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Relaciones Internacionales y Comunicación Cat-II, UNLP. 2017 Unidad 3. Militarismo, Guerra de Cuarta Generación, Guerras Híbridas. Teóricos -Beinstein, Jorge. 2013. “La ilusión del metacontrol imperial del caos. La mutación del sistema de intervención militar de los Estados Unidos”. Ponencia en el Seminario “Nuestra América y Estados Unidos: desafíos del Siglo XXI”. Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central del Ecuador, Quito, 30 y 31 de Enero 2013. Prácticos -Bacevich, Andrew. 2012. Los Estados Unidos y su guerra global contra el terror. De la liberación al crimen sistemático. Tom Dispatch. -Brooks, Rosa. 2016. ¿Guerras sin soldados? Foreign Policy, 15 de marzo 2016. -Ceceña, Ana Esther. 2014. Los golpes de espectro completo. Alainet.org, 21 de mayo 2014. Traducción de la cátedra. -Chossudovsky, Michel. 2012. Borrando países del mapa: ¿quién está detrás de los “estados fallidos”? Global Research, 29 de diciembre 2012. -Fojón, José Enrique. 2005. Vigencia y limitaciones de la guerra de cuarta generación. Real Instituto El Cano. España. -Korybko, Andrew. 2016. Guerras híbridas y seguridad democrática. En Katehon.com. 14.06.2016 -Vine, David. 2015. Las bases militares de EEUU en el extranjero minan la seguridad nacional y dañan a todos sus ciudadano.13 de septiembre, 2015. Tom Dispatch (fragmentos). Traducción de la cátedra.

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Relaciones Internacionales y Comunicación Cat-II, UNLP. 2017 Unidad 3. Militarismo, Guerra de Cuarta Generación, Guerras Híbridas. Teóricos -Beinstein, Jorge. 2013. “La ilusión del metacontrol imperial del caos. La mutación del sistema de intervención militar de los Estados Unidos”. Ponencia en el Seminario “Nuestra América y Estados Unidos: desafíos del Siglo XXI”. Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central del Ecuador, Quito, 30 y 31 de Enero 2013. Prácticos -Bacevich, Andrew. 2012. Los Estados Unidos y su guerra global contra el terror. De la liberación al crimen sistemático. Tom Dispatch. -Brooks, Rosa. 2016. ¿Guerras sin soldados? Foreign Policy, 15 de marzo 2016. -Ceceña, Ana Esther. 2014. Los golpes de espectro completo. Alainet.org, 21 de mayo 2014. Traducción de la cátedra. -Chossudovsky, Michel. 2012. Borrando países del mapa: ¿quién está detrás de los “estados fallidos”? Global Research, 29 de diciembre 2012. -Fojón, José Enrique. 2005. Vigencia y limitaciones de la guerra de cuarta generación. Real Instituto El Cano. España. -Korybko, Andrew. 2016. Guerras híbridas y seguridad democrática. En Katehon.com. 14.06.2016 -Vine, David. 2015. Las bases militares de EEUU en el extranjero minan la seguridad nacional y dañan a todos sus ciudadano.13 de septiembre, 2015. Tom Dispatch (fragmentos). Traducción de la cátedra.

Seminario “Nuestra América y Estados Unidos: desafíos del Siglo XXI”. Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central del Ecuador, Quito, 30 y 31 de Enero de 2013.-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

La ilusión del metacontrol imperial del caos.La mutación del sistema de intervención militar de los Estados Unidos y sus

consecuencias para América Latina.

(primer borrador)

Jorge Beinstein

“Las Ilusiones desesperadas generan vida en tus venas”, St. Vulestry

“La gente cree que las soluciones provienen de su capacidad de estudiar sensatamente la realidad discernible. En realidad, el mundo ya no funciona así. Ahora somos un imperio y, cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras tú estás estudiando esa realidad, actuaremos de nuevo, creando otras realidades que también puedes estudiar. Somos los actores de la historia, y a vosotros, todos vosotros, sólo os queda estudiar lo que hacemos”. Karl Rove, asesor de George W. Bush, verano de 2002 (1) 1, Origen, auge y agotamiento del keynesianismo militar

Conceptos tales como “keynesianismo militar” o “economía de la guerra permanente” constituyen buenos disparadores para entender el largo ciclo de prosperidad imperial de los Estados Unidos, su despegue hace algo más de siete décadas, su auge y el reciente ingreso a su etapa de agotamiento abriendo un proceso militarista-decadente actualmente en curso.

En 1942 Michal Kelecki exponía el esquema básico de lo que posteriormente fue conocido como “keynesianismo militar”, apoyándose en la experiencia de la economía militarizada de la Alemania nazi el autor señalaba las resistencias de las burguesías de Europa y Estados Unidos a la aplicación de políticas estatales de pleno empleo basadas en incentivos directos al sector civil y su predisposición a favorecerlas cuando se orientaban hacia las actividades militares (2).

Más adelante Kalecki ya en plena Guerra Fría describía las características decisivas de lo que calificaba como triángulo hegemónico del capitalismo norteamericano que combinaba la prosperidad interna como el militarismo descripto como convergencia entre gastos militares, manipulación mediática (patriotera, anticomunista) de la población y altos niveles de empleo (3).

Esta línea de reflexión a la que adhirieron entre otros Harry Magdoff, Paul Baran y Paul Sweezy planteaba tanto el éxito perverso a corto-mediano plazo de la estrategia de “Manteca + Cañones” (“Guns and Butter Economy”) que fortalecía al mismo tiempo la cohesión social interna de los Estados Unidos y su presencia militar global como sus límites, su inevitable agotamiento a largo plazo.

Sweezy y Baran pronosticaban (acertadamente) hacia mediados de los años 1960 que uno de los límites decisivos de la reproducción del sistema provenía de la propia dinámica tecnológica del keynesianismo militar donde la sofisticación técnica creciente del armamento tendía inevitablemente a aumentar la productividad del trabajo reduciendo sus

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efectos positivos sobre el empleo (4), finalmente la cada vez más cara carrera armamentista terminaría teniendo efectos nulos o incluso negativos sobre el nivel general de ocupación.

Es lo que se hizo evidente desde fines de los años 1990 cuando se inició una nueva etapa de gastos militares ascendentes que continúa en la actualidad marcando el fin de la era del keynesianismo militar. Ahora el desarrollo en los Estados Unidos de la industria de armas y sus áreas asociadas incrementa el gasto público causando déficit fiscal y endeudamiento sin contribuir a aumentar en términos netos el nivel general de empleo, en realidad su peso financiero y su radicalización tecnológica contribuyen de manera decisiva a mantener altos niveles de desocupación y un crecimiento económico nacional anémico o negativo transformándose así en un catalizador que acelera, profundiza la crisis del Imperio (5).

Los primeros textos referidos a la llamada “economía de la guerra permanente” aparecieron en los Estados Unidos a comienzos de los años 1940, se trataba de una visión simplificadora que por lo general subestimaba los ritmos y atajos concretos de la historia pero que hoy resulta sumamente útil para comprender el desarrollo del militarismo en el muy largo plazo. Hacia 1944 Walter Oakes definía una nueva fase del capitalismo donde los gastos militares ocupaban una posición central, no se trataba de un hecho coyuntural impuesto por la segunda guerra mundial en curso sino de una transformación cualitativa integral del sistema cuya reproducción ampliada universal durante más de un siglo había terminado por generar masas de excedentes de capital que no encontraban en las potencias centrales espacios de aplicación en la economía civil productora de bienes y servicios de consumo y producción.

La experiencia de los años 1930 como lo demostraba Oakes señalaba que ni las obras públicas del New Deal de Roosevelt en los Estados Unidos ni la construcción de autopistas en Alemania nazi habían conseguido una significativa y durable recuperación de la economía y el empleo, solo la puesta en marcha de la economía de guerra tanto en Alemania primero y desde 1940 en los Estados Unidos había logrado dichos objetivos (6).

En el caso alemán la carrera armamentista terminó con una derrota catastrófica pero en el caso norteamericano la victoria no llevó a la reducción del sistema militar-industrial sino a su expansión. Al reducirse los efectos de la guerra la economía de los Estados Unidos comenzó a enfriarse, el peligro de recesión asomó su rostro pero el inicio de la guerra fría y luego la guerra de Corea (1950) alejaron al fantasma abriendo un nuevo ciclo de gastos militares.

En octubre de 1949 el profesor de la Universidad de Harvard Summer Slichter de gran prestigio en ese momento señalaba ante una convención de banqueros: “(La Guerra Fría) incrementa la demanda de bienes, ayuda a mantener un alto nivel de empleo, acelera el progreso tecnológico, todo lo cual mejora el nivel de vida en nuestro país... en consecuencia nosotros deberíamos agradecer a los rusos por su contribución para que el capitalismo funcione mejor que nunca en los Estados Unidos” . Hacia 1954 aparecía la siguiente afirmación en la revista “U.S. News & World Report”: “¿Que significa para el mundo de los negocios la Bomba H?: un largo período de grandes ventas que se incrementarán en los próximos años. Podríamos concluir con esta afirmación: La bomba H ha arrojado a la recesión por la ventana” (7).

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Como lo señalaba a comienzos de los años 1950 T. N. Vance, uno los teóricos de la “economía de la guerra permanente”, los Estados Unidos habían ingresado en una sucesión de guerras que definían de manera irreversible las grandes orientaciones de la sociedad, después de la guerra de Corea solo cabía esperar nuevas guerras (8)

En su texto fundacional de la teoría Walter Oakes realizaba dos pronósticos decisivos: la inevitablidad de una tercera guerra mundial que ubicaba hacia 1960 y el empobrecimiento de los trabajadores norteamericanos desde fines de los años 1940 provocada por la dinámica de concentración de ingresos motorizada por el complejo militar-industrial (9).

Podemos en principio considerar desacertados a dichos pronósticos. No se produjo la tercera guerra mundial aunque se consolidó la Guerra Fría que mantuvo la ola militarista durante más de cuatro décadas atravesada por dos grandes guerras regionales (Corea y Vietnam) y una densa serie de pequeñas y medianas intervenciones imperiales directas e indirectas. Cuando se esfumó la Guerra Fría, luego de un breve intermedio en los años 1990 la guerra universal del Imperio prosiguió contra nuevos “enemigos” que justificaban su desarrollo (“guerras humanitarias”, “guerra global contra el terrorismo”, etc.): la oferta de servicios militares, el “aparato militarista” y las áreas asociadas al mismo creaban, inventaban su propia demanda.

Tampoco se precipitó el empobrecimiento de las clases bajas de los Estados Unidos, por el contrario la redistribución keynesiana de ingresos se mantuvo hasta los años 1970, el nivel de vida de los trabajadores y las clases medias mejoró sustancialmente, funcionó la interacción positiva entre militarismo y prosperidad general. A eso contribuyeron varios factores entre ellos la explotación de la periferia ampliada gracias a la emergencia de los Estados Unidos como superpotencia mundial apuntalada por su aparato militar, el restablecimiento de las potencias capitalistas afectadas por la guerra (Japón, Europa Occidental) que en la nueva era se encontraban estrechamente asociadas a los Estados Unidos y el enorme efecto multiplicador a nivel interno de los gastos militares sobre el consumo, el empleo y la innovación tecnológica. Algunos de estos factores subestimados por Oakes habían sido señalados a mediados de los años 1960 por Sweezy y Baran (10).

Sin embargo la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca (1980) marcó una ruptura en la tendencia (aunque desde los años 1970 habían aparecido los primeros síntomas de la enfermedad), se inició un proceso de concentración de ingresos que fue avanzando cada vez más rápido en las décadas posteriores.

Entre 1950 y 1980 el 1 % mas rico de la población de los Estados Unidos absorbía cerca del 10 % del Ingreso Nacional (entre 1968 y 1978 se mantuvo por debajo de esa cifra) pero a partir de comienzos de los años 1980 esa participación fue ascendiendo y hacia 1990 llegaba al 15 % y cerca del 2009 se aproximaba al 25 %. Por su parte el 10 % más rico absorbía el 33 % del Ingreso Nacional en 1950, manteniéndose siempre por debajo del 35 % hasta fines de los años 1970, pero en 1990 ya llegaba al 40 % y en 2007 al 50 % (11).

El salario horario promedio fue ascendiendo en términos reales desde los años 1940 hasta comienzos de los años 1970 en que comenzó a descender y un cuarto de siglo más tarde había bajado en casi un 20 % (12). A partir de la crisis de 2007-2008 con el rápido aumento de la desocupación se aceleró la concentración de ingresos y la caída salarial,

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algunos autores utilizan el término “implosión salarial” (13).

Una buena expresión del deterioro social es el aumento de los ciudadanos estadounidenses que reciben bonos de ayuda alimentaria (“food stamps”), dicha población indigente llegaba a casi 3 millones en 1969 (en plena prosperidad keynesiana), subieron a 21millones en 1980, a 25 millones en 1995 y a 47 millones en 2012 (14).

Mientras tanto los gastos militares no dejaron de crecer impulsados por sucesivas olas belicistas incluidas en el primer gran ciclo de la guerra fría (1946-1991) y en el segundo ciclo de la “guerra contra el terrorismo” y las “guerras humanitarias” desde fines de los años 1990 hasta el presente (Guerra de Corea, Guerra de Vietnam, “Guerra de las Galaxias” de la era Reagan, Guerra de Kosovo, Guerras de Irak y Afganistan, etc.).

Luego de la segunda guerra mundial podemos establecer dos períodos bien diferenciados en la relación entre gastos públicos y crecimiento económico (y del empleo) en los Estados Unidos. El primero abarca desde mediados de los años 1940 hasta fines de los años 1960 donde los gastos públicos crecen y las tasas de crecimiento económico se mantienen en un nivel elevado, son los años dorados del keynesianismo militar.

El mismo es seguido por un período donde los gastos públicos siguen subiendo tendencialmente pero las tasas de crecimiento económico oscilan en torno de una linea descendente marcando la decadencia y fin del keynesianismo: el efecto multiplicador positivo del gasto público declina inexorablemente hasta llegar al dilema sin solución, evidente en estos últimos años de crecimientos económicos anémicos donde una reducción del gasto estatal tendría fuertes efectos recesivos mientras que su incremento posible (cada vez menos posible) no mejora de manera significativa la situación. Así como el “éxito” histórico del capitalismo liberal en el siglo XIX produjo las condiciones de su crisis, su superador keynesiano también generó los factores de su posterior decadencia.

La marcha exitosa del capitalismo liberal concluyó con una gigantesca crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capitales que desató rivalidades interimperialistas, militarismo y estalló bajo la forma de Primera Guerra Mundial (1914-1918). La “solución” consistió en la expansión de Estado, en especial su estructura militar, Alemania y Japón fueron los pioneros.

La transición turbulenta entre el viejo y el nuevo sistema duró cerca de tres décadas (1914-1945) y de ella emergieron los Estados Unidos como única superpotencia capitalista integrando estratégicamente a su esfera de dominación a las otras grandes economías del sistema. El keynesianismo militar norteamericano apareció entonces en el centro dominante de los Estados Unidos: el centro del mundo capitalista. Vance señalaba que “con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos y el capitalismo mundial entraron en la nueva era de la Economía de la Guerra Permanente” (15). Fue así si lo entendemos como victoria definitiva del nuevo sistema precedida por una compleja etapa preparatoria iniciada en la segunda década del siglo XX.

Su génesis está marcada por el nazismo, primer ensayo exitoso-catastrófico de “keynesianismo militar”, su trama ideológica que lleva hasta el límite más extremo el delirio de la supremacía occidental sigue aportando ideas a las formas imperialistas más

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radicales de Occidente como los halcones de George W. Bush o los sionistas neonazis del siglo XXI, por otra parte estudios rigurosos del fenómeno nazi descubren no solo sus raíces europeas (fascismo italiano, nacionalismo francés, etc.) sino también norteamericanas (16). Aunque luego de la guerra el triunfo de la economía militarizada en los Estados Unidos asumió un rostro “civil” y “democrático” ocultando sus fundamentos bélicos.

La decadencia del keynesianismo militar encuentra una primera explicación en su hipertrofia e integración con un espacio parasitario imperial más amplio donde la trama financiera ocupa un lugar decisivo. En una primera etapa el aparato industrial-militar y su entorno se expandieron convirtiendo al gasto estatal en empleos directos e indirectos, en transferencias tecnológicas dinamizadoras del sector privado, en garantía blindada de los negocios imperialistas externos, etc. Pero con el correr del tiempo, con el ascenso de la prosperidad imperial, incentivó y fue incentivado por una multiplicidad de formas sociales que parasitaban sobre el resto del mundo al mismo tiempo que tomaban cada vez mayor peso interno.

Además el continuo crecimiento económico terminó provocando saturaciones de mercados locales, acumulaciones crecientes de capital, concentración empresaria y de ingresos. El capitalismo norteamericano y global se encaminaba hacia fines de los años 1960 hacia una gran crisis de sobreproducción que provocó las primeras perturbaciones importantes bajo la forma de crisis monetarias (crisis de la libra esterlina, fin del patrón dólar-oro en 1971), luego energéticas (shocks petroleros de 1973-74 y 1979) atravesadas por desajustes inflacionarios y recesivos (“estanflación”).

En las décadas siguientes la crisis no fue superada sino amortiguada, postergada través de la superexplotación y el saqueo de la periferia, la financierización, los gastos militares, etc. Todo ello no reinstaló el dinamismo de la postguerra pero impidió el derrumbe, suavizó la enfermedad agravándola a largo plazo.

La tasa de crecimiento real de la economía norteamericana fue recorriendo de manera irregular una linea descendente y en consecuencia sus gastos improductivos crecientes fueron cada vez menos respaldados por la recaudación tributaria. Y al déficit fiscal se le sumó el déficit del comercio exterior perpetuado por la pérdida de competitividad global de la industria.

El Imperio se fue convirtiendo en un mega parásito mundial, acumuló deudas públicas y privadas ingresando en un círculo vicioso ya visto en otros imperios decadentes; el parasitismo degrada al parásito, lo hace más y más dependiente del resto del mundo lo que exacerba su intervencionismo global, su agresividad militar.

El mundo es demasiado grande desde el punto de vista de sus recursos concretos (financieros, militares, etc.) pero el logro del objetivo históricamente imposible de dominación global es su única posibilidad de salvación como Imperio. Los gastos militares y el parasitismo en general aumentan, los déficits crecen, la economía se estanca, la estructura social interna se deteriora... lo que Paul Kennedy definía como “excesiva extensión imperial” (17) es un hecho objetivo determinado por las necesidades imperiales que opera como una trampa histórica de la que el Imperio no puede salir.

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2, Gastos militares.

Los gastos militares de los Estados Unidos aparecen subestimados en las estadísticas oficiales. En 2012 los gastos del Departamento de Defensa llegaron a unos 700 mil millones de dólares, si a los mismos se les adicionan los gastos militares que aparecen integrados (diluidos) en otras áreas del Presupuesto (Departamento de Estado, USAID, Departamento de Energía, CIA y otras agencias de seguridad, pagos de intereses, etc.) se llegaría a una cifra cercana a los 1,3 billones (millones de millones) de dólares (18). Esa cifra equivale a casi el 9 % del producto Bruto Interno, al 50 % de los ingresos fiscales previstos, al 100 % del déficit fiscal.

Esos gastos militares reales representaron casi el 60 % de los gastos militares globales aunque si les sumamos los de sus socios de la OTAN y de algunos países vasallos extra-OTAN como Arabia Saudita, Israel o Australia se llegaría como mínimo al 75 % (19).

A partir del gran impulso inicial en la segunda guerra mundial y el descenso en la inmediata post guerra los gastos militares reales norteamericanos oscilaron en torno de una tendencia ascendente atravesando cuatro grandes olas belicistas: la guerra de Corea a comienzos de los años 1950, la guerra de Vietnam desde los años 1960 hasta mediados de los años 1970, la “guerra de las galaxias” de la era Reagan en los años 1980 y las guerras “humanitarias” y “contra el terrorismo” de la post guerra fría.

El keynesianismo militar del Imperio ha quedado en el pasado pero la idea de que guerra externa y prosperidad interna van de la mano sigue dominando el imaginario de vastos sectores sociales en los Estados Unidos, son restos ideológicos sin base real en el presente pero útiles para la legitimación de las aventuras bélicas.

Néstor Kirchner, ex presidente de Argentina, reveló en una entrevista con Oliver Stone para el documental del director "South of the Border" que el ex presidente de los Estados Unidos George W. Bush estaba convencido de que la guerra era la manera de hacer crecer la economía de los Estados Unidos. El encuentro entre ambos presidentes se produjo en una cumbre en Monterrey, México, en enero de 2004, la versión del presidente argentino es la siguiente: “ Yo dije que la solución a los problemas en este momento, le dije a Bush, es un Plan Marshall. Y él se enojó. Dijo que el Plan Marshall es una idea loca de los demócratas y que la mejor forma de revitalizar la economía es la guerra. Y que los Estados Unidos se han fortalecido con la guerra” (20).

Recientemente Peter Schiff, presidente de la consultora financiera “Euro Pacific Capital” escribió un texto delirante ampliamente difundido por las publicaciones especializadas cuyo título lo dice todo.”¿Porque no otra Guerra mundial?” (21). Comenzaba su articulo señalando el consenso entre los economistas de que la Segunda Guerra Mundial permitió a los Estados Unidos superar la Gran Depresión y que si las guerras de Irak y Afganistan no consiguieron reactivar de manera durable a la economía norteamericana se debe a que “dichos conflictos son demasiado pequeños para ser económicamente importantes”.

Si enfocamos el análisis en la relación entre gastos militares, PBI y empleo constataríamos lo siguiente: los gastos militares pasaron de 2800 millones de dólares en 1940 a 91 mil millones en 1944 lo que impulsó al Producto Bruto Interno nominal de 101 mil millones de dólares en 1940 a 214 mil millones en 1944 (se duplicó solo en cuatro años), la tasa de desocupación apenas bajó del 9 % en 1939 al 8 % en 1940 pero en

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1944 había caído al 0,7 %, el primer salto importante en los gastos militares se produjo entre 1940 y 1941 cuando pasaron de 2800 millones de dólares a 12700 millones equivalentes al 10 % del PBI (22) proporción bastante parecida a la de 2012 (u$s 1,3 billones, aproximadamente 9 % del PBI). Esto significa que el gasto militar de 1944 equivalía a unas siete veces el de 1941. Si trasladamos ese salto a cifras actuales eso significa que el gasto militar real de los Estados Unidos debería llegar en 2015 a unos 9 billones (millones de millones) de dólares equivalentes por ejemplo a siete veces el déficit fiscal de 2012.

La sucesión de saltos en el gasto público entre 2012 y 2015 acumularía una gigantesca masa de déficits que ni los ahorristas norteamericanos ni los del resto del mundo estarían en condiciones de cubrir comprando títulos de deuda de un imperio enloquecido. Schift recuerda en su texto que los ahorristas norteamericanos compraron durante la Segunda Guerra Mundial 186 mil millones de dólares en bonos de duda pública equivalentes al 75 % de la totalidad de gastos del gobierno federal entre 1941 y 1945 concluyendo que esa “proeza” es hoy imposible. Simplemente, nos explica Schift llevando al extremo su razonamiento siniestro, no hay de donde obtener el dinero necesario para poner en marcha una estrategia militar-reactivadora similar a la de 1940-45.

En realidad esa imposibilidad es mucho más fuerte. La economía de los Estados Unidos de 1940 estaba dominada por componentes productivas, principalmente industriales, actualmente el consumismo, toda clase de servicios parasitarios (empezando por la maraña financiera), la decadencia generalizada de la cultura de producción, etc. nos indican que ni aún aplicando una inyección de gastos públicos equivalente a la de 1940-45 se podría lograr una reactivación de esa envergadura. El parásito es demasiado grande, su senilidad está muy avanzada, no hay ninguna medicina keynesiana que lo pueda curar o por lo menos que sea capaz de restablecer una parte significativa de su vigor juvenil. 3, Privatización, informalización y elitización. Lumpen-imperialismo.

La guerra asiática, la más ambiciosa de la historia de los Estados Unidos, fracasó tanto desde el ángulo político-militar como del económico, la estrategia de dominación de la franja territorial que va desde los Balcanes hasta Pakistán pasando por Turquía, Siria, Irak, Iran y las ex repúblicas soviéticas de Asia central se encuentra hoy empantanada. Sin embargo su desarrollo permitió transformar el dispositivo militar del Imperio convirtiendo su maquinaria de guerra tradicional en un sistema flexible a medio camino entre las estructuras formales regidas por la disciplina militar convencional y las informales agrupando una maraña confusa de núcleos operativos oficiales y bandas de mercenarios.

El proceso de integración de mercenarios a las operaciones militares tiene antecedentes en los tramos finales de la guerra fría, la organización de los “contras” en Nicaragua y de los “muyahidines” en Afganistan pueden ser consideradas como los primeros pasos en los años 1970 y 1980 de las nuevas estrategias de intervención. Decenas de miles de mercenarios fueron en esos casos entrenados, armados y financiados con resultados exitosos para el Imperio.

Según diversos estudios sobre el tema los Estados Unidos y Arabia Saudita gastaron unos 40 mil millones de dólares en las operaciones afganas donde comenzó su carrera el

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por entonces joven ingeniero Osama Bin Laden (23). Otro paso importante fueron las guerras étnicas en Yugoslavia durante los años 1990 donde los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, principalmente Alemania, desarrollaron una compleja tarea de desintegración de ese país cuyo éxito se apoyó en la utilización de mercenarios, el caso más notorio fue el de guerra de Kosovo donde el ELK (”Ejercito de Liberación de Kosovo” o “UÇK” por su sigla en albanés) cuyos integrantes eran principalmente reclutados desde redes mafiosas (tráfico de drogas, etc.) bajo el mando directo de la CIA extendiendo sus lazos hasta el ISI (servicio de inteligencia de Pakistán). Actualmente, el “estado” kosovar “independiente” aparece vinculado con la intervención de la OTAN en Siria, en Junio de 2012 el ministro de relaciones exteriores de Rusia exigía el cese de las operaciones de desestabilización de Siria realizadas desde Kosovo (24).

Estas nuevas prácticas de intervención fueron acompañadas por un denso proceso de reflexión de los estrategas imperiales disparado por la derrota en Vietnam. La “Guerra de Baja Intensidad” fue uno de sus resultados y las teorizaciones en torno de la llamada “Guerra de Cuarta Generación (4GW)” consolidaron la nueva doctrina en cuyo paper fundacional (1989) redactado por William Lind y tres miembros de las fuerzas armadas de los Estados Unidos y publicado en el “Marine Corps Gazete” (25) son borradas las fronteras entre las áreas civil y militar: toda la sociedad enemiga en especial su identidad cultural pasa a ser el objetivo de la guerra.

La nueva guerra es definida como descentralizada, poniendo el énfasis en la utilización de fuerzas militares “no estatales” (es decir paramilitares), empleando tácticas de desgaste propias de las guerrillas, etc. A ello se agrega el empleo intenso del sistema mediático tanto focalizado contra la sociedad enemiga como abarcando a la llamada “opinión pública global” (el pueblo enemigo es al mismo tiempo atacado psicológicamente y aislado del mundo) combinado con acciones de guerra de alto nivel tecnológico. En este último caso se trata de aprovechar la gigantesca brecha tecnológica existente entre el imperio y la periferia para golpearla sin peligro de respuesta, es lo que los especialistas denominan confrontación asimétrica “high-tech/no-tech”.

Las estadísticas oficiales referidas a los mercenarios son por lo general confusas y parciales, de todos modos algunos datos provenientes de fuentes gubernamentales, civiles o militares, pueden ilustrarnos acerca de la magnitud del fenómeno. En primer lugar el rol del Departamento de Defensa, principal contratista de mercenarios, su presupuesto destinado a esos gastos se incrementó en cerca de un 100 % entre el 2000 y el 2005 empleando modalidades propias de las grandes empresas transnacionales como la tercerización y la relocalización de actividades lo que ha producido un gigantesco universo en expansión de negocios privados consagrados a la guerra... financiados por el estado y generadores de intrincados entramados de corrupciones y corruptelas (26).

El llamado “Mando Central” militar de los Estados Unidos (US CENTCOM) dio a conocer recientemente algunos datos significativos: los mercenarios contratados reconocidos en el área de Medio Oriente-Asia Central llegarían a unos 137 mil trabajando para el Pentágono de ese total solo unos 40 mil serían ciudadanos norteamericanos. Sumando los datos de Afganistan e Irak estarían en el terreno unos 175 mil soldados regulares y 190 mil mercenarios: el 52 % del total (27).

A estas cifras debemos agregar en primer lugar a los mercenarios contratados por otras áreas del gobierno norteamericano, como el Departamento de Estado y luego los

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contratos en zonas del mundo como África donde el AFRICOM (mando militar norteamericano en ese continente) ha incrementado exponencialmente sus actividades durante el último lustro y luego debemos incorporar a los mercenarios actuando bajo el mando estratégico norteamericano pero contratados por países vasallos como las petromonarquías del Golfo Pérsico visible en los casos de Libia y Siria.

Deben ser también incluidos los mercenarios operando en otras regiones de Asia y en América Latina. Pero la cuenta no termina allí ya que a ese universo es necesario agregar a las redes mafiosas y/o paramilitares agrupando en todos los continentes a un “personal disponible” que se autofinancia gracias a actividades ilegales (drogas, prostitución,etc.) protegidas por diversas agencias de seguridad norteamericanas como la DEA o bien que integra “agencias de seguridad privada”, muy notorias por ejemplo en América Latina legalmente establecidas en los países periféricos y estrechamente vinculadas a agencias privadas norteamericanas y/a la DEA, la CIA u otras organismos de inteligencia del Imperio.

Y la lista sigue... recientemente apareció publicada en el “Washington Post” una investigación referida a la “América ultra secreta” (Top Secret America) de las agencias de seguridad que informa acerca de la existencia actual de 3202 agencias de seguridad (1271 públicas y 1931 privadas) empleando a unas 854 mil personas trabajando en temas de “antiterrorismo”, seguridad interior e inteligencia en general instaladas en unos 10 mil domicilios en el territorio de los Estados Unidos (28).

Sumando las distintas cifras mencionadas y evaluando datos ocultos algunos expertos adelantan un total aproximado global (dentro y fuera del territorio de los Estados Unidos) próximo al millón de personas combatiendo en la periferia, haciendo espionaje, desarrollando manipulaciones mediáticas, activando “redes sociales”, etc. Comparemos por ejemplo ese dato con las aproximadamente 1 millón 400 mil personas que conforman el sistema militar público del Imperio.

Por su parte las tropas regulares han sufrido un rápido proceso de informalización, de ruptura respecto de las normas militares convencionales conformando comandos de intervención inscriptos en una dinámica abiertamente criminal. Es el caso del llamado Comando Conjunto de Operaciones Especiales o “JSOC” (Joint Special Operations Command). Comando conjunto secreto en linea de mandos directa con el Presidente y el Secretario de Defensa con autoridad para elaborar su lista de asesinatos, tiene su propia división de inteligencia, su flota de drones y aviones de reconocimiento, sus satelites e incluso sus grupos de ciber-gerreros capaces de atacar redes de internet.

Dispone de numerosas unidades operativas. Creado en 1980 quedó sepultado por su estrepitoso fracaso en Irán cuando trató de rescatar al personal de la embajada norteamericana en Tehran, fue resucitado recientemente. En 2001 disponía de unos 1800 miembros, actualmente llegarían a 25 mil, en los últimos tiempos ha realizado operaciones letales en Irak, Pakistan, Afganistan, Siria, Libia y muy probablemente en México y Colombia, etc. Se trata de un agrupamiento de “escuadrones de la muerte” de alcance global, autorizado para realizar toda clase de operaciones ilegales, desde asesinatos individuales o masivos, hasta sabotajes, intervenciones propias de la guerra psicológica, etc. En Septiembre de 2003 Donald Runsfeld había dictado una resolución colocando al JSOC en el centro la estrategia “antiterrorista” global y desde entonces su importancia ha ido en ascenso pasando hoy a ser, bajo la presidencia del premio nobel de

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la paz Barak Obama, una suerte de ejercito clandestino de claro perfil criminal bajo la ordenes directas del Presidente(29). Las fuerzas de intervención de los Estados Unidos tienen ahora un sesgo claramente privado-clandestino, en plena “Guerra de Cuarta Generación” funcionan cada vez más al margen de los códigos militares y las convenciones internacionales. Un reciente artículo de Andrew Bacevich describe las etapas de esa mutación durante la década pasada (30) que culminan actualmente en lo que el autor denomina “era Wickers” (actual subsecretario de inteligencia del Departamento de Defensa) focalizada en la eliminación física de “enemigos”, el uso dominante de mercenarios, de campañas mediáticas, redes sociales, todo ello destinado a desestructurar organizaciones y sociedades consideradas hostiles.

A comienzos del año pasado la Secretaria de Estado Hillary Clinton pronunció una frase que no requiere mayores explicaciones. “Los Estados Unidos se reservan el derecho de atacar en cualquier lugar del mundo a todo aquello que sea considerado como una amenaza directa para su seguridad nacional” (31)

Si sumamos a esta orientación mercenaria-gangsteril del Imperio, otros aspectos como la financierización integral de su economía dominada por el cortoplacismo, su desintegración social interna con acumulación acelerada de marginales, con una población total que representa el 5 % de la mundial pero con una masa de presos equivalentes al 25 % del total de personas encarceladas en el planeta, etc., llegaríamos a la conclusión de que estamos en presencia de una suerte de lumpen imperialismo completamente dominado por intereses parasitarios embarcado en una lógica destructiva de su entorno que al mismo tiempo va degradando sus bases de sustentación interna (32).

3, La ilusión del metacontrol del caos.

Podríamos establecer la convergencia entre la hipótesis de la “economía de guerra permanente” y la del “keynesianismo militar”, este último expresó la primera etapa del fenómeno (aproximadamente entre 1940 y 1970). Fueron los años de la prosperidad imperial cuyos últimos logros ya mezclados con claros síntomas de crisis se prologaron hasta el final de la guerra fría. A esa etapa floreciente le sigue una segunda post keynesiana caracterizada por la dominación financiera, la concentración de ingresos, el desinfle salarial, la marginalización social y la degradación cultural en general donde el aparato militar opera como un acelerador de la decadencia provocando déficits fiscales, y endeudamiento público.

La opción por la privatización de la guerra aparece como una respuesta eficaz a la declinación del espíritu de combate de la población (dificultades crecientes en el reclutamiento forzado de ciudadanos a partir de la derrota de Vietnam). Sin embargo el remplazo del ciudadano-soldado por el soldado-mercenario (o su presencia decisiva) termina tarde o temprano por provocar serios daños en el funcionamiento de las estructuras militares: no es lo mismo administrar a ciudadanos normales que a una masa de delincuentes.

Parafraseando a San Agustin (en “La Ciudad de Dios”) diríamos que cuando el lumpen, los bandidos predominan en un ejercito el mismo se convierte en un ejercito de bandidos y que un ejercito de bandidos ya no es un ejercito. El potencial disociador de los mercenarios es de casi imposible control y su falencias en el combate no pueden ser

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compensadas sino muy parcialmente por despliegues tecnológicos sumamente costosos y de resultado incierto.

La conformación de fuerzas no-mercenarias de elite, respaldadas por una aparato tecnológico sofisticado capaz de descargar golpes puntuales demoledores contra el enemigo, como es el caso del JSOC, son buenos instrumentos terroristas pero no remplazan las funciones de un ejercito de ocupación y a mediano plazo (muchas veces a corto plazo) terminan por fortalecer el espíritu de resistencia del enemigo.

Podríamos sintetizar de manera caricatural a la nueva estrategia militar del Imperio a partir del predominio de diversas formas de “guerra informal” combinando mercenarios (muchos mercenarios) con escuadrones de la muerte (tipo JSOC), bombardeos masivos, drones y control mediático global. La guerra se elitiza, se aleja físicamente de la población norteamericana y de su cúpula dominante. Sin embargo la adopción de estructuras mercenarias y clandestinas de intervención externa como forma dominante tiene efectos contraproducentes para el sistema institucional del imperio tanto desde el punto de vista del control administrativo de las operaciones como de las modificaciones (y de la degradación) en las relaciones de poder internas.

El horizonte objetivo de dicha estrategia no es el establecimiento de sólidos regímenes vasallos, ni de instalar ocupaciones militares duraderas controlando territorios de manera directa sino más bien desestabilizar, quebrar estructuras sociales, identidades culturales, degradar o eliminar dirigentes, las experiencias de Irak y Afganistan (y México) y mas recientemente las de Libia y Siria confirman esta hipótesis.

Se trata de la estrategia del caos periférico, de la transformación de naciones y regiones más amplias en áreas desintegradas, balcanizadas, con estados-fantasmas, clases sociales (altas, medias y bajas) profundamente degradadas sin capacidad de defensa, de resistencia ante los poderes políticos y económicos de Occidente que podrían así depredar impunemente sus recursos naturales, mercados y recursos humanos (residuales).

Este imperialismo tanático del siglo XXI, se corresponde con tendencias desintegradoras, en las sociedades capitalistas dominantes en primer lugar la de los Estados Unidos. Esas economías han perdido su potencial de crecimiento, hacia finales de 2012 luego de un lustro de crisis financiera oscilaban entre el crecimiento anémico (Estados Unidos), el estancamiento girando hacia la recesión (la Unión Europea) y la contracción productiva (Japón).

Los estados, las empresas y los consumidores están aplastados por las deudas, la suma de deudas públicas y privadas representan más del 500 % del Producto Bruto Interno en Japón e Inglaterra y más del 300 % en Alemania, Francia y los Estados Unidos donde el gobierno federal estuvo en 2011 al borde del default. Y por encima de deudas y sistemas productivos financierizados existe una masa financiera global equivalente a unas veinte veces el Producto Bruto Mundial, motor dinamizador, droga indispensable del sistema que ha dejado de crecer desde hace aproximadamente un lustro y cuyo desinfle tratan de impedir los gobiernos de las potencias centrales.

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Aparece entonces la ilusión de una suerte de control estratégico desde las grandes alturas, desde las cumbres de Occidente, de las tierras bajas, periféricas donde pululan miles de millones de seres humanos cuyas identidades culturales e instituciones son vistas como obstáculos a la depredación. Y las elites de Occidente, el imperio colectivo hegemonizado por los Estados Unidos, está cada día más convencido de que dicha depredación prolongará su vejez, alejará el fantasma de la muerte.

El caos periférico aparece a la vez como el resultado concreto de sus intervenciones militares y financieras (producto de la reproducción decadente de sus sociedades) y como la base de ilusorias estrategias de depredación. El gigante imperial busca beneficiarse del caos pero termina por introducir el caos entre sus propias filas, la destrucción deseada de la periferia no es otra cosa que la autodestrucción del capitalismo como sistema global, su perdida veloz de racionalidad. La fantasía acerca del metacontrol imperialista del caos periférico expresa una profunda crisis de percepción, la creencia de que los deseos del poderoso se convierten fácilmente en hechos reales, lo virtual y lo real se confunden conformando un pantano psicológico ineludible.

4, América Latina y la ofensiva del Imperio

El fenómeno global de despolarización, de perdida de peso relativo de Occidente se expresa en América Latina desde hace más de una década como ascenso de gobiernos progresistas más o menos independientes de los Estados Unidos y sus aliados conformando un espacio de relativa autonomía en torno de instituciones regionales como Mercosur. Alba, Unasur, Celac.

Se trata de un espacio con fragilidades y fortalezas crecientemente impactado por el desarrollo (agravamiento) de la crisis global. El debilitamiento económico de los Estados Unidos y Europa lo induce a estrechar lazos con los países periféricos pero los problemas de los países centrales les provocan serias dificultades comerciales y financieras, además potencias periféricas como China e India están sufriendo los impactos de la crisis.

Aparece entonces la alternativa de profundizar los desarrollos autónomos en la región (apoyarse cada vez más en sus propios mercados internos y/o en el mercado regional y en sus propias estructuras productivas) lo que entra en contradicción con el entramado transnacional y financierizado de las burguesías locales buena parte de las cuales está más interesada en una rápida concentración de ingresos a su favor que en la sustentabilidad a largo plazo de los desarrollos capitalistas nacionales o regional.

Se produce entonces en varios países de la región la presencia de una derecha cuyo único programa unificador es la concentración de ingresos y el desplazamiento de los gobiernos progresistas. Eso no asegura la gobernabilidad (burguesa) de esos países sino que más bien anuncia, si esos grupos ganan poder, el caos político y el hundimiento económico.

En casos como los de Brasil, Bolivia, Argentina, etc. se ha llegado a utilizar el calificativo de “derechas locas” (33) del mismo modo en que por ejemplo Eric Hobsbawn atribuía la orientación de los Estados Unidos en la era de George W. Bush al predominio en el poder de “un grupo político de locos” (34). Es necesario explicar esa “locura” no como una simple desviación psicológica sino como el resultado de un proceso histórico complejo. En el caso de los Estados Unidos como ya lo hemos visto se trata de un fenómeno de

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irracionalidad que expresa la degradación cultural profunda de las elites atrapadas por la lógica de preservación de sus intereses imperiales, lanzadas en una dinámica de depredación del “resto del mundo”, de su caotización, expresión de un fenómeno más amplio de autodestrucción sistémica (35).

En el caso de las “derechas locas” latinoamericanas se trata de burguesías y capas medias cuyo horizonte temporal se ha reducido drásticamente siguiendo así la dinámica cultural consumista-financiera de las potencias centrales como sometimiento colonial a las mismas constituyendo fuerzas entrópicas enlazadas con la lógica destructiva (autodestructiva) del Imperio y sus socios, del capitalismo global.

La ofensiva de los Estados Unidos buscando el control-depredación de los recursos naturales (tierras fértiles, litio, oro, petróleo, gas, agua, etc.) y de mercados residuales de la región se apoya no solo en el despliegue de sus estructuras de intervención militar (bases, Cuarta Flota, redes mafiosas, sistemas mediáticos, etc.) cuyo nivel de agresividad irá muy probablemente en aumento en los próximos años sino además en los lazos políticos, económicos y culturales con esas derechas producto de muchas décadas de colonización.

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(1), Ron Suskind, "Without a doubt: faith, certainty and the presidency of George W. Bush", The New York Times, 17-10-04, http://www.ronsuskind.com/articles/000106.html)(2), Su exposición desarrollada en la Marshall Society (Cambridge) en la primavera de 1942 fue publicada en 1943. Michal Kalecki, "Political Aspects of Full Unemployment", Political Quarterly, V. 14, Oct.-Dec. 1943.(3), Michal Kalecki, “The Last Phase in the Transformation o Capitalism”, Monthly Review Press, New York, 1972. (4), Paul Sweezy & Paul Baran, “Monopoly Capital”, Monthly Review Press, New York, 1966.(5), Scoot B. MacDonald, “Globalization and the End of the Guns and Butter Economy”, KWR Special Report, 2007, http://kwrintl.com/library/2007/globalizationguns.htm.(6), Oakes, Walter J., "Towards a Permanent War Economy?", Politics, February 1944.(7), Ambas citas aparecen en el texto de John Bellamy Foster, Hannah Holleman y Robert W. McChesney, “The U.S. Imperial Triangle and Military Spending”, Monthly Review, October 2008.(8), Vance, T. N. 1950, "After Korea What? An Economic Interpretation of U.S. Perspectives", New International, November–December; Vance, T. N. 1951, "The Permanent Arms Economy", New International.(9), Oakes, Walter J, artículo citado.(10), Paul Sweezy & Paul Baran, libro citado.(11), Thomas Piketty & Emmanuel Saez, “Top Incomes and the Great Recession: Recent Evolutions and Policy Implications”, 13th Jacques Polak Annual Research Conference, Washington, DC─November 8–9, 2012.(12), Fuente: U.S. Bureau of Labor Statistics.(13), Lawrence Mishel and Heidi, “The Wage Implosion”, Economic Policy Institute, June 3, 2009, (http://www.epi.org/publication/20090603_the_wage_implosion). (14) FRAC, Food Research and Action Center- SNAP/SNAP/Food Stamp Participation (http://frac.org).(15), Vance T. N,”The Permanent War Economy”, New International, Vol 17, Nº 1, January-February 1951.(16), Domenico Losurdo, “Las raices norteamericanas del nazismo”, Enfoques Alternativos, nº 27, Octubre de 2006, Buenos Aires.(17), Paul Kennedy, “Auge y caída de las grandes potencias”, Plaza & James, Barcelona, 1989.(18), Chris Hellman, “$ 1,2 Trillon: The Real U.S. National Security Budget No One Wants You to Know About”, Alert Net, March 1, 2011, http://www.alternet.org/story/150086/%241.2_trillion%3A_the_real_u.s._national_security_budget_no_one_wants_you_to_know_about(19), Fuentes: SIPRI, Banco Mundial y cálculos propios.(20),El video de la entrevista Kirchner-Stone publicado por Informed Comment/Juan Cole está localizado en:http://translate.google.com.ar/translate?hl=es&langpair=en|es&u=http://www.juancole.com/2010/05/kirchner-

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bush-angrily-said-war-would-grow-us-economy.html&ei=BYYCUYCnC4P88QSX3oGACA(21), Peter D. Schiff, “Why Not Another World War ?”, Financial Sense, 19 Jul 2010 (http://www.financialsense.com/contributors/peter-schiff/why-not-another-world-war). (22), Vance T. N, 1950, artículo citado en (14).(23), Dilip Hiro, “The Cost of an Afghan 'Victory'”, The Nation, 1999 February 15.(24), “Una delegación de la oposición siria viajó a Kosovo, en abril de 2012, para la firma oficial de un acuerdo de intercambio de experiencias en materia de guerrilla antigubernamental”. Red Voltaire, “Protesta Rusia contra entrenamiento de provocadores sirios en Kosovo”, 6 de Junio de 2012 (http://www.voltairenet.org/article174516.html). (25), William S. Lind, Colonel Keith Nightengale (USA), Captain John F. Schmitt (USMC), Colonel Joseph W. Sutton (USA), and Lieutenant Colonel Gary I. Wilson (USMCR), “The Changing Face of War: Into the Fourth Generation”, Marine Corps Gazette, October 1989. (26), David Isenberg, “Contractors and the US Military Empire”, Rise of the Right, Aug 14th, 2012.(27), David Isenberg, “Contractors in War Zones: Not Exactly “Contracting”, TIME U. S., Oct. 09, 2012.(28), Dana Priest and William M. Arkin, “Top Secret America. A hidden world, growing beyond control”, Washington Post, July 19, 2010.(29), Dana Priest and William M. Arkin, “Top Secret America, A look at the military's Joint Special Operations Command”, The Washington Post, September 2, 2011. (30), Andrew Bacevich, “Uncle Sam, Global Gangster”, TomDispatch.com, February 19, 2012.(31), Karen DeYoung and Karin Brulliard, “As U.S.-Pakistani relations sink, nations try to figure out ‘a new normal’”, The Washington Post /National Security, January 16, 2012.(32), Narciso. Isa Conde, “Estados neoliberales y delincuentes”, Aporrea, 20/01/2008, , http://www.aporrea.org/tiburon/a49620.html

(33), Jorge Beinstein, “El auge de las derechas locas en América Latina. El candidato opositor Serra contra el Mercosur”, Rebelión, 07-05-2010, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=105451.(32), Eric Hobsbawn, “On Empire: America, War, and Global Supremacy”, Pantheon, New York, 2008. (33), Jorge Beinstein, “Autodestrucción sistémica global, insurgencias y utopías”, Ciclo de Conferencias “Los retos de la humanidad: la construcción social alternativa”. Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la Universidad Nacional Autónoma de México, 23 al 25 de Octubre de 2012.

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Los Estados Unidos y su guerra global contra el terror. De la liberación al crimen sistemático Andrew J. Bacevich. Tomdispatch.com. 2012. Traducido por PIA Noticias Con los EEUU transitando la segunda década de lo que el Pentágono denominó como la “era del conflicto permanente”, la guerra conocida como guerra global contra el terrorismo, emerge cada vez más como algo difuso y fragmentado. Sin haber alcanzado ni una sola una victoria, y sin querer admitir un sólo fracaso, los militares norteamericanos se han retirado de Irak y están intentando abandonar Afganistán, donde tampoco parece anunciarse un final feliz. En otros lugares -Pakistán, Libia, Yemen y Somalia por ejemplo- las fuerzas estadounidense están abriendo nuevos frentes de batalla. Informes publicados reportan que los EEUU están instalando “una constelación de bases secretas” en o cerca del Cuerno de África y la Península Arábiga, sugieriendo que sus operaciones se expandirán en el futuro. En una nota publicada en primera plana del New York Times se describen los planes de los EEUU para “ampliar” la presencia global de sus fuerzas especiales. Los planes de la Marina norteamericana para convertir aceleradamente un viejo barco en una “moderna base flotante” -una plataforma móvil para lanzar ataques de grupos comando o operaciones de rastreo de minas en el Golfo Pérsico- lo confirma. Aunque algunos frentes de batalla se abren y otros se cierran, la narrativa de la guerra ha devenido en algo muy difícil de discernir. Vista en detalle, la “guerra” parece haber perdido su forma original. Sin embargo, si prestamos atención a varias de sus instancias previas, se revelan las características fundamentales. A continuación exponemos un intento preliminar de descripción de la guerra contra el terror, como un combate de tres rounds, aunque pronto se producirán algunos nuevos rounds. Primer round: Liberación. Era Rumsfeld. Más que cualquier general, incluso más que el presidente mismo, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld dominó las primeras etapas en esta guerra. Rumsfeld, quien por momentos parecía ser una figura titánica -el “Secretario de la Guerra” que contaba con su club de fans neoconservadores-, estaba convencido de que la velocidad en combate era la clave de la victoria. Así llevó adelante una blitzkrieg versión norteamericana de alta tecnología. Las fuerzas regulares de los EEUU, insistía, eran más inteligentes y más ágiles que cualquier adversario. Sacar ventaja a partir de eso significaba una garantía para la victoria. El término periodístico adoptado fue “golpear y aterrorizar”. Nadie creía en eso de forma más apasionada que el propio Rumsfeld. El diseño de la Operación Libertad Duradera (octubre de 2001) y la Operación Libertad Iraquí (marzo de 2003), expresaron la idea. Ambas campañas comenzaron de forma prometedora, con las tropas norteamericanas asestando golpes rápidos e impresionantes. De todas maneras no fueron capaces de eliminar al adversario. De hecho no pudieron determinar quiénes eran esos adversarios. Desafortunadamente para Rumsfeld, los “terroristas” se negaron a jugar según sus reglas y las fuerzas de los EEUU demostraron ser menos inteligentes y ágiles de lo que sus propias ventajas tecnológicas y su máquina de relaciones públicas sugerían. Es más, demostraron ser sorprendentemente lentas cuando buscaban determinar quién los atacaba, cuando eran hostigadas por pequeñas bandas de insurgentes y jihaidistas dispersos. En Afganistán, Rumsfeld dejó escapar la victoria de entre sus manos. En Irak, su manejo inadecuado de la campaña puso a los EEUU cara a cara con una derrota inveitable. El jefe de Rumsfeld deseaba liberar y por supuesto dominar al Mundo Islámico mediante una serie de breves y veloces estocadas. Lo que Bush obtuvo en su lugar fueron dos versiones de un largo y duro trabajo. Hacia fines de 2006, “golpear y aterrorizar” era ya una doctrina extinguida. El presidente, aunque muy a la zaga del resto

del país y de sus propias fuerzas armadas, terminó por perder la confianza en los plantos de su secretario de defensa. Rumsfeld perdió su trabajo y el primer round llegó a su fin. Los norteamericanos, de forma embarazosa, perdieron por puntos. Round 2: Pacificación. Era Petraeus Ingresa a escena el General David Petraeus. Más que cualquier otra figura, con o sin uniforme, Petraeus dominó la segunda fase de la guerra contra el terror. El segundo round se inició con menos expectativas. Ya se habían terminado las embriagantes ilusiones de liberación. También se habían diluido las predicciones de victorias arrasadoras. Los EEUU estaban dispuestos a conformarse con mucho menos. Petraeus ofreció una fórmula para restablecer la imagen de orden en los países sumidos en el caos como resultado del primer round para liberar a los EEUU de una carga y mantener la apariencia de que todavía podían alcanzar sus objetivos. La denominación de la fórmula de Petraeus fue “contrainsurgencia: (COIN). Más que tratar de vencer al enemigo, COIN buscaba facilitar la construcción de un estado-nación viable y estable. Para eso incrementan notablemente la presencia de tropas en Irak a fines del año de 2006, ordenado por Bush. Con Petraeus a la cabeza la violencia en Irak declinó rápidamente. Todavía es materia de controversia si ese resultado fue causal o fortuito. De todas formas Petraeus logró convencer a ciertos observadores de que la contrainsurgencia a escala global debería ser la base de la estrategia de seguridad nacional de los EEUU. Allí, argumentan, había una posibilidad para los EEUU de lograr una salida definitiva de la guerra contra el terror, y a la vez, ofrecer algún tipo de victoria. En lugar de liberar el Mundo Islámico mediante la doctrina de “golpear y aterrorizar”, las fuerzas de los EEUU aplicarían la doctrina de la contrainsurgencia para pacificar. La tarea de demostrar la validez de la doctrina COIN más allá del caso de Irak cayó en manos del General Stanley McChrystal, designado con mucha fanfarria en el 2009 para comandar las fuerzas de EEUU y OTAN en Afganistán. La prensa elogío a McChrystal destacándolo como el candidato ideal para replicar los logros alcanzados hasta el momento por el “Rey David” Petraeus. El ascenso de McChrystal se produce mientras reinaba en Washington un culto al generalato. En lugar de considerar la tecnología como elemento determinante para el éxito, tal como Rumsfeld creía, ahora la clave sería poner a cargo al hombre indicado. Expertos y figuras de todo el espectro político declararon que McChrystal era el hombre indicado para Afganistán. Una vez instalado en Kabul, el general McChrystal evaluó la situación y anunció que “el éxito demandaría una campaña de contrainsurgencia integral”. Para implementar esa campaña era necesario incrementar la cantidad de tropas en Afganistán, dado que así se estaba resolviendo el problema en Irak. En diciembre de 2009, aunque con poco entusiasmo, el presidente Barack Obama accedió a la solicitud (o ultimátum) de su comandante y el despliegue de tropas norteamericanas en Afganistán se incrementó rápidamente. Pero el trabajo quedó sin hacerse. Los avances para aplacar la insurgencia e incrementar la capacidad de las fuerzas de seguridad afganas fueron insignificantes. McChrystal probó ser totalmente incapaz de cumplir sus promesas -como aquella de satisfacer las necesidades básicas de los afganos proveyendo un “gobierno empaquetado y listo para usarse”. Las relaciones con el gobierno del presidente Hamid Karzai fueron tensas. Las relaciones con sus vecinos de Pakistán, que desde el comienzo no fueron buenas, empeoraron. Ambos gobiernos expresaron un profundo rencor ante lo que consideraban un comportamiento prepotente de parte de los norteamericanos, quienes asesinaban y mutilaban civiles con una frecuencia perturbadora.

McChrystal terminó siendo la persona equivocada para el trabajo. De manera notable se mostró incapaz de presentar la imagen de respeto al control civil que demandaba Washington. En el verano de 2010 McChrystal fue despedido y Petraeus estaba nuevamente al mando. En Washington la reputación sobredimensionada de Petraeus silenció las voces que aseguraban que con McChrystal el intento de apagar las llamas de Afganistán era ya una causa perdida. Con certeza, el más célebre de los soldados de su generación buscaría repetir la magia desplegada en Irak afirmando la continuidad del COIN. Desafortunadamente no fue así. La situación en Afganistán durante la ocupación comandada por Petraeus, en el mejor de los casos, mejoró moderadamente: la continuidad de la guerra generaba la imagen generalizada de un pantano. Un informe de los servicios de inteligencia calificó la situación como de “estancamiento”. Pronto, las conversaciones sobre “contrainsurgencia integral” se fueron terminado. Con la aguja indicando un gran descenso en las mediciones de éxito, el traspaso del combate a las fuerzas de seguridad afganas y el regreso a casa de las tropas norteamericanas se transformaron en los objetivos de la guerra. Estas tareas quedaron inconclusas cuando Petraeus regresó a casa, dejando su cargo en el ejército para asumir como director de la CIA. Aunque Petraeus todavía gozaba de gran estima, su alejamiento del servicio activo dejó el culto al generalato maltrecho y desgastado. Al momento de ser reemplazado por el General John Allen -quien se transformó en el octavo oficial norteamericano designado para encabezar la continuidad de la guerra en Afganistán- nadie creía que con solo colocar al hombre correcto en el cargo se iba a producir un golpe de magia. Round 3: Asesinato. Era Vickers A diferencia de Donald Rumsfeld o David Petraus, Michael Vickers no es una celebridad. Más que cualquier otra persona, con o sin uniforme, Vickers, quien ostenta el cargo de Subsecretario de Defensa para la Inteligencia, es la figura emblemática del nuevo round de la guerra contra el terror. Su moderación y bajo perfil se ajustan a la perfección a la última etapa evolutiva en esta guerra. Pocos saben quién es Vickers, lo que encaja con el hecho de que es quien encabeza una guerra a la que pocos prestan atención fuera de Washington. Con el alejamiento del Secretario de Defensa Robert Gates, Vickers pasó a simbolizar los restos principales del Pentágono de George W. Bush. Sus antecedentes son eclécticos. Sirvió en las Fuerzas Armadas Especiales y fue agente de la CIA. Jugó un rol fundamental en el respaldo a los mujaidines afganos en la guerra contra la ocupación soviética en la década de 1980. Posteriormente trabajó en un think tank de Washington y obtuvo su título de doctor en estudios estratégicos en la Universidad de John Hopkins (con una tesis titulada “La Estructura de las Revoluciones Militares”). Incluso durante la Era Bush, Vickers nunca creyó que los EEUU podrían liberar o pacificar el Mundo Islámico. Su enfoque preferido para la guerra contra el terror siempre fue la simplicidad. “Yo solamente quiero matar a esos tipos” (los integrantes de Al-Qaeda), declaró. Hay que eliminar a los que quieran matar norteamericanos y no parar hasta que estén todos muertos: esto define la estrategia de Vickers, quien a lo largo de la presidencia de Obama ha instaurado la COIN como la variante más reciente de la estrategia de los EEUU. El enfoque de Vickers implica actuar agresivamente para eliminar a los potenciales asesinos donde quiera que se los encuentre, empleando los medios que sean necesarios. Vickers “tiende a pensar como un gángster”, según ha expresado uno de sus admiradores. “Entiende las tendencias y sabe cambiar las reglas del juego para lograr que le sean ventajosas.” El tercer round de la guerra contra el terror consiste en torcer, romper y reinventar las reglas de forma tal que sean ventajosas para los EEUU. Mientras COIN reemplazó a la doctrina de “golpear y

aterrorizar”, COIN pasa a ser reemplazada por un programa de asesinatos selectivos de amplio espectro como expresión prevaleciente de la guerra a la norteamericana. Los EEUU terminaron con el negocio del envío de grandes ejércitos terrestres para invadir y ocupar países en Eurasia continental. Robert Gates, cuando todavía era Secretario de Defensa, realizó un balance al respecto. Ahora, el negocio de EEUU consiste en el empleo de drones armados con misiles y fuerzas de operaciones especiales para eliminar a cualquier persona (sin excluir ciudadanos norteamericanos) cuya existencia sea considerada intolerable por el presidente de los Estados Unidos. Durante la gestión del presidente Obama esos ataques se han incrementado. Esto ha sido sintetizado en una advertencia lanzada por la Secretaria de Estado Hillary Clinton publicada por The Washington Post: “Los EEUU se reservan el derecho de atacar en cualquier parte del mundo a quien considere que sea una amenaza directa para su seguridad nacional”. Más aún, actuando en nombre de los EEUU, el presidente ejerce ese supuesto derecho sin dar advertencia previa, sin tener en cuenta el derecho a la soberanía, sin autorización del Congreso y sin consultar a nadie salvo a Michael Vickers y a algún otro integrante del aparato nacional de seguridad. El rol asignado al pueblo norteamericano es aplaudir, si es que es notificado de que uno de esos asesinatos ha sido llevado acabo exitosamente. Aplaudimos así, por ejemplo, cuando los miembros el Equipo Seis del grupo SEAL llevaron a cabo una incursión secreta en Pakistán y eliminaron a Osama Bin Laden con dos disparos mortales. La venganza largamente pospuesta ha hecho innecesario tener en cuenta las consecuencias políticas que pueden surgir. Es difícil saber cómo terminará el tercer round. En todo caso podemos decir que esto no terminará pronto, ni particularmente bien. Tal como Israel se ha dado cuenta, una vez que los asesinatos selectivos se transforman en política, la lista de los objetivos no dejará de crecer. Entonces ¿qué juicios tentativos podemos ofrecer en lo concerniente a la guerra contra el terror en curso? En términos operatovos se trata de una guerra iniciada por mentes convencionales que fueron cayendo progresivamente en el “lado oscuro” según lo definió Dick Cheney, y que nadie está dispuesto a explorar. En términos estratégicos es una guerra basada en expectativas utópicas. Políticamente, es una guerra que alguna vez ocupó el centro del escenario de la política nacional y ahora se ha desplazado hacia su periferia, mientras el pueblo norteamericano pasa a preocuparse por otros temas mientras los problemas legales y morales planteados por la guerra quedan sin respuesta. Andrew J. Bacevich es profesor de historia y relaciones internacionales en la Universidad de Boston. Colaborador de TomDispach, autor de Las reglas de Washington: el camino americano a la guerra permanente y editor de El siglo corto norteamericano: un postmortem, publicado recientemente por Prensa de la Universidad de Harvard.

¿Guerras sin soldados? Rosa Brooks. 15 de marzo 2016. Foreign Policy En las guerras del futuro se usarán armas muy distintas, y se desarrollará en terrenos muy diferentes. Y debemos tener cuidado con ello. “¿Que pasaría si iniciaran una guerra y nadie participara?” se preguntaban los activistas anti belicistas durante la década de 1960. Luego de una jornada en la Segunda Conferencia sobre el Futuro de la Guerra de la organización Nueva América, creo que puedo responder eso: si iniciaran una guerra y nadie acudiera, la guerra se llevaría delante de todas formas sin nosotros. Qiao Liang y Wang Xiangsui en su libro “Guerra irrestricta” (1999) sostienen que durante la mayor parte de la historia humana “los tres elementos imprescindibles en una una guerra eran los soldados, las armas y el terreno de batalla”. Pero como lo sostuvieron varios expositores en la Conferencia el Futuro de la Guerra, muchos de los conflictos actuales no requieren de soldados, por lo tanto, tampoco de armas o terreno de batalla. Y las guerras del mañana los necesitarán aún menos. Los ataques del 9 de septiembre nos enseñaron que no necesitas soldados para iniciar una guerra. Los agentes de Al Qaeda que destruyeron las Torres Gemelas y parte del Pentágono no eran parte de una fuerza militar organizada. No necesitaron “armas” entendidas en el sentido tradicional. En lugar de eso, secuetraron cuatro aviones civiles usando nada más que trinchetas. Asimismo, el terreno de combate para Al Qaeda no tiene fronteras. Se extiende desde Nairobi y Dar-es-Salaam hasta el distrito financiero de Nueva York. El futuro de las guerras podrían no involucrar soldados, armar o terrenos de combate. Pensemos en las “guerras cibernéticas”. Si se quiere hacer estragos en el bando del enemigo lo único que se necesita es un codificador calificado, una computadora decente y una conexión de internet. Los ciber soldados más destacados querrán sabotear el mercado de bolsa de Nueva York o desconetar la red eléctrica en Londres. Un guerrero cibernético más modesto buscará hacer el mayor daño posible hackeando computadoras de automóviles, smartphones o casas inteligentes. Mientras tanto, los avances en rebótica e inteligencia artificial von haciando que grandes grupos de seres humanos armados sean cada vez menos importantes en la guerra. Los EEUU están robotizando y empleando drones para realizar tareas que sólo algunas décadas atrás requerían ser llevadas adelante por humanos. Empleamos robots para desarmar bombas y chequear riesgos dentro de edificios. Usamos drones para monitorear amplias franjas de terreno, eliminar comunicaciones electrónicas y para disparar misiles hacia objetivos puntuales. Los robots militares cada día son más pequeños, livianos y más inteligentes. Dentro de una o no más de dos décadas, los EEUU y otros países contarán con robots, drones y otros sistemas de armas capaces de operar de forma completamente autónoma bajo circunstancias que los humanos difícilmente puedan manejar. Los avances en la ingeniería biológica están reduciendo el papel de los grandes ejércitos y las armas tradicionales. A medida que los científicos desarrollan una mejor comprensión de los marcadores genéticos que hacen que algunas personas sean más vulnerables a las enfermedades que otras, los médicos desarrollan medicamentos personalizados: drogas, tratamientos genéticos y otras intervenciones que apuntan a vulnerabilidades genéticas específicas. Pero se trata de un ida y vuelta. Los mismos avances que permiten curas personalizadas también habilitarán enfermedades personalizadas. Imagínense un cientifico diseñando en su laboratorio de bioingeniería un virus que pueda matar o enfermar sólo cuando entre en contacto con un ADN

específico, o con el ADN de todos aquellos que compartan cierto parentesco de sangre con un líder político. Entonces ¿porqué movilizar un ejército cuando simplemente puedes trar un cientofico con un tubo de ensallo? Tal como ocurre con la ciber guerra, las armas biológicas no necesitan matar para ser efectivas. Imagínate un virus diseñado para degradar las funciones cognitivas en sus objetivos, causando alucionaciones, o un virus diseñado para causar esterilidad un una población étnica genéticamente relacionada. No hay razón aparente para asesinar a los enemigos cuando se puede diseñar una victoria sin derramar sangre, vía interrupción de internet, la robótica o la manipulación biológica. Y los EEUU, como muchos otros países poderosos, están activamente investigando una gran gama de armar no letales, muy poderosas. Tales investigaciones ya han producido rayos de calor que causan un dolor que incapacita pero de duración transitoria, rayos laser que producen cegueras temporales, dispositivos de radio frequencia capaces de destruir los aparatos electrónicos del enemigo en el instante, y toda una gran variedad de tecnologías diseñadas para controlar y coersionar seres humanos sin causar daño físico. Si las guerras del futuro no necesitarán de hombres ni armas ¿seguirán llamándose “guerras”? Carl von Clausewitz, quien acuñara la famosa definición de que la guerra persigue fines políticos: la guerra es la continuidad de la política por otros medios. Pero mientras la guerra siempre estuvo al servicio de la política, la guerra no siempre fue lo mismo que la política. Desde el punto de vista de Clausewitz, la guerra, a diferencia de otras formas de disputa política, necesariamente requería de violencia organizada a gran escala. Una partida de poker o de ajedrez no cuenta como guerra por más ferviente que sea. Tampoco así el conflicto económico. Desde esa perspectiva si no hay sangre no hay guerra. Pero los duelos y las peleas tampoco eran guerra. Aunque eran hechos violentos, carecían de la escala, intensidad, organización y objetivos políticos para ser considerados una guerra. En tiempos de Clausewitz la idea de la guerra no vilenta era un oximorón. El poder político raramente podría haberse sostenido sin el control y el uso frecuente de ejércitos y armamento. Hoy día, sin embargo, los avances tecnológicos están haciendo que eso sea posible para los poderosos, en pos de objetivos políticos para los cuales la guerra Hoy en día, sin embargo, los avances tecnológicos están haciendo posible que los poderosos alcancen los fines políticos que se perseguían con la guerra, pero sin apelar al uso de la violencia. En términos clausewitzeanos, tal vez el sueño de los militantes antibelicistas de los años 60 pueda cumplirse: la guerra podría acabarse pronto. Por supuesto, la violencia sigue siendo una herramienta muy utilizada en la política, especialmente para quienes sólo cuentan con elementos de baja tecnología y tienen poca imaginación. Si no cuentas con buenos hackers o científicos a disposición, los soldados equipados con armas convencionales siguen siendo una herramienta efectiva para derrotar enemigos y someterlos políticamente. Desde Siria al Congo, la guerra clausewitzeana del viejo estilo continúa desarrollándose, mientras los muertos continúan acumulándose. Sin embargo, las guerras hoy en día son cada vez más parecidas a la “guerra”. Por ejemplo, cada año en los conflictos mueren menos personas que durante las guerras en tiempos pasados, particularmente en lo que respecta a potencias como los EEUU. Las armas de precisión y reglamentaciones bélicas más ajutadas han hecho que las últimas guerras protagonizadas por EEUU dejaran menos muertos en el campo del enemigo que en casos anteriores, mientras que los avances médicos, el equipamiento personal y otras tecnologías de protección han reducido en gran medida las bajas.

Si se tiene en cuenta la evolución de internet, de la robótica, de la bioingeniería y de muchas otras tecnologías, la tendencia hacia las guerras sin sangre parece consolidarse, así como las guerras sin soldados o las guerras sin armas. Se siguen inciando guerras, pero cada día menos gente participa de ellas. Es muy interesante que los argumentos antibelicistas de la década del 60 generalmente se basados en Bertolt Bretch, el poeta y dramaturgo alemán, hoy parezcan de una veracidad cuestionable. La frase de Bretch, “¿que pasaría si iniciaran una guerra y nadie participara?” suena a extraña mezcla de una línea de Bretch junto a una del poeta norteamericano Carl Sandburg. La inconclusa “Cantata para Koloman Wallisch” de Bretch contiene la línea “Cuando el pueblo está desarmado, la guerra vendrá”, y el poema de Sandburg dice “El pueblo, si”, comenta una niña, “alguna vez iniciarán una guerra y nadie concurrirá”. Este es el sentimiento pacifista que se pudo enraizar en el discurso contra la guerra en los años 60. Pero el resto de la cantata de Bretch es aún más relevante para nuestros días. Allí, Bretch hace sonar voces de alarma más que de eperanza y optimismo: “…él, que no participa en la batalla compartirá la derrota. Incluso evitando la batalla no puede evitar la batalla…” Si escuchamos las palabras de Brecht, tal vez no deberíamos celebrar el fin de la guerra tán rápidamente. Que se produzcan menos pilas de muertos es algo bueno. Pero la disminución de la brutalidad en la guerra también podría hacer disminuir las inhibiciones políticas, tentando a los poderosos a emplear sus nuevos mecanismos que no derraman sangre para coercionar y controlar con más frecuencia y mas indiscriminadamente, evadiendo control políticos y legales. Las guerras del futuro, aunque menos sangrientas, podrían extenderse insidiosamente y de forma invisible, habilitanto formas de control político cada día más orwellianos, y dado que apenas se asemejarían a las guerras tradicionales, podrían tornarse mucho más difíciles de identificar y regular. Hay que imaginarse un mundo de control total, donde todos son monitorieados todo el tiempo. Las protestas son reprimidas antes de que se inicien, con armas no letales, y nuestros cerebros y cuerpos puedan ser alterados y controlados por aquellos en el poder. En ese mundo, menos gente moriría en las guerras, pero tal vez menos podrían vivir dignamente.

Los golpes de espectro completo Ana Esther Ceceña. 21/05/2014 Nuevos aires cargados de viejos hábitos soplan sobre los territorios de Latinoamérica y el Caribe. La vocación hegemónica y su permanente necesidad de renovarse y reafirmarse trae consigo una cartera de elementos de seducción, disuasión o represión que pueden ser usados aislada o simultáneamente y que ofrecen la posibilidad de combinaciones muy diversas, versátiles y siempre, eso sí, con el mismo propósito: en ocasiones explícito y las más de las veces encubierto detrás de velos insostenibles como el de la restauración de la democracia. Durante el siglo XXI hemos visto reaparecer las figuras autoritarias de tiempos pasados pero con una esencia distinta. El capitalismo de este nuevo siglo llegó con ímpetus renovados pero con características diferentes. Se modificaron sus condiciones materiales tanto como sus modos y sentidos. Las materias primas de ayer pierden hoy relevancia frente a nuevos materiales; las tecnologías invaden nuevos espacios y usan otros caminos; las comunicaciones ocupan todos los ámbitos y descubren formas y vehículos; los sentidos de realidad en su conjunto se transforman y se enajenan a través de nuevos mecanismos. En términos de concepción hay cambios muy notorios, correspondientes a las modalidades capitalistas del siglo XXI, un momento en que los estados a la vez se refuerzan y se disuelven, pero sobre todo se rediseñan; en que los territorios se redefinen de acuerdo con los nuevos sentidos cohesionadores y con los nuevos imperativos materiales; en que la sociedad transforma desde la ofensiva del poder ética y estética; en que los valores materiales, sociales, culturales, políticos y simbólicos son violentados por los mismos poderes que anteriormente los crearon, en su versión dominante y dominadora. El nuevo campo de batalla 1. Quizá el elemento más relevante ha sido el cambio en la idea de la guerra y sus propósitos. Si hasta ahora hemos estado acostumbrados a medir las guerras por sus ganadores y perdedores, hoy tendremos que adecuarnos a las guerras infinitas. Esas guerras indefinidas que buscan mantener los territorios en situación de guerra porque ya no son el medio sino el fin. Es la situación de guerra la que proporciona los beneficios: da paso al saqueo, estimula una variedad de negocios (armas, drogas, alimentos, trata de personas, mercenarismo y muchos otros) y permite un control sobre las poblaciones no legitimado porque se ejerce en condiciones de excepción. 2. Un segundo elemento significativamente distinto se refiere a la concepción del enemigo. El enemigo en verdad es, en este siglo XXI, la otredad bajo cualquiera de sus formas. Y el otro, por virtud de la competencia y el correspondiente imaginario de campo de batalla que la acompaña, debe ser dominado o negado; convertido en –o tratado como- objeto. Pasible de ser manipulado, usado, pero también deshechado. El otro que aparece por todos y cualquier rincón como ocurrió en Vietnam, como ocurre dondequiera que hay un pueblo en resistencia, es asimilable al estatus de virus. Un virus es relativamente invisible, imperceptible e incomprensible, salvo cuando incomoda; un virus es, como los humanos-masa, útil pero despreciable, dañino cuando rebasa cierta dimensión o cuando la emprende por su cuenta. Debe ser controlado “por el bien de la humanidad”, aunque en este caso justamente forme parte de esa humanidad. 3. La idea central que conduce a entender de una manera muy distinta el campo de batalla, que a la vez es un equivalente del mercado, se refiere al problema de la incompletud, que acompaña todos los procesos vitales, pero que debe ser superada, desde la perspectiva del poder, para evitar porosidades

que lo pongan en peligro. Tarea imposible pero a la que se le dedican esfuerzos ingentes: tecnología abrumadora y avasalladora; investigaciones de psicología y de comportamiento de sistemas complejos; técnicas de convencimiento, envilecimiento, disuasión o parálisis; cálculos de equilibrios asimétricos; investigaciones (y prácticas) culturales, lingüísticas, antropológicas y similares que propicien el sometimiento; fabricación unilateral y universalización de sentidos “comunes” a través de los medios masivos de comunicación, de los contenidos de la educación, de las orientaciones de la ciencia y otros vehículos del mismo carácter. 4. El concepto de dominación de espectro completo ha sido la clave de transformación en el arte de la guerra y orienta sus modalidades prácticas. Es un concepto complejo que se actualiza mediante la experiencia cotidiana de la guerra en todos sus distintos escenarios y mediante el estudio del comportamiento humano, e incluso del de todas las formas de vida que concurren en cada uno de ellos. Uno de sus aprendizajes, muy evidente en las disputas por la territorialidad en la actualidad, es el de la aplicación simultánea y sin tregua de mecanismos variados que tiendan a confundir y a la vez a producir resultados combinados mientras agotan, en principio, las fuerzas físicas y morales del enemigo (Ver, a este respecto, el acoso a Venezuela desde febrero de 2014). Con la idea orientadora de “no dejar resquicio al enemigo”, ningún espacio de resguardo, ni un momento para tomar aliento, se han puesto en práctica un conjunto de elementos de los que yo distingo tres que combinados tienen un efecto explosivo: avasallamiento, simultaneidad, impunidad. Avasallamiento. Cuando el enemigo es concebido como una fuerza invisible o difícil de reconocer porque se pierde en esa masa de seres a los que nunca se les había puesto casi atención porque se les consideraba demasiado pequeños e irrelevantes, el procedimiento se inclina por lo que podría considerarse una purga general, relacionada con las tareas de prevención y disuación pero con propósitos de más larga duración. Este mecanismo consiste en evitar que la asimetría se convierta en vulnerabilidad aplicando una fuerza sobredimensionada, desproporcionada, con carácter arrasador. Simultaneidad. El mejor medio para desgastar al enemigo es atacarlo sin tregua por todos lados al mismo tiempo; como un ataque de un enjambre de avispas. Con esta idea, se aplican simultáneamente mecanismos desestabilizadores o directamente de ataque en todos los ámbitos de la vida social. Desde casos como el mexicano en que se aprobaron en cascada reformas antipopulares (laboral, fiscal, de control de comunicaciones, educativa y energética) que generaron confusión y respuestas fraccionadas y que transformaron sustancialmente y de golpe las relaciones laborales, las pautas educativas, el patrimonio de la nación (del pueblo de México), los niveles salariales y de imposición, la vigilancia o intromisión en la vida privada y los márgenes de maniobra de la sociedad; hasta procesos directamente de propiciamiento de golpes de estado como el venezolano en que se manejan los imaginarios y sentidos de realidad, se genera violencia y confusión, se introducen operativos de descomposición social, corrupción y soborno, al mismo tiempo que se genera desabasto de bienes básicos, se ataca al gobierno y también a la sociedad. Es decir, la simultaneidad es el elemento que más claramente permite entender la estrategia de dominación de espectro completo, siempre combinado con la idea de eliminar la porosidad que permita resquicios de recuperación de fuerzas y de sentidos. Es un modo de proceder que puede aplicarse en cualquier ámbito, en ámbitos combinados, en todos a la vez y en cualquier nivel. Impunidad. El dislocamiento de sentidos y la confusión que de esta manera se crea es potenciada al máximo posible cuando a los referentes formales de justicia y moralidad social se les invalida en la práctica con la ostentación de comportamientos ilegales. La pérdida de referentes sociales garantizadores, de lo que se entiende por estado de derecho, equivale a la construcción de un contexto en el que aparecen como dupla indisoluble el estado de excepción y una tierra de nadie.

Crimen, extorsión, corrupción, violaciones al orden establecido, atropello, autoritarismo, vaciamiento de la justicia, del derecho y del respeto social son los componentes del nuevo escenario impuesto unilateralmente. En mayor o en menor escala, la complicidad entre crimen y aparatos de justicia genera condiciones de pérdida de sentidos y de indefensión de la sociedad que entonces es sometida a una dinámica pantanosa en la que se mueve con dificultad y sin tener clara la ruta. El México del siglo XXI quizá sea uno de los más elocuentes casos de dislocamiento de las reglas del juego y de imposición de una política general de impunidad en el sentido que la hemos referido. La dominación de espectro completo y los elementos de intervención que hemos destacado, podemos observarlos lo mismo en una escala planetaria, es decir, en calidad de macropolítica, que en escalas locales, con todas las gradaciones y diferencias correspondientes a las especificidades del caso y al momento o grado de intervención que se busca. Los mecanismos de intervención 5. En el terreno de los modos y las formas, o de la espacialidad material de la ocupación, también podemos observar cambios significativos. La primera década del siglo XXI estuvo marcada por un nuevo despliegue de instalaciones militares estadounidenses en algunos puntos estratégicos del territorio latinoamericano y caribeño. El efecto fue doble. Por un lado, siguiendo con la pauta del avasallamiento, la excesiva presencia militar con altas tecnologías y capacidades de respuesta tuvo un impacto intimidante y disuasivo; por otro lado realmente mostraba la dimensión del potencial enfrentamiento y el margen de irradiación casi instantánea de la fuerza estadounidense y sus aliados. El despliegue y reposicionamiento de las fuerzas estadounidenses en la zona durante estos años, que en principio las tenían distraidas en Medio Oriente y Asia Central, es impresionante (ver mapa). El estilo de instalaciones que se han promovido a partir de 2013 ya es distinto; tiene un perfil más discreto (ver artículo de Sandy Ramírez). El propósito no es tanto intimidatorio sino totalmente funcional; se busca el entrenamiento y homogeneización de códigos en la lucha contra “contingencias” de estilos variados como las de posibles sublevaciones urbanas (particularmente para Chile pero con alcance general), trastornos ambientales, y situaciones de “ingobernabilidad” entre las que está el rechazo de la minería a cielo abierto, a la construcción de una carretera en medio de la selva, de una hidroeléctrica o simplemente la disputa por el sentido y posesión de un territorio. Es decir, prepara el terreno para acciones “especiales” y puntuales forjando los cuerpos de élite. 6. La presencia militar directa, o incluso la policiaco-militar, generan suspicacias y rechazo entre las poblaciones. Por ello son acompañadas por múltiples mecanismos de entrelazamiento con la población que aparecen como ajenos a la esfera militar, entre los que destacan los programas de la USAID. Aportando dinero, asesoría, apoyo tecnológico, capacitación o cuestiones similares, USAID, nacida en el marco de las políticas anticomunistas de la Alianza para el Progreso en 1961, que buscaban eliminar la influencia de la revolución cubana en otros países del continente (cuyo correlato fue el bloqueo económico a Cuba), ha tenido una historia muy claramente vinculada a los golpes militares de las décadas de los 60 y 70 del siglo XX. En los años posteriores a las dictaduras militares su presencia se hizo más notoria en la región centroamericana, marcada por las guerras, y en la actualidad se extiende visiblemente en países que desde la visión hegemónica resultan estratégicos como Haití, Colombia, México, Guatemala y Honduras, a quienes se les ha otorgado un financiamiento de 1,224; 582; 290; 217; y 212 millones de dólares respectivamente en sólo 3 años, de 2010 a 2012. De 1990 a 2003 Perú, Bolivia y Colombia (2,753; 2,333; y 2,190 millones de dólares respectivamente), considerados el brazo sur del plan Colombia, fueron los países que mayores financiamientos recibieron. Les siguieron de cerca El Salvador, Nicaragua y Honduras (con 1,923; 1,414; 1,116),

relacionados con el control del área del Gran Caribe y con las rutas de narcóticos y de migrantes. En la década de los 80, marcada por las guerras en Centroamérica, solo El Salvador recibió 4.047 millones de dólares.[1] Lo mismo sucede con agencias como la DEA, que no sólo tienen paso por todo el continente sino que también son portadoras de políticas de ocupación en países o sitios estratégicos. Durante 2008-2014 el presupuesto destinado al CARSI (Iniciativa de Seguridad de la Región Centroamericana) es de 665 millones de dólares, cuando el de Colombia (279 en 2013) y el de México (154 en 2013), países centrales en la estrategia de seguridad del continente, resulta ser moderado frente a este monto que se justifica por la “…transferencia de 1,388 mil millones de dólares en equipo electrónico de uso exclusivamente militar, parte del cual es expresamente para uso del propio personal estadounidense en Honduras. Se tendrá ahí posiblemente uno de los mayores centros de información y telecomunicaciones del Continente.”[2] El avance discreto a través de estos mecanismos puede ser considerado de alto riesgo -combinado con el avance explícito de la década anterior obviamente-, pues permite una penetración más sutil, más profunda, más inadvertida y más consistente, creando complicidades a la vez que condiciones de disciplinamiento o de intervención. Socavar para intervenir desde el fondo. 7. Lo que resulta significativo es que la intervención con vestido de economía no cesa de ocurrir y extenderse mientras las otras tienen comportamientos más erráticos. Las relaciones entre los estados pueden deteriorarse mientras calladamente las inversiones mineras, petroleras o similares siguen encontrando recovecos por donde extraer hasta el último gramo de los ricos yacimientos latinoamericanos. La economía de rapiña, en connivencia con las oligarquías locales, recuerda permanentemente la época de la (primera) Conquista. La voracidad del capital es hoy, tanto como los mecanismos de disciplinamiento y control, avasalladora, simultánea e impune. Al menor descuido ocupa espacios y vacía y transforma territorios. Chevron, Anglo Gold, Repsol, Halliburton, Barrick Gold, Monsanto, Cargill y algunas otras, son tan dañinas como las bases militares y los dispositivos de disciplinamiento. Son tan depredadoras como las acciones militares. Son también fuerzas de ocupación, saqueo y desolación. Es por eso que las luchas crecen y revientan por todos los rincones. Es por eso que los operativos de desestabilización se multiplican. Es por eso que el proceso de militarización no puede detenerse, como no logren detenerlo los pueblos. Las geografías del poder 8. La geografía del área de seguridad de Estados Unidos en el continente también se ha transformado. De la primera década del siglo XXI con un centro asegurado en Colombia, hoy se ha extendido, a manera de derrame, hacia Perú y Paraguay en el sur y hacia Centroamérica y México en el norte, formando auténticamente un corredor geográfico de aseguramiento y garantía hegemónica. Las políticas y métodos aplicados en Colombia; los procesos de desestructuración comunitaria y arrasamiento físico; las imposiciones de lógicas económicas saqueadoras y devastadoras como las del monocultivo, ya sea de palma, caña, café, soya o cualquier otro cultivo de rentabilidad garantizada en el mercado mundial; la minería a cielo abierto, con mercados inmediatos en el exterior; los desplazamientos de población; la violencia a la vez selectiva e inespecífica; todos estos elementos, acompañados de cambios en la normatividad nacional e internacional, los códigos penales y civiles y en general los usos y costumbres, han transitado territorialmente hasta crear un corredor securitizado y productor de commodities que atraviesa América a lo largo desde una punta hasta la otra. Corredor que marca una línea divisoria entre los países agrupados en el ALBA o las organizaciones regionales

en resistencia frente a las políticas hegemónicas, y marca la ruta de la Alianza del Pacífico o del Tratado Transpacífico que hace recordar al legendario ALCA pero reforzado con una coraza militarizada. Como dijera Colin Powell, no tiene caso hacer acuerdos de libre comercio si no se garantiza y se acoraza antes la ruta con acuerdos de seguridad. Hoy, sin embargo, aun en estas circunstancias, los pueblos se aferran a la vida y encuentran formas de restablecer los resquicios, los enjambres y las urdimbres comunitarias. A pesar del miedo; a pesar del dolor; o justamente por eso. - Ana Esther Ceceña es coordinadora del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica, Instituto de Investigaciones Económicas, Universidad Nacional Autónoma de México. * Artículo publicado en la revista América Latina en Movimiento, No. 495 (mayo 2014) con el título “Reordenando el continente”. http://www.alainet.org/publica/495.phtml [1] La presencia de la USAID ha sido fuertemente cuestionada. Ecuador ha resuelto a inicios de mayo 2014 cortar toda relación con esta agencia, por considerarla injerencista y dañina para la estabilidad y soberanía nacional. [2] Ceceña, Ana Esther 2014 “La dominación de espectro completo sobre América” en Patria (Ecuador: Ministerio de Defensa), con información de Isacson, Adam et al 2014 Time to listen: trends in U.S. security assistence to Latin America and the Caribbean (USA: Latin America working group education fund, CIP, WOLA).

Borrando países del mapa: ¿quién está detrás de los “estados fallidos”? Michel Chossudovsky, Global Research.- 29 de diciembre de 2012 Traducido del inglés al castellano por PIA “Un peligroso rumor se ha extendido por el mundo y podría tener consecuencias catastróficas. Según la leyenda, el presidente de Irán ha amenazado con destruir a Israel, o para citar la cita incorrecta, “Israel debe ser borrado del mapa“. Contrariamente a lo que se cree, esta declaración nunca se hizo (…) “(Arash Norouzi, Borrado del mapa: el rumor del siglo, enero de 2007). Desde agosto de 1945, los Estados Unidos han atacado, directa o indirectamente, unos 44 países en todo el mundo, varios de ellos en más de una ocasión. El objetivo declarado de estas intervenciones militares ha sido llevar a cabo un “cambio de régimen”. Los “derechos humanos” y la “democracia” se evocaron constantemente para justificar actos unilaterales e ilegales. (Eric Waddell, La cruzada global militar de los Estados Unidos (1945 -) , Global Research, febrero de 2007). “Se trata de una circular [del Pentágono] donde se describe cómo vamos a eliminar siete países en cinco años, comenzando por Iraq, siguiendo con Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán y terminando por Irán”. Les pregunté: “¿Es una circular reservada?” Me respondieron: “Sí, señor.” Le dije: “Bueno, entonces no me la muestren” (General Wesley Clark, Democracy Now , 2 de marzo de 2007). Washington está llevando adelante la destrucción de una larga lista de países. ¿Quién está en verdad buscando “borrar países del mapa”? ¿Irán o Estados Unidos? Durante un período, eufemísticamente denominado la “era de la posguerra” -que se extiende desde 1945 hasta la actualidad-, los EE.UU. han atacado directamente o indirectamente más de 40 países. Si bien los principios de la política exterior de EE.UU. se basan en la “expansión de la democracia”, el intervencionismo estadounidense –intervenciones militares y operaciones encubiertas- ha dado lugar a la completa desestabilización y fragmentación de naciones soberanas. La destrucción de países es parte de un proyecto imperial de los EE.UU., un proceso de dominación global. Es más, de acuerdo a fuentes oficiales, EE.UU. posee un total de 737 bases militares en el extranjero (datos de 2005). El concepto de “Estado Fallido” El Consejo Nacional de Inteligencia (NIC, por sus siglas en inglés) con sede en Washington, en su informe Tendencias Globales (diciembre de 2012) “predice” que 15 países de África, Asia y Medio Oriente se convertirán en “estados fallidos” hacia el año 2030, debido a su “conflictividad potencial y los problemas medioambientales “. La lista de países que figuran en el informe NIC 2012 incluye Afganistán, Pakistán, Bangladesh, Chad, Níger, Nigeria, Mali, Kenia, Burundi, Etiopía, Ruanda, Somalia, República Democrática del Congo, Malawi, Haití, Yemen. (Véase la página 39) En su anterior informe de 2005, publicado en el comienzo del segundo mandato de George W. Bush, el NIC predijo que Pakistán se convertiría en un “estado fallido” hacia el año 2015 “al verse afectado por la guerra civil, la completa talibanización y lucha por el control de las armas nucleares“. Allí se comparaba a Pakistán con Yugoslavia, país que fue dividido en siete estados luego de una década de guerras civiles auspiciadas por EE.UU. y la OTAN.

El NIC pronosticaba para Pakistán un “destino similar al de Yugoslavia”, un “país dividido por la guerra civil, el derramamiento de sangre y las rivalidades inter provinciales” (Energy Compass, 2 de marzo de 2005). En el último informe del NIC, mientras se asegura que los estados fallidos “sirven como refugio para grupos extremistas políticos y religiosos” (p. 143), el informe no reconoce el hecho de que desde la década de 1970 los EE.UU. y sus aliados proporcionaron apoyo encubierto a organizaciones extremistas religiosas como una vía para desestabilizar los estados nación soberanos y seculares, tal como lo eran Pakistán y Afganistán en la década en ese entonces. Los “estados fallidos” al estilo yugoslavo o somalí no son el resultado de divisiones sociales internas. Convertir los estados soberanos en estados fallidos es un objetivo estratégico implementado a través de operaciones encubiertas y acciones militares. El Fondo para la Paz con sede en Washington, cuyo objetivo declarado es promover “la seguridad sustentable a través de la investigación”, publica anualmente el “Índice de Estados Fallidos” de acuerdo a una estimación de riesgo en cada país (ver mapa más abajo). Dicho Índice incluye en su lista a treinta y tres países. De acuerdo al Fondo para la Paz, los “estados fallidos” son también “objetivo de los grupos terroristas ligados a Al Qaeda”. “El ranking anual de los estados fallidos/frágiles realizado por el Fondo para la Paz y Foreign Policy se publica mientras la alarma internacional crece en torno a los grupos extremistas ligados a Al Qaeda que se establecen en la región norte de Mail donde están estableciendo un ámbito con base estatal para consolidarse y lanzar una expansión de la yihad”.

Huelga decir que ni la historia de Al Qaeda como herramienta de inteligencia de los EE.UU., ni su papel en la generación de divisiones facciosas e inestabilidad en Medio Oriente, Asia Central y África subsahariana se mencionan. Las actividades de las unidades de yihadistas de Al Qaeda en la mayoría de estos países forman parte de una perversa agenda de inteligencia encubierta. “Estados Fallidos, Estados Débiles”: una amenaza a los Estados Unidos Según el Congreso de los EE.UU., siguiendo una lógica retorcida, los “estados fallidos”, constituyen una amenaza para la seguridad de los EE.UU. Esto incluye “diversas amenazas que emanan de los estados que usualmente se describen como estados débiles, frágiles, vulnerables, fallidos, precarios, en crisis o colapsados”.

Mientras culminaba la Guerra Fría a principios de 1990, los analistas se tomaron conciencia de una nueva situación de seguridad internacional que emergía, donde los estados débiles y fallidos se convirtieron en vehículos para el crimen transnacional organizado, la proliferación nuclear, y zonas

calientes de conflictos civiles y crisis humanitarias. Las potenciales amenazas a la seguridad nacional de los EE.UU. por parte de los estados fallidos se hicieron más claras con el ataque de Al Qaeda del 11 de septiembre de 2001, planeado por Osama Bin Laden desde su refugio en Afganistán. Los sucesos del 11 de septiembre permitieron al presidente George W. Bush en el año 2002, proclamar la Estrategia de Seguridad Nacional según la cual “los estados débiles como Afganistán, representan un grave peligro para los intereses nacionales de estados fuertes como el nuestro” (Estados débiles y fallidos: la evolución de la seguridad, las amaneazas y la política de los EE.UU., Informe del CRS para el Congreso de los EE.UU., Washington, 2008) Lo que no es mencionado en este informe del Congreso es que las “zonas calientes de la delincuencia organizada y del conflicto civil” son resultado de operaciones encubiertas de inteligencia de los EE.UU. Según lo han demostrado investigaciones ampliamente documentadas, se sabe que la economía de la droga en Afganistán, que genera más del 90 por ciento del suministro mundial de heroína, está ligada a una operación de lavado de dinero que comprende varios billones de dólares e involucra grandes instituciones financieras. El tráfico de drogas que sale de Afganistán está protegido por la CIA y por las fuerzas de ocupación de los EE.UU. y la OTAN. Siria: “Estado Fallido” Las atrocidades cometidas contra la población siria por parte del Ejército Libre Sirio (FSA, por sus siglas en inglés), patrocinado por EE.UU. y la OTAN, buscan generar las condiciones para una guerra sectaria. El extremismo sectario favorece la disolución de Siria como estado nación, así como la desaparición del gobierno central de Damasco. El objetivo de la política exterior de Washington es transformar Siria en lo que el NIC denomina un “estado fallido”. El cambio de régimen implica el mantenimiento de un gobierno central. A medida que la crisis siria se desarrolla, la meta deja de ser el “cambio de régimen” para pasar a ser la fragmentación y destrucción de Siria como estado nación. La estrategia de EE.UU.-OTAN-Israel es dividir el país en tres estados débiles. Recientes informes de prensa revelaron que si Bashar Al Assad “se niega a renunciar”, “la alternativa es un estado fallido como Somalia”. Otro posible “escenario de ruptura”, según lo ha revelado la prensa israelí, sería la formación de cuatro estados “independientes” (sunita, alawita-chiita, curdo y druso). Según el Mayor General Yair Golan de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF, por sus siglas en inglés) “la guerra civil en Siria llevará al país a convertirse en un estado fallido y el terrorismo florecerá.” De acuerdo a las declaraciones del Mayor general Golan, las IDF analizan “cómo será la destrucción de Siria” (Reuters, 31 de mayo de 2012). En el mes de noviembre de 2012, Lakhdar Brahimi, el enviado de paz de las Naciones Unidas para Siria, declaró que ese país podría convertirse en “una nueva Somalia (…) debe advertirse que puede surgir un escenario donde los señores de la guerra y las milicias llenen el vacío dejado por un estado colapsado” (Reuters, 22 de noviembre de 2012). “Temo que ocurra algo incluso peor (…) el colapso del estado y que Siria se convierta en una nueva Somalia (…) Creo que si este problema no se aborda correctamente, el peligro será la “somalisación” y no la partición: el colapso del estado y el surgimiento de los señores de la guerra, milicias y grupos de combate”, declaró Brahimi. Lo que el enviado de la ONU omite es que la desintegración de Somalia fue deliberada. Fue parte de una operación militar y de inteligencia encubierta por parte de los EE.UU., operación que en la

actualidad también se está aplicando en varios países de Oriente Medio, África y Asia, justamente, en aquellos países clasificados como “Estados Fallidos”. La pregunta central es: ¿quién está haciendo que estos estados se conviertan en estados fallidos? ¿Quién busca “eliminarlos”? La desintegración planificada de Siria como estado soberano es parte de un objetivo militar regional integrado y parte de una agenda de inteligencia que también incluye al Líbano, Irán y Pakistán. De acuerdo con las “predicciones” del NIC, la desintegración de Pakistán está prevista para el transcurso de los próximos tres años.

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Vigencia y limitaciones de la guerra de cuarta generación

José Enrique Fojón ∗

Tema: Se describe, analiza y valora la teoría de la Cuarta Generación de la Guerra en el marco de la Guerra Global contra el Terrorismo Resumen: Desde comienzos de la década de los noventa historiadores y analistas militares americanos han creído ver el alumbramiento de una cuarta etapa en el desarrollo de la guerra moderna, contando a partir de la aparición de las armas de fuego. Se expone el desarrollo de estas ideas y las críticas a las que ha dado lugar y su contraste, básicamente positivo, con los conflictos de los últimos años y en curso. Se evalúan sus aportaciones y sus limitaciones y su influencia en la redacción de algunos importantes documentos estratégicos oficiales Análisis: En el ámbito de los analistas de defensa, la denominada Guerra Global contra el Terrorismo, más recientemente la “guerra larga”, ha incrementado la polémica sobre la validez del concepto de Cuarta Generación de la Guerra, que en adelante se expresará por sus siglas en inglés 4GW (Fourth Generation Warfare). Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EEUU y las guerras de Afganistán e Irak sirven de marco al debate. En 1989 comenzó la formulación de la teoría de la 4GW cuando William Lind y sus compañeros coautores titularon un artículo “El rostro cambiante de la guerra: hacia la cuarta generación”,1 sin imaginar el éxito que iba a cosechar esa denominación. El año en que Lind escribió el artículo, la Unión Soviética ya había sido derrotada en Afganistán e iniciaba su colapso. La Guerra Fría acababa de pasar a la historia. El primer aspecto que necesita clarificación es qué se entiende por 4GW. El concepto no fue totalmente definido en el artículo inicial y evolucionó a lo largo de la década de los noventa. Desde el principio se aplicó a la última fase en la evolución de la guerra en el mundo moderno, por tanto la fase en la que nos encontramos actualmente. La inicial arranca de la aparición de las armas de fuego y alcanzaría su máxima expresión en las guerras napoleónicas. Las formaciones lineales y el “orden” en el campo de batalla constituyen sus principales rasgos y el enfrentamiento entre masas de hombres, su esencia. Se entraría en la segunda generación con el advenimiento de la Revolución Industrial y la disponibilidad en el campo de batalla de medios capaces de desplazar grandes masas de personas y de desatar poderosos fuegos de artillería. La búsqueda de la atrición, mediante el enfrentamiento de potencia contra potencia y el empleo ingente de recursos, constituye el rasgo esencial de esta generación. La Primera Guerra Mundial es su ∗ Coronel de Infantería de Marina

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1 Lind, Nightingale, Schmitt, Sutton y Wilson, “The Changing Face of War: Into the Fourth Generation”, Marine Corps Gazette, octubre de 1989.

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ejemplo paradigmático. La tercera generación se caracterizaría por ser una “guerra de maniobra”, en la que se trata de neutralizar la potencia del enemigo mediante la búsqueda de debilidades en su dispositivo para aplicar sobre ellas la potencia propia, consiguiendo, de esta manera, anular su capacidad operativa sin necesidad de destruirlo físicamente. Los autores identifican el inicio de esta época con el empleo de tácticas de infiltración por los alemanes en el frente occidental en 1918, y alcanza su máxima expresión en los inicios de la Segunda Guerra Mundial con el desarrollo de las operaciones alemanas de blitzkrieg (guerra relámpago). En los 22 años que van desde el final de la Primera Guerra Mundial a la invasión de Polonia y Francia, los avances tecnológicos permitieron el perfeccionamiento del carro de combate y la aviación, lo que propició el desarrollo de rápidas maniobras en el nivel operacional, imponiendo al adversario un ritmo al que no podía hacer frente. Entre los cambios que introdujo en el campo de batalla esta tercera etapa en la historia de la guerra moderna, los autores destacan la descentralización de las acciones tácticas, mediante el empleo de las “órdenes tipo misión”, que más que fijar el modus operandi, prescribían los efectos a conseguir, lo cual trajo como consecuencia la destrucción del “orden” que hasta entonces había imperado en el campo de batalla. Siguiendo esta misma pauta, los autores identificaron la cuarta fase con la guerra del futuro, en la que la ampliación del campo de batalla, que progresivamente se venía produciendo en anteriores generaciones, se trasladaba a la totalidad de la sociedad enemiga, y en la que las acciones tácticas serían llevadas a cabo por elementos de muy pequeña entidad. La actuación ágil de estos elementos dependerá de la capacidad de subsistencia por sus propios medios en el espacio donde van a operar. Los objetivos de las acciones incluirán el ámbito cultural enemigo y la predisposición de la población a apoyar la guerra. Estas características configuran una situación en la que la frontera clásica entre guerra y paz se difumina, hasta el punto de ser difícil de determinar. Los contornos del campo de batalla resultan imprecisos, sin “frentes identificables”, y la distinción entre “civiles” y “militares” se vuelve muy tenue. Los grandes elementos físicos de lo que, hasta ahora, se habían venido considerando como exponentes materiales de la potencia nacional, tales como bases militares, aeropuertos, grandes centros de comunicaciones, industrias, plantas productoras de energía o edificios gubernamentales, perderán gran parte de su importancia debido a su vulnerabilidad. En el artículo de Lind también se identifican las potencialidades tecnológicas y las ideas que caracterizarán la cuarta generación. Con referencia a los avances tecnológicos, se ponen de manifiesto las posibilidades que se abren por el desarrollo de la información y el uso de nuevas formas de energía y los procedimientos para emplearla. Ello permitirá a un pequeño número de combatientes atacar, y causar gran daño, a elementos importantes, predominantemente de naturaleza civil, en la “retaguardia” enemiga. Este hecho rompe el esquema tradicional de los niveles del conflicto, al disminuir la importancia del nivel operacional, mediante la gran relevancia estratégica que cobran las acciones tácticas, a la vez que establece el conflicto asimétrico como paradigma. Este escenario viene a corresponderse con el ámbito de lo que se suele denominar insurgencia o conflicto de baja intensidad, una de cuyas modalidades es el terrorismo. Las posibilidades que brinda el desarrollo tecnológico permitirán que los mensajes emitidos por lo medios de comunicación constituyan un factor esencial para influir en la opinión pública, tanto en el ámbito doméstico como en el internacional, por lo que la propaganda llegará a constituir el arma estratégica y operacional dominante.

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Los autores no identificaron el terrorismo como la principal característica de la cuarta generación, pero indicaron que incorporará a ella dos rasgos propios. El primero es la búsqueda del colapso del enemigo en su retaguardia civil, no en el frente; de esta forma se consigue hacer irrelevante la potencia militar del adversario. El segundo es el aprovechamiento de las potencialidades del oponente en beneficio propio, lo que los autores denominan la “llave de judo”. Utilizarán las libertades de las sociedades democráticas contra ellas, emplearán sus propias leyes para protegerse e intentarán forzar a los gobiernos de estas sociedades a utilizar medios que los deslegitimen ante sus ciudadanos. Lind, y los coautores del artículo, se aventuraron a señalar que, a diferencia de las tres primeras generaciones, que fueron determinadas por la influencia de la cultura occidental, los impulsores de la cuarta podrán pertenecer a otras culturas. Hasta aquí la especulación sobre cómo puede ser la guerra del próximo futuro, la que representaría una cuarta generación desde que se impusieron las armas de fugo, tal y como se expuso originalmente en 1989. Dos años más tarde, en 1991, el profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén Martin Van Creveld publicó su loada obra La transformación de la guerra,2 que iba a aportar sustento intelectual a la teoría de la 4GW. La tesis de Van Creveld trata de demostrar que la guerra ha evolucionado hasta un punto en que la teoría de Clausewitz resulta inaplicable. El autor prusiano definió la naturaleza de la guerra en función de tres rasgos: la hostilidad básica que generaría el conflicto, la aplicación de la violencia en un ambiente dominado por la incertidumbre y el azar, y el propósito que se pretende conseguir mediante el empleo de la violencia. Esas características se encarnarían en tres elementos: la hostilidad en el pueblo, la incertidumbre y el azar en el ejército y el propósito en el gobierno. Esos tres elementos conforman la famosa “trinidad” de Clausewitz. Van Creveld relaciona esta “trinidad” con la vigencia del sistema impuesto por la paz de Westfalia, donde se reconoció al Estado el monopolio de la violencia. El autor opina que las circunstancias históricas que propiciaron ese sistema han cambiado y que el recurso a la guerra entre Estados no será un instrumento válido para resolver diferencias políticas. El advenimiento del arma nuclear hace inútil el recurso a la guerra, desde el punto de vista práctico, lo que no quiere decir que deje de emplearse la violencia para alcanzar fines políticos. El conflicto de baja intensidad, o lo que es lo mismo, el empleo de la violencia fuera del marco estatal, será la alternativa. En su visión del conflicto del futuro afirma que, al haber perdido el Estado el monopolio de la violencia, otros actores tales como entidades étnicas, bandas criminales, guerrillas, etc., serán los protagonistas de la guerra. Conforma un escenario de soldados versus guerreros. Acuña el término “no trinitario” para referirse a esa nueva situación. Van Creveld es muy gráfico en la descripción del proceso de pérdida del monopolio de la violencia por parte del Estado en favor de otras entidades; prevé que será “gradual, desigual y espasmódico”. Una consecuencia del carácter “no trinitario” del nuevo tipo de conflicto es la falta de regulación convencional. La serie de convenciones que antaño legitimaban la guerra dejan de tener efecto. Los actores no estatales que carecen de personalidad jurídica no estarán insertos en el sistema jurídico internacional. Van Creveld sostiene que para combatir en conflictos de baja intensidad, el Estado se verá obligado a circunvenir las convenciones establecidas y emplear procedimientos parecidos a los de los terroristas. Esta falta de regulación del conflicto es la que borrará la distinción entre soldados y civiles, la que permitirá atacar sin restricciones monumentos culturales o emplear armas prohibidas.

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2 Martin van Creveld, The Transformation of War, The Free Press, Nueva York, 1991.

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El conflicto de baja intensidad no niega la estrategia. Ante cualquier situación de incertidumbre hay que aplicar estrategias, pero en el caso concreto de la guerra no convencional no son válidos muchos de los elementos de la acción militar clásica: grandes unidades, frentes, líneas de comunicación, retaguardia etc. El autor prevé que en el futuro las batallas serán sustituidas por pequeños enfrentamientos armados y masacres. Los itinerarios clandestinos o los medios comerciales de viajes se convertirán en líneas de comunicación. Las bases serán reemplazadas por escondites y depósitos, y el control de la población se efectuará mediante una mezcla de propaganda y terror. Van Creveld apuntaba que ante este tipo de conflicto las fuerzas armadas regulares se verán forzadas a disminuir su tamaño y muchas de sus funciones se privatizarán. Las fuerzas regulares se irán trasformando, a medida que vayan asimilando más cometidos de policía, en algo diferente a lo que han sido tradicionalmente. También prevé la desaparición de los principales sistemas de combate hoy en uso por su falta de aplicación a conflictos de baja intensidad. En 1994 el concepto de 4GW recibió otra aportación importante cuando Thomas X. Hammes escribió su artículo “La evolución de la guerra: la cuarta generación”.3 Puede decirse que Hammes admite la división en generaciones, pero sostiene que el cambio en la guerra se debe a factores políticos, económicos y sociales. Mantiene que la cuarta generación es la consecuencia de la transformación histórica que se está produciendo por los revolucionarios cambios en el campo de la información. Expone las diferencias políticas, económicas y sociales que determinan el cambio. En el ámbito político coincide con van Creveld, poniendo de manifiesto que mientras en la tercera generación los actores que dominaban la escena internacional eran los Estados, en la actualidad existen, junto a un notable aumento en el número de aquellos, una gran variedad de otros protagonistas del conflicto como son las organizaciones internacionales, las no gubernamentales y una pléyade de entidades transnacionales como empresas, organizaciones mediáticas, grupos religiosos, organizaciones terroristas o criminales, así como entidades subnacionales. Dentro de este contexto, hay que resaltar que no todos estos actores interaccionan con las mismas reglas de juego. El Derecho Internacional es un marco en el que se desenvuelven los Estados y las organizaciones internacionales, mientras los otros disponen de una mayor laxitud. Hammes relaciona estos cambios con la interrelación producida por el fenómeno globalizador, que ha difundido el progreso a la vez que ha ahondado las desigualdades, Los gobiernos han visto limitada su capacidad de influencia en muchos acontecimientos, al igual que en el empleo de otros instrumentos tradicionales de poder, como la fuerza militar. Desde un punto de vista social, Hammes cree que las posibilidades de interconexión, a escala global, de las personas e instituciones, definen un nuevo marco de relaciones que debilita los tradicionales vínculos de los ciudadanos con las comunidades políticas a que pertenecen, a la vez que se fortalecen los que mantienen con otras entidades transnacionales o subnacionales. En este contexto, Hammes se pregunta qué forma tomará la cuarta generación de la guerra. Fiel a su teoría de que esta cuarta fase se corresponde con la Era de la

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3 Thomas X. Hammes, “The Evolution of War: The Fourth Generation”, Marine Corps Gazette, septiembre de 1994.

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Información, se contesta que la guerra tomará forma de netwar, adoptando el modelo preconizado por John Arquilla y David Ponfeldt,4 para los que el futuro conflicto se desarrollará en un ámbito de amplio e intenso empleo de densas redes de comunicaciones, llegando al nivel personal y transformando la guerra en una netwar. Estas diferentes aportaciones constituyen el núcleo de lo que pretende ser una teoría sobre el tipo de guerra en el que estamos entrando. Naturalmente, estas ideas han tenido también sus críticos y se han desarrollado, como es propio de la creación intelectual, en un clima de debate entre partidarios y detractores. Como no podía ser menos, la atmósfera estratégica en la que estamos inmersos, dominada por la prioridad americana atribuida a la Guerra Global contra el Terrorismo, no ha dejado de afectar al debate. Cada bando ha visto en ella una confirmación de sus posiciones. Las críticas suelen ser de dos clases. Las primeras van dirigidas a la interpretación histórica de la teoría. La periodificación en cuatro etapas se considera que no tiene suficiente fundamento y que habría dado otros resultados si se hubieran tomado como referencia otros criterios igualmente válidos. La segunda serie de críticas versan sobre si verdaderamente la pregonada cuarte fase supone o no un cambio en la naturaleza de la guerra. A efectos prácticos, el número de generaciones que se pueden tomar como referencia es irrelevante y la denominación 4GW puede admitirse como una mera denominación para referirse a una realidad. Más sustantivo se presenta el debate sobre la naturaleza “no trinitaria” del conflicto. Las opiniones más solventes niegan que haya diferencias significativas entre lo descrito por Clausewitz como “trinidad” y la situación actual. El tratadista prusiano basó su teoría en los sujetos sociales y políticos preponderantes en su época, pero los elementos de la “trinidad” pueden ser identificados en cualquier período histórico y en realidades no estatales. Por “gobierno” puede entenderse cualquier entidad directora o, como anotaba el prusiano, una “inteligencia personificada”. En la actualidad podía aplicarse a Bin Laden y su estrecho círculo de colaboradores. Por “ejército” hay que entender cualquier entidad armada, sea cual fuese la forma que adopte, como pueden ser los miembros activos de al-Qaeda. Quedaría representado el “pueblo” por la población de cualquier sociedad o cultura, en cualquier época histórica, pudiendo aplicarse, en el ejemplo en uso, a las masas islámicas radicales. De la obra de Clausewitz puede deducirse que cuando se refiere a la “trinidad” lo hace a elementos o fuerzas de carácter universal que están presentes en cualquier momento histórico, y no a su concreción en una determinada circunstancia temporal o espacial. Lo que no se le puede negar a los autores de la 4GW es su acierto en predecir rasgos que iban a configurar la realidad de comienzos del siglo XXI, en un mundo globalizado. Tanto en los ataques terroristas del 11-S como en otros en diversas partes del mundo y en el desarrollo de las guerras de Afganistán e Irak, pueden identificarse los rasgos propios de la 4GW, pero la teoría no los abarca plenamente. Aunque la existencia de Estados fallidos es uno de los rasgos en la situación actual, no por ello es menos cierto el papel preponderante que sigue manteniendo el Estado en el desarrollo de los conflictos, circunstancia que desmiente la parte central de la teoría de Van Creveld. Otro aspecto de la 4GW, que ha llegado a ser popular, es que se percibe en oposición a lo postulado por los proponentes de la Revolución en los Asuntos Militares (RMA), muy volcados hacia la incidencia determinante de los avances tecnológicos en el desarrollo del conflicto futuro. El que la teoría de la 4GW tenga razón en insistir en lo que constituye los fundamentos inalterables del conflicto, lo que ha quedado patente en Afganistán e

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4 Arqila y Ponfeldt, “Future War”, Comparative Strategy, vol. 12, noviembre de 1993.

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Irak, donde prima la dimensión psicológica de la guerra, o lo que es lo mismo, la importancia decisiva que tiene entender las motivaciones e idiosincrasia del adversario, no es suficiente para justificar su renuencia a poner en primer plano a la tecnología, aspecto que, sin duda, tendrá un peso considerable en el conflicto del futuro. El hecho es que, entre expertos, la 4GW ha eclipsado a la RMA. Se le reprocha a los que apoyan la 4GW que carecen de un enfoque riguroso, que su análisis ha llegado a circunscribirse a lo actual, y de tratar de orientar la planificación militar hacia los problemas presentes a expensas de otro tipo de amenazas futuras. De sus afirmaciones podría inferirse que en el futuro cualquier problema de seguridad podría resolverse mediante una mezcla de fuerzas especiales y unidades ligeras. Lo que no se prevé es una alteración del estatus estratégico por la aparición, en el ámbito convencional, de un competidor a los EEUU, lo que podría retrotraernos a un ambiente de guerra fría. Conclusión. Críticas o elogios aparte, puede afirmarse que los escritos sobre la 4GW han estado presentes durante más de una década en el desarrollo de la literatura militar americana. Un ejemplo importante de la influencia que han ejercido lo podemos ver en la inclusión de parte de sus conceptos en formulaciones estratégicas oficiales del máximo rango. Así, por ejemplo, el documento Strategic Vision de la OTAN, cuando describe el futuro ambiente estratégico y militar, indica que éste estará determinado por la globalización, la creciente sofisticación de la guerra asimétrica, los efectos de los cambios en demografía y el medio ambiente, los Estados fallidos, las ideologías radicales y los conflictos por resolver. No puede decirse, sin embargo, que la 4GW ofrezca una caracterización completamente novedosa de la naturaleza de la guerra, ni represente la alternativa a Clausewitz. Antes bien, debe considerarse un intento de rescatar la naturaleza del conflicto armado como fenómeno social y encajarlo en las realidades culturales, económicas y tecnológicas de nuestro tiempo. Quizá el mayor mérito de la idea de la 4GW es que en una época de confusión conceptual aporta un medio para pensar “out of the box” y que, hace ya más de una década, predijo, con bastante exactitud, situaciones que se están produciendo hoy en día. José Enrique Fojón

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Coronel de Infantería de Marina

Guerras híbridas y seguridad democrática Andrew Korybko. Katehon.com. 14.06.2016 Las guerras híbridas son en realidad algo completamente diferente a lo que la mayoría de la gente piensa que son. Mi opinión es que, de lo que todo el mundo habla - la guerra de la información, la guerra económica, la guerra institucional - todo eso en realidad se ha practicado antes, solo que hoy en día está siendo integrando en un enfoque armamentístico. En cambio, mi definición de la Guerra híbrida trata de su puesta en práctica en la transición desde la Revolución de color a una guerra no convencional con el fin de buscar el cambio de régimen o el federalismo identitario en un estado objetivo. "La Ley de la Guerra híbrida", como yo la llamo, es que "el gran objetivo detrás de cada Guerra híbrida es interrumpir proyectos de conexión multipolar transnacionales a través de diversos conflictos de identidad provocados externamente (étnicos, religiosos, regionales, políticos, etc.) dentro del objetivo de un estado de tránsito", y podemos observar en la práctica los esfuerzos de los Estados Unidos para obstruir los proyectos de integración de Rusia en Ucrania y el sabotaje de la tubería a través de Siria previamente planificada por Irán. Mirando hacia el futuro, todos los corredores de infraestructuras que componen colectivamente la red global china de Un cinturón, una ruta, también llamada la "Nueva Ruta de la Seda", son objetivos obvios y, sobre todo, la zona de enfoque estratégico que tanto Rusia como China comparten en los Balcanes y Asia central. ¿Cómo funcionan?. Las ONGs y las agencias de inteligencia trabajan para cultivar grupos con fachada de sociedad política y civil en el interior de los estados objetivo, con el tiempo la construcción de estas redes puede llegar al punto de que sean lo suficientemente fuertes como para desafiar a las autoridades legítimas. Antes de que cualquier hostilidad comience, las ONG y las agencias de inteligencia fomentan entre la población el sentido de diferencias profundamente arraigadas que por lo general se centran en alguna forma de identidad, ya sea real, imaginada o exagerada, con el fin de fabricar un resentimiento antigubernamental más intenso. Una vez que la infraestructura social e informativa han realizado el acondicionamiento previo llega la etapa en la que los patrocinadores externos tienen confianza en su potencial para alterar la situación política en el estado objetivo, poniéndose en escena una provocación con el fin de crear un disparador 'verosímil' para situar en vanguardia públicamente al movimiento antigubernamental e iniciar abiertamente el esquema de desestabilización. Si la revolución de color, o presión "suave", no llega a cosechar los dividendos deseados, entonces este movimiento se transforma en una guerra no convencional, o presión "dura", a través de una serie de etapas escaladas. Cuando esto sucede, algunos de los revolucionarios de color se transforman en terroristas insurgentes, apoyados entonces por los estados vecinos pro-estadounidenses, ayuda que se canaliza mediante combatientes adicionales, armas y ayuda material a sus representantes. Vimos ocurrir este proceso en Siria, donde la fallida revolución de color de la "primavera árabe" se convirtió después en una guerra terrorista, y en Ucrania, justo antes del golpe de estado de febrero, cuando las regiones occidentales estaban en revuelta abierta contra Kiev. Hoy en día, este patrón de acontecimientos se repite en la República de Macedonia y existe la posibilidad muy real de que estalle en el valle de Fergana en un futuro próximo. Como recordatorio a todos, esto está sucediendo con el fin de interrumpir o hacerse con el control de los proyectos clave de infraestructura en los países de tránsito pivotales, utilizando los medios interrelacionados del cambio de régimen, el federalismo identitario y el caos incontrolable. El que las guerras híbridas sean amenazas peligrosas y apremiantes no quiere decir que sean inevitables y que no se puedan detener. Los métodos de contrarrestar esa amenaza son lo que yo llamo la Seguridad Democrática, y creo que es un campo nuevo y emocionante que requiere con urgencia más apoyo gubernamental para su desarrollo. Hasta ahora, he identificado tres formas principales mediante las cuales las guerras híbridas pueden ser derrotadas, pero estoy seguro de que una mayor investigación revelará otras estrategias eficaces.

La primera cosa que debe hacerse con las amenazas híbridas, en el sentido en el que las he definido, es que deben ser identificadas y expuestas durante sus etapas incipientes. Esto significa que todas las ONGs en el interior de nuestro país y en los de nuestros aliados interesados, deben ser registradas e investigada la financiación extranjera, siendo prohibidas inmediatamente todas las organizaciones que operen ilegalmente que representen una amenaza de seguridad nacional. Teniendo eso ya, hay que dar un paso más allá y crear una base de datos internacional, junto con nuestros aliados, con el fin de realizar un seguimiento de todas las ONGs y de sus actividades, ya sean legales o ilegales. Además, tenemos que aumentar la conciencia pública sobre las tramas de los EE.UU. para fomentar guerras híbridas alentando a nuestros medios de comunicación, académicos y profesionales de la seguridad a trabajar juntos e informar colectivamente a nuestras poblaciones acerca de las amenazas asimétricas a las que se enfrentan, ya que la información anticipada y la concienciación es el medio disuasorio más fuerte para prevenir que ciudadanos bien intencionados e ingenuos sean engañados para unirse a estos peligrosos movimientos. En segundo lugar, tenemos que asegurarnos de que nuestros representantes de seguridad son entrenados en la metodología propia para la disolución de células de guerra híbrida, sobre todo en la dispersión de Revoluciones de Color y en la respuesta a la actividad de la guerra no convencional. Es muy importante que manejen las perturbaciones en desarrollo con delicadeza y eviten incitar inadvertidamente una reacción innecesaria a través de respuestas desproporcionadas y de mano dura. Los instigadores suelen tratar de engañar a las autoridades para que cometan errores por descuido que puedan explotar a través de los medios sociales en la generación de una corriente de sentimiento anti-gubernamental adicional que pueda ser canalizada a través de más actividad en la calle. Ya sea a través de estos u otros medios, su objetivo final es llevar a las calles a tantas personas como sea posible para que puedan funcionar como escudos humanos que protejan de la detención inmediata a los más violentos lanzadores de cócteles Molotov. Finalmente, la última estrategia de la Seguridad Democrática que he descubierto es el fomento de los movimientos patrióticos en la sociedad civil para salir en gran escala y en apoyo público de su gobierno. Esto lo vemos más claramente en la República de Macedonia, donde miles de personas han protestado contra los colaboradores de la revolución de color y han mostrado al mundo que ellos no quieren ningún cambio de régimen en su país. Es importante que los gobiernos de todo el mundo ayuden a fomentar este tipo de movimientos como defensas proactivas contra venideras tramas de revolución de color, como primera línea de defensa en respuesta a estas amenazas. Por otra parte, estas tecnologías de "Revolución de color-inversa" también pueden ser practicadas por ciudadanos patriotas para presionar a sus gobiernos a no cumplir con los controvertidos acuerdos pro-occidentales. Por ejemplo, la gente en Montenegro y Serbia ha experimentado con la aplicación disciplinada y selectiva de estas tácticas para tratar de convencer a sus líderes de dar marcha atrás en sus compromisos con la OTAN, teniendo cuidado de no llamar a un cambio de régimen o a la violencia. El uso positivo de la tecnología de la revolución de color es por lo tanto un nuevo campo de investigación que sin duda merece mayor atención. Rusia tiene el potencial real de convertirse en el centro mundial para el estudio y la formación en Seguridad Democrática. Si nuestros expertos pueden dominar estas tecnologías y adquirir una comprensión completa de cómo trabajan, podemos compartir este valioso conocimiento con nuestros aliados y aumentar nuestra importancia estratégica en el mundo. Es posible que un día podamos capacitar a representantes militares, de inteligencia y de la sociedad civil de nuestros socios aquí en Moscú, y por lo tanto dar a nuestro país una ventaja cualitativa en la salvaguarda de nuestro futuro colectivo multipolar. Para que esto suceda, sin embargo, necesitamos apoyo institucional inmediato para financiar proyectos de investigación relacionados y emplear en este esfuerzo a analistas calificados a tiempo completo. Si tenemos éxito en la construcción de una infraestructura de Seguridad Democrática integrada que sea más fuerte que la revolución de color que los EE.UU. está ya construyendo, entonces Rusia puede convertirse en el líder indiscutible de la resistencia global a la Guerra híbrida.

Las bases militares de EEUU en el extranjero minan la seguridad nacional y dañan a todos sus ciudadano. David Vine. 13 de septiembre, 2015. Tom Dispatch (fragmentos) Mientras EEUU no tiene en su territorio bases militares opermanentes de otros países, hoy existen alrededor de 800 bases militares de EEUU en distintos países. 70 años después de la II Guerra Mundial y 62 años después de la guerra de Corea, EEUU todavía tienen 174 bases sitio en Alemania, 113 en Japón, 83 en Corea del Sur, de acuerdo a datos del Pentágono. Cientos de otras bases tapizan el planeta en alrededor de 80 países, incluyendo Aruba y Australia, Bahrein y Bulgaria, Colombia, Kenya, Qatar y muchos otros lugares. A pesar de esto, pocos son los estadounidenses que saben de esta situación. EEUU tiene mas bases en tierras extranjeras que cualquier persona, nación o imperio en la historia. Sin embargo, los principales medios de comunicación rara vez informan al respecto. Casi ningún político se pregunta porqué EEUU tiene una base en territorio cubano menos se cuestiona si deberían tenerla. Nadie tampoco se pregunta si EEUU puede sostener esas cientos de bases en el mundo a un costo anual estimado de 156 billones de dólares o más. Rara vez alguien se preguntará como nos sentiríamos si China, Rusia o Irán cconstruyeran tan solo una base cerca de nuestras fronteras, menos aún dentro de los EEUU. Sin conocer las dimensiones de esa red mundial de bases, el autor Chalmers Johnson sostiene que “uno no puede siquiera comenza a comprender el tamaño y naturaleza de nuestras aspiraciones imperiales o el grado al que un nuevo tipo de militarismo está minando nuestro propio orden constitucional” Durante años he tratado de rastrear y comprender lo que he llamado “imperio de las bases”, como se titula mi libro. Mientras cierta lógica indicaría que esas bases hacen a los ciudadanos estodunidenses más seguros, el autor llegó a una conclusión opuesta: “de diversas maneras, nuestras bases en el mundo nos han hecho a todos nosotros más inseguros o menos seguros, agrediendo a todos desde el personal militar de los EEUU, sus familias, pasando por los locales que viven cerca de las bases hasta aquellos de nosotros que pagamos con nuestros impuestos ese transformación del mundo en una fortaleza”. La escala de la Nación de bases 800 bases en el mundo, fuera de los EEUU. DE todos los tamaños y formas. Algunas son del tamaño de una ciudad, pequeñas americas, como la Base Aérea Ramstein en Alemania, la de Kadena en Okinawa, y la poco conocida base aérea y marítima en Diego García, en el Océano índico. Otras estructuras en el mundo incluyen aeropuertos y puertos, complejos de reparaciones, áreas de entrenamiento, instalaciones de energía nuclear, zonas de testeo de misiles, arsenales, casas de repuestos y almacenamiento general, barracas, escuelas miliraes, puestos de comunicaciones y escuchas, y una creciente red de bases de drones. Son también parte de la Nación de Bases por sus funciones militares, hospitales militares, prisiones, establecimientos de recuperación, bases paramilitares de la CIA, establecimientos de inteligencia (incluyendo las prisiones secretas de la CIA). Incluso hoteles y centros de recreación en lugares como los Alpes Bavarios o Seul. En todo el mundo, los militares estadounidenses administran 170 canchas de golf. La presencia del Pentágono es aún mayor. Existen tropas norteamericanas y otro personal militar en cerca de 160 países y terrotorios extranjeros, incluyendo los pequeños grupos de marines que resguardan embajadas, o los grupos más grandes de entrenadores y asesores como los que hoy de mínima 3500 están en Irak. Sumado a esto están las 11 portaaviones. Cada uno es una base flotante. También tienen bases Gran Bretaña tiene 7 y Francia 8 en sus ex colonias. Rusia tiene 8 en repúblicas ex soviéticas. Japón por primera vez desde la segunda guerra mundial tiene una base en

Djibouti, en el cuerno de Africa, como Fuerza de Auto Defensa. Corea del Sur, India, Chile, Turquía, Israel, tienen al menos una base militar fuera de su territorio. Algunos informes indican que China estaría buscando establecer una base de ese tipo. En total todos estos países suman tal vez 30 instalaciones militares. EEUU tiene el 95% de las bases militares extranjeras. Antes de la Segunda G Mundial, esto era impensable. En 1940 de un plumazo el presidente Franklin D. Roosevelt firmó un acuerdo de “destructores por bases militares” con Gran Bretaña que instantáneamente le dio permiso por 99 años instalar bases en terrotiros coloniales británicos. La construcción de bases se dio rápidamente una vez que EEUU entro en la guera. Hacia 1945 EEUU construía bases a un promedio de 112 al mes. AL final de la guerra tenía 2000 bases. En sólo 5 años, los EEUU desarrollo la primera verdadera red de bases militares global del mundo, superando con creces al Imperio Británico donde el sol nunca se ponía. Luego de la guerra devolvieron casi la mitad de las bases militares, pero mantuvieron una estructura permanente. Crecieron durante la guerra de Corea y Vietnam, para luego volver a decrecer. Cuando la URSS explota en 1991, tenían 1600 bases, con 300.000 soldados solamente en Europa. Bajo desde entonces la cantidad de soldados en 60%, pero al estructura de bases s mantuvo. Hoy cerca de 250.000 tropas de EEUU están en todo el mundo. El número de bases bajó a la mitad del que había en 1989, pero el número de países donde hay presencia de bases de EEUU pasó de 40 a 80. Como cálculo conservador, mantener las instalaciones militares y las tropas cuesta al menos 85 billones de dólares en 2014. En conraste con la retórica invocada en torno a desparramar la democracia, los militares mostraron preferencia por instalarse en países antidemocráticos o despóticos, como Qatar o Bahrein. En Irak, Afghanistan, y Saudi Arabia, las bases de EEUU crearon terreno fértil para el nacimiento del radicalismo anti norteamericano. LA presencia de bases próximas a centros sagrados musulmanes en Arabia Saudi, funcionó como herramienta central en el reclutamiento por parte de Al Qaeda de Bin Laden. Mas que estabilizar regiones peligrosas, las bases militares extranjeras frecuentemente empeoran las tensiones militares, y desincentivan las soluciones diplomáticas para los conflictos. Colocar bases militares cerca de China, Rusia o Irán, por ejemplo, incrementa las amenazas a esos países y los alienta a responder haciendo crecer su propia actividad militar. Incluso a que muchos países busquen tener su propia base militar en territorio extranjero. David Vine es colaborador en TomDispatch, profesor asociado de antropología en la Universidad Americana en Washington, DC. Libros: Nación de Bases: de cómo las bases militares de EEUU en el extranjero lastiman a EEUU y el mundo.