regular, gracias a dios de jos� antonio labordeta r1.0.pdf

144

Upload: navegargratis

Post on 29-Sep-2015

89 views

Category:

Documents


18 download

TRANSCRIPT

  • En Regular, gracias a dios, Jos Antonio Labordeta recuerda su infancia durante la Guerra Civil, los aos pasados en Teruelrecin casado, su breve estancia parisina, sus vivencias como cantautor durante la Dictadura, la vida en Zaragoza y aquellaexperiencia maravillosa recorriendo Espaa con una mochila al hombro. Tambin reflexiona sin sentimentalismos sobre losdas pasados y el cncer que le ha postrado en esta etapa de su vida. Dejando de lado su actividad poltica ya cubierta en suanterior libro, Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados, Labordeta va hilvanando un retrato sentido y vitalde los aos pasados y sus amistades en un libro definitivo, escrito con una de sus hijas, y que aparece con motivo de su 75cumpleaos.

  • Jos Antonio Labordeta

    Regular, gracias a dios

    e Pub r1.0Ma ng e l o s o 02.05.14

  • Ttulo original: Regular, gracias a diosJos Antonio Labordeta, 2010Retoque de cubierta: Mangeloso

    Editor digital: MangelosoePub base r1.1

  • A todo el personal sanitario del HospitalMiguel Servet de Zaragoza.

    Con cario y respeto a todos losde la planta octava de Oncologa.

  • Prlogo

    Nueva memoria descoyuntada por el cncer de prstata, la quimioterapia y la amargura del tiempoque se va. La frase se la debo a un colega marroqu, que al preguntarle por su salud me respondi:

    Regular, gracias a dios.Supongo que dijo Al, que para m es dios con minscula.A fin de cuentas, sta es la explicacin menos dolorosa y ms ajustada que he encontrado para

    responder a todos aquellos que en estos das se interesan por mi mermada salud.

  • 1Das que callan

    Todo comenz en el verano de 2006, concretamente a principios del mes de julio. Durante aquellosdas, mi mujer; su madre, Sabina; mi hija ngela y Santiago, mi yerno; mis dos nietas y yo noshabamos quedado en una casita a las afueras de Zaragoza para, entre otras cosas, soportar algo mejorel calor y darles a las nias un espacio de libertad que difcilmente se encuentra en la ciudad.

    Aquel domingo haca tanto calor que el paisaje se vislumbraba ciego, sin perspectiva. Sinembargo, en lugar de tomar un gazpacho y unos buenos vasos de agua, nos comimos una paella, nosbebimos media botella de vino y no prescindimos de alguna cerveza a la hora del verm.

    En aquellos das yo me consideraba un hombre feliz. Era un abuelo al que ya no le quedabamucho tiempo para jubilarse y soaba con esos aos de no hacer nada: nada de nada que no meapeteciese. Como digo, aquel da habamos comido en exceso y pronto ca vencido por el sueo. Norecuerdo qu so, pero s recuerdo el rumor sordo de aquel lugar en las tardes calurosas, la luzcolndose tmida a travs de las contraventanas cerradas a cal y canto y los ecos de las voces de misnietas que llegaban desde el jardn.

    Mi intencin era la de permanecer en la cama durante el tiempo exacto que se prolongase la siesta,pero tristemente no fue as. De repente, la nebulosa comenz a adquirir tono de realidad y decid queya era hora de sumarme al mundo de los vivos.

    No pude, ya que cuando quise incorporarme me di cuenta de que era incapaz de estabilizarme;pens en mis cervicales, que aos atrs ya me haban jugado alguna que otra mala pasada. Y tanto enaquella ocasin como en sta no poda moverme, ya que si lo haca senta que el mundo que merodeaba era un mar bravo que pretenda engullirme.

    Cuando me sucedi la primera vez, el mdico, ms amigo que doctor, me dijo:Esto es cosa del caf y del tabaco. Jos Antonio, tendrs que dejar ambas cosas.Siempre haba sido un adicto al tabaco. De hecho, era de los que poda acostarme y levantarme

    fumando Ducados. El tabaco formaba parte de mi vida, una parte fundamental que se habaconstruido calada tras calada a lo largo de muchos aos. Sin embargo, debido a este percance, a loscuarenta y ocho dej el tabaco. Pero no pude con el caf.

    En aquello das, mientras permaneca inmvil en la cama, pens en que casi con toda seguridad amis setenta y un aos tendra que dejar el caf, cosa que me iba a costar un verdadero esfuerzo,porque del caf me gusta todo: aroma, olor, sabor, discurso, lugar Pero no fue as. El mdico vino acasa, me hizo unas pruebas y me dijo:

    Son las cervicales.Despus se sent junto a m en la cama, me recet unas pastillas y me dijo que no estara de ms

    que me hiciera unos anlisis.Hace cunto que no te haces un reconocimiento? me pregunt.Tres, cuatro aos dije.No hay ms que hablar.Nunca me han gustado los anlisis, pero qu bamos a hacer. Los das fueron pasando y las

  • cervicales mejoraron. Ya habamos vuelto a Zaragoza y yo crea encontrarme fuera de todo peligro,deseoso de cerrar la casa y marcharnos a pasar el verano a Villana, como todos los aos. Villana esun pueblo ubicado en el Pirineo aragons, al que subo cada verano desde hace treinta y ocho aos:para m es como un pequeo paraso, un retiro.

    Era un mircoles cuando baj al ambulatorio Ramn y Cajal y la hermana de mi yerno, ATS en elcitado centro, me extrajo la sangre con sumo cuidado y me dijo que en cosa de un par de horastendramos los resultados.

    Vuelvo sobre las doce le dije.Perfecto sentenci ella.A las doce en punto me estaba esperando. Seria y con rictus dolido.Jos Antonio, t sabes lo que es el PSA? me pregunt.No voy a saberlo?[1] le dije. Si lo fundamos entre Emilio Gastn y yo, junto a las

    gentes de Andaln.[2]

    Pues este PSA no tiene nada que ve con aqul dijo. Y adems, lo tienes altsimo.Ana, as se llama la hermana de mi yerno, me dijo que lo mejor era que me quedara en el

    ambulatorio, que iba a ponerse en contacto con un urlogo. Mi mujer, Juana, y yo nos quedamossentados en una de las salas que hay en la primera planta del ambulatorio sin saber muy bien qudecir ni qu hacer. Juana llam a una de nuestras hijas y con una serenidad forzada le explic lo queestaba pasando, le habl del PSA y de la prstata.

    Yo estaba callado, pensando en que para m el PSA era el Partido Socialista de Aragn y no unasiniciales que marcaban unos indicadores tumorales.

    El Ramn y Cajal es un edificio fro, construido en el ao 1962 por el arquitecto Garca Mercadal;est construido en ladrillo visto y es enorme, simtrico y demasiado fro. Sentado en aquella sala medio por pensar en el edificio y decid que a pesar de ser obra de Garca Mercadal a m el Ramn yCajal nunca me pareci un edificio notable; en aquellos momentos me result especialmente triste.Ana apareci enseguida.

    Te va a atender un urlogo que se llama ngel me dijo. Y adems es uno de los buenos.Result ser uno de los mejores: hijo de una muy buena amiga y sobrino de una mucho mejor

    amiga, con la que en su da habamos combatido por la democracia, la libertad y la ecologa. Conngel me entend pronto y pronto me dijo que las cosas no pintaban bien.

    Me cit para el da siguiente.Aquella maana mi mujer y yo abandonamos el Ramn y Cajal con la sensacin de que haban

    sucedido muchas cosas, pero sin entender muy bien la dimensin de esas cosas.Me voy hacia casa me dijo Juana. Mi madre estar de los nervios.Por aquel entonces mi suegra tena noventa y siete aos y estaba en un estado bastante delicado,

    debido a una demencia senil obsesiva, que a punto estuvo de volvernos locos.Yo prefiero ir a tomar un caf le dije, y ella me bes. Haca aos que no me daba un beso en

    mitad de la calle.Mis pasos se dirigieron hacia el caf Levante, para m el ms hermoso de Zaragoza, y finalmente

    opt por un pincho de tortilla y una caa. En el Levante siempre me he encontrado muy a gusto yaquel da quera un sitio de esos de toda la vida. Me qued en la barra, atrapado por el reflejo de susvidrieras y colgado en alguna de las fotografas de sus paredes, y pens que la vida vala la pena, a

  • pesar de este nuevo compaero de viaje del que apenas saba nada.Cmo va la salud, Labordeta? me pregunt un asiduo del Levante.Regular, gracias a dios le dije, y di un sorbo a la cerveza.Me supo magnfica.

  • Y por fin me desvirgu

    Al da siguiente all me encontraba yo, en una consulta neutra, frente a un urlogo que estabadispuesto a meterme el dedo por el culo para salir de dudas. Todo fue bastante rpido, creo recordar,y de pronto me sent absolutamente desvirgado y medianamente mareado. Tambin recuerdo quengel, supongo que para hacerme el trago ms llevadero, se haba untado el guante que cubra susdedos con una crema que ola a menta. Sent la menta en todo el cuerpo, en la garganta y hasta en lasaliva.

    Ya est afirm.Yo no dije nada.Efectivamente, tienes un tumor diagnostic. Y ahora lo que tenemos que ver es si ese

    tumor es maligno o benigno. En un par de das ingresars en el Servet[3] para hacerte una biopsia. Esuna prueba sin riesgo aadi. No tienes de qu preocuparte.

    Es raro cuando un mdico te dice eso: no tienes de qu preocuparte y t no haces ms que pensarque realmente deberas estar preocupado porque tienes un cncer y te van a meter en un quirfano.Son momentos extraos, llenos de interrogantes que no te atreves a formular, de dudas con las que teacostumbras a convivir y con una sensacin de desasosiego a la que todos los das tienes que vencer.

    Recuerdo que no hice ninguna pregunta, tampoco mi mujer; nos miramos y supongo que los dosintuimos que en aquel instante empezaba una nueva vida, que de alguna forma estara marcada por losmdicos, los hospitales y el maldito cncer de prstata.

    La verdad es que desde que recibo esa noticia en julio de 2006, y a pesar de los momentos negros,no he dejado que la depresin me gane en algunas ocasiones ha estado a punto, porque yoprocuro pensar que las cosas van a resolverse y se resolvern. Me estoy refiriendo al ao 2006 y, sinembargo, estas palabras las estoy escribiendo en 2009; han pasado ms de tres aos desde entonces ysigo vivo, hablando y contando esta historia.

    Ingres en la planta de Urologa del Servet una maana de jueves. Haca calor. No tardarondemasiado tiempo en bajarme a quirfano y mucho menos en subirme de nuevo a planta. Era un daluminoso que pas leyendo y escuchando la radio. Tena una extraa sensacin, estaba ingresado enun hospital, pero yo no me senta enfermo; entonces me di cuenta de que nunca antes, exceptocuando se produjo el nacimiento de mis dos nietas, Marta y Carmela, haba pisado un hospital. Mimujer siempre me ha dicho que soy un egosta, que cuando un amigo se pone enfermo, espero a quese cure y regrese a casa. Qu razn tiene! A m los hospitales no me gustan, me preocupan y meproducen un cosquilleo antiptico.

    Aquel da estuvo presidido por el silencio y la soledad. Al da siguiente vinieron mis hijas avisitarme y nos estuvimos riendo de todas esas cosas tan importantes que haban pasado a lo largo delos ltimos das. De pronto se escuch un golpe tras la puerta y de inmediato hizo su aparicin miamigo Luis Alegre. Luis es uno de los tipos ms vitales que conozco: le gusta vivir y lo que ms legusta es conseguir que la vida sea amable con todos sus amigos. Aquel da Luis no era el Luis con elque tantas veces he estado y mucho menos el Luis que abraza la vida con su inmensa risa.

    Hola dijo.Mis hijas y mi mujer se levantaron enseguida para besarlo.

  • Cmo va? me pregunt.Estaba junto a mi cama.Regular, gracias a dios le dije. Ya sabes que finalmente me han desvirgado le anunci.Intent sonrer, pero no pudo.Qu pasa? le pregunt.Mi padre. Se est muriendo. He pasado la noche con l. Est ingresado aqu, en el Servet, en la

    planta octava de Oncologa.Saba que tena un cncer, pero no que estuviera murindose. La informacin me doli

    doblemente: por un lado, me dola el dolor de Luis y de su padre; y por el otro, me dola saber que yotambin tena cncer. En aquella ocasin no comparta la habitacin con ningn otro enfermo y Luis,tras informarnos de su pena, cay desplomado en una de las butacas y comenz a llorar.

    Es muy duro ver cmo se consume dijo. Nos enteramos de lo de la enfermedad en enero yslo siete meses despus se nos marcha.

    Se me hel la sangre, porque yo no pensaba que me estuviera muriendo, ni que me fuera a moriren un plazo de tiempo tan corto.

    Luis sali de la habitacin con la misma capa de tristeza con la que haba entrado, su padre murien agosto de ese mismo verano y a m me dijeron a los pocos das que las pruebas haban dadopositivo, para m negativo: el cncer de prstata era maligno.

  • En el desierto zaragozano

    El verano de 2006 pas con ms pena que gloria, pero sobre todo pas sin Villana. Unos dasdespus de que a m me diagnosticaran el cncer de prstata, mi mujer decidi enviar a su madre,Sabina, a casa de su hermano, en Tarragona. Aqul fue un da doloroso porque Juana, una mujerextremadamente realista, supo que su madre no volvera a casa, que morira en Tarragona y si habaalgo que mi suegra deseaba era morir al lado de su hija, con la que haba vivido toda la vida y con laque haba mantenido una relacin excepcional, hasta que la enfermedad le ennegreci el pensamiento.

    Era una tarde de julio cuando mi sobrino Luis y mi cuada Conchita llegaron a Zaragoza pararecoger a Sabina, a la que bajamos en una silla de ruedas los aos le haban quitado la lucidez y elmovimiento a la mujer ms lcida y gil que yo he conocido, y a la que despedimos con una grandesolacin.

    Hija, hija, hija.Sabina slo pronunciaba esa palabra y a Juana se le abran las carnes y no poda decir nada que no

    fuera agarrarle las manos.Sabina, que Juana vendr a verte muy pronto dijo mi cuada. Mi sobrino y mis hijas

    miraban la escena y s que en el fondo deseaban que aquel coche arrancara cuanto antes.Abuela dijo una de mis hijas, enseguida estars de nuevo en casa.Sabina la mir con ojos perdidos y muy oscuros y con aquel silencio lo dijo todo.Hija volvi a susurrar mi suegra, a la que metimos en el coche con gran dificultad y a la que

    vimos salir de nuestras vidas con una sensacin de vaco e ingratitud que nos supo a infierno.Tengo que decir que Sabina era un ser especial, una persona querida y admirada por sus amigas,

    por todos nuestros amigos, por las amigas de mis hijas, por las vecinas. Cuando vivamos en Caminode las Torres, ella era un poco el alma de la casa, ella cocinaba, cosa, nos cuidaba, nos regaaba eincluso haca las veces de mi secretaria, informando a mis amigos sobre mi paradero e informndoseella de las cosas que a estos amigos les sucedan o preocupaban. Luego siempre me lo contaba y aveces me sorprenda la cantidad de historias que ella conoca y que yo ni siquiera intua. Luis Alegre,que adoraba a Sabina, siempre deca:

    Pero t, Jos Antonio, para qu quieres un contestador automtico si tienes a Sabina, que noslo te da el recado, sino que adems te cuenta cmo estn las cosas y cmo estamos nosotros, yaque siempre se interesa por lo que le pasa a este o a ese otro amigo?

    La vida de Sabina no fue un cuento de hadas. Tuvo el principio de cuento de hadas, ya queenamorada se cas con su marido, Luis de Grandes, cuando ella tena veintinueve aos y l acababade aprobar las oposiciones de notario. Su primer y nico destino fue Galicia y all tuvieron que sermuy felices, hasta que mi suegra se qued viuda, al cabo de dos aos de matrimonio, con una hija enel vientre, y sin saber qu hacer. Pero eran mujeres fuertes y con todo el dolor sin cicatrizar regres aZaragoza con su hijo de un ao y embarazada de siete meses, regres para vivir con su madre,tambin viuda, y con una ta a la que una bomba le haba destrozado su casa en Sigenza. Salieronadelante dejndose las manos y los ojos en la mquina de coser y secndose las lgrimas de tantamuerte: a los pocos meses muri uno de sus hermanos que estaba en el frente de Teruel, y quepadeca una grave afeccin de rin. Despus su padre y otro de sus hermanos. As que se pasaron

  • unos cuantos aos enterrando cuerpos y diciendo adis.Sabina ha sido una parte muy importante de mi vida. A veces pensaba que tanto dolor y tanta

    soledad le haban dado una piel y una serenidad diferente. Cuando haba algn problema, sabas queSabina lo iba a resolver y as era. Al principio Sabina viva con su madre, si bien pasaban muchastemporadas con nosotros. Cuando muri su madre se instal definitivamente con nosotros y connosotros sufri, celebr y vivi el recorrido de un matrimonio con tres hijas en la Espaa que avanzadesde la dictadura hasta la democracia. Tengo que decir que Sabina era una mujer catlica y yobastante agnstico, y algunas veces discutamos, nunca de forma acalorada, sobre temas de religin yhasta de poltica. Mi suegra, a pesar de los tiempos en los que le toc vivir, no era nadaconservadora.

    Sabina tena un gran sentido del humor y una innegable inteligencia y yo s que en el fondo lo dela iglesia y los curas lo haca ms por educacin que por conviccin.

    Como digo, ese verano fue extrao, echaba de menos Villana, los paseos y sobre todo tenanostalgia del mar y de mis nietas, cada vez ms seres humanos con su alegra y con sus pequeosdisparates infantiles. Recuerdo que Juana viaj a Tarragona en un par de ocasiones, y en aquellos dasde soledad la prstata se me haca ms prstata y Zaragoza ms desierto: apenas lea la prensa y lascosas que en otro tiempo me importaron mucho casi no me interesaban.

    El verano empez mal e iba a acabar peor. A principios de agosto Luis Alegre me llam paradecirme que su padre haba muerto y que lo iban a enterrar en Lechago, su pueblo. Enseguida mellamaron Flix Romeo y Pepe Melero y los tres quedamos al da siguiente para subir juntos hastaLechago. Fuimos en mi coche, un Volvo, y el viaje fue lento y socarrado como el verano.

    Dicen que el Volvo es un coche muy seguro dijo Flix, que lo dijo por decir algo.Si queris respond lo estrellamos y as comprobamos si es seguro o no. En aquellos

    das se era mi estado de nimo: macabro e irrespetuoso.Llegamos a Lechago a medioda y ese pueblo de la sierra turolense me pareci ms desbarajustado

    y humilde que nunca. Pronto aparecieron otros amigos: Mariano Gistan, ngel Artal, Cuchi, DavidTrueba, Jorge Sanz En Lechago, el cementerio est en la parte alta y para llegar hasta all hay quehacer un importante esfuerzo; es extrao el tiempo y los recuerdos, pero de esa tarde sobre todorecuerdo a Mariano, que por aquel entonces fumaba mucho, intentando subir la cuesta, venciendo alsobrealiento y detenindose unos metros ms all.

    Yo aqu me quedo. Que, para muertos, ya tenemos bastantes.La misa tuvo lugar en una iglesia muy recoleta. Luis estaba afectado, pero tambin estaba entero

    junto a su madre y sus hermanos. Supongo que s s por qu, aunque preferira no saberlo, peromuchas veces me viene a la cabeza una frase que Luis me dijo en esos das.

    Sobre todo, que te hagan rastreos, porque lo peor es la metstasis. Ojo con la metstasis.De acuerdo.Recurdalo, Jos Antonio. Recurdalo.Lo tengo metido en la cabeza. Tan metido como este cncer del que no puedo separarme. Pero

    aquel da entre todos supimos decirle adis a un gran hombre; el entierro fue diferente, risueo y sinamargura.

    Yo dira que fue como un entierro medieval, en el que lamentamos la muerte del muerto ycelebramos la vida que nos dejaba.

  • 2Desde el Colegio Alemn

    Aquel verano finalmente termin, pero ante la avalancha de cosas que haban pasado, y debido a lasensacin de soledad que en esos das me envolva, tuve tendencia a recuperar, como un mal imitadorde Marcel Proust, el tiempo no perdido, aunque s olvidado. Fue un verano de silencios y desde ellugar ms remoto de mi memoria recuper mi infancia, que recuerdo distante y feliz.

    Siempre que vuelvo a aquellos das reproduzco la misma escena: un nio que soy yo con sugorrita, sus guantes, su chaquetita, una cartera de cuero tipo mochila y un grueso abrigo en mimemoria siempre es invierno, esperando el tranva que a diario me llevaba hasta el lugar donde selevantaba el Colegio Alemn.

    Hay que pensar que estamos en el ao 1941. La Segunda Guerra Mundial anda entregandovictorias a los alemanes y el reaccionarismo hispano abre colegios de esta nacionalidad por todo elterritorio. El nuestro no estaba nada mal: un bonito chal en la calle Cervantes, con un gran recibidor,una bandera de Alemania con una gran cruz gamada en el centro, pasillos limpsimos, olor a cera pura,froilanes encantadoras y directivos un tanto militarizados en sus rdenes y en su manera de tratara los nios y nias porque este colegio, por raro que parezca, y en una Espaa tan reaccionaria yclerical, era mixto y as puede comprobarse en las fotos hechas en los das de Pascua, cuando nosbajaban al inmenso jardn de la parte trasera del edificio a la bsqueda del huevo pascual.

    No s si era feliz o no, supongo que era demasiado nio, pero a da de hoy no guardo en mimemoria ms que el sabor del fro esperando el tranva en la plaza Espaa para subir al ColegioAlemn. Slo eso. Ninguna cancin, ninguna frase o palabra del idioma germnico.

    El tiempo pasa y en la cuneta se van quedando los sueos y las preguntas que nunca te atrevistea formular. Yo siempre hubiera querido saber por qu mi padre decidi llevarme a un colegio nazi,cuando l era un republicano represaliado al que el fascismo franquista le haba arrebatado su ctedrade Latn y lo haba abocado a la pobreza. A da de hoy, pienso que si no hubiese sido porque era untipo combativo, luchador y que se puso desde el ao 1921 a dirigir un colegio seglar y bastanteprogresista llamado el Toms o el Central, mi familia las hubiera pasado canutas.

    Y mientras l sacaba adelante, y como buenamente poda, el colegio Santo Toms de Aquino, yoandaba de jovencito estudiante en el Colegio Alemn, sin comprender muy bien lo que sucedaalrededor mo. Recuerdo que mi padre todas las noches escuchaba Radio Londres junto a mis doshermanos mayores, Miguel y Manolo. Lo hacan como si se tratara de un ritual y de la misma manerasealaban en un atlas Salinas la marcha de los combates. Para ellos era algo importante.

    Una noche, yo dorma cerca de donde ellos se reunan, o un grito de alegra y mi hermanoManolo dijo:

    Despus de esta derrota de Stalingrado, Hitler ya puede darse por muerto. Padre, los handerrotado brutalmente.

    Yo no saba dnde estaba Stalingrado. De Hitler saba algo ms. Tena siete aos y pronto entendque lo que para mi padre y mis hermanos era bueno, no lo era para el Colegio Alemn, ya que a lamaana siguiente las froilanes y los directivos, entristecidos, nos reunieron en el jardn y nos

  • hablaron mal, muy mal de Rusia y de sus asesinos. Al final alguien nombr la ciudad de Stalingradocon tal odio que se le envenen la boca, intentando envenenar tambin la nuestra.

    A los pocos meses mi padre me dijo que el colegio iba a cerrar, y a m no me extra del todo, yaque gracias a ese atlas Salinas, yo tambin saba que Alemania iba perdiendo la guerra. Durante lacomida mi padre aprovech para informar a mi madre y al resto de mis hermanos del cierre delcolegio y de su decisin inamovible de que, al igual que el resto de mis hermanos, yo tambin iba aestudiar en el colegio familiar. Recuerdo que respir tranquilo, ya que a pesar de que el ColegioAlemn me resultara un lugar bonito y limpio, yo quera estar, al igual que el resto de mis hermanos,en el colegio de mi padre, un lugar para m de ensueo, quizs algo destartalado y menos ordenadoque el alemn, pero sin duda un espacio en el que me iba a encontrar mucho ms a gusto.

    A lo largo de aquella velada me entraron ganas de preguntarle a mi padre el porqu de mis aos enel Colegio Alemn. No me atrev y cuando pudo llegar la hora de hacerlo, muri y yo me qued conesta pregunta atada a la piel.

    Al cabo de los aos un da mi hermano Miguel me dijo:Para l era importante que no te llamasen de la cscara amarga, como a nosotros. Quera que

    tu historia y tu vida fuese otra.A veces pienso en mi padre y pienso en eso de la cscara amarga y en aquel niito que obediente

    y con fro suba hasta el Colegio Alemn sin comprender muy bien la razn. Mi padre no lo lleg asaber nunca, pero yo era mucho ms de la cscara amarga que ninguno de mis hermanos. O quizsiempre lo supo.

  • Mi padre

    Mi padre era un hombre especial. Naci en una familia humilde, campesinos, hijo de una monegrinade La Almolda que qued viuda demasiado pronto. Desde nio tuvo que soportar la pobreza y ladureza del seminario y tambin muy joven tuvo que trasladarse a Zaragoza con su nueva familia: sumadre haba enviudado y puso de padrastro a un tipo grotesco por el que mi padre no sinti nuncaningn cario. Lo ms carioso que recordaba de aquel hombre era cuando, coincidiendo con aquellosdomingos en los que haba toros en la plaza, deca:

    Arreglaos, rpido. Os llevo a los toros.La primera vez se lo creyeron. Luego ya saban en qu consista aquella fiesta: dos vueltas por la

    parte exterior, ver la entrada de los matadores y a casa, hasta que llegara el momento de volver alseminario, que para mi padre curiosamente era una liberacin no palpar la pobreza ni escuchar aaquel hombre que tan lejos estaba de su verdadero padre.

    Supongo que en algn atardecer de libertad seminarstica y mientras paseaba por las orillas delEbro, encontr el amor en el rostro de una joven plida y hermosa, que le anim a no cantar misa. Mipadre abandon la sotana y se cas con aquella muchacha natural de un pueblo cercano al suyo,Azuara, en el ao 1922. Mi madre, que se llamaba Sara, haba pasado all su infancia, pero porproblemas polticos tuvieron que abandonar Azuara para que su padre se estableciera comoadministrativo en una gran industria qumica instalada en Zaragoza.

    Una vez casados, decidieron hacerse cargo del colegio de Santo Toms por un traspaso de cienmil pesetas que un to suyo, que viva en Filipinas, les prest. Nunca regres a por las pesetas, apesar de que mi padre y mi madre siempre las guardaron; y mi padre, cuando se refera a l, deca:

    El destino existe, si no cmo bamos a tener este colegio. Fue gracias a un to vuestro nosdeca, y aunque conocamos la historia, dejbamos que volviera a contrnosla.

    Mi padre fue un hombre alegre y muy rumboso, y sus sueos pasaban por tener en su pueblonatal una buena partida de olivares, llegar al pueblo de Goya, Fuendetodos, conduciendo un Buickamarillo bajo el gritero de los muchachos, pagar unas vacas nunca tuvo una perra y planificar unpartido poltico que bajo las alas de la Izquierda Republicana pusiera a su tierra en primera fila.Tambin era un hombre cuerdo y as lo demostr la tarde del ao 1935, en que unos alumnos suyosvinieron a buscarlo para avisarle de que en una iglesia abandonada, prxima al colegio y dedicada a unsanto extrao llamado san Juan de los Panetes, se haban encerrado unos alumnos, tambin del SantoToms, que eran de Falange.

    Don Miguel, desde fuera los estn asediando con la intencin de abrasarlos dentro.Mi padre no se lo pens. Baj la gran escalera y le dijo a mi madre que a esos chavales, pensaran

    lo que pensaran, no iba a dejarlos solos. Y no los dej. Tampoco ellos abandonaron a mi padrecuando el 7 de agosto del ao 1936 la polica vino a buscarlo a casa acusado de ateo, masn ycomunista.

    Mi hermano Miguel me cont aos despus que aquellos tipos con pistola y muy malos modalesdeshicieron la casa, la registraron de arriba abajo buscando documentos secretos, si bien sloencontraron una virgen del Pilar envuelta en una manta.

    Y ahora qu? pregunt mi madre, pensando que con el hallazgo de la virgen el entuerto

  • quedaba resuelto.A la comisara dijeron ellos.Pero por qu?Eso ya lo veremos.Estaban bajando las escaleras cuando aparecieron, con unos enormes pistolones al cinto, los

    mismos muchachos que l haba liberado un ao antes en San Juan de los Panetes.Dnde lo llevan? pregunt uno de ellos.A comisara.El mismo que haba formulado la pregunta se acerc hasta uno de los policas y le susurr algo al

    odo. Nunca supimos qu le dijo, lo que s fue verdad es que a mi padre lo soltaron de formainmediata. As que todos los 7 de agosto, festividad de San Cayetano, tenamos que asistir a unamisa: mi padre estaba convencido del milagro y eso haba que agradecrselo al santo.

    Fueron aos duros, ya que la guerra estaba en pleno apogeo. Zaragoza era franquista por silencioy por terror. Y las clases en el colegio de mis padres se haban suspendido, de manera que toda laparte del viejo edificio, que se dedicaba a internado para alumnos de los pueblos, fue ocupada pormutilados de guerra. Yo, que apenas tena altura para andar solo por los pasillos, jams olvidar laimagen de aquellos hombres que se arrastraban sobre sus muletas, con los brazos en cabestrillo, suscabezas vendadas y su mala leche, que la tenan a gritos. Odiaban a los rojos, a los italianos, a losfascistas. Slo odiaban y ese tono y sabor durante aquellos das lo fue inundando todo.

    Una de las partes ms ocultas de aquel edificio, la que se ubicaba al final del internado, sin apenasluz y flanqueada por dos grandes tabiques, la fueron ocupando familiares de mi madre, que comopudieron salieron de sus pueblos y buscaron refugio y comida en casa de sus parientes. Los haba dellado nacional, como un to cura, y tambin del bando republicano, siempre temerosos. Algunas veceslas mujeres se enzarzaban en rias y mi padre tena que poner orden y paz, recordndoles que todosestaban all clandestinos.

    Yo no deca el cura.T tambin, que en tu pueblo acabaste comindote todas las palomas del palomar de la iglesia

    y el alcalde todava te anda buscando. As que calla.En el ao 1937, retirado el frente hacia Valencia, mis padres reabrieron el colegio, y aunque todo

    quiso volver a la normalidad, nada fue igual. Mi padre, que como digo era muy rumboso, siguicelebrando su cumpleaos el 1 de noviembre invitando a todos los alumnos y profesorado a una copade moscatel y a unas rosquillas, que entre todos preparbamos en un horno cercano.

    Cada ao ms sabrosas deca, ao tras ao, uno de los profesores del colegio.Cada ao con ms hambre responda mi padre.Pero ante todo mi padre fue un gran seor y de ese buen hacer dan cuenta muchos de los hijos

    represaliados por el franquismo y que no podan pagar el recibo de la mensualidad. l se loperdonaba porque era consciente de que la guerra haba destrozado muchas familias; siempre deca lomismo a la humillada madre:

    Cuando pueda el chico, ya me lo pagar.Y siempre, a lo largo de su vida, vio que muchos de aquellos muchachos, mdicos, notarios,

    abogados, profesores venan no a pagar, sino a agradecerle y ponerse a su disposicin.Cuando muri a los cincuenta y tres aos por un descuido mdico, nos pidi que lo

  • envolvisemos en un hbito franciscano y en un da luminoso lo enterramos en un humilde nicho, conuna enorme asistencia de alumnos y alumnas. Mi madre estaba orgullosa: vestida de negro y con laslgrimas ocultas bajo sus hermosos ojos azules, permaneci quieta, protegida por sus hijos ysabiendo que a ese hombre lo echara de menos todos los das de su vida. Cuando muri mi padre, mimadre qued como hurfana, pero gracias a mi hermano Donato, que era el pequeo, consiguiaprender a vivir de nuevo contemplando su belleza clara y su risa disimulada. En muchas ocasioneshe pensado que Donato lleg a casa para salvar a mi madre.

    El viejo colegio, con los aos, se fue perdiendo en el tiempo y por eso hoy he querido recordarloy estrechar mi memoria con la memoria de compaeros y profesores, junto a los que me empap deaquellos lentos atardeceres que se cubran de negro, al tiempo que la sirena del Mercado Centralanunciaba su cierre. A mi padre le gustaba ese sonido y ese tono, y algunas veces me peda que meacercara junto a l hasta uno de los balcones, y en voz muy queda me deca:

    Hay imgenes que permanecen en nuestra retina para siempre. sta ser una de ellas, hijo.Cada vez que veo el Mercado Central me acuerdo de l y de mi madre y de mis hermanos y de

    aquellos aos de internado y carbn. El carbn, recuerdo, estaba por todas partes en aquel edificiotan destartalado: de las bodegas hasta la inmensa cocina, donde quedaba almacenado, parapermitirnos sobrevivir a la rutina y al duro invierno.

    Siempre el carbn. En el caso concreto de mi hermano Luis el carbn lo fue todo e impregn suvida de un color triste y oscuro que de alguna forma nos tatu a todos. Haba pasado el duroinvierno; aqulla era una maana soleada de principios de marzo y Luis, que tendra unos catorceaos, andaba escalando entre los montones de carbn que an quedaban apilados entre la cocina y unpequeo rellano que comunicaba la cocina con unas grandes escaleras, que descendan hacia el colegioy el internado. Mi madre estaba en la cocina, de repente escuch un ruido seco y supuso lo peor. Alsalir vio que Luis no estaba en el rellano: los pedazos de carbn estaban esparcidos por el suelo y mihermano permaneca inmvil al final de la larga escalinata. Mi madre corri hasta l; enseguida sesumaron Miguel y Manolo y pronto entendieron que las cosas no iban bien. Jugando entre el carbn,Luis haba resbalado y haba cado escaleras abajo quedando inconsciente. Tard en recuperar laconciencia y cuando lo hizo ya no era el mismo Luis. Ahora era un hombre enfermo que sufraataques epilpticos de forma habitual y que poco a poco slo encontr consuelo en la religin y enlos belenes que Navidad tras Navidad creaba en uno de los cuartos del internado: mesas de grandesdimensiones, cubiertas de un gran mantel sobre las que se ubicaban cientos de figuras, algunas de lascuales tenan por cabeza un garbanzo, ya que el tiempo haba destruido la original. En aquellosbelenes tambin haba ros y montes y un gran cielo repleto de estrellas y luces. Luis se pasaba horasfrente a aquellos belenes que construa todas las navidades: miraba las figuras, las acariciaba y cadada haca que los Reyes Magos avanzasen un paso en su camino hacia el portal. Todo era perfecto ensus belenes; en su vida no, y eso hizo que mi hermano Miguel sufriera mucho aquella enfermedad,quiz porque siempre estuvo en casa junto a Luis y mi madre, quiz porque no entenda cmo aquelchaval activo y culto iba reducindose a nada que no fuera or misa y pegar las rodillas al suelo paramurmurar y llorar.

  • Rutina y colegio

    A las nueve en punto de la maana sonaba un campann, que estaba colgado en el ventanuco delretrete de las alumnas. Era la seal para que la jaura, que andaba perdida entre juegos, cigarrosclandestinos y primeros amores, atravesara el enorme portaln del viejo palacio para instalarse cadauno en su aula: los pequeos a grandes zancadas suban hasta el ltimo piso; los bachilleres sequedaban en la primera planta.

    El bullicio an se mantena durante unos segundos, hasta que los gritos de los cuidadores seelevaban hasta el aullido y el silencio llegaba y se estableca como un manto helado. Recuerdo cmoiba extendindose ese silencio y cmo llegaba hasta el alto desvn donde se asentaban los alumnospequeos: con ocho aos yo tambin estaba all y pas del olor a cera y la frescura y limpieza de misfroilanes al agrio olor de las alpargatas y al desvencijamiento de los maestros, que presentaban un airecansado y una infinita tristeza, reflejo de la Guerra Civil. Todo era convulso: los viejos bancos dondenos sentbamos de cuatro en cuatro, la escasa luz que entraba por los pequeos y altos balcones, lastmidas compaeras, los rezos matinales y el Cara al sol[4] de brazo extendido, que el rgimenobligaba a que se cantara en todos los centros escolares todas las maanas.

    En verano el calor agrietaba los techos bajo tejado y en invierno los tmidos radiadores apenas sinos quitaban el fro de las maanas envueltas en niebla, viento o nieve. La nostalgia del Alemn se meiba perdiendo aunque, de vez en cuando, echaba de menos aquella pulcritud y esa forma casiencantadora de hacer y decir las cosas. Luego descubr que en el recuerdo inmediato e infantil todo sedulcifica y el Colegio Alemn era fino y pulcro, no tan encantador.

    En el Santo Toms no haba huevos de Pascua, pero en primavera haba unos ejerciciosespirituales francamente divertidos. Durante tres das los alumnos y alumnas bajbamos a la hermosaiglesia de Santa Isabel o San Cayetano, donde estn las cenizas del humilde Juan de Lanuza, yadormilados en los bancos asistamos a una misa rpida que destilaba un sacerdote de la casa, donEmilio, que era el que mejor liaba los cigarrillos de picadura. La tercera jornada era especial; aquel da,todos esperbamos emocionados el gran momento: el primo cura de mi madre, el que se haba comidotodas las palomas, se revesta, suba al plpito y a voz en grito nos condenaba a todos.

    Pecadores, que sois unos pecadores! gritaba. Iris todos al infierno y en el fuego eternoos condenaris. Aqu os lo digo y desde aqu os condeno: pecadores ms que pecadores, que soistodos unos pecadores.

    Pero el momento cumbre era cuando, sacando casi medio cuerpo del barandado del plpito, nosgritaba todava un par de tonos ms altos, aquello de:

    Y vendr una mano peluda! le gustaba refrotar el aire moviendo la mano, y se os llevaral fuego eterno!

    No haba paz en el discurso y los alumnos ms jvenes, los recin llegados, emocionados poraquellos gritos, se rean entre ingenuos y nerviosos sin entender muy bien qu pasaba; los msveteranos sabamos que aquel instante anunciaba el fin de los ejercicios espirituales y presagiaba lallegada de las flores de mayo, que entonaramos unos das despus como cursis adoratrices.

    La realidad es que llegu a lo que se llamaba Primera Enseanza con un vaco total, ya que losalemanes no parecan tener ninguna prisa en adelantar a los nios en conocimientos sin duda les

  • interesaban ms otras cosas que tenan mucho que ver con la ideologa y muy poco con la enseanza. Sin embargo, en el Santo Toms mis colegas ya saban sumar, restar, multiplicar y algunos hastadividir. Lean de modo soporfero lecturas patriticas y el recreo, como no haba jardn ni campos dedeportes, lo pasbamos en las aulas dando gritos y lanzndonos los unos a los otros restos de pan delos humildes bocadillos. Luego llegaba el guardia con sus amenazas y su mano alzada, y la pazvolva, y con ella las tablas de multiplicar, la geografa y el arte.

  • Aquellos maravillosos profes

    Desde siempre el profesorado del Santo Toms de Aquino se caracteriz por su ideologa ms bienliberal, en unos aos en que ser liberal y de izquierdas estaba muy mal visto. Todos recordaban, mipadre el que ms, la terrible cacera que se organiz por los tejados de las casas que colindaban con elcolegio contra el profesor de matemticas, comandante Sis, por ser un hombre de la cpula delPartido Socialista. Era agosto de 1936 y se tena ms calor que miedo. Mi padre jams olvidara elruido brutal de su cuerpo al caer desde el tejado y el posterior grito de uno de los militares desde lacalle, diciendo:

    Y el prximo t, Labordeta!El odio en aquellos das era intenso y con l aprendimos a vivir. A mi padre esa terrible frase le

    hizo despertar ms de una noche envuelto en un sudor hmedo y agrio. Sin embargo, si bien nuncalleg a ser el prximo, siempre tuvo esa espada de Damocles sobre su cabeza, aunque nunca fuera losuficientemente pesada como para hacerle olvidar su compromiso, compromiso que le llev a llenarsus aulas, tras la guerra, de maestros y profesores que llegaban desde las crceles franquistas, desde larepresin y desde el hambre.

    El maestro Gilaberte, militante del sindicato FUE, apareca siempre en las clases con un aspectocasi mortal y tan plido que todos estbamos convencidos de que estaba tsico. Efectivamente, murien un sanatorio antituberculoso, porque los ocho aos de crcel ms los tres de campos deconcentracin le haban minado los pulmones.

    Mi padre le abri la puerta, porque de chaval haba sido alumno del colegio y por ninguna razniba a dejarlo en la calle. Mi madre le dijo que no lo aceptara, que ya estaba bien de enfermos y derojos, que cualquier da el que iba a acabar en la crcel era l.

    Puede le dijo mi padre. Pero Gilaberte no se va a quedar en la calle por culpa de nuestromiedo.

    A veces pienso que mi padre era tan cristiano y republicano que ambas cosas le hacan ser comoera: un tipo austero y bondadoso que siempre crey en el hombre. Para m, un hroe. Gilaberteestuvo con nosotros unos cuantos aos, no muchos, porque muri joven.

    El da de su entierro mi padre nos llev al cementerio a los cinco o seis alumnos mejores de suaula. No llor por su muerte, pero s me aterroriz la misa triste y fnebre que un mal encaradofranciscano recit en una pequea sala adjunta a las tapias del cementerio: tena ganas de vomitar yminutos despus lo hice en la calle. Vomit y pens que la vida era una mierda y que yo no quera serGilaberte. Tampoco estaba muy seguro de querer ser mi padre.

    A pesar de que los aos no se detenan, nunca supe demasiadas matemticas y slo llegu ainteresarme y a entender la trigonometra que se daba en quinto de bachiller cuando nos ponan lospantalones de golf en lugar del pantaln corto gracias a un personaje, tambin desahuciado por elfranquismo, y llamado don Enrique Moliner, hermano de Mara la del diccionario, quien habaperdido su ctedra en la Universidad de Madrid y su puesto como cientfico en el servicio deMeteorologa. Era un tipo brillante que Madrid perdi y que ganamos los alumnos del Santo Toms.Con su pipa humeante y su humor oscuro, don Enrique nos enseaba aquella cosa tan divertida, queeran los senos y cosenos.

  • Por aquel entonces mi hermano Miguel acababa de iniciar sus estudios en la facultad ycasualmente en el recinto universitario se encontr con Ildefonso Manuel Gil, que antes de la GuerraCivil haba publicado novelas y poemas de muy buena calidad.

    Mi hermano lo admiraba y se acerc hasta l. Le pregunt por su situacin y l le dijo:Acabo de salir de la crcel y la realidad es que no tengo donde caerme muerto. La militancia

    socialista me persigue por todas partes.Miguel no se lo pens dos veces y le ofreci trabajo en el Toms. Gil era licenciado, aunque en

    aquellos aos la verdad es que eso era lo de menos. Fue un magnifico hallazgo y muchos de aquellosjvenes que fuimos sus alumnos siempre recordaremos sus clases, de una extraordinaria categora,frente a la cutrez ideolgica y cultural del momento.

    Ildefonso public en aquellos aos una historia de la literatura universal y gracias a ese libroconect con uno de los pocos profesores de vala que haba en la facultad de Zaragoza: FranciscoInduran, quien le ofreci la posibilidad de irse a Estados Unidos. Ildefonso se fue, se escap delagobio de la memoria de los ltimos acontecimientos histricos. Tardara en volver y en una de susnovelas critic los sueldos bajos que pagaba mi padre. Tena razn y nadie en casa se sinti ofendidopor aquellas afirmaciones, pues quien contaba con el ms bajo reconocimiento econmico era mipropio padre, que las pasaba canutas todos los fines de mes para poder pagar los pequeos,humildes y escasos salarios.

    La llegada de un nuevo profesor, en este caso un tal Pedro Dicenta, de los Dicenta autoresteatrales y actores, nos iba a producir a toda una generacin de adolescentes un impacto increble.Dicenta traa la libertad y sus clases y sus tertulias llegaban con un aire nuevo. Leamos en clase aLorca, a Alberti, a Neruda, pginas de Maiakovski, o de Stendhal. l tuvo la culpa de que muchos denosotros comenzramos a ser unos repugnantes intelectuales.

    Todos los 7 de marzo entonces da de Santo Tomas de Aquino el colegio preparaba paraeso mi padre era nico unos festejos inimaginables para aquel tiempo. Con la llegada de Dicenta yla colaboracin de mi hermano Miguel aquellas fiestas fueron alcanzando un bellsimo tono literario,que con el tiempo quedara fijado en una revista que llevaba por ttulo Samprasarana. Eran dasfelices, en los que como mocitos pintureros intentbamos olvidarnos del gris acontecer de la rutinadiaria, si bien de vez en cuando los suicidios literarios de Dicenta y sus escondidas entre la viejamilitancia del PCE nos ponan a todos, pequeos provincianos, ante la evidencia del tiempo tanoscuro en el que nos haba tocado vivir.

    A lo largo de los aos nos acompaaron profesores de un altsimo nivel, como fue el caso deFederico Torralba, crtico e historiador del arte, rechazado por las miserias de una msera universidad.Y pasaban los meses, y con el tiempo aparecieron por el profesorado gentes como Rosendo TelloAina, excelente poeta y tipo realmente inagotable.

    Los aos ennegrecan cada vez ms al Central, que permaneci abierto hasta el ao 1977. Con lademocracia cayeron por los diferentes colegios Santo Toms de Aquino que haba en Zaragoza mifamilia llegara a fundar tres jvenes radicales, que luego encabezaron manifestaciones contra elmismo centro en el que ellos trabajaban. La cultura de Mao haca aicos la dignidad de las personas yno nos quedaba ms remedio que limpiar en los muros del colegio las pintadas escritas por aquellosseguidores que, a la maana siguiente, saludaban a mi hermano Miguel como si nada pasara y dabanclases de filosofa con un tono bastante aburrido.

  • Recuerdo la humillacin que senta borrando esas pintadas; tambin la incomprensin hacia mihermano.

    Maana habr que saludarles le deca.Maana les saludaremos me contestaba.Por el humilde claustro en general pas gente excepcional: Gonzalo Borrs, sabio del mudjar, y

    Eloy Fernndez Clemente, el ms movilizador de toda nuestra cultura. l cre Andaln, la GranEnciclopedia Aragonesa, los libros sobre la Gente de Orden y todava hoy tiene nimo para seguir enel combate cultural a pesar de que, como l ha explicado en alguna ocasin, en un momento dado letoc apechugar con propuestas con las que l no estaba de acuerdo, pero la mayora s.

    Y la mayora era la mayora; aunque esa mayora consiguiera dar con tus huesos en la crcel.Un da, aquella generacin de alumnos abandonamos el Central y a duras penas hicimos aquello

    que se llamaba Examen de Estado, y en julio ya ramos bachilleres, como el de don Quijote. Enseptiembre, por aquello de que era una carrera con muchsimas salidas, empec Derecho. As lo habadispuesto mi padre, que creo que soaba con que yo fuera procurador o abogado, nada de profesor oescritor. Para eso ya estaba mi hermano Miguel.

    Sin embargo, mi padre muri antes de que acabase la carrera de Derecho y yo, traicionando sudeseo, me pas a la Facultad de Letras, tan mortalmente aburrida, pero tena que sacar un ttulo yconvencer a mi madre de que mi futuro no pasaba ni estaba en la Facultad de Derecho.

    T padre quera para ti algo mejor me dijo en una ocasin mi madre. Mi madre no era unamujer muy habladora.

    Puede le contest. Pero soy su hijo y para mi suerte o mi desgracia me gustan las mismascosas que a l. Odio el Derecho.

    Nadie en mi casa cuestion mi decisin. Si bien hasta que llegara ese momento an tendran quepasar muchas cosas en la vieja casa de El Buen Pastor.

  • 3A la deriva

    A veces pienso qu hubiera sido de m si hubiese acabado la carrera de Derecho. En el fondo, era unapersona obediente y quera a mi padre, as que si l no hubiera fallecido, quiz yo habra sido abogadoo algo as.

    En estos momentos sigo esperando, y la espera, creo, es el peor de los males. No s cul ser elfinal que me espera al lado de este cncer y la verdad es que paso muchas horas recostado, leyendo,escuchando la radio, acordndome de la gente que he amado y de aquella a la que no am tanto. Enestos das de final de verano me viene a la mente el momento en el que naci mi hija mayor, enZaragoza, all por el ao 1965.

    Recuerdo su rostro, casi como si lo acariciara ahora, y su mala leche posterior. Ana llorabacontinuamente y de tanto llorar se sac una hernia. Era insoportable y yo, padre primerizo, pensabaque si eso era la paternidad quizs hubiera sido mejor no intentarlo. Ana lloraba despierta y dormiday sus ideas eran maquiavlicas: por la noche, mientras la casa dorma, se quitaba los paales y serociaba con su propia mierda. Juana lloraba cuando la vea al da siguiente, dormidita, y con aquelolor.

    Son imprecisos los recuerdos, pero no tanto los rostros que recuerdas o el porqu de los mismos.Difcilmente olvidar las lgrimas de mi segunda hija despus de que una puerta de hierro ledestrozara el dedo. ngela era buena, dcil y callada, y aquel da lloraba con tanta fuerza que yopens que su dolor tena que ser insufrible; apenas si la habamos odo llorar. La abrac fuerte, lo msfuerte que pude y sent que su dolor era inmenso, tan inmenso que hubiera querido ser dios o algo as,acariciar el dedo de mi nia, que ya estaba totalmente negro, y acallar su dolor. Ahora tambin megustara que algo o alguien tocara mi rostro y calmase mi pena y mi desasosiego.

    Paula lleg en octubre, con la cada de las hojas y el otoo. Yo la llamo Tsunami, por carcter yenerga; tambin por su capacidad de amar, que es inmensurable. De mis hijas, con Paula es con la quems he convivido. Con ella compart piso en Madrid en los aos que estuve de diputado; primero enla calle Hernn Cortes y luego en Colombia. Luego me vine a Zaragoza y en cuanto supo ella que lascosas con mi enfermedad no iban demasiado bien, hizo las maletas y se vino para aqu, rompiendouna vida a la que llevaba atada desde los dieciocho aos. Espero que haya sido para bien. Paula merecuerda especialmente a mi hermano Miguel, tambin a mi madre. Y en cuanto la miro s que es delos mos y lo s porque su manera de ver las cosas y el mundo se acerca demasiado a todos los quesalimos y vivimos en El Buen Pastor.

    Siempre los recuerdos que, ahora que no puedo ni me dejan salir de casa, son los nicos que mesalvan de tantas horas de abandono; los recuerdos que una y otra vez me llevan hasta el lugar dondepas mi infancia y mi juventud, all en la casa de El Buen Pastor.

  • Tardes de gloria

    El colegio tena el aire de un tmido republicano; en parte porque muchos de los chicos y chicas eranhijos de represaliados que acudan a mi padre con la esperanza de que les hiciese un hueco en elatiborrado y viejo edificio. Por la maana se cantaba el Cara al sol y se lean, con innegableaburrimiento, pginas del Quijote. Muchas veces las bofetadas salan disparadas hacia nunca se sabadnde, pero siempre haba alguien que, sorprendido, las reciba. Eran aquellos tiempos de la letra consangre entra y ser nio una desgracia como otra cualquiera.

    Para evitar desviacionismos ideolgicos, los idelogos de la Dictadura obligaban a las mentes queno estaban de acuerdo con el sistema a aceptar ste de diferentes maneras: crceles, exilios forzosos,exilios interiores y, sobre todo, silencios. Si se alzaba la voz haba que hacerlo con la voz delRgimen; para que esto fuera as las autoridades vigilaban, de un modo un tanto chusco, el devenirideolgico de los ciudadanos.

    A lo que se dedicaba mi padre, director de un centro escolar de ambos sexos en la Espaa de losaos cuarenta, no se saba muy bien por qu pero produca un cierto sarpullido ideolgico a los msreaccionarios, a los que sin duda lo que ms les habra gustado es que aquel lugar desapareciera.

    Un da el gobernador civil convoc a mi padre y le comunic la obligatoriedad de crear, dentro delcentro y con los alumnos, una centuria de Falange, cuyo nombre sera Belchite, lugar donde habanacido mi padre, pero que paradjicamente haba sido adoptado por Franco: supongo que las ruinasdel viejo Belchite, bombardeado una y otra vez en la guerra, tenan mucho que ver con esa decisin.

    Mi padre regres al colegio entre compungido, dolorido y divertido. Nos reuni a los alumnos desexto y sptimo de bachillerato y ley la siguiente orden: Se nombra jefe de la centuria a VicenteCazcarra; subjefe a Jos Antonio Labordeta, y a varios compaeros como mandos intermedios.Hubo cachondeo, poco, y como ventajas mi padre nos comunic la posibilidad de que al formar partede esa centuria podramos ir a un viejo palacio destartalado, que se ubicaba en la calle del Temple, yen el que podramos jugar al ping-pong y merendar barato.

    Una maana de domingo nos llamaron a los miembros de la centuria para que acudiramos a eseviejo palacete, que iba a ser nuestra sede, y nos repartieron botas, calcetines, pantalones, camisasazules, boinas rojas y nos entregaron un estandarte con el nombre de la centuria y una vista de la villasemidestruida.

    A parir del sbado prximo tendris que venir para aprender a desfilar, porque dentro de dosmeses viene el Caudillo, desfilaremos por todas las calles de Zaragoza e iremos a reunirnos con l enla plaza de toros.

    Y comenzamos a aprender a desfilar, sin uniforme, por la plaza redonda de San Cayetano.Durante dos horas slo supieron darnos gritos, porque en el fondo todos aquellos jefecillos eran unosreprimidos del ejrcito y lo que les gustaba era acojonarnos a todos. Muchos de mis compaeros, defamilias verdaderamente de izquierdas, empezaron a no venir y, al final, nos quedamos unos veinte,los ms obedientes a la direccin del colegio.

    Y un domingo luminoso de mayo nos formaron en la plaza y cantando aquello de ha nacido elimperio de los yugos y la fe comenzamos a desfilar por la estrecha calle del Temple, recogimos lossmbolos y banderolas en el viejo palacio y como juveniles emocionados salimos hacia la calle

  • General Franco, en ese momento repleta ya de jvenes escolares de todos los colegios.Vamos los ltimos me quej a un jefe.Los de la cscara amarga no tendrais ni derecho a desfilar. A quin se le habr ocurrido! A

    quin!Y en medio de aquel apretujn de escolares confundidos y obedientes ascendimos hasta la plaza

    de toros. All haba militares, falangistas, requets, policas que no hacan ms que empujarnos de unlado a otro, hasta que me volv hacia un buen amigo y le dije: Nos vamos?.

    Nos vamos respondi.Y nos fuimos. Das despus, la centuria se disolvi por falta de espritu nacional y de coraje

    patritico y la boina roja qued olvidada en algn armario de casa, junto con aquel uniforme dejoven combatiente, que realmente nunca pasara de cantar Montaas nevadas en alguna excursin porlas altas cumbres del Pirineo.

  • El internado y mi madre

    Cuatro grandes naves con suelo de madera cobijaban a unos siete alumnos por aula. Sin duda sa erala mejor zona del internado que, junto al colegio, regentaban mis padres y que abran sus balcones a laplaza de San Cayetano.

    Hacia el oeste sobre el tejado de ese gran edificio que es el Mercado Central, se levantaban otrastres enormes naves, y hacia un patio interior, una nueva que se conoca con el nombre de la Siberia.

    Al fondo de sta exista un cuarto mal iluminado donde se apilaban los bales de los internos; ensu interior guardaban cartas y secretos y sobre todo las viandas que cada semana traan del pueblo.No hay que olvidar que en aquella Espaa y en el internado la comida era escasa, nada apetecible ygracias a las manutenciones enviadas por las familias, muchos jvenes de entre diez y diecisis aospudieron sobrevivir de forma ms o menos normal.

    Curiosamente, aquella habitacin tena un olor denso, a veces amargo, y era el que trascendadesde los bales donde, adems de la comida y los secretos, los internos guardaban sus botas, suszapatos, sus alpargatas e iban, a lo largo de la semana, metiendo la ropa sucia, para el sbado llevar acasa la muda, que el lunes traeran limpia despus de que sus madres las lavaran.

    Los internos tambin se traan el colchn, las sbanas, las mantas y toda la parafernalia paraefectuar la limpieza personal ya que, aunque las instalaciones eran bastante rudimentarias, all habaque lavarse todos los das y una vez por semana la ducha era obligada. El internado era grande, fro yyo siempre respet a aquellos muchachos que abandonaban sin pestaear casa y familia para labrarseun futuro.

    Durante las primeras noches se escuchaba a los novatos llorar entre sus sabanillas y algunos, ensueos, llamaban a su madre, lo que produca un pequeo jolgorio, no exento de saliva detenida en lagarganta. Siempre el inspector de turno llegaba a tiempo con su Silencio!, y slo el agua quebrotaba de la fuente de la Samaritana, en la plaza de San Cayetano, cubra el espacio.

    De madrugada las habitaciones del oeste pronto se inundaban con el ruido de los hortelanos, quecon sus carros traan las verduras al mercado y las extendan por el suelo. Todos los aos algnnovato pasaba los primeros das mirando con ternura todo aquel espectculo de tomates, verduras,melones y sandas, que tanto nostalgiaba. Era septiembre y todava haba color en el campo.

    En navidades y Semana Santa el internado quedaba vaco, tremendamente fantasmal. Por un ladola soledad y por el otro el orden: los alumnos tenan la obligacin de dejar muy bien enrollado sucolchn sobre el viejo jergn. Luego, durante el verano, ya vaco todo, mi madre y Teresa, unamuchacha del pueblo de mi madre, del que escap durante un duro bombardeo en la Guerra Civil, yque estara toda la vida en casa, combatan contra las chinches, dndoles un buen bao de zotal, queimpregnaba todo el ambiente con un olor agrio y muy fuerte. Teresa, mientras hacan la limpieza, leexplicaba a mi madre que ella nunca tuvo suerte y mi madre le deca que lo de la suerte era mentira yque lo nico importante era resistir.

    Mi madre llevaba todo el peso de aquel internado. Perteneca a una familia cuyo padre haba sidohombre de confianza de uno de los caciques de su pueblo. Hasta tal punto lleg esa confianza queuna vez al trimestre el padre abandonaba el pueblo, Azuara, y con su caballo perchern, un revlvery un ayudante sala a cobrar los impuestos por las zonas donde su patrono tena derechos.

  • Mi madre era una muchacha que slo haba asistido tres aos a la escuela. Pronto aprendi ahacer labores y la nica alegra que tenan sus hermanos y ella era cuando acompaaban a su padre,casi en procesin, hasta la puerta baja del pueblo, y cuando vean que se perda por las curvas de lacarretera, regresaban a casa, se acicalaban las dos chicas, los chicos se ponan a fumar comodescosidos, y todos juntos, antes de la cena, bailaban y cantaban. Mi abuelo era un ser que amargabala vida a toda la familia y un da, insoportable como era, se enfrent a su cacique y con todos lossuyos tuvo que abandonar el pueblo y marcharse a vivir a Zaragoza, a una casa humilde, para que loschicos estudiasen y l, por amistades y cobijo de un nuevo cacique, encontrase trabajo deadministrativo en una importante empresa qumica que estaba en la ciudad.

    A mi madre, mi padre la enamor con palabras y buenas maneras, algo que ella apenas haba vistoen un hombre. No s cmo fue la boda, pero el retrato de mis padres, fotografiados por uno de losmejores de la ciudad, muestra a unos novios de una elegancia casi exquisita, como si fuesen actores deuna de esas pelculas que en ese momento estuviera en la cartelera. l, un chaqu, un sombrero decopa en la mano y dos guantes blancos. Ella, un vestido de noche oscuro, una diadema en el pelo y,entre la humildad y su fina belleza, una mirada de mujer enamorada.

    As empez para ella el largo viaje a travs de aos de escasez, de guerra y de ms escasez en laposguerra, intentando que los desayunos no fueran aguachirri, que los primeros platos cubrieran elhambriento estmago de los adolescentes y llevando los domingos hasta la mxima gloria, cuando seserva una paella con chirlas y algn pescadito perdido por el arroz.

    Un domingo no hubo paella y el comedor entero se levant en gritos desgarrados.Paella! Paella!Aquel da la paella nunca lleg y mi madre pas la tarde en su habitacin; supongo que llorando.Mi madre era la madre de todos aquellos chavales que andaban bastante desnortados, porque la

    nostalgia de su casa, de su pueblo y de sus gentes, la llevaban siempre consigo. En Zaragoza eranhurfanos; sin embargo, gracias a mi madre muchos de ellos consiguieron sobrevivir con aquellainmensa tristeza que les impona la lejana.

    Todos los das daba vueltas y vueltas por las desoladas habitaciones, repasaba las sbanas, lescriticaba la suciedad y les obligaba, una vez por mes, a abrir los bales del cuarto, para impedir que lamierda se lo comiera todo.

    Como buena mujer de campo era desconfiada y guardaba dentro de ella mucho ms de lo quemostraba fuera. Admiraba a su marido, a pesar de todas las complicaciones en las que a veces ste lameta; tambin aprendi a superar las denuncias de la guerra y soportar el vaco del internado, cuandoste se cubri con todos los mutilados de la guerra.

    Fue teniendo hijos, siete dos se le murieron entre los brazos nada ms nacer; alguno le salipoeta, Miguel, y ella, para quien la vida era la vida y los sueos no sirven para nada, acept elcarcter rebelde de mi hermano, que era el mayor de sus hijos, con una honda admiracin, a la vez quecierta indiferencia.

    La vida no es slo poesa le deca cuando lo levantaba cada maana, para que se hiciera cargodel colegio tras la muerte de mi padre.

    Luch por sus hermanos, por su marido, por su padre, al que perdon por tantos aos deabandono y recogi en su casa, donde vivi hasta que falleci ya muy anciano; tambin fue viendocmo aquellos sueos se fueron haciendo aicos con los avances de la historia: la Guerra Civil puso el

  • punto lgido de tantas y tantas desventuras, sobre todo en la persona de su hermano pequeo,Donato, el que en tardes de calor, mientras vigilaba cmo rellenaba lminas y lminas para mejorar micaligrafa, me contaba su ingrata historia.

  • Mi to Donato

    Le toc ser soldado durante la Guerra Civil y fue al bando al que nunca le hubiese gustado ir pero,al ser reclutado en Zaragoza, mi madre y mi padre le dijeron que por nada del mundo se cambiase debando.

    Pero soy socialista.Para despus de la guerra le dijo mi madre. Es mejor seguir vivo que socialista.Aos despus, mientras las tardes iban cayendo sobre el colegio y la sirena del Mercado Central

    anunciaba su cierre, mi to empezaba la narracin en el mismo punto en el que se haba quedado el daanterior:

    Con cuatro marchas, dos gritos y un tanto de preparacin para saber qu haba que hacer con elmosquetn, todos nos vimos, una tarde, camino de la ciudad de Teruel.

    Mi amigo, un carpintero de mi calle y viejo conocido, me coment, mientras esperbamos que elvagn de mercancas se pusiese en marcha: Vamos all porque los rojos han decidido liberar estaciudad como smbolo de una victoria. Nosotros vamos de carne de can.

    Y as fue.Cuando llegamos se nos cay el mundo encima y soportamos todo lo que una persona puede

    soportar: fro, piojos, pulgas, sarna, miedo, ms miedo, sin saber nunca dnde andaban los otros. Ynosotros, escondidos, intentbamos escapar como podamos de toda aquella terrible desolacin.

    Mi amigo me diriga por aquellos laberintos que era para m la ciudad de Teruel, y ambossobrevivamos a los hielos y al miedo de cualquier forma. En una ocasin lo conseguimos metidos enel confesionario de una iglesia, encendiendo las maderas para calentarnos un rato y procurando que ennuestras idas y venidas no coincidisemos con los soldados republicanos.

    Una tarde mi amigo me llam y me dijo: Vamos a bajar hasta el convento donde estn lasmonjas, tienen de todo. Y a travs de unos senderos angostos y oscuros llegamos hasta una especiede despensa, en la que se guardaba de todo: vino, coac, tabaco y hasta turrones navideos. Fuimostan tmidos que slo nos llevamos una botella de coac, tabaco y un poco de turrn.

    Cuando salimos de all nos miramos y pensamos que ramos unos gilipollas; tambin pensamosque conocamos ya el camino y que cualquier da lo volveramos a hacer.

    La batalla se fue haciendo cada vez ms cruenta y dura, hasta que una maana se nos notific quenos habamos rendido y que pasbamos a la situacin de prisioneros de guerra.

    Sin decirnos nada mi amigo y yo volvimos a la despensa, que en esos momentos apareca yabastante desabastecida; sin embargo, an pudimos hacer una buena recolecta que nos metimos entrelas cazadoras y los tabardos mugrientos y malolientes.

    Cuando nos disponamos a salir un viejo conocido, cura y paisano, me pidi que le sacase elcrucifijo, porque si se lo encontraban a l, lo mataran.

    Me negu porque nadie llevaba ya smbolos ni de oficiales ni de clrigos ni de nada. Comollevbamos la carga clandestina mi colega y yo driblamos el control de los guardias y subimos a unacamioneta, y cuando sta empez a subir hacia el puerto de Escandn me met la mano en el bolsillode atrs y descubr que el curita me haba puesto el crucifijo de modo clandestino. Me cagu en supadre y con gran disimulo y mucho cuidado fui dejando caer el crucifijo sobre la carretera.

  • Cambiamos de clima: del horrible fro de Teruel pasamos a los naranjos floridos del Mediterrneoy, poco a poco, bamos calentando el cuerpo y el nimo, aunque realmente nada sabamos y el miedosegua siendo el rey de aquellas expediciones.

    Soldados desastrados caminaban por las cunetas con ms tristeza que alegra, a pesar de que enaquel momento eran los vencedores. De golpe uno me llam:

    Subas! grit.Martnez! dije yo.Qu pasa? pregunt l.Jodidos respond.El oficial nos oblig a seguir; yo le expliqu a mi colega que ese chaval haba estudiado magisterio

    conmigo. ramos buenos amigos le dije; pero l ahora anda para un lado y yo para otro. Vayamierda!. Y de modo clandestino nos liamos dos cigarros de picadura, sosteniendo sobre nuestroshombros la mirada afilada de nuestros compaeros, con los que finalmente repartimos aquel mserocigarro. Sobre las doce los guardias de asalto detuvieron la expedicin y nos metieron en unosolivares.

    A comer gritaron.Y nos repartieron un caldo chirri, cuya nica gloria era que estaba caliente y en ese momento se

    agradeca cualquier cosa que arrancase el fro de las entraas. Entre los guardias haba un paisano, alque salud.

    Adnde vamos? le pregunt.A San Miguel de los Reyes.Y qu vamos hacer all?Coo! se rio, estar presos.Hasta que se acabe la guerra?Hasta entonces.Como llevbamos tabaco, coac y turrones, aquel paisano se transform en un gran amigo y tanto

    mi colega como yo le pedimos que de alguna manera les hiciera saber a nuestras familias queestbamos vivos. Lo hizo, pero los mos a tu hermano el pequeo le haban puesto Donato enhomenaje a mi olvido.

    Algunas tardes no hacamos caligrafa y nos dedicbamos a hacer problemas que ninguno de lospresentes sabamos cmo resolver. l no era capaz de entender cmo podamos ser tan burros y serea mientras nos los explicaba muy calmadamente. En esas tardes, la sirena del Mercado sonaba mstriste y yo vea como se formaba en mi calle una larga cola para, a primera hora de la maanasiguiente, poder comprar la carne que decan haba llegado de Argentina. La noche heladora quedabadibujada por familias que iban ocupando plaza, desde los mayores a primera hora de la noche, hastalos ms jvenes que llegaban de madrugada, cuando las bajas temperaturas producan un escalofro dehielo. En ms de una ocasin, desde los balcones, y no sin cierta perplejidad, pude ver cmo esa filade gente desesperada era controlada por guardias, que ms de una vez los trataron de forma brutal.

    Cuando sonaba la sirena y percuta la campana del colegio, la fila se iba moviendo lentamente,como si nadie estuviese ofreciendo nada desde la otra punta.

    Deca mi to:En San Miguel de los Reyes nos pasaba igual: filas, muchas filas. Filas para todo, hasta que una

  • madrugada nos sacaron de los barracones y nos formaron en la gran explanada.Van a ser conducidos hasta la frontera con Francia.Por qu?Los fascistas, los vuestros, estn cada da ms cerca.Muy amables.Y as empez un itinerario brutal que nos llev a cruzar todo el Levante. Cruzamos estas tierras

    antes de que en ellas se llevase a cabo tanto desastre: Batalla del Ebro, toma de Barcelona, bombardeode Gerona y desastre final.

    Tal era el desastre que una maana nuestra condicin de exhombres haba llegado al mximo,cuando nos fuimos despertando, comprobamos que los guardias no estaban. Nadie os huir o salircorriendo. Permanecimos acurrucados, encendiendo fogatas y viendo a lo lejos cmo los movimientosde los exiliados empezaban a llenar las carreteras.

    De golpe los guardias aparecieron. El capitn nos dijo: Os tenemos que llevar a la frontera paraque los franceses vean que llevamos prisioneros. Los que quieran pasar, pasarn. Los que no, podrnvolver a sus casas. Los fascistas han ganado la guerra y vosotros estis en ese bando.

    Ni un grito, ni una lgrima, ni una alegra. Uno de los guardias se me acerc, me dio un papel conlas seas de los suyos.

    No te olvides me dijo.No sabamos qu hacer hasta que nuestro alfrez, el nico oficial superviviente, los dems haban

    muerto a causa de todas las enfermedades con las que nos habamos cruzado, nos dijo: Buenochicos, para casa. Y evitando el cruce con las destrozadas columnas que suban por las carreteras,alcanzamos finalmente las primeras lneas franquistas. No s cmo alguien sac una bandera bicolor yavanzamos llorando hacia aquellos primeros soldados.

    Encontramos algunos amigos y les relatamos nuestra aventura. No se lo crean porque a nosotros,en ese momento, tambin nos pareca mentira haber podido sobrevivir en una masa catalana,robndole al pays el maz del granero haciendo un agujero en el techo, y luego, con tanta sed comotenamos, beber de un viejo botijo y ver como un sargento reventaba aquella noche y pensar queseguramente t podas ser el siguiente en reventar.

    Despus de pasar por varios controles, de darnos ropa nueva y un salvoconducto para regresar acasa, mi colega y yo tomamos un tren en Barcelona y no s en cuntas horas llegamos a Zaragoza. Misituacin de exhombre, mi temor a todo, hizo que durante ms de cuatro horas anduviese por losaledaos del colegio donde saba que estaban los mos. Sobre las ocho un colega, frutero para msseas, me grit:

    Donato?S le contest avergonzado.Y qu haces?No lo s. Acabo de llegar despus de haber estado ao y medio preso y no tengo ni idea de lo

    que debo hacer. No s si mi familia me espera o si piensan que estoy muerto y ya me han olvidado.Un ao y medio es demasiado tiempo para cualquier cosa.

    Lo primero: nos vamos a tomar un caf con leche y churros y luego te acompao a tu casa, contu gente, que seguro que te estn esperando.

    Mientras lo hacamos le cont mi historia. Fue entonces cuando la voz de tu hermano Miguel

  • lleg para salvarme de tanto olvido.To Donato?Miguel. Miguel grit.Nos abrazamos. Lloramos. Nuestro silencio se adue del bar y en su compaa regres a casa, a

    ver al pequeo Donato, al Donatn, y llorar con mi padre, con mi hermana, con mi cuado Miguel,con mi sobrino Manuel, al que le ped que un da tendra que acompaarme a un pueblo cercano aJaca para cumplir la promesa que le hice al guardia de asalto. Se lo dije a l porque es un buenmontaero y sabe dnde se encuentra ese pueblito de los Pirineos.

    Por la tarde la ciudad se llen de desfiles patriticos y como vestido de militar no poda andar porlas calles, me acerqu con tu madre a los almacenes SEPU y me vest de paisano. De pronto me dicuenta de que desde el treinta y siete al treinta y nueve se me haban ido tres aos sin enterarme. Asque a partir de ahora tendremos que trabajar a fondo.

    Creo que gracias a l tengo la peor caligrafa del mundo, pero guardo de mi to Donato grandesrecuerdos en aquellos atardeceres que marcaron aos de amargura y decrepitud.

  • Canfranc

    Mi padre, que siempre gustaba de pequeos gozos, descubri un da que convena alejarse de vez encuando del pequeo tinglado del colegio, y dejando a mis hermanos mayores de sustitutos, decidi,nunca supimos por qu, que aquel verano del cuarenta y dos bamos a pasarlo en un pueblo delPirineo, fronterizo con Francia, y con una hermosa e increble estacin internacional que se llamabaCanfranc.

    Busc una fonda y dio con Casa Marraco, un espacio entraable, cuyos propietarios seconvertiran a partir de aquel verano en un apndice de nuestra propia familia.

    A las tres de la tarde del da 1 de agosto de 1942 sali el tren de la Estacin del Norte, situada enla orilla izquierda del Ebro y con una hermosa marquesina de las que todava quedan en las viejasestaciones; recuerdo que al abandonarla sentas cmo el sol te fatigaba y te dejaba sin aliento. Ya en eltren echamos los toldillos; nos apretujamos en los asientos de segunda y esperamos a ver qu pasabaen aquel primer viaje hacia las tierras del norte.

    Para ir hasta all, entre la dramtica situacin poltica que se viva en Espaa y el desarrollo de laSegunda Guerra Mundial que andaba acariciando las orillas mismas de la frontera, se necesitaban unossalvoconductos, de enormes dimensiones y con la bandera espaola impresa, que a mi padre se losconceda personalmente el jefe de la polica, que haba sido su alumno.

    Miguel le dijo. No se os ocurra pasar a Francia, que las cosas andan muy revueltas.Mi padre le contest que no se le haba perdido nada en Francia, que slo quera monte. Luego se

    rieron los dos y a m me pregunt:Jos Antonio, quin va a ganar la guerra?Los alemanes contest rotundo. En aquel tiempo mis froilanes tambin estaban convencidas

    de eso.Para llegar a la estacin haba dos medios: un taxi, en el que iban mi padre, mi madre y las

    maletas, y un autobs, llamado el Despacho Central y que se contrataba un da antes, y en el quemontbamos Teresa y mis hermanos, adems de un cajn de madera que mi madre llenaba de comidapara que el hambre no nos hiciese mella. Y as, metidos en aquel autobs, recorramos mediaZaragoza antes de llegar a la estacin.

    Al llegar a la estacin se bajaban los brtulos y un mozo cargaba con todo hasta la va donde seencontraba nuestro tren y nuestro vagn. Resultar extrao, pero esta misma operacin la hice conmis padres y mis hermanos Luis y Donato durante casi diez aos.

    Aquel 1 de agosto de 1942 salimos de Zaragoza sobre las tres de la tarde, ms bien con retraso, ysobre las nueve, ya con las luces de la hermosa estacin de Canfranc iluminando el lugar, llegamosentre agotados, sucios de carbonilla y tremendamente felices ante la expectativa de treinta das de nohacer nada.

    Seis horas de viaje no nos parecieron ni mucho ni poco, resultaba habitual en aquella Espaa delretraso y de la desidia, y si queras viajar tenas que estar dispuesto a echar horas sin valorar eltiempo. Todo el mundo se cargaba de paciencia y de alimentos, y uno siempre acababa haciendocompaeros de viaje, con los que matabas el tiempo y el hambre comiendo de todo lo que haba enlos cajones.

  • Nuestro caso no era as: en aquel viaje y en todos los posteriores ocupamos un departamentocompleto de segunda clase en el que bamos mis padres, mis hermanos y Teresa.

    Nada ms salir de la estacin el tren atraves unos grandes almacenes y una importante factora.Ms adelante pasamos frente a unas casas humildes pertenecientes a los empleados de la Renfe y degolpe, el campo, la extensin de un campo casi infinito que se perda por las orillas del ro Gllego aquel que decan los romanos vena de la Galia. Durante ese tramo mi padre nos pidi tranquilidad,ya que el calor era bastante insoportable y nuestros continuos juegos todava agitaban ms el aire yade por s denso.

    Las cortinillas totalmente echadas apenas si podan evitar el sol de poniente que, poco a poco, ibaocupando su lugar. Un tipo abri la puerta e intent vender alguna bebida. Tras l el revisor, que enese primer viaje y en todos los dems saludara a mi padre, porque haban estudiado juntos en elseminario de Belchite y eso no se puede olvidar.

    Recuerdo que en aquel primer viaje se abri la puerta de forma brusca y apareci un polica, consu chapa en mano y acompaado por una pareja de la Guardia Civil. Mi padre le dio toda la papeleray durante un buen rato el funcionario repas una y otra vez los documentos mirando las fotos y acada uno de nosotros con aire un tanto inquisidor. A Teresa le hizo una serie de preguntas un tantoimpertinentes a las que ella no supo qu responder. Entonces intervino mi padre explicando lasituacin de la muchacha.

    Adnde van de residencia? pregunt el polica.Fonda Marraco contest mi padre.Sin ms cerr la puerta. Luego, durante das y das a lo largo de las vacaciones, l comera en la

    misma sala que nosotros. Ni un buenas noches, ni nada.En un momento del viaje mi padre nos pidi que subiramos las cortinillas y contemplsemos

    hacia el norte el perfil increble del gran castillo de Loarre, y con la parsimonia que le caracterizaba enesos das de vacaciones, nos fue contando la historia completa de ese gran castillo que, levantado alfrente de la Sierra de Guara, controlaba toda la llanada oscense de esa zona durante la Edad Media.

    De golpe el tren comenz a detenerse, provocando que sus ruedas chirriasen en la frenada.Seores sermone mi padre, hemos llegado a Ayerbe. Aqu el tren va a parar un buen rato

    y hay una pequea cantina donde dan unos excelentes bocadillos. Quin me acompaa?Bajamos mi padre, mi hermano Donato, Teresa y yo. Luis no quiso y mi madre se puso muy

    nerviosa imaginando que perdamos el tren y que ella tena que seguir sola con mi hermano.En la cantina vendan bebidas y sobre todo unos grandes bocadillos de tortilla de patata

    encerrados en unos panes que recordaban a los chuscos de los militares. Compramos dos, lospartimos para los cuatro y regresamos al vagn con un par de gaseosas de pito. Mi madre respirtranquila y hasta acept un buen trozo de cada uno de los bocadillos de sus hijos pequeos.

    Finalmente el tren comenz a moverse y mi padre nos fue contando por qu lugares estbamospasando: los Mallos de Riglos, espectaculares formaciones geolgicas y el Pantano de la Pea, cuyasorillas acariciaba el tren. A m me pareci, no s si en ese viaje pero s en los posteriores, como siestuvisemos a las orillas de esos lagos suizos, donde siempre tienen lugar las mejores aventuraspolicacas.

    Me haba dormido cuando un nuevo frenazo me despert: habamos llegado a Jaca. El andn sellen de militares y de gentes con aspecto de veraneantes. Mozos de equipaje recogan los bultos y

  • los llevaban a una especie de autobs, que era arrastrado por unos enormes caballos percherones.Ahora dijo mi padre viene la parte ms dura del viaje.Efectivamente: el tren iba a subir en tan slo doce kilmetros desde los ochocientos metros de la

    estacin de Jaca a los mil doscientos de Canfranc, entonces Los Araones. El recorrido, esta vez ysiempre mientras hubo mquinas de vapor, result entre cmico y dramtico, porque el humo de lamquina en los largos tneles se meta de lleno en los vagones por muy cerradas que estuviesen todaslas ventanillas y apenas si podamos respirar: pauelos en la nariz, ahogos, gritos descompuestos y,a la salida de cada uno de los tneles, una bajada rpida de las ventanillas, respirar hondo y aguantar,porque como dijo mi padre en aquel primer viaje, y todos pudimos constatar, ahora vena lo peor: eltnel del caracol.

    Par el tren en Castiello, luego en Villana y, daba la sensacin de que todo en el tren andabafatigado, desembocamos en el largo andn de la estacin. Enseguida nos dimos cuenta de que all sehaba trasformado todo el paisaje y todo el territorio para levantar ese hermoso edificio y abrir unava de enlace por el Pirineo central con Francia.

    Aquella primera noche mi hermano Donato y yo nos quedamos dormidos sobre la mesa en la quehabamos cenado y Teresa y mi madre nos tuvieron que subir a las habitaciones.

    Por la maana, al abrir la ventana, pens que el mundo nada tena que ver con lo que se levantabadelante de mis ojos: dos enormes y altivas cresteras cerraban el valle hacia levante y poniente. Todoera tan altivo que durante el desayuno, en el que ponan mantequilla que segn mi padre comprabande contrabando en Francia, mi progenitor comenz a explicarme todo lo que luego veramos:

    Pepito as me llamaba mi padre, aqu se hizo tal trabajo de ingeniera que uno se quedaanonadado: reforestacin de unas laderas martirizadas por los aludes y sealaba con su manoabierta aquellas laderas, desvo del ro ahora la mano se diriga en esa direccin y el tnel, deocho kilmetros, que nos une a Francia. En l no hay carbonilla, es elctrico ironiz.

    La primera maana mi padre nos llev a toda la familia a descubrir todo aquello, que l conocapor los libros, no porque lo hubiera paseado nunca. Para empezar recorrimos el andn espaol de laestacin y dimos vuelta por el francs. Mi padre saludaba con un bonjour a los ferroviarios y muyrespetuoso a los gendarmes. Nos explicaba, una y otra vez, que esa zona era francesa y que eraposible, con eso de la Gran Guerra, que cualquier da la ocupasen los alemanes.

    Pero esto es espaol deca yo, con ingenuidad.Ya no.bamos leyendo los carteles en francs y en espaol y me hizo mucha gracia la palabra buffet.Es la cantina dijo mi padre.En un gran hall se mostraban los escudos nacionales de Francia y el de la nueva Espaa. Salimos

    al exterior: la maana era magnfica y fuimos descubriendo todas las obras levantadas en lasproximidades y alrededores de la estacin: un gran depsito de mquinas espaolas, enormes zonasde carga y descarga de mercancas y, a travs de un subterrneo, salimos a un puente sobre el ro y deall fuimos hasta las grandes y feas edificaciones levantadas para el personal de Renfe y de la empresafrancesa.

    Aquella zona iba a ser siempre un lugar cosmopolita y nuestros amigos y amigas franceses,cuando se quedaron encerrados a causa de la ocupacin de Francia por los alemanes, nos hablabansobre todo de una esperanza: el fin de la guerra.

  • Pero aquel primer verano yo estaba al margen de la guerra. Slo disfrut de Canfranc, de los baosen el ro helado y de la casa de piedra que al cabo de los aos se convertira en el lugar al que bamos afumar lianas, siendo adolescentes. De aquel verano recuerdo las noches, las interminablesconversaciones, el humo y el sueo que nos invada a mi hermano Donato y a m; tambin la paz, laque uno siente cuando sabe que est a salvo de todo y de todos. Eso es lo que yo senta en Canfranc:para m slo exista el juego y la felicidad, porque mis padres eran felices en Canfranc y yo era felizviendo cmo mi padre hablaba y hablaba con don Mariano Marraco, dueo de Casa Marraco, ypareca como si el mundo fuese a ser siempre igual de perfecto.

  • En el verano de 1943

    En el verano de 1943 hubo cambios importantes en Canfranc. Por la noche, cuando bajamos del tren,no nos dimos cuenta, pero por la maana, cuando con mi padre quisimos dar un paseo por losandenes, descubrimos que la tricolor francesa ya no estaba, que en su lugar haba la roja con el crculoblanco y la esvstica, que inevitablemente a m me traa aoranzas de mis froilanes. Aquellossoldados no eran jvenes, parecan mayores y cansados.

    Es normal nos aclar el seor Arnal, un viejo republicano reprimido y fontanero deprofesin, son soldados de ocupacin, no de batalla. La mayora, seguro, son administrativos.

    Aquel verano no fuimos tanto al ro, ni a merendar a la casa de piedra. Durante aquel veranoesperbamos que llegasen los trenes de Francia, con sus gentes desorbitadas de miedo, arrumbadas detristeza y hambrientas, y en cuanto el tren se detena en la estacin, corramos al hotel ellostambin, y veamos, sin entender muy bien, cmo gentes del valle iban apareciendo por el comedorpara comprarles a aquellos pobres todo lo que vendan.

    Luego contemplbamos cmo aquellas mismas familias, arrastrando toda su miseria alguienafirmaba que eran judos, suban al tren espaol e, intentando sacar la ms humilde de las sonrisas,nos decan gracias. Nunca supe por qu.

    El tercer verano no lo pasamos en Casa Marraco; mi padre se despist y cuando quiso solicitarhabitaciones, estaba la fonda llena, as que nos buscaron un chal, Villa Rogelia, situado al pie de Colde Ladrones, un cuartel enterrado en el interior de una montaa vaciada y con todos los puntos detiro mirando hacia Francia. A menos de cien metros se levantaba una caseta de la Guardia Civil paraimpedir el paso hacia la frontera, que estaba a unos seis kilmetros.

    Detrs de Villa Rogelia haba un barracn en el que estaba escondida una especie de pequeaguarnicin alemana y por las maanas, mientras Faustino, el hijo de la duea, ordeaba las vacas,nosotros jugbamos entusiasmados entre aquello que considerbamos un tesoro.

    Aquel paso no estaba muy vigilado, lo que haca que muchos soldados franceses intentaran pasar.Algunos lo conseguan; otros, ateridos de fro y mal heridos de araazos del bosque, eran detenidospor los soldados alemanes y por la Guardia Civil. Un sargento llamaba a casa y le peda a mi madreque si poda darles algo caliente. La leche recin hervida levantaba el nimo de aquellos pobres.

    Y ahora? preguntaba mi padre.Dicen que los llevan a frica.Como la presin franquista avanzaba ante los triunfos aliados, los franquistas decidieron

    impermeabilizar toda la frontera con nidos de ametralladoras, nidos de bateras y, sobre todo, a lossospechosos, de vez en cuando, enviarlos detenidos a la crcel de Zaragoza.

    Dos fijos eran el seor Marraco y el seor Hilario Borau, un viejo divertido que haba sidocarabinero y segua con rabia los triunfos de los franquistas. De vez en vez los metan en el tren condestino a Zaragoza, en compaa de guardias civiles amigos, los tenan tres o cuatro das en la crcelde Torrero apestada de presos polticos y cuando el juez atenda al abogado amigo de mi padrey ste le informaba de la falsedad de la denuncia, de vuelta a casa; en la larga estacin los amigossalan felices a recibirlos. Con el tiempo este recibimiento adquiri el tono de una gran celebracin.

    Un da alguien denunci a don Mariano Marraco, que de ninguna manera podra ya pasar la muga,

  • porque la tenan totalmente controlada y sellada. Dos das despus el seor Marraco le regal unhermoso queso del valle de Gabs, en Francia, al coronel de guardia, que en aquella ocasin le libr deuna nueva bajada a Zaragoza.

    Para que celebre su cumpleaos le dijo.Aquel verano se acab y al siguiente volvimos a la entraable Casa Marraco. Ese ao vimos cmo

    los viejos republicanos celebraron clandestinamente el desembarco de Normanda y la ocupacin dePars por parte de los aliados; tambin les vimos asistir emocionados al izar de la tricolor y como sise tratase del cumpleaos de don Antonio Arnal, el fontanero, festejaron la liberacin, ya que elsocial de turno andaba con la mosca detrs de la oreja y no le gustaban nada las derrotas de losalemanes y los triunfos de los aliados.

    Pues muchas felicidades, don Antonio decan. Tmese una copa.En aquellos momentos nadie poda detener la alegra: el fascismo haba cado y muchos pensaban

    que el franquismo estaba ya con una soga al cuello. Pobre y triste esperanza.Canfranc se convirti, aun despus de la muerte de mi padre, en el lugar al que uno regresa

    buscando nuevos aires, ya que su proximidad con la frontera permita establecer amistad con chicos ychicas francesas que te descubran un mundo abierto, frente a la cerrazn de Espaa. Slo las grandesexcursiones a los ibones, las travesas o la coronacin de alguna cumbre te liberaban ao tras ao de larigidez espaola. Algunas veces nuestra amistad con los franceses nos permita bajar con ellos en eltren, atravesar el tnel y pasar el da en la pequea localidad de Bedous, donde nos quedbamosasombrados al ver carteles electorales de los socialistas o de los comunistas.

    Y as, verano tras verano, un da me di cuenta de que ya era mayor, de que mis amigos francesesencontraban trabajo en su pas, mientras los mos aqu se ennoviaban y yo me quedaba solo, con lasmontaas como recuerdo y solucin para ese adolescente que segua aorando los largos paseos porlos enormes andenes de la estacin, mientras despedamos a los trenes espaoles y sentamos que losveranos cada vez eran ms cortos en los grandes desvanes de Casa Marraco.

  • 4La realidad disfrazada

    Octubre de 2007 iba a ser un mes desigual.Por un lado, empezara con las jornadas de radioterapia, que ahora simplemente se me antojan

    como un mal tatuaje sobre la piel y, por otro lado, me reencontrara con Pedro, un hombre que hasabido convertir el tiempo en su tiempo y dedicarse a ser dignamente feliz.

    Las sesiones de radioterapia, a diferencia de la quimio posterior, tienen un elegante prlogo, quequizs es de las cosas que ms me sorprendi. Un da te citan en el hospital y te marcan el bajovientre con puntos, delimitando de esa forma el lugar exacto en el que posteriormente se detendr lamquina para intentar quemar el tumor. Me gust lo de los puntitos: era como marcar un mapa deltesoro, pero sabiendo que no hay ningn maldito tesoro que encontrar. Slo la bestia, esa a la quetienes que enfrentarte todos los das.

    Aquella maana mientras bajaba del hospital con mi mapa del tesoro disimulado bajo una camisanueva, record los aos en los que Juana me deca que deba mirarme la prstata. Ella empez ainsistir cuando sexualmente me convert en un hombre distante y aburrido. A menudo pienso en loque habra pasado, y cuanto ms pienso menos intento pensar, ya que resulta fcil imaginar que si mehubiera mirado la prstata, seis aos antes por ejemplo, quizs ahora no estara como estoy. Pero saes otra historia y no hay mal ms cobarde que hablar de lo que no supimos o quisimos hacer. Yo noquise o no pude enfrentarme a aquel miedo que luego, y poco a poco, fue convirtindose en rutina.

    A los pocos das de las marcas en el vientre, comenc las sesiones de radioterapia, que seprolongaron durante cuatro semanas. Todos los das tena que subir a la Clnica Quirn deMontecanal y todos los das me sentaba en la misma salita de espera, hasta que pronunciaban minombre. Era un hospital muy limpio, muy callado, muy silencioso. Lo de la radioterapia era como unoficio, con sus horarios, y sus compaeros casi fijos. All conoc a gente diversa: mujeres quearrastraban con gran dignidad su cncer de mama y hombres que, como yo, peleaban contra un cncerde prstata invisi