qué mito ni que madres

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¡Qué mito ni que madres, yo soy un hombre de carne y hueso! Emilio “El Indio” Fernández, entre la ficción y realidad. Hay muchas leyendas que llenan el imaginario popular de Coyoacán. Una de las más recientes surgió a mediados de los años 50, cuando las madres del barrio solían amenazar a los niños que no querían irse a dormir con la infalible sentencia de: “O se duermen o va a venir el árbol vagabundo del Indio y con sus manitas los va a estrangular…”. Así, los niños, aterrados ante la imagen del famoso y terrible árbol caminante que vivía en el inmenso jardín de la casa de El Indio Fernández, se arropaban presurosos para dormir y no ser una víctima más de semejante monstruosidad. Nacido el 26 de marzo de 1904, El Indio tuvo una infancia marcada por la brutalidad: a los nueve años, mientras su padre combatía con los revolucionarios, encontró a su madre en la cama con otro hombre, por lo que el pequeño Emilio tomó una carabina y mató al tipo, quien resultó ser un terrateniente. El niño huyó de allí para meterse a “la bola”, quedando bajo las órdenes del general Felipe Ángeles. Al terminar la revolución, ingresó al Colegio Militar donde se graduó con el cargo de coronel. Sin embargo, no llevó la vida castrense y, por el contrario, una serie de encuentros violentos lo orillaron a irse de “espalda mojada” a Estados Unidos, en donde trabajó de todo lo que pudo: desde estibador en el Lago Michigan –donde conoció a Al Capone– hasta maestro de tango de Rodolfo Valentino. Al abandonar Chicago, se encaminó a California con la idea fija de trabajar en Hollywood sin sospechar la cita que le preparaba el destino personificado en una mujer: Dolores del Río. El Indio contaba que el primer trato que tuvo con Dolores del Río fue estando en una filmación en la que escuchó a la estrella decirle a su asistente: Dile a ese indio que me traiga mi abrigo, a lo que Fernández se dijo a sí mismo: A este indio lo vas a admirar. Luego de varias participaciones en Hollywood y después de haber visto Viva México, de Eisenstein, El Indio regresó a México para hacer el cine que quería mostrar al mundo. A partir de las reuniones en el desaparecido Café Regis, El Indio se hizo de un grupo de amigos –que con el tiempo sentarían las bases de lo que ahora se conoce como la “Época de oro del cine mexicano”– con los que no sólo intercambiaba información de quiénes estaban ya filmando y dónde poder trabajar, aunque fuera de extra, sino también se ayudaban entre sí para sacar proyectos personales adelante. David Silva, en ese entonces estudiante de Leyes, le recomendó a El Indio que le mostrara al general Juan

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Pequeña Biografía del Cineasta mexicano Emilio "Indio" Fernández.

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Page 1: Qué Mito Ni Que Madres

¡Qué mito ni que madres, yo soy un hombre de carne y hueso! Emilio “El Indio” Fernández, entre la ficción y realidad.

Hay muchas leyendas que llenan el imaginario popular de Coyoacán. Una de las más recientes surgió a mediados de los años 50, cuando las madres del barrio solían amenazar a los niños que no querían irse a dormir con la infalible sentencia de: “O se duermen o va a venir el árbol vagabundo del Indio y con sus manitas los va a estrangular…”. Así, los niños, aterrados ante la imagen del famoso y terrible árbol caminante que vivía en el inmenso jardín de la casa de El Indio Fernández, se arropaban presurosos para dormir y no ser una víctima más de semejante monstruosidad.

Nacido el 26 de marzo de 1904, El Indio tuvo una infancia marcada por la brutalidad: a los nueve años, mientras su padre combatía con los revolucionarios, encontró a su madre en la cama con otro hombre, por lo que el pequeño Emilio tomó una carabina y mató al tipo, quien resultó ser un terrateniente. El niño huyó de allí para meterse a “la bola”, quedando bajo las órdenes del general Felipe Ángeles. Al terminar la revolución, ingresó al Colegio Militar donde se graduó con el cargo de coronel. Sin embargo, no llevó la vida castrense y, por el contrario, una serie de encuentros violentos lo orillaron a irse de “espalda mojada” a Estados Unidos, en donde trabajó de todo lo que pudo: desde estibador en el Lago Michigan –donde conoció a Al Capone– hasta maestro de tango de Rodolfo Valentino. Al abandonar Chicago, se encaminó a California con la idea fija de trabajar en Hollywood sin sospechar la cita que le preparaba el destino personificado en una mujer: Dolores del Río.

El Indio contaba que el primer trato que tuvo con Dolores del Río fue estando en una filmación en la que escuchó a la estrella decirle a su asistente: Dile a ese indio que me traiga mi abrigo, a lo que Fernández se dijo a sí mismo: A este indio lo vas a admirar. Luego de varias participaciones en Hollywood y después de haber visto Viva México, de Eisenstein, El Indio regresó a México para hacer el cine que quería mostrar al mundo.

A partir de las reuniones en el desaparecido Café Regis, El Indio se hizo de un grupo de amigos –que con el tiempo sentarían las bases de lo que ahora se conoce como la “Época de oro del cine mexicano”– con los que no sólo intercambiaba información de quiénes estaban ya filmando y dónde poder trabajar, aunque fuera de extra, sino también se ayudaban entre sí para sacar proyectos personales adelante. David Silva, en ese entonces estudiante de Leyes, le recomendó a El Indio que le mostrara al general Juan F. Azcárate el proyecto que llevaba mucho tiempo bajo el brazo llamado La isla de la pasión y que estaba basado en la tragedia de la isla de Clipperton. Pero no fue sino hasta que Raúl de Anda le aconsejó cómo presentar el proyecto a Azcárate cuando El Indio tuvo por fin la oportunidad de dirigir su película; corría el año de 1941.

Convertido en un cineasta de renombre, Emilio El Indio Fernández comenzó una carrera que sería el pilar del cine mexicano dentro y fuera del país. Introdujo a la cinematografía nacional lo que por muchos años serían tanto la imagen como la narrativa de la forma en la que México se presentaría ante el mundo entero. El Indio logró que Dolores del Río entrara triunfalmente al corazón del pueblo mexicano –que la conocía solo por sus trabajos en Hollywood– con tan solo dos películas. Y pese al boicoteo que Emilio Azcárraga Vidaurreta intentaba fraguar contra la película María Candelaria para que no se exhibiera, el director consiguió el cine Palacio, y donde el estreno estuvo lleno de artistas y cineastas, además de vecinos del barrio de Xochimilco, quienes se mezclaban orgullosos entre la gente de sociedad, gracias a que El Indio los invitó a la función a manera de agradecimiento por haber participado como extras en la película. Y fue justo en esa función, en pleno borlote orquestado por las facciones enemigas de la película y sus realizadores,

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donde, para callar a los revoltosos dentro de la sala, el Sr. Oumansky, entonces embajador de Rusia en México, mandó silenciar a todos los presentes con una voz profunda y poderosa que retumbó dentro de la sala ¿El resultado? Silencio absoluto.

María Candelaria fue la llave que abrió las puertas del cine mexicano al mercado internacional, al igual que al grupo que se formó alrededor de la creatividad desbordadamente mexicanista de El Indio: Gabriel Figueroa, Dolores del Río, Pedro Armendáriz y María Félix. En la medida en que Fernández se encumbraba como uno de los mejores directores del momento, su fama de irascible, intolerante y voluble ya había llegado a todos los rincones. Por ello, era natural que el encuentro de El Indio con la no menos impetuosa María Félix fuera uno de los momentos más esperados del cine mexicano cuando corrió la noticia de que ambos trabajarían como director y primera actriz en la película Enamorada (1946).

La capacidad creativa de El Indio y su equipo más cercano de actores, guionistas y su fotógrafo de cabecera dio muchos de los títulos imprescindibles del cine mexicano de todos los tiempos. Películas como La Perla (1945), Maclovia (1948), Pueblerina (1948), Salón México (1948), La malquerida (1949) y Víctimas del pecado (1950) no son sino ejemplos de un México que desde siempre imaginó El Indio Fernández; un México muchas veces despreciado por la crítica y el intelectualismo de la época que veía en las imágenes de Figueroa una plasticidad grandilocuente que se alejaba por mucho de lo que la realidad era; pero a todo esto, El Indio marcó el alto con una frase contundente y nada modesta: Ni los mexicanos sabían que así era México, hasta que yo se los mostré en películas.

Pero la carrera de El Indio también lo llevó a crear películas de calidad menor; en efecto, comenzó una etapa en la que sus filmes parecían estar hechos sólo para dar continuidad al trabajo y no para buscar el estilo de temas que otrora lo habían encumbrado. Salvo excepciones –Cuando levanta la niebla (1952) y La rebelión de los colgados (1954)– el cine de El Indio iba en notorio descenso, mismo que se reflejó en una falta de trabajo que lo mantuvo dentro de las murallas de La Fortaleza de Coyoacán, rodeado de sus jardines, animales y sobre todo, del ejército de mujeres que lo adoraban como un gran tlatoani al que había que respetar, servir, adorar y, ¿por qué no?, darse a los placeres carnales cuando éste los solicitaba. En medio de esa racha de falta de trabajo, llegó la oportunidad de participar como actor en La Cucaracha (1958), una película que se pensaba imposible de realizar porque reunía en pantalla a Dolores del Río con María Félix. Y por si fuera poco, El Indio tendría como coprotagonista a su gran amigo Pedro Armendáriz; todos bajo la dirección de Ismael Rodríguez, la lente de Gabriel Figueroa y el doblaje de su voz por Narciso Busquets.

La década de los sesenta no fue muy benevolente con El Indio: había terminado la única relación estable que tuvo con una mujer: Columba Domínguez. Además, su hermano del alma, Pedro Armendáriz, se había quitado la vida. La década de los setenta comenzó con La Choca (1973), una película que regresó a El Indio al gusto popular y que en 1975 le hizo ganar seis Arieles incluidos el de Mejor Película y Mejor Director. Con nuevos bríos, El Indio filmó lo que sería su última película, Erótica (1978), que no fue sino una nueva versión de La Red (1953), pero salió contraproducente haber realizado esta nueva y en versión a color; la gente no la recibió bien y muchos colegas del medio cinematográfico nacional se apartaron de él. Los puristas lo etiquetaron de “decadente”, “caduco” y perteneciente a un México que, por idealizado, jamás fue real.

En la primera mitad de los ochenta, La Fortaleza de Coyoacán resultaba ser un sitio casi imperceptible en las calles del barrio por permanecer oculto de la vida común de la gigantesca Ciudad de México., un lugar en el que permanecía encerrado el que fue el más apasionado promotor del respeto y admiración a México allende sus fronteras. Logró lo que muchos otros directores contemporáneos a él no pudieron: tener una estética personal y reconocible donde se proyectaran sus películas. Dueño de una mística que se forjó a través de los años y que en nuestros tiempos se ha transformado en una leyenda, Emilio El Indio Fernández

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hecho raíces en el colectivo popular como un ejemplo de lo que debía ser el ambiente rural dignificado por su propia gente.

Así, el 6 de agosto de 1986, rodeado de sus mujeres, sus recuerdos y sus historias por contar, Emilio El Indio Fernández murió víctima de un infarto en su recámara de La Fortaleza de Coyoacán. Y no son pocos los que dicen que El Indio sigue allí, caminando por su paraíso en la tierra, su jardín, oliendo las magnolias que le recordaban a Dolores del Río, su amor eterno. Apareciéndose en las noches de luna llena o cuando los cántaros se llenan de agua de lluvia, sonriendo de satisfacción cuando llega el olor de la hojarasca quemada, o dibujando su perfil en las gruesas paredes de La Fortaleza entre las que aún resuenan las palabras que marcaron su obra: Yo, en lugar de corazón, tengo un águila devorando una serpiente.

Para saber más del cine del Emilio El Indio Fernández

• Adela Fernández, El Indio Fernández, Panorama Editorial, México, 1986.

• María Félix, Todas mis guerras: La Doña, Editorial Clío, México, 1993.

• Gustavo García, Pedro Armendáriz, volumen I: México en el alma, Editorial Clío, México, 1997.

• Gustavo García, Pedro Armendáriz Volumen II: El mejor actor del mundo, Editorial Clío, México, 1997

• Rafael Aviña, Gustavo García, Época de oro del cine mexicano, Editorial Clío, México, 1997.

• Saúl Arellano Montor, Revista www.cineen.com

• Paco Ignacio Taibo I, María Félix: 47 Pasos por el cine, Ediciones B, México, 2004.

• Carlos Martínez Assad, La Ciudad de México que el cine nos dejó, Secretaría de Cultura, Gobierno del Distrito Federal, México, 2008.

Ejercicio.

Con base en la lectura anterior subraya la respuesta que consideres correcta.

1.- ¿Dónde fue el primer contacto entre Emilio “El Indio” Fernández y Dolores del Río?

A) En Chicago, Estados Unidos.

B) Durante una filmación en Chicago.

C) En Hollywood, durante una filmación.

D) En una filmación.

2.- ¿En qué lugar “El Indio” se reunía con sus amigos?

A) En el Centro de la ciudad de México.

B) En el Café Regis.

C) En Nueva York.

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D) En las filmaciones.

3.- ¿Qué retrataba “El Indio” en sus películas?

A) su visión particular de México.

B) Una crítica al sistema.

C) Una crítica hacia los políticos.

D) A María Félix y sus principales actrices.

4.- ¿Qué nombre recibió el hogar de Emilio Fernández?

A) El Palacio del Cine.

B) La fortaleza.

C) La fortaleza de Coyoacán.

D) La Fortaleza del cine.

5.- ¿Cómo fue la década de los sesenta para “El Indio”?

A) Muy adversa en cuestiones personales.

B) Muy próspera en cuestiones laborales

C) Muy aciaga en cuestiones laborales

D) Muy próspera en todos los sentidos

6.- ¿Cuándo y de qué murió Emilio Fernández?

A) 6 de agosto de 1986, de una pulmonía

B) 6 de agosto de 1986 por causas naturales

C) 6 de agosto de 1986 por infarto

D) 6 de agosto de 1986 por homicidio.