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  • 8/16/2019 Sobre Luis Villoro

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    Sobre Luis Villoro (1922-2014), por Pablo Lazo Brion

    Imagen tomada de Revista de la Universidad .

    [Artí culo publicado en  Metapolí tica, año 17, núm. 83, octubre-diciembre,2013, pp. 85-90.]

    LUIS VILLORO: LA DIALÉCTICA COIMPLICATIVA DE PODER Y

    VALOR

    Pablo Lazo Briones

    http://metapolitica.blogspot.com/2014/04/sobre-luis-villoro-1922-2014-por-pablo.htmlhttp://metapolitica.blogspot.com/2014/04/sobre-luis-villoro-1922-2014-por-pablo.html

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    Una preocupación legí tima del filósofo profesional puede ser (y en ciertas

    circunstancias sociales de injusticia debe ser) la generación y desarrollo de un

    “lenguaje de mediación social”, esto es, pensar sus estrategias comunicativas,

    su alcance en los ámbitos de poder, sus condiciones sociales de posibilidad y

    su finalidad, mediando entre la idea abstracta de sociedad y vida polí tica y lascondiciones concretas en que se presentan los movimientos sociales. Desde la

    perspectiva contemporánea, la incidencia del pensamiento filosófico con los

    movimientos de disidencia o resistencia polí tica, está   a la cabeza de la

    meditación que debiera hacerse.

      Decir que la filosof í a considerada de este modo es un “lenguaje mediador”

    significa que no es un lenguaje inmediato, un aleccionamiento del filósofo que

    desde su pretendida altura supra-cultural irí a de barricada en barricada con la

    solución definitiva del problema de insatisfacción que dio pie a la disidencia,

    dando indicaciones estratégicas de ataque y contra-ataque al Estado. Lahistoria de filósofos que han querido ponerse en este lugar ha sido

    desalentadora: Platón en Siracusa, Sartre en el naciente gobierno comunista de

    Fidel Castro, incluso, más recientemente, Slavoj Žižek en sus fallidas

    pretensiones de llegar a la presidencia en Eslovenia en 1990. Para evitar este

    lugar equivocado del filósofo en su injerencia en el medio social hay que

    insistir en una articulación mediadora de la filosof í a con los movimientos de

    resistencia polí tica, y criticar la peligrosa idea de su incidencia inmediata. Este

    es justo el lugar de Luis Villoro en los acontecimientos sociales y pol í ticos de

    México en una larga trayectoria que se ha extendido por varias d

    écadas hastael dí a de hoy.

      El impacto del pensamiento de Luis Villoro en el contexto mexicano se

    puede localizar, pues, en su articulación con los eventos sociales de los que

    nace, tales como el problema del indigenismo o los diversos movimientos de

    disidencia polí tica en el contexto de un Estado-nación que criticará. Estos

    eventos sociales, siempre problemáticos y susceptibles de diversas

    interpretaciones, son su preocupación primera. Después vienen las

    construcciones filosóficas que aportan soluciones o trazan ví as de

    interpretación. La filosof í a del pensador mexicano es una filosof í a ex post por

    excelencia. De aquí   que algunos de sus primeros textos, quizá   los más

    conocidos por el gran público, tengan que ver con lecturas descriptivas y

    crí ticas de asuntos histórico-culturales de nuestro paí s, tales como el

    mencionado indigenismo o la revolución de independencia y el proceso

    ideológico con que fue tejida (Cfr . Villoro, 1950 y 1953). Para citar a un

    atento lector de la obra de Luis Villoro, Mario Teodoro Ramí rez:

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    Queda claro que el punto de partida del filósofo mexicano no es una

     preocupación sociológico-polí tica en abstracto. Es la preocupación por la

    realidad y la posibilidad de una comunidad, de un pueblo hist órico-concreto,

    respecto a la cual se presupone la asunció

    n de una responsabilidad  fundamental del pensador, del intelectual (Ramí rez, 2011: 139).

    De modo que puede decirse que la propuesta del autor de El poder y el valor 

    construye filosof í a a partir del entretejido de la vida social y polí tica, y por

    tanto no cree en el postulado de la filosof í a polí tica tradicional que pone los

    principios y fines de la acción común antes de ésta, como si el filósofo tuviese

    ya en la cabeza un orden de convivencia perfecto, último y ya probado a

     priori, que después simplemente harí a derivar hacia la vida social, como el

    resultado hacia el cual debe encaminarse, como su destino necesario einesquivable del cual no debe apartarse. Para mencionar un caso manifiesto de

    este apriorismo de la filosof í a polí tica, puede apuntarse el marxismo de

    escuela, que pretendí a poner los fines de la acción social desde la teorización,

    en el intento de ajustar a fortiori los acontecimientos de la vida a la teorí a, y

    no al contrario. Luis Villoro, en diálogo atento con el marxismo en muchos

    momentos de su producción, quiere reinvertir una vez más lo que parecí a un

    poner al derecho el mundo invertido (del idealismo alemán que quiso, con

    razón, corregir Marx), pero ahora tomando en cuenta el pulso sociológico vivo

    que se cristaliza en los eventos de la vida en México, por ejemplo en lascomunidades indí genas en donde nació  el zapatismo. Al propósito hay que

    recordar su participación activa en un diálogo con el Subcomandante Marcos

    que fue derivando en una asesorí a para este movimiento a lo largo de poco

    más de una década, con la convicción de que la “otra campaña” del zapatismo

    implicaba en ciernes una alternativa al modelo de gobierno hegemónico que se

    pone la máscara de representativo y democrático. Puede leerse en este sentido

    lo dicho en el periódico La Jornada, en un artí culo titulado “Sobre la reforma

    del Estado desde el zapatismo”:

    Otra democracia es la que, de hecho, se practica en las comunidades

     zapatistas en Chiapas y aun en otros estados. Si se realizara en toda la

    nación ser í a la alternativa real a la actual “democracia representativa” de

    corte liberal que ahora padecemos. Pero para conducir a una democracia

    efectiva, habr í a que acabar con la represión en Chiapas, Oaxaca y Guerrero,

    auspiciada por los gobiernos locales. Tal es lo que pretende la otra campaña,

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    la zapatista: una democracia en la que no quepa la violencia ni la represión.

     Ese ser í a el camino que podr í a conducir a un nuevo proyecto de nación

    (Villoro, 2008: 1-2).

    Esta inspiración del pensamiento a partir del condicionamiento de la vidasocial puede verse desarrollado de forma teóricamente más madura en uno de

    sus textos clásicos, “Del concepto de ideologí a”, publicado por primera vez en

    la revista Plural  en 1974 (Villoro, 1985). En este pequeño ensayo, Villoro

    sembrará   las semillas que darán fruto en la propuesta más madura y

    consistente, más original, de  El poder y el valor , publicado veintitrés años

    después. Lo que le interesa poner en la mesa de discusión respecto de la

    ideologí a es en primer lugar su uso adecuado con relación a las realidades

    sociales —prácticas culturales, discursos polí ticos, enunciados académicos—

    en las que parece usarse sin mucha claridad pero con mucha profusió

    n. Peroatención, no le interesa el tema en función de la pura claridad de ideas, sino en

    función del alcance social de éstas cuando se ha hecho un examen crí tico

    suficiente. Así , filosof í a y vida social se nutren mutuamente en una relación

    dialéctica que no es conveniente querer disolver. Y precisamente se enlazan

    quizá  en el punto más relevante, que será  motivo central de  El poder y el

    valor : justamente nuestras valoraciones sobre los términos que usamos al

    caracterizar un discurso o práctica cultural de ideológica, y la consecuencia de

    esta valoración al hablar de un uso del poder legí timo o ilegí timo.

      Las consideraciones de la sociologí a del conocimiento (principalmente lasque fueron ventiladas por la escuela que inició Karl Manheim) y las propias

    del marxismo revisitado de Althusser a Theodor Geiger, si bien son

    interesantes porque destacan ya los procesos de cosificación de los objetos del

    mundo, su fetichización como mercancí as, ya la confusión de intereses

    particulares con enunciados que se disfrazan de una universalidad espuria, no

    establecen el problema que para Villoro es central: la manera en que sus

    recursos ideológicos mezclan de forma abigarrada una valoración del mundo,

    expresada en creencias predominantes, con elementos de dominio de un grupo

    sobre otro.

    Por esto el ensayo concluye indicando un doble condicionamiento

    sociológico-argumental para ubicar una creencia o enunciado ideológico

    siempre en referencia a su valoración del mundo, doble condicionamiento que

    es, pues, al mismo tiempo una ponderación valorativa de los usos del poder en

    el medio social:

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    […] no toda creencia insuficientemente justificada puede tildarse de

    “ideológica”, sino sólo aquellas que un examen sociológico demuestre que

    cumplen la función de promover el poder de un grupo. A la inversa, no todo

    conjunto de creencias condicionado socialmente puede llamarse ideológico,

    sino sólo aqu

    é l que, adem

    ás, se demuestra injustificado (Villoro, 1985: 37).

    Villoro advierte una polaridad de doble énfasis aquí : por un lado, como buen

    filósofo analí tico, da cuenta del polo del tratamiento de los usos del lenguaje

    comprometidos en una falta de justificación argumental inferencial, de validez

    intersubjetiva como única medida de objetividad, en las creencias y prácticas

    culturales ideológicas. Pero como buen filósofo social, por otro lado, da

    cuenta del polo de encarnación de estos usos del lenguaje en los medios de

    manipulación y politización concretos, de los procesos de engaño en los que la

    falsa conciencia se pone en marcha, que pueden llamarse por esto “procesosmistificados” del lenguaje (Villoro, 1985: 37), procesos en que no se distingue

    un criterio de verdad o de objetividad que guie el conocimiento, pero tampoco

    que guie la más mecánica de las acciones en el mundo cotidiano. Uno y otras

    se hacen “a ciegas”, sin capacidad de distinción de lo que se dice, incluso sin

    capacidad de autopercepción de lo que está ocurriendo dí a a dí a en una inercia

    que lo vuelve todo un poco fantasmal.

      Lo que pide Villoro en este texto seminal es lo mismo que animará dos

    décadas después las páginas de su libro más representativo,  El poder y el

    valor : una aclaració

    n de términos nos coloca en la perspectiva de “hacer cosascon las palabras”, de ubicar su utilidad para una argumentación con

    consecuencias prácticas. Para ponerlo bajo la perspectiva de un debate que

    estaba ocurriendo en las décadas de los 1970 y 1980, frente al cual no es ajeno

    el pensador mexicano: Jürgen Habermas habí a declarado en una conferencia

    titulada “Conocimiento e interés” que existen tres posibles ciencias: las

    primeras son la que llama “empí rico-analí ticas” o ciencias de principios,

    experimentación y consecuencias técnicas; idealmente, la intervención

    subjetiva es nociva para la objetividad total que piden este género de ciencias.

    Las segundas son las “ciencias histórico-hermenéuticas”, que se dedican a

    interpretar una realidad histórico-cultural con el fin de reflejar ese saber en el

    propio sujeto de interpretación, en la propia subjetividad interpretante. Esta

    subjetividad, no obstante, no podrí a escapar a su propia posición histórico-

    cultural, que puede estar profundamente alterada por sus prejuicios y su lugar

    social, incluso por sus contenidos inconscientes, cosas que escapan a su auto-

    comprensión. Estos elementos incomprensibles para el propio sujeto es lo que

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    llama Habermas “lenguaje sistemáticamente distorsionado”, el lenguaje de la

    ideologí a en sentido tanto gnoseológico como sociológico (los dos sentidos

    que quiere aclarar Villoro en su ensayo). Sólo un tercer grupo de ciencias, las

    “auto-reflexivas crí ticas”, son útiles a la hora de vérselas con el tipo de

    lenguaje “sistemáticamente distorsionado”, porque cr

    í ticamente lo desarman,lo analizan, con criterios de una intersubjetividad racional y dialogante que

    puede llegar incluso a develar los contenidos inconscientes para el propio

    hablante (el modelo de esta ciencia lo toma Habermas de Freud: el

    psicoanálisis). Con esto Habermas ataca a Gadamer en la pretensión que éste

    tiene de universalizar la comprensión hermenéutica (Habermas, 1996: 170).

      Es Paul Ricoeur quien tercia en el debate indicando que puede pensarse, en

    lugar de una confrontación entre pensamiento crí tico y comprensión

    hermenéutica, en una dialéctica entre ambas, si se pone atención a la larga

    tradició

    n marxista de crí tica de las ideolog

    í as que antecede al pensamiento deHabermas, por un lado, y a la larga tradición hermenéutica que quiere

    comprender los alcances sociales de la comprensión, los ideales utópicos

    involucrados. Habrí a así   una dialéctica entre crí tica de las ideologí as y

    pensamiento utópico, que observan una relación de complementación al

    tiempo que de limitación: se regulan mutuamente, se co-implican como dos

    momentos de una polaridad necesaria, y permiten la marcha del pensamiento

    de cara a los acontecimientos de la historia (Ricouer, 2000: 340 y ss.).

      Pues bien, es esta dialéctica entre crí tica de la ideologí a y comprensión

    hermenéutica la que puede ayudar a comprender el sentido mediador de lapropuesta de Luis Villoro en  El poder y el valor . Para éste existen dos

    pensamientos en polí tica, el que llama reiterativo, que se apertrecha en la

    insistencia de su tradición y de sus propios términos, y que deriva más de una

    vez en ideologí a, y el pensamiento que llama disruptivo, que rompe con las

    tradiciones enquistadas y propone una nueva senda para la acción, pero que

    tiende a ser imposición de una idea utópica, de un ideal a seguir que rompe

    con todo lo anterior, que destruye las formas anteriores de regulación de las

    relaciones sociales en vistas de un ideal que es meramente imaginario. De ahí 

    su violencia, de ahí  su peligro. Luis Villoro propone superar los extremos de

    la ideologí a o “pensamiento reiterativo” por un lado, y, por el otro, del

    “pensamiento disruptivo” o utopí a, que f ácilmente puede convertirse en

    totalitarismo. La propuesta es edificar un pensamiento ético que sepa

    introducir el elemento valorativo mediador entre estos dos extremos:

     El pensamiento reiterativo confirma las relaciones sociales existentes,

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    mantiene la continuidad y el orden. El pensamiento disruptivo establece la

    diferencia, postula un ordenamiento racional. La postura é tica es una

    expresión del pensamiento disruptivo. Pero no intenta destruir lo existente

     para quedarse en el vací o de lo imaginario; su tarea es labrar en la realidad 

    existente, otra. Podr í amos llamar a esa forma de pensamiento “constructiva”(Villoro, 1997: 248).

    Este pensamiento constructivo toma en cuenta, de forma nada ingenua, los

    elementos de poder realmente existentes en la historia de las sociedades, y

    sobre todo el peligro de su abuso, el dominio como forma cí nica y exhibida de

    control, por ejemplo el que se despliega en las polí ticas públicas que no toman

    en cuenta las necesidades reales de los ciudadanos, sino que nacen de intereses

    partidistas o grupales ilegí timos. Pero también, en la inspiración mediadora

    que caracteriza la propuesta de Villoro, toma en consideración los valorescomprometidos en la vida pública que pueden limitar el despliegue del poder,

    que le ponen bridas y lo contienen dentro de cauces manejables.

    ¿Cómo es posible esta articulación mediadora de poder y valor? Pensemos

    el asunto desde la perspectiva ya clásica de Michel Foucault, que si bien no

    considera directamente Villoro, sirve para orientarse en la altura de sus

    argumentos desde un lugar obligado en el debate actual. Con Foucault, no

    entendemos por poder una instancia simple o, en sus términos, un “punto focal

    simple”, digamos una institución o un grupo de personas particulares, como si

    a la hora de remitirnos a la administración de los controles sociales

    habláramos desde un lugar privilegiado de detentación de poder, esto es, desde

    su autoridad incontestable e inamovible. Esto equivaldrí a a adoptar una

    posición dogmática de entrada, poco perceptiva de las dinámicas concretas,

    contingentes, de los dispositivos de poder. Al contrario, para Foucault se trata

    de pensar cómo se ejerce el poder en el ámbito de un discurso especí fico —

    por ejemplo, de qué   manera se sirve el discurso polí tico de este tipo de

    relaciones de fuerza contingentes—. Desde qué   mecanismos y juegos de

    relaciones de fuerza se configura, y no quien lo ejerce (o, en su defecto, quien

    o quienes están facultados para administrarlo) (Foucault, 1983: 182-183). En

    primer lugar, pues, se trata de colocarse en la perspectiva del funcionamiento

    de facto, y no de una idea preconcebida, acerca del poder. Tomando en cuenta

    que en gran medida se trata del análisis “de los procedimientos de limitación

    de los discursos” (limitación que tiene en la base por principio de cuentas la

    distinción entre un discurso verdadero y un discurso falso), en el sentido de

    que el poder siempre se refiere, en su aspecto genealógico, a la “[...]

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    formación efectiva de los discursos, ya sea en el interior de los lí mites del

    control, o bien en el exterior, o más a menudo de uno y otro lado de la

    delimitación” (Foucault, 1983: 127).

      Es esta misma perspectiva discursiva la que le interesa analizar a Villoro en

     El poder y el valor , si bien en la forma concreta que encarna en discursos quelo pretenden justificar y hacer válido. Es por esto que distingue dos lenguajes

    de la polí tica: el primero es el que se refiere a un estado social como deseable,

    y se despliega en un discurso deontológico utópico acerca de lo que debe ser,

    lo cual implica valoraciones implí citas sobre aquello deseable. El segundo

    pone el énfasis más bien en los hechos de una sociedad existente,

    independientemente de las valoraciones que se hagan acerca de su fin

    deseable. El primero es justificatorio, el segundo explicativo. Villoro propone

    una articulación entre estos dos lenguajes que haga posible hacer asequibles

    ciertas valoraciones frente a un poder que se quiere imponer. En este caso lasvaloraciones funcionan como un “contrapoder” efectivo, como ejercicio de un

    poder propio y autónomo (incluso hablando de comunidades culturales, y no

    sólo de personas particulares) en contra de una voluntad de poder ajena y

    heterónoma (la influencia del pensamiento ético de Kant se deja ver aquí  con

    soltura). El propósito, pues, de esta articulación entre valoraciones y hechos de

    poder es comprender que no se trata de excluir uno cuando el otro es vigente,

    sino que se requieren mutuamente como contenciones co-implicadas: “La

    voluntad de poder y la búsqueda del valor se nos han revelado contrarias; sin

    embargo, no pueden prescindir la una de la otra: si el poder tiene que acudir alvalor para justificarse, el valor requiere del contrapoder para realizarse”

    (Villoro, 1983: 91).

      Es desde este doble condicionamiento entre valor y poder que se desprende

    una acción social equitativa, autocontenida autónomamente (en el sentido

    kantiano) en términos de su ejercicio de los mecanismos de administración de

     justicia, pero también de capacidad de representación y participación que

    tienen los ciudadanos. Es este doble condicionamiento el que deriva, así , en la

    propuesta de un Estado multicultural o plural, último andamio de la filosof í a

    polí tica constructiva que se propone.

    Cuando Villoro habla de Estado multicultural recoge su experiencia con

    grupos indí genas y disidentes que luchan porque sean oí das sus demandas de

    derechos autonómicos, de autogobierno, y de reafirmación de sus identidades

    tradicionales en cuanto a sus formas peculiares de hacer arte, de profesar sus

    religiones, de expresar sus decisiones polí ticas. Y todo ello lo asume este tipo

    de Estado poniendo atención más al aspecto de la gran heterogeneidad de las

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    formas de vida locales que al principio homogeneizador de la diferencia del

    Estado concebido en la tradición del pensamiento y la práctica del liberalismo

    polí tico. De este modo, propone una alternativa al Estado-nación que es

    herencia de la modernidad, que se las veí a con las diferencias étnicas,

    tradicionales y minoritarias más al modo de la absorci

    ón en una unidadviolenta, y automáticamente traduciendo las demandas de todo aquél que fuera

    extraño a esta unidad como desaf í os a vencer, incluso viendo a aquellos que

    las hací an oí r como enemigos que se debí a someter. En esto concentraba la

    idea de nación en último término (Villoro, 1998: 34-35)

      Nótese la vigencia para México, así  como para los entornos más allá de

    nuestras fronteras, de la crí tica que se lleva a cabo desde esta idea de Estado

    multicultural: por un lado, ésta permite pensar en el rebasamiento de

    nacionalismos acendrados, blindados, que ven sus valoraciones intraculturales

    como lasúnicas dignas de defenderse, conduciendo m

    ás de una vez afundamentalismos o integrismos intolerantes; por otro lado, oferta una

    alternativa a la dinámica globalizadora y, para decirlo con cierto dramatismo,

    abiertamente caní bal de los procesos económicos de esa “mano invisible” de

    la economí a que llega a todas partes violentamente. Como alternativa a estos

    dos cierres del Estado-nación por lo pequeño local y por lo global, frente a dos

    tipos de violencia de la diferencia blindada y de la identidad homogeneizadora

    (que criticó tan ampliamente T. W. Adorno), puede hablarse aún de soberaní a

    nacional, pero condición de que se entienda desde una interdependencia de lo

    local y lo global, poniendo elénfasis en que habr

    í a que evitar las din

    ámicas deexclusión, de ostracismo cultural (Villoro, 1998: 53). Así  pues, la principal

    función de un Estado plural es la de generación de negociación y acuerdo

    entre las demandas de las distintas partes, no insistiendo sobre valores ya

    dados para todos (pues con ello no podrí a evitar ser etnocéntrico) sino

    promoviendo una “asociación voluntaria” en vista de un proyecto social en

    común:

     El ví nculo entre las diversas entidades que lo componen no ser í a una misma

    visión de un pasado o de una vida colectiva, sino una decisión: la de

    cooperar en un destino en común. La eliminación de la concepción del Estado

    como depositario de valores superiores, que en realidad corresponden a las

    naciones, permite verlo como sujeto de una función que rebasa la diversidad 

    de valores: mantener la cooperación equitativa entre todos los individuos y

    asociaciones que coexisten en el mismo territorio […] La meta principal del

     Estado se vuelve adelantar hacia una meta: la igualdad de oportunidades y la

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    cooperación entre todas las culturas, comunidades e individuos que

    componen el paí s.  É sa es la equidad. Y la equidad es el signo de la justicia

    (Villoro, 1998: 61-62).

    De esta manera se defiende el meollo de una comunicación interculturalposible (que no es una abstracción de filósofo de cubí culo), así   como su

    prolongación en una polí tica intercultural que cristalice en decisiones jurí dicas

    lo que nació como orientaciones éticas. De este modo, se puede hablar de un

    Estado multicultural o plural que fija la atención en la coordinación de las

    acciones en el marco de la inclusividad y la igualdad de las distintas culturas,

    y que abandona la idea instrumental del Estado-nación, dicho “a lo

    Macpherson”, en donde el interés egoí sta tiene el privilegio. Esto significa

    recircular la idea de la valoración ética como contención del (siempre posible)

    poder hegemónico. De hecho, esto significa desde una perspectiva positiva,hablar de la dimensión afirmativa-posibilitante del poder, que no es entendido

    ya más como represión de las dinámicas sociales que atiende de forma

    ilegí tima. Este serí a el rasgo esencial de una corrección de la democracia

    existente, lo que llama Villoro “difusión de poderes” o bien, su

    descentralización:

     La democracia ideal se realizar í a al abolir todo dominio particular desde un

    centro. El poder deber í a estar allí   donde puede ejercerlo el pueblo real,

    donde desarrolla su vida: difusión del poder, de la cima a los m

    últipleslugares donde trabajan los hombres. El estamento polí tico-burocr ático-

    t é cnico acapara el poder que intenta poner en orden las múltiples fuerzas

    locales; en una democracia real, los poderes locales pondr í an a su servicio

    los instrumentos centrales de gobierno (Villoro, 1997: 346).

    La difusión de los poderes así  propuesta remite, por último, a una idea de

    comunidad y vida pública que Villoro encuentra inspirándose en las relaciones

    éticas de pueblos indí genas que conocí a muy bien, en donde la orientación del

    poder respondí a a la idea de “mandar obedeciendo”, esto es, donde el

    reconocimiento de la autoridad parte de que ésta reconozca la dimensión

    moral de aquéllos a quienes ordena. Pero, desde una base filosófica que se

    entrevera con esta sabidurí a ancestral de los pueblos indí genas, Villoro remite

    a la base hegeliana, que después retomará Charles Taylor, de una Sittlichkeit o

    comunidad auténtica, siempre vinculada con una experiencia de

    reconocimiento del otro que se define en términos dialécticos de oposición y

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    lucha de carácter ontológico, lo que quiere decir que es un reconocimiento que

    se define en el esquema temporal de una dif í cil sucesión de momentos cuyo

    resultado es una renuncia de ser y una ganancia de ser (hablamos del ser del

    sujeto polí tico, que adviene otra cosa de lo que fue gracias al proceso de su

    propia experiencia como ciudadano, y del ser de aquél que gobierna, quetransita con y depende del ser del sujeto polí tico a quien manda para llegar a

    ser lo que es). Este reconocimiento nunca está ya acabado, siempre está por

    hacerse, por ganarse, y se elabora, diremos sin ingenuidades, en el medio de

    los distintos juegos de poder que componen cualquier entramado de tejidos

    sociales.

    Enfaticemos una idea central en la derivación de esta perspectiva

    hegeliana-tayloriana que hace suya Villoro: el proceso polí tico nunca es

    inmediato, nunca se da en la inmediatez de un simple pasaje de técnicas de lo

    que entendemos por hacer polí tica, es m

    ás bien resultado de la mediaci

    ón demúltiples relaciones de reconocimiento en la complejidad de las

    significaciones sociales.

    Ahora bien, el poder transformador en este sentido comunitario de

    reconocimiento se retoma, vuelve a tomar dirección, sólo si intervienen los

    agentes de esa comunidad cultural directos una y otra vez, esto es, si en sus

    propios campos de legitimidad polí tica los sujetos entran en juego en

    términos de igualdad. Villoro conecta así   la (re)acción de las comunidades

    culturales mismas, o, podrí amos decir, de los “consejos de ciudadanos”

    mismos en un sentido cercano al que hiciera famoso Hannah Arendt, con laresistencia que pueden llevar a cabo las comunidades culturales contra un

    Estado hegemónico, que paradó jicamente las revitaliza, que las pone en la

    escena de la vida polí tica directamente.

    Cerremos este texto con una idea que puede tomarse como misiva al tiempo

    que como sí ntesis heurí stica del pensamiento de Villoro: entre el poder y el

    valor, se encuentran las comunidades culturales y su capacidad de disentir,

    pero también de construir un Estado para todos.

    REFERENCIAS

    Foucault, M. (1983), El discurso del poder , México, Folios.

    Habermas, J. (1996), “Conocimiento e interés”, en J. Habermas, Ciencia y

    t é cnica como ideologí a, México, REI.

    Ramí rez, M.T. (2011),  Humanismo para una nueva é  poca. Nuevos ensayos

    sobre el pensamiento de Luis Villoro, México, Siglo XXI Editores/UMSNH.

    Ricoeur, P. (2000), “Hermenéutica y crí tica de las ideologí as”, en P. Ricoeur,

  • 8/16/2019 Sobre Luis Villoro

    12/12

     Del texto a la acción. Ensayos de hermené utica II , México, FCE.

    Villoro, L. (1950),  Los grandes momentos del indigenismo en M é  xico,

    México, El Colegio de México.

    Villoro, L. (1953), El proceso ideológico de la revolución de independencia,

    México, UNAM.Villoro, L. (1985), “Del concepto de ideologí a”, Plural, núm. 31, abril de

    1974 [reproducido en El concepto de ideologí a y otras ensayos, México, FCE,

    citamos el texto de esta edición].

    Villoro, L. (1997),  El poder y el valor. Fundamentos de una é tica polí tica,

    México, FCE.

    Villoro, L. (1998), “Del estado homogéneo al estado plural”, en L. Villoro,

     Estado plural, pluralidad de culturas, México,UNAM/Paidós.

    Villoro, L. (2008), “Sobre la reforma del Estado desde el zapatismo”,  La

     Jornada, 23 de julio.