sergio andres meza ortega usted está siempre en mi mente

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Aquí en esta historia doy todo de mi ex- preso mis sentimientos, vivo la vida y escribo porque me gusta, mi pasión es leer y escribir. Sergio Andrés Meza Ortega, Amante de la lectura, las de comedia- román- tica, soy estudiante de comunicación social-periodismo, Crep en Dios. Usted está siempre en mi mente El mundo está lleno de personas quienes desde su infancia jamás han entrado por una puerta abierta con la mente abierta.

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Usted está siempre en mi mente

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Page 1: Sergio andres meza ortega Usted está siempre en mi mente

Aquí en esta historia doy todo de mi ex-preso mis sentimientos, vivo la vida y escribo porque me gusta, mi pasión es leer y escribir.

Sergio Andrés Meza Ortega, Amante de la lectura, las de comedia- román-tica, soy estudiante de comunicación social-periodismo, Crep en Dios.

Usted está siempre en mi mente

El mundo está lleno de personas quienes desde su infancia jamás han entrado por una puerta abierta con la mente abierta.

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Usted está siempre en mi mente

EDITORIAL: PIENSO

Sergio Andrés Meza ortega

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3 Sergio Andres Meza

SERGIO ANDRES MEZA ORTEGA

Usted está siempre en mi mente

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Titulo Original: Usted está siempre en mi mente

Libreria: Pienso

Prohibida la copia de este libro bajo la ley. Sino autorizado por el au-tor o por la librería la cual rige su ven-ta no será legal la venta de este libro.

Primera edicion: 19 mayo - 2013

DEDICATORIA:

Este es mi primer libro lo cual transmite un sentimiento, es una experiencia her-mosa le doy gracias a Dios por darme esta oportunidad de poder compartir mis expectativas y habilidades de que sientan y vivan cada instante que leen.

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Usted está siempre en mi mente

Se despidieron en el garaje. Diego le dio un beso y le dijo:-Lee el periódico. -¿Ha pasado algo? -preguntó extrañada. -Tú lee. En el Mundo, en la página nueve.Lo hizo antes de entrar en la oficina, to-mando un café en el bar de siempre. No podía creerlo. Y de pronto todos los viejos recuerdos se agolparon en su cabeza ale-jándole de la realidad.Había poco tráfico, así que conducía despa-cio. Necesitaba volver allí, verlo de nuevo, pero no tenía prisa. Aparcó el coche en el pueblo y bajó por la cuesta que llevaba a la playa. El camino de arena entre los pinos se había transformado ahora en un paseo primorosamente cuidado. El mar seguía golpeando sin descanso contra el muro, parecía el mismo de entonces. Aspiró profundamente buscando el

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conocido aroma a salitre.Fijó sus ojos en cada uno de los detalles. Como si los años no hubieran pasado, es-cenas familiares venían a su cabeza. Pero ¿Cuánto hacía de aquello?De cara al horizonte, mirando al mar, el ed-ificio blanco parecía vigilar la entrada al pu-erto. Se veía recién pintado, más moderno pero, por lo demás todo seguía igual. Pen-só que la misma luz del atardecer debía seguir reflejándose en los inmensos venta-nales. Mirando a un lado y otro, sintiendo el descontrol de la emoción, se adentró por los caminos que dividían el enorme jardín en parcelas que rodeaban a pequeños edi-ficios, similares al principal. Buscó con la mirada el pabellón del fondo, allí la recibi-eron cuando llegó. Aún podía sentir el chor-ro de agua caliente empapando su cuerpo desnudo y el espray con el que la rociaron por completo, bajo la atenta mirada de la monja. Luego cambiaron su ropa por otra blanca. Fue allí donde durmió la primera

noche lejos de casa, conoció por primera vez el dolor de la soledad y lloró hasta qu-edarse dormida. La pequeña capilla con la Milagrosa de manos extendidas hacia los niños, seguía en su lugar. Ella había reza-do mucho, confiadamente, intentando ges-tionar los sentimientos que entonces ahog-aban su corazón. Ahora miró el edificio con indiferencia, ya no quería rezar.El paseo de losetas entre las que crecía el césped se alejaba zigzagueando hasta la entrada de una de las casas. Por él se acercaba una monja. -Lo siento, la capilla está cerrada —dijo sonriendo - solo se abre los domingos a la mañana. -No, no, gracias no iba a entrar, pero sí me gustaría hablar con Sor Dorotea o con Sor Amelia. ¿Podría ser? —Preguntó -Lo siento mucho. ¡Sor Amelia murió hace dos años y a Sor Dorotea la trasladaron a Extremadura Se alejó por el sendero, su delantal blanco se mecía con el aire que levantaba al caminar Había

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sido una tontería creer que alguien podría reconocerla todavía. Durante aquel tiempo las dos monjas habían sido como su madre. A ellas se confiaba y ellas respondían a to-das sus preguntas cuando se sentía perdi-da. Pero habían pasado demasiados años, era lógico que ya nada fuera igual. Solo en su corazón seguían vivos los recuerdos. Retrocedió y se sentó en el banco de pie-dra que miraba al mar, en el pequeño mira-dor. A la derecha del gran salón jugaban los niños, a la izquierda las niñas. Para sepa-rarlos habían montado una gran maqueta de trenes que se ponían en marcha solo cuando venía Don Javier el médico joven, el más divertido. Sentado en su rincón, Pedro miraba con sus inmensos ojos az-ules bien abiertos, sin decir nada. Hablaba poco y observaba mucho. Era un niño tími-do y solitario, al que apenas visitaba na-die. Al otro lado, sentada en un banco cor-rido, Pili jugaba a las tabas con Marisol y le observaba de reojo. Siempre se estaban

mirando hicieran lo que hicieran. De ese modo tenían la impresión de que estaban cerca. Los días que tocaba visita, en me-dio del desorden que se organizaba, ellos podían acercarse y sin decir nada, compar-tir alguna de las golosinas que les traían. Cuando los familiares se iban, aquel sen-timiento de soledad que les era tan conoci-do se apoderaba de nuevo de su corazón. Entonces volvía sus ojos hacia los de Pe-dro, en un mudo entendimiento.Vio la estela de un avión atravesando el cielo dibujando pequeñas nubes alarga-das. Se preguntaba si aún se verían las lucecitas rojas reflejándose en el agua en las noches de setiembre cuando los pes-cadores salían a faenar, o por las mañanas a los niños vestidos con bañadores rojos y camisetas blancas, como pequeñas ban-derolas siempre en movimiento, jugando en la playa. ¿Por qué estaba allí ahora pensando en todo esto? Aquello era el pasado, nada iba

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a cambiar y Diego lo sabía. Quizá por eso le había pedido que leyera el periódico.Él tampoco había olvidado. El paisaje se puso borroso, las gaviotas volaban hacia el acantilado, sacó el pañuelo y se limpió los ojos y la nariz con disimulo. Luchó un momento contra la ansiedad, luego se puso las gafas de sol y se dejó llevar por ella. Nunca habían vuelto a hablar de aquello. Sin ponerse de acuerdo. Fue como si nunca hubiera pasado. Eran muy jóvenes, ninguno de los dos había tenido una infancia fácil. No esta-ban allí de vacaciones sino porque algo en su salud no andaba bien. No eran cosas graves, pero sí que necesitaban una aten-ción especializada y prolongada. Pili fue la primera en volver a casa, sus caderas respondieron bien al tratamiento y le di-eron el alta, para entonces habían pasado casi dos años. Por fin se iba y se sentía extraña, quería irse pero también quedar-se, era curioso con qué facilidad podía uno

acostumbrarse a todo. Olvidando la pro-hibición salió corriendo, abrazó a Pedro y le dio un beso. Se miraron por última vez. El chico parecía un perrillo abandonado a su suerte. Luego él salió corriendo y de-sapareció por las escaleras. Volver a casa fue otra prueba porque no resultó sencillo. Las habitaciones le parecían pequeñas, se ahogaba en ellas, los amigos eran extraños que nada tenían que ver con ella. Se sentía triste a pesar de los esfuerzos de sus pa-dres. Ya había aprendido que la vida no era fácil y que había que adaptarse a sus exi-gencias. Ahora tocaba volver a empezar y sentía que era muy mayor, demasiado para su edad. Y echaba en falta a su amigo.