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María Dolores Díez Bugallo

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Extracto de "RELATOS" de Dolores Díaz Bugallo.

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María Dolores Díez Bugallo

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RELATOS María Dolores Díez Bugallo

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A mis hijos y a mis nietos

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Por un kilo de manzanas

—¡Chindas… Chindas… Chindasvinto! —gritaba Teófila al llamar a su esposo.

—Nada. No da señales de vida. Iré al salón a ver qué pasa… —Podía habérmelo imaginado. Como siempre—. Pensó Teófila,

fa miliarmente Teo. Chindasvinto estaba plácidamente sentado de espaldas, con los

cascos del walkman bien conectados al oído escuchando música en­tusiasmado, por lo que no pudo oír las llamadas de su esposa. De pronto, el anciano dijo, visiblemente enfervorizado:

—¡Son los mejores, sin duda! —¡Quítate ya esos cascos! —exclama su mujer. Llevo dos horas

llamándote. El hombre obedeció, resignado. —¡Son los primeros. Qué música, Dios mío…! —No sé de qué me estás hablando —dijo Teófila. —Te hablo, mujer, nada más y nada menos que de «Los primeros

de la fila», el grupo musical más grande de todos los tiempos. —Por mí, como si son los últimos y a tu edad debería darte ver­

güenza disfrutar con las mismas canciones que esos muchachos des­melenados que se ven por la calle… Al fin y al cabo, a sus 20 años

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todo se les puede perdonar, pero tú, con 70, en el ocaso de la vida, deberías ser más sensato y, sin embargo, tienes hasta los mismos gus­tos en el vestir, que a punto estuviste de comprar no hace mucho una cazadora negra y con tachuelas. Tuve que impedírtelo, de lo contra­rio iríamos haciendo el ridículo por la calle; yo también, por ir conti­go y, para hacer el ridículo ya es suficiente con el nombre que te pu­sieron tus padres.

—¡Basta, mujer, basta! Me estás traumatizando. Pasar de oír músi­ca a escuchar tus regañinas de casi dos horas es más de lo que un ser humano puede soportar. Te diré que algunos árboles que se creían secos, pasados los años reverdecen con la primavera y algo así debe ser lo que a mi me ocurre —dijo en un alarde poético el marido aco­sado—. En cuanto a lo de mi nombre —habló esta vez en actitud de­fensiva—, decidieron ponérmelo en recuerdo de que mi padre fue el único en su clase que logró aprender la lista completa de los re­yes godos.

—Aún así, no tienen disculpa. Consiguieron amargar tu vida; ¿aca­so no recuerdas las burlas de tus compañeros de colegio?

—Eso ya es agua pasada… —Pues a mi me sigue dando vergüenza pronunciar tu nombre en

público. —Y ahora dime, Teófila, ¿qué quieres de mí? —Decirte que se nos ha terminado la fruta. Podríamos ir los dos a

comprarla dando un paseo; ya sabes que el médico nos ha recomen­dado caminar mucho.

—Está bien, mujer. Yo ya estoy preparado. Cuando quieras nos va mos.

—¿No pretenderás salir a la calle con las zapatillas de andar por casa? —dijo Teófila.

—Ni tú con esos pelos —contestó el marido, ofendido. —Yo no he dicho como tú que ya esté preparada… Salieron de casa, caminando por calles cercanas, hasta llegar a una

tienda de frutas y verduras.

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—¡Deja ya de mirar a esa jovencita medio­vestida y fíjate en las manzanas! —dijo la mujer, evitando pronunciar el nombre del marido.

—¿Qué desean los señores? —preguntó la vendedora. —Por favor, pónganos un kilo de manzanas —dijo Teo. —Aquellas rojas parece que tienen buena pinta… —afirmó

Chindasvinto para dar a entender, disimuladamente, que se había es­tado fijando en ellas y el resto eran imaginaciones de su esposa.

—Aquí las tienen. Son dos euros. —Adiós —dijeron—, despidiéndose de la vendedora. —Después de la cena no hay nada tan digestivo como una manza­

na. Vamos a probar las que compramos esta tarde —dijo Chindas, que realizó durante una temporada un curso de gastronomía por corres pondencia; claro que eso fue en otros tiempos, cuando sus in­tereses discurrían por otros derroteros…

A medida que las iban pelando observaban que su interior era de un feo color marrón y tenían una consistencia blanducha. No había duda; estaban podridas. Al día siguiente se dirigieron a la frutería de nuevo, llevando la bolsa con todas las manzanas que compraron, ex­cepto las dos peladas, que las llevaban en las manos para mostrárse­las a la dueña del establecimiento de forma que pudiera comprobar el mal estado en que se encontraban. Enseñaron también el ticket de compra con la fecha del día anterior.

—¡Me están ustedes ofendiendo! —exclamó la vendedora. Aquí no se venden manzanas podridas, ni se han vendido nunca, ni se ven­derán. Si esperan que se las cambie o que les devuelva el dinero es­tán arreglados. No saben bien con quien están tratando.

—Si no se aviene a razones, le aseguro que va a salir perdiendo. Pienso acudir a los tribunales si hace falta —dijo Chindasvinto con una energía desacostumbrada.

—¡Lo único que quiero es que se larguen cuanto antes! —afirmó la vendedora en un grito.

—¡Pero esto no va a quedar así! —dijo Chindasvinto elevando aún más el tono de voz.

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El marido de Teófila, a pesar de sus defectos, era un hombre de palabra. Puso una denuncia y el caso llegó a los tribunales. Se realizó una vista pública. La sala estaba llena de gente: algunos profesionales de la información e infinidad de curiosos.

Un ingeniero agrónomo examinó las manzanas, dictaminando el gra do de putrefacción de las mismas que podría deberse a múltiples causas, añadiendo que el tiempo transcurrido desde la compra de la fruta hasta el momento de su consumo no había sido suficiente para que llegaran a tal grado de descomposición. En el paraíso —conclu­yó —no hubiera sido tentado Adán por Eva con ninguna de estas manzanas.

Era aquel un caso insólito, tal vez único en los anales de la juris­prudencia. Podría decirse que se trataba de una cuestión de honor. Los representantes de diversos medios de comunicación: prensa, radio y televisión, además de otros numerosos grupos, miembros de asocia­ciones de consumidores y de otras sociedades, junto con los que asis­tían por libre para presenciar el espectáculo, casi impedían la salida de los miembros del tribunal y de la pareja de ancianos, bom bardeados además por los flashes de los fotógrafos y rodeados de micrófonos. Todos querían una entrevista, aunque sólo fueran unas frases, para hi­lar un programa que, probablemente, iba a tener gran audiencia.

Tal vez el periódico que con mayor ecuanimidad trató el tema fue: EL ECO DE ALCOBENDAS. Transcribimos textualmente el artícu­lo que le dedicó:

«Ya lo dijo Jenofonte: La verdad no está claramente en ningún lado. Y, sobre el caso que nos atañe, podríamos retomar la afirmación del gran filósofo. Los tenderos son personas honradas que han lleva do su negocio con buen talante durante treinta años. Por su parte el matrimonio demandante está compuesto, sin duda, por personas de bien. Posiblemente se cometió un error, pero carente de mala inten­ción a nuestro juicio, por lo que desde aquí les instamos a que lleguen a un acuerdo amistoso en que todas las rencillas queden zanjadas».

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EL ECO DE MURCIA, sin embargo, fue más radical en sus opinio­nes. Daba la impresión de buscar la polémica, hasta en los titulares:

«ANCIANOS ENVENENADOS» Nada existe que pueda denigrar tanto al ser humano como la falta

de escrúpulos cuando se trata del tema de la salud de las personas, máxime si están en edad senecta, como es el caso.

Es necesaria en nuestro país una legislación enérgica que penalice estos actos; necesaria y urgente. La falta de calidad de los productos que consumimos puede traer nefastas consecuencias, como graves enfermedades e incluso la muerte. Es por ello que este periódico se hace eco del suceso, extremadamente grave, a fin de que la opinión pública tome conciencia y luche por sus derechos y el derecho bá­sico que todos tenemos es el de la salud. Las autoridades no deben permanecer impasibles; han de tomar las medidas oportunas con el necesario rigor para resolver este caso, sancionando con la justa du­reza correspondiente a la gravedad del delito cometido.

Y, para terminar, diremos que fue el azar quien salvó a estas dos personas de morir envenenadas y no la legislación vigente».

Recogemos también algunos artículos más de la prensa. No to­dos, por falta de espacio. Desde aquí rogamos que los innumerables perió dicos omitidos nos disculpen.

«EL HERALDO DE CÁDIZ» Con la salú no ze juega. Cádiz no es tierra de manzanas. Aquí

abundan los menbrillos. Pero consumimos manzanas procedentes de otras comunidades autónomas; fruta sana y digestiva que todos debe­ríamos tomar con frecuencia. Pero, ¡Jozú, que no nos las den podrías!

«EL HERALDO DE ASTURIAS» En nuestra tierra abundan las manzanas. Apoyados en el rigor de

grandes científicos, afirmamos que en Ribadesella estuvo enclavado el

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Paraíso. Las manzanas, convertidas en sidra, se transforman en bebida de dioses. La sidra, además, tiene la propiedad de tirar por tierra las penas. Si en lugar de un culín bebes dos notas cómo tu organismo se revitaliza y las enfermedades, si existen, se olvidan o desaparecen. Nuestra sidra está hecha en nuestros lagares a la manera tradicional, con las mejores manzanas: sanas y buenas, como debe ser.

Hasta nosotros ha llegado la noticia de que en la capital se venden putrefactas, lo que constituye un desprestigio, no sólo para las perso­nas que viven de ellas sino también para la propia manzana que, con gran cariño, colocó Dios sobre los árboles. Nos sentimos claramente ofendidos. ¡Que no se desprestigie el fruto de nuestra tierra!

«LA VOZ DE GALICIA» Pasear por nuestras rías bajas es una delicia, sin menospreciar las

rías altas. Pero si este paseo se realiza comiendo al mismo tiempo una manzana, estaremos viviendo una experiencia singular.

Una manzana redonda, entera, roja o amarilla, reineta, golden… cualquier manzana, en suma, es buena siempre que esté sana y en su punto. Cuando ha transcurrido un tiempo excesivo desde que es arrancada del árbol hasta que se consume pierde el aroma, el sabor, el valor nutritivo y hasta puede llegar a convertirse en dañina para la salud. Desde aquí animamos a este matrimonio de valientes ancianos para que sigan en su lucha que es, en fin, la lucha de todos por con­seguir la necesaria calidad en los alimentos y les damos las gracias».

Incluso en la sección de «Cartas al director» se tocó ampliamen­te el tema. Reproducimos una de ellas, elegida al azar, como ejemplo. Apareció en «EL UNIVERSO», periódico que, amablemente, nos ha dado su autorización para reproducirla. Dice lo siguiente:

Soy un ruso exiliado de mi país por motivos políticos. En el año, ya lejano, en que tuve que irme de mi querida tierra, la legislación en materia de consumo era dura y contundente, llegando a penarse

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algunas infracciones con la muerte. Cierto es que se cometían pocas, porque pocos eran los alimentos existentes y dura la mano de la justicia. Pero en un país democrático como España, que me ha acogido con los brazos abiertos, la legislación es más ecuánime y yo espero que esta infracción en materia de consumo se resuelva con la debida justicia.

Atentamente. Boris Stenko.

En diversas emisoras de radio se realizaron entrevistas a persona­jes importantes en el terreno artístico, cultural y científico. Sus comen­tarios adquirieron, lógicamente, matices muy diversos. Por término medio la balanza se inclinó a favor de la pareja de ancianos.

Situémonos por un momento en el estado de ánimo que debía tener la familia de tenderos, acosados por todos. El país entero cla­mando venganza. La mujer confiaba a su marido que estaba a punto de perder los nervios, al borde de la locura. Por su parte el marido se confesaba hundido moralmente y sin fuerzas para seguir luchando.

—Y yo me pregunto, querida Amelia —decía a su esposa—: ¿No es desproporcionada la pena que la opinión pública nos está impo­niendo por este supuesto delito?

¡Qué me vas a decir! Jesús…! Si las ideas ya me bailan en la cabe­za y no soy capaz de pensar…

Las diversas cadenas de televisión, tanto públicas como privadas; especialmente las privadas, lanzaron al aire varios programas nuevos. Destacaremos como uno de los más representativos el titulado RO­BIN HOOD, emitido por una cadena autonómica de todos conocida. Se trataba de un programa­concurso en el que competían dos pare­jas que iban respondiendo alternativamente a una serie de preguntas sencillas en su mayoría, puesto que iban dirigidas al gran público. La azafata, livianamente vestida, llevaba un montón de sobres de entre los que la primera pareja elegía una. Si su respuesta era correc ta ob­tenía un punto. Si era incorrecta, por ejemplo:

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Ejemplo: díganos el nombre de un futbolista del Real Madrid. —Zubizarreta. La respuesta resultaba nula. Pero tenían una oportunidad: si acerta­

ban a alcanzar disparando con una flecha a una manzana, situada en la cabeza de un niño de escayola policromada el fallo quedaba anulado, recuperando así el puesto perdido anteriormente.

Finalmente, con los puntos acumulados elegían un premio, que podía ser hasta un magnífico coche con cuatro puertas y asientos abatibles.

Los intelectuales, situados en su alto pedestal, decían que éste y algunos otros programas pertenecían a lo que se suele llamar te le­basura. No obstante sus apreciaciones, alcanzó la máxima audiencia, mientras que la mínima correspondió a «Gramática divulgativa», pro­grama cuyo jurado estaba compuesto por tres miembros de la Real Academia de la Lengua.

Dado el éxito alcanzado, las diversas televisiones trataron de bus­car imitaciones.

Antes de celebrarse la última vista del juicio, una cadena de te­levisión, no vamos a decir aquí su nombre, creó uno que podría­mos calificar de sensacionalista. Su título era: LA MANZANA DEL PARAÍSO y el contenido carecía del mínimo interés cultural, bus­cando solamente el burdo entretenimiento, la risa fácil. Baste decir, como ejemplo, que en una de las emisiones aparecían dos mujeres en biquini: una de edad avanzada, con una manzana podrida sobre la ca­beza; la otra, joven y bella, llevaba también en la cabeza una manza­na, en este caso sana y sabrosa. El concursante, con los ojos venda­dos, debía elegir una: la sana o la podrida y todo ello envuelto en una atmósfera permisiva puesto que, para averiguarlo se podía utilizar el tacto, desde los pies a la frente de las azafatas de turno. Hay que de­cir que los aciertos igualaban casi a los errores puesto que este sen­tido humano que poseemos en la piel puede dar lugar a equivocacio­nes; a veces la manzana podrida se colocaba sobre la rubia cabeza de la azafata joven.

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Una nueva sesión del juicio dio comienzo porque no hubo acuer­do previo entre las partes. Abogados, peritos, juez, acusados y acusa­dores no dejaron de hablar durante más de dos horas. Fue imposible también esta vez alcanzar un veredicto. Se suspendió la sesión hasta pasados tres días, espacio de tiempo imprescindible para aclarar las mentes confusas de todos.

En este tiempo el tema llegó a su punto álgido. Ya no se trataba tan solo de artículos aislados de prensa, sino que las mismas editoria­les de los periódicos se ocupaban del caso.

Entonces fue, aprovechando la coyuntura, cuando el grupo polí tico mayoritario de la oposición preparó una moción de censura al gobier­no. En directo, desde una cadena de televisión, se retransmitió el pri­mer debate en el que se enfrentaban los líderes políticos más impor­tantes del país: el Presidente del Gobierno y el líder del partido político CCC Antonio José Canal, desde posturas diametralmente opuestas.

Tras un extenso discurso, a lo largo del cual el líder de la oposición habló de desgobierno, política económica nefasta, corrupción etc., a modo de conclusión, con un inesperado estilo literario, dijo:

«Y para darnos cuenta de la situación caótica que estamos vivien­do baste decir que en este país y, como consecuencia de lo dicho anteriormente, hasta a las manzanas ha llegado la corrupción y bien sabemos que una manzana podrida es capaz de descomponer a las que están a su lado y esto, justamente esto, es lo que está sucediendo. España, país de conquistadores que alcanzó el cénit en un momento histórico glorioso, ha de recoger la antorcha y volver a los tiem pos en los que, además de la gloria y el orgullo patrio, existía el honor, del que nuestros gobernantes, mal dotados para ejercer sus funcio nes, carecen. Debemos resurgir de las cenizas y para ello hace falta un gobierno con la suficiente energía, que dé el impulso necesario a nuestro amado país. Nosotros ofrecemos una alternativa como grupo político; disponemos de un programa de gobierno y nos ofrecemos desinteresadamente para ocupar los cargos que otros no han sabido desenvolver con pericia.»

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A continuación tomó la palabra el Presidente del Gobierno. Co­menzó afirmando que este montaje era tan sólo una patraña orques­tada por la oposición. No se siente uno a disgusto viviendo en La Moncloa —dijo con sinceridad e ironía—. Lo único que mueve al CCC es la esperanza de llegar al gobierno. Pero no lo conseguirán porque Vds., que nos han votado reiteradamente, tampoco esta vez quedarán defraudados. Se creará una legislación más estricta con el objeto de que los consumidores estén verdaderamente protegidos.

Tomó la palabra después el líder de la oposición, en su turno de réplica y porque se habían hecho alusiones personales.

«A lo largo de las 10 legislaturas del presente gobierno reitera­damente hemos oído lo mismo: promesas, nada más que promesas, que nunca han llegado a cumplirse. Un gobierno fuerte, que cumpla y haga cumplir las leyes es lo que de verdad necesitamos. En cuanto a las acusaciones indirectas que sobre mis compañeros y sobre mí se han vertido, he de decir que no añoro más comodidades que las que po­seo: un sofá donde reposar en las pocas horas libres que me que dan después de las duras jornadas de trabajo y unos libros que, por des­gracia, no tengo tiempo de leer.

Vamos a presentar un proyecto en defensa de los consumidores, el borrador ya está realizado, para que en el ramo de frutas y verdu­ras desaparezca el fraude y se puedan comer estos productos con toda confianza. Crearemos la figura del inspector de frutas y verdu­ras para garantizar la bondad de los productos que tan generosamen­te ofrece la huerta española. Surgirán, como consecuencia, muchos puestos de trabajo. Cada inspector se especializará en un determi­nado producto; habrá inspectores de manzanas, de acelgas, de nís­peros, de peras Etc. Su misión consistirá en visitar los diversos esta­blecimientos de venta al público y catar delicadamente alguna de las piezas, al azar, de su compe tencia. Un leve mordisco en una ciruela, pongamos por caso, permitirá al inspector probar el buen o mal esta­do de la misma. Estos trabajado res tendrán su seguridad social, nece­saria por la peligrosidad de algunos alimentos fumigados o abonados

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con productos perjudiciales para la salud, al tiempo que se les realiza­rá un descuento en el sueldo, propor cional a la cantidad de fruta in­gerida en términos globales.»

Algunos dormían en el hemiciclo de Las Cortes, incluso hubo quien roncó. Había sido un largo y denso discurso y las ideas que en él se vertían… No es que invitara al sueño, no; nada más lejos de la intención de un pobre autor literario que de higos a brevas malvende un libro que ser parcial en sus apreciaciones.

Llegó de nuevo el turno de palabra para el Presidente del Gobierno:

«El Sr. Antonio José Canal quiere acabar con el paro. Su intención es encomiable, lo que no significa que nosotros deseemos tener un país repleto de parados. Me asombra especialmente la forma tan sen­cilla con la que intenta resolver el problema. Pero, si acepta mis humil­des sugerencias, le diré que falta algo en su programa. Le propondría que completara el plan creando, ¿cómo no?, también la figura del inspector de mantas, de recambios para automóviles, de ropa interior femenina… Infinidad de posibilidades se le han escapado al Sr. Canal. Llenaríamos de inspectores el país y, de un plumazo, terminaríamos con esa lacra social que es el paro. Incluso, llegando más lejos, crearía­mos la figura del Inspector de Inspectores, a quien podríamos llamar superinspector. Debo reconocerlo, ha dado Vd. Con una idea que posee inmensas posibilidades y no puedo hacer, honradamente, otra cosa que felicitarle, Sr. Presidente del CCC. Claro que, habría que pen­sar en ciertas dificultades que pueden surgir: No es lo mismo catar una ciruela que catar, por ejemplo… un besugo.»

El Sr. Presidente del CCC tuvo el impulso de pedir la palabra por alu­siones personales, levantándose de su asiento claramente airado, pero se detuvo a tiempo y supo mantener exteriormente la calma, diciendo:

«Les falta imaginación a nuestros gobernantes, Sr. Presidente, y a todos los miembros de su partido. Sepan todos los integrantes

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de este mal gobierno que en nuestro programa existe también una fórmula para acabar con el fracaso escolar que puede resumirse en pocas palabras: consiste en sustituir las calificaciones escolares por ecuaciones algebraicas. El tiempo apremia y me impide terminar la presente intervención. Por último diré que, cuando lleguemos al go­bierno, que llegaremos sin duda, no quedará ni un solo parado en nuestro país, ni un solo atracador, ni una sola manzana podrida a la venta porque, por desgracia, en este país hasta las manzanas están podridas como putrefactos están nuestros gobernantes y el pescado, la leche, la carne y el resto de los productos alimenticios.»

Hubo muchos comentarios en la prensa relacionados con el deba­te televisivo. El Sr. Antonio José Canal interpuso una querella crimi­nal contra la televisión autonómica que retransmitió el último debate por haberle enfocado las cámaras siempre del lado en que tenía una ve rruga que arruinaba su imagen.

Desde un pueblo de Cantabria llegó una carta de un pastor analfa­beto que pidió a un vecino que se la escribiera en la que preguntaba al presidente del CCC algo en relación con su último discurso. Con­cretamente decía: ¿Podría aclararme lo que piensa hacer con nosotros, los analfabetos, cuando dice que en España no quedará ni uno solo?

Los parados, por su parte, le pidieron también explicaciones. ¿Pien­sa usted confinarnos en un campo de concentración?, porque eso de los inspectores que usted se ha inventado no se lo cree ni un tonto.

Los atracadores de forma anónima, por supuesto, le dijeron iróni­camente si pensaba endurecer aún más las penas para la gente de su oficio.

Y tal vez lo más notorio, por referirse directamente al caso, fue una carta con cientos de firmas recibida desde la Comunidad Autónoma de Asturias, en la que se decía:

«Manifestamos nuestro más absoluto desacuerdo por la campaña orquestada a nivel nacional en contra de nuestro fruto más querido

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y abundante. De entre todos los productos alimenticios, el más sano, sin el menor lugar a dudas es la manzana y esta campaña sensacionalis­ta terminará arruinando nuestra economía y desprestigiando nuestra querida fruta si no se le pone freno. Eso es, nada más, lo que exigimos. Como compensación al daño ya causado pedimos al gobierno que lleve a cabo otra campaña, pero esta vez referida a las cualidades que la manzana posee.»

Las sesiones de este complicado juicio fueron muchas, tantas que la mente de algunos miembros del tribunal comenzó a resentirse. El fiscal sufría desde las últimas sesiones una leve depresión. Consultó a un psicólogo, que le dijo: «De prolongarse demasiado este proceso judicial llegará Vd. A caer en una depresión grave».

D. Emiliano, fiscal del distrito desde hacía treinta años, conocido por su honradez y ecuanimidad, al sentir su salud amenazada decidió utilizar un método poco ortodoxo, pero que pensaba iba a solucio­nar rápidamente el problema. Pidió a la Sra. Teófila que se acercara al estrado y le entregó una moneda redonda , de dos euros, mientras le decía en un susurro:

Por favor, señora, compre con esta moneda en otra tienda un kilo de manzanas. Seguro que no tendrá tan mala suerte como la vez anterior.

—No crea Vd. que con esto queda todo solucionado —dijo Teófila mientras guardaba la moneda en el bolsillo. Mi honor y mi dig­nidad personal están en juego.

De pronto el juez sufrió un desmayo y tuvo que aplazarse de nue­vo la sesión.

El tema se trató en el Colegio de Abogados. El «intento de so­borno» llevó al pobre juez a los tribunales, pero esta vez ocupando un asiento diferente. El psicólogo amigo suyo le atendió en todo mo­mento, a pesar de lo cual la depresión iba avanzando y ahora con más motivo. Llegó a vérsele caminar por la orilla del río con la mirada per­dida y un gesto que no hacía presagiar nada bueno.

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Le sustituyó otro juez, joven y dinámico, con ansias de abrirse ca­mino triunfando donde otros habían fracasado. Pidió la comparecen­cia en la sala de un enterrador, un forense y el dueño de un famoso restaurante.

—Que comparezca el señor Pedro Pérez, forense de profesión. Se trataba de un hombre de mediana edad, de aspecto bondadoso. —Conteste Vd., por favor, con una sola palabra, a esta pregun­

ta: ¿Cuántos cadáveres ha analizado, muertos por la ingestión de una manzana?

—Ninguno —respondió D. Pedro. —Puede usted retirarse. —Que comparezca el enterrador D. Dionisio Rodríguez. El hombre subió al estrado. —Respóndame con una sola palabra. ¿Cuántos muertos ha ente­

rrado envenenados por una manzana? —Ninguno —fue la respuesta. —Que comparezca el Sr. Luciano, dueño del famoso restaurante

que lleva su nombre. —¿Cuántas personas han padecido indigestión tras tomar, des­

pués de la comida, una manzana? —Nadie —señor—, nadie en absoluto. Me atrevería a decir que

esta deliciosa fruta, al margen del grado de madurez que posea, es siempre digestiva.

A la vista de las declaraciones coincidentes de tantos expertos, el caso quedó cerrado.

La dueña de la frutería fue condenada a entregar al matrimonio demandante 1 Kg. de manzanas, aparte de pagar las costas del jui­cio… Así quedó resuelto el caso, pero no del todo porque a la hora del postre, después de la cena, probaron las manzanas y estaban tan verdes que resultaban incomibles.

—Estos desalmados han querido burlarse de nosotros —dijo Teó­fila— y si yo tuviera un marido como debe ser…

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—Pero, mujer. Olvida ya este asunto, que bastantes quebraderos de cabeza nos ha traído ya. Las dejaremos en la ventana al sol hasta que maduren y con no volver a comprar nunca más en esa tienda…

«Siempre buscas la solución más fácil…! Por esta vez te voy a dar la razón porque con todo este jaleo yo también he quedado medio enferma de los nervios Ni un solo duro de mi bolsillo saldrá nunca para comprar en esa maldita tienda y el desprestigio que han sufrido durante todo este tiempo será su castigo. No cabe duda de que se quedarán sin clientela.

Pero la Sra. Teófila se equivocaba de medio a medio haciendo aquellos vaticinios. Las amas de casa hacían cola para comprar en un lugar famoso en todo el país y en el que, por tanto, sobraban mo­tivos de conversación que a las señoras les servían de distracción y entre tenimiento.

En cuanto al CCC, guardó un tiempo prudente de silencio. Al no prosperar su moción de censura llegaron a tener que soportar las iro nías de algunos miembros del gobierno que no daban lugar a la réplica.

Sentados a la mesa Chindasvinto y Teófila tomaban el menú que la mujer había preparado. Adoptaron la costumbre de comer peras como postre. Las manzanas les recordaban momentos malos; ya ni las probaban, aunque fueran las más sanas del mundo. Sólo las que maduraron en la ventana, por no desperdiciarlas.

Pero los programas de televisión: tele­basuras —, basados en el caso de las manzanas no dejaban de aumentar su audiencia, especial­mente el titulado: ME GUSTAS, QUERIDA MANZANA.

El matrimonio llegó a ser tan popular que las revistas del corazón competían por lograr una entrevista en exclusiva con ellos. Y fue en la publicación semanal: «Adiós» donde, finalmente, se realizó el repor­taje con fotografías a todo color del interior de su casa y entrevistas sobre el interior de sus pensamientos.

—¡La justicia en este país es totalmente imparcial! —exclamaba Teófila durante un reportaje.

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—Mujer, no hay que exagerar tanto… —decía su marido. Aquella revista les proporcionó una considerable suma de dine­

ro y todos conocemos el famoso refrán: «No hay mal que por bien no venga».

La moto que compró Chindasvinto, de muchas cilindradas, era un prodigio. Los jóvenes, con menos posibilidades económicas, la envi­diaban y se la pedían un ratito. Él, con su casco bien colocado en la cabeza, parecía más joven. Pocas se le resistieron… a dar un paseo en tal maravilla de aparato.

Entretanto Teófila, en los momentos bajos que todos tenemos, mi raba su libreta de ahorros a plazo fijo y, al ver la cifra última que te­nía escrita, con unos cuántos ceros, se le iban las penas.

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Índice

—Por un kilo de manzanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

—El autobús 247 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

—La misteriosa desaparición de los videojuegos . . . . . . . 31

—Un pincel en las manos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57

—Mar del Norte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

—Solo en la montaña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81

—El accidente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89

—El sombrero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93

—El retraso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95

—Un secuestro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

—El paraguas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111

—Malos tratos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115

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«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)»

© María Dolores Díez Bugallo© EDICIONES DUERNA

Diagramación: contactovisual.esPortada: Miguel Esteban Díez

ISBN: 978­84­943432­7­8Deposito legal: LE­168­2016Impreso en España ­ Printed in Spain

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Los doces relatos que componen este libro están escritos desde diferentes perspectivas: unos en clave de humor, reflejan no obstante una cierta crítica social (por un kilo de manzanas). Otros abordan temas de actualidad (malos tratos) y hay un último grupo que podría contener algo que puede considerarse como prosa poética (solo en la montaña).

Todos ellos son un intento de transmitir a través de la palabra el pensamiento, de una forma creativa, porque la realidad puede abordarse desde distintos puntos de vista. En esto consiste la creatividad, base de la literatura.

ISBN: 978-84-943432-7-8