sabes athos
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Relatos sobre identidad nietos y reencuentros
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Bombara - Singer / Rivera - Wernicke
Andruetto - Istvansch / Méndez - Bernasconi
libroscopio
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Relatos sobre ident idad n ietos y reencue ntros
Bombara - Singer / Rivera - Wernicke
Andruetto - Istvansch / Méndez - Bernasconi
Qlibroscopio
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índice
Introducción 7
Ma nuel no es Superman
¿Sabes, Athos? 29
Los herm anos 53
Querido
Melli
75
Ganas de saber MÁ S 100
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ntroducción
Los cuentos, por lo general, salen de la imaginación de los escritores, y la imaginación, como
sabes, puede brotarte de algo que te haya ocurrido, de algo que te hayan contado o, por ejemplo, de
tan solo mirar por la ventana.
Los relatos que vas a leer en este libro son resultado del trabajo de och o de los más imp ortan tes
escritores e ilustradores argentinos, después de que escucharon a cada uno de los protagonistas de las
historias, de ser atravesados por esas palabras y de volcar en sus papeles o teclado las palabras y las imá-
genes de la forma que a ellos les resonaron.
Estos protago nistas, que po r estos días rond an los 30 años de edad, fueron víctimas, cuand o eran
mu y chiquitos en algunos casos hasta estaban en las panzas de sus mam as), de la etapa más cruel de la
historia de la Arg entina. E n
1976,
el gobiern o que hab ía sido elegido dem ocrática me nte fue desplazado
por la fuerza, por militares que decidieron los destinos del país.
Y los de la vida de la gente.
Porqu e m uchas de las cosas que estos militares y sus cómplices civiles hicieron, p odría n inscribir-
se entre las más aberrantes que sufrió la humanidad.
A estos chicos, los de los relatos de este libro, les robaron su identidad. Les falsificaron sus nom-
bres, les mintieron acerca de cuál era su historia y de quiénes eran sus familiares. Les robaron su iden-
tidad e hicieron desaparecer a sus padres sin saberse, hasta hoy, dónde está la mayoría de ellos.
A medida que los años pasaron, esos chicos, que se calcula son cerca de 400, fueron creciendo
con las familias a las que fueron entregado s. Algunos de ellos qued aron con los propios m ilitares asesi-
nos;
otros chicos, con familias cómplices de esos militares. Y también hubo personas que recibieron a
los chicos sin saber cuál era su origen.
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Los gobiernos militares se sucedieron sum and o cada vez más desastres a nuestra historia. Cu an do
se vieron cercados por nuevas protestas de la gente en reclamo de sus derechos, inventaron una guerra
que costó más vidas de jóvenes inocentes.
Fue quizá ese el último intento de los militares por sostenerse, pero terminó en realidad desmo-
ronando su gobierno.
Desde ese momento el país recuperó la democracia, fue cambiando de gobernantes, avanzando,
retrocediendo y volviendo a avanzar en el castigo a los responsables de los graves delitos cometidos.
Lo que nunca cambió fue el empuje y la energía de las abuelas y familiares de todos esos niños, que
los buscaron y los buscan incansablemente para contarles la verdad y darles todo el amor que también
hubieran querido darles sus
papas.
La Asociación Abuelas de Plaza de Mayo cumplió 35 años a la cabeza de esa búsqueda irrenun-
ciable. Ya lograron devolver la identida d y la verdad a más de cien persona s.
Esas personas, robadas de tan chicas, hoy podrían tener hijos de tu edad. Con este libro que-
remos acercarte al me nos cinco d e esas historias narradas en cuatro relatos). Cu atro de chicos que
lograron conocer la verdad y repensar sus vidas. La última, la de una chica que logró hacerlo pero que
aún le falta encontrar a su hermano mellizo, robado cuando era bebé junto con ella.
Es duro pero muy importante conocer estas historias. Como en diferentes etapas de nuestro
crecimiento, es necesario atravesar un tema doloroso para saber, entender, evitar que se repita y poder
construir una sociedad mejor.
El mayor deseo de los que hicimos este libro tiene que ver con que el futuro que te toque vivir
como adulto sea más feliz y más justo, y como es imposible edificar algo así sobre el barro de la mentira,
te contamos y esperamos que cuentes estas historias para ayudar a quienes todavía viven angustiados o
confun didos, entre las dudas de sus orígenes.
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Iris Rivera -
María
W ernicke
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Te cuento porque no miras para otro lado cuando te hablo. Desde que eras cachorro
me escuchas. Yo también era cachorrita cuando me trajeron, más cachorrita que
vos. Y te cuen to porque no se lo decís a nadie. Y porque me encan ta dormirme
arriba de tu panza.
Aparte, hay cosas que ni me acuerdo, pero vos tenes mem oria de perro. ¿Te acordás
cuando yo cumplí tres y todavía no caminaba? Mentira que no caminaba.
Cuando nadie me veía sí caminaba, y me enseñ aste vos. Me agarraba de tu collar
¿te acordás, A thos? Vos me enseñaste. Y no le contaste a nadie.
También decían que yo no hablaba. A las personas no les hablaba, pero a vos sí.
Y a la Pantera Rosa le hablaba, y al Margarito Tereré. Me los había regalado mamá
peluca para el Día del Niño ¿te acordás?
Yo hasta ahora siempre tuve un solo cumpleaños, ¿viste, Athos? Ah ora dicen que
capaz voy a tener
dos.
Porque yo cumplo un día, pero no es el día que nací, nací
otro día ¿entendés? No, yo tampoco, pero las señoras dijeron eso y lo decían serias.
Espera,
después te digo qué señoras.
La Pantera Rosa y el Margarito también me escuchan y tampoco cuentan. Fíjate
cóm o m e miran ¿viste? Vos, la Pan tera y el Margarito son los que m e miran, por eso
les cuen to.
Las abuelas dijeron eso. Tres abuelas eran, pero no eran todas mías. Una sola dice
que es mi abuela, las otras son las amigas. La mía es la que tiene el medallón.
¡No sabes, Ath os Cu ando m e quiso dar un beso, yo la agarré del medallón y tiré
fuerte. Y mam á peluca, que vos ya sabes que le digo peluca porque es postiza, dijo
no seas atrevida. Pero
la abuela que dice que es mi abuela dijo
déjela señora la bebé
que busco
me
tironeaba del
medallón.
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Lo del medallón las hizo quedar m udas. A la que dice que es
mía, a las amigas que vinieron con ella y a mi mam á peluca,
la postiza.
Vos acordate, Athos.
Yo
soy adoptada com o vos ¿te
acordás? A vos te compraron en la veterinaria y a mí me
encontraron. Mam á peluca me enc ontró, en la puerta de la
Ca sa Cuna. Ya sabes, le dicen "cuna", pero no es una cuna,
es una casa, bueno... un hospital, ahí curan a los chicos.
Pero yo no estaba enferma, estaba abandonada nada más.
Y mam á peluca me encontró.
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Yo le digo peluca y le digo postiza, pero ella dice que
es mi mamá del corazón, no de peluca. Pero yo le digo
peluca porque es com o una peluca que va encima del
pelo tuyo. Ella se ríe, pero yo no lo digo para que se ría.
Son lindas las pelucas, así tenes más pelo: el pelo de la
peluca y el pelo tuyo que está abajo. Aparte, con
peluca pareces otra persona. ¿Vos entendés? Bah, no
sé. . . porque yo no la tengo a mi mamá que no es
peluca y eso es feo, vos sabes.
Estoy pelada de mam á desde chiquita. Pelada y con
peluca. ¿Vos decís que parezco otra persona? No ¿no
es cierto? Yo quisiera saber si me parezco a la cara
de ella, pero no me acue rdo
de la cara que ella tiene.
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¡Ay
Athos ¿Te acordás que dije que estoy pelada de mam á? ¡Ahora estoy
peluda de abuelas No te rías, Ath os. D icen que yo la tuve siempre a esta abuela
del medallón y que casi seguro que es mi abuela de en serio, no de peluca. Ella
dijo que desde que su nieta desapareció, está buscando a su hija. Y que la nieta
le desapareció a los ocho meses, que es la misma edad que yo tenía cuando me
abandonaron. Yo estoy pelada de papá también, ya sabes. ¡Y mira si mi mamá llega a
ser la hija de esta abuela medallón, Athos Ay, no sé, la cosa es que estoy pelada de
papá y mamá, y peluda de abuelas. N o te rías con la cola, Athos.
Una cos a.. . ¿cómo es que dicen que desaparecí? ¿De qué hablan? La gente no
desaparece. En los trucos puede desaparecer un conejo, una palom a... pero es truco.
Y aparecen al minuto. N o es que desaparece el conejo, es que el mago lo esconde
sin que te des cuen ta. D espués te exp lico... o te muestro un mago en la tele. Lo
que yo digo es que la gente y los perros nacen, viven, se mueren y después ... ¿Vos
crees en el cielo, Athos? Una cosa ¿habrá cielo para perros? no te preocupes.
Lo que yo digo es que la gente y los perros siempre están en algún lado.
O
están
vivos arriba de la tierra o están muertos abajo de la tierra. Me parece que los perros
deben ir al mismo cielo que la gen te. .. Después pregunto.
Ni siquiera las cosas desaparecen, Athos. La cartera de mamá peluca no desapareció:
se la llevó el ladrón del tren ¿claro? Y el peine verde no había desaparecido, estaba
abajo de la cama ¿te acordás que vos lo trajiste con los dientes?
A mi papá y a mi mamá no los encuentran. ¿Y por eso van a decir que
desaparecieron? Es que no me entienden, Athos. No entienden porque no escuchan
como me escuchas vos. Yo digo que están vivos o están m uertos o están escondidos.
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¿Por qué aullas, Athos? ¿Te asustaste de que dije muertos? La abuela del medallón
también se asustó de esa palabra. Yo digo que se asus tó porque la voz le temblaba
cuando dijo que no estaba segura. N o sé, tamp oco está segura de que yo soy yo.
Y tampoco debe e star segura de que haya cielo para perros. La abuela medallón no
está segura de casi nada, al final, la pobre. Será por eso también que llora.
Vos sí estás seguro de quién soy ¿no, Athos? Con peluca o sin peluca, vos sabes que
soy yo. No te parezco otra persona ¿no? Me duermo en tu panza, te tiro de la oreja
y no te due le... como siempre. Espera que ya vengo.
¿Sabes qué? Yo también estoy segura. Me miré un rato largo al espejo... y
sí.
Soy
yo. Pero la gen te no se conv ence fácil de las cosas fáciles. Son raros ¿viste? Más
raros que vos y que yo, por lo menos. Para saber si yo era yo me tuvieron que sacar
sangre, ¿a vos te parece? Hiciste bien en querer morderlos, lástima que te ataron.
¡Te
los querías comer Al policía y al doc to r... bah, no sé si era doc tor o enfermero,
qué sé yo, pero sacó la jeringa. Y vos me defendiste.
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Ay no
sabes
lo que pasó después ... porque te ataron en el fondo. Lo que pasó
es que yo también los quise morder. Los quise morder y los mordí. Bah... al
docto r solo lo mordí. E ntonces mam á peluca dijo que la sangre me la sacaba
ella, que para eso es doctora también. Así, sí. A ella la dejo porque es doctora
y porque me encontró en la Casa Cuna y porque puso mi cuna en su casa. ¡Ja
Me salió un chiste. O un versito, no sé. Algo de risa.
Ahora hay que esperar el resultado del análisis para saber si yo soy yo. Se te ríe
la cola, A thos. Tenes razón.
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¡Ay,
Athos, no era ¡Dicen que no era yo, Athos ¡Dicen que yo no soy yo Acá
traigo a la Pantera y al Margarito para que escuchen los tres. Nos abrazamos todos
y se los digo en secreto. Vengan conmigo abajo de la mesa, la del mantel hasta el
piso. N o quiero que sepan que u stedes saben. ¿E stán preparados? B ueno: dicen que
yo no soy Bettina, que soy Candela. ¿C ómo voy a ser Candela si tengo cara de
Bettina?
Miren la cara de Bettina que tengo. ¿O me ven otra cara, ustedes? A th os ... ¿la
Pantera y el Margarito me miran más fijo... ¿o me parece a mí? ¿Me e stá
cambiando la cara, Athos? ¿No es cierto que no? Ah, ya sé ¡Espérenme acá Voy
a buscar el espejito que m e regaló mam á peluca.
Ahora sí. ¡Y claro que sí Claro que tengo la misma cara de antes. E stá asustada mi
cara, pero es la de antes. ¡Qué tonta ¡Si vos no chum baste Hub ieras chumbado
mucho si yo no fuera yo ... H asta me hubieras mostrado los dientes. Qu é tonta .
Q ué bien me esperaron escondidos, eh. Ah ora nos quedamos quietos. Seguro
piensan que desaparecimos como las palomas y los conejos, ja.
No estoy llorando mucho, A thos. Es poquito. Es porque pensé en las palomas y los
conejos. Y en un mago que sea malo y no los aparezca
más.
¡Me haces cosquillas
con la lengua, Athos Está salada mi cara ¿no?
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Athos, m e llevan a Rosario. La abuela m edallón, m e lleva. No sé si la quiero a la
abuela medallón y no sé si la voy a querer. H ac e poquito que la conozco. Parece
buena , pero hace poco. Ella sigue diciendo que la conozco de bebé, pero yo ni
siquiera me acuerdo. Ella dice que cóm o me acordé del medallón, entonces. Q ué sé
yo cóm o me acordé, A thos. No es que yo sé todas las cosas sobre
mí.
¿Vos sabes
todas las cosas sobre vos? Por ejemplo: de tu m amá y tu papá ¿sabes algo? Capaz
que sí porque sos perro.
Ay Athos, ojalá yo también fuera perro. O un lobo como Colmillo Blanco. Capaz
que sería un lobo que muerde. O sería un perro malo... porque no me están
gustando las personas, eh. Mejor no pienso en magos malos porque me dan m ás
ganas de m order. Para colmo la abuela medallón me llama Candela y para o tro
colmo no te puedo llevar a vos a Rosario.
Al Margarito y a la Pantera sime los dejan llevar, pero ellos ni siquiera chumban.
¿Quién me va a llamar Bettina allá en Rosario? Dicen que voy a tener otro perro
allá. Pero a mí qué me importan los otros perros. ¿Acaso el otro perro va a saber
decir Bettina con los ojos, como vos?
N o quiero ir a Rosario y mamá peluca tam poc o qu iere que vaya. Ella dice que sí
quiere, que es por mi bien y esto y lo otro. Pero yo sé que no quiere porque se le
ponen las cejas para abajo cuando lo dice.
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Vení, vamos atrás del pilar, vení, agáchate.
¿Sabes
por qué mamá
peluca me deja ir? Porque a ella la obligan. ¿Y
sabes
por qué la
abuela medallón me lleva? Porque a ella la obligan también. Mamá
peluca quería que me quedara con ella y la abuela medallón
también quería que me quedara con mamá peluca. La abuela
medallón quería venir a visitarme a Buenos Aires cada tanto, no
llevarme a Rosario con ella. ¿Por qué nos obligan a las tres?
Ya sé, A tho s. Vos no ente nd és quién nos obliga. Lo que pasa
es que a vos nunca te llevaron al Señor Juez. Vos tenes
suerte, A tho s. El Señor Ju ez vive atrás de un escritorio,
vive sentado ahí toda la vida, me parece. Y tiene las paredes
llenas de libros con tapas de cuero.
No te asustes, no es cuero de perro. Cuero de vaca es, pobre vaca.
Ya no es más una vaca viva, es una vaca muerta. No te asustes de
que dije mue rta. Es una vaca que la m ataron para sacarle el cuero
¿a vos te parece? Encima no es una vaca muerta como cualquier
vaca muerta: es una vaca matada.
A mí no me dan miedo las vacas matadas. Las que me dan miedo
son las personas qu e m atan a las vaca s y a las personas m atada s.
Y entonces el Señor Juez dice que leyó todos esos libros. Pero yo
digo que es mentira o que, si los leyó, no sabe leer bien. ¿Cuánto
habrá tardado para leerse todos, no? No importa. Capaz que lee y
come y duerme en esa silla toda la vida. No importa. Lo que yo digo
es que no aprendió nada.
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J L
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¡Volví, Atho s, volví Athos, Athos, A th os ... ¿sabes lo que
había en Rosario? ¡Mi otra cuna, Ath os ¡Mi cuna en mi cuarto
rosa con elefantitos grises Y me acordé de los elefantitos. ¡Me
acordé La abuela medallón lloró cuando yo me acordé. A mí
también me vinieron ganas de llorar, y claro ¿no? Y fotos de mi
papá y mi mamá con Candela en brazos ¡con Candela que soy
yo
Sí que soy yo me parezco, m e parezco. Estoy igualita a mi
foto de ocho meses cuando mamá peluca me en contró.
Y muchos libros, había. Una biblioteca grande que me la pienso
leer entera. Ningún libro era de vaca matada, me
fijé
bien.
Lo feo es que allá las tías... tengo tías ¿sabes Atho s?, pero
me ven y lloran. Y hay una que no me quiere mirar. La abuela
medallón también llora. Lloran mucho allá en Rosario, Athos,
no
sabes.
Lloran porque no aparecen mi papá ni mi mamá. ¿Vos
decís que también lloran porque se emocionan de mí? Mi papá
tiene bigote y barba en las fotos, y mi mamá tiene sonrisa. ¿Vos
crees que están m atados mi mam á y mi papá? N o ¿no? Capaz
que están escondidos esperando para venir a buscarme. Yo digo
que están escondidos del peligro, porque mamá peluca dijo que
ellos habrán tenido mucho peligro y capaz que el peligro sigue.
No sé, Atho s. Cap az que están esperando que se termine el
peligro.
Me van a anotar en ot ra escuela allá en Rosario. Y si me anotan,
la mae stra y los chicos me van a llamar Candela y voy a ser
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Candela todo el día. Y a la noche también. El lío es cuando sueño, no
sabes.-Una
vez soñé que era Bettina y cuando m e desperté era C andela. Ahora que estoy en
Buenos Aires, capaz que pasa al revés. Esto es un lío, Athos. ¿No te parece a vos
que es un lío? Ah, me olvidaba: tengo otro perro allá. Se llama Jali, pero te juro que
a ese Jali no le cuento nada, nunca m e dorm í en su panza, ni le tiro de la oreja ni lo
miro.
¡Cómo te extrañé , Athos Vení, vamos atrás del bombeador, hacete chiquito.
Dame la oreja y escucha: ¿sabes lo que dijo el Señor Juez ahora? Q ue yo tengo que
vivir la mitad de la semana en Buenos Aires y me tengo que llamar Bettina. Y dijo
que la otra mitad de la semana tengo que vivir en Rosario y me tengo que llamar
Candela. Que tengo que ir a dos escuelas distintas, con dos maestras distintas, con
chicos distintos y con deberes distintos. Y que tengo que tener dos perros distintos.
Tenerlos dijo, no quererlos, menos mal. ¡Mentira que ese Señor Ju ez leyó tan tos
libros
¿no? Libros sobre perros seguro que no leyó. Y tampoco libros sobre chicos.
Y tam poco habrá leído libros sobre
vacas. . .
si no, las tapas de los libros que tiene,
no serían de cuero de vaca m atada.
O
habrá leído un solo libro sobre cómo poner
tristes a los perros, a los chico s... y las vacas.
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¿Sabes qué, Athos? Cu ando sea grande, me parece que no voy a querer vivir con
personas. Capaz que vivo con vos, cuatro gatos, seis sapos, ocho ranas, tres
tortugas y un m urciélago. M e encan tan los murciélagos. Ya
sabes.
Me va a gustar juntar animales abandonados. Si están enfermos, mejor, así
los
curo.
Ca paz que estudio para ser veterinaria. Porque los animales no pueden ir solos al
doctor ¿viste?
¿O
vos fuiste alguna vez solo al doctor? ¿Ves que no?
También voy a vivir con el Margarito y la Pan tera. Y con todos mis libros que yo sí
los leo y los entiendo. Co mo Colmillo
Blanco
que es largo y ya lo empecé a leer de
nuevo. Todo lo entiendo, casi todo .
No sé si voy a tener una casa grande o chica, Athos . N o importa, basta que entren
los gatos, los sapos, las ranas, las tor tug as y el murciélago. Y
vos,
Athos. Vos entras
primero y atrá s entra n ellos en fila ¿dale? El murciélago en tra volando.
Lo que sí va a haber en mi casa es un espejo alto has ta el techo. Para verme, por si
me olvido de que yo soy yo ¿entendés? Y si no, vos me haces aco rdar y listo.
Y capaz que de ta nto leer, encu entro un libro sobre cóm o poner co ntento s a los
perros y a las va ca s. .. ¿Habrá libros sobre cómo poner con ten tos a los chicos,
Ath os? ¿Vos qué decís?
Tí
AT HOS
H
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Cómo se escribió este cuento
Jimena hoy
Cuando conocí a Jimena Vicario, ya sabía de
ella por los noticieros, por los diarios, por comen-
tarios de gente que la conocía.
Nos presentaron un mediodía en un bar y
quedamos sentadas una frente a la otra. Le pedí
permiso para tomar apuntes en un cuaderno que
saqué de mi bolso y Jimena dijo
claro có mo no.
Tenía tan to p ara decir que llené más de diez hojas.
Lo primero que le escuché fue
mi historia es
más larga que muchas.
Había cumplido 36 años,
pero parecía haber vivido much os m ás.
Jimena nació en Rosario en 1976 cuando el
país,
como dice la escritora Graciela Montes, se
estaba convirtiendo en "un gran cuartel" donde
el que no se quedaba calladito y marcaba el paso,
corría el riesgo de que "se lo comiera el lobo", de
desaparecer para siempre, de no contar el cuen-
to . Jimena no hablaba todavía y no podía contar
nada, pero hoy puede.
Cuando tenía 8 meses, sus padres venían te-
niendo miedo de que algo así de grave les pasara,
y pensaron que lo mejor era salir del país.
Quisie-
ron irse
-d ice Jimena-
porque n o querían vivir bajo
una dictadura.
Así, su madr e viajó con ella a Bue -
nos Aires para tramitar el pasaporte. El pasaporte
se gestionaba en la Central de Policía, pero esa
era justamente una de las tantas bocas que tenía
el lobo entonces. Jimena y su madre, sin saberlo,
se estaban metiendo en la boca del lobo... y la
madre no fue devuelta. Nunca más.
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Jimena, la beba de 8 meses, fue dejada en la
Casa Cuna como si sus padres la hubieran aban-
donado. Mientras esto ocurría en Buenos Aires,
en Rosario, el padre también era secuestrado por
uno de los llamados "grupos de tareas" que res-
pondían al gobierno militar. Tampoco se supo
más.
En mi cuaderno de notas, esto aparece su-
brayado dos veces.
Jimena, esa beba abandonada en Casa Cuna,
fue encontrada por Susana, quien trabajaba en ese
Hospital de Niños. Se corría la voz de que estas
cosas estaban pasando. Se decía que los padres, la
mayoría parejas jóvenes, eran secuestrados y que
los hijos pequeños y hasta los bebés que nacían
en cautiverio eran dados en adopción. Todo en
secreto, fuera de la ley. Esto resultaba tan impen-
sable que mucha gente no lo podía o no lo que-
ría creer. Cuando Susana encontró a Jimena y la
mostró a sus compañeros de trabajo, la pregunta
que muchos se hicieron fue
qué hacemos con esta
nena.
El miedo ya se había instalado en la gente
de tal forma que no faltó quien respondiera
dejala
donde la encontraste.
En mi cuaderno, esto está
encerrado en un círculo. La historia de Jimena
me estaba pegan do fuerte y no me sentí dispuesta
a dejarla d ond e la encontré.
Susana, que era soltera y no tenía pareja,
tampoco aceptó semejante consejo y se propuso
adoprarla. Como desconocía su nombre, la llamó
Romina.
Un juez que, según Jimena, estaba en-
terado de quién era ella, le dio la adopción plena
a Susana. De allí en más, la beba pasó a ser legal-
mente
Romina.
Romina cumplió un año y cumplió dos sin
mostrar que podía caminar sola. Recién a los tres
años se decidió a hacerlo en público. Para hablar,
esperó hasta los cuatro años: hoy ella dice que no
hablaba con las personas, pero sí con su perro y
con sus muñ ecos.
N o quería que las personas supie-
ran que caminaba y que hablaba
dice hoy,
pero sí
lo hacía y hasta aprendí
sola
a
leer.
Los animales, los muñecos y los libros eran su
refugio. Eran sus compañeros, con ellos se enten-
día. La Jimena de hoy cuenta esto con ojos que
brillan.
A Susana le preocupaba la forma en que la
nena iba creciendo sin caminar ni hablar, y lo
consultó con especialistas, pero ni los médicos
ni los psicólogos de entonces estaban preparados
para entender y ayudarla. Jamás había pasado
algo así.
Susana no le ocultó a la nena que era ado ptada
y, más mal que bien, Romina siguió cumpliendo
años. Conservaba la esperanza de que sus padres
vinieran a buscarla. Creía que, si no venían, era
porque podía ser peligroso para los tres.
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Mientras tanto, su abuela de sangre, Darwinia,
la mad re de su madre, estaba buscándolos. Bus-
caba a su hijo, a su nuera y a Jimena. Y no era la
única: había toda una organización buscando a
hijos y nietos desaparecidos durante la dictadu-
ra militar. Darwinia los buscaba con el apoyo de
Abuelas de Plaza de Mayo. Mientras la búsqueda
seguía, Romina cumplió cinco años, seis, siete.
En
1983,
cuando el gobierno militar entregaba el
poder a uno elegido legalmente por los ciudada-
nos,
Romina cumplió ocho años. Coincidiendo
con esto, Darwinia, con la ayuda de Abuelas, dio
con el paradero de una n ena que pod ía llegar a ser
su nieta. Así fue como se presentó en la casa de
Susana para saber si esta nena, a quien llamaban
Romina, era o no era su nieta Jimena.
Romina no esperaba a una abuela, sino a
sus padres. Y tampoco le hizo gracia que le tu-
vieran que sacar sangre para salir de dudas, por
eso tuvo una rabieta. Pero Susana le propuso ser
ella misma quien le sacara sangre para el análisis
de ADN. Susana sabía hacerlo porque formaba
parte de su ttabajo en el Hospital de Niños. Y
Romina aceptó.
El resultado del análisis no dejó dudas: Romi-
na era Jim ena V icario y Darwin ia era su abuela, la
madre de su madre desaparecida. Su abuela. Esta
nena tenía ocho años cuando recibió la noticia.
Semejante noticia debió partirla en dos, o eso fue
lo que yo sentí mienttas escuchaba el relato de
boca de Jimena ya ad ulta.
Otra vez fue necesaria la decisión de un juez
y este juez consideró que Susana había ocultado
información sobre la beba y entonces anuló la
adopción. Así fue como la nena, que de pronto
supo que su nombre era Jimena, viajó a Rosario
para conocer a su familia biológica. Allí encon-
tró que habían guardado su moisés, su habita-
ción, sus cosas. Cuando vio su cuarto preguntó:
¿las paredes no e ran
color rosa
con
elefantitos grises
Y sí, así era. Al ver la mesa do nde comían, Jime na
recordó dónde se sentaba cada uno. Recordó lu-
gares,
olores, canciones que le cantaba su madre.
Su memoria de los ocho meses estaba
dotmida,
pero no se había borrado.
Jimena seguía siendo una nena y estaba en un
subibaja de emociones. Sentía sin entender. ¿Ella
era de acá o era de allá? Se había criado con Susa-
na, la quería como a una mamá, iba a la escuela
en Buenos Aires donde tenía compañeros y ami-
gos, pero ahora se enteraba de que su familia de
sangre estaba en Rosario. Al Juez que "entendía"
en la causa, se le ocurrió una "solución" rarísima:
la nena tendría que pasar la mitad de la semana
en Rosario con su abuela Darwinia. Eso quería
decir: en otra escuela, con otros compañeros y
otra maestra. Y tendría que decir "presente" cuan-
do
escuchata
el nom bre Jimena. La otra mitad de
la semana, la nena tendría que pasarla en Bue-
nos Aires con Susana y, por decisión d e este juez,
tampoco en su escuela de siempre. Tampoco vería
a sus compañeros ni a su maestra. En esta otra
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escuela nueva, tendría que decir "presente" cuan-
do escuchara el nombre Romina. Hay un triple
subrayado en mi cuaderno de notas.
A las dos familias, este dictamen les pareció
una locura, pero el juez puso sello y firma y no
hubo más que obedecer.
Eso sí, tanto acá como allá, Jimena-Romina
tenía un perro. Eran dos perros en realidad, eran
dos escuelas, eran dos familias, eran dos grupos
de compañeros... Sin embargo esta nena que em-
pezó a vivir dos vidas, en ningún m om ent o dud ó
de que ella era una sola persona. Una sola per-
sona enojada, furiosa, dolida que sufrió y sigue
sufriendo de una herida que no cierra.
Jimena Vicario dice hoy:
mi vida la
estropearon
cuando mataron a mis padres y se ofrece para con-
tar su historia a quienes quieran escucharla. No
me interesa que se acuerden de mí —dice-, pero sí
que no se olviden de que algo as í
pasó.
Que lo sepan
y que no se olviden
dice.
La historia de Jimena m e partió a mí tam bién,
de un modo que ni se compara con la manera en
que la partió a ella. Pero lo suficiente como para
que aceptara narrarla por escrito: una forma de
ayudar a que no sea olvidada. Saber que algo así
pasó y no olvidarse, es lo primero para que no
vuelva a pasar. Para que no pase nunca más. Para
que nun ca m ás alguien tenga que preguntarse, en
la Argentina ni en ninguna otra parte,
¿qué hace-
mos con esta nena?
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estudiantes y ciudadanos desaparecidos
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Quien soy: relatos sobre identidad, nietos y reencuentros / María Teresa Andru etto ... [et.aL
ilustrado por Pablo Bernasconi... [et.ai.]. - 1a ed. - Buenos Aires: Calibroscopio, 2013.
104 p.: i l . ; 26x21 cm.
ISBN 978-987-1801-63-3
1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. I. And ruetto, María Teresa II. Bernasco ni, Pablo, ilus.
CDD A863
Quien soy
Relatos sobre identidad, nietos y reencuentros.
Textos: Paula Bomba ra, Iris Rivera, María Teresa And ruetto, Mario Méndez
Ilustraciones: Irene Singer, María Wemicke, Istvansch, Pablo Bernasconi
Ilustración
y diseño de tapa: Istvansch
Idea
original:
Walter
Binder
Edición:
Laura Giussani y Judith
Wilhelm
Diseño y armad o: M aría Inés González
Corrección: Pilar Muñoz Lascano y Diego Dente
© de los textos:
Paula Bo mbara, Iris Rivera, María Teresa And ruetto, Mario Méndez
© de las ilustraciones:
Irene
Singer, María Wernicke, Istvansc h, Pablo B ernasconi
© de las fotografías:
Gentileza de Abuelas de Plaza de Mayo págs.
9 24 26 70 71 72 73 97 101
y
103)
Paula Sansone págs. 24 y 26)
Damián Neustadt pág. 101)
Uri
Gordon págs. 27-51 y 98)
© Calibroscopio Ediciones,
2013
Aguirre 458 1414) - Buenos Aires
Telefax 54
11) 4855-8657
www.calibroscopio.com.ar
ISBN 978-987-1801-63-3
Libro de edición argentina
Esta edición de
5.000
ejemplares se terminó de imprimir
en Casano Gráfica, Ministro Brin 3932, Remedios de Escalada,
Buenos Aires, en julio de 2013.
Todos los derechos reservados.
Queda pro hibida la reproducc ión total o parcial de esta obra sin la autorización previa, y por
escrito, de la editorial. Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.
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