sartre - la trascendencia de ego

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Segundo Parcial de Filosofía Contemporánea- FHUC-UNL García, Juan Diego. 1) En la Trascendencia del Ego, Sartre afirma: “…es gracias al Ego, en efecto, que una distinción podrá efectuarse entre lo posible y lo real, entre la apariencia y el ser, entre lo querido y lo soportado”. (a) Reconstruya los fundamentos sartreanos de esta conclusión; (b) evalúe su relación con la crítica del Ego desplegada en la citada obra. Jean-Paul Sartre, La Trascendencia del Ego. Trad. Oscar Masotta, ediciones Calden, Bs. As. 1968. Las citas pertenecen a esta edición. La Trascendencia del Ego es sin dudas el primer escrito juvenil sartreano con mayor densidad filosófica. Es un texto de capital importancia en la obra de Sartre ya que será la piedra fundamental de un proyecto que acabará (al menos) en la primer gran obra del filósofo francés, El Ser y la Nada. En este escrito de juventud (escrito en 1934 y publicado en 1936) nos encontramos con un Sartre que se apropia (y traslada hacia Francia) la fenomenología husserleana de cuño alemán. Como todo gran genio que acusa influencias, la recepción del maestro no va a hacer lisa y llanamente un camino de una cómoda continuidad, sino más bien lleno de rupturas y “herejías” en nombre de la misma actitud y método fenomenológico. En la Trascendencia de Ego, Sartre se va a encargar de arremeter contra el Ego trascendental husserleano y contra toda posición filosófica que sostenga que el Ego es un “habitante” de la conciencia. El objetivo de este texto es hacer una crítica hacia toda concepción objetivante de lo psíquico. Para el francés el Ego es siempre un objeto trascendente de algo más originario que es la conciencia intencional. Desde el inicio del texto Sartre propone demostrar esta tesis a través de un análisis meramente fenomenológico. Se trata de atenerse a las vivencias (Erlebnisse) tal como nos son dadas. Así lanza, desde las primeras páginas su crítica contra Husserl, primero por duplicar o desdoblar al Ego en uno empírico y uno trascendental. Para Sartre sólo existe una conciencia inmanente siempre intencionada, cotidiana, arrojada hacia los objetos empíricos de Mundo. La trascendente es siempre el objeto intencionado. También crítica a Husserl el hecho de hacer del Ego un núcleo, un centro de los actos de la conciencia como le

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Pregunta-Respuesta sobre la trascedencia del ego, texto de Sartre

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Page 1: Sartre - la trascendencia de Ego

Segundo Parcial de Filosofía Contemporánea- FHUC-UNL

García, Juan Diego.

1) En la Trascendencia del Ego, Sartre afirma: “…es gracias al Ego, en efecto, que una distinción podrá efectuarse entre lo posible y lo real, entre la apariencia y el ser, entre lo querido y lo soportado”. (a) Reconstruya los fundamentos sartreanos de esta conclusión; (b) evalúe su relación con la crítica del Ego desplegada en la citada obra.

Jean-Paul Sartre, La Trascendencia del Ego. Trad. Oscar Masotta, ediciones Calden, Bs. As. 1968. Las citas pertenecen a esta edición.

La Trascendencia del Ego es sin dudas el primer escrito juvenil sartreano con mayor densidad filosófica. Es un texto de capital importancia en la obra de Sartre ya que será la piedra fundamental de un proyecto que acabará (al menos) en la primer gran obra del filósofo francés, El Ser y la Nada. En este escrito de juventud (escrito en 1934 y publicado en 1936) nos encontramos con un Sartre que se apropia (y traslada hacia Francia) la fenomenología husserleana de cuño alemán. Como todo gran genio que acusa influencias, la recepción del maestro no va a hacer lisa y llanamente un camino de una cómoda continuidad, sino más bien lleno de rupturas y “herejías” en nombre de la misma actitud y método fenomenológico. En la Trascendencia de Ego, Sartre se va a encargar de arremeter contra el Ego trascendental husserleano y contra toda posición filosófica que sostenga que el Ego es un “habitante” de la conciencia. El objetivo de este texto es hacer una crítica hacia toda concepción objetivante de lo psíquico. Para el francés el Ego es siempre un objeto trascendente de algo más originario que es la conciencia intencional. Desde el inicio del texto Sartre propone demostrar esta tesis a través de un análisis meramente fenomenológico. Se trata de atenerse a las vivencias (Erlebnisse) tal como nos son dadas. Así lanza, desde las primeras páginas su crítica contra Husserl, primero por duplicar o desdoblar al Ego en uno empírico y uno trascendental. Para Sartre sólo existe una conciencia inmanente siempre intencionada, cotidiana, arrojada hacia los objetos empíricos de Mundo. La trascendente es siempre el objeto intencionado. También crítica a Husserl el hecho de hacer del Ego un núcleo, un centro de los actos de la conciencia como le aquello que garantizaría la unidad. Para nuestro autor, la conciencia lejos de unificarse replegándose sobre sí, se “unifica siempre escapándose” (pág. 18). La epojé fenomenológica nos coacciona a sólo atener a las vivencias tal nos son dadas, lo cual según el filósofo francés nos conduce, no ya a un Ego, sino a la conciencia de primer grado, cuya estructura originaria es siempre intencional. Ésta se caracteriza por ser prerreflexiva, espontánea, libre y siempre dirigida hacia fuera de sí, hacia el Mundo. El Ego no aparece en ella por ningún lado. Sartre da aquí un par de ejemplos contundentes, tomemos dos vivencias; cuando estoy absorto en la lectura de un texto o corriendo el colectivo no tenemos allí un “Yo estoy leyendo x texto” o “Yo estoy corriendo el colectivo” sino una mera y originaria “conciencia-leyendo-texto” o “conciencia-colectivo-debiendo-ser alcanzado”. Como vemos en ambas vivencias hay una conciencia lanzada, “sumergida” plenamente a los objetos, sin Yo alguno. El “Yo” para Sartre es una objetividad que aparece de dos modos parece; como objeto opaco producido por la conciencia reflexiva o como objeto para la mirada de Otro (éste no me pertenece, es para la conciencia de otro.). Ahora bien, mediante la reflexión se modifica esa conciencia originaria engendrando un Ego que es trascedente a la conciencia e inaugura un campo de lo dubitable.

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Esto puede apreciarse claramente en la conclusión de este breve y sustancioso ensayo cuando Sartre afirma que: “…es gracias al Ego, en efecto, que una distinción podrá efectuarse entre lo posible y lo real, entre la apariencia y el ser, entre lo querido y lo soportado”. (pág. 76) Para aclarar esta idea creemos conveniente reconstruir algunos pasos argumentativos que nos da en la conclusión. Sartre comienza en ella afirmando que con su crítica a la concepción de Ego como habitante de la conciencia hemos purificado y arribado a un campo más originario y ontológicamente previo (lo llama “campo trascendental”), que es el campo propio de la conciencia-mundo. La conciencia es una nada, puesto que en ella no se hallan ninguno de los objetos físicos, psíquicos, valores, etc. Pero a su vez esa nada es todo ya que la conciencia sólo puede aprehenderse con esas objetividades como conciencia de Mundo. El Ego expulsado de la conciencia acarrea consigo los estados y las acciones. Los estados (“yo amo, yo odio”) y las acciones por así llamarse psíquicas (meditar, dudar, hipotetizar, etc) serán también desterradas del campo de la conciencia. “Yo odio a Pedro” o “Yo dudo” ya son objetivaciones que no permanecen a una interioridad donde ese Yo tiene un acceso privilegiado. El Yo mismo constituye un objeto trascendente que puede ser puesto en tela de duda. Con la aparición de Ego se abre otro plano que encubre el plano de la espontaneidad de la conciencia y vuelve a habilitar ciertos dualismos. Tengamos aquí en cuenta, que en lo que Sartre llama “campo trascendental” tenemos la simple conciencia intencional cuya esfera es la absoluta, es un campo traslucido que goza de claridad y evidencia, ya que en él ser y aparecer son uno y lo mismo, es decir, jamás puede dudar de que hubiera una conciencia que espontáneamente sentía repulsión por Pedro o era “conciencia-alcanzar-tranvía”. Este campo es absoluto, pero de un absoluto no sustancial, porque la conciencia que a Sartre le interesa esgrimir es espontánea, impersonal, libre, situada y se unifica en su arrojamiento al mundo determinándose en cada instante de la existencia. Ahora bien, a partir de la reflexión tiene lugar el Ego. Mi Yo reflexivo aparece como un pseudo-Yo, en el recuerdo me imputo a “mí” el acto de estar corriendo el colectivo y digo “Yo corría el colectivo”, como Sartre declara en la conclusión “Tal vez en efecto la función del Ego es menos teórica que práctica” (pág. 75), ya que su función sea la de enmascarar la propia conciencia en su libertad originaria, en su espontaneidad. El Ego abre así un campo donde desborda la instantaneidad de la conciencia y afirma más de lo que ésta sabe, a partir del contenido de conciencia claro y distinto como “conciencia-repulsión-de Pedro”, el Ego afirma “Yo odio a Pedro”. Objetivando un momento de la conciencia es como, gracias a este desborde, el Ego vuelve a inaugurar las dualidades, ser-apariencia, posible-real, querido-soportado. Sustancializando mi repulsión de Pedro en un estado de odio a éste, se vuelve abrir la grieta que la fenomenología pretendía cerrar, entre ser-aparecer, ya que el odio seguirá siendo (SER) aún cuando no aparezca la repulsión por Pedro (APARECER) y yo este inmiscuido en otras cuestiones. De este modo, el Ego goza del carácter dudoso propio de toda trascendencia, debido a que sus intuiciones (“Yo odio a Pedro”, “Yo soy así”, etc) pueden ser contradichas por intuiciones ulteriores, “Yo no odio a Pedro, sólo fue un momento de repulsión”, abriendo la distinción entre lo real y lo posible, sugiriendo también reproches posteriores como “¿Cómo he podido odiar a mi padre?”. Por otro lado el Ego con su aparición se erige como soporte de los estados, pensamientos, acciones, como independientemente de estos, como la sustancia que los mantiene. Estas distinciones no tienen lugar en el campo de la conciencia justamente porque allí nunca tenemos una cosificación de la misma, una sustancialización, sino siempre pura espontaneidad.

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