revista letras raras, julio 2014
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Revista Letras Raras, julio 2014 Revista Letras Raras, julio 2014. Revista literaria. Una publicación de Editorial Sad Face. Año 3, número 10.TRANSCRIPT
—julio 2014—
L E T R A S
RARAS
r e v i s t a ®
ÍNDICE
Editorial . . . . . . . . . . . 4 Lotería . . . . . . . . . . . 5 La cloaca . . . . . . . . . . 7 Gelatina . . . . . . . . . . . 10 Dragomán . . . . . . . . . . 13 Miocardio . . . . . . . . . . 17 The best you ever had . . . . . . . . 19 La lluvia y el río . . . . . . . . . 22 La fe . . . . . . . . . . . 24 Novilunio . . . . . . . . . . 26 Mi biblioteca . . . . . . . . . . 29
CONTACTO
Facebook.com/LetrasRaras
@LetrasRaras
EDITORIAL
Sean bienvenidos al nuevo ejemplar de Letras Raras,
su revista literaria de con!anza que, mes con mes,
les presenta una selección de excelentes trabajos y
los invita a comer frutas y verduras, beber menos
refresco y lavarse los dientes antes de comer y
después de ir al baño… Bueno, eso último no, pero
lo primero sí. El ejemplar de este mes nos gustó mucho
porque en él combinamos nombres ya conocidos por
los seguidores de esta publicación con otros que
vienen a sumarse a los “Letras Raras All Stars”, y de
quienes también esperamos recibir colaboraciones
con frecuencia. Sin más, pásenle y siéntanse en su casa.
Dirección editorial, redacción, mercadotecnia, ventas, diseño y todo eso: Editorial Sad Face L. Revista Letras Raras es una marca registrada. 2014. Año 3, número 10. Fecha de circulación: julio de 2014. Revista editada y publicada por Editorial Sad Face. Domicilio conocido, código postal 90210. Revista producida en México. Prohibida su reproducción. Portada: Anónimo. Todos los contenidos originales aquí verLdos son propiedad de sus respecLvos autores y están protegidos por INDAUTOR todo poderoso… ¡Así que no te fusiles nada o te morderá nuestro perro!
L O T E R Í A
Óscar González
Sonó el teléfono en el café. La mujer de la barra atendió. Hola. ¿Cómo dice? Sí, hay un hombre así. ¿Lo comunico? Bueno, como usted diga. Tapó el auricular con la mano y miró al hombre sentado en el rincón. El hombre devolvió el gesto. Se levantó, pagó la cuenta y se dirigió a la salida, con la mirada de la mujer clavada en el rostro. Ya en la calle apuró el paso. Se detuvo en la esquina, esperando a que el semáforo se pusiera en rojo. Junto a él una mujer joven escuchaba música con audífonos, agitando la cabeza. Se escuchó un ruido de vibración. La joven apretó un botón y respondió la llamada. ¿Sí? ¿Quién habla? Momento. La joven miró a su derecha. Sí, dijo, está aquí ¿quién habla? Ah. Sí. La mujer volvió a pulsar el botón y vio con atención la cara del hombre, que respiraba agitado y mantenía los ojos fijos en el semáforo. Rojo, por fin. Pudo atravesar la calle, apretó el paso una vez más y entró al estacionamiento público. Sacaba el boleto del bolsillo cuando se fijó en el encargado: a través de la ventanilla, no le quitaba los ojos de encima, con el auricular pegado a la oreja. El hombre retrocedió con la mirada del encargado escudriñándolo. Salió del estacionamiento corriendo. Atravesó la calle con el estruendo de los bocinazos. Vio a un policía de guardia en el banco. Se detuvo a unos metros de él. Afirmativo, dijo el policía en el radio con la vista puesta en el hombre, y a continuación muchas claves
numéricas que el hombre no entendió. Afirmativo, repitió el policía, el sujeto coincide con la descripción. Antes de que terminara de hablar, el hombre emprendió la carrera chillando y con los ojos húmedos. No tuvo que mirar atrás para saber que lo seguían con la mirada. Dobló en la esquina y penetró el callejón, corrió lo más rápido que pudo. De las puertas a los lados le llegaba el sonido de los timbres. Sí, acaba de pasar corriendo. Sí, está por aquí. A toda velocidad, sí. El hombre salió del callejón, dobló a la derecha y corrió dos calles más. Subió al porche de una casa y oprimió el timbre cuatro, cinco, seis veces llamando a gritos, ¡Papá, papá!. La puerta se abrió. Un anciano canoso y angustiado le tendió la mano. El hombre se derrumbó llorando. Tomó el auricular y con voz temblorosa contestó: a mí no, por favor, a mí no...
fin
6
Eduardo Márquez
La
CLOACA Una luz crepuscular rompe la obscuridad en Baja Sajonia. La tubería rota llena las atarjeas que, como en cualquier otoño, sólo arrastran hojas. Una cascada cae en una alcantarilla abierta de la calle Steigertum. Dentro de ella, el aroma a putrefacción y ladrillo húmedo genera una de las condiciones indispensables para el confort del grupo. Por las hendiduras no pasan ya residuos comestibles, habrá que ir en su búsqueda. Con la apertura la seguridad del hogar se vuelve vulnerable.
Un par de ojos testigos siguen las actividades de la cloaca. Logra ubicar en un rincón particularmente herrumbroso a la más grande de ellas recostada, obesa, vieja y con un pelambre gris que sólo se interrumpe por un mechón café en medio de sus dos orejas. A su alrededor, en
semicírculo, catorce colas levantadas con sus cabezas bajas parecen
escuchar sus indicaciones.
El felino olfato del furtivo visitante ubica el rincón de los víveres; una montaña de los más variados desperdicios; desde frutos hasta cadáveres, resguardados
7
por un individuo con los dientes mas largos que las patas. Las pupilas después se dirigen a un extremo, donde un grupo de jóvenes reciben un entrenamiento sobre "el correcto caminar siempre pegado a la pared". Adheridos al muro marchan en fila sorteando obstáculos; quien se despega recibe un regaño tan sonoro que apaga el sonido del canal de desagüe que ambienta musicalmente el lugar.
El voyerista hambriento se limpia los bigotes al momento de observar que decenas de ellos se dirigen a la salida; los mas fuertes quizás. Este movimiento da inicio al silencio más profundo: el grupo baja las colas y cierra los ojos.
Sus patas se flexionan preparando el salto que iniciará la comilona; es el momento. En el último instante la intención se detiene. Arrepentido, baja la mirada y se retira en ayuno después de escuchar un canto coral del grupo de madres dirigido a los hijos proveedores, a quienes la noche, tan cómplice como asesina, aguarda. Amorosas, entonan algo que dice así:
Arráncate todos los murmullos que las sombras están por llegar.
En su retiro se guarda una flauta y suelta una lágrima. Al regresar a las calles de Hamelin sabe que nuevamente falló. No hay lugar para sentimentalismos en el club de los asesinos de las cloacas.
i n 8
GELATINA
Enrique Espejo Águila
Algo atrajo mi mirada hacía él. Quiero negar que fue su vestimenta la que, aunque vista de reojo, tuvo la culpa de llamar mi atención. No me gusta parecer super>icial como el resto de las personas de esta ciudad, pero así fue; un pantalón hecho girones, con manchas por
doquier que me recordaban al pantalón de un mecánico; una playera que parecía heredada de alguien más y que le quedaba bastante grande no corría con mejor suerte; el rostro sucio pero las manos, aquellas con que ofrecía el último producto de su cubeta, limpias. La ternura en sus ojos dejó en el olvido mi minuciosa inspección; tenía una mirada triste que sólo levantaba del suelo al encontrar unos zapatos, símbolo de un potencial cliente al que, por obligación de saber si era él o ella, tenía que mirar a los ojos para pronunciar un discurso que, después de escuchar tres veces, supe era aprendido.
…u
na
gela
tina
, la
ú
ltima
, la
h
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rfa
nita
…
Tal vez era por haberlo invocado tantas veces como gelatinas cabían en su cubeta, ¿por qué siempre eres tan mal pensado?
Una voz en lo profundo me cuestionaba, intentaba mitigarla con la lectura pero… ¿Dónde me había quedado? ¿Página non o par? ¿Primer párrafo como indicaba la costumbre o la
distracción me llegó a la mitad? ¿Una distracción, eso es para ti?
Lo busqué con la mirada de nuevo, tímido por los pensamientos que retumbaban dentro de mí. Repasé mis últimos gastos, sin moverme; con los ojos cerrados descubrí que aún tenía monedas, la oportunidad para hacer la buena obra del día. El sistema seguiría arojando niños a la calle con más productos para vender, que golpearían y estrujarían el corazón de las personas para así desprenderlos de una moneda que… ¿Dónde termina? Es sólo una vez, ¿no que muy >iel a la buena acción del día?
Lo escuché a algunos metros de mí; si tan sólo alguien me eliminara la necesidad de decidir. “Una gelatina, la última, la huerfanita, ándele, oiga, ya pa’ irme a hacer la tarea, nomás diez pesitos, oiga”.
Me concentré en la lectura, llevaba años que
había renunciado a alguna divinidad, lo que hacía inservible pedir ayuda, todo dependería de mí o… Lee, lee, no importa dónde te quedaste, comienza todo de nuevo, te verá concentrado, seguirá de paso y entonces, ante la omisión, podrás defender la violación de tus principios.
“Señor ¿no me compra una gelatina, mire es la última…”.
Era mi hermano, carajo, con casi treinta años, él seis menos que yo, la victima predilecta en los juegos infantiles de los tres hermanos; la mirada triste, la lágrima a punto de brotar, el pelo desarreglado, yo apunto de golpear y provocar ese llanto que tengo trabado cerca de la nuca, allí donde no puedo acceder y desde donde se expande a todo mi ser para doblarme, para culparme, para estar a punto de llorar. Hoy, a veinte años, detesto la madurez para diferenciar las cosas, aborrezco mi pasado y me comienza a molestar mi presente.
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Saqué de mi bolsillo el primer billete que encontré y, con el niño ya alejándose, comienzo a maldecir al maldito “sistema”; no puedo asegurar si era un billete de veinte o tal vez de cincuenta —imposible fuera de cien— pero mínimo era el doble de lo que pedía. ¿Por qué no sonrió? ¿Por qué no alejarse saltando? ¡Algo que me muestre a un infante feliz, caray!
Esperaba que la gelatina tuviera un sabor más dulce (supongo el efecto placebo no funciona con la moral o las buenas acciones), aun así me niego a tirarla; no sería justo, además, hay muchas personas mirando que la gelatina tricolor en mi mano pertenece al vendedor que los hostigó momentos antes.
¡Tiene que aparecer Violeta! Su falta de respeto al tiempo de los demás, ese defecto que me llenaba de emoción e incertidumbre cuando salía con ella, ahora, casados, no hace más que me pregunte: ¿por qué carajos nunca le dije que en algún punto detestaría eso?
Tomé el vaso por la parte inferior, lo más peligrosamente posible y así, al momento de cambiar la página, junto con una obscenidad que garantizara mi credibilidad, la gelatina dio contra el piso y quedó (aunque dentro del vaso roto) lista para el bote de la basura.
No son veinte pesos, no es una mala gelatina; es una buena obra, la buena obra del día.
Violeta llegó a mi encuentro con su sonrisa que me hacía olvidar sus veinte minutos de retraso y me recordaba aquellas emociones turbulentas de cuando éramos novios. Se negó a abrazarme, con las manos en la espalda dijo: “te tengo un regalo. Cierra los ojos”.
Aspiré profundo, me dejé enamorar de nuevo por su perfume —aquél que le regalaba todos los años, ése que me recordaba por qué nunca quise dejarla ir—, su inteligencia, su pasión, su belleza, su bondad, su cariño…
“Eran las únicas dos que le quedaban y no me pude resistir a comprárselas.”
…su ingenuidad; nuestra ingenuidad. Abrí los ojos y frente a mí dos gelatinas tricolor; imposible negarle una sonrisa y besarla, éramos el uno para el otro. Tomé una y avanzamos rumbo al destino al que ya íbamos tarde; no importaba, sólo buscaba la perfecta ocasión para que pareciera un accidente.
fin - fin - fin - fin - fin - fin - fin - fi
D r a g o m á n
Deidamía I. Navas
—A Elizabeth—
Si pudieras ver dentro de mí, hallarías una biblioteca desparpajada de libros por leer. En un huequito de sus laberínticos pasillos de estantes la hallarías, piernas cruzadas, desnudas y pálidas, libro en mano, raídas pastas verdes relucientes de plateados caracteres árabes y latinos. Le preguntarías; te respondería que es la poesía del futuro. Durante siglos los poetas han venido al pasado para escarbar lo inesperado y encontrar inspiración; transmutación, pues las sustancias sólo pueden ser palabras que se enlazan de mágica manera. Te invitaría a sentarte a su lado. Buscaría una página amarilla, arrugada por la lluvia de abril, y te leería un poema de belleza indescifrable: un amante le habla a su amada o viceversa de una alcoba de una única ventana, con su única cortina triste (y su librero y su cama, su mesita...); quiere huir, ¡quiere huir de esta pasión adolescente y volverse fuego! (Tras el muro, el cielo aurora y gris estalla en relámpagos lejanos; tras la puerta, que se entreabre al deseo, discurre el ocaso y después la noche, única noche, con su única gran nube gris malva amenazante de una única lluvia ante la cual él alzará un solo paraguas plegado para los dos).
En las mañanas él iba a llenar su cántaro. En las tardes cubría su carretilla con
una maya especial de hilo tan fino y red tan delicadamente urdida que no penetraba ni una mota de arena, pero dejaba escapar el brillo de los dulces de transparentes colores a los ojos de las frescas muchachitas que sólo ante él descorrían sus velos, dibujando sonrisas crujientes de desierto y destellando de saliva tibia esperando derramarse. Ninguna con la alineación de tu firme dentadura de colmillos agudos, cada una tan sólo un signo negativo de ti, hermoso, sin excepción y sin duda, a su manera, mientras tú, tú, hermosa de la hermosura de cada una de ellas y aún más, tú, la hermosura y la sonrisa, las palabras y el movimiento (ellas hermosas de tu hermosura; tú: sol nocturno ante lunas), eras buscada por él, concluida su jornada, al ventilarse el calor de las horas, esperándote tras la tienda de la danza. Tú, aprendiz de suave vientre permaneciendo al resguardo de las miradas –le gustaba pensar a él–. E imaginaba de ti tantas cosas; del cielo, soñando poesía del futuro; rudas palabras de los días venideros a fuerza de ser ya no felices o ser ¿de una felicidad más seca y prolongada, más dolorosa de mirar de frente y hasta el fondo de las grietas? Y todas estas frases se deshilvanaban a la salida; al caminar juntos acompañándose, con disfraz y utensilios a mano (en este pueblo no nacido a la poesía, orillado a menospreciarla, a rehuirla riendo de ella con bestial balar, donde su voz era tu oasis dulce y tus ojos sus estrellas negras después de leerte al azar).
“(...) com
o palmera que se quiebra en lágrim
as esculpidas en sus hojas doradas: Palm
era a quien la aflicción hizo saber que era dragom
án, cuaderno de árabe caligra[a
(...)”
Adonis.
Y por las noches, a solas, despliega sus libros que baten sus hojas en idiomas miles cual mariposas de alas multiformes, multicolores, accediendo a la existencia en una danza que se torna ciudad, muchacha, concepto; que se convierte en idea, en vaivén... en fin. Y por las mañanas sonríes con todas las sonrisas del mundo y tu atracción no conoce límites (a veces es feliz con que le dejes leerte esto o aquello, siempre otra cosa y la misma, siempre presta a olvidarse, a veces se alegra de que seas tan niña y perspicaz, a veces presiente que estos días escasos se acabarán como gotas de lluvia en el otoño, e incluso se alegra, ha aprendido a extrañarte y a alegrarse de verte aunque sólo desee primavera). Pero en las noches las palabras hacen su audaz jugada; manifiestan existencia por sí mismas y él tiene que escribir, cerrar libros, pues todos huelen a los versos que haces nacer en ellos: poesía del futuro. 14
Momentos después, al apartarse de las palabras, él quiere vivir, él frustra el amor, él hunde el barco que lo salvaría y deja entrar cotidiana agua para poder nadar y entumirse los brazos de frío y probablemente ahogarse, él, que sabe que va a morir, él,
¡No le creas! Teseo no eres, o ¿dónde reposa Ariadna al ser buscada?, ¿dónde el Minotauro de fuego que arde desde dentro con la leve pesadumbre de un adolescente cuerpo en su cuartito de una única ventana, mesita, puerta... (y afuera... afuera haciéndose de noche)?
Por milenios, en sus pasillos han corrido a toda prisa los señores del mundo apenas niños, sonrisas al rostro prestas a ser arrancadas, por padres, por hijos, o peor aún, por sueños, espumas de rompeolas, despertares. Incidentalmente, al trascender el tiempo, bólido y estela iluminan el rostro de los afortunados con la luz reflejada de las páginas, urdiendo pasado y futuro en una única trama, mostrando símbolos verdaderos; pero no nos engañemos, ni el concepto ni el poema se hayan encuadernados esperando a ser descubiertos o descifrados Siendo Uno; son los pasos enteros y discontinuos de la vida del dragomán los que guían su pluma en el caudal de la palabra, sus ojos en hojas siempre nuevas, y su alma en la multiplicación de los actos en los cuerpos. Muchos seremos los que leeremos la poesía del futuro; muchos los que podremos decirte: si pudieras ver dentro de mí...
que no es nada. Entonces notarías (apenas, pues no sueles fijarte en esas cosas) que ella viste alamode, con una encantadora falda alta estampada de florecitas que fosforecen escarlatas, y una blusa negra que, al brotar de su frágil talle cual flor invertida, surge de encajes cuyas raíces son esbeltos brazos y el despunte de sus hombros, puntiagudos codos, junturas de sus muñecas que saltan, al igual que sus clavículas, de piel semitransparente. Tú le preguntarías a qué vienen tantos libros, los que se esparcen a su rededor; ella te confiaría que son los de su pasado, cuando quería construir la máquina del futuro, la única máquina del tiempo posible, la máquina de la vida: hacer de sí misma maquinaria. Por eso aquellos libros son tan anchos; de ellos se desdoblan, en sucesivos pliegues, elaborados planos e incontables nomenclaturas. Todos indican un aquí o un allá, un esto, un aquello. Aquí yace la poesía del pasado futuro –te dirá, leyendo la prisa en tus ojos– y si quisieras huir aún tendrías que descifrar el laberinto.
f i n 15
La Antología Letras Raras de narrativa y
poesía reúne todos los cuentos y poemas
originales que se publicaron en la revista
durante su primer año de circulación (junio
2011-2012).
A la venta por sólo $100. Envío sin costo a toda la República.
¡HEY!
ISSUU.com/LetrasRaras
(apresúrate porque se agota)
Gilberto Blanco
MIOCARDIO
Sientes una horrible presión en e l pecho , un repenLno cansancio se apodera de L y te s i en tes f aLgado ; faLgado y oprimido. La presión en el centro de tu pecho es cada vez más fuerte y, si el dolor no te d is t ra jera , ser ías capaz de ver un elefante posando todo su gigantesco peso sobre L. Intentas moverte pero de pronto sientes un nuevo y grotesco dolor; esta vez lo sientes en el brazo izquierdo; no es un dolor normal, es como si un rayo estuviera
dando tumbos dentro de él, similar a un calambre pero cien o quizá mil veces más doloroso. Te sientes acalorado, sabes que tu rostro debe tener
un color escarlata debido a ese acaloramiento y sientes las gotas de sudor, que cada vez son más, nacer por tu frente, recorrer tus mejillas y morir en tu cuello. No es un sudor normal, es frío como el hielo e imparable como la lluvia. Tienes miedo, sabes que se acerca el fin y no Lenes fuerzas para moverte o para gritar y pedir ayuda. La presión en tu
pecho es tan fuerte que se exLende hasta el estómago y el imaginar a un elefante sería ya minúsculo; el dolor electrizante se ha expandido a ambos brazos y te ha obligado a cerrar los ojos. No sabes en qué momento caíste al suelo; no sabes cuánto Lempo llevas así. El miedo se apodera cada vez más de L y sientes derramar un par de Lbias
lágrimas que acompañan al frío sudor en su camino, mientras la sensación de impotencia y soledad te asfixia. Te das cuenta de la gran menLra que dicen todos respecto a esos úlLmos segundos de existencia: tú no ves toda tu vida pasar delante de L como en una película; lo que tú ves son sólo los malos momentos, las decisiones erróneas y todo lo que debiste decir pero nunca dijiste; sí, la película no muestra toda tu vida, sólo todo aquello que pueda prolongar tu agonía. Notas tu respiración agitada y sientes que a tus pulmones les falta el aire. Justo cuando crees que ya no puedes soportar más dolor, que vas a reventar, que derramarás ríos de sangre y lágrimas, todo se deLene: los dolores comienzan a ceder, tu pecho ya no se siente oprimido y tu brazo ya no siente dolor alguno; el sudor ha dejado de brotar y los pulmones ya no estallarán. En realidad, ahora todo es silencio y tranquilidad. Sigues sin saber cuánto Lempo ha pasado, unos minutos, quizá hasta un par de horas —dudas que haya sido más—. Sonríes pensando que todo ha pasado y que Lenes una nueva oportunidad para vivir, para cambiar y mejorar tu vida. Recuerdas que lo úlLmo que hiciste fue cerrar los ojos y reúnes valor para volver a abrirlos. Justo a @empo para ver a tu ser más querido cerrar la tapa de tu ataúd.
fin
The best you ever had
José Luis Dávila
Turner se quedó de pie al fondo del Crawdaddy Club cuando los Stones empezaron su acto. El ritmo le hablaba de sexo y hacía bailar su corazón. Lo mejor que le pasaría en toda la vida. El mejor recuerdo para contar. Y era sólo un sueño. Se creía Andrew Loog Oldham apostando por esa banda de mal vestidos, consiguiéndoles contrato con Decca para empezar la única guerra fría que ha importado en el mundo: los Beatles contra los Rolling. Turner era igual de inadecuado que los labios de Jagger para la BBC, con el mismo sentido de la necedad que Brian Jones, adictivo como todas las drogas que Keith conseguía.
A medio día apenas estaba tratando de prepararse el desayuno, crudeando. Los colores fluorescentes de la madrugada ahora eran ocres, tipo vomito seco mezclado con sangre sobre las paredes. Kubrick le vino a la mente. Si tan sólo pudiera apellidarse McFly y vivir en América. América para los ingleses, irlandeses, austriacos, australianos, mexicanos; para todos menos para los americanos, pensaba. Turner, Alex Turner viajando en el tiempo para acercarse al escenario del Crawdaddy y decirle a Mick que podía convertirlo en la siguiente sensación, en la fantasía de todas las que estuvieran en los sweet sixteen. Turner, Alex Turner en medio de los sesenta, con las fábricas y la psicodelia. Con los working class heroes sosteniendo las banderas rojinegras. Sin sentirse perdido.
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Básicamente, fundamentalmente, eso. No sentirse perdido en el estomago de la ballena. Mejor ahogado en la música que tragado por la modernidad. Rimbaud era un imbécil con eso de que “hay que ser absolutamente moderno”; o sea, se preguntaba Turner, para qué carajo quiero ser moderno si tengo que dejarme matar por lo nuevo cada rato. Los Stones no son modernos, siguen iguales que antes, que siempre. Suenan a viejo porque están viejos, pero por eso se debe amarlos, al menos así lo cree Turner, pues son monolitos imponentes, símbolos de una época mejor.
Pobre Turner, no digo que esté equivocado, pero pobre Turner; se ha pasado la vida buscando justificar sus decisiones en las letras de bandas viejas. Está en la cocina, pensando en que tal vez debería ir a hacer las compras para llenar la alacena. Tres días atrás hubiera llamado a Maggie para que lo acompañara, como cada semana, a recorrer los pasillos del supermercado, abasteciéndose de comida chatarra y vegetales para equilibrar la dieta. Sin embargo, Maggie McGill no volvería a bajar al centro de la ciudad para ir a comprar discos y ropa vintage en el flea market por largo tiempo. Enfield aún olía a acetato derretido. Ella junto con otros cientos estarían en ese instante apilados unos sobre otros en las comisarías, esperando un dictamen por su comportamiento. Turner había decidido nunca volver a dirigirle la palabra como castigo al crimen más horrendo que cometió.
Todos esos discos quemados, algunos a punto de ser lanzados al mercado, no tenían la culpa de que a Mark Duggan lo hubieran matado cuando traficaba cocaína. La ciudad entera no tenía la culpa de que se aprovechara un incidente criminal para politizarlo y fijar los reflectores sobre aspectos alejados de la razón original. Y aún así, las personas salieron a manifestarse con violencia contra la violencia. Turner bebía el rezagado de anoche
mientras se daba cuenta de lo imbéciles que son las personas a veces. A mi generación los mayores no necesitan desacreditarla, tenemos el compromiso de desacreditarnos nosotros mismos, se dijo sin saberlo, con palabras menos elocuentes. Maggie le pidió unirse a la causa y discutieron fuerte. Racista, le llamó ella. ¿Cómo tomar eso? Él quería lo mismo que todos, el problema es que ese todos de pronto se había convertido en una masa irracional, robots de la justicia social, defensores de los débiles, narcisistas colectivos.
Un día esperaba tener su propia banda, a los treinta como James Murphy, y salir a tocar a los bares sin nada que perder. Hacer pasar a la magia. Dejarse encontrar por su propio Andrew Loog Oldham. Lanzar discos que sean arte porque al arte crea mejores consciencias en quienes le prestan atención. Turner estaba seguro de poder conseguirlo. Algún día, se dijo frente al espejo con la mirada, los tiempos serán buenos, como eran antes, como debieron quedarse siempre. Pero esa mañana no tenía ganas de seguir pensando. Hubiera preferido seguir dormido y recordar más de ese momento que es el mejor recuerdo falso de su vida. Estaba de luto por la música hecha ceniza, hecha humo.
The End
La lluvia y el río Enrique Taboada
****************
Él la amaba. Claro que la amaba; eran días de verano en los que las lluvias riegan amores que duran lo que dura la primavera. Pero ahí estaba él, solo bajo la lluvia, en una ciudad que no era su ciudad, con la pena que le había dejado Juliana al irse con la lluvia.
Tomó un cigarrillo que se diluyó con el agua. Buscaba un poco de calor, algo para animar. La Tía Yola estaba cerrada, en La Catrina Andante el mezcal se había terminado. Odiaba el brandy; le recordaba al papá de Juliana, al novio de Juliana, al hermano de Juliana… Todos eran de alta alcurnia en un pueblo donde el auto más lujoso era un vocho color amarillo. ¿Pero ahora qué importaba? Joaquín estaba bajo la lluvia. Buscaba calor y la amaba a ella.
Se sentó en una banca que encontró en un portal. Corriendo se le acercó una mujer de finos labios, vesLdo rojo a la rodillas, las zapaLllas en la mano junto con la bolsa, no muy fina. Sacó un cigarrillo. Cuando dos soledades se encuentran siempre Lenden a unirse. Se miraron entre sí, pero Joaquín no dijo palabra; para ese momento ella ya tenia nombre en la mente de Joaquín.
Zafiro corría en la mente de Joaquín. Sacó los cigarrillos ya deshechos. Maldijo. Zafiro (nombre puesto por Joaquín a la desconocida) sonrió. De su bolsa sacó una cigarrera. Sin decir nada ofreció un poco de calor. Joaquín lo tomó como un tesoro y
lo encendió con el viejo mechero heredado de su padre. Entonces su mirada conectó con la mirada de ella. Se parecía a Juliana; tenía las mismas piernas de Jul iana, sonreía como Jul iana… Pero no era Juliana. Tocó sus manos y Zafiro no dijo nada; estaban solos en medio de la noche
La mujer salió corriendo. Joaquín salió tras ella. La lluvia se volvía cada vez más densa. Era imposible correr. Las gotas se vuelven enemigas de María. Joaquín grita desesperadamente. ¡Juliana! ¡Juliana! María cede, como los amores de verano. Se deLene en medio de la nada. Alguien la toma por detrás, siente un calor en el vientre. El charco que deja la lluvia se torna rojo. Alguien arrastra su
Él la amaba. Claro que la amaba; eran días de verano para Joaquín en los
****************
con una lluvia que invitaba a dormir. Le acarició el rostro. Zafiro se mojó más de lo debido. La mano tosca de él acariciaba sus piernas mientras un gemido se escapaba. Llegó a la locura. Juliana había gemido… Pero no era ella. La besó hasta que su lengua tocó su alma. Juliana le gritó.
cuerpo, aún con vida, consciente de su muerte. Se escucha el rugir del río que todo se lo lleva menos el recuerdo.
que las lluvias hacen que los ríos se lleven los recuerdos.
Fin 23
La Fe se puso a mover m
ontañas y, al día siguiente, el Everest apareció en M
oscú, el Kilimanjaro en Rabat y
el Aconcagua en Boston.
Enrique Angulo M
oya
ejvaldes.wordpress.com
Ocho relatos de misterio y ficción
sobrenatural.
¡Pídelo en tu librería favorita!
“Este libro desafía al lector a abandonar la comodidad del día, de las verdades comprobables y de la cordura cotidiana, para adentrarse en ese delgado hilo de luz que se desdibuja cuando la informidad del universo puede adivinarse en medio de la noche oscura y la verdad resulta ser un tortuoso laberinto cuyos corredores nos conducen a descubrir que el horror nunca se ha construido a base de mentiras.
Víctor Miguel Gutiérrez Pérez
VISITA
NOVILUNIO
Abby García
“Y si tu cabeza explota con oscuros presagios te veo en el
lado oscuro de la luna”.
“Brain Dam
age”,
Pink
Floyd
Me sueño hundido en fango hasta los tobillos, en un bosque cubierto por la luz palpitante de una luna invisible. El viento retuerce las ramas de los árboles alrededor y yo no puedo moverme.
Reconocí a Lua en una cafetería. Verla fue volver al pan-‐tano, volver a quedarme inmóvil, lleno de miedo y curiosidad y ahogo. Era hermosa, era real y era igual que en ese sueño que me asustaba tanto.
En el onírico bosque, la luna aún oculta tras su propia luz; frente a mí, una noria. Lua sentada en el borde del pozo, con un vestido gris de telas casi transparentes. Su cabello rubio perla seduce al viento, su sonrisa es un destello nocturno y su blancuzca piel intensifica el azul de sus ojos. Yo lucho contra la atracción, la atracción lucha contra el miedo, ese miedo que te hace apretar los dientes y te deja paralizado el instinto por sobrevivir.
Aquel día en la cafetería ella llevaba un sombrero cordobés para proteger sus ojos de la luz del sol. Leía un libro con tintes esotéricos en la portada: El amor y las fases
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lunares. Volteó a verme de reojo y me atreví a invitarla a recorrer las calles del centro de la ciudad que al anochecer se llenaba de magia.
—No estoy interesada en un paseo —contestó sin abandonar su lectura.
—La he soñado noche tras noche desde hace tiempo. Creí que tal vez usted podría explicarme por qué.
Colocó el separador para marcar la página y cerró el libro. Se levantó y la imagen de mi sueño apareció frente a mí como un déjà vu. IdénLca, vesLda de gris, su cabello risueño, su piel pálida, su mirada... Era ella y, de algún modo, se meLó en mis sueños antes de haberla conocido.
Accedió a caminar conmigo. Al anochecer, caminamos hacia el muelle al final de la Calle de las Rosas, llamada así por las jardineras de sus balcones, repletas de rosas de todos los colores. El muelle, rodeado por jardineras flotantes, entre la brisa perfumada y la tenue luz que se asomaba entre las nubes, emanaba la magia característica del lugar.
—Es novilunio —me dijo—. Hay una historia que cuentan los más viejos de mi familia sobre la luna nueva en esta ciudad. Se dice que las rosas y la luna tienen un pacto mágico: ella les obsequia azul zafiro a cambio de su esencia para perfumarse, luego viene a la Tierra en forma de mujer para buscar el amor. En las noches de luna nueva se hace el intercambio y la Luna deambula por las calles, invisible en el cielo.
La escasez de rosas azules fue obvia para mí hasta ese momento. Sin embargo, en las jardineras del muelle eran los ojos de una manada de animales nocturnos dispuestos a cazar.
27
Lua se levanta de la noria y camina hacia mí con la mano extendida, llamándome por mi nombre. El tul de su vestido, entallado a su cuerpo por el viento, deja entrever la silueta de sus senos. Es una diosa grácil caminando descalza sobre el lodo. Su belleza y su presencia se difuminan en cuanto consigue tocar mi mano. Se apaga por un instante el latido luminoso del bosque y entonces vuelvo a verla frente a mí, caminando en reversa, la veo sentarse de nuevo en la noria y después levitar sobre ella, como si hubiera salido de sus entrañas; desaparece. Chispas de colores flotan alrededor del bosque, alto, muy alto y cada vez más alto, hasta convertirse en un delgado cuerno de luna sonriente. Y allí quedo yo, inmóvil como al principio, atascado en un fangoso despertar, sin ella.
Esa misma noche, en el muelle, no pude resistirme: la invité a casa a dormir conmigo. No se negó. En la penumbra de mi habitación la besé. Al desnudarla comprobé que su piel no es de leche sino de plata: sus poros resplandecen. Sus labios tienen el sabor de la canela hirviente, pero su cuerpo quema distinto, como el hielo: su cuello, sus pechos y su sexo saben a vainilla helada. Exhausto, me dormí a su costado sin pensar que podría perderla como en mi sueño. Desapareció antes de que yo despertara. Dejó una nota en la jardinera de mi balcón, entre las rosas azules: “En el novilunio, tú podrás tener mi lado oscuro”.
Aún sueño su metamorfosis, todavía despierto asustado después de verla esfumarse. La oscuridad de aquel bosque deja de atormentarme en las noches de luna nueva, pero la realidad me azota justo cuando termina el novilunio.
FIN 28
Sereno estoy en mi amada biblioteca, con los estantes de libros repletos, con los anhelos y sueños completos, feliz en mi pequeña y grata meca. En esa soledad nadie me impreca, mis hechos y placeres son concretos, marcho por una selva de secretos donde sólo la idea me hipoteca. Entre ensayos, poemas y novelas estoy en la mejor de las compañías, pues en los libros hallo almas gemelas, maestros ponderados, sobrios guías de los que aprendo todas las cautelas y a sumergirme en las sabidurías.
Mi biblioteca
Enrique Angulo Moya
Óscar González 33 años. Dirige el taller de novela en UPAEP.
Eduardo Márquez Ha publicado los libros Lugar Común y Mi Guadalajara y figurado en los
colecLvos Hecho a Breve, Cuentos para Picar y Anuario Literatura Breve. Sus textos han aparecido en La Pausa y A Vuelta de Rueda.
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literarias. Apasionado de la lectura y promotor de ella. Novato en las letras, entusiasta de escribir, obsesionado con la idea de presentar un libro propio.
Deidamía L. Navas PracLcante de ballet. Gusta de ver llover y dar largas caminatas. Ama árboles
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Enrique Angulo Moya Su vida profesional se ha desarrollado en el ferrocarril. Estudió Formación
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Abby García Trotamundos y rockstar de espejo desde 1987. Actualmente radica en
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