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TENEMOS UNA ESPERANZA: EN TU CRUZ HEMOS SIDO SANADOS Y ABRAZADOS” SEMANA SANTA 2020 ARQUIDIÓCESIS DE SAN JUAN DE CUYO

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“TENEMOS UNA ESPERANZA:

EN TU CRUZ HEMOS SIDO SANADOS Y ABRAZADOS”

SEMANA SANTA 2020

ARQUIDIÓCESIS DE SAN JUAN DE CUYO

ORACIÓN PARA RECIBIR LA COMUNIÓN ESPIRITUAL

Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.

Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón.

Y como si te hubiese recibido, me abrazo y me uno todo a ti. No permitas que jamás me aparte de ti.

ORACIÓN DEL PAPA FRANCISCO POR EL FIN DE LA PANDEMIA

“Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza.

Nosotros nos confiamos a ti, Salud de los enfermos,

que bajo la cruz estuviste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.

Tú, Salvación de todos los pueblos, sabes de qué tenemos necesidad y estamos seguros que proveerás,

para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta

después de este momento de prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre

y a hacer lo que nos dirá Jesús, quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos

y ha cargado nuestros dolores para conducirnos, a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.

Bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios.

No desprecies nuestras súplicas que estamos en la prueba

y libéranos de todo pecado, oh Virgen gloriosa y bendita”.

ÍNDICE

Presentación 1 Discurso del Papa Francisco durante el momento extraordinario de oración en tiempos de pandemia 2 DOMINGO DE RAMOS 5 Lecturas de la Procesión y Bendición 6 Pautas para la Lectio Divina 6 Lecturas de la Misa del Domingo de Ramos de la Pasión del Señor 11 Pautas para la Lectio Divina 18 Reflexión del Cardenal Eduardo F. Pironio 23 Para rezar en familia 26 LUNES SANTO 27 Lecturas de la Misa 27 Pautas para la Lectio Divina 29 Reflexión del Cardenal Eduardo F. Pironio 31 Para rezar en familia 34 MARTES SANTO 35 Lecturas de la Misa 35 Pautas para la Lectio Divina 37 Reflexión del Cardenal Eduardo F. Pironio 39 Para rezar en familia 41 MIÉRCOLES SANTO 42 Lecturas de la Misa 42 Pautas para la Lectio Divina 44 Reflexión del Cardenal Eduardo F. Pironio 46 Para rezar en familia 48 TRIDUO PASCUAL 49 Catequesis del Papa Francisco sobre el Triduo Pascual 50 JUEVES SANTO 52 Lecturas de la Misa de la Cena del Señor 52 Pautas para la Lectio Divina 55 Reflexión del Cardenal Eduardo F. Pironio 58 Para rezar en familia 63 VIERNES SANTO 64 Lecturas de la Liturgia de la Pasión del Señor 64 Pautas para la Lectio Divina 71 Reflexión del Cardenal Eduardo F. Pironio 75 Para rezar en familia 80

Via Crucis 81 SÁBADO SANTO 98 VIGILIA PASCUAL 101 Lecturas de la Vigilia Pascual 102 Pautas para la Lectio Divina 114 Reflexión del Cardenal Eduardo F. Pironio 122 Para rezar en familia 126 DOMINGO DE RESURRECCIÓN 127 Lecturas de la Misa 127 Pautas para la Lectio Divina 130 Reflexión del Cardenal Eduardo F. Pironio 137 Para rezar en familia 136

PRESENTACIÓN

Queridos hermanos: “Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, cuando los recordamos en nuestras oraciones, y sin cesar tenemos presente delante de Dios, nuestro Padre, cómo ustedes han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia” (1Tes 1, 2-3). Con estas palabras de San Pablo queremos saludar al querido Pueblo de Dios que peregrina en San Juan en el umbral de la Semana Santa. La pandemia y la cuarentena no nos permiten estar junto a ustedes físicamente. Pero sepan que todos los días los recordamos ante el Señor para que Él los sostenga y los cuide en estos momentos tan particulares. ¡Qué Semana Santa tan especial! No podremos juntarnos para compartir nuestra fe y vivir juntos los acontecimientos más importantes de nuestra salvación: la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Pero que no podamos juntarnos no debe significar que no los podamos vivir. Por eso, como nos sugiere la Santa Sede, queremos llegar a la vida de cada uno de ustedes con este subsidio que nos ayude a vivir intensamente, de una manera muy particular, personalmente y en familia, esta Semana Santa. En este subsidio encontrarás la Palabra de Dios para cada día de la Semana Santa con una explicación que te ayude a hacer la Lectio Divina y a poder llevar la Palabra a tu vida, realizada por el P. Fidel Oñoro, religioso eudista colombiano. Al mismo tiempo queremos ofrecerte una reflexión del Siervo de Dios, el cardenal argentino Eduardo F. Pironio en el año en que estamos celebrando el centenario de su nacimiento. También te proponemos un Via Crucis para que puedas rezarlo y meditarlo en tu casa, junto con toda tu familia. Y otras oraciones que te ayuden a vivir profundamente esta Semana. Podrás unirte a las celebraciones a través de la televisión y de las redes sociales. No dejes de hacerlo; te harán muy bien. Y tendremos muy presente en estos días de intensa oración a las personas que sufren esta pandemia del COVID-19: a los enfermos; a los difuntos; a sus familias; a los agentes sanitarios que exponen sus vidas para curarnos; a los agentes de seguridad; a los que nos cuidan, y a todos los que, de una manera u otra, están afectados. Que el Señor te conceda vivir intensamente sus misterios para llegar, con un corazón bien dispuesto, a la Pascua. Que la Virgen María te acompañe en este camino. Desde nuestro corazón de pastores queremos desearte una feliz y profunda Pascua de Resurrección. ¡El Señor ha resucitado verdaderamente! Que tu corazón y tu vida nunca dejen de gritarlo. Con nuestra bendición.

+ Jorge Eduardo Lozano

Arzobispo + Fr. Carlos María Domínguez O.A.R.

Obispo Auxiliar

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DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO DURANTE EL MOMENTO EXTRAORDINARIO DE ORACIÓN

EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Atrio de la Basílica de San Pedro 27 de marzo de 2020

«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta

barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.

Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40).

Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de

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encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su

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Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).

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En este día la Iglesia conmemora la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para dar cumplimiento a su misterio pascual.

SUGERENCIA

En este día te invitamos a que tengan un ramo de olivo o de cualquier otra planta para que, cuando participes de la misa por televisión o por la redes sociales, pueda ser bendecido. También te invitamos a que pongas en la puerta de tu casa, en la ventana o en el balcón una rama verde para indicar el comienzo de esta semana tan especial para los cristianos.

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EVANGELIO DE LA BENDICIÓN Y PROCESIÓN DE RAMOS

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 21, 1-11 Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, respondan: "El Señor los necesita y los va a devolver en seguida"». Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: «Digan a la hija de Sión: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga». Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó. Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas. La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba: «¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!». Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?". Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea.» Palabra del Señor.

PAUTAS PARA LA LECTIO DIVINA El pasaje está ordenado de la siguiente manera: (1) El escenario inicial (21,1a). (2) Instrucciones de Jesús a dos discípulos (21,1b-3). (3) Comentario (bíblico) del narrador: cita de cumplimiento (21,4-5). (4) Ejecución de las instrucciones de Jesús y narración de las acciones subsiguientes (21,6-11). En medio de los detalles del acontecimiento, el protagonista –que es Jesús– va siendo reconocido con títulos que hemos escuchado antes en la narración del evangelio de Mateo. Se destacan cinco: - Jesús es el SEÑOR “El Señor los necesita” (21,3) - Jesús es el REY “He aquí que tu Rey viene a ti” (21,5) Ver Mt 2,1-12 (v.2: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?”) - Jesús es HIJO DE DAVID “Hosanna al Hijo de David” (21,9) Ver Mt 1,1-18 (v.1: “Hijo de David”) - Jesús es EL QUE VIENE “Bendito el que viene en nombre del Señor” (21,9)

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Ver Mt 3,11; 11,3 (3,11: “Aquel que viene detrás de mi es más fuerte que yo”; 11,3: “¿Eres tú el que ha de venir?”) - Jesús es el PROFETA “Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea” (21,11) Ver Mt 13,57 (“Un profeta solo en su patria y en su casa carece de prestigio”) Pero tenemos todavía otro reconocimiento de Jesús que engloba todos los anteriores. A Jesús no sólo se le reconoce con títulos dichos con palabras sino también con acciones, por es significativo que las multitudes hagan una proclamación y reconocimiento, con los gestos de los mantos y las ramas en el camino (junto con las aclamaciones públicas), del Reinado Mesiánico de Jesús, lo cual contrasta con lo que decían antes en Mt 16,14 (donde Jesús era visto apenas al nivel de los profetas). Tenemos, entonces, que el pasaje responde a la pregunta: “¿Quién es éste?” (21,10). Por tanto, apunta a la confesión de fe en Jesús y, en consecuencia, a la decisión por él. En el pasaje siguiente (21,12-16, que no se lee en la liturgia de hoy) se comprueba que, efectivamente, la entrada de Jesús a Jerusalén pone a la ciudad entera en la situación de quien debe responder a la pregunta: ¿Quién es Jesús? Siguiendo el esquema que presentamos, veamos ahora algunos puntos destacados del desarrollo del pasaje. 2.1. El escenario inicial (21,1a). “Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos” El ambiente en que se realiza la entrada de Jesús a Jerusalén contrasta con el de su antepasado David: si David vino de Jerusalén al Monte de los Olivos en medio de lamentaciones (ver 2 Samuel 15,30), Jesús –el Hijo de David- viene desde el monte de los Olivos hasta Jerusalén en medio de gritos de júbilo. La mirada está puesta en Jerusalén. Ya en Mt 5,35, Jerusalén había sido llamada “la ciudad del gran Rey” (=Dios), sólo que aquí el rey es Jesús. Mateo nos presenta la primera parte del recorrido que va desde Betfagé, en las faldas del Monte de los Olivos (21,1ª), hasta Jerusalén. La aldea de Betfagé (que significa “cada de los higos”), era considerada ritualmente como parte de la ciudad de Jerusalén, por lo tanto, es prácticamente la entrada a Jerusalén. El Monte de los Olivos (en hebreo: har hazzētȋm), al oriente de Jerusalén, al otro lado del valle del Cedrón, estuvo relacionado desde muy antiguo con la expectativa del juicio final (ver Mt 24,3; 27,51-53). 2.2. Instrucciones de Jesús a dos discípulos (21,1b-3). “… Entonces envió Jesús a dos discípulos, 2diciéndoles: ‘Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y enseguida encontraréis un asna atada y un pollino con ella; desatadlos y traédmelos. 3Y si alguien os dice algo, diréis: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá’” Los dos discípulos de Jesús aquí no tienen nombre. La mención de “dos”, más que el envío misionero (que, por cierto, en Mateo no es de dos en dos; Mt 10,5) nos recuerda algo de 1 Samuel 10,2.

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Llama la atención la autoridad y majestad con que Jesús habla en el momento de dar las instrucciones, lo hace como un rey. El hecho de “desatar” a un asno será un acto intencional y simbólico. Jesús los manda a la aldea de “enfrente”, que es Betfagé (probablemente no Betania). Jesús habla proféticamente (de nuevo vemos algún parecido con el vaticinio de 1 Sm 10,1-9), allí encontrarán un asna y un pollino. La mención del “asna atada” podría remitirnos a Gn 49,11, un pasaje que en el judaísmo tenía una interpretación mesiánica (gracias a la conexión con Zacarías 9,9). En el antiguo oriente, el asno era usado en las ceremonias reales (por ejemplo 1 Reyes 1,33: cuando Salomón va a ser consagrado Rey, David lo hace montar en su mula para ir a Guijón. La nobleza poseía asnos (ver Jc 5,10; 10,4; 12,13-14; 2 Sm 13,29). El hecho de “desatar” el asno para una entrada ceremonial en la ciudad es, de por sí, un acto de reinado. Los imperativos de Jesús se suceden: “Vayan… desaten… tráiganme… digan”. Algunos intérpretes de este pasaje, al notar que Jesús tiende a comportarse como si fuera el dueño de los animales, han señalado que lo que probablemente se quiere decir aquí es que Jesús es el Señor-Mesías que recupera el señorío de Adán sobre los animales (ver Gn 1,26-31). Pensamos que es una interpretación que va más allá del texto y que, si bien el señorío de Jesús está afirmado en este pasaje, no es tanto sobre las bestias sino sobre Jerusalén entera, tal como lo muestran los acontecimientos que siguen y de manera especial la clave interpretativa que nos da el mismo Mateo. 2.3. Comentario (bíblico) del narrador: cita de cumplimiento (21,4-5). “4Esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del profeta: 5Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asna y un pollino, hijo de animal de yugo” En medio del relato se escucha, de repente, la voz del evangelista que llama la atención sobre el hecho de que el acontecimiento es “cumplimiento” de las antiguas promesas de Dios. Lo que Jesús parece tener en mente en este momento es lo que el evangelista intenta traducir. Se habla del “oráculo del profeta”, pero en realidad, según Mateo 21,5 vienen a colación dos profecías del Antiguo Testamento: • Isaías 62,11ª: “Decid a la hija de Sión: Mira que viene tu salvación” • Zacarías 9,9: “[¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén!] Que viene a ti tu rey: [justo y victorioso,] humilde y montado sobre un asno, en una cría de asna”. La cita comienza: “Decid a la hija de Sión”. Notemos que Mateo, quien tiene como base el texto de Zacarías 9,9, quita la primera parte de la cita (ver los corchetes) y la sustituye con una cita de Isaías. La razón parece ser que la frase la frase de Isaías es la que mejor conviene para una entrada -y sus aclamaciones- que pide una repuesta de Jerusalén (parecer de N. Lohfink). La “hija de Sión” es el pueblo de Jerusalén, quien debería escuchar la palabra dirigida a él y recibir –como se lo merece- a su Rey. Pero su respuesta no será el regocijo sino la puesta de un interrogante: “¿Quién es éste?” (21,20). “He aquí que tu Rey viene a ti, manso”. Miremos de nuevo los corchetes en la cita de Zacarías: Mateo ha quitado la frase “justo y victorioso”, de manera que el énfasis recae sobre la mansedumbre de Jesús y del animal. De cara a lo que vendrá, se quita cualquier nota de triunfalismo. El asno –y su pollino todavía débil– se contrapone a los caballos de guerra. El animal fue escogido por su asociación en realeza y para mostrar que Jesús es un hombre de paz. [Llama la atención cómo en

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las representaciones orientales de esta escena, Jesús aparece sentado de medio lado en el asno, la cual es la postura de una mujer y no de un guerrero]. La “mansedumbre” caracteriza a Jesús como Rey quien no viene como un conquistador y por eso no entra con los carruajes que se usaban en tiempos de guerra (como sí se hace en 2 Re 9,21). También en el Antiguo Testamento se le pide la virtud extraña –en el mundo del gobierno- de la mansedumbre o humildad a los reyes (como en 1 Sm 9,21; 2 Sm 7,18-19; 1 Re 21,20; 2 Re 22,18-20). La “mansedumbre” es una de las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (ver Mt 5,4) y es también un rasgo característico del ministerio de Jesús (ver como Jesús es envuelto en el ropaje de la mansedumbre del Siervo de Yahvé en Mt 12,18-21). Por tanto, Jesús no viene como un héroe de guerra sino con un servidor humilde de los planes salvíficos de Dios, y lo hace a la manera de Dios, no de los esquemas humanos conocidos. 2.4. Ejecución de las instrucciones de Jesús y narración de las acciones subsiguientes (21,6-

11). “6Fueron, pues, los discípulos e hicieron como Jesús les había encargado: 7trajeron el asna y el pollino. Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima…” Los discípulos son presentados como modelo de obediencia. Además, lo anunciado por el Antiguo Testamento comienza a cumplirse plenamente. Ya sabemos que Jesús no entrará al Jerusalén como un peregrino normal, quien habitualmente lo hace a pie. Ahora él se sienta como lo hace un rey (ver Mt 19,28; 20,21) y todo está listo para la marcha. Previamente los discípulos han puesto sobre los animales sus propios mantos: ellos son los primeros en reconocerlo como rey (ver 2 Reyes 9,13). Las vestiduras representan a quienes las visten, por tanto, esta es la manera como los discípulos expresan su sometimiento a Jesús y se ponen a sus pies. Luego entran en el escenario nuevos personajes: “La gente, muy numerosa” (21,8a). Según Mateo, la entrada de Jesús es un triunfo popular, las multitudes interpretan correctamente el que Jesús entre montado sobre un asno: este es el Hijo de David mesiánico. Las multitudes siguen el mismo comportamiento inicial de los discípulos de Jesús: “extendió sus mantos por el camino” (21,8b). Y se agrega: “otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino” (21,8c). Las ramas nos recuerdan otras procesiones como la de 2 Reyes 9,13, cuando se hizo la proclamación del rey Jehú: “Cada uno se apresuró a tomar su manto y lo colocó a sus pies sobre el empedrado” (esto es el equivalente contemporáneo de la alfombra roja; ver también 1 Macabeos 13,51; 2 Macabeos 10, 7). Quienes van delante y detrás de Jesús van haciendo aclamaciones tomadas del Salmo 118,25-26, al cual le agregan el título “Hijo de David”. La expresión “Hosanna” corresponde al imperativo hebreo: “Sálvanos” (en realidad son dos palabras: hȏšî‘â - nā, que significan “salva ahora” o “salva, (nosotros) pedimos”. En 2 Reyes 6,26 se dice que “pasaba el rey de Israel por la muralla cuando una mujer clamó a él diciendo: ¡Sálvame, rey mi Señor!’”. Sin embargo, el uso del término en este caso no connota súplica sino alabanza, como ocurre en Lc 19,37-38 y en textos de la primitiva Iglesia como la Didajé 10,6.

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En nuestro pasaje de Mateo, a diferencia de Marcos –quien no coloca después el ‘Hosanna’ el título de ‘Hijo de David’-, se establece una conexión estrecha entre el clamor por la salvación y el reconocimiento de Jesús como mesías davídico. Según Mateo, Jesús no entra en Jerusalén como el Hijo de Dios ni como el Hijo del hombre, sino como el “Hijo de David” (ver 20,30). La alabanza continúa: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (21,9). Es posible que se esté bendiciendo en nombre del Señor al “que viene”; pero también se puede entender en otra dirección: que Jesús está viniendo “en el nombre del Señor”; o también como un: “¡Sea bendito Dios que lo ha enviado!”. Al canto del Salmo 118,25-26, se le agrega luego “¡Hosanna en las alturas!”, la cual, en relación con el Salmo 148,1, indicaría una sintonía con el júbilo de los ángeles en el cielo. Finalmente, tenemos la reacción de la ciudad de Jerusalén ante la entrada de Jesús realizada de esta manera. No sabemos qué hizo Jesús con la tremenda acogida por parte de la multitud, pero sí sabemos cómo fue que “la ciudad” reaccionó: “se conmovió”, quizás en el mismo sentido de lo ocurrido en Mt 2,3, cuando los magos llegaron a Jerusalén preguntando por el rey de los judíos que había nacido: “Al oírlo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén”. La pregunta “¿Quién es éste?” (21,10) no quiere decir “¿Cómo se llama este hombre?” sino “¿Qué deberíamos hacer con esta persona?”. Responden los peregrinos galileos que acompañan el cortejo de Jesús con una confesión de fe: “Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea” (21,11). Que este profeta sea “nazareno”, ya lo habíamos visto en Mt 2,23; la mención de la Galilea nos lleva a la memoria de tantos gestos de misericordia realizado por Jesús durante su ministerio precisamente galileo. Que Jesús se reconocido como “profeta” tiene su importancia: prepara para la acción simbólica que, a la manera de los profetas, Jesús va a realizar enseguida en el Templo. Pero también establece un paralelo entre Jesús y Moisés, ya que Moisés fue considerado por la tradición judía como “profeta”, además se esperaba un gran profeta –el profeta definitivo- que sería como Moisés, como dice Deuteronomio 18,15: “Yahvé tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis”. En fin… Jesús entra en Jerusalén como un rey caracterizado por la “mansedumbre” de las bienaventuranzas, como un rey que no se impone por la fuerza sino que interpela la libertad de cada persona y exige una toma de decisión ante él: la aceptación o el rechazo. Ante Jesús se desvela el verdadero y el falso discipulado, ya que en el seguimiento de Jesús salen a flote tantas intenciones ocultas: ¿buscamos el poder o tenemos una firme voluntad de servicio?. La pregunta final “¿Quién es éste?”, se fundamental. Según como comprenda la identidad de Jesús, cada seguidor suya comprenderá la propia y sabrá a qué debe aspirar. La respuesta definitiva a la pregunta vendrá del mismo Jesús en el acontecimiento de la Cruz.

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LECTURAS LA MISA DEL DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

Lectura del libro del profeta Isaías 50, 4-7 El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, Él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Palabra de Dios. SALMO Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: «Confió en el Señor, que Él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto.» R. Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Yo puedo contar todos mis huesos. R. Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R. Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea: «Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo, descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel.» R.

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Se anonadó a sí mismo. Por eso, Dios lo exaltó

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11 Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor.» Palabra de Dios VERSICULO ANTES DEL EVANGELIO Flp 2, 8-9 Cristo se humilló por nosotros hasta aceptar por obediencia la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre. EVANGELIO En los lugares en que pareciere oportuno, durante la lectura de la Pasión se pueden incorporar aclamaciones.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 26, 3-5. 14-27, 66

¿Cuánto me darán si lo entrego?

C. Unos días antes de la fiesta de Pascua, los Sumos Sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con astucia y darle muerte. Pero decían: S. «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo». C. Entonces, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo:

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S. «¿Cuánto me darán si se lo entrego?» C. Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.

¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?

C. El primer día de los Ácimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: S. «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?» C. El respondió: + «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos".» C. Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.

Uno de vosotros me entregará

C. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: + «Les aseguro que uno de ustedes me entregará.» C. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: S. «¿Seré yo, Señor?» C. El respondió: + «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!» C. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: S. «¿Seré yo, Maestro?» + «Tú lo has dicho.» C. Le respondió Jesús.

Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre

C. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: + «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo.» C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: + «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre.» C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.

Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño

C. Entonces Jesús les dijo: + «Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea.» C. Pedro, tomando la palabra, le dijo: S. «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás.» C. Jesús le respondió: + «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces.»

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C. Pedro le dijo: + «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.» C. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.

Comenzó a entristecerse y a angustiarse

C. Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: + «Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar.» C. Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: + «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo.» C. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: + «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.» C. Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: + «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.» C. Se alejó por segunda vez y suplicó: + «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad.» C. Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: + «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar.»

Se abalanzaron sobre Él y lo detuvieron

C. Jesús estaba hablando todavía, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de una multitud con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta señal: S. «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo.» C. Inmediatamente se acercó a Jesús, diciéndole: S. «Salud, Maestro.» C. Y lo besó. Jesús le dijo: + «Amigo, ¡cumple tu cometido!» C. Entonces se abalanzaron sobre él y lo detuvieron. Uno de los que estaban con Jesús sacó su espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús le dijo: + «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? El pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles. Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?» C. Y en ese momento dijo Jesús a la multitud: + «¿Soy acaso un ladrón, para que salgan a arrestarme con espadas y palos? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y ustedes no me detuvieron.» C. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Veréis al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso

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C. Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; entró y se sentó con los servidores, para ver cómo terminaba todo. Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un falso testimonio contra Jesús para poder condenarlo a muerte; pero no lo encontraron, a pesar de haberse presentado numerosos testigos falsos. Finalmente, se presentaron dos que declararon: S. «Este hombre dijo: "Yo puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días".» C. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie, dijo a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos declaran contra ti?» C. Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote insistió: S. «Te conjuro por el Dios vivo a que me digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.» C. Jesús le respondió: + «Tú lo has dicho. Además, les aseguro que de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir sobre las nubes del cielo.» C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?» C. Ellos respondieron: S. «Merece la muerte.» C. Luego lo escupieron en la cara y lo abofetearon. Otros lo golpeaban, diciéndole: S. «Tú, que eres el Mesías, profetiza, dinos quién te golpeó.»

Antes que cante el gallo, me negarás tres veces

C. Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: S. «Tú también estabas con Jesús, el Galileo.» C. Pero él lo negó delante de todos, diciendo: S. «No sé lo que quieres decir.» C. Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: S. «Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno.» C. Y nuevamente Pedro negó con juramento: S. «Yo no conozco a ese hombre.» C. Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: S. «Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona.» C. Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y saliendo, lloró amargamente.

Entregaron a Jesús a Pilato, el gobernador

C. Cuando amaneció, todos los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron.

No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre

C. Judas, el que lo entregó, viendo que Jesús había sido condenado, lleno de remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: S. «He pecado, entregando sangre inocente.»

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C. Ellos respondieron: S. «¿Qué nos importa? Es asunto tuyo.» C. Entonces él, arrojando las monedas en el Templo, salió y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, juntando el dinero, dijeron: S. «No está permitido ponerlo en el tesoro, porque es precio de sangre.» C. Después de deliberar, compraron con él un campo, llamado «del alfarero», para sepultar a los extranjeros. Por esta razón se lo llama hasta el día de hoy «Campo de sangre.» Así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías: Y ellos recogieron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue tasado aquel a quien pusieron precio los israelitas. Con el dinero se compró el «Campo del alfarero», como el Señor me lo había ordenado.

¿Tú eres el rey de los judíos?

C. Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó: S. «¿Tú eres el rey de los judíos?» C. El respondió: + «Tú lo dices.» C. Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo: S. «¿No oyes todo lo que declaran contra ti?» C. Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido: S. «¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?» C. El sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: S. «No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho.» C. Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó: S. «¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?» C. Ellos respondieron: S. «A Barrabás.» C. Pilato continuó: S. «¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?» C. Todos respondieron: S. «¡Que sea crucificado!» C. El insistió: S. «¿Qué mal ha hecho?» C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: S. «¡Que sea crucificado!» C. Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: S. «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes.» C. Y todo el pueblo respondió: S. «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.» C. Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

Salud, rey de los judíos

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C. Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él. Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo. Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él, se burlaban, diciendo: S. «Salud, rey de los judíos.» C. Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.

Fueron crucificados con Él dos bandidos

C. Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. El lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos.» Al mismo tiempo, fueron crucificados con Él dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz

C. Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían: S. «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!» C. De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: S. «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: "Yo soy Hijo de Dios".» C. También lo insultaban los ladrones crucificados con Él.

Elí, Elí, ¿lemá sabactani?

C. Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: + «Elí, Elí, lemá sabactani.» C. Que significa: + «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: S. «Está llamando a Elías.» En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían: S. «Espera, veamos si Elías viene a salvarlo.» C. Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.

Aquí todos se arrodillan, y se hace una breve pausa.

C. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que

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pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: S. «¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!» C. Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María -la madre de Santiago y de José- y la madre de los hijos de Zebedeo.

José depositó el cuerpo de Jesús en un sepulcro nuevo

C. Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había hecho discípulo de Jesús, y fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran. Entonces José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María Magdalena y la otra María estaban sentadas frente al sepulcro.

Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente

C. A la mañana siguiente, es decir, después del día de la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole: S. «Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: "A los tres días resucitaré". Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: "¡Ha resucitado!" Este último engaño sería peor que el primero.» C. Pilato les respondió: S. «Ahí tienen la guardia, vayan y aseguren la vigilancia como lo crean conveniente.» C. Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia. Palabra del Señor.

PAUTAS PARA LA LECTIO DIVINA Después que realizamos la procesión de ramos, la liturgia nos proclama el relato de la Pasión según san Mateo. La procesión inicial se prolonga entonces en un nuevo itinerario más profundo: ¡Jesús reina verdaderamente en la Cruz! Detrás de todo se plantea una pregunta que es al mismo tiempo una invitación: “¿Quieres ponerte en camino de una vida nueva, entrando con Jesús a Jerusalén y siguiéndolo hasta el Calvario?”, o mejor, “¿Quieres ver dónde hasta dónde es capaz de ir tu Dios por amor a ti?”, “¿Quieres acompañarlo para estar con Él donde Él está por ti?”. Sólo así alcanzaremos la verdadera alegría de la Pascua. Con este espíritu somos invitados a seguir atentamente el camino de la Pasión de Jesús. A continuación, siguiendo el orden de la Pasión según san Mateo, destacamos los puntos relevantes del itinerario interno de la Pasión de Jesús. 3.1. Primera parte: el preludio (26,1-16) El relato se abre con una visión profunda del significado de los acontecimientos que vienen: la Pasión es anunciada e interpretada con palabras y acciones simbólicas. Mateo nos coloca ante tres escenas que muestran fuertes contrastes:

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(1) Jesús mismo predice su Pasión que está a punto de comenzar (26,1-2). Jesús habla con firmeza, él mismo parece dar el impulso para la Pasión; Él tiene el control de los acontecimientos, tiene majestad y autoridad. Esto contrasta con la desorganización y el ambiente secreto en que se mueven sus enemigos (26,3-5). Aparece así el primer contraste violento: el Hijo del hombre irá hasta el final en fidelidad a su Padre, mientras que los adversarios, ignorando el momento de gracia, se convierten en instrumentos de su muerte. (2) Una mujer anónima prepara su cuerpo para la sepultura, a pesar de las protestas de los discípulos por el supuesto derroche económico (26,6-13). Mientras la mujer parece comprende el “tiempo” de la Pasión que se aproxima, los discípulos parecen ignorantes y critican un acto demasiado generoso. La mujer comprende –como verdadera discípula- la realidad de la Cruz: la generosa entrega de Jesús, derramando su propia vida -¡tan valiosa!-. (3) Al mismo tiempo Judas, uno de los Doce, vende a su maestro por treinta monedas de plata y abre el camino para que Jesús sea arrestado (26,14-16). En cuando la mujer da generosamente, Judas “vende”, en su corazón hay codicia y apego al dinero. En “tiempo oportuno”: Judas entregará al Hijo del hombre para ganarse unas monedas, al mismo tiempo Jesús se entregará a sí mismo para dar su vida por la salvación de muchos. 3.2. Segunda parte: la última Pascua de Jesús con su comunidad (26,17-35) Enseguida cuatro escenas describen lo que sucede en torno a la última cena pascual que Jesús celebra con sus discípulos. Se destaca el sentido que Jesús le quiere dar a su muerte y las consecuencias que esta tiene para el discipulado. (1) En cuando la fiesta se aproxima, Jesús, con su autoridad majestuosa, le ordena a sus discípulos que preparen la Pascua (26,17-19). En el centro están las instrucciones que da Jesús: “El Maestro te manda decir…” Jesús manifiesta un firme deseo de pasar estos últimos instantes con sus discípulos. Pero esta comunión se va a romper enseguida. (2) Luego Jesús hace el anuncio de la traición: “Uno de vosotros me entregará” (26,20-25). Las tensiones van aumentando progresivamente. Ante la profecía de Jesús todos sienten miedo: “¿Seré yo?”. Judas enseguida comienza a hablar con los mismos términos de los enemigos. Judas queda delatado. (3) Cuando comienza solemnemente la cena pascual, las palabras de Jesús sobre el cuerpo despedazado y la sangre derramada, desvelan el profundo significado de su muerte (26,26-29). Los gestos que Jesús realiza sobre el pan y el vino evocan otras escenas significativas de este mismo evangelio y están cargadas de simbolismos bíblicos. El don de su propia vida es lo que señala con firmeza, los discípulos serán beneficiados: comer el pan y beber el cáliz. Mateo coloca expresamente la finalidad: “para perdón de los pecados”, que es el sentido de la misión de Jesús (ver 1,21). La Alianza antigua tiene su “plenitud” en la entrega de Jesús. (4) Así como antes de la cena, Jesús anuncia el contraste de la reacción de la reacción de los discípulos ante la Pasión con su generosa entrega. Ahora Jesús se refiere al escándalo de la comunidad y las negaciones de Pedro (26,30-35). Pero en medio de todo, encontramos una promesa de reconciliación final entre Jesús y los discípulos: una palabra de esperanza en medio de la oscuridad.

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3.3. Tercera parte: en el Getsemaní, la entrega del Hijo del hombre (26,36-56) Las dos escenas que ocurren en las inmediaciones del Getsemaní nos introducen a fondo en el misterio de la Pasión. (1) La oración angustiosa de Jesús en el Getsemaní (26,36-46) es un acontecimiento impresionante. La oración se repite tres veces: siempre el mismo combate de la fidelidad al Padre que había comenzado en el relato de las tentaciones. Tres discípulos lo acompañan: los mismos que fueron testigos de su gloria en la transfiguración, lo son ahora en el sufrimiento; comienzan a entender lo que significa “tomar la cruz” y “beber el cáliz”. (2) Enseguida se ve llegar a Judas y la multitud para arrestar a Jesús (26,47-56). Las sombras de la noche se transforman en sobras de odio. Judas y Pedro se contraponen. Judas pisotea el discipulado, Pedro parece ignorar las enseñanzas de Jesús sobre la no violencia. Todo va sucediendo en la línea del cumplimiento de las Escrituras. En medio del caos y después de las palabras de Jesús, los discípulos huyen. En el momento en que Jesús pierde su libertad, comienza su viaje, rápido y fatal, hacia la muerte. 3.4. Cuarta parte: el proceso judicial ante el Sanedrín (26,57-27,10) El drama de la Pasión se desplaza rápidamente del Monte de los Olivos a la ciudad de Jerusalén (casa de Caifás, sumo sacerdote). Aquí el conflicto entre Jesús y sus adversarios llega a su más amarga expresión. Pero el centro no son los opositores sino Jesús quien, impávido, proclama que es el Mesías, el Hijo de Dios y el triunfante Hijo del hombre. Al mismo tiempo Pedro y Judas, ofrecen un contrapunto claro a la coherencia de Jesús. Tres escenas suceden en torno al mismo espacio y una cuarta escena, la más oscura, sucede fuera, en el trasfondo. (1) El interrogatorio por parte del Sanedrín y las burlas (26,57-68). En el sanedrín se escucha la voz de los falsos testigos (26,59). Dos testigos le dirigen acusaciones teatrales al prisionero (26,60-61). Interviene entonces el sumo sacerdote (26,62) y le exige a Jesús una respuesta a las acusaciones. Pero Jesús permanece en silencio (como el siervo sufriente de Isaías 53,7). El silencio de Jesús lleva a Caifás a hacer la pregunta decisiva, acompañada ésta de un juramento (26,63). La identidad de Jesús, tal como se ha revelado en el evangelio, pasa a primer plano. Jesús responde “Tú lo has dicho” y añade enseguida una profecía que sorprende (26,64): sella su identidad y al mismo tiempo señala su destino. Los castigos que le aplican enseguida el sanedrín mismo contienen una ironía. (2) Las negaciones de Pedro (26,69-75). Pedro había seguido a Jesús de lejos (26,58) y esperaba ver en qué pararían las cosas: inicialmente llega seguro de sí mismo con el grupo de los captores y finalmente se irá lleno de remordimiento. Lo mismo que a Jesús, una serie de “testigos” se aproximan a Pedro y lo acusan de estar “con” Jesús, pero él lo niega enérgicamente. La tensión va aumentando a lo largo de las tres negaciones. Las negaciones van tomando carácter público, “delante de todos” (26,70). Pedro llega a jurar. La profecía de Jesús sobre Pedro se cumple y éste sale a “llorar amargamente” (26,75). El vínculo que lo une con Jesús no llega romperse totalmente como quiso el discípulo: rápidamente reconoce su culpa y vuelve sus pasos sobre el discipulado.

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(3) El pronunciamiento del veredicto final por parte del Sanedrín, que decide entregar a Jesús a Pilatos (27,1-2). La atención se centra brevemente sobre el proceso judicial: se llega a una conclusión decisiva. Pero no se trata todavía de la sentencia. (4) Se narra al final el destino del traidor: Judas (27,3-10). Un momento trágico que se narra mientras Jesús es trasladado hasta el palacio de Pilato. Pedro fue capaz de volver atrás (con su arrepentimiento), en cambio este apóstol se va desesperado hasta las últimas consecuencias en un vano tentativo de quitarse de encima la culpa (arroja las monedas). Los jefes no aceptan la devolución del dinero. Judas escoge el camino de la muerte. 3.5. Quinta parte: el proceso judicial por parte de Pilato (27,11-31) Un nuevo paso, en un cambio de escenario, nos orienta hacia la conclusión. Jesús aparece de pie ante el gobernador romano. Pero serán los jefes hebreos y su mismo pueblo el que tome la extrema decisión de la muerte de Jesús. Tres episodios delinean estos momentos decisivos. (1) El interrogatorio por parte de Pilatos (27,11-14). La primera pregunta destaca un punto importante para los romanos: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Los términos de la preguntan nos remiten el comienzo del evangelio (ver 2,2). La respuesta es enigmática (25,11), pero en realidad es una afirmación. Esto da pie para el alboroto de las autoridades hebreas. A pesar del coro de las acusaciones, Jesús permanece en silencio (27,12-14). Pilato se sorprende (27,13-14). La aceptación de las violentas ofensas que le propinan sus enemigos, traerá nueva vida al pueblo de Dios. (2) La escogencia decisiva entre Jesús y Barrabás (27,15-26). Esta escena le recuerda al lector que quien está ante Jesús y su mensaje, finalmente tendrá que tomar la decisión de aceptarlo o rechazarlo. En medio de la escena una mujer denomina a Jesús como “justo” (esto nos remite a la frase programática de Jesús en 3,15): ella reconoce la identidad de Jesús e intercede por él; al mismo tiempo los jefes judíos convencen a la multitud para que libere a Barrabás y condene a Jesús (27,20). Pilatos se exonera de la culpa. (3) Jesús es burlado por la guarnición romana: aparece como un rey humillado por sus enemigos (27,28-31). El proceso romano termina con torturas a Jesús por parte de los soldados: se burlan de su título “rey de los judíos”. 3.6. Sexta parte: crucifixión y muerte de Jesús (27,32-56) Terminado el juicio, el relato de la Pasión se precipita hacia su terrible final. Del pretorio, la escena ahora se desplaza hacia fuera de la ciudad: el Gólgota, un lugar reservado para ejecuciones públicas. Dos episodios, de capital importancia, suceden allí. (1) Jesús es crucificado y expuesto a las burlas públicas (27,32-44). Jesús es conducido como aquel hijo que fue echado “fuera de la viña” (21,39): el Mesías es rechazado por su pueblo. En contraposición, Simón, un extranjero (o un hebreo de la diáspora) carga la cruz del Mesías. Ya crucificado, Mateo hace notar que la Escritura se está cumpliendo en Jesús. Se escucha una lamentación bíblica. Las Escrituras se cumplen en Jesús, no sólo a través de sus palabras y obras, sino también a través de su perfecta unión con los sufrimientos de los justos de Israel. Al pie de Jesús los soldados le hacen “la guardia” (27,36), hay una nota de expectativa. Se coloca un cartel sobre la cabeza de Jesús (27,37), el cual declara solemnemente su identidad. Los dos ladrones

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al lado de Jesús señalan de manera irónica que su corte está compuesta de marginados y malhechores, tal como lo habían acusado: “amigo de publicanos y pecadores” (11,19). Enseguida pasa ante la Cruz una procesión de personas que vienen a mofarse de sus títulos. (2) Finalmente, llega el momento muerte del Hijo de Dios, con todo su dramatismo (27,45-56). Un eclipse acompaña las últimas tres horas (27,45). La tiniebla recuerda que estamos ante el fin de los tiempos y ante “los dolores del nacimiento” de uno nuevo. El profundo silencio se rompe con un grito de Jesús: la lamentación del Salmo 22. Pero el centro de esta oración es una expresión de confianza en Dios: Dios responderá. Los adversarios encuentran motivo para otra burla: la de la experiencia de Dios de Jesús. Pero en la tiniebla de su lucha con la muerte, donde el amor salvífico del Padre parecía lejano, en realidad Jesús grita la oración liberadora de Israel, que a fin de cuentas reconoce la presencia viviente de Dios. Rápidamente llega el momento de la muerte: “gritó de nuevo” y “entregó el espíritu” (27,50). El último grito no es al vacío; Mateo deja entender que sigue orando el Salmo 22. Jesús muere orando. La respuesta no se hace esperar: una serie de signos cósmicos tremendos indican la primera respuesta del Dios a la oración de Jesús: se rasga el velo del Templo, sucede un terremoto, se quiebran las rocas y se abren los sepulcros para darle paso a la resurrección de los santos. Esta resurrección es el vértice: una imagen de esperanza, un pueblo nuevo constituido por “santos”, ha comenzado. 3.7. Contemplemos a Jesús en su Pasión Jesús es el personaje más importante del relato de la Pasión. Bajo su luz, los diversos personajes que van pasando frente a Él, sean buenos o malos, van revelando su grandeza o su mediocridad. Es así como la Pasión del Señor va sondando la verdadera calidad de un discípulo. Qué bueno sería que nos permitamos ahora releer todo el relato de la Pasión según san Mateo, deteniéndonos en las palabras, las actitudes y las acciones de Jesús. Confrontando con Él también las palabras, las actitudes y las acciones de quienes lo van rodeando en cada escena. Pero sobre todo, qué bueno que comencemos a delinear el retrato de Jesús que poco a poco va emergiendo, porque es en ese espejo en el que mejor y más fondo podemos vernos y comprendernos. Las siguientes afirmaciones breves y comprimidas sobre las grandes constantes del retrato de Jesús en la Pasión, pueden ayudarnos ahora a realizar este ejercicio orante: (1) En la Pasión Jesús aparece con mayor nitidez como el Hijo de Dios obediente, quien cumple las Escrituras y es fiel a Dios hasta la muerte. (2) En la Pasión Jesús es el Mesías y el Siervo de Dios, cuya misión redentora llega a su máxima expresión en la cruz que libera al pueblo de Dios del pecado y de la muerte. (3) En la Pasión Jesús se deja conocer como el Hijo del hombre que recorre el camino de la humillación y de la muerte, pero que vendrá triunfante al final del mundo. (4) Jesús es, en el momento crucial de la muerte, un ejemplo de fe auténtica. La que se espera de todo discípulo. Esta historia, que es ante todo una historia de fidelidad, permanece frente a nuestros ojos para renovar a fondo nuestra fidelidad en el amor.

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REFLEXIÓN DEL CARDENAL EDUARDO F. PIRONIO De una homilía del 26 de marzo de 1972 Siempre la palabra del sacerdote para que sea válida y fecunda y dé vida, tiene que ser sencillamente la Palabra del Señor, pero de una manera muy particular en este día Domingo de las Palmas o de Pasión, o de los Ramos, en que entramos en el santuario de la Semana Santa, la mejor palabra es la Palabra del Señor. Hemos escuchado tres lecturas, las tres nos han pintado lo mismo: Jesús, el servidor del Padre que entrega su vida para salvar a los hombres; el misterio de la muerte, el misterio de la Resurrección de Jesús. Entramos ahora en esta celebración. Yo quisiera que sobre todo la lectura de la Pasión quedara resonando hoy y toda esta semana en nuestro interior, por eso no quisiera empañar en lo más mínimo la sencillez del relato evangélico, quisiera que el Espíritu Santo nomás nos hiciera gustar bien profundamente esto que acabamos de escuchar y que nos ha conmovido por dentro y sobre todo que nos ha comprometido. Pero precisamente para eso, para que fraternalmente nos comprometamos a responder a esta palabra de Jesús, yo quisiera hacer estas tres preguntas:

1- ¿Qué significa este Domingo de Pasión, de Ramos, de Palmas, y cómo nos compromete? 2- ¿Cómo hemos de vivir esta semana verdaderamente santa y definitiva para nosotros y para la

historia? 3- ¿Qué puede significar para mí la Pasión de Jesús en alguno de los personajes que aparecen

en el relato de la Pasión? En primer lugar, ¿qué significa para mí este Domingo de Ramos, de Palmas, de Pasión? Tenemos los ramos en las manos, los hemos bendecido y tienen una doble significación. Es la expresión de que Jesús es lo único que importa, que Jesús es el Señor, que Jesús es el Rey, es el dueño de mi corazón, de mi familia, de mi casa, de la historia, del mundo. Al entrar Cristo triunfalmente en Jerusalén, sabiendo sin embargo que este triunfo tiene que pasar necesariamente por la cruz, me enseña que Cristo es lo único que importa y que yo seré definitivamente feliz en mi vida si hago de Cristo la opción única. Sea obispo, sea religiosa, sea laico, donde quiera que esté, cualquiera sea mi camino, cualquiera sea la tarea concreta que tengo que desarrollar, lo único que importa en definitiva es Cristo. En segundo lugar, el ramo, la palma, que yo llevo en la mano, lo llevaré después a casa, lo pondré en mi habitación, como un signo de la bendición y de la protección particular del Señor. Recordaré que Dios está allí, que Dios viene conmigo, viene a mi tarea cotidiana, viene a mi casa, viene a mi familia, viene a mi problema para iluminarlo, viene a mi cruz para serenarla, viene a mi alegría para equilibrarla, viene a mi vida para darle sentido. Es un signo de la protección del Señor. Un signo de que Dios está. Y que Dios no está como huésped ausente sino como Padre que interviene, guía, conduce. Es un signo de tranquilidad, de seguridad, no de pasividad como descargándole toda la cosa a Dios, pero sí como un signo de que Dios está.

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Entonces, el ramo significa sencillamente eso: por un lado, que nosotros cantamos el triunfo de Cristo, lo acompañamos como Rey que es, pero al mismo tiempo decimos: Cristo es lo único que importa, y mi vida no tiene sentido donde quiera que esté si no es centrada en Cristo. Y en segundo lugar, lo llevo a mi habitación, o a mi casa, y este ramo me asegura una protección, una bendición muy especial de Dios Padre de Misericordia. Eso celebramos hoy. Pero al mismo tiempo con este Domingo de Ramos entramos en la semana verdaderamente santa del año que culminará la gran noche de la Vigilia Pascual. Todo está encaminado a vivir el gozo profundo de la Vigilia Pascual. ¿Qué pasará en esa noche de la Vigilia Pascual? Una luz nueva, un agua nueva, un pan nuevo, el Cristo Resucitado, Hombre nuevo, pero sobre todo yo tendré que ser en Cristo Jesús nuevo. Yo tendré que nacer de nuevo, tendrá que nacer en mí una luz nueva, una luz de fe, una luz de esperanza, una luz de amor. Fe luminosa para descubrir a Cristo que sigue viviendo en la historia y en el rostro de mis hermanos. Esperanza firmísima para saber que Jesús está conmigo hasta el final, que no tengo que tener miedo y temblar y asustarme. Amor muy ardiente que me lleva a entregarme en una actitud muy sencilla de servicio alegre a mis hermanos. Seremos hombres nuevos si en nosotros la noche de la Vigilia Pascual habrá una fe más viva, una esperanza más sólida y un amor más alegre y generoso. Pero entonces, ¿cómo tengo que vivir yo esta semana preparando la gran noche de la Vigilia Pascual? ¿Cómo tengo que hacer? Meterme bien adentro de Cristo que en la oración glorifica al Padre, de Cristo que en la cruz redime al mundo, de Cristo que da la vida por los demás. Es decir, una actitud de mucho silencio y oración, una actitud de mucha alegría en la cruz y una actitud de mucha generosidad en el amor, en la caridad. Una actitud de mucho silencio en la oración. Hoy hemos recordado la oración de Cristo en el huerto. Cristo ora muy brevemente pero muy intensamente, con una conciencia muy filial: Padre, si es posible que pase esto, pero si no es posible, que se haga tu voluntad ante todo, que es lo único que importa. ¡Qué oración más linda, más breve, más intensa, más filial, más serenante! Padre, si es posible. Pero no se haga mi voluntad, no se haga mi voluntad. Entonces esta semana vivirla más en clima de silencio y oración. Por supuesto, seguirá la vida como siempre y habrá que ir al trabajo o habrá que estar en casa o habrá que conversar con los demás, pero adentro tiene que haber un silencio mucho más profundo para escuchar la palabra del Señor. Sobre todo, ¡qué lindo si todos los días leyéramos un trozo de la pasión de Jesús! Hoy la hemos leído toda. ¡Qué bueno ir después recogiendo un trocito cada día de esta Pasión de Jesús y meditarla y hacerla nuestra! Pero vivir en clima de oración. Después meternos en la cruz y saborearla. ¡Qué bueno es saborear el cáliz del Señor! Cada uno de nosotros tiene ciertamente un sufrimiento, una cruz. Ciertamente. Si no nuestra vida sería demasiado vacía, el Padre no nos habría configurado muy fuertemente a Jesús. Cada uno tiene una cruz y esa cruz es muy fuerte aún cuando externamente para los que miran de afuera sea una cosa superficial y fácil, para el que la está viviendo es tremendamente aguda. Bueno, esta cruz mía es una partecita de la cruz verdadera de Jesús, porque Jesús prolonga su Pasión en la historia, prolonga en mi cruz, en el sufrimiento de mi hermano y en el dolor de la Iglesia: Cristo prolonga su pasión. Saborear esta cruz pero con un sentido pascual. Que la cruz no me oprima, que no me aplaste, que no me destruya. Saber que solamente de la cruz brota la resurrección, la vida y la esperanza. Por consiguiente, meternos en la cruz del Señor y saborear en silencio esta semana el misterio de la muerte y de la cruz de Jesús, es vivir nuestra propia cruz con un sentido pascual, con un sentido de esperanza. Tiene que haber mucho recogimiento esta semana pero nada de tristeza porque la tristeza

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en definitiva no es cristiana. Puede haber un dolor muy hondo pero todo tiene que estar iluminado con la seguridad firmísima de la esperanza. Y por último, otro sentimiento con que tiene que ser vivida esta semana es la entrega, o sea, Cristo se entrega. Hemos escuchado cómo Cristo toma el pan, toma el vino y lo entrega y dice: esto es mi Cuerpo que será entregado, esta es mi Sangre que será derramada. La Pasión de Jesús es una entrega. ¡Qué bueno es darnos, darnos! Un sentido de entrega total a Dios, nuestro Padre y a los hombres, nuestros hermanos. Es aquello de Jesús: no hay amor más grande que el de aquel que da la vida, que el de aquel que se entrega. Entonces, si queremos vivir esta Semana Santa bien, en una actitud de entrega, de donación, de total muerte a nosotros mismos para dar la vida, estos tres sentimientos: – silencio muy profundo de oración, – saborear la cruz y – entregarnos de veras. La tercera pregunta muy sencilla era: ¿qué significa para mí la Pasión y cómo me puedo reconocer en alguno de los personajes? Estamos acostumbrados o a mirar la Pasión como algo demasiado lejano o como lago demasiado extraño que ocurrió… incluso cuando yo estaba leyendo recién la Pasión pensaba: y esto ¿no será una novela, no será un cuento? No. Esto es real. Todo esto pasó una vez hace dos mil años en tierras sencillas como las nuestras, en la pobreza de Judea, en Palestina, en la tierra que ahora es Tierra Santa porque la pisó Jesús. Allí vivió alguien que se llamó Jesús de Nazaret, a quien los hombres crucificaron y el Padre le devolvió la vida y lo hizo Señor para su gloria. Allí vivió también una sencilla mujer de pueblo, una mujer que iba todos los días a sacar agua de la fuente y se llamó María. Todo esto pasó. Y entonces yo me pregunto: esto pasó hace mucho, esto no es algo extraño, esto pasó. Pero al mismo tiempo vuelve a pasar, o sea, esta Pasión vuelve a prolongarse. Cristo sigue viviendo en la historia. Decía recién vive en mi dolor, vive en el dolor de la Iglesia, vive en el sufrimiento de la historia, en el sufrimiento de los hombres. ¿Qué significa para mí la Pasión? ¿Sencillamente ponerme a meditar y decir cómo padeció Jesús? ¿O descubrir a este Jesús que sigue sufriendo en mi hermano, en mi hermana, en la Iglesia, en los hombres, en mí? Y tengo que tener suficiente capacidad para descubrir a ese Señor que sufre y entregarme de veras. Pero yo tengo que reconocerme después en alguno de los personajes de la Pasión. No sé si a todos se les habrá ocurrido como a mí muchas veces: ¿y qué tal si yo hubiese vivido en tiempos de Jesús? Porque pudo haber sido. ¿Qué tal si yo hubiese vivido en tiempos de Jesús? Y nos hubiese gustado vivir en tiempos del Señor. Yo diría, nosotros no hemos elegido vivir ahora o vivir entonces; eso fue designio de Dios. Pero lo que es certísimo es que si nosotros no hemos vivido con Él, Él vive con nosotros. Eso es certísimo. Él sigue viviendo con nosotros. Pero, ¿qué tal si nosotros lo hubiésemos visto con nuestros propios ojos de carne, hubiésemos conversado con Él, lo hubiésemos visitado, qué pasaría? ¿En cuál de los personajes nos ubicamos? ¿Seríamos igual que María Santísima, nos encarnaríamos en María Magdalena, en María la madre de Santiago y de Juan? ¿O nos encarnaríamos en la audacia de Pedro, aquel a quien le faltó pobreza y desafió demasiado y después probó sus propios límites y sus propias miserias? ¿Yo me reconocería -ciertamente que no- pero podría también reconocerme en la fragilidad de Pilatos o en el espíritu negativo de Judas? ¿En cuál de los personajes de la Pasión podría estar yo? ¿O estaría sencillamente en todos los discípulos que todos dijeron: aunque todos te dejen yo no -todos empezaron a decir- y todos cuando llegó el momento dispararon? ¿En cuál de los personajes?

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¿O tal vez el Señor me daría a mí el privilegio de ser como Juan y el poder recostar mi cabeza en su costado? No sé. Pero cada uno que tome la Pasión y que trate de descubrir su postura. Pero nuestra postura tiene que ser, en definitiva, una sola. La postura de María. De María serena y fuerte al pie de la cruz, sin aplastarse. Bien cerca. De María, bien dolorida pero al mismo tiempo bien serena. Y de María que a cada rato le vuelve a decir al Padre que sí: por eso Jesús puede realizar el misterio de su muerte y de su resurrección. Yo les deseo desde ya una Semana Santa muy fecunda, extraordinariamente fecunda para que tengan una feliz Pascua, para que la noche de la Sagrada Vigilia sea extraordinariamente luminosa para todos: para ustedes y para mí y para toda la Iglesia y para todo el mundo. Que así sea.

PARA REZAR EN FAMILIA Señor Jesús, con este mismo ramo te acompañamos hoy a recordar tu entrada en Jerusalén, con nuestra presencia en el templo dijimos que somos tus seguidores y que tú eres el rey de los reyes. Ahora te pedimos que protejas a nuestra familia de todo mal y nos conviertas en testigos de tu amor y tu paz, para que un día podamos reinar contigo en la Jerusalén celestial, donde vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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Lectura del libro del profeta Isaías 42, 1-7 Así habla el Señor: Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones. El no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley. Así habla Dios, el Señor, el que creó el cielo y lo desplegó, el que extendió la tierra y lo que ella produce, el que da el aliento al pueblo que la habita y el espíritu a los que caminan por ella. Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas. Palabra de Dios. SALMO Sal 26, 1-3.13-14 R. El Señor es mi luz y mi salvación. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? R.

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Cuando se alzaron contra mí los malvados para devorar mi carne, fueron ellos, mis adversarios y enemigos, los que tropezaron y cayeron. R. Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no temerá; aunque estalle una guerra contra mí, no perderé la confianza. R. Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor. R. VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO ¡Salve, Rey nuestro! Sólo Tú te has compadecido de nuestros errores. EVANGELIO

Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 12, 1-11 Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: «¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?» Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: «Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre.» Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él. Palabra del Señor.

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PAUTAS PARA LA LECTIO DIVINA

La unción de Betania:

Un gesto de amor que desvela la mezquindad de los otros

Juan 12, 1-11

“Ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos”

El evangelio de hoy es una excelente puerta de entrada en el misterio pascual de Jesús, a la manera de Juan. Junto a la melodía aguda del amor, se deja sentir del contrapunto del desamor que rechaza a Jesús. Hoy los amigos le ofrecen una cena a Jesús, pero luego será Él quien la ofrezca y el don mayor será Él mismo.

Llama la atención que los textos escogidos del evangelio desde hoy hasta el jueves, hagan mención todos de la “mesa”. Ésta es signo de comunión, de vínculos profundos. Frente a ella desfilarán personajes y se desvelarán actitudes que nos ayudarán a captar la luz que arroja el misterio de la Pasión de Jesús sobre las pasiones humanas y a percibir, al mismo tiempo, toda la acogida que Dios hace del hombre en el misterio de la Cruz.

La cena en Betania se ubica “seis días antes de la Pascua” (12,1ª). De esta manera el evangelista comienza la cuenta regresiva para la muerte de Jesús. Por otra parte, la mención de Betania como el lugar “donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos” (12,1b) conecta lo que acababa de suceder –la experiencia de fe en la resurrección- y con la Pasión de Jesús que está por comenzar.

Esta escena tiene un desarrollo curioso:

- La descripción con rápidos pincelazos de la cena (12,1-3).

- De repente la atención del evangelista se concentra en un solo punto de la cena: las palabras de Judas y de Jesús acerca del insólito gesto de María de Betania (12,4-8).

- El tiempo queda suspendido (y la cena pasa a un segundo plano) para dar paso al narrador que hace anotaciones sobre las funestas consecuencias que tiene para Jesús y para Lázaro, la afluencia de judíos curiosos por ver a Lázaro (12,9-11).

Pero en realidad el relato tiene dos movimientos internos fundamentales que se desatan frente a Jesús: el amor de los amigos que lo comprenden y lo honran (12,1-4) y el desamor de los adversarios que no lo comprenden y lo ven como una amenaza (12,5-11).

(1) Un banquete de agradecimiento por la vida (12,1-3)

El banquete en honor de Jesús parece estar movido por la gratitud. En torno a la mesa se reencuentra Jesús con el amigo por el cual lloró. Los tres hermanos aparecen en el entorno de Jesús, los tres hacen actos de amor:

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- Marta: quien ofrece su servicio amoroso.

- Lázaro: quien acompaña a Jesús en la mesa.

- María: quien unge los pies de Jesús.

Lázaro fue llamado en el capítulo anterior “el que Jesús amaba” (11,3) o “el amigo” de Jesús (11,11). Todavía más, cuando Jesús lloró frente a su tumba la gente se sorprendió “Mirad cómo le quería” (11,36). La dinámica del amor no es la misma con cada persona: la relación de Jesús con Lázaro se caracteriza porque es Jesús quien lo hace todo por él. Esto es importante: Jesús escoge a sus amigos sin necesidad de que tengan alguna característica particular para ello. Lázaro se deja escoger (ver 15,16).

Con María sucede al contrario, es ella quien toma la iniciativa y le rinde su homenaje a Jesús con un gesto cariñoso: lo unge con perfume de la mejor calidad (nardo puro importado) y en abundante cantidad (un litro) (12,3). Su costo es de “trescientos denarios” (12,5), que es el equivalente de trescientos jornales para quien trabaja en el campo. En la precaria economía de la época ¡era mucho dinero! El de María es un amor agradecido que se desborda completamente.

(2) Un amor incomprendido (12,4-7)

Judas Iscariote reacciona negativamente frente al gesto de María de Betania (12,4-6). El evangelista traza un perfil de Judas al tiempo que reporta sus palabras:

- La crítica parte de “uno de los discípulos” (12,4b), precisamente uno que debía comprender como ningún otro el valor del gesto.

- Se trataba precisamente del pérfido discípulo, “el que lo había de entregar” (12,4c), el que haría un gesto polarmente contrario al de la mujer.

- La motivación de su crítica es que “era un ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella” (12,6).

El reproche de Judas refleja su incapacidad de ver más allá, por ello Jesús le va a dar la correcta interpretación del hecho: “Para el día de mi sepultura” (12,7). El suyo es el primer signo de fe de una persona que ha centrado todo en la persona de Jesús y ha entrado en el misterio de su Cruz (lo mismo sucederá con otros, precisamente en la sepultura de Jesús: 19,38-42).

Además, las motivaciones de Judas son ocultas e interesadas, está pensando en sus propios intereses. Se está utilizando para provecho propio el compromiso con los pobres.

La frase “porque pobres siempre tendréis con vosotros” (12,8), eco de Deuteronomio 15,11, no es una negativa para el servicio a los pobres sino precisamente lo contrario. Puesto que esta misma cita enfatiza el “abrir la mano” en su favor, se comprende que ése será el efecto de la muerte de Jesús en el corazón redimido por él: el amor por el crucificado (expresado en la unción) se expresará luego en el amor a los hermanos. La Cruz de Jesús purifica y encamina todo amor. Judas va en contravía de esta propuesta.

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(3) Matar al testigo vivo de su victoria sobre la muerte (12,9-11)

Finalmente entran escena los sumos sacerdotes, quienes también reaccionan negativamente frente a Jesús, pero por un nuevo motivo: “muchos judíos se les iban y creían en Jesús” (12,11). Previamente el evangelista nos ha informado que Betania se ha convertido en foco de afluencia de un gran número de personas atraídas por lo sucedido a Lázaro (12,9).

La decisión de “dar muerte también a Lázaro” (12,10), muestra el deseo de quitar de en medio todo lo que hable de Jesús. Lázaro, de hecho se ha convertido en un testigo vivo que atrae muchas personas hacia el “creer” en Jesús. Como tal, compartirá la persecución del Maestro y Amigo.

Judas es incapaz de abrirse al amor. Los sumos sacerdotes son incapaces de creer, aún frente a la evidencia. Ven incluso en Lázaro una amenaza puesto que “muchos judíos se les iban y creían en Jesús” (12,11). El miedo a perder los privilegios se convierte entonces en envidia y esta se vuelve rechazo, intolerancia y paranoia frente a todo lo que hable de Jesús. La cerrazón es total.

Es así como en torno a Jesús surge el conflicto entre los que aman y buscan la vida y los que solamente piensan en tramar acusaciones, trampas y muerte.

Frente a la fuerza de la amistad bellamente descrita en este pasaje, se revelan también los secretos motivos ocultos de la mezquindad, la superficialidad y la maldad humana. Este es el pecado: no querer dejarse interpelar, ni llamar, ni transformar por el lenguaje del amor de Jesús.

Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:

1. ¿Cuál debe ser la motivación interna del amor para actuar frente a Jesús?

2. ¿Qué caracteriza a cada uno de estos personajes: Lázaro, Marta, María, Judas, los judíos que vienen a ver a Lázaro y los sumos sacerdotes? ¿En qué me interpela cada uno de ellos?

3. ¿No es verdad que a veces el discurso sobre los pobres se convierte a veces en pretexto para promoverse a sí mismos en el mundo de la política y en otros campos también? ¿Qué evitaría que esto sucediera? ¿Jesús propone dar migajas asistencialistas o más bien la transformación de cada persona y de la sociedad entera, para ser capaces de amar poniendo al servicio de todos los que somos y tenemos? Comprendiendo que se trata de lo segundo, ¿Qué camino hay que recorrer para lograrlo?

REFLEXIÓN DEL CARDENAL EDUARDO F. PIRONIO De una homilía del 14 de septiembre de 1971 Hoy tiene que haber mucha paz, la paz de saborear en silencio la cruz que adorablemente Cristo nos alarga, su propia cruz. No otra que nosotros hayamos imaginado o inventado. No otra que los hombres hayan pretendido poner sobre nuestros hombros. La misma adorable y divina cruz del Señor.

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¿Acaso nuestra vida desde el gozo inicial -un poco diríamos así como oculto- filial del Bautismo, no es como el comienzo de una cruz que va a ir agrandándose cada vez más y produciendo por consiguiente un gozo más luminoso y comunicable hasta desembocar en el gozo que nunca acaba? Pero habiendo de pasar por la cruz de un ocultamente y de una muerte. ¿Acaso, digo, el gozo bautismal no nace de la cruz? Nosotros gritamos con mucho gusto y es cierto: vivo pero no vivo yo sino que es Cristo el que vive en mí. Pero San Pablo pone esto como una consecuencia del versículo anterior: estoy clavado con Cristo en la cruz, es decir, me he hundido en el misterio de la muerte de Jesús, entonces participo de la fecundidad de la luz, del gozo de la resurrección. Vivo pero no vivo yo sino que es Cristo el que vive en mí. Hoy tiene que haber en nosotros mucha paz, tiene que haber en nosotros mucha alegría, tiene que haber en nosotros una irradiación silenciosa, muy simple pero muy palpable de la luz a través de la cruz aparentemente dura y cerrada y oscura. A través de la cruz brota la luz para el mundo: por la cruz a la luz. Mucha paz, mucha alegría, mucha luz. El misterio de la cruz nos habla a nosotros de un misterio de gloria, de la glorificación. El misterio de la cruz nos habla a nosotros de mucha fecundidad. El misterio de la cruz nos habla a nosotros de mucha configuración con Cristo el Señor. Nos habla en primer lugar de mucha glorificación. ¡Qué formidable es la cruz! Es la gloria de la cual habla el mismo Jesús cuando dice: llega la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. ¿Cómo es esa glorificación? Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere queda solo pero si muere, entonces produce mucho fruto. La cruz marca la hora de Jesús. Hora de su máxima gloria pero una gloria que nace, que pasa por el corazón de una cruz pascual. Siempre la cruz es cruz pascual, cruz de gloria. Esa misma cruz de gloria que no entienden los discípulos cansados y tristes de Emaús. Esa cruz que tiene que ser iluminada desde la profundidad del Evangelio: ¿no sabíais que todo esto tenía que pasar al Hijo del hombre a n de poder entrar en la gloria? Es el corazón de una cruz pascual. Si nosotros queremos vivir anticipadamente la gloria, si queremos después instalarnos en la gloria que nunca acaba, dejémonos crucificar adorablemente por el Padre. Iremos anticipando en la tierra el gozo de la visión. Iremos sintiendo nuestra propia glorificación en la medida de nuestro sufrimiento y de nuestra cruz. Pero de nuestra cruz saboreada en silencio. No de nuestra cruz proclamada, sino de nuestra cruz asumida, vivida, saboreada. La cruz es fecundidad. Es la fecundidad a la cual aludía recién en el pasaje de Jesús: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo pero si muere entonces produce fruto. ¡Qué gozo tan grande llena el corazón de un alma pobre cuando siente que su vida es tan extraordinariamente rica para la Iglesia y para la salvación de todo el mundo simplemente porque se inmola en silencio y recibe adorablemente la cruz del Señor! ¡Qué bueno cuando uno no puede hablar ni decir ni hacer cosas grandes -y tampoco importa decirlas o hacerlas- pero el Señor adorablemente le da su cruz! ¡Qué bueno es sentir que su vida es extraordinariamente fecunda! ¡Qué bueno cuando un alma virginal se entrega en su soledad fecunda al Señor y sabe que va engendrando desde su virginidad muchas almas en Cristo! Muchas almas liberadas en el mundo precisamente porque vive en el gozo de la inmolación cotidiana. ¡Qué bueno sentir que todos los días el grano de trigo se hunde, se pudre, muere, pero van fructificando muchas espigas! ¡Qué bueno pensar que este sufrimiento y esta cruz mía está trayendo serenidad a un sacerdote que peligra, qué bueno pensar que esta cruz oculta mía está dando fecundidad al ministerio de un Obispo que lo necesita, qué bueno saber que en esta cruz mía vuelve a

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nacer otra vez la Iglesia como nació en la cruz silenciosa, serena, fuerte de María! ¡Qué bueno! ¡Mi vida es fecunda en la medida de mi cruz! Por eso no tengo que alejarme. No tengo que pedirla pero no tengo que quitarle el hombro a la cruz. Tengo que saborearla en silencio. Tampoco tengo que gritarla o proclamarla. Guardarla como un tesoro y hacerla producir. Abrir de par en par mi corazón para que el Señor la meta adentro y agarrarla fuertemente con las manos para que no se escape porque ahí viene la fecundidad. Esta es la cruz que el Señor adorablemente quiere para mí. La cruz de la glorificación, la cruz de la fecundidad, la cruz de la máxima configuración a la imagen de Cristo. Hemos sido configurados con su muerte dice el apóstol Pablo. Hemos sido hechos partícipes de su muerte, lo seremos también de su resurrección. Pero cotidianamente vamos siendo partícipes de su vida, de su ocultamiento y de su exaltación, cotidianamente. No solo es un esperar en el entierro definitivo que aparezca también la luz definitiva. Todos los días un alma que pasa por la cruz saborea la Pascua. Todos los días. Porque vamos siendo cada vez más semejantes al Cristo muerto y resucitado, al Cristo pascual. La cruz nos da la máxima configuración a Cristo mientras vivimos. ¿Qué sentido tiene nuestra vida si no es configurándonos cada vez más a la imagen de Jesús? Desde el Bautismo en que empezamos a gritar PADRE porque el Espíritu empezó a formar en nosotros la imagen del Hijo hasta el cielo en que entremos y abalanzándonos gritemos con toda el alma PADRE para siempre, entre estos dos extremos el Padre va grabando cotidianamente en nosotros la imagen de Jesús. A través de la purificación, a través de la cruz, va sacando en nosotros perfecto el rostro de Cristo. En la medida de nuestro sufrimiento oculto. ¡Qué pena que nos resistamos! ¡Qué pena que movamos el rostro cuando el padre está grabando la imagen de su Hijo en nosotros! Dejemos que nos clave porque entonces sí seremos la presencia encarnada de Jesús entre los hombres. Pero con su misma serenidad y con su misma grandeza, con su misma fecundidad de comunicar a los hombres la paz. También nosotros podemos pacificar por la sangre de nuestra cruz porque la cruz no es nuestra, es la de Jesús. Que la Virgen Nuestra Señora que permaneció serena y fuerte al pie de la cruz nos dé a nosotros saborear también en el silencio esta cruz que nos da el gozo, la alegría y la luz. Solamente son fecundas las almas que viven silenciosas al pie de la cruz, como María. Es decir, la fecundidad nace de adentro y nace de la cruz pascual y solamente tienen derecho a ser felices las almas que viven en la profundidad interior y en el gozo sereno de la cruz. Nosotros también nos metemos en la misma cruz, en ese pedacito de la cruz verdadera del Señor que cada uno de nosotros tiene. Yo no sé cuál es la de ustedes. No sé la mía. El Señor nos da una partecita de su misma cruz. No la cambiemos ni deseemos la cruz de los demás, ni añoremos cruces pasadas. Esta es ahora la cruz verdadera del Señor para nosotros. Y entre todos completemos lo que falta a la pasión del Señor y gritemos: Para mí no hay alegría más grande que la cruz del Señor Jesús, por quien el mundo es un crucificado para mí y yo soy un crucificado para el mundo.

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PARA REZAR EN FAMILIA Hoy te bendecimos, Padre, por muchos motivos: Porque Cristo es tu servidor fiel y compasivo, que no vino a quebrar la caña cascada ni a apagar la mecha que todavía humea, sino a liberar al oprimido; porque Él es el grano de trigo que muere en el surco en siembra fecunda que da mucho fruto para ti; porque él estableció tu Reino no por la fuerza, sino por la humillación, la afrenta y la cruz. Todo ello anticipa la primavera de la pascua y nos evoca la fragancia pascual de nuestro bautismo. Por todo esto y mucho más, ¡gracias, Señor!

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Lectura del libro del profeta Isaías 49, 1-6 ¡Escúchenme, costas lejanas, presten atención, pueblos remotos! El Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre. El hizo de mi boca una espada afilada, me ocultó a la sombra de su mano; hizo de mí una flecha punzante, me escondió en su aljaba. Él me dijo: «Tú eres mi Servidor, Israel, por ti Yo me glorificaré.» Pero yo dije: «En vano me fatigué, para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza.» Sin embargo, mi derecho está junto al Señor y mi retribución, junto a mi Dios. Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el seno materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza. El dice: «Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra.» Palabra de Dios. SALMO Sal 70, 1-4a.5-6ab.15.17 R. Mi boca anunciará tu salvación, Señor. Yo me refugio en Ti, Señor, ¡que nunca tenga que avergonzarme! Por tu justicia, líbrame y rescátame, inclina tu oído hacia mí, y sálvame. R.

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Sé para mí una roca protectora, tú que decidiste venir siempre en mi ayuda, porque tú eres mi Roca y mi fortaleza. ¡Líbrame, Dios mío, de las manos del impío! R. Porque tú, Señor, eres mi esperanza y mi seguridad desde mi juventud. En ti me apoyé desde las entrañas de mi madre; desde el seno materno fuiste mi protector. R. Mi boca anunciará incesantemente tus actos de justicia y salvación, aunque ni siquiera soy capaz de enumerarlos. Dios mío, tú me enseñaste desde mi juventud, y hasta hoy he narrado tus maravillas. R. VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Salve, Rey nuestro, obediente al Padre; fuiste llevado a la crucifixión, como un manso cordero a la matanza. EVANGELIO

Uno de ustedes me entregará... No cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 13, 21-33.36-38 Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se estremeció y manifestó claramente: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará.» Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. Uno de ellos -el discípulo al que Jesús amaba- estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: «Pregúntale a quién se refiere.» El se reclinó sobre Jesús y le preguntó: «Señor, ¿quién es?» Jesús le respondió: «Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato.» Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: «Realiza pronto lo que tienes que hacer.» Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que hace falta para la fiesta», o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche. Después que Judas salió, Jesús dijo: «Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también lo glorificará en sí mismo,

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y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero Yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: "A donde Yo voy, ustedes no pueden venir".» Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?» Jesús le respondió: «Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás.» Pedro le preguntó: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti.» Jesús le respondió: «¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces.» Palabra del Señor.

PAUTAS PARA LA LECTIO DIVINA

En contraluz con Jesús: traición y negación

Juan 13, 21-33.36-38

“Uno de vosotros me entregará...

No cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces”

De la cena en Betania pasamos a la última cena, en la cual Jesús se despide de sus discípulos. En medio de ella Jesús le ha lavado los pies a sus discípulos (evangelio del próximo jueves). La comida se interrumpe bruscamente y se da paso a tres escenas que culminan este capítulo del evangelio de Juan:

- El anuncio de la traición de Judas (13,21-30).

- Una enseñanza de Jesús sobre el sentido profundo de su pasión (13,31-33) y cómo ésta marcará la identidad de los discípulos (13,34-35; versículos que no leemos hoy).

- El anuncio de las negaciones de Pedro (13,36-38).

En el centro de todo está la persona de Jesús, quien conduce los acontecimientos que se van narrando y dice las palabras fundamentales. Por eso, es a la luz de las palabras centrales de Jesús (segunda escena) que hay que entender la contraluz que aparece tanto en Judas (primera escena: traición) como en Pedro (tercera escena: negación).

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(1) Judas se retira de la comunidad (12,21-30)

La salida de Judas de la sala está subrayada por una observación del evangelista: “Era de noche” (12,30). La indicación es negativa y alude al ambiente espiritual negativo en que se mueve el discípulo disidente: se pone al servicio del poder de las tinieblas.

Ya desde el lavatorio de los pies, Jesús había dicho que no todos estaban limpios (ver 12,10-11) aludiendo a quien le iba a entregar. Ahora, mientras continúa la cena, resulta que no todo es familiaridad en la sala: allí está Judas listo para la traición. Jesús, entonces, pone abiertamente el delicado tema.

Jesús, quien se ha sentido profundamente conmovido frente a la muerte de Lázaro (ver 12,33), también se siente conmovido frente a la perspectiva casi inmediata de su propia muerte: “se turbó en su interior y declaró...” (13,21; ver también 12,27). Jesús sabe todo, tiene control sobre todo lo que ocurre y aún así no rehuye ante la situación dolorosa personal: el terror de la muerte que ya se intuye en lo que Judas va a hacer.

Jesús no dice el nombre del traidor, pero éste se va descubriendo poco a poco. La iniciativa la toma Pedro, quien le pide al discípulo amado que le pregunte a Jesús quién es el traidor (13,23-24). El discípulo amado hace la pregunta en privado (12,25) y Jesús le responde enseñándole una contraseña: “Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar” (12,26b). Y efectivamente así lo hace (12,26b), pero curiosamente el discípulo amado no se la cuenta a Pedro, es una confidencia que el evangelista le cuenta al lector.

La contraseña dada por Jesús correspondía a la cortesía habitual del anfitrión de un banquete festivo con las personas más allegadas, se subrayaba así el vínculo que éste tenía con sus comensales. Pero Jesús le ofrece un bocado al invitado indigno. He aquí un eco del Salmo 41,10 (que había sido citado un poco antes, en Jn 13,18): “Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, el que mi pan comía, levanta contra mí su calcañar”. Jesús está dramatizando el Salmo.

Entonces Satán entra en acción (13,27ª). Su derrota ya había sido anunciada (12,31: “ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”). Signo del comienzo de la victoria sobre el mal es que es Jesús –y no Satán- quien determina el momento de su entrada en acción. La Pasión de Jesús llevará hasta sus últimas consecuencias esta confrontación.

El resto de la comunidad, excepto el discípulo amado, continúan ignorantes de lo que está pasando (13,28-29) en el momento en que Judas se pasa al lado de las fuerzas de oposición a Jesús, perdiéndose en medio de la noche (13,30).

(2) La Pasión de Jesús como revelación de la Gloria del Padre (12,31-33)

Jesús comienza una nueva enseñanza apenas sale Judas. Éste ya era un cuerpo extraño en la comunidad, las enseñanzas ya no tenían valor para él. Jesús habla ahora para quienes están dispuestos a permanecer con Él y con la comunidad. Jesús hace la revelación más grande que les puede dar sobre sí mismo y sobre la comunidad.

Notemos los contrastes: Judas salió en medio de la noche (símbolo del mal), ahora Jesús habla de “Gloria” (relacionado con luz). Judas sale como una amenaza de la vida de Jesús, Jesús por su parte se refiere ahora a la victoria de la vida (“Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre”, 13,31). Judas

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rompe la comunión con el Maestro, Jesús habla de la comunión que tratarán de mantener con él los otros discípulos (“Vosotros me buscaréis”, 13,33) y más aún de la relación profunda que sostiene con su Padre, la cual está a punto de revelarse completamente (“Dios ha sido glorificado en él... le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto”, 13,31-32). Y con qué palabras llenas de ternura ahora llama a sus discípulos: ¡Hijos míos! (13,33).

La Pasión de Jesús no es una desgracia, detrás de los oscuros acontecimientos hay una revelación: la Pasión es la revelación de la “Gloria”, esto es, de la honda relación recíproca entre el Padre y el Hijo en la cual circula la plenitud de la vida. “Gloria” es manifestación, visibilización del luminoso esplendor de esta relación que, por medio del Verbo que encarna la naturaleza humana hasta la muerte, está destinada a impregnar salvíficamente la humanidad entera.

(3) La presunción de Pedro: querer salvar al Salvador (13,36-38)

Pedro de nuevo toma la iniciativa y esta vez interpela directamente a Jesús sobre la frase: “A donde yo voy vosotros no podéis venir” (13,33). La pregunta “¿A dónde vas?” (13,36ª) implica que detrás de la muerte de Jesús hay algo más. Hasta aquí Pedro ha comprendido correctamente. Es justamente lo contrario de lo que han pensado los adversarios: se va al extranjero a evangelizar griegos (7,35), se va a suicidar (8,22).

Jesús no le responde la pregunta sino que insiste en su enseñanza inicial agregando “me seguirás más tarde” (13,36b). Jesús subraya la imposibilidad de “seguirlo ahora” (el término “seguir” aquí es importante: indica la vivencia de la Pasión en condición de discípulo). El evangelista Juan está subrayando así que para que el discípulo esté en condiciones de verdaderamente “tomar la Cruz” tendrá que ser salvado “primero” por ella. En otras palabras, sólo puede amar a la manera de Jesús (ver 13,34) quien se deje amar completamente por el Crucificado (ver 13,8: “Si no te lavo, no tienes parte conmigo”).

Entonces aparece la presunción de Pedro: “Yo daré mi vida por ti” (13,37). Aquí Pedro utiliza los mismos términos del “Buen Pastor” (ver la repetición de “dar la vida por” en 10,11-18), pero está confundiendo los roles. Pedro no ha comprendido el sentido de la Pasión. Quiere salvar al Salvador, olvida que el discípulo debe dejar ir a Jesús primero, que intentar seguir a Jesús por sí mismo es exponerse al fracaso en su seguimiento.

Paradójicamente, y a fin de cuentas, Pedro terminará negando a Jesús para poder salvar su propia vida (13,38). Su presunción será derrotada cuando agotado en el límite de sus fuerzas reconozca que Él necesitaba de esa Cruz. Entonces comenzará para él un nuevo día (canto del gallo).

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:

1. ¿Qué me dicen personalmente las frases relacionadas con Judas: “uno de vosotros”, “aquel a quien dé el bocado”, “salió... era de noche”?

2. ¿Qué me dicen personalmente las frases relacionadas con Pedro: “seguirte ahora”, “daré mi vida por ti”, “me habrás negado tres veces antes del canto del gallo”?

3. ¿Dónde está el sentido profundo de la Pasión según los términos de Jesús? ¿Qué me ofrece? ¿Qué me pide?

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REFLEXIÓN DEL CARDENAL EDUARDO F. PIRONIO De una homilía del 15 de abril de 1981

El Señor va libremente a la Pasión. Él mismo lo dice: nadie me quita la vida, la doy por mí mismo, esa es la orden que recibí de mi Padre. Toda la Pasión de Jesús, todo lo que va a ocurrir estos días es Jesús que libremente, aceptando la voluntad del Padre ha querido devolvernos la vida, liberarnos del pecado y hacernos libres. Lo vemos a Jesús, el siervo de Yahvé que va a la muerte, el cual sin embargo tiene confianza porque el Padre no lo abandona. Nosotros hacemos nuestra la Pasión de Jesús. Nosotros también tenemos que acercarnos libremente a tomar la cruz que el Señor adorablemente tiene preparada para nosotros. No hay vida cristiana sin pasar por la cruz. Empezar a vivir en Jesús por el Bautismo es empezar un camino de sufrimiento. Por

consiguiente, también para nosotros –claro, a una distancia infinita– hay una cruz, una pasión, porque el cristiano tiene que seguir al Señor. En esos momentos tenemos que recordar: si alguien quiere venir en pos de mí que se renuncie a sí mismo que tome su cruz todos los días y que me siga. Pero al mismo tiempo tener una gran confianza en la fidelidad del Señor que nunca falla. La misma cruz es la que aparece en el canto del Evangelio: “Salve, Rey nuestro, obediente al Padre, fuiste conducido a la cruz como un cordero manso es conducido al matadero”. Pero el Evangelio trae una página muy triste. Es la página de Judas. Judas el que lo vende, que lo traiciona. No nos ponemos a discutir por qué lo hizo. Lo único que nos interesa hoy es que era uno de los doce, uno de los que habían sido particularmente elegidos por el Señor, amados por el Señor. Uno a quien Jesús todavía llamará en el Huerto de los Olivos “amigo”, y sin embargo lo traiciona. La página de hoy nos recuerda esto. Jesús está sentado a la mesa y tiene una gran tristeza, lo primero que dice es esto: en verdad os digo uno de ustedes me va a entregar. Nosotros hemos sido elegidos particularmente por el Señor y le seguimos muy de cerca. Ciertamente no seríamos capaces de hacer un acto como el que hizo Judas, pero tantas cosas de nuestra vida son también infidelidades al Señor, rechazos al Señor. Evidentemente, si alguien nos ofreciera traicionar al Señor por treinta monedas no lo haríamos. Pero hay tantas otras cosas que son traicionar al Señor, que se pueden comparar con las treinta monedas. Tantos actos de codicia, tantas faltas de caridad, tantas faltas de oración que son monedas. Hoy tiene que ser el día de la reparación. Debemos tener el deseo de vivir más en caridad, siguiendo más al Cristo crucificado, preparando nuestras almas con una purificación muy honda, para poder contemplarlo. Para aprovechar estos días es necesario mucho recogimiento, mucha contemplación del Señor, mucha oración y una alegre y serena entrega al Señor. En esta Misa pedimos muy especialmente que el Señor prepare nuestros corazones para vivir los días santos y nos prepare para la Pascua.

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PARA REZAR EN FAMILIA Hoy te alabamos, Padre, y acatamos tus designios porque se acerca la hora final de Cristo en su pasión, la hora del cáliz en Getsemaní, la gloria de su cruz. Se echa encima la noche tenebrosa de la traición. Jesús se entrega; el amor es traicionado y negado. Concédenos, Señor, responder a tu amor fielmente, a pesar de nuestra innata y manifiesta debilidad Queremos demostrar con nuestra vida que el amor es amado, porque si grande es nuestro pecado, mayor es tu bondad Haz brillar pronto sobre nosotros el día de tu gloría, la pascua esplendorosa de la nueva alianza en Cristo. Amén.

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Lectura del libro del profeta Isaías 50, 4-9a El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? Palabra de Dios. SALMO Sal 68, 8-10. 21-22. 31. 33-34 R. En el momento favorable, respóndeme, Dios mío, por tu gran amor. Por ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro; me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre: porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian. R. La vergüenza me destroza el corazón, y no tengo remedio. Espero compasión y no la encuentro, en vano busco un consuelo: pusieron veneno en mi comida, y cuando tuve sed me dieron vinagre. R. Así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias; que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor: porque el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos. R.

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VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Salve, Rey nuestro, sólo tú te has compadecido de nuestros errores. O bien: Salve, Rey nuestro, obediente al Padre, fuiste llevado a la crucifixión, como un manso cordero a la matanza. EVANGELIO

El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero, ¡ay de aquel por quien será entregado!

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 26, 14-25 Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: «¿Cuánto me darán si se lo entrego?» Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?» El respondió: «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: "El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos".» Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará.» Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: «¿Seré yo, Señor?» El respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!» Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: «¿Seré yo, Maestro?» «Tú lo has dicho», le respondió Jesús. Palabra del Señor.

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PAUTAS PARA LA LECTIO DIVINA

El precio de una traición

Mateo 26, 14-25

“¿Acaso soy yo, Señor?”

El evangelio de hoy enfatiza el tema de la traición de Judas, según la versión del evangelista Mateo.

También aquí en tres escenas seguidas aparece la progresiva entrada en la Pasión:

- El pacto comercial de Judas con los sumos sacerdotes para realizar la entrega de Jesús (26,14-16).

- La preparación de la cena pascual (26,17-19).

- El comienzo de la cena, en cuyo contexto Jesús desvela la identidad del traidor (26,20-25).

(1) La entrega de Jesús es pactada por el precio de un esclavo (26,14-16)

El pacto entre Judas y los sumos sacerdotes le da impulso al macabro plan que llevará al arresto de Jesús y finalmente a su muerte.

Todo empieza con un fuerte contraste. Según Mateo, justo en el momento en que la mujer unge con amor el cuerpo de Jesús para la sepultura (26,6-13), Judas Iscariote parte donde los sumos sacerdotes con el fin contratar la traición de Jesús.

Con la anotación “uno de los Doce” (26,14), se pone en evidencia el escándalo. Mateo muestra el lado oscuro del seguimiento de Jesús, el traidor potencial en que puede transformarse todo creyente que se encuentre frente a un momento crítico.

En el diálogo de Judas con los sumos sacerdotes se denuncia que el dinero era una de las motivaciones de la traición: “¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?” (26,15ª). Mateo da un ejemplo concreto del poder corruptor de la riqueza. Precisamente sobre este punto los discípulos habían sido instruidos en el Sermón de la Montaña (ver 6,19-21.24). Una ilustración de la importancia del tema para el discipulado fue la escena del joven rico y las palabras de Jesús que le siguieron (ver 19,23). Por lo tanto, los discípulos no deben andar preocupados por los bienes materiales, ante todo deben buscar “primero su Reino y su justicia” (6,34).

La avidez de Judas por el dinero lo lleva a abandonar el único tesoro por el cual valía la pena dar la vida. Así, guiado por sus propias motivaciones, Judas toma una decisión libre: rechaza el Evangelio y escoge el dinero; esto lo conducirá a un destino terrible (ver el v.24).

Recibe en contraparte “treinta monedas de plata” (26,15b). Se evoca así un texto de Zacarías que dice: “‘Si os parece bien, dadme mi jornal; si no, dejadlo’. Ellos pesaron mi jornal: treinta monedas de plata” (Zc 11,12). Según Éxodo 21,32, éste es el precio de un esclavo. En el texto de Zacarías se indica que se trata de una suma mezquina que se volverá a colocar en el tesoro del Templo (ver más adelante en Mt 27,9-10). Detrás de todo está la convicción fundamental de Mateo: la

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traición de Judas y su muerte parecen ser el triunfo del mal, mientras que misteriosamente hacen parte del gran designio de la salvación de Dios, ya que la Palabra de Dios se está realizando.

Judas sigue dando los pasos necesarios para consumar su traición: “andaba buscando una oportunidad para entregarle” (26,16b). La “oportunidad” que aquí se habla tiene que ver con la frase que Jesús va a decir más adelante: “Mi tiempo está cerca”. Casi irónicamente Jesús y Judas buscan el mismo “tiempo” (kairós): la entrega del Hijo del hombre en las manos de los pecadores. Judas lo hace para ganarse treinta monedas de plata, mientras que Jesús lo hace para dar la vida por la salvación de la humanidad.

(2) La preparación de la cena pascual (26,17-35)

Estamos ya en la vigilia de la Pascua, “el primer día de los Ázimos” (26,17ª). El jueves, durante el día todas las famitas hebreas botaban a la basura el pan con levadura, para celebrar como se debía la Pascua, con pan sin levadura (como lo manda Éxodo 12,15). La verdadera fiesta empezaba al atardecer.

El evangelio se concentra en las palabras decididas de Jesús y en la obediencia inmediata de los discípulos. Hay un fuerte sentido de autoridad en las palabras de Jesús: “En tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos” (26,18).

El énfasis recae en dos frases:

- “Mi tiempo está cerca” (26,18). En la muerte de Jesús irrumpe el nuevo tiempo de la salvación (ver 13,40). Por eso su carácter determinante: anticipa el final de la historia, cuando se decidirá el destino humano.

- “Con mis discípulos”, ya que en todo lo que está a punto de suceder estará comprometido el vínculo entre Jesús y sus discípulos.

La “pascua”, la fiesta hebrea de la liberación, da el horizonte para interpretar el significado de la muerte y resurrección de Jesús y también el nuevo horizonte de vida que de allí se desprende para los discípulos.

(3) El desvelamiento de la identidad del traidor (26,20-25)

El sol se acaba de ocultar y comienza el ritual de la cena pascual (26,20). Se trata de una fiesta de alegría, pero para Jesús y sus discípulos el momento solemne del banquete resulta inserto en un doloroso contexto de traición. El evangelista hace sonar enseguida la nota aguda de la Pasión: “Uno de de vosotros me entregará” (26,21).

En el relato, la tensión va aumentando poco a poco hasta que revienta la confrontación final entre Jesús y Judas en el versículo final (26,25):

- Cuando los discípulos escuchan la profecía tremenda de Jesús, se llenan de miedo y comienzan a preguntar: “¿Acaso soy yo, Señor?” (26,22). La indicación “uno por uno” invita al lector a hacerse la misma pregunta.

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- Jesús les responde dando una indicación precisa (26,23). Sus palabras ponen de relieve la tragedia de la traición: él viola el vínculo de amistad y de confianza que Jesús celebra con sus discípulos. Es el extremo pecado (“¡Ay de aquel!”; 26,24).

- Cuando Judas hace la pregunta, el evangelista cambia la palabra “Señor” (que habían dicho los anteriores) por la palabra “Rabbí” (26,25a; término que en Mateo tiene un matiz negativo). Se pone en evidencia el contraste entre las palabras de Judas y la fe absoluta y confiada de los otros discípulos en Jesús. Llamándolo “Rabbí”, Judas se dirige a Jesús como lo hacían los enemigos, sin reconocer la verdadera identidad de su Maestro.

Así emerge el rostro del traidor. En su pregunta hipócrita Judas aparece definitivamente como un discípulo perdido. Sus palabras revelan su voluntad de hacer eliminar a Jesús y destruir así el sentido profundo de su propia vida. La respuesta final de Jesús (ver 26,25b) no hará sino confirmar lo que proviene de su libre decisión.

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:

1. ¿Qué motivó la traición de Judas? ¿Cómo se sigue repitiendo hoy su gesto infame?

2. ¿He hecho los preparativos para comenzar mañana la celebración de la Pascua? ¿Qué me falta hacer?

3. ¿Cómo se relaciona Judas con Jesús? ¿Qué me invita a revisar en mi relación con Jesús?

REFLEXIÓN DEL CARDENAL EDUARDO F. PIRONIO De una homilía del 3 de abril de 1985

Estamos a las puertas del Triduo Sacro. Mañana comenzará la celebración del Misterio Pascual con la bendición de los óleos por la mañana –la Misa de la unidad eclesial–, la Cena del Señor por la tarde, luego el Viernes de la Pasión del Señor, el sábado del silencio y el Domingo de la Pascua, la Resurrección y la vida del Señor. Son días que exigen de nosotros particular recogimiento interior. Pedirle al Señor que nos haga vivir intensamente el Misterio Pascual, con todo lo que supone de desprendimiento y de entrega, de pobreza y de inmolación, de cruz y de esperanza. Que vivamos intensamente la Pasión del Señor como decía hermosamente la oración de ayer, en la versión italiana: que vivamos intensamente la Pasión del Señor a fin de poder gustar la dulzura del perdón. Entretanto, la Liturgia nos propone durante estos días la figura del siervo sufriente del Señor.

Todos estos días hemos estado leyendo los cánticos del siervo de Yahvé: el lunes, el martes, hoy y acabaremos el viernes con el cuarto canto. Es la misma imagen que nos presenta San Pablo en la segunda lectura del domingo pasado: siendo Dios, se anonadó, se despojó de sí mismo, se hizo

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hombre, se hizo siervo, obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Y por eso el Padre lo exaltó dándole un nombre superior a todo nombre. Ahí está todo el misterio del anonadamiento y de la exaltación, de la muerte y la glorificación de Jesús. Ahí está el Misterio Pascual. Para nosotros, particularmente para mí sacerdote la meditación de los cuatro cantos del siervo de Yahvé es central porque ahí se inspira nuestra propia espiritualidad y nuestra actitud de inmolación. El tercer canto que es el que acabamos de leer ahora dice: el Señor me ha dado una lengua de discípulo para que yo sepa decir una palabra de aliento al que está desalentado, al que ha perdido la confianza. El Señor me ha dado una lengua de discípulo. ¿Qué quiere decir una lengua de discípulo? Alguien que sabe escuchar, alguien que necesita estar en silencio y en oración para poder decir después a los demás una palabra de aliento. Y esto está muy dentro de nuestra vocación, de la de ustedes y de la mía, como sacerdote, cuya vocación como la de María es acoger la Palabra, engendrarla adentro y poder decirle una palabra de aliento al desalentado. Cada mañana el Señor me abre el oído para que yo escuche como un discípulo, como un iniciado. Es una característica de nuestra vocación. El silencio, la oración, la contemplación, la actitud de escuchar la Palabra del Señor para poder decir algo a los demás. Otra actitud es el sufrimiento, la cruz. Está muy dentro de nuestra vocación. Ese poema que leíamos el domingo en la segunda lectura de Pablo: se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz, tiene que estar en nuestro camino de servidores del Señor, de servidores de los demás. Pasar necesariamente por la cruz para poder llegar a la gloria. He presentado mi espalda a los que me flagelaban, a aquellos que querían arrancarme la barba, no he querido sacar mi cara de los insultos, de los salivazos. Es decir la cruz, la cruz. Y sobre todo en el cuarto cántico, el que vamos a leer el viernes por la tarde, aparece una descripción en Isaías de todo lo que pasó en la Pasión del Señor. Cómo fue golpeado por nuestros pecados, cómo Él cargó con todas nuestras dolencias, con todos nuestros sufrimientos. Si queremos ser verdaderos siervos tenemos que pasar necesariamente por la cruz pascual del Señor, una cruz que nos lleva a la resurrección y a la fecundidad de nuestra vida. Pero un tercer elemento que aparece siempre en el siervo es la seguridad de que Dios, el Padre está allí, está muy cerca. El Señor Dios me asiste, por eso yo no me abato, no me confundo. Por eso puedo yo poner mi cara dura como una piedra sabiendo que no quedaré confundido. Está muy cerca el que hace justicia. ¿Quién podrá pelear contra mí? Y en otras partes están esas hermosísimas expresiones que dicen: este es mi siervo a quien yo sostengo, Él me llamó por mi nombre cuando estaba en el seno de mi madre, me tomó por la mano, me esconde en el hueco de su mano, eso lo leíamos ayer. O sea, dentro de la cruz y del sufrimiento la seguridad de que Dios nos guarda como en el hueco de la mano, que nos va llevando de la mano, que nos sostiene, que nos nombra. Yo creo que la Semana Santa, estos días sobre todo, el Misterio Pascual, son jornadas estupendas para renovar nuestra vocación, nuestra vocación de siervos, servidores. Lo vamos a hacer, le pedimos a nuestra Señora, la humilde servidora del Señor, que nos ayude a vivir intensamente estos días. Que nos dé a nosotros también lengua de discípulos, que podamos escuchar en el silencio contemplativo la

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palabra que hemos de decir después como aliento a los demás, que nos dé serenidad y fortaleza cuando el Señor nos pide la cruz, cuando el Señor nos regala con el don de la cruz. Y que sobre todo experimentemos siempre el amor del Padre: Él está cerca, Él está dentro, Él nos ha formado, Él nos ha nombrado, Él nos llamó, Él nos sostiene, Él nos guarda en el hueco de su mano. PARA REZAR EN FAMILIA Te glorificamos, Padre, porque en su pasión Cristo inauguró un mundo nuevo, cuyo signo es su sangre vertida; éste es el vino nuevo del banquete del reino de Dios. Jesús no hizo alarde de su categoría divina ni exigió su derecho a ser tratado como lo que era, sino que adoptó la condición de servidor de todos, hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz. Por todo ello, Padre, glorificaste a tu Hijo resucitándolo del sepulcro y dándole el nombre más sublime; de suerte que toda rodilla se doble ante él, y toda lengua proclame en todas partes: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.

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CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE EL TRIDUO PASCUAL

1 de abril de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Mañana es Jueves santo. Por la tarde, con la santa misa «de la Cena del Señor», tendrá inicio el Triduo pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que es el ápice de todo el año litúrgico y también el ápice de nuestra vida cristiana.

El Triduo se abre con la conmemoración de la última Cena. Jesús, la víspera de su pasión, ofreció al Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino y, entregándolo como alimento a los Apóstoles, les mandó perpetuar esta entrega en su memoria. El Evangelio de esta celebración, al recordar el lavatorio de los pies, expresa el mismo significado de la Eucaristía bajo otra perspectiva. Jesús —como un siervo— lava los pies de Simón Pedro y de los otros once discípulos (cf. Jn 13, 4-5). Con este gesto profético, Él expresa el sentido de su vida y de su pasión, como servicio a Dios y a los hermanos: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10, 45).

Esto sucede también en nuestro Bautismo, cuando la gracia de Dios nos limpia del pecado y nos revestimos de Cristo (cf. Col 3, 10). Esto sucede cada vez que celebramos el memorial del Señor en la Eucaristía: entramos en comunión con Cristo Siervo para obedecer a su mandamiento de amarnos como Él nos ha amado (cf. Jn 13, 34; 15, 12). Si nos acercamos a la santa Comunión sin estar sinceramente dispuestos a lavarnos los pies los unos a los otros, no reconocemos el Cuerpo del Señor. Es el servicio de Jesús que se se dona a sí mismo, totalmente.

Luego, pasado mañana, en la liturgia del Viernes santo meditamos el misterio de la muerte de Cristo y adoramos la Cruz. En los últimos instantes de vida, antes de entregar el espíritu al Padre, Jesús dijo: «Está cumplido» (Jn 19, 30). ¿Qué significan estas palabras?, que Jesús diga: «Está cumplido»? Significa que la obra de la salvación está cumplida, que todas las Escrituras encuentran su plena realización en el amor del Cristo, Cordero inmolado. Jesús, con su Sacrificio, transformó la más grande iniquidad en el más grande amor.

A lo largo de los siglos encontramos hombres y mujeres que con el testimonio de su vida reflejan un rayo de este amor perfecto, pleno, incontaminado. Me gusta recordar un heroico testigo de nuestros días, don Andrea Santoro, sacerdote de la diócesis de Roma y misionero en Turquía. Algunos días antes de ser asesinado en Trebisonda, escribía: «Estoy aquí para vivir en medio de esta gente y permitir a Jesús que lo haga prestándole mi carne... Se llega a ser capaces de salvación sólo ofreciendo la propia carne. El mal del mundo se debe cargar y el dolor se debe compartir, absorbiéndolo en la propia carne hasta las últimas consecuencias, como lo hizo Jesús» (A. Polselli, Don Andrea Santoro, le eredità, Città Nuova, Roma 2008, p. 31). Que este ejemplo de un hombre de nuestro tiempo, y muchos otros, nos sostengan al ofrecer nuestra vida como don de amor a los hermanos, a imitación de Jesús. Y también hoy hay muchos hombres y mujeres, auténticos mártires que ofrecen su vida con Jesús para confesar la fe, sólo por este motivo. Es un servicio, servicio del

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testimonio cristiano hasta la sangre, servicio que nos ofreció Cristo: nos ha redimido hasta el final. Y este es el significado de esa palabra «Está cumplido». Qué bello será si todos nosotros, al final de nuestra vida, con nuestros errores, nuestros pecados, también con nuestras buenas obras, con nuestro amor al prójimo, pudiéremos decir al Padre como Jesús: «Está cumplido»; no con la perfección con la que lo dijo Él, pero decir: «Señor, hice todo lo que pude hacer. Está cumplido». Adorando la Cruz, mirando a Jesús, pensemos en el amor, en el servicio, en nuestra vida, en los mártires cristianos, y también nos hará bien pensar en el final de nuestra vida. Ninguno de nosotros sabe cuándo sucederá esto, pero podemos pedir la gracia de decir: «Padre, hice lo que pude. Está cumplido».

El Sábado santo es el día en el que la Iglesia contempla el «reposo» de Cristo en la tumba tras el victorioso combate de la cruz. El Sábado santo la Iglesia, una vez más, se identifica con María: toda su fe está recogida en ella, la primera y perfecta discípula, la primera y perfecta creyente. En la oscuridad que envuelve a la creación, ella permanece sola al mantener encendida la llama de la fe, esperando contra toda esperanza (cf. Rm 4, 18) en la Resurrección de Jesús.

Y en la gran Vigilia pascual, donde resuena nuevamente el Alleluia, celebramos a Cristo Resucitado centro y fin del cosmos y de la historia; velamos llenos de esperanza esperando su regreso, cuando la Pascua tendrá su plena manifestación.

A veces la oscuridad de la noche parece penetrar el alma; a veces pensamos: «ya no hay nada que hacer», y el corazón ya no encuentra la fuerza para amar... Pero precisamente en esa oscuridad Cristo enciende el fuego del amor de Dios: un resplandor rompe la oscuridad y anuncia un nuevo inicio, algo comienza en la oscuridad más profunda. Nosotros sabemos que la noche es «más noche», es más oscura poco antes de que comience el día. Pero precisamente en esa oscuridad está Cristo que vence y enciende el fuego del amor. La piedra del dolor fue removida dejando espacio a la esperanza. He aquí el gran misterio de la Pascua. En esta santa noche la Iglesia nos entrega la luz del Resucitado, para que en nosotros no esté la nostalgia de quien dice «a estas alturas...», sino la esperanza de quien se abre a un presente lleno de futuro: Cristo venció la muerte, y nosotros con Él. Nuestra vida no acaba ante la piedra de un sepulcro, nuestra vida va más allá con la esperanza en Cristo que resucitó precisamente de ese sepulcro. Como cristianos estamos llamados a ser centinelas de la mañana, que saben distinguir los signos del Resucitado, como lo hicieron las mujeres y los discípulos que corrieron al sepulcro al alba del primer día de la semana.

Queridos hermanos y hermanas, en estos días del Triduo santo no nos limitemos a conmemorar la pasión del Señor, sino que entremos en el misterio, hagamos nuestros sus sentimientos, sus actitudes, como nos invita a hacer el apóstol Pablo: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» ( Flp 2, 5). Entonces nuestra Pascua será una «feliz Pascua».

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MISA VESPERTINA DE LA CENA DEL SEÑOR

Prescripciones sobre la cena pascual

Lectura del libro del Éxodo 12, 1-8.11-14 El Señor dijo a Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto: «Este mes será para ustedes el mes inicial, el primero de los meses del año. Digan a toda la comunidad de Israel: "El diez de este mes, consíganse cada uno un animal del ganado menor, uno para cada familia. Si la familia es demasiado reducida para consumir un animal entero, se unirá con la del vecino que viva más cerca de su casa. En la elección del animal tengan en cuenta, además del número de comensales, lo que cada uno come habitualmente. Elijan un animal sin ningún defecto, macho y de un año; podrá ser cordero o cabrito. Deberán guardarlo hasta el catorce de este mes, y a la hora del crepúsculo, lo inmolará toda la asamblea de la comunidad de Israel. Después tomarán un poco de su sangre, y marcarán con ella los dos postes y el dintel de la puerta de las casas donde lo coman. Y esa misma noche comerán la carne asada al fuego, con panes sin levadura y verduras amargas. Deberán comerlo así: ceñidos con un cinturón, calzados con sandalias y con el bastón en la mano. Y

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lo comerán rápidamente: es la Pascua del Señor. Esa noche yo pasaré por el país de Egipto para exterminar a todos sus primogénitos, tanto hombres como animales, y daré un justo escarmiento a los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre les servirá de señal para indicar las casas donde ustedes estén. Al verla, yo pasaré de largo, y así ustedes se librarán del golpe del Exterminador, cuando yo castigue al país de Egipto. Este será para ustedes un día memorable y deberán solemnizarlo con una fiesta en honor del Señor. Lo celebrarán a lo largo de las generaciones como una institución perpetua."» Palabra de Dios. SALMO Sal 115, 12-13. 15-16bc. 17-18 R. El cáliz que bendecimos es la comunión de la Sangre de Cristo. ¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor. R. ¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos! Yo, Señor, soy tu servidor, tu servidor, lo mismo que mi madre: por eso rompiste mis cadenas. R. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor, en presencia de todo su pueblo. R.

Siempre que comáis este pan y bebáis este cáliz, proclamaréis la muerte del Señor

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 11, 23-26 Hermanos: Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.» De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memora mía.» Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. Palabra de Dios.

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VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Jn 13, 34 Dice el Señor: Les doy un mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. EVANGELIO

Los amó hasta el fin

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 13, 1-15 Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?» Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás.» «No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!» Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte.» «Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!» Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos.» El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios.» Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.» Palabra del Señor.

PAUTAS PARA LA LECTIO DIVINA

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Lavatorio de los pies: el camino de la comunión con Jesús

Juan 13, 1-15

“Los amó hasta el extremo”

Entremos en el Triduo Pascual

Con la celebración vespertina llamada “Misa en la Cena del Señor”, evocamos y hacemos presente la última cena de Jesús con sus discípulos antes de su Pasión. Así entramos en el corazón del año litúrgico, que es el gran Triduo Pascual.

Precisamente el triduo pascual se coloca en el centro del año litúrgico por su función de “memorial” de los eventos que caracterizan la Pascua “cristiana”. Como la comunidad de Israel, también la Iglesia mantiene viva la memoria de la misericordia de Dios que “pasa” continuamente por su historia y refunda su existencia como “pueblo de Dios” con base en esta perenne voluntad de reconciliación.

El centro de este “memorial” es el Misterio Pascual, la muerte y resurrección de Jesús. En la muerte de Jesús, Dios ha asumido la naturaleza humana hasta la muerte, “hasta la muerte de Cruz” (Filipenses 2,8). A través de ella, Jesús “se convirtió en causa de salvación eterna para todos aquellos que le obedecen” (Hebreos 5,9; idea importante del Viernes Santo). De hecho, la cruz de Jesús no se puede separar de la resurrección, fundamento de nuestra esperanza. Y este es nuestro futuro: “Sepultados... en su muerte, para que también nosotros vivamos una vida nueva” (Romanos 6,4; idea central de la Vigilia Pascual).

Todo esto se recoge en la gran Eucaristía que se celebra entre hoy y el Domingo de Pascua. Hoy hacemos “memoria” de aquella primera Eucaristía que Jesús celebró y al mismo tiempo la actualizamos como recuerdo del pasado, como presencia en el hoy de nuestras comunidades, al mismo tiempo de esperanza y profecía para el futuro.

El cuerpo y la sangre eucarísticos de Jesús nos asegura su presencia a lo largo de la historia. Es Jesús mismo quien establece de manera concreta, en la Eucaristía, la permanencia visible y misteriosa de su muerte en la Cruz por nosotros, de su supremo amor por la humanidad, de su venida continua dentro de nosotros para salvarnos y santificarnos. Es así como en cada celebración su corazón, traspasado por la lanza, sea abre para derramar el Espíritu Santo sobre la Iglesia y el mundo.

Para profundizar en esto, se nos propone leer hoy el relato del “lavatorio de los pies” (Juan 13,1-15). Notemos que en la última cena, el evangelista Juan no habla de la institución de la Eucaristía (que se encuentra ampliamente tratada en el discurso del “Pan de Vida” en Jn 6). Juan prefiere colocar aquí un gesto que indica el significado último de la Eucaristía, como acto de amor extremo de Jesús por los suyos, manifestación de un servicio pleno hacia los discípulos.

(1) Introducción: la hora del amor supremo (13,1)

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La última parte del evangelio de Juan (13-21) se abre con una introducción solemne: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (13,1).

El evangelista Juan nos ayuda a recorrer atentamente el último día de Jesús con sus discípulos. Así nos hace comprender que efectivamente ha llegado la “hora” tan esperada por Jesús, la “hora” ardientemente deseada, cuidadosamente preparada, frecuentemente anunciada (ver 12,27-28). Es la “hora” en que manifiesta su amor infinito entregándose a quien lo traiciona, en el don supremo de su libertad.

Dos aspectos se ponen de relieve:

- Esta es la hora en que Jesús regresa a la casa del Padre: “había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre”. Él conoce el camino y la meta.

- Esta es la hora en la que Jesús da la máxima prueba de su amor: “los amó hasta el extremo”.

Juan señala que el amor de Jesús viene de Dios y es, por lo tanto, un amor gratuito y total. La cruz de Jesús será la manifestación de este amor divino, afecto supremo que ama hasta las últimas consecuencias, hasta el extremo de sus fuerzas.

El marco es el de la Pascua hebrea: “Antes de la fiesta de la Pascua”. En ella el pueblo de Israel celebra con gratitud los beneficios de Dios, quien lo liberó de la esclavitud y lo hizo su pueblo. Jesús lleva a su cumplimiento esta liberación, arrancando al hombre de la esclavitud del pecado y de la muerte y dándole la comunión plena con Dios.

El gesto simbólico del lavatorio de los pies muestra la significación de la entrega de su vida y el valor ejemplar que ésta tiene para todo discípulo.

(2) El lavatorio de los pies (13,2-5)

El episodio del lavatorio de los pies es un “signo” que revela un misterio mucho más grande que lo que una primera lectura inmediata puede sugerir.

El gesto contiene una catequesis bautismal y al mismo tiempo una enseñanza sobre la humildad, una ilustración eficaz del mandamiento del amor fraterno a la manera de Jesús: el amor que acepta morir para ser fecundo.

“Durante la cena” (13,2ª). En la cena, donde el vivir en comunión encuentra su mejor expresión, pesa la sombra de la traición que rompe la amistad. Pero mientras el traidor se mueve orientado por el diablo (13,2b), Jesús lo hace dejándose determinar por Dios (13,3). Lo que Jesús ha hecho y va a hacer, proviene de su comunión con Dios. Ahí radica la libertad que hará que la muerte que le aguarda sea realmente un don de amor por los suyos y por los hijos de Dios dispersos.

“El Padre le había puesto todo en sus manos” (13,3ª). El amor del pastor (10,28-29) protegerá los discípulos de un mundo que quisiera poder arrancarlos de la comunión de vida con su Maestro. Y aunque ellos lo traicionen, Jesús reforzará los vínculos con ellos y les ofrecerá un perdón pleno. Por lo tanto, lavar los pies constituye una promesa de aquel perdón que el Crucificado le ofrecerá a los discípulos en la tarde del día de la resurrección (ver Jn 20,19ss).

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“Y se puso a lavar los pies de los discípulos”. Notemos en el v.4 los movimientos de Jesús. Para demostrar su amor: (a) se levanta de la mesa, (b) se quita los vestidos (el manto), (c) se amarra una toalla alrededor de la cintura, (d) echa agua en un recipiente, (e) le lava los pies a los discípulos y (f) se los seca con la toalla que lleva en la cintura.

El lavatorio de los pies está enmarcado por el “quitarse” (13,4) y “volver a ponerse” los vestidos (13,12). Este movimiento nos reenvía al gesto del Buen Pastor de las ovejas, quien se despoja de su propia vida para dársela a sus ovejas. De hecho, se puede notar que los verbos que se usan en el texto son los mismos verbos que se utilizan en el capítulo del Buen Pastor, cuando se dice que “ofrece su propia vida” y “la retoma” (ver Jn 10,18).

El despojo del manto y del amarrarse la toalla son, por lo tanto, una evocación del misterio de la Pasión y de la Resurrección, que el lavatorio de los pies hace presente de manera simbólica. Jesús se comporta como un servidor (a la manera de un esclavo) de la mesa ya que su muerte es precisamente eso: un acto de servicio por la humanidad.

Así llegamos a entender que el lavatorio de los pies sustituye el de la institución de la Eucaristía precisamente porque explica lo que sucede en el Calvario. En el lavatorio de los pies contemplamos la manifestación del Amor Trinitario en Jesús que se humilla, que se pone al alcance y a disposición de todo hombre, revelándonos así que Dios es humilde y manifiesta su omnipotencia y su suprema libertad en la aparente debilidad.

(3) El diálogo con Pedro (13,6-11)

La reacción de Pedro no tarda. En el evangelio de Juan, Pedro representa al discípulo que tiene dificultad para entender la lógica de amor de su Maestro y para dejarse conducir con docilidad por la voluntad de su Señor.

Pedro no puede aceptar la humildad de su Maestro: se trata de un acto de servicio que, según él, no está a la altura de la dignidad de su Maestro (13,6). En la cultura antigua los pies representan el extremo de la impureza, por eso lavar los pies era una acción que solo podían realizar los esclavos. Pedro se escandaliza de lo que Jesús está haciendo y dicho escándalo pone en evidencia la distancia entre su modo de ver las cosas y el modo como Jesús las ve.

Jesús entonces le explica a Pedro que él ahora no puede comprender lo que está haciendo por él, pero en sus palabras le hace una promesa: “¡Lo comprenderás más tarde!” (13,7). A la luz de la Pascua no se escandalizará más por todo lo que el Señor hizo por él y por los otros discípulos. Más bien, aquel gesto constituirá un comentario brillante al misterio de amor “purificador” de la Pasión: amor que los hace capaces de amor en la perfecta unión con Dios (13,8-11). De esta forma se podrá tomar parte en su propio destino.

(4) El valor ejemplar del gesto de Jesús (13,12-15)

Los vv. 12 a 15 hacen la aplicación del lavatorio de los pies a la vida de los discípulos, para sugerir el estilo de la comunidad de los verdaderos discípulos: cómo debemos comportarnos los unos con los otros (ver 13,12).

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Precisamente aquél que es el “Señor y el Maestro” (13,13) se ha hecho siervo por nosotros y por tanto la comunidad de los discípulos está llamada a continuar esta praxis de humillación en los servicios –a veces despreciables a los ojos del mundo- para dar vida en abundancia a los humillados de la tierra.

Este estilo de vida estará marcado por la reciprocidad, irá siempre en doble dirección, ya que se trata de estar disponibles para hacerse siervos de los hermanos por amor, pero también para saber acoger con sencillez, gratitud y alegría los servicios que otros hacen por nosotros.

Juan subraya que tal servicio será un “lavarse los pies unos a otros” (13,14); en otras palabras consistirá en aceptar los límites, los defectos, las ofensas del hermano y al mismo tiempo que se reconocen los propios límites y las ofensas a los hermanos.

En fin, retengamos la doble lección:

Sólo del reconocimiento del gran amor con el cual hemos sido amados podremos madurar nuevas actitudes de perdón y de servicio con todos los que nos rodean. Por lo tanto, dejémonos aferrar por el amor de Cristo para que nazca de nuestro corazón una caridad y una alabanza sincera.

Jesús pide que lo imitemos para que a través de los servicios humildes de amor a los hermanos podamos transformar el mundo y ofrecerlo al Padre en unión con su ofrenda en la Cruz. Ésa es la raíz de la sacerdotalidad.

Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:

1. ¿Qué relación hay entre el gesto del lavado de los pies, la Eucaristía y la muerte de Jesús en la Cruz?

2. ¿Por qué Pedro no quería dejarse lavar los pies? ¿Qué le enseña Jesús? ¿Qué relación tiene con el bautismo?

3. ¿Qué servicios concretos me está pidiendo Jesús en esta etapa de mi vida? ¿Estoy disponible con libertad de corazón o estoy resistiendo?

4. ¿Qué gestos concretos de amor humilde y servicial podría hacer hoy o en estos días para aliviar el dolor de mis hermanos que sufren y para dar repuesta a sus necesidades?

REFLEXIÓN DEL CARDENAL EDUARDO F. PIRONIO De una homilía del Jueves Santo en la Parroquia Nuestra Señora de la Victoria, La Plata, 1971

“Este es mi mandamiento nuevo: ámense los unos a otros como Yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por el

amigo.”Jn 15,12 “Tomen y coman: Este es mi Cuerpo”. Muy queridos hermanos míos en el Señor:

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Estamos congregados por el Espíritu en el nombre del Señor Jesús, para conmemorar la Cena del Señor. Tenemos seguridad, carísimos hermanos, en una presencia misteriosa y muy honda, una presencia de amor de Cristo, ya, en medio de nosotros. El sacerdote que ha proclamado el Evangelio les ha asegurado a ustedes “el Señor está con ustedes”. Es esa presencia que asegura habernos congregado como una sola familia, un solo corazón y una sola alma para recibir en silencio la mismísima Palabra del Señor. Y yo quisiera que fuera ella, la Palabra del Señor, la que ahora continuara hablándonos, que nos iluminara por dentro, que nos quemara para purificarnos y que nos cambiara. Nos ha hablado la Palabra del Señor. Nos hemos congregado en familia para comprometernos con ella, con esa misma Palabra, a realizarla después en lo cotidiano, en lo simple, en lo de cada rato, en casa, en el trabajo y en la calle. Porque la Palabra de Dios exige ser recibida en el silencio y en la pobreza, como María, ser realizada después en total y plena disponibilidad, porque eso es ser cristiano. Nos hemos congregado esta tarde, mis queridos hermanos, en la mismísima tarde de la celebración de la Institución de la Eucaristía, de la Institución del Misterio Sacerdotal, de la entrega de un mandamiento de Amor. Debió ser así, una tarde como esta, aquella en la cual Jesús se reunió con sus discípulos. Les dijo: Tomen, coman, esto es mi Cuerpo que será entregado por ustedes; esta es mi Sangre que será derramada por ustedes. Debió ser una tarde así, una tarde así en la cual el Señor les dijo: hagan esto en memoria mía hasta el final, hasta que yo vuelva. Proclamen siempre la muerte del Señor hasta que yo vuelva. Debió ser una tarde así cuando les dijo a los discípulos: ámense los unos a los otros como Yo los he amado. Y yo me pregunto si después de veinte siglos nosotros hemos comido verdaderamente el Cuerpo del Señor y bebido su Sangre. Porque el mundo tendría que ser distinto si los cristianos hubiésemos comido de veras el Cuerpo y bebido la Sangre del Señor. Yo me pregunto si ahora, en 1971, comprendemos que el mandamiento del Señor tiene todavía vigencia y que a nosotros los cristianos nos ha comprometido a amar de veras, amar perdonando, a amar comprendiendo, a amar sirviendo. El Evangelio de hoy comenzó haciendo referencia a la hora de Jesús. Dice que sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre. Era la hora misteriosa de la cual había hablado tantas veces el Apóstol Juan; la hora marcada por el Padre para la redención de los hombres; la hora en que se iba a producir la unidad del mundo; la hora en que iban a dejar de ser dos pueblos, para hacerse en la unidad del hombre nuevo de Cristo, el Señor Resucitado, el solo Pueblo de Dios; la hora en que se iba a hacer la unidad muy profunda de los hombres enemistados, lejanos, y ahora volvían al Padre; la hora del amor, la hora de la unidad. Yo quisiera mis hermanos, que comprendiéramos que también nosotros tenemos una hora, y que esta hora es la nuestra, que tenemos que comprenderla bien, que tenemos que amarla con intensidad y que tenemos que vivirla con generosidad. ¡Esta hora nuestra! Esta hora nuestra así como se da; esta hora nuestra con todos sus riesgos y oscuridades, también con todas sus posibilidades y esperanzas; esta hora tan difícil y dura; esta hora tan rica y tan llena de Dios. Esta hora en la cual el Señor me está pidiendo absolutamente todo, a mí, cristiano. Y es en esta hora donde yo voy a celebrar otra vez la Pascua con Jesús. Es en esta hora donde yo recojo ahora la Palabra de Jesús: que tengo que amar a mis hermanos. Es en esta hora que yo advierto que mi fe no es únicamente para proclamarla en la iglesia, en el templo, sino para vivirla en lo

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cotidiano, en lo simple y con todos los hombres. Es esta la hora que yo tengo que aprender que es necesario morir, despojarme, desprenderme para servir de veras a nuestros hermanos. Quisiera que comprendiéramos esta hora. Les decía que es una hora muy difícil pero al mismo tiempo muy rica, muy llena de la presencia de Dios. El Espíritu de Dios está moviendo a las almas y comprometiéndolas a que vivan sencillamente, pero con intensidad, su cristianismo. Es la hora en que pareciera que todo se quiebra y se despedaza, en que pareciera que el amor mismo ha muerto entre los hombres, en que la injusticia se ha apoderado del corazón de los mortales. Es en esta hora donde yo, cristiano, tengo que poner un poco más de la Luz de la Verdad. Esta hora en la cual yo tengo que plantar la justicia y ser realmente hacedor de la paz en la justicia. Es la hora en que yo tengo que comprometerme, muriendo todos los días un poco, a amar de veras a mis hermanos. Hoy conmemoramos, mis queridos hermanos, como tres Misterios. Es, ante todo, el Misterio del Sacramento del Amor en la Eucaristía, la Institución de la Eucaristía. Es también el Misterio mismo del Amor en la permanencia del misterio sacerdotal: Cristo que instituye el sacerdocio, ¡ministerio de amor! Y es el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor. Todo en torno al amor. Yo quisiera que pensáramos un poco con toda sencillez y que nos comprometiéramos a amar ahora, en este momento en que nuestro corazón está tal vez un poco más aliviado por la presencia del Señor, un poco más ayudado por el compromiso de nuestros hermanos; que nos comprometiéramos a amar en momentos en que el mundo lo que necesita es que los cristianos aprendiéramos a amar de veras. ¡Porque amar es fácil, saber amar es difícil! La Eucaristía Es un sacramento del amor, la Eucaristía. Es Cristo el que toma su Cuerpo y lo entrega: este es mi Cuerpo que es entregado, esta es mi sangre que es derramada. El amor es unidad, es comunión fraterna; el amor es esperanza; el amor es entrega. Todo ello aparece en la Eucaristía. El amor es comunión fraterna. El Apóstol Pablo encuadra el relato de la Institución en un contexto de amor. No pueden hablar de una verdadera celebración eucarística –dice el Apóstol Pablo, escribiendo a los Corintios– cuando ustedes están peleándose los unos con los otros. ¿Qué clase de comunión, qué clase de cena celebran ustedes? La Cena del Señor es otra. Entonces que cada uno se analice y piense bien cómo tiene su corazón; si lo tiene cerrado a los demás, si come, si se emborracha mientras el hermano está pasando hambre –es Pablo el que lo dice–; si se apresura a comer sin esperar al hermano –es Pablo el que lo dice–; es decir, si hay divisiones entre nosotros. ¿Qué clase de Eucaristía celebramos? Entonces yo quisiera preguntarles, mis hermanos, en este día de la Institución de la Eucaristía, ya que la Eucaristía es unidad, es comunión fraterna: ¿cómo vivimos nosotros con nuestros hermanos? Si nuestro corazón es limpio pero cerrado, ¿de qué sirve? Nuestro corazón tiene que abrirse cotidianamente en la medida en que entra el Pan de la unidad. No se celebra la Eucaristía si no hay una comunión de hermanos. Y la misma Eucaristía, una vez que hemos participado en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, nos compromete para hacer la unidad entre los hermanos. De tal manera que cuando salgo de la celebración eucarística, de haber escuchado la Palabra y de haber recibido el Cuerpo del Señor, tengo que comprometerme a hacer la unidad en casa, en el trabajo, en el barrio; tengo que sentirme portador de una comunión. Pero, queridos hermanos y amigos, esta comunión no se da si yo mismo no estoy permanentemente en comunión con Cristo. La comunión con los hombres se quiebra muy fácilmente si no hay algo

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poderoso que nos está uniendo. Es necesario entrar en comunión muy profunda con el Cristo muerto y resucitado. Es por allí por donde tiene que ir la cosa. La Eucaristía es esperanza. En la primera lectura hemos escuchado cómo hay que comer la Eucaristía del Señor: de prisa, rápidamente, con los pies calzados, con el bastón de peregrinos en mano, porque estamos andando. La Eucaristía es esperanza, la Eucaristía es camino. La Eucaristía es esperanza: proclamaréis la muerte del Señor hasta que Él vuelva, nos dice el Apóstol Pablo. Hoy que a los hombres nos hace falta tanto el alimento, la firmeza, la seguridad, la valentía, el coraje de la esperanza. Hoy que nos sentimos un poco desalentados y cansados como para cruzarnos de brazos y decir: ya no se puede hacer absolutamente nada. Hoy que nos entra a nosotros un poco como la tentación de la desesperanza, del desaliento. Hoy que vemos que todo se oscurece y se quiebra. Hoy que fácilmente, aún dentro del seno de la Iglesia, nos viene la tentación de convertirnos en profetas de calamidades: ¡ya no hay más remedio! ¡Qué necesidad de convertirnos en luminosos y ardientes testigos de esperanza! La Eucaristía, el Pan de los fuertes, la que nos da la esperanza. La Eucaristía es entrega, es donación; Cristo que se da. Todos los días en la celebración de la Eucaristía recordamos estas palabras de Jesús, con las cuales realizamos la Eucaristía: este es mi Cuerpo que se entrega, esta es mi Sangre que es derramada. Entregarse. Derramarse es darse, es olvidarse completamente, es vivir para los demás. ¡Qué lección sublime para nosotros que todavía nos guardamos, que nos encerramos, que nos cuidamos! Qué bueno es ser derramado, ser comido, ser entregado. El sacerdocio Hay alguien mis hermanos, que por definición es el hombre que tiene que ser devorado y comido: es el sacerdote. Hoy recordamos también la institución del sacerdocio, misterio de amor. No tiene sentido la vida sacerdotal sino en una línea de amor auténtico. Todo en la vida del sacerdote tiene que irradiar amor; la palabra de él, tiene que ser una palabra de auténtico amor cristiano; tiene que ser una exhortación a la unidad, como fue la de Cristo. Su presencia tiene que ser también presencia de comunión. Es el que hace y preside la comunión de sus hermanos. Yo creo que es eso lo esencial en el sacerdote. El hombre que hace y preside la comunión, el hombre que hace y preside la unidad, él en su misma vida. No tiene sentido su existencia si no es vivida en una inmolación y ofrenda a Dios. En el programa de celebraciones de Semana Santa hay una frase al final que dice: “la caridad pastoral nace en el silencio, madura en la cruz, se expresa en la alegría pascual”. La vida del sacerdote tiene que ser eso, una vida vivida en el amor, una vida consagrada al amor. Él tiene que ser la expresión de Dios que es Padre, que es Amor. Y tiene que irradiar constantemente la alegría pascual de vivir en el silencio, en la cruz, en el servicio, en la donación. El sacerdote es el hombre particularmente elegido por Cristo y consagrado por el Espíritu Santo para servir al Pueblo de Dios en orden a formar una auténtica comunidad de salvación. Allí está la elección de Cristo: no son ustedes los que me han elegido a mí sino que soy Yo el que los he elegido a ustedes. Por eso lo sacerdotal es irreversible. Hay una llamada y una respuesta que es para siempre. Hay una llamada de Dios que tiene derecho a pedir lo absoluto. Y hay una respuesta de entregar –cuando Dios se lo pide– lo absoluto. Este es el sentido de la vida sacerdotal: una inmolación y una ofrenda, una entrega. Es el hombre consagrado por el Espíritu. Sigue teniendo la fragilidad humana. Sigue estando lleno de defectos, de imperfecciones. Por esto tiene que ser el hombre pobre, el que se reconoce todos los días culpable y necesita golpearse el pecho como sus hermanos y pedirle al Señor que le perdone. Él podrá comprender mejor a los que yerran y se equivocan porque él todos los días

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está rodeado también de debilidad. Pero es el hombre consagrado por el Espíritu, el hombre que se apoya en Aquel para quien nada es imposible. Es el hombre que ha sido consagrado por el Espíritu para servir, servir al Pueblo de Dios. Su palabra no es suya, es la de Aquel que le envió. Él no tiene derecho de hablar de cualquier cosa y de cualquier forma. Él tiene que trasmitir la única Palabra que salva, que es la Palabra de Dios, como un eco de lo contemplado, de lo vivido, de lo engendrado adentro. El sacerdote no tiene derecho a defraudar el hambre espiritual de sus hermanos. Queridos hermanos, en esta institución de la Eucaristía yo encuentro los gestos sacerdotales de Cristo. Cristo que preside la Eucaristía, que celebra el Pan y el Vino, Cristo que habla, Cristo Profeta. Su Palabra es exhortación: ámense los unos a los otros. Su Palabra es plegaria: Padre que sean uno como nosotros somos uno. Y es Cristo que sirve, que se inclina a lavarles los pies a los Apóstoles. Esta es la vida sacerdotal. El sacerdote es el profeta, es el que habla, el que dice una palabra de Dios para las almas que tienen hambre de Dios. El sacerdote es el que habla con Dios en nombre de los hombres. No se pertenece y no le pertenece su doctrina; es de Cristo y para los hombres; tiene que asimilarla, rumiarla, engendrarla, vivirla. Y luego es el hombre que sirve, el hombre que debe tener una capacidad muy grande para entender a los hermanos y vivir su misma angustia y esperanza; una gran capacidad, un gran corazón. Queridos hermanos, yo pediría hoy que rezaran muy particularmente por los sacerdotes. Tal vez la imagen que estamos dando sobre todo en este momento, los defraude. Yo lo que quiero decirles es que lo que instituyó Cristo es algo extraordinariamente grande y divino puesto en moldes muy frágiles y muy de barro. Pero las palabras, los gestos, la presencia, son del Señor, ¡son del Señor! Recen para que los sacerdotes seamos nada más que la imagen sencilla, simple, servidora de Cristo. Que seamos como el paso del Señor en la historia. El mandamiento nuevo Por último, hoy recogemos un mandamiento de amor: ámense los unos a los otros como Yo los he amado. Lo nuevo aquí es porque Cristo nos amó, como Cristo nos amó. ¡Esto es lo nuevo! Porque desde el principio los hombres debíamos amarnos los unos a los otros. ¡Cómo lo hemos olvidado, cómo lo estamos olvidando! Amarnos como Cristo nos amó y Cristo nos amó en la totalidad de los hombres. Cristo amó a los niños y a los no niños, amó a los pobres y a los ricos, amó a los pecadores y a los justos; tuvo su predilección por los niños, por los pobres, por los enfermos, por los pecadores. Pero el amor de Cristo no es excluyente: ama a los pobres pero nunca los ama contra los ricos, ama a los pecadores pero nunca los ama contra los justos. El amor es siempre con alguien, en comunión; nunca es en contra de nadie. Amar como Cristo hasta dar la vida: no hay amor más grande que el de aquel que da la vida por el amigo. Dar la vida una vez y para siempre es quizá relativamente fácil, en un momento solemne… ¡Darla cotidianamente! Con la vida de Dios en nosotros. Darla cotidianamente en la actitud sencilla y cotidiana de servicio, en la palabra buena que podamos dar, en el sencillo gesto de amistad con que acompañamos a nuestros hermanos. ¡Eso es dar la vida! Dar la vida es tratar de tener una capacidad muy grande para intuir el problema de los demás, para crear el bien en los demás, para darnos a los demás. Porque el amor es intuición, es donación, es creación. El amor es intuición. ¿No es cierto que cuando dos personas se aman no necesitan hablarse mucho porque enseguida se entienden? ¡El amor es intuición! Amar como Cristo nos amó es intuir la necesidad del hermano. Amar es creación. Por eso cuando dos esposos se aman bien, crean. Crean una comunión espiritual entre ellos, crean después el fruto del amor en el hijo. El amor es siempre una creación. Cuando amamos bien ponemos el bien en el corazón de nuestros hermanos. Amar bien a una persona es hacerla más

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buena, es contagiarle un poco el Cristo que nosotros hemos encontrado, la alegría y la esperanza que a nosotros nos ha dado Cristo. El amor es donación, es entrega total de nosotros mismos. Mis queridos hermanos, no más. Que el Señor nos enseñe hoy a amar de veras. Que nos pongamos todos en esta celebración de la Eucaristía, en el Jueves Santo de 1971. Que nos pongamos todos en actitud de decirle al Señor: gracias Señor por la Eucaristía que nos has dado. Queremos vivirla siempre como comunión fraterna, como entrega, como esperanza. Gracias Señor por los sacerdotes que nos has dado. Comprendemos su debilidad y su miseria. Reaccionamos comprometiendo nuestra vida para que sean luz y sean sal y sean fermento de Dios. Gracias Señor por la lección sublime que nos has dado, porque Tú has muerto y nos has enseñado cómo se ama hasta el final. Que los hombres comprendamos de una vez por todas que si no amamos así el mundo no se salva. Que así sea. PARA REZAR EN FAMILIA Te bendecimos, Padre de nuestro Señor Jesucristo, con todos los creyentes y los pobres de todo el mundo, porque el cuerpo de Cristo es el pan que nos fortalece y su sangre es el vino de la fiesta pascual que nos reúne. Te glorificamos, Dios nuestro, al partir el pan y te damos gracias cuando alzamos nuestra copa, porque son el cuerpo y la sangre de tu Hijo amado. Gracias a él son posibles el cielo y la tierra nuevos, el amor, la paz y la fraternidad entre los hombres. Concédenos tu Espíritu para seguir creyendo y amando porque ése es tu mandato y nuestro empeño para siempre.

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SUGERENCIA Te sugerimos que en el día de hoy puedas entronizar, en un lugar destacado de tu casa, una cruz con

dos velas y hagas un momento de oración delante de ella. Si participás de la Liturgia de la Pasión por televisión o redes sociales, podés adorar tu cruz en el

momento en que el sacerdote lo haga.

CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

El fue traspasado por nuestras rebeldías

Lectura del libro del profeta Isaías 52, 13 -- 53, 12 Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído. ¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor?

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El creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos. Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca. El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables. Palabra de Dios. SALMO Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25 R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca me vea defraudado! Yo pongo mi vida en tus manos: tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. R. Soy la burla de todos mis enemigos y la irrisión de mis propios vecinos; para mis amigos soy motivo de espanto, los que me ven por la calle huyen de mí. Como un muerto, he caído en el olvido, me he convertido en una cosa inútil. R. Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: «Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos.» Líbrame del poder de mis enemigos y de aquellos que me persiguen. R.

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Que brille tu rostro sobre tu servidor, sálvame por tu misericordia. Sean fuertes y valerosos, todos los que esperan en el Señor. R.

Aprendió qué significa obedecer y llegó a ser causa de salvación eterna

para todos los que le obedecen

Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9

Ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. El dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. Palabra de Dios. VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Flp 2, 8-9 Cristo se humilló por nosotros hasta aceptar por obediencia la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el nombre que está sobre todo Nombre. EVANGELIO Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1 -- 19, 42

Se apoderaron de Jesús y lo ataron

C. Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: + «¿A quién buscan?»

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C. Le respondieron: S.«A Jesús, el Nazareno.» C. El les dijo: + «Soy yo.» C. Judas, el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente: + «¿A quién buscan?» C. Le dijeron: S. «A Jesús, el Nazareno.» C. Jesús repitió: + «Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan.» C. Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro: + «Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre ?» Llevaron primero a Jesús ante Anás C. El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo.» Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a JesúS. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: S. «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?» C. El le respondió: S. «No lo soy.» C. Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió: + «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho.» C. Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: S. «¿Así respondes al Sumo Sacerdote?» C. Jesús le respondió: + «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» C. Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás ¿No eres tú también uno de sus discípulos? No lo soy C. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: S. «¿No eres tú también uno de sus discípulos?» C. El lo negó y dijo: S. «No lo soy.» C. Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: S. «¿Acaso no te vi con él en la huerta?»

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C. Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo. Mi realeza no es de este mundo C. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó: S. «¿Qué acusación traen contra este hombre?» C. Ellos respondieron: S. «Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado.» C. Pilato les dijo: S. «Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen.» C. Los judíos le dijeron: S. «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie.» C. Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: S. «¿Eres tú el rey de los judíos?» C. Jesús le respondió: + «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?» C. Pilato replicó: S. «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?» C. Jesús respondió: + «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí.» C. Pilato le dijo: S. «¿Entonces tú eres rey?» C. Jesús respondió: + «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz.» C. Pilato le preguntó: S. «¿Qué es la verdad?» C. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: S. «Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?» C. Ellos comenzaron a gritar, diciendo: S. «¡A él no, a Barrabás!» C. Barrabás era un bandido. ¡Salud, rey de los judíos! C. Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: S. «¡Salud, rey de los judíos!», y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo: S. «Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena.» C. Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: S. «¡Aquí tienen al hombre!» C. Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: S. «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»

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C. Pilato les dijo: S. «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo.» C. Los judíos respondieron: S. «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios. C. Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: S. «¿De dónde eres tú?» C. Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo: S. «¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?» C. Jesús le respondió: + «Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave.» ¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo! C. Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: S. «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César.» C. Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo, «Gábata.» Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: S. «Aquí tienen a su rey.» C. Ellos vociferaban: S. «¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!» C. Pilato les dijo: S. «¿Voy a crucificar a su rey?» C. Los sumos sacerdotes respondieron: S. «No tenemos otro rey que el César.» Lo crucificaron, y con él a otros dos. C. Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota.» Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y la hizo poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: S. «No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos. C. Pilato respondió: S. «Lo escrito, escrito está.» Se repartieron mis vestiduras C. Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: S. «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca.» C. Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.

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Aquí tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu madre C. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: + «Mujer, aquí tienes a tu hijo.» C. Luego dijo al discípulo: + «Aquí tienes a tu madre.» C. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. Todo se ha cumplido C. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: + «Tengo sed.» C. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús: + «Todo se ha cumplido.» C. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Aquí todos se arrodillan, y se hace una breve pausa. En seguida brotó sangre y agua C. Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron. Envolvieron con vendas el cuerpo de Jesús, agregándole la mezcla de perfumes C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús Palabra del Señor.

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PAUTAS PARA LA LECTIO DIVINA

La Victoria de la Cruz:

Insondable misterio de amor y de dolor

Juan 18, 1- 19,42

“Todo está cumplido”

Contemplamos hoy la Cruz de Jesús con silencio emocionado y reverente, tratando de captar el insondable misterio de amor y de dolor que se manifiesta en ella. A través del terrible sufrimiento y la muerte del inocente Jesús, vislumbramos y acogemos agradecidos un don inmerecido: la liberación del mal, el perdón de nuestros pecados.

Hoy tomamos conciencia de que si bien sobre la Cruz permanecen los signos de la maldad humana -una maldad que se sigue desencadenando en un mundo donde sigue habiendo nuevos crucificados víctimas del egoísmo, la miseria, el terrorismo- lo que brilla con mayor esplendor en ella no es el pecado del hombre ni la cólera de Dios, sino el amor de Dios que no conoce medida.

Para ayudarnos a comprender esto, el evangelista Juan nos acompaña en este Gran Viernes Santo con el inmenso relato de la Pasión que leemos en los capítulos 18-19.

Veamos cómo el relato de la Pasión según san Juan nos ofrece algunos puntos de vista particulares del misterio:

(1) La Pasión y muerte de Jesús es un don de amor que salva

Según Juan, la Cruz es revelación del amor de Dios en el mundo: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (3,16). Sólo Jesús puede llevar esta Cruz (ver el evangelio del martes pasado). Pero su victoria que salva al mundo (ver 3,17) se manifestará en increíbles expresiones de amor que iluminan la oscuridad de los corazones, rescatan de las esclavitudes internas y llevan al creyente a obrar según la fuerza de este mismo amor (ver 3,19-21).

La dinámica del relato muestra en todos sus detalles cómo la Pasión de Jesús es un don de amor y no la consecuencia de su debilidad. Es la muerte del Buen Pastor que “da su vida por las ovejas... para que tengan vida y la tengan en abundancia” (10,11.10).

(2) La Pasión y muerte de Jesús es entrega voluntaria de la vida y no simple debilidad

Sin esconder el aspecto doloroso, para Juan, el gran valor de la Pasión de Jesús reside en el hecho de que es fruto de un don, de una libertad total, del haberlo vivido con plena conciencia y conocimiento: “Doy mi vida para recobrarla de nuevo... yo la doy voluntariamente” (10,17-10). Así el Jesús que va camino a la muerte le da a esta muerte una dignidad sin igual.

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Notémoslo particularmente el relato del arresto de Jesús. Ante la majestad de Jesús, que Él manifiesta en sus gestos y en aquel soberano “YO SOY”, los que vienen a capturarlo retroceden y caen en tierra (18,4-6). Ellos no podrían arrestar a Jesús si Él mismo no se entregara libremente.

Esta libertad aparece en la orden que Jesús le da a los que vienen a capturarlo, para que no le hagan daño a sus discípulos (18,8-9). Una vez más Jesús aparece como el pastor de las ovejas que da su vida por las ovejas.

Vemos la misma libertad de Jesús frente al Sanedrín reunido en la casa de Anás (18,19-23) y delante del representante del más formidable poder humano de la época, el imperio de Roma (19,1-11).

(3) La Pasión y muerte de Jesús es la proclamación de su realeza

El relato de la Pasión está estructurado de tal manera, que percibimos las etapas de una progresiva entronización en el trono:

- Se comienza con el reconocimiento del título a propósito de la pregunta de Pilatos: “Sí, como dices soy Rey” (19,38).

- Luego Jesús es irónicamente coronado con espinas (19,2).

- Enseguida Pilatos lo presenta al pueblo revestido con los arreos reales: “Aquí tenéis al hombre” (19,5).

- También de manera irónica el evangelista narra cómo Pilatos le cede el trono: “Mandó que sacaran fuera a Jesús y lo sentó en tribunal” (19,13; traducción de la Biblia de América).

- Entonces se anuncia su constitución como Rey a todas las naciones (19,19). La inscripción colocada sobre la Cruz aparece en las tres lenguas más importantes del momento: el latín –lengua de la política-, el griego –lengua de la cultura- y el hebreo –lengua de la religión judía-. Ante las protestas de los adversarios, Pilatos declara: “Lo escrito, escrito está” (19,22).

- Finalmente Jesús es entronizado en la Cruz y es admirado en su realeza: la contemplación de su costado atravesado por la lanza (19,31-37).

- Como epílogo, el Rey es colocado en su tálamo real con una unción que está a la par de su inmensa dignidad (19,39-42).

La categoría de la realeza expresa siempre bien la idea de una mediación universal. Asumiendo lo humano hasta sus extremas consecuencias, en la muerte y la sepultura, Jesús puede ser el mediador de todos los hombres y ejercer el Señorío de Dios sobre el mundo.

(4) La Pasión y muerte de Jesús es una “revelación”

La muerte de Jesús es la “hora de la Gloria” en la cual Dios se manifiesta completamente al mundo. Todo el camino histórico de la revelación llega a su cumplimiento: “Todo está cumplido” (19,30; ver también 19,24.28).

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El camino iniciado en la encarnación, “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada (plantó su tienda) entre nosotros” (1,14), logra su plenitud cuando en la Cruz se manifiesta que no solamente Dios está entre nosotros sino también en función de nosotros. Entonces es la realización de la razón de ser de la Encarnación. Entre otras cosas, el “plantar la tienda” alude a una condición pasajera, de peregrinación, a un tener que partir de nuevo.

De esta manera en Jesús crucificado revela el rostro de Dios y el rostro del hombre, al tiempo que recibimos todo lo que necesitamos para vivir en plenitud accediendo a la vida eterna que es propia de Dios.

Al servicio de esta comprensión aparecen algunos detalles propios de este evangelio, que vale la pena observar:

- No aparecen las tinieblas que tan dramáticamente describen los otros evangelistas. Más bien sucede lo contrario: la última hora mencionada en el relato es precisamente la de la mayor irradiación de luz al mediodía (ver 19,14).

- El relato comienza en un huerto, lugar donde Jesús formaba a sus discípulos cuando estaba en Jerusalén (19,1-2), y termina en un jardín, donde salen a la luz los discípulos ocultos (19,38-39). El tema de la “vida”, con conexión con el “amor”, está acentuado.

- Entre la muerte y la sepultura de Jesús, se abre una nueva escena que da espacio a la contemplación, por parte del discípulo amado, de los tres signos reveladores del sentido de la muerte de Jesús (19,31-37).

Además, la cadena de citas bíblicas finales nos envían en esta dirección. La última, por ejemplo, el misterioso pasaje de Zacarías 12,10 (“Mirarán al que traspasaron”, citada en Jn 19,37), es clave para comprender el significado último de la Pasión. Zacarías hablaba proféticamente de un misterioso dolor de Dios, quien se sentía herido por la muerte de un Rey-Pastor. Esta muerte es como un desgarramiento en el corazón de Dios, y de este desgarramiento brota la posibilidad de una reconciliación entre Dios y su pueblo.

De esta forma concreta Juan quiere decirnos que la muerte de Cristo es revelación del amor de Dios en el mundo. Y esta muerte-amor fundamenta la posibilidad de una vida nueva.

(5) La Pasión y muerte de Jesús es exaltación: la Cruz se convierte en Gloria

Con su habitual compenetración de planos, san Juan sabe ver contemplativamente la unidad del misterio: el Jesús terreno es al mismo tiempo el Cristo glorioso. El crucificado traspasado por la lanza es al mismo tiempo el Cristo Exaltado y Glorioso.

Jesús no muere entre lamentos, sino con un grito triunfal (“¡Todo está cumplido!”, 19,30). El evangelista presenta la muerte a la luz de la resurrección y así el día de la muerte, que no pierde el rigor de su luto, se vuelve luminoso porque sobre la Cruz se proyecta la gloria de la Pascua.

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Esto hay que observarlo de manera particular en el último instante de la Pasión. El evangelista presenta el último suspiro de Jesús como una donación del Espíritu que invade al mundo (ver 19,30; de hecho, según el texto griego, más que un “expirar” de Jesús, se habla de una “entrega del Espíritu”).

Enseguida el cuerpo herido de Jesús muerto y resucitado se convierte en Templo de la Nueva Alianza, de Él brota el río de la vida que es el Espíritu Santo. Así lo anunció el mismo Jesús en 7,37-39: “De su seno correrán ríos de agua viva”. Jesús da su propia vida para que vivamos de ella (ver todas la recurrencias de “agua” en este evangelio: el agua es el Espíritu, la misma fuerza vital de Jesús ofrecida como don mesiánico).

La Pasión según san Juan nos enseña entonces que si la muerte de Jesús no es sólo el morir de un hombre, sino la revelación del amor de Dios en el mundo, ésta es ofrenda de vida para el hombre, es un soplo del Espíritu. Lo que Jesús hará en la noche del Domingo de Pascua, en el encuentro con los discípulos, cuando reencienda en ellos la alegría comunicándoles el Espíritu, no será otra cosa que el fruto de esta muerte.

Bajo el soplo de este Espíritu la Victoria de la Pasión se inserta en nosotros. Bien decía H. Newman: “Velar con el Crucificado es hacer memoria con ternura y lágrimas de su sufrimiento por nosotros, es perderse en contemplación, atraídos por la grandeza del acontecimiento, es renovar en nuestro ser la pasión y la agonía de Jesús”.

¡Comencemos ahora nuestra propia lectura orante de este grandioso relato!

Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:

Ante el Crucificado emergen la conciencia de la gravedad de nuestros pecados y la grandeza del amor de Dios. La escucha de la Palabra es lo que nos permite entrar de manera más profunda en este misterio. Que el Espíritu de Dios ilumine nuestra mente y abra nuestro corazón, de manera que brote fuerte la voz de nuestra gratitud con Dios unida al deseo de una profunda conversión.

1. Hoy nuestra oración se hace universal para confirmar nuestra confianza en el Reino que viene y para participar en los sufrimientos de todos los que hoy en el mundo continúan en sí mismos la Pasión de Cristo. ¿Qué personas y realidades concretas voy a colocar hoy a los pies de la Cruz?

2. La adoración de la santa Cruz es una declaración de la aceptación del Señorío de Dios sobre mi vida, Señorío que somete el pecado y todo mal. ¿Qué pecados míos quedan crucificados en la Cruz de Cristo?

3. La comunión Eucarística es comunión con la Cruz de Jesús, para que –identificado con el amor del Crucificado- brote de mí el amor, el perdón y el servicio que impregna de una inmensa calidad todas mis relaciones y le da sentido a mi vivir. ¿Qué impulsos de amor, de perdón y de servicios hacia personas concretas que –en mi opinión no se lo merecen- siento hoy en comunión con el Crucificado?

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REFLEXIÓN DEL CARDENAL EDUARDO F. PIRONIO De una homilía del Viernes Santo en la Parroquia Nuestra Señora de la Victoria, La Plata, 1971

Les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto. Jn 12,24

Nos sentimos en familia, al pie de la cruz, con la misma serenidad y fortaleza de la Virgen, Nuestra Señora. Entre los personajes que aparecen en el relato de la Pasión nos gusta situarnos en el corazón bien pobre, bien silencioso, bien disponible de la Virgen Nuestra Señora. María en la cual nace la Iglesia. En cuyo corazón virginal nació la Iglesia una vez en su plenitud de fe en la Anunciación cuando le dijo al Padre que sí. María en cuyo corazón virginal lleno de amor, de inmolación, de ofrenda, nació – segunda vez– la Iglesia cuando estaba serena y fuerte al pie de la cruz: aquí tienes a tu hijo, es decir, aquí tienes a la Iglesia. María en cuyo corazón silencioso y disponible nació –tercera vez– la Iglesia en Pentecostés, cuando salió como Iglesia misionera, apostólica, del testimonio, de la profecía. Yo quisiera que en nuestro corazón naciera hoy la Iglesia, una Iglesia verdaderamente pascual. Por eso nos situamos frente a la cruz del Señor con ánimo pascual. Frente

a la cruz del Señor puede haber distintas posturas. Puede haber la postura de las piadosas mujeres que acompañaron al Señor hasta el final, pero que se sintieron aplastadas por la cruz. Entonces –como nos cuenta el evangelista Lucas– lloraban y se lamentaban. Puede haber una impresión así, de ponernos a considerar desde lejos la Pasión del Señor y compadecernos, pero quedarnos allí un poco en la superficie, sin hacer la pasión nuestra, sin hacer la cruz nuestra, sin hacer la muerte de Jesús nuestra. Yo quisiera mis queridos hermanos, que hoy reviviéramos la pasión de Cristo en nosotros; que cada uno sintiera a Cristo que padece en uno mismo, a Cristo que padece en el misterio de su Iglesia, a Cristo que padece en la pobreza, en la desnudez, en la opresión de los hombres nuestros hermanos, a Cristo que sigue peregrinando en la historia, Cristo que exige de nosotros una actitud muy de servicio y muy de entrega. Puede haber otra actitud frente a la cruz del Señor, que es la de permanecer de pie pero un poco lejos; como los Apóstoles que contemplaban –según el evangelista– de lejos el episodio de la muerte, de la oblación de Cristo. Podemos sentirnos nosotros fuertes, pero un poco lejos; es decir, no tener el coraje, la valentía de asumir la cruz y ser verdaderamente discípulos del Señor. Sin embargo, abrimos el Evangelio y encontramos el que quiera ser discípulo mío que se niegue a sí mismo, que tome todos los días su cruz y que me siga. Y esto, mis queridos hermanos, no fue escrito para mí, Obispo, o para el Padre Sacerdote, o para la religiosa, fue escrito para mí y para ustedes. Si queremos ser auténticos discípulos del Señor –y estos días de Semana Santa revivimos nuestro compromiso– tenemos que disponernos de veras a morir, a desprendernos, a negarnos todos los días; asumir con coraje, con serenidad, con valentía, la cruz adorable de la cual vamos a hablar ahora, la cruz pascual, y seguir al Señor así. Puede haber una postura de la cruz que aplasta. Puede haber una postura de la cruz que se mira de lejos con curiosidad. Y puede haber una postura que se asume, es la de María, serena y fuerte. Yo quisiera que escucharan mi palabra con la misma sencillez y pobreza con

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que escuchamos todos la Palabra del Señor; que no buscaran técnicas humanas ni nada. Es Palabra de Dios que llega al corazón de los hombres. Y ahora hacemos nuestro todo este relato que acabamos de escuchar; desde la primera lectura en que Isaías nos muestra al Siervo doliente, al Siervo de Yavéh que carga la dolencia de todos los hombres, varón de dolores, sabedor de dolencias, que es herido, quebrado, maltratado por nosotros para darnos la paz; pasando por la segunda lectura en que el Sumo Sacerdote penetra en los cielos, habiendo aprendido a obedecer en la escuela del sufrimiento y habiéndose hecho así causa de salvación para todos los hombres; hasta terminar en el relato bien sereno y bien hondo de la Pasión y de la muerte de Jesús. Entonces, entremos en el corazón de Nuestra Señora, en su misma pobreza, porque la Palabra de Dios llega únicamente a las almas pobres, ¡a las almas pobres! –te glorifico, Padre, porque esto lo has ocultado a los sabios pero lo has revelado a los pequeños y a los humildes– a los pequeños, a los pobres, no a los que quieren penetrar en la Palabra de Dios con demasiada técnica o disquisición humana, no a los que esperan palabras muy sabias desde el punto de vista humano. La Palabra de Dios llega a aquellos que vienen con hambre nada más que de luz, de fuerza, de coraje, de amor, de comunión, etc. La Palabra de Dios llega a las almas silenciosas. Por eso si hay ahora problemas, inquietudes, vamos a dejarlas un poco a un lado. Ahora es la Palabra de Dios la que nos llega. La Palabra de Dios se comunica a las almas silenciosas, profundamente interiores. Por eso hemos empezado esta celebración estando un rato de rodillas, como para unirnos al Cristo que ora al Padre. Y la Palabra de Dios llega a las almas disponibles. Es decir, a las almas que están dispuestas a decirle al Señor que sí de entrada. Y yo lo que les pediría a ustedes es que le dijeran al Señor que sí de entrada, sabiendo que lo que les va a pedir el Señor es una exigencia de amor y no más. Pensamos en la Pasión, en la muerte, en la cruz del Señor. Hoy la cruz del Señor se nos aparece a nosotros y yo quiero presentarla así, sencillamente, como una cruz filial, es decir, fidelidad. ¡Fidelidad! Fidelidad al Padre. Como una cruz fraterna, es decir comunión con los hombres hermanos. Y por último como una cruz pascual, es decir, una cruz de fecundidad, una cruz de vida, una cruz de resurrección, una cruz de luz. Y a la luz de este misterio del Señor, a la luz de este misterio de Cristo que va y se adelanta hacia la cruz, comprenderemos también nuestra cruz, mi cruz, la de cada uno de los que estamos aquí, que tiene que ser también una cruz filial, una respuesta adorable al Padre por amor. Una cruz comunitaria, es decir, con un corazón de hermano asumir el dolor de nuestros hermanos. Y una cruz eminentemente pascual, es decir una cruz de fecundidad. Y esa es la cruz que vamos a adorar después en silencio. La cruz filial Una cruz filial. Si Cristo llega a esta hora, que es la hora deseada por Él ardientemente, si Cristo ha hablado tantas veces de esta hora jada para Él por el Padre, es porque Cristo se adelanta por obediencia de amor al Padre, porque Cristo es el, por fidelidad. ¿O ustedes piensan que Cristo humanamente, en la debilidad de su carne que había asumido totalmente excepto el pecado – como nos dice la segunda lectura– piensan que Cristo no tembló, no se asustó, no sintió un poco humanamente el rechazo de la cruz? Pero sin embargo, era la fidelidad a un compromiso, la fidelidad a una entrega, la fidelidad a un amor. No tiene sentido la Pasión de Jesús, su muerte, sino desde esta perspectiva de una obediencia que va hasta el final.

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Cristo será glorificado, dice San Pablo, porque fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz. San Juan pintará todo el relato de la Pasión diciendo sencillamente esto: para que sepa el mundo que Yo amo al Padre y conforme al mandato que me dio mi Padre, así obro. Por eso marchemos, es decir vayamos a la cruz. La cruz no tiene sentido sino desde el punto de vista de una fidelidad a una tarea, a una misión encomendada. Esta misión será en definitiva la liberación total del hombre y de los pueblos; esta misión será la reconciliación de los hombres con el Padre, la salvación plena de la humanidad. Por eso Cristo, por esta obediencia que aprendió en el sufrimiento, se habrá hecho causa de salvación para todos los que creen, para todos los que obedecen. Fidelidad. Y precisamente porque Cristo fue el durante toda su vida, por eso ahora afrontará con serenidad el último momento, y dirá: Padre, en tus manos entrego mi espíritu. Así muere Cristo, entregando su espíritu al Padre, porque toda su vida no ha sido más que hacer la voluntad de Aquel que le ha enviado. Yo me pregunto, mis hermanos, si nuestra vida es una fidelidad. Hoy hablamos mucho de fidelidad, pero me pregunto si somos auténticamente eles, si somos eles a una misión que a nosotros también adorablemente el Padre nos ha fijado. Todos tenemos una misión en la vida. La tengo yo que soy Obispo, tengo una misión que cumplir, ¡y ay de mí si no la realizo con fidelidad! Una fidelidad que no admite demoras, una fidelidad que no admite interrupción, una fidelidad que no admite vueltas. Hemos sellado nuestro compromiso con el Señor y este compromiso es irreversible, absoluto y total. Entonces, hoy será el día de rearmar otra vez nuestra fidelidad. Pero ustedes tienen también una fidelidad, fidelidad a una tarea, a una misión. Es preciso descubrir un poco en los signos de los tiempos qué pasa. Es preciso comprender esta hora nuestra, tan difícil y tan rica, que vivimos: qué es lo que el Padre nos está pidiendo en esta hora nuestra. Es preciso descubrir después en nuestro interior qué es lo que el Padre quiere de mí a través de mi profesión, de mi trabajo, de mi relacionamiento con los demás. ¿O es que acaso no tengo yo una misión que cumplir en la vida? La tiene el hombre adulto y la tiene el muchacho; la tiene el niño que recién comienza la vida y la tiene el hombre que peina las canas o que no las peina. Pero todos tenemos una misión que realizar en la vida. Fidelidad. Y esta fidelidad no se realiza sino a través de una cruz. Es la cruz de un renunciamiento permanente, es la cruz de un morir cotidianamente a nosotros mismos. Es muy fácil ser eles a una tarea cuando la tarea no nos exige renunciamiento y sacrificios, pero cuando todos los días… El estudiante tiene que morir todos los días porque tiene que ser fiel a una tarea; el profesional tiene que morir todos los días porque tiene que ser fiel a una tarea; el esposo tiene que morir todos los días porque tiene que ser fiel a una tarea; y así todos. La vida no se realiza sino a través de una cruz permanente. Pero ser eles. La fidelidad es siempre un sí al Padre. Cuando adorablemente el Señor pone la cruz en mi vida la tengo que recibir como una bendición del Padre, como un don del Padre. Una cruz filial. Vivir constantemente así, y ver que no tiene sentido nuestra vida si no es en un relacionamiento directo con Dios, con el Padre, a quien tenemos que ir descubriendo cotidianamente, y a quien cotidianamente tenemos que ir diciéndole que sí, aún cuando nos estemos entregando inmediatamente a nuestros hermanos. Cristo muere, da su vida por sus amigos: no hay amor mayor que el de aquel que da la vida por sus amigos.

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Pero en definitiva Cristo muere porque le ha dicho al Padre que sí. Nosotros todos los días morimos dando la vida a nuestros hermanos, pero en definitiva morimos porque le hemos dicho a Dios que sí y no nos arrepentimos más de ello. La cruz fraterna La cruz de Cristo es además una cruz fraterna, es decir, una cruz hecha comunión. ¡Cómo impresiona la primera lectura del Siervo doliente que ha cargado sobre sí todos nuestros pecados, que ha sanado nuestras heridas, que ha sido despojado, desfigurado, varón de dolores, sabedor de dolencias! Cristo es así, alguien que asume el pecado de todos los hombres; alguien que ha cargado con la debilidad, con la flaqueza, con las angustias, con la tristeza de todos los hombres. ¡Qué bien que hace contemplar a Jesús nuestro, muy cerca! Muy cerca de cada uno de nosotros cuando ora, muy cerca de cada uno de nosotros cuando sufre, muy cerca de cada uno de nosotros cuando siente tristeza hasta la muerte, muy cerca de cada uno de nosotros cuando experimenta la tentación tremenda de la soledad y del abandono, muy cerca de cada uno de nosotros cuando experimenta la tentación de decirle al Padre: ¡Padre basta! ¡No puedo más! ¡Si es posible que pase de mí este cáliz! Sin embargo, enseguidita la reacción filial: Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya. ¡Qué bien nos hace sentirlo a Cristo así muy cerca nuestro, muy hermano! ¿No les parece mis queridos hermanos que así tendrían que sentirnos los demás hombres nuestros hermanos? Ayer hablábamos del amor. Qué bueno si tuviéramos una capacidad muy ancha, muy grande de comprender, de perdonar, de servir, de asumir todas las angustias y esperanzas de los hombres, de cargar nosotros, que sentimos nuestros hombros frágiles y débiles y tentados de echar nuestros propios fardos a los demás. ¡Qué bueno si asumimos el dolor, la angustia, el pecado incluso de nuestros hermanos! ¡Qué bueno! Tener así un corazón hermano. Yo creo que nuestro cristianismo tenemos que vivirlo cada vez más en esa dimensión fraterna y la cruz tenemos que comprenderla cada vez más en esta dimensión de asumir a nuestros hermanos. ¿Qué hacemos con que un Viernes Santo nos golpeemos el pecho delante de Cristo que muere y se ofrece al Padre por los hombres, qué hacemos con golpearnos el pecado, si después volvemos a lo cotidiano, a lo de cada rato y nuestro corazón se cierra al Cristo que vive entre nuestros hermanos? Ese Cristo que sufre y que muere es el mismo Cristo que sufre y que muere cotidianamente en los hombres nuestros hermanos. Es el Cristo que sufre en la pobreza de aquellos que no tienen techo y no tienen pan. Es el Cristo que sufre en aquellos que son marginados y no tienen libertad. Es el mismo que sufre en aquellos que experimentan ansias de amistad, de afecto, de paz; aquellos que viven un poco como tumbados, desalentados. Hermanos, siempre es válido aquello que dice Jesús: cuántas veces lo habéis hecho con uno de estos pequeños lo habéis hecho conmigo. Es cierto que Cristo vivirá hasta el final de los tiempos, no sólo cuando preside en la Eucaristía sino también cuando vive en lo misteriosamente oculto en nuestros hermanos. Es cierto que tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis, estaba preso y me vinisteis a ver, estaba enfermo y me visitasteis. ¡Es cierto! Y yo tengo que tener una capacidad muy grande si amo de veras, si amo de veras a Cristo y si soy auténticamente cristiano. Tengo que tener una capacidad muy grande para descubrir a Jesús que vive en el pobre, que vive en cada uno de mis hermanos; también en aquel que tiene bienes. Qué necesidad de descubrir a Jesús en los demás, qué necesidad de descubrir cómo Jesús prolonga su pasión en la historia. Queridos hermanos, ¿no les parece que al comprometernos a decirle que sí al Padre y asumir la cruz con un corazón filial tenemos que comprometernos también a asumir la cruz con un corazón de

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hermano, es decir, a tratar de descubrir cada día más que si yo estoy sufriendo hay otros que sufren tal vez más que yo; que si hay un problema que a mí me está mordiendo, hay otros a los cuales quizá problemas más grandes les están destrozando? Qué bueno si el Señor nos da a nosotros el poder de decir una palabra alentadora a aquel que tiene el corazón cansado. Miren, a veces estaríamos tentados de poseer la potencia milagrosa de Jesús. De poder hacer milagros. Yo quisiera tener un poco de fe para multiplicar el pan a aquellos que padecen hambre; ¡quisiera tener la potencia de Jesús para multiplicar el pan! Me falta fe, tal vez. Porque si tuviéramos fe podríamos trasladar las montañas. Hay algo, sin embargo, que nosotros podemos multiplicar y que depende de nosotros y me parece que en determinados momentos es más difícil de multiplicar que el pan de la mesa, y es ofrecer a los demás el pan de nuestra amistad, el pan de nuestra comprensión. ¿Es fácil o es difícil brindar a todos los demás la serenidad, el gozo, la firmeza que a nosotros nos está comunicando Cristo? Cuando yo encuentro a alguien que está despedazado y roto por dentro, qué bueno es decirle una palabra o sin decirle nada hacerle sentir que soy hermano, hacerle sentir que he descubierto a Cristo que está padeciendo y muriendo en él; decirle una palabra de aliento o simplemente mostrarle un gesto de comprensión y de amistad. ¿Qué es más fácil: multiplicar el pan de la mesa o multiplicar el pan de la amistad? Aparentemente es más fácil lo segundo, sin embargo, mis hermanos, yo les diría que no, yo les diría que no. Cristo padece en nuestros hermanos y Cristo muere en nuestros hermanos. Entonces la cruz, la cruz fraterna, comunión cada vez más con nuestros hermanos. Y así tengo que vivir también mi cruz. Esta cruz que el Señor adorablemente ha puesto en mi vida tiene un sentido de redención, un sentido de fecundidad para los demás. La cruz pascual Y con ello pasamos a lo tercero: que la cruz de Cristo tiene un sentido pascual. Tiene un sentido filial: es un sí al Padre; tiene un sentido fraterno: es cargar el pecado y la angustia, el problema de los demás, morir por los demás; y tiene un sentido pascual, es decir, un sentido de victoria, de triunfo, un sentido de fecundidad. En el programa de Semana Santa que ustedes tienen hay una frase que ilumina toda la jornada de hoy: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo, pero si muere es cuando produce fruto. Es la “gran hora” de Jesús; Cristo marca la hora de la cruz como la hora de la glorificación: llega la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado, dice Cristo. ¿Y cómo va a ser glorificado? En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo, pero si muere es cuando produce fruto. La cruz no es un final, es un comienzo. Hoy empieza la Pascua, ¡hoy empieza la Pascua! Por eso si bien vivimos en recogimiento, en silencio y compasión por los dolores de Cristo, vivimos con el corazón sereno, esperanzado y lleno de gozo. Hoy no es un día de tristeza. ¡No! Es un día de anticipo pascual. Es que para poder llegar a la gloria es necesario pasar por la muerte. ¡Es Cristo mismo el que nos descubre el sentido de la cruz! Fecundidad pascual, fecundidad de la cruz del Señor. Precisamente porque se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por eso el Padre lo exaltó, lo glorificó dándole un nombre superior a todo nombre para que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesús es el Señor para la gloria de Dios Padre. Así es Cristo. ¡Así es la cruz del Señor! Así es también, mis hermanos, mi cruz. Cuántas veces tal vez cuando el Señor me ha visitado adorablemente con la cruz, yo pienso: ¿por qué el Señor me castiga, y por qué esto a mí? ¡No es que te castigue, te visita! Quiere hacer de tu vida fecundidad, fecundidad para el

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mundo, fecundidad y madurez para ti mismo, te quiere dar plenitud. Por eso, mis hermanos, yo desearía que ustedes tuvieran serenidad y fortaleza y mucho gozo en lo hondo del corazón cuando el Señor les mande la cruz, pero no quisiera que el Señor les ahorrara la fecundidad de la cruz y que condenara la vida de ustedes a la esterilidad del vacío. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo, pero si muere es entonces cuando produce fruto. Entonces yo me pregunto cuando a veces la enfermedad me visita, o cuando la incomprensión, o cuando la aparente soledad o real soledad, cuando la oscuridad… en n, tantas cruces, cuando a veces estoy como con la sensación de no poder hacer nada, ¡qué bueno pensar que entonces es cuando uno empieza a ser verdaderamente fecundo! Yo pienso que las tres horas más fecundas de Cristo fueron las tres horas de aparente inutilidad en la cruz: cuando clavaron sus manos y ya no podía bendecir, cuando clavaron sus pies y ya no podía evangelizar, cuando se secaron sus labios y ya no podía hablar; entonces es cuando Cristo redimió al mundo. Y nosotros pensamos que vamos a redimir al mundo con la palabra, con los gestos, con los movimientos. Hermanos, el mundo se redime por el camino por donde redimió Cristo, que es el silencio y la cruz; aparentemente cosa absurda. Entonces cuando el Señor aparentemente nos inutiliza por el sufrimiento, cerrar los ojos y decirle al Padre que sí, y sentir el gozo de una fecundidad que nace adentro; sentir entonces, que es cuando la Iglesia va naciendo de veras adentro para nacer en el corazón de los hombres. Así es mis hermanos cómo contemplamos la cruz de Jesús, una cruz filial: Cristo que le dice al Padre que sí por obediencia de amor; como una cruz fraterna: Cristo que asume el pecado y la miseria de todos los hombres y el dolor nuestro; como una cruz pascual: es decir, como una cruz que nos da resurrección y vida. Así es cómo esta tarde queremos vivir también nosotros nuestra propia cruz, la cruz que cada uno de ustedes tiene. Yo conozco la mía, cada uno de ustedes conoce la suya propia. Esta cruz hoy la recibimos con las dos manos y la metemos adentro. Esta cruz la guardamos para saborearla en silencio; mejor, esta cruz permanentemente está ante nosotros. Y nos ponemos como María con serenidad y fortaleza al pie de ella para ofrecernos juntamente con ella y con Cristo al Padre para la salvación de los hombres. Que así sea. PARA REZAR EN FAMILIA ¡Victoria! ¡Tú reinarás! ¡Oh cruz, tú nos salvarás! El Verbo en ti clavado, muriendo nos rescató; de ti, madero santo, nos viene la redención. Extiende por el mundo tu reino de salvación; oh cruz, fecunda fuente de vida y bendición. Impere sobre el odio tu reino de caridad; alcancen las naciones el gozo de la unidad Aumenta en nuestras almas tu reino de santidad; el río de la gracia apague la iniquidad La gloria por los siglos a Cristo libertador; su cruz nos lleve al cielo, la tierra de promisión.

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VIACRUCIS

INTRODUCCIÓN

¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo! (2 Co 1,3)

La misericordia es el canal de la gracia de Dios que llega a todos los hombres y mujeres de hoy. Hombres y mujeres a menudo perdidos y confundidos, materialistas e idólatras, pobres y solos. Miembros de una sociedad que parece haber desterrado el pecado y la verdad.

«Volverán sus ojos hacia mí, al que traspasaron» (Za 12,10). Que las palabras proféticas de Zacarías se cumplan también en nosotros esta tarde. Que se eleve la mirada de nuestras infinitas miserias para posarse sobre él, Cristo Señor, Amor misericordioso. Entonces podremos contemplar su rostro y escuchar sus palabras: «Con amor eterno te amé» (Jr 31,3). Él, con su perdón, borra nuestros pecados y nos abre el camino de la santidad, en el que abrazaremos nuestra cruz, junto con él, por amor a los hermanos. La fuente que ha lavado nuestro pecado se transformará dentro de nosotros «en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,14).

Breve pausa de silencio

Oremos

Padre eterno, Por medio de la Pasión de tu amado Hijo, has querido revelarnos tu corazón y darnos tu misericordia. Haz que, unidos a María, Madre suya y nuestra, sepamos acoger y custodiar siempre el don del amor. Que ella, Madre de la Misericordia, te presente las oraciones que elevamos por nosotros y por toda la humanidad, para que la gracia de este Vía Crucis llegue a todos los corazones humanos e infunda en ellos una esperanza nueva, esa esperanza indefectible que irradia desde la cruz de Jesús, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

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Primera Estación Jesús es condenado a muerte

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Marcos (15, 14-15)

Pilato les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte: «Crucifícalo». Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Jesús está solo ante el poder de este mundo. Y se somete hasta el final a la justicia de los hombres. Pilato se encuentra ante un misterio que no llega a comprender. Se interroga y pide explicaciones. Busca una solución y llega, posiblemente, hasta el umbral de la verdad. Pero decide no cruzarlo. Entre la vida y la verdad escoge la propia vida. Entre el hoy y la eternidad elige el hoy.

La muchedumbre elige a Barrabás y abandona a Jesús. La gente quiere la justicia de la tierra y opta por el justiciero: aquel que podría liberarles de la opresión y del yugo de la esclavitud. Pero la justicia de Jesús no se cumple con una revolución: pasa a través del escándalo de la cruz. Jesús desbarata cualquier plan de liberación porque toma sobre sí el mal del mundo y no responde al mal con el mal. Y esto los hombres no lo entienden. No entienden que la justicia de Dios pueda derivarse de una derrota del hombre.

Cada uno de nosotros forma parte hoy de la muchedumbre que grita: «¡Crucifícale!». Nadie puede sentirse excluido. La muchedumbre y Pilato, en efecto, están dominados por una sensación interior que acomuna a todos los hombres: el miedo. El miedo a perder las propias seguridades, los propios bienes, la propia vida. Pero Jesús señala otro camino.

Señor Jesús, cómo nos sentimos semejantes a estos personajes. ¡Cuánto miedo hay en nuestra vida! Tenemos miedo del diferente, del extranjero, del emigrante. Nos causa temor el futuro, los imprevistos, la miseria. Cuánto miedo hay en nuestras familias, en los lugares de trabajo, y en nuestras ciudades… Y, tal vez, tenemos miedo también de Dios: miedo del juicio divino, que nace de la poca fe, de no conocer su corazón y de las dudas sobre su misericordia. Señor Jesús, condenado por el miedo de los hombres, líbranos del temor de tu juicio. Haz que el grito de nuestras angustias no nos impida sentir la dulce fuerza de tu invitación: «¡No tengáis miedo!».

Padrenuestro…

82

Segunda estación Jesús con la cruz a cuestas

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Marcos (15,20)

Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacan para crucificarlo.

El miedo ha emitido la sentencia, pero no puede desvelarse y se esconde detrás de las actitudes del mundo: escarnio, humillación, violencia y burla. Ahora Jesús está revestido con sus ropas, con su sola humanidad, dolorosa y sangrante, sin púrpura, ni ningún signo de su divinidad. Y así lo presenta Pilato: «Ecce homo!» (Jn 19,5).

Esta es la condición de todo el que se pone a seguir a Cristo. El cristiano no busca el aplauso del mundo o la aprobación de la calle. El cristiano no adula y no dice mentiras para conquistar el poder. El cristiano acepta el escarnio y la humillación a causa del amor y de la verdad.

«¿Qué es la verdad?» (Jn 18,38), preguntó Pilato a Jesús. Esta es la pregunta de todos los tiempos. Es la pregunta de hoy. Aquí está la verdad: la verdad del Hijo del hombre predicho por los profetas (cf. Is 52,13-53,12), un rostro humano desfigurado que desvela la fidelidad de Dios.

En cambio, demasiado a menudo, buscamos la verdad a bajo precio, que se acomode a nuestra vida, que responda a nuestras inseguridades o incluso que satisfaga nuestros intereses más bajos. De este modo, terminamos conformándonos con verdades parciales o aparentes, dejándonos engañar por «profetas de desventura que anuncian siempre lo peor» (san Juan XXIII) o por hábiles flautistas que anestesian nuestro corazón con músicas sugerentes que nos alejan del amor de Cristo.

El Verbo de Dios se ha hecho hombre, Vino a enseñarnos la verdad toda entera, sobre Dios y el hombre. Dios es aquel que toma la cruz sobre sus hombros (cf. Jn 19,17) y se encamina por la vía del don misericordioso de sí mismo. Y el hombre que se realiza en la verdad es aquel que lo sigue en ese mismo camino. Señor Jesús, concédenos contemplarte en la teofanía de la cruz, el punto más alto de tu revelación, y de reconocer también en el esplendor misterioso de tu rostro los rasgos de nuestro rostro.

Padrenuestro…

83

Tercera Estación Jesús cae por primera vez

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del profeta Isaías (53, 4.7)

Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

Jesús es el Cordero, predicho por el profeta, que ha cargado sobre sus hombros el pecado de toda la humanidad. Se ha hecho cargo de la debilidad del amado, de sus dolores y delitos, de sus iniquidades y maldiciones. Hemos llegado al punto extremo de la encarnación del Verbo. Pero hay un punto aún más bajo: Jesús cae bajo el peso de esta cruz. ¡Un Dios que cae¡

En esta caída está Jesús que da sentido al sufrimiento de los hombres. El sufrimiento para el hombre es a veces un absurdo, incomprensible para la mente, presagio de muerte. Hay sufrimientos que parecen negar el amor de Dios. ¿Dónde está Dios en los campos de exterminio? ¿Dónde está Dios en las minas y en las fábricas donde trabajan los niños como esclavos? ¿Dónde está Dios en las pateras que se hunden en el Mediterráneo?

Jesús cae bajo el peso de la cruz, pero no queda aplastado. Cristo está allí, descartado entre los descartados, último entre los últimos. Náufrago entre los náufragos.

Dios se hace cargo de todo eso. Un Dios que por amor renuncia a mostrar su omnipotencia. Pero que así, precisamente así, caído en tierra como grano de trigo, Dios es fiel a sí mismo: fiel en el amor.

Te rogamos, Señor, por todos esos sufrimientos que parecen no tener sentido, por los judíos muertos en los campos de exterminio, por los cristianos asesinados por odio a la fe, por las víctimas de toda persecución, por los niños esclavizados en el trabajo, por los inocentes que mueren en las guerras. Haznos comprender, Señor, cuánta libertad y fuerza interior hay en esta inédita revelación de tu divinidad, tan humana como para caer bajo el peso de la cruz de los pecados del hombre, tan divinamente misericordiosa como para derrotar el mal que nos oprimía.

Padrenuestro…

84

CUARTA ESTACIÓN Jesús encuentra a su Madre

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Lucas (2, 34-35.51)

Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Dios ha querido que la vida venga al mundo a través del dolor del parto: a través del sufrimiento de una madre que da la vida al mundo. Todos necesitan una Madre, también Dios. «El Verbo se hizo carne» (Jn 1,14) en el seno de una Virgen. María lo acogió, lo dio a luz en Belén, lo envolvió en pañales, lo protegió y lo hizo crecer con el calor de su amor, y lo acompañó hasta su «hora».

Ahora, a los pies del Calvario, se cumple la profecía de Simeón: una espada le atraviesa el corazón. María ve al Hijo, desfigurado y exánime bajo el peso de la cruz. Ojos dolorosos, los de la Madre, partícipe hasta el extremo en el dolor del Hijo, pero también ojos llenos de esperanza, que, desde el día de su «sí» al anuncio del ángel (cf. Lc 1,26-38) no han dejado de reflejar esa luz divina que brilla también en este día de sufrimiento.

María es esposa de José y madre de Jesús. Hoy como siempre la familia es el corazón palpitante de la sociedad; célula irrenunciable de la vida común; clave de bóveda insustituible de las relaciones humanas; amor para siempre que salvará al mundo.

María es mujer y madre. Genio femenino y ternura. Sabiduría y caridad. María, como madre de todos, «es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto», y «como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286).

Oh María, Madre del Señor, Tú fuiste para tu divino Hijo el primer reflejo de la misericordia de su Padre, aquella misericordia que le pediste que manifestara en Caná. Ahora que tu Hijo nos revela el Rostro del Padre hasta las últimas consecuencias del amor, caminas en silencio tras sus huellas, como primera discípula de la cruz. Oh María, Virgen fiel, cuida de todos los huérfanos de la Tierra, protege a todas las mujeres explotadas y maltratadas. Suscita mujeres valerosas para el bien de la Iglesia. Inspira a cada madre para que eduque a sus hijos en la ternura del amor de Dios, y que, en el momento de la prueba, los acompañen en su camino con la fuerza silenciosa de su fe.

Padrenuestro…

85

QUINTA ESTACIÓN El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Marcos (15, 21-22)

Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota, que quiere decir lugar de «La Calavera».

En la historia de la salvación aparece un hombre desconocido. A Simón de Cirene, un trabajador que volvía del campo, lo obligan a llevar la cruz. Y la gracia del amor de Cristo, que pasa a través de aquella cruz, actúa en primer lugar en él. Y Simón, forzado a llevar un peso a regañadientes, llegará a ser discípulo del Señor.

Cuando el sufrimiento toca a la puerta nunca es bien recibido. Se presenta siempre como una imposición, a veces incluso como una injusticia. Y nos puede encontrar dramáticamente desprevenidos. Una enfermedad puede acabar con nuestros proyectos de vida. Un niño discapacitado puede perturbar el sueño de una maternidad anhelada. Esa tribulación no buscada llama sin embargo con prepotencia al corazón del hombre. ¿Cómo reaccionamos frente al sufrimiento de una persona amada? ¿Cuánto nos preocupa el grito de quien sufre pero vive lejos de nosotros?

El Cireneo nos ayuda a entrar en la fragilidad del alma humana y nos descubre otro aspecto de la humanidad de Jesús. Hasta el Hijo de Dios tuvo necesidad de alguien que lo ayudara a llevar la cruz. ¿Quién es el Cireneo? Es la misericordia de Dios presente en la historia de los seres humanos. Dios se ensucia las manos con nosotros, con nuestros pecados y fragilidades. No se avergüenza. Y no nos abandona.

Señor Jesús, te damos gracias por este don que supera todo deseo y nos desvela tu misericordia. Tú nos has amado, no sólo hasta darnos la salvación, sino hasta hacernos instrumentos de salvación. Mientras tu cruz da sentido a todas nuestras cruces, a nosotros se nos da la gracia más grande de la vida: participar activamente en el misterio de la redención, ser instrumentos de salvación para nuestros hermanos.

Padrenuestro…

86

SEXTA ESTACIÓN La Verónica enjuga el rostro de Jesús

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del profeta Isaías (53, 2-3)

Sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado.

Entre la agitada multitud que contempla la subida de Jesús al Calvario, aparece Verónica, una mujer sin rostro, sin historia. Y, sin embargo, una mujer valiente, dispuesta a escuchar al Espíritu y seguir sus inspiraciones, capaz de reconocer la gloria del Hijo de Dios en el rostro desfigurado de Jesús, y percibir su invitación: «Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta» (Lm 1,12).

El amor que encarna esta mujer nos deja sin palabras. El amor le da fuerzas para desafiar a los guardias, para atravesar la multitud, para acercarse al Señor y realizar un gesto de compasión y de fe: detener el flujo de sangre de las heridas, enjugar las lágrimas del dolor, contemplar aquel rostro desfigurado, detrás del cual se esconde el rostro de Dios.

Instintivamente huimos del sufrimiento, porque el sufrimiento nos repugna. Cuántas veces, cuando nos encontramos con tantos rostros desfigurados por las aflicciones de la vida miramos a otro lado. ¿Cómo no ver el rostro del Señor en los millones de prófugos, refugiados y desplazados que huyen desesperados del horror de la guerra, de las persecuciones y de las dictaduras? Para cada uno de ellos, con su rostro irrepetible, Dios se manifiesta siempre como un valiente rescatador. Como Verónica, la mujer sin rostro, que enjugó amorosamente el rostro de Jesús.

«Tu rostro buscaré, Señor» (Sal 27,8). Ayúdame a encontrarlo en los hermanos que recorren la vía del dolor y de la humillación. Haz que sepa enjugar las lágrimas y la sangre de los vencidos de toda época, de los que la sociedad rica y despreocupada descarta sin escrúpulo. Haz que detrás de cada rostro, también el del hombre más abandonado, sepa descubrir tu rostro de belleza infinita.

Padrenuestro…

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SÉPTIMA ESTACIÓN Jesús cae por segunda vez

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del profeta Isaías (53,5)

Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.

Jesús cae de nuevo. Aplastado pero no aniquilado por el peso de la cruz. Una vez más, descubre su humanidad. Es una experiencia al límite de la impotencia, de vergüenza ante quienes lo afrentan, de humillación ante quienes habían esperado en él. Nadie quisiera nunca caer por tierra y experimentar el fracaso. Especialmente delante de otras personas.

Con frecuencia los hombres se rebelan contra la idea de no tener poder, de no ser capaces de llevar adelante la propia vida. Jesús, en cambio, encarna el «poder de los sin poder». Experimenta el tormento de la cruz y la fuerza salvadora de la fe. Sólo Dios puede salvarnos. Sólo él puede transformar un signo de muerte en una cruz gloriosa.

Si Jesús ha caído en tierra por segunda vez por el peso de nuestros pecados, aceptemos entonces que también nosotros caemos, que hemos caído, que aún podemos caer por nuestros pecados. Reconozcamos que no podemos salvarnos por nosotros mismos, con nuestras propias fuerzas.

Señor Jesús, que has aceptado la humillación de caer de nuevo bajo la mirada de todos: quisiéramos contemplarte no sólo cuando estás en el polvo, sino fijar en ti nuestra mirada, desde la misma situación, también nosotros por tierra, caídos por nuestras debilidades. Haznos tomar conciencia de nuestro pecado, la voluntad de volver a levantarse que nace del dolor. Da a toda tu Iglesia la conciencia del sufrimiento. Ofrece en particular a los ministros de la Reconciliación el don de las lágrimas por sus pecados. ¿Cómo podrán invocar sobre los demás y sobre sí mismos tu misericordia si no saben primero llorar sus propias culpas?

Padrenuestro…

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OCTAVA ESTACIÓN Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Lucas (23,27-28)

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos».

Jesús, aunque está desgarrado por el dolor y busca refugio en el Padre, siente compasión del pueblo que lo seguía y se dirige directamente a las mujeres que lo están acompañando en el camino del Calvario. Y hace un enérgico llamamiento a la conversión.

«No lloréis por mí», dice el Nazareno, porque yo estoy haciendo la voluntad del Padre, sino llorad por vosotras por todas las veces que no hacéis la voluntad de Dios.

Es el Cordero de Dios el que habla y que, llevando sobre sus hombros el pecado del mundo, purifica los ojos de estas hijas, que ya se dirigen hacia él, aunque de modo imperfecto. «¿Qué tenemos que hacer?», parece gritar el llanto de estas mujeres delante del Inocente. Es la misma pregunta que la multitud le hizo al Bautista (cf. Lc 3,10) y que repiten luego quienes escuchan a Pedro después de Pentecostés, sintiéndose traspasado el corazón: «¿Qué tenemos que hacer?» (Hch 2,37).

La respuesta es simple y precisa: «Convertíos». Una conversión personal y comunitaria: «Rezad unos por otros para que os curéis» (St 5,16). No hay conversión sin caridad. Y la caridad es el modo de ser Iglesia.

Señor Jesús, que tu gracia sostenga nuestro camino de conversión para regresar a ti, en comunión con nuestros hermanos, por quienes te pedimos nos des tus mismas entrañas de misericordia, entrañas maternas que nos hagan capaces de sentir unos por otros ternura y compasión. y de llegar a entregarnos por la salvación del prójimo.

Padrenuestro…

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NOVENA ESTACIÓN Jesús cae por tercera vez

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura de la carta del Apóstol Pablo a los Filipenses (2,6-7)

Él, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.

Jesús cae por tercera vez. El Hijo de Dios experimenta hasta las últimas consecuencias la condición humana. Con esta caída entra aún más plenamente en la historia de la humanidad. Y acompaña en todo momento a la humanidad que sufre. «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 21).

¡Cuántas veces los hombres y las mujeres caen por tierra! ¡Cuántas veces los hombres, las mujeres y los niños sufren por la familia dividida! ¡Cuántas veces los hombres y las mujeres piensan que no tienen más dignidad porque no tienen un trabajo! ¡Cuántas veces los jóvenes están obligados a vivir una vida precaria y pierden la esperanza en el futuro!

El hombre que cae, y que contempla al Dios que cae, es el hombre que puede finalmente admitir su debilidad e impotencia ya sin temor y desesperación, precisamente porque también Dios lo ha experimentado en su Hijo. Es gracias a la misericordia que Dios se ha abajado hasta este punto, hasta estar tendido en el polvo del camino. Polvo mojado por el sudor de Adán y la sangre de Jesús y de todos los mártires de la historia; polvo bendecido por las lágrimas de tantos hermanos que murieron por la violencia y la explotación del hombre por el hombre. A este polvo bendito, ultrajado, violado y depredado por el egoísmo humano, el Señor ha reservado su último abrazo.

Señor Jesús, postrado sobre esta tierra reseca, estás cerca de todos los hombres que sufren e infundes en sus corazones la fuerza para volver a levantarse. Te pido, Dios de la misericordia, por todos los que se encuentran postrados por tierra por tantos motivos: pecados personales, matrimonios fracasados, soledad, pérdida del trabajo, dramas familiares, angustia por el futuro. Hazles sentir que tú no estás lejos de cada uno de ellos, porque el más próximo a ti, que eres la misericordia encarnada, es el hombre que más siente la necesidad del perdón y sigue esperando contra toda esperanza.

Padrenuestro…

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DÉCIMA ESTACIÓN Jesús es despojado de sus vestiduras

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Marcos (15,24)

Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.

A los pies de la cruz, bajo el crucificado y los ladrones que sufren, están los soldados que se disputan las vestiduras de Jesús. Es la banalidad del mal.

La mirada de los soldados es ajena a este sufrimiento y distante de la historia que los rodea. Parece que lo que está sucediendo no les afecta. Mientras el Hijo de Dios padece los suplicios de la cruz, ellos, sin inmutarse, siguen llevando una vida dominada por las pasiones. Esta es la gran paradoja de la libertad que Dios ha concedido a sus hijos. Ante la muerte de Jesús, cada hombre puede elegir: o contemplar a Cristo o «echar a suertes».

Es enorme la distancia que separa al Crucificado de sus verdugos. El interés mezquino por las vestiduras no les permite percibir el sentido de aquel cuerpo inerme y despreciado, escarnecido y maltratado, en el que se cumple la divina voluntad de salvación de la humanidad entera.

Aquel cuerpo que el Padre ha «preparado» para el Hijo (cf. Sal 40, 7; Hb 10, 5) expresa ahora el amor del Hijo por el Padre y el don total de Jesús a los hombres. Aquel cuerpo despojado de todo, menos del amor, encierra en sí el inmenso dolor de la humanidad y habla de todas sus heridas. Sobre todo de las más dolorosas: las llagas de los niños profanados en su intimidad.

Aquel cuerpo mudo y sangrante, flagelado y humillado, indica el camino de la justicia. La justicia de Dios que transforma el sufrimiento más atroz en la luz de la resurrección.

Señor Jesús: Quiero presentar ante ti a toda la humanidad dolorida. Los cuerpos de hombres y mujeres, de niños y ancianos, de enfermos y discapacitados oprimidos en su dignidad. Cuántas violencias a lo largo de la historia de esta humanidad han golpeado lo que el hombre tiene como más suyo, algo sagrado y bendito porque procede de Dios. Te pedimos, Señor, por quien ha sido violado en su intimidad. Por quien no comprende el misterio de su propio cuerpo, por quien no lo acepta o desfigura su belleza, por quien no respeta la debilidad y la sacralidad del cuerpo que envejece y muere. Y que un día resucitará.

Padrenuestro…

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UNDÉCIMA ESTACIÓN Jesús es clavado en la cruz

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Lucas (23, 39-43)

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Jesús está en la cruz, «árbol fecundo y glorioso», «tálamo, trono y altar» (Himno Vexila Regis). Y desde lo alto de este trono, punto de atracción del todo el universo (cf. Jn 12,32), perdona a quienes lo crucifican «porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Sobre la cruz de Cristo, «balanza del gran rescate» (Himno Vexila Regis), resplandece una omnipotencia que se despoja, una sabiduría que se abaja hasta la locura, un amor que se ofrece en sacrificio.

A la derecha y a la izquierda de Jesús están los dos malhechores, probablemente dos asesinos. Estos dos malhechores interpelan al corazón de todo hombre porque muestran dos modos diferentes de estar en la cruz: el primero maldice a Dios, el segundo reconoce a Dios en esa cruz. El primer malhechor propone la solución más cómoda para todos. Propone una salvación humana y su mirada está dirigida hacia abajo. La salvación para él significa escapar de la cruz y acabar con el sufrimiento. Es la lógica de la cultura del descarte. Pide a Dios eliminar todo lo que no es útil ni digno de ser vivido.

El segundo malhechor, sin embargo, no negocia una solución. Propone una salvación divina y su mirada está dirigida totalmente al cielo. Para él, la salvación significa aceptar la voluntad de Dios incluso en las peores condiciones. Es el triunfo de la cultura del amor y del perdón.

Es la locura de la cruz ante la cual toda sabiduría humana desaparece y queda en silencio.

Tú, crucificado por amor, Dame ese perdón tuyo que olvida y esa misericordia que recrea. Hazme experimentar en cada confesión la gracia que me ha creado a tu imagen y semejanza, y que me recrea cada vez que pongo mi vida, con todas sus miserias, en las manos misericordiosas del Padre. Que tu perdón resuene en mí como certeza del amor que me salva, me renueva y me hace estar contigo para siempre. Entonces seré de verdad un malhechor bienaventurado y cada perdón tuyo será como pregustar ya desde ahora el Paraíso,.

Padrenuestro…

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DUODÉCIMA ESTACIÓN Jesús muere en la cruz

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Marcos (15,33-39)

Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: «Eloi, Eloi, lamá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo». Entonces Jesús, dando un grito, expiró. El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!».

Oscuridad a mediodía: está ocurriendo algo totalmente inaudito e imprevisto sobre la tierra, pero que no pertenece sólo a la tierra. El hombre mata a Dios. El Hijo de Dios ha sido crucificado como un malhechor.

Jesús se dirige al Padre gritando las primeras palabras del Salmo 22. Es el grito del sufrimiento y de la desolación, pero es también el grito de la completa «confianza de la victoria divina» y de la «certeza de la gloria» (Benedicto XVI, Catequesis, 14 septiembre 2011).

El grito de Jesús es el grito de todo crucificado en la historia, del abandonado y del humillado, del mártir y del profeta, del calumniado y del condenado injustamente, de quien sufre el exilio o la cárcel. Es el grito de la desesperación humana que desemboca, sin embargo, en la victoria de la fe que transforma la muerte en vida eterna. «Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré» (Sal 22,23).

Jesús muere en la cruz. ¿Es la muerte de Dios? No, es la celebración más sublime del testimonio de la fe.

El siglo XX ha sido definido como el siglo de los mártires. Ejemplos como los de Maximiliano Kolbe y Edith Stein reflejan una luz inmensa. Pero todavía hoy el cuerpo de Cristo está crucificado en muchas regiones de la tierra. Los mártires del siglo XXI son los verdaderos apóstoles del mundo contemporáneo.

En la gran oscuridad se enciende la fe: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!», porque quien muere así, transformando en esperanza de vida la desesperación de la muerte, no puede ser simplemente un hombre.

El crucificado es la ofrenda total. No se ha reservado nada, ni un retazo de su vestidura, ni una gota de su sangre, ni la Madre. Ha dado todo: «Consummatum est».

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Cuando no se tiene nada más para dar, porque se ha dado todo, entonces se es capaz de dar verdaderamente. Despojado, desnudo, consumido por las llagas, por la sed del abandono, por los improperios: no tiene ya figura de hombre. Dar todo: eso es la caridad. Donde termina lo mío, comienza el paraíso. (don Primo Mazzolari)

Padrenuestro…

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DECIMOTERCERA ESTACIÓN Jesús es bajado de la cruz

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Marcos (15,42-43.46a)

Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana.

José de Arimatea recibe a Jesús antes de haber visto su gloria. Lo recibe como un derrotado. Como un malhechor. Como un excluido. Pide el cuerpo a Pilato para impedir que sea arrojado en una fosa común. José arriesga su reputación y, tal vez también, como Tobit, su propia vida (cf. Tb 1,15-20). La valentía de José, sin embargo, no es la audacia de los héroes en la batalla. La valentía de José es la fuerza de la fe. Una fe que se hace acogida, gratuidad y amor. En una palabra: caridad.

El silencio, la sencillez y la sobriedad con la que José se acerca al cuerpo de Jesús contrasta con la ostentación, la banalización y la fastuosidad de los funerales de los poderosos de este mundo. Su testimonio nos recuerda, en cambio, a todos aquellos cristianos que, también en nuestros días, siguen arriesgando su propia vida por un funeral.

¿Quién podía recibir el cuerpo sin vida de Jesús más que aquella que le había dado la vida? Podemos imaginar los sentimientos de María cuando lo recibe en sus brazos; ella, que creyó en las palabras del ángel y guardaba todo en su corazón.

María, mientras abraza a su hijo exánime, repite de nuevo su «fiat». Es el drama y la prueba de la fe. Ninguna creatura lo ha sufrido tanto como María, la madre que, al pie de la cruz, nos ha engendrado a la fe.

Repetía la oración del mundo: «Padre, Abbá, si es posible…». Sólo un ramito de olivo oscilaba sobre su cabeza al viento silencioso… Ni siquiera una espina le quitaste de la corona. Traspasado también el pensamiento no puede, no puede allá arriba, no puede el pensamiento dejar de sangrar. Y ni siquiera una mano le desclavaste del madero: para que se limpiara de los ojos la sangre y le fuera concedido

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mirar allí al menos a la Madre sola… Hasta los poderosos y maestros de crueldad y la gente, al verlo se cubrían el rostro y él fluctuaba en una nube: dentro de la nube del divino abandono. Y después, sólo después. Tú y nosotros a devolverle la vida. (Padre Turoldo)

Padrenuestro…

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DECIMOCUARTA ESTACIÓN Jesús es puesto en el sepulcro

V: Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. R: Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lectura del Evangelio según san Mateo (27, 59-60)

José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.

Mientras José sella la tumba de Jesús, él desciende a los infiernos y abre sus puertas de par en par.

Lo que la Iglesia occidental llama «descenso a los infiernos», la Iglesia oriental lo celebra ya como Anastasis, es decir, «Resurrección». Así es como las Iglesias hermanas comunican al hombre la plena Verdad de este único Misterio: «Esto dice el Señor Dios: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis» (Ez 37,12.14).

Tu Iglesia, Señor, canta cada mañana: «Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte» (Lc 1,78-79).

El hombre, deslumbrado por unas luces que tienen el color de las tinieblas, empujado por las fuerzas del mal, hizo rodar una gran piedra y te ha encerrado en el sepulcro. Pero nosotros sabemos que tú, Dios humilde, en el silencio en el que nuestra libertad te ha depuesto, estás más activo que nunca, generando nueva gracia en el hombre que amas. Entra, pues, en nuestros sepulcros: enciende de nuevo la llama de tu amor en el corazón de todo hombre, en el seno de toda familia, en el camino de cada pueblo.

Oh Cristo Jesús, todos caminamos hacia nuestra muerte y nuestra tumba. Permítenos detenernos en espíritu junto a tu sepulcro. Que el poder de la vida que se ha manifestado en él traspase nuestros corazones. Que esta vida sea la luz de nuestra peregrinación terrena. (San Juan Pablo II)

Por las intenciones del Santo Padre Padrenuestro… Dios te salve, María… Gloria al Padre…

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Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, en la oración y el ayuno, meditando su pasión y su muerte, así como su descenso al lugar de los muertos en la espera de su resurrección. La Iglesia se priva de la celebración del sacrificio de la Misa y mantiene despojado el altar hasta que, después de la solemne Vigilia o espera de la resurrección durante la noche, comience la alegría pascual, cuya plenitud se extenderá a lo largo de cincuenta días. La Iglesia acompaña la soledad de María. REFLEXIÓN DEL CARDENAL EDUARDO F. PIRONIO

De unas notas para una homilía “Junto a la cruz de Jesús estaba María,

su Madre” (Jn 19,25) Hoy contemplamos a María al pie de la cruz. Contemplamos la solemnidad de ayer. Tratamos de penetrar en el corazón de María que ama, que sufre, que ofrece, que contempla, que acoge los nuevos hijos. El sufrimiento nos

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hace universales. Hace falta descubrir el sufrimiento del mundo, de los jóvenes. Hacerlo nuestro, ser solidarios con el dolor de los demás (de los niños, de los ancianos, de los huérfanos, de los que quedan solos, de las mujeres) en este momento particularmente sufriente de nuestro mundo. Hace falta ser fuertes, tener coraje, comunicar esperanza. Nos la dan la certeza infalible de las palabras de Jesús: Aquí tienes a tu Madre. Saber aceptar, asumir, gustar nuestra propia cruz. El dolor es siempre fecundo. Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo, pero si muere produce mucho fruto (Jn 12,24). El sufrimiento nos hace infaliblemente fecundos. Sufrió Jesús, sufrió María. Es normal que suframos nosotros. El sufrimiento nos hace inconfundiblemente discípulos: el que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. El sufrimiento nos hace imperturbablemente felices: me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24). Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo (Gal 6,14). Contemplamos a Jesús sufriente: Cristo que ora con grandes gritos y lágrimas, que aprendió a obedecer en la escuela del sufrimiento (Hbr 5,7-9). Es la primera etapa del Misterio Pascual. Por más que el Misterio Pascual se inició aquí cuando el Verbo se hizo carne. Yo quisiera proponer a ustedes y a los jóvenes el sentido de la cruz pascual de Jesús. Pero desde María y con María. María, la contemplativa, al pie de la cruz. María dijo que sí a la Encarnación. Lo dijo a la proclamación de la Buena Nueva. Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican. Lo dijo en la cruz. Lo dijo en Pentecostés. Solamente a la luz de la Pascua podemos hablar de la cruz. Hoy celebramos los dolores de María. Se nos ofrece una triple contemplación que es, en el fondo, la contemplación de un único misterio: Jesucristo en la cruz, María al pie de la cruz, la pasión de Cristo en la historia de los hombres. Es el único modo de entender nuestra propia cruz y de asumir con serenidad el sufrimiento de todos los hombres. Completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1,24). María está allí, serena y fuerte, al pie de la cruz. La cruz da fecundidad maternal (Mujer, aquí tienes a tu hijo). Nos da a nosotros confianza y serenidad (aquí tienes a tu Madre). Para los momentos difíciles de la vida, cuánto bien nos hace releer y meditar las dos lecturas de hoy. Contemplar el sufrimiento doloroso de Jesús y el martirio interior de María. La construcción de “la nueva civilización” exige jóvenes nuevos: profundos en la contemplación, fuertes en la cruz, alegres en la esperanza.

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PARA REZAR EN FAMILIA

La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía.

Cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa,

fiero cuchillo tenía.

¡Oh, cuán triste y cuán aflicta se vio la Madre bendita,

de tantos tormentos llena! Cuando triste contemplaba

y dolorosa miraba del Hijo amado la pena.

Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor?

Y ¿quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera

sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo

tormento la dulce Madre. Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre.

¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor

para que llore contigo. Y que, por mi Cristo amado,

mi corazón abrasado más viva en él que conmigo.

Y, porque a amarle me anime, en mi corazón imprime

las llagas que tuvo en sí. Y de tu Hijo, Señora, divide conmigo ahora

las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar y de veras lastimar

de sus penas mientras vivo. Porque acompañar deseo en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo.

¡Virgen de vírgenes santas!, llore ya con ansias tantas, que el llanto dulce me sea. Porque su pasión y muerte tenga en mi alma, de suerte que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more de mi fe y amor indicio.

Porque me inflame y encienda, y contigo me defienda

en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte de Cristo, cuando en tan fuerte

trance vida y alma estén. Porque, cuando quede en calma

el cuerpo, vaya mi alma a su eterna gloria. Amén.

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SUGERENCIA Si seguís la Vigilia Pascual por televisión o por las redes sociales, te sugerimos que tengas una vela para poder encenderla durante el Pregón Pascual y durante la renovación de las promesas bautismales. También podés tener una botella o recipiente con agua para que pueda ser bendecida en el momento de la liturgia bautismal.

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

Año "A"

Para la Vigilia pascual se proponen nueve lecturas, es decir, siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo. Si las circunstancias lo exigen, por causas particulares, puede disminuirse el número de lecturas. Sin embargo, háganse por lo menos tres lecturas del Antiguo Testamento, y en los casos más urgentes, dos, antes de la Epístola y el Evangelio. Nunca se ha de omitir la lectura del Éxodo sobre el paso del Mar Rojo (tercera lectura).

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Dios miró todo lo que había hecho y vio que era muy bueno

Lectura del libro del Génesis 1, 1 -- 2, 2 Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas. Entonces Dios dijo: «Que exista la luz.» Y la luz existió. Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas; y llamó Día a la luz y Noche a las tinieblas. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el primer día. Dios dijo: «Que haya un firmamento en medio de las aguas, para que establezca una separación entre ellas.» Y así sucedió. Dios hizo el firmamento, y este separó las aguas que están debajo de él, de las que están encima de él; y Dios llamó Cielo al firmamento. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el segundo día. Dios dijo: «Que se reúnan en un solo lugar las aguas que están bajo el cielo, y que aparezca el suelo firme.» Y así sucedió. Dios llamó Tierra al suelo firme y Mar al conjunto de las aguas. Y Dios vio que esto era bueno. Entonces dijo: «Que la tierra produzca vegetales, hierbas que den semilla y árboles frutales, que den sobre la tierra frutos de su misma especie con su semilla adentro.» Y así sucedió. La tierra hizo brotar vegetales, hierba que da semilla según su especie y árboles que dan fruto de su misma especie con su semilla adentro. Y Dios vio que esto era bueno. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el tercer día. Dios dijo: «Que haya astros en el firmamento del cielo para distinguir el día de la noche; que ellos señalen las fiestas, los días y los años, y que estén como lámparas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra.» Y así sucedió. Dios hizo los dos grandes astros -el astro mayor para presidir el día y el menor para presidir la noche- y también hizo las estrellas. Y los puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, para presidir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que esto era bueno. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el cuarto día. Dios dijo: «Que las aguas se llenen de una multitud de seres vivientes y que vuelen pájaros sobre la tierra, por el firmamento del cielo.» Dios creó los grandes monstruos marinos, las diversas clases de seres vivientes que llenan las aguas deslizándose en ellas y todas las especies de animales con alas. Y Dios vio que esto era bueno. Entonces los bendijo, diciendo: «Sean fecundos y multiplíquense; llenen las aguas de los mares y que las aves se multipliquen sobre la tierra.» Así hubo una tarde y una mañana: este fue el quinto día. Dios dijo: «Que la tierra produzca toda clase de seres vivientes: ganado, reptiles y animales salvajes de toda especie.» Y así sucedió. Dios hizo las diversas clases de animales del campo, las diversas clases de ganado y todos los reptiles de la tierra, cualquiera sea su especie. Y Dios vio que esto era bueno. Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo.» Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: «Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra.» Y continuó diciendo: «Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento. Y a todas la fieras de la tierra, a

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todos los pájaros del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde.» Y así sucedió. Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el sexto día. Así fueron terminados el cielo y la tierra, y todos los seres que hay en ellos. El séptimo día, Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hacer la obra que había emprendido. Palabra de Dios. O bien más breve:

Al principio Dios creó el cielo y la tierra

Lectura del libro del Génesis 1, 26-31a Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo.» Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: «Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra.» Y continuó diciendo: «Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento. Y a todas la fieras de la tierra, a todos los pájaros del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde.» Y así sucedió. Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno. Palabra de Dios. Salmo Sal 103, 1-2a. 5-6. 10. 12. 13-14ab. 24. 35 R. Señor, envía tu Espíritu y renueva toda la tierra. Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves con un manto de luz. R. Afirmaste la tierra sobre sus cimientos: ¡no se moverá jamás! El océano la cubría como un manto, las aguas tapaban las montañas. R. Haces brotar fuentes en los valles, y corren sus aguas por las quebradas. Las aves del cielo habitan junto a ellas y hacen oír su canto entre las ramas. R.

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Desde lo alto riegas las montañas, y la tierra se sacia con el fruto de tus obras. Haces brotar la hierba para el ganado y las plantas que el hombre cultiva. R. ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡Todo lo hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas! ¡Bendice al Señor, alma mía! R. O bien: Sal 32, 4-7. 12-13. 20. 22 R. La tierra está llena del amor del Señor. La palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad; él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor. R. La palabra del Señor hizo el cielo, y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales; él encierra en un cántaro las aguas del mar y pone en un depósito las olas del océano. R. ¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se eligió como herencia! El Señor observa desde el cielo y contempla a todos los hombres. R. Nuestra alma espera en el Señor: él es nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.

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El sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe

Lectura del libro del Génesis 22, 1-18 Dios puso a prueba a Abraham «¡Abraham!», le dijo. El respondió: «Aquí estoy.» Entonces Dios le siguió diciendo: «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de

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Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré.» A la madrugada del día siguiente, Abraham ensilló su asno, tomó consigo a dos de sus servidores y a su hijo Isaac, y después de cortar la leña para el holocausto, se dirigió hacia el lugar que Dios le había indicado. Al tercer día, alzando los ojos, divisó el lugar desde lejos, y dijo a sus servidores: «Quédense aquí con el asno, mientras yo y el muchacho seguimos adelante. Daremos culto a Dios, y después volveremos a reunirnos con ustedes.» Abraham recogió la leña para el holocausto y la cargó sobre su hijo Isaac; él, por su parte, tomó en sus manos el fuego y el cuchillo, y siguieron caminando los dos juntos. Isaac rompió el silencio y dijo a su padre Abraham: «¡Padre!» El respondió: «Sí, hijo mío.» «Tenemos el fuego y la leña, continuó Isaac, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?» «Dios proveerá el cordero para el holocausto», respondió Abraham. Y siguieron caminando los dos juntos. Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña. Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Angel del Señor lo llamó desde el cielo: «¡Abraham, Abraham!» «Aquí estoy», respondió él. Y el Angel le dijo: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único.» Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Abraham llamó a ese lugar: «El Señor proveerá», y de allí se origina el siguiente dicho: «En la montaña del Señor se proveerá.» Luego el Angel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: «Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos, y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz.» Palabra de Dios. O bien más breve: Lectura del libro del Génesis 22, 1-2. 9a. 10-13. 15-18 Dios puso a prueba a Abraham «¡Abraham!», le dijo. El respondió: «Aquí estoy.» Entonces Dios le siguió diciendo: «Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré.» Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Pero el Angel del Señor lo llamó desde el cielo: «¡Abraham, Abraham!» «Aquí estoy», respondió él. Y el Angel le dijo: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único.» Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Luego el Angel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo, y le dijo: «Juro por mí

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mismo -oráculo del Señor-: porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único, yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos, y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz.» Palabra de Dios. SALMO Sal 15, 5. 8-11 R. Protégeme, Dios mío, porque en ti me refugio. El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte! Tengo siempre presente al Señor: él está a mi lado, nunca vacilaré. R. Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la Muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. R. Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha. R.

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Los israelitas entraron a pie en el cauce del mar

Lectura del libro del Éxodo 14, 15-15, 1a Después el Señor dijo a Moisés: «¿Por qué me invocas con esos gritos? Ordena a los israelitas que reanuden la marcha. Y tú, con el bastón en alto, extiende tu mano sobre el mar y divídelo en dos, para que puedan cruzarlo a pie. Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios, y ellos entrarán en el mar detrás de los israelitas. Así me cubriré de gloria a expensas del Faraón y de su ejército, de sus carros y de sus guerreros. Los egipcios sabrán que soy el Señor, cuando yo me cubra de gloria a expensas del Faraón, de sus carros y de sus guerreros.» El Ángel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel, retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se desplazó también de adelante hacia atrás, interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros. Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo retroceder el mar con un fuerte viento del este, que sopló toda la noche y transformó el mar en tierra seca. Las aguas se abrieron, y los israelitas entraron a pie en el cauce del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del Faraón, sus carros y sus guerreros,

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entraron detrás de ellos en medio del mar. Cuando estaba por despuntar el alba, el Señor observó las tropas egipcias desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos. Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran con dificultad. Los egipcios exclamaron: «Huyamos de Israel, porque el Señor combate en favor de ellos contra Egipto.» El Señor dijo a Moisés: «Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se vuelvan contra los egipcios, sus carros y sus guerreros.» Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, el mar volvió a su cauce. Los egipcios ya habían emprendido la huida, pero se encontraron con las aguas, y el Señor los hundió en el mar. Las aguas envolvieron totalmente a los carros y a los guerreros de todo el ejército del Faraón que habían entrado en medio del mar para perseguir a los israelitas. Ni uno solo se salvó. Los israelitas, en cambio, fueron caminando por el cauce seco del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda. Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar, y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo temió al Señor, y creyó en él y en Moisés, su servidor. Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en honor del Señor: SALMO Ex 15, 1b-6. 17-18 R. Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria. «Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria: él hundió en el mar los caballos y los carros. El Señor es mi fuerza y mi protección, él me salvó. El es mi Dios y yo lo glorifico, es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza. R. El Señor es un guerrero, su nombre es "Señor". El arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército, lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo. R. El abismo los cubrió, cayeron como una piedra en lo profundo del mar. Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza, tu mano, Señor, aniquila al enemigo. R. Tú llevas a tu pueblo, y lo plantas en la montaña de tu herencia, en el lugar que preparaste para tu morada, en el Santuario, Señor, que fundaron tus manos. ¡El Señor reina eternamente!» R.

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Se compadeció de ti con amor eterno tu redentor, el Señor

Lectura del libro del profeta Isaías 54, 5-14 Tu esposo es aquel que te hizo: su nombre es Señor de los ejércitos; tu redentor es el Santo de Israel: él se llama «Dios de toda la tierra.» Sí, como a una esposa abandonada y afligida te ha llamado el Señor: «¿Acaso se puede despreciar a la esposa de la juventud?», dice el Señor. Por un breve instante te dejé abandonada, pero con gran ternura te uniré conmigo; en un arrebato de indignación, te oculté mi rostro por un instante, pero me compadecí de ti con amor eterno, dice tu redentor, el Señor. Me sucederá como en los días de Noé, cuando juré que las aguas de Noé no inundarían de nuevo la tierra: así he jurado no irritarme más contra ti ni amenazarte nunca más. Aunque se aparten las montañas y vacilen las colinas, mi amor no se apartará de ti, mi alianza de paz no vacilará, dice el Señor, que se compadeció de ti. ¡Oprimida, atormentada, sin consuelo! ¡Mira! Por piedras, te pondré turquesas y por cimientos, zafiros; haré tus almenas de rubíes, tus puertas de cristal y todo tu contorno de piedras preciosas. Todos tus hijos serán discípulos del Señor, y será grande la paz de tus hijos. Estarás afianzada en la justicia, lejos de la opresión, porque nada temerás, lejos del temor, porque no te alcanzará. Palabra de Dios. SALMO Sal 29, 2. 4-6. 11-12a 13b R. Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste. Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. R. Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre, porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida: si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría. R. Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor. Tú convertiste mi lamento en júbilo. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente! R.

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Vengan a mí y vivirán. Yo haré con ustedes una alianza eterna

Lectura del libro del profeta Isaías 55, 1-11 Así habla el Señor: ¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos, y el que no tenga dinero, venga también! Coman gratuitamente su ración de trigo, y sin pagar, tomen vino y leche. ¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus ganancias, en algo que no sacia? Háganme caso, y comerán buena comida, se deleitarán con sabrosos manjares. Presten atención y vengan a mí, escuchen bien y vivirán. Yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi inquebrantable amor a David. Yo lo he puesto como testigo para los pueblos, jefe y soberano de naciones. Tú llamarás a una nación que no conocías, y una nación que no te conocía correrá hacia ti, a causa del Señor, tu Dios, y por el Santo de Israel, que te glorifica. ¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca! Que el malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva al Señor, y él le tendrá compasión, a nuestro Dios, que es generoso en perdonar. Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes. Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé. Palabra de Dios. SALMO Is 12, 2-6 R. Sacarán aguas con alegría de las fuentes de la salvación. Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; Él fue mi salvación. R. Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre. R. Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión,

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porque es grande en medio de ti el Santo de Israel! R.

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Camina hacia el resplandor, atraído por su luz

Lectura del libro del profeta Baruc 3, 9-15. 32-4, 4 Escucha, Israel, los mandamientos de vida; presta atención para aprender a discernir. ¿Por qué, Israel, estás en un país de enemigos y has envejecido en una tierra extranjera? ¿Por qué te has contaminado con los muertos, contándote entre los que bajan al Abismo? ¡Tú has abandonado la fuente de la sabiduría! Si hubieras seguido el camino de Dios, vivirías en paz para siempre. Aprende dónde está el discernimiento, dónde está la fuerza y dónde la inteligencia, para conocer al mismo tiempo dónde está la longevidad y la vida, dónde la luz de los ojos y la paz. ¿Quién ha encontrado el lugar de la Sabiduría, quién ha penetrado en sus tesoros? Pero el que todo lo sabe, la conoce, la penetró con su inteligencia; el que formó la tierra para siempre, y la llenó de animales cuadrúpedos; el que envía la luz, y ella sale, la llama, y ella obedece temblando. Las estrellas brillan alegres en sus puestos de guardia: él las llama, y ellas responden: «Aquí estamos», y brillan alegremente para aquel que las creó. ¡Este es nuestro Dios, ningún otro cuenta al lado de él! El penetró todos los caminos de la ciencia y se la dio a Jacob, su servidor, y a Israel, su predilecto. Después de esto apareció sobre la tierra, y vivió entre los hombres. La Sabiduría es el libro de los preceptos de Dios, y la Ley que subsiste eternamente: los que la retienen, alcanzarán la vida, pero los que la abandonan, morirán. Vuélvete, Jacob, y tómala, camina hacia el resplandor, atraído por su luz. No cedas a otro tu gloria, ni tus privilegios a un pueblo extranjero. Felices de nosotros, Israel, porque se nos dio a conocer lo que agrada a Dios. Palabra de Dios. SALMO Sal 18, 8-11 R. Señor, Tú tienes palabras de Vida eterna. La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple. R. Los preceptos del Señor son rectos,br> alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos. R. La palabra del Señor es pura, permanece para siempre;

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los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos. R. Son más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal. R.

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Yo los rociaré con agua pura y les daré un corazón nuevo

Lectura de la profecía de Ezequiel 36, 17a. 18-28 La palabra del Señor me llegó en estos términos. Hijo de hombre, cuando el pueblo de Israel habitaba en su propio suelo, lo contaminó con su conducta y sus acciones. Entonces derramé mi furor sobre ellos, por la sangre que habían derramado sobre el país y por los ídolos con que lo habían contaminado. Los dispersé entre las naciones y ellos se diseminaron por los países. Los juzgué según su conducta y sus acciones. Y al llegar a las naciones adonde habían ido, profanaron mi santo Nombre, haciendo que se dijera de ellos: «Son el pueblo del Señor, pero han tenido que salir de su país.» Entonces yo tuve compasión de mi santo Nombre, que el pueblo de Israel profanaba entre las naciones adonde había ido. Por eso, di al pueblo de Israel: Así habla el Señor : Yo no obro por consideración a ustedes, casa de Israel, sino por el honor de mi santo Nombre, que ustedes han profanado entre las naciones adonde han ido. Yo santificaré mi gran Nombre, profanado entre las naciones, profanado por ustedes. Y las naciones sabrán que yo soy el Señor -oráculo del Señor- cuando manifieste mi santidad a la vista de ellas, por medio de ustedes. Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios. Palabra de Dios. SALMO Sal 41, 3. 5bcd; 42, 3-4 R. Mi alma tiene sed de Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar

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el rostro de Dios? R. ¡Cómo iba en medio de la multitud y la guiaba hacia la Casa de Dios, entre cantos de alegría y alabanza, en el júbilo de la fiesta! R. Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas. R. Y llegaré al altar de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida; y te daré gracias con la cítara, Señor, Dios mío. R. O, cuando se administra el bautismo: Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6, como después de la quinta lectura:. R. Sacarán aguas con alegría de las fuentes de la salvación. Este es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; Él fue mi salvación. R. Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre. R. Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel! R. O bien: Sal 50, 12-15. 18-19 R. Crea en mí, Dios mío, un corazón puro. Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu.

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No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu. R. Devuélveme la alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga: yo enseñaré tu camino a los impíos y los pecadores volverán a ti. R. Los sacrificios no te satisfacen; si ofrezco un holocausto, no lo aceptas: mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y humillado. R. EPÍSTOLA

Cristo, después de resucitar, no muere más

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 6, 3-11 Hermanos: ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado. Porque el que está muerto, no debe nada al pecado. Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. Palabra de Dios. SALMO Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23 R. Aleluia, aleluia, aleluia. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor! R. La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. R.

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La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. R. EVANGELIO

Ha resucitado e irá antes que ustedes a Galilea

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 28, 1-10 Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos. El Ángel dijo a las mujeres: «No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, y vayan en seguida a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán". Esto es lo que tenía que decirles.» Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense.» Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán.» Palabra del Señor.

PAUTAS PARA LA LECTIO DIVINA

LA NOCHE SANTA DE LA VIGILIA PASCUAL

¡Ha resucitado Jesús el crucificado!

Después de haber acompañado a Jesús el Gran Viernes Santo en su camino de pasión hacia la muerte –explicada anticipadamente en la Eucaristía del Jueves-, y después de habernos detenido en una meditación silenciosa en la aridez del Sábado Santo, celebramos la Vigilia Pascual, la vigilia de las vigilias, “la madre de todas las vigilias”, como la llamó San Agustín.

Esta noche es diferente a todas las demás noches del año. San Gregorio de Nisa, en el Siglo IV dC, describió la emoción que se vive en una noche como ésta:

“¿Qué hemos visto? El esplendor de las antorchas que eran llevadas en la noche como en una nube de fuego. Toda la noche hemos oído resonar himnos y cánticos espirituales. Era como un río de gozo que descendía de los oídos a nuestras almas, llenándonos de buena esperanza... Esta noche brillante de

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luz que unía el esplendor de las antorchas a los primeros rayos del sol ha hecho con ellos un solo día sin dejar intervalos a las tinieblas”.

Y es que la riqueza de los símbolos que van apareciendo gradualmente nos ayudan a percibir la grandeza del mensaje pascual:

· El FUEGO nuevo que brilla en el cirio pascual nos recuerda la columna de fuego que acompañó el caminar nocturno del pueblo de Dios en su éxodo, es el símbolo de Jesús “luz del mundo” y del fuego encendido por le Resucitado en los corazones.

· El GLORIA, antiguo himno celebrativo de Cristo, cuya alusión a las palabras del ángel en la noche de la navidad evoca en esta otra noche el sentido pascual de la encarnación y nacimiento del Mesías.

· El ALELUYA pascual, el himno de los redimidos, cantar de los peregrinos que han emprendido la ruta hacia la patria definitiva.

· El AGUA regeneradora, signo de la vida nueva en Jesús “fuente de vida”. Renovando nuestra profesión de fe bautismal, declaramos que adherimos a su vida nueva, entrando en comunión con Él.

· El BANQUETE pascual que celebramos en la liturgia eucarística, comida del y con el Resucitado. De hecho, la Resurrección de Jesús alcanza su sentido pleno en nosotros cuando lo comulgamos en la Eucaristía, el sacramento pascual por excelencia, poniéndole fin al ayuno cuaresmal.

Y en medio de esta espera vigilante, la Palabra de Dios –Palabra creadora y salvífica- va diseñando un itinerario digno de ser vivido paso a paso.

Una vez que hemos cantado el PREGÓN pascual, nos sentamos para escuchar nueve lecturas, siete del Antiguo y dos del Nuevo Testamento. El Templo sigue parcialmente a oscuras –con el Cirio Pascual en lugar destacado- porque hacemos la escucha de la Palabra simbólicamente a la luz de Cristo Resucitado, centro del cosmos y de la historia. Ahora la luz es la Palabra, signo concreto de la presencia del Resucitado.

De esta forma recorremos emocionados el camino pascual de la Palabra, la cual traza un arco entre la primera creación y la nueva y definitiva creación en la Resurrección de Jesús, pasando entretanto por los principales acontecimientos de la historia de la salvación. En este marco histórico comprendemos también el alcance y el significado de las antiguas palabras proféticas.

En fin, cada acontecimiento y cada palabra de Dios en la historia humana, quiere expresar el amor misericordioso de Dios por nosotros, su deseo de hacernos participar en la vida de su Hijo, haciéndonos pasar de la noche y de la oscuridad de la muerte a la luz de la vida.

Es así como contemplamos, paso a paso, todo lo que Dios ha caminado con su pueblo para realizar su plan de hacernos a todos una sola realidad en Jesús Resucitado, en quien, como dice un Padre de la Iglesia: “Las cosas divididas se reunieron y las discordantes se aplacaron... la misericordia divina reunió desde todos los lugares, los fragmentos y los fundió en el fuego de su amor, restituyéndoles su unidad primera”.

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Primera lectura: Génesis 1,26-31

“Dios vio que todo lo había hecho era bueno”

El autor de este hermoso poema de la creación parece escribir para un pueblo que está en el exilio y se encuentra afligido por la tragedia de la deportación. En esta situación, el pueblo corre el riesgo de perder la esperanza en la bondad de Dios y en su acción creadora. Es por eso que se presenta la creación como una especie de liberación. Esto lo notamos en la insistencia en el número “siete”, que hace del “descanso-sábado” de Dios el culmen de la creación (ver Génesis 2,3).

A lo largo del poema, como si se tratara de un estribillo, se insiste en el hecho de que toda obra creada es buena (ver Génesis 1,10.12.18.25), para terminar proclamando que Dios se complace en la mayor de todas sus obras: el hombre (“Y vio que todo estaba muy bien”, 1,31). Es así como se refirma que la esperanza de la vida tiene su fundamento en la misma creación de Dios.

Esta acción creadora tiene su fuente en la “Palabra de Dios”, palabra soberana que libera del caos y separa de todo elemento negativo. Es la misma Palabra que Israel ha conocido en su historia profética. Y esto crea un puente entre la creación y la historia de la salvación.

Es desde esta perspectiva como comprendemos el primado de Cristo tanto en el orden de la primera creación como el de la nueva creación, ya que Él es plenamente la “imagen de Dios” (ver Colosenses 1,18; Romanos 8,29; Jn 1,2-3), el que conduce a la humanidad hacia el sábado eterno de Dios (ver Hebreos 4,11).

Segunda lectura: Génesis 22,1-18

“Y Abraham obedeció al Señor”

En la tradición rabínica se habla de cuatro noches fundamentales en la historia de la salvación: (1) la de la creación, (2) la del sacrificio de Abraham, (3) la de la salida de Egipto y la última (4) será la de la venida del Mesías (“Poema de las Cuatro Noches”, inserto en el Tárgum palestino de Ex 12,42).

En este momento leemos el relato de la noche de la fe de Abraham: Dios le pide el sacrificio de su hijo. Abraham se presenta como modelo de creyente: su fe es obediencia, camino en la noche, subida al monte, encuentro con Dios que abre un nuevo futuro.

Esto es lo ejemplar de Abraham: se requiere la fe y un amor que ponga a Dios por encima de todos los amores, aún los más entrañables.

Desde esta segunda lectura vislumbramos la experiencia de la fe como inicio de la nueva historia que se realiza en Jesús muerto y resucitado. De hecho, el misterio pascual sólo puede ser acogido en una libertad obediente como la de Abraham. Este desafío será vivido en esta misma noche, en la liturgia bautismal, cuando seamos interrogados por nuestra fe; pero no cualquier fe sino aquella que por el amor a Dios es capaz de cualquier renuncia.

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Tercera lectura: Éxodo 14,15-15,1

“El Pueblo pasó a pie descalzo en medio del mar”

El del paso del Mar Rojo es relato emocionante que retiene toda nuestra atención. Éste merece un estudio profundo (pero este no es el espacio).

La Iglesia lee en la riqueza del simbolismo del paso del mar una tipología del bautismo cristiano, así como lo hizo Pablo: “Todos fueron bautizados en Moisés, por la nube y el mar...Todo esto les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos” (1ª Corintios 10,2.11).

Los Padres de la Iglesia vieron en este texto un relato de “nacimiento”, tipo del nuevo nacimiento “en Cristo”. Este nacimiento es una liberación de todas las fuerzas del mal, concretado en el pecado.

En esta celebración este texto es revivido en el lucernario: la procesión de la luz –con el cirio pascual que representa la nube-, enseguida el himno del “Pregón” pascual, con todas sus referencias poéticas al relato del paso del mar (releído tipológicamente), y más finalmente su inmersión en el agua que es bendecida para el bautismo.

Cuarta lectura: Isaías 54,5-14

“Tu redentor es el Señor”

Después de los relatos fundamentales de la Creación, la fe del patriarca Abraham y el paso del Mar Rojo, comienza el ciclo de las Profecías.

De nuevo el pueblo de Dios se encuentra en una situación difícil. El profeta Isaías dirige a él para “consolarlo” con palabras de amor como “Mi amor de tu lado no se apartará” (54,10a). Se despliega así una serie de imágenes cargadas expresiones afectivas para infundir en el corazón de todos que Dios se ocupa de verdad de los suyos y que tiene la fuerza para sacarlos de las situaciones dolorosas en que se encuentran. El Señor es un Dios que “quiere” y “puede” redimir a su pueblo.

La redención conduce al “matrimonio” con el Amado Dios: “Mi alianza de paz no se moverá” (54,10b). La Alianza es una relación íntima, amorosa y esponsal con el Dios que nos ha librado y que espera que lo escojamos desde nuestra nueva situación de hombres libres. Nótese en la lectura la fuerza de la imagen en la que Dios “salva” a la viuda Israel, llevándola al matrimonio (ver 54,11-14).

La liturgia de esta noche nos llevará a la renovación de la Alianza con Dios que sellamos en el Bautismo.

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Quinta lectura: Isaías 55,1-11

“Así será la palabra que salga de mi boca”

Esta lectura habla del misterio y de la eficacia de la Palabra de Dios. Así se explica cómo se vive internamente la circularidad de amor y de voluntad en la Alianza con Dios.

El énfasis de la profecía está en el anuncio de todas las palabras que él ha pronunciado –en cuanto Palabras de Dios- serán eficaces y verdaderas, ya que fue Dios mismo quien se comprometió a cumplirlas.

Es Dios quien proyecta y dirige la historia. Él sabe sacar bien de dentro del mal que padecemos por nuestras malas opciones. Así lo hizo en el exilio. Es como la lluvia que se esconde en la tierra y allí fecunda el suelo, permitiendo la germinación de nuevos frutos. Así es el obrar de Dios.

El profeta nos hace entender que Dios es “cercano” y al mismo tiempo “lejano”. Es “cercano” porque nos da su Palabra, nos perdona y nos ofrece tiempos especiales para el encuentro con Él. Es “lejano” porque su modo de conducir los proyectos siempre nos sorprende, no se deja aprisionar en la lógica y el cálculo humano.

En el misterio pascual de Cristo, la lógica de Dios que “descuadra” todos los raciocinios humanos, es el paradigma definitivo del actuar divino.

Sexta lectura: Baruc 3,9-15.32-4,4

“Todos los que la retienen alcanzarán la vida”

Llegamos ahora a una meditación sapiencial contenida en Baruc. Se dice que el pueblo fue al exilio porque abandonó el camino de la sabiduría: “¡Es que abandonaste la fuente de la sabiduría!... Si hubieras andado por el camino de Dios...” (3,12). El camino de retorno deberá ser un volver a la sabiduría: “Vuelve, Jacob, y abrázala, camina hacia el esplendor bajo su luz” (4,2).

Pero, ¡atención!, no se trata de una sabiduría esotérica ni de nada parecido, se trata de la sintonía con Dios a la hora de actuar, es decir, una comunión de voluntades. En otras palabras, vivir sabiamente es vivir a la manera de Dios.

El profeta anuncia con mucho vigor que ha aparecido sobre la tierra esta sabiduría, como un don, y que ella ha vivido en medio de los hombres.

La patrística ha visto en esta sabiduría una alusión a Jesús y una invitación a la conversión. La “vida nueva” en Cristo resucitado es el logro de esta sabiduría.

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Séptima lectura: Ezequiel 36,16-28

“Os rociaré con agua pura... os daré un corazón nuevo”

En este pasaje la revelación del Antiguo Testamento alcanza uno de sus vértices: la promesa de la “nueva alianza” (ver también Jeremías 31,31-34).

La nueva Alianza es una obra de Dios con su pueblo pecador. Es así como vemos que Dios no interviene en la historia para humillar al hombre sino para purificarlo de sus pecados.

Como en la lectura anterior, la situación negativa que vive el pueblo ha sido la consecuencia de su mal obrar. Y esta situación de desgracia ha deshonrado el “Nombre” de Dios. Los paganos se burlan de Yahveh: ¿Quién es ese Dios que tiene a sus hijos dispersos y sufriendo en tierra extranjera? Esta burla es una profanación del “Nombre” de Dios: “Y en las naciones donde llegaron profanaron mi santo nombre haciendo que se dijera a propósito de ellos: ‘Son el pueblo de Yahveh, y han tenido que salir de su tierra’” (36,20).

Pero de repente, Dios mismo realiza un acto inesperado, para que se vea la santidad del “nombre del nombre del Señor”, Dios repite los prodigios del éxodo trayendo a sus hijos a casa (“Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo”, 36,24) y sellando con ellos una nueva Alianza (“Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”, 36,28).

La “nueva Alianza” tiene como característica distintiva el hecho que transforma al pueblo “desde dentro”, desde lo profundo del corazón, para superar así el pecado de manera radical: “Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados... Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo...”, 36,25.26). Se trata de una pascua que culmina en una Alianza definitiva.

Octava lectura: Romanos 6,3-11

“Sepultados en su muerte para vivir con Él”

En esta catequesis Bautismal, Pablo nos remite al rito de la inmersión en el agua para poner de relieve que el Bautismo nos une totalmente a la Cruz de Jesús hasta tal punto que podemos decir que hemos sido crucificados y sepultados con Él.

Esta participación se extiende, no sólo a la muerte de Cristo, sino también su resurrección: “Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (6,4).

Por eso Pablo exhorta para que el bautismo no se vuelva un símbolo que se agota en sí mismo, como si fuera algo pasajero que no va más allá del rito del agua.

El bautismo, señala Pablo, compromete la libertad del creyente que hace bautizar: debe llegar a ser lo que verdaderamente es, es decir, vivir adherido a Cristo y hacer todos los aspectos de su vida una expresión visible de esta condición existencial de muerte al pecado: “Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (6,11).

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El Bautismo sella la Alianza definitiva con Dios haciéndonos una sola realidad con Jesús: “Si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante” (6,5). En esta tremenda e indisoluble unidad se rompen las cadenas del pecado (ver 6,6) y se comienza a “vivir para Dios” (6,10).

Evangelio: Mateo 28, 1-10

“Ha resucitado como lo había dicho”

El camino de la Palabra llega a su punto culminante. Celebramos la vivificante resurrección de Cristo proclamando con fuerza el Mensaje Pascual: ¡JESÚS ESTÁ VIVO! Es así como en esta última lectura se anuncia que la creación nueva y definitiva ha sido inaugurada en la gloriosa resurrección de Jesús, la “obra maestra” de Dios Padre. Acompañemos el despliegue del mensaje en esta gran “Buena Noticia”: ¿Cómo presenta Mateo el paso de la muerte a la victoria? Recordemos que los acontecimientos dramáticos que explotaron en el momento de la muerte de Jesús habían ya proclamado el triunfo del evangelio. La muerte obediente de Jesús había sido exaltada por la intervención de Dios, quien había rasgado el velo del Templo y liberado a los muertos de las tumbas (ver 27,51-54; ver el evangelio del domingo de ramos). Al describir el efecto redentor de la muerte de Cristo, Mateo ya había dicho que los “santos” resucitados salían de los sepulcros y entraban en Jerusalén, apareciéndoseles a muchos (27,53). Con todo, para mantener la precedencia en orden de tiempo de las apariciones de Jesús resucitado y su impacto en la fundación de la Iglesia, el evangelista había debido decantar su dramática descripción con la frase clarificadora: “después de su resurrección (de Jesús)” (27,53). ¡En realidad los santos habían debido esperar en sus tumbas que Jesús hubiera resucitado! Marcos nos reporta solamente el descubrimiento de la tumba vacía. Mateo nos cuenta nuevos detalles. De todos el más significativo es el encuentro de Jesús con las mujeres que van a la tumba (28,9-10). Entremos en el texto: 1. Las mujeres en el sepulcro Las mujeres que vienen a la tumba son las mismas que asistieron a su muerte y a su sepultura (ver 27,55-56.61). Al alba del Domingo, después del Sábado, van a “visitar el sepulcro” (28,1). Según Marcos, van para “embalsamar” a Jesús (Mc 16,1), pero Mateo ya dijo claramente al comienzo del relato de la pasión (ver 26,6-13) que la mujer de Betania había ungido el cuerpo de Jesús para su sepultura. El Ángel del Señor En el sepulcro, la atmósfera está invadida por el mismo dramatismo cósmico que había rodeado la muerte de Jesús. En Marcos, el significado de la tumba vacía se explica en tono bajo por un “joven” que se sienta con calma sobre la piedra corrida (Mc 16,5). En cambio, en Mateo los oyentes del evangelio participamos del drama: se desencadena otro terremoto (28,2; ver 27,51) y un “Ángel del Señor” desciende del cielo para remover la piedra de la tumba. Este mensajero celeste tiene “el aspecto de un relámpago” y su vestido es “blanco como la nieve” (28,3). A la vista de esta aparición, los soldados que vigilan la tumba (ver 27,66) tiemblan por el miedo y quedan “como muertos” (28,4).

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Estos detalles, la mayor parte de los cuales son típicos en la descripción judía del juicio final, le dan a nuestro relato de Mateo como una especie de carga eléctrica y refuerzan la impresión que desde el momento de la muerte de Jesús había comenzado el tiempo definitivo de la salvación. La venida del “Ángel del Señor”, la sugerente apertura del sepulcro y el miedo de los enemigos de Jesús (personificados en los guardias), continúan afirmando la exaltación de Jesús y la aceptación por parte del Padre de la muerte obediente de su Hijo. Lo que provoca terror mortal en los adversarios de Jesús, será fuente de gozo perfecto para sus amigos. Precisamente como al comienzo del evangelio, José fue sacado de su angustia por medio de la intervención de un Ángel del Señor (ver 1,20; 2,13.19), así también estas fieles seguidoras de Jesús serán liberadas de su miedo gracias a un mensajero parecido. El mensaje pascual El Ángel les explica a las mujeres el significado del sepulcro vacío. Jesús crucificado que buscan no está en la tumba: “No está aquí, ha resucitado, como había dicho” (28,6). La frase “como había dicho”, tiene un énfasis particular en Mateo que centra el reflector en la certeza de Jesús en su propia victoria sobre la muerte. Cada predicción de la pasión comprendía también una de la resurrección. Y durante la última cena pascual, como enseguida respondiendo al Sumo Sacerdote durante el proceso judicial, Jesús proclamó confiadamente su propia victoria (ver 26,29.64). Así las palabras del Ángel vuelven a asegurar sutilmente y a validar el conocimiento profético que Jesús había demostrado constantemente. La misión de las mujeres El Ángel le confía a las mujeres también una misión: deben anunciarle a los discípulos la resurrección y decirles que se reúnan en Galilea para un encuentro con Jesús (28,7). Pero a diferencia de Marcos (ver 16,7), aquí no se trata de una promesa de Jesús. Mateo no termina con una nueva promesa sino con un anuncio del cumplimiento. El anuncio del Ángel (“Ya os lo he dicho”, 28,7b) prepara las dos apariciones que vendrán enseguida. 2. El Resucitado sale al encuentro de las mujeres evangelizadoras La primera aparición del Resucitado es a las mujeres. Mientras dejan el sepulcro “a toda prisa, con miedo y con gran gozo” para llevarle la buena noticia a los discípulos (28,8). Esta aparición nos la cuenta solamente el evangelista Mateo y tiene el valor de una recompensa a la fidelidad de las mujeres que habían permanecido junto a la cruz de Jesús (evidentemente en contraste con los otros discípulos, que habían huido). Su reacción de “temor y gran gozo” ante las palabras del Ángel –típica, en la Biblia, si bien paradójica frente a la revelación divina- está seguida por un encuentro personal con Jesús resucitado. Luego vendrá el gran encuentro con los “once” apóstoles en Galilea (28,16). El momento de la aparición La aparición ocurre justo en el momento en que van a “dar la noticia”. Cristo resucitado está presente en medio de su comunidad y especialmente entre aquellos que anuncian el evangelio (a lo largo del

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evangelio se insistió en esto: 10,40; 18,20; y así terminará el evangelio: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, 28,20). Jesús confirma el cumplimiento del anuncio de reconciliación con los discípulos que lo abandonaron El mensaje confiado a las mujeres quiere reafirmarles el cumplimiento de su misión. Cuando se acercan a Jesús y lo adoran –memoria de la respuesta de los discípulos a su manifestación sobre el mar (14,33)- Él calma su temor y les repite el mandato del Ángel del Señor: “No teman. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (18,10). Se anuncia el cumplimiento de la promesa de reconciliación final con los discípulos que lo habían abandonado, anuncio que se había hecho durante la última cena pascual: “Mas después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea” (26,32). Jesús reconfirma esta voluntad de reconciliación con sus “hermanos”: “avisad a mis hermanos” (28,10). Notemos que la iniciativa es de Jesús. Él pone en práctica lo que le enseñó a sus discípulos a lo largo del evangelio: “Vete primero a reconciliarte con tu hermano” (5,23-34; ver también: 6,12.14-15; 18,21-35). He aquí el primer impacto del mensaje pascual. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón 1. ¿Cuál es el núcleo del mensaje pascual? 2. ¿Qué sentido tiene la aparición de Jesús a las mujeres? ¿Por qué les repite la misión encomendada por el Ángel? 3. El mensaje pascual en Mateo contiene un acento particular sobre la “reconciliación”. ¿Dónde se encuentra? ¿Qué me dice para mi vivencia pascual de este año? REFLEXIÓN DEL CARDENAL EDUARDO F. PIRONIO De una homilía en la parroquia Nuestra Señora de la Victoria, La Plata, Vigilia Pascual de 1971

José de Arimatea tomó el cuerpo de Jesús lo envolvióen una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había hecho cavar en la roca. Mt 27,57-60

Muy queridos hermanos míos que el Señor les conceda una felicísima Pascua, que a todos conceda una felicísima Pascua! Esta es la noche verdaderamente feliz, la noche más luminosa que el día, la noche en que se une lo humano con lo divino, la noche de Cristo, la noche nuestra, la noche del mundo, la noche del hombre nuevo; de cada uno de los que estamos aquí ante el Cirio Pascual que representa a Cristo, el Hombre nuevo resucitado del sepulcro. ¡Nos vamos a comprometer firmemente a ser hombres nuevos! Más

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luminosos por la fe, más firmes por la esperanza, más ardientes por el amor. Hombres nuevos. Todo esta noche ha sido nuevo. Lo que caracteriza a la Pascua es lo nuevo. Cristo el Hombre nuevo que surge del sepulcro para hacer un Pueblo nuevo. Hemos empezado las lecturas con la primera creación, el hombre primero; pero terminamos con el relato del Evangelio, Cristo que sale del sepulcro, el hombre nuevo, la nueva creación. Hemos empezado la ceremonia en la puerta de la Iglesia bendiciendo el fuego nuevo, después hemos encendido la luz nueva, en ese Cristo hemos encendido nosotros nuestra propia existencia; la vela que llevábamos en la mano, nuestro cirio, la luz nueva. Vamos a bendecir dentro de pocos minutos el agua nueva; vamos a consagrar dentro de pocos minutos el pan nuevo. Todo es nuevo. Lo que caracteriza la Pascua es lo nuevo. ¿No les parece mis queridos hermanos que es la noche propicia para que todos nosotros hagamos un compromiso bien sencillo y bien definitivo para ser totalmente hombres nuevos en Cristo Jesús por la potencia del Espíritu? ¿No les parece que lo que el mundo está esperando de nosotros los cristianos es que le reflejemos constantemente ese hombre nuevo al cual aspira la humanidad entera? ¿No es cierto que el mundo está ansiando ver en nosotros los cristianos al testigo de la vida y de la resurrección del Señor Jesús, al signo del Dios verdadero? ¿No es cierto que nos vamos a comprometer ustedes y yo esta noche al renovar las promesas bautismales a ser totalmente nuevos? Vamos a bautizar una criaturita. Es una creación nueva, es un signo de lo que hemos sido hechos una vez, cuando nosotros fuimos incorporados al Misterio de la Muerte y de la Resurrección de Jesús por el Bautismo. Esta noche teniendo los cirios encendidos en nuestras manos con más conciencia y más sentido de responsabilidad y de compromiso por lo que nos espera, vamos otra vez a comprometernos definitivamente con Cristo y con los hombres. Vamos a comprometernos… ¿saben a qué? A ser los hombres nuevos. El hombre nuevo es el hombre de la luz. El hombre nuevo es el hombre de la esperanza. El hombre nuevo es el hombre de la comunión. Hombre de la luz El hombre nuevo es el hombre de la luz. Hemos empezado esta ceremonia, esta noche, bendiciendo el fuego que es luz, iluminando el Cristo Pascual que es luz, hemos entrado después en la oscuridad del templo llevando al Cristo que es luz; y siguiéndolo todos, en un determinado momento encendimos en el Cristo Pascual la luz y después nos fuimos pasando unos a otros la luz que habíamos prendido en el Cristo. ¿No les parece que eso es nuestra vida? Cristiano es aquel que un día ha sido iluminado en Cristo por el Bautismo. Vosotros erais tinieblas – dice san Pablo– y ahora sois luz en Cristo nuestro Señor, obrad como hijos de la luz, las obras de la luz son la justicia, la verdad y el amor. Esta noche hemos vuelto a

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encender nuestro cirio en Cristo y nos lo hemos pasado. Es un signo de lo que tiene que ser nuestra vida. No se enciende la luz para que la guardemos o para que escondamos abajo de la mesa o de la cama. La luz se enciende para que ilumine, brillen las obras y los hombres glorifiquen al Padre que está en los cielos. Queridos hermanos, uno de los signos de los tiempos que vivimos es la incertidumbre, la oscuridad y la búsqueda. Incertidumbre, oscuridad y búsqueda. Se buscan nuevas estructuras, se buscan nuevos caminos, se buscan nuevos métodos pastorales en la Iglesia. El obispo busca, y es la tortura y la cruz del obispo no saber encontrar los caminos nuevos. Busca el sacerdote, busca el laico, busca el político, buscan los hombres caminos nuevos. Buscamos estructuras nuevas. Todo eso es necesario pero necesitamos sobre todo hombres nuevos, hombres de luz. ¡Qué noche felicísima ésta! ¡Qué noche providencial para comprometernos de veras a ser luz ante los hombres! El cristiano tiene que ser luz. Brillar ante los hombres –dice el apóstol Pablo– como antorchas que son portadoras de la Palabra de la vida. Esta noche hemos escuchado con recogimiento y silencio la Palabra de Dios. No basta esto. Hay que rumiarla en silencio, hay que hacerla vida y después realizarla. La Palabra de Dios tiene que entrar en nosotros como luz que ilumina, como fuego que quema y que purifica, como viento que nos impulsa. Hay que ver qué pasa mañana, pasado y después. Es muy lindo proclamar que Cristo resucitó una noche como hoy. Es muy lindo testificar nuestra fe, anunciar nuestra esperanza y proclamar nuestra caridad en una noche como hoy en que todos nos sentimos envueltos en la claridad del Cristo Pascual. Pero hay que ver qué pasa el lunes, el martes y todos los días del año, cuando volvamos a clase, cuando volvamos al trabajo, cuando volvamos al relacionamiento cotidiano. Esta noche cuando bendecía el fuego y después entrábamos con la luz, yo pensaba: ¡qué lindo, esto es lo cotidiano! El fuego es lo cotidiano. La luz es lo cotidiano. El agua es lo cotidiano. El pan es lo cotidiano. ¿No es lo cotidiano todo eso? El fuego, la luz, el agua y el pan. Ser luz es lo cotidiano, mis queridos hermanos, sobre todo los jóvenes, ¡sobre todo los jóvenes! Yo creo que estamos viviendo en un momento particularmente difícil y comprometedor; en un momento también extraordinariamente rico y fecundo en que se pide el compromiso total de todos los cristianos, pero de un modo particular se está pidiendo el ser testigos de la luz a los jóvenes, ¡a los jóvenes! Que ellos vivan la transparencia, la claridad, el fuego de la luz, que vivan el fuego de la luz. Ser luz en el Señor. Ser luz en el Señor es vivir a través de la fe los acontecimientos de la historia, penetrar por la fe el paso del Señor en el mundo, comprometer la fe en lo cotidiano, en la vida, madurar la fe y realizarla, ser hombres de fe. ¡Muchachos, chicas, jóvenes, sean hombres de fe! ¡Testifiquen la fe, irradien la fe, proclamen la fe, realicen la fe, y sean ardientes luminosos testigos de Cristo que es la luz! Ser hombre nuevo es ser hombre de luz. Hombre de la esperanza. Ser hombre nuevo es ser hombre de esperanza. Otro tema, mis queridos hermanos, que hace falta al hombre de hoy. Nos sentimos cansados, un poco desalentados, abatidos, pesimistas, tristes. Hay muchos motivos para ello, ¿no es cierto? Esta noche es la noche de la esperanza Pascual. El programa de hoy inicia poniendo esta frase: “sábado, día de la esperanza Pascual”. Es que esta noche es la noche en que nuestros ánimos abatidos y aplastados y cansados tienen que resucitar con Cristo y vivir el gozo y la firmeza de la

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esperanza. No nos apoyamos en nosotros mismos, somos pobres y ojos y miserables y caemos. No nos apoyamos en los hombres, vemos como tambalean y cambian. Nos apoyamos únicamente en la LUZ, que es Cristo; nos apoyamos en la FIRMEZA, que es el Señor, el Cristo Señor de la historia; Él, que por la obediencia hasta la muerte y muerte de cruz, fue constituido Señor, el Kyrios, para la gloria de Dios Padre. Entonces, por más que los horizontes sean muy oscuros, por más que el mundo nos presente un panorama por momentos demasiado pesimista, ¡no nos angustiemos, no seamos pesimistas, no dejemos que nos oprima el corazón el desaliento, no crucemos los brazos! Pero ¿saben mis queridos hermanos, lo que es la esperanza? Esperar es caminar, es caminar hacia la Pascua. Venimos de la Pascua de Jesús, por eso esperamos, porque Cristo resucitó y es el Hombre Nuevo. Vamos caminando hacia la Pascua definitiva, hacia Cristo que viene; donde el hombre será definitivamente nuevo cuando sea revestido en el cuerpo de gloria de Jesús. Vamos caminando. ¡Qué lindo es caminar! Pero no sentarnos a descansar oprimidos, aplastados, desalentados, pesimistas o llorones. No nos crucemos de brazos. No nos sintamos como los lastimosos discípulos de Emaús –nosotros esperábamos y ya va el tercer día y no pasa nada–. Contra la tentación del desaliento, que todo se rompe, que todo se pudre, que todo se quiebra, que nada en la Iglesia es claridad; contra la tentación, incluso, de mirar la Iglesia demasiado humanamente y de no encontrar nada limpio y puro e inmaculado, mis queridos hermanos, ESPERAR; sobre todo a los muchachos y las chicas, a los jóvenes, ellos que viven en la edad de la esperanza, que sean los luminosos y ardientes testigos de la Pascua, testigos de la Resurrección. Esperar es caminar, esperar es comprometerse. La esperanza es actividad, es creación; no es simplemente cruzarnos de brazos y esperar tiempos mejores. Cada uno de nosotros tiene que hacer algo: hombres nuevos, crear una sociedad nueva, crear un hombre nuevo, crear estructuras nuevas, no esperar que nos vengan caídas desde arriba. La esperanza es esencialmente compromiso, es actividad, es creación. Hombre de la comunión Y por último, la esperanza es fraternidad, es comunión de hermano. Es sentirse apoyados y seguros en el hermano que va caminando conmigo. Caminar por un destierro, caminar por un desierto, por un largo camino, solo, es un poco triste y un poco riesgoso, pero cuando nos sentimos que somos un pueblo de Dios que caminamos, ¡qué bueno! Sentirnos apoyados en el misterioso peregrino de Emaús que camina con nosotros; en Cristo: que nos dice una palabra de aliento, que nos abre las Escrituras y nos parte el pan. Sentirnos acompañados por nuestros hermanos que van al lado nuestro. Tener las dos manos ocupadas: con una nos agarramos de alguien que nos lleva, con la otra llevamos a alguien que necesita. No caminamos nunca solos. Para esperar hay que caminar juntos. Noche de luz, noche de esperanza, noche de comunión. Queridos hermanos vamos a consagrar el pan. El pan es comunión. ¿No les parece que es necesario esta noche que el hombre nuevo que queremos ser tiene que comprometerse a vivir más en auténtica, en profunda, en definitiva comunión fraterna? ¿Nos ignoramos, ahora mismo nos ignoramos? Hemos venido esta noche con deseos muy grandes de que la luz nos inunde, de que la alegría nos inunde, de que la esperanza nos inunde, de que en nosotros algo cambie. Pero tal vez nos hemos olvidado de alguien que está necesitando luz, paz, gozo, esperanza. Ahora mismo, estamos sentados escuchando la palabra del sacerdote y estamos pensando en nosotros: que nos hace falta un poco más de firmeza, un poco más de claridad, un poco más de coraje, un poco más de amor, ¿pero a mi hermano? A lo mejor mi hermano puede necesitar algo de mí.

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Hermanos, que nos comprometamos a ser más hermanos. ¿Por qué no nos amamos de veras? El mundo cambiaría mucho si los hombres fuéramos verdaderamente hermanos. Pero no hermanos simplemente por una sensibilidad humana. Hermanos porque tengamos capacidad para entender el sufrimiento de los demás y hacerlo nuestro; hermanos en un amor más profundo, en un amor que supone la justicia, en un amor que supone gritar contra la injusticia, en un amor que nos lleva a luchar por una auténtica liberación total del hombre. Esta noche es la noche de la liberación pascual, un amor que nos lleva a hacer que el pobre no sea tan pobre, a hacer que el hermano no se sienta tan cansado y desalentado y triste, a hacer que no sea tan marginado, a que viva más como hombre. ¿Por qué no nos comprometemos más a ser más hermanos? Esta noche yo les deseo felicísimas Pascuas. Pero les deseo a ustedes y me deseo a mí una vida nueva. Es lo que el Apóstol Pablo nos dice: fuimos sepultados con Él en la muerte para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva. Que seamos el hombre nuevo, es decir, el hombre luz, es decir, el hombre esperanza, es decir, el hombre comunión; y así, ¿saben qué haremos? Haremos la Iglesia que hoy el mundo necesita. ¡Haremos la Iglesia pascual, la Iglesia pascual! ¿No les parece que es esto lo que el mundo está esperando de nosotros los cristianos, que le mostremos una Iglesia que sea verdaderamente una Iglesia pascual? Yo termino con esto, dejándoles esta inquietud y al mismo tiempo pidiéndoles este compromiso: que hagamos una Iglesia pascual. En el documento de los jóvenes de Medellín, los obispos dijeron, como una respuesta a las inquietudes de los jóvenes que son reclamos y llamados de Dios, “queremos una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida con la liberación de todo el hombre y de todos los hombres”. Esta es la Iglesia que hoy el mundo quiere, esta es la Iglesia que haremos, la Iglesia pascual. Que la Virgen nuestra Señora en cuyo corazón silencioso y pobre nació la Iglesia haga que esta noche nazca de nuevo la Iglesia en nosotros, una Iglesia pascual y que la irradiemos generosamente a los hombres. Que así sea. PARA REZAR EN FAMILIA Te damos gracias, Padre, Señor de la vida, porque Cristo resucitó hoy del sepulcro. ¡Aleluya! El es el lucero matinal que no conocerá ocaso. Esta es la noche venturosa que une cielo y tierra, cuando la muerte fue vencida por la vida. Esta es la noche en que por todo el universo los que confesamos nuestra fe en Cristo resucitado somos liberados del pecado y restituidos a la gracia. ¡Feliz culpa que nos mereció tal Redentor! Este es el día en que actuó el Señor, ¡aleluya!, sea nuestra alegría y nuestro gozo, ¡aleluya

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MISA DEL DÍA

Comimos y bebimos con Él, después de su resurrección

Lectura de los Hechos de los apóstoles 10, 34a.37-43 Pedro, tomando la palabra, dijo: «Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. El pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón

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de los pecados, en virtud de su Nombre.» Palabra de Dios. SALMO Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23 R. Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él. O bien: Aleluia, aleluia, aleluia. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor! R. La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. R. La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. R.

Busquen los bienes del cielo, donde está Cristo

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 3, 1-4 Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria. Palabra de Dios. O bien:

Despójense de la vieja levadura, para ser una nueva masa

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Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 5, 6b-8 Hermanos: ¿No saben que «un poco de levadura hace fermentar toda la masa»? Despójense de la vieja levadura, para ser una nueva masa, ya que ustedes mismos son como el pan sin levadura. Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua, no con la vieja levadura de la malicia y la perversidad, sino con los panes sin levadura de la pureza y la verdad. Palabra de Dios. SECUENCIA Debe decirse hoy; en los días de la octava, es optativa. Cristianos, ofrezcamos al Cordero pascual nuestro sacrificio de alabanza. El Cordero ha redimido a las ovejas: Cristo, el inocente, reconcilió a los pecadores con el Padre. La muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable: el Rey de la vida estuvo muerto, y ahora vive. Dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el camino? He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado. He visto a los ángeles, testigos del milagro, he visto el sudario y las vestiduras. Ha resucitado a Cristo, mi esperanza, y precederá a los discípulos en Galilea. Sabemos que Cristo resucitó realmente; tú, Rey victorioso, ten piedad de nosotros.

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ALELUIA 1Cor 5, 7b-8a Aleluia. Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua. Aleluia. EVANGELIO

Él debía resucitar de entre los muertos

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 1-9 El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. Palabra del Señor.

PAUTAS PARA LA LECTIO DIVINA

Introducción Saludemos con júbilo este nuevo día En este Domingo de Pascua gritamos con todas nuestras fuerzas y desde lo más profundo de nuestro corazón: “¡Cristo ha resucitado de entre los muertos dándonos a todos la vida!”. Este es el Domingo que le da sentido a todos los domingos en el que, con la ayuda del Espíritu Santo, queremos hacer una proclamación de júbilo y de victoria que sea capaz asumir nuestros dolores y los transforme en esperanza, que nos convenza de una vez por todas que la muerte no es la última palabra en nuestra existencia. A la luz de esta certeza hoy brota lo mejor de nosotros mismos e irradia con todo su esplendor nuestra fe como discípulos de Jesús. Efectivamente, somos cristianos porque creemos que Jesús ha resucitado de la muerte, está vivo, está en medio de nosotros, está presente en nuestro caminar histórico, es manantial de vida nueva y primicia de nuestra participación en la naturaleza divina, de nuestro fundirnos como una pequeña gota de agua en el inmenso mar del corazón de Dios.

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Y nos levantamos con una nueva mirada sobre el mundo porque la resurrección de Jesús tiene un significado y una fuerza que vale para toda la humanidad, para el cosmos entero y, de manera particular, para los dolorosos acontecimientos que afligen a la humanidad. La Buena Nueva de la Resurrección de Jesús es palabra poderosa que impulsa nuestra vida. Por eso en este Tiempo de Pascua que estamos comenzando tenemos que abrirle un surco en nuestro corazón a la Palabra, para que la fuerza de vida que ella contiene sea savia que corra por todas la dimensiones de nuestra existencia y se transforme en frutos de vida nueva. Es así como la Buena Noticia de que Cristo ha resucitado cala hondo: se entreteje con nuestras dudas, con nuestro ensimismamiento en la tristeza, delatando nuestra pobre visión de la vida y mostrándonos el gran horizonte de Dios desde donde podemos comprender el sentido y el valor de todas las cosas. Cristo resucitado se hunde en nuestro corazón y desata una gran batalla interior entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la desesperación, entre la resignación y la consolación. San Gregorio Nacianceno, predicando en un día como hoy decía: “Ha aparecido otra generación, otra vida, otra manera de vivir, un cambio en nuestra misma naturaleza”. ¡Esa es hoy nuestra seguridad! Buscadores de los signos del Resucitado La experiencia pascual desata una dinámica de vida hecha de búsquedas y encuentros, de conversión y de fe, que se delinea con gran riqueza en los relatos pascuales de los evangelios. En Juan 20,1-10, leemos hoy el pasaje que describe el sensacional descubrimiento de la tumba vacía por parte de María Magdalena y de los dos más autorizados discípulos de Jesús, desatándose así una serie de reacciones. El relato contiene elementos muy valiosos que nos ayudan a dinamizar nuestro propio camino pascual. Esta vez vamos a hacer anotaciones breves sobre las frases más importantes del relato, como una invitación para saborear el texto entero. 1. María Magdalena descubre que la tumba está vacía (20,1-2) Notemos los movimientos de María Magdalena: • María madruga: “Va de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (20,1). Esta acción es signo evidente de que su corazón latía fuertemente por Jesús. El amor no da espera. Pero también es cierto que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma. Así sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la gloria de su vida inmortal. • María “corre” enseguida y va a informarle a los discípulos más autorizados, apenas se percata que

el sepulcro del Maestro está vacío (20,2a).

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Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (20,11ss). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios. • María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos

dónde le han puesto” (20,2b). A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él. He aquí un ejemplo para emular en las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6). 2. Los dos discípulos corren a la tumba (20,3-10) Según Juan los dos seguidores más cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio un anuncio (que tiene sujeto comunitario: “no sabemos”, v.2). Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena. • “Se encaminaron al sepulcro” (20,3) La mención de los dos discípulos no es casual, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17). Por su parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que “ama” al Señor (13,23; 19,26; 21,7.20). • “El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (20,4) El Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (v.4). Esto parece aludir a su juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de quien ama? • “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (20,5) El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.

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• “Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (20,6-7).

Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (v.7). Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo. Por lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto por otros (ver 11,44). Las ataduras de la muerte han sido rotas por Jesús. La tumba vacía y las vendas no son una prueba, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo. • “Entonces entró también el otro discípulo... vio y creyó” (20,8) “...que según la Escritura

Jesús debía resucitar de entre los muertos” (20,9) El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús. La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de la tumba para él fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (v.9). Esto ya se había anunciado en Juan 2,22. Aquí el evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de Jesús. Pero queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad (ver también 1,26; 7,28; 8,14). La asociación entre el “ver” y el “creer” (v.8) formará en adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). Nosotros los lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado mediante de los “signos” testimoniados por él en el Evangelio (20,30-31). 3. En la pascua Jesús se convierte en el centro de la vida y de todos los intereses del

discípulo En la mañana del Domingo la única preocupación de los tres discípulos del Señor –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, a Jesús muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual. La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero. Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro.

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Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama, como dice San Agustín: “Puede conocer perfectamente solamente aquél que se siente perfectamente amado”. ¡Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en esta nueva Pascua! 4. Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

4.1. ¿Qué proceso de fe pascual se va delineando en las sucesivas intervenciones de María, Pedro y el Discípulos Amado en el texto de hoy?

4.2. ¿Por qué el Discípulo Amado espera a Pedro? ¿Qué me dice este comportamiento para la

vivencia eclesial de la Pascua? 4.3. ¿Qué primeros frutos puedo recoger hoy del camino preparatorio de la Cuaresma, de esta

Semana Santa y del Triduo Pascual que hoy culmina? 4.4. ¿De qué manera me invita a vivir el Evangelio la alegría Pascual y cómo voy a “cultivar” la

vida nueva en la cincuentena celebrativa que hoy comienza? 4.5. ¿Con qué signos externos concretos voy a celebrar la Resurrección de Jesús en mi casa y

en mi comunidad? REFLEXIÓN DEL CARDENAL EDUARDO F. PIRONIO

De una homilía del 22 de abril de 1984 El grito de la Iglesia y de toda la humanidad en este día es Cristo, mi esperanza, ha resucitado. Sí, estamos ciertos, Cristo verdaderamente resucitó. Son palabras que acabamos de escuchar en la hermosísima secuencia de la Pascua. Este es el día que ha hecho el Señor, tenemos que alegrarnos y regocijarnos en él. Es el día para el cual nos preparó la Cuaresma. Una Cuaresma nueva para una Pascua nueva. Es el

día para el cual nos preparó Navidad: Cristo el Redentor ha venido precisamente para esto, para morir y resucitar, reconciliándonos con el Padre y hacernos nuevos. Hoy particularmente nuestro corazón se llena de alegría y se abre a las gracias que el Dios Padre, rico en misericordia, quiere derramar en nuestros corazones. La primera idea es hacernos verdaderamente una creatura nueva en Cristo Jesús que es el Hombre nuevo. Es lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura de hoy, hermosísima, una síntesis de lo que tiene que ser nuestra vida: si habéis resucitado con Cristo buscad las cosas de arriba donde se encuentra Cristo que está sentado a la derecha de Dios. Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Si habéis resucitado con Cristo.

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¿Cuándo? El día del Bautismo, para nosotros la resurrección primera ha sido el Bautismo; la resurrección final será cuando Jesús vuelva y entonces nuestro cuerpo será configurado también al cuerpo de gloria de Jesús, seremos semejantes a Él. Entre tanto nuestra vida, ¿cómo tiene que ser mientras vivimos? Una vida escondida con Cristo en Dios. Vosotros estáis muerto y vuestra vida está ahora escondida con Cristo en Dios. Escondida por la humildad, la pobreza, el anonadamiento. Escondida por la intimidad profunda de la oración. Escondida por la fe, la esperanza, el amor. Vivir en Cristo. Mientras aguardamos la plena manifestación de la vida, pero hoy tiene que darse una vida nueva en nosotros. Este texto de Pablo que acabamos de leer nos da los tres significados de la Pascua. La Pascua es la Resurrección de Jesús, y de ella habla Pablo en este texto. La Pascua es nuestra propia resurrección en Cristo por el Bautismo, y de ella también habla Pablo. Y la Pascua es la manifestación final de Jesús: cuando se manifestará Cristo, vuestra vida, entonces vosotros os manifestaréis también con Él, en la gloria. Primera idea, que Dios nos haga hombres y mujeres nuevos en este día de Pascua, llenos de la luz de la resurrección del Señor, invadidos por la potencia del Espíritu, y fuertes, serenos en la alegría y en la esperanza. La segunda idea nos la da la primera lectura de hoy. La primera lectura nos habla del testimonio. Nosotros somos testigos de todas las cosas que Él ha hecho, que Jesús ha hecho. Somos testigos sobre todo ¿de qué cosa? De cómo lo colgaron en la cruz, cómo Dios lo resucitó al tercer día, etc. Y somos testigos privilegiados. No se ha aparecido a todo el pueblo, dice Pedro, sino a testigos privilegiados, a nosotros que hemos comido y bebido con Él. Eso lo podemos decir nosotros, a quienes el Señor de un modo particularmente privilegiado ha elegido para el sacerdocio, para la vida religiosa, para una vida de mayor intimidad con Él; somos testigos privilegiados. Entonces, nuestra vida –sacerdotal, religiosa, laical– tiene que ser una expresión clara, concreta, viva de que Jesús resucitó. Ser los testigos claros del amor del Padre, de la resurrección del Hijo, de la fuerza transformadora del Espíritu Santo. La Pascua nos hace hombres nuevos. La Pascua nos hace testigos. Porque nos hace hombres nuevos por eso anoche se bendecía el agua a través de la cual nosotros somos bendecidos, hechos hijos de Dios. Porque nos hace testigos, por eso la Vigilia Pascual nos entregaba la luz, a través de la cual nosotros damos testimonio de Cristo Resucitado que es la luz. Y la tercera idea nos la da el Evangelio. Todo esto se realiza en el interior de la Iglesia. Pedro y Juan que van al sepulcro. Juan representa una parte de esta Iglesia que diríamos es una parte espiritual, muy mística, contemplativa, más del Espíritu, más carismática. Pedro es aquel a quien el Señor le entregó las llaves del Reino, es el primer Papa, es el que representa todo lo que la Iglesia tiene de sacramento, de fuerza de Dios en límites humanos, pero es fuerza de Dios. Iglesia única animada por el Espíritu y asentada sobre el fundamento de los Apóstoles. Pedro y Juan reciben el testimonio de la resurrección del Señor de una simple mujer, de la Magdalena: se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Ellos van al sepulcro y creen. Y después se convierten en los primeros y ardientes testigos de la resurrección. Yo creo que hoy tenemos que afianzar nuestra fe en el Cristo Resucitado, nuestra fe en la Iglesia, en esta Iglesia concreta, en esta Iglesia con hombres concretos. Esta es la Iglesia que fundó el Señor, con todos sus límites, con todas sus fallas, con todos sus pecados. Es una Iglesia que cada día se hace nueva por la fuerza del Espíritu; pero que cada día, en la pobreza de sus miembros, va experimentando el pecado.

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Hay que creer en la Iglesia. Credo Ecclesiam. Creo en la Iglesia porque creemos en Cristo. Credo Christum surrexisse, sí, creo que Cristo resucitó. La Virgen Madre del Resucitado, la Virgen llena de esperanza, nos haga nuevos hoy; nos haga testigos luminosos de la resurrección; y nos haga amar fuertemente esta Iglesia de la cual somos miembros, esta Iglesia que somos, porque en definitiva la Iglesia es Cristo, en medio de nosotros, como esperanza de la gloria. Palabras después de la bendición final El Señor nos conceda celebrar bien esta Pascua, bien en el sentido de una renovación muy profunda como hijos, como testigos, como hermanos. Como hijos, sintiéndonos cada vez más, viviendo nuestro Bautismo, hijos de un Padre que está en el cielo de nuestro corazón, que es Padre de misericordia. Testigos, sabiéndonos llamados a irradiar constantemente la alegría y la esperanza que nacen de la resurrección de Jesús, porque comemos y bebemos con él. Y hermanos, formando un solo corazón y una sola alma. El fruto de la Pascua, en definitiva, es este inagotable amor del cual habla la oración nal y que nos es comunicado por el Espíritu Santo. La Virgen nos ayude a recobrar el sentido de nuestro camino de esperanza en esta Pascua. PARA REZAR EN FAMILIA Resucitó el Señor, y vive en la palabra de aquel que lucha y muere gritando la verdad Resucitó el Señor, y vive en el empeño de todos los que empuñan las armas de la paz. Resucitó el Señor, y está en la fortaleza del triste que se alegra y del pobre que da pan. Resucitó el Señor, y vive en la esperanza del hombre que camina creyendo en los demás. Resucitó el Señor, y vive en cada paso del hombre que se acerca sembrando libertad. Resucitó el Señor, y vive en el que muere surcando los peligros que acechan a la paz.

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