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Reflexiones y oraciones para
una visita de peregrinación
Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe
La Habra, California
Jubileo Extraordinario de la Misericordia
8 de diciembre de 2015 – 20 de noviembre de 2016
OUR LADY
OF
GUADALUPE
CHURCH
¡Bienvenidos a la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe para su visita de peregrinación durante
este Jubileo Extraordinario de la Misericordia!
María, Madre de la Misericordia
Estás invitado, en un momento, a visitar tres grandes vidrieras en la iglesia y dos santuarios
marianos fuera de la iglesia, que ofrecen oportunidades para la oración y la meditación sobre las
maneras en que María ha sido, y sigue siendo, Nuestra Madre de la Misericordia, en cooperación
con su hijo, nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Pero primero, refleja sobre las palabras del Santo
Padre Francisco acerca de María como Nuestra Madre de la Misericordia:
La mirada de la Virgen María… ¡Qué importante es! ¡Cuántas cosas pueden decirse con una
mirada! Afecto, aliento, compasión, amor, pero también reproche, envidia, soberbia, incluso
odio. Con frecuencia, la mirada dice más que las palabras, o dice aquello que las palabras no
pueden o no se atreven a decir. ¿A quién mira la Virgen María? Nos mira a todos, a cada uno
de nosotros. Y, ¿cómo nos mira? Nos mira como Madre, con ternura, con misericordia, con
amor. Así ha mirado al hijo Jesús en todos los momentos de su vida… Cuando estamos
cansados, desanimados, abrumados por los problemas, volvámonos a María, sintamos su
mirada que dice a nuestro corazón: “¡Animo, hijo, que yo te sostengo!” La Virgen nos conoce
bien, es madre, sabe muy bien cuáles son nuestras alegrías y nuestras dificultades, nuestras
esperanzas y nuestras desilusiones. Cuando sintamos el peso de nuestras debilidades, de
nuestros pecados, volvámonos a María, que dice a nuestro corazón: «!Levántate, acude a mi
Hijo Jesús!, en él encontrarás acogida, misericordia y nueva fuerza para continuar el
camino».
(El Santo Padre Francisco, videomensaje con motivo de la vigilia de oración en el Santuario Romano
del Divino Amor, 12 de octubre de 2013)
María de la Anunciación y la Natividad
(Mirando en la vidriera de la Natividad, en el transepto oeste a la derecha del santuario)
Reflexión:
Pensemos en quién era la Virgen María: una muchacha judía, que esperaba
con todo el corazón la redención de su pueblo. Pero en aquel corazón de
joven hija de Israel había un secreto que ella misma todavía no conocía: en
el proyecto de amor de Dios ella estaba destinada a convertirse en la Madre
del Redentor. En la Anunciación, el Mensajero de Dios la llama «llena de gra-
cia» y le revela este proyecto. María responde «sí» y desde aquel momento
la fe de María recibe una luz nueva: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios
que de ella ha tomado carne y en quien se cumplen las promesas de toda la
historia de la salvación. La fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel,
en ella está precisamente concentrado todo el camino, toda la vía de aquel
pueblo que esperaba la redención, y en este sentido es el modelo de la fe de
la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, la encarnación del amor infinito
de Dios. ¿Cómo vivió María esta fe? La vivió en la sencillez de las miles ocu-
paciones y preocupaciones cotidianas de cada mamá, como proveer al ali-
mento, la vestimenta, la atención de la casa... Precisamente esta existencia
normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolló una relación singular
y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su Hijo.
(El Santo Padre Francisco, Audiencia general, 23 de octubre de 2013)
Ora Padre nuestro, Dios te salve, María, Gloria al Padre…
María al pie de la Cruz
(Mirando la vidriera de la Crucifixión detrás del altar)
Reflexión:
Después de recordar la presencia de María y de las demás mujeres al pie de la cruz del Señor, San Juan relata:
«Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: "Mujer, he ahí a tu hijo".
Luego dice al discípulo: "He ahí a tu madre"» (Jn 19, 26-27). Estas palabras, particularmente conmovedoras,
constituyen una «escena de revelación»: revelan los profundos sentimientos de Cristo en su agonía y entra-
ñan una gran riqueza de significados para la fe y la espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías crucificado,
al final de su vida terrena, dirigiéndose a su madre y al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas
de amor entre María y los cristianos …
La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir, la maternidad de María con respecto al discípulo,
constituye un nuevo signo del gran amor que impulsó a Jesús a dar su vida por todos los hombres. En el Cal-
vario ese amor se manifiesta al entregar una madre, la suya, que así se convierte también en madre nuestra
…
Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, para ella muy do-
loroso, de aceptar la muerte de su Unigénito. Las palabras de Jesús: «Mujer,
he ahí a tu hijo», permiten a María intuir la nueva relación materna que pro-
longaría y ampliaría la anterior. Su «sí» a ese proyecto constituye, por con-
siguiente, una aceptación del sacrificio de Cristo, que ella generosamente
acoge, adhiriéndose a la voluntad divina. Aunque en el designio de Dios la
maternidad de María estaba destinada desde el inicio a extenderse a toda la
humanidad, sólo en el Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se manifi-
esta en su dimensión universal. Las palabras de Jesús: «He ahí a tu hijo»,
realizan lo que expresan, constituyendo a María madre de Juan y de todos
los discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina …
Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad univer-
sal concreta de María, reconozca plenamente en ella a su madre, en-
comendándose con confianza a su amor materno.
(El Santo Padre San Juan Pablo II, Audiencia general, 23 de abril de 1997)
Ora Padre nuestro, Dios te salve, María, Gloria al Padre…
María, testigo de la Resurrección
(Mirando la vidriera de la Resurrección en el transepto este a la izquierda del santuario)
Reflexión:
Los evangelios relatan varias apariciones del Cristo Resucitado, pero no
hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos
a concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al
contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los
evangelistas no lo refieren …
Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplen-
dor de la vida resucitada ante todo a su madre. En efecto, ella, que en la
Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a di-
fundir la maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su gloriosa
venida. Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el
«resplandor» de la Iglesia (cf. Sedulio, Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10,
140 s).
Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el
grupo de los discípulos se encuentra con él durante las apariciones pascu-
ales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con
su Hijo resucitado, para gozar también ella de la plenitud de la alegría pas-
cual. La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo
(cf. Jn 19, 25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue probable-
mente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completan-
do así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resu-
citado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la
resurrección de los muertos.
En el tiempo pascual la comunidad cristiana, dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: «Regina
caeli, laetare. Alleluia». «¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya!». Así recuerda el gozo de María por la resurrec-
ción de Jesús, prolongando en el tiempo el «¡Alégrate!» que le dirigió el ángel en la Anunciación, para que se
convirtiera en «causa de alegría» para la humanidad entera.
(El Santo Padre San Juan Pablo II, Audiencia general, 21 de mayo de 1997)
Ora Padre nuestro, Dios te salve, María, Gloria al Padre…
María, Madre de Dios
(En el santuario de los Santos Inocentes, la Virgen y el Niño, en la Plaza de Jason en el lado este de la iglesia)
Reflexión:
Ya desde los primeros tiempos, la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, está unida una veneración par-
ticular a su Madre, la Mujer en cuyo seno asumió la naturaleza humana, compartiendo incluso el latido de su
corazón, la Mujer que lo acompañó con delicadeza y respeto durante su vida, hasta su muerte en cruz, y a
cuyo amor materno él, al final, encomendó al discípulo pre-
dilecto y con él a toda la humanidad. Con su sentimiento
materno, María acoge también hoy bajo su protección a per-
sonas de todas las lenguas y culturas, para llevarlas a Cristo
juntas, en una multiforme unidad. A ella podemos recurrir
en nuestras preocupaciones y necesidades. Pero también
debemos aprender de ella a acogernos mutuamente con el
mismo amor con que ella nos acoge a todos: a cada uno en
su singularidad, querido como tal y amado por Dios. En la
familia universal de Dios, en la que cada persona tiene
reservado un puesto, cada uno debe desarrollar sus dones
para el bien de todos.
(Santo Padre Benedicto XVI, encuentro de oración ante la
"Columna de María", 7 de septiembre de 2007)
Ora Padre nuestro, Dios te salve, María, Gloria al Padre…
María, Nuestra Señora de Guadalupe
(En el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y San Juan Diego, en la Plaza de Jason en el lado este de la
iglesia)
Reflexión:
Cuando [Nuestra Señora de Guadalupe] se apareció a San Juan Diego en el Tepeyac, se presentó como “la per-
fecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios” (Nican Mopohua); y dio lugar a una nueva vis-
itación. Corrió premurosa a abrazar también a los nuevos pueblos americanos, en dramática gestación …
Tantos saltaron de gozo y esperanza ante su visita y ante el don de su Hijo y la más perfecta discípula del
Señor se convirtió en la «gran misionera que trajo el Evangelio a nuestra América» (Aparecida, 269). El Hijo de
María Santísima, Inmaculada encinta, se revela así desde los orígenes de la historia de los nuevos pueblos
como “el verdaderísimo Dios por quien se vive”, buena nueva de la dignidad filial de todos sus habitantes. Ya
nadie más es solamente siervo sino todos somos hijos de un mismo Padre hermanos entre nosotros, y sier-
vos en el siervo.
La Santa Madre de Dios visi-
tó a estos pueblos y quiso
quedarse con ellos. Dejó
estampada misteriosamente
su imagen en la “tilma” de
su mensajero para que la
tuviéramos bien presente,
convirtiéndose en símbolo
de la alianza de María con
estas gentes, a quienes con-
fiere alma y ternura. Por su
intercesión, la fe cristiana
fue convirtiéndose en el
más rico tesoro del alma de
los pueblos americanos,
cuya perla preciosa es Jesu-
cristo: un patrimonio que se
transmite y manifiesta hasta
hoy en el bautismo de multi-
tudes de personas, en la fe,
esperanza y caridad de mu-
chos, en la preciosidad de la
piedad popular y también
en ese ethos americano que
se muestra en la conciencia
de dignidad de la persona humana, en la pasión por la justicia, en la solidaridad con los más pobres y su-
frientes, en la esperanza a veces contra toda esperanza…
Suplicamos a la Santísima Virgen María, en su advocación guadalupana –a la Madre de Dios, a la Reina y Se-
ñora mía, a mi jovencita, a mi pequeña, como la llamó san Juan Diego, y con todos los apelativos cariñosos
con que se dirigen a Ella en la piedad popular–, le suplicamos que continúe acompañando, auxiliando y
protegiendo a nuestros pueblos. Y que conduzca de la mano a todos los hijos que peregrinan en estas tierras
al encuentro de su Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor, presente en la Iglesia, en su sacramentalidad, especial-
mente en la Eucaristía, presente en el tesoro de su Palabra y enseñanzas, presente en el santo pueblo fiel de
Dios, presente en los que sufren y en los humildes de corazón. Y si este plan tan audaz nos asusta o la pusi-
lanimidad mundana nos amenaza que Ella nos vuelva a hablar al corazón y nos haga sentir su voz de madre,
de madrecita, de madraza, ¿por qué tenés miedo, acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?
(El Santo Padre Francisco, homilía, celebración eucarística en la Festividad de Nuestra Señora de Guadalupe,
12 de diciembre de 2014)
Ora Padre nuestro, Dios te salve, María, Gloria al Padre…