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Número ROBERTO ORTIZ GRIS 2017 29

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Número

ROBERTO ORTIZ GRIS

201729

Mtro. Alejandro Murat HinojosaGobernador Constitucional del Estado de Oaxaca

Mtra. Ana Isabel Vásquez Colmenares GuzmánSecretaria de las Culturas y Artes de Oaxaca

Lic. Guillermo García ManzanoDirector General de la Casa de la Cultura Oaxaqueña

Lic. María Concepción Villalobos LópezJefa del Departamento de Promoción y Difusión

Lic. Rodrigo Bazán AcevedoJefe del Departamento de Fomento Artístico

Ing. Cindy Korina Arnaud JiménezJefa del Departamento Administrativo

C.P. Rogelio Aguilar AguilarInvestigación y Recopilación

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ROBERTO ORTIZ GRIS

La elocuencia ciertamente es algo magnífico y bello. Oír la palabra que nos conmueve o persuade; escuchar la música de la cláusula majestuosa y llena de armonía;

rendirnos ante el razonamiento que domeña y la demostra-ción que se impone; sentir el deslumbramiento de las áureas metáforas y el fuego arrebatador de las arengas fulgurantes, constituye, quién lo duda, supremo regalo de la inteligencia y el espíritu. Es algo hermoso y, por serlo, la elocuencia entra

Un personaje indeleble

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en la categoría de las artes bellas. Con mucha razón la definía Pascal, basándose en la virtud atrayente y fascinadora que tiene y pensando por relación en la plástica, diciendo que la elocuen-cia es una pintura del pensamiento.

Pero siendo eso, la elocuencia es algo más, algo que suma al sentido de la belleza, el de la utilidad. Si ella esplendió en las sociedades antiguas y fue en determinados momentos, flor de la civilización grecolatina que hasta nosotros se prolonga, ella asi-mismo y con hartos mayores motivos, representa algo más que un adorno, una suprema necesidad en los pueblos modernos.

A través de Grecia y Roma evocamos los nombres pres-tigiosos: Tucídides, Lisias o Demóstenes; Catón, Cicerón o los Escipiones. En los albores del cristianismo destacan los de un San Pablo, un San Jerónimo o un San Juan Crisóstomo e in-variablemente, recordándolos, no podemos menos de pensar que, cuando grandiosamente resonó la palabra, irradiaba un mar de luz, se debatía una verdad, se luchaba por una causa. Tuvo siempre la elocuencia un carácter batallador, encamina-do a algún gran fin. Sirvió a los pueblos y fue para los pueblos antorcha que ilumina o ariete que derrumba. Y se acompañó siempre de su fiel hermana: la libertad, en forma tal y por mane-ra tan invariable, que cuando la libertad se eclipsa o desaparece, también la elocuencia se eclipsa y desaparece.

Apenas si durante la Edad Media o principios de la Moder-na, los oradores se muestran para resurgir con carácter emi-nentemente social y político, es preciso que la libertad apa-rezca; tal sucedió al crearse el régimen representativo que hoy predomina en el mundo civilizado. Inglaterra, que fue la autora de esta forma de gobierno, tuvo también la gloria de producir, antes que nación alguna, inacabable pléyade de oradores polí-ticos: los Chattan y los Pit, los Fox y los Burke, los O’Connel y los Robert Peel, los Russel y los Disraeli, hasta llegar a una épo-ca más cercana entre los que sobresalen Gladstone, Salisbury, Asquith, Lloyd George o Ramsay McDonald. Y es que siendo la democracia el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pue-blo, a las multitudes se las maneja, no ya con el sable, sino con la palabra. El gobierno representativo reclama por antonomasia al orador, como el del clan al caudillo o el del feudo al señor. A las mayorías se las domina convenciéndolas y al igual que en Inglaterra, el régimen representativo, establecido y desarrollado en otras naciones, ha erigido la elocuencia como elemento fun-damental, primario en las funciones de gobierno.

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En nuestro país, la elocuencia de los constituyentes del 57 que imprimían su espíritu y las vibraciones inmortales del verbo de oradores en sus discursos que, como Altamirano, Ignacio Ramírez, Ponciano Arriaga y otros, forjaron la organización política de Mé-xico de la Reforma. Más cerca de nosotros tenemos el ejemplo de los oradores de principios del siglo pasado, cuya palabra paisajista en labios de Jesús Urueta era un arrullo y un trino; en la figura im-pecable de José María Lozano, el ejemplo del más puro aticismo que recordaba a los clásicos griegos; en Olaguibel, la apasionada oración y en Querido Moheno, la habilidosa polémica.

La juventud tenía una brillante herencia intelectual que emu-lar y los ejemplos de los jóvenes profesionistas Alfonso Caso, Nar-ciso Bassols, Gómez Morín y Lombardo Toledano estaban vigen-tes. Respecto de la libre expresión del pensamiento, la juventud sentía las restricciones de una época en la que, por tres formas y conductos más variados, el gobierno castigaba a quienes se re-belaban desde la tribuna o desde el periódico, criticando las fallas de los revolucionarios entonces en el gobierno, restricciones que muchas veces llegaron al destierro o la pérdida de la vida.

En esa situación, la juventud, un tanto temeraria, era la única que podía mantener la vida intelectual libre, tratar los más diversos temas en el terreno de la especulación o de la política, pero no exentos de la agresión, como en el caso de Germán de Campo. De todas estas situaciones, surge la idea de Miguel Lanz Duret, Director del periódico El Universal de organizar los concursos de oratoria a nivel nacional y en el internacional, apoyado por la ca-dena de periódicos de Randolph Leigh en los Estados Unidos.

En marzo de 1926, El Universal convoca a los jóvenes estu-diantes del país a un concurso nacional de oratoria que forma-ba parte de uno internacional con la participación de Estados Unidos, Canadá, Francia, Inglaterra y otros países. El objetivo principal era promover mayor conocimiento de principios fun-damentales de gobierno en cada uno de los países participan-tes, mediante un intercambio franco y amistoso de los puntos de vista nacionales y estimular el interés de los estudiantes en asuntos de índole cívica y en ejercicios de orden intelectual.

En nuestro país, el concurso se limitó a jóvenes hasta de 22 años. Los trabajos fueron solamente oratorios con duración de hasta diez minutos y con temas previamente señalados: las Constituciones como exponente supremo de la voluntad de los pueblos; las tendencias de la nueva generación hacia las refor-mas del sistema gubernativo y Bolívar y los pueblos norteame-

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ricanos. El premio en el concurso internacional, consistía en un viaje educativo que iniciaba en Nueva York hacia diversos paí-ses de Europa. En este primer concurso participaron los oaxa-queños Mateo Solana Gutiérrez, quien con suave prosa rítmica, con periodos calculados y de exacta métrica, insistió en que el iberoamericanismo es el bálsamo supremo para restaurar los dolores de la raza. Alejandro Gómez Arias, aunque oaxaqueño, participó por Tlaxcala y alcanzó el segundo lugar. El primero fue para José Muñoz Cota quien participó por el Distrito Federal y en el concurso internacional obtuvo el segundo lugar.

En el siguiente año, 1927, el concurso estatal tuvo lugar en el salón de actos del Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oa-xaca el 1 de junio. El jurado calificador estuvo integrado por los se-ñores Doctor Ramón Pardo, Director del Instituto, Licenciados He-liodoro Díaz Quintas y Julio Bustillos. Participaron los estudiantes Raymundo Manzano Trovamala, Guillermo Sánchez, Everardo Ra-mírez Bohórquez, Francisco Sánchez, Roberto Ortiz Gris y Francis-co Lazo. El tema de improvisación fue: ¿Cómo cumpliremos mejor nuestro destino: asimilando o eliminando al indio? Y el ganador fue el estudiante Raymundo Manzano, quien en el concurso nacional obtuvo el cuarto lugar siendo el primer lugar para Arturo García Formentí de la Nacional de Jurisprudencia de la Ciudad de México, quien también obtuvo el primer lugar en el concurso internacional celebrado en Washington el 14 de octubre de 1927.

Con el triunfo internacional de Formentí, el entusiasmo por participar en los concursos aumentó entre la juventud mexica-na. En nuestra ciudad de Oaxaca, el concurso tuvo lugar en el Teatro Mier y Terán. Los jurados fueron Heliodoro Díaz Quin-tas, Julio Bustillos y José Muñoz Cota que funcionaba como docente en el Instituto. Participaron los estudiantes Guillermo Sánchez, Benjamín Pereyra, Fidel López, Jorge Antonio Aceve-do, Esperanza Zárate, María Luisa Ortiz Cervantes, Elisa Rodrí-guez y María Elena Aguilar. El ganador fue Benjamín Pereyra de la Escuela Normal del Estado. Por la Escuela de Leyes de la Uni-versidad Nacional participó Alejandro Gómez Arias, quien ganó el primer lugar para el concurso internacional. Otro oaxaqueño que participó en este concurso fue Ciriaco Pacheco Calvo, es-tudiante de la escuela secundaria vespertina del Distrito Federal.

En 1929 El Universal ofreció como premio al participante en el concurso internacional, un viaje por norte y sud América, para el ganador del concurso nacional, un premio en efectivo. En nuestra ciudad las eliminatorias se efectuaron el 28 de mayo

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en el teatro Luis Mier y Terán. El jurado estuvo integrado por los médicos José E. Larumbe y Alberto Vargas, Lic. Julio Bustillos, Profesor Policarpo T. Sánchez y Sr. Jorge Fernando Iturribarría. Para el concurso internacional participaron Roberto Ortiz Gris y Felipe Zárate Palacios, ganando el primero. En el nacional se inscribieron Alfonso Unda, Octavio Acevedo, Moisés González, Aurelio Ruíz y Germán López Trujillo y el jurado declaró sin ga-nador este concurso.

En el mes de marzo, en el Distrito Federal se efectuó la se-lección para el concurso nacional e internacional. En el primero resultó ganador el oaxaqueño Ciriaco Pacheco, estudiante de la preparatoria nocturna y en el concurso internacional, el gana-dor fue el estudiante Adolfo López Mateos, también alumno de la preparatoria nocturna. Pacheco acudió más tarde a Puebla al concurso nacional, donde calificó en el segundo lugar pues el primero lo obtuvo Donato Miranda Fonseca, representante del Estado de Guerrero.

El concurso nacional para determinar el ganador en la rama internacional, se efectuó el 16 de junio. Se presentaron a con-cursar doce estudiantes, entre ellos Adolfo López Mateos por el D.F.; Alfonso Vega de San Luis Potosì; Armando Reyna, del Edo. de México; Roberto Ortiz Gris, de Oaxaca; Eutimio Castro, de Pue-bla, y otros entre los que mencionamos a Justino Huerta, Eduar-do Trueba, Victoriano Anguiano, Manuel Montes Collantes y Juan Pablo Guzmán. El jurado estuvo integrado por Lic. Enrique Me-dina, Procurador General de la República; Lic. José Ma. Lozano, Vicente Lombardo Toledano y el Lic. Jenaro Fernández MacGre-gor, Vicepresidente de la Barra de Abogados.

El ambiente en el teatro Hidalgo es bastante pesado por los gritos, silbidos y cuchufletas de las porras estudiantiles que no respetan al jurado y presionan a los oradores con sus arrebatos, bromas y despropósitos. El primero en participar fue López Ma-teos, quien domina al auditorio y expone sus ideas de manera coherente y con buena voz de tribuno.

Roberto Ortiz Gris, representante de Oaxaca, ocupa el séptimo turno y fue una verdadera revelación. Este muchacho moreno, de pequeña estatura, tiene empaque y maneras de orador. Su porra le preparó el terreno y, desde luego, plantea su tema con esta pregunta: ¿Deben los pueblos latinoamericanos sustituir el panamericanismo por la política de intereses univer-sales? ¡sí! Contesta rotundo. Y con gesto gallardo declara traer la representación de su colegio y el empuje de la raza zapoteca.

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Y esa declaración la rubrica con ademán rotundo que arranca salva estruendosa de aplausos.

Ortiz Gris, que se debatía dentro de la tribuna, resuelve salir del encierro y avanza hacia el proscenio. Y el auditorio se sien-te subyugado con este mozo. Es un orador, indudablemente. fácil, vigoroso; sabe dominar a la multitud. Demuestra que las doctrinas de Monroe y de Wilson son contrarias a la libertad de los países de América. Y cierra su discurso: “si aquí viniera la ci-vilización de los Estados Unidos y la interrogáramos, diría que a ella estamos unidos por la moda que deforma todo sentimiento estético y por los intereses económicos; pero si aquí estuviera el alma de Francia, la lengua de España, la religión de Italia, el es-píritu de Rusia, diríamos que a ellas estamos unidos por la raza, por la civilización, por la fe y por la revolución social”.

En la fase de improvisación se le señala como tema: “La influencia de España y de los Estados Unidos en México” y Ortiz Gris inicia su discurso de esta manera: “En estos momentos de intensa ansiedad para mí, siento gravitar sobre mi modestia e in-significancia el peso de la responsabilidad. Quisiera arrancar del Buda la piedra milagrosa de la paz, del amor y de la inteligencia, para dejarme oír, con armonías sonoras y musicales, ante uste-des, jóvenes compañeros, y ante el jurado que tiene que fallar”. Y termina con otro buen párrafo.

“Levantemos conjuntamente el templo de nuestras gran-dezas, un templo de cúpulas coloniales cuyas cruces perforen el palio tranquilamente azul del firmamento, monumento que sea de nuestra admiración y de nuestra fe, un renuevo de amor y una promesa de cariño, un aliento de inspiración y un voto de firmeza, templo por donde las nuevas peregrinaciones mexicanas discu-rran llevando en sus labios la oración del amor que diga: aquí se ha hecho humanidad, obra de grandeza y de progreso, con la tra-dición muy noble y amada de la gran España”. El jurado lo declara campeón de oratoria de la sección internacional para ir a Washin-gton. En esta ciudad, Ortiz como representante de México en el concurso internacional, alcanza el tercer lugar después de Roch Pinart delegado de Canadá y Herber Shaumann representante alemán que obtuvieron el primero y segundo respectivamente.

Los Concursos de oratoria se suspendieron por los acon-tecimientos bélicos nacionales y mundiales y se reanudaron en una segunda época en 1948. En nuestra ciudad el torneo de oratoria tuvo lugar en el salón de actos del Instituto de Cien-cias y Artes, presidiendo el jurado el Lic. Heliodoro Díaz Quintas,

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Director del plantel acompañado de Alberto Vargas, Lic. Julio Muciño, Lic. Raymundo Manzano Trovamala, Prof. Policarpo T. Sánchez y Sr. Jorge Fernando Iturribarría. Los concursantes fueron: Carlos Torres Jiménez, Jorge Zárate Mijangos, Jaime Ortiz Dietz, Luz María Servín, Manuel Bustamante Gris, Urbino Ramírez Bravo, Guadalupe Méndez Gracida, José García Norie-ga y Fernando Gómez Sandoval quien, en la fase final celebrada en el teatro Macedonio Alcalá, definió lo que es la juventud, la justicia, el amor y, al finalizar expresó: “que ni comunismo ni imperialismo deben predominar, sino las rutas marcadas por el Mártir del Gólgota” y fue declarado campeón de oratoria estatal. La competencia final fue celebrada en Puebla y Fernando Gó-mez obtuvo el segundo lugar del concurso.

En 1949 participaron en la primera fase del concurso es-tatal Heliodoro Díaz Pacheco, Lucila Viloria, Jorge Zárate Mi-jangos, Carlos Aranda Villamayor, José García Noriega, Joaquín Martínez Gallardo. El jurado, integrado por Raymundo Manza-no Trovamala, Julio Bustillos y Jorge Fernando Iturribarría. En la fase final resultó ganador el joven representante de Jalisco, Alfredo Hurtado Hernández, declarado campeón nacional de oratoria 1949 y representante de México en el torneo interna-cional que se celebró en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México y en el cual volvió a triunfar el joven Hurtado.

En 1950 destacó la participación de dos oaxaqueños ra-dicados en la ciudad de México, Gonzalo Vázquez Colmenares por la escuela Preparatoria y Genaro Vázquez Colmenares por la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional. Ambos re-sultaron triunfadores en sus escuelas pero no pudieron calificar en la competencia nacional. Lo mismo sucedió con el represen-tante del Estado de Oaxaca, Jorge Zárate Mijangos.

En 1951 la eliminatoria estatal se celebró el 17 de mayo, resul-tando campeón Porfirio Cervantes Pérez ante un jurado formado por los Licenciados Julio Bustillos, Esteban Silva y Escobar y Fer-nando Gómez Sandoval. Otro oaxaqueño que destacó en la elimi-natoria nacional fue Gonzalo Vázquez Colmenares, estudiante de leyes, que resultó campeón nacional representando a Baja Califor-nia Sur; Porfirio Cervantes calificó en el segundo lugar nacional.

En 1952, el final del concurso estatal se celebró el 31 de mayo con la participación de Sergio Altamirano, Leodegario Rodríguez, Luis Cortés Saavedra, Agustín Márquez Uribe, Car-los Aranda y Lourdes Aguilar. El jurado presidido por el Director del Instituto, Dr. Mario Pérez Ramírez, declaró campeón esta-

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tal a Sergio Altamirano. El oaxaqueño que tuvo una destacada participación este año, fue el estudiante del tercer año de ju-risprudencia en la Universidad Nacional, Genaro Vázquez Col-menares, quien llevó la representación de México al concurso internacional celebrado en el Palacio de las Bellas Artes, y en el cual fue declarado ganador.

En 1953 se declaró desierto el concurso estatal en Oaxaca porque únicamente se inscribió un estudiante. El concurso in-ternacional, celebrado en la ciudad de México, lo ganó Porfirio Muñoz Ledo, quien ya había calificado en el concurso nacional con la representación de Tabasco. Igual sucedió el siguiente año en que el ganador nacional e internacional fue el joven Raúl Ca-rrancá Rivas de Campeche, quien ganó el campeonato nacional en Veracruz y el internacional celebrado en el Distrito Federal en julio de 1954.

En 1955 se reiniciaron los concursos de oratoria en la ciu-dad de Oaxaca, con un jurado integrado por los licenciados Ju-lio Bustillos, Esteban Silva, Fernando Gómez, Manuel Zárate y el Sr. Jorge Fernando Iturribarría. Participaron los estudiantes José Herrera, Moisés Ruiz, José Isaac Jiménez, Manuel Ruiz Daza, Roberto García Pérez y Leobardo Rodríguez, resultando ven-cedor José Isaac Jiménez. El concurso nacional se celebró en Aguascalientes y lo ganó Hugo Gutiérrez Vega quien también triunfó en el concurso internacional celebrado en el teatro Prin-cipal de Veracruz en julio de 1955.

En 1956 convocó al concurso estatal la rectoría de la Uni-versidad Benito Juárez y se presentaron a participar Roberto García Pérez, María Marta Pazos, Edmundo Vera Bourguet, José Herrera Reyes, Rosa María Sánchez Montiel, María del Carmen Ramírez Pérez, Moisés Ruiz Cruz, Guillermo Vera Gallegos y Clemente Peralta Altamirano. El jurado encabezado por el Rec-tor Ortiz Armengol, declaró desierto el concurso ya que ningu-no de los participantes abordó el tema de improvisación que fue: “Justificación de la universidad Benito Juárez de Oaxaca”. El torneo nacional de oratoria se celebró en Saltillo resultando ga-nador Manuel Osante López quien también ganó en el concur-so internacional celebrado en Durango el 12 de agosto de 1956.

En 1957 no se efectuó en Oaxaca el concurso. Resultó ganador de los concursos nacional, celebrado en Querétaro, Enrique Soto Izquierdo representante del Distrito Federal y el internacional que se efectuó en Zacatecas y también lo ganó el estudiante ya mencionado.

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En 1958 tampoco hubo torneo de oratoria en la ciudad de Oaxaca. El concurso nacional se celebró en Morelia y el triun-fador fue Jorge Montufar Araujo de la Facultad de Derecho de la UNAM y representante del Distrito Federal. El torneo interna-cional se efectuó en Guadalajara y ganó el mismo estudiante, lo que ya venía siendo costumbre desde anteriores competiciones.

En el mes de junio de 1959 se reanudó el torneo local de oratoria, celebrado con toda solemnidad en el teatro Macedo-nio Alcalá con la presencia del Gobernador Lic. Pérez Gazga, y funcionarios de los tres poderes. El jurado, presidido por el Rec-tor Ortiz Armengol acompañado de los Licenciados Fernando Gómez Sandoval, Esteban Silva y Escobar, Manuel Zárate Aqui-no, Julio Bustillos y Sr. Jorge Fernando Iturribarría, declararon vencedor al estudiante de Medicina Edmundo Vera. En Jalapa de Enríquez se efectuó el torneo nacional y lo ganó el estudian-te de medicina de la universidad de Puebla, Arturo Santillana. La competencia internacional se celebró en Guadalajara y el ven-cedor también fue Arturo Santillana.

A partir de la segunda época del Concurso de Oratoria or-ganizado por el diario nacional EL Universal, la participación de la juventud fue disminuyendo y la calidad de los participantes también. En los años cincuenta, los medios de comunicación y de diversión fueron evolucionando y atrayendo a la juventud que les dedicó más tiempo, mientras robaba el tiempo dedicado a la lectura y la investigación cultural que es la base de la oratoria. El ambiente de los concursos también fue cambiando. Se perdieron las porras rimadas estudiantiles y se llegó a la grita y al insulto a los participantes, que no podían dominar al auditorio y muchas veces se retiraron sin terminar su pieza oratoria. Luego llegaron los mo-vimientos sociales arraigados profundamente en las universidades y sus estudiantes perdieron el interés en los torneos de oratoria y en el romanticismo de los Juegos Florales donde lucían sus galas la poesía y la caballerosidad, hasta que llegó la época de la música y la protesta ruidosas, de las marchas portadoras de mantas que proclamaban las inconformidades y la oratoria devino en perora-tas de mítines populares. Pero esas son otras historias.

Nota: Los datos expuestos sobre los Concursos de oratoria fueron to-mados del libro “El verbo de la juventud mexicana” de Guillermo Tar-diff.- México -1961.

RA 17.

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Un año memorable para los estudiantes de Oaxaca y otras localidades del país fue el de 1929, pues se luchó y al-canzó la autonomía universitaria en la ciudad de México

y en la nuestra; en este tiempo un estudiante del Instituto de Ciencias y Artes del Estado tuvo una destacada participación en los concursos de oratoria que, desde 1926, venía organizando el periódico capitalino “El Universal” con dos categorías: una na-cional y otra internacional.

Roberto Ortiz Gris venía de las más profundas raíces mix-tecas, originario de Suchilquitongo, Etla donde nació en agosto de 1911, en pleno periodo revolucionario, movimiento detonado por la protesta de Francisco I. Madero contra la reelección como Presidente de la República del General Díaz. En nuestro Estado, el 20 de noviembre de 1910, se levantaron en armas revolucionarios oaxaqueños en Cuicatlán, Etla, Tlaxiaco, Tuxtepec y otros lugares.

Luego Carranza desconoció a Huerta y propuso el Plan de Guadalupe autonombrándose Primer Jefe del Ejército Consti-tucionalista. En nuestra ciudad se formó el Partido Constitucio-nalista de Oaxaca en el que figuraron Celestino Pérez, Lic. Juan Sánchez, Casiano Conzatti, Ismael Puga Colmenares, Porfirio Sosa, Arnulfo Santos, Faustino G. Olivera, Ernesto Rosas, Manuel Téllez Sill, Alfonso Pardo y muchos más.

Todas estas situaciones influyeron en la situación eco-nómica del Estado, pues a los estragos de la guerra se unió la carencia de alimentos y víveres y otros bienes de consumo en todas las regiones por lo que la familia Ortiz Gris abandonó su pueblo natal de Suchilquitongo, luego de que perdieran al padre cuando Roberto contaba con tres años de edad. Doña Aurora Gris, ahora viuda de Ortiz, remató sus escasas pertenencias y vino a establecerse a la ciudad de Oaxaca donde abrió una pe-queña miscelánea en la tercera calle de Abasolo, lugar en el que también tenían su domicilio particular. La miscelánea o “chan-garro” lo califica y describe Jacobo Dalevuelta así:

Carta devida

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“La tienda miscelánea de mi pueblo quedó a mi vista. Trasponiendo la puerta de la accesoria, estará la señora viuda de Ortiz esperando a la clientela tras el mostrador de tabla de pinar, restregado a escobeta cada mañana, limpiecito, abrillantado. Y sobre él, los canastos de las frutas regionales; la dulcera, obra maestra de un hojalatero de la ba-rriada, repleta de golosinas de a “vito” para los chicos, y en el fondo, en el departamento de un mostrador tembloroso y adornado con papeles de colores, una licorera con sus botellas de mezcal “que no fue bau-tizado”; del “amargo” para las doce y como remate, las “gaseosas” que por su variedad policroman el espacio de rojo, de verde, de amarillo. Y colgadas, las escobas que parecen ahorcados que mecieron el aire. Y acaso, el “zinzontli”, prisionero en su jaula de carrizo, matizando esta vida sencilla con canciones que trajo del bosque y con los sones que de noche le silban, robándole el sueño”.

Este modesto comercio, sirvió de sustento a la breve familia Ortiz Gris y permitió que Roberto terminará la enseñanza primaria en la escuela Pestalozzi y continuara estudiando en el Instituto de Ciencias y Artes los niveles que ahora son de secundaria y prepa-ratoria para poder ingresar a la carrera profesional de Licenciatura en Derecho. El ambiente del Colegio a principio de los veintes del siglo pasado, era bullicioso y alegre, dentro de la picardía estu-diantil apenas contenida por la disciplina impuesta por sus regla-mentos y sus directivos. Un ex alumno, Mario Ojeda Flon, ya gra-duado de abogado, recuerda sus tiempos estudiantiles que fueron los mismos de Roberto Ortiz Gris de quien fue condiscípulo, de la siguiente manera:

“Era un dos de enero de 1930, primer día de clases en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado. Antes de las siete de la mañana, habíamos llegado todos los novatos ataviados de nuestros mejores vestidos, de aquellos que ahora calificarían de ridículos, unos vestidos con traje de dril, pantalón rabón y saquito ajustado, camisa de percal y corbata que seguramente era de algún familiar mayor, ya que era la primera vez que nos la poníamos. Medias de popotillo, consabidas en aquella época y zapatos borceguí recién boleados o salidos de la zapatería “remontados”. Otros vestidos de casimir, los hijos de familias pudientes con traje recién hecho y algunos con su elegante traje marinero de sus días de fiesta en la primaria. Todos traíamos lo necesario: cuaderno rayado, un lápiz y una cara de miedo que “válgame Dios”.

“Decía yo que eran las siete de la mañana de aquel día y puntual-mente se abrió la puerta central de Instituto por un señor alto, delgado,

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vestido de negro, con cara muy respetable por su edad, pasaba de los sesenta, pero a la vista se adivinaba su bondad, comprensión y aguante para con los estudiantes. Era el jefe de empleados y le llamaban “Don Ramoncito”. Nos dijo que esperáramos a que se abriera el colegio por las puertas de la calle Benito Juárez (hoy Alcalá) y en el segundo patio la lle-gada de nuestro primer maestro en nuestra primera clase en ese colegio”.

“La puerta del segundo patio la abrió un viejecito muy original, vestía pantalón a rayas, chaleco y saco negro, camisa con pechera a la antigua, corbata muy vieja y arrugada y en la solapa de su saco se veía que ya tenía mucho tiempo que comía sin quitárselo. Era calvo y tenía en la frente un chichón sebáceo grandecito y precisamente en el centro del propio chichón tenía un pelo muy largo; cojeaba al caminar, traía al brazo una libreta grande y en la oreja su portaplumas, supimos que era el “bedel” del segundo patio y el estudiantado lo apreciaba mucho desde que lo conocía y le llamaban “Don Benja”.

“Entramos pues al segundo patio y nos alineamos recargándonos en la pared que conducía de la puerta a la escalera de ese patio y allí esperamos la llegada de nuestro primer maestro quien no tardó mu-cho y majestuosamente entró, era don Alfredo Canseco Feraud, per-sonaje también original, tanto por su carácter como por su manera de andar y de vestir. Caminaba muy recto, paso largo y marcial, la cabeza muy levantada y caravaneaba al saludar. Su figura era muy imponente. Vestido con saco negro con un ribete de seda, zapatos de charol ne-gros y cubo de piel gris, de botones, su corbata era de moño grande estilo bohemio español y su sombrero estilo andaluz y muy ladeado, su cabello largo y abundante. El maestro Canseco Feraud llegó, firmó el libro de don Benja y subió al salón de dibujo, clase que él daba. No-sotros lo seguimos en aglomeración y entramos al salón que era muy grande con bancas que parecían ser de iglesia y unos banquillos que semejaban los de un taller. Nos acomodamos y esperamos a que el maestro algo nos dijera. Así fue y escuchamos: “Muchachos, me toca en suerte ser quien los reciba en la primera clase de sus estudios en este colegio; espero que muchos de ustedes en su aplicación y deseo nos comprendamos bien; les ruego copien las figuras que trazaremos en el pizarrón y formen un cuaderno con ellas que presentaremos a fin de año; no me falten a clases”. En seguida pasó lista de los presentes y aun recuerdo a algunos nombres de aquella: Esteban Avendaño, Jorge Olivera Toro, Enrique Esperón, Pedro Nabor Yescas, Roberto Audiffred, Alberto Velázquez, Jesús Campiña, Raúl Acevedo, Celia Ramírez, Pilar Castillo, Concepción Garcés, Alfonso Velázquez, Jorge Candiani Be-dian, Mario Castellanos y otros muchos. Después, alguien pasó al piza-rrón, tomó compás y gis y el maestro ordenó se hicieran algunos tra-

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zos que nosotros copiamos, con lo que terminó nuestra primera clase y salimos con más miedo que al entrar porque ya se oía en el patio el murmullo de los estudiantes de años superiores que nos esperaban y, por tanto, seguramente empezaría nuestro suplicio con aquello de los castigos a los novatos, así que bajamos con el propósito de esperar al profesor de la siguiente clase que era la de latín.

Pero desde arriba vimos que los estudiantes de años superiores iban llegando y saludados por los demás con bromas o con respeto, se-gún su categoría. Así pasaron muy serios los hermanos Carlos y Alberto Cervantes Rasura, los hermanos Carlos y Manuel Ortiz Escorcia, Alberto Narváez de quien se dijo era el mayor de los de la dinastía de los “Che Cara”, Roberto Ortiz Gris a quien llamaban “El Tripa”, Juvenal González Gris pasó serio y parsimonioso, Saúl Meixuieiro, Gustavo García, Ismael Brachetti, el güero Aarón Hernández que se acercaba mucho para po-der mirar, Polín Hernández, los hermanos Mario y Rodolfo Brena, los hermanos Carlos y Rogelio Barriga Rivas, Raymundo y Octavio Manzano Trovamala, los hermanos Díaz Ordaz, Mario Vallejo, un señor apellidado Avendaño al que llamaban “Calalo” y quien de inmediato nos ofreció sus servicios para impartirnos clases particulares de cualquier materia, siempre que le hiciéramos algún anticipo y de quien supimos después era un estudiante que no pasaba del primero de Leyes desde hacía más de quince años y estaba un poco trastornado al igual a otro estudiante a quien llamaban “Don Hilary”, que también ofrecía sus servicios para enseñar francés. Vimos llegar al más temido de los estudiantes del co-legio, un delgaducho güero, de caminar medio cansado, aunque corría velozmente y tiraba patadas a más no poder, así como escupía y pegaba hasta el cansancio, tenía amistad con todo el estudiantado por ser te-rrible como guerrista y le llamaban “El Furias”. Llegó en compañía de los hermanos Rojas , Mariano y Chucho a quienes apodaban los cepillos y de Gustavo Narvaéz, el “Che Carita”, de Enrique Lira, de “Los Chichines”, una pandilla formada por los Barroso y los Lira.

Llegaron también Tonchín Jiménez, el Flaco Ortigoza, Luis Are-naza, Los Mangos Altamirano, Rafael Angel Pérez, Mario Pérez Ra-mírez, los hermanos Alavez, Gonzalo Hernández Zanabria, Rubén To-rres a quien decían “Turritos”, el Negro Muñozcano, el Jolo Cervantes, Darío Castillejos, Jacobo Varela Ruiz “El Cabezón”, el jorobadito Rafael Márquez, Alvaro Sánchez “El Gordo” y otros tantos, todos peligrosos para aquello de la pócima. Y al entrar los vimos juntarse a medio patio, hablar en silencio dirigiéndonos la mirada y, de repente, corrieron para colocarse estratégicamente para evitar que saliéramos del colegio. Y así nos bloquearon y aunque corrimos a más no poder, fuimos atrapa-dos y entonces empezó el tormento.

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Nos tomaban entre cuatro que detenían cada uno un pie o una mano y otro se montaba sobre nosotros en el estómago, al jalón simul-táneo de pies y manos y estando nosotros horizontalmente y con la cara al cielo, nos lanzaban hacia arriba y el que nos montaba aplicaba espuelas o sea que encajaba los talones en nuestras costillas causando moretones y dolores bruscos. Como nos rodeaban muchas estudian-tes, todos dirigían escupitinas sobre nosotros, así que resultábamos muy doloridos y escupidos. Luego nos hacían pasar en medio de una larga hilera de muchachos y al pasar todos nos daban golpes en la ca-beza o en la espalda o por donde tocara y algunos lanzaban puntapiés.

Luego nos llevaban al tercer patio y nos metían en un estanquito con agua que allí había y por último nos cortaban el pelo con tijeras mal afiladas, de manera que dolía y nos dejaban con tusadas en diversas di-recciones y tamaños. Terminado eso, estábamos bautizados como estu-diantes de ese gran colegio y nos sentíamos demasiado contentos para continuar entonces con derechos de ayudar a agarrar a otros novatos y participar en todos los aspectos de esos bautizos. Ya rapados, a eso de las diez, pues no pudimos tomar la clase de las ocho, o sea la de latín, entramos a la de griego que daba un maestro a quien llamaban “Monche Díaz Ordaz”. Este muy seriamente nos empezó a enseñar el abecedario griego que comienza por alfa, beta, gama delta, etc. Hasta omega.

Dieron las doce y se presentó el maestro de matemáticas, don Alberto Cervantes Rasura, estudiante del último año de la carrera de Derecho, a quien siempre acompañaba otro señor gordito apellida-do Hernández, también estudiante de Derecho. Firmó el libro y nos acomodamos muy seriamente en su salón que también tenía bancas como de iglesia y el cual nos había señalado previamente el bedel del primer patio, un señor joven, flaco y raro, enojón y vacilador al que to-dos llamaban “El Peludo” y quien lanzaba unos puntapiés muy rápidos levantando el pie más alto que su cabeza. Era un tipo simpático que se encerraba en su cuartito debajo de la escalera central en el primer patio, cuidaba de su libretón, recogía firmas de maestros y les abría su salón y además prestaba centavos a los estudiantes sobre sus libros de texto. Cuidaba que los chicos guerristas no hicieran travesuras, los castigaba con sus puntapiés y cuescos que levantaban chichón. Tenía además habilidad para escupir con mucha puntería y sin más, de lejos le dejaba a uno una escupitina en la puntera del calzado. El maestro de matemáticas dio sus primeras instrucciones y pasó lista dejando lección para el siguiente día a la usanza de los profesores de Oaxaca, que hasta la fecha no dan conferencia previa sino dicen: veremos de la página tantos a tantos del texto que ya tienen señalado desde hace muchos años. En el caso: Comberousse

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A las tres de la tarde se presentó a dar su clase de Francés el maestro Musgo, personaje también muy simpático por su manera de ser y de vestir ya que usaba trajes apropiados a cada estación. Así, llegó con traje de tela gruesa, zapatos de cubo de la misma tela del traje, sombrero y corbata del mismo color, traía gafas negras y bastón. Se sentó en su pupitre y al ir pasando lista se iba fijando en cada alum-no para conocerlo para siempre. Después nos hizo comprenderlo en cuanto le gustaba nos comportáramos en su clase y así nos dijo: “Oye ovejita, ¿dónde compraste tu corbata tan blanca?” Era que no traía cor-bata y a él le parecía muy necesario que siempre trajera esa prenda. “Oye Acevedito, ¿qué te parece si mejor te acuestas bien y se pasan tus compañeros a otra banca?” era que Acevedo estaba un poco recarga-do lateralmente y no en posición vertical como al maestro le gustaba. “¿Qué te parece Velázquez si platicas con Puga en el corredor?” y así los hacía salir de la clase por estar diciéndose algo en ella.

Por último en aquel día, tuvimos como a las cinco de la tarde la cla-se de español, con el entonces estudiante Roberto Ortiz Gris, que como todos sólo nos dio instrucciones en aquel primer día de clases. Cono-cimos también ese día a estudiantes serios y estudiosos como Esteban Silva y Escobar, Raúl Bolaños Cacho, Fidel Casas, Memo Zárate, Rena-to Rueda Magro, un muchacho de lo más alegre y vivaracho; Rodolfo Sandoval, Jorge Octavio Acevedo, Alberto Von Thaden, Juan Sánchez, Domitilo Ojeda Flón, Rogelio Villafañe, el Cabezón Fernando Castillo, los hermanos Guillermo y Enrique Toro “El Guicho” Castañeda Guzmán, Al-fredo Castillo y muchos otros que de momento no vienen a mi mente.

También en aquel día conocimos a los grandes maestros del Instituto: el maestro José Guillermo Toro, el Dr. Marcial Pérez Veláz-quez, el Dr. Agustín Reyes que aunque era ciego, era un gran maestro, gran amigo para los jóvenes a quienes por solo su voz, conocía para siempre; el Lic. Heredia, el Lic. Monjardín, el Dr. José T. Barriga, el Lic. Castellanos Idiáquez, el Dr. Mancera, el Dr. Canseco Landero, el Petit Iturribarría, el Lic. Díaz Quintas entonces Director del plantel y a su se-cretario don Ambrosio Bravo Vera, quien siempre con su pluma en la oreja, iba y venía de prisa, nos negaba ver calificaciones en la Dirección, nos regañaba y exigía pero era un magnífico amigo.

Han pasado muchos años y recuerdo muy bien aquel día que significó para muchos el principio de una ilusión lograda para unos, truncada para otros. Muchos de mis compañeros son respetables profesionistas, otros no llegaron a eso pero también son ciudadanos capaces y útiles. Quizá algunos estén mal o hayan muerto pero creo que no olvidarán jamás aquel primer día de clases en nuestro amado Instituto de Oaxaca. (Lic. Mario Ojeda Flón 1951).

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En este ambiente bullanguero, los concursos de oratoria, ce-lebrados en el Instituto o en el teatro Mier y Terán, eran una verdadera fiesta estudiantil donde las porras de apoyo a los par-ticipantes, saturaban el ambiente con sus voces. Como ya lo señalamos, Roberto Ortiz Gris participó en el concurso de 1929 y se retiró sin terminar su discurso pues no pudo dominar a la audiencia. Sin embargo en 1931, ya mejor preparado física e in-telectualmente, ganó el concurso estatal, el nacional y participó en el internacional celebrado en la ciudad de Washington. Jor-ge Fernando Iturribarría, en artículo periodístico, describe esta transformación del orador Ortiz Gris:

Para estímulo de nuestros paisanos y ejemplo de las generaciones jó-venes, acabamos de presenciar en la capital de la república, el triunfo de un muchacho azas modesto, cuya personalidad, si bien es cierto que supo destacar en el concierto de estudiantes y en la vida social por sus actividades levantadas de la común altura, no se definía todavía con los perfiles mayúsculos que le conocimos en los pocos días que le bastaron para llegar, ver y vencer en la metrópoli, conquistando la admiración de propios y extraños.

Un milagroso caso de transformación, decimos nosotros. Trans-formación a la que no es ajena la filosofía de aquel refrán que dice: “Nadie es profeta en su tierra”. A nuestro representante, a nuestro Ro-berto Ortiz, lo vimos agigantarse desde ya en el proscenio del coliseo Terán. No desconocíamos en él ciertas cualidades oratorias: facilidad de palabra, apostura tribunicia, empaque, hermosa fraseología. Pero desgraciadamente por la estrechez del medio de la oratoria, por la ab-soluta falta de ocasiones para disertar o combatir, perorar o discutir en nuestros contadísimos eventos tribunicios, con excepciones en que lo vimos vibrar con espontánea vena en la tribuna del Instituto, las otras veces sus verba tenía que adaptarse al estrechísimo programa de los actos cívicos y públicos en que la rutina ha hecho costumbre producir discursos de cajón, llenos de convencionalismos.

Nosotros fuimos testigos de sus primeros escarceos tribunicios, quizá el que esto escribe no fue ajeno a ciertas resoluciones suyas de abordar la tribuna en alguna ocasión y, tembloroso de emoción por ser aquella la iniciación de su noviciado, precipitarse en torrente verborrei-co. Luego, más tarde, lo vimos ir rubricando la frase con el ademán, ir surgiendo la ideología en el discurso, ir espigando en los campos de la metáfora y de las imágenes. La peroración así, iba deviniendo, de to-rrente erizado de palabras, en pieza discursiva con unidad acabada, co-herente. Sus pocos haberes no le permitieron nunca tener, fuera de los

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textos de clase y de alguna novelilla o folletín truculento, los libros de su predilección: sociología, estética, historia, que arrebataba de las manos de los amigos y leía, o mejor devoraba, robando horas al estudio de las clases, a la divagación bochinchera o a una que otra aventurilla amo-rosa. Tipo neto de estudiante tradicional, supo poner calor y derrochar simpatía en todo cuanto intervenía y dedujo partido de la mejores oca-siones, siempre con cierta expresión de audacia en sus ojos inteligentes.

Nosotros fuimos conociendo sus rápidos progresos, mas no pode-mos negar que la noche de su prueba en el teatro Mier y Terán nos llenó de sorpresa su adelanto, adelanto logrado en solo semanas de constante bata-llar consigo mismo, de preparación pertinaz, solitaria, pues este muchacho jamás contó con maestros de oratoria ni mucho menos de declamación.

Lo que nos viene a revelar de lo que es capaz la fe, la constancia, la convicción puesta en una ilusión. Roberto estaba seguro de triunfar y triunfó. Ya al terminar la prueba de oratoria de aquella noche memorable del 28 de mayo, rubricó con una bella y hermosa promesa de ornar con sus verdes lauros las sienes de Donají. Esa inmensa fe puesta en sí y en su raza, en su escuela y en su provincia. Roberto escaló tan solo en días el primer puesto en la oratoria el Estado y luego, sin detenerse, como un meteoro que avanza en el espacio removiendo mundos, el campeonato internacional de oratoria de la república.

El concurso donde resultó vencedor Roberto Ortiz Gris tuvo lu-gar en el teatro Hidalgo de la ciudad de México en junio de 1929. Gran parte de la colonia oaxaqueña residente en el D.F. acudió al teatro en apoyo de Ortiz Gris, distinguiéndose por su entusiasmo los ex alumnos del Instituto. El primero en subir a la tribuna fue López Mateos que desarrolló el tema “Los grandes hombres de la Historia” con resolución y facilidad. Después del representante de San Luis Potosí, tocó turno a Ortiz Gris quien improvisó sobre “La influencia de España y los Estados Unidos en México”

Sus palabras fluyeron con seguridad, con calma, elocuentes, llenas de erudición, de citas y de ejemplos sacados de la Historia. Su figura se agigantaba por momentos, hasta llegar al último pá-rrafo con desbordante elocuencia. Después subió a la tribuna el estudiante jalisciense Pablo Guzmán, quien no fue tan brillante como los anteriores. El jurado presidido por el Lic. José María Lo-zano, en medio de un silencio absoluto, declara ganador a Rober-to Ortiz, y estalla una ovación no sólo de parte de los oaxaqueños, todos los asistentes reconocen la calidad oratoria de Roberto.

Después de una comida servida en las oficinas de El Mer-curio y de recibir las felicitaciones del Gobernador de Oaxaca

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Francisco López Cortés, Ortiz Gris Salió para Veracruz donde se embarcó rumbo a la Habana de donde principiará un viaje por diversos países de Sud América, como premio a su triunfo en el concurso de oratoria. En Oaxaca, los estudiantes del Instituto y la Normal acompañados por la Banda de Música del Estado, recorrieron las calles de la ciudad, vitoreando a su compañe-ro y a Oaxaca. Para explicar al público su entusiasmo, tomaron la palabra en diversas esquinas, Everardo Ramírez, Humberto Lazo, Octavio Manzano, Mario Vallejo y Mario Brena. La bulli-ciosa caravana estudiantil terminó en el domicilio de Roberto, en las calles de Abasolo, donde la señorita Eloisa Pombo en-tregó a la madre del campeón de oratoria, un sencillo ramo de flores y la felicitación de todos los estudiantes, compañeros de su brillante hijo.

Después de visitar, en compañía de 21 ganadores de con-cursos nacionales, Brasil, Uruguay, Chile, Perú, Bolivia y Argen-tina, los competidores llegan a la ciudad de Washington, donde será el concurso internacional de oratoria en el mes de octubre, el día 26. Aquí Ortiz Gris presentó su pieza oratoria “¿Deben los pueblos latinoamericanos tratar de sustituir el panamericanis-mo por una política de intereses universales?

Llegan a la fase final del concurso Ben Swofford de Esta-dos Unidos, F. W. Allen de Inglaterra, Liz Torselff de Dinamarca, Vicente Pardo Suarez de Cuba, Benigno Petit de Perú Gabriel Fouchet de Francia, Roberto Ortiz Gris de México y ganador del Tercer Lugar, Herbert Schaumann de Alemania, segundo lugar y Roch Pinard de Canadá, primer lugar. Al ganador Pinard, de habla francesa, Paul Claudel, embajador de Francia en Estados Unidos, le entregó un hermoso vaso de porcelana de Sevres, como trofeo al triunfador del torneo internacional de oratoria.

De Washington, Roberto viaja a Nueva Orleans y luego a Veracruz y a la ciudad de México a donde llega el 8 de noviem-bre de 1929. Se dirige a las oficinas de El Universal a agradecer el apoyo que le dieron en todas las fases del concurso y a entre-vistarse con el paisano Jacobo Dalevuelta, cronista de los con-cursos nacionales, igual al Lic. Genaro V. Vázquez y al Secretario de Educación Ezequiel Padilla, quien le obsequió varios libros de cultura general.

Finalmente, el 24 de noviembre, antes de las nueve de la noche, llega Roberto en tren a la Villa de Etla, donde es recibido por una comisión de estudiantes encabezada por Mario Brena acompañado de Guillermo Martínez León, Gustavo Díaz Ordaz,

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Rodolfo Sandoval y Ricardo Vera Castro. Los andenes del Mexi-cano del Sur se hallaban pletóricos de concurrencia formada por todas las clases sociales. Al ser avistado el tren, la banda de música prorrumpió en alegres dianas acompañadas de porras gritadas por los bullangueros estudiantes. Cuando Ortiz Gris descendió del tren, los hurras, vivas y dianas ensordecieron el ambiente. El joven orador fue levantado en hombros por sus compañeros y llevado fuera de la estación, donde el estudiante de medicina Humberto Lazo le dio la bienvenida.

Acto continuo inició la manifestación en honor de Ortiz Gris que se encaminó por la calzada Madero hasta llegar al Jar-dín Morelos donde, frente a la estatua del gran insurgente, hizo uso de la palabra el estudiante de la prepa nocturna Jorge Oc-tavio Acevedo, saludando a su compañero. Luego se reanudó la marcha hasta llegar al Instituto de Ciencias y Artes en donde el saludo estuvo a cargo del estudiante Juan Ortiz Sumano. Desde el balcón central del edificio, Ortiz Gris se dirigió a sus com-pañeros y personas que llenaban las calles de Independencia, agradeciendo la recepción de que fue objeto, llena de espon-taneidad y cariño. Habló de su viaje por centro y sud América y de la admiración que estos países sienten por México, que va a la vanguardia de las repúblicas hermanas respecto a conquistas sociales.

Después, al recordar sus triunfos, recordó también sus so-nados fracasos. Hizo reminiscencia de cuando se presentó al concurso de oratoria hace dos años y no obtuvo ni siquiera una mención. Después refirió una anécdota muy importante para su vida, cuando, invitado para tomar al palabra en una sesión cultural en el teatro Mier y Terán, habló con tal incoherencia del tema que le fue designado, que los silbidos no se hicieron espe-rar y el ahora campeón de oratoria tuvo que esconderse tras las bambalinas del teatro, donde ahora se celebró un breve mitin estudiantil en su honor y en donde la felicitación y bienvenida estuvo a cargo del estudiante normalista Aurelio Ruiz.

Los festejos por el triunfo de Ortiz Gris continuaron hasta el sábado 30 de noviembre, organizados por un comité enca-bezado por el Presidente Municipal y que comprendieron un programa deportivo en el Campo Hípico Militar, una serenata en el jardín de la Constitución, paseo y comida campestre de los alumnos del Instituto, baile en el casino del Teatro Luis Mier y Terán y una sesión científico literaria en el salón de actos del Instituto de Ciencias y Artes del Estado.

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Roberto Ortiz Gris también recibió como reconocimien-to a su capacidad y dedicación como estudiante una cátedra de lengua y literatura española que impartió a los alumnos del primer año de preparatorios. Terminó sus estudios de Leyes en 1934. Un año después falleció su señora madre y Ortiz Gris, ya licenciado en Derecho, emigró a al ciudad de México. Con ayu-da de Jacobo Dalevuelta, llegó al periódico El Universal donde trabajó como corresponsal más de dos años. Tuvo oportunidad de viajar por países asiáticos de donde enviaba sus crónicas a ese diario. Luego se perdió en la burocracia federal y falleció de manera tranquila y olvidado por los oaxaqueños en 1964.

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UNA MUESTRA DE SU TALENTO

Discurso de Ortiz Gris en el concurso de oratoria celebrado en la ciudad de Washington el 26 de octubre de 1926.

¿Pueden los pueblos latinoamericanos tratar de substituir el panamericanismo por una política de intereses universales? (Tema)

Honorables jurados, señoras y señores: han llamado a la juventud del mundo para que hable frente a ustedes y diga lo que piensa y lo que siente. Por ello vengo a recoger en solo diez minutos el pensamiento de mi firme juventud y a inclinarme so-bre la política de intereses universales; porque es más justo y más humano resolver el pensamiento de amistad en el con-cierto de todos los países, que en el campo limitado de nuestra América; porque palpita en mi pecho la esperanza de que se escuchen con semejante devoción los himnos nacionales, que ya se vea un escudo de amistad en que se recojan todas las banderas del planeta y que los anhelos de las patrias se sientan conjugados en el latido de un mismo corazón.

Ese es mi pensamiento, mi tesis y mi verdad, que vengo a entregar a la potencia de las trece barras y cuarenta y ocho estrellas, sin adulaciones ni prejuicios, porque solo vengo a pro-testarlo con el empeño sagrado del amor y con el viril impulso de mi estirpe que no ha movido de su centro al corazón.

Los pueblos que quieran dejar para mañana una herencia de paz, de progreso y de cultura, deben apagar sus odios y abrirse paso libre en la lucha de los siglos. A ellos pertenecen los de La-tinoamérica que vivieron centenarios de opresión en la Colonia, que en el siglo XIX reivindicaron sus propias libertades y que en el presente, síntesis de todo lo pasado, se ponen al trabajo del alma del futuro. Estos pueblos en justicia, en el siglo pasado crearon el panamericanismo, porque era la barra de defensa de sus intere-ses contra la ambición colonizadora de los pueblos de Europa. Pero estamos viviendo en el siglo XX, el siglo de las luces, el siglo de las rectificaciones sobre el pasado; se aclararon los conceptos

Una muestra de su talento

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y han muerto los prejuicios y los rencores. Estos pueblos deben comprender como hijos mayores que ya son, libres e indepen-dientes, pueden volver y recoger el cariño de sus padres, que si a Norteamérica están ligados fuertemente por lazos económicos, en Europa, en la vieja Europa, está su sangre y está su lengua, su religión y su cultura que es el alma de los pueblos.

El aspecto económico del panamericanismo puede por si mismo ser una garantía de unión entre las dos Américas. Es la economía uno de los más fuertes lazos de unión entre los pue-blos, es quizás, la médula de su equilibrio y la fuente de solidaridad donde se vinculan todos los aspectos de la vida; y es en este en-cadenamiento de intereses donde podremos encontrar una sóli-da homogeneidad en toda América. Hablarán por mis labios los centros azucareros de Cuba, los petroleros de México, los mineros del Pacífico, los cafeteros del Atlántico, el Canal de Panamá, las vías marítimas y aéreas, la construcción de carreteras y represas y, en fin, todos esos enormes capitales que sanamente puestos al servicio de la economía, pueden desarrollarla dando vida a toda América. Si esos fuertes lazos de unión son perfectamente sanos, no puede haber temor a que se rompa la vida de los pueblos.

El aspecto político del panamericanismo, gestación de la misión de Panamá en los tiempos de Bolívar, proclamó el prin-cipio del triunfo de la igualdad de los pueblos de distinto color y origen y el principio de la unión de todos estos pueblos por una sola ley común, bellísimos principios que no se han podido cumplir quizá por falta de unificación espiritual americana. Creó la doctrina Monroe, que como toda doctrina no puede tener la misma fuerza de absolutismo sobre todas las conciencias. Mr. Monroe hizo de ella una garantía de paz para los pueblos latinoa-mericanos, porque creía interpretar el sentimiento de su pueblo. Mr. Adams la hizo ver hecha motu propio porque no la había san-cionado el mismo pueblo, pero es verdad y gran verdad, que el pueblo americano, el verdadero pueblo americano, sobre quien muchas veces recaen prejuicios e interpretaciones, es el que más alejado está de la elaboración de los postulados políticos que se discuten. Creó la limitación a la legitimidad de los gobiernos. Pero los pueblos latinoamericanos no son democracia perfectas como Francia, Bélgica y Estados Unidos para que no nos impor-tara el reconocimiento de los gobiernos; desde el Río Bravo hasta el Cabo de Hornos, la verdad constitucional se aparta de la teoría; tenemos constituciones que son imitación de la norteamerica-na y gobiernos que, en su mayoría, nacen de la realidad social en que vivimos, pero no de los principios constitucionales. Así, por ejemplo, en México el Presidente Carranza, no ajustándose

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a los principios de la Constitución mexicana, fue reconocido; en cambio, el presidente Huerta, aunque plenamente constitucio-nal, no fue reconocido. Por esta razón de peso, no soy partidario del reconocimiento de los gobiernos por su constitucionalidad u origen sino por el exacto y fiel cumplimiento de sus obligaciones internacionales, así pondremos cimiento a la garantía de las so-beranías, que bien se merecen los pueblos débiles de América.

Por lo anterior, Latinoamérica debe tratar de substituir la política del panamericanismo por otra mejor. No puede per-manecer egoísta e indiferente ante el pensamiento político y el momento ideológico que viven los pueblos avanzados de la Tierra. Debe sumarse a la gran sociedad política de las naciones donde el pacto Kellog y las doctrinas Calvo y Drago pueden ar-monizarse. Y hacia allá va después de tantas quejas y tantas lá-grimas. Si sangre y dolor hubo aquí para unir a trece barras, do-lor y sangre hubo en nuestra América para unir a veinte patrias y de la sangre y dolor de la última tragedia europea se levanta la unión de las naciones, sobre el último desgarrador quejido de las víctimas, sobre el último clamoreo de bélicos clarines y estridentes cañonazos, vamos poniendo al fin el canto dulce del himno de la paz y del trabajo. ¡el milagro rojo del momento álgido se hace clara bendición para el mañana!

Señores del jurado: mi discurso se está volviendo realidad. Los nobles pensamientos de amistad internacional que he ve-nido a defender, los hace suyos y verdad, la nueva juventud de vuestra patria. Si aquí ha venido McDonald, primer ministro del Gabinete inglés para dar una nueva orientación a la política del mundo, también nosotros venimos a dar una nueva orienta-ción a la generación que nace. Somos también embajadores de nuestras patrias que, en nombre de ellas, venimos a hacer la obra de amistad. Estamos aquí como soldados del decoro y del honor, sin odio ni rencores, porque no tenemos ambiciones bastardas que defender; seguramente no traemos en las carte-ras la impecable credencial, pero traemos dentro del pecho un corazón de fuego y en el cerebro la luz de la verdad. Y en fin, no sólo está la juventud de América, justificación para mi tesis, también está la juventud de Europa, mañana vendrá la juventud de oriente y firmará también nuestro pacto de amistad. Enton-ces seremos cada uno en nuestras patrias heraldos sonoros que anuncien, por fin, vuestras estrellas, símbolos del universo, ya brillan para todos como las alas de mis águilas de México, sim-bolizando el eterno vuelo hacia las cumbres. Se abren en per-fecta cruz y ofrecen para todos, en las pulpas carnosas de sus pechos, su rojo y siempre firme corazón.

Número

ROBERTO ORTIZ GRIS

201729