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    Reflexiones acerca de las viruelas

    Ao 1785

    Reflexiones sobre la virtud, importancia y conveniencias que propone, don Francisco Gil, cirujanodel real monasterio de san Lorenzo y su sitio, e individuo de la real academia mdica de Madrid, en

    su disertacin fsico-mdica, acerca de un mtodo seguro para preservar a los pueblos de lasviruelas

    A nadie debe admirar que sea vasto e inmenso el pas de los conocimientos humanos, ni questos nos sean debidos siempre o ms frecuentemente a la casualidad, que a la meditacin. Perodebe ser cosa digna de mayor asombro, que los conocimientos que pertenecen al primer objeto quese presenta inevitablemente a los sentidos, se substraigan a la vasta comprensin del espritu, ohuyan muy lejos de su vista extensa, luminosa y penetrativa. Entre tantos y tan innumerables entesque cercan al hombre, su cuerpo es el primero que se le descubre, y como es una cosa que le tocatan inmediatamente, es sobre l que recaen sus primeras advertencias. Luego que percibe suexistencia, al mismo tiempo observa que es necesario apartarse de los peligros, proveer a su

    subsistencia, buscar los medios de su conservacin, huir todos los instrumentos de su incomodidad,molestia y dolor. Con todo eso (quin creyera!) una idea al parecer tan obvia y fcil de excitarse enel entendimiento humano, como es la de prevenir el contagio de las viruelas, o por la fuga de losvirolentos, o por la separacin que se haga de estos a lugar remoto: esta idea, digo, tan natural, nohaba venido al espritu del hombre hasta hoy, que ocurri con la mayor felicidad al del autor de ladisertacin. Si esta es la produccin dichosa de un profesor celoso de los adelantamientos de su arte,es y debe llamarse con ms propiedad el parto feliz de un filsofo ciudadano o de un fsico patriota.Pero su intento hace constar, para nuestra humillacin, cul es la cortedad del ingenio y de lostalentos del hombre; y por otra parte hace ver, que una providencia eterna, que gobierna con infinitasabidura el mundo, comunica a los mortales, de siglo en siglo, y cuando le place, algn don denueva luz ignorada de los antiguos, o algn precioso invento necesario, til o a lo menos deleitable

    a la humanidad.El proyecto de exterminar del Reino el veneno varioloso, a primera vista oprime a laimaginativa: esto prueba su vasta extensin. Luego que le examina el entendimiento sin las nubesde la preocupacin, le descubre a ste el fondo de su verdad, se hace adaptable a la razn, y obliga asta a que lo abrace en su tenacidad.

    De la razn libre de prejuicios, es de quien se debe esperar que admita, y que haga para losotros admisibles, los tiles inventos. Porque lo primero que se opone al de nuestro autor, es uncmulo sombro de dificultades miradas por mayor, y por ese lado tenebroso que descubre una vista

    perturbada, por sobrecogida del miedo. La tmida razn; al representarse esta idea, Viruelas, traeconjunta la nocin equvoca de que son epidmicas, y en la misma etimologa de esta palabra se

    juzga hallar la necesidad de que al tiempo de su invasin la hagan universal a todo un pueblo, o a la

    mayor parte de l: que en este caso no bastara una casa de campo o ermita para tantos virolentos:que el aire es un conductor continuo, perpetuo, trascendental, y un cuerpo elctrico, que, atrayendohacia s todos los efluvios variolosos, los dispara a todos los cuerpos humanos, que no habancontrado de antemano su contagio: y, en fin, que una casa destinada a este objeto, distante de

    poblado, era del mismo carcter, que una pirmide de Egipto, a cuya construccin presida el podercasi ilimitado de todo un Rey, reunido al trabajo activo de millares de manos de infelices vasallossacrificados a la vanidad de un solo individuo. Estas y otras dificultades son sostenidas por la malaeducacin, y por la falta de gusto de lo til y de lo verdadero. Ms de dos personas he conocido, queaseguraban era impracticable el nuevo mtodo de don Francisco Gil, porque no estaba amuralladaesta ciudad, y crean con mucha bondad que el contagio varioloso le haban de introducir hombresmalignos (aun si fuese impedido en las tres entradas de Santa Prisca, San Diego y RecoletaDominicana), de la misma forma que introduciran gentes, de mala fe un contrabando deaguardiente, por sobre las colinas, de los mismos caminos reales citados. Qu modo de pensar tanirracional!

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    Si no se conociera que las gentes que hacen estas objeciones eran de suyo tan buenas y tansencillas, y cuyo error no viene sino de la constitucin de este pas negligente y an olvidado de lasobligaciones de formar el espritu; se les debera reputar como criminales con el mayor y mshorrendo de los delitos, esto es, de ser traidores al Rey y a la Patria, porque el proyecto de abolir entodo el Reino las viruelas, tiene por objeto libertar de su funesto insulto las preciossimas einestimables vidas del Soberano, su Real familia y de toda la Nacin. Cuando el proyecto no fuese

    sino un arbitrio especioso y lisonjero, ocurrido en el calor de una imaginacin delirante, siendo detan grave entidad en sus consecuencias, se deba poner en prctica hasta que el tiempo y laexperiencia ministrasen el conocimiento de su falibilidad, y, por consiguiente, el desengao. Peroestando fundado tanto en los ineluctables raciocinios con que le defiende el Autor, cuanto en la seriede casos prcticos sucedidos en el Real sitio de San Lorenzo, en varios lugares de la Pennsula yotros de la Europa, ya no tienen lugar las dudas, las apologas, las dificultades.

    A pesar de la libertad de pensar, que en materias de Fsica goza con plenitud elHombre; hoy nola tiene, ni la debe tener el Vasallo acerca del presente objeto. Importa infinito que se le vede con elmayor rigor el proponer obstculos a la consecucin del fin que se ha propuesto el autor del

    proyecto. ste debi haber sido meditado y producido, ya se ve, por el Hombre Poltico, esto es, porun Magistrado instruido suficientemente en todas las obligaciones de la Magistratura, que consisten

    en velar sobre la seguridad del Pblico. El mismo proyecto, puesto en estos trminos, deba serllevado alFsico, para que solamente expusiera la naturaleza de las enfermedades contagiosas, y en

    particular la de las viruelas. Y conocida sta, la autoridad pblica deba determinar lo conveniente aeste propsito, fijar las reglas que se deben observar en la abolicin del contagio, y hacer una leyinvariable, que quitara a los osados la animosidad del espritu de disputa y cavilacin, que losvuelve cansados impugnadores.

    Ahora, pues, el proyecto de extinguir las viruelas, si no lo ha pensado y explicado un GenioPoltico, lo ha descubierto un Profesor de Fsica pero con tal ventaja, que lo ha adoptado unMinistro tan sabio y celoso, y tan lleno del espritu de humanidad, que, haciendo venir enconocimiento del Padre de la Patria (el Rey) su importancia y utilidad, manda que se tomen lasmedidas necesarias a ponerle en uso con la mayor exactitud. El excelentsimo seor don Jos deGlvez ha atendido como buen patriota a las insignes utilidades, que de su prctica resultan a la

    Nacin y a tantos numerosos pueblos de las Amricas. Y habr acaso hombre tan perverso y tanenemigo de la sociedad, que halle embarazo que oponer o dificultades que objetar?

    Fuera de esto, aquellas ms especiosas, que podra un genio caviloso inventar y producir, sonpropuestas con energa por el autor de la Disertacin, pero disueltas por l mismo con mayor, o conaquella que es propia de la evidencia. Sera cerrar los ojos a sta, volver a inculcar las mismas, yrepetirlas a los odos de un vulgo tan ignorante como el nuestro, para que grite y gima con dolor, enel momento en que se trabaja en solicitarle su mayor felicidad. As el glorioso empeo de todo buenvasallo, especialmente de aquel que sea visible al populacho, o por sus talentos, o por su doctrina, o

    por su reputacin, o por su nacimiento, o por su empleo, o por su carcter, o, finalmente, por su

    verdadero mrito, ser exhortar a ste a la admisin gratuita del dicho proyecto; manifestndoleprimeramente la obligacin indispensable que hay de obedecer al Rey y a sus ministros, aun enaquellas cosas que, al primer aspecto, pareciesen inasequibles o injustas. En segundo lugar,hacindoles comprender las resultas ventajosas que sobrevienen al uso de superior orden; en tercerlugar, descubrindoles ciertos secretos de la Economa Poltica, por la que en ciertos casos es

    preciso que algunos particulares sean sacrificados al bien comn.1.La obligacin indispensable que hay de obedecer al Rey. Cuando no consideremos ms de

    que por una necesidad inevitable de solicitarnos todas las ventajas de lasociedad, hemos radicadoel depsito de la Autoridad Pblica en el Rey; que por la misma razn le hemos entregadovoluntariamente parte de nuestra libertad, para que haga de nosotros lo que juzgue conveniente; quesu poder, en atencin a este sacrificio, se extiende nicamente a procurar el bien comn de sus

    vasallos; y que bajo de estas miras, no podemos resistir a sus preceptos, considerando bien que ellosno tienen otro objeto, que el del buen orden, la economa, la conservacin y felicidad del Estado;obedeceremos con gusto a todo lo que su Majestad (Dios le guarde), ordenase sobre cualquier

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    asunto gubernativo. Bajo de estas consideraciones, cada uno de nosotros debe imitar a Platn, quedaba gracias al cielo porque le hizo nacer en el tiempo en que viva el admirable Scrates. Ynosotros le debemos rendir las ms humildes, porque nos trajo al mundo bajo el feliz gobierno deunRey patriota, a quien no solamente Dios por su misericordia nos obliga a obedecer, pero an nosha dado previos y dulcsimos sentimientos para amarle.

    Pero an hay otro motivo de no menor magnitud que los ya dichos para apurar el

    establecimiento de lo que el Rey ordena. Es este nuestroHonor. Para quien comprendiese bien estapalabra, lo que ella significa y la genuina acepcin que debe tener entre nosotros, no habranecesidad sino de repetir de esta manera:El honor nos obliga a la extincin de las Viruelas en este

    Reino. Y, luego despus de odas estas palabras, se correra rpidamente tras la asecucin heroica deeste Honor. l es objeto primario del Gobierno Monrquico; porque la nobleza de las grandesacciones, cierta sobria libertad de pensar y de decir, y todos los efectos de la grandeza de corazn secultivan en l, y l los inspira indefectiblemente; de otra manera, cmo me atrevera a tomar ciertognero de elevacin de nimo en el tono, en los discursos y an (permtaseme que lo diga), en lamisma naturaleza de la elocucin? El Honor (extiendo hacia otros fines el significado preciso queya le di), es tambin trascendental al que lograra la Nacin por el precioso hallazgo sugerido en elProyecto. Depender este Honor de que las naciones que mayor ojeriza profesan a la nuestra,

    dejando sus caprichos y abandonando sus resentimientos, adopten el modo sencillo de exterminartodo contagio enemigo de la salud. Porque, cuando se interesa sta, la sana razn sofoca el espritude la discordia, y abraza todo lo que le acomoda, aunque venga de las manos mismas del enemigo.Conocida, pues, la virtud del proyecto en los reinos vecinos, se dilatar por todo el globo suestablecimiento. Y vase aqu que en pocos das se habr logrado el exterminio de una de aquellas

    plagas, que se crean inexcusables a la mquina del hombre. La Nacin espaola habr entoncesdado la ley a todo el universo. Pero, qu ley? Aquella que, por antonomasia, se debera llamar la dela naturaleza y de la humanidad. El Rey debe ser obedecido por esta gloria universal de su augustonombre, que correra por todos los idiomas de las gentes y todas las naciones de la tierra.

    2. Hacindole comprender las resultas ventajosas que sobrevienen al uso de este ordensuperior. Por poco que se aplique el pueblo a la meditacin del dao o daos que causa la epidemiade las viruelas, vendr en conocimiento de los provechos que resultan de su entera abolicin. Lahermosura y buen parecer del rostro es la primer ventaja. Aunque a la austeridad de un geniomelanclico, parezca de un orden muy inferior y casi de ningn mrito la Hermosura, el espritufilosfico halla en ella razones slidas para que sea estimable. Siendo la belleza el conjunto naturalde regularidad, orden, proporcin y simetra, una nacin que por la mayor parte tuviese todos susindividuos hermosos, lograra un principio feliz de sociedad; porque las personas en quienes no seencuentran defectos considerables de rostro, atan el vnculo de sta con ms fuertes nudos, y dondehay ms agrado, all se renen ms los corazones. Dems de esto, no slo el Filsofo, pero tambinlos que se llaman Ascticos, no pueden negar que laHermosura es un don precioso emanado de lasmanos de un ser perfectsimo, esencial e infinitamente hermoso; y que las gentes hermosas son en

    quienes se retratan las perfecciones de Dios. Las mujeres que tanto desean cultivar la belleza, yposeerla, tienen razn de llorar su prdida en el fuego de las enfermedades, o en la nieve de losaos: sus atractivos bien reglados, deban conspirar a hacer amable y, al mismo paso, til laHermosura a la felicidad de la Patria, dejndola que goce de los rendimientos, obsequios, y aunadoraciones civiles delAmor Nupcial. La hermosura que tuviese otros designios deba proscribirsemuy lejos de los poblados. Pero supuesta esta consideracin, no otras que las mujeres,especialmente las jvenes, estaban en la suave obligacin de rogar a los Magistrados que cuidasende extinguir el contagio pernicioso de las viruelas; porque ste roba al mayor nmero de los nios ynias esa amabilsima hermosura que los hace admisibles, aun cuando no tienen las prendasmentales, con noble agrado al trato comn. Unos pierden los ojos; en otros se aumentan condeformidad los labios; otros quedan con las narices romas o encogidas, y otros pierden las naturales

    proporciones, y esas tiernas lneas de la cutcula, que labran y ordenan la simetra de la estructuradel rostro, adquiriendo todo el horror de la fealdad, constituida en verrugas, prominencias,desigualdades, hoyos asquerosos y cicatrices muy deformes.

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    Una cara de alguna nia, lacerada en estos trminos, hace un matrimonio malogrado, o porqueperdi en su hermosura un hombre que simpatizase con su genio y costumbres, o, porque, aundespus de contrado, echa menos su consorte aquel primor, que parece necesario que intervenga enla unin sacramental de dos sujetos de diferente sexo. Oh! y cunta parte tiene en los contratosmatrimoniales la vanidad o el capricho de los hombres, que quisieran siempre hermosas a susmitades preciosas! Del mismo modo un rostro afeado por las viruelas constituye a una nia noble,

    inepta para entrar por vocacin a la clausura monstica, si se ha de seguir la mxima de SantaTeresa; que deseaba que sus monjas no fuesen feas para que la caridad no padeciese la ms mnimarebaja; en el disgusto que causa la deformidad; y ms entre tan pocas personas que se han de estarviendo, con demasiada frecuencia. As las mujeres feas tienen una mala suerte; quiz la deabandonarse a la prostitucin por caminos ms vergonzosos, especialmente en pases en donde tienesueltas las riendas la Polica, y da con el disimulo inicuas franquezas a la disolucin. Quiz este fueel motivo por que los primeros Romanos permitieron a los padres el que expusiesen a sus hijosmonstruosos. Segn lo refiere Dionisio de Halicarnaso Rmulo impuso a todos los ciudadanos lanecesidad de criar y educar a todos los nios y, de las nias, a las mayores; pero igualmenteconsinti la crueldad de exponer a los feos y feas, a los monstruosos y monstruosas, despus dehaberlos manifestado a cinco de sus ms prximos vecinos. Vase aqu como el exterminio de las

    viruelas acarrea el beneficio de la subsistencia y perpetuidad general de la hermosura, y enparticular de la del bello sexo. Veamos ahora, cuanto aprovecha a la hermosura del hombre.

    Todo filsofo debe llamarHermosura Masculina aquella cuyos miembros bien proporcionadoscooperan del modo ms ventajoso a cumplir y ejercer las funciones animales del hombre. Estahermosura se puede decir esencial, pues que la utilidad es su principal objeto y fundamento. Estautilidad es de todo elEstado; porque el hombre hermoso, en el sentido que acabamos de explicar, esapto para la agricultura, propio para el comercio, acomodado para las maniobras de la marina, gil

    para las manufacturas, idneo para la fatiga militar, y a propsito para servir a la Repblica de todosmodos. Y aun la carrera de las letras necesita de este gnero de hombres hermosos, que puedanvacar en el estudio con la constancia que requiere la profesin de la Literatura, y tengan la aptitudde servir con decoro al altar y al foro; porque, qu horrorosa idea no dar de su ridcula proporciny estructura orgnica, un sacerdote lleno de rugas, sacrificando; y un juez deforme distribuyendo losorculos del Depsito Legislativo, con una fisonoma que siempre y anticipadamente da unassentencias de espanto? Uno y otro sern o contentibles o formidables. Las viruelas, pues, quitan delmundo esta hermosura de los hombres, volvindolos con sus malsimas crisis o erupcionestumultuosas cojos, mancos y estropeados en los miembros ms necesarios a los usos de la vidadomstica y civil. En este caso era que Licurgo (si hubiese alguna autoridad en el hombre respectode este solo objeto para dar la muerte a sus semejantes), podra mandar con mejor apariencia denecesidad poltica, que se quitase la vida a estos intiles y miserables miembros de la sociedad, quela sirven de gravamen; como haba ordenado en sus leyes, estableciendo para el gobierno de laLacedemonia un decreto de muerte contra todos los nios que naciesen dbiles, o

    considerablemente defectuosos en su natural constitucin. Esta ley brutal, en extremo crudelsima yopuesta a la humanidad, estaba fundada en la naturaleza del rgimen poltico de los Esparciatas, queconsista en que su potencia fuese formidable, y estuviese por eso dependiente de la formacin deun pueblo duro, aguerrido y feroz. Otra era la poltica de Dios descrita en las Santas Escrituras, que

    prohbe la efusin de sangre y la carnicera humana. Y el Evangelio demuestra a los sabios delpaganismo la barbarie de sus excesos autorizados como fundamentos de su Legislacin; porquesiendo un Dios de mansedumbre quien le estableci, prohibi el que se derramara la sangre de estosmiserables que han sido vctimas de los contagios y enfermedades.

    Pero no, es esta la mayor ventaja que resulta de abolir en este reino la epidemia variolosa. Lams excelente es que se da la vida a innumerables que perecen al cuchillo de las viruelas. Estaventaja se puede calcular matemticamente, slo con hacer el cotejo de los que han muerto hoy con

    la epidemia del sarampin. En medio de un corto pueblo como el de Quito, que no pasa de veintemil habitadores, la prdida de tres mil personas, es un atraso considerabilsimo a la poblacin.Ahora, pues, el sarampin, por maligno que sea, no mata tantos, como mata la epidemia ms

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    benigna de viruelas. En el sarampin son contingentes las perniciosas resultas: en las viruelas casison esencialmente necesarias. En el primer contagio es una la terminacin febril; en el segundo sonmuchos los estados y graduaciones de su constitucin morbosa. En aquel; despus de la erupcinregular, se sigue las ms veces la seguridad. En ste, despus del primer paso que pareci feliz,viene, o una supuracin funesta, o una maturacin gangrenosa, o una desecacin imperfecta,desigual, maligna, o un retroceso instantneo de las materias hacia el centro, con muerte casi

    repentina de los virolentos; y, en fin, otros fatales consectarios anexos a la primera efervescencia,que se suscita dentro de los lquidos de la mquina humana. Una corta detencin de las postillashacia los pulmones acarrea una pronta sofocacin. Si la naturaleza es vigorosa para volverlas a la

    periferia, deja an sus impresiones perjudiciales, enosis, aftas, tisis o fiebres hcticas de por vida.Pero sera cosa prolija hacer la enumeracin exacta de todos los efectos crueles que lleva tras s laepidemia de las viruelas. Si Hipcrates dijo, que los pronsticos de las calenturas agudas acerca dela salud o la vida, siempre deben ser dudosos e inciertos, nunca con ms propiedad se debe aseguraresta sentencia, que en la fiebre variolosa, y de que no hay (aun cuando se ven los sntomas ms

    benignos), ni puede haber firme esperanza de su feliz suceso. Oh, qu beneficio es no incurrirla enningn tiempo! Se afianza entonces la vida con prudente seguridad de que no se perder, que es lams ventajosa resulta de las que sobrevienen al uso de la orden Real de la extincin de las viruelas.

    Y esto es lo que se debe incesantemente sugerir al pueblo.3. Descubrindole ciertos secretos de la Economa Poltica, por la que en ciertos casos es

    preciso que algunos particulares sean sacrificados al bien comn. La falta de educacin en estepas (como lo repetir siempre que se ofrezca), ha hecho desconocer a la mayor parte de las gentesesta necesidad que todos tenemos de hacer los mayores y ms dolorosos sacrificios al bien de laPatria. Por acaso se oye proferir a algunos, como un orculo misterioso, la siguiente proposicin:Elbien comn prefiere al particular. Pero en la prctica se ve ms comnmente que el inters del

    pblico es sacrificado al inters del individuo. Por todas partes no se presenta ms que una multitudinsensible de egostas, cuyo cruel designio es atesorar riquezas, solicitar honores y gozar de los

    placeres y comodidades de la vida, a costa del Bien Universal; en una palabra, ser los nicosdepositarios de la felicidad; olvidando enteramente la de la Repblica. As a todos nuestroscompatriotas debera el Filsofo, que sirve de antorcha a la ciudad, inculcarles frecuentemente estasnociones generales, pero dignas de su atencin y conocimiento.

    Un animal verdaderamente propio para la sociedad civil (dice Puffendorf), o un buenciudadano, es aquel que obedece prontamente y de buena voluntad las rdenes de su soberano, elque trabaja con todas sus fuerzas en el adelantamiento del bien pblico, y prefiere ste sin la menor

    perplejidad, a su inters particular; el que nada mira como ventajoso para s, que no lo seaigualmente para el pblico; el que finalmente se muestra con modo accesible y obsequioso para susconciudadanos. Ahora, pues, (aade el mismo autor), hay pocas gentes que tengan algunadisposicin a estos dictmenes desinteresados. Las ms no se contienen en alguna manera, sino porel temor de las penas, y muchos quedan toda su vida malos ciudadanos, animales insociables,

    miembros viciosos del Estado.Estas ltimas expresiones del sabio Puffendorf dichas en el seno de la ciencia poltica, en laque se cultiva por principios la tica, donde la juventud se educa con estas mximas de honor, dan aconocer cul es mi espritu de moderacin, cuando he dicho lo que pasa dentro de nuestra ciudad, ycmo nicamente el celo me ha obligado a hablar en estos trminos, que chocarn, sin duda, a la

    barbarie e ignorancia de algunos pocos individuos, que, esparciendo en este pueblo sugestionescontrarias a la suavidad de mi temperamento, previenen su nimo en contra de mi quietud. Pero(dando por m mismo un pequesimo ejemplo a mis compatriotas), sacrifico sta, porque de locontrario; sera un infame traidor a las obligaciones todas de ciudadano honesto, y a la confianza delmuy ilustre cabildo, que me condecor con el honor de destinarme a la formacin de este papel. Dedonde he juzgado importante repetir, que el oficio de cada uno de nosotros para con la Patria es

    (porque lo demanda as la gravsima calamidad que amenazan las viruelas), prescribir el honor,despreciar la fortuna, sacrificar los hijos, y prodigar la misma vida en cambio de una muerte suave,por coronada de la gloria de haber servido al Estado.

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    Parece que es ste el mtodo que, para la persuasin del populacho a la admisin del proyecto,debe observar el hombre pblico: a vuelta de este orden, que primero se insina en elentendimiento, para ganar despus la voluntad, se consigue fcilmente que circule por todo elcuerpo del pueblo un modo uniforme de pensar, sentir y hablar. Porque este (hablando de buena fe),tiene una muy oscura idea de que hay un soberano, a quien debe prestar en conciencia toda especiede obsequio; deferencia, respeto y veneracin. Y para mejor decir, el nombre del Rey no ha llegada

    a sus odos absolutamente, o apenas le ha percibido como, un trueno, que subsigue al horrorosoresplandor del rayo. Por lo menos no ha llegado a su conocimiento que el augusto Monarca, bajocuyo suavsimo imperio hemos tenido la dicha de nacer, vela en su alivio y universal prosperidad.Cuando se vea por el populacho, que el Rey, desde la remotsima distancia que hay desde el solio ala miseria; hace memoria de su conservacin, se digna comunicarle sus altos, soberanos ymisericordiosos designios, y manda poner en prctica los medios todos, conducentes a su felicidad,apartndole de los riesgos que amenazan, y efectivamente invaden su salud; cuando vea, digo, el

    populacho todo este cmulo de beneficencia real, no slo l; pero el pueblo mismo creer, que hayrealmente un Soberano. Que su carcter no es otro que la clemencia paterna, suavidad, bondad ymisericordia. Y qu modo ms indefectible de hacer conocer a todos el soberano poder de la

    Autoridad Real, que empezar la cadena del vasallaje por la labor primaria y preciosa del favor y el

    beneficio? Todos dirn entonces: esto lo manda el Rey, y un Rey tan amante de sus vasallos lomanda para nuestra comodidad, solicita nuestro alivio, y quiere la vida, y salud de sus hijos, porquea todos nos tiene con la mayor ternura por tales. A esta ntima y amable persuasin que gaste lavoluntad de los pueblos, luego seguir no solamente el admitir el proyecto como bueno en laespeculativa, sino el poner en obra cuanto se juzgue conveniente para verlo verificado. El ricoindolente podr contribuir con algunas sumas de dinero: el sujeto de talentos concurrir con untorrente de luces para los aciertos e ilustraciones: el pobre sacrificar sus fuerzas, y las unir a otrostantos brazos fuertes pero prontos y expeditos a tomar a la mano, los materiales del edificio, y enuna palabra a fabricarse el templo de la salud para sus hijos, parientes y amigos; tal debe ser elefecto que siga al conocimiento de una materia de tan grave inters.

    Pero, qu resultas tan desgraciadas no se deben esperar, de la ms mnima negligencia enpromover este proyecto? Una epidemia, cualquiera que sea, es un soplo venenoso, que, sin perdonarcondicin alguna humana, influye en todos los cuerpos malignamente, y trae la muerte y ruina detodos. Estamos hoy da llorando la que ha causado y est por causar con sus horribles efectos elsarampin. Esta epidemia, en todas partes y casi siempre benigna, ha trado consigo el luto y ladesolacin a esta provincia. Oh! y cmo la hubiramos prevenido, cortado y exterminado, si mejorsuerte nos hubiese anticipado, o la noticia del proyecto, o un ejemplar de la disertacin que loestableca! Hubiramos dado la vida a ms de dos mil individuos que en esta ocasin la han

    perdido: la flor de la juventud quitea, la ms til y benfica a la sociedad; porque tal concibo a lagente de servicio y empleada en las artes mecnicas. Esta es la que ha perecido miserablemente ytodo se habra libertado con la mayor facilidad, al solo beneficio de separar, muy lejos de poblado,

    los poqusimos contagios que aparecieron al principio del prximo pasado mes de julio. Pero, culestrago an ms lamentable no sentiramos en las fatales coyunturas de una epidemia voraz, y de laextrema indiferencia que tiene de lo preciso el pueblo, si el ilustrsimo seor doctor don BlasSobrino y Minayo, dignsimo Obispo de esta Dicesis, no hubiera con un corazn verdaderamenteepiscopal abierto sus entraas todas de misericordia, al munfico socorro y alivio de todas susnecesidades? Y cul no sera la amarga situacin en que nos hallramos, si este muy IlustreCuerpo, Asamblea de los Padres de la Patria; si la vigilancia caritativa del Gobierno, no hubieseaplicado y puesto en uso cuantos arbitrios y remedios pudo excogitar y practicar su compasin paracon los infelices contagiados?

    Si hoy se encendiese nuevamente el contagio de las viruelas aqu, se consumira esta provincia, porque las fuerzas de los nios, la paciencia de los padres, la constancia de los hombres

    misericordiosos, la quietud y paz del nimo de todas las gentes, siguiendo la condicin de las cosashumanas, estn ya casi agotadas. Las viruelas, trayendo por auxiliares la miseria, afliccin y

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    caimiento de los infelices, desolaran absolutamente los tristes y tiernos residuos de nuestra especie.Qu prdida tan irreparable!

    No es esto lo ms, sino que, si nos descuidamos un poquito en ahogar en su cuna el contagiovarioloso, seremos nosotros los depositarios de su pestilente semilla; suceder tal vez que sta est a

    punto de extinguirse, o extinguida ya en Espaa, porque todos los ramos de la polica se van hoyperfeccionando all, el celo patritico est en su cumbre, las gentes todas estn ya ilustradas, sobre

    todo, el Gobierno vela por la conservacin de la salud pblica, y ha autorizado el proyecto de donFrancisco Gil. Y en tanto suceder tambin que solamente en esta ciudad permanezca un enemigotan pernicioso y tan fatal a toda la Nacin! Entonces se ver, que aqu en Quito, como de unalmacn u oficina donde se reserva y confecciona el fermento atosigado de las viruelas, se difundauna parte de l para las otras regiones del alto y bajo Per; que pase hacia el reino mejicano, y and un salto funesto a la Pennsula. Y qu? Desde este pas de la salud, que ha merecido elrenombre de paraso de la tierra, donde reina una igualdad serena e inalterable de clima, estacin ytemperamento, ha de salir la pestilencia que marchite la preciossima vida de nuestro augustoMonarca y de su Real Familia? Ah, que se pueda or esto sin horror y sin estremecimiento! Peroentonces, qu justas execraciones no merecer nuestra indolencia, de Espaa, de Francia, de laEuropa toda y aun quiz de todo el mundo? Cuando veamos nosotros que todas las naciones

    adopten el sistema preservativo de las viruelas, que ha inventado nuestro compatriota, como creoque suceder en nuestros das, qu confusin deber ser la nuestra al vernos, slo nosotros,insensibles al negocio en que tome el mayor inters toda la tierra?

    A la verdad, ignoramos que todos ms o menos, segn nuestras condiciones, nos vemosnecesitados a cultivar los conocimientos polticos, cuando menos los ms comunes principios del

    Derecho Pblico. Si los supisemos, veramos ya que todo ciudadano, estando obligado a solicitar,como ya hemos dicho, la felicidad del Estado, penetra que aquella consiste en que ste se vea (si

    puedo explicarme as), cargado de una numerossima poblacin, porque el esplendor, fuerza y poderde los pueblos, y por consiguiente de todo un reino, estn pendientes de la innumerablemuchedumbre de individuos racionales que le sirvan con utilidad. Y que (por una consecuenciainevitable), el promover los recursos de la propagacin del gnero humano, con los auxilios de su

    permanencia ilesa, es y debe ser el objeto de todoPatriota.Como en la antigedad es donde hallamos las fuentes ms puras de la poltica, para ver la

    dignidad de este asunto, echemos la vista, con orden retrgrado, a lo que observ Roma cuandoestuvo mejor gobernada, y hallaremos que su atencin a aumentar el nmero de pobladores fue encierto modo llevada hasta el escrpulo; porque ya se decret asociar los pueblos vecinos y lossubyugados a la Repblica, ya se pens en dar, y efectivamente se dio, Derecho de ciudadanos amuchsimos de los extranjeros; y, ya finalmente, se crey hallar un inmenso seminario de habitantesen el numerossimo enjambre de sus mismos esclavos. Sus ms antiguas leyes proveyeron condemasiado ardor a este fin, determinando a los ciudadanos al matrimonio. El Senado y Pueblo, cadauno por su parte, instituyeron leyes favorables a estos contratos propiamente civiles, o de la

    sociedad; aun los censores, a su vez, como tenan el cuidado de la disciplina de las costumbres yregularidad, tuvieron muy a la vista el mismo objeto. Por la suavidad y la dureza, por el honor y laignominia, por la libertad y la miseria, en fin, por todo linaje de recompensa o de rigor, eranllevadas todas las gentes a procurar la propagacin de la especie, supongo que aquella legtima yautorizada por la razn y el decoro de las costumbres. Traigo a la consideracin de mis lectores elmejor monumento que acerca de este punto he hallado en la Historia Romana, referido porDionisio. Es la arenga que dijo Augusto a los caballeros romanos, cuando por ver el nmero decasados, hizo que de una parte quedasen los que eran, y pasasen a la opuesta los que no. Hall conadmiracin de los mismos ciudadanos, mayor el nmero de estos ltimos; y entonces fue, que, conuna gravedad propia de censor, les habl as:

    En tanto que las enfermedades y las guerras nos arrebatan tantos ciudadanos, en qu vendr a

    parar la ciudad, si no se contraen ms matrimonios? La ciudad no consiste en las casas, los prticosni las plazas pblicas: los hombres son los que la componen. Jams veris, cmo cuentan lasfbulas, que salgan los hombres de debajo de la tierra para cuidar de vuestros intereses. Y no es para

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    vivir sin compaa, que habis escogido el celibato: cada uno de vosotros tiene consigo lascompaeras de su mesa y de su lecho, y ni solicitis ms que la paz en vuestros desrdenes. Acasome citaris el ejemplo de las vrgenes Vestales? Pero si no observis las leyes de la pureza, eranecesario castigaros como a ellas. Vosotros sois malos ciudadanos por cualquier parte que se mire,ya sea que todo el mundo imite vuestro ejemplo, o ya sea que ninguno le siga. Mi nico objeto es la

    perpetuidad de la Repblica. He aumentado las penas a aquellos que no han obedecido, y por lo que

    toca a las recompensas, son ellas de tanto precio, que ignoro si el valor las ha merecido o tenidomayores: galardones de menor consideracin han obligado a millares de gentes a que expongan suvida, y estas mismas no os introducirn a vosotros el empeo de tomar una mujer, y de procurartener y educar los hijos?.

    Por este precioso fragmento de la antigedad, podemos juzgar cul fue el dictamen de losmejores espritus en orden a sugerir poderosos medios para la poblacin. El que tenemos a la manoes tan fcil y tan sano; pues no causa lesin a la santidad del celibato. Evangelio es el exterminio delas viruelas. Hemos visto cunto nos interesa.

    As desde este momento querra yo que no se escuchase ms cierto rumor popular que corre deque el proyecto de la extensin de las viruelas es impracticable en Quito, porque el deshonraaltamente a esta ciudad y esta sola ser la que en la vastsima extensin de la monarqua espaola

    merezca y se atraiga todo su menosprecio.Por evitrselo, y por motivos an ms relevantes, es que el acreditado celo del bien pblico y el

    amor al servicio del Rey del Seor Presidente Regente de esta Real Audiencia y SuperintendenteGeneral, don Juan Jos Villalengua y Marfil, comunic a este Ilustre Ayuntamiento la orden Real, elda primero del presente mes de octubre, con todos los encargos, advertencias y sugestiones propiasde la importancia del asunto. En consecuencia, el muy Ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento harequerido a los de la Facultad Mdica, para que observen cul es a su juicio la casa de campo msadecuada a este fin; y que digan todo lo que creyesen oportuno y conducente a promoverlo y

    perfeccionarlo. El celo de estos profesores ha meditado maduramente la cosa, y ha hallado una casade campo llamada vulgarmente el Batn de Piedrahta, ha anunciado a este muy Ilustre Cuerpo, elda siete de este mismo mes de octubre, las proporciones que sta tiene para servir de un cmodohospital de virolentos. La tal casa parece que llena todas las ideas que propone y desea el autor de ladisertacin. Est a competente distancia del poblado con ms de un cuarto de legua, y separadaabsolutamente de los trnsitos comunes. El aire que la rodea es de benigna constitucin; los vientos,que de tiempo en tiempo, o, segn las estaciones de primavera e invierno, experimentamos ac, y

    baan la casa, por lo regular se dirigen de Este a Sur o al contrario, sin mudar de direccin, ni tocara esta ciudad, porque sta respecto de aqulla est al Sudeste, y porque, cayendo en sitio profundo,viene a dar en un paralelo, con el que corresponde al terreno de Quito; pero intermediando el cordnde una gran colina bien levantada, que separa a uno de otro, sirviendo de antemural a los hlitos quela mala fsica de nuestros quiteos teme inconsideradamente que se levanten de la casa de campocitada, y vengan a esta ciudad. Tiene agua propia a muy corta distancia, como de veinte pasos

    comunes, para el uso de la bebida; y para purificar la ropa, corre en la parte inferior el pequeueloro de Machngara. Para bajar a ste hay una calzada que hace fcil y natural el descenso. Laspiezas que hoy se encuentran, hoy mismo, por la necesidad, estn aptas para el servicio de losenfermos y para su aposentamiento; pero debern a poca costa tener despus otra figura y aptitud,as para la comunicacin de la luz como del aire que las debe ventilar. Hay dos huertecillos y dosespecies de atrios imperfectos, que ofrecen para la fbrica posterior mucha comodidad. En fin,

    parece haber nacido esta casa para este efecto de depositar en ella a todos los insectos deenfermedades contagiosas.

    Nada falta ahora, sino que con la mayor brevedad se obligue al dueo de ella a que la venda. Yel da en que tome la posesin, parece regular que el mismo Seor Presidente RegenteSuperintendente General, la autorice con su presencia, yendo al frente del muy Ilustre Cabildo a

    consagrar esta casa, en nombre del Rey, a la salud pblica, porque as se d al pblico (propenso aformar altas ideas por el esplendor externo de las funciones brillantes), un concepto, en cierto modo

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    sublime, de la grande importancia de la materia, del sealado servicio que se le va a hacer, y delparticular anhelo que hay en obedecer al Rey.

    Hecho esto, debern estar prontos los utensilios, ropas, camas y peculiar menaje, que debenusarse en este pequeo hospital; su guarda, asistencia y confianza, parece mejor que se entregue amujeres de edad de treinta aos hasta cincuenta, pero de conocida probidad. Si se encontrasen seiscon las dotes necesarias para ejercitar la hospitalidad en la casa de recogimiento, que llaman el

    Beaterio, de all se debern sacar por fuerza, respecto de que stas no estn obligadas a la clausuramonstica con voto. Pero aun afuera no dejarn de hallarse mujeres pobres y virtuosas, que sequieran encargar de esta funcin caritativa, especialmente si se les ofrece y da por el tiempo quedure la curacin de los virolentos, un salario competente. Y cuando suceda que no haya en la ciudadalguna epidemia, y con particularidad la de viruelas, con todo esto el Ilustre Cabildo comprometera cada uno de sus benemritos miembros, a una visita ocular de la casa y de todo lo que en ella secontiene, cada quince das por turno en compaa de algn mdico o cirujano por el motivo queabajo se expresa.

    Sguense ahora los oficios del ciudadano como fsico. Antes de todo es preciso que el puebloest bien persuadido por ste, que las viruelas son una epidemia pestilente. Esta sugestin era ociosaen Europa en donde estn persuadidas generalmente las gentes, que no se contraen sino por

    contagio. Ac las nuestras parece que estn en la persuasin de que es un azote del cielo, que envaa la tierra Dios en el tiempo de su indignacin. Por lo mismo, hacindose fatalistas en lnea de unconocimiento fsico, creen que no le pueden evitar por la fuga, y que es preciso contraerlo o

    padecerlo como la infeccin del pecado original; impresin perniciosa, que las vuelve indciles atomar los medios de preservarse propuestos en la Disertacin. El autor del proyecto, para hacerloindudablemente asequible, alega las autoridades de los ms clebres autores mdicos, que hanafirmado ser las viruelas contagiosas. Aun cuando no atendisemos sino al origen de stas, y a sumodo de propagarse en Europa, debamos quedar en la inteligencia de que lo eran, y que esindispensable el contacto fsico de la causa al cuerpo humano, para que en l se ponga en accin unfermento peculiar, homogneo y correspondiente a la naturaleza del efluvio varioloso.

    Sean los que fuesen los corpsculos tenues, pero pestilentes de la viruela, nuestra experiencianos est diciendo que stos nos vinieron siempre de Espaa y de otras regiones de Europa. En lostiempos anteriores en que el ramo de comercio activo, que haca sta con la Amrica, especialmentea sus orillas del Sur, no era tan frecuente del mismo modo, era ms rara la epidemia de viruelas:conforme la negociacin europea se fue aumentando y hacindose ms comn, tambin las viruelasse hicieron ms familiares. En tiempo de los que llamaban galeones, que venan a los puertos deCartagena, Panam, Portovelo y Callao, padecamos las viruelas, de veinte en veinte aos. Despusde doce en doce. El ao de 1757 particip de este contagio epidmico, que pareci no ser de los msmalignos; pero el ao 1764 vi otro tan pestilencial, que desol las bellas esperanzas de tanta

    juventud lozana y bien constituida, y entonces perd un hermano de los mejores talentos que puedeproducir la naturaleza. Desde entonces volvi a los dos aos a infestarse esta ciudad: se destruy su

    pestilencia enteramente, hasta el ao prximo pasado de 1783 en que siendo general el contagio conmuerte de muchos nios, se nos ha vuelto domstica o casi endmica; porque no se aparta hastahoy, invadiendo ya aqu, ya all, en los barrios de esta ciudad, como tambin en los pueblos delcontorno de la provincia. Es el caso que los navos mercantes procedentes de Cdiz o la Corua,llamados registros, son de todos los aos y de muchas veces en cada ao.

    No era difcil hacer una historia completa de las viruelas, y desde luego de las horrendas visitasque ha hecho esta epidemia a la Amrica y a los ms de sus territorios y poblaciones. La pocainfeliz de su venida confiesa don Francisco Gil que fue cuando se empez la conquista de laAmrica Septentrional, en estos trminos: Desde Europa se extendi esta epidemia a las IndiasOrientales por medio del comercio de los Holandeses, y a la Amrica, a los primeros pasos de suconquista, por medio de un negro esclavo de Pnfilo Narvez, que padeciendo esta dolencia entre

    los habitadores de Zempoala, les dej su semilla en perpetua memoria de su infeliz arribo: siendo denotar que en cambio de este pestilente gnero, nos transport el mal venreo Pedro Margarit. Hastaaqu el autor de la Disertacin, cuyas ltimas palabras no tienen la menor verdad, como podr ser

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    que lo digamos ms abajo. Pero es cosa muy cierta que el dicho negro trajo a estas tierras laenfermedad ms formidable que conoce la humana naturaleza. Y este es un hecho atestiguado pornuestros historiadores, y por Fonseca, portugus de nacimiento.

    En los lugares con los que no hay mayor trato y comunicacin, o que estn separados por algndilatado intermedio de montaas, como son (aqu en nuestra provincia), las reducciones de Mainas,todas las poblaciones de las riberas del Maran, el pueblo de Barbacoas, las costas de Esmeraldas

    y Tumaco, las misiones de Sucumbos, las prximas doctrinas o curatos de Mindo, Gualea, SantoDomingo, Cocaniguas, no ha entrado la viruela; y, si alguna vez se ha visto que ha principiado poralgunos individuos su veneno, han huido los indios habitadores de los citados pueblos a lo msinterior, de las altsimas y espesas selvas que los rodean, dejando a los contagiados en manos de laepidemia, de la soledad y de su tristsima suerte. Este ha sido y es su regular, pero seguro mtodo de

    preservarse de la infeccin. De donde ha pasado, con especialidad en las misiones del Maran, quea los pobres misioneros, en casos iguales de la desercin de sus feligreses, les ha sucedido verse enla necesidad de perecer de hambre, no teniendo quin les d los efectos de la caza, de la pesca y delos frutos monteses, especie de pensin cuotidiana con que estos fieles suministran los alimentos asus prrocos. De stos los que son diestros y nada desidiosos dejan el sitio de la poblacin, y huyencon sus indios al centro de la montaa, con lo que toman providencia para la seguridad de su propia

    vida. No hizo as, en semejante coyuntura de principiar el contagio, el licenciado don Juan Pablo deSanta Cruz y Espejo, hermano mo, el ao pasado de 1787, cuando se hallaba a la sazn de PrrocoMisionero en la reduccin del pueblo de San Regis. Fue acometido un nefito suyo del contagio delas viruelas, y pudo conocerlo este eclesistico, tanto por lo que haba padecido y visto bien padecera muchsimos en esta ciudad, como porque, siendo hijo de un profesor de medicina y ciruga, tenatal cual tintura de patologa e historia de las enfermedades. Teniendo, pues, que al conocerlo losindios de su pueblo, le dejasen solo y a punto de perecer, y por otra parte persuadido ntimamentede las obligaciones de su ministerio pastoral para no desamparar a su oveja cada y doliente,determin ocultarle dentro de su mismo aposento, e impedir su vista y noticia lo ms que le fue

    posible, al resto de los feligreses. En esta situacin el mismo pastor (como deba ser); le daba por sumano la bebida y el tinusimo alimento de que necesita este gnero de dolientes, y l mismo lesocorra en el tiempo de sus comunes necesidades corporales: pero de este modo le sac con triunfoms que marcado, con las cicatrices que dej en su rostro y cuerpo el pestfero enemigo. Lo queviene al caso es, que ningn otro individuo de San Regis fue atacado de la dolencia variolosa. Vaseaqu en breve y por menor practicado el mtodo propuesto por don Francisco Gil pero sobre todovase cmo es cosa indudable que la viruela es enfermedad contagiosa, y que se logra la

    preservacin de ella, evitando la vista, trato y comunicacin de los virolentos, de su ropa yutensilios.

    Ahora pues, por horrible que sea la epidemia variolosa, su veneno es de ms benigna ndoleque el de la peste: sin comparacin es ms funesta y en grados ms superiores esta ltima. Segn laexpresin del famoso Gorter, benemrito discpulo del gran Boerhaave, al principio del comentario

    a los aforismos 727 y 728 del insigne Sanctorio, es el fermento de la peste muy sutil. Todos losautores (dice), convienen en que la materia pestilencial es voltil. An siendo as, la peste noinvade a los que toman las debidas precauciones para no incurrirla, especialmente los que por lafuga de los contagiados separan, digmoslo as, todos los motivos de apestarse. El mismo Sanctorionos confirma en esta doctrina con una sentencia propia de su gusto y de su exquisito talentocalculatorio, y dice: Non sponte inficimur peste, sed fertur ab alliis. Patet experimentoMonialium. Esto que afirma Sanctorio de lo que pasa con las monjas, hemos visto prcticamentehoy que ha sucedido as respecto de la epidemia del sarampin en el monasterio del Carmen de lanueva fundacin, en el que hay catorce personas que no la han contrado, debiendo, por la opininvulgar, contraerla en atencin a no haberla padecido en su niez estas personas preservadas. Alcontrario en los otros monasterios, que vulgarmente se dicen abiertos (y lo son, en verdad, por la

    libre entrada y salida que tiene en ellos una multitud de gente de servicio), ha tenido tambinfranqusimo paso el sarampin, y ha causado muchas muertes, con particularidad en el monasteriode Santa Catalina. Ahora, pues, por lo que mira a la misma peste, se me hace cosa necesaria traer un

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    pasaje del celebrrimo ingls James, autor del Diccionario de la Medicina, que dice as: Pues, quees cierto que laPeste no nace en nuestros climas, y que es trada de pases distantes, el medio msseguro y ms cierto que puede indicarse para preservarse de ella es evitar el contagio. Muchotiempo ha que Celso aconsej a las personas que gozaban salud y que no se crean seguras, sealejasen por mar y tierra, y Noel de Comte asegura (His. libro 27), que este consejo fue de unagrande utilidad durante la peste que desol la Italia en el ao de 1625. Sanctorio (Med. stat. sect.

    afo. 738), dice con la mayor naturalidad: "que aquellos que ordenan para evitar la peste otrosremedios que la fuga, son unos ignorantes o unos charlatanes, que quieren enriquecerse. Este es elmotivo por que los soberanos proveen perfectamente al bien de sus vasallos, cuando en un tiempode peste impiden por todo gnero de medios la entrada y progreso del contagio, y que, cuando unacasa est ya infecta, hacen salir de ella las personas que se hallan sanas y quemar todos los mueblesde aquellos que han muerto, de temor que la enfermedad no se comunique por su medio". Hastaaqu James.

    Si esta ventaja resulta de la separacin de los apestados, con una malignidad que parece y estan voltil, sutil y trascendental; por qu no se deber esperar semejante y an ms feliz con elcontagio de las viruelas, que es respectivamente, ms lento, tardo y perezoso, incapaz de

    propagarse en solo un da a toda una ciudad, menos a todo un reino? En efecto, los soberanos de

    Europa van logrando casi la entera abolicin de la peste por solo este medio, siendo as que sta,por ser antiqusima en el mundo, poda haberse hecho regional, en toda o en la mayor parte de lahaz de la tierra habitada. Pero Juan Gorter, ya citado, dice sobre el aforismo 726 de Sanctorio:Como por la bondad divina, no se ha visto en nuestros tiempos laPeste en esta regin, nada puedoaadir acerca de su naturaleza. Lo cual prueba que la Europa se ve limpia de ella por suscostumbres y polica, y que quiz no se vera en alguna regin, si no fuese por la srdida flojedad delos africanos y afeminada delicadeza de los asiticos. Cunto ms se debe esperar acerca delexterminio de las viruelas, puesto que stas son con muchsimos siglos posteriores a la peste? Masaqu entra ya la averiguacin acerca del origen varioloso.

    La extraa y admirable naturaleza de la viruela todo el mundo la conoce; pero la historia de sunacimiento y origen, todo el mundo la ignora. Tanto ms debe maravillar esta ignorancia, cuantoms horrenda y funesta fue y es al gnero humano esta epidemia. Parece que (a excepcin de la

    peste), no ha sufrido dominacin morbosa ms tirnica y mortfera el hombre. Con todo eso, desdeque se exigi en el arte del conocimiento de las enfermedades su pronstico y su curacin, no se havisto dolencia tan circunstanciada como la de la viruela. Pero as mismo, no ha habido quien la hayatratado, desde el Padre de la Medicina hasta cerca del siglo duodcimo del establecimiento de laIglesia. Entre los eruditos, el frica y el Asia se dan igualmente por patria de la viruela; y entre las

    provincias de estas dos partes de la tierra, unos culpan a la Etiopa y Egipto, y otros acusan a laPersia y a la Arabia el haberla dado cuna. Dos consecuencias son las que se infieren en estadiversidad de opiniones: la primera, que no se sabe cul es el pas natal de este contagio; la segunda,que tambin se ignora cul fue el siglo en que ste naci, para horror y desolacin de la humana

    posteridad.Por lo que mira al lugar del nacimiento, Ricardo Mead y Pablo Werlofh, citados por donFrancisco Gil, son de parecer que le tuvo en la Etiopa; Friend asegura que en Egipto. Vase ahorael motivo que a mi parecer tuvieron aquellos y este para opinar con tan insigne variedad. En efecto,todo el que han tenido ha sido el conjeturar sobre una materia que deba ser un hecho histrico. A laverdad, la Etiopa pareci ser el taller en donde se fabric siempre, por su ambiente muy caluroso,toda especie de epidemias y de enfermedades pestilentes, cuya malignidad se hace ver

    principalmente en la circunferencia del cuerpo, con postillas, lceras y dems afecciones cutneas.Y tal parece el juicio que obligan a formar los monumentos histricos que nos han dejadoTucdides, Diodoro y Plutarco, acerca de aquella peste que, habiendo tenido su principio en laEtiopa, baj al Egipto, desol la Libia, prendi su fuego en la Persia, y vino repentinamente a hacer

    sus estragos en Atenas. Este es el principio que tienen Mead y Werlofh, para inferir que la Etiopafue el suelo patrio de la Viruela.

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    Segn este principio, tambin deba subir a muy remota antigedad la infeliz poca de laepidemia variolosa, porque, cuando se encendi el fuego de la Peste Ateniense, fue el ao delmundo 3574 y 430 antes de la venida de Jesucristo. Es cierto que Mead y Werlofh no quieren fijarsu poca en tan distantsima antigedad: antes s, constantemente defienden que no la conocieronHipcrates, Crasstrato, Apolfanes, Mitrdates, Asclepiades ni Hemison entre los griegos: menoslleg a la noticia de Celso, Viviano y Prisciano entre los latinos; pero afirman que la viruela tuvo su

    origen en la Etiopa, sin decir el tiempo preciso en que all pareci y se volvi endmica, queparecen cosas muy conexas, especialmente en edad menos distante de la nuestra. Esto manifiestaque, por decirlo as, no tuvieron otro fundamento que la historia de la peste etipica difundida por laGrecia.

    Por este camino, haran muy bien los autores que quieren persuadir que la antigua Greciaconoci el contagio de las viruelas, en producir que en este tiempo deba fijarse su funestonacimiento, y que desde luego, siendo esta misma peste la fiebre variolosa, haba motivo para decirque Hipcrates la conoci, cur y describi. En efecto, Hipcrates trata de sta, y la pinta a la largacomo mdico, y es verdad tambin que muchos de sus sntomas parece que caracterizan a la viruela.Traer el largo pasaje de Tucdides para que sea vista esta verdad, y para que se haga ms grata lanarracin en boca de un historiador tan clebre, cuya precisin y propiedad quiz dar aun mejor

    idea que la que, envuelta en trminos oscuros, nace regularmente de los labios de los mdicos. DiceTucdides:

    Me contentar con decir lo que ella era, como que yo mismo experiment esta enfermedad, yhe visto a otros acometidos de ella esto podr servir de alguna instruccin a la posteridad, si algunavez acontece que ella vuelva. Primeramente este ao estuvo libre de toda otra enfermedad, y cuandoaconteca alguna, degeneraba luego en sta. Sorprenda repentinamente a aquellos que estaban con

    buena salud, y sin que cosa alguna la ocasionase, empezaba con grave dolor de cabeza, ojos rojos einflamados, la lengua sangrienta, las fauces de la misma manera, un aliento infesto y unarespiracin dificultosa; seguida de estornudos y de una voz ronca. De all bajando al pecho, causabauna tos violenta: cuando acometa al estmago, le irritaba y ocasionaba vmitos de toda especie,con mucha fatiga. Los ms de los enfermos tenan un hipo acompaado de una convulsin violenta,que se aplacaba en unos durante la enfermedad, y en otros largo tiempo despus. El cuerpo noestaba plido sino encarnado y lvido, se cubra de elevacioncitas, y postillas, y no pareca al tactomuy caliente, pero interiormente arda de tal modo, que no poda sufrir la manta ni la camisa, hastaverse en la necesidad de quedar desnudo. Se tomaba el mayor contento de sumergirse en el aguafra, y muchos, a quienes no se guard cuidadosamente, se precipitaron a los pozos, perurgidos deuna sed inextinguible, sea que bebiesen poco o mucho. Estos sntomas eran acompaados dedesvelos y de continuas agitaciones, sin que se debilitara el cuerpo en tanto que estaba en su fuerzala enfermedad. Porque haba una resistencia casi del todo increble, de tal modo, que los msmoran al sptimo o noveno da del ardor que los devoraba, sin que sus fuerzas disminuyeranmucho: si pasaba este tiempo, bajaba la enfermedad al vientre, y ulcerando los intestinos, causaba

    una diarrea inmoderada, que hizo morir casi a todos los enfermos de consuncin, porque laenfermedad acometa sucesivamente a todas las partes del cuerpo, comenzando desde la cabeza; y sial principio se escapaba sta, el mal ganaba las extremidades: tan presto bajaba a los testculos, tan

    presto a los dedos de pies y manos; y muchos se curaron con la prdida del uso de estas partes, yalgunos an del de la vista. Alguna vez recobrndose la salud, se perda la memoria hasta el puntode desconocer a sus amigos y aun a s mismos. La enfermedad, pues; dejando aparte muchosaccidentes extraordinarios que eran diversos en diferentes sujetos; estaba generalmente acompaadade los sntomas, cuya historia acabamos de dar. Durante todo este tiempo no hubo enfermedad quese mirase como ordinaria, y, si alguna apareca, luego degeneraba en aquella. Algunos perecieron

    por defecto de socorro; y otros, por ms que se tuvo cuidado de ellos. No se encontr algn remedioque pudiese aliviarlos, porque lo que a unos aprovechaba a otros causaba dao. No hubo cuerpo

    alguno, dbil o vigoroso, que resistiese a esta enfermedad; pero todos murieron, por ms cosas quehicieron para su curacin. Pero lo que causaba mayor molestia, era por una parte, la desesperacinque algunas veces se apoderaba de aquellos que estaban insultados, y que les obligaba a

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    abandonarse por s mismos sin querer hacerse algn remedio y por otro lado, el que el contagiosorprenda a aquellos que asistan a los enfermos, y es lo que caus ms estrago.

    En algunos rasgos se diferencia la narracin mdica del grande Hipcrates, lo que prueba lasingularidad de genio del filsofo y del historiador, y como l produce en todas las obras de espritula claridad, la energa, el noble estilo y la justsima propiedad de las palabras. Pero viniendo anuestro propsito, no hay para qu pretender que en aquel tiempo se conociese en la tica la

    naturaleza de las viruelas, porque las citadas pinturas de la peste de Atenas y el Peloponeso, bienque traigan algunos de los sntomas que se padecen en las viruelas, no son todos, ni son loscaractersticos de stas.

    De balde se querra tomar en estas fuentes de la antigedad el dudoso origen de la fiebrevariolosa, aun cuando aadisemos a ellas a Lucrecio que; describiendo la peste griega, le da susvalientes coloridos como poeta. Pero tambin me parece cierto que los clebres Mead y Werlofh nohan tenido presentes otros monumentos que stos, para sacar por una de aquellas consecuencias deaventura y por una de esas conjeturas fortuitas, que las viruelas debieron su fatal principio a laEtiopa. Pudo obligarlos la idea general que tenemos de que siendo la Etiopia la regin ms interiordel frica, es su clima muy ardiente, su suelo muy lleno de suciedades, y sus moradores quiz losms negligentes y ociosos de toda la tierra; por lo que comnmente se cree que todas las pestes

    nacen bajo del venenoso y mortfero cielo etipico. A ms de esto, pudo tambin obligarlos almismo dictamen, la grande analoga que encontraron y hay entre la naturaleza de la verdadera pestey la de las viruelas.

    Del mismo modo, est fundada en una dbil conjetura la opinin del doctor Friend queafirmaba ser el Egipto quien dio nacimiento a la viruela. Mas (no omitiendo nada de la verdad), es

    preciso decir que Friend la pudo beber en las historias ms antiguas que tenemos de esta epidemia:ellas refieren que sta apareci en Egipto en el tiempo de Omar, sucesor de Mahoma. El mismoMead, citando a Juan Jacobo Deisk, dice: que en los pases orientales se vio la viruela bajo lafamosa poca de Mahoma, que fue a principios del siglo sptimo del cristianismo. Por otra parte,Rhazis, escritor rabe, en su tratado que intitul Discurso sobre la Peste, escrito en lengua siraca,describe el contagio varioloso perfectamente, y le da su principio en Alejandra, porque no es otracosa decir que Arhon alejandrino, mdico de profesin, escribi de la viruela y su curacin, en eltiempo en que dominaba Mahoma. Pero de slo ste ltimo monumento vino Friend a inferir que elEgipto dio nacimiento a la enfermedad de que vamos hablando. Y esta es la que llamo dbilconjetura, o, por mejor decir, llamar su opinin un falso raciocinio, que es ste: Alejandra es pasms sano respecto del de Egipto; con todo eso en Alejandra escribi Arhon de la viruela, luego stanaci en el Egipto.

    Para dar un poco de ms fuerza a mis reflexiones, se hace necesario decir que hallo una cosabien particular, y es que entre Barchusio, Schulizio, Friend y Le Clerk, que han escrito la historia dela medicina, ste ltimo es de una crtica juiciosa, a mi ver, ms correcta que la que han aplicado losotros a su historia; y con todo eso, un hombre sabio como ste, versadsimo en las lenguas

    orientales, no hace mencin del escritor alejandrino, ni menos ha dicho que l haya sido el autororiginal de las viruelas, o que haya otros que escribiesen acerca de stas en el siglo stimo. Siempretrata como a primeros autores a los insignes mahometanos del siglo de Avicena. Ojal Le Clerk, ascomo lo dijo, nos hubiera dejado algunos extractos de sus escritos sobre la epidemia variolosa.

    Qu deberemos creer despus de esto, sino que ignoramos enteramente cul es el pas, y culel siglo en que sta tuvo su nacimiento? Con todo, nos hemos de persuadir de que ella no tienedemasiada antigedad. El famoso Martn Lister, dice que es un gnero de nueva enfermedad noconocido de los antiguos y l mismo asegura que casi desde el siglo duodcimo fue que ella sedescribi por los rabes Avicena, Mese, Rhazis y Alsaharabe. Estoy, pues, en el concepto de que enla misma Arabia fue en donde primero se suscit tan pestilencial levadura. Y tengo el gusto ysatisfaccin de que habindolo pensado ya antes as, lleg a mi mano el diccionario de medicina de

    James, y en el artculo Viruelas, encontr a mi propsito estas palabras notables: Pues, que losgriegos no tenan de esta enfermedad algn conocimiento, era menester que los rabes la hubiesentrado de su propio pas. Y es cosa bien notoria y muy regular que en la regin en donde se

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    descubren primeramente las enfermedades, all se suelen hacer igualmente sus descripciones. As lalepra en Egipto y en Israel; la plica en Polonia; el sudor nglico en la Gran Bretaa; el escorbuto enHolanda, Dinamarca, Suecia, Zelanda, etctera; la tisis nerviosa en Virginia; el tarantismo en laItalia, y aun los suicidios violentos en toda la Inglaterra. La propensin del hombre es transcribir al

    papel las cosas memorables que acontecen en su tiempo, y tener el cuidado de dejarlas en memoriaa la posteridad.

    El que la Viruela sea un contagio descubierto cerca del siglo duodcimo, y que antes no fueseconocido ni descrito, por los mdicos e historiadores ni los dems literatos, es prueba incontestablede que no tiene mayor antigedad. ste es un punto de crtica en el que tiene el mayorconvencimiento la fuerza del argumento negativo, porque el silencio de los antiguos mdicos, quefueron ms exactos que nuestros modernos en pintarnos la calamidad morbosa que de tiempo entiempo ha afligido al cuerpo humano, nos dice con evidencia que no lleg a su noticia la que

    producen las viruelas. Por lo que el mismo Lister provoca con una generosa confianza, y, para decirverdad, con una valenta inglesa, a que le muestren lo que han aadido de nuevo los autores de hoyal retrato que los rabes nos dejaron de las viruelas y el mtodo de su curacin. La consecuenciaque se debe sacar de esto es, que el tiempo en que se escribe de los males, se es la primera pocade su cruel aborto. Siguiendo este mtodo, el celebrrimo Le Clerk, crtico excelente, como ya lo

    dije, prueba del mismo modo con otros autores la antigedad de la Hidrofobia, como aparecida entiempo del famoso mdico Asclepiades, tan solamente porque en Plutarco se hallan algunas palabrasque la significan o dan a entender; y Celio Aureliano tambin mdico bien antiguo, igualmente queclebre, quiere demostrar la antigedad del mismo accidente por un pasaje que se halla en el octavolibro de laIlada de Homero. Por lo mismo, nosotros, de la cabal descripcin de las viruelas hecha

    por Rhazis, debemos atribuir a su tiempo el principio de ellas.Porque no es de dudar que la naturaleza puede producir nuevas enfermedades, y esas por lo

    comn contagiosas. Qu dificultad habr en creer que las viruelas hayan ejercido su tirnicoimperio sobre el cuerpo humano, solamente por el espacio de ms de seis siglos? En esta provinciase vio el ao pasado de 1764, por este mismo tiempo, lo que se llam mal de manchas, o peste delos indios; cuya descripcin hice y tengo an entre mis manuscritos. Y no era sino una de esasfiebres inflamatorias, pestilentes, que, habindose encendido en un cortijo o hacienda de losRegulares del nombre de Jess, ya extinguidos, llamado Tanlagua, se extendi por algunos lugares o

    pueblos de este distrito infestando tan solamente a los indios y a algunos mestizos, que perecieronsin consuelo, por la impericia de los que entonces se llamaban temerariamente profesores demedicina. Pero esta calentura pestilencial era nueva en este pas, en donde no hay tradicin que sehubiese visto, ni antes ni despus de la conquista, alguna otra de igual naturaleza. Toms Sydenham,hombre nacido para las observaciones de la humanidad enferma, de un carcter de nobilsimocandor, cargado ya de aos y de juiciossima experiencia, escribi sobre el ingreso de una nuevacalentura, y la describe con el cmulo de peculiares sntomas que la distinguan de las otrascalenturas, y en un estilo verdaderamente latino. Plutarco, refiriendo la contestacin que tuvieron

    los mdicos Philon y Diogemano, sobre si la naturaleza puede o no producir nuevas enfermedades,cita con este motivo a Atenodoro, que aseguraba que la lepra elefancaca y el mal de rabia se habandejado ver, por la primera vez, cuando viva el famoso Asclepiades de Bitinia. Ya se ve queentonces eran nuevas y recin vistas aquellas enfermedades, respecto de la edad del mundo, quehasta el tiempo de Asclepiades llevaba de antigedad 3920 aos, de donde se debe inferir que todoslos das tenemos nuevos efectos morbosos que invaden a la triste naturaleza humana. Y as es dignade traerse aqu una sentencia del que yo llamo por antonomasiaHistoriador natural, el celebrrimoDaubenton. Este hombre doctsimo, destinado por la Providencia para tener entrada en los arcanosms recnditos de la naturaleza, cuenta los favorables efectos que caus la cascarilla en lasdisenteras del ao de 1779, tanto en las que fueron acompaadas de fiebre, como en las que no latenan; y aade: La ipecacuana perdi entonces su reputacin: mas, nada debe concluirse de esto

    (aqu est la sentencia muy propia de Daubenton), porque de un ao a otro, las enfermedades delmismo nombre son muy diferentes.

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    contagiosas pide principios peculiares que las caractericen. De all vienen las disenteras, lasanginas, los clicos, las perineumonas y las fiebres que rpidamente han acometido a la mayor

    parte de una ciudad. Una fiebre catarral benigna, casi en un mismo da ech a la cama a toda lagente de Quito, el ao pasado de 1767. Despus experimentamos un flujo de vientre epidmico, yanginas por el ao de 1769.

    Quin podr comprender el misterio de que en semejantes ocasiones el aire venenoso dirija a

    ciertas partes del cuerpo, y no a otras, sus tiros perjudiciales? Los filsofos se esfuerzan a atribuireste efecto a la diversa configuracin de las molculas pestilenciales y a la capacidad diverssima delos dimetros que constituyen la superficie de las fibras del cuerpo. Un glbulo, pues, entrar bien

    por un poro orbicular; un corpsculo cuadrado, por un dimetro de la misma figura, etctera. As lascantridas insinan sus partculas en los rganos que sirven a la filtracin de la orina: el mercuriodonde quiera que se aplique, sube a las fauces y a las glndulas salivales, a pesar de su conocidagravedad: el alcbar se fija ms bien en el hgado, que no en el bazo, etctera. Y as respectivamentecon los venenos y los medicamentos sucede lo mismo. Pero, de dnde sabremos evidentementeque pase este recproco mecanismo, as de la accin de aquellos, como de la reaccin de los resortesde la mquina animal? Esto es muy oscuro e impenetrable, y la fsica se queda siempre en laignorancia de las causas que producen tantos admirables movimientos en la naturaleza. Siendo el

    aire un elemento comn, que atrae el hombre, le inspira el cuadrpedo, le goza el insecto, y aun lenecesita el pez; no sabemos por qu, estando en cierta constitucin determinada la atmsfera, viveel hombre en el seno de la tranquilidad de humores, y el perro, verbi gratia, se muere con ungarrotillo, el buey con una dislocacin de pierna, y aun la planta se marchita con una especie decncer, propia de su constitucin. Bernardino Ramazzini hace memoria de una epidemia contagiosa,que invadi slo a los bueyes, empezando primeramente en los campos de Vicencio, propagndosedespus a los de Padua, y extendindose hasta casi todo el distrito veneciano. Era fiebre maligna laque invadi a sola la especie vacuna, con unos sntomas perniciossimos de ansiedad, ahogo,ronquido, atolondramiento, evacuacin de cierta materia de mal olor, que bajaba por las narices,flujo de vientre fetidsimo y algunas veces sanguneo, inapetencia al pasto, y postillas parecidas alas de las viruelas, que brotaban al quinto o sexto da, con muerte de casi todos los bueyescontagiados, al stimo del acontecimiento. Esto que pasa con el buey, y refiere Ramazzini, acontece

    peridicamente en la repblica de las aves, y aun en el nuevo mundo de los insectos toda especie deviviente padece su epidemia y muerte en una general revolucin, que llega a conmover la armonade sus slidos y lquidos. Lo ms que se puede inferir de aqu es que hay tsigos en la atmsferaadecuados a los individuos de cada especie racional o bruta, pero habr estacin en que el airecontraiga una pestilencia que ataque simultneamente a hombres y brutos, a vivientes e insensibles:entonces la epidemia ser universal.

    De esta manera, toda la masa del aire no es ms que un vehculo apto para transmitir en vago.Luego el aire mismo no es la causa inmediata de las enfermedades; y esas partculas, que hacen elcontagio, son otros tantos cuerpecillos distintos del fluido elemental elstico, que llamamos aire.

    Luego es necesario resulten esos maravillosos fenmenos, que aparecen de cuando en cuando parael temor y ruina de los mortales.La historia nos ministra mucha materia para discurrir as. Plutarco refiere que una ballena

    arrojada a la ribera de una provincia de Bunias, se corrompi, y con su putrefaccin caus una pestemuy porfiada. Un caso igual trae Paulo Jovio, sucedido por motivo de otra ballena podrida en lacosta del mar, y que infest a sus regiones vecinas que fueron las de Gnova; pero a mi ver, a todala serie de los siglos El ao de Roma 627, siendo cnsul Marco Fulvio Flacco, se difundi unaespantosa multitud de langostas por toda el frica, o lo que hoy llamamos las costas de Berbera.Ellas roan no solamente las tiernas espigas, las plantas y las hojas de los rboles, sino tambin suscortezas y aun los leos mismos. No est en esto que se acaba de decir lo singular, sino en quehabindolas llevado el viento al mar, se sumergieron, pero saliendo sus cadveres por medio de las

    ondas a las orillas, formaban inmensos montones, y de tal suerte corrompieron el aire, que seencendi luego una enfermedad que inficion a los hombres y a las bestias. Si hemos de dar crdito

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    a Orosio acerca de la prodigiosa mortandad que caus la peste, sube aquella al nmero deochocientos mil en la Numidia, y doscientos mil en la provincia de Cartago.

    Vase aqu cmo la infeccin que adquiere con las partculas extraas que fluctan dentro delaire, causa todos los estragos que se advierten en todas las epidemias. Cmo hemos de saber qufigura tengan ellas o qu naturaleza? Lo que nos avisan nuestros sentidos es, que cuando hay elconcurso de mucha humedad y mucho calor, se produce la putrefaccin. Dapper en su descripcin

    del frica dice: que experiment que nunca se encendi la peste en el Egipto, sino cuando crecieroncon demasa las aguas del Nilo e inundaron todas las regiones, con cuyo motivo sucede que,estancndose las aguas, se vuelve toda la tierra pantanosa, y que, viniendo despus los vientosaustrales y un calor excesivo, se vuelve el aire infecto y propio para evitar la peste. Por otra parte,nuestros mismos sentidos nos hacen conocer prcticamente que, cuando hay el tal concurso de calory humedad, y por consiguiente, el tal principio de lo que se dice putrefaccin, se subsigueindispensablemente la generacin de los insectos. Parece que por una coaccin de esas que hace unacadena de conjeturas el entendimiento, debemos atribuir a stos la causa de la viruela, y que, si seha de asignar alguna, sea aquella que contente, cuando menos, a la curiosidad del espritu, inquietosiempre por saber lo que no puede alcanzar.

    En la casi infinita variedad de esos atomillos vivientes, se tiene un admirable recurso para

    explicar la prodigiosa multitud de epidemias tan diferentes, y de sntomas tan varios que se ofrecena la observacin. La dificultad ms insuperable es la que causa la viruela, acometiendo a casi todoslos que no probaron su contagio, y perdonando tambin a casi todos los que ya la haban padecido.Adnde est el ingenio ms luminoso que pueda penetrar estos arcanos? Aqu no hay sinohumillarse a confesar nuestra debilidad y nuestra ignorancia. Pero no solamente lo que pasa con laviruela debe causar nuestra humillacin: todas las enfermedades, y, para decir mejor, todas las cosasde la naturaleza, ofrecen a cada paso un conjunto casi infinito de prodigios y misterios. Quinconoce la causa del constante perodo de la terciana? Quin penetra la naturaleza del contagio delvial de rabia, que suele esconderse dentro del cuerpo humano por muchos meses y aun por muchosaos, sin manifestar o sin poner en movimiento su veneno; y as mismo con todas las enfermedades,sus perodos, sus intervalos, sus graduaciones y todas sus vicisitudes? Me atrevo a decir queofrecer al mejor fsico la mayor dificultad en la dolencia ms ordinaria. Esto no quita que por laverosimilitud que presta la naturaleza de los insectos, se juzgue que stos son la causa de lasviruelas.

    Cada cuerpo, de cualquier gnero que sea, tiene su peculiar especie de insectos que se le pegany le son como naturales, con particularidad, el aire, el agua, la tierra, las flores, los frutos, los palos,los mrmoles, los peces, las telas; en fin, el microscopio ha descubierto un nuevo mundo devivientes que se anidan proporcionalmente en todas las cosas. Entre todas, el hombre es el msacometido de muchsimas castas y familias de estos huspedes molestos, en todas, o las partes ms

    principales de su cuerpo. Fuera de otros insectos propios a cada entraa, los anatomistas han halladolos que parecen comunes a todas, que son las lombrices, en el cerebro, en el hgado, en el corazn,

    en la vejiga, en el ombligo y en la misma sangre. No se hable de las lceras y de los efectos delcutis, en los que encuentra la vista armada del microscopio un hormiguero, o por mejor decir, untorbellino de tomos voraces y animados. Y viniendo a nuestro asunto, el famoso Berrillo haobservado gusanillos de cierta configuracin en las postillas de la viruela, por medio delmicroscopio y Pedro de Castro los ha visto en la peste napolitana, cuyos bubones hormigueaban deinsectos. As no hay mucha justicia en improbar la sentencia de tantos mdicos que asientan lacausa de todas las enfermedades epidmicas en los dichos animalillos. Su comunicacin al aire, a lasangre, al sistema nervioso, a todas las partes slidas, explican fsica y mecnicamente la que se dade un cuerpo a otro, y de un pueblo a otro en las viruelas: antes bien en esta opinin se concibeclaramente, por qu al tiempo de la supuracin, comunica el virolento su contagio ms que en el del

    principio, erupcin y aumento. Porque entonces los insectos estn ya en el ardor de su propagacin,

    y en el de su mayor movimiento y capacidad para desprenderse y correr hasta la distancia que lespermite el determinado volumen de su cuerpecillo. Nada hay aqu de extrao o extravagante, quechoque ni a la razn ni a los sentidos. Si se pudieran apurar ms las observaciones microscpicas,

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    an ms all de lo que las adelantaron Malpigio, Reaumur, Buffon y Needham, quizencontraramos en la incubacin, desarrollamiento, situacin, figura, movimiento y duracin deestos corpsculos movibles, la regla que podra servir a explicar toda la naturaleza, grados,

    propiedades y sntomas de todas las fiebres epidmicas, y en particular de la viruela.

    Podra suceder y suceder efectivamente, que tambin entre los insectos, como entre los dems

    animales que vemos, haya mezcla de un insectillo de una especie con otro de distinta; de cuyo actogenerativo resulte una tercera entidad o un monstruo en aquella lnea; entonces se hace necesarioque si esta nueva casta es venenosa y se introduce en el cuerpo del hombre, le cause nueva molestiao nueva enfermedad no conocida en los tiempos anteriores. No podra empezar de otra manera elcontagio varioloso? Quiz ha habido en la Arabia la cpula preparatoria de un insecto pestilente conotro insecto leproso (si es lcito hablar as), de donde haya nacido un nuevo insecto varioloso, ocausador de la viruela. Porque sta es constante que participa de la calidad de la lepra en gradoremiso, y del carcter de la peste en grado ms intenso; y a veces sucede, que, saliendo coinquinadoel virolento de cierta putrefaccin en toda la masa de la sangre, al tiempo de la crisis, suele quedarlazarino de por vida. Ms acontece, y es que al tiempo mismo de la maduracin o cuando la intentala naturaleza, se vuelven como leprosos los virolentos con esa lepra elefancaca y cenicienta. Esto

    pasa con la viruela llamada confluente, que es de las ms malignas, y entonces se levantan en elrostro algunas vejigas gangrenosas que, cuando se rompen, manan un lquido muy ftido, que elvulgo nombra aguadija, y Celso le dio la denominacin de Ichos Despus que sale ste, semanifiesta roda o carcomida la piel o cutis, y hasta la membrana cerosa, por una materia propia dela gangrena. Las viruelas del ao de 1764 fueron de esta clase, y los virolentos no eran los ms sinounos leprosos a quienes se les caan grandes cantidades del cutis y de las partes carnosas,especialmente de los brazos y de las piernas. El msero hermano que se me muri en aquellaepidemia del citado ao de 64, padeci este horrible sntoma seguido de un calor urente espantoso.Con este motivo pude ver (lo que nuestras gentes tenan por cosa rara y nunca vista en todas lasanteriores epidemias variolosas), en el celebrrimo Sydenham y en Morton, que haban observadoesto mismo, y que semejantes viruelas gangrenosas haban vuelto a aparecer en el tiempo del muyilustre y muy sabio Gerardo Van Swieten, honor de los discpulos y de la familia del granBoerhaave. Este erudito y sapientsimo mdico dice, que experiment que algunas veces seelevaban sobre las piernas de estos virolentos unas vejigas de la magnitud de un huevo de gallina,llenas de una sanguaza podrida sutil, que, si llegaban a abrirse, dejaban ver toda la carnegangrenada y negra. Pero debemos traer a la memoria que en las gangrenas y el cncer se hallan enmuchedumbre los insectos, y este recuerdo hace mucho a mi propsito.

    A mi corto juicio nada satisface tan completamente a la razn filosfica, como la causa de laviruela explicada del modo que se acaba de establecer. El sistema patolgico de Gaubio es en smuy general y adaptable a cuantos fenmenos se obran en todo el Universo. Los dos principios para

    contraer cualquiera enfermedad, que l llamasemina morborum, et potentiae nocentes, constituyenuna perogrullada de a folio; porque las tales semillas de las enfermedades, no son ms que unaspredisposiciones para enfermar; y las potencias nocivas son todas las cosas que pueden causar unmal. Esta explicacin no est fundada en las leyes del movimiento y mecanismo. Es como si sedijera: se enciende el hierro en la fragua, porque en el hierro hay una semilla o predisposicin paraencenderse, y concurre la potencia inflamatoria para causar el incendio. As mismo si se preguntara,por qu el ojo ve? Se respondera, siguiendo a Gaubio, de esta manera: porque el ojo tiene una

    predisposicin o semilla para ver, y hay una potencia visiva que ocasiona la visin. La fisiologa yla patologa no necesitan de otros principios para dar razn de todas las causas y de todos losefectos generalmente. Cundo ser que las enfermedades nos obliguen a formar una teologamdica, para reconocer siempre en la salud y en la dolencia la mano de una Providencia Soberana?

    Del modo que el piadoso Nieuwentyt, como le apellida Muschembroeck, se extendi en lascontemplaciones del mundo para admirar la sabidura de su Autor, y que con el mismo objetoescribi su Teologa fsica Derham, debamos nosotros subir a la causa moral de las enfermedades

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    humanas. El pecado infundi en toda la posteridad de Adn una constitucin morbosa, y as comoqued enferma y cada la naturaleza, por lo que mira a la gracia, as qued doliente y trabajada, porlo que toca a su organizacin corprea. Todo hombre, por ms robusto y sano que parezca, padecelas incomodidades de la vida; y el cansancio, el hambre, la sed, los disgustos interiores, las secretasaflicciones que experimentan las gentes que parecen estn en el auge de su sanidad, son pequeasenfermedades que les anuncian su mortalidad. De manera que como a las mismas indisposiciones

    ms graves de la salud llam Tertuliano porciones de la muerte, as mismo a esta robustez, a estaconstitucin gil y vigorosa de los miembros, a esta misma sucesin regular de las funcionesvitales, llamaremos porciones de la enfermedad, porque en todas ellas hay un principio secreto queva gastando los slidos y disminuyendo sus fuerzas; que va indisponiendo los lquidos y dejndolosmenos espirituosos. Todo concurre a disponer las debilidades de la vejez, las cercanas de la muerte,y, al fin, la absoluta abolicin del movimiento en que consiste la vida; sta, pues, por la mismarazn de la cada de la naturaleza, tiene tantos enemigos, cuantos son los entes que la rodean. Desuerte que, mirndolo bien, todos los elementos estn tumultuados contra la salud del hombre.Parceme que esta reflexin debe ser el fruto de la verdadera filosofa, y en consecuencia de ella,hay otro de muy exquisito valor que se puede sacar, y es, que en asuntos de la filosofa, universal o

    particular, es suprema nuestra ignorancia. Toda condicin del cuerpo humano que lastima las

    acciones vitales, la naturaleza fsica y tambin las animales, se llama enfermedad, dice elrestaurador de la verdadera medicina, Boerhaave. Luego, si dentro de nosotros mismos tenemos unalima sorda, que va gastando insensiblemente los resortes de esta mquina nuestra, que esinfinitamente complicada, cmo nosotros no nos hallaremos siempre enfermos?

    Bajo este punto de vista es muy superficial el modo de concebir las causas de lasenfermedades, del clebre Gaubio. Por lo menos, cmo por los dos principios, citados seexplicarn los efectos de lo que entre los fsicos se llama idiosincrasia? Desde luego el que el opiotomado en cantidad de cerca de dos onzas, y eso por tres ocasiones en cada da, le conserve tanfirme la cabeza para hablar y disputar con acierto, a cierto hombre que tena la costumbre detomarlo, como refiere Garca del Huerto; cmo se podr explicar fcilmente, o sin algunaadivinacin de Perogrullo, en el sistema gaubiano? De la misma suerte, nadie podr por los mismos

    principios salir con felicidad en la explicacin de lo que Teofrasto cuenta de cierto hombre quetomaba ordinariamente muchos manojos de elboro sin experimentar algn dao. Horacio Augeniorefiere, segn afirma Juan Domingo Sala, que un noble romano aborreca en sumo grado las rosas ytodas sus composiciones; pero acometido ste de una terciaria, que en otras ocasiones la haba

    padecido sin mayor peligro, qued muerto tan solamente porque le administraron un poco de la mielrosada solutiva. En fin, el sistema de Gaubio nada satisface en punto al contagio varioloso. Y donFrancisco Gil, que lo ha adoptado, se ve en la necesidad de recurrir a las mismas causas asignadas

    por los rabes, a quienes haba poco antes reprobado. Vase, pues, ahora cmo acontece este hecho,que a primera vista, parecer increble.

    Rhazis, el ms antiguo de los mdicos mahometanos y el mejor de ellos, segn el juiciounnime de Morton, Lister, Jacobo de Castro y James, y el primero, como el mismo Rhazis afirma,que escribi el tratado de viruelas con claridad y exactitud; este mismo Rhazis, digo, seala porcausa de esta enfermedad una especie de contagio innato. Pensamiento atrevido y jams escuchadohasta entonces en la medicina! Este contagio es cierto gnero de levadura en la sangre, semejante aaquel que hay en el vino nuevo, la cual fermenta, y despus de los movimientos de la fermentacinse purifica ms tarde o ms temprano, arrojando fuera de s las materias morbficas o pecantes porlas glndulas de la piel. Esta patologa de las viruelas la siguieron Avicena, Mesue, y los dems desu nacin, acerca de la causa de stas, y la siguieron otros muchos modernos, aplicndola a la quesuscita las dems fiebres en general. Ahora bien, qu quieren decir esas predisposiciones para

    recibir las enfermedades, que se hallan en el cuerpo, y esas potencias nocivas que tienen actividadpara producirlas en un cuerpo que se halla con las dichas predisposiciones? Parceme que semillasy potencias vienen a dar en aquel contagio innato arbigo, inventado desde el siglo dcimo de

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    nuestra era; pues que esto abraza igualmente que la disposicin natural del cuerpo, la potencianociva anloga a ella, capaz de poner alguna vez en conocido movimiento su efecto, que es laviruela. Por otra parte, don Francisco Gil demuestra mejor su pensamiento, en estas palabras raraes la condicin del fomes varioloso innato en el hombre. Por ms alteraciones que padezcan sushumores con la edad, con la mutacin de alimentos, de pases y de vida, y an con el notabletrastorno que se experimenta en las enfermedades, ni se evacua, ni se disminuye, ni menos se pone

    en accin de producir viruelas, hasta que se le mezcle aquel determinado miasma contagioso, que lees anlogo... Ni se crea que Gaubio y don Francisco Gil sealen dos principios, cuando Rhazisasigna slo uno. Es hacer demasiada injuria a un fsico como Rhazis, al pensar as; porque ste, nims ni menos que aquellos, requiere el comprincipio de cierta cosa que ayude a la fermentacin, oque la ponga en acto. Y cuando asemeja sta a la que se obra en el vino nuevo, es demasiada faltade crtica creer que Rhazis pensase que el vino fermentaba por sus propias fuerzas, esto es, sin laconcurrencia del aire externo y de otros comprincipios (para explicarme as), domsticos y extraos.Vase aqu (tambin se me perdonar esta frase), otros tantos miasmas o potencias activas queobligan a la fermentacin. As, pues, Rhazis ha requerido, fuera del fomes innato, alguna otra cosaque le activase, la que, para hablar con Gaubio, llamaremospotencia nociva.

    Concluyamos de aqu que Martn Lister asegur muy bien, que nuestros modernos nadaaadieron a lo que dejaron escrito los rabes, acerca de la causa de las Viruelas. Pero Jacobo deCastro Jacobo de Castro, tambin mdico famoso londinense, aade que estos mdicos hicieron susobservaciones con la mayor exactitud, y hablaron tan bien acerca de su historia, su causa y mtodocurativo, que nuestros autores de hoy apenas han tenido que decir alguna cosa muy corta.Igualmente digamos dos puntos sobre este artculo. Primero: que no es ajeno de este papel hablar dela causa de las viruelas tan a la larga; pues esto no es, ni puede ser indiferente a los mdicos antes,en vista de lo que se ha tratado aqu, y con el deseo de adelantar algo sobre la materia, estudiarn enentender a los mayores autores que han escrito acerca de ella, que no es pequeo inters. Segundo:que sea cual fuere la causa de las viruelas, se debe estar en la suposicin de que su contagio secomunica por medio de un contacto fsico prximo, que se hace inmediatamente de un cuerpo aotro, el cual no se difunde con la misma violencia, rapidez y direccin que el aire. Y saber todo estocontribuye felizmente al establecimiento del mtodo preservativo de don Francisco Gil. Aun cuandono le sea fcil al pblico el saberlo, le ser ms fcil gozar de sus ventajas, que reconocerlas. Perovamos a otras reflexiones.

    Lo vasto del proyecto que estoy considerando es, que, si consiste en la extincin de unaenfermedad que juzgaron los rabes era hereditaria, abraza, adems, el exterminio universal de todadolencia contagiosa. A vuelta de esto, veo que en Quito se van a practicar todos los mediosconcernientes a la salud pblica; de manera que en esta ciudad llamaremos al tal proyecto, la claveque franquee las puertas a la polica mdica. Los ramos de sta que me vinieren a la memoria los ir

    notando conforme se me ofreciese su ocurrencia; pues que todos ellos mer