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Resumen Ejecutivo “Estudio exploratorio de violencia contra mujeres con discapacidad en tres países de América Latina y el Caribe: Chile, Costa Rica y Uruguay - 2016” - CESOP, Universidad Central de Chile - Investigador: Sergio Poblete O., CESOP Co-Investigadora: Natalia Bozo C., CESOP Colaboradoras: Antonia Irazábal, PRONADIS, Uruguay Ileana Chacón, Costa Rica Asistente de Investigación: Hernán Muñoz P., CESOP - Santiago, mayo 2016 -

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Page 1: Resumen Ejecutivo - Siga Chile · 2019. 6. 7. · Resumen Ejecutivo “Estudio exploratorio de violencia contra mujeres con discapacidad en tres países de América Latina y el Caribe:

Resumen Ejecutivo

“Estudio exploratorio de violencia contra mujeres con discapacidad en tres países de

América Latina y el Caribe: Chile, Costa Rica y Uruguay - 2016”

- CESOP, Universidad Central de Chile -

Investigador: Sergio Poblete O., CESOP Co-Investigadora: Natalia Bozo C., CESOP

Colaboradoras: Antonia Irazábal, PRONADIS, Uruguay Ileana Chacón, Costa Rica Asistente de Investigación: Hernán Muñoz P., CESOP

- Santiago, mayo 2016 -

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2 Estudio exploratorio de violencia contra mujeres con discapacidad en tres países de América

Latina y el Caribe: Chile, Costa Rica y Uruguay - 2016

I. Introducción

El presente Resumen Ejecutivo presenta una síntesis de los resultados del estudio exploratorio sobre ‘Violencia contra Mujeres con Discapacidad en tres países de América Latina y el Caribe: Costa Rica, Chile y Uruguay’. El resumen contiene las líneas generales del análisis estadístico y cualitativo de la situación de las mujeres con discapacidad que han sufrido algún tipo de violencia. Asimismo, este documento hace explícito el marco teórico y metodológico usado para interpretar la información recopilada. El objetivo del estudio, de carácter exploratorio, era generar información secundaria y primaria, de tipo cuantitativo y cualitativo, que permitiera caracterizar e interpretar el fenómeno de la violencia contra la mujer con discapacidad en América Latina y el Caribe.

El estudio se desarrolló, entre los meses de mayo del año 2015 y abril del año 2016, sobre la base del trabajo conjunto de tres equipos de investigación (en Costa Rica, Chile y Uruguay), liderados por el Centro de Estudios Sociales y Opinión Pública (CESOP), de la Universidad Central de Chile, con el apoyo de ONU Mujeres, a través de la Corporación Humanas y de CIMUNIDIS, siendo esta última institución la gestora del proyecto y la encargada de sensibilizar sobre este problema a la sociedad y las autoridades pertinentes.

Como resultado de esta iniciativa se espera aumentar el nivel de información e incidencia respecto al problema y, de este modo, trabajar con argumentos fundados e influir con mayor base en la elaboración de propuestas para programas de lucha contra la violencia de género, en especial aquella que se ejerce sobre mujeres con discapacidad.

II. Antecedentes y Marco teórico

El análisis crítico del problema de la violencia contra mujeres con discapacidad no es nuevo. En un artículo sobre esta problemática en Australia, Lesley Chenoweth (1996:391) señalaba que:

“se ha argumentado que las mujeres con discapacidad son, en gran medida, invisibles tanto para los propios movimientos de discapacidad como para los movimientos de mujeres […], una situación que las ha relegado a una posición de extrema marginalización y, consecuentemente, incrementa los riesgos y experiencias de violencia.”

Las personas con discapacidad, tanto varones como mujeres, señala la autora, citando a Sobesey (1994), no solo están afectos a un mayor riesgo de abuso físico, sexual, y emocional, sino también son extremadamente vulnerables a formas más insidiosas de violencia, como son: el abuso institucional, la restricción química, el uso de drogas, la esterilización forzada, humillación, ridiculización, y acoso.

Para efectos de análisis, se consideran relevantes una serie de temas que Chenoweth (1996:393) releva de la perspectiva feminista y que tienen poder heurístico para observar el caso de América Latina y del Caribe. Entre esos temas se encuentran los de la marginalidad, la exclusión y la falta de poder, asuntos que sitúan a estas mujeres en riesgo

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de desempleo, pobreza, negación de una educación real, y de verse forzadas a vivir en una economía de servicios básicos, mal remunerados, que las segrega socialmente. Esta falta de poder y vulnerabilidad significa, entre otras cosas, que diferentes personas tomen las decisiones por ellas y controlen muchos aspectos de su vida, incluida su sexualidad.

Además de constatar la marginación, exclusión y falta de poder de las mujeres con discapacidad, se suma una representación distorsionada acerca de estas mujeres que las caracteriza como “asexuadas” o como “libres de género” (Danek, 1992). Como indica Chenoweth, en una cultura donde la imagen dominante de la mujer corresponde a un ideal o estereotipo de belleza, juventud y perfección física, a las mujeres con discapacidad se les niega su sexualidad y auto-respeto.

De este modo, las mujeres con discapacidad cargan con un doble estigma (Boyle, et.al., 1988), que las subyuga, es decir, sufren una “doble opresión” o discriminación múltiple: ser mujeres y tener impedimentos. Esta discriminación múltiple, dependiendo de las diferentes realidades sociales - como de los contextos e interacciones donde se ponen en práctica y se construyen identidades -, se puede entender como una simplificación de una red más compleja de caracterizaciones sociales – subjetivas y objetivas – que incrementan las posibilidades de discriminación y violencia como, por ejemplo, el caso de ser mujer, discapacitada, pobre, indígena y “vieja”, en el sentido peyorativo del término “vejez”.

Las prácticas discursivas y corporales, que realizan los agentes que ejercen la violencia, y el modo como viven esa violencia las mujeres que la padecen, se entenderán como ‘operadores prácticos’ – performances - que funcionan en situaciones concretas como modos de relación con otras personas. Se sugiere que, a través de esas prácticas sociales, adquiridas en gran parte sin prestar atención, incorporadas y sedimentadas por los sujetos durante la socialización, entran en juego disposiciones y esquemas de percepción, juicio y acción que los/las agentes traen a la mano en la vida cotidiana, aunque nunca de forma homogénea, mecánica y coherente. A estas disposiciones y esquemas, siguiendo a Bourdieu (1972), se le llama habitus.

Se hace una reformulación del concepto de habitus, como inclinación inconsciente a la acción, reconociendo el poder y la capacidad que tienen los/las agentes sociales para producir efectos sobre las personas y estructuras sociales – estas últimas entendidas como ‘conversaciones’ normalizadas y dinámicas en el tiempo -, con el propósito de evitar el problema, lógico y ontológico, de localizar al responsable de la acción en una estructura hipotética situada entre lo neurofisiológico y la persona, es decir en el habitus como disposición y esquema cognitivo, y no en una persona como ser social encarnado y situado. Así, el habitus no sería una interfaz que genera la acción – una mediación entre el individuo y la sociedad -, ni el locus de la acción en función de las opciones o inclinaciones disponibles según el campo social -, sino que proveería los medios para una acción atenta del agente de acuerdo al contexto y el propósito a la mano. Son los o las agentes sociales situados – las personas - en una dinámica social específica quienes causan la acción y crean significación.

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Las formas de violencia ejercida contra las mujeres con discapacidad – sus manifestaciones de tipo física, psicológica, sexual, institucional y simbólica, son ejercidas por personas contra personas. Así, por ejemplo, la violencia institucional contra las mujeres con discapacidad no sería una violencia transcendental ejercida por un concepto – el habitus institucional -, sino que es la acción violenta ejercida por personas con las capacidades y el poder de aprovechar la situación para sus propósitos. Si una persona, encargada de cuidar a otra, viola a una mujer que tiene discapacidad en el contexto de una institución de rehabilitación, entonces esa persona, como encarnación de la institución, está rompiendo las normas y compromisos reconocidos como legítimos en ese contexto. En la medida que la institución haga ‘vista gorda’ de ese comportamiento, no denuncie esas conductas, esquive complicaciones administrativas o evite sancionar esas prácticas por parte de sus agentes miembros, la violencia así ejercida por ese sujeto se vuelve violencia institucional e individual.

Por último, el estudio se hace cargo de la historicidad de la noción de discapacidad. Más allá de los tipos de discapacidad, se entiende que hoy existen dos modelos en disputa sobre la discapacidad: un modelo médico rehabilitador y un modelo social o de derechos. Este último enfoque es el que sostiene Naciones Unidas (2006), y significa un cambio paradigmático que hace pasar a las personas con discapacidad de ser consideradas como sujetos con patologías que se deben rehabilitar para convertirlas en actores funcionales a la sociedad (modelo médico rehabilitador), a una visión de la discapacidad como una construcción social (modelo de derechos o modelo social), donde toda la sociedad es co-responsable de su fabricación y significación. Así, se ha construido una ‘sociedad discapacitante’, o sociedades que dañan (Pemberton, 2015), contra las cuales hay que luchar política y jurídicamente para remover desde la raíz las barreras que impiden a aquellas personas cuya funcionalidad corporal es diversa, poder llevar una vida digna desde el pleno goce de sus derechos.

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III. Caracterización de la problemática de la violencia en mujeres con discapacidad1

1. Panorama regional sobre la medición de la discapacidad y violencia La situación de las personas con discapacidad comenzó a tomar relevancia para los gobiernos de la región en la década de los noventa, luego que en 1982 la Organización de las Naciones Unidas (en adelante ONU) creará el “Programa de Acción Mundial para los Impedidos”. Esto significaría para los Estados adheridos a la ONU, generar condiciones de igualdad a toda la población, expresándose en una participación inclusiva en la construcción de políticas públicas. Por tanto, las medidas que debían tomar los organismos gubernamentales correspondían a mejores niveles en la calidad de vida de las personas con discapacidad, reflejándose en los indicadores de desarrollo social y económico que dieran cuenta de su realidad. De esta manera, los países de la región en una primera instancia debían: a) conocer la situación sociodemográfica que tenían las personas con discapacidad, b) resolver la definición conceptual de dicho término, para luego c) ser incorporado en los instrumentos de medición -censos poblacionales y encuestas-. En este sentido, el marco conceptual del término discapacidad, tuvo un tránsito discutido a través de los años, en donde se consideraría en un primer momento el carácter biomédico del concepto a partir de un paradigma de “caridad”, es decir, los Estados aplicaban políticas asistencialistas para poder ayudar, pero éstas a su vez, generaban en la población con discapacidades segregación en escuelas especiales o instituciones de salud residenciales. Con el transcurso de los años, gracias a la intervención de las propias organizaciones de la sociedad civil de personas con discapacidad, se ha dado cuenta que no se puede entender el concepto desligado de lo social, y que por tanto la discapacidad debe ser comprendida a través de un enfoque de derechos. A propósito de esta discusión en el año 2006 se desarrolla la “Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad” y se aprueba su protocolo facultativo, el cual se traduce en el primer instrumento amplio de derechos humanos de integración, evidenciando un “cambio paradigmático” de los enfoques respecto a las personas con discapacidad. Asimismo, la Convención en su artículo N°31 referido a “Recopilación de datos y estadística”, en el inciso primero, señala que “los Estados Partes recopilarán información adecuada, incluidos datos estadísticos y de investigación, que les permita formular y aplicar políticas, (…)”, así también en el apartado tercero menciona que son los Estados los que deberán difundir la información generada, asegurando que sea accesible a todas las personas incluyendo a las personas con discapacidad.

1 Dado la modalidad del documento –resumen ejecutivo- las tablas y gráficos, las cuales aportan mayor

profundidad a la información, se encuentran disponibles en el Informe Final del Estudio, y no así en este informe. Los gráficos que se exponen solo son para dar una referencia a los datos más importantes.

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El estándar internacional con el cual se opera hoy en día en la mayor parte de los países de la región para medir y crear cifras en relación a la temática, es el desarrollado por la Organización Mundial de la Salud (en adelante OMS), el cual constituye la comprensión del termino desde un lenguaje estandarizado, tal como se ha señalado. La Clasificación Internacional del Funcionamiento, de la Discapacidad y de la Salud (en adelante CIF) define la discapacidad como “(…) un término genérico que abarca deficiencias, limitaciones de la actividad y restricciones a la participación. Se entiende por discapacidad la interacción entre las personas que padecen alguna enfermedad (por ejemplo, parálisis cerebral, síndrome de Down y depresión) y factores personales y ambientales (por ejemplo, actitudes negativas, transporte y edificios públicos inaccesibles y un apoyo social limitado).” (Naciones Unidas, 2001) La definición presentada, incorpora nuevos elementos como lo es la interrelación de la persona con su medio social; estableciéndose un concepto más complejo puesto que se presenta a través de un enfoque multidimensional. Como primer paso en la construcción de data relacionada a la situación de personas con discapacidad, los gobiernos han creado un panorama sociodemográfico, lo que ha permitido mejorar en cierta medida las políticas orientadas a disminuir las barreras para personas con discapacidad y suministrarle servicios adecuados, de manera tal de construir programas especializados que promuevan la participación de éstas. En esta materia, el informe elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (en adelante CEPAL) en el año 2013, evidencia que “entre el año 2000 y 2011 la población que residía con alguna discapacidad en el continente ascendía a más de 66 millones de personas, lo cual representa un 12,3% de la población regional, un 12,4% de la población de América Latina y un 5,4% de la de los países del Caribe” (CEPAL, 2013:7), porcentaje no menores, considerando la falta de datos concretos e instrumentos de medición respecto a la situación de las personas con discapacidad en los países del continente. Según el Banco Mundial, en su “Informe Mundial sobre la Discapacidad”, elaborado en el año 2011 en cooperación con la OMS, se estima que los datos son aún mayores y que la suma total podría aumentar a 85 millones de personas con discapacidad en la región. Respecto a la situación de las mujeres con discapacidad en América Latina se evidencia según los censos poblacionales de la región, que entre los años 2000 y 2011 la prevalencia de discapacidad es superior en las mujeres que en los hombres (CEPAL, 2013) Las diferencias de género no solo se encuentran marcadas por el número poblacional, sino también por otras variables, como lo son educación, salud, trabajo e ingresos –estas diferencias se verán reflejadas más adelante cuando se analicen los países en cuestión-, donde las estadísticas dejan ver que las mujeres con discapacidad en América Latina, presentan múltiples desigualdades (González, 2010), no solo intersectorial sino también dentro del mismo grupo de mujeres.

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En cuanto a la situación de violencia contra personas con discapacidad, el “Estudio temático sobre la cuestión de la violencia contra las mujeres y las niñas y la discapacidad” elaborado por la ONU menciona que “la exposición de las personas con discapacidad a un mayor riesgo de sufrir violencia está directamente relacionada con factores que incrementan su dependencia respecto de otras personas o las hacen vulnerables y las privan de sus derechos. Muchos de esos factores también conducen a la impunidad y a la invisibilidad del problema y dan lugar a la persistencia de la violencia durante períodos prolongados.” (Naciones Unidas, 2012) Si bien es posible que existan estudios sobre la situación latinoamericana respecto a la violencia de mujeres con discapacidad, no se han encontrado datos estadísticos oficiales en los países consultados que interrelacionen dichas variables en sus instrumentos de medición. Adicionalmente, si se desagrega este asunto según género, es posible dar cuenta que la data disponible oficial de los Estados remite solamente a las mujeres, niñas y adolescentes que sufren violencia, pero no incluyen la variable discapacidad. Sin embargo, el Comité de Expertos de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad CDPD/ONU (9ª Sesión del 17 de abril 2013), señala que la violencia en mujeres y niñas con discapacidad es 4 veces más grave que en la población general, concluyendo que esta población sufre una situación de “Desastre Humanitario Global”, y que obliga a una intervención sin demora de los Estados partes. Los datos que se proporcionarán a continuación sobre mujeres, niñas y adolescentes con discapacidad que sufren violencia en los países de Costa Rica, Chile y Uruguay, se analizarán de manera independiente, es decir, data sobre discapacidad por un lado y violencia por otro, situándose en un análisis descriptivo de antecedentes sociodemográficos provenientes de las fuentes oficiales de cada gobierno. 2. El problema en cifras: datos sobre discapacidad y violencia en mujeres, niñas y adolescentes en Costa Rica, Chile y Uruguay 2.1. Costa Rica En el año 2000 y 2011 se realizaron las versiones censales IX y X del Censo Nacional de Población y V de Vivienda, los cuales contemplaron la temática de discapacidad en el país. Los resultados comparados evidencian un aumento de las personas con discapacidad de aproximadamente 250 mil personas, ya que en el año 2000 las personas con discapacidad en Costa Rica eran de 203.731 personas con discapacidad representando un 5,34% de la población, y en el año 2011 la cifra aumenta a 452.849 personas con discapacidad, representando un 10,53% de la población, es decir 5 puntos porcentuales por sobre el año 2000.

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Con respecto a los datos obtenidos del Censo del año 2011, desagregándolos por género, se evidencia que de las personas que presentan alguna de las limitaciones consultadas, un 51,8% son mujeres y 48,2% son hombres (ver gráfico N°1). Respecto a la representación que tienen las mujeres con discapacidad en relación a las mujeres totales del país, las primeras constituyen un 14,3% de la población total de mujeres.

GRÁFICO N°1. POBLACIÓN CON DISCAPACIDAD EN COSTA RICA, SEGÚN SEXO.

Fuente: Elaboración Centro de Estudios Sociales y Opinión Pública – CESOP, Universidad Central de Chile, con datos obtenidos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) tomados del X del Censo Nacional de Población y V de Vivienda 2011 Costa Rica.

En el caso de la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO), la cual tiene una actualización metodológica en el año 2010, se aborda la misma pregunta del Censo para registrar a las personas con discapacidad2. De acuerdo a los datos obtenidos a través de la ENAHO 2015, es posible identificar que las personas que presentan algún tipo de discapacidad son 206.560 personas, de éstas un 52,5% son hombres y un 47,5% son mujeres. Según los datos entregados por esta encuesta el tipo de discapacidad más frecuente en las mujeres es “caminar o subir gradas”, seguidas por la visión. Siguiendo la línea del estudio, es importante dar a conocer también la realidad de niñas y adolescentes con discapacidad. Según los datos oficiales del Censo 2011, existen en Costa Rica 47.358 niños, niñas y adolescentes con discapacidad, los cuales representan un 10,4% de la población total con discapacidad y un 3,6% del total de niños, niñas y adolescentes del país. En este caso, la diferencia por género se hace mayor en los hombres que en las mujeres, en donde los niños, niñas y adolescentes con discapacidad representan un 54,6% en los hombres y un 45,4% en las mujeres. El Censo del año 2011, también da cuenta de las disparidades que sufren las mujeres con discapacidad, respecto a su situación laboral. En cuanto a la fuerza de trabajo en Costa Rica, un 36,1% de la población con discapacidad se encuentra en situación de ocupación y desempleada (150.678), comprendiendo las edades entre 15 años y más, de esta población un 96,3% se encuentra ocupada (145.043) y menos de la mitad son mujeres (32,4%). Mientras que los hombres en esta misma situación representan un 67,6% de la población con discapacidad ocupada.

2 Para tal afirmación se hizo revisión de los cuestionarios de la encuesta en las versiones de ENAHO desde el

año 2010 a la versión más actual 2015.

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Por otra parte, la población fuera de la fuerza de trabajo en situación de discapacidad -personas de 15 años y más que son económicamente inactivas- un 64% lo representan las mujeres con discapacidad, por ende, no reciben remuneración. Esta situación refuerza la declaración elaborada por el III Encuentro Nacional de Mujeres con Discapacidad en San José de Costa Rica en el año 2014, en donde se menciona que la mayoría de las mujeres con discapacidad se hallan en pobreza o pobreza extrema, situándolas en un contexto de múltiples discriminaciones. Situándose en la temática de violencia, según la información presentada por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en el Informe “Salud en las Américas: Costa Rica”, la tasa de mortalidad por homicidios que sufre el país en el año 2010 es de 9,33 muertes por 100.000 habitantes, aumentando su cifra respecto del año 2006 (6,8 muertes por 100.000 habitantes). Si esta información se desagrega por tipo de homicidios, se puede indicar que existen 11.028 casos de violencia intrafamiliar –denunciados por instituciones de salud en el año 2008- dentro de los cuales el 80% de las víctimas son mujeres, con una tasa de 402 casos por 100.000 habitantes. En esta misma materia, los registros del Poder Judicial de Costa Rica, a través del “Observatorio de violencia de género contra las mujeres y acceso a la justicia”, indican que el número de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas aumentaron de 16 en el año 2007 a 38 feminicidios en el 2008.

2.2. Chile

Chile ha generado una nueva base estadística en discapacidad producto de las relevantes inexactitudes conceptuales y las grandes diferencias cuantitativas entre sus datos, esto debido a las diversas maneras de conceptualizar la discapacidad y los distintos tipos de instrumentos utilizados, lo que ha obstaculizado la comparación de información a nivel nacional e internacional en el tiempo. En el país el concepto de discapacidad se comienza a incorporar en los instrumentos de medición en el primer Censo del año 1992, a propósito del “Programa de Acción Mundial para los Impedidos” -mencionado en el principio del capítulo- para posteriormente ser utilizado por las encuestas de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN), Encuesta de Calidad de Vida (ENCAVI), Encuesta Nacional de Salud (ENS), culminando en una encuesta propia en el ámbito de la discapacidad en el año 2004, con el primero Estudio Nacional de Discapacidad (ENDISC), y en el año 2015 su segunda versión ENDISC II. Según el Censo del año 20023, se evidencia que la población total con discapacidad en Chile ha aumentado respecto al censo correspondiente al año 1992, sin embargo, este

3 En el caso chileno no se trabajará con los datos más recientes, es decir censo del año 2012, ya que la

Comisión Evaluadora del Censo 2012, mandatada por el Instituto Nacional de Estadística de Chile, confirmó

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aumento ha sido solo de 50.489 personas, cifra no mayor si se considera que han transcurrido 10 años (ver gráfico N°2).

GRÁFICO N°2. COMPARACIÓN DE LA POBLACIÓN TOTAL CON DISCAPACIDAD AÑOS 1992 - 2002

Fuente: Elaboración Centro de Estudios Sociales y Opinión Pública – CESOP, Universidad Central de Chile, con datos

obtenidos del Instituto Nacional de Estadística (INE) tomados del Censo Nacional de Población y Vivienda 2002, Chile.

En cuanto a la situación actual, el Censo del año 2002 indica que hay un 2,2% de personas con discapacidad del total de población del país, dentro del cual un 53,4% son hombres y un 46,6% son mujeres (ver gráfico N°3). El porcentaje de mujeres con discapacidad además representa un 2,03% de la población total de mujeres.

GRAFICO N°3. POBLACIÓN CON UNA O MÁS DISCAPACIDADES, POR SEXO

Fuente: Elaboración Centro de Estudios Sociales y Opinión Pública – CESOP, Universidad Central de Chile, con datos obtenidos del Instituto Nacional de Estadística (INE) tomados del Censo Nacional de Población y Vivienda 2002, Chile.

En cuanto a la información del Censo del año 2002 por tipo de discapacidad, es posible indicar que el tipo de discapacidad más numerosa es “parálisis/lisiado” (135.389 personas) la cual afecta al 40,5% de la población con discapacidad, y el tipo de discapacidad en donde las mujeres tienen mayor prevalencia es “ceguera total”. Respecto a la situación laboral de las personas con discapacidad de 15 años y más, los datos muestran que el 84,8% de la población con discapacidad corresponde a “no económicamente activo”. La población de 15 año o más con discapacidades económicamente activa, corresponde solo al 15,2% del total de dicha población,

que la forma en que se contabilizó la población fue errada y no permite utilizar los datos como herramienta para la elaboración de políticas públicas, ni elaboración de investigaciones.

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acentuándose esta brecha según género, ya que un 72,59% de los hombres con discapacidad se encuentra ocupado versus un 27,41% de las mujeres con discapacidad. Si se analiza esta situación observando solo el grupo de mujeres con discapacidad, se hace evidente que las mujeres con discapacidad económicamente activas son menores en número, respecto a las mujeres con discapacidad económicamente inactivas, es decir existe mayor población de mujeres con discapacidad desocupadas que ocupadas. En Chile también hay datos respecto a la población con discapacidad en Chile contenida en la Encuesta CASEN 2013, la cual hace referencia a las personas que “presentan dificultades debido a su estado de salud”. La CASEN deja en evidencia que la población de mujeres con discapacidad es mayor que la de los hombres, siendo las primeras mayormente desventajas en la inclusión laboral. Otras encuestas que toman la variable discapacidad son la Encuesta Nacional de Salud (ENS) y la Encuesta Calidad de Vida y Salud (ENCAVI), ambas abordan la temática en sus instrumentos de medición con un mayor número de preguntas relacionadas al tema y de acuerdo al enfoque biomédico, por lo que sus resultados respecto del total de la población con discapacidad difieren a lo que indica el Censo y la encuesta CASEN, aumentando su porcentaje a un 21,7% de población con algún tipo de “dificultad” (ENCAVI, 2001). Finalmente, otro punto a destacar en la recolección de datos e indicadores estadísticos en Chile en relación a las personas con discapacidad, es el Primer Estudio Nacional de la Discapacidad generado en el año 2004 (ENDISC), éste estudio ha sido pionero en la entrega de información sobre el número de personas que padecen discapacidad en el país y su calidad de vida, el cual ha intentado ampliar los derechos de las personas con discapacidad, dando a conocer la prevalencia de discapacidad, sus diversos tipos y grados, y cómo estos influyen en las diversas dimensiones de su vida. En los datos registrados en el año 2004, se ha evidenciado que un 12,9% de la población padece discapacidad (medida como una deficiencia, limitación y restricción) y un 58,2% de este total son mujeres, es decir 1 de cada 7 mujeres en el país tiene discapacidad. De acuerdo a la discapacidad según tramos etarios, la prevalencia de mujeres se acentúa cuando sobre pasan los 40 años. El 29,2% de las personas que presentan discapacidad realizan un trabajo remunerado y las personas con discapacidad que no lo hacen alcanzan el 70,8%, esto es sobre la población mayor de 15 años de edad. Nuevamente la desigualdad en inclusión laboral se refleja en esta encuesta, en donde el 61,3% de las personas con discapacidad que realizan un trabajo remunerado son hombres, mientras que un 38,7% son mujeres. Respecto a la variable educacional, la distribución por sexo, evidencia que las mujeres están por debajo de los hombres en 8 puntos porcentuales en cuanto a su situación de estudios, 47% y 53% respectivamente.

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En el año 2015, se ha llevado acabo el lanzamiento del Segundo Estudio Nacional de Discapacidad (ENDISC II), el cual aparte de considerar la conceptualización de la CIF, también recoge los acuerdos establecidos por la Convención de Derechos de Personas con Discapacidad del año 2006 y ratificado en el año 2008. Según los resultados preliminares de dicho estudio, existe en Chile un total de 2.606.914 personas en situación de discapacidad (20%), de las cuales un 11,7% tiene discapacidad leve a moderada y un 8,3% situación de discapacidad severa. Los datos no son comparables con el primer estudio, ya que la manera de medir la discapacidad en esta segunda versión, se elabora con un concepto más integral que aborda a las “personas que, en relación a sus condiciones de salud física, psíquica, intelectual, sensorial u otras, al interactuar con diversas barreras contextuales, actitudinales y ambientales, presentan restricciones en su participación plena y activa en la sociedad.”4 De acuerdo al sexo de los entrevistados con discapacidad, un 24,9% son mujeres y un 14,8% son hombres, nuevamente se evidencia mayor prevalencia de las mujeres. La variable trabajo nuevamente arroja diferencias por género, en donde las mujeres con discapacidad perciben menores ingresos que los hombres con discapacidad y su tasa de participación laboral también es menor que la de los hombres con discapacidad. En cuanto a la dimensión de violencia, solo tenemos los datos que entrega el Estudio Nacional de Discapacidad versión 2004, porque oficialmente no se han incorporado los datos e informes de la ENDISC II a la página web del INE. De acuerdo a la información proporcionada por la ENDISC 2004, se ha podido evidenciar que un 13,28% (274.599) de las personas con discapacidad han sido víctimas de hechos de violencia, y en los últimos 12 meses del año 2004, 1 de cada 8 personas ha sufrido algún tipo de violencia física o verbal, siendo Carabineros el principal lugar donde se realizan estas denuncias con un 75%. Por otra parte, al considerar la dimensión violencia separada de discapacidad, según el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) se ha evidenciado que, en Chile, el 35,7% de las mujeres reconocen haber sufrido violencia durante su vida, la cual puede ser física, psicológica, sexual y económica. De acuerdo a los datos proporcionados por el Boletín Estadístico del año 2015 de la Fiscalía Nacional de Chile, 77,95% (102.517) de las víctimas de violencia intrafamiliar son mujeres, versus un 22,05% (28.994) que son hombres. Si bien, falta ahondar en más tópicos en los instrumentos de medición de Chile, la elaboración del Primer Estudio Nacional de Discapacidad y su versión posterior en el año 2015, son el inicio de una gran discusión y adeudo que se debe realizar para posibilitar la inclusión de las personas en situación de discapacidad en la elaboración de políticas públicas de manera transversal, no solo considerando esta variable, sino también hacer la incorporación y trabajar la temática de la violencia, porque como ya se ha expuesto, es

4 Definición del concepto de personas con discapacidad. Estudio Nacional de Discapacidad (ENDISC II) 2015.

Ministerio de Desarrollo Social.

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este grupo de mujeres las que se encuentran mayormente expuestas a recibir malos tratos y abusos. 2.3. Uruguay Al igual que el resto de los países que adscribieron y ratificaron el protocolo de la “Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad” en el año 2006, el país uruguayo en su calidad de miembro, inicia un proceso de incorporación de la temática discapacidad en colaboración con el Instituto Nacional de Estadística de Uruguay (INE), para investigar y generar datos concretos sobre el escenario que vive la población uruguaya que posee discapacidad. Esto además porque las Naciones Unidas expresan especial preocupación, y recomienda su inclusión en los próximos turnos censales de los países de la región. En cuanto a los datos arrojados por el Censo de Población del año 2011, Uruguay cuenta con una población de 3.251.654 habitantes, de los cuales 517.771 presentan algún tipo de discapacidad. Es decir, la prevalencia de discapacidad es de un 15,9% respecto de la población total (ver gráfico N°4). De este porcentaje, según género total del país, el 6,4% son hombres y el 9,4% son mujeres.

GRÁFICO N°4. PORCENTAJE DE POBLACIÓN CON DISCAPACIDAD

Fuente: Elaboración Centro de Estudios Sociales y Opinión Pública – CESOP, Universidad Central de Chile, con datos obtenidos del Instituto Nacional de Estadísticas Uruguay (INE). Censo año 2011. Si se analiza por sexo cada grupo de población, es posible señalar que el 13,2% de los hombres presentan una discapacidad permanente y en el caso de las mujeres con discapacidad es un 18,1%. Ahora, de la población con discapacidad permanente un 40,3% de los hombres registran dicho estado versus un 59,7% las mujeres (ver gráfico N°5).

GRÁFICO N°5. PORCENTAJE DE POBLACIÓN CON DISCAPACIDAD, SEGÚN SEXO

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Fuente: Elaboración Centro de Estudios Sociales y Opinión Pública – CESOP, Universidad Central de Chile, con datos obtenidos del Instituto Nacional de Estadísticas Uruguay (INE). Censo año 2011.

Cuando se analiza la situación de las personas con discapacidad referente a la inclusión laboral, la situación de desventaja es evidente en relación a las personas que no poseen discapacidades. Esta diferencia se acentúa aún más si se desagrega la información por sexo, ya que las mujeres son las que representan una tasa de actividad menor (30,46%) inclusive dentro del conjunto femenino. Asimismo, las mujeres con limitaciones tienen una tasa de desempleo mayor frente a los hombres con limitaciones. También como lo es en el caso Chileno, Uruguay crea otra fuente información para pesquisar datos respecto a la discapacidad. Se elabora la primera Encuesta Nacional de Personas con Discapacidad en el año 2004, dirigida por el INE y la Comisión Nacional Honoraria de la Discapacidad (CNHD). Los datos indican que la prevalencia de discapacidad en Uruguay es del 7,6%, siendo el 57% mujeres. Como puede apreciarse se manejan cifras diferentes según la fuente estadística empleada, pero los datos vienen a coincidir con la tendencia existente en los países occidentales, donde al menos un 10% de la población tiene discapacidad. De este sector poblacional más del 50% (en muchos países la cifra ronda el 60%) son mujeres (Naciones Unidas, 2011). Las diferencias según género, también son evidentes si se analiza la prevalencia de discapacidad en la población total de mujeres versus la población de hombres, siendo un 8,2% y 7% respectivamente. La Encuesta vuelve a reafirmar que las mujeres con discapacidad presentan una menor participación en la actividad económica del país, demostrando que las mujeres con discapacidad tienen una tasa de participación económica 244% menor que las mujeres que no presentan discapacidad. Otro punto importante a considerar, es la situación que tienen las niñas y adolescentes con discapacidad en el país. El Estudio “La situación de niños, niñas y adolescentes con discapacidad en Uruguay. La oportunidad de la inclusión”, elaborado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y el Instituto Interamericano sobre Discapacidad y Desarrollo Inclusivo (iiDi), da a conocer un panorama general de este grupo poblacional. Los datos para elaborar dicho estudio son extraídos del Censo del año 2011, y señalan que en el país existen 47.799 niños, niñas y adolescentes con discapacidad entre

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los 0 a 17 años de edad, lo que estaría representando un 9,2% de las personas con discapacidades. De acuerdo a las diferencias de género en este grupo poblacional, el Informe menciona que las discapacidades son más frecuentes en la población de hombres que la de mujeres, sin embargo, “puede observarse que las necesidades de las niñas y adolescentes con discapacidad son diferentes a las de los varones con discapacidades similares. Por su condición de mujer, estas niñas y adolescentes afrontan desafíos y desventajas sociales teñidas por la discriminación relacionada con los aspectos de género. La CDPD remarca la necesidad de ser sensibles a estos aspectos, de combatir la discriminación de las niñas con discapacidad y promover la igualdad dentro del hogar y el empoderamiento para lograr la equidad y la realización de sus derechos.” (Meresman, 2013: 27) El último punto en cuestión es el tema de la violencia de personas con discapacidad en el país uruguayo. Tal como antecede los otros dos países y en el contexto latinoamericano en general, las cifras oficiales y los instrumentos de trabajo de las instituciones estatales no cuentan con información referida al cruce de estas dos variables, por lo que la información que se brindará corresponderá a situar de manera general a las mujeres que sufren violencia en Uruguay, sin considerar la variable discapacidad. De todas formas, y como bien lo plantea el Informe Mundial sobre Discapacidad del Banco Mundial, las mujeres con discapacidad se encuentran mayormente expuestas a recibir malos tratos y abusos en relación a las mujeres sin discapacidad, esta misma comparación se hace frente al grupo masculino. Por lo tanto, cuando se describen las cifras respecto a las mujeres violentadas, se podría inferir a modo de hipótesis que para las mujeres con discapacidad esto ocurre en mayor medida. En este contexto y de acuerdo a los datos entregados por el Observatorio Nacional sobre Violencia y Criminalidad del año 2015 en Uruguay se puede dar cuenta de los siguientes indicadores: 1. Homicidio de mujeres en los últimos 12 meses (nov. 14 – nov. 15):

45 muertes de mujeres (4 menos que en igual período del año anterior).

23 corresponden a mujeres muertas por violencia doméstica (1 cada 16 días).

Cada 11 días un intento de asesinato hacia mujeres por violencia doméstica.

2. Evolución del Número de homicidios a mujeres por violencia doméstica:

2011: 26 mujeres (20 a manos de expareja)

2012: 27 mujeres (21 a manos de expareja)

2013: 28 mujeres (25 a manos de expareja)

2014: 24 mujeres (14 a manos de expareja)

2015: 23 mujeres (20 a manos de expareja)

Un estudio elaborado por el Ministerio de Salud Pública de Uruguay da a conocer la violencia de mujeres atendidas por cualquier motivo médico en centros sanitarios del país públicos y privados. Al respecto, evidencia que el 20,5% de las encuestadas aseguró ser

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víctima de malos tratos “todos o casi todos los días”. Además, una de cada cuatro mujeres asegura haber sufrido violencia de género, 14% de ellas asegura que se encontraba embarazada y el 35% valoró los episodios vividos como “bastante o muy graves”. Resulta particular que no existan estudios que engloben la temática de violencia hacia mujeres con discapacidad, teniendo en consideración que por su razón de dependencia tienen mayor probabilidad de ser víctimas de violencia física o psicológica, tal como se ha mencionado a lo largo del estudio. Temática que ha emergido lentamente en la agenda pública del país, y en el año 2013, el Programa Nacional de Discapacidad (PRONADIS) junto a INMUJERES han organizado el Seminario Nacional Género y Discapacidad: “Una vida sin violencia para todas las Mujeres”, el cual contribuyó al debate y la generación de soluciones en esta materia.

IV. Del Cuerpo Ilegítimo a los Derechos Humanos: la violencia contra mujeres con

discapacidad en Costa Rica, Chile y Uruguay

1. Estudio de Casos de Violencia contra mujeres con discapacidad en Costa Rica

a. Caso # 1. Dios regala barreras a superar: la Familia y Dios como protecciones contra la violencia a la mujer con discapacidad

Se quiere partir con el relato de ‘A’, una mujer joven de 22 años, con discapacidad mental.

Ella percibe que todos en su entorno la respetan. Declara no haber sufrido ningún tipo de violencia o maltrato. Su familia, amigos y entorno la apoyan. Está consciente de la violencia contra las mujeres con discapacidad, pero declara que no es su caso. Solo Dios le ‘regala barreras’, pero para ser superadas. Este es un extracto de su relato, en sus propias palabras:

“Me siento muy afortunada con mi discapacidad. Las expectativas que ellos tienen de mi es que yo me siga superando en los años que sigan. Mi vida con mi discapacidad es igual que todas porque yo voy por lo que quiero. No hay límites para ponernos nosotros mismos […]

Esas preguntas de violencia yo no puedo responder ya que no he sufrido eso. Yo no he tenido ese maltrato que tienen las mujeres con discapacidad.

Mi relación con mis padres ha sido muy linda. Con mis amistades ha sido muy linda de enfrentar nuevas metas, nuevos sueños, nuevas barreras, que Dios nos regala cada día para enfrentarnos.

En el aspecto de violencia, no he visto eso. En las instituciones siempre me respetan como una mujer con discapacidad. Hay que esforzar más las leyes, para que se nos respete más. En el área del trabajo que sean más

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accesibles para eso […] Esas preguntas de violencia no se las puedo contestar porque yo no he vivido ese maltrato a mí, a la violencia que vive cada mujer con discapacidad [...]”.

‘A’ opera en la vida con ‘fortuna’, no le pasa a lo que a otras mujeres con discapacidad. Tiene una buena vida y sabe que no todas las mujeres tienen esta suerte, por lo mismo, es afortunada. No sufre violencia, pero si conoce de ‘barreras’ que Dios le regala. En ninguna tipología de violencia, dentro de nuestro marco de referencia, aparece que el tener ‘barreras’ sea un tipo de violencia, pero sí la noción de ‘barrera’ implica una ‘resistencia’, una muralla que cierra el paso. Lo opuesto a una barrera es un ‘acceso’, la metáfora de una ‘rampla’, y estos no necesitan ser superado, sino transitado, salvo que el acceso remita a su ausencia.

Se puede considerar, que ‘A’ sí ha vivido o vive formas de violencia simbólica – quizás expectativas de barreras de discriminación en el ámbito del trabajo -, pero que no las ha creado el ser humano, sino Dios. “Ayúdate, que yo te ayudaré”, reza el dicho popular, en referencia a la unión de esfuerzo personal y ayuda Divina, que ‘A’ plasma en su relato. Y, en este caso, la ayuda de Dios, en un esquema de disposiciones a la mano que se articula desde la fe religiosa, y consiste en un ‘regalo’, porque Dios, en definitiva, es bueno. Lo que Dios regala son ‘obstáculos’ para que la persona de fe los supere en esa unión de esfuerzo y asistencia Divina que bendice y santifica.

La pregunta, desde el modelo de los Derechos Humanos, es si esta visión religiosa admite una articulación política de lucha por los derechos de esta población o si más bien resta actores al movimiento. La cuestión a profundizar es el rol de la praxis religiosa en la configuración de este problema.

b. Caso # 2. Como si toda la violencia no fuera suficiente: de cómo el entorno y las instituciones aún no despiertan del todo.

‘B’ es una mujer con discapacidad física que vive en un catón rural de Costa Rica, que ha sufrido diversas formas de violencia a lo largo de su vida.

Desde niña fui abusada a la edad de 11 años por mi padrastro, donde mi madre no lo creyó, después fui maltratada por mi madre desde la niñez y juventud agarrándome del pelo por todas las calles y pegándome sin compasión, con palabras diciendo zorra, hijueputa, no sirves malparida, etc. después en mi matrimonio por parte de ex cónyuge el cual tenía la misma cantaleta de mi madre usted no sirve de nada, de mujer, de madre, de esposa, de profesional de nada, cuando embarazada quiso tirarme por la puerta del carro, donde decía que mi hija no era mía, se me tiraba encima, gritos, y después sentí abusada maltratada en el área laboral por cuanto durante años me enviaron a vigilar a ver si era cierto que estaba

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enferma con problemas de movilidad y por medio de mi hija gritando tratándome mal, etc.,

La vida cotidiana está repleta de eventos que significan estar constantemente siendo discriminada.

También he tenido violencia en el área de salud donde me enviaron un ultrasonido y poder ingresar a la sala por no haber acceso no me lo realizaron, donde también por medio del médico donde solicite que me hicieron el Papanicolaou me indica que no tiene como hacerlo porque no es accesible ni tiene como acomodar mi pie’, en el colegio muchas veces tuve que presentarme a reuniones y me atendían en la calle porque no tenía ingreso a las oficinas, en los servicios bancarios donde existe un ascensor como para cumplir y los tramites hay que realizarlos en el segundo piso y he tenido que esperar hasta dos horas que la persona se desocupe para que venga atenderme por falta de acceso.

Si la violencia por la que ha pasado no fuera suficiente, de su relato se desprende que ella es consciente una violencia más sutil - simbólica - toda vez que es capaz de distinguir la solicitud de ‘consentimiento’ para comportarse de maneras supuestamente adecuadas a una mujer con discapacidad.

Yo como mujer con discapacidad es una discriminación principalmente porque se ha visto a la mujer como alguien que no puede hacer las cosas, y aún más se junta con la discapacidad, lo cubren de manera que no puedo salir sola, no puedo tener amigos, actividades sociales, ven en la mujer con discapacidad un no puede salir adelante.

‘B’ es una mujer que tiene muy clara las formas de abuso y discriminación en personas como ella, y como esto crea una ‘mentalidad’ – esquemas de percepción y juicio – que reproducen una visión de dependencia y vulnerabilidad.

Siempre tengo pendiente toda la violencia que sufren tanto las mujeres en sí, más aún una mujer con discapacidad, siendo así que en la sociedad ven a la mujer con discapacidad con el mito de pobrecita, del que no puede y sobre todo muchos familiares utilizan a la mujer con discapacidad sea niña, joven, o adulta un símbolo para poder sacar dinero a la sociedad sea estas amistades, gobierno comercios entre otros.

La relación de ser mujer con discapacidad y el riesgo que existe en la violencia, es que se crea una mentalidad de dependencia y el que no puede ser nada por sí sola, con esto afectando grandemente y siendo violentada de manera directa con los derechos de mujer.

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‘B’ representa un ‘prototipo’ de las manifestaciones de violencia contra las mujeres con discapacidad. En la familia, el trabajo, la salud y la educación - hasta moverse por la ciudad o pueblo – la vida de ‘B’ se presenta como un recordatorio permanente de que ella, para los demás no tiene valor, que es una carga, algo que ella no está dispuesta a asumir como algo ‘natural’ y contra lo cual luchara, aunque le faltan las alianzas que la empoderen con mayor solidez. Sus experiencias negativas son homólogas a la significación que les otorga, y solo puede transformar esos ejes a nivel personal, algo que la tiene insatisfecha, pero no rendida.

c. Caso # 3. La trasmutación del mal: como la determinación y la ayuda de Dios te dan fuerza

‘C’ tiene discapacidad psicosocial. Para ella ser mujer es ‘maravilloso’, aunque piensa que a las mujeres con discapacidad se las considera ‘personas sin género’. Se siente delicada y fuerte a la vez, y da gracias a Dios por eso.

Dios me da la fuerza. Doy gracias a Dios por ser mujer. Para ella la discapacidad facilita a los demás ejercer violencia porque la equipara a debilidad, y la débil es la que puede ser manipulada. Sin embargo, ella piensa que ser discapacitadas no las debilita, aunque requiere aprendizaje.

La discapacidad es algo que nos hace diferentes, pero no nos debilita. A la persona discapacitada la violentan porque la ven minimizada, como un conejito, que no tiene arte ni parte, que se puede poner de aquí para allá. Si alguna vez fue debilitada, de eso aprendí. Todo eso me ha impulsado a ser mujer. A veces duele profundamente cuando las personas que tienen todas sus facultades se atreven a señalar. Las mujeres con discapacidad somos privilegiadas por Dios por ser capaces, capaces de ser ejemplo para muchos otros.

Ante la violencia hacia la discapacidad se pone en juego una batalla entre la autoestima y juicios y estigmas de terceros. Y Dios – creer en Dios – ayuda a sobrellevar esta batalla.

Las personas le han querido poner a uno, un estigma, pero eso es decisión propia, es autoestima. A pesar de que hemos sido violentadas, agredidas por la sociedad, por todas las personas alto, bajo, media, en el rango social, no importa, yo ya pasé y seguiré pasando[...] Sigo siendo violentada, claro. Se maneja con dominio propio. Y hay que seguir adelante. La violencia es dolorosa, es inconcebible para muchos de

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nosotros. Otras personas se hacen los sordos ante la injusticia. Hemos tenido que abrir puertas con la ayuda de Dios de alguna forma.

Se puede interpretar el caso de ‘C’ como otra expresión de la praxis religiosa cristiana como un coadyuvante en la lucha contra los que producen violencia. Hay que indagar más para observar cómo la matriz mítico-religiosa podría estar actuando como operador práctico en la vida de muchas mujeres con discapacidad que son creyentes cristianas.

d. Caso # 4. Abandono de la madre y abandono de Dios: como el tiempo restituye lo que parece perdido

‘D’ es una mujer con discapacidad que señala el momento de ser madre como el acto de su rehabilitación.

Ser mujer con discapacidad es un reto, por el hecho de ser madre. Cuando mi hija nació y vi su carita, fue el momento en que me rehabilité. Tener un hijo es un reto. Eso me identificó como mujer.

El valor de ser madre remite a la experiencia que desean vivir muchas mujeres, pero en el caso de ‘D’ este valor tiene una raíz biográfica radicada en el abandono familiar desde pequeña. Incluso, en su esquema de mundo, pensaba que Dios no la quería.

A ‘D’ la dejaron en una banca. Mi familia me dejó en una banca del Hospital San Juan de Dios. Dejaron en mi ropa, un papel con mi nombre y una fecha, 24 de agosto, como día de mi cumpleaños. Hicieron un cajón por niño y tuvimos que pasar un día para que se recogiera. Éramos 800 niños con polio. En aquel momento me veían como niña malcriada. Yo me sentía muy triste. Cuando oía la palabra mamá, mi alma lloraba. Quería una mamá que me abrazara.

Pero el abandono no fue la única experiencia de violencia que sufrió. Desde niña tuvo que pasar por situaciones peores que una película de terror.

La violencia más fuerte es la emocional. Cuando te dicen que si hablas te matan. Tuve una pareja que me decía que me mataba si hablaba. Las mujeres con discapacidad están en violencia porque no tienen herramientas. La debilidad en la parte espiritualidad. La falta de acompañamiento.

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La discapacidad era mala vista en la sociedad. No éramos aceptados en lo más mínimo. Las monjas nos pegaban. Nos pegaban con una faja. Un día mordí, y me amarraron con un perro de nombre Suky, todo el día amarrada a su lado para que aprendiera a no morder. El riesgo era ser niñas, con discapacidad y pobres. Niñas apetecibles sexualmente. Empezaron las violaciones en el hogar. Niñas discriminadas y sin derechos. Niñas ‘D’ sufrió. Viví tres meses comiendo en un basurero. Viviendo en la calle.

Lo ocurrido en torno a la violencia, es parte del pasado, y solo podemos volver a mirar ese pasado de manera distinta porque una nueva identidad ha emergido y, con ella, una nueva observadora, que recupera la fuerza y la creencia. Sin embargo, aún persiste la otra mirada, la que se ha quedado anquilosado en la mirada “lastimera” y de “pobrecita”. Esas dos perspectivas son las que se disputan el campo del sentido común.

e. Caso # 5. Así son las cosas: entre la resignación y la voluntad de Dios

‘E’ es una mujer con discapacidad sensorial, sordo-muda, que tiene dos hijos, de 16 y 9 años. El hijo mayor hace de traductor.

Admite que la vida con discapacidad es difícil, pero que uno se adapta a la situación. Piensa que ella se ha aceptado como es y que en su entorno también la aceptan.

Así vino al mundo y así ella está aquí. [Traductor] Respecto a la violencia contra las mujeres con discapacidad, ella piensa que así son las cosas y que esto está en las manos de Dios.

Si es molesto para ella, hay que dejarlo en las manos de Dios, porque Dios sabe por qué hace las cosas. Y que todos deberían aceptar como son las cosas, y como ellos quisieran que fueran. [Traductor]

Ella ha sufrido agresión física – golpes -, pero no es algo sobre lo que se pone a pensar y que ya pasó. No le gusta referirse al tema. También, cuando joven, se sintió “despreciada por los muchachos”, cosa que le costó aceptar en un principio, y que fue muy duro para ella.

El que ‘E’ no quiera referirse con mayor profundidad a sus experiencias de violencia se puede entender como un acto de protección hacia su hijo que está traduciendo lo que ella dice – en lenguaje de señas-, y porque su disposición connota una absoluta entrega a la voluntad de Dios que se traduce como “las cosas son como Dios quiere” y no como le gustaría al ser humano que fueran. Ella ha sufrido violencia y desprecio, pero ya, así son las cosas.

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2. Estudio de Casos de Violencia contra mujeres con discapacidad en Chile

a. Caso # 6. La delgada línea roja: injusticia, violencia institucional y una maternidad truncada

‘F’ tiene 26 años, es separada y con pareja, tiene 2 hijos recluidos, uno dado en adopción, otro en proceso de adopción. Tiene discapacidad mental - deficiencia mental y trastorno de la personalidad - y epilepsia. Su situación económica es precaria.

Todo comenzó a los 17 años. Los médicos y su familia estaban en contra de su embarazo.

Hace cuatro años que se fue de adopción. De todo esto, del embarazo, tres personas tuvieron en desacuerdo que yo tuviera el niño, que fueron los médicos y mis padres, el único aquí que me apoyó fue Luis. En ese proceso del embarazo yo lo viví sola, nació mi hijo, gracias a Dios nació bien y llevé un proceso de cuidados que no tenía la menor idea de cómo cuidar a un niño y por entre medio se metió mi hermana, hubo una riña, una pelea y salió lastimado mi hijo, mi hijo tenía un hematoma en el cuello y en su hombro izquierdo. Mi hijo tenía cuatro meses cuando tuvo la lesión y a mí me acusaron de asesinato, intento, porque no me quisieron escuchar, la versión mía, solamente escucharon la versión de mi mamá y de mi hermana.

La marginan del proceso de adopción. Se genera esperanzas trabajando. Su primer hijo es dado en adopción.

Ya, para terminar el caso de mi hijo mayor, hubo muchas trabas, trabas de cada vez de las visitas, hubo que yo llegaba y antes que yo viera a mi hijo, ellos me hablaban, me metían cuestiones en la cabeza, me decían que sí o sí el niño se iba a ir, que yo era inestable, hasta que llegó la fecha. El 20 de abril del 2011 hubo la audiencia, la última audiencia que hubo y tiraron todos los papeles, después haber luchado durante un año estudiando, después de haber luchado un año dos veces, trabajaba en La Cuarta y en La Segunda y así no era suficiente. No era suficiente para tener a mi hijo. Salimos y no me dejaron entrar, entró él y el abogado. Después me dijeron que aprobaron la adopción, retiró apelaciones y la petición falló. Ya se fue, el 28 de octubre fue la última vez que lo vi, no lo vi nunca más.

Producto de un accidente en locomoción colectiva, donde su segundo hijo sufre un golpe y lo llevan al médico para ser examinado, comienza el proceso para “quitarle” a su segundo hijo. El hijo es llevado a SENAME (Servicio Nacional de Menores) y se le prohíbe hablar con él, hasta que los Tribunales le autorizaron volver a verlo.

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Ella siente que todo el esfuerzo que hizo, para recuperar a su hijo y evitarla adopción del segundo, fue en vano, que pasó a llevar su integridad como mujer, como mamá.

Tiré mi matrimonio, tiré mi integridad como mujer y como mamá para poder que mi hijo esté en la familia, poder saber día tras día o por lo menos por teléfono que me digan “X o Y el niño está bien, el niño está estudiando, Negra pucha el niño está creciendo o se le cayó su dientecito o sabis que él [XYZ] ya tiene supongamos ya tiene 14 años y quiere ir a Fantasilandia, yo quiero que todo eso saber, saber el crecimiento de mi hijo, porque del [XYZ] no tengo la menor idea.

En este caso, el argumento central gira en torno a los límites entre violencia institucional y la protección a menores. La discriminación por tener discapacidad intelectual o mental parece obvia, pero acá entran en juego códigos de nivel institucional – leyes y normas de organismos del Estado (SENAME, Tribunales) - que, en este caso particular, colocan en disputa los derechos humanos de una mujer con discapacidad para ser madre y los derechos humanos de niñas y niños de no ser abusados o violentados. Está es una delgada línea roja que abre un debate y demanda un análisis más profundo.

Finalmente, este caso es un ejemplo donde la complejidad de la experiencia se puede reducir fácilmente como: injusticia sobre la base de la discriminación. La víctima caracteriza la situación como injusta, tanto por el actuar de la familia como de la institucionalidad, y para quién recorre el camino de su relato no cabe duda que su accionar está orientado por esa percepción y juicio de la situación. Bajo este esquema, ¿puede ella ver esto de otra forma?

b. Caso # 7. La violencia económica de un sistema económico: cuando la pobreza supera a la discapacidad

‘G’, mujer casada, de 69 años de edad, tiene tres hijos, y convive con las familias de dos de sus hijos. Tiene discapacidad sensorial – ceguera. Son 8 personas en el hogar. Realiza trabajos esporádicos como asesora del hogar. Jubilada. La situación socioeconómica es precaria.

El relato de ‘G’ es breve en cuanto a nuestra temática. Se puede mencionar que ha sufrido violencia verbal en la calle producto de su ceguera al cruzar las calles.

La ven atravesar la calle a uno, los autos, a mí me han echado los mil garabatos. Una vez me sacaron hasta la madre y llegué llorando aquí.

Pero la violencia que sufre ‘G’ es más profunda, directa y traspasa las fronteras de la discapacidad. La violencia que sufre ‘G’ está en las raíces de un sistema social y económico desigual, donde la escasez de recursos, la pobreza, es el problema central, y tener discapacidad agrava la situación. A todos los problemas familiares que existen en su vida –

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como el marido con cáncer -, se suma la impotencia de no poder contar con los recursos para vivir, y el constatar que no puede ver, que está prácticamente ciega, la hace sufrir de impotencia porque no puede trabajar.

La violencia de la pobreza, en este caso, supera a la discapacidad. Claro, sigue existiendo esas violencias cotidianas – como en la calle - e institucionales, como la espera que debe soportar en los hospitales, pero sabe que con dinero o recursos eso podría ser diferente, y hasta las violencias cotidianas asociadas a tener discapacidad quizás puedan ser ignoradas por un tiempo. Hoy los pequeños insultos la golpean en el “bolsillo”.

c. Caso # 8. La falta de tiempo y el déficit atencional social: cuando en la sociedad no queda tiempo para el silencio

Ana ‘H’, tiene sesenta años, casada con tres hijos. Vive con su esposo y su hija menor. Tienen discapacidad sensorial – sordera. Confecciona ropa de manera independiente.

Para ‘H’ tener discapacidad significa pérdida de autoestima. Ella percibe en su entorno familiar una diferencia en la disposición de los hijos en relación con ella. Algunos de ellos, la hija, se aburren. Siente que el marido la sobreprotege. Pero lo que más le preocupa es la actitud de su hija, es poco tolerante, se desespera con ella.

La gente no está preparada para la sordera. Por los mismos temas de comunicación interpersonal, se tuvo que salir del grupo religioso al cual pertenecía. Poder compartir y disfrutar su fe religiosa con los demás era una tarea que requiere el esfuerzo de los otros/as para lograr establecer una comunión y aprender a comunicarse de otro modo, con señas. De este modo, la discriminación que más sufre tiene que ver con la sensación de exclusión producto de la dificultad para comunicarse con los demás. Esto, sin embargo, no ha afectado su autopercepción y rol como mujer. Sí, ha complicado su rol de madre en relación con sus hijas / as.

La verdad es que la comunicación, sino se maneja el lenguaje de señas, requiere desarrollar tolerancia y estrategias para conectar con el mundo de los que no pueden oír. Por eso ella insiste en que la gente no está preparada para la sordera. La sordera no es lo mismo que no poder ver u otra discapacidad, no porque sea peor o no, sino porque tiene que ver con un eje importante para la vida social: la comunicación. En ese sentido, a pesar de que siente la intolerancia, comprende el aburrimiento de quienes desean conectar con

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ella. En una cultura acelerada y con déficit atencional, como la sociedad chilena actual, la gente no tiene la paciencia ni el tiempo para detenerse a escuchar el silencio.

d. Caso # 9. El derecho a no sentirse diferente: hasta una mujer con discapacidad puede ejercer violencia

‘I’ tiene discapacidad física – tetrapléjica. Tiene 32 años. Soltera. Vive con su pareja lesbiana. Posee una buena situación socioeconómica y un buen puesto de trabajo en la industria de las comunicaciones.

Cuando se le presenta el tema de la violencia contra la mujer con discapacidad, ella primero considera que hay separar los temas, uno el de ser mujer y, otro, el de la discapacidad.

El ser mujer para mí ha sido un trabajo súper interesante, porque crecí en un entorno en el cual la mujer dentro de mi familia, siempre ha sido un sujeto de bastante esfuerzo, no de la mujer que ha estado en la casa sino de la mujer trabajadora, de la que provee cosas también en la casa, entonces si bien mi madre no ha trabajado en una determinada institución siempre, mis tías y todas las mujeres que están en mi entorno siempre han trabajado, siempre han sido mujeres con mucho trabajo. Y desde ese lugar he entendido el trabajo de la mujer como un derecho absolutamente igualitario…

Desde su ser independiente y de esfuerzo, cuenta se siente una mujer atípica. Ella no cree en el machismo ni el feminismo. Tampoco cree en el activismo, “de llevar una bandera”. No ve el ser mujer como un “acto” complejo. Para ella ser mujer es simplemente ser un “ser humano”, independiente de si es hombre o mujer.

El tema de la discapacidad lo considera un regalo porque, dado que su discapacidad es producto de un accidente, entre morir y vivir, seguir viva es más valioso.

Ahora, lo que ha significado para mi ser discapacitada de manera bien honesta, el ser discapacitada para mí ha sido un regalo, ha sido una oportunidad de crecimiento, ¿ha sido fácil?, no, no ha sido fácil, pero nuevamente porque creo que yo quedé viva y después de lo que viví yo creo que para mí fue suficiente…

No concibe que la discapacidad signifique ser diferente y ha mantenido esa actitud hasta la actualidad.

Te juro que había un espacio en mí que no entendía que por qué tenía que ser diferente. Y mantuve esa actitud hasta el día de hoy, que no entiendo por qué tiene que ser diferente, tiene que haber una inclusión social, no

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entiendo por qué tiene que haber una inclusión laboral, no me compro el ser distinta.

‘I’ opina que las personas con discapacidad contribuyen con su comportamiento a ser violentadas. Pero no solo eso, sino que piensa que ellas o ellos, quienes tienen discapacidad, también violentan a las personas sin discapacidad.

Nosotros somos altamente responsables de que las personas, de que los cuidadores se aburran, de que los familiares te dejen botado, o dejen botado a una persona en situación de discapacidad por ser aprovechado, o sea, porque la persona no trabaja, porque por ser discapacitado crees que tienes el derecho a tratar al resto como quieras. Entonces las personas con discapacidad también violentamos muchísimo…

‘I’ se ha sentido violentada, pero no lo interpreta como producto necesario de la condición de ser mujer con discapacidad, sino como violencia producto de ignorancia y falta de criterio. Al mismo tiempo, sostiene que la discriminación no tiene que ser vista como violencia si no hay intención de causar daño.

‘I’ se constituye como un ser irreverente frente a los símbolos y estereotipos de la discapacidad, y la violencia de género. Un modo de ver que no genera adeptos dentro del campo de las organizaciones vinculadas a la discapacidad porque desacraliza algunas categorías dominantes que le son caras al movimiento por los derechos de las mujeres con discapacidad, pero que tiene un poder generador de debate que es sano para el pensamiento crítico al interior del movimiento. Ella es un ejemplo de mujer con discapacidad que rechaza ser estereotipada como débil, marginal y víctima.

e. Caso # 10. La desigualdad económica te deja discapacitada: de como el sistema de seguridad social es discriminatorio

Mujer trabajadora de 54 años, con discapacidad física – artrosis -, toda su vida ha trabajado como asesora del hogar. Ella es la jefa de hogar, y vive con una de sus tres hijas. Después de un examen de “ArtroTac” descubre que tiene ‘artrosis severa de la cadera derecha’.

Su enfermedad no fue un accidente laboral, lo que significaba no contar con la asistencia médica del contrato de trabajo, sino que fue algo que se desarrolló a lo largo de los años, producto del trabajo como asesora del hogar.

Ella no tiene interiorizado el discurso de derechos asociados a la noción de discapacidad, sino que habita en el esquema de que desarrollar esta enfermedad la lleva directo a la “invalidez”, y esto es algo terrible que se debe evitar con tratamientos médicos caros y prótesis. La “invalidez le significaría volverse una carga, una “inútil”, para llevar adelante su vida, sus proyectos de vida, porque se considera joven para seguir trabajando.

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En cuanto a situaciones de maltrato, le ha pasado que la gente la apura, no le da el asiento en la locomoción colectiva.

La subida y bajada de la micro es atroz, nadie te respeta, todo el mundo te pasa a llevar. Tú te parai, me ha tocado en el Metro, que tú te parai al lado de alguien y no te da el asiento. Otro tiene que decirle: “¡Oye, da el asiento a la señora!”. O en las micros, me he topado que la gente que no es de nuestro país es mucho más amable que nosotros mismos. La gente es muy indolente, muy indolente con las personas que se ven…claro, yo, a lo mejor me veo muy joven, no sé, pero estoy enferma igual. Y, eso es un sufrimiento terrible.

‘J’ tiene miedo porque no le dan pega, no le dan trabajo, porque no cree que le dan trabajo de asesora del hogar si anda con bastones.

Yo me siento totalmente discriminada porque de partida por los mismos médicos del CONPIN, porque ellos saben de qué se trata esta enfermedad. Si no te cambian la pieza que tenís, cada día estay peor. No vay mejorando, no es que te den unos remedios y vay a estar bien, no. […]

La situación de ‘J’ es algo que les pasa a personas con y sin discapacidad. Básicamente, el tema es de escasez de recursos. Por eso, no contar con los medios es el punto de inflexión de su situación. La falta de medios la obliga a pasar por el sistema de salud público que está colapsado. En consecuencia, el razonamiento que hace ‘J’ de su situación de salud pasa por un tema estructural que involucra del sistema de salud público, el sistema de pensiones y el sistema laboral. Acá las condiciones y restricciones del entorno económico la discriminan, y de ese modo pierde acceso a la posibilidad de un tratamiento que disminuya su discapacidad y que le permita generar los recursos que necesita para vivir.

f. Caso # 11. Por una sociedad de la información inclusiva: de cómo tener sordera reduce las fronteras de comunicación

‘K’ tiene 31 años. Tiene discapacidad sensorial - sordera. Está casada. Ella es educadora diferencial.

El enfrentamiento de las situaciones de violencia depende en gran medida del tipo de familia que te forma. Ella piensa que en el seno de la familia se enseña cómo enfrentar los problemas. ‘K’ recuerda un caso donde vio una agresión entre una pareja de sordos y la mujer estaba convencida de que estaba bien. Era una situación normal para esa persona, reflexiona, por su concepción de cómo son las personas.

Lo que le pasó con la experiencia de la agresión en esa pareja lo asocia a que mucha gente sorda queda excluida de los sistemas de comunicación de masas, pues la mayoría no comprende el lenguaje oral, y se ven limitados al lenguaje de señas. De este modo se ven

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excluidos de información importante, que puede ampliar su idea del mundo y lo que está bien o no como comportamientos.

En la televisión, con la información, a veces el cuadro del lenguaje de señas no se entiende o desaparece.

Según ‘K’, la comunidad sorda es una de las más alejadas porque el país no ha solucionado el problema de la comunicación.

Los sordos nos sentimos extranjeros porque tenemos un lenguaje diferente. La capacitación es la única forma que tenemos para integrarnos. La municipalidad nos excluyo de un proyecto de capacitación porque hubo un problema de enfoque, porque no era gratuito.

Para ‘K’ es muy importante el rol de la mujer dentro de las organizaciones sordas.

Las mujeres sordas tenemos más autonomía y somos más organizadas en el tema de la discapacidad. Antes era muy impactante ver a una mujer como una luchadora. Pero, actualmente, los temas de las mujeres han podido salir adelante, sobre todo con el movimiento de los estudiantes o el hecho de tener una mujer presidenta ha ayudado a tener un cambio de perspectiva en las organizaciones.

‘K’ piensa que, con la discapacidad, en el caso de la sordera, ellas se constituyen en extranjeras en su propio país. La lengua y los sistemas de comunicación estarían pensamos para privilegiar códigos verbales acústicos, lo que las margina de la sociedad de la información. De ahí, que, desde su mirada como educadora, sienta como crítica la formación como un mecanismo de inclusión en la cultura entendida como sistema de comunicaciones múltiples. El lenguaje de señas los confinaría a una comunidad reducida que se comunica por gestos, y lo que alguna vez fue un progreso, hoy en día, ya no es suficiente.

3. IV. Estudio de Casos de Violencia contra mujeres con discapacidad en Uruguay

a. Caso # 12. La reconstrucción de la identidad: el poder de la identidad de género

‘L’, tiene cerca de 60 de años. Tiene una discapacidad motriz reducida, usuaria de bastones canadienses o silla de ruedas. Su discapacidad es adquirida - una enfermedad neuromuscular auto inmune. Su situación laboral es de Jubilada por enfermedad desde los 40 años. Tiene educación secundaria completa y un curso a nivel laboral de Secretariado. Ella está divorciada, y actualmente vive con su pareja, hombre ciego de igual edad. Vive en Montevideo. Pertenece al grupo socioeconómico con ingresos medios, o medio bajo.

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La conversación parte con lo que ella piensa acerca de ser mujer y qué tipo de identidad se configura al adquirir una discapacidad siendo mujer.

Lo de ser mujer, socialmente tiene su carga. Seguimos en una sociedad medio machista y en el tema de anexarle la discapacidad hay que buscarse la identidad… la identidad en la discapacidad… La identidad de ser mujer, me da la impresión por la experiencia que no es lo mismo tener una discapacidad de toda la vida que adquirirla. La gran diferencia existe, en cuanto a la identidad de la mujer con discapacidad. …Y cuando te condiciona una discapacidad ya pasás de ser mujer a no ser nada… perdés todo… porque si tu condición de persona con discapacidad no te deja desarrollarte entonces perdés todo, que te tengan en un lugar de mujer… está en la casa y limpia… pero llegado el momento, con los años perdés toda identidad, todo el lugar en la sociedad.

‘L’ en búsqueda de su nueva identidad vuelve al punto de origen, el de ser mujer y madre, pero no sin antes haber asumido su condición de discapacidad. La discapacidad adquirida ya es un evento trasformador de la experiencia, y te obliga a reconstruir el significado de quién eres, qué puedes hacer, y otra infinidad de definiciones de vida.

El relato continúa con algunos sucesos de violencia que sufrió de parte de su exmarido.

[Él fue violento] Si… pero yo creo que fue a partir del miedo… por ahí cometo el mismo pecado que todas las mujeres que fueron violentadas y justifican… pero sí, fue violento, por ejemplo: …hacía muy poco que yo estaba en silla y teníamos un casamiento en un sitio muy elegante, para ese casamiento nos habíamos empezado a preparar meses antes… a comprar vestido, la peluquería… él el traje… era un viernes de noche, yo me había arreglado, estaba toda preparada, ya había entregado las niñas… me acuerdo que estaba vestida y pronta, había ido a la peluquería y llegó él y pasó para el baño rápido… Cuando salió se había vestido y todo, y dijo: bueno, me voy… ¿Cómo que te vas? Sí, me voy… me voy al casamiento… Le dije: ¿cómo que me voy? Vamos… Me miró y me dijo: ni loco voy contigo en silla… Eso sí fue violento, ese fue el corte que hice yo… Le dije: pero yo no me puedo levantar de la silla… y me dijo: entonces no irás, se dio media vuelta y se fue… Eso fue la primera bajada de cosa importante… A los meses se fue… Me dolió, me quería morir, pero pasó…

Otro episodio de violencia se dio cuando “dejó” de trabajar:

Dejé de trabajar porque me jubilaron, nunca supe por qué… fue muy violento en cuanto a que, un día estás trabajando y de pronto ya no… … El problema mío eran las faltas por enfermedad… una vez por mes me daban

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una medicación y tenía que faltar un día… Me sentía capaz de trabajar, pero mi condición de salud me condicionó el trabajo… Dejé de trabajar joven, con la discapacidad tenés más tiempo, tenés posibilidades de hacer más cosas, tejí, vendía pollos rellenos… Eso me daba la posibilidad de pensar que, si bien estaba en casa, tenía la posibilidad de hacer cosas… seguí trabajando…

La experiencia de ‘L’ gira en torno a la reconfiguración de su vida como mujer con discapacidad adquirida. Pareja, trabajo y vida cotidiana tienen episodios de abandono y exclusión. Pero a través de esta experiencia ella reencontró su identidad de mujer y madre como algo que la define primariamente, y la discapacidad como algo que se adjuntó a su trayecto de vida, una situación con la cual debe convivir después de un remezón existencial. Acá no aparece Dios como apoyo. Ella hace el trabajo de rescate y resucitación.

b. Caso # 13. La violencia del sistema educativo: de lo escondido más allá de

los muros de la rehabilitación ‘M’ tiene un poco más de 40 años. Soltera. Tiene discapacidad intelectual – Trastorno General de Desarrollo (TGD), es una discapacidad congénita, producto de una hipoxia al nacimiento. Declarada incapaz, su situación laboral es de inactiva (imposibilitada de trabajar por su situación de incapacidad). No tiene educación formal. No lee ni escribe. Ha pasado por Centros de habilitación y rehabilitación. Reside en Montevideo – en una zona con servicios primarios y con una población con poder adquisitivo medio.

‘M’ vive con su mamá. Su padre murió. Tiene una hermana melliza, que es psicóloga. Ella ha sufrido violencia física y psicológica dentro de los Centros de rehabilitación por parte de sus compañeros, y ha sentido la indiferencia de las autoridades.

Tuve violencia mucha… con dos compañeros que me hacían la vida imposible… eran gurises del INAU (Instituto Nacional del Niño y el Adolescente del Uruguay) … Una nena y un varón, me tiraron un vaso en la cabeza… eso lo veía la directora y el psicólogo… se juntaban ellos dos como compinches…. A mí no me gustaba porque me decían vaca… (‘M’ es obesa). Me tiraban de los pelos… me pegaban… otro compañero me pegó con una pala en las piernas un día.

Mirá lo que me pasó… el otro día una compañera mía me pegó una piña en la cara…a mí no me gusta que me peguen ni que me traten mal… yo no peleo para nada…

Su hablar es como de una niña y la reflexión teórica se da cuenta del estereotipo. La violencia que vive se parece mucho al bullying que viven muchos niños y niñas en escuelas y colegios. Su inocencia tiene chispa, así también la mirada que tiene sobre lo que le

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sucede. Su mundo social está acotado. La violencia que no puede nombrar es la que la aparta de una educación que la haga relacionarse con el mundo de forma más plena, más allá de los muros de los Centros de rehabilitación que la confinan, sin que ella se dé mucha cuenta.

c. Caso # 14. La violencia de la condescendencia: cuando la admiración desmedida es una falta de respeto

‘N’ tiene un poco más de 35 años. Tiene Acondroplastia, una discapacidad de origen genético. Trabaja como empleada administrativa. Cuenta con estudios secundarios (inconclusos) y cursa materias de quinto año de secundaria. Está soltera. Reside en Montevideo – en una zona céntrica con servicios primarios y una población con poder adquisitivo medio.

‘N’ no está acostumbrada a hablar de sí misma. Dice que su vida es normal, en el sentido de que trabaja, estudió, vivó sola y se mantiene.

Mi trabajo me permite ser independiente… también dibujo, pinto, en la medida que puedo, estoy bastante metida o actuando en diferentes actividades sociales y culturales… No tengo hijos, y esa es una cuestión que capaz que hace unos años atrás me hubiera planteado: ¡Ah, no tengo hijos porque soy así! Después, con el tiempo, me di cuenta de que muchas mujeres como yo tienen hijos y muchas mujeres “normales” no los tienen. De hecho, mis amigas más cercanas están casadas y ninguna de las dos tiene hijos… ni siquiera por ser matrimonios en primeras nupcias… El entorno me hizo ver que, en realidad, no es una cuestión de cómo soy yo, no tengo hijos y listo.

Se considera como si fuera una mujer con discapacidad, según ella porque ha sido una discusión permanente si la Acondroplastia es una discapacidad.

Por ejemplo, cuando subo a un ómnibus hay personas a las que ni se les ocurre darme el asiento, porque no se les ocurre que yo me tengo que sentar. Si sube una embarazada, hay que darle el asiento… Si sube una persona ciega, hay que darle el asiento… Pero a mí, depende de la gente… hay algunos que se paran inmediatamente y me dicen: por favor, siéntese, pero hay otros que no. Y ahí voy a un tema que es embromado…

Entonces, en el ómnibus, parece no quedar claro si reconocen la situación de discapacidad de ‘N’. Su discapacidad le recuerde que es como una niña y eso la remonta a la crueldad de los niños ante la diferencia.

… cuando era más chica … cuando empecé a darme cuenta o a asumir que era distinta… fue en la escuela… La escuela es un lugar espantoso, porque los niños enseguida te hacen sentir que sos horrible, que sos diferente… yo

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fui a escuela pública en Solimar (ciudad balnearia a 27 K de Montevideo). La escuela es un lugar terrible (ríe). Es un lugar terrible… pero, además, cuántas veces uno escucha decir: ¡los niños son tan sinceros! Los niños son unos hijos de puta… (sonríe) no tienen filtro… sinceros no, hijos de puta… (ríe) En el recreo me perseguían y me decían enana, enana de jardín… Yo pensaba: no les voy a dar bola… Pero cuando te persiguen la media hora de recreo entera, y te están acosando, me superó… Un día llegué a mi casa y le dije a mi madre: yo no quiero ir más a la escuela, no puedo más… Ella me dijo: no, de ninguna manera; yo voy a ir a hablar con la Directora.

Las formas de violencia se cuelan en los prejuicios. Y, lo que podría sonar como una genuina felicitación se transforma en un acto de condescendencia que marca a la discapacidad como una ‘atracción de fenómenos’.

Si, hay otros prejuicios… Por ejemplo, yo soy dibujante y cuando hacemos una muestra o una exposición y somos varios compañeros exponiendo, la gente mira los cuadros mientras nosotros estamos ahí entreverados con todo el mundo. De repente, alguien está parado frente a un cuadro mío y empieza a alabarlo. Hago muchos retratos y dicen: mirá esa mirada, ¡qué expresiva! ¿Quién hizo esto? Mis compañeros me dicen: vení Ceci que te quieren conocer porque les gusta tu cuadro. Cuando nos presentan me dicen: ¿vos hiciste esto? Y le agregan a lo que estaban diciendo –de que era lindo y que era divino- además tiene como el plus de que ¡lo hizo ella! (ríe) Es como ¡más lindo por eso!

Después tenés la gente que por la calle por algún motivo te quiere ayudar y me habla como si yo fuera boba, o me grita. Yo les digo: mire que soy chiquita pero no idiota ni sorda tampoco (ríe). Asocian discapacidad física con discapacidad intelectual.

La ‘admiración desmedida’ se percibe como un tipo de violencia porque tiene implícita la idea de que hay mayor valor en el trabajo que realiza una persona con discapacidad, cuando eso es una discriminación, es decir, una exclusión.

Es violento también que te pongan en el lugar de “admirable”. A veces es difícil distinguir por dónde pasa esa admiración. A mí no me gusta “ser ejemplo” … A veces la gente empieza a compararse y dice: pensar que yo me quejo y ¡mirá a vos lo que te pasa! (ríe)

‘N’ tiene una sensibilidad aguda para percibir los matices de la violencia simbólica. Su autoconsciencia resiste las percepciones, juicios y acciones que buscan su consentimiento tácito de que se sienta con discapacidad. Ella sabe lo que tiene y lo que puede hacer. No necesita el beneplácito de los otros/as.

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d. Caso # 15. La violencia estructural: de lo que pasa desapercibido a la “vista”

‘L’ tiene más de 40 años. Su discapacidad es sensorial, baja visión, y la adquirió como producto de una enfermedad ocular congénita. Ella trabaja en una ONG y es licenciada en psicología. Está casada y tiene dos hijas. Pertenece al grupo socioeconómico de ingresos medios.

‘L’ nunca pensó su discapacidad en términos de género, es decir, como mujer con discapacidad, sino siempre como una persona con discapacidad. No había pensado en términos de género. Ella preferiría designarse como mujer “exótica”.

Ella siente que de ella se espera, como mujer, que cumpla con todos los mandatos sociales de una sociedad Patriarcal. Pero ella siente que hay algo más.

Si siento y sentí que toda la vida tuve una sobre exigencia personal para disimular la discapacidad o que se note lo menos posible… sobre todo con relación a mis padres para bajarles el nivel de angustia. Ellos ya tenían a mi hermano con la misma enfermedad macular que yo… habían transitado incansablemente por consultas médicas, a pura plata… Ya me habían hecho evaluar a mi también y sabían, sin decirlo, que yo iría por el mismo camino… Un suplicio familiar del que me enteré después… pero algo circulaba en casa de tensión, de preocupación…

‘L’ siente que pertenece a una familia de clase media, modélica y tradicional que tuvo la fortaleza para contener lo imprevisto, aunque no con alegría. Desde niña pasó por experiencias discriminatorias.

Cuando empecé a ver mal, como a los 9 años, no dije nada… pasé una semana entera viendo muy mal, llorando sola en mi cuarto…. bruscamente… Me costaba leer, me costaba más que a los demás… una vez me sentaron a un metro del pizarrón sola, con un pupitre y una silla de jardinera y eso me daba vergüenza… era para que viera el pizarrón… me acuerdo que la maestra rezongó a la clase porque se habían portado mal… y aclaró que a mí no porque yo estaba adelante… me sentí excluida….

Pero ‘L’ no vivía, en un principio, su problema visual como discapacidad. La etiqueta de “discapacidad” la incorporó, a través de su hermano – que tiene el mismo problema visual que ella.

‘L’ cuenta de situaciones de violencia que ella denomina “estructurales”, que aparecen cuando se rompe el molde de lo establecido.

Por ejemplo, algo bien simple… yo miro de costado, parece que mirara desviado porque mi visión es periférica… fui a comprar algo a la panadería

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y las vendedoras me dicen “¡yo te estoy atendiendo!, soy yo, no ella…, porque creen que las confundo… Me lo dicen como enojadas… cuando la gente se entera de que tenés una discapacidad, o le hablo de mi situación, me miran de otra manera…. Como sobredimensionando lo que tengo… una amiga en Filipinas, que íbamos al shopping juntas, cuando se enteró de mi problema me agarraba del brazo… era una ayuda que no necesitaba, me sobreprotegía…

En este caso, se aprecia como un capital cultural más amplio habilita un modo de vivir con discapacidad que desafía una mirada de género acerca de ser mujer con discapacidad: ella es una mujer exótica. Que no tenga la mirada de género no le impide reconocer lo que significa e implica tener discapacidad. Su autoconsciencia respecto al tema es alta y elaborada. Sabe que se necesitan políticas públicas y una educación social que desconstruya las “etiquetas” que disparan la violencia estructural que ella percibe.

e. Caso # 16. Una vida normal: vivir con discapacidad no tiene que ser una tragedia

‘O’ tiene 30 años. Tiene parálisis cerebral – motricidad reducida de miembros derechos. Su estado fue producto de una hipoxia al nacimiento (parto explosivo). Trabaja como empleada administrativa. Tiene estudios secundarios y cursa licenciatura en Turismo. ‘O’ es soltera.

‘O’ declara que como mujer se siente bien, que no ha sufrido por ser mujer. Pero no es lo mismo respecto a la discapacidad que tiene.

Por eso sí me sentí discriminada, sobre todo cuando chica… en un momento, cuando era chica, una compañera me decía enfermita… no vas a poder hacer nada… y yo era chica y me afectaba… en el liceo no me pasó… en la calle últimamente es al revés, en el ómnibus cuando se dan cuenta de mi discapacidad me dan el asiento…en general la gente no se da cuenta de mi discapacidad, a no ser que vea mi brazo… cuando estaba terminando el bachillerato un profesor me preguntó: ¿qué te pasó en el brazo? Parece que nunca se hubiese dado cuenta antes… (sonríe)… me hizo gracia ese momento, le dije que estaba todo bien, que no pasaba nada… Nunca me habías dicho nada, me dijo…

Conseguir trabajo no fue fácil para ‘O’. Fue difícil. Aunque, una vez que consiguió trabajo, las relaciones con sus compañeros/as de trabajo no fue un problema, siempre se sintió aceptada.

Difícil en el sentido de que yo me anoté varias veces para concursos de personas con discapacidad y nunca quedaba… cuando me salió esta posibilidad quedé… ya hace dos años que trabajo…

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Respecto a si ha sufrido situaciones de violencia en su casa o fuera de ella, ahora que es mayor, señala que no. Pero si recuerda que lo que vivió en la escuela sí fue violento, cuando niña.

[Cuando niña] Si, sin dudas que fue muy violento… era muy chica y hasta ahora me acuerdo… mi madre siempre me ponía pañuelitos en el cuello, ella me los quería sacar… una vez recuerdo que me lo quiso arrancar... me agarraba la ropa, me molestaba tocándome para molestar…

Dejando fuera por el momento la niñez, donde la inocencia “cruel” de los niños/as es un tópico común, con y sin discapacidad, vemos que ‘O’ se ha manejado con relativa soltura en la vida laboral, de familia y con sus amistades. La discriminación está siempre presente, pero no llega a construir una matriz de interpretación de su vida que la tiña por completo, que la determine de manera cruda en su trayecto de vida. Su cuerpo ha logrado escapar, en esta etapa de su vida, a la ilegitimidad de ser diferente.

f. Caso # 17. La inclusión inversa: cuando tener discapacidad te acerca al cuerpo legítimo y te aleja del cuerpo ilegítimo

‘P’ tiene entre 25 y 30 años. Tiene una discapacidad auditiva adquirida – hipoacusia severa, producto de la degeneración del nervio auditivo. Su situación laboral es de empleada en una entidad bancaria – en comisión. Tiene estudios terciarios o de pregrado en Educación social. Tiene una pareja, y si estado es de Unión libre. Tiene un hijo.

La primera cuestión que se quiso abordar en su caso fue cómo ha sido para ella el ser mujer con discapacidad auditiva.

Tengo hipoacusia desde los 9 años, leo los labios, no uso audífonos. Desde que estaba en la escuela vivo esta situación… fue complicado, sobre todo por el tema de compañeros de escuela, la burla… La agresión de palabra, el reírse, hablar a mi espalda cuando era obvio que no podía entenderlos de esa manera… Me ponía mal, me aislaba, me dolía el tema de los comentarios de otras compañeras… me dolía que me dijeran “la sorda…”

Era eso lo más complicado, pero me fui adaptando… Fue difícil al principio el poder leer los labios, me costaba y no entendía todo…

En su relato aparece de inmediato el maltrato sufrido cuando niña, un denominador común que hemos visto en muchas historias de la infancia de las mujeres con discapacidad. Esas experiencias tempranas y traumáticas, se sabe, dejan una huella profunda en la mente, es decir, en la forma de ver el mundo cuando se crezca. Con su familia no partió bien la situación.

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En mi familia al final estuvo bien, pero al principio lo tomaron como un problema… Era tomado como un tema médico, me llevaban a muchas consultas, ellos querían que me curara, que la medicina lo solucionara… Fui a foniatra y a otras terapias, querían ayudarme… Siempre el apoyo era médico, nunca desde el punto de vista emocional o psicológico… La idea era curar, en lugar de apoyar, como hoy lo entiendo que debería haber sido…

A diferencia de otros casos de personas con sordera, ‘P’ no tuvo contacto con la comunidad sorda, no se relacionó con personas sordas. Ella no habla en el lenguaje de señas, considera que eso también la distanció de la comunidad sorda.

Al leer los labios siempre me sentí una extraña en la comunidad sorda… Mi comunidad de identificación es la de oyentes, mis amigas son oyentes, mis parejas, siempre han sido oyentes…

‘P’ no cree identificarse con ser una mujer con discapacidad. Ella es específica. Se siente una mujer con discapacidad auditiva, esa expresión la identifica. Pero sorda no, porque no tiene contacto con la lengua de señas, que es una herramienta clara, según ella, de identificación de esa comunidad. Su lenguaje es oral, lee los labios y se relaciona con la sociedad en general.

Respecto a situaciones de violencia, ahora que es mayor, declara que las ha vivido por ser mujer, pero no por tener discapacidad, salvo quizás por episodios en la calle.

Por ser mujer si… he vivido situaciones violentas… Fue hace tiempo, antes… Nunca me pegaron físicamente hablando, pero viví situaciones de tensión, de enojo… Fue una situación de agresión, de discusiones fuertes… Lo que, si veo, que también es violencia, es el rol social de la mujer como mamá, como cuidadora, como encargada de toda la casa y las cosas de la casa… Así fue siempre en mi casa… el hombre es ese señor que llega y se pone cómodo en su casa, mientras la mujer hace las tareas y sirve la comida… Mi padre trabajaba, mi madre estaba en casa y eso sucedía… hoy lo veo repetirse mucho y me da dolor… se repite en mi vida… Pienso que debí haber aprendido a hacerlo diferente, pero igual pasa… inevitablemente pasa… El hombre con su trabajo, nosotras con el trabajo y el resto del bienestar familiar…

Lo que ‘P’ problematiza es su relación con los médicos. No hay que olvidar que su familia tomó este tema desde una perspectiva de salud, llevándola a muchas consultas de médicos. Cuando se dan cuenta que ella tiene sordera cambian de actitud, actuando como si ella tuviera una discapacidad intelectual.

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Pero, lo más complicado en mi historia han sido los médicos… Por ejemplo, cuando voy al ginecólogo, si bien me atiende bien, no me explicaba las cosas… Me hablaba poco, me daba las cosas escritas en un papel, yo no entendía por qué… Le comencé a decir que me explicara directamente, que me hablara más… era el enfermero quien me terminaba explicando los tratamientos… Cuando les digo que tengo discapacidad auditiva me miran raro, cambian el trato, cambian la cantidad de información… les parece que voy a entender menos, simplifican todo… parece que también tengo discapacidad intelectual…

‘P’ muestra en su historia que los trayectos de vida pueden cambiar el prisma con el cual se opera en la realidad social. A diferencia de otras mujeres con sordera, ‘P’ no se siente aislada del mundo, ni una extrajera. Un elemento clave que parece producir una diferencia es su espacio social es que ella no maneja el lenguaje de señas, y eso, unido a que puede leer los labios, la integra al mundo de los no-sordos, y la excluye del mundo de los que tienen sordera. Esta misma dinámica de integración hacia el mundo del ‘cuerpo legítimo’ hace que ella no se sienta una mujer con discapacidad. Para ella, tener sordera, no es una discapacidad, solo una diferencia.

V. Esquema Praxeológico para representar la violencia contra mujeres con discapacidad

en Latinoamérica y el Caribe: los casos de Costa Rica, Chile y Uruguay como

metonimia social

En base al análisis de diecisiete relatos de mujeres con discapacidad, de Costa Rica, Chile y Uruguay, se ha reconstruido narrativamente cómo se manifiestan las prácticas corporales y simbólicas de la violencia sobre esta población, en los contextos de sus historias de vida.

Para llevar a cabo esta reconstrucción narrativa, en base a la metodología del ‘esquema praxeológico’5, hay que distinguir dos planos: a) el plano de la experiencia y, b) el plano de la atribución de significado y de las razones prácticas sobre la vida. Estos dos planos son la síntesis dialéctica encarnada en las personas, de condiciones objetivas estructuradas y disposiciones subjetivas estructurantes, que proveen los medios para actuar y significar las

5 El método praxeológico es una herramienta analítica para organizar y reconstruir semióticamente el

habitus de los agentes sociales. No se expone en este resumen, pero deriva de una transformación del cuadro semiótico de Greimas.

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relaciones de violencia. Para representar el esquema praxeológico como narrativa sobre la violencia se utilizará la ‘semántica de primitivos’ de Anna Wierzbicka (1999, 2004).

Lo primero ha indicar es que todas las mujeres entrevistadas sufrieron, sufren, o han observado en otras mujeres con discapacidad, algún tipo de violencia, ya sea activa o pasiva. En la niñez han sufrido el abandono, el abuso sexual, la burla y golpes, entre otros; en la juventud y la adultez han vivido, la exclusión laboral, el maltrato en salud, la indiferencia institucional, la discriminación socioeconómica, entre otros. Esta no es la manera en que las mujeres necesariamente describen la violencia, son los nombres de ‘experiencia próxima’ y ‘experiencia lejana’ respecto a la violencia.

Cuerpo legítimo (Ser mujer) / Cuerpo Ilegítimo (Ser mujer con discapacidad)

La primera reconstrucción narrativa de las experiencias de violencia contra mujeres con discapacidad se puede hacer en torno al eje del cuerpo, donde se articula la diferencia entre ’cuerpo legítimo’ (normalidad física y/o mental) y ‘cuerpo ilegítimo’ (anormalidad física y/o mental). Esta es una distinción teórica para representar el sustrato somasemiótico – el cuerpo significado – que organiza la percepción, el juicio y el modo de actuar de las personas con y sin discapacidad.

Por ejemplo, desde la distinción entre ‘cuerpo legítimo/ilegítimo’ se posibilita la distinción ‘capacidad/discapacidad’ que permite el maltrato de palabra usando la diferencia calificativa ‘utilidad/inutilidad’ que implica, a su vez, por ejemplo, que la mujer maltratada sienta rabia, frustración, miedo, infelicidad, etc.:

“Desde niña fui abusada por mi padrastro. Después fui maltratada por mi madre, con palabras diciendo, usted no sirve de nada, de mujer, de madre, de esposa, de profesional, de nada”. (Mujer con discapacidad, Costa Rica)

Así, desde la perspectiva de quien violenta con las palaras, lo ‘inútil’ (“no sirve de nada”) se puede reconstruir así:

Inútil (‘Y’ no sirve de nada)

(a) X piensa que Y no puede hacer algo o ser alguien como otras (b) X piensa que Y tiene algo malo porque Y no puede hacer algo o ser alguien como otras (c) X dice algo malo a Y porque X piensa que Y tiene algo malo (d) Y piensa que X hace algo malo al decir que Y tiene algo malo (e) Y siente algo muy malo por eso

Se puede pensar, por ejemplo, aunque no se diga, que la mujer con discapacidad agredida se siente infeliz. Así, a raíz de ser calificada de “no sirve de nada”, la narrativa de su infelicidad sería: Infeliz (X se siente infeliz)

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(a) X siente algo porque X piensa algo a. Algunas veces una persona piensa algo por un tiempo: b. “Algunas cosas muy malas me están pasado c. Quiero que cosas así no me pasen d. No puedo no pensar sobre eso” e. Cuando una persona piensa esto, esta persona siente algo malo por un cierto

tiempo (b) X siente algo como esto (c) porque X piensa algo como esto.

Lo que se reconstruye con este ejemplo es como el cuerpo significado está implicado en el acto de violencia a través de un juicio negativo de las diferencias corporales6. Las personas hacen estos juicios, o adhieren de ellos, y actúan acorde – “se los compran” – porque consienten, más o menos inconscientemente – con mayor o menor atención –, a los usos normalizados de ver el mundo y moverse en este.

Dicho de otra manera, el cuerpo, en su doble articulación de legitimidad, como esquema de bio-poder diferencial, en los campos sociales como el trabajo, los espacios públicos, la educación, la salud y la familia, es el referente axiológico de las relaciones sociales entre las personas. El cuerpo de la mujer con discapacidad – para quienes la violentan - no solo es la residencia de un estado, sino aquello que la sociedad ha etiquetado y estigmatizado como no-natural, “naturalizando” la diferencia entre cuerpo legítimo e ilegítimo con una diferencia de valor, en desmedro del cuerpo ilegítimo. La efectividad simbólica de este esquema praxeológico permite seguir operando en la vida con esta distinción de mujeres con discapacidad versus mujeres sin discapacidad, como si tal diferencia no implicara una frontera pragmática – instaurada en el cuerpo – que impide el pleno desarrollo del potencial de cualquier persona, independiente de su condición.

Violencia consentida (estado de hecho) / Violencia disentida (estado de derecho)

Bajo este esquema de bio-poder diferencial, no asumido como tal, donde el cuerpo ilegítimo tiene una valencia negativa en la estructura social, la violencia contra la mujer con discapacidad se desata cada vez que la sociedad, y el individuo socializado, necesitan un “chivo expiatorio” (Girard, 1995) para canalizar física y simbólicamente – como en el caso del sacrificio – el odio, el descontento y la agresividad que produce el desear lo que todos quieren – competencia por lo mismo - en una sociedad desigual, que discrimina y daña en diversos grados (Pemberton, 2015). Entre las reglas del juego que se usan y consienten – con mayor o menor consciencia - está el competir por ciertos objetos y seres deseados, y cuando no se tiene acceso a estos, eventualmente, se desata la violencia. Las mujeres con discapacidad no son el único “chivo expiatorio” por el cual se expresa la violencia, ni necesariamente deben ser un “chivo expiatorio” en la interpretación que los o las agresores(as) tienen para realizar actos de violencia o maltrato contra ellas, pero se

6 El ‘cuerpo significado’, desde el punto de vista teórico, no hace la distinción Cartesiana mente-cuerpo, sino

que representa a la persona como ser social encarnado.

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sugiere que es una de las formas de canalizar la violencia debido al “deseo mimético”7 (Girard, 1995).

Poner atención en el deseo mimético permite “no comprar” la excusa para la violencia o para la discriminación, o para la autoexclusión y victimización. Así, por ejemplo, una mujer con discapacidad decía:

“Te juro que había un espacio en mí que no entendía que por qué tenía que ser diferente. Y mantuve esa actitud hasta el día de hoy, que no entiendo por qué tiene que ser diferente, tiene que haber una inclusión social, no entiendo por qué tiene que haber una inclusión laboral, no me compro el ser distinta.” (Mujer con discapacidad, Chile)

Esta perspectiva sobre el ‘cuerpo ilegítimo’ – con discapacidad - niega o anula la valencia negativa de la diferencia radicada en el cuerpo. Este es un acto significativo de poder personal dirigido a las personas que consienten la discriminación negativa. Pero, esta visión personal carece de suficientes adherentes y convierte esta postura en una división ideológica dentro del movimiento de lucha por los derechos de las mujeres con discapacidad, toda vez que se entiende como la “negación absoluta” de una diferencia legítima, es decir, niega el valor de la diversidad porque se piensa desde la exclusión.

Hay una lucha por re-significar el eje del cuerpo, y la diferencia corporal entre legítimo e ilegítimo, que facilita la violencia, el ‘estado de hecho’ que reproduce el consentimiento inconsciente de la acción violenta y discriminatoria, por un disentimiento basado en el derecho, en el ‘estado de derecho’, que garantice la convivencia pacífica en la diversidad.

VI. Conclusiones y Recomendaciones

En base al estudio, el equipo ha desarrollado las siguientes conclusiones críticas sobre el tema de la violencia contra la mujer con discapacidad en tres países de América Latina y el Caribe. Se presentan a continuación los descubrimientos relevantes:

• La falta de estadísticas concretas sobre violencia contra mujeres con discapacidad no permite dimensionar la magnitud del problema. Se hace imperioso elaborar un instrumento cuantitativo que permita medir, dimensionar y caracterizar la problemática en la región.

Sin embargo, las cifras que evidencia el estudio respecto a discapacidad por una parte y violencia por otra, reflejan la situación de desventaja y marginalidad que viven las mujeres en Costa Rica, Chile y Uruguay, en cuanto a tener peores niveles en inclusión laboral, educacional y mayores tipos de discapacidades, entre otras.

7 La violencia surge, según Girard (1995), como una derivación no calculada del carácter mimético del deseo.

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Respecto a la situación de violencia, se deja claro que las mujeres son más propensas a recibir malos tratos y abusos versus los hombres, y si se analiza esta situación considerando lo mencionado por los Expertos de la Convención de los Derechos de Personas con Discapacidad, los cuales señalan que las personas con discapacidad sufren el riesgo de sufrir violencia cuatro veces más que las personas sin discapacidad, hipotéticamente se podría inferir que las cifras de violencia hacia mujeres con discapacidad serían mayores.

• La definición de violencia adoptada por los organismos internacionales permite hacer sentido a nivel social sobre el problema, pero para estudios cuantitativos las variables de violencia y discapacidad debe estar definidas operacionalmente, de tal modo que permitan medir de forma clara y distintiva el fenómeno.

• El tema de la violencia es difícil de abordar de forma directa en las mujeres con discapacidad, sin caer en una actitud que genere la misma violencia que se pretende estudiar. Por lo tanto, los estudios sobre esta temática deben incorporar el principio del Consentimiento Informado. Esto supone que siempre será delicado y costoso dar con una cifra o caracterización absoluta de la situación de violencia y discriminación en este grupo de mujeres.

• El enfoque “biomédico” sigue permeando la manera de hablar y percibir la discapacidad y, por lo tanto, impide que se instale con facilidad un dialogo desde el modelo de los derechos humanos. Esto es pertinente al querer trabajar el tema con expertos en la materia de discapacidad y género. Al mismo tiempo, no se recomienda adoptar una actitud derogativa y negativa del modelo médico porque contiene categorías que sirven para develar dimensiones del problema que son componente de cómo se caracteriza el tema de la discapacidad en las mujeres.

• La legislación de cada país debe luchar y se ve enfrentada a concepciones del Estado que en algunos casos hacen inviable una profundización del enfoque de garantías, en especial para el caso de la violencia contra mujeres con discapacidad.

• A los tipos de violencia registrados en la normativa internacional, se hace necesario agregar la violencia simbólica y la institucional, toda vez que estas dos formas de violencia están a la base de las conductas violentas.

• Ha surgido la pregunta de si no sería más revelador analizar el “daño” y tipificar el daño antes que concentrase solo en las acciones de violencia. Esto se plantea porque existe un sinnúmero de acciones que no caen conceptualmente en el dominio de la violencia, pero que sí causan daño: la discriminación, el mal trato, el abuso, el abandono, entre otros se asemejado semánticamente a la violencia, pero se recomienda normalizar una clasificación que englobe estas distinciones de forma ordenada y descriptiva.

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• Hay que vigilar que el enfoque de derechos se transforme en un dogma, y se recomienda que mantenga su perspectiva crítica y de apertura, lo que sería consecuente con un marco basado en derechos.

• La violencia contra la mujer con discapacidad tiene la particularidad de tomar ventaja de la desigualdad de género que aún perdura en la sociedad patriarcal, y le añade una diferencia que genera una doble identidad o “doble opresión”, cuestión que se vive desde la práctica, pero que se resiste desde la militancia y los movimientos de derechos. Se recomienda no confundir los planos lógicos, ya que de lo contrario los estudios contendrán siempre un sesgo de autocensura para no herir sensibilidades de los proponentes del nuevo modelo.

• Se descubre que, en la práctica, el cuerpo de la mujer con discapacidad es un eje axiológico que articula las condiciones sociales, y restricciones objetivas de la sociedad, con las trayectorias biográficas individuales únicas de las mujeres con discapacidad. Se recomienda integrar el cuerpo en el discurso y el debate del enfoque de derechos como distinción que permite múltiples significaciones.

• Se postula que el problema de la violencia, en particular contra la mujer con discapacidad, nace del “deseo mimético” – imitador. El impulso agresivo, a la base de la violencia y la dominación, se canaliza a sujetos u objetos que sirvan, por ejemplo, de “chivo expiatorio”, adquiriendo la forma de un ritual sacrificial. En otras palabras, aquello que interpreto como “malo” simboliza – metonímicamente - a la sociedad que “daña” – que me hace mal – y, de ahí que se dirige la violencia hacia toda representación de lo que hace mal e impide satisfacer los deseos.

• Los casos revelan matrices de interpretación diferencial para racionalizar la violencia. En unos casos, las creencias religiosas adormecen la consciencia y la resistencia a la violencia, sin que por esto se postule que las creencias no sirvan como sistema coyuntural de ayuda a soportar el sufrimiento. En otros casos, la matriz interpretativa remite a sistemas de significación enraizados en el principio de la razón práctica, de carácter laico, donde una de las disposiciones para la acción es la consciencia de los derechos y la consciencia de género. Aún en otros relatos, observamos como la pobreza y la precariedad económica impide una toma de razón más clara de la situación de discapacidad, literalmente dejando esa realidad subordinada a lo económico.

• Finalmente, recomendamos seguir la investigación de este fenómeno de forma comparada y por país, incorporando otros rasgos identitarios como son la etnia, la clase social, el capital cultural, el capital económico, la diversidad sexual y de género. Esta recomendación se fundamenta en que se conjetura que estas posiciones sociales afectan la manera de percibir, enjuiciar y actuar en relación con este problema.

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