambio poblacional

(%)Saldo migratorio Saldo vegetativo

19801960-1970

1970-1980

1960-1970

1970-1980

1960-1970

1970-1980

Más del 20% de commuters

5.312 9,0 19,3 0,8 14,5 8,2 4,8

10-20% de commuters

10.923 6,4 15,4 -2,4 10,4 8,8 5,0

3-10% de commuters

15.889 4,8 14,2 -4,6 9,0 9,4 5,2

Menos del 3% de commuters

28.387 1,5 13,3 -8,9 7,1 10,4 6,2

Fuente: Long, 1981: 22.

Por último, sobre los detonantes del renacimiento rural, llama la atención que el conjunto de todos estos autores utiliza los mismos denominadores comunes que los propuestos por Beale y Berry. Son los siguientes:

• En primer lugar, aunque sin citar el adjetivo de posindustrial, existe una clara unanimidad en que las pautas de una nueva economía (Long, 1981: 87) centradas en una industria li-gera30, de vocación cada vez más tecnológica, y un auge de las empresas de servicios en el mercado, necesitan tanto flujos de

29 Hay que precisar, también, que el auge del mundo no metropolitano profundo se analiza y se defiende en estudios de alcance local que constatan, en la década de los años setenta, la repoblación de zonas rurales remotas de Pensilvania (Zelinsky, 1978: 38), y el dinamismo de condados de la región norte de los Grandes Lagos en los cuales se localiza todo tipo de instalaciones lúdicas y espacios de alto valor paisajístico (especialmente atractivos para un importante flujo de emigrantes jubilados que retornan a su hogar de origen, o para trabajadores de «cuello blanco» que construyen en esta zona su segunda vivienda) (Voss y Fuguitt, 1979: 225; Fuguitt et al., 1979: 22-35).

30 Sobre los procesos de filtrado industrial hacia nuevos escenarios no metropoli-tanos, consúltense las conclusiones del estudio de caso de Rodney A. Erickson (1976: 259-260) sobre la industria del estado de Wisconsin.

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información que satisfacen las actuales redes de comunicación, como materias primas relativamente ligeras y compactas que se puedan transportar sin problemas a cualquier rincón de Estados Unidos. Esta idiosincrasia permite la ubicación reciente «de mi-les de pequeñas empresas en áreas no metropolitanas a lo largo de carreteras interestatales, en los pequeños parques industriales y cerca de las ciudades pequeñas» (Long, 1981: 31); por tanto, también explica de manera decisiva la revitalización del rural gracias a la presencia de una mano de obra más barata que la urbana, y un suelo para emplazamientos industriales más ase-quible y, paradójicamente, más accesible31.

• En total conexión con este punto, una vez más, para muchos autores32 el perfeccionamiento de los sistemas de transportes y la continua mejora de las redes de carreteras y autopistas inter-estatales en Norteamérica siguen alimentando la contraurba-nización y «limando» las restricciones de la distancia33.

• Asimismo, el aumento de la calidad de vida y el incremento del dinero destinado a actividades no productivas apuntalan una nueva sociedad del ocio dispuesta a buscar nuevos estilos vitales, alejados de los males urbanos, «y a renunciar a parte de sus ingresos con el fin de asentarse en áreas de su agrado» (Long, 1981: 31-32)34. En definitiva, la anormalidad de la mi-gración hacia zonas no metropolitanas debía ser explicada no solo por causas laborales, sino también por otros factores que pertenecen al campo de acciones sociales más complejas (do-minadas por factores pull y push de carácter ambiental, por el deseo del retorno al hogar de nacimiento, etc.)35.

31 Consúltense Morrison y Wheeler (1976: 21), Morrison (1977: 20-21), Mc-Carthy y Morrison (1979: V-VI), Fuguitt et al. (1979: 16-17) y Long (1981: 30-32).

32 Consúltense Erickson (1976: 254), Morrison (1977: 20-22), Fuguitt et al. (1979: 13), Heaton y Fuguitt (1980: 521), Lichter y Fuguitt (1980: 509-510) y Long (1980: 68).

33 Hay que señalar, no obstante, que el estudio de Briggs (1980: 2) no observa indicios de una clara relación entre la expansión de las autopistas estadounidenses y el crecimiento no metropolitano localizado, especialmente, en condados remotos. Hansen (1973: 31) se pronuncia en términos parecidos.

34 Consúltense también Morrison (1977: 20-22), McCarthy y Morrison (1979: V-VI) y Long (1980: 69).

35 Williams y Sofranko realizan una macroencuesta en 866 condados no metropo-litanos repartidos por los doce estados de la Región Central Norte de Estados Unidos, mostrando que los residentes de origen metropolitano, en un 75% de los casos, citan

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6.3.2. El renacimiento del rural: cuestionamientos y matizaciones

De los trabajos que ponen en cuestión el alcance y profundidad del auge no metropolitano en Estados Unidos, quizá las tesis de Gordon sean las más contundentes. Este niega que el crecimiento no metro-politano sea una ruptura con las pautas de la suburbanización y rur-urbanización propias de las últimas décadas. De igual modo, también critica la rigidez de las divisiones territoriales utilizadas por Vining y Strauss y su incapacidad para discriminar correctamente lo metropo-litano de lo no metropolitano. Una vez más, la estrechez de los lími-tes estadísticos de las SMSA estaba facilitando un registro exagerado y artificial sobre la amplitud del auge demográfico no metropolitano.

Sin negar que un renovado dinamismo y creciente interés resi-dencial por el rural estadounidense se estaba produciendo, Gordon recoge un dato más que significativo de uno de los trabajos de Ward-well (1977: 159): el 63% de la inmigración que llegaba a los con-dados no metropolitanos provenía, precisamente, de condados no metropolitanos adyacentes a áreas metropolitanas. Por tanto, y com-partiendo una dinámica similar a la de muchos países europeos que este autor analizaba36, eran los efectos del spillover de las áreas urbanas los que configuraban sustancialmente los patrones de crecimiento de la mayoría de condados de teórica extracción rural37.

razones no laborales para justificar su migración. En concreto, un 40% de los mismos esgrimen como primer motivo de su migración factores de carácter ambiental o recreativo (Williams y Sofranko, 1979: 242-245; Williams, 1981: 199). En todo caso, Wardwell y Gilchrist (1980a: 155-157) siguen defendiendo la preeminencia de la deslocalización de las actividades laborales a la hora de explicar el dinamismo del mundo no metropolitano.

36 Gordon se hace eco y emplea una nueva forma de desconcentración urbana que, desde el International Institute for Applied Systems Analysis, se utiliza para facilitar la comparación de los sistemas metropolitanos de Japón y de los países occi-dentales y orientales de Europa. Dicha forma, de la que hablaremos con más detalle al final del capítulo, tiene el nombre de Functional Urban Region (en adelante, FUR) y, además de estar formada por un nodo urbano, con sus hinterlands y algunas áreas ru-rales residuales, es más amplia que las áreas metropolitanas estadounidenses. Aplican-do a los componentes de las FUR un índice de Hoover, Gordon llega a la conclusión de que en muchos países europeos (Noruega, Suecia, Dinamarca, Francia, Irlanda, etc.) está sucediendo un fenómemo similar al estadounidense: la disminución pobla-cional de los centros urbanos a favor de sus coronas suburbanas y rururbanas, lo cual cargaba de más escepticismo la tesis de la «inversión» o «clara ruptura contraurbana» manejada por Vining y Strauss (Gordon, 1979: 285-287).

37 De manera parecida, Tucker también entiende que el crecimiento no metro-politano se produce a expensas de la trama metropolitana: «Rapid nonmetropolitan

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Richard R. Morril, asimismo, no niega la importancia del dina-mismo de los condados no metropolitanos pero, claramente, no obser-va el fenómeno como algo nuevo, puesto que durante generaciones las personas habían buscado retirarse a ambientes agradables o regresar a sus zonas rurales de origen38. En todo caso, comenta este autor, un aná-lisis más pausado no podía pasar por alto que eran las SMSA de gran tamaño, con más de medio millón de residentes, las que perdían más de dos millones de habitantes durante el periodo 1970-1976. Al con-trario, las pequeñas SMSA del país arrojaban un saldo positivo de más de medio millón de habitantes39. Sus palabras, a este respecto, suponían una clara llamada de atención a las tesis contraurbanas más extremas:

Aunque el territorio metropolitano está creciendo más lentamente que las áreas no metropolitanas, y a pesar de que parte del creci-miento no metropolitano se sitúa de hecho en genuinas zonas rura-les, mucho más intenso es el localizado junto a zonas metropolitanas o en potenciales metrópolis. El proceso de la emergencia de nuevas metrópolis está lejos de terminar (Morril, 1980: 128)40.

Un punto y aparte merecen, también, las reflexiones de John M. Wardwell a la hora de entender la inversión migratoria de Estados Uni-dos. Nuevamente, este sociólogo no pasa por alto el hecho de que el cambio de tendencia de la migración no metropolitana era un proceso real en el que se habían involucrado millones de personas y estaba fir-memente apoyada por nuevos procesos de descentralización económica, poderosas preferencias por la vida rural y una mejora socioeconómica de estos espacios (Brown y Wardwell, 1980: 12-14). Sin embargo, en su opinión, no tenía sentido exagerar dicho proceso y, lo que es más grave, desgajarlo de una realidad territorial mucho más compleja.

growth in an area generally means that the area itself may eventually become metro-politan» (Tucker, 1976: 442).

38 En todo caso, Morrill (1979: 65) matizaba que lo que sí resultaba inédito era, primero, el inmenso volumen de personas que podían retirarse a los escenarios no metropolitanos de Estados Unidos y, segundo, la notable mejora socioeconómica de las zonas rurales del país —en las cuales la población excedente ya había migrado—.

39 Engels y Healy (1979: 17-18) también inciden en que durante el intervalo 1970-1976 solo las grandes SMSA perdían población. Asimismo, Forstall (1981: 22) remarca que durante los años setenta el sistema metropolitano estadounidense seguía expandiéndose gracias al crecimiento de las pequeñas SMSA.

40 Traducción del original.

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Viendo que la población agrícola de Estados Unidos se estabiliza a mediados de la década de los setenta, observando que las migracio-nes periferia-centro del pasado tocaban a su fin y constatando que el crecimiento del mundo rural obedecía a la incorporación en el mis-mo de servicios y tramados organizativos urbanos, Wardwell (1977: 160-164 y 166) formula su tesis de tendencia al equilibrio entre las poblaciones metropolitanas y no metropolitanas. Esta, por tanto, va-ticina que los saldos migratorios entre uno y otro espacio tenderían a ser nulos, lo cual no venía más que a alumbrar un nuevo cambio estructural en las relaciones entre los complejos metropolitanos y las entidades de poco tamaño circundantes (Wardwell, 1977: 175).

Sobre el crecimiento de un fenómeno contraurbano de largo re-corrido temporal a expensas del mundo urbano, por cierto, Wardwell plantea su inviabilidad; al fin y al cabo, el mundo no metropolitano es un gran consumidor de petróleo en una época en donde se empie-za a cuestionar la viabilidad ecológica y económica de este recurso energético (Wardwell y Gilchrist, 1980b: 572).

A este respecto, y de manera más precisa, Engels y Healy tam-bién se pronuncian sobre lo difícil que será mantener el impulso no metropolitano en años venideros, puesto que el auge de nuevas áreas residenciales y recreacionales en el rural, el flujo inmigratorio forma-do por emigrantes jubilados en busca de nuevos espacios naturales, y la presencia de nuevos centros de educación superior suponen, en conjunto, fenómenos que pueden reportar nuevos contingentes po-blacionales solo a corto plazo. Por ese mismo motivo, y al igual que Wardwell, para estos autores el renacimiento del rural no venía nada más que a inaugurar un inédito estancamiento en las migraciones entre el campo y la ciudad (Engels y Healy, 1979: 17-19)41.

6.4. SUBURBIA Y RURURBIA EN UN SEGUNDO PLANO

La irrupción de las aportaciones sobre el tercer nivel de la descon-centración urbana en el escenario académico fue, como acabamos

41 La demógrafa Kerry Richter (1985: 261), al igual que Wardwell, Engels y Healy, se mostraba convencida de que la inversión demográfica experimentada por Estados Unidos en los años setenta constituía un fenómeno pasajero, anómalo, que esclarecía un fenómeno de mayor calado, que no era otro que el establecimiento progresivo de un equilibrio poblacional entre el escenario metropolitano y no metropolitano.

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de ver, realmente intensa. En las discusiones que hemos recogido se volcaron científicos sociales de muy diferentes disciplinas, aportando gran variedad de hipótesis, alguna de ellas, como las de Berry, total-mente rupturistas.

Ante semejante torrente de nuevas ideas y perspectivas, no cabe duda de que los análisis sobre el mundo suburbano y exurbano que-daron, en nuestra opinión, presos de una línea continuista respecto a los enfoques del periodo de posguerra. Pese a todo surgen algunas aportaciones interesantes sobre el primer y segundo nivel de la des-concentración urbana que hay que detallar.

6.4.1. Dualidad suburbana y pequeñas aportaciones

Es evidente que la atracción analítica que, sobre el suburbio, había hecho proliferar un enorme debate sobre su naturaleza tras la Segun-da Guerra Mundial, sufre un cierto agotamiento teórico durante la década de 1970. Durante estos diez años, los estudios suburbanos siguen inmersos en la defensa de dos visiones contrapuestas: la que apuesta por un entendimiento desmitificador y dinámico del subur-bio, frente a la que entiende que este espacio se caracteriza, precisa-mente, por el estatismo y persistencia de sus principales característi-cas socioeconómicas42.

Sobre la que se podría denominar perspectiva conflictiva y he-terogénea sobre el suburbio, consolidada años atrás, entre otros, por Gans, se escriben nuevas aportaciones teniendo como fondo un cli-ma intelectual centrado en el estudio de la crisis urbana de la época. Muller (1976: 1-2), por ejemplo, se muestra disconforme con la ima-gen de clase media, superficial y conformista del suburbio que choca frontalmente con la realidad diversa y dinámica de la que da cuenta en sus estudios.

Más sorprendente, si cabe, es la evolución de Fava (1975: 19-21 y 23-24) en sus análisis: del «familismo» y comunitarismo propios del suburbio de los años cincuenta, este autor pasa a hablar de estos espacios periféricos como nodos en competición dentro de la mega-lópolis, difícilmente clasificables mediante tipologías cerradas y fal-tos de patrones que faciliten la integración racial y de género. En la

42 Un planteamiento parecido sobre esta dualidad en el acercamiento al fenóme-no suburbano se recoge en un artículo de Schwartz (1976: 325-326) y Baldassare (1992: 481-483).

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misma línea, Choldin et al. (1980) realizan un análisis longitudinal del estatus de los suburbios de Chicago para el intervalo 1940-198043, que muestra cómo el ciclo vital o antigüedad del suburbio incide necesariamente en una variación de su composición socioeconómica.

Desde un punto de vista contrario, durante esta década se publi-can diferentes estudios que siguen defendiendo que el suburbio tipo estadounidense muestra con claridad una persistencia en su idiosin-crasia social y económica a lo largo del tiempo44. En nuestra opinión, son los trabajos de Stahura (1979: 947; 1987: 276) sobre esta cues-tión los más significativos de la década: sin negar ciertos cambios estructurales de los suburbios (como el aumento de la diferenciación entre los de bajo y alto estatus), este autor sigue manteniendo como hipótesis central de sus trabajos la tendencia a la inmutabilidad social de estas aureolas urbanas, inclusive en aquellas con un fuerte creci-miento poblacional o viceversa.

En estos trabajos que defienden el «estatismo suburbano», para demostrar sus hipótesis, recurren a estudios de una enorme amplitud territorial y al uso causal de correlaciones o explicaciones de varianza partiendo de modelos compuestos por variables independientes de corte demográfico, econométrico o socioeducativo; quizá, por ello, adolecen de una rigidez analítica en donde se echa en falta una visión más localista o etnográfica que enriquezca su visión del suburbio.

En otro orden de cosas, y como no podía ser de otra manera, durante estos años también se siguen acumulando nuevas propuestas que tratan de condensar el escenario suburbano en tipologías lo más exhaustivas y sintéticas posibles. Quizá la más rupturista es la realiza-da por Muller (1976: 14-17; 1982: 268-271) para Estados Unidos, en la cual destaca una descripción más nítida de los suburbios exclu-sivos de clase alta y la creación de nuevas categorizaciones (como la de los «suburbios cosmopolitas» formados por profesionales liberales, estudiantes o artistas, y dotados de una cultura y tejido asociativo muy característicos).

En donde sí se producen avances inéditos en la comprensión de suburbia es en el estudio de la inmensa transferencia de nichos laborales, empresariales y comerciales desde el centro de las ciudades

43 La medición del estatus se realizaría a partir de tres variables: el porcentaje de población trabajadora de «cuello blanco», los ingresos medios de las familias y el nivel educativo de la población adulta (Choldin et al., 1980: 974 y 981).

44 Consúltense Guest (1978: 262) y Stahura (1987: 268-269).

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hacia los suburbios (Schwab, 1992: 304). En este sentido, es destaca-ble el estudio de Daniels (1974: 178-179) sobre la creciente presencia de parques ofimáticos en los suburbios (explicada por el menor coste inmobiliario y la presencia de más eficientes redes de transporte) o, también, el realizado por Dawson (1974: 173) sobre la imparable concentración comercial en grandes hipermercados suburbanos (ex-plicada por un aumento de la capacidad de almacenar más alimentos en el hogar, una mejor gestión de los stocks y la irrupción de nuevas tecnologías de venta que, en conjunto, estimulan compras menos frecuentes, pero de mayor volumen)45.

Este tipo de aportaciones suponen una clara evidencia de una creciente independencia de suburbia respecto de la ciudad central y la emergencia de su reforzado y decisivo papel económico, social y de-mográfico en la trama territorial, pocas décadas atrás coto exclusivo de la ciudad compacta (Masotti, 1973a: 17).

Asimismo, surgen nuevas propuestas sobre la necesidad de en-tender los mecanismos de la complicada gobernanza suburbana en Norteamérica. Es evidente que cada uno de estos particulares encla-ves periurbanos ha alcanzado tal grado de madurez en su desarrollo que pugna, a través de variopintas ventajas fiscales, por atraer mano de obra y todo tipo de servicios (Logan, 1976: 337); y, también, trata de desarrollar pequeños gobiernos locales para aumentar su autono-mía y mejorar su gestión local a costa de una adecuada planificación metropolitana de conjunto (Scott, 1975: 36). A esta coyuntura, según Masotti (1973b: 535), se le añade la ausencia de iniciativas federales o es-tatales de vocación pública que controlen las iniciativas privadas que alientan la extensión irracional del territorio suburbano por intereses especulativos.

Por último, ocupan un lugar destacado estudios sobre el fenóme-no de la «suburbanización negra» que indicaba en Estados Unidos un cambio importante en la predominancia WASP propia de muchos alfoces metropolitanos. Con timidez en los años sesenta, pero con mucha fuerza en la década que nos ocupa, millones de ciudadanos

45 Dicha concentración, empleando el término de Muller, tiene su máxima ex-presión en los denominados superregional malls de los años setenta: «Today’s malls have become convenient all-purpose places to go: after borne and work they are now the third most popular place for spending one’s time in the suburbs. Many observers view the superregional center as the outer city equivalent of downtown and increa-singly describe it by using such terms as “acropolis” and “piazza”» (Muller, 1976: 31).

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de color —de medios y altos ingresos especialmente (Schnore et al., 1976: 91-92)— se suman a la conquista residencial de las periferias del país norteamericano, dejando atrás los mismos centros urbanos degradados que los habitantes blancos habían abandonado años an-tes. De hecho, a principios de los ochenta, de toda la población negra del país norteamericano, más de un 20% vivía en un suburbio (Jack-son, 1985: 301).

Si es cierto que la suburbanización negra suponía un cambio de tendencia, pues los centros urbanos en crisis parecían estar destinados en exclusiva a albergar todo tipo de minorías étnicas, este fenómeno, como puntualiza Schwab (1992: 325), no supuso la reversión de la segregación racial que había marcado la evolución histórica de los ámbitos metropolitanos estadounidenses46. Como confirma Lake47, la población negra del suburbio seguía teniendo más dificultades de ac-ceso al mercado hipotecario y era la propietaria de las casas de menor valor y de más baja calidad (Lake, 1979: 156).

6.4.2. La rururbanización desde una perspectiva francesa y española

Claramente, el escenario académico francés y español acapara gran parte de los avances sobre la descripción y comprensión del segundo nivel de la desconcentración urbana durante el intervalo 1970-1980.

Empezando por dejar al margen algunas contribuciones a nuestro entender más secundarias48, son Gerard Bauer y Jean-Michel Roux los

46 Evidentemente, dicha segregación no alcanza, ni mucho menos, las cotas de Sudáfrica en pleno régimen del apartheid. A este respecto, conviene citar el estudio de Waters (1970) sobre la exclusividad de la «suburbanización blanca» en la ciudad de Durban de los años setenta (este autor, por cierto, no hace ni una mínima alusión en este trabajo a la población negra del país).

47 En el tratamiento de datos que realiza Robert W. Lake (1979: 148), partiendo de los datos del Annual Housing Survey —editado por el Bureau of the Census—, sorprende constatar que de los hogares suburbanos en Estados Unidos que cambian de manos entre los años 1974-1975 (2.250.000 unidades en total), únicamente 139.000 son fruto de un intercambio entre un propietario negro y blanco. En con-creto, 84.000 son transferidos por un propietario blanco a otro negro; solo 45.000, en cambio, son vendidos por un propietario negro a otro blanco.

48 Y en las que podríamos incluir el estudio de las relaciones urbano-rurales en Francia de Mathieu y Bontron (1973: 154), y de los procesos de urbanización del campo que se han visto acelerados por varios y complejos fenómenos (el aumento de movilidad de la población francesa, el avance de la edad de jubilación, la proliferación

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que decididamente aportan nuevos matices al significado de la rurba-nisation49. Este proceso es definido por ambos autores como la expan-sión de una zona rural cercana a los centros urbanos, caracterizada por: presentar saldos migratorios positivos, tener una población de origen urbano en crecimiento —que hace disminuir la proporción de habitantes con ocupaciones agrícolas y artesanales propias del rural más tradicional—, y mostrar signos evidentes de cambio en los usos y mercado del suelo, que favorecen la construcción de nuevas viviendas situadas a menos de media hora de un polo urbano50. Por supuesto, la dinámica de la rururbanización francesa, precisan, es el motor de una ciudad dispersa (ville éparpillée) y, precisamente por esta cualidad, es muy distinta a la de los suburbios de planta tradicional (banlieues) contiguos a la urbe central (Bauer y Roux, 1976: 13-14).

Un aspecto novedoso del análisis de Bauer y Roux es la ligazón que hacen entre la rururbanización y un proceso mucho más am-plio de dispersión de la gran ciudad que, no necesariamente, tiene que ser negativo. Acusar a la rururbanización de causar el declive de las ciudades, como había sucedido muchas veces en Estados Uni-dos, suponía un juicio de valor prematuro51, puesto que este proceso

de segundas residencias, la diversificación social y profesional de los pueblos, la dis-minución de la ocupación en el sector agrícola, etc.) de Juillard (1973: 6-7).

49 La aparición y significado de este neologismo en Francia fue duramente criti-cado por Martine et al. (1980: 306) por su inexactitud y carácter difuso a la hora de entender los mecanismos de transformación territorial que conlleva la periurbaniza-ción (concepto de uso mucho más extendido en la literatura francesa).

50 Es muy interesante la tipología constructiva nacida de la rururbanización que presentan Bauer y Roux y, que, creemos, merece la pena reproducir literal-mente: «Pratiquement, on peut facilement distinguer trois types morphologiques d’ensembles rurbains: des chapelets de pavillons construits, l’un après l’autre et indé-pendamment, à la sortie des villages, le long des routes où passent des canalisations d’eau et d’électricité; des lotissements compacts, de plusieurs dizaines de maisons, comportant une entrée et une voirie intérieure privées. Ces lotissements ne sont pas forcément immédiatement contigus au village. Comme dans le cas précédent, chaque propriétaire fait construire son pavillon indépendamment des autres, d’où une cer-taine diversité architecturale; enfin, les opérations intégrées (équipement, lotissement du terrain et construction). De taille moyenne supérieure à celle des lotissements de la catégorie précédente, ces nouveaux “villages” en différent aussi par l’uniformisation du traitement architectural ainsi que par la conception du plan de masse: les parcelles privatives y sont exiguës (parfois simple terrasse), au bénéfice d’espaces verts collectifs traités en pare» (Bauer y Roux, 1976: 42-43).

51 En términos favorables sobre esta cuestión se pronunciaban también los geó-grafos españoles Juan Vilá y Horacio Capel (1970: 163), al afirmar que «la relación

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de cambio territorial podía evitar la congestión de los centros urba-nos y la destrucción de su valor cultural e histórico (Bauer y Roux, 1976: 167).

En la línea de estos dos autores franceses, resulta especialmente meritorio un artículo de José Estébanez en donde se constata un amplio fenómeno de imbricación discontinua de los espacios rura-les y urbanos de toda la provincia de Madrid52. Tal proceso, caótico y nucleado por la capital madrileña, toma formas peculiares que nacen, inequívocamente, de la «descentralización de las funciones urbanas hacia el espacio rural que origina fenómenos de poblamien-to, repoblación o recolonización y de despoblamiento» (Estébanez, 1979: 524).

También es muy sugerente el diagnóstico de Bernard Kayser sobre los efectos que la evolución tecnológica de los transportes, la concentración financiera y la difusión inmediata de información tie-nen en la fisionomía de uno de los elementos distintivos del panora-ma exurbano: la presencia de tejido agrícola y ganadero que trata de adaptarse a los ritmos que exige la colonización urbana para garan-tizar su sostenibilidad y rentabilidad. Para lograrlo, las explotacio-nes campesinas tienen que acoplarse a circuitos de comercialización distintos de los locales, e inmiscuirse en un mercado «drenado por las empresas nacionales o internacionales cuyas redes de recogida y de distribución están de alguna manera intercomunicadas» (Kayser, 1972: 211-213).

En una línea más crítica, el trabajo del sociólogo español Mario Gaviria (1978: 255; 1973: 667), parecido en su intención a los rea-lizados por Pryor y Golledge en los años sesenta, aborda con toda su crudeza la complicada naturaleza del mundo rururbano español. Ha-bida cuenta de las especiales características de la economía y legisla-ción de este país, que espolean tanto la venta de terrenos de alto valor ecológico y agrícola para construir viviendas, como la amenaza de la

campo-ciudad no es solo, y ni siquiera fundamentalmente, una relación de dominio o parasitismo». Subrayaban estos autores que de las ciudades también provenían las iniciativas y capitales que optimizaban y valorizaban las explotaciones agrarias. Por ejemplo, según Vilá y Capel, el hecho de que algunas capitales urbanas de España fuesen cada vez más turísticas incidía claramente en la mejora de las explotaciones agrarias próximas. Por supuesto, estas visiones optimistas sobre el escenario rururba-no no son compartidas por muchos otros autores que iremos citando.

52 De hecho, Estébanez (1979: 513-514) hace uso del término ville éparpillée acuñado por Bauer y Roux.

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expropiación para dejar espacio a nuevas industrias53, equipamientos colectivos o viarios, la sostenibilidad de muchas tierras exurbanas y fértiles quedaba seriamente amenazada.

A este respecto, es también contundente el análisis de Josefina Gómez sobre los desaprovechamientos rústicos del Bajo Henares, en las proximidades de Madrid, motivados por «la espera especula-tiva de su revalorización a través de las plusvalías devengadas por su cambio de calificación, de suelo agrario a industrial o urbano»54. En estas mismas cuestiones inciden, además, otros autores ingleses y ca-nadienses coetáneos, los cuales siguen alertando sobre la perjudicial dialéctica entre la supervivencia agraria y los imparables intereses de la metrópolis expansivas (Thomas, 1974: 26-28; Joseph y Smit, 1981: 212).

6.5. EL ESCENARIO INTERNACIONAL: ESTUDIOS DE CASO Y COMPARATIVAS

¿Era Estados Unidos la vanguardia de un nuevo ciclo territorial con-traurbano o este era reconocible también en otras partes del mundo? Sería un error pensar que solo en el gigante norteamericano se estaba al tanto sobre el nuevo cénit de complejidad que los fenómenos de desconcentración urbana habían alcanzado durante los años 1970-1980. De hecho, poco antes de la publicación de las tesis de Berry y Beale, dos estudios realizados en países tan distantes como Japón y Suecia apuntaban hacia un cambio de tendencia migratoria en el seno de las tradicionales relaciones centrípetas campo-ciudad. El pri-mero de ellos, escrito en 1971 por Minoru Tachi (1971: 18), daba cuenta de un proceso de desaceleración poblacional de los centros de las grandes urbes japonesas, que estaba generando una inmensa reubicación periférica de sus residentes; el segundo, explicaba cómo

53 Sobre la rápida expansión industrial en las franjas metropolitanas de Europa occidental, provocada por los imperativos de los nuevos modos organizacionales y mejora de las tecnologías del transporte, consúltese Wood (1974: 150-151).

54 No es de extrañar, viendo las cifras aportadas por Mendoza, la situación de «barbecho social» de estas tierras. En concreto, dice literalmente la autora, «el máxi-mo valor potencial del suelo agrícola en 1972 no superaba las 44 ptas/m2 (en los regadíos del Jarama, en San Fernando) mientras que el valor expectante del mercado era 7 veces mayor, 300 ptas/m2» (Gómez, 1977: 237).

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la ciudadanía sueca, según Alexandersson y Falk (1974: 92)55, vivía a principios de los años setenta una «oleada verde» que favorecía el crecimiento de pequeñas localidades situadas a cuarenta o cincuenta kilómetros de las grandes urbes de Estocolmo, Göteborg o Malmö, y de otras ciudades menores.

También en Canadá se debatía intensamente sobre la existencia o no de un fenómeno contraurbano de un alcance similar al del país vecino. Por ejemplo, Bourne entendía que la urbanización canadien-se como proceso estructural y espacial continuaría existiendo, pero a un ritmo mucho menor; cambios en las migraciones interregiona-les, la desaceleración de la inmigración extranjera, así como la inte-racción de otras hipótesis económicas, culturales y políticas56 habían logrado que los centros urbanos de Canadá con una población de más de 100.000 habitantes viesen disminuir sus tasas de crecimiento para el intervalo 1970-1976. Esta tendencia, aclaraba el autor, no permitía afirmar que la nueva coyuntura equivaliese a un proceso de contraurbanización tan extremo como el descrito por Berry (Bourne, 1978: 5-13).

Asimismo, Hodge (1983: 20-27), centrando su atención tam-bién en el periodo 1970-1976, se muestra mucho menos comedido que Bourne al adjetivar, una vez más, como un renacimiento las pau-tas demográficas positivas de las cerca de 9.500 pequeñas ciudades y pueblos de todas las regiones de Canadá. Esta coyuntura evidenciaba la consolidación de una nueva ruralidad característica de las socie-dades altamente desarrolladas, en la cual entidades de poco tamaño

55 El estudio de Alexandersson y Falk (1974) es citado por el propio Berry (1976: 17) como un indicio de que la contraurbanización es un fenómeno reconocible en varias naciones occidentales. Dicha interpretación del autor estadounidense, no obs-tante, pasa por alto el hecho de que estos dos investigadores suecos ligan el creci-miento de pequeños emplazamientos urbanos con un amplio y profundo proceso de suburbanización (Alexandersson y Falk, 1974: 88; Falk, 1978: 31).

56 Bourne (1978: 20-26) entiende que detrás de la desaceleración del creci-miento metropolitano de Canadá existen varios factores hipotéticos —ninguno de ellos, por sí solo, determinante—. Son los siguientes: factores económicos (emer-gencia de empleos terciarios con una localización geográfica más flexible); factores culturales (búsqueda de comodidades y recursos medioambientales, huida de caras, contaminadas y congestionadas ciudades); y factores políticos no deseados (los ro-les de los gobiernos y del sector público encaminados a devaluar todo lo que es viejo —léase los centros urbanos— y subsidiar todo lo que es nuevo —léase las periferias urbanas—).

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acumulan nuevas actividades comerciales e inmobiliarias propias de la ciudad tradicional57.

Sin embargo, la aparición de diferentes estudios de caso, centra-dos en muy diferentes realidades nacionales, no aportaba una buena visión de conjunto. Frente a esta situación, era indispensable realizar comparativas internacionales que describiesen los ritmos globales de un proceso de cambio territorial enorme. En este sentido, en 1976 se publica un libro colectivo, editado por Berry y titulado Urbani-zation and Counter-Urbanization, que presenta uno de los esfuerzos más notables de sistematización de las complejas pautas migratorias ciudad-campo que se estaban produciendo en diferentes escenarios internacionales.

En esta importante obra podemos distinguir tres bloques dife-rentes atendiendo a la madurez de los fenómenos de desconcentra-ción urbana de distintas zonas geográficas.

El primero de ellos está compuesto por territorios que expe-rimentan profundos cambios de tendencias en el seno de las tra-dicionales relaciones centrípetas campo-ciudad, que van más allá de clásicos procesos de suburbanización o rururbanización. En este sentido, el análisis de los países de Europa realizado por Lichten-berger apunta como fenómeno territorial de primera importancia la creciente distancia entre el hogar y el lugar de trabajo que se traduce en la colonización urbana de extensas zonas rurales, en la consecuente construcción de segundas viviendas como expresión de una nueva sociedad del ocio metropolitana y, especialmente, en la revitalización de las ciudades medias (Lichtenberger, 1976: 85-87). Por ejemplo, en un país del bloque socialista como Hungría, su ca-pital, Budapest, había crecido desde los años sesenta un 7,5% frente al 20% de las ciudades medias de esta nación. También, la autora se hace eco de una encuesta publicada en 1972 en la República

57 También son destacables los estudios nacionales de: Peter Hall (1986: 67) sobre la aguda desurbanización de las tres áreas urbanas más importantes de Nueva Zelanda —Auckland, Wellington y Christchurch— durante la segunda mitad de los años setenta; el estudio de Fotherhill y Gudgin (1982: 8) sobre la decadencia laboral en esta época de Londres y de las metrópolis industriales noroccidentales del Reino Unido y el transvase de su mano de obra hacia urbes pequeñas y zonas rurales que supieron mantener o ampliar su base productiva (como era el caso de la zona de East Anglia); y, por último, el análisis de Court (1985: 354) para el periodo 1960-1980 de las tendencias contraurbanas, fruto de la redistribución poblacional de Dinamarca.

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Federal Alemana de la que se deducía que el 50% de su población manifestaba el deseo de vivir en ciudades de pequeño tamaño (Lich -tenberger, 1976: 82).

Asimismo, en otros capítulos, Berry cristaliza definitivamente sus rupturistas tesis sobre la contraurbanización estadounidense am-pliamente analizadas en epígrafes anteriores; Bourne y Logan (1976: 136-137) constatan la revitalización en Canadá y Australia de enti-dades pequeñas y medianas situadas fuera de los límites metropoli-tanos; y, por último, Drewett et al. (1976: 62) confirman un gran dinamismo del sistema intrametropolitano de Gran Bretaña que se traduce en una notable descentralización poblacional de sus princi-pales nodos urbanos.

El segundo bloque del libro centra su análisis en espacios en vías de desarrollo que siguen sumergidos en una fase aguda de concentra-ción poblacional, causante del crecimiento descontrolado y caótico de los alfoces contiguos a las ciudades compactas. Estamos hablando de zonas geográficas tan dispares entre sí como la de América Central (Conkling y McConnell, 1976), el sudeste de Asia (Yeung, 1976) y el norte (Abu-Lughod, 1976), oeste (McNulty, 1976) y este (Soja y Weaver, 1976) de África, las cuales siguen teniendo respecto de la época de posguerra e inicios de la descolonización, los siguientes de-nominadores comunes: el presentar fuertes desigualdades económi-cas internas, el experimentar un flujo migratorio rural-urbano muy fuerte (explicado por la búsqueda de mejores empleos y oportuni-dades educativas en la ciudad) y, en conexión con estos dos últimos aspectos, el consolidar escenarios suburbanos y rururbanos cada vez más heterogéneos, y plagados de tensiones entre campesinos recién llegados a la ciudad en pleno proceso de proletarización, y nuevas clases medias que buscan «al modo occidental» espacios exclusivos y alejados de las pauperizadas zonas centrales de las urbes58.

58 De los ejemplos que los autores de estos capítulos exponen, destacamos el contraste entre un suburbio de la ciudad de Guatemala situado en Kaminal Juyú, ha-bitado por el personal médico de un hospital cercano, y los míseros y superpoblados asentamientos ilegales de la capital conocidos con los nombres de La Limonada, La Trinidad y La Verbena (Conkling y McConnell, 1976: 275). También es muy inte-resante el proceso que describe Abu-Lughod (1976: 209) localizado en los países del norte de África (Marruecos, Túnez y Egipto especialmente) en los cuales las ciudades históricas o medinas son las que acogen a las oleadas de inmigrantes de procedencia rural y, al mismo tiempo, resultan abandonadas por las clases medias que deciden habitar nuevos espacios suburbanos.

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El tercer y último grupo de países analizados que muestran un singular proceso de urbanización fuertemente tutelado por el Estado y muy diferente a los anteriores está formado por la Unión Soviética y la China maoísta. En el primer caso, resulta evidente que, en ausencia de las fuerzas del mercado y la competencia por el uso del suelo, la configuración de la ciudad soviética de la época tiene una vocación política y pública que no ve necesario introducirse en el espacio rural circundante para mejorar sus estándares de vida59 (y, por lo tanto, está volcada en proporcionar las mismas oportunidades residenciales a sus ciudadanos mediante la gigantesca construcción de miles de bloques de apartamentos unifamiliares que harían posible la perfecta ciudad socialista) (Jensen, 1976: 38-39).

Más complejo, si cabe, resulta el análisis de China en plena era maoísta y en la cual las ciudades son puestas al servicio de una gigan-tesca industrialización que persigue un doble objetivo: acabar con los valores de las élites burguesas urbanas y poner en marcha unos efectos modernizadores plausibles en el corto plazo para el conjunto de la nación. Bajo este esfuerzo, Murphey (1976: 320) documenta la construcción de nuevas ciudades satélite a lo largo de las periferias de las grandes metrópolis chinas60, de clara vocación industrial (caso del distrito de la industria electrónica de Shanghái) y sometidas al férreo control político del partido comunista.

En cualquier caso, esta obra colectiva editada por Berry no pue-de ocultar la valía de otros estudios de carácter comparativo, realiza-dos por Daniel R. Vining, que intentaban desentrañar, a finales de los años setenta y principios de los ochenta, los cada vez más comple-jos compases de los fenómenos de desconcentración urbana (Vining,

59 Dice Jensen a este respecto: «In the Soviet Union, state planning designed to create the “city of socialist man” should lead to greater uniformity in urban living environments. In the United States, institutionally supported “privatism” should continue to maintain a more varied urban setting. The often stated Soviet objective of overcoming the difference between city and country, when linked with a generally positive attitude toward the socialist city, suggests an attempt to make rural life more urban. In America, on the other hand, the ideal of rural and small-town environ-ments has resulted in a broadly felt desire to make urban life more rural» (Jensen, 1976: 41).

60 Tan (1986: 265 y 275), asimismo, estudia la revitalización, que comienza a finales de la década de los setenta, de determinadas small towns de China. Estas favo-recían el desarrollo económico del rural circundante y ayudaban a recolocar la mano de obra agraria excedente.

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1982: 37). Teniendo como unidades básicas en sus análisis las «regio-nes industriales primarias» de un país con una densidad poblacional muy alta (cores) y el territorio restante (peripheries), Vining realiza junto a Kontuly, en 1978, una primera comparativa de la evolución migratoria de estos dos espacios en dieciocho países diferentes para llegar a las siguientes conclusiones:

• Naciones como Japón, Suecia, Noruega, Italia61, Dinamar-ca, Nueva Zelanda, Bélgica, Francia, República Federal de Alemania, República Democrática de Alemania y Holanda62 muestran una clara inversión del flujo migratorio campo-ciudad que favorece el crecimiento de las periferias y, en es-pecial, el de las pequeñas y medianas ciudades localizadas en estas franjas territoriales (en ningún caso este autor apun-ta a que el dinamismo de dichas periferias sea tan extremo como para hablar de contraurbanización) (Vining y Kon-tuly, 1978: 66).

• Al contrario, países como Hungría, España, Finlandia, Polo-nia, Corea del Sur o Taiwán no han desarrollado con madurez un fenómeno de desconcentración poblacional desde los cen-tros urbanos hasta las periferias63.

61 Citar, por su calidad e interés, un artículo de Bottai y Costa (1981: 284 y 291) en el cual también se detalla con precisión el cambio de un modelo de «urbanización-éxodo rural» hacia otro en donde los centros de las principales ciudades italianas experimentan un fenómeno de saturación y consecuente descentralización de la po-blación a otras comunidades periurbanas.

62 En los últimos cuatro países de esta enumeración, precisan Vining y Kontuly (1978: 49), dicha inversión empieza a producirse en los años sesenta.

63 En un trabajo posterior, Vining y Pallone (1982: 339) analizan veintidós países conjuntamente, no solo dieciocho, además de hacer más exhaustiva esta ca-tegorización. En este trabajo se discriminan con más precisión: 1) países de Europa noroccidental donde la emigración desde el centro urbano hacia la periferia es moderada (Bélgica, Dinamarca, Francia, Holanda y Alemania del Este); 2) países norteamericanos (Estados Unidos y Canadá) en los cuales la emigración centro urbano-periferia es muy notable; 3) países de la periferia europea (Finlandia, Islan-dia, Italia, Noruega, España, Suecia y Reino Unido), Japón y Nueva Zelanda, en los cuales las fuerzas centrípetas periferia-ciudad seguían actuando en los años cin-cuenta y sesenta para declinar sustancialmente en los setenta; 4) países de Europa del Este que todavía experimentan un flujo migratorio periferia-ciudad moderado; y 5) dos países desarrollados del este asiático (Corea del Sur y Taiwán), en los cuales las regiones urbanas nucleares siguen atrayendo población, sin visos de que esta situación cambie.

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En trabajos posteriores de Vining, firmados junto a otros auto-res, se irían deshilvanando las estrechas relaciones entre desarrollo industrial y las pautas de la concentración o desconcentración urba-na. Lo que mostraban los análisis comparativos de este autor era un tránsito de la concentración o «macrolocalización»64 de la industria que buscaba clásicas economías de escala en los núcleos urbanos, a una nueva fase de «microlocalización» industrial situada de manera dispersa en las periferias65, gracias a las oportunidades que brinda-ban conjuntamente las nuevas tecnologías, las mejoras en las vías de comunicación, el cambio en la naturaleza de las mercancías más competitivas («ordenadores en vez de acero») y un menor valor del suelo66.

También Wardwell, apuntando a factores causales muy simila-res a los de Vining, y añadiendo el de la mejora de las condiciones de vida en áreas rurales de baja densidad poblacional, utiliza las bon-dades del análisis comparativo entre doce países desarrollados67 para constatar que sus líneas de crecimiento siguen un patrón logístico y, por tanto, se suavizan a partir de alcanzar un punto de inflexión (Wardwell, 1980: 74-76). Esta circunstancia no hace más que descu-brir los límites del crecimiento de grandes áreas urbanas y, en su de-fecto, perfeccionar los presupuestos teóricos de su tesis, comentada anteriormente, sobre el advenimiento de un equilibrio migratorio entre las poblaciones metropolitanas y no metropolitanas.

Finalizando, Hall y Hay, restringiendo su análisis comparativo a quince países europeos68, no hacen más que reafirmar las líneas argumentales de Wardwell y Vining al dar cuenta de profundos

64 Este término, como aclaran Vining y Pallone (1982: 362), es utilizado por el economista Colin Clark (1940) para referirse a la capacidad de atracción de las regio-nes más densamente habitadas de las naciones industrializadas.

65 Richardson (1980: 67-68), sin embargo, entiende que las periferias urbanas ex-perimentan un fuerte crecimiento industrial porque se ubican en ellas, precisamente, nuevas economías de escala (que, evidentemente, se libran de los constreñimientos inmobiliarios, impositivos y viarios de los centros urbanos).

66 Consúltense Vining et al. (1981), Vining y Pallone (1982: 362) y Vining (1982: 41-42).

67 Que son: Italia, Noruega, Nueva Zelanda, Suecia, Francia, Bélgica, Holanda, Estados Unidos, Dinamarca, República Federal de Alemania, Japón y República De-mocrática de Alemania (Wardwell, 1980: 75).

68 Que son: Gran Bretaña, Irlanda, Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bél-gica, Luxemburgo, Francia, España, Portugal, Italia, República Federal de Alemania, Suiza y Austria,

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cambios en los balances poblacionales de diferentes hábitats territo-riales. Durante 1950-1960, los núcleos urbanos estudiados estaban ganando mucha más población que sus periferias (14% de tasa de crecimiento frente a un 5,2%) y las áreas metropolitanas seguían registrando ganancias demográficas; en 1960-1970, la tendencia de crecimiento núcleo-periferia se invertía (9,2% frente a un 10,9% de crecimiento) y las áreas no metropolitanas sufrían pequeñas pér-didas poblacionales.

En el intervalo 1970-1975, la sorpresa venía dada por el com-portamiento de nueve países69 en los que los núcleos urbanos veían reducido su crecimiento a solo un 0,8%, las periferias seguían ga-nando población a un ritmo del 5,5% y el escenario no metropolita-no veía acelerada su despoblación (aspecto último que cuestionaba claramente las tesis contraurbanas estadounidenses) (Hall y Hay, 1980: 87)70. Los motivos de fondo que habían generado un intenso proceso de decentralisation tenían que radicar una vez más en la rá-pida transición a una economía posindustrial o de servicios (Hall, 1983: 152).

6.6. PRIMERAS FORMAS DE LA DESCONCENTRACIÓN URBANA POSINDUSTRIAL Y BALANCE TEÓRICO

¿Cómo «abrazar» conceptualmente las inercias contraurbanizadoras de Estados Unidos? Al margen de controversias y de ciertas preci-pitaciones de los defensores de este tipo de tesis, durante estos años se hace evidente la inversión demográfica de grandes áreas rurales

69 Que son: Gran Bretaña, Suecia, Noruega, Dinamarca, Francia, Bélgica, Ho-landa, España e Italia.

70 Hall y Hay remarcan las sustanciales diferencias entre los procesos de descon-centración urbana anglosajona y europea basadas en dos argumentos interesantes: «First, cultural styles are different: France and the Mediterranean countries have a quite different preference for higher-density, inner city apartment-house living compared with the Anglo American suburban tradition. Second, and even more important, much of Europe’s urban population is still only one or two generations removed from the land, in a way that is simply not true for either Great Britain or the United States. Many urban families have ancestral farmhouses in the country-side to which they can return whether for summer, for weekends, or for retirement, or for an escape from urban pressures to a simpler life-style» (Hall y Hay, 1980: 231).

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que se produjo en este país gracias a la arribada de un potente flujo inmigratorio procedente de las áreas metropolitanas. Bajo la sombra de estos acontecimientos, las conceptualizaciones sobre la forma de la desconcentración urbana más ambiciosas y utópicas, ya sea la broada-cre city de Wright, la megalópolis de Gottmann o la ecumenópolis de Doxiadis, estaban haciéndose en parte realidad. ¿Era esta suposición sostenible en el tiempo en el país con la economía más avanzada del planeta?

Sin embargo, los debates sobre nuevas formas teóricas de la de-surbanización en el intervalo 1970-1980, salvo alguna excepción71, no ahondan en los aspectos más visionarios de un territorio en donde los límites de la ciudad y el rural parecían quedar anulados. Tampoco alcanzan la brillantez y originalidad de planteamientos esgrimidos durante la época de posguerra y, en consecuencia, no tienen una perspectiva lo suficientemente amplia para dar cuen-ta de los flujos contraurbanizadores detectados en Estados Unidos (véase tabla 6.3). Más bien, las nuevas propuestas se centran ma-yoritariamente en analizar el advenimiento de nuevos moldes terri-toriales que tratan de dar cabida a un emergente escenario posin-dustrial. Por ejemplo, Alan Pred (1977: 116-117) habla de grandes «complejos metropolitanos multilocacionales» en Estados Unidos, en los cuales se ubican organizaciones altamente interdependientes y terciarizadas que buscan flujos de información especializada, con-tactos cara a cara de manera rutinaria para la gestión de la misma, y una alta concentración de servicios de consultoría o similares de apoyo72. En la misma línea, los avances en las telecomunicaciones y la continua automatización y dispersión de la producción in-dustrial, según Hirsch (1977: 269 y 281), estaban permitiendo la emergencia de una «metrópolis polinuclear» en donde las ciudades de tamaño medio cobraban una nueva relevancia en su tejido eco-nómico y político.

71 Estamos hablando del examen empírico al que es sometido el concepto de «megalópolis» de Gottmann. Su autor, Robert Weller (1974: 112 y 115), confirma la creciente interdependencia económica de las 39 SMSA que configuran este enorme espacio suburbano y rururbano y, por tanto, avala la pertinencia de las teorizaciones y análisis de Gottmann.

72 Claramente, la obra de Alan Pred City Systems in Advanced Economies supone la antesala de afamadas —y posteriores— teorizaciones sobre la ciudad global de Sassen o la ciudad informacional de Castells.

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tabla 6.3. Niveles dinámicos y principales formas estáticas de la desconcentra-ción urbana (1970-1980)

Niveles de la d.u. Formas de la d.u.

Suburbanización: Fava (1975), Muller (1976),

Stahura (1979)... Complejos metropolitanos multilocacionales =

Pred (1977)

Metrópolis polinuclear = Hirsch (1977)

Región funcional urbana = Drewett (1980) y Van

den Berg et al. (1982)…

Rururbanización: Kayser (1972), Bauer y Roux

(1976), Gaviria (1978)…

Contraurbanización: Beale (1974), Berry (1976),

Vining y Strauss (1977)…

Fuente: Elaboración propia.

De manera más pragmática y menos laxa que las dos propues-tas anteriores, es sobresaliente el desarrollo de Roy Drewett y Van den Berg et al. de una nueva categorización estadística denomina-da Functional Urban Región (en adelante, FUR). Esta trataba en el campo europeo de ser un símil de las SMSA estadounidenses y, por tanto, de ser una forma de desconcentración urbana bien delimitada y, sobre todo, que facilitase la comparación del com-portamiento metropolitano en el Viejo Continente73. Formadas por una ciudad de más de 200.000 personas y aquellos municipios co-lindantes que mantuviesen una tasa de commuting con este nodo urbano de más del 15%74, las primeras aplicaciones empíricas de las FUR convergían en un mismo diagnóstico: Europa occidental esta-ba experimentando un ciclo de fuerte desconcentración poblacio-nal y laboral gracias, entre otras cuestiones, a la creciente expansión e interdependencia en el tramado organizativo-empresarial de esta parte del continente; mientras, Europa del Este se situaba todavía

73 La propuesta empírica de las «regiones urbanas funcionales» se desarrolla en el seno del proyecto transnacional The Costs of Urban Growth (CURB), impulsado por el European Coordination Center for Research and Documentation in Social Sciences, y dedicado a estudiar las estrechas conexiones entre desarrollo económico y las pautas de urbanización europeas (Drewett, 1980: 55).

74 Estos criterios no son fijos. Drewett (1980: 57-58) y van den Berg et al. (1982: 55-59) en sus estudios sobre los sistemas urbanos de Europa entienden que había re-giones urbanas funcionalmente importantes de menos de 200.000 habitantes a tener en cuenta (especialmente en países con un número pequeño de ciudades); de igual modo, son conscientes de que, en algunos casos, la falta de datos sobre desplazamien-tos periferia-ciudad central se podía suplir con otras variables, o teniendo en cuenta otras definiciones oficiales de aglomeraciones urbanas.

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en una fase temprana de concentración (Drewett, 1980: 74; van den Berg et al., 1982: 75).

Precisamente, plasmando un nuevo balance de aportaciones teó-ricas sobre el periodo analizado (véase tabla 6.4), la irrupción en la década de los setenta de nuevos tramados empresariales flexibles y de menor tamaño que no respondían a los cánones tradicionales del fordismo o sloanismo, alimenta las explicaciones causales de natura-leza estructural que giran alrededor de la desconcentración urbana. En concreto el paradigma que, apareciendo en la época de posguerra, liga los procesos de desurbanización con los de la «consolidación de un sistema metropolitano posindustrial» (sustentado en la emergen-cia del sector terciario, la irrupción de nuevas tecnologías de base electrónica y la continuidad en la descentralización industrial-empre-sarial) gana muchísimo peso en esta época.

Ligada a la tesis causal precedente, surge otra teoría estructural que hemos acuñado bajo el nombre del «nacimiento de una ruralidad posindustrial», esto es, el fenómeno gracias al cual en el campo, las tareas de base agrícola dejan de ser hegemónicas para dar paso a otra serie de actividades diversificadas (sobre todo de naturaleza turística y comercial) que son acompañadas por el progreso de los servicios sociales, educacionales, etc., de este espacio. En consecuencia, la me-jora de la calidad de vida y el creciente dinamismo socioeconómico del rural de algunos países desarrollados agudizan, especialmente, los procesos de rururbanización y contraurbanización al atraer hacia el campo nuevos flujos de «urbanitas» desencantados con la idiosincra-sia de las grandes ciudades.

Asimismo, continúan su andadura los paradigmas estructurales que siguen ligando la desconcentración urbana con la construcción de «nuevos sistemas de autopistas y mejora en los medios de transpor-te» y, en menor medida, con el «valor del suelo y el comportamiento del mercado inmobiliario» en su vertiente especulativa (aspecto ana-lizado en profundidad por el sociólogo español Mario Gaviria).

Respecto a las teorías de carácter superestructural, sigue conser-vando una clara preeminencia en varios autores la referida a las «pre-ferencias residenciales y viejas motivaciones socioculturales» que, es-pecialmente en Norteamérica, siguen encontrando su materia prima en la idealización de la libertad de movimiento y el individualismo que busca, habitando el campo, recrear los valores de una genuina naturaleza alejados de la metrópolis masificada y nociva para el desa-rrollo personal. Por último, Castells y Bourne reservan para «el papel

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del Estado y los factores políticos», ya sea subsidiando una sociedad de consumo que busca realizar sus sueños materialistas en los lin-des urbanos, ya sea financiando una aparente nueva sociedad en las periferias metropolitanas, el continuo derramamiento en forma de mancha de aceite de las metrópolis (véase tabla 6.4).

tabla 6.4. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana

Teorías sobre el origen causal de la d.u. (1970-1980)

Teorías superestructurales

1. El papel del Estado y factores políticos

Suburbanización: CASTELLS (1976) / Enfoques genéricos de la d.u.: BOURNE (1978)

2. Preferencias residenciales y viejas motivaciones socioculturales

Suburbanización: CASTELLS (1976) / Rurubanización-Exurbanización: GAVIRIA (1973, 1978); WOOD (1974); BAUER y ROUX (1976) / Contraurbanización: BEALE (1974, 1978); BERRY (1975, 1976, 1977, 1978); MORRISON y WHEELER (1976); ERICKSON (1976); MORRISON (1977); McCARTHY y MORRISON (1979); HEATON y FUGUITT (1980); BROWN y WARDWELL (1980); LONG (1981) / Enfoques genéricos de la d.u.: BOURNE (1978); PHILLIPS Y BRUNN (1978)

Teorías estructurales

1. Nuevos sistemas de autopistas y mejora en los medios de transporte

Suburbanización: CASTELLS (1976) / Rurubanización-Exurbanización: KAYSER (1972); GAVIRIA (1973, 1978); WOOD (1974); BAUER y ROUX (1976) / Contraurbanización: BEALE (1974,1978); BERRY (1975, 1976, 1977, 1978); MORRISON y WHEELER (1976); ERICKSON (1976); MORRISON (1977); McCARTHY y MORRISON (1979); HEATON y FUGUITT (1980); BROWN y WARDWELL (1980); LONG (1981) / Enfoques genéricos de la d.u.: VINING et al. (1981), VINING y PALLONE (1982); VINING (1982: 41-42); BOURNE (1978)

2. Consolidación de un sistema metropolitano postindutrial

Matizaciones teóricas: este paradigma centra sus análisis causales en la emergencia del sector terciario, la irrupción de nuevas tecnologías electrónicas y la continuidad en la descentralización industrial-empresarial

Suburbanización: CASTELLS (1976) / Rurubanización-Exurbanización: KAYSER (1972); GAVIRIA (1973, 1978); WOOD (1974); BAUER y ROUX (1976) / Contraurbanización: BEALE (1974, 1978); BERRY (1975, 1976, 1977, 1978); MORRISON Y WHEELER (1976); ERICKSON (1976); MORRISON (1977); McCARTHY y MORRISON (1979); HEATON y FUGUITT (1980); BROWN y WARDWELL (1980); LONG (1981) / Enfoques genéricos de la d.u.: HALL (1983); VINING et al. (1981), VINING y PALLONE (1982); VINING (1982: 41-42); BOURNE (1978)

3. Nacimiento de una ruralidad postindustrial

Matizaciones teóricas: este planteamiento centra su atención en la diversificación económica no agrícola del rural, y en la mejora de los servicios asistenciales, turísticos, etc., de estos espacios

Rurubanización-Exurbanización: KAYSER (1972); GAVIRIA (1973, 1978); WOOD (1974); BAUER y ROUX (1976) / Contraurbanización: BEALE (1974, 1978); BERRY (1975, 1976, 1977, 1978); LONG (1981)

4. El valor del suelo y el comportamiento del mercado inmobiliario

Rurubanización-Exurbanización: KAYSER (1972); GAVIRIA (1973, 1978); WOOD (1974); BAUER y ROUX (1976)

Fuente: Elaboración propia.

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Por tanto, la década de los años setenta despliega, por primera vez, un tratamiento analítico completo, exhaustivo, de los tres niveles de la desconcentración urbana. Respecto de la existencia o no de la contraurbanización en épocas pasadas, siempre se pueden mantener dudas o matizaciones; esto no ocurre, dejando al margen algunas ar-gumentaciones precipitadas y no muy bien contextualizadas, durante los años setenta. Efectivamente, no parece haber demasiadas dudas de que, al menos en Estados Unidos, el mundo rural se situaba en una posición ventajosa frente a las ciudades en crisis para captar la atención de un sorprendente flujo de inmigrantes de procedencia metropolitana. De manera inédita, en definitiva, los movimientos centrífugos ciudad-periferia desbordaban los escenarios suburbanos y rururbanos con contundencia en el país norteamericano. Como hemos visto, se hicieron indispensables la realización de diferentes estudios transnacionales para saber hasta qué punto esta tendencia contraurbana era una realidad en otras partes del mundo desarrollado o, al menos, entender de qué manera la disolución del poder centrí-peto de las ciudades era una realidad tangible, sobre todo, en Europa.

Para concluir, cabe advertir que si durante el intervalo 1970-1980 el estudio de la desconcentración urbana parecía dejar poco margen para decir algo original sobre este tema, las dos décadas que abarca el próximo capítulo, sin embargo, alumbrarán importantes incertidumbres sobre la contraurbanización como objeto de estudio. De igual modo, durante los años ochenta y noventa emergerán nue-vos acontecimientos, tales como la globalización y la revolución tec-nológica del fin del milenio, que plantearán nuevos retos analíticos a la hora de seguir entendiendo la complicada interacción entre una metrópolis expansiva y sus periferias —cercanas o no—.

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7. DESCONCENTRACIÓN URBANA Y GLOBALIZACIÓN INFORMACIONAL: 19802000

7.1. NUEVAS TECNOLOGÍAS, GLOBALIZACIÓN Y CAMBIOS URBANOS: UNA RELACIÓN CONTRADICTORIA

No hay mejores ejemplos de la revolución tecnológica, que irrum-pe en las dos décadas finales del milenio, como el de la expansión del ordenador personal y el del auge masivo de Internet. Estos dos gigantescos avances informáticos, de un alcance similar al de la in-vención de la imprenta o de la máquina de vapor, modifican a una velocidad de vértigo, además de la vida cotidiana y laboral de millo-nes de personas, el trabajo de oficina y la naturaleza de las estructu-ras empresariales; todo ello, debido a una mejora sin precedentes de «la informatización del procesamiento de la información y la variada aplicación de las telecomunicaciones al intercambio de información» (Castells, 1989: 204).

Tales cambios, además, harán superar los cánones de la sociedad posindustrial de los años setenta y moldearán una nueva organización social del trabajo denominada «posfordista»1 y la consolidación, en palabras de Castells, de una nueva «era de la información». Asimis-mo, la creciente interdependencia de alcance mundial que permiten los avances tecnológicos basados fundamentalmente en la microelec-trónica provoca el advenimiento de una convergencia económica, so-cial y cultural entre muy diferentes países, sustentada en los valores del capitalismo y democracia liberal, denominada «globalización».

1 La vanguardia del posfordismo se ejemplifica en los análisis de Piore y Sabel sobre la especialización flexible como nueva organización social del trabajo, la cual marca una nueva ruptura industrial en las vísperas del siglo xxi y responde de ma-nera más eficiente a la creciente internacionalización económica, y a la demanda de productos cada vez más diferenciados. Por supuesto, la especialización flexible también potencia la utilización de ordenadores en la industria «como resultado de las condiciones competitivas que favorecen la flexibilidad tanto como los avances de la tecnología informática» (Piore y Sabel, 1984: 371).

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Posfordismo, era de la información, globalización… Semejan-tes transformaciones macroestructurales, caracterizadas en conjunto por su dependencia de los flujos informacionales, tienen un efecto inmediato en el corazón de las grandes ciudades del mundo: la re-conversión de los tradicionales centros de negocios metropolitanos (central business districts o CBD) en «nuevos complejos de produc-ción de valor basados en la información, donde las sedes de grandes compañías y las firmas financieras avanzadas podían encontrar tanto proveedores como la mano de obra altamente cualificada que pre-cisaban» (Castells, 1997: 418). La consolidación de un nuevo ethos posfordista estaba provocando que la fragmentación geográfica del sector secundario —apoyada en la creación de nuevos distritos y polí-gonos empresariales más especializados— motivase, paradójicamen-te, mayores necesidades de información, control y administración en determinadas ubicaciones urbanas2.

Dicho con otras palabras, los centros de negocios estaban toman-do la iniciativa económica de unas ciudades convertidas en nuevos nodos de control y decisión que formaban parte de redes intermetro-politanas cada vez más densas y extensas. En definitiva, las redes de intercambio de información, el sustrato principal de los mercados fi-nancieros actuales, se habían transformado en una esfera fundamen-tal del capital3 dominado por las civitas globales de Londres, Tokio, París, Hong Kong, Nueva York, Singapur o, tras la desintegración de la Unión Soviética, Moscú4.

2 Según Saskia Sassen, una de las principales teóricas sobre la naturaleza de la urbe global, «las densidades extremadamente altas que manifiestan los distritos de negocios de las ciudades son una expresión espacial de esta lógica». «La idea —dice Sassen— ampliamente aceptada de que la densidad y la aglomeración se tornarán patrones espaciales obsoletos a medida que los avances de las telecomunicaciones globales permitan maximizar la dispersión de la población y recursos encierra una muy pobre concepción de estos procesos [...] Sostengo que es precisamente porque la telecomunicación facilita la dispersión territorial que la aglomeración de ciertas actividades centralizadas se ha visto notablemente incrementada» (Sassen: 1991, 34). También los trabajos de Stephen Graham (1999; 2000: 188) ahondarían en el análi-sis de la interconexión de los centros urbanos y su creciente papel hegemónico como nodos financieros y empresariales a nivel global.

3 Para Castells (2000: 11 y 17), la denominada nueva economía está compuesta por su carácter informacional, global y su disposición reticular.

4 Durante la década de los noventa, se multiplican los estudios sobre la emergencia de nuevas ciudades globales —consúltense Sassen (1996: 63-64) y Harris (1997)—, así como los trabajos centrados en justificar empíricamente la consolidación de una

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Desconcentración urbana y globalización informacional: 1980-2000 201

Existe un mayoritario consenso, durante el periodo 1980-2000, sobre la revitalización de las más importantes funciones direccionales de los centros metropolitanos globalizados. No ocurre lo mismo en la discusión sobre los efectos que el abrupto cambio tecnológico, de base informacional, tuvo en los tres niveles y en la morfología de la desconcentración urbana. En estos años, al fin y al cabo, había que tratar de anticiparse, asumiendo el riesgo de equivocarse o plantear hipótesis que se desinflarían con rapidez, a los enormes cambios que se avecinaban en la relaciones ciudad informacional-campo y vice-versa.

7.1.1. ¿Primera contradicción? La ensoñación contraurbana frente a las megaciudades

Peter Hall se mostraba, a mediados de los años ochenta, muy intere-sado en presentar el impacto de las nuevas tecnologías materializado, fundamentalmente, en el establecimiento de una nueva coexistencia —contradictoria— entre patrones de concentración y desconcentra-ción urbana5:

El problema real es que los puestos de trabajo y los servicios se están desplazando también hacia afuera. Las ciudades son cada vez menos los centros naturales de las actividades humanas [...] Lo que de-muestra, en mi opinión, que el impacto de las tecnologías de la in-formación es un fenómeno complejo. Puede favorecer el intercam-bio de una gran cantidad de información entre puntos remotos, pero puede también crear una mayor demanda o una mayor necesi-dad de comunicación cara a cara [...] Pero el resultado final será posiblemente un mayor desplazamiento hacia el exterior en la me-dida en que los nuevos residentes, empleados y funcionarios vivirán en densidades más bajas que las antiguas poblaciones obreras que desplazan (Hall, 1985: 66-67, 74 y 76).

nueva red de ciudades dominadoras de las finanzas y mercados mundiales —consúl-tense Friedmann (1986: 73), Mitchelson y Wheeler (1994: 102), Taylor y Walker (2001: 43-44) y Alderson y Beckfield (2004: 846-847)—.

5 Dicha coexistencia, contradictoria también para Ivonne Audirac (2002: 225-226), es uno de los resultados más evidentes originados por la interacción entre tec-nologías de la información y las formas urbanas.

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En el fondo de este análisis, sin negar el creciente papel de in-tercambio informacional y de poder económico ejercido por los cen-tros urbanos, se vuelve a atisbar la posibilidad de la disolución de la ciudad en pos de nuevas comunidades rurales de «cuello blanco», interconectadas y autosostenibles —¿por qué no?— en donde recrear los tópicos contraurbanos que subyacen en el discurso de Howard, Wright o Berry. Josep A. Plana (1998-99: 141-143), entre otros, se mostraba convencido de que las nuevas redes locales de comunica-ción disolverían los centros y periferias de las ciudades para dar paso a un mosaico de sectores rurales o rururbanos, altamente terciarizados, en los cuales una mayoría de personas trabajarían desde sus casas gra-cias a la utilización de conexiones telemáticas diversas.

Las críticas a este optimismo tecnológico a la hora de entender los procesos de los dos primeros niveles de la desconcentración urba-na de las metrópolis globales, no obstante, son muchas. De entrada, José Miguel de Prada plantea con ironía la sostenibilidad del sueño de la «casita bucólica» en medio del bosque conectada con el mundo global, formulándose la siguiente pregunta: «Pero, ¿cómo le van a llegar a usted los armarios que le legó su abuela hasta el centro de la selva?, ¿cómo va a ir usted al hospital cuando caiga enfermo?» (Prada, 1997: 67).

Por lo tanto, ante la exageración o mitificación de las posibili-dades tecnológicas a la hora de influir en la distribución territorial de la población, lo más sensato era pensar que una ciudad global, ciertamente, puede deslocalizar con facilidad sus funciones adminis-trativas y económicas cuando la situación lo requiere, pero también puede densificar su espacio de manera más racional gracias a los avances informáticos y de las telecomunicaciones —por ejemplo, a través de mejoras en la gestión del tráfico, transporte— (Prada, 1997: 52-54 y 66-67). También con contundencia, Glaeser6 y, sobre

6 También se expresa en términos parecidos Glaeser al mostrarse escéptico sobre las predicciones tecnológicas que dejarían obsoletas las utilidades de la ciudad: «The empirical evidence on this point does not suggest that telecommunications is a subs-titute for face-to-face contact and cities. People in cities are much more likely to use telecommunications devices such as telephones; people who are close physically are much more likely to call one another. Business travels, which reflects the demand for face-to-face contact, has risen significantly (even holding prices constant), since the late 1980s. Even though the futurists of 100 years ago suggested that the telephone would make the city obsolete, there is no negative correlation between the rise in telephones and urbanization» (Glaeser, 1998: 149). Igualmente, Ehrlich y Gyourko

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todo, Borja y Castells, echan por tierra la quimeras ecológicas sobre un territorio global plagado de pequeñas aldeas conectadas por medios electrónicos; al contrario, estos dos últimos autores retratan con mu-cha precisión un panorama territorial sustentado en la consolidación de la hegemonía de las megaciudades7, enormes conurbaciones de más de diez millones de personas, que acumulan las funciones superiores de dirección, producción y gestión económica y política del escenario mundial. En el seno de estos gigantes urbanos, dice Castells (1985: 52), se produce una «concentración descentralizada» de naturaleza, eso sí, intrametropolitana, que bascula sobre tres procesos:

• La aglomeración de edificaciones compactas —rascacielos— en los distritos centrales de negocio como revitalizados cen-tros de poder internacional. Las nuevas tecnologías, al fin y al cabo, no eliminan la necesidad del contacto cara a cara en la gestión empresarial y, sobre todo, demandan para su correcta optimización que el capital humano de una nueva clase de trabajadores de «cuello blanco» se concentre en determinados espacios urbanos8.

• La continuidad de la descompresión suburbana y rururbana, ya sea en su versión residencial —con forma de vivienda uni-familiar— o en su vertiente industrial —con forma de nuevos polígonos industriales o parques tecnológicos altamente espe-cializados—.

• La consolidación de profundas desigualdades intrametropo-litanas entre la nueva élite y la clase media, dueñas de los re-sortes gestores de la sociedad de la información9 y amplios

(2000: 1063) hacen notar la falta de evidencias que indican una clara correlación entre la revolución de los sectores informacionales de la economía y una mayor prefe-rencia por vivir y trabajar en entidades de pequeño o medio tamaño.

7 Las megaciudades que identifican Borja y Castells (1999: 50-51) en el mun-do, a mediados de los años noventa, son: Tokio, Sao Paulo, Nueva York, Ciudad de México, Shanghái, Bombay, Los Ángeles, Buenos Aires, Seúl, Pekín, Río de Janeiro, Calcuta, Osaka, Yakarta, Moscú, El Cairo, Nueva Delhi, Londres, París, Lagos, Daca, Karachi y Tianjin.

8 Sobre los efectos centralizadores de las nuevas tecnologías y las exageradas ex-pectativas de descentralización empresarial y residencial que motivaría el teleworking o telecommuting, consúltense Seetharam y Varadharajan (2003: 23) y Britton et al. (2004: 809-811).

9 Martinotti enlaza perfectamente la consolidación de un nuevo sistema global de ciudades y las necesidades sociales y culturales de una nueva clase media. «Las grandes

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sectores de la ciudadanía —inmigrantes, minorías étnicas, etc.— que quedan al margen, social y laboralmente hablando, de las ventajas de la globalización (proceso de segregación so-cial que contribuye al apuntalamiento de la llamada «ciudad dual») (Borja y Castells, 1999: 59-60).

En todo caso, si era el mundo metropolitano el que volvía a pal-pitar con una fuerza quizá desconocida desde principios del siglo xx, ¿qué estaba ocurriendo con las pautas del renacimiento rural que tan-ta atención habían reclamado pocos años atrás? Efectivamente, sobre el estudio de la contraurbanización, el panorama durante el intervalo 1980-2000 es mucho más confuso. Como veremos, especialmente tras la publicación de los resultados del censo de 1990 en Estados Unidos, se cernirán tantas visiones e interpretaciones enfrentadas acerca de la contraurbanización, que amenazarán la propia viabilidad analítica de este concepto.

7.1.2. ¿Segunda contradicción? Declive y descentralización frente al renacimiento de la ciudad compacta

Quizá la dinámica más nueva y sorprendente propia de esta época, a la que acabamos de hacer mención, es la reproducción simultánea de patrones económicos y demográficos centrípetos y centrífugos en torno a la metrópolis. No es de extrañar, por tanto, que empiecen a publicarse muy diferentes análisis que abordan, indistintamente, el declive sociola-boral de las ciudades que no saben adaptarse a los cánones económicos de la globalización, la continuidad en la extensión de fenómenos de desconcentración urbana o, paradójicamente, los fenómenos de rena-cimiento urbano localizados en urbes que sí han sabido acoplarse a los nuevos dictámenes tecnológicos de base informacional.

metrópolis contemporáneas —reflexiona este sociólogo urbano italiano— ya no son, en efecto, la culminación jerárquica de sistemas urbanos nacionales con característi-cas únicas, sino segmentos de un sistema multinacional con extensión planetaria y, como todos los elementos segmentales, tienden a ser similares, sobre todo en ciertos aspectos y en ciertas funciones. Está naciendo una nueva clase media internacional que se mueve muy rápidamente de un punto al otro del globo, pero que por doquier tiene necesidad de las mismas cosas, vive en los mismos hoteles multifuncionales, que a menudo son clonaciones de una ciudad y otra, productos del mismo grupo empresarial multinacional, y que tienden a repetir modelos internacionales hasta en la morfología arquitectónica» (Martinotti, 1991: 127).

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Pocos, desgraciadamente, son los estudios que abordan de ma-nera simultánea estas tendencias contrapuestas para contextualizarlas y darles una respuesta de conjunto. Sin duda, los trabajos de Paul Cheshire y William Frey, junto a los trabajos de Hall, Castells y Borja antes mencionados, suponen unas muy valiosas contribuciones que tratan de responder a esta contradictoria realidad en la que conviven diferentes tendencias desconcentradoras y concentradoras registradas en algunos sistemas urbanos de Europa10, Norteamérica11 e, inclusive, África12 (véase tabla 7.1).

tabla 7.1. Viejas y nuevas dinámicas territoriales del periodo 1980-2000

Desconcentranción urbana Renacimiento urbano

Descentralización poblacional (Cheshire) o teoría de la desconcentración (Frey) = Continuidad de la fortaleza expansiva de los 3 niveles de la d.u.

Declive urbano (Cheshire) o teoría de la reestructuración regional (Frey) = Pérdida drástica de población de centros urbanos con una base industrial tradicional

Recuperación demográfica y económica de los centros urbanos terciarizados y convertidos en nodos de la economía global (Cheshire y Frey)

Generalización de procesos de gentrificación en grandes ciudades (Schaffer y Smith…)

Aparición del «nuevo urbanismo» como corriente defensora de la recuperación de la ciudad compacta como espacio social heterogéneo y sostenible (Duany et al.)

Fuente: Elaboración propia.

10 A este respecto, cabe señalar la particularidad de la redistribución poblacional en Suecia durante los años ochenta. Según Borgegård et al. (1995: 39-40), en esta década convivían fuertes tendencias de concentración urbana alimentadas por gente joven y un cada vez mayor volumen de inmigrantes extranjeros, junto a inercias con-traurbanas configuradas por un flujo de familias con hijos o jubilados que migraban hacia áreas rurales distanciadas de las urbes.

11 También en Canadá, según Bunting et al. (2002: 2549), las regiones urbanas de este país se encontraban en una disyuntiva contradictoria: si bien es cierto que en el periodo 1971-1996 la mayoría de las ciudades había visto cómo los gradientes de densidad poblacional se extendían por sus periferias, las tres áreas metropolitanas de mayor crecimiento poblacional (Vancouver, Toronto y Calgary) mostraban, en cam-bio, un patrón híbrido que incluía tendencias demográficas tanto centrípetas como centrífugas. En el ámbito estadounidense, destaca también el análisis de Casariego (1998: 62) sobre los procesos de descentralización y recentralización espacial de Los Ángeles.

12 En Sudáfrica, Geyer (1990: 394) constataba, desde la década de 1970 hasta mediados de los años ochenta, un aumento de población negra en las zonas centrales del área metropolitana triangular de Pretoria-Witwatersrand-Vaal, al mismo tiempo que en este mismo espacio la proporción de residentes blancos crecía en sus franjas periurbanas y sus ciudades intermedias.

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Teniendo en todo momento como unidad básica de sus análi-sis comparativos a las regiones funcionales urbanas, o FUR, cuyos criterios se desmenuzaban en el capítulo anterior, Cheshire durante los años ochenta centra su atención sobre las dos caras que adoptan los fenómenos de desconcentración. La primera permite ver un pre-ocupante declive urbano de las FUR europeas13 que concentran una industria en decadencia (fundamentalmente perteneciente al sector textil, del carbón o la siderurgia); lo impresionante de esta coyuntura es que en algunas de dichas regiones se observa cómo la suburba-nización —antigua fuerza dominante de su crecimiento espacial— se veía reemplazada por la emigración de sus habitantes hacia otras zonas de mayor dinamismo laboral14. Esta coyuntura, registrada de manera similar por otros estudios en algunas ciudades de países como Gran Bretaña, Italia y España15, venía a encajar perfectamente con una de las teorías que, según William Frey, explicaba una parte de los procesos de desconcentración urbana de la época: la «teoría de la reestructuración regional»16, esto es, una visión sistematizada de los episodios de desindustrialización que provocaban el declive demo-gráfico de metrópolis no adaptadas a la revolución informática y a las organizaciones de raíz posfordista17.

La segunda cara de la desconcentración urbana presenta la con-tinuidad de un fenómeno que Cheshire tipifica como descentrali-zación poblacional y económica, la cual se traduce en una intensa

13 De las que destacamos, para el periodo 1979-1981, las siguientes: Belfast, Charleroi, Génova, Lieja, Liverpool, Manchester, Rotterdam, Saint-Étienne, Turín, Bochum, Dortmund, Saarbrücken y Wuppertal (Cheshire y Hay, 1985: 40).

14 Consúltense Cheshire y Hay (1985: 41 y 43) y Cheshire (1988: 89).15 Consúltense, a este respecto, el estudio de Clark (1989: 43) que relaciona

claramente el declive urbano de las ciudades británicas con una herencia industrial decimonónica; los trabajos de Petsimeris (1989: 145; 1998: 462-463) sobre la in-teracción entre la desurbanización y desproletarización del «triángulo industrial de Italia» formado por las ciudades de Turín, Milán y Génova; por último, destacar la comprobación empírica realizada por Precedo (1986: 129-130; Precedo et al., 1989: 32) de una menor correlación entre el grado de industrialización y el de urbanización de las ciudades españolas.

16 Consúltese Frey (1988a: 262-263; 1988b: 16; 1998c: 596-598).17 Conviene citar otros trabajos de interés sobre los efectos de la «reestructuración

regional» (Scott, 1982: 192; Pecqueur, 1988: 54; Belil, 1990: 128) que se centran en estudiar la dispersión y transformación industrial de las periferias (en las que empie-zan a predominar pequeñas y medianas empresas) o la pérdida de base productiva de determinados CBD.

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suburbanización de los alfoces de las FUR de, sobre todo, Europa sep-tentrional (Cheshire, 1988: 85; Cheshire y Hay, 1989: 143). Dicha coyuntura encaja con el paradigma que acuña Frey bajo el nombre de «teoría de la desconcentración»18, la cual liga el mayor grado de flexi-bilidad del espacio residencial con que cuentan los «residentes-con-sumidores», gracias a los grandes avances tecnológicos del momento, con un sostenido despoblamiento de las grandes áreas del mundo de-sarrollado que genera «un proceso de una urbanización difusa» (Frey, 1988b: 16). Las tendencias hacia dicha descentralización se registran, además de en partes del Viejo Continente, en lugares tan dispares como Estados Unidos (Sinclair, 1988: 148), México19, Taiwán20, Egip-to21 o España22.

Sin embargo, a finales de los años ochenta, ante las inercias tanto del declive urbano como de los síntomas de descentralización, emergía un nuevo fenómeno —contradictorio— de «reconcentración o renacimiento

18 Consúltese Frey (1988a: 262--263; 1988b 16; 1988c: 596-598).19 El trabajo de Crescencio Ruiz (1999) muestra, partiendo de los datos de pobla-

ción de 1980, la descentralización de la población de diez ciudades (con una pobla-ción mayor de 100.000 habitantes) que experimentan una tasa de crecimiento —del 5%— superior a la de las grandes metrópolis de México. María Eugenia Negrete (1999: 326) se centra en contrastar el fuerte proceso de expansión de la zona metro-politana de la Ciudad de México experimentado entre 1970 y 1995 a costa de un proceso agudo de despoblación de las delegaciones de la ciudad central (Cuauhté-moc, Venustiano Carranza, Miguel Hidalgo y Benito Juárez).

20 En Taiwán, tras el acelerado crecimiento de las ciudades de más de medio millón de habitantes durante las décadas de 1950 y 1960, se produce un importante acontecimiento territorial: el crecimiento de ciudades medias (de entre 100.000 y 500.000 residentes) es mayor que el de las grandes metrópolis de este país asiático (Liu y Tsai, 1991: 198).

21 Entre 1986 y 1996 las zonas centrales de El Cairo perdían entre un 20% y un 30% de residentes que acaban por seguir alimentando el fortísimo crecimiento suburbano y rururbano de la capital egipcia. En palabras de Sutton y Fahmib (2001: 139-140), «la transferencia del dinamismo de la población hacia las áreas periféricas de la ciudad puede ser detectada, literalmente, en todas las direcciones».

22 En España, reproduciendo datos de Precedo (1996: 228), «mientras que la po-blación urbana se multiplicó por 2,1 entre 1950 y 1991, la población de las periferias se multiplicó por 3,2 y la de los municipios centrales por 1,8». Estos datos, junto con los diagnósticos demográficos que apuntan a un creciente dinamismo de las ciudades medias españolas de entre 20.000 y 100.000 habitantes a finales de los años ochenta (Romero y Albertos, 1993: 132), evidenciaban una fase madura de desconcentración poblacional de las áreas metropolitanas del país (de la cual hay que excluir a las ciuda-des que, como Ferrol, Avilés, Cartagena o Bilbao, experimentaban un fuerte declive residencial a causa de una intensa reconversión industrial).

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urbano» (véase tabla 7.1). Así es que, además de dar cuenta de la revitali-zación económica de los Docklands de Londres o el corazón de París, el propio Paul Cheshire (1995: 1046 y 1049) documenta una fuerte ten-dencia que concluye en la recentralization o recuperación demográfica de los núcleos de las FUR de diferentes países del norte de Europa. En concreto, y como ejemplos más destacados, son los centros urbanos de Alemania los que más crecen (un 65% durante los años ochenta frente al 20% alcanzado durante los setenta) seguidos de los pertenecientes a los países de Bélgica, Holanda y Luxemburgo (con un crecimiento del 60% frente al 40% de la década anterior). El porqué de este cambio de tendencia respecto del declive y descentralización urbana de otras zonas de Europa radica para este profesor de geografía económica, una vez más, en la progresiva terciarización y la conversión de los CBD en nodos fundamentales de la nueva economía global (Cheshire, 1995: 1048 y 1054) regida por renovados e ingentes intereses mercantiles.

De igual modo que Cheshire, Frey supo observar que también en Estados Unidos la contraurbanización se veía sustituida por un proceso, en esencia, antitético: el del «renacimiento de la metrópolis». Los resul-tados del periodo intercensal 1980-1990 volvían a dar un giro de tuerca a las visiones que, desde los años setenta, se tenían sobre la indiscutible potencia del tercer nivel de la desconcentración urbana, puesto que las zonas centrales de la ciudad volvían a recuperar un vitalismo que se ha-bía considerado definitivamente perdido pocos años atrás.

En cifras, la ciudad central en todo Estados Unidos presentaba, para la década de 1980-1990, una tasa de crecimiento del 0,64%, cifra superior a la tasa del 0,09% perteneciente al intervalo 1970-1980 (Frey, 1993: 757). Manejando otra escala de datos, lo realmente sorprendente era observar, para el quinquenio 1985-1990, cómo las grandes áreas metropolitanas de esta nación presentaban una tasa de crecimiento de cerca del 6%, frente a un estancamiento casi completo de los espacios no metropolitanos (un comportamiento demográfico totalmente distinto al de la pasada década de la contraurbanización).

Estas tendencias quedaban confirmadas durante la década de los años noventa: el crecimiento de las ciudades mayores de 100.000 habitantes del país norteamericano presentaba una tasa de cre-cimiento del 8,7%, más del doble que la de los años precedentes (Glaeser y Shapiro, 2003: 18). Simmons y Lang (2003: 52), que es-tudian el comportamiento demográfico de treinta y seis metrópolis de larga tradición industrial, que sufrían fuertes pérdidas demográ-ficas en los años setenta, son rotundos en sus conclusiones: para el

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conjunto de estas ciudades, que albergaban al 9% de la población estadounidense en 2000, los últimos diez años del siglo xx son cali-ficados como los más positivos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. También, Sommer y Lang documentan, en este contexto temporal, una recuperación demográfica de una clara mayoría de los veinticuatro downtowns23, de diferentes partes de este país, analizados en su estudio24.

Las siguientes palabras de Frey y Speare resumen perfectamente el alcance de este nuevo cambio de coyuntura territorial:

Las tendencias de los Estados Unidos de finales de 1980 son una reminiscencia del crecimiento metropolitano tradicional [...] Es evi-dente que ciclos económicos periódicos, y los cambios a nivel mun-dial en la demanda de materias primas y recursos naturales, han explicado gran parte de la experiencia del «auge y caída» de peque-ñas comunidades del interior en los últimos 20 años. Sin embargo, el renovado crecimiento de la población se ha acumulado también en grandes áreas metropolitanas que poseen incuestionables nichos económicos en la actual economía postindustrial global (Frey y Speare, 1992: 143-144)25.

Efectivamente, según Leinberger (1990: 8), los retos que se cer-nían sobre el ordenamiento metropolitano debían bascular alrededor

23 En concreto, los centros urbanos analizados que ganan población durante el intervalo 1990-2000 son los de: Houston, Seattle, Chicago, Denver, Portland, At-lanta, Memphis, San Diego, Colorado Springs, Los Ángeles, Boston, Des Moines, Cleveland, Norfolk, Baltimore, Filadelfia, Detroit y Milwaukee. Para el mismo in-tervalo, los que pierden población son: Charlotte, San Antonio, Lexington, Phoenix, Cincinnati y San Luis (Sohmer y Lang, 2003: 64-70).

24 Cabe decir que Alan Berube matiza el alcance de la recuperación urbana esta-dounidense de los años noventa. En sus análisis, defiende la idea de que los procesos de suburbanización siguen siendo la pauta dominante: «Although the largest cities grew during the decade, the growth pattern was quite uneven, with more than a quarter of cities stagnating or losing population. More important, although most cities experien-ced population growth, such growth was far outpaced by the population growth of their suburbs [...] The 100 largest cities grew only half as fast as their suburbs; growth in 80 of the top 100 cities was outplaced by growth in the suburbs» (Berube, 2003: 33-36). De igual manera, Berube y Frey (2002: 1) señalan que en el año 2000 la tasa de pobreza de las ciudades centrales (18,4%) duplicaba a la de los suburbios (8,3%), coyuntura que también siembra dudas sobre el alcance de dicha recuperación.

25 Traducción del original.

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de los núcleos urbanos no solo porque fuesen centros laborales de primer orden, sino también porque eran los destinatarios de una vi-talidad social y cultural que, a diferencia de Europa, se había perdido casi por completo en Estados Unidos.

Precisamente, el anhelo de buscar la aglomeración, el ruido, el trepidante ritmo comercial, cultural y económico propio de las viejas ciudades, sustituidos por la artificial y anodina tranquilidad suburbana, rururbana y contraurbana, subyace en el desarrollo de impensables procesos de gentrification26 o de reurbanizaciones pla-nificadas, en lugares antaño tan degradados como el barrio neoyor-quino de Harlem o la ciudad escocesa de Glasgow27. En cualquier caso, estos son dos ejemplos de revitalizaciones de ciudades, entre otros muchos posibles28, que se sitúan al margen de las fuerzas eco-nomicistas de la globalización; más bien, suponen la muestra de un tipo de reurbanización planificada y colectiva, «una segunda ruptu-ra en el largo proceso de urbanización» (Shurmer-Smith y Burten-shaw, 1990: 127) que intenta evitar, sobre todo, la pauperización social y laboral de espacios centrales y compactos de las metrópolis mediante la creación de ayudas a estamentos sociales en riesgo de exclusión (pensionistas y parados). Asimismo, dichas políticas tra-tan de atraer a las clases medias que habían huido hacia las perife-rias y a nuevos residentes (gente joven, solteros, parejas sin hijos)29, gracias tanto a la construcción de nuevos servicios y equipamientos,

26 Los procesos de gentrification tradicionales implicaban el desplazamiento del centro urbano de una clase empobrecida por otra clase media o alta, lo cual aparejaba una revalorización inmobiliaria de esta zona (Schaffer y Smith, 1986: 347). Si bien es cierto que estas dinámicas siguen ocurriendo, dichos procesos, sobre todo aquellos de carácter planificado, no tienen que conllevar siempre una reurbanización elitista de un lugar que deja al margen a sus residentes de clase trabajadora.

27 El proyecto Glasgow Eastern Area Renewal fue uno de los programas de reestruc-turación urbana de naturaleza pública más ambiciosos de la época en Europa (Donni-son, 1989: 177-179). Asimismo, la intervención estatal, y no solo la del capital privado, fue determinante para dinamizar los procesos de gentrification del Harlem central de finales de los ochenta (Schaffer y Smith, 1986: 362).

28 Citar también el estudio de Ley (1986: 521) sobre la gentrification del sistema urbano canadiense entre 1971 y 1981, y el análisis de Shurmer-Smith y Burtenshaw (1990: 133-139) sobre las distintas tipologías de rejuvenecimiento urbano que expe-rimentan diferentes ciudades de Europa occidental.

29 Sobre el cambio de preferencias residenciales a favor de la ciudad compacta, consúltense los trabajos de Lever (1993: 271), de la organización gubernamental inglesa Urban Task Force (1999: 32) y de Senior et al. (2004: 355).

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como a la dinamización de nuevos nichos laborales de naturaleza terciaria.

En realidad, durante los veinte años que configuran el hilo con-ductor de este capítulo, la revitalización de los cascos urbanos tradi-cionales es vista como una verdadera e indispensable regeneración metropolitana. Realmente, los miedos que Jane Jacobs exponía sobre el brutal impacto en la planificación del territorio que ocasionaba la indomable suburbanización de posguerra resultan ser ecos recogidos con firmeza por los defensores del denominado «nuevo urbanismo». Esta corriente teórica, gracias, entre otros, a Duany et al.30, no hace más que militar en contra de los efectos destructivos de la descon-centración urbana sobre la riqueza social, cultural y económica de las metrópolis. En este sentido, la necesidad de recuperar la escala peatonal y compacta de nuevos vecindarios se lograría: primero, in-tegrando la residencia, el comercio y el lugar de trabajo —sin des-cartar la utilización del automóvil— mediante la bicicleta, la acera y el transporte público; segundo, se alcanzaría combinando «aspectos del planeamiento tradicional comunitario con los nuevos modos de organizar la vida cotidiana en un mundo que cambia rápidamente» (Weiss, 2000: 91). En esencia, para el nuevo urbanismo la revitaliza-ción del centro de la ciudad debía regirse por un esfuerzo planificador

30 El título de la obra más destacada de Duany et al., Suburban Nation: The Rise of Sprawl and the Decline of the American Dream, ilustra perfectamente la militancia convencida de todos ellos en contra de los efectos, sobre todo so-ciales, del sprawl suburbano de Estados Unidos. Siguiendo la tradición crítica de visiones tan demoledoras como las de Mumford o Riesman, estos autores se pronuncian sobre este fenómeno territorial en los siguientes términos: «Suburban sprawl, now the standard North American pattern of growth, ignores historical precedent and human experience. It is an invention, conceived by architects, engineers, and planners, and promoted by developers in the great sweeping asi-de of the old that occurred after the Second World War. Unlike the traditional neighbourhood model, which evolved organically as a response to human ne-eds, suburban sprawl is an idealized artificial system. It is not without a certain beauty: it is rational, consistent, and comprehensive. Its performance is largely predictable. It is an outgrowth of modern problem solving: a system for living. Unfortunately, this system is already showing itself to be unsustainable. Unlike the traditional neighborhood, sprawl is not healthy growth; it is essentially self-destructive. Even at relatively low population densities, sprawl tends not to pay for itself financially and consumes land at an alarming rate, while producing insurmountable traffic problems and exacerbating social inequity and isolation» (Duany et al., 2000: 4).

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muy concienciado sobre la perversidad social y económica neoliberal que envuelven las inercias expansivas de la urbe31.

Paralelamente, esta es una época en donde, desde un punto de vista empírico más que militante, se multiplica la aparición de trabajos en los que se critica la falta de sostenibilidad ecológica de la ocupación dispersa y difusa del territorio (Rueda, 1998: 104-105; Camagni et al., 2002: 63), frente a la eficiencia energética y una mayor equidad y heterogeneidad social propias de la ciudad com-pacta32. En definitiva, los parámetros evolutivos de la desconcen-tración urbana comenzaban, especialmente durante la década final del siglo xx, a estar fuertemente demonizados, inclusive, en Estados Unidos33. El viejo deseo de posguerra de una casa idílica para cada familia en las afueras escondía una pesadilla difícilmente reversi-ble plagada de dióxido de carbono, desaprovechamientos agrícolas,

31 Paradójicamente, muchos de los nuevos asentamientos erigidos siguiendo los cánones del nuevo urbanismo, tales como la aberrante ciudad Disney de Celebration en Florida, no son más que suburbios de nuevo cuño. Igualmente, además de las apreciaciones de Macleod y Ward a las que hacíamos referencia en capítulos pasados, son muchos otros los críticos con este movimiento: pri-mero, por recurrir a una falsa nostalgia a la hora de tratar de recrear una ciudad tradicional que no puede hacer frente a los retos del mundo actual (Ellis, 2002: 266 y 268); segundo, por defender un comunitarismo añejo que no es más que la expresión hipócrita de una planificación urbana que trata de refundar irresponsablemente los cimientos de un nuevo modelo moral, estético y social (Harvey, 2000).

32 Son muchas las contribuciones que defienden abiertamente una planificación compacta de las metrópolis para reducir impactos medioambientales de todo tipo, facilitar procesos de integración social, mejorar el transporte público, facilitar el ac-ceso a todo tipo de servicios, etc. (Jenks et al., 1996: 344; Thomas y Cousins, 1996: 61-63; Hillman, 1996: 42; Burton, 2000: 1987; van der Waals, 2000: 118; y Muñiz y Galindo, 2005: 511). Eso sí, la defensa de este modelo de ordenación de la ciudad no pasa por alto otros costes que la «densificación humana» genera, en lo referente al incremento de la delincuencia, mayor exposición a la polución atmosférica, pro-blemas de movilidad para los ciudadanos sin automóvil propio, etc. (Hillman, 1996: 37; Burton, 2000: 1987). Del mismo modo, tal y como documenta Breheny (1997: 213), la solución de la compacidad, al menos en el Reino Unido, es bastante impo-pular y se puede ver lastrada por el fuerte deseo de residir en viviendas unifamiliares con jardín.

33 Merece la pena leer el trabajo de Richadson y Gordon (2000) sobre la ne-cesidad de adoptar modelos compactos de planificación metropolitana en Estados Unidos, y las dificultades para desarrollarlos que plantea el elitismo del «nuevo urba-nismo» y la idiosincrasia social y cultural de esta nación.

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contaminación de acuíferos, elitismo y cotas de segregación social insostenibles34.

7.1.3. Policentrismo y regiones metropolitanas

Bourne escribía en 1986 un artículo sobre el futuro de las áreas ur-banas y los retos políticos a desarrollar para su correcta gobernanza. Según el autor canadiense, dos formas urbanas contrapuestas podrían emerger con fuerza: la de una ciudad más congestionada, centrali-zada, de gran dinamismo económico y rodeada por suburbios en decadencia; o, al contrario, la de una urbe descentralizada, de baja densidad, orientada hacia el uso del automóvil y cuyo centro esta-ría caracterizado por una pobreza que conviviría estrechamente con dorados rascacielos de oficinas (Bourne, 1986: 415-416). De mane-ra acertada, Bourne entendía que muchas ciudades encajarían, en años venideros, en el punto medio de estos dos modelos polarizados. Efectivamente, de nada servían ya dicotomías territoriales extremas y discursos apocalípticos sobre el fin de la metrópolis o el renacimiento definitivo de la ciudad compacta.

Si nunca en la historia contemporánea ha habido movimien-tos migratorios puros campo-ciudad o ciudad-campo, puesto que entremedias siempre han existido peculiaridades regionales o crisis sociales que alteraban la dirección de parte de estos flujos, más que nunca durante el periodo 1980-2000 esta premisa se hacía evidente. Hemos visto, de hecho, en los dos epígrafes anteriores, como durante esta época coinciden en el tiempo fenómenos de desconcentración urbana y reurbanización; en palabras de Geyer (1990: 385; 1996:

34 El psicólogo y biólogo Salvador Rueda es uno de los autores más críticos con los efectos societarios de los modelos de crecimiento disperso y su facilidad para convertir los espacios urbanos en páramos monofuncionales. «La vida de la ciudad —argumenta Rueda— se empobrece porque los obreros solo contactarán con los obre-ros en los polígonos industriales, los estudiantes con sus homólogos en los campos universitarios, los oficinistas con oficinistas en los polígonos de oficinas en la nueva periferia y se podría hacer extensiva la homogeneización y la funcionalidad reducida a todas las partes de la ciudad, ya sean zonas residenciales o de tiempo libre, zonas comerciales o culturales [...] La ciudad, mientras tanto, se va vaciando de contenido: las relaciones vecinales, la regulación de comportamientos por conocimiento y afec-tividad, la identidad con el espacio, las probabilidades de contacto que ofrece el espa-cio público, etc., se van diluyendo. Los barrios, que son el terreno de juego donde se hace cotidiana la esencia de la ciudad, se eclipsan» (Rueda, 1998: 104-105).

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46-47), esta coyuntura es propia de una «urbanización diferencial» caracterizada, precisamente, por la simultaneidad de diferentes pro-cesos migratorios en un país o región.

En lo que respecta a las formas de la desconcentración urbana, tras el desplome creativo de los años setenta, se vuelve a activar una verdadera carrera académica para encajar en un marco multiforme las nuevas formas teóricas de la desconcentración urbana «frecuente-mente contradictorias con la idea de ciudad que no es todavía fami-liar» (Martinotti, 1991: 75), o con los viejos modelos monocéntricos de planificación urbana (Berry y Kim, 1993: 4). Desde un punto de vista, quizá excesivamente teórico en algunos casos, la «ciudad de las cien millas» de Sudjic (1992: 305), la «metápolis» de Ascher (1995: 37-38), la «ciudad galáctica» de Lewis (1995: 52-56), la «postmetró-polis» de Soja (1998: 37), la «ciudad postfordista» de Lever (2001: 275) o la «ciudad sin límites» de Gillham (2002: 17-23) son cons-tructos, entre otros, que tratan de dar pistas sobre las nuevas con-figuraciones urbanas nacidas de los nuevos condicionamientos tec-nológicos, económicos y societarios de escala planetaria, que hemos ilustrado en páginas anteriores.

Pese a la calidad de las reflexiones de muchos de estos autores, el conjunto de estas aportaciones deja una cierta sensación de descon-cierto a la hora de fijar nuevos límites o acotaciones empíricas de las urbes del final del milenio. Por defecto, las nuevas categorías territo-riales introducidas a partir del censo estadounidense de 199035, hasta entonces siempre situadas en el centro del debate sobre la desconcen-tración urbana, o, inclusive, otras propuestas europeas36 o con alcance internacional37, tampoco contribuyeron a mitigar dicha sensación.

35 Estamos hablando, fundamentalmente, de las Metropolitan Statistical Areas (MSA), introducidas en el año 1983, y de las Metropolitan Areas (MA), introdu-cidas en el censo de 1990, que sustituyeron a las antiguas SMSA. A su vez, las MA se subdividieron en Consolidated Metropolitan Statistical Areas —o CMSA (áreas de más de un millón de personas con condados económica y funcionalmente bien inte-grados)— o Primary Metropolitan Statistical Areas —o PMSA (partes de las CMSA definidas por el criterio subjetivo de la opinión pública local)—. Consúltese Bureau of the Census (1992: A8- A12; 1993: II-1 y II-2).

36 Por ejemplo, las «aglomeraciones urbanas» (unidades territoriales con más de 50.000 habitantes y constituidas por entidades contiguas con una densidad poblacio-nal mayor de 50.000 habitantes) definidas por Eurostat (1999: 1-7).

37 En la publicación An Urbanizing World: Global Report on Human Settlments, del Centro de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos o UN-HABI-TAT (1996: 14-22), se recoge una buena síntesis de los dispares criterios estadísticos

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Sin embargo, hay dos contribuciones teóricas sobre las nuevas formas de la desconcentración urbana que sí han recogido, y abierto, vías empíricas muy interesantes para interpretar las complejas reali-dades metropolitanas del mundo. En primer lugar, destaca la con-ceptualización de Champion de la «policéntrica» (policentric urban region o PUR), que define en los siguientes términos en contraposi-ción con la antigua ciudad monocéntrica38:

Claramente, el contexto para la toma de decisiones residencial en una región urbana policéntrica es muy diferente al del modelo de la ciudad monocéntrica. En la versión pura de este último, todos los residentes tienen el mismo punto único de referencia para los des-plazamientos desde sus hogares. Por el contrario, en la región urbana policéntrica pura con múltiples centros que tienen un papel relati-vamente especializado, la gente tendrá que viajar a diferentes lugares para llegar a diferentes tipos de trabajo y equipamiento. Por lo tan-to, van a tratar de localizar sus hogares de acuerdo a la importancia que conceden a estos diversos tipos de servicios (Champion, 2001a: 667)39.

Según Champion, las PUR tienen como origen las fuerzas es-tructurales del cambio tecnológico y de otras tendencias superestruc-turales, como los fuertes cambios socioculturales y demográficos de la Europa posmoderna (aumento de hogares unipersonales, incremento de la esperanza de vida, nuevos valores más individualistas, etc.) que inciden en patrones residenciales de vuelta a la ciudad o contraurba-nos cada vez más diversos40. Asimismo, estas regiones se configuran a partir de diferentes patrones evolutivos (véase figura 7.1)41, los cua-

y funcionales que tratan de definir las poblaciones metropolitanas de muy diversos países del mundo.

38 Dicho modelo tiene un referente directo, para Champion (2001a: 666), en la «teoría clásica de las zonas concéntricas de Burgess» —analizada en el capítulo cuatro—.

39 Traducción del original.40 Tales cambios demográficos y de estilos de vida, según Champion, son algunos

de los componentes esenciales de la «teoría de la segunda transición demográfica» (van de Kaa, 1987: 5-7).

41 Reproducimos literalmente la explicación de Champion sobre los tres patrones evolutivos de las PUR: «1) The centrifugal mode: from a monocentric city, where the continuing growth of the city imposes such severe strains (for example, escalating land rents in the CBD and growing problems of access to the central area from the ever more

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les atienden a distintos matices de los fenómenos de desconcentra-ción urbana: el «modo centrífugo» y de «incorporación» son reflejo de un proceso de suburbanización clásico en el que la necesidad de descongestionar un centro urbano, ya sea creando nuevas entidades periféricas, ya sea absorbiendo otras en el proceso expansivo, es el ori-gen de una forma territorial más compleja; el modo de «fusión», en cambio, se produce entre centros urbanos de una misma dimensión que, gracias a una mejora en la red de transporte, se interconectan dando lugar a una región metropolitana en la cual sus espacios inter-medios se llenan de parajes suburbanos y rururbanos.

Como el propio Champion reconoce, la conceptualización de las PUR tiene como claro referente el estudio comparado de Diele-man y Faludi (1998a: 374; 1998b: 320, 325-326) sobre las vincula-ciones existentes entre el espacio germano del Rin-Ruhr, la zona del Randstad holandés y la región conocida como el «Diamante belga», argumentando que estos vastos territorios formaban una única región metropolitana policéntrica (Champion, 2001a: 664). Más concreta-mente, una cultura urbana de las más longevas del mundo, un patrón disperso de urbanización, ciudades no muy distantes entre sí unidas por una tupida red de carreteras y vías de ferrocarril o la existencia de un flujo constante de tráfico, mercancías e información son pruebas que evidencian la necesidad de abarcar estas tres regiones como un todo policéntrico que debe ser ordenado desde una necesaria óptica supranacional42.

distant outer residential areas) that the most affected production and service activities are squeezed out to alternative centres that in due course may, in combination or in-deed separately, come to rival the original centre in size. 2) The incorporation mode: from a large urban centre expanding its urban field sos that it incorporates smaller cen-tres in the surrounding area that had previously been largely self-sufficient in terms of both employment and services, with these other centres then forming a more powerful catalyst for attracting extra non-residential activities than the centres emerging through the centrifugal mode and perhaps providing an even stronger challenge to the main original centre. 3) The fusion mode: from the fusion of several previously independent centres of similar size, as a result of their own separate growth both in overall size and lateral extent and particularly because of the improvement of transport links between them [...] In particular, notably in the fusion mode but also to some extent with the incorporation mode, the centres added to the form the PUR will already have a nucleus of high-level services and jobs. This provides a major additional source of potential differentiation among emerging PUR» (Champion, 2001a: 664-665).

42 Obviamente, la brillante conceptualización de Champion también se ve acom-pañada por otras similares que asumen el carácter policéntrico de las megalópolis para

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figura 7.1. Modelos evolutivos de las regiones urbanas policéntricas

Fuente: Elaboración propia a partir de Champion (2001a: 665).

entender los procesos expansivos y funcionales que operan en su seno. Por ejemplo, Antonio Font define a Barcelona como una «metrópolis discontinua», la cual se ca-racteriza por ser un sistema urbano polinuclear «en el que recientemente la población y una buena parte de la actividad productiva y de los servicios personales tienden a difundirse por el territorio alterando el modelo tradicional de aglomerado o ciudad continua con dependencias casi exclusivas del núcleo central, en un territorio jerar-quizado pero más interactivo y autoorganizativo y de gran heterogeneidad morfológi-ca» (Font, 1997: 15-16). A finales de los años noventa, cabe decir, la propia Comisión Europea asumía en sus políticas territoriales que un desarrollo más equilibrado y sostenible se alcanzaría incentivando el policentrismo entre regiones metropolitanas, interconectadas social y económicamente hablando, para distribuir su dinamismo a otras entidades menores o rurales. Esta idea se trataría de materializar a partir de la aplicación de la denominada European Spatial Development Perspective (Comitte on Spatial Development, 1999: 19-21). También, en la temprana fecha de 1985, Giuseppe Campos (1985: 34) hablaba del natural policentrismo regional de Italia que había que aprovechar para reforzar el tejido empresarial y las infraestructuras tecnológicas del país.

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Por supuesto, formaciones que, en esencia, responden al modelo de las PUR empiezan a identificarse en el seno de los gigantescos procesos de urbanización que envuelven a todo el Sudeste Asiático, subcontinente inmerso en profundos cambios macroestructurales destinados a incorporar a la parte más poblada del mundo en los ritmos de la nueva economía global.

Tal y como señala Ginsburg, son muchos los países asiáticos (Indo-nesia, Taiwán, Japón, India, etc.) en donde las formaciones metropolita-nas multinodales son realidades territoriales que presentan los siguientes denominadores comunes: una ciudad central muy dinámica, una franja rururbana en expansión, comunidades satélite de varios tamaños, rá-pido crecimiento de la actividad no agrícola que convive con una pro-ducción periurbana de diferentes cultivos y, por último, la presencia de corredores de transporte que interconectan los centros urbanos de mayor tamaño (Ginsburg, 1991: 36-37). En este sentido, destacan en el Sudeste Asiático quizá la forma más compleja de PUR: las «regio-nes metropolitanas entrelazadas» (metropolitan interlocking regions) de China analizadas por Zhou (1991: 89-98). Estos complejos sistemas urbanos, durante la primera década del nuevo milenio, albergarán int-ensísimos procesos de concentración y desconcentración urbana43.

Sin duda, la otra gran aportación para dar cabida a las nuevas formas de la desconcentración urbana reside en las reflexiones teó-ricas sobre la llamada «ciudad difusa». Precisamente, Francesco In-dovina (1989: 38-39) teoriza acerca de un espacio, distinto al de las periferias tradicionales de uso residencial, «en los que están presentes elementos de la constitución física de la ciudad, pero no presenta los caracteres de densidad, intensidad, solución de continuidad típicas de la ciudad» (Indovina, 1998: 24). Asentamientos diseminados, pre-sencia mixta de horizontes industriales, urbanos o rurales en franjas muy extensas y alejadas varios kilómetros de los centros de las me-trópolis… La falta de una adecuada ordenación territorial en muchos países desarrollados estaba provocando incluso que, finalmente, dos modelos contrapuestos como el de la ciudad compacta mediterránea y el de la urbe de la vivienda unifamiliar anglosajona, acabasen por

43 Para entender el nacimiento de las regiones metropolitanas chinas, sin duda, es de obligada consulta el trabajo de Zhou y Ma (2000: 226); en él se liga el comienzo de un intensivo ciclo de suburbanización con las profundas reformas que generaría la economía socialista de mercado actual, llevadas a cabo por el Gobierno de Deng Xiaoping a partir de 1978.

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fusionarse en indistintas partes del mundo (Dematteis, 1998: 32). El denominador común de este patrón híbrido de urbanización obe-decía a una completa aleatoriedad en la ubicación de un sinfín de infraestructuras, servicios y urbanizaciones fruto de la espontaneidad del mercado y la más pura especulación inmobiliaria.

La ciudad difusa, en esencia, era una manifestación de lo que Casariego (1998: 61) denomina como «complejidad espacial» y en la cual existe una cantidad extrema de hábitats, tipologías constructivas, y realidades sociales en interacción que mantienen una relación muy contradictoria con los usos racionales y sostenibles del territorio. Ni las nuevas consideraciones morfológicas, ni la delimitación de nuevas áreas funcionales de corte estadístico, ni las estructuras económicas y formas de vida, ni, por último, los servicios y su jerarquía territorial, pueden acotar fehacientemente lo que Nel-lo cataloga también como «ciudad sin confines». Según este geógrafo catalán, la discusión sobre los límites urbanos, al fin y al cabo, era «una cuestión irresoluble des-de una perspectiva científica» (Nel-lo, 1998: 46-47).

Paradójicamente, la conceptualización de la ciudad difusa resul-tará óptima para, además de cuestionar el pesimismo metodológico de Nel-lo, impulsar una serie de trabajos empíricos que, durante la primera década del nuevo milenio, tal y como veremos en el próximo capítulo, intentarán denodadamente acotar este etéreo espacio va-liéndose de cada vez más perfeccionados sistemas de información geográfica.

7.2. POSTSUBURBIOS Y COMUNIDADES CERRADAS

Como no podía ser de otra manera, en el contexto de la globalización posfordista y posmoderna, el alfoz de final del milenio es etiquetado como «postsuburbio»44. Si alguna vez durante la segunda mitad del siglo xx las franjas suburbanas, especialmente las estadounidenses, fueron socialmente homogéneas y económicamente dependientes del centro de la urbe, en las décadas de los ochenta y noventa se destierra esta imagen de modo definitivo45.

44 Son los trabajos de Lucy y Phillips (1997: 259; 2000: 4) los que, en nuestra opinión, más han contribuido a generalizar el término «postsuburbio».

45 A este respecto, resulta interesante consultar el trabajo de Bourne (1996: 165-166) sobre los viejos mitos y las nuevas realidades adscritas al suburbio; también,

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Dejando en la estacada los modelos de persistencia del estatus suburbano, y legitimando la óptica de estudios clásicos como los de Herbert Gans, los nuevos analistas del primer nivel de la desconcen-tración urbana remarcan su creciente vocación comercial e industrial —fraguada desde los años setenta—, su insospechada vulnerabilidad demográfica (muchos suburbios empiezan a perder población), y la presencia de un tejido social muy heterogéneo y complejo de anali-zar. Iremos desentrañando a continuación, punto por punto, cada una de estas características.

En primer lugar, la nueva dimensión económica del postsubur-bio tiene su máxima expresión en una reconcentración de actividades industriales y comerciales en su seno (Bourne, 1996: 172-173), de-jando en un plano más secundario sus funciones residenciales46. Lo que hemos denominado como la consolidación de un nuevo ethos posfordista, apoyado en nuevas tecnologías y economías de escala que facilitaban la fragmentación y especialización geográfica de los sectores empresarial e industrial, hace emerger en los límites urbanos más extremos nuevos lugares de trabajo. Con el nombre de edge cities, estos suburbios estadounidenses, que tres décadas antes eran campos de maíz o enormes ciudades dormitorio, son descritos por Joel Ga-rreau en los siguientes términos:

Una edge citie es cualquier lugar que: tiene cinco millones de pies cuadrados o más de espacio de oficinas en alquiler —el lugar de trabajo de la era de la información— [...] Tiene 600.000 pies cua-drados o más de superficie comercial en alquiler […] Tiene más empleos que dormitorios [...] Es percibida por la población como un lugar [...] No era nada parecido a una «ciudad» en una fecha tan reciente como hace treinta años (Garreau, 1988: 6-7)47.

Efectivamente, las doscientas edge cities que Garreau (1988: 4) identifica en Estados Unidos son la última y rutilante frontera

conviene revisar la aportación empírica de Gober y Behr (1982: 383) en la cual se explica que la diferenciación entre los suburbios y las ciudades centrales de Estados Unidos es mucho más compleja que la asumida tradicionalmente.

46 Estudios de caso destacados que dan cuenta de esta nueva coyuntura son los publicados por Hartshorn y Muller (1989: 394) sobre los suburban downtowns de Atlanta, o el estudio de Lucy y Phillips (1997: 261) sobre la suburbanización laboral de la región de Richmond, en el estado de Virginia.

47 Traducción del original.

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suburbana del país48. Acaparando en muy poco tiempo el 80% de los servicios ofimáticos de la nación norteamericana49, estos centros de trabajo, comercio y residencia50, sin límites precisos51, sin ningún ras-tro de compacidad urbana, sin, ni siquiera, una autoridad municipal propia, forman parte de la sustancia inequívoca de la ciudad difusa52. En estos lugares, por tanto, ya se podía vivir y trabajar en una misma unidad espacial; la vida pendular del suburbanita prototípico depen-diente de la ciudad central empezaba a ser un vestigio (Baldassare, 1986: 50).

Por su parte, Lang y Simmons (2003: 101-102) observan como durante la década de los noventa las tasas de crecimiento de algunos suburbios eran impresionantes y duplicaban, de manera sostenida

48 Según Macionis y Parrillo, son distinguibles tres tipos diferentes de «ciudades del borde»: «1) Uptowns, built on top of pre-automobile settlements, such as Pasa-dena, California, or Arlington, Virginia; 2) Boomers, the typical edge city located at the intersection of two major highways and almost always centered on a mall [...] 3) Greenfields, a master-planned city by one developer on thousands of farmland acres, such as Irvine, California, and Las Colinas, near the Dallas-Forth worth airport» (Macionis y Parrillo, 1998: 120). Asimismo, en el trabajo de Daniels (1999: 9) se puede consultar una muy clara ilustración sobre la ubicación teórica de las edge cities en los límites del suburbio, a punto de adentrarse en la franja exurbana o segundo nivel de la desconcentración urbana.

49 Garreau (1988: 5) pone como ejemplo concreto de esta cifra, la existencia de más actividades ofimáticas en la periferia neoyorquina que en el corazón de Man-hattan.

50 Filion también hablaría, empleando términos muy semejantes a los de Ga-rreau, de la existencia de «centros suburbanos de uso mixto» localizables en espacios que este autor define de esta manera: «Suburban mixed-use centres must contain a diversity of activities, with a strong office employment and retail complement, and be developed at a density that is much higher than the suburban norm» (Filion, 2001: 142).

51 Cabe decir que, compartiendo la misma opinión que Lucy y Phillips (2000: 18), la falta de una definición censal de suburbio en Estados Unidos, que se «arrastra» desde los años cincuenta del siglo XX, no ayudaba precisamente a fijar criterios para la correcta identificación de nuevas realidades postsuburbanas. Entre los límites de la ciudad central y la frontera de las nuevas MA del censo de 1990, se seguía dibu-jando una franja territorial demasiado amplia que podía ser tanto suburbana como exurbana.

52 Efectivamente, las edge cities como componentes de tal ciudad difusa no son patrimonio exclusivo de Estados Unidos o Canadá. Según Macionis y Parrillo (1998: 121), estos postsuburbios se pueden localizar en Beijing, Londres, París o Sidney. De hecho, en esta última ciudad australiana, Freestone (1997: 248-249) documenta con detalle la existencia de entidades similares a las edge cities.

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durante las últimas décadas, a las del resto de Estados Unidos. Estos boomburbs, 53 entidades de más de 100.000 personas (casi la mitad, localizados en California), ubicados en los principales nodos viarios del país, y salpicados de parques ofimáticos, grandes áreas comercia-les y lotes de viviendas unifamiliares, simbolizan la forma más van-guardista del sprawling metropolitano (Lang y LeFurgy, 2007: 11). Por supuesto, como argumentan estos dos autores, muchos de los boomburbs poseen unas enormes similitudes con las «ciudades fron-terizas» de Garreau.

En todo caso, la historia de las edge cities o de los boomburbs afectaba a una parte muy concreta de un inmenso paraje suburbano. En otros escenarios del primer nivel de la desconcentración urbana de Estados Unidos, el declive sociodemográfico adscrito años atrás a las ciudades centrales empezaba a ser una realidad fácilmente iden-tificable. Los datos que aportan Lucy y Phillips (2000: 171-172) al respecto no dejan lugar a dudas: un 32,5% de los suburbios, entre 1980 y 1990, veían reducidos su ratio de ingresos a un ritmo mayor que el de sus urbes compactas de referencia; el número de subur-bios situados por debajo del 80% de la renta familiar media del área metropolitana aumentaba su proporción desde el 4% del año 1960, hasta el 16% de 1990; un 41,5% de estos espacios, asimismo, perdía población en el intervalo 1960-199053.

La idea de no reinvertir el dinero en viviendas viejas y necesita-das de reformas, evitando la subsiguiente amenaza de que los nue-vos residentes que van llegando al vecindario sean familias de bajos ingresos, supone para Lucy y Phillips (2000: 6) el principal motivo de empobrecimiento del suburbio. A esta cuestión que favorece la desestructuración social de suburbia, gracias a un proceso de filtrado residencial convencional, habría que sumarle, además, la pérdida de puestos de trabajo en las cercanías, la falta de instituciones admi-nistrativas y educativas presentes en otros barrios, y, por supuesto, el nuevo resurgir de los corazones de las ciudades —del que hemos hablado anteriormente—54.

53 Especialmente intensa fue la pérdida de población de algunos suburbios es-tadounidenses en la primera mitad de la década de los años ochenta. Gober (1989: 312-313) documenta, como ejemplos, la desaceleración demográfica en el intervalo 1980-1984 de algunos suburbios de Cleveland y del norte de Chicago.

54 Bernadette Hanlon (2010: 36 y 152) maneja, para el intervalo de referencia 1980-2000, conclusiones parecidas a las de Lucy y Phillips: los suburbios centrales

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En lo tocante al tejido social del postsuburbio, también nos aden-tramos en un escenario muy polarizado. Por una parte, son muchos los autores que identifican un incremento de la diversidad humana del primer nivel de la desconcentración urbana55. Pobres, minorías étnicas56, parejas sin hijos, solteros, etc., rompen, si es que alguna vez lo hubo, el modelo del suburbio monolítico de clase media.

Sin embargo, y paradójicamente, durante el intervalo 1980-2000 son realmente numerosas las contribuciones que hacen referencia a la emergencia internacional de las gated communities. Ante la creciente inseguridad y polarización social y económica de las megaciudades del mundo, las élites económicas reviven el aislacionismo decimonó-nico de corte suburbano más extremo. Efecto del mismo resulta la proliferación de «ciudades fortaleza» en donde los viejos males de la sociedad urbana se quedan en la entrada.

Si a mediados del siglo xix era llamativo el suburbio, cercado e inaccesible, de Tuxedo Park en Nueva York, en los compases de la década de los ochenta y noventa el auge de las comunidades cerradas empezaba a configurarse como uno de los fenómenos suburbanos más visibles. Una vez más, en Estados Unidos, de la mano de más de 150.000 asociaciones de propietarios en todo el país57, se observa con

de Estados Unidos, en los que la mitad de sus viviendas se construyeron a partir de 1969, perdían población y sufrían un deterioro social y económico de envergadura.

55 Esta diversidad social del suburbio contemporáneo se aborda con cierto detalle en Baldassare (1986: 50 y 193). También, en el análisis comparado de los suburbios de Holanda, Israel y Estados Unidos, efectuado por Rothblatt y Garr (1986: 226), se cons-tata el gran espectro de nuevas tipologías familiares que habitan en la nueva suburbia.

56 Aunque sin la intensidad de los años setenta, siguen publicándose trabajos en donde la etnia sigue siendo la principal variable de referencia. Destacamos durante esta época los análisis sobre la movilidad de la población negra y blanca entre el suburbio y la ciudad estadounidense de South y Crowder (1997: 525); los trabajos de Fong y Shibuya (2000: 153-154) y de Timberlake et al. (2011: 247-248) sobre el comportamiento del mercado inmobiliario suburbano dependiente de diferentes variables de pertenencia étnica; y la aportación de Sharpe y Wallock (1994: 58) que llama la atención, entre otras cosas, sobre la predominancia blanca existente en las edge cities de Estados Unidos. Igualmente, por último, traer a colación el curioso estudio de Kraus y Koresh (1992: 310) sobre la influencia del componente étnico en los procesos de suburbanización de Israel.

57 Asociaciones de propietarios que, según los cálculos de McKenzie (1994: 12), protegían los intereses residenciales de treinta millones de estadounidenses. Macionis y Parrillo (1998:127) presentan unas cifras más comedidas, y hablan de la existencia en el país norteamericano de 20.000 gated communities (o common-interest develop-ments) que alojan aproximadamente a nueve millones de personas.

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preocupación la multiplicación de postsuburbios de clase alta, esta vez con una composición social claramente homogénea, que cuentan con cuerpos de seguridad propios e, incluso, jurisdicciones ad hoc situadas al margen de la estatal (Blakely y Snyder, 1997: 22-25).

En California, y más concretamente en la ciudad de Los Ánge-les, este preocupante fenómeno alcanza su paroxismo a través de lo que Davis (1992:172) denomina como «militarización del espacio»: muros de seguridad, cuerpos parapoliciales custodiando las entradas al recinto suburbano, la existencia de carreteras privadas de acceso… Este es el escenario de los vecindarios angelinos de Hidden Hills, Bradbury, Rancho Mirage, Orange County, etc., perfectos parques temáticos, con un telón de fondo de artificial felicidad y perfecto alineamiento arquitectónico y paisajístico (Weiher, 1991:188), en el que se expone una mezcla perfecta del modelo de ciudad jardín de Howard y el «minimalismo moral e individualista»58 de las élites eco-nómicas más selectas de la sociedad norteamericana de fin de siglo.

Finalmente, el modelo estadounidense de comunidad cerrada también tiene gran predicamento, especialmente, en Latinoamérica como expresión de las contradicciones de un nuevo orden capitalista de alcance global. Ante una era de enorme inestabilidad económica y política, una crisis sin precedentes en la seguridad de las princi-pales capitales de este subcontinente (como Caracas, Buenos Aires o Ciudad de México)59 y la pauperización de grandes sectores de la población, las clases altas deciden parapetarse en verdaderos subur-bios-fortaleza, por supuesto, también preparados para esquivar los problemas asociados a la imparable expansión de los ranchos, villas miseria y tugurios periurbanos60.

58 Baumgartner (1988: 134-135) define este alienante concepto filosófico, quizá de raíces victorianas, como un rechazo al conflicto nacido del miedo al otro y de un contexto residencial de extremado aislamiento.

59 Sobre el fenómeno de los espacios residenciales cerrados en Latinoamérica, consúltense Prévôt (2001: 34), Svampa (2001: 55-59), Giglia (2001: 46-47) y Thui-llier (2005: 19).

60 El fenómeno de las comunidades cerradas en los suburbios, como expresión económica de las élites del capitalismo globalizado, también se localiza en puntos tan distantes como el Caribe (Potter, 1993: 12) o el Sudeste Asiático (Dick y Rim-mer, 1998: 2320-2321). Igualmente resulta interesante el trabajo de Sutton y Fahmi (2001: 149) sobre el crecimiento urbano de la capital egipcia, en donde se hace un breve análisis de la emergencia de elitistas comunidades cerradas —como la de New Cairo City—.

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7.3. EL MUNDO EXURBANO AMPLÍA SU DINAMISMO

El suburbio durante las dos últimas décadas del siglo xx, como aca-bamos de ver, presentaba una idiosincrasia que basculaba desde el optimismo económico y tecnológico propio de las edge cities, hasta el gris panorama de viejos suburbios que sufrían un profundo declive social y demográfico. En cambio, durante el transcurso de estos vein-te años, el mundo exurbano o rururbano de países con una economía avanzada o en vías de desarrollo, observa, gracias fundamentalmen-te a la «obsolescencia del entorno suburbano construido» (Castells, 1997: 434), una fuerte expansión geográfica.

En todo caso, antes de adelantar datos que reflejen la buena salud del segundo nivel de la desconcentración urbana, son varios los autores que siguen enfatizando la existencia de las particulari-dades de este lugar destinado a ser «el exponente más expresivo de los cambios territoriales» (González, 1987: 446). Así es que Valen-zuela (1986: 90) y Bourne (1996: 175-176), entre otros61, siguen entendiendo que el mundo exurbano, a falta de una definición clara del mismo, es el espacio reconocible entre el escenario urbano/su-burbano y el rural que, pese a todo, sigue manteniendo una matriz agraria operativa62. La delimitación de Davis et al. (1994) del espacio exterior del área metropolitana de Portland, Oregón63, por cierto, proporciona, desde una perspectiva micro, una de las mejores

61 Merece la pena reproducir literalmente la definición de «franja rururbana» que, con diferentes apreciaciones, expone Tom Daniels: «I prefer to describe this region as the metropolitan fringe or the rural-urban fringe, a hybrid region no longer remote and yet with a lower density of population and development than a city or suburb [...] Metropolitan fringe areas differ from suburbs in their greater distance from a central city, less economic and political clout, newness, lower population density, scattered developments amid open space, the more noticeable impact of newcomers, less sophisticated land-use planning, and greater growth management challenges» (Daniels, 1999: 9-11).

62 Una valiosa recopilación de definiciones del mundo exurbano de la época se puede encontrar en Audirac (1999: 15-21).

63 Davis et al. (1994: 47) fijan el comienzo de la franja exurbana tras el Urban Growth Boundary (UGB) del área metropolitana de Portland, una figura de planea-miento propia del estado de Oregón (cuya historia y composición se detalla en http://www.oregonmetro.gov —consultado el 24/02/2016—). Pertenecen a tal franja exur-bana aquellos bloques censales que tienen, al menos, un 10% de residentes que tra-bajan en el área metropolitana de Portland.

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ilustraciones de la ubicación prototípica de las franjas y pequeñas ciudades exurbanas64.

Para dar cuenta del impresionante crecimiento del segundo es-calón de la desconcentración urbana65, volvemos a tener como pri-mera referencia el contexto estadounidense y el trabajo de Nelson y Dueker. En él, abarcando un intervalo temporal comprendido entre los años 1960 y 1985, ambos autores cifran la población exurbana para el año 1985 en cerca de sesenta millones de personas. Dicha población, para el intervalo 1960-1985, había experimentado un cre-cimiento del 30%, cifra muy superior a la registrada en los suburbios (18,2%) (véase tabla 7.2).

tabla 7.2. Distribución poblacional de los 48 estados continentales de USA (en miles)

Área 1960 1985Tasa de

crecimiento(1960-1985)

Urbana 64.581 78.282 24,4%

Suburbana 20.842 31.050 18,2%

Pequeñas MSA* 30.620 42.543 21,2%

Exurbana 42.700 59.320 30,0%

Rural 20.307 24.006 6,6%

Fuente: Nelson y Dueker (1990: 93) (datos extraídos de: U.S. Census of Population y Current Population Reports / *Pequeñas MSA = áreas metropolitanas estadísticas de menos de un millón y medio de residentes).

64 Resulta también interesante el criterio que utiliza Goffette-Nagot (2000: 330-331) para delimitar el espacio exurbano de algunas ciudades francesas —situa-do entre los suburbios y las comunidades rurales más remotas— incluidas dentro de una zone de peuplement industriel et urbain (ZPIU), categoría territorial definida por el INSEE.

65 Los criterios censales y funcionales que Nelson y Dueker utilizan para definir los condados exurbanos de Estados Unidos son los siguientes: «For Metropolitan Sta-tistical Areas (M.S.A.s) of less than one million in population, exurban counties are also found outside M.S.A.s but within sixty miles of the outermost circunferencial limited access highway or seventy miles of the center of the central city, whichever defines the larger area. For M.S.A.s with more than one million in population, exurban counties are also foun outside M.S.A.s but within eighty miles of the outermost circumferential limited access highway or 100 miles of the center of the central city, whichever defines the larger area» (Nelson y Dueker, 1990: 93).

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Más impactante, si cabe, era comprobar que exurbia, por tanto, acumulaba un tercio del crecimiento de Estados Unidos y ocupaba un 31,8% de la superficie continental del país (Nelson y Dueker, 1990: 93). Las causalidades que explicaban este fenómeno eran fá-cilmente identificables: la descentralización del empleo, la creciente flexibilidad de los trabajos y aparición del telecommuting66, la eter-na búsqueda de un entorno residencial más saludable a costa de un mayor alejamiento de la urbe (y de muchos suburbios degradados) son, entre otros posibles, factores de naturaleza posfordista que esta-ban contribuyendo a una fuerte revitalización del mundo rururbano (Nelson y Dueker, 1990: 94; Nelson, 1992: 350-351).

Atendiendo a la variable de la densidad inmobiliaria67, Theobald realiza un impresionante mapa de Estados Unidos en el cual la franja exurbana se ilumina en todos aquellos bloques censales comprendi-dos en un rango, dependiendo de la zona, de entre 0,025-1 vivienda por acre, o de una vivienda por cada 10-40 acres68. Las cifras obteni-das sobre el terreno progresivamente ocupado por la expansión exur-bana son impresionantes: en 1960, esta franja territorial ocupa 159 millones de acres; en 1990, 333 millones de acres; en el año 2000,

66 Dolores Hayden, manejando fuentes y reflexiones alejadas de cualquier atisbo de sensacionalismo, cifra en 19,6 millones los trabajadores en Estados Unidos que se ubican en una situación laboral de telecommuting. También defiende la idea de que esta nueva clase ocupacional ha tenido un impacto notable en la expansión de las franjas rururbanas del país: «While some households have been pushed to the fringe by the high cost of housing close to jobs —argumenta Hayden—, others have been pulled to fringe settings by the desire for open space or a slower pace, coupled with a chance to work at home» (Hayden, 2003: 187 y 188).

67 En el censo de 1990, el promedio de inmuebles por cada uno de los 250.000 grupos de bloques censales es de 250-550 unidades. Según Theobald, esta cifra no es exacta porque no tienen en cuenta con exactitud, entre otras cuestiones, las viviendas demolidas antes de 1990, fallos en el registro de la edad del inmueble, cambios en la definición de vivienda, etc. Sobre los criterios correctores empleados por el autor para un mejor cálculo de la densidad inmobiliaria de Estados Unidos, consúltese Theobald (2001: 552).

68 La explicación de que la densidad inmobiliaria exurbana sea tan baja es, pre-cisamente, para registrar este escurridizo nivel territorial en la zona occidental de Estados Unidos, donde es frecuente encontrar una vivienda por cada 35-45 acres de territorio. Asimismo, el umbral de la densidad urbana vendría delimitado por el intervalo de más de 1 vivienda por acre; el umbral de densidad suburbana, por los intervalos de 0,1-1 unidad por acre o 1 unidad por cada 35-45 acres; por último, el umbral de densidad rural quedaría fijado por los intervalos de 0,025 unidades por acre o 1 unidad por 41 acres o más (Theobald, 2001: 553-554).

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378 millones. No es extraño, evidentemente, que la gigantesca pro-fundidad de esta urbanización de muy baja intensidad sigue en Es-tados Unidos avivando una enorme, y vieja, preocupación sobre los efectos que esta tiene en los terrenos cultivables, las reservas naturales y el equilibrio social y económico tradicionales de estos espacios. Más concretamente, si se hacían realidad las proyecciones y cifras presen-tadas por Nelson (1999: 146), entre 1990 y 2040 se construirían en el espacio exurbano del país doce millones de nuevos hogares, que restarían cien mil millones de dólares anuales a las ventas agrícolas nacionales.

Tom Daniels (1999: XIV) también retrata con precisión esta mala convivencia entre el espacio rural y el exurbano del país nortea-mericano; esta nace, como no podía ser de otra forma, del recurren-te choque entre propietarios, constructores y políticos (que ven en este linde un terreno abonado para la especulación inmobiliaria) con otros políticos, ecologistas o viejos propietarios69 (que ven en este tipo de crecimiento una verdadera amenaza ambiental, social y económica que se cierne sobre sus idílicos entornos residenciales)70. Christopher Bryant (1995: 266), en el escenario francés y canadiense, otorga, para eliminar conflictos semejantes en este cambiante espacio, una capital importancia a las agencias locales que sepan canalizar las oportuni-dades que la exurbanización puede producir en determinadas comu-nidades.

Subyace en este tipo de discursos, al fin y al cabo, el miedo a que la agresiva actividad inmobiliaria en el campo exurbano de los países desarrollados pusiese en riesgo, no tanto su función productiva —de por sí mermada—71, sino más bien el desarrollo de nuevas y rentables

69 Problemas de gobernanza similares son abordados en el estudio de Pacione (1990: 115), sobre la franja urbana de Glasgow, o en la descripción de McKenzie (1996: 67), sobre los problemas de gestión que afectan a las principales regiones exurbanas de Australia.

70 El cómo la cercanía a lo rural se impone sobre otros factores de ubicación resi-dencial muy importantes (como el de un menor tiempo de desplazamiento al trabajo) se expone en el trabajo de Davis (1993: 26-27), sobre los compradores de viviendas exurbanas de Portland, y en el de Burnley y Murphy (1995a: 139-141), sobre el esce-nario residencial de la región perimetropolitana de Sidney.

71 Existe un invariable interés por el estudio, al igual que en décadas preceden-tes, de la agricultura rururbana en España. Por ejemplo, son destacables el estudio sobre las huertas submetropolitanas de Bilbao realizado por Masa (1996: 765-767) y las reflexiones de Gómez (1984: 155-158) y González (1984: 794-807), sobre la desarticulación de los espacios agrícolas, respectivamente, de la provincia de

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formas de ocio global (turismo rural, nuevas prácticas deportivas, in-cremento exponencial de segundas viviendas…) identificadas con la preservación de una naturaleza intacta y relativamente próxima a las degradadas urbes72.

En coordenadas alejadas de las de los países occidentales, se asis-te en Brasil a una creciente preocupación por la extensión de la ur-banización sobre el territorio amazónico (por ejemplo, en el estado interior de Acre, la población urbana suponía un 28% del total en 1970 y un 55% tan solo veinte años después). Desgraciadamente, este proceso, según Slinger (2000: 178), motivaba una acelerada de-forestación periurbana que anulaba la posibilidad esperanzadora de impulsar una producción agrícola sostenible que alimentase a la po-blación de las ciudades y, como no podía ser de otra manera, fuese respetuosa con una adecuada gestión forestal de la selva.

En puntos de África se da cuenta de esta conflictiva relación entre la pervivencia agrícola y el crecimiento rururbano de la metró-polis. Por ejemplo, en la zona periurbana de la ciudad de Dar es Sa-laam, en Tanzania, se concentran familias enteras que mantienen una producción agrícola fundamental para su reproducción económica73 y que, a la par, conviven en conflicto con una creciente congestión del espacio residencial, la dispersión de pequeñas empresas y un no-table aumento del uso privado del automóvil (Briggs y Mwamfupe, 2000: 797).

Madrid y la ciudad de A Coruña. También hay que destacar la caracterización, formulada por Souto (1981: 133) y Román (1996: 213), del campesino periurbano en Galicia que, nacido de una particular distribución minifundista de la propiedad, compagina una actividad agraria de subsistencia con un empleo remunerado en la ciudad.

72 Dicen Bryant et al. (1982: 24) a este respecto: «No doubt, wilderness areas hold much of their importance to us because of our carelessness with the natural en-vironment near cities. However, because of the accessibility of natural environment areas in the urban field, their value potentially is so much greater than the remoter wilderness areas. Similarly, what is “rural” to most people is the landscape near cities, again because of accessibility». También Camarero (1992: 16-17), en el contexto español, hace una interesante mención a la reproducción del ocio global como un elemento distintivo de la ruralidad posindustrial.

73 En concreto, la actividad agrícola en el área periurbana de Dar es Salaam su-ponía en 1992, según el trabajo de campo realizado por Briggs y Mwamfupe (2000: 801), la ocupación de un significativo 58% de los cabezas de familia.

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Punto y aparte merece el estudio de McGee sobre las «regiones desakota» o rururbanas74 del Sudeste Asiático. Dichas regiones son en la actualidad complejos escenarios metropolitanos en donde persiste una fuerte actividad agrícola periurbana, como el tradicional cultivo de arroz, realmente destacada. Precisamente, la presencia de intensi-vas formas de agricultura marca de manera determinante cualquier intento de planeamiento de las grandes urbes de Asia y el desarrollo económico de cada país.

Ginsburg plantea una sencilla tipología de las regiones desakota: las primeras se englobarían en aquellas naciones que han experimen-tado vertiginosos cambios económicos y que, sin embargo, mantie-nen estabilizada una importante porción de terreno agrícola en activo (Japón o Corea del Sur); las segundas, se localizarían en países en vías de desarrollo (Taiwán, Tailandia o China75) en los cuales fuertes procesos de industrialización estarían menguando, que no eliminan-do, la población ocupada en la agricultura exurbana; las terceras, por último, estarían ubicadas en contextos nacionales (como los de India, Vietnam o las Islas Filipinas) caracterizados por la convivencia de un fuerte crecimiento poblacional con unas tasas de crecimiento econó-mico muy débiles (McGee, 1991: 12).

Por supuesto, argumenta McGee, la necesidad de una nueva go-bernanza en las zonas desakota de las megalópolis del Sudeste Asiá-tico, en donde los cambios sociales y económicos se producen a una velocidad de vértigo, es una prioridad incuestionable. Motivos tales como el mantenimiento de una producción agrícola necesaria para el abastecimiento de las ciudades centrales, el control del crecimiento empresarial en estas particulares franjas rururbanas para evitar una incontrolable degradación medioambiental, o la extensión de servi-cios sociales e infraestructuras adecuadas, son fundamentales para una agenda política encaminada a lograr la sostenibilidad, en el sen-tido amplio de la palabra, de los países más poblados del mundo.

74 Según Ginsburg (1991: 38), este concepto de origen indonesio, próximo al significado de franja rururbana, estaría compuesto por las palabras desa (pueblo) y kota (ciudad). Si al término desakota o kotadesa se le añade el sufijo si, que significa proceso, estaríamos hablando de un concepto que podría ser sinónimo del de rurur-banización.

75 Al margen del estudio de McGee, resulta particularmente interesante consultar el trabajo de Lin (2001: 66-67) sobre la interacción rural y urbana en el delta del río Perla, totalmente alterada por los efectos de las reformas económicas llevadas a cabo en China desde 1978.

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7.4. CONTRAURBANIZACIÓN: CAOS TEÓRICO Y LA VÍA RURAL

El análisis de la contraurbanización durante el periodo 1980-2000 genera tal cantidad de estudios de caso, matizaciones teóricas y con-trarréplicas que, en nuestra opinión, cubren de total confusión este concepto. Afortunadamente, de la mano de autores como Cloke y Halfacree, se reconducirá acertadamente el significado teórico y em-pírico de tan complicado fenómeno; antes, debemos explicar paso a paso cómo se llegó a esta confusa situación académica.

En primer lugar, volviendo a traer a colación los resultados in-tercensales de 1980 y 1990 en Estados Unidos, que adelantamos en epígrafes anteriores recogiendo los hallazgos de William H. Frey, es-tos no dejaban lugar a dudas: en Estados Unidos volvía a palpitar un proceso de reconcentración urbana que, con un ritmo menor que en los años sesenta y explicado por variables más complejas que en el pasado (como la disminución del tamaño medio del hogar de las ciu-dades76), volvía a restar dinamismo a los espacios no metropolitanos77.

76 Sinclair (1988: 153-155), en su estudio sobre la redistribución espacial de las metrópolis estadounidenses (y, en concreto, de la ciudad de Detroit), advierte que las fases de crecimiento urbano de los setenta y ochenta, si bien guardan parecidos con los fuertes procesos suburbanizadores de la posguerra, ya no se alimentan ex-clusivamente de un incremento vegetativo o migratorio favorable. Variables como la del descenso del tamaño medio de la unidad familiar influyen enormemente en una mayor necesidad de vivienda y, en consecuencia, en la expansión del área urbana.

77 Una mayoría de autores, como Fuguitt (1985: 276), Long y DeAre (1988: 447-448), Johnson (1989: 323-324), Fuguitt et al. (1989: 2), Beale y Fuguitt (1990: 14-15), Frey y Speare (1992: 131) o Nucci y Long (1995: 179-180), con-firman, a partir de los datos del censo de 1980 y otras fuentes demográficas, la pauta de reconcentración urbana de las áreas metropolitanas estadounidenses. Cabe señalar, asimismo, que Fuguitt, Heaton y Lichter insisten en sus análisis que tanto la inversión poblacional no metropolitana de los setenta, como la vuelta a la concentración metropolitana de los ochenta, no son producto de los sucesivos cambios —acaecidos entre 1950 y 1983— en la definición estadística de condado. Para tratar de demostrar estas hipótesis, dichos autores trabajan con un área de análisis flotante (en donde se incluyen todos los condados que progresivamente han sido considerados como metropolitanos y no metropolitanos al principio y al final del intervalo señalado) y otra área espacial constante (en la cual se localizan los condados que no han cambiado de estatus al principio y al final del periodo de estudio). Transcribimos literalmente parte de las conclusiones de esta interesante investigación: «Much of the nonmetropolitan growth was internally driven, rather than due to growth in areas that were subsequently reclassified as metropolitan. At

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Reflejando las cifras recogidas por Johnson (1999: 4), si durante los años setenta más del 80% de los condados habían ganado población, durante los años ochenta solo el 45% experimentaba un crecimiento positivo. Esta coyuntura, evidentemente, indicaba que el escenario rural estadounidense volvía a penetrar en una fase demográfica, social y económica regresiva muy alejada de la de los anómalos y diná-micos años setenta (pero sin llegar, no obstante, a reproducirse los escenarios de épocas pasadas de sustancial emigración a la ciudad) (Johnson, 1989: 324).

La crisis agrícola de la primera mitad de los años ochenta (nacida de una creciente y delicada internacionalización del sector alimenta-rio), la fuerte disminución de producción de las industrias extractivas (motivada por la caída del precio de minerales metálicos y energéti-cos) y, entre otros factores, la desregulación del sector del transporte (que aumentaba el coste del desplazamiento a las áreas rurales más distanciadas y menos rentables), son factores que se situaban detrás de este periodo adverso para el mundo no metropolitano del país norteamericano78.

Sin embargo, durante los años noventa, nuevos análisis demo-gráficos volvían a indicar la regeneración de nuevas tendencias con-traurbanas79. La población de los condados rurales de Estados Unidos crecía un 7,1% en estos diez años, lo que equivalía a una ganancia poblacional notable de 3,6 millones de personas80. Nuevamente, la búsqueda de nuevas causalidades que estuviesen detrás de este fenó-meno, especialmente relacionado con una mejora económica general y con la recuperación del sector agrícola (Johnson y Beale, 1994: 665; Fuguitt y Beale, 1996: 169), suponía un claro objetivo a alcanzar por

the same time, metropolitan growth was fueled largely by expansion at the peri-pheries of existing metropolitan areas and the emerge of new metropolitan areas» (Fuguitt et al., 1988: 126).

78 Consúltense, sobre la desaceleración demográfica de los años ochenta del mun-do no metropolitano de Estados Unidos, los trabajos de Henry et al. (1987: 29-30), Beale y Fuguitt (1990: 14) y Johnson y Beale (1994: 665).

79 Los principales estudios que avalan la existencia del new turnaround de los noventa son, en nuestra opinión, los de Johnson y Beale (1994: 665-666), Nucci y Long (1995: 179-180) y Fuguitt y Beale (1996: 156).

80 Curiosamente, en Australia, y como muestra de la difícil sistematización de este proceso, los ciclos del turnaround son diferentes a los de Estados Unidos; según Hugo (1994: 14-15) en los ochenta, los espacios no metropolitanos australianos vi-ven un notable auge demográfico que decae en la década de los noventa.

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las nuevas publicaciones sobre el tema. Desgraciadamente, semejante «montaña rusa» de ciclos y la convivencia de tendencias locales des-concentradoras y reconcentradoras en un mismo intervalo temporal, dejaban sumidos a muchos investigadores en un punto muerto acerca de cómo enfocar con claridad el tercer nivel de la desconcentración urbana.

tabla 7.3. Los ciclos de la contraurbanización estadounidense

El «giro» de la década de 1970

La ralentización de la década de 1980

La recuperación de la década de 1990

Más del 80% de los condados rurales ganan población

Solo el 45% de los condados rurales ganan población

Más del 71% de los condados rurales ganan población

Aumento de la población rural = 8,4 millones de personas

Aumento de la población = 1,3 millones de personas

Aumento de la población = 3,6 millones de personas

Tasa de crecimiento = 16% Tasa de crecimiento = 2,7% Tasa de crecimiento = 7,1%

Fuente: Johnson, 1999: 4 (traducción propia).

Asimismo, los debates sobre si la contraurbanización era o no era la vanguardia de los procesos de exurbanización, o las discusiones acerca de si esta era un elemento anómalo o estructural del desarrollo territorial de los países del primer mundo, continuaban sin presentar ningún tipo de solución.

En Europa, el escenario también resulta muy confuso. Son los trabajos de Anthony Fielding los que, desde una perspectiva macro, demuestran que en toda la zona occidental del Viejo Continente las tendencias contraurbanas en los primeros compases de los años ochenta, al igual que en Estados Unidos, muestran síntomas de una fuerte debilidad81. Sin embargo, reduciendo el marco territorial de re -ferencia, este tipo de aserciones son mucho más difíciles de contrastar en diferentes ámbitos nacionales82. Por ejemplo, son bastante numero-sos los trabajos que verifican la existencia de tendencias contraurbanas

81 Consúltense Fielding (1986a: 61; 1986c: 41-42) o Champion (1995: 106).82 En Europa durante los últimos veinte años del siglo xx son realmente prolijos

los estudios de caso de diferentes regiones o ámbitos de estudio locales. Quizá, la recopilación de trabajos más interesante con este nivel de análisis micro sea el editado por Perry et al. (1986). También los análisis realizados por Ferrás (1995, 1996) sobre la contraurbanización gallega e irlandesa resultan muy interesantes.

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en países como Dinamarca, España o Italia; pese a todo, especial-mente, en los países nórdicos, son contundentes las afirmaciones que cuestionan seriamente la existencia de esta migración centrífuga (véa-se tabla 7.4).

tabla 7.4. Análisis de la contraurbanización en Europa (1980-2000)

Principales trabajos que defienden la existencia, puntual o estructural, de fenómenos de contraurbanización o de renacimiento rural

País AutoresPrincipal intervalotemporal analizado

Dinamarca Court, 1989: 138-139 1966-1986

España Romero y Albertos, 1993: 132 1989-1990

Francia Ogden, 1985: 34-35 1975-1982

Gran Bretaña / Inglaterra y Gales

Champion, 1981: 22; 1994: 1501 / Cross, 1990: 213-214

1980-1991

Hungría Kok, 1999: 60-61 1985-1997

Italia Dematteis y Petsimeris: 1989: 203-204 1970-1985

Polonia Kok, 1999: 60-61 / Bánski, 2003: 31 1980s y 1990s

República Federal de Alemania Kontuly y Vogelsang, 1988: 51 1970-1984

Rusia Nefedova y Treivish, 2002: 86 1990s

Suiza Kahsai y Schaeffer, 2009: 20 1980-2000

Principales trabajos que cuestionan la existencia, puntual o estructural, de fenómenos de contraurbanización o de renacimiento rural

País AutoresPrincipal intervalotemporal analizado

Finlandia Vertiainen, 1989: 134-135 1970-1985

Francia White, 1990: 110 1982

Inglaterra y Gales Robert y Randolph, 1983: 95-97 1971-1981

Noruega Hansen, 1989: 119-120 1980-1985

Suecia Amcoff, 2006: 183-184 1990s

Fuente: Elaboración propia.

Más curioso, si cabe, es constatar que, analizando intervalos temporales parecidos, diferentes autores en Francia, Inglaterra o Ga-les publican trabajos con visiones totalmente contrapuestas sobre la contraurbanización83. Añadiendo más incertidumbres al respecto, em-piezan a publicarse tras la caída del Muro de Berlín trabajos en los

83 Por supuesto, esta coyuntura no es única del ámbito europeo; también en Ca-nadá se publican trabajos que defienden (Anderson y Papageorgiou, 1992: 138) o cuestionan (Joseph et al., 1988: 29-30), dentro de un periodo temporal similar, la existencia de fenómenos de contraurbanización en este país.

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cuales se habla abiertamente de la recuperación del rural en países de Europa oriental, tales como Hungría, Polonia o Rusia (véase tabla 7.4)84.

¿Se reducía el problema al comprender qué factores económicos o históricos del mundo occidental podían dar cuenta de este nivel de la desconcentración urbana? La recopilación de datos y trabajos por parte de Potts (2009: 254 y 257) o Beauchemin (2011: 63-65) que hablan de la detección de flujos contraurbanos durante las dos últimas décadas del milenio en diferentes países del África Subsaharia-na —como Zambia, Mali, Burkina Faso o Costa de Marfil— dejaba anulada esta posibilidad.

Tales naciones responden a coyunturas económicas (vulnerabi-lidad ante los mercados globales o poca penetración en los mismos) y demográficas (un crecimiento vegetativo similar en las ciudades y en el contexto rural) muy diferentes y muy poco comparables con las propias de los países desarrollados. La valía empírica y teórica de la contraurbanización, a la luz de esta y otras controversias, quedaba completamente cuestionada.

¿Por qué se había llegado a este punto de confusión sobre el tercer nivel de la desconcentración urbana? En primer lugar, el problema sub-yace no tanto en una problemática empírica, sino más bien conceptual, la cual tiene sus raíces en la comprensión de la contraurbanización desde un escenario lleno de matices difícilmente sistematizables85 o desde otro

84 Este complejo panorama alcanzaba su paroxismo en el debate, publicado por The Geographical Journal (VV. AA. 1989: 76-80), de significados autores eu-ropeos —como Cross, Cheshire, Fielding o Champion— sobre la contraurbani-zación. Los puntos de vista recogidos son tan variados como contrapuestos: un concepto excesivamente valorado que adultera la realidad, un concepto residual que no da cuenta del fuerte crecimiento periférico de las regiones metropolitanas, un concepto útil para entender las dinámicas de crecimiento que se producen más allá del escenario suburbano, un concepto que explica nuevos procesos de descentralización económica con acierto… Estos son algunos enfoques recogidos sobre la contraurbanización en esta publicación y alejados de cualquier atisbo de consenso.

85 Por ejemplo, la idea de Robert y Randolph (1983: 77-78) de diferenciar los procesos de desconcentración o contraurbanización (referida a la emigración de procedencia urbana dirigida a otras entidades menores o rurales) de los de des-centralización o suburbanización (movimientos dentro de las áreas urbanas que basculan desde el centro de las mismas hasta sus periferias) resulta, a nuestro juicio, poco práctica. Como argumenta Ferrás, «la separación entre desconcentración y descentralización es muy difícil en la práctica porque las fronteras de las grandes

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excesivamente genérico86. Precisamente, la vaguedad, la falta de conte-nido de algunas definiciones de este fenómeno provoca que se confun-da con procesos profundos de rururbanización o exurbanización87. Por ejemplo, lo comentábamos al principio del libro, no hacer más precisa la iniciática definición de Berry y seguir argumentando que la contraur-banización es un movimiento de personas e industrias más allá de las ciudades, o una relación negativa entre las tasas migratorias y el tamaño del asentamiento, son planteamientos que generaban —y generan— una enorme cantidad de confusiones (véase tabla 7.5).

Insistimos en la misma idea; son demasiados los trabajos en los que se habla de contraurbanización cuando lo que realmente están querien-do estudiar son procesos de migración centrífugos que no están sepa-rados claramente del alcance funcional de las regiones metropolitanas. Conviene recordar que, precisamente, y como hemos visto en el pasado capítulo, una de las principales preocupaciones de los autores de los años setenta era ubicar, en Estados Unidos, el renacimiento del rural o las tendencias contraurbanas en condados no metropolitanos alejados de la influencia de las grandes masas urbanas del país.

En segundo lugar, las crecientes dudas sobre las bondades teóri-cas de la contraurbanización nacen, en nuestra opinión, porque los dos paradigmas superestructurales y estructurales más destacados del momento que trataban de dar sentido a este escurridizo término, da-ban cabida a evidentes vacíos analíticos. El primero de ellos, que se-guía asumiendo que esta inversión migratoria era fruto del rechazo de los degradados estilos de vida de las metrópolis (Campbell y Garko-vich, 1984: 94 y 98; Brown et al., 1997: 422-423), resultaba excesi-vamente pobre en un mundo que experimentaba gigantescos cam-bios tecnológicos y económicos. El segundo paradigma, articulado por Fielding (1986a: 61; 1989: 93-94), se sustentaba en la idea de que la contraurbanización emergía como fruto de una nueva división

áreas urbanas y sus sistemas urbanos funcionales tienden a ser esquivos sino iluso-rios» (Ferrás, 1995: 864).

86 Para desentrañar este complejo panorama académico, durante el intervalo 1980-2000 se escriben muy valiosas recopilaciones críticas de teorías y múltiples definiciones sobre la contraurbanización realizadas por Dean et al. (1984), Sant y Simons (1993), Ferrás (1998) y Arroyo (2001). Retomaremos alguna de ellas en los próximos capítulos.

87 Sant y Simons alertaban de este mismo problema: «The problem with coun-teurbanization is that it has been long on measurement but short on conceptual content» (Sant y Simons, 1993: 123).

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del trabajo posfordista, en donde las viejas ciudades industriales que no podían competir en los nuevos escenarios de la economía mundial expulsaban su mano de obra hacia ciudades medias o regiones rurales (ahora dotadas de una industria y actividad terciaria mucho más di-námica que en el pasado). Obviamente, además de apostar por una visión excesivamente amplia de esta particular migración, esta mane-ra de entender la contraurbanización podía tener sentido en el con-texto de Europa occidental, pero no en otros países, por ejemplo, de África o de Iberoamérica88.

tabla 7.5. Dos modos de definir la contraurbanización

Definiciones genéricas de la contraurbanización

Clark, 1989: 144«El movimiento de personas e industrias lejos de las ciudades y pueblos»

Fielding, 1986a: 60«La contraurbanización es la relación significativamente negativa entre la tasa de migración neta y el tamaño de los asentamientos»

VV. AA., 1989: 77

«La vaguedad en el concepto “Contraurbanización” puede reducirse a través de una definición espacial: es un proceso de desconcentración que es más amplio que el “derrame metropolitano”»

Definiciones de la contraurbanización orientadas hacia una «vía rural»

Ferrás, 1995: 861«La contraurbanización se define genéricamente como el proceso de redistribución de población e industrias, a través del cual las áreas urbanas entran en declive favoreciendo a las áreas rurales»

Daniels et al., 2001: 465«Contraurbanización: la población aumenta en las áreas rurales situadas más allá del alcance funcional de las principales áreas urbanas»

Bowler, 2001: 238

«Una definición precisa de la contraurbanización es problemática […] pero es posible identificar un consenso en la investigación al abordar sus principales características: a) unas mayores tasas de crecimiento de la población localizadas en los niveles progresivamente más bajos de una jerarquía de asentamientos; b) unas tasas importantes de crecimiento poblacionales en zonas rurales periféricas; c) el desplazamiento de población desde zonas urbano-industriales a entidades más favorecidas en términos ambientales»

Fuente: Elaboración y traducción propias.

Sin embargo, y a pesar de este panorama muy poco alentador, los años ochenta y noventa fraguan una manera de entender teóricamente el fenómeno contraurbano que salvaguarda su sentido y valía analítica.

88 Además de los trabajos de ámbito africano citados, mencionar el trabajo de Leveau (2009, 85) donde se documentan fenómenos de contraurbanización en la Argentina de los años noventa.

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Fue Paul Cloke uno de los primeros en advertir que los fenómenos de contraurbanización estaban siendo abordados desde un punto de vista excesivamente urbano. Dicho de otra manera, los estudios sobre este fe-nómeno necesitaban un nuevo enfoque que, precisamente, apostase por una «vía rural» y recuperase la importancia de dos cuestiones: la prime-ra, entender que la regeneración rural debía ser localizada en escenarios remotos y, valga la redundancia, genuinamente rurales; la segunda, no centrar tanto la atención en las causas por las que la ciudad expulsa a sus habitantes, sino más bien analizar con detalle por qué el mundo rural ejercía una nueva atracción sobre más y más personas de procedencia urbana (Cloke, 1985: 14 y 22).

Desde luego, esta manera de entender la contraurbanización es-timula la aparición de nuevas definiciones de dicho concepto, mucho menos genéricas, y en las que se específica que esta solo da cuenta de un aumento poblacional en áreas rurales periféricas situadas fuera del alcance funcional de las áreas urbanas (véase tabla 7.5). Del mismo modo, esta nueva «vía rural» conllevaba un entendimiento multidi-mensional de la contraurbanización en la que:

• Primero, este flujo migratorio no se ve nutrido únicamente por jubilados en busca de un lugar de retiro excelente o una clase media-alta que sigue desarrollando su actividad profesional; más bien, dentro del mismo, hay que prestar una atención creciente a un genuino colectivo contraurbano o neorruralita —a veces de marcado sentido contracultural— que, además de buscar nuevos valores vitales, desarrollan nuevas actividades económicas in situ vinculadas a nuevas formas de producción ecológica, nuevas formas de turismo rural, etc. (Rodríguez y Trabada, 1991: 74; Halfacree, 2001: 405-408).

• Segundo, la contraurbanización en su sentido contemporáneo hunde sus raíces en una era «posproductivista» (Halfacree y Boyle, 1998: 7; Halfacree, 2006: 330) en la cual la actividad primaria queda reducida a formas de producción poco inten-sivas y la escena rural se convierte en un icono turístico en donde recrear la nostalgia de un mundo en vías de extinción.

El problema de esta última aserción, quizá algo etnocéntrica, es que invalida las argumentaciones de trabajos que hablan de con-traurbanización, sin ir más lejos, en países del continente africano en donde la agricultura y ganadería siguen jugando un papel de

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reproducción social y económica de primer orden. Independiente-mente de la región o localidad objeto de estudio, sí que existe un consenso de que el tercer nivel de la desconcentración urbana está unido a coyunturas económicas cada vez más interconectadas, en las que determinados periodos de crisis pueden alterar con rapidez la dirección de cualquier flujo migratorio (especialmente en los países en vías de desarrollo)89.

En cualquier caso, cada vez son más numerosos los estudios que tienen en consideración las dos premisas definitorias que acabamos de señalar. María José Prados analiza los parques naturales en Anda-lucía90 y la influencia positiva que esta etiqueta ambiental tenía en el crecimiento contraurbano91 de los municipios que pertenecían a estos espacios durante el intervalo 1981-2001 (ya sea por la presencia de actividades turísticas o por la existencia de residencias con un alto valor ambiental, etc.). En concreto, los municipios localizados en el parque natural de Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas experimentaron una notable recuperación demográfica a partir de 1981 (que rompía con la tendencia despobladora del intervalo 1960-1981). De esta manera, Prados apostaba por una «vía rural» que abordaba el estudio del campo desvinculándolo de la influencia de las áreas urbanas próximas.

En la misma senda, Loeffler y Steinicke (2007: 84) también es-tudian los flujos de «refugiados urbanos» que habitan los condados californianos de Sierra Nevada, los cuales desde los años noventa generan un notable crecimiento inmigratorio de origen metropoli-tano en estas regiones de alta montaña —dotadas de importantes atracciones turísticas—92.

89 Beauchemin (2011: 60) realiza una interesante recopilación de trabajos en los que se explica la alteración de los flujos migratorios nacionales motivada por co-yunturas económicas mundiales adversas, que golpean con especial intensidad a los países africanos. Por ejemplo, Accra, la capital de Ghana, experimentaba un fuerte proceso de emigración gracias a las incertidumbres económicas de mediados de los años ochenta; también en Zambia se activaban procesos de contraurbanización a raíz del colapso de los precios del cobre en los mercados internacionales.

90 Recogiendo los datos aportados por Prados (2006: 98), en Andalucía existen veintitrés parques naturales, que se ubican en 226 municipios que suman una pobla-ción de casi un millón de personas.

91 Prados (2005: 69) relaciona estrechamente el concepto de contraurbanización con el de «naturbanización».

92 En el ámbito español, Paniagua (2002: 367-368) vincula, en su trabajo de campo sobre los migrantes urbano-rurales de Girona, Guadalajara y Ciudad Real

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7.5. REPASO DE UN ESCENARIO CONTRADICTORIO, GLOBAL Y MULTICAUSAL

Los últimos veinte años del siglo xx, decíamos, son los de una revo-lución tecnológica sin precedentes desde la invención de la máquina de vapor. Por supuesto, esta ruptura, que inaugura una nueva era posfordista en la manera de organizar y conectar en tiempo real el tejido empresarial/industrial del mundo, tiene unos efectos sobre el territorio que son analizados desde puntos de vista cada vez menos unidireccionales. Dejando de lado posturas excesivamente precipi-tadas sobre la disolución de la ciudad gracias a la extensión de la informática doméstica e irreales formas de teletrabajo, la dinámica más nueva y sorprendente que analizan diferentes autores es la de la convivencia de patrones económicos y demográficos, centrípetos y centrífugos, en el seno de las áreas metropolitanas de diversas partes del mundo.

Declive urbano, descentralización poblacional y económica y recentralización —según Cheshire—, reestructuración regional, des-concentración y renacimiento de la metrópolis —según Frey—… Como hemos visto, durante estas dos últimas décadas los fenómenos de desconcentración urbana dejan de ocupar un espacio hegemónico en el mundo académico relacionado con el estudio del territorio; a la par, inéditos procesos de gentrification y de regeneración urbana, que anhelan recuperar la diversidad comercial, cultural y económica de los centros urbanos, empiezan a provocar un fuerte interés a la hora de explicar las nuevas realidades que engloban los nodos compactos de algunas megaciudades —erigidas, decíamos, en centros de la nue-va economía global—.

Pese a la existencia de diferentes arritmias y contradicciones te-rritoriales de esta época, los fenómenos de desconcentración urbana siguen ampliando, no obstante, no solo su profundidad física, sino nuevas perspectivas teóricas y empíricas que enriquecen las diferentes posturas sobre los mismos. Desde un punto de vista dinámico, seña-lábamos, el análisis del mundo suburbano se renueva focalizando su atención tanto en las edge cities de remozada funcionalidad comercial y laboral, como en la extensión global de emergentes comunidades cerradas; en segundo lugar, siguen apareciendo nuevos trabajos de gran

(desarrollado entre los años 2000 y 2001), la existencia de flujos contraurbanos vin-culados especialmente a nuevos desarrollos turísticos en el ámbito rural.

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calidad y originalidad sobre la franja exurbana, en este caso, estadou-nidense y asiática; por último, se propone una vía teórica muy prome-tedora que entiende —y acota— el fenómeno de la contraurbaniza-ción como un proceso de regeneración que se localiza únicamente en escenarios remotos y genuinamente rurales (véase tabla 7.6).

Desde una perspectiva estática, las nuevas teorizaciones acerca de las formas de la desconcentración apuestan por desterrar vie-jos modelos monocéntricos que dejan de lado las desordenadas —y menos jerarquizadas— relaciones «ciudad-periferia» y viceversa. Las cada vez más dispersas formas de urbanización en el escenario ru-rurbano, las entidades suburbanas de nuevo cuño o la formación multinodal de complejas redes urbanas, tratan de ser entendidas mediante brillantes conceptualizaciones como las regiones desakota de McGee, o las regiones urbanas policéntricas de Champion (véase tabla 7.6).

tabla 7.6. Niveles dinámicos y principales formas estáticas de la desconcentración urbana (1980-2000)

Niveles de la d.u. Formas de la d.u.

Suburbanización: Garreau (1988), Blakely

y Snyder (1997), Lucy y Phillips (2000),

Lang y Simmons (2003)…

Rururbanización: Valenzuela (1986),

Nelson y Dueker (1990),

Bourne (1996)…

Contraurbanización: Cloke (1985), Fielding

(1986b), Johnson (1999)…

Regiones metropolitanas entrelazadas = Zhou (1991)

Regiones desakota = McGee (1991)

La ciudad de las cien millas = Sudjic (1992)

La ciudad galáctica = Lewis (1995)

Metápolis = Ascher (1995)

Metrópolis discontinua = Font (1997)

Ciudad difusa = Indovina (1998)

Postmetrópolis = Soja (1998)

Ciudad postfordista = Lever (2001)

Región urbana policéntrica = Champion (2001a)…

Fuente: Elaboración propia.

Por último, si realizamos una nueva revisión de los factores de-tonantes de los procesos de desconcentración urbana, sí que cons-tatamos una clara evolución sobre el tratamiento de los mismos. Muchos de los autores citados en este capítulo asumen que la única manera de explicar estos fenómenos, ya sea de manera genérica, ya sea para un nivel en concreto, obedecen a una multicausalidad de naturaleza estructural y superestructural. Dicha cuestión se pue-de observar, entre otros, en los trabajos de Clark (1989: 39-42), Champion (2001a: 657-660) o McKenzie (1996: 67) (véase tabla 7.7).

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tabla 7.7. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana

Teorías sobre el origen causal de la d.u. (1980-2000)

Teorías híbridas (superestructurales y estructurales)

Suburbaniza-ción

GOFFETTE-NAGOT (2000). Para explicar los procesos de suburbanización son fundamentales: la disminución en estos enclaves del coste de la vivienda + el aumento de los costes del transporte + la creciente importancia de las funciones de los servicios locales + la creciente demanda de terrenos colindantes para usos residenciales

Rururbaniza-ción / Exurbaniza-ción

NELSON (1992). Los factores que explican la exurbanización son: la desconcentración constante del empleo + aumento de la industrialización exurbana + maduración de una ideología antiurbana latente que consolida las preferencias residenciales en zonas rurales + mejoras tecnológicas que hacen posible la vida exurbana

BURNLEY y MURPHY (1995b). Los factores que promueven el desarrollo exurbano son, entre otros: aumento de los ingresos (que permite a la población elegir entre espacios de menor densidad) + aumento de las oportunidades de empleos descentralizados + presencia de un sistema de carreteras en buen estado que permita largos desplazamientos en un tiempo razonable + huida de las deseconomías urbanas (impuestos altos, malos servicios, delincuencia, deterioro medioambiental, etc.) + nuevas formas de subvención de servicios públicos en comunidades exurbanas

McKENZIE (1996). El crecimiento exurbano obedece a varios factores: preferencias residenciales favorables a las zonas rurales + aumento de la riqueza y mayor movilidad de las personas + mejora del transporte y de las comunicaciones + suelo a mejor precio en el exterior del área metropolitana + el papel de los promotores de las ciudades

Contraurbani-zación

CLARK (1989). Las causas del declive urbano son: conexión de fenómenos territoriales con amplios cambios sociales y económicos (perspectiva estructuralista) + el aumento percibido/consumido de la calidad de vida en áreas rurales (que juega a favor de la creciente construcción de viviendas unifamiliares) + movimiento de capitales hacia áreas rurales para explotar sus recursos (perspectiva marxista) + consecuencias inesperadas de políticas de planeamiento

HALFACREE (1994). Las explicaciones de la contraurbanización dadas en la literatura son, entre otras: la expansión de los desplazamientos alrededor de nuevos centros de empleo + la aparición de deseconomías de escala y de los problemas sociales asociados a las grandes ciudades + reducción de los potenciales emigrantes de zonas rurales + crecimiento del empleo en industrias como la minería, el turismo, etc. + procesos de reestructuración industrial manufacturera + mejora de los transportes y las comunicaciones + mejoras de las infraestructuras sanitarias y educativas en zonas rurales + crecimiento del empleo en sector público y el de los servicios personales + éxito de determinadas políticas gubernamentales sobre el territorio + el crecimiento del Estado de bienestar + aumento de flujos migratorios compuestos por personas jubiladas + cambio en las preferencias residenciales de población en edad laboral

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tabla 7.7. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana (cont.)

Teorías sobre el origen causal de la d.u. (1980-2000)

Teorías híbridas (superestructurales y estructurales)

Enfoques genéricos de la d.u. (1980-2000)

FREY (1988a, 1988b, 1988c). Los procesos de desconcentración urbana se pueden explicar en función de dos paradigmas: la «teoría de la reestructuración regional» (proceso de desindustrialización que provoca el declive demográfico de metrópolis que no están adaptadas a la revolución informática y carecen de organizaciones de raíz posfordista para competir en los mercados internacionales) + la «teoría de la desconcentración» (liga el mayor grado de flexibilidad del espacio residencial con que cuentan los «residentes-consumidores», como consecuencia de grandes avances tecnológicos, con un sostenido despoblamiento de las grandes áreas del mundo desarrollado)

ROMERO Y ALBERTOS (1993). Detrás de los procesos de desconcentración metropolitana, se localizan tres factores preponderantes: la mejora de infraestructuras + falta de una oferta de viviendas baratas + el papel de la iniciativa privada en un contexto económico favorable + el papel de las Administraciones públicas (ya sea mediante la inversión en infraestructuras o mediante el apoyo de iniciativas de desarrollo local)

CHAMPION (2001a). La evolución policéntrica de las regiones urbanas se explica a partir de: las fuerzas del cambio tecnológico + las fuerzas del cambio social y de estilos de vida descritos por la «teoría de la segunda transición demográfica» (materializadas, por ejemplo, en el aumento de hogares unipersonales, configuración de nuevos valores individualistas, etc., que inciden en patrones residenciales de vuelta a la ciudad o contraurbanos)

Fuente: Elaboración propia.

Es más, algunas publicaciones realizan el mismo ejercicio recopi-latorio que estamos empleando en cada final de capítulo de este libro; por ejemplo, Halfacree (1994: 164-166) recoge, de la literatura de la época, un verdadero recetario de causas que rodean a la contraurba-nización: la expansión de los desplazamientos alrededor de nuevos centros de empleo, la aparición de deseconomías de escala y de los problemas sociales asociados a las grandes ciudades, mejoras de las infraestructuras sanitarias y educativas en zonas rurales, cambio en las preferencias residenciales de población en edad laboral, etc., son algunos de los factores recogidos por este autor.

¿Cómo lograr encajar estas propuestas multicausales en los para-digmas de épocas anteriores? En realidad, dichas propuestas forman una nueva categoría teórica «híbrida», es decir, que fusionan, sin prio-rizar su importancia, factores que comprenden aspectos tan variopin-tos como las nuevas formas de subvención de servicios públicos en comunidades rurales, o las fuerzas del cambio social y de estilos de vida descritos por la teoría de la segunda transición demográfica (véase tabla 7.7). En cualquier caso, sigue habiendo propuestas que se en-cajan en algunos paradigmas «tradicionales» que presentan una clara

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continuidad con los de la década de los años setenta; por ejemplo, son varios los autores que siguen centrando su atención en desarrollar la «teoría de las preferencias residenciales y viejas motivaciones sociocul-turales» —caso de Campbell y Garkovich (1984: 94 y 98) y Brown et al. (1997: 422-423)—; otros, siguen dando una mayor preeminencia a las «tesis de la consolidación de una ruralidad, o de un sistema me-tropolitano, posindustrial/posfordista» —caso de Cheshire (1988) y de Fielding (1989: 93-94)—.

Concluyendo, multicausalidad y globalización son, en nuestra opinión, los dos factores que mejor caracterizan la realidad de la des-concentración urbana durante el periodo 1980-2000. Con matices, ambas cuestiones jugarán un papel importante en la primera década del nuevo milenio a la hora de narrar los compases finales de la histo-ria de la desconcentración urbana.

Fuera como fuese, estos veinte años analizados vuelven a poner de relieve cuestiones que tendremos que integrar en el estudio de caso de España: ¿cómo se explican las crecientes divergencias entre fenó-menos de desconcentración urbana y reurbanización en diferentes países?; ¿será en los inicios del siglo xxi cuando se ralenticen definiti-vamente los procesos de desurbanización, al menos, en los países más desarrollados del globo?; ¿hasta qué punto, pues, los fenómenos de desconcentración urbana forman parte de un ciclo concreto, con su principio y final, en el transcurrir de la evolución territorial de una región?

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8. LA DESCONCENTRACIÓN URBANA EN EL NUEVO MILENIO: 20002015

8.1. COMPLEJIDAD Y SISTEMAS DE INFORMACIÓN GEOGRÁFICA

A día de hoy, según el último informe disponible de UN-HABITAT (2010: viii-ix), más de la mitad de la población mundial vive en un área urbana. Según las proyecciones de este organismo, en los próximos treinta años, especialmente en África y Asia, el crecimiento demográfico se concentrará casi por completo en dichas áreas. En-tremedias, los procesos de desconcentración urbana en sus diferentes formas y niveles, ya sea en países pobres o ricos, seguirán constitu-yendo una de las temáticas por excelencia del estudio del territorio.

Volvemos a traer a colación reflexiones del inicio del presente trabajo: ¿están los fenómenos de la urbanización expansiva y global abocados a seguir una tendencia lineal, imparable, sin sobresaltos? De entrada, cabe recordar la cantidad de controversias analizadas en el capítulo pasado sobre la convivencia, durante las dos últimas décadas del pasado milenio, de patrones de desarrollo centrípetos y centrífugos en torno a las metrópolis. En cualquier caso, es a partir del año 2000 cuando empiezan a localizarse cada vez más dinámicas territoriales atípicas que cuestionan con más fuerza la tendencia uni-direccional de la desconcentración urbana.

En Estados Unidos, pese a que hay proyecciones que vaticinan un crecimiento muy importante de la superficie urbana para el pri-mer cuarto del siglo xxi1, los últimos datos del censo de 2010, si bien apuntan a un crecimiento intercensal de más del 9,7%, también indican que este ha sido el más bajo desde el año de 1930 (Mackun y Wilson, 2011: 1). De igual modo, las previsiones de crecimiento de población urbana para el conjunto de Norteamérica, realizadas

1 El estudio realizado por Alig et al. (2004) estima que hasta el año 2025 la expansión urbana supondrá la ocupación del 9,2% del suelo continental de Estados Unidos (una cifra que casi duplica a la de 1997).

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por UN-HABITAT (2010: 12), estiman que esta para 2050 llegará a suponer un 90,2% del total; dicha cifra se sitúa ocho puntos por en-cima del 82,1% correspondiente al año 2010. Manejando el mismo escenario de futuro, como contrapunto, en Asia y África el incremen-to de población urbana entre el año 2010 y 2050 será, nada más y nada menos, superior a los veinte puntos porcentuales.

Por tanto, parece que en Norteamérica los fenómenos de des-concentración urbana podrían alcanzar su techo de desarrollo en po-cas décadas; de hecho, las tasas de crecimiento de sus ciudades de más de 750.000 habitantes, calculadas para el intervalo 1970-2011, suelen superar en muy pocos casos la cifra de un 3%.

En Europa, el panorama también es singular: la misma proyec-ción calcula que la población urbana europea, del 72,6% en 2010, crecerá en los próximos cuarenta años once puntos porcentuales —una magnitud, nuevamente, muy inferior a la africana y asiática— (UN-HABITAT, 2010: 12).

En la actualidad, los patrones evolutivos de las principales aglo-meraciones urbanas europeas2, estudiadas por Kabisch y Haase, son bastante heterogéneos y se reparten simultáneamente, para el perio-do 2000-2004, entre ciclos de reurbanización3 y suburbanización4. Curiosamente, ambos autores argumentan que el estado de deurba-nization (que se correspondería con los procesos de rururbanización o exurbanización) ha visto cómo en el primer lustro de la década su presencia decrecía en gran medida: de estar vigente este proceso en

2 Las 158 «aglomeraciones urbanas» que analizan Kabisch y Haase (2011: 240), con información extraída de la base de datos Urban Audit elaborada por Eurostat, están configuradas por un núcleo y una Large Urban Zone (o LUZ). El concepto de LUZ se desarrolla en este mismo capítulo.

3 Los procesos de reurbanización afectaban a más del 21% de las aglomeraciones urbanas de Europa occidental y al 33% del sur europeo (Grecia e Italia). Este dato concuerda con la gran cantidad de trabajos (Badyina y Golubchikov, 2005: 113; Butler y Lees, 2006: 467; Buzar et al., 2007: 651) que siguen analizando procesos de gentrification y reurbanización en diversas ciudades del continente (Moscú, Leipzig, León, Glasgow, Bolonia, etc.), ligados al aumento de hogares unipersonales, a la eli-tización de ciertos espacios urbanos, etc. Este fenómeno, además de reproducirse en otras urbes del mundo (Ha, 2004: 381), es analizado ya como un fenómeno global que se identifica con una estrategia de planificación urbana claramente definida con sus potencialidades y riesgos (Smith, 2002: 428; Slater, 2006: 737).

4 Después del año 2011, el 50% y el 40%, respectivamente, de las aglomeracio-nes europeas del Norte y del Sur seguían experimentando fuertes procesos de subur-banización (Kabisch y Haase, 2011: 247).

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el 28,5% de las aglomeraciones urbanas de Europa occidental entre 1996-2001, pasa a localizarse en solo un 4,8% de las mismas para el periodo 2000-2004 (Kabisch y Haase, 2011: 247-249). Con cierta cautela, pues, existen algunas evidencias de que los principales espa-cios metropolitanos europeos están alcanzando su extensión máxima y, en efecto, al igual que en Norteamérica, la intensidad de la des-concentración urbana parece que disminuirá con fuerza en próximas décadas. Por lo de pronto, durante las últimas tres décadas, ninguna de las principales urbes del Viejo Continente ha superado un creci-miento anual de más del 3%.

No cabe duda de que, como se puede deducir de algunas cifras que acabamos de presentar, el reciente crecimiento de la población urbana de países en vías de desarrollo es impresionante: solo entre el año 1995-2005, su población urbana crecía alrededor de 1,2 millo-nes por semana, 165.000 personas por día (UN-HABITAT, 2010: 15). Muchas de las ciudades del Sudeste Asiático y este africano, es-pecialmente, presentaban para el intervalo 1970-2011 tasas de creci-miento anual de más del 5%. El presente —y el futuro próximo— de los más agudos procesos de desconcentración urbana internacionales se está escribiendo en estas naciones y, muy especialmente, en China5.

Por otro lado, a pesar de la complejidad y diferentes ritmos de la desconcentración urbana, la aplicación de cada vez más perfecciona-dos sistemas de información geográfica (en adelante, SIG)6 ha permiti-do, durante estos últimos años, mapear el alcance y las formas de este fenómeno, con un detalle impensable pocos años atrás. Además de

5 Para tener una visión más completa de los procesos de transformación urbana en el mundo en vías de desarrollo, consúltese Montgomery (2008).

6 Una muy buena definición de los SIG la podemos encontrar en la propia Wiki-pedia: «Un sistema de información geográfica (SIG o GIS, en su acrónimo inglés, geo-graphic information system) es una integración organizada de hardware, software y datos geográficos diseñada para capturar, almacenar, manipular, analizar y desplegar en todas sus formas la información geográficamente referenciada con el fin de resolver proble-mas complejos de planificación y gestión geográfica. También puede definirse como un modelo de una parte de la realidad referido a un sistema de coordenadas terrestre y construido para satisfacer unas necesidades concretas de información. En el sentido más estricto, es cualquier sistema de información capaz de integrar, almacenar, editar, analizar, compartir y mostrar la información geográficamente referenciada. En un sen-tido más genérico, los SIG son herramientas que permiten a los usuarios crear consultas interactivas, analizar la información espacial, editar datos, mapas y presentar los resulta-dos de todas estas operaciones» (entrada de la Wikipedia, consultada el 12/06/2014, en http://es.wikipedia.org/wiki/Sistema_de_Informaci%C3%B3n_Geogr%C3%A1fica).

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dibujar con una enorme precisión nuevas realidades megapolitanas o escenarios rururbanos en el Sudeste Asiático y África, las nuevas plataformas SIG han revitalizado el afán por describir la idiosincrasia global de la desconcentración urbana, por desarrollar la teoría que gira alrededor de la misma con una información espacial cada vez más detallada, y por dibujar nuevos interrogantes sobre los retos de planificación y gestión del territorio.

La capacidad de los SIG de integrar y de georreferenciar enclaves en categorías multidimensionales supone una verdadera revolución en el análisis geográfico y demográfico (Hugo et al., 2003: 292-293). Por fin, estas herramientas cada vez más accesibles y potentes desde principios de la década podían aunar en una misma representación visual los tres criterios de exhibición de una realidad metropolitana descritos por Martinotti hace más de veinte años: el de homogeneidad (representaciones de municipios o áreas con características demográfi-cas, económicas y de densidad similares); el de interdependencia (re-agrupaciones municipales o de áreas en función de diversos flujos de poblaciones flotantes, áreas de mercado, llamadas telefónicas, etc.); y el morfológico (en el que se representa un área metropolitana en función de criterios de contigüidad espacial o elementos físicos comu-nes) (Martinotti, 1991: 82).

8.1.1. De la ecumenópolis asiática al área micropolitana estadounidense

Una de las principales evidencias de la potencialidad de los nuevos SIG se muestra en los resultados presentados a través de los equipos del Gridded Population of the World (GPW) y del Global Rural Urban Mapping Project (GRUMP) de la Universidad de Columbia. El gran atractivo de esta propuesta, entre otras, es la representación cartográ-fica de 24.000 áreas urbanas con una población superior a las 5.000 personas para el año 2000. Los datos de conjunto obtenidos son más que sugerentes a la hora de medir el alcance de la metropolización mundial: a principios del milenio, en primer lugar, alrededor del 3% de la superficie de la Tierra estaba ocupada por áreas urbanas concen-tradas mayoritariamente en la costa; en segundo lugar, el 20% de la población urbana mundial, además de en grandes ciudades, vivía en enclaves de menos de medio millón de habitantes7.

7 Cotéjense estos y más datos en http://www.earth.columbia.edu/news/2005/story03-07-05.html (consultado el 24/02/2016).

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Asimismo, estos equipos desarrollan una serie de proyecciones hasta el año 2025 para calcular la evolución de la densidad humana de todo el globo; estas plasman la enorme intensidad y profundidad territorial que alcanzará la densidad poblacional de India y sudeste de China (superior a las 250 personas por kilómetro cuadrado en enormes áreas territoriales de ambas naciones). Dicha coyuntura ve-nidera hace verosímiles muchas de las predicciones más extremas e imaginativas acerca de la forma final de los procesos de metropoliza-ción —en concreto, las teorizaciones sobre la broadacre de Wright o la ecumenópolis de Doxiadis—.

Veíamos en páginas anteriores que, cuando en el censo estadou-nidense de 1950 se presentaban por primera vez las Standard Metro-politan Areas, muchos autores como Hawley y Gottmann entre otros, dudaron, y con motivos contrastados en muchos de sus trabajos, de que estos constructos estadísticos fuesen lo suficientemente amplios para abarcar los fortísimos procesos centrífugos de dispersión urbana.

Más de medio siglo después, en el año 2003, se presentaban las Core Based Statistical Areas (CBSA)8 que se iban a utilizar en el censo de 2010, esto es, unidades territoriales con una fuerte integración social y económica establecida a través de flujos de commuters, que se podían subdividir en Metro Areas (condados con una zona urbana central de 50.000 o más habitantes) y Micro Areas (condados con una zona urbana central de entre 10.000 y menos de 50.000 residentes)9 destinadas a dar cuenta de realidades suburbanas y exurbanas de poco tamaño. En el año 2009, se presentaba un mapa de las CBSA en el cual se podía ver la gigantesca dimensión y profundidad de la descon-centración urbana del país norteamericano.

A diferencia de las SMA de 1950, esta nueva categoría estadística no se quedaba corta y permitía construir otros agregados espaciales con éxito. Por ejemplo, los estudios impulsados por el lobby America 205010 delimitan unas diez megarregiones11 emergentes en Estados

8 Las CBSA sustituyeron a las Metropolitan Areas (MA) operativas en el censo estadounidense de 1990 y 2000.

9 Para una descripción más detallada de estas unidades territoriales, consúltese Bureau of the Census (2011: A15 - A16).

10 Para más información sobre esta asociación, visítese el sitio web http://www.america2050.org (consultado el 24/02/2016).

11 Son, respetando su toponimia original, las siguientes: Arizona, Sun Corridor, Cascadia, Florida, Front Range, Great Lakes, Gulf Coast, Northeast, Northern Cali-fornia, Piedmont Atlantic, Southern California y Texas Triangle.

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Unidos a partir de las fronteras de las actuales Metro Areas —con una población de más de 150.000 personas—, y con el objetivo de op-timizar la planificación de nuevas vías ferroviarias de alta velocidad.

También, la gran extensión que abarcan las actuales Metro/Mi-cro Areas de Estados Unidos estaría en sintonía con la definición de metroburbia propuesta por Paul L. Knox (2008: 38-39)12, una forma extrema de desconcentración urbana13 en la cual las zonas suburba-nas, periurbanas y comerciales se entremezclan alrededor de redes de ciudades de diferentes tipos y tamaños.

En Europa, son muchas las iniciativas que tratan de poner fron-teras a las cada vez más difusas masas urbanas del continente; las más destacables son las llevadas a cabo en el contexto institucional de la Unión Europea de cara a una mejora en la ordenación, sostenibilidad y gobernanza del territorio comunitario. Por ejemplo, el proyecto Urban Audit, promovido fundamentalmente por Eurostat desde el año 2003, tiene como uno de sus principales objetivos el de analizar, según criterios de funcionalidad, 258 ciudades europeas de 27 países de la UE con sus respectivas LUZ (Larger Urban Zones)14. También sobresalen en este campo los estudios de carácter medioambiental y socioeconómico impulsados desde la European Environment Agency

12 De hecho, uno de los elementos más interesantes que componen la nueva metroburbia policéntrica (además de los boomburbs y exurbs), son los centros micro-politanos enclavados entre nuevos nodos de actividad comercial; dichos centros coin-ciden, en la mayor parte de los casos, con las Micro Areas propuestas por el Bureau of the Census en 2003 (Knox, 2008: 45).

13 Además de la metroburbia de Knox, se plantean en estos últimos años otras conceptualizaciones de interés sobre las formas actuales de la desconcentración urba-na. Brevemente, destacamos la recuperación del término «ciudad-región» en el ám-bito de Reino Unido realizada por Parr (2005: 555); el análisis espacial de las cinco megaciudades coreanas de Sohn et al. (2010: 201); el concepto de «red urbana» de Van der Burg y Dieleman (2004: 108) aplicado al contexto territorial holandés; la descripción de Walks (2007: 19) de los retos sociales, económicos y políticos que ge-neran las «superregiones» canadienses; o, en último lugar, la propuesta de definición de las «áreas megapolitanas» estadounidenses de Lang y Nelson (2007: 1-4).

14 Estas, siendo configuraciones territoriales muy semejantes a las Functional Ur-ban Regions ya mencionadas, se establecen, partiendo de la delimitación de una ciu-dad central (core city) y un área periférica (surrounding area). Los umbrales utilizados, en función de diferentes idiosincrasias regionales o nacionales, marcan que un muni-cipio pertenece a una LUZ si entre un 10% y un 20% de su población se desplaza a trabajar a la ciudad principal o central. Accédase a http://epp.eurostat.ec.europa.eu/statistics_explained/index.php/European_cities_-_spatial_dimension (consultado el 24/02/2016).

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(2006: 49-52), teniendo como principal referencia los nuevos nodos urbanos delimitados en las fuentes sobre cobertura y uso del terri-torio CLC15 (Corine Land Cover) o MOLAND16 (Monitoring Land Use Dinamics)17.

Otra investigación notable, de alcance comunitario, se desa-rrolla bajo los auspicios del European Spatial Planning Observation Network Project. Sus principales hallazgos se centran en establecer un mapa de «áreas funcionales urbanas» (Functional Urban Areas o FUA), cada una de ellas configurada por una población de más de 50.000 personas con un núcleo urbano de, al menos, 15.000 habi-tantes (Antikainen, 2005: 449). La principal posibilidad que brindan estas nuevas entidades territoriales es la de avanzar en la comprensión de un sistema urbano europeo en donde las regiones urbanas, y no solo las ciudades centrales, son los motores clave de desarrollo eco-nómico y social. Identificarlas y, sobre todo, entender su disposición policéntrica18 para establecer nuevas estrategias económicas, de movi-lidad, etc., son los objetivos clave de esta iniciativa.

Por último, cabe destacar la interesante propuesta presentada en el número cincuenta de la revista Papers del Institut d’Estudis Regionals i Metropolitans de Barcelona. En la misma se muestran los resulta-dos del análisis de los asentamientos en los veinticinco países de la Unión Europea en el año 2006, y se concluye la existencia de ciento cuatro «aglomeraciones urbanas europeas» (AUE) «constituidas por municipios contiguos que suman una población superior a un cuarto de millón de habitantes y presentan una densidad mayor de 1.500 habitantes por kilómetro cuadrado» (Carreras et al., 2009: 22). Tales

15 Atendiendo a los criterios genéricos del proyecto CLC, las áreas urbanas son definidas como «zonas morfológicas urbanas» (Urban Morphological Zones o UMZ) y están configuradas, en esencia, por áreas construidas con una separación máxima de doscientos metros (European Environment Agency, 2006: 49-50).

16 Las «áreas urbanas» recogidas en el proyecto MOLAND, grosso modo, están configuradas por una ciudad central y, con el doble de superficie en términos genera-les, una zona periurbana (European Environment Agency, 2006: 49-50).

17 De estas dos últimas fuentes, se nutre el interesante artículo de Kasanko et al. (2006: 112-113) en el cual se establece una comparativa de quince «áreas urbanas europeas», delimitadas a partir del uso de cinco grandes bloques de indicadores de densidad poblacional y ocupación del suelo.

18 La voluntad de este proyecto (European Spatial Planning Observation Network, 2005: 19) es desarrollar la noción de policentrismo plasmada, a finales de los años noventa, en la European Spatial Development Perspective (Comitte on Spatial De-velopment, 1999: 19-21).

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entidades19, que agrupan al 65% de la población comunitaria, y ocu-pan un 9% del territorio, son construidas a partir de una metodo-logía integradora de las divisiones municipales que deja traslucir dos puntos muy claros: primero, que muchas de las constelaciones urba-nas de la Unión Europea desbordan las fronteras estatales; y, segun-do, que dicha circunstancia hace más que perentoria la organización de nuevas estructuras administrativas que gestionen dichas AUE.

8.1.2. Dibujando las fronteras de la ciudad difusa

En los últimos años del siglo xx, como hemos visto, han sido muy frecuentes las llamadas de atención sobre los muy negativos efectos de la ocupación difusa de un territorio en el que se superponen, sin orden aparente, enormes franjas suburbanas y exurbanas alrededor de un cada vez más lejano núcleo urbano. Durante el periodo inau-gurado en el año 2000, esta preocupación sigue teniendo un peso propio en la literatura sobre la desconcentración urbana y, por tanto, siguen siendo muchas las voces que con más rotundidad alertan de la extensión descontrolada de la urbe y de los enormes costes colectivos derivados de la misma20.

Durante estos años son más destacados, sin embargo, los esfuer-zos teóricos e históricos que se realizan para acotar teóricamente, bajo el uso del término anglosajón urban sprawl, esta difusa y ambigua realidad territorial (Nechyba y Walsh, 2004; Peiser, 2001). Singular valía, en esta línea temática, tiene el trabajo de Galster et al., el cual caracteriza diversas formas de expansión de un área urbana estadou-nidense21 cuando se alcanzan niveles de desarrollo bajos en las ocho dimensiones siguientes:

19 Para que un municipio pueda formar parte de una AUE debe tener una den-sidad superior a 250 habitantes por kilómetro cuadrado y ser contiguo a una ciu-dad central (CC). Se considerará CC a aquella que tenga una población superior a 100.000 habitantes y una densidad superior a 1.500 habitantes por kilómetro cua-drado (Carreras et al., 2009: 33-34).

20 De entre otros ejemplos posibles presentes y pasados, dichos costes energéticos y de movilidad, fundamentalmente, son expuestos con claridad en Camagni et al. (2002: 56-62).

21 Para Galster et al. es más útil para la medición del sprawl utilizar la definición censal de Urban Area (UA) que la de Metropolitan Area (MA). El motivo lo explican de la siguiente manera estos autores: «The Urban Area (UA.) is a more appropriate unit of analysis than the Metropolitan Area (MA), which is composed of contiguous

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• Densidad residencial (número promedio de viviendas por mi-lla cuadrada de suelo urbanizable).

• Continuidad constructiva (grado en el que se ha construido sobre suelo urbanizable de manera ininterrumpida).

• Concentración (desarrollos urbanos localizados en pocas mi-llas cuadradas).

• Agregación (grado en el que los desarrollos urbanos ocupan el mínimo espacio posible).

• Centralidad (grado en el que los usos residenciales y no resi-denciales están próximos a un centro urbano).

• Nuclearidad (grado en el que un área urbana se ha desarrolla-do a partir de un patrón mononuclear —frente a uno polinu-clear— de desarrollo).

• Usos mixtos del suelo (grado en el que coexisten diferentes usos del suelo en el área urbana).

• Proximidad o grado en el que los diferentes usos del suelo están próximos entre sí (Galster et al., 2001: 687-698).

Lo novedoso del planteamiento de Galster et al. es que para cada una de estas dimensiones donde el sprawl se manifiesta, se propone una batería concreta de operaciones para medir su presencia e inten-sidad; por ejemplo, en la dimensión de la continuidad constructiva de un área urbana, existiría sprawl si en una cuadrícula de media milla cuadrada de esta unidad territorial no se localizasen diez o más viviendas, o cincuenta o más empleos22.

Otro original punto de vista sobre el urban sprawl es el que desa-rrolla Francesc Muñoz sobre la creciente presencia de este insostenible

counties, some of which may contain large outlying rural areas with population densities far below the minimum UA. threshold of 1,000 people per square mile. Including such rural areas can result in exaggeration of some dimensions of sprawl, such as density. Using the census-defined UA. alone, however, may exclude semirural development at the urban fringe that some consider the epitome of sprawl. Whatever its limitations, the UA. is a well-established construct that captures settlements averaging as few as 2,4 units per acre and the vast majority of all development of the MA» (Galster et al., 2001: 686). En cualquier caso, desde nuestro punto de vista y matizando estas afirmaciones, el sprawl sí que es una realidad perfectamente localizable en las franjas rururbanas de las áreas metropolitanas, opinión compartida y plasmada en muchas de las aportaciones analizadas durante todos estos capítulos.

22 Consúltense los restantes indicadores para medir cada una de las dimensiones del sprawl, en el contexto estadounidense, en Galster et al. (2001: 698-704).

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fenómeno en ciudades mediterráneas de Francia, España e Italia. Pre-cisamente, la singularidad de su análisis reside en observar cómo este modelo de producción del espacio construido de baja densidad, tí-picamente anglosajón, ha cruzado todas las fronteras posibles hasta amenazar el tradicional patrón de urbanización compacta de muchos países del sur europeo (Muñoz, 2003: 382).

Sin embargo, y siguiendo la estela de las aportaciones de Galster et al., existen otros planteamientos que tratan de poner fronteras a los dos primeros niveles de la desconcentración urbana, directamente, haciendo uso de diferentes herramientas SIG. Esto supone trasladar muchas divagaciones teóricas sobre un mapa y, en consecuencia, in-dicar en dónde se debe actuar con exactitud para atajar los problemas típicamente asociados a suburbia y exurbia.

El primero de tales planteamientos es desarrollado por la propia Agencia Europea de Medio Ambiente. En el año 2006 publica un informe en el cual se cataloga el sprawl o expansión urbana como un sinónimo de falta de planificación en los diversos usos del suelo en la periferia urbana (European Environment Agency, 2006: 5); pasa a detallar los negativos efectos que este modo de expansión metro-politana tiene sobre los recursos naturales o energéticos, las áreas na-turales, la calidad de vida, la economía, etc.; y, por último, enumera mecanismos de gobernanza (mejorar la coordinación de la gestión urbana entre las entidades locales y regionales de la UE, principal-mente) que deberían detener el continuo desbordamiento de la me-trópolis (European Environment Agency, 2006: 28-37 y 38-48).

Partiendo de los datos obtenidos en el desarrollo de los proyectos CLC o MOLAND, en este informe se mapea, a través de diferentes variables (crecimiento de la superficie construida, densidad residen-cial, etc.), las «manchas de aceite» urbanas (European Environment Agency, 2006: 28-37 y 38-48). Es más, en este importante docu-mento se hacen, de manera intercalada, pequeños diagnósticos terri-toriales (en Luxemburgo, área metropolitana de Dublín, región de Madrid, etc.) para enumerar propuestas concretas destinadas a corre-gir la disfuncionalidad originada por intensos procesos de expansión metropolitana.

Además de otros estudios de caso23, un lugar más que destacado merece la propuesta teórica y empírica dirigida por el urbanista español

23 Son varios los trabajos que estudian la expansión urbana y sus efectos en ciu-dades y regiones concretas. Destacamos el de Nuissl y Rink (2005: 123) sobre las

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Juan Luis Dalda, la cual se centra en acotar —y, sobre todo, poder planificar mejor— la ciudad difusa dentro de unos límites concretos (concepto este que alcanzaba su madurez teórica en los últimos años del siglo xx de mano de autores como Francesco Indovina24).

Con más detalle, la valía de las investigaciones de Dalda, desa-rrolladas fundamentalmente en el marco de la Comunidad Autóno-ma de Galicia, y a la que hacíamos mención en el inicio de esta pu-blicación, reside en proponer una delimitación de las «áreas urbanas» de este territorio según novedosos criterios de masa y contigüidad25. Es, precisamente, en el perímetro delimitado por dichas áreas en los que surgen asentamientos, de muy variada morfología, que compo-nen un nuevo tipo de espacio y que, en conjunto, puede entenderse como una ciudad difusa. Esta tiene un carácter policéntrico, que gra-vita en torno a un núcleo de ciudad compacta tradicional, con la cual todos los demás elementos mantienen estrechas relaciones funciona-les; además de aprovechar el sistema de asentamientos tradicional, este tipo de urbe es fruto de una política urbanística permisiva e in-eficiente26.

En la ciudad difusa, por tanto, existen espacios suburbanos y rururbanos que deben ser incorporados a una trama urbana históri-camente compacta, para que el conjunto del territorio metropolita-no gane en sostenibilidad, continuidad y eficiencia. Además, se hace

especificidades del sprawl urbano del este de Alemania (y, en concreto, el de la ciudad de Leipzig); el de Terzi y Bolen (2009: 1559) sobre la dinámicas de este fenómeno en Estambul; o el de Couch y Karecha (2006: 353) sobre las experiencias de gestión de esta realidad territorial en la conurbación de Liverpool.

24 En España este concepto es plasmado, también con acierto, en el trabajo de corte empírico de Cebrián (2007) sobre las manifestaciones de la ciudad difusa en la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha.

25 Ambos criterios se sustentan, de manera resumida, en cálculos de densidades y contigüidades de ocupación del territorio gallego (teniendo como unidad base, celdas con una extensión de 100 por 100 metros). Para más información sobre esta metodología, consúltense Dalda et al. (2005: 74 y 77) y Dalda et al. (2007: 17-25).

26 Cabe precisar que la ciudad difusa pensada por Dalda no debe confundirse con los conceptos de diseminado y disperso, propios también de una morfología muy arraigada en el territorio gallego. La expansión por desconcentración urbana se construye sobre la estructura previa existente, en la que estaban presentes peque-ños asentamientos de origen fundamentalmente rural. La propia consolidación de alguno de tales asentamientos como elementos integrantes de las áreas urbanas, con suficiente peso, densidad y continuidad, los reconvirtió en parte constitutiva de la ciudad difusa.

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evidente que las áreas urbanas gallegas, que desbordan con holgura varios límites municipales, necesitan nuevos modelos de gobernanza supramunicipal (especialmente en la gestión tanto de las redes de infraestructuras como de la propia administración) (Dalda, 2002: 500-501).

En cualquier caso, a continuación procederemos a analizar las últimas aportaciones sobre la idiosincrasia de cada uno de los niveles de la desconcentración urbana.

8.2. SUBURBIO RICO Y SUBURBIO POBRE EN EL PRIMER MUNDO

La realidad de los primeros años del suburbio del siglo xxi, sustenta-da en una fuerte polarización social, guarda una cierta similitud con la de finales del xix. Definitivamente, el sueño de la suburbia de las viejas clases medias resulta cada vez más difícil de identificar en el contexto de una crisis económica, que pareció amenazar la hegemo-nía económica mundial de Europa y Estados Unidos en el segundo lustro del siglo; cada vez más, la naturaleza social del primer nivel de la desconcentración urbana bascula entre elitistas comunidades resi-denciales, dotadas de importantes avances tecnológicos y sofisticadas medidas de seguridad, y degradados paisajes de viviendas unifami-liares con problemáticas que parecían exclusivas de zonas centrales o muy concretas de la ciudad convencional.

Empezando por fijarnos en la cara opulenta de esta historia, es realmente llamativa la eclosión de las franjas suburbanas de los anti-guos países socialistas de Europa oriental. Tras un bagaje de más de una década en la economía de mercado, la irrupción de una trau-mática privatización del mercado inmobiliario, en la cual la banca y una nueva clase de promotores desplazan a la planificación estatal del territorio, provoca que los suburbios de Tallin (Kährik y Tam-maru, 2006: 2), Varsovia (Lisowski, 2007: 15), Sofía (Hirt, 2007: 755; Daskalova y Slaev, 2015: 43), Praga (Ouředníček, 2007: 111) y, especialmente, de Moscú (Rudolph y Brade, 2005: 135; Toda y Noz-drina, 2008: 444), sean blanco de grandes operaciones de naturaleza especulativa y de consecuentes —e intensos— crecimientos.

Nuevas clases medias y burguesas, con unos altos ingresos y nive-les educativos superiores, tienen el poder adquisitivo suficiente para comprar nuevas —o reconstruidas— viviendas suburbanas en encla-ves reservados para las antiguas élites políticas del pasado comunista,

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o bien para las clases sociales más bajas. La inmersión plena de estos estratos poblacionales en una sociedad global de consumo y la recrea-ción por su parte, una vez más, de selectivos valores de exclusividad y privacidad occidentales, marcan las inercias urbanizadoras de la era possoviética27. Por ejemplo, en el trabajo de campo realizado por Hirt (2007: 767-770 y 775) en el distrito de Vitosha de Sofía se muestra cómo una ciudad postsocialista incorpora en su espacio los suburbios prototípicos de las ciudades occidentales capitalistas (Hirt, 2008: 352). La investigación posterior de Daskalova y Slaev (2015) amplía su área de estudio a toda la periferia de la capital búlgara, y constata la pauperización social de los suburbios del norte de esta metrópolis.

En Estados Unidos, al igual que en algunos puntos de Euro-pa, los suburbios se ven inmersos en dinámicas de prosperidad, pero también de profunda decadencia. En primer lugar, hablaremos de aquellos que experimentan, frente a la ciudad compacta, una verda-dera revitalización social, tecnológica y económica de una enverga-dura que, probablemente, no se conocía desde los años sesenta del siglo xx. De hecho, los recientes datos obtenidos del último censo de 2010, a la espera de estudios de un mayor detalle, no dejan lugar a dudas sobre el dinamismo de una parte importante del primer nivel de la desconcentración urbana del país norteamericano: en el periodo 2000-2010 sus ciudades mostraban un ritmo de crecimiento de un 4,8% y sus suburbios de un 14,0%28.

Por ejemplo, el estudio de Bjelland et al. sobre los suburbios de Minnesota, en St. Croix Valley, evidencia la aparición en estos encla-ves de nuevos elementos residenciales alejados de los cánones urba-nísticos tradicionales: más espacios comunitarios destinados a la in-teracción social, menos espacio para el automóvil y la preservación ecológica de determinados sitios, marcan la visión de estos nuevos suburbios29. La revolución estética de este paisaje urbano posmoder-no, en cierto modo coincidente con las directrices del nuevo urba-nismo, garantiza la pujanza de la actual suburbia. En palabras de Bjelland et al.:

27 Para consultar más detalles de la suburbanización postsoviética, consúltense Kährik y Tammaru (2006: 2), Hirt (2007: 758-760) y Schmidt (2011: 105-109).

28 En el intervalo 1990-2000 las ciudades de este país crecían un 9,3%, y sus suburbios un 17,2% (Berube, 2011).

29 En Australia, Johnson (2006: 259) también centra su análisis en la revolución estética de muchos, y pujantes, suburbios («casas más grandes en parcelas de tierra más pequeñas») que, progresivamente, se asemejan a las propias ciudades centrales.

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Estos alternativos espacios suburbanos representan la mayor diversi-ficación y sofisticación del proyecto suburbano, en vez de su recha-zo. Los deseos de una comunidad y una sensibilidad medioambien-tal toman nuevos matices y significados, y en todo St. Croix River Valley se ha producido un mosaico fascinante de paisajes suburba-nos/exurbanos (Bjelland et al., 2006: 268)30.

Asimismo, para Carol Atkinson los patrones de densificación constructiva que se reproducen en Phoenix, Arizona, cuya velocidad se hace especialmente intensa durante el periodo 2000-2005, son la prueba de un «nuevo suburbanismo». Este se hace evidente en la emergencia de nuevas formas de viviendas multifamiliares, accesi-bles por autopista, tanto en enclaves de alta gama como en zonas residenciales más deprimidas; en dichas localizaciones tienen cabida, inclusive, grandes complejos de apartamentos. Es la nueva suburbia que rompe con su escenografía tradicional, y en la que es posible encontrarnos con edificaciones en altura, con una consecuente den-sificación poblacional, y con unas mayores perspectivas de sostenibi-lidad (Atkinson, 2010: 77 y 86).

Siguiendo con el análisis de la cara amable y optimista del su-burbio del siglo xxi, los análisis de Hampton y Wellman (2003: 287-288), en los que se muestra el impacto de las nuevas tecnologías in-formacionales (Internet y telefonía móvil) en el suburbio de clase alta de Netville, Toronto (un complejo residencial que, en el momento de su construcción, ya disponía de una red local de banda ancha que interconectaba a la mayoría de sus ciento nueve viviendas).

El trabajo de campo que este autor inicia a finales de los años noventa muestra cómo la utilización de Internet mejora el capital social y comunitario entre los residentes de Netville: bien sea para or-ganizar encuentros vecinales, bien sea para agilizar flujos de ayuda o movilizarse políticamente, las nuevas tecnologías informacionales, en combinación con el contacto «cara a cara», refuerzan decisivamente la identidad «glocal» de este suburbio (Hampton y Wellman, 2000: 207). Sin embargo, advierten estos dos autores, que una sombra en la prosperidad societaria y financiera caerá sobre «los más desfavore-cidos», cuya falta de capital obstaculice el acceso al uso de tecnolo-gías como Internet y, en consecuencia, a los suburbios más prósperos (Hampton y Wellman, 2003: 306).

30 Traducción del original.

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En otro orden de cosas, el estudio de Pierre Filion (2001: 157) aborda durante el periodo 2000-2010 cómo la intervención estatal en el diseño de los suburbios puede otorgar un fuerte valor añadido y calidad de vida a los mismos. En concreto, este urbanista estudia con detalle la configuración de las tres edge cities del área metropolitana de Toronto (North York Centre, Scarborough Centre y Mississauga Centre) y muestra, además del alto dinamismo comercial y ofimático de este tipo de enclaves, cómo una adecuada planificación pública puede hacer de un suburbio un espacio de usos mixtos en donde es posible encontrar corredores peatonales y una presencia notable del transporte público.

Realmente, cada uno de los trabajos que hemos citado no debe apartar de nuestra vista que un porcentaje muy significativo de su-burbios en países desarrollados y, especialmente, en Estados Unidos, experimenta profundos procesos de degradación. De hecho, si el diagnóstico de Lucy y Phillips sobre los procesos de pauperización del primer nivel de la desconcentración urbana durante los años no-venta era pesimista, los que han ido apareciendo en escena durante la primera década del siglo xxi lo son aún más.

En primer lugar, muchos suburbios se alejan de los relatos sobre espectaculares innovaciones tecnológicas y desmesurados crecimien-tos; el suburbio, de hecho, es un elemento totalmente rutinario de la trama metropolitana, en el cual quedan muy lejos los tiempos en que estos suponían un elemento de la vanguardia residencial del ciu-dadano medio, y un símbolo de la pujanza económica del inmediato capitalismo de posguerra. En la actualidad, por un lado, el segrega-cionismo clasista de las gated communities31 aumenta y se contrapone cada vez más con la realidad de los denominados «suburbios góticos», esto es, suburbios desolados de vieja planta en Filadelfia, Chicago, Detroit32, etc., con una clase ocupacional preeminente de «cuello azul». Estos últimos han entrado en una espiral imparable de pérdi-da de estatus socioeconómico agudizada, entre otras cuestiones, por el actual colapso del mercado inmobiliario y los fuertes procesos de

31 En el trabajo de Vesselinov y Le Goix (2009) se hace una muy interesante radiografía de las gated communities de Phoenix, Las Vegas y Seattle, que tratan de apartarse, más que nunca, de la diversidad social de la ciudad central y de otras áreas suburbanas.

32 Véase el interesante estudio de McDonald (2014: 2) sobre la relación entre la quiebra fiscal de Detroit del año 2013 y sus procesos espaciales de suburbanización en el intervalo 1950-1970.

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desindustrialización militar y automovilística de Estados Unidos (Han-lon et al., 2010: 8 y 158-161). Tales cuestiones son también visibles en suburbios de baja densidad residencial (Cooke y Denton, 2015: 300).

Es más, la degradación de muchos parajes suburbanos33 alcanza tal punto, que esta se erige como un aspecto contra el que luchar des-de la agenda política; el mejor, y primer ejemplo de esta tesitura, fue el Suburban Core Opportunity Restoration and Enhancenment Bill defendido en el año 2005 por algunos senadores y senadoras, tanto demócratas como republicanos, en el Congreso de Estados Unidos34. Aunque nunca se aprobase, los objetivos de este proyecto de ley fe-deral eran los de, mediante unas ambiciosas ayudas económicas y fiscales, crear oportunidades de empleo, rehabilitar viviendas y abrir nuevas posibilidades de negocio para todos aquellos residentes que habitaban estos nuevos slums metropolitanos del primer mundo35.

De igual modo, el magnífico estudio de Hanlon et al. muestra cómo, en esencia, la suburbia contemporánea estadounidense se ha fragmentado en muy diferentes paisajes sociales y económicos aleja-dos de cualquier atisbo de homogeneidad y que, en esencia, se pa-recen mucho a los descritos por Douglass y Harris en la primera mitad del siglo xx. Suburbios ricos y pobres, suburbios industriales, suburbios negros, etc., son algunos de los ejemplos de los variopintos retratos de la actual diversidad metropolitana de esta nación36.

Especialmente, los análisis de los «suburbios de inmigrantes» realizados por Douglass y Harris nos conducen a subrayar los pocos estudios que existen en las últimas décadas sobre una de las dimensio-nes menos estudiadas de la desconcentración urbana: la influencia de las migraciones internacionales en el crecimiento del suburbio. Los

33 Según las reflexiones de Berube (2011), manejando los recientes datos del censo estadounidense de 2010, la pobreza se está «suburbanizando». En 1990, la población pobre de las ciudades ascendía a 9,6 millones y la de los suburbios a 8,4 millones; en 2010 era, respectivamente, de 12,1 millones y de 13,7 millones.

34 También resulta interesante consultar la exposición detallada de Hayden (2003: 230-248) sobre las medidas de rehabilitación social y económica de los viejos suburbios estadounidenses llevadas a cabo a finales del siglo XX.

35 Para más detalle sobre la actuación de la Administración Obama sobre este tema, a través fundamentalmente de la American Recovery and Reinvestment Act de 2009, consúltese Hanlon et al. (2010: 247-259).

36 Consúltense los excelentes retratos de la diversidad suburbana estadounidense en Hanlon et al. (2010: 112-131). También es muy notable y detallada la tipología de entidades «postsuburbanas» francesas y canadienses planteada por Charmes y Keil (2015: 595-596).

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modelos tradicionales sobre la distribución étnica y clasista de la ciu-dad habían asumido durante demasiado tiempo que los principales puntos de arribada de inmigrantes se localizaban únicamente en los —muchas veces degradados— centros urbanos; dicha apreciación, por supuesto, no se puede sostener en la actualidad estadounidense. Solo por enunciar algunos ejemplos, en los surburbios de Chamblee en Atlanta o de Langley Park en Washington, más de la mitad de su población es de origen extranjero (Hanlon et al., 2010: 124); tam-bién, en otras zonas suburbanas californianas (como la de Daly City en San Francisco), de un fuerte dinamismo económico, la presencia de inmigrantes es más que notable37.

En términos agregados, en el año 2000 vivían más inmigran-tes en los suburbios que en las ciudades de las áreas metropolitanas de Estados Unidos. En 1970 el 54% de los inmigrantes tenía como principal puerta de entrada al país, la ciudad central; en el año 2000 esta cifra se reducía a un 43% (Singer, 2004: 10). En consecuencia, en la actualidad, uno de cada seis residentes suburbanos en Estados Unidos es de origen inmigrante (Hanlon et al., 2010: 134).

Por último, teniendo ahora como variable principal la estructura ocupacional del suburbio (variable determinante en el próximo aná-lisis del caso español), algunos en Europa de naturaleza industrial, desarrollados en plena vorágine del fordismo, se ven atrapados en una dinámica pauperizadora.

Si en el anterior capítulo observábamos con detalle cómo la no adaptación a las nuevas pautas del capitalismo globalizado o posfor-dista provocaba la pérdida de población de ciudades con obsoletas y mastodónticas industrias, esta situación en los primeros años del siglo xxi se hacía patente también en los suburbios de Saint Denis, en París, o en los de Govan, en Glasgow (Audirac et al., 2012: 231-232). El primero, configurado en los compases de la Primera Revolución Industrial, perdía entre 1968 y 1999 a 13.000 de sus 99.000 resi-dentes, además de a más del 30% de sus trabajadores y trabajadoras de «cuello azul». El segundo suburbio, Govan, ha visto cómo sus históricos astilleros, sumidos en una profunda crisis ante la creciente competitividad e internacionalización del sector naval, cerraban sus puertas generando un proceso de enorme degradación económica y social de naturaleza suburbana. En Govan, siendo más concretos,

37 También conviene citar el interesante estudio de caso sobre la suburbanización inmigrante del área metropolitana de Filadelfia, realizado por Katz et al. (2010: 523).

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durante los últimos treinta años más del 70% de sus viviendas habían sido demolidas por razones sanitarias; el 51% de su población en edad laboral estaba desempleada y, solo en el intervalo 1991-2001, perdía a más de un 18% de sus 21.000 habitantes38.

8.3. EL ESCENARIO RURURBANO: UNA REALIDAD TRANSCONTINENTAL

Durante los últimos años, el segundo nivel de la desconcentración urbana es un espacio, con matices e idiosincrasias variadas, plena-mente reconocido en los sistemas territoriales de todo el mundo. Los intentos por definir con más precisión teórica y empírica la franja rururbana, infructuosos desde la primera mitad del siglo xx, siguen siendo el denominador común actual de muchos trabajos. También, cabe decir que el panorama exurbano de Asia sigue cobrando un pro-tagonismo académico de primer orden.

Desagregando las últimas aportaciones sobre el tema por ubica-ción geográfica, en Estados Unidos sigue muy vivo el debate, iniciado en la primera mitad del siglo xx, sobre la delimitación geográfica y, a la espera de nuevos datos del censo de 2010, sobre la evolución y ex-pansión demográfica de rururbia.

En primer lugar, la destacable propuesta teórica de Laura Taylor repasa los principales criterios39 que, desde la publicación del trabajo

38 Resulta muy interesante el análisis de Audirac et al. (2012: 232-234) sobre cuá-les son las distintas estrategias encaminadas a regenerar estos dos suburbios: en el caso de Saint-Denis, se apuesta por políticas municipales que, además de atraer a nuevos sectores poblacionales acomodados, conserven la heterogeneidad social e identidad histórica del suburbio; en cambio, en el caso de Govan, las autoridades locales defien-den la puesta en marcha de un proceso puro de gentrification, cuyo objetivo principal es el de construir rascacielos de lujo y nuevos puertos deportivos.

39 Tales criterios esgrimidos por Taylor (2009) son: definir el escenario exur-bano como una commutershed zone, como una franja donde colisiona lo urbano y lo rural, o como una realidad sociológica. Taylor también defiende la idea de que exurbia es una idea implícita en parte de la literatura existente de la contraurba-nización, especialmente en los dos subtipos de contraurbanización —exurbani-zación y antiurbanización— definidos por Mitchell (2004) que comentaremos en un posterior epígrafe de este mismo capítulo. En nuestra opinión, esta última propuesta de Taylor, y por extensión de Mitchell, confunde aspectos del segundo y tercer nivel de la desconcentración urbana que obedecen a realidades territoriales distintas.

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de Spectorsky The exurbanites, ha venido utilizando la literatura es-tadounidense. Hecha esta compilación, Taylor trata de diferenciar definitivamente el segundo peldaño de la desurbanización de la rea-lidad suburbana40; sus argumentos, que reproducimos literalmente, resultan plenamente convincentes:

Exurbia adquiere una distinción diferente respecto a la de los suburbios porque su forma contemporánea es, sin duda, «postsu-burbana» gracias a las fuerzas que la han creado y a cómo ha sido habitada e imaginada. Spectorsky dijo que para un exurbanita la palabra «suburbios» evoca en él una imagen de la domesticidad aburrida y recatada totalmente ajena a él [...]. De hecho, los exurbanitas en sus elecciones de estilo de vida residenciales son antiurbanos y antisuburbanos. Rechazan la vivienda producida en masa y quieren casas inspiradas en escenarios naturales [...]. Lejos de ser «los suburbios periféricos» o «los suburbios de los suburbios», los exurbios son conceptualmente distintos y deben ser reconocidos como tales. No solo los expertos en lo exurbano luchan por desatar exurbia del nudo conceptual unido al de los suburbios, sino que también se preguntan sobre lo que exurbia proporciona a la distinción de lo urbano y de lo rural (Taylor, 2009: 12)41.

Los nuevos trabajos de corte empírico de Theobald (2005) pero, sobre todo, las dos propuestas metodológicas de Alan Berube et al.42 y Jill K. Clark et al. aportan nuevas perspectivas sobre el territorio ru-rurbano del país norteamericano. La primera, de Berube, que utiliza como unidad de análisis los census tracts del año 2000, propone aunar tres criterios para una delimitación más precisa de exurbia (Berube et al.: 2006, 5-7): el grado de commuting con un área urbana (las

40 Por ejemplo, consúltese el trabajo de Sharp y Clark (2008: 75) sobre la delimi-tación de la franja rururbana del área metropolitana de Ohio o, en segundo término, véase la aportación de Crump (2003: 187 y 201-202) que, dentro del condado de Sonoma (California), trata de establecer por qué las motivaciones residenciales de los que migran a un enclave exurbano son distintas de las que provocan un cambio de residencia a un enclave suburbano.

41 Traducción del original.42 Nos parece importante señalar que el estudio de Berube et al. (2006) incluye

una completa relación de conceptos y metodologías destinadas a dar cuenta de la exurbia estadounidense.

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secciones exurbanas son aquellas con al menos un 20% de trabaja-dores que, en el seno de un área metropolitana, se desplazan a un área urbanizada de la misma); la densidad inmobiliaria (las secciones exurbanas presentan una concentración máxima de una vivienda por cada 2,6 acres); y el crecimiento poblacional (las secciones exurbanas son las que crecen a un ritmo superior que el del área metropolitana de pertenencia)43.

Clark et al., en segundo término, presentan también en el año 2009 un índice espacial que trata de ser más preciso que las delimi-taciones sustentadas en agregaciones de condados o áreas metropo-litanas. De hecho, dicho índice busca tipificar exurbia analizando las densidades de las grid cells44 de todo Estados Unidos, contenidas en el modelo de distribución poblacional LandScan del año 200345. Entre otros criterios (Clark et al., 2009: 181), un enclave rurur-bano estaría caracterizado por presentar una densidad poblacional de 100-1.000 personas por milla cuadrada y situarse fuera del área urbanizada o suburbanizada de un área metropolitana (a la que le correspondería una densidad poblacional de más de 1.000 personas por milla cuadrada). En total, según la estimación de Clark et al., la franja exurbana estadounidense ocuparía 173.291 kilómetros cua-drados46.

43 Presentamos, con más detalle, este criterio reproduciendo las palabras de Beru-be: «To qualify as exurban, a census tract must have experienced population growth between 1990 and 2000 that exceeded the average for its related metropolitan area. In addition, the tract must have grown by at least 10 percent in the 1990s (thus excluding neighborhoods with very little population growth located in declining me-tropolitan areas). Similarly, tracts that grew by at least 3 times the national rate in the 1990s (at least 39.6 percent) are considered to have satisfied this criterion, even if their metropolitan area grew somewhat faster (as was the case in metro areas such as Austin, Las Vegas, Phoenix, and Raleigh)» (Berube, 2006: 6-7).

44 Unidad espacial que equivale a un cuarto de milla cuadrada.45 LandScan es un sistema de información geográfica y de teledetección cono-

cido, principalmente, por sus estimaciones de la población mundial. Este ha sido desarrollado por el Oak Ridge National Laboratory, organismo dependiente del De-partamento de Energía de los Estados Unidos. Para más información, accédase a http://www.ornl.gov/sci/landscan/ (consultado el 24/02/2016).

46 Resulta muy interesante una perspectiva alternativa a estos estudios de carác-ter cualitativa, desarrollada por Zabik y Prytherch (2013: 187-188), y centrada en analizar, mediante la utilización de grupos focales, la percepción de la «pérdida de ru-ralidad» y los retos de planeamiento vinculados a los escenarios exurbanos de Nueva Inglaterra (en concreto de la localidad de Stafford, en Connecticut).

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En el continente asiático, como anticipábamos, empiezan a ser difícilmente sintetizables la enorme cantidad de aportaciones empí-ricas y los nuevos modelos SIG destinados a dar cuenta de la im-presionante evolución de las franjas rururbanas de estas latitudes. Indiscutiblemente, China vuelve a ser el centro de las miradas en este contexto. En concreto, los estudios dirigidos por Pengjun (2011: 106) sobre la región metropolitana de Beijing, con casi veinte millo-nes de habitantes en el año 2008, defienden la necesidad urgente de plantear políticas de «contención urbana» que aumenten la compa-cidad de este enorme territorio. Precisamente, son los distritos de la franja exurbana de esta megaciudad los que, gracias a su descomunal crecimiento disperso, amenazan este tipo de objetivos indispensa-bles para la sostenibilidad del mundo urbano chino, y que plantean enormes retos para la gobernanza local o municipal (la cual vive en permanente tensión con unos enormes procesos de descentralización económica —no siempre equitativos— y con una cultura política nacional centralizada y autoritaria) (Zhao et al., 2009: 347).

Igualmente, en el ámbito chino tiene un particular interés el análisis de los complejos procesos de crecimiento de la franja urbana de la región metropolitana de Nanking, la segunda ciudad más im-portante del delta del río Yangtsé (con una población de cerca de seis millones de personas en el año 2006). Utilizando datos del Landsat Thematic Mapper, Xu et al. (2007: 927; 2010: 460) muestran cómo, en el periodo 1979-2003, la superficie edificada de Nanking aumen-taba un espectacular 360%; el 80% del gigantesco crecimiento de esta metrópolis, además, ocurría en un espacio de solo 1,4 kilómetros de ancho (Xu et al., 2007: 925 y 932).

En la misma línea, otros trabajos de diferentes países asiáticos tienen como único objetivo medir y cartografiar el descomunal avan-ce y transformación de la franja rururbana de otras grandes ciuda-des; este es el caso del estudio de Kumar et al. (2010: 417) sobre la evolución de este espacio en la región urbana de Varanasi, en India; el de Saizen et al. (2006: 411) sobre los cambios de uso del suelo en el anillo metropolitano de Osaka; o los de Jongkroy (2009: 303) y Hara et al. (2005: 16) sobre las transformaciones del área periurbana de Bangkok.

La dimensión de los retos de planificación que envuelven seme-jantes mutaciones territoriales en el escenario del segundo nivel de la desconcentración urbana es fácilmente imaginable. Algunas de las aportaciones citadas de Asia hacen hincapié en la necesidad de detener

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el crecimiento de rururbia, concentrar población y equipamientos bá-sicos al máximo, y preservar espacios naturales sensibles y actividades agrícolas amenazadas por el derramamiento urbano.

Precisamente, durante estos últimos años, es en el panorama local europeo donde cobran una singular importancia reflexiones sobre la necesidad de analizar las nuevas gobernanzas y problemas de planea-miento, que han surgido ante estos particulares procesos territoriales. Por ejemplo, Entrena analiza la prioridad de ordenar funcional, eco-nómica y socialmente las áreas periurbanas del viejo continente a tra-vés de la creación de nuevos mecanismos de gobierno metropolitano, y hacer ver —argumenta— «que las Administraciones públicas no deben continuar empecinándose ya en el estéril propósito de separar la ciudad de la no-ciudad» (Entrena, 2005: 81).

En la misma línea temática, en el estudio de caso de Scott et al. (2009: 272) sobre los cambios sociales y poblacionales de la franja ru-rurbana de Dublin para el periodo 1991-2002, se analiza la activa-ción de la participación pública en los procesos locales de gobierno, así como su oposición a la ejecución de operaciones residenciales de corte meramente especulativo y poco respetuosas con enclaves naturales de ese lugar. Igualmente, Dünckmann (2009: 76) retrata, de la exurbia alemana, un tema clásico: las transformaciones culturales y políticas en el nivel local que provoca la llegada de estratos poblacionales de clase media —con su particular e individualista percepción del rural como espacio de orden y estabilidad— a estos enclaves tradicionalmente agrícolas. Por último, Qviström (2008: 167) analiza cómo la inacción planificadora en la franja urbana de la ciudad sueca de Malmö ha con-vertido grandes porciones de este espacio en terrenos baldíos y degra-dados, pese a sus evidentes potencialidades naturales y recreacionales.

En África es donde encontramos, quizá, la aportación más origi-nal y enriquecedora sobre el análisis del mundo exurbano contempo-ráneo. Se trata de la apuesta de Francis T. Koti por estudiar las franjas urbanas de Nairobi, Kenia, empleando un «SIG participativo»47. Esta herramienta consiste en tener en cuenta los conocimientos locales a la hora de utilizar modernas tecnologías geoespaciales (Koti, 2010: 63-64). La combinación de ambos factores elimina el riesgo de ocul-tar, al analizar el fuerte crecimiento y la gran complejidad del mundo

47 El propio Koti (2010: 64-68) hace un pequeño repaso de los motivos que inspiraron el nacimiento, en Europa y Norteamérica, de la metodología Participatory Geographic Information Systems (PGIS).

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rururbano de las ciudades africanas, las experiencias históricas y cul-turales de las propias comunidades locales afectadas. ¿Cómo medir sino, se pregunta Koti, aspectos tan delicados de estos hinterlands como las tensiones étnicas o los fortísimos procesos de exclusión so-cial que se producen en ellos?

Las herramientas SIG, argumenta Koti (2010: 78-79), son efi-cientes para georreferenciar datos espaciales que proporcionan las Administraciones de un país; sin embargo, simplifica la partición de un mundo periurbano en una serie de categorías que, con múltiples deficiencias, representan a las vecindades más pobres. Este es el caso de los criterios de usos del suelo institucionalizados (volumen de de-claración de impuestos) utilizados para representar en un mapa las zonas industriales periurbanas de Nairobi: estos consiguen que sean invisibles cientos de casas de uso residencial con una acuciante falta de infraestructuras básicas.

Ante esta tesitura, es muy necesario añadir a los mapas elabora-dos mediante un SIG una capa de información cualitativa, obtenida a través de entrevistas o grupos de discusión con las personas resi-dentes en estos complejos y cambiantes parajes rururbanos de África. De esta manera, se pueden localizar situaciones de exclusión social/espacial que la planimetría manejada por las autoridades locales suele pasar por alto; esta perspectiva metodológica, por supuesto, resultaría muy interesante en cualquier otra parte del mundo para desmenuzar la complejidad de exurbia.

8.4. LA REALIDAD DE LOS NUEVOS SLUMS SUBURBANOS Y RURURBANOS: LA CLAVE AGRÍCOLA

«Vivir en un suburbio inglés en los primeros años de la era victoriana equivalía a habitar las más insalubres partes de la ciudad»… Esta era la frase que empleábamos páginas atrás para explicar las impre-sionantes cotas de degradación social que alcanzaron los suburbios obreros de Europa durante el siglo xix. En la actualidad, más de un siglo después, la peor cara del «victorianismo urbano» se reproduce, si cabe con unos efectos más desoladores, en los nuevos slums suburba-nos y rururbanos de muchas megaciudades de, principalmente, Asia, África y Latinoamérica. A este respecto, los datos del UNFPA (2007: 16) son contundentes: más del 90% de los slums contemporáneos se localizan en estos tres escenarios continentales.

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Es evidente que el sueño decimonónico al que tantas veces he-mos aludido, de buscar privacidad y un soñado contacto con la natu-raleza, ha sido uno de los motores principales de todos los niveles de la desconcentración urbana. El anhelo de la utopía suburbana se ha globalizado con una enorme fuerza, especialmente en países en vías de desarrollo (Leichenko y Solecki, 2005: 241) y ha sido perseguido por sus élites o reducidas clases medias48. La materialización de este viejo deseo, ya sea en Río de Janeiro, en Calcuta, en Ciudad de Méxi-co o en Kuala Lumpur, no ha hecho más que aumentar la fragmenta-ción y las desigualdades sociales y territoriales de estos países; y, sobre todo, esta aspiración ha supuesto el afloramiento de las gigantescas diferencias existentes entre la suburbia y exurbia rica de estos países y la pobre49.

Los slums contemporáneos, según UN-HABITAT, están confi-gurados por vecindarios «en los que la mitad o más de sus hogares ca-recen de agua potable, de mejoras en el saneamiento, de espacio vital suficiente, de una construcción sólida, de una tenencia asegurada o de la combinación de estos factores»50. Su número total, según Mike Davis (2007: 26), puede rondar los 200.000 enclaves, con un ran-go poblacional que oscila entre unos pocos cientos de residentes y más de un millón. Solo en China, alrededor del 37,8% de la po-blación urbana residía en slums en los primeros años del siglo xxi (cifra que equivalía a 193,8 millones de personas); en la India, este

48 Consúltese, en este sentido, el interesante trabajo de Libertun (2009: 320-321) sobre la elitización de los espacios suburbanos de Buenos Aires o el estudio de Ozbek (2009: 741) sobre la formación de gated communities en Turquía. También resulta muy destacable el análisis de Budke et al. (2015: 14) sobre la eclosión de los «fraccio-namientos suburbanos» de Guadalajara (México) propiciada por una clase media baja que, tratando de aumentar su estatus residencial, no es capaz de librarse de los males endémicos propios de un slum.

49 Esta asimetría es más que evidente en varios países iberoamericanos en los que grandes parajes suburbanos han visto cómo industrias de corte fordista, inoperantes y poco competitivas, en la era de la economía globalizaba, cerraban sus puertas y per-dían población. Ante el avance de la pobreza y desempleo en estos espacios de Buenos Aires, São Paulo y Guadalajara, el colectivo más preocupado por dinamizarlos es el de los promotores, solo interesados en construir gated communities, islas de exclusi-vidad para las clases altas. Consúltense Audirac et al. (2012: 230-231 y 234-238) y Libertun (2009: 320).

50 La definición de slum y una detallada descripción de sus características básicas se pueden encontrar en UN-HABITAT (2003: 18--19; 2008: 106).

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porcentaje ascendía al 55,5% (cifra que representaba a 158,4 millo-nes de personas)51.

Por supuesto, aunque este fenómeno es más acusado en las gran-des concentraciones urbanas internacionales, puede ubicarse en cen-tros urbanos o pequeñas e irregulares parcelas de territorio de pueblos y enclaves variopintos52. No obstante, tal y como argumenta Davis, en la actualidad uno de los emplazamientos más habituales de los megaslums es el que se configura alrededor de un cinturón de infravi-viendas y pobreza, disperso por toda la trama metropolitana periféri-ca. Los casos paradigmáticos de megaslums localizados en las franjas urbanas son varios53:

En Ciudad de México, por ejemplo, en 1992 se había estimado que 6,6 millones de personas de bajos ingresos vivían concentradas en 348 kilómetros cuadrados de viendas informales. La mayoría de los pobres en Lima, del mismo modo, viven en tres grandes «conos» periféricos que se expanden desde la ciudad central; estas enormes concentraciones espaciales de pobreza urbana también son comunes en África y Oriente Medio. En el sur de Asia, al contrario, los pobres urbanos tienden a vivir en un número mayor y más diverso de ba-rriadas dispersas en la estructura urbana (Davis, 2007: 27)54.

Al margen de estas apreciaciones, Davis recopila, para las prin-cipales megaciudades del mundo con mayores concentraciones de barriadas pobres, datos que discriminan el porcentaje de habitantes de slums localizados en centros urbanos de aquellos periféricos. Así es que, utilizando datos comprendidos entre 1995 y 2003, en Karachi la población de los slums periféricos suponía el 66% del total; en Jartum, el 83%; en Lusaka, el 66%; en Ciudad de México, el 73%; en Bombay, el 80% y, por último, en Río de Janeiro, el 77% (Da-vis, 2007: 31). En definitiva, las peores estampas de hacinamiento, pobreza, desempleo y contaminación son el denominador común de muchos, y gigantescos, alfoces metropolitanos.

51 Cifras estimadas de Davis (2007: 24) para el año 2003.52 Sobre una metodología para localizar y caracterizar a los slums de todo el mun-

do, consúltese UN-HABITAT (2008: 106-119).53 Resulta de singular interés, dentro de esta enumeración de casos, el análisis de

Zebardast (2006: 439) sobre el crecimiento de asentamientos marginales y espontá-neos de la franja metropolitana de Teherán.

54 Traducción del original.

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Hemos hecho mención en capítulos pasados a la importancia que la «clave agrícola» ha tenido para el desarrollo endógeno y equilibrado del escenario rururbano y, en general, para el conjunto de cualquier región urbana. Sin embargo, ante tamaño panorama de pobreza que se erige en las periferias suburbanas y exurbanas, la regeneración y pre-servación agraria es vista por muchos, más que como una necesidad, como un imperativo a la hora de garantizar la sostenibilidad económi-ca, social y ecológica de las grandes ciudades del presente.

Desde el UNFPA (2007: 49) se insiste durante los últimos años en que la preservación de la agricultura urbana y periurbana, espe-cialmente en países en vías de desarrollo, es fundamental. Dicha ac-tividad sigue siendo, paradójicamente, ilegal y no cuenta con el reco-nocimiento por parte de muchas autoridades locales; sin embargo, es evidente que de su desarrollo depende en gran medida la atenuación de la pobreza urbana y, especialmente, de las condiciones de miseria de muchos slums perimetropolitanos. El consumo de más comidas diarias, el mantenimiento de una dieta más equilibrada, el ahorro en gasto alimenticio, etc., constituyen elementos que, gracias al man-tenimiento y desarrollo de formas agrícolas informales y alejadas de los grandes circuitos de producción (que no hacen más que separar la distancia entre consumidores y productores), mejorarían mucho la calidad de vida de estos espacios (UN-HABITAT, 2006: 109).

Son muchos los programas de desarrollo de agricultura urbana que se están llevando a cabo en distintas partes del mundo; quizá uno de los más eficaces haya sido el implementado en la ciudad de Rosario. Utilizando los espacios vacíos o inutilizados de una trama urbana con cerca de millón y medio de residentes, y tras la impresio-nante crisis económica de Argentina del año 2001, la municipalidad de Rosario y diversos agentes ponen en funcionamiento 791 huertas comunitarias que acaban vinculando a más de 10.000 familias en la producción de hortalizas orgánicas de alta calidad que, en su conjun-to, consiguen alimentar a más de 40.000 personas55.

El estudio de Torres y Rodríguez (2008: 206-207) sobre la agricultura periurbana en el sur montañoso de Ciudad de México también muestra la importancia de esta actividad en el seno de las comunidades locales. Dicha ocupación, en primer lugar, se adapta

55 Cotéjense, para obtener más información sobre este programa, UN-HABITAT (2006: 109) y el sitio web http://www.rosario.gov.ar/sitio/desarrollo_social/empleo/agricul.jsp (consultado el 24/02/2016).

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con éxito a los cambios macroeconómicos y negativos que acarrea un proceso de urbanización extremo. Además, la flexibilidad y versatili-dad de la producción obtenida, coordinada con la puesta en marcha de otros programas gubernamentales de protección al medio ambien-te, ocio y turismo, supone una inteligente manera de apostar por un desarrollo regional sostenible.

Por supuesto, la protección de estas particulares formas de pro-ducción agraria no solo es vista como un factor muy positivo en el contexto metropolitano de países en vías de desarrollo. Por ejemplo, para Kurita et al. (2009: 147) el potencial agrícola de las franjas urba-nas de la megaciudad de Tokio merece una atención más que detallada; en Australia, Houston (2005) realiza un balance de cómo la agricultura periurbana ha sido, erróneamente, apartada del plano de las políticas públicas y mal registrada por las fuentes oficiales56. También, para el contexto europeo, Zasada (2011: 639 y 645-646) expone la valía de la agricultura multifuncional de las áreas periurbanas de Europa, y las políticas y acciones de planeamiento que deberían apoyarla.

8.5. PONIENDO ORDEN EN EL ESCENARIO CONTRAURBANO: NUEVOS MARCOS TEÓRICOS Y LA VARIABLE INMIGRATORIA

Tras el desconcierto teórico que giró alrededor de la noción de con-traurbanización durante 1980-2000, dos fueron las lecciones apren-didas por muchos investigadores de este campo: primero, la necesidad de establecer nuevos marcos teóricos y compilaciones que ayuden a poner sobre la mesa la viabilidad e interés analítico del tercer nivel de la desconcentración urbana; segundo, la necesidad de ahondar y perfeccionar el camino ya trazado de la «vía rural» de la contraurba-nización, añadiendo a los estudios realizados nuevas e interesantes variables en juego (fundamentalmente, la importancia de los flujos inmigratorios internacionales a la hora de explicar la revitalización de determinados espacios rurales).

Abordando el primero de los dos aspectos señalados, destacar los más que notables esfuerzos de Carlos Ferrás (2007, 2009) por sistematizar el panorama teórico de la contraurbanización. También

56 Según el censo agrario, la producción agrícola periurbana de los cinco estados continentales de Australia ascendía al 25% del valor bruto del total. Según Houston (2005: 209) esta cifra estaba subestimada.

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Clare J. A. Mitchell (2004: 21-26) intenta aclarar la complejidad del fenómeno contraurbano partiendo de su descomposición en tres dimensiones distintas: la del propio enclave desconcentrado (counter-urban); el del proceso por el cual ese enclave se ha desconcentrado (counterurbanizing) y el del movimiento migratorio concreto que ha afectado al enclave contraurbano (counterubanization). En esta úl-tima dimensión la contraurbanización debe ser entendida como un flujo migratorio de personas que la autora divide en tres subtipos (Mitchell, 2004: 23-24):

• La exurbanización, descrita por primera vez por Spectorsky en el ámbito neoyorquino, y consistente en la búsqueda de resi-dencias enclavadas en ámbitos rurales tranquilos y bucólicos no muy alejados de los centros de trabajo urbanos (en nuestra opinión, este planteamiento cae en una inadecuada combina-ción de ámbitos exurbanos y contraurbanos que responden a naturalezas territoriales, económicas e históricas diferentes).

• La urbanización por desplazamiento (displaced-urbanization), formada por aquellas personas que se desplazan a vivir al medio rural buscando nuevas oportunidades laborales, opciones inmo-biliarias más asequibles y, en definitiva, un coste menor de la vida.

• La antiurbanización, alimentada por colectivos que rechazan frontalmente los valores económicos y sociales que giran alre-dedor de la vida urbana, y que optan por habitar escenarios puramente rurales.

Por su parte, y quizá desde una perspectiva más clara y enrique-cedora que la de Mitchell, Halfacree (2008: 489-490) propone un modelo teórico en el que se distinguen tres tipos distintos de con-traurbanización, y en el que se palpa claramente un entendimiento «ruralista» de este fenómeno:

• La corriente contraurbana principal (mainstream counterurba-nization), integrada por personas que encajan en el prototipo dominante en la literatura de habitante contraurbano (ya sea un migrante retornado57, ya sea un profesional liberal con una alta formación).

57 De gran interés resulta el trabajo cualitativo de Ni Laoire (2007: 342-343), en el cual se recogen las motivaciones (ideales comunitarios, crianza de los hijos en

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• La contraurbanización de «retorno a la tierra» (back-to-the-land counterurbanization), configurada por un tipo de con-traurbanita marginal muy alejado del prototipo hegemónico y que apuesta por un estilo de vida ligado a valores neorru-rales.

• La contraurbanización «por defecto» (default counterurbani-zation), en la que se ven implicadas personas que se mudan a entornos rurales de otros países, bien sea para incorporarse a actividades agrícolas de baja cualificación, bien sea buscan-do segundas residencias en entornos de alto valor turístico58.

Este último componente del marco teórico de Halfacree añade, a nuestro juicio, una importante novedad en el estudio de la contraur-banización que, además de echar por tierra la idea de agotamiento analítico que cubre este concepto, abre la posibilidad de abordar con éxito una de las dimensiones poco exploradas de la desconcentra-ción urbana. Al igual que en el estudio del suburbio del nuevo siglo, son varios los autores que empiezan a valorar la importancia que las migraciones internacionales tienen en la recuperación de territorios rurales de muy diferentes partes del mundo (Hugo y Morén-Alegret, 2008: 473-477). Por ejemplo, en el marco mediterráneo, Kasimis et al. (2003: 167 y 182) ligan la revitalización agrícola de partes de Grecia (como la región de Konitsa) con la llegada de inmigrantes del norte de África y Europa oriental; en la misma línea, Camarero et al. (2011: 159) vinculan la revitalización de partes del rural espa-ñol con la llegada de inmigrantes extranjeros, cuestión que García y Sánchez (2005: 401-402) analizan con detalle en la Cataluña central y meridional; también Sanjay K. Nepal asocia los flujos turísticos

un entorno más saludable y natural, etc.) que impulsaron el retorno migratorio de treinta y tres personas, durante los años noventa y la primera década del siglo, hacia zonas rurales de Irlanda.

58 Milbourne describe dos tipos de migraciones internacionales que influyen en el crecimiento de diversas zonas rurales: «The first relates to movements of low-income migrants from other countries to work in low-wage sectors of the rural economy [...] A second form of international migration can be identified in some northern European countries, such as the UK, the Netherlands and Scandinavia, that is more lifestyle based. In the UK, for example, the number of people purcha-sing properties —as permanent residences and second homes— in other European countries, particularly rural France and the coastal areas of Spain and its islands» (Milbourne, 2007: 384).

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internacionales cuyo destino es la región nepalí de Annapurna, con el crecimiento contraurbano de tan singular enclave59.

Por supuesto, si a lo largo de estos capítulos, el fenómeno con-traurbano ha sido examinado con lupa en Estados Unidos, debemos conocer los últimos datos que se manejan al respecto (y que se corres-ponden con una fase de cierta desaceleración demográfica que está experimentado el conjunto de este país en la actualidad). Sin duda, el análisis de Albrecht sobre las dinámicas del territorio no metropolita-no estadounidense60 para el intervalo 2000-2008 es el más completo y actual. Las cifras que este autor presenta son muy claras: los condados que configuran este vasto espacio han vuelto a entrar en una dinámi-ca demográfica regresiva y presentan una tasa global de crecimiento del 2,5%, cifra muy alejada de la alcanzada durante los años noventa (del 8,9%)61. Este autor cataloga esta nueva coyuntura, y de manera muy ilustrativa, como «reversión de la recuperación rural»62.

59 Nepal, de hecho, sobre los efectos que el turismo internacional tiene en des-tinos remotos del Tercer Mundo argumenta que es el mismo que el de la contraur-banización en los países occidentales desarrollados. En concreto, la contraurbani-zación en la región de Annapurna se traduce en las siguientes cuestiones: «Overall, more built-up areas; settlements physically expanding both vertically and horizon-tally; many smaller settlements dominated by lodges; linear patterns of expansion following the main trekking routes; settlements emerging as service-oriented more than as agriculture or trade centers; emergence of a hierarchical structure; bigger, multistoried houses with very large accommodation capacities; and architectural (interior and exterior) changes in housing design, and modern facilities» (Nepal, 2007: 870-871).

60 Las exhaustivas categorías de condados no metropolitanos que maneja Albrecht (2010: 8-9) son las siguientes: a) condados no metropolitanos, nucleados por un centro urbano de 20.000 o más residentes, y adyacentes a un área metropolitana; b) condados no metropolitanos, nucleados por un centro urbano de 20.000 o más residentes, y no adyacentes a un área metropolitana; c) condados no metropolitanos, nucleados por un centro urbano de entre 2.500 y 19.999 residentes, y adyacentes a un área metro-politana; d) condados no metropolitanos, nucleados por un centro urbano de entre 2.500 y 19.999 residentes, y no adyacentes a un área metropolitana; e) condados no metropolitanos enteramente rurales, adyacentes a un área metropolitana; f ) condados no metropolitanos enteramente rurales, no adyacentes a un área metropolitana.

61 Manejando los recientes datos del censo de 2010, John Cromartie (2011:10) matiza las cifras de Albrecht y comenta cómo poco más de 51 millones de personas viven en los condados no metropolitanos de este país, lo que supone una tasa global de crecimiento del 4,5% (menos de la mitad que la cifra correspondiente a los años noventa del rural rebound).

62 Por lo tanto, finalmente, la intensidad de los fenómenos de contraurbanización de Estados Unidos queda unida a una serie cíclica de inercias demográficas, que son,

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Es más, durante los primeros años del siglo xxi, los condados no metropolitanos que veían crecer su volumen poblacional suponían solamente un 43,6% del total (frente al 70% de la década anterior). Según Albrecht, las claves que explicaban dicho crecimiento, en cual-quier caso, giran alrededor de la presencia de atractivos turístico-naturales, de la localización de hogares con ingresos altos63, y de la adyacencia o proximidad a un área urbana próxima (aspecto que, una vez más, vuelve a poner en duda hasta qué punto el crecimiento de áreas rurales es contraurbano o, simplemente, se debe a la expansión exurbana).

Los últimos datos muestran que las tendencias contraurbani-zadoras del país norteamericano han entrado en un ciclo de clara desaceleración. De todas formas, y a falta de nuevos estudios más concretos, los fenómenos de contraurbanización que se sigan produ-ciendo en algún enclave de Estados Unidos van a estar cada vez más ligados a la variable inmigratoria (al igual, como acabamos de ver, que en otras partes del mundo). De hecho, en conexión con esta últi-ma apreciación, cabe apuntar que solo durante el periodo 2000-2010 la población hispana no metropolitana en Estados Unidos crecía un considerable 45% (Cromartie, 2011: 10).

Sin embargo, no parece que vaya a ser en Norteamérica donde se tendrá que discernir el futuro académico de la dimensión contraur-bana. Recientemente se están acumulando evidencias del nacimiento de este fenómeno en escenarios territoriales impensables pocos años atrás, y que recuperan la actualidad de los debates clásicos de la con-traurbanización de hace cuatro décadas. La inversión del clásico flujo campo-ciudad en la Zona Metropolitana Valle de México (Cardoso, 2013: 137), o la utilización de este polémico término, al menos desde un plano teórico, en el análisis del crecimiento metropolitano de Irán (Seifolddini et al., 2014) o en la región de Delhi (Jain et al., 2013), son buena prueba de ello.

Al margen de que actualmente China se encuentra sumida en un contexto migratorio muy diferente al europeo o norteamericano, y en el cual los flujos migratorios campo-ciudad siguen siendo muy

empleando la terminología al uso: the turnaround of the 1970s; the slowdown of the 1980s; the rebound of the 1990s; the rural rebound reversal of the 2000s.

63 Albrecht presenta una estrecha correlación positiva, para el intervalo 2000-2008, y a diferencia de otras épocas, entre el escenario no metropolitano que crece y el ingreso medio de los hogares (Albrecht, 2010: 15-16).

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importantes, las inercias territoriales de este gigante pueden adquirir una dimensión de una importancia desconocida en los análisis geo-gráficos actuales.

¿Podría ser que en la futura China, con un desarrollo económico plenamente consolidado, gran parte de una ingente clase media tu-viese los mismos anhelos que la occidental por la búsqueda de nuevas residencias rurales alejadas de las atestadas metrópolis? ¿Esta acción colectiva, en caso de producirse, sería económica, social y ambiental-mente sostenible? En este sentido, en el trabajo de corte etnográfico de Griffiths et al. (2010: 336) se insiste en la profunda transcenden-cia del imaginario rural, muy importante en la cultura tradicional confuciana de China, que se ha visto fuertemente reforzado gracias al efecto de los traumáticos procesos de urbanización y éxodo rural iniciados tras las reformas económicas de 1979.

La construcción de una nueva ideología ruralista64 está siendo asumida por una creciente porción de la China urbana, que se ma-nifiesta en nuevas formas de consumo de ocio (por ejemplo, familias que el fin de semana se alejan de la urbe contaminada, gracias al uso del coche privado, para disfrutar de la naturaleza). En este sentido resulta revelador el estudio de Qian et al. (2013: 343), enmarcado en los parámetros de la literatura contraurbana, de un fenómeno de «gen-trificación rural» del pueblo de Xiaozhou, en Guangzhou, motivado por la llegada a esta localidad de estudiantes y una élite de artistas de clase media.

¿Por qué no pensar que el progresivo interés de la ciudadanía por ámbitos puramente rurales para vivir, se podría traducir en dé-cadas venideras en futuras corrientes contraurbanas en China de una magnitud incomparable? Si esto finalmente acontece en esta nación asiática, desde luego, sería un fenómeno de interés prioritario para los estudiosos de la siempre controvertida contraurbanización.

8.6. AGOTAMIENTO CAUSAL, GOBERNANZAS E INTERROGANTE FINAL

En el capítulo anterior veíamos cómo el debate, en términos macro y de la mano de autores como Castells, Wellman o Sassen, giraba

64 Que en la actualidad se identifica a día de hoy, según Griffiths et al. (2010: 353), con el gusto europeo por la naturaleza de corte individualista y romántico.

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alrededor del impacto que la revolución de las TIC, la consecuente globalización económica y el advenimiento de nuevas organizaciones sociales del trabajo —agrupadas bajo la etiqueta del posfordismo—, tenían en la profundización de la desconcentración urbana en todos sus niveles. Durante los últimos años, en nuestra opinión, han existi-do dos posturas al respecto: la primera, en la literatura actual, es asu-mir que estos factores siguen siendo elementos más que influyentes sobre nuestro campo de investigación y que no hace falta cuestionar65; el segundo punto de vista, en cambio, refleja un creciente desinterés sobre la interrelación entre nuevas tecnologías, «posfordismos», etc., y la desconcentración urbana. Esta nueva perspectiva se centra en desarrollar nuevos SIG que tienen una capacidad real para ilustrar las nuevas complejidades metropolitanas.

Al hilo de esta última consideración, no es casual, ni mucho menos, la eclosión de nuevas formas de desconcentración urbana, que han surgido de diferentes órganos estadísticos oficiales y pro-yectos académicos durante estos últimos años (véase tabla 8.1); tales propuestas, asimismo, se ven respaldadas por cada vez más detalladas y precisas cartografías. Por ejemplo, no cabe duda del acierto que supone la desagregación de las Core Based Statistical Areas en Metro y Micro Areas a la hora de aprehender la complejidad de la suburbani-zación y rururbanización estadounidense. Igualmente, en Europa las propuestas de las grandes áreas urbanas en la iniciativa Urban Audit, de las áreas funcionales urbanas de la ESPON (2005) o, desde lue-go, la identificación de las aglomeraciones urbanas europeas realizada por el equipo de Josep María Carreras et al., arrojan en su conjunto una cantidad de perspectivas sobre la expansión urbana de este con-tinente hasta ahora nunca disponible.

65 En cualquier caso, el estudio de Audirac (2002) acerca del debate de la in-fluencia de las tecnologías de la información (IT) sobre la forma urbana no se in-cluiría dentro de esta postura. La división que hace esta autora entre la «escuela de la desconcentración» (que entiende que la interrelación entre IT-forma urbana es una secuencia más de las innovaciones tecnológicas y del transporte que permiten nuevas geografías urbanas más accesibles —Berry—) y la «escuela de la reestructuración» (que asume que la interrelación entre IT-forma urbana supone un enorme cambio sociotécnico que trasforma la organización de la producción, las instituciones y la naturaleza de las metrópolis —Castells—), supone una síntesis más que notable para tratar esta escurridiza y teórica cuestión.

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tabla 8.1. Niveles dinámicos y principales formas estáticas de la desconcen-tración urbana (2000-2015)

Niveles de la d.u. Formas de la d.u.

Suburbanización: Hampton y Wellman (2003), Singer (2004), Bjelland et al. (2006), Hanlon, Short y Vicino (2010)…

Grandes zonas urbanas = Urban AuditRed urbana = Van der Burg y Dieleman (2004)Áreas funcionales urbanas europeas = ESPON (2005)Zonas morfológicas urbanas = European Environment Agency (2006)Áreas megapolitanas = Lang y Nelson (2007)Superregiones = Walks (2007)Metroburbia = Knox (2008)Aglomeraciones urbanas europeas = Carreras et al. (2009)Core Based Statistical Areas = Bureau of the Census (2011)…

Rururbanización: Berube et al. (2006), Taylor (2009), Koti (2010)…

Contraurbanización: Mitchell (2004), Ferrás (2007), Halfacree (2008)…

Fuente: Elaboración propia.

También, cabe decir, los SIG han permitido solucionar con sol-vencia «pesimismos metodológicos» acerca de la imposibilidad de po-ner fronteras a las impresionantes metástasis de las ciudades de nuestro tiempo; una prueba evidente al respecto es la brillante conceptualiza-ción y delimitación de las áreas urbanas de Galicia, llevada a cabo por el urbanista Juan Luis Dalda.

Por supuesto, durante el periodo 2000-2015 se localizan otros aspectos alentadores en el avance de la comprensión de la descon-centración urbana. Uno de ellos es tener en cuenta, cada vez más, la importancia de los flujos migratorios transnacionales en el de-sarrollo de la suburbanización actual, y en la activación de nuevos procesos de filtrado residencial que alteran las poblaciones de las periferias (especialmente en Estados Unidos). También, la llegada de inmigrantes a países mediterráneos como España o Grecia (que hasta hace pocos años demandaban mano de obra para dinamizar nuevas formas de agricultura extensiva) está detrás de intensos pro-cesos de contraurbanización, cuestión que renueva el interés por este complicado concepto (tal y como hemos visto en la atractiva propuesta teórica de Halfacree al hablar de la default counterurba-nization).

En la misma senda de avances sobre nuestro objeto de estudio, nos encontramos con unos análisis sobre los suburbios en el primer mundo que asumen la creciente polaridad social y económica de estos enclaves; en los últimos años se cuentan historias como la del

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suburbio rutilante e informacional de Netville, o como la de los de-solados «suburbios góticos» de Filadelfia o Chicago, dependientes de un tejido industrial de naturaleza fordista en decadencia.

También, el escenario rururbano es, definitivamente, recono-cible en diversas partes del mundo (ya sea en China, Irlanda o Ke nia) como esa delgada línea entre la ciudad y el rural que es prioritario seguir estudiando por un motivo fundamental: la nece-sidad de preservar la actividad agrícola que opera en estos parajes híbridos para garantizar las mayores cotas de sostenibilidad y desa-rrollo endógeno posibles, principalmente, en las megaciudades de todo el globo.

En lo referente a los paradigmas que tratan de seguir procurando nuevas causalidades acerca de la desconcentración urbana, es más que notable la disminución de nuevas ideas respecto de épocas y décadas anteriores. En la actualidad, más que seguir divagando sobre las cau-salidades del fenómeno, y reiterando la misma idea precedente, lo que realmente importa es describirlo, acotarlo, planificarlo y prede-cirlo mediante nuevas herramientas SIG. Por supuesto, sí hemos se-leccionado algunas propuestas por su originalidad, que tienen difícil encaje en los paradigmas anteriormente etiquetados; en esta línea por ejemplo, Knox encuadra a la suburbanización como un engranaje facilitador del consumo y, por tanto, del propio capitalismo; Taylor, hablando del mundo exurbano, describe a este como un producto social, valorativo y cultural en un sentido muy amplio y novedoso (véase tabla 8.2).

Punto y aparte, en cambio, merece el impulso de un corpus teórico que surgía en la primera mitad del siglo xx: la importancia superestructural del Estado, de la Administración en la generación, dirección y composición de la expansión urbana. En su versión del siglo xxi, y según nuestro criterio, dicho paradigma se articula bajo el nombre de «la importancia de la gobernanza» (entendida esta, y sin querer entrar en debates politológicos sobre la fortuna o no del con-cepto, como sinónimo de eficacia en el quehacer del Estado en todos sus niveles, y en un contexto globalizado y muy complejo). En este sentido, autores como Peiser, Entrena o la propia European Environ-ment Agency entienden, sobre otros factores de índole económica o perceptiva, que la acción o inacción de un nivel administrativo (local, regional…) y el acierto o el fracaso de una normativa urbanística, son los detonantes últimos de la razón de ser actual de la desconcentra-ción urbana (véase tabla 8.2).

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Tabla 8.2. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana

Teorías sobre el origen causal de la d.u. (2000-2015)

Enfoques teóricos más novedosos

Suburbanización

KNOX (2008). La suburbanización debe expresarse en términos de consumo o, mejor, como uno de los soportes necesarios para el consumo sostenido y la acumulación de capital en las fases sucesivas de la vida política-económica del capitalismo (sin negar la importancia de otros factores como la influencia de subsidios fiscales o la falta de planeamiento)

Rururbanización / Exurbanización

TAYLOR (2009). Exurbia es producto de una compleja trama de procesos globales (flexibilidad y dispersión de puestos de trabajo) pero, sobre todo, es una creación social, valorativa y cultural de los exurbanitas

Contraurbanización

HALFACREE (2008). Una perspectiva internacional de la contraurbanización implica asumir que una causa fundamental de este fenómeno reside en las migraciones transnacionales activadas por cuestiones laborales (ejemplo: inmigrantes norteafricanos que migran hacia zonas rurales españolas)

Nuevo paradigma estructural: la importancia de la gobernanza

Enfoques genéricos de la d.u. (2000-2012)

PEISER (2001). Muchos aspectos de la expansión urbana son una consecuencia del sistema estadounidense de gobernanza en la cual una gran cantidad de pequeños municipios independientes persiguen su propio interés. Las comunidades suburbanas más ricas son: capaces de atraer actividad económica + proponer ventajas fiscales más atractivas + lograr un aumento del valor de la propiedad + mejorar su atractivo residencial y posición competitiva a costa de la ciudad central y otros suburbios más pobres

ENTRENA (2004). Las actuales formas de urbanización dispersa se producen porque: las condiciones socioeconómicas y las normativas políticas hacen posible que exista suelo disponible y que, para determinados grupos sociales, sea más rentable económicamente el uso urbano de dicho suelo antes que dejarlo como espacio agrícola o zona verde + todo esto sucede porque hay una considerable parte de la población con unos hábitos culturales o de vida y unos niveles de ingresos que les permiten vivir en asentamientos de tipo disperso y desconcentrado

EUROPEAN ENVIRONMENT AGENCY (2006). La expansión urbana es sinónimo de una falta de planificación, fundamentalmente. Otros factores impulsores de este proceso serían de alcance macro y micro: globalización económica + expansión de medios de transporte + precio del suelo + preferencias residenciales + tendencias demográficas, culturales, etc.

VALENZUELA et al. (2007). Las políticas de planificación territorial de los gobiernos regionales, así como el desarrollo de nuevas infraestructuras, han contribuido en España a erosionar gradualmente las estructuras metropolitanas monocéntricas

Fuente: Elaboración propia.

A riesgo de ser reiterativo, es el momento de recuperar una vez más la pregunta que nos hacíamos en el capítulo introductorio: ¿son los fenómenos de desconcentración urbana un proceso imparable y definitivo, o forman parte de un patrón territorial cíclico en el cual, por tanto, estos pueden ser vistos como un acontecimiento transitorio?

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Entre los años 1980 y 2000 los procesos de expansión metropoli-tana de muy dispares naciones del mundo empezaban a convivir con nuevos fenómenos de reconcentración o renacimiento urbano; en los últimos años se han publicado datos de los que se deduce el inicio de una desaceleración de la desconcentración urbana en Norteamérica y Europa. Ante estas anomalías no parece, por tanto, que la idea de que la expansión urbana sea un fenómeno lineal, con una inercia sostenida en el tiempo, pueda defenderse. Se hace perentorio aunar en un mismo sistema territorial toda la complejidad de los niveles dinámicos de la desconcentración urbana (recordemos, el objetivo primordial del próximo capítulo centrado en el contexto español).

En cualquier caso, una vez finalizado este amplio análisis históri-co sobre la idiosincrasia de los patrones centrífugos de las metrópolis, hemos visto cómo estos han estado presentes en el territorio desde la Edad Media hasta la más inmediata actualidad.

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9. TERRITORIO Y DESCONCENTRACIÓN URBANA: EL CASO ESPAÑOL

Una vez finalizado el análisis histórico-comparativo de la desconcen-tración urbana, en el inicio del capítulo anterior, utilizando las pro-yecciones de UN-HABITAT, argumentábamos que en el horizonte del año 2050 los procesos de la desconcentración urbana en Europa y en Estados Unidos podían mermar su fuerza en años venideros; en cambio, no parecía que esta circunstancia se pudiese reproducir en determinadas zonas de África y Asia. ¿Por qué existe esta disparidad territorial en la probable evolución futura de los ritmos de la desurba-nización?, ¿qué variables marcan esta diferencia?, ¿por qué en algunas naciones conviven tendencias urbanizadoras centrífugas y centrípetas y en otras no?, ¿por qué el inicio de las metástasis metropolitanas se produce con décadas de diferencia atendiendo a distintos países de referencia?

Tratar de dar respuesta a estas preguntas ha sido el objetivo de los principales teóricos de los ciclos urbanos analizados y citados en páginas precedentes (Hall, 1983; Drewett, 1980 y van den Berg et al., 1982)1. En el fondo, esta perspectiva, además de poner en tela de juicio las interpretaciones más extremas de la broadacre city de Wright o de la ecumenópolis de Doxiadis, a la hora de cuestionar una des-centralización metropolitana sin final, nos plantea una reflexión de fondo que volvemos a recuperar: la expansión futura de las grandes metrópolis, especialmente en países no occidentales, es un proceso que se podría mantener indefinidamente.

1 La lista, evidentemente, puede ser mucho mayor. Véanse los trabajos de Barras (1987) en Gran Bretaña; Borgegård et al. (1995) en Suecia; Murakami et. al. (2005) en las megaciudades asiáticas; Zhou y Ma en China (2000); Hage (1979) y Otters-trom (2003) en Estados Unidos; o Akgün et al. (2010) en Turquía. En el marco español, cabe citar las aportaciones de Precedo (1988), Camarero (1993) y Recaño y Cabré (2003).

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En el año 2012 publicaba, junto al profesor Manuel García Do-campo, un artículo titulado «Transición territorial: modelo teórico y contraste con el caso español». En este texto se presenta un modelo teórico que, mostrando un fuerte entronque con la «transición de los estadios económicos» (Rostow, 1960), la «transición demográfi-ca» (Davis, 1963) y la «transición migratoria» (Zelinsky, 1971), trata de mejorar y ampliar las visiones cíclicas del desarrollo territorial en un aspecto decisivo: la interacción, en un mismo nivel analítico, del hábitat urbano, periférico y rural partiendo de una perspectiva tem-poral necesariamente larga.

Asimismo, dicho modelo de «transición territorial» postula que existe una transformación del peso gravitatorio (demográfico) de los espacios de mayor dinamismo poblacional, que bascula desde la centralidad de la sociedad agraria y rural hacia otra de incrementos intensos de efectivos en las ciudades. El proceso se completa pos-teriormente con otro, de reciente factura, en el que se produce un crecimiento desde las ciudades compactas tradicionales hacia los es-pacios de su entorno más inmediato. Finalmente, la expansión de unos hábitats frente a otros se estabiliza, llegando a una nueva pero constante (al menos temporalmente) situación de reequilibrio. Di-cho con otras palabras, la transición observa los siguientes estadios ligados al nivel de desarrollo socioeconómico de cada sociedad: equi-librio, concentración urbana, desconcentración urbana y reequilibrio (véase gráfico 9.1).

La parte empírica del artículo antes mencionado se centra en comprobar, cabe decir, la existencia de la secuencia de estas cuatro fases en el sistema territorial español (atendiendo, por supuesto, a diversas disparidades regionales).

En las múltiples realidades supranacionales, nacionales o locales, dicha secuencia puede alterar su orden o, inclusive, puede desarrollar-se sin alguna de las fases citadas. Recurriendo al pensamiento de Karl R. Popper, y su crítica al historicismo2, en ningún caso el conjunto de los ciclos de la transición territorial debe ser entendido como un retrato ontológico de la historia urbana y rural. En este sentido, por

2 Popper define de la siguiente manera el historicismo: «Un punto de vista sobre las ciencias sociales que supone que la predicción histórica es el fin principal de estas, y que supone que este fin es alcanzable por medio del descubrimiento de los “ritmos” o los “modelos”, de las “leyes” o las “tendencias” que yacen bajo la evolución de la historia» (Popper, 1944: 17).

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ejemplo, la fase final de reequilibrio de la transición territorial supo-ne solo el inicio de otras fases dependientes de la contingencia de la acción humana3, y no implica la culminación de un camino perfecta-mente descifrable en todo su recorrido4.

gráfico 9.1. Modelo teórico de la «transición territorial» (pesos porcentuales teóricos de cada hábitat)

Fuente: García y Otero, 2012: 139.

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Equilibrio inicial Reequilibrio Concentración urbana Desconcentración urbana

Rural Periferia Ciudades

Las siguientes páginas parten de la estrategia analítica empleada en la verificación del modelo de la transición territorial en dos senti-dos: identificar temporalmente el ciclo de la desconcentración urbana, y su fase pretérita y posterior, a través del análisis tanto de cambios demográficos como de la estructura ocupacional (entendidos como solventes medidores del desarrollo socioeconómico español).

No obstante, no es nuestro objetivo discutir acerca del acople teórico de la secuencia de la transición territorial con otros modelos

3 Véanse, en este sentido, las teorías modernas de la agencia con detalle (y los efectos latentes e involuntarios de la acción humana) en Sztompka (1993: 217-258).

4 En definitiva, el marco de la transición territorial aspira a reconocerse como una teoría de alcance intermedio, en el sentido más clásico enunciado por Robert K. Merton. Esta premisa significa que hemos intentado, deductivamente, construir una teoría con un núcleo explicativo parcial —más que total— de la evolución territorial observada en muy distintas latitudes.

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cíclicos. Nos marcamos otra meta, si cabe, más importante en el mar-co de esta publicación: utilizar una categorización de hábitats precisa, y que permita una buena discriminación de las categorías territoria-les —suburbanas, exurbanas y rurales— fundamentales para testar la utilidad de nuestro modelo teórico de los tres niveles de la descon-centración urbana.

9.1. LA ESPECIFICIDAD DEL CASO ESPAÑOL

¿Por qué testar el modelo de la transición territorial en España y no en otro país? Varios, y claros, fueron los motivos.

Primero, España, como país de tardía industrialización en el contexto europeo, experimenta, a partir de los años cincuenta, un éxodo rural intensísimo que, también en un margen de tiempo muy escaso, a partir de mediados de los ochenta se ve sustituido por otro que puede ser entendido como urbano (Camarero, 1993).

Segundo, de ser un país con siglos de tradición emigratoria, pa-samos a recibir a varios millones de inmigrantes ya en los albores del siglo xxi. Si en 1998 la cifra de residentes extranjeros era de 630.000, en 2011 pasaba a ser de más de 5.700.000 personas5. La ubicación de la residencia de este enorme colectivo poblacional, evidentemente, juega un papel muy importante a la hora de entender el comporta-miento demográfico reciente de los centros urbanos, de las periferias y del rural.

Tercero, en España, del crecimiento de las ciudades compactas pasamos a observar crecimientos muy intensos de sus áreas periféricas (Moreno, 1987). Este proceso se ve alimentado por un ritmo —es-peculativo— de construcción, inédito en el contexto europeo, que ha recibido el acertado calificativo de «tsunami urbanizador» (Fer-nández, 2009) —bruscamente paralizado por la crisis económica que

5 En concreto, la intensidad del flujo inmigratorio de procedencia extranjera rompe con un suave y continuo crecimiento entre finales de los años noventa y el año 2002. En este intervalo temporal la población extranjera recién llegada duplica año a año su volumen; 50.000 en 1997, 100.000 en 1998, cerca de 400.000 en 2000 (Izquierdo, 2006: 303). Durante la primera década del siglo xxi, de un millón de empadronados se ha pasado a más de cinco millones, «y la proporción de inmigran-tes extranjeros se ha multiplicado por seis hasta alcanzar el 12% de los habitantes» (Izquierdo, 2010: 265). A partir del año 2011, el volumen de inmigrados empieza a disminuir debido a los efectos de la profunda crisis económica del país.

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atraviesa el país desde 2008—. De hecho, solo entre el año 2000 y 2007, se construyeron más de 4.200.000 nuevas viviendas. Por su-puesto, dicha coyuntura plantea la ocupación en muy poco tiempo de extensísimas franjas de territorio.

Cuarto, los datos de las últimas World Urbanization Prospects nos hacen observar cómo desde 1995 hasta el año 2010 el crecimiento del espacio rural del país era más intenso que el europeo (véase grá-fico 9.2)6. ¿Dichos datos eran síntomas de una intensa recuperación del escenario rural o de contraurbanización? ¿Las ciudades, por tanto, perdían población de manera generalizada?

gráfico 9.2. Tasas de crecimiento medio anual (%) de la población rural española y europea (1950-2015)

Fuente: World Urbanization Prospects, the 2014 Revision (United Nations, Department of Econo-mic and Social Affairs, Population Division) y elaboración propia.

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Europa (Pob. rural) España (Pob. rural)

Al margen de que el acople entre el marco teórico de la transi-ción territorial y el marco español era aceptable7, y ofrecía una expli-cación holística de las cuatro grandes transformaciones que acabamos

6 Los criterios plasmados en las World Urbanization Prospects, the 2014 Revision para distinguir la población rural de la urbana se pueden revisar en http://esa.un.org/unpd/wup/index.htm (consultado el 24/02/2016).

7 Cabe decir que la discriminación resultante entre la fase de concentración y desconcentración en España respecto del modelo teórico de la transición resultó ser más modesto de lo esperado (García y Otero, 2012: 157). De igual modo, a escala provincial la secuencia exacta del modelo no se había producido de manera lineal

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de describir, esta comparativa supuso el cierre de un encuadre geográ-fico y cuantitativo de una fase concreta de desconcentración urbana —y que queremos recuperar en esta publicación—. Partiendo de esta premisa, repetimos la idea, pudimos plasmar la utilidad del esquema teórico planteado a través de una más precisa caracterización de hábi-tats. Uno y otro esfuerzo analítico convergen en el propósito de con-trastar en las próximas páginas tres supuestos fundamentales de nues-tro análisis:

• Cuestionar las tesis historicistas sobre el devenir de la urbani-zación global, al igual que las principales aportaciones anali-zadas a lo largo de todos estos capítulos —y centradas princi-palmente en el estudio de la contraurbanización—.

• Ilustrar, en consecuencia, el final de un ciclo de desconcen-tración urbana que deja paso a una nueva fase de reequilibrio caracterizada por la tendencia a un intercambio poblacional más equilibrado entre hábitats.

• Medir la sensibilidad de las periferias suburbanas y exurbanas a modificaciones en la estructura socioeconómica y ocupacio-nal alcanzada por una sociedad (incidir en el hecho de que el propio modelo de la transición territorial tiene como razón de ser los cambios socioeconómicos de cada sociedad).

Antes de ilustrar estas hipótesis de trabajo, resultaba necesario categorizar el territorio español y explicar con detalle el cómo.

9.2. UNA PROPUESTA TIPOLÓGICA: FORMAS Y NIVELES EN EL SISTEMA TERRITORIAL ESPAÑOL

En España son muy pocas las iniciativas estadísticas que han tratado de diseñar «formas» institucionalizadas de la desconcentración urba-na y, por tanto, de abarcar el radio de acción funcional y demográfica de la ciudad compacta sobre su área directa de influencia periférica.

Precisamente, la no cristalización de intento alguno al respecto ha tenido enormes inconvenientes a la hora de entender la evolución

y ordenada, aspecto inherente a la construcción de una teoría de alcance intermedio que no pretende realizar un esfuerzo sistemático totalizador (Merton, 1949: 56).

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territorial española8. Por ejemplo, comenta Feria (2004) que en el estudio de Hall y Hay (1980: 132) sobre los sistemas urbanos de quince países europeos —abordado en el capítulo 6—, cuando am-bos autores analizaron el caso español, utilizaron la provincia como unidad de base; de esta manera, «en los análisis estadísticos compara-dos, las áreas urbanas españolas presentaban unos comportamientos claramente inconformistas, incapaces de ser asociados a ningún gru-po o tendencia estructural» (Feria, 2004: 88-89).

9.2.1. El concepto de «gran área urbana»

Afortunadamente, en el año 2000 el Ministerio de Fomento presenta el primer Atlas estadístico de las áreas urbanas en España (publicación que se ha revisado y actualizado en los años 2004, 2006). La declara-ción de intenciones recogida en su presentación es muy clara:

El objetivo fundamental que persigue el Atlas de las áreas urbanas es dar a conocer de forma territorializada, la situación en que se en-cuentran las zonas urbanas españolas con relación a una serie de parámetros como población, vivienda, servicios, infraestructuras o planeamiento urbanístico [...] Es una publicación que pretende ser útil a todas las Administraciones públicas, de cara a la toma de deci-siones territoriales (Ministerio de Fomento, 2000: 4).

Aunque la metodología plasmada en los Atlas ha recibido críticas (Feria, 2013: 350), no cabe duda de que el hecho de tipificar el con-cepto de «gran área urbana» (en adelante, GAU) ha sido un gran acierto, puesto que supone iniciar el camino hacia la institucionali-zación de una forma reconocible de desconcentración urbana9; de

8 En el transcurso de más de treinta años solo tres han sido las áreas metropolitanas creadas —la barcelonesa, la valenciana y, recientemente, la viguesa—. El hecho de que el área metropolitana no sea constitucionalmente necesaria, el temor de municipios pe-queños a ser absorbidos por otros mayores, la reticencia de los gobiernos autonómicos a perder parcelas de poder en aras de nuevos organismos supramunicipales… Todos estos factores —muy bien explicados por Toscano (2011: 114-119; 2012; 2015)— han com-plicado la oficialización cartográfica o estadística de unidades territoriales que superasen las fronteras del municipio. Otras fórmulas de cooperación municipal (como la de las comar-cas, mancomunidades o consorcios) tampoco han tenido éxito en los entornos urbanos.

9 Cotéjese la metodología detallada del Atlas en http://www.fomento.gob (con-sultado el 24/02/2016).

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hecho, esta nueva categoría metropolitana, de alcance supramunici-pal, empieza a ser utilizada como un denominador común en estu-dios territoriales de diversa naturaleza10.

En la edición del Atlas de 2006 se registran 83 GAU, las cuales están configuradas por un núcleo municipal de más de 50.000 ha-bitantes (que consideramos como una ciudad) y una primera corona de municipios adyacentes (véase figura 9.1). Partiendo de estos dos elementos, hemos podido discriminar en un primer momento dos elementos clave de nuestro análisis: 83 ciudades (con una población de más de 18 millones de personas en el año 2015) y una periferia municipal suburbana adyacente a las mismas (con más de 13 millo-nes y medio de residentes para el mismo año)11.

9.2.2. Suburbios, exurbios y resto del territorio

¿Por qué hemos considerado como suburbanos a los más de seiscien-tos municipios fronterizos con el núcleo de una GAU? Claramente, y haciendo un repaso a todo lo escrito hasta al momento, porque cumplen tres condiciones clásicas de este primer nivel de la descon-centración urbana (véase el conjunto de cifras de la tabla 9.1):

• Ser unidades contiguas a una ciudad compacta o tradicional.• Presentar, por norma general, densidades poblacionales me-

nores que las correspondientes a las urbes centrales (Douglass, 1925: 6-8).

• Haber desplazado o anulado de su seno antiguas y dominan-tes ocupaciones agrícolas y ganaderas (Kurtz y Eicher, 1958: 36).

Estos tres puntos se reproducen con claridad en el escenario su-burbano español (véase tabla 9.1). Especialmente, el último se hace especialmente visible comparando datos de los censos de 1981 y 2001 en este linde: si en la primera fecha indicada, el porcentaje de ocupados/as en el sector primario ascendía a un 7,4%, veinte años después esta cifra disminuía hasta un 3,1%.

10 Consúltense Bayona y Gil (2009; 2011), Nieves (2014) o Calo (2014).11 La periferia suburbana se localiza exclusivamente en las GAU que el Atlas de-

nomina como «plurimunicipales» (del total, 19 se consideran GAU formadas por un único municipio —por ejemplo, la GAU de Lorca o Lugo—).

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figura 9.1. Comparativa: grandes áreas urbanas (2006) y tasas de crecimiento medio anual de España (2001-2013)

Fuente: Ministerio de Fomento (2006) y elaboración propia.

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Una vez caracterizado y localizado el conjunto del escenario su-burbano español, resultaba evidente la necesidad de «avanzar», y dar cuenta del territorio exurbano o rururbano nacional. Son muchas las páginas hasta ahora dedicadas a esta escurridiza franja territorial en la que se produce una conflictiva simbiosis entre los usos urbanos y rurales; lo curioso es que en España no ha habido ningún esfuerzo encaminado a tipificarla y caracterizarla.

Además, había otra razón de peso para acotar este escenario hí-brido: los enormes cambios en la estructura económica y migratoria de España de los últimos años se han visto culminados por un inten-sísimo crecimiento demográfico. Tal fenómeno muestra con claridad que las GAU son excesivamente pequeñas, y no integran en su inte-rior municipios rururbanos con los que, en apariencia, deben mante-ner estrechas vinculaciones funcionales —económicas y migratorias especialmente— (véase la comparativa de mapas de la figura 9.1)12.

Finalmente, tres criterios han sido los utilizados para mapear la corona municipal exurbana: poblacional, edificatorio y residencial-laboral13. El resultado, además de expandir necesariamente los vigentes

12 Con las GAU ha sucedido lo mismo que con las Standard Metropolitan Areas del censo estadounidense de 1950. En el momento de su presentación, también fue-ron varios los autores (Pickard, Gottmann, etc.) que señalaron que las SMA eran excesivamente pequeñas y limitadas (repásese el capítulo quinto). Por supuesto, la incorporación de nuevos requisitos metodológicos puede ensanchar las fronteras de las actuales y valiosas GAU.

13 Estos criterios no son originales, se han inspirado directamente en los trabajos de Theobald (2005) y Berube et al. (2006). En concreto, estos nacen de la utilización de los “Censos de Población y Viviendas de 2001 y 2011”, y el posterior análisis de tres variables: densidad poblacional, densidad edificatoria y porcentaje de commuters. De esta manera, se consideran exurbanos a aquellos municipios adyacentes a una GAU, pero no incluidos en ella, que igualen, para cada una de las tres variables pro-puestas, los valores de los primeros cuartiles de la distribución de datos del conjunto de periferias suburbanas aquí caracterizadas. Con más detalle, se consideran periferias exurbanas a municipios que cumplan los siguientes umbrales: A) ser un municipio adyacente a una GAU del último Atlas estadístico de las áreas urbanas en España; B) tener una densidad poblacional superior a 183 personas / km2 (censo de 2011); C) presentar una densidad edificatoria mayor de 50 edificios / km2 (censo de 2011); D) que más de un 6,5% de su población total esté ocupada en el municipio-ciudad o en un municipio periférico suburbano de la GAU de referencia (censo de 2001); E) en caso de no cumplir los criterios de densidad, que más de un 14% de la población trabaje en la ciudad o en la periferia suburbana de la GAU de referencia. Cabe decir, por último, que el grueso de esta metodología se presentó en el trabajo de García y Otero (2013).

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límites de las GAU, permite registrar a más de cuatrocientos munici-pios que se ubican en una corona periférica exurbana.

Este conglomerado municipal abarca una superficie de poco más de 17.000 kilómetros cuadrados y una población de cerca de millón y medio de habitantes —que, como veremos, ha crecido muy rápido en los últimos años—. En dicho conglomerado se reproducen las mismas características clave plasmadas en el extenso análisis histórico de este libro:

• Una fuerte dependencia funcional de carácter laboral respecto a la GAU colindante.

• Una densidad poblacional menor a la del escenario suburbano y a la de la ciudad.

• Un porcentaje de ocupados/as en la agricultura mayor que el de la periferia suburbana, pero menor que el del resto del territorio (véanse, nuevamente, las cifras de la tabla 9.1).

Traduciendo estas características en datos, vemos la emergen-te vocación metropolitana del segundo nivel de la desconcentración urbana en España. Se observa en el mismo la fuerte disminución de ocupación agrícola que ha experimentado entre 1981 (con un 25,6% del total de trabajadores/as ubicados/as en este sector) y 2001 (con-centrando a solo un 9,0% de este tipo de asalariados/as).

También, cabe tener en cuenta como hábitat distintivo el «urba-no menor», etiqueta propia que se corresponde con las «áreas urbanas menores» identificadas en el Atlas del año 2006. Estos son 276 muni-cipios de entre 5.000 y 20.000 habitantes que, partiendo de diferen-tes ítems económicos y demográficos14, presentan una configuración interna preponderantemente urbana (de hecho, su densidad pobla-cional es superior, en términos agregados, a la del escenario exurba-no). Concentran actualmente a cerca de cinco millones y medio de residentes (véase tabla 9.1).

14 Dentro de este grupo, se distinguen pequeñas ciudades de entre 20.000 y 50.000 habitantes, y municipios de 5.000 a 20.000 habitantes que se consideran urbanos atendiendo, entre otros, a los siguientes ítems: la población del núcleo prin-cipal (siempre superior a 10.000 personas), evolución demográfica positiva para el periodo 1960-2006, y porcentaje de población ocupada en el sector servicios igual o superior al de las pequeñas ciudades de entre 20.000 y 50.000 habitantes (Ministerio de Vivienda, 2006: 32).

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Raimundo Otero Enríquez294ta

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Territorio y desconcentración urbana: el caso español 295

La casuística del urbano menor, en cualquier caso, no encaja plena-mente en el esquema teórico propuesto por varias razones: en primer lugar, estos nodos particulares del sistema territorial español no tienen la sufi-ciente «fuerza centrífuga» para generar periferias urbanas claramente con-solidadas; también, la evidente vocación urbana de estos antiguos cruces de caminos o centros de mercado e intercambio comercial, o su capacidad para articular áreas rurales circundantes dotándolas de servicios e infraes-tructuras básicas, imposibilitan que sean focos de contraurbanización15.

En cualquier caso, en las páginas que siguen y a pesar del papel se-cundario que ocupan en esta publicación, presentaremos los datos desa-gregados del urbano menor (una categoría territorial, dicho sea de paso, que merecería un acercamiento analítico ad hoc poco explorado en la li-teratura).

Por último, señalar que los municipios rurales estarían configu-rados por entidades de población que no encajan en ninguna de las categorías precedentes; su número asciende a las 6.625 unidades, que ocupan una enorme área territorial del país y concentran una población de cerca de ocho millones de personas (véase tabla 9.1). Lógicamente, sobre esta realidad municipal se hará un balance en la literatura de la existencia o no de tendencias contraurbanas —fundamentalmente a través de estudios de caso— para, a posteriori, hacer un retrato de este fenómeno en el conjunto del país.

En definitiva, el resultado de esta propuesta tipológica es una divi-sión del territorio español que permita un análisis temporal, especialmen-te a partir de los años ochenta, de cada uno de los niveles de la desconcen-tración urbana; por tanto, y exceptuando al urbano-menor, se presentan hábitats (ciudad, periferia suburbana, periferia exurbana y escenarios ru-rales) que se corresponden con los elementos del modelo teórico vertebral de todo este trabajo16.

15 Un ejemplo paradigmático de municipios urbano-menores son la vilas gallegas, las cuales juegan un rol urbano fundamental a la hora de articular el espacio rural de esta comunidad autónoma. De manera más precisa, son definidas por Román Rodrí-guez en estos términos: «Estas poblaciones se distribuyen por el espacio a unas dis-tancias de entre 20 y 30 kilómetros, unidas por tramos de una red viaria regional. A partir de ellas se organizan de modo radial, la disposición de las vías de comunicación secundarias. Son, por esto, puntos de máxima accesibilidad y centralización del rural. Cruces de caminos que ya desde el siglo pasado desempeñaban un papel de lugar de reunión e intercambio agrario y ferial» (Rodríguez, 1999: 12-13).

16 Por supuesto, existen otras propuestas de tipologías territoriales en España. Véase, por ejemplo, el trabajo de Goerlich y Cantarino (2015) que, utilizando en sus

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Raimundo Otero Enríquez296

figura 9.2. Hábitats delimitados en España: ciudades, periferias (suburbanas y exurbanas), urbano menor y municipios rurales

Fuente: Elaboración propia.

De igual modo, se perfecciona el análisis de la transición territo-rial en España (García y Otero, 2012), puesto que el espacio objeto de análisis queda delimitado con mayor precisión (especialmente, a la hora de separar el hábitat rural del escenario exurbano y del urbano menor).

cálculos un grid de densidad poblacional de un km2, y atendiendo a los criterios de Eurostat, establece una estimación demográfica de la población española —en áreas rurales, aglomeraciones urbanas y aglomeraciones urbanas de alta densidad— que supera las lógicas limitaciones de las fronteras municipales (por ejemplo, pudiendo estimar las personas que viven en núcleos urbanos dentro de municipios tipificados como rurales, y viceversa). En cualquier caso, en nuestro análisis, no se podría pres-cindir de la unidad municipal en tanto en cuanto, atendiendo a la información censal disponible, podemos utilizar datos sobre commuters (y tener, por ejemplo, un criterio muy importante a la hora de discriminar las periferias suburbanas de las exurbanas) y establecer cálculos de distancias, como veremos, entre municipios rurales y límites municipales del área urbana más próxima (para analizar el alcance de las tendencias contraurbanas en España).

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Territorio y desconcentración urbana: el caso español 297

9.3. CICLOS TERRITORIALES: DE LA CONCENTRACIÓN AL REEQUILIBRIO

9.3.1. Criterios para la delimitación de ciclos

¿Cómo ilustrar la evolución de las periferias y del resto del territorio? La respuesta a esta pregunta, de la que depende la verificación de nuestras hipótesis de trabajo, se sustenta en un aspecto inicial: el análisis del di-namismo demográfico de los hábitats delimitados en un periodo tem-poral muy amplio (comprendido entre el año 1900 y 2013) 17.

Atendiendo a la evolución de la población en datos absolutos, de los principales escenarios territoriales, se discriminan con facilidad dos tendencias: una localizada en los años sesenta del pasado siglo, periodo en el que las periferias y las ciudades experimentan un fuerte crecimien-to a costa de los municipios rurales; otra, que se identifica en el cambio de milenio, cuando el conjunto de hábitats experimentan una estabili-zación simultánea de su crecimiento (véase gráfico 9.3).

gráfico 9.3. Evolución poblacional: ciudades, periferias (suburbanas y exurba-nas), urbano menor y municipios rurales

Fuente: Elaboración propia a partir de datos censales (1900 y ss.) y padronales (2015).

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17 Cabe señalar, atendiendo a la figura 9.1, que al igual que con las periferias —especialmente exurbanas—, es complicado determinar a lo largo de una evolución temporal de más de un siglo, el momento en el que el «urbano menor» se ha cons-tituido como tal, y ha dejado de ubicarse en los parámetros clásicos de la ruralidad.

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Raimundo Otero Enríquez298

Atendiendo al cálculo de las TCMA de cada hábitat, se em-piezan a delimitar cuatro ciclos de la evolución demográfica de las periferias suburbanas, exurbanas y del escenario rural (véase gráfico 9.4):

• El primero, localizado desde la primera década hasta la mi-tad del siglo xx, y en el cual las ciudades lideran claramente el ranking del crecimiento (con TCMA siempre superiores al 1,5%).

• El segundo, que comienza a fraguar en la década de 1950-1960 y termina en los años setenta, muestra cómo las peri-ferias suburbanas (con una TCMA del 2,4%) seguidas de las ciudades (1,9%), cobran un creciente y progresivo protago-nismo demográfico, inversamente proporcional al proceso de desertización del rural que estalla a partir de 1960.

• El tercero, acotado en el periodo 1981-2001, se define por el comportamiento de unas periferias suburbanas y exurbanas que empiezan a presentar TCMA convergentes y, sobre todo, por la abrupta desaceleración poblacional de las ciudades (con una TCMA del 0% en el intervalo 1981-1991).

gráfico 9.4. Evolución de las TCMA: ciudades, periferias (suburbanas y exurba-nas), urbano menor y municipios rurales

Fuente: Elaboración propia a partir de datos censales (1900 y ss.) y padronales (2015).

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Territorio y desconcentración urbana: el caso español 299

• El cuarto y último ciclo deviene durante los primeros quince años del siglo xxi, caracterizados por un dinamismo pobla-cional mucho más equilibrado y compartido por todos los estratos territoriales de España. En particular son llamativas las elevadas TCMA (del 2,8%) de las periferias exurbanas y, sin duda, la revitalización demográfica de los espacios rurales.

La segunda estrategia para validar la pertinencia de estos cuatro ciclos nace de un aspecto capital que vehicula el «modelo de tran-sición territorial»: la estrecha interrelación existente entre cambios socioeconómicos y territoriales.

La última gran fractura que ha modificado la estructura econó-mica y social del globo ha sido, sin duda, el advenimiento de una sociedad posindustrial en la segunda mitad del siglo pasado caracte-rizada por la hegemonía de ocupaciones terciarias. En este sentido, como hemos visto especialmente en los capítulos seis, siete y ocho, las periferias han sido eslabones territoriales especialmente sensibles a la transición a una estructura ocupacional posfordista (Frey, 1988b; Santos, 2001; Audirac et al., 2012). Por tanto, otra manera de aislar el fenómeno de la desconcentración urbana en España y otros ciclos territoriales desde un punto de vista socioeconómico, es tratar de medir la interrelación de los cambios de la estructura ocupacional so-bre el crecimiento demográfico de las periferias. La medición de esta asociación se ha establecido a través de coeficientes de correlación de Pearson entre las TCMA de las periferias (suburbanas y exurbanas) de diferentes periodos intercensales —localizados entre 1900 y 2011—, y el porcentaje de población provincial ocupada en la industria para el último año de cada una de dichas fases (véase gráfico 9.5)18.

18 Este análisis mejora, en nuestra opinión, el empleado en el modelo de la «tran-sición territorial»; en este trabajo se utilizaban los niveles de correlación entre el porcentaje de población provincial ocupada en la industria y sus respectivas TCMA provinciales (García y Otero, 2012: 142); en nuestro caso, las TCMA son las que co-rresponden a las periferias suburbanas y exurbanas de cada provincia. También, cabe hacer otra precisión metodológica: «El total poblacional de las periferias (y cálculo de las TCMA) se ha agregado en provincias para todo el periodo considerado (1900-2011). De esta manera, se ha podido establecer una correlación con el porcentaje de ocupados/as en el sector industrial en 49 de las 50 provincias españolas para el mismo intervalo (es Albacete la única provincia que no ha tenido, según nuestra metodología, una periferia suburbana o exurbana consolidada durante esta larga se-cuencia temporal). Aunque sería posible realizar esta operación utilizando datos de

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Raimundo Otero Enríquez300

Desplegando los coeficientes a lo largo de los acontecimientos de más de un siglo en la historia española, nos volvemos a encontrar con cuatro fases territoriales bien diferenciadas, y que coinciden con las cuatro etapas demográficas descritas con anterioridad. Volvamos a describir esta secuencia a partir de una nueva estrategia metodológica:

• El primer ciclo se establece, nuevamente, entre 1900-1950. Este se caracteriza por una inicial vinculación entre las TCMA de las periferias y la creciente ocupación industrial entre 1910 y 1930; la herencia de la Guerra Civil y primera década de pos-guerra echan por tierra esta significativa y positiva correlación.

• El segundo dura entre el año 1950 y 1981, décadas en las que la correlación entre las dos variables indicadas se vuelve a disparar en un sentido positivo (alcanzándose un r máximo positivo, y significativo, de 0,64 para el intervalo 1960-1970). Son los años del «desarrollismo» en los que en treinta años los ocupados en el sector secundario crecen, de un 14% inicial, a un 37%.

nivel municipal en los censos de 1981, 1991 y 2001, en los restantes (inclusive el de 2011) no sería posible por la falta de datos en esta escala; por ello, se ha optado por la utilización de cifras provinciales para el intervalo 1900-2011» (Otero, 2014: 64).

gráfico 9.5. Evolución de las correlaciones de Pearson: TCMA (1900-2011) de los municipios periféricos y porcentaje de población provincial ocupada en el sector industrial (1900-2011)

*Las columnas señaladas en negro presentan correlaciones significativas (nivel bilateral < 0,01).Fuente: Elaboración propia a partir de datos censales (1900 y ss.).

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Territorio y desconcentración urbana: el caso español 301

• El tercero comprende el año 1981 y el 2001, un punto de inflexión en el que el crecimiento poblacional de la periferia se «descuelga» de la presencia de ocupados/as en el sector secun-dario (r alcanza su valor negativo más alto y no significativo entre 1991 y 2001). Son los años de una abrupta terciariza-ción de la economía española; en treinta años los ocupados en el sector terciario crecen, de un 47% inicial a un 72% en el año 2001.

• El cuarto y último ciclo vuelve a estar marcado por el cambio de milenio, momento en el que el signo de la correlación vuel-ve a ser positivo, pero sin presentar ninguna significación es-tadística. Este dato, por tanto, alude a cambios en el escenario periférico —como veremos— que no agotan su explicación en la continuidad de la terciarización ocupacional de España.

Concluyendo este epígrafe, el acoplamiento de estos ciclos de-mográficos y ocupacionales, además de mostrar la utilidad y valía empírica del modelo de «transición territorial», nos permite testar la historia de la desconcentración urbana española en tres fases que ya podemos denominar del siguiente modo: I) concentración urbana y suburbanización fordista; II) la hegemonía de la periferia posfordis-ta y primeros escenarios contraurbanos; III) reequilibrio territorial (en la que analizar fundamentalmente procesos de exurbanización y contraurbanización). A continuación, se describirán con más detalle cada una de ellas.

9.3.2. Concentración urbana y suburbanización fordista

Dejando atrás las cinco primeras décadas de España, en las que se parte de un crecimiento positivo y equilibrado de los hábitats con-templados19, hasta llegar al despegue demográfico de las principales ciudades en los años treinta20, en los años cincuenta y sesenta emerge un escenario metropolitano inédito21.

19 Coyuntura indicativa de la persistencia de un patrón de sociedad agraria aleja-do de las revoluciones industriales europeas.

20 Para más información sobre la primera fase de «equilibrio territorial y proto-periferias urbanas», consúltense García y Otero (2012), y Otero (2014).

21 Muestra de este cambio fundamental en el panorama urbano de España, es la publicación del estudio Áreas metropolitanas de España en 1960 (Dirección General de Urbanismo, 1965).

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Raimundo Otero Enríquez302

Esta época «desarrollista», inaugurada simbólicamente por los Planes de Estabilización y Liberalización de 1959 y la ejecución de diferentes Planes de Desarrollo Económico y Social, apuntala la re-cuperación de la población ocupada en el sector secundario. Detrás de este fenómeno, sin duda, se encuentra la defensa política de una selección de polos urbanos que concentrasen las actividades indus-triales estratégicas del país.

Las consecuencias de la nueva política económica nacional son muy claras: como comentábamos en párrafos precedentes, un cre-cimiento muy acelerado de la población ocupada en la industria; y también la activación de un inédito éxodo rural que se dirige a las ciudades en busca de nuevas oportunidades laborales y residenciales. Estas, durante el periodo 1950-1981, con una TCMA del 1,9%, ga-nan en conjunto siete millones de habitantes.

Ante la falta de una mínima planificación y disciplina urbanísti-ca, y ante la ausencia de equipamientos e infraestructuras adecuadas, la congestión habitacional de los centros urbanos se traduce en la activa-ción de un proceso suburbanizador clásico y muy intenso, ligado a los parámetros fordistas descritos en el capítulo cuarto y quinto, caracteri-zado también por el fracaso de la Ley del Suelo de 1956, la especulación desmedida y la construcción acelerada de los nuevos «polígonos».

En cifras, estas primeras coronas suburbanas presentan en estas décadas una TCMA muy intensa del 3,1%, claramente superior a la de las ciudades, que genera la atracción en estas décadas de más de cinco millones de nuevos residentes (en otra realidad todavía muy ruralizada, cabe decir, se encuentra una periferia exurbana con un crecimiento casi nulo del 0,3%, y que concentra en 1981 a poco más de medio millón de residentes).

A modo de zum, es interesante desmenuzar el comportamiento demográfico de las periferias suburbanas y exurbanas de las cinco principales GAU del país (Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Bil-bao). Estas entidades metropolitanas en el intervalo 1950-1981 ejem-plifican perfectamente la dinámica que se acaba de describir: un fortí-simo y generalizado crecimiento suburbano (realmente espectacular en el caso madrileño, con una TCMA del 8%) (véase gráfico 9.6).

Otra cara de la intensidad de estos crecimientos se localizan en las GAU de Barcelona y Valencia: entre 1951 y 1960 se construyeron en ellas un total de 121.000 y 56.000 viviendas respectivamente, «equiva-lentes, en cada caso, a una cuarta parte del total de las viviendas exis-tentes previamente en estas dos zonas» (Vilá y Capel, 1970: 118-119).

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Territorio y desconcentración urbana: el caso español 303

En definitiva es esta una fase de concentración de población en las ciudades y respectivos suburbios, motivada por tres factores: su capacidad de atracción como centros industriales-comerciales; llega-do el caso, su condición de capitalidad político-administrativa; tam-bién, los cambios socioculturales de la población proclives al consu-mo de un «ocio urbano» cada vez más hegemónico (García y Otero, 2012: 145).

En la literatura del momento, se recogen estudios acerca de la consolidación de nuevas regiones urbanas (Esteban, 1981) y de la con-vivencia cada vez más compleja de los espacios rurales y urbanos de la Comunidad de Madrid (Estébanez, 1979)22. De la misma manera, es muy notable el análisis realizado por Josefina Gómez (1977) sobre los desaprovechamientos rústicos del Bajo Henares, en las proximida-des de Madrid, motivados por una salvaje especulación sobre los sue-los agrarios de la periferia capitalina.

También, tienen una singular valía los estudios de Joan Busquets (1999: 51) sobre los «barrios de coreas» de Barcelona y sus poco conocidas dinámicas de «urbanización marginal». Precisamente, la

22 En el trabajo de Estébanez (1979: 513-519) se plasman conceptos —como el de ville éparpillé acuñado por Bauer y Roux (1976)— que a día de hoy siguen siendo utilizados.

gráfico 9.6. Crecimiento absoluto y TCMA de ciudades y periferias suburbanas de las principales GAU (1950-1981)

Fuente: Elaboración propia a partir de datos censales.

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1.200.000

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Cto. absoluto TCMA

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Raimundo Otero Enríquez304

fuerte expansión mediterránea de segundas residencias en áreas turís-ticas, naturales o de ocio, no pasaba desapercibida y merecía la aten-ción de autores que daban cuenta de nuevas formas de urbanización del rural23.

Precisamente, sobre los cambios que estaba experimentando el campo, cabe hacer mención a un artículo de Mario Gaviria (1973: 652) que teorizaba sobre el neorruralismo como manera de evitar la desertificación y abandono del rural ante la «la hipertrofia de unas cuantas áreas urbanas», en donde la calidad de vida se estaba dete-riorando a gran velocidad. Este sociólogo, evidentemente, no liga-ba la filosofía «neorruralita» a un movimiento generalizado de con-traurbanización que tardaría años en detectarse en España; pero sí se adentraba en el debate de la denominada crisis de la planificación urbana, un tema recurrente en las obras de la escuela francesa de la época (encabezada por Lefebvre) que tenía grandes similitudes con las inquietudes de los teóricos internacionales de la desconcentración urbana de los años setenta.

9.3.3. Desconcentración urbana: la periferia posfordista y primeros escenarios contraurbanos

Desde 1980 se localiza una verdadera «ruptura histórica» con el mo-delo de ciudad compacta» (Ministerio de Fomento, 2006: 28), a par-tir de la cual el sistema territorial español, si cabe con una velocidad mayor que en la fase precedente, experimenta un fortísimo cambio socioeconómico. Fruto de todo ello es el importante crecimiento de las estructuras urbanas metropolitanas motivado, entre otros facto-res, por la extensión de la movilidad residencial a todas las categorías sociales (Susino y Duque, 2013: 287).

En cifras, el intervalo 1981-2001 se caracteriza por la consoli-dación del crecimiento de las periferias suburbanas (con una TCMA del 1,4%, lo que supone la atracción de dos millones y medio de nuevos residentes) frente al estancamiento inédito de las ciudades (con una TCMA del 0,1%, esto es, una ganancia poblacional que no llega a las cuatrocientas mil personas)24. Por otro lado, la periferia

23 Como Ortega (1975), Herce (1975) o Valenzuela (1976).24 Esta crisis de crecimiento de las ciudades a favor de sus espacios periféricos

queda muy bien registrada en los trabajos de García (1982), Bel (1988), Bernabé y Albertos (1986) y Moreno (1987)

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Territorio y desconcentración urbana: el caso español 305

exurbana sale de su «letargo demográfico» y se urbaniza lentamente, incrementando casi en un tercio su población (véase gráfico 9.3), y observando el despegue de su TCMA (del 1,6% frente al 0,3% del ciclo 1950-1981).

Con más precisión, en el intervalo 1981-1991 la TCMA de las ciudades alcanza el 0% por primera vez en el transcurso del siglo xx; realidad que contrasta con la tasa de las periferias suburbanas (del 1,3%). En cambio, en el periodo 1991-2001 el protagonismo es re-tomado por las franjas exurbanas, con una TCMA del 2,5%, superior en un punto a la de los cinturones suburbanos (véase gráfico 9.4).

Atendiendo a los datos, una vez más, de las principales GAU de España, se reproducen los escenarios territoriales que acabamos de describir: inédita pérdida de población, salvo en el caso sevilla-no, de las ciudades centrales (véase gráfico 9.7)25; continuidad con el crecimiento del escenario suburbano; y fortísimo despegue del dina-mismo demográfico de los anillos exurbanos, muy ruralizados unos pocos años atrás, de las ciudades de Madrid, Barcelona y Valencia (y que supone la antesala de lo que acontecerá en la próxima fase).

Por tanto, durante el intervalo 1981-2001 estamos asistiendo a un nuevo proceso de crecimiento de las periferias suburbanas y exurbanas más complejo que en el pasado, y que configura una fase hegemónica de desconcentración urbana26. De hecho, estos hábitats, por primera vez, crecen de forma generalizada a costa de la urbe compacta; tal fenómeno radica claramente en la descomposición del binomio periferia dinámica y presencia de ocupación secunda-ria (recordemos el valor de r negativo y no significativo comentado párrafos atrás para este intervalo temporal). Tras la crisis del petróleo y la activación de una fuerte reconversión industrial, la manufactura fordista típica del «desarrollismo» se transforma en otra más flexible y caracterizada por la exigencia de una mayor movilidad y disociación entre el lugar de residencia y de trabajo (Alonso, 1985). Esta última

25 Durante este periodo la ciudad de Madrid perdía, redondeando las cifras, a 231.000 personas; la de Barcelona a 229.000; la de Bilbao a más de 79.000; y la de Valencia a más de 5.000.

26 Dice Roger sobre esta cuestión: «La preponderancia de la “vivienda-jardín”, al amparo de la importación de “modelos clorofila” del tipo de “ciudad jardín” de-rivados del rechazo social a la densificación, congestión y terciarización de los viejos centros urbanos, junto a la elevación de los precios producidos en la ciudad central, potenciaron la salida a los periurbanos de urbanizaciones masivas de adosados a partir de los años ochenta» (Roger, 2010: 172).

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Raimundo Otero Enríquez306

cuestión permite, especialmente para una creciente clase media, el avance de la metástasis urbana, ya sea en forma de ciudades dormi-torio o a través de nuevos lotes de viviendas unifamiliares asequibles (Terán, 1999: 324).

gráfico 9.7. Crecimiento absoluto y TCMA de ciudades y periferias (suburbanas y exurbanas) de las principales GAU (1981-2001)

Fuente: Elaboración propia a partir de datos censales.

Cto. absoluto TCMA

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Nuevamente, son abundantes los estudios27 que interrelacionan la terciarización de la economía española con la emergencia de es-tructuras territoriales propias de un escenario posfordista ya global (lo cual sigue reforzando la predominancia de un tipo de asenta-miento territorial, atendiendo al nivel de desarrollo socioeconómico alcanzado por una sociedad )28. La aportación del estudio de Santos (2001) sobre esta cuestión es fundamental, puesto que explica cómo el conjunto de la periferia española, en los espacios que se consolidan

27 Consúltense Alonso (1985), Vázquez (1986), Rojo (1987) y Ogando et al. (1989).28 Estrechamente ligados a esta dimensión del desarrollo socioeconómico, otros

factores como la crisis de la vivienda, gobernanzas en la gestión del suelo ineficaces, junto a nuevas preferencias residenciales por espacios menos congestionados, son también elementos que contribuyen a entender un intenso éxodo hacia las periferias suburbanas y exurbanas. Sobre una completa disección de los paradigmas que expli-can causalmente la fenomenología de la desconcentración urbana en España, véase el trabajo de Otero y Touriño (2012).

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Territorio y desconcentración urbana: el caso español 307

entre los años 1960 y 1996 como principales imanes de actividad terciaria nacional, se nutre del modelo metropolitano posindustrial29.

Sin duda, la otra gran novedad de este ciclo es la constatación de los primeros fenómenos contraurbanos. En primer lugar, y para el periodo 1991-2001, el estudio de Torres (2007) radiografía un fenómeno que cristaliza en el fuerte crecimiento de pequeños nú-cleos rurales de menos de 2.500 habitantes en el País Vasco. En sus palabras, en esta comunidad autónoma, «la contraurbanización ha cobrado protagonismo, siendo la responsable de los espectaculares crecimientos poblacionales registrados por muchas áreas rurales» (Torres, 2007: 101).

También resulta muy interesante el fenómeno contraurbano, nuevamente durante el intervalo 1991-2001, detectado en Navarra por María Jesús Rivera (2007). Esta autora observa cómo algunas zonas rurales, más allá de las situadas dentro del alcance funcional del área urbana de Pamplona, han experimentado notables crecimientos «y un profundo proceso de reestructuración residencial y simbólico» de mano de migrantes contraurbanos prototípicos (ya sean de clase media-alta en la búsqueda de calidad medioambiental y tranquilidad, ya sean jóvenes que prefieren buscar un lugar más barato para vivir, etc.) (Rivera, 2007: 33-34).

Sin duda, la aparición de este tipo de estudios de caso sobre el tercer nivel de desconcentración urbana corre en paralelo con la transformación posindustrial de la ruralidad (descrita en el capítu-lo seis). El campo español, en términos agregados, presentaba en el intervalo 1991-2001 una TCMA cercana a valores positivos por pri-mera vez en décadas, síntoma de que su vocación agrícola se trans-formaba en otra de naturaleza más recreacional y habitacional (espe-cialmente para una ciudadanía con más poder adquisitivo que quería escapar del indeseable centro urbano).

29 Cabe decir que Naredo y Frías (2003) se muestran críticos con la sobrevalo-ración de la terciarización económica o posindustrialismo a la hora de explicar los fenómenos desurbanizadores, al menos, del caso madrileño en el periodo 1984-2001. Dicen ambos autores al respecto: «Ciertamente, cuando la construcción, espoleada por el negocio inmobiliario, se ha erigido en la principal “industria” madrileña, y ordena el espacio urbano sobre el patrón implícito de la conurbación difusa, no cabe pensar en procesos desmaterializadores, ni en ciudades policéntricas, social ni am-bientalmente equilibradas o “sostenibles”. Antes al contrario, se despliega un nuevo orden que sigue devorando energía, materiales y territorio aunque la población mo-dere su crecimiento o incluso disminuya» (Naredo y Frías, 2003: 108).

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Raimundo Otero Enríquez308

9.3.4. Reequilibrio territorial y exurbanización

En el periodo 2001-2015 la tasa de crecimiento del país ha sido del 1%. Atendiendo a la distribución del crecimiento por hábitats, resul-ta muy llamativo que todos ellos experimenten un importante dina-mismo demográfico, que oscila entre la fulgurante TCMA de los es-pacios exurbanos (del 2,8%) y la definitiva recuperación poblacional de los espacios rurales (con una TCMA del 0,1%) (véase gráfico 9.4).

Si atendemos a la distribución geográfica de los municipios con una TCMA superior al 1% y 2% para el periodo 2001-2013, es real-mente sorprendente la hondura del crecimiento, por ejemplo, de las periferias de Madrid, Barcelona, Zaragoza o Sevilla30. Resulta también llamativo el dinamismo en la mitad oriental de España de un signifi-cativo número de municipios rurales. Una vez más el crecimiento del litoral mediterráneo, de una incontestable magnitud, sigue su propia lógica asociada, además de a nuevas formas de agricultura intensiva, a la explotación turística de esta franja territorial (véase figura 9.1).

Detrás de esta «universalización del crecimiento» se localiza una fase que no se explica por la hegemonía del desarrollo de las perife-rias; estamos afrontando, por tanto, un nuevo ciclo de reequilibrio demográfico mucho más complejo (similar al experimentado, en una clave totalmente diferente, en los inicios del siglo xx) (véase gráfico 9.4). En efecto, la propuesta pionera de Camarero (1993: 392) sobre la tendencia del territorio español hacia una «fase de in-tercambio poblacional equilibrado, en cuanto volumen, entre el me-dio urbano y rural», fundamentada en las tesis de Wardwell (1977), se ha cumplido.

30 Afortunadamente, tras el fracaso general de la puesta en marcha en España de las áreas metropolitanas y otros órganos jurídicos de alcance supramunicipal, surgen en el inicio del siglo xxi propuestas prometedoras para planificar la hondura alcan-zada por los procesos de desconcentración urbana (y empezar a derribar la gestión localista de las periferias). Son buenos ejemplos a este respecto los Planes Directores Urbanísticos de Cataluña impulsados desde el año 2004 (Nel-lo, 2010: 210-212), el reconocimiento de diversas áreas funcionales en las Directrices de Ordenación del Territorio vascas aprobadas a finales de los años noventa (Escobar, 2010: 237-239), o los Planes de Ordenación del Territorio de las Aglomeraciones Urbanas de Andalucía (Toscano, 2012: 82). Estas iniciativas «buscan dar cuenta de la lógica del conjunto metropolitano y, evidentemente, de sus coronas suburbanas y exurbanas integrantes» (Otero, 2014: 77).

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Territorio y desconcentración urbana: el caso español 309

Por otro lado, durante estos años, la correlación (positiva pero no significativa) entre el crecimiento de las periferias y el porcentaje provincial de población ocupada en la industria vuelve a experimen-tar un cambio respecto a las décadas anteriores de difícil interpreta-ción (véase gráfico 9.5); de hecho, y a la espera de una perspectiva temporal más amplia, la estructura ocupacional de las periferias no aporta un indicio claro de lo que está sucediendo en este nuevo ci-clo territorial (máxime si pensamos en la enorme multiplicidad de acontecimientos que transcurren entre un primer periodo de fuerte crecimiento económico, y otro de depresión iniciado alrededor del año 2007 o 2008). Otras variables, por tanto, cobran una nueva re-levancia.

En cualquier caso, analizaremos con detalle el primero de los dos fenómenos más sobresalientes de estos quince años y de esta nueva coyuntura territorial: la llegada de poco más de cuatro millones de inmigrantes extranjeros entre el año 2001 y 2013 con destinos muy diversos. En este sentido, los estudios de Durà (2003), Bayona y Gil (2009, 2011), y Bayona et. al. (2011) muestran cómo la entrada de este contingente demográfico ha provocado una clara recuperación tanto del centro urbano como de las franjas suburbanas de las prin-cipales GAU españolas. En concreto para el periodo 2001-2015, las ciudades ganaban más de 2.500.000 personas gracias a la afluencia de nuevos residentes extranjeros (en el caso de la periferia suburbana, esta cifra ascendía a un 1.700.000 nuevos residentes) (véase, en el capítulo posterior, la tabla 10.2).

El segundo de los aspectos más llamativos de este reequilibrio territorial es la rápida consolidación de la exurbanización, con la TCMA más alta, que expande como nunca el escenario de influencia de las GAU españolas.

Aunque es un proceso sobre el que hay muchas lagunas analíti-cas que aclarar en el futuro, el tramado ocupacional de esta periferia exurbana, insistimos en la idea, cede su relevancia a otros factores como el pasado boom especulativo de la vivienda (y la continua ocu-pación de terrenos perirurbanos mínimamente accesibles para una clase media y sus anhelos de propiedad)31. En este sentido, solo en el

31 El «tsunami urbanizador» de la franja exurbana se ha visto favorecido, una vez más, por una política de vivienda que se ha centrado en promover la propiedad y por diversos factores socioculturales (búsqueda de estatus social, tenencia de un bien básico para afrontar las vicisitudes de un mercado laboral precarizado, etc.) muy

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Raimundo Otero Enríquez310

periodo 2001-2015 la población exurbana aumentaba su volumen en un 31,9% (poco menos de medio millón de personas); en el inter-valo intercensal 2001-2011, se incorporan al parque de vivienda de este hábitat más de 200.000 unidades (un impresionante 31,9% del total) (véase tabla 9.2).

Si nos fijamos en los perímetros exurbanos de las principales GAU españolas, las cifras de crecimiento se hacen, incluso, más abul-tadas: una TCMA del 5,1% en la GAU de Madrid, del 3,6% en la de Barcelona y del 3,3% en la de Valencia (véase gráfico 9.8). No obs-tante, en cifras absolutas, los suburbios atraen a casi tres millones de personas y las capitales (salvo en el caso sevillano y bilbaíno) vuelven a recuperar tasas de crecimiento positivas (el municipio de Madrid, en concreto, recupera a cerca de 200.000 habitantes; el barcelonés, a más de 150.000).

gráfico 9.8. Crecimiento absoluto y TCMA de ciudades y periferias (suburbanas y exurbanas) de las principales GAU (2001-2015)

Fuente: Elaboración propia a partir de datos censales.

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bien explicados por Jesús Leal (2005: 67-69). También, para entender esta cuestión desde una óptica histórica de largo recorrido, consúltense los trabajos de Cardesín (2011) y Cardesín y Mirás (2017).

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Territorio y desconcentración urbana: el caso español 311ta

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Raimundo Otero Enríquez312

En la literatura reciente, pese a que este término de raíz anglo-sajona no se utiliza, encontramos el trabajo de Camarero y Oliva (2008) que, en nuestra opinión, se centra en el estudio de un ámbito exurbano, o segundo cinturón periférico del área metropolitana de Pamplona. En este espacio, en el que se concentran empleados del sector público y profesionales liberales con cargas familiares, se ma-nifiestan desplazamientos cotidianos mucho más complejos que en los de otras partes de la capital navarra (casco histórico y barrios de tradición industrial nacidos en la época del desarrollismo). La razón de esta coyuntura no se explica por la lejanía respecto de la ciudad central, sino más bien por los estilos de vida que reproduce este sin-gular espacio periurbano, dependientes totalmente del automóvil privado, nuevas formas de ocio y una flexibilidad laboral que atenúa el rigor horario de la movilidad diaria de raíz fordista (Camarero y Oliva, 2008: 348-351).

9.3.5. Reequilibrio territorial y contraurbanización

Una vez mencionados diferentes estudios de caso, merece una con-sideración aparte un análisis de la contraurbanización que incluya al conjunto de los municipios españoles y que abarque la última fase de reequilibrio territorial. Para ello, es fundamental recurrir a la Estadís-tica de Variaciones Residenciales (EVR) durante el intervalo 2001-2015, que registra todos los cambios de residencia a través de los registros padronales municipales.

De entrada, mediante una operación sencilla se pueden calcular los saldos resultantes de las altas y bajas padronales, medida que nos proporciona la ganancia neta —o pérdida— de un hábitat con respecto a otro (y la dirección del flujo migratorio predominante). Si procedemos a realizar esta operación con el conjunto de los más de seis mil municipios rurales españoles, hay un aspecto fundamen-tal que explica su TCMA agregada positiva —del 0,1%— para el periodo 2001-201532: este espacio ha obtenido una fuerte ganancia de población extranjera que se ha traducido en un saldo migratorio

32 Por supuesto, esta TCMA no puede ocultar de ningún modo los graves e in-tensos procesos de despoblación de una importante parte del escenario rural en Es-paña (en zonas interiores de Galicia, Asturias, Castilla León, etc.). Ahora bien, como veremos en este mismo capítulo, esta realidad no es un denominador común en el hábitat rural del país.

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Territorio y desconcentración urbana: el caso español 313

positivo de casi 700.000 residentes33. El saldo con respecto a los otros hábitats, y con la excepción de las periferias suburbanas, ha sido negativo (obsérvese, por ejemplo, que las ciudades han ganado del rural a casi 100.000 nuevos residentes, cifra en cualquier caso muy modesta respecto a las pasadas décadas) (véase tabla 9.3).

Por tanto, atendiendo a esta primera aproximación, no existe ac-tualmente un fenónemo contraurbano generalizado en España, pero sí, al menos, uno de sus subtipos —atendiendo al modelo teórico de Halfacree (2008)—: la contraurbanización «por defecto», en la que se ven implicados migrantes, decíamos, que se mudan a entornos rurales de otros países por una multiplicad de factores (los más generales son la incorporación a actividades agrícolas de baja cualificación o la bús-queda de segundas residencias en entornos turísticos)34.

tabla 9.3. Saldos migratorios entre municipios rurales (2001-2015) y resto de hábitats

Combinación de hábitat Saldo migratorio Tasa saldo migratorio (%)

Rural-Extranjero 695.150 8,5

Rural-Ciudad -90.968 -1,1

Rural-Periferia suburbana 38.082 0,5

Rural-Periferia exurbana -10.024 -0,1

Rural-Urbano menor -66.109 -0,8

Saldo migratorio 566.131 6,9

Fuente: Elaboración propia a partir de datos procedentes de la Encuesta de Variaciones Residen-ciales (INE).

Nos resta analizar algunos subtipos de ruralidades municipales. En este sentido, es obligado recuperar una de las premisas recogi-das profusamente en el texto (revísese especialmente el capítulo seis): no se puede confundir el crecimiento rural con nuevos procesos de desbordamiento de las ciudades y sus periferias. Dicho con otras pa-labras, hay que diferenciar el comportamiento demográfico de los municipios rurales contiguos o muy próximos a las áreas urbanas

33 En el cálculo de los saldos migratorios, han sido computados los «no consta» o altas por omisión de extranjeros en las que no se precisa su procedencia. De este modo, se evita una subestimación del colectivo, fundamentalmente, de inmigrantes de nacionalidad extranjera.

34 Consúltense los trabajos de García y Sánchez (2005), Oliva (2010) y Camarero et al. (2011).

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Raimundo Otero Enríquez314

españolas (y, en la medida de lo posible, aislar tasas positivas de cre-cimiento que se explican por nuevos residentes y commuters rurales, que recorren mayores distancias para acceder a los mercados laborales de las ciudades y periferias suburbanas más próximas).

tabla 9.4. Población y correlaciones de Pearson: municipios rurales con TCMA positiva (2001-2015) y distancia a límite de área urbana

Municipios rurales con TCMA positiva (2001-2015)

Distancia a límite de área urbana Población

(2015)r Sig. (bilateral) N

Total de municipios rurales -0,118 0,000** 2003 4.378.689

0-7,00 km de límite de área urbana -0,088 0,048* 503 1.357.372

7,01-16,00 km de límite de área urbana -0,088 0,048* 501 1.157.526

16,01-30,28 km de límite de área urbana -0,062 0,170 499 913.784

30,29-135,60 km de límite de área urbana 0,002 0,969 501 950.007

60,00-135,60 km de límite de área urbana 0,224 0,021* 105 218.810

Menos de 500 habitantes -0,069 0,074 678 150.041

Menos de 500 habitantes (30,29-135,60 km de límite de área urbana)

-0,110 0,106 216 41.399

*Correlaciones significativas (nivel bilateral < 0,05).**Correlaciones significativas (nivel bilateral < 0,01).Fuente: Elaboración propia a partir de datos censales y padronales.

La propia categorización de los municipios exurbanos es un paso necesario para evitar una sobreestimación de tendencias contraurba-nas, pero no es suficiente. Por tanto, importa, primero, centrarse en aquellos municipios rurales que hayan experimentado un crecimiento positivo durante la fase de reequilibrio territorial35 y, segundo, que no sean contiguos o muy cercanos a un área urbana36. De entrada, la con-junción de ambos requisitos, utilizando una correlación de Pearson,

35 En el periodo 2001-2015 presentaban una TCMA mayor que cero, un total de 2.003 municipios rurales, en los que residían 4.378.689 personas (el 55,5% de la po-blación rural estimada para España en el año 2015). Casi el 50% de tales municipios se localizan en las comunidades autónomas de Andalucía, Cataluña y Valencia.

36 El cálculo de distancia media desde cada uno de los municipios rurales has-ta los municipios considerados municipios suburbanos (el segundo componente, junto a las ciudades, de las GAU) fue realizado en el sistema de información geo-gráfica libre GRASS, utilizando la geometría de límites municipales disponible en la web del Centro de Descargas del Centro Nacional de Información Geográfica. Los cálculos fueron realizados en espacio ráster, con una resolución espacial de 200

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Territorio y desconcentración urbana: el caso español 315

ofrece una información de partida interesante: la contigüidad a los límites de un área urbana no determina una mayor dinamicidad de-mográfica (véase tabla 9.4). Tal fenómeno, impensable en la fase de concentración urbana (1950-1981), es un síntoma de la atenuación del poder centrípeto de los nodos urbanos en la estructura territorial española, aspecto característico de una fase de reequilibrio en los cua-les los intercambios poblacionales han dejado de ser extremos.

tabla 9.5. Saldos migratorios entre municipios rurales con TCMA positivas (2001-2015) y resto de hábitats según distancia a límite de área urbana

Combinación de hábitatsSaldo

migratorioTasa del saldo migratorio (%)

Rural (30,29-135,60 km) y <500 hab.-Extranjero 5.031 12,2

Rural (30,29-135,60 km) y <500 hab.-Ciudad 1.132 2,8

Rural (30,29-135,60 km) y <500 hab.-Periferia suburbana 1.048 2,5

Rural (30,29-135,60 km) y <500 hab.-Periferia exurbana -63 -0,2

Rural (30,29-135,60 km) y <500 hab.-Urbano menor -203 -0,5

Rural (30,29-135,60 km) y <500 hab.-Rural -118 -0,3

Saldo migratorio 6.827 16,6

Rural (60,00-135,60 km)-Extranjero 36.431 16,7

Rural (60,00-135,60 km)-Ciudad 2.168 1,0

Rural (60,00-135,60 km)-Periferia suburbana 2.087 1,0

Rural (60,00-135,60 km)-Periferia exurbana -223 -0,1

Rural (60,00-135,60 km)-Urbano menor -1.649 -0,8

Rural (60,00-135,60 km)-Rural 2.336 1,1

Saldo migratorio 41.150 18,9

Fuente: Elaboración propia a partir de datos procedentes de la Encuesta de Variaciones Residen-ciales (INE).

Atendiendo a continuación al postulado de la «vía rural» de la con-traurbanización (Cloke, 1985: 14 y 22), se tienen que analizar los saldos migratorios de municipios pequeños y/o remotos. Se ha realizado, por tanto, la exploración del comportamiento de las altas y bajas padronales de municipios rurales que cumpliesen ambas condiciones. Entre otras combinaciones posibles, se han discriminado del agregado rural con TCMA positivas a los municipios de menos de 500 habitantes, y que distan un mínimo de 30 kilómetros de los límites de un área urbana; y a los municipios rurales que distan un mínimo de 60 kilómetros del linde de un área urbana. Hecho esto, cabe decir que (véase tabla 9.5):

metros/píxel, generando un mapa de distancia euclídea desde los límites munici-pales de interés.

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• El primer grupo explica las cifras positivas de su saldo migra-torio gracias al fundamental aporte demográfico del extran-jero, pero también, y esto es lo interesante, gracias al de las ciudades y periferias suburbanas. Su distribución geográfica, por cierto, se concentra en la franja pirenaica y el arco del sistema ibérico (véase figura 9.3).

• El segundo bloque está configurado por municipios rurales que distan un mínimo de 60 km del linde de cualquiera de las 83 áreas urbanas españolas, en los cuales se vuelve a repetir un comportamiento migratorio parecido (si bien es cierto que la tasa del saldo con el extranjero es más destacada).

figura 9.3. Localización de municipios rurales, de menos de 500 habitantes, con TCMA positivas para el período 2001-2015, situados a un mínimo de 30,29 km de un área urbana (en gris)

Fuente: Elaboración propia.

En definitiva, en este conjunto muy modesto de municipios (un total de 321 y con una población de poco más de 260.000 perso-nas), sí que se evidencian tendencias contraurbanas; en concreto, son discernibles dos subtipos: una corriente «contraurbana tipo o princi-pal» integrada por personas que encajan en el prototipo de habitante

Rurales +30 Km y <500 hab.

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Territorio y desconcentración urbana: el caso español 317

contraurbano procedente de un área urbana; otro flujo contraurbano «por defecto» ya comentado e integrado por inmigrantes extranjeros.

No obstante, el tercer subtipo de contraurbanización existente según Halfacree (2008) no puede ser detectado por un análisis macro como el que estamos planteando: el «retorno a la tierra» de personas que apuestan por un estilo de vida ligado a valores neorrurales. Es un interrogante hasta qué punto su número puede alterar el crecimiento total, o al menos el saldo migratorio, de un municipio rural. Por ejemplo, las conclusiones a este respecto de la tesis doctoral de Mora-les (2016) sobre el papel de los pobladores neorrurales en Castilla y León son muy destacables:

Aunque los resultados no han sido los esperados, la llegada de nuevos pobladores al medio rural es un hecho, y si bien es cierto que no llega a solucionar los problemas de despoblación, sí es verdad que algunos municipios se han visto recuperados, no solo demográficamente sino también desde el punto de vista económico, paisajístico y social, con la llegada de estos nuevos habitantes (Morales, 2016: 514).

9.3.6. Balance del caso español

Mostrábamos en el inicio de este libro nuestro desacuerdo con las visiones historicistas sobre los procesos de desconcentración urbana. Sin duda, como proponíamos, el caso español y las peculiaridades de su sistema territorial han anulado la vigencia de este tipo de pro-puestas. De hecho, el final de la fase de desconcentración urbana deja paso a una nueva fase de reequilibrio caracterizada por la tendencia a un intercambio poblacional más equilibrado entre hábitats37. De este modo, tenemos registrado un marco secuencial que redondea y con-textualiza el análisis histórico y comparativo realizado desde la Edad Media hasta nuestro presente.

Pero este ejercicio empírico ha conllevado, a nuestro juicio, tres aspectos no menos importantes. El primero, plasmar la utilidad de la identificación de los «niveles» y «formas» de la desconcentración

37 Esta secuencia, insistimos en la idea, puede variar atendiendo a las diversidades regionales o provinciales del territorio español (García y Otero, 2012: 152-156); por motivos de extensión, no se ilustran. Cabe decir, en este sentido, que el registro de dicha diversidad también fue una preocupación en la obra pionera de Hall y Hay (1980: 120), Growth Centres in the European Urban System.

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urbana para abordar su fenomenología. En especial, la distinción ope-rativa de hábitats suburbanos, exurbanos y rurales, además de inédita, conecta la realidad territorial española con las principales contribucio-nes internacionales realizadas sobre nuestro objeto de estudio.

El segundo aspecto destacable ha sido el verificar cuantitativa-mente, con la excepción de la fase de reequilibrio, la sensibilidad de las inercias expansivas de las periferias —suburbanas y exurbanas— a los cambios en el nivel de desarrollo socioeconómico alcanzados por una sociedad.

También, se ha abordado el alcance de la contraurbanización en España. A pesar del fenómeno inmigratorio de los últimos años, este fenómeno no es visible con claridad en el conjunto de los municipios rurales españoles. En todo caso, aumentando el zum territorial, y partiendo del postulado teórico de la «vía rural» de Cloke, sí que hay evidencias contraurbanas de interés en municipios de poco tamaño y/o claramente distanciados de los límites de las áreas urbanas del país.

Por último este estudio de caso valida, a nuestro juicio, la re-cuperación del modelo de «transición territorial» (García y Otero, 2012) como marco típico-ideal de la evolución de los principales hábitats de los países —especialmente— desarrollados.

Al hilo de estas ideas conclusivas, en el próximo capítulo nos preguntaremos, entre otras cuestiones, acerca de los efectos que con-lleva el tránsito de una fase de desconcentración hacia otra de reequi-librio en lo tocante a la ordenación y planeamiento del territorio; y, de igual modo, calibraremos las enseñanzas que podemos extraer del análisis histórico realizado en aquellas situaciones en las que la des-concentración urbana siga siendo una fase hegemónica en el marco de un país o región.

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10. PARADIGMAS, INCÓGNITAS Y PERSPECTIVAS DE FUTURO DE LA DESCONCENTRACIÓN URBANA

El cometido de este capítulo es el de cerrar los contenidos del libro preguntándonos acerca, si se quiere, de la episteme de la desconcen-tración urbana, así como el interrogarnos sobre el futuro próximo de este fenómeno y sus consecuencias territoriales. Necesariamente, las reflexiones reflejadas son de una naturaleza inconclusa y, por supues-to, abiertas al debate. Para iniciar el capítulo, plantearemos una reco-pilación de los principales paradigmas de naturaleza causal que rodean a la desurbanización; acto seguido, creemos interesante entender qué cuestiones serían deseables priorizar para el necesario estudio de las dimensiones poco exploradas de nuestro objeto de estudio.

10.1. CAUSALIDADES Y DESCONCENTRACIÓN URBANA

Dice Jordi Caïs (1997: 15) que «la complejidad causal es un factor central en el análisis de la realidad social», reflexión que, además de compartir, se hace indispensable abordar si se utiliza una metodolo-gía comparativa. No es casual, por tanto, que en todos los capítulos de la primera parte de este libro se haya plasmado un esbozo de los principales paradigmas que intentan explicar causalmente los pro-cesos de desconcentración urbana. Ha llegado el momento de hacer una síntesis diacrónica de todos ellos, analizar qué teorías han sido las más importantes y discriminar aquellas que están destinadas a jugar, según nuestro criterio, un papel futuro relevante.

Además, si es de causalidades de lo que vamos a hablar, queremos exponer someramente hasta qué punto una variable fundamental del análisis territorial —la escala o tamaño de la urbe— supone el teórico punto de arranque de un proceso de desconcentración urbana.

10.1.1. Principales paradigmas de la desconcentración urbana

Por supuesto, el intento de explicar qué teorías han dado cuenta causal-mente de nuestro objeto de estudio no es original. Empezando por el

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valioso trabajo de Durà (1998-1999) sobre la única compilación de pa-radigmas realizada utilizando el concepto holístico de desconcentración urbana, también podemos mencionar los esfuerzos de Mieszkowski y Mills (1993) por sintetizar los principales axiomas de la suburbaniza-ción, así como los de Ferrás (2007, 2009) y Arroyo (2001), centrados en confeccionar un mapa teórico de gran valía sobre la contraurbanización internacional.

En nuestro caso, comentábamos en el tercer capítulo, utilizamos el esquema del materialismo histórico, solo a efectos pedagógicos, para establecer una divisoria de partida entre paradigmas superestructurales (aquellos que se enmarcan en el ámbito jurídico, político e ideológico) y estructurales (aquellos que pertenecen al contexto de las relaciones de producción). Por supuesto, este es un criterio subjetivo entre otros mu-chos posibles, pero sí que nos ha parecido eficaz a la hora de recoger una recurrente polaridad, no siempre dotada de un límite preciso, entre los escenarios de la economía real, la propiedad, los medios de producción, y los de la gobernanza y de la ideología.

Para ver la evolución de los múltiples paradigmas estructurales y superestructurales analizados, los hemos etiquetado de diverso modo en función de pautas dominantes y específicas de cada periodo histórico (véase tabla 10.1). Por supuesto, lo primero que llama la atención es que, desde el siglo xix, dos han sido los axiomas que siempre nos han acompañado para narrar la historia de la extensión de los alfoces metro-politanos:

• El primero se ha centrado, desde un punto de vista estructural, en subrayar la determinante importancia causal que la mejora de las infraestructuras y de los medios de transporte ha tenido so-bre el «estallido urbano». Todos estos factores han conducido a la ciudad hasta límites geográficos inimaginables para un ciu-dadano de principios del siglo xx. Son indiscutibles los efectos que, al margen de la inicial importancia de las primeras líneas de ferrocarril y de los tranvías urbanos, han tenido sobre la me-tamorfosis de la ciudad compacta la construcción de enormes sistemas de autopistas y, fundamentalmente, las revolucionarias transformaciones de la movilidad individual motivada por la universalización del automóvil privado.

• El segundo, de naturaleza superestructural, es un reflejo de ese momento en el que las conductas individuales se hacen colec-tivas, y son guiadas por aspectos morales y simbólicos que el

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capitalismo ha proporcionado, de modo preferente, para satisfa-cer nuevas necesidades de consumo, en este caso, habitacionales. Efectivamente, el poder de las preferencias residenciales dirigidas hacia la búsqueda de una nueva vivienda en donde reproducir los placeres suburbanos y rururbanos, retornar a viejos valores co-munitarios, contactar con una naturaleza absolutamente ideali-zada, etc., forman un compendio de estímulos que han sostenido ingentes flujos migratorios centrífugos de procedencia urbana.

Asimismo, a lo largo del análisis histórico realizado, emergen otros tres paradigmas que han estado presentes, casi, de manera constante (véase tabla 10.1). Son los siguientes:

• Primero, la importancia que el papel de la planificación estatal ha tenido a la hora de dirigir, a través de multitud de iniciativas, las fuerzas expansivas de la ciudad. Evidentemente, como hemos te-nido ocasión de comprobar, el papel del Estado sobre la gestión de los procesos de desconcentración urbana ha tenido una doble lectura. Por un lado, han existido velados apoyos instituciona-les a las inercias contraurbanas que podían dinamizar el mundo rural, o a la creación de nuevos mundos suburbanos y exurba-nos para paliar déficits de vivienda crónicos o problemas sociales coyunturales (pensemos en el retorno de millones de veteranos sin hogar, tras el final de las dos guerras mundiales); pero tam-bién, por otra parte, diferentes Administraciones públicas han reaccionado contra la insostenibilidad social, económica y am-biental de las metrópolis difusas, promoviendo importantes pro-yectos de regeneración de las ciudades compactas tradicionales.

• Segundo, la influencia del valor del suelo y el subsiguiente com-portamiento del mercado inmobiliario han constituido, preci-samente, uno de los aspectos que la gestión estatal no ha sa-bido controlar. Fuese a través de clásicos procesos de filtrado residencial activados por cuestiones económicas, étnicas, etc., fuese a través de gigantescos movimientos especulativos sobre lotes de terreno periurbano, o fuese aprovechando las crecien-tes demandas habitacionales de nuevas clases medias, la acción de infinidad de agentes privados, opina un más que conside-rable grupo de autores, ha tenido un efecto fundamental a la hora de alimentar el descontrol de las metástasis urbanas en su peor vertiente.

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• Por último, han sido fundamentales en el devenir de la des-concentración urbana los progresivos cambios económicos sec-toriales que hemos vivido durante estas últimas décadas, esto es, la progresiva consolidación del sector terciario amparado por una revolución tecnológica de base electrónica e informa-cional. No cabe duda de que dichos cambios han erigido nue-vas formas de descentralización industrial-empresarial que, además de generar inéditas necesidades de control y decisión en los centros de las principales ciudades del mundo, se han visto materializadas en la creación periférica de nuevos polí-gonos industriales o parques tecnológicos altamente especia-lizados. De este modo, el dinamismo económico del mundo suburbano y exurbano se ha visto más que fortalecido y, en consecuencia, además de su vocación residencial, ha atraído infinidad de actividades comerciales y profesionales propias del mundo globalizado.

Al margen de estos cinco corpus teóricos a la hora de explicar los porqués de la desurbanización1, en el camino han sobresalido otros de menor entidad e, incluso, defendidos puntualmente por un único autor (véase tabla 10.1). Por ejemplo, este es el caso la consolidación de una nueva ruralidad posindustrial durante el periodo 1970-2000,

1 Nuestra delimitación final de cinco grandes paradigmas causales de la descon-centración urbana se asemeja, en ciertos aspectos, a la esbozada por Bierens y Kontuly. Creemos que merece la pena reproducir sus palabras literalmente: «The literature sug-gests numerous explanations for either a slowing urbanization pattern or the existence of a counterurbanization tendency in European countries during the 1970s, 1980s, and 1990s. These explanations can be organized into five groups: regional restructur-ing; the deconcentration perspective; government policy; housing costs; and period effects. “Regional restructuring” refers to the regional deconcentration of manufac-turing and service employment, and can be thought of as the “people follow jobs” explanation. The deconcentration perspective focuses on the location choices of in-dividuals and refers to a change in the preferences of the working-age population in favor of locations in rural, low-density, environmentally pleasant areas; this is the “jobs follow people” explanation. Period effects include business-cycle fluctuations regional boom and bust experiences, and changing sociodemographic compositions. The gov-ernment-policy explanation includes planned deconcentration initiatives to redistrib-ute jobs and people to rural/peripheral areas, and includes increases in public service employment such as child care, education for the young, and other services. Hous-ing-costs reasons include both the high cost and the availability of housing» (Bierens y Kontuly, 2008: 1714).

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razón de ser fundamental de la contraurbanización; o también po-demos mencionar a este respecto las explicaciones sobre los cambios macroestructurales de países en vías de desarrollo o pasado colonial que, entre 1945 y 1970, experimentaban un fulgurante y particular creci-miento de periferias muy empobrecidas.

Sobre el futuro de las teorías explicativas de la desconcentración urbana, hay poco margen de maniobra para la originalidad o nove-dad. Sí que nos inclinamos a pensar que el desarrollo de un aspecto concreto del paradigma del papel de la planificación estatal, el de la importancia de la gobernanza, va a ocupar a un número cada vez mayor de investigaciones (como así está ocurriendo desde el cambio de milenio).

No es este el lugar propicio para entrar en una discusión teó-rica sobre la fortuna del término politológico de la gobernanza, ni tampoco para profundizar sobre un aspecto del que existe una vas-tísima literatura que queda fuera del lógico alcance de este trabajo. No obstante, pocas dudas existen sobre la importancia de los retos próximos que se van a cernir sobre nuevas y viejas políticas que en-caucen eficazmente la intervención del Estado en todos los niveles de la desconcentración urbana. Podemos enumerar algunos:

• Las intervenciones necesarias y alternativas contra la progre-siva elitización del escenario exurbano y suburbano en forma de excluyentes gated communities.

• La formación —de una vez por todas— de eficaces gobiernos de alcance metropolitano que tengan en cuenta las demandas de todo tipo de equipamientos tanto regionales como locales, sin perder de vista una mayor participación ciudadana y, por tanto, un aumento de la calidad democrática del mundo pe-riurbano2.

• Por último, la no menos importante generación de nuevas políticas en las que la incentivación de flujos contraurbanos pueda suponer, en palabras del geógrafo gallego Carlos Fe-rrás (1995: 863), «un verdadero renacimiento rural en aque-llas áreas desfavorecidas a costa de la descongestión urbana en las grandes aglomeraciones, contribuyendo a un equilibrio

2 Consúltense sobre estas cuestiones, por ejemplo, los estudios de la descentraliza-ción y gobernanza de São Paulo de Evelyn Levy (2001) o el análisis de las reformas del gobierno metropolitano de Tokio escrito por Ronald K. Vogel (2001).

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territorial y a superar las tradicionales diferencias existentes en cuanto a bienestar social y posibilidades de vida entre el campo y la ciudad».

Por supuesto, en todos aquellos países o regiones que muestran síntomas de desaceleración de los procesos de desconcentración ur-bana, cabe preguntarse hasta qué punto los tradicionales paradigmas sobre la importancia de las infraestructuras y medios de transpor-te deberán aportar una mejor comprensión de la relación entre las periferias suburbanas/rururbanas y las ciudades centrales (que ya no mantienen una relación tan jerárquica y dependiente). De igual modo, las teorías que explicaban la expansión metropolitana a causa de diferentes crisis inmobiliarias y erráticos valores del suelo deberán reformularse en aquellos territorios con crecimientos poblaciona-les entre hábitats mucho más equilibrados (como hemos visto en el caso español); es probable que en ellos se acaben por estabilizar —o por decrecer— sus respectivos mercados de la vivienda, con meno-res plusvalías de carácter especulativo y con un ritmo de transacción mucho más lento.

10.1.2. Más allá de los paradigmas: la importancia de la escala en el caso europeo

La discriminación realizada de las grandes teorías de la desconcen-tración urbana, proyectadas desde el siglo xix hasta nuestro presente, es suficiente para configurar un «imaginario causal» que rodea tanto la dimensión estática como dinámica de nuestro campo de estudio. Sin embargo, después de haber expuesto esta cuestión, nos parece interesante intentar dilucidar cuál es el primer detonante de la des-concentración urbana como proceso y, por tanto, cuál es el factor que explica, en origen, la holgura de las influencias metropolitanas sobre el territorio de nuestro presente.

Nuestra intención, en estos párrafos conclusivos, es dar pábulo a un viejo debate, que siempre acaba por aflorar, sobre la importan-cia de la escala en el devenir de las ciudades. En este sentido, cobra relevancia, nuevamente, la «teoría de los lugares centrales»3 de Walter Christaller (1933: 17), la cual defiende, valga la redundancia, que

3 Teoría, que a día de hoy, recibe nuevas lecturas, como la efectuada por Sassen (2007: 25). Esta autora sigue defendiendo la importancia de los lugares centrales, esto

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Paradigmas, incógnitas y perspectivas de futuro de la desconcentración urbana 327

la centralidad e importancia de una ciudad en un sistema urbano se mide en términos de tamaño.

Dicho con más detalle, el comportamiento de los espacios ur-banos ha sido diferente dependiendo de la escala en origen de las ciudades. Cuanto mayor es el volumen poblacional de la ciudad, en general, podemos postular que más temprano se producen los efec-tos de desconcentración urbana y más importantes son los mismos, tanto desde el punto de vista de las pérdidas de efectivos de la ciudad central, como desde el de la ganancia de sus periferias y su consecuen-te extensión. Esto implica que existe, tal y como había anticipado Christaller (1933: 18-19), una «ley de rango-tamaño» que dicta que a mayor volumen de la ciudad, mayor área urbana generará esta y, por cierto, más pronto culminará la transición territorial descrita en el pasado capítulo4.

No existen muchas fuentes de alcance internacional fiables que tengan incorporado, a través de una metodología sólida, el escena-rio de las periferias como un eslabón distinguible entre el escenario rural y urbano. Una excepción, a este respecto, es una fuente que ya hemos mencionado y analizado brevemente en anteriores capítulos: la base de datos Urban Audit, de Eurostat, que permite distinguir una periferia (surrounding area) de las 357 ciudades (core cities) que integran las Large Urban Zones (LUZ) de todos los países integrantes de la Unión Europea y algunos extracomunitarios (como es el caso de Turquía, Croacia, Noruega y Suiza).

Si atendemos al comportamiento de ambas categorías espacia-les (véase gráfico 10.1), observamos de izquierda a derecha, cómo las tasas totales de crecimiento del conjunto de las ciudades cen-trales alcanzan valores positivos decrecientes, y llegan a un pun-to de inflexión (representado por Dinamarca) a partir del cual se

es, el «el centro denso de la ciudad» a la hora de vertebrar aspectos fundamentales de la economía del conocimiento de las principales mega-regiones internacionales.

4 En un sentido estricto, la «ley rango-tamaño» se corresponde con los postula-dos de la ley Zipf, una teoría lingüística utilizada para explicar el crecimiento urbano y que guarda una estrecha semejanza con los postulados de la «teoría de los lugares centrales» (en concreto al explicar la población de una ciudad atendiendo a su po-sición jerárquica urbana dentro un territorio dado) (Callizo, 2000: 1055). En el trabajo de Goerlich y Mas (2010: 153-154) se defiende la validez de la ley Zipf en tanto que «aproximación razonable» para explicar la estructura urbana española (en el periodo 1900-2001).

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alcanzan cifras negativas5. Todos los países bálticos y orientales que se ubican en este segundo cuadrante experimentan un crecimiento generalizado y destacado de sus periferias (exceptuando el caso de Bulgaria6).

gráfico 10.1. Evolución de las tasas de crecimiento total (%) de las ciudades centrales y áreas periféricas de la UE (1999-2009)

Fuente: Urban Audit (Eurostat) y elaboración propia.

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TCT ciudad central (1999-2009) TCT área periférica (1999-2009)

Para ordenar esta disparidad geográfica, se han clasificado las tasas de crecimiento total que corresponden a las principales zonas del Viejo Continente (Europa occidental, oriental, septentrional y meridional)7. Hecho esto cabe destacar que son más que notorias las

5 Dentro de los países europeos con ciudades que experimentan pérdidas de po-blación, llama la atención el caso portugués. La media de decrecimiento de los centros urbanos lusos está muy lastrada por el fuerte descenso poblacional de Porto. Entre 1999 y 2009, este espacio perdía a más del 21,7% de su población; en concreto, 47.051 habitantes de un total de 263.131.

6 Según los datos de la fuente Urban Audit, Bulgaria tenía en 1989-1993 una población de 8.669.269 personas; en 2007-2009, esta se veía reducida a 7.606.551 residentes.

7 Las zonas europeas son las mismas que las manejadas por las World Urbanization Prospects. Con detalle, Europa occidental está formada por: Austria, Bélgica, Francia, Alemania, Países Bajos y Suiza. Europa oriental por: Bulgaria, Hungría, República

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diferencias: por ejemplo, Europa meridional, formada por países como Grecia, Italia y España, con un crecimiento demográfico ex-pansivo alimentado por un flujo de población inmigrante más que notable en la última década, experimenta un crecimiento de sus pe-riferias más explosivo que el de Europa occidental. Claramente, los países orientales mantienen una pauta muy diferente a la del resto, volvemos a repetir, presentando las únicas tasas negativas de los nú-cleos urbanos de sus respectivas LUZ (véase gráfico 10.2)8.

gráfico 10.2. Evolución de las tasas de crecimiento total (%) de las ciuda-des centrales, LUZ y áreas periféricas según zona de la UE (1999-2009)

Fuente: Urban Audit (Eurostat) y elaboración propia.

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UE occidental UE oriental UE septentrional UE meridional

TCT ciudad central (1999-2009) TCT LUZ (1999-2009) TCT área periférica (1999-2009)

Checa, Polonia, Rumanía y Eslovaquia. Europa septentrional por: Dinamarca, Estonia, Finlandia, Irlanda, Letonia, Lituania, Noruega, Suecia y Reino Unido. Europa meri-dional por: Grecia, Italia, Portugal, Eslovenia y España.

8 El estudio de Kabisch y Haase (2011: 247-249), que ha seguido la misma es-trategia analítica de descomponer el crecimiento de las LUZ en cores y fringes para un intervalo comprendido entre 1991 y 2006, muestra conclusiones parecidas a las que acabamos de exponer: a pesar de las fuertes tendencias suburbanizadoras (término que emplean ambos autores) de Europa occidental y meridional, este fenómeno alcanza una fuerza mucho mayor en Europa oriental. Del mismo modo, el este europeo es la zona donde se concentran más evidencias de desurbanización, esto es, una fuerte pér-dida poblacional de los centros de las ciudades.

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Aislando los países pertenecientes a Europa oriental del resto, puesto que presentan las periferias con un mayor dinamismo demo-gráfico9, sus LUZ de referencia están inmersas en un pleno proceso de desconcentración urbana en el periodo 1999-2009. Si se mide la correlación entre el volumen poblacional de las áreas periféricas de estas naciones en el año 1999, con sus respectivos saldos pobla-cionales para el periodo 1999-2009, esta alcanza un valor de 0,73; por tanto, existe un aumento proporcional de signo positivo cuando varían estas dos magnitudes demográficas10.

Claramente, aquellas periferias con un mayor número de resi-dentes en 1999 (en especial las de Budapest, Praga y Varsovia, con más de 700.000 residentes en 1999) son las que crecerán con más fuerza durante los siguientes diez años (véase gráfico 10.3).

En el contexto europeo, cabe citar dos trabajos que llegan a con-clusiones similares; el de Martí-Henneberg (2005: 276), ya citado, sobre la evolución de los espacios más poblados de Europa, que arras-tran una clara inercia territorial que data de finales del siglo xix; y el de Turok y Mykhnenko (2007: 172), que remarca la importancia del tamaño de las ciudades europeas a la hora de diferenciar el compor-tamiento de sus tasas de crecimiento.

Cabe precisar que la validez de la ley rango-tamaño a la hora de explicar el ciclo de la desconcentración urbana se ve reforzada por las comprobaciones empíricas de Goerlich y Mas (2009: 14) para el periodo 1900-2001 en España: los municipios-ciudades que, a principios del siglo xx, presentaban las mayores tasas de densi-dad poblacional son los que, sin duda, más residentes han atraído y los que más han extendido sus respectivos hinterlands. Igualmente, en un ciclo temporal de referencia más cercano, en el trabajo de García y Otero (2012: 150-152) se aborda cómo son las ciudades de mayor tamaño (Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza, Málaga, Bilbao, etc.) las que primero presentan procesos destacados de desconcentración urbana, y las que lo hacen, a su vez, con mayor intensidad.

9 Los países de Europa oriental considerados, utilizando los criterios de las World Urbanization Prospects, son: Bulgaria, Hungría, República Checa, Polonia, Rumanía y Eslovaquia.

10 Se han incluido en el análisis, un total de 74 LUZ de cada una de estas naciones. Por falta de datos o registros anómalos, no se han tenido en cuenta las LUZ de Plovdiv, Stara Zagora (Bulgaria), Banská Bystrica, Nitra, Presov, Trencín (Eslovaquia) y Nyíre-gyháza (Hungría).

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En resumidas cuentas, es factible pensar que la primera causa de la desconcentración urbana nace de una confluencia de múltiples fac-tores históricos, económicos y, por qué no, en algún caso azarosos, que determinan la escala poblacional de una ciudad y, en consecuencia, la probabilidad de expulsar con más o menos intensidad a efectivos hacia sus periferias cercanas o lejanas. Por supuesto, esta cuestión está totalmente abierta a ser debatida desde nuevas y viejas perspectiva de la geografía e historia urbana (la pretensión de este epígrafe); de hecho, el trabajo de Batty (2008: 771) cuestiona una visión tan lineal entre el tamaño de la ciudad y su evolución posterior en múltiples dimensiones humanas y económicas.

gráfico 10.3. Comportamiento de las periferias de Europa oriental en la fase de desconcentración urbana

Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Urban Audit (Eurostat).

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Población área periférica (1999)

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10.2. LAS DIMENSIONES POCO EXPLORADAS DE LA DESCONCENTRACIÓN URBANA

Decíamos, al principio, que tres podían ser consideradas, desde un punto de vista dinámico, como las dimensiones poco exploradas de la desconcentración urbana: los flujos migratorios internacionales, los de carácter interregional y el comportamiento vegetativo. Esta adje-tivación se debía, decíamos, a la poca literatura que hemos podido encontrar sobre cada una de dichas dimensiones.

Solo sobre la interacción de los flujos migratorios transnacionales y los procesos de desconcentración urbana, ha aflorado en los prime-ros años del siglo xxi un número creciente de estudios. Hemos visto que estos trabajos centraban su atención en dos aspectos destacables: primero, la más que notable presencia de población de inmigrantes de nacionalidad extranjera en los suburbios estadounidenses, aspec-to que rompía con modelos clásicos de distribución clasista y étnica de la realidad metropolitana de este país; segundo, la creciente im-portancia que la llegada de mano de obra de procedencia extranjera había tenido a la hora de explicar nuevas realidades contraurbanas en algunos países —fundamentalmente de la Europa mediterránea—.

Sin embargo, son muchas las preguntas pendientes que plantean las migraciones transnacionales frente a nuestro objeto de estudio, máxime teniendo en cuenta el impacto que estas pueden tener en el cambio de las pautas demográficas de los principales hábitats del territorio.

Por ejemplo y siendo cautos, porque siempre es difícil tener un conocimiento íntegro sobre las amplísimas temáticas que estamos tratando, resulta una enorme incógnita saber cómo la evolución de las emergentes migraciones climáticas de alcance global va a interac-cionar con los procesos de desconcentración urbana; también, siendo más concretos, sabemos muy poco sobre el impacto de la inmigra-ción extranjera en el crecimiento de las franjas exurbanas. ¿Son estos espacios más atractivos para este colectivo poblacional que los centros urbanos?, ¿ofrecen estos lugares ventajas reales —precio del suelo, posibilidad de desarrollar actividades agrarias residuales o ejercer de trabajadores simbióticos— para lograr una residencia estable en el país de acogida?

De igual modo, existen varias aportaciones sobre el impacto que trabajadores extranjeros están teniendo a la hora dinamizar todo tipo de actividades agrícolas de carácter intensivo y determinadas zonas

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rurales (consúltese el análisis sobre la contraurbanización y estudios de caso citados en el capítulo anterior). En este sentido, no se puede asegurar si la llegada de este contingente demográfico tiene un efecto perdurable en el desarrollo local de las poblaciones de acogida. Igual-mente, no son abundantes los estudios sobre los inmigrantes extran-jeros que han decidido comenzar su proyecto migratorio en pueblos o zonas claramente rurales desempeñando todo tipo de actividades (no siempre de carácter agrícola o ganadero)11.

Asimismo, cuando hablamos de la interacción de diferentes ti-pos de migraciones interregionales y los niveles de la desurbaniza-ción, queremos referirnos a cómo, por ejemplo, un núcleo suburbano recibe un aporte migratorio de una ciudad próxima, pero también de otras zonas rurales, de otras periferias y, por supuesto, de otras áreas urbanas. Resulta llamativa, en este sentido, la ausencia casi completa de estudios que traten de analizar la ligazón entre los flujos migrato-rios interregionales y los niveles de la desconcentración urbana.

Recuperemos el contexto territorial español, a modo de ejem-plo. Si representamos los saldos migratorios entre los hábitats utiliza-dos en este libro (véase tabla 10.2), podemos advertir movimientos poblacionales durante el periodo 2001-2015 de una enorme com-plejidad, y en los cuales las ciudades han perdido su protagonismo histórico. Por ejemplo, son muchas las incógnitas que rodean al cre-cimiento del espacio exurbano, el único que gana residentes de todos los restantes hábitats.

También, dejando al margen los datos presentados, sería muy in-teresante conocer hasta qué punto las grandes periferias de las GAU españolas comparten flujos migratorios autónomos respecto de la ciudad central?12. Cuestiones similares deberían, a nuestro juicio, for-mularse de igual modo en otros ámbitos internacionales.

11 Durante los últimos años, por ejemplo, son varios los municipios rurales de España en riesgo de despoblación que han atraído a inmigrantes extranjeros con ofertas de trabajo y soluciones habitacionales de bajo precio o gratuitas. Véase la noticia publicada en el perió-dico El País en el año 2006, con el título «Se busca inmigrante para repoblar», que narra el caso de familias argentinas con niños pequeños que se instalan en pueblos semidespoblados de Teruel (en http://elpais.com/diario/2006/08/06/espana/1154815216_850215.html —consultado el 24/02/2016—). También, consúltese el trabajo de Bertuglia et al. (2013) sobre el asentamiento de neorrurales extranjeros en la Alpujarra granadina.

12 En el contexto español, el artículo de Gallo et al. (2010: 16) apunta a esta direc-ción; su contenido muestra el dinamismo laboral de las periferias de Madrid, las cuales operan cada vez más al margen de la propia capital.

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tabla 10.2. Saldos migratorios entre hábitats de España (2001-2015)

Combinación de hábitat Saldo migratorioTasa del saldo migratorio

(%)

Ciudad-Extranjero 2.641.072 14,4

Ciudad-Periferia suburbana -993.570 -5,4

Ciudad-Periferia exurbana -136.079 -0,7

Ciudad-Urbano menor 30.105 0,2

Ciudad-Rural 90.968 0,5

Periferia suburbana-Extranjero 1.705.444 13,2

Periferia suburbana-Periferia exurbana -116.078 -0,9

Periferia suburbana-Urbano menor -7.245 -0,1

Periferia suburbana-Rural -38.082 -0,3

Periferia exurbana-Extranjero 132.568 10,7

Periferia exurbana-Urbano menor 1.107 0,1

Periferia exurbana-Rural 10.024 0,8

Fuente: Elaboración propia a partir de datos procedentes de la Encuesta de Variaciones Residen-ciales (INE).

Por último, las lagunas empíricas son considerables en todo lo que atañe a la relación entre el componente vegetativo del crecimien-to demográfico y los niveles de la desconcentración urbana. Existen varios precedentes que pueden justificar esta cuestión: estudios clási-cos indicaban que era el saldo migratorio lo que, fundamentalmente, explicaba el crecimiento metropolitano o contraurbano; el saldo vege-tativo constituía, en este caso, una cuestión demográfica secundaria13.

No obstante, existen algunos estudios comparativos y actuales que, olvidándose de la preponderancia habitual del análisis de los saldos migratorios en nuestra temática, comparan los patrones de fecundidad entre los hábitats urbanos, suburbanos y rurales de Nor-teamérica14.

Sobre el estudio del comportamiento vegetativo del suburbio, con diferencia, es en donde podemos encontrar más referencias. Por ejemplo, en la era de posguerra, son varios los trabajos que insisten en el vigor del crecimiento vegetativo de suburbia frente al de la ciudad

13 Consúltense este punto de vista en los trabajos de Brown y Wardwell (1980: 5), Frey y Speare (1988: 8-9).

14 Consúltense Heaton et al. (1989), Albrecht y Albrecht (2004) y Snyder (2006).

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central15; también, en la actualidad, existen aportaciones que siguen defendiendo o matizando esta peculiaridad16.

Sin embargo, entre otras muchas cuestiones pendientes de clari-ficar, en los últimos estudios que hablan del abandono y degradación social de algunos suburbios de vieja planta del mundo desarrollado, no se evalúa hasta qué punto un saldo vegetativo negativo puede influir en esta realidad; igualmente, no existen apenas enfoques que centren su atención en la alteración vegetativa del primer nivel de la descon-centración urbana gracias a los efectos de la inmigración extranjera.

Sobre la exurbanización y su comportamiento vegetativo, existen muy pocos estudios de calado17 que aborden esta relación en profundi-dad. Más llamativo, si cabe, es la ausencia de análisis sobre la fecundidad de los megaslums del mundo, más allá de la presunción de que esta es alta.

En el caso de la contraurbanización, a través de nuevos estudios de caso, es muy importante saber si este fenómeno ha modificado la dinámica poblacional de los escenarios rurales a los que ha llegado. Por ejemplo, ¿los repobladores han conseguido invertir en algún gra-do sus envejecidas pirámides de población, al menos, del escenario rural estadounidense? Al contrario, ¿el flujo contraurbano configura-do por jubilados en busca de una segunda residencia cerca de la costa o de la naturaleza no habrá podido provocar el efecto inverso?

En otro orden de cosas, cabe preguntarse si muchos de los procesos contraurbanos delimitados en los estudios más actuales siguen siendo confundidos con los de la exurbanización. También, se tendrá que estar muy atentos para el estudio de este fenómeno, a la supuesta emergencia de la contraurbanización en escenarios impensables pocos años atrás (como los de China o México).

10.3. AUSENCIA Y CONTINUIDAD DE LA DESCONCENTRACIÓN URBANA

Hemos defendido la idea de que España ha entrado en una fase de reequi-librio territorial entre hábitats y, por tanto, hemos podido registrar el ini-cio y el fin de un ciclo previo y hegemónico de desconcentración urbana.

15 Consúltense Dobriner (1958: XV; 1963: 19-20), Duncan y Reiss (1958: 63) y Schnore (1963: 133-134).

16 Consúltense Boyle et al. (2007), Kulu y Boyle (2009).17 Consúltese, no obstante, el trabajo clásico de Pryor (1968: 207).

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En Estados Unidos parecía que la evolución típica del estadio de la desconcentración urbana llegaba a su fin en los años setenta, el pe-riodo álgido de la contraurbanización; no es casual, desde luego, que durante esta década Wardwell formulase su hipótesis del equilibrio migratorio entre hábitats y vaticinase la llegada a un lógico límite en el crecimiento del mundo metropolitano estadounidense. Sin embargo, esta coyuntura fue transitoria; el mundo suburbano y, especialmente, el exurbano siguieron creciendo con fuerza. Por otra banda, el mundo rural del país norteamericano experimentaría diferentes idas y venidas en lo tocante a su recuperación demográfica y a la continuidad de tendencias contraurbanas en su seno.

Un hecho más que notable, analizando los saldos migratorios de Estados Unidos según diferentes hábitats para el periodo 2001-2013 (el intervalo temporal que en España correspondía a una fase de re-equilibrio territorial), es el poder de atracción migratoria que siguen manteniendo las periferias suburbanas a costa de las principales ciu-dades del país —que continúan perdiendo población—. Entremedias, todo el territorio no metropolitano, con alguna pérdida y ganancia puntual, sigue manteniendo un balance migratorio nulo (véase gráfico 10.4). ¿Hasta qué punto las metástasis urbanas de este país pueden se-guir aumentando su crecimiento? ¿Cuándo Estados Unidos transitará hacia una fase de de reequilibrio territorial u otra diferente?

gráfico 10.4. Migración neta (en miles) de las ciudades, periferias y áreas no metropolitanas de Estados Unidos (2001-2013)

Fuente: Current Population Survey (U.S. Census Bureau).

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2013

Periferias suburbanas Ciudades principales Áreas no metropolitanas

Es cierto, hay que matizar, que las proyecciones y datos presen-tados, auguran una desaceleración del crecimiento urbano de Estados

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Unidos para las próximas décadas, al igual que ocurre en el caso euro-peo. No obstante, de lo que no cabe duda es de que no ha habido país en el mundo en el cual la fase de desconcentración urbana haya sido, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, tan profunda y sostenida en el tiempo.

¿Qué consecuencias se derivan, por tanto, de que haya un pa-norama en el que el «estallido urbano» continúe su hegemonía? Responder a esta pregunta, teniendo como realidad empírica de fondo los casos español y estadounidense, merece nuestra atención reflexiva —y por tanto discutible— en el tramo final de esta pu-blicación.

10.3.1. Problemáticas y retos de la continuidad

Que el gigantismo de la suburbia y exurbia de Estados Unidos es un problema de primer orden no es un secreto y lo hemos visto en muy diferentes pasajes. Recientemente en una entrevista, el geógrafo Da-vid Harvey hilaba la siguiente reflexión hablando del modelo urbano del país norteamericano:

Una de las cosas que me gustaría enfatizar es la relación entre urba-nización y formación de la crisis. En las décadas de los cincuenta y sesenta, el capitalismo se estabilizó con una forma de masiva subur-banización: caminos, autos, un estilo de vida. Una de las preguntas es si son sostenibles a largo plazo. En el sur de California y Florida, que son epicentros de la crisis, estamos viendo que este modelo de suburbanización no sirve más. Algunos quieren hablar de las crisis subprime, yo quiero hablar de las crisis urbanas18.

Al hilo de estas palabras de Harvey, la preocupación constante sobre la expansión de cada uno de los niveles de la desurbanización en cualquier país o región es su falta de sostenibilidad económica, social y medioambiental.

En diversos párrafos de este trabajo hemos visto cómo, a pesar de que algunos autores entienden que las tendencias desconcentra-doras pueden evitar la congestión de las urbes centrales, la mayoría

18 Véase esta entrevista a David Harvey, realizada por Natalia Aruguete y titulada «La crisis capitalista también es de urbanización», en http://www.pagina12.com.ar/dia-rio/suplementos/cash/17-4902-2011-01-17.html.

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de posturas son muy críticas en varios aspectos. Por ejemplo, el mundo suburbano y exurbano es absolutamente dependiente del automóvil, genera cantidades descomunales de dióxido de carbo-no, desaprovechamientos agrícolas y ganaderos ingentes, aceleradas deforestaciones, e, igualmente, provoca enormes impactos contami-nantes en acuíferos de todo tipo y dimensión; además, este escenario pauperiza la diversidad social propia de la metrópolis (especialmente en las gated communities contemporáneas) al mostrar una tendencia a parcelar y separar las funciones laborales, residenciales y comercia-les de la ciudadanía. Ni que decir tiene que todas estas cuestiones se acentúan en los cientos de miles de megaslums que jalonan las franjas metropolitanas de todo el mundo. Desgraciadamente, existe una diferencia fundamental entre los suburbios miserables del Lon-dres o la Filadelfia del siglo xix y los de ahora: los segundos se han universalizado.

Desde luego, la ciudad difusa, esa conceptualización tan certera a la hora de hablar de la caótica disposición de las formas actuales de la desconcentración urbana, es un claro sinónimo de ineficien-cia energética y falta de equidad social. En realidad, la historia de la «descomprensión» de la ciudad, en una gran parte de su relato, es sinónimo de una ineficiente y aleatoria planificación que ha sido vencida por las fuerzas de un mercado completamente desregulado y de la especulación.

Por si hubiese pocos frentes que atender de cara a la mejora de la sostenibilidad social y ambiental de la desurbanización, no está de más recordar que el escenario contraurbano, a excepción de algunos co-lectivos neorrurales, también se sustenta en el consumo privado de energías fósiles y genera cargas no deseables en espacios naturales de alto valor ecológico.

Por supuesto, seguirán a la orden del día los esfuerzos de quienes planifican el territorio por recuperar la escala peatonal de las franjas periurbanas, o de pensar en la definitiva extensión de las energías re-novables que hagan más sostenibles estos espacios; especialmente en regiones en vías de desarrollo, será muy necesario también estudiar cómo dotar a las periferias de indispensables equipamientos y servicios públicos. Efectivamente, la recuperación de compacidad en los dos primeros niveles de la desurbanización —al fin y al cabo un exurbio necesita aceras que lo conecten con otras entidades próximas— y las nuevas políticas de regeneración metropolitana —no solo exclusivas

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de las ciudades centrales—, suponen retos de primera magnitud para resolver las peores caras de las «ciudades jardín» de hoy en día.

En el camino, esperamos, que no se recurra de nuevo al falso comunitarismo que ha envuelto a algunas corrientes urbanísticas ac-tuales. En cualquier caso, nadie duda de que la resolución de los principales déficits humanos e infraestructurales de suburbia y exur-bia pasa por la implicación directa de las personas en los procesos participativos de diseño territorial y, en esencia, por romper defini-tivamente esa abismal separación que existe entre el planificador y la ciudadanía19. ¿De qué otro modo se va a poder cambiar la realidad de una franja urbana brasileña o de un suburbio degradado en las afue-ras de París?

Precisamente, si hablamos de participación y políticas, debemos recuperar la noción de gobernanza para alumbrar otras cuestiones capitales que afectarán al futuro próximo de los bordes metropoli-tanos. Sin ir más lejos, continúa siendo una asignatura pendiente mejorar la gestión pública de las franjas rururbanas, recordemos, que pertenecen a jurisdicciones rurales de escaso poder presupuestario, incapaces de hacer frente a fulgurantes crecimientos inmobiliarios y desprovistas de figuras de planeamiento adecuadas. También, en este escenario híbrido situado entre el campo y la ciudad, sigue siendo un tema irresoluble el choque entre los intereses de agentes privados, que ven en este linde un terreno abonado para la especulación inmobilia-ria, con otros actores locales que ven en este tipo de crecimiento una verdadera amenaza ambiental, social y económica que se cierne sobre sus lugares tradicionales de residencia.

De igual modo, en el escenario contraurbano la contraposición de intereses, identidades y determinados aspectos culturales entre el urbanita recién llegado y el oriundo se hace, si cabe, más extrema. Ante esta tesitura, serán cada vez más indispensables agencias locales de desarrollo, en caso de no haberlas ya, que canalicen las nuevas oportunidades económicas y sociales que nacen de esta interacción conflictiva en aras de un bien común: la revitalización sostenible de un escenario rural.

19 Evidentemente, esta cuestión requiere de un análisis mucho más profundo. Re-comendamos, sobre las siempre complicadas relaciones entre participación ciudadana y planificación espacial, consultar el trabajo de Martínez (2011).

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10.3.2. Problemáticas y retos de la ruptura

La superación del ciclo de la desconcentración urbana y la conse-cuente penetración en un nuevo estadio de reequilibrio, lógicamente, plantea nuevos retos que, en el caso de España, no pueden quedar prorrogados sine die.

Si las fronteras de las áreas urbanas pueden quedar fijadas y mantenerse sin sustanciales cambios durante un periodo de tiempo prolongado, parece más que necesario que se haga realidad el viejo anhelo de muchos teóricos que hemos mencionado: la creación de genuinas entidades de gobierno metropolitano que, al menos desde un punto de vista territorial, tengan una visión que supere las estre-checes espaciales de entidades administrativas de poco tamaño. Por ejemplo, en España podría ser un momento más que interesante, más allá de otros muchos ejemplos puntuales que se han ido sucediendo a lo largo de los años20, para apostar por la institucionalización de las áreas metropolitanas o urbanas21. La creación política de tales organis-mos, y compartiendo la opinión de Castells, puede apuntalar nuevos gobiernos locales que tengan, a diferencia de los estados nacionales, una mayor flexibilidad (a través de la participación ciudadana y nue-vas formas de cooperación) a la hora de atajar eficazmente los prin-cipales problemas de las urbes que hemos descrito22. Por supuesto,

20 Por ejemplo, en el año 2012 el Gobierno autonómico gallego crea el «área me-tropolitana de Vigo», formada por la ciudad olívica y 13 municipios colindantes o próximos. En cualquier caso, esta nueva entidad territorial, en realidad, tiene un papel muy débil en el mundo institucional y político de Galicia.

21 Aspecto que, jurídicamente, se contempla en la Ley Reguladora de las Bases del Régimen Local de España.

22 Para Castells, la articulación gubernamental del mundo metropolitano supone una cuestión de primera importancia que puede corregir los efectos más negativos ads-critos a la sociedad de la información. «De este modo —dice este autor—, la histórica especificidad de las ciudades europeas puede ser un activo fundamental a la hora de crear condiciones con las que manejar las contradicciones que surgen entre lo global y lo local en el nuevo contexto de las sociedades de la información. Ya que las ciudades europeas disponen de una sociedad civil fuerte, están sólidamente enraizadas en una historia antigua y en una cultura rica y diversificada, bien pueden estimular la parti-cipación ciudadana como antídoto fundamental contra el tribalismo y la alienación [...]. La antigua tradición urbana de Ámsterdam como centro político, como centro comercial y como centro de innovación y cultura se hace de repente más estratégica-mente importante para el nuevo estadio de la civilización urbana que el vacuo tendido suburbano de complejos de alta tecnología que caracteriza el espacio informacional en otras áreas del mundo» (Castells, 2004: 9).

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esta institucionalización puede facilitar la implementación de nuevas herramientas que allanen y flexibilicen la gestión territorial del área metropolitana, y rompan el corsé de planes urbanísticos con enor-mes tramos temporales y absolutamente burocratizados y rígidos23. Compartimos plenamente la opinión de José Fariña Tojo (2015: 78): «asombroso es que en España sigamos organizando las ciudades y los territorios con leyes que se diferencian muy poco de la Ley del Suelo aprobada el 12 de mayo de 1956».

Sin salirnos del terreno de la gobernanza en este nuevo estadio de equilibrio, los diferentes ámbitos políticos de los principales há-bitats de un territorio van a ser mucho más conscientes de la im-portancia de atraer residentes a sus respectivas jurisdicciones. Dicho de otra manera, las más que probables alteraciones de los balances migratorios regionales en dicha fase van a depender cada vez más de la implementación política de planes estratégicos, de desarrollo local o de marketing, que deberán contribuir a la reactivación de los es-pacios urbanos compactos, suburbanos, exurbanos o, especialmente, rurales, buscando la fijación en su territorio del mayor número de residentes posible (García y Otero, 2012: 139). En estos últimos, la activación de la «resiliencia territorial» cobra una especial relevancia a la hora de garantizar su futuro, lo cual conlleva una apuesta decidida por políticas que incentiven no solo una dimensión económica, sino también el fomento de «la calidad de vida, la participación ciuda-dana, la protección del patrimonio y el paisaje, o la sostenibilidad ambiental» (Méndez, 2013: 22).

Asimismo, si las formas metropolitanas se configuran como un ente estático, van a ser más fáciles de dimensionar algunos aspectos clave; pensemos, por ejemplo, en el acuciante camino a recorrer hasta que se sustituyan en el tejido urbano una gran parte de las fuentes energéticas fósiles por otras renovables.

Siendo un poco más utópicos: ¿por qué no aspirar a que las gran-des conurbaciones mundiales del futuro persigan una soberanía ali-mentaria casi completa? No podría ser de otro modo; esta cuestión se encuentra ya en la agenda de muchas metrópolis. En cualquier caso, cuando alcancen un punto de expansión máximo, sería realmente

23 Propone Fariña, en concreto, la creación de oficinas de planeamiento «que vayan configurando la organización territorial y urbana en tiempo real» (Fariña, 2015: 77), que tengan una base no municipal, y que estén participadas por la ciudadanía, grupos organizados, técnicos y políticos.

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interesante, al igual que en un monte comunal, ejecutar en su seno políticas exhaustivas de ordenamiento de la agricultura y ganadería urbana y rururbana.

Hemos visto varios ejemplos que apuntan a la necesidad de apos-tar por nuevas formas de actividad primaria en los numerosos inters-ticios de las metástasis urbanas del mundo; además de proporcionar una evidente mejora en la calidad de vida, además de acercar la natu-raleza y llevar a cabo viejos anhelos rurales sin necesidad de construir más y más viviendas unifamiliares, el potencial de la producción ali-mentaria generada puede ser enorme. Debemos reflexionar sobre el tamaño de las megaciudades del futuro y sobre los efectos negativos que puede tener, respecto de las mismas, el progresivo alejamiento transnacional de los centros de producción primaria: una mala ges-tión de esta cuestión, la rotura de esta cadena de abastecimiento, pue-de agravar aún más las bolsas de pobreza y hambre de los megaslums.

Aunque es un aspecto controvertido, en el momento en el que las áreas urbanas fijen su perímetro, las figuras de planeamiento que operan en las mismas deberían ser cada vez más restrictivas en lo to-cante a la clasificación como urbanizables de nuevos y grandes lotes de terreno. Si sigue operando en las mentes de millones de perso-nas la «obsolescencia programada» de sus residencias tan propia del capitalismo actual (Latouche, 2010: 201), esto es, la activación de anormales procesos de filtrado residencial que buscan la mejora del entorno habitacional en que uno vive a lo largo de su ciclo vital, los efectos de esta dinámica pueden ser muy negativos en una fase de reequilibrio territorial. Expongamos un ejemplo sencillo: si un exurbio de planta antigua es abandonado por sus habitantes de clase media, y se mudan a otro de nueva construcción todavía más alejado del centro urbano, se estará haciendo crecer innecesariamente una entidad territorial —con el coste ambiental, social y económico que esto supone—, máxime si esta se ubica en un contexto temporal en el que ya han finalizado los dinámicas desconcentradoras más intensas.

A la obsolescencia programada, uno de los principales ma-les endémicos de la sociedad de consumo, le sigue la preocupante «obsolescencia urbana» de las piezas metropolitanas abandonadas y que sufren incipientes procesos de segregación social, una carestía progresiva de funcionalidades y de equipamientos, a la par que una intensa degradación de sus espacios públicos (García, 2010: 4-5). De la misma manera que la idea «del crecimiento —económico— sin límites es una fantasía, un absurdo» que nos ha conducido a una

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crisis ecológica, social y global sin precedentes, dice Latouche (2010: 49), la ensoñación de la ciudad sin límites en constante progreso ha ayudado de modo decisivo a fortalecer el alcance de dicha crisis.

Documentada nuestra tesis del reequilibrio en el caso español, parece indispensable que alcanzado este ciclo territorial, los comple-jos metropolitanos miren forzosamente hacia su interior, apostando por la rehabilitación de la vivienda degradada de la periferia, por la regeneración del barrio y la redistribución efectiva del ingente parque inmobiliario disponible, muchas veces vacío, entre su población. No pueden ser más expresivas, a este respecto, las palabras de López-Mesa et al.:

Tras el fin del periodo de fuerte expansión urbana que en España duró desde los 90 hasta el estallido de la crisis financiera mundial en el 2007, la sostenibilidad urbana cobra relevancia y el sector de la construcción vuelve su mirada hacia la intervención en la ciu-dad construida [...]. La intervención en el tejido residencial de la periferia de las ciudades se considera la clave para la recuperación del sector inmobiliario, para el camino hacia la sostenibilidad ur-bana y para que el sector de la construcción contribuya al cambio hacia una economía de bajas emisiones de carbono (López-Mesa et al., 2015: 1).

Las denominadas «tesis del decrecimiento» apuestan de manera decidida por reducir la actividad de algunos sectores industriales tra-dicionales (automovilístico, armamentístico, etc.), inclusive el de la construcción (Taibo, 2009). La discusión está servida; en cualquier caso, más que apostar por una minoración de la ocupación en este último nicho de actividad, parece más interesante su reorientación en España hacia la rehabilitación y actualización de las viviendas, pre-cisamente, para convertirlas en espacios «de bajo consumo y de baja emisión de gases de efecto invernadero» (Cuchí y Sweatman, 2011: 6)24. La burbuja inmobiliaria ha explotado hace casi una década; es

24 Comentan Cuchí y Sweatman, con más detalle, en su informe Una visión-país para el sector de la edificación en España: «Con el marco regulatorio adecuado, rehabi-litar y actualizar el parque de viviendas es una tarea factible y económicamente viable en España, y debe constituir el eje sobre el que se reformule el sector de la edificación en España, hoy ambientalmente insolvente para hacer frente a los retos del cambio global y terriblemente castigado por la crisis. El Grupo de Trabajo sobre Rehabilitación (GTR) considera que diez millones de viviendas principales construidas en España

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perentorio «orientar el marco institucional y las políticas a favor de la sostenibilidad (y la habitabilidad)» (Naredo y Frías, 2003: 111).

También, no se deben seguir construyendo a retales, y al hilo de estos últimos razonamientos, perversas ecumenópolis que sigan obs-taculizando una vuelta a la compacidad metropolitana, o que haga sobrevivir en el imaginario colectivo ilusiones constructivas insos-tenibles (pensemos en la gigantesca urbanización del municipio de Seseña, situada a unas pocas decenas de kilómetros de Madrid que, pese a todo los augurios, poco a poco va aumentando su población)25.

Por supuesto, la fase de reequilibrio debe constituir una oportu-nidad para aquellos espacios rurales que, tras una etapa de contraur-banización, hayan visto cómo sus saldos migratorios y vegetativos se han equilibrado. La consolidación de una ruralidad, con un contin-gente poblacional estable, puede constituir un espacio privilegiado para desarrollar, decíamos, elementos vertebradores de la sociedad del conocimiento y del bienestar, y una interdependencia más igua-litaria con otros hábitats periféricos o urbanos. También, puede ser este un momento óptimo para, primero, recuperar significativas parcelas perdidas de actividad primaria que, evidentemente, siguen teniendo una importancia fundamental en el mantenimiento ecoló-gico y alimentario de todo el sistema territorial de un país o región; y, segundo, para preservar un patrimonio cultural y natural ingente.

antes de 2001 pueden y deben ser transformadas en viviendas de bajo consumo y de baja emisión de gases de efecto invernadero, y que hacerlo aportará beneficios no solo a propietarios y ocupantes sino también al país». Se generarían así entre 110.000 y 130.000 empleos directos estables y de calidad entre 2012 y 2050 al hacer posible invertir hasta 10.000 millones de euros anuales en la rehabilitación de entre 250.000 y 450.000 viviendas principales al año (Cuchí y Sweatman, 2011: 6).

25 Consúltese el interesante reportaje de El País Semanal sobre la situación actual de este símbolo constructivo de la especulación inmobiliaria más extrema en http://elpais.com/elpais/2016/02/29/eps/1456761278_486731.html (consultado el 19/03/2016).

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Abler, R., 87 Abu-Lughod, J., 189Advisory Commission

on Intergovernmental Relations, 127-8

Akgün, A. A., 283 Albrecht, D. E., 274, 275, 334Alderson, A. S., 201Alexandersson, G., 133, 187Alig, R.J., 16, 245Allen, A.M., 42Alonso, L. F., 305-6Alonso, W., 132, 154Amcoff, J., 234Anderson, N., 138, 139, 154Anderson, W. P., 234Andrews, R., 24, 107-9, 114, 116Antikainen, J., 251Antrop, M., 16, 45Archer, J., 66Arroyo, M., 236, 320Ascher, F., 14, 214, 241Atkinson, C., 258Audirac, I., 201, 225, 261,

262, 268, 277, 299

Badyina, A., 246Baldassare, M., 86, 87,

135, 180, 221, 223Balk, H., 109, 110,

114, 116, 163

Ballard, P., 112, 114, 116, 174Bánski, J., 234, 330Barras, R., 283Batty, M., 331Bastié, J., 146Bauer, G., 22, 183, 184,

185, 195, 197, 303Baumgartner, M. P., 224Bayona, J., 290, 309Beale, C., 17, 22, 26, 78, 164-75,

186, 195, 197, 231, 232Beauchemin, C., 235, 239Bel, C., 304Belil, M., 206Bell, D., 161Bell, W., 138, 139, 154Beltrami, M., 43Berg, L. van den, 283Berger, B., 14, 36, 195, 196, 142Bernabé, J. M., 304Berry, B. J. L., 16, 17, 22,

25, 50, 78, 123, 124, 131, 154, 168-72, 174, 175, 180, 186-90, 195, 197, 202, 214, 236, 277

Bertuglia, A., 333Berube, A., 24, 209, 257,

260, 263, 264, 278, 292Bierens, H. J., 324Bjelland, M. D., 257-8, 278Blackwood, L. G., 171

ÍNDICE DE PRINCIPALES AUTORES

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Índice de principales autores406

Blakely, E. J., 161, 224, 241Bogue, D. J., 14, 17, 111,

118-20, 127, 156, 163Bond, W., 72, 120Borchert, J. R., 17, 70, 76,

82, 86, 112, 162Borgegård, L., 205, 283Borja, J., 203-5Bottai, M., 191Bourne, L. S., 16, 150, 187,

189, 196, 197, 213, 219, 220, 225, 241, 273

Bowler, I., 26, 237Bowles, G. K., 164Boyle, P. J., 26, 238, 335Bradshaw, T., 161Breheny, M., 212Briggs, A., 52, 56, 58Briggs, J., 229Briggs, R., 176Britton, N. J., 203Brown, D. L., 22, 165, 178,

197, 236, 244, 334Browning, H. L., 60, 134, 154Bryant, C. R., 24, 228, 229Budke, A., 268, Bunce, M., 60, 87Bunker, R., 150Bunting, T., 205Bureau of the Census, 14,

117-9, 122, 124, 147, 148, 156, 162, 183, 214, 249, 250, 278, 336

Burg, A. J. van der, 14, 16, 250, 278

Burgess, E. W., 92-3, 114, 215Burnley, I. H., 228, 242Burton, E., 212Busquets, J., 303Butler, T., 246

Buzar, S., 246Byrne, J. P., 44-5

Caïs, J., 32, 319Callizo, J., 327Calo, E., 290Camagni, R., 212, 252Camarero, L. A., 38, 229, 273,

283, 286, 308, 312, 313Campbell, R. R., 236, 244Campos, G., 217Capel, H., 64, 184-5, 302Capuzzo, P., 73Cardesín, J. M., 65, 310Cardoso, M. M., 275Carr, T., 70Carreras, J. P., 14, 251,

252, 277, 278Casariego, J., 205, 219Castells, M., 145, 159, 160,

194, 196, 197, 199, 200, 203, 204, 205, 225, 276, 277, 340

Cebrián, F., 255Champion, A. G., 14, 22, 28,

215-7, 233-5, 241, 243, 323Charmes, E., 260Cheshire, P., 205-8,

235, 240, 244Choldin, H., 181Christaller, W., 14, 115, 116,

121, 125, 326, 327Chueca, F., 64, 93Clapson, M., 88Clark, C., 192Clark, D., 206, 237, 241, 242Clark, J. K., 263, 264Clawson, M., 153, 156Cloke, P., 231, 238,

241, 315, 318

Page 408: Sociología e historia de la ciudad desconcentrada (307)...Mª Paz Cristina Rodríguez Vela, Directora del Departamento de Publicaciones y Fomento de la Investigación. CIS Otero Enríquez,

Índice de principales autores 407

Colby, CH. C., 96, 97, 105, 114Comitte on Spatial

Development, 217, 251Commission on Population

Growth and the American Future, 159

Conkling, E. C., 16, 189Conzen, M. P., 76Conzen, M. R. G., 43Cooke, T. J., 260Couch, C., 255Court, Y. K., 188, 234Cressey, P. F., 55, 103Cromartie, J., 274, 275Cross, D. F. W., 234, 235Crump, J. R., 263Cuchí, A., 343, 344

Dalda, J. L., 13, 27, 255-6, 278Daniels, P., 26, 237Daniels, P. W., 182Daniels, T., 24, 221, 225, 228Daskalova, J. S., 256-7Davis, J. S., 225, 228Davis, K., 16, 284Davis, M., 224, 268, 269Dawson, J. A., 182Dean, K. G., 236Dematteis, G., 219, 234Dennis, N., 139Dewey, R., 106, 132Dick, H. W., 224Dickinson, R. E., 121, 156Dieleman, F. M., 14, 16,

216, 250, 278Dirección General de

Urbanismo, 301Dobriner, W. M., 30, 132,

136, 145, 146, 147, 335Donnison, D., 210

Douglass, H. P., 22, 23, 97, 100-5, 107, 114, 116, 136, 260, 290

Doxiadis, C. A., 14, 28, 35, 128, 156, 194, 249, 283

Drewett, R., 14, 36, 189, 195, 196, 283

Droz, J., 57, Duany, A., 205, 211Duncan, B., 132Duncan, O. D., 148,

150, 156, 335Dünckmann, F., 266Durà, A., 19, 309, 320Dyos, H. J., 56, 65

Ebner, M. H., 19, 60, 79, 80, 82, 86, 89, 90, 114, 131

Ehrlich, S., 202Ekman, T., 133Ellis, R. A., 212Entrena, F., 266, 279, 280Erickson, R. A., 175, 176, 197Escobar, G., 308Estébanez, J., 185Esteban, A. de, 303European Environment

Agency, 14, 250, 251, 254, 278, 279, 280

European Spatial Planning Observation Network, 251

Eurostat, 214, 246, 250, 296, 327, 328, 329, 331

Falk, T., 133, 187Fariña, J., 341Farley, R., 141, 156Fava, S. F., 23, 138, 139,

154, 156, 180, 195Feria, J. M., 289

Page 409: Sociología e historia de la ciudad desconcentrada (307)...Mª Paz Cristina Rodríguez Vela, Directora del Departamento de Publicaciones y Fomento de la Investigación. CIS Otero Enríquez,

Índice de principales autores408

Fernández, R., 286Ferrás, C., 19, 26, 233,

235, 236, 237, 271, 278, 320, 325,

Fielding, A. J., 26, 233, 235, 236, 237, 241, 244

Filion, P., 221, 259, Firey, W., 131, 149, 154Fishman, R., 58, 65, 82,

84, 130, 135, 154Fletcher, H., 52-6, 69, 82Fong, E., 223Font, A., 14, 217, 241Ford, J., 98Forstall, R. L., 17, 178Fotherhill, S., 188Freestone, R., 221Frey, W. H., 17, 205-9, 231,

240, 243, 299, 334Friedan, B., 140Friedmann, J., 14,

128, 154, 201Frisbie, W. P., 167Fuguitt, G. V., 17, 26, 112,

114, 116, 153, 156, 167, 168, 171, 173, 174, 175, 176, 197, 231, 232

Galán, T., 40Gallo, M. T., 333Galpin, C. J., 106, 107Galster, G., 252, 253, 254Gans, H. J., 141-6, 153,

156, 180, 220García, Ariadna, 273, 313García, Aurora, 304García, C., 342García, J., 37, 285, 287,

292, 296, 299, 301, 303, 317, 318, 330, 341

García, M., 284 Garreau, J., 220-2, 241Gaviria, M., 185, 195,

196, 197, 304Geddes, P., 14, 28,

115, 116, 121Germani, G., 134, 216Geyer, H. S., 16, 205, 213Giglia, A., 224Gillard, Q., 17, 170Gillham, O., 214Ginsburg, N., 218, 230Glaeser, E. L., 202, 208Glenn, N. D., 145, 153Gober, P., 220, 222Goerlich, F. J., 295, 327, 330Goffette-Nagot, F., 24,

226, 242, 323Goldstein, S., 141, 142, 146, 156Golledge, R. G., 24,

149, 150, 185Gómez, J., 186, 228, 303González, E., 225González, Manuel, 98González, María, 22, 228Gordon, P., 177, 212Gottmann, J., 14, 87,

116, 124-8, 129, 154, 156, 194, 249, 292

Graham, S., 200Griffiths, M. B., 276Guest, A. M., 141, 181Guterbock, T. M., 160Gutkind, P., 135

Ha, S., 246Hage, J., 283Halfacree, K., 26, 231, 238,

242, 243, 272, 273, 278, 280, 313, 317, 323

Page 410: Sociología e historia de la ciudad desconcentrada (307)...Mª Paz Cristina Rodríguez Vela, Directora del Departamento de Publicaciones y Fomento de la Investigación. CIS Otero Enríquez,

Índice de principales autores 409

Hall, P., 36, 50, 51, 62, 64, 65, 84, 85, 86, 88, 89, 131, 132, 133, 143, 145, 154, 170, 188, 192, 193, 197, 201, 205, 283, 289, 317

Hampton, K., 258, 278Hanes, J. E., 129Hanlon, B., 22, 222,

260, 261, 278Hansen, J. C., 234Hansen, N. M., 176Hara, Y., 16, 265Harris, CH. D., 92, 95-7, 100-

5, 107, 114, 116, 136, 137, 260

Harris, N., 200Harris, R., 100 Hartshorn, T. A., 220Harvey, D., 212, 337Hauser, P., 134Hawley, A. H., 14, 17,

75, 87, 111, 122-3, 124, 156, 163, 249

Hayden, D., 22, 59, 61, 66, 87, 91, 129, 130, 154, 227, 260

Heaton, T. B., 176, 197, 231, 334

Henry, M., 232Hepp, J. H., 73Herce, M., 304Higgins, B., 134, 154Hillman, M., 212Hirsch, W. Z., 14, 194, 195Hirt, S., 256, 257Hodge, G., 187Hoffman, S. J., 88Hoover, E. M., 17, 123, 124,

154, 172, 177Houston, P., 271

Howard, E., 28, 56, 60-5, 68, 82, 83, 84, 90, 125, 128, 202, 224

Hoyt, H., 94-5, 105, 114Hugo, G., 232, 248, 273Hurd, R. M., 72-3

Ilvento, T. W., 160Indovina, F., 14, 28,

218, 241, 255Izquierdo, A., 286

Jackson, K. T., 18-9, 34, 40, 42, 57-8, 66, 67, 69, 71, 74, 75, 76, 89-91, 114, 136, 183

Jacobs, J., 139, 159, 211Jain, M., 275Jenks, M., 212Jensen, R. G., 190Johnson, K. M., 173,

231-3, 241Johnson, L., 257Jones, H. R., 152, 156Jongkroy, P., 265Joseph, A. E., 186, 234Juillard, E., 16, 184

Kaa, D. J. van de, 215Kabisch, N., 246-7, 329Kährik, A., 256, 257Kahsai, M., 234Kain, J.F., 132Kasanko, M., 251Kasimis, CH., 273Katz, M. B., 261Kayser, B., 185, 195, 197Keller, S., 139Kish, L., 141Knox, P. L., 14, 28, 250,

278, 279, 280, 323

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Índice de principales autores410

Köhler, H., 86Kok, H.,234Kontuly, T., 16, 191, 234, 324Kostof, S., 40, 41, 71, 82Koti, F. T., 266, 267, 278Kraus, V., 223Kulu, H., 335Kumar, M., 265Kurita, H., 271Kurtz, R. A., 24, 136,

137, 149, 150, 290

Lake, R. W., 183Lang, R. E., 14, 208, 209,

221, 222, 241, 250, 278Latouche, S., 342-3Lawton, R., 52Leal, J., 93, 310Lefebvre, H., 159, 304Leichenko, R. M., 268Leinberger, C. B., 209Leveau, C. M., 237Lever, W. F., 14, 210, 214, 241Levy, E., 325Lewis, P., 14, 214, 241Ley, D., 210Libertun, N. R., 268Lichtenberger, E., 16, 188-9Lichter, D. T., 173, 176, 231Lin, G. C. S., 230Lisowski, A., 256Liu, P. K. C., 207Livi, M., 44Loeffler, R., 239Logan, J. R., 16, 141, 182, 189Long, J. F., 172, 174-6, 197Long, L. H., 231, 232López, A., 40López, B., 343Lovell, S., 59, 68

Lucy, W. H., 219, 220, 221, 222, 241, 259

MacEwen, A. M., 134Macionis, J. J., 221, 223Mackun, P., 245MacLeod, G., 63, 212Mallarach, J., 19Marsh, M., 67, 79, 80, 82Martí-Henneberg, J., 79, 330Martin, W. T., 22, 24, 148, 149Martine, B., 184Martínez, M., 140, 339Martinotti, G., 203-4, 214, 248Marx, K., 80, 81, 242Masa, M., 228Masotti, L. H., 22, 182Mathieu, N., 183McCarthy, K. F., 22,

173, 176, 197McDonald, J. F., 259McGee, T. G., 14, 230, 241McKain, W. C., 149, 150McKenzie, E., 223McKenzie, F., 22, 24,

228, 241, 242McNulty, M. L., 189Méndez, R., 341Merton, R. K., 285, 288Mieszkowski, P., 320Milbourne, P., 273Ministerio de Fomento,

289, 291, 304Ministerio de Vivienda, 293Mitchell, C. J. A., 103,

262, 272, 278Mitchelson, R. L., 201Montgomery, M. R., 247Morales, E., 317Moreno, A., 286, 304

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Índice de principales autores 411

Morril, R. L., 178Morris, A. E. J., 27Morrison, P. A., 22, 173,

174, 176, 197Moses, L., 130, 154Moyer, A., 72Muller, P. O., 180-1,

182, 195, 220Mumford, L., 28, 39, 41, 42,

56, 58, 115, 116, 121, 125, 127, 138, 139, 143, 211

Muñiz, F., 212Muñoz, F., 253-4Murakami, A., 283Murphey, R., 190Murphy, P. A., 228, 242Myhra, D., 90, 91, 114

Naredo, J. M., 307, 344National Resources

Comittee, 139Nechyba, T. J., 252Nefedova, T., 234Negrete, M. E., 207Nel-lo, O., 219, 308Nelson, A. C., 14, 24, 83,

226-8, 241, 242, 250, 278, 323

Nepal, S. K., 26, 273, 274Nieves, A. de, 290Ni Laoire, C., 272Nolen, J., 98Nucci, A., 231, 232Nuissl, H., 254Nystrom, J., 16

Ogando, O., 306Ogden, P. E., 234Oliva, J., 312, 313Ortega, J., 304

Otero, R., 37, 285, 287, 292, 296, 299, 300, 301, 303, 306, 308, 317, 318, 330, 341

Otterstrom, S., 283Ouředníček, M., 256Ozbek, I., 268

Pacione, M., 228Pahl, R. E., 106, 146Paniagua, A., 239Parr, J., 250Parrillo V. V., 221, 223Pecqueur, B., 206Peil, M., 134-5Peiser, R., 252, 279, 280Petsimeris, P., 19, 206, 234Philipponneau, M., 146Phillips, P. D., 162, 163, 197,

219, 220, 221, 222, 241, 259Pickard, J. P., 16, 123,

124, 156, 292Piore, M., 199Plana, J. A., 202Pooley, C. G., 77-8Popper, K. R., 37, 284Potter, R. B., 16, 224Potts, D., 36, 235Prada, J. M. de, 202Prados, M. J., 26, 239Precedo, A., 206, 207, 283Pred, A., 14, 194, 195Prévôt, M., 224Pryor, R., 24, 148, 149,

156, 185, 335

Qian, J., 276Queen, S. A., 150Quirós, F., 59Qviström, M., 266

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Índice de principales autores412

Ramos, J. L., 63, 64, 68Ratcliffe, S. C., 110-

1, 114, 116, 163Ravenstein, E. G., 54, 78, 79Recaño, J., 283Reisman, L., 16Reiss, A. J., 148, 150, 156, 335Reiss, E., 80, 81Reiss, R. L., 89Richards, R. O., 16, 173Richardson, H. W., 192Richter, K., 179Riesman, D., 140, 151, 211Rivera, M. J., 307Robert, S., 234, 235Rodríguez, A., 238Rodríguez, J., 16Rodríguez, L., 270Rodríguez, R., 295Rodwin, L., 94Rojo, T., 306Román, I., 229Romero, J., 207, 234, 243Rosenwaike, I., 71Rossi, P. H., 138Rostow, W. W., 161, 284Rothblatt, D., 22, 223Rudolph, R., 256Rueda, S., 212, 213Ruiz, C., 207

Saizen, I., 265Samsonowicz, H., 41Sánchez, D., 273, 313Sánchez, L. A., 134, 154Sant, M., 236Santos, J. M., 299, 306Sassen, S., 194, 200, 276, 326Schaffer, R., 205, 210Schmidt, S., 257

Schnore, L. F., 17, 34, 74, 75, 137, 139, 142, 183, 335

Schott, D., 71, 82Schwab, W. A., 52, 132,

141, 182, 183Schwartz, B., 180Scott, A., 206Scott, M., 266Scott, T., 182Seetharam, K., 203Seifolddini, F., 275Senior, D., 121, 156Senior, M. L., 210Sharp, J. S., 263Sharpe, W., 223Shryock, H. S., 23, 24,

123, 130, 131, 154Shurmer-Smith, L., 210Sierra, J., 99, 239Simmons, P., 236Simmons, P. A., 208, 221, 241Sinclair, R., 207, 231Singer, A., 30, 261, 278Skinner, G. W., 42, 44Slater, T., 246Slinger, V. A. V., 229Smith, N., 210, 246Smith, T. L., 107Snyder, A. R., 224, 241, 334Sohmer, R. R., 209Sohn, S., 250Soja, E. W., 14, 16,

189, 214, 241Soria, A., 28, 56, 60-

5, 68, 69, 82Sorokin, P., 44, 53, 105-6South, S. J., 223Souto, X. M., 24, 229Spectorsky, A. C., 22 ,151,

152, 153, 154, 263, 272

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Índice de principales autores 413

Stahura, J. M., 141, 181, 195Sudjic, D., 14, 214, 241Susino, J., 304Sutton, K., 207 224Svampa, M., 224Sztompka, P., 285 Tachi, M., 186Taibo, C., 343Tan, K. C., 16, 190Tarver, J. D., 135Taylor, G. R., 22, 97, 98-

100, 102, 114, 116Taylor, L., 262, 263, 278,

279 ,280, 323Taylor, P. J., 201Terán, F., 65, 306Terzi, F., 255Theobald, D. M., 227, 263, 292Thomas, D., 153, 186Thomas, L., 212Thompson, W. S., 100, 111Thuillier, G., 224Timberlake, J. M., 223Tisdale, H., 16, 169Tobin, G. A., 70, 131Toda, Y., 256Torres, P., 270Torres, R., 307Toscano, F., 289, 308Tucker, C. J., 177, 178Turok, I., 330

UNFPA, 267, 270UN-HABITAT, 35, 214, 245,

246, 247, 268, 269, 270, 283Urban Task Force, 210

Valenzuela, M., 24, 106, 225, 241, 280, 304

Vaughan, R., 52-6Vázquez, A., 306Velez, D., 65Vertiainen, P., 234Vesselinov, E., 259Vilá, J., 184, 185, 302Vilagrasa J., 19Vining, D. R., 172, 177,

190-2, 195, 197Vogel, R. K., 325Vogelsang, R., 234Voss, P. R., 175Vries, J. de, 16, 44-6VV. AA., 26, 235, 237

Waals, J. F. M. van der, 212Wagenaar, M., 70, 73Walker, R. F., 201Walks, A., 14, 250, 278Wardwell, J. M., 22, 38,

162, 177, 178-9, 192, 197, 308, 334, 336

Warner, S. B., 72, 79, 82Warner, W. K., 161Waters, G. H., 183Weber, A. F., 58, 52-6,

68, 69, 80, 82, 170Weber, M., 41, Weeks, J. R., 42, 43, 44, 129Wehrwein, G. S., 24,

107, 114, 116, 149Weiher, G. R., 17, 224Weiss, M. A., 211Weller, R. H., 194Wells, H. G., 49, 50,

52, 82, 84, 170Wesolowski, J., 71, 82Whetten, N. L., 103White, P., 234Whyte, W. H., 140

Page 415: Sociología e historia de la ciudad desconcentrada (307)...Mª Paz Cristina Rodríguez Vela, Directora del Departamento de Publicaciones y Fomento de la Investigación. CIS Otero Enríquez,

Índice de principales autores414

Williams, J. D., 171, 176, 177Williamson H. F., 130, 154Wills, N. R., 108, 109, 149Wilson, W. H., 79, 245Wirt, F., 142Wirth, L., 50Wood, R. C., 24, 66, 67,

86, 110, 135, 186, 197Wright, F. LL., 14, 28, 35,

83-5, 86, 114, 116, 128, 170, 194, 202, 249, 283

Xu, CH., 265

Yeung, Y., 189

Zabik, J., 264Zárate, A., 95Zasada, I., 271Zebardast, E., 269Zelinsky, W., 162, 173, 175,

284Zevelyov, I., 16, 133, 154Zhao, P., 265Zhou, Y., 14, 17, 218, 241, 283Zueblin, CH., 55, 69, 82Zuiches, J. J., 171

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Aglomeración urbana, 53, 78, 150, 162, 195, 200, 203, 210, 325

Aglomeración urbana europea, 14, 214, 246, 247, 251, 277, 278, 296, 308

Área del mercado de trabajo, 117Área funcional urbana

europea, 14, 195, 206, 219, 251, 277, 278, 308

Área industrial, 104, 117, 123Área megapolitana, 14,

248, 250, 278Área metropolitana estándar, 14,

117-24, 147, 156, 249, 292Área metropolitana extendida,

14, 122, 156Área urbana, 13, 14, 18, 27, 35,

36, 52, 72, 96, 97, 107, 137, 169, 174, 177, 188, 213, 231, 235-9, 245, 248, 251-3, 255, 263, 275, 278, 289, 292, 293, 296, 304, 307, 313-8, 327, 333, 340, 342

Área urbana multinuclear, 97, 124

Área urbanizada, 76, 147, 148, 264

Banlieue, 74, 146Barriada, 57, 134, 269,

Boomburb, 222, 250Broadacre city, 14, 28, 83,

84, 85, 116, 194, 283,

Campo urbano, 14, 128, 156Ciudad compacta, 15, 19, 23,

26, 29, 56, 82, 100, 128, 182, 204-13, 218, 255, 257, 288, 290, 304, 320

Ciudad de las cien millas, 14, 214, 241

Ciudad difusa, 14, 28, 32, 218, 219, 221, 241, 252-6, 338

Ciudad galáctica, 14, 214, 241, Ciudad jardín, 28, 62, 63,

68, 83, 84, 107, 125, 130, 152, 159, 224, 305

Ciudad lineal, 28, 64, 65Ciudad-región, 127, 250Ciudad sin límites,

156, 214, 343Complejo metropolitano

multilocacional, Consolidated Metropolitan

Statistical Areas, 214Core Based Statistical Area,

27, 249, 277, 278Crisis urbana, 32, 127, 132,

159-62, 163, 171, 180, 337

ÍNDICE DE PRINCIPALES CONCEPTOS

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Índice de principales conceptos416

Ecumenópolis, 14, 28, 38, 52, 128, 129, 156, 194, 248, 249, 283, 344

Edge citie, 220-3, 225, 240, 259

Favela, 134Formas de la desconcentración

urbana, 20-32, 33, 128, 135, 193-8, 214, 215, 218

Formas institucionalizadas de la desconcentración urbana, 27, 117, 156

Formas teóricas de la desconcentración urbana, 28, 120, 194, 214

Formas utópicas de la desconcentración urbana, 28

Franja urbana, 107-8, 147-9, 228, 265-6, 269, 271, 339

Functional Urban Area, 251

Gated community, 223, 259, 268, 325, 338

Gentrification, 205, 210, 240, 246, 262, 276

Gran área urbana, 192, 277, 289-93, 302-3, 305-6, 309-10, 314, 333

Gran zona urbana, 14, 278

Large Urban Zone, 27, 216, 246, 327

Ley Zipf, 327

Materialismo histórico, 80-1, 320

Megaciudad, 25, 34, 37, 201-4, 223, 240, 250, 265, 267, 269, 271, 279, 283, 342

Megalópolis, 14, 28, 116, 124-8, 129-35, 150, 155, 156, 163, 165, 180, 194, 216, 230

Megarregión, 249Metápolis, 14, 214, 241Metro Area, 249-50, 264Metroburbia, 14, 28, 250, 278Metrópolis discontinua,

14, 217, 241Metrópolis polinuclear,

14, 194, 195Micro Area, 249, 250, 277

Nuevo urbanismo, 205, 211, 212, 257

Paradigmas, 33, 38, 80, 82, 113, 114, 153, 154, 155, 196, 197, 236, 242, 243, 279, 280, 306, 319-26, 326-31

Postsuburbio, 32, 219-24Primary Metropolitan

Statistical Area, 214Proceso de concentración

urbana, 54, 170Proceso de contraurbanización,

17, 25-6, 78, 169, 187Proceso de desconcentración

urbana, 18-9, 25, 45, 46, 76, 122, 125, 169, 237, 319, 330

Proceso de rururbanización / exurbanización, 24, 109, 196, 233, 246, 301

Proceso de suburbanización, 20, 23, 40, 41, 68, 70, 73, 78, 82, 101, 105, 133, 141, 142, 187, 188, 209, 216, 223, 242, 246

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Índice de principales conceptos 417

Proceso de urbanización, 16, 134, 183, 190, 210, 218, 271, 276

Rancho, 134, 224Red urbana, 14, 241, 250, 278Región complementaria,

14, 115, 116Región metropolitana, 14, 17,

119, 120, 123, 156, 169, 213-9, 235, 236, 241, 265

Región urbana, 14, 28, 115, 116, 120-4, 156, 265, 270

Región urbana policéntrica, 28, 215, 241

Región desakota, 14, 230, 241Región metropolitana

entrelazada, 14, 218, 241Región urbana funcional,

177, 195, 206, 208, 250Renacimiento rural, 112, 166,

168, 174, 175, 204, 234, 325

Sistema urbano rutinario, 123Sistema de información

geográfica, 247, 264, 314Slum, 32, 56-8, 90, 134, 160,

260, 267-71, 335, 338, 342

Suburbanización negra, 145, 159, 182, 183

Suburbio gótico, 259, 279Suburbio industrial, 98-100,

102, 104, 105, 137, 260, Suburbio residencial, 59,

101, 102, 104, 105, 137Superregión, 14, 182, 250,

278

Teoría de la desconcentración, 205, 207, 243,

Teoría de la reestructuración, 205, 206, 243

Teoría de los lugares centrales, 326, 327

Transición territorial, 37, 284-8, 296, 299, 301, 318, 327

Tugurio, 134, 224

Urban Growth Boundary, 225Urbanización diferencial, 214

Villa miseria, 134, 224

Zona morfológica urbana, 14, 251, 278

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ÍNDICE DE TABLAS

Tabla 1.1. Principales conceptualizaciones de las «formas urbanas» (1915-2011) ..................................................................... 14Tabla 1.2. Marco conceptual y símbolos ad hoc de la descon- centración urbana ............................................................. 20Tabla 1.3. Los «compartimentos estancos» o niveles de la descon- centración urbana en la literatura: algunos ejemplos iniciales ..... 22Tabla 1.4. Secuencia histórica de capítulos del libro ...................... 32Tabla 1.5. Evolución y proyección del porcentaje de la población

mundial, según región, residente en áreas urbanas (1950- 2050) ............................................................................... 36Tabla 3.1. Comparativa entre la población estadounidense y australiana del siglo xviii y xix ......................................... 53Tabla 3.2. Evolución poblacional ........................................... 71Tabla 3.3. Comparativa de tasas de crecimiento poblacional (1790-1860) ..................................................................... 75Tabla 3.4. Definiciones y ejemplos sobre la desconcentración urbana (d.u.) del siglo xix, según Jackson ......................... 76Tabla 3.5. Porcentaje de personas que abandonaron pueblos y

ciudades de diferentes rangos poblacionales hacia entidades más pequeñas (Gran Bretaña) ........................................... 77Tabla 3.6. Materialismo histórico y desconcentración urbana (d.u.) ................................................................................ 81Tabla 3.7. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana .............................................................................. 82Tabla 4.1. Tipología de suburbios de Douglass ....................... 102Tabla 4.2. Entidades estadounidenses de menos de 2.500 habitantes con pérdidas poblacionales (%) ........................ 111Tabla 4.3. Cambio poblacional de los distritos metropolitanos de Estados Unidos (%) ..................................................... 111Tabla 4.4. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana .............................................................................. 114

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420 Índice de tablas

Tabla 4.5. Niveles dinámicos y principales formas estáticas de la desconcentración urbana (1900-1945) .......................... 116Tabla 5.1. Población estadounidense en intervalos según tamaño de las SMSA* (1940-1960) .................................. 122Tabla 5.2. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana .............................................................................. 154Tabla 5.3. Niveles dinámicos y principales formas estáticas de la desconcentración urbana (1945-1970) .......................... 156Tabla 6.1. Cambio poblacional estadounidense según resi- dencia (1970-1973) .......................................................... 166Tabla 6.2. Comparativa de porcentajes de commuters no

metropolitanos con un puesto de trabajo en un área metropolitana ................................................................... 175Tabla 6.3. Niveles dinámicos y principales formas estáticas de la desconcentración urbana (1970-1980) .......................... 195Tabla 6.4. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana .............................................................................. 197Tabla 7.1. Viejas y nuevas dinámicas territoriales del periodo 1980-2000 ....................................................................... 205Tabla 7.2. Distribución poblacional de los 48 estados continentales de USA (en miles) .............................................................. 226Tabla 7.3. Los ciclos de la contraurbanización estadounidense . 233Tabla 7.4. Análisis de la contraurbanización en Europa (1980- 2000) ............................................................................... 234Tabla 7.5. Dos modos de definir la contraurbanización .......... 237Tabla 7.6. Niveles dinámicos y principales formas estáticas de la desconcentración urbana (1980-2000) .......................... 241Tabla 7.7. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana .............................................................................. 242Tabla 8.1. Niveles dinámicos y principales formas estáticas de la desconcentración urbana (2000-2015) .......................... 278Tabla 8.2. Contexto y paradigmas de la desconcentración urbana .............................................................................. 280Tabla 9.1. Caracterización general de las ciudades, periferias suburbanas y exurbanas .................................................... 294Tabla. 9.2. Evolución intercensal de la población y volumen de vivienda* (2001-2011) ...................................................... 311Tabla 9.3. Saldos migratorios entre municipios rurales (2001- 2015) y resto de hábitats .................................................. 313

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421Índice de tablas

Tabla 9.4. Población y correlaciones de Pearson: municipios rurales con TCMA positiva (2001-2015) y distancia a límite

de área urbana .................................................................. 314Tabla 9.5. Saldos migratorios entre municipios rurales con

TCMA positivas (2001-2015) y resto de hábitats según distancia a límite de área urbana ....................................... 315Tabla 10.1. Principales explicaciones teóricas que abordan directamente el origen causal de la d.u. ............................. 322Tabla 10.2. Saldos migratorios entre hábitats de España (2001- 2015) ............................................................................... 334

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ÍNDICE DE FIGURAS

Figura 1.1. Entidades suburbanas de la periferia de A Coruña vistas a diferentes alturas ................................................... 23Figura 1.2. Escenarios rururbanos o exurbanos de la periferia de Vigo vistos a diferentes alturas ...................................... 25Figura 1.3. Ejemplo de una forma de desconcentración urbana: delimitación del área urbana de Santiago de Compostela .. 27Figura 1.4. Representación de los niveles dinámicos de la descon- centración urbana ............................................................ 29Figura 1.5. Representación de los niveles dinámicos y dimensiones poco exploradas de la desconcentración urbana ................. 31Figura 3.1. Los tres imanes de Howard .................................. 63Figura 4.1. La representación gráfica de las tres principales «teorías universalistas» ....................................................... 96Figura 5.1. Áreas metropolitanas estándar (SMA) definidas en el censo de 1950 de Estados Unidos ................................. 119Figura 5.2. Modelo de área metropolitana de tres componentes:

ciudad central, zona suburbana (CS = comunidades suburbanas compactas) y franja rururbana ........................................... 147Figura 7.1. Modelos evolutivos de las regiones urbanas policéntricas .................................................................... 217Figura 9.1. Comparativa: grandes áreas urbanas (2006) y tasas de crecimiento medio anual de España (2001-2013) ......... 291Figura 9.2. Hábitats delimitados en España: ciudades, periferias

(suburbanas y exurbanas), urbano menor y municipios rurales .............................................................................. 296Figura 9.3. Localización de municipios rurales, de menos de

500 habitantes, con TCMA positivas para el período 2001-2015, situados a un mínimo de 30,29 km de un área urbana

(en gris) ........................................................................... 316

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ÍNDICE DE GRÁFICOS

Gráfico 1.1. Evolución y proyección del porcentaje de la población mundial residente en áreas urbanas (1950-

2050) ................................................................................ 35Gráfico 9.1. Modelo teórico de la «transición territorial» (pesos porcentuales teóricos de cada hábitat) ............................... 285Gráfico 9.2. Tasas de crecimiento medio anual (%) de la población rural española y europea (1950-2015) ............... 287Gráfico 9.3. Evolución poblacional: ciudades, periferias (suburbanas y exurbanas), urbano menor y municipios rurales ................... 297Gráfico 9.4. Evolución de las TCMA: ciudades, periferias (suburbanas y exurbanas), urbano menor y municipios rurales ............................................................................. 298Gráfico 9.5. Evolución de las correlaciones de Pearson: TCMA

(1900-2011) de los municipios periféricos y porcentaje de población provincial ocupada en el sector industrial (1900-

2011) ............................................................................... 300Gráfico 9.6. Crecimiento absoluto y TCMA de ciudades y

periferias suburbanas de las principales GAU (1950- 1981) ............................................................................... 303Gráfico 9.7. Crecimiento absoluto y TCMA de ciudades y

periferias (suburbanas y exurbanas) de las principales GAU (1981-2001) ..................................................................... 306Gráfico 9.8. Crecimiento absoluto y TCMA de ciudades y

periferias (suburbanas y exurbanas) de las principales GAU (2001-2015) ..................................................................... 310Gráfico 10.1. Evolución de las tasas de crecimiento total (%)

de las ciudades centrales y áreas periféricas de la UE (1999- 2009) ............................................................................... 328Gráfico 10.2. Evolución de las tasas de crecimiento total (%) de

las ciudades centrales, LUZ y áreas periféricas según zona de la UE (1999-2009) ........................................................... 329

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426

Gráfico 10.3. Comportamiento de las periferias de Europa oriental en la fase de desconcentración urbana .................. 331Gráfico 10.4. Migración neta (en miles) de las ciudades,

periferias y áreas no metropolitanas de Estados Unidos (2001-2013) ..................................................................... 336

Índice de gráficos

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COLECCIÓN MONOGRAFÍAS

306. Migraciones y trabajo con las personas mayores en las grandes

ciudades

Paloma Moré Corral305. El desafío sociológico. Individuo y retos sociales

Danilo Martuccelli y Jose Santiago304. Primavera Árabe y cambio político en Túnez, Egipto

y Jordania

Luis Melián Rodríguez303. Mujeres en mundos de hombres: la segregación ocupacional

a través del estudio de casos

Marta Ibáñez (Dir.)302. El acoso sexual: Un aspecto olvidado de la violencia

de género

Cristina Cuenca Piqueras301. Procesos de gentrificación en cascos antiguos: el Albaicín

de Granada

Ricardo Duque Calvache300. Cambio y continuidad en el discurso político: el caso del Partido

Socialista de Euskadi (1977-2011)

Rafael Leonisio Calvo299. Inmigración y empleo en España: de la expansión a la crisis

económica

Jacobo Muñoz Comet298. Desafíos del sistema de seguridad de la ONU: Análisis

sociológico de las amenazas globales

Sergio García Magariño297. Reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas en el

Sudeste Asiático

Isabel Inguanzo Ortiz296. El arte de la teoría social

Richard Swedberg295. Dramaturgia y hermenéutica: para entender la realidad social

Miguel Beltrán Villalva294. Creatividad. Números e imaginarios

José Ángel Bergua (dir.), Enrique Carretero, Juan Miguel Báez, David Pac

293. Izquierda y derecha en España: un estudio longitudinal y

comparado

Lucía Medina292. Ferdinand Tönnies (1855-1936). Vida y sociología

Ana Isabel Erdozáin

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291. Cómo piensan los profesores. El curioso mundo de la

evaluación académica por dentro

Michèle Lamont290. La transformación de la longevidad en España: de1910 a 2009

Juan Manuel García González289. Jóvenes en tierra de nadie: hijos de inmigrantes en un barrio de

la periferia de Madrid

Cecilia Eseverri Mayer288. Prensa y política en tiempos de crisis: estudio de la legislatura

2008-2011

Palmira Chavero Ramírez287. La monoparentalidad masculina en España

Manuela Avilés Hernández286. Estructuras residenciales y movilidad: más allá de la segunda

residencia

Julio A. del Pino Artacho285. Sociología urbana: de Marx y Engels a las escuelas

posmodernas

Francisco Javier Ullán de la Rosa284. El paradigma de la flexiguridad en las políticas de empleo

españolas: un análisis cualitativo

Carlos Jesús Fernández Rodríguez y Amparo Serrano Pascual (coords.)283. El Estado de las autonomías en la opinión pública: preferencias,

conocimientos y voto

Robert Liñeira 282. La decisión de votar. Homo economicus versus homo

sociologicus

Andrés Santana Leitner281. Los españoles y la sexualidad en el siglo XXI

Luis Ayuso y Livia García Faroldi280. El poder económico mundial. Análisis de redes de directorates

Julián Cárdenas279. La construcción política de la identidad española:

¿del nacionalcatolicismo al patriotismo democrático?

Jordi Muñoz Mendoza278. El círculo virtuoso de la democracia: los presupuestos

participativos a debate

Ernesto Ganuza y Francisco Francés277. Durkeim y el pragmatismo

Rafael S. Farián Hernández276. Cambio religioso en España: los avatares de la secularización

Alfonso Pérez-Agote

Page 430: Sociología e historia de la ciudad desconcentrada (307)...Mª Paz Cristina Rodríguez Vela, Directora del Departamento de Publicaciones y Fomento de la Investigación. CIS Otero Enríquez,

275. Alianzas políticas, relaciones de poder y cambio organizativo:

el caso de Unió Democrática de Catalunya (1978-2003)

Òscar Barberà Aresté274. El marco de las coaliciones promotoras en el análisis de

políticas públicas. El caso de las políticas de drogas en España

(1982-1996)

Ruth Martinón Quintero273. Comunidades locales y participación política en España

Clemente J. Navarro Yáñez272. ¿Declive o revolución demográfica? Reflexiones a partir del

caso italiano

Francesco C. Billari y Gianpiero Dalla Zuanna271. Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social

José Luis Moreno Pestaña270. Líderes políticos, opinión pública y comportamiento electoral

en España

Guillem Rico269. Presidentes y parlamentos: ¿Quién controla la actividad

legislativa en América Latina?

Mercedes García Montero268. Deliberación y preferencias ciudadanas: un enfoque empírico.

La experiencia de Córdoba

Laia Jorba Galdós267. Democracias y democratizaciones

Leonardo Morlino266. Nupcialidad y cambio social en España

Juan Ignacio Martínez Pastor265. Construyendo Europa. Las redes sociales en la difusión de

actitudes e identificaciones hacia la Unión Europea

M. Livia García Faroldi264. La nueva derecha. Cuarenta años de agitación metapolítica

Diego Luis Sanromán263. Génesis de la teoría social de Pierre Bourdieu

Ildefonso Marqués Perales262. Voces de la democracia

Robert M. Fishman261. El deporte en la construcción del espacio social

Álvaro Rodríguez Díaz260. ¿Por qué importan las campañas electorales?

Ferrán Martínez i Coma259. Gobiernos minoritarios y promesas electorales en España

Joaquín Artés Caselles

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258. Repertorios. La política de enfrentamiento en el siglo xx

Rafael Cruz Martínez257. Maurice Halbwachs. Estudios de morfología social de la

ciudad

Emilio Martínez Gutiérrez256. Redes sociales y sociedad civil

Félix Requena Santos255. Nuevos tiempos del trabajo. Entre la flexibilidad competitiva de

las empresas y las relaciones de género

Carlos Prieto, Ramón Ramos y Javier Callejo254. Loterías: un estudio desde la nueva sociología económica

Roberto Garvía 253. Los intelectuales y la transición política. Un estudio

del campo de las revistas políticas en España

Juan Pecourt 252. Del 0,7% a la desobediencia civil. Política e información

del movimiento y las ONG de Desarrollo

Ariel Jerez Novara, Víctor Sampedro y José López Rey 251. Estudio de las incidencias en la investigación con

encuesta. El caso de los barómetros del CIS

Vidal Díaz de Rada y Adoración Núñez 250. Las raíces sociales del nacionalismo vasco

Alfonso Pérez-Agote 249. Partidos y representación política: las dimensiones del

cambio en los partidos políticos españoles, 1976-2006

Tània Verge Mestre

248. El discurso del Management: tiempo y narración

Carlos Jesús Fernández Rodríguez 247. Las actitudes y los valores sociales en Galicia

José Luis Veira Veira (ed.) 246. Familia y empleo de la mujer en los regímenes de bienestar

del sur de Europa. Incidencia de las políticas familiares

y laborales

Almudena Moreno Minués245. Para una sociología de la infancia: aspectos

teóricos y metodológicos

Iván Rodríguez Pascual244. La opinión pública. Teoría del campo democópico

Giorgio Grossi Fabrizio Ceglia, José Manuel

Sánchez y Víctor Sampedro (trs.) 243. Los mandos de las Fuerzas Armadas españolas del siglo XXI

Rafael Martínez

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El estudio de las relaciones centrífugas entre la ciudad y sus espacios circundantes ha ocupado tradicionalmente un lugar muy destacado en los escenarios teóricos y empíricos de la sociología urbana y rural. Tales relaciones, o procesos de desconcentración urbana, están generando una ingente cantidad de preguntas difíciles de responder: ¿qué tipos de periferias existen en los tramados metropolitanos actuales?, ¿cómo han evolucionado en los últimos años los suburbios de las megaciudades?, ¿qué elementos caracterizan a los hábitats exurbanos transcontinenta-les?, ¿hasta qué punto los fenómenos contraurbanos han alterado las interacciones campo-ciudad durante las pasadas décadas?

Este libro trata de proponer, mediante un análisis histórico-comparativo que comienza en la Antigüedad, un marco teórico holístico que nos ayu-de a comprender las complejas variables estructurales y superestructu-rales que vertebran los procesos de desconcentración urbana. También pretende, a través de un estudio de caso centrado en el sistema territo-rial español, cuestionar las visiones historicistas y unidireccionales del cambio urbano.