responsabilidad social de los medios en el nuevo sistema de justicia penal
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La reforma al sistema de justicia penal aparece como un elemento clave que, en buena medida, nos permitirá corregir el camino, si es que se convierte en elemento central para poner fin a uno de los mayores agravios que históricamente ha sufrido nuestra sociedad: la impunidad. Aquí es donde el papel de las instituciones de justicia y los medios de comunicación masiva compartimos una elevada responsabilidad. Justicia y opinión pública tendrían que ir de la mano en la reconstrucción de nuestro tejido social, en la redignificación de la política no sólo como la vía legítima de acceso al poder sino como el instrumento esencial del desarrollo democrático de una sociedad.TRANSCRIPT
Responsabilidad social de los medios en el nuevo sistema de justicia penal
Gerardo Albarrán de Alba *
a violencia que vive el país desde hace ya demasiados años –hace ya
demasiados muertos– nos ha desnudado a todos. Así deberíamos vernos
frente al espejo: desnudo el Estado, que ha mostrado incapacidad –por decir lo
menos– para garantizar la seguridad de la ciudadanía; desnudos los medios, que
no han sabido responder a las necesidades informativas de la sociedad y
conculcan su derecho a la información, ya sea por acción u omisión; desnudos los
periodistas, sometidos a prácticas corruptas de información –lo mismo desde
dentro que desde fuera de sus redacciones– y carecen de las herramientas y la
visión para transformar su propia realidad. Desnuda la sociedad misma, que se
resigna a vivir secuestrada por el temor e incorpora su propia descomposición a su
normalidad cotidiana.
Nadie puede eludir la parte de responsabilidad que le corresponde en esta
realidad que nos ahoga y que está condicionando nuestra viabilidad y futuro
inmediato como sociedad, como nación.
La reforma al sistema de justicia penal aparece como un elemento clave
que, en buena medida, nos permitirá corregir el camino, si es que se convierte en
elemento central para poner fin a uno de los mayores agravios que históricamente
ha sufrido nuestra sociedad: la impunidad. Aquí es donde el papel de las
instituciones de justicia y los medios de comunicación masiva compartimos una
elevada responsabilidad. Justicia y opinión pública tendrían que ir de la mano en la
reconstrucción de nuestro tejido social, en la redignificación de la política no sólo
como la vía legítima de acceso al poder sino como el instrumento esencial del
desarrollo democrático de una sociedad.
L
Para encaminarnos en una ruta eficaz hacia este objetivo común no
tenemos mucho qué inventar. Ahí tenemos el ejemplo cercano de Chile, donde se
implementó una reforma del sistema penal acusatorio a partir de un Código
Procesal Penal, en vigor desde el 12 de octubre de 2000. Una década después el
sistema de justicia penal adversarial se había legitimado, en principio debido a una
estrategia de implementación que permitió adecuarse a los operadores de justicia,
pero también gracias al diseño de una política pública de comunicación que giró
en torno de la capacitación de los periodistas y la difusión en las escuelas como
parte de la educación cívica.
En México es de celebrar la visión garantista de los derechos humanos del
nuevo sistema de justicia penal y la voluntad de transparencia expresada hasta
ahora que, entre otras cosas no menos importantes, vendrá a poner fin a la
discrecionalidad hasta ahora imperante en la presentación de detenidos, práctica
regida no por un prurito de justicia sino como una estrategia de posicionamiento
político. Celebremos también el fin de la opacidad y el secretismo que ha
caracterizado la impartición de justicia no como garantía de los derechos de
personalidad sino como un malentendido coto de poder. La sociedad debe saber
que sus derechos serán respetados por aquellos que investigan y sancionan toda
forma de crimen, toda violación a las normas que nos hemos dado para funcionar
como sociedad. Y también necesita comprender cómo funciona el aparato de
justicia. Derechos humanos y transparencia en el sistema penal acusatorio son
elementos clave en la recuperación de la confianza ciudadana en sus propias
instituciones públicas, es un requisito indispensable para la reconstrucción de
nuestra sociedad.
Estamos ante la necesidad de generar una política sobre transparencia,
sobre información pública, y eso pasa por regular y socializar cómo se realizarán
las audiencias, cuáles serán las excepciones y qué bien jurídico deberá ser
protegido eventualmente frente a la publicidad de los medios, siempre que esté
plenamente justificada cada excepción.
También deberán establecerse con claridad los criterios de acceso a la
información en la esfera judicial, lo que sucintamente consiste en el derecho que
tiene cada ciudadano para en todo momento solicitar y obtener información sobre
la forma en que los tribunales procesan y resuelven los conflictos que son
sometidos a su consideración, así como la forma en la que operan y ejercen el
presupuesto público que les es asignado. En un estado democrático de derecho,
ningún poder está exento del escrutinio público ni de la rendición de cuentas.
Afortunadamente existe una visión comparada sobre este tema, así que tampoco
tenemos que ponernos a inventar nada nuevo. Si acaso, conviene recordar aquí
que la transparencia forma parte del debido proceso.
El otro componente en el que descansa la viabilidad misma del nuevo
sistema de justicia penal es la profesionalización del periodismo (algo que pasa
también por los derechos laborales del periodista). Retomo el ejemplo de Chile, cuyo sistema de justicia penal adversarial se
legitimó a lo largo de una década gracias al diseño de una política pública de
comunicación que incluyó la difusión en las escuelas como parte de la educación
cívica, y dio prioridad a la capacitación de los periodistas. Y esto es algo que
deberán contemplar en el Poder Judicial: el cambio de mentalidad hacia los
medios, lo cual implica una transformación cultural en materia de comunicación
social. Resulta más que necesario romper con las inercias en la relación con los
medios y rediseñar protocolos de información que armonicen el más que previsible
conflicto entre el derecho de la sociedad a estar bien informada sobre el
funcionamiento del sistema de justicia, con los derechos de la personalidad de
quienes se vean involucrados en los procesos judiciales.
Los lineamientos de estos nuevos protocolos informativos están en el
principio de publicidad y oralidad, que deben asegurar la transparencia del
proceso penal. Al mismo tiempo, deben comprometerse con la capacitación
permanente de los periodistas. (Si alguien aquí se está preguntando por qué las
instituciones de gobierno deben asumir y subsanar una tarea como la capacitación
y profesionalización de los periodistas, que es obligación directa de los medios
que los contratan, yo le diría que el Estado no puede omitir su responsabilidad de
crear las condiciones que garanticen el derecho humano a la información. Ante el
reto que implica el nuevo sistema de justicia penal, aquí no tenemos tiempo
suficiente para esperar a que el mercado corrija las taras de una industria
mediática más ocupada en el lucro y el tráfico de influencias que en el de asumir
su papel en democracia, como contrapeso de los poderes político y económico y
como fuente de una sociedad participativa y razonadamente informada.)
Es en el interés del propio aparato de justicia que quien cubra sus
actividades sea una prensa especializada, dotada de una formación específica
que le dote de las herramientas para comprender cabalmente los procesos que
están reportando. En una palabra, que sepan de lo que están hablando. Es lo
mismo que ocurre con los reporteros de fuentes muy específicas, como son
finanzas, que incluso cuenta con diarios y revistas especializadas. Lo mismo
podemos decir de las fuentes cultural y deportiva, que cuando son bien cubiertas –
y no confundidas con la farándula– arrojan como resultado un buen periodismo.
Pues en este caso, lo mismo: así habrá que aspirar a contar con una prensa
judicial especializada, profesional, que cumpla con proporcionar a la ciudadanía
información suficiente, veraz, oportuna y sobre todo socialmente pertinente, para
que cada individuo de la sociedad pueda tomar parte de la toma de decisiones de
su comunidad. Estamos hablando de una prensa que, al mismo tiempo, se
mantenga alerta sobre la calidad de la justicia que recibe la sociedad.
Así pues, en el caso del nuevo sistema de justicia penal que hoy entra en
vigor en una primera etapa en el estado de Quintana Roo, me atrevo a plantearles
aquí que contribuir en procesos de profesionalización de los periodistas, como
parte del diseño de políticas públicas ad hoc, es abonar a un ejercicio ético en el
que el derecho a la información y los derechos de la personalidad se concilien
desde los propios medios. No estoy hablando de una alianza perversa entre
medios y poderes políticos, que de eso ya hemos padecido suficiente, sino de un
compromiso por y con los derechos humanos entre partes fundamentales de un
Estado democrático de derecho. No se trata de proteger del escrutinio público a
los funcionarios públicos ni de promover la imagen de algunos de ellos, mucho
menos de mantener prácticas extorsivas de cierta prensa. No es esa la alianza de
la que hablo aquí, sino de la redignificación del periodismo como profesión, de los
periodistas como agentes de cambio y de la prensa como una tradición
deliberativa de la democracia liberal.
No es una cosa menor. Recordemos que los medios se entienden como un
servicio público cuyos procesos influyen en la formación de la opinión pública
dentro de una sociedad democrática, y eso implica adquirir compromisos éticos
con los intereses comunes de las audiencias. Es decir, no podemos hablar de
libertades de expresión y opinión desde los medios sin el indispensable
complemento deontológico que es el reconocimiento del principio de la
responsabilidad social de la prensa. Porque así como en su accionar los medios
ganan poder e influencia, en la misma medida deben adoptar criterios éticos para
el uso responsable de ese poder y de esa influencia.
Los periodistas tenemos responsabilidad en la construcción de la cultura de
la legalidad. Pero los periodistas (reporteros, fotógrafos, editores y todos los que
participamos en el proceso periodístico) somos apenas el primer eslabón. Hay que
mirar a la industria mediática de forma más amplia e incluir en esta necesaria
crítica –y autocrítica– a los dueños y directivos de medios que no tienen empacho
en lucrar con un bien que no les pertenece en exclusiva, sino que es de la
sociedad toda: la información.
Estamos hablando de cambiar un sistema arraigado en los medios del que
nutren su circulación, sus ratings, mediante la cobertura morbosa de la desgracia
ajena y, peor aún, en el caso de algunos de los grandes diarios de la Ciudad de
México, con una evidente doble moral, pues mientras en sus ediciones principales
ostentan elevados estándares éticos fundados en sus respectivos códigos
deontológicos, no tienen empacho en publicar también ediciones populares que
violan todos y cada uno de esos preceptos.
El nuevo sistema de justicia penal es también una oportunidad para hacer
un mejor periodismo, un periodismo profesional, para lo cual es indispensable
hacer un periodismo responsable, un periodismo ético.
Aprovechemos el hecho de que desaparezca la averiguación previa como la
conocemos y que los casos se funden en evidencias desahogadas ante un juez, lo
que abre el camino para una cobertura diferente, mucho más profunda. La
transparencia de los procesos permitirá, también, mantener informada a la
sociedad sobre cómo funciona el aparato de justicia.
La capacitación y actualización de conocimientos sobre los procesos
judiciales no se agotan en la delincuencia común ni en la delincuencia organizada
en su variante más vulgar, sino que pasan por la justicia civil, la justicia financiera,
la justicia mercantil, etcétera. Junto con ello, resulta indispensable la formación
deontológica de los periodistas y de las empresas para las que trabajan.
Los medios deberán entender que la autorregulación es un activo de su
propia credibilidad y el sustento de su profesionalismo. Por eso mismo, la
autorregulación no es una excusa para que dueños de medios, directivos y
muchos reporteros y fotógrafos supongan y se comporten como si la libertad de
expresión y la libertad de prensa fueran derechos absolutos. Los medios no son
entes aislados, a pesar de que sus preceptos normativos suelen ser
autorreferenciales y trabajan de espaldas al estado democrático de derecho, es
decir, sin la autocrítica necesaria y sin el referente de un sistema normativo que va
mucho más allá de la función social de la prensa. Históricamente –y hablando por
supuesto en términos muy generales–, en México el periodismo no ha sido ni
misión ni oficio, ha sido modus vivendi. Así lo ha sido para buena parte de los
medios que son mero pretexto de sus dueños para alcanzar y proteger sus
intereses extraperiodísticos. Así lo ha sido para muchos periodistas corruptibles y
corrompidos desde el poder (incluido el propio poder mediático, que los degrada
profesionalmente al utilizarlos casi como sicarios).
Como periodistas, debemos evitar los juicios mediáticos, máxime porque
está plenamente demostrado que, en las primeras instancias de investigación,
muchos de los detenidos están lejos de ser plenamente responsables de los
delitos por los que se les investiga. Una proporción importante son absueltos,
otros más ni siquiera llegan a ver a un juez, pero en principio ya fueron sometidos
a un juicio paralelo mediático en el que son socialmente condenados, con todas
las consecuencias que ello acarrea para la vida de las personas en esas
circunstancias.
El periodismo que hacemos debe tener como objetivo informar a la
sociedad y ejercer junto con ella el derecho humano a la información, no el andar
saltando entre oficinas de prensa mendigando convenios o extorsionando a
funcionarios que casi se ahorcan con su propia cola para que no se las pisen.
Si no, díganme ustedes: ¿Dónde quedó el “Acuerdo para la Cobertura
Informativa de la Violencia”, ese que fue firmado el 24 de marzo de 2011 por las
principales corporaciones mediáticas del país, en el que se comprometieron a no
ser voceros del crimen organizado; a presentar datos de violencia en un contexto
correcto; a atribuir responsabilidades de los hechos de violencia; a respetar la
presunción de inocencia; a cuidar a las victimas y menores de edad; a alentar la
denuncia ciudadana; a proteger a los periodistas; a mostrar verdadera solidaridad
entre medios ante amenazas, y a no interferir en el combate a la delincuencia?
¿Qué fue de todo esto? ¿Qué ha quedado de ello?
Deontológicamente hablando, nada. En realidad, esos criterios para el
tratamiento noticioso de los temas de seguridad y justicia se convirtieron en un
mero instrumento de propaganda del poder político (y hasta de una parte del
poder económico del que forman parte los medios); un instrumento de
propaganda, que no de comunicación social, con la complicidad de esos grandes
medios, particularmente las televisoras.
En fin, que lo que trato de compartir con ustedes es que el periodismo
judicial debe ser una especialización profesional.
Los periodistas debemos pasar de las coberturas anecdóticas, morbosas, al
reporteo profundo, al dato contrastado, a la investigación periodística. No se
informa a nuestra comunidad exhibiendo detenidos, sometiéndolos al juicio
mediático y olvidándose de ellos. ¿Fueron juzgados? ¿Fueron sentenciados a
alguna pena o fueron absueltos? ¿Cuál fue la calidad de las pruebas presentadas
ante el juez y cómo las valoró éste? El periodismo de seguridad pública, el
periodismo judicial –como una especialización– no es cómplice de violaciones de
derechos humanos, es garante de los derechos humanos, empezando por el
derecho a la información.
A eso me refería cuando les decía, al principio de esta charla, que la
violencia nos desnudó a todos. Aprovechemos la oportunidad que nos brinda este
nuevo sistema penal acusatorio para volver a vestirnos todos de legalidad, de
justicia y democracia.
9 de junio, 2014
* Gerardo Albarrán de Alba es miembro del Consejo directivo de la Organization of News Ombudsmen y creador y director de Saladeprensa.org. Ha sido el primer Defensor de la Audiencia de una radio comercial en México, en Noticias MVS. Esta es la conferencia que ofreció en la Escuela Judicial del Tribunal Superior de Justicia, Chetumal, Quintana Roo. Twitter: https://twitter.com/saladeprensa Facebook: https://www.facebook.com/Saladeprensa.org Correo-‐e: [email protected]