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Cartas a un jov en poeta de Rainer María Rilke

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Cartas a un joven poetade Rainer María Rilke

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En cubierta: Auguste Rodin, Poeta y musa.

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Cartas a un joven poeta

 Rainer María Rilke

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R  aúl BeRea Núñez - edición.

FeRNaNdo R oBlesoteRo - producción.

Ciudad de México, 2013

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Rainer Maria Rilke4 de diciembre de 1875, Praga, Bohemia, República Checa

29 de diciembre de 1926, Val-Mont, Suiza

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F ue a nes del otoño de 1902. Estaba yo sentado en el par-que de la Academia Militar de Wiener Neustadt, bajo unos

 viejísimos castaños, y leía un libro. Proundamente sumido enla lectura, noté apenas cómo se me acercó Horacek, el sabio y 

bondadoso capellán de la Academia que era el único civil entrenuestros proesores. Me tomó el libro de las manos, contempló lacubierta y movió la cabeza.—¿Poemas de Rainer María Rilke?—,preguntó pensativo. Y, hojeando luego al azar, recorrió algunos

 versos con la vista, miró meditabundo a lo lejos, y por n incli-nó la rente, musitando: —Así que, el cadete Renato Rilke nos hasalido poeta…—.

De este modo supe yo algo del niño delgado y pulido, en-tregado por sus padres a la Escuela Militar Elemental de Sankt

Poelten más de quince años atrás, para que algún día llegase aocial. Horacek había sido capellán en aquel establecimiento y aún recordaba muy bien al antiguo alumno. El retrato que mehizo de él ue el de un joven callado, serio y dotado de altas cua-

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lidades, que gustoso se mantenía retraído y soportaba con pa-ciencia la disciplina del internado. Al terminar el cuarto curso,pasó junto con los demás alumnos a la Escuela Militar Supe-rior de Weisskirchen, en Moravia, donde se hizo evidente que suconstitución no era bastante recia. Así pues, sus padres tuvieron

que retirarlo del establecimiento, y lo hicieron proseguir sus es-tudios en Praga, cerca del hogar. De cómo se desarrolló luego elcamino de su vida, ya nada supo reerirme Horacek.

Por todo ello, será ácil comprender que yo, en aquel mis-

mo instante, decidiera enviar mis ensayos poéticos a Rainer Ma-ría Rilke y solicitara su dictamen. No cumplidos aún los veinteaños, y hallándome apenas en el umbral de una carrera que enmi íntimo sentir era del todo contraria a mis inclinaciones, creíaque si acaso podía esperar comprensión de alguien, había de en-

contrarla en el autor de “Para mi propio estejo”. Y sin que lo hu-biese premeditado, tomó cuerpo y se juntó a mis versos una car-ta, en la cual me conaba tan rancamente al poeta, como jamásme coné, ni antes ni después, a ningún otro ser.

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Muchas semanas pasaron hasta que llegó la respuesta. Lacarta, sellada con lacre azul, pesaba mucho en la mano, y en elsobre, que llevaba la estampilla de París, se veían los mismos tra-zos claros, bellos y seguros, con que iba escrito el texto, desdela primera línea hasta la última. Iniciada de esta manera mi asi-

dua correspondencia con Rilke, prosiguió hasta el año 1908, y ue luego enriqueciéndose poco a poco, porque la vida me des- vió hacia unos derroteros de los que precisamente había queridopreservarme el cálido, delicado y conmovedor desvelo del poeta.

Pero esto no tiene importancia. Lo único importante sonlas diez cartas que siguen. Importante para saber del mun-do en que vivió y creó Rainer María Rilke. Importante tambiénpara muchos que se desenvuelvan y se ormen hoy y mañana. Y ahí donde habla uno que es grande y único, deben callarse los

pequeños. 

Franz Xaver KappusBerlín, junio de 1929.

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I París, a 7 de ebrero de 1903

Muy distinguido señor:

Hace sólo pocos días que me alcanzó su carta, por cuya grande y aectuosa conanza quiero darle las gracias. Sabré apenas haceralgo más. No puedo entrar en minuciosas consideraciones sobrela índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier

intención de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obrade arte, nada, en eecto, resulta menos acertado que el lenguajecrítico, en el cual todo se reduce siempre a unos equívocos máso menos elices.

Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan áciles

de expresar como generalmente se nos quisiera hacer creer. Lamayor parte de los acontecimientos son inexpresables; suce-den dentro de un recinto que nunca holló palabra alguna. Y másinexpresables que cualquier otra cosa son las obras de arte: seres

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llenos de misterio, cuya vida perdura junto a la nuestra que pasa y muere.

Dicho esto, sólo queda por añadir que sus versos no tienenaún carácter propio, pero sí unos brotes quedos y recatados quedespuntan ya, iniciando algo personal. Donde más claramente lo

percibo es en el último poema: “Mi alma”. Ahí hay algo propioque ansía maniestarse; anhelando cobrar voz y orma y melo-día. Y en los bellos versos “A Leopardi” parece brotar cierta ani-dad con ese hombre tan grande, tan solitario. Aun así, sus poe-

mas no son todavía nada original, nada independiente. No lo estampoco el último, ni el que dedica a Leopardi. La bondadosacarta que los acompaña no deja de explicarme algunas decien-cias que percibí al leer sus versos, sin que, con todo, pudiera se-ñalarlas, dando a cada una el nombre que le corresponda.

Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo preguntaa mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versosa las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente in-quietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéti-

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cos. Pues bien —ya que me permite darle consejo—, he de ro-garle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia uera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie lepuede aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un solo re-medio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el mó-

 vil que lo impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raí-ces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia con-esión, inquiera y reconozca si preeriría morir en cuanto ya no leuese permitido escribir. Ante todo, esto: pregúntese en la horamás callada de su noche: “¿Debo yo escribir?”. Cave y ahonde enbusca de una respuesta prounda. Y si es armativa, si usted pue-de ir al encuentro de tan seria pregunta con un “Sí debo” rme y sencillo, entonces, conorme a esta necesidad, erija el edicio desu vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor im-

portancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremianteimpulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si ueseel primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehuya, al principio, ormas y temas demasiado

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corrientes: son los más diíciles. Pues se necesita una uerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí don-de existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados.Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a losque cada día le orece su propia vida. Describa sus tristezas y sus

anhelos, sus pensamientos ugaces y su e en algo bello; y dígalotodo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, paraexpresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pue-blan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo.

Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese así mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraer-se sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza;ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indi-erente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas pa-

redes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de losruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su inancia, esa ri-queza preciosa y regia, ese sitio íntimo que guarda los tesorosdel recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resur-

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gir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómosu personalidad se arma, cómo se ensancha su soledad convir-tiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos elestrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si deeste sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos,

entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos.Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos.Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y vozde su propia vida.

Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de unaíntima necesidad. Precisamente en este modo de engendrarseradica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento:no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabi-do darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explo-

rar las proundidades de donde mana su vida. En su venero ha-llará la respuesta cuando se pregunte si debe crear. Acéptela talcomo suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretacio-nes. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces

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cargue con este su destino; llévelo con su peso y su grandeza, sinpreguntar nunca por el premio que pueda venir de uera. Puesel hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido.

Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mis-

mo y en su soledad, tenga usted que renunciar a ser poeta. (Bas-ta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir viviendo sinescribir, para no permitirse el intentarlo siquiera). Mas, aun así,este recogimiento que yo le pido no habrá sido inútil: en todocaso, su vida encontrará de ahí en adelante caminos propios.Que éstos sean buenos, ricos, amplios, es lo que yo le deseo másde cuanto puedan expresar mis palabras.

¿Qué más he de decirle? Me parece que ya todo queda de-bidamente recalcado. Al n y al cabo, yo sólo he querido aconse-

 jarle que se desenvuelva y se orme al impulso de su propio de-sarrollo. Al cual, por cierto, no podría causarle perturbación más violenta que la que suriría si usted se empeñase en mirar haciauera; esperando que del exterior llegue la respuesta a unas pre-

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guntas que sólo su más íntimo sentir, en la más callada de sushoras, acierte quizás a contestar.

Fue para mí una gran alegría el hallar en su carta el nombredel proesor Horacek. Sigo guardando a este amable sabio unaprounda veneración y una gratitud que perdurará por muchos

años. Hágame el avor de expresarle estos sentimientos míos. Esprueba de gran bondad el que aún se acuerde de mí, y yo lo séapreciar.

Le devuelvo los adjuntos versos, que usted me conó tanamablemente. Una vez más le doy las gracias por la magnitud y la cordialidad de su conanza. Mediante esta respuesta sincera y concienzuda, he intentado hacerme digno de ella: al menos unpoco más digno de cuanto, como extraño, lo soy en realidad.

Con todo aecto y simpatía,Rainer María Rilke.

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II Viareggio, cerca de Pisa, a 15 de abril de 1903

Ha de perdonarme, distinguido y estimado señor, que haya tar-

dado hasta hoy para recordar con gratitud su carta del 24 de e-brero. Durante todo este tiempo me encontré bastante mal. Noprecisamente enermo, pero sí abatido y presa de una postraciónde carácter gripal, que me inhabilitaba para todo. Finalmente, al ver que ni por asomo llegaba a operarse ningún cambio en miestado, acabé por acudir a orillas de este mar meridional, cuyaacción bienhechora ya me ue de algún alivio en otra ocasión.Pero aun no estoy restablecido. Todavía me cuesta escribir. Así,pues, tendrá usted que acoger estas pocas líneas en lugar de mu-

chas más.Sepa, desde luego, que me causará siempre alegría con

cada una de sus cartas. Sólo habrá de ser indulgente con misrespuestas, que quizás le dejen a menudo sin nada entre las ma-

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nos. Y es que en realidad, sobre todo ante las cosas más hondas y más importantes, nos hallamos en medio de una soledad sinnombre. Para poder aconsejar y, más aun, para poder ayudar aotro ser, deben ocurrir y lograrse muchas cosas. Y para que se lle-gue a acertar una sola vez, debe darse toda una constelación de

circunstancias propicias.Sólo dos cosas más querría decirle hoy:En primer lugar, algo acerca de la ironía. No se deje dominar

por ella, y menos que en cualquier otra ocasión, en los momen-tos de esterilidad. En los que sean ecundos, procure aprovecharlacomo un medio más para comprender la vida. Empleada con pu-reza, también la ironía es pura, y no hay por qué avergonzarse deella. Pero si usted siente que le es ya demasiado amiliar y temesu creciente intimidad, vuélvase entonces hacia grandes y serios

asuntos, ante los cuales ella quedará siempre pequeña y desam-parada. Busque la proundidad de las cosas: hasta allí nunca lo-gra descender la ironía… Y cuando la haya llevado así al borde delo sublime, averigüe al mismo tiempo si ese modo de entender la

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 vida brota de una necesidad propia y esencial. Pues entonces, bajoel infujo de las cosas serias, acabará por desprenderse de usted—si es algo meramente accidental—, o bien —si es que realmentele pertenece como algo innato— cobrará uerza, y se convertirá enun instrumento serio para incluirse entre los medios con que us-

ted habrá de plasmar su arte.Lo otro que yo quería decirle es esto: De todos mis libros,

muy pocos me son imprescindibles. En rigor, sólo dos estánsiempre entre mis cosas, dondequiera que yo me halle. Tambiénaquí los tengo conmigo: la Biblia y las obras del poeta danés JensPeter Jacobsen. Se me ocurre pensar si usted las conoce. Puedeadquirirlas ácilmente, ya que algunas de ellas han sido publica-das —muy bien traducidas por cierto— en la Biblioteca Univer-sal de las Ediciones Reclam. Procúrese los Seis cuentos de J. P.

 Jacobsen así como su novela Niels Lyhne, y empiece por leer, enel primer librito, el primer cuento, que lleva por título “Mogens”:Le sobrecogerá un mundo; la dicha, la riqueza, la inconcebiblegrandiosidad de todo un mundo. Permanezca y viva por algún

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tiempo en estos libros, y aprenda de ellos cuanto le parezca dig-no de ser aprendido. Ante todo, ámelos: su cariño le será pagadomiles y miles de veces. Y, cualquiera que pueda llegar a ser másadelante el rumbo de su vida, estoy seguro de que ese amor cru-zará siempre la urdimbre de su existencia, como uno de los hilos

más importantes en la trama de sus experiencias, de sus desen-gaños y de sus alegrías.

Si yo he de decirle quién me enseñó algo acerca del crear,de su esencia, de su proundidad y de cuanto en él hay de eter-no, sólo puedo citar dos nombres: el del grande, muy grande Jens Peter Jacobsen, y el de Auguste Rodin, el escultor sin parentre todos los artistas que viven en la actualidad.

¡Que siempre le salga todo bien en sus caminos! 

Su Rainer María Rilke.

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III Viareggio, cerca de Pisa, a 23 de abril de 1903

Me ha causado gran alegría, estimado y distinguido señor, con

su carta de Pascua, que me revela lo mucho de bueno que tieneusted. la orma en que me habla del grande y dilecto arte de Ja-cobsen me demuestra que no estuve desacertado al querer enca-minar su vida, con sus múltiples problemas, hacia esa uente deriqueza y plenitud.

 Ante usted se abrirá ahora Niels Lyhne libro lleno de ma-ravillas y de honduras. Cuanto más se lee, más parece que todoestá contenido en él: desde el perume más sutil de la vida, has-ta el rico e intenso sabor de sus rutos más grávidos. Ahí no hay 

nada que no haya sido captado, comprendido, sentido. Nadaque no haya sido descubierto y reconocido entre las trémulas re-sonancias del recuerdo. Ningún suceso vivido, por insignican-te que parezca, es tenido en poco. El más pequeño lance, el epi-

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sodio más nimio, se desarrolla cual si uese todo un destino. Y hasta el destino mismo es como un tejido amplio y maravilloso,en cuya trama cada hilo es guiado con innita ternura por unamano cariñosa, y colocado a la vera de otro hilo, para ser soste-nido y conllevado por otros mil.

Usted sentirá la dicha de leer este libro por primera vez,e irá adelantándose por entre sus innumerables sorpresas comoen un sueño jamás soñado antes. Mas yo puedo asegurarle quesiempre se vuelve a pasar con igual asombro a través de tales li-bros, sin que nunca lleguen a desprenderse de su poder prodi-gioso, ni pierdan nada del mágico encanto en que por primera vez envolvieron al lector. Es cada vez más intenso el deleite quenos brindan y más honda nuestra gratitud hacia ellos. De algúnmodo nos volvemos mejores y más sencillos en el mirar; se hace

también más prounda nuestra e en la vida, y en la vida mismallegamos a ser más venturosos, más nobles.

Luego debe leer usted el admirable libro que nos cuentael destino y los anhelos de “María Grubbe”, así como las cartas

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de Jacobsen, las hojas de su diario, los ragmentos. Y, por último,sus versos que, aunque no muy bien traducidos, viven y vibrancon resonancias innitas. Le aconsejaría que cuando usted tu- viere alguna oportunidad para ello, comprara la bella edición delas obras completas de Jacobsen, que contiene todo eso. Ha sido

publicada una buena traducción en tres tomos por el editor Eu-gen Diederichs de Leipzig; creo que su precio es de cinco o seismarcos por cada tomo.

Desde luego, con su parecer acerca de “Aquí deben forecerrosas”,esa obra de incomparable nura y orma, tiene usted sinduda toda la razón contra quien escribió el prólogo. Deseo quedesde ahora y aquí mismo quede ormulado este ruego: lea lo me-nos posible trabajos de carácter estético-crítico: o son dictámenesde bandería, que por su rigidez y su alta de vida han llegado a pe-

tricarse y a perder todo sentido, o bien tan sólo hábiles juegos depalabras, en que prevalece hoy una opinión y mañana la contra-ria. Las obras de arte viven en medio de una soledad innita, y anada son menos accesibles como a la crítica. Sólo el amor alcanza

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a comprenderlas y hacerlas suyas: sólo él puede ser justo para conellas. Otorgue siempre la razón a sí mismo y a su propio sentir,rente a todas esas discusiones, glosas o introducciones. Si luegoresulta que no está en lo cierto, ya se encargará el natural desarro-llo de su vida interna de llevarlo paulatinamente y con el tiempo

hacia otros criterios. Deje que sus juicios tengan quedamente y sinestorbo alguno su propio desenvolvimiento. Como todo progre-so, éste ha de surgir desde dentro, desde lo más proundo, sin serapremiado ni acelerado por nada. Todo está en llevar algo dentrohasta su conclusión, y luego darlo a luz; dejar que cualquier im-presión, cualquier sentimiento en germen, madure por entero ensí mismo, en la oscuridad, en lo indecible, inconsciente e inacce-sible al propio entendimiento: hasta quedar perectamente aca-bado, esperando con paciencia y prounda humildad la hora del

alumbramiento, en que nazca una nueva claridad. Éste y no otroes el vivir del artista: lo mismo en el entender que en el crear.

 Ahí no cabe medir por el tiempo. Un año no tiene valor y diez años nada son. Ser artista es: no calcular, no contar, sino

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madurar como el árbol que no apremia su savia, mas permane-ce tranquilo y conado bajo las tormentas de la primavera, sintemor a que tras ella tal vez nunca pueda llegar otro verano. A pesar de todo, el verano llega. Pero sólo para quienes sepan te-ner paciencia, y vivir con ánimo tan tranquilo, sereno, anchuro-

so, como si ante ellos se extendiera la eternidad. Esto lo aprendo yo cada día. Lo aprendo entre surimientos, a los que, por ello,quedo agradecido. ¡La paciencia lo es todo!

Richard Dehmel: con sus libros —dicho sea de paso, tam-bién con el hombre— me ocurre esto: en cuanto doy con una desus bellas páginas, siento siempre temor ante la próxima, que tal vez pueda destruirlo todo y trastrocar lo que es digno de aprecioen algo indigno. Lo ha caracterizado usted muy bien con las pa-labras “vivir y crear como en celo”. Así es: el vivir las cosas como

las vive el artista se halla tan increíblemente cerca del mundosexual, del surimiento y del goce que éste entraña, que am-bos enómenos no son, bien mirados, sino distintas ormas deun mismo anhelo, de una misma bienandanza. Y si en lugar de

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celo se pudiera decir “sexo”, en el sentido elevado, amplio y purode este concepto, libre y por encima de todas las sospechas conque haya podido enturbiarlo algún error o prejuicio dogmático,entonces el arte de Dehmel sería grandioso y de innito valor.Grande es su uerza poética y tan impetuosa como un impulso

instintivo. Lleva en sí ritmos propios, libres de prejuicios y mira-mientos, y sale brotando de él cual de montañas en erupción.

Sin embargo, no parece que esta uerza sea siempre deltodo sincera, ni esté desprendida de toda aectación. (Pero enello, por cierto, está una de las pruebas más duras, impuestas algenio creador, que debe permanecer siempre inconsciente de supropia valía, sin sospechar siquiera sus mejores virtudes, so penade hacerles perder su candor y su pureza). Además, cuando ésauerza del poeta, atravesando tumultuosamente todo su ser, al-

canza los dominios del sexo, ya no encuentra al hombre tan purocomo ella lo necesitaría. Pues ahí no hay un mundo sexual deltodo maduro, puro, sino un mundo que no es bastante huma-no, que solo es masculino; que es celo, ebriedad, juicios y orgu-

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llos, con que el hombre ha desgurado y gravado el amor. Por

amar meramente como hombre y no como humano, hay en sumodo de sentir el sexo algo estrecho, salvaje en apariencia, lle-no de rencor y malquerer; algo meramente transitorio y alto decontenido eterno, que rebaja su arte, volviéndolo ambiguo y du-

doso. De este arte, que no está sin mácula y lleva marcado el es-tigma del tiempo y de la pasión; poca cosa podrá subsistir y per-durar. (Esto mismo ocurre con casi todo arte). No obstante, po-demos complacernos hondamente en cuanto ahí hay de grande.Sólo hay que procurar no perderse ni volverse partidario de esemundo dehmeliano, tan lleno de angustias innitas, conusión y desorden, que dista mucho de los destinos verdaderos. Estos ha-cen surir más que esas tribulaciones pasajeras; en cambio, danmayor oportunidad para llegar a lo sublime y más valor para al-

canzar lo eterno.En cuanto a mis propios libros, mi mayor gusto sería en-

 viarle todos los que pudieran causarle alguna alegría. Pero soy muy pobre, y mis libros, una vez publicados, ya no me pertene-

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cen. Ni siquiera los puedo comprar para darlos, como a menudo

sería mi deseo, a quienes sabrían acogerlos con amor. Por esto leindico en una cuartilla los títulos y los editores de mis libros úl-timamente publicados —de los más recientes, se entiende, puesentre todos son ya unos doce o trece los que he dado a la im-

prenta—, y debo, estimado señor, dejar a su voluntad el encargaralguno de ellos, cuando se le presente la ocasión.Me es grato saber que mis libros están con usted. Adiós.

 Su Rainer María Rilke.

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IV  Worpswede, cerca de Bremen, a 16 de julio de 1903

He abandonado París hace unos días, por cierto bastante ener-

mo y cansado, para acogerme a esta gran llanura norteña que,con su amplitud, su calma y su cielo, ha de devolverme la salud.Pero aquí he venido a caer bajo una lluvia persistente hasta hoy,que es cuando empieza a escampar un poco sobre esta comarca,sin sosiego azotada por los vientos. Aprovecho, estimado señor,este primer momento de claridad, para saludarle.

Mi querido señor Kappus: he dejado mucho tiempo sinrespuesta una carta suya. No porque la hubiese olvidado. Alcontrario: es una de esas cartas que nos agrada releer cuando

 volvemos a encontrarlas entre otras, y en ella lo reconocí a ustedcomo desde muy cerca. Me reero a su carta del 2 de mayo, queseguramente recordará. Cuando la leo, como ahora, en mediodel gran silencio de estas lejanías, su bella inquietud por la vida

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me causa una emoción aun más intensa que la que sentí ya en

París, donde todo suena de otro modo y acaba por perderse, des- vaneciéndose entre el enorme estruendo que allí hace retemblartodas las cosas. Aquí, rodeado de un imponente paisaje batidopor los vientos que los mares le envían, siento que a esas pre-

guntas e inquietudes, que por sí mismas y allá en sus proundi-dades tienen vida propia, nadie puede contestarle. Pues aun losmejores yerran con sus palabras, cuando éstas han de expresaralgo en extremo sutil y casi ineable.

Creo, sin embargo, que usted no ha de quedar sin soluciónsi sabe atenerse a unas cosas que se parezcan a éstas en que aho-ra se recrean mis ojos. Si se atiene a la naturaleza, a lo que hay desencillo en ella; a lo pequeño que apenas se ve y que tan improvi-sadamente puede llegar a ser grande, inmenso; si siente este cari-

ño hacia las cosas ínmas y, con toda sencillez, como quien prestaun servicio, trata de ganar la conanza de lo que parece pobre, en-tonces todo se tornará más ácil, más armonioso, de algún modomás avenible. Tal vez no en el ámbito de la razón, que, asombrada,

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se queda atrás, pero sí en lo más hondo de su conocimiento, en el

constante velar de su alma, en su más íntimo saber.Por ser usted tan joven, estimado señor, y por hallarse tan

lejos aún de todo comienzo, yo querría rogarle, como mejor sepahacerlo, que tenga paciencia rente a todo cuanto en su corazón

no esté todavía resuelto. Y procure encariñarse con las preguntasmismas, como si uesen habitaciones cerradas o libros escritosen un idioma muy extraño. No busque de momento las respues-tas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted no sabría vivirlas aún —y se trata precisamente de vivirlo todo—. Viva us-

ted ahora sus interrogantes. Tal vez, sin advertirlo siquiera, llegueasí a internarse poco a poco en la respuesta anhelada y, en al-gún día lejano, se encuentre con que ya la está viviendo también.Quizás lleve usted en sí la acultad de crear y de plasmar, que es

un modo de vivir privilegiadamente eliz y puro. Edúquese a sí mismo para esto, pero acoja cuanto venga luego, con suma con-anza. Y siempre que ello proceda de su propia voluntad o de al-guna honda necesidad, écheselo a cuestas sin renegar de nada.

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El sexo es una dura y ardua carga, sí, pero es duro y ar-

duo cuanto nos ha sido encomendado. Casi todo lo que es serioes también arduo, y todo es serio… Con tal que usted reconoz-ca esto y, conorme a su peculiar modo de ser y a sus aptitudes,merced a su inancia, a su experiencia y a sus propias uerzas,

llegue por sí mismo a conseguir y a mantener con el sexo una re-lación del todo propia y personal, libre de la infuencia que por locomún ejercen convencionalismos y costumbres, ya no debe te-mer entonces ni el perderse a sí mismo, ni el hacerse indigno desu más preciado bien.

El goce propio del sexo es una emoción sensual como el sim-ple mirar. O como la mera sensación que colma la lengua mien-tras saborea una hermosa ruta. Es una experiencia grande, in-nita, que nos es regalada. Un conocer del mundo, la plenitud y el

esplendor de todo saber… Y lo malo no está en vivir esta expe-riencia, sino en que casi todos abusen de ella y la malgasten. Em-pleándola como incentivo y esparcimiento en los momentos demayor lasitud, en vez de vivirla con recogimiento para alcanzar

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sublimes culminaciones. También del comer, por cierto, han he-

cho los hombres otra cosa; por un lado la miseria, por otro la opu-lencia excesiva, han empañado la nitidez de esta necesidad. Demodo parecido se enturbiaron también otras proundas y sencillasnecesidades en virtud de las cuales la vida se renueva. Pero cada

quien, por sí mismo, puede tratar de devolverles su pureza, vivién-dolas con límpida sencillez. Si esto no está al alcance de cualquierindividuo —porque cada cual depende demasiado de otros—, sí está al alcance de la persona solitaria. Puede ella recordar que tan-to en las plantas como en los animales, toda belleza es una ca-

llada y persistente orma de amor y anhelo. Puede también ver alos animales como ve a las plantas: uniéndose, multiplicándose y creciendo, no por ningún placer ni por ningún surimiento ísico,sino doblegándose ante necesidades más grandes que el goce y 

el dolor, más poderosas que toda voluntad y que toda resistencia.¡Oh, si el humano pudiese acoger con ánimo más humilde y llevarcon mayor seriedad este misterio, del que está llena la Tierra has-ta en sus cosas más pequeñas! ¡Y lo soportara, sintiendo cuán te-

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rrible y agobiante es su peso, en vez de tomarlo a la ligera! ¡Y se

inclinara con prounda veneración ante su propia ecundidad, quees una sola! ¡Tanto si parece espiritual como si parece material!Pues también el crear del espíritu arranca del mundo ísico; es desu misma esencia y como una reproducción más sutil, más em-

briagadora y más perenne del goce carnal.“La idea de ser creador, de engendrar, de dar orma y vida”nada es sin su amplia, perpetua conrmación y realización en eluniverso. Nada sin el ascenso que, de mil modos repetido, ema-na de los animales y de las cosas. Y si su disrute resulta indecible-

mente bello y rico, es sólo porque está pleno de recuerdos hereda-dos de los engendramientos y partos de millones de seres que nosprecedieron… En un pensamiento creador reviven miles y milesde noches de amor olvidadas, que lo llenan de nobleza y excelsi-

tud. Y los que en las noches se unen, entrelazados y voluptuosa-mente mecidos en su amor, llevan a cabo una empresa muy se-ria, y atesoran dulzura, hondura y uerza para el himno de algúnpoeta venidero, que un día se alzará para cantar ineables delicias.

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 Así llaman al porvenir. Y aunque yerren, aun cuando sean ciegos

sus abrazos, el porvenir llega. Surge un nuevo ser, y en el ámbi-to de lo posible que ahí parece haberse consumado, despierta laley en virtud de la cual un germen de vida vigoroso y resistenteirrumpe con ímpetu, abriéndose paso hacia el óvulo que, dispues-

to, sale a su encuentro. No se deje engañar por lo que aparezca enla supercie. En las proundidades es donde todo se vuelve ley. Y aquellos que vivan alsa y torpemente ese misterio —son muchí-simos—, sólo para sí mismos lo pierden. Pues, con todo, lo retras-miten como un mensaje cerrado, sin llegar a conocerlo. Tampoco

debe desconcertarse ante la multiplicidad de los nombres, ni antela complejidad de las cosas. Quizás haya por encima de todo unagran maternidad como anhelo común… La hermosura de una virgen, es decir de un ser que —como usted lo dene con tan be-

llas palabras— “no ha dado aún nada de sí”, es maternidad que sepresiente. a sí misma, y se prepara temerosa y anhelante: Y la be-lleza de la madre es maternidad empeñada en su servidumbre: Y en la mujer anciana perdura una gran remembranza.

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 Yo creo que también en el hombre hay maternidad. Tanto

en su espíritu como en su cuerpo. Pues su modo de engendrar esigualmente una especie de parto. También es parto cuando creaal impulso de una íntima plenitud. Acaso haya entre los sexosmayor grado de parentesco y anidad que el que se supone co-

múnmente. Y la gran Renovación del mundo consistirá quizás enque el hombre y la mujer, una vez libres de todo also sentir y detodo hastío, ya no se buscarán mutuamente como seres opues-tos y contrarios, sino como hermanos y allegados. Uniéndosecomo humanos, para sobrellevar juntos, con seriedad, sencillez y 

paciencia, el arduo sexo que les ha sido impuesto.Pero todo cuanto tal vez algún día llegue a ser asequible

para muchos, lo puede aprestar ya desde ahora el individuo so-litario, edicándolo con sus manos que yerran menos. Por eso,

estimado señor, ame su soledad y soporte el surimiento que lecausa, proriendo su queja con acentos armoniosos. Si, comodice, siente que están lejos de usted los seres más allegados, esseñal de que ya comienza a ensancharse el ámbito que lo rodea.

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 Y si lo cercano se halla tan lejos, es que la amplitud de su vida

ha crecido mucho y alcanza ya las estrellas. Alégrese de su pro-pio crecimiento, en el cual, por cierto, a nadie puede llevar con-sigo. Y sea bueno con cuantos se queden rezagados, permane-ciendo seguro y tranquilo ante ellos, sin atormentarlos con sus

dudas ni asombrarles con su rme conanza en sí mismo, o consu alegría, que ellos no sabrían comprender. Trate de conseguiralgún modo de convivencia con ellos. Un algo común, que seasencillo, modesto, sincero, que no tenga necesidad de alterarse,aunque usted siga transormándose más y más cada día. Ame la

 vida que en ellos se maniesta en orma extraña a la suya propia. Y sea indulgente con quienes van envejeciendo, y temen la sole-dad en que usted tanto conía. Evite enconar con nuevos moti- vos el drama siempre tenso entre padres e hijos, que en los jóve-

nes consume muchas uerzas, y en los ancianos corroe ese cari-ño que siempre obra y da su calor, aun cuando no comprenda…No les pida consejo, ni cuente con su comprensión. Pero tenga een un amor que le queda reservado como una herencia, y abri-

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gue la certeza de que hay en este amor una uerza y también una

bendición, de cuyo ámbito no necesita usted salirse para llegarmuy lejos.

Está bien que, por lo pronto, se desenvuelva en una carre-ra que lo vuelva independiente y le conera completa autono-

mía en todos los sentidos. Aguarde con paciencia hasta poderaveriguar si su vida íntima se siente limitada y cohibida por lasormas propias de esta proesión. Yo la tengo por muy diícil y llena de exigencias, porque está gravada de muchos y grandesconvencionalismos. Y porque en ella hay apenas cabida para una

concepción personal de sus cometidos. Pero su soledad, aun enmedio de circunstancias extrañas a su modo de ser, le servirá desostén y de hogar. Y desde ahí podrá usted descubrir todos suscaminos.

Mis mejores votos se hallan prontos a acompañarle, y miconanza está con usted. 

Su Rainer María Rilke.

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 V Roma, 29 de octubre de 1903

Estimado señor :

Su carta del 29 de agosto, la recibí ya en Florencia, y apenas aho-ra, después de dos meses, le hablo de ella. Le ruego me perdo-ne esta demora, pero es que cuando estoy de viaje no me agradaescribir cartas. Para ello necesito algo más que los avíos impres-cindibles: un poco de calma y de soledad, y también alguna hora

que no sea demasiado extraña a mi íntimo sentir.Llegamos a Roma hace unas seis semanas, en época en

que aun era la Roma desierta, calurosa y mal aamada por susebres. Esta circunstancia, junto con otras dicultades de orden

práctico, relativas a nuestra instalación, contribuyó a que nuestrodesasosiego pareciera no querer acabar nunca, y nos agobiara laestancia en país extraño, haciéndonos sentir el peso del vivir sinhogar, como en destierro. A esto hay que añadir que Roma, en

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los primeros días —cuando no se conoce aún—, inunde en los

ánimos una melancolía que abruma por ese ambiente de museo,exánime y triste, que aquí se respira. Por la prousión de gloriaspasadas que se sacan a relucir y a duras penas se mantienen enpie, mientras de ellas se nutre un presente mezquino. Y también

por esa desmedida valoración —que omentan eruditos y lólo-gos y remedan los rutinarios visitantes de Italia— de tantas co-sas desguradas y gastadas que, en realidad, no son sino res-tos casuales de otra época y de una vida que ni es ni ha de ser lanuestra.

Por n, tras varias semanas de brega diaria en actitud de-ensiva, vuelve uno, si bien algo aturdido aún, a encontrarse a sí mismo, y piensa: No, aquí no hay más belleza que en cualquierotro sitio. Y todas estas cosas que generaciones tras generacio-

nes han seguido admirando, y que torpes manos de peones hanido rehaciendo y completando, nada signican, nada son, no tie-nen alma ni valor alguno. Sin embargo, hay aquí mucha belleza,porque en todas partes la hay. Aguas rebosantes de vida innita

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 vienen afuyendo por los antiguos acueductos a la gran urbe y,

en múltiples plazas, saltan y bailan en conchas de piedra blanca,para derramarse y esparcirse luego en anchos y espaciosos es-tanques, musitando de día y alzando su murmullo en la noche,que aquí es grandiosa y estrellada, y suave por el hálito de los

 vientos que la orean.“Aquí hay también jardines, inolvidables alamedas y esca-linatas, ideadas éstas por Miguel Ángel a semejanza de las aguasque se deslizan y caen en cascadas de amplio declive, nacien-do cada grada de otra grada, como una onda nace de otra onda.

Merced a tales impresiones, logramos recogernos y recobrarnos,librándonos de lo mucho que aquí hay de presuntuoso y habla-dor; —¡y cuánto habla!… De este modo aprendemos despacio adiscernir las muy pocas cosas en que perdura algo eterno, digno

de nuestro amor, y alguna soledad, de la cual podemos partici-par quedamente. Aún habito en la ciudad, junto al Capitolio, no muy lejos de

la más bella estatua ecuestre que nos haya quedado bien conser-

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 vada del arte romano: la de Marco Aurelio. Pero dentro de pocas

semanas me alojaré en un cuarto silencioso y sencillo —antiguagalería perdida en lo más recóndito de un gran parque y oculta ala ciudad, a su bullicio y a sus azares—. Ahí permaneceré duran-te todo el invierno, gozando de esa gran quietud, de la cual es-

pero el regalo de algunas horas buenas y ecundas.Desde allí, donde me será ya más ácil sentirme como enmi propia casa, le escribiré una carta más extensa, y en ella vol- veré a hablarle de la suya. Hoy sólo he de decirle —y quizás seaun error el no haberlo hecho antes— que no ha llegado aquí el

libro anunciado en su carta, en el cual habían de venir insertosalgunos trabajos suyos. ¿Le habrá sido devuelto desde Worp-swede, ya que no está permitido reexpedir paquetes al exterior?Esta probabilidad sería sin duda la más avorable, y me agradaría

saberla conrmada. ¡Ojalá no se trate de una pérdida que, des-aortunadamente, lo sería por cierto nada excepcional, dadas lascondiciones que imperan en el servicio de correos italiano!

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También ese libro, como todo cuanto me dé alguna señal

de usted, lo habría recibido con agrado, y los versos que hayansurgido entre tanto los leeré siempre, si usted me los conía, y  volveré a leerlos, a sentirlos, a vivirlos, tan bien y tan entrañable-mente como yo sepa hacerlo.

Con mis mejores deseos y saludos,  Su Rainer María Rilke.

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 VIRoma, 23 de diciembre de 1903

Estimado señor Kappus:

No ha de quedar sin mi saludo, ahora que llegan las Navidades, y que en medio de tantas estas debe pesarle su soledad másaún que de costumbre. Pero si siente que esta soledad es grande,alégrese. Pues —así ha de preguntárselo a sí mismo— ¿que seríauna soledad que no tuviera su grandeza? Sólo hay una soledad.

Es grande y diícil de soportar. Y casi a todos nos llegan horas enque de buen grado la cederíamos a trueque de cualquier convi- vencia. Por muy trivial y mezquina que uere. Hasta por la merailusión de una ínma coincidencia con cualquier otro ser. Con el

primero que se presente, aunque resulte tal vez el menos digno.Mas acaso sean éstas, precisamente, las horas en que la soledadcrece, pues su desarrollo es doloroso como el crecimiento de losniños y triste como el comienzo de la primavera. Ello, sin em-

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bargo, no debe desconcertarle, pues lo único que por cierto hace

alta es esto: Soledad, grande, íntima soledad. Adentrarse en sí mismo, y, durante horas y horas, no encontrar a nadie… Esto eslo que importa saber conseguir. Estar solos como estuvimos so-los cuando niños, mientras en derredor nuestro iban los mayo-

res de un lado para otro, enredados en cosas que parecían im-portantes y grandes sólo porque ellos se mostraban atareados, y porque nosotros nada entendíamos de sus quehaceres.

 Ahora bien: si un día se acaba por descubrir cuán pobresson sus ocupaciones, y se echa de ver que sus proesiones es-

tán yertas y altas ya de todo nexo con la vida, ¿por qué no se-guir entonces mirando todo eso con los ojos de la inancia, comosi uese algo extraño? ¿Por qué no mirarlo todo desde la proun-didad de nuestro propio mundo, desde las extensas regiones de

nuestra propia soledad, que es también trabajo y dignidad y o-cio? ¿Por qué empeñarse en querer cambiar el sabio no enten-der del niño por un espíritu constantemente en guardia y llenode desprecio rente a los demás, ya que no comprender es estar

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solo, mientras deenderse y despreciar equivale a tomar parte en

aquello de lo cual uno quiere precisamente desligarse por talesmedios?

Piense, muy estimado señor, en el mundo que lleva en sí mismo, y dé a este pensar el nombre que guste. Así sea recuerdo

de la propia inancia, o anhelo del propio porvenir. Sobre todo,permanezca siempre atento a cuanto se alce en su alma, y pón-galo por encima de todo lo que perciba en torno suyo. Siempreha de merecer todo su amor cuanto acontezca en lo más íntimode su ser. En ello debe usted laborar de algún modo, y no perder

demasiado tiempo ni demasiado ánimo en esclarecer su posi-ción rente a sus semejantes. ¿Hay acaso quien pueda asegurarleque usted tiene siquiera posición alguna?

 Ya sé, la carrera militar es para usted dura y llena de cosas

que se hallan en contradicción con su modo de ser. Yo preveía suqueja y sabía que no dejaría de llegar. Ahora que ha llegado, nosé cómo aquietarla. Sólo puedo aconsejarle que considere si to-das las proesiones no son también así: llenas de exigencias y de

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hostilidad para cada individuo y, en cierto modo, saturadas del

odio de cuantos se han conormado, mudos y huraños en su sor-do rencor, con el cumplimiento de un deber insulso y gris, altode toda ilusión… La posición en que ha de vivir ahora no se ha-lla más gravada de convencionalismos, prejuicios y errores, que

cualquier otro estado. Si bien hay algunos que hacen alarde demayor libertad, no existe de veras ninguno que por dentro seadesahogado y amplio, y tenga relación con las grandes cosas enque consiste la verdadera vida. Únicamente el hombre solitarioestá sometido, cual una cosa, a las leyes proundas de la natu-

raleza. Y cuando uno sale al encuentro de la naciente mañana,o con su mirada penetra en la noche preñada de sucesos, sin-tiendo cuanto ahí acaece, entonces se desprende de él, cual deun muerto, toda condición, aunque él se halle en medio del más

puro vivir.Lo que usted, muy estimado señor Kappus, ha de sentirahora como militar, lo habría sentido de modo parecido en cual-quier otra carrera. Y aun cuando, uera de todo cargo y empleo,

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hubiese procurado mantener con la sociedad tan sólo una tenue

orma de contacto, que dejase a salvo su independencia, no poreso le habría sido ahorrado el sentirse cohibido. En todas par-tes ocurre lo mismo, pero esto no ha de ser motivo para sentirangustia ni tristeza. Si no hay nada de común entre usted y los

hombres, procure vivir cerca de las cosas; ellas no lo abando-narán. Aún hay noches y vientos que van por entre los árboles y por encima de muchas tierras; aún, en cosas y animales, estátodo lleno de sucesos que usted puede compartir. Y también losniños siguen siendo todavía como usted ue de niño: tan tristes y 

tan elices. En cuanto usted piense en su propia inancia, volveráa vivir entre ellos, entre los niños solitarios. Y entonces las perso-nas mayores ya no signicarán nada, ni tendrá valor alguno todasu dignidad.

Si lo angustia y tortura el pensar en la inancia, en la senci-llez y quietud que con ella van enlazadas —porque usted ya nosabe creer en Dios, que está presente en todo ello—, pregúnteseentonces a sí mismo, querido amigo, si es que de veras ha per-

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dido a Dios. ¿No será más cierto que nunca lo ha poseído aún?

Pues ¿cuándo habría podido ser? ¿Cree usted que un niño pue-da tenerle a Él, a quien sólo con gran esuerzo logran llevar losque ya son hombres, y cuyo peso doblega a los ancianos? ¿Creeusted que si alguien lo poseyera de verdad, podría jamás perder-

le como se pierde una piedrecita? ¿No le parece mas bien, comoa mí, que quien lo poseyese, ya sólo podría ser perdido por Él?… Ahora bien: si usted reconoce que Él nunca se halló en su inan-cia, y que antes tampoco ue; si llega a sospechar que Cristo uedeslumbrado por su inmenso anhelo, y Mahoma engañado por

su gran orgullo; si con espanto siente que tampoco ahora estápresente, en este mismo instante en que de Él estamos hablan-do, ¿con qué derecho pretende entonces echarlo de menos, a Élque nunca ue, como a un ser que hubiese pasado y desapare-

cido? ¿Y qué le autoriza a buscarlo como si se hubiera perdido?¿Por qué no piensa más bien que Él es aquél que aun ha de ve-nir, el que desde hace una eternidad está por llegar: el Venidero,ruto supremo de un árbol cuyas hojas somos nosotros? ¿Qué

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le impide proyectar su nacimiento hacia los tiempos por venir?

 Y ¿qué le priva de vivir su propia vida, como se vive un día do-loroso y bello en la larga historia de una magna preñez? ¿No vecómo todo cuanto acontece es siempre un comienzo? Y ¿no po-dría ser esto el principio de Él, ya que todo comenzar es en sí tan

bello? Si él es el más perecto, ¿no ha de precederle orzosamen-te algo menos grande, para que Él pueda elegir su propio ser deentre la plenitud y la abundancia? ¿No debe Él ser el último, parapoder abarcarlo todo en sí mismo? ¿Qué sentido tendría nuestraexistencia si aquél a quien anhelamos hubiera sido ya?…

 Así como las abejas liban y juntan la miel también nosotrosextraemos de todo lo más dulce para edicarlo a Él. Podemos ini-ciarlo también con lo ínmo, con lo que menos presencia tenga,siempre que suceda por amor. Con el trabajo y luego con el re-

poso. Con un silencio. Con una pequeña y solitaria alegría. Contodo cuanto realicemos solos, sin partícipes ni seguidores, ini-ciamos a Él a quien no alcanzaremos a conocer, como tampoconuestros antepasados pudieron conocernos a nosotros. Sin em-

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bargo, esos que hace tanto tiempo pasaron, están aún dentro de

nosotros. Como depósito, herencia y undamento. Como cargaque pesa sobre nuestro destino. Como sangre que bulle, y comoademán que se alza desde las proundidades del tiempo. ¿Hay algo que logre arrebatarle la esperanza de llegar algún día a estar

del mismo modo en Él, que es el más lejano, el supremo?…Celebre, estimado señor Kappus, las Navidades con el pia-doso sentimiento de que Él, para poder empezar, necesite tal vezde esta misma angustia que usted abriga rente a la vida. Preci-samente estos días de transición son quizás la época en que todo

en usted labora para moldearle a Él, como también antes, cuan-do niño, trabajó ya, anhelante, en darle orma. Tenga paciencia y serenidad. Y piense que lo menos que podemos hacer es no po-nerle nosotros más trabas a su desarrollo que la tierra a la prima-

 vera, cuando ésta quiere llegar. ¡Quede contento y conado!  Su Rainer María Rilke.

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 VIIRoma, 14 de mayo de 1904

Muy estimado señor Kappus:

Ha pasado mucho tiempo desde que recibí su última carta. Nome lo tome a mal: primero el trabajo, luego los contratiempos, y por último mis dolencias estuvieron retrayéndome una y otra vezde darle esta respuesta que —tal era mi deseo— había de llegar-le como ruto de unos días apacibles y buenos. Ahora vuelvo a

encontrarme un tanto mejor —también aquí se hizo sentir dura-mente el comienzo de la primavera con sus malignas y capricho-sas variaciones—. Así llego por n a saludarlo, estimado señorKappus, y a decirle con sumo gusto, de todo corazón y como yo

mejor sepa, esto y aquello en contestación a su carta. He copiadosu soneto por hallarlo bello y sencillo, y porque está compuestocon tan recatado primor. Son éstos los mejores versos suyos queme ha sido dado leer. Ahora le entrego la copia que de ellos hice,

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porque sé cuánta importancia tiene y qué caudal de nuevas ex-

periencias nos descubre el volver a encontrar un trabajo propio,escrito con letra ajena. Lea estos versos como si ueran de otro, y sentirá en lo más hondo del alma cuán suyos son.

Ha sido para mí una gran alegría el leer a menudo su so-

neto y su carta. Por ambas cosas le doy las gracias. No debe de- jarse desviar en su soledad porque haya en usted algo que an-síe evadirse de ella. Precisamente este deseo, si usted sabe apro- vecharlo con serenidad y dominio, sirviéndose de él como deun instrumento, le ayudará a ensanchar su soledad en dilatado

campo. La gente, valiéndose de criterios convencionales, lo tienetodo resuelto, inclinándose siempre hacia lo más ácil, y buscan-do incluso el lado más ácil de lo ácil. Pero está claro que nues-tro deber es atenernos a lo que es arduo y diícil. Todo cuanto

 vive se atiene a ello. Todo en la naturaleza crece y lucha a su ma-nera y constituye por sí mismo algo propio, procurando serlo atoda costa y en contra de todo lo que se le oponga. Poca cosa sa-bemos, pero que siempre debemos atenernos a lo diícil es una

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certeza que nunca nos abandonará. Es bueno estar solo, porque

también la soledad resulta diícil. Y el que algo sea diícil debe serpara nosotros un motivo más para hacerlo.

También es bueno amar, pues el amor es cosa diícil. Elamor de un ser humano hacia otro: esto es quizás lo más dií-cil que nos haya sido encomendado. Lo último, la prueba supre-ma, la tarea nal, ante la cual todas las demás tareas no son sinopreparación. Por eso no saben ni pueden amar aún los jóvenes,que en todo son principiantes. Han de aprenderlo. Con todo suser, con todas sus uerzas reunidas en torno a su corazón solita-

rio y angustiado, que palpita alborotadamente, deben aprender aamar. Pero todo aprendizaje es siempre un largo periodo de reti-ro y clausura. Así, el amor es por mucho tiempo y hasta muy le- jos dentro de la vida, soledad, aislamiento crecido y ahondado

para el que ama. Amar no es, en principio, nada que pueda sig-nicar absorberse en otro ser, ni entregarse y unirse a él. Pues,¿qué sería una unión entre seres inacabados, altos de luz y de li-bertad? Amar es más bien una oportunidad, un motivo sublime,

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que se orece a cada individuo para madurar y llegar a ser algo

en sí mismo; para volverse mundo, todo un mundo, por amora otro. Es una gran exigencia, un reto, una demanda ambiciosa,que se le presenta y le requiere; algo que le elige y le llama paracumplir con un amplio y trascendental cometido. Sólo en estesentido, es decir, tomándolo como deber y tarea para orjarse así mismo, “escuchando y martilleando día y noche”, es como los jóvenes deberían valerse del amor que les es dado. Ni el absor-berse mutuamente, ni el entregarse, ni cualquier otra orma deunión, son cosas hechas para ellos, que por mucho tiempo aún

han de acopiar y ahorrar. Pues todo eso es la meta nal. Lo úl-timo que se pueda alcanzar. Es tal vez aquello para lo cual, porahora, resulta apenas suciente la vida de los hombres.

Pero en esto yerran los jóvenes tan a menudo y tan gra-

 vemente. Ellos, en cuya naturaleza está el no tener paciencia, searrojan y se entregan, unos en brazos de otros, cuando les sobre-coge el amor. Se prodigan y desparraman tal como son, aun sindesbrozar, con todo su desorden y su conusión… Mas ¿qué ha de

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suceder luego? ¡Qué ha de hacer la vida con ese montón de aa-

nes truncos, que ellos llaman su convivir, su unión, y que, de serposible, desearían poder llamar su elicidad, y aún más: su por- venir! Ahí se pierde cada cual a sí mismo por amor al otro. Pier-de igualmente al otro, y a muchos más que aún habían de llegar.Pierde también un sin n de horizontes y de posibilidades, tro-cando el fujo y el refujo de posibilidades de sutil presentimientopor un estéril desconcierto, del cual ya nada puede brotar. Nadasino un poco de hastío, desencanto y miseria, y el buscar tal vez lasalvación en alguno de los múltiples convencionalismos que, cual

reugios abiertos a todo el mundo, están dispuestos en gran nú-mero al borde de este peligrosísimo camino. Ninguna región delsentir humano se halla tan provista de convencionalismos comoésta. Ahí hay salvavidas de variadísima invención: botes, vejigas,

fotadores…; recursos y medios de escape de toda clase supo crearla sociedad, ya que por hallarse predispuesta a tomar la vida amo-rosa como mero placer, tuvo también que hacerla ácil, barata, se-gura y sin riesgos, como suelen ser las diversiones públicas.

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Por cierto, muchos jóvenes que aman de un modo also, es

decir haciendo del amor una simple entrega y rehuyendo la sole-dad —nunca llegará a más el promedio de los humanos—, sien-ten el peso de su alta, y también a este trance en que han venidoa encontrarse, quieren inundirle vida y ecundidad de una mane-ra propia y personal. Pues su naturaleza les revela que las cuestio-nes de amor, menos aun que cualquier otra cosa de importancia, jamás pueden ser dirimidas por algún procedimiento de carácterpúblico, de conormidad con tal o cual convenio. Ya que son asun-tos privados de cada cual y deben resolverse de modo individual,

de ser a ser, precisando en cada caso de una solución exclusiva-mente personal; pero, ¿cómo ha de ser posible que ellos, quienesal juntarse se han despeñado y hundido en una misma conusión,dejando de deslindarse y de distinguirse el uno del otro, y no po-

seyendo, por tanto, nada propio ya, acierten a dar con alguna sali-da, por sí mismos, desde el abismo de su derrumbada soledad?Obran en virtud de un común desamparo y, cuando lue-

go quieren, con la mejor voluntad, rehuir algún convencionalis-

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mo notorio —por ejemplo el matrimonio—, caen en las tenazas

de otra solución convencional, tal vez menos maniesta, peroigualmente mortal; pues ahí —dentro de un amplio ámbito quelos rodea— todo es convención. Allí donde se actúe al impulsode una confuencia prematura y de un turbio convivir, cualquierlazo que derive de tal desorden tiene su convencionalismo, pormuy insólito que parezca; es decir, aunque resulte “inmoral” enel sentido corriente de la palabra. Hasta la separación viene a serun paso convencional, una decisión nacida del azar, impersonal y sin uerza ni ruto.

Quien seriamente repare en ello, descubre que, como parala muerte, que es cosa diícil, tampoco para el arduo cometidodel amor se han hallado aún ni luz ni solución ni señal ni cami-no. Para esas dos tareas —amor y muerte—, que veladas y ocul-tas llevamos dentro, y que retransmitimos a otros sin descorrerel velo que las cubre, no se podrá dar con ninguna regla comúnque se unde en algún convenio. Pero en la misma medida enque iniciemos nuestros intentos de vivir cada cual como un ser

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independiente, esos magnos asuntos nos encontrarán, a cada

uno de nosotros, más próximos a ellos. Las exigencias que la di-ícil tarea del amor presenta a nuestro desarrollo, son de inmen-sa magnitud. Nosotros, como principiantes, no estamos a su al-tura. Pero si a pesar de todo sabemos perseverar y llevamos esteamor a cuestas, como carga y aprendizaje, en lugar de perdernosen ese juego ácil y rívolo, tras del cual los hombres se han es-condido para eludir cuanto hay de más serio y de más grave ensu existencia, entonces, un pequeño progreso y algún alivio se-rán tal vez perceptibles para aquellos que lleguen largo tiempo

después de nosotros. Y esto ya sería mucho…Es que apenas ahora empezamos a considerar las relacio-

nes entre un individuo y otro, sin prejuicios y de manera ob- jetiva. Los intentos que vamos realizando a n de vivir talesrelaciones nada tienen ante sí que les pueda servir de ejem-plo. Sin embargo, se dan ya en el correr y mudar del tiempomuchas cosas que quieren acudir en auxilio de nuestro tímidoprincipiar.

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La mujer, en su propio desenvolvimiento más reciente,

sólo por algún tiempo y de modo pasajero imitará los hábi-tos y modales masculinos, buenos y malos, ejerciendo a su vezlas proesiones generalmente reservadas al hombre. Tras la in-certidumbre de tales etapas transitorias, quedará de maniestoque si las mujeres han pasado por la gran variedad y la conti-nua mudanza de esos disraces a menudo risibles, ue tan sólopara poder depurar su modo de ser peculiarísimo, y limpiar-lo de las infuencias deormadoras del otro sexo. Por cierto, lasmujeres, en quienes la vida se detiene, permanece y mora de

una manera más inmediata, más ecunda, más conada, de-ben de haberse hecho seres más maduros y más humanos queel hombre. Este, además de liviano —por no obligarlo el pesode ningún ruto de sus entrañas a descender bajo la super-cie de la vida—, es también engreído, presuroso, atropellado, y menosprecia en realidad lo que cree amar… Esta más hon-da humanidad de la mujer, consumada entre surimientos y humillaciones, saldrá a la luz y llegará a resplandecer cuando

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en las mudanzas y transormaciones de su condición externa

se haya desprendido y librado de los convencionalismos añe- jos a lo meramente emenino. Los hombres, que no presientenaún su advenimiento, quedarán sorprendidos y vencidos. Lle-gará un día que indudables signos precursores anuncian ya demodo elocuente y brillante, sobre todo en los países nórdicos,en que aparecerá la mujer cuyo nombre ya no signicará sóloalgo opuesto al hombre, sino algo propio, independiente. Nadaque haga pensar en complemento ni en límite, sino tan sólo en vida y en ser: el Humano emenino…

Tal progreso —al principio muy en contra de la voluntad delos hombres, que se verán rebasados y superados— transorma-rá de modo radical la vida amorosa, ahora llena de errores, y laconvertirá en una relación tal, que se entenderá de ser humanoa ser humano y ya no de varón a hembra. Este amor más huma-no, que se consumará con delicadeza y dulzura innitas —impe-rando luz y bondad, así en el unirse como en el desligarse— seasemejará al que vamos preparando entre luchas y penosos es-

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uerzos: el amor que consista en que dos soledades se protejan,

se deslinden y se saluden mutuamente… Además, esto: no crea que se haya perdido aquel gran amor

que le ue encomendado antaño, cuando aún era niño. ¿Acasopuede armar usted que no maduraron entonces en su corazón,grandes y buenos anhelos, y propósitos de los que aun hoy sigue viviendo? Yo creo que ese amor perdura tan uerte y poderoso ensu recuerdo, porque ue su primer aislamiento proundo. Y tam-bién la primera labor que realizó en aras de su vida. ¡Todos misbuenos deseos para usted, querido señor Kappus!

 Su Rainer María Rilke.

VIII

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 VIIIBorgeby Gard, Fladie, Suecia, 12 de agosto de 1904

Quiero volver a hablarle un rato, querido señor Kappus, aunque yo casi nada sepa decirle que pueda procurarle algún alivio. Nisiquiera algo que alcance a serle útil. Usted ha tenido muchas y grandes tristezas, que ya pasaron, y me dice que incluso el paso deesas tristezas ue para usted duro y motivo de desazón. Pero yo leruego que considere si ellas no han pasado más bien por en medio

de su vida misma. Si en usted no se transormaron muchas cosas. Y si, mientras estaba triste, no cambió en alguna parte —en cual-quier parte— de su ser. Malas y peligrosas son tan sólo aquellastristezas que uno lleva entre la gente para soocarlas. Cual ener-medades tratadas de manera supercial y torpe, suelen eclipsarsepara reaparecer tras breve pausa, y hacen erupción con mayor vio-lencia. Se acumulan dentro del alma y son vida. Pero vida no vivi-da, despreciada, perdida, por cuya causa se puede llegar a morir.

Si nos uese posible ver más allá de cuanto alcanza y abarca

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Si nos uese posible ver más allá de cuanto alcanza y abarca

nuestro saber, y hasta un poco más allá de las exploraciones denuestro sentir, tal vez sobrellevaríamos entonces nuestras triste-zas más conadamente que nuestras alegrías. Pues ésos son losmomentos en que algo nuevo, algo desconocido, entra en no-sotros. Nuestros sentidos enmudecen, encogidos, espantados.Todo en nosotros se repliega. Surge una pausa llena de silen-cio, y lo nuevo, que nadie conoce, se alza en medio de todo ello y calla…

 Yo creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de

tensión que experimentamos como si se tratara de una parálisis.Porque ya no percibimos el vivir de nuestros sentidos enajena-dos, y nos encontramos solos con lo extraño que ha penetradoen nosotros. Porque se nos arrebata por un instante todo cuantonos es amiliar, habitual. Y porque nos hallamos en medio de unatransición, en la cual no podemos detenernos.

Por eso pasa la tristeza. Lo nuevo que está en nosotros, lorecién llegado, se nos entra en el corazón, se desliza en su cá-

mara más recóndita y ya tampoco está allí: está en la sangre

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mara más recóndita, y ya tampoco está allí: está en la sangre.

 Y no alcanzamos a saber lo que ue… Sería ácil hacernos creerque no sucedió nada. Sin embargo, nos transormamos como setransorma una casa en la que ha entrado un huésped. No po-demos decir quién ha llegado. Quizás nunca logremos saberlo.Pero muchos indicios nos revelan que el porvenir entra de esemodo en nuestra vida para transormarse en nosotros muchoantes de acontecer. Por esto es tan importante permanecer so-litario y alerta cuando se está triste. Pues el instante aparente-mente yerto y sin suceso en que el porvenir nos penetra, se ha-

lla mucho más cerca de la vida que aquel otro momento, ruidoso y accidental, en que el uturo nos acaece como si proviniese deuera.

Cuanto más callados, cuanto más pacientes y sinceros se-pamos ser en nuestras tristezas tanto más prounda y resuelta-mente se adentra lo nuevo en nosotros. Tanto mejor lo hacemosnuestro, y con tanto mayor intensidad se convierte en nuestropropio destino. Así, cuando más tarde surge el día en que lo u-

turo “acontece” —es decir: cuando al brotar de dentro de noso-

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turo acontece es decir: cuando al brotar de dentro de noso

tros pasa a los demás—, nos sentimos íntimamente más anes,más allegados a él. ¡Esto es lo que hace alta! Hace alta —y aeso ha de tender paulatinamente nuestro desarrollo— que nonos suceda nada extraño, sino tan sólo aquello que desde muchotiempo atrás nos pertenezca. ¡Se ha tenido que revisar y recti-car ya tantos antiguos conceptos acerca de las leyes que rigen elmovimiento! Se aprenderá también a reconocer poco a poco quelo que llamamos destino pasa de dentro de los hombres a ue-ra, y no desde uera hacia dentro. Sólo porque tantos hombres

no supieron asimilar y transormar en su interior, cada cual supropio destino, mientras éste vivía en ellos, no alcanzaron tam-poco a conocer lo que de ellos salía. Les era tan ajeno, tan extra-ño, que ellos, llenos de pavor y de conusión, creían que debíade habérseles entrado en aquel mismo instante en que se perca-taban de su presencia. Pues hasta juraban que jamás antes ha-bían descubierto nada parecido en sí mismos. Así como durantemucho tiempo hubo error acerca del movimiento del sol, sigue

aún el engaño sobre el movimiento de lo venidero. El porvenir

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aún el engaño sobre el movimiento de lo venidero. El porvenir

está ya jo, querido señor Kappus, mas nosotros nos movemosen el espacio innito. ¡Cómo no habría de resultarnos todo muy diícil…!

 Volviendo a hablar de la soledad, aparece cada vez más cla-ramente que ella no es en rigor, nada que se pueda tomar o de- jar. Y es que somos solitarios. Uno puede querer engañarse a esterespecto y obrar como si no uese así; esto es todo. ¡Pero cuántomás vale reconocer que somos eectivamente solitarios, y hastapartir de esta base! Así, por cierto, ocurrirá que sintamos vérti-

go, pues nos vemos privados de todos los puntos de reerenciaen que solía descansar nuestra vista. Ya no hay nada cercano. Y todo lo que es lejano está innitamente lejos. Quien uera lleva-do, casi sin preparación ni transición alguna, desde su aposen-to a la cúspide de una gran montaña, tendría que experimentaralgo semejante. Se sentiría casi anonadado por una inseguridadsin igual y por el verse abandonado al capricho de algo que notiene nombre. Le parecería estar cayendo, o se creería lanzado al

espacio, o bien estallando en mil pedazos. ¡Qué enorme mentira

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debería inventar entonces su cerebro para alcanzar a recuperar elanterior estado de sus sentidos y devolverles su serenidad! Así setransorman, para quien se vuelva solitario, todas las distancias,todas las medidas. Muchos de estos cambios se producen de unmodo repentino, brusco. Y, al igual que en aquel hombre trans-portado a la cima de una montaña, surgen entonces aprensionesinsólitas, sensaciones extrañas, que parecen rebasar todo lo hu-manamente soportable. Pero es necesario que también esto lo vivamos. Debemos aceptar y asumir nuestra existencia del modo

más amplio posible. Todo, incluso lo inaudito, ha de ser viable enella. Este es, en realidad, el único valor que se nos pide y exige:tener ánimo ante las cosas más extrañas, más portentosas y másinexplicables que nos puedan suceder.

El que los hombres hayan sido cobardes en este terreno hacausado innito daño a la vida. Los sucesos a los que se da elnombre de “enómenos” o de “apariciones”, el llamado “mundoespectral”, la muerte, todas esas cosas que nos son tan anes,

han sido de tal modo desalojadas de la vida por el diario aán de

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deenderse de ellas, que los sentidos con que podríamos apre-henderlas se han atroado ¡y de Dios, ni hablar!. Mas el miedoante lo inexplicable no sólo ha empobrecido la existencia del in-dividuo. También las relaciones de ser a ser han quedado mutila-das por él. Valga el símil, han sido arrancadas del cauce de un ríocaudaloso en posibilidades innitas, para ser llevadas a un lugar yermo de la ribera, donde nada sucede. Pues no sólo por desidiase repiten las relaciones humanas con tan indecible monotonía y sin renovación alguna de un caso a otro, sino también por temor

 y recelo ante cualquier vivencia nueva y de imprevisible trascen-dencia, que uno cree superior a sus uerzas. Pero sólo quien estéapercibido para todo, sólo quien no excluya nada de su existen-cia —ni siquiera lo que sea enigmático y misterioso— lograrásentir hondamente sus relaciones con otro ser como algo vivo.Sólo él estará en condiciones de apurar por sí mismo su propia vida. Pues en cuanto consideramos la existencia de cada indivi-duo como una habitación mayor o menor, queda de manies-

to que la mayoría sólo llegan a conocer apenas un rincón de su

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aposento. Un sitio junto a la ventana; o bien alguna estrecha ajadel entarimado, que van y vienen recorriendo de un lado paraotro. Así disrutan de alguna seguridad…

Sin embargo, ¡cuánto más humana es aquella inseguridadllena de peligros que, en los cuentos de Poe, impulsa a los cauti- vos a palpar las ormas de sus horribles mazmorras y a amiliari-zarse con los indecibles terrores de su estancia! Pero nosotros nosomos presos; ni trampas, ni redes, ni lazos, se hallan apareja-dos en torno nuestro. Ni hay nada que deba causarnos angustia

o darnos tormento. Si hemos sido puestos en medio de la vida,es por ser éste el elemento al que mejor correspondemos, al quesomos más adecuados. Además, por obra de una adaptación mi-lenaria, nos hemos vuelto tan semejantes a esa vida, que cuan-do permanecemos inmóviles —merced a un eliz mimetismo—,apenas si se nos puede distinguir de cuanto nos rodea. Ningunarazón tenemos para recelar y desconar del mundo en que vivi-mos. Si entraña terrores, son nuestros terrores. Si contiene abis-

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rá caer. ¿Por qué quiere excluir de su vida toda inquietud, toda

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pena, toda tristeza, ignorando —como lo ignora— cuánto la-boran y obran en usted tales estados de ánimo? ¿Por qué quie-re perseguirse a sí mismo, preguntándose de dónde podrá ve-nir todo eso y a dónde irá a parar? ¡Bien sabe usted que se hallaen continua transición y que nada desearía tanto como transor-marse! Si algo de lo que en usted sucede es enermizo, tenga encuenta que la enermedad es el medio por el cual un organismose libra de algo extraño. En tal caso, no hay más que ayudarle aestar enermo. A poseer y dominar toda su enermedad, acili-

tando su erupción, pues en ello consiste su progreso. ¡En usted,querido señor Kappus, suceden ahora tantas cosas!… Debe te-ner paciencia como un enermo y conanza como un convale-ciente. Pues quizá sea usted lo uno y lo otro a la vez. Aun más: esusted también el médico que ha de vigilarse a sí mismo. Pero hay en toda enermedad muchos días en que el médico nada puedehacer sino esperar. Esto, sobre todo, es lo que usted debe hacerahora, mientras actúe como su propio médico.

No se observe demasiado a sí mismo. Ni saque prematuras

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conclusiones de cuanto le suceda. Deje simplemente que todoacontezca como quiera. De otra suerte, harto ácilmente incurri-ría en considerar con ánimo lleno de reproches a su propio pa-sado —que, desde luego, tiene su parte en todo cuanto ahorale ocurra—; pero lo que sigue obrando en usted como herencia

de los errores y anhelos de su mocedad, no es lo que ahora re-cuerda y condena. Las circunstancias anormales de una inanciasolitaria y desamparada son tan diíciles, tan complejas, se ha-llan expuestas y abandonadas a tantas infuencias y, al mismo

tiempo, tan desprendidas de todos los verdaderos vínculos vi-tales, que cuando en tales condiciones se desliza un vicio, no sele debe llamar vicio sin más ni más. ¡Hay que ser de todos mo-dos tan cauto, tan prudente, con los nombres! ¡Es tan recuenteque toda una vida se quiebre y quede rota por el mero nombrede un crimen! No por la acción misma, personal y sin nombre,que acaso respondiere a un determinado menester de esa vida, y hubiera podido ser admitida y absorbida por ella sin esuerzo

alguno. Si el consumir tantas energías le parece grande a usted,

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es sólo porque exagera el valor de la victoria. No está en ella logrande que usted cree haber realizado, si bien tiene razón en susentir. Lo grande está en que ahí ya existió algo que usted pudoponer en lugar de aquel articioso raude, algo real y verdadero.Sin esto, su victoria sólo habría resultado ser una reacción mo-

ral, sin importancia ni sentido, mientras que así ha llegado a or-mar parte de su vida. (De una vida, querido señor Kappus, a laque yo dedico tantos pensamientos y buenos deseos). ¿Recuer-da usted cómo esta vida, ya desde la misma inancia, suspiró por

los “grandes”? Yo veo cómo ahora, partiendo de los grandes, an-hela poder alcanzar a los más grandes. Precisamente por eso nocesa su vida de ser diícil. Pero por esta misma razón no cesaráde crecer.

Si he de decirle algo más, es esto: no crea que quien aho-ra está tratando de aliviarle, viva descansado, sin trabajo ni pena,entre las palabras llanas y calmosas, que a veces le conortan austed. También él tiene una vida llena de atigas y de tristezas,

que se queda muy por debajo de esas palabras. De no ser así, no

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habría podido hallarlas nunca…  Su Rainer María Rilke.

IX

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Furugorg Jonsered, en Suecia, a 4 de noviembre de 1904

Mi querido señor Kappus:Durante todo este tiempo que ha transcurrido sin que usted reci-

biera ninguna carta mía estuve unas veces de viaje, y otras tan ata-reado, que no pude escribir. También hoy me cuesta hacerlo, por-que he tenido que escribir ya varias cartas, y mi mano está cansa-da. Si yo pudiese dictar, le diría muchas cosas, pero así le ruego que

reciba tan sólo unas pocas palabras a cambio de su extensa carta.En usted, querido señor Kappus, pienso a menudo, y con votos tan densos, que ello habría de ayudarle de algún modo.Con recuencia dudo que mis cartas puedan ser realmente unauxilio. No diga usted: “Sí, lo son”. Acójalas con serenidad, sinprodigar su gratitud, y aguardemos lo que quiera venir.

Tal vez no resulte nada provechoso el que ahora me pon-ga a considerar con toda minucia cuanto usted me reere. Pues

lo que yo pueda decirle acerca de su propensión a la duda, o so-

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bre su impotencia para armonizar la vida externa con la vidainterna, o respecto de todas las demás cosas que le agobian…,siempre será lo mismo que ya le tengo dicho: siempre el deseode que usted halle en sí bastante paciencia para surir, bastan-te sencillez y candor para creer, llegando a intimar y a amilia-

rizarse cada vez más con lo que es diícil. Y también con su so-ledad en medio de los otros. En cuanto a lo demás, deje que la vida obre a su antojo. Créame: tiene razón la vida. Siempre y encualquier caso.

Con respecto a los sentimientos, esto: son puros todos lossentimientos que le abarquen totalmente y le eleven. Es impuroaquel sentimiento que prenda en un solo lado de su ser, y lleguepor ello a torcerlo, a deormarlo. Todo cuanto pueda pensar decara a su inancia, es bueno. Todo cuanto le eleve aun por encima

de lo que hasta aquí haya logrado ser en sus horas mejores, estábien. Cualquier superación es buena si está en toda su sangre,siempre que no sea tan sólo un momento de ebriedad. Ni algún

turbio aán, sino alegría clara, gozo diáano, que se deja calar y 

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 ver hasta el ondo. ¿Comprende usted lo que yo quiero decir?Su duda puede tornarse una virtud, si usted la educa. Debeconvertirse en saber y en crítica. Pregúntele, cada vez que ellaquiera echarle algo por tierra, por qué ese algo está mal. Exíja-le pruebas. Sométala a un examen. Acaso la encuentre entonces

perpleja, conundida. O quizás rebelde, levantisca. Pero no cedausted. Exija argumentos y obre así, alerta y consecuente, siempre y cada vez que sea preciso. Ya vendrá luego el día en que el dudardeje de ser destructor, para convertirse en uno de sus mejores

obreros, el más inteligente, tal vez, entre todos los que van edi-cando la vida de usted.Esto, querido señor Kappus, es todo cuanto yo pueda decir-

le hoy. Pero al mismo tiempo le envío un ejemplar, en tirada apar-te, de un pequeño poema que acaba de ser publicado en la revista

Deutsche Arbeit, de Praga. Ahí sigo hablándole a usted de la vida,de la muerte, y de lo grandes y magnícas que ambas son.

Su Rainer María Rilke.

 X

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París, al día siguiente de Navidad de 1908.

Ha de saber usted, querido señor Kappus, cuánto me alegra te-ner esa hermosa carta suya. Las noticias que me da, reales y 

rancas, como ahora vuelven a serlo, me parecen buenas. Y cuan-to más lo pienso, más se aanza en mí la sensación de que sonbuenas de verdad. Esto, por cierto, quería yo decírselo en oca-sión de Nochebuena. Pero por causa del múltiple y continuo tra-

bajo en que vivo envuelto este invierno, me sorprendió la an-tigua esta, llegando tan pronto que apenas tuve tiempo paralos recados más urgentes y mucho menos para escribirle. Pero amenudo he pensado en usted durante estos días estivos, imagi-nando cuán tranquilo debe de estar en su solitario ortín, perdi-

do entre esas montañas desiertas, sobre las que se precipitan lospoderosos vientos del sur, como si quisieran engullirlas a gran-des trozos.

Debe de ser inmenso el silencio en que hay cabida para ta-

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les ruidos y movimientos. Cuando se piensa que por añadidurase agrega a todo eso la presencia del mar lejano, con su propiosonido, constituyendo tal vez el tono más íntimo y entrañableen esa armonía de prehistórica magnitud, entonces ya sólo restapor desearle a usted que, lleno de conanza y de paciencia, deje

obrar en su ánimo la grandiosa soledad, que ya nunca podrá serborrada de su vida, y que en todo cuanto le queda por vivir y ha-cer, actuará cual anónimo infujo, de un modo continuo y decisi- vo. Algo así como en nosotros fuye sin cesar la sangre de nues-

tros antepasados, mezclándose con nuestra propia sangre paraormar el ser único, singular e irreproducible que somos, cadacual de nosotros, en cada recodo de nuestra vida.

Sí: me alegro de que usted cuente ahora en su haber esaexistencia rme y determinada. Ese título. Ese uniorme. Ese ser-

 vicio. Todo ese conjunto de cosas tangibles y concretas, que entales parajes, como los que ahí le rodean, con una guarniciónpoco numerosa e igualmente aislada, no deja de adquirir un se-

llo de gravedad y urgencia, y que, por encima de cuanto en la ca-

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rrera militar hay de juego rívolo y pasatiempo, signica serviciosiempre alerta, y no sólo admite la observación individual y au-tónoma, sino que hasta la omenta y educa precisamente. El ha-llarnos en circunstancias que nos ormen y labren, colocándonosde vez en cuando ante cosas grandes y naturales, es todo cuanto

nos hace alta.También el arte es sólo un modo de vivir. Aun viviendo de

cualquier manera, puede uno prepararse para el arte, sin saberlo.En cualquier realidad se está más cerca de él que en las carreras

irreales, artísticas a medias, que, aparentando cierto allegamien-to al arte, en la práctica niegan y socavan la existencia de todoarte. Como lo hacen, por ejemplo, el periodismo en su totalidad,casi toda la crítica proesional, y las tres cuartas partes de lo quese llama y quiere llamarse literatura.

En pocas palabras: me alegro de que usted se haya salvadodel peligro que representa el caer en todo ello y ahora viva, enun lugar cualquiera, solitario y valiente en medio de una ruda-

realidad. ¡Ojalá pueda el año que está por llegar, mantener y 

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armarlo en ella!Siempre, Su Rainer María Rilke.

Contenido

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I 10II 17

III 21IV 29

V 39VI 44

VII 52VIII 63

IX 76X 79

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Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilkese terminó de editar en la Ciudad de México en mayo de 2013.

En su composición se usaron tipos de la amilia Palatino.