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Serie: Conferencias No. 9

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El Código Da Vinci y la fascinación de‘’lo mistérico’’

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Ricardo Espejo Reese

El Código Da Vinciy la fascinación de

‘‘lo mistérico’’

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Miembro de la Asociación Peruana de Editoriales Universitarias y deEscuelas Superiores (Apesu) y miembro de la Asociación de Editoria-les Universitarias de América Latina y el Caribe (Eulac).

El Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico no se solida-riza necesariamente con el contenido de los trabajos que publica. Pro-hibida la reproducción total o parcial de este texto por cualquier me-dio sin permiso de la Universidad del Pacífico.

Derechos reservados conforme a Ley.

© Universidad del PacíficoCentro de InvestigaciónAvenida Salaverry 2020Lima 11, Perú

El Código Da Vinci y la fascinación de ‘’lo mistérico’’Ricardo Espejo Reese

1a. edición: mayo 2006Diseño de la carátula: Ícono ComunicadoresI.S.B.N.: 9972-57-096-7Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2006-3292

BUP-CENDI

Espejo Reese, RicardoEl Código Da Vinci y la fascinación de ‘’lo mistérico’’ (sic). - Lima :Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico, 2006. - (Con-ferencias ; 9)

/NOVELAS ESTADOUNIDENSES/NOVELAS POLICIALES/LEYENDAS/IGLESIA CATÓLICA/JESUCRISTO/BROWN, DAN/

82.3 (CDU)

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INTRODUCCIÓN

El Código Da Vinci y la fascinación de‘‘lo mistérico’’

La novela policiacaLa fascinación por lo mistéricoEl Santo GrialEl ‘‘nuevo grial’’La ‘‘desconfianza’’ en la IglesiaLas derivaciones de palabrasAMON L’ISALa mezcolanza de siglos y personajesCristo, Dios por votaciónLos custodios del secretoEl uso de símbolosEl pentáculo (pentaclo)

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El Código Da Vinci ha sido una de las novelas de ma-yor éxito editorial de los últimos años, se ha traducido auna docena de idiomas y ha vendido un número ingen-te de millones de copias. Estuvo en el primer lugar deventas de los Estados Unidos durante semanas enterasy ha dado lugar a una serie de secuelas bibliográficas yréplicas.

Hay libros que ofrecen ‘‘traducir’’ las claves del Códi-go, como el de Enrique de Vicente (que en su primer añotuvo que lanzar tres ediciones). Otros escritos, en cambio,reaccionan de manera virulenta en contra de las afirma-ciones del Código, tratando de desacreditar la obra, alautor o a ambos, acusándolos de estar financiados porenemigos de la Iglesia católica, y tildándolos hasta desatánicos.

La obra de Dan Brown constituye un fenómeno quetrasciende del ámbito meramente literario, e incluso, delreligioso-cristiano, pues llega a ‘‘tocar’’ disciplinas que pa-recieran no tener que ver con una novela policiaca, talcomo la Economía. ¿Cómo explicar desde la teoría econó-

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mica el enorme éxito de esta obra, cuya calidad literariaes discutible? ¿No es acaso el mercado el juez supremo alque debemos someternos? Si no se encuentra una razónexplicativa valedera para este éxito editorial, ¿habrá quededicarnos a producir, sin más, novelas policiacas medio-cres? (y la califico con este adjetivo pese a no ser un críticoliterario, aunque sí un aficionado al género policiaco).

Ricardo Espejo Reese

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La novela policiaca

No es la intención de esta conferencia el hacer un aná-lisis literario de la obra, aunque la opinión vertida merez-ca dos palabras de explicación.

Me parece que el inicio del Código es fascinante: elencriptamiento de los mensajes, las promesas que hace através de las formas de algunos de sus dramatis personaey la importancia misma del secreto que un moribundo hatratado de transmitir con sus últimas fuerzas.

En la medida en que avanza la trama, estas promesascomienzan a diluirse. Personajes como el capitán de poli-cía parisino, que con la fortaleza de carácter y la astuciaque mostraba en esta primera parte, aspiraba a tener unpapel de gran importancia en el posterior desarrollo de lanovela, y que termina disolviéndose en un mero sabuesoperseguidor. Ese llamativo asesino albino, que vendría arepresentar al Opus Dei (‘‘anormal’’ y ‘‘fanático’’), quequeda convertido en el ‘‘mandadero psicópata’’ de un sim-ple chantajista. La propia búsqueda del Grial, ¡la sangrede Cristo!, que finalmente queda en nada concreto.

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El centro de la acción deriva hacia una serie de‘‘carreritas callejeras’’ sin mayor estructura, que parecenser solamente una suerte de ‘‘puntos y comas’’ entre lasconversaciones que sostienen, principalmente, el estado-unidense Robert Langdon (el héroe de la novela, sin que-rerlo) y su amigo Sir Leigh Teabing, quien es, en palabrasdel autor, el mayor experto mundial en ‘‘El Santo Grial’’ yen el ‘‘Priorato de Sión’’.

Estas conversaciones, de supuesta exactitud históricay aparente erudición, se constituyen en el nuevo queha-cer de la trama y giran en torno a un supuesto secretoocultado por ‘‘La Iglesia’’, aunque el autor no se preocu-pe siquiera por especificar de qué Iglesia está hablandoen referencia a cada momento histórico; estos son presen-tados de una forma tal, que queda la impresión de quehubieran transcurrido en paralelo o poco menos.

Los sucesos sobre los que tratan estas conversacionesabarcan desde la supuesta huida de María Magdalena,que habría que fechar en la tercera década del siglo I, pa-sando por la configuración del Nuevo Testamento a ini-cios del siglo II, el Concilio de Nicea en el siglo IV, la di-nastía merovingia en el siglo VII, y la aparición de la Or-den Del Temple (y el supuesto Priorato de Sión) en el si-glo XII, o la Inquisición en el siglo XIII. ¿Habrá que decir,parafraseando las encuestas de opinión, que el margende error en las fechas es de (+/-) ocho siglos?

La pregunta que habría que hacer sería: bajo el rótulode ‘‘La Iglesia’’, ¿se habla de la Iglesia católica romana,de la ortodoxa griega, de la Iglesia nestoriana maronita,de la Iglesia copta monofisita?, todas ellas existentes des-de los primeros siglos de nuestra era, ¿o de las posterioresIglesias luterana, calvinista, evangélica, etc.? Puesto que

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todas ellas se verían afectadas por igual en caso fuera re-velado un secreto que mostrara como falsa la creencia enla divinidad de Cristo.

El asunto de las fechas o la exactitud de las referen-cias, no debería representar una dificultad mayor, tratán-dose de una novela (y por lo tanto, de ficción), salvo por-que en la página anterior al inicio de la novela misma elautor consigna un acápite titulado ‘‘Los hechos’’, cuya úl-tima parte dice a la letra: ‘‘Todas las descripciones deobras de arte, edificios, documentos y rituales secretosque aparecen en esta novela son veraces’’. Con tal ofreci-miento, sí tenía la obligación de cuidar la concordanciade las fechas y datos, más aún si tal ofrecimiento debíaevitar una confusión tan grande como la que se generacon su referencia a ‘‘La Iglesia’’.

La fascinación por lo mistérico

¿Habría tenido esta novela el mismo éxito si hablarasobre un secreto que afectara a la Independencia de losEstados Unidos o a la persona de George Washigton, comoel descubrir que se trataba de un agente inglés que se cam-bió de bando? Pienso que no. Su éxito radica en el hechode poner en juego un secreto religioso, que a través de lahistoria haya dado a sus poseedores un poder único y re-servado a los miembros iniciados del grupo.

A esto es lo que, en Teología, se denomina grupomistérico (‘mistérico’ viene de mystis, que en griego sig-nifica ‘iniciado’). Se trata de un grupo cerrado de muydifícil acceso, que afirma poseer un conocimiento arcanoy primigenio, accesible solo a ciertos miembros, y que lesotorgaría un poder trascendental, y no la mera capacidad

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de chantajear a alguien en busca de dinero, que es lo que,finalmente, se sostiene en la novela.

Los grupos mistéricos no han sido pocos a lo largo dela historia y no siempre han tenido que ver con el cristia-nismo. Así, encontramos en el Imperio Romano, antes delnacimiento de Cristo, a los gnósticos (una de cuyas ra-mas aspiró a hacerse cristiana bastante entrado el sigloII); a los adoradores de Isis egipcia, que fueron reprimi-dos hacia el año 19 por Augusto, tal como narra Plutarcoen su Historia y vida de los Césares (XCIII); a los sacer-dotes de Mitra y de Eleusis, cultos de procedenciamesoriental que pretendieron aprovechar la crisis en laque estaban entrando los dioses homéricos entre las cla-ses romanas más cultivadas, con el propósito de reempla-zarlos, obteniendo en el proceso ingentes ganancias eco-nómicas y poder político.

Todos estos grupos trataron de adaptarse al gusto desus ‘‘clientes romanos’’, cambiando los principios de susplanteamientos originales, modificando sus sistemas sim-bólicos, en fin, acomodándose a lo que quisiera su públi-co. A este fenómeno de adaptación se le llama ‘‘religio-nes a la medida’’. Se trata de diseñar una religión como sifuera un producto comercial.

A modo de ejemplo, citaré a la gnosis (que proveníadel mazdeísmo persa), la cual modificó su complicadísimosistema de seres intermedios (o eones) entre el dios delbien, totalmente espiritual e incognoscible, y el dios delmal, totalmente material y responsable de todo el mal delmundo.

Por necesidad, fueron simplificando dicho sistema, yde los treinta eones superiores originales que había queestratificar en cuatro niveles, se terminaron quedando solo

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con tres niveles y pocos eones, que posteriormente, haciael año 180, en su intento de adaptarse a la mentalidadcristiana, dejaron en solo tres niveles: El Padre, Cristo ylos ángeles.

Las religiones mistéricas siempre han tenido un im-portante atractivo, por la posibilidad de hacerse uno másde lo que naturalmente es. La posibilidad de alterar lapropia naturaleza a través de ese conocimiento. El ‘‘Sercomo dioses’’ del libro del Génesis. Esto lo encontramoshasta la actualidad en grupos gnósticos sobrevivientescomo la Nueva Acrópolis, los rosacruces (Logia AMORC),La Escuela de la Eterna Armonía, e incluso, en los maso-nes (tema central del próximo libro de Dan Brown).

El Santo Grial

En la novela que nos interesa, la sabiduría secreta pro-viene del Santo Grial, así como en la película Los caza-dores del Arca perdida el poder procedía del Arca de laAlianza hebrea (tal vez seamos testigos de cómo el perso-naje de Robert Langdon termina convirtiéndose, por artede la magia cinematográfica, en un nuevo Indiana Jones.Robert Langdon es además el personaje central de la no-vela Ángeles y demonios, cuyos derechos cinematográfi-cos también han sido vendidos a Columbia Pictures).

El Santo Grial es una leyenda medieval que apareceen Francia o en Inglaterra en la Alta Edad Media (siglosVI al IX). La palabra ‘‘grial’’ se encuentra en la primitivalengua de Oc, antecesora del francés, hacia fines del sigloVII, y designaba un depósito o plato usado para conteneralimentos. No se trata de una copa o un cáliz, puesto queen aquellas fechas y lugares tales implementos no eran

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conocidos. Se bebía en cuernos de animal o en los propiosplatos. Esta palabra, que encontramos escrita como graalo greal, se aplicó posteriormente a la supuesta copa en laque Jesús celebró la Última Cena, y que habría sido utili-zada por José de Arimatea para recoger la sangre de Cris-to durante la crucifixión.

Aquí tenemos ya una serie de problemas. El primerode ellos es que tras la detención y posterior condenaciónde Cristo, todos sus discípulos varones, salvo Juan, lohabían abandonado; los cuatro evangelios ‘‘canónicos’’(digamos, de momento, ‘‘oficiales’’) coinciden en afirmarque durante la crucifixión solamente acompañaron a Cris-to el apóstol Juan y las mujeres que le habían seguido des-de Galilea. Se mencionan con nombre propio a MaríaMagdalena (los cuatro evangelios); a María, la madre deSantiago el Menor y José (o Joset), también llamada Ma-ría de Cleofás, que era tía de Jesús (los cuatro); también aJuana (Lc.), a Salomé (Mc.) y a la madre de los hijos deCebedeo (Santiago el Mayor y Juan) (Mt., Mc., Lc.). Nisombra de José de Arimatea, quien, siendo un noble y ricojudío, difícilmente se presentaría en una crucifixión, fue-ra esta de quien fuera (la crucifixión era una pena romanay presenciarla le recordaba al pueblo de Israel su situa-ción de dominación por Roma).

Otro problema estriba en que si ninguno de los após-toles (ni tampoco las mujeres) esperaba la resurrección,¿a razón de qué, entonces, José de Arimatea habría reco-gido la sangre de Jesús?, en especial tratándose de un actorepulsivo para la mentalidad judía el entrar en contactocon sangre, ¡con cualquier sangre!

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El asunto de la «Sangre de Cristo» contenida en el Griales una leyenda medieval que va en línea con la obtenciónde la vida eterna a través de esa sangre; y su origen, casiseguro, está en el llamado ‘‘Sermón del Pan de Vida’’, enel capítulo VI del evangelio de San Juan, en el que Jesúsafirma ‘‘El que come mi carne y bebe mi sangre tienevida eterna (...)’’, aclarando a continuación que esto estáreferido a que él es ‘‘el pan bajado del cielo; (...) el quecoma de este pan vivirá para siempre’’.

Se trata de un texto claramente referido a la eucaristía,pero, sin embargo, de muy fácil deformación, si se tomaliteralmente la frase que menciona la sangre, separándo-la del resto; y esto no sería raro en pueblos como el euro-peo medieval, en el que era escasa la habilidad de leer, ymás escasa aún la disponibilidad de biblias fuera de losmonasterios.

Un oyente bien intencionado, que escuchara esta lec-tura de boca de algún sacerdote o monje poco cultivadoque no la explicara adecuadamente, podría con facilidaddejar que se le inflamara la imaginación con la idea de unrecipiente que contuviera la sangre física de Cristo y pen-sando en los inmensos poderes que tendría. Se trataríadel objeto más puro posible. La búsqueda ideal para elcaballero perfecto. Pasar de allí a la imagen de un reinoperfecto y desconocido en el que descansara tal reliquiasería muy fácil; este es el origen de ‘‘Ávalon’’ dentro delas leyendas del rey Arturo y la Mesa Redonda (que ha-brían surgido en el País de Gales hacia el siglo VI), y elcaballero perfecto, que sería (según la versión que se tome)Sir Perceval o Sir Galahad.

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El ‘‘nuevo grial’’

Hoy en día, sería extraño que tales leyendas llamaranseriamente la atención de alguien (aunque sí tengan mer-cado en el ámbito cinematográfico), y aquí radica la astu-cia de Brown en esta novela. Reactualiza el deseo de bus-car el Grial, alejándolo de la imagen simplona de una re-liquia física y trasladando dicha imagen a algo vivo, apersonas descendientes del propio Cristo, lo que vendríaa ser la línea sucesoria de los reyes merovingios.

¿Por qué se elige a esta estirpe real, que terminó go-bernando Francia, siendo que la leyenda puede haberseoriginado tanto en Gales en Inglaterra, como en elLanguedoc en Francia? Pues porque la veneración a Ma-ría Magdalena y a una serie de ‘‘Marías’’ no identificadases muy fuerte en esta zona de Francia, y porque para ha-blar de una descendencia de Jesús se necesita de una mujer,embarazada de su semilla, que vendría a ser la Magdale-na. Además de esto, la casa real merovingia ya había re-clamado orígenes divinos (aunque paganos).

Según la leyenda, Meroveo, el iniciador de la estirpeen Francia (más exactamente en la Galia Céltica, alrede-dor del año 405), se presentaba como una especie de se-midiós, puesto que su madre había sido embarazada por‘‘una criatura de Neptuno’’. El recurso de sustentar unaestirpe real en dioses o semidioses no fue raro en el mun-do romano, era una forma de atemorizar a los posiblescompetidores y enemigos (piénsese en el sirio AntíocoEpífanes, ‘‘El que se manifiesta en la Gloria’’; en el ‘‘divi-no’’ Julio César; o en el emperador Flavio Domiciano, consu pretensión de ser adorado).

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Más adelante, los merovingios, ya dentro del ImperioRomano, pretenderán ser descendientes de Eneas, el hé-roe de Troya, hijo del humano Anquises y de la diosaAfrodita.

El Código toma esta leyenda del siglo V y lareinterpreta. Según la novela, los orígenes divinos recla-mados por los merovingios procederían del hecho de queentre sus ancestros corría la sangre de Cristo. Sería muyinteresante saber de dónde podría sacarse el árbolgenealógico que estableciera esta relación a lo largo de350 años.

El primer merovingio convertido al cristianismo fueClodoveo, en el 498, tras su triunfo sobre los alamanes.Esta conversión está abundantemente documentada porGregorio de Tours, Avito de Viena y Remigio de Reims. Sila descendencia de Cristo se había mezclado con losmerovingios sin lograr su conversión en todo un siglo,habría que cuestionar su convicción apostólica cristiana.

La ‘‘desconfianza’’ en la Iglesia

El autor del Código maneja hábilmente datossemihistóricos que son presentados mezclados con leyen-das al lector, a quien se induce a creer ‘‘que él siempresospechó’’ que había algo de esto, y que le fue ocultadopor razones subalternas por ‘‘La Iglesia’’.

La institución más propicia para desempeñar el papelde mañosa ocultadora de la verdad es asignado, aparen-temente, a la Iglesia católica, que llena muy bien el moldenecesario para que tal acción sea creíble a lo largo de tan-tos siglos.

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En el hombre se da una búsqueda permanente de tras-cender sus propias limitaciones naturales. Así, queremosvivir indefinidamente, aun cuando la propia inteligenciade la inevitabilidad de la muerte debería prepararnos parasu llegada. Queremos estar en dos lugares al mismo tiem-po, sabiendo que solo podemos estar en uno. Ansiamosdeterminar nuestra propia naturaleza, señalando nosotrosmismos los límites que le daríamos, y para eso recurri-mos a estimulantes químicos o psicológicos que nos creental ficción.

Esto no es sino la expresión de esa chispa desobrenaturalidad que se da en nosotros, que, siendo sereslimitados, estamos marcados por este referente infinito,el cual nos hace buscar un objeto de características infini-tas que nos satisfaga.

Decía San Agustín de Hipona:

‘‘Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estáinquieto hasta que descanse en ti’’1.

Esta suerte de profesión de fe de un ‘‘Santo Padre’’católico es una realidad comprobable para el hombre co-mún que, independientemente de que profese el cristia-nismo o cualquier otra religión, constata en sí mismo, yen quienes lo rodean, que el mundo del día a día, el coti-diano, el inmanente, no lo satisface a plenitud... Que siem-pre se queda con ‘‘hambre’’... Que los mayores logros dela humanidad se sienten siempre como parciales; que sonsiempre la plataforma desde la cual hay que empezar otra

1. Confesiones.

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vez en la búsqueda de un nuevo logro, a ver si esta vez síse llega a sentir realizado, a ver si esta vez percibe que yaha llegado a la meta..., cosa que nunca se produce y que,de producirse, de darse el caso que alguien llegara a sen-tirse plenamente realizado, parecería que ‘‘se rindió’’...,que ‘‘se conformó’’..., que ‘‘fracasó’’.

Sea uno creyente o no, practique una religión u otra,es innegable que la búsqueda de lo absoluto es una cons-tante humana permanente. Aún no se ha encontrado unacultura que se desarrolle al margen de tal búsqueda, quenormalmente se concretiza en forma de religión o de reli-giosidad; la necesidad de ‘‘lo trascendente’’ es permanenteen todo lo humano.

Es esta búsqueda la que nos da alas y nos impulsa abuscar, siempre a buscar más. Lamentablemente, religio-nes con un cuerpo de doctrina revelado por Dios, como elcristianismo católico, en el afán de evitar las desviacionesy los errores interpretativos de la revelación divina, hanconstruido a lo largo de los siglos una complicada teolo-gía, tan frondosa que son pocos los que pueden ver enella con claridad.

Esta teología se complicó tanto, que desde hace yamuchos siglos resulta casi imposible transmitirla al co-mún del pueblo católico, que no quiere ser teólogo, quesimplemente quiere acercarse a su Dios.

Tal dificultad práctica fue ‘‘resuelta’’ por predicado-res simplones con el fácil recurso de presentar ‘‘la doctri-na de la Iglesia’’ (sin mayor explicación) como una res-puesta de autoridad plena, absoluta y total a todos losmisterios y cuestiones de Dios, de Cristo o de la Reden-ción; ‘‘La Iglesia lo dice...’’. Con esto, sin querer, ‘‘mata-ban’’ el ansia por lo absoluto de los mismos fieles a quie-

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nes estaban tratando de satisfacer. Se les transmitía inad-vertidamente ‘‘que ya no había más...’’.

Si yo sentía en mí una apertura hacia lo infinito, y los‘‘representantes’’ de Dios me decían tener todas las res-puestas (que eran siempre lecturas humanas), me esta-ban cerrando la puerta a mi búsqueda de totalidad.

Ellos ya tenían todas las respuestas y las sostenían contal arrogancia, y con tales amenazas de castigos inferna-les para el que se saliera del sendero, que ya no cabía másbúsqueda. ¿No es lógico que una posición tal generara enmí una especie de amargura..., de rencor...? ¿Acaso no meestaban ahogando en mi esperanza de encontrar a Dios...,más allá de los hombres? A esto se denomina ‘‘clericalismoeclesial’’, el que los clérigos sean vistos como los únicosintérpretes válidos y autorizados de Dios.

Dentro de la doctrina católica es claro el papel únicodel Papa cuando habla como maestro universal de la Igle-sia; cuando define un dogma, cosa que sucede muy detarde en tarde, no se puede equivocar. Dice la verdad, perono dice toda la verdad, porque Dios siempre será más delo que podamos decir o entender.

Citando nuevamente a San Agustín, él decía:

‘’Si lo entiendes, ya no es Dios. Si creíste haber en-tendido, te engañó tu imaginación, y si de verdad en-tendiste, entendiste otra cosa’’2.

Este papel único es del Papa, no de cualquier sacer-dote u obispo, que por supuesto se equivoca, y mucho.

2. Sermón 52.

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Jamás se ha afirmado que los sacerdotes sean infalibles,ni, mucho menos, los únicos intérpretes autorizados de lapalabra de Dios. No obstante, muchos se presentan, im-plícitamente, como si lo fueran3.

Es esta realidad la que genera la desconfianza hacia laIglesia católica representada por tales clérigos, y que noshace sentir que están manipulando la verdad de Dios uocultando lo que a ellos no les conviene.

En tal situación psicológica más o menos consciente,resulta una verdadera ‘‘piedra de toque’’ el acusar a laIglesia de esconder secretos revelados por Dios, porqueasí revive en mí la esperanza de hallar algo más..., algoque me acerque a Dios sin estos autoproclamadosintermediadores.

Dan Brown ha percibido esto (no ha sido el primero),y lo ha utilizado con mucha astucia en su novela, acusan-do a la Iglesia católica de mantener terribles secretos, sa-biendo que el terreno será fértil por el rencor y la pérdida

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3. Ya en la época antigua, Jerónimo de Estridión, el traductor de laBiblia que usó la Iglesia católica durante 1.500 años, llama la atenciónde sacerdotes y obispos que interpretan su misión en el sentido arro-gante de que la salvación depende de la decisión del clero, como sipudiesen condenar a los inocentes o perdonar a los culpables sin que,antes, se hubiesen arrepentido; y los compara con los fariseos. El San-to Padre de la Iglesia hace un paralelo de esta actitud con un texto delAntiguo Testamento (Levítico 13), en el que se ordena que el sospecho-so de padecer lepra se presente ante los sacerdotes, que lo declararán‘‘puro’’ o, de ser el caso, ‘‘impuro’’. No se trata de que la declaracióndel sacerdote le produzca la lepra o la cure, sino que él tiene el conoci-miento necesario para reconocer al enfermo o al sano (cf. San Jeróni-mo. ‘‘Comentario al evangelio de San Mateo (16,19)’’. En: P. L. 26, 122).

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de ilusión sufrida por la gente. ¿Qué podría ser más exi-toso que ofrecer una salida a la necesidad de trascenden-cia de sus lectores, encapsulada por esta formaclericalizada de presentación del cristianismo?

Por supuesto que, fijado ‘‘el malo de la película’’ (laIglesia católica), resulta muy fácil elegir como punto deataque anexo a quien represente lo más intenso de esacaracterística que se está atacando. A quien concentre lomás clerical, lo más cerrado, lo más autoritario..., lo mássospechoso, y ese es, en este momento, el Opus Dei.

Hace tres siglos, en la época de la Ilustración, este pa-pel fue de La Compañía de Jesús, que llegó a ser expulsa-da sucesivamente de todos los reinos de Europa y, final-mente, disuelta por la propia Iglesia católica durante va-rias décadas, aunque posteriormente fuera restaurada.

No quiero insinuar con esto que creo o espero que elOpus Dei vaya a ser disuelto en un futuro, eso solo Dioslo sabe. Solamente estoy compartiendo mi lectura del por-qué de la facilidad de atacar a la Iglesia por ‘‘clerical’’, o alos miembros más representativos de ese clericalismo.

En la medida en que el cristianismo católico presentela verdad revelada por Dios con la humildad propia deesos ‘‘siervos inútiles’’ de los que habla Jesús en el evan-gelio de San Lucas (Lc. 17, 10), este sentimiento de rencory de revancha disminuirá, al igual que disminuirá el afáncon el que muchos católicos buscan satisfacer su ansia detrascendencia en otras confesiones religiosas, sean estasde corte evangélico (en las que Dios te habla directamen-te a ti, y tú interpretas lo que Él te dice) o de corteorientalista, hindú o budista.

Nunca la interpretación de un hombre podrá satisfa-cer el ansia por lo absoluto. Simplemente la trasladará a

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una búsqueda por ‘‘lo mistérico’’, hacia esos secretos quesospecharé que me han ocultado. Aquí radica gran partedel éxito editorial de la novela.

Volviendo al texto de la novela, quisiera analizar unpar de elementos utilizados por el autor, y que constitu-yen sus trucos más visibles:

Las derivaciones de palabras

El autor gusta mucho de hacer derivaciones de pala-bras para tratar de ‘‘mostrar’’ significados ocultos, quehagan sentir al lector que a través de la lectura de la nove-la va adquiriendo una cierta capacidad de comprendermás que antes. Voy a citar solamente un par de estas de-rivaciones; la primera es de las más fáciles de detectar, yse encuentra en la página 1454:

‘‘<La flor de lis... la flor de Lisa... la Mona Lisa> (que,por cierto, debía ser ‘‘Monna Lisa’’).

Todo estaba entrelazado, todo era una sinfonía si-lenciosa en la que resonaban como un eco los secretosmás recónditos del Priorato de Sión y de Leonardo daVinci’’.

Lisa Gerardini del Giocondo (o La Gioconda) fue laesposa de Francesco del Giocondo, dama florentina cuyoretrato fue encargado a Leonardo en 1503 y concluido en1506. Leonardo pintó durante este período varios retratosde la dama, aunque solo conservamos este, sin que seaposible afirmar si los otros retratos fueron concluidos o

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4. Brown, Dan. El Código Da Vinci. Barcelona: Urano. 2003. pp. 557.

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no. Aunque se conserva un boceto de Rafael Sanzio (pin-tado en 1504, mientras visitaba a Leonardo), en el que apa-rece un fondo con columnas que el original del Louvre noincluye. De hecho, ni siquiera podemos saber si el cuadroque tenemos es la mejor versión, puesto que el palaciodel Giocondo se incendió totalmente cuando Florencia fueinvadida por las tropas francesas de Francisco I (que tam-bién destruyeron el modelo, hecho por Leonardo, de unaenorme estatua ecuestre de Lorenzo de Médicis). ¿Quéhabrá tenido que ver la flor heráldica de Francia con estaseñora florentina, salvo en la imaginación del autor?

No obstante la nula relación real de lo citado, Brownhace a continuación otra derivación. En la página 154,menciona una charla dada por Robert Langdon, en la quehabla del dios egipcio de la fertilidad, Amón, y de su con-traparte femenina, Isis, cuyo pictograma era, afirma,L’ISA. Así, combinando ambos nombres, obtiene:

AMON L’ISA

Que vendría a ser un anagrama de MONA LISA. Estomerece un premio a la imaginación simplona. Habría quever cómo explicaría el autor que la cultura italiana se hu-biera visto forzada por el Vaticano a utilizar el término‘‘Mona’’ para designar a una señora, de tal manera que elanagrama ‘‘calce’’. Y el término, por cierto, debería ser‘‘Monna’’, así que la cosa ya no funciona tan facilistamente.

Lo mismo sucede con la palabra ‘‘Grial’’, a la cual hace‘‘evolucionar’’ de la siguiente manera:

‘‘Santo Grial’’

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‘‘Sant Grial’’

‘‘Sang Real’’

‘‘Sangre Real’’

Un nuevo premio a la imaginación del autor. De unavasija, convierte a la expresión en un asunto de descen-dencia dinástica, y en este proceso, ni siquiera respeta elnombre original de la vasija de la leyenda, que no era ‘‘San-to Grial’’ sino simplemente ‘‘El Grial’’ (de la misma ma-nera que se habla de ‘‘La Cruz’’, sin necesariamente ante-ponerle el calificativo ‘‘Santa’’ o ‘‘Santísima’’), cosa queno conviene porque ya no se podría derivar el asunto ha-cia una casa real.

La mezcolanza de siglos y personajes

Otro asunto que le gusta mucho al autor es mezclarsiglos y personajes. Aquí quiero centrarme en el tema delos evangelios, de su supuesta selección del emperadorConstantino y el Concilio de Nicea, con la supuesta de-claración de la divinidad de Cristo.

Los cuatro evangelios ‘‘canónicos’’ (reconocidos portodas las Iglesias cristianas) fueron escritos durante el si-glo I. Se trataba de escritos privados con algún destinata-rio particular, que podía ser una comunidad específica ouna persona individual, y que el autor hacía circular en-tre sus amigos cristianos. Evidentemente, algunos seríansimples escritos piadosos pensados, incluso, como cuen-tos para niños. Los pocos cristianos existentes se consola-rían de su situación de marginación (en general fueron

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mal vistos, incluso antes de las persecuciones), leyendo ycompartiendo dichas ‘‘historias’’. No se piense, por favor,que en esta época se podía ir a una librería y pedir unejemplar de los evangelios.

En las siguientes décadas, las diversas comunidadescristianas fueron desechando una serie de ‘‘evangeliosapócrifos’’ como los ‘‘evangelios de la infancia’’, el ‘‘evan-gelio de José el carpintero’’, el ‘‘evangelio de los egipcios’’o ‘‘el evangelio de Pilato’’, fácilmente reconocibles por susimplicidad y milagrería infantil, y fueron quedándosecon los cuatro que son reconocidos hasta hoy5.

Esta selección respondió al consensus fidei (consensode fe) de las comunidades cristianas, así como al testimo-nio vivo de quienes habían oído directamente a los pro-pios apóstoles, que constituían los únicos testigos direc-tos de la vida y mensaje de Cristo.

Alrededor del año 100, se menciona expresamente alos ‘‘evangelios canónicos’’ (Mateo, Marcos, Lucas y Juan)o se les cita en varios documentos de la época, como lascartas de Clemente Romano (98), Ignacio de Antioquia(110), Policarpo de Esmirna (115) o Papías de Hierápolis(130). A partir del año 180, ya tenemos una lista oficial enel llamado ‘‘Código Muratori’’.

Según Dan Brown, los cuatro evangelios fueron selec-cionados de una lista mucho mayor por el emperadorConstantino en el año 325, ¡ciento cincuenta años des-

5. Por cierto, estos ‘‘evangelios’’ apócrifos jamás fueron secretos niocultados. Yo los tengo en mi biblioteca en la edición española de laBiblioteca de Autores Cristianos (BAC) del año 1958. Se trata de unaeditorial plenamente católica y cuyos libros cuentan con la censuraeclesiástica de estilo.

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pués! ¿Error histórico del autor o afán por fortalecer esadesconfianza en ‘‘La Iglesia’’ que le está redituando tanbuenos dividendos?

Estos cuatro evangelios coinciden en sostener que, trasla captura de Jesús, solamente lo siguieron Juan y, a dis-tancia, Pedro, que los restantes nueve apóstoles se fuga-ron para evitar la ira de la muchedumbre. Tras el juicio, yya menguado el peligro, solo estuvieron junto a la cruzlas mujeres y Juan, mientras que todos los demás apósto-les (incluido Pedro) seguían ocultos ‘‘por temor a los ju-díos’’ (Jn. 20, 19).

Si, como indica El Código, estos evangelios fueron es-cogidos por ‘‘La Iglesia’’ con el propósito de resaltar laimagen masculina y desnaturalizar el papel de las muje-res, en general, y de María Magdalena, en particular, pa-reciera haber un auténtico contrasentido, puesto que loshombres actuaron cobardemente, mientras que las muje-res lo hicieron con valor y convicción. Lo mismo puededecirse sobre la reacción de fe ante la resurrección; pri-mero los ángeles (Mt., Mc., Lc.), y luego el propio Cristoresucitado, le hablaron antes a las mujeres; y cuando lasmujeres llevaron la noticia a los apóstoles, estos no lescreyeron (Mc., Lc.) o al menos dudaron de la resurrección(Jn.). ¿Quién tuvo una mejor respuesta de fe?

Cristo, Dios por votación

Otra afirmación radical del Código es que Cristo fueadorado como Dios solamente desde el siglo IV, tras unavotación no muy clara en el llamado Concilio de Nicea,convocado, presidido y manejado por el emperadorConstantino y por ‘‘La Iglesia’’, que tanta desconfianza

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parece merecer. Todo esto pese a que abundan los textos,desde el siglo I, que afirman a Cristo como Dios. El Códi-go, sin embargo, sostiene que tal calificativo recién le fueaplicado tras la votación del citado concilio, deviniendoasí en ‘‘Dios por elección’’. El asunto no es tan simple.

Este concilio fue celebrado en el 325, solo doce añosdespués de terminadas las persecuciones, y lo que aquí setrató fue cómo entender que Cristo fuera Dios y a la vezfuera ‘‘El hijo de Dios’’; manteniéndose, al mismo tiem-po, la fe en la existencia de un solo Dios.

Acababa de aparecer una corriente teológica llamadaarrianismo, que planteó que ‘‘El Hijo’’ era un ser muy es-pecial, creado directamente por El Padre. ‘’El Hijo’’ sería elúnico creado directamente, puesto que todo lo demás ha-bría sido creado ‘‘a través del Hijo’’; así, ‘‘El Hijo’’, por sucercanía única con El Padre, merecería ser considerado comoengendrado. Se hizo así una mixtura en la que El Hijo re-sultaba siendo engendrado y creado. Por esta razón, y nopor su propia naturaleza, es que Cristo podría ser adorado,sería Dios por su proximidad con El Padre, pero, en reali-dad, el único que sería Dios esencialmente sería El Padre.

El Concilio de Nicea se reunió por tal motivo, parapronunciarse sobre esta teoría, pero aunque lo hizo a ins-tancias y con el apoyo de Constantino, a este solamente leinteresaba mantener la paz en su imperio, puesto que ta-les temas desataban tensiones tan fuertes entre la gentecomún que hacían posible el riesgo de una guerra civil. Amodo de ejemplo de tales tensiones, citaré lo que escribeSan Gregorio de Nisa:

‘‘Preguntas por el precio del pan, y te responden queEl Padre es mayor que El Hijo y que El Hijo está subor-

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dinado al Padre. Preguntas si el baño está listo y te res-ponden que El Hijo fue creado de la nada... ¡Basta!’’6

Para esta fecha, Constantino aún no es cristiano, re-cién se bautizará diez años después. Su único interés esevitar un conflicto religioso, y no ocultar la figura femeni-na, para lo cual tendría que haber comenzado por ‘‘ocul-tar’’ a su propia madre Santa Elena, quien gustaba mu-cho de intervenir en la política imperial.

El Concilio de Nicea definió que El Padre y El Hijoeran de la misma naturaleza divina, manteniéndose, almismo tiempo, el monoteísmo. De igual manera, definióque eran distintos como personas; así, El Padre era padrey El Hijo era hijo. Iguales como naturaleza y distintos comopersona. En ningún momento se había puesto en duda ladivinidad de Cristo; a lo sumo, se discutió si sería unadivinidad esencial o derivada.

Los custodios del secreto

Cómo entroncaría o qué papel les correspondería entodo esto a los caballeros templarios o a ese supuesto‘‘Priorato de Sión’’, cuya fecha de origen estaría en el 1099,es algo que el autor no se molesta en señalar. Simplemen-te salta de lo uno a lo otro como si ambos sucesos se hu-bieran producido en épocas afines y no con 770 años dediferencia.

Una vez más, nos encontramos con el manejo de ele-mentos atractivos por su contenido mistérico, puesto quelos templarios tienen la fama de haber adquirido sus enor-

6. Citado por Alfred Lapple en ‘‘Jesús de Nazareth’’.

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mes riquezas y poder gracias a secretos mágicos diabóli-cos procedentes de los ‘‘sarracenos’’. ¿Quién no ve estocomo algo atractivo?

Los caballeros templarios (Orden de los Pobres Ca-balleros de Cristo) fueron una novedad para la época.Fueron fundados en 1119, tras la primera cruzada, porHugh de Payns, y confirmados por la Iglesia Católica en1128 (en el sínodo de Troyes). Se trataba de una extrañacombinación de caballeros-monjes, que además de los tra-dicionales votos de pobreza, castidad y obediencia, teníanun cuarto voto, el de defender con la espada ‘‘los santoslugares’’.

Hay que considerar que la primera cruzada fue la únicaauténticamente idealista (las demás se llevaron a cabo porel ansia de aventura o la ambición política), y la única quetriunfó, pues en ella los cruzados, al mando del duqueGodofredo de Buillón, tomaron la ciudad de Jerusalén.Estos Caballeros Templarios, fundados veinte años des-pués de la toma de la ‘‘Ciudad Santa’’, solicitaron al ReyBalduino II la ‘‘gracia’’ de que se les permitiera habitar lasruinas del Templo de Jerusalén, destruido por los roma-nos mil años antes. Su humilde petición (aún no habíansido reconocidos como orden religiosa por la Iglesia) lesfue concedida.

Tomando como punto de partida tal concesión, DanBrown comienza a especular que los caballeros excavaronen los sótanos de las ruinas, en busca de ‘‘un secreto ocul-to’’ que les concediera gran poder, y que finalmente lohallaron. Tal secreto consistiría de una serie de documen-tos que testimoniarían el embarazo de María Magdalenapor Cristo, así como los testimonios del ‘’culto a MaríaMagdalena como diosa en la primitiva Iglesia’’.

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Hay que consignar el dato que de los nueve caballe-ros fundadores de la Orden del Temple solamente unosabía leer (cosa muy común en la época), y eso, con difi-cultad. Tal limitación los forzó a pedir a San Bernardode Claraval, sobrino de André de Montbard (uno de losfundadores, y el único que sabía leer), que les escribierauna regla monástica, requisito sin el cual no podían serreconocidos legalmente por la Iglesia católica. El trasla-do del pedido, la redacción de la regla y su posterior trá-mite ante Roma fue lo que les demoró el reconocimientooficial. La regla se llamó ‘‘Elogio de la nueva caballeríacristiana’’.

Suponer que un grupo de caballeros analfabetos, aun-que nobles, se dedicaran a hacer excavaciones arqueoló-gicas en busca de documentos perdidos raya en lo jocoso.Además, hay otro problema: ¿cómo llegaron documentosde la primitiva Iglesia cristiana al Templo de Jerusalénantes de su destrucción en la insurrección del año 70, sien-do que los judíos de casta saducea, que controlaron el tem-plo hasta el final, odiaban y perseguían a los cristianos?

El atractivo de los templarios es posterior. Nacieroncomo una organización muy pobre (su símbolo eran doscaballeros montados en un solo caballo, como señal de suespecial pobreza). Con el transcurrir de los siglos, se hi-cieron sumamente ricos y poderosos, hasta poder retar alos propios reyes europeos.

Las leyendas acerca de ellos surgieron cuando se di-solvió la orden, en un proceso sumamente vergonzosopara la Iglesia, cuyo centro fue estrictamente económico.

El rey Felipe IV ‘‘El Hermoso’’ de Francia había teni-do fuertes conflictos con el papa Bonifacio VIII, hombre,este último, de carácter sumamente difícil y de una enor-

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me ambición política y económica. Bonifacio emitió unabula ordenando a los obispados y monasterios de Franciaque se negaran a pagar impuestos al rey francés y que lospagaran directamente a Roma. Esto provocó el cierre defronteras por parte de Felipe, y la amenaza de excomu-nión como respuesta de Bonifacio (noviembre de 1302).El asunto se complicó, hasta que Felipe logró hacer cap-turar a Bonifacio en la ciudad de Anagni, y este fue luegoliberado por el pueblo.

Como resultado de este suceso, Bonifacio cayó en unagran depresión y murió a principios de 1303, y la Iglesiaeuropea amenazó con dividirse. Los bonifacianos queríanun papa que excomulgara y condenara a Felipe y a suscómplices en el ‘‘sacrilegio de Anagni’’, y Felipe queríaun papa que condenara a Bonifacio por hereje, cosa queeste nunca fue. Como fórmula de transacción, se eligió aun francés, pero bonifaciano, que no logró solucionar naday murió a los pocos meses. Lo sucedió otro francés, denombre Clemente V, hombre viejo y enfermo a quien Fe-lipe no permitió salir de Francia (era obispo de Burdeos).Este papa aceptó contentar a Felipe disolviendo la Ordende los Templarios y permitiéndole a este apoderarse detodas sus riquezas, que eran inmensas.

Según la legislación de la época, para que el rey pu-diera hacer tal cosa, los acusados tenían que ser culpablesde herejía y brujería, porque en ese caso sus riquezas ha-brían sido necesariamente mal habidas y el único quepodría utilizarlas correctamente sería el rey, Padre de supueblo.

Por esta razón, se les acusó de ser brujos y adoradoressatánicos, y de haber obtenido sus poderes de sus tratoscon los sarracenos y los judíos nigromantes, obteniéndose

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‘‘confesiones’’ bajo torturas atroces. Esto solamente fueun proceso judicial vergonzoso, pero dejó un aura de mis-terio que perdura hasta hoy.

El uso de símbolos

Con respecto al uso de símbolos y a la interpretaciónque el autor les da, sucede lo mismo que hemos visto hastaahora, parte de algún dato particular y lo generaliza, cul-pando a la Iglesia católica de la distorsión ‘‘histórica’’ deese dato, que él presenta como indudable y como conocidopor quien tenga una cierta cultura. Por supuesto que lagran mayoría de sus lectores quieren identificarse con esa‘‘cierta cultura’’, así que no ponen en duda lo señalado.

Para no cansar a la audiencia, me voy a centrar en unoal que se le da la mayor importancia. Así, tenemos el casodel pentáculo.

El pentáculo (pentaclo)

Se trata de una figura geométrica que consiste de unaestrella de cinco puntas inscrita en un pentágono, lo quea su vez genera en su centro otro pentágono.

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El registro más antiguo que se tiene de tal figura pro-cede de los pitagóricos (500 a. C.), que la consideraban elsímbolo de la perfección de la naturaleza por poder repe-tirse en ella, hasta el infinito, la generación de nuevas fi-guras exactamente iguales, unas dentro de las otras. Estono tenía ninguna connotación religiosa; a lo sumo, unaconnotación de un cierto secreto, puesto que los miem-bros de estos grupos pitagóricos, que no siempre eran bienvistos por motivos políticos, se identificaban entre sí pormedio de dicha figura.

Posteriormente encontramos esta figura, despojadadel pentágono externo, en los óbolos de Pericles, mone-das griegas utilizadas hacia el año 450 a. C. y que repre-sentaban el ‘‘impuesto para el ocio’’, contribución quetenía como finalidad el permitir a los ciudadanos libresun período de tiempo para el autocultivo (lo contrario al‘‘neg-ocio’’), para filosofar, crear o simplemente disfru-tar del arte en sus múltiples formas: música, poesía oteatro. No hay certeza al respecto, pero parece probableque el uso del pentáculo en estas monedas respondieraal afán de relacionarlas con la sabiduría que se conse-guiría a través de ellas.

Más adelante, este símbolo fue utilizado por losneoplatónicos y, finalmente, por los gnósticos cristianos;recién estos últimos le atribuyeron efectos positivos rea-les sobre las condiciones de aprendizaje de los psíquicos,hombres que eran una mezcla de espíritu (absolutamentebueno) y materia (absolutamente mala), y que solamentepodían pretender la salvación a través del aprendizaje (lagnosis) de la sabiduría secreta. A este proceso de aprendi-zaje-salvación contribuía el efecto del pentáculo.

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Así pues, los primeros que se conoce que le atribuyena este símbolo alguna capacidad sobrenatural o sagrada,se sitúan recién hacia inicios del siglo II de nuestra era, yno en relación con ninguna ‘‘diosa’’ o divinidad femeni-na. Lo que sí es probable es que la aplicación de este sím-bolo en asuntos mágicos o demoníacos se haya visto in-fluida por el rechazo que hizo la Iglesia a la gnosis cristia-na, que resultaba siendo una suerte de ‘‘religión a la me-dida’’ para ser vendida en Roma con el ‘‘gancho’’ de lapromesa de dotar a sus miembros de una sabiduría secre-ta, arcana, reservada solamente a los iniciados.

La novela de Dan Brown sostiene que ya se usaba cua-tro mil años antes de Cristo (p. 52), como símbolo religio-so de la mitad femenina ‘‘divina’’ de todas las cosas, conel propósito de mantener ‘‘un equilibrio de poder’’, y men-ciona el yin y el yang. Aquí habría que precisar que no esclara la naturaleza religiosa del taoísmo, aunque sí seacierto que hay religiones que requieren de ese equilibriode opuestos, las llamadas ‘‘religiones de dioses sexuales’’.En el caso del incanato, estos dos principios complemen-tarios serían Ticsi Wiracocha y la Pachamama. Hasta aquítodo bien, el problema comienza cuando afirma que ‘‘loshistoriadores de la religión’’ identifican este ‘‘divino com-plementario’’ con la ‘‘<divinidad femenina>’’ o ‘‘<Venusdivina>’’, y la pone en el origen de la religión, mencio-nando una serie de nombres alternos como Ishtar o Astarté(habría que sumar Aserá y Astoreth), diosas sirofenicias,cananeas o caldeas. El problema es que el símbolo de to-das estas diosas asiáticas no era el pentáculo ni el planetaVenus, sino la Luna creciente, pues siempre se relacionóel ciclo lunar con la fertilidad, y esto ocurrió porque los

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ciclos de fertilidad femeninos tienen 28 días, al igual queel ciclo lunar.

¿De dónde, pues, podría provenir el interés del autorpor resaltar el pentáculo? Simplemente para poder afir-mar que su significado fue alterado por la Iglesia católica‘‘como parte de la campaña del Vaticano para erradicarlas religiones paganas y convertir a las masas al cristia-nismo (...) identificando sus símbolos divinos con el mal’’(p. 54).

Todas las culturas mencionadas (griegos, asirios, sirios,fenicios, caldeos, persas, etc.) fueron convertidas al cris-tianismo durante los primeros tres o cuatro siglos de nues-tra era, a través de un trabajo muy lento. Por supuestoque hablar del Vaticano como un ente organizado es otroanacronismo. En esa época este nombre designaba sim-plemente a una de las siete colinas de Roma, en la que,según la tradición, se encontraba el sepulcro del apóstolPedro.

Las conversiones masivas recién comenzarán en lossiglos VI y VII, y se centrarán en los bárbaros germanos,invasores de Europa occidental, que no tenían la menoridea de estas «diosas» o del equilibrio de los opuestos yque, más bien, practicaban religiones fuertemente centra-das en dioses masculinos violentos como Odín y Thor.Aquí el proceso de «conversión» se dio a través de la téc-nica del avasallamiento. Retar a sus dioses mientras sedestruían sus altares y/o se profanaba sus fiestas sagra-das. Al ver que sus dioses no respondían a tales retos yacciones profanadoras, los bárbaros supusieron que el talCristo era un dios de tal potencia que sus dioses tradicio-nales eran incapaces de actuar contra los predicadores

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cristianos y, en el afán de tener como protector al dios máspoderoso posible, se bautizaron en masa.

Es mucho después, hacia fines del siglo XII, que secomienza a usar el pentáculo como símbolo demoníacoen ceremonias mágicas, inscribiéndolo en un doble círcu-lo (ya no en un pentágono), y en posición invertida, loque modifica su significado, haciéndolo referirse a ‘‘loinverso’’ del orbe demoníaco (cruces invertidas para las‘‘misas negras’’, la trinidad diabólica formada por ‘‘el dia-blo, el anticristo y el falso profeta’’, y otros símbolos in-vertidos). Por cierto que un pentáculo invertido sería unsigno de masculinidad, por tener en su parte central infe-rior una proyección que vendría a simbolizar un pene.

Lo que sí me resulta jocoso es el hecho de que unpentáculo blanco inscrito en un círculo es el símbolo delas fuerzas armadas estadounidenses, y si era rojo, era elsímbolo de las fuerzas armadas soviéticas. ¿Serándemoníacas? ¿Femeninas?

Así como en el caso del pentáculo, el autor manejahábilmente datos sueltos (si es que son verdaderos), con-fiando en que el ‘‘momento psicológico’’ del lector le dejesimplemente una determinada impresión, y que no vuel-va a recordar el dato concreto del que procedió dicha im-presión, pero que esta quede...

A modo de ejemplo final, el Opus Dei tiene fama deser muy rico, demasiado rico; así, al iniciarse la obra, seconsigna bajo el subtítulo ‘‘Los hechos’’, que la nueva sedecentral del Opus Dei en la avenida Lexington de NuevaYork ha costado 47 millones de dólares. Una cifra que, aprimera vista, parece muy abultada (¿abusiva?), hasta quese la compara con algo más cercano. El colegio San Agustín

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de Lima (del que soy ex alumno) tiene un terreno deaproximadamente 70.000 m2, situado en pleno distrito fi-nanciero de la ciudad; si tasamos en un precio bajo elmetro, digamos en US$ 500 (en la zona, debe estar alrede-dor de US$ 750/m), nos salen 35 millones de dólares; su-pongamos que las construcciones, que incluyen el her-moso auditorio, el coliseo, el instituto superior tecnológi-co y el colegio propiamente dicho, se tasen en unos cincomillones más; tendríamos que tal colegio limeño cuestaunos 40 millones de dólares (no he querido hacer un cál-culo sobre el colegio de La Inmaculada por respeto a misamigos jesuitas). Así, ya no parece tan abultado el dato dela sede del Opus Dei en Nueva York.

El Código Da Vinci es una novela, solamente una nove-la, y pretender hacer historia basándose en sus datos escomo, salvando las distancias, querer reconstruir la histo-ria argentina de la década de 1970 basándose en las tirascómicas de Mafalda.

Muchas gracias.

Ricardo Espejo Reese