rteven runciman- la caida de constantinopla

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    S T E V E NR U N C I M A N

    L A C A I D A D ECONSTANTINOPLA

    CO LECCIO N AUSTRAL

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    S T E V E N RUNCIMAN

    L A C A D A D E CONSTANTINOPLA

    COLECCIN AUSTRAL

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    L A C A D A D E

    CONSTANTINOPLA

    C I E N C I A S / H U M A N I D A D E S

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    S T E V E NRUNCIMAN

    L A C A D A D E CONSTANTINOPLA

    Traduccin Victoria Peral Domnguez

    CO LECCI N AUSTRAL

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    Primera edicin: 4-V-1973

    Segunda edicin: l -11-998

    > Cambridge University Press, 1965

    De esta edicin: Esposa Culpe, S. A., 1973, 1997

    Diseo de cubierta: Tasmanias

    Depsito legal: M. 2.362 1998

    ISBN 84239 7425 i

    Reservados todos los derechos. No se permite reproducir, al-macenar en sistemas de recuperacin de la informacin nitransm itir alguna parte de esta publicacin* cualquiera quesea el medio empleado electrnico, mecnico, fotocopia,grabacin, etc., sin el permiso previo de los titulares de

    los derechos de la propiedad intelectual.

    Ttulo original: The Fall of Constantinople, 453

    Impreso en Espaa/Printed n Spain

    Impresin: UNICRAF, S. L

    3ESPASA

    Editorial Espasa Calpe, S. A,

    Carretera de Irn, km 2,200. 28049 Madrid

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    NDICE

    N o t a e d i t o r i a l ..................... ....................................... 9

    LA CADA DE CONSTANTINOPLA

    Pr e f a c i o ........................................................................... 19

    Ca p t u l o I. Ocaso de un imperio ............................ 25Ca p t u l o II. Auge del sultanato .............................. 54CAPTULO III. El emperador y el su ltn ................... 89Ca p t u l o IV. El precio de la ayuda occidenta l..... 105CAPTULO V. Preparativos del asedio ...................... 123Ca p t u l o VI. Comienza el asedio ........................... 142Ca p t u l o VIL Prdida del Cuerno de Oro ............ 162Ca p t u l o VIII. Las esperanzas se desvanecen ..... 178Ca p t u l o IX. ltimos das de Bizancio ................ 193

    Ca p t u l o X. Cada de Constantinopla.

    ................... 206Ca p t u l o XI. Destino de los vencidos ................... 223Ca p t u l o XII. Europa y el conquistador ............... 246Ca p t u l o XIII. Los superviv ientes.......................... 273A p n d i c e 1 ....................................................................... 287

    Ap n d i c e II ..................................................................... 297

    B i b l i o g r a f a .................................................................. 307

    B i b l i o g r a f a c o m e n t a d a ...................... .................. 323

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    NOTA EDITORIAL

    La conquista de Constantinopla por los turcos el 29 demayo de 1453 es uno de los acontecimientos que tradi-cionalmente han simbolizado el fin de la Edad Media y elcomienzo de la Edad Moderna. Leopold von Ranke (Sobre las pocas de la Historia Moderna, 1854) resumi el

    valor de este hito por su contribucin al desarrollo delHumanismo y del Renacimiento debido a la influenciaque estos haban recibido tanto de los sabios y eruditosgriegos exiliados en Italia como de los manuscritos yobras grecolatinas inditas que trajeron consigo. Segn lahistoriografa liberal, el desarrollo intelectual europeo fuedeudor de este influjo que, a la postre, sena fundamentalpara el origen de las ideas de libertad, razn e individua-lismo que marcaron el despegue hacia la modernidad.As, en 1828, Franois Guizot, al redactar suHistoria dela Civilizacin europea, no se olvid de subrayar que ellibrepensamiento naciente en el humanismo pudoafianzarse gracias a que en el momento de nacer tienen

    lugar la toma de Constantinopla por los turcos, la cadadel Imperio de Oriente, la invasin de Italia por los grie-gos fugitivos, pas al que llevan un nuevo conocimientode la Antigedad, numerosos manuscritos, mil nuevosmedios de estudiar la civilizacin antigua....

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    1 0 NOTA EDITORIAL

    Sin duda, esta ha sido la actitud dominante en Occi-dente a la hora de posar su mirada sobre el aconteci-miento. No en balde, sir Steven Runciman, en el prefaciode la obra que presentamos, se vio en la obligacin de ad-vertir la existencia de continuidad ms que de ruptura, ysealar que slo una visin simplista de la Historia puedemarcar, sobre lo que constituye el objeto de su estudio, unprincipio o un final de algo. La conciencia de Europa sepudo ver afectada, pero levemente, y no en el sentido que

    habitualmente se le atribuye. Europa comenz a ser cons-ciente de la amenaza turca que gravitaba sobre ella pero,aun as, la toma de la capital del Imperio de Oriente porlos ejrcitos de Mahomet II no supuso un sbito revul-sivo. La poltica de los principados europeos respecto aOriente no cambi en absoluto despus de 1453. Por otra

    parte, el Renacimiento y el Humanismo ya venan de an-tes, del propio devenir de Occidente, de modo que larecuperacin de ciertos manuscritos o la presencia deexiliados griegos, algunos tan prestigiosos como los car-denales griegos Isidoro y Besarion, no influyeron tantocomo para dar curso a cambios trascendentales. En todocaso, se incorporaron o aadieron a un proceso en mar-cha.

    No obstante, estas cuestiones estn muy lejos de laspreocupaciones de sir Steven Runciman en la concepciny elaboracin de su estudio sobre La c a d a d e Co n s t a n -t i n o pl a . Desdeando lo que signific para Occidente, locual hubiera sido tanto como escribir un libro ms sobre

    un asunto muy gastado, se preocup sobre todo por la im-portancia que este acontecimiento tuvo para la historia degriegos y turcos. De ah la novedad y el inters de su in-vestigacin, ya que aporta la percepcin y consecuenciasque tuvo para sus directos protagonistas: para los griegos

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    NOTA EDITORIAL 11

    marcaba el final de todo un universo, de su civilizacin,el Imperio Romano de Oriente; para los turcos, Constan

    tinopla era la llave que aseguraba el futuro de su Imperioy cimentaba su edificio poltico.

    Constantinopla, o Estambul, era algo ms que una granciudad a conquistar o defender. En ella perviva y se ma-nifestaba el legado de Roma y, con l, el Imperio. Como

    escribiera Jorge de Trebisonda a Mahomet II: aquel quedetenta esta ciudad es en derecho emperador l mismo. Yno es por los hombres, sino por Dios, por lo que t po-sees, por tu espada, el trono mencionado.

    Los otomanos, cien aos despus de la creacin delprincipado de Orjn a comienzos del siglo xiv, se halla-

    ban fuertemente bizantinizados, y su visin de la polticay del gobierno se encontraba impregnada de valores co-munes a la tradicin romana o latina. Desde las conquis-tas de Bayaceto I y el establecimiento de su capital enAndrinpolis (1361), los turcos tomaron conciencia delhecho imperial y de la necesidad de presentarse como he-

    rederos legtimos de Roma, y no en vano el sultn re-clam el reconocimiento de sultn al-Rum (sultn de losromanos) para someter Egipto a su autoridad. Por otraparte, exista en el Islam una tradicin, que Ibn Jaldmasignaba al profeta Mahoma, segn la cual aquel que con-quistase Constantinopla sera sin duda el Mahdi, el ele-

    gido de Dios para gobernar el mundo. De ah que tambinla conquista de la ciudad redundase en la legitimacin deuna autoridad superior sobre el conjunto del mundo isl-mico.

    Mahomet II, despus de 1453, se convirti en el sobe-rano absoluto de un imperio centralizado, emperador ro-

    mano y califa, con autoridad poltica sobre cristianos

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    orientales y musulmanes. Por eso mismo, el legado bi-zantino ni desapareci ni fue aniquilado, adopt unaforma otomana, y, yendo ms lejos, el Imperio Otomanonacido tras la incorporacin de Bizancio se convirti enel heredero y continuador del Imperio Romano deOriente.

    * * *

    Nacido en Northumberland el 7 de julio de 1903, sir Ste

    ven Runciman, segundo hijo del primer vizconde Rund-iran, se educ en las ms prestigiosas instituciones brit-nicas, el Eton College y el Trinity College de Cambridge.Sera enojoso enumerar su largo y nutrido currculum;baste sealar que fue lector en Cambridge (19311938),profesor de estudios bizantinos en la Universidad de Es-

    tambul (19421945), miembro de la British Academydesde 1957 y sndico del Museo Britnico (19601967).Toda su obra est orientada al conocimiento del ImperioBizantino y la difcil historia de las relaciones entreOriente y Occidente a lo largo de la Edad Media. Ademsdel presente ttulo, cabe destacar: Historia de las Cruza

    das (19511954), Vsperas sicilianas (1958), La cautividad de la Iglesia de Oriente (1968), Estilo y Civilizacinen Bizancio (1975),La teocracia bizantina (1977), publi-cando su ltimo ttulo (Un alfabeto para viajeros) en1991.

    Como puede apreciarse en estos brevsimos apuntesbiogrficos y bibliogrficos, La cad a d e CqnStantino-

    pla, publicada en 1965, es la obra de un historiador con-sagrado, que ha obtenido ya el reconocimiento pleno dela comunidad cientfica y que forma parte de la Acade-mia. En este sentido, Runciman sigue las pautas marca-das por la ms pura tradicin historiogrfica britnica, en

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    la que l se reconoce no solo como fiel continuador, sinocomo miembro eminente. Desde su perspectiva, el histo-

    riador debe situar su anlisis en un marco global amplioen el cual se desenvuelve su investigacin para, de estamanera, subrayar la importancia del objeto de estudio yhacer comprensible cmo los acontecimientos alteran eldestino de individuos, naciones o instituciones.

    Este estilo, pulido y afianzado en la Historia de las

    Cruzadas, se desarrolla ya de forma plena en esta obra,repitindolo nuevamente nuestro autor, ya como marca osello de su caracterstico sentido del oficio de historiar, ensu obra inmediatamente posterior, Vsperas sicilianas.

    En La c a d a d e Co n s t a n t i n o pl a , Runcman revelapormenorizadamente la historia de un acontecimiento

    que, como se ha indicado ms arriba, fue trascendentalpara turcos y griegos. Mediante un detallado seguimientode los distintos actores del drama, a travs de un relatovertebrado sobre una cronologa de los hechos limpia yprecisa, analiza con minuciosidad los factores que condu

    jeron al trgico final de Bizancio. Desde una perspectiva

    definida por el punto de vista griego, la narracin, preciosista en ocasiones, sigue las pautas de la mejor tradicinacadmica britnica. La descripcin narrativa descansaesencialmente en el uso abundante de la evidencia documental, una escasa inclinacin a planteamientos tericosy un notable apego a lo poltico como gua y sostn del

    discurso.El asunto central, la cada de Constantinopla, se sitaescnicamente, describiendo con cuidado la geografa enla que transcurre la historia y mostrando al mismotiempo los pueblos y los personajes que protagonizan eldrama. Adems, el relato se compartimenta en temas que

    van confluyendo en un punto el momento de la con-

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    quista (dedicando un captulo completo al 29 de mayo de1453), y organizan y articulan toda la narracin. Esteesquema expositivo muestra que la principal preocupa-cin del autor fue ceirse a los hechos, limitndose a pre-sentar la informacin de forma clara, ordenada y dotadade sentido. No obstante, el resultado est lejos de ser unaaburrida enumeracin de datos, ya que la erudicin secompagina con un estilo narrativo fluido, vivaz y ameno.Es de sobra conocido que este cuidado por la puesta en

    escena llev a nuestro autor a procurar conocer y visitarpersonalmente los lugares donde se desarrollaron los epi-sodios histricos ms importantes de sus investigaciones,para as imprimir en ellas un carcter vivencial que, anuestro entender, consigue transmitir plenamente.

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    L A C A D A D E C O N S T A N T IN O P L A

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    A mi hermano

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    PREFACIO

    En otras pocas, en que los historiadores tenan una vi-sin simplista de la Historia, se pudo sostener que la ca-da de Constantinopla en 1453 signifcase el final de laEdad Media, pero hoy sabemos perfectamente que el to-rrente de la Historia fluye de modo inexorable y no hay

    dique que lo detenga. Tampoco existen motivos para afir-mar que el mundo medieval se transformase en el mundomoderno. Mucho antes de 1453 ya estaba en marcha, enItalia y en el mundo mediterrneo, el movimiento lla-mado Renacimiento. Mucho despus de 1453 persistie-ron las ideas medievales en el Norte. Ya anteriormente a

    1453, se descubrieron las primeras rutas ocenicas quetrastornaron toda la economa mundial, aunque transcu-rriesen varias dcadas, despus de 1453, antes de explo-rar dichas rutas martimas y de que sus efectos se dejaransentir en Europa. El ocaso y cada de Bizancio y el triunfode los turcos otomanos ejercieron su influencia en estastransformaciones; empero, el resultado no fue obra de unao. Sin duda, la sabidura bizantina desempe un papelen el Renacimiento, pero durante casi medio siglo, antesde 1453, los estudiantes bizantinos cambiaron la pobrezae inseguridad de su pas natal por las pinges ctedras de

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    Italia, y los griegos que los siguieron despus de 1453llegaron, en su mayora, no como refugiados de un do-minio infiel, sino como estudiantes de islas cuyo controlmantena todava Venecia. Durante bastantes aos elauge del poder otomano caus algunas dificultades a lasciudades comerciales de Italia, si bien no yugul su co-mercio excepto cuando bloque el acceso al mar Negro.La conquista otomana de Egipto fue menos desastrosapara Venecia que la conquista de Constantinopla, y si

    Gnova sufri un duro golpe por el dominio de los estre-chos por parte del sultn, lo que provoc su ruina no fuela prdida del comercio exterior, sino su precaria situa-cin en Italia.

    Incluso en el terreno ms amplio de la poltica, la cadade Constantinopla supuso muy pocos cambios. Los tur-

    cos acababan de llegar a las orillas del Danubio y amena-zaban la Europa central, y cualquiera pudo percatarse deque Constantinopla estaba perdida, de que un imperioconsistente poco ms que en una ciudad decadente no po-da resistir a un imperio cuyo territorio se extenda por lamayor parte de la pennsula balcnica y Asia Menor; un

    imperio con un gobierno fuerte y que dispona del mejordispositivo militar de la poca. Es cierto que la Cristian-dad sufri una profunda conmocin ante la cada deConstantinopla. Al no serles posible como a noso-tros lanzar una penetrante mirada retrospectiva, las po-tencias occidentales vieron necesariamente en la con-quista turca algo inevitable. Con todo, la tragedia nocambi en absoluto su poltica o, mejor dicho, su falta depoltica frente al problema oriental. nicamente el Pa-pado se sinti verdaderamente convulsionado y planeun autntico enfrentamiento, aunque eran ms urgenteslos problemas domsticos.

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    Por lo cual tal vez parezca que la historia de 1453 ape-nas si merece otro libro. Mas de hecho, los acontecimien-

    tos de ese ao tuvieron una importancia vital para ambospueblos. A los turcos, la conquista de la antigua ciudadimperial no slo les proporcion una nueva capital impe-rial, sino que les asegur la persistencia de su imperio enEuropa. Hasta que la ciudad, situada como estaba en elcentro de sus dominios, en el paso entre Asia y Europa,

    no estuviese en sus manos, no se sentiran seguros. Noslo tenan motivos para temer a los griegos, sino que unagran alianza cristiana, que operase sobre esta base, tal vezlos derrocara. Con Constantinopla en su poder, estabanseguros. Hoy, tras todas las vicisitudes de su historia, losturcos siguen en posesin de Tracia y todava se mantie-

    nen firmes en Europa.Para los griegos, la cada de la ciudad fue, incluso, mstrascendental, pues para estos se trataba, en realidad, dela conclusin de un captulo. La esplndida civilizacinbizantina ya haba representado su papel civilizando almundo, y ahora agonizaba con la ciudad agonizante. Pero

    an no haba muerto. El decadente pueblo de Constanti-nopla, a punto de sucumbir, inclua las ms penetrantesinteligencias de la poca, hombres imbuidos de una im-portantsima tradicin cultural que se remontaba a Gre-cia y Roma. Y mientras un emperador, virrey de Dios, vi-viese en el Bosforo, todo griego, aunque pudiese estar

    esclavizado, poda tambin sentirse orgulloso de que se-gua perteneciendo a la verdadera y ortodoxa comunidadcristiana. El emperador no poda hacer casi nada por ayu-darle en este mundo, pero segua siendo centro y smbolodel poder divino. Una vez cados el emperador y su ciu-dad, comenzaba el reino del Anticristo. Grecia caminaba

    hacia el abismo y luchaba como poda por la superviven

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    Italia, y los griegos que los siguieron despus de 1453llegaron, en su mayora, no como refugiados de un do-minio infiel, sino como estudiantes de islas cuyo controlmantena todava Venecia. Durante bastantes aos elauge del poder otomano caus algunas dificultades a lasciudades comerciales de Italia, si bien no yugul su co-mercio excepto cuando bloque el acceso al mar Negro.La conquista otomana de Egipto fue menos desastrosapara Venecia que la conquista de Constantinopla, y si

    Gnova sufri un duro golpe por el dominio de los estre-chos por parte del sultn, lo que provoc su ruina no fuela prdida del comercio exterior, sino su precaria situa-cin en Italia.

    Incluso en el terreno ms amplio de la poltica, la cadade Constantinopla supuso muy pocos cambios. Los tur-

    cos acababan de llegar a las orillas del Danubio y amena-zaban la Europa central, y cualquiera pudo percatarse deque Constantinopla estaba perdida, de que un imperioconsistente poco ms que en una ciudad decadente no po-da resistir a un imperio cuyo territorio se extenda por lamayor parte de la pennsula balcnica y Asia Menor; un

    imperio con un gobierno fuerte y que dispona del mejordispositivo militar de la poca. Es cierto que la Cristian-dad sufri una profunda conmocin ante la cada deConstantinopla. Al no serles posible como a noso-tros lanzar una penetrante mirada retrospectiva, las po-tencias occidentales vieron necesariamente en la con-

    quista turca algo inevitable. Con todo, la tragedia nocambi en absoluto su poltica o, mejor dicho, su falta depoltica frente al problema oriental. nicamente el Pa-pado se sinti verdaderamente convulsionado y planeun autntico enfrentamiento, aunque eran ms urgenteslos problemas domsticos.

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    Por lo cual tal vez parezca que la historia de 1453 ape-nas si merece otro libro. Mas de hecho, los acontecimien-

    tos de ese ao tuvieron una importancia vital para ambospueblos. A los turcos, la conquista de la antigua ciudadimperial no slo les proporcion una nueva capital impe-rial, sino que les asegur la persistencia de su imperio enEuropa. Hasta que la ciudad, situada como estaba en elcentro de sus dominios, en el paso entre Asia y Europa,

    no estuviese en sus manos, no se sentiran seguros. Noslo tenan motivos para temer a los griegos, sino que unagran alianza cristiana, que operase sobre esta base, tal vezlos derrocara. Con Constantinopla en su poder, estabanseguros. Hoy, tras todas las vicisitudes de su historia, losturcos siguen en posesin de Tracia y todava se mantie-

    nen firmes en Europa.Para los griegos, la cada de la ciudad fue, incluso, mstrascendental, pues para estos se trataba, en realidad, de la conclusin de un captulo. La esplndida civilizacinbizantina ya haba representado su papel civilizando almundo, y ahora agonizaba con la ciudad agonizante. Pero

    an no haba muerto. El decadente pueblo de Constanti-nopla, a punto de sucumbir, inclua las ms penetrantesinteligencias de la poca, hombres imbuidos de una im-portantsima tradicin cultural que se remontaba a Gre-cia y Roma, Y mientras un emperador, virrey de Dios, vi-viese en el Bsforo, todo griego, aunque pudiese estar

    esclavizado, poda tambin sentirse orgulloso de que se-gua perteneciendo a la verdadera y ortodoxa comunidadcristiana. El emperador no poda hacer casi nada por ayu-darle en este mundo, pero segua siendo centro y smbolodel poder divino. Una vez cados el emperador y su ciu-dad, comenzaba el reino del Anticristo. Grecia caminaba

    hacia el abismo y luchaba como poda por la superviven-

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    cia. A la inextinguible vitalidad y coraje del espritu griegodebemos el que no pereciera por completo el helenismo.

    En esta historia el pueblo griego es el hroe trgico, yhe procurado hablar de l teniendo muy presente lo dicho.Ya se ha reiterado con frecuencia antes. Esto casi impre-sion a Gibbon, aunque no del todo, pero s lo suficientecomo para hacerle olvidar su desdn por Bizancio. Sir Edwin Pears habl de ello con profusin en una obra inglesapublicada hace sesenta aos, y que todava merece leerse.

    Su exposicin de las autnticas operaciones del asedio,basada en un estudio a fondo de las fuentes y en su cono-cimiento personal del terreno, sigue siendo plenamentevlida, si bien en otras partes los progresos en la investi-gacin moderna han dejado la obra un tanto anticuada.Tengo una gran deuda con esta obra, la mejor exposicin

    de los acontecimientos de 1453 en todas las lenguas.Desde su publicacin, muchos estudiosos incrementaronsu acervo cultural. Especialmente, en el ao 1953 fui tes-tigo de la publicacin de mltiples artculos y ensayospara celebrar su quinto centenario. Con todo, si exceptua-mos la obra de Gustavo Schlumberger, publicada en 1914

    y basada casi toda en la de Pears, no se ha publicado nin-gn relato exhaustivo del asedio, en los ltimos cincuentaaos, en ninguna lengua de Occidente.

    Con el fin de colmar esta laguna, me he servido yexpreso mi reconocimiento de varias obras de eruditosmodernos, que todava viven o murieron. Expreso mi gra-titud en las notas. Entre los eruditos griegos, que viventodava, me complazco en mencionar al profesor Zakytinos y al profesor Zoras. Todos tratndose de la historiaotomana debemos estar reconocidos al profesor Babinger, aun cuando su gran obra sobre el sultn conquistadornos prive del apoyo de las referencias a sus fuentes. Para

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    comprender la primitiva historia de los turcos, nunca esti-maremos en su justo valor las obras del profesor Wittek;

    y entre los jvenes eruditos turcos hemos de consignar alprofesor Inalcik. La trascendental obra del padre Gil so-bre el concilio de Florencia y sus secuelas me fue de va-liosa ayuda.

    Hago una sntesis crtica de las principales fuentes dela presente historia en un apndice. No ha sido empresa

    fcil conseguirlas todas. El extinto profesor Dethier harecogido en sendos volmenes XXI y XXII, 1.a y 2.apartes las fuentes cristianas de los Monumenta Hun-gariae Histrica, hace unos ocho aos, pero si bien yaestaban impresos los volmenes, no haban sido publi-cados an, aparentemente a causa de las erratas que con-

    tenan. En cuanto a las fuentes musulmanas, algunas nofueron asequibles inmediatamente, en especial para elque como yo no puede leer a los autores otomanosms que con lentitud y dificultad. Sin embargo, confo enque haya podido extractar de ellos lo esencial.

    Tampoco hubiera podido escribir este libro sin la coo-

    peracin de la Biblioteca Londinense, y me es grato ex-presar mi agradecimiento al personal de la Sala de Lec-tura del Museo Britnico por su paciente ayuda. Quieroasimismo agradecer al seor S. J. Papastavrou su colabo-racin en revisar las pruebas, y a los sndicos y personalde la Cambridge University Press por su inagotable

    paciencia y gentileza.En cuanto a la transcripcin de los nombres del griegoo del turco, no pretendo que sean exactos. Con relacin alos griegos, he empleado la forma que me ha parecidoms familiar y natural. Respecto a los turcos, me he ser-vido de la ortografa fontica, excepto cuando he utili-

    zado palabras del turco moderno, que he transcrito con su

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    propia ortografa. He designado al sultn conquistadorcon el nombre turco deMehmedy no de Mahomet o Mo-hamed*. Espero que mis amigos turcos me perdonarnpor haber denominado a la ciudad de que trata mi obraConstantinopla y no Estambul, Hubiera sido pedanteobrar de otra manera.

    STBVEN RUNCIMAN.1965.

    * Atenindonos a la tradicin, escribiremos siempreMahomet, para evi-tar confusiones, dado el carcter general de nuestra edicin. (N. de los E.)

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    Ca p t u l o IOCASO DE UN IMPERIO

    El da de Navidad del ao 1400, el rey Enrique IV deInglaterra dio un banquete en su palacio de Eltham. Su

    propsito no era nicamente celebrar la fiesta religiosa.Deseaba tambin honrar a un distinguido husped: Ma-nuel II Palelogo, emperador de los griegos, como lo de-nominaban la mayora de los occidentales, aunque algu-nos recordaban que era el verdadero emperador de losromanos. Atraves toda Italia y se detuvo en Pars, donde

    el rey Carlos VI de Francia mand decorar un ala delLouvre para alojarle, y donde los profesores de la Sorbona estaban encantados de entrevistarse con un monarcaque poda disputar con ellos con tanta sabidura y sutilezacomo exigan. Todos en Inglaterra estaban impresionadospor la dignidad de su porte y de las inmaculadas vestidu-

    ras blancas que el emperador y su corte llevaban. Peroprecisamente a causa de sus altos ttulos, sus anfitrionesse sentan inclinados a compadecerle, pues el emperadorhaba ido como mendigo a buscar desesperadamenteayuda contra los infieles que haban sitiado su imperio.Para el jurista Adn de Usk, quien trabajaba en la corte

    del rey Enrique, era una tragedia ver al emperador all.

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    Consider escriba Adn lo doloroso que era que estegran prncipe cristiano se viese obligado por los sarracenosa buscar ayuda contra ellos de un extremo de Oriente a lasislas ms occidentales... Dios mo! aadi, qu va aser ahora de ti, antigua gloria de Roma? '.

    En realidad, el antiguo Imperio Romano haba quedadomuy reducido. Manuel era el legtimo heredero de Au-gusto y de Constantino, pero pasaron muchos siglos antesde que los emperadores, que residan en Constantinopla,

    pudiesen exigir obediencia al mundo romano. Para el Oc-cidente eran, sin ms, seores de los griegos o de Bizancio, indignos rivales de los emperadores surgidos enaquel. Hasta el siglo XI, Bizancio haba sido una potenciabrillante y dominadora, paladn de la Cristiandad contrala embestida del Islam. Los bizantinos cumplieron con su

    deber con energa y xito hasta que en pleno siglo XI vinouna nueva provocacin del Oriente con la invasin de losturcos, en tanto que Europa occidental se haba desarro-llado lo suficiente como para intentar por s misma el ata-que en la persona de los normandos. Bizancio se habacomprometido en una guerra en dos frentes en el mo-

    mento en que atravesaba dificultades constitucionales ydinsticas. Los normandos fueron rechazados, pero per-dieron la Italia bizantina; y adems, los bizantinos tuvie-ron que abandonar para siempre a los turcos las tierrasque les proporcionaron la mayor parte de los soldados ylos mayores contingentes de vveres: las llanuras interio-res de Anatolia. En lo sucesivo, el Imperio quedaba entredos fuegos, y esta posicin intermedia se vio complicadapor el movimiento que llamamos las Cruzadas. Los bi-zantinos, en cuanto cristianos, simpatizaron con los cru-zados. Empero, su dilatada experiencia poltica les en-se a mostrarse un tanto tolerantes con los infieles y a

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    aceptar su existencia. La guerra santa, tal y como la ha-can los occidentales, les pareca peligrosa y quimrica.

    Con todo, esperaban obtener ventaja de ella, pues losintermediarios slo estn seguros si son fuertes. Bizanciosigui representando el papel de una gran potencia,cuando de hecho su fuerza ya estaba minada. La prdidade Anatolia, que abasteca los territorios en un perodo decontinuas guerras, oblig al emperador a depender de los

    aliados y mercenarios extranjeros, y ambos exigan lapaga en numerario y privilegios comerciales. Las exigen-cias llegaban en un momento en que la economa internadel Imperio estaba exhausta con la prdida de los camposde cereales de Anatolia. Durante todo el siglo XII, Constantinopla dio la impresin de ser una ciudad tan rica y

    esplndida, la corte imperial tan suntuosa y los puestos ybazares tan repletos de artculos, que se segua conside-rando al emperador como un gran potentado. Los maho-metanos no le agradecan el haber tratado de reprimir elardor de los cruzados, mientras que los cruzados se sen-tan ofendidos por su indiferente actitud frente a la guerra

    santa. Entretanto, las diferencias religiosas entre la Cris-tiandad oriental y occidental, originariamente de fondo yexacerbadas por la poltica en el transcurso del siglo XI,se agravaron profundamente hasta que a fines del si-glo xil las Iglesias de Roma y Constantinopla quedarondefinitivamente divididas por el cisma.

    Surgi la crisis cuando un ejrcito de cruzados, sedu-cido por la ambicin de sus jefes, la recelosa codicia desus aliados venecianos y el resentimiento de todos los oc-cidentales contra la Iglesia bizantina, se volvi contraConstantinopla, se apoder de ella y la saque, estable-ciendo un Imperio Latino sobre sus ruinas. La Cuarta

    Cruzada, en 1204, acab con el antiguo Imperio Romano

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    Oriental como Estado supranacional. Tras medio siglo dedestierro en Nicea, en el noroeste de Asia Menor, las au-toridades imperiales regresaron a Constantinopla y el Im-perio Latino se derrumb. Pareca iniciarse una nueva erade grandeza. Mas el imperio restablecido por Miguel Pa-lelogo ya no era la potencia dominadora del Orientecristiano. Slo conserv algo de su antiguo prestigio ms-tico. Constantinopla segua siendo la Nueva Roma, la sa-cra capital histrica de la Cristiandad ortodoxa. El empe-

    rador segua siendo, por lo menos a los ojos de losorientales, el emperador romano. Pero, en realidad, sloera un prncipe de tantos, tan poderoso o ms. Haba otrosprncipes griegos. Al Oriente estaba el Imperio de Trebisonda, imperio del gran Comneno, con sus ricas minas deplata y el comercio que discurra por el vetusto camino

    desde Tabriz y el Asia ulterior. En el Epiro estaba el seo-ro de los prncipes de la casa de Angelo, en otro tiemporivales de los nicenos en su lucha por reconquistar la ca-pital, pero ahora ya reducido a la impotencia. En los Bal-canes estaban Bulgaria y Serbia, dominadoras sucesiva-mente de la pennsula. Asimismo, los seoros francos y

    las colonias italianas por toda la Grecia continental e in-sular. Para desalojar a los venecianos de Constantinopla,los bizantinos llamaron a los genoveses, a quienes huboque recompensar; y ahora la colonia genovesa de Pera oGlata, precisamente a travs del Cuerno de Oro, habaarrebatado la mayor parte del comercio de la capital 2.Existan peligros por doquier. En Italia haba potentados

    vidos de vengar la cada del Imperio Latino. Prncipeseslavos en los Balcanes ambicionaban el ttulo imperial.En Asia, los turcos permanecieron quietos durante algntiempo: en realidad, sin esta tranquilidad difcilmente hu-biera sobrevivido Bizancio. Mas pronto haban de revivir,

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    ahora bajo el mando de una dinasta de brillantes adali-des: Osmn y sus sucesores otomanos. El restaurado Im-

    perio Bizantino, con sus complejos compromisos en Eu-ropa y constantemente amenazado por el Occidente,necesitaba ms dinero y hombres de los que dispona.Emple mucha cicatera en la frontera oriental hasta quefue demasiado tarde y los turcos otomanos forzaron lasdefensas

    Otra vez cundi el desencanto. El siglo xiv fue paraBizancio un perodo de desastre poltico. Durante variasdcadas pareci probable que el gran reino serbio absor-bera a todo el Imperio. Las provincias fueron devastadaspor la rebelin de una banda de mercenarios: la compaacatalana (los almogvares). Sigui una larga serie de gue-

    rras civiles, provocadas por contiendas personales y di-nsticas en la corte, exacerbadas por las intrigas de lasfacciones sociales y polticas. El emperador Juan V Pa-lelogo, que rein durante cincuenta aos, de 1341 a1391, fue destronado no menos de tres veces: la primerapor su suegro, la segunda por su hijo y la tercera por su

    nieto, si bien, al final, muri en el trono4. Luego la pestehaca estragos con frecuencia. La muerte negra, en 1347,con su devastacin en el momento crtico de la guerra ci-vil, diezm por lo menos un tercio de la poblacin del Im-perio. Los turcos se aprovecharon de los disturbios de Bi-zancio y de los Balcanes para infiltrarse en Europa y

    penetrar ms profundamente, hasta el punto de que, a fi-nales del siglo, los ejrcitos del sultn haban alcanzadoel Danubio y Bizancio quedaba cercada totalmente porsus territorios. Del Imperio slo quedaba Constantinoplay unas cuantas ciudades diseminadas por la costa de Tracia'en el Mrmara y el mar Negro hasta el norte de Me

    sembria, Tesalnica y sus inmediaciones, unas pocas islas

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    y el Peloponeso, donde los dspotas de Morea, los msjvenes de la casa imperial, cosecharon algn pequeotriunfo, recuperando territorios de los francos. Algunosseoros y colonias latinos sobrevivieron angustiosa-mente en Grecia y en las islas griegas. Los duques de Flo-rencia dominaron en Atenas, y los prncipes de Verona,en el archipilago del Egeo. Por lo dems, todo el resto lohaban arrebatado los turcos5.

    Por un capricho de la Historia, este perodo de de-

    cadencia poltica estuvo acompaado de la vida culturalms activa y fecunda que nunca conoci la historia bizan-tina en ninguna poca. Desde el punto de vista artstico eintelectual, la era de los Palelogos fue relevante. Losmosaicos y frescos de la primera mitad del siglo XIV en laiglesia de Chora, en Constantinopla, revelan tal fuerza,

    frescura y belleza que las obras italianas de la mismapoca, a su lado, parecen primitivas y burdas. Igualmentese produjeron obras singulares en otras partes de la capi-tal y de Tesalnica6. Pero costaba mucho ejecutar obrasartsticas tan esplndidas. El numerario era escaso. En1347 se cay en la cuenta de que las joyas de las diade-

    mas usadas en la coronacin de Juan VI y de la empera-triz se confeccionaron con vidrio7. Al terminar la cen-turia, si bien seguan producindose obras artsticasmenores, slo se edificaron nuevas iglesias en las provin-cias, en Mistra y el Peloponeso o en el monte Athos, yfueron decoradas sobriamente. Con todo, la vida intelec-tual, que dependa menos de la ayuda econmica, prosi-gui con brillantez. La Universidad de Constantinoplafue reedificada a fines del siglo Xll l por un gran ministro:Teodoro Metoquites, hombre de gusto refinado y erudito,bajo cuyo patrocinio se llev a cabo la decoracin deChora8. El anim la notable generacin de sabios que vi-

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    nieron despus. Las principales figuras intelectuales delsiglo XIV, como Nicforo Gregoras, historiador; Gregorio

    Palams, telogo; Nicols Cabasilas, mstico; o filsofoscomo Demetrio Cydones y Aquindino, todos en su mo-mento estudiaron en la Universidad y sintieron la influen-cia de Metoquites. Todos, igualmente, fueron favorecidosy estimulados por su sucesor como primer ministro, JuanCantacuzeno, aunque algunos tuvieron que romper con l

    tras su usurpacin de la corona imperial. Cada uno de es-tos sabios tena ideas peculiares: sus controversias erantan animadas como su amistad. Disputaban como lo hi-cieron los griegos durante casi dos mil aos sobre losopuestos mritos de Platn y de Aristteles. Discutan desemntica y lgica, y sus controversias invadan inevita-

    blemente el campo de la teologa. La tradicin ortodoxaestaba imbuida de filosofa. Los buenos eclesisticoscrean en una educacin filosfica. Se sirvieron de la ter-minologa platnica y de la metodologa aristotlica. Perosu teologa era apoftica. Sostenan que la filosofa eraincapaz de resolver los problemas teolgicos, puesto que

    Dios trascenda esencialmente todo conocimiento hu-mano. En pleno siglo XIV surgieron disturbios cuandociertos filsofos influidos por la escolstica occidentalatacaron la tradicional teora mstica de la Iglesia, si biensus defensores hubieron de formular su doctrina y confe-sar su fe en las energas increadas de Dios. Ello dio ori-

    gen a una acerba controversia que dividi a amigos y fac-ciones. La doctrina de las energas hall su principalapoyo entre los monjes, cuya tendencia era antiintelec-tual. Su principal expositor, Palams, cuyo nombre sueledarse a la doctrina, fue un sabio de inteligencia poderosa,pero no simpatizaba con el humanismo. Sin embargo, en-

    tre sus aliados se contaban intelectuales humanistas, tales

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    como Juan Cantaeuzeno y Nicols Cabasilas, Su victoriano fue como se ha pretendido con frecuencia untriunfo del oscurantismo9.

    Haba un problema primordial que concerna no slo alos telogos y filsofos, sino tambin a los polticos. Setrataba de la unin con la Iglesia de Roma. Ahora se ha-ba consumado el cisma y el triunfo del palamismo habaabierto un abismo ms profundo. Mas para muchos esta-distas bizantinos era evidente que no poda sobrevivir el

    Imperio sin el apoyo occidental. Si esta ayuda slo podaconseguirse a costa de la sumisin a la Iglesia romana,los griegos habran de someterse, Miguel Palelogo tratde favorecer los planes occidentales de restablecer el Im-perio Latino, comprometiendo a su pueblo en la unincon Roma en el concilio de Lyon. Este gesto fue una

    grave ofensa para muchos bizantinos y, cuando pas elpeligro, su hijo, Andrnico II, rechaz la unin. Ahora, enel momento de cercar los turcos el Imperio, la situacinera mucho ms alarmante, cuando era necesaria la unin,no para librarse por dinero de un enemigo cristiano, sinopara atraerse a amigos contra un enemigo peor e infiel.

    En el Oriente ortodoxo no existan potencias capaces deprestar ayuda. Los principes de los territorios danubianosy del Cucaso eran demasiado dbiles, y ellos mismos es-taban en grave peligro, y los rusos estaban demasiado le-

    jos ocupados en sus propios problemas. Mas, cmo seraposible que un soberano catlico acudiese en auxilio deun pueblo considerado como cismtico? Acaso no seconsiderara el avance turco justo castigo del cisma? Te-niendo esto en cuenta, el emperador Juan V se someti alPapa personalmente en Italia, en 1369. Pero prudente-mente no quiso comprometer a sus sbditos, si bien espe-raba en vano persuadirlos para que le siguiesen10.

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    Ni Miguel Vili, como tampoco Juan V, eran telogos.Para ambos las ventajas polticas de la unin pesaron ms

    que otra cosa. Para los telogos el problema era ms com-plicado. Desde los ms remotos tiempos la Cristiandadoriental y occidental haban seguido diferentes rumbos enteologa, en los usos litrgicos y en la teora y prcticaeclesisticas. Ahora estaban divididas por una cuestincapital: la procesin del Espritu Santo y la adicin por

    parte de la Iglesia Latina al Credo de la palabra Filioque.Asimismo existan otros problemas menores. El Occi-dente no poda aceptar la recin autorizada doctrina sobrelas energas. El dogma occidental del purgatorio parecial Oriente una arrogante pretensin. La principal querellalitrgica era si la materia del sacramento haba de ser pan

    con levadura o sin ella. Para los orientales la prctica oc-cidental del pan sin levadura les pareca costumbre judae irrespetuosa con el Espritu Santo, simbolizado en la le-vadura. Vean otra irreverencia en la negativa occidentala admitir la epclesis, o sea, la invocacin del EsprituSanto, sin la cual, a los ojos orientales, el pan y el vino no

    quedaban plenamente consagrados. Igualmente existandiscrepancias en la manera de distribuir la comunin bajolas dos especies a los seglares, y sobre el casamiento delclero secular. Empero, el desacuerdo fundamental se cen-traba en la esfera eclesistica: gozaba el obispo de Romade un primado de honor o de una primaca absoluta sobre

    toda la Iglesia? La tradicin bizantina se aferraba a la an-tigua creencia de la igualdad carismtica de los obispos.Ninguno de ellos, ni siquiera San Pedro, tena derecho aimponer su doctrina, por muy grande que fuese el respetodebido a sus ideas. La definicin dogmtica era compe-tencia nica del Concilio Ecumnico cuando en Pente-

    costs estaban representados todos los obispos de la Igle-

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    sia y vino el Espritu Santo a inspirarlos. La adicin ro-mana al credo ofendi a los orientales, no slo por razo-nes teolgicas, sino por ser modificacin unilateral deuna frmula consagrada por un concilio ecumnico. Tam-poco poda aceptarse por la tradicin oriental la autoridaddisciplinar y administrativa de Roma, pues crea que talespoderes estaban vinculados a la Pentarqua de los Patriar-cas, entre la que Roma era la ms antigua, pero no la su-prema. Los bizantinos sentan profundamente sus tradi-

    ciones y liturgia, pero su doctrina de la economa querecomendaba se haban de pasar por alto las diferenciasmenores para facilitar la buena marcha de la Casa deDios, les dio cierta flexibilidad. Con todo, la Iglesia ro-mana no poda fcilmente hacer concesiones, dada su na-turaleza especfica11.

    Los sabios bizantinos estaban divididos. Muchos deellos eran demasiado leales a su Iglesia para pensar en launin con Roma. Pero otros, especialmente entre los fil-sofos, estaban dispuestos a aceptar la supremaca romanatanto como les permitiese su credo y se respetasen porcompleto sus costumbres. Para ellos la unidad de la Cris-

    tiandad y de la civilizacin cristiana era entonces lo msimportante. Algunos de ellos estuvieron en Italia y con-templaron .el vigor de su vida intelectual. Vieron, asi-mismo, cun apreciados eran los sabios griegos si iban enson de amigos. Alrededor de 1340, Demetrio Cydonestradujo las obras de Toms de Aquino al griego. El esco-

    lasticismo del Aquinate cautiv a muchos pensadores he-lenos y les demostr que no deban menospreciar el saberde Italia. Desearon estrechar los lazos intelectuales conesta, y su deseo fue correspondido. Cada vez fueron msa quienes se ofrecieron en Occidente lucrativas ctedras.La dea de una integracin de la cultura bizantina e ita-

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    liana se haca progresivamente ms atractiva y, en tantose salvaguardaran las tradiciones griegas, importaba que

    se incluyera la sumisin a Roma, teniendo en cuenta elhonor rendido a Roma en el pasado y el esplendor de lavida italiana como ahora se pona de manifiesto?I2.

    nicamente entre los polticos e intelectuales se en-contraban los defensores de la unin. Los monjes y elbajo clero eran los ms acrrimos adversarios. Algunos

    actuaban por motivos culturales. Estaban orgullosos desu fe y tradiciones. Rememoraban los sufrimientos de susantepasados en poder de los jerarcas latinos bajo los em-peradores. Hubo quienes influyeron en las mentes delpueblo aseverando que la unin era lo peor moralmentey que consentir en ella los pona en peligro de condena-

    cin eterna. Sera un destino mucho peor que un desastrelo que pudiese sobrevenirles en este mundo efmero. Con-tra su oposicin habra sido difcil para todo emperadorcumplir cualquier promesa de unin y estaban apoyadospor los sabios y telogos, cuya lealtad a la tradicin eraintelectual tanto como emotiva, y por los polticos que se

    asombraban de que, de hecho, el Occidente pudiese sal-var a Bizancio.Estos apasionados debates se llevaron a cabo en una

    atmsfera de decadencia. Pese a la brillantez de sus sa-bios, Constantinopla, al terminar el siglo xiv, no era msque una ciudad melanclica y decadente. La poblacin

    que, incluidos los suburbios, contaba con un milln dehabitantes aproximadamente en el siglo XII, ahora se veareducida a no ms de cien mil, y aun menosl3. Los subur-bios allende el Bosforo estaban en poder de los turcos.Pero, al otro lado del Cuerno de Oro, era una colonia genovesa. De los suburbios a lo largo de las costas de Tracia

    en el Bosforo y el mar de Mrmara, otrora esmaltadas de

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    esplndidas villas y monasterios, slo quedaban unos vi-llorrios que agrupaba en sus inmediaciones alguna viejaiglesia. La misma ciudad, dentro de sus catorce millas de

    murallas, en sus mejores tiempos estuvo llena de parquesy jardines, dividida por estos en varios barrios. Pero alpresente muchos de estos barrios haban desaparecido ylos campos y huertos separaban a los restantes. El viajeroIbn Battuta, en pleno siglo XIV cont trece distritos den-tro de las murallas. Gonzlez de Clavijo, en los primeros

    aos del siglo xv se qued atnito de que una ciudad taninmensa estuviese tan arruinada, y Bertrandon de la Broquire. aos despus, se qued espantado de que estu-viese tan desolada. Pero Tafur, en 1437, repar en su po-blacin escasa y pobre a ojos vistas. En muchos distritosse hubiera credo que uno se hallaba en descampado conrosales silvestres que florecan en los setos vivos en pri-mavera, y los ruiseores que cantaban en los matorrales.

    En el extremo suroccidental de la ciudad, los edificiosdel viejo palacio imperial ya no eran habitables. El ltimoemperador latino, obligado por la necesidad, tras habervendido la mayor parte de las santas reliquias a San Luisy antes de dar en prenda su hijo y heredero a los venecia-

    nos, desmantel todos los tejados de plomo y dispuso deellos para convertirlos en dinero. Ni Miguel Palelogo nininguno de sus sucesores tuvieron suficiente dinero parapoder restaurarlos. Slo se conservaron algunas iglesiasdentro de sus terrenos, por ejemplo, la Nea Baslica deBasilio 1 y la iglesia de la Madre de Dios en Faros. Muy

    cerca, el hipdromo estaba en ruinas; los jvenes de lanobleza usaban la arena como campo de polo. Al otrolado de la plaza, el palacio patriarcal daba cabida todavaa las oficinas del patriarca, pero este ya no se atreva a re-sidir en l. nicamente la gran catedral de la Divina Sabi

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    duna, Santa Sofa, segua en todo su esplendor; su soste-nimiento constitua un gravamen especial para el erario

    pblico.La calle mayor que corra a lo largo de la espina dorsalde la ciudad, desde la puerta Carisia, puerta Andrinpolisde hoy, hasta el viejo palacio, estaba sembrada capricho-samente de tiendas y casas y dominada por la catedral delos Santos Apstoles. Pero este inmenso edificio se ha-

    llaba en estado ruinoso. A lo largo del Cuerno de Oro lospueblos se apiaban y estaban ms poblados, en particu-lar en uno y otro extremo, en Blachernas, cerca de las mu-rallas terrestres, donde el emperador tena ahora su pala-cio, hacia el extremo de la ciudad, junto a la colina delarsenal. Los venecianos posean un barrio prspero cerca

    del puerto, y las calles asignadas a otros comerciantes oc-cidentales: de Ancona y de Florencia, de Ragusa y de Ca-talua, y las de los judos eran vecinas. Haba almacenesy muelles en las mrgenes y bazares en la zona donde selevanta todava el Gran Bazar turco. Pero cada distrito es-taba separado y muchos de ellos cercados por una mura-

    lla o empalizada. En la vertiente sur de la ciudad que mirahacia el Mrmara, los pueblos estaban cada vez ms dise-minados y separados unos de otros. En Studion, dondelas murallas interiores descienden hacia el Mrmara, losedificios de la Universidad y los de la Academia Patriar-cal se agrupaban en tomo a la antigua iglesia de San Juan

    y su histrico monasterio con su selecta biblioteca. Por ellado oriental haba algunos muelles en Psamata. Tam-bin existan an algunas elegantes mansiones y monas-terios, as como conventos de monjas desparramados porla ciudad. Todava podan verse caballeros y seorascon lujosos atuendos a caballo o conducidos en literas

    por la ciudad, si bien De la Broquire senta pena (Je

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    ver el reducido squito que acompaaba a la adorableprincesa Mara desde la iglesia de la Divina Sabidurahasta el palacio. Asimismo haba artculos en los bazaresy en los muelles, y mercaderes venecianos, eslavos o mu-sulmanes que preferan hacer negocios en la ciudad viejay no con los genoveses allende el Cuerno de Oro. Igual-mente se daba una afluencia de peregrinos procedentesprincipalmente de Rusia para admirar las iglesias y reli-quias que encerraban. Incluso el Estado sostena hostele-

    ras para alojarlos al mismo tiempo que hospitales y orfa-natos como puede permitirse ahora

    La nica ciudad importante que le qued al Imperioera Tesalnica. Conservaba un aspecto de mayor prospe-ridad. Segua siendo el puerto ms importante de los Bal-canes. Su feria anual continuaba siendo el punto de reu-

    nin de los comerciantes de todos los pases. Dentro desu permetro, tan reducido, haba menos vaciedad y de-cadencia. Pero nunca pudo superar las agitaciones enpleno siglo xiv, fomentadas durante varios aos por revo-lucionarios populares conocidos por los celadores o fan-ticos, los cuales destruyeron muchos palacios, tiendas ymonasterios hasta que fueron eliminados. Antes de termi-nar la centuria fue ocupada por los turcos, si bien luegofue reconquistada durante algn tiempo. Mistra, en el Peloponeso, capital del dspota de Morea, aunque blaso-naba de un palacio y un castillo y de varias iglesias, mo-nasterios y escuelas, era poco menos que un pueblol5.

    Esta trgica reliquia de un Imperio fue la herencia que

    pas a manos del emperador Manuel II en 1391. lmismo constitua una figura trgica. Su juventud transcu-rri entre querellas familiares y guerras, en las cuales fueel nico leal a su padre, Juan V, al cual, en cierta ocasin,tuvo que librar de prisin de los acreedores en Venecia.

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    Pas algunos aos como rehn en la corte turca y fue obli-gado a rendir vasallaje al sultn e, incluso, a dirigir un re-

    gimiento bizantino para ayudar a su soberano a someterla ciudad libre bizantina de Filadelfia. Hall consuelo enla sabidura, escribiendo, entre otras obras, un pequeo li-bro destinado a sus amigos turcos, en el que comparaba laCristiandad con el Islam; modelo en su gnero. Fue unemperador digno. Generosamente eligi por votacin

    como colega suyo a su sobrino Juan VII, hijo de su her-mano mayor, y fue recompensado con la lealtad que esejoven inconstante le demostr el resto de su corta vida. Seesforz por reformar los monasterios y elevar su nivel devida, y entreg a la Universidad cuanto dinero pudo aho-rrar. Vio la necesidad poltica de pedir ayuda a Occidente.

    La cruzada de 1396, que se puso en marcha bendecidapor dos papas rivales y pereci a causa de la insensatezde sus jefes en Nicpolis, junto al Danubio, fue justoes decirlo una respuesta a las splicas del rey de Hun-gra ms que a las suyas, aunque el mariscal francs Boucicault acudi a su llamamiento con un pequeo contin-

    gente de tropas en favor de Constantinopla en 1399, sibien fue poco lo que consigui. Se opuso a la unin de lasIglesias, en parte por sus genuinas convicciones religio-sas, suficientemente expuestas como para escribir un tra-tado destinado a los profesores de la Sorbona y, en parte,porque conoca demasiado bien a sus sbditos como para

    creer que nunca la aceptaran. Las instrucciones que dio asu hijo y sucesor, Juan VIII, fueron que prosiguiese lasnegociaciones por la unin sobre una base de amistad,pero que eludiese los compromisos que tal vez no pudie-ran cumplirse. Cuando viaj por Occidente en busca deayuda, escogi el momento en que el Papado estaba desa-

    creditado por causa del Gran Cisma e hizo el llamamiento

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    a los soberanos seglares con la esperanza de que as severa libre de la presin eclesistica. Con todo, pese a laagradable impresin que produjo, sus giras no le propor-cionaron ventajas tangibles, excepto exiguas sumas denumerario obtenidas por sus anfitriones de sus sbditos,poco entusiastas, y tuvo que volver precipitadamente a supas en 1402 ante las noticias de que el sultn se dirigahacia Constantinopla. La capital fue preservada antes desu regreso cuando Timur, el trtaro, atac los dominios

    turcos por el Este. Mas el beneficio que report a Bizaneio la derrota del sultn Bayaceto en Ankara no detuvo ladecadencia del Imperio. Slo se haba frenado el poderdel otomano por algn tiempo. Las luchas dinsticas de-tuvieron su agresin durante dos dcadas y cuando, en1423, el sultn Murad II march sobre Constantinopla,

    tuvo que levantar el sitio a causa de las intrigas familiaresy de los rumores de rebelin casi al mismo tiempol6.

    La intervencin de Timur retras en medio siglo la ca-da de Constantinopla, aunque Manuel fue el nico enaprovecharse poco de ello. Reconquist algunas ciudadesde Tracia y apoy el acceso al sultanato de un prncipe

    amigo. Si todas las potencias europeas hubieran sido ca-paces de formar una coalicin al mismo tiempo contra losturcos otomanos, se habra eliminado la amenaza. Perono eran posibles las coaliciones sin tiempo ni buena vo-luntad, y ambos faltaban. Los genoveses, que teman porsu comercio, se apresuraron a enviar una embajada a Ti-mur y a proporcionar navios que transportasen a los de-rrotados soldados turcos de Asia a Europa. Los venecia-nos, temerosos de ser desbancados por los genoveses,advirtieron a sus autoridades coloniales para que guarda-ran una estricta neutralidad. El Papado, en medio de losapuros del Gran Cisma, no poda dar una salida. Las po-

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    tencias laicas del Occidente recordaban el desastre de Nicpolis, y cada una tena otras distracciones ms inme-

    diatas en que ocuparse. El rey de Hungra, creyendo quelos turcos ya no constituiran una amenaza para l, intri-gaba con todas sus fuerzas en Alemania, y de estas intri-gas saldra como emperador occidental. Constantinoplano corra peligro inmediato, por qu habra de preocu-parse ahora?I7.

    En la misma Constantinopla no exista tal optimismo.Pero, pese a la conciencia del peligro, la brillante vida in-telectual prosegua. Ya haba desaparecido la ms viejageneracin de sabios. Ahora, aparte del mismo empera-dor, la figura descollante era Jos Briennio. rector de laAcademia Patriarcal y profesor de la Universidad. Fue el

    maestro que educ a la ltima notable generacin de eru-ditos bizantinos. Estaba versado en la literatura occiden-tal tan bien como en la helena, y apoy al emperador paraque incorporase los estudios occidentales a los planes dela Universidad. Acogi calurosamente a los estudiantesoccidentales. Por cierto, Eneas Silvio Piccolomini, el fu-

    turo Po II, haba de escribir posteriormente que en su ju -ventud todo italiano con pretensiones de saber siemprepidi estudiar en Constantinopla. Pero Briennio, comoManuel, se opusieron a la unin de las Iglesias. No podaaceptar la teologa romana ni abandonar las tradicionesbizantinas

    Un sabio incluso ms notable, Jorge Gemisto Plethon,ligeramente ms joven que Briennio, se traslad duranteestos aos de su Constantinopla nativa para fijar su resi-dencia en Mistra bajo el patrocinio del ms erudito de loshijos del emperador: el dspota Teodoro II de Morea.Aqu fund una academia platnica y escribi varios li-

    bros defendiendo la reorganizacin de un Estado basado

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    en las ideas platnicas. Slo esto pensaba l devol-vera la vida al mundo helnico. Tambin dio sugerencias

    en los asuntos sociales, econmicos y militares; muchasde las cuales eran realmente factibles. En religin abogpor una cosmologa platnica con sus pinceladas de epi-cureismo y zoroastrismo, por aadidura. Aunque slofuese ortodoxo de nombre, no se sirvi mucho del cristia-nismo y prefera escribir sobre Dios como Zeus. Sus ideasreligiosas nunca fueron publicadas. El manuscrito en que

    las expuso lleg tras su muerte y la cada de Constantinopla a manos de su viejo amigo y confidente, el patriarcaGennadio, que lo ley con creciente fascinacin y horrory, al final, de mala gana, mand que lo quemaran. Slohan quedado algunos fragmentosl9.

    Plethon defendi vehementemente una terminologa

    que demostraba los profundos cambios experimentadospor el mundo bizantino. Hasta entonces los bizantinos ha-ban usado la palabraHellene salvo cuando la aplicabana la lengua para designar la Grecia pagana en oposicina la cristiana. Ahora, reducido el Imperio a algo ms queun grupo de ciudadesestados, y lleno el mundo occidental

    de admiracin por la Grecia clsica, los humanistas co-menzaron a llamarse helenos. El Imperio segua siendo,oficialmente, el Imperio Romano, pero el vocablo Ro-maioi con que se designaron a s mismos los bizantinos enel pasado fue repudiado en los crculos cultos hasta que,por ltimo,Romaic vino a designar la lengua del puebloen contraposicin a la literatura. La moda se inici en Tesalnica, donde los intelectuales eran muy conscientes desu herencia helena. Nicols Cabasilas, tambin l tesalonicense, escribi sobre nuestra comunidad de la Hlade.Muchos de sus contemporneos siguieron su ejemplo. Alfinal del siglo, Manuel se calific a menudo como empe-

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    rador de los helenos. Algunos siglos antes cualquier em-bajada occidental que llegaba a Constantinopla con cartas

    dirigidas al emperador de los griegos no era recibida enla corte. Ahora, si bien a algunos tradicionalistas les dis-gustaba la nueva expresin y nadie lo interpretaba comouna abdicacin de las exigencias ecumnicas del Imperio,prosper, reavivando ante los ojos de los bizantinos su he-rencia helenstica. En sus ltimas dcadas Constantinopla

    era conscientemente una ciudad griega20.Manuel II se retir de la vida activa en 1423 y fallecidos aos despus. Su amigo el sultn Mohamed I haba yamuerto, y bajo el nuevo sultn, Murad II, el poder otomanose hizo ms fuerte que nunca. Muchos griegos admiraban aMurad, el cual, pese a ser devoto musulmn, era amable,

    honrado y justo, aunque su temperamento se revel conocasin de su marcha hacia Constantinopla en 1422. Aun-que su intentona de sitiar a la ciudad se desvaneci, suopresin en otras partes del Imperio fue tal, que el gober-nador de Tesalnica, Andrnico, tercer hijo de Manuel,hombre enfermo de los nervios, desesper de poder con-

    servar su ciudad y la vendi a los venecianos. Pero estostampoco pudieron retenerla. Tras un breve asedio, cay enpoder de los turcos en 1430. Durante los aos siguientesMurad no dio muchas muestras de querer precipitar laagresin. Empero, cunto tiempo durara la tregua?21.

    El hijo mayor de Manuel, Juan VIII, estaba tan seguro

    de que nicamente la ayuda occidental salvara al Impe-rio que, desoyendo los consejos de su padre, decidi pre-sionar en favor de la unin con Roma. nicamente laIglesia occidental era capaz de poner de acuerdo a Occi-dente para la liberacin del Oriente. El Papado se habarehecho del cisma, aunque se haba recuperado mediante

    el movimiento conciliar. Juan supo que la nica probabi-

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    lidad de inducir a su pueblo a que aceptase la unin eraque lo decidiese un concilio tan ecumnico como las cir-cunstancias lo permitiesen. El Papado, en estos momen-tos, no rechazara el proyecto de un concilio. Tras largasnegociaciones, el papa Eugenio IV invit al emperador aque enviase una delegacin a un concilio que se celebra-ra en Italia. Juan habra preferido que se hubiera reunidoen Constantinopla, pero acept la invitacin. El conciliose inaugur en Ferrara, en 1438 y, luego, al ao siguiente,

    se traslad a Florencia, donde se llevaron a cabo los mstrascendentales debates.

    Sera tedioso para el lector pormenorizar el Concilio.Hubo discusiones de precedencia. Tena que presidir elemperador, como lo hicieron en los primeros concilios?Cmo habra de recibir el Papa al emperador de Cons-

    tantinopla? Se decidi que los debates se basaran en larecta interpretacin de los cnones de los concilios ecu-mnicos y en los textos patrsticos. Los Santos Padres,tanto latinos como griegos, seran considerados como po-seedores de la inspiracin divina y se seguiran sus nor-mas. Desgraciadamente, la inspiracin, a lo que parece,no se revel nada slida. Los Padres no estaban con fre-cuencia de acuerdo entre s, y algunas veces en abiertacontradiccin. Surgieron interminables dificultades delenguaje. Rara vez era posible encontrar en latn un equi-valente exacto de la terminologa teolgica griega y, amenudo, eran divergentes las versiones latina y griega delos cnones de los concilios. Hay que admitir que en los

    debates los latinos llevaban la mejor parte. Su delegacinse compona de los ms avezados polemistas que traba-

    jaban en equipo con el Papa entre bastidores para aconse-jarles. La delegacin griega era ms difusa. Sus obisposformaban un pobre grupo, pues muchos de los ms prest

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    giosos se negaron a asistir. Para mejorar su nivel, el em-perador haba elevado a tres monjes instruidos a las sedes

    metropolitanas. Estos eran Besarin de Trebisonda, me-tropolita de Nicea; Isidoro, metropolita de Kiev y de todaslas Rusias, y Mareos Eugnicos, metropolita de feso. Aestos se aadan cuatro filsofos seglares: Jorge Scolarios,Jorge Amiroutzes, Jorge de Trebisonda y el anciano Plethon. Se pidi a los patriarcas orientales que nombrasen

    delegados entre los obispos asistentes, pero accedieron demala gana, no otorgando a sus representantes plenos po-deres. Conforme a la tradicin ortodoxa, todo obispo, in-cluidos los patriarcas, posee la misma inspiracin doctri-nal, mientras que los laicos tienen derecho a opinar enteologa. De este modo, cualquier controversista griego

    segua su propio rumbo. El patriarca, un afable ancianollamado Jos, hijo bastardo de prncipe blgaro y madregriega, no era demasiado inteligente ni tena buena salud yno poda con la carga. El mismo emperador intervendrapara evitar que se discutiesen puntos delicados, como ladoctrina de las energas. No haba coherencia ni una pol-

    tica determinada entre los griegos, a la vez que estaban es-casos de dinero e impacientes por volver a su tierra.En ltima instancia la unin fue forzada. De entre los

    filsofos, Jorge Scolarios, Jorge Amiroutzes y Jorge deTrebisonda todos admiradores del Aquinate la acep-taron. Plethon se las arregl claramente para retirar su

    firma. Consideraba que la Iglesia latina era an ms in-transigente con la libertad del pensamiento que la griega.Pero su estancia en Florencia fue extraordinaria: fue cele-brado como el principal sabio platnico y Cosme de Mdicis fund una Academia Platnica en honor suyo. Portanto, se ech tierra sobre su oposicin. El patriarca Jos,

    tras aceptar con los latinos que su frmula el Espritu

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    Santo procede del Hijo significaba lo mismo que lagriega el Espritu Santo procede por el Hijo, cay en-fermo y falleci. Un malicioso sabio not que, despusde confundir las preposiciones, qu otra cosa buena po-da hacer? Besarin e Isidoro fueron ganados para lacausa latina. Quedaron impresionados por el saber de lositalianos y anhelaron la integracin de las culturas griegae italiana. Los dems obispos griegos, con una excepcin,firmaron el acta de la unin; algunos protestando, pues se

    quejaban de la presin y amenazas por parte del empera-dor. La excepcin fue Marcos de feso, quien no quenasuscribirla, incluso ante la amenaza de que perdera susede. La misma acta, si bien permita ciertos usos grie-gos, era poco ms que una afirmacin de la doctrina la-tina, aun cuando la clusula sobre las relaciones del Papa

    con los concilios haba quedado ligeramente confusa22.Era ms fcil firmar que llevar a cabo la unin. Cuandola delegacin regres a Constantinopla, hall una abiertahostilidad. Inmediatamente Besarin, por ser tan conside-rado, juzg prudente retirarse a Italia, donde se reunicon l Isidoro, a quien los rusos rechazaron furiosamente.Los patriarcas orientales se negaron a comprometerse con

    la firma de sus delegados. El emperador tena dificultadesen hallar a alguien que asumiese el cargo de patriarca deConstantinopla. Su primer nombrado muri casi almismo tiempo. El segundo, Gregorio Mammas, desig-nado en 1445, se mantuvo en el cargo aislado durante seisaos, boicoteado por casi todo su clero, y luego se retir

    al ambiente ms favorable de Roma. Marcos de feso fuedegradado nicamente porque el pueblo lo considercomo la verdadera cabeza de la jerarqua. Entre los fil-sofos, Jorge de Trebisonda se traslad a Italia. Jorge Scolarios empez a tener dudas ms por razones polticas que

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    religiosas. Sigui admirando el escolasticismo, pero deci-di que la unin no beneficiaba a los griegos. Se retir a

    un monasterio con el nombre monstico de Gennadio. Almorir Marcos de feso, se convirti en el jefe admitidodel partido antiunionista. Jorge Amiroutzes haba de irms lejos y compulsara las posibilidades de un entendi-miento con el Islam. El mismo emperador se preguntabasi su proceder era recto. No deseaba rechazar la unin,

    pero, influido por su madre, la emperatriz Elena, dej depresionar. Todo cuanto hizo fue sembrar la divisin y elencono en la decadente ciudad B.

    Aunque una expedicin contra los turcos alcanz uninmediato xito, se acept de mala gana. El papa Euge-nio IV predic la cruzada en 1440 y, finalmente, organi-

    z un ejrcito compuesto en su mayora por hngaros,quienes atravesaron el Danubio en 1444. Mas el legadopontificio, cardenal Cesarini, tras obligar al jefe militar,Juan Hunyade, vaivoda de Transilvania, a anular un tra-tado solemne con el sultn con el pretexto de que los ju-ramentos hechos a los infieles eran invlidos, discuti

    con l sobre la estrategia. El sultn Murad no tuvo mu-chas dificultades en aplastar a las fuerzas de los cruzadosen Varna, a orillas del mar Negro24.

    Muchos historiadores occidentales fueron del parecerde que los bizantinos, al rechazar la unin, cometieron unsuicidio imperdonable y obstinadamente. La gente senci-

    lla dirigida por los monjes fue inducida a mostrarse apa-sionadamente leal a su credo, liturgia y tradiciones quecrean haban sido dispuestos por mandato divino; habrasido un pecado abandonarlos. Era una poca religiosa.Los bizantinos saban que esta vida terrena slo era la an-tesala de la vida eterna futura. Ni siquiera mereca consi-

    derarse el comprar aqu abajo una salvacin material al

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    precio de la eterna. En ellos se daba, asimismo, cierto ca-riz de fatalismo. Si les sobrevena un desastre, sera cas-tigo de Dios por sus pecados. Eran pesimistas. En la at-msfera nebulosa y melanclica del Bosforo se apagabala alegra natural de los griegos. Incluso en la gran pocadel Imperio hubo quienes susurraron profecas de que nodurara para siempre. Era bien sabido que estaba escritaen las piedras por toda la ciudad y en los libros escritospor los sabios antiguos la lista de los emperadores, y que

    se encaminaba a su fin. No poda tardar el reino del Anti-cristo. Incluso los que confiaban en que la Madre de Diosno permitira nunca que una ciudad consagrada a ella ca-yese en manos de los infieles eran muy pocos en nmero.La unin con el Occidente hereje no poda traer la salva-cin ni cambiar el destino25.

    Puede ser que esta visin piadosa fuese ignorante y es-trecha, aunque tambin haba estadistas previsores quedudaban de los beneficios de la unin. Muchos de ellosespeculaban, con razn, que el Occidente nunca podra oquerra enviar ayuda bastante eficaz para atajar la fuerzamilitar magnficamente organizada de los turcos. Otros,

    especialmente entre los eclesisticos, temieron que launin llevara a promover ms el cisma. Cmo no iban asentirse traicionados los griegos que haban luchado tantotiempo por conservar su integridad contra la persecucinde los jefes francos? Los griegos fueron cayendo cadavez ms bajo el dominio turco. Y slo mantuvieron su de-pendencia de Constantinopla a travs de la Iglesia. Si elpatriarcado se comprometa con Occidente, seguiran suejemplo estas masas? Sus soberanos, desde luego, no loaprobaran. Estaran dispuestos los ortodoxos caucsi-cos, danubianos y rusos a unirse? Los patriarcados her-manos del Oriente hicieron patente su desaprobacin.

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    Haba que esperar que los ortodoxos dependientes delPatriarcado Bizantino, pero independientes del Imperio,aceptasen la soberana religiosa occidental simplementepara salvar al Imperio? En particular, se saba que los ru-sos miraban a la Iglesia latina como la Iglesia de sus ene-migos polacos y escandinavos. Una memoria que data de1437 nos informa de que entre las sesenta y siete sedesmetropolitanas dependientes del patriarcado de Constantinopla, nicamente ocho permanecieron en los dominiosdel emperador y otras siete en el despotado de Morea26.Esto quiere decir que la unin con Roma le costara al pa-triarcado la prdida de ms de las tres cuartas partes desus obispados dependientes de l. Esto era un formidableargumento que se aadira a la natural aversin de los bi-zantinos a sacrificar su libertad religiosa. Algunos esta-distas vieron ms lejos. Bizancio como cualquier ob-servador imparcial poda comprobar estaba condenadoa muerte. La nica probabilidad de reconciliar a la Iglesiagriega y al pueblo griego con ella estribaba en aceptar elcautiverio turco al que estaba sometida casi la mayora delos griegos. Slo as poda ser posible reconstruir la na-cin ortodoxa griega y renovarla, de suerte que con eltiempo recuperase energa suficiente para sacudirse elyugo del infiel y reconstruir Bizancio. Con pocas excep-ciones, ningn griego estaba tan falto de orgullo comopara no considerar voluntariamente que la sumisin de sucuerpo a los infieles era ms preferible que si sometiesevoluntariamente su alma a los romanos. Pero acaso elprimer camino no era el ms prudente si se exclua el se-gundo? Tal vez podra preservarse mejor la integridadgriega con un pueblo unido bajo el dominio mahometanoque con un fragmento pegado al borde del mundo occi-dental. La observacin atribuida por sus enemigos al l-

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    timo gran ministro de Bizancio, Lucas Notaras: Es pre-ferible el turbante del sultn al capelo del cardenal, noera tan injuriosa como parece a primera vista27.

    Para Be sari n y sus colegas humanistas que se afana-ban y dedicaban en Italia a conseguir ayuda para sus com-patriotas, la atmsfera de Constantinopla pareca extraa,insensata y mezquina. Estaban convencidos de que launin con Occidente traera tal energa cultural y polticaque Bizancio podra levantarse otra vez. Quin puede

    afirmar que estaban equivocados?El emperador Juan VIII vivi durante nueve infelices

    aos tras su regreso de Italia. Haba vuelto justo a tiempode ver muerta por la peste a su adorada emperatriz, Marade Trebisonda. No tuvo descendencia. Sus hermanos per-dan el tiempo en luchas intestinas en el Peloponeso, o en

    intrigas contra l en Tracia. De toda su familia slo podaconfiar en su anciana madre, la emperatriz Elena, y a estale disgustaba su poltica. Procur por todos los mediosmantener la paz en su dividida capital con paciencia ytacto. Invirti con prudencia todo el dinero que el Estadopudo ahorrar en restaurar las grandes murallas interiores

    de la ciudad, que estaran dispuestas para el ataque inevi-table de los turcos. La muerte, el 31 de octubre de 1448,fue un alivio para l2S.

    No t a s

    (Para el desarrollo de las abreviaturas, ver Bibliografa, pg. 307.)

    1 Adn de Usk, Chmnicon (ed. Thompson), pg. 57; Chronique du R-ligieux de Saint-Dnis (ed. Bellaguet), pg. 756. El mejor relato del viaje deManuel lo da Vasiliev en Viaje del emperador bizantino Manuel II Pale

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    lugo a Europa Occidental {en ruso), en Boletn del Ministerio de Instruccin Pblica, N. S., XXXIX, pgs. 4178, 260304. Vase tambin Andreeva, Sobre el viaje de Manuel II Palelogo a Europa Occidental (en ale-

    mn), en B. Z., XXXIV, pgs. 3747. Halecki, Roma y Bizancio en lapoca del Gran Cisma de Occidente, Collectio Theologica, XVIII, pgi-nas 514 y sigs., sostiene que Manuel celebr una entrevista con el papa Bo-nifacio IX en 1402. Las pruebas parecen insuficientes, pero Manuel mandlegados al Papa en 1404; Adn de Usk, op. cit.,pgs. 9697.

    I La costumbre moderna que distingue a Glata, la torre pequea, dePera sobre la colina era desconocida en el Medievo. Se usaron indistinta-

    mente ambas denominaciones, si bien se consider a Pera como el nombreoficial. Para la situacin general de la poca, vase Ostrogorsky, History o f

    Ihe Byzantine State (trad. inglesa de Hussey), pgs. 425 y sigs.4 Ostrogorsky, op. cit.,pgs. 476484.5 Nicforo Gregoras, Romaike Historia, C. S. H. B., II, pgs. 797798;

    Juan Cantacuzeno, Historiae, C. S. H. B III, (18281897) pgs. 4953;Bartolom della Pugliola, Historia Miscella (Muratori, R. I. Sc., XVIII,

    pg. 409), el cual afirma que dos tercios de la poblacin de Constantinoplaperecieron; Chronicon Estense (Muratori, R. I. Sc., XV), el cual estima lasmuertes en ocho novenas partes de la poblacin. Respecto a la extensindel Imperio en el siglo XV, vase Bakalopulos, Les limites de lEmpireByzantin, en B. Z., LV, 2, pgs. 5665.

    6 Respecto al arte paleolgico, vase Beckwith, The Art o f Constanti-nople, pgs. 134 y sigs.

    7 Gregoras, op. cit., II, pgs. 788789.8 En cuanto a Metochites y a la vida intelectual de su poca, vase

    Beck. Theodoras Metochites, passim.9 Vase Meyendorff, Introduction l'tude de Grgoire Pulamos; tam-

    bin Beck, Humanismus und Palamismus, en XIIIe Congrs Internationaldes tudes Byzantines, Rapports, m,

    10 Halecki, Un empereur de Byzance Rome, especialmente pg. 205;Charanis, The strife among the Paleologi and the Ottoman Turks (La lu-

    cha entre los Palelogos y los turcos otomanos), en Byzantion, XVI, 1,pgs. 287293.

    II Para un sucinto resumen de las diferencias teolgicas, vase Runeiman, El cisma entre las Iglesias Oriental y Occidental, enAnglican Theo-logical Review, XLIV, 4, pgs. 337350.

    12 Respecto a Cydones y su influencia, vase Beck, Kirche und theologische Literatur im Byzantunischen Reich (Iglesia y literataiy teolgica enel Estado bizantino), pgs. 732736.

    13 Schneider, Die Bevlkerung Konstantinopels im XV Jahrhundert,

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    enNachrichten der Akademie der Wissenschaffen in Gttingen, Phil.Hist.Klasse, 1949, pgs. 233244.

    14 Ibn Battuta, Voyages, ed. Defremery & Sanguinetti, II, pgs. 431

    432; Gonzlez de Clavijo, Diario (trad. inglesa de Le Strange, pgs. 8890); Bertrandon de la Broquire, Voyage d'Outremer, ed. Schfer, pg. 153;Pero Tafur, Travels (Las andanzas y viajes...) (version inglesa de Letts),pgs. 142146. Oennadio, que era de Constantinopla, califica a la ciudad dedepauperada y en su mayor parte deshabitada, Oeuvres compltes de Gen-nade Scholarios, ed. Petit y otros, I, pg. 287, y IV, pg. 405.

    15 Tafrali, Thessalonique au quatorzime sicle, pgs. 273288; Zakythinos.Le despotat grec de More, II, pgs. 169172.

    16 No se ha publicado propiamente biografa alguna de Manuel II desdeBerger de Xivrey,Mmoire sur la vie et les ouvrages de l'empereur ManuelPalologue,publicada en 1851. Vase Ostrogorsky, op. cit., pgs. 482498.Para la expedicin de Boucicault, vase Delaville Le Roulx, La France enOrient au XIV e sicle. Expditions du Marchal Boucicault.

    17 Heyd, Histoire du commerce du Levant (ed. de 1936), II, pgs. 166168, con referencias. Vase nota 27 del captulo II.

    18 Fuchs,Die Hheren Schulen von Konstantinopel im Mittelalter,pgi-

    nas 7374; Beck, op. cit., pgs. 749750; Pius II, Opera omnia, pg. 681.19 Sobre Plethon, vase Masai, Plethon et le Platonisme de Mistra.20 Runciman, Byzantine and Hellene n the Fourteenth Century,

    T|io Kravatavxivot)' ApnevoitotAou, pgs. 2731.21 Ostrogorsky, op. cit., pgs. 497498; Trafali, op. cit., pgs. 287288.22 Vase Gil, The Council o f Florence, exposicin admirable y bien

    concebida, si bien el autor a mi parecer no siempre estima del todo elpunto de vista griego. En cuanto a la censura de la gramtica del patriarca,

    vase Oeuvres completes de Gennade Scholarios, I I I , pg. 142.23 Gil, op. cit., pgs. 349 y sigs. La emperatriz madre, al parecer, cam-

    bi luego su oposicin. Vase Juan Eugnicos, Cartas, en Lambros, IlctXotioiti'eia icai. 1IeXotov vriaiaic, I, pgs. 59, 125.

    24 Vase nota 35 del captulo II.25 Vide Diehl, De quelques croyances byzantines sur la fin de Cons-

    tan tinople, B. Z., XXX; Vasiliev, Medieval ideas of the end o f theWorld, enByzantion, XVI, 2, pgs. 462502. Gill, op. cit., pg. 378, cree

    que Gennadio y sus amigos pensaban que se acercaba el fin del mundo.Creo que tom muy a la letra su autntica y fatal conviccin de que el reinodel Anticristo con el que aluda al sultn era inevitable.

    24 Terrae hodiemae Graecorum et dominia saecularia et spiritualia ipsorum (Los territorios actuales de los griegos y sus dominios seculares yespirituales), ed. Lambros, enNeos Hettenamnemon, VII, pgs. 360 y sigs.

    27 Ducas,Historia Turco-Byzantina, ed. G recu, XXXVII, pg. 329; Zo

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    ras, riept tf|v Ucoaiv tijg Kcovcrtcmivowt^eDQ, vide infra, entre notas1617 del captulo IV.

    2*Vase nota 7 del captulo III, sobre la muerte de Juan. En cuanto a sus

    restauraciones de las murallas, vanse notas 4 y 5 del captulo VI, y VanMillingen, Byzantine Constantinople, The Walls o f he City (a Juan lo lla-man Van Millingen Juan VII). Algunas de las reparaciones se llevaron acabo con el dinero facilitado por Jorge Brankovitch, dspota de Serbia.

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    C a p t u l o II

    AUGE DEL SULTANATO

    En su mejor poca, la prosperidad de Bizancio estuvoligada a la posesin de Anatolia. La vasta pennsula cono-cida por los antiguos como Asia Menor haba sido en lapoca romana una de las zonas ms pobladas del mundo.El ocaso del Imperio Romano, junto con la peste y la pro-pagacin de la malaria, seguida de la invasin persa yrabe en los siglos vil y vm, diezmaron la poblacin. Vol-vi la seguridad en el siglo ix. Un nuevo sistema bienconcebido de defensa aminor el riesgo de incursiones

    enemigas. La agricultura pudo rehacerse y encontrar unmercado para sus productos en Constantinopla y en lasprsperas ciudades costeras. Los ricos valles del occi-dente estaban repletos de olivares, rboles frutales y cerea-les. Rebaos de ovejas y cabezas de ganado vagaban porlas tierras altas y, all donde eran posible los riegos, se

    cultivaban grandes huertas. La poltica de los emperado-res haba de desalentar a muchas clases sociales que pre-feran que la tierra la poseyesen los municipios rurales,muchos de los cuales compensaban esta prosperidad pro-porcionando soldados para el ejrcito imperial y milicias

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    1A CADA DE C0NSTANTINOPIA 55

    locales. El gobierno central ejerca el control medianteuna constante inspeccin y funcionarios provinciales sos-

    tenidos por el erario imperial.Esta prosperidad dependa de la estrecha vigilancia delas fronteras. Aqu, en las marcas, prevaleca otro modode vivir. Se haba confiado la defensa a los barones fron-terizos, los akritai, hombres cuyas vidas se gastaban enlas incursiones por tierras enemigas o replicando a las del

    adversario. Eran hombres sin ley, independientes, que seofendan por cualquier intento del gobierno para domi-narlos; que se negaban a pagar impuestos y, en cambio,esperaban que se les recompensase por sus servicios. Sa-caban sus adeptos de gente aventurera de toda proceden-cia, pues no haba una vida estable ni cohesin racial en

    aquellas tierras salvajes, salvo donde estaban estableci-dos los armenios y conservaban sus,tradiciones. Habacontinuas guerras, tanto si estaban oficialmente en paz elgobierno bizantino o el rabe como si no, mas los baronesfronterizos no estaban mal avenidos con sus rivales de lafrontera, a los que se asemejaban en su modo de vida. Los

    seores mahometanos fronterizos tal vez fuesen un tantoms fanticos de su fe, pero su fanatismo no era tangrande como para impedir la mutua comunicacin, e in-cluso los matrimonios. En ambos lados de la frontera lareligin oficial no era muy popular. Muchos de los akritaipertenecan a la Iglesia Armenia Separada, y casi todos

    protegan de buen grado a los herejes, en tanto que los he-rejes musulmanes siempre podan hallar refugio entre losseores fronterizos mahometanos

    El sistema se derrumb por algn tiempo debido alocaso del califato y al nuevo espritu agresivo de Bizancio. Desde la mitad del siglo x en adelante los ejrcitos

    imperiales reconquistaron extensas zonas de tierra fronte-

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    riza, especialmente en Siria. La nueva frontera ya no seextenda a travs de agrestes montaas, sino por tierrascultivadas y bien pobladas. Su defensa poda organizarsecon oficiales de Constantinopla apostados en Antioqua oen algunas de las ciudades reconquistadas. Los primerosbarones fronterizos no eran indigentes. Se compensabaninviniendo las pinges ganancias obtenidas en las recien-tes campaas en tierras por toda Anatolia. Pero seguansiendo orgullosos e insubordinados, rodendose de ejr-

    citos de partidarios sacados de los primeros pueblos li-bres sobre los que compraron el dominio, de ordinarioilegtimamente. Pusieron las bases de una aristocracia te-rrateniente cuyo poder conmovi al gobierno imperial enpleno siglo Xl. Mientras tanto, la administracin centraltrat de hacerse con el dominio de las tierras fronterizas

    armenias, ms hacia el Norte, y se anexion formalmentevastas provincias incorporndolas al aborrecible mbitode los exactores bizantinos y de las autoridades eclesis-ticas bizantinas. El resentimiento causado por ello debi-lit las defensas2.

    Estas haban de disputrselas ahora gente que hasta en-tonces haban tenido con los bizantinos relaciones ordi-nariamente amistosas. Durante siglos fueron desecadaslas grandes llanuras del Turquestn y las tribus turcas setrasladaron haca el Oeste en busca de nuevas tierras. Bizancio se mantuvo en contacto con los turcos de Asia cen-tral en el siglo vi, y haba tenido un estrecho contacto conlas tribus turcas emigradas a las estepas rusas, los sofisti-

    cados judaizantes kzaros, dos de cuyas princesas se ca-saron con emperadores bizantinos, y los peknegs y cumanos, que hacan incursiones espordicas por el territorioimperial, pero que, ms prcticos, enviaban voluntaria-mente destacamentos para prestar servicio en los ejrci

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    tos imperiales. A muchos de estos mercenarios se les otor-gaba vivienda fija dentro del Imperio, especialmente en

    Anatolia, y se convirtieron al cristianismo. Empero, lams activa de las naciones turcas, Oghuz, encauz la emi-gracin a travs de Persia hacia los territorios del califatorabe. Haba regimientos turcos en los ejrcitos del califalo mismo que en los del emperador, y estos se hicieronmahometanos. Conforme decaa el poder de los califascreca el de sus vasallos turcos. El primer gran turco ma-hometano, Mahmud el Ghazvnida, levant un imperio aleste que se extenda desde Isfahn hasta Bokhara y Lahore. Mas despus de su muerte la hegemona entre losturcos pas a los prncipes de una tribu de Oghuz, la fa-milia de Seljuk. Los descendientes (seljuces) de estecuasi mtico prncipe adquirieron ascendiente sobre losturcos establecidos dentro del califato, y los emigrantes delTurquestn pronto aceptaron su hegemona. Hacia 1055Tughril Bey, jefe de la casa, no slo estableci un reinopersonal que inclua Persia y Khorasn con sus hermanosy primos en territorios dependientes de sus fronteras nr-dicas, sino que tambin fueron invitados por el califaabas de Bagdad para asumir el gobierno temporal de susdominios.

    La invitacin califal se debi al miedo del califato rivalde los fatimitas de Egipto, que dominaban casi la mayorparte de Siria. Los fatimitas estaban en buenas relacionescon el Imperio Bizantino y los prncipes seljuces, impa-cientes por impedir cualquier accin por parte de los bi-zantinos en la frontera abas del Norte en apoyo de un ata-que fatimita. Muchos nobles turcos se haban establecidoya con sus partidarios en las fronteras bizantinas y repre-sentaban el papel de los barones fronterizos, haciendo in-cursiones cuando se les deparaba una oportunidad. El su-

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    cesor de Tughril. su sobrino Alp Arslan, se decidi a ale-jar cualquier peligro de agresin de los bizantinos. Sa-que y anexion la antigua capital armenia de Ani yanim a sus barones fronterizos a que redoblaran sus in-cursiones, Bizancio replic apoderndose del ltimo prin-cipado armenio independiente. Con todo, las guarnicio-nes imperiales no eran lo suficientemente fuertes paracontener los ataques y no haba akritai para tratar conellos. En 1071 el emperador Romano Digenes decidi

    que era necesaria una expedicin militar para defender lafrontera. Las recientes economas redujeron el ejrcitoimperial, y el emperador dependa principalmente demercenarios, algunos de l